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Los Cuadernos de Liter@ura - POESIA ESPANOLA CONTEMPORANEA Angel González D os aspectos de la poesía española con- temporánea se tratan en esta reunión: «La poesía espola de hoy», y «La poe- sía española después de Franco». Si no estamos ante un ejemplo de redundancia, esa or- ganización de la materia indica que la poesía es- pañola de hoy y la poes española después de anco son entidades distintas, de lo cu habrá que deducir, de acuerdo con la lógica, que el tema que me corresponde desarrollar pertenece al do- minio de la turología, o de la ciencia ficción. · Insistiendo en ese planteamiento, podríamos llegar a conclusiones mucho más graves, que da- rían la razón a los historiadores apocalí pticos, que nunca ltan (ni sobran, dicho sea entre parénte- sis, cuando se trata de España): si la poesía espa- ñola de hoy no es la poesía española después de Franco, eso puede suponer que Franco no ha muerto, como aseguran algunos pesimistas. O bien -conclusión casi tan desoladora- que la que ha muerto, o al menos se ha quedado sospecho- sente quieta, es la propia poesía. En cualquier caso, el intento de averiguar lo que sea la poesía española después de anco es una tarea nada sencilla, que tiene más relación con la investigación policíaca que con la literaria. ¿Dónde está esa poesía? ¿Existe, tan siquiera? ¿Quiénes son sus presuntos autores? Para trat de responder a tan enigmáticas pre- guntas, voy a limitarme a señalar algunos hechos, y a elaborar sobre ellos distintas interpretaciones. Veremos lo que sale luego de todo ello, si es que algo sale. La primera complicación con que se enfrenta el investigador, aún tes de entr en materia, es la dificultad de fijar con precisión la fecha real de la desaparición de Franco. Incluso los que dan por supuesto que Franco está verdaderamente muerto -posición que me parece muy razonable- no aca- ban de ponerse de acuerdo. Algunos, basándose en ciertos datos divulgados por T.V.E. y por la propia prensa anquista, afirman que Franco mu- rió en 1975. Otros, en cambio, esgrimiendo argu- mentos más sutiles, sostienen que el viejo dictador era ya un cadáver desde mucho antes de que se le parase definitivamente el corazón, o lo que ese. 4 La primera hipótesis conduce, como hemos visto, a un callejón sin salida: afirm que Franco murió en 1975 equivale a negar que exista una literatura merecedora de ser calificada de «pos- anquista». Es evidente que, aunque el aparato que en la actualidad rodea a la cultura -y no me importa que el auditorio interprete aquí el verbo rodear en sus acepciones más agresivas y bélicas- haya sido modificado y suavizado en sus estructu- ras más espinosas, nada nuevo se prodo en el terreno de la literatura propiamente dicha. La segunda hipótesis, aunque también discuti- ble, oece al menos algunas ventajas instrumenta- les. En ecto: sólo si partimos del supuesto de que el Caudillo estaba muerto antes de morir, puede hablarse con ndamento de una poesía es- pola después de Franco. Esa poesía, más ve- tusta a estas alturas de lo que parece, sería la que se viene escribiendo desde hace aproximadamente quince años, cuando Franco inicia la etapa final de su imperio en calidad de cadáver regente, y los poetas novísimos hacen su sorprendente aparición en escena, conmoviendo el viejo tinglado cultural de la vieja rsa de la dictadura. Dando por buena la propuesta hipótesis sobre la cha de la muerte del general Franco, la cronolo- gía no deja lugar a dudas. Si nos atenemos a ella, los poetas novísimos se configuran como la única promoción con suficiente relieve y coherencia surgida tras el desvanecimiento del dictador. Y es evidente que, en esas condiciones, sólo a ellos se les puede atribuir, en principio, la poesía digna del título de «posanquista».

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Los Cuadernos de Literatura

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POESIA ESPANOLA

CONTEMPORANEA

Angel González

D os aspectos de la poesía española con­temporánea se tratan en esta reunión: «La poesía española de hoy», y «La poe­sía española después de Franco». Si no

estamos ante un ejemplo de redundancia, esa or­ganización de la materia indica que la poesía es­pañola de hoy y la poesía española después de Franco son entidades distintas, de lo cual habrá que deducir, de acuerdo con la lógica, que el tema que me corresponde desarrollar pertenece al do­minio de la futurología, o de la ciencia ficción. · Insistiendo en ese planteamiento, podríamosllegar a conclusiones mucho más graves, que da­rían la razón a los historiadores apocalípticos, quenunca faltan (ni sobran, dicho sea entre parénte­sis, cuando se trata de España): si la poesía espa­ñola de hoy no es la poesía española después deFranco, eso puede suponer que Franco no hamuerto, como aseguran algunos pesimistas. Obien -conclusión casi tan desoladora- que la queha muerto, o al menos se ha quedado sospecho­samente quieta, es la propia poesía.

En cualquier caso, el intento de averiguar lo que sea la poesía española después de Franco es una tarea nada sencilla, que tiene más relación con la investigación policíaca que con la literaria. ¿Dónde está esa poesía? ¿Existe, tan siquiera? ¿Quiénes son sus presuntos autores?

Para tratar de responder a tan enigmáticas pre­guntas, voy a limitarme a señalar algunos hechos, y a elaborar sobre ellos distintas interpretaciones. Veremos lo que sale luego de todo ello, si es que algo sale.

La primera complicación con que se enfrenta el investigador, aún antes de entrar en materia, es la dificultad de fijar con precisión la fecha real de la desaparición de Franco. Incluso los que dan por supuesto que Franco está verdaderamente muerto -posición que me parece muy razonable- no aca­ban de ponerse de acuerdo. Algunos, basándoseen ciertos datos divulgados por T.V.E. y por lapropia prensa franquista, afirman que Franco mu­rió en 1975. Otros, en cambio, esgrimiendo argu­mentos más sutiles, sostienen que el viejo dictadorera ya un cadáver desde mucho antes de que se leparase definitivamente el corazón, o lo que fuese.

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La primera hipótesis conduce, como hemos visto, a un callejón sin salida: afirmar que Franco murió en 1975 equivale a negar que exista una literatura merecedora de ser calificada de «pos­franquista». Es evidente que, aunque el aparato que en la actualidad rodea a la cultura -y no me importa que el auditorio interprete aquí el verbo rodear en sus acepciones más agresivas y bélicas­haya sido modificado y suavizado en sus estructu­ras más espinosas, nada nuevo se produjo en el terreno de la literatura propiamente dicha.

La segunda hipótesis, aunque también discuti­ble, ofrece al menos algunas ventajas instrumenta­les. En efecto: sólo si partimos del supuesto de que el Caudillo estaba muerto antes de morir, puede hablarse con fundamento de una poesía es­pañola después de Franco. Esa poesía, más ve­tusta a estas alturas de lo que parece, sería la que se viene escribiendo desde hace aproximadamente quince años, cuando Franco inicia la etapa final de su imperio en calidad de cadáver regente, y los poetas novísimos hacen su sorprendente aparición en escena, conmoviendo el viejo tinglado cultural de la vieja farsa de la dictadura.

Dando por buena la propuesta hipótesis sobre la fecha de la muerte del general Franco, la cronolo­gía no deja lugar a dudas. Si nos atenemos a ella, los poetas novísimos se configuran como la única promoción con suficiente relieve y coherencia surgida tras el desvanecimiento del dictador. Y es evidente que, en esas condiciones, sólo a ellos se les puede atribuir, en principio, la poesía digna del título de «posfranquista».

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Claro está que la cronología no basta. Lo que hace falta demostrar ahora es que la poesía noví­sima merece ese título no por el mero hecho de haberse producido tras el eclipse de Franco, sino por aportar de manera consciente algunas nove-

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dades que permitan diferenciarla respecto a la poesía escrita bajo el imperio del dictador vivo.

Tendré, pues, que saber, antes de proseguir mi penosa pesquisa, qué es lo que quedaba de esa poesía escrita durante la época franquista, o qué era, o en qué estado se encontraba cuando los poetas novísimos hacen acto de presencia.

Al llegar al filo de los años setenta, el grupo poético del 27, aunque visiblemente abocado a la clausura por la vía gloriosa del premio Nobel, estaba todavía en activo. La frustrada o imposible generación de 1936 (frustrada o imposible porque se fundamenta en el falso denominador común de la discordia y de la dispersión) daba fe de vida a través de individuos irreducibles a cualquier gene­ralización de escala, estilística o temática; dejando a un lado el acreditado talento de alguno de sus integrantes, como conjunto o tendencia no repre­sentaba nada -o mejor dicho, lo mismo que du­rante los largos años del franquismo, seguía repre­sentando «lo uno y lo otro», para usar el título de un libro de uno de sus miembros más famosos-: ni siquiera cabe hablar en su caso de fracaso o de agotamiento. En cambio, sí puede hablarse de agotamiento (y no de fracaso, como ahora es cos­tumbre decir) al llegarles el turno a los llamados poetas sociales, entre los que (confirmando que la guerra civil acabó, al menos momentáneamente, con la validez de los esquemas generacionales) militaron autores que por su edad deberían estar incluidos en la generación de 1927 (Angela Fi­guera) o de 1936 (Bias de Otero), o podrían figurar dentro de la promoción del medio siglo (Eugenio de Nora). Surgidos todos ellos, en cuanto poetas, como una reacción natural frente a la dictadura, la monótona persistencia de Franco, por un lado, y el desmoronamiento progresivo del franquismo, por otro, tiñeron de inevitable monotonía su tra­bajo, que a la vez acabó perdiendo en algunos de sus aspectos centrales su razón de ser. Como final de este esquemático recorrido por la poesía del período franquista (que habría que completar con incontables matizaciones), llegamos a la promo­ción o generación «del medio siglo». En estos poetas, el esquema generacional vuelve a tener sentido. Muchos de ellos enlazan, en cierto modo, con el grupo antes aludido, a través de la elabora­ción de una poesía de tono y temática civil, que tiene más que ver con el realismo crítico que con el realismo social. Pero, vistas las cosas desde hoy, lo que los configura como generación o pro­moción no es eso, sino su fidelidad a una modali­dad más compleja o menos especializada de rea­lismo que suele conocerse con el nombre de poe­sía de la experiencia, y el más o menos vago carácter moral que dicha concepción del poema implica. En conjunto, lo que se advierte en la obra de los poetas del medio siglo respecto a sus inme­diatos antecesores es un mayor distanciamiento (que en algunos casos llegará a ser, ya en los años sesenta, desinterés) respecto al tema político-so­cial, desplazado por preocupaciones éticas y ma-

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nifestado en actitudes críticas o irónicas, que no impiden que el poema siga siendo una reflexión (meditación y en muchos aspectos también reve­lación o réplica) de la realidad. En cualquier caso, la mayoría de ellos, quizá· con las únicas excep­ciones -entre sus figuras mayores- de Claudio Rodríguez y de Francisco Brines, acusa en algún momento de su obra la presencia y las presiones del franquismo.

En puridad, la única nota común que puede señalarse en todas las generaciones o promociones poéticas españolas que sobrevivieron al 18 de julio de 1936 es esa repercusión en su poesía del hecho brutal de la guerra civil y de la dictadura: pense­mos en Manuel y Antonio Machado, en Juan Ra­món Jiménez, en los supervivientes del grupo poé­tico del 27, en los integrantes de la imposible generación de 1936 ...

Y ahí es donde creo que puede encontrarse el dato diferenciador que permite definir a la poesía escrita por los poetas surgidos en la segunda mitad de la década de los sesenta como «la poesía des­pués de Franco». Porque (generalizando otra vez, y lo lamento) los poetas novísimos se distinguen especialmente, no por aportar nuevas fórmulas de expresión a la poesía española (sus supuestas aportaciones no pueden ser calificadas con rigor de novedades; se trata más bien de dudosas recu­peraciones), sino por un radical y casi unánime cambio de actitud respecto al planteamiento del binomio «poesía-realidad», cambio de actitud que repercute en el abandono definitivo de las preocu­paciones políticas, sociales o éticas que hasta en­tonces subyacían, como un primer impulso, en la escritura del poema. La única realidad que parece interesar a los poetas novísimos es la puramente literaria. Esto, en sí, tampoco era nuevo, y ejem­plos de esa poesía abundaron durante el primer tercio del siglo, y ni siquiera faltaron en los años más severos del franquismo. Pero los poetas que, durante Franco y antes que ellos, se habían deci­dido por las fórmulas esteticistas, o eran las inevi­tables (y en su día casi imperceptibles) excepcio­nes a la regla, o formaban parte de «la otra cara» de los grupos o promociones descritos, estaban fatalmente destinados por imperativos de la situa­ción a ser considerados como la oposición de la

.oposición y a integrarse así, aunque no quisieran, entre las filas de los poetas partidarios del sis­tema.

Con los llamados «novísimos» no ocurre ya ese fenómeno. Vistos dentro de su promoción, ellos no son la otra cara de nadie, sino el único rostro, la más reveladora fisonomía de su generación: una fisonomía que pretendía ser solamente bella, ado­lescente, «poética». Si se tiene en cuenta que en­tre ellos abundaban los que sustentaban ideas de signo decididamente antifranquista, lo que su pre­sencia demuestra es que al final de los años se­senta, por primera vez desde la guerra civil, co­menzaba a ser posible escribir una poesía neutral, como si Franco no existiera, incluso (y eso, per-

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sonalmente, me resulta bastante extraño) como si no hubiese existido nunca. Tal vez para ellos Franco era de verdad un ser inexistente. Acaso se precipitaron un poco, porque Franco, inoperante e inerte en todo, era por entonces un raro ejemplo de cadáver todavía capaz, precisamente por la inercia, de seguir matando. En el deteriorado an­damiaje de la dictadura, la censura y la represión seguían existiendo, pero ellos, los poetas novísi­mos, se aplicaron a escribir odas sobre mares más o menos venecianos o sobre mitos más o menosde celuloide. Hacer eso era otra forma de decretarla muerte del sistema, basado -como es bien sa­bido- en la censura y en la represión; porque dehecho la censura se desvanecía como un fan­tasma, perdía su presencia y todo su poder antequienes escribían sobre tales mares y tales mitos.Las estampas venecianas, como las imágenes deCristo a los vampiros, paralizaban a los censores.

La existencia de los novísimos sé ha explicado con muchas y válidas razones: se ha citado la fatiga y la insatisfacción frente a una literatura que en sus planteamientos teóricos (y con frecuencia en sus manifestaciones concretas) concedía más importancia al tema y al plano del contenido que a la expresión. Desde otro punto de vista, se ha hablado de cambios fundamentales, estructurales, en la sociedad española, centrados especialmente en torno a los fenómenos del desarrollo econó­mico, del turismo y del consumismo, que coinci­den en fomentar una poesía lujosa y «bien termi­nada», sin mayores pretensiones de trascenden­cia. Todos esos argumentos son razonables y oportunos, pero me parece que lo que en esencia motiva a los novísimos es la temprana suposición de la inexistencia de Franco, en un momento en que, en efecto, tanto el dictador como la dictadura eran una simple y lamentable excrecencia del pa­sado. Madrugadores para otear una .nueva situa­ción que, más que avecinarse, se estaba ya produ­ciendo, decidieron instituirse en los representan­tes -como su nombre indica- de la novedad en superlativo, de la novedad sorprendida en su mo­mento más juvenil y ambicioso, preparada o enva­sada para durar, para cruzar las fronteras del pre­sente y alcanzar, con sus supuestas virtudes hi­giénicas y mágicas intactas, un futuro impredicti­ble pero lejano. Ya están en ese futuro. La suya bien pudo haber sido y bien puede seguir siendo, desde que en 1970 recibieron nombre generacional y status antológico, la «poesía española después de Franco».

Y ahí está lo malo. Porque ese seguir siendo confirma la tónica de

continuismo que da la razón a los teóricos del desencanto, a los que aseguran que la muerte fí­sica de Franco, la acaecida en 1975, no supuso ningún cambio profundo, verdadero.

Y, por el contrario, pienso que, tras la muerte de Franco, en España han sucedido y están suce­diendo bastantes cosas. Es cierto que tienen que suceder muchas más, y esperemos que así sea.

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Pero entristece, y casi asusta, encontrarse con esas parcelas de la sociedad española en las que no se advierte ninguna transformación. Tal es el caso de la literatura en general, y de la poesía en especial.

Ante tan decepcionante realidad, es conve­niente intentar otra interpretación de los hechos, y poner en duda todo lo afirmado. ¿Es posible que la poesía novísima siga siendo la poesía española después de Franco? ¿Lo fue tan siquiera alguna vez?.

Si he de ser sincero, debo admitir que no lo creo. Mi acercamiento al tema fue una simple manera -que no es la mía- de ver las cosas, ex­puesta con inevitable intención irónica en ocasio-

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nes: no se puede hablar en profundidad y sin iro­nía de algo inexistente. No voy a negar que las cosas fueron así, en cierto modo, ni que esa ma­nera de verlas no sea posible, ya que coincide con muchos de los tópicos acumulados en los últimos años por una crítica tan precipitada como opti­mista. Sólo quiero decir que las cosas pueden -y deben- verse siempre de otro modo, y eso es lo que voy a intentar.

Antes de entrar por segunda vez en materia, quiero hacer una declaración de carácter defen­sivo: estoy seguro de que entre los novísimos hay excelentes, mediocres y pésimos poetas: quede eso claro frente a los que supongan equivocada­mente que estoy juzgando su valor estético. Lo que pretendo, en base a los planteamientos teóri­cos de los que al parecer parten, es situarlos a un lado o a otro de esa hipotética frontera que delimi­taría dos grandes campos en la poesía española: la escrita durante Franco, y la escrita después de Franco. Si les he dedicado especial atención es porque, por efectos de la fecha de su nacimiento y por sus manifiestas intenciones de ruptura, ellos son los que con mejores títulos podrían aspirar a ser considerados como los autores de la poesía española después de Franco, y de hecho, así son presentados con frecuencia.

Sin embargo, a mí me parece que esa poesía pretendidamente novísima puede ser definida, con tan buenos o mejores argumentos, como la última manifestación de la cultura del franquismo. Si la poesía novísima rompe expresamente con algo no es con la cultura franquista -que deja cuidadosa­mente a un lado-, sino con la otra cultura, con la cultura que intentó oponerse al franquismo. Decir -como todavía se insinúa en la última antología de«poesía joven» que ha caído en mis manos- que esla lógica consecuencia de la Ley de Prensa madein Fraga, del Plan de Desarrollo Económico y del«bienestar televisivo» que «transforma» la socie­dad española y «las salitas de la pequeña burgue­sía» de los años sesenta, es caracterizarla comouna secreción final del franquismo de última hora.El irracionalismo, la gratuidad de muchas de susteorías, el deslumbramiento ante «lo moderno», ladesrealización, la mitificación del lujo, la conside­ración del arte como experimento perpetuo, lainsistencia en los aspectos técnicos de la escritura,cierto innegable triunfalismo, las fijaciones elitis­tas y aristocratizantes, son (entre otros más posi­tivos) rasgos caracterizadores de esa última poe­sía, rasgos que deben ser interpretados no comouna «contestación», sino como un fiel eco. de laEspaña de López Rodó, de los tecnócratas delOpus, del monseñor que quiso ser marqués, deloptimismo oficial basado en falsas estadísticas.

Ante ese panorama, no se puede hablar en serio de la poesía española después de Franco. y no sólo porque esa poesía no existe, sino eporque en España, desde hace algún tiempo, no puede hablarse en serio de casi nada.