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Libro - Maestra Vida - Thorndike Guillermo

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  • GUILLERMO THORNDIKE

  • MAESTRA VIDA

    Guillermo Thorndike

    Maestra vida(Novela verdad)

    ...Maestra vida, camar te da y te quita y te quita y te da...

    (Ruben Blades, Maestra vida)

    Mosca Azul Editores 1997

  • GUILLERMO THORNDIKE

    Primera edicin 10,000 ejemplares Marzo, 1997

    CartulaDiseo y fotografaMario Pozzi-EscotNios de Huaraz, 1970

    ContraportadaFotos de Carlos Chino Domnguez

    Maestra vida(Novela verdad)

    Impreso en el Per.

    Digitalizado en Europa2009

  • MAESTRA VIDA

    . . .El plebeyo de ayer, es el rebelde de hoy...(Felipe Pinglo, El Plebeyo

    ...A nosotros no nos alcanza la tristeza de los mistis, de los egostas; nos llega la tristeza fuerte del pueblo, del mundo, de quienes... sienten el amanecer. As la muerte y la tristeza no son ni morir ni sufrir.

    Jos Mara Arguedas (Carta a Hugo Blanco)

    No digo que Dios existe. Afirmo que existe. Pero que no debe existir. Es un ser inmoral porque consiente no el mal sino miles y numerosos males concretos. Me gustara, como cristiano a la contra que soy, poder elegir el Infierno sin frivolidad en una conversacin con Dios. Le dira: Eres. Te hemos querido amar. No debes ser.

    Pablo Macera (Mundial, 4 de julio de 1975)

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  • MAESTRA VIDA

    Recuerdo que al acabar los aos 70, en las noches de imprenta todos cantaban las historias de Rubn Blades. Los clandestinos de esa dcada se movan bastante como Pedro Navaja. Muchsimos hemos amado despus con las canciones de Maestra Vida en los labios. Eran tiempos de amor popular, libre, amor perfecto, amor al prjimo y a toda vida, amor de humanidad, amor cuyos frutos an habrn de conocerse: Una llamarada que debe disolver la noche de egosmo ha la que hemos sido precipitados. No fue el nico Rubn Blades, pero fue de los principales. Acurdate, brother: Blades, Feliciano, Soledad Bravo. Tambin Carlitos Puebla, mi hermano. Pablo Milans y Silvio Rodrguez. Voces que no se fueron, Piazzola, Zitarroza, Vctor Jara. Voces andinas que no se irn, Amaranto, Montoya, Juan de Dios Rojas. Cantares de Ranulfo Fuentes y Manuelcha Prado. Corazn de Luis Abanto Morales. Voz leal de Manuel Acosta Ojeda. Patria cantada por Zambo Cavero, en la que siempre hay lugar para todos, libres, iguales, felices y saciados. Voces de los aos de la esperanza, los 60. Aos de combate, los 70. Comienzos de los 80, voces que se escuchaban antes de este largo anochecer. Voces que nos mantuvieron de pie. Voces que nos dieron vida a pesar de tantsima muerte y calamidad. Esta obra, esta memoria, est dedicada a quienes me ensearon a cantar cuando hay tristeza. A los maestros de mi patria. Est dedicada a la vida, maestra de todos, en todas las patrias. Dedicada a Maestra Vida, a Blades, a las voces de un pasado que no pasa. Pues hay que cantar, para que la vida no duela tanto... Hay que cantar, que los tiempos del amor han de volver.

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  • MAESTRA VIDA

    Bienvenida la muerte

    Qu viejo se ha puesto el sol!... (Maestra vida)

    Remando nuestro atad, volveremos, volveremos...

    (Carlos Huamn)(Huayno Maz)

    HABA MUERTO MUCHAS VECES, Horacio Zeballos, y siempre regresaba. La maana del 7 de marzo no quiso volver. A eso de las nueve se le haba parado el corazn exhausto. Tena que haber sido un corazn grande y laborioso, pues faltaban an dos semanas para que cumpliese cuarenta y dos aos. En sus facciones quedaba el retrato inmvil de cierta paz final, casi una sonrisa, como si adems de morir hubiese llegado a su destino. Acept su mala postura, la soledad forzosa, el fro inexorable que le creca por dentro, acomod sus huesos para un largo tedio y se dej ir, libre, con alma y memoria, esa disposicin que slo estaba permitida a quienes haban cumplido razonablemente con su deber. Haba empezado a morir la vspera temprano. Imposible recibir ayuda, ahora. Deba haberse internado en un hospital el lunes, pero recin haba vuelto el martes en la noche. Doce horas atrs sudaba fro. Al rato sinti que por sus ojos resbalaban densos cuajarones. Tena que ser la agona. Hasta la medianoche estuvo muriendo en silencio. Entonces gimi horriblemente y despert a la profesora Amanda Cabezas, en cuya casa se alojaba desde haca muchos aos. Ella quiso llamar a su mdico, el camarada Csar Rojas Huaroto. No le diga nada al doctorcito, se va a molestar conmigo, dijo Horacio Zeballos. Acept un vaso de emoliente. Pronto estara bien. Siempre volva. Lo ltimo que recordaba era al gento celebrando un aniversario del Asentamiento Humano Javier Heraud. Nunca se sabra dnde haba estado el domingo y el lunes. Su rostro adquiri el color terroso que oscureca a los moribundos. Su sangre haba alcanzado un contenido de azcar verdaderamente suicida. Otras veces lo haban salvado con una sola inyeccin de insulina. En la maana caliente y ruidosa del 7 de

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    marzo de 1984, Horacio Zeballos se entregaba gratis a la muerte. Cuando la profesora Amanda Cabezas se levant a las ocho de la maana para vigilar el estado de Horacio Zeballos, lo encontr ausente y comatoso, inmvil, helado. An respiraba y su pulso telegrafiaba indescifrables mensajes de despedida, con un corazn desbocado. Al fin la mujer decidi llamar al mdico, cuando era tarde. Mircoles de crisis. Se hunda el sol frente al dlar. El dlar a 2,680 soles, la ruina nacional. Las radios anunciaban desrdenes a lo largo de la carretera Panamericana y un paro nacional para el 22 de marzo. A las nueve y veinte de la maana se apur el doctor Rojas Huaroto a la habitacin casi desnuda donde yaca muerto Horacio Zeballos. Slo eso tena al acabar el viaje, media maleta de ropa, los zapatos de domingo, unos cuantos libros, cuadernos donde escriba sus poesas. Estaba muerto de las ganas de morirse. Mora de coma hiperglucmico y lejana tuberculosis. Tambin lo mataban el cansancio y las infinitas penurias de la crcel. Y todos los sufrimientos causados por la persecucin de los militares. Muerto apenas, principiante, se lo llevaron en una ambulancia del Seguro Social al hospital Rebagliatti. Pesaba cuarenta y cuatro kilos, a poco ms de un kilo por ao de vida. A la una de la tarde expedan el certificado de defuncin. Lo embalsamaron con una nueva tcnica japonesa. Izquierda Unida pag la cuenta. Costaba el triple pero duraba una eternidad. Muri Horacio Zeballos, el fundador del SUTEP, gan la noticia Radioprogramas del Per. Esta maana falleci el diputado Horacio Zeballos de un paro cardaco, no tard la televisin nacional. Pronto apareci el rostro flaco y barbudo en las pantallas del pas. Lo crean arequipeo, pero haba nacido en Moquegua. Haba sido el primer secretario general del Sindicato Unico de Trabajadores de la Educacin Peruana y, en 1980, candidato a la presidencia por el UNIR, un movimiento influido por Patria Roja, el Partido Comunista del Per, maosta. Pocos saban que era poeta. Los datos oficiales ignoraban a su segunda mujer, el amor de su vida, y a sus hijos recientes. Tampoco estaba registrada con exactitud su importancia como agitador pblico y orador de barricadas. Arriba, en los barrios superiores a los que an no se acercaba el terrorismo, seguramente se encogan de hombros. Muri Zeballos, qu bien. Un extremista menos. Bastaba verlo, con la barba crecida, las mechas negrsimas cayendo a los lados de un rostro plido y huesudo, para saber que haba sido peligroso. Abajo, en el pas de los pobres, se propag un sentimiento de congoja. Haba usado su corta vida en conseguir la unidad de ciento cincuenta mil maestros y en la defensa de la educacin pblica gratuita. A las tres de la tarde de ese 7 de marzo ya se haba reunido una pequea multitud frente al SUTEP en Trujillo. En Iquitos se designaba una comisin que deba llevar el psame amaznico y acompaar a Zeballos

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    en su funeral. A las seis, siete de la noche, llegaban las primeras delegaciones provinciales a expresar su congoja. Cusco recibi la noticia cuando se haban reunido ms de mil maestros en el paraninfo universitario para un seminario. Esa misma noche parta una numerosa delegacin que esperara el funeral en Arequipa. Un atad de acero lleg a las 7 y 30 de la noche a la sede del UNIR, en un viejo inmueble del jirn Puno, en el corazn de Lima. Contena los restos embalsamados de Horacio Zeballos, al que haban vestido de difunto dominical, con un traje gris carbn y corbata bien anudada. As haba tenido que vivir, vistindose de serio, para cumplir con las formalidades que exigan a los maestros, esa gente a la que l haba definido como los esclavos de corbata. As tambin inauguraba la muerte, como quien acude a su clase ms importante. Una guardia de honor comunista lo haba acompaado toda la noche en la sede del UNIR, a la que llegaron polticos de todas las tiendas a presentar condolencias. A la maana siguiente, un gento presionaba para acercarse al atad de Zeballos. Cierto misterio acompaaba a los personajes de Patria Roja, que participaban en el UNIR. Al secretario general ni siquie-ra se le conoca el rostro. El partido perteneca a la prudencia, el secreto, la clandestinidad. Los haban perseguido hasta las elecciones de 1980. Acaso pronto volviesen a buscar a sus lderes para meterlos en prisin. Esa noche, el secretario general, Alberto Moreno, no se separ de Horacio Zeballos. Al llegar la maana se disolvi en la multitud que creca. Despus de las once sali el cortejo rumbo al SUTEP. Con tantsima gente resultaba imposible ser puntuales, pese a que en el Per slo los entierros y los barcos partan a la hora exacta. La prensa popular haba anunciado la muerte de Horacio Zeballos en primera plana. Los diarios de derecha informaban en letras pequeas o lo haban ignorado. Arriba, la atencin estaba puesta en una vieja discordia dentro del partido del gobierno. Esa maana de jueves tambin sera recordada por la desordenada aparicin de miles de cambistas que ofrecan dlares de la selva, billetes de narcotrfico, a ciudadanos angustiados por la violenta devaluacin de la moneda nacional, que caa de siete a diez soles diarios. Mientras tanto, el ministro de Economa revelaba que el dficit fiscal del ao anterior ascenda a tres billones de soles. Un desastre era el Per. Al UNIR lleg la primera delegacin de maestros trujillanos, encabezada por su secretario Isaac Bianchi. Dnde llevan a Zeballos? A la cercana cooperativa magisterial, despus al SUTEP. Los maestros de Trujillo se echaron el atad al hombro. Cuatro por lado cargaban, era como llevarse un cajn vaco, slo con la memoria de Horacio Zeballos. No llegaron lejos. A media cuadra de distancia, las maestras se aduearon del funeral. Horacio Zeballos tambin era de ellas. Lo haban escuchado y seguido toda una dcada. Lo haban escondido y alimentado. Haba sido jefe,

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    amigo, pariente, compaero. Lo cuidaban y consentan. Las maestras del Per haban aprendido a enfrentarse a la polica de asalto en defensa de su sindicato. No pidieron permiso a nadie. Nada ms apartaron a los maestros y pusieron sus propios hombros para cargar a Zeballos. Lo llevaban de a diez, como abrazadas al cajn. A trechos caa papel picado. Tambin ptalos de flores. Saludaban su paso con el puo derecho en alto. Se repeta el mismo grito bajo el sol: Cuando un revolucionario muere, nunca muere. La multitud aceptaba el entierro comunista porque Horacio Zeballos lo haba sido. Ocurra lo mismo dentro del SUTEP. Slo una parte de los maestros eran comunistas de Patria Roja. Sin embargo el SUTEP era de todo el magisterio. El pas no era comunista pero tena alcaldes de izquierda. Lima, por lo comn conservadora, era gobernada por Alfonso Barrantes, que haca diez aos haba sido abogado de Horacio Zeballos. Presida una alianza de comunistas, socialistas, socialdemcratas, velasquistas y cristianos. La mitad de los alcaldes perteneca a la Izquierda Unida. Uno de cada cinco representaba a Patria Roja. Por fin encontr reposo el atad recalentado por el sol. Al otro da lo entregaron al sindicato de los maestros. En ese lugar, la sede del SUTEP, ah descans Zeballos hasta el viernes 9 de marzo, cuando de nuevo lleg la muchedumbre para llevarlo al Congreso. Esa maana montaba guardia un destacamento de la conservadora Marina de Guerra del Per. Por primera vez iban a rendir honores a un comunista muerto. La multitud qued detenida al filo de la plaza Bolvar. Delante de los cartelones que deletreaban SUTEP present armas la tiesa marinera con uniformes blancos. El edecn del presidente de la repblica, un capitn de fragata, present las condolencias a Rodolfo Zeballos, hermano mayor del diputado. Diputados y senadores rindieron entonces un homenaje a Horacio Zeballos. Representantes de todos los partidos polticos se unieron a la guardia de honor. Tambin participaba el alcalde Barrantes y representantes de los poderes pblicos. A la una de la tarde fue devuelto a la muchedumbre, no sin antes recibir el saludo militar de la guarnicin del Congreso. Las maestras volvieron a cargarlo a lo largo de la avenida Abancay. El atad estaba cubierto por una bandera de Patria Roja. En el camino recibi una bandera peruana. Llovan ptalos de flores sobre la caja de acero que quemaba bajo el sol. Seguan numerosos lderes populares, las centrales obreras, los estudiantes universitarios, diputados y senadores de la izquierda, maestros con infinidad de aparatos florales. Cada vez ms grande la multitud, gritaba en vano: no ha muerto, no ha muerto. Y pasaba el cadver de Horacio Zeballos, la carcasa, la piel embalsamada, ni siquiera sus vsceras, su sangre detenida, su mirada de profeta andino. Despus parti hacia Arequipa, a mil cuatrocientos kilmetros de

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    distancia por la carretera Panamericana. Los hermanos de Zeballos y el senador Rolando Brea, camarada de Patria Roja, presidan el duelo. No pudo salir de Lima como se haba planeado. La gente esperaba en el populoso distrito de San Juan de Miraflores. Llevaron a Zeballos a la municipalidad, donde un alcalde de Izquierda Unida presidi el homenaje popular. Pas a Villa Mara del Triunfo, uno de los ms pobres distritos de Lima, donde se haban reunido otros alcaldes y unas treinta mil personas. Por fin, a las cuatro y media, la caravana que segua a Horacio Zeballos pudo acelerar por la autopista al sur. La multitud no se mova de la carretera Panamericana pese a que creca la noche en Caete. Tuvo que entrar a la ciudad el cortejo fnebre, pues lo esperaban pueblo y maestros encabeza-dos por Carlos Salazar Pasache, el dirigente de las cooperativas magisteriales que haba sido amigo de Horacio Zeballos. Maestros, estudiantes, sindicatos, gente comn. Delegaciones campesinas, tambin. Diez mil personas en Chincha. Tres mil en Pisco. Una multitud que nadie se atrevi a contar en Ica. Bajaron el atad para que paseara la Plaza de Armas. Haba pasado muchas horas felices en ese lugar, Horacio Zeballos. Los dirigentes del SUTEP consiguieron cargarlo unos minutos. El pueblo se lo llev despus. No era comunista la muchedumbre sino peruana, de una o dos camisas y slo dos zapatos, de trabajar toda la vida, de puro pueblo y todas las ideas, maostas, apristas, moscovitas, cristianas y hasta sin otra idea que la de estar aqu, slo eso, preocupados por la bsica supervivencia y la ilusin de la felicidad. Una hora despus el senador Rolando Brea y la gente del UNIR rescataron el cajn para seguir viaje. En Arequipa se haban reunido delegaciones de todo el sur del pas. Del Cusco llegaban maestros, el teniente alcalde, delegados de sindicatos, hasta grupos de campesinos. De Puno haban bajado cuatrocientos maestros. Una hilera de autobuses traa gente de Moquegua, la tierra de Horacio Zeballos, una delegacin presidida por su alcaldesa, Cristala Constantinides, hermana de Miguel, mrtir del magisterio peruano. Pese a que era un da hosco y gris, los arequipeos se congregaban frente al amplio local de la Federacin de Empleados Bancarios, donde sera velado Horacio Zeballos. Pero la gran muchedumbre haba viajado en toda clase de vehculos al punto donde se encontraban la carretera Panamericana con la variante de Uchumayo. Deba llegar Horacio Zeballos a las nueve de la maana y no lleg. Estaba secuestrado por el gento en Caman. Cierta tensin se perciba en la atmsfera cargada de Arequipa, un lugar clebre por los cambios de humor de sus habitantes. Esa maana, el seor prefecto haba convocado a una reunin urgente. Asistieron maestros, funcionarios del Congreso que haban viajado de Lima, autoridades. Tenemos

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    un problema, haba empezado a decir, la Fuerza Armada considera que Patria Roja es una organizacin subversiva, as que va a ser difcil que el jefe de lnea ordene rendir honores militares al seor Horacio Zeballos. Claro, era un mandato de la ley. Al morir, desempeaba la funcin de diputado. A cualquier congresista que muriese en actividad, tendra que rendrsele honores. Los maestros decidieron hablar con el general que estaba al mando de la plaza. Antes de salir, el oficial mayor del Senado, moqueguano, aconsej firmeza. El propio jefe de la III Regin Militar, la ms grande y poderosa del pas, recibi a la delegacin del UNIR. A las ocho de la maana, en el cementerio, resumi el general la disponibilidad de sus tropas, no vamos a estar esperando todo el da. No a las ocho sino a las once, en la Plaza de Armas, explicaron los del UNIR. Ya estaba todo arreglado con el seor prefecto, que era el representante del seor presidente de la repblica. Ni siquiera iban a enterrarlo el sbado y ya paseaban la ciudad cuarenta mil personas en duelo. Por cierto, el orden pblico sera respetado. El jefe de la III Regin Militar asinti. Exiga tranquilidad en las calles. Una por otra. Slo as ordenara que saliesen las tropas a rendir el homenaje. Se encapot el cielo, sacudido por truenos distantes. Justamente a la hora en que al fin el cortejo tomaba la variante de Uchumayo, arranc a llover en Arequipa. Los maestros decan: Hasta el cielo est llorando por Horacio. Iba a ser una larga noche, golpeada por rachas de un viento borrascoso. La muerte de Horacio Zeballos congregaba a maestros que no se haban visto en muchos aos. Mario Salinas Castaeda, el profesor aprista en cuyo automvil haba viajado Zeballos al congreso del Cusco que aprob el nacimiento del SUTEP, saludaba a Gavino Arenas, socialista, secretario general de los trabajadores de Arequipa. Una televisora local entrevistaba a la alcaldesa moqueguana, Cristala Constantinides, que recordaba as a su hermano Miguel, ya muerto, otro de los fundadores del SUTEP y amigo de juventud de Horacio. La familia, los hermanos, barbudo el mayor de los Zeballos, Rodolfo, tambin maestro; los amigos de antes, de ahora, los que escribian, los bohemios, tambin los alcaldes de Arequipa y Cusco de Mollendo, Ilo, Caman y de los distritos, por centenares los delegados del SUTEP, los dirigentes sindicales del sur de la repblica, los enviados del Congreso, nadie faltaba. Lleg Horacio Zeballos cinco horas tarde. A las cuatro quedaba instalada la capilla ardiente en la Federacin de Empleados Bancarios. Miles de personas se acercaban lentamente al cuerpo expuesto para verlo y despedirse. Nunca antes se haba visto un funeral como ese en Arequipa. Slo para despedir al doctor Mostajo, personaje memorable, se haba reunido tantsimo pueblo en un entierro arequipeo. Por fin, a las once de la maana

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    siguiente, un domingo encapotado que tambin habra de ser lluvioso, sali el atad siempre en hombros de maestros y maestras. El reloj de la catedral marcaba las once y treinta cuando el cortejo se acerc a la Municipalidad. El alcalde coloc las banderas de Arequipa y del Per sobre el fretro cuando el atad se soseg en una capilla ardiente. Por turnos se despidieron de Horacio Zeballos el prefecto, el poderoso jefe de la III Regin Militar, el presidente de la Corte Superior de Justicia, el arzobispo Ruiz de Somocurcio, el rector de la Universidad Nacional de San Agustn, la comisin oficial del Congreso presidida por el senador Rolando Brea. Despus del discurso del alcalde de Arequipa, los regidores llevaron el atad hasta la puerta principal. Entonces se escuch una marcha fnebre militar y las tropas presentaron armas al paso de Horacio Zeballos. Siempre cubierto el atad por las dos banderas, se reinici el funeral, con las autoridades encabezando el cortejo junto al hermano mayor de Zeballos. Detrs, los cnsules extranjeros, los alcaldes distritales. Los gremios, despus. Al llegar a la calle La Merced, call la banda de msicos militares. Entregaban el atad al pueblo, que dio la vuelta a la plaza para detenerse frente a la catedral. Se hizo el silencio mientras un sacerdote entonaba oraciones por el eterno descanso de Zeballos. Ah mismo, al abrigo de la catedral, rindieron homenaje el SUTEP, la Federacin de Estudiantes del Per y la Izquierda Unida. En representacin de la familia habl otro de sus hermanos, Guillermo Zeballos. Despus la multitud se llev lo que quedaba de ese maestro de primaria que prefera la poesa a los negocios, los nios a los poderosos, la pobreza fraternal a la prosperidad de los egostas. Cinco horas naveg el atad cada vez ms pequeo sobre el oleaje de una humanidad que ignoraba el cansancio y la lluvia. Ya en el cementerio de La Apacheta hablaron sus camaradas ms cercanos: Csar Barrera, secretario nacional del SUTEP; Jorge Hurtado, a nombre de Patria Roja; y, por Izquierda Unida, el senador Brea. No se haban agotado las palabras. Javier Horacio Zeballos, un nio de diez aos, se despidi de su padre con palabras que fueron olvidadas pero que hicieron llorar a la concurrencia. Estaba casi a oscuras el cementerio cuando el atad fue puesto en el nicho 445 del pabelln Santa Olivia. Se habra podido creer esa noche que la historia haba terminado.

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    Pas donde nada se clava y todo se atornilla

    ...Maestra vida de injusticias y justicias de bondades y malicias

    an no alcanzo a comprenderte... (Rubn Blades)

    La rumba de la existencia la baila la humanidad

    (Cheo Feliciano)

    LA PRIMAVERA DE 1963 CONFIRMABA a los normalistas salesianos de Arequipa que el mundo iba a cambiar. Hasta el Per dejaba de ser una promesa. Pronto habra de ser peruano el petrleo usurpado y sera corregida la vieja y triste servidumbre de pongos y yanaconas. Iba a ser industrial y moderno el Per, al fin gobernado por un presidente justiciero, de estirpe arequipea, el arquitecto Fernando Belaunde Terry, que al asumir el cargo haba pedido nada ms que cien das para liquidar el eterno conflicto del petrleo, ofreciendo un mandato inolvidable que construyese la prosperidad nacional. Pese a las dificultades electorales, con sus fraudes, contrafraudes, vetos y cuartelazos, lo vierto era que un viento de relativa juventud refrescaba las alturas del gobierno. Al fin bamos a ser distintos. El mando del pas haba pasado de la vieja y exhausta aristocracia republicana a un breve intermedio de militares conservadores y a una nueva y robusta burguesa decidida a correr los riesgos de la transformacin total. Los treinta y cinco normalistas de La Salle que se graduaban ese ao, compartan la misma y poderosa sensacin de inaugurar una poca inolvidable. El ao anterior haba comenzado el Concilio Vaticano II, evento que absorba la atencin en las religiosas aulas de la Escuela Normal de Varones. El mundo entero se

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    transformaba. Las marchas por los derechos civiles de los negros desafiaban al poder blanco en. Alabama y Martin Luther King pronunciaba un clebre discurso frente a una gigantesca multitud en la ciudad de Washington. Se hablaba de la teologa de la liberacin, de una iglesia de los pobres, de un harapiento vendaval cristiano opuesto a la pagana grandiosidad de Roma. La Alianza para el Progreso y la Revolucin Cubana se erguan frente a frente en Amrica Latina. El espritu del jubileo tensaba las banderas de la justicia en todos los continentes. En el Per, la idea de una reparacin sosegaba acaso por ltima vez a millones de mitayos desesperados y siervos a perpetuidad. El 22 de noviembre Kennedy fue asesinado. Diecisiete das ms tarde, en el plantel arequipeo administrado por los Hermanos de las Escuelas Cristianas de La Salle, los treinta y cinco normalistas de la Promocin Juan XXIII recibieron sus ttulos de maestros. Por razones de alfabeto, no de nota, el ltimo en tomar su diploma fue un fornido moqueguano llamado Horacio Zeballos Gmez. En ese tiempo, el pueblo de Pitay ni siquiera figuraba en los mapas de la repblica, pese a ser la capital del distrito de Santa Isabel de Siguas. Tena juez, alcalde y gobernador. Le faltaban cura, sanitario y maestro. En verdad era un distrito de ltima categora, sin telgrafo, electricidad, agua o desages, un lugar medio extraviado en la cordillera sin rboles, a cinco horas de viaje en destartalado autobs y otras cinco o seis en burro. Pero Pitay, de piedra y caas apelmazadas con barro, todo protegido por techumbres latosas que no siempre resistan los ventarrones andinos, exista en el papel como un prspero distrito rural, en la cercana periferia de la civilizacin sudamericana. En la repblica imaginaria, a cuyo servicio empezaba a trabajar Horacio Zeballos, Pitay tena una escuela elemental mixta, la N 9678, cuya direccin le fue encargada pomposamente por un gobierno igualmente imaginario, que an no se haba enterado de la desaparicin fsica de la escuelita de Pitay, derruida por la edad extrema, las lluvias, los terremotos y, sobre todo, por la falta de uso. Como era costumbre, en 1964 las clases empezaron el primero de abril. Diez das tarde, Horacio Zeballos pudo agregarse al viaje del maestro Acosta, influyente Inspector de Educacin del Segundo Sector de la provincia de Arequipa, para que lo instalara en el cargo. Donde conclua la carretera, el inspector despach a un propio, un mensajero, a que diese aviso anticipado de su presencia. Al otro da entraban a Pitay, el inspector en mula y el novato en burro, para ser recibidos triunfalmente por un gento de padres de familia y alumnos en asueto forzado. El alcalde Butrn les dio la bienvenida a nombre del pueblo. En presencia del gobernador y del juez, el inspector describi al nuevo maestro como un alma noble, decidida a cumplir con su apostolado a cualquier precio. Despus de los discursos y antes de la pachamanca con que saludaban al inspector, el pueblo hizo entrega de la

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    Escuela Primaria Mixta N 9678 al nuevo maestro. La sonrisa se coagul en el rostro del joven Horacio Zeballos. No era ms que un sombrajo instalado sobre cuatro paredes arruinadas, un hueco oscuro donde tenan que meterse ciento cuatro alumnos. Una acertada clasificacin andina divida a la gente en ricos-ricos, ricos-pobres, pobres-ricos y pobres-pobres. Horacio Zeballos vena de una familia de pobres-ricos, gente principal del extenso distrito de Carumas, lugar protegido de los volcanes moqueguanos por la santsima cruz de San Felipe, donde sus ancestros se haban instalado desde que los desdichados almagristas se dispersaron por los Andes en 1538. El padre de Horacio, Cerelino Zeballos, haba cumplido su servicio militar con los Hsares de Junn en Arequipa. Antes de las carreteras haba prosperado con su atrevido negocio de arriero. Usaba caminos de herradura para comerciar con remotas localidades de Arequipa y Puno, lo mismo que otros moqueguanos lo haban hecho durante tres siglos y medio, a menudo llegando a Bolivia y, sobre todo, al legendario Potos. No era negocio para blandos o asustados eso de viajar por los Andes con cien mulas cargadas de bultos codiciados por toda clase de bandidos. Al llegar la dcada de los cuarenta, Cerelino Zeballos consider que haba cabalgado suficiente y volvi a Carumas, a echar races. Por cierto haba comprado varias parcelas, pues ah todos se dedicaban a la agricultura, pero el principal de sus negocios habra de ser siempre una tienda de abarrotes. No le faltaban latas de manteca, costales repletos de menestras, barricas de vinos y aguardientes moqueguanos, velas de sebo, quesos de la regin, leche siempre acabada de ordear. Cerelino Zeballos haba sido varias veces alcalde, registrador electoral, presidente de la junta de regantes, gobernador y juez de paz. Era uno de los principales de Carumas. Su mujer, Sabina Gmez, vena a ser sobrina nieta del clebre Mariano Melgarejo, dictador de Bolivia en otro siglo. Ocho hijos haban tenido y a todos los haban educado en Carumas primero y en Moquegua despus. Conforme aprobaban la secundaria pasaban a Arequipa, a recibir una esforzada educacin superior. Horacio Zeballos se haba preparado interiormente para acomodarse a Pitay, un pueblo de pobres-pobres. La ruina de la escuelita estuvo cerca de aplastar su espritu. Tampoco haba donde alojar al maestro. En una casa vecina a la escuela, propiedad de doa Adelaida Hurtado, la mujer ms rica del pueblo, exista una habitacin disponible. Se la dieron. Era un sitio rstico, con piso de tierra apisonada. El alcalde prest una cuja y el juez proporcion un colchn relleno con lana de oveja. El 12 de abril, despus de diversas celebraciones, el inspector parti de regreso a Arequipa. Esa maana Horacio Zeballos agit la campana de la escuela a las siete. Inauguraba su existencia de maestro.

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    No se trataba solamente de ensear las primeras letras, lo principal de la aritmtica, la pobre historia del pas. Tena que ser maestro de toda la comunidad. Toda su vida era parte de la enseanza. En un pas tan pobre, haba que ensear a tiempo completo, con el ejemplo. Una semana ms tarde, Horacio Zeballos se sinti alcanzado por el olvido nacional. Pitay exista solamente en el papel. Igual que la constitucin, lo mismo que las leyes y los derechos de los ciudadanos. En la repblica verdadera, Pitay era un lugar desconocido, poblado por espectros que queran ser peruanos. Estaba completamente fuera de los caminos. Dos veces en su historia, haba sido visitado por un subprefecto. Una vez al ao apareca el ejrcito en busca de conscriptos. El nuevo maestro decidi empezar declarando la guerra al olvido nacional, a la pobreza y su hermana, la tristeza. Ms all de tremendas dificultades materiales, estaba feliz. Los coritos, como decan a los nios en Arequipa, ansiaban aprender. Los clasific por edades y conocimientos. Se sentaba en medio de ellos, usando adobes en vez de sillas, a tramar con sus alumnos un plan que sacara a Pitay del marasmo republicano. Adems estudiaban. El canto de las criaturas repitiendo las enseanzas de Horacio Zeballos calentaba los corazones del vecindario. A falta de un campo de deportes, maestro y alumnos jugaban en la plaza. En verdad, la situacin era un desastre. No slo la escuela se caa sobre sus cabezas. Carecan de tiles, libros, pizarrones, lminas y cuadernos. Form un coro con los nios. A Horacio Zeballos le gustaba cantar. Con entonacin de bartono emprenda toda clase de canciones moqueguanas y arequipeas. Consigui que lo ayudaran los guitarristas del pueblo. As fue como las tardes secas y estriles de Pitay se fueron embelleciendo con las voces infantiles que se unan para dar msica a un pueblo cuyo nico gramfono, una valiosa vitrola a cuerda, se conservaba intacta pero muda en el saln principal de la hacendada doa Adelaida Hurtado. Era un tipo raro, el maestro. Nunca daba la contraria a los padres de familia. La mayor parte de las veces los convenca suavemente, sin discutir. Quera hacer cosas en beneficio de los coritos, y, adems, despertar conciencias. Se hubiese dicho que estaba en contra de la soledad y el aburrimiento, no slo de la ignorancia. Uno a uno fue convenciendo a los padres para construir una nueva escuela. Sobraban entusiasmo y cholos baratos. Faltaba dinero, como siempre. Empez por fabricar adobes, con ayuda de los alumnos. Pronto se les uni el vecindario. Organiz despus un baile, animado por msicos de Siguas y el coro infantil, que recaud la astronmica suma de mil soles gracias a la venta de viandas fras y refrescos. Horacio Zeballos inventaba tmbolas, festivales deportivos, rifas, veladas literario-musicales, recitales de poesa. El alcalde Butrn pas a presidir el Comit pro-obras de ayuda al centro educativo. Los padres de familia organizaban el trabajo comunal. El

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    maestro y los alumnos acarreaban cascajo y arena desde el ro, amontonaban adobes, abran zanjas. Al fin echaron los cimientos. El 20 de marzo de 1964, cuando Horacio Zeballos cumpla veintids aos, empez la construccin de tres aulas grandes, dos baos y una habitacin para el maestro. El 28 de julio, el aniversario de la independencia se celebr como nunca antes en Pitay. Quedaba inaugurado el local de la Escuela Primaria Mixta N 9678 construido por alumnos y familiares. A las diez de la maana colocaron apuradamente el escudo de la repblica pintado a mano por un artista de Siguas y a las once empez el desfile escolar. En tres Inciertos batallones, los nios marcharon varias veces frente a la multitud reunida en la Plaza de Armas. Hablaron el maestro, un representante de los alumnos, otro de los padres de familia, el gobernador a nombre del seor prefecto de Arequipa, el juez de paz y el seor alcalde. Antes de que el coro infantil obsequiara a la concurrencia un programa de canciones patriticas, Horacio Zeballos dio a conocer que doa Adelaida Hurtado, la rica del pueblo, haba donado un terreno de casi dos mil metros cuadrados, vecino a la nueva escuela, que ah tendran pronto un campo deportivo. En todo el pas se haba desencadenado la fiebre de las obras comunales. En vez de descansar el sptimo da, los peruanos tenan la costumbre de ocuparse en el bienestar comn. En las haciendas se haca para el patrn. Tiempo atrs, para el encomendero espaol. Todava antes era para el ayllu. En 1964, los pueblos andinos iban a la iglesia el domingo y despus recogan y quemaban basura y arreglaban los caminos. El presidente Belaunde sustentaba su programa de Cooperacin Popular en esa tradicin peruana. El gobierno aportaba herramientas y materiales y los pueblos ponan trabajo. No pas mucho tiempo sin que el distrito de Santa Isabel de Siguas reclamara su cuota de lampas. Para entonces, Horacio Zeballos haba organizado a los agricultores del valle para construir los cinco kilmetros de camino hasta el ro Siguas, donde se conectaran con la carretera Panamericana. As obtendran ms por sus cosechas. Al mismo tiempo haba conseguido que el gobierno enviase a Pitay una ruidosa niveladora a orugas, que convirti el terreno de doa Adelaida en un perfecto campo deportivo y que tambin afirm la nueva carretera. Una tarde de gloria, el agricultor Gonzalo Gonzlez lleg a Pitay al timn de un pequeo mnibus que haba comprado para dar servicio regular entre el pueblo y la Edad Atmica. Conforme haba pedido el maestro a Gonzalo de la Gonzalera, como llamaba al agricultor, traa un aparato de msica alquilado en Arequipa, que funcionaba con una batera de automvil. El siguiente sbado, la poblacin pudo viajar en mnibus para merendar junto al ro Siguas, de paso contemplando pasar camiones por la carretera Panamericana, y a las siete de la noche sumarse al baile, por primera vez con msica verdadera, tocada por grandes orquestas y amplificada chillonamente

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    por tres altavoces. Pitay pareca arrastrado por un torbellino de progreso. Pronto se inaugur el campo deportivo de la Escuela Primaria Mixta N 9678 con un festival deportivo en el que intervinieron otras escuelas de la comarca y para el cual estrenaron uniformes los de Pitay, que la entusiasmada doa Adelaida haba hecho comprar en Arequipa a Gonzalo de la Gonzalera. El Comit pro-oras de ayuda al centro educativo no descansaba. Tan pronto instalaron el telgrafo, despus de inaugurado el camino, los padres de familia acosaron con mensajes y peticiones al Segundo Sector de Educacin Primaria de la provincia de Arequipa, que acab por despachar una camionada de muebles y tiles escolares. .os de Pitay ya no eran los mismos nios taciturnos y desalentados que haban recibido a Horacio Zeballos en abril de 1964. Dos aos despus quedaron vencedores en un concurso provincial de lectura y ortografa. Antes de Navidad, la escuelita estren su banda de msica, ocho tambores, bombo, platillos y doce cornetas, que los nios haban aprendido a tocar bajo la conduccin de su maestro nico, coach, manager, lder, promotor y director tcnico, Horacio Zeballos. La verdad, haba conseguido despertar a las buenas gentes de Pitay. Ahora queran electricidad. Construan su primera posta mdica. Otros pueblos limpiaban y apisonaban sus caminos. Gonzalo de la Gonzalera compr un mnibus ms grande para satisfacer el crecimiento de la demanda. Una maana apareci un sanitario a quedarse en el pueblo. Los visitaban curas una vez al mes. En diciembre de 1965 lleg a Pitay una cmara fotogrfica, gracias a la cual podran recordarse los rostros de la generosa doa Adelaida y del activo alcalde Butrn y, por cierto, del joven y robusto maestro de la escuela primaria, con un mechn de pelo negro sobre la frente tostada, rodeado de alumnas pobremente vestidas de domingo. Justamente en esa poca haba decidido acabar con la peligrosa discordia existente entre los agricultores de Santa Rita y Santa Isabel de Siguas, que se mataban a palos por controlar la bocatoma y regar primeros sus campos. Para conseguirlo debi reunir a los dirigentes de ambas comunidades. No es conveniente para Siguas que las santas Rita e Isabel se la pasen peleando, as que vamos a buscarles un rbitro que acabe con las rias. As les haba dicho. Y quin va a ser ese rbitro?, haba preguntado burln uno de Santa Rita, acaso el seor maestro de la escuela? Y Horacio Zeballos haba sonredo bonachonamente. El maestro no est a la altura de las circunstancias. Yo ms bien haba pensado en un santo para apaciguar a nuestras santas. Aunque bien visto, las santas Rita e Isabel necesitan por lo menos al Seor de los Milagros. Realmente el encuentro haba servido para que firmasen la paz, con un acuerdo escrito que permita aprovechar mejor las aguas del valle. Horacio

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    Zeballos no bromeaba, as que, a la hora de firmar las actas, la ceremonia se cumpli frente a una imagen del Seor de los Milagros, cuya devocin pas a practicarse en Siguas desde entonces. En la tarde del 31 de diciembre, cuando recogi los bultos que llevaba el maestro en su viaje a Arequipa, Gonzalo de la Gonzalera descubri una caja de cartn llena de libros y supo que Horacio Zeballos se marchaba para siempre. Uno a uno inform a los padres de familia. Se haban cumplido los dos aos del plazo al que estaba comprometido. Quera estar ms cerca de Arequipa y seguir estudios universitarios. En Pitay saban que el maestro era poeta. En sus ratos libres se sentaba a escribir. Ansiaba estudiar literatura. Ms tarde aprendera la profesin de las leyes. Antes de abril llegara su reemplazo y adems un asistente. Podran pasrsela perfectamente bien sin l. Los tomaba por sorpresa a fin de abreviar la despedida. Era un sentimental. Se le anudaba la garganta al alejarse de sus alumnos. Crea adivinar sus vidas futuras y estaba seguro de que eran demasiado buenos para el inexorable destino peruano que habra de aplastarlos. Lo mejor habra sido marcharse en puntillas, en el silencio de la madrugada. Sali despacio, bajo el sol en extincin a las cinco de la tarde, rodeado por escolares y sus padres, mientras Gonzalo de la Gonzalera intentaba ordenar la avalancha de obsequios con que despedan al profesor, la mayor parte comestibles, para acompaar su travesa, aunque tambin animalitos domsticos y estampitas religiosas y bufandas y colchas tejidas punto a punto por las buenas mujeres de Santa Isabel de Siguas.

    A LOS VEINTIDS AOS DE EDAD, HORACIO Zeballos no poda saber que en el Per, donde nada se clava, en el que todo se atornilla, rara vez se haba legislado la realidad. Desde que exista memoria, las leyes servan para salvar las apariencias. Se acataba la ley, pero no tena que cumplirse. Las pobres leyes existan en el papel, no en la conciencia ni en la voluntad de los pueblos. Dicho de otro modo, las leyes se imponan, casi siempre a la contra de la gente. Puesto que era imposible forzarlo a vivir opuesto a costumbres y valores tradicionales, el pueblo terminaba existiendo al margen de las leyes, lo que pareca convenir al sistema, pues as, casi nadie protestaba. Consciente de su ilegalidad, la gente rara vez exiga respeto a sus derechos. Adems... Cules podan ser esos derechos? Los hermosos derechos de papel? Los grandes derechos a la vida, la justicia y la felicidad? O los pequeos derechos prcticos como el de no ser pateados por la polica? La ley recta, de acero, igual para todos, implacable y afilada, habra tenido que llegar al fondo de la realidad y las conciencias de un solo golpe de comba popular. Nunca en el Per, donde slo funcionaban las vueltas del tornillo y

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    el retorcimiento de las componendas. La Escuela Primaria de Varones N 968 a la que fue trasladado Horacio Zeballos, tambin perteneca al pas de la imaginacin. La ley mandaba dar educacin gratuita a todos los nios. Otra fantasa. En realidad, maestros, escolares y padres de familia compartan idntica pobreza mientras luchaban para que las siguientes generaciones de peruanos pudiesen reclamar un poco de justicia. Nada excesivo. Simplemente un mundo mejor que el antiguo. Por cierto, ni los estudiantes ni sus padres se dejaban arrastrar por expectativas tan falsas como intiles. Estaban gobernados por la imaginacin pero existan en la realidad. Y aunque vivan a un paso de Arequipa, la ms importante ciudad del sur, a los nios de Sabanda pareca faltarles todo, al menos a quienes asistan a la escuelita N 968, dirigida por el profesor Oporto, con un plantel de seis maestros, al que se haba agregado Horacio Zeballos en mayo de 1966. Una solitaria fotografa habra de recordarlos con solemnidad pueblerina, el director al centro, tres maestras sentadas, cuatro profesores de pie, a la derecha Zeballos, un rostro redondo que estrenaba bigote, todos de serio, con corbatas bien anudadas y expresin de formalidad. No slo parecan una familia, actuaban como parientes. Despus de todo, el magisterio constitua una hermandad. Se vean a diario, trabajaban juntos, intercambiaban confidencias, hacan deportes con los nios, enarbolaban la misma bandera distrital de Sabanda. El profesor Oporto pasaba los cuarenta aos de edad, lo vean como un viejo. Se le agrisaba la cabeza. Toda la vida haba sido maestro. No saba vivir de otra manera, sin nios, fuera del orden implacable de las campanadas y los horarios. Los sbados por la maana celebraban eventos deportivos. Al caer la noche, no faltaban reuniones comunitarias o festejos familiares a los que se invitaba siempre a los maestros. Era gente sencilla, que prefera la simplicidad, entrenada para resumir y contar, repetir y ensear lo mismo siempre, muchsimas veces. Rpidamente Zeballos se incorporo a la luchadora comunidad de Sabanda. Acababa de visitar Carumas, donde el 20 de marzo haba cumplido veintitrs anos de edad, acompaado por sus padres y la totalidad de sus hermanos. Rodolfo, el mayor, tambin era maestro. Enseaba en Ilo. Los dems estudiaban, dos en Arequipa y tres en Moquegua. Solamente uno quedaba en Carumas. Pero ese ao haban regresado todos a su pueblo para las vacaciones. Cuando la familia pudo reunirse intacta, Cerelino Zeballos orden una misa de accin de gracias. Pero nada era realmente lo mismo ante los ojos de Horacio Zeballos. Muchos de sus amigos de la infancia se haban marchado a trabajar en las grandes minas de cobre, otros emigraban a Arequipa, el animoso valle del Catari daba seales de irse despoblando. Tan pronto en la vida para quienes haban crecido con l y ya conocan historias de desamor y llanto. Cuando al fin volvieron a separarse los Zeballos, estaba seguro Horacio de que la

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    vida habra de ser ms corta de lo que haba imaginado, ms rpida tambin, compleja, casi indeseable. Pareca lejos el Per de la esperanzada primavera de 1963, cuando el pas imaginario haba inaugurado el ltimo de sus sueos. A mitad de mandato, tres aos despus, sonaban a hueco los mensajes presidenciales, perda su valor el dinero, se achicaban los salarios, se atrasaban los pagos del gobierno, aumentaban los precios, se desbocaba la inflacin, creca el subempleo. A la vez se multiplicaban los nios y los jvenes que demandaban educacin. Un tercio del territorio nacional estaba en emergencia, con once provincias bajo control militar para liquidar las guerrillas del MIR y el Ejrcito de Liberacin Nacional. Se enfriaban las inversiones, disminua el ahorro, se multiplicaban los paros y las protestas. No alcanzaba el sueldo a los maestros. El ao anterior, mientras Horacio Zeballos estaba en Pitay, una huelga nacional de maestros haba acabado con un lamentable volteretazo de los dirigentes. El gobierno deba pagar y no pagaba un aumento del 25 por ciento. Por cierto se trataba de un clsico negocio de la repblica imaginaria, pues se haba ordenado pagar sin asegurar los fondos pblicos necesarios, de modo que los maestros disfrutaban de un sueldo reajustado en el papel, mientras sus sobres de pago llegaban tan esculidos como antes. La huelga haba durado cinco das en mayo. En vez de negociar con los maestros, el gobierno prefiri entenderse con la coalicin poltica que controlaba el congreso, la unin contra natura de apristas y odristas, pues eran apristas quienes mandaban en el Sindicato Nacional de Maestros Primarios y en el Sindicato Nacional de Profesores de Educacin Secundaria, y as haba obtenido fcilmente una transaccin y hasta una renuncia sin necesidad de que nadie consultara con las bases. Y, claro, sin cumplir con los pagos que mandaba la ley. Un ao despus, cuando Horacio Zeballos lleg a Sabanda, continuaba enflaqueciendo el ingreso magisterial. An peor, se atrasaba ms y ms el pago de los salarios. En 1967, el gobierno pareca haberse quedado sin fondos. Dependa de la usura internacional. Sigui hundindose la economa peruana mientras el dlar duplicaba su valor. Un campeonato deportivo permiti que se encontraran maestros del sur arequipeo. Llegaban de Characato, de Mollebaya y San Juan de Tarucani, de Sabanda y tambin de Chiguata y, en fin, maestros de la propia ciudad de Arequipa. Ni estaban organizados, ni tenan representacin ante el Sindicato Provincial de Maestros Primarios de Arequipa. Que-ran defenderse y hacerse escuchar, as que en una sola noche constituyeron el Sindicato de la Zona Sur de Arequipa. Horacio Zeballos haba despachado un discurso corto e incendiario. Lo designaron delegado ante el sindicato provincial.

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    POR CIERTO, TODAS LAS ORGANIZACIONES sindicales parecan ser parte del pas imaginario. Hacan huelga y resultaba que los huelguistas estaban dirigidos por aliados del gobierno. Se arreglaban las huelgas secretamente, se negociaban actas en las trastiendas del Ministerio de Trabajo. Para el magisterio, la historia empezaba sobre las ruinas de la invasin chilena, en 1884, cuando los maestros primarios de Lima haban formado la Sociedad Fraternal de Preceptores, una organizacin de auxilios mutuos. Daban la impresin de haber sido conservadores, pues haban soportado las tentaciones anarquistas de principios de siglo. Su atrevimiento se haba limitado a constituir una liga anticlerical en 1902. Verdaderamente la educacin estaba dominada por la religin. Diversas rdenes catlicas entrenaban a ricos, aristcratas y burgueses, an a los jvenes de una incipiente clase media, dejan-do que los nios pobres asistieran a sus escuelitas fiscales. Tanta santurronera expresaba una dominacin ideolgica, adems de un buen negocio y una alianza poltica con la dictadura civil de Legua que, antes de hacerse reelegir en 1924, quiso dedicar el pas al Sagrado Corazn de Jess. La reaccin de obreros y estudiantes sanmarquinos haba frustrado esos planes, de paso lanzando a la celebridad al futuro fundador del aprismo, Vctor Ral Haya de la Torre. Un ao despus, un clebre moqueguano, Jos Carlos Maritegui, fundador del Partido Socialista, ms tarde Comunista, y de la Central General de Trabajadores del Per, CGTP, propona un sindicato nico de maestros. Nunca haban podido ponerse de acuerdo. Los de secundaria se consideraban encima de esforzados maestros de primaria. Siempre haban ganado ms que quienes se dedicaban a la enseanza elemental. Los apristas haban organizado los primeros sindicatos primarios en el norte, en 1930. Pusieron en movimiento hasta cien sindicatos provinciales en todo el pas. Y sindicatos secundarios despus. Tambin una Federacin Nacional de Maestros. En 1931 se haba producido la primera huelga. Al gobierno de Snchez Cerro no le temblaba la mano. Despidi a un tercio de los maestros y amenaz al resto de los revoltosos con cambiarlos de colocacin. Antes de eso, un personaje de la III Internacional Comunista haba lanzado contra Maritegui el anatema de populista. Ms tarde, la continuada represin de Snchez Cerro y Benavides haba liquidado temporalmente a la CGTP. Hasta que el comunista Juan P. Luna y el aprista Arturo Sabroso se encontraron en Chile, en 1944, y formaron la Confederacin de Trabajadores del Per, la CTP, cambiando siglas a fin de evitar las furias gobiernistas, aunque ponindose bajo la influencia de la AFL-CIO. La repblica imaginaria admita toda clase de contorsiones ideolgicas con tal de que todos se acomodaran. En 1939 el aristcrata Manuel Prado haba enarbolado la bandera de las democracias contra el fascismo, as que los comunistas apoyaron su gobierno. Mientras

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    tanto Prado persegua a los apristas con experta ferocidad, slo para amistarse con ellos en 1945, cuando se hizo evidente que sera elegido el arequipeo Bustamante y Rivero con el masivo apoyo del APRA que sala de sus catacumbas. A partir del 45 los apristas haban pasado a ser una poderosa fuerza legal. Sin embargo, a los tres aos, el general Odra ajustaba cuentas con todos, apristas y comunistas que, de nuevo a medias, rencorosamente, trataban de juntarse para sobrevivir a otra dictadura. El pas escapaba de las indigestiones de la realidad. Como nunca antes prevaleca el reino de la imaginacin. Cachaco total que prefera esconder la mirada de zorro detrs de espesas gafas ahumadas, Odra se presentaba sin competidores a unas elecciones manejadas por el propio ejrcito. No poda perder. Todos sus adversarios estaban en la crcel o desterrados. En el pas de la fantasa, era elegido por aclamacin ciudadana. La noche despus de las elecciones, los militares llenaban las nforas con votos para Odra, derrotando as a los ausentes y a quienes viciaban sus votos o votaban en blanco. Por supuesto gan el general. Odra, el restaurador de la democracia. Un servidor de la constitucin, el seor presidente. No haba sido una mala poca para los maestros que quedaban en libertad, pues muchos estaban presos o fugados por haber sido apristas o comunistas. Desde luego la dictadura tena extensas listas negras que no haban olvidado al peligroso magisterio. Quien figurase entre los rprobos jams consegua empleo, no slo de preceptor sino de barrendero, pues la represin tena largusimos brazos e imborrable memoria y, sobre todo, un corazn que nunca perdonaba. Claro, haban sido tiempos de prosperidad en el gran patio trasero sudamericano, pues la guerra en Corea elevaba demanda y precios de las materias primas. Mientras chorreaba dinero en las arcas fiscales, el pas imaginario haba producido un notable plan nacional que defina la educacin como una necesidad social a la que todos tenan derecho. Los valores seguan siendo Dios, patria y familia. La educacin dignificaba a los humildes, as que la primaria deba ser universal. Adems propona programas extraordinarios de alfabetizacin y estimular la llamada educacin tcnica, destinada a quienes iban a practicar oficios en vez de profesiones. Con rigor castrense, el gobierno de Odra organizaba la administracin educativa en regiones idnticas a las militares. Aparecan despus las grandes unidades escolares, en las que deban ensear los ltimos dos aos de primaria, la secundaria comn y la secundaria tcnica, y que adems servan como centros comunales para diversas actividades sociales y deportivas. No todo poda ser imaginado, as que la democracia militar de Odra haba dedicado parte de sus ganancias por la guerra de Corea a construir colegios: veintiocho grandes unidades escolares, trece colegios nacionales, sesenta y cuatro escuelas primarias, sesenta y cinco ncleos escolares campesinos, treinta

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    y cinco escuelas bilinges en la selva, dos colegios militares, dos escuelas normales superiores y varios institutos industriales. A la vez se produca una paradoja democrtica. El Ministerio de Educacin quera dar instruccin primaria a todos, pero el Ministerio de Gobierno segua persiguiendo a los maestros. Para empezar, fueron desconocidos y recesados los sindicatos y dems asociaciones magisteriales. El motivo: haban estado fuertemente influidas por el aprismo entre 1945 y 1948. Se hacan elegir los generales por toda Amrica Latina. Odra imitaba a Pern en el peinado a la gomina, las gafas negras, el anillo y la pulsera, a veces hasta en la capa militar y por cierto en el peinado con moo que la seora Odra haba copiado de la inolvidable Eva. Los generales intercambiaban visitas, se conferan dignidades, condecoraciones, se hacan obsequios de estado siempre ms suntuosos, cargados de imaginacin libertaria y voluntad americanista. Amigotes todos, practicaban democracias de papel. Hasta los difuntos votaban por ellos. El fachendoso Somoza haba disfrazado a su ejrcito de legin romana para el matrimonio de su nica hija y haba llegado ms tarde a Lima, en visita oficial, con la robusta doa Salvadorita del brazo, su amada esposa, bien abrigada con estolas de visn salvaje y gargantillas de diamantes. Haba sido buen anfitrin, Odra. Recordaban a Somoza por su esplndido estilo para bailar danzn. No haba descansado una pieza durante el baile de etiqueta que le haban ofrecido en el palacio de Pizarro. Prez Jimnez tambin era feliz en Lima. No slo la visit oficialmente. Compraba propiedades limeas con los fondos de la parranda fiscal venezolana. Rojas Pinilla se converta en dueo de Colombia. Stroessner se una a los matones de la democracia hemisfrica. El hijo favorito de Trujillo acababa de regalar un abrigo de chinchilla a la actriz Kim Novak mientras su cuado Rubirosa pona un ojo negro a la clebre Zsa Zsa Gabor. La juerga de los dictadores alimentaba los titulares de primera plana. Al general Odra lo fastidiaba la idea de abandonar la presidencia. Se le venca el mandato. La ley prohiba reelegirse pero las leyes cambiaban, siempre podan cambiar: era lo bueno del pas imaginario. Misteriosamente el general Odra desbarranc por una escalera, segn decan, a mitad de una jarana. Se le hizo pedazos la cadera. Tardara varios aos en caminar defectuosamente, siempre apoyado en un bastn y en la misericordia de sus guardaespaldas. Al rodar por las escaleras el presidente ebrio, cambiaba la historia nacional. Ya no tena otra opcin que no fuese la de llamar a elecciones y dejar el poder al cabo de ocho aos en la jefatura suprema. En el divertido tiovivo republicano, lo haba sucedido don Manuel Prado, el ltimo aristcrata, esta vez asociado a sus antiguos perseguidos, los apristas. Los comunistas, aliados de antes, pasaban ser rprobos y bandidos. En ese tiempo pareca urgente mejorar y reorientar la educacin y al mismo

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    tiempo permitir un explosivo crecimiento de educandos. La mitad de los maestros careca de ttulo. De los restantes, a un tercio deba considerrsele autodidacta. A la vez se duplicaba el nmero de nios y jvenes que exigan educacin. Empezaba un perodo de industrializacin elemental mientras aumentaba la migracin del campo a la ciudad. Tan pronto empez el gobierno de Prado, se haba reunido el Primer Congreso Nacional de Maestros Prima-rios, que acord constituir un sindicato nacional y presentar un importante pliego de reclamos. No llegaron lejos, pues los maestros primarios estaban dirigidos por apristas que a su vez eran socios polticos de un gobierno sin dinero. Un ministro de inmenso prestigio, don Jorge Basadre, consigui financiar un aumento de 30 por ciento. Ocurri en mayo de 1958, en beneficio de 27 mil maestros. Al ao siguiente se haba creado la FENEP, Federacin Nacional de Educadores del Per, controlada por apristas. En vano. Presiones polticas hicieron fracasar una huelga magisterial en 1960. Para sus propios militantes, el APRA se estaba convirtiendo en un partido de renegados. El pacto con el antiguo perseguidor Manuel Prado haba producido un cisma profundo. En 1957 se marchaba parte de la juventud aprista y al otro ao se formaba el APRA Rebelde, que se transform en MIR, Movimiento de Izquierda Revolucionaria, con un jefe que haba sido aprista, Luis de la Puente Uceda. Durante los seis aos de la llamada convivencia con el gobierno, los apristas haban servido de bomberos que apagaban incendios populares. Pagaran el terrible precio de la soledad. Los sindicatos empezaban a abandonar la CTP aprista para pasarse a la CGTP comunista. En 1962 se produjo la coalicin entre el APRA y el peor de sus verdugos, el general Odra, y muchos viejos militantes se alejaron en silencio. Despus de la intervencin de la Fuerza Armada para corregir el rumbo de la democracia de la imaginacin, se haba inaugurado el mandato de Belaunde Terry el mismo ao en que Horacio Zeballos se graduaba de maestro. Conclua la repblica aristocrtica y empezaba un modelo desarrollista y populista financiado con inversin extranjera y deuda externa. Otro espejismo. La masiva migracin del campo a la ciudad y un alto ndice de crecimiento demogrfico alimentaban el explosivo crecimiento urbano. Hasta el gobierno utilizaba un discurso radical. Con Belaunde volva la educacin primaria universal. En la dcada del 58 al 68, la poblacin secunrdaria iba a crecer 165 por ciento y se triplic la universitaria. En cinco aos, del 60 al 65, se duplicaba el nmero de maestros, que ahora pasaba de 90 mil. Se promulg entonces la Ley 15215 que resuma las aspiraciones del magisterio. Ordenaba un aumento de salarios del 100 por ciento, que se hara efectivo en cuatro aos, a razn de 25 por ciento cada ao. Adems garantizaba que los maestros titulados tendran empleo. Estableca un haber mnimo de 4,260 soles, adems de diversidad de bonificaciones: por tiempo de servicios, por nmero de hijos, por servicios

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    en altura, medio rural, selva o zona de frontera, por matrimonio, vivienda o especializacin. Cuando al fin entr en vigor, la pobre Ley 15215 estaba desfinanciada. Exista y no exista. Se acataba pero no poda ser cumplida. El pas de la imaginacin produjo entonces la antiley 16354, que congelaba los haberes de los maestros y dejaba en suspenso la Ley 15215. Los maestros pasaron una navidad negra en 1966. Antes de que volviesen a clases en marzo del ao siguiente, el gobierno haba reducido el presupuesto para la educacin. Suprima gratificaciones y bonificaciones, paralizaba los salarios y aumentaba las horas de trabajo de los maestros en toda la repblica. Para ese tiempo ya se haba formado el Sindicato de Maestros Primarios de la Zona Sur, que envi a Horacio Zeballos como delegado ante el Sindicato Provincial de Arequipa.

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    La revolucin dividida

    No veo la manera ni la solucin pa pod arreglar el pobre su situacin...

    si el poltico ladrn nos entretiene con cuentos y estadsticas diciendo:

    La culpa es de la inflacin! (Maestra Vida)

    Por qu no lanzas contra el cobarde, que explota al indio, tu maldicin?...

    (Luis Abanto Morales, Cielo serrano)

    EL AO EN QUE HORACIO ZEBALLOS RECIBI SU ttulo de maestro primario en la Escuela Normal de los Hermanos Cristianos de La Salle, se partan los partidos comunistas en soviticos o moscovitas y maostas o pekineses, segn simpatizaran sus afiliados con los grandes centros de poder comunista del mundo, Mosc y Pekn, como entonces se le llamaba, pues an nadie le deca Beijing. El de Zeballos haba sido un hogar aprista, contestatario, radical, al estilo de don Cerelino que entenda el aprismo como una posibilidad revolucionaria, un partido que deba hacer justicia urgente a la miserable realidad nacional. La bsqueda de un mundo mejor haba acercado a Juan y Guillermo Zeballos, hijos de don Cerelino, a las propuestas comunistas. La ruptura de 1963 dej a Horacio Zeballos ante dos posibilidades. Como muchos jvenes del sur del Per, sinti que sus simpatas se orientaban por la opcin maosta. No por ello dej de ser independiente. En realidad no se ofreca una bifurcacin de caminos, ambos con la misma orientacin general y un parecido destino revolucionario. Forzaban a los jvenes a elegir entre una posicin antigua, autoritaria,

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    que simplemente aspiraba a reformar la sociedad; y el atrevimiento de una revolucin total, romntica, un verdadero sacrificio personal para inventar un mundo nuevo. La primera, la posibilidad moscovita, sovitica, maciza y burocrtica. La segunda, el camino guerrillero, la emocin clandestina, la dura marcha del campo a la ciudad, la posibilidad pekinesa, el rumbo maosta. Quienes ahora se declaraban moscovitas, siempre haban controlado el partido. La crisis coincida con un fenmeno internacional, el pleito entre la Unin Sovitica y China, que a su vez defina dos lneas polticas socialistas mundiales. En Pitay, cuando la visita de otros maestros reviva la discusin ideolgica, empezaba a creer Horacio Zeballos que la divisin expresaba las propias limitaciones histricas del partido, cuyos pensamientos dependan del tamao de su fuerza y no al revs. Faltaba un pensamiento propio, peruano, independiente, capaz de definir sus propsitos sin dejarse influir por intereses externos. Considerado en fro, las posturas ms o menos reformistas y las posiciones radicales venan a ser igualmente dogmticas, lo cual le produca cierto inevitable desaliento pues en el Per todos se haban manejado de una manera dogmtica, no slo los marxistas, generando as un drama nacional: la incapacidad de producir una respuesta original a los problemas peruanos y el perpetuo sometimiento a las ideas de afuera, el culto a lo externo. En esos raros encuentros de maestros sola decir Horacio Zeballos que el marxismo deba ser creativo y actuar en funcin de realidades concretas. No obstante, en la realidad prevaleca una cultura de la dependencia, con marxistas que aparecan subordinados a pensamientos extranjeros. Durante la breve primavera democrtica de los aos 46 y 47, el Partido Comunista haba crecido hasta tener cincuenta mil afiliados. El golpe del ao siguiente y la persecucin ordenada por el general Odra, acabaron con ellos. El partido empezaba a reharcerse a fines de los aos 50. En 1963 se produjo el rompimiento en el Partido Comunista, influido por el distanciamiento entre Mosc y Pekn. De un lado quedaba el Partido Comunista Unidad, prosovitico, jefaturado por Jorge del Prado; y del otro, el Partido Comunista Bandera Roja, de los prochinos, cuyo jefe principal, Saturnino Paredes, era bien conocido por los jvenes maestros de escuela arequipeos, lo mismo que sus principales acompaantes, Jos Sotomayor Prez y Abimael Guzmn, joven profesor de filosofa formado en la Universidad de San Agustn. Tres aos ms tarde, cuando Horacio Zeballos se instalaba en Sabanda, a un paso de Arequipa, Bandera Roja estaba lejos de jefaturar los espritus marxistas del pas. En vez de construir una propuesta peruana, los pekineses se entregaban a la vieja guerra intestina de las ideologas. Los moscovitas seguan siendo el adversario principal. Pero la dirigencia supuestamente maosta prefera calcar el rumbo y hasta las palabras de la Revolucin China que abrir su propio camino. Pareca que las denuncias de

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    corrupcin de los reformistas soviticos importaban ms que una propuesta socialista autctona. Eran tiempos difciles para el comunismo chino, al que la revolucin cultural devolva a la aterradora profundidad de los tiempos an no empezados a vivir, las pocas en que la humanidad reinventaba el futuro. Nada se le pareca en la historia. Un personaje contradictorio, que pareca incapaz de alzar vuelo al encuentro de una sociedad nueva y justa, Saturnino Paredes, se colgaba de la poltica china como si el Per Fuese una remota provincia dependiente de Pekn. Por cierto haba hecho publicar un librito rojo con Las citas del camarada Mao, para que los pekineses nacionales pudiesen desfilar mostrndolo en alto. Poco tiempo despus circul otro librito, que tambin se reparta gratis: Las citas del camarada Paredes. El rostro de Saturnino Paredes apareca en marchas y mtines junto al retrato del camarada Mao. Publicaciones chinas eran traducidas al castellano y como si su autor fuese el camarada secretario de Bandera Roja. Poco despus se produca la salida de Sotomayor y los tericos. Nadie entenda bien cmo deba ser la relacin con las revoluciones que progresaban en otras partes del mundo. Cuando un grupo de jvenes latinoamericanos visit China, un obrero peruano pregunt a Mao cul era el error ms importante que deban evitar. Mao respondi: No traten de imitar a la China. Las revoluciones no se copian. Cada pueblo tiene su manera de hacer las cosas. Por imitar a los soviticos, murieron millones de chinos y nuestra revolucin demor muchos aos. Busquen su camino en su propia realidad y en su historia. Al despedirlos, Mao insisti: Olviden China tan pronto vuelvan a sus pases, olviden China. A fines de los aos 60, de Bandera Roja se marchaba el grueso de la juventud comunista, esta vez a reconstruir el Partido Comunista o, en realidad, a formar su propio partido, lo que habra de ser Patria Roja en 1969, alentado, entre otros, por el joven obrero que haba dialogado con Mao. Desde luego no haba demorado en romperse otra vez Bandera Roja, con la salida de Abimael Guzmn y el grupo de profesores que alentaba la formacin de otro partido comunista maosta. Sobre todo en las universidades circulaban documentos emitidos por los frentes estudiantiles de cada agrupacin. Cada quien los adornaba con sus propios lemas y distintivos, para distinguirse de los otros frentes. Cuando apareci el FER de Patria Roja, sus documentos llevaban un libro, un fusil y un martillo y las palabras siguientes: Por la democracia popular y el socialismo. Los papeles del FER de Abimael Guzmn decan siempre: Por el luminoso sendero de Maritegui. Los muchachos preguntaban: de quin es el documento? Si de Patria Roja, decan Patria, a secas. Si de la gente de Abimael Guzmn, decan los senderos o los luminosos. As pas a conocerse su partido como Sendero Luminoso. Slo en apariencia, el pensamiento marxista radical se haba liberado de las tentaciones reformistas. En la realidad, pekineses y moscovitas seguan

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    atrapados por su propia confrontacin. Haba sido preciso proponer una actitud de independencia para que se formase Patria Roja. De un lado los muchachos buscaban sus propias respuestas y de otro se sentan empujados por una tendencia extremadamente radical. En verdad crean que estaban maduras las condiciones sociales para una gran revolucin. A la vez queran alejarse de la teora y pasar a la accin organizando las luchas populares. Mientras tanto, el pobre pas daba tumbos, se envileca la moneda, se atrasaban los pagos, iba agotndose el tesoro pblico. A la primera gran devaluacin desde 1958, se sumaban una profunda intranquilidad de los sindicatos, el desorden fiscal, la prdida de autoridad moral por parte de un gobierno salpicado de escndalos y negociados. Las guerrillas del ELN y del MIR haban sucumbido sangrientamente y nada haba cambiado en la inmensidad de la cordillera, donde millones de personas sobrevivan en condiciones de extrema miseria y servidumbre personal. No se haba firmado la paz con las comunidades que seguan reconquistando sus tierras en poder de los hacendados. Al menos ahora la Guardia de Asalto se limitaba a contemplar las invasiones que antes haba quemado con fuego de mosquetones y ametralladoras. Francamente endeble, el gobierno belaundista no se atreva a solucionar el viejo problema de los yacimientos petroleros de La Brea y Parias, disputados a una empresa estadounidense. Nadie estaba contento. Habra elecciones al otro ao y todo permita suponer que ganaran los apristas casi por fuerza de la gravedad, porque eran los ms antiguos y no quedaba nadie que pudiese oponrseles. Iran con su anciano jefe y fundador a la cabeza, Vctor Ral Haya de la Torre, a quien el ejrcito haba vetado en 1962. As lleg el tres de octubre de 1968, un da que no era como cualquier otro. Esa madrugada se cumplan veinte aos de la revolucin aprista del Callao, donde la marinera se haba adueado de la escuadra y el arsenal y fuerzas populares haban capturado los castillos del Real Felipe. Al mando de dos solitarios oficiales y los contramaestres, los buques haban zarpado mientras en tierra fracasaba una insurreccin de corte bolchevique. Al fin haban tenido que rendirse. Empezaba una de las persecuciones polticas ms grandes en la historia del pas. Tres semanas despus Odra tomaba el poder por los siguientes ocho aos. El mismo da de 1968, tropas escogidas capturaban a Belaunde, lo llevaban al aeropuerto internacional y lo despachaban a la Argentina, cuya dictadura militar se encargara de retenerlo. Con un gobierno militar terminaban de reunirse las condiciones tericas para una situacin revolucionaria popular. Pero emergi en la suprema jefatura militar un general desconocido por los civiles, que planeaba cambiar el pas. Juan Velasco Alvarado haba empezado en el ejrcito realmente desde abajo, como soldado raso. Haba llegado a comandante general y presidente del Comando Conjunto de la Fuerza Armada. Tena la voz ronca, la mirada

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    imperiosa, el corazn de infantera. Le temblaban sus compaeros de armas. Su nico acto de gobierno importante fue la ocupacin militar de los yacimientos de petrleo en el norte y la refinera de Talara, iniciando una atrevida confrontacin con intereses estadounidenses que llev a los militares a inusuales entendimientos con la Unin Sovitica y el Partido Comunista Unidad. El ao anterior haban asesinado a Martin Luther King y a Robert Kennedy y los tanques rusos haban invadido Checoslovaquia. Muri Toms Merton y en Irlanda estallaba la lucha entre catlicos y protestantes. Mayo sera recordado por sus barricadas en Pars y los gritos de prohibido prohibir y la imaginacin al poder, un estado de rebelda cvica que haba colocado a la humanidad en la vspera de una revolucin desconocida y tambin de nada, pues haba acabado por ser slo una protesta. En 1969 empezaron a retirarse las tropas estadounidenses de Vietnam. Fue el ao en que asesinaron a Bob Kennedy y en que murieron Ho Chi Minh y Eisenhower; el ao en que Nixon asumi la presidencia y en que renunci De Gaulle; el ao del ascenso de Pompidou, Arafat, Willy Brandt y Golda Meir; el ao de la autoinmolacin de Jan Palach en Praga y de las inmensas protestas en Estados Unidos contra la guerra en Indochina. El fin de una dcada en la que todo quera cambiar. El ao de Biafra. En el Per, el gobierno militar emiti el decreto ley 006 que obligaba a pagar cien soles anuales a los estudiantes de secundaria reprobados en uno o ms cursos. En el pas andino, donde cien soles eran una fortuna y muchsimos alumnos arrastraban cursos, el decreto 006 fue recibido como si hubiesen eliminado la gratuidad de la enseanza. De inmediato se sinti crecer un espritu de rebelin. Nadie poda imaginar que se trataba de un paso en falso para Velasco, prximo a dar una ley de reforma agraria que, victoriosa o fracasada, iba a cambiar el rostro nacional. La reforma agraria an era un secreto, lo mismo que la reforma de la educacin. En verdad, era imposible adivinar que el pas iba a ser reformado a palos. En cuanto al decreto 006, expresaba bien el modo autoritario con que se pretenda reordenar la educacin y cierto espritu derechista que an se perciba en las bases de la reforma educativa. Todo cuanto sucedi despus permitira pensar que Velasco era el nico de los generales que quera la revolucin, pues slo as se podra explicar que los mismos militares que lo iban a seguir por la izquierda, acabasen marchando por la derecha, deshaciendo lo hecho, con lo que generaron una estafa, no slamente histrica, de la que nadie se hara responsable. Acaso era verdad que maduraban las condiciones para una revolucin andina. Las comunidades indgenas, como se refera la repblica a los ayllus, estaban en pie de guerra para defender sus tierras y rechazar los impuestos que la economa rural heredaba del belaundismo. Una semana antes de que

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    se diese la reforma agraria, las leyes y el aparato del gobierno favorecan a los dueos de latifundios y otras modernas encomiendas. En la mayor parte de las haciendas haban dado un trato infame a los campesinos. Los Andes no eran precisamente una pradera, pero slo necesitaban una chispa para arder furiosamente. En el crtico departamento de Ayacucho, una pauprrima poblacin pasaba por grandes sacrificios con tal de que los jvenes se educaran y escapasen de una cadena histrica de penurias y sometimiento. El decreto 006 pareca cerrarles la nica puerta de escape que conocan. Ocho de cada diez adultos ayacuchanos eran analfabetos. Siete ni siquiera hablaban castellano. A la poblacin andina la haban tratado como ganado, pues en los inventarios de muchas haciendas aparecan los indios junto con los bueyes y las llamas. Los contaban como bienes semovientes, pobres animales humanizados, pues no llegaban a considerarlos perfectamente humanos, evolucionados, libres y responsables. A mitad de siglo an existan cientficos que llamaban raza degenerada a la gente quechua. Haban sido siempre la infantera. Peleaban las guerras, cargaban los bultos, cultivaban los campos, extraan guano de los abismos marinos, generaban riqueza sin participar de ella, pero no eran ciudadanos. Para tener documentos de la repblica, no los certificados de las haciendas o el salvoconducto de los gobernadores distritales, para ser electores tenan que hablar castellano, leer y escribir en el idioma de los conquistadores. En Ayacucho no votaban nueve de cada diez habitantes. Los ayacuchanos tenan el penltimo ingreso del pas. Por contraste, en la capital del departamento funcionaba la vieja universidad de Huamanga (reabierta en 1956 despus de haber estado cerrada por setenta aos), con cuatro mil alumnos en una ciudad de treinta mil habitantes, la mitad de los cuales viva pobremente en barriadas por los cerros. La cuarta parte de la poblacin del departamento de Ayacucho eran estudiantes de secundaria o universitarios cuando se dio el decreto 006.

    LAS NOTICIAS SE MOVAN CON LENTITUD por la cordillera. Tenan que viajar por telgrafo y chirriantes alambres telefnicos desde remotas poblaciones andinas en las que se haba desencadenado la clera popular por el decreto 006. No se trataba de una protesta desorganizada. En todo el departamento se formaban frentes de defensa populares, en los que participaban estudiantes, padres de familia, maestros y tambin profesionales, comerciantes, transportistas, artesanos y la federacin campesina ayacuchana. Esa experiencia originaba una cancin que se hara clebre en la cordillera, el huayno Flor de retama del maestro Ricardo Dolorier:

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    Vengan todos a ver...Ay! todos a ver,en la plazuela de Huantaamarillito flor de retamaamarillito, amarillando,flor de retama...

    Un burcrata del Ministerio de Educacin amenaz a los alumnos con cerrar los dieciocho colegios nacionales de la ciudad de Ayacucho, adems de ocho planteles secundarios y tcnicos en la provincia de Huanta. La respuesta fue un gran mitin en la Plaza de Armas de Huamanga. Cinco das antes de que se diese la reforma agraria continuaba la huelga en los colegios. Tom la direccin del movimiento el Comit Jos Carlos Maritegui, del Partido Comunista Bandera Roja, que en la prctica ya no aceptaba rdenes de Saturnino Paredes pues emprenda su propio rumbo, lo que ms tarde se hara clebre como Sendero Luminoso. Por cierto, bases y dirigentes populares no eran necesariamente comunistas. Pero todos se unieron contra el gobierno, aceptando la conduccin de quienes iban a ser jefes de Sendero. Empezaba el bloqueo de los caminos provinciales. Las vendedoras de mercados suspendan el abastecimiento de Huamanga. En Huanta se reuna la indiada en los cerros. En todo el departamento ocurran marchas y demostraciones. En la Prefectura de Ayacucho se generaba una sensacin de pnico e impotencia. Exista un batalln de infantera motorizada en el Cuartel de Los Cabitos, pero slo poda ordenar su intervencin el Ministerio de Guerra o el propio presidente de la repblica. La guarnicin de Huamanga no pasaba de doscientos guardias civiles, de los que cuarenta haban sido enviados como refuerzos a Huanta. El gobierno despach un avin con expertos antisubversivos de Seguridad del Estado. Al da siguiente viajara todo un batalln de sinchis, los comandos de la Guardia Civil estacionados en la regin andina oriental de Mazamari, por donde se bajaba a la selva. Primero capturaban a los dirigentes del Frente de Defensa y despus los sinchis pacificaban Ayacucho. En la madrugada del viernes 20 de junio se desencaden la redada. En Huamanga fueron capturados el profesor universitario Abimael Guzmn, el ingeniero agrnomo Antonio Daz Martnez, el joven Osmn Morote. En Huanta cay preso el abogado de la Federacin Campesina. Pero muchos escaparon, entre ellos el maestro Teodoro Crdenas Sulca, figura principal de la protesta. Se haban escabullido profesores, lderes estudiantiles. Los dirigentes campesinos haban pasado la noche en los campos, tambin estaban libres.

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    Al ministro del Interior se le agotaba el tiempo. Velasco haba entregado el cargo al general de brigada Armando Artola Azcrate porque era un tipo realmente duro, un extremista. Como se le hubiese extendido una prematura calvicie, prefera afeitarse el crneo. No necesitaba razonar, cumpla rdenes. Haba limpiado los Andes centrales de guerrilleros entre 1965 y 1967. Mandaba fusilar sin contemplaciones. Pero apenas le quedaban tres das para tener el pas como una taza de leche. El Da del Indio, tambin da de San Juan, Inti Raymi o fiesta del sol, el 24 de junio sera promulgada y anunciada la gran reforma agraria de Velasco. Y Ayacucho segua sublevado. El general Artola orden trasladar ms sinchis a Huamanga y que enviaran a Lima a los revoltosos capturados por la DSE, para entregarlos a un interrogatorio de los servicios de inteligencia. En la maana del sbado, los campesinos de Huanta supieron que la polica haba capturado a su abogado. Estaba ausente desde la nochecita, cuando se agotaban las refriegas entre policas y estudiantes en el puente de Capillapata, vecino al mercado central huantino, donde rebeldes y comerciantes haban sido bombardeados con gases lacrimgenos. Huanta exiga una revancha. El sbado a las nueve, los campesinos secuestraron al subprefecto. Se lo llevaron a la cumbre del Calvario para canjearlo por su abogado. Tarde. Ya lo tenan en Lima. Durante la noche haban llegado refuerzos de la Guardia Civil. El ltimo telegrama de Huanta, despachado antes de que campesinos y estudiantes cortasen las lneas, anunciaba que la ciudad estaba tomada por los indios, que haban hecho prisionero al subprefecto y que las vidas de todos estaban en peligro. En Huamanga, a dos horas de viaje por carretera, se anunciaba un gran mitin en la Plaza de Armas. Donde la sangre del pueblo

    Ay! se derrama,all mismito floreceamarillito, flor de retama...

    En la dcada de los 60, muchas celebridades peruanas haban sido atradas por la Universidad de Huamanga, a la que llegaban estudiantes de todo el pas. A pesar de la protesta, ese domingo haba empezado perezosamente. Nadie poda imaginar que faltaban dos das para una reforma agraria verdaderamente radical. Al menos en Ayacucho, el gobierno se pona de espaldas al pueblo. En el lado de la Catedral se alzaba un estrado. En el centro de la Plaza de Armas se congregaban unos cinco mil huamanguinos. An llegaban delegaciones para sumarse a la protesta. El pueblo desfogaba sus furias, peda que fuese derogado el Decreto 006. Viejos vecinos tomaban el sol en el resto de la plaza, como siempre. En ciertas calles se haba

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    interrumpido el trnsito. No funcionaban ni el telfono ni el telgrafo con Huanta, donde tambin deban haberse reunido a protestar. Por los portales se mova la gente con pasos de domingo, sin ganas de ir a ninguna parte. A ratos se senta un olor a pan acabado de hornear. Cerca de la esquina con la calle Asamblea, haca rato conversaba un grupo de profesores. Nunca recordaran qu hablaban en ese momento, tampoco la hora exacta. El poeta Marco Martos ni siquiera registrara los gritos de la multitud, el espanto de las detonaciones. El poeta Juan Morillo, que estaba junto a Martos, tard en entender por qu rodaba la gente y nadie se levantaba. En verdad faltaban diez minutos para las once. Trescientos sinchis entraban al ataque por todas las bocacalles. La iluminacin de los disparos desafiaba la fuerza del sol. Haca un rato, varios campanarios llamaban a misa. Pasaban nias con velos y misales, caballeros con trajes de casimir, muchachos que iban a la protesta como si fuese un partido de ftbol. De pronto, la muerte. Una maana de domingo con sol y paseantes, sbitamente interrumpida por la muerte militar, rpida, exacta, organizada. No era mala o feroz, slo era muerte. Eficiente, numerosa, sin aspavientos. Los sinchis vestan uniformes verdes, tensos, boscosos, que contenan su propia sombra, y eran todos grandes, forzudos, realmente altos, de pmulos duros y mandbulas gruesas, con cabezas al rape protegidas por cascos de acero. Los consideraban soldados perfectos, preparados para matar con las manos desnudas. Su cuartel antisubversivo de Mazamari haba sido organizado por expertos estadounidenses de la Zona del Canal. Cada aspirante a sinchi criaba a un perro durante los seis meses que duraba su preparacin. No deban tener ms amigo que ese cachorro. Ellos mismos reciban un trato de animales durante el entrenamiento. El da final les ordenaban matar al perro y comerse el corazn crudo. No los educaban para la compasin sino para la guerra como un crimen autorizado. En la plaza, la gente se derrumbaba. Caan como si les cortasen de un tajo la cuerda de la vida. Corran y se iban de bruces. Se agrupaban en vano, se apiaban sin escape posible, gritaban y no se escuchaban sus voces. En los portales, los paseantes contemplaban los cuerpos cados, como si al rato hubieran de levantarse e irse andando. Tenan a los sinchis de espaldas o tambin habran muerto. Marco Martos y Juan Morillo corrieron a una casa en la calle de la Asamblea. Ah se escondieron en un zagun, mudos, sin creer posible lo que haban visto y que habran tenido que ver dos veces y an ms para tenerlo por ocurrido. En la pobre plaza salpicada de sangre, la peor parte haba sido para quienes se agrupaban cerca del estrado. Algunos haban sido cazados a balazos en la puerta misma de la Catedral. Nadie se atrevi a contar los muertos. No daba tiempo para quejarse, el maldito gobierno. Detrs de los sinchis entraban camiones a los que iban tirando a muertos y casi muertos.

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    La gente de Huamanga escapaba por los portales, se refugiaba en las iglesias o se esconda en los grandes patios espaoles. Nadie se molest en perseguir a testigos o sobrevivientes. Muerte numerosa, suficiente, acabada muerte militar. Muerte cinematogrfica. Haba concluido el combate de un solo lado. No quedaba protesta en pie, slo estupor y llanto. Los sinchis haban ganado su pequea guerra dominical. Faltaban dos das para que se anunciara la reforma agraria. Al mismo tiempo se reuna una muchedumbre de campesinos en las afueras de Huanta. No tenan cmo saber lo que estaba pasando en Huamanga. Cerca de las once, la gente march hacia la Plaza de Armas. Por delante iban las mujeres, tomadas de los brazos. Seguan los hombres, de rostros atezados, con chullos y sombreros y ponchos de colores sombros. La indiada se haba armado de huaracas. Seguan los estudiantes, muchos de ellos comuneros, de padres campesinos, de modo que toda la movilizacin era en realidad una sola protesta. Asustaba el tamao del gento, unas cinco mil personas que avanzaban por el Jirn Santillana hacia la plaza central. Nada peor que una polica con miedo. Se vea rostros vidriosos de guardias que haban puesto ametralladoras en los techos de su comandancia. Las mujeres campesinas slo queran protestar en la Plaza de Armas. El da anterior haban soltado al subprefecto. Pedan la libertad de su abogado y que se suspendiera el decreto 006. Nadie se adelant a parlamentar. Nadie. Volaron por el aire latas de gases lacrimgenos y en las estrechuras de Huanta retumbaron las armas de fuego, no disparos aislados sino tandas enteras de ametralladoras con trpode. En medio de un banco de gas volaban cuerpos agujereados, aullaban furiosamente hombres y estudiantes al ver como caan las primeras hileras de mujeres. Lejos de dispersarse, la multitud atac la comandancia. Por el aire llameaban cocteles molotov. Las huaracas disparaban piedras con precisin de fusiles. Despus retumb la dinamita. Se desmoron un pedazo de comandancia. La polica escapaba por los techos hacia la Plaza de Armas. Entonces, a las once de la maana, ya no haba donde atender a los heridos, pues las cuarenta y cuatro camas del hospital de Huanta estaban ocupadas. Mdicos y enfermeras acomodaban a los heridos en colchones puestos en los pasadizos. Urgentemente se necesitaba sangre, materiales quirrgicos y cirujanos. Un misionero adventista consigui comunicarse por radio con Lima y pidi ayuda humanitaria.

    Por cinco esquinas estn, los sinchis entrando estn, van a matar estudiantes huantinos de corazn, amarillito, amarillando, flor de retama...

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    Mientras tanto el gento persegua a los agentes de Seguridad del Estado, a cuyo jefe haban visto rematar a tiros a un estudiante en plena calzada. Detectives y soplones escaparon de su cuartel tan pronto atac la multitud. En cuestin de minutos se quemaba el edificio. Los estudiantes hicieron hogueras con expedientes y atestados policiales. La Guardia Civil se haba hecho fuerte en derredor de la Plaza de Armas. Tena tiradores en la torre de la catedral y ametralladoras en los techos de la Municipalidad y en los altos de los establecimientos comerciales. El pueblo atacaba con piedras, explosivos y botellas de combustible. Se apuraba la tarde cuando entraron los sinchis procedentes de Huamanga. Repitieron la matanza. Cuando lleg la noche, la indiada se haba refugiado en los cerros. Los profesores se atrevieron a volver a la Plaza de Armas slo al medioda. Marco Martos y Juan Morillo la haban visto cubierta de cuerpos quietos. Slo quedaba un muerto, al que amigos y parientes cargaban entre aullidos, sin saber dnde llevarlo o a quien quejarse. Ni siquiera lo crean totalmente muerto, pues procuraban sostener en alto su cabeza para aliviar sus sufrimientos. Se paseaban sin rumbo con su pobre cadver bajo el cielo de domingo. An quedaban camiones militares en la plaza. Los sinchis obligaban a los comerciantes a echar agua y detergente sobre las piedras con sangre. Los que cargaban al muerto se dirigieron finalmente a la Prefectura. Ah les quitaron el cadver. No queran entregarlo. De nada serva ese pobre cuerpo, pero les perteneca. Al fin se rindieron, rodeados de sinchis. Los soldados aventaron al muerto a la plataforma de un camin. A las siete de la noche, la indiada se retir a los cerros de Huanta. Con ellos escapaban muchos estudiantes. En Huamanga segua un rastrillo policial. La cifra oficial de muertos dio apenas catorce vctimas en Huanta y diez casos fatales en Huamanga. Segn los frentes de defensa, en Huanta pasaban de cien y otros cien faltaban en Huamanga. Nunca se supo cuntos heridos haban llegado a los hospitales ayacuchanos. La noticia tard un da en salir de Ayacucho. Dos das despus, cuando empezaba a conocerse en Lima, el General Velasco anunciaba la reforma agraria ms radical de Sudamrica. Haba abolido el latifundio que exista desde tiempos coloniales. Las grandes haciendas del pas eran intervenidas militarmente. La vieja clase dominante, duea de la tierra y las exportaciones agrcolas, estaba arruinada. La historia de Ayacucho no lleg a publicarse. Acababa de nacer la organizacin de Sendero Luminoso. Nadie se enter.

    LA VERDAD, NADIE CREA POSIBLE que un gobierno militar pudiese generar una profunda reforma educativa en el Per. Desde luego, sus autores no vestan uniforme, pero las leyes las daban y las hacan cumplir

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    generales-ministros, muchos de los cuales no sobresalan precisamente por su cultura e inteligencia. Se trataba en realidad de gentes con limitadsimo lenguaje, que pensaban mejor con abreviaturas y resmenes y que escuchaban con visible desconfianza a los sabios que ellos mismos haban convocado. A principios de 1969, Velasco defina el espritu humanista y nacionalista de su gobierno, aunque sin mencionar todava la posibilidad de una revolucin peruana. Despus de la reforma agraria, la conduccin militar se refera abiertamente al proceso revolucionario de la Fuerza Armada. Velasco quera transformar la sociedad, fomentando la propiedad autogestionaria y las coop