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Los bárbaros

Los Barbaros - Alessandro Barlcoo

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Ensayo filosófico

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Alessandro Baricco

Los bárbarosEnsayo sobre la mutación

Traducción de Xavier González Rovira

EDITORIAL ANAGRAMABARCELONA

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Título de la edición original:I barbariFandango LibriRoma, 2006

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© Alessandro Baricco, 2006

© EDITORIAL ANAGRAMA, S. A., 2008Pedró de la Creu, 5808034 Barcelona

ISBN: 978-84-339-6273-7Depósito Legal: 4397-2008

Printed in Spain

Liberdúplex, S. L. U., ctra. BV 2249, km 7,4 - Polígono Torrentfondo08791 Sant Llorenç d’Hortons

Diseño de la colección:Julio VivasIlustración: «Woman wearing helmet in landscape», foto © Suzy Erickson /

Getty Images

Ilustraciones de las páginas 133 y 137:Ingres, Jean-Auguste Dominique (1780-1867): Retrato de Louis-François Bertin.

París, Louvre. © Foto Scala, Florencia, 1990Ingres, Jean-Auguste Dominique (1780-1867): Retrato de Monsieur Rivière. París,

Louvre. © Foto Scala, Florencia, 1990

Primera edición: marzo 2008

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NOTA DEL EDITOR ITALIANO

Esta edición de Los bárbaros. Ensayo sobre la mutaciónde Alessandro Baricco, que recopila las treinta entregaspublicadas en el periódico la Repubblica del 12 de mayo al21 de octubre de 2006, se completa con un capítulo deNotas y otro de Fechas, a cargo de Sara Beltrame y Cosi-mo Bizzarri [y adiciones del traductor]. El texto conservalas referencias temporales a los días de su publicación.Aparecen marcados con un asterisco los nombres y las ex-presiones que remiten a las entradas de las Notas, dispues-tas en orden alfabético al final de este volumen. En la sec-ción de Fechas, los responsables de la misma proponenuna selección de noticias relativas a cada uno de los díasen que aparecieron las entregas correspondientes.

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NOTA DEL AUTOR

Este libro tiene una extraña génesis. Lo escribí entremayo y octubre de 2006, a un ritmo que para mí resultamás bien desaforado. Cada cinco, seis días, publicaba unaentrega en el periódico con el que colaboro, la Repubblica.Probablemente, si hubiera decidido escribir un libro nor-mal de ensayo, habría utilizado un lenguaje distinto, ha-bría argumentado mucho más, habría reflexionado muchomás y, al poder volver atrás y corregir, habría construidomejor la arquitectura del discurso. Pero me apetecía haceresa especie de trabajo en directo, ante los ojos de los lecto-res, más preocupado por la urgencia de pensar que por laprudencia de publicar.

Ahora este volumen recopila esas treinta entregas y lasacoge en la forma más austera de un auténtico libro de ver-dad, para los lectores que no quisieron o no pudieron se-guirlas mientras nacían. He corregido muy poco y no hecambiado casi nada: me apetecía que el texto siguiera sien-do lo que era en un principio, con sus debilidades, sus in-cautas velocidades y su franca barbarie. Así me parece quees exactamente lo que quería que fuera: la memoria de unapequeña e irregular empresa.

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Saqueos

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VINO 1

Los bárbaros llegan de todas partes. Y esto es algo quenos confunde un poco, porque no podemos aprehender launidad del asunto, una imagen coherente de la invasiónen su globalidad. Uno se pone a discutir acerca de lasgrandes librerías, de los fast food, de los reality shows, de lapolítica en televisión, de los chicos que no leen y de unmontón de cosas de este tipo, pero lo que no conseguimoshacer es mirar desde arriba y captar la figura que las innu-merables aldeas saqueadas dibujan sobre la superficie delmundo. Vemos los saqueos, pero no conseguimos ver lainvasión. Ni, en consecuencia, comprenderla.

Creedme: desde arriba es desde donde tendríamos quemirar.

Desde arriba es desde donde, tal vez, pueda reconocer-se la mutación genética, es decir, los movimientos profun-dos que más tarde, en la superficie, crean los desperfectosque conocemos. Voy a intentar hacerlo tratando de aislaralgunos de los movimientos que me parece que son comu-nes a muchos de los actos bárbaros que observamos en es-tos tiempos. Movimientos que aluden a una lógica precisa,por difícil que sea descubrirla, y a una estrategia clara, por

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inédita que sea. Me gustaría estudiar los saqueos no tantopara explicar cómo han ocurrido y qué se puede hacer pararetirarse de pie, sino para llegar a leer dentro de ellos elmodo de pensar de los bárbaros. Y me gustaría estudiar alos mutantes con branquias para ver, reflejada en ellos, elagua con la que sueñan y que están buscando.

Empecemos partiendo de una impresión, bastante di-fundida, que tal vez sea hasta superficial, pero legítima:existen hoy en día muchos gestos, pertenecientes a las cos-tumbres más elevadas de la humanidad, que, lejos de ago-nizar, se multiplican con sorprendente vitalidad: el proble-ma es que en este fértil regenerarse parecen ir perdiendo elrasgo más profundo que tenían, la riqueza a la que habíanllegado en el pasado, tal vez incluso su más íntima razónde ser. Se diría que viven prescindiendo de su sentido: elque tenían, y bien definido, pero que parece haberse con-vertido en algo inútil. Una pérdida de sentido.

No tienen alma los mutantes. No la tienen los bárba-ros. Es lo que se dice. Es lo que declara el sheriff de Cor-mac McCarthy, pensando en su killer. «¿Qué le dices a unhombre que reconoce no tener alma?»

¿Os apetece estudiar el asunto más de cerca? He elegi-do tres ámbitos específicos en los que este fenómeno pare-ce haberse manifestado en los últimos años: el vino, el fút-bol y los libros. Me doy cuenta de que, sobre todo en losdos primeros casos, no nos encontramos frente a gestosneurálgicos de nuestra civilización: pero es esto precisa-mente lo que me atrae: estudiar a los bárbaros en el sa-queo de aldeas periféricas, no en su asalto a la capital. Esposible que ahí, donde la batalla es más simple, circunscri-ta, sea más fácil discernir la estrategia de la invasión, y losmovimientos fundacionales de la mutación.

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Comencemos, pues, con el vino. Ya sé que quien sabede vinos (no quiero decir quien apesta a vino) va a encon-trar aquí cosas que ya conoce y que, por el contrario,quien no bebe se preguntará por qué tendría que intere-sarse por algo que no le importa lo más mínimo. Pero, detodas formas, os pido que escuchéis.

Ésta es la historia. Durante años el vino ha sido un há-bito de algunos países, de pocos: era una bebida con laque uno saciaba su sed y con la que se alimentaba. Teníaun uso extendidísimo y unas estadísticas de consumo im-presionantes. Producían ríos de vinito de mesa y también,por pasión y por cultura, se dedicaban al arte verdadero yauténtico: era entonces cuando se hacían los grandes vi-nos. Lo hacían, casi exclusivamente, franceses e italianos.En el resto del mundo, hay que recordarlo, se bebían otrascosas: cerveza, bebidas de alta graduación e incluso cosasmás raras. Del vino no sabían nada.

Esto es lo que sucedió después de la Segunda GuerraMundial: los americanos que regresaron desde los camposde batalla franceses e italianos se llevaron para casa (apartede un montón de cosas más) el placer y el recuerdo delvino. Era algo que les había impresionado. Nosotros em-pezamos a mascar chicle y ellos empezaron a tomar vino.Mejor dicho, les habría gustado beberlo. Pero ¿dónde ibana encontrarlo?

Dicho y hecho. A algún americano loco se le ocurrióintentar hacerlo. Y aquí empieza la parte interesante de lahistoria. Si queréis una fecha, un nombre y un lugar, aquíestán: 1966, Oakville, California. El señor Mondavi deci-de hacer vino para los americanos. En su mundo, era ungenio. Empezó con la idea de copiar los mejores vinosfranceses. Pero tampoco se le escapaba la idea de que te-

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nían que adaptarse al público americano: por esos pagos elartista y el encargado de marketing son una misma perso-na. Era un pionero, no tenía cuatro generaciones de artis-tas del vino a sus espaldas, y producía vino donde a nadiese le había pasado por la cabeza hacer otra cosa que nofueran melocotones y fresas. En resumen, no tenía tabúes.E hizo, con cierta maestría, lo que quería hacer.

Sabía que el público americano era (en lo referente alos vinos) profundamente ignorante. Eran aspirantes a lec-tores que no habían abierto nunca un libro. Sabía tambiénque eran gente que comía a menudo de forma muy rudi-mentaria, y que no tendría la necesidad imperiosa de ha-llar el bouquet apropiado para combinarlo con un confitde canard.* Se los imaginó con su cheeseburger y una bote-lla de barbaresco y se dio cuenta de que aquello no podíafuncionar. Se dio cuenta de que si querían tener vino erapara beberlo antes de las comidas, como un drink; y tam-bién se dio cuenta de que si la alternativa era una bebidade alta graduación, el vino no debería decepcionarlos; yque si la alternativa era una cerveza, el vino no deberíaamedrentarlos. Era un americano y por tanto sabía, con elmismo instinto con que otros habían hecho prosperarHollywood, que ese vino tenía que ser simple y espectacu-lar. Una emoción para cualquiera. Sabía todas estas cosasy, evidentemente, tenía cierto talento: quería ese vino, y lohizo.

Le fue tan bien que esa idea suya de vino se convirtióen un modelo. No tiene nombre, de manera que, paraentendernos, le voy a dar uno. Vino hollywoodiense. És-tas son algunas de sus características: color hermosísimo,graduación bastante subida (si uno viene de las bebidasde alta graduación, con un vino dulce no sabe qué ha-cer), sabor rotundo, muy simple, sin asperezas (sin mo-

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lestos taninos, ni acidez difícil de domar); en el primersorbo ya está todo: da una sensación de riqueza inme-diata, de plenitud de sabor y de aroma; cuando te lo hasbebido el retrogusto dura poco, los efectos se apagan; in-terfiere poco con la comida, y se puede apreciar porcompleto aunque uno estimule sus papilas gustativas sólocon algún estúpido snack de bar; está hecho en su mayorparte con uvas que se pueden cultivar en casi todas par-tes: chardonnay, merlot, cabernet sauvignon. Dado quees manipulado sin excesivos temores reverenciales, tieneuna personalidad más bien constante, respecto a la cuallas diferencias entre cosechas se vuelven casi irrelevantes.Voilà.

Con esta idea de vino, el señor Mondavi y sus segui-dores obtuvieron un resultado sorprendente: los EstadosUnidos hoy consumen más vino que Europa. En treintaaños han quintuplicado su consumo de vino (es de esperarque se haya reducido el de whisky). Pero esto no es nada:el hecho es que el vino hollywoodiense no sólo es un fenó-meno americano sino que, como Hollywood, se ha con-vertido en un fenómeno planetario: nunca se les habríapasado por la cabeza, pero ahora también beben vino,pongamos, en Camboya, Egipto, México, Yemen, y en lu-gares todavía más absurdos. ¿Qué vino beben? El holly-woodiense. Ni siquiera Francia e Italia, las dos patrias delvino, han salido indemnes: no sólo beben en grandes can-tidades vino hollywoodiense, sino que se han puesto aproducirlo. Se han adaptado, han corregido dos o tres co-sas, y lo han logrado. Y lo han hecho muy bien, hay quedecirlo. Ahora en las enotecas de una ciudad italiana es fá-cil encontrarse a un italiano que, antes de cenar, comien-do unas patatitas y unos canapés picantes, se bebe su vinohollywoodiense hecho en Sicilia. Y gracias si no se lo bebe

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directamente de la botella, viendo en la tele el último par-tido de béisbol.

¡Los bárbaros!Si vais a ver a un viejo artesano del vino, uno de esos

franceses o italianos que crecieron en familias en las que noponían agua en la mesa, y que viven en la misma colina enla que desde hace tres generaciones su familia se va a dor-mir con el olor del mosto, y que conoce su tierra y sus uvasmejor que el contenido de sus calzoncillos; si vais a ver aun maestro en quien conviven una sabiduría secular y unaintimidad absoluta con el gesto de hacer el vino; si vais averle y le dais un vaso de vino hollywoodiense (quizá pro-ducido por él mismo) para que se lo beba y le preguntáisqué opina, ésta será su respuesta: bah. A veces dicen algomás, pero, en fin, es necesario interpretarlo un poco.

Yo lo interpreto así: no le interesa, se trata de algo di-vertido, pero sin ninguna importancia; admiran el inge-nio, pero mueven la cabeza pensando en los que se lo vana beber, y que no saben lo que se están perdiendo. Des-pués se van a otra parte para enjuagarse la boca con un ba-rolo reserva. Es como si hicieras subir a Schumacher en unkart, como hacerle escuchar Let It Be a Glenn Gould, co-mo preguntarle a De Gasperi* su opinión sobre la UDC,como preguntarle a Luciano Berio* qué le parece PhilipGlass. A lo mejor no te lo dicen, pero lo piensan: qué sim-páticos son estos bárbaros.

Podría pensarse que se trata de la habitual arroganciade los viejos poderosos, un fútil síndrome de après moi ledéluge.* Pero el vino es algo relativamente simple, no es lamúsica o la literatura, de manera que podéis hacer la prue-ba, podéis beber y comprobarlo, si es que estáis algo fa-miliarizados con ese gesto. Coged un barbaresco de altagama y bebedlo: con facilidad notaréis una serie de sensa-

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ciones que si no son desagradables, por lo menos son pe-sadas. Con facilidad os apetecerá buscar el apoyo de algopara comer que atenúe esas sensaciones. En el siguientetrago todo habrá cambiado ya (habéis puesto de por me-dio, no sé, pongamos que un asado). Y simultáneamenteel primer trago sigue trabajando y entonces os daréis cuen-ta de que saborear el vino es un asunto que no tiene tantoque ver con el primer trago, o con los instantes en que oslo bebéis, como con todo el tiempo de después, con la his-toria que el vino os cuenta después. Durante toda la cenahacéis un viaje entre sensaciones que cambian y que osimplican, de algún modo, y que os recompensan, perocon mesura y con un extraño y sofisticado sadismo. Cuan-do os levantáis, os explican que se trataba de un barbares-co de determinada cosecha y de determinada bodega: esuna de las muchas posibilidades. Y las otras posibilidadesson otros mundos, otros descubrimientos, otros viajes. Esalgo como para que uno se vea atrapado y se despierte,tiempo después, con veinte kilos de más y una insidiosapropensión a las vacaciones enogastronómicas.

Si luego volvéis al vino hollywoodiense, escogéis uno(a lo mejor exagero, pero son tan parecidos que podéis es-coger casi al azar) y tranquilamente vais tomando un vaso,sentados delante de una agradable enoteca, entenderéismuchas cosas. Os gustará, os sentiréis felices por estar ahíy, si no sois bebedores exquisitos y cultos, incluso tendréisla sensación de que habéis encontrado el vino que habíaisestado buscando desde siempre. Pero resulta indudableque se trata de otra cosa. De un kart, no sé si entendéis loque quiero decir. Y esto os lo dice alguien que, en vez dedisfrutar de unas vacaciones enogastronómicas, se tragaunas vacaciones en un complejo turístico de las Canarias(bueno, exagero: no sería capaz de ello realmente...).

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Vino sin alma. En su pequeña escala, el microcosmosdel vino describe la llegada, a nivel planetario, de una pra-xis que, salvando las distancias, parece (he dicho parece)disipar el sentido, la profundidad, la complejidad, la ri-queza original, la nobleza, incluso hasta la historia. Unamutación muy parecida a las que estábamos buscando.¿No nos gustaría intentar estudiarla un poco más a fondo?Se aprenden muchas cosas, si uno tiene la paciencia de ha-cerlo.

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VINO 2

Cierto es que «bárbaros» es una palabra un poco fuertepara definir a los consumidores de vino hollywoodiense,pero, como decíamos, en su elección, hay cierta degrada-ción del vino: y el hecho de que se multiplique en progre-sión geométrica hace pensar que estamos ante un expolioreal de una cultura exquisita y compleja. La llegada de unaforma de (elegante) barbarie.

Ahora bien. Lo que me gusta del saqueo de esta aldeaperiférica reside en que es bastante pequeña y, por tanto,es más fácil estudiar cómo han ocurrido, fehacientemente,las cosas. Así se descubre, por ejemplo, que una determi-nada pérdida del alma es, aquí, el resultado de una serie depequeños pero significativos movimientos de tropas, pordecirlo de alguna manera. Es una especie de aconteci-miento que se compone de innumerables subaconteci-mientos simultáneos. Voy a intentar describir los que yosoy capaz de descifrar.

El primero es quizá el más fácil de ver. La disminu-ción de la calidad ha coincidido con un aumento de lacantidad. Desde que circula un vino simple y espectacularhay muchas más personas que beben vino. En este caso,

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como en muchos otros, la pérdida del alma parece ser elprecio que hay que pagar por la expansión de un negocioque, de otra forma, tendría dificultades. Es sencillo: co-mercialización en auge igual a pérdida del alma. Se tratade un aspecto importante: ahí se encuentra la base de unode los grandes tópicos que anidan desde siempre bajo lasuperficie del miedo a los bárbaros: la idea de que ellosson la avidez contrapuesta a la cultura; la certeza de que semueven por una hipertrófica, una casi inmoral, sed de ga-nancias, de ventas, de beneficios. (Quizá valga la pena re-cordar que éste fue uno de los aspectos de los que, desdeuna perspectiva histórica, brotó el odio racial europeo porlos judíos: se imaginaban una guerra subterránea en la queuna cultura elevada y noble se veía obligada a luchar con-tra el cinismo ávido de un pueblo al que le interesaba úni-camente el acopio de dinero.) Es un aspecto importantetambién por otra razón: de aquí nace una deducción lógi-ca e infundada, pero comprensible y muy difundida: sialgo se vende mucho, es que vale poco. La adhesión irra-cional a un principio de esta clase es con probabilidad unode los pecados capitales de toda gran civilización en supropia fase de decadencia. Volveremos sobre esto, porquees un tema interesante, por lo que tiene de delicado. Perode momento quedémonos con este indicio sugerido por lahistoria del vino: el alma se pierde cuando se dirige haciauna comercialización en auge.

Otro movimiento: la innovación tecnológica. Os pa-recerá absurdo, pero probablemente nada de cuanto he explicado habría sucedido sin la invención del aire acon-dicionado. Me explico. ¿Por qué ahora hacen vino (holly-woodiense) en Chile, Australia, California y lugares inclusomás absurdos, mientras que antaño lo hacían sólo francesese italianos? A menudo se suele pensar que la tierra que po-

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seían franceses e italianos era la única apta para cultivar losviñedos apropiados: lo demás eran conocimientos artesa-nales acumulados con el tiempo. De aquí nace la idea deuna aristocracia del vino, bien asentada sobre el privilegiode sus valiosísimas tierras. Pero esto, en gran parte, es unmito. En realidad, tierra para cultivar chardonnay, cabernetsauvignon o merlot la hay a espuertas y en muchas regionesdel planeta. Pues, entonces, ¿qué los detenía? En parte, lasumisión al mito, sin lugar a dudas. La misma razón por la que parece imposible criar búfalas en otro lugar que nosea la Campania y, en consecuencia, ni se oye hablar demozzarella hollywoodiense. Pero en parte también era, porel contrario, una cuestión técnica. El aspecto más delicadode la fabricación del vino es el de la fermentación. La uvapuede madurar bien incluso a temperaturas muy elevadas,pero la fermentación, si uno intenta hacerla con un calorbestial, o con una temperatura que sube y baja, se vuelveverdaderamente complicada. Y elaborar un vino como esdebido se convierte en algo imposible. Ahora bien, ¿y siuno tiene aire acondicionado? Entonces sí puede elaborar-lo. A eso se le llama fermentación controlada. La tempera-tura la decide uno mismo: ¿qué carajo importa encontrarseen medio del desierto? De manera que lo que parecía ser unarte reservado a una aristocracia agrícola de antiguo linajeeuropeo se convierte en una práctica al alcance de muchagente: en tierras mucho menos caras: con artistas que noprovienen de generaciones de maestros: con creadores queno tienen tabúes. Es fácil que te salga un vino hollywoo-diense. Volviendo al microacontecimiento: hay una revolu-ción tecnológica que rompe de repente con los privilegios de lacasta que ostentaba la primacía del arte. Memorizadlo yguardadlo.

Otro acontecimiento. El éxito del vino hollywoodien-

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se nace también de una revolución lingüística. Hasta haceveinte años quienes hablaban de vino, lo juzgaban, eraningleses en su mayoría, o en todo caso europeos. Eran po-quísimos, tenían una gran autoridad, y escribían de unaforma tan exquisita y tan sabia que eran pocos los que deverdad los entendían. Una casta de críticos sublimes. Des-pués llegó Robert M. Parker. Parker es un americano quese puso a escribir sobre vinos con un lenguaje sencillo ydirecto. Entre otras cosas empezó a decir abiertamenteuna cosa que, a escondidas, pensaba mucha gente, y esque muchos vinos franceses que eran idolatrados, en reali-dad no había quien los bebiera, o poco más o menos.Demasiado complejos, artificiosos, inaccesibles. Más cul-tos que buenos, digamos. Cuestión de gustos, podría de-cirse: pero él oficializaba un tipo de gusto que no era ex-clusivamente suyo, era común a millones de personas enel mundo, sobre todo las que no tenían una gran culturaenológica: los americanos a la cabeza. Lo importante, detodas formas, es que las cosas que debía decir las dijo conotra lengua, que tenía muy poco que ver con la de los su-blimes críticos europeos. Su pequeña revolución se sinteti-za en este sacrilegio: empezó a poner notas a los vinos.Ahora la cosa os parecerá normal, pero cuando empezó ahacerlo no lo era en modo alguno: ¿creeríais a un críticoliterario que pusiera notas a los grandes clásicos de la lite-ratura? Flaubert, un 8; Céline, un 9,5; Proust, un 6 (de-masiado largo). ¿No tiene cierto regusto a barbarie? Y esodebió de parecerle a la aristocracia europea del vino. Peroel hecho es que de esa forma la gente por fin empezaba acomprender. Se orientaba. Él ponía (pone) notas del 50 al100. Hay personas que todavía hoy entran en una enotecay piden «un 95, por favor». Nada menos. Era una nuevalengua: en cierto modo, era degradante, pero funcionaba.

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Con esa lengua Parker contribuyó de manera significativaa imponer a escala planetaria el amor por el vino holly-woodiense: no lo hacía con mala fe, realmente le gustaba,y lo dijo: de una forma que la gente pudiera comprender.En cierto sentido, el propio vino hollywoodiense se alineócon esta simplificación lingüística, al darse cuenta de queahí había una puerta abierta que había que traspasar. Porello, por ejemplo, los vinos hollywoodienses tienen unnombre fácilmente memorizable, y no requieren, por laforma en la que están producidos, una atención particulara la cosecha. Os parecerá poco, pero antes de Parker teníasque entrar en una enoteca y pedir un barolo, especificar elnombre de las bodegas, agregar el nombre de una finca enconcreto, y terminar con una filigrana especificando elaño: era algo que uno tenía que prepararse en casa, antesde salir. Después de Parker, si uno no es tan grosero co-mo para pedir un 95, lo único que ha de hacer es decir un nombre. La Segreta, por favor (es un ejemplo, no unanuncio). No hay más que añadir. No seáis tan esnobscomo para no comprender que se trata de una pequeñapero enorme revolución: si los libros se pudieran pedir deesa forma, ¿cuántas personas más entrarían en las libreríasy comprarían libros? (de hecho, si se trata sólo de decir Elcódigo Da Vinci, es lo que hacen). Por tanto, un nuevo in-dicio: los bárbaros utilizan una nueva lengua. Naturalmentemás simple. Llamémosla moderna.

Otro indicio. El vino hollywoodiense es simple y es-pectacular. Algunos críticos lo liquidan con una palabrahorrible pero eficaz: resultón. Casi siempre se destaca quese trata de un vino culpablemente fácil. A menudo se aludede manera contundente a la manipulación que debe dehaber sufrido: que es un vino «tratado», dicen. Intento ex-plicarlo de un modo más elegante: lo que disgusta de ese

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vino es el hecho de que busque el camino más corto y másrápido para el placer, incluso a costa de perder por el ca-mino elementos importantes del gesto de beber. Utilizan-do términos románticos, y por tanto plenamente nuestros:es como si la idea de belleza fuera sustituida por la de es-pectacularidad; es como si se privilegiara la técnica frentea la inspiración, el efecto frente a la verdad. El asunto esde importancia precisamente por el tipo de demostraciónque adquiere en una cultura como la nuestra, todavíafuertemente romántica: ese vino niega uno de los princi-pios de la estética que nos es propia: la idea de que para al-canzar la alta nobleza del valor auténtico hay que pasarpor un tortuoso camino si no de sufrimiento, al menos depaciencia y de aprendizaje. Los bárbaros no tienen estaidea. A su escala, por tanto, el caso del vino hollywoodien-se nos permite ver otro microacontecimiento que no tienenada de insignificante: la espectacularidad se convierte enun valor. El valor.

Todavía me quedan un par de acontecimientos. Resis-tid. El imperialismo. Podría hablarse de globalización,pero en este caso me parece más preciso «imperialismo».El vino hollywoodiense se ha impuesto en el mundo tam-bién por la obvia razón de que es de matriz americana.Uno puede inventarse todas las razones refinadas quequiera, pero al final, si lo que uno pretende es comprenderpor qué motivo hoy en Yemen beben vino hollywoodien-se, y en Sudáfrica producen vino hollywoodiense, y hastaen las Langas lo hacen, la respuesta más simple es ésta:porque la cultura estadounidense es la cultura del Impe-rio. Y el Imperio está en todas partes, incluso en las Lan-gas. Puede parecer un eslogan irracional, pero resulta muypráctico si uno piensa en todas las cadenas americanas dehoteles, y en cada uno de sus restaurantes, en cualquier

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parte del mundo, y ve su carta de vinos, y al abrirla uno seencuentra casi en exclusiva vino hollywoodiense. Es así,sin maldad pero con medios formidables, como se puedeincluso llegar a sugerir (¿a imponer?) un determinado gus-to a todo el mundo. Si las olivas ascolanas las hubieran in-ventado en Nebraska, seguramente hoy las comerían tam-bién en Yemen. Por tanto, no infravaloremos tampocoeste indicio: en las consignas de los bárbaros se escucha elsuave diktat del Imperio.

Uno más y ya está. Pensad en el productor de vinofrancés, riquísimo, con un nombre celebérrimo, ancladoen el orden perfecto de sus valiosísimas tierras, sentado so-bre una mina de oro, fortalecido por una aristocracia quele ha sido conferida por un mínimo de cuatro generacio-nes de artistas formidables. Y ahora fijaos en el productorde vino hollywoodiense, con su nombre cualquiera, senta-do sobre su tierra chilena, una cualquiera; hijo, en el me-jor de los casos, de un importador de vinos y nieto de al-guien que se dedicaba a cualquier otra cosa distinta; enconsecuencia, privado de títulos de nobleza. Poned al unofrente al otro: ¿no notáis ese querido y viejo tufillo a revo-lución? Si luego miráis con atención las cifras de consumoe intentáis traducirlas a personas de verdad, a seres huma-nos reales que beben, lo que veréis será esto: de una parte,una aristocracia del vino que más o menos ha permaneci-do intacta, que sigue llenando barricas con caldos refina-dísimos y que los comenta con una jerga de iniciados,orientándose en la jungla de las cosechas con un paso se-guro y fascinante; y, a su lado, una masa de homines novique probablemente nunca habían bebido vino y que ahoralo hacen. No son capaces de llenar las barricas sin sentirseridículos, comentando el vino con las mismas palabrasque utilizan para hablar de una película o de coches, y tie-

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nen en la nevera muchas menos cervezas que antes. Meexplico: se trata también de una cuestión de lucha de cla-ses, como se decía antaño, pero como ya no es antaño, yodiría: es una competición entre un poder consolidado yunos outsiders ambiciosos. Pensad en ese parvenu america-no que intenta comprar la colina del Bordelés,* templodel vino valioso, y veréis clarísimamente la imagen de unasalto al palacio. Y he aquí el último microacontecimientoque, por debajo de la superficie de una aparente pérdidadel alma, el mundo del vino nos sugiere que constatemos:lo que está sucediendo por ahí debajo es también que unadeterminada masa de gente invade un territorio al que, hastaahora, no tenía acceso: y cuando toman posiciones no secontentan con las últimas filas: es más, a menudo cambianla película y ponen la que a ellos les gusta.

Ya está. Es el momento de recoger y de subir las redesde nuestra pequeña pesca. Estudiando la restringida inva-sión bárbara que ha sacudido a la aldea del vino, uno pue-de llegar a dibujar el mapa de la batalla, y es éste: con lacomplicidad de una determinada innovación tecnológica, ungrupo humano esencialmente alineado con el modelo culturaldel Imperio accede a un gesto que le estaba vedado, lo llevade forma instintiva a una espectacularidad más inmediata ya un universo lingüístico moderno, y consigue así darle unéxito comercial asombroso. De todo esto, lo que los asalta-dos perciben es sobre todo el rasgo que emerge a la super-ficie y que, a sus ojos, es el más evidente para constatar:un aparente declive del valor integral de ese gesto. Unapérdida de alma. Y, por tanto, un asomo de barbarie.

Ya lo he dicho, es sólo una hipótesis. Y, lo que es másimportante: no es una hipótesis que nos ayude a compren-der a los bárbaros, sino únicamente a entender su técnicade invasión: cómo se mueven, no quiénes son ni por qué

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son así (que es, ésta sí, la pregunta fascinante). A mí meparece, de todas formas, un paso necesario para llegar, tar-de o temprano, a comprender: una estación intermedia.Uno entiende cómo combaten y a lo mejor comprendequiénes son. Si os apetece, podéis jugar un poco con estahipótesis. Intentad pensar en un ejemplo de mutación, deinvasión bárbara que más os inquiete, y buscad en su senoel mapa de la batalla. A lo mejor encontraréis todos los in-dicios que he apuntado. U otros, tal vez. No lo sé. Pero detodas formas tengo motivos para pensar que será un modode formular mejor el problema, y de ir un poco más alláde la queja esnob o de la charla de bar. Yo, por mi parte,tengo la intención de hacer este jueguecito con otras dosaldeas saqueadas que me gustan: el fútbol y los libros.Pero en las próximas entregas.

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