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LEY DE CONTROL DE ACCESO DE 1987 Ley Núm. 21 del 20 de mayo de 1987, según enmendada en el 1988, ley 156; 1992, ley 22; 1997, ley 77; 1998, ley 336. Sec. 1 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público de ciertas calles -Permisos. (23 L.P.R.A. sec. 64) Los municipios podrán conceder permisos para el control del tráfico de vehículos de motor y del uso público de las vías públicas en paseos peatonales, calles, urbanizaciones y comunidades residenciales, públicas o privadas, con un solo acceso de entrada y salida o que tengan más de un acceso de entrada o salida, pero que ninguna de sus vías públicas se use para la entrada o salida a otra calle, urbanización o comunidad que no haya solicitado el control de acceso. Cuando las calles, urbanizaciones o comunidades sean parte de más de un municipio, la jurisdicción recaerá en aquel municipio en que se ubiquen la mayor parte de las fincas. No se construirán estructuras permanentes que imposibiliten el tránsito por las entradas que sean cerradas. Será requisito, para cumplir con esta condición, la construcción de portones que faciliten el uso de estas calles en casos de emergencias. Los paseos peatonales cuyos accesos no sean controlados podrán ser vendidos por el valor nominal de $1.00 a los vecinos colindantes previa consulta con los municipios a los residentes del área circundante. No obstante lo antes dispuesto y lo establecido en el inciso (o)(1) de la [21 LPRA sec. 4054] los municipios podrán expedir autorizaciones o permisos para el control de acceso de calles, urbanizaciones o comunidades cuyas vías públicas se usen como medios de entrada a, o salida de, otras calles, urbanizaciones o comunidades, siempre y cuando: (a) La otra calle, urbanización o comunidad tenga vías públicas alternas de entrada y salida y en caso que no tenga tales vías, se garantice a cada propietario y a cada residente los medios adecuados y necesarios de acceso vehicular a la calle, urbanización o comunidad en que se reside sin carga alguna en igualdad de condiciones. (b) No se impida, obstaculice o limite a los propietarios y residentes de la otra calle, urbanización o comunidad el flujo vehicular y peatonal por las vías y aceras públicas que tengan continuidad entre las calles, urbanizaciones o comunidades de que se trate. (c) Se notifique individualmente a cada propietario y residente de esa otra calle, urbanización o comunidad la fecha, hora y lugar de las vistas públicas, con copia de la solicitud del permiso de control de acceso y en el término dispuesto en el inciso (a) de la [23 LPRA sec. 64b] de esta ley. (d) Se ofrezcan garantías suficientes para que los propietarios y los residentes de la otra calle, urbanización o comunidad reciban los servicios que requieran de agencias e instituciones, entidades y personas privadas.

LEY DE CONTROL DE ACCESO DE 1987 - … · acceso de entrada o salida, pero que ninguna de sus vías públicas se use para la entrada o salida a otra calle,

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LEY DE CONTROL DE ACCESO DE 1987

Ley Núm. 21 del 20 de mayo de 1987, según enmendada en el 1988, ley 156; 1992, ley 22; 1997, ley 77; 1998, ley 336.

Sec. 1 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público de ciertas calles -Permisos. (23 L.P.R.A. sec. 64)

Los municipios podrán conceder permisos para el control del tráfico de vehículos de motor y del uso público de las vías públicas en paseos peatonales, calles, urbanizaciones y comunidades residenciales, públicas o privadas, con un solo acceso de entrada y salida o que tengan más de un acceso de entrada o salida, pero que ninguna de sus vías públicas se use para la entrada o salida a otra calle, urbanización o comunidad que no haya solicitado el control de acceso. Cuando las calles, urbanizaciones o comunidades sean parte de más de un municipio, la jurisdicción recaerá en aquel municipio en que se ubiquen la mayor parte de las fincas.

No se construirán estructuras permanentes que imposibiliten el tránsito por las entradas que sean cerradas. Será requisito, para cumplir con esta condición, la construcción de portones que faciliten el uso de estas calles en casos de emergencias.

Los paseos peatonales cuyos accesos no sean controlados podrán ser vendidos por el valor nominal de $1.00 a los vecinos colindantes previa consulta con los municipios a los residentes del área circundante.

No obstante lo antes dispuesto y lo establecido en el inciso (o)(1) de la [21 LPRA sec. 4054] los municipios podrán expedir autorizaciones o permisos para el control de acceso de calles, urbanizaciones o comunidades cuyas vías públicas se usen como medios de entrada a, o salida de, otras calles, urbanizaciones o comunidades, siempre y cuando:

(a) La otra calle, urbanización o comunidad tenga vías públicas alternas de entrada y salida y en caso que no tenga tales vías, se garantice a cada propietario y a cada residente los medios adecuados y necesarios de acceso vehicular a la calle, urbanización o comunidad en que se reside sin carga alguna en igualdad de condiciones.

(b) No se impida, obstaculice o limite a los propietarios y residentes de la otra calle, urbanización o comunidad el flujo vehicular y peatonal por las vías y aceras públicas que tengan continuidad entre las calles, urbanizaciones o comunidades de que se trate.

(c) Se notifique individualmente a cada propietario y residente de esa otra calle, urbanización o comunidad la fecha, hora y lugar de las vistas públicas, con copia de la solicitud del permiso de control de acceso y en el término dispuesto en el inciso (a) de la [23 LPRA sec. 64b] de esta ley.

(d) Se ofrezcan garantías suficientes para que los propietarios y los residentes de la otra calle, urbanización o comunidad reciban los servicios que requieran de agencias e instituciones, entidades y personas privadas.

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El municipio podrá autorizar un cierre parcial, durante las horas de menos tránsito, los fines de semana y días feriados en aquellos casos en que no sea posible un cierre total por razón de tránsito u otra razón aducida por cualquiera de las agencias concernidas.

Toda autorización o permiso de control de acceso se emitirá sujeto a las condiciones y requisitos establecidos en las [23 LPRA secs. 64 et seq.] de esta ley y en el reglamento que adopte la Junta de Planificación de Puerto Rico. El municipio y la Asociación de Residentes estarán obligados a notificar por correo certificado a los residentes sus gestiones relacionadas con el proceso del cierre de las calles. (Enmendada en el 1988, ley 156; 1992, ley 22; 1997, ley 77)

Sec. 2 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público de ciertas calles - Requisitos. (23 L.P.R.A. sec. 64a)

A los fines de poder solicitar y obtener el permiso a que se refiere la [23 LPRA sec. 64] de esta ley, se deberá cumplir con los siguientes requisitos:

(a) Que las urbanizaciones, calles o comunidades tengan Consejo, Junta o Asociación de Residentes debidamente organizada y registrada en el Departamento de Estado como una institución sin fines de lucro.

(b) Que en la urbanización, calle o comunidad no exista ningún edificio o facilidad propiedad del Gobierno del Estado Libre Asociado de Puerto Rico o de los municipios para uso y disfrute del público en general a excepción de aquéllos dedicados a escuelas, parques recreativos o centros comunales.

(c) Que la solicitud de autorización para controlar el acceso o los accesos a la urbanización, calle o comunidad sea adoptada por lo menos por tres cuartas 3/4 partes de los propietarios de las viviendas allí establecidas. La participación de dichos propietarios estará limitada a un propietario por vivienda y deberá constar por escrito bajo la firma de cada uno de ellos. Una autorización para solicitar el permiso para controlar el acceso o accesos a la urbanización, calle o comunidad prestada voluntariamente por un propietario mayor de edad y en representación de una vivienda obligará al propietario a cumplir con lo dispuesto en la [23 LPRA sec. 64d-3] de esta ley y estará en pleno efecto y vigor mientras no se emita un documento escrito que claramente revoque la autorización prestada con fecha anterior. Una revocación de autorización para solicitar el permiso para controlar el acceso o accesos a la urbanización, calle o comunidad será válida únicamente si se presenta en cualquier momento hasta la fecha de celebración de la primera vista pública. Luego de esta fecha aplicará lo dispuesto en la [23 LPRA sec. 64d-3] de esta ley. Aquellas personas que favorezcan la implantación del sistema deberán hacerlo expresamente y por escrito en el momento en que se lleve a cabo la gestión para obtener de los propietarios las autorizaciones necesarias para solicitar el permiso de control de acceso.

(d) Que la comunidad se comprometa y presente garantías de que ha de asumir los gastos de instalación, operación y mantenimiento de las facilidades necesarias para el control del acceso a la urbanización o comunidad. (Enmendada en el 1988, ley 156, 1992, ley 22)

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Sec. 3 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Notificaciones. (23 L.P.R.A. sec. 64b)

(a) Radicación de solicitud y notificación de vistas públicas. - Toda petición de permiso o autorización de control de acceso deberá radicarse ante el municipio en cuya jurisdicción radique la calle o calles que su acceso se proponga controlar de conformidad con lo establecido en las [23 LPRA secs. 64 et seq.] de esta ley y en los reglamentos adoptados conforme a ella. El municipio deberá celebrar vistas públicas no más tarde de los cuarenta y cinco (45) días del recibo de dicha petición, luego de dar aviso al público de la fecha, sitio y naturaleza de la vista mediante notificación escrita a los residentes de la urbanización, calles y comunidad residencial, pública o privada, para la que se solicita el control de acceso y la publicación de un aviso en uno de los periódicos de circulación general o regional en Puerto Rico, con no menos de treinta (30) días de anticipación a la fecha de la vista. Sólo podrán utilizarse periódicos de circulación regional si el municipio de que se trate está dentro de la región servida por el mismo.

(b) Notificación a las agencias. - No más tarde de los diez (10) días siguientes a la fecha de su presentación, el municipio enviará copia de la solicitud de control de acceso y notificará la fecha, hora y lugar señalado para las vistas públicas del Departamento de Transportación y Obras Públicas, la Policía de Puerto Rico, el Cuerpo de Bomberos de Puerto Rico, la Autoridad de Energía Eléctrica, Autoridad de Acueductos y Alcantarillados y al Servicio de Correos. También notificará al Departamento de Recursos Naturales cuando para la construcción, instalación, mantenimiento y operación del control de acceso propuesto se requiera el corte o poda de árboles en propiedad pública o privada; a la Autoridad Metropolitana de Autobuses en caso de solicitudes para calles, urbanizaciones o comunidades ubicadas en áreas servidas por dicha Autoridad y a cualesquiera otras agencias de servicios públicos que el municipio estime necesario o conveniente. El municipio enviará, además, a cada una de dichas agencias copia de toda la documentación en su poder que sea útil, conveniente o necesaria para que las agencias puedan evaluar la solicitud de permiso de control de acceso y emitir su opinión y decisión.

(c) Endoso de agencias. - Cada agencia deberá expresar por escrito si endosa o no el control de acceso propuesto en o antes de la celebración de la primera vista pública. De favorecerlo, pero con modificaciones y condiciones, expresará claramente en qué consisten y las justificaciones de las mismas.

De oponerse al control de acceso se expresarán las razones para negar su endoso y de ser solicitado por el municipio acompañará copia certificada de los estudios, informes, mensuras, opiniones y otros documentos que fundamenten la determinación de la agencia de que se trate. Las agencias que no comparezcan por escrito antes de concluir la primera vista pública se entenderá que endosan los controles de acceso en la forma y extensión propuesta en la solicitud al efecto.

(d) Dictamen del municipio. - El municipio emitirá su decisión sobre toda solicitud de permiso de control de acceso no más tarde de los diez (10) días laborables siguientes a la fecha de celebración de la última vista pública.

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Si la determinación del municipio favorece los controles propuestos por la Junta, Consejo o Asociación de Residentes, emitirá un dictamen final y autorizará la implantación. Dicho dictamen será firme desde la fecha del archivo en el municipio de copia de su notificación. Si la autorización del municipio modifica o establece restricciones a los controles propuestos por la Junta, emitirá un dictamen preliminar que contendrá las condiciones, cambios o modificaciones bajo los cuales deberá desarrollarse el proyecto teniendo que adoptarse dicho dictamen preliminar mediante declaración firmada por no menos de tres cuartas (3/4) partes de los propietarios, dentro de los quince (15) días siguientes a la fecha de archivo en el municipio de copia de su notificación. La firma de dichos propietarios estará limitada a un propietario por vivienda.

El dictamen preliminar adoptando el control de acceso con las condiciones impuestas por el municipio será firme a la fecha del archivo en el municipio de la declaración antes requerida.

(e) Reconsideración y revisión judicial. - Toda persona, Asociación de Residentes, urbanizador o desarrollador que no esté de acuerdo con la decisión del municipio sobre una solicitud de permiso de control de acceso, podrá solicitar su revisión judicial dentro de los veinte (20) días siguientes a la fecha de archivo en el municipio de copia de la notificación concediendo la autorización o permiso de control de acceso o del archivo de la declaración jurada adoptando el dictamen preliminar, según sea el caso. El Tribunal emitirá su decisión dentro de los treinta (30) días siguientes a la fecha de la solicitud de revisión.

Toda agencia que de acuerdo a la ley y reglamentos correspondientes deba aprobar, endosar, recomendar o tomar alguna otra acción sobre el diseño, planos y otros particulares necesarios para solicitar y obtener los permisos de construcción y uso de controles de acceso en una calle, urbanización o comunidad, deberá emitir su decisión o determinación dentro del término de treinta (30) días, contados a partir de la fecha en que la Asociación de Residentes o su representante someta todos los documentos requeridos para ello. Por su parte la Administración de Reglamentos y Permisos deberá emitir o denegar el permiso de construcción dentro del término de cuarenta y cinco (45) días, contados a partir de la fecha en que la Asociación de Residentes someta la solicitud de dicho permiso con las aprobaciones o endosos de otras agencias que se requieran y con todos los documentos o estudios exigidos por ley y reglamento.

La autorización estará igualmente sujeta a que no se imposibilite cumplir con la reglamentación vigente sobre acceso a las playas; que no se imposibilite o dificulte a los residentes externos a la comunidad el uso y disfrute de las instalaciones deportivas, recreativas y de otras facilidades comunales, ni se le imposibilite recibir servicios de las instituciones privadas, como escuelas, iglesias, hospitales, clubes cívicos y otros, ubicados en la comunidad y que no constituya una barrera física o arquitectónica a ciudadanos impedidos; derechos que se dilvulgarán al público mediante la colocación de rótulos visibles a las entradas de las comunidades que disfruten del sistema de control de acceso conforme a lo dispuesto en las [23 LPRA secs. 64 et seq.] de esta ley, identificándose en dichos rótulos las instalaciones y facilidades públicas existentes en dicha comunidad. (Enmendada en el 1988, ley 158, 1992, ley 22)

Sec. 4 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Solicitud antes de lotificar o desarrollar. (23 L.P.R.A. sec. 64b-1)

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Cualquier urbanizador, desarrollador de terrenos o constructor de urbanización, lotificación o lotificación simple, antes de vender, de haber concedido una opción de compra o de cualquier otra forma haberse comprometido a vender una vivienda, solar, lote o terreno de los que se propone desarrollar o lotificar, podrá establecer en éste los controles de acceso, sujeto a que cumpla con las disposiciones de las [23 LPRA secs. 64 et seq.] de esta ley y de las ordenanzas y reglamentos que adopte el municipio que le sean aplicables y obtenga previamente la correspondiente autorización o permiso de control de acceso del municipio donde ubique la urbanización, lotificación o lotificación simple, según sea el caso.

El municipio establecerá por reglamento, en consulta con la Junta de Planificación de Puerto Rico, el procedimiento para conceder autorizaciones o permisos de control de acceso bajo esta sección. Los urbanizadores o desarrolladores no estarán sujetos a lo dispuesto en los incisos (a), (c) y (d) de la [23 LPRA sec. 64a, ni de la sec. 64b] de esta ley. (Adicionada Sec. 4 en el 1988, ley 156; enmendada en el1992, ley 22)

Sec. 4a Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Demostración de solicitud. (23 L.P.R.A. sec. 64b-2)

Todo urbanizador o desarrollador de terrenos o constructor de urbanización, lotificación o lotificación simple que por sí, a través de cualquier otra persona, o en cualquier forma ofrezca, exhiba, promueva o anuncie la venta de viviendas, solares, lotes o terrenos con acceso controlado deberá mostrar el original certificado del correspondiente permiso, según expedido por el municipio, al momento de acordar o firmar cualquier compromiso u opción de compraventa. Si a la fecha de firmarse dicha opción la solicitud de permiso de control de acceso todavía se encuentra pendiente en el municipio correspondiente, el urbanizador o desarrollador vendrá obligado a informar al potencial comprador la etapa en que se encuentra dicha solicitud. Todo urbanizador o desarrollador deberá entregar a todo adquirente copia certificada del permiso de control de acceso otorgado por el municipio correspondiente en el momento que se otorgue escritura de compraventa.

Toda persona que incumpla lo antes dispuesto estará sujeta a una multa administrativa no menor de mil quinientos (1,500) dólares ni mayor de tres mil (3,000) dólares. Se considerará una violación separada por cada vez que se deje de cumplir la obligación antes impuesta.

Ningún urbanizador o desarrollador de terrenos o constructor de urbanización, lotificación o lotificación simple podrá por sí, a través de cualquier otra persona o en cualquier forma, ofrecer, exhibir, promover o anunciar la venta de viviendas, solares, lotes o terrenos induciendo a creer que la calle, urbanización o comunidad tendrá acceso controlado sin haber obtenido del municipio a que corresponda y tener vigente el permiso de control de acceso exigido en las [23 LPRA secs. 64 et seq.] de esta ley, de haber solicitado permiso, indicar la etapa en que se encuentre el mismo. Toda persona que viole las disposiciones de esta sección estará sujeta a una multa administrativa no menor de mil quinientos (1,500) dólares ni mayor de tres mil (3,000) dólares. Se considerará una violación separada por cada día que se incurra en la conducta antes prohibida.

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El Departamento de Asuntos del Consumidor tendrá jurisdicción primaria para dilucidar y resolver las querellas presentadas al amparo de esta sección de acuerdo a los procedimientos y normas establecidos en las [3 LPRA secs. 341 et seq.] , conocidas como Ley Orgánica del Departamento de Asuntos del Consumidor y de los reglamentos adoptados en virtud de la misma, que no sean incompatibles con lo dispuesto en esta sección. (Adiccionda sec. 4a en el 1992, ley 22)

Sec. 5 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Limitaciones. 23 L.P.R.A. sec. 64c)

Esta autorización se concederá sujeto a que bajo ninguna circunstancia se impida el libre acceso de la Policía, Bomberos o cualquier otro servicio de emergencia, incluyendo los servicios de ambulancias públicas o privadas y de los empleados de las corporaciones públicas o privadas, sus agentes o contratistas que ofrecen servicio de agua, energía eléctrica, teléfono o recogido de desperdicios sólidos dentro de la comunidad objeto del control de acceso, como tampoco de ningún funcionario, empleado o persona que ocupe un cargo electivo, que deba visitar la comunidad en funciones oficiales, estudiantes, maestros, funcionarios y empleados del Departamento de Educación que presten servicios en las escuelas.

Disponiéndose, que si por razón de no haber una persona o mecanismo eficaz que se pueda activar para facilitar el acceso a la comunidad en circunstancias de emergencia y los agentes de seguridad y orden público antes mencionados se vieran en la obligación de forzar, destruir, mutilar o remover las facilidades de control de acceso, el Estado Libre Asociado de Puerto Rico ni los municipios serán responsables por los daños ocasionados a éstos.

Las disposiciones de esta Ley no son de aplicación a las actuaciones del Estado en su función de reglamentar el tráfico y acceso vehicular y peatonal a las urbanizaciones, calles y o comunidades residenciales públicas y privadas, por razón de la seguridad, salud o bienestar general, incluyendo, sin que se entienda como una limitación, a las operaciones de la Policía de Puerto Rico o de la Guardia Nacional de Puerto Rico cuando dichas fuerzas sean movilizadas por las autoridades pertinentes para actuar en apoyo de las fuerzas de seguridad pública, en operaciones para combatir la criminalidad y el narcotráfico, o restablecer la seguridad pública; disponiéndose, específicamente, que las disposiciones de esta Ley no aplican a los operativos llevados a cabo en los residenciales públicos bajo la autoridad conferida por la Orden Ejecutiva OE1993-08 promulgada por el Gobernador de Puerto Rico, o cualquier otra orden ejecutiva debidamente promulgada por el Primer Ejecutivo al amparo de los poderes que le confieren las leyes y la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. (1987, ley 21, sec. 4; Renumerada sec. 5 en el 1988, ley 56; Enmendada en el 1998, ley 336)

Sec. 6 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Violaciones; revocación. (23 L.P.R.A. sec. 64d)

Cualquier violación o incumplimiento de los requisitos antes establecidos conllevará la revocación automática de la autorización, excepto cuando el permiso o autorización se haya inscrito en el Registro de la Propiedad de Puerto Rico según se autoriza en la [23 LPRA sec. 64d-1] de esta ley. Los gastos de desmantelar o remover las facilidades de control de acceso

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serán responsabilidad y por cuenta de los residentes y propietarios de la urbanización o comunidad concernida que favorecieron el control de accesos.

Cuando el permiso o autorización conste inscrito en el Registro de la Propiedad de Puerto Rico no se podrá revocar la autorización pero el municipio en donde ubique el desarrollo o lotificación podrá imponer sanciones, de existir una ordenanza municipal a tal efecto, a toda persona natural o jurídica responsable de violar o incumplir los requisitos antes establecidos. Cuando el permiso o autorización se haya solicitado por el urbanizador, el desarrollador o el constructor éstos serán responsables por dichos incumplimientos o infracciones mientras no se hayan vendido y entregado más del sesenta y cinco por ciento (65%) de las residencias, solares o lotes de que consta la urbanización, lotificación o lotificación simple. Cuando hubiese constituido un Consejo, Junta o Asociación de Residentes ésta será responsable del incumplimiento o infracción de las disposiciones de la [23 LPRA sec. 64c] de esta ley y mantendrá bajo su autoridad el control de acceso para administrarlo y mantenerlo.

Los gobiernos municipales de Puerto Rico tendrán facultad para aprobar aquellas ordenanzas municipales que sean necesarias para sancionar las violaciones a las disposiciones de las [23 LPRA secs. 64 a 64g] de esta ley o del reglamento promulgado a su amparo hasta un máximo de doscientos cincuenta (250) dólares por cada violación. Cada día en que se incurra en la misma violación será considerada como una violación separada. (1987, ley 21 sec. 5; renumerada sec. 6 en el 1988, ley 156)

Sec. 7 [Omitida]

Sec. 8 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Inscripción; requisitos. (23 L.P.R.A. sec. 64d-1)

El permiso y autorización a que se refiere la [23 LPRA sec. 64] de esta ley podrá inscribirse en el Registro de la Propiedad de Puerto Rico como un gravamen real sobre la finca cumpliendo los siguientes requisitos:

(a) Cuando la solicitud de permiso y autorización fue hecha por un urbanizador, desarrollador o constructor que haya cumplido con lo establecido en la [23 LPRA sec. 64b-1] de esta ley deberá el titular y propietario registral hacer la solicitud de inscripción en escritura pública y someterá certificación de la Junta de Planificación de Puerto Rico y del municipio en donde ubique el desarrollo o lotificación en la que se haga constar que se cumplieron los requisitos expuestos en la [23 LPRA sec. 64b-1] de esta ley y las condiciones o limitaciones impuestas para la concesión del permiso o autorización. Si la finca sobre la que ha de inscribirse el gravamen estuviese segregada o su segregación fuere solicitada se inscribirá el gravamen sobre cada una de las nuevas fincas segregadas o a segregarse. Si no estuviese segregada la finca y luego se segrega entonces al momento de cada segregación el registrador de la propiedad hará constar en cada inscripción de las nuevas fincas la existencia del gravamen.

(b) Cuando la solicitud de inscripción sea hecha por cualquier otra persona que no sea el urbanizador, desarrollador o constructor se requerirá que la solicitud de inscripción sea hecha mediante escritura pública suscrita por los titulares registrales que son propietarios de más del

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cincuenta por ciento (50%) de las fincas que forman parte de la urbanización, calle o comunidad a la que se le ha extendido el permiso y autorización y se acompañará una certificación del municipio que concedió la autorización y permiso en la que se hará constar el otorgamiento de dicho permiso y las condiciones impuestas. Dicha solicitud de inscripción podrá hacerse mediante escritura pública por el Consejo, Junta o Asociación de Residentes que esté debidamente organizado a tenor con las leyes de Puerto Rico y esté en funciones, pero en este caso deberá presentarse una declaración jurada de cada titular registral que sea propietario de cada una de las fincas sobre las que ha de constituirse el gravamen en la que éstos certifiquen que consienten la inscripción del gravamen y que autorizan al Consejo, Junta o Asociación a solicitar la inscripción y se hará constar la descripción registral del inmueble. La inscripción aquí dispuesta sólo surtirá efecto sobre aquellas fincas cuyos titulares hayan consentido la inscripción.

Cuando el titular haya consentido la inscripción del gravamen condicionado a que el gravamen sea constituido por determinado por ciento de propietarios de la urbanización, calle o comunidad se deberá acreditar adecuadamente el cumplimiento de la condición antes de que se pueda inscribir la autorización y permiso como gravamen sobre la finca del propietario autorizante sujeto a dicha condición.

La inscripción aquí autorizada estará sujeta al pago de derechos de inscripción de cinco (5) dólares en comprobantes de rentas internas, y la de cancelación igual cantidad, sin que pueda cobrarse cantidad adicional alguna por el Registrador de la Propiedad de Puerto Rico. (Adicionada como sec. 8 en el 1988, ley 156)

Sec. 9 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Cancelación de inscripción; requisitos. (23 L.P.R.A. sec. 64d-2)

La inscripción en el Registro de la Propiedad de Puerto Rico del permiso y autorización señalado en la [23 LPRA sec. 64d-1] de esta ley podrá cancelarse cumpliendo con las siguientes disposiciones:

(a) Cuando la inscripción fue solicitada bajo las disposiciones del inciso (a) de la [23 LPRA sec. 64d-1] de esta ley se requerirá que consientan a la cancelación el noventa por ciento (90%) de los propietarios de las fincas sujetas al gravamen.

(b) Cuando la inscripción fue solicitada bajo las disposiciones del inciso (b) de la [23 LPRA sec. 64d-1] de esta ley se requerirá que consientan a la cancelación el setenta y cinco por ciento (75%) de los propietarios de las fincas sujetas al gravamen.

(c) Cuando el control del tráfico y acceso no sea de utilidad para la urbanización, calle o comunidad, el Consejo, Junta o Asociación de Residentes podrá recurrir al Tribunal Superior con competencia para que éste autorice la cancelación de la inscripción con citación a todas las partes interesadas. Este procedimiento podrá utilizarse cuando no se pueda utilizar los mecanismos establecidos en los dos incisos anteriores. (Adicionada como sec. 9 en el 1988, ley 156)

Sec. 10 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Obligación de contribuir proporcionalmente; propietarios. (23 L.P.R.A. sec. 64d-3)

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(a) El Consejo, Junta o Asociación de Residentes está facultada para imponer una cuota para cubrir los costos y gastos de instalación, operación y mantenimiento del sistema de control de acceso, incluyendo los salarios o jornales del personal contratado. Asimismo, está facultada para cobrar dicha cuota y reclamar la deuda a un propietario por este concepto por la vía judicial.

La obligación de pago recaerá en los siguientes propietarios:

(1) Los propietarios de fincas en las que se haya inscrito la autorización o permiso bajo el procedimiento establecido en la [23 LPRA sec. 64d-1] de esta ley.

(2) Los propietarios que autorizaron la solicitud para establecer el control de acceso, según fue implantado.

(3) Todo propietario adquirente de una finca, ubicada en una urbanización, calle o comunidad que ha sido autorizada por el municipio correspondiente para controlar el acceso o que, a la fecha de la compraventa, se encontrara en trámite de obtener el consentimiento de tres cuartas (3/4) partes de los propietarios y así conste en actas.

(4) Cuando la solicitud fue hecha por el urbanizador, desarrollador o constructor, el pago de cuota será obligatorio para toda persona que advenga dueño del inmueble.

(5) Los propietarios que no autorizaron expresamente el establecimiento del sistema de control de acceso, pero que en fecha posterior se comprometieron al pago mediante contrato escrito.

(b) La cantidad proporcional con que debe contribuir cada uno de dichos propietarios a los gastos señalados se determinará, fijará e impondrá al principio de cada año calendario o fiscal y vencerá y será pagadera en plazos mensuales. Las cuotas que no sean satisfechas dentro del plazo fijado para su pago devengarán intereses al tipo máximo legal fijado para préstamos personales, según lo establezca la Junta Reguladora de Tasas de Interés para préstamos personales concedidos por la banca comercial. La falta de pago de tres (3) o más plazos consecutivos conllevará una penalidad adicional equivalente a uno por ciento (1%) mensual del total adeudado.

El propietario que esté en mora será requerido de pago mediante correo certificado con acuse de recibo y de no efectuar el pago en el plazo de quince (15) días a partir del recibo de la notificación por correo certificado se le podrá exigir el pago por la vía judicial, en cuyo caso el tribunal impondrá al deudor moroso el pago de costas y honorarios de abogado.

Cuando el demandante así lo solicitare, en aquellos casos en que el propietario moroso hubiere arrendado el inmueble, el tribunal ordenará al arrendatario que consigne judicialmente a favor del demandante la cantidad necesaria de los pagos correspondientes al arrendador por concepto de cánones de arrendamiento, según vayan venciendo, hasta que se cubra totalmente la deuda del propietario. (Adicionada como sec. 10 en el 1988, ley 156; 1992, ley 22)

Sec. 11 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Crédito preferente; limitación. (32 L.P.R.A. sec. 64d-4)

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El crédito contra cualquier propietario por su parte en los gastos a los que se refiere el inciso (a) de la [23 LPRAsec. 64d-3] de esta ley tendrá preferencia sobre cualquier otro crédito de cualquier naturaleza, excepto los siguientes:

(a) Los créditos a favor del Estado Libre Asociado de Puerto Rico y la correspondiente municipalidad por el importe de las cinco (5) últimas anualidades y la corriente no pagada, vencidas y no satisfechas de las contribuciones que graven al inmueble.

(b) Los créditos hipotecarios inscritos en el Registro de la Propiedad de Puerto Rico. (Adicionada como sec. 11 en el 1988, ley 156; enmendada en el1992, ley 22)

Sec. 12 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Responsabilidad solidaria de adquirentes voluntarios. (23 L.P.R.A. sec. 64d-5)

La obligación del propietario de un inmueble por su parte proporcional de los gastos señalados en la [23 LPRA sec. 64d-3] de esta ley constituirá un gravamen sobre dicho inmueble cuando éste se haya constituido conforme a lo establecido en la [23 LPRA sec. 64d-1] de esta ley. Por lo tanto, el adquirente voluntario del inmueble así gravado será solidariamente responsable con el transmitente del pago de las sumas que éste adeude, a tenor con la [23 LPRA sec. 64d-3] de esta ley, hasta el momento de la transmisión, sin perjuicio del derecho del adquirente a repetir contra el otro otorgante, por las cantidades que hubiese pagado como deudor solidario.

El propietario de un inmueble sujeto a un gravamen por virtud de lo dispuesto en las secs. la [23 LPRA secs. 64 a 64g] de esta ley estará obligado a informar a cualquier adquirente voluntario de dicho inmueble los gravámenes que afecten al mismo por concepto de los gastos señalados en la [23 LPRA sec. 64d-3] de esta ley. La información sobre los gravámenes que afecten el inmueble tendrá que ser suministrada al adquirente voluntario con anterioridad al cierre de la transacción que corresponda.

El adquirente voluntario podrá incoar contra el titular que dejare de informar dichos gravámenes una acción por dos (2) veces el importe de lo adeudado por concepto de los gastos señalados en la [23 LPRA sec. 64d-3] de esta ley, más las costas y honorarios del abogado demandante. (Adicionada como sec. 12 en el 1988, ley 156; 1992, ley 22)

Sec. 13 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Reglamentos. (23 L.P.R.A. sec. 64e)

La Junta de Planificación de Puerto Rico adoptará un reglamento para ser utilizado por todos los gobiernos municipales en el establecimiento de normas y procedimientos necesarios para la obtención de autorizaciones y permisos para el control de tráfico de vehículos de motor y el uso público de las calles en las urbanizaciones y comunidades conforme a lo dispuesto en las [23 LPRA secs. 64 et seq.] de esta ley.

Los gobiernos municipales podrán adoptar aquellas normas mediante ordenanza que estimen pertinentes en todo aquello que no sea incompatible con lo ya establecido en el reglamento de la Junta de Planificación y que sea necesario para llevar a cabo los propósitos de las [23 LPRA

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secs. 64 et seq.] de esta ley. (1987, ley 21 sec. 6; renumerada y enmendada como sec. 13 en el 1988, ley 156; 1992, ley 22)

Sec. 14 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Fianza. (23 L.P.R.A. sec. 64f)

A los fines de conceder la autorización o permiso a tenor con lo dispuesto en las [23 LPRA secs. 64 y 64b] de esta ley el municipio donde ubique el desarrollo o lotificación podrá requerir la prestación de una fianza o garantía cuya cuantía no excederá de dos mil (2,000) dólares. Dicha fianza o garantía responderá en las situaciones previstas en la [23 LPRA sec. 64d] de esta ley. (Adicionada como sec. 14 en el 1988, ley 156)

Sec. 15 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Excepción al pago de cuota. (23 L.P.R.A. sec. 64g)

Los propietarios que no autorizaron expresamente el establecimiento del sistema de control de acceso no estarán obligados al pago de cuotas para el establecimiento, operación, mantenimiento o remoción de dicho sistema excepto en aquellos casos en que se comprometan a dichos pagos mediante contrato escrito. Cuando así se comprometan, estos propietarios estarán sujetos a las obligaciones y disposiciones de la [23 LPRA sec. 64d-3] de esta ley. Todo propietario o residente tendrá acceso al área sujeta al control de acceso en igualdad de condiciones y todo propietario podrá participar con voz y voto en las asambleas generales que celebre el Consejo, Junta o Asociación de Residentes, independientemente de que sea o no miembro de dicho organismo. (Adicionada como sec. 15 en el 1988, ley 156; enmendada en el 1992, ley 22)

Sec. 16 Control del tráfico de vehículos de motor y uso público en ciertas calles - Notificación de adquisición. (23 L.P.R.A. sec. 64h)

(a) Toda persona que adquiera el título de una residencia en una urbanización, calle o comunidad donde se haya establecido un sistema de control de acceso notificará al Consejo, Junta o Asociación de Residentes su nombre, dirección y fecha en que adquirió la propiedad no más tarde de los treinta (30) días siguientes a la fecha de adquisición. Dentro de este término acreditará además con documentos fehacientes el hecho de la adquisición.

Todo vendedor de cualquier propiedad en una calle, urbanización o comunidad de acceso controlado viene obligado a comunicar al adquirente voluntario el requisito de notificación aquí establecido en o antes de la fecha de adquisición.

(b) En todo caso de venta o arrendamiento de una residencia dentro de una urbanización, calle o comunidad donde se haya establecido un sistema de control de acceso, el titular de dicha residencia lo notificará al Consejo, Junta o Asociación de Residentes, dentro de los treinta (30) días siguientes a la fecha de la venta o arrendamiento. La notificación incluirá el nombre completo del adquirente o arrendador, la dirección y la fecha exacta de dicha venta o arrendamiento. Además deberá exigir al adquirente o arrendatario en el documento de venta o arrendamiento, según sea el caso, la expresión de que conoce y observará plenamente los

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preceptos de las [23 LPRA secs. 64 et seq.] de esta ley y del reglamento adoptado en virtud de la misma por el Consejo, Junta o Asociación de Residentes.

El titular arrendador seguirá siendo el responsable exclusivo de las contribuciones para los gastos de reparación y mantenimiento de los dispositivos, equipos, sistemas y otros de control de acceso y además responderá del incumplimiento por parte del arrendatario de las disposiciones de las [23 LPRA secs. 64 et seq.] de esta ley y del Reglamento que le sean aplicables. (Adicionada como sec. 16 en el 1992, ley 22)

Modificado (Last update): 2 de enero de 2002

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Ley Núm. 336 del año 1998

(P. del S. 1354) Ley 336, 1998

Para enmendar la Ley 21 del 1987, Poder del Estado sobre Control de Aceso

LEY NUM. 336 DEL 30 DE DICIEMBRE DE 1998 Para enmendar el primer párrafo y adicionar un tercer párrafo a la Sección 5 de la Ley Núm. 21 de 20 de mayo de 1987, según enmendada, a los fines de aclarar que la referida Ley Núm. 21 no es de aplicación a situaciones en que el Estado decide controlar el acceso vehicular y peatonal a una comunidad con un fin público; y clarificar a quiénes no se le podrá impedir el libre acceso dentro de la comunidad objeto del control de acceso.

EXPOSICION DE MOTIVOS La Ley Núm. 21 de 20 de mayo de 1987, según enmendada, permite que los residentes de una urbanización o comunidad controlen el acceso vehicular y peatonal a sus calles e inmediaciones. El propósito principal de la citada Ley es proveer a nuestra ciudadanía un instrumento adicional para combatir la criminalidad y así lograr una participación más activa de nuestras comunidades en la lucha contra el crimen. Se trata de un mecanismo que la Ley concede a la ciudadanía para que participe efectivamente en su propia protección, permitiendo que los recursos de la Policía de Puerto Rico se puedan utilizar adecuadamente en áreas de alta incidencia criminal. A pesar de que dicho estatuto en modo alguno tuvo la intención de imponer trabas al Gobierno en su función de reglamentar el acceso a las vías públicas, en el pasado se ha cuestionado si el Estado está obligado a cumplir con los requisitos procesales y sustantivos de la Ley Núm. 21 cuando decide controlar el acceso vehicular y peatonal a una comunidad por razones de orden público, o para impedir o suprimir la comisión de delitos públicos. Es por ello que esta Asamblea Legislativa entiende que es preciso aclarar el ámbito de aplicación de la Ley Núm. 21 a los fines de expresar, categóricamente, que dicha Ley no es de aplicación a las actuaciones estatales, tales como los operativos de rescate de los residenciales públicos de alta incidencia criminal en el País. Estas medidas aclaran que el control del tráfico de narcóticos y otros delitos, claramente no constituye el cierre de una urbanización o comunidad bajo la Ley Núm. 21.

Decrétase por la Asamblea Legislativa de Puerto Rico: Artículo 1. Se enmienda el primer párrafo y se adiciona un tercer párrafo a la Sección 5 de la Ley Núm. 21 de 20 de mayo de 1987, según enmendada, para que se lea como sigue: "Sección 5. Esta autorización se concederá sujeto a que bajo ninguna circunstancia se impida el libre acceso de la Policía, Bomberos o cualquier otro servicio de emergencia, incluyendo los servicios de ambulancias públicas o privadas y de los empleados de las corporaciones públicas o privadas, sus agentes o contratistas que ofrecen servicio de agua, energía eléctrica, teléfono o recogido de desperdicios sólidos dentro de la comunidad objeto del control de acceso, como tampoco de ningún funcionario, empleado o persona que ocupe un cargo electivo, que deba visitar la comunidad en funciones oficiales, estudiantes, maestros, funcionarios y empleados del Departamento de Educación que presten servicios en las escuelas.

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... Las disposiciones de esta Ley no son de aplicación a las actuaciones del Estado en su función de reglamentar el tráfico y acceso vehicular y peatonal a las urbanizaciones, calles y o comunidades residenciales públicas y privadas, por razón de la seguridad, salud o bienestar general, incluyendo, sin que se entienda como una limitación, a las operaciones de la Policía de Puerto Rico o de la Guardia Nacional de Puerto Rico cuando dichas fuerzas sean movilizadas por las autoridades pertinentes para actuar en apoyo de las fuerzas de seguridad pública, en operaciones para combatir la criminalidad y el narcotráfico, o restablecer la seguridad pública; disponiéndose, específicamente, que las disposiciones de esta Ley no aplican a los operativos llevados a cabo en los residenciales públicos bajo la autoridad conferida por la Orden Ejecutiva OE1993-08 promulgada por el Gobernador de Puerto Rico, o cualquier otra orden ejecutiva debidamente promulgada por el Primer Ejecutivo al amparo de los poderes que le confieren las leyes y la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. " Artículo 2. Esta Ley comenzará a regir inmediatamente después de su aprobación.

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Jurisprudencia del Tribunal Supremo de P. R. del año 2006

2006 DTS 030 ASOCIACION DE PROPIETARIOS V. FERNANDO RODRIGUEZ 2006TSPR030

EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO

Asociación de Propietarios de Playa Húcares, Inc.

Demandante Peticionaria v.

Luis Fernando Rodríguez, Jazmín Saldivar Alejandro y la

Soc. Legal de Gananciales Compuesta por ambos

Demandados Recurridos Certiorari 2006 TSPR 30

166 DPR ____ Número del Caso: CC-2003-0650 Fecha: 24 de febrero de 2006 Tribunal de Apelaciones: Circuito Regional VI Caguas/Huamcao/Guayama Juez Ponente: Hon. Ismael Colón Birriel Abogado de la Parte Peticionaria: Lcdo. José Ramón Olmo Rodríguez Abogado de la Parte Recurrida: Lcdo. Antonio Pita Matienzo Materia: Derecho Civil, Control de Acceso, Servidumbre de Equidad, Entredicho

Provisional, Interdicto Provisional y Permanente. Las servidumbres en equidad consisten de unas restricciones y condiciones, constituidas unilateralmente por el urbanizador, que limitan el uso de terrenos y edificaciones, operan para beneficio de los presentes y futuros propietarios, e imponen cargas o gravámenes especiales, como parte de un plan general para el desarrollo y preservación de una urbanización residencial. Éstas limitan las facultades de los futuros adquirentes. Para que las servidumbres en equidad sean válidas y eficaces, se requiere: (1) que las limitaciones referidas sean razonables; (2) que se establezcan como parte de un plan general de mejoras; (3) que consten de forma específica en el título de la propiedad; y, (4) que se inscriban en el Registro de la Propiedad. El Tribunal Supremo concluye que los recurridos no han actuado de forma alguna en contravención a las servidumbres en equidad existentes.

ADVERTENCIA

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Este documento constituye un documento oficial del Tribunal Supremo que está sujeto a los cambios y correcciones del proceso de compilación y publicación oficial de las decisiones del Tribunal. Su distribución electrónica se hace como un servicio público a la comunidad.

SENTENCIA

San Juan, Puerto Rico, 24 de febrero de 2006. Mediante el presente recurso, se solicita de este Tribunal la revocación de una sentencia

emitida por el Tribunal de Apelaciones, mediante la cual modificó y así confirmó un dictamen del Tribunal de Primera Instancia que declaró no ha lugar una demanda sobre injuction, presentada por la aquí peticionaria, Asociación de Propietarios de Playa Húcares, Inc. La allí demandante, aquí peticionaria, solicitó al foro primario le prohibiera a los demandados-recurridos actuar en contravención con ciertas servidumbres en equidad. Se confirma la sentencia recurrida.

I

El 3 de octubre de 1990, se otorgó ante el Notario Francisco Alonso Rivera, la escritura

número doscientos sesenta (260) sobre Constitución de Condiciones Restrictivas de Uso y

Limitaciones sobre la Construcción y Declaración de Derechos. El 29 de octubre de 1990, la misma

se presentó en el Registro de la Propiedad de Humacao y se inscribió el 13 de febrero de 1991, al

folio 205 del tomo 181, finca Núm. 365. Mediante esta escritura, el desarrollador y dueño del

proyecto creó unas servidumbres en equidad gravando la finca matriz de la cual se segregaron

ciento treinta (130) solares que componen la Urbanización Mansiones de Playa de Húcares, en

adelante la Urbanización, en Naguabo, Puerto Rico. De esta forma, impuso sobre los ciento treinta

(130) solares unas restricciones de uso y limitaciones sobre la construcción. Además, se creó la

Asociación de Propietarios de Playa de Húcares, Inc., en adelante la Asociación, con el propósito de

cumplir con las obligaciones, responsabilidades y mandatos delegados, para el beneficio de los

propietarios y residentes de la Urbanización.[1]

En lo pertinente, se constituyeron las servidumbres en equidad siguientes:

LIMITACIONES SOBRE LA CONSTRUCCIÓN

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(a)Aprobación: Toda construcción que se realice en este proyecto en primer lugar deberá cumplir con la reglamentación que para un distrito de zonificación R-1, requiere la Administración de Reglamentos y Permisos y las agencias gubernamentales concernidas, así como del comité de Arquitectura de la Asociación de Propietarios de Playa Húcares y obtener sus respectivas aprobaciones.

(........)

(c)Área de Construcción: Las edificaciones a construirse serán de tipo residencial teniendo como área de piso básica de mil quinientos (1,500) pies cuadrados, mínimo.

(........)

LIMITACIONES DE USO

(a)Uso: Los solares del proyecto serán con fines residenciales exclusivamente. No se permitirán el uso comercial o para servicios profesionales.

(........)

(c)Arrendamiento: En caso que algún propietario desee alquilar su propiedad deberá ser con un término no menor de una semana.[2]

También, mediante esta escritura, se creó un Comité de Control Arquitectónico. En cuanto a

su creación, propósito y composición, se expresó lo siguiente:

Comité de Control Arquitectónico

(A): La compareciente por la presente crea un comités [sic] con el propósito de

reglamentar las edificaciones, cambios estructurales, modificaciones,

alteraciones, estructuras con fines residenciales o con fines comunales, la

creación de áreas recreativas, el desarrollo de los mismos en cuanto a

ornamentación y plantación.

(B) Composición: El comité se conocerá como “Comité de Control

Arquitectónico”, el cual será compuesto de no menos de tres miembros,

preferiblemente ingenieros ó [sic] arquitectos, los cuales crearan [sic] unas

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directrices que sirvan de guías para las edificaciones, residencias privadas, las de

uso común y las públicas. La compareciente una vez nombrados los miembros

circulara [sic] sus nombres y direcciones entre los propietarios e indicara [sic] en

donde deberán radicarse los planos para su aprobación.

(C) Una vez radicadas [sic] los planos con el comité estos deberán dentro de los

próximos treinta (30) días evacuar un resultado. Si el resultado fuese adverso al

propietario [sic] este [sic] podrá recurrir a la Junta en plena [sic] donde expondrá

sus razones, [sic] la decisión de la Junta será final.[3]

El 12 de julio de 1992, la Asociación promulgó y adoptó el Reglamento de Propietarios

de Playa Húcares Inc., el cual fue ratificado en la misma fecha mediante asamblea

extraordinaria.[4] En el referido Reglamento, se adoptaron textualmente las condiciones

restrictivas de uso y las limitaciones sobre la construcción, contenidas en la escritura constitutiva

de servidumbres en equidad.[5]

El 4 de junio de 1999, mediante escritura pública sobre compraventa, otorgada ante el

Notario Público Raúl Maldonado Vázquez, el señor Luis F. Rodríguez Ramos y su esposa, la

señora Jazmín Saldivar Alejandro, en adelante los esposos, adquirieron el solar marcado como

C-42 de la Urbanización. Posteriormente, el 25 de enero de 2001, la Administración de

Reglamentos y Permisos, en adelante A.R.P.E., le otorgó a los esposos permiso de uso para una

vivienda unifamiliar de dos (2) plantas, la cual se construyó en el solar C-42 de la

Urbanización.[6] El 29 de marzo de 2001, los esposos Rodríguez Saldivar presentaron ante A.R.P.E. los planos de construcción de una vivienda familiar, al nivel del sótano de la residencia a ser ubicada en el solar C-42 de la Urbanización. El 30 de marzo de 2001, la Junta de Directores de la Asociación celebró una reunión para escoger las posiciones directivas dentro de la nueva Junta. Surge de la minuta de esta reunión, que en esta misma fecha se reactivó el Comité de Arquitectura de la Asociación, para trabajar con las nuevas construcciones. No obstante, no surge de la minuta que se circularon los nombres y direcciones de los integrantes del Comité ni que se hubiere especificado donde se radicarían o presentarían los planos para su aprobación.[7]

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El 2 de abril de 2001, A.R.P.E. autorizó el permiso de construcción relacionado a los planos presentados por los esposos el 29 de marzo de 2001, y lo expidió el 1ero de mayo del mismo año. El 5 de julio de 2001, A.R.P.E. aprobó un permiso de uso para una vivienda al nivel del sótano, localizada en la estructura construida por los esposos Rodríguez Saldivar. Dicho permiso fue expedido el 10 de julio del 2001.

Inconforme con la construcción realizada por los esposos Rodríguez Saldivar y por el uso

al que fuera destinada la residencia, el 7 de agosto de 2001, la Asociación presentó una demanda

sobre entredicho provisional, interdicto preliminar y permanente, en contra de los esposos

Rodríguez Saldivar. En síntesis, la Asociación alegó que los esposos Rodríguez-Saldivar no

cumplieron con los reglamentos vigentes de la Asociación al no haber sometido los planos de la

estructura a su Comité Arquitectónico para su revisión y aprobación; y al utilizar la propiedad

para arrendar un apartamento, contrario a las condiciones restrictivas de uso (servidumbres en

equidad), constituidas mediante la escritura pública número doscientos sesenta (260) de 3 de

octubre de 1990, antes mencionada.[8]

Por su parte los esposos Rodríguez Saldivar contestaron la demanda e incoaron

reconvención en contra de la Asociación. Alegaron, que ni en la escritura pública de constitución

de servidumbres en equidad, ni en el Reglamento de la Asociación de Residentes surgía

restricción alguna que les impidiera la construcción de una segunda unidad de vivienda y

arrendar la misma. También alegaron, que al momento de obtener los permisos de A.R.P.E. de

construcción y uso de su propiedad, el Comité Arquitectónico era inexistente e inoperante; y que

las enmiendas al Reglamento de la Asociación de Residentes, las cuales se aprobaron el 26 de

agosto de 2001 y que prohibían el arrendamiento de una segunda planta de vivienda, eran nulas,

ya que no podían modificar, enmendar o revocar ninguna de las cláusulas de la escritura

constitutiva de las restricciones en equidad. Finalmente, alegaron que las enmiendas al

Reglamento, aprobadas el 26 de agosto de 2001, no se les podía aplicar retroactivamente.

Tras varios incidentes procesales, se llevó a cabo la conferencia con antelación al juicio y

tras las partes haber manifestado en corte abierta la ausencia de controversia real sobre los

hechos, el 24 de septiembre de 2002, el Tribunal de Primera Instancia se pronunció declarando

sin lugar la demanda.[9] Determinó que: (1) a tenor con las restricciones en equidad y con el

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Reglamento de Zonificación de Puerto Rico[10], es permitida una segunda unidad de vivienda

independiente en los solares de la Urbanización en cuestión; (2) no existía impedimento para que

dicha unidad fuese arrendada, siempre y cuando cumpliese con el término establecido en la

restricción en equidad[11]; (3) las enmiendas hechas al Reglamento de Propietarios el 26 de

agosto de 2001 no podían aplicarle retroactivamente a los demandados; y (4) al momento en que

la parte demandada radicó sus planos ante A.R.P.E., para obtener los permisos correspondientes,

el Comité Arquitectónico no estaba en operación o funcionamiento, por lo que no podía

imputársele a los demandados su incumplimiento con las restricciones en equidad y el

Reglamento de la Asociación[12]. Finalmente, el foro primario ordenó al Comité Arquitectónico

que aprobase los planos de construcción presentados por la parte demandada y le impuso a la

Asociación las costas y gastos del litigio.

Inconforme con tal dictamen, la Asociación acudió ante el anterior Tribunal de Circuito

de Apelaciones, mediante recurso de apelación. El foro apelativo intermedio modificó, y así,

confirmó el dictamen del Tribunal de Primera Instancia. Concluyó que la construcción al nivel

del sótano, realizada por los apelados, los esposos Rodríguez Saldivar, fue conforme a los

parámetros exigidos por A.R.P.E., por lo cual no hacía falta ninguna aprobación ulterior por el

Comité Arquitectónico de la Asociación.[13] Determinó específicamente lo siguiente: En el caso de autos, la edificación hecha por los apelados cumplió con las exigencias mínimas que la ARPE impone a una zonificación R-1, ya que la construcción fue hecha en un terreno de 986.93 metros cuadrados (10,623 pies cuadrados), con un área bruta de piso de 237.01 metros cuadrados (2551.16 pies cuadrados). Ésta área de construcción básica cumple con las restricciones establecidas en la servidumbre en equidad (el mínimo de 1,500 pies cuadrados). El apartamento al nivel de sótano tiene un área de superficie de 75.46 metros cuadrados (812.25 pies cuadrados), definitivamente esta es un área menor a los 1,500 pies cuadrados establecidos como mínimo en la servidumbre en equidad; no obstante, este no es el área de superficie a examinar para determinar cual es el área básica de construcción. Los apelados consiguieron todos los permisos requeridos por las agencias gubernamentales para realizar la construcción. En ese momento el Comité Arquitectónico no estaba operante, razón por la cual, los apelados estaban imposibilitados de presentar los permisos y los planos a dicho Comité. Por ende, no se puede penalizar a los apelados por la omisión o incumplimiento de la Asociación, de las Restricciones en Equidad y en el Reglamento que ellos mismos

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están utilizando para atacar la construcción de los apelados. Es patente que la Asociación conocía de la deficiencia de sus alegaciones cuando reactivó el Comité el 30 de marzo de 2001 y realizó enmiendas al Reglamento el 26 de agosto de 2001. Debido a lo anterior, el TPI evaluó los requisitos mínimos que impone la ARPE para aprobar una construcción y a renglón seguido concluyó que los apelados habían cumplido con las exigencias de ley. La construcción realizada cumple con todos los parámetros establecidos por ley.[14]

La Asociación, inconforme con la decisión del foro intermedio apelativo, acude ante nos mediante el presente recurso de certiorari. Alegó la comisión de los errores siguientes:

Erró el Tribunal de Circuito de Apelaciones al concluir que la construcción de un apartamento en el sótano de una casa de dos pisos no viola la servidumbre en equidad operante en la Comunidad Playa Húcares. Erró el Tribunal del Circuito de Apelaciones al concluir que la servidumbre en equidad operante permite el alquiler de un apartamento en el sótano de la casa. Erró el Tribunal del Circuito de Apelaciones al concluir que la parte recurrida podía construir un apartamento en el sótano sin solicitar permiso del Comité de Arquitectura de Playa Húcares.

Los recurridos sostienen haber cumplido fielmente con las servidumbres en equidad, pues

ni de éstas ni del Reglamento surge que la intención del desarrollador fue prohibir que hubiese más de una unidad de vivienda por solar. Además, añadió, que aunque las residencias tenían que ser para fines residenciales exclusivamente, sí podían ser alquiladas, pues así surge claramente de las servidumbres en equidad y del Reglamento de Propietarios, por lo que dicho arrendamiento no constituye un uso comercial. Respecto al requisito de presentar los planos ante el Comité Arquitectónico antes de presentarlos ante A.R.P.E., los recurridos alegaron que no los presentaron ante el Comité porque el mismo no estaba en funcionamiento. También le imputó a la Asociación haber incumplido su obligación de circular entre los propietarios, los nombres y direcciones de los miembros del Comité, y el no haber establecido guías y parámetros de dónde presentar los planos para aprobar las obras.[15]

II

Las servidumbres en equidad consisten de unas restricciones y condiciones, constituidas

unilateralmente por el urbanizador, que limitan el uso de terrenos y edificaciones, operan para

beneficio de los presentes y futuros propietarios, e imponen cargas o gravámenes especiales,

como parte de un plan general para el desarrollo y preservación de una urbanización

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residencial.[16] Éstas limitan las facultades de los futuros adquirentes.[17] En nuestra

jurisdicción, las servidumbres en equidad se utilizan con frecuencia “para establecer restricciones

a la propiedad a fin de asegurar que la configuración arquitectónica o urbanística de un

determinado proyecto privado se conserve dentro de los parámetros establecidos”.[18] Se ha

reconocido que las cláusulas restrictivas que gravan las urbanizaciones residenciales tienen como

finalidad preservar el valor, la belleza, la comodidad y la seguridad del reparto

residencial.[19] Esto es así, ya que las mismas limitan las facultades de los futuros adquirentes

de los solares y de las viviendas en cuanto a hacer obras nuevas, efectuar cambios en las ya

hechas, y delimitar los usos a los que puede ser destinada una propiedad.[20]

Para que las servidumbres en equidad sean válidas y eficaces, se requiere: (1)que las

limitaciones referidas sean razonables; (2)que se establezcan como parte de un plan general de

mejoras; (3)que consten de forma específica en el título de la propiedad; y, (4)que se inscriban en

el Registro de la Propiedad.[21] Por lo cual, para que una propiedad inmueble sea gravada

válidamente mediante una servidumbre en equidad, sus cláusulas restrictivas deben constar en

una escritura pública, y, según mencionamos, debe inscribirse en el Registro de la

Propiedad.[22]

Las servidumbres en equidad son consideradas como un contrato entre las partes, ya sea

porque éstas acuerdan gravar sus propiedades para delimitar su uso o el tipo de edificación que

se puede efectuar sobre las mismas, o porque quienes adquieren posteriormente la propiedad

gravada, conociendo las restricciones inscritas en el Registro de la Propiedad, aceptan someterse

a éstas.[23] Por lo cual, adquieren un rango de contratos privados de naturaleza real, ya que, una

vez son inscritas en el Registro de la Propiedad, constituyen derechos reales oponibles erga

omnes, creando entre los predios afectados una relación de servidumbres recíprocas, pues cada

lote o solar es predio dominante, a la vez que sirviente, con relación a los demás lotes o solares

de la urbanización.[24]

Los dueños de predios sujetos a servidumbres en equidad pueden impedir violaciones a

las limitaciones impuestas, y hacer efectivos sus derechos a través del recurso de injunction.[25]

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Una vez reconocida la validez y vigencia de las cláusulas restrictivas de una servidumbre en

equidad en un caso particular, “los tribunales deben hacer cumplir a cabalidad los propósitos del

acuerdo al que las partes han aceptado someterse al adquirir la propiedad gravada”.[26] Esta

norma persigue preservar la autonomía de la voluntad de las partes, reflejada en las cláusulas

restrictivas de la servidumbre en equidad. Por lo tanto, los tribunales no tienen facultad para

obviar dicha voluntad por criterios ajenos a ésta, salvo que sea contraria a la ley, a la moral o al

orden público.[27] Valga recordar, que en el ámbito de las obligaciones y los contratos, es

doctrina fundamental que cuando los términos de un contrato son claros y no dejan lugar a dudas

sobre la intención de los contratantes, no se recurrirá a reglas de interpretación, sino que se

respetará el sentido literal de sus cláusulas.[28]

Las servidumbres en equidad pueden extinguirse o modificarse en los siguientes casos: (1)por acuerdo de los interesados; (2)por efecto del tiempo o por realizarse la condición si así se constituyeron; (3)por confusión; (4)por renuncia o abandono de los propietarios que reciben los beneficios de la servidumbre; (5)por expropiación forzosa si los gravámenes son incompatibles con el uso público del inmueble expropiado; y (6)cuando cambios radicales del vecindario no sólo hacen la restricción irrazonable y opresiva para el dueño del predio sirviente, sino también destruyen el valor que la restricción tenía para el dueño del predio dominante, por lo cual resulta imposible alcanzar los fines que perseguía la servidumbre.[29]

III

Nos corresponde determinar si el recurrido actuó conforme a las servidumbres en

equidad. Específicamente, si actuó en contravención con las condiciones restrictivas al construir

una segunda unidad de vivienda en el sótano de una casa de dos pisos, hacer tal construcción sin

solicitar el permiso del Comité Arquitectónico, y arrendarla. Atenderemos los tres errores en

conjunto.

El anterior Tribunal de Circuito de Apelaciones confirmó la determinación del Tribunal

de Primera Instancia, declarando así sin lugar la demanda deinjuction presentado por la

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Asociación. Determinó que el recurrido no violó las servidumbres en equidad existentes. Le

asiste razón. Veamos

Mencionamos que uno de los requisitos para que las servidumbres en equidad sean

válidas y eficaces es que se inscriban en el Registro de la Propiedad. Una vez inscritas, éstas le

son oponibles a todos los futuros adquirentes. La persona interesada en adquirir una propiedad

sujeta a unas servidumbres en equidad, está limitada a las restricciones inscritas. La parte

recurrida adquirió una propiedad sujeta a ciertas servidumbres en equidad y de los hechos que se

desprenden de autos, no surge que sus actuaciones violen las restricciones inscritas existentes.

En la escritura pública constitutiva de las servidumbres en equidad constan las

limitaciones sobre la construcción, y de éstas no surge impedimento alguno que le prohíba a los

recurridos haber construido una segunda vivienda en el sótano de la casa de su propiedad. Sí le

requería que la construcción cumpliese con la reglamentación que para un distrito de

zonificación R-1 exige A.R.P.E. y con unas medidas específicas mínimas, mas no prohibía o

restringía el derecho del propietario de construir una segunda vivienda en el sótano.[30] No

surge de nuestro expediente que el desarrollador tuvo la intención de plasmar en la Escritura

Publica Constitutiva de Servidumbres en Equidad que la definición o requisitos correspondientes

a un distrito de zonificación R-1 se congelaran de forma tal que operasen únicamente como

prescribía el Reglamento de Zonificación al momento de constituirse tal documento público. Por

el contrario, se desprende de la referida servidumbre en equidad, que la intención del

desarrollador fue que todo propietario tendría que “cumplir con la reglamentación que para un

distrito de zonificación R-1, requiere la Administración de Reglamentos y Permisos y las

agencias gubernamentales concernidas”[31]. Por lo tanto, tenían que cumplir con los requisitos

que dispone A.R.P.E. y las agencias concernidas al momento de solicitar los permisos para la

construcción.

Además de exigir los permisos correspondientes de A.R.P.E., las servidumbres en

equidad requieren que el Comité Arquitectónico apruebe los planos de la construcción. Si bien es

cierto que los recurridos no cumplieron con esta limitación, no se debió a mero incumplimiento

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voluntario. Surge de autos que el Comité se reactivó el 30 de marzo de 2001, un día después de

haber, los esposos Rodríguez Saldivar, presentado ante A.R.P.E. los planos de la vivienda al

nivel del sótano. El Tribunal de Primera Instancia determinó como cuestión de hecho, que al

momento de la reactivación del Comité, no se circularon ni los nombres ni direcciones de sus

integrantes, ni indicaciones de dónde presentar los planos para su evaluación.

La Asociación pretende que los propietarios de los solares en la Urbanización cumplan

con presentar los planos para la aprobación del Comité, cuando no se han ocupado de notificar

quiénes lo componen ni qué directrices o procedimiento deben seguir para cumplir con tal

restricción. De notificarse los integrantes del Comité y sus direcciones, y de establecerse ciertas

directrices para el procedimiento de aprobación de planos, los propietarios de los solares de la

Urbanización le tendrán que dar cumplimiento. Por lo cual, no podemos obligar a los recurridos

a dar cumplimiento a una servidumbre en equidad y de esta forma limitar su derecho propietario,

cuando la entidad encargada de darle cumplimiento a la misma no ha cumplido su propia

responsabilidad.

En cuanto a las limitaciones de uso, surge que las servidumbres en equidad

permiten expresamente el arrendamiento de las propiedades de la Urbanización. Los dueños

pueden arrendar sus propiedades, siempre y cuando se utilicen para fines residenciales

exclusivamente y por un término no menor de una semana. No es correcto el planteamiento de la

peticionaria de que el alquiler que pretenden los recurridos está vedado por la servidumbre en

equidad. El arrendamiento está permitido y la servidumbre en equidad no establece otras

restricciones que las mencionadas.

Los recurridos alegan que enmiendas al Reglamento de la Asociación de Residentes,

aprobadas el 26 de agosto de 2001, no son válidas. Éstas enmiendas disponen que las

edificaciones a construirse serán de tipo residencial unifamiliar, las cuales no podrán variarse por

modificación o ampliación para destinarse a apartamentos de alquiler, y que sólo podrán ser

alquiladas como una unidad de vivienda. Los recurridos arguyeron que la Asociación está

impedida de modificar, enmendar o dejar sin efecto, mediante reglamento, las restricciones

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impuestas mediante la escritura pública, constitutiva de las servidumbres en equidad originales.

Señalaron que esta actuación es contraria a derecho. Tienen razón.

Tal como mencionamos en la parte expositiva del derecho aplicable al caso de autos, este

Tribunal ha establecido las formas en que las servidumbres en equidad pueden modificarse o

extinguirse.[32] El mero hecho de enmendar un Reglamento de una Asociación de Propietarios,

pretendiendo modificar unas servidumbres en equidad para limitar el derecho de propiedad de

los residentes, no es una forma válida de alterarlas cuando éstas han sido constituidas por

escritura pública y están debidamente inscritas en el Registro de la Propiedad. Existe un derecho

propietario reconocido en la Constitución de Puerto Rico[33] y la Asociación no puede limitar o

restringir el mismo a través de un reglamento.

Además, es un requisito que las servidumbres en equidad se inscriban en el Registro de la

Propiedad para que de esta forma puedan ser oponibles a los propietarios presentes y futuros. Su

inclusión y posterior alteración en un Reglamento no las convierte en un derecho real

oponible erga omnes. No obstante, su cancelación en el Registro de la Propiedad requiere

expreso consentimiento de todos los titulares de los lotes o solares que habrán de resultar

afectados por dicha cancelación.[34] Por lo tanto, las servidumbres en equidad que se hayan

constituido de forma válida y conforme a derecho, sólo podrán ser modificadas según las seis (6)

formas antes citadas. La Asociación tendrá que actuar conforme a lo aquí expresado. Por lo cual,

si la Asociación interesa modificar las servidumbres en equidad, o restringirlas de algún modo,

tendrá que ser por convenio de todos los propietarios y mediante escritura pública, inscribible en

el Registro de la Propiedad.

IV

Concluimos que actuó correctamente el anterior Tribunal de Circuito Apelaciones al

modificar y confirmar la determinación del foro primario. Los recurridos no han actuado de

forma alguna en contravención a las servidumbres en equidad existentes sobre la Urbanización

Mansiones de Playa de Húcares. Confirmamos la sentencia recurrida.

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Lo acordó el Tribunal y certifica la Secretaria del Tribunal Supremo. El Juez Presidente

señor Hernández Denton disiente con opinión escrita a la que se une la Jueza Asociada señora

Rodríguez Rodríguez. El Juez Asociado señor Rebollo López emitió Opinión de Conformidad.

Aida Ileana Oquendo Graulau Secretaria del Tribunal Supremo

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OPINIÓN DE CONFORMIDAD EMITIDA POR EL JUEZ ASOCIADO SEÑOR REBOLLO LÓPEZ

San Juan, Puerto Rico, a 24 de febrero de 2006

Suscribimos la Sentencia que en el presente caso emite la mayoría de los integrantes del

Tribunal. Ello no obstante, hemos entendido procedente expresarnos brevemente, y por separado,

en vista de algunos de los argumentos expresados en la Opinión disidente, los cuales

entendemos erróneos.

La Opinión disidente señala que “[e]l arrendamiento [que los recurridos pretenden

establecer] es una explotación comercial de la propiedad por parte del propietario, en la cual éste

cede el uso y disfrute a un tercero a cambio del pago de unos cánones.” (Énfasis nuestro). En

esencia, la Minoría se ampara en dicho razonamiento para concluir que la construcción de la

unidad de vivienda que realizaron los esposos Rodríguez Saldivar en el sótano de su propiedad,

con el propósito de destinarla a alquiler, es contraria al propósito que tuvo el desarrollador al

constituir la servidumbre en equidad sobre la Urbanización Mansiones de Playa

Húcares. Diferimos.

Al examinar las restricciones de uso impuestas por el desarrollador en el presente caso,

mediante la escritura de constitución de servidumbre de la Urbanización, vemos que las mismas

son tan claras que huelga el que sean “interpretadas”. Según la referida escritura, los solares sólo

pueden ser usados con fines residenciales y, ciertamente, existe una prohibición expresa sobre

todo uso comercial o para servicios profesionales de los mismos.

Ello no obstante, no es necesario un análisis exhaustivo de dicha prohibición para

concluir que cuando el desarrollador prohibió el uso “comercial” de las estructuras se refirió,

indudablemente, a establecimientos que se dedican a la venta de productos o servicios.[35] En

otras palabras, el desarrollador lo que quiso prohibir fueron negocios, tales como: colmados,

farmacias, salones de belleza, restaurantes, tiendas de ropa, de zapatos, centros de cuido de

niños, sastrerías, “laundries”, talleres de mecánica, centros de cuido de envejecientes, panaderías,

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gimnasios, etc. En lo que respecta a la prohibición de “servicios profesionales”, la restricción se

refiere, sin lugar a dudas y a modo de ejemplo, a oficinas de dentistas, doctores, abogados,

contables, etc.

En otras palabras, no debe haber la menor duda sobre el hecho de que el alquiler para

fines residenciales de alguna de las propiedades en la Urbanización noestá contemplado dentro

de la restricción comercial que estableció el desarrollador.

Resulta importante enfatizar que la escritura de servidumbre permite, de forma expresa,

el alquiler de las propiedades, siendo la única limitación en cuanto a este asunto que el término

de alquiler no sea menor de una semana. Por otro lado, y en cuanto a las limitaciones sobre la

construcción, la escritura de servidumbre dispone que las construcciones que se realicen deberán

cumplir con la reglamentación para un distrito de zonificación R-1 según dispuesta por la

Administración de Reglamentos y Permisos, u otras agencias concernidas, así como obtener la

aprobación del Comité de Arquitectura de la Asociación. En cuanto al área de construcción

dispone que las edificaciones a construirse sólo podrán ser de tipo residencial.

Vemos, entonces, que no debe haber duda en cuanto a que el desarrollador lo que

prohibió fue que a los solares se les diera un uso “comercial” o “profesional”, tales como los

mencionados anteriormente. Como consecuencia de lo anterior se desprende que el desarrollador

lo que pretendió fue que las viviendas fuesen utilizadas para fines residenciales exclusivamente.

Por otro lado, resulta importante señalar que no surge que la intención del desarrollador fuese

prohibir que hubiera más de una unidad de vivienda por solar.

En consecuencia, no creemos que sea obvio --tal y como parece entenderlo la Minoría--

que “…resulta claro que el desarrollador no contempló, como uso residencial permitido, la

construcción de unidades familiares independientes a la residencia principal en los solares del

referido proyecto, con el propósito de explotarlas comercialmente mediante alquiler”. Tal

conclusión no se desprende de la escritura de servidumbre.[36]

Debe mantenerse presente que conforme surge de la decisión que este Tribunal emitiera

en Asoc. Vec. Urb. Huyke v. Bco. Santander, res. el 28 de junio de 2002, 2002 T.S.P.R. 97, las

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servidumbres en equidad deben ser interpretadas restrictivamente; ello por la simple y sencilla

razón de que éstas, a su vez, restringen el uso y destino de las propiedad gravadas, lo cual incide

sobre el derecho de propiedad. Interpretar tales limitaciones de manera más restrictiva de lo que

se pretendió cuando las mismas fueron establecidas, equivale a enmendarlas, imponiendo más

limitaciones que las inicialmente pactadas, lo cual es jurídicamente improcedente.

La Minoría, al interpretar la servidumbre de modo que prohíba la construcción realizada

en el presente caso, hace una interpretación mucho más restrictiva que la contemplada por el

desarrollador. La imposición de condiciones restrictivas al uso y disfrute de las viviendas de la

Urbanización Playa Húcares, repetimos, constituye una limitación al derecho de

propiedad, derecho que tiene protección constitucional. Por ello, no se trata de ir más allá en

búsqueda de lo que el desarrollador no plasmó expresamente en la escritura. En otras palabras, la

interpretación de las cláusulas, condiciones y restricciones contempladas en la escritura de

servidumbre no puede convertirse en el ejercicio de “inferir” una voluntad que no está

expresamente plasmada.

Somos del criterio que, si hubiese sido el verdadero propósito del desarrollador prohibir

la construcción de unidades independientes de vivienda dentro de las unidades principales, así lo

hubiera hecho expresamente. En ausencia de una prohibición de esta naturaleza tenemos que

arribar a la inevitable consecuencia que la construcción de más de una unidad de vivienda por

solar no está prohibida por la referida escritura.

De otra parte, los esposos Rodríguez Saldivar contaban con los permisos de A.R.P.E.

para hacer la referida construcción. La razón por la cual no presentaron los planos de

construcción ante el Comité de Arquitectura de la Urbanización fue porque el mismo no estaba

activo al momento de presentarse los planos en A.R.P.E. y solicitarse los correspondientes

permisos. Luego de reactivado, la Asociación tampoco notificó quiénes componían el referido

Comité, ni sus direcciones, para fines de la presentación de planos de construcción.

En fin, somos del criterio que el alquiler independiente de la unidad de vivienda

construida en el sótano de los Rodríguez Saldivar no constituye una explotación comercial del

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terreno. Los referidos esposos no pretenden utilizar la misma para vender u ofrecer productos o

servicios, que es lo único que está prohibido. En otras palabras, la unidad de vivienda no será

utilizada para operar algún negocio u oficina profesional. Además, repetimos, la escritura de

servidumbre permite expresamente el alquiler de las viviendas siempre y cuando sea para fines

residenciales y para dichos fines fue que se construyó la unidad de vivienda en cuestión. Por lo

cual, el alquiler de dicha unidad no desvirtúa el fin exclusivamente residencial de la

Urbanización.

FRANCISCO REBOLLO LÓPEZ

Juez Asociado

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Opinión Disidente emitida por el Juez Presidente señor Hernández Denton a la cual se une la Juez Asociada señora Rodríguez Rodríguez

San Juan, Puerto Rico, a 24 de febrero de 2006.

Por entender que la Sentencia emitida por la mayoría del Tribunal en el caso de epígrafe

es incompatible con la servidumbre en equidad constituida en la Urbanización Mansiones de

Playa Húcares y es contraria a la jurisprudencia que hemos establecido desde Colón v. San

Patricio Corporation, 81 D.P.R. 242 (1959), disentimos.

I

En nuestra jurisdicción, las servidumbres en equidad cumplen el propósito de preservar el

valor, la belleza, la comodidad y la seguridad del reparto residencial. Res. Parkville Sur v. Díaz

Luciano, res. el 28 de abril de 2003, 2003 TSPR 69; Sands v. Ext. Sagrado Corazón, Inc., 103

D.P.R. 826 (1975). Éstas consisten en restricciones y condiciones impuestas por el propietario

sobre su terreno con el fin de limitar su uso o explotación para beneficio de presentes y futuros

propietarios. Colón v. San Patricio Corporation, supra.

No debemos olvidar que las servidumbres en equidad son catalogadas como contratos

entre las partes pues, por un lado, el desarrollador acuerda gravar su propiedad para delimitar el

uso y la construcción, y por el otro, los nuevos adquirientes se someten a dicha voluntad, al

comprar la propiedad con conocimiento de este gravamen. Asoc. Vec. Urb. Huyke v.

Bco. Santander, res. el 28 de junio de 2002, 2002 TSPR 97. En vista de lo anterior, hemos

resuelto que estos contratos deben ser interpretados tratando de conocer cuál fue el verdadero

fin que se perseguía al gravar las propiedades mediante la servidumbre en equidad. Res.

Parkville Sur v. Díaz Luciano, supra; Asoc. Vec. Urb. Huyke v. Bco. Santander, supra. Para ello,

debemos interpretar las cláusulas del contrato en su totalidad, atribuyendo a las dudosas el

sentido que resulte del conjunto de todas. Art. 1237, Código Civil de Puerto Rico, 31 L.P.R.A.

sec. 3475.

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Dicho lo anterior, veamos cuál fue la intención del desarrollador al crear la servidumbre

en equidad que nos ocupa.

II

Según se desprende del expediente, la Urbanización Mansiones de Playa Húcares fue

concebida por el desarrollador como un proyecto residencial-vacacional en el cual sus

propietarios y residentes podrían disfrutar de facilidades de recreo, áreas comunes y acceso a la

playa. A su vez, cada propietario debía satisfacer una cuota de mantenimiento para costear, entre

otras partidas, los gastos de acceso controlado, vigilancia, mantenimiento y conservación de las

facilidades y áreas comunes, y gastos de administración.

Con el fin de propender al desarrollo adecuado de este proyecto, el desarrollador

constituyó, mediante escritura pública, ciertas restricciones y limitaciones sobre el terreno. Entre

éstas se encuentran las siguientes:

Limitaciones sobre la construcción

(a)Aprobación: Toda construcción que se realice en este proyecto en primer lugar

deberá cumplir con la reglamentación que para un distrito de zonificación R-1,

requiere la Administración de Reglamentos y Permisos y las agencias

gubernamentales concernidas, así como del comité de Arquitectura de la

Asociación de Propietarios de Playa Húcares y obtener sus respectivas

aprobaciones.

[...]

(c)Área de Construcción: Las edificaciones a construirse serán de tipo

residencial teniendo como área de piso básica de mil quinientos (1,500) pies

cuadrados, mínimo.

[...]

Limitaciones de uso

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(a)Uso: Los solares del proyecto serán con fines residenciales exclusivamente. No se

permitirán el uso comercial o para servicios profesionales.

[...]

(c)Arrendamientos: En caso que algún propietario desee alquilar su

propiedad deberá ser con un término no menor de una semana. (Énfasis nuestro.)

Debemos prestar particular atención a la cláusula (c) de las Limitaciones de uso. Una

interpretación correcta de dicho inciso requiere que sea evaluado en conjunto con las demás

limitaciones y restricciones adoptadas en la escritura de constitución de servidumbre, y no

aisladamente.

Como se puede observar, el desarrollador prohibió enfáticamente el uso comercial de los

solares mediante la cláusula (a) de las Limitaciones de uso. El arrendamiento esencialmente es

una explotación comercial de la propiedad por parte del propietario, en la cual éste cede el uso y

disfrute a un tercero a cambio del pago de unos cánones. No obstante, el desarrollador dispuso

una salvedad a la limitación del uso comercial; ésta es, el arrendamiento de la propiedad por un

término no menor a una semana. Sin embargo, el desarrollador redactó esta excepción en

términos de la propiedad entera, como un todo, sin hacer alusión alguna al arrendamiento

independiente de dependencias, niveles, anexos o partes de una residencia. Esto nos mueve a

inferir que este último tipo de arrendamiento no fue el contemplado por el desarrollador como el

permisible.

Pero nuestro análisis no culmina con lo anterior. El desarrollador, asimismo, dispuso en

la escritura de constitución de servidumbre en equidad unas “Limitaciones sobre la construcción”

en las cuales requirió que las estructuras fueran únicamente de tipo residencial, en un espacio

mínimo de 1,500 pies cuadraros. Igualmente, impuso que toda construcción debía cumplir con la

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reglamentación exigida por la Administración de Reglamentos y Permisos y las agencias

gubernamentales concernidas para un distrito de zonificación R-1. Cabe destacar que para el año

1990, fecha en que se constituyó esta servidumbre en equidad, la reglamentación sobre

zonificación para un Distrito R-1 era provista por la Sec. 7 del Reglamento de Zonificación

(Reglamento de Planificación Núm. 4)(Expediente Núm. 3844 de 14 de enero de 1989.) Esta

sección disponía en parte: 7.05 – Densidad Poblacional en Distritos R-1 – Se permitirá una casa de una familia en cada solar, independientemente del tamaño de éste. (Énfasis nuestro.)

Debemos, por tanto, interpretar el verdadero propósito que pretendió el desarrollador con

la aludida servidumbre en equidad –-en particular, con el inciso (c) de las Limitaciones de uso--

tomando como base el estado de derecho presente al momento de su constitución. Fue en

este estado de derecho que el desarrollador descansó para imponer la referida restricción.

A tenor con lo anterior, resulta claro que el desarrollador no contempló, como uso

residencial permitido, la construcción de unidades familiares independientes a la residencia

principal en los solares del referido proyecto, con el propósito de explotarlas comercialmente

mediante alquiler. Claro está, podemos tomar conocimiento judicial de que los requisitos de

construcción para el Distrito R-1 han cambiado sustancialmente desde el año 1990 hasta el año

2001, fecha en que se construyó la unidad familiar a nivel del sótano en el caso de epígrafe.

Sin embargo, no debemos acudir a la reglamentación más reciente sobre la materia --para

propósitos de interpretar el inciso (c) de las Limitaciones de uso-- pues produciríamos resultados

que el desarrollador nunca conoció ni pretendió. Además, si acudiéramos a la reglamentación

reciente, produciríamos resultados inconsistentes con el propósito de la servidumbre, pues no

habría uniformidad en la construcción de las viviendas a través del tiempo. Como cuestión de

hecho, surge de los anejos del expediente de este caso que el permiso de construcción y de uso

expedido por ARPE para la vivienda a nivel del sótano fue uno para un Distrito zonificado R-2.

Por último, debemos incorporar a nuestro análisis la cláusula tercera de la escritura

pública, la cual precede las limitaciones y las restricciones a la propiedad. La misma reza:

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TERCERO: Que con el propósito de que dicho proyecto se constituyan [sic] en uno en el cual sus propietarios y residentes puedan disfrutar a plenitud y tener la satisfacción de vivir en un ambiente tranquilo, saludable, de máxima seguridad para sus personas y propiedades, donde la belleza del paisaje provoque en los residentes una paz espiritual y un relajamiento de las tensiones del diario vivir, la compareciente por la presente impone sobre el proyecto una serie de restricciones de uso y limitaciones sobre la construcción, encaminados a estos propósitos antes mencionados . . .

Si los propietarios de los 130 solares que comprenden la Urbanización Mansiones de

Playa Húcares decidieran construir o ampliar la edificación con el propósito de alquilar unidades

dentro de sus residencias, no tendríamos que ser adivinos para anticipar que el futuro de dicho

recinto cambiaría totalmente, y dejaría de ser el área residencial tranquila y pacífica que el

desarrollador pretendió al constituir la servidumbre que hoy, por fiat judicial, desde este estrado

apelativo, enmendamos. Adviértase que el incremento en la densidad poblacional del área,

debido al alquiler de propiedades multifamiliares, traería consigo el aumento en el uso de áreas

comunes, de facilidades recreativas y del área de la playa, con el consabido aumento en los

costos de mantenimiento, limpieza y seguridad en las referidas facilidades del complejo

residencial.

En fin, la proliferación de construcciones como las de autos en Mansiones de Playa

Húcares produciría un cambio dramático sobre la naturaleza y el uso proyectado por el

desarrollador para la urbanización. Además, perjudicaría a los propietarios que, cumpliendo

fielmente con las restricciones sobre la propiedad, tendrían que asumir el aumento en los gastos

del uso de las facilidades, producidos por las actuaciones de aquéllos que construyeron unidades

adicionales en sus propiedades para arrendarlas a terceros.

Al interpretar la servidumbre en equidad en el caso ante nos, debemos asumir como norte

la protección de aquellos propósitos pretendidos inicialmente por el desarrollador como lo son la

seguridad, la tranquilidad y la paz de los residentes de Mansiones de Playa Húcares.

En resumen, el inciso (c) de la sección titulada “Limitaciones de uso” tiene que

interpretarse como parte de un todo coherente, y no en abstracción de las demás cláusulas de la

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escritura. Al así hacerlo, sólo podemos concluir que la construcción de una unidad de vivienda

familiar a nivel del sótano de la residencial principal, para ser alquilada de forma independiente,

viola las restricciones impuestas en dicha urbanización mediante la servidumbre en equidad.

Por todas las razones que preceden, revocaríamos la sentencia emitida por el antiguo

Tribunal de Circuito de Apelaciones.

Federico Hernández Denton Juez Presidente

Notas al calce [1] Apéndice del recurso de Certiorari, págs. 33 y 96. [2] Íd., págs. 31-33. [3] Íd., págs. 39-40. [4] Íd., págs. 42-55, 97. [5] Íd. [6] Íd., pág. 57. [7] Íd., pág. 157. [8] Íd., págs. 21- 22. [9] Íd., págs. 95- 106. [10] Reglamento de zonificación de Puerto Rico (Reglamento de Planificación Núm. 4 de la Junta de Planificación), Reglamento Núm. 6211, Departamento de Estado, 5 de noviembre de 2000, pág. 68. Este Reglamento dispone, en lo pertinente, lo siguiente:

11.01- Propósitos del Distrito R-1- Este distrito se establece para clasificar terrenos para facilitar, según se justifique, las necesidades del crecimiento urbano en diferentes tipos de viviendas o para preservar el carácter residencial de áreas desarrolladas o que puedan desarrollarse en solares de novecientos (900) metros cuadrados o más. 11.02- Usos en Distritos R-1 1. Casas de una familia en solares con cabida de 900 metros cuadrados mínimo. 2. Vivienda adicional en segunda planta (........)

[11] Tal como citamos anteriormente, las restricciones en equidad establecían que en caso de que algún propietario desease alquilar su propiedad, debería ser por un término no menor de una semana.

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[12] El Reglamento de la Asociación establece, que los propietarios, antes de iniciar una construcción y previo a que se sometan los planos a A.R.P.E, deben obtener el visto bueno del Comité de Arquitectura. [13] Apéndice del recurso de Certiorari, pág. 171. [14] Íd., pág. 165. [15] Todos los argumentos de los recurridos surgen del Alegato de la Parte Recurrida, presentado el 8 de diciembre de 2003. [16] Res. Parkville v. Díaz, Palou, 2003 T.S.P.R. 69, 2003 J.T.S. 73, 159 D.P.R. ___ (2003); Asociación de Vecinos de Villa Caparra, Inc. v. Iglesia Católica, 117 D.P.R. 346 (1986). [17] Asociación de Vecinos de Villa Caparra, Inc. v. Iglesia Católica, supra. [18] M. J. Godreau y A. I. García Saúl, Servidumbres y Conservación, 67 Rev. Jur. U.P.R. 249, 301 (1998), citado en Res. Parkville v. Díaz, Palou, supra. [19] Res. Parkville v. Díaz, Palou, supra; Sands v. Ext. Sagrado Corazón, Inc., 103 D.P.R. 826 (1975). [20] Íd. [21] Res. Parkville v. Díaz, Palou, supra; Asoc. Vec. Urb. Huyke v. Bco. Santander, 2002 T.S.P.R. 97, 2002 J.T.S. 104, 157 D.P.R. ___(2002); Asociación de Vecinos de Villa Caparra, Inc. v. Iglesia Católica, supra. [22] Res. Parkville v. Díaz, Palou, supra. [23] Íd. [24] Íd; Asociación de Vecinos de Villa Caparra, Inc. v. Iglesia Católica, supra. [25] Íd. [26]Res. Parkville v. Díaz, Palou, supra. [27] Art. 1207 del Código Civil de Puerto Rico, 31 L.P.R.A. sec. 3372. Este artículo lee de la forma siguiente: “Los contratantes pueden establecer los pactos, cláusulas y condiciones que tengan por conveniente, siempre que no sean contrarios a las leyes, a la moral, ni al orden público.” [28] Art. 1233 del Código Civil de Puerto Rico, 31 L.P.R.A. sec. 3471. [29] Res. Parkville v. Díaz, Palou, supra; Asociación de Vecinos de Villa Caparra, Inc. v. Iglesia Católica, supra, pág. 354. [30] Surge de los hechos mencionados que los recurridos le solicitaron a A.R.P.E. los permisos correspondientes, los cuales fueron otorgados. [31] Apéndice del recurso de Certiorari, pág. 31. [32] Véase las páginas 15 y 16 de la Sentencia. [33] Art. II, Sec. 7, Const. E.L.A., L.P.R.A., Tomo 1, ed. 1999, pág. 280.

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[34] J.R. Vélez Torres, Curso de Derecho Civil: Los Bienes y los Derechos Reales, Offirgraf, S.A., Madrid, 1997 T. II, pág. 417. [35] Comercio, según definido por la vigésima segunda edición del Diccionario de la Real Academia Española (2001), significa tienda, almacén o establecimiento comercial; negociación que se hace comprando y vendiendo o permutando géneros o mercancías; o lugar que, por abundar las tiendas, suele ser grande la concurrencia de gentes. [36] Distinto, quizás, sería el caso si las referidas restricciones hubieran establecido que las propiedades únicamente fueran unifamiliares.

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Jurisprudencia del Tribunal Supremo de P. R. del año 2005

2005 DTS 181 NIEVES Y OTROS V. AM CONTRACTORS, INC. 2005TSPR181

EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO

Luis A. Nieves y Otros

Demandantes-Peticionarios v.

AM Contractors, Inc. y Otros

Demandados-Recurridos

Certiorari

2005 TSPR 181

166 DPR ____

Número del Caso: CC-1998-154

Fecha: 2 de diciembre de 2005

Tribunal de Apelaciones: Circuito Regional de San Juan, Panel II

Juez Ponente: Hon. José Miranda De Hostos Abogado de la Parte Peticionaria: Lcdo. Julio Fontanet Maldonado

Abogados de la Parte Recurrida: Lcdo. Mario Arroyo Dávila

Lcdo. Charles Bimbela

Lcdo. Armando Martínez Fernández

Materia: Derechos Constitucionales y Civiles, Sentencia Declaratoria e Injunction Permanente. Validez constitucional el propósito preventivo

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yremedial que persigue el Estado al efectuar los llamados cierres de residenciales públicos. NO obstante, se resuelve que en este caso las actuaciones de los funcionarios gubernamentales al implantar y operar el sistema de control de acceso en Jardines de Quintana violan los criterios que han sido adoptado jurisprudencialmente para el cierre de urbanizaciones y para proteger la expectativa legítima de intimidad de los ciudadanos ante bloqueos de carreteras por las autoridades y son contrarias al debido proceso de ley garantizado por nuestra Constitución.

ADVERTENCIA

Este documento constituye un documento oficial del Tribunal Supremo que está sujeto a los cambios y correcciones del proceso de compilación y publicación oficial de las decisiones del Tribunal. Su distribución electrónica se hace como un servicio público a la comunidad.

Opinión del Tribunal emitida por la Jueza Asociada SEÑORA FIOL MATTA

En San Juan, Puerto Rico, a 2 de diciembre de 2005.

La revisión de la sentencia dictada en este caso por el entonces Tribunal de Circuito de

Apelaciones (en adelante, Tribunal de Apelaciones) nos requiere examinar las medidas tomadas por

funcionarios del Estado Libre Asociado de Puerto Rico para controlar el acceso al complejo de

vivienda Jardines de Quintana. Reafirmamos la validez constitucional del propósito preventivo

y remedial que persigue el Estado al efectuar los llamados cierres de residenciales públicos. No

obstante, resolvemos que en este caso las actuaciones de los funcionarios gubernamentales al

implantar y operar el sistema de control de acceso en Jardines de Quintana violan los criterios que

hemos adoptado jurisprudencialmente para el cierre de urbanizaciones y para proteger la expectativa

legítima de intimidad de los ciudadanos ante bloqueos de carreteras por las autoridades y son

contrarias al debido proceso de ley garantizado por nuestra Constitución.

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I.

El complejo de vivienda conocido como Jardines de Quintana consta de tres edificios con 36

unidades, un almacén y un centro comunal. Al presentarse el recurso que nos ocupa eran

propietarios 100 de los 108 residentes del lugar. La Administración de Vivienda Pública era, a su

vez, propietaria de las áreas comunes del complejo y A.M. Contractors, Inc., tenía a su cargo la

administración y el mantenimiento de todo el sistema.[1] Jardines de Quintana está ubicado entre las

calles Guayama y Francia en Hato Rey. La calle Irlanda lo separa del Residencial Público Juan

César Cordero Dávila, conocido como Residencial Quintana. Antes de los hechos que provocan el

presente recurso, había también una verja de cemento que servía de barrera física entre las dos

comunidades.

Como parte de la política pública del Estado de controlar el tráfico de sustancias controladas

y otros delitos, el 7 de septiembre de 1993, efectivos de la Policía y de la Guardia Nacional

incursionaron en el Residencial Quintana. Establecieron casetas de vigilancia y se organizó el

tránsito vehicular y peatonal. Durante el operativo, se colocaron unas vallas para impedir todo

acceso vehicular desde la calle Irlanda Oeste hasta la calle Francia. El 14 de noviembre de 1994, se

removieron las vallas y en su lugar se instaló un portón fijo que impidió tanto el tráfico vehicular

como el peatonal en esta intersección. El cierre permanente de la calle Irlanda Oeste (calle A)

impidió el acceso directo de los residentes de Jardines de Quintana hacia la calle Francia.

A raíz de la intervención policíaca, se establecieron dos estructuras de control de acceso al

Residencial Quintana. El primer puesto [control 1] consiste de una caseta de concreto, dos portones

eléctricos para entrada y salida de vehículos y un portón peatonal. Este puesto está ubicado en el

Residencial Quintana y provee acceso a la calle Francia, a través de la calle B, la cual es paralela a

la calle Irlanda (calle A). El segundo puesto [control 2] consiste de una caseta de concreto, dos

portones eléctricos para entrada y salida de vehículos y un portón peatonal. Este puesto provee

acceso a la calle Guayama por la calle Irlanda Norte (calle C). Al construirse este segundo control

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de acceso, se destruyó la verja de cemento que hasta entonces había separado al complejo Jardines

de Quintana del Residencial Quintana.

Como resultado de lo anterior, Jardines de Quintana y el Residencial quedaron constituidos

en una sola unidad residencial, en términos funcionales, con dos controles de acceso, uno en el

Residencial propiamente dicho, que es el único acceso a la calle Francia y otro en la intersección de

la calle Irlanda y la calle Guayama.

A los residentes de Jardines de Quintana no se les consultó sobre las medidas descritas

ni el control de acceso antes de establecerlo. Aunque se les ofrecieron tarjetas de identificación,

libres de costo, para que tuvieran acceso al área controlada, los residentes decidieron no aceptarlas.

Es por esto que, según se desprende de la transcripción del juicio, los residentes de Jardines de

Quintana sólo podían entrar a sus residencias a través del control 2, pues la entrada por el control 1

era para los residentes con tarjetas.

Tras las medidas de control de acceso y cierre, ocho[2] residentes de Jardines de Quintana

presentaron una demanda sobre sentencia declaratoria einjunction permanente. Alegaron, en

síntesis, que al impedirse el acceso vehicular y peatonal directo desde la calle Irlanda Oeste hacia la

calle Francia, se les privó de su vía principal de acceso a los servicios esenciales localizados en esa

calle. Además, fueron víctimas de actuaciones de los policías a cargo del cierre, que son arbitrarias

y en clara violación de sus derechos constitucionales.

El 18 de mayo se celebró la vista en su fondo ante el Tribunal de Primera Instancia. Según los

peticionarios, las personas que transitan a través del segundo puesto de control de acceso

[control 2] y no poseen la tarjeta que los identifica como residentes, quedan sujetas a las

detenciones y los registros de la policía.

Por otro lado, al cerrarse la calle Irlanda Oeste de forma permanente, los residentes ya no

tienen acceso directo a la calle Francia y, como señaló el foro de instancia en sus determinaciones

de hechos, “[p]ara lograr acceso a la parte superior de la Calle Francia, los vecinos de Jardines de

Quintana tienen que necesariamente atravesar toda la extensión del Residencial Público Quintana.

La prueba indicó que este trecho es uno extenso, colmado de peligros para los transeúntes”.

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Además, el acceso a la calle Francia es de gran importancia para los residentes de Jardines de

Quintana porque en esta calle está localizada la escuela de algunos hijos de residentes, la iglesia a la

que asisten muchos de ellos, transportación pública y una variedad de establecimientos comerciales

como farmacias y colmados.

La falta de acceso peatonal y vehicular de manera directa hacia la calle Francia, es de vital

importancia para los residentes ya que, según la prueba vertida en el juicio, muchos de ellos sufren

frecuentes quebrantos de salud o tienen impedimentos físicos. Además, según estableció el foro de

instancia en sus determinaciones de hechos, la mayoría de los residentes de Jardines de Quintana

tenían, para la época en que se originó este caso, 55 años de edad o más, 65 de las 108 familias

recibían los beneficios de seguro social y entre 9 y 15 de los residentes utilizaban un sillón de ruedas

para moverse.

Celebrada la vista, que incluyó una inspección ocular, el Tribunal de Primera Instancia

declaró con lugar la demanda y ordenó al Administrador de Vivienda Pública y al Secretario de la

Vivienda eliminar el portón fijo que fue instalado en la calle Irlanda Oeste y reinstalar, a su costo, la

verja de cemento que dividía el complejo de viviendas Jardines de Quintana del Residencial Público

Quintana. Además, ordenó al Estado Libre Asociado de Puerto Rico (en adelante el ELA) que

satisficiera a los peticionarios la suma de $100,000.00 por concepto de sufrimientos mentales.

Inconforme, el ELA acudió al Tribunal de Apelaciones y éste revocó en su totalidad la

sentencia dictada por el Tribunal de Primera Instancia y desestimó la demanda presentada por los

residentes de Jardines de Quintana. Éstos, a su vez, recurren ante este Tribunal alegando que el foro

apelativo erró al resolver: (1) que la Ley Núm. 21 de 20 de mayo de 1987, según enmendada, no

aplica al presente caso, (2) que las actuaciones del ELA fueron válidas, (3) que no procedía la

reconstrucción de la verja destruida por el Estado como parte de su operativo y (4) que el Estado es

inmune contra reclamaciones de daños por sus actuaciones en el presente caso.

Por los fundamentos que explicamos a continuación, revocamos en su totalidad la sentencia

del Tribunal de Apelaciones.

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II.

Los peticionarios señalan, en primer lugar, que el foro apelativo intermedio erró al resolver

que la Ley Núm. 21 de 20 de mayo de 1987, según enmendada, no aplica al presente caso. Sin

embargo, si aplicamos a este caso la norma básica de hermenéutica que nos requiere interpretar una

ley, no en forma fraccionada, sino integralmente, a la luz de su propósito, tenemos que concluir que

los peticionarios no tienen razón. Mun. San Juan v. Banco Gub. Fomento, 140 D.P.R. 873

(1996); Pueblo v. Ríos Dávila, 143 D.P.R. 687 (1997); Art. 14 del Código Civil de Puerto Rico,

31 L.P.R.A. § 14.

La Ley Núm. 21 de 20 de mayo de 1987, 23 L.P.R.A. § 64, et seq., provee un mecanismo

para autorizar a urbanizaciones y comunidades residenciales a controlar la entrada a sus calles,

siempre que cumplan con ciertos requisitos. El propósito principal de esta ley es proveer a la

ciudadanía un instrumento adicional para combatir la criminalidad, procurando su participación

activa en la lucha contra el crimen, cosa que “al mismo tiempo disminuye la labor de vigilancia, ya

sobrecargada, que presta la Policía de Puerto Rico”. Exposición de Motivos, Ley Núm. 21 de 20 de

mayo de 1987, Leyes de Puerto Rico, pág. 67. Véase,Caquías v. Asoc. Res. Mansiones de Río

Piedras, 134 D.P.R. 181 (1993).

La ley dispone el procedimiento que deben seguir las comunidades para obtener el permiso

o autorización de control de acceso. 23 L.P.R.A. §§ 64-64(b). Hemos resuelto que “la Ley de

Control de Acceso delega poder tanto a los municipios como a las asociaciones de residentes para

poner en vigor la legislación”.Asociación v. Cardona Rodríguez, 144 D.P.R. 1, 26 (1997). A los

municipios se les delega la facultad de reglamentar y conceder los permisos conforme a los

procedimientos y criterios esbozados en la propia ley y en el reglamento de planificación aplicable.

Las asociaciones de residentes debidamente registradas en el Departamento de Estado y autorizadas

por el municipio están facultadas para administrar y mantener los sistemas de control del tráfico y

del uso de las vías públicas.Id.

En su primera sección, la Ley Núm. 21 autoriza a los municipios a conceder permisos para

“el control del tráfico de vehículos de motor y del uso público de las vías públicas en paseos

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peatonales, calles, urbanizaciones y comunidades residenciales, públicas o privadas...”, 23 L.P.R.A.

§ 64. La ley contempla, únicamente, situaciones en las que los residentes de una comunidad

específica se organizan en asociaciones, consejos o juntas que solicitan tales permisos, luego de

estar debidamente inscritas en el Departamento de Estado como instituciones sin fines de lucro.

23 L.P.R.A. § 64(a).

El estatuto no contempla situaciones como la que tenemos ante nuestra consideración. En

este caso, la Guardia Nacional y la Policía de Puerto Rico clausuraron las entradas al Residencial

Público Quintana en virtud del poder otorgado por las Órdenes Ejecutivas OE-1992-65 y OE-1993-

08, para regular el tránsito vehicular y peatonal de una vía pública y así atacar el problema de

criminalidad y tráfico de drogas. La presente situación resulta, pues, del ejercicio del poder de razón

del Estado, bajo el cual los funcionarios de la rama ejecutiva del ELA efectúan el deber y función

general del Primer Ejecutivo de cumplir y hacer cumplir las leyes.

Siendo ello así, es forzoso concluir que la Ley Núm. 21 de 20 de mayo de 1987 no rige la

controversia planteada en este caso. Según explicamos, tanto la letra de la ley como la expresión del

propósito legislativo van dirigidas a las actuaciones de los propios residentes de las comunidades y

no a las del Estado.[3]Actuó correctamente el Tribunal de Apelaciones al resolver que la Ley Núm.

21, supra, no rige en este caso.

III.

El segundo señalamiento de error de los peticionarios gira en torno a la constitucionalidad

de las actuaciones del Estado. Alegan que los funcionarios violentaron sus derechos a la intimidad, a

la dignidad, a la libertad de expresión y culto y a no ser objeto de registros y allanamientos

irrazonables. Además, alegaron que las actuaciones del Estado violentaron el debido proceso de ley

de los residentes de Jardines de Quintana. Según concluyó el Tribunal de Primera Instancia, los

peticionarios no han cuestionado la facultad constitucional del Gobernador para activar las milicias

en situaciones de emergencia que constituyen un riesgo a la seguridad pública.[4] Plantean más bien

que dicha activación no justifica tomar medidas que priven a los ciudadanos de derechos

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fundamentales garantizados por la Constitución, especialmente en ausencia de prueba demostrativa

de que existe una situación de emergencia.

Las actuaciones de los funcionarios del Ejecutivo en este caso, a saber, la Policía y la

Guardia Nacional, se produjeron en virtud de una serie de Órdenes Ejecutivas promulgadas por el

Gobernador de Puerto Rico. Dichas órdenes intentaban responder al acelerado aumento en el índice

de la criminalidad y el tráfico de sustancias controladas, mediante la incursión de funcionarios del

orden público en los residenciales públicos de más alta incidencia criminal. Mediante estas órdenes

ejecutivas se desarrolló un programa de prevención del crimen al cual se integró no sólo la Policía

de Puerto Rico y la Guardia Nacional, sino numerosas agencias públicas.

La Orden Ejecutiva OE-1992-65 estableció el proyecto de “rescate” de residenciales

públicos y creó un “Plan de Acción Inmediata de servicios a residenciales de alta incidencia

criminal con el objetivo de reducir la criminalidad en los residenciales públicos más afectados”.

Dicho plan estaría a cargo de un coordinador adscrito a la Administración de Vivienda Pública, con

el apoyo de un Comité Asesor integrado por los jefes de la Administración de Vivienda, el

Departamento de Servicios Sociales, el Departamento de Servicios contra la Adicción, el

Departamento de Recreación, el Departamento de Justicia y la Policía de Puerto Rico. La Orden

concedía facultad al Comité Asesor, en conjunto con el coordinador, para determinar los

residenciales públicos que debían incluirse en el plan de acuerdo a su nivel de incidencia criminal,

solicitar la ayuda y el personal necesario y recabar de entidades privadas la ayuda necesaria en la

consecución del plan. El plan promovía el desarrollo de estrategias creativas e innovadoras

mediante la coordinación de los recursos de las entidades públicas y privadas, con miras a reducir la

incidencia criminal en las comunidades afectadas. Véase OE-1992-65, promulgada el 6 de

noviembre de 1992.

La OE-1993-08 expresa que debido a un aumento en el tráfico de drogas, la Policía de

Puerto Rico “no da abasto”. Por tal razón, dispone que se integre al servicio militar activo a los

miembros de la Guardia Nacional que fueran necesarios para brindarle ayuda a la Policía de Puerto

Rico en funciones dirigidas al control del tráfico de narcóticos. El Ayudante General de Puerto Rico

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sería el responsable de la operación militar y de los efectivos, las armas y los servicios a usarse. Los

miembros de la Guardia Nacional proveerían, entre otros, servicios de transportación, de vigilancia,

médicos y de seguridad. Véase OE-1993-08, promulgada el 25 de febrero de 1993.

Se autorizó, además, el desembolso de fondos con el propósito de poder ejecutar la OE-

1993-08. Véase OE-1993-22, promulgada el 4 de junio de 1993. La OE-1993-22 reitera que el

objetivo es movilizar los recursos de las fuerzas militares de Puerto Rico para mantener la ley y el

orden y garantizar la seguridad de la vida y la propiedad del gobierno y los ciudadanos.

Las órdenes ejecutivas a las que hemos hecho referencia expresan claramente la política

pública de desarrollar nuevos programas de prevención, con el objetivo de reducir la incidencia

criminal en los residenciales públicos y mejorar la calidad de vida de sus residentes. No se trata de

que el Estado intervenga con un individuo con el único fin de incautarse de evidencia criminal o con

la intención general de hacer cumplir las leyes; la naturaleza preventiva de la política pública

adoptada en las órdenes ejecutivas reseñadas es evidente.

No nos corresponde pasar juicio sobre la sabiduría de la política pública así establecida ni

los medios escogidos por el Gobernador para implantarla.Asociación v. Cardona Rodríguez, supra.

Como intérprete final de la Constitución y las leyes del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, la

función indelegable de este Tribunal se activa cuando las determinaciones de política pública y las

correspondientes actuaciones de las otras dos ramas de Gobierno confluyen con los derechos

individuales garantizados por nuestra Constitución. Véase, Silva v. Hernández Agosto, 118 D.P.R.

45 (1986). Examinemos a continuación aquellos derechos fundamentales de los peticionarios que se

encuentran afectados por las actuaciones gubernamentales antes descritas.

IV.

Los peticionarios plantean que las actuaciones del Estado vulneran el derecho a la intimidad

de los residentes de Jardines de Quintana y sus visitantes. Este derecho emana de la sección 8,

artículo II de la Carta de Derechos de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico y

del principio de inviolabilidad de la dignidad del ser humano consagrado en la sección 1 de dicha

Carta de Derechos.[5] La salvaguarda de este derecho es el propósito y fundamento para la

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protección contra registros y allanamientos irrazonables dispuesta en la sección 10 del artículo II de

nuestra Constitución.[6] Hemos resuelto que el derecho a la intimidad es de considerable

envergadura y goza de la más alta jerarquía en nuestro entramado de derechos constitucionales.

Véanse, Vega Rodríguez v. Telefónica de P.R., res. el 17 de abril de 2002, 156 D.P.R. __ (2002),

2002 T.S.P.R. 50; Pueblo v. Santiago Feliciano, 139 D.P.R. 361 (1995); Arroyo

v. Rattan Specialties, 117 D.P.R. 35 (1986).

Sin embargo, el derecho a la intimidad no se ejerce en el vacío, sino “en el centro mismo de

nuestros vecindarios y, por ende, su práctica no está inmune a la intervención moderadora del

Estado.” Asociación v. Cardona Rodríguez, supra, en la pág. 31. Hay que tener presente que, de

ordinario, debe tolerarse cierto grado razonable de intromisión en la intimidad ciudadana, cuando

así lo exijan problemas apremiantes de salud y de seguridad pública. Id. Véase además, ELA v.

Coca Cola Bottling Co., 115 D.P.R. 197 (1984). Por tal razón, en Asociación v. Cardona

Rodríguez, supra, este Tribunal afirmó la constitucionalidad de la llamada Ley de Control de

Acceso, antes discutida. Tomando en consideración tanto el derecho a la intimidad, como el interés

del estado en procurar la participación ciudadana en la lucha contra el crimen, establecimos unos

parámetros que permiten a las asociaciones de residentes controlar el acceso a sus áreas

residenciales con un mínimo de intervención con la privacidad. Id.

Además, concluimos que “controlar”, en el contexto allí examinado, implica regular o

vigilar el acceso a las vías pero “no equivale a una incautación de la persona”. Id. en la pág. 36.

Hicimos énfasis en que la Ley de Control de Acceso no autorizó a las asociaciones de residentes a

efectuar arrestos o registrar a las personas o automóviles. Manifestamos que las compañías de

seguridad privadas sólo podrán efectuar arrestos y/o registros válidos como personas

particulares, en aquellas circunstancias en que nuestro ordenamiento procesal vigente permite tales

arrestos. Por esa razón, no fue necesario analizar la Ley de Control de Acceso a la luz de la sección

10 del artículo II de nuestra Constitución.[7]

El caso que hoy nos ocupa presenta la situación contraria. Estamos ahora ante una actuación

gubernamental, en la que la Policía y la Guardia Nacional controlaron los accesos a las calles

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principales de una comunidad. Tratándose de una actuación gubernamental, debemos examinarla a

la luz de la sección 10 del artículo II de nuestra Constitución, que delimita el grado de intrusión

estatal permisible en el ámbito de intimidad individual.

Sabemos que el criterio rector para evaluar la constitucionalidad de una acción estatal

determinada es la razonabilidad. A su vez, para determinar si la acción gubernamental es razonable

es imprescindible precisar la expectativa de intimidad que puede albergar una persona en

determinadas circunstancias. Si se reconoce que en cierto contexto hay una expectativa legítima de

intimidad, cualquier actuación gubernamental que pretenda interferir en ese ámbito debe ser

razonable, de acuerdo a las circunstancias específicas del caso. En otras palabras, mientras mayor

sea la expectativa legítima de intimidad, mayor será la restricción al Estado. De ahí que el análisis

se haga de acuerdo a la doctrina de balance de intereses, sopesando los intereses del Estado frente a

los derechos individuales. Véase Pueblo v. Lebrón, 108 D.P.R. 324 (1971).

Indiscutiblemente, hay una expectativa legítima de intimidad con respecto a un automóvil,

aunque la consiguiente protección constitucional tiene un alcance menor. Pueblo v. Yip Berríos,

142 D.P.R. 386 (1997); Pueblo v. Malavé González, 120 D.P.R. 470 (1988); Pueblo v. Sosa Díaz,

90 D.P.R. 622 (1964). Por eso, como regla general, se requiere algún grado de sospecha centrada

para poder efectuar detenciones vehiculares válidamente. En Pueblo v. Yip Berríos, supra, en

la pág. 411, reconocimos que en ciertas y limitadas circunstancias el requisito de causa probable

para detenciones vehiculares podría resultar en una carga demasiado onerosa para la protección

del interés público. Adoptamos entonces los siguientes criterios, para determinar

la razonabilidad de tales intervenciones: (1) la magnitud del interés público que motiva la realización del bloqueo,

(2) el grado con que éste adelante dicho interés,

(3) el alcance de la intrusión con la intimidad. Id.

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La evaluación de los hechos y circunstancias de cada caso a la luz de dichos criterios es

determinante para decidir si la disminución en el alcance de la protección constitucional resulta

razonable. De esa forma, para determinar la validez de los bloqueos de carreteras en nuestra

jurisdicción hay que sopesar surazonabilidad, de acuerdo a los hechos específicos de cada

caso. Id. Además, hemos sostenido, como norma general, que “la utilización de bloqueos de

carreteras con propósitos generales [de hacer cumplir la ley] es ilegal. De igual modo, el Estado

no puede postular la existencia de un objetivo legítimo como pretexto para adelantar objetivos que

no satisfacen el escrutinio constitucional”. Id.

Esta norma es consistente con la jurisprudencia federal.

En City of Indianapolis v. Edmond, 531 U.S. 32 (2000), el Tribunal Supremo de los Estados

Unidos invalidó una práctica de la ciudad de Indianapolis de efectuar bloqueos de carreteras con

el propósito expreso de combatir el tráfico de narcóticos ilegales. El Tribunal Supremo federal

concluyó que la detención de los vehículos de motor en tales circunstancias constituye una

incautación que activa la protección de la Cuarta Enmienda Federal. Al sopesar los intereses para

determinar la razonabilidad de tal práctica, el Tribunal consideró, primero, si el objetivo principal

del bloqueo era suficiente para justificar el grado de intrusión en la intimidad individual que

supone la detención de un vehículo de motor. Reconoció que sólo se han admitido excepciones

muy limitadas a la regla que exige algún grado de sospecha centrada para que la detención de una

persona sea razonable y concluyó que el interés general en combatir el tráfico de drogas no es una

excepción. Entendió el Tribunal Supremo federal que si se valida una práctica tan altamente

generalizada, serían pocas las salvaguardas contra la potestad de las autoridades para efectuar

bloqueos de carreteras, siempre que éstos pudieran vincularse en algún grado al propósito de hacer

cumplir las leyes. En tal caso, la Cuarta Enmienda de la Constitución de los Estados Unidos de

América, análoga a la sección 10 del artículo II de nuestra Constitución, poco serviría para evitar

que tales intrusiones en la intimidad se conviertan en una práctica cotidiana. Id.

Una vez se establece que existe un objetivo estatal válido, es necesario determinar en qué

medida el bloqueo adelanta el interés público que se desea proteger. Como regla general, la

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disponibilidad de alternativas menos onerosas y menos lesivas, que adelanten igualmente los

objetivos gubernamentales, justifica invalidar el bloqueo. Pueblo v. Yip Berríos, supra, en

la pág. 412.[8] Esto nos lleva al tercer elemento que debe incluirse en el balance de intereses para

determinar la razonabilidad de un bloqueo de carreteras: el alcance de la intrusión en la

intimidad. Pueblo v. Yip Berríos, supra, en la pág. 413.

El grado de lesión a la intimidad en estos casos debe ser el mínimo necesario para

adelantar el interés estatal. Esto se determina mediante un doble análisis, con dimensiones tanto

objetivas como subjetivas. Id. Desde el punto de vista objetivo, la intrusión a la intimidad

individual consiste en la detención propiamente dicha, la inspección visual y cualquier tipo de

intercambio entre los agentes y el detenido. Id. en la pág. 404. Por otra parte, desde la perspectiva

subjetiva, la intrusión se caracteriza por el sentimiento de aprehensión, temor o sorpresa que

ocasiona la detención. Id.

En Asociación v. Cardona Rodríguez, supra, establecimos el máximo de intromisión a la

intimidad individual permisible para que las detenciones en las entradas de comunidades

residenciales puedan considerarse razonables. En virtud de la similitud del interés que se interesa

proteger mediante el control de acceso establecido en el presente caso, extendemos a éste los

parámetros constitucionales que establecimos en aquél para minimizar la intrusión a la intimidad

desde el punto de vista objetivo.

Acorde a lo resuelto en Asociación v. Cardona Rodríguez, supra, en las págs. 38-

40, cuando se pretende detener un vehículo de motor o a un peatón, en la entrada de un área

residencial:

(1) Las indagaciones deben limitarse a preguntar a dónde se dirige el residente no

identificado o visitante, o, en su defecto, el propósito de la visita.

(2) Se podrá indagar sobre la identidad del residente no reconocido como tal o del

visitante y mantener un registro de los visitantes, cuando el residente preste su

consentimiento expreso. De ser éste el caso, la información registrada se limitará a

Page 53: LEY DE CONTROL DE ACCESO DE 1987 - … · acceso de entrada o salida, pero que ninguna de sus vías públicas se use para la entrada o salida a otra calle,

aquella que es perceptible a simple vista, como son las horas de entrada y salida, las

características del vehículo y la tablilla.

(3) En ausencia de sospecha centrada, no se debe detener al conductor de un vehículo

para examinar la licencia de conducir. Como método menos oneroso para confirmar

la identificación de la persona, se puede anotar el número de tablilla del vehículo de motor, que está

a simple vista.

(4) En ningún momento se puede negar el acceso a las calles controladas para el

ejercicio de actividades constitucionalmente protegidas, tales como la libertad de

expresión, libertad de asociación, libertad de culto, entre otras.

(5) Los residentes o visitantes no tendrán que detenerse por más tiempo que el que

razonablemente toma hacer las mencionadas averiguaciones. (6) Por último, nada impide que se expidan o utilicen marbetes, calcomanías o impresos

que faciliten la identificación de los residentes o sus automóviles,pero no se obstaculizará la entrada de éstos a su comunidad cuando opten por no utilizar tales identificaciones.

En cuanto a la intrusión subjetiva, ésta se minimiza limitando el elemento de aprehensión

o sorpresa que genera el bloqueo. Véase, Pueblo v. Yip Berríos,supra; Asociación v. Cardona

Rodríguez, supra. Por consiguiente, el bloqueo debe ser claramente visible y la iluminación del

área y el uso de avisos son sumamente importantes. La interferencia con el flujo normal del

tránsito debe ser mínima y, además, la operación del punto controlado de acceso debe garantizar

la seguridad de los que por allí transitan.

En Asociación v. Cardona Rodríguez, supra, establecimos también que se debe notificar o

advertir a todo visitante potencial de los requisitos que debe cumplir y la información que se le

pedirá en la entrada. Se deben colocar letreros que avisen, a una distancia razonable de la entrada,

que los visitantes tendrán que parar sus vehículos brevemente con el propósito de informar su

nombre, destino o propósito. De esta manera, el visitante que no esté de acuerdo puede retroceder

antes de detenerse frente a la persona encargada de controlar el acceso, limitando así la intrusión

Page 54: LEY DE CONTROL DE ACCESO DE 1987 - … · acceso de entrada o salida, pero que ninguna de sus vías públicas se use para la entrada o salida a otra calle,

subjetiva con la intimidad. Señalamos además, que en ningún momento se puede detener a un

residente así identificado o reconocido, en ausencia de sospecha centrada o motivos fundados,

porque éste no tiene la libertad de retroceder: es el acceso a su residencia el que se encuentra

controlado. Estas guías delimitan el máximo de interferencia con la intimidad individual

permisible cuando se detienen vehículos de motor con motivo del control de acceso de una zona

residencial.[9]

En Pueblo v. Yip Berríos, supra, reconocimos la necesidad de que las actuaciones de los

agentes estatales respondieran a guías previamente establecidas para eliminar la posibilidad de

arbitrariedad. Conforme a esto, resolvemos que los oficiales supervisores deben establecer guías y

normas basadas en los criterios antes esbozados, que limiten la discreción de los agentes que

laboran en bloqueos o en puntos de control de acceso. Estas normas, a su vez, deben cumplirse

estrictamente. Esto imprime razonabilidad a la detención vehicular o peatonal en un punto de

control de acceso de un área residencial por agentes del orden público, presumiendo, claro está,

que esté presente un interés estatal válido. De haber un interés estatal válido y seguirse unas guías

basadas en los criterios que adoptamos en Pueblo v. Yip Berríos, supra, y Asociación v. Cardona

Rodríguez, supra, la detención vehicular o peatonal por parte de agentes del Estado será

permisible bajo nuestro esquema constitucional.

Reiteramos que la razonabilidad de cualquier bloqueo de carreteras, sea temporero, como

en Pueblo v. Yip Berríos, supra, o permanente, como los controles de acceso en el presente caso

se sujetará al análisis que hemos realizado. Los agentes del orden público están obligados a

observar las guías que desde Pueblo v. Yip Berríos, supra, dispusimos que eran

imprescindibles para la validez de un

bloqueo de carreteras y que hoy requerimos de igual forma, junto con los criterios adoptados

en Asociación v. Cardona Rodríguez, supra, para la validez de operativos como los del caso de

autos.[10]

V.

Page 55: LEY DE CONTROL DE ACCESO DE 1987 - … · acceso de entrada o salida, pero que ninguna de sus vías públicas se use para la entrada o salida a otra calle,

Los peticionarios también alegan que las actuaciones del Estado violaron el derecho al

debido proceso de ley de los residentes de Jardines de Quintana.

El derecho constitucional al debido proceso de ley, en su modalidad procesal, está

garantizado por el artículo II, sección 7 de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto

Rico. Dicha sección dispone: “Se reconoce como derecho fundamental del ser humano el derecho a

la vida, a la libertad y al disfrute de la propiedad... Ninguna persona será privada de su libertad o

propiedad sin debido proceso de ley...”. Const. E.L.A., Art. II, § 7. En su vertiente procesal, la

cláusula del debido proceso de ley “le impone al Estado la obligación de garantizar que la

interferencia con los intereses de libertad y de propiedad del individuo se haga a través de un

procedimiento que, en esencia, sea justo y equitativo”. P.A.C. v. E.L.A., 150 D.P.R. 359, 376

(2000). Reiteradamente hemos expresado que “el debido proceso de ley procesal no es un molde

riguroso que se da en el abstracto, pues su naturaleza es eminentemente circunstancial y pragmática,

no dogmática. Cada caso exige una evaluación concienzuda de las circunstancias envueltas”. Id.

Esta protección constitucional se activa cuando está en juego un interés individual de libertad o

propiedad. Una vez cumplida esta exigencia, procede que se determine el procedimiento a

seguir. Id. Al determinar las garantías a ofrecerse “hay que analizar conjuntamente los intereses

gubernamentales y los de la persona afectada”. Vélez Ramírez v. Romero Barceló, 112 D.P.R. 716,

730 (1982).

VI.

De acuerdo con el marco doctrinario expuesto, concluimos que las actuaciones del Estado

en Jardines de Quintana y en el Residencial Quintana son inconstitucionales, por interferir

irrazonablemente con el derecho a la intimidad de los peticionarios y por no ofrecer las garantías

mínimas que requiere el debido proceso de ley garantizado por nuestra Constitución. Veamos.

Las órdenes ejecutivas a las que hemos hecho referencia demuestran el propósito preventivo

y remedial del Estado al implantar los llamados cierres de los residenciales públicos. Se trata de un

interés gubernamental válido, enmarcado dentro de la obligación del Estado de velar por la

seguridad de los ciudadanos y sus propiedades, que va más allá del interés general en combatir el

Page 56: LEY DE CONTROL DE ACCESO DE 1987 - … · acceso de entrada o salida, pero que ninguna de sus vías públicas se use para la entrada o salida a otra calle,

crimen y detectar evidencia de conducta delictiva invalidado en City of Indianápolis

v. Edmond,supra.

El interés gubernamental presente en este caso va dirigido a la prevención, en aras de

“salvaguardar precisamente el sosiego, la paz, y la tranquilidad de la vida comunitaria, factores...

que son parte del derecho a la dignidad e intimidad del ser humano, derechos de

posición preferente en nuestro esquema constitucional.” Asociación v. Cardona

Rodríguez, supra, en la pág. 33 (citas omitidas). Sin embargo, según explicamos anteriormente, la

validez de la intención estatal no conlleva necesariamente la validez constitucional de las medidas

tomadas para implementarla.

En el presente caso, las actuaciones de los agentes del orden público exceden el máximo de

intervención permitido por nuestra Constitución. Según prueba desfilada en el juicio y creída por el

Tribunal de Primera Instancia, los agentes del orden público detienen tanto a los residentes como a

los visitantes y no permiten la entrada sin antes requerir que se les muestren la licencia de conducir

y la licencia del vehículo. Además, anotan las tablillas de los autos y direcciones de los conductores.

Cuando se trata de visitantes, anotan a dónde se dirigen, sin el consentimiento previo de los

residentes. Estas detenciones se efectúan independientemente de la hora, de que se tenga sospecha

centrada alguna, o de la ausencia de consentimiento previo de los residentes.

Más importante aún, en este caso el Estado no presentó prueba sobre las

instrucciones dadas a los agentes con relación al acceso, registro y detención

de los visitantes o de los residentes . No hay prueba alguna de estándares o criterios

neutrales que limiten las actuaciones de los agentes. Véase, Pueblo v. Yip Berríos, supra, en

las págs. 418-419.

El Estado tampoco desfiló prueba sobre la visibilidad del bloqueo, ni sobre los avisos

de la detención y la información que se requeriría antes de permitir la entrada al residencial.

Por el contrario, según la prueba recibida, el visi tante no t iene la alternativa de

retroceder antes de detenerse frente al guardia y los agentes del orden público detienen de manera

irrazonable a los peatones. Por todo ello, la intromisión subjetiva con la intimidad también es

Page 57: LEY DE CONTROL DE ACCESO DE 1987 - … · acceso de entrada o salida, pero que ninguna de sus vías públicas se use para la entrada o salida a otra calle,

excesiva. Además, el Estado no presentó prueba pertinente en cuanto a la medida en que el

programa de “rescate” y el subsiguiente control de acceso, adelantan el interés público en prevenir

el crimen y salvaguardar el sosiego y la tranquilidad de la vida comunitaria.[11]

En fin, el objetivo de prevención y rehabilitación no justifica la intrusión en la intimidad

individual que representan los bloqueos permanentes en el caso de autos. Éstos resultan

equivalentes a la incautación de toda una comunidad,[12] debido a la inexistencia de guías previas y

limitaciones a las actuaciones de los agentes del orden público. Tampoco se configura excepción

alguna que justifique tal ausencia de normas, como las reconocidas en Pueblo v. Yip Berríos, supra,

en la pág. 414, ante la falta de prueba que demuestre una verdadera situación de emergencia o de

grave riesgo a la seguridad de las personas o sus propiedades.

Por todo lo anterior, resolvemos que erró el Tribunal de Apelaciones al validar las

actuaciones del Estado en este caso. Éstas violentan la protección constitucional contra registros y

allanamientos irrazonables. El objetivo

principal que motiva el bloqueo permanente de estas carreteras es válido, pero en el balance, no se

justifica el grado de intrusión ejercido sobre la intimidad de los residentes demandantes.[13]

Por otro lado, en Asociación v. Cardona Rodríguez, supra, señalamos:

El derecho de la ciudadanía al uso y disfrute de los lugares públicos es

básico dentro del esquema de valores de nuestro sistema democrático. Sin

embargo, esto no significa que los ciudadanos tengan un derecho absoluto a su uso.

El Estado, en el ejercicio de su poder parenspatriae, puede válidamente

reglamentar el uso que se le dará a las calles siempre y cuando la reglamentación o

legislación adoptada al respecto no interfiera de forma irrazonable con los derechos

constitucionales de los individuos.

En este contexto, el derecho a la libertad de movimiento o a discurrir

libremente por las vías públicas ha sido reconocido como un derecho con valor

propio, y no solamente como uno necesario para el ejercicio de otros garantizados

Page 58: LEY DE CONTROL DE ACCESO DE 1987 - … · acceso de entrada o salida, pero que ninguna de sus vías públicas se use para la entrada o salida a otra calle,

constitucionalmente. Sin embargo, tampoco es absoluto. El Estado puede

reglamentar su ejercicio dentro de los parámetros de nuestro ordenamiento

constitucional. Asociación v. Cardona Rodríguez, supra, en la pág. 29-30 (citas

omitidas).

No hay duda, pues, de que los residentes de Jardines de Quintana tienen, además del derecho

a disfrutar de su propiedad, un derecho libertario de transitar libremente por las vías públicas. Esta

privación de libertad redunda, a su vez, en el menoscabo del disfrute de su propiedad.

Según indicamos en un principio, la Ley Núm. 21 no aplica al caso de autos. El cierre de las

comunidades Jardines de Quintana y Residencial Quintana que llevó a cabo el Estado como parte

del operativo para controlar la criminalidad en los residenciales públicos de alta incidencia criminal

no está regulado por ley.[14]También resolvimos que si bien no podemos catalogar la situación que

originó el operativo como una “emergencia” debemos proteger y avalar la actuación del Estado

como un ejercicio válido del poder de razón de estado. Ello, sin embargo, no justifica que el Estado

actúe de manera arbitraria, en violación al derecho al debido proceso de ley de los residentes en el

proceso de cierre de su comunidad.

El cierre de estas comunidades era parte de un plan estructurado que consistió de dos

fases. En primer lugar, la Policía y la Guardia Nacional ocuparon las comunidades objeto del

operativo y establecieron un cierre provisional. En una segunda fase llevaron a cabo el cierre

permanente, tras construir estructuras de control de acceso y cerrar ciertas vías de acceso

permanentemente. En el caso de autos, transcurrió más de un año desde la ocupación y cierre

provisional hasta que se estructuró el cierre de manera permanente. Durante ese período, según las

determinaciones de hechos del foro de instancia, el Estado “no notificó a los demandantes ni

consultó a éstos con anterioridad al establecimiento del control de acceso... Tampoco se convocó a

la ciudadanía afectada por el cierre para conocer sus comentarios orales o escritos en audiencias

públicas”.

Page 59: LEY DE CONTROL DE ACCESO DE 1987 - … · acceso de entrada o salida, pero que ninguna de sus vías públicas se use para la entrada o salida a otra calle,

Por todo lo expuesto, no podemos reconocerle a los residentes de una comunidad objeto

de un cierre como el de autos el derecho a que se les permita utilizar determinada vía de acceso a su

propiedad. Sin embargo, en este caso hubo un largo período de transición antes de establecerse el

cierre permanente. Resolvemos que en esas circunstancias, debido a la naturaleza de los intereses

envueltos y a la necesidad del Estado de actuar de manera inmediata resulta garantía suficiente

conceder ciertos derechos mínimos en una etapa posterior a la ocupación inicial y al cierre

provisional. En esa etapa, el Estado deberá auscultar las necesidades de los residentes y tomar en

consideración sus inquietudes al estructurar finalmente el cierre permanente.

Estas exigencias encuentran apoyo en la política pública establecida en la Ley de la

Administración de la Vivienda Pública de Puerto Rico, Ley Núm. 66 del 17 de agosto de 1989. La

sección 1007 de esta ley regula los programas de construcción, mejoras y reparación de

residenciales públicos y dispone:

[...] La Administración tendrá la obligación de establecer, mantener y poner en

ejecución los programas que sean necesarios para el mantenimiento, limpieza, ornato

de los residenciales públicos y para llevar a cabo las reparaciones ordinarias y

extraordinarias, mejoras y obras de modernización de la planta física de los

residenciales públicos. El Administrador podrá contratar con los municipios la

realización de tales servicios y obras, siempre y cuando éstos tengan la capacidad para

llevarlos a cabo. Asimismo, deberá promover la participación de los residentes

en estos programas para fortalecer el sentido de pertenencia a su comunidad y el

fortalecimiento de las familias. 17 L.P.R.A. § 1007 (2000 & Supl. 2005) (énfasis

nuestro).

En el caso de autos, ambas comunidades estaban bajo la jurisdicción de la Administración

de Vivienda Pública.[15] El cierre permanente debió cumplir, en la medida en que fuera posible

según los objetivos del Estado, la política pública imperante en la legislación vigente. Debemos

recordar que “[l]as diferentes instituciones del Estado, la organización social y las expresiones

Page 60: LEY DE CONTROL DE ACCESO DE 1987 - … · acceso de entrada o salida, pero que ninguna de sus vías públicas se use para la entrada o salida a otra calle,

oficiales de las instituciones gubernamentales, forman un todo integral que debe visualizarse como

una entidad y no como partes separadas de una desorganización institucionalizada del

azar”. BERNIER Y CUEVAS SEGARRA, APROBACIÓN E INTERPRETACIÓN DE LAS

LEYES EN PUERTO RICO 483 (1987).

En Comité Pro Permanencia de la Barriada Morales v. Miranda Marín, res. el 16 de

octubre de 2002; 157 D.P.R. __ (2002); 2002 T.S.P.R. 138, resolvimos que el procedimiento

establecido por la Ley de Municipios Autónomos para el cierre de calles no aplicaba a un cierre

temporero mediante orden ejecutiva del alcalde. Señalamos que “[e]s evidente que un cierre

permanente de una vía municipal tiene consecuencias y efectos de mucho mayor alcance que un

mero cierre provisional para fines temporeros, como es el caso de autos. Por ello se justifica que

para aquél la ley requiera seguir un procedimiento elaborado como el que establece la referida

sección.” Id.

Al controlar accesos y cerrar vías de manera permanente el Estado está interfiriendo con

derechos libertarios protegidos por nuestra Constitución. Sin embargo, por razón de los intereses

apremiantes envueltos sólo se deben conceder aquellas garantías que resulten viables para el Estado

según las circunstancias particulares. En el caso de autos los residentes de Jardines de Quintana

demostraron ante el Tribunal de Primera Instancia razones concretas para solicitar acceso directo a

la calle Francia. El Estado no rebatió la prueba presentada

ni demostró justificación alguna para no conceder dicho acceso. El expediente está huérfano de

prueba por parte del Estado que nos lleve a denegar la solicitud de los residentes de Jardines de

Quintana. Entendemos que erró el foro apelativo intermedio al revocar en su totalidad la sentencia

del Tribunal de Primera Instancia y ordenamos que se reestructure el sistema de control de acceso

de manera que se conceda acceso peatonal y vehicular a la calle Francia a través de la calle Irlanda

Oeste.

VII.

Como cuarto señalamiento de error los peticionarios alegan que el Tribunal de Apelaciones

se equivocó al resolver que el Estado es inmune a reclamaciones de daños y perjuicios al amparo de

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la Ley de Reclamaciones y Demandas contra el Estado, Ley Núm. 104 de 29 de junio de 1955,

según enmendada, y al revocar por esta razón la indemnización en daños concedida por el foro de

instancia. 32 L.P.R.A. § 3077. Hemos leído y analizado con detenimiento la transcripción estipulada

de la prueba oral vertida en la vista ante el foro de instancia y concluimos que los peticionarios no

demostraron con hechos concretos los daños alegadamente sufridos. En vista de ello, resulta

innecesario discutir este último planteamiento.

VIII.

Por los fundamentos antes expuestos, revocamos la sentencia del Tribunal de Apelaciones y

declaramos inconstitucionales las actuaciones de los funcionarios públicos aquí impugnadas. Ya

anteriormente habíamos resuelto que el Estado debe establecer guías específicas para regir la conducta

policial al detener vehículos de motor en un residencial público.[16] En este caso, el Estado no

demostró que cumplió con este mandato. Por ello, le ordenamos adoptar, en el término de seis (6)

meses, rigurosas guías limitativas de las actuaciones de los agentes del orden público en el sistema

de control de acceso implantado en Jardines de Quintana y el Residencial Quintana al amparo de las

órdenes ejecutivas antes mencionadas, conforme a lo que hemos explicado en esta Opinión. En ese

plazo, el Estado deberá tomar las medidas necesarias para dar acceso a los residentes de Jardines de

Quintana a la calle Francia a través de la calle Irlanda Oeste. En cuanto a la remoción de la verja de

cemento que alegadamente dividía el complejo de viviendas Jardines de Quintana del Residencial

Quintana, no estamos en posición de proveer remedio alguno. Según las determinaciones del

Tribunal de Primera Instancia, la verja tuvo que ser destruida para construir el segundo puesto de

control de acceso [control 2]. Los peticionarios no demostraron mayores perjuicios por la ubicación

de esta estructura de control de acceso. Por el contrario, esta era la única vía disponible para los

residentes sin tarjeta de identificación.

Se dictará sentencia de conformidad.

Liana Fiol Matta

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Jueza Asociada

SENTENCIA

En San Juan, Puerto Rico, a 2 de diciembre de 2005.

Por los fundamentos expuestos en la Opinión que antecede, la cual se hace formar parte integrante de la presente Sentencia,

revocamos el dictamen emitido por el Tribunal de Apelaciones y declaramos inconstitucionales las actuaciones de los funcionarios públicos aquí impugnadas. De conformidad, ordenamos al Estado adoptar, dentro del término de seis (6) meses, rigurosas guías limitativas de las actuaciones de los agentes del orden público en el sistema de control de acceso implantado en Jardines de Quintana y el

Residencial Quintana, según explicado en la Opinión que antecede. En este mismo plazo, el Estado deberá tomar las medidas necesarias para conceder acceso peatonal y vehicular a los residentes de Jardines de Quintana a la calle Francia a través de la calle Irlanda Oeste.

Lo acordó el Tribunal y lo certifica la Secretaria del Tribunal Supremo. El Juez Asociado señor Rivera Pérez disiente sin opinión escrita. El Juez Asociado señor Rebollo López no interviene.

Aida Ileana Oquendo Graulau

Secretaria del Tribunal Supremo

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ADVERTENCIA

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[1] En 1971 este complejo se incluyó en un programa conocido como “Turn Key III”, mediante el cual se le otorgaba a sus residentes la oportunidad de firmar un contrato de arrendamiento con opción a compra. De este modo 100 de los residentes del complejo advinieron propietarios de sus respectivos apartamentos. [2] Según la transcripción del juicio celebrado el 8 de mayo de 1997, la demandante, Sra. Santa Rolón Suárez falleció antes de dicha vista. [3] Sin entrar en una discusión sobre la aplicación retroactiva de las leyes, cabe mencionar, por su pertinencia al asunto que hoy examinamos, que mediante la Ley Núm. 336 de 30 de diciembre de 1998, 23 L.P.R.A. § 64(c), nuestra Asamblea Legislativa añadió un tercer párrafo a la sección 5 de la referida Ley Núm. 21:

Las disposiciones de esta sección no son de aplicación a las actuaciones del Estado en su función de reglamentar el tráfico y acceso vehicular y peatonal a las urbanizaciones, calles y o comunidades residenciales públicas y privadas, por razón de la seguridad, salud o bienestar general, incluyendo, sin que se entienda como una limitación, a las operaciones de la Policía de Puerto Rico o de la Guardia Nacional de Puerto Rico cuando dichas fuerzas sean movilizadas por las autoridades pertinentes para actuar en apoyo de las fuerzas de seguridad pública, en operaciones para combatir la criminalidad y el narcotráfico, o restablecer la seguridad pública...

El propósito expreso de la Asamblea Legislativa es establecer, categóricamente, que dicha Ley no es de aplicación a las actuaciones estatales, como los operativos de rescate de los residenciales públicos de alta incidencia criminal. Exposición de Motivos, Ley Núm. 336 de 30 de diciembre de 1998. [4] Conforme a la sección 206 de la Ley Núm. 62 de 23 de junio de 1969, según enmendada, 25 L.P.R.A. § 2057, el Gobernador de Puerto Rico será el Comandante en Jefe de las Fuerzas Militares de Puerto Rico. Disponen a su vez las secciones 207 y 225 que éste podrá ordenar la movilización de las Fuerzas Militares, cuando cualquier perturbación grave del orden o seguridad pública lo requiera y cuando las autoridades civiles no pudieran afrontar las mismas. 25 L.P.R.A. § 2058, 2076. [5] Disponen dichas secciones lo siguiente:

“La dignidad del ser humano es inviolable. Todos los hombres son iguales ante la ley....” Const. E.L.A. art. II, § 1. “Toda persona tiene derecho a protección de ley contra ataques abusivos a su honra, a su reputación y a su vida privada o familiar.” Const. E.L.A. art. II, § 8.

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[6] Dicha sección dispone lo siguiente:

No se violará el derecho del pueblo a la protección de sus personas, casas, papeles y efectos contra registros, incautaciones y allanamientos irrazonables.[...] Sólo se expedirán mandamientos autorizando registros, allanamientos o arrestos por autoridad judicial, y ello únicamente cuando exista causa probable apoyada en juramento o afirmación... Evidencia obtenida en violación de esta sección será inadmisible en los tribunales. Const. E.L.A. art. II, § 10.

[7] Nuestra decisión, sin embargo, no excluyó la posibilidad de que una intervención en las entradas de la comunidad que alcance el grado funcional de un arresto o una incautación de la persona active la protección de la sección 10, artículo II de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. Esto sucedería cuando a la luz de la totalidad de las circunstancias que rodean el incidente, una persona razonable no se hubiese sentido en libertad para marcharse del lugar. Asoc. Pro Control de Acceso v. Cardona Rodríguez, supra, en la pág. 36-37. [8] Véase, Michigan Dept. of State Police v. Sitz, 496 U.S. 444 (1990): La detención de vehículos en bloqueos de carretera con el fin de reducir los accidentes causados por conductores ebrios, adelanta el interés público de manera directa; permite identificar y sacar de la carretera al conductor ebrio en el momento, previniendo así un posible accidente. [9] En cuanto a los peatones, señalamos específicamente que la detención para obtener información no constituye una detención que active la protección contra registros y allanamientos irrazonables, siempre que el agente del orden público no restrinja la libertad del individuo. En otras palabras, la conversación debe ser voluntaria y espontánea, no puede haber ningún grado de restricción, no puede mediar coacción, intimidación y mucho menos fuerza o violencia por parte de los guardias. Larazonabilidad depende de si una persona prudente y razonable, inocente de todo delito, pensaría que no está en libertad de marcharse. Pueblo en el interés del menor, N.O.R., 136 D.P.R. 949, 956-959 (1994). Entiéndase por ello, que estos parámetros aplican en el caso de acceso peatonal al área residencial controlada, siempre que no restrinjan irrazonablemente la libertad del individuo transeúnte.

[10] Además, reiteramos la importante y consabida norma de que ante una impugnación judicial de este tipo de

actuación, le corresponde al Estado probar su razonabilidad. Véase, Pueblo v. Bonilla Bonilla, 149 D.P.R. 318

(1999); Pueblo v. Blase Vázquez, 148 D.P.R. 618 (1988); E.L.A. v. Coca Cola Bottling Co., 115 D.P.R. 197

(1984). [11] Por el contrario, las determinaciones de hechos del Tribunal de Primera Instancia revelan un ánimo de aprehensión y temor en los residentes, atribuido a la presencia de la policía y a los cambios efectuados a las vías públicas. [12] El cierre de todas las vías de acceso a un residencial, obligando a sus residentes a entrar y salir por el bloqueo, constituye “más que un bloqueo de carreteras, nos encontramos ante una ocupación de una comunidad en particular”. Pueblo v. Yip Berríos, supra, en la pág. 418 (énfasis nuestro). [13] La actuación gubernamental violenta las secciones 8 y 10 del artículo II de nuestra Constitución, por lo que no es necesario atender los otros planteamientos de índole constitucional. [14] Según el foro de instancia, la parte demandada “no aportó evidencia alguna indicativa de la existencia de actividad delictiva en Jardines de Quintana”. [15] En 1968 la extinta Corporación de Renovación Urbana y Vivienda de Puerto Rico (CRUV) adquirió el Residencial Jardines de Quintana. Con la aprobación de la Ley Num. 134 de 13 de diciembre de 1994 se

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traspasó a favor de la Administración de Vivienda Pública “todo residencial público que forme parte del inventario de propiedades de la extinta CRUV. La Administración de Vivienda Pública continuará manejando los programas relacionados a estas propiedades según facultades conferidas en la Ley Núm. 66 de 17 de agosto de 1989”. Según las determinaciones de hechos del foro de instancia, en la actualidad la Administración de Vivienda Pública es la propietaria de las áreas comunes de la comunidad Jardines de Quintana. [16] Pueblo v. Yip Berríos, supra.

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Jurisprudencia del Tribunal Supremo de P. R. del año 2003

2003 DTS 141 ASOCIACION RESIDENTES V. ARSUAGA ALVAREZ 2003TSPR141

EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO

Asociación Residentes Urb.

Sagrado Corazón, Inc.

Demandante-Recurrida

v.

Juan A. Arsuaga Álvarez Demandado-Peticionario

Certiorari

2003 TSPR 141

160 DPR ____

Número del Caso: CC-2001-939

Fecha: 24 de septiembre de 2003

Tribunal de Circuito de Apelaciones: Circuito Regional I

Panel integrado por su Presidente Interino, el Juez González Román, y los Jueces Aponte Jiménez y Sánchez Martínez

Abogado de la Parte Peticionaria: Por Derecho Propio

Abogados de la Parte Recurrida: Lcdo. Manuel Durán Rodríguez

Lcdo. Ramón Bordelies Díaz

Materia: Cobro de Dinero de cuota de mantenimiento, Control de acceso, ley 21 del 1987, para aceptar el control de acceso es un acto de administración y deben consentir la mayoría de los comuneros o propietarios. Los comuneros que compren a otros comuneros no son nuevos adquirentes para responder por la cuota.

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ADVERTENCIA

Este documento constituye un documento oficial del Tribunal Supremo que está sujeto a los cambios y correcciones del proceso de compilación y publicación oficial de las decisiones del Tribunal. Su distribución electrónica se hace como un servicio público a la comunidad.

OPINIÓN DEL TRIBUNAL EMITIDA POR EL JUEZ ASOCIADO SEÑOR REBOLLO LÓPEZ

San Juan, Puerto Rico, a 24 de septiembre de 2003

El 10 de febrero de 2000 la Asociación de Residentes de la Urbanización Sagrado Corazón,

Inc. (en adelante “la Asociación”) presentó ante el Tribunal de Primera Instancia, Sala Superior de

San Juan, una demanda contra el señor Juan Arsuaga Álvarez (en adelante “Arsuaga Álvarez”) en

virtud de la Regla 60 de las de Procedimiento Civil, 32 L.P.R.A. Ap. III R.60. En la misma se alegó

que Arsuaga Álvarez le adeudaba a la Asociación dos mil ochocientos cincuenta y siete dólares

($2,857.00), por concepto de cuotas de mantenimiento del sistema de control de acceso en vigor en

la referida Urbanización. Arsuaga Álvarez contestó la demanda, solicitando que el caso se

convirtiera en uno ordinario en cobro de dinero. Alegó, además, que nunca había prestado su

autorización para el cierre de la urbanización y que tampoco se había comprometido a participar

económicamente en la implantación del mismo por lo que negó que adeudara cantidad alguna a la

Asociación.

Habiendo ordenado el tribunal de instancia que el caso se tramitara por la vía ordinaria, se

efectuó el descubrimiento de prueba. A raíz del mismo las partes sometieron el caso ante el foro de

instancia mediante una estipulación de hechos. De la misma surge que para 1980 Arsuaga Álvarez,

adquirió junto a su entonces esposa, la señora Ada Morales (en adelante “Morales”), la propiedad

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objeto del pleito ubicada en la Urbanización Sagrado Corazón de Río Piedras. Para esta fecha la

referida urbanización no tenía sistema de acceso controlado. En octubre de 1986, Arsuaga Álvarez

se separó de su esposa y se fue a vivir a casa de su madre en Hato Rey. Tanto Morales como los

cuatro hijos habidos en el matrimonio permanecieron en la casa ubicada en la Urbanización Sagrado

Corazón. Mediante sentencia dictada el 8 de marzo de 1990 quedó disuelto el matrimonio Arsuaga

Álvarez-Morales, quedando pendiente la división de la sociedad legal de bienes gananciales que

rigió mientras estuvieron casados.

Así las cosas, el 7 de noviembre de 1993 Morales prestó su autorización para el

establecimiento de un sistema de control de acceso en la Urbanización Sagrado Corazón. Ello lo

hizo consignando su firma en un documento juramentado titulado “Certificado de

Aceptación/Adopción” en el cual compareció como soltera, mayor de edad y en el que aseguró

haber recibido copia del dictamen preliminar emitido por el Municipio de San Juan relativo a los

trámites del cierre de la Urbanización. Indicó, además, que no tenía objeción para que se dictara

resolución final implantando el sistema de control de acceso. El peticionario Arsuaga Álvarez nunca

fue informado y/o notificado por la Asociación, ni por Morales, de la intención de cerrar la referida

Urbanización ni de la autorización prestada por Morales.

El 1ro de febrero de 1994 el peticionario Arsuaga Álvarez se mudó nuevamente a la casa

objeto del litigio ubicada en la Urbanización Sagrado Corazón. A esa fecha ya la referida

Urbanización tenía acceso controlado, el cual había sido aprobado por el Municipio de San Juan,

primero, mediante dictamen preliminar de 15 de octubre de 1993 y, luego, mediante resolución final

de cierre.[1] Debe señalarse que las partes estipularon que no existe documento alguno firmado por

Arsuaga Álvarez en el que éste haya autorizado el cierre de la Urbanización o en el que se hubiese

obligado al pago del mantenimiento del sistema de control de acceso.

Al poco tiempo de regresar a la casa de Sagrado Corazón, Arsuaga Álvarez comenzó a

recibir cartas de la Asociación, en cobro de la cuota de mantenimiento del sistema de cierre. Éste

contestó las mismas expresando que aceptaría pagar dichas cuotas siempre y cuando le mostraran

evidencia de la deuda y de su obligación de pagarla.

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El 20 de marzo de 1995 el Tribunal de Primera Instancia, Sala Superior de San Juan, dictó

sentencia en la que dividió la sociedad legal de gananciales que existió en el matrimonio Arsuaga

Álvarez-Morales. Como parte del pleito de división de gananciales se solicitó del tribunal que

ejecutara la sentencia y ordenara la venta en pública subasta de la casa de Sagrado Corazón. Para

evitar perder esta propiedad, Arsuaga Álvarez acordó comprarle a Morales su 50% de participación

en la misma, acuerdo que fue recogido mediante resolución emitida por el tribunal de instancia el 6

de agosto de 1999.

Los hechos anteriormente expuestos fueron, repetimos, estipulados ante el foro primario.

Luego de que las partes presentaran ante dicho foro judicial memorandos de derecho, en apoyo de

sus respectivas contenciones, mediante sentencia a esos efectos el tribunal de instancia

declaró sin lugar la demanda incoada por la Asociación.

En síntesis, el referido foro judicial sostuvo que Arsuaga Álvarez no era responsable del

pago de cuotas de mantenimiento del sistema de control de acceso ya que siendo copropietario de la

casa tenía que haber prestado su autorización para el establecimiento del mismo. Expresó, además,

que sabiendo la Asociación que Arsuaga Alvarez era condueño de la casa debió informarle sobre

sus intenciones de cerrar la Urbanización y obtener su anuencia. Por otro lado, manifestó, que luego

de decretado el divorcio, Morales no tenía autoridad alguna para obligar al peticionario a aceptar el

cierre ni al pago de la cuota.

Insatisfecha con dicho dictamen, el 2 de mayo de 2001, la Asociación acudió ante el

Tribunal de Circuito de Apelaciones mediante recurso de apelación.[2]Mediante sentencia emitida el

10 de octubre de 2001 el Tribunal de Circuito de Apelaciones revocó parcialmente la sentencia

dictada por el foro primario. Al así resolver, sostuvo que el peticionario tenía razón al interpretar la

Sec. 64a(c) de la Ley Núm. 21 de 20 de mayo de 1987,[3] a los efectos de que la misma requiere la

autorización de todos los propietarios de una vivienda. Dicho foro expresó que como Arsuaga

Álvarez no firmó el permiso debe entenderse que, en lo que respecta a su participación en el

inmueble, no autorizó el control de acceso ni se comprometió a contribuir económicamente al

mantenimiento del mismo. Por otro lado, sostuvo que, a tenor con la Sec. 64d-3(a)(3) de la referida

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Ley, Arsuaga Álvarez estaba obligado al pago de la cuota de mantenimiento por el sistema de

control de acceso, en cuanto a la participación que éste adquirió de su ex–esposa, luego de

establecido el control de acceso en la urbanización. Ello, tras haberse determinado que Morales,

como copropietaria del inmueble, autorizó válidamente la implementación del control de acceso

obligando, así, al pago de la cuota en cuanto a su participación. No obstante, resolvió que el

peticionario podía oponerse al pago de las cuotas de mantenimiento en cuanto a la participación de

la que siempre fue dueño.

Inconforme con la actuación del tribunal apelativo intermedio, Arsuaga Álvarez acudió por

derecho propio --vía certiorari-- ante este Tribunal. Alega que procede revocar la sentencia

emitida por el tribunal apelativo debido a que dicho foro incidió: ... al determinar que el Recurrente está obligado según la Ley 21, Ley de Control de Acceso, al pago de la cuota de mantenimiento por el control de acceso en cuanto a la participación adquirida por éste de su ex–esposa, Sra. Morales.

El 25 de enero de 2002 expedimos el recurso. Contando con la comparecencia de ambas

partes, y estando en posición de resolver el recurso radicado, procedemos a así hacerlo. Revocamos.

Veamos por qué.

I.

El propósito de proveerle a nuestro País un mecanismo adicional para combatir la

criminalidad y de promover la participación activa de la ciudadanía en la lucha contra el crimen,

llevó a nuestra Asamblea Legislativa a aprobar, el 20 de mayo de 1987, la Ley Núm. 21, ante, sobre

control de acceso y uso público de áreas residenciales.[4] Esta pieza legislativa persigue, además,

mejorar la seguridad y tranquilidad de las comunidades procurando así una mejor convivencia e

interacción comunitaria. Asoc. Res. Vec. Altamesa Este v. Mun. de San Juan, 140 D.P.R. 24, 30

(1996); Caquías Mendoza v. Asoc. Res. Mansiones de Río Piedras, 134 D.P.R. 181, 186 (1993).

En esta Ley se dispuso un procedimiento mediante el cual las personas que residan en

urbanizaciones, comunidades o calles, cuyas vías públicas no sean utilizadas como acceso de

entrada o salida a otras comunidades, puedan solicitar y obtener autorización para establecer un

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sistema de control de acceso a las calles que se encuentran dentro de su área residencial. 23

L.P.R.A. sec. 64. A través de la misma se delegó en los municipios --con el asesoramiento de la

Junta de Planificación de Puerto Rico-- la facultad de reglamentar y conceder los permisos y

autorizaciones para el control de acceso de vehículos de motor y el uso público de las calles.[5] Ibid.

Ello conforme a los procedimientos, requisitos y criterios reseñados en la propia Ley y en el

Reglamento de Planificación Núm. 20 de 20 de enero de 1989, titulado Reglamento de Control de

Tránsito y Uso Público de Calles Locales.[6] Véase: Asoc. Pro Control de Acceso Calle

Maracaibo v. Cardona Rodríguez, 144 D.P.R. 1, 26 (1997); Asoc. Res. Linda Gardens v. Mun. de

Guaynabo, 138 D.P.R. 925, 930 (1995).

Del mismo modo, la Ley faculta a las asociaciones de residentes para que luego de

organizadas y registradas en el Departamento de Estado, como instituciones sin fines de lucro, se

encarguen de la administración y mantenimiento de los sistemas de control de acceso. 23 L.P.R.A.

64a(a) y 64d-3(a). Ahora bien, la delegación efectuada por la Legislatura a estas asociaciones es

limitada y siempre debe interpretarse conforme al ordenamiento vigente, al propósito de la ley, y en

consideración a la naturaleza de los bienes involucrados y los derechos constitucionales de todas las

partes afectadas. Asoc. Pro Control de Acceso Calle Maracaibo v. Cardona Rodríguez, ante, a la

pág. 28.

Si bien la Ley Núm. 21, ante, promueve el establecimiento de control de acceso en las

urbanizaciones y provee los mecanismos para facilitar dicho trámite,es preciso advertir que también

enfatiza la importancia y el respeto que merece la opinión de aquellos propietarios que se oponen a

la implantación del control de acceso o a sus términos. Cónsono con lo anterior, en Caquías

Mendoza v. Asoc. Res. Mansiones de Río Piedras, ante, manifestamos que: La delicada política pública tras este ordenamiento requiere armonizar el interés de los ciudadanos en su seguridad y bienestar con los derechos de propiedad y libertad de otras personas, así como de aquellos residentes que se oponen al control de acceso o a sus términos. Tanto la Ley Núm. 21...como el reglamento de la Junta de Planificación...y las ordenanzas municipales que la implantan, intentan armonizar estos intereses. Ibid. a las págs. 186-87.

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Tenemos pues que tanto la Ley Núm. 21, ante, según enmendada, por las Leyes Núm. 156 de 10

de agosto de 1988 y Núm. 22 de 16 de julio de 1992, como el Reglamento Núm. 20, ante, consagran el

derecho de los residentes a oponerse al control de acceso. Dichos residentes no están obligados a pagar

las correspondientes cuotas para el establecimiento, operación, mantenimiento o remoción del

sistema. 23 L.P.R.A. sec. 64g;[7] Sección 10.01 del Reglamento Núm. 20, ante. Tampoco están obligados

a pertenecer a la asociación de residentes, aunque sí tienen voz y voto en las reuniones que ésta

celebre. Además, tienen derecho de acceso al área controlada bajo las mismas condiciones que los

residentes que hayan favorecido el control de acceso. 23 L.P.R.A. sec. 64g; Sección 10.02 del

Reglamento Núm. 20, ante. Cuando se solicite del municipio el permiso para implantar el control de

acceso, la Ley exige que la asociación de residentes garantice este último derecho. Sección 5.03(8) del

Reglamento Núm. 20, ante.[8]

A tenor con lo anterior, en Caquías Mendoza v. Asoc. Res. Mansiones de Río Piedras, ante, a la

pág. 212, expresamos que el efecto de las anteriores disposiciones es:

[Q]ue los vecinos que se opongan al sistema de control de acceso ten[gan] exactamente los mismos derechos que los vecinos que ... apoya[n] el sistema y que contribuy[en] económicamente a su mantenimiento. Esto puede parecer injusto para aquellos residentes que apoyan la gestión. También puede prestarse a abuso por parte de residentes que, de mala fe, se opongan a la implantación del sistema de control de acceso para no tener que contribuir económicamente a su mantenimiento pero que en realidad desean la seguridad y tranquilidad que éste ofrece. No obstante, ese es el balance que nuestro legislador estimó adecuado para proteger los intereses en conflicto.

De todo lo anterior, y a los fines de brindar una solución justa a la controversia que hoy

tenemos ante nuestra consideración, debemos tener presente el derecho de aquellos que se oponen

al cierre y “la importancia que tiene dentro de esta legislación equiparar y proteger los derechos de

todas las partes involucradas.” Asoc. Res. Vec. Altamesa Este v. Mun. de San Juan, ante, a la pág.

35 (énfasis nuestro).

II

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Para determinar si el peticionario Arsuaga Álvarez viene obligado a contribuir

económicamente con el sistema de control de acceso establecido en su Urbanización, es menester

dilucidar dos aspectos importantes. En primer lugar, si la autorización ofrecida por la señora

Morales, consintiendo a la implantación del control de acceso, fue una válida y suficiente de

acuerdo a la Ley Núm. 21, ante, y si la misma obliga al peticionario. Por otro lado, debemos

resolver si la Sección 64d-3(a)(3) de la referida Ley es aplicable al peticionario a los fines de

obligarlo a contribuir económicamente al mantenimiento del sistema de control de acceso. Veamos.

A

Como señalamos previamente, la señora Morales ofreció su consentimiento por escrito para

que se dictara resolución final implantando el control de acceso en la Urbanización Sagrado

Corazón. La Asociación aquí recurrida arguye que dicha autorización era válida y suficiente

conforme a la Sección 64a(c) para cumplir con los requisitos exigidos por la Ley para solicitar y

obtener el permiso para el cierre y para sujetar el inmueble al pago de cuotas de mantenimiento del

sistema.

La referida Sección 64a(c) dispone, en lo pertinente, que: A los fines de poder solicitar y obtener el permiso a que se refiere la sec. 64 de

este título, se deberá cumplir con los siguientes requisitos: ...

(c) Que la solicitud de autorización para controlar el acceso o los accesos a la urbanización, calle o comunidad sea adoptada por lo menos por tres cuartas 3/4 partes de los propietarios de las viviendas allí establecidas. La participación de dichos propietarios estará limitada a un propietario por vivienda y deberá constar por escrito bajo la firma de cada uno de ellos. Una autorización para solicitar el permiso para controlar el acceso o accesos a la urbanización, calle o comunidad prestada voluntariamente por un propietario mayor de edad y en representación de una vivienda obligará al propietario a cumplir con lo dispuesto en la sec. 64d-3 de este título. ... 23 L.P.R.A. sec. 64a(c).

La Asociación sostiene que siendo Morales propietaria del inmueble, y requiriendo la Ley la

participación de un solo propietario por vivienda, su autorización era suficiente para actuar en

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representación de tal inmueble, sujetándolo al pago de gastos de mantenimiento del sistema. La

Asociación aduce que dicha autorización no sólo es válida, sino que también tuvo el efecto de

obligar y/o comprometer al peticionario Arsuaga Álvarez a contribuir económicamente a los gastos

del sistema.

Por su parte, Arsuaga Álvarez arguye que aun cuando

la Ley dispone que la participación será de un solo propietario por vivienda, siendo él

copropietario de la misma requería ser notificado, consultado de la intención de establecer el

sistema de cierre y debía prestar su aceptación al mismo. Sostiene que en vista de que Morales sólo

es copropietaria del inmueble no podía con su sola autorización representar la vivienda, ni

comprometerlo a contribuir al mantenimiento del sistema. Aduce que debido a la insuficiencia de

dicha autorización debe entenderse que la vivienda o inmueble no ha prestado su aceptación para el

cierre y, por lo tanto, no está sujeta al pago de gastos que genere el control de acceso.

De entrada, resulta esencial advertir que la autorización ofrecida por Morales ocurrió luego

de dictada la sentencia de divorcio entre ésta y Arsuaga Álvarez, pero antes de efectuarse la

liquidación de la sociedad legal de gananciales que existió durante el matrimonio.

Como es sabido, una vez disuelto el matrimonio, desaparece la sociedad legal de

gananciales. Artículo 1315 del Código Civil, 31 L.P.R.A. sec. 3631. Es entonces cuando nace

una comunidad de bienes de la cual los ex–cónyuges son comuneros hasta que se liquide la

sociedad. Bidot Almodóvar v. Urbino Valle, res. el 13 de diciembre de 2002, 2002 TSPR 151; Soto

López v. Colón Meléndez, 143 D.P.R. 282, 287 (1997); García López v. Méndez García, 102

D.P.R. 383, 395 (1974). De este modo, los ex–cónyuges pasan a ser copartícipes de una comunidad

de bienes ordinaria en la que por más que se prolongue el estado de indivisión “se tratará en todo

caso de una masa en liquidación.” González Cruz v. Quintana Cortés, 145 D.P.R. 463, 469

(1998); Soto López v. Colón Meléndez, ante; García González v. Montero Saldaña, 107 D.P.R. 319,

331-32 (1978); J. Puig Brutau, Fundamentos de Derecho Civil, Barcelona, Ed. Bosch, 1967, T.IV,

Vol.1, pág. 784.[9] Esta comunidad de bienes, que se supone sea administrada por ambos ex-

cónyuges,[10] no se rige por las normas de la sociedad legal de gananciales que hasta entonces le

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aplicaban a los bienes de los cónyuges sino por las de comunidad de bienes, que a su vez, en

ausencia de contrato o disposiciones especiales, está gobernada por los Artículos 326-340 del

Código Civil, 31 L.P.R.A. secs. 1271-1285. Bidot Almodóvar v. Urbino Valle, ante; González

Cruz v.Quintana Cortés, ante, a las págs. 469-70; Calvo Mangas v. Aragonés Jiménez, 115 D.P.R.

219, 228 (1984).

Es en este contexto en el que la controversia de autos debe ser analizada. En consecuencia,

para determinar la validez de la autorización prestada por Morales no sólo nos corresponde

imprimirle una interpretación adecuada y razonable a la Sección 64a(c), sino, que además, debemos

armonizarla con las normas establecidas en nuestro ordenamiento jurídico relativas al régimen de

comunidad de bienes. Ello, claro está, sin desvirtuar los propósitos que persigue la Ley Núm. 21,

ante, que, como ley especial, rige la controversia, y teniendo siempre presente que cualquier

deficiencia o laguna que en ella exista será suplida por las disposiciones del Código Civil. 31

L.P.R.A. sec. 12.[11]

Nuestro ordenamiento jurídico dispone que existe una comunidad “cuando la propiedad de

una cosa o de un derecho pertenece pro indiviso a varias personas.” 31 L.P.R.A. sec. 1271. Esto es,

se trata de una situación en que dos o más personas son titulares de un mismo derecho, o lo que es

lo mismo, cuando un derecho o conjunto de derechos están atribuidos a una pluralidad de sujetos,

correspondiéndoles en común. F. Puig Peña, Compendio de Derecho Civil Español, 3ra. ed. rev.,

Madrid, Ed. Pirámide, 1976, T.II, pág. 259; J. Castán Tobeñas, Derecho Civil Español Común y

Foral, 13ra. ed. rev., Madrid, Ed. Reus, 1987, T.II, Vol.1, pág. 449.

Cuando hablamos de comunidad nos referimos a un concepto genérico ya que el mismo

puede recaer sobre toda clase de derechos. Es por ello que cabe hablar de comunidad de bienes y

comunidad de derechos. J. Vélez Torres, Curso de Derecho Civil, San Juan, 1983, T.II, pág. 143; J.

Puig Brutau, Fundamentos de Derecho Civil, 3ra. ed., Barcelona, Ed. Bosch, 1979, T.III, Vol.II,

págs. 5-6. Ahora bien, en el presente caso nos enfocamos en la copropiedad o condominio que no es

otra cosa que la comunidad aplicada al derecho de propiedad. Castán Tobeñas, Derecho Civil

Español Común y Foral, ante, a la pág. 510. Esto es, cuando la propiedad de una cosa corporal

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pertenece a una pluralidad de personas, convirtiéndose en co-titulares de ésta por cuotas

cualitativamente iguales. E. Vázquez Bote, Derecho privado puertorriqueño, San Juan, Ed.

Butterworth de Puerto Rico, 1993, Vol. VIII, pág. 9.[12]

En aquellos casos en que los sujetos de la copropiedad sean ex-cónyuges la participación de

éstos en dicha comunidad será por partes iguales. Calvo Mangas v. Aragonés Jiménez, ante, a la

pág. 228. Con relación al uso que cada comunero le pueda dar a la cosa común se ha expresado que

el mismo no puede efectuarse de tal manera que perjudique a los demás condueños y al interés de la

comunidad.[13] Soto López v. Colón Meléndez, ante, a la pág. 289. Ello, porque en la copropiedad el

interés tutelado es el interés colectivo al cual queda sometido el interés individual de cada

comunero. J. Manresa, Comentarios al Código Civil Español, 8va. ed. rev., Madrid, Ed. Reus, 1976,

T.III, pág. 596.

Si bien el ordenamiento jurídico le reconoce a los comuneros facultades plenas sobre su

cuota particular,[14] no existe igual libertad de acción con relación a la cosa común. Las facultades

que se le atribuyen a los copartícipes sobre la cosa común están necesariamente subordinadas al

derecho de todos los demás. Castán Tobeñas, Derecho Civil Español Común y Foral, ante, a la pág.

513. Por tanto, las gestiones relacionadas a la cosa común siempre requerirán cierto grado de

acuerdo o acción conjunta entre los copropietarios. De otro modo, podría ocasionársele perjuicio a

la comunidad y/o al interés que cada partícipe tiene en la misma.

Ahora bien, las normas referentes a la autoridad que los copropietarios poseen sobre el

objeto común varían de acuerdo al acto o gestión que se interese realizar sobre éste. Del mismo

modo, la facultad de los comuneros para obligar con sus actos a los demás partícipes de la

comunidad difiere dependiendo de si se trata de un acto de conservación, de administración o

de alteración de la cosa común.

En primer lugar, en lo referente a actos para la conservación de la cosa común el

ordenamiento dispone que todo copropietario tendrá derecho a obligar a los demás condueños a

contribuir con los gastos que genere la conservación de la cosa o derecho común. 31 L.P.R.A. sec.

1274.[15] Por otro lado, si se trata de un acto de administración y mejor disfrute de la cosa común, el

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mismo sólo obligará a todos los condueños si es ejecutado luego de haberse llegado a un acuerdo

por mayoría. 31 L.P.R.A. sec. 1277.[16] Con relación a los actos que conlleven una alteración de la

cosa común, se dispone que ninguno de los condueños podrá realizarlos sin el consentimiento

unánime de los demás, aun cuando del mismo pudieran resultar ventajas para todos. 31 L.P.R.A.

sec. 1276.[17]

En el presente caso no hay duda de que al momento en que Morales prestó su autorización

para que se estableciera el sistema de control de acceso existía entre ella y Arsuaga Álvarez un

régimen de comunidad con relación al inmueble objeto de la controversia en el cual cada uno poseía

un 50% de interés en el mismo.[18] Por tanto, la autoridad que tenía Morales para actuar con relación

al inmueble y para obligar con sus actos al también copropietario Arsuaga Álvarez estaba limitada

por las normas esbozadas previamente. Es por ello que para dilucidar la validez de la autorización

prestada por Morales con relación al inmueble es necesario determinar si el acto de autorizar el

establecimiento de un sistema de control de acceso constituye un acto de conservación,

administración o de alteración de la cosa común. Como señalamos anteriormente, tratándose de actos que persiguen la conservación de la cosa común el comunero no necesita el consentimiento de los demás copartícipes para ejecutarlo pero puede repetir de éstos la parte correspondiente de los gastos incurridos. Cabrera v. Morales, 57 D.P.R. 457, 463 (1940). Realizar actos que generan gastos de conservación implica efectuar gestiones necesarias para que la cosa no se deteriore ni perezca. Del mismo modo, se trata de actos dirigidos a mantener la utilidad y productividad de la cosa común y procurar que la misma permanezca al servicio del destino al que está afectada. M. Albaladejo, Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales, Madrid, Ed. Revista de Derecho Privado, 1985, T.V, Vol. II, pág. 106. Conlleva gastos necesarios e indispensables “para la conservación de la cosa en buen estado y en forma idónea para servir a su destino.” L. Díez Picazo y A. Gullón, Sistema de Derecho Civil, 6ta. ed., Madrid, Ed. Tecnos, 1997, Vol. III, pág. 83. Los actos de administración de la cosa común que, como dijimos, requieren para su ejecución el acuerdo de los partícipes que representen la mayoría de los intereses que constituyen el objeto de la comunidad, han sido definidos por este Tribunal. En De la Fuente v. A. Roig Sucrs., 82 D.P.R. 514, 522-24 (1957), apoyándonos en la doctrina española manifestamos que:

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[L]os actos de administración son aquellos que se requieren para contrarrestar los efectos de la duración o transcurso del tiempo en el valor de las cosas; son, como se ha dicho, los que salvan el valor presente de una cosa, sin comprometerla para el futuro. Son, también, los que permiten que una cosa se incremente con un valor que las circunstancias permiten aprovechar sin necesidad de exponerse a un riesgo o de sufrir un quebranto.[19]

Es decir, se refiere a actos dirigidos al mero aprovechamiento de la cosa, con resultados transitorios,[20] que no llegan a transformar la sustancia de la cosa; y sólo tienen como objeto regular el uso y el modo de obtener todas aquellas utilidades que la cosa permita, sin detrimento de su natural entidad.[21]

Por otro lado, los actos que conllevan una alteración de la cosa común, los cuales requieren unanimidad para su validez, también fueron definidos en el casoDe la Fuente v. A. Roig Sucrs., ante. Allí expresamos que los mismos:

[S]uponen la producción de un cambio en el uso y disfrute o en la sustancia e integridad de la cosa, que pueden modificar el destino y la naturaleza de ésta y que significa una extralimitación de las facultades que legalmente corresponden a cada propietario. ... [U]na alteración significa un cambio en el destino de la cosa común o una modificación de la forma, la sustancia o la materia de la cosa ... un cambio del estado en que los otros copartícipes creen que la cosa debe permanecer, o una distracción del uso a que éstos quieren que sea destinada ... una desnaturalización del destino y servicio de la cosa indivisa ... un cambio de la esencia o forma de la cosa ... una novedad que pueda modificar y limitar, y, sobre todo, perjudicar la condición o disfrute de la misma para los demás ... un acto que deba ser calificado jurídicamente como acto de disposición y que incluye los de simple intervención de hecho en la cosa común cuando puedan implicar para ésta alteraciones sustanciales ... una obra que modifique la forma o sustancia (especialmente el destino) de la cosa común ... todo acto dispositivo o de gestión que modifique sustancialmente el estado de hecho o de derecho de la cosa de modo que después de él la cosa no pueda decirse que sea como antes era. Ibid. a las págs. 524-525 (citas omitidas).

Al examinar qué tipo de acto constituye el prestar una autorización para que un inmueble

quede sujeto a un sistema de control de acceso, no nos queda otra alternativa que catalogarlo como

uno de administración y mejor disfrute de la cosa común. No cabe hablar de que el mismo

constituye un acto de conservación ya que el establecimiento de un sistema como éste no es una

gestión indispensable ni necesaria para evitar el deterioro del inmueble poseído en comunidad. Por

otro lado, no se trata de una alteración a la cosa común ya que el control de acceso no implica un

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cambio en la sustancia ni en el destino del inmueble, como tampoco podría afirmarse que se trata de

un acto de disposición.

Siendo ello así, y considerando los propósitos que tuvo el Legislador al diseñar la Ley Núm.

21, ante,[22] no hay duda de que el referido acto constituye uno de administración y mejor disfrute de

la cosa común. Definitivamente, la autorización para establecer un sistema de control de acceso es

un acto dirigido a incrementar o mejorar el aprovechamiento del inmueble (la cosa común), sin

exponerla a riesgo de sufrir quebranto. De ningún modo tiene el efecto de transformar la sustancia

de la cosa y sólo va dirigido a regular su uso para derivar un mejor disfrute de la misma.

Como consecuencia de lo anterior, queda claro que la única manera en que un copropietario

--como lo sería Morales en el caso de autos-- podía autorizar válidamente el establecimiento de este

sistema y así sujetar la cosa común y obligar, con su actuación, a los demás copropietarios, era si

ese acto hubiese sido consentido por la mayoría de los partícipes. Es decir, por aquellos que

representaban la mayoría de las participaciones en la cosa común.

Según señalamos previamente, en el presente caso tanto Morales como Arsuaga Álvarez

tenían un interés idéntico sobre el inmueble en comunidad. Esto es, ambos tenían una porción de

50% sobre el mismo. Por lo tanto, no era posible que ninguno de los dos, por sí sólo, pudiese

válidamente efectuar un acto de administración sobre el bien común sin el consentimiento del otro

ya que no había manera de que sus participaciones individuales constituyeran una mayoría. En esta

circunstancia particular donde no era posible obtener una mayoría por tratarse de dos partícipes con

cuotas iguales y donde tampoco se acudió al Tribunal –-alternativa provista en el

Artículo 332 del Código Civil cuando no se logra mayoría[23]-- el acto de administración

requería para su ejecución el acuerdo de ambos copropietarios, y de existir oposición entre ellos, el

mismo, no podía llevarse a cabo. Así lo sugiere Albaladejo al manifestar que: Si, por el contrario, las cuotas son iguales, entonces es imposible un acuerdo de la mayoría ... Mientras no se acuda al Juez prevalece el status quo y, por lo tanto, la postura del que se niega al acuerdo sobre la medida de administración.[24]

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Por ello, forzosa resulta la conclusión de que el consentimiento ofrecido por Morales autorizando, en representación de la vivienda, la implantación del sistema de control de acceso fue inválido e insuficiente para sujetar el inmueble a dicho sistema y obligar al copropietario Arsuaga Álvarez a los gastos relacionados a éste. “El negocio celebrado sin la cobertura de un acuerdo de la mayoría es un negocio sin el necesario poder de disposición, por lo que en principio, no debe perjudicar o afectar a los demás condueños. [Es un acto] que no despliega eficacia ...” Albaladejo, Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales, ante, a las págs. 413-14 (énfasis nuestro).

Si bien es cierto que en la comunidad de bienes post-divorcio ambos cónyuges son

comuneros y coadministradores y su participación en la administración y disfrute de los bienes

comunes es un derecho propio,[25] debe respetarse estrictamente el requisito de mayoría para

efectuar actos de administración ya que, de otro modo, se perjudicaría el interés de la comunidad.

Esto se hace más patente en el presente caso que ni siquiera trata de un acto de administración

efectuado sin acuerdo mayoritario por existir oposición de los otros comuneros. En este caso,

el copropietario, Arsuaga Álvarez ni siquiera pudo oponerse al mismo ya que no fue informado o

consultado de la intención de la Asociación de Residentes de tramitar el control de acceso ni de la

autorización prestada por Morales.[26] Ello a pesar de que tanto Morales como la Asociación tenían

conocimiento de que éste seguía siendo copropietario del inmueble a pesar de que ya no estaba

casado con Morales ni vivía en dicha residencia, sino en Hato Rey.

Lo expuesto anteriormente no es incompatible con lo dispuesto en la Sección 64a(c) de la

Ley Núm. 21, ante, sino que permite complementar lo preceptuado en dicha Ley. Como vimos, en

la referida sección se dispone que la solicitud de autorización para controlar el acceso requiere ser

adoptada, por lo menos, por tres cuartas partes de los propietarios de las viviendas allí establecidas.

Dispone, además, que la participación de dichos propietarios está limitada a uno por vivienda y que

la autorización prestada por un propietario mayor de edad y en representación de una vivienda

obligará al propietario a costear los gastos del sistema. 23 L.P.R.A. 64a(c).

La Asociación recurrida erróneamente plantea que como la Ley sólo permite el voto de un

propietario por vivienda, la autorización prestada por Morales como copropietaria era suficiente

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para obligar al inmueble y a Arsuaga Álvarez. Somos del criterio que, de ningún modo puede

entenderse que la intención del Legislador al establecer esta limitación era prohibirle a un

propietario su derecho a expresarse o a oponerse al control de acceso. Menos aún si consideramos

que ese es, precisamente, uno de los derechos que esta pieza legislativa salvaguarda.

La limitación impuesta a los efectos de que la participación sea de un propietario por

vivienda responde al propósito de impedir que pueda obtenerse el 75% exigido por Ley para

autorizar el cierre, con un número ínfimo de viviendas.[27] Se trata de una limitación para los que

favorecen el cierre. Esto es, al exigir que el voto sea por vivienda se quiso evitar que una minoría de

los propietarios de viviendas en una urbanización impusieran su voluntad sobre el resto. Esta

interpretación es la más lógica y razonable que puede hacerse de la referida disposición legal.

De ninguna manera el lenguaje de dicha Sección puede implicar que existiendo dos

copropietarios con idénticas cuotas sobre un inmueble pueda uno, sin haber llegado a un acuerdo

con el otro, someter la vivienda al control de acceso y obligar al otro condueño al pago de gastos.

Del mismo texto de la Ley se desprende que el Legislador quiso evitar esa injusticia cuando dispuso

que “la autorización ... prestada ... por un propietario mayor de edad y en representación de una

vivienda obligará al propietario...” 23 L.P.R.A. sec. 64a(c). No cabe duda de que el

Legislador estableció un requisito de representación que, necesariamente, supone un acuerdo previo

entre los propietarios del inmueble para que luego uno de ellos pueda emitir una sola autorización a

nombre de los demás, o lo mismo, que sea representativa de la vivienda.[28] La única manera en que

uno de los copropietarios puede ofrecer una autorización que sea representativa de la vivienda,

reflejando así la voluntad, el sentir y la aceptación de todos los propietarios de la misma es a través

de un acuerdo unánime con éstos, o al menos mayoritario, con relación al establecimiento del

control de acceso. Ello, cónsono con las normas expuestas previamente relativas a los actos de

administración en una comunidad de bienes, las cuales son aplicables a esta controversia y sirven

para complementar lo dispuesto en la Ley Núm. 21, ante. Sólo así un copropietario podría, con su

voto o participación, sujetar el inmueble y obligar a los demás dueños a contribuir con el costo del

sistema de control de acceso.

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Resolvemos, en consecuencia, que la autorización ofrecida por Morales, consintiendo al

establecimiento de un sistema de control de acceso, fue un acto unilateral inválido e insuficiente

para sujetar el inmueble al sistema de control de acceso y para obligar a Arsuaga Álvarez al pago de

los gastos de mantenimiento del mismo; ello por tratarse de un acto de administración sobre un bien

poseído en comunidad el cual requería para su ejecución de un acuerdo mayoritario. Como

consecuencia, el mismo no constituyó una autorización representativa de una vivienda según lo

exigido por la Ley Núm. 21, ante.

III

Lo dispuesto anteriormente no resuelve del todo la controversia que nos ocupa. Es preciso

examinar otro argumento de la Asociación recurrida, en el que plantea que, independientemente de

que la autorización prestada por Morales fuese o no válida, la Sección 64d-3(a)(3) de la Ley Núm.

21, ante, por sí sola, era suficiente para obligar a Arsuaga Álvarez al pago de cuotas de

mantenimiento del control de acceso establecido en la urbanización.

La Sección 64d-3(a)(3) de la referida Ley dispone lo siguiente: (a) El Consejo, Junta o Asociación de Residentes está facultada para imponer una

cuota para cubrir los costos y gastos de instalación, operación y mantenimiento del sistema de control de acceso, incluyendo los salarios o jornales del personal contratado. Asimismo, está facultada para cobrar dicha cuota y reclamar la deuda a un propietario por este concepto por la vía judicial. La obligación de pago recaerá en los siguientes propietarios:

...

(3) Todo propietario adquirente de una finca, ubicada en una urbanización, calle o comunidad que ha sido autorizada por el municipio correspondiente para controlar el acceso o que, a la fecha de la compraventa, se encontrara en trámite de obtener el consentimiento de tres cuartas (3/4) partes de los propietarios y así conste en actas. 23 L.P.R.A. sec. 64d-3(a)(3).[29]

La Asociación arguye que en 1999, cuando Arsuaga Álvarez adquirió el 50% de

participación que Morales tenía en el inmueble, éste quedó automáticamente obligado a contribuir al

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gasto de mantenimiento del sistema de control de acceso, en vista de que, para esa fecha, el cierre ya

se había establecido en la Urbanización. Aduce que Arsuaga Álvarez puede ser catalogado como

ese propietario adquirente, contemplado en la antes citada Sección, que compra una finca ubicada

en una urbanización que ya ha implantado el control de acceso, y que al momento de adquirirla

queda obligado al pago de mantenimiento del sistema.

De entrada, surgen las siguientes interrogantes: ¿Es Arsuaga Álvarez el propietario

adquirente al que se refiere la Sección 64d-3(a)(3)? ¿A qué tipo de propietario le es aplicable la

Sección 64d-3(a)(3)? ¿Debemos entender que Arsuaga Álvarez adquirió o, lo que es lo mismo, se

convirtió en propietario del inmueble en 1999 cuando ya estaba implantado el sistema de control de

acceso? Respondemos en la negativa. Veamos por qué.

A

En primer lugar, debemos tener presente que en ningún momento Arsuaga Álvarez ha

dejado de ser propietario del inmueble aquí en controversia. Lo fue desde 1980, cuando adquirió

junto a su entonces esposa (Morales) la vivienda en la Urbanización de Sagrado Corazón, y

continuó siéndolo en 1999, cuando adquirió el 50% de participación de su ex-esposa en la casa

como parte del pleito de división de gananciales.

No hay duda que Arsuaga Álvarez, al igual que Morales se convirtieron en propietarios de la

casa de Sagrado Corazón cuando compraron la misma en 1980. Ello por pertenecer a la sociedad

legal de gananciales, entidad “sui generis” a la que se le atribuyen todos los bienes adquiridos a

título oneroso durante el matrimonio, mientras no se compruebe que son privativos de alguno de los

cónyuges. Artículos 1301 y 1307 del Código Civil, 31 L.P.R.A. secs. 3641 y 3647.[30]

Del mismo modo, en 1990, cuando el matrimonio Arsuaga Álvarez-Morales quedó disuelto

y surgió el régimen de comunidad de bienes, Arsuaga Álvarez continuó siendo propietario del

referido inmueble. Ello en vista de que la comunidad de bienes no es sustancialmente distinta de la

“propiedad individual, sino sólo una variación o accidente que origina la simultaneidad de varios en

el mismo derecho, o sea, una forma de manifestación del dominio con los dos elementos de unidad

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de la cosa y pluralidad de sujetos, los cuales tengan, aparte de la proporción ideal que les

corresponde, iguales facultades dominicales.” Ortiz Roberts v.Ortiz Roberts, 103 D.P.R. 628, 631

(1975); Manresa, Comentarios al Código Civil Español, ante, a la pág. 476.

Asimismo, se ha dicho que la copropiedad o el condominio “no es un derecho real distinto

esencialmente del dominio; es una forma del dominio nada más, un fenómeno que puede afectar al

dominio.”[31] Es por ello que “existiendo entre cada condómino y la cosa la misma relación jurídica

que existe entre el dueño único y ella, pues los condóminos son propietarios de toda la cosa

común...” Vázquez Bote, Derecho privado puertorriqueño, ante, a la pág. 9. Mientras dure la

indivisión, ninguno de los copropietarios es ajeno a la propiedad de la cosa considerada en su

unidad. Puig Brutau, Fundamentos de Derecho Civil, ante, a la pág. 26. En síntesis, tal y como lo

expone Manresa, durante la comunidad de bienes, “los comuneros son real y efectivamente

propietarios de la cosa común, y tienen por la ley atribuidos todos los derechos privativos del de

propiedad en la extensión que integra el concepto jurídico del dominio.” Manresa, Comentarios al

Código Civil Español, ante, a las págs. 491-92.[32]

De la misma manera, cuando en 1999 culminó el procedimiento judicial de división de la

sociedad legal de bienes gananciales con la adquisición por parte de Arsuaga Álvarez del 50% que

tenía Morales de participación en la casa,[33] éste continuó siendo propietario del inmueble sólo que,

desde ese momento, como único titular del mismo.

Vemos, pues, que desde 1980 Arsuaga Álvarez se convirtió en propietario de la referida

vivienda y a partir de ese momento nunca dejó de serlo. Lo único que ocurrió a través de los años

fue una serie de cambios y modificaciones en la modalidad y forma del dominio, ello de acuerdo a

los distintos regímenes a los que estuvo sujeto el inmueble; a saber, la sociedad legal de gananciales,

la comunidad de bienes y la propiedad exclusiva. Cabe destacar que en 1980, año en que

originalmente Arsuaga Álvarez adquirió el inmueble, la Urbanización Sagrado Corazón

aún no había establecido el sistema de control de acceso. Siendo ello así,tenemos que Arsuaga

Álvarez es un propietario adquirente de una finca ubicada en una urbanización en la que al

momento de él advenir propietario de la misma no se había implantado el referido sistema de cierre.

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Habiendo dispuesto que el peticionario es adquirente desde 1980, ¿debemos considerarlo

como el propietario adquirente contemplado en la Sección 64d-3(a)(3)?

Como vimos, en la Sección 64d-3(a) se mencionan las personas que están obligadas a

contribuir con los costos de mantenimiento del control de acceso y, entre ellas, se incluye en el

Inciso (3) a “[t]odo propietario adquirente de una finca, ubicada en una urbanización. ... que ha sido

autorizada ... para controlar el acceso ... .” En Caquías Mendoza v. Asoc. Res. Mansiones de Río

Piedras, ante, nos referimos a esas personas como “los que hayan adquirido su finca luego de

implantado el control de acceso ...” Ibid. a las págs. 210-11 (énfasis nuestro).

Resulta obvio, que ese Inciso (3) se refiere a nuevos propietarios adquirentes. Esto es, se

trata de personas que no tienen derecho de propiedad alguno sobre el inmueble y que, cuando lo

adquieren, quedan automáticamente obligados a contribuir a los costos de mantenimiento debido a

que al momento de la compraventa la urbanización ya tiene implantado el control de acceso o ha

comenzado el trámite para obtener el consentimiento de los propietarios. Sólo a éstos se les puede

exigir, de modo automático, el pago de gastos de mantenimiento sin oportunidad para oponerse al

control de acceso.

Para aquellas personas que ya eran propietarios en una urbanización que originalmente no

tenía acceso controlado --a quienes podríamos llamar propietarios originales-- la Ley Núm. 21, ante,

dedica otras secciones en las que les reconoce el derecho a ser informados de los planes de

establecer el sistema, a autorizar, oponerse al mismo e inclusive a revocar la autorización

prestada.[34] Siendo el lenguaje de la Sección 64d-3(a)(3) uno tendente a implicar que el adquirente

de una vivienda en una urbanización donde ya existe acceso controlado, queda automáticamente

obligado a contribuir a los gastos de mantenimiento, repetimos, no tenemos duda de que la misma

alude o se refiere a nuevos propietarios adquirentes. No podría referirse a los propietarios originales

ya que la propia ley no permite que éstos queden automáticamente obligados al pago del

mantenimiento del sistema de control de acceso a menos que hubiesen autorizado expresamente el

establecimiento del mismo. 23 L.P.R.A. sec. 64g.

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Refiriéndose la Sección 64d-3(a)(3) a nuevos propietarios adquirentes, resulta forzoso

concluir que la misma no le es aplicable a Arsuaga Álvarez; éste no es “cualquier adquirente” y

tampoco es un “nuevo adquirente” según lo contemplado en la referida sección. En 1999 cuando se

convirtió en el único titular del inmueble al adquirir la porción que le pertenecía a su ex-esposa –

-estando ya implantado el sistema de control de acceso en la urbanización--, Arsuaga Álvarez sólo

adquirió el dominio exclusivo de un inmueble que era suyo desde 1980 cuando aún no se había

establecido el sistema de cierre. La compra por parte de éste de la participación de Morales

constituye un mero trámite incidental al proceso de divorcio y división de bienes gananciales

que no debe utilizarse como el punto de partida para establecer el momento en que el peticionario

advino propietario. Como vimos, el modo de ejercer el dominio o el derecho de propiedad sobre una

cosa puede cambiar de forma o modificarse; sin embargo, lo esencial es determinar el momento en

que se comenzó a ejercer el mismo, por primera vez, ello independientemente de la manera o modo

en que se hizo.

Arsuaga Álvarez, repetimos, advino dueño desde 1980 cuando adquirió junto a Morales la

referida vivienda. Fue en ese momento en que ejerció por primera vez su derecho propietario sobre

el inmueble y para ese entonces la urbanización aún no tenía acceso controlado. Por tanto, no le

aplica la Sección 64d-3(a)(3) a los efectos de quedar obligado a contribuir al costo de

mantenimiento por el mero hecho de haberse convertido en titular único del inmueble luego de

implantado el sistema.

Arsuaga Álvarez es, precisamente, ese propietario adquirente de un inmueble en una

urbanización que, al momento de la adquisición, no tenía acceso controlado y a quien la Ley Núm.

21, ante, le ofrece la oportunidad de prestar su consentimiento para el establecimiento de éste. Del

mismo modo, es ese propietario que según lo dispuesto en la Ley sólo queda obligado a contribuir

económicamente al mantenimiento del sistema si autoriza expresamente la implantación del mismo.

Es aquél a quien la Ley le reconoce el derecho de oponerse al cierre y de no contribuir con los

costos de mantenimiento con su simple silencio[35] y a quien, además, le provee la opción de revocar

la autorización si inicialmente la había prestado.

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En vista de que Arsuaga Álvarez advino propietario del inmueble cuando todavía no estaba

implantado el acceso controlado en la Urbanización Sagrado Corazón; de que no tuvo la

oportunidad de autorizar el establecimiento del mismo ya que nunca se le requirió su

consentimiento ni se le informó de los planes de establecerlo; y de la insuficiencia de la autorización

prestada por Morales, resolvemos que Arsuaga Álvarez no está obligado a contribuir

económicamente con los gastos de mantenimiento del sistema de cierre implantado en su

Urbanización.

IV Por los fundamentos que anteceden, procede revocar la sentencia emitida por el Tribunal

de Circuito de Apelaciones en el presente caso. Se dictará Sentencia de conformidad.

FRANCISCO REBOLLO LÓPEZ Juez Asociado

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SENTENCIA

San Juan, Puerto Rico, a 24 de septiembre de 2003

Por los fundamentos expuestos en la Opinión que antecede, la cual se hace formar parte íntegra de la presente, se dicta Sentencia revocatoria de la emitida por el Tribunal de Circuito de Apelaciones en el presente caso. Así lo pronunció, manda el Tribunal y certifica la Secretaria del Tribunal Supremo. El Juez Asociado señor Fuster Berlingeri emitió Opinión disidente. El Juez Asociado señor Hernández Denton disiente sin opinión escrita. El Juez Presidente señor Andréu García no interviene. Patricia Otón Olivieri Secretaria del Tribunal Supremo

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Opinión Disidente emitida por el JUEZ ASOCIADO SEÑOR FUSTER BERLINGERI.

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Notas al calce [1] El referido cierre de la Urbanización Sagrado Corazón no estaba inscrito en el Registro de la Propiedad para la fecha de los hechos que aquí narramos. [2] En síntesis, la Asociación alegó que el foro primario había errado al determinar: (i) que la autorización del sistema de control de acceso requería la firma de todos los titulares del inmueble; (ii) que el documento de aceptación tenía que hacer referencia a la obligación de pago; (iii) al no establecer que el hecho de la adquisición del inmueble, por sí solo, era suficiente para obligar al pago.

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[3] Mejor conocida como la Ley de Control de Acceso, 23 L.P.R.A. sec. 64 et seq. [4] Véase, Exposición de Motivos de la Ley Núm. 21 de 20 de mayo de 1987, Leyes de Puerto Rico, pág. 67. [5] Dicha delegación en los municipios fue introducida como una enmienda a la Ley Núm. 21, ante, a través de la Ley Núm. 156 de 10 de agosto de 1988. Originalmente, la facultad para conceder las referidas autorizaciones residía en la Junta de Planificación. [6] La Ley Núm. 21, ante, dispone entre otras cosas: los requisitos necesarios para solicitar y obtener los permisos para controlar el acceso, 23 L.P.R.A. sec. 64a; las notificaciones requeridas para efectuar el trámite de cierre, 23 L.P.R.A. sec. 64b; las consecuencias de violar o incumplir con los requisitos establecidos en la ley, 23 L.P.R.A. sec. 64d; los requisitos para inscribir el control de acceso en el Registro de la Propiedad como un gravamen real sobre el inmueble, 23 L.P.R.A. sec. 64d-1 y el proceso para cancelar dicha inscripción, 23 L.P.R.A. sec. 64d-2; las personas obligadas a contribuir económicamente en el mantenimiento del sistema de control de acceso, 23 L.P.R.A. sec. 64d-3.

[7] Esta Sección, específicamente, dispone que:

Los propietarios que no autorizaron expresamente el establecimiento del sistema de control de acceso no estarán obligados al pago de cuotas para el establecimiento, operación, mantenimiento o remoción de dicho sistema excepto en aquellos casos en que se comprometan a dichos pagos mediante contrato escrito. Cuando así se comprometan, estos propietarios estarán sujetos a las obligaciones y disposiciones de la sec. 64d3 de esta ley. Todo propietario o residente tendrá acceso al área sujeta al control de acceso en igualdad de condiciones y todo propietario podrá participar con voz y voto en las asambleas generales que celebre el Consejo, Junta o Asociación de Residentes, independientemente de que sea o no miembro de dicho organismo.

[8] La Sec. 5.03(8) del referido Reglamento explícitamente impone el siguiente requisito para solicitar el permiso:

Garantía de que se le proveerá acceso por igual y en todo momento a todos los residentes de la comunidad, incluyendo a los que no favorezcan el establecimiento de los controles propuestos.

[9] Con relación al régimen que prevalece luego de disuelto el matrimonio y previo a la liquidación de la sociedad de gananciales, Díez-Picazo y Gullón comentan que:

“[E]stamos en presencia de un patrimonio colectivo o comunidad de bienes cuya naturaleza se transforma. Es un patrimonio formado por los bienes que fueron gananciales,

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cuya titularidad ostentan los cónyuges...” L. Díez Picazo y A. Gullón, Sistema de Derecho Civil, 2da. ed., Madrid, Ed. Tecnos, 1982, Vol. IV, pág. 272.

[10] Véase, Alameda Martínez v. Registrador, 76 D.P.R. 230, 240 (1954). [11] La referida sección del Código Civil dispone que: “[e]n las materias que se rijan por leyes especiales, la deficiencia de éstas se suplirá por las disposiciones de este título.” [12] Véase, además: Kogan v. Registrador, 125 D.P.R. 636, 651-52 (1990); Daubón Belaval v. Srio. de Hacienda, 106 D.P.R. 400, 412 (1977). [13] 31 L.P.R.A. sec. 1273; Puig Brutau, Fundamentos de Derecho Civil, ante, a la pág. 25. [14] 31 L.P.R.A. sec. 1278. [15] Véase, además: Cabrera v. Morales, 57 D.P.R. 457, 463 (1940); Pueblo v. Pagán, 19 D.P.R. 730, 734 (1913). [16] Véase, además: De la Fuente v. A. Roig Sucrs., 82 D.P.R. 514 (1957); Gual v. Pérez, 72 D.P.R. 609 (1951); Ríos v. Ríos, 7 D.P.R. 598, 606 (1904). [17] Véase, además: De la Fuente v. A. Roig Sucrs., ante. [18] Ello en vista de que para esa fecha, si bien se había dictado la sentencia de divorcio entre ambos aún no se había liquidado la sociedad legal de bienes gananciales. [19] Véase, además: Padró Collado v. Espada, 111 D.P.R. 56, 73-74 (1981). [20] Castán Tobeñas, Derecho Civil Español Común y Foral, ante, a la pág. 520; Manresa, Comentarios al Código Civil Español, ante, a la pág. 610. [21] L. Donderis Tatay, La Copropiedad, Madrid, Ed. Reus, 1933, pág. 114. [22] Que como vimos, entre éstos se encuentra el mejorar la calidad de vida y la convivencia comunitaria. [23] En lo pertinente este Artículo dispone que: “Si no resultare mayoría, o el acuerdo de éste fuere gravemente perjudicial a los interesados en la cosa común, el Tribunal de Primera Instancia proveerá, a instancia de parte, lo que corresponda, incluso nombrar un administrador.” 31 L.P.R.A. sec. 1277. [24] Albaladejo, Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales, ante, a la pág. 406. [25] González Cruz v. Quintana Cortés, ante, a la pág. 473; Soto López v. Colón Meléndez, ante, a la pág. 288. [26] Con relación a la importancia que merece el que los condueños tengan conocimiento del acto de administración que se intenta realizar y del acuerdo tomado, algunos tratadistas comentan lo siguiente:

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“El Código requiere un <<acuerdo>>, por lo que han de ser citados los comuneros a fin de deliberar y tomarlo, en su caso. No es admisible que un comunero mayoritario tome por sí y ante sí las decisiones que le parezcan oportunas, sin oír a los minoritarios y sin tener en cuenta en nada sus derechos en la comunidad”. L. Díez Picazo y A. Gullón, Sistema de Derecho Civil, ante, a la pág. 83. “[N]o tiene sentido pretender que los demás queden obligados, mientras no se les comunique el acuerdo. ... [H]emos de afirmar que al comunero al que no se le comunicó el acuerdo no se le pueden imponer las consecuencias de dicho acto de administración, sino desde que se le comunicó. ... [A]l menos el comunero minoritario no sufrirá los perjuicios del acto tomado sin su consentimiento.” Albaladejo, Comentarios al Código Civil y Compilaciones Forales, ante, a la pág. 407. “Parece lógico que si su efecto más importante es la obligatoriedad para todos, del acuerdo mayoritario, que todos deban tener conocimiento de que el acuerdo se va a tomar con el fin de poder expresar su opinión y emitir su voto en los asuntos a tratar.” J. Beltrán De Heredia, La comunidad de bienes en derecho español, Madrid, Ed. Revista de Derecho Privado, 1954, págs. 314-15.

Aunque estos comentaristas se refieren a la importancia de que los comuneros minoritarios conozcan del acto de administración y del acuerdo efectuado por la mayoría, entendemos que sus pronunciamientos aplican con mayor fuerza al caso de autos donde el acto fue efectuado por una comunera que no representaba la mayoría de intereses en la copropiedad y que ni siquiera consultó con el otro condueño de su intención de realizar el referido acto de administración. Además, es menester recordar que: “La Ley Núm. 21, ... establece que cada propietario ... tiene derecho a que se le consulte y, de oponerse al cierre, no se le puede imponer el pago de los gastos de mantenimiento del cierre.” M.J. Godreau, Personalidad jurídica, legitimación activa y propiedad horizontal: capacidad legal de la junta de directores y del presidente para llevar acciones a nombre del condominio, 64 Rev.Jur.U.P.R. 481, 488 (1995) (énfasis nuestro). [27] Cabe destacar, que la propia Asociación de Residentes en su Escrito de Apelación ante el Tribunal de Circuito de Apelaciones calificó como ilógica esa interpretación de la Sección 64a(c) y expresó que: “Si la ley autorizara a firmar a más de una persona por vivienda, asumiendo la existencia de una esposa y esposo únicamente en una propiedad, se obtendría la autorización de cierre, no con la aprobación del 75% de las viviendas (3/4 partes de las viviendas), sino con la aprobación del 37.5% de las viviendas. Lo anterior porque cada propiedad presentaría dos (2) autorizaciones en vez de una.” Apéndice V, Petición de Certiorari, a las págs. 38-39. [28] Cabe señalar que el concepto “representación” significa que una persona posee autoridad legal o convencional para actuar en nombre de otra, ejerciendo las prerrogativas jurídicas de ésta. J.A. Garrone, Diccionario Jurídico, Buenos Aires, Ed. Abeledo-Perrot, 1988, T.III, pág. 291. Es una institución en virtud de la cual una persona puede realizar un acto jurídico por otra ocupando su lugar. De Pina Vara, Diccionario de Derecho, 13ra. ed., México, Ed. Porrúa, 1985, pág. 428. [29] Véase, además: Caquías Mendoza v. Asoc. Res. Mansiones de Río Piedras, ante, a las págs. 210-11 donde este Tribunal explica que los obligados al pago de instalación, operación y mantenimiento del control de acceso, en virtud de la Sección 64d-3(a), son: “(1) ... los dueños de fincas en que se haya inscrito en el Registro el dictamen del municipio que autorizó el control de acceso; (2) ... los que autorizaron la solicitud para establecer el control de acceso, siempre y cuando el sistema implantado fuese igual en sus términos y condiciones, económicas y de otra índole, al sistema por ellos inicialmente autorizado o (3) ... aquellos que se obligaron posteriormente mediante contrato escrito, y (4) ... los que hayan adquirido su finca luego de implantado el control de acceso o comenzado el trámite para obtener el

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consentimiento de tres cuartas (3/4) partes de los propietarios residentes para su implantación.”(énfasis suplido y notas al calce omitidas). [30] Véase, además: González Cruz v. Quintana Cortés, ante, a las págs. 468-69; García González v. Montero Saldaña, ante, a la pág. 330; Betancourt v. Rodríguez, 17 D.P.R. 6, 12 (1911); Blanco v. Registrador, 5 D.P.R. 26, 31 (1903). [31] Castán Tobeñas, Derecho Civil Español Común y Foral, ante, a las págs. 444-45 y Puig Peña, Compendio de Derecho Civil Español, ante, a la pág. 259 n. 1 (citando ambos a De Diego, Instituciones de Derecho civil español, Madrid, 1959, pág. 606). [32] Véase, además: Beltrán De Heredia, La comunidad de bienes en derecho español, ante, a la pág. 171 donde este autor explica que: “El derecho de propiedad, no está, por tanto, dividido en partes materiales o ideales, sino que cada copropietario tiene un derecho de propiedad pleno, en cuanto a extensión, igual al derecho de propiedad exclusivo, cualitativamente. Pero, al estar limitado cada uno de ellos, en su ejercicio, por la coexistencia de otros tantos derechos iguales, resulta diverso cuantitativamente, es decir, en cuanto a intensidad del derecho de dominio exclusivo. De este modo, el derecho de propiedad, en la copropiedad, se transforma, por así decir, convirtiéndose en varios derechos de propiedad que coexisten sobre el mismo objeto.” [33] Véase, Resolución emitida por el Tribunal de Primera Instancia, Sala Superior de San Juan el 6 de agosto de 1999, Civil Núm. KAC91-0055. [34] Véase, 23 L.P.R.A. secs. 64, 64(a), 64(b), 64(d), 64d-1, 64d-2, 64d-3, 64d-5, 64g y 64h. [35] Véase, Caquías Mendoza v. Asoc. Res. Mansiones de Río Piedras, ante, a la pág. 213 n.40 donde este Tribunal manifestó: “En su parte pertinente, el inciso c de la Sec. 2 de la Ley Núm. 21, según enmendada, supra, 23 L.P.R.A. sec. 64a(c), dispone que "[a]quellas personas que favorezcan la implantación del sistema deberán hacerlo expresamente y por escrito ...". La Sec. 15 de la Ley Núm. 21, supra, también dispone que aquellos propietarios que no autorizaron expresamente la implantación del sistema no están obligados a sufragar su mantenimiento y operación a menos que se comprometan mediante contrato escrito. Sec. 15 de la Ley Núm. 21, supra. Por lo tanto, el silencio del residente no lo compromete.” (énfasis nuestro).

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Jurisprudencia del Tribunal Supremo de P. R. del año 2002

2002 DTS 097 ASOCIACION V. BANCO SANTANDER 2002TSPR097

EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO

Asoc. Pro Bienestar Vecinos

Urbanización Juan B. Huyke Inc.,

et al.

Peticionarios

v.

Banco Santander de Puerto Rico

Recurridos

Certiorari

2002 TSPR 97

157 DPR ____ Número del Caso: CC-2001-147

Fecha: 28/junio/2002

Tribunal de Circuito de Apelaciones: Circuito Regional I

Juez Ponente: Hon. Rafael Ortiz Carrión

Abogado de la Parte Peticionaria: Lcdo. Angel M. Landrón Sandín

Abogado de la Parte Recurrida: Lcdo. Félix R. Figueroa Cabán

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Materia: Injunction Permanente, No debe utilizar solares para estacionamiento bajo Restricciones de uso y edificación en la urbanización, Constitución de Condiciones Restrictivas de Edificación

ADVERTENCIA

Este documento constituye un documento oficial del Tribunal Supremo que está sujeto a los cambios y correcciones del proceso de compilación y publicación oficial de las decisiones del Tribunal. Su distribución electrónica se hace como un servicio público a la comunidad.

Opinión del Tribunal emitida por el Juez Asociado SEÑOR REBOLLO LOPEZ

San Juan, Puerto Rico, a 28 de junio de 2002

La parte demandante, Asociación Pro Bienestar Vecinos de la Urbanización Huyke, recurre

ante nos de una sentencia emitida por el Tribunal de Circuito de Apelaciones, confirmatoria de otra

emitida por el Tribunal de Primera Instancia, denegatoria la misma de una petición de interdicto

permanente radicada por dicha Asociación con el fin de que el demandado, Banco Santander de

Puerto Rico, cesara de utilizar dos solares, ubicados dentro la mencionada Urbanización, como

estacionamiento para una de sus sucursales bancarias; solicitud de interdicto predicada en que tal

uso contraviene restricciones de uso y edificación, las cuales gravan los solares en cuestión.

I

Allá para el año 1985, el Banco Nacional de Puerto Rico inició un proyecto de construcción

de un edificio comercial en los solares número 176 y 178, respectivamente, localizados éstos en la

Avenida Franklin D. Roosevelt en Hato Rey[1]; ello con el propósito de operar allí una de sus

sucursales bancarias. Ambos solares colindan por la parte de atrás, o parte sur, con la Urbanización

Juan B. Huyke, en específico con los solares número 179 y 181, respectivamente, de la calle José

Padín, perteneciente a la referida Urbanización. Algún tiempo después, durante el año 1987, el

Banco Nacional adquirió mediante compraventa el solar número 179 antes mencionado. Tal solar se

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encuentra clasificado por la Junta de Planificación de Puerto Rico bajo el distrito de zonificación R-

3, Distrito Residencial Tres. Posteriormente, el 2 de septiembre de 1992, luego de la

correspondiente solicitud, la Administración de Reglamentos y Permisos, en adelante A.R.P.E., le

extendió al Banco Nacional permisos de uso y de construcción, con el fin de que éste último pudiera

construir y operar en el mencionado solar un estacionamiento para los clientes de la sucursal. Ello

no obstante, nada hizo al respecto el Banco Nacional.

A principios del año 1994, y luego de respectivas transacciones al efecto, el Banco

Santander de Puerto Rico adquirió mediante compraventa todos los activos del Banco Nacional, por

lo que éste pasó a convertirse en propietario de la sucursal localizada en la Avenida Franklin D.

Roosevelt, y del mencionado solar número 179 de la Urb. Huyke, colindante con la misma. Con el

propósito de expandir sus servicios y de culminar el proyecto iniciado por el Banco Nacional, el

Banco Santander adquirió el solar número 181 de la referida calle José Padín. Este solar queda

adyacente al número 179 previamente adquirido por el Banco Nacional.

Luego de ello, el Banco Santander obtuvo los correspondientes permisos de construcción y

de uso por parte de A.R.P.E. para unir ambos solares, número 179 y 181, y operar, con mayor

capacidad, el estacionamiento que antes había contemplado el Banco Nacional. Se comenzó el

proyecto de construcción, demoliendo las estructuras de vivienda construidas en ambos solares, se

cubrió el terreno de asfalto, se instaló un portón eléctrico de seguridad y, desde entonces, el Banco

Santander comenzó a operar y a utilizar el área como estacionamiento para los clientes de la

sucursal. Este se encuentra abierto a los clientes y empleados del Banco de 8:30 a.m. a 4:00 p.m.,

con acceso vehicular desde la Ave. Roosevelt y salida, a través del referido portón eléctrico, hacia la

calle José Padín. Los días jueves, viernes y sábado, después de las 4:00 p.m., el Banco destaca un

guardia de seguridad en el estacionamiento para la protección de sus clientes.

El 22 de agosto de 1997, la Asociación Pro Bienestar Vecinos de la Urbanización Huyke, en

adelante Asociación, radicó una demanda, sobre interdicto permanente, ante la Sala Superior de

San Juan del Tribunal de Primera Instancia en solicitud de orden contra el Banco para que desistiera

del uso comercial, como estacionamiento, que le ha estado dando a los solares localizados en la

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calle José Padín.[2] Alegó la Asociación, como fundamento de su solicitud, que ambos solares están

sujetos a unas condiciones restrictivas de uso y edificación que limitan el uso a darse a los solares

comprendidos en la Urb. Huyke para fines exclusivamente residenciales. Sostuvo, además, que

dicho uso afecta el bienestar y seguridad de los vecinos, y que va en contra del interés propietario de

los residentes de la Urbanización.

En apoyo a tales contenciones, la Asociación hizo referencia a la existencia, repetimos, de

unas restricciones constituidas por el desarrollador original de la Urbanización, contenidas en la

Escritura Pública Número 65, sobre Constitución de Condiciones Restrictivas de Edificación de la

Urbanización Huyke, otorgada ante el Notario Público Miguel Marcos Contreras, allá para el día 9

de septiembre de 1946. La mencionada escritura consta inscrita, a su vez, como nota al margen de la

inscripción de la finca principal urbanizada en el Registro de la Propiedad de San Juan, con el fin de

que todos los solares comprendidos en la Urbanización, y segregados de ésta, quedaran afectos a las

referidas restricciones.[3]

La parte demandada en su contestación a la demanda alegó, como defensa afirmativa, que

las servidumbres en equidad constituidas en virtud de las referidas condiciones restrictivas se habían

extinguido por los cambios radicales ocurridos en el vecindario, por lo que mantenerlas vigentes

resultaba irrazonable y opresivo.

Luego de varios trámites procesales, incluyendo, entre otros, una inspección ocular de los

solares en cuestión, así como de aquellas zonas periféricas a la Urb. Huyke, el tribunal de

instancia denegó el interdicto solicitado por la Asociación. El foro primario adujo tres fundamentos

en apoyo de su dictamen. En primer lugar, determinó que la utilización del área como

estacionamiento está autorizada por la sección 84.01(2) del Reglamento de Zonificación de Puerto

Rico, Reglamento de Planificación Núm. 4, del 16 de septiembre de 1992, número 4844 de la Junta

de Planificación.[4] En segundo término, sostuvo que los cambios sociales y circunstanciales

ocurridos en el área periférica a los solares en cuestión, provocaron la extinción de las servidumbres

en equidad constituidas por el desarrollador original de la Urbanización. Por último, determinó que,

de una lectura de la escritura de constitución de condiciones restrictivas, no se desprende claramente

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la prohibición a los efectos de la actividad realizada por la parte demandada; esto es, sostuvo que la

parte demandante lo que pretendía era impedir un uso que no había sido especificado en la escritura

ni constaba particularmente inscrito en el Registro de la Propiedad.

Insatisfecha, la Asociación apeló ante el Tribunal de Circuito de

Apelaciones.[5] Cumplimentados los trámites apelativos pertinentes, el tribunal apelativo

intermedio confirmó el dictamen emitido por el tribunal de instancia. Sustentó tal determinación en

prácticamente los mismos fundamentos esgrimidos por instancia. Expuso, además, que, de una

interpretación razonable del texto y del contexto de la condición restrictiva en controversia, se

desprende que ésta sólo limita el uso de las edificaciones que se erijan en los solares, por lo que ello

no impide el uso de tales solares para estacionamiento.

Inconforme, la Asociación acudió en revisión --vía certiorari-- ante este Tribunal,

imputándole al foro apelativo intermedio haber errado: “...al hacer una interpretación restrictiva de las condiciones establecidas en la servidumbre en equidad y guardar silencio al no pasar juicio sobre las actuaciones de la parte recurrida al obviar unas restricciones que surgen del Registro de la Propiedad, demoliendo estructuras para validar el uso comercial no permitido.”

Expedimos el recurso. Contando con la comparecencia de ambas partes, y estando en

posición de resolver el mismo, procedemos a así hacerlo.

II

En esencia, nos corresponde interpretar, en primer lugar, el texto utilizado por el

desarrollador original de la Urb. Huyke al constituir, en escritura pública, las condiciones

restrictivas aquí en controversia, así como el alcance de las mismas. Debemos evaluar, además, la

validez y subsiguiente vigencia de tales servidumbres ante la ocurrencia de cambios ocurridos en la

periferia de la referida Urbanización; esto es, verificar si, de hecho, han tenido lugar suficientes

cambios como para extinguir la servidumbre en equidad aquí impuesta. Dicho de otro modo,

determinar qué tipo o clase de cambios tienen el efecto de alterar la efectividad y vigencia de la

misma. En virtud de ello, debemos evaluar, además, el efecto o alcance que tiene la concesión

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administrativa, por parte de A.R.P.E., de una “excepción” al uso reglamentario dispuesto por la

Junta de Planificación para los solares en cuestión, vis a vis el contenido de las referidas

restricciones de índole privada. Veamos.

III A

De entrada, debemos determinar si las restricciones en controversia, en efecto, cumplen o no

con los requisitos que hemos establecido para que se configure una servidumbre en equidad como

tal.

La figura jurídica de la servidumbre en equidad es, en nuestro ordenamiento, una de origen

jurisprudencial. A diferencia de otras figuras de origen civilista, tal figura angloamericana fue

adoptada por este Tribunal a principios del siglo pasado, ello al resolver Glines v. Matta, 19 D.P.R.

409 (1913). En dicho caso se reconoció la existencia de dicha figura en Puerto Rico, más, sin

embargo, el Tribunal no realizó un análisis extenso de la misma, limitándose simplemente a

adoptarla y sostener su aplicación a través del recurso del “injunction”.[6] Este Tribunal ha

“expandido” tanto la propia figura de la “servidumbre en equidad” como los contornos de su

aplicación, ello en virtud de nuestra realidad jurídica de trascendencia civilista.[7] A esos fines,

examinamos brevemente los casos de Lawton v. Rodríguez, 35 D.P.R. 487 (1926); Fiol v. López de

la Rosa, 46 D.P.R. 749 (1934); y Colón v.San Patricio Corp., 81 D.P.R. 242 (1959), entre otros.

En Colón v. San Patricio Corp., ante, brindamos una definición concreta de lo que

constituye una “servidumbre en equidad” en nuestro ordenamiento. Al resolver que las

restricciones, condiciones y limitaciones respecto al uso de la finca allí en cuestión, constituían lo

que en nuestro ordenamiento se conoce como “servidumbre en equidad”, advertimos que éstas son

“cláusulas restrictivas ‘a beneficio de los presentes y futuros adquirentes’ que imponen cargas o

gravámenes especiales, como parte de un plan general de mejoras para el desarrollo de una

urbanización residencial en esa finca...”. Id., a la pág. 250. Al regularse las mismas por los

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principios de equidad del derecho angloamericano, mediante una servidumbre de tal clase, el dueño

de una propiedad a urbanizarse puede constituir por sí solo un gravamen sobre su fundo propio.[8]

En Lawton v. Rodríguez, ante, establecimos los requisitos esenciales que deben de tener

lugar para su validez. Allí expresamente se dispuso que “para su validez y eficacia se requiere que

las limitaciones sean razonables, se establezcan como parte de un plan general de mejoras, consten

de forma específica en el título y se inscriban en el Registro de la Propiedad.” Id., a la pág.

494; Carrillo v. Camejo, 107 D.P.R. 132, 137 (1978).

Las servidumbres en equidad constituyen cargas o gravámenes reales, por lo que, crean

derechos reales inscribibles en el Registro de la Propiedad y, una vez son inscritas, constituyen

derechos reales oponibles erga omnes. Baldrich v. Registrador, 77 D.P.R. 739 (1954); Asoc. V.

Villa Caparra v. Iglesia Católica, 117 D.P.R. 346 (1986). Ello configura, entre los predios afectados,

“una relación de servidumbres recíprocas, pues cada lote o solar es predio dominante, a la vez que

sirviente, con relación a los demás lotes o solares de la urbanización.” Asoc. V. Villa Caparra v.

Iglesia Católica, ante, a la pág. 353; citando a José R. Vélez Torres, Curso de Derecho Civil, San

Juan: Ed. Art Printing, 1983, T.II, pág. 416.

Dada su naturaleza de derecho real inscribible, el conocimiento de las limitaciones y

condiciones impuestas en virtud de la misma, se imputa a todo presente y futuro adquirente de la

propiedad que ésta grava. Debido a su constitución unilateral por el urbanizador y la subsiguiente

inscripción, ciertamente tales condiciones restringen y limitan las facultades de los futuros

adquirentes. Sabater v. Corp. Des. Económico, 140 D.P.R. 497 (1997); Asoc. V. Villa Caparra v.

Iglesia Católica, ante. En reiteradas ocasiones hemos expresado que el Registro de la Propiedad es

público para quienes tengan interés en conocer sobre el estado jurídico de los bienes y derechos

reales inscritos. García v. Durand, 114 D.P.R. 440 (1983). Por consiguiente, en cuanto a las

limitaciones de uso y edificación de una propiedad, el Registro es el “notificador” por excelencia

sobre tal tipo de restricción a terceras personas interesadas.

De conformidad con ello, hemos expresado que cuando una persona tiene pleno

conocimiento de las limitaciones de uso de una propiedad, nunca debe permitírsele llevar a cabo la

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conducta o actuación prohibida por tales restricciones. A esos efectos, establecimos o elaboramos la

doctrina del “daño autoinfligido”. Véase: Asoc. C.D. Octubre v. J.A.C.L., 116 D.P.R. 326

(1985); Asoc. Resid. Baldrich v. J.P., 118 D.P.R. 759 (1987). A medida que se obtenga

conocimiento sobre el tipo de condición a la cual esté afecta la propiedad, toda clase de daño

producto de alguna actuación en contravención a la misma, tendrá al actor como único causante de

su perjuicio. A fin de cuentas, en tales casos, el Registro de la Propiedad, dado su principio cardinal

de publicidad, otorga pleno conocimiento al que adquiere un terreno que está sujeto a la

servidumbre en equidad o restricción.[9]

Hemos expuesto, además, que, la creación, contenido y alcance de estas cargas o

gravámenes reales se rigen por los principios del derecho de equidad. De conformidad con tales

principios, las restricciones privadas que constituyen servidumbre en equidad, se modifican o

extinguen en los siguientes casos: 1) por convenio de los interesados; 2) por efecto del tiempo o por

realizarse la condición si las restricciones así se han constituido; 3) por confusión; 4) por renuncia

o abandono de los propietarios que reciben los beneficios de la servidumbre; 5) por expropiación

forzosa si los gravámenes son incompatibles con el uso público del inmueble expropiado; y, 6)

cuando cambios radicales del vecindario no sólo hacen la restricción irrazonable y opresiva para el

dueño del predio sirviente, sino también destruyen el valor que la restricción tenía para el dueño del

predio dominante, por lo cual resulta en verdad imposible alcanzar los fines que perseguía la

servidumbre. Véase: Colón v. San Patricio Corp., ante, págs. 261-262; Asoc. V. Villa Caparra v.

Iglesia Católica, ante, a la pág. 354.

Aparte de los casos en que la servidumbre queda modificada o extinguida, según las

circunstancias indicadas en el párrafo anterior, los dueños de predios sujetos a servidumbres en

equidad tienen disponible el recurso del injunction para hacer efectivos sus derechos e impedir

violaciones a las limitaciones impuestas. Basta probar la violación de la servidumbre para que se

justifique la utilización del injunction, ello sin necesidad de que se prueben daños reales o perjuicios

sustanciales. Colón v. San Patricio Corp., ante, a la pág. 259.

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Acorde con lo anterior, contra el referido recurso, el derecho le reconoce a la parte

demandada poder oponer todas la defensas que le otorgan los principios en equidad; se le reconocen

como defensas varios motivos y circunstancias referentes a “las equidades personales entre

litigantes”. A manera de ejemplo, el consentimiento; conciencia impura; incuria; e

impedimento. Asoc. V. Villa Caparra v. Iglesia Católica, ante, págs. 353-354.

En el presente caso se han dado los requisitos esenciales para que se configure una

servidumbre en equidad, según nuestro ordenamiento. A saber, de un análisis de las restricciones

aquí en controversia, se desprende que éstas son razonables; se establecieron como un plan de

mejora por el desarrollador original y dueño de los predios gravados con el fin de limitar el uso de

las propiedades a uno residencial; constan de forma específica en el título; y están inscritas en el

Registro de la Propiedad. Ello no está en controversia.

Dicha conclusión, sin embargo, no dispone del asunto hoy ante nuestra consideración. A la

luz de los pronunciamientos esbozados y, según mencionáramos previamente, debemos interpretar

el texto utilizado por el desarrollador original de la Urb. Huyke al constituir, en escritura pública,

tales condiciones restrictivas, así como el alcance de las mismas.

Desde Sands v. Ext. Sagrado Corazón, 103 D.P.R. 826, 827 (1975), establecimos que las

condiciones restrictivas en urbanizaciones residenciales tienen el propósito de preservar la belleza,

la comodidad y la seguridad del reparto residencial según éste es concebido por sus arquitectos y

constructores.[10] A renglón seguido reiteramos en dicho caso que tales condiciones restrictivas, “las

cuales limitan las facultades de los futuros adquirentes de los solares y de las viviendas en cuanto a

hacer obras nuevas y efectuar cambios en las ya hechas”, hacen más agradable y segura el área

residencial para las familias que allí deseen vivir. Id.

Respecto al alcance de tales limitaciones, precisamente en cuanto éstas restringen el uso y/o

destino de las propiedades gravadas, el criterio más importante al determinar sobre tal alcance y

sobre la designación de un “uso” es que, mediante el lenguaje utilizado, se le informe debidamente

y sin ambigüedades a los nuevos adquirentes y terceros, sobre lo que se les está o no está permitido

realizar.[11] Ello se debe precisar e identificar claramente en términos amplios y por definiciones de

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categorías como vivienda o uso comercial, para que tanto los nuevos adquirentes como los terceros,

sepan a qué atenerse con respecto a las limitaciones impuestas a su derecho de propiedad. La

limitación debe constituir un aviso suficiente y adecuado, de manera que toda persona, al adquirir

alguna de tales propiedades, pueda tomar una decisión informada antes de advenir dueño de la

misma.

En cuanto a tal aspecto, es preciso destacar que en el contrato de compraventa de un solar

y/o propiedad afectado por condiciones restrictivas, éstas son parte inherente del contrato. Sand’s v.

Ext. Sagrado Corazón, ante, a la pág. 831; debido a la naturaleza beneficiosa que dichas condiciones

tienen para las áreas residenciales, las mismas son parte del valor que compra el adquirente de la

residencia y por el cual paga. Id., a la pág. 832. En consecuencia, el adquirente tiene la justificada

expectativa de que dichas condiciones van a ser respetadas.

De un análisis del expediente de autos surge que tanto el Banco Nacional, en aquel entonces,

al adquirir el primer solar, como el Banco Santander al comprar el segundo, lo hicieron cuando en

éstos todavía existían dos viviendas respectivamente. Ciertamente, cuando el Banco recurrido

adquirió ambas propiedades estaba consciente de que éstas pertenecían a una zona residencial. La

parte demandada tuvo, además, plena oportunidad de conocer sobre las condiciones restrictivas que

gravaban el terreno, ello a través del Registro y de la correspondiente escritura. No podemos avalar

la posición a los efectos de que la condición restrictiva reseñada únicamente afecta el uso de las

edificaciones y no el uso de los solares per sé. Resultaría un tanto absurdo interpretar que el

desarrollador original de la Urbanización en cuestión hubiese querido limitar el alcance de las

restricciones por él mismo impuestas exclusivamente al acto de edificar y levantar estructuras para

fines únicamente residenciales, sin pretender a su vez impedir cualquier otro uso de los lotes que no

fuera residencial. Ello obvia, por demás, todo tipo de correlación existente entre los conceptos de

uso de terrenos y edificaciones dentro del campo de la planificación urbana e incluso dentro del

ámbito del derecho civil.

El uso como estacionamiento de los solares aquí en controversia ciertamente constituye un

uso comercial, no residencial, dirigido a servir los intereses comerciales del banco; intereses que, de

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hecho, son totalmente ajenos a los intereses de los residentes de la Urbanización. Precisamente,

surge de los documentos que obran en el expediente de autos que la intención del desarrollador

original fue, desde un principio, el que se mantuviera el fin residencial de la Urbanización y de que

todos los solares de las misma estuviesen afectos a las restricciones en cuestión. Por consiguiente,

resulta ilógica una interpretación que permitiera darle un uso comercial a los solares bajo el pretexto

de que no existe edificación alguna construida sobre los mismos. El Banco demandado no puede

utilizar tal argumento como subterfugio para obviar las restricciones impuestas y pretender oponer

como justificación el que ambos lotes se encuentran “vacíos”, ó “sin estructuras”, cuando la realidad

es que se han acondicionado los lotes como estacionamiento y ambos sirven propósitos comerciales.

El Banco demandado pretendió efectuar, de facto, una conversión del uso de los solares, de

residencial a comercial, obviando las restricciones privadas que conocía los gravaban. Tales

restricciones informan clara y debidamente a cualquier futuro adquirente que cualquier uso no

residencial está vedado. Podemos incluso advertir que las referidas limitaciones son de naturaleza,

más bien, excluyente, y proscriben cualquier tipo de construcción no residencial, incluyendo la

utilización de los mismos como un estacionamiento. Aun cuando tal estacionamiento no sea una

“estructura” o “edificación” que se erija sobre un solar per sé, ciertamente, para habilitar el área, el

Banco llevó a cabo obras de construcción incluyendo, entre otras, la cobertura del terreno con

asfalto, y la subsiguiente instalación de verjas de acero en conjunto con un portón eléctrico.

Tal proceder da al traste con la intención de aquellas personas que constituyeron las

restricciones de que el uso, tanto de las edificaciones como de los solares, donde ubiquen o no tales

edificaciones, fuese para fines residenciales. Al evaluar la restricción en controversia en su justa

perspectiva, y en conjunto con las demás, se desprende que el propósito esencial de su existencia es

el de evitar la proliferación de usos no residenciales o comercios dentro de la zona comprendida por

la Urbanización. Erró, en consecuencia, el foro apelativo al concluir que la restricción no prohibía el

uso no residencial de los solares.

C

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Validada la restricción en cuanto a la prohibición referente al uso no residencial de los

solares sin estructuras, debemos entonces determinar si tal limitación ha perdido vigencia ante los

cambios ocurridos en la zona.

Según reseñáramos previamente, toda servidumbre en equidad puede extinguirse o

modificarse cuando, entre otras circunstancias, cambios radicales del vecindario no sólo hacen la

restricción irrazonable y opresiva para el dueño del predio sirviente, sino también destruyen el valor

que la restricción tenía para el dueño del predio dominante, razón por la cual resultaría imposible

alcanzar los fines que perseguía la servidumbre. Colón v. San Patricio Corp., ante; Asoc. V. Villa

Caparra v. Iglesia Católica, ante.

El Banco demandado sostiene, como defensa, que los cambios ocurridos en la periferia de la

Urbanización Huyke, entiéndase con ello los alrededores de la Ave. Roosevelt, extinguieron la

servidumbre en cuestión.[12] En el pasado hemos reiterado que la extinción de las servidumbres por

motivo o causa de cambios radicales cobra razón de ser cuando el cambio ocurrido sea de tal

naturaleza que haya dejado sin valor alguno el convenio en cuanto a la parte dominante

residencial. Asoc. V. Villa Caparra v. Iglesia Católica, ante; Macatee v. Biascochea, 37 D.P.R. 1

(1927).

Así pues, hemos hecho claro que, de ordinario, tal defensa se configura cuando: 1) el

cambio(s) radical(es) haya(n) convertido la restricción en una carga irrazonable y opresiva para el

dueño del predio sirviente; 2) haya destruido el valor que de otro modo tendría la restricción para

los dueños de los predios dominantes; y 3) frustre por completo y permanentemente el propósito u

objetivo de la restricción. Colón v. San Patricio Corp., ante, a la pág. 265. Indicamos en el citado

caso que es preciso se cumplan los tres requisitos mencionados para que se justifique poner fin a la

restricción.

Es necesario que los cambios del vecindario sean de carácter tan radical y permanente, que

lleguen al punto de impedir sustancialmente la consecución de las ventajas y de los beneficios

establecidos por la servidumbre. Olmeda Nazario v. Sueiro, 123 D.P.R. 294 (1989). Adviértase que

el análisis a seguir lo es el de, si por razón de cambios radicales en las condiciones del vecindario,

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resulta imposible lograr el propósito que persigue la servidumbre en equidad. Es, entonces, cuando

ésta queda modificada o extinguida. Id. Por otra parte, el peso de la prueba para establecer que ha

ocurrido un cambio en el vecindario le corresponde al que ataca la validez de la servidumbre en

equidad.

Al realizar dicha tarea interpretativa hemos expresado que pueden considerarse tanto los

cambios acaecidos dentro del área restringida como las alteraciones sobrevenidas en los terrenos

que la rodean. En cuanto a este aspecto, desde que resolvimos el citado caso de Colón v. San

Patricio Corp., ante, indicamos --a la página 265-- que conjuntamente con el cumplimiento de los

tres requisitos antes esbozados, se requiere que: “...los cambios del vecindario tienen que afectar en la forma antes señalada a la totalidad de los solares comprendidos dentro del área restringida. No basta que una parte de dicha área, situada al borde o a orillas del distrito que no está sujeto a las restricciones, sufra el impacto de los referidos cambios, si hay solares o porciones interiores del área restringida que todavía pueden recibir las ventajas y beneficios establecidos a su favor mediante la servidumbre equitativa. Es decir, las restricciones no pueden extinguirse mediante un proceso gradual de abrogación que empieza con los solares al borde del área restringida y se extiende paso a paso hasta las porciones o solares situados en el centro de los terrenos restringidos...” (Énfasis suplido.)

A tenor con lo anterior, hemos advertido que los cambios en los terrenos o predios

restringidos tienen más peso que los ocurridos fuera o en los que los rodean. Véase: Asoc. V. Villa

Caparra v. Iglesia Católica, ante. “Si el área gravada no se ha deteriorado, de ordinario no debemos

dejar sin efecto una restricción porque han ocurrido cambios en la periferia.” Id., a la pág. 356. De

hecho, a medida que los contornos de la planificación urbana y comercial han ido evolucionando,

tanto la jurisprudencia de este Tribunal como la norteamericana, ha reseñado varios factores que se

deben de tomar en consideración a la hora de evaluar el efecto que tengan o no los cambios con

respecto a cierta(s) restricción(es) privada(s). Ello con el propósito de poder determinar si, en efecto,

se ha modificado o, incluso, extinguido la servidumbre cuya vigencia esté en controversia.

Así, se ha considerado: 1) el tamaño del área sujeta a las restricciones; 2) la localización de

los cambios ocurridos con respecto al área restringida; 3) el tipo de cambio ocurrido; 4) cambios en

la infraestructura, con particular referencia a los patrones de tránsito; 5) la extensión y naturaleza de

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los usos comerciales, industriales en las áreas circundantes; 6) valor de los terrenos residenciales en

comparación con los comerciales; 7) término y duración de las restricciones; 8) sí las restricciones

continúan siendo beneficiosas o no para los dueños de los solares afectados; 9) el cambio ocurrido

en la zonificación del área y sus alrededores.[13]

Acorde con lo anterior, hemos indicado que, al evaluar tales factores, se debe tomar en

cuenta que un área pequeña es más vulnerable y sus solares están más expuestos a los efectos de los

cambios en la periferia; ello ciertamente repercute mayormente en tales sectores que en los más

grandes. Asimismo, mientras más cerca se encuentren las zonas que han cambiado, mayor el

impacto.

Ciertamente, los casos que mayores controversias acarrean son aquellos en que, como en el

presente, los cambios han afectado la parte colindante a los lotes restringidos por la servidumbre en

equidad, o que han afectado sólo una parte de los lotes restringidos. Claro está, los que están a lo

largo del borde del área restringida han perdido su valor residencial pero han adquirido valor

comercial.Por otra parte, aquellos solares localizados al interior conservan su valor residencial.

Según nos ilustran Fermín Arraiza Navas y José R. Roqué Velázquez, ante tal tipo de

situación, “son pocos los casos en que se ha rechazado poner en vigor la restricción de la

servidumbre en equidad. El peso que tiene el demandado es tan grande como si el cambio hubiese

afectado el área entera sujeta a la servidumbre en equidad. La razón para esto es que sólo de esta

forma es posible defender y preservar el valor de los lotes internos residenciales aún no

afectados.”[14]

En el caso de autos, el Banco demandado alega que, aún en el supuesto de que se concluya

que la restricción impide el uso no residencial de los solares gravados[15], entonces debemos resolver

que los cambios ocurridos en la zona extinguieron la misma. Apoya tal argumento en el hecho de

que han habido ciertos cambios en la zonificación de los solares colindantes con la Ave. Roosevelt,

y que, incluso, ciertos predios localizados dentro de la Urbanización Huyke están siendo utilizados

para propósitos comerciales, aun cuando éstos se encuentran clasificados como Distritos

Residenciales, R-3.

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Por otra parte, la Asociación alega que los solares que el Banco alega están siendo utilizados

para fines no residenciales, en realidad están vacantes, incluso marcados en los mapas de

zonificación como lotes residenciales vacantes, R(V). En síntesis, sostiene que, en comparación con

el total de solares comprendidos dentro del área restringida, la gran mayoría de éstos están siendo

utilizados como vivienda.

De un examen del expediente de autos, incluyendo dos mapas de zonificación del área --uno

de vigencia de 28 de diciembre de 1949 y otro con vigencia de 13 de julio de 1998-- de un estudio

de cambios de la Urbanización[16], entre otros documentos, se desprende que la hilera de solares que

colinda directamente con la Ave. Roosevelt fue rezonificada y actualmente cae bajo una

clasificación de Distrito Comercial, C-2. Ninguno de esos solares --un total de veintiséis (26)

agrupados en veintidós (22)-- actualmente forma parte de la Urbanización. Surge de ambos mapas,

además, que todos los solares que caen dentro de la zona comprendida por la Urbanización y que

están sujetos a las restricciones privadas, aún mantienen, desde el año 1949, una clasificación

residencial, R-3.[17]

Por otro lado, tenemos que, de un total de ciento ocho (108) solares[18] examinados en el

referido estudio de cambios, veintidós (22) solares hoy día, tienen una zonificación comercial; tal

número comprende el 20% de los solares estudiados. Precisamente esos veintidós (22) solares son,

en específico, los que comprenden la hilera que colinda con la Ave. Roosevelt, solares que quedan

al borde del área restringida por la servidumbre. El estudio indica, además, que del referido total de

ciento ocho (108) solares del sector, treinta y siete (37) no tienen uso residencial, lo que significa

que un 34% de los solares estudiados no están siendo utilizados para fines residenciales.

Precisamente, dentro de tales treinta y siete (37), recordemos que veintidós (22) ubican en la hilera

de la Ave. Roosevelt, zonificados como comerciales. Por lo que, a fin de cuentas, los quince (15)

restantes, localizados dentro del área restringida, aunque clasificados como R-3, no se les está dando

un uso per se residencial.

Al examinar el mapa de zonificación del 1998, surge que a la mayoría de esos quince (15)

solares, en específico once (11) de éstos, no se les está dando un uso residencial por razón de

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encontrarse vacantes[19]; constan específicamente marcados en el referido mapa como R(V). En los

predios de la calle José Padín, se encuentran, en específico, ocho (8) de éstos vacantes, más bien,

con estructuras de vivienda vacantes o vacías. Por consiguiente, de la totalidad de los predios que

forman parte de la Urbanización Huyke como tal, unos 97[20], sólo los quince (15) mencionados no

tienen usos residenciales. Precisa destacar, además, que el propio perito de la parte demandada

señaló en el referido estudio que, según el Plan de Ordenación del Municipio de San Juan, el área en

controversia se vislumbra que siga teniendo carácter residencial.

A la luz de los datos y el análisis antes reseñado, somos del criterio que los cambios en la

zona, acaecidos a través de los años, no han convertido las restricciones en controversia en unas

obsoletas, injustas, irrazonables y opresivas como tampoco han disminuido el valor de dichas

restricciones para los dueños de los predios dimanantes de la Urbanización Huyke.

El hecho de que haya ocurrido un desarrollo comercial en el área periférica no implica que

se hayan abandonado las restricciones al uso de la propiedad que gravan el vecindario. Olmeda

Nazario v. Sueiro, ante. Ello tampoco implica que hayan ocurrido cambios sustanciales en el uso de

las propiedades que tengan que ser tolerados por la totalidad de los vecinos. Estos han expresado un

interés evidente de evitar que se produzca un cambio de circunstancias en el sector que permita la

proliferación de negocios en la calles de la Urbanización.

No debemos olvidar que las alteraciones o cambios capaces de modificar o extinguir una

servidumbre en equidad tienen que ser tan radicales, como para que conviertan la restricción por ella

impuesta en una lo suficientemente irrazonable u opresiva capaz de destruir el valor que tenía el

convenio original. Recordemos que, en caso de que el área gravada no se haya afectado, no

debemos dejar sin efecto una restricción válidamente impuesta, porque hayan ocurrido cambios en

la periferia o área circundante. Véase: Colón v. San Patricio Corp., ante; Asoc. V. Villa Caparra v.

Iglesia Católica, ante.

El derecho propietario que pueda tener una persona, en el presente, el del Banco

demandado, no incluye el derecho o facultad de explotar al máximo sus posibilidades en detrimento

de otros intereses sociales. Asoc. Vecinos Park Side v. Junta, res. el 7 de octubre de 1999, 99 TSPR

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149; intereses sociales que, de hecho, ignoraríamos si desatendiéramos el reclamo de los vecinos de

la Urbanización Huyke de gozar y disfrutar de su propiedad en la forma y modo estipulado

contractualmente al momento de adquirir sus viviendas.

Por consiguiente, resolvemos que tanto el Tribunal de Primera Instancia como el Tribunal de

Circuito de Apelaciones incidieron al concluir que los cambios ocurridos en la periferia de la

Urbanización Huyke extinguieron las restricciones privadas previamente impuestas sobre todos los

predios segregados de la misma. D

Ante la no ocurrencia de cambios radicales suficientes como para extinguir la servidumbre

en cuestión, debemos evaluar entonces el efecto que tiene la concesión administrativa, por parte de

A.R.P.E., de la “excepción” al uso reglamentario dispuesto por la Junta de Planificación para los

solares en cuestión, permitiendo así la utilización de los solares para estacionamiento. En síntesis,

los residentes de un área clasificada como residencial, con densidad intermedia, intentan proteger la

seguridad, integridad y el carácter de su vecindario contra la decisión administrativa de variar en la

práctica tal uso, mediante un permiso discrecional. Ciertamente, tal concesión da al traste con el

contenido de las referidas restricciones de índole privada. Veamos.

En reiteradas ocasiones hemos expresado que es imprescindible tomar en consideración, al

examinar la puesta en vigor de una restricción ante la ocurrencia de cambios radicales, cuál ha sido

y es la política de la Administración de Reglamentos y Permisos y de la Junta de Planificación de

Puerto Rico en cuanto a la zonificación y rezonificación de áreas, y en cuanto a la concesión, tanto

de permisos regulares, como de los emitidos discrecionalmente como excepciones y variaciones a

los reglamentos vigentes. “En nuestras circunstancias geográficas el Estado ha elaborado unos

instrumentos de planificación para un desarrollo integral del uso de terrenos e inversiones que

también deben ser considerados al poner en vigor estas restricciones.” Asoc. V. Villa Caparra v.

Iglesia Católica, ante, a la pág. 357.

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En virtud de ello, debemos tener en mente que la Junta de Planificación es el organismo

creado por ley para guiar el desarrollo integral de Puerto Rico y llevar a cabo la importante labor de

planificar, zonificar, y establecer el uso de las distintas áreas del país. 23 L.P.R.A. sec. 62c. Negrón

v. Junta, 139 D.P.R. 191 (1995). A tales efectos, el referido organismo ostenta la facultad de, no

sólo preparar y adoptar mapas de zonificación de la Isla, sino además de considerar y atender

solicitudes de enmiendas a éstos. 23 L.P.R.A. sec. 62 j(5). Entre sus funciones está precisamente la

de adoptar y aprobar los reglamentos necesarios para cumplir con la tarea que le fue delegada por la

Legislatura, aprobando así, entre otros, el Reglamento de Zonificación de Puerto Rico, ante.

Cabe destacar además que el poder legislativo, al aprobar la Ley Orgánica de A.R.P.E., Ley

Núm. 76 de 24 de junio de 1975, según enmendada, trasladó a la referida Administración las

funciones de la Junta de Planificación respecto a la aplicación de los reglamentos en los casos

individuales y la concesión de permisos de construcción. En virtud del referido estatuto se adoptó

un esquema administrativo mediante el cual se transfirió a A.R.P.E. las funciones operacionales de

la Junta de Planificación y se confirió a este organismo la facultad de aplicar y velar por el

cumplimiento de las leyes y reglamentos de planificación. Asoc., C.D. Octubre v. J.A.C.L., 116

D.P.R. 326, 331 (1985); Junta de Planificación v. J.A.C.L., 109 D.P.R. 210, 214 (1979).

Entre las funciones más importantes de A.R.P.E. está la de aplicar los reglamentos de

planificación adoptados por la Junta para el desarrollo, subdivisión y uso de terrenos, y para la

construcción y uso de edificios, así como el cumplimiento de toda ley estatal, ordenanza o

reglamentación de cualquier organismo gubernamental que regule la construcción el Puerto Rico.

23 L.P.R.A. sec. 71 et seq.; Negrón v. Junta, ante.

Sabido es que a A.R.P.E. se le ha concedido amplia discreción sobre la formulación y

mantenimiento de la política pública a seguir con relación al trámite de la concesión y denegación

de uso y la intención de proveer los remedios legales necesarios para poder velar por el

cumplimiento efectivo de toda determinación que tenga por hacer. A.R.P.E. v. Ozores Pérez, 116

D.P.R. 816 (1986). Precisamente, entre los reglamentos que A.R.P.E. tiene que, por deber

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ministerial, aplicar y hacer cumplir, está el Reglamento de Zonificación de Puerto Rico, Reglamento

de Planificación Núm. 4, de 5 de noviembre de 2000.[21]

Dicho Reglamento se aprobó con el propósito de guiar el uso y desarrollo de los terrenos y

edificios, para asegurar y fomentar la salud, seguridad, moral, orden, estabilidad económica y

bienestar general de los presentes y futuros habitantes de Puerto Rico, reconociendo así la necesidad

de armonizar el deber del Gobierno de garantizar una adecuada utilización de los terrenos con el

derecho de los ciudadanos al disfrute de su propiedad privada. La importancia que para el Pueblo

representa la ordenada y adecuada utilización de nuestros terrenos y recursos está incluso

constitucionalmente reconocida. Ortiz v. Junta de Planificación, res. el 26 de septiembre de 2000;

2000 TSPR 139; Art. VI, Secs. 14 y 19 de la Constitución del E.L.A.

Con el propósito de instrumentar la política pública que le fue encomendada a A.R.P.E., en

cuanto a la concesión de permisos, hemos reconocido que dicha agencia puede conceder permisos

discrecionales utilizando uno de dos métodos, a saber: 1) vía “excepción o autorización directa”, al

amparo de lo dispuesto por la Sección 82.00 del Reglamento de Zonificación, ó, 2) autorizando una

“variación”, a la luz de lo dispuesto en la Sección 84.00 del mismo. Asoc. C.D. Octubre v. J.A.C.L.,

ante; Asoc. Vecinos Park Side v. J.P., ante. En el citado caso de Asoc. C.D. Octubre v. J.A.C.L., ante, a la pág. 332, reiteramos la

definición que sobre ambos términos expusiéramos en Quevedo Segarra v. J.A.C.L., 102 D.P.R. 87, 92 (1974): el término “variación” es aquel permiso mediante el cual se puede dedicar una propiedad a un uso prohibido por las restricciones impuestas en una zona o distrito; el término “excepción” se refiere a aquella autorización para usar la propiedad en cierto modo que de antemano el propio Reglamento de Zonificación admite y tolera, siempre que se cumpla con ciertas condiciones.

En lo pertinente a la controversia que hoy ocupa nuestra atención, expresamos en dicho caso que la concesión de “excepciones” es un medio para controlar ciertos usos que no son frecuentes pero que pueden tener un efecto adverso en el vecindario. Estas se conceden únicamente en casos expresamente autorizados por el Reglamento y siempre sujetas a las condiciones en él prescritas. Id. El aspecto neurálgico en la concesión de excepciones es el de restringir cierto usos que resulten adversos, aún cuando no resulten ser incompatibles al carácter

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del vecindario. Tienen primacía en tal concesión el interés público y el interés del vecindario en particular sobre el interés del dueño del terreno que la solicita. Quevedo Segarra v. J.A.C.L., ante. Por vía de “excepciones”, y en armonía con los propósitos generales del Reglamento antes mencionado, se le permite a A.R.P.E. autorizar ciertos usos que en el mismo se dispongan, siempre que por medio del diseño, construcción y operación del proyecto permitido, se haya de proteger la seguridad, el bienestar de los ocupantes de las propiedades limítrofes y, en fin, se asegure la debida protección al interés público.

En el presente caso, A.R.P.E., como resultado de la querella instada por la Asociación ante

dicha agencia, entendió prudente concederle al Banco demandado una “excepción” al uso

reglamentario dispuesto para los solares en cuestión, permitiendo así su utilización como

estacionamiento. Es preciso destacar que no obra en el expediente de autos documento alguno

referente a los factores considerados por dicho organismo al conceder tal permiso discrecional. De

todas formas, el foro primario sostuvo que ambos solares podían ser utilizados como

estacionamiento a la luz de ciertas disposiciones del referido Reglamento de Zonificación.

A tales efectos, el Reglamento[22] vigente al momento de autorizarse la excepción, disponía

que en los Distritos Residenciales, incluidos obviamente los R-3[23], se podrá permitir el

establecimiento de áreas de estacionamiento como negocio o para servir un uso comercial, para

vehículos de capacidad clasificada de no más de una y media (1.5) toneladas, en solares o predios

abiertos que estén a una distancia no mayor de cien (100) metros de una Distrito C-2, entre otros

distritos de clasificación comercial. Subsección 84.01(2) del Reglamento. A renglón seguido,

disponía la referida subsección que los accesos desde y hacia las vías públicas para las áreas de

estacionamiento en distritos residenciales, serán a través de los predios comerciales colindantes, en

la medida en que sea posible, evitando la circulación de vehículos por calles que den frente a

distritos residenciales. Más adelante, se dice que cuando no sea posible evitar la circulación de

vehículos a través de calles en distritos residenciales se celebrará vista pública para considerar la

forma de mitigar los efectos.

Con estos pronunciamientos en mente, procedemos a evaluar los argumentos presentados

por el Banco demandado. Dicha parte alega que, por razón de que la citada subsección del

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Reglamento de Zonificación permite el establecimiento de áreas de estacionamiento en predios

clasificados como residenciales, R-3, y en vista del hecho de que A.R.P.E. le concedió permisos de

uso, de construcción y una eventual “excepción” al uso reglamentario para poder operar el

estacionamiento, está en todo derecho de poder seguir operándolo como tal. Ello a pesar de que las

restricciones de índole privada impuestas por escritura e inscritas en el Registro de la Propiedad

vedan tal utilización.

En el pasado, al resolver controversias de similar naturaleza, hemos advertido enfáticamente

que, aunque en ocasiones las servidumbres son compatibles con la zonificación del estado, su

propósito, creación, e implantación dependerá de que los dueños de los solares o predios gravados

las hagan valer. Reiteradamente hemos resuelto que la mera concesión de un permiso por la Junta

de Planificación o por A.R.P.E. no tiene el efecto ni el alcance de anular restricciones privadas que

resulten inconsistentes con el permiso concedido. Véase: Rodríguez v. Twin Towers, 102 D.P.R.

355, 356 (1974); Colón v. San Patricio Corp., ante, págs. 267;Pérez v. Pagán, 79 D.P.R. 195, 198

(1956); Sands v. Ext. Sagrado Corazón, ante, a la pág. 831.

Del mismo modo, una “rezonificación concedida no tiene el efecto de anular las

restricciones privadas que resulten incompatibles con la misma.” Luan Investment v. Román, 125

D.P.R. 533 (1990). En tales casos, los beneficiarios de la restricción, con el propósito de hacer valer

sus derechos, pueden recurrir a una acción independiente, incluida la del injunction ordinario, para

que los reclamos de todas las partes acreedoras al derechos surgido de la servidumbre en equidad,

sean adecuadamente atendidos. Id. Véase: Olmeda Nazario v. Sueiro, ante.

Aun cuando la decisión del organismo administrativo recibirá la debida deferencia, en el

balance de intereses y factores involucrados para la determinación de cuál reglamentación debe

prevalecer, entiéndase la del Estado o la privada, tienen gran peso si el propietario que pretende

utilizar su predio para fines vedados por la restricción privada, tenía o no conocimiento de las

limitaciones por ésta impuesta. De tener el propietario conocimiento de tales limitaciones, bajo

tales condiciones le está vedado el solicitar, y de que se le conceda, un alivio administrativo vía

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variaciones o excepciones. Véase: Asoc. C.D. Octubre v. J.A.C.L., ante, según citado en Asoc.

Vecinos Park Side v. Junta, ante.

Ello así, por cuanto se supone que, al comprar la propiedad, éste adquirió conocimiento de

las limitaciones a las que estaba sujeta la misma; luego no debe premiársele permitiendo la utilice

para fines que den al traste con las mismas. La persona que así actúe ciertamente se coloca

voluntariamente en tal posición, “autoinfligiéndose” el perjuicio que le cause el no poder utilizar su

propiedad para los fines pretendidos. Asoc. C.D. Octubre v. J.A.C.L., ante, a la pág. 334.[24]

No debe haber duda alguna de que, en el presente caso, cuando el Banco demandado

adquirió la propiedad en cuestión, tenía conocimiento, o al menos lo obtuvo en ese momento, de

que ambos predios se encontraban localizados en una zona residencial, colindante a un sector

comercial, además de estar sujetos a las referidas restricciones. Al adquirir el terreno, obtuvo

conocimiento además de que no podía construir allí ningún tipo de edificación, estructura y/o lote

comercial, o no residencial, sin variar o sin que se le concediese una excepción al uso de dicho

solar. Al conocer estas limitaciones, se colocó voluntariamente en una posición que eventualmente

podría causarle un perjuicio; ciertamente, pretender obviar las restricciones privadas, a través de una

variación o excepción, en este tipo de circunstancias, resulta totalmente improcedente. Asoc. C.D.

Octubre v. J.A.C.L., ante. Valga aclarar que la referida doctrina de la “autoinflicción del daño”

aplica independientemente de que el perjudicado supiera que la restricción sobre la propiedad fuese

real o constructiva. Fuertes, Guillermety v. A.R.P.E., 130 D.P.R. 971 (1992).

Como tribunal de justicia, tenemos el deber y la obligación de facilitar, en todo lo posible,

dentro de la ley, que tanto el Estado como las personas particulares puedan hacer efectivas las

disposiciones civilizadoras de urbanismo. Olmeda v. Nazario Sueiro, ante. No podemos ignorar, sin

embargo que, en el presente caso el Banco supo de ello en todo momento, fue debidamente

notificado y aún así solicitó y llevó a cabo todo un trámite de permisos en las agencias

administrativas correspondientes. Al así actuar hizo caso omiso de la existencia de unas

restricciones, primeras en tiempo, y pretendió utilizar la referida concesión administrativa como

subterfugio para burlarlas.[25]

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La aprobación de uso del estacionamiento por parte de A.R.P.E. no derogó en modo alguno

las condiciones restrictivas. Como indicáramos en cuanto a tal aspecto en Colón v. San Patricio

Corp., ante, págs. 267-68: “El hecho de que la Junta de Planificación haya aprobado la construcción de la urbanización a que se alude en la demanda, no tiene el efecto de anular las restricciones privadas que pueden impedir su construcción. Conforme dijimos en Pérez v. Pagán, 79 D.P.R. 195 (1956). Nada hay en la Ley de Planificación, 23 LPRA, secs. 1-54, ni en los reglamentos aprobados por la Junta a virtud de esa Ley, que indique que la mera concesión de un permiso de construcción tenga el efecto y alcance de anular restricciones privadas que resulten inconsistentes con el permiso concedido. El otorgar un permiso de construcción es un deber ministerial, cuando la solicitud que al efecto se presenta cumple estrictamente con los requisitos de ley o de los reglamentos al efecto aprobados. La situación que surge es análoga a cuando un reglamento de zonificación permite para un distrito un uso que está prohibido por restricciones convencionales. Existe copiosa jurisprudencia al efecto de que en tales casos prevalecen las restricciones.” (Citas omitidas en el original y énfasis suplido.)

Hemos resuelto, además, en cuanto a las autorizaciones emitidas por A.R.P.E., que aún

cuando ésta hubiese permitido el establecimiento de cierto local comercial en una zona residencial,

la obtención del referido permiso por parte de dicha agencia no tiene el efecto de anular

restricciones inconsistentes con tal permiso.[26] Por consiguiente y según expresáramos

anteriormente, las servidumbres en equidad no pierden vigencia ante la autorización de una orden o

permiso de A.R.P.E. o de la Junta de Planificación.

En mérito de lo anteriormente expuesto, resolvemos que los permisos otorgados por

A.R.P.E. para el uso y construcción del estacionamiento en cuestión así como la concesión de la

“excepción” al uso reglamentario concedida a favor del Banco por dicha agencia, no tuvieron el

efecto de anular las condiciones restrictivas en controversia en el presente caso.

Por los fundamentos antes expresados procede decretar la revocación de la sentencia emitida

en el presente caso por el Tribunal de Circuito de Apelaciones. En consecuencia se declara con

lugar la petición de interdicto permanente radicada por la parte demandante, ordenándose al Banco

Santander que cese y desista de seguir utilizando los solares número 179 y 181 como un

estacionamiento para sus clientes u otra personas, debiendo dicha institución financiera, además,

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tomar los pasos necesarios para evitar el uso como estacionamiento de dicho terreno por cualquier

otra persona. Se dictará Sentencia de conformidad.

FRANCISCO REBOLLO LOPEZ Juez Asociado

SENTENCIA

San Juan, Puerto Rico, a 28 de junio de 2002

Por los fundamentos expuestos en la Opinión que antecede, la cual se hace formar parte íntegra de la presente, se dicta Sentencia revocatoria de la emitida en el presente caso por el Tribunal de Circuito de Apelaciones. En consecuencia se declara con lugar la petición de interdicto permanente radicada por la parte demandante, ordenándose al Banco Santander que cese y desista de seguir utilizando los solares número 179 y 181 como un estacionamiento para sus clientes u otra personas, debiendo dicha institución financiera, además, tomar los pasos necesarios para evitar el uso como estacionamiento de dicho terreno por cualquier otra persona. Así lo pronunció, manda el Tribunal y certifica la Secretaria del Tribunal Supremo. El Juez Asociado señor Rivera Pérez concurre en el resultado sin opinión escrita. Los Jueces Asociados señor Fuster Berlingeri y señor Corrada del Río no intervinieron. Patricia Otón Olivieri Secretaria del tribunal Supremo

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ADVERTENCIA

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Notas al calce [1] Todos los solares comprendidos en esa hilera que colinda por el norte con la Ave. Roosevelt, se encuentran clasificados por la Junta de Planificación del Estado Libre Asociado de Puerto Rico bajo el distrito de zonificación C-2, Distrito Comercial Central Intermedio. [2] Debemos señalar que, previo a la radicación de dicho recurso, ya la Asociación había instado una querella ante A.R.P.E. El 29 de febrero de 1996, el oficial examinador a cargo de la misma recomendó no revocar los permisos otorgados y conceder al Banco una “excepción”, permitiendo así la utilización de ambos solares como estacionamiento. [3] Entre estas condiciones, y en lo pertinente al caso de autos, se encuentran las siguientes, a saber:

1) la edificación que se levante en cada uno de los solares será dedicada única y exclusivamente para fines de residencia y no más de dos familias, entendiéndose que cuando una edificación se construya para albergar dos familias, ésta será de dos plantas cada una de las cuales albergará una familia distinta. 2) No se permitirán casas mixtas, parte para residencia y parte para almacén o comercio, así como tampoco se permitirán garajes de maderas, zinc o material alguno que no fuera concreto armado o bloques de hormigón también con techo de azotea o tejas; pudiéndose construir el garaje para uno o dos vehículos si así lo desea.

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7) Las presentes condiciones restrictivas de edificación estarán vigentes sin limitación de término o tiempo alguno. 8) La contravención de estas restricciones y condiciones por parte de cualquier dueño de un solar, o por sus herederos, sucesores en título o causahabientes determinarán al (sic) quebrantamiento del contrato y dará derecho a los demás propietarios, o a uno cualquiera de ellos, a establecer la reclamación judicial correspondiente para el cese de tal perturbación o contravención. Los dueños de esta urbanización ceden desde ahora dicho derecho sin responsabilidad alguna de su parte en cuanto a los efectos de esta cesión.

[4] Tal reglamento era el vigente al momento de A.R.P.E. conceder la “excepción” al Banco. Aun cuando no hay constancia alguna en el expediente de autos, entendemos que A.R.P.E. basó su decisión en el mismo al permitirle al Banco utilizar los solares como estacionamiento de la sucursal. Dicho Reglamento fue derogado por el Reglamento de la Junta de Planificación número 6211 de 5 de noviembre de 2000. La sección citada, ahora sección 74.01(2), no sufrió enmienda alguna. [5] En su escrito alegó que el tribunal de instancia incidió:

“...al interpretar que los cambios radicales en la periferia de la Urbanización Huyke invalidaban las condiciones restrictivas impuestas por la servidumbre en equidad inscrita en el Registro de la Propiedad y al interpretar que la condición restrictiva no ha sido violada y al no poner en |vigor la servidumbre en equidad; ...al interpretar restrictivamente la definición de la palabra edificación.”

[6] Véase, Fermín L. Arraiza Navas y José R. Roqué Velásquez, Las servidumbres en equidad, las defensas en equidad y el Registro de la Propiedad en el Derecho Puertorriqueño, 32 Vol. 1 Rev. Jur. U.I.P.R. 35 (1997).

[7] “Las condiciones restrictivas que nos ocupan se denominan "equitable servitudes" en el derecho anglosajón. Aunque intrínsecamente no tienen nada de equidad, se les llamó así en aquel derecho debido a que por motivo de la rigidez del antiguo derecho común anglosajón hubo que recurrir judicialmente a la equity para proveerle cauces jurídicos a estos derechos reales. En nuestro derecho no tenemos ese problema. Se trata de derechos reales, lo cual cae cómodamente dentro de nuestro Derecho Civil. En el contrato de compraventa de un solar afectado por condiciones restrictivas éstas son parte del contrato; así vende quien vende y así compra quien compra.” Sands v. Ext. Sagrado Corazón, 103 D.P.R. 826, 831 (1975).

[8] Sobre ese aspecto, véase: Las servidumbres en equidad, las defensas en equidad y el Registro de la Propiedad en el Derecho Puertorriqueño, ante, pág. 40, a saber; “las servidumbres en equidad consisten en cláusulas de índole restrictivas que se crean unilateralmente por el urbanizador en y para el beneficio de los presentes y futuros adquirentes de los solares y casas que comprenden una urbanización, las cuales condiciones o cláusulas restrictivas imponen cargas o gravámenes especiales, como parte de una plan general de mejoras.” [9] Sobre esto véase, Fermín L. Arraiza Navas y José R. Roqué Velázquez, Las servidumbres en equidad, las defensas en equidad y el Registro de la Propiedad en el Derecho Puertorriqueño, ante. [10] Véase, además, Sabater v. Corp. Des. Eco., ante, a la pág. 506.

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[11] Id., véase además Cond. S.J.H. Centre v. P.R.F. Inc., 133 D.P.R 488, 504 (1993). [12] “La extinción de las servidumbres por motivo de cambios radicales puede ser alegada como defensa ante una acción de injunction o de una sentencia declaratoria solicitando que se declare la modificación o extinción de las restricciones.” Asoc. V. Villa Caparra v. Iglesia Católica, ante, a la pág. 354. [13] Fermín L. Arraiza Navas y José R. Roqué Velázquez, Las servidumbres en equidad, las defensas en equidad y el Registro de la Propiedad en el Derecho Puertorriqueño, ante, págs. 43-44; Asoc. V. Villa Caparra v. Iglesia Católica, ante, págs. 356-57; Holmquist v. D-V, Inc., 563 P.2d 1112 (Ct. Apel. Kan. 1977),Lebo v. Jonson, 349 S.W.2d 744, 749 (Ct. Apel. Tex. 1961). Véase además, Michel J. Godreau y Ana Isabel García Saúl, Servidumbre y Conservación, 67 (2) Rev. Jur. U.P.R. 249, 304-05 (1998); Comment,Termination of Servitudes: Expanding the Remedies for ‘Changed Conditions’, 31 U.C.L.A. L. Rev. 226, 236-237 (1983). [14] Fermín L. Arraiza Navas y José R. Roqué Velázquez, Las servidumbres en equidad, las defensas en equidad y el Registro de la Propiedad en el Derecho Puertorriqueño, ante, págs. 43-44; citando además a Mc.Clintock, Handbook on Equity, 2nd, ed., sec. 128, 1948; Comment, Termination of Servitudes: Expanding the Remedies for ‘Changed Conditions’, ante, pág. 227; Marra v. Aetna Const. Co., 101 P.2d 490 (Cal. 1940), entre otros. “El mero hecho de que la propiedad en controversia obtenga un valor económico mayor al no tener las restricciones que la impone la servidumbre en equidad, no es decisivo a la hora de determinar sobre si ha ocurrido un cambio en el vecindario. Tampoco será suficiente no decisivo el hecho de que un lote en particular haya cambiado y no pueda ser residencial nuevamente, para demostrar o alegar que hubo un cambio en el vecindario.” Id. [15] Tal como concluimos en el acápite anterior. [16] Estudio realizado por el Ingeniero Civil, Camilo Almeyda Eurite, de fecha de 11 de septiembre de 1998. [17] El propósito del Distrito R-3 está especificado en el Reglamento de Zonificación como aquel distrito de densidad poblacional intermedia establecido para clasificar áreas residenciales desarrolladas o que puedan desarrollarse en donde se permitirán viviendas en solares de trescientos (300) metros cuadrados o más. Reglamento de Planificación Núm. 4, Reglamento de Zonificación núm. 6211 de 5 de noviembre de 2000, Subsección 13.01. [18] Se llevó a cabo un estudio que comprendió tales 108 solares. Todos éstos se encuentran ubicados dentro de un área cuyos límites son la Ave. F.D. Roosevelt por el Norte; los solares frente a la calle Juan B. Huyke por el Sur; la calle Fernando Primero por el Este; y los solares con frente a la calle Unión por el Oeste. [19] En todos ubican estructuras de vivienda vacantes. [20] Según ello surge de la leyenda de la Urb. Huyke en el Mapa de Zonificación de 1998, Apéndice, a la pág. 106. [21] Según mencionáramos previamente, este Reglamento derogó el Reglamento de Zonificación de 16 de septiembre de 1992. En su Introducción se expresa que:

[m]ediante la zonificación se establecen las normas esenciales sobre cómo y donde deben ubicarse las múltiples actividades sociales y económicas de Puerto Rico. A través de este proceso se clasifican los terrenos en zonas o distritos y se establecen para cada uno disposiciones específicas sobre el uso de los terrenos y sobre las obras y estructuras a permitirse.

[22] Ya anteriormente señalamos que el referido Reglamento fue derogado por el Reglamento de Zonificación de 5 de noviembre de 2000. Las secciones referentes a los usos permitidos en

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distritos R-3, y a la concesión de permisos para construcción de estacionamiento no han sufrido mayores cambios. [23] Es preciso indicar que el Reglamento del 1992, Subsección 13.02, disponía que en los distritos R-3 se usarán los edificios o pertenencias para los fines expuestos a continuación: 1.) casas de una o dos familias; 2.) casas en hilera y casa de patio de acuerdo con lo establecido en las Secciones 74.00 y 75.00 de este Reglamento; 3.) casas de apartamientos, de acuerdo con lo establecido en la Sección 76.00 de este Reglamento y; 4.) otros usos de acuerdo con lo establecido en la Sección 99.00 de este Reglamento. Hoy día, el Reglamento vigente desde el 5 de noviembre de 2000, dispone, entre otros usos, se permitirá como uso en Distritos R-3 estacionamientos en solares o estructuras construidas para esos propósitos, siempre que se cumpla con lo establecido para el diseño de áreas de estacionamiento en la Subsección 74.02 de este Reglamento. Subsección 13.02. [24] Haciendo referencia además a, R.M. Anderson, American Law of Zoning, 2da. Ed., New York, Lawyer’s Cooperative Pub. Co., 1976, Vol. III, Secs. 18.42, 18.43; D.G. Hagman, Urban Planning and Land Development Control Law, St. Paul, Minn., West Pub. Co., 1975, pág. 204. [25] Cabe destacar, según reseñan Arraiza Navas y Roqué Velázquez, que a través de toda la jurisprudencia en los casos citados previamente de Ginéz, Lawton,Macatee, se sostuvo la existencia y validez de la servidumbre en equidad impugnada y se procedió incluso a ordenar la demolición de la obra construida en contra de las restricciones previamente impuestas y que surgían del Registro de la Propiedad. Fermín L. Arraiza Navas y José R. Roqué Velázquez, Las servidumbres en equidad, las defensas en equidad y el Registro de la Propiedad en el Derecho Puertorriqueño, ante, a la pág. 41. [26] Véase: Sabater v. Corp. Des. Econ., ante; citando a Rodríguez v. Twin Towers Corp., ante; Sands v. Ext. Sagrado Corazón, ante; Pérez v. Pagán, ante, entre otros.

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Jurisprudencia del Tribunal Supremo de P.R. del año 2002

2002 DTS 011 ASOCIACION DE RESIDENTES V. THILLET RIVERA 2002TSPR011

EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO

Asociación de Residentes Colinas

Metropolitanas, Inc.

Peticionaria

v.

Rubén L. Thillet Rivera; Jane Doe de

Thillet y la Sociedad Legal de

Gananciales entre ambos

Recurridos

Certiorari

2002 TSPR 11

156 DPR ____

Número del Caso: CC-2000-703

Fecha: 1/febrero/2002

Tribunal de Circuito de Apelaciones: Circuito Regional II

Juez Ponente: Hon. Hiram A. Sánchez Martínez

Abogados de la Parte Peticionaria: Lcdo. Anthony Borton Lcdo. José Rafael del Valle Rodríguez

Abogado de la Parte Recurida: Lcdo. José L. Rivera Rodríguez

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Materia: Cobro de Dinero de cuotas de Mantenimiento, Reglas 60 P. Civil vía sumaria, Diferencia de Notificación-Citación y Emplazamientos, Reglas 4.3b y 39.2b P. Civil

ADVERTENCIA Este documento constituye un documento oficial del Tribunal Supremo que está sujeto a los cambios y correcciones del proceso de compilación y publicación oficial de las decisiones del Tribunal. Su distribución electrónica se hace como un servicio público a la comunidad.

OPINIÓN DEL TRIBUNAL EMITIDA POR LA JUEZ ASOCIADA SEÑORA NAVEIRA DE RODÓN

San Juan, Puerto Rico, a 1 de febrero de 2002

Las controversias trabadas en el caso de autos nos brindan la oportunidad de aclarar ciertos

aspectos procesales relacionados con los procedimientos sobre reclamaciones de cinco mil dólares

($5,000) o menos de la Regla 60 de las de Procedimiento Civil, 32 L.P.R.A. Ap. III (en adelante

Regla 60). A esos efectos, distinguiremos el proceso sumario de resolver controversias plasmado

en la Regla 60 del procedimiento ordinario.

I

El 10 de septiembre de 1997, la Asociación de Residentes Colinas Metropolitanas, Inc. (en

adelante Asociación) radicó en el Tribunal de Primera Instancia una demanda en cobro de dinero

bajo la Regla 60. Alegó que la parte demandada le adeudaba mil novecientos sesenta y seis dólares

con veinticinco centavos ($1,966.25) por concepto de cuotas de mantenimiento.[1]

A continuación reseñaremos la trayectoria procesal un poco accidentada de este caso. La

Secretaría del tribunal de instancia expidió la notificación-citación el 28 de octubre de 1997. En

ésta le informó a la parte demandada que la vista en su fondo del caso estaba pautada para el 5 de

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diciembre. La notificación-citación fue remitida por el tribunal el 30 de octubre por correo

ordinario a la dirección de la parte demandada. El servicio postal federal la devolvió con la

indicación de que el destinatario no tenía buzón (“no mail receptable”).

Al no haber sido notificado ni citado, el demandado, Sr. Thillet Rivera, no compareció el 5 de

diciembre a la vista. El tribunal entonces procedió a hacer un nuevo señalamiento para el 23 de marzo

de 1998, concediéndole a la Asociación quince (15) días para someter un proyecto de notificación-

citación. Cinco (5) días antes de la vista, el 18 de marzo, el tribunal, motu proprio, dejó sin efecto el

señalamiento y citó a todas las partes para una vista a celebrarse el 13 de abril de 1998. Este cambio

tuvo como consecuencia el dejar sin efecto la orden del foro de instancia al demandante de someter un

proyecto de notificación-citación. El tribunal envió por correo a todas las partes que aparecían en el

epígrafe de la demanda, la notificación con el nuevo señalamiento.

Aparentemente por no haber recibido la notificación-citación, el Sr. Thillet Rivera tampoco

compareció a la vista pautada para el 13 de abril. Ese mismo día, el tribunal señaló vista por cuarta vez

para el 1ro de junio de 1998. También le ordenó a la Asociación someter un proyecto de notificación-

citación y a la Secretaría a expedirla tan pronto fuera presentada por la parte demandante. Cuatro (4)

días después de emitida la orden, el 17 de abril, la Asociación presentó el proyecto de notificación-

citación. Sin embargo, para la fecha de la vista de 1ro. de junio, la Secretaría del tribunal aún no había

efectuado la notificación-citación, por lo que la parte demandada tampoco compareció. Esto ocasionó

el que se tuviera que señalar nuevamente la vista, esta vez para el 24 de agosto.

El 16 de junio la Secretaría expidió la notificación-citación presentada por la Asociación en

abril. El 10 de agosto, a sólo catorce (14) días de la vista, ésta fue diligenciada mediante entrega

personal a la parte demandada.[2] La parte demandada solicitó la desestimación de la demanda con

perjuicio debido a que no se cumplió con el término de quince (15) días que establece la Regla 60 para la

celebración de la vista en su fondo, contados éstos desde que se diligencia la notificación-citación.[3]

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En la vista de 24 de agosto de 1998, el tribunal denegó la moción de desestimación y fijó fecha

para la conferencia con antelación al juicio y la vista en su fondo. A pesar de que se le concedió a la

parte demandada veinte (20) días para contestar la demanda, ésta no contestó hasta el 19 de febrero de

1999, prácticamente seis (6) meses después de lo ordenado por el tribunal. Finalmente, la vista se

celebró el 15 de noviembre de 1999, y el 21 de enero de 2000, el tribunal dictó sentencia condenando a

la parte demandada al pago de las cuotas de mantenimiento adeudadas a la Asociación, que para esa

fecha ascendían a la cantidad de dos mil ciento cuarenta y cinco dólares ($2,145).

Luego que el foro de instancia denegara una moción de reconsideración y determinaciones

adicionales de hecho y conclusiones de derecho presentada por la parte demandada, ésta acudió al

Tribunal de Circuito de Apelaciones (en adelante Tribunal de Circuito). Dicho Tribunal revocó la

sentencia del tribunal de instancia y desestimó, con perjuicio, la demanda presentada por la

Asociación. Estimó que un demandante no quedaba “liberado de diligenciar una notificación-citación

bajo la Regla 60 dentro del plazo de seis [6] meses, con sólo alegar que la Secretaría no hizo la

notificación o se demoró demasiado, si no constan las gestiones de inteligencia hechas por la parte

demandante para hacer que la Secretaría cursara en tiempo tal notificación-citación”. En síntesis, el

Tribunal de Circuito entendió que debía aplicar el término de seis (6) meses establecido en la Regla

4.3(b) de Procedimiento Civil, 32 L.P.R.A. App. III, (en adelante Regla 4.3(b)) para diligenciar el

emplazamiento a la notificación-citación de la Regla 60. Razonó que como la demanda se presentó el 10

de septiembre de 1997 y la notificación-citación se diligenció el 10 de agosto de 1998, pasaron once (11)

meses sin que la Asociación diligenciara la notificación-citación y, al no exponer razones que

demostraran que existía justa causa para tal dilación, lo que procedía era desestimar la demanda.[4]

Inconforme, la Asociación acudió ante nos señalando, entre otros, los siguientes errores

cometidos por el Tribunal de Circuito:

(1) Incidió al interpretar, resolver y concluir que la notificación-citación contemplada en el procedimiento de la Regla 60 es equivalente al emplazamiento y que, por ende, el plazo de los seis (6) meses dispuesto en la Regla 4.3(b) para su diligenciamiento, no es incompatible con el carácter

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sumario especial de la Regla 60, por lo que le aplica como si se tratara de un trámite ordinario. Como secuela, el plazo para diligenciar la referida notificación-citación se computa desde la fecha en que se presenta la demanda independientemente de que el tribunal de instancia hubiese dispuesto del señalamiento de la vista contemplada en el procedimiento de la Regla 60 más allá de los seis (6) meses desde la fecha de la radicación de la demanda.

(2) Incidió al concluir que no sólo procedía la desestimación por la aplicación de la Regla 4.3(b) de procedimiento civil, sino que, también, por la Regla 39.2(b) de Procedimiento Civil, al considerar, injustificada la supuesta inactividad por un periodo mayor a los seis (6) meses, imponiéndole a la peticionaria unos deberes ministeriales propios de las funciones de la Secretaría del tribunal.

Por estar íntimamente relacionados, discutiremos los dos señalamientos de error conjuntamente. Veamos.

II El concepto procesal de la Regla 60 de Procedimiento Civil tuvo su origen en las cortes

especializadas en reclamaciones pequeñas, que comenzaron en Massachussetts y California, y existen actualmente en los distintos sistemas judiciales estatales de Estados Unidos. Su propósito original era simplificar los procedimientos en causas de menor cuantía para así facilitar el acceso al proceso judicial del litigante pobre. Pérez Colón v. Cooperativa de Cafeteros, 103 D.P.R. 555, 558-559 (1975). Por lo tanto, la Regla 60 no provino, como la mayoría de nuestras Reglas de Procedimiento Civil, de las reglas de procedimiento civil federales. Ésta tiene su origen en la Ley Núm. 10 de 29 de abril de 1921 (en adelante Ley Núm. 10). Pérez Colón v. Cooperativa de Cafeteros, supra.

La Ley Núm. 10 limitaba la reclamación a cobro de dinero de cien dólares ($100) o menos, y el demandante sólo tenía que presentar un simple escrito en la corte municipal. Éste constituía la demanda. El juez entonces dictaba una orden citando a las partes interesadas y notificándoles copia de dicho escrito y de su derecho a comparecer a una vista a celebrarse dentro del corto plazo de tres (3) días si el demandado residía dentro del distrito municipal, y seis (6) días en los demás casos. Si el demandado residía fuera de Puerto Rico se le citaba por edicto y el juicio se celebraba dentro de los cinco (5) días de la publicación del último edicto. Estas vistas se celebraban sin sujeción al calendario. La corte dictaba sentencia el mismo día del juicio o al día siguiente.

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Los litigantes pagaban en costas sólo un dólar ($1.00) para un “sello de rentas”, y aun esto podía obviarse mediante la presentación de una declaración jurada donde se justificase la imposibilidad de pagarla.

La actual Regla 60 fue enmendada en varias ocasiones a los efectos, entre otros, de incrementar el monto de las reclamaciones que se podían dilucidar bajo la misma y extender el término de notificación al demandado a, por lo menos, quince (15) días antes de la vista. La forma en que se podía notificar al demandado también sufrió algunos cambios. Así pues, en 1958 se permitía la notificación por correo, telégrafo o cualquier otro medio de comunicación escrita. En 1978, se cambió para que fuese por correo certificado con acuse de recibo. Un año después, cuando se adoptaron las actuales Reglas de Procedimiento Civil de 1979, se volvió al texto de correo, telégrafo u otro tipo de comunicación escrita. En 1988 se eliminó la mención del telégrafo. Como podrá observarse, actualmente no es necesario el acuse de recibo. Véase, Cuevas Segarra, Tratado de Derecho Procesal Civil, ed. 2000, pág. 1104.

Pese a las enmiendas sufridas, el propósito primordial de la Regla 60, plasmado ya desde el 1921 en la Ley Núm. 10, no ha sufrido cambio sustancial. La Regla 60 existe para agilizar y simplificar los procedimientos en acciones de reclamaciones de cuantías pequeñas para así lograr facilitar el acceso a los tribunales y una justicia más rápida, justa y económica en este tipo de reclamación.

La Regla 60 establece sólo a grandes rasgos este procedimiento sumario, lo que ha tenido como consecuencia, el que se hayan generado variaciones entre y dentro de las distintas regiones judiciales del Tribunal de Primera Instancia. Resulta imperativo, pues, que se establezca un procedimiento uniforme para la aplicación y funcionamiento de la Regla 60, para así darle mayor efectividad al propósito de justicia enmarcado en la misma.

III Debido a su origen y propósito, al procedimiento establecido en la Regla 60, le serán

aplicables las reglas de procedimiento civil ordinario de forma supletoria y en tanto y en cuanto éstas sean compatibles con el procedimiento sumario establecido en dicha Regla.

La notificación al demandado bajo la Regla 60 se hace a través de una notificación-citación. Esto significa que, además de notificarle al demandado la reclamación en cobro de dinero presentada en su contra, por ese mismo medio se le cita para la vista en su fondo. Esta vista se hará sin sujeción al calendario. La Regla especifica que será el Secretario el que inmediatamente notifique y cite al demandado por correo o cualquier otro medio de

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comunicación por escrito. Claro está, para que el tribunal pueda expedir la notificación-citación, el demandante tiene que suministrar la dirección del demandado.

Cabe señalar que las diferentes regiones judiciales cuentan con formularios distintos de demanda para los casos que se tramitan bajo la Regla 60. Estos formularios están hechos de forma que el mismo pueda cumplimentarse fácilmente por derecho propio por el reclamante. Sin embargo, algunos de éstos no tienen un espacio para la dirección, tanto del demandado como del demandante, a pesar de que esta información es esencial para la tramitación del caso, ya que habilita el que la Secretaría pueda efectuar la notificación-citación al demandado y enviar copia de la citación al demandante.[5]

A tenor con la Regla 60, la notificación-citación no debe ser efectuada con menos de quince (15) días de la fecha de la celebración de la vista en su fondo. Si el demandado comparece a la vista, éste tiene derecho a refutar tanto el derecho al cobro de dinero como cualquier otra cuestión litigiosa. De otra parte, si el demandado no comparece, para poder prevalecer en rebeldía, la parte demandante tiene que demostrarle al tribunal que tiene a su favor una deuda líquida y exigible, que el deudor es el demandado y que la notificación-citación a éste efectivamente se realizó. La comparecencia de la parte demandante a la vista es esencial para que el tribunal pueda determinar si procede dictar sentencia a su favor. Una vez celebrada la vista, si el demandado no tiene una defensa sustancial, no puede refutar la prueba presentada por el demandante, o no demuestra que la acción es contraria al interés de la justicia, el tribunal dictará sentencia inmediatamente a favor del demandante.

El propósito de simplificar los procedimientos y la naturaleza sumaria de la Regla 60 resulta incompatible con algunos de los preceptos de las demás Reglas de Procedimiento Civil. Por ejemplo, en el procedimiento sumario de la Regla 60 se prescinde de la contestación a la demanda y del descubrimiento de prueba. Además, éste no contempla la presentación de alegaciones tales como la reconvención, y demanda contra terceros, entre otras. En cuanto a los dictámenes en rebeldía, éstos han quedado atemperados a la naturaleza de la Regla 60. Así pues, para que un tribunal pueda dictar sentencia en rebeldía, tiene que no sólo cerciorarse que el demandado fue debidamente notificado y citado,[6] sino también asegurarse, a base de la prueba aportada por el demandante, que éste tiene una reclamación en cobro de dinero contra el demandado que es líquida y exigible. En otras palabras, no puede descansar simplemente en la alegaciones, aunque éstas contengan hechos específicos y detallados sobre el particular.

Como podrá observarse, en esto difiere sustancialmente de la sentencia en rebeldía dictada al amparo de los procedimientos ordinarios, donde se dan por admitidos los hechos bien

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alegados en la demanda, obviando así la necesidad de presentar prueba sobre éstos. Continental Ins. Co. v. Isleta Marina, 106 D.P.R. 809, 815-816 (1978); Rivera v. Insular Wire Products Corp., 140 D.P.R. 912, 931 (1996); Audiovisual Lang. v. Sist. Est. Natal Hnos., 144 D.P.R. 563, 577 (1997). De ahí surge que en el procedimiento bajo la Regla 60 sea indispensable la comparecencia del demandante a la vista en su fondo. Así pues, se balancean los intereses del demandante y el demandado, haciendo menos rigurosa la notificación-citación al demandado, al mismo tiempo que exige del demandante prueba de las alegaciones para que éste pueda obtener una sentencia en rebeldía.[7]

En el acto de la vista, una vez superados estos aspectos de notificación y, cuantía líquida y exigible, el tribunal entenderá en todas las cuestiones litigiosas y dictará sentencia inmediatamente, sin dejar que el caso se prolongue. Así lo exige expresamente la Regla 60.

Otro aspecto importante de este procedimiento sumario es que el demandado no está atado a continuar con el procedimiento bajo la Regla 60 si le demuestra al tribunal que “tiene alguna reclamación sustancial, o [que] en el interés de la justicia” amerita que el caso se vea por la vía ordinaria. Así pues, aunque el caso inicialmente se haya comenzado a tramitar bajo el procedimiento sumario de la Regla 60, en etapas posteriores podrá seguirse bajo el procedimiento ordinario si el tribunal así lo determina, ya sea porque el derecho de cobro no surge claro, se necesita hacer descubrimiento de prueba, se tiene una reconvención compulsoria o se necesita añadir un tercer demandado, entre otras cosas.[8] Cuando ocurre esta conversión, el Juez debe, luego de notificarle a las partes, seguir el curso ordinario.

En el caso de autos se plantea específicamente si se debe aplicar el término de seis (6) meses para diligenciar el emplazamiento dispuesto en la Regla 4.3(b) de las de Procedimiento Civil, supra, y el término de desestimación por inactividad de la Regla 39.2(b), supra, a los casos que se tramitan al amparo de la Regla 60.

IV

Los hechos del caso ante nuestra consideración ocurrieron antes de 10 de septiembre de 1997, por lo que la Regla 60 aplicable era la que disponía una cuantía máxima de dos mil dólares ($2,000) excluyendo los intereses.[9] La demanda de la Asociación cumple con el requisito de cuantía ya que solicitaba el cobro de una suma alegadamente líquida y exigible de mil novecientos sesenta y seis dólares con veinticinco centavos ($1,966.25). Por lo tanto, la demanda presentada por Asociación se podía tramitar bajo el procedimiento de la Regla 60. A esos efectos, el tribunal emitió y envió por correo la notificación-citación al demandado citándolo para la vista en su fondo. La vista se suspendió en varias ocasiones por no haberse

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podido efectuar, por distintas razones, la notificación-citación al demandado por correo, según establece la Regla. Finalmente, la misma se diligenció personalmente. Al ser el diligenciamiento personal el método más efectivo para garantizar que a la parte demandada se le notifica de la reclamación en su contra y de la fecha en que se celebrará la vista en su fondo, para que pueda comparecer a defenderse, si así lo desea, éste es compatible con la Regla 60, y, por lo tanto, está permitido, a pesar de no estar específicamente dispuesto en dicha Regla. VéaseLeón García v. Rest. El Tropical, res. El 7 de junio de 2001, 2001 T.S.P.R. 81, 2001 J.T.S. 84, pág. 1326; First Bank of P.R. v. Inmob. Nac., Inc., 144 D.P.R. 901, 916 (1998); Granados v. Rodríguez Estrada II, 124 D.P.R. 593, 610 (1989); Rodríguez v. Nasrallah, 118 D.P.R. 93, 99 (1986).

Debido a las diferencias descritas anteriormente entre el procedimiento de la Regla 60 y el procedimiento ordinario y, más aún, entre el emplazamiento y la notificación-citación, entendemos que el término de seis (6) meses que proveen las Reglas 4.3(b)[10] y 39.2(b)[11] no son de aplicación al procedimiento de la Regla 60.

Sobre la aplicación de la Regla 4.3(b) al procedimiento de la Regla 60 hay que tomar en consideración que bajo la Regla 60 no se expide un emplazamiento sino una notificación-citación, y que su diligenciamiento, por su naturaleza, está en manos del propio tribunal, no del demandante. Así lo dispone expresamente la Regla 60: “cuando no se solicite específicamente en la demanda tramitar el caso bajo el procedimiento ordinario prescrito por las reglas, el secretario inmediatamente notificará al demandado por correo o cualquier otro medio de comunicación por escrito”, esta notificación incluirá no sólo la demanda, sino también la citación para la vista del caso en su fondo.

De otra parte, en cuanto al término dispuesto por la Regla 39.2(b), sería difícil hablar de inactividad de las partes, cuando el control del proceso está mayormente en manos del tribunal. Este procedimiento está concebido de forma sencilla, imponiéndole al tribunal muchos de los deberes que comúnmente recaen sobre las partes en los procesos ordinarios. De esta forma se propician las demandas por derecho propio que le permiten a las partes tener mayor acceso al foro judicial para dilucidar casos de menor cuantía. Según previamente expresáramos, estos casos no requieren, ni la contestación a la demanda, ni la utilización de los mecanismos de descubrimiento de prueba, ni las estrictas exigencias del diligenciamiento ordinario de un emplazamiento. Se trata de un procedimiento encaminado a la solución rápida e inmediata de un asunto sencillo que requiere que la Secretaria del tribunal de instancia actúe diligentemente.[12]

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De lo anteriormente expuesto, surge con meridiana claridad que en el caso de autos, la demora entre la presentación de la demanda y la notificación-citación al demandado no se puede atribuir a la falta de diligencia de la Asociación.

Ahora bien, una vez se notificó personalmente al demandado y se celebró la vista de agosto, donde comparecieron las partes,[13] la naturaleza del procedimiento cambió, convirtiéndose en uno ordinario. El tribunal le informó al demandado que debía contestar en veinte (20) días y que habría una conferencia con antelación al juicio y una vista en su fondo. Luego de una serie de trámites procesales, incluyendo varias mociones de desestimación presentadas por el demandado y denegadas por el tribunal, el demandado contestó la demanda el 19 de febrero de 1999.

El tribunal, luego de la contestación a la demanda, concedió un breve periodo de descubrimiento de prueba. Todos estos trámites procesales reflejan, sin lugar a dudas, que el tribunal continuó tramitando el caso, luego de la notificación-citación, bajo el procedimiento ordinario de las Reglas de Procedimiento Civil. Este proceder lo autoriza la propia Regla 60.

Por todo lo antes expuesto, procede revocar la sentencia emitida por el Tribunal de Circuito mediante la cual desestimó con perjuicio la demanda presentada por la Asociación y confirmar la sentencia emitida por el tribunal de instancia. Miriam Naviera de Rodón Juez Asociada

SENTENCIA

San Juan, Puerto Rico, a 1 de febrero de 2002

Por todo lo expuesto en la Opinión que antecede, la cual es parte integral de la presente Sentencia, procede revocar la sentencia emitida por el Tribunal de Circuito, mediante la cual desestimó con perjuicio la demanda presentada por la Asociación y confirmar la sentencia emitida por el tribunal de instancia.

Lo pronunció, manda el Tribunal y certifica la Secretaria del Tribunal Supremo Interina. El Juez Asociado señor Rivera Pérez no intervino.

Carmen E. Cruz Rivera

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Secretaria del Tribunal Supremo Interina

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CD, Inc.

Notas al calce

[1] Solicitó además veintisiete dólares ($27) por costas y gastos y cuatrocientos noventa y un dólares con cincuenta y seis centavos ($491.56) por honorarios de abogado. Pidió también las cuotas acumuladas a razón de veinte dólares ($20) mensuales dejadas de pagar y hasta la satisfacción total de la sentencia que se dicte en su día.

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[2] Surge de la copia del “Diligenciamiento por persona particular” que éste fue hecho por Eduardo Serrano. [3] También basó su solicitud de desestimación en que, al no aparecer en la copia de la demanda la fecha de radicación, la misma fue firmada por el abogado el 6 de agosto de 1997, o sea, hacía más de un año. Alegó, además, que las alegaciones de la demanda indicaban una suma de dinero en exceso a lo provisto en la Regla 60. [4] La trayectoria procesal de este caso demuestra con meridiana claridad que la parte demandante actuó con diligencia. No se cruzó de brazos. Fueron varias las razones que impidieron que la parte demandada pudiese ser emplazada prontamente, ninguna atribuible a la parte demandante. Lo anteriormente relatado refleja que, aun si fuese de aplicación el término de seis (6) meses que establece la Regla 4.3(b), la parte demandante tuvo justa causa para la tardanza.

[5] Hay algunas regiones judiciales que tienen un formulario para la notificación-citación, que puede ser cumplimentado por la parte demandante al momento de presentar la demanda o después. Como lo que habilita la notificación-citación son las direcciones del demandado y el demandante, éstas deben ser incluidas como requisito en todos los formularios. [6] Puede, por ejemplo, basarse en la presunción controvertible de que una notificación depositada en correo que no fue devuelta se presume recibida. 32 L.P.R.A. Ap. IV R. 16(24). [7] Véase, A.C.A.A. v. Travelers Ins. Co., 104 D.P.R. 844, 846-847 (1976). [8] La Regla 60 también provee para que un Juez pueda dilucidar un caso presentado por la vía ordinaria bajo la Regla 60, si el caso cumple con todos los requisitos y en la demanda no se especifica que se quiere que el mismo se tramite por la vía ordinaria. Esta situación requiere que el Juez le notifique a las partes que el caso se tramitará bajo la Regla 60. [9] La Ley Núm. 196 de 7 de agosto de 1998 aumentó la cuantía a $5,000. [10] La Regla 4.3(b) dispone:

El emplazamiento será diligenciado en el término de seis (6) meses de haber sido expedido. Dicho término solo [sic] podrá ser prorrogado por un término razonable a discreción del tribunal si el demandante demuestra justa causa para la concesión de la prórroga y solicita la misma dentro del término original. Transcurrido el término original o su prórroga sin que el emplazamiento hubiere sido diligenciado, se tendrá a la parte actora por desistida con perjuicio.

[11] La Regla 39.2(b) reza:

El juez administrador ordenará la desestimación y archivo de todos los asuntos civiles pendientes en los cuales no se hubiere efectuado trámite alguno por cualquiera de las partes durante los últimos seis (6) meses, a menos que tal inactividad se le justifique oportunamente. Mociones sobre suspensión o transferencia de vista o de prórroga no serán consideradas como un trámite a los fines de esta regla.

[12] Esto, sin embargo, no quiere decir que, bajo las circunstancias particulares de un caso, no se pueda determinar que la parte promovente se cruzó de brazos o demostró falta de interés en tramitar su reclamación bajo la Regla 60.

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[13] Esta vista se señaló para catorce (14) días después de la notificación. La Regla 60 requiere que sean, por lo menos, quince (15) días. Bajo esas circunstancias, lo que procedía era que el tribunal hiciera un nuevo señalamiento.

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Jurisprudencia del Tribunal Supremo de P. R. del año 2001

2001 DTS 174 ASOCIACION V. MARINA DE PUERTO DEL REY

2001TSPR174

EN EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO

Asociación de Pescadores de Punta

Figueras, Inc., et al.

Demandantes-Peticionarios

v.

Marina de Puerto del Rey, Inc., et al.

Demandados-Recurridos

Certiorari

2001 TSPR 174

155 DPR ____

Número del Caso: CC-2000-954 Fecha: 18/diciembre/2001

Tribunal de Circuito de Apelaciones: Circuito Regional VII

Juez Ponente: Hon. José L. Miranda de Hostos

Abogado de la Parte Peticionaria: Lcdo. Gustavo A. Quiñones Pinto

Abogado de la Parte Recurrida: Lcdo. José Luis Novas Debién

Materia: Daños y Perjuicios, Doctrina de Agotamiento de Remedios Administrativos, Resoluciones de ARPE sobre permisos de Ubicación de una Marina y otros.

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ADVERTENCIA

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Opinión del Tribunal emitida por el Juez Asociado SEÑOR CORRADA DEL RÍO

San Juan, Puerto Rico a 18 de diciembre de 2001.

La Marina de Puerto del Rey, Inc. (en adelante Puerto del Rey),[1] sometió ante la

consideración de la Junta de Planificación (en adelante Junta), la Consulta Número 82-24-0769-

JDP, respecto a la ubicación de una marina en la Bahía Demajagua, ubicada en el Barrio Demajagua

en Fajardo. Mediante Resolución de 19 de mayo de 1983, la Junta aprobó la consulta presentada

por Puerto del Rey.[2]

La consulta fue condicionada, entre otras cosas, a que se construyera una vía con una

sección de once (11) metros, desde la Carretera Estatal Número 3 hasta la playa y una paralela a la

zona marítimo-terrestre diseñando rampas de acceso al mar en coordinación con el Departamento de

Recursos Naturales y la Corporación para el Desarrollo y Administración de los Recursos

Marítimos, Lacustres y Fluviales (en adelante CODREMAR).[3] Además, Puerto del Rey debía

proveer un estacionamiento público de veinte (20) espacios, el cual se destinaría a uso público al

igual que las calles, ello mediante el otorgamiento de una escritura pública.[4]

La Junta requirió, además, que Puerto del Rey cediera al Estado mediante escritura pública,

una franja de veinte (20.0) metros paralela a la zona marítimo-terrestre. Las escrituras públicas

respecto a los terrenos a ser cedidos, a las vías a construir para dar acceso a la playa y a las áreas de

estacionamiento público, deberían otorgarse previo a la concesión de permisos por la

Administración de Reglamentos y Permisos (en adelante ARPE).[5]

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Dispuso la Junta, además, que Puerto del Rey debía dedicar a uso público cincuenta (50)

espacios de atracadores de botes (boat-slips), para uso y disfrute de los pescadores del sector, cuya

ubicación debía ser coordinada con CODREMAR.

Así las cosas, el 1 de octubre de 1986, Puerto del Rey solicitó autorización a ARPE para el

desarrollo preliminar de la marina en la Bahía Demajagua. ARPE, mediante Resolución de 27 de

marzo de 1987, concedió el permiso solicitado incorporando sustancialmente las condiciones

impuestas por la Junta.[6] En dicha resolución, ARPE requirió, entre otras cosas: 1) que uno de los

siete muelles secundarios a construirse en la marina fuera destinado a uso público para uso y

disfrute de los pescadores del sector, el cual debería incluir un total de cincuenta (50) espacios para

atracar botes (boat-slips); 2) que se construya una vía pública con una sección de once (11) metros,

desde la Carretera Estatal Número 3 hasta la playa, en coordinación con el Departamento de

Recursos Naturales y CODREMAR; 3) que se dedique a uso público una franja de terreno con un

ancho mínimo de veinte (20) metros, paralela y medida desde la zona marítimo-terrestre.

Conforme la resolución de ARPE, la ubicación y uso de los cincuenta (50) espacios de

atracadores de botes (boat-slips), debería ser coordinada con CODREMAR. Prohibió, además, el

control de acceso u obstáculos que impidiesen el libre uso y disfrute de los pescadores a dicho

muelle, por lo que se debía garantizar a perpetuidad el libre acceso de los pescadores al muelle

desde la Carretera Número 3.

Posteriormente, Puerto del Rey presentó ante la consideración de ARPE un plano de

desarrollo preliminar alterno. Dicho plano consistía en el rediseño parcial de las tres etapas de

desarrollo que comprende el proyecto objeto de este pleito. Mediante Resolución de 30 de mayo de

1990, ARPE aprobó el referido plano, resolución que no modificó los usos y condiciones antes

indicadas.[7]

El 15 de mayo de 1996 la Asociación de Pescadores de Punta Figueras, Inc. (en adelante

Asociación),[8] presentó ante el Tribunal de Primera Instancia (en adelante TPI), una acción

sobre Injunction y Daños y Perjuicios. En síntesis, la Asociación alegó el incumplimiento de Puerto

del Rey con las condiciones impuestas por ARPE, “relacionadas con el uso y disfrute de los

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pescadores del sector, al área de muelle y estacionamiento a ser dedicado en el proyecto a uso

público para uso y disfrute de [ ] éstos.”[9] Arguyó, además, que Puerto del Rey bloqueó el acceso

a los pescadores y a los ciudadanos a la Playa Punta Figueras.

Mediante Demanda Enmendada, se incluyó como demandados a ARPE, al Departamento de

Recursos Naturales, al Estado Libre Asociado de Puerto Rico (en adelante ELA) y al Municipio de

Fajardo (en adelante el Municipio). Respecto a éstos, la Asociación alegó que le eran responsables

por los daños causados por su inacción de velar por el interés público y hacer cumplir las órdenes

impuestas a Puerto del Rey.

Luego de varios incidentes procesales, se depuso al Ingeniero Jorge Colón Miranda, Director

de la Sección Técnica de ARPE.[10] Expresó el Ingeniero Colón Miranda que, ARPE impuso a

Puerto del Rey dedicar a uso público para el uso y disfrute de los pescadores del sector uno de los

muelles secundarios, el cual debería incluir un total de cincuenta (50) espacios para atracar botes

(boat-slips). Señaló que, conforme al plano sometido a ARPE, el acceso a dichas facilidades es a

través de una franja de terreno de ocho (8) metros que discurre desde la Carretera Estatal Número 3

hasta las facilidades destinadas a los pescadores, el varadero y la policía.

En la Conferencia con Antelación al Juicio, celebrada el 23 de abril de 1999, el TPI ordenó

que las partes se reunieran el 7 de mayo de 1999, para evaluar un proyecto de escritura pública

conforme a las condiciones y recomendaciones dispuestas por las agencias administrativas.

Puerto del Rey otorgó el 6 de mayo de 1999 ante el Notario Público Jorge S. Carlo Marrero,

la escritura pública número siete (7) titulada Dedicación a Uso Público del Muelle Número Sesenta

y Cinco (65) y Facilidades Accesorias en la Marina Puerto del Rey de Fajardo, Puerto

Rico. Mediante la misma, Puerto del Rey dedica a uso público uno de los muelles secundarios para

uso y disfrute de los pescadores, el cual provee cincuenta (50) espacios para atracar botes. Además,

dedica a uso público un área para veinte (20) espacios de estacionamiento de automóviles de

pescadores, ubicado en el sector sur-este de la marina. Se unió y se hizo formar parte de la escritura

pública, copia de los planos del proyecto aprobados por ARPE, en los cuales se provee un acceso de

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ocho (8) metros de ancho que conecta la Carretera Estatal Número 3 con el estacionamiento

dedicado a uso público para el uso y disfrute de los pescadores.

No obstante, la utilización de las facilidades fue condicionada al uso de pescadores bona

fide que mantienen licencias de pesca comercial vigentes con el Departamento de Recursos

Naturales y Ambientales; que las embarcaciones de los pescadores estén debidamente inscritas para

la pesca comercial con dicho departamento; y que sean utilizadas exclusivamente para la pesca

comercial.

Puerto del Rey sometió ante ARPE y al Departamento de Agricultura, sucesor de

CODREMAR, la escritura pública otorgada el 6 de mayo de 1999, para su aprobación, por entender

que compete a éstos su aprobación.

Dada la inconformidad de la Asociación con las condiciones dispuestas en la escritura

pública otorgada por Puerto del Rey, el TPI celebró una vista el 27 de octubre de 1999, en la cual las

partes acordaron someter ante la consideración del tribunal sus respectivas posiciones por escrito,

para así determinar si procedía dictar sentencia sumaria. La controversia quedó delimitada por las

partes de la siguiente manera: “1) Si Puerto del Rey conforme a las resoluciones y permisos

emitidos por las agencias administrativas involucradas tenía la obligación de suscribir una escritura

pública para dedicar a uso público, sin ningún tipo de restricción, el muelle identificado como

`Muelle para uso de pescadores´, el estacionamiento identificado como `Estacionamiento para

pescadores´ así como el acceso que conecta la Carretera Estatal Núm. 3 con dichas facilidades, 2) o

si en la escritura a suscribir Puerto del Rey podía establecer algún tipo de restricción en el acceso a

dichas facilidades."[11]

La Asociación presentó Solicitud de Sentencia Sumaria en la cual cuestionó el instrumento

otorgado. Arguyó, en síntesis, que las condiciones establecidas en el instrumento público

contravienen las resoluciones de ARPE.[12]

Por su parte, Puerto del Rey presentó Oposición a Moción de Sentencia Sumaria. En

resumen, Puerto del Rey alegó la existencia de controversias sobre hechos materiales. Solicitó al

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TPI que declarara no ha lugar la moción de sentencia sumaria y la imposición de honorarios de

abogados a su favor.

Vistas la alegaciones de las partes, el 7 de abril de 2000, el TPI dictó Sentencia ordenando a

Puerto del Rey otorgar la escritura de dedicación a uso público del Muelle Sesenta y Cinco (65) y

Facilidades Accesorias en la Marina Puerto del Rey de Fajardo, sin incluir, “bajo ningún concepto,

condiciones o cláusulas que [de] alguna manera creen un control de acceso u obstáculo que impida

el uso y disfrute del público y de los pescadores del sector al área de muelle público.”[13]

Concluyó, además, que mediante su escrito de oposición a la solicitud de sentencia sumaria,

Puerto del Rey pretendía “atacar colateralmente o modificar los requisitos claramente impuestos por

las agencias administrativas como condición a la autorización del proyecto que originalmente

aceptaron y aprovecharon para su propio beneficio.”[14] Entendió el TPI que, Puerto del Rey

estaba impedida de impugnar en dicha forma las resoluciones de la Junta y ARPE, dado que no

utilizó los mecanismos provistos por dichas agencias para cuestionar las condiciones impuestas.

Inconforme con las determinaciones del TPI, el 15 de mayo de 2000, Puerto del Rey recurre

ante el Tribunal de Circuito de Apelaciones (en adelante TCA), alegando que el TPI erró al dictar

sentencia sumaria en su contra. El TCA concluyó que, “[a]l momento de presentarse la demanda

ante el tribunal de instancia, ni ARPE ni el Departamento de Agricultura habían emitido

determinación alguna sobre la escritura mediante la cual Marina Puerto del Rey, pretendía cumplir

con las condiciones impuestas por ARPE.”[15] Colegió, además, que la solicitud del remedio

interdictal ante el TPI fue prematuro, “toda vez que no se habían agotado todos los remedios

administrativos.”[16] Por dichas razones el TCA revocó la sentencia sumaria emitida por el TPI y

dictaminó que no procedía conceder el remedio solicitado por la Asociación por falta de

jurisdicción.

De la sentencia emitida el 10 de noviembre de 2000 por el TCA, recurre ante nos la

Asociación, vía certiorari, alegando la comisión de los siguientes errores: A. Erró el Tribunal de Circuito de Apelaciones al resolver que el Tribunal de

Primera Instancia carecía de jurisdicción al dictar la sentencia sumaria objeto del presente

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recurso, por no haber agotado los remedios administrativos ante las agencias administrativas concernidas.

B. Erró el Tribunal de Circuito de Apelaciones al no confirmar la sentencia

sumaria dictada y ampliarla a los efectos de que las Resoluciones de ARPE y condiciones impuestas por ARPE a Puerto del Rey responden a la política de interés público de que los ciudadanos de Puerto Rico tengan libre acceso a sus playas.

Mediante Resolución de 22 de diciembre de 2000, expedimos el auto

de Certiorari. Contando con las comparecencias de las partes, resolvemos.

I

La doctrina de agotamiento de remedios administrativos es una norma de abstención

judicial. Igartúa de la Rosa v. Adm. Derecho al Trabajo, res. el 23 de diciembre de 1998, 147

D.P.R. __, 98 TSPR 170, 98 JTS 157, pág. 397. Postula que, toda parte que esté dentro de un

procedimiento ante una agencia administrativa, no podrá recurrir ante el foro judicial hasta que haya

agotado todos los remedios ante la agencia. “[C]onforme esta doctrina, el foro judicial debe

abstenerse hasta que concluyan los trámites administrativos.” Aurora Acevedo v. Mun. Aguadilla,

res. el 11 de abril de 2001, __ D.P.R.__, 2001 TSPR 52, 2001 JTS 54, pág. 1110; véase Guadalupe

Saldaña v. Pres. U.P.R., 133 D.P.R. 42, 49 (1993); Colón Ventura v. Méndez, Dept. Recursos

Naturales, 130 D.P.R. 433, 443 (1992); Mercado Vega v. U.P.R., 128 D.P.R. 273 (1991); Delgado

Rodríguez v. Nazario Ferrer, 121 D.P.R. 347 (1998). Precisa que así sea, para que la agencia tenga

ante sí todos los elementos del caso, y las determinaciones de ésta reflejen su decisión final para

poder ser considerada por los tribunales. Aurora Acevedo v. Mun. Aguadilla, supra; E.L.A. v.

12,974.78 Metros Cuadrados, 90 D.P.R. 506 (1964).

Recientemente, en Mun. Caguas v. AT&T Wireless PCS, Inc., res. el 18 de junio de 2001,

154 D.P.R. __, 2001 TSPR 93, 2001 JTS 96, pág. 1467, reiteramos los propósitos de dicha doctrina: La norma de agotamiento, pues, tiene el propósito de dilucidar cuándo es el momento apropiado para que los tribunales intervengan en una controversia que había sido previamente sometida a una intervención administrativa. Vélez Ramírez v. Romero Barceló, 112 D.P.R. 716, 722 (1982); E.L.A. v. 12974.78 Metros Cuadrados, [supra], 513 (1964). Es decir, su objetivo es determinar la etapa en la cual el litigante en el foro administrativo puede recurrir a los tribunales. Delgado Rodríguez v. Nazario Ferrer, [supra]. . . .

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El agotar todos los remedios provistos por la agencia, constituye un requisito

jurisdiccional. Sin embargo, como hemos expresado en el pasado, dicho trámite administrativo

puede ser preterido bajo limitadas excepciones. Éstas son: 1) que el remedio provisto por la agencia

sea inadecuado; 2) que se pudiera producir un daño irreparable al promovente y en el balance de los

intereses envueltos no justifique agotar los remedios administrativos; 3) que en la acción judicial se

alegue la violación sustancial de derechos constitucionales; o 4) cuando el caso presenta claramente

que la agencia administrativa carece de jurisdicción, entre otras.Igartúa de la Rosa v. Adm. Derecho

al Trabajo, supra; véase además, Guadalupe Saldaña v. Pres. U.P.R., supra; Colón Ventura v.

Méndez, Dept. Recursos Naturales, supra; Delgado Rodríguez v. Nazario Ferrer, supra; First

Federal v. Asociación, 114 D.P.R. 426 (1983). Añade la Ley de Procedimientos Administrativos

(en adelante LPAU), 3 L.P.R.A. sec. 2101 et seq., que no será necesario agotar todos los remedios

provistos por la agencia, “cuando sea un asunto estrictamente de derecho y es innecesaria la pericia

administrativa.” 3 L.P.R.A. sec. 2173.

Al aplicar la doctrina de agotamiento de remedios administrativos, resulta evidentemente

necesario que la parte contra la cual se invoca haya participado en los procedimientos ante la

agencia. Al respecto, en Mun. Caguas v. AT&T Wireless PCS, Inc., supra, pág. 1468, expresamos

lo siguiente: Como puede deducirse de todo lo anterior, pues, el agotamiento de remedios

presupone la existencia de un procedimiento administrativo que comenzó pero que no finalizó porque la parte concernida recurrió al foro judicial antes de que se completase el procedimiento administrativo referido. Por ello, para que pueda aplicarse la doctrina de agotar remedios y proceda resolverse que la parte concernida no pueda acudir todavía al foro judicial, es menester que exista aún alguna fase del procedimiento administrativo que la parte concernida deba agotar. Sobre todo, es evidentemente necesario que la parte peticionaria ante el foro judicial sea la misma parte que participó en el procedimiento administrativo pero que no agotó la fase de éste que estaba aún pendiente.

II

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Veamos si a la luz de la normativa discutida procede o no requerir a la Asociación agotar

remedios administrativos.

Las reclamaciones de la Asociación se basan en el incumplimiento de Puerto del Rey con las

condiciones impuestas por la Junta y ARPE, y la inercia de dichas agencias para hacer cumplir sus

resoluciones. Surge de los autos que, Puerto del Rey debía otorgar las escrituras públicas previo a la

concesión de permisos por ARPE, y no después, como eventualmente hizo.

Es obligación de las agencias concernidas velar porque se cumplan las condiciones por ellas

impuestas al conceder permisos. En vista de la obligación de las agencias para hacer cumplir sus

requerimientos, y la concurrente inacción de éstas, resulta impráctico e injusto que la Asociación

recurriera ante las agencias y agotara los mecanismos y remedios ante éstas propiamente.

Incidió el TCA al concluir que la Asociación no había agotado los remedios administrativos,

bajo el argumento de que “[a]l momento de presentarse la demanda ante el [TPI], ni ARPE ni el

Departamento de Agricultura habían emitido determinación alguna sobre la escritura mediante la

cual Marina Puerto del Rey, pretendía cumplir con las condiciones impuestas por ARPE.”[17] Al

presentarse la demanda era imposible que ARPE y el Departamento de Agricultura emitieran

determinación alguna respecto a la escritura pública, ya que la misma fue otorgada por orden del

TPI casi tres años después de la presentación de la demanda. Precisamente, la Asociación acudió

ante el TPI para, entre otras cosas, exigir que Puerto del Rey otorgara la escritura pública destinando

a uso público las facilidades dispuestas por ARPE.

Es doctrina reiterada que la doctrina de agotamiento de remedios administrativos, aplica en

aquellos casos en que el procedimiento haya comenzado ante la agencia y que dicho cauce haya

sido preterido para acudir ante un tribunal de justicia sin antes haber agotado todos los mecanismos

ante la agencia. Conforme señaláramos anteriormente, precisa que así sea, para que la agencia

tenga ante sí todos los elementos. Aurora Acevedo v. Mun. Aguadilla, supra.

El caso de autos no envuelve un asunto que requiriera a la Asociación acudir ante las

agencias administrativas para obtener un remedio en un procedimiento en el cual no era parte. Se

trata de una acción judicial para que se hagan cumplir las condiciones impuestas por las agencias,

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no cuestionadas por Puerto del Rey, y que las agencias no han sido diligentes en hacerlas cumplir.

Las agencias ya habían tenido ante sí el asunto, ya que fueron precisamente éstas quienes

concedieron los permisos y establecieron las condiciones incumplidas, mediante resoluciones que

advinieron finales y firmes.

La Asociación no fue parte del procedimiento administrativo en el cual se impuso a Puerto

del Rey las condiciones aquí concernidas. A tenor de nuestras expresiones en Mun. Caguas v.

AT&T Wireless PCS, Inc., supra, es evidentemente necesario que la parte peticionaria ante el foro

judicial haya participado en los procedimientos ante el foro administrativo, mediante el cual se

concedieron los permisos correspondientes.

A todas luces, la doctrina de agotamiento de remedios administrativos no es de aplicación al

caso de autos. Incidió el TCA al resolver que la Asociación debió agotar los mecanismos provistos

por las agencias concernidas.

III

En innumerables ocasiones hemos expresado que la revisión de este Tribunal recae sobre la

sentencia misma y no contra sus fundamentos. Pueblo v. González Vega, res. el 16 de marzo de

1999, 99 TSPR 21, 99 JTS 27, pág. 678; Sánchez v. Eastern Air Lines, Inc., 114 D.P.R. 691, 695

(1983). Ya que la doctrina de agotamiento de remedios administrativos y la de jurisdicción primaria

son germanas y persiguen el mismo fin, E.L.A. V. 12,974.78 Metros Cuadrados,supra,

513,[18] precisa que determinemos si el caso de autos es gobernado por la doctrina de jurisdicción

primaria.

A diferencia de la doctrina de agotamiento de remedios administrativos, la doctrina de

jurisdicción primaria presupone no haberse iniciado proceso alguno por las partes ante la agencia

administrativa, siendo ésta quien disfruta de la discreción o conocimiento especializado para

entender en los asuntos planteados. Esta doctrina “tiene el propósito de determinar dónde debe

instarse inicialmente una reclamación, cuando tanto una agencia administrativa como el foro

judicial poseen jurisdicción concurrente sobre dicha reclamación.” Mun. Caguas v. AT&T Wireless

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PCS, Inc., supra; Colón Ventura v. Méndez, Dept. Recursos Naturales,supra, pág. 1468; Aguilú

Delgado v. P.R. Parking System, supra.

Si las cuestiones de hecho a ser consideradas requieren el ejercicio de la discreción

administrativa o aplicación del conocimiento especializado que ésta posee, la reclamación debe

considerarse inicialmente por el foro administrativo correspondiente. Ortiz v. Coop. Ahorro

y Crédito, 120 D.P.R. 253 (1987); First Federal v. Asociación, supra; Ferrer Rodríguez v.

Figueroa, 109 D.P.R. 398 (1980). “De este modo, se evita la duplicidad de esfuerzos y la

posibilidad de determinaciones incompatibles y contradictorias.” Igartúa de la Rosa v. Adm.

Derecho al Trabajo, supra. A modo de excepción, hemos reconocido que, es elinjunction el

recurso para acudir ante el foro judicial y obviar el cauce administrativo por alegadas violaciones a

derechos civiles. Aurora Acevedo v. Mun. Aguadilla, supra; Gracia Ortiz v. Policía de Puerto Rico,

140 D.P.R. 247 (1996); Delgado Rodríguez v. Nazario Ferrer, supra; Pedraza Rivera v. Collazo

Collazo, 108 D.P.R. 272 (1979); First Federal v. Asociación, supra; Pierson Muller I v. Feijoó, 106

D.P.R. 838 (1978); Otero Martínez v. Gobernador, 106 D.P.R. 552 (1977).

En aquellos casos en que se alegue el incumplimiento de las agencias con sus deberes

ministeriales, toda persona tendrá disponible el recurso de mandamusy el recurso de injunction para

hacer valer las obligaciones de dichas agencias. Mun. de Loíza v. Sucesiones, res. el 11 de junio de

2001, __ D.P.R. __, 2001 TSPR 84, 2001 JTS 87, pág. 1372; Colón Cortés v. Junta de Calidad

Ambiental, res. el 2 de junio de 1999 148 D.P.R. __, 99 JTS 91; véase además, Misión Industrial de

P.R. v. Junta de Planificación de P.R., res. el 29 de junio de 1998, 145 D.P.R. __, 98 JTS 77, pág.

1104. Ya que el injunction es un remedio dinámico sobre el cual los tribunales siempre conservan

su jurisdicción,[19] y a su vez el recurso apropiado para hacer valer las obligaciones de las agencias,

es evidente que las personas afectadas pueden acudir ante los tribunales obviando el foro

administrativo.

En el caso de autos, ARPE había concedido los permisos. La Asociación acudió ante el foro

judicial para exigir que Puerto del Rey cumpliera con las condiciones impuestas, ya que la agencia

permaneció inerte ante la situación y no hizo que se cumplieran sus órdenes. Las controversias y

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hechos planteados ante el foro judicial, no requerían la pericia de las agencias administrativas, por el

contrario eran cuestiones de estricto derecho.

La Asociación acudió al TPI mediante el recurso de injunction para hacer cumplir las

condiciones impuestas por ARPE, inter alia. Dicha agencia incumplió con su obligación de hacer

valer las condiciones y requerimientos por ella impuestos en sus resoluciones. Conforme lo

expresado anteriormente, es evidente que la Asociación no tenía que acudir ante las agencias

concernidas, ya que su recurso de injunction se basó en el alegado incumplimiento de las agencias

con sus deberes ministeriales.

Respecto a la escritura pública, la interpretación de la misma y su conformidad con las

resoluciones de las agencias concernidas, no requieren conocimiento especializado de

éstas. Además, resulta insólito que luego de haber transcurrido alrededor de tres años de litigación,

Puerto del Rey pretenda obviar el cauce judicial y recurra ante las agencias administrativas, quienes

no hicieron cumplir sus propias órdenes, para que éstas determinen si la escritura pública cumplía

con las condiciones impuestas y fueran aprobadas. Fue el TPI quien ordenó que se otorgara la

mencionada escritura, en cumplimiento de lo requerido por las agencias, teniendo el foro judicial

autoridad para determinar si ésta cumplía o no con las condiciones correspondientes. Además, las

agencias fueron partes demandadas dentro del procedimiento, por lo que podían plantear ante el

tribunal cualquier asunto relacionado con lo adecuado o no de la escritura.

En cuanto a la aprobación de la escritura pública por parte del Departamento de Agricultura,

sucesor de CODREMAR, en ningún momento ni la Junta ni ARPE requirieron dicha

aprobación. Puerto del Rey debe acudir ante el Departamento de Agricultura para determinar el uso

de las facilidades, pero ello no implica que dicho departamento deba dar su aprobación a la

escritura. Nótese que son dos condiciones independientes una de la otra.

Concluimos que el foro judicial posee jurisdicción en este asunto, sin que apliquen las

doctrinas de agotamiento de remedios administrativos o de jurisdicción primaria. Este asunto es

uno de estricto derecho y no requiere la pericia de las agencias concernidas; se trata de una acción

de injunction para ordenar que se cumplan ciertas condiciones impuestas por las agencias, sin que

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éstas tomaran acción para velar por su cumplimiento, acción presentada por la Asociación, que no

era parte de los procedimientos administrativos.

IV

La Asociación aduce que, el TCA erró al no confirmar la sentencia sumaria dictada por el

TPI y al no ampliarla a los fines de declarar que las resoluciones de ARPE y condiciones allí

impuestas responden a la política de interés publico de proveer a los ciudadanos libre acceso a las

playas de Puerto Rico. Por su parte, Puerto del Rey alega que el TPI incidió al dictar sentencia

sumaria, ya que a su entender existen controversias sobre hechos materiales.

La sentencia sumaria es el mecanismo procesal mediante el cual el juzgador tiene la

discreción para disponer del pleito sin necesidad de celebrar vista evidenciaria. El principio rector

al dictar sentencia sumaria es el sabio discernimiento del juzgador, a los fines de evitar que se

despoje a un litigante de su día en corte, principio elemental del debido proceso de ley. Consejo de

Titulares v. M.G.I.C. Financial, 128 D.P.R. 538, 548 (1991); Roig Com. Bank v. Rosario Cirino,

126 D.P.R. 613, 617 (1990).

Procede dictar sentencia sumaria, cuando no existe legítima controversia sobre hechos

materiales. Cuadrado Lugo v. Santiago Rodríguez, 126 D.P.R. 272 (1990).[20] Este mecanismo

procesal ha de utilizarse, cuando “el promovente ha establecido su derecho con claridad y ha

quedado demostrado que la parte promovida no tiene derecho alguno bajo cualquier circunstancia

discernible de las alegaciones que no hayan sido refutadas.” García Rivera v. Enríquez Marín, res.

el 2 de febrero de 2001, __ D.P.R. __, 2001 TSPR 12, 2001 JTS 15, pág. 820; Pérez Rosado v. El

Vocero, res. el 11 de octubre de 1999, __ D.P.R. __, 99 TSPR 154, 99 JTS 160, pág.

266; Corp. Presiding Bishop CJC of LDS v. Purcell, 117 D.P.R. 714 (1986). De existir dudas

respecto a la existencia de disputa de hechos materiales, el juzgador no podrá dictar sentencia de

forma sumaria. Íd.; PFZ Props., Inc. v. Gen Acc. Ins. Co., 136 D.P.R. 881 (1994).

Los hechos materiales sobre los cuales no existe controversia sustancial, deben establecerse

por medio de los documentos admisibles en evidencia que el promovente acompañe a su solicitud

de sentencia sumaria o de aquellos documentos que obren en el expediente del tribunal. Pérez

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Rosado v. El Vocero, supra;Audio Visual Lang. v. Sist. Est. Natal Hnos., res. el 15 de diciembre de

1997, 144 D.P.R. __ (1997), 97 JTS 147; Mercado Vega v. U.P.R., 128 D.P.R. 273, 281

(1991); Nassar Rizek v. Hernández, 123 D.P.R. 360, 378 (1989); Corp. Presiding Bishop CJC of

LDS v. Purcell, supra. De ahí que, la parte promovida deba presentar documentos con igual valor

probatorio a la presentada por la parte promovente para establecer una genuina disputa sobre los

hechos materiales del caso. PFZ Props., Inc. v. Gen Acc. Ins. Co., supra; Corp. Presiding Bishop

CJC of LDS v. Purcell, supra.

Ante el TPI, las controversias quedaron delimitadas por las partes a si Puerto del Rey podía

o no, establecer algún tipo de restricción en la escritura pública a suscribir para dedicar a uso

público las facilidades en beneficio de los pescadores del área. Por ende, a los efectos de este

recurso nos corresponde determinar si el TPI actuó correctamente al dictar sentencia sumaria.

Conforme sostuviéramos, el juzgador ante una solicitud de sentencia sumaria debe disponer

de ella considerando los documentos que acompañan la solicitud o los que obren en el expediente

del tribunal. El TPI basó su decisión en las resoluciones de las agencias y los planos presentados

por Puerto del Rey.

Por su parte, Puerto del Rey alega la existencia de hechos materiales en

controversia.[21] Sin embargo, los documentos considerados por el TPI demuestran que no existe

controversia sustancial respecto a los hechos materiales relacionados a los asuntos delimitados por

las partes.

Entendemos que el TPI actuó correctamente al determinar que Puerto del Rey tenía la

obligación de otorgar la escritura pública para dedicar a uso público y sin limitación alguna las

facilidades en beneficio de los pescadores. Su determinación está claramente sostenida por las

resoluciones de las agencias aquí concernidas y por los planos que Puerto del Rey sometiera ante

éstas. El redactar la escritura pública conforme las determinaciones del TPI, en nada interfiere con

las funciones y obligaciones de las agencias concernidas. Por el contrario, permitir que dicha

escritura sea suscrita bajo las limitaciones pretendidas por Puerto del Rey, soslaya la orden de

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ARPE en cuanto a que el Departamento de Agricultura coordine junto a Puerto del Rey el uso de las

facilidades.

V

Por las razones que anteceden, se dictará sentencia revocando la sentencia emitida por el

Tribunal de Circuito de Apelaciones, y confirmando la emitida por el Tribunal de Primera Instancia

conforme a lo aquí expresado.

Se devolverá el caso al Tribunal de Primera Instancia a los fines de concluir con los trámites

ulteriores a esta decisión.

Se dictará sentencia de conformidad. BALTASAR CORRADA DEL RÍO

JUEZ ASOCIADO

SENTENCIA

San Juan, Puerto Rico a 18 de diciembre de 2001. Por los fundamentos expuestos en la Opinión que antecede, la cual se hace formar parte íntegra

de la presente, se dicta sentencia revocando la sentencia emitida por el Tribunal de Circuito de Apelaciones, y se confirma la emitida por el Tribunal de Primera Instancia conforme a lo aquí expresado.

Se devuelve el caso al Tribunal de Primera Instancia a los fines de concluir con los trámites

ulteriores a esta decisión. Lo pronunció, manda el Tribunal y certifica la Secretaria del Tribunal Supremo Interina. El Juez

Asociado señor Fuster Berlingeri concurre con el resultado sin opinión escrita.

Carmen E. Cruz Rivera

Secretaria del Tribunal Supremo Interina

Notas al calce

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[1] Puerto del Rey es una corporación organizada bajo las leyes del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, dedicada al negocio de proveer espacio de muelles y almacenamiento de embarcaciones de placer.

[2] Anteriormente la Consulta fue denegada por la Junta mediante la Resolución emitida el 3 de febrero de 1983. El 23 de marzo de 1983, Puerto del Rey solicitó a la Junta que reconsiderara; mediante Resolución emitida el 19 de mayo la Junta aprobó la consulta. (Véase, Sentencia del Tribunal de Primera Instancia, Apéndice de la Petición de Certiorari, pág. 56.) [3] Véase, Resolución de 19 de mayo de 1983 emitida por la Junta, Apéndice de la Petición de Certiorari, pág. 264. A tenor de la Ley Núm. 61 de 23 de agosto de 1990, art. 8, 5 L.P.R.A. sec. 1527, conocida como la Ley para el Fomento y Desarrollo de la Industria Pesquera y la Agricultura, se transfirieron al Departamento de Agricultura, Programa de Fomento, Desarrollo y Administración Pesquera, todas las funciones de CODREMAR.

[4] Véase, Resolución de 19 de mayo de 1983 emitida por la Junta, Apéndice de la Petición de Certiorari, pág. 264. [5] “Los terrenos a ser cedidos al Estado tales como la franja de 20.0 metros paralela a la zona marítimo-terrestre, calles de acceso a la playa y áreas de estacionamiento público se harán [sic] mediante la escritura pública correspondiente previo al otorgamiento del permiso de uso para la marina y sus facilidades.” Íd, pág. 265. [6] Véase, Resolución de 27 de marzo de 1987, intitulada Autorizando Desarrollo Preliminar para Proyecto de Urbanización Residencial Turístico-Comercial, así como Marina en la Bahía Demajagua, en el Barrio Demajagua del Municipio de Fajardo, Apéndice de la Petición de Certiorari, págs. 271-279. [7] Véase, Resolución de 30 de mayo de 1999, titulada, Autorizando Plano de Desarrollo Preliminar Alterno para Proyecto de Urbanización Residencial, Turístico-Comercial, así como Marina en la Bahía Demajagua, en el Barrio Demajagua del Municipio de Fajardo, Apéndice de la Petición de Certiorari, págs. 280-289. [8] La Asociación es una corporación sin fines de lucro organizada bajo las leyes del Estado Libre Asociado de Puerto Rico, dedicada a promover la organización y bienestar de los pescadores de la Playa Punta Figueras de Fajardo y Ceiba. [9] Sentencia del Tribunal de Primera Instancia, Apéndice de la Petición de Certiorari, pág. 53. [10] Véase, Deposición tomada al Ingeniero Jorge Colón Miranda, Administración de Reglamentos y Permisos, Apéndice de la Petición de Certiorari, págs. 184-220. [11] Sentencia de 7 de abril de 2000, emitida por el TPI, Apéndice de la Petición de Certiorari, pág. 54. [12] El Municipio compareció ante el TPI mediante escrito de 13 de mayo de 1999, titulado Moción Informativa y Aclarando Situación Procesal(Apéndice de la Petición de Certiorari, págs. 356-358). Expuso que, entendía que la escritura pública no cumplía con lo requerido por ARPE, y que por el contrario, establecía una serie de condiciones y controles que expresamente prohíbe el permiso de construcción otorgado.

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[13] Sentencia de 7 de abril de 2000, emitida por el TPI, Apéndice de la Petición de Certiorari, pág. 80. [14] Íd., pág. 78. [15] Sentencia de 7 de septiembre de 2000, emitida por el TCA, Apéndice de la Petición de Certiorari, pág. 17. [16] Íd. [17] Supra, nota 15. [18] Véase, Mun. Caguas v. AT&T Wireless PCS, Inc., supra; Aguilú Delgado v. P.R. Parking System, 122 D.P.R. 261, 266 (1988). [19] Mun. de Loíza v. Sucesiones, supra; Misión Industrial de P.R. v. Junta de Planificación de P.R., supra; Noriega v. Gobernador, 122 D.P.R. 650, 688 (1998). [20] Véase, García Rivera v. Enríquez Marín, res. el 2 de febrero de 2001, __ D.P.R. __, 2001 TSPR 12, 2001 JTS 15; Pérez Rosado v. El Vocero, res. el 11 de octubre de 1999, __ D.P.R. __, 99 TSPR 154, 99 JTS 160; Pilot Life Ins. Co. v. Crespo Martínez, 136 D.P.R. 624 (1994). [21] Sin embargo, los hechos alegados por Puerto del Rey, no son materiales a las controversias según fueron delimitadas por las partes. En síntesis, Puerto del Rey señaló que, la Asociación alegó en su solicitud de sentencia sumaria que Puerto del Rey estaba obligada a ceder su propiedad; mientras que la aquí peticionaria entiende que sólo debe dedicarlas a uso público sin transferir su titularidad, lo cual a su entender representa una controversia de hechos materiales. Conforme señaláramos anteriormente, la controversia quedó delimitada a si Puerto del Rey podía o no, establecer algún tipo de restricción en la escritura pública a suscribir para dedicar a uso público las facilidades en beneficio de los pescadores del área, sin que estuviera envuelta la cuestión de titularidad.

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Jurisprudencia del Tribunal Supremo de P.R. del año 1999

99 DTS 009 PUEBLO V. ORTIZ 99TSPR009

En el Tribunal Supremo de Puerto Rico

El Pueblo de Puerto Rico

Recurrido

V.

Antonio Ortiz Rodríguez

Peticionario

Certiorari

99TSPR9

Número del Caso: CC-96-0227

Abogado de la Parte Peticionaria: Lcdo. Miguel E. Sagardía de Jesús

Abogados de la Parte Recurrida: Hon. Carlos Lugo Fiol

Procurador General

Lcda. Carmen Z. Martínez Ortiz

Procuradora General Auxiliar

Tribunal de Instancia: Superior de San Juan

Juez del Tribunal de Primera Instancia: Hon. Miguel A. Rivera Arroyo

Tribunal de Circuito de Apelaciones: Circuito Regional I

Juez Ponente: Hon. Negroni Cintrón

Fecha: 1/29/1999

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Materia: Art. 401 Sustancias Controladas

ADVERTENCIA

Este documento constituye un documento oficial del Tribunal Supremo que está sujeto a los cambios y correciones del proceso de compilación y publicación oficial de las decisiones del Tribunal. Su distribución electrónica se hace como un servicio público a la comunidad.

Opinión del Tribunal emitida por el Juez Asociado señor Negrón García.

San Juan, Puerto Rico a 29 de enero de 1999

El Ministerio Público acusó a Antonio Ortiz Rodríguez, (c.p. Toño Gorila), de dos (2) infracciones al Art. 401 de la Ley de Sustancias Controladas.1 Previa vista preliminar y la subsiguiente lectura de acusación, Ortiz Rodríguez solicitó supresión de la evidencia alegando que la orden de allanamiento era insuficiente de su faz y no existió causa probable para creer los fundamentos en que se basó. El Tribunal de Instancia, Sala de San Juan (Hon. Miguel Rivera Arroyo) la denegó. El Tribunal de Circuito de Apelaciones (Hons. Rossy García, Negroni Cintrón y Aponte Jiménez), declinó expedir el auto de certiorari. Inconforme, Ortiz Rodríguez acudió ante nos cuestionando la determinación de que los agentes del orden público no necesitaban orden judicial para penetrar áreas sobre las cuales "tenía una expectativa legítima de intimidad, validando de esa manera los subterfugios realizados por dichos agentes del orden público para evitar obtener una orden judicial, siendo insuficiente de su faz la orden de allanamiento en virtud de la cual se ocupó la evidencia en este caso".

En su correcta perspectiva, el planteamiento exige resolver si la policía, en el curso de una investigación, está legítimamente facultada para alquilar un apartamiento con el propósito de penetrar libremente en los elementos comunes de uso general del condominio, sin el consentimiento ni conocimiento de su administrador sobre el propósito investigativo, ni previa orden judicial.

I

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En virtud de una confidencia, el 25 de abril de 1995 el agente Jorge L. Padró le informó a su compañero Juan R. Berríos Silva -ambos de la División de Drogas y Narcóticos-, de unos residentes del Edificio Núm. 615 de la Calle Condado, Santurce, que traficaban en drogas y guardaban allí armas. Entre estos se encontraba Ortiz Rodríguez. Al día siguiente, ambos agentes acudieron al Condominio y constataron que Ortiz Rodríguez, aunque residía en el Apto. Núm. 682 del Edif. Núm. 33 del Residencial Luis LLoréns Torres, ocupaba el Apto. Núm. 205 del Condominio y poseía un vehículo Mitsubishi, color rojo, tablilla BNT-482, inscrito a su nombre.

El Condominio en cuestión es un edificio privado residencial de seis (6) apartamentos por piso, con acceso controlado. Solo se necesita llave para entrar al primer piso; de ahí en adelante, las personas pueden moverse libremente. El acceso hacia el pasillo del segundo piso, donde ubica el apartamento Núm. 205 de Ortiz Rodríguez, está restringido por un portón con cerradura. No obstante, ese y demás portones de las escaleras permanecen abiertos por reglamentación en vigor del Cuerpo de Bomberos de manera que ante una situación de emergencia no representen obstáculos innecesarios. Consecuentemente, el portón hacia el descanso de las escaleras en el segundo piso está abierto y el usuario que se sitúa o detiene en dicho descanso no tiene obstrucción para observar la entrada del apartamento de Ortiz Rodríguez.

Los agentes consultaron al fiscal José Vázquez Pérez, Director de la División de Drogas y Crimen Organizado del Depto. de Justicia, sobre cómo obtener acceso legítimo al Condominio. Vázquez Pérez les explicó que tenían tres (3) alternativas: conseguir una orden judicial; obtener permiso de la administración del Condominio; o alquilar un apartamento. Para preservar el mayor grado de confidenciali-dad en la investigación, los agentes optaron por alquilar el apartamento Núm. 305 el 4 de mayo de 1995, mediante el pago de una renta mensual de $350.00.

El agente Berríos Silva acudió al área el 17 de mayo de 1995. Después de observar el vehículo marca Mitsubishi perteneciente a Ortiz Rodríguez estacionado en una calle contigua, entró al edificio y procedió al segundo piso. Desde el descanso en las escaleras del edificio antes aludido, estableció vigilancia hacia la entrada del apartamento de Ortiz Rodríguez. El apartamento tenía un portón de rejas frente a la puerta de entrada. Ese día el portón estaba abierto, pero la puerta cerrada. Ortiz Rodríguez salió del apartamento cargando una bolsa blanca a las 3:50 p.m. Berríos Silva lo siguió hasta llegar al Edificio Núm. 33 del Residencial Lloréns Torres. Ortiz Rodríguez se desmontó cargando dicha bolsa, sacó una envoltura pequeña

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de la bolsa, similar a las que se utilizan para empacar heroína, y se la entregó a un individuo. Al dar la vuelta, Berríos Silva vio a Ortiz Rodríguez entrar al Edificio Núm. 33 con dinero en sus manos.

El 23 de mayo, Berríos Silva se dirigió nuevamente al interior del Condominio después de observar el vehículo perteneciente a Ortiz Rodríguez estacionado cerca, y volvió establecer vigilancia hacia la entrada del apartamento de Ortiz Rodríguez desde las escaleras. Esta vez, la puerta del apartamento Núm. 205 se encontraba abierta, pero el portón cerrado. A plena vista, pudo observar cuando Ortiz Rodríguez a través del portón cerrado le entregó a un individuo que estaba en el pasillo fuera del apartamento un pequeño sobre plástico y transparente, lleno de una sustancia blancuzca, a cambio de indeterminada cantidad de dinero. Más tarde, Ortiz Rodríguez salió del apartamento, cargando una bolsa de papel de estraza y un bulto azul, abordó su vehículo y se dirigió hacia el Residencial Lloréns Torres.

Berríos Silva continuó la vigilancia el 24 de mayo de 1995. Ese día vio cuando Ortiz Rodríguez llegó al Condominio, entró a su apartamento y salió cargando una bolsa plástica transparente conteniendo lo que aparentaban ser envolturas de heroína.

Berríos Silva prestó declaración jurada con relación a estos hechos. El 30 de mayo de 1995, el Tribunal de Primera Instancia determinó causa probable y expidió orden para allanar el referido apartamento. El allanamiento se realizó el 31 de mayo de 1995 y produjo sustancias controladas. Posteriormente, se radicaron las acusaciones y el planteamiento sobre supresión que origina este recurso.

II

En momentos de violencia, alto uso de drogas, criminalidad y su consabido desasosiego en nuestro diario vivir, el fiel cumplimiento de la ley es de interés apremiante. Conlleva una evaluación judicial de aspectos difíciles y circunstancias complejas. De este ejercicio, en lo posible, deben surgir juicios certeros que reconcilien los intereses públicos y privados envueltos y provean soluciones justas, sin obstruir la labor de la policía en la persecución legítima del crimen. Pueblo v. Muñoz Santiago, res. en 6 de noviembre de 1992; Pueblo v. Pérez Pérez, 115 D.P.R. 827 (1984).

El Art. II, Sec. 10 de nuestra Constitución2 y la Enmienda Cuarta federal, cobijan la intimidad y dignidad ciudadana como valores comunitarios de la

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más alta jerarquía. Pueblo v. Meléndez Rodríguez, res. en 13 de julio de 1994.

Su ámbito salvaguarda la vida íntima y santidad del hogar, pero no defiende el Derecho a propiedad; protege seres humanos, no lugares.Pueblo v. Vargas Delgado, 105 D.P.R. 335 (1976). Lo determinante es "[s]i existe algún interés personal sobre el objeto del allanamiento, registro o incautación de modo que se exhiba una expectativa de intimidad". Olga Elena Resumil de Sanfilippo, Derecho Procesal Penal, Tomo 1, Cap. 8, §8.4, pág. 207; Chiesa Aponte, E.L., Derecho Procesal Penal de Puerto Rico y Estados Unidos, Tomo I, Cap. 6, Sec. 6.13, págs. 404-405.

Los residentes de condominios tienen derecho a la intimidad en grado comparable a la que disfrutan los residentes de casas.3 Pueblo v.Pérez Pérez, 115 D.P.R. 827, 830 (1984). Allí establecimos que "[p]or razones demográficas y de diversa índole se ha ido desarrollando en Puerto Rico el concepto de la propiedad horizontal. No hallamos base para sostener que en este país de mucha gente y poca tierra aquellos que resuelvan vivir en condominios no tienen derecho razonable a abrigar que su intimidad se respete a un grado comparable al de los habitantes de residencias tradicionales. Un condómino espera que por los pasillos y otras áreas comunes del mismo transiten únicamente otros co-dueños y personas invitadas, en casos como el presente, los co-dueños tienen derecho a confiar que no pululen por las zonas

protegidas invasores e intrusos. Los pasillos de los condominios no son calles de la ciudad, ni su garaje es menos privado que el de otro tipo de hogar".

Diez (10) años después, en Pueblo v. Meléndez Rodríguez, supra, enfatizamos que:

"Nuestra sociedad no está dispuesta a tolerar el grado de intrusión que aquí ocurrió con la intimidad de los apelantes en su hogar. Entendemos que el apostarse cerca de la puerta de una residencia con el propósito de escuchar lo que adentro se dice, independientemente del derecho de tal persona de estar en el área circundante a la misma, constituye un atentado intolerable a los valores personales y sociales que protege nuestra Constitución. Ello es así sin importar que tipo de residencia esté envuelta. Rehusamos limitar las protecciones consagradas en Pérez Pérez, 115 D.P.R. 818 (1984), a los pasillos y áreas comunes de condominios privados de acceso controlado. No

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podemos negárselas a los ciudadanos que viven en los residenciales públicos de Puerto Rico.

Más aún, entendemos que resulta irrelevante si el complejo de vivienda tiene acceso controlado... para fines de determinar si existe una expectativa razonable de intimidad. El acceso a los complejos de vivienda se limita, no con el propósito exclusivo de aumentar la intimidad de los que viven allí, sino principalmente para incrementar la seguridad de sus residentes ante el avance del crimen. Resultaría incorrecto, entonces, utilizar este factor como determinante para medir la expectativa de intimidad de los residentes."

La expectativa razonable de intimidad implica primero, que la persona haya exhibido una expectativa subjetiva de intimidad. No se trata de una simple reserva mental, sino de una conducta de actos afirmativos que demuestren, inequívocamente, la intención de alojar dicha expectativa. Y segundo, esa expectativa individual así demostrada, tiene que ser una que la sociedad reconozca como razonable.

El análisis para determinar la razonabilidad de un registro y allanamiento debe tomar en cuenta que el excluir cualquier actividad policíaca de la cubierta constitucional significa sacarla también del control judicial y del mandato de la razonabilidad. Por el contrario, incluirla solo exige que sea razonable.4

Determinar si existe una expectativa razonable de intimidad requiere examinar integralmente los siguientes factores: lugar registrado o allanado; naturaleza y grado de la intervención policial; objetivo o propósito de esa intervención; si la conducta de la persona era indicativa de una expectativa subjetiva de intimidad; existencia de barreras físicas que restrinjan la entrada o la visibilidad al lugar registrado; número de personas que tienen acceso legítimo al lugar registrado; e inhibiciones sociales relacionadas con el lugar registrado. Pueblo v.Meléndez Rodríguez, supra.

Al aplicar estos factores al caso de autos es evidente de que Ortiz Rodríguez no puede reclamar una expectativa razonable de intimidad absoluta. El lugar "registrado" fue el pasillo y entrada visibles de un apartamento en un Condominio con acceso controlado. La naturaleza y grado de la intervención policíaca consistió en observar a plena vista, desde el

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descanso en las escaleras del segundo piso, la referida entrada del apartamento de Ortiz Rodríguez. El propósito de la intervención fue investigar y detectar alegadas violaciones a la Ley de Sustancias Controladas objetos de una confidencia, y así acumular suficiente prueba para acudir ante un tribunal y obtener una orden de registro y allanamiento. La conducta de Ortiz Rodríguez no indicaba una expectativa subjetiva legítima de intimidad, pues llevó a cabo varias transacciones de drogas a través del portón, a plena vista del agente Berríos Silva u otra persona que pasase por el segundo piso. Todos los condóminos, dueños, inquilinos y sus respectivos invitados tenían acceso a las escaleras. Desde el lugar donde el agente Berríos Silva observó, no existía barrera física alguna que impidiera la visibilidad. La entrada del apartamento de Ortiz Rodríguez podía verse "desde el pasillo, la escalera o desde cualquiera de los cinco apartamentos restantes ubicados en el piso." Comunitariamente, existe un grado de inhibición social en cuanto al pasillo y las escaleras de un edificio. Las costumbres sociales obligan a que las personas se comporten de forma prudencial y, más restringidamente, en los elementos comunes de uso general del condominio en contraste con el interior de sus apartamentos, donde gozan de una mayor expectativa de intimidad. Ciertamente, no se discute, que el permitir tráfico de drogas en los pasillos y escaleras de un edificio atenta contra el derecho de los demás condóminos al uso y disfrute pacífico de los elementos de uso común.

Este análisis, nos permite concluir que Ortiz Rodríguez no tenía una expectativa razonable de intimidad sobre los pasillos y las escaleras del edificio mientras los utilizaba para llevar a cabo transacciones ilegales.5

III

No pasamos por alto la doctrina de "curtilage", esto es, las "inmediaciones" o estructuras accesorias de un hogar, hasta donde se extiende la protección del derecho a la intimidad. Pueblo v. Meléndez Rodríguez, supra.

Se trata del área considerada parte de la casa a la cual se extiende la actividad íntima del hogar y la persona. Determinarlo conlleva examinar si un individuo puede razonablemente esperar que el área inmediata al hogar permanezca privada, tomando en consideración los siguientes cuatro factores: 1) proximidad a la zona reclamada como "curtilage". Si está muy próxima es mucho más probable que el área sea considerada como "curtilage"; 2) si el área se encuentra dentro de los linderos de la casa; 3) la naturaleza y el uso que se le da a esa zona; y 4) las medidas adoptadas por

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el residente para proteger esta zona de observaciones que puedan hacer los transeúntes que por allí pasan.Pueblo v. Meléndez Rodríguez, supra.

En el pasado, hemos reconocido que en el descargo de su función investigativa, la Policía puede entrar en áreas del "curtilage" de una residencia que están claramente visibles o implícitamente abiertas al público, con el propósito de conversar con los ocupantes de la residencia o procurar a alguna persona. Pueblo v. Meléndez Rodríguez, supra; Pueblo v. Torres Resto, 102 D.P.R. 532 (1974); Pueblo v. Alvarez Torres, 85 D.P.R. 789 (1968).

Sin embargo, "[c]uando un agente traspasa esa zona como parte de una gestión de vigilancia para observar a través de puertas y ventanas que no están claramente visibles, eso constituye un registro irrazonable." LaFave, Search and Seizure, 2d ed. Sec. 2.3(c), p. 394. Véase Texasv. González, 388 F. 2d 145 (5th Cir. 1968); People v. Cogle, 21 Cal. App. 3d 57 (1971); Olivera v. State, 315 So. 2d n487 (Fla. App. 1975);State v. Ragsdale, 381 So. 2d 492 (La. 1980). La justificación de esta norma, es que al limitar la visibilidad de su hogar, el residente tiene una razonable expectativa de intimidad en el interior de su casa y no espera que las personas o agentes del orden público estén observando a través de las ventanas.

En Pueblo v. Meléndez Rodríguez, supra, resolvimos que "[a]quella porción de los pasillos en condominios o edificios de vivienda múltiple que conduce a la entrada de apartamentos y, en especial, el área inmediatamente fuera de la puerta de la entrada a un apartamento, es parte del curtilage de la vivienda próxima al mismo. Nos parece razonable concluir que a dicha área se ‘extiende la actividad íntima asociada con la santidad del hogar’. Chiesa Aponte, E.L., Tomo I, Cap. 6, ob. cit., Sec. 6.16, pág. 432. Su proximidad al apartamento de vivienda ‘por sí solo hace mucho más probable que el área sea considerada como curtilage’." (Citas omitidas). Así, en Pueblov. Meléndez Rodríguez, supra, juzgamos como "intrusión irrazonable en la vida íntima" la acción del agente acercarse a la puerta de una residencia para escuchar las conversaciones que se efectúan tras puertas cerradas."

"Cuando la policía, sin penetrar el ‘curtilage’ del acusado, recurre a medios extremos para lograr una posición desde donde ni los vecinos ni el público en general de ordinario lo esperaría, sus observaciones constituyen un registro." (Traducción nuestra). Wayne R. LaFave, ob. cit., Volumen 1, §2.3(c), pág.

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482. Contrario sensu, si sólo utiliza sus sentidos naturales desde un lugar donde tiene derecho a estar, tales observaciones no lo son.

El residente de un edificio con múltiples viviendas tiene una expectativa de intimidad justificada de no ser escuchado o visto desde un lugar en el edificio el cual los otros residentes o el público normalmente no utilizan o esperen se utilice. "No obstante, una cosa es decir que un ocupante no puede reclamar privacidad en cuanto a actividades dentro de su residencia cuando la conducta se lleva a cabo en una manera fácilmente al alcance de la vista y oídos de los vecinos o el público que por allí transite. Es otra cosa exigir que los ciudadanos no puedan sentirse seguros dejando sus cortinas sin cerrar o en forma alterna, cerrar toda posible apertura de su residencia." Wayne R. LaFave, ob. cit., Volumen 1, §2.3(c), pág. 482 (Traducción nuestra).

Esa no es la situación en el caso de autos. Las escaleras son utilizadas constantemente por los vecinos y otras personas, y podía la policía usarlas apropiadamente para establecer vigilancia. Al respecto, Berríos Silva permaneció en todo momento en el descanso de las escaleras del segundo piso, elementos comunes de uso general por condóminos, empleados, visitantes y otros. Consecuentemente, por definición, dichas escaleras no formaban parte del "curtilage" del apartamento de Ortiz Rodríguez, y por ende no puede invocar su protección. Adjudicada su falta de expectativa subjetiva de intimidad, evaluemos su contención bajo la Regla de Exclusión.

IV

El Art. II, Sec. 10 de nuestra Ley Fundamental prohibe el producto de registros y allanamientos inconstitucionales; no es prueba admisible en los tribunales. Pueblo v. Colón Rafucci, res. en 25 de enero de 1996; Pueblo v. Santiago Alicea, res. en 18 de abril de 1995; Pueblo en interés del menor N.R.O., res. en 12 de septiembre de 1994; Pueblo v. Martínez Torres, 120 D.P.R. 496, 500 (1988); Pueblo v. Ramos Delgado, 122 D.P.R. 287 (1988); Pueblo v. González Rivera, 100 D.P.R. 651 (1972); Pueblo v. Rodríguez Rivera, 91 D.P.R. 456 (1964).

A su amparo, la legalidad de tales registros deben analizarse tomando en cuenta tres (3) aspectos circunstanciales: 1) lugar objeto del registro; 2) presencia del concepto de motivo fundado para realizarlo; y 3) su razonabilidad.

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En Pueblo v. Pérez Pérez, supra, establecimos que "[l]os condominios presentan a las fuerzas del orden público dificultades especiales para el establecimiento de una vigilancia ordenada. Como regla general, la solución radica, cuando la vigilancia exterior no basta, en que la Policía acuda ante un magistrado y obtenga, tras el trámite de rigor, su autorización para penetrar en las áreas comunes de la propiedad para establecer puntos de observación satisfactorios". Este pronunciamiento exige una aclaración. La orden allí referida es la clásica de Registro y Allanamiento, autorizada bajo las Reglas 229 a 233 de Procedimiento Criminal. Nuestro ordenamiento procesal todavía no provee expresamente una orden especial que autorice una "vigilancia" de áreas comunes. De inmediato, ello plantea el problema delquantum de prueba necesario. No podría ser ni exigirse el mismo de causa probable. Si así fuera no tendría sentido ni sería necesaria la vigilancia. Bastaría obtener la orden de registro y allanamiento. La vigilancia previa es necesaria porque se carece de esa prueba. En el caso de autos, precisamente la vigilancia y sus observaciones fueron las que produjeron suficiente causa probable sobre actos delictivos para justificar la orden de registro y allanamiento.

Ortiz Rodríguez argumenta que la orden de allanamiento fue insuficiente de su faz, pues ni de ésta, como tampoco de la declaración jurada, surgía el derecho de los agentes a penetrar las áreas comunes del condominio a investigar y violar su expectativa legítima. Se basa en que al momento de solicitarla, el agente de la policía no consignó en su declaración jurada la forma en que él obtuvo acceso a las áreas comunes del edificio residencial, desde donde pudo observar alegados actos delictivos. No tiene razón.

En Pueblo v. Bogard, 100 D.P.R. 565 (1972), nos enfrentamos a una situación bastante similar. Allí se atacó la validez de la orden de allanamiento expedida por un magistrado alegándose que "[e]l Agente no hizo constar en su declaración jurada los medios de que se valió para observar el patio de la residencia de los apelantes." Resolvimos que "[l]a declaración jurada prestada por el agente Fuentes Ortega cumple con la ley y la jurisprudencia. Expuso el agente que las observaciones que hizo fueron el resultado de labor de vigilancia hacia el patio de la residencia de los acusados. Ello era suficiente para informar al magistrado como obtuvo la información sobre los hechos que justificaban la expedición de la orden de allanamiento." Este razonamiento fue reiterado en Pueblo v. Bonilla Romero, 120 D.P.R. 92, 108 (1987). En virtud de la Regla 231 de Procedimiento Criminal, el quantum de causa probable judicial como prueba necesaria para una orden de allanamiento, significa que el magistrado quede convencido. En el caso de

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autos, las declaraciones juradas prestadas por el agente Berríos Silva, revelan que entró al condominio y se ubicó en el área de las escaleras del segundo piso, donde observó lo que ocurría frente al apartamento de Ortiz Rodríguez. Basado en esta información se expidió la orden. El juez se convenció que los hechos jurados, a su juicio, eran indicativos de que probablemente se estaba cometiendo o se había cometido un delito. La misma no adolecía de ningún defecto legal ni jurisprudencial.

Pueblo v. Rivera, 79 D.P.R. 742, 747 (1956), definió así el estándar para juzgar la existencia de causa probable:

"El criterio o medida para juzgar si existe causa probable no puede expresarse en términos rígidos y absolutos: la cuestión estriba en determinar si los hechos y las inferencias que se derivan de los mismos, a juicio de una persona prudente y razonable, bastan para creer que se está cometiendo o se ha cometido el delito por el cual la ley autoriza la expedición de una orden de allanamiento.Carroll v. United States, 267 U.S. 132 (1925); Steele v. United States, 267 U.S. 498 (1925); Dumbra v. United States, 268 U.S. 435 (1925). Meras sospechas no constituyen causa probable pero tampoco es necesario que el juez quede convencido fuera de toda duda razonable de que se está violando la ley. Como indicó el Tribunal Supremo de los Estados Unidos en Brinegar v. United States, 333 U.S. 160, 175 (1949): ‘Cuando nos referimos a causa probable... actuamos a base de probabilidades. Estas no son cuestiones técnicas: se trata de consideraciones prácticas y reales que surgen en la vida cotidiana a base de las cuales actúan hombres prudentes y razonables y no técnicos en derecho. La norma o regla en cuanto a la prueba, por consiguiente, depende de la cuestión que debe probarse’."6

No era necesario pues, que el agente Berríos Silva consignara en su declaración jurada el derecho que tenía para estar en posición de presenciar los actos delictivos. La encomienda judicial es armonizar el derecho e intervención a la intimidad individual con el fundamental interés del Estado de poner en vigor las leyes penales.

En ausencia de prejuicio, parcialidad, o error manifiesto, el juicio del magistrado que expide la orden –quien tuvo ante sí al declarante que prestó

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la declaración jurada-, merece posterior deferencia judicial, en cuanto a la credibilidad del declarante y la determinación de causa probable.7

A la luz de la totalidad de las circunstancias y demás factores pertinentes, concluimos que existió base sustancial y causa probable para expedir la orden de allanamiento. Réstanos examinar el aspecto del consentimiento a un registro, como excepción a orden judicial previa.

V

"Si un agente del orden público primero obtiene el consentimiento voluntario de alguien con autoridad para controlar el acceso a los lugares o cosas a registrarse, no necesita orden judicial. Así autorizado, puede entrar y hacer observaciones consistentes con el ámbito del permiso conferídole." Wayne R. LaFave, Search and Seizure, A Treatise on the Fourth Amendment, Third Edition, Volume 1, §2.3(b), pág. 475. (Traducción nuestra).

Precisamente, en Pueblo v. Pérez Pérez, supra, al cualificar la regla general de que la policía acudiera al tribunal para obtener orden de entrada, aclaramos vía escolio que "[ c] uando el administrador de un edificio, su delegado u otro inquilino autorice la entrada de un policía a un condominio..., varios tribunales reconocen entonces que la actuación de la Policía al vigilar áreas comunes es legítima." (Traducción nuestra). Pág. 831 n. 2. Véase, Wayne R. LaFave, ob. cit., Volumen 1, §2.3(b), pág. 478-479.8

En el caso de autos, la Policía, como parte de una investigación legítima, alquiló un apartamento en el Condominio para poder entrar al edificio y establecer vigilancia. Ni la Constitución ni la ley lo prohiben; tampoco se trata de una decisión o actuación irrazonable. Ese arrendamiento brindó a los agentes el mismo acceso a las áreas comunes del condominio que le brindaría a cualquier otro arrendatario. Entre éstos, entrar al ascensor, escaleras y otras áreas comunes del edificio, pero no, naturalmente al apartamento de Ortiz Rodríguez.9

Aún así, Ortiz Rodríguez argumenta que Berríos Silva nunca se identificó como agente del orden (o encubierto), ante la Administradora del Condominio al alquilar el apartamento.10Sostiene que dicho agente no utilizó el apartamento como residencia, u otro fin que no fuese obtener libre acceso a los elementos comunes de uso general, para así continuar con su investigación sin obtener una previa orden judicial, dado a que dicho condominio tenia control de acceso. Tampoco tiene razón.

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La prueba no contradicha demuestra que la administradora del Condominio no fue informada sobre el propósito del alquiler, debido a la posibilidad de que ella estuviese involucrada con Ortiz Rodríguez -lo cual podía comprometer la investigación- y de no ser así, en la alternativa, temían por su seguridad, dado al gran riesgo que presentaba dicha investigación y alto nivel de confidencialidad requerido para poder vigilar el lugar, especialmente en el área del segundo piso.

Los agentes se limitaron a alquilar el apartamento sin dar explicaciones al respecto, como tampoco comunicaron ni expusieron su condición de encubiertos.11Nada hay de ilegal en esa conducta. El alto grado de confidencialidad de la investigación, las medidas de seguridad y el mecanismo de alquilar un apartamento, no violan ninguna disposición de nuestra Constitución. Aplicable el siguiente razonamiento: "[s]i fuéramos a sostener que la decepción del agente en este caso está constitucionalmente prohibida, nos aproximaríamos a una regla en la que el utilizar un agente encubierto en cualquier forma, sería virtualmente inconstitucional per se. Una regla así, por ejemplo, impediría severamente al Gobierno destapar esas actividades criminales organizadas, que son caracterizadas por negocios secretos con víctimas que no pueden o quieren protestar. Proveyendo el narcotráfico un principal ejemplo." Lewis v. United States, supra, 210. (Traducción nuestra).

Por último, Ortiz Rodríguez aduce que "el agente Padró le omitió a sus superiores lo relacionado a la alternativa de obtener una orden judicial para penetrar las áreas comunes del edificio, induciendo falsamente a sus superiores a creer que, de acuerdo al Fiscal Vázquez Pérez, la única manera legal de obtener acceso al interior del condominio, sin obtener autorización de la persona encargada de la administración del condominio, era alquilando un apartamento allí". No nos convence.

Primero, el argumento no tiene que ver (ni es pertinente) con la doctrina del consentimiento. Segundo, es especulativo argumentar que el memorándum del 27 de abril de 1995, contiene una falsa representación al Teniente Juan Ortiz Díaz. En dicho documento, el agente Padró González no mencionó la posible obtención de una orden judicial. Ello es irrelevante, pues en ese momento carecía de la información necesaria para poder obtener válidamente una orden judicial de acuerdo a los requisitos de causa probable bajo la Regla 231 de Procedimiento Criminal. Según mencionáramos, debe recordarse que en nuestro ordenamiento procesal penal no existe per se una orden judicial autorizando una vigilancia.

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Repetimos, su obtención exigiría el quantum de prueba sobre causa probable.

VI

En resumen, reafirmamos que la protección contra registros y allanamientos del Art. II Sec. 10 de nuestra Constitución, se extiende a "los pasillos y otras áreas comunes de estructuras de vivienda pública, sin hacer distinciones entre condominios privados con acceso limitado y residenciales públicos. Nuestra Carta de Derechos brinda una misma protección contra intrusiones irrazonables por parte del Gobierno, ya seamos ricos o pobres, inocentes o culpables", Pueblo v. Meléndez Rodríguez, supra.

En los edificios con múltiples unidades de vivienda el residente tiene un derecho a la intimidad absoluto sólo sobre una porción; no sobre aquellas áreas que, por su estructura son áreas adyacentes y están abiertas o expuestas al público o al uso común. En reconocimiento de esta realidad, la tendencia judicial es sostener que sobre las mismas sólo hay una expectativa de intimidad reducida. Wayne R. LaFave, ob. cit.

Una vigilancia sobre un predio, aún cuando pueda ser un registro, no está al mismo nivel de aquel que conlleva la entrada física o a un escrutinio de los objetos que allí se encuentren. En materia de vigilancia, la regla es menos estricta. Texas v. González, 388 F. 2d 145 (5th Cir. 1968); Borum v. United States, 318 A. 2d 590 (D.C. App. 1974).

En el caso que nos ocupa, mediante el arrendamiento del apartamento, la policía validó su entrada a los elementos de uso común del edificio. En Meléndez Rodríguez, supra, adoptamos una interpretación liberal del derecho a la intimidad para equiparar los residenciales públicos a los edificios con acceso controlado. En aquella ocasión la práctica condenada fue que un policía escuchara una conversación dentro de un apartamento a través de una puerta cerrada. Esa no es la situación en el caso de autos. El agente Berríos Silva con sus observaciones nunca penetró dentro del apartamento. Fue desde las escaleras que observó lo que cualquier otro condómino hubiese percibido: unas transacciones ilegales a simple vista realizadas desde la entrada de un apartamento al pasillo. No se violó el derecho de intimidad de Ortiz Rodríguez.

Se dictará la correspondiente sentencia confirmatoria.

ANTONIO S. NEGRON GARCIA

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Juez Asociado

SENTENCIA

San Juan, Puerto Rico a 29 de enero de 1999

Por los fundamentos expuestos en la Opinión que antecede, la cual se hace formar parte integrante de la presente, se confirma la Resolución del Tribunal de Circuito de Apelaciones de fecha 10 de mayo de 1996.

Lo pronunció y manda el Tribunal y certifica la Secretaria del Tribunal Supremo. El Juez Asociado señor Hernández Denton emitió Opinión Concurrente en parte y Disidente en parte. El Juez Asociado señor Rebollo López disintió sin opinión escrita. El Juez Presidente señor Andréu García se inhibió.

Isabel Llompart Zeno

Secretaria General

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Jurisprudencia del Tribunal Supremo de P.R.

97 DTS 130 ASOCIACION V. CARDONA RODRIGUEZ

EL TRIBUNAL SUPREMO DE PUERTO RICO

Asociación Pro Control de Acceso Calle Maracaibo, Inc.

Peticionario-Recurrente

v

Nancy Cardona Rodríguez y otros, Opositores-Recurridos

Vecinos Unidos, Inc. Peticionario-Recurrente

v.

Maria Luisa Vilá y otros, Opositores-Recurridos

Municipio de San Juan, Interventor

Núm. CE-95-91 97 JTS ...

Certiorari

Resumen

Derecho Constitucional: Ley Control de Acceso

Varias Organizaciones de residentes cuestionan la constitucionalidad de la Ley de Control de Acceso. El Tribunal Supremo, mediante Opinión emitida por el Juez Asociado señor Hernández Denton, resuelve que dicha ley es constitucionalmente válida de su faz. El Juez Asociado señor Negrón García emitió Opinión Concurente y Disidente. La Juez Asociada señora Naveira de Rodón emitió Opinion de Conformida en parte, Concurrente en parte y Disidente en parte.

RESUMEN DOCTRINARIO

1. Derecho Constitucional: Una Ley puede ser declarada inconstitucional de su faz o en su aplicación. Bajo la primera doctrina, el análisis se circunscribe a determinar si del texto de la ley surge el vicio que la hace inconstitucional. Bajo la segunda, se analiza el contexto en el que la ley se aplica para determinar si tiene el efecto de infringir alguna disposición constitucional.

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2. Derecho Constitucional: Delegación de Poderes. Bajo nuestro ordenamiento constitucional nada impide que la Asamblea Legislativa delegue poderes a entidades privadas, tales como poderes para administrar o implantar una ley. Lo único vedado delegar, en ausencia de autorización constitucional, son aquellas funciones estricta y exclusivamente legislativas o judiciales.

3. Id. La delegación de poder a personas privadas tiene que ser razonable en atención a los propósios y metas de la ley. Su razonabilidad depende de: 1) que la Asamblea Legislativa haya inicialmente decidido las cuestiones fundamentales de política pública relevantes al esquema de la ley, y 2) que el estatuto provea criterios o salvaguardas que eviten el ejercicio arbitrario del poder delegado.

4. Id. La ausencia de guias no invalida a la legislación, simpre que resulte posible suplirlas sin frustrar el propósito de la ley.

5. Derecho Constitucional: Uso de bienes públicos: Fines públicos: Código Civil

La propia Constitución regula el uso de bienes públicos e impone obligación al Estado de disponer de las propiedades y fondos públicos, únicamente para fines públicos.

6. Id. Las calles son bienes de dominio y uso público independientemente de la jurisdicción bajo la cual se encuentren, sea municipal o estatal.

7. Id. El derecho de la ciudadanía al uso y disfrute de los lugares públicos es básico dentro del esquema de valores de nuestro sistema democrático. Sin embargo, esto no significa que los ciudadanos tengan un derecho absoluto a su uso.

8. Derecho Constitucional: Intimidad.

El derecho de intimidad, respecto a la información derivada del movimiento de los ciudadanos por las vías públicas del país, merece menor protección que la información sobre la vida íntima y familiar.

9. Derecho Costitucional: Igual Protección de las Leyes.

A la luz del escrutinio racional, la clasificación de la ley –residente y no residente- se justifica por los propósitos que persigue la ley.

10. Derecho Constitucional: Parámetros constitucionales de la Ley de Control de Acceso.

Al interpretar el alcance de la intervención que podrá llevar a cabo un guardia de seguridad, el criterio rector debe ser que el medio utilizado sea el que menos interfiere con los derechos ciudadanos, sin que se frustre el propósito de la ley. El medio utilizado para controlar el acceso no podrá impedir a terceros de forma indiscriminada, el uso y disfrute de las vías, aceras, parques y otras instalaciones públicas. Tampoco intervendrá irracionalmente con la intimidad de los que transitan por las vías públicas.

Opinión del Tribunal emitida por el Juez Asociado señor Hernández Denton

San Juan, Puerto Rico, a 31 de octubre de 1997.

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Hoy nos corresponde pronunciarnos por primera vez sobre la constitucionalidad de la Ley Núm. 21 de 20 de mayo de 1987, según enmendada, 23 L.P.R.A. sec. 64 et sea, (Supl. 1996), que permite que residentes deuna urbanización o comunidad controlen el acceso vehicular y peatonal a sus calles e inmediaciones. Especificamente, nos corresponde delimitar el alcance de la intervención que puede llevar a cabo un guardia de seguridad con el propósito de controlar el acceso a dos de tantas comunidades en Puerto Rico que han establecido este sistema para garantizar la tranquilidad y seguridad de sus residentes.

En la primera controversia que presenta el recurso, Vecinos Unidos, Inc. cuestiona la parte de la sentencia del antiguo Tribunal Superior, Sala de San Juan, mediante la cual dicho foro revocó el permiso concedido por el Municipio de San Juan a la urbanización College Park bajo el fundamento de que una porción del sistema de control de acceso allí autorizado tiene el efecto de obstaculizar el flujo vehicular y peatonal por las vías que tienen continuidad entre la comunidad que solicitó el control y otras adyacentes. Por entender que el foro recurrido no erró al así decidir, confirmamos esta parte de la sentencia recurrida.

Por su parte, en la segunda controversia planteada, la Asociación Pro Control de Acceso Calle Maracaibo, Inc., Vecinos Unidos, Inc. y el Municipio de San Juan solicitan que revisemos la determinación de que la Ley Núm. 21 de 20 de mayo de 1987, según enmendada (en adelante Ley de Control de Acceso), es constitucional siempre que en su aplicación no se restrinja indiscriminadamente el acceso a los ciudadanos no residentes a las vías públicas de las comunidades acogidas a dicho ordenamiento. Para llegar a esta conclusión el foro a quo validó el control de acceso a la urbanización y la formulación de preguntas dirigidas a identificar a la persona, y sostuvo que la entrada podría ser negada tan sólo cuando existiera motivo fundado o sospecha razonable para creer que el visitante podría cometer un delito en el área restringida.

Sostenemos la constitucionalidad de la Ley de Control de Acceso, pero modificamos aquella parte de la sentencia recurrida que resuelve que el único motivo para negar el acceso a un visitante sería la existencia de motivo fundado o sospecha razonable para creer que el visitante podría cometer un delito. Concluimos que la negativa a brindar cierta información puede dar base para denegar la entrada a un visitante.

I .

El pleito en instancia consistió inicialmente de dos recursos independientes, que por presentar alegaciones similares fueron oportunamente consolidados por el tribunal de instancia. Dicho foro contó con el beneficio de los alegatos de cada una de las partes, además de la comparecencia del Secretario de Justicia, quien se expresó en apoyo de la

constitucionalidad de la Ley. Veamos los hechos que dieron pie a la controversia en cada uno de ellos.

A. Vecinos Unidos, Inc. v. Maria Luisa Vilá y otros

En septiembre de 1992, Vecinos Unidos, Inc., (en adelante Vecinos Unidos), entidad compuesta por residentes de la urbanización College Park en Rio Piedras, presentó una solicitud ante el

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Municipio de San Juan para establecer un sistema de control de acceso en dicha urbanización. Fundamentaron su solicitud en la existencia de una situación insostenible con motivo de la ola criminal que azotaba el área. Su propuesta contemplaba la instalación de barreras permanentes que aislarían la urbanización College Park con un único acceso a través de la calle Salerno.

Conforme lo requiere la Ley de Control de Acceso, el Municipio notificó la solicitud a las agencias de servicio público correspondientes y celebró vistas públicas para dilucidar la concesión del permiso. En éstas comparecieron residentes de la urbanización Altamesa, contigua a College Park y residentes del condominio College Park, quienes expresaron su oposición al control de acceso solicitado. Los primeros alegaron que utilizaban las calles Compostela y Salerno como acceso a la avenida Glasgow y que el control de acceso les privaba de tal uso. [Na 1] (Véase el mapa incluido en el Apéndice) . Los residentes del condominio College Park, por su parte, reclamaron la utilización de la calle Alcalá, otra de las calles de College Park, como acceso principal a la Torre B del condominio.

Vecinos Unidos refutó el reclamo de los residentes de Altamesa alegando que éstos contaban con la calle San Ignacio como salida alterna, por lo que el cierre de College Park no les perjudicaría. En cuanto al reclamo de los residentes del condominio College Park, sostuvo que la calle Alcalá constituía un acceso alterno para esos residentes y no el principal, pues la entrada principal de éstos en realidad otra.

Pendiente una determinación final, el Municipio de San Juan expidió una orden que autorizaba el cierre provisional por sesenta (60) días. [Na 2] Finalmente, con leves modificaciones, dicho Municipio autorizó el sistema de control de acceso solicitado. [Na 3]

Mediante la Resolución Núm. 75 de 29 de abril de 1993, el Municipio dispuso lo siguiente: (1) mantuvo el cierre de la intersección Santa Inés-Compostela, privando a los residentes de Altamesa de esta vía para acceder a la avenida Glasgow; y (2) dispuso que debía permirtírsele a los residentes de la Torre B del condominio College Park, el acceso a través de la calle Alcalá.

Inconformes con la resolución emitida, dos residentes la urbanización College Park y un grupo de vecinos de urbanización Altamesa, solicitaron la revisión judicial al amparo del remedio dispuesto en la Sección 3 de la Ley de Control de Acceso, según enmendada. 23 L.P.R.A. sec. 64b (e) (Supl. 1996). Su solicitud en torno a la paralización de los efectos de la Resolución les fue denegada.

En su recurso ante el tribunal de instancia, en síntesis, plantearon la comisión de varios errores, algunos de naturaleza estatutaria, otros de carácter constitucional. Alegaron que la autorización se expidió sin cumplir con los requisitos procesales y sustantivos de la Ley de Control de Acceso, según enmendada. Además, señalaron que la acción del Municipio concedía privilegios a unos, mientras causaba graves perjuicios a otros, pues los despojaba de su ruta principal y más segura. Alegaron, además, que al ser excluidos de entrar a las calles de las comunidades acogidas al control, se lesionaban sus derechos constitucionales, a saber, la igual protección de las leyes, el debido procedimiento de ley en sus modalidades sustantiva y procesal, y el derecho a la intimidad, así como también se estaban concediendo bienes uso público para uso exclusivo

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privado, en contravención a nuestra Constitución. Igualmente señalaron que en la medida en que el estatuto autorizaba tal actuación, éste era excesivamente amplio y vago.

Tras expresarse sobre la constitucionalidad de la Ley de Control de Acceso, el tribunal de instancia dispuso de la controversia respecto a la urbanización College Park a base de fundamentos de naturaleza estatutaria. Concluyó que, en términos generales, los procedimientos seguidos ante el Municipio cumplieron con los requisitos procesales y sustantivos dispuestos en la Ley. Sin embargo, destacó dos aspectos que a su juicio violentaban la Ley de Control de Acceso.

El primero de éstos estaba relacionado con el cierre de la intersección entre las calles Santa Inés y Compostela, y con la valla para controlar el acceso en la calle Salerno. Según dicho tribunal, estas medidas tenían el efecto de obstaculizar la continuidad existente entre Inés y la Compostela, lo que, a su juicio, privaba a los recurrentes de acceso a la avenida Glasgow en en contravención a lo dispuesto en la sección 1 (b) de la Ley Acceso. 23 L.P.R.A. sec. 64 (b) (Supl. 1996) .En cuanto al segundo aspecto, determinó que el establecimiento de barreras en la calle Alcalá y la valla en la calle Salerno, tuvieron el

efecto de controlar la entrada y salida de la Torre B del condominio College Park, comunidad que no había solicitado el control de acceso.

A la luz de lo anterior, el tribunal a quo resolvió que la erección de estas barreras especificas afectó indebidamente derechos de terceros en contravención a los términos de la Ley contravención a de Control de Acceso, y que, por tanto, debían ser removidas. Sin embargo, por entender que la eliminación de dichas barreras trastocaría todo el sistema de control de acceso de la urbanización, el tribunal revocó la resolución en su totalidad y devolvió el asunto al Municipio para que se diseñara un nuevo sistema que fuese congruente con lo resuelto.

Inconforme con esta determinación Vecinos Unidos y el Municipio de San Juan decidieron acudir ante nos.

B. Asociación Pro Control de Acceso Calle Maracaibo, Inc. v. Nancy Cardona Rodríguez y otros

El otro recurso se originó cuando residentes de varias calles que colindan y tienen acceso a la calle Maracaibo en la urbanización Park Gardens de Rio Piedras, unidos en una entidad de nombre Asociación Pro Control de Acceso Calle Maracaibo, Inc. (en adelante Asociación Calle Maracaibo), presentaron una petición ante el Municipio de San Juan para

establecer un control de acceso en dicha calle. Solicitaron el control de acceso en ambos extremos de ésta, alegando que atravesaban por un grave problema de seguridad por la alta incidencia criminal del área, así como por la contaminación, ruido y congestión vehicular ocasionada por el tráfico que discurría por dicha calle. El Municipio expidió una orden de cierre provisional por sesenta (60) días, dejando abiertas las entradas y salidas en las horas de mayor tráfico.

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Luego de realizadas las vistas correspondientes [Na 4] y de recibir el endoso de varias agencias, el Municipio de San Juan emitió la Resolución Núm. 72 de 28 de abril de 1993, en la que finalmente autorizó el control de acceso de la calle Maracaibo. A tenor con los términos de la autorización, una de las entradas sería controlada mediante un portón operado con "beeper" o tarjeta electrónica y, la otra, por una barrera de metal operada por un guardia de seguridad, además de "beeper" y tarjeta. Se dispuso además que el sistema de control de acceso estaría abierto al flujo vehicular general de lunes a viernes de 6:00 A.M. a 7:00 P.M., excepto en días feriados.

Inconformes con la decisión del Municipio, los opositores al control de acceso de la calle Maracaibo, residentes tanto del área controlada como del área circundante, acudieron en revisión judicial. Sus alegaciones eran muy similares a las del caso anterior. Luego de una vista evidenciaria, su solicitud en torno a la paralización de los efectos de la Resolución del Municipio fue denegada.

Finalmente, luego de varios incidentes procesales, entre los cuales estuvo la consolidación de ambos casos, el tribunal a quo emitió sentencia en la que modificó el permiso concedido para la calle Maracaibo en varios aspectos. Primero, determinó que la operación del sistema de control de acceso no debía tener el efecto de excluir a los ciudadanos no residentes de las calles y aceras públicas del área objeto del control. Y segundo, delimitó el ámbito de intervención permitido con los visitantes. Al respecto, sostuvo que la Ley de Control de Acceso sería inconstitucional si era interpretada en el sentido de que permitía a las asociaciones de residentes restringir indiscriminadamente el acceso de los ciudadanos no residentes. A juicio del foro recurrido, el ámbito de intervención permisible debía ser similar al establecido para las investigaciones criminales. Por ello, luego de reconocer que la actuación del guardia de seguridad privado contratado por una asociación de residentes constituía una acción estatal, sostuvo que el interés apremiante en proteger la seguridad de los ciudadanos era suficiente para justificar una intervención momentánea con los vehículos y transeúntes que visitan la urbanización, siempre que fuese mínima y se aplicase uniformemente a todos los visitantes. [Na 5]

Conforme con la sentencia recurrida, la mera detención en la entrada de la urbanización, así como la formulación de preguntas dirigidas a identificar a la persona y a conocer el propósito de su visita eran actuaciones constitucionalmente válidas. No obstante, señaló dicho foro que la contestación a ambos tipos de preguntas debía ser voluntaria y que únicamente podría denegarse la entrada de un visitante a una

urbanización cuando existiera motivo fundado o sospecha razonable para creer que el visitante podría cometer un delito de permitírsele el acceso a la urbanización.[Na 6]

De igual modo, sostuvo que la mera negativa a brindar la información requerida no Constituía motivo suficiente para negar el acceso [Na 7] y que establecer la obligatoriedad de brindar tal información restringiría la libertad del ciudadano por lo que se activaría la protección constitucional contra registros, incautaciones y allanamientos irrazonables contenida en la Sección 10 del Artículo II de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico. [Na 8] Finalmente, resolvió que no podía mantenerse un registro de visitas salvo que el residente lo

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autorizara expresamente. No conforme con esta determinación la Asociación Calle Maracaibo acudió ante esta Curia.

En un mismo alegato, Vecinos Unidos, la Asociación Calle Maracaibo y el Municipio de San Juan, imputan al foro de instancia la comisión de dos errores. En el primero de éstos, Vecinos Unidos plantea que el foro a quo erró al revocar la Resolución Núm. 75, que autorizó el control de acceso en la urbanización College Park, bajo el fundamento de que el Municipio carecía de discreción para autorizarlo. Como segundo error, todas las partes recurrentes plantean que los parámetros desarrollados por la jurisprudencia en torno al ámbito de intervención permisible por los agentes del orden público para restringir la libertad de los ciudadanos, no son aplicables al tipo de intervención que de ordinario ocurre con los visitantes en las urbanizaciones sujetas a los controles de acceso bajo examen, y que, en consecuencia, tampoco es aplicable la garantía constitucional contra registros e incautaciones irrazonables del Artículo II, Sección 10 de nuestra Constitución.

Luego de examinar detenidamente las posiciones de las partes y de analizar el texto de las disposiciones de ley en controversia, consideramos apropiado discutir en primer lugar la controversia relativa a la constitucionalidad de la Ley de Control de Acceso. Posteriormente, consideraremos la controversia restante.

II.

En el presente caso, las partes recurrentes cuestionan la determinación del foro de instancia respecto a la aplicabilidad de los parámetros desarrollados por la Jurisprudencia interpretativa de la garantía constitucional contra registros e incautaciones irrazonables, de la Sección 10 del Artículo II de la Constitución de Puerto Rico, al momento de delimitar el ámbito de intervención constitucionalmente permisible con las personas que solicitan acceso a una comunidad sujeta al régimen instaurado por la Ley de Control de Acceso. Aducen que en virtud del poder que les delega la Ley, las urbanizaciones tienen la potestad de decidir quién puede entrar a la comunidad, y por tanto, pueden negar la entrada a quien no ofrezca la información requerida. Aunque reconocen que existe una intervención con el ciudadano cuando se le solicita el nombre y alguna identificación a la persona que se aproxima, catalogan la misma como "mínima" y señalan que es el modo menos oneroso a través del cual se puede cumplir con el propósito legislativo de permitir a las comunidades que instauren medidas de seguridad para protegerse de la incidencia criminal.

Los opositores a los controles de acceso, aquí recurridos, por su parte, tampoco están de acuerdo con la determinación del tribunal de instancia. Alegan que para que sea cónsono con nuestro ordenamiento constitucional, el concepto de control de acceso no puede comprender la detención e intervención con un ciudadano por el único hecho de que no es conocido por la asociación o por su representante. A su juicio, los guardias en las entradas de comunidades con acceso controlado pueden obtener mediante sus sentidos aquella información necesaria para salvaguardar su seguridad, como lo sería ver al conductor o persona que se aproxima, la marca y modelo del vehículo, así como su número de tablilla. De igual forma, plantean que la Ley de Control de Acceso es inconstitucional de su faz por ser excesivamente amplia y vaga, lo que ha

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dado margen al abuso constante de los derechos civiles de los ciudadanos por parte de las asociaciones de residentes.

De entrada, es preciso destacar que en el caso de autos los controles de acceso vehicular permitidos por el Municipio de San Juan requerían que en una de las entradas hubiese un guardia de seguridad operando las barreras de metal. [Na 9] Por ende, nuestros pronunciamientos están limitados a sistemas de control de acceso vehicular análogos, en los que en por lo menos una de las entradas de automóviles hay una persona o guardia de seguridad. En estricta juridicidad nos abstenemos de hacer pronunciamientos sobre aquellos sistemas que no tengan guardia en una de sus entradas vehiculares.

En la resolución del presente caso, el tribunal de instancia se vio precisado a atender planteamientos constitucionales similares a los esbozados por los opositores al sistema de control de acceso impugnado en Caquías v. Asoc.Res. Mansiones Rio Piedras, Op. de 25 de agosto de 1993, 134 D.P.R. ___ (1993) (en adelanteCaquías). En aquella ocasión, a la luz de los hechos, adjudicamos la controversia mediante una interpretación estatutaria y no fue necesario dilucidar la validez constitucional de la Ley. Caquías, supra; véanse los casos allí citados. En el caso de marras, en cambio, específicamente se nos solicita que evaluemos el ámbito de intervención constitucionalmente permisible a las asociaciones de residentes, al implantar determinados mecanismos para controlar el acceso, dentro del poder que les fue delegado por la Asamblea Legislativa. En este sentido, nos toca hoy delimitar el ejercicio de dicho poder delegado frente a los derechos ciudadanos.

Como es sabido,una ley puede ser declarada inconstitucional de su faz en su aplicación. Bajo la primera doctrina, el análisis se circunscribe a determinar si del texto de la ley surge el vicio que la hace inconstitucional. Véanse, Unión Nacional de Trabajadores de Salud v. Soler Zapata, Op. de 16 de abril de 1993, 133 D.P.R. ___ (1993); Velázquez Pagán v. Autoridad, Op. de 15 de septiembre de 1992, 132 D.P.R. ___ (1992). Bajo la segunda, es necesario analizar el contexto en el que la ley ha sido aplicada para determinar si tiene el efecto de infringir alguna disposición constitucional.

En el caso de autos, los recurridos alegan, en parte, que la Ley de Control de Acceso es inconstitucional de su faz por ser excesivamente amplia y vaga. Sin embargo, no incluyen alegaciones específicas sobre la posible violación de derechos de libertad de expresión y asociación. Como se sabe la doctrina que permite examinar un estatuto de su faz se ha utilizado tradicionalmente para examinar legislaciones que se alega infringen las libertades encarnadas en la Primera Enmienda a la Constitución federal y en las secciones análogas de nuestra Constitución. En consecuencia, de ordinario nuestros precedentes derrotarían su pretensión de que abordemos las controversias constitucionales planteadas.

Sin embargo, no sería ésta la primera ocasión en que este Tribunal evalúa de su faz una ley sin que se hubiesen alegado violaciones a las libertades protegidas por dichas disposiciones constitucionales. Anteriormente hemos expresado que procede el escrutinio judicial sobre la validez de una ley de su faz en otros contextos en que se afectan derechos fundamentales de la persona. Véanse, Torres v. Castillo Alicea, 111 D.P.R. 792, 800-801 (1981); Rodríquez v. Dpto.

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Servicios Sociales, Op. de 3 de febrero de 1993, 132 D.P.R. ___ (1993); E.L.A. v. Sucn. Gautier, 81 D.P.R. 580 (1959).

La naturaleza de la controversia ante nos requiere un pronunciamiento inmediato por parte de este Tribunal. A modo de excepción, estimamos que es preciso examinar la constitucionalidad de su faz de la Ley Núm. 21 por varias razones.

Los opositores al control de acceso en el caso de autos alegan que el mismo incide sobre sus derechos a la intimidad y libertad de movimiento, los cuales son derechos de considerable arraigo en nuestra sociedad democrática. Como veremos, la Ley de Control de Acceso hace una delegación a las asociaciones de residentes para que regulen el acceso a ciertas vías públicas mediante el establecimiento de mecanismos de aplicación general. Al ejecutar esta facultad, las asociaciones de residentes establecen medidas que limitan e impiden el ejercicio de tales derechos por parte de la ciudadania. Así, la mera presencia de un guardia en una vía pública de una urbanización puede tener el efecto de inhibir el que la ciudadania opte por transitar por ella, y deje de utilizar las instalaciones que allí se encuentran, a pesar de la naturaleza pública de las vías e instalaciones cuyo acceso ha sido controlado. En este contexto, en los autos del caso contamos con alegaciones lo suficientemente concretas al respecto y con disposiciones reglamentarias que inciden sobre los derechos de intimidad y libertad de movimiento en ese ámbito como para que ejerzamos el escrutinio constitucional solicitado.

Por otro lado, no albergamos duda de que al permitir que una comunidad controle el acceso a vías públicas, la Ley, de Control de Acceso limita y, en ciertas circunstancias, inhibe la libre difusión de ideas y la plena libertad de expresión de aquellos grupos que resultarían excluidos bajo una operación del control de acceso que no garantice adecuadamente estos derechos de la ciudadania. La exclusión de estos grupos de áreas tradicionalmente concebidas como foros públicos, presenta un potencial problema de lesión al derecho a la libertad de expresión, que nos obliga a examinar de su faz el estatuto y reglamentos impugnados.

Finalmente, la importancia excepcional que reviste la Ley de Control de Acceso como instrumento gubernamental para prevenir la criminalidad refuerza la contención de que un análisis constitucional de su faz de la Ley de Control de Acceso resulta inevitable. El cierre de vías públicas y la consiguiente exclusión indiscriminada de la ciudadania como medida para atender las necesidades de seguridad pública de múltiples comunidades en todo el país constituye un mecanismo cuyas implicaciones sociales y jurídicas alcanzan dimensiones aún insospechadas, por lo que el asunto planteado ante nos amerita un pronunciamiento por parte de este Tribunal sobre la validez constitucional de su faz del estatuto impugnado. Además, en ausencia de una actuación legislativa que defina el ámbito de intervención permisible al controlar accesos como el de autos, tenemos la ineludible obligación de expresarnos en este caso.

Debemos destacar que, además de los derechos constitucionales antes señalados, los recurridos plantean que la Ley de Control de Acceso viola la cláusula de igual protección de las leyes y les priva de sus derechos libertarios y propietarios sin un debido proceso de ley. De igual forma alegan que la Ley contraviene la Sección 9 del Artículo VI de nuestra Constitución, referente al uso de fondos públicos. Examinemos en detalle estos señalamientos.

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A.

Bajo nuestro ordenamiento constitucional nada impide que la Asamblea Legislativa delegue poderes a entidades privadas, tales como el poder para administrar o implantar una ley. Lo único que le está vedado delegar, en ausencia de autorización constitucional, son aquellas funciones estricta y exclusivamente legislativas y judiciales. Una delegación de poder a personas privadas tiene que ser razonable, en atención al propósito o meta que persigue la ley a la luz de sus circunstancias particulares. A su vez, la razonabilidad de la delegación depende de varios aspectos: (1) que la Asamblea Legislativa haya inicialmente decidido las cuestiones fundamentales de política pública relevantes al esquema de la ley, y (2) que el estatuto provea criterios o salvaguardas que eviten el ejercicio arbitrario del poder delegado. Estas últimas no tienen que mencionarse expresamente en el estatuto, siempre y cuando puedan ser razonablemente determinadas del esquema de la ley.Véase, 16 C.J.S. secs. 137, 141 (1984).

En el caso de autos, la Ley de Control de Acceso delega poder tanto a los municipios como a las asociaciones de residentes para poner en vigor la legislación. Los primeros son los encargados de reglamentar y conceder los permisos conforme a unos procedimientos y criterios esbozados en la propia ley y en el Reglamento de Planificación Núm. 20. Por su parte, las asociaciones de residentes, una vez organizadas y registradas en el Departamento de Estado como un Consejo, Junta a Asociación sin fines de lucro, 23 L.P.R.A. sec. 64a (a) (Supl. 1996), han sido facultadas para administrar y mantener los sistemas para controlar el tráfico y el uso de las vías públicas, según éstos les hayan sido autorizados por los diferentes municipios. 23 L.P.R.A. sec. 64d-3 (a) (Supl. 1996).

Al aprobar este estatuto, la Asamblea Legislativa de Puerto Rico llevó a cabo todas las decisiones concernientes a la política pública. En la exposición de motivos se expresa lo que persigue y la forma en que se pretende lograr dicho propósito. A lo largo de su texto se establecen unos requisitos para la presentación y otorgación de permisos. En acción que le será permisible a una asociación al implantar el sistema de control de acceso, los mismos están contemplados en la ley sólo parcialmente. Aunque la Ley no establece relación con los criterios o salvaguardas que delimiten el ejercicio del poder delegado, en este caso, el ámbito de criterios específicos que guíen a las asociaciones respecto a la amplitud del poder delegado, es decir, respecto a cómo controlar el acceso, se le delega a los municipios la facultad de definir el sistema a utilizarse y establecer los requisitos pertinentes y apropiados para cada una de las comunidades.

Esta ausencia de guías no convierte la delegación en inconstitucional. [Na 10] Como es sabido, siempre que resulte posible suplir las guías de la delegación sin frustrar el propósito de la ley, no la invalidaremos.

En el caso de autos, el esquema general de la Ley pauta el ámbito de acción permisible de las asociaciones al controlar el acceso. Al constituir una delegación de poder, la asociación se limitará al ejercicio del poder delegado. De igual forma, el hecho de que la Ley de Control de Acceso constituya una delegación de poder estatal implica que un individuo o una asociación no puede, amparado bajo el manto de conducta privada, violentar los derechos individuales garantizados por la Constitución ni causar perjuicio o daño a otros mediante el ejercicio del

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poder delegado. En la medida en que se está controlando el uso de bienes públicos, la facultad conferida a las asociaciones de residentes está delimitada por los mismos parámetros que limitan las actuaciones del Estado. Por ende, si algún reglamento aprobado por alguna asociación de residentes infringe derechos constitucionalmente protegidos, el mismo será invalidado.

Los reglamentos que se aprueben en virtud del poder delegado no pueden resultar onerosos ni irrazonables. Estos deben limitarse al minimo necesario de restricciones a los derechos de terceros, sin olvidar que lo único que autoriza la ley es controlar el tráfico de vehículos de motor y el uso público de ciertas vías públicas residenciales. En este sentido nos pronunciamos en Caquías a los efectos de que:

[E] l permiso que otorga un municipio ... debe interpretarse e implantarse de conformidad con la naturaleza pública de esas vías .... su uso no debe hacerse indebidamente oneroso. Toda norma de control de acceso debe ser razonable a la luz de las particularidades de la urbanización en que se vaya a implantar. Caquías, supra.

Recalcamos, la Ley no permite que se impida indiscriminadamente el acceso, sólo autoriza a que se controle el mismo, conforme a las circunstancias particulares de cada comunidad. La delegación efectuada por la Legislatura a las asociaciones de residentes es limitada y la misma debe interpretarse conforme al ordenamiento vigente y al propósito de la Ley de proveerle a la ciudadania un instrumento para prevenir el crimen en sus hogares y vecindarios, teniendo presente la naturaleza de los bienes involucrados y los derechos constitucionales de todas las partes afectadas. Examinemos estos aspectos.

B.

El uso de bienes públicos se encuentra regulado por la propia Constitución, la cual impone la obligación al Estado de disponer de las propiedades y fondos públicos únicamente para fines públicos. Const. P.R. art. VI, sec. 9. A tales efectos la Asamblea Legislativa tiene amplia discreción para determinar lo que constituye un fin público, P.I.P. v. C.E.E., 120 D.P.R. 580, 608 (1988); P.S.P. v. E.L.A., 107 D.P.R. 590 (1978) ; P.R. Telephone Co. v. Tribl. Contribuciones, 81 D.P.R.982, 996 (1960) ; McCormick v. Marrero, Juez, 64 D.P.R. 260, 267 (1944), y una vez ha hecho tal determinación, los tribunales de ordinario no la invalidarán a menos que sea palpable y manifiestamente arbitraria e incorrecta.

En este contexto, las calles son bienes de dominio y uso públicos independientemente de la jurisdicción bajo la cual se encuentren, sea ésta municipal o estatal. Este carácter público de las calles se desprende de nuestro Código Civil, Arts. 255 y 256, 31 L.P.R.A. secs. 1024 y 1025 (1993); véanse además, Caquías, supra; Rubert Armstrong v. E.L.A., 97 D.P.R. 588, 616-18 (1969); Gobierno de la Capital v. Consejo Ejecutivo, 63 D.P.R. 434, 458-59 (1944); Municipio v. Smith, 27 D.P.R. 632 (1919) ; Saldaña v. Consejo Municipal de San Juan, 15 D.P.R. 37, 51 (1909); y se remonta a los tiempos de las partidas del Rey Alfonso el Sabio. Tercera Partida, Título XXVIII, Ley VI y Título XXIX, Ley VII, 2 Las Siete Partidas del Rey Don Alfonso el Sabio, Cotejado con varios Códices Antiguos por la Real Academia de la Historia, 711-12, 736 (1972).

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El propio Código Civil reconoce, además, la existencia de bienes, como los terrenos en donde ubican las carreteras, calles y plazas públicas, "que aunque por su naturaleza son susceptibles de propiedad particular, pierden esta cualidad como consecuencia de la aplicación que de ellos se hace para fines públicos incompatibles con la propiedad privada". Art. 274, 31 L.P.R.A. sec. 1082 (1993).

El derecho de la ciudadania al uso y disfrute de los lugares públicos es básico dentro del esquema de valores de nuestro sistema democrdtico. Sin embargo, esto no significa que los ciudadanos tengan un derecho absoluto a su uso. Véase, Unión Nacional de Trabaladores v. Soler Zapata, Op. de 16 de abril de 1993, 134 D.P.R. ___ (1993). El Estado, en el ejercicio de su poder parens patriae, puede vdlidamente reglamentar el uso que se le dard a las calles siempre y cuando la reglamentación o legislación adoptada al respecto no interfiera de forma irrazonable con los derechos constitucionales de los individuos. [Na 11] Pacheco Fraticelli V. Cintrón Antonsanti, 122 D.P.R. 229 (1988) ; véase además la Ley de Vehículos y Tránsito de Puerto Rico, 9 L.P.R.A. secs. 301-1903 (1996).

En este contexto, el derecho a la libertad de movimiento o a discurrir libremente por las vías públicas ha sido reconocido como un derecho con valor propio, y no solamente como uno necesario para el ejercicio de otros garantizados constitucionalmente. Véanse, Papachristow V. City of Jacksonville, 405 U.S. 156 (1972) ;Hague v. Committee for Industrial Organization, 307 U.S. 496 (1937) . Sin embargo, tampoco es absoluto. El Estado puede reglamentar su ejercicio dentro de los parámetros de nuestro ordenamiento constitucional.

Otro derecho constitucional en juego en la implantación de los controles de acceso del caso de marras lo es el derecho a la intimidad. Const. P.R. art. II, secs. 1 y 8. Se trata aquí del derecho a la intimidad en la información personal, especificamente en la adquisición de la información y la retención y uso de la información adquirida. [Na 12]. No es éste el caso de información sobre la vida intima y familiar, la cual merece la mayor protección, Arroyo v. Rattan Specialties, Inc., 117 D.P.R. 35 (1986); Figueroa Ferrer v. E.L.A., 107 D.P.R. 250 (1978), sino de información que se deriva del movimiento de los ciudadanos por las vías públicas del país, ciertamente merecedora de una protección menor.

Hemos afirmado que el derecho a la intimidad no se ejerce de ordinario en el vaclo, sino en el centro mismo de nuestros vecindarios, y por ende, su práctica no está inmune a la intervención moderadora del Estado. Al respecto, debemos tener presente que la intromisión en la intimidad ciudadana de ordinario sólo debe tolerarse cuando así lo exijan problemas apremiantes de salud y seguridad pública. Véanse, Pueblo v. Figueroa Navarro, 104 D.P.R. 721 (1976); E.L.A. v. Hermandad de Empleados, 104 D.P.R. 436 (1975) ; Garcia Santiago v. Acosta, 104 D.P.R. 321 (1975).

Al adjudicar la controversia de autos debemos, ademds, tener presente que el Estado tiene la obligación de velar por la seguridad de los ciudadanos y sus propiedades. Por ende, la Asamblea Legislativa tiene plena facultad para adoptar mecanismos dirigidos a proteger a la ciudadania y a desalentar la actividad criminal.

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Al aprobar la Ley de Control de Acceso la Asamblea Legislativa ponderó los intereses en conflicto y decidió adoptarla como medida para garantizar la seguridad y tranquilidad de las personas. Véase la discusión sobre los intereses sociales en pugna tras la adopción de la Ley, en Caquías, supra (Fuster Berlingeri, J.A., Op. de Conformidad). Desde este estrado apelativo no nos corresponde expresarnos sobre la necesidad, conveniencia o sabiduria de esta pieza legislativa. Tampoco debemos sustituir nuestro criterio por el de la Asamblea Legislativa, sino dnicamente determinar si la Ley de Control de Acceso conflige con el ordenamiento constitucional, si contraviene algún derecho o mandato constitucional.

Un análisis del texto de la Ley de Control de Acceso advierte que la misma no autoriza los cierres de las urbanizaciones controladas ni prohlbe el acceso a éstas. Tan sólo pretende regularlo. Por ello, en Caquías advertimos que "[e] 1 concepto de control de acceso implica que se preserva la naturaleza pública de las calles residenciales. Caquías, supra.

Al permitir algún grado de control sobre el acceso y uso de las vías públicas a las asociaciones de residentes, la Ley de Control de Acceso permite cierta intervención con los individuos que quieren entrar a las comunidades controladas. El término controlar implica el ejercicio de algún tipo de intervención con el objeto de regular, vigilar o fiscalizar, en este caso, el acceso a las vías. Implica además una limitación en el uso de las calles. Sin embargo, trasluce del texto de la Ley de Control de Acceso que esta intervención autorizada por la Asamblea Legislativa no equivale a una incautación de la persona, y menos a un registro de ésta. Dicho poder no les fue delegado a las asociaciones de residentes.

Por otro lado, como medida para salvaguardar los derechos de terceros al uso de bienes públicos, la Ley de Control de Acceso prohíbe que se le imposibilite o dificulte a los residentes externos de la comunidad el uso y disfrute de facilidades comunales, y para ello contempla la colocación de letreros que identifiquen las instalaciones y facilidades públicas existentes en la comunidad. 23 L.P.R.A. sec. 64b (e) (Supl. 1996). Además, condiciona la concesión del permiso a que se dé fiel cumplimiento a la reglamentación vigente sobre acceso a las playas y a que bajo ninguna circunstancia pueda impedirse el libre acceso a la Policía, Bomberos, ambulancias y otros servicios, ya sean públicos o privados.

De conformidad con lo anterior, estimamos que determinación tomada por la Asamblea Legislativa no fue irrazonable en la medida en que la Ley de Control de Acceso no limita de manera absoluta el acceso a las vías públicas y ciertamente pretende favorecer el interés y bienestar general.

Asimismo, las limitaciones al acceso y uso de las calles públicas que conlleva la implantación de la Ley de Control de Acceso no tienen el efecto de interferir con la consciencia, la mente, los pensamientos o los sentimientos del individuo. Cf. Arroyo v. Rattan Specialties, Inc., 117 D.P.R. 35 (1986). Tampoco lesionan la zona de autonomía e información que el derecho a la intimidad reconoce. Unicamente reglamenta el uso de unos bienes a los cuales todos los habitantes tienen derecho de uso, en aras de salvaguardar precisamente el sosiego, la paz y la tranquilidad de la vida comunitaria, factores que anteriormente hemos reconocido que son parte del derecho a la dignidad e intimidad del ser humano, derechos de posición preferente en nuestro esquema constitucional. Pueblo v. Hernández Colón, 118 D.P.R. 891, 905 (1987) ; E.L.A. v_,Hermandad

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de Empleados, 104 D.P.R. 436, 446 (1975); Sucn. de Victoria v. Iglesia Pentecostal, 102 D.P.R. 20 (1974).

En este sentido, tal como lo señalara el tribunal de instancia, en la medida en que el texto de la Ley de Control de Acceso no autoriza la exclusión indiscriminada de los ciudadanos que no residen en las comunidades sometidas a este régimen, no existe conflicto alguno con los derechos a la libre expresión y difusión de ideas, ni puede hablarse de discrimen o menoscabo alguno de un interés constitucional. Véase Caquías, supra.

Por otro lado, entendemos que la Ley de Control de Acceso tampoco viola la igual protección de las leyes. Debido a que la clasificación que, en todo caso, crea esta Ley sería una no sospechosa, residente y no residente, el análisis aplicable sería el de escrutinio racional. Dicha clasificación se justifica a la luz de los propósitos que persigue la Ley. Véase, Arlington County Board v. Richards, 434 U.S. 5 (1977).

A la luz de lo anterior, la Ley de Control de Acceso constituye una delegación válida de poder estatal a entidades privadas. Sin embargo, corresponde a los tribunales examinar cuidadosamente, caso a caso, la implantación de la Ley para evitar que se establezcan controles de acceso que rebasen los poderes delegados o que se autoricen para otros propósitos que no sean los contemplados en la Ley.

Aclarado lo anterior, examinemos en detalle cómo las asociaciones de residentes recurrentes han implantado los sistemas de control de acceso que les fueron autorizados, para, dentro de ese contexto, interpretar el alcance del poder delegado.

C.

En los dos casos ante nos, las resoluciones municipales autorizan a las asociaciones de residentes a intervenir con los visitantes para indagar si el propósito para acceder a las calles controladas es legal. Al respecto, la secciones 7 y 9 de las Resoluciones núms. 72 y 75 del Municipio de San Juan, Serie 1992-93, las cuales autorizaron los controles de acceso

para la calle Maracaibo y la urbanización College Park, respectivamente, igualmente establecen que: "[1] as calles aquí controladas permanecen bajo el control y jurisdicción de este municipio; por lo tanto se garantizard el acceso de personas que así lo requieran para propósitos legales ... [1] a asociación de residentes hard los arreglos para garantizar este derecho y a su vez protegerse de la criminalidad".

Tanto en la calle Maracaibo como en la urbanización College Park, los sistemas de control de acceso implantados funcionan haciendo uso de guardianes de seguridad privados contratados por las respectivas asociaciones de residentes. Estos guardianes privados se encargan de operar el mecanismo seleccionado, en ambos casos, una valla o portón.

De los autos se desprende que, en el caso de la calle Maracaibo, la persona que opera el sistema implantado pregunta al visitante su nombre y le solicita una identificación.

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Resolución de la Junta de Directores sobre instrucciones al guardia de seguridad y forma de operar el sistema de control de acceso en la calle Maracaibo, 7 de julio de 1994. Posteriormente le pregunta el propósito de su visita, aunque según el citado documento, la contestación a esta pregunta será voluntaria y no podrá usarse para negar el acceso. Id. El guardia anotará en un registro la marca del vehículo y el número de tablilla. Id.

Por su parte, surge de los autos que, en la urbanizacion College Park, el guardia de seguridad le requiere a todo vehículo que no tenga adherida la calcomanía al cristal, el nombre del conductor y el número de licencia de conducir.

Reglamento de Orden y Seguridad, Vecinos Unidos de C.P., Inc., a la pág. 5. Le pregunta además la residencia o lugar a donde se dirige, y el nombre del residente a visitar, mas esta información se provee voluntariamente, por lo que no se impide la entrada a quien se niegue a proveerla. Id. El guardia procede entonces a anotar en un registro el nombre y número de licencia del conductor, así como el número de tablilla, la marca del vehículo, la hora de entrada y salida, el nombre de la persona a visitar, además de la residencia o lugar a donde se dirige. Id. Só1o cuando conste en actas una autorización por escrito del residente para que sean anotados sus visitantes en el correspondiente registro, dicha información en el registro puede anotarse dicha información en el registro. id.

En términos práticos, los mecanismos utilizados para controlar el acceso en los casos ante nos, sea portón, valla u otro análogo, suponen un impedimento físico al acceso de aquellas personas que no cuentan con un "beeper" o tarjeta electrónica, según sea el caso. Dichos mecanismos no implican un cierre de las respectivas comunidades, pues el acceso a las mismas está supeditado al cumplimiento de unos requisitos, solicitados por los guardias de seguridad cuando el visitante se acerca a la entrada del área controlada. En torno a este aspecto de la implantación de la Ley, el ámbito de de intervención con los visitantes, se traba la presente controversia.

D.

En la resolución del presente caso, el tribunal de instancia actuó correctamente al esbozar los parámetros constitucionales a los cuales tiene que circunscribirse la implantación de un sistema de control de acceso. Sin embargo, erró al entender que hacer compulsorio el cumplimiento de ciertos requisitos mínimos para lograr acceso a un área controlada restringla la libertad del ciudadano, lo cual activarla la protección de la Sección 10 de nuestra Carta de Derechos. Por ende, dicho tribunal erró al aplicar la jurisprudencia interpretativa de la Sección 10 del Articulo II de la Constitución del Estado Libre Asociado de Puerto Rico y de la Cuarta Enmienda de la Constitución de Estados Unidos a la presente situación. No obstante, nuestra decisión no excluye la posibilidad de que la intervención que realice la persona ubicada en las entradas de la comunidad alcance el grado funcional de un arresto o incautación de la persona de forma tal que se active la protección de la Sección 10.

Entendemos que dicha protección constitucional se activaría bajo el supuesto de un arresto realizado por una persona particular, debido a que la Ley de Control de Acceso no ha delegado la facultad de registrar ni allanar. Aún así resolviésemos que en la situación particular del caso de marras fuera aplicable la garantía constitucional de la Sección 10, entendemos que la

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intervención en cuestión no equivale a una incautación de la persona. Se entiende que una persona ha sido incautada, dentro del contexto de la Cuarta Enmienda, sólo cuando a la luz de la totalidad de las circunstancias que rodean el incidente, una persona razonable hubiera pensado que no estaba en libertad de poder marcharse del lugar. [Na 13] Por ende, en la medida en que el visitante permanece en libertad de evadir las preguntas e irse, no estamos ante una incautación de la persona. Sostenemos que la intervenciones autorizadas en los casos ante nos no activan la protección contra registros e incautaciones irrazonables.

El tipo de intervencion que se lleva a cabo en estos controles de acceso entre el guardia de seguridad y el visitante difiere de la que se da entre particulares cuando se

trata exclusivamente de bienes privados. La intervención que ocurre en los controles de acceso tiene el propósito de velar por la seguridad de las personas y propiedades dentro de un área en que ubican bienes públicos y privados, y, como vimos, la misma es posible en virtud de una delegación del gobierno y en cooperacion con éste.

En la medida en que dicha intervención es de naturaleza preventiva, la misma es parecida a la que se permite realizar en las entradas de parques, estadios, coliseos y otros edificios públicos, ciertas áreas de los aeropuertos y bases militares, entre otras instalaciones públicas. Véanse a manera de analogía, Collier v. Miller, 414 F.Supp. 1357 (D.Tx. 475 F.2d 44 (Sto Cir. 1973), 1976); U.S. v. Moreno, 475 F.2d 44 (5to Cir. 1973), cert. denegado, 414 U.S. 840 (1973); Downing v. Kunsig, 454 F.2d 1230 (6to; Cir. 1972) ; Barret v. Kunsig, 331 F. Supp. 206 (D.Ten. 1971) . En los casos citados, se utilizaron mecanismos de seguridad con el propósito de evitar la comisión de actos que pusieran en peligro o atentaran contra la vida y propiedad de determinado número de personas ubicadas en cierta área. Lo crucial al validar los distintos tipos de intervenciones fue si el método utilizado resultaba ser el menos intrusivo con la intimidad.

Conforme a lo discutido anteriormente, al interpretar el alcance de la intervención que podrá llevar a cabo un guardia de seguridad, el criterio rector debe ser que el medio utilizado sea el que menos interfiere con los derechos ciudadanos antes mencionados sin que se frustre el propósito de la Ley. El medio utilizado para controlar el acceso no podrá impedir a terceros, de forma discriminada, el uso y disfrute de las vías, aceras, parques y otras instalaciones públicas que ubiquen dentro del área. Así tampoco podrá interferir irrazonablemente con la intimidad de los que transitan por las vías públicas.

Para salvaguardar los intereses y derechos de los visitantes, las indagaciones que podrá realizar el guardia de la entrada de los sistemas de control bajo examen se limitarán a preguntar el lugar o destino hacia donde se dirige el visitante, o, en su defecto, el propósito de la visita.[Na 14] En aquellos casos en que el residente haya autorizado, el que se indague respecto a la identificación de sus visitantes particulares el guardia podrá preguntar el nombre del visitante. Estos criterios serán de aplicación, a su vez, en cuanto al acceso peatonal se refiere.

Por otro lado,. entendemos que, para cumplir con el propósito que se persigue al solicitar una tarjeta de identificación, esto es confirmar la identificación de la persona, existen medios menos onerosos e intrusivos con la intimidad, como lo sería el anotar el número de tablilla del vehículo. Por ello resulta oneroso el que la Asociación Calle Maracaibo y Vecinos Unidos soliciten la

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licencia de conducir u otra identificación a aquellas personas que interesen entrar a una comunidad con acceso controlado, en automóviles o como peatones.

En lo que respecta a los registros de visitantes, resolvemos que sólo podrá llevarse un registro, de determinada información sobre los visitantes de aquellos residentes que

así lo hubieran autorizado expresamente. Es decir, que para poder llevar un registro de los visitantes de determinado residente, éste tiene que haber consentido para ello. En dicho caso, la información que podrá incluir el mismo se limitará a aquélla que sea percibida a simple vista, [Na 15] además del nombre del visitante en los casos en que se haya provisto. En aras de reducir el riesgo del mal uso de los datos

recopilados, dichos registros serán custodiados por el secretario de la asociación de residentes o por el cargo análogo, quien velará porque no se haga uso indebido de la información en é1 contenida. El uso que se haga del registro no puede alejarse del propósito que persigue la Ley, participar en la lucha contra el crimen y asistir a la labor de la Policía cuando se comete un crimen en el área controlada. Véase, Ley de Control de Acceso, Exp. de Mot., 1987 Leyes de Puerto Rico, pág. 6. Só1o podrán mantenerse guardados por un período de tiempo razonable limitado, transcurrido el cual serán destruidos.

En atención a todos los derechos e intereses envueltos, en aras de lograr el mejor balance entre éstos, establecemos que en la implantación de los sistemas de control de acceso de marras, constituye una condición esencial notif icar o advertir a todo potencial visitante de los requisitos que se le pedirán en la entrada, con el propósito de minimizar la intervención con los visitantes. De esta manera, si el visitante no está de acuerdo con ellos puede retroceder antes de detenerse frente a la persona encargada de controlar el acceso.

Las personas que se acerquen a áreas acogidas al régimen de la Ley deben estar informadas mediante la colocación de letreros que le avisen a una distancia razonable de la entrada que van a tener que parar su vehículos brevemente con el objetivo de indagar su nombre y destino o propósito. Asimismo, dicho letrero deberá indicar la entidad o persona a quien pueden dirigir cualquier tipo de reclamación. Además, en cuanto se acerquen a donde se encuentre el guardia, [Na 16]no tendrán que detenerse durante más tiempo que el que razonablemente toma hacer las mencionadas averiguaciones.

Sin embargo, las medidas anteriormente descritas no son aplicables a los vehículos oficiales del Gobierno de Puerto Rico, el Gobierno Federal, Municipal o cualquier vehículo que estó respondiendo a una emergencia. Estos estarán exentos del proceso de identificación una vez demuestren la tablilla que acredite que es un vehículo oficial. Así expresamente lo dispone el reglamento del caso de autos y corresponde a las comunidades con estos controles tomar las medidas para asegurar que los vehículos oficiales y de emergencia estén exentos de estos requisitos.

Las medidas discutidas anteriormente constituyen el máximo de intervención que consideramos permisible sin que queden frustrados los propósitos de la Ley. Aclaramos que la Asociación Calle Maracaibo y Vecinos Unidos cuentan con un espacio de acción que va desde cero

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intervención con el visitante hasta el máximo de intervención permisible aquí esbozado. Dentro de estos parámetros, y conforme a las particularidades de cada urbanización, las asociaciones de residentes podrán diseflar el sistema de control de acceso que mejor atienda sus necesidades.[Na 17]

Por entender que la Ley de Control de Acceso autoriza cierta intervención con el visitante con el propósito de controlar el tráfico vehicular y el uso público de ciertas calles y que este tipo de intervención no activa la Sección 10 de la Constitución, revocamos aquella parte de la sentencia que establece una analogía con las investigaciones de carácter criminal y concluye que únicamente podría denegarse la entrada a un visitante si se cuenta con motivo fundado o sospecha razonable de que el visitante podría cometer un delito. Revocamos también la determinación del tribunal de instancia que resuelve que la omisión de brindar cierta información, de por si, no puede dar base para excluir del acceso a una comunidad o urbanización.

Aunque entendemos que la sociedad está dispuesta a tolerar un tipo de intrusión mínima con su libertad e intimidad, el hecho de que nos inclinemos a favor del bienestar y la tranquilidad de las familias en sus hogares no significa que favorezcamos cualquier medio para alcanzar el propósito de la Ley. Conscientes de que la coartación de libertades como medida preventiva nunca ha sido bien vista, debe optarse por el método que sea menos invasor a la intimidad del visitante. Sostenemos la validez de cierta intervención con el visitante siempre y cuando ésta se ajuste a lo aquí esbozado, en aras de salvaguardar los derechos de todas las partes involucradas.

Por todo ello, modificamos los sistemas de control de acceso implantados en la calle Maracaibo y en la urbanización College Park, por la Asociación Calle Maracaibo y por Vecinos Unidos, respectivamente, respecto al máximo de intervención permisible con los visitantes. Los sistemas implantados deberán ser atemperado a lo aquí resuelto, de forma tal que se garanticen los derechos de los visitantes.

III.

Según expresamos anteriormente, no resta resolver la controversia sobre la actuación del tribunal de instancia al resolver que el sistema autorizado para la urbanización College Park era contrario a la ley por dos razones: (1) por controlar el acceso en una comunidad que no había solicitado el sistema, la Torre B del condominio College Park; y (2) por obstaculizar la continuidad de la calle Santa Inés privándose así a los residentes de la urbanización Altamesa del acceso a la avenida Glasgow, en cuyo caso consideró apropiado revocar la totalidad del permiso.

Respecto al primer planteamiento basta señalar que el mismo se ha tornado académico. Existe un acuerdo de estipulación entre Vecinos Unidos y College Park Associates, S.E., propietaria de las Torres A y B del condominio College Park, en el cual se pactó el acceso de los residentes del condominio a través de las calles de College Park. [Na 18]

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El segundo planteamiento requiere mayor consideración. Vecinos Unidos nos señala que las enmiendas introducidas en 1992 a la ley permiten el establecimiento de controles de acceso en comunidades cuyas calles se utilicen como acceso a otras comunidades o urbanizaciones, siempre que éstas tengan vías alternas de entrada y salida. Esta fue la interpretación que hizo el Municipio al refutar las objeciones de la Autoridad de Carreteras para endosar la parte del sistema propuesto que impedia a los vecinos de la urbanización Altamesa el acceso hasta la avenida Glasgow y finalmente conceder el permiso.

Asimismo, el Municipio sostiene que el fundamento expuesto por la Autoridad de Carreteras para negar su endoso a parte de la propuesta en términos de que se estaría obligando a los residentes de Altamesa a utilizar una ruta mucho más larga en contra del Reglamento de Planificación Núm. 20, no es válido a la luz de las enmiendas sufridas por la Ley en el 1992. Aduce que al otorgar el permiso, el Municipio correctamente examinó las alternativas de acceso a la urbanización Altamesa.

Por su parte, los residentes de Altamesa levantaron, como impedimento estatutario para el cierre del sector, la existencia de una via continua que durante treinta años ha servido a los residentes de la urbanización Altamesa como ruta de acceso a la avenida Glasgow.

Evaluemos sus planteamientos.

A.

En 1992, el esquema legal que hasta entonces regulaba las características que debe reunir el sector clue interese controlar el acceso, fue objeto de enmiendas para permitir que comunidades que hasta el momento se veian impedidas de establecer controles de acceso pudieran beneficiarse de éstos. Véase Ley Núm. 22 de 16 de julio de 1992. [Na 19]

Un examen del estatuto advierte que la Ley permite la otorgación de permisos aun cuando resulten afectadas otras comunidades. [Na 20] Sin embargo, aun cuando las enmiendas efectuadas en 1992 tuvieron el efecto de ampliar el nfimero de situaciones en las que un municipio puede autorizar el establecimiento de controles de acceso, es evidente que la Ley conservó ciertas limitaciones a la concesión de permisos. [Na 21]

En su Sección 1, la Ley señala que un municipio podrá expedir autorizaciones para el control de acceso de urbanizaciones cuyas vías se usen como entrada a, o salida de, otras calles, urbanizaciones o comunidades, siempre y cuando:

(a) La otra calle, urbanización o comunidad tenga vías públicas alternas de entrada y salida ....

(b) No se impida, obstaculice o limite a los propietarios y residentes de la otra calle, urbanización o comunidad el flujo vehicular y peatonal por las vías

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y aceras públicas que tengan continuidad entre las calles, urbanizaciones o comunidades de que se trate. 23 L.P.R.A. sec. 64 (Supl. 1996) (énfasis suplido).

El texto del inciso (a) resulta claro de su faz. Respecto al inciso (b) su andlisis requiere precisar en primer término si se trata de una via que tiene continuidad entre las urbanizaciones o comunidades en cuestión. De ser ése el caso, habría que determinar si se está impidiendo, obstaculizando o limitando el flujo vehicular a los residentes de la otra urbanización o comunidad.

La Ley de Control de Acceso no provee una definición de lo que constituye continuidad. Tampoco hemos encontrado reglamento alguno que nos provea una guía de lo que se quiere decir con continuidad en el contexto de vías públicas. Conscientes de que se trata de un área de planificación urbana cuya interpretación podría tener un efecto significativo en materia de flujo vehicular, veamos qué tipo de continuidad entre calles puede activar la prohibición al otorgamiento del permiso.

El término continuidad significa, en términos generales, la unión natural que tienen entre si las partes del continuo. Real Academia Española, Diccionario de la Lengua Española 391 (21ra ed., 1992). A su vez, el hecho de que algo sea continuo implica que se extiende sin interrupción. Al determinar que vías se reputarán continuas en el contexto de la Ley de Control de Acceso, es necesario considerar tanto la naturaleza fisica de las vías en cuestión como el historial del flujo vehicular en éstas.

En relación a la estructura fisica de las calles, no se trata de que exista una mera conexión fisica entre calles. De ser ése el único factor a considerar, como señaló el tribunal de instancia, todas las vías públicas de nuestra jurisdicción tendrían una "continuidad" de este tipo con alguna calle o camino. Se trata más bien de vías que fueron diseñadas como arterias que sirvieran para comunicar o conectar barrios, comunidades, avenidas o sectores entre si; de calles que no terminan o "mueren" en la urbanización a ser controlada. Se trata, ademds, de vías a través de las cuales los vehículos pueden transitar y discurrir con fluidez de un sector a otro sin tenerse que desviar a calles de menor importancia para llegar a determinado lugar.

Si se determina que nos encontramos ante una vía que satisface la anterior descripción de continuidad, procede evaluar si tradicionalmente ha sido utilizada como una vía principal o si el Patrón de flujo vehicular a través de ella la ha convertido en una vía importante o principal. En este sentido, habría que examinar el historial de flujo vehicular a través de la misma. Para ello consideramos imprescindible la realización de los estudios de tránsito pertinentes con el propósito de determinar si el sistema propuesto impediría, obstaculizaría o limitaría dicho flujo vehicular. Por considerar que se trata de un área neurálgica de planificación y que los municipios de ordinario no cuentan con la pericia necesaria para hacer ese tipo de determinación, debe otorgarse gran deferencia a la recomendación que emita la agencia especializada al respecto, en este caso la Autoridad de Carreteras adscrita al Departamento de Transportación y Obras Públicas, previa la realización de los estudios pertinentes. [Na 22]

Al exigir este análisis la Ley pretende que la instauración de controles de acceso en comunidades no represente una interferencia irrazonable para el flujo vehicular. El ordenamiento creado por la

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Ley de Control de Acceso no pretende ceder a grupos de individuos o asociaciones de residentes el control estatal del flujo de vehículos en vías principales o de vías que tradicionalmente se han utilizado para conectar entre si sectores importantes de nuestros pueblos. Por ello, aun cuando una comunidad cuente con las vías alternas de entrada y salida, segdn contempla el inciso (a) , si el establecimiento de portones o barreras tiene el efecto de "controlar" una vía que conecta a sectores importantes y de flujo vehicular constante de forma tal que lo obstaculiza o limita, el inciso (b) de la Sección 1 obliga al municipio a denegar el permiso. 23 L.P.R.A. sec. 64(b) (Supl. 1996).

Por otro lado, el hecho de que la comunidad interesada en controlar el acceso de vías que se usen como entrada o salida a otras comunidades cumplan con las condiciones establecidas en la Sección 1 de la ley, no obliga al municipio a conceder un permiso. Hay otros aspectos que deben ser examinados. En este sentido, debe considerarse la razonabilidad del sistema solicitado en relación al efecto negativo que pueda tener en la comunidad afectada y en el interés público. Además, deberá evaluarse la naturaleza de las vías públicas alternas de acceso que queden disponibles (condiciones de seguridad, tamaño, efectos del cambio en el flujo de vehículos, etc.) y si éstas constituyen una alternativa onerosa a la comunidad afectada. De hecho, una lectura de la Ley advertirá que la misma expresa que el Municipio podrá autorizar el cierre en las circunstancias que se satisfagan los requisitos de la Sección 1, no que deberá concederlo. De este modo, si la gravedad de los efectos negativos a la otra comunidad amerita o no la denegación, es discreción del municipio y como toda determinación administrativa sujeta a revisión judicial, no se revocará a menos que no esté debidamente sustentada en el expediente. Fuertes v otros v. A.R.P.E., Op. de 17 de diciembre de 1993, 134 D.P.R. ____ (1993).

Examinado y delimitado el término continuidad de la Ley de Control de Acceso, pasemos a evaluar el caso de las calles Santa Inés y Compostela.

B.

De los mapas de la urbanización que constan en los autos se desprende que la calle Santa Inés de Altamesa no termina en dicha urbanización, sino que sirve para conectar esa comunidad con College Park y a su vez con una avenida de importancia. No se trata aquí de una mera conexión física entre calles vecinales. Véase, Apéndice. De hecho, la calle Santa Inés no sufre ninguna interrupción en el punto en que comienza a llamarse Compostela y la diferencia entre ellas se debe más bien a que una sección pertenece a la urbanización Altamesa y la otra a College Park.

No empece el hecho de que una u otra vía perteneciera a determinada urbanización desde que fuera construida, lo determinante al evaluar la propuesta de control es la realidad que impera al momento de la solicitud del control de acceso. De la prueba presentada se desprende que el tránsito en esta ruta desemboca finalmente en la avenida Glasgow, una vía

principal e importante.

Aunque ciertamente el propósito de las últimas enmiendas la Ley fue ampliar el número de comunidades que cualifican para un sistema de control de acceso, no debemos olvidar que como

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consecuencia del crecimiento y desarrollo de nuestros pueblos y del aumento en el número de vehículos de motor que discurren por nuestras carreteras, existen áreas residenciales que tienen calles que se han convertido en enlace entre comunidades muy concurridas. En vista de lo anterior, y al evaluar la situación particular de las vías involucradas, estimamos que en el presente caso hay continuidad entre las vías afectadas.

En relación a la segunda parte del análisis del inciso (b) de la Sección 1 de la Ley, respecto a si la barrera entre la calle Santa Inés y la Compostela interrumpe elflujo vehicular entre College Park y Altamesa, el expediente ante nos no provee la información necesaria para hacer esa determinación.

Debemos destacar que la Ley de Control de Acceso específicamente contempla unas salvaguardas para evitar un impacto detrimental en la congestión vehicular que ya nos aqueja. Estas salvaguardas fueron ignoradas por el Municipio en este caso. En este contexto, al concentrarse en refutar las objeciones de la Autoridad de Carreteras, el Municipio ignoró la segunda limitación respecto a la obstaculización del flujo vehicular en vías que tuvieran continuidad entre las urbanizaciones en cuestión.

Además, es importante sefialar que la determinación del Municipio fue tomada en contra de los criterios de la agencia especializada en materia de flujo vehicular sin una justificación basada en las necesidades del tránsito en el área. Esta actuación es contraria a la clara política pública que trasluce la Ley de Control de Acceso al intentar integrar a las agencias especializadas en la implantación eficiente de los controles de acceso.

Las limitaciones impuestas por la Ley a la otorgación de permisos que afecten a otras urbanizaciones tienen una poderosa razón de ser. Estas deben considerarse siempre que las vías de la urbanización que solicita el control sean utilizadas para entrar o salir a otra urbanización. Lo contrario seria convertir en letra muerta dicha disposición de la Ley. Del expediente no surge que el municipio hubiera evaluado información relacionada al flujo vehicular aun cuando la comunidad aledafia objetó al cierre mediante los canales provistos por ley para ello, alegando la utilización de las vías a ser "controladas". Reiteradamente hemos expresado que aunque la actuación del municipio de ordinario es merecedora de deferencia, ello no implica una renuncia a la función revisora de los tribunales cuando ha existido una aplicación errónea o arbitraria de la ley. Fuertes v. A.R.P.E., Op. de 17 de diciembre de 1993, 134 D.P.R. (1993); Murphy Bernabé v. Tribunal Superior, 103 DPR 692, 699 (1975). Coincidimos con el tribunal de instancia en que la determinación del Municipio no esté sostenida por evidencia sustancial en el expediente, visto éste en su totalidad.

Así pues, por entender que la barrera permanente autorizada por el Municipio en la intersección de la calles Santa Inés y Compostela fue establecida en una calle que tiene continuidad entre College Park y Altamesa, comunidades que no se unieron en la petición del control, y no se contó con la información necesaria para determinar si ésta tiene el efecto de impedir, obstaculizar o limitar el flujo vehicular por las vías públicas en cuestión, confirmamos el dictamen recurrido y devolvemos el caso al Municipio de San Juan para que previa realización de los estudios pertinentes reexamine el sistema propuesto.

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VI.

En conclusión, resolvemos hoy que la Ley de Control de Acceso, según enmendada, es constitucionalmente válida de su faz. Confirmamos aquella parte de la sentencia que revoca el permiso concedido a Vecinos Unidos para operar un sistema de control de acceso en la urbanización College Park. Revocamos aquella parte de la sentencia que resuelve que como único podría denegarse la entrada a un visitante sería si se cuenta con motivo fundado o sospecha razonable de que el visitante podría cometer un delito. Resolvemos que, no empece el carácter público de las calles, las asociaciones pueden controlar el acceso a las mismas, e incluso, negar su uso a quien no se someta a los requisitos minimos aquí esbozados. La omisión de brindar el destino o propósito de la visita, así como el nombre del visitante, cuando el residente haya autorizado su indagación, puede dar base para no permitir el acceso a una comunidad o urbanización.

Por su parte, en los sistemas de control de acceso implantados en donde al menos una de las entradas sea controlada por una persona, ésta sólo se limitará a preguntar el destino o, en su defecto, el propósito de la visita. En aquellos casos en que el residente a ser visitado asi lo hubiere autorizado expresamente podrá preguntar el nombre del visitante y anotar dicha información en un registro. Podrá anotarse, además, aquella otra información perceptible a simple vista, como lo sería el número de la tablilla del vehículo. Estos requisitos aplican tanto al acceso vehicular como al peatonal. De igual forma, resolvemos que las asociaciones de residentes deben informar mediante avisos al público el tipo de información que se le requerirá a los no residentes de la comunidades acogidas al régimen de control de acceso.

Reconocemos que la implantación de los sistemas de control de acceso conlleva ciertos ajustes y sacrif icios por parte de la ciudadanía. La prevención del crimen, uno de los mayores problemas de la sociedad puertorriqueña contemporánea, la búsqueda del bienestar comúin y la protección del derecho a la vida y a la integridad fisica, son propósitos loables del Estado que merecen la realización de ajustes razonables en los estilos y costumbres de los diversos sectores afectados por la ley, en armonía con nuestro ordenamiento constitucional.

Se dictará sentencia de conformidad.

FEDERICO HERNANDEZ DENTON, Juez Asociado

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SENTENCIA

San Juan, Puerto Rico, a 31 de octubre de 1997.

Por los fundamentos expuestos en la Opinión que antecede, la cual se hace formar parte de la presente sentencia, se confirma la parte del dictamen recurrido que revocó el permiso concedido por el Municipio de San Juan a la urbanización College Park. Se devuelve el caso a dicho Municipio para que, previa realización de los estudios pertinentes, reexamine el sistema propuesto a la luz de nuestros pronunciamientos.

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Se modifica, además, aquella parte de la sentencia recurrida que resuelve que el único motivo para negar el acceso a un visitante sería la existencia de motivo fundado o sospecha razonable para creer que el visitante podría cometer un delito. Se resuelve que la negativa a brindar cierta información puede dar base para denegar la entrada a un visitante. No obstante, la intervención que le será permisible llevar a cabo a un guardia de seguridad en un sistema de control de acceso no es irrestricta y debe limitarse a los aspectos esbozados en la Opinión. En consecuencia, se ordena a las Asociaciones Pro Control de Acceso Calle Maracaibo, Inc. y Vecinos Unidos, Inc. a tomar las medidas pertinentes para atemperar los sistemas de control de acceso por ellos implantados a lo aquí resuelto.

Así lo pronunció y manda el Tribunal y certif ica la Secretaria del Tribunal. El Juez Asociado señor Rebollo López concurre en el resultado sin opinión escrita. El Juez Asociado señor Negrón García emitió Opinión Concurrente y Disidente. La Juez Asociada señora Naveira de Rodón emitió Opinión de Conformidad en parte, Concurrente en parte y Disidente en parte.

Isabel Llompart Zeno

Secretaria del Tribunal Supremo

Notas al calce de la Opinión del Hon. Juez Asociado Hernández Denton

1. Por este mismo fundamento la Autoridad de Carreteras negó su endoso a la parte del sistema propuesto que impediría tal uso.

2. Esta autorización provisional, al igual que la petición formal, fue impugnada en los tribunales por un grupo de ciudadanos que reclamaba su derecho a continuar utilizando las calles de College Park como acceso hasta la avenida Glasgow. Aunque no se trata de una controversia ante nos, es preciso señalar, como bien lo hizo el tribunal de instancia en su decisión, que la Ley no contempla la concesión de permisos provisionales.

3. Al así actuar, el Municipio rechazó los planteamientos de los residentes de Altamesa puntualizando que dicha urbanización contaba con las vías alternas de entrada y salida que requería la ley. Hizo referencia, además, a una comunicación de la Directora Ejecutiva del Departamento de Obras Públicas Municipal en la que se recomendaba que ciertas calles de la urbanización College Park debían ser utilizadas exclusivamente para el tráfico local debido al su pésimo estado.

4. En la vista pública un grupo de vecinos de la propia urbanización Park Gardens y de dos urbanizaciones contiguas a ésta presentó su oposición a la solicitud debido a que utilizaban la calle Maracaibo como acceso más seguro para llegar a sus hogares. Por su parte, el representante del Departamento de Transportación y Obras Públicas manifestó que dicha agencia sólo consideraría favorablemente un cierre nocturno de lunes a viernes. En vista de los planteamientos de los opositores, la Asociación Calle Maracaibo solicitó enmendar su propuesta para limitar las horas de cierre.

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5. En este contexto utilizamos la palabra 'visitantes" para referirnos a todas aquellas personas no residentes que pretendan lograr acceso al área controlada.

6. Entendió el tribunal de instancia que la detención y el cacheo, validadas por el Tribunal Supremo Federal en Terry v. Ohio, 392 U.S. 1 (1968), son separables. Al respecto espresó: "Podría adoptarse una y la otra no, autorizándose la detención momentánea de un individuo, a base de una sospecha razonable, para propósitos de investigación, pero sin permitir su cacheo." Sentencia, a la pág. 44 n.5.

7. En este sentido, el foro a quo expresó en su sentencia:

"[D] icha pesquisa es válida cuando la contestación a la misma es de carácter voluntario y una persona prudente y razonable puede comprender que podría negarse a ofrecer dicha información, si así lo desea, sin que ello implique que no se le daría acceso a la urbanización." Sentencia, a las págs. 45-46.

8. En lo pertinente dispone dicha Sección:

No se violará el derecho del pueblo a la protección de sus personas, casas, papeles y efectos contra registros, incautaciones y allanamientos irrazonables.

. . .

Só1o se expedirán mandamientos autorizando registros, allanamientos o arrestos por autoridad judicial, y ello únicamente cuando exista causa probable apoyada en juramento o afirmación, describiendo particularmente el lugar a registrarse, y las personas a detenerse o las cosas a ocuparse.

9. En el caso de la calle Maracaibo, la Sección 1ra de la Resolución Núm. 72, Serie 1992-93, dispuso que se autorizaba controlar el acceso: "En la Calle Maracaibo casi esquina Generalife mediante barrera de metal operada por guardia de seguridad y 'beeper' o tarjeta electrónica para los residentes y portón peatonal. " Por su parte, la Resolución Núm. 75, Serie 1992-93, en la Sección 1ra, inciso II, autorizó controlar el acceso a la urbanización College Park, mediante la instalación de un sistema de vallas para controlar el tránsito en la calle Salerno cerca de su intersección con Glasgow que "[t] endrá una caseta para el guardián ...".

10. El hecho de que la Ley de Control de Acceso no contemple el ámbito de acción que le será permisible a una asociación, al controlar el acceso de los no residentes, no la invalida por inconstitucional, como sostienen los recurridos. Al igual que cualquier otra ley, ésta tiene que interpretarse acorde con el ordenamiento constitucional y legal dentro del cual opera. Esta legislación no adolece de ningún vicio que la invalide por ser inconstitucional de su faz, ya sea por amplitud excesiva o por vaguedad, contrario al planteamiento en el que insisten los recurridos.

Al referirse a amplitud excesiva y a invalidación de su faz en el contexto de la Primera Enmienda de la Constitución Federal, el profesor Tribe señala:

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Of course, almost every law, such as the ordinary trespass ordinance reviewed in Marsh v. Alabama, is potentially applicable to constitutionally protected acts; that danger does not invalidate the law as such but merely invalidates its enforcement against protected activity. A plausible challenge to a law as void f or overbreadth can be made only when (1) the protected activity is a significant part of the law's target, and (2) there exist no satisfactory way of severing the law's constitutional from its unconstitutional applications so as to excise the latter clearly in a single step from the law's reach. Laurence H. Tribe, American Constitutional Law 1022 (2da ed. 1988) (nota al calce omitida).

Según este reconocido profesor, respecto a leyes con esas características, el acercamiento apropiado en la adjudicación constitucional consiste en eliminar gradualmente, a base de un análisis caso a caso, los aspectos inconstitucionales de la ley, invalidando las aplicaciones impropias que se hagan de ella. Id.a la pág. 1023.

11. Asimismo, puede adoptar medidas para proteger la seguridad, la salud y el inter6s general de la comunidad, siempre que las restricciones que puedan causar al derecho de propiedad no sean contrarias al mandato constitucional que impide privar a una persona de intereses libertarios y propietarios sin un debido proceso de ley. E.L.A. v. Márquez, 93 D.P.R. 393 (1966) . Ya desde 1963 el Secretario de Justicia reconoció que, como regla general, no hacla falta una previa autorización para utilizar bienes que fueran de dominio público. Sin embargo, reconoció que por razones de seguridad y de orden público podría requerirse una autorización previa del municipio para poder usarlos para determinadas actividades. 13 Op. Sec. Just. (1963), reiterado en 39 Op. Sec. Just. (1966).

12. En la jurisdicción federal véanse, Nixon V. Administrator of General Services, 433 U.S. 425 (1977) ; Whalen v. Roe, 429 U.S. 589 (1977) . Varios Tribunales de Circuito de Apelaciones han utilizado el andlisis de balance de intereses como criterio de revisión a seguirse en casos de derecho a la intimidad en la información.Plante v. González, 575 F.2d 1119 (5to Cir. 1978); U.S. v. Westinghouse Elec. Corp., 638 F.2d 570 (3er Cir. 1980); J.P. v. DeSanti, 653 F.2d 1080 (6to Cir. 1981) ; Barry v. City of New York, 712 F.2d 1554 (2do Cir. 1983) ; Tayoulareas v. Washington Post Co., 724 F. 2d 1010 (Cir. D.C. 1984). Véase ademds, Alan F. Westin, Privacy and Freedom , 330-99 (1968).

13. Pueblo en Interés del Menor N.R.O., Op. de 12 de septiembre de 1994, 136 D.P.R. ____ (1994); Pueblo v. Ruiz Bosch, 127 D.P.R. 762 (1991); véanse además a manera de ilustración, I.N.S. v. Delgado, 466 U.S. 210, 228 (1983) ; U.S.v. Mendenhall, 446 U.S. 544, 554 (1980).

14. Además de visitar a un residente, serían propósitos igualmente legitimos, sin pretender ser exhaustivos, lograr acceso a las playas, utilizar las facilidades comunales, ya sean educativas, deportivas, recreativas, instituciones de servicios o de otra indole (véase, 23 L.P.R.A. sec. 64b (e) (Supl. 1996) . Sin embargo, a tono con las particularidades de la comunidad y sujeto a un análisis de razonabilidad, podrán establecer horarios nocturnos en los cuales no se podrá tener acceso al área sujeta al sistema de control. Las asociaciones de residentes tienen que tener

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presente que no podrán denegar el acceso a las calles controladas para el ejercicio de actividades constitucionalmente protegidas.

15. Tales serían, por ejemplo, la hora de entrada y salida, y las características del vehículo como lo son la marca, modelo, el color y la tablilla.

16. Dicho guardia de seguridad deberá estar debidamente uniformado e identificado con una placa que incluya su nombre y apellido.

17. A tales efectos, podría optarse por tener unos requisitos menos rigurosos durante ciertos días a la semana o ciertas horas del día o por no controlar el acceso durante cierto horario en que las calles sean utilizadas como rutas alternas.

18. En relación a este asunto, tomamos conocimiento judicial de la Sentencia por Estipulación dictada por el Tribunal de Primera Instancia, Sala Superior de San Juan, el 23 de enero de 1995, en el caso Vecinos Unidos, Inc. v. College Park Associates, S.E., Civil Núm. KAC 93-1043. Esta sentencia recogió la estipulación acordada por las partes otorgándole a los residentes del Condominio College Park, Torres A y B, los mismos derechos e igual trato que el otorgado a los residentes de la Urbanización College Park en la Resolución Núm.. 75 emitida por el Municipio de San Juan. En tal sentido dicha Resolución quedó enmendada.

19. En su origen, únicamente cualif icaban para controles de acceso aquellas áreas que tuvieran un sólo acceso o que teniendo más de uno, ninguno de ellos constituyera una vía de paso o de comunicación por el que se tuviera que transitar para llegar a otras comunidades. Ley Núm. 21 de 20 de mayo de 1987, Exp. de Mot., Leyes de Puerto Rico - 1987 - a la pág. 67. Al aprobarse la Reforma Municipal en 1991, la Ley de Municipios Autónomos estableció que la comunidad interesada en solicitar un control de acceso tenía que ser aislable dentro del área geográfica en que estuviera ubicada y no podia controlarse, a su vez, la entrada y salida de otra comunidad que no hubiera solicitado el control. Además, dispuso que no podía dificultarse el flujo vehicular y peatonal por calles locales que tuvieran continuidad entre comunidades y barrios del municipio y que no sólo presentaren alternativas para el tránsito a los miembros de la comunidad sino también para los que residieran en otros sectores. 21 L.P.R.A. sec 4054(o) (1995).

20. Cuando el inciso (a) contempla la existencia de alternativas como la utilización de otras rutas alternas o la concesión de iguales derechos de acceso a los residentes de la comunidad afectada, lo único que hace es establecer que contrario a lo que dispone la Ley de Municipios Autónomos de 1991, el efecto negativo sobre otras comunidades no excluye la concesión de una autorización.

21. Además de las limitaciones impuestas por ley, los municipios deben considerar los reglamentos que al respecto adopte la Junta de Planificación de Puerto Rico. 23 L.P.R.A. sec. 64 (Supl. 1996) de conformidad con la Ley de Control de Acceso. En este sentido es de aplicación el Reglamento de Planificación Núm. 20 ("Reglamento de Control de Tránsito y Uso Público de Calles Locales") , aprobado en 1989. Aun cuando la enmiendas de 1992 incorporaron modificaciones importantes a la Ley 21, el referido reglamento todavía no ha sido atemperado a los últimos cambios a la ley, no tan recientes.

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22. Como correctamente señalará el tribunal de instancia, la transferencia al nivel municipal del poder de otorgar permisos para controlar el acceso, persigue lograr una mayor agilización y conferir mayor sensibilidad hacia los valores locales en este tipo de decisión gubernamental. No se trata de arrojar por la borda todos los controles centrales existentes sino que se requiere el desarrollo y utilización de criterios uniformes con miras a armonizar estas decisiones con la política y metas de largo alcance en la planificación urbana de nuestra sociedad. Conviene señalar además que en el Informe emitido por el Grupo de Trabajo Control de Acceso de Calles y Urbanizaciones se recomienda convertir en requisito mandatorio el endoso del D.T.O.P. para que el municipio pueda autorizar el cierre.

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