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LIBELO CONTRA EL NOU ESTATUT Ocho razones y una conclusión para Rebelarse. Emilio Pérez Pombo 1. Introducción El presente documento es un libelo o panfleto, entendido como escrito, normalmente de carácter político, que tiene como finalidad dar rienda suelta a una disertación o exposición pública de ideas. Si bien el concepto de libelo o panfleto tiene hoy ciertas connotaciones negativas o peyorativas, su empleo por mi parte busca una cierta provocación hacia las conciencias de mis coetáneos y conciudadanos, rememorando a los liberales de los siglos XVIII y XIX, quienes recurrieron con cierta asiduidad a dicha modalidad de escrito para hacer llegar a la ciudadanía sus pensamientos e ideas políticas, económicas y sociales, desde la clandestinidad y frente al poder absolutista dominante. De manera similar a lo acontecido tiempo atrás, en Cataluña, mi tierra, gran parte de la ciudadanía (el conjunto de sujetos titulares de los derechos políticos y civiles) permanece silenciosa, oculta y huidiza, debido bien a la comodidad de la sumisión o bien al temor a las consecuencias que para ellos se deriven por discrepar del orden establecido y contra los privilegios de los actuales castas dominantes. Afortunadamente hoy en día, la violencia física prácticamente ha desaparecido, con ciertos matices. No obstante, existen otras vías alternativas para el ejercicio de la dominación y coacción como el empleo de las técnicas de “ejecución mediática”, la exclusión social y/o la exposición virtual pública para la burla del pueblo. El cadalso y la prisión ya no están físicamente en medio de nuestras villas y ciudades, sino que se ha situado en el medio virtual recreado por las nuevas tecnologías y los medios de comunicación. La mayoría de mis compañeros, vecinos y paisanos, prefieren creer que cualquier visión lúgubre o pesimista acerca del estado de las libertades de los ciudadanos de Cataluña están lejos de ser realidad, que son cuestiones meramente pasajeras o circunstanciales (“no arribarà la sang al riu…”) y contradecir esta visión optimista y presuntamente favorecedora de Cataluña (el autodenominado “oasis catalán”) es atacar a la sacrosanta “Nació Catalana” y entrar en el círculo de la “crispación y odio” hacia lo catalán, y ello a que quien suscribe esto, sea y desee seguir siendo catalán y aspire ciertamente a una verdadera paz y libertad plena para sus conciudadanos. El pasado 30 de septiembre de 2005, el Parlament de Catalunya aprobó en sesión plenaria la propuesta de reforma de la Ley Orgánica 4/1979, del 18 de diciembre, del Estatuto de Autonomía de Cataluña. Con posterioridad, se remitió dicha propuesta al Congreso de los Diputados de España, habiendo seguido algo parecido a un proceso parlamentario en el Congreso de Diputados y en el Senado, finalmente, el próximo 18 de junio de 2006, los catalanes tendrán la oportunidad de pronunciarse sobre dicho Estatut. Dada la importancia de dicha propuesta para el futuro de Cataluña y de España, a continuación, deseo señalar, entre los muchos posibles, ocho motivos o razones que justifican mi resistencia y rebelión activa aún a fuer de ser objeto de repudio y vejaciones por parte del resto de ciudadados de Cataluña.

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LIBELO CONTRA EL NOU ESTATUT Ocho razones y una conclusión para Rebelarse.

Emilio Pérez Pombo

1. Introducción

El presente documento es un libelo o panfleto, entendido como escrito, normalmente de carácter político, que tiene como finalidad dar rienda suelta a una disertación o exposición pública de ideas. Si bien el concepto de libelo o panfleto tiene hoy ciertas connotaciones negativas o peyorativas, su empleo por mi parte busca una cierta provocación hacia las conciencias de mis coetáneos y conciudadanos, rememorando a los liberales de los siglos XVIII y XIX, quienes recurrieron con cierta asiduidad a dicha modalidad de escrito para hacer llegar a la ciudadanía sus pensamientos e ideas políticas, económicas y sociales, desde la clandestinidad y frente al poder absolutista dominante.

De manera similar a lo acontecido tiempo atrás, en Cataluña, mi tierra, gran parte de la ciudadanía (el conjunto de sujetos titulares de los derechos políticos y civiles) permanece silenciosa, oculta y huidiza, debido bien a la comodidad de la sumisión o bien al temor a las consecuencias que para ellos se deriven por discrepar del orden establecido y contra los privilegios de los actuales castas dominantes.

Afortunadamente hoy en día, la violencia física prácticamente ha desaparecido, con ciertos matices. No obstante, existen otras vías alternativas para el ejercicio de la dominación y coacción como el empleo de las técnicas de “ejecución mediática”, la exclusión social y/o la exposición virtual pública para la burla del pueblo. El cadalso y la prisión ya no están físicamente en medio de nuestras villas y ciudades, sino que se ha situado en el medio virtual recreado por las nuevas tecnologías y los medios de comunicación.

La mayoría de mis compañeros, vecinos y paisanos, prefieren creer que cualquier visión lúgubre o pesimista acerca del estado de las libertades de los ciudadanos de Cataluña están lejos de ser realidad, que son cuestiones meramente pasajeras o circunstanciales (“no arribarà la sang al riu…”) y contradecir esta visión optimista y presuntamente favorecedora de Cataluña (el autodenominado “oasis catalán”) es atacar a la sacrosanta “Nació Catalana” y entrar en el círculo de la “crispación y odio” hacia lo catalán, y ello a que quien suscribe esto, sea y desee seguir siendo catalán y aspire ciertamente a una verdadera paz y libertad plena para sus conciudadanos.

El pasado 30 de septiembre de 2005, el Parlament de Catalunya aprobó en sesión plenaria la propuesta de reforma de la Ley Orgánica 4/1979, del 18 de diciembre, del Estatuto de Autonomía de Cataluña. Con posterioridad, se remitió dicha propuesta al Congreso de los Diputados de España, habiendo seguido algo parecido a un proceso parlamentario en el Congreso de Diputados y en el Senado, finalmente, el próximo 18 de junio de 2006, los catalanes tendrán la oportunidad de pronunciarse sobre dicho Estatut.

Dada la importancia de dicha propuesta para el futuro de Cataluña y de España, a continuación, deseo señalar, entre los muchos posibles, ocho motivos o razones que justifican mi resistencia y rebelión activa aún a fuer de ser objeto de repudio y vejaciones por parte del resto de ciudadados de Cataluña.

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2. El concepto de nación: Nación liberal y Nación nacional.

Una de los principales motores de la modernización fue la creación política del Estado-nación: aquella nueva forma de asociación humana, fruto de su voluntad libre e individual de los hombres como sujetos de derechos y libertades (ciudadanos), que produce una nueva subjetividad colectiva, artificial y sometida a la soberanía individual de los propios ciudadanos que la conforman, que permite su organización cívica, política y jurídica y da una nueva identidad política a los propios ciudadanos. Ésta nueva identidad sustituirá a las identidades locales, religiosas, etc. y conseguirá la emancipación política de sus miembros. Como destacó Alain Touraine: «La idea de nación fue un aspecto fundamental de la noción europea de la Modernidad. Los seres humanos se reconocían en ella como individuos iguales en derechos y definidos por su pertenencia a una colectividad libre, cuyas reglas quedaban establecidas por la ley que emana de la voluntad popular».

Tras una evolución parecida a la que conocieron las grandes religiones, que produjeron en sus inicios comunidades abiertas comprometidas con la emancipación de sus miembros, para acabar cayendo en la tentación de conformar comunidades cerradas, organizadas para oponerse a las demás, el Estado-nación terminó por adoptar la dinámica natural de la tribu, la raza y los signos diferenciales.

Tras un periodo histórico dominado por los objetivos políticos, por modelos voluntaristas, constitucionales y jurídicos de organización social, el mundo, y en particular Europa, entra en una fase donde las llamadas a la adscripción o adhesión se hacen oír con más fuerza que los proyectos de achievement (realización), donde la Filosofia de la Ilustración, el ideal de Libertad, las leyes de la razón, del Derecho y de la Historia, son reemplazadas por un culturalismo que basa la legitimidad del poder político en la herencia, natural o divina, en el sentimiento y en una esencia, en lugar de en una decisión libre de la nación.

El Estado moderno, que surgió para dar respuesta a las exigencias de la Modemidad económica y fortalecer el acerbo frente a la Tradición, los privilegios y la estructura estamental extendiéndolo al conjunto de la nación, ha ido degenerando desde un medio de emancipación política a una estructura cerrada, cerril y tribal, al servicio de las distintas jerarquías locales instituidas.

La Nación liberal ha degenerado en dos tipos de «tribu-nación» (la nación nacionalista):

o la que pretende consolidar una nación política (nacionalismo de Estado), en base a criterios igualitaristas, movilizando de manera unitaria y solidaria para la defensa de los teóricos intereses del Estado-Nación a los distintos segmentos de la población contra el resto de la globalidad.

En este apartado, históricamente encontramos las políticas que combinan en un alto grado aspectos del nacionalismo político y del socialismo de Estado (comunismo): nacionalsocialismos, fascismos, estalinismo, maoísmo, etc.

o la que busca instituir la nación cultural en base a unos eventuales o supuestos hechos diferenciales (cultura, tradición, raza, idioma, etc.) en la búsqueda de un Estado-Nación propio o la consecución de prevendas, favores o privilegios. Esta es una idea de nación de confrontación o fragmentaria, donde las élites regionales, locales o particulares, en muchos casos habiendo sido recientemente constituidas e imbuidas de poder, se dirigen contra sus propias masas, las desmovilizan y las manejan en beneficio de sus propios intereses y de unas eventuales tribus-nación florecientes.

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Dentro de esta nacionalidad basada en los rasgos culturales, encontramos los fenómenos de los nacionalismos autonómicos en España (catalanismo, nacionalismo vasco, gallego, etc.) o en la zona de los Balcanes.

Pues bien, esta breve introducción trata de poner de relieve la importancia del concepto de Nación (“comunidad nacional” o como sea...). El concepto de Nación es fundamental y básico para la organización política, jurídica y social de un colectivo de individuos.

Así, de acuerdo con la tradición liberal antes indicada, aquél colectivo de individuos que se define o constituye como nación, configurando la oportuna subjetividad política (el conjunto de instituciones y administraciones que denominamos Estado) se posiciona como soberano e independiente del resto de individuos o colectivos. En tal caso, cuando en el Estatuto se proclama que Cataluña es un nación o una nacionalidad (artículo 1) y que ejercerá el autogobierno mediante las instituciones propias, directamente y sin que quepan otras posibles interpretaciones, se está lisa y llanamente proclamando la soberanía del colectivo de Cataluña y su independencia.

A los efectos de suavizar esta proclamación de independencia política, se afirma en el apartado segundo del artículo 1 que “constituïda com a comunitat autònoma d’acord amb la Constitució i aquest Estatut.”. Es decir, Cataluña es una nación, es independiente, pero acepta voluntariamente ser comunidad autónoma del Estado Español (que no España). Ahora bien, como las bases de la soberania están en el territorio de Cataluña, bastará que cualquier día se modifique el segundo apartado para lograr su constitución como Estado-Nación diferenciado.

Dejando de lado momentáneamente este hilo argumental, es conveniente conocer qué idea de nación impera en las jerarquías dominantes. Como fácilmente podrá comprobarse, el concepto de nación catalana nada tiene que ver con la soberanía de los hombres y mujeres, con sus libertades y derechos fundamentales, sino con la adscripción a una identidad colectiva basada con carácter esencial en el idioma catalán, en la cultura y tradición en dicha lengua o idioma y en la construcción de un imaginario histórico colectivo (“el devenir histórico del pueblo catalán”).

Esta idea de nación tiene dos facetas absolutamente complementarias y contrapuestas, pues mientras por un lado busca los rasgos comunes (y positivos) que permiten que una serie de individuos se identifiquen, logrando su adhesión y adscripción, por otro lado, enaltece las diferencias frente al resto de individuos, colectivos y comunidades mostrando su carácter propio, particularidad, excepción y, por supuesto, su patente superioridad1.

1 Baste recordar la iniciativa del burro catalán. A continuación, ofrezco un extracto de una página web nacionalista denominada “Avuielruc” en que se afirma textualmente, sin ambages, lo siguiente:

“El ruc, ase o guarà català és una de les nostres races de bestiar autòctones i forma part del patrimoni genètic i cultural de Catalunya, un patrimoni que cal mirar de preservar. Per a molts, el ruc català és el millor guarà del món. Com és el ruc català ? L'ase català és el més gran i corpulent d'entre totes les races de rucs (entre 1,35 i 1,64 m. des dels cascs fins el carenar) i el seu temperament és viu. Tota la seva estampa queda emmarcada per les orelles, molt grans i ben muntades, d'entre 35 i 42 cm. de longitud. Gràcies a les seves potents insercions musculars, es mantenen tibants i molt mòbils. Per anys que tinguin, no es veu cap ruc català amb les orelles pendulars per manca de vivesa. Els ulls són grans, vius, bondadosos, plens de noblesa. El ruc català, a l'estiu, és negre lluent, amb un pèl curt i molt suau al tacte. El morro i el voltant dels ulls són de color blanc argentat; també ho són les aixelles, el ventre, el pit i l'interior de les anques. A l'hivern li creix un pèl llarg, de color marró, que el protegeix del fred. El millor ruc del món.”

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Respecto la exaltación de los rasgos comunes, basta comprobar la ingente cantidad de recursos económicos, humanos y materiales, empleados en la difusión, propaganda y recuperación de tradiciones pasadas, en la imposición del catalán como idioma único en los centros de (Re)-educación, en los centros oficiales y administrativos, en la exigencia de su empleo como única lengua vehicular en los negocios (desde las primeras solicitudes formales a empresas hasta la oficialización de la persecución del castellano2 y el patrocinio del boicot comercial a entidades catalanas que empleen el castellano), en el fomento de una cultura en el idioma catalán, en los proyectos de recuperación y memoria histórica, etc.

Así, en el proyecto de Estatuto, el catalán será la lengua "común de toda la ciudadanía con independencia de su lengua de origen y de uso habitual". Cualquier resistencia a la adopción del catalán como lengua única de Cataluña implicará un agravio a la nación catalana, porque una colectividad basada en la adscripción a una identidad común no puede permitir la ortodoxia y la diversidad interna.

La esencia de la cuestión es que el protagonista de esta idea de nación es la etnia, cultura y/o tribu (“la nación catalana”). Los derechos de la nación, la fuente de su legitimidad y legalidad, no derivan fundamentalmente de la concesión voluntaria y libre de los individuos que la integran sino que son inherentes al colectivo Cataluña, el “organismo vivo y eterno” que es la nación de base cultural. Los derechos, la legitimidad, todo, se basan en el ser superior que permanece en el devenir histórico con independencia de quienes lo integran. Basta para ello comprobar cuantas veces se habla en el texto de Cataluña como el ente colectivo y supremo y cuantas veces se menciona a la ciudadanía catalana: es Cataluña quien tiene los derechos, las libertades y el autogobierno, es Cataluña la que se manifiesta o clama a favor del Estatuto, es Cataluña quien ejerce su soberanía...

En la búsqueda de los hechos diferenciales, escuchamos y leemos constantemente en los distintos medios de comunicación o expresión que los catalanes nos definimos como trabajadores, grandes emprendedores, modernos, progresistas, avanzados, que nos guiamos por el seny, cordiales y sumamente educados, etc. en contraposición a los vagos de los andaluces y extremeños, los chulos de los madrileños, los brutos y primitivos de los gallegos, etc. Estamos en el “oasis catalán”, bendita excepción, y a la nación catalana sólo le resta alcanzar las Luces supremas cuando se separe de las hordas salvajes, coléricas y humillantes que pueblan “España” (entendida como el resto de España).

El Estatuto pretende institucionalizar de forma subrepticia la distinción entre Estado y Nación, indentificando como Nación de Cataluña (organismo vivo y eterno, ser colectivo) mientras que España es una mera construcción artificiosa de carácter jurídico-orgánico (el Estado Español).

A pesar de que gran parte de la población sienta o se identifique con una identidad cultural y nacional diferenciada, debiendo gozar del adecuado marco de respecto y goce de libertades, la jerarquía dominante (nacionalista) otorga a esta comunidad, entendida como un conjunto de ciudadanos que comparten cierta identidad común, una inequívoca dimensión de Nación, con la consiguiente exclusión (o cuando menos, incertidumbre) respecto de aquellos que no se siente dentro de ese concepto de Nación/Nacionalidad.

2 Posibilidad de denunciar ante la Generalitat el incumplimiento de los artículos 32.1, 32.3 y 36 de la Llei 1/1998 de Política Lingüística.

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Se olvida, intencionadamente o no, que la base política principal de la democracia liberal moderna no es la nación cultural sino la ciudadanía. Como ya dije, la ciudadanía es el conjunto de individuos libres y soberanos de los emana la legitimidad y la creación de una subjetividad limitada (el Leviathán de Hobbes) para ordenar su convivencia. El acceso a la ciudadanía, comunidad política, no implica renuncia a la identidad personal particular. Al contrario, el ciudadano buscará que su construcción política se acomode a su propia identidad, y no al revés. Esto supone admitir que las instituciones políticas representan, sirven y deben someterse a la totalidad de ciudadanos, sin exclusión alguna.

Por tanto, no se es ciudadano de Cataluña quien se siente ante todo identificado con la nación catalana, sino que se es ciudadano en tanto hombre libre y soberano, y por lo tanto, debería ser ciudadano de Cataluña cualquier ciudadano español con vecindad administrativa en aquel territorio. Y, como no es necesario renunciar a la identidad personal para ser ciudadano, ni siquiera debería ser necesario sentirse culturalmente catalán para ser ciudadano de pleno derecho en Cataluña.

En consecuencia, ante la creación de un instrumento jurídico-político que consagra una supuesta nación cultural, la nación catalana, como fuente de legitimidad y base de los derechos, libertades y garantías de los ciudadanos, entiendo necesario negarme a su aprobación, pues con independencia de que me adscriba o no a dicha identidad cultural y lingüística, ello lleva a vulnerar el principio político básico de que la fuente de las libertades, derechos y garantías residen en la condición de persona, y cualquier ente o construcción colectiva responde, representa y debe someterse a la voluntad soberana manifestada con el resto de individuos, constituyéndose en comunidad política y ciudadanos.

3. La invocación de los “Derechos Históricos” y la “Memoria Histórica”.

Tanto en el preámbulo como en el artículo 5 y 54 del Texto del Estatuto, se contienen referencia a los “Derechos Históricos” y a la “Memoria Histórica”. Estos conceptos necesitan el oportuno debate pues están cargados de contenido ideológico y propaganda partidista. En primer lugar, no me puedo resistir mostrar mi más absoluto desprecio y repudio a la fórmula empleada, pues demuestra que la visceralidad, el sectarismo y el rencor han sido motores de la redacción del presente Estatuto.

Todos aquellos que tengan conocimientos de Historia recordarán que uno de los principales avances políticos en la Edad Contemporánea radica precisamente en la superación de los “derechos históricos”, fundamento y base de los privilegios de las castas y élites tradicionales. El liberalismo permitió superar aquellos eventuales derechos, o mejor dicho, privilegios, de que se beneficiaban las élites dirigentes que se justificaban en su origen histórico (cuna y territorio) y tradición.

En los fundamentos de los pensadores de la época, los derechos de los ciudadanos no deben reconocerse como tales por poseer mayor o menor historia, sino que son inherentes a su condición humana. En palabras del filósofo inglés John Locke (1632-1704), los individuos “tienen un derecho natural a la vida, a la libertad, y al goce de sus propiedades”. Los hombres y mujeres son libres e iguales, se constituyen en nación, como conjunto de ciudadanos y ente del que emana la soberanía, y por tanto, no caben eventuales derechos históricos que limiten estos principios básicos.

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Con la revoluciones liberales cayeron o se reconvertieron las organizaciones y tradiciones feudales (monarquía, nobleza de sangre, gremios y corporaciones, etc.), se sustituyeron los fundamentos de la legitimidad y la legalidad basados en el paso del tiempo (tradición, costumbre, etc.) por la soberanía nacional y el Estado de Derecho (primacía de la Ley o norma escrita aprobada por la Asamblea de Representantes) y se primó al individuo como único sujeto de derechos frente a cualquier idea de colectivo.

Pasados siglos desde el inicio de los procesos revolucionarios (podríamos apuntar como antecedentes los procesos revolucionarios acontecidos en Inglaterra entre los años 1649 y 1688), encontramos un nuevo texto fundamental, que aún definiéndose como moderno vuelve a hacer referencia a unos eventuales “derechos históricos” para justificar una idea o deriva política.

En concreto, se afirma que Cataluña o el pueblo catalán (artículo 5 del Estatuto) tiene “derechos históricos” y por ese motivo, con independencia de los eventuales derechos y libertades individuales, se considera nación, libre e “interdependiente”, correspondiéndole a la Generalitat seguir siendo la máxima expresión e institución de la nación catalana (con lo que ello supone de contradicción respecto de la división de poderes). No sólo eso, sino que además, se alude a las instituciones seculares y a la tradición jurídica catalana (¿?).

Sin embargo, lo más grave no es que el legislador lo emplee como fundamento político de la norma, sino que en no se exponen a qué derechos históricos concretos se está haciendo referencia ni qué ligazon jurídico-política permite establecer la legitimidad de su restablecimiento. Esto de los “derechos históricos”, como ha tenido siempre presente el catalanismo ilustrado y moderado (entre otros, Almirall, Prat de la Riba, Tarradellas) tiene resonancias feudales y vasallásticas.

Además, como bien recordaba Arcadi Espada, esa memoria o derechos históricos no tienen nada que ver con los charnegos e inmigrantes, “en Cataluña hay muchos colectivos y mucha historia que reivindicar. De sus seis millones de habitantes, exactamente la mitad tienen el castellano como lengua materna y proceden de las migraciones de los años 50 y 60, hace mucho tiempo, es decir, que están instalados en la historia. Los derechos históricos de estas gentes evidentemente no blindan nada; pero no sólo no blindan nada, sino que su participación en eso que el Estatuto tan graciosamente llama “la construcción nacional de Cataluña” no aparece ni siquiera mencionada. Es una pequeña grieta en el blindaje colectivo”

El imaginario de la casta dominante alude a los derechos históricos como aquel conjunto de eventuales derechos que les corresponden a la Nación de Cataluña (como ente colectivo) anclados en el devenir histórico del pueblo de Cataluña, siendo la Generalitat la máxima expresión de su identidad nacional. Evidentemente, las glosas oficiales no reparan en los tiempos oscuros, sino que acuden a aquella Arcadia soñada de “Jaume I, el Conqueridor”, Roger de Flor y sus guerreros aragoneses que no catalanes (“almogàvers”) y las maravillosas crónicas de Ramón Montaner. Tampoco se menciona que la Generalitat no era una institución democrática sino el lógico producto de la estructura feudal y estamental del momento, donde Senyors (nobles y clero) y Homes de Comerç (la oligarquía burguesa) dominaban una población sumisa, sometida y altamente jerarquizada.

Trescientos años después, el nacionalismo catalán ha logrado imponer la idea que el final de la Guerra de Sucesión y con la publicación de los Decretos de Nueva Planta de Felipe V Cataluña dejó de ser un Estado-Nación libre e independiente. Así, anualmente, cada 11 de septiembre, se rememora la farsa del heroísmo de los eventuales defensores de la Nación catalana liderados por su Conseller en Cap, Rafael Casanova, ante la represión “españolista”.

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Nada importa que la narración histórica recreada adolezca de importantes inexactitudes, la cuestión es que la Nación debe recuperar ciertos derechos o imponer la estructura estatal o el marco de relaciones “confederales” existente entonces, con independencia del tiempo y devenir histórico transcurrido desde entonces. Su Historia se superpone al Derecho y al orden jurídico, y de ella emana un todo moral que condiciona la existencia de los que conforman dicho todo o nación, definidos por su pertenencia y afinidad a la nación, y sobre la base del mito histórico (el derecho histórico de Cataluña a ser una nación libre) se perpetuarán las infinitas reclamaciones futuras de la Nación catalana, exigiendo su derecho a la independencia, su construcción nacional así como cualquier demanda que se les antoje, como la restitución de aquellos bienes y derechos que históricamente entiendan suyos (una minoría nacionalista ya habla de exigir reparaciones económicas al resto de España de forma similar a la acontecido al finalizar la Primera Guerra Mundial con Alemania por los trescientos años de ocupación y sometimiento).

No nos engañemos, los “derechos históricos” y la “memoria histórica” nada tienen que ver con la Historia, sino con la necesaria construcción del Mito Nacional, sirven a un propósito político e ideológico, como fundamento y base para la adhesión social. Poco importa que los hechos, derechos y circunstancias históricas propagadas sean erróneas, inexactas e incluso falseadas. El sesgo y sectarismo, si bien sutilmente, se logra de forma intencionada, pues su voluntad no es el estudio de la realidad histórica y el desarrollo del conocimiento objetivo, sino que buscar la coartada para el adoctrinamiento de la población. El empleo del recuerdo, el victimismo y la reverencia a los “héroes” (como Rafael Casanova o Lluís Companys), las rememoraciones y las conmemoraciones de aquellos hechos o derechos históricos sólo buscan la adhesión fiel y acrítica de la población a la causa nacional, el seguidismo y la sumisión a la Verdad oficial.

Así, en los centros educativos y culturales catalanes se explica que las sucesivas oleadas de inmigración procedente del resto de España (especialmente, los llegados durante la etapa de la Restauración hasta la I República, y la más reciente de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado) llegaron a Cataluña, entre otras razones, fruto de la inquina y odio del resto de España (o del Estado español) a Cataluña, intentando desnaturalizar su cohesión social, sus rasgos culturales y lingüísticos (presuntamente más elevados, intelectuales y “modernos”). Es decir, vinieron como si de ganado se tratase para un fin político malévolo: o bien eran opresores voluntarios o los tontos útiles del opresor. En cualquier caso, los “charnegos” y sus descendientes3 si tienen la osadía de posicionarse en contra a la construcción nacional de Cataluña muestran que o son opresores o están al servicio del opresor. Si dicha idea sigue calando en el ideario nacionalista, como viene aconteciendo4, en el futuro, el pueblo catalán tendrán motivos legítimos para su eliminación política y cultural, mediante el uso del postergamiento, el desprecio, la marginación y el aislamiento político sistemático, pues “aquellos que atacan a Cataluña deben ser silenciados”.

3 “Els altres catalans” como se sirvió proclamar Jordi Pujol como si de una concesión o merced se tratase a aquellos que vinieron de otras partes de España en la búsqueda de un futuro mejor para ellos y para sus familias y que facilitaron la prosperidad y riqueza de Cataluña. Sin embargo, esta merced es un ataque velado, pues pone de manifiesto la idea latente de que los no nacidos en Cataluña en todo caso seguimos siendo “catalanes de segunda categoría” o de “adopción”, sujetos al deseo gracil de los adoptantes o naturales. 4 Salvador Sostres, un popular periodista del Avui dejó dicho que "Desde Felipe V, Catalunya no ha tenido peores enemigos que la miseria moral y política que esconde el PSC (...) Ningún rastro de esta nobleza se encuentra en la gentuza del PSC, que muchos años después todavía machaca el clavo del trabajo que inició Franco, que quiso eliminar Catalunya por la vía de llenarla de inmigrantes españoles".

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Por último, debe recordarse que cuando algun sector o colectivo reabre la Historia para separar, confrontar, dividir o diferenciar, buscar particularidades, obtener beneficios, reconocimientos, privilegios y fueros ancestrales (“derechos históricos”), las brechas que se logran difícilmente se cierran porque atacan las construcciones mentales e ideológicas de todos y cada uno de los ciudadandos, a la vez que se inicia un proceso y dinámica de consecuencias imprevisibles y, en la mayoría de casos, irreversibles.

Por todo ello, entiendo que este Estatuto es un instrumento para legitimar una construcción histórica o mítica de un ente colectivo - Cataluña - que se antepone a la realidad, a las bases normativas y principios establecidos entre los ciudadanos para nuestra convivencia común, con una finalidad incierta y manifiestamente contraria a la libertad de los ciudadanos.

- Un breve apunte: el mito del 1714

El 1 de noviembre de 1700 Carlos II muere sin descendencia y que su último testamento otorga la corona de España a Felipe de Anjou, que se convertirá en Felipe V. Se debe recordar también que, después del nombramiento, se forma una coalición internacional (Inglaterra, Holanda, Austria y Portugal) contra un bloque franco-hispano que acumula un poder excesivo. Así las cosas, la Guerra de Sucesión se debió al enfrentamiento entre los partidarios del Archiduque Carlos (familia de los Austrias) y los partidarios del que fue Felipe V (familia de los Borbones) por lograr la Corona Española.

La idea o matiz extendido en los ambientes culturales y sociales de que dicho enfrentamiento bélico se debió a la confrontación entre una España y la voluntad del pueblo de Cataluña por buscar su secesión o retorno a la autonomía: "El centralismo y el espíritu colonizador de Castilla hacia Cataluña se fueron intensificando hasta que, en 1714, durante la Guerra de Sucesión, Castilla y Francia aliadas, vencieron a Cataluña, Inglaterra y Austria".

Sin embargo, ello no se corresponden en absoluto con la realidad. Veamos los hechos.

El enfrentamiento es el epítome de una verdadera confrontación internacional por el dominio de Europa entre la Francia del Rey Sol (Luis XIV) y la Santa Alianza (encabezada por los Austrias, a la que se añadieron Inglaterra y Holanda ante el temor al dominio borbón). A su vez, ambas familias reales representaban posiciones político-administrativas dispares en relación a la estructura de sus pueblos, pues los Borbones representaban la modernidad, la esencia del absolutismo, el centralismo administrativo, la unificación y la construcción estatal, el mercantilismo y la vinculación de España a su ancestral enemigo (Francia), mientras que los Austrias representaban la pervivencia del status quo, el viejo autoritarismo basado en el liderazgo militar, los fueros históricos, la tradición y la lucha contra los enemigos de la fe y una libertad que no es tal sino el fruto de la inoperancia y la dejadez de los gobernantes.

Puestos a recordar, hay que añadir que Felipe V jura las Constituciones del Principado y que Cataluña se mantiene fiel a la monarquía borbónica hasta 1705, en que la oligarquía comercial barcelonesa (la casta dominante, que no la totalidad de la población) firma el Pacto de Génova con ingleses y austríacos en virtud del cual el Principado cambia de bando y declara su fidelidad al pretendiente austracista, el archiduque Carlos. El Pacto de Génova data de junio de 1705, pero Carlos no conseguirá entrar en Barcelona hasta noviembre del mismo año, tras aplastar a la resistencia de la ciudad (aquellos sectores de la población catalana proclives a los Borbones).

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Finalmente, Carlos, al ser nombrado en 1711 emperador de Austria, perderá su interés por Cataluña. Y en el año 1713, la coalición internacional también se desinteresará del conflicto y firmará el Tratado de Utrecht. Ni que decir tiene que las tropas austracistas, que habían prometido defender las constituciones catalanas, abandonan Cataluña. El 11 de septiembre de 1714 el ejército de Felipe V consigue finalmente entrar en Barcelona.

La guerra finalizó con la victoria del bando borbónico. La última resistencia austracista fue Barcelona. En su asedio participaron miles de catalanes integrando el ejército de Felipe V, que entraría en la capital catalana el 11 de septiembre de 1714. Y otros miles de catalanes lucharon en el bando de los sitiados en defensa de la que ellos estimaban legítima dinastía española y de la "libertad de toda España", como dejaron claro en los comunicados que emitieron Antonio de Villarroel y Rafael Casanova, caudillos de la resistencia barcelonesa:

"Se confía en que todos, como verdaderos hijos de la patria, amantes de la libertad, acudirán a los lugares señalados con el fin de derramar gloriosamente su sangre y su vida por el rey, por su honor, por la patria y por la libertad de toda España".

Conocidos los hechos y su circunstancia, hay que remarcar algunos detalles que el nacionalismo catalán olvida o tergiversa. Por ejemplo: que en 1702 Felipe V jura las constituciones catalanas y, en consecuencia, no se puede decir que los Borbones anulan el régimen político propio de Cataluña; que el cambio de bando que tiene lugar en 1705 -probablemente, una traición en toda regla- obedece a los intereses de una oligarquía barcelonesa perjudicada por el bloqueo del Mediterráneo impulsado por la coalición antiborbónica; que el compromiso de los catalanes, como demuestra la resistencia al pretendiente austracista una vez firmado el Pacto de Génova, está con Felipe V. Además de que los dos pretendientes eran extranjeros, estamos ante un conflicto creado por la infidelidad y egoísmo de una oligarquía que veía amenazados sus negocios y privilegios, porque si es cierto que Felipe V respetó los fueros y concedió exenciones fiscales al Principado, no es menos cierto que negó ciertas prerrogativas a una oligarquía dañada por el bloqueo del Mediterráneo.

Contrariamente a la propaganda oficial, el austracismo o resistencia a los Borbones sólo triunfa en el triángulo formado por Barcelona, Igualada y Tarragona. ¿Una guerra de Cataluña contra la imposición de un rey extranjero? Además, si bien mayoritariamente los territorios castellanos fueron borbónicos y los aragoneses austracistas, la guerra civil se generalizó en toda España. Hubo ciudades y comarcas del antiguo reino aragonés que se mantuvieron fieles a Felipe V y ciudades castellanas que proclamaron rey al Archiduque Carlos o que permitieron su entrada (Toledo, Alcalá, Madrid, etc.).

Y cuando se recuerda que el Decreto de Nueva Planta fue de signo abolicionista, también hay que recordar un par de cosas:

o que la abolición es la contrapartida al cambio de bando de 1705 operado por la oligarquía catalana.

o que el Decreto buscaba limitar el poder de dicha oligarquía y fue impulso del programa de reformas y modernización que permitió el desarrollo de Cataluña. Tal es así, que entre otras cuestiones, como contrapartida concedió a los puertos catalanes (y a sus comerciantes y ciudadanos) el privilegio del comercio con las Américas, germen del futuro desarrollo económico y social del siglo XVIII y XIX. Como reconoció Vicens Vives, el Decreto significó el desescombro de una sociedad feudal saturada de privilegios y privilegiados.

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Así pues, quien perdió la libertad no fue Cataluña, sino las clases dominantes. ¿Serán estos “derechos históricos” los que desean recuperarse?

Por último, no quisiera acabar sin el laureado Rafael Casanova, «el héroe de la resistencia nacional catalana» que cada 11 de septiembre recibe flores en su tumba y monumento. En pocas palabras: la noche del 10 al 11 de septiembre de 1714, nuestro héroe (partidario, por cierto, de pactar con los atacantes) está en la cama; sólo acude al frente cuando le avisan de la gravedad de lo que ocurre; es herido levemente en un muslo y retirado de inmediato a la retaguardia; atendido de la herida quema los archivos, consigue un certificado de defunción, delega la rendición en otro consejero, y huye de la ciudad disfrazado de fraile. Con el tiempo reaparece en Sant Boi de Llobregat, donde ejercerá la abogacía sin ningún tipo de problema, recibiendo el perdón de Felipe V, y falleciendo en su cama en 1743 (31 años después).

El motivo de este apunte es para poner de manifiesto que sólo cuando entendemos la disparidad entre realidad y el Mito nacionalista, podremos llegar a intuir qué se está cociendo en la cocina de nuetra casta nacionalsocialista dominante. Y lo que se intuye es que los ingredientes están corrompidos de ambición, rencor, sectarismo y una voluntad totalitaria y uniformante que arrasa cualquier libertad como ingrediente fundamental para la realización de las personas como tales y como ciudadanos.

4. El Estatuto y su ideología política.

Aún hoy, no existe una definición clara y aceptable del concepto de "Ideología". Desde que fue usado por primera vez por Destutt de Tracy a finales del siglo XVIII para referirse a su teoría de la formación de ideas, han existido una amplia variedad de intentos de establecer una definición.

Podríamos definir ideología como aquel conjunto de valores sociales, ideas, creencias, sentimientos, representaciones e instituciones mediante el que las personas comprenden la sociedad y el mundo en el que desarrollan su existencia y proyectan su marco de las relaciones colectivas.

Cada persona tiene su particular conjunto de valores, sentimientos, creencias que tienen sentido para ellos y a su vez da sentido a su existencia en el colectivo. Esta definición se fija en el hecho de que la gente busca sentido al mundo colectivamente. Ahora bien, para que una ideología tenga repercusión debe ser compartida por una multiplicidad de personas.

Hoy, el concepto de ideología goza de mala fama, vinculándose la misma a un conjunto de creencias irracionales o burdas concepciones que dominan la visión del mundo5. Asimismo, se confiere a la ideología un carácter peyorativo, buscando denigrar y anular las ideas de aquellos a quienes se refiere.

5 Esta connotación peyorativa se la debemos a Marx y Engels, al entender por ideología un tipo especial de "conciencia falsa" determinada por las relaciones sociales y económicas. No la aplicaron nunca al conocimiento verdadero, sino sólo a una forma de error socialmente condicionada. En esta misma linea, algunos se referirán, a sistemas organizados de creencias irracionales, aceptadas por autoridad, que cumplen con una función de dominio sobre los individuos. En este sentido, la ideología se definiría como “el conjunto de ideas, formuladas deliberadamente, coherentes y racionales, empleadas para delimitar y comprender la forma en que puede organizarse la sociedad”.

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En cualquier caso, dejando de lado la carga peyorativa o despectiva, entiendo que una elaboración jurídica y política como la propuesta de Estatut analizado responden a una determinada comprensión racional de la realidad y a la proyección de unas aspiraciones, presuntamente legítimas, fruto de ese conjunto de ideas, valores y creencias compartidas. Esta circunstancia es lógica, pues la subjetividad del legislador, con independencia de su adscripción y filiación, se hace presente al poner en práctica sus ideas, valores o creencias.

El problema de la presente propuesta de reforma del Estatut no es que responda a cierta ideología, sino que se transmitala idea o dar certeza que dicha propuesta es la respuesta objetiva a las demandas de una supuesta ciudadanía, enmascarando o encubriendo el contenido ideológico del que trae causa. Y esto último únicamente demuestra que o bien la propia élite dirigente es consciente que sus ideas, valores o creencias compartidas no son aceptadas o deseadas por una amplia mayoría de la sociedad o bien se amparan en una ideología que únicamente les sirve de coartada para sus fines particulares por lo que quizás sea mejor no incidir mucho en ello.

En primer lugar, podemos aseverar que la propuesta de reforma del Estatut responde a la colusión de dos grandes bloques ideológicos, el nacionalismo y el socialismo, que si bien tienen orígenes contrapuestos6, sus desarrollos y prácticas históricas (algunos hablarán de su degeneración práctica) han llevado a que se den puntos de conexión y prácticas comunes. Basta repasar la historía de las teorías e ideas políticas para conocer algunas de las prácticas políticas en las que el nacionalismo y el socialismo han unido sus postulados para fundamentar ciertas aspiraciones y sistemas políticos e ideológicos7.

6 En efecto, los tres grandes bloques ideológicos surgidos en el Siglo XVIII y XIX, liberalismo, socialismo y nacionalismo (aparte de otras corrientes como el anarquismo, conservadurismo, o los demócratas, republicanos, etc.) se constituyeron como contrapuestos entre sí, pues mientras que los dos primeros se mostraban internacionalistas o con aspiraciones supranacionales (“Los obreros no tienen patria” Manifiesto Comunista de Marx y Engels), los nacionalistas basaron su idea-fuerza en el concepto de Nación, por encima de libertades o clases sociales. 7 A principios del siglo XX, cierta heterodoxia socialista abandona los postulados universalistas sobre la clase obrera y proletaria y asumen los conceptos de nación y sus ideas connexas. Así, no sólo bastará que la clase obrera llegue al poder, sino que, habiendo descubierto la conciencia nacional de los obreros, la organización estatal debe responder al concepto de nación, y una vez logrado ello, la nación se estructurará al modo igualitarista y comunista siendo el Estado quien tenga la misión “providencial” de guía o vanguardia (como definió Lenin) del pueblo. Así, a partir del tacticismo de Lenin y la Internacional Comunista (aprobando, entre otras cuestiones, el derecho de autodeterminación de los pueblos y el empleo legítimo de la violencia para obtener el poder), el nacionalismo de Maurràs y D’Anunzio, las corrientes del Progreso (entre otros, el estilo artístico del Futurismo) y el antiparlamentarismo de Sorel, básicamente, surgen los fascismos en Italia (recordemos que Mussolini es un viejo militante sindicalista), España (la Falange Española de Primo de Rivera y el Partido Nacionalista Vasco de Aguirre), Grecia (Ioannis Metaxas) y Portugal (Antonio Oliveira Salazar) entre otros, así como el nacionalsocialismo alemán y austríaco (Hitler y Dollfuss, respectivamente). Tras la finalización de la segunda Guerra Mundial, con la descolonización y el influjo de las ideas renovadoras que vienen de la URSS de Stalin (“Socialismo de un solo país”) y la China de Mao Tse-Tung (basado en la clase campesina y con un elevado componente nacionalista), comienzan a aparecer multiplicidad de grupos que aspiran a que sus eventuales identidades nacionales logren su independencia y maduración política, su constitución como realidad nacional, y una vez logrado, la consolidación de la clase obrera y/o campesina nacional como guía de la Revolución: Cuba (Fidel Castro y Che Guevara), Albania (Enver Hoxa), Yugoslavia (Tito) y Chile (Salvador Allende). De esta últimas corrientes de pensamiento, surgen tanto grupos políticos que se denominan de izquierdas y nacionalistas que apuestan por la vía democrática para alcanzar el poder (por ejemplo, el antiguo PSUC, ERC, BNG, entre otros) como otros que consideran que no es posible renunciar a la violencia para su consecución (la izquierda abertzale, ciertos sectores del PNV y ERC – Terra Lliure, Maulets, etc. -, IRA irlandés, etc.).

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Ambas ideologías comparten cierta identidad respecto del ser y hacer por las instituciones políticas y especialmente sobre el concepto de representación política en un sistema liberal y democrático.

El concepto de representación política y el régimen de representación son la base del sistema liberal-democrático, en tanto implican que los elegidos por los ciudadanos no sólo son una representación de las distintas identidades y voluntades de los ciudadanos, sino que individual y colectivamente, representan a la totalidad de la Nación política, entendida como conjunto de ciudadanos y donde reside la soberanía, por lo que no deben de perder de vista su deber y obligación primordial de servir o actuar a favor de la propia Nación política, con independencia de quien hubiesen sido sus electores.

Sin embargo, tanto el nacionalismo como el socialismo comparten la esencia que la consecución del poder y la atribución de la representación política es un mero instrumento que los individuos ponen en sus manos para la transformación y la homogeneización en todos los órdenes (política, económica, social y cultural), bien sea tomando como referencia la Nación (entendido como organismo vivo superior) o la Clase Social / Sociedad con la que se adscriben e identifican.

Una vez alcanzados los resortes del poder y los instrumentos político jurídicos, éstos están al servicio de la “revolución” o cambio total, de tal forma que los individuos que integren el tejido social renuncien “voluntariamente” a sus intereses personales y particulares a favor del beneficio colectivo, pues la consecución de un bien o progreso para la Nación/Clase Social significará dar efectivamente satisfacción a la “voluntad del pueblo”, la “voluntad general”.

Este espíritu “revolucionario” debe pasar y superar las limitaciones o condicionantes de los individuos, pues el interés del colectivo es superior al bien individual. Esta afirmación se convierte en dogma para la práctica política de tal manera que aquellos que se manifiesten o se resistan a las medidas transformadoras actúan contra el colectivo nacional y/o social (“atacan a Cataluña”, “dañan a la nación catalana”, “perjudican al Progreso”, etc.). Ante la resistencia u oposición, las iniciativas políticas no deben detenerse o abrir cauces para su integración, al contrario, el bien colectivo, la “voluntad del pueblo”, justifica (legitima) el empleo de los medios idóneos para su superación o eliminación.

Ahora bien, en sus postulados fundamentales mantienen la idea de que una vez conseguido el poder, deben llevar adelante sus proyectos revolucionarios y colectivistas, no limitándose a ser meros gestores de la representación democrática, sino que se entienden compelidos a liderar el cambio, el progreso y la revolución, como “vanguardia” social. A su vez, paralelamente, la aparición de los nuevos movimientos sociales (ecologismo, feminismo, movimientos gay, etc.) condicionan las posiciones de los teóricos partidos de izquierda, renunciando a sus postulados clásicos del socialismo y comunismo tras la caída del Muro (1989), priorizando los conceptos de nación, republicanismo-libertario y de identidad o movimiento social. En ellos, se situarían gran parte de las formaciones de izquierdas actuales (PSC, Esquerra Unida – Els Verds, etc.). Por último, al objeto de situar dentro del espectro ideológico a la otra gran formación de Cataluña, CiU, debe indicarse que la misma es un movimiento nacionalista clásico o burgués, si bien su vacío ideológico (pese a la eventual historia de Unió dentro de la democracia-cristiana) es buscado y deseado pues su origen y finalidad está maximizar el número voluntades de todo tipo y cariz a la consecución del poder (con importantes logros en su haber). Es una organización basada en la consecución del poder político (partido “repartidor de cargos” según el esquema de Max Weber o los denominados “catch all parties”) por lo que una ideología clara y definida únicamente sería un lastre que le impidiese o limitase el ejercicio de su máxima: el tacticismo y el empleo de la ambigüedad como máxima.

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En este sentido, la práctica política de la élite dominante, y en concreto el proyecto de reforma del Estatut, se enmarca en esa dinámica de transformación social y cultural. Basta comprobar el tratamiento que se efectúa del hecho lingüístico (la imposición de un sutil y claro monolinguismo oficial), la educación (de impronta laicista y de adscripción obligatoria que no laica y libre), la Generalitat como institución política dominante y aglutinadora de los poderes políticos en el territorio (entre otros aspectos, destaca la desaparición del poder judicial independiente, al quedar sometido y tutelado por órganos políticos territoriales), el reconocimiento de la nación catalana (sin paliativos, alusión a unos eventuales derechos históricos, la vindicación de una sectaria memoria histórica, etc.), el papel de la nación catalana (impone relaciones bilaterales con España, se autoconfigura como miembro de la Unión Europea y otros entes supranacionales, etc.), y el establecimiento de un marco competencial que legitima y legaliza la intervención e intromisión pública en prácticamente todos los órdenes de la vida de un ciudadano (incluido el ocio, la contemplación del paisaje, etc.), lo que conlleva una limitación práctica y efectiva de los derechos y libertades individuales.

Cuando ciudadanos catalanes, como el que aquí suscribe, se manifiestan o resisten a la implantación del citado instrumento político-jurídico, surgen las voces emanadas directa o indirectamente de la élite dirigente que, en lugar de entrar en la cuestión de fondo, se limitan a acusar al ciudadano resistente de “enemigo de la nación catalana”, de actuar con el interés de “crispar y levantar odios”, de servir a la “opresión y el mantenimiento de la injusticia histórica”, etc.

Tanto la ideología socialista como el nacionalismo han hecho del victimismo un arte8, necesitan de la figura del “enemigo” de Clase/Nación para lograr la adhesión ciega de los individuos a favor del colectivo. Así, sistemáticamente desde las élites dominantes se alude a que la nación catalana y/o el gobierno del “progreso y del pueblo” son atacados por los del frente enemigo, cuando en realidad se está aludiendo a la élite dominante que pretende imponernos una transformación irreversible y un marco de convivencia inaceptable, sin mayor solución que una resistencia que se antoja numantina o la claudicación (via huída o vía el silencio y sumisión).

Ello es así, porque la ideología nacionalista o socialista no admiten la crítica, pues no predican la libertad de las personas, sino la liberación del ente colectivo. No obstante, esta negación o repudio a la crítica radica en motivaciones dispares.

En el caso de los nacionalistas se debe al empleo del sentimiento y la voluntad personal, a los aspectos instintivos e irracionales, para justificar sus ideas, creencias y aspiraciones. Los nacionalismos son una de las principales religiones paganas surgidas en la época moderna

8 El anterior presidente de la Generalitat, D. Jordi Pujol, empleó el victimismo con una sutileza e inteligencia realmente admirables, consiguiendo que toda crítica, oposición o duda a sus dictados personales o voluntad individual se viesen por gran parte de la ciudadanía como ataques a Cataluña. Basta con recordar como ante los escándalos financieros como los casos de Banca Catalana, Javier de la Rosa o Pascual Estivill (con grandes claroscuros), en los que se vio implicado personalmente D. Jordi Pujol, se respondió alegando que con ello se pretendía dañar a Cataluña. ¿Acaso se ataca a Cataluña por exigir que, con independencia del puesto político que se ocupe, cualquier ciudadano deba responder ante la Ley y ante el conjunto de ciudadanos a los que representa para su aprobación o repudio? Nuevamente, ante los escándalos de las condonaciones de las deudas de algunas de las formaciones políticas catalanas (PSC y ERC) por la entidad financiera “sagrada” de la nación catalana (La Caixa), la respuesta ha ido desde el silencio absoluto y total (Grupo Godó y RTVCatalunya), “good notices is there are not notices”, hasta el ataque a los informantes (PSC, ERC, Grupo Zeta y otros medios) como “amorales”.

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como una respuesta a la pérdida del hombre occidental moderno de la referencia del Dios cristiano, el descrédito o temor a la Luz de la Razón absoluta y la angustia de la Libertad. Porque pese a todos los avances y “progresos”, los hombres siguen necesitando un marco de referencia existencial para su discurrir vital: una comunidad que les de una identidad, un motivo para su lucha y una utopía. De hecho, la mayoría de los nacionalismos surgen en los centros espirituales y religiosos, prometen una Tierra prometida (LebensRaum), se habla de la nación como organismo vivo y comunidad (el yo colectivo, “Gemeinshaft”), del “espíritu” nacional, la creación de los mitos (básicamente, históricos) y el establecimiento de ritos “sagrados” (celebraciones, recuerdos, la vindicación de una cierta “memoria histórica”, etc.), mártires (“San” Rafael de Casanova, “San” Lluís Companys, etc.) y los dogmas fundamentales (“Cataluña es una nación”).

Por tanto, cuando alguien critica o limita las exigencias de los nacionalistas está actuando de forma opresora o represiva, en los términos similares a los empleados en el psicoanálisis, pues pretende coartar los instintos o deseos de unos individuos que forman un organismo vivo (la nación catalana) con una elaboración artificial (la razón). Tal es así, que, por principio, no será nunca posible el diálogo y la discusión racional con un nacionalista, en la medida que se acogen a los deseos y sentimientos individuales como justificación, elementos subjetivos que están fuera del ámbito de las construcciones racionales.

Que el nacionalismo sea comunitarista, irracional, dogmático y confesional, es básico para sus líderes pues ello les sitúa en una posición privilegiada y diferenciada, cual sacerdotes u oráculos sagrados, al poseer el monopolio del conocimiento y la interpretación de los signos relativos a los deseos de su dios pagano, la nación catalana.

Además, esta posición de liderazgo debe ser cerrada, altamente selectiva y con un elevago grado de exigencia de lealtad y solidaridad entre sus miembros, cual si fuese una sociedad secreta9. El hecho que alguien contravenga las normas implícitas a dicha asociación puede poner en crisis toda la construcción ideológica, destruyendo las bases de las creeencias y adhesión de los individuos. Recordemos y contextualicemos la momentánea ruptura “del pacto de silencio” por parte de Pasqual Maragall al aludir a la corrupción institucional durante la crisis del barrio del Carmel de Barcelona ante el Parlament de Cataluña. Ante este hecho, toda la clase dominante actuaron de forma conjunta para el retorno del silencio.

En otro orden de cosas, la ideología socialista y sus múltiples derivaciones (revisionismo, leninismo, troskismo, stalinismo, maoismo, etc.) parten de dos premisas o dogmas fundamentales:

o su elaboración teórica responde al estudio científico de la Historia y las relaciones sociales desentrañando las realidades ocultas por las que existe una verdadera dominación de clase, y,

o el resto de elaboraciones teóricas (absolutismo, liberalismo, etc.) o creencias (religión, patria, etc.) están al servicio de las clases dominantes para ocultar las estructuras de dominación y perpetuar la sumisión de las eventuales clases oprimidas (proletarios, obreros, campesinos u cualquier otra clase que se les antoje), por lo que, deben ser objeto de extirpación social y cultural.

9 Quizás ello se deba a la gran profusión de nacionalistas y políticos de izquierdas en las organizaciones secretas e iniciáticas.

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Ante ello, quien efectúe una crítica a las prácticas de los “elegidos por el pueblo”, las “vanguardias revolucionarias”, al servicio del “progreso, la igualdad y la justicia social” bien es un ignorante al desconocer que la ideología socialista es irrefutable, pues su base teórica parte de una labor de conocimiento racional y científico, bien es un agente, consciente o no, al servicio de la clase opresora.

Como vemos, tanto el nacionalismo como el socialismo proporcionan a sus seguidores un fuerte componente dogmático, a la vez que inciden en la conciencia de los individuos al transmitir la sensación que quien asume sus ideas, creencias o valores está actuando acorde con la Justicia, pues se sitúa al lado de la nación/clase oprimida10. Estos dos aspectos son básicos para facilitar la adhesión y eliminar cualquier crítica, a la vez que proporcionan la apariencia de legitimidad a aquellas actuaciones del poder político que permitan limitar o, incluso perseguir, las opiniones o expresiones discrepantes.

Asimismo, otro de los aspectos en que las ideologías del nacionalismo y del socialismo presentan una importante sintonía estriba en el papel de las construcciones políticas y de lo público.

El liberalismo, entre otros aspectos, se caracteriza por su permanente desconfianza y temor hacia el ejercicio del poder, la autoridad y la jerarquía por parte de las instituciones públicas (léase el Estado). Para el liberalismo, el Estado es un mero artificio que se autoimpone la sociedad civil, donde reside la soberanía, para garantizar el ejercicio de sus libertades y derechos y perseguir a quien atente contra ellos. Ahora bien, dado que el Estado detenta el monopolio de la violencia y se desconfía del uso del poder por parte de los representantes elegidos, el liberalismo propugna un elaborado compendio de frenos, pesos y contrapesos, que limiten el ejercicio de dicho poder por el Estado y las instromisiones en la esfera personal de los ciudadanos: el establecimiento de los Derechos y Libertades del Hombre, el Imperio de la Ley (Estado de Derecho), la división de los poderes, el principio de legalidad de la Administración pública (sólo actúa según indique la Ley), el deber de información y publicidad así como la prohibición de la arbitrariedad, etc. En conclusión, el objetivo de las distintas corrientes del liberalismo ha sido intentar determinar cómo gestionar lo público generando las mínimas interferencias en lo privado y con las máximas precauciones que la práctica permita para evitar las eventuales consecuencias negativas de un empleo indebido del poder.

Por el contrario, tanto el nacionalismo como el socialismo ven en el Estado, en el ejercicio del poder por parte de los “representantes del pueblo”, el medio fundamental para llevar adelante la labor de construcción y transformación nacional y social. De forma coherente con su desarrollo ideológico, dado que el bienestar colectivo es prioritario al individual, lo público se antepone a lo privado, de tal manera que el Estado es el agente “objetivo” que debe intervenir allá donde sea preciso para garantizar la consecución del bien colectivo.

10 Desgraciadamente, la Historia demuestra el distinto rasero con que se siguen midiendo las múltiples atrocidades cometidas en nombre de las distintas utopías. Así se explica el hecho que encontremos en los textos que las violencias cometidas en nombre de ciertas ideologías (básicamente las izquierdas) se justifiquen o amparen, mientras que las cometidas por otras ideologías no encuentren el más leve atenuante o explicación más que la maldad absoluta de los protagonistas y sus ideas. Ya va siendo hora que el terrorismo de Estado, el tiro en la nuca, la tortura o el exterminio selectivo y demás violencias se les tenga por tales, con independencia del sujeto y sus ideas. Produce estupor, cuando no la más profunda indignación, cuando, por ejemplo, se sigue alabando la figura de unos terroristas u opresores como el Che Guevara o Yasser Arafat que tienen en su haber tanta o más sangre e injusticia que los denostados (justamente) Pinochet o Ariel Sharon.

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En el preámbulo del proyecto de reforma del Estatuto se afirma textualmente que, “este es un Estatuto de personas libres para personas libres. La libertad política que se alcance como país nunca debe ir en contra de las libertades individuales de los ciudadanos de Cataluña, porque solo es libre de verdad un país donde cada uno puede vivir y expresar suficientes identidades diversas.”

Ahora bien, esta soflama liberal, llegando a proclamar la defensa de las libertades íntimas (¿?), no es más que un brindis al sol, letra muerta, pues anteriormente ya se dejó sentado que “estos derechos se ejercen conjuntamente con la responsabilidad individual y el deber cívico de implicarse en el proyecto colectivo, en la construcción compartida de la sociedad que se quiere alcanzar.” O sea, que los únicos que gozarán de alguna libertad serán los que se impliquen en el proyecto colectivo, la “voluntad general” del colectivo nacional y social, con independencia de sus “libertades íntimas”. Llegados a este punto, resultaría oportuno que se concretase el destino de los que no nos sumemos al credo nacional-socialista.

Como he apuntado, el intervencionismo estatal y la voluntad reformadora es tal, que con el Estatut se promete el proverbial derecho (histórico) de los catalanes al “panem et circensis” imperial: “Cataluña (11) quiere avanzar, mediante este Estatut, hacia una democracia de más calidad basada en el equilibrio de derechos y deberes. (...), como el derecho al bienestar, a la calidad de vida, a vivir en paz, a disponer de unos servicios públicos eficientes y de calidad; a disponer de un sistema de prestaciones universales que favorezcan la igualdad y la cohesión social,(...)”

El nacionalismo y el socialismo ideológicos confluyen en el papel del Estado porque no sólo tratan de negar la realidad individual de las personas, sino que tienen una concepción muy negativa de las mismas al creer que con la promesa de proporcionarles alimentos y entretenimiento (quizás por ello exigen las competencias exclusivas en materia de ocio) aceptarán la consolidación de un Estado nacional-socialista y el dominio de la élite dirigente a costa de sus derechos y libertades individuales. Quizás ello sea así a corto plazo, pero como se ha demostrado históricamente, los más poderosos imperios y regímenes absolutos han sido superados ante las demandas del fundamento del Hombre: la Libertad.

5. Un Estatuto para la clase política: la consagración de la inviolabilidad de la clase política.

En este apartado pretendo mostrar con que elegancia técnica la casta política se sirve del Estatuto para sus intereses personales. Existen diversas situaciones adicionales, quizás esta elaboración normativa permita ilustrar claramente la verdadera intencionalidad del Estatuto.

En el artículo 57 del proyecto de reforma del Estatut se establece que en las causas contra los parlamentarios será competente el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña, salvo cuando acontezca fuera de Cataluña (designando entonces la Sala de lo Penal del Tribunal Supremo). En términos parecidos, se indica en el artículo 70 respecto del Presidente de la Generalidad y los consejeros, en relación con su inculpación, procesamiento o enjuiciamiento.

11 Compruébese que en la mente del redactor, el Sr. Rubert de Ventós, los ciudadanos como sujetos de los derechos y libertades individuales y fuente de la soberanía nacional no existen, sino que el verdadero sujeto de derechos y libertades es la nación catalana o Cataluña,

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En el artículo 95 se afirma que el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña es el órgano jurisdiccional en que culmina la organización judicial en Cataluña y es competente, en los términos establecidos por la ley orgánica correspondiente, para conocer de los recursos y de los procedimientos en los distintos órdenes jurisdiccionales y para tutelar los derechos reconocidos por el presente Estatuto. En todo caso, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (en adelnate, TSJC) es competente en los órdenes jurisdiccionales civil, penal, contencioso-administrativo, social y mercantil y en los otros que puedan crearse en el futuro.

En el mismo precepto, se establece que el “Consell de Justícia” de Cataluña propondrá el Presidente del TSJC, así como los distintos presidentes de Sala.

En cambio, en el artículo 96 se acuerda que el Fiscal superior de Cataluña es el fiscal o fiscal jefe del TSJC, designados formalmente por el Gobierno del Estado entre los propuestos por el Govern de la Generalidad de Cataluña.

Finalmente, en el artículo 97 aparece el nuevo engendro del “Consell de Justicia” de Cataluña, definido como el órgano de gobierno del poder judicial en Cataluña. Actúa como órgano desconcentrado del Consejo General del Poder Judicial, sin perjuicio de las competencias de este último.

Entre las competencias de este órgano, figura el nombramiento, adscripción y cese de jueces y magistrados incorporados temporalmente, encargarse de designar los presidentes de Sala del TSJC y de las Audiencias Provinciales, instruir expedientes y sancionar jueces y magistrados, participar en la inspección de juzgados y tribunales, controles de legalidad, etc. y básicamente, todas las funciones que se otorgan al Consejo General del Poder Judicial (en adelante, CGPJ).

En el artículo 99, se establece su composición, organización y funcionamiento:

“1. El Consell de Justícia de Catalunya és integrat pel president o presidenta del Tribunal Superior de Justícia de Catalunya, que el presideix, i per sis membres nomenats per un període de sis anys no renovables pel Consell General del Poder Judicial a proposta del Parlament aprovada per majoria de tres cinquenes parts. Tres d’aquests membres han d’ésser jutges o magistrats de carrera que faci almenys cinc anys que exerceixen llurs funcions a Catalunya. Els altres tres han d’ésser juristes de competència reconeguda, residents a Catalunya, amb més de quinze anys d’exercici professional. La renovació dels membres del Consell de Justícia de Catalunya s’ha de fer per terços en els termes establerts per la llei.

2. Els vocals territorials del Consell General del Poder Judicial adscrits a Catalunya poden assistir, amb veu i sense vot, a les reunions del Consell de Justícia de Catalunya, a instància pròpia o del Consell de Justícia de Catalunya.

3. L’estatut dels membres del Consell de Justícia de Catalunya és el que estableix la llei per als membres del Consell General del Poder Judicial.”

Pues bien, resulta que el Consell de Justicia lo conforman el presidente del TSJC (siendo éste último propuesto por el propio Consell de Justicia), seis miembros nombrados por el CGPJ a propuesta del Parlament de Cataluña (es decir, el CGPJ se limita a organizar la ceremonia y pagar la publicación en el Diario oficial oportuno) de entre los profesionales de la justicia (jueces o juristas) que desarrollen su labor en Cataluña.

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Únicamente apuntar que este último requisito es manifiestamente anticonstitucional pues niega que un ciudadano no catalán tenga acceso al Consell de Justicia de Cataluña, con independencia de sus méritos y valías profesionales, consolidando una discriminación no admisible en un Estado de Derecho moderno.

En relación a este nuevo órgano y su naturaleza “desconcentrada”, el Consejo General del Poder Judicial en su informe de fecha 14 de noviembre de 2005, se pronunció afirmando lo siguiente:

“Por tanto, cabe concluir:

1º Que el principio de desconcentración tendría sentido y cabida si implicase crear ex lege otros órganos territoriales, propios del CGPJ y desde el CGPJ, único órgano que agota el sistema de gobierno externo.

2º Esto nada tiene que ver con la creación de un órgano de gobierno externo integrado por tres jueces y tres juristas, todos elegidos por el Parlamento catalán más un Presidente elegido por el CGPJ previa terna presentada por el Consejo de Justicia.

3º Carece de sentido jurídico crear un nuevo órgano de gobierno externo que, de hecho, duplica el CGPJ y sostener que es un órgano desconcrentado dependiente del CGPJ, que ya es de gobierno externo.

4º Esta duplicación del CGPJ en su concepción constitucional no es desconcentración administrativa, sino la aplicación de un principio político -el autonómico- que no se previó en la Constitución para el Poder Judicial y que lleva a la descentralización política y territorial del gobierno judicial.

5º La desconcentración busca la eficacia gubernativa, pero la Propuesta de reforma del Estatuto al dar prioridad a un principio exclusivamente político traerá confusión, luego ineficacia al insertar en el gobierno judicial un nuevo órgano entre el CGPJ y los de gobierno interno.

6º En términos jurídicos el principio autonómico lleva como resultado final a que el Consejo de Justicia sea un órgano descentralizado del CGPJ, lo que excluye la plena subordinación al CGPJ.”

Por tanto, nos encontramos ante un nuevo órgano que controla y gobieran directamente el poder judicial en Cataluña. Dejando de lado las cuestiones de la constitución de un poder judicial propio e independiente del resto de España, como analizaré más adelante, quisiera llamar la atención de la aberración moral, ética y política engendrada por la clase política catalana, al constituir este órgano para el control y gobierno del poder judicial absolutamente dependiente de la voluntad de la clase política dominante, vulnerándose así el principio de la separación de poderes.

El Consell de Justicia de Cataluña se diseña como un órgano de gobierno externo cuya composición emana por entero del Parlamento catalán. Se configura como un anexo añadido al sistema institucional catalán y lleva el gobierno del Poder Judicial a la órbita de las instituciones de la Generalitat, defraudándose el modelo de equilibrio y separación de poderes.

Nuevamente retrociendo en los avances en el fortalecimiento de las garantías de los derechos y libertades individuales, acorde con los “derechos históricos” se

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consagra el principio de la invulnerabilidad de la clase política dominante y la consecución de un poder judicial al servicio de la misma. Con ello, la élite política dominante prácticamente logra eliminar el contrapeso o freno que podría suponer un poder judicial independiente condicionando y limitando sus iniciativas y actuaciones políticas.

En la medida que los miembros del Parlament sólo puede ser juzgada por el TSJC y éste último ha sido previamente designado por aquél, nos encontramos ante la consumación del restablecimiento del privilegio absolutista de escoger no sólo el abogado defensor, sino quien deberá ser el juez e incluso el fiscal.

Con ello no quisiera poner en duda las capacidades o méritos profesionales de las personas designadas, es más, estoy las presumo por principio. Ahora bien, nadie me podrá negar que, cuando menos, sospeche de la objetividad de unas personas que deben su posición preeminente en el entramado judicial a la voluntad de la clase política dominante.

Estoy seguro que ello redundará evidentemente en perpetuar la imagen de “oasis catalán” de Cataluña, donde la corrupción institucional y política, el uso indebido y el abuso de la representación, los delitos y escándalos políticos serán inexistentes, en contraposición a la barbarie del resto de España o de países incivilizados y poco progresistas como Estados Unidos. La clase política catalana ha aprendido de los errores del pasado y ante el temor que se vea acosada o comprometida por sus eventuales irregularidades presentes o futuras ha decidido optar por dar un paso adelante en sus garantías personales, todo ello revestido del oportuno ideario de progresía social y justicia nacional.

Esta clase política ha sabido actuar de forma sibilina logrando centrar el debate en las cuestiones políticas o ideológicas de mayor interés particular y con mayor resonancia social como son los temas del reconocimiento como nación, la cuestión idiomática o los derechos históricos, consiguiendo que, entre otras cuestiones, se cuelen las componendas efectuadas a favor del establecimiento de medidas que les otorgue facultades para reformar el sistema político hacia un marco de control y dominio sobre la sociedad civil. Entre otras cuestiones, el proyecto de reforma del Estatut consigue lo siguiente,

o un poder legislativo (Parlament de Catalunya) y ejecutivo (Generalitat de Catalunya) mutuamente dependientes e inseparables,

o las instituciones anexas y de control del ejecutivo y la administración (Síndic de Greuges, el Consell de Garantíes Estatutaries y la Sindicatura de Comptes) emanan del propio cuerpo legislativo y ejecutivo

o un poder judicial a la medida de la voluntad de la clase política dominante y autónomo del resto de España,

o un órgano de control y vigilancia de las actuaciones de la totalidad de los medios de comunicación y expresión y con capacidad sancionadora (Consell d’Audiovisual de Catalunya – artículo 82) al objeto de mediatizar la opinión pública,

o la potestad de intervenir de forma directa o mediata en la configuración y ordenación del poder local y municipal.

Y todo ello se conjuga con la fijación de un rotundo marco de autonomía política que impide o limita totalmente el control, la fiscalización y, en caso de una efectiva vulneración de la Ley, la intervención del Estado para el restablecimiento del Estado de Derecho.

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Si ello fuese poco, para escarnio de los que nos sentimos catalanes y nos tememos que deberemos someternos a los dictados de la clase política dominante, encima al recitar el Preámbulo nos escucharemos diciendo que “Cataluña quiere avanzar, mediante este Estatut, hacia una democracia de más calidad basada en el equilibrio de derechos y deberes.” Ante esta soflama propagandística, cabe traer a colación lo que Karl y Scmitter denominaron como la "falacia del electoralismo", esto es, "(...) la creencia en que sólo por el hecho de llevar a cabo elecciones, la acción política se encaminará a justas pacíficas entre elites y entregará legitimidad pública a los ganadores (...)"12, no sea que nos encaminen a derroteros indeseados.

6. La minoración de los principios de igualdad y tutela judicial efectiva.

El principio de división de poderes surge en Inglaterra hacia mediados del Siglo XVII como respuesta a la acumulación de poder de las monarquías (regímenes absolutistas) con la consiguiente limitación de los derechos y libertades de los individuo. No obstante, la actual concepción del principio de división de poderes corresponde a la formulación que hizo Montesquieu alrededor del 1748 basado en consideraciones filosóficas: “todo el que tiene poder tiende a abusar de él y lo va a hacer hasta donde encuentre un límite”13 por lo que era necesario que hubiesen otros poderes que lo limitasen. Así, el principio formulado por Montesquieu consistiría en que al Estado le correspondería el ejercicio de tres tipos de funciones diferenciadas (división de poderes funcional), que se encomiendan a tres poderes concretos (división de poderes orgánica):

a. la función legislativa o de creación del derecho se encomienda al Poder legislativo (básicamente, el Parlamento),

b. la función ejecutiva, que consiste en la aplicación, concreción y desarrollo del Derecho, se encomienda al Poder ejecutivo (Gobierno-Administración);

c. la función judicial o de resolución de los conflictos jurídicos se encomienda al Poder Judicial.

Estados Unidos fue el primer Estado moderno en adoptarlo y ponerlo en práctica (Constitución americana de 1787) al delimitar las atribuciones de cada poder para evitar los abusos. Surge así la concepción moderna de los frenos y contrapesos que pretende que ninguno de los tres poderes se exceda en sus facultades imponiendo los oportunos controles recíprocos. Para Thomas Jefferson, uno de los padres de la Constitución americana,

"La concentración de [todos los poderes del gobierno] en las mismas manos es precisamente la definición del gobierno despótico... El gobierno por el cual luchamos fue uno que no sólo se fundaba en principios libres sino que en el cual los poderes del gobierno estarían tan divididos y equilibrados entre varios cuerpos de magistratura... que nadie podría trascender sus límites legales sin ser efectivamente controlado y contenido por los otros... Por esta razón... los departamentos legislativo, ejecutivo y judicial deberían ser separados y distintos, a fin de que ninguna persona debería ejercer los poderes de más de uno de ellos al mismo tiempo".

12 Karl, Terry y Philippe Schmitter. 1996. "What Democracy is, and is not". En Consolidating the Third Wave Democracies: Themes and Perspectives, The Johns Hopkins University Press. 13 Lord Acton: "El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente".

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El principio de la división de poderes, considerado como medio protector político, no defiende, no protege el orden constitucional, pues la propia división de poderes da lugar al orden constitucional, es la esencia del constitucionalismo, el medio idóneo para asegurar la libertad y dignidad de los hombres-ciudadanos frente al Estado.

Así pues, las leyes promulgadas por el legislativo, son implementadas por el ejecutivo e interpretadas por el judicial. Este último tiene, por lo tanto, el poder de decidir cuando la ley ha sido violada, pero no sólo por los ciudadanos sino, y también por los distintos poderes públicos. Al estar todos sujetos a la Ley, están condicionados por el poder judicial, al otorgársele la última palabra respecto a la legalidad de toda decisión tomada por el resto de poderes públicos.

Tales poderosas prerrogativas deben estar necesariamente equilibradas por las más estrictas limitaciones. Así, entre otras, en la Constitución encontramos un compendio de garantías que buscan limitar las actuaciones de los órganos jurisdiccionales:

o Las garantías que afectan a la actividad de las partes en el proceso (principio de tutela judicial efectiva): prohibición de la indefensión, el derecho de defensa, derecho a la utilización de los medios de prueba pertinentes, derecho a ser informado de la acusación, derecho a no declarar contra sí mismo y a no confesarse culpable así como el derecho a la presunción de inocencia.

o Las garantías que afectan al órgano jurisdiccional: básicamente, derecho a un juez legal (determinado por Ley) y derecho a que el Juez resuelva conforme a Derecho y motive sus decisiones: principios de legalidad, de interdicción ante la arbitrariedad de los poderes públicos (prohibición de la desviación de poder y la eliminación de las vías de hecho en la actuación de los poderes públicos), de certeza y seguridad jurídica, irretroactividad de las normas desfavorables o restrictivas de derechos individuales, jerarquia normativa, publicidad de las normas y resoluciones, procedimientos especiales para protección de derechos fundamentales, etc..

o Garantías que afectan al procedimiento o proceso judicial.

Pero para que todo ese compendio de derechos y garantías sean válidos y no papel mojado, es absolutamente preciso la exigencia de independencia, objetividad e imparcialidad real de los miembros de los órganos jurisdiccionales respecto de las partes intervinientes en todo proceso judicial, y sobretodo, cuando el ciudadano se oponga a cualquiera de los poderes públicos (especialmente, en los ámbitos penales y contencioso-administrativo).

Se habla de la plena independencia del poder judicial, referida a los jueces o magistrados, significando la inmunidad (o libertad de) que ellos debieran tener para «juzgar en conciencia», es decir, libres de toda influencia externa (por cuestiones de favor, simpatía, vinculación o coacción), a la vez que, se exige a los mismos que no permitan que sus convicciones y creencias personales (subjetividad) les condicionen en sus decisiones. Ahora bien, nadie puede garantizar plenamente su consecución, pues es inevitable que cierta subjetividad o afinidad tenga influencia en sus pensamientos y acciones. Conociendo estas limitaciones insalvables, de la configuración y ordenación de la organización jurisdiccional dependerá la independencia, objetividad e imparcialidad exigida por la ciudadanía.

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Así, entre otras, cobran sentido, cuestiones como,

o La separación del Poder Judicial de la Administración-Poder Ejecutivo.

o Inamovilidad e Independencia de Jueces y Magistrados (artículo 117 CE).

o El sistema de reclutamiento de Jueces y Magistrados.

o Establecimiento de órganos colegiados (tribunales) así como la apertura a la participación ciudadana (tribunales populares).

o La diversidad de instancias jurisdiccionales y recursos, así como la fijación de ciertos órganos especializados en la unificación de los criterios jurisdiccionales para una misma materia en el territorio común (Tribunal Supremo y Tribunales Superiores de Justicia de Cataluña, así como Tribunal de la Unión Europea).

o Límites al corporativismo y actuaciones públicas de los Jueces y Magistrados.

Por tanto, la vía para la consecución de las máximas garantías pasa por una estructura jurisdiccional en la que los órganos judiciales no se concentran, al contrario, se multiplican, distribuyen y diluyen por toda la sociedad, a la vez que se acumulan y establecen sucesivas instancias lo más alejadas posibles de las partes, no corporativizadas y autónomas entre sí.

Los ciudadanos confiarán en la Justicia no sólo porque los Jueces y Magistrados sean buenos profesionales y conocedores de la Ley (aspecto que se presume), sino cuando éstos además actúan desligados de cualquier influencia o injerencia externa (es decir, ajenos o libres de coacción o presión) y se someten en exclusiva al Derecho, cuando al ciudadano se le aparecen los órganos judiciales que actúan de forma unitaria y ello no le motiva a tratar de elegir o eludir los Jueces y Magistrados designados, cuando el ciudadano posee el máximo de instancias y recursos legales para apelar, revisar o solicitar la debida protección ante cualquier posible exceso de autoridad o poder, etc.

Todos estas cuestiones son fundamentales para los derechos y libertades de los ciudadanos, pues, como hemos indicado, el poder, en la medida que se ejerce por personas, tiene una inevitable tendencia expansiva en sí misma.

Uno de los grandes logros del liberalismo fue sustraer el monopolio de la administración de justicia de los distintos poderes locales, quienes la administraban en nombre del Rey. Y ello no porque se presumiese la incapacidad o amoralidad de los responsables designados, sino porque ello facilitaba la corrupción, connivencia y la existencia de abusos contra los individuos a favor de los poderosos, bien fuesen representantes del poder público o fuesen personas privadas con importantes recursos y capacidades de dominio.

La pervivencia de una multiplicidad de órganos a lo largo del territorio se ha combinado con una multiplicidad a su vez de opciones de revisión, apelación y vías para la exigencia del debido respeto a las oportunas garantías de los ciudadanos. Asimismo, la figura del Juez y Magistrado se han revestido de una especial configuración, que a la vez que lo hace autónomo, le limita atribuciones y competencias.

En cuanto al Poder Judicial, en el proyecto de Reforma del Estatuto, las primeras palabras que hacen referencia a la Justicia dicen que “el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) es el órgano jurisdiccional en que culmina la organización judicial en Cataluña...” Esta aseveración va más allá y establece que “corresponde en exclusiva al TSJC la unificación de la interpretación del

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derecho de Cataluña, y también la función de casación en materia de derecho estatal, salvo, en este último caso, de la competencia reservada al Tribunal Supremo para la unificación de doctrina”.

Esta formulación, con independencia de las complejas cuestiones constitucionales, crea de facto una organización jurisdiccional distinta y diferenciada del resto del Estado, pudiendo darse el caso que los criterios emanados en dicho territorio sean distintos e, incluso, contradictorios a los que rigen en el resto de España.

Aparte de la virtual independencia que se consigue con ello, volvemos a la idea de crear estructuras judiciales de ámbitos territoriales reducidos y próximos a los poderes territoriales locales y los ciudadanos. La fragmentación judicial resultante es distinta a una descentralización con la consiguiente multiplicación de órganos jurisdiccionales pues crea territorios judiciales separados pese a que formalmente tratan de mantener cierta apariencia de unidad.

Esta fragmentación en sí misma no favorece a los propios ciudadanos del territorio en cuestión, máxime si, como se ha indicado ya, la cúspide del entramado jurisdiccional son designados por la colusión real del poder ejecutivo y legislativo y responden a las eventuales afinidades y simpatías ideológicas, políticas o personales. Además, esta fragmentación o división de las estructuras judiciales resultando estructuras de menor ámbito territorial y autónomas entre sí facilita la corrupción y la dependencia respecto de aquellos que poseen el dominio del territorio local. Y ello se debe, no por razón de que las personas que conforman los órganos jurisdiccionales sean menos capaces o no se ajusten a la ética o moral, al contrario, sino debido a la eliminación de posibles controles ulteriores y límites que pudiesen efectuar órganos ajenos al territorio (minoración de instancias judiciales y recursos) y a la mayor proximidad entre los ciudadanos (siendo más fácil la corrupción, la coacción y existiendo mayores posibilidades para encontrar afinidades, vinculaciones o meras conexiones personales que pudiesen influir).

Pero si ello no fuese suficiente para persuadirse de que la fragmentación (“desconcentración” en términos estatutarios) debilita las garantías de los ciudadanos y favorece a las élites dominantes, además, el proyecto de reforma añade una serie de cuestiones adicionales que lo único que consiguen es generar una seria inquietud y preocupación:

o La creación de un nuevo órgano judicial, la Sala de Garantías Estatutarias del TSJC (“Consell de Garantíes Estatutàries” artículos 76 y ss.), que pretende suplantar al Tribunal Constitucional en el ámbito territorial de Cataluña, pudiendo revisar, controlar y anular actos de órganos de base estatal y que teóricamente son superiores jerárquicamente, como son el Tribunal Supremo, la Audiencia Nacional, el CGPJ, e incluso, el Tribunal Constitucional.

Evidentemente, los miembros de dicho órgano se designarán bien por el Parlamento (dos tercios), bien por el Govern de la Generalitat (un tercio). Sobran las palabras.

o El Estatut determina que la Generalitat tenga la competencia de fijar las demarcaciones judiciales.

o Asimismo, corresponde a la Generalitat la convocatoria de oposiciones y concursos para ingresar en la Carrera Judicial dentro del territorio de Cataluña, rompiendo la unidad de carrera en el ámbito territorial del Estado.

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o A su vez, se impone a jueces y magistrados la obligación de conocer el catalán, lo que limita la movilidad territorial entre comunidades autónomas. Para poder ser magistrado, juez o fiscal en Cataluña hay que acreditar, entre otro requisitos, un conocimiento de la lengua catalana y del derecho propio de Cataluña. No son los únicos, los secretarios y oficiales judiciales y el resto de personal de la administración de Justicia también deben poseer un nivel suficiente de catalán, por lo menos igual al exigido a los funcionarios de la Generalitat.

En la práctica, esto supone fijar una barrera a la entrada de ciudadanos provinentes del resto del España que deseasen ejercer la labor de Jueces y Magistrados, mientras que los ciudadanos de vecindad catalana que lo deseen podrán desplazarse a cualquier parte del territorio nacional sin impedimenta alguna.

A largo plazo, el establecimiento de barreras de entrada, como es el idioma, redundará negativamente en el propio territorio de Cataluña: al limitar la entrada de personas que estuviesen dispuestas a competir para el acceso o ingreso en la Carrera Judicial para un mismo número de vacantes, genera que ante una menor competencia para dichas vacantes, éstas se deban cubrir sacrificando la calidad de los profesionales elegidos, con el consiguiente deterioro, a largo del plazo, del principio de Justicia.

o Se prevé que los jueces y magistrados, integrados en un cuerpo único y que pese ejercer una función de titularidad estatal, serán gobernados por un órgano de gobierno conformado desde las instituciones catalanas.

En definitiva, la organización y estructura del poder judicial así como la administración de justicia en el ámbito territorial de Cataluña que emanan del Nou Estatut suponen facilitar que el régimen político existente se aleje del Estado liberal y democrático, sin perjuicio que exista o no el reconocimiento de un amplio elenco de derechos, libertades y garantías estatutarias. En efecto, éstos pueden acabar convirtiéndose en meras proclamas al situar al poder judicial ante el resto de poderes en una posición de dependencia, y su capacidad real para actuar de freno o contrapeso se ve, cuando menos, influenciada o mediatizada por las élites dominantes de turno. Nada es más contrario al espíritu de Libertad y de verdadera Igualdad y Justicia, cuando estos valores dependen de la gracia y bondad de los sujetos que deban administrarlas o facilitarlas.

7. La cuestión del idioma.

Para el nacionalismo catalán la esencia de lo «nacional» está en la lengua, siendo esta el elemento vertebrador de la «nación catalana». Sin embargo, la realidad sociolingüística en Cataluña es el bilingüismo castellano/catalán, en consecuencia, las políticas nacionalistas han tenido / tienen una especial obsesión en tratar de cambiar y modificar esta realidad en aras de la hegemonía total y excluyente del catalán.

Para los nacionalistas catalanes, la construcción nacional pasa a través de la lengua. Por tanto, la competencia básica para dicha construcción es la educación y la enseñanza. No nos engañemos, el sistema educativo para los nacionalsocialistas catalanes no tiene como finalidad obtener ciudadanos cultos, autónomos y libres, sino la vía para conseguir una deseada “unidad y homogeneidad” social, la hegemonía del catalán

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y la “cultura” catalana, reduciendo así la creatividad y la pluralidad a la identidad nacional catalana.

Quien fuera jefe del Servicio de Enseñanza del Catalán (Sedec) durante todo el pujolismo (de 1984 a 2003), Joaquín Arenas, se ufanaba en abril de 2004, en la revista Docència, de que la Logse les dejó manos libres para catalanizar la escuela en los años 80, cuando ni siquiera existía el decreto de inmersión de 1992: "La reforma educativa ens va permetre de fer l’extensió del programa d’inmersió fins als dotze anys". Y se remonta a la Generalitat Provisional de Catalunya para afirmar que ya entonces se tenía claro que "l’escola havia de ser catalana per la llengua, els continguts i les actituds". Meridianamente claro, la enseñanza debía servir para crear catalanistas, masas serviles y sectarias, no para formar ciudadanos.

Así, los instrumentos básicos para conseguirlo fueron y son la historia y la lengua.

Ya hemos visto que la historia es fundamental para los nacionalistas. Éstos lo han hecho bien mediante la manipulación de contenidos a través de los sentimientos nacionales, cuya credibilidad venía reforzada por la empatía (y/o el silencio) de medios de comunicación y partidos políticos y por la colaboración militante de gran parte del profesorado y la intelectualidad (basta ver la militancia política de los filólogos catalanes); bien el páramo desolador que el sistema educativo ha dejado después de analfabetizar a nuestros jóvenes. Cuando los contenidos no importan, y se desconoce el pasado, es fácil rellenar ese vacío con la recreación o ficción nacionalista.

Por otro lado, la lengua aporta un componente identitario y separador esencial. La cuestión para los nacionalistas es cómo quebrar el Derecho, en concreto, el derecho a la libre elección lingüística sin aparecer como censores y mantener su imagen de víctimas en su lucha histórica por el derecho a la educación en su lengua materna.

Para ello utilizan todas las estrategias posibles de acoso moral y social sin perjuicio de la segregación escolar y el enfrentamiento civil. Como sea, el catalán será el eje vertebrador de la cohesión social: "la necessitat d’usar la llengua catalana com llengua comuna de cohesió social". La lengua "es un component esencial de la identitat personal (…) aprendre llengua és aprendre a ser…". Y ello pasa por controlar el idioma de los patios de colegio y el idioma empleado en las consultas médicas, sancionar si los rótulos de los establecimientos comerciales emplean el castellano (pues si se usa el árabe, el pakistaní o el chino, por ejemplo, no son sancionados), el etiquetado de los productos, etc.

En esta locura por la lengua, han creado conceptos ajenos al Derecho y a la tradición lingüística para incorporarlos en la redacción del Estatut: “lengua propia”. ¿Qué demonios es eso de la “lengua propia”?

Hasta hace poco, se hablaba de lengua materna, habitual, lengua oficial, lengua de uso corriente, etc. conceptos que hacen referencia a la vinculación de la persona con una lengua, con su empleo como vía de comunicación, expresión y conocimiento. En definitiva, el idioma o la lengua se vinculan al hombre, al ser humano. Pero para los nacionalistas catalanistas, hablar que las personas tienen un idioma o lengua “propio” les obligaría a reconocer que en Cataluña existen personas que no tienen el catalán como lengua habitual, materna o básica.

Por ello, no conformándose, ya con la Llei de Política y Normalització Lingüística de 1998 (artículo 20.1) se afirma que "El català, como a llengua pròpia de Catalunya, ho és també de l’ensenyament, en tots els nivells i les modalitats educatives." y "el català és la llengua pròpia de Catalunya

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i la singularitza como a poble". Surge de la nada la gran revolución filológica: las lenguas ya no se vinculan a los individuos, sino a la tierra, al territorio, con independencia de las personas que habiten, vivan o convivan en dicho territorio.

El concepto de “lengua propia” conlleva dos bondades fundamentales para los intereses de esta casta nacionalista:

o Al hablar de lengua propia se marcan diferencias respecto del resto de lenguas (incluida la lengua castellana), las ajenas.

La cuestión es marcar en las conciencias que hablar catalán es lo lógico, “lo propio”, mientras que emplear el castellano es propio de “extraños”, “ajenos” a la tribu. De esta manera, con el calado continuo se busca dar una connotación negativa a la lengua castellana y su empleo.

No quepa duda que les da enteramente igual de dónde se viene o va, ni la identidad o tradición cultural del individuo, ni su vía de conocimiento o expresión en el marco familiar, Cataluña es y será catalana y no caben otras alternativas, salvo la postergación/marginación o el exilio.

A este respecto, poco importa que afirmar que el catalán sea la lengua propia de Cataluña sea un error desde un punto de vista histórico, antropológico y filológico. Con lo que se falsea la Historia y se recrean los mitos, ya no va de uno más…

o Si se consigue que la población acepte que el catalán es la “lengua propia” de Cataluña, entonces, todos aquellos territorios en que se hable catalán son “Cataluña”.

Con el concepto de “lengua propia” se sientan las bases para el expansionismo catalanista. La teoría del “LebensRaum” que movió a Hitler a unirse con Austria, a anexionarse los Sudetes de Chequia y exigir el corredor de Danzig y la Alsacia y Lorena, serán aplicados por sus herederos políticos, la casta nacionalsocialista catalana actual, los cuales no se detendrán en exigir la conformación de los “Països Catalans” que cada día nos recuerdan al precedir el tiempo…

Los defensores del Nou Estatut afirman que la inclusión del concepto de "lengua propia" obedece sólo a la voluntad de indicar el estatus histórico que la lengua catalana posee en Cataluña, pero que en ningún caso tal concepto justifica rango jurídico alguno sobre la lengua común española. Y así se nos trata de vender. Por eso en el artículo 6 del texto del proyecto se indica que: “La lengua propia de Cataluña es el catalán. El catalán es la lengua de uso normal y preferente de las Administraciones públicas y de los medios de comunicación públicos de Cataluña, y es también la lengua normalmente utilizada como vehicular y de aprendizaje en la enseñanza” Casi nada…

Cualquier conocedor del Derecho si se pregunta por qué el legislador se empeñó en hacer antropología lingüística en un texto jurídico. La respuesta es obvia: están preparando el futuro, esperan la oportunidad favorable para dar el salto definitivo pues, definida la lengua propia del territorio, las restantes, especialmente, el castellano, como ajena, no merece el mismo trato ni los mismos derechos.

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El concepto de lengua propia o territorial es, lisa y llanamente, hitleriano. Sólo, pues, el fanatismo nacionalista puede querer convertir en lengua nacional de todos la de una parte de la población. Jamás la República de 1931 intentó que el catalán fuese el idioma único de la enseñanza en Cataluña, pese a que entonces el porcentaje de personas que lo tenían como primera lengua superaba los dos tercios de la población.

Históricamente, los gobiernos han intentado reglamentar el uso de las lenguas, sobretodo, cuando han precisado designar una de ellas como oficial. Mayormente, mediante el sistema educativo en sus primeros niveles. A veces, la imposición de una lengua es coactiva y se hace a costa de otra u otras. En la hoy dividida Checoslovaquia la dictadura nacional-comunista impuso el checo en detrimento del alemán, más poderoso y lengua de cultura. En Rumanía, la dictadura deseslavizó a la fuerza el rumano. Otros gobiernos han intervenido en el sistema educativo para imponer una lengua. Noruega, cuando se separó de Dinamarca, potenció ínfimas diferencias léxicas (no mayores que las existentes entre catalán y valenciano) y modificó la ortografía para que el noruego pareciese una lengua distinta del danés y no una de sus variantes. Así se han llegado a estupideces, fruto del nacionalismo como en el caso del idioma serbocroata que aún siendo uno, mientras los croatas emplean caracteres latinos, los Serbios usa el cirílico y los bosnios musulmanes, hoy defienden el alfabeto árabe…la maldita necesidad de diferenciarse unos de otros.

Pero nunca, en la ya larga Historia de la Humanidad y en la mucho menos larga del Estado de Derecho, una zona no sometida a dictadura había impuesto un sistema educativo tan totalitario en lo lingüístico como el vigente en la Cataluña actual; que, como también es sabido, forma parte de España. Nombre, por cierto, que el Gobierno regional intenta (a través de sus medios de comunicación) desterrar en favor de la denominación Estado español -o Estado por antonomasia-, como si Francia o Alemania no fueran estados.

El sistema, que el proyecto de nuevo Estatuto intenta endurecer aún, impuso el catalán como lengua vehicular única de la enseñanza, basándose en que era la propia de la tierra. Adoptó -copiándolo de la bella provincia canadiense de Québec- el procedimiento llamado inmersión lingüística, consistente en hacerlo todo en una determinada lengua, prescindiendo por completo de cuál sea la habitual o materna de los alumnos. Como se puede observar, la inmersión está copiada a su vez de las academias de lenguas extranjeras.

Pero ahí se trata de una segunda o tercera lengua para los alumnos, que lo único que intentan aprender es esa lengua en concreto, no el conjunto de materias que constituyen el currículo escolar. Todos los técnicos serios están de acuerdo en que la mejor lengua vehicular para la primera enseñanza es la propia del infante. Las lenguas son siempre de las personas, nunca de los territorios.

Sí intentó eso -con el castellano- la dictadura franquista de 1939. Todos los profesionales de la lengua y la enseñanza decían entonces que aquello era poco menos que un crimen y sin duda una necedad: en el aula imperaba la lengua del Imperio, el español, pero el patio seguía siendo del catalán. Ahora se han invertido las tornas demográficas. El pedagogo ultranacionalista Joan Triadú lo ha sintetizado muy bien: «Hemos ganado el aula, pero hemos perdido el patio». Más de dos tercios de la población escolar de Cataluña tenían como primera lengua el castellano al acabar el siglo. Con la inmigración de América Latina, ese porcentaje ha aumentado considerablemente: en algunas escuelas se acerca al 100%. Fruto del fanatismo, el sistema catalán es, además de necio, inútil y contraproducente: considerando el catalán como el idioma del poder y la represión, los adolescentes empiezan a usar el castellano como procedimiento de legítima defensa y como signo de rebelión... aunque el catalán sea su lengua materna."

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8. Las amenazas a la prosperidad y desarrollo económico.

Cuando se estudian los factores que inciden en el desarrollo o crecimiento económico de un territorio o una comunidad, existe un cierto consenso en establecer como principales factores impulsores los siguientes:

o Instituciones políticas y sociales sólidas, estables y fiables, que garantizan la estabilidad de las regulaciones y normativas, el cumplimiento de la Ley y la vigencia del Estado de Derecho (entre ellos, los derechos individuales y el derecho a la propiedad privada) y proporcionan seguridad y confianza a los agentes económicos.

o Un alto grado de libertad económica: comercial, financiera y de mercados. Sociedades abiertas que permiten y facilitan el libre movimiento de bienes, derechos y recursos económicos, con un limitado grado de intervención e influencia de los poderes públicos en las decisiones económicas. Ello obliga a las sociedades a ser competitivas, innovadoras y dinámicas, pues el crecimiento futuro dependerá de mantener un alto grado de eficiencia y eficacia continúo.

o La minoración o eliminación del Estado como empresario y regulador a favor de las personas y las decisiones libres del mercado14.

o Capital humano: educación y facilidades a la movilidad de las personas (eliminación de las barreras para la entrada y salida de los trabajadores).

Pues bien, en el caso del Nou Estatut encontramos que su redacción nos sitúa ante un régimen político y económico donde destacan aspectos como los que siguen:

o Intervencionismo: la desconfianza en una ciudadanía libre lleva a que el Govern se atribuya un compendio de competencias interminable.

Así, la Generalitat tendrá competencias para regular y ordenar sobre todos los órdenes que afectan a las personas y agentes económicos: desde la agricultura, ganadería y aprovechamientos forestales, pasando por las Cajas de Ahorros, comercios (por ejemplo, los horarios comerciales, la forma de vender, el etiquetado, etc.), consumo, cooperativas y economía social, la regulación de profesiones tituladas y gremios, el deporte y el tiempo libre (o mejor dicho, regulado), la estadística, el control meteorológico y el contraste de metales, la inmigración, la juventud, el medio ambiente, los espacios naturales y la meteorología, mercados de valores, hasta las políticas de género, la planificación, ordenación y promoción de la actividad económica, etc., etc., etc.

Es decir, cualquier cosa menos libertad. Al final, resulta que para cualquier sector económico o iniciativa empresarial, deberemos enfrentarnos ante la multiplicidad de regulaciones y ordenaciones derivadas de la Generalitat, llegando al extremo que los empresarios o agentes económicos o bien se limitan a seguir meramente las instrucciones emanadas de la Generalitat o deberán efectuar un esfuerzo ingente y destinar generosos medios y recursos para conocer y observar la procelosa cantidad

14 Existe una vasta cantidad de literatura que relaciona la libertad económica con el crecimiento y los índices de bienestar. Estudios conducidos por Scully (1988 y 1992), Barro (1991), Barro y Sala-I-Martin (1995), Knack y Keefer (1995), Knack (1996), Keefer y Knack (1997) muestran que en la medida en que existan derechos de propiedad bien definidos, políticas públicas que no debiliten los derechos de propiedad y un Estado de Derecho, se tiende a generar crecimiento económico.

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de regulación, atender el cumplimiento de los cansinos trámites burocráticos y administrativos, en perjuicio del estudio y búsqueda de vías para el crecimiento y la mejora competitiva de su iniciativa económica.

o Creación de barreras de acceso: el establecimiento de regulaciones diferenciadas y particulares respecto del resto de España, la existencia de una instituciones políticas singulares y ajenas, la exigencia insalvable del catalán en las distintas facetas de la actividad económica y en las relaciones con cualquiera de las Administraciones públicas territoriales y locales, etc. supondrán en la práctica verdaderas barreras para el libre comercio, el movimiento de capitales (sobretodo, la entrada de nuevas inversiones) y la movilidad de las personas (la cuestión idiomática se revela como una verdadera barrera no sólo para los castellanohablantes, sino para el resto, pues cada vez más, el castellano es un valor en alza y con mayor difusión, pese a quien le pese, y ello limitará la entrada de personas).

En un principio, ciertos sectores aplauden este proteccionismo encubierto en el mal entendido que ello significará favorecer el desarrollo económico y empresarial de los “catalanes”. Ahora bien, esta medida no sólo es errónea, sino que además es irreal en el contexto de la actual globalización. Es errónea, porque la reducción de la movilidad de personas y empresas en un territorio, empobrece los desarrollos en la producción, en las técnicas, los movimientos de capitales, dificulta el intercambio de conocimientos, experiencias y las transferencias de tecnología, etc. En fin, la barrera de acceso no sólo dificulta la entrada a corto plazo, sino que a la larga, será causa de las dificultades para la salida de los bienes y servicios ofertados por los “catalanes”.

o La debilidad de los poderes públicos: en el entorno de globalización como el que estamos viviendo, los poderes públicos cada vez más deben hacer frente a los retos y riesgos del nuevo contexto internacional: riesgos y conflictos políticos (i.e. terrorismo), fenómenos sociales (i.e. inmigración), riesgos medio ambientales, etc.

Ante estas circunstancias se hace preciso que los gobiernos busquen alternativas e iniciativas basadas en la integración y coordinación global consiguiendo nuevas capacidades para garantizar el propio Estado de Derecho, las libertades y derechos de sus ciudadanos, la seguridad, etc. En este marco, la división y ruptura de los entes públicos y las instituciones no sólo dificultan afrontar los retos, al contrario, profundizan y agudizan los riesgos, con la consiguiente inestabilidad política y daños en el desarrollo económico.

Asimismo, cuanto menor es la dimensión y capacidad de un gobierno, más posibilidades existen para que, personas, entidades u organizaciones tengan una real capacidad de condicionamiento, coacción y presión en las instituciones políticas (y económicas). Es decir, más corrupción, mayor inestabilidad, más debilidad política, en definitiva, menos libertades y menos prosperidad.

Fareed Zakaria observó que la mayoría de las democracias pobres del mundo son democracias no liberales, es decir, regímenes políticos en los cuales no están bien establecidas las libertades, salvo la libertad de elegir a los que gobiernan. Señala que en Occidente se desarrolló primero la tradición constitucional liberal y la transición a la democracia apareció más tarde. Por ejemplo, en 1800, en Gran Bretaña, quizás la sociedad más liberal del mundo en ese momento, votaba sólo dos por ciento de los ciudadanos. Zakaria indica además que en las sociedades no occidentales que han hecho recientemente una transición a la democracia liberal, como es el caso de Corea del Sur y Taiwán, el

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capitalismo y el estado de derecho también sucedieron primero. Esa pauta puede explicar por qué regiones como América Latina, que primero se han democratizado y luego han iniciado la liberalización económica, han pasado momentos particularmente difíciles al promover la libertad o crecimiento económicos.

Cuando se ha frenado la libertad económica o su desarrollo ya no tiene prioridad, es razón para la debilidad de la democracia y las dificultades para su establecimiento y estabilidad (léase el caso de Venezuela y Bolivia). En otros casos, como en Estonia, cuando se ha aportado por dar auténtica libertad económica, la misma libertad económica ha servido como base y apoyo para el avance y fortaleciendo de la democracia.

Por eso, ante normas como el Estatuto que tratan de coartar y limitar la libertad económica deberíamos recelar, pues tras las restricciones a la libertad económica fácilmente se derivan restricciones a las libertades individuales y a la propia democracia. El agente económico no sólo exige libertad para el comercio, las finanzas y el empleo, sino que exige libertad para sus iniciativas, su creación, expresión, movilidad, pensamiento, etc. En definitiva, si no hay libertad económica difícilmente existirá una sociedad libre.

9. La reforma del Estatuto de Autonomía. Fundamentos y Legitimidad.

El Estatuto de Autonomía es, después de la Constitución Española, la norma fundamental que rige dentro de una parte del territorio nacional, la Comunidad Autónoma de Cataluña. En el mismo, no sólo se recoge la normativa básica del gobierno autonómico, las relaciones con los órganos centrales de la nación española y con el resto de autonomías, sino también aquellos rasgos particulares de territorio, conjuntamente con una proclamación de los principios, derechos y garantías constitucionales para la ciudadanía. El Estatuto, con las debidas salvedades, es un texto constitucional y como tal merece ser tratado y respetado.

En el ámbito de la Teoría del Estado y el Derecho constitucional, existe un cierto consenso en la transcendencia e importancia máxima de los textos constitucionales para regular y ordenar el conjunto de ciudadanos. Estos textos, con mayor o menor fortuna, son el resultado de largos y conflictivos procesos políticos históricos, y en la actualidad, en las sociedades libres, la existencia de los mismos es una de las principales garantías para los derechos y libertades de los individuos, considerados como ciudadanos, plasmando aquellas reglas básicas que acuerdan respetar todos los individuos en sus relaciones con el resto de ciudadanos así como las instituciones que se dan, el régimen político, los poderes, etc.

El contenido de los textos constitucionales son tan importantes y transcendentales para el conjunto de la ciudadanía que, para la consecución de una pacífica convivencia de los individuos y la existencia de una verdadera sociedad libre, próspera y desarrollada, se exige que los mismos cumplan ciertos requisitos básicos:

o Basarse en los derechos individuales de los ciudadanos, y en especial, servir de garantia de las libertades de los individuos frente a los poderes públicos. En este sentido, es sumamente importante la consagración de la soberanía nacional como fundamento de la legitimidad y autoridad política, residiendo en la nación, entendida no en base a criterios étnicos o tribales sino como conjunto de ciudadanos libres e iguales, la fuente de derechos y garantías.

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o Responder el consenso de la ciudadanía tras el proceso de su consecución y elaboración histórica y política. Los textos constitucionales suelen surgir, históricamente, en periodos de transición, convulsión y/o tras conflictos y enfrentamientos entre ciudadanos, siendo común, la participación activa, consciente, de la ciudadanía en su elaboración.

o Ser una norma rígida y prácticamente inmutable, como fuente y garantía de estabilidad política.

Contrariamente a lo predicado por diversos sectores, los textos constitucionales nacen con vocación de perdurabilidad e inmutabilidad, es decir, buscan no ser discutidos, revisados y modificados nuevamente en el futuro, salvo que acontezcan situaciones de especial transcendencia y extraordinariedad por los que la ciudadanía exija su revisión, en cuyo caso, se requerirá nuevamente un amplio consenso de la ciudadanía. Ciertamente, la rigidez absoluta de un texto constitucional no es deseable, pues como decía Jefferson, las generaciones venideras se verán condicionadas y limitadas al seguimiento de los acuerdos de sus antecesores. Ahora bien, la permanente discusión y una amplia flexibilidad desvirtuan el papel regulador del propio texto, facilitando que el texto se someta a la voluntad de los poderes públicos, en lugar de servir de garantía de los derechos individuales frente a ellos.

La importancia de los textos constitucionales radica en la capacidad de condicionar el futuro político, social y económico de la comunidad y sociedad que se los otorga, de tal manera que tanto su creación como sus posteriores modificaciones van acompañadas de procedimientos y formalidades extraordinarias para garantizar que exista conocimiento e información, cabida y oportunidades para la participación activa a la ciudadanía. Cuando no ha sido así, se habla de “Cartas otorgadas”, conferidas y emanadas por un poder soberano distinto a la nación política, por ejemplo, las monarquías preconstitucionales.

En este orden de cosas, el Estatuto surge de una clase política que busca adaptar el texto autonómico a sus necesidades e intereses políticos y personales, a espaldas de la ciudadanía. Basta ver el redactado de la propuesta del nuevo Estatuto en comparación con el texto del Estatuto de 1979 para descubrir con asombro que como finalidad básica se busca el mero reconocimiento de unos poderes autonómicos cada vez más autónomos, conseguir garantías en el ejercicio de estos poderes (“blindaje”), la formalización de un entramado institucional al servicio de la casta dominante y la acumulación de competencias sin acreditar que ello se deba a razones de eficiencia y eficacia a favor de la ciudadanía.

Se habla de que existen nuevos derechos y libertades individuales que se ven reconocidos.

o En primer lugar, no existe constancia que se hubiese discutido su conveniencia, su inclusión, si son realmente verdaderos derechos o libertades.

Cuestiones como las uniones de hecho, la eutanasia, el aborto, el laicismo oficial (que no laico), la (ausencia de) libertad de educación, etc. precisan de un debate serio y riguroso, pues en caso contrario, su inclusión sin discusión y consenso previo no deja de ser una vía de sustraer a los ciudadanos la oportunidad de manifestarse y posicionarse de temas tan relevantes como los mencionados.

o Además, deberíamos conocer qué nuevos principios o garantías se les reconocen a los catalanes (más allá de los derechos y libertades del resto de españoles), y cuáles no aparecen recogidos.

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En este sentido, sorprenderá descubrir, por ejemplo, que a los ciudadanos de Cataluña no se les reconoce, entre otros,

o el derecho a la seguridad individual (reconocido en el artículo 17 de la Constitución)

o el derecho a la educación (artículo 27 de la Constitución), así como la libertad de educación y de cátedra,

o se obvia el papel singular de la familia en la sociedad,

o se abandona el principio de subsidiariedad en favor del intervencionismo,

o se mantiene el sistema electoral de listas cerradas y bloqueadas,

o no se garantiza la sumisión de la ciencia a la ética,

o se olvida el principio constitucional de solidaridad intergeneracional que rige en las políticas sociales y asistenciales, etc.

Si estas cuestiones se analizan con espíritu crítico, se descubrirá que el Estatuto no sólo no sirve para extender y ampliar las libertades y derechos de los ciudadanos o sus garantías, sino que al contrario, la exhaustividad de la proclamación esconde el espíritu intervencionista y limitador del ciudadano.

Más allá de estas cuestiones, es fundamental conocer la legitimidad y los fundamentos del proceso de Reforma del Estatuto liderado por la casta dominante (la oligarquía político-económico-mediática catalana).

Pese a las prédicas de esta casta dominante catalana, el teórico mandato para la discusión de un modelo de sociedad política, instituciones y relaciones no ha partido de la ciudadanía catalana. A diferencia de lo acontecido en los años setenta, la ciudadanía se ha mostrado mayoritariamente pasiva e indiferente a la reclamación de un nuevo Estatuto. Éste nace de los intereses partidistas o particulares de una clase política, mejor dicho, de una casta política dominante, que ante sus carencias de soluciones políticas y recursos ideológicos afrontan la necesidad de una huida hacia delante, llevando consigo a la totalidad de la población, buscando ofrecer, además de una nueva “esperanza”, “reto” o “utopia” a la ciudadanía, el medio o instrumento que les otorgue una situación de privilegio y dominio frente a sus representados.

Ciertamente, un gran sector de la ciudadanía exigía y exige mejoras en el tratamiento económico e, incluso, político y social de la autonomía catalana. Pero también es cierto que ello no pasaba necesariamente por tensionar o romper la relación con el resto de España. Ahora bien, ese histórico victimismo y las contínuas exigencias han venido calando de tal manera en la sociedad y la propia casta dirigente, que desde hace años se ha asumido que la incapacidad de la ciudadanía catalana de alcanzar mayores cotas de prosperidad y desarrollo político-económico se debe a la insuficiencia financiera de gobierno autonómico, al “maltrato” por la Administración Central y a la falta de inversión o de retorno de flujos económicos. A tal extremo se ha llegado que, sin reparos se escucha que cualquier solución a los males de la comunidad autónoma pasan por superar las limitaciones existentes de formar parte de la nación española.

Los déficits sanitarios, de infraestructuras, de recursos educativos, etc. tiene su origen fundamental en la política centralista (“Madrid”) y en el mantenimiento de aquellos territorios parásitarios que viven a costa de las comunidades autónomas más prósperas y

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avanzadas (léase “Andalucía y Extremadura”): “Los catalanes no es que no seamos solidarios, que lo somos, pero ya estamos hartos de recibir menos de lo que aportamos al conjunto del Estado – Estado, no España -, queremos ser autosuficientes, manejar nuestros dineros y no que lo hagan otros, y que se nos compense el “déficit histórico”. Fíjese, por ejemplo, en las autopistas, pues todas las regiones tienen autovías y en nuestro caso todo es de peaje…Y la linea de Renfe que va a Puigcerdà, ¿què? Eso no es justo”.

En el discurso imperante, y único, la práctica totalidad de los problemas existentes en la comunidad autónoma de Cataluña nunca se explican por eventuales errores de gestión o la existencia de cierta ineficacia por parte de los responsables de los gobiernos autonómicos y locales, es más, los actos de éstos gozan de una indiscutible presunción de bondad y cualquiera que ose efectuar crítica o cuestionamiento alguno deberá responder por atacar la Nación catalana y dañar el sentimiento de un pueblo.

La casta dominante argumenta que ante este “clamor social” se precisa dar una respuesta o solución, y ellos la tienen. Poco importa que ese clamor no fuese tan real o estuviese tan presente en la ciudadanía como ellos presumen. La cuestión es que les sirve de fundamento y da apariencia de legitimidad al proceso de reforma del Estatuto.

Enfundados en la bandera nacionalista, la mayoría de la clase política catalana ha subvertido su papel de representantes de la ciudadanía, con el conseguiente sometimiento a los intereses y voluntades de la ciudadanía (entendida ésta como el conjunto de individuos constituidos en comunidad política). En efecto, de facto, se produce una apropiación de la representación, al aparecer como únicos intérpretes o exégetas de la “voluntad general o nacional” y atribuyéndose una presunción de legitimidad y legalidad para todos los actos y decisiones que de ellos emanen, siendo indiscutibles, pues su crítica u oposición significaría atentar contra “la voluntad de la Nación”, contra “Catalunya”.

Lamentablemente, esa presunta unidad de acción se ha visto reducida, con posterioridad, en el Congreso de los Diputados y en el Senado, de tal manera que el eventual consenso ha ido decreciendo de forma significativa, siendo apenas un 50% de los votos de los miembros de las Cámaras, lo que pone de manifiesto, las dificultades para lograr encontrar ese clamor y consenso unánime.

Por último, debe recordarse que con la revisión y modificación del Estatuto no sólo se modifica el mismo, vinculando a la ciudadanía de Cataluña, sino que afecta a la totalidad del ordenamiento constitucional, con las consiguientes repercusiones para la totalidad de la ciudadanía española. Como han recogido distintos organismos e instituciones (ver informe del Consejo General del Poder Judicial, entre otros), diversos preceptos del Estatuto exigen para su validez bien una modificación constitucional, bien su nulidad de pleno Derecho por ser constitucionalmente inadmisibles.

Por tanto, el Estatuto de Cataluña no sólo lleva a la ciudadanía catalana abrir la caja de Pandora de qué quieren ser y cómo quieren ordenar su sociedad y convivencia política, sino que provoca una clara situación de confrontación con la Norma Fundamental de todos los españoles. Esta confrontación no sólo exporta la inestabilidad y las dudas institucionales a todo el marco político español sino que se convierte en una precedente aberrante: modificar la Norma Fundamental eludiendo los procedimientos establecidos por la vía de los hechos consumados. Quién sabe si el Estatut no será más que un mero experimento en manos de una clase política que necesita y busca obtener una vía para superar algo tan molesto para esta casta política como son los derechos y garantías de los ciudadanos reconocidos en la Constitución a los que deberían someterse los poderes públicos…

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10. Conclusión: un Estatuto como “Constitución”: la independencia de Cataluña “de facto”.

Todo lo anterior nos conduce a descubrir el fin último de este Estatuto: la consecución de una independencia “de facto” de Cataluña. Para muchos se les antojará exagerado, radical o visionario. No obstante, apuntaremos algunas cuestiones incluidas en la redacción del proyecto que permitirán ilustrar esta afirmación:

o La “bilateralidad”

La bilateralidad es tanto uno de los resultados lógicos de la filosofía nacionalista del Estatuto como el medio para la consecución de sus fines. La casta dominante, en su lógica nacionalista, parte del hecho que como Cataluña es una nación portadora de derechos históricos fundacionales que se ha visto históricamente "forzada" a estar en el Estado Español (que no España). Afirman que el poder catalán y su legitimidad son previos a un ordenamiento jurídico, la Constitución Española de 1978 (así como sus precedentes), y si bien están dispuestos a consentirlo lo harán siempre que no se oponga a su voluntad, por ello es “lógico” que Cataluña mantenga con el Estado una relación de igual a igual. La Cataluña de la Constitución es una parte España, y su autonomía surge de la mano de la propia Constitución. Por el contrario, la Cataluña del Estatuto se iguala al Estado porque según los redactores su autonomía viene dada por el poder y la voluntad del pueblo catalán (“derechos históricos”) y no por la Constitución de 1978.

En este orden de cosas, el Estatuto otorga a Cataluña el derecho de tratar como a un igual al Estado Español: Cataluña ejerce su derecho a la autonomía creando (sacándose de su manga) el principio de plurinacionalidad del Estado (pese a que dicho concepto sea ajeno al ordenamiento jurídico vigente) y derivando, de ahí, la bilateralidad en sus relaciones con el mismo.

Con independencia de que en la actual Constitución Española se establezca que las relaciones entre la Administración Central y las autonómicas son de naturaleza multilateral, situando a todas las autonomías en un plano de equiparación e igualdad entre ellas, y como partes de una unicidad (España), el Título V del Estatuto establece que la Generalitat tendrá capacidad para relacionarse de forma individual con el resto de administraciones, llegando al extremo de la creación de una comisión bilateral Generalitat-Estado (artículo 183).

Pero el Estatuto no se limita a solicitar o requerir esta comisión bilateral, sino que llega al extremo de definirlo, regularlo y marcarle el funcionamiento, imponiendo una regulación y obligaciones al Estado: este organismo tendrá carácter permanente, se reunirá como mínimo dos veces al año y se encargará de aquellos asuntos que afecten a ambas administraciones, como de si dos entes independientes se tratasen, se establece que la presidencia será por turnos, se definen las funciones, etc. y todo ello, sin perjuicio que sea inconstitucional.

Ahí no acaba la cosa, el Estatuto establece que la Generalitat tendrá representantes en los principales organismos estatales: Banco de España, Comisiones Nacionales del Mercado de Valores y de Telecomunicaciones, Tribunal de Cuentas, Consejo Económico y Social, Agencia Tributaria o el Consejo de Radio y Televisión.

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Por último, el texto prevé que tenga un papel en las relaciones con la Unión Europea en los asuntos que afecten a sus competencias o intereses (aunque vayan en perjuicio de otras comunidades). El Estatut contempla que la Generalitat debe “ser informada por el Gobierno del Estado” (artículo 185) o participar “en la formación de las posiciones del Estado” ante la UE (artículo 186).

Son múltiples las obligaciones y derechos con apariencia de legalidad que el nuevo Estatuto de Cataluña pretende imponer al conjunto de los ciudadanos españoles y a sus instituciones comunes. Pero además, todas estas obligaciones y deberes para con el Gobierno de la Generalitat no tienen la debida contrapartida o la justa reciprocidad a favor de las instituciones y ciudadanos del resto de España. Esto es así porque el Estatuto parte de la idea de que si se obliga a Cataluña a seguir viviendo en el Estado Español y no declarar la total independencia, las instituciones estatales y los españoles deberemos aceptar sus condiciones.

o El establecimiento de un régimen federal o confederal ajeno al ordenamiento constitucional.

Antes de nada debe partirse de una definición de qué significa “federalismo”. Por federalismo se entiende la doctrina política o sistema político por el que diversos entes soberanos ceden parte de su soberanía a un ente superior por el bien o intereses comúnes, reteniendo no obstante parte de la soberanía. Así surgen algunas de las modernos Estados como resultado de la agregación de diversos conjuntos o entes soberanos: Alemania, India, Estados Unidos, Bélgica, Suiza....

En la Constitución se define que la soberanía reside en el conjunto de todos los españoles. En aras de aproximar la administración y facilitar la accesibilidad y el control de los poderes públicos, la Constitución prevé un sistema descentralizado de la admininistración, creando, entre otras instituciones, las Autonomías.

La Constitución parte la idea de que la nación española es donde reside la soberanía como el conjunto de los españoles, sin distinción de credo, raza, sexo, idioma, etc. Por tanto, no caben distintas soberanías o trocitos de soberanías. España no es un artificio que nace porque unos cuantos soberanitos le dan alguna competencia, al revés, son las Autonomías las que emanan de la Constitución Española y su legalidad y legitimidad viene dada por tener la aprobación y consentimiento del conjunto de los españoles, como sede de la soberanía.

Pero esta idea no se ajusta a los objetivos de la casta dominante en Cataluña. Por ello, buscan la equiparación con los Estados Federales de Alemania, Bélgica, Suiza o Estados Unidos. No importa que los gobiernos de los Estados federados tengan menos competencias y una menor descentralización que las Comunidades Autonomas en España, o que en los casos citados exista un creciente consenso en transferir más y mayores competencias a la Administración central (i.e. Alemania). El objetivo es que, si alguien cae en la trampa de proclamar que Cataluña es un Estado Federado dentro de un eventual Estado federal/plurinacional Español, implícitamente se está reconociendo que la soberanía del Estado Español/España no está en el conjunto de los ciudadanos españoles, sino que la soberanía residirá en Cataluña, quien conjuntamente con el resto de entes, opta (voluntariamente) en darle alguna competencia al Estado Español.

Una vez logrado que alguien proclame que el Estado Español es federal, el paso a proclamar la total soberanía de Cataluña es inmediato.

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o La fórmula de proclamación de nación.

Algunas mentes preclaras afirman que la inclusión del término de nación en el Preámbulo en lugar de la parte dispositiva no tiene efectos jurídicos. O no tienen ni idea de Derecho o mienten.

Cuando en el futuro tenga que buscarse una interpretación jurídica de qué se entiende por nacionalidad (artículo 2 del Estatuto), ¿alguien duda que el Preámbulo servirá, como otras normas, para dar un sentido o contexto al término nacionalidad que permita identificarlo con nación?

Adicionalmente, deben contemplarse el conjunto de los títulos III y IV del Estatut, reservados, respectivamente, a la organización del poder judicial en Cataluña y a las competencias de la Generalitat donde se describen con minuciosidad la nueva soberanía catalana: así encontramos el sometimiento de las cajas de ahorro y entidades de crédito, organizaciones profesionales y patronales, la liquidación de las Diputaciones (posibles entes ajenos al control de la Generalitat), la competencia de la Generalitat para organizar referéndums, su compromiso en la creación de selecciones deportivas propias, el control sobre la inmigración, etc..

Todo ello se adorna con el sintagama “La Generalitat y el Estado”. Múltiples veces con ésta su estricta formulación o con alguna partícula añadida. Ninguna de esas formulaciones (de tú a tú, podrían llamarse) aparecía en el Estatuto de 1979. Todo el entramado legal del Estatuto, incluido como es natural el sistema de financiación, se establece a partir de una no explicitada, pero efectiva, autodeterminación catalana y/o de un mecanismo bilateral donde la Generalitat y el Estado negocian sus competencias.

“La Generalitat y el Estado” es un sintagma perverso:

o en primer lugar, porque de acuerdo con el ordenamiento vigente la Generalitat es parte del Estado: “es” Estado en cuanto que “es” Estado español.

o en segundo lugar porque ahora el homólogo del gobierno de la Generalitat es el Gobierno Central y no el resto de gobiernos autonómicos.

o Y por último, sólo cabe hablar de negociaciones entre la Generalitat y el Estado cuando “Generalitat” es “Estado”; pues un homólogo del Estado Español sólo es otro Estado.

Todas estas pinceladas sirven para poner de manifiesto que el Nuevo Estatuto sirve para proclamar la independencia “de facto” de Cataluña respecto de España y es la “Constitución oficiosa” que servirá para ordenar la convivencia, los derechos y libertades políticas de aquellos que pueblen Cataluña, la base del ordenamiento y las instituciones políticas de un nuevo ente o Estado. Y si dicho Estatuto no se presenta como la Constitución oficiosa que es se debe única y exclusivamente a que la casta nacionalista dominante no perderá uno de sus activos principales o recursos para lograr la ciega adhesión de la población: el permanente victimismo y la existencia de un “Estado opresor” o de un “Madrid” como “chivo expiatorio” ideal que sirva para explicar todos nuestros males.

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