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LEYENDA DE DIOSES LIBRO I EL HEREJE W.E. FRANCO

Leyenda de Dioses I - El hereje

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Los primeros 4 capitulos de la saga de Leyenda de dioses.

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LEYENDA DE DIOSESLIBRO I

EL HEREJE

W.E. FRANCO

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Autor: © W.E. Franco, 2010Depósito Legal: M-6954-2010.ISBN: 978-84-92925-65-0.Diseño de cubierta: W.E. Franco y Consuelo Urdaneta.Primera Edición.

No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema infor-mático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electronico, mecáni-co, por fotocopia, por grabación u otros metodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La in-fracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual.

Todos los derechos reservados.

Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares, acontecimientos y hechos que aparecen en la misma, son producto de la imaginación del autor. Cualquier parecido con personas (vivas o muertas) o hechos reales es pura coincidencia.

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Capitulo 1 – LiberaciónCapitulo 2 – Renacimiento

Capitulo 3 – El PatriCapitulo 4 – Los Dos Mundos

Capitulo 5 – EsenciaCapitulo 6 – JanethCapitulo 7 – Badul

Capitulo 8 – La PruebaCapitulo 9 – La Visión de Davo

Capitulo 10 – AnashesCapitulo 11 – Duras Enseñanzas

Capitulo 12 – El Ejército de ValdelarCapitulo 13 – El Circo de CorhenCapitulo 14 – Victoria y Derrota

Capitulo 15 – La Armadura de HuesosCapitulo 16 – Debilidad

Capitulo 17 – La Tumba de HieloCapitulo 18 – A través de los Ojos de Rayenda

Capitulo 19 – El ElegidoCapitulo 20 – Acusación

Capitulo 21 – ProposiciónCapitulo 22 – Los Mandamientos del Ejército

Capitulo 23 – El Suicidio de Jean BaptisteCapitulo 24 – El Juicio

Capitulo 25 – El TaygamothCapitulo 26 – Promesas Cumplidas

Capitulo 27 – El ExperimentoCapitulo 28 – Un Mensaje para El Patri

Capitulo 29 – IdeologíasCapitulo 30 – El Rebelde

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W.E. Franco

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CAPITULO 1 ─ LIBERACIÓN

Cuatro hombres se encontraban de pie tomados de las manos alrededor de lo que parecía una pequeña pis-cina. Ataviados con largas túnicas negras de grandes capuchas que les tapaban el rostro, estaban en el centro de un enorme laboratorio que recordaba la forma de un coliseo. La piscina medía, aproximadamente un metro y medio de diámetro y casi cinco de profundidad. Sobre ella pendía una larga y gruesa aguja a un metro de distancia, recubierta por un resorte de cobre, unida a una compleja maquinaria. A medida que subía, podía verse una gran cantidad de cables, conectores, motores, luces, tuberías, medidores, llaves y poleas que componían el extraño mecanismo, controlado desde una cabina a lo alto por alguien que observaba a través de un sólido y grueso vidrio. Desde lo alto, el Dr. Ryan movía cuidadosamente una pequeña palanca, observando detenidamente un lector de temperatura y presión, cuya aguja se movía con lentitud hasta llegar al valor que él deseaba. Una gota de sudor corría por el cristal de sus lentes, mientras movía su mano con lentitud y nerviosismo desde la palanca hacia un botón rojo en medio de un inmenso tablero lleno de interruptores, medidores y un sin fin de bombillos de dife-rentes los colores. Otros científicos estaban sentados frente a grandes monitores que calculaban cada movimiento de la compleja maquinaria. No podían fallar ahora. ─Preparando carga. Dijo el Doctor, su voz sonaba ronca debido al poco uso. Al escuchar esto por medio de unas cornetas dispuestas en la recámara, los cuatro hombres, con una silenciosa oración cantada, comenzaron su ritual. ─Lamed… Rasched… Shynan… Sumash… Una y otra vez repetían las mismas palabras. Luego de algunos segundos, sus manos comenzaron a brillar. Pequeños rayos de luz atravesaban sus brazos y empezaban a temblar de manera irregular. La aguja que estaba sobre ellos empezó a mostrar un leve brillo. ─Disparo de energía en diez… nueve… ocho… siete… Se oyó decir desde la cabina. A medida que la cuenta decendía, los cuatro hombres temblaban con mayor intensidad, sus cuerpos brilla-ban ahora con una luz entre blanco y azul casi cegadora. ─Seis… cinco… cuatro… Detrás del Dr. Ryan se encontraba El Patri, observándolo con ansiosa paciencia. El Doctor podía sentir cómo sus almendrados ojos le taladraban el cuello. Era una sensación tan incómoda que un fuerte escalofrió atenazó su columna vertebral. ─Tres… dos… uno… disparando. Presionó el botón con rapidez y de la aguja salió un rayo luminoso directo a la piscina. Al mismo tiempo, desde el pecho de los cuatro hombres salieron haces de luz que chocaron con el que venía desde arriba justo al borde de la piscina causando un destello violento y abrumador que duró solamente un segundo. Luego todo quedó en oscuridad, la piscina quedó llena de una inestable energía que emitía un brillo suave y opaco, tenía una consistencia líquida pero espesa. Los cuatro hombres yacían inconscientes en el suelo y arriba los científicos observaban, conteniendo la respiración, con expresiones de pálido asombro todo lo que había sucedido. ─Gran Patri. ─Dijo el Dr. Ryan con una sonrisa nerviosa─ parece que esta vez lo logramos. El Patri observaba la piscina, algo le incomodaba. Entonces miró al científico con la misma expresión ame-nazadora que siempre había utilizado… el Doctor comprendió. ─Traigan el sujeto de prueba. Dijo en tono imperativo por un pequeño micrófono. La orden inundó todo el laboratorio y rápidamente se abrió una compuerta abajo, por la cual salieron dos hombres corpulentos, con los pechos vellosos y desnudos, sudando incontrolablemente y vistiendo pantalones negros con guantes de cuero corrugado bastante fuertes. Sus expresiones eran amenazantes, con cicatrices en sus rostros, barbas pobladas y desarregladas, ambos tenían el cabello negro azabache muy abundante pero sucio y maltrecho, llevaban atada con cadenas a una persona que vestía una bata gris con los ojos vendados. Lo halaban con fuerza, aunque el prisionero no ofrecía ninguna resistencia, solo danzaba de un lugar a otro dejándose llevar con facili-dad... después de todo, la única fuerza que tenía era para mantenerse en pie y no perder el equilibrio. Lo llevaron hasta la piscina y allí le retiraron la venda. Frente a él, estaba El Patri, el temor lo invadio

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al verlo. Sus facciones fuertes y precisas, su mirada amenazante, su cuerpo alto y bien definido, sus ojos pene-trantes que lo paralizaron. Tenía una extraña expresión de placer en su rostro. El Patri hizo una seña, y los carceleros removieron las cadenas. Luego uno de ellos se acercó al prisionero y le habló al oído, con una voz suave, pero carente de emoción. ─El Patri te da la libertad… este es el portal para tu mundo, ve en paz. El prisionero observó la sustancia brillante que conformaba el “portal”. La luz se reflejaba en sus apaga-dos ojos grises. Sonrió por un momento. No sabía que sentir, si felicidad o miedo. Levantó su mirada y de nuevo detalló a El Patri. Este extendió su mano, invitándole a sumergirse en la piscina. Si estaba siendo engañado, él no lo sabía, lo único que deseaba era alejarse de El Patri lo más que pudiera. Así que, dando pasos cortos y poco precisos se acercó al “portal”. Alrededor había cuatro cuerpos, no sabía ni quería saber quiénes eran o qué hacían allí. Sintió una fuerte energía que lo impulsaba hacia adentro. Miró sus manos, recordó lo fuerte que eran y se sorprendió de ver en lo esqueléticas que se habían con-vertido. Su cuerpo bien definido y musculoso se había vuelto un maniquí flaco y arrugado. Ya no quería seguir viviendo así, si es que lo que hacía se podía llamar “vivir”. Tomó entonces una profunda inhalación y saltó con cierta dificultad, pensando que a lo mejor tendría una segunda oportunidad para acomodar las cosas. Hubo un repentino salto de chispas brillantes por todos lados, todos se taparon los ojos debido al cegador destello, pero después todo desapareció… la sustancia del portal, la luz, las chispas… total oscuridad. Los carceleros se miraron fijamente durante unos momentos y observaron cuando El Patri se acercó a la piscina, detallaron cómo su rostro comenzó a cambiar para convertirse en una mueca horrible llena de ira, entonces se acercaron a ver lo que había sucedido. El prisionero era una estatua de cenizas, en su cara se dibujaba una expresión de dolor profundo, estaba coloca-do de manera tal que demostraba estar retorciéndose del sufrimiento. Los carceleros miraban atónitos, mientras El Patri se retiraba, desapareciendo en la oscuridad. El Dr. Ryan estaba aterrorizado. Maldijo para sí mismo unas cuantas veces, justo al momento en que se abria la puerta y El Patri aparecía en el umbral. Abajo, los carceleros levantaban a los cuatro hombres, quienes poco a poco iban recobrando la conciencia. A través de las cornetas se escuchó una explosión proveniente de la cabina seguida de un grito ahogado de dolor, que lentamente se fue apagando hasta que todo quedó en silencio.

* * * *

El celular repicaba con un tono largo y molesto, su sonido rebotaba en las paredes que alguna vez fueron blancas y llegaba a sus oídos como martillos industriales en pleno apogeo. Se despertó sobresaltado y algo desorientado, bostezó ampliamente, tratando de acostumbrar sus ojos a la claridad de la habitación. Con su mirada intentó ubicar el teléfono, pero su visión era algo borrosa y el brillo del sol que entraba por la ventana lo hacía más difícil. Entonces comenzó la larga travesía que consistía en ponerse de pie. Seguía buscando el aparato que no paraba de sonar, muy lentamente y con mucho desequilibrio para no pisar los montones de papel y las botellas de licor regadas por todo el piso. “Debe ser algo importante para que insistan tanto”. Después de un buen rato tratando de ubicar el lugar donde se escuchaba el timbre más fuertemente, se inclinó un poco, buscó entre un montón de papeles y sacó el aparato, que ahora sonaba mucho más intensamente, golpeando potentemente su cerebro. Cómo había llegado el aparato allí él no lo recordaba, lo tomó con lentitud y observó el número con el ceño fruncido… era desconocido, presionó el botón para contestar. ─¿Diga? Su voz ronca, casi gutural. ─Hey… John… soy yo… Marco… ¿Cómo estás? ─¿Qué quieres? ─preguntó con el mismo tono de voz y un dejo de fastidio. ─Eh… bueno… me preguntaba si quieres salir por allí hoy… vamos… Victoria y yo…

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─No gracias, estoy bien. ─John… han pasado casi dos meses, debes seguir adelante. La voz de su interlocutor sonaba algo deses-perada. ─Agradezco tu consejo, pero con el debido respeto... es mi vida… no deseo que nadie se meta en ella, así que, con todo el aprecio que les tengo, lo que pase conmigo son asuntos que a ustedes no les interesa.Ahora Marco trataba de hablar con carácter, pero sin mostrarse irritado. ─John no puedes estar así hasta que mueras… lo que pasó no es culpa tuya… no quiero más excusas… vamos saliendo para allá… ─Grave error habérmelo dicho…adiós. ─John espe… Colgó la llamada. Apagó el celular. Lo sostuvo un momento entre sus dedos mirándolo fijamente. Al pare-cer recordó algo que lo hizo enfurecer... entonces lanzó el aparato contra la pared, haciéndolo pedazos. Observó los restos caer al suelo, luego sus ojos recorrieron toda la habitación, y poco a poco una visión se materializó frente a él. »Por unos instantes no vio el gran desorden a su alrededor. Las sabanas sucias y los papeles en el piso desaparecían, dejando un cuarto limpio y ordenado ante sus ojos. Las ventanas, antes llenas de polvo, ahora dejaban pasar la luz del sol, la ropa y restos de comida sobre el escritorio se desvanecían, y hacia el final de la habitación, una cama en la cual estaba John acostado al lado de una hermosa mujer. Ella, de cabello negro azabache, su cara blanca, mejillas redondas y lisas, yacía con una sonrisa perfecta junto a John. Sus ojos azules, que brillaban con el reflejo de un sol matutino resplandeciente, se abrían brevemente tan sólo para dedicarle una mirada furtiva, cayendo luego rendidos otra vez. John estaba feliz, sonriente, no tenía el cabello largo y sucio ni la barba desarreglada, sus ojos estaban llenos de alegría. ─¿Qué has pensando entonces Vanessa? Le preguntó con una voz suave y tranquila. ─Ya no hay vuelta atrás. ─respondió ella sonriente─ los papeles están listos… mañana llegan. ─Entonces significa que… ─Sí… ya todo terminó. Él sonrió ampliamente y la abrazó, olió su perfumado cabello, y se hundió debajo de su mejilla, sentía el apasionado abrazo de ella, no la quería soltar, él no la veía, pero sabía que ella sonreía felizmente, entonces comenzó a besarla en el cuello, y poco a poco fue bajando hasta sus pechos, a medida que bajaba, la respiración de Vanessa se aceleraba. Pero mientras él se hundía cada vez más entre las sabanas, la visión se desvanecía. La cama desapareció, los jadeos se acallaron y los ojos azules se cerraron, volviendo la habitación a la imagen deprimente en que se encontraba. Una lágrima bajaba por la mejilla de John mientras su cuerpo se llenaba de de ira y frustración. Y una vez más, como tantas veces había sucedido los últimos días, destrozó todo lo que se interpuso en su camino. Las pocas cosas que quedaban en pie, fueron a dar al suelo, convirtiéndose en fragmentos inservibles de lo que alguna vez habían sido. El lugar entero parecía una zona de guerra. El dolor que sentía en su corazón se dejaba ver en sus manos y en su cuerpo, había sangre en las paredes, pro-ducto de los puñetazos recibidos, los huesos de sus nudillos estaban rotos, en su frente habían rasguños causados por algún artefacto filoso que lo alcanzó mientras estallaba contra el suelo, grandes moretones en su espalda, producto de sus caídas en las escaleras después de alguna borrachera. Sin embargo, no percibía el dolor en su cuerpo, por-que la adrenalina producto de la ira hacía que no lo sintiera. La descarga duró poco, ya no había mucho que destrozar. Además, en pocos minutos llegarían Marco y Victoria, y no deseaba verles, ni a ellos ni a nadie. Así que tomó la única chaqueta más o menos limpia que le que-daba y salió de la casa apresurado, dejando la puerta abierta y las luces encendidas. Su andar era automático e inconsciente, en su mente sólo había lugar para la impotencia y el dolor. En sus ojos unas lágrimas extintas llenas de frustración, en sus manos, la sangre producto de la violencia, tratando de vengarse de él mismo, de devorar su propia existencia, culpando a un mundo y a un dios injusto, culpándose él por no haber llegado dos horas, una hora, treinta minutos, un minuto antes y haberlo evitado todo, cambiar los hechos para que el mundo siguiera siendo justo para él, para que Dios siguiera siendo ese ser bondadoso que John creía que

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era. Pero ya no había vuelta atrás, ni manera alguna de retroceder el tiempo. Para él, mirar hacia el futuro no es más que una desdicha, una soledad insensata y una vida vacía. Para cuando se dio cuenta, estaba de pie frente al edificio donde él trabajaba, fue como el andar de un robot, tomó sólo el camino automático, porque en ningún momento su mente planeó esa ruta. Técnicamente él no había renunciado, aunque hacía dos meses que no iba para allá. Se percató de que las personas que pasaban a su lado lo miraban despectivamente, comenzó a examinarse y observó la sangre en sus manos y en su ropa... nada que a ellos le importara, pensó. Levantó de nuevo la vista, su mirada recorrió todo el edificio, hasta el último piso. Entonces a su mente llegó la manera de cumplir su venganza, y sin expresión alguna en su rostro entró. Todos aquellos caballeros bien vestidos, con caros traje de etiqueta, aquellas hermosas y plásticas damas con costosas carteras de marca lo miraban con asco, John parecía un vagabundo cualquiera, sucio y desgarbado. Se acercó al ascensor, se abrieron las compuertas y entró con tranquilidad. Se quedó solo, todos lo miraban desde el vestibulo de manera extraña. Él no se preocupaba de lo que pensaran o dijeran, sólo eran cuerpos sin rostros, expresiones vacías carentes de vida. Las puertas se cerraron y rápidamente todos desaparecieron. El ascensor llegaba únicamente hasta el piso dieciséis, así que tuvo que subir por unas escaleras hasta el piso diecisiete donde una pequeña puerta le daba el acceso a su destino. Al salir sintió un soplo de viento gélido golpearlo en la cara, el día se había tornado nublado y amenazaba lluvia. John se acercó con lentitud al borde del edificio y miró hacia abajo. Era la calle principal, los carros andando, la gente ajetreada con sus diligencias... indiferentes a cualquier cosa que sucediera alrededor… John no quería eso. Fue hacia el otro lado y observó una calle solitaria, llena de basura, húmeda y humeante. Se acercaban sus pies cada vez más al borde. La altura no lo intimidaba. Su corazón latía muy rápido, las lágrimas empezaron a salir de sus ojos, miró al cielo contemplando los nu-barrones grises que se movían lentamente ocultando el sol que no deseaba mostrar ya su brillo. Entonces abrió los brazos ampliamente con las palmas hacia arriba, tenía que decirle algo, y lo hizo con rabiosa impotencia. ─Yo creía en ti, me lo has quitado todo ¿Qué he hecho para que me tortures así?... ¿Por qué te has empe-ñado en hacer mi vida miserable y absurda?... ¡Eres malvado, te odio… no deseo verte! Cerró los ojos mientras bajaba la cabeza, y al abrirlos de nuevo la vio a ella, llevaba un blanco vestido, impe-cable, sencillo, pero elegante, con el cabello brillante y los ojos alegres, extendiendo su brazo, brindando su mano. Pero John no se inmutó, ni siquiera esbozó una sonrisa, tampoco pronunció palabra alguna, él sabía que ella no estaba allí. Sentía en su corazón el vacío, la pérdida, la ausencia, el dolor, la impotencia… esos sentimientos malsanos y oscuros que inundaban su mente y su conciencia en un mar donde se ahogaba en la desesperación. Fue así que, con su corazón lleno de frustración y odio, dio un paso al frente. Comenzó a caer, bajando rápidamente, en su pecho sentía el acelerado palpitar, la adrenalina corría veloz. Los pisos del edificio bajaban hacia el cielo ante sus ojos como borrones sin forma, mientras él subía al suelo con una velocidad vertiginosa, su mente no tenía un pensamiento fijo, no la tenía en blanco, por el contrario, estaba lleno de un sin fin de imágenes que John no supo identificar. Entonces, faltando ya pocos metros todo se paralizó, la paz inundó su mente y su corazón, por alguna razón él pensó que ya todo había acabado, estaba cumpliendo su venganza contra Dios y contra él mismo. Se hizo todo tan eterno, que incluso tuvo tiempo de pensar que aún faltaba alguien de quien vengarse, pero en ese momento ya no importaba. Observó el pavimento que ya estaba muy cerca y sonrió… su deseo se había cumplido, no sentía miedo alguno, quería ver de frente todo el espectáculo, y con los ojos bien abiertos vio claramente y con todo detalle cuando chocó contra el suelo. Pero en lo que tocó el asfalto y sintió su corazón paralizarse de manera inmediata... su cuerpo desapareció.

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CAPITULO 2 ─ RENACIMIENTO

El Patri revisaba intranquilo un libro muy viejo, su ceño fruncido mostraba la concentración en la que estaba inmerso, las letras eran apenas distinguibles, era una escritura bastante extraña, llena símbolos y rayas. Al principio le parecieron solamente dibujos de pequeñas casas con puntos y apóstrofes sobre ellas, algo que jamás había visto. A pesar de su amplio conocimiento en cualquier lengua que se hablara en el mundo, era la primera vez que se enfrentaba con algo como eso. Pero con el pasar del tiempo logró entender su significado, y poco a poco fue descubriendo que esas escrituras eran sin lugar a dudas la palabra del gran dios. Desde entonces se había dedicado exclusivamente a estudiar ese libro, único en su clase. A su lado escribía lo que pareciera ser la traducción en un trozo de papel, él no veía lo que escribía, observa-ba el libro y movía la mano donde tenía el lápiz sobre el papel en blanco… El Elegido será el único capaz de abrir la prisión, su esencia es sagrada y bendecida por OM, y sólo él podrá juzgar al gran Dios Váldelar… varias líneas seguían después de esto que él no supo traducir. Leía un poco más y volvía a escribir… el poder de La Bestia, así que nada ni nadie podrá detenerla… otras líneas más siguieron a esta que no pudo descifrar, y por último… se hará justicia divina, y Váldelar será de nuevo libre, su voluntad será cumplida… Le había tomado casi cuatro horas poder traducir esas pocas líneas de Las Escrituras de Balthasar. Según cuenta la leyenda, el gran dios le había hablado en sueños al sabio, diciéndole que escribiera una especie de manual para que él fuera liberado y el ejército se reuniera por completo y así se cumpliera lo que se conoce como La Gue-rra del Final de los Días. El Patri pensaba en eso como una fecha sin precedentes, donde pondría a prueba su fe hacia su glorioso dios, donde lucharía bajo su mandato con honor. Anhelaba ese momento con devoción y desde siempre ese había sido su norte, desde que llegó a su mundo convertido en humano, ese ha sido su objetivo, es por eso que es uno de los generales del gran ejército de Váldelar. A pesar de ello, trataba de no mostrarse muy excitado respecto a ese tema, porque para él ilusionarse mu-cho con esa idea le producía algo de impotencia. Aún no se sabía nada, no se tenía conocimiento de donde está la prisión del dios, ni del supuesto Elegido del que hablan las escrituras, tristemente veía La Guerra del Final de los Días... lejana. Se desembarazó un poco de ese pensamiento y volvió a tomar el lápiz, con sus ojos fijos en el antiguo libro. De pronto sintió un inmenso golpe en su pecho y en su cabeza, El Patri intentó ponerse de pie pero fue in-útil, un intenso escalofrío le atenazó la columna vertebral y lo dejó paralizado. Cayó al suelo adolorido, su cuerpo empezó a temblar de manera intermitente y rígida, una enorme presión obstruía su garganta ahogándolo. Los minutos fueron eternos mientras El Patri poco a poco dejaba de temblar y sus pulmones volvieron a sentir que les entraba oxigeno, el dolor en su pecho amainaba lentamente. Estaba allí tendido en el suelo mirando el techo color marfil de sus aposentos. Por unos instantes todo era borroso e incierto, luces de todos los colores cruza�za-ban su campo visual en forma de conos, para después convertirse en nubarrones blanquecinos que desaparecieron tardíamente para por fin darle claridad a su vista. Se levantó mareado y con nauseas, respirando hondo para recobrar la compostura. Estaba bastante sor-prendido... regularmente lo que él siente no es así. Casi siempre es una pequeña palpitación o un pulso en su cabeza lo que le indica que a su mundo ha llegado alguien. A veces, si ese alguien es poderoso podía llegar a sentir un leve escalofrío en su espalda. Pero ahora fue diferente, ese Hereje que ha llegado no era como cualquiera, sin duda debe ser alguien muy especial, para que lo haya dejado en el suelo y sin fuerzas, tenía que ser alguien verdaderamente excepcional. De inmediato salió de su despacho y llamó a unos soldados, dio las órdenes respectivas y rápidamente se embarcó en la búsqueda de ese recién llegado que casi le quita el conocimiento.

* * * *

Abrió los ojos, una fuerte brisa le pegaba en la cara, el calor que sentía era abrasador, su corazón palpitaba de manera muy acelerada. Percibía en su cuerpo una sensación extraña y pesada, como si estuviese cargado de una energía que él no supo identificar.

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John Cignus miraba un suelo agrietado y árido, el polvo se levantaba formando unos remolinos que golpeaban la piel como cientos de pequeños cuchillos. Trató de levantarse, difícilmente se impulsó con los brazos, sentía un gran dolor en todo su cuerpo, sus piernas respondieron con mucha lentitud y ardor, hasta que por fin logró ponerse de pie y observó en donde se encontraba. Un desierto… vasto y llano, podía ver el calor levantarse desde el suelo, no había vegetación de ningún tipo, tampoco algún rastro de vida animal. Su rango de visión era limitado, debido a que estaba dentro de una tor-menta de arena molesta y constante. Un inmenso desierto, hasta donde sus ojos lograban llegar, no había allí nada más. Fue en ese momento cuándo por fin su cerebro empezó a reaccionar. ¿Qué es esto?, ¿Dónde estoy?... ¿Es esto… el Infierno? Eso era lo que se preguntaba. El dolor se iba apagando poco a poco, aunque su cuerpo ardía incesantemente por el calor. Se tocó el pe-cho y sintió el palpitar de su corazón, estaba sorprendido, desorientado, confundido... ¿Por qué mi corazón late?, ¿acaso no estoy muerto?, y si no estoy muerto… ¿Dónde estoy?, ¿Qué lugar es este? Sus preguntas fueron interrumpidas, escuchó un sonido extraño en la lejanía, intentó concentrarse para oír mejor... nada. De pronto lo volvió a escuchar, era el rumor de piedras que chocan, como una extraña oleada de rocas que se iba acercando rápidamente hacia él, luego se callaba, o más bien se alejaba demasiado, casi hasta el punto de no escucharse, y de nuevo volvía a acercarse. Eso duró algunos cuantos segundos, las vibraciones del suelo le dieron a entender a John que todo eso sucedía bajo sus pies, como un pez que subía y bajaba dentro del agua. Ahora todo temblaba, le era difícil mantener el equilibrio, algunas piedras salieron del suelo y le golpearon la cara, estaba nervioso, al parecer sí estaba muerto y estaba a punto de llegar al infierno. De las entrañas del desierto salió una enorme criatura, John retrocedió aparatosamente, cubriéndose con el antebrazo los ojos para protegerse. La criatura se sacudía para quitarse el polvo de su cuerpo. Luego de batallar un poco por mantener el equilibro, John se irguió completamente y pudo detallar al ente que estaba posado frente a él. Media alrededor de dos metros y medio, era bípedo y su figura era humanoide, tenía un par de alas muy delgadas, con una forma amenazante y envolvente que terminaban en una filosa garra. Su cuerpo era delgado y curtido, arrugado, seco… horrible. Sus patas tenían tres dedos, todos culminaban en garras que desgarrarían lo que fuera sin piedad. Terminaba con una cabeza redonda y pequeña, con los ojos grandes, amarillos y secos, unos labios finos y pequeños. Dentro de su boca había alrededor de ochenta dientes sin un orden específico, sólo estaban allí colocados como cupieran, lo que le daba a John una espantosa visión. Entonces el ser advirtió su presencia. La cosa lo miraba fijamente, al parecer estaba un poco sorprendido, no era algo que viera a menudo, pero luego su expresión de sorpresa cambio a una más placentera... estaba observando su comida. John estaba hipnoti-zando contamplando esa horrible visión, cuando de pronto escuchó un pavoroso y agudo grito que provino del ser. Parpadeó un par de veces, como despertando de una perturbadora pesadilla, y sin pensarlo un instante más comenzó a correr sin rumbo fijo. No sabía qué era lo que estaba sucediendo, pero lo que sí tenía seguro era que si no huía con todas las fuerzas que su cuerpo le permitía dar, pronto sería el alimento de esa horrenda criatura. El ser lo veía alejarse con cierta rapidez, y luego mostró una línea en su boca semejante a una sonrisa. Le dio cierta ventaja, dejándolo escapar, dándole esa ilusión de que sobreviviría para luego arrancársela de un tajo, le gustaba jugar con su presa. Esperó sólo unos instantes más y luego alzó sus horribles alas elevándose unos cuantos metros, para después bajar en picada. Sólo dio dos aleteos rápidos y lo alcanzó, mordiéndolo por los pies. El dolor que John sintió fue agobiante y soltó un grito espantoso que se perdió en medio de la ventisca. El ser lo mordió con potencia y se elevó aden-trándose en la tormenta de arena. Sus dientes eran filosas sierras que desgarraban el tobillo de John, quien gritaba aterrado y adolorido, lanzando patadas con su pierna libre como un loco, la desesperación lo inundaba por comple-to. Después de tres intentos, por fin una certera patada impactó en la cara del animal, lo que hizo que éste lo soltara, dejándolo caer desde una distancia considerablemente alta. John aterrizaba de manera muy aparatosa y contundente, pero no tenía tiempo para sentir dolor, debía se-guir huyendo. Al levantarse para continuar corriendo sintió un dolor punzante que no lo dejó seguir, la mordida

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fue bastante profunda y extensa, su pie estaba bastante lastimado, la sangre corría rápidamente por los inmensos huecos que dejaron los dientes de ese horrible ser, no podía caminar, mucho menos correr. Así que lo único que hizo fue caer al suelo, adolorido y resignado, comprobando que su infierno era como él se lo había imaginado, un mundo incierto lleno de sufrimiento, donde horribles seres se comerían su carne y devorarían su alma, para luego revivir y pasar por lo mismo una y otra vez hasta el fin de los tiempos. Sólo le quedó esperar. Su visión era casi nula, el viento soplaba fuertemente y le revolvía el cabello, ta-pándole los ojos, estaba en medio de un remolino de arena. Durante un largo rato no escuchó nada, pero de pronto apareció la criatura entre el mar de polvo, abriendo un hueco en el remolino con su alas, furioso por haber recibido un golpe. Se acercaba lentamente, caminando con sus pies y alas, abriendo sus fauces, mostraba su horripilante festín de dientes sin lengua, John intentaba echarse hacia atrás, creyendo que si se metía dentro del remolino se salvaría... pero eso no sucedió. Trató de levantarse, pero el dolor desesperante no lo dejó moverse, el ser se acercaba cada vez más, y ya faltando unos pocos metros, justo antes de que su vida acabara bajo las alas de esa espantosa criatura, paso algo que nadie vio venir, ni John, ni el monstruo... ni siquiera El Patri que a lo lejos observaba tranquilo todo el espectáculo. John se levantó como pudo, se había resignado a morir, aunque para él ya estaba muerto desde hace ya algún tiempo, sólo se determinó a caer, para seguro revivir en pocos minutos, para volver a experimentarlo todo. No obstante, el instinto de supervivencia es algo que no se puede controlar, el cuerpo reacciona de manera incons-ciente ante la muerte inminente, y busca maneras de salir del aprieto aunque se crea que ya no hay alternativa. Entonces se puso de pie, con dolor y agonía, decidió que no moriría sin dar batalla, si la criatura quería comérselo, pues que se gane su alimento, se colocó frente a él y su expresión pasó a ser seria y determinada, tenía los puños cerrados, su corazón empezó a palpitar aceleradamente. El ser ya estaba preparando el salto cuando vio que su presa empezaba a brillar. El cuerpo de John comen-zaba a temblar sin que él lo gobernara. Al principio creyó que era por miedo, pero no... era algo más. La extraña energía que recorría su cuerpo comenzaba a concentrarse en su pecho incontrolablemente. Varios sentimientos comenzaron a surgir dentro de él: odio, ira, tristeza, angustia, dolor… una gama de emociones que se combinaron y formaron una ola de energía que lo ahogaba, aprisionando sus sentidos. Sus pulmones colapsaban y su visión se cegaba, el corazón poco a poco estaba dejando de palpitar. Entonces, como una medida desesperada, tomó un hondo suspiro, y soltó un grito desgarrador que hizo que sus pulmones se vaciaran por completo y su débil cuerpo se estremeciera. La criatura sintió temor, y levantó las alas para huir, pero fue demasiado tarde. Lo último que John logró ver, fue que el ser estaba retrocediendo aparatosamente e intentaba emprender el vuelo para escapar, pero de pronto todo se convirtió en luz, la energía que lo asfixiaba salió expulsada vertiginosa-mente, creando una onda expansiva que alcanzó a la criatura convirtiéndola en cenizas.

John reaccionó una vez que la luz se hubo disipado, toda la ventisca que había en ese lugar cesó por com-pleto... durante un largo rato, todo fue tranquilidad, y entonces pudo observar lo que acababa de ocurrir. Hacerse preguntas resultaba ridículo, simplemente resolvió de manera muy sabía que no le buscaría lógica a eso, tardó va-rios minutos en calmarse, que su cuerpo dejara de temblar y su corazón volvíera al ritmo habitual. Inesperadamente sintió en su espalda un escalofrío punzante, le avisaba que alguien se le acercaba por detrás.

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CAPITULO 3 ─ EL PATRI

Llevaban ya varias horas volando sobre el desierto, la tormenta de arena era densa y hacia difícil la na-vegación. La tripulación estaba conformada por dos soldados, dos personas encargadas del mantenimiento de la nave, piloto, copiloto y por supuesto El Patri. A pesar de lo fuerte que era la tormenta, la nave se movía suave y rápidamente, no querían alejarse mucho de la ciudad, así que abarcaban un largo territorio pero luego volvían a la frontera del desierto. Hasta que por fin después de un largo rato el piloto le advirtió a El Patri de la presencia de una persona en las cercanías, entonces éste dio la orden y la nave comenzó con lentitud a descender. El vehículo se posó lentamente sobre la tierra dura y caliente. Adentro, los soldados y su General empeza-ban a prepararse para salir en búsqueda de aquella persona. La nave aterrizó a unos doscientos metros de donde el piloto había detectado la presencia, no sabía exactamente el lugar, pero estaba seguro de que se encontraba en los alrededores. Ya estaban todos listos para salir, cuando de pronto escucharon un aullido estremecedor, los dos soldados sintieron que una ráfaga helaba su sangre y los paralizaba en el sitio. El Patri los observó con desaprobación, pero entendió el peligro al que se enfrentaban, entonces dando un paso hacia la puerta dio la orden de que se quedaran dentro de la nave, él iría solo a buscar a la persona que había llegado. El viento le golpeaba la cara y llenaba sus ojos de arena, así que levantó su mano y un escudo verdoso se formó en torno a él, de esa manera la tormenta dejó de ser un problema. Comenzó a caminar con tranquilidad, tratando de ubicar con su mente el lugar donde se encontraba la persona que andaba buscando, cuando de pronto, al llegar a una colina presenció algo impresionante. Una gigantesca esfera de luz despejaba un amplio sector del desierto, y luego observó claramente como una enorme criatura alada quedaba desintegrada en lo que la energía de la esfera lo tocó. ¡Sus ojos no daban crédito a lo que veía!, se impresionó mucho al ver que un hombre era el epicentro de aquella destructiva esfera, sin duda era aquel a quien buscaba, ese que hace algunas horas atrás lo había tirado al suelo casi inconsciente. Entonces apresuró su paso para llegar a su encuentro. Se acercó con cautela, cosa poco común en El Patri. Sin embargo, ese personaje al parecer ameritaba tra-tarlo con cuidado, lo que presenció fue algo que jamás había visto en un recién llegado. Ya se encontraba a escasos diez metros, pudo detallar su espalda ancha y corpulenta y sus brazos bien formados. De pronto el hombre volteó con su mano en alto ordenándole a El Patri que se detuviera, este siguió caminando hasta llegar a tres metros de distancia, cuando pudo ver su cara con total claridad. Era un poco alargada y lisa, su cabello era castaño oscuro, su nariz perfilada y pequeña. Tenía una expresión dura, inspiraba determinación, más que todo por sus ojos, El Patri se interesó mucho en ellos, eran negros, muy penetrantes, apagados y muertos como un abismo sin fin, se preguntó por un momento si en el otro mundo los habría tenido igual. ─¿Quién eres? ─preguntó el hombre con autoridad. El Patri lo seguía observando detenidamente, a pesar de estar desnudo y con una profunda herida en su pierna, su postura recia intimidaba. ─Creo que la pregunta más apropiada es ¿quién eres tú? ─respondió El Patri con una sonrisa amable. ─¿Quién eres? Volvió a preguntar, casi con el mismo tono de voz y la misma expresión, a él no le pareció para nada ama-ble su interlocutor. El Patri entonces bajó su mirada un poco, dando un suspiro calmado antes de responder. ─Soy... tu anfitrión. Su voz era suave y pausada, inspiraba sabiduría y algo de bondad. ─¿Y esta es tu forma de dar la bienvenida? El hombre no cambiaba su postura, se mantenía inmóvil. ─En lo absoluto. ─respondió sin perder la cortesía al hablar─ por el contrario, venía a salvarte, pero por lo que veo tú te has encargado muy bien del Rabash. ─¿Del qué? ─preguntó el sujeto extrañado. ─El Rabash, es la cosa que acabas de matar, amigo... ─John Cignus. ─respondió secamente. ─Bien, amigo John, eso habita mucho por estos desiertos... pero no son gran cosa en comparación con el Taygamoth. ─¿El qué? Volvió a preguntar, la curiosidad se dibujaba en su rostro.

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─Tranquilo John, no es momento de darte una clase acerca de todas las criaturas que habitan en este pla-neta, debes sentirte incómodo y desorientado supongo. El Patri lo detalló de pies a cabeza. Fue en ese momento que John cayó por fin en cuenta de lo que estaba sucediendo. Él acaba de suicidarse, se quitó la vida lanzándose de un edificio de diecisiete pisos, las preguntas llegaron fugaces a su cabeza, ¿Cómo demonios fue que vine a parar aquí?, ¿Planeta?, ¿Qué planeta?, ¿Qué es este lugar y que significa todo esto? ─Luego te explicaré cómo llegaste aquí John, y este lugar mi estimado recién llegado es Tamos, nuestro planeta. Por un segundo John creyó que en realidad había pensado en voz alta, pero luego se dio cuenta de que no fue así… ─¿Cómo hiciste eso? ─preguntó casi de manera inocente. ─Todo a su tiempo John… te aconsejo que me acompañes a mi hogar, allí podré responder todas las pre-guntas que estoy seguro tienes, éste no es un lugar seguro… ven conmigo. John meditó por unos momentos, dio un vistazo alrededor... nada por todas partes, una tormenta de arena, un calor incesante, tierra árida hasta donde su vista le permitía llegar, y su única compañía era ese hombre que al parecer representaba a alguien que le ayudaría a entender todo lo que le estaba sucediendo. Volvió de nuevo su mirada al anfitrión. ─Aún no me has dicho tu nombre. ─Mi nombre es Vilium… pero todos me conocen como El Patri, General del ejército y enviado por Válde-lar para cumplir su voluntad. ─¿General del ejército?, ¿Váldelar?... ¿Qué es todo esto? entonces ¿No estoy muerto? ─preguntó John, en realidad era una pregunta retórica, sólo era una manera de confirmar su realidad, como si aún no terminaba de despertar. ─No… no lo estás. ─Le respondió El Patri con cierto orgullo─, ahora tienes otra mejor vida… una vida con la cual podrás vengarte de todo aquel que hizo que te suicidaras, llena de un poder que ni tú mismo imaginas, nuestro dios te ha bendecido con algo que tendrás que aprender a controlar… y yo te enseñaré a hacerlo… vamos, ven conmigo. No tardó mucho en decidirse, sintió ahora que su deseo no se había cumplido, no pudo vengarse de él ni de dios, la frustración lo embargó por unos segundos, entonces con la cabeza gacha comenzó a andar con dificultad al lado de su anfitrión. Por su parte, El Patri examinaba detenidamente al recién llegado de manera silenciosa, mirándolo de reojo con cuidado. No lo mencionaba, pero estaba muy interesado en el hecho de que ese hombre haya desarrollado tal despliegue de poder sin saberlo… teniendo sólo algunos minutos de haber llegado, habiendo entrado en uno de los lugares más peligrosos de Tamos, pudo sobrevivir. No sólo eso, logró aniquilar a una criatura que muy pocos se atreven a mirar, ese hombre hizo lo que ningún suicida había podido, desarrolló un poder manejando la esencia del planeta... y eso a El Patri le intrigaba.

* * * *

Las horas en medio de la tormenta pasaban silenciosas, la oscuridad le señalaba a la tripulación que la noche estaba llegando, las nubes eran extensas y espesas, con un color entre rojo y gris. John Cignus estaba sentado frente a El Patri en un sillón muy cómodo, llevaba puesto ahora un camisón marrón y un pantalón de cuero corrugado que se veía bastante resistente. Los soldados lo vistieron en lo que entró en la nave, lo miraban con cierta extrañeza. En todos los casos anteriores los recién llegados se encontraban al borde de la locura, inquietos, sin fuerzas, a punto de perder el conocimiento, pero él era diferente, lo único que manifestó era que le incomodaba el dolor punzante de su herida, pero en lo que le colocaron una venda pareció amainar bastante, y se sentaba con soltura en el sillón. Pero lo que más le impresionaba era su actitud calmada, silenciosa y hasta cierto punto tranquila, es por ello que se sentaron en los puestos más alejados de la nave. Volaban a gran velocidad en un artefacto bastante similar a un jet, espacioso, con un diseño que a John le pareció súper avanzado, estilizado y aerodinámico, de catorce metros de largo por cuatro de alto y trece de an-chura, contaba con dos turbinas en cada ala y dos más en la cola, la potencia de propulsión de la nave era extraor-

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dinaria. La navegación era mucho más compleja, el piloto usaba sus manos para maniobrar el mando, pero en su cabeza llevaba pegados unos diodos por los cuales le llegaba información de la humedad, la velocidad del viento, la altitud y la presión atmosférica. Tenía los ojos cerrados, sumido en un prfundo trance. Nadie mencionaba nada, el silencio resultaba incómodo. John estaba metido en sus pensamientos, le resul-taba aquello todo tan irreal e increíble, su cabeza era una tormenta de imágenes y sonidos de todo tipo. Observaba hipnotizado a través de la ventana el mar de nubes grises que se imponía ante sus ojos. ─¿Cómo sucedió todo esto? ─preguntó al fin. ─¿Cómo sucedió qué? ─¿Cómo es que estoy aquí?, ¿Es este el infierno? ─No… el infierno no existe John. ─El Patri tomó un largo suspiro cansino, eran ya demasiadas veces las que escuchaba la misma pregunta y tenía que dar la misma explicación─ el dios que tú conoces no existe, en tu mundo solamente hay un dios que es a la vez el bien y el mal... tengo conocimiento de alguno de los libros del otro mundo, los lugares y personajes que allí se relatan son mentiras. ─¿Quieres decir que no hay un infierno y que no existe en él alguien que gobierne ese lugar? ─preguntó John con incredulidad, sintiéndose un poco avergonzado. ─No… ten en cuenta algo señor Cignus, las bases en las que aquel mundo se rige son una total farsa… o mejor. ─El Patri pensó rápido en la manera de rectificar sus palabras de manera que no sonaran tan duras─ no lo digamos de esa manera… es una pantalla que han creado los antepasados de ese planeta para tener algo en que creer… su verdadero dios ha sufrido un castigo que ha llevado como consecuencia la ignorancia de sus hijos. ─¿Entonces todos los textos religiosos de mi mundo son una mentira? John estaba algo irritado echándose hacia delante en el sillón. ─Textos educativos muy interesantes, excelentes guías de comportamiento… nada más. ─respondió El Patri con firmeza. John cayó de nuevo sobre el espaldar en silencio… su curiosidad estaba empezando a tornarse intensa, la información que acababa de recibir estaba siendo procesada… “el dios que tú conoces no existe”, eso es lo que le han dicho… ¿Será eso cierto?... las bases fundamentales de la vida… la creencia en dios, en el cielo y el infierno, la redención de los pecados, mantener tu alma limpia para no caer en ese lugar lleno de dolor y sufrimiento, lle-vando una pena eterna que no podrá quitarse jamás, el castigo del alma… entonces… nada de eso existe… es una farsa creada por algunos para incentivar sólo una base social de comportamiento… Su cabeza empezó a dar muchas vueltas… sus pensamientos se hicieron algo oscuros. ─¿Qué te sucede? Sus cavilaciones fueron interrumpidas por la intervención de El Patri, John lo miró con tristeza resignada. ─Son tantas cosas, intento entender lo que me has dicho… lo que se supone que he creído toda mi vida, ¿Es algo falso?… ¿Simplemente no hay dios? ─No. ─respondió El Patri con voz calmada y dulce, escogiendo muy bien las palabras─ no es eso. Sí hay un dios… pero no es el que tú conoces… el verdadero, el que gobierna aquel mundo ha sido olvidado por todos desde el principio de los tiempos. ─¿Castigo?... has hablado mucho de “aquel mundo”… ¿a qué te refieres? ─Poco a poco aprenderás la verdad de todo lo que sucede… considérate ahora como… un recién nacido, que si lo ves desde un punto de vista, realmente lo eres… y yo te enseñaré todo. ─Se acercó a la ventana junto a John─ ya estamos por llegar, dentro de algunos momentos todas las nubes se disiparán… es un placer para mí darte la bienvenida a nuestro planeta Tamos… lo que verás en unos momentos es nuestra mayor ciudad… Agypt. Sólo pasaron unos segundos y el cielo se despejó. La boca de John se abría lentamente por la impresión mientras admiraba una telaraña de luces que se erguía majestuosa ante sus ojos, altas edificaciones y diferentes complejos llenos de luz y movimiento. Bajo sus pies se imponía una esplendorosa civilización, su campo visual no lograba abarcar toda la extensión de la mega ciudad. La altura no lo dejaba detallar mucho, pero lograba distinguir gigantescas obras de arquitectura, cosas que jamás en toda su vida había visto. ─Sin duda alguna no estoy muerto. Dijo John sin salir de su asombro. ─No. ─Le dijo El Patri con un dejo de orgullo en su voz─ estás más vivo que nunca… esta ciudad que ves la construí yo, o mejor dicho, la ayudé a construir... Ahora espera unos minutos y fija tu vista al este, llegaremos a mi palacio.

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La ciudad quedaba atrás, las luces se perdieron en la lejanía, ahora veía un gran valle con vetas plateadas pintadas por la luna. De pronto comenzó a sentir que ascendía por una alta colina, distinguió abajo un pequeño sendero sinuoso entre la espesura. Entonces a su izquierda, logró observar la edificación más impresionante que jamás sus ojos habían visto. Un enorme palacio se acercaba a él rápidamente, de un tamaño colosal, se alzaba solitario en la cumbre, sus paredes tenían un brillo de un color gris plateado bastante intenso, pero aún así no molestaba los ojos del recién llegado. John se puso rápidamente a calcularlo todo. El palacio estaba rodeado por murallas de por lo menos cuarenta metros de alto, con cuatro torres de vigi-lancia en cada esquina de la construcción. Entre ellas había una distancia de doscientos metros, tal vez más. Y en medio, en lo alto de cada muralla había también una torre de vigilancia. John pudo observar a tres personas que veían la nave mientras les pasaba por encima. Una vez adentro, se maravilló al observar un extenso complejo, con hangares y depósitos de diferentes tamaños, donde divisaba un movimiento continuo de personas que entraban y salían. En medio de todo se alzaba el colosal palacio, una estructura exquisitamente edificada, con torres que asemejaban enredaderas de espinas que se alzaban hacia el cielo nocturno, la fachada estaba conformada por un alto arco apuntado con dos enormes puertas de un material que John no supo identificar desde esa distancia. El palacio era cruciforme, a los lados de la nave más alta, que era el lado más largo de la edificación, se alzaban dos largas naves de lado y lado, éstas eran un poco más bajas que la que estaba en el medio, en el techo de cada una de ellas se podían ver cúpulas metálicas, ocho en total, colocadas uniformemente en el techo. Un gran número de ventanales de arco apuntado, cuyo diseño interior estaba formado por rosetas entrelazadas, adornaban las paredes exteriores de todo el palacio, lo que sin duda hacia del mismo un lugar muy iluminado durante el día. ─Impresionante. Dijo John al momento que sentía que la nave se detenía y comenzaba a descender. Observó que una de las cúpulas se abría y dejaba salir una gran lámina de metal bastante grueso donde la nave suavemente se posaba, escuchó como los motores dejaban de funcionar y poco a poco la plataforma en la que estaba estacionada lo llevaba al interior del palacio. Una vez adentro pudo observar por las ventanas que las paredes estaban hechas de un metal muy liso, que a simple vista se veía débil, pero John sabía muy bien que las apariencias engañaban. Todo se detuvo repentina-mente, y El Patri se levantó de su sillón con una sonrisa. ─Ven John, conoce el glorioso ejército de Váldelar. El corazón del recién llegado dio un vuelco repentino, el nerviosismo comenzaba a apoderarse de él, esa sensación de desconcierto que entra por las venas y acelera el pulso de manera rauda, ese temor a lo desconocido que desconcierta. John se sentía temeroso pero excitado, tímidamente se puso de pie y comenzó a caminar hacia la compuerta que ya se estaba abriendo. El Patri fue el primero en salir, detrás de él bajaba John, cojeando con lentitud y dolor, lo que divisó a continuación fue una aglomeración de personas ataviadas con una elegante y a la vez intimidante vestimenta. Cada uno tenía en la parte izquierda de su pecho un símbolo, Cignus no tardó en descifrar que se trataba del escudo del ejército, en lo que vieron a El Patri, rápidamente colocaron su puño en el símbolo y bajaron la cabeza en señal de saludo, luego lo observaron a él. Todos lo miraron con extrañeza, en profundo e incómodo silencio, a John le recor-dó a las personas en el ascensor antes de suicidarse. Él sólo se limitó a fijarse en un punto en la distancia, tratando de evitar todas las miradas que lo taladraban, pero cuando se disponía a avanzar para mezclarse con la multitud se escuchó la voz de El Patri. ─Mis camaradas. ─Su voz era profunda y sonora, con la fuerza suficiente para que todos los presentes lo escucharan─, les presento a John Cignus, un nuevo miembro que se unirá a nuestro glorioso ejército para cumplir el mandato de nuestro dios… recíbanlo con los brazos abiertos como siempre, sin importar que sea un “Hereje”, ya está con nosotros y eso es lo que importa. John ahora se sorprendió al ser objeto de saludos muy formales, no había ninguna cordialidad en los sol-dados, sólo era estrechar la mano o una palmada en el hombro, el silencio seguía incómodo. Él respondía de la misma manera, sin expresión alguna. Tenía tantas cosas en la cabeza, se sentía tan cansado y adolorido que no se preocupaba por la bienvenida. Pasó como pudo y siguió a El Patri, adentrándose en el majestuoso fuerte. Fueron unos largos minutos mientras pasaba entre la multitud, hasta que al fin empezaron a subir por una larga escalera, después entraron en un amplio salón, las paredes eran brillantes y lisas, hechas de un metal que John

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no pudo descifrar. Hombres y mujeres se movían de un lado al otro, algunos eran soldados, John los identificó por el mismo atuendo que había visto anteriormente, pero algunos otros vestían ropas sencillas o largas túnicas. Todos al advertir la presencia de El Patri hacían una reverencia obediente, sin importar si El Patri los veía o no. John supuso que se trataba del personal de limpieza, ingeniería y construcción, aquellos que se encargaban de mantener tan descomunal estructura. A los lados del salón había muchas puertas y escaleras, con la excepción del lado norte donde un gran umbral se dibujaba en la pared, y una hermosa alfombra roja con detalles dorados adornaba una amplia e iluminada escalera. Y por último, lo que más maravilló a John, fue que en las esquinas del salón se erguían cuatro grandes estatuas, hechas del mismo material metálico aparentemente débil y brillante, todas vestidas con ropajes que ase-mejaban largas túnicas, cada una con su mano derecha en lo alto. Se dio cuenta de que tres eran hombres y una mujer, sólo distinguible por la protuberancia de sus pechos y su delicada silueta, porque en sus caras había una superficie lisa, las estatuas no tenían rostro… sólo una claramente distinguible, era la de El Patri. ─Son las estatuas de los cuatro generales. ─Le dijo el General a John al ver la expresión de asombro en su rostro─. Sólo se conoce uno… los otros tres como puedes ver, no se sabe de ellos, estamos a la espera de su llegada, ven… te llevaré a un dormitorio. Cignus lo siguió muy de cerca, entraron por una de las puertas al lado izquierdo. Cada una era la entrada a otro salón diferente pero más pequeño, con algunas esculturas y símbolos pintados en las paredes que le eran sumamente extraños. Más tarde comenzaron a subir por unas escaleras de caracol, John pudo tocar las paredes y sentir que la superficie era fría como el hielo. Después de recorrer un largo tramo, llegaron a un largo pasillo con puertas a todo lo largo y a ambos lados, se detuvieron frente a una y entraron por ella. La habitación era pequeña, John no supo de donde provenía la luz, pero era de un blanco brillante y cómodo, había una cama sencilla, en la pared opuesta a la puerta colgaba un gran espejo, y a su lado un armario bastante sencillo, en la pared adyacente, a su lado derecho había otra puerta que John supuso que daba a lo que sería el baño. ─Descansa. ─Le dijo El Patri repentinamente─, mañana empieza el conocimiento de toda la verdad y el entrenamiento para que formes parte del gran ejército de Váldelar… que duermas bien. ─Pero, espera… tengo muchas preguntas, y quisiera que me las respondieras ahora. ─Todo a su tiempo John. ─Le respondió el General con tranquilidad─, por ahora descansa… debes estar muy agotado, ha sido para ti una travesía bastante extraordinaria… tus preguntas serán resueltas mañana… nos vemos. No dijo más nada, El Patri cerró sus ojos y en menos de un segundo desapareció de su vista, dejando a John en total soledad. Se quedó en medio de aquel profundo silencio, y se tomó unos minutos para meditar. Se sentó en la cama, impresionado, desconcertado, perdido en un limbo, sentía dentro de si una energía poderosa que corría por sus venas. No había nada concreto en qué pensar, sólo en la desesperación, la impotencia, la tristeza y el dolor de saber que ahora debía seguir viviendo. Quiso terminar con su vida, pero nunca pensó que el universo le daría otra, y ahora ese deseo de quitársela por alguna razón ya no existía. En medio de ese mar de pensamientos se cerraron sus ojos, el cansancio en su mente era demasiado para soportarlo y sin quererlo cayó rendido en la cama, su último pensamiento fue una pregunta que se dibujaba en su mente como letras borrosas y confusas… ¿Qué habrá significado eso de “Hereje”?.

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CAPITULO 4 ─ LOS DOS MUNDOS

Una intensa luz inundaba la habitación, John abría los ojos muy lentamente, para luego reaccionar dando un salto sobre su cama, mirando para todos lados, creía que todo había sido una pesadilla, un horrible sufrimiento que había vivido sólo en el mundo de los sueños, pero al advertir la herida que estaba en su pie, la desilusión y la tristeza lo colmaron… había despertado en su nueva realidad. Se levantó muy lentamente, dando pasos cortos y pesados, fue a examinar lo que estaba detrás de la puerta que estaba frente a él. No se había equivocado en lo que había intuido la noche anterior, era sin duda un baño bastante diminuto, todo era normal y conocido, con la excepción de una pequeña piscina a su lado izquierdo. Dentro de ella había un líquido bastante espeso y brillante. John se acercó con curiosidad tratando de identificar la sustancia, con cierto miedo introdujo la punta de su pie, la sintió cálida, extrañamente suave. Entonces poco a poco comenzó a sumergirse por completo, y sintió que entraba en un baño caliente y purificador. Su herida en el pie sanaba rápidamente, sus músculos se relajaban al máximo y su piel se suavizaba, dándole una sensación de estar en un paraíso, fue la primera vez desde que estaba en ese mundo que sonrió y se sintió bien. Luego de varios minutos John volvía donde estaba la cama, en silencio escrutaba el lugar con paciencia, se dirigió entonces al pequeño armario a su derecha. Al abrirlo se sorprendió un poco al ver únicamente cinco vestimentas, todas iguales. John sacó una y la detalló minuciosamente. El traje estaba conformado por un pantalón negro impecable y una franela manga larga de color gris pá-lido, sin meditarlo mucho empezó a ponerse la ropa, al parecer estaba todo hecho a su medida, porque le quedaba a la perfección. Junto a todo había un chaleco de un negro muy opaco, a primera vista a John le pareció que era gamuza, pero al sentir su textura fría y rugosa se dio cuenta de que se trataba de un material mucho más resistente e impermeable. Al vestirse completo se miró al espejo, el cuello del chaleco le llegaba a la barbilla. Se sorprendió así mis-mo gustandole lo que veía, era una combinación entre elegancia y comodidad. De alguna extraña manera aquella vestimenta la sentía ajustada, pero podía moverse con total soltura, era como si no cargara nada puesto. Aparte de eso. el diseño le daba sin duda una visión imponente e intimidante, o al menos eso era lo que él creía, porque minutos después de salir de la habitación, notaba como las personas se le alejaban huyendo de su campo visual. Bajaba con cierta calma por las escaleras de caracol, estaba un poco solitario, cuando de pronto, a pocos escalones para llegar a uno de los salones se consiguió de frente con El Patri. ─Te andaba buscando. ─Le dijo con presura─ ven conmigo. ─¿Para dónde? ─Es hora de contestar tus preguntas, vamos. Rápidamente El Patri colocó su mano en el hombro de John, y de inmediato una luz los envolvió a los dos. En menos de un segundo aparecieron en un enorme y oscuro salón. Cignus perdió el equilibrio y por poco cae sobre sus rodillas, pero la fuerza que ejercía la mano de El Patri lo hizo mantenerse en pie. Sus ojos se acostumbraron a la iluminación de la habitación, la cual era escasa. De algún lugar venía luz, pero él nunca supo identificar la fuente, a su lado había una mesa de madera pequeña con cuatro sillas. El Patri extendió su mano invitándolo a sentarse. ─Te queda bien el uniforme. ─Le dijo mientras lo detallaba─, ya pareces un verdadero soldado de nuestro ejército. ─¿Dónde estoy? ─preguntó John confundido. ─Esto es sólo un lugar solitario donde podemos hablar con calma. John no se sintió complacido con la respuesta. ─Hablemos entonces. ─Dijo un poco molesto─. Dime todo lo que debo saber. El Patri arqueó las cejas un poco sorprendido. ─Vaya… entonces no te gustan los rodeos. Bien… como digas, toma asiento, ésta será una historia algo larga. Ambos tomaron sus asientos quedando frente a frente, la mirada de El Patri era escrutadora y la de John desconfiada. ─Bien, ─comenzó el General con una voz pausada pero dura─, quiero que escuches con atención, para que entiendas el por qué de todas las cosas, y te des cuenta de tu rol en esta historia...

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John se mostraba atento, pero su conciencia estaba a la defensiva, dispuesto a analizarlo todo y a cuestio-nar cualquier cosa, no quería pasar por crédulo. El Patri tomó un gran suspiro, iba a relatarle la gran historia de los dos mundos. ─En el principio, antes de cualquier cosa, existían únicamente en la inmensidad del universo OM, el gran padre y creador junto a sus dos hijos, Váldelar y Ahitofel. Un día, OM los dotó de un inmenso poder y se fue a vagar por el universo, a crear todo lo que su voluntad quisiera. Los hermanos se quedaron solos en medio de la nada. Entonces, para darle uso a sus inmensos poderes crearon cada uno un planeta, y usando su propia esencia harían a sus hijos, los cuales habitarían en estos mundos por siempre. Fue entonces cuando ocurrió la creación de Tamos, el planeta del gran Váldelar, y Arcadia, el planeta de Ahitofel… Luego sus hijos comenzaron a poblarlo todo, llenando de felicidad los ojos de los ahora nuevos dioses. Los planetas eran según la voluntad y la visión de sus creadores, hermosos en sus comienzos. Las verdes e iluminadas praderas, las llanuras doradas y el azul brillante de los mares fue la creación de Ahitofel, su planeta era toda una belleza blanca. Por otro lado, los ardientes volcanes, los oscuros pantanos, la muerta naturaleza y el apagado sol era la creación de Váldelar… Tamos era el planeta de la belleza negra. Los hijos de los dioses en aquel entonces no poseían un cuerpo… éramos esencia pura, almas llenas de la energía de los dioses… no te confundas. ─El Patri trató de explicarse mejor al ver la cara incrédula de su oyente─, teníamos una forma… simplemente que nuestro cuerpo era de esencia… totalmente tangible, pero no de carne y hueso… ─Bien. ─Continuó El Patri al observar el entendimiento de John─, entre los dos mundos había un gran túnel que los comunicaba. De esta manera, los hijos de los dioses podían trasladarse de un planeta a otro cuando quisieran. Ese fue el primer error de los dioses, gracias a la inocencia y el amor que se tenían no pudieron ver lo que eso les traería como consecuencia. Se detuvo unos segundos, observando la expresión de John y para su sorpresa lo vio bastante interesado, más aún, tomaba todo lo que decía con tal naturalidad que pareciera que hubiese escuchado esa historia antes. El Patri tomó un nuevo suspiro antes de continuar con su relato. ─Sucedió que un día, por alguna razón que nadie conoce, los hijos de Váldelar empezaron a viajar por el túnel hacia Arcadia, y poco a poco Tamos iba quedando desolado. Eso trajo consigo la tristeza del dios, al ver que su planeta, el mundo que había creado se estaba quedando desierto porque sus propios hijos lo estaban abandonan-do. La ira empezaba a llenar la mente de El Patri, sentía una decepción indescriptible por todas aquellas almas que habían abandonado a su dios, apretaba el puño con fuerza, pero rápidamente intentó calmarse, y mantuvo su compostura a pesar de todo. John observaba curioso mientras escuchaba todo lo que El Patri le decía, y le pareció bastante peculiar que en ese punto su narrador se había puesto algo molesto, y eso a él le llamó mucho la atención. ─El gran Váldelar se sentía triste y desilusionado. ─Continuó el General─, ¿Por qué sus hijos no se sen-tían contentos con el planeta que había hecho para ellos?... la envidia comenzó a invadir al dios. La tristeza lo agobiaba, esas almas, engendros de su propia esencia no querían el mundo que había creado con tanto esmero. Entonces un día Váldelar viajó al mundo de su hermano y observó con detenimiento todo aquello, ciertamente estaba muy contento con la obra de su hermano, pero se sentía muy orgulloso por su propia creación. Fue así que se devolvió y, en un intento de complacer a sus hijos, empezó a moldear Tamos, imitando a su hermano, hasta el punto que quedó exactamente igual al de Ahitofel, con sus dorados paisajes y llanuras, con la misma belleza y el mismo esplendor. Pero las almas no estaban a gusto y seguían migrando a Arcadia, a pesar de todos los esfuerzos de su creador por darle un mundo lleno de belleza blanca, no encontró satisfacción para sus almas... ellas de alguna forma percibían la envidia de su dios, sentían que algo estaba creciendo en él. ─Pero ─interrumpió Cignus─, ¿Por qué los hijos de Váldelar, si son engendros de su propia esencia no querrían el planeta donde estaban viviendo? ─Libre albedrío. ─Contestó El Patri calmado─, las almas tenían voluntad de hacer lo que quisieran. ─No... no me refiero a eso... lo que digo es que, si a Váldelar le gustaba un mundo oscuro supongo que todos sus hijos, que son como parte de su propio cuerpo deberían tener la misma inclinación... ─Una vez más te repito, el libre albedrío es la causa... durante muchos milenios todo era como debía ser,

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pero entre las idas y venidas de los dos planetas algo sucedió que trajo como consecuencia la migración de las almas, y por alguna razón estas se sintieron incómodas con su planeta. ─Y… ¿Por qué no sucedió al revés?, ¿Por qué los hijos de Ahitofel, o por lo menos algunos no se sintieron bien en Arcadia y migraron a Tamos?... Cayó un silencio sombrío en el lugar, John sintió la mirada aniquiladora de El Patri, quiso ponerlo a prue-ba, pero sentía que estaba entrando en terreno peligroso, así que sólo se quedo callado obedientemente. ─Déjame continuar con la historia. ─Dijo El Patri irritado─, si sigues haciendo preguntas lo único que lograrás será perder tiempo, aún te falta por saber. John sabía que si continuaba podría meterse en un problema, porque la mirada que le propinó El Patri era sin duda intimidante, así que decidió quedarse quieto y en silencio. ─Bueno, así nació el odio del gran Váldelar, la tristeza rápidamente pasó a convertirse en envidia, de allí al rencor, y por último el sentimiento malsano que trajo como consecuencia lo que se conoce como La Guerra de las Almas... Váldelar comenzó a odiar a su hermano, sentía que le había quitado a sus hijos, y eso él no lo soportó. Fue así como modeló de nuevo su mundo como él quería que fuese, creó un ejército de almas, atravesó el túnel de los mundos y llegó a Arcadia a destruir todo el planeta y a matar a su dios. ─Entonces se desató la guerra. Infirió John ─Exacto... se desató la guerra, por supuesto, en La Guerra de las Almas no hay sangre ni extremidades cayendo por todas partes, allí las almas eran destruídas de dos maneras: totalmente desintegradas de lo cual no hay manera posible de regresar o deformadas, con lo cual no estás totalmente acabado pero si inutilizado por com-pleto... las grandes bestias y animales que tú conoces tanto en aquel mundo como en el mío son el producto de la deformación de las almas que ocurrió en esa guerra... más adelante te diré cómo sucedió eso. En fin, muchas almas se perdieron en el olvido o simplemente quedaron tan deformadas que el sólo verlas provocaba locura. Ambos ejércitos pelearon arduamente por mucho tiempo, nadie sabe a ciencia cierta cuantos años duró la guerra, pero todos conocen lo que sucedió el último día. Váldelar intentaba de todo para que su hermano bajara de su palacio en los cielos de Arcadia para que se midiera con él... pero nada de eso sucedía, bajo la mentira del amor que le tenía a su hermano él no quería pelear. Entonces Váldelar tomó la medida más extrema, que a su vez se convirtió en un grave error. Subió a los cielos, donde la gran batalla tenía lugar... fue en búsqueda de Helidam, quien era el General del ejército de Ahitofel y también su hijo predilecto, a quien el dios amaba mucho, dotado de gran poder y belleza, no vivía en Arcadia, sino en el palacio del cielo junto a su creador y comandaba los batallones en contra de los cuatro generales del glorioso ejército de Váldelar… pues bien, nuestro dios lo enfrentó, y por mucho poder que Helidam podría tener, era poco contra él, y con una espada de luz lo atravesó por completo, destruyéndolo al instante. Ahora John dibujo en su rostro una expresión de gran sorpresa, abriendo los ojos de par en par, sabía que lo vendría a continuación no era nada bueno. ─Durante un tiempo solamente hubo silencio. ─Continuó El Patri─, ambos ejércitos quedaron paraliza-dos... luego se escuchó un rugido enorme y aterrador, el hijo predilecto del dios había sido destruido. Los cielos se tornaron de un color rojo fuego y desde el cielo bajó Ahitofel, lleno de un sentimiento que va más allá del odio, simplemente no tenía nombre, y ya en tierra comenzó la batalla entre los dos dioses. Su primer choque fue tan extraordinario que levantó una luz enorme que llegó hasta el sol que nos ilumina… las almas que tocaron esa luz quedaron destruidas de inmediato... la pelea entre ambos dioses fue despiadada. Váldelar comprendió en ese momento su error, pues haber aniquilado a Helidam trajo como consecuencia la verdadera maldad de su hermano, mostrando todo su poder, arremetiendo contra Váldelar como si fuera un verdadero enemigo. Lo atacaba sin pie-dad, Váldelar sólo podía defenderse del poder avasallante que se abalanzaba contra él, hasta que llegó el momento en que nuestro dios quedó totalmente abatido, y Ahitofel estaba listo para asestar el golpe de gracia. El Patri se quedó en silencio un momento, su corazón palpitaba fuertemente... sentía la ira recorrer todo su cuerpo. John también lo sintió, y por un instante el miedo comenzaba a nacer en su espalda. ─Pero entonces... ─continuó el General tratando de contener la rabia interna─, en ese momento, se abrie-ron los cielos, y una intensa luz atravesó todo el planeta. Ambos dioses se detuvieron, sintieron la presencia de algo muy poderoso, y así fue... OM en gran padre y creador bajaba desde los cielos. De inmediato los dos dioses se alejaron y se pusieron de pie. Él se posó entre ellos, habló con una voz profunda que se escuchó en todo el planeta, para los dos ejércitos

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fue un estruendo ensordecedor, sólo los dos hermanos entendieron sus palabras: “Hijos míos... ¿Qué está suce-diendo aquí?, ¿Cuáles son estos planetas que han creado?, ¿Qué es este sentimiento malsano que siento?”. Entonces Ahitofel le respondió: “Padre, mi hermano ha querido sin razón alguna acabar conmigo y creó un ejército, su odio fue tan grande que me quitó una parte de mi esencia, mi mayor hijo”. Entonces OM miró a nuestro dios y le preguntó si eso era cierto, a lo que Váldelar le contestó: “Padre, mi hermano y yo hemos creado estos planetas luego de que nos dejaras solos, y nosotros para hacer nuestra voluntad los hicimos... si no nos hu-bieses abandonado, nada de esto habría pasado, así que Padre, lo que pase entre nuestros mundos es un asunto que debemos resolver mi hermano y yo”. La voz de OM se elevó por todas partes creando un estruendo que movió los cimientos de la mismísima Arcadia: “¡NO PERMITIRÉ QUE MIS HIJOS SE ANIQUILEN ENTRE SI!, ¡ESTA FALTA SERA CASTIGADA!”... fue en ese momento que comenzó el juicio del Padre... del Gran Creador... ¿recuerdas lo que dije acerca de que había recibido un castigo por lo que hizo? ─Sí... recuerdo que usted dijo algo acerca de que el olvido era su castigo. ─respondió John. ─Pues sí, fue en ese momento en que el juicio del creador se ejecutó... sólo con su voluntad detuvo la guerra, y todas las almas que estaban peleando cayeron a la tierra, fundiéndose con ella... al salir de allí se vieron convertidos en seres con carne, hueso, sangre y dolor... mucho dolor... salieron convertidos en humanos... esa fue nuestra maldición y nuestro castigo... ─¿Quieres decir que el hecho de que seamos humanos es una maldición? ─preguntó John algo irritado, al parecer no le gustó lo que escuchó. ─Yo lo considero una maldición... cuando éramos almas de esencia no sentíamos nada de eso, todo era total armonía... luego de convertirnos en humanos lo único que tenemos es dolor... ¡por supuesto que creo que es una maldición!... pero ese fue el menor de los castigos. Nuestro gran dios Váldelar fue expulsado de Arcadia y encarcelado en Tamos, nadie sabe dónde… ese fue su castigo. Ahitofel fue condenado al olvido de sus hijos, jamás lo recordarían... es por eso que en el otro planeta existe tanta diversidad de religiones y dioses, porque olvidaron a su verdadero creador. John se sintió bastante extraño al escuchar esas palabras, por alguna razón recordó lo que le había dicho a “dios” al momento de su suicidio: Yo creía en ti, me lo has quitado todo ¿Qué he hecho para que me tortures así?... ¿Por qué te has empeñado en hacer mi vida miserable y absurda?... ¡Eres malvado, te odio… no deseo verte!... Una impotencia ligada con decepción comenzó a apoderarse de él, y por un segundo la misma energía que había aniquilado al Rabash había surgido de nuevo. ─Luego del castigos a los dioses ─continuó El Patri─, OM le dio oportunidad a las almas, ahora converti-das en humanos, para que decidieran en qué planeta quedarse... los grandes fieles al ejército de Váldelar se fueron con él a Tamos, algunos hijos de nuestro dios decidieron quedarse en Arcadia... algunos de los hijos de Ahitofel también escogieron Tamos... al no saber a quién seguir, simplemente en la ignorancia de su libre albedrío escogie-ron este mundo... en general se hizo una división. Luego de esto OM cerró el túnel que conectaba a los dos mundos, incomunicándolos para siempre, ha-ciéndolos también invisibles el uno del otro. Fue así John, que OM se retiró diciendo que algún día volvería, para perdonar a los dioses y quitarle la humanidad a las almas. John se quedó durante mucho tiempo en silencio analizando todo aquello, le parecía todo tan irreal e increíble, las imágenes en su cabeza no lo dejaban en paz, se sentía desesperado e intranquilo, decepcionado, de-primido... ─¡No lo puedo creer! ─Explotó al fin, se levantó a medias de la silla, levantando la voz más de lo que quisiera─, ¿Qué clase de juego maldito es este?... El Patri lo miraba calmado, había visto esa expresión un sin fin de ocasiones... a cada persona recién lle-gada a este mundo le contaba la misma historia, y siempre observaba la misma reacción... se acercó lentamente, y casi en un susurro le dijo: ─¿Es más fácil para ti creer que te suicidaste y que estás en el infierno? John se congeló en el sitio, y cayó desplomado sobre la silla. Se había perdido por un momento, pero luego su cerebro maquinó todo de manera muy violenta... llegó a su realidad. Es cierto, se había suicidado, en ese momento las causas carecían de importancia… pero lo hizo, y después de eso, en vez de ir al infierno, vino a

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dar a este lugar, y le ha tocado lidiar con verdades que no tenían ningún significado para él. Incluso, ni siquiera la historia que acababa de escuchar tenía sentido lógico... nada de lo que ha pasado en las últimas horas tenía alguna razón cabal, pero lo sentía y lo vivía... era su realidad. Así que luego pensó: ¿Por qué no creerle? Por lo menos es la mejor explicación que cualquiera pudiera darle, no hay un “dios trabaja de maneras misteriosas” ni tampoco “porque así son las cosas”... este es un dios mucho más real, palpable, y las razones por las cuales se rige este planeta son mucho más claras y simples, sola-mente es un deseo colectivo de venganza. Al final de su meditación se dio cuenta de que ahora sí podía cumplir lo que se había propuesto, lo que quería hacer al momento de suicidarse… vengarse de dios, y aquí se le está dando esa oportunidad... después de todo, quitarse la vida le iba a dar la esperanza de cumplir su venganza. Miró a El Patri con determinación, y este comprendió enseguida que John de alguna manera había despertado, dándose cuenta de la verdad a la cual se enfrentaba, y se alegró, porque en ese momento sintió que tenía frente a él a un verdadero pupilo, alguien a quien podía enseñarle personalmente el uso del maravilloso poder que Váldelar le había regalado a sus hijos. Aunque más allá de querer enseñarle, le interesaba mucho conocer a fondo a ese hombre, porque no olvidaba lo que pasó en el desierto. Recordaba claramente como él derrotó a una horrible criatura manipulando la propia esencia del planeta... cosa que ningún recién llegado había hecho jamás. ─Bien. ─Le dijo al final─, te contestaré las preguntas que quieras. John Cignus lo miraba fijamente... su mente ahora estaba más clara, comprendía de manera lógica todo lo que estaba sucediendo, en realidad tenía pocas preguntas, pero una en particular sin duda era la más importante. ─¿Puedes revivir a alguien que haya muerto en el otro planeta? El Patri se extrañó profundamente por la pregunta, era la primera vez que después de contar la historia de los dos mundos alguien saliera con una incógnita tan fuera de lugar. ─No puedo ni siquiera revivir a alguien que haya muerto aquí, John. ─Contestó con calma─, las leyes de la existencia siguen siendo las mismas en cualquier parte… yo no tengo el poder de manejar la vida y la muerte. ─¿Por qué soy un Hereje? Sus palabras eran secas y directas. ─Porque no volviste a nuestro mundo... tu alma pertenece al ejército de Váldelar, y cuando OM les dio a escoger el planeta donde vivirían, tú escogiste Arcadia... dándole la espalda al glorioso dios que te dio la vida... ─¿Cómo es posible que puedas tú saber eso? ─preguntó irritado. ─Tú perteneces aquí... todas las almas evolucionaron y se desarrollaron en ambos planetas, cuando tu cuerpo humano cumplía con su tiempo en aquel mundo, tu alma simplemente buscaba otro cuerpo que habitar, siempre había uno listo, porque es el proceso natural en Arcadia. Pero el llamado de Váldelar llegaba a ti en algún momento, y todo se confabula para tu suicidio, para que tu alma quedara libre de las reglas de Ahitofel, entonces ese proceso se rompe y no había más cuerpo para ti en aquel mundo, en ese momento viajas de vuelta a tu planeta, al cual perteneces. ─¿Quieres decirme que cada persona que se suicida fue un soldado del ejército de Váldelar?, ¿Ninguno de los hijos de Ahitofel se suicida? ─Correcto, es algo que siempre pasará, en algún momento de tu existencia tenías que suicidarte, es la úni-ca forma en que podías llegar hasta aquí... en tus otras vidas cuando morías sólo saltabas de un cuerpo a otro hasta que estuvieras listo... hasta que tu verdadero dios te llamara. ─Entonces este mundo debería estar lleno de personas. ─Replicaba John─ ¿Sabes cuantas personas se suicidan a diario? El Patri sonrió levemente, no era la primera vez que escuchaba la misma pregunta. ─Existen dos razones por las cuales eso no es así... el lugar donde los suicidas llegan a nuestro mundo siempre es un azar, nunca aparecen en el mismo sitio... y la mayoría de ellos aparecen en el mismo lugar donde llegaste tú... en el vasto desierto de Tamos, y como pudiste darte cuenta, ese es un lugar despiadado y cruel... muchos son víctimas de los Rabashes, los Tainech, cualquiera de las criaturas, o caen en las fauces del horrible Taygamoth... se convierten en rápido alimento para las abominaciones que habitan en el desierto... la otra razón son los Esvasti… una familia de dementes cuyo único propósito es acabar con los suicidas, y son pocos los que sobreviven... así que esa es la razón por la que Tamos no es un lugar tan poblado como debería o como el otro mundo. ─¿Esvasti?

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─Ellos son una de las siete familias que existen en Tamos… cada familia tiene una función específica den-tro de la sociedad de nuestro mundo… desde los encargados de mantener el orden civil como los Acribam… hasta los que cuidan los cementerios, los señores de la muerte, llamados Aghori… más adelante te hablaré de ellos. John se quedó un largo rato en silencio, pensando en una nueva pregunta que hacerle, pero ya se sentía incómodo por el lugar y la conversación, tenía ganas de salir de allí… deseaba descansar. Su cabeza estaba embo-tada con tanta información, quería poner en orden sus ideas, para luego planear su venganza contra el verdadero dios que le quitó todo de manera injusta y perversa. ─Muéstrame tu mundo. Dijo John con mirada inquisitoria. ─También es tu mundo. ─respondió El Patri mientras sonreía y colocaba su mano en el hombro del here-je. En ese momento los envolvió la brillante luz nuevamente, y cuando los ojos de John pudieron ver con claridad, contempló una gigantesca puerta a su izquierda. Su tamaño era descomunal, era una de las puertas de la gran fortaleza, se encontraban en los muros que custodiaban el Palacio de Luz. ─Quiero aprender a hacer eso. Dijo Cignus en medio de una tímida sonrisa. ─Dudo que puedas aprenderlo hereje... eso es algo innato en mi... vamos, acompáñame y te muestro este maravilloso planeta. Las puertas se abrían lentamente con un sonido metálico amortiguado, el brillo de la luz solar le molestaba en los ojos, pero luego John pudo escrutar impresionado todo lo que tenía frente a él. Estaban situados en una alta colina, y él podía ver casi todo con mucho detalle. La vegetación que observaba era muy parecida a la que conocía, pero esta se notaba de alguna manera más llena de vida. Las flores y los arbustos no tenían mucho color o brillo, pero sin duda Cignus notaba como si tuvieran vida inteligente... podía sentir la energía que los rodeaba, inclusive si esos arbustos tuvieran la capacidad de hablar, él podría escuchar lo que dijeran. John se impresionaba así mismo de lo agudos que estaban sus sentidos, podía ver más lejos y nítido, escuchar más profundamente, su olfato había evolucionado y sentía los olores a un nivel extraordinario, era sorprendente cómo su cuerpo respondía. El aire era denso y algo caliente, pero cada vez que inhalaba sentía una inmensa pureza, le agradaba mucho lo que estaba experimentando, y en ese momento pensó que era un planeta maravilloso. ─Sé lo que piensas. ─Dijo El Patri─, sé lo que sientes por este mundo, porque tienes dentro de ti mucha esencia de nuestro dios, y eso es lo que percibes cuando ves todo esto… hermosura, grandeza, simplemente subli-me. John le encontró mucha lógica a todo lo que estaba escuchando, a pesar de que lo que admiraba no era algo tan fuera de lo natural, sin duda había algo dentro de él que le decía que este era el lugar donde siempre quiso estar, que de haber sido en otras circunstancias, aquí sería muy feliz. Sentía que este era su verdadero mundo, de alguna forma descubrió que de verdad nunca perteneció a Arcadia, porque allá no se sentía tan a gusto como aquí, con la excepción de los momentos en que estaba con ella. Allá en la distancia John pudo observar la gran ciudad de Agypt, que con la luz del sol brillaba gracias a sus construcciones hechas todas de metal o de materiales que reflejaban mucho la luz, pero no pudo detallarla mucho dada la lejanía. ─¿Esta es la única ciudad que tiene este mundo? ─No. Existen cuatro grandes ciudades, que son las que mantienen toda la estabilidad económica y la habi-tabilidad del planeta... Tamos no es muy poblada... esto es porque Arcadia no tiene eso. Dijo señalando un punto a lo lejos. Detrás de la gran ciudad, allá se elevaba una gigantesca muralla gris hecha de polvo, John no necesitó que le dijeran que era eso… ya lo sabía. ─El desierto de Tamos. ─respondió en voz baja. ─Exacto, el desierto ocupa más de la mitad de nuestro mundo... siempre cubierto por nubes y constantes remolinos por todas partes... es casi desconocido por nosotros, porque, aparte de ser gigantesco, allá hay criaturas que son muy temidas por todos los habitantes... las más espantosas almas que quedaron deformadas en La Guerra de las Almas se convirtieron en horribles criaturas luego del juicio de OM, y todas vinieron a parar aquí... muy pocas personas se atreven a entrar en el desierto. ─Entonces... dijiste que me ibas a enseñar algo. ─La mirada de John era decidida─ ¿Qué es? El Patri sonrió, veía determinación en su nuevo pupilo, cosa poco común en un suicida. ─Vaya, siempre al grano... vamos entonces a los salones de entrenamiento... es hora de formarte como un soldado de nuestro ejército.

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Se dieron la vuelta... John le dio una última mirada a la ciudad y se fue detrás de El Patri. En lo que atra-vesaron las puertas sintió que una mano se posaba en su hombro y que una luz brillante lo arropaba.

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