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47 Léodile Béra ("André Léo") ¡Cortemos el cable! Este ensayo, Coupons le cable!, publicado en 1899 por A. Fischbacher éditions, París, es el último de Léodile Béra, que falleció en mayo de 1900. Podría decirse, sin ánimo peyorativo, que es un "panfleto" ateo y anticlerical, contra la "influencia excesiva del clero en los asuntos políti- cos" y crítico de la "marcada afección y sumisión al clero y a sus directri- ces", retomando las definiciones de clericalismo de la Real Academia de la Lengua. En su parte filosófica es una clara defensa del ateísmo, pero en su componente política, la principal del texto, es una crítica de ciertas formas de ejercer el poder y, en definitiva, del Poder y de la jerarquía en sí mismos. Se muestra particularmente crítica con la jerarquía católica y especialmente contra el papel de los jesuitas, pues los consideraba, como gran parte de los socialistas, republicanos y demócratas de su tiempo, la rama más reaccionaria y peligrosa de la Iglesia de Roma, en cuyo seno, por motivos diferentes, también hubo periodos de repudio a esta orden desde el papado, que ordenó su supresión entre 1773 y 1814 aunque siguió activa en diversos países del mundo. En Estados Unidos John Adams llegó a decir que "No me agrada la reaparición de los jesuitas. Si ha habido una corporación humana que merezca la condenación en la tierra y en el infierno es esta sociedad de Loyola. Sin embargo, nuestro sistema de tolerancia religiosa nos obliga a ofrecerles asilo". Obviamente, hoy son otras las corrientes que ocupan la extrema derecha de la Iglesia Católica y no tendría sentido aplicar a personas como Ignacio Ellacuría, asesinado por la ultraderecha, el perfil que describe Léodile. Este ensa- yo de Léodile no es un alegato contra las personas "creyentes", sino una exposición de sus ideas en torno a "los dioses" y un alegato contra el mando y contra una corriente política ultrareaccionaria y poderosa. Así, pese a haber dejado antes muy clara su opinión respecto a la creencia en dioses, trata con gran respeto a quienes desde el protestantismo fueron perseguidos por su defensa del "libre examen". 47 Léodile Béra (André Léo) Trasversales 47 / junio 2019

Léodile Béra (André Léo) Trasversales 47 / junio 2019 Léodile Béra (André Léo ... · 2019. 6. 18. · 47 Léodile Béra ("André Léo") ¡Cortemos el cable! Este ensayo, Coupons

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    Léodile Béra ("André Léo")¡Cortemos el cable!

    Este ensayo, Coupons le cable!, publicado en 1899 por A. Fischbacheréditions, París, es el último de Léodile Béra, que falleció en mayo de1900. Podría decirse, sin ánimo peyorativo, que es un "panfleto" ateo yanticlerical, contra la "influencia excesiva del clero en los asuntos políti-cos" y crítico de la "marcada afección y sumisión al clero y a sus directri-ces", retomando las definiciones de clericalismo de la Real Academia dela Lengua. En su parte filosófica es una clara defensa del ateísmo, peroen su componente política, la principal del texto, es una crítica de ciertasformas de ejercer el poder y, en definitiva, del Poder y de la jerarquía ensí mismos. Se muestra particularmente crítica con la jerarquía católica yespecialmente contra el papel de los jesuitas, pues los consideraba, comogran parte de los socialistas, republicanos y demócratas de su tiempo, larama más reaccionaria y peligrosa de la Iglesia de Roma, en cuyo seno,por motivos diferentes, también hubo periodos de repudio a esta ordendesde el papado, que ordenó su supresión entre 1773 y 1814 aunquesiguió activa en diversos países del mundo. En Estados Unidos JohnAdams llegó a decir que "No me agrada la reaparición de los jesuitas. Siha habido una corporación humana que merezca la condenación en latierra y en el infierno es esta sociedad de Loyola. Sin embargo, nuestrosistema de tolerancia religiosa nos obliga a ofrecerles asilo". Obviamente,hoy son otras las corrientes que ocupan la extrema derecha de la IglesiaCatólica y no tendría sentido aplicar a personas como Ignacio Ellacuría,asesinado por la ultraderecha, el perfil que describe Léodile. Este ensa-yo de Léodile no es un alegato contra las personas "creyentes", sino unaexposición de sus ideas en torno a "los dioses" y un alegato contra elmando y contra una corriente política ultrareaccionaria y poderosa. Así,pese a haber dejado antes muy clara su opinión respecto a la creencia endioses, trata con gran respeto a quienes desde el protestantismo fueronperseguidos por su defensa del "libre examen".

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    Léodile Béra (André Léo) Trasversales 47 / junio 2019

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    Léodile Béra (André Léo)Trasversales 47 / junio 2019Es hora de cumplir el deseo de Voltaire:aplastemos al infame. Es el momento deliberar a la Vida de los explotadores de laMuerte; de liberar al ser humano de laesclavitud y el oscurantismo, y a lo vivien-te de la momia primitiva. Basta de barbarie.En marcha hacia la nueva era.

    IReligión significa vínculo entre personaspor una creencia común. Sin embargo, aun-que hay muchas religiones, para cadagrupo de creyentes sólo hay una, la suya,considerada como La Religión por excelen-cia.La fuente de estas concepciones entre losseres humanos es la necesidad de creer, quedespierta antes de poder conocer. Es la ima-ginación que precede a la reflexión y alsaber; suponiendo lo que se teme y lo quese desea; personificando las fuerzas de lanaturaleza, el bien y el mal. A esta tenden-cia general dieron detalle y codificaciónalgunas personas inteligentes, desde elpoeta al iluminado, desde el educador alambicioso, desde el soñador al bribón,dando lugar a la institución de sistemasreligiosos y políticos, vinculados entre sícon miras al orden público y puestos bajola invocación de potencias ocultas, a cuyaexistencia daban credibilidad los procedi-mientos regulares y concordantes de lanaturaleza."- ¿De dónde proceden el orden y la regu-laridad?: de la inteligencia y de la volun-tad.- El ser humano tiene inteligencia y volun-tad; sin embargo, no puede haber creado yorganizado el mundo terrenal y celestial.¿Quién lo ha hecho?: sin duda, seres supe-riores a él".No se dijeron, simples como eran, que elorden y la regularidad sólo existen en lanaturaleza porque son condiciones de lavida. Sin ellos, la vida no podría existir.Las religiones oficialmente conocidas, porhablar sólo de las principales, surgen enuna antigüedad remota. Son el paganismo,el brahmanismo, los mitos egipcios, la

    Biblia o libro judío y el budismo. Esas reli-giones han dado lugar a todas las demás dela era moderna, como si la suposición de laexistencia de dioses sólo pudiera nacer enlos primeros tiempos de la humanidad ysólo en ellos, una vez naturalizada por lacostumbre, pudiera encontrar sus raíces.El cristianismo, cuyo desarrollo data de lossiglos IV y V, se basa en la Biblia. El maho-metanismo, del sigo VII, conecta con él portradición. En el siglo XVI el protestantismosólo fue la reforma de los abusos y excesosdel catolicismo, que a partir de su escisiónse proclamó universal. A otras diversas cre-encias, con pocos adherentes, se las deno-mina sectas. El fetichismo, que atribuye aciertos objetos una especie de divinidad yuna influencia buena o maligna, fue la pri-mera de estas supersticiones, aún presenteen las tribus salvajes.La ley de causa y efecto, tan amplia, preci-sa y general en la naturaleza, inevitable-mente dominó la mente del hombre primi-tivo. Él construía su casa, preparaba unlecho de hojas secas, con su honda lanzabala piedra para cazar su alimento. Pero,indudablemente, no era él quien habíaalumbrado el Sol y los estrellas o construi-do la bóveda celeste.De la naturaleza propia de las cosas hizouna consecuencia del espíritu y de la volun-tad. Al ver al agua fluir pendiente abajo o alpájaro volar, rindió homenaje a unos seressupuestamente conscientes, a los que creódándoles nombre: dioses. Y soñó con ellosy les habló, alzando su mirada al cielo.Sin embargo, no los ve... ¿Dónde están?Así que otra idea, más bien otra suposición,se sumó a la primera."Hay cosas visibles, sensibles, palpables; yhay otras que también existen pero que nopodemos ver ni tocar. Podemos ver y tocarla madera, la piedra, la tierra, la herra-mienta, y utilizarlas a voluntad. Eso es lamateria. Pero el sonido que escuchamos, lapalabra que seduce, que advierte o que aveces espanta, que hace vibrar el cuerposin tocarlo, o el pensamiento, aún mássutil, que ve sin ojos, que crea el hecho

  • antes de que ocurra, que conserva elrecuerdo, o el sentimiento que llena y apa-siona, que hace que el ser humano delirede alegría o furor, que le transporta fuerade sí o le acuna dulcemente... todo eso yano es la naturaleza, es algo superior y máspoderoso. Posee al hombre en vez de serposeído por él. Eso es el Espíritu. ElEspíritu domina la materia, el Espíritu esDios. Y los dioses son espíritus. Por eso nolos vemos. Inmateriales, inmortales, quehabitan en los inmensos cielos. Disponendel tiempo, del espacio, de la naturaleza yde todas las cosas, así como del destino delos hombres. Pero, ¿por qué no se dejanver? ¿Por qué no hablan? Si han creado lahumanidad, pueden cuidarla. Puedenamarla y rescatarla. Dioses poderosos,¡ayudadnos y dadnos socorro! No seáisinsensibles a nuestros sufrimientos. Curadnuestras enfermedades. Alejad de nosotrosvuestro trueno. Llevad las presas a nues-tras redes. Os saludaremos y bendeciremosen nuestros banquetes. Os glorificaremosen la Tierra. Mostradnos vuestro rostro ydejad que oigamos vuestra voz".¿No es extraño que los amos del Cielo y dela Tierra, que poseen un poder ilimitado,des deñen así a sus criaturas? Qué bellohabría sido escuchar la palabra divina bajola bóveda celeste, con tono deslumbrante,sua ve o terrible, dando con sejos de eternasabiduría, que habrían inflamado todas lasalmas y fortalecido to das las debilidades.¡Cuántas faltas se ha brían evitado, cuántoserrores destruidos! ¡Cuántos horriblessufrimientos se habrían evitado a los des-graciados humanos! Si los dioses son lospadres de la humanidad, ¿có mo puedennegarle su ayuda, que la salvaría?Todo esto era obvio, pero parecía que losdioses no comprendían, pues seguían ensilencio e inmóviles, indiferentes a lossufrimientos de los seres humanos que, sinembargo, les invocaban con desesperación,en sus crisis morales y en sus enfermeda-des. ¿También eran sordos los dioses?Desde luego, hubo, aquí y allá, algunossabios, verdaderos o supuestos, que daban

    consejos, indicando el bien o, mejor aún,apaciguando disputas. Pero sólo eranhumanos. Y su saber era cuestionado y, aveces, se equivocaban. ¿Qué se sabía cuan-do aún no existía conocimiento alguno?Algunos afirmaban que la visión de tangrandes dioses inflamaría a los insignifi-cantes humanos y que su palabra hubierafulminado sus débiles cerebros. Ya no bas-taba con su trueno para aterrorizar a lospobres humanos. Finalmente se atribuye-ron a los dioses deseos curiosos y sinceros.Un día, una violenta tormenta rompía sobreuna montaña, y poco después bajaba de ellaun hombre solitario, un sabio respetado,que, con los pelos de punta y la cara deli-rante se presentaba ante el pueblo y, convoz trémula, relataba: "En la cumbre de lamontaña, entre truenos y relámpagos, heoído salir de una zarza ardiente mil luces,una voz divina, que me ha comunicado susleyes y encargado que las transmita al pue-blo" (Moises y el Sinaí). Otros civilizado-res harían relatos semejantes, para conven-cer a un pueblo supersticioso. Y, antes deque hubiese acabado su cuento, el puebloya se había arrodillado para escucharle.Y las tablas de la Ley, dictadas por el sabio,fueron escritas y guardadas en un santua-rio. Uno de sus primeros artículos instituíauna tribu sagrada, ungida de aceites tam-bién sagrados, para que esa tribu, inspiradapor los dioses, intermediase entre ellos y elhombre. ¡Así quedaba fundada una realezadivina, con leyes e intérpretes! ¡Qué alegríasalvaje, cuanto regocijo público!En nuestros días tanta credulidad pareceimposible. Pero es un hecho histórico, enlos tiempos más antiguos de los que tene-mos noticia, hace unos 50 siglos.¿Se encontraría hoy, en lugares aislados,una credulidad semejante? ¿Pero qué estoydiciendo? ¿Acaso no es eso mismo lo quese nos enseña desde la infancia? ¿Acaso latenacidad sacerdotal no ha logrado el ver-dadero milagro de propagar e infundir enlos cerebros humanos de hoy, tras tantossiglos, esas mismas sandeces en las quecreyeron los primitivos?

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  • Los seres humanos nacen niños, con elcerebro débil, pero lleno de capacidadesinnatas esperando a desarrollarse abierta-mente. Pero nosotros, ya adultos, aunqueinfectados por esa infame operación, super-ficiales, inconscientes en la mayoría de loscasos, arrastrados por el flujo de contradic-ciones que nos rodea, permitimos que lapágina en blanco y pura de los cerebrosinfantiles que nos son confiados sea ensu-ciada por esa mancha sombría, indeleble,procedente de la época bárbara, que quizáles aletargará para siempre.El mutismo de los dioses engendró a profe-tas y sacerdotes. Éstos, para hacerse aúnmás sagrados y casi invisibles a los ojos delvulgo, se retiraron a los templos y designa-ron a un agente externo para conducir alpueblo y para que éste obedeciese sus órde-nes. Los eligieron entre la orden de los gue-rreros, la segunda clase del Estado. Debajoo al lado de sus templos estaba el palaciodel rey, rodeado de guerreros a los que diri-ge en la defensa o la conquista, formandocon ellos su corte, junto a la élite delEstado: generales, ministros, príncipes,consejeros, favoritos, jueces, administrado-res, cortesanos, visitantes ilustres.Allí, circula y desfila cualquier privilegia-do de nacimiento, cualquier hábil intrigan-te, cualquier cantor de lo divino. Son losservidores distinguidos, que se acercan alrey y ejecutan y transmiten sus órdenes.¡Toda una aristocracia! Por debajo están, enlas ciudades, los comerciantes, los artistas,los industriales, encargados de atender lasnecesidades y fantasías de todos aquellosparásitos. Y, por último, la gran mayoría delpueblo, que trabaja para todos: la eternapirámide.Entre los pueblos primitivos los primerosgobiernos fueron teocráticos; pero a medi-da que la acción exterior se hacía más acti-va y más amplia, más tormentosa a veces,el gobierno de los sacerdotes se desvanecióante el héroe, el conquistador. Resguardadoen el templo, aliado de todos los sucesivospoderes fuesen los que fuesen, satisfechode gobernar sin peligros y sin derrotas, pero

    gobernando siempre, árbitro necesario,con sejero íntimo, oráculo escuchado, yaque dispone del pueblo, el sacerdote siguesiendo inviolable y sagrado.Los dos principios se complementan entresí; fueron inseparables en el pasado. Vemosreyes no creyentes, pero no dejan de honrary defender al sacerdote y a la religión. Elinmutable, el sacerdote, acepta necesaria-mente la caída del rey, pero sólo aspira aque sea sustituido por otro, o por varios sihace falta, como en las repúblicas aristo-cráticas; sin embargo, un rey es más segu-ro. Garantiza al menos la paz y la ignoran-cia popular durante una vida humana.Los teólogos preconizan que el monoteís-mo fue un gran avance. De hecho, viene acoronar la idea jerárquica. La pluralidad delos dioses, como la de los reyes, causa dis-cordia entre sus intérpretes y favoritos. Launidad de Dios es la monarquía absoluta,una gran fuerza adicional para los decretosdivinos y reales.La idolatría creó la monarquía, que siguesiendo idolatría entre sus devotos. Quienataca a uno de esos poderes, pronto atacaráal otro. Nuestro siglo XVIII dirigió el ata-que en paralelo. En el monarca hay un dios,y esa es la razón por la que casi la totalidadde la humanidad ha sufrido en carne y almadurante tantos siglos, y todavía sufre, lasopresiones más viles y crueles, por haberrespetado en el monstruo lo que suponía serla voluntad indiscutible de Dios. Juntosdieron comienzo a la historia y hoy siguenunidos, gracias a una hábil política y a laignorante credulidad de los pueblos.La historia escrita se abre, como al alzarseel telón en un teatro, con civilizaciones yaantiguas, bajo yugo teocrático. Lo quevemos en primer plano son los templos deTebas, Menfis, Eleusis, Delfos, etc., habita-dos por sacerdotes-reyes que gobiernansobre pueblos doblegados y sometidos. Sugobierno es una monarquía jerárquica.La jerarquía es una especie de cadena demando, que se inicia en el sacerdote-dios yva descendiendo hacia el pueblo. Cada unode sus eslabones representa un grado de

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  • poder hacia abajo y uno grado de sumisiónhacia arriba. El anillo superior está sobrevuestra cabeza y el inferior bajo vuestrospies. Mando y servidumbre se entrelazanen el ser humano para la salud del Estado yla gloria del jefe. Es el arte de reducir lasvoluntades generales a una sola voluntad,de petrificar la inteligencia y los sentimien-tos naturales de la especie humana. El jefeestá advertido de cada movimiento en falsode uno de los eslabones, y cuando eso pasaese eslabón es inmediatamente abatido yreemplazado por otro.De este modo las fuerzas aristocráticas searticulan estrechamente entre sí, mientrasque las fuerzas populares, dispersas e inco-herentes, sólo confluyen momentáneamen-te, bajo un fuerte impacto, poniendo todopatas arriba... hasta que la máquina es sus-tituida por otra y vuelve a funcionar.Organismo perfecto, en marcha desde hacemucho tiempo, combatido por las fuerzasnaturales, pero estas no vencerán hasta quela máquina sea destruida y sustituida por unorden totalmente diferente, hasta que estapirámide, coronada por el ídolo, deje desubsistir y la multitud liberada se asociefraternalmente para fertilizar la planicie.A menudo, el pueblo ha querido reponerse.Pero no entiende esas máquinas, es igno -ran te. Sueña con la fraternidad, pero en sumi seria no ha podido practicarla ni organi-zarla. Despierta, pero aún no sabe orientar-se. Por eso la jerarquía perdura durante to -da la historia conocida y ha logrado resta-blecerse cada vez que ha sido quebrantada.El pueblo sólo podrá entenderse si se agru-pa en grandes familias o pequeñas comuni-dades locales, autogobernadas fácilmente,asociado en el trabajo y el conocimiento, enla justicia, y vinculado con otros grupos dela misma nación y de otras naciones pormedio del vapor y del telégrafo, desarro-llándose en todas sus capacidades, comopensador y como trabajador, tras haberabolido los monstruos que hasta ahora handevorado a la humanidad, los monstruos dela autoridad y de la guerra, para disfrutar dela vida, la paz y la libertad.

    Sólo entonces dejaremos de ver a salvajestre pando por esa maldita escalera a la quella man Orden, con peleas que dejan el sue -lo lleno de víctimas. Entonces cesarán losapuñalamientos y masacres. Las personasya no intercambiarán mentiras, hipocresías,furias y miradas de odio, sino sonrisas fra-ternales, ya que nuestros intereses seráncomunes y será posible amarse. Pobrescampesinos construyeron las pirámides, sinmás recompensa que unas cebollas.Herodoto nos dice que una ley prohibía quela gente común de Egipto abandonase supaís, ya que debía estar siempre a disposi-ción del Estado, que podía llamarle en cual-quier momento, en la paz o en la guerra.Egipto se dividía en distritos en torno acada templo. Los sacerdotes regulaban lavida pública y la vida privada de los reyes.Durante las fiestas, un esclavo daba vueltaen torno a la mesa con un ataúd, en el queiba la perfecta imitación de un cadáver, quemostraba a cada invitado diciendo "Asíserás tras tu muerte". Los sacerdotes nom-braban a los magistrados. En cuanto al arteegipcio, dominaba en él la magnitud, en elsentido de enormidad.Sin entrar en más detalles, reproduzco lafrase de un historiador muy poco crítico:"La inmovilidad es la característica princi-pal de los gobiernos teocráticos" [Jean-Jacques Guillemin, Histoire ancienne del'Orient].En la India esa frase también es aplicable.Antes estaba gobernada por la casta sacer-dotal de los brahmanes, y hoy, bajo eldominio de los comerciantes ingleses,vemos que, gracias a la persistencia de lareligión, las costumbres y creencias son lasmismas que en aquellos tiempos: el paria sepostra servilmente ante cada brahmán conel que se cruza. La dominación sacerdotalha petrificado, como si fuera para siempre,esas dos grandes regiones. Durante más deocho mil años ni el egipcio ni el hindú hanreencontrado la mitad de su alma [Platónatribuye a Homero la idea de que cuandouna persona es esclavizada Zeus le priva dela mitad de su alma].

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  • ¿Cuántos otros pueblos sufren la mismainercia por las mismas razones? El sacerdo-te no sólo es estéril, es esterilizador. Lahumanidad ha vegetado y sigue vegetandopor haber tenido dioses y, pese a algunasvacilaciones, por seguir teniéndolos. Lospueblos se han inmolado en masa ante lasanta jerarquía. Y es comprensible, ya queDios, siendo perfecto, no podría progresar.Los seres humanos, de naturaleza progresi-va, están llamados a fosilizarse o a rompercon la divinidad.Grecia y Roma tenían la ventaja de sóloconocer el paganismo. Los dioses paganosrepresentan las fuerzas de la vida y sóloeran, en realidad, hombres alegres, muycercanos a la humanidad (como todos losdioses, para bien o para mal). Prestanayuda a los héroes en dificultades, se ena-moran de mujeres y mezclan gustosamenteambas razas, de lo que dan testimonio tan-tos semidioses. Sus sacerdotes estaban alservicio del Estado, sometidos a elecciónpopular, y eran esposos, padres y ciudada-nos. ¡Qué gran diferencia con los nuestros!No olvidemos, sin embargo, que Sócratesbebió la cicuta en Grecia, aunque fue unhecho aislado en la Grecia filosófica.En la época de los césares, cuando decaía lavieja Roma, invadida desde todas las direc-ciones y bajo todas las formas por lasnaciones que antes había sometido, pene-traba en ella el feroz espíritu procedente deOriente. A fuerza de consumir legiones enuna guerra eterna, para defenderse se vioobligada a armar a los pueblos conquista-dos. Tras haber saqueado todo el mundo,había perdido toda su fuerza y virtud enmedio de tal exceso de riquezas. Dueña delmundo conocido, había caído bajo el yugomás o menos indigno de los emperadores.Los antiguos soldados romanos, cansadosde la guerra y ausentes de sus hogaresdesde hacía lustros, querían catar finalmen-te los placeres de la ciudad soberana a laque habían enriquecido, mientras que laslegiones bárbaras al servicio de Roma que-rían, a su vez, gobernar sobre sus vencedo-res y desde la Galia y la Panonia [una parte

    de Europa central] llevaron a Roma yentronizaron emperadores elegidos porellos. Desde Tiberio a Calígula y Nerón,desde Julia a Mesalina y Agripina, Romahorrorizó al mundo con sus asesinatos ylibertinajes.En medio de este abismo, donde todas lasnaciones se confundían, quedaba aún, apesar de todo, un poco de respeto y de sen-timiento humano. Sobre las propias ruinasdel osario romano nació el poderoso fenó-meno de la conciencia, gracias a la cual laindignación ante el crimen produjo amor ala virtud, y el horror engendró una piedadenérgica y vengativa. El movimiento cre-ció, se extendió desbordante. El pueblo, lasmujeres, los niños, los pobres, habían sidopisoteados, durante ocho siglos... Peroentonces se les pone en pie, se les agrupa,se ofrece asilo y ropa, se montan comidasservidas incluso por ricos. Las criaturas sonmimadas y los enfermos curados, hombresy mujeres fraternizan. Tras tanta opresión ybarbarie surge un impulso de comunismo,de verdadera religión humana."Dicen que el mundo va a acabar... Puesbien, basta de horrores criminales. Seamospuros y buenos ante la justicia eterna. Elesclavo vale tanto como el amo. Valemucho más, pues ha sufrido".Algunos filósofos, llegados de Oriente,predican el budismo, la inmortalidad de lasalmas purificadas. Algunos hombres piado-sos, mal llamados "padres de la Iglesia",como Juan Crisóstomo, Gregorio Nacian -ceno y otros, fulminan los excesos de ricosy poderosos, hablan de igualdad y predicanun nuevo orden que no es sino el socialis-mo, la real hermandad humana.Se dice que hubo escándalos entre quienesse decían hermanos y hermanas. Seme -jantes acusaciones se han levantado contrael socialismo actual. Posiblemente, nadamuy grave en medio de tan gran impulso.Sin embargo, cualquier innovación, aunquesea diez veces santa, debe ser perfecta oserá condenada ante los arrebatos públicosde un mundo vicioso. Estas personas actua-ban por su propio impulso, con la vista

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  • puesta en una vida superior, y, poco atentasa formalidades, se conformaban con actuarsiguiendo su propia conciencia. ¡Quéescandaloso! Y entonces unos hombres, lossacerdotes, se apresuraron a poner orden.Sabemos que un caos de ambiciones des-mesuradas sacudía entonces el mundoromano. Nada más natural que el que per-sonas audaces y ambiciosas pusieranmanos a la obra para fundar una nueva reli-gión, dado que la religión pagana ya no eracapaz de dominar la corriente establecida.La historia nos informa sobre al menos unode estos hombres, Saulo, perseguidor decristianos que se convirtió en el apóstolPablo. Sobre el camino a Damasco no oyómás voz que la de su propia reflexión: elpaganismo estaba gastado y carecía defuerza. Sólo una nueva creencia, más ele-vada y severa, podría satisfacer a las almasardientes y alzar a las almas derrotadas. Eraun hombre seco y rígido, tajante y violento,un antecesor de los jacobinos. Se dio lavuelta y reconstruyó a su manera la ideaque había combatido hasta entonces.Bajo el imperio de César Augusto, un pro-feta judío llamado Jesús había predicado enJudea contra los abusos de los fariseos y delos príncipes de los sacerdotes. Curabaenfermos que se confiaban a él e incluso sedecía que resucitaba a muertos. Los farise-os, jesuitas de aquella época, hicieron quefuese crucificado.No faltaban entonces profetas que, comoJesús, predicaban el fin del mundo y lavenida de un muy esperado Mesías. Jesústambién habló contra los ricos y amaba alos pobres, los humildes y los niños. Pero,como judío de la religión de Moisés, creíaen el diablo y el infierno, a los que se aludevarias veces en el Evangelio, al dirigirse alos fariseos: "Serpientes, raza de víboras¿Cómo podrías evitar ser condenados alfuego del infierno? (...) Allí habrá llanto ycrujir de dientes".Por otra parte, hablando del infierno, decía,"Un fuego que nunca se apagará". Se llamaa sí mismo tanto hijo de Dios como hijo delhombre, y a menudo habla de su padre que

    está en los cielos. Profeta entre los profe-tas, crucificado entre los crucificados, lahistoria no escribió su nombre. Fue unomás entre los inocentes sacrificados, cuyonúmero era muy grande, si es verdad queTito, apodado "amor y delicia del génerohumano", hizo crucificar a 70.000 judíospara castigarlos por haber defendido su ciu-dad.Sobre Jesús se cita un pasaje de un historia-dor poco conocido, Josefo, aunque se hadicho que fue intercalado posteriormente.Se asegura que los cuatro Evangelios desus discípulos Mateo, Marcos, Lucas yJuan, se publicaron mucho tiempo después,en los siglos II o III. ¿Qué importa? Enciertos hechos, vinculados ante todo alrazonamiento y a la conciencia, las fechasson secundarias. No hay duda de que ladoctrina de Jesús vino bien a los sacerdotespara establecer una nueva religión en la tra-dición bíblica. Esta doctrina se prestaba alos sentimientos más nobles hacia los queel mundo parecía dirigirse como refugio,pero también a las terribles venganzas delDios de la Biblia contra los culpables.Tenía ambigüedades que podían dar lugar amuchas interpretaciones. Y en cuanto a lacomponente de lo maravilloso exigida acualquier religión extraterrestre, como latransformación del profeta en hijo de Dios,el terreno había sido preparado desde hacemucho tiempo por las frecuentes encarna-ciones de los dioses del Olimpo. En defini-tiva, satisfacía la moral más sana y la moralmás severa, importada de Oriente por losfilósofos de la época; más dogmática y mássombría, dio a los líderes del movimientouna herramienta de gobierno más seria ytoda la autoridad necesaria a los reforma-dores.La religión del nazareno se propagó alenta-da por el rechazo a las orgías y desórdenesdel Imperio. Sus líderes consiguieron pron-to el apoyo de emperadores y reyes: algu-nos de sus obispos se hicieron respetar porlos jefes bárbaros, invasores de Italia.Constantino I acogió al cristianismo comofuerza política. Lograron bautizar a

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  • Clodoveo I, rey de los francos, tras haberlehecho casar con una princesa cristiana. Enla frase "Baja la cabeza, orgulloso sicam-brio" [dicha por el obispo de Reims al bau-tizarle] se resume todo el orgullo de sacer-dote cristiano. Desde ese momento atrapa-ron a Francia... y no la han soltado.Los crímenes de la odiosa dinastía mero-vingia se cometieron bajo su sombra. Lassiguientes dinastías no fueron mucho másrespetables, pero los sacerdotes de la reli-gión cristiana consiguieron que siempreestuviesen vinculadas a ella. Ellos hicieronque el papa León III, cabeza de la nuevaIglesia, consagrase emperador de Occi -dente a Carlomagno.¡Gran triunfo! Desde los comienzos de estaIglesia, todo lleva el sello de la autoridad yla ambición. Como precio de estos honores,Carlomagno impuso a sangre y fuego laconversión de los sajones al Evangelio ydesplazó a ese desafortunado pueblo fuerade su país de origen, como si fuesen reba-ño.Desde entonces los sacerdotes están vincu-lados a los reyes y los reyes a los sacerdo-tes. Inspiración mutua, asociación perfecta.Para su religión y contra la sociedad, loscontinuadores del profeta nazareno aceptantodo: el exterminio de pueblos, el asesinatode las personas problemáticas, las guerrasde conquista, la servidumbre popular, lossaqueos de todo tipo e incluso la fornica-ción de los de arriba, el adulterio de lossoberanos. Por conciencia o por ambición,algunos desentonan en ese entorno, peroraramente ocurre. Inflexibles hacia la gentede abajo y los débiles, mano a mano con losreyes, perdonan todas las faltas de la reale-za y las ocultan con velos complacientes¡Ay, Jesús, enemigo de los fariseos!

    IISegún la opinión más común, el progresose expande por sí mismo con el correr deltiempo. A esa opinión sólo se puede poneruna objeción: el progreso depende del fac-tor humano, de sus ideas, sus institucionesy su engranaje. Lo que se ha llamado la era

    moderna prolonga perfectamente la épocabárbara. Debería haber sido una reaccióncontra la antigua era, siendo más humana,más sabia, más pacífica y más humana queella, pero no lo ha sido. Y, entendiendo lagravedad e importancia de lo que voy adecir, osaré hacerlo: la causa ha sido sureligión. Sin embargo, esa religión ha par-tido de un gran impulso, de una verdaderareacción. Leamos a los supuestos "padresde la Iglesia". Pero ese impulso fue severa-mente reprimido por Pablo.Pablo puso la Biblia por delante de Jesús,celebrando la brutalidad de aquella y elsoplo de ambición furiosa que llenaba elaire a su alrededor. Nacido en Roma, elcristianismo tuvo allí su sede, donde reco-gió los últimos hedores del Imperio.En primer lugar, tengamos en cuenta queninguna de las religiones actuales o pasa-das ha impedido o condenado el mayor cri-men de la humanidad contra sí misma: laguerra. Todas las religiones incurren en lalamentable chifladura de contemplar elcielo obstinadamente, sin dignarse a bajarsu mirada hacia la Tierra, en principio almenos. Según ellos, la religión es todo parala humanidad, pero la humanidad no esnada para sí misma. El ser humano no tienenada de sagrado para el ser humano.En los comienzos de la historia, vemoscómo los reyes e incluso las reinas, trashaber exprimido lo suficiente a su pueblo,conducen a este al saqueo de pueblos veci-nos. No hace falta decir que el pillaje impli-ca matanza. La historia es poco más que lanomenclatura de estas avalanchas y con-mociones, acompañada de los nombresgloriosos y consagrados de los grandes ase-sinos, a los que guardamos devotamente ennuestra memoria y en la de nuestros hijos.En Asia Menor o África, al mismo tiempoque se hunden o se alzan los grandes impe-rios, los altares chorrean sangre humana ylos sacerdotes de los templos protagonizanfuriosas orgías. Los druidas, en la Galia, yprobablemente todas las religiones anti-guas, sacrificaban víctimas humanas a susdioses. La Biblia, famosa por sus degolla-

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  • mientos, no perdona ni a mujeres ni aniños.Roma expande por el mundo su campo debatalla y termina por degollarse a sí misma.Se apuñala en el Senado y en la plazapública; al esclavo y al prisionero se lesconvierte en gladiadores. Y cuando faltanhombres se ataca a los animales: leones,tigres, elefantes... en espectáculos dignosde los seres feroces que los contemplan enlas gradas rugiendo de placer. Hay hombresebrios de gloria y que aspiran a mandarsobre el mundo, donde la sangre roja correen más abundancia que el rocío. En las gue-rras civiles que se inician con LucioCornelio Sila, la sangre romana de ambosbandos tiñe de rojo el suelo. Tras el granduelo entre César y Pompeyo, se hizo enRoma un nuevo censo de ciudadanos.Anteriormente, había 320.000 ciudadanos;después sólo quedaban 130.000, ¡de tantocomo la guerra civil había sido mortal paraRoma, de tanto como había segado la vidade sus ciudadanos!, por no hablar de todoslos crímenes y calamidades que habíanafectado al resto de Italia y a las provincias[Plutarco, Vida de César].¿Y entonces? Se vuelve a empezar. Noparece que haya en estas viejas religionesninguna intención de moralización huma-na. Son una simple superstición, una nece-sidad de invocación, de poesía, de lirismo.Sin embargo, en ellas se encuentran casti-gos en los infiernos y venganzas de los dio-ses sobre la Tierra. En Grecia y Roma lossacerdotes eran intermediarios, pero másintermediarios del orden que de la concien-cia íntima. A través de ellos se intentaconocer el futuro. El culto a los espíritus esfamiliar.Desde aquella humanidad de la que apenasqueda memoria, desde el umbral de la his-toria escrita, desde los templos de Delfos yEleusis hasta las torres de Notre-Dame ylas columnas de la Madeleine, los sacerdo-tes gobiernan el mundo discreta o violenta-mente. Y este mundo es terrible. Por todoslos sitios hay guerra, masacre y traición,excesos y crímenes de los poderosos,

    aplastando a los débiles. ¡Eso es la Gloria!Toda la humanidad es pisoteada por unospocos hombres. Cualquier iniciativa essofocada y el progreso queda prohibido. Ladivisión y la intriga presiden los gobiernos,y la arbitrariedad exige obediencia.Recorramos los altares sangrientos y losmisterios asiáticos o africanos, o las matan-zas bíblicas, o los sacerdotes augures grie-gos y romanos; pasemos por encima de lasguerras religiosas de la Edad Moderna, delas mazmorras del Santo Oficio y sus cá -maras de tortura; de las piras de la In -quisición, de las ejecuciones de los pastor-cillos, los albigenses, los valdenses, los hu -gonotes; de la persecución contra judíos yheréticos, es decir, contra todo lo que no es -té exactamente de acuerdo con las palabrasy preceptos de la casta clerical. Sigamospor las atroces guerras de la Vendée y lle-guemos finalmente a las últimas páginas deeste siglo de traiciones y masacres: 1815,1830, 1848, 1851, 1870 y 1871, las infa-mias de ayer, de hoy y quizá las de maña-na. Maldigamos la moral divina que seencuentra en manos del sacerdote.Decenas de siglos se han ido en guerrasterribles, implacables, los hombres contralos hombres, invocando todos el favor delos dioses. Mirad: ahí están siempre losmismos hombres, los que aparecieron alcomienzo de la historia, esos precursores,majestuosos y tranquilos, mientras que a sualrededor los pueblos sumisos se arrastranen la ignorancia y la miseria. Y cuánta san-gre ha corrido desde la primera vez que lospueblos se cansaron de obedecer y de morirpor sus amos. Fue entonces cuando se for-jaron los primeros instrumentos de tortura.¿Acaso no tienen todos los derechos estoshombres que representan a Dios, señor delCielo y de la Tierra? Esta casta infalible seencarga de adivinar las intenciones divinasy de imponerlas al resto de la humanidad,incluso al mismo Dios, que, siempre mudoy tranquilo, no ha puesto nunca en cuestiónsus decisiones.Honradles y serán suaves y untuosos. Perosi se quiere juzgar su carácter y su gobier-

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  • no, leed la historia. A ellos debemos laactual sociedad jerárquica, construida porellos y de la que "disfrutamos" todavía. Elprefijo "hiero" se refiere a aquello queversa sobre el sacerdote, sobre lo sagrado.¿No ha llegado la hora de someterlo a revi-sión?La exuberancia de los sacerdotes se des-pliega en las guerras de religión que ellosfomentan. En Francia, la masacre de losalbigenses en el Languedoc ensangrentólos siglos XI, XII y XIII, sólo porque osa-ron no acatar todas las decisiones de losconcilios y creían poseer una conciencialibre. Esta región, una de las más bellas yricas de Francia, fue destruida y ahogada enla sangre de sus habitantes.En el siglo XIII, con el mismo pretexto, seexterminó a los valdenses, habitantes de loshermosos valles provenzales, gente amabley trabajadora, de costumbres puras. Losque escaparon a las matanzas abandonaronFrancia y se establecieron en el Piamonte,pri vando a la patria de no menos de 20.000ciu dadanos dignos y apacibles. Los paísesque nos rodean están llenos de víctimas denuestro clero católico: Suiza, las orillas delRin, partes de Alemania, Ho landa...Las crueldades religiosas han hecho de laera moderna uno de los periodos más tris-tes de la historia, en el que no ha habidoprogreso moral. En ella la pasión ha alcan-zado los últimos límites del horror. En estaépoca la humanidad debería haber crecidoy fructificado, como todo lo que vive en lanaturaleza, por medio de los primeros des-cubrimientos de la ciencia, por la inteligen-cia de sus hijos, por el estudio en busca demás justicia, por el amor idealista a la her-mandad universal. Pero esta época fueparalizada, aterrorizada, separada de símisma y de sus caminos, para entregarse alamor por un odioso fantoche, pueril y mal-vado, que prohíbe cualquier forma de amory de búsqueda que no se dirija a él, incitan-do a los seres humanos a renunciar a la vidaterrenal para encerrarse entre los muros dela noche, con el corazón vacío de cualquierafecto humano y renegando de su propia

    naturaleza. Esta asfixia se ha impuestodurante siglos.En cuanto alguien se atreve a hablar de re -formas, de libertad, todo se sacude, se pre-cipita, queda dominado por la furia. Des deel cristianismo se ven este tipo de guerras,conducidas por jefes abominables, obisposo señores, con los hombres transformadosen bestias feroces y bañándose con furiosodeleite en la sangre de sus adversarios. Sóloentonces sonaron estas horribles palabras:"Matadlos a todos, que Dios reconocerá alos suyos" [atribuidas a Arnaldo Amalric,arzobispo e inquisidor].En el siglo XIV, la exuberancia del catoli-cismo, las decisiones estrafalarias de suscon cilios, sus abusos de poder, sus dogmasextravagantes, la obstinada pretensión dequi tar al ser humano su propia vida, excita-ron vivas protestas en Inglaterra, Baviera yFrancia, desde donde se criticaba la extrañacomposición de "un solo Dios y tres perso-nas distintas", la confesión y especialmentela Eucaristía. ¿El creador de los mundos yde la humanidad podía reducirse a una es -pe cie de píldora a introducir en la boca y enlas entrañas de su criatura? ¡Qué bufonaday con qué consecuencias! ¿No era eso fal-tar el respeto a Dios? Así que se negaban acomprender y aceptar cosas semejantes.El protestante ilustrado, sabio, se separabadel rebaño cristiano. Acusaba a Roma deim piedad, de locura o al menos de decirsan deces, y no estaba equivocado. ¿Podíaobligarse una persona a someter su con-ciencia a esos dogmas? ¡Claro que no!¿Por qué tenía que renunciar el sacerdote ala vida completa, a la familia, instituida porel mismo Dios en el día de la creación? Lareligión no podía obligar a desdeñar la viday la naturaleza, obras divinas. Y se critica-ba también el vergonzoso tráfico de indul-gencias, los votos monásticos, etc. Asíhablaron Wiclef en Inglaterra, Jean Huss yLutero en Alemania, Calvino en Francia yMiguel Servet, el aragonés, cuyo sentidocomún y dignidad hacían crecer cada día elnúmero de sus discípulos. Estallaron gran-des disputas y se escribieron grandes

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  • libros, fulminados por bulas papales y sien-do quemados. Por su parte, los católicosprepararon sus armas y sus hogueras. EnFrancia, bajo la regencia de Catalina deMédici, el parlamento dictó pena de muer-te contra los herejes y la Sorbona condenódoctrinas sin examinarlas. Se prohibió lapredicación en el campo y se prendieronhogueras en París, Toulouse y Montpellier.Toda Europa del Norte y una parte de Suizay Alemania eran partidarias de la reforma.Francia siguió siendo católica, comoEspaña e Italia, por razones políticas y per-sonales. Fue una gran desgracia para esospaíses, que quedaron subordinados al fana-tismo, al servilismo del pensamiento y de laacción, y se encaminaron hacia conflictos ytraiciones a los que aún están sujetos.Los protestantes seguían un camino delibre examen, de libertad de la mentehumana, lo que nos habría abierto puertasde manera más fácil y rápida. El partidoprotestante era muy fuerte y muy numero-so en Francia; fue heroico. Estuvo a puntode ganar y sólo fue derrotado por medio deexcesos criminales.Al comienzo de la guerra contra los hugo-notes, las hogueras se alzaron en París, enEspaña y en Flandes. Al resplandor de lashogueras se formó, bajo la dirección delespañol Ignacio de Loyola, la Compañía deJesús, que se comprometió a utilizar todoslos medios para dar continuidad al reinadode la Fe: el engaño en los actos y en laspalabras, el asesinato, el envenenamiento,la traición, la calumnia, bajo el axioma deque el fin justifica los medios. Esa es la jus-tificación de todas las mentiras y de todoslos crímenes.Dice un historiador que "durante todo unmes no cesaron de decapitar, colgar o aho-gar" [Aristide Guilbert, "Histoire des Villesde France", 1844]. El canciller Olivier del'Hôpital murió horrorizado. En su agoníagritaba al cardenal de Guisa: "¡por tu culpanos hemos condenado!".Michel de l'Hôpital, su sucesor, logró im -pedir que se estableciera en Francia el tri -bu nal de la Inquisición, que funcionaba en

    casi todas las ciudades de España. Desde lamasacre de Vassy en 1562 [por tropas delduque de Guisa al asaltar un granero en elque se realizaba una asamblea protestante],hasta la entronización de Enrique IV enParís en 1594 tras su conversión a la reli-gión católica, hubo una atroz guerra civilde 32 años, interrumpida por algunas tre-guas tras la que se reanudaba casi inmedia-tamente. El hecho más conocido de esaguerra fue la matanza del 24 de agosto de1572, la noche de San Bartolomé.De hecho, la guerra siguió, de manera mássorda, a causa de continuas conspiracionescatólicas durante todo el reinado de En -rique IV, hasta su asesinato. Enrique IV,que antes había sido protestante, había emi-tido un edicto, el edicto de Nantes, por elque los protestantes podían vivir en paz yprac ticar su religión en su tierra natal. Paraalgunos era una infamia insoportable. En -rique IV había autorizado también el regre-so de los jesuitas a Francia: uno de ellos,François Ravaillac, lo mató. Pero hagamosjusticia a todas las órdenes religiosas: undominico, Jacques Clément, había apuñala-do al anterior rey, Enrique III. Setenta ycinco años después, el nieto de Enrique IV,Luis XIV, revocó el Edicto de Nantes. Elmismo Luis XIV al que también se llamóLuis el Grande, por haber absorbido toda lasustancia de su pueblo, agotándole hasta lamuerte, con sus crueles y egoístas magnifi-cencias.Este rey absoluto y poco inteligente,cediendo a sus confesores Bossuet y Ma -ssillon, voceros del partido católico, seatrevió a revocar el Edicto de Enrique IV ya negar a los protestantes el ejercicio pací-fico de su religión, poniendo así en su vejezla guinda a todo el mal que había hecho aFrancia durante su larga vida. Se estimaque se expatriaron unas 300.000 personas,llevándose al extranjero sus fuerzas, sugenio, sus secretos industriales y su benefi-ciosa actividad. Estas personas, que habíanluchado por la libertad de conciencia contrael servilismo de la mente, eran, por supues-to, gran parte de la élite de la nación.

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  • En aquella época era difícil que pudieran irmás adelante de lo que fueron en el libreexamen, pero lo aceptaron y se negaron aregodearse en creencias irracionales. Porello habían sacrificado todo: su posición enel Estado, su vida, su riqueza. Frente a susperseguidores, hicieron lo correcto. Aun -que Enrique IV hubiera permitido su regre-so, siempre fueron sospechosos a los ojosde los católicos y, siendo constantementeacosados, orientaron su inteligencia y sutrabajo hacia la industria, las artes, elcomercio, pues comprendían que el am -biente no les permitiría ocupar puestos enel Estado. Varios de ellos, sin embargo, sir-vieron brillantemente a Francia. Duquesne,la Force, Châtillon, Turenne, el mariscalRantzau y Gassion eran protestantes.Aquellos que, obligados por la pobreza, sequedaron en Francia vivieron humillados ydesalentados, pues su patria les trató comomadrastra. Muchos de los exiliados, expul-sados sin ser culpables de nada, tomaronluego otras nacionalidades y, contra sudeseo, tuvieron que combatir contra la anti-gua patria, a la que habrían honrado ydefendido.Si se evaluase lo que el catolicismo ha cos-tado a Francia, el monto sería enorme. Encuanto a lo que él haya aportado, confiesoignorarlo, salvo que sea la falta de arrojopara la creación intelectual, la terquedad enlas costumbres, la inquietud a la hora detomar decisiones, la fácil sumisión, lacrueldad militar y la inmoralidad jesuítica.Desde hace más de ocho mil años los sacer-dotes gobiernan sobre la humanidad.Cuanto más se expande la ilustración por elmundo, más se esfuerzan en petrificar elcerebro humano con mentiras y insensate-ces. Han combatido sucesivamente todaslas formas de progreso: la imprenta, ellibro, el bisturí, el estudio más allá de laBiblia, del Evangelio y de las vidas de lossantos, llenas de milagros. Del mismomodo han combatido la libertad de expre-sión y la asociación humana fuera de lospúlpitos de la iglesia y de los conventos.Igualmente han combatido a esa maldita

    ciencia que no deja de avanzar. Y a la razóny a la justicia, que niegan al Dios de lossacerdotes. Este Dios tirano, cruel y celoso que vengasobre la infancia las faltas de los padres, yque se complace en el sufrimiento humano;ese Dios que sólo elige a quienes practicanla obediencia ciega y condena a tormentoseternos al resto de la humanidad. El Diosinmutable, que disminuye a medida quecrece el ser humano y que, aunque hayasido puesto siempre como modelo, se haconvertido en causa de idiotez y envileci-miento de sus supuestas criaturas.¿Qué puede salir de ese libro primitivo ybárbaro, salvo una religión salvaje y cruel?¿Cómo será el sacerdote inspirado por él yque lo estudia devotamente? En la historiamoderna, las numerosas guerras religiosashan sido incitadas y dirigidas por sacerdo-tes furiosos.Si tienen prohibido hacer ellos mismos laguerra y derramar sangre, veremos a unobispo [Odón de Bayeux] que, para no fal-tar al precepto, usó una maza para golpeara los herejes. ¿Acaso el Dios de la Biblia,maestro en el arte de la guerra, no ha orde-nado exterminar a los niños pequeñosaplastándoles contra las rocas? [Salmos137: "8. ¡Ciudad de Babilonia, la devasta-dora, feliz el que te devuelva el mal que noshiciste! 9. ¡Feliz el que tome a tus hijos ylos estrelle contra las rocas!"]. Por lo tanto,la masacre sería una ley religiosa y santaque ordena destruir a todo aquel que nocree en lo que nosotros creemos, y a toda suraza con él.El sacerdote que también creía en Jesúspodría haber apaciguado estas crueldades,pero ha decidido fomentarlas y atizarlas.Para él no hay en la vida otra cosa que elpoder, la autoridad, el derecho a mandarsobre las personas y a decirles, desde elmás grande hasta el más humilde, "creed loque os mando creer, pues soy el represen-tante de Dios".¡Qué curioso! Cuando más domina elsacerdote, más quiere dominar, como esosavariciosos cuya pasión se agria al enveje-

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  • cer. Se diría, en medio de las guerras dereligión, que el fuego del infierno arde den-tro de cada devoto. El sacerdote de la anti-güedad, por cruel que fuera, no puede com-pararse en ello con el sacerdote de la EdadMedia.Muchas personas moderadas, fieles a sunaturaleza, nos acusarán de exageraciónpor decir estas cosas. ¡Lean y relean la his-toria! ¿Encontrarán una pasión más fuerte,más rabiosa, más constante, que la de rei-nar y poseer? En realidad, ésta incluye ysatisface todas las pasiones.Esa pasión existe en todas las personas,pero con una potencia multiplicada porcien en las castas. Es secundada y estimu-lada por esa desgraciada concepción jerár-quica, para la que nada está por encima delmás poderoso. ¿Y qué mayor potencia quela dominación de las almas? ¡Gobernar elmundo en nombre de una sabiduría supre-ma y sin ningún temor a ser desmentido!...Bajo la presión de la inteligencia, en el des-empeño de tal función, la fe, de existir,desa parece pronto, y la arbitrariedad y laastucia se hacen Ley.Esta es la fácil explicación de la larga luchacontra la justicia y la verdad, que, con laayuda de la ignorancia y del egoísmo de laespecie humana, constituye la historia.El sacerdote es un hombre más o menossincero al que sus vínculos con Dios enor-gullecen y le llevan a considerarse superioral común de la humanidad, por muy igno-rante y vulgar que él sea. Entre ellos no fal-tan aquellos, salidos del pueblo, para losque llegar a ser cura significa su ascenso ala burguesía y la honra de su familia. Haymadres que destinan su hijo al sacerdociopara asegurarse una dulce jubilación comocriadas del cura.A decir verdad, sus vínculos con Dios noson reales. Le consagró un obispo. No lepreocupan nada las discusiones sobre losorígenes de esa delegación en tiempos pri-mitivos, a él le basta con la tradición. Sucomercio con Dios es asunto suyo. Al des-pertar y en otros momentos en que le pare-ce oportuno eleva su alma a Dios lo mejor

    que puede, sin recibir respuesta. Todos losdías lee algunas páginas de su breviario,que se sabe de memoria. Después dice misay ¡hace que Dios baje al altar! Sin duda, esun vínculo íntimo, pero carente de todaexplicación y que sólo se basa en la feincondicional. Después, el cura se come albuen Dios y luego vuelve a comer, ahorarealmente, en su alojamiento.En las fechas solemnes, su momento triun-fal llega cuando, con la custodia en lasmanos, bendice a la muchedumbre mos-trándola a Dios (la hostia). Todo el mundo,arrodillado, inclina la cabeza, como si algole deslumbrase. Sólo el cura, en pie, res-plandece mientras pasea a la custodia deoro.Esos son los vínculos divinos que han rotolos vínculos naturales de esas personas conlos otros seres humanos. Para todos ellos,el cura es el intermediario con la divinidad.Se le saluda humildemente. Visita a losenfermos, confiesa a los pecadores, habla atodos y les reparte piadosas sentencias. Notiene ni debe tener intimidad con nadie. Sinembargo, frecuenta a los burgueses, ya queha estudiado en el seminario, y habla contono protector a los pobres que se lamentanante él. ¡Ay! este agente de Dios también espobre, ve miserias que no puede aliviar ysólo puede enseñar la resignación ante lossufrimientos, que algún día será recompen-sada por Dios. Tiene corazón, sufre al ver aestos pobres indefensos, pero sería indis-creto que alzase su voz ante la burguesíaque no es generosa. No, no temáis. No sehará socialista. Detesta el socialismo porvocación, como detesta la igualdad. Lalimosna es el precio a pagar por los ricos.Ya se arreglará todo más tarde, en elParaíso.El cura está solo y debe estarlo siempre.¡Cuidado con él!, si alarga su presencia encasa de alguna buena gente que colaborevoluntariamente en sus buenas obras, sobretodo si en esa casa hay alguna joven o unamujer no demasiado madura. La máspequeña familiaridad sería vergonzosa yquizá, incluso, su pérdida. ¿Sería denuncia-

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  • do o calumniado? Y si se encariñase real-mente, tendría que huir, matar su corazón,asfixiarle para siempre. El cura sólo debepertenecer a Dios. Sin duda, ya lo sabe.¿Pero qué quiere este Dios siempre silen-cioso? ¿Siente piedad? ¡Si se le pudieraescuchar una sola palabra, un signo, unaliento! ¿Hubo milagros en otro tiempo?Algunos, para no caer en el embruteci-miento, se lanzan de lleno a la ciencia.Otros, más débiles, sucumben. El ángel serebaja hasta el nivel de la bestia y aún másabajo, si se me permite modificar la frasede Pascal [quien escribió "L'homme n'est niange, ni bête, et le malheur veut que quiveut faire l'ange fait la bête"]. En este siglodesencantado de las religiones divinas, elsacerdote, colocado fuera de la familia, ter-mina siendo una monstruosidad, y el repre-sentante de Dios, a veces y a menudo, seconvierte en objeto legítimo de odio y des-precio, ¡en un peligro público!Un cura inteligente y sensible es necesaria-mente muy infeliz. Un cura grosero es elpeor de los malhechores, una vergüenzasocial. Entre los primeros, varios de ellosdejan el sacerdocio en estos tiempos eincluso tienen el coraje de denunciar públi-camente la trampa en la que cayeron. Sinembargo, dada la cobardía general creadapor la resignación cristiana, por el hábito,por el miedo, se enfrentan a muchos peli-gros y cuentan con pocos apoyos. Muchosde estos desgraciados se salvarían pormedio de la separación de Iglesia y Estado.Pero lo dicho en los párrafos anteriores serefiere al elemento popular, a los parias dela ciudad sacerdotal. Todo es muy diferen-te para la alta jerarquía. Sus propias normasno obligan a sus miembros, que campan asus anchas en el lujo y la grandeza. Sonorgullosos por excelencia, políticos testaru-dos, feroces, movidos por una animadver-sión apasionada, en medio de un escepticis-mo general que evidentemente ellos tam-bién comparten.Van contra corriente, armados con la mazadel obispo anti-albigense y con todas lasarmas que les da el poder. Golpean sin pie-

    dad y, sobre todo, calumnian. Sin embargo,a pesar de todo, al verse desbordados sehan aliado al partido jesuítico, el únicocapaz de seguir luchando con todos losmedios. Su objetivo es la perdición deFrancia, madre de la Revolución. Todosellos unidos hacen y harán todo lo posiblepara derribarla.Desde hace dos años, día a día, en el casoDreyfus la casta religiosa da a Francia y aEuropa la medida de sus facultades educa-doras, de su moralidad y de su audacia.Hoy en día, más que nunca, aplastada porla realidad, por una luz más intensa, porcreencias más ilustradas, por necesidadesmás inteligentes y por la propia aberraciónde su dogma anticuado, comprende que hallegado el momento en el que debe vencerde nuevo o perecer. Desde su extremarabia, exclama "¡Que antes perezca elmundo y las naciones con él".Para seguir esa obra no se detendrá antenada, con un gobierno francés que, por losvínculos que les unen, le presta su fuerza yque la defenderá mientras no se sienta ata-cado directamente por ella. Todo lo que hayde sano y vigoroso en Francia se enfrentacon esa casta. El monstruo siente su decli-ve y, no queriendo morir, se retuerce enconvulsiones horribles, rodeado y apoyado,hasta hace poco, por la turba reinante, sucómplice.¡Y son ellos, estos tipos, quienes, desde elfondo de su abyección, nos acusan de notener fe, ni fundamento ni moral!¡Pobres locos!... ¡Tenemos 1789! Contra suDios bárbaro, ponemos la humanidad y lajusticia. Contra su jerarquía, ponemos laigualdad. Como fundamento y medida, elindividuo humano. Tenemos la moralhumana, por tantos siglos en vano perse-guida, aunque aún no se haya expandido ycomprendido lo bastante a causa de su opo-sición, de sus intrigas, de sus calumnias. Acausa de las profundas divisiones que elloshan creado entre los seres humanos. Acausa de la ceguera y la opresión de lospueblos. A causa del ascenso al poder delos intrigantes, efecto natural del sistema.

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  • Tenemos la moralidad humana. En cuantolas tinieblas se disipen, irradiará su luzhacia todos.

    El principioEn esta época, para evitar la confusión, laincertidumbre y las divisiones, y para enca-rar juntos un pasado desacreditado y unporvenir inquietante, lo más importante escomprender, aceptar e identificar el princi-pio fundamental formulado por la Revo lu -ción francesa, el principio del orden futuroy nuevo que estamos ensayando en estesiglo de transición y que se impone en opo-sición directa a los errores del pasado.Ese principio, esa base única e indiscutible,es el derecho individual, o, mejor dicho, elde recho del individuo. Porque la humani-dad sólo vive, disfruta o sufre en el indivi-duo.Cierto es que en el pasado se ha dadomucha consideración a individuos sobresa-lientes, a los que se ha mimado y magnifi-cado demasiado, hasta enloquecerles. Perose trata de una excepción a la regla, unaespecie de ideal mágico en el que se com-place y mira, a costa de los individuososcuros, pobres o sufrientes, que forman lamasa popular arrojada bajo los pies deestos ilustres para elevarlos aún más.La Revolución, en su verbo amplio y mag-nífico dijo: ¡todos los seres humanos!El principio del viejo orden, bajo el que aúnvivimos en perpetua batalla con el nuevoorden, era precisamente lo contrario. Lafilosofía social sólo tiene dos términos: elindividuo y la colectividad. El derechosocial, o más bien la razón de Estado, deri-vada del derecho divino, gobernaba lasmentes de los hombres; esto es, la prepon-derancia del conjunto sobre la unidad, delser colectivo sobre el individuo. Esta con-cepción, que a primera vista parece legíti-ma, es radicalmente falsa. He aquí por qué.Es falsa porque la humanidad no existefuera del individuo. Porque el interés ficti-cio de la colectividad aplasta a los indivi-duos. Porque cuando el individuo es opri-mido, la humanidad sufre.

    La humanidad, en el individuo, tieneimpresiones que vienen de su fuerza colec-tiva, es decir, de las fuerzas individualesacumuladas y de sus efectos. Sufre o goza,por el hecho de su colectividad, pero ésta,en sí misma, no puede sufrir ni gozar, por-que no aprecia ni existe realmente salvo enestado individual. En ninguna circunstan-cia pueden ejercerse fuera de las individua-lidades las facultades e impresiones que lacolectividad produce por vivas y generalesque sean.Para comprender que toda injusticia y todainjuria hecha a un humano es una injuria ala humanidad, hay que decir que todo bienhecho a un individuo es una bendición paranuestra especie. Aún estamos lejos de esasensación, pero cada uno de nosotros puedereconocerla si pregunta a su conciencia.Ese es, o más bien será algún día, el fondode la religión humana. La humanidad sólose alza, sólo puede alzarse, a través de laelevación individual de los seres que lacomponen.Ante una denegación de justicia, ante unser menospreciado, no digamos nunca"poca cosa es". La propia humanidad sequeja y gime en la persona ofendida, exten-diendo su queja a toda la especie, por elsentido de la solidaridad que nos impulsa yque convierte la ofensa en una ofensa gene-ral y peligrosa para todos. Pues cada indivi-duo sabe que él mismo es, aunque de formapasajera, la propia humanidad.Al sacrificar al individuo a un plan arbitra-rio, la sociedad antigua cometió, de hecho,un grave error, constituyendo la injusticialegal. Pero aún estaban muy lejos de medi-taciones profundas y ya existía un hechocapital determinante: la alucinación religio-sa. Fascinado por la idea de divinidadessuperiores, creadoras del mundo y gober-nantes del universo, el hombre concibió laAutoridad y la Monarquía antes de cono-cerse a sí mismo. Demasiado débil y dema-siado ignorante, no podía creer en sí mismoy aceptó, naturalmente, la tutela de los dio-ses, bajo la forma del sacerdote. Las socie-dades no pueden constituirse sobre el dere-

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  • cho de la fuerza, que existe antes que ellasy que no necesita leyes para reinar. Lassociedades se constituirán, más bien, paramoderar ese derecho, mientras que se supo-ne que Dios, además de fuerte, es justo.Así, capturada desde sus primeros pasos, lahumanidad ha sufrido una desviación, uninmenso retraso, de unos ocho mil años.Ese fue el golpe mortal que la separó delejercicio de la razón y, en consecuencia, delprogreso que podría haber hecho con suspropias fuerzas. Otorgando a Dios la omni-potencia y la omnisciencia, dejó todo a sucargo. Los sacerdotes organizaron su bas-tión: la jerarquía, esa escala por la que hanascendido tantos bufones y verdugos.A partir de entonces la humanidad esclavasólo existió a través de sus poderosos, queconstruyeron una historia milagrosa y bár-bara, todavía difundida en nuestra enseñan-za. Y durante siglos, ya sean los que cono-cemos como aquellos de los que sólo noshacemos un esbozo, el hombre sólo avanzóa tientas, totalmente constreñido, ocupadoen guerras sin fin, siendo matar y morir susmayores habilidades.Sin embargo, la ociosidad de sacerdotes nofue completamente solemne e inexpresiva:estudiaron astronomía, las épocas de lanaturaleza, la agricultura, las propiedadesde las plantas. Elevaron monumentos,hicieron leyes en su mayor parte dirigidas ala dominación y al castigo; unos pocos fue-ron más inteligentes y dieron inicio a lasartes, desarrolladas por las repúblicas, y ala literatura y la filosofía. Sin embargo, labase principal de las cosas seguía siendoque la masa de los seres humanos fuesesierva y miserable. Ella cava la tierra,maneja el mármol y la piedra, sirve y ali-menta a los poderosos, guerrea, se arrodillaante tronos y altares.El progreso y la ciencia sólo avanzan con elpensamiento libre, y los sacerdotes noquieren ni ciencia ni progreso. Los podero-sos, que sólo quieren riqueza, confiscan eltrabajo de la gente. Roma organiza elsaqueo del mundo y lo etiqueta: ¡Gloria!Roma murió de podredumbre, dejando a

    los bárbaros su alma y sus ejemplos, queellos seguirán con devoción. Fue entoncescuando el Dios cruel de Oriente y sus nue-vos sacerdotes, hijos de la antigua Roma,invadieron Occidente. En todos los rinco-nes se mataba y se le adoraba. Sólo se pro-hibía pensar. Sin embargo, algunos piensany se les persigue. Surgen las guerras inte-riores. Prenden las hogueras. ¡Cree omuere! es el lema. Pero las llamas de lashogueras iluminan también la filosofía. Elpensamiento camina, primero velado, peroavanza. Más allá del Dios absoluto y de lamonarquía absoluta, donde rey y Dios seconfunden, se formula el pensamiento y semultiplican los libros.Bajo impuestos crecientes, juicios inicuosy crueldades infames, el pueblo se apaga,Francia agoniza y la humanidad se aver-güenza de sí misma. Lo que queda del pue-blo grita ¡Abajo! a una realeza caduca ycretinizada. Y los delegados del pueblo, porfin verdaderos seres humanos, entonan unnuevo lenguaje: ¡todos los hombres nacenlibres e iguales en derechos!Europa y Francia entraron en éxtasis. Elexceso del mal convocaba al bien. ¡Ay! ¿aqué precio? La mentira ponía en evidenciala verdad. Se creyó que to do estaba ya deci-dido, prometido, concluido, y que prontosería realizado. ¡Pobre humanidad, tan cré-dula! ¿Pero acaso alguien se ha dedicado ahacerla más prudente?Se trataba de dar la vuelta a la sociedad.Una obra inmensa, que sin embargo fue ini-ciada. Pero también fue combatida encarni-zadamente y muy poco comprendida, yaque para ello había de dar la vuelta tambiéna la infancia, a la educación, a la mujer, alhombre, a las instituciones, a todo.Hay que parafrasear las palabras de Sieyès,aunque él sólo se refiriese a la burguesía: elser humano, el individuo, no es nada, perodebe ser todo.Todo demuestra que la idea se produce len-tamente en los seres humanos. La sociedadde entonces, tan ardorosa en ese magníficoinstante de la vida humana, en el que seabolieron con emoción los abusos y los

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  • impuestos feudales sobre los pobres, los harestablecido en gran parte: se ha declaradopropietaria de las criaturas desde que naceny, al llegar a los 20 años, les arrebató, paradefenderse, cinco años de su vida primeroy después tres años. Se limita a darles unaeducación banal y moralmente insuficiente,para castigarles si tropiezan y para abru-marles cada día con impuestos directos eindirectos que pesan sobre su alimentacióny sus otras necesidades. Tienen que pagarpor la Justicia, que debería ser gratuita.Basta una simple sospecha para que se lesprive de libertad durante un periodo dearbitraria duración, sin que reciba indemni-zación quien es declarado no culpable. Ensu calidad de pobres, por todos los ladosencuentran superiores que les molestan ybribones reclutados para que les atropelleny golpeen, superiores y bribones que inter-fieren en todos los aspectos de su vida,menos para impedir que se mueran de ham-bre. Eso parece que no le importa a nadie.Una excepción que confirma la regla. Perouna excepción inmensa, que afecta a toda lavida de un ser humano y en la que la propiahumanidad es sacrificada.El individuo es el ser que siente, que juzga,que sufre, que reclama su derecho; el ser encuya alma se libran todos los combates ycrecen todas las amarguras, el ser dondeviven todas las afecciones, los impulsos ylas esperanzas de nuestra especie. Es elcentro en que tienen lugar todos los dramasque nos desgarran y apasionan.Nos dirán "¡Ah!, ese hombre no es nada",creyendo que se trata de una cantidad insig-nificante, dado que es tosco y va mal vesti-do. Todo lo disminuye y desfigura: su blusaarrugada, su cansado rostro, su lenguajevacilante y a veces grosero; su timidez, quelucha contra la arrogancia de los represen-tantes de la autoridad. Una autoridad a laque osa desafiar porque es una autoridadque se permite maltratarle y aplastarle.Sin duda, carece de estilo y elegancia. ¿Pe -ro quién le ha privado de ello?: la sociedad,de la que es parte integrante y que teníatan ta obligación de instruirle como a uste-

    des. Al igual que ustedes, es un hombre. Ytodo lo que ustedes suponen que no está enél porque es tosco, va a desencadenarsepron to, una vez que ustedes le desahucien.¡Les aseguro que es un hombre y que sabemuy bien que ustedes le han dañado!Conoce muy bien los vanos deseos, losdolores y los desalientos que sufre. Conocelas tormentas de la desesperación y lainjusticia. En su conciencia está presentetodo lo necesario para juzgar. Este hombrees la humanidad viviente pero se ve aban-donado al azar, un Dios que en la sociedadactual casi siempre mata a aquellos que hanquedado librados a él. Y transita por la vidacon la muerte en el alma, desgraciado, des-pojado de su herencia, de la herencia huma-na, tan suya como de cualquier otro.Cada año se celebra la Revolución france-sa, ¡la gran liberadora! ¿Y no veis quesigue habiendo opresores y que siempreprotegéis a los grandes contra los peque-ños?¿Qué diríais de un general que lanzase asus soldados sin armas contra tropas bienarmadas? Dejan morir de hambre y miseriaa esas criaturas de las que depende la con-tinuidad de la Humanidad. Como entre losantiguos, entregan las mujeres a la brutali-dad del hombre, en lo que son maestros. Atodos que carecen de herencia procedentede sus parientes directos, les roban laherencia de la humanidad. Recibieron lavida, pero les quitan los medios para con-servarla. Para ellos no hay un trozo de tie-rra sobre su Tierra madre. No les dan uncampo que pueda alimentarles. Una vez enla puerta de la vida, les arrojan a la muerte,ya que su único medio de vida, el trabajo,se abandona al capricho y a la dejadez delos ricos, amos de la Tierra y del taller, losnuevos señores.Acusáis de inhumanidad a la vieja nobleza,¿por qué la imitáis? La Justicia no quieremiserables. Decís "No podemos hacer nadaante eso", pero entonces ¿qué hacéis en elpoder? ¿No será para mantener los abusos?¿Para defenderlos con vuestras fuerzas yvuestra acción? ¡Un buen y bien pagado

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  • puesto! Pero demasiado caro si sólo sirvepara eso. Sólo hay dos maneras de usar elpoder: ¡traicionar o salvar!Se ha hablado mucho desde hace más de unsiglo, pero se nos lleva hacia atrás, al puntoen que la gran Revolución, desviada de sucamino, tiene que ser reiniciada, a partir delo que fue 1789, y continuada.En oposición a todo el pasado divino ysacerdotal, el alma de la Revolución resideen que el derecho humano, principio visi-ble y viviente de la justicia y de la razónhumana, tiene como única base, en tantoque medida y en tanto que órgano, al serhumano, representante de la humanidad, elindividuo, tal como la naturaleza lo da, noen forma colectiva.Para la comunidad y el interés social nohay otro modelo, ya que el poder, falsa-mente considerado colectivo, que reina hoyy ha reinado antes, sólo pertenece a ungrupo restringido y falseado, a causa de laausencia de desarrollo de la masa oscura ydeprimida.Los términos que se utilizan no son másprecisos que la idea y que el resultado. Sesuele decir: "sacrificar el individuo a lacolectividad". Pero sólo puede sacrificarseuna cosa a otra si son opuestas, contrarias,y, sin embargo, no hay antagonismo entreel individuo y el conjunto social, que sóloes el conjunto de todos los individuos. Laopresión del individuo es una amenaza parala colectividad y una disminución de suvalor total. Cuanto más elevadas sean lamoralidad, la iniciativa, los conocimientosy las capacidades de los individuos de unasociedad, más fuerte y considerada seráésta.Por tanto, las leyes sociales sólo deberíantener como objetivo la satisfacción, paracada persona y para todas, de las necesida-des comunes y el desarrollo, para cada per-sona, de las facultades generales humanas,sin bloquear el desarrollo de las inclinacio-nes particulares.Toda ley social, por su propia naturaleza,debe tomar como modelo al individuo, surazón de ser. Una ley social que admite

    grandes y funestas excepciones no es underecho social, sobre todo cuando la excep-ción tiende a ser regla. Se ha elogiado lacompetencia como se ha elogiado la gue-rra; y, en efecto, para que se pueda pensarque, siendo la sociedad una asociación, sualma pudiera ser la competencia, que es uncombate encarnizado, ha sido necesariopasar antes por la rabia guerrera, que fue,hasta ayer mismo, la gloria de este tristemundo.La sociedad humana no es un monumentoarquitectónico o una obra artística o litera-ria. Sin embargo, la vieja sociedad fue algode ese tipo: un diseño ideal, concebido bajoel imperio de la autoridad divina, que sólopodía ser la autoridad del sacerdote. De esaforma, tenía que generar la jerarquía; esdecir, la esclavitud en todos sus grados:opresión, engaño, crueldad, miseria, todoslos rostros del mal, un ruin egoísmo, elodio, la envidia, el orgullo y el desorden,pese a que la atmósfera humana natural esla libertad, el amor, la asociación en la jus-ticia y la verdad.En suma, al no tomar como base al indivi-duo, el viejo orden sacrificó la mayoría delos seres humanos a una concepción arbi-traria, sin base real, ajena a la verdad y, portanto, productora del mal y del engaño.Una concepción adoptada porque respon-día al respeto general ante la ley de la fuer-za, instituyendo su primacía; mantenidapor las leyes, por la costumbre y por laignorancia, mantenida por y por la propiafuerza del sistema existente, que somete losdébiles a su ley, y mantenida en nuestrosdías, finalmente y pese a la protesta públi-ca, por medio de la fuerza armada, que seañade a todas las causas precedentes dadoque estas han perdido consideración ypotencia.Se ha creído fácilmente que los mejoreseran los que ascendían a la superficie. Perofrecuentemente, diría que casi siempre, lohacen los más hábiles, esto es, los menosescrupulosos, los que más carecen de con-ciencia.Al ver que de los seres humanos conjunta-

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  • dos y puestos de acuerdo se desprende unaadmirable potencia colectiva, se creyó quela humanidad era un gran y único ser, quetenía o debía tener en sí misma un organis-mo a través del que manifestarse. Y comono lo tenía, se le supuso. De ello se siguióla monarquía (la cabeza). En un cuerpoorganizado, no todas las partes son igual-mente nobles: la cabeza debe mandar, losmiembros deben obedecer. En todas lasexpresiones de la antigua sociedad apareceeste plan, que fue etiquetado en la India. Enla literatura aparece en frecuentes compara-ciones. Por ejemplo, recordemos la fábulade Menenio Agripa en Roma [durante laprimera secesión de los plebeyos], aunqueno fue tan convincente como se suele decir,ya que el pueblo sabía muy bien que, tantosi trabajaba como si no lo hacía, siempreque engordaba a los senadores sus propiosmiembros adelgazaban.Al hacer de la nación un individuo, sesimula la Unión Nacional, pero eso noimpide que la nación fuese entonces y seaahora una simple colección de individuosvinculados por el espíritu de cuerpo, pero lamayoría de ellos, la mayoría trabajadora,está falta de vida y de ocio. Nunca ha habi-do una verdadera unidad, sino una falsaunidad que suprime la fuerza colectiva alconcentrarla en exceso.De esto hemos tenido recientemente terri-bles ejemplos. Las capitulaciones de Sedany Metz, hechas, pese al ejército, por la vile-za de dos jefes, y la de París, hecha, a pesardel pueblo, por un puñado de canallas, bajola dirección del "general jesuita" [Louisd'Aurelle de Paladines].La Revolución Francesa, al proclamar laigualdad de todos los seres humanos, trans-portó el Derecho, que estaba en el reino deDios, al reino del hombre; de la colectivi-dad, vaga y escurridiza, al individuo, que esel indiscutible tipo de la humanidad. Poreso fundó una nueva era, la segunda era,estableciendo cual es la unidad matemáticasocial.Pero para que una verdad sea comprendidano basta con que sea formulada. Las ideas

    sólo existen por medio del cerebro huma-no, y este necesita tiempo para recibirlas ycomprenderlas íntegramente, ya que elcerebro no está vacío, sino ocupado porviejas ideas que repelen a las nuevas. Alsalir del periodo anterior, en una sociedadconstituida sobre un viejo molde, sólo sepudo proclamar la Igualdad por intuición, ala que eran contrarios los hechos, losmedios y las apariencias. Había que des-truir y crear simultáneamente. La Revolu -ción estaba en la situación de un Fulton quehabía comprendido la fuerza del vapor,pero aún no había construido su nave. LaComuna de 1871 botó ese barco, pero se lehizo naufragar, se les destruyó. Sin embar-go, a partir de ese modelo imperfecto seconstruirán otros barcos.La Revolución abrió su alma, proclamó sufe. Abolió las prerrogativas feudales, con-fiscó las propiedades de las que los clérigoseran depositarios y creyó acertar al darles acambio un salario anual, para vincularlos ala República. Hubiera sido necesario con-sagrar al pueblo esos bienes, hacerle pro-pietario de ellos, armarle de todas lasmaneras posibles, redimirle y salvar así a laRevolución. Pero, guste o no, hacía faltadinero, y las dilapidaciones de la monar-quía habían dejado las arcas vacías.En su comienzos, participaban en laRevolución filósofos convencidos y hom-bres valerosos, pero la oposición del pasa-do detuvo su tarea. Innovó mucho y su obrapermanece, pero no pudo transformarinmediatamente el antiguo molde, en el quela nueva idea no podía desarrollarse y en elque ha sido asfixiada desde 1789. El indivi-duo desconocido y pobre sigue abandona-do, no sólo abandonado a sus capacidadespersonales, que, fuera de la sociedad, en lanaturaleza, podrían salvarlo, sino, más aún,perjudicado por las trabas que las leyessociales ponen al ejercicio de sus propiasfuerzas, que no puede emplear sin depen-der de la voluntad de otro, ya que ha sidodesposeído de todo capital social.En eso reside la injustificable carencia de lasociedad actual, la sima por la que caen

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  • cada día muchos seres humanos en toda laTierra; ese es el crimen incesante, querido,aceptado descaradamente, que condena aesta sociedad, aún bárbara, justamente cen-surada y que pronto debería ser demolida.Una sociedad que protege a los fuertes ydeja perecer a los débiles es un engaño, eshipocresía.Teníais un acuerdo con él. Los ricos apor-taban su cotización, los pobres debían sersocorridos. Pero ya no hay trabajo y, en vezde ayudarle, le prohibís cultivar una tierrano cultivada, sólo porque pertenece a otro.En un desierto, habría encontrado la mane-ra de salvarse, pero muere en medio de loshombres, maldiciendo el pacto mal enten-dido que hizo con vosotros y que le estámatando.Los romanos, este pueblo tan duro, estable-cieron al menos la costumbre de la sportu-la [donativo recibido por las personas debajo rango socioeconómico al ir a presentarrespetos diariamente a casa del patrón].Hoy en día, dais la muerte a vuestro socio,el ciudadano pobre. ¡Qué gran progreso sercristiano!El individuo, el tipo social, aquel que es lavida misma, la fuerza, el derecho moral dela humanidad, vaga por nuestras lujosascalles, triste, hambriento, humillado, des-pués de siete u ocho mil años de sociedadespromulgadoras de leyes; vaga buscando lavida, pero sólo encuentra la fosa común.Este odioso hecho en bien conocido. Amenudo se publica varias veces entre losdiversos acontecimientos del día. Se lee... yse pasa a otra cosa, pensando en los propiosplaceres y fortunas, calificando el socialis-mo como ensoñación y promocionando elprogreso... de las máquinas. Porque eso eslo único que nos permite el reino de lossacerdotes.¿Qué somos entonces? Pobres plantas,ham brientas de sol y de luz, desarraigadasdel suelo y de la atmósfera donde debíancre cer y transplantadas a un estrecho inver-nadero, con un calor artificial y fétido, don -de marchitan y donde la poderosa palma seconvierte en insignificante arbusto.

    El catolicismo, estrecho y duro, no desarro-lla nada, ni a sí mismo. Reprime, oprime,encoge, ahoga la vida, a la que desteta ycombate. La naturaleza y la razón nos dicen"ama a tu semejante, animado de la mismavida que tú, cuyo bien es tu bien y cuyo males tu mal". Pero el hombre de negro nosdice que sólo es necesario amar a Dios.Que sólo por amor a Dios harás el bien aotros. Que debes maldecir a todos los queniegan a Dios o no comparten sus puntosde vista sobre el hombre.La naturaleza y la conciencia nos dicen"Eres libre. Haz lo que quieras mientras nodañes a nadie y te respetes a ti mismo".Pero el hombre de negro dice "Obedece.Sólo eres el servidor de Dios, y éste te haconfiado a mí para que te enseñe tus debe-res. ¡Abdica de tus instintos y afectos! Sécomo un cadáver entre mis manos.Combate junto a mí a la humanidad rebel-de servidora del demonio, usando el hierroy el fuego, la delación, el engaño, todos losmedios".No les habléis de justicia. Nos dicen que esnecesario que siempre haya pobres, porque,ignorante y débil, el pueblo les pertenece.Sobre esa reserva de ignorancia y creduli-dad se apoyan los hombres de negro, unareserva que usan en los buenos momentos yde la que abusan desde la mitad de estesiglo.Sin embargo, a los sacerdotes puede resul-tarles inútil esa prédica. Han hecho tantascosas que, a pesar de ellos y por ellos, elhombre, emancipado, se ha preguntadofinalmente: "¿Pero quién es ese Dios queparece destinado a perpetuar los vicios dela barbarie? ¿Por qué nos inflige injusticiay desigualdad erigidas en la base de unasupuesta sociedad? ¿Por qué, siendo segúnellos ese Dios el creador de la naturaleza,se dedicaría a combatirlas? ¿Qué es eseextraño ser, solo en el Universo, sin seme-jantes, sin amigos, teniendo sólo inferio-res?" Ese ser que no se puede ver, al quenadie ha oído hablar salvo por la boca dealgunos hombres; un ser del que nadagarantiza que exista.

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  • - "¡Blasfemia, es el creador del mundo"- "¡Que sabréis vosotros!"- "¿Quién lo ha creado entonces? Todonecesita una causa"- "Muy bien, entonces ¿qué Dios es causade ese creador"- "¡Blasfemáis!"- "Perdonad, me limito a razonar. Si Diosme ha dado un cerebro, al usarle le honro.Si todo necesita una causa, es preciso queotro Dios haya creado a ése del que habláis,que un tercero haya creado al segundo y uncuarto al tercero... ¿Hasta donde os remon-taréis invocando la ley de las causas? Re -nun ciad a ese trayecto sin fin. ¿Podéis com-prender que la vida pudiera no existir?"- "Sin duda"- "Bueno, entonces intentad figuraos lanada. La nada. La ausencia de cualquiercosa."- "No es fácil."- "Intentadlo"- "¡No podemos!"- "Decid simplemente que no es posiblepara la mente humana"Con los ojos abiertos o cerrados, se ve lavida en todas partes. Os abraza, os posee...No podéis concebir otra cosa. La vida. A lavez espíritu y materia, indivisibles. No sepuede escapar a ella ni salir de ella; nisiquiera por medio del suicidio pues vues-tra muerte generará vida. Existe en todaspartes, insondable, inmensa, en las entrañasdel Globo y en los brillantes soles quepenetran nuestra atmósfera, en todas partes.¡Más allá de todo! Perpetuamente, sin fin.Siempre renovada e inagotable; causa yefecto por sí misma. Es incomprensible,como el Dios de los sacerdotes, peromucho menos cruel, ya que se presta aposibles correcciones, a muchos avances,aceptándolos tanto como sea posible. Ellano es enemiga del género humano. Por elcontrario, le eleva, con sus indicaciones, suhermosa poesía, sus grandezas, sus belle-zas, sus beneficios, sus fuerzas sugerentes.Permite que se la estudie y modifique. Nopide oraciones ni sacrificios, sino sóloacción, conocimiento, la energía del traba-

    jo fecundo, asociado, feliz, que, lejos dedebilitarnos nos fortalece; en lugar de fijarsu razón, la desarrolla y se la comunica atodos.Creedme, adaptémonos a ella. Busquemosconocer, pero nunca afirmemos lo que nosabemos, pues hacerlo es un triste errorseveramente castigado.Ella es el Dios. En ella, y aquí mismo, estáeste paraíso del que hemos hecho infierno.En lugar de escuchar a impostores y charla-tanes, que no tienen otro propósito, en sumayor parte, que someternos a su propialey, escuchemos a nuestra conciencia y anuestra razón, nutrámoslas con las verda-des probadas, que nos liberarán de estalocura que nos ata más a la muerte que a lavida y en la que reside la falsedad de lasreligiones divinas.¡La vida, tan llena de deberes e intereses,tan poderosa, tan real, tan dulce! La muer-te no existe, ya que ella misma sólo es des-composición de la vida gastada, parareconstruir nueva vida.Luchemos con todo nuestro corazón, contoda nuestra inteligencia, contra la fantas-magoría de la Muerte y de estos dioses fic-ticios, que nos han hecho tanto mal, quehan chupado la sangre de nuestras venas yto do nuestro corazón. Y que nos han dis -traído de nuestros verdaderos deberes y noshan hecho cometer tantos crímenes. Tantosque toda la historia humana flota sobremares de sangre y fango, especialmente eneste periodo de la historia al que se deno-mina cristiano.Por último, repudiemos y alejemos a esacasta abominable que vive de la mentira ydel apoyo de los gobiernos, sus aliadosnaturales, para mantener la credulidad delas masas, unida a su ignorancia y su mise-ria, y explotarlas con mayor facilidad, gra-cias a esa castración de los cerebros desdela infancia, que quizá baste para explicaruna tan larga ceguera.

    ConclusiónEl catolicismo siempre ha sido el genio ma -lig no de Francia, asolada, ensangrentada y

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  • arruinada por él, llevada a la perdición yco rrompida por su falsa moral; ahora estáal borde de su completa decadencia si norompe el vínculo fatal que la une a él.Desde la Revolución, que se alzó contra éltanto como contra los reyes, el catolicismoha fomentado todos nuestros infortunios ysus triunfos se alzan sobre nuestras ruinas.Nunca se detiene ni cansa en su odio a lalibertad de conciencia. Cuando Franciagemía exausta bajo Luis XIV, imponía larevocación del Edicto de Nantes. Bajo LuisXV, el odioso y corrompido hambreadordel pueblo, el clero, respetuoso de los crí-menes reales, quemaba vivo a Chevalier dela Barre, acusado de irreligión, después decortarle las manos y la lengua, todo ello sinmás prueba que una cruz rota encontradasobre un puente.La "verdadera religión" aún enviaba a gale-ras a los protestantes por actos propios desu culto. En 1762 se ahorcaba a sus pasto-res y se machacaba hasta la muerte en larueda al comerciante protestante Jean Calaspor un supuesto delito [Calas fue acusadode haber asesinado a uno de sus hijos; fueejecutado en la rueda y tras morir fueestrangulado y su cadáver quemado en lahoguera; Voltaire publicó en 1763 el Traitésur la tolérance à l’occasion de la mort deJean Calas y en 1765 se reconoció la ino-cencia de Jean Calas].La ley condenaba a los autores y vendedo-res de escritos hostiles a la religión con cas-tigos como el marcaje a fuego, las galeras ola muerte. En 1789 hubo algunos sacerdo-tes, pocos, que apoyaron la revolución ensu impulso sublime. Pero la mayoría deellos, especialmente los dignatarios, nopodían aceptarla y a partir de ese momentola han combatido encarnizadamente contodo el odio del que son capaces.Cuando la Asamblea Constituyente come-tió el error de vincular el destino del cleroal de la República, o más bien al del nuevoEstado constitucional, habría sido difícilabolir el clero, parte del cual (los curas delas parroquias) se mostraba lleno de buenavoluntad hacia las nuevas ideas. Y era tanto

    más difícil porque hacía falta utilizar susbienes para llenar las arcas del Estado,vaciadas por la Monarquía.Desde entonces, la opinión literaria se hacomplacido en considerar el Evangeliocomo un código libertario y a Jesús comorepublicano. ¡La imaginación humana esuna eterna bordadora apta para todo entra-mado!Han pasado 110 años. ¿Han aprovechadoeste largo periodo para sosegarse? ¿Se hanarrepentido de tantos pecados cometidos yde tantas furias no expiadas?No, por el contrario lo han aprovechadopara tejer a nuestro alrededor las redes deloscurantismo, para apropiarse de las muje-res abandonadas a su suerte, de los niñosque no pueden defenderse por sí mismos,para reinstaurar imperios o realezas, paraengañar al pueblo con calumnias, paramentir, traicionar y conspirar sin cesar.Desde la Revolución, el catolicismo no seha desarmado ni un momento. Se le haentregado una tajada regia, pero no es sufi-ciente. ¡Nunca se desarmará hasta que se ledé todo lo quiere!, pero lo que quiere es lapérdida de la Revolución completa. Quieretodo, nada menos. Y si no sacrificáis laRevolución ante él, acechará esperando elmomento supremo a cuya preparacióndedica todos sus esfuerzos, un momento dedesastre y colapso en el que la Revolucióny Francia agonicen entre estertores paraarrojarse sobre ambas y estrangularlas consus manos crispadas por el odio y la rabia.¿Estáis esperando a eso? ¿No creéis quemerece la pena ponerse ya en guardia anteel caso Dreyfus, ese espantoso desembarcode crímenes, bulos, mentiras y traiciones?No hay ninguna sociedad que pueda vivirbajo este tipo de prácticas. Lo que la SantaCompañía de Jesús está exhibiendo sobrela Tierra es el mismo Infierno.Nunca ha habido ocasión más grave, másjustificada, más urgente, para que sus vícti-mas durante tantos siglos cortemos el cableque nos une a estos malhechores.Cuando yo era muy joven, hace más de 50años, la partida de uno de mis hermanos

    Trasversales 47 / junio 2019 Léodile Béra (André Léo)

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  • que deseaba entrar en la Escuela Poli téc -nica me hizo ver la trampa montada por losjesuitas en la rue des Postes [École Sainte-Geneviève, 1854] para acaparar a los jóve-nes alumnos de las Altas Escuelas deFrancia. Se decía que los jesuitas pretendí-an apropiarse, por medio de la enseñanza,de los altos funcionarios, es decir, delmando sobre Francia. Y lo consiguieron.Nunca he olvidado esa revelación, que noera ningún secreto. A menudo me ha preo-cupado. He oído hablar de ella a veces.¿Pero quién se enfrentaba a ese peligromortal? Parece que nadie. Y, en efecto,nadie actuaba. La Universidad les dejóhacer, el gobierno también. A los gobiernosles gustan este tipo de cosas para alardearde su respeto a la libertad. ¿Habría quizájesuitas en el gobierno? Tal vez.No se hizo nada y la obra jesuita se expan-dió. Estamos atrapados en su trampa.¿Vamos a esperar a que nos asfixien?¿Dónde estás, Pascal? Tus Cartas Pro -vinciales acaban de ser publicadas denuevo [en ellas defiende al jansenistaAntoine Arnauld frente a los jesuitas]. Sehabla de ellas en todos los diarios y serepresentan en dos teatros. Todo el mundolas ha leído. Y son como una orden de¡alto! dirigida al jesuitismo.Y tú, Voltaire, tú que has gritado y quedesde hace siglo y medio gritas "¡expulse-mos al infame!". Molière, ven a nosotros denuevo. ¡Tartufo está aquí! Nos ha confisca-do grandes terrenos y miles de millones.Los mandos de nuestro ejército están en susmanos, infectados por su espíritu. Y tam-bién están en sus manos la mayor parte delos altos magistrados y principales funcio-narios, y los ricos y los grandes industria-les, e incluso parte de nuestro pueblo enga-ñado. Y ahora ese catolicismo nos dice"¡Todo el Estado es mío, iros vosotros deél!". Molière, Voltaire y Pascal responden:"os lo dijimos, hace ya casi 250 años que osadvertimos. ¿Por qué se lo habéis permiti-do?".Sí, desde hace más de 200 años se grita"¡fuego!", pero nadie corre a apagarle. Los

    gobernantes miran hacia otro lado. Losreyes y emperadores que vinieron tras laRevolución ríen, desfilan y celebran ban-quetes, así que no les queda tiempo parapreocuparse de esto. Los que hablan de losjesuitas son tratados como locos de los quereírse en su cara.La lengua francesa es poco dada a las reite-raciones. Los jesuitas fueron condenadosen 1762 por dec