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Los hermanos Karamazov Fedor Dostoiewski

Los hermanos Karamazov - Gestor de Contenidos Universia · Los hermanos Karamazov Fedor Dostoiewski. FEDOR DOSTOIEWSKI LOS HERMANOS KARAMAZOV ... Encuentro con un grupo de escolares

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  • Los hermanos KaramazovFedor Dostoiewski

  • FEDOR DOSTOIEWSKILOS HERMANOS KARAMAZOV

    A Ana Grigorievna Dostoiewski

    En verdad, en verdad os digo que si el grano detrigo cado en la tierra no muere, queda solo; pero simuere, produce fruto.

    San Juan 12, 2425

  • INDICEPrefacio.

    PRIMERA PARTELIBRO PRIMEROHISTORIA DE UNA FAMILIAFiodor Pavlovitch Karamazov

    Karamazov se desembaraza de su primer hijoNuevo matrimonio y nuevos hijos

    LIBRO IIUNA REUNIN FUERA DE LUGARLa llegada al monasterioUn viejo payasoLas mujeres creyentesUna dama de poca feAs sea!Por qu existir semejante hombre?Un seminarista ambiciosoUn escndalo

    LIBRO IIILOS SENSUALESEn la antecmara

  • Isabel SmerdiachtchaiaConfesin de un corazn ardiente. En versoConfesin de un corazn ardiente. Ancdotas ...Confesin de un corazn ardiente. La cabeza bajaSmerdiakov Una controversiaTomando el coac .Los sensualesLas dos juntasOtra honra perdida

    SEGUNDA PARTE

    LIBRO IVESCENASEl padre TheraponteAliocha visita a su padreEncuentro con un grupo de escolaresEn casa de KhokhlakovEscena en el salnEscena en la isbaAl aire libre

    LIBRO VPRO Y CONTRALos esponsales

  • Smerdiakov y su guitarraLos hermans se conocenRebeldaEl gran inquisidor Todava reina la oscuridadDa gusto conversar con un hombre inteligente

    LIBRO VIUN RELIGIOSO RUSOEl starets Zsimo y sus huspedesBiografa del starets Zsimo, que descansaen el Seor, escrita, segn sus propias palabras,por Alexei Fiodorovitch KaramazovResumen de las conversaciones y la doctrina delstarets Zsimo

    TERCERA PARTE

    LIBRO VIIALIOCHAEl olor nauseabundoEl momento decisivoLa cebollaLas bodasde Can

  • LIBRO VIIIMITIAKuzma SamsonovLiagavi 366Las minas de oroTinieblasUna resolucin repentinaAqu estoy yo!El de antaoDelirio

    LIBRO IXLA INSTRUCCIN PREPARATORIALos comienzos del funcionario PerkhotineLa alarmaLastribulaciones de un alma. Primers tribulacinSegunda tribulacinTercera tribulacinEl procurador confunde a MitiaEl gran secreto de MitiaDeclaran los testigos. El PequeueloSe llevan a Mitia

  • CUARTA PARTE

    LIBRO XLOS MUCHACHOSKolia KrasotkineLosrapacesEl colegialEscarabajoJunto al lecho de IliuchaDesarrollo precozIliucha

    LIBRO XIIVN FIODOROVITCHEn casa de GruchegnkaEl pie hinchadoUn diablilloEl himno y el secretoEsto no es todoPrimera entrevista con SmerdiakovSegunda entrevista con SmerdiakovTercera y ltima entrevista con SmerdiakovEl diablo. Visiones de Ivn Fiodorovitchl me lo ha dicho

  • LIBRO XIIUN ERROR JUDICIALEl da fatalDeclaraciones adversasEl peritaje mdico y una libra de avellanasLa suerte sonre a MitiaDesastre repentinoEl informe de la acusacinResumen histricoDisertacin sobre SmerdiakovLa troika desenfrenadaLa defensa. Un arma de dos filosNi dinero ni roboNo hubo asesinatoUn sofstaEl jurado se mantiene firme

    EPLOGOPlanes de evasinMentiras sincerasEl entierro de Iliucha. Alocucin junto a la pea

  • PREFACIOAl abordar la biografa de mi hroe, Alexei Fiodo-

    rovitch, experimento cierta perplejidad: aunque lellamo mi hroe, s que no es un gran hombre.Por lo tanto, se me dirigirn sin duda preguntascomo stas: Qu hay de notable en Alexei Fiodo-rovitch para que lo haya elegido usted como hroe?Qu ha hecho? Quin lo conoce y por qu? Hayalguna razn para que yo, lector, emplee mi tiempoen estudiar su vida?

    La ltima pregunta es la ms embarazosa, puesla nica respuesta que puedo dar es sta: Tal vez.Eso lo ver usted leyendo la novela. Pero y si,despus de leerla, el lector no ve en mi hroe nadade particular? Digo esto porque preveo que puedeocurrir as. A mis ojos, el personaje es notable, perono tengo ninguna confianza en convencer de ello allector. Es un hombre que procede con seguridad,pero de un modo vago y oscuro. Sin embargo, re-sultara sorprendente, en nuestra poca, pedir a laspersonas claridad. De lo que no hay duda es de quees un ser extrao, incluso original. Pero estas carac-tersticas, lejos de conferir el derecho de atraer laatencin, representan un perjuicio, especialmentecuando todo el mundo se esfuerza en coordinar las

  • individualidades y extraer un sentido general delabsurdo colectivo. El hombre original es, en la ma-yora de los casos, un individuo que se asla de losdems. No es cierto?

    Si alguien me contradice en este ltimo punto di-ciendo: Eso no es verdad, o Eso no es siempreverdad, ello me animar a creer en el valor de mihroe. Pues yo juzgo que el hombre original nosolamente no es siempre el individuo que se colocaaparte, sino que puede poseer la quintaesencia delpatrimonio comn aunque sus contemporneos lorepudien durante cierto tiempo.

    De buena gana habra prescindido de estas ex-plicaciones confusas y desprovistas de inters yhabra empezado sencillamente por el primer cap-tulo, sin prembulo alguno, dicindome: Si mi obragusta, se leer. Pero lo malo es que presento unabiografa en dos novelas. La principal es la segun-da, donde la actividad de mi hroe se desarrolla enla poca presente. La primera transcurre hace treceaos. En realidad, slo se recogen en ella unosmomentos de la primera juventud del hroe; pero esindispensable, pues, de no existir esta primera no-vela, muchos detalles de la segunda seran incom-prensibles. Pero todo esto no hace sino aumentarmi confusin. Si yo, como bigrafo, considero que

  • una novela habra bastado para presentar a unhroe tan modesto, tan poco definido, cmo justifi-car que lo presente en dos?

    Como no confo en poder resolver estos proble-mas, los dejo en suspenso. Ya s que el lector, consu perspicacia, advertir que sta era mi finalidaddesde el principio y me reprochar haber perdido eltiempo diciendo cosas intiles. A eso responderque lo he hecho por cortesa, aunque tambin heprocedido con astucia, ya que he prevenido al lec-tor. Por lo dems, me complace que mi novela sehaya dividido por s misma en dos relatos, sin per-der su unidad. Una vez que conozca el primero, ellector decidir si vale la pena empezar el segundo.Evidentemente, cada cual es dueo de sus actos, yel lector puede cerrar el libro sin pasar de las prime-ras pginas del primer relato y no volverlo a abrir.Pero hay lectores de espritu delicado que quierenllegar hasta el fin para no caer en la parcialidad.Entre ellos figuran todos los crticos rusos. Uno seanima al verse frente a ellos. A pesar de su tcticametdica, les he proporcionado un argumento delos ms decisivos para dejar la lectura en el primerepisodio de la novela.

  • Con esto doy mi prefacio por terminado. Con-vengo en que podra haber prescindido de l. Peroya que est escrito, conservmoslo.

    Y ahora, empecemos.

    EL AUTOR

  • PRIMERA PARTE

    LIBRO PRIMERO

    HISTORIA DE UNA FAMILIA

  • CAPITULO PRIMERO

    FIODOR PAVLOVITCH KARAMAZOV

    Alexei Fiodorovitch Karmazov era el tercer hijode un terrateniente de nuestro distrito llamado Fio-dor (Teodoro.) Pavlovitch, cuya trgica muerte, ocu-rrida trece aos atrs, haba producido sensacinentonces y todava se recordaba. Ya hablar deeste suceso ms adelante. Ahora me limitar a decirunas palabras sobre el hacendado, como todo elmundo le llamaba, a pesar de que casi nunca habahabitado en su hacienda. Fiodor Pavlovitch era unode esos hombres corrompidos que, al mismo tiem-po, son unos ineptos tipo extrao, pero bastantefrecuente y que lo nico que saben es defendersus intereses. Este pequeo propietario empezcon casi nada y pronto adquiri fama de gorrista.Pero a su muerte posea unos cien mil rublos deplata. Esto no le haba impedido ser durante su vidauno de los hombres ms extravagantes de nuestrodistrito. Digo extravagante y no imbcil, porque esta

  • clase de individuos suelen ser inteligentes y astutos.La suya es una ineptitud especfica, nacional.

    Se cas dos veces y tuvo tres hijos; el mayor,Dmitri, del primer matrimonio, y los otros dos, Ivn yAlexei, del segundo. Su primera esposa pertenecaa una familia noble, los Miusov, acaudalados propie-tarios del mismo distrito. Cmo aquella joven dota-da, y adems bonita, despierta, de espritu refinadoese tipo que tanto abunda entre nuestras con-temporneas, haba podido casarse con semejan-te calavera, como llamaban a mi desgraciadopersonaje? No creo necesario extenderme en largasexplicaciones sobre este punto. Conoc a una jovende la penltima generacin romntica que, despuesde sentir durante varios aos un amor misteriosopor un caballero con el que poda casarse sin impe-dimento alguno, se cre ella misma una serie deobstculos insuperables para esta unin. Una nochetempestuosa se arroj desde lo alto de un acantila-do a un ro rpido y profundo. As pereci, vctimade su imaginacin, tan slo por parecerse a la Ofe-lia de Shakespeare. Si aquel acantilado por el quesenta un cario especial hubiera sido menos pinto-resco, o una simple, baja y prosaica orilla, sin dudaaquella desgraciada no se habra suicidado. Elhecho es verdico, y seguramente en las dos o tres

  • ltimas generaciones rusas se han producido mu-chos casos semejantes. La resolucin de AdelaidaMiusov fue tambin, sin duda, consecuencia deinfluencias ajenas, la exasperacin de un alma cau-tiva. Tal vez su deseo fue emanciparse, protestarcontra los convencionalismos sociales y el despo-tismo de su familia. Su generosa imaginacin lepresent momentneamente a Fiodor Pavlovitch, apesar de su reputacin de gorrista, como uno de loselementos ms audaces y maliciosos de aquellapoca que evolucionaba en sentido favorable,cuando no era otra cosa que un bufn de mala fe.Lo ms incitante de la aventura fue un rapto queencant a Adelaida Ivanovna. Fiodor Pavlovitch,debido a su situacin, estaba especialmente dis-puesto a realizar tales golpes de mano: queraabrirse camino a toda costa y le pareci una, exce-lente oportunidad introducirse en una buena familiay embolsarse una bonita dote. En cuanto al amor,no exista por ninguna de las dos partes, a pesar dela belleza de la joven. Este episodio fue seguramen-te un caso nico en la vida de Fiodor Pavlovitch,que tena verdadera debilidad por el bello sexo yestaba siempre dispuesto a quedar prendido deunas faldas con tal que le gustasen. Pero la raptada

  • no ejerca sobre l ninguna atraccin de tipo sen-sual.

    Adelaida Ivanovna advirti muy pronto que sumarido slo le inspiraba desprecio. En estas cir-cunstancias, las desavenencias conyugales no sehicieron esperar. A pesar de que la familia de lafugitiva acept el hecho consumado y envi su dotea Adelaida Ivanovna, el hogar empez a ser esce-nario de continuas rias y de una vida desordenada.Se dice que la joven se mostr mucho ms noble ydigna que Fiodor Pavlovitch, el cual, como se supoms tarde, ocult a su mujer el capital que posea:veinticinco mil rublos, de los que ella no oy nuncahablar. Adems, estuvo mucho tiempo haciendo lasnecesarias gestiones para que su mujer le transmi-tiera en buena y debida forma un casero y unahermosa casa que formaban parte de su dote. Loconsigui porque sus peticiones insistentes y des-vergonzadas enojaban de tal modo a su mujer, questa acab cediendo por cansancio. Por fortuna, lafamilia intervino y puso freno a la rapacidad de Fio-dor Pavlovitch.

    Se sabe que los esposos llegaban frecuente-mente a las manos, pero se dice que no era FiodorPavlovitch el que daba los golpes, sino Adelaida

  • Ivanovna, mujer morena, arrebatada, valerosa, iras-cible y dotada de un asombroso vigor.

    sta acab por huir con un estudiante que se ca-a de miseria, dejando en brazos de su marido unnio de tres aos: Mitia . El esposo se apresur aconvertir su casa en un harn y a organizar todaclase de francachelas. Adems, recorri la provin-cia, lamentndose ante el primero que encontrabade la huida de Adelaida Ivanovna, a lo que aadauna serie de detalles sorprendentes sobre su vidaconyugal. Se dira que gozaba representando antetodo el mundo el ridculo papel de marido engaadoy pintando su infortunio con vivos colores. Tancontento est usted a pesar de su desgracia, FiodorPavlovitch, que parece un hombre que acaba deascender en su carrera, le decan los bromistas.No pocos afirmaban que se senta feliz al mostrarseen su nuevo papel de bufn y que para hacer rerms finga no darse cuenta de su cmica situacin.Quin sabe si proceda as por ingenuidad!

    Al fin logr dar con la pista de la fugitiva. La infe-liz se hallaba en Petersburgo, donde haba termina-do de emanciparse. Fiodor Pavlovitch empez aprepararse para partir. Con qu propsito? Ni lmismo lo saba. Tal vez estaba verdaderamentedecidido a trasladarse a Petersburgo, pero, una vez

  • adoptada esta resolucin, consider que tena dere-cho, a fin de tomar nimos, a emborracharse entoda regla. Entre tanto, la familia de su mujer seenter de que la desgraciada haba muerto en untugurio, segn unos, a consecuencia de unas fie-bres tifoideas; segn otros, de hambre. Fiodor Pav-lovitch estaba ebrio cuando le dieron la noticia de lamuerte de su esposa, y cuentan que ech a correrpor las calles, levantando los brazos al cielo y gri-tando alborozado: Ahora, Seor, ya no retienes atu siervo. Otros aseguran que lloraba como unnio, hasta el punto de que daba pena verle, a pe-sar de la aversin que inspiraba. Es muy posibleque ambas versiones se ajustasen a la verdad, esdecir, que se alegrase de su liberacin y que lloraraa su liberadora. Las personas, incluso las peores,suelen ser ms cndidas, ms simples, de lo quesuponemos..., sin excluirnos a nosotros.

  • CAPITULO IIKARAMAZOV SE DESEMBARAZA DE SU

    PRIMER HIJOCualquiera puede figurarse lo que sera aquel

    hombre como padre y educador. Abandon porcompleto al hijo que haba tenido con Adelaida Iva-novna, pero no por animosidad ni por rencor contrasu esposa, sino simplemente porque se olvid de l.Mientras abrumaba a la gente con sus lgrimas ysus lamentos y hacia de su casa un lugar de depra-vacin, Grigori , un fiel sirviente, recoga a Mitia. Siel nio no hubiera hallado esta proteccin, segura-mente no habra tenido a nadie que le mudara laropa. Tambin su familia materna le haba olvidado.Su abuelo haba muerto; su abuela, establecida enMosc, estaba enferma; sus tas se haban casado.Por todo lo cual, Mitia tuvo que pasar casi un ao enel pabelln donde habitaba Grigori. Y si su padre seacordaba de l (verdaderamente era imposible queignorase su existencia), habra terminado por en-viarlo al pabelln para poder entregarse librementea su disipada vida.

    As las cosas, lleg de Pars un primo de la di-funta Adelaida Ivanovna, Piotr Alejandrovitch Miu-

  • sov, que despus pasara muchos aos en el ex-tranjero. A la sazn, era todava muy joven y sedistingua de su familia por su cultura y su exquisitaeducacin. Entonces era un occidentalista conven-cido, y en la ltima etapa de su vida sera un liberaldel tipo de los que hubo en los aos 40 y 50. En elcurso de su carrera se relacion con multitud deultraliberales, tanto en Rusia como en el extranjero,y conoci personalmente a Proudhon y a Bakunin.Le gustaba recordar los tres das de febrero de1848 en Pars y dejaba entrever que haba estado apunto de luchar en las barricadas. ste era uno delos mejores recuerdos de su juventud. Posea unabonita fortuna: alrededor de mil almas, para contar ala antigua. Su soberbia propiedad estaba a las puer-tas de nuestro pueblo y limitaba con las tierras denuestro famoso monasterio. Apenas entr en pose-sin de su herencia, Piotr Alejandrovitch entabl unproceso interminable con los monjes

    para dilucidar ciertos derechos, no s a punto fijosi de pesca o de tala de bosques. El caso es que,como ciudadano esclarecido, consider un deberplitear con el clero.

    Cuando se enter de la desgracia de AdelaidaIvanovna, de la que guardaba buen recuerdo, y dela existencia de Mitia, se interes por el nio, a pe-

  • sar del desprecio y de la indignacin juvenil queFiodor Pavlovitch, al que entonces vea por primeravez, le inspiraba. Le comunic francamente su in-tencin de encargarse de Mitia. Mucho tiempo des-pus contaba, como un rasgo caracterstico de Fio-dor Pavlovitch, que cuando le habl de Mitia, estuvoun momento sin saber de qu nio se trataba, aincluso se asombr de tener un hijo en el pabellnde su hacienda. Por exagerado que fuera este rela-to, contena sin duda una parte de verdad. A FiodorPavIovitch le haba gustado siempre adoptar actitu-des, representar papeles, a veces sin necesidad aincluso en detrimento suyo, como en el caso pre-sente. Esto mismo les sucede a muchas personas,entre las que hay algunas que no son tontas ni mu-cho menos.

    Piotr Alejandrovitch obr con presteza a inclusofue nombrado tutor del nio (conjuntamente conFiodor Pavlovitch), ya que su madre haba dejadotierras y una casa al morir. Mitia se traslad a casade su to, que no tena familia. Cuando ste hubo deregresar a Pars, despus de haber arreglado susasuntos y asegurado el cobro de sus rentas, confiel nio a una de sus tas, residente en Mosc. Des-pus, ya aclimatado en Francia, se olvid del nio,sobre todo cuando estall la revolucin de febrero,

  • acontecimiento que se grab en su memoria paratoda su vida. Fallecida la ta de Mosc, Mitia fuerecogido por una de las hijas casadas de la difunta.Al parecer, se traslad a un cuarto hogar, pero noquiero extenderme por el momento sobre este pun-to, y menos teniendo que hablar ms adelante lar-gamente del primer vstago de Fiodor Pavlovitch.Me limito a dar unos cuantos datos, los indispensa-bles para poder empezar mi novela.

    De los tres hijos de Fiodor Pavlovitch, slo Dmitricreci con la idea de que posea cierta fortuna ysera independiente cuando llegase a la mayora deedad. Su infancia y su juventud fueron muy agita-das. Dej el colegio antes de terminar sus estudios,ingres en la academia militar, se traslad al Cu-caso, sirvi en el ejrcito, se le degrad por habersebatido en duelo, volvi al servicio y gast alegre-mente el dinero. Su padre no le dio nada hasta quefue mayor de edad, cuando Mitia haba contrado yaimportantes deudas. Hasta entonces, hasta que fuemayor de edad, no volvi a ver a su padre. Fue a sutierra natal especialmente para informarse de lacuanta de su fortuna. Su padre le desagrad desdeel principio. Estuvo poco tiempo en su casa: semarch enseguida con algn dinero y despus de

  • haber concertado un acuerdo para percibir las ren-tas de su propiedad.

    Detalle curioso: no consigui que su padre le in-formara acerca del valor de su hacienda ni de lo questa rentaba. Fiodor PavIovitch vio en seguida esimportante hacer constar este detalle que Mitia tenaun concepto falso, exagerado, de su fortuna. Elpadre se alegr de ello, considerando que era unbeneficio para l. Dedujo que Mitia era un jovenaturdido, impulsivo, apasionado, y que si se le dabaalguna pequea suma para que aplacara su afn dedisipacin, estara libre de l durante algn tiempo.

    Fiodor Pavlovitch supo sacar provecho de la si-tuacin. Se limit a desprenderse de vez en cuandode pequeas cantidades, y un da, cuatro aos des-pus, Mitia perdi la paciencia y reapareci en lalocalidad para arreglar las cuentas definitivamente.Entonces se enter, con gran asombro, de que no lequedaba nada, que haba recibido en especie deFiodor Pavlovitch el valor total de sus bienes y queincluso poda estar en deuda con l, cosa que nosaba a ciencia cierta, pues las cuentas estabanembrolladisimas. Segn tal o cual convenio concer-tado en esta o aquella fecha, Mitia no tena derechoa reclamar nada, etctera. Mitia se indign, perdi

  • los estribos y estuvo a punto de perder la razn, alsospechar que todo aquello era una superchera.

    ste fue el mvil de la tragedia que constituye elfondo de mi primera novela, o, mejor dicho, su mar-co.

    Pero antes de referir estos hechos, hay quehablar de los otros dos hijos de Fiodor Pavlovitch yexplicar su origen.

  • CAPITULO IIINUEVO MATRIMONIO Y NUEVOS HIJOSDespus de haberse desembarazado de Mitia,

    Fiodor PavIovitch contrajo un nuevo matrimonio quedur ocho aos.

    Su segunda esposa, joven como la primera, erade otra provincia, a la que se haba trasladado encompaa de un judo para tratar de negocios. Aun-que era un borracho y un perdido, no cesaba develar por su capital y realizaba excelentes aunquenada limpias operaciones.

    Sofia Ivanovna era hija de un humilde dicono yqued hurfana en su infancia. Se haba educadoen la opulenta mansin de su protectora, la viudadel general Vorokhov, dama de gran prestigio en lasociedad, que, adems de proporcionarle una edu-cacin, haba labrado su desgracia. Ignoro los deta-lles de este infortunio, pero he odo decir que lamuchacha, dulce, cndida, paciente, haba intenta-do ahorcarse colgndose de un clavo, en la des-pensa, tanto la torturaban los continuos reproches ylos caprichos de su vieja protectora, que no eramala en el fondo, pero que, al estar todo el da ocio-sa, se pona insoportable.

  • Fiodor Pavlovitch pidi su mano, pero fue recha-zado cuando se obtuvieron informes de l. Entoncespropuso a la hurfana raptarla, como haba hechocon su primer matrimonio. Con toda seguridad, ellase habra negado a ser su esposa si hubiese estadomejor informada acerca de l. Pero esto suceda enotra provincia. Adems, qu poda discernir unamuchacha de diecisis aos, como no fuera que erapreferible arrojarse al agua que seguir en casa desu protectora? Es decir, que la infortunada sustituya su bienhechora por un bienhechor. Esta vez Fio-dor Pavlovitch no recibi ni un cntimo, pues la ge-nerala se enfureci de tal modo, que lo nico que ledio fue su maldicin.

    Pero Fiodor Pavlovitch no contaba con el dinerode su nueva esposa. La extraordinaria belleza de lajoven, y sobre todo su candor, le haban cautivado,a l, un hombre todo voluptuosidad, que hasta en-tonces slo haba sido sensible a los atractivos msgroseros. Sus ojos inocentes me taladran el alma,deca con una sonrisa maligna. Pero aquel ser co-rrompido slo poda sentir una atraccin de tiposensual. Fiodor Pavlovitch no tuvo ningn miramien-to con su esposa. Considerando que estaba endeuda con l, ya que la haba salvado de una vidainsoportable, y aprovechndose de su bondad y su

  • resignacin inauditas, pisote la decencia conyugalms elemental. Su casa fue escenario de orgas enlas que tomaban parte mujeres de mal vivir. Undetalle digno de mencin es que Grigori, hombretaciturno, estpido y obstinado, que haba odiado asu primera duea, se puso de parte de la segunda,discutiendo por ella con su amo de un modo inad-misible en un domstico. Un da lleg a despedir alas doncellas que rondaban a Fiodor Pavlovitch.Andando el tiempo, la desdichada esposa, que hab-a vivido desde su infancia en una perpetuo terror,contrajo una enfermedad nerviosa corriente entrelas lugareas y que vale a sus vctimas el calificati-vo de endemoniadas. A veces la enferma, presade terribles crisis histricas, perda la razn. Sinembargo, dio a su marido dos hijos: Ivn , que naciun ao despus de la boda, y Alexei, que vino almundo tres aos ms tarde. Cuando Sofa Ivanovnamuri, Alexei tena cuatro aos, y, por extrao queparezca, se acord toda su vida de su madre, aun-que como a travs de un sueo. Al fallecer SofaIvanovna, los dos nios corrieron la misma suerteque el primero: el padre se olvid de ellos, losabandon por completo, y Grigori se los llev a supabelln.

  • All los encontr la vieja generala, la misma quehaba educado a la madre. Durante los ocho aosen que Sofia Ivanovna fue la esposa de Fiodor Pav-lovitch, el rencor de la vieja dama hacia ella no hab-a cedido. Sabiendo la vida que llevaba la infeliz,enterada de que estaba enferma y de los escnda-los que tena que soportar, la generala manifestdos o tres veces a los parsitos que la rodeaban:Bien hecho. Dios la ha castigado por su ingrati-tud.

    Exactamente tres meses despus de la muertede Sofia Ivanovna, la anciana seora apareci ennuestro pueblo y se present en casa de FiodorPavlovitch. Su visita slo dur media hora, peroaprovech el tiempo. Era el atardecer. Fiodor Pav-lovitch, al que no haba visto desde haca ochoaos, se present ante ella en completo estado deembriaguez. Se cuenta que, apenas lo vio llegar, ledio dos sonoras bofetadas y a continuacin trestirones de flequillo. Hecho esto y sin pronunciarpalabra, se fue al pabelln donde habitaban losnios. Estaban mal vestidos y sucios, viendo lo cual,la irascible dama dio otra bofetada a Grigori y le dijoque se llevaba a los nios. Tal como estaban, losenvolvi en una manta, los puso en el coche y semarch. Grigori encaj el bofetn como un sirviente

  • perfecto y se abstuvo de emitir la menor protesta.Acompa a la anciana a su coche y le dijo, in-clinndose ante ella profundamente:

    Dios la recompensar por su buena accin.Eres tonto de remate respondi ella a modo

    de adis.Despus de analizar el asunto, Fiodor Pavlovitch

    se declar satisfecho y en seguida dio su consenti-miento en regla para que los nios fueran educadosen casa de la generala. Hecho esto, se fue a laciudad, a jactarse de los bofetones recibidos.

    Poco tiempo despus muri la generala. Dej milrublos a cada nio para su instruccin. Este dine-ro se deba emplear ntegramente en provecho deellos y la testadora lo consideraba suficiente. Siotras personas querian hacer algo ms, eran muylibres, etctera.

    Aunque no le el testamento, yo saba que habaen l un pasaje extrao, hijo de la inclinacin a looriginal. El principal heredero de la generala era, porfortuna, un hombre honrado, el mariscal de la no-bleza de nuestra provincia Eutimio Petrovitch Polie-nov. ste cambi algunas cartas con Fiodor Pavlo-vitch, el cual, sin rechazar sus proposiciones ca-tegricamente, iba alargando el asunto. Viendo queno conseguira nada del padre de los nios, Eutimio

  • Petrovitch se interes personalmente por ellos ytom un cario especial al menor, que vivi largotiempo en su casa.

    Llamo la atencin del lector sobre este punto: losnios fueron educados por Eutimio Petrovitch, hom-bre de bondad nada comn, el cual conserv intactoel capital de los nios, que haba ascendido a dosmil rublos a su mayora de edad, al acumularse losintereses. Eutimio Petrovitch los educ a costa su-ya, lo que le represent un gasto de bastante msde mil rublos por nio.

    No har un relato detallado de la infancia y la ju-ventud de los hurfanos: nie limitar a exponer losdetalles ms importantes. El mayor, Ivn, fue en suadolescencia un ser taciturno, reconcentrado, peroen modo alguno timido. Haba comprendido que suhermano y l se educaban en casa ajena y por mi-sericordia, y que tenan por padre un hombre queera un baldn para ellos. Este muchacho mostrdesde su ms tierna infancia (por lo menos, segnse cuenta) gran capacidad para el estudio. A laedad de trece aos dej a la familia de Eutimio Pe-trovitch para estudiar en un colegio de Mosc comopensionista en casa de un famoso pedagogo, amigode la infancia de su protector. Ms tarde Ivn decaque Eutimio Petrovitch haba procedido impulsado

  • por su ardiente amor al bien y porque opinaba queun adolescente excepcionalmente dotado deba sereducado por un pedagogo genial. Pero ni con sueducacin ni con su protector pudo contar cuandoingres en la universidad. Eutimio Petrovitch nohaba sabido gestionar el asunto del testamento, yel legado de la generala no haba llegado an a susmanos, a causa de las formalidades y dilacionesque pesan sobre estos trmites en nuestro pas. Enuna palabra, que nuestro estudiante pas verdade-ros apuros en sus dos primeros aos de universidady se vio obligado a ganarse el sustento a la vez queestudiaba. Hay que hacer constar que no intent enmodo alguno ponerse en relacin con su padre. Talvez procedi as por orgullo, por desprecio al autorde sus das, o acaso su clarividencia le dijo que nopoda esperar nada de semejante hombre. Fueracomo fuere, el chico no perdi los nimos y en-contr el modo de ganarse la vida: primero leccio-nes a veinte copecs, despus artculos de diez lne-as sobre escenas de la calle que publicaba en va-rios peridicos con el seudnimo de Un TestigoOcular . Dicen que estos artculos tuvieron xitoporque eran siempre curiosos y agudos. As, el jo-ven reportero demostr su superioridad, tanto en elsentido prctico como en el intelectual, sobre los

  • incontables estudiantes de ambos sexos, siemprenecesitados, que en Petersburgo y en Mosc ase-dian incesantemente las redacciones de los peridi-cos en demanda de copias y traducciones delfrancs.

    Una vez introducido en el mundo periodstico,Ivn Fiodorovitch ya no perdi el contacto con l.Durante sus ltimos aos de universidad publicinformes sobre obras especiales y as se dio a co-nocer en los medios literarios. Pero slo cuandohubo terminado sus estudios consigui despertar laatencin en un amplio crculo de lectores. Al salir dela universidad, y cuando se dispona a dirigirse alextranjero con sus dos mil rublos, public en ungran peridico un artculo singular que atrajo laatencin incluso de los profanos. El tema era para ldesconocido, ya que haba seguido los cursos de lafacultad de ciencias, y el artculo hablaba de tribu-nales eclesisticos, cuestin que entonces se de-bata en todas partes. El autor examinaba algunasopiniones ajenas y expona sus puntos de vistapersonales. Lo sorprendente del artculo era el tonoy el modo de exponer las conclusiones. El resultadofue que, a la vez que no pocos clericales conside-raron al autor como correligionario suyo, los lai-cos, a incluso los ateos, aplaudieron sus ideas. Si

  • menciono este hecho es porque el eco del artculolleg a nuestro famoso monasterio, donde interesa-ba la cuestin de los tribunales eclesisticos y en elcual produjo gran perplejidad. El hecho de que elautor hubiera nacido en nuestro pueblo y fuera hijode ese Fiodor Pavivitch acrecent el intersgeneral. Y precisamente entonces apareci el autoren persona.

    Por qu vino Ivn Fiodorovitch a casa de supadre? Recuerdo que me hice esta pregunta concierta inquietud. Esta visita fatal, que tuvo tan gra-ves consecuencias, fue para m inexplicable durantemucho tiempo. En verdad era inexplicable que unhombre tan inteligente y a la vez tan orgulloso yreconcentrado se instalase, a la vista de todos, enuna casa que tan mala fama tena. Fiodor Pavlo-vitch no haba pensado nunca en l, y, aunque pornada del mundo habra dado dinero a nadie, siem-pre estaba temiendo que sus hijos se lo reclamaran.Y he aqu que lvn Fiodorovitch se instala en casade su padre, pasa a su lado un mes, dos meses, yse entiende con l de maravilla.

    No fui yo solo el que se asombr de esta buenaarmona. Piotr Alejandrovitch Miusov, del que yahemos hablado y que, aunque tena su domicilio enPars, estaba pasando una temporada en su pro-

  • piedad, fue el ms sorprendido. Trab conocimientocon el joven, con el cual rivalizaba en erudicin, y loconsider sumamente interesante.

    Es un hombre orgulloso nos deca. Sebastar siempre a s mismo. Tiene lo suficiente paramarcharse al extranjero. Qu demonios haceaqu? No hay duda de que no ha venido para sacardinero a su padre, al que, por otra parte, de ningnmodo se lo sacara. No le gusta beber ni perseguir alas muchachas. Sin embargo, el viejo ya no puedepasar sin l.

    Era verdad: el hijo ejerca una visible influenciasobre su padre, el cual, a pesar de su carcter ca-prichoso y obstinado, le daba la razn muchas ve-ces.

    Ms adelante se supo que Ivn haba llegado enparte para resolver cuestiones de intereses queafectaban a su hermano mayor, Dmitri, al que habavisto por primera vez con este motivo, pero con elque estaba ya ligado por un importante asunto, delque hablaremos con todo detalle a su debido tiem-po. Incluso cuando estuve al corriente de ello, segu-a viendo en Ivn Fiodorovitch un ser enigmtico, yen su estancia entre nosotros un hecho dificil deexplicar.

  • Aadir que actuaba como rbitro y apaciguadorentre su padre y Mitia, entonces reidos hasta elextremo de que este ltimo, Dmitri, haba intentadorecurrir a la justicia.

    Por primera vez se hallaba reunida esta familia,cuyos miembros no se haban visto jams. Slo elmenor de los hermanos, Alexei, se hallaba en lacomarca desde haca ya un ao. No es convenientehablar de l en este prembulo, es decir, antes deque salga a escena en nuestra novela. Sin embar-go, he de decir algunas cosas de este personajepara aclarar un detalle singular, y es que mi hroeaparece desde la primera escena con hbito denovicio. Desde haca un ao habitaba en nuestromonasterio y se preparaba para pasar en l todo elresto de su vida.

  • CAPITULO IVEL TERCER HIJO: ALIOCHATena veinte aos (sus hermanos Ivn y Dmitri

    tenan veinticuatro y veintiocho respectivamente).Debo advertir que Aliocha no era en modo algunoun fantico y ni siquiera, a mi entender, un mstico.Yo creo que era sencillamente un filntropo precozy que haba adoptado la vida monstica porque eralo nico que entonces le atraa, y porque represen-taba para l la ascensin radiante de su alma libe-rada de las tinieblas y de los odios de aqu abajo.Aquel camino le atraa nicamente porque habahallado en l a un ser excepcional a su juicio, elfamoso starets Zsimo, al que se entreg con todoel fervor insaciable de su corazn de novicio. Desdela cuna se haba mostrado como un ser distinto alos dems. Ya he dicho que habiendo perdido a sumadre a los cuatro aos, se acord toda su vida desu rostro y de sus caricias como se recuerdan losde un ser viviente. Estos recuerdos pueden persis-tir (todos lo sabemos), aunque procedan de unaedad ms temprana, pero son tan slo como puntosluminosos en las tinieblas, como fragmentos de uninmenso cuadro desaparecido. ste era el caso de

  • Aliocha. Se acordaba de un bello atardecer estivalen que por la abierta ventana penetraban los rayosoblicuos del sol poniente. En un rincn de la estan-cia haba una imagen con una vela encendida, yante la imagen estaba su madre, arrodillada, gi-miendo y sollozando violentamente, como en unacrisis de nervios. La infeliz lo tena en brazos, loestrechaba en ellos hasta casi ahogarlo y rogabapor l a la Santa Virgen. En un momento en que lamadre afloj el abrazo para acercar el nio a laimagen, el ama, aterrada, lleg corriendo y se loquit de los brazos.

    Aliocha se acordaba del semblante de su madrelleno de sublime exaltacin, pero no le gustabahablar de ello. En su infancia y en su juventud semostr concentrado a incluso taciturno, no por timi-dez ni por adusta misantropa, sino por una especiede preocupacin interior, tan profunda que le haciaolvidarse de lo que l rodeaba.

    Sin embargo, amaba a sus semejantes, y sinque nadie le tomara por tonto, tuvo fe en ellos du-rante toda su vida. Haba en l algo que revelabaque no quera erigirse en juez de los dems. Inclusopareca admitirlo todo sin reprobacin, aunque aveces con profunda tristeza. Desde su juventud fueinaccesible al asombro y al temor.

  • Al cumplir los veinte aos en casa de su padre,donde reinaba el ms bajo libertinaje, esta vida sehizo intolerable para su alma casta y pura, y se re-tir en silencio, sin censurar ni despreciar a nadie.Su padre, especialmente sensible a las ofensascomo buen viejo parsito, le haba dispensado unamala acogida. Se calla, pero no por eso deja depensar mal de m, deca. Pero no tard en abrazar-lo y prodigarle sus caricias. En verdad, eran lassuyas lgrimas y ternuras de borracho, pero eraevidente que senta por l un amor sincero y pro-fundo que hasta entonces no haba sentido pornadie.

    Desde su infancia, Aliocha haba contado con laestimacin de todo el mundo. La familia de su pro-tector, Eutimio Petrovitch Polienov, le tom tantocario, que todos lo consideraban como el nio dela casa. Aliocha haba llegado a este hogar a edadtan temprana, que no poda conocer la premedita-cin ni la astucia; a una edad en que se ignoran losartificios con que uno puede atraerse el favor ajenoy en que se desconoce el arte de hacerse querer.Por lo tanto, este don de atraerse las simpatas eraen l algo natural, espontneo, ajeno a todo artificio.Lo mismo ocurri en el colegio, donde los nioscomo Aliocha suelen atraerse la desconfianza, las

  • burlas a incluso el odio de sus compaeros. Desdesu infancia le gust aislarse para soar, leer en unrincn. Sin embargo, durante sus aos de colegialgoz de la estimacin de todos sus condiscpulos.No era travieso, ni siquiera alegre, pero, al obser-varlo, se vela en seguida que no era un nio triste,sino que posea un humor apacible a invariable. Noquera ser ms que nadie; acaso por esta razn anadie tema. Y sus compaeros observaban que,lejos de envanecerse de ello, proceda como si ig-norase su valor y su resolucin. Tampoco conocael rencor: una hora despus de haber recibido unaofensa, diriga la palabra al ofensor con toda natura-lidad, como si no hubiera pasado nada entre ellos.No es que diera muestras de haber olvidado laofensa, ni de haberla perdonado, sino que no seconsideraba ofendido, y con esto se captaba laestimacin de los nios.

    Slo un rasgo de su carcter incitaba a suscompaeros a burlarse de l, aunque no por mal-dad, sino por diversin: Aliocha era pudoroso y cas-to hasta lo inaudito. No poda soportar ciertas ex-presiones ni ciertos comentarios sobre las mujeres,que, para desgracia nuestra, son tradicionales enlas escuelas rusas. Muchachos de alma y coraznpuros, todava casi nios, se deleitan en conversa-

  • ciones a imgenes que a veces repugnan incluso alos ms rudos soldados. Adems, stos saben me-nos de tales cuestiones que los jovencitos de nues-tra buena sociedad. No hay en ello bien se vecorrupcin ni cinismo verdaderos, pero stos exis-ten en apariencia, y, generalmente, esos mucha-chos ven en tal proceder algo delicado, exquisito,digno de imitarse. Al ver que Aliocha Karamazov setapaba los odos cuando se hablaba de estas cosas,sus compaeros le cercaban, le apartaban las ma-nos a viva fuerza y le decan obscenidades a gritos.Alexei se debatia, se tiraba al suelo, se tapaba lacara, y soportaba la ofensa en silencio y sin enfa-darse. Al fin le dejaban en paz, cesaban de llamarlejovencita a incluso se compadecan de l. Aliochafigur siempre entre los mejores alumnos, peronunca aspir al primer puesto.

    Despus de la muerte de su protector, fue todav-a dos aos ms al colegio. La viuda emprendimuy pronto un viaje a Italia con toda la familia, quese compona tan slo de mujeres. Aliocha fue a vivirentonces a casa de dos parientas lejanas del difun-to, a las que no haba visto jams. No saba en qucondiciones habitaba en aquella casa. Era propio del no preocuparse por el gasto que pudiera reportara las personas con quienes viva. En este aspecto

  • era el polo opuesto a su hermano mayor, Ivn, quehaba conocido la pobreza en sus dos primerosaos de universidad y para el que desde su infanciahaba sido un tormento comer el pan de un protec-tor. Pero no se poda juzgar severamente este ras-go del carcter de Alexei, pues bastaba conocerleun poco para convencerse de que era uno de esosbonachones capaces de dar toda su fortuna lo mis-mo para una buena obra que para los manejos deun profesional de la estafa. Desconoca el valor deldinero: cuando le daban algunas monedas, las lle-vaba en el bolsillo varias semanas sin saber quhacer de ellas, o las gastaba en un abrir y cerrar deojos. Cuando Piotr Alejandrovitch Miusov, suma-mente quisquilloso en lo concerniente a la honesti-dad burguesa, conoci ms tarde a Alexei, lo des-cribi de este modo: Es tal vez el nico hombre delmundo que, encontrndose sin recursos en unagran ciudad para l desconocida, no se morira dehambre ni de fro, pues en seguida acudira alguiena alimentarle y a ayudarle. De lo contrario, l mismosaldra del trance, sin inquietarse ni sentirse humi-llado, y para la gente sera un placer prestarle unservicio.

    Un ao antes de terminar sus estudios, dijo depronto a las dos damas que se iba a casa de su

  • padre para llevar a cabo cierto propsito. Ellas losintieron en el alma. No consintieron que empearael reloj que le haba regalado la familia de su protec-tor antes de partir para el extranjero, y le dieronropa y dinero. De ste Aliocha les devolvi la mitad,diciendo que quera viajar en tercera.

    Cuando su padre le pregunt por qu no habaterminado los estudios, l no le contest, peroquedse ms pensativo que de costumbre. Prontose supo que buscaba la tumba de su madre. Enton-ces Aliocha declar que slo para esto haba hechoel viaje. Pero, seguramente, no era sta la nicacausa. Sin duda, no habra podido explicar qurepentino impulso haba obedecido para emprenderuna ruta nueva a ignorada. Fiodor Pavlovitch nohaba podido orientarle en la busca de la sepultura:haban transcurrido ya demasiados aos desde sumuerte para que se acordase de dnde estaba.

    Digamos dos palabras sobre Fiodor Pavlovitch.Haba estado ausente mucho tiempo. Tres o cuatroaos despus de la muerte de su segunda esposaparti para el medioda de Rusia y se estableci enOdesa, donde conoci a toda clase de judos y jud-as y termin por tener entrada no slo en los hoga-res judos, sino tambin en los hebreos. Sin duda,durante este tiempo haba perfeccionado su arte de

  • acumular dinero y manejarlo. Reapareci en nuestropueblo tres aos antes de la llegada de Aliocha. Susantiguas amistades lo vieron muy envejecido, paralos aos que tena, que no eran muchos. Se mostrms procaz que nunca. El antiguo bufn experimen-taba ahora la necesidad de rerse de sus semejan-tes. Se entreg a sus hbitos licenciosos de un mo-do ms repulsivo que antes y foment la aperturade nuevas tabernas en nuestro distrito. Se le atribu-a una fortuna de cien mil rubios o poco menos, ypronto tuvo numerosos deudores que respondan desus deudas con slidas garantas. ltimamente, supiel se haba arrugado, su estado de nimo cambia-ba a cada momento y Fiodor Pavlovitch perda eldominio de si mismo. Era incapaz de concentrarse,estaba como idiotizado y sus borracheras eran cadavez mayores. De no contar con Grigori, que tambinhaba envejecido mucho y que le cuidaba a vecescomo un ayo, la existencia de Fiodor Pavlovitchhabra sido una sucesin de dificultades. La llegadade Aliocha influy considerablemente en su nimo:recuerdos que dorman desde haca mucho tiempoen el alma de aquel anciano prematuro despertaronentonces. Sabes que te pareces a la endemo-niada?, le deca a su hijo, mirndolo. As llamabaa su segunda esposa.

  • Grigori. indic a Aliocha la tumba de la ende-moniada. Lo condujo al cementerio y, en un apar-tado rincn, le mostr una modesta lpida dondeestaban grabados el nombre, la edad, la condicin yla fecha de la muerte de la difunta. Debajo habauna cuarteta como las que suelen verse en las tum-bas de la gente de clase media. Lo notable es quela lpida haba sido idea de Grigori. La haba hechocolocar l a su costa en la tumba de la pobre en-demoniada, despus de haber importunado a sudueo con sus alusiones. ste haba partido al finpara Odesa, encogindose de hombros con un ges-to de indiferencia para la tumba y para todos susrecuerdos.

    Ante la sepultura de su madre, Aliocha no de-mostr emocin alguna: escuch el relato que lehizo gravemente Grigori sobre la colocacin de lalpida, se reconcentr unos momentos y se retirsin decir palabra. Despus, en todo un ao no volvial cementerio ni una sola vez.

    El episodio de la lpida produjo en Fiodor Pavlo-vitch un efecto inesperado: llev al monasterio milrublos para el descanso del alma de su esposa,pero no de la segunda, la endemoniada, sino dela primera, la que le vapuleaba. Aquella misma tar-de se emborrach y empez a hablar mal de los

  • monjes en presencia de Aliocha. Fiodor Pavlovitchera un alma dura que no haba puesto jams uncirio ante una imagen. La sensibilidad y la imagina-cin de semejantes individuos tienen a veces impul-sos tan repentinos como extraos.

    Ya he dicho que su rostro se haba cubierto dearrugas. Su fisonoma presentaba las huellas de lavida que haba llevado. A las bolsas que pendanbajo sus ojillos siempre procaces, retadores, mali-ciosos; a las profundas arrugas que surcaban sucarnoso rostro, haba que aadir un mentn puntia-gudo y una nuez prominente que le daban un re-pugnante aspecto de sensualidad. Completaban elcuadro una boca grande, de abultados labios, quedejaba entrever los negros restos de sus dientescarcomidos y que lanzaba al hablar salpicaduras desaliva. Sin embargo, le gustaba bromear acerca desu cara, de la que estaba muy satisfecho, sobretodo de su nariz, no demasiado grande, fina y agui-lea.

    Es una autntica nariz romana deca. Conesta nariz y con mi nuez parezco un patricio de ladecadencia del imperio.

    Estaba verdaderamente orgulloso de bstos ras-gos.

  • Algn tiempo despus de haber visto la tumbade su madre, Aliocha dijo a Fiodor Pavlovitch quequera ingresar en un monasterio, donde los monjesestaban dispuestos a admitirlo como novicio. Aadique lo deseaba ardientemente y que imploraba suconsentimiento. El viejo estaba enterado de que elstarets Zsimo haba producido profunda impresinen su bondadoso hijo.

    Ese starets es, a buen seguro, el ms honestode nuestros monjes dijo despus de haber escu-chado a Aliocha, silencioso y pensativo, y sin asom-brarse de su peticin. Eso quieres hacer, mibuen Aliocha?

    Estaba algo bebido. Tuvo una sonrisa sutil y as-tuta, de borracho.

    Ya saba yo que llegaras a eso... Bien, sea.T tienes dos mil rublos: sta ser tu dote. Yo,ngel mo, no te abandonar nunca y pagar por titodo lo que sea necesario... si nos lo piden. Si nonos piden nada, para qu entrometernos? No teparece? T necesitas tan poco dinero como alpisteun canario... A propsito: conozco un casero,prximo a cierto monasterio, que est habitado ex-clusivamente por las esposas de los monjes ,como se las llama. Hay unas treinta... Yo he ido aesa aldea. Es interesante, algo que se sale de lo

  • corriente. Lo malo es que no hay all ms que rusas;no se ve ni una sola francesa. Bien podra haberfrancesas, porque los fondos no faltan. Cuandoellas lo sepan, acudirn... En nuestro monasterio nohay mujeres; slo doscientos monjes. Ayunan cons-cientemente, no lo dudo... De modo que quieresabrazar la religin? Esto es una pena para m, Alio-cha. Me haba acostumbrado a tenerte conmigo...Sin embargo, esto significa para mi una buena oca-sin, ya que podrs rogar por nosotros, los pecado-res que no tenemos limpia la conciencia. Ms deuna vez me haba preguntado: quin rogar porm? Mi querido Aliocha, yo soy un ignorante sobreestas cuestiones. No lo dudes: un ignorance en todaregla. Sin embargo, a pesar de mi estupidez, re-flexiono a veces y me digo que los demonios mearrastrarn con sus garfios cuando me muera. Y mepregunto: de dnde salen esos garfios? Son dehierro? Dnde los forjan? Tendrn los demoniosuna fbrica?... Los religiosos estn seguros de queel infierno tiene techo. Yo creo de buen grado en elinfierno, pero en un infierno sin techo, como el delos luteranos. Esto resulta ms fino, y adems es uninfierno mejor iluminado. Tal vez me digas que quimporta que tenga o no techo. Pues s que importa,pues si no hay techo, no hay ganchos, y entonces

  • no me podrn colgar. Y si no me cuelgan, dndeest la justicia del otro mundo? Habra que inventarlos ganchos para m, slo para m. Si t supieras,Aliocha, lo sinvergenza que soy!

    All no hay ganchos dijo Aliocha en voz bajay mirando a su padre gravemente.

    Entonces habr sombras de ganchos. S, yas. Un francs describe as el infierno:

    He visto la sombra de un cocheroque con la sombra de un cepillofrotaba la somra de una carroza .

    Cmo sabes, querido, que all no hay gan-chos? Cuando ests en el monasterio, entrate bieny ven a informarme. Me ir ms tranquilo al otromundo cuando sepa lo que pasa all. Ser mejorpara ti estar con los monjes que conmigo, viejo bo-rracho, rodeado de muchachas..., aunque t erescomo un ngel y ests por encima de todo esto. Poreso lo dejo ir, aunque pienso que tal vez all ocurralo mismo. En ese caso, como no eres tonto, tu fer-vor se extinguir y volvers curado. Y yo lo recibircon los brazos abiertos, pues eres el nico que nome censuras, mi amado hijo. Y ante esto no puedomenos de conmoverme.

  • Y empez a lloriquear. Estaba sentimental: consu maldad se haba mezclado el sentimentalismo.

  • CAPITULO VLOS STARTSYEl lector se imaginar tal vez a mi hroe como

    un ser plido, soador, enfermizo. Por el contrario,Aliocha era un joven (diecinueve aos) de buenafigura y desbordante de salud. Era alto, de cabelloscastaos, rostro regular aunque un tanto alargado,mejillas coloradas, ojos de un gris profundo, gran-des, brillantes, y expresin pensativa y serena. Seme dir que tener las mejillas coloradas no impideser un mstico fantico. Pues bien, me parece queAliocha era tan realista como el primero. Ciertamen-te, crea en los milagros, pero, a mi modo de ver, losmilagros no afectan al realista, pues no le llevan acreer. El verdadero realista, si es incrdulo, hallasiempre en s mismo la voluntad y la energa parano creer en el milagro, y si ste se le presenta comoun hecho incontrastable, dudar de sus sentidosantes que admitir el hecho. Y si lo admite, lo consi-derar como un hecho natural que anteriormente noconoca. Para el realista no es la fe lo que nace delmilagro, sino el milagro el que nace de la fe. Si elrealista adquiere fe, ha de admitir tambin el mila-gro, en virtud de su realismo. El apstol Santo

  • Toms dijo que slo crea lo que vea, y despusexclam: Seor mo y Dios mo! Haba sido elmilagro lo que le haba obligado a creer? Probable-mente, no. Crey porque deseaba creer, y tal vezllevaba ya una fe ntegra en los repliegues msocultos de su corazn cuando afirmaba que no creanada que no hubiera visto.

    Se dir, sin duda, que Aliocha no estaba comple-tamente formado, puesto que no haba terminadosus estudios. Esto es verdad, pero sera una injusti-cia deducir de ello que el muchacho era obtuso onecio. Repito que escogi este camino solamenteporque entonces era el nico que le atraa, ya querepresentaba la ascensin hacia la luz, la liberacinde su alma de las tinieblas. Adems, era un jovende nuestra poca, es decir, vido de verdades, deesos que buscan la verdad con ardor y que, una vezque la encuentran, se entregan a ella con todo elfervor de su alma, anhelantes de realizaciones, y semuestran dispuestos a sacrificarlo todo, incluso lavida, por sus fines. Lo malo es que estos jvenes nocomprenden que suele ser ms fcil sacrificar lavida que dedicar cinco o seis aos de su hermosajuventud al estudio, a la ciencia aunque slo seapara multiplicar sus posibilidades de servir a la ver-

  • dad y alcanzar el fin deseado, lo que supone paraellos un esfuerzo del que no son capaces.

    Aliocha haba elegido el camino opuesto al de lajuventud en general, pero con el mismo afn derealidades inmediatas. Apenas se hubo convencido,tras largas reflexiones, de que Dios y la inmortalidaddel alma existan, se dijo que quera vivir para al-canzar la inmortalidad. Del mismo modo, si hubierallegado a la conclusin de que no existan ni la in-mortalidad del alma ni Dios, se habra afiliado alsocialismo y al ateismo. Porque el socialismo no esslo una doctrina obrera, sino que representa elatesmo en su forma contempornea; es la cuestinde la torre de Babel, que se construy a espaldasde Dios no por alcanzar el cielo desde la tierra, sinopor bajar a la tierra el cielo.

    A Aliocha le pareci imposible seguir viviendocomo habla vivido hasta entonces. Se dijo: Si quie-res ser perfecto, da todo lo que tienes y sgueme.Y luego pens: No puedo dar slo dos rublos envez de darlo todo, ni limitarme a ir a misa en vez deseguirle. Acaso entre los recuerdos de su infanciaconservaba el del monasterio, adonde su madrepudo llevarle para asistir a alguna funcin religiosa.Tal vez haba obedecido a la influencia de los rayosoblicuos del sol poniente, al recuerdo de aquel atar-

  • decer en que se hallaba ante la imagen hacia lacual lo acercaba su madre, la endemoniada. Lleg anuestro pueblo pensativo, preguntndose si aquhabra que darlo todo o solamente dos rublos, y seencontr en el monasterio con el starets.

    Me refiero al starets Zsimo, del que ya hehablado antes. Convendra decir unas palabras delpapel que desempean los startsy en nuestros mo-nasterios. Lamento no tener la competencia necesa-ria en esta cuestin, pero intentar tratar el asuntosomeramente. Los especialistas competentes afir-man que la institucin apareci en los monasteriosrusos en una poca reciente, hace menos de unsiglo, siendo as que en todo el Oriente ortodoxo, ysobre todo en el Sina y en el monte Athos, existedesde hace mil aos. Se dice que los startsy debande existir en Rusia en una remota antigedad, peroque a consecuencia de una serie de calamidades ydisensiones que sobrevinieron, como la interrupcinde las seculares relaciones con Oriente y la cadade Constantinopla, esta institucin desapareci ennuestro pas. Andando el tiempo resurgi por impul-so de uno de nuestros ms grandes ascetas, Pai-sius Velitchkovski, y de sus discpulos; pero hatranscurrido ya un siglo y an no rige sino en unreducido nmero de monasterios. Adems, no st

  • libre de persecuciones, por considerarla como unainnovacin en Rusia. Floreci especialmente en elfamoso monasterio de Kozelskaia Optyne. Ignorocundo y por iniciativa de quin se implant ennuestro monasterio, pero por l haban pasado yatres startsy: Zsimo era el ltimo. Apenas tena yavida, tan dbil y enfermo estaba, y nadie saba porquin sustituirle. Para nuestro monasterio, estoconstitua un grave problema. Era un monasterioque no se haba distinguido en nada. No tena nireliquias santas ni imgenes milagrosas; no contabacon hechos histrcos ni con servicios prestados ala patria, pues todas sus gloriosas tradiciones eransimples detalles de nuestra historia. Lo nico que lehaban dado fama eran sus startsy, a los que losperegrinos venan a ver y or en grandes gruposdesde todos los lugares del pas, teniendo a vecesque recorrer millares de verstas.

    Qu es un starets? Un starets es el que absor-be nuestra alma y nuestra voluntad y hace que nosentreguemos a l, obedecindole en todo y conabsoluta resignacin. El penitente se somete volun-tariamente a esta prueba, a este duro aprendizaje,con la esperanza de conseguir, tras un largo pero-do, tras toda una vida de obediencia, la libertad ante

  • si mismo, y evitar as la suerte de los que viven sinhacer jams el hallazgo de su propio ser.

    La institucin de los startsy procede de unaprctica milenaria oriental. Los deberes hacia elstartsy son muy distintos de la obediencia que haexistido siempre en los monasterios rusos. La con-fesin del militante al starets es perpetua y el lazoque une al starets confesor con el que se confiesa,indisoluble. Se cuenta que, en los primeros tiemposdel cristianismo, un novicio, despus de haber falta-do a un deber prescrito por su starets, dej su mo-nasterio de Siria y se traslad a Egipto. All realizactos sublimes, y al fin se le juzg digno de sufrir elmartirio por la fe. Y cuando la Iglesia iba a enterrar-lo, reverencindolo ya como un santo, y el diconopronunci las palabras que los catecmenos sal-gan, el atad que contena el cuerpo del mrtir selevant de donde estaba y fue lanzado al exteriordel templo tres veces seguidas. Al fin se supo que elsanto mrtir haba dejado a su starets y faltado a laobediencia que le deba, y que, por lo tanto, slo deeste ltimo poda obtener el perdn, a pesar de suvida sublime. Se llam al starets, ste le deslig dela obediencia que le haba impuesto y entonces elmrtir pudo ser enterrado sin dificultad.

  • Sin duda, esto no es ms que una antigua le-yenda, pero he aqu un hecho reciente:

    Un religioso viva retirado en el monte Athos, porel que senta verdadera adoracin y en el que veaun santuario y un lugar de recogimiento. Un da, sustarets le orden que fuera a Jerusaln para cono-cer los Santos Lugares y despus se trasladara alnorte, a un punto de Siberia.

    All est tu puesto, no aqu le dijo el starets.El monje, consternado, fue a visitar al patriarca

    de Constantinopla y le suplic que le relevara de laobediencia. El jefe de la Iglesia le contest que ni lni nadie en el mundo, excepto el starets del quedependa, poda eximirle de sus obligaciones.

    Por lo tanto, en ciertos casos, los startsy poseenuna autoridad sin lmites. Por eso en muchos denuestros monasterios esta institucin se rechaz alprincipio. Pero el pueblo testimoni en seguida unagran veneracin a los startsy. La gentes ms mo-destas y las personas ms distinguidas venan enmasa a prosternarse ante los stortsy de nuestrosmonasterios para exponerles sus dudas, sus peca-dos y sus cuitas y pedirles les guiasen y aconseja-ran. Ante esto, los adversarios de los startsy lesacusaban, entre otras cosas, de profanar arbitraria-mente el sacramento de la confesin, ya que las

  • continuas confidencias del novicio o del laico alstarets no tienen en modo alguno carcter de unsacramento. Sea como fuere, la institucin de losstartsy se ha mantenido y se va implantando gra-dualmente en los monasterios rusos. Verdad es queeste sistema ya milenario de regeneracin moral,mediante el cual pasa el hombre, al perfeccionarse,de la esclavitud a la libertad, puede ser un arma dedos filos, ya que, en vez de la humildad y el dominiode uno mismo, puede fomentar un orgullo satnico yhacer del hombre un esclavo, no un ser libre.

    El starets Zsimo tena sesenta y cinco aos.Descenda de una familia de hacendados. En sujuventud haba servido en el Cucaso como oficialdel Ejrcito. Sin duda, Aliocha se haba sentidocautivado por la distincin particular de que el sta-rets le haba hecho objeto al permitirle que habitaraen su misma celda, sin contar con la estimacin quele profesaba. Hay que advertir que Aliocha, aunqueviva en el monasterio, no se haba comprometidocon ningn voto. Poda ir a donde se le antojara ypasar fuera del monasterio das enteros. Si llevabael hbito era por su propia voluntad y porque noquera distinguirse de los dems habitantes del con-vento.

  • Es muy posible que en la imaginacin juvenil deAliocha hubieran causado una impresin especial-mente profunda la gloria y el poder que rodeabancomo una aureola al starets Zsimo. Se contaba delfamoso starets que, a fuerza de recibir, desde hacamuchos aos, a los numerosos peregrinos queacudan a l para expansionar su corazn vido deconsejos y consuelo, haba adquirido una singularperspicacia. Le bastaba mirar a un desconocidopara adivinar la razn de su visita, lo que necesitabae incluso lo que atormentaba su conciencia. El peni-tente quedaba sorprendido, confundido, y a vecesatemorizado, al verse descubierto antes de haberpronunciado una sola palabra.

    Aliocha haba observado que muchos de los queacudan por primera vez a hablar con el staretsZsimo llegaban con el temor y la inquietud refleja-dos en el semblante y que despus, al mrcharse,la cara antes ms sombra estaba radiante de satis-faccin. Tambin le sorprendia el hecho de que elstarets, lejos de mostrarse severo, fuera un hombreincluso jovial. Los monjes decan que tomaba afectoa los ms grndes pecadores y que los estimaba enproporcin con sus pecados. Incluso entonces,cuando estaba ya tan cerca del fin de su vida,Zsimo despertaba envidias y tena enemigos entre

  • los monjes. El nmero de los enemigos disminua,pero entre ellos figuraba cierto anciano taciturno yriguroso ayunador, que gozaba de gran prestigio, alque acompaaban otros religiosos destacados.Pero los partidarios del starets formaban una mayo-ria abrumadora; stos sentan gran cario por l yalgunos le profesaban una adoracin fantica. Susadictos decan en voz baja que era un santo, preve-an su prximo fin y esperaban que pronto haragrandes milagos que cubriran de gloria al monaste-rio. Alexei crea ciegamente en el poder milagrosode su starets, del mismo modo que daba crdito a laleyenda del atad lanzado al exterior de la iglesia.Era frecuente que se presentaran a Zsimo hijos opadres enfermos para que les aplicara la mano odijese una oracin por ellos. Aliocha vea a muchosde los portadores volver muy pronto, a veces almismo da siguiente, para arrodillarse ante el staretsy darle las gracias por haber curado a sus enfer-mos. Exista la curacin o se trataba tan slo deuna mejora natural? Aliocha ni siquiera se hacaesta pregunta: crea ciegamente en la potencia espi-ritual de su maestro y consideraba la gloria de stecomo un triunfo propio. Su corazn lata con violen-cia y su rostro se iluminaba cuando el starets sala ala puerta del convento para recibir a la multitud de

  • peregrinos que le esperaba, compuesta principal-mente por gentes sencillas que llegaban de todoslos lugares de Rusia para verle y recibir su bendi-cin. Se arrodillaban ante l, lloraban, besaban suspies y el suelo que pisaba y, entre tanto, no cesa-ban de proferir gritos. El starets les hablaba, recita-ba una corta oracin, les daba la bendicin y losdespeda.

    ltimamente estaba tan dbil a causa de susachaques, que pocas veces poda salir de su celda,y los peregrinos, en algunas ocasiones, esperabansu aparicin das enteros. Aliocha no se preguntabapor qu le queran tanto, por qu se arrodillabanante l, derramando lgrimas de ternura. Se dabaperfecta cuenta de que para el alma resignada delsencillo pueblo ruso, abrumada por el trabajo y lospesares, y sobre todo por la injusticia y el pecadocontinuos tanto los propios como los ajenos, nohaba mayor necesidad ni consuelo ms dulce quehallar un santuario o un santo ante el cual caer derodillas y adorarlo dicindose: El pecado, la menti-ra y la tentacin son nuestro patrimonio, pero hayen el mundo un hombre santo y sublime que poseela verdad, que la conoce. Por lo tanto, la verdaddescender algn da sobre la tierra, como se nosha prometido.

  • Aliocha saba que el pueblo siente a incluso ra-zona as, y estaba tan seguro como aquellos aldea-nos y aquellas mujeres enfermas que acudan consus hijos de que el starets Zsimo era un santo y undepositario de la verdad divina. El convencimientode que el starets proporcionara despus de sumuerte una gloria extraordinaria al monasterio eraen l ms profundo acaso que en los monjes. Des-de haca algn tiempo, su corazn arda, y estallama interior era cada vez ms poderosa. No lesorprenda ver el aislamiento en que viva el starets.Eso no importa se deca. En su corazn seencierra el misterio de la renovacin para todos, esepoder que instaurar al fin la justicia en la tierra.Entonces todos sern santos y todos se amarnentre s. No habr ricos ni pobres, personas distin-guidas ni seres humildes. Todos sern simples hijosde Dios y entonces conoceremos el reinado de Cris-to. As soaba el corazn de~liocha.

    En Alexi haba producido extraordinaria impre-sin la llegada de sus dos hermanos. Haba simpa-tizado ms con Dmitri, aunque ste haba llegadoms tarde. En cuanto a Ivn, se interesaba muchopor l, pero no congeniaban. Ya llevaban dos me-ses vindose con frecuencia, y no exista entre ellosningn lazo de simpata. Aliocha era un ser taciturno

  • que pareca estar siempre esperando no se sabaqu y tener vergenza de algo. Al principio, Ivn lomir con curiosidad, pero pronto dej de prestarleatencin. Aliocha qued entonces algo confuso, yatribuy la actitud de su hermano a sus diferenciasde edad a instruccin. Pero tambin pens que laindiferencia que le demostraba Ivn poda procederde alguna causa que l ignoraba. Ivn pareca ab-sorto en algn asunto importante, en algn propsi-to dificil. Esto justificara la falta de inters con quele trataba. Aliocha se pregunt igualmente si en laactitud de su hermano no habra algo del desprecionatural en un sabio ateo hacia un pobre novicio.Este desprecio, si exista, no le poda ofender, peroAliocha esperaba, con una vaga alarma que nolograba explicarse, el momento en que su hermanopudiera intentar acercarse a l. Dmitri hablaba deIvn con un profundo y sincero respeto. Explic aAliocha con todo detalle el importante negocio quelos haba unido estrechamente. El entusiasmo conque Dmitri hablaba de Ivn impresion profunda-mente a Aliocha, ya que Dmitri, comparado con suhermano, era poco menos que un ignorante. Suscaracteres eran tan distintos, que no podan existirdos seres ms dispares.

  • Entonces se celebr en la celda del starets lareunin de aquella familia tan poco unida, reuninque influy en Aliocha extraordinariamente. El pre-texto que la motiv fue, en realidad, falso. El des-acuerdo entre Dmitri y su padre sobre la herenciade su madre haba llegado al colmo. Las relacionesentre padre a hijo se haban envenenado hastaresultar insoportables. Fue Fiodor Pavlovitch el quesugiri, chancendose, que se reunieran todos en lacelda del starets. Sin recurrir a la intervencin delreligioso se habra podido llegar a un acuerdo mssincero, ya que la autoridad y la influencia del sta-rets podan imponer la reconciliacin. Dmitri, que nohaba estado nunca en el monasterio ni visto alstarets Zsimo, crey que su padre le quera atemo-rizar, y acept el desafo. En ello influy tal vez elhecho de que se reprochaba a si mismo secreta-mente ciertas brusquedades en su querella conFiodor Pavlovitch. Hay que advertir que Dmitri noviva, como Ivn, en casa de su padre, siho en elotro extremo de la poblacin.

    A Piotr Alejandrovitch Miusov, que estaba pa-sando una temporada en sus posesiones, le sedujola idea. Este liberal a la moda de los aos cuarentay cincuenta, librepensador y ateo, tom parte activaen el asunto, tal vez porque estaba aburrido y vio en

  • ello una diversin. De sbito le acometi el deseode ver el convento y al santo. Como su antiguopleito con el monasterio no haba terminado an el litigio se basaba en la delimitacin de las tierras yen ciertos derechos de pesca y tala de rboles,pudo utilizar el pretexto de que pretendia resolver elasunto amistosamente con el padre abad. Un visi-tante animado de tan buenas intenciones poda serrecibido en el monasterio con muchos ms mira-mientos que un simple curioso. Todo ello dio lugar aque se pidiera insistentemente al starets que acep-tara el arbitraje, aunque el buen viejo, debido a suenfermedad, ya no sala nunca de su celda ni recib-a a ningn visitante. El starets Zsimo dio su con-sentimiento y fij la fecha.

    A quin se le ha ocurrido nombrarme juez eneste asunto? se limit a preguntar a Aliocha conuna sonrisa.

    Ante el anuncio de esta reunin, Aliocha se sintiprofundamente inquieto. El nico de los asistentesque poda tomar en serio la conferencia era Dmitri.Los dems acudiran para divertirse y su conductapoda ser ofensiva para el starets. Aliocha estabaseguro de ello. Su hermano Ivn y Miusov iran almonasterio por pura curiosidad, y su padre parahacer el payaso. Aunque Aliocha hablaba poco,

  • conoca a su padre perfectamente, pues, como yahe dicho, este muchacho no era tan cndido comose crea. Por eso esperaba con inquietud el dasealado. No caba duda de que senta verdaderosdeseos de que cesara el desacuerdo en su familia,pero lo que ms le preocupaba era su starets. Tem-a por l, por su gloria; le desazonaba la idea de lasofensas que pudieran causarle, especialmente lasburlas de Miusov y las reticencias del erudito Ivn.Pens incluso en prevenir al starets, en hablarle delos visitantes circunsanciales que iba a recibir; peroreflexion y no le dijo nada.

    La vspera del da sealado, Aliocha mand adecir a Dmitri que lo quera mucho y que esperabaque cumpliera su promesa. Dmitri, que no se acor-daba de haber prometido nada, le respondi onuna carta en la que le deca que hara todo lo posi-ble por no coneter ninguna bajeza; que aunquesenta gran respeto por el starets y por Ivn, vea enaquella reunin una trampa o una farsa indigna.Sin embargo, antes me tragar la lengua que co-meter una falta de respeto contra ese hombre al quet veneras, deca Dmitri finalmente.

    Esta carta no tranquiliz a Aliocha.

  • LIBRO II

    UNA REUNIN FUERA DE LUGAR

  • CAPITULO PRIMEROLLEGADA AL MONASTERIOTerminaba el mes de agosto. El tiempo era exce-

    lente: temperatura agradable y cielo despejado. Lareunin en la celda del starets se tena que celebrarinmediatamente despus de la ltima misa, a lasonce y media. Los conferenciantes llegaron a lahora fijada, en dos vehculos. El primero, una ele-gante calesa tirada por dos magnficos caballos, loocupaban Piotr Alejandrovitch Miusov y un parientelejano suyo, Piotr Fomitch Kalganov. ste era unjoven de veinte aos que se preparaba para ingre-sar en la universidad. Miusov, que lo tena en sucasa, le propuso llevarlo a Zurich o a Jena para quecompletara sus estudios; pero l no se haba deci-dido an. Era un joven pensativo y distrado, defisonoma agradable, constitucin robusta, aventa-jada estatura y mirada impasible, como es propio delas personas que no prestan atencin a nada. Podaestar mirndonos durante largo rato sin vernos. Eraun ser taciturno que a veces, cuando dialogaba asolas con alguien, se mostraba de pronto locuaz,vehemente, alborozado, sabe Dios por qu. Pero suimaginacin era como un relmpago, como un fue-

  • go que se encenda y apagaba en un segundo.Vesta bien y con cierto atildamiento. Posea unamodesta fortuna y tena esperanzas de aumentarla.Sostena con Aliocha amistosas relaciones.

    Fiodor Pavlovitch y su hijo llegaron en un cochede alquiler deteriorado, aunque bastante espacioso,tirado por dos viejos caballos que seguan a la cale-sa a una respetuosa distancia. A Dmitri se le habaanunciado el da anterior la hora de la reunin, peroan no haba llegado. Los visitantes dejaron suscoches en la posada, inmediata a los muros delrecinto, y cruzaron a pie la gran puerta de entrada.Excepto Fiodor Pavlovitch, ninguno de ellos habavisto el monasterio. Miusov, que no haba entradoen una iglesia desde haca treinta aos, miraba a unlado y a otro con una mezcla de curiosidad y des-preocupacin. Aparte la iglesia y las dependenciasy stas eran bastante vulgares, el monasteriono ofreci nada de particular a su espritu observa-dor. Los ltimos fieles que salan de la iglesia sedescubran y se santiguaban. Entre la gente delpueblo haba algunas personas de ms altas esfe-ras: dos o tres damas y un viejo general, que habandejado tambin sus coches en la posada.

    Los mendigos rodeaban a los visitantes, peronadie les daba nada. Slo Kalganov sac diez co-

  • pecs de su monedero y, turbado no se saba porqu, los entreg rpidamente a una buena mujer, ala que dijo en voz baja:

    Para que os lo repartis.Ninguno de sus compaeros hizo el menor co-

    mentario, y esto aument su confusin.Pareca lgico que alguien hubiera acudido a re-

    cibir a nuestros visitantes, a incluso a testimoniarlescierta consideracin. Uno de ellos haba entregadoen fecha reciente mil rublos al monasterio; otro eraun rico propietario que tena a los monjes bajo sudependencia en lo referente a la pesca y a la tala derboles, y los tendra hasta que se fallara el pleito.Sin embargo, all no haba ningn elemento oficialpara recibirlos.

    Miusov miraba con expresin distrada las losassepulcrales diseminadas en torno de la iglesia. Es-tuvo a punto de hacer la observacin de que losocupantes aquellas tumbas deban de haberpagado un alto precio por el derecho de ser ente-rrados en un lugar tan santo, pero guard silencio:su irritacin se haba impuesto a su irona habitual.Luego murmur como si hablara consigo mismo:

    A quin diablos hay que dirigirse en esta ca-sa de tcame Roque? Necesitamos saberlo, porqueel tiempo pasa.

  • De pronto se present ante ellos un personajede unos sesenta aos, que llevaba una amplia ves-tidura estival, calvo, de mirada amable. Con el som-brero en la mano, se present. Dijo ceceando queera el terrateniente Maximov, de la provincia deTula. Se haba compadecido del desconcierto de losvisitantes.

    El starets Zsimo habita en la ermita que esta cuatrocientos metros de aqu, al otro lado del bos-quecillo.

    Ya lo s respondi Fiodor Pavlovitch, perohace tiempo que no he estado aqu y no me acuer-do del camino.

    Salgan por esa puerta y atraviesen en lnearecta el bosquecillo. Permtanme que les acompae.Yo tambin... Por aqu, por aqu.

    Salieron del recinto y se internaron en el bosque.El hacendado Maximov avanzaba, mejor dicho,corra al lado del grupo, examinndolos a todos conuna curiosidad molesta. Al mirarlos, abra desmesu-radamente los ojos.

    Miusov dijo friamente:Hemos de ver al starets para un asunto parti-

    cular. Hemos obtenido, por decirlo as, audiencia deese personaje. Por lo tanto, y a pesar de lo muy

  • agradecidos que le estamos a usted, no podemosinvitarle a que entre con nosotros.

    Yo lo he visto ya repuso el modesto hidal-go. Un chevalier parfait.

    Quin es ce chevalier? pregunt Miusov.El starets, el famoso starets Zsimo, gloria y

    honor del monasterio. Ese starets...Su locuacidad fue interrumpida por la llegada de

    un monje con cogulla, bajito, plido, dbil. FiodorPavlovitch y Miusov se detuvieron. El religioso lossalud con extrema cortesa y les dijo:

    Caballeros, el padre abad les invita a almorzardespus de la visita de ustedes a la ermita. El al-muerzo ser exactamente a la una. Usted tambinest invitado dijo a Maximov.

    Ir afirm Fiodor Pavlovitch, encantado de lainvitacin. Me guardar mucho de faltar. Ya sabeque todos hemos prometido portarnos correctamen-te... Usted vendr, Piotr Alejandrovitch?

    Desde luego. Para qu estoy aqu sino paraobservar las costumbres del monasterio? Lo nicoque lamento es estar en compaa de usted.

    Y Dmitri Fiodorovitch sin llegar.Lo mejor que puede hacer es no venir. Ni us-

    ted ni su pleito familiar me divierten.Y aadi, dirigindose al monje:

  • Iremos a almorzar. D las gracias al padreabad.

    Perdone, pero he de conducirlos a presenciadel starets dijo el monje.

    En tal caso, yo voy a reunirme con el padreabad dijo Maximov. S, estar con l hasta queustedes vayan.

    El padre abad est muy ocupado en estosmomentos manifest el monje, un tanto confundi-do, pero haga usted lo que le parezca.

    Este viejo es un plomo dijo Miusov cuandoMaximov se hubo marchado camino del monasterio.

    Se parece a Von Sohn afirm inesperada-mente Fiodor Pavlovitch.

    Vaya una ocurrencia! En qu se parece aVon Sohn? Adems, acaso ha visto usted a VonSohn?

    S, en fotografa. Las facciones no son iguales,pero tienen una semejanza oculta. S, es un segun-do Von Sohn; basta verle la cara para comprender-lo.

    Es posible. Sin embargo, Fiodor Pavlovitch,acaba usted de recordar que hemos prometido por-tarnos correctamente. Lo ha olvidado? Procuredominarse. Si le gusta hacer el payaso, a mi me

  • molestara que se creyera que yo era igual que us-ted.

    Ya est usted viendo cmo es este hombre.Me inquieta presentarme con l ante personas res-petables.

    En los plidos labios del monje apareci una le-ve sonrisa impregnada de cierto matiz irnico. Peroel religioso no dijo palabra, evidentemente por res-peto a su propia dignidad.

    Miusov frunci todava ms las cejas.Que el diablo se lleve a todos estos hombres

    de cara modelada por los siglos y que slo llevandentro charlatanismo y falsedad!, se dijo en sufuero interno.

    He aqu la ermita! exclam Fiodor Pavlo-vitch. Hemos llegado!

    Y empez a hacer la seal de la cruz con des-aforados movimientos de brazo ante los santospintados en la parte superior y a ambos lados delportal.

    Cada uno vive como le place continu.Hay un proverbio ruso que dice atinadamente: Alreligioso de otra orden no se le impone en modoalguno tu regla. Aqu hay veinticinco padres quesiguen el camino de la salvacin, comen coles y semiran los unos a los otros. Lo que me sorprende es

  • que ninguna mujer franquee estas puertas. Sin em-bargo, he odo decir que el starets recibe mujeres.Es cierto? pregunt dirigindose al monje.

    Las mujeres del pueblo le esperan all, junto ala galera. Mrelas, all estn, sentadas en el suelo.Para las damas distinguidas se han habilitado doshabitaciones en la galera, pero que quedan fueradel recinto. Son aquellas ventanas que ve usted alli.El starets se traslada a la galera por un pasillo in-terior, cuando su salud se lo permite. Ahora hay enestas habitaciones una dama, la seora de Khokh-lakov, propietaria de Kharkhov, que quiere consul-tarle sobre una hija suya que est anmica. Sinduda le ha prometido que ir, aunque en estos lti-mos tiempos est muy dbil y apenas se deja ver.

    Por lo tanto, en la ermita hay una puerta en-treabierta a la parte de las damas. Me guardarmucho de pensar mal, padre. En el monte Athos...,usted debe de saberlo..., no solamente no se permi-ten visitas femeninas, sino que no se admite ningu-na clase de mujer ni de hembra, ni gallina, ni pava,ni ternera.

    Le dejo, Fiodor Pavlovitch. A usted le van aechar: eso se lo digo yo.

    Pero en qu le he molestado, Piotr Alejan-drovitch?

  • Y cuando entraron en el recinto, exclam desbito:

    Mire, mire! Viven en un verdadero mar de ro-sas.

    No se vean rosas, porque entonces no las hab-a, pero s gran difusin de flores de otoo, magnfi-cas y raras. Sin duda las cuidaba una mano exper-ta. Haba macizos alrededor de la iglesia y de lastumbas. Tambin estaba cercada de flores la casitade madera (una simple planta baja precedida deuna galera) donde se hallaba la celda del starets.

    Estaba todo lo mismo en la poca de Barsa-nufe, el precedente starets? Dicen que era un hom-bre poco fino y que, cuando se enfureca, la em-prendia a bastonazos incluso con las damas. Esesto verdad? indag Fiodor Pavlovitch mientrassuban los escalones del prtico.

    Barsanufe repuso el monje se comportabaa veces como si hubiese perdido la razn, perocuntas falsedades se cuentan de l! Nunca diobastonazos a nadie... Ahora, caballeros, tengan labondad de esperar unos instantes. Voy a anunciar-los.

    Entonces Miusov murmur una vez ms:Se lo repito, Fiodor Pavlovitch: recuerde lo

    convenido. Si no, all usted.

  • Me gustara saber qu es lo que le preocupatanto dijo, burln, Fiodor Pavlovitch. Son suspecados lo que le inquietan? Dicen que el staretsZsimo lee en el alma de las personas con slo unamirada. Pero no comprendo que usted, un parisien-se, un progresista, haga caso de estas cosas. Mesorprende profundamente.

    Miusov no pudo tener la satisfaccin de contes-tar a este mordaz comentario, pues en ese momen-to los invitaron a pasar.

    Estaba furioso, y, en su irritacin, se deca:S que, con lo nervioso que soy, voy a discutir,

    a acalorarme..., a rebajarme y a rebajar mis ideas.

  • CAPTULO IIUN VIEJO PAYASOEntraron casi al mismo tiempo que el starets, el

    cual haba salido de su dormitorio apenas llegaronlos visitantes. stos entraron en la celda precedidospor dos religiosos de la ermita: el padre bibliotecarioy el padre Pasius, hombre enfermizo a pesar de suedad poco avanzada, pero notable por su erudicin,segn decan. Adems, haba all un joven que lle-vaba un redingote y que deba de frisar en los vein-tids aos. Era un antiguo alumno del seminario,futuro telogo, al que protega el monasterio. Eraalto, de tez fresca, pmulos salientes y ojillos oscu-ros y vivos. Su rostro expresaba cortesa, pero noservilsmo. No salud a los visitantes como un igual,sino como un subalterno, y permaneci de pie du-rante toda la conferencia.

    El starets Zsimo se present en compaa deun novicio y de Aliocha. Los religiosos se pusieronen pie y le hicieron una profunda reverencia, tocan-do el suelo con las puntas de los dedos. Despusrecibieron la bendicin del starets y le besaron lamano. El starets les contest con una reverenciaigual hasta tocar con los dedos el suelo y lespidi lo bendijesen. Esta ceremonia, revestida de

  • grave solemnidad y desprovista de la superficialidadde la etiqueta mundana, no careca de emocin. Sinembargo, Miusov, que estaba delante de sus com-paeros, la consider premeditada. Cualesquieraque fuesen sus ideas, la simple educacin exigaque se acercara al starets para recibir su bendicin,aunque no le besara la mano. El da anterior habadecidido hacerlo as, pero ante aquel cambio dereverencias entre los monjes haba variado de opi-nin. Se limit a hacer una grave y digna inclinacinde hombre de mundo y fue a sentarse. Fiodor Pav-lovitch hizo exactamente lo mismo, o sea que imita Miusov como un mono. El saludo de Ivn Fiodoro-vitch fue corts en extremo, pero el joven mantuvotambin los brazos pegados a las caderas. En loconcerniente a Kalganov, estaba tan confundido,que incluso se olvid de saludar. El starets dejcaer la mano que haba levantado para bendecirlosy los invit a todos a sentarse. La sangre afluy alas mejillas de Aliocha. Estaba avergonzado: sustemores se cumplan.

    El starets se sent en un viejo y antiqusimo sofde cuero a invit a sus visitantes a instalarse frentea l, en cuatro sillas de caoba guarnecidas de cuerolleno de desolladuras. Los religiosos se colocaronuno junto a la puerta y el otro al lado de la ventana.

  • El seminarista, Aliocha y el novicio permanecieronde pie. La celda era poco espaciosa, y su atmsfe-ra, densa y viciada. Contena lo ms indispensable:algunos muebles y objetos toscos y pobres; dosmacetas en la ventana; en un ngulo, numerososcuadritos de imgenes y una gran Virgen, pintada,con toda seguridad, mucho antes del raskol . Ante laimagen arda una lamparilla. No lejos de ella habaotros dos iconos de brillantes vestiduras, dos que-rubines esculpidos, huevos de porcelana, un crucifi-jo de marfil, al que abrazaba una Mater dolorosa, yvarios grabados extranjeros, reproducciones deobras de pintores italianos famosos de siglos pasa-dos.

    Junto a estas obras de cierto valor se exhibanvulgares litografas rusas: esos retratos de santos,de mrtires, de prelados, que se venden por unoscuantos copecs en todas las ferias.

    Miusov pase una rpida mirada por todas estasimgenes y despus observ al starets. Crea po-seer una mirada penetrante, debilidad excusable enun hombre que tena ya cincuenta aos, muchomundo y mucho dinero. Estos hombres lo tomantodo demasiado en serio, a veces sin darse cuenta.

    Desde el primer momento, el starets le des-agrad. Ciertamente, haba en l algo que poda

  • despertar la antipata no slo de Miusov, sino deotras personas. Era un hombrecillo encorvado, depiernas dbiles, que tena slo unos sesenta aos,pero que pareca tener diez ms, a causa de susachaques. Todo su rostro reseco estaba surcado depequeas arrugas, especialmente alrededor de losojos, que eran claros, pequeos, vivos y brillantescomo puntos luminosos. Slo le quedaban unosmechones de cabello gris sobre las sienes. Su bar-ba, rala y de escasas dimensiones, terminaba enpunta. Sus labios, delgados como dos cordones,sonrean a cada momento. Su puntiaguda narizpareca el pico de un ave.

    Segn todas las apariencias, es un hombremalvado, mezquino, presuntuoso, pens Miusov,que senta una creciente aversin hacia l.

    Un pequeo reloj de pndulo dio doce campana-das, y esto rompi el hielo.

    Es la hora exacta afirm Fiodor Pavlovitch, y mi hijo Dmitri Fiodorovitch no ha venido todava.Le presento mis excusas por l, santo starets.

    Al or estas dos ltimas palabras, Aliocha se es-tremeci.

    Yo soy siempre puntual continu FiodorPavlovitch.

  • Nunca me retraso ms de un minuto, pues no ol-vido que la exactitud es la cortesa de los reyes.

    Pero usted no es rey, que yo sepa gruMiusov, incapaz de contenerse.

    Pues es verdad! Y crea que lo saba, PiotrAlejandrovitch: le doy mi palabra. Pero, qu quiereusted?, la lengua se me va.

    De pronto se encar con el starets y exclam enun tono pattico:

    Reverendsimo padre, tiene usted ante s unpayaso. Siempre hago as mi presentacin. Es unaantigua costumbre. Si digo a veces despropsitos,lo hago con toda intencin, a fin de hacer reir y seragradable. Hay que ser agradable, no es cierto?Hace siete aos fui a una pequea ciudad paratratar pequeos negocios que hacia a medias conpequeos comerciantes. Fuimos a ver al ispravnik ,al que tenamos que pedir algo a invitar a una cola-cin. Apareci el ispravnik. Era un hombre alto,grueso, rubio y sombro. Estos individuos son losms peligrosos en tales casos, pues la bilis los en-venena. Le dije con desenvoltura de hombre demundo: Seor ispravnik, usted ser, por decirloas, nuestro Napravnik . l me contest: QuNapravnik? Vi inmediatamente, por lo serio que sequed, que no haba comprendido. Expliqu: Ha

  • sido una broma. Mi intencin ha sido alegrar losnimos. El seor Napravnik es un director de or-questa conocido, y para la armona de nuestra em-presa necesitamos precisamente una especie dedirector de orquesta... Tanto la explicacin como lacomparacin eran razonables, no le parece? Perol dijo: Perdn, yo soy ispravnik y no permito quese hagan chistes sobre mi profesin. Nos volvi laespalda. Yo corr tras l gritando: Si, s; usted esispravnik y no Napravnik. Total, que se nos vinoabajo el negocio. Siempre me pasa lo mismo. Serdemasiado amable me perjudica. Otra vez, hace yamuchos aos, dije a un personaje importante: Suesposa es una mujer muy cosquillosa. Quise decirque tena una sensibilidad muy fina. Entonces l mepregunt: Usted lo ha comprobado? Yo decidser amable y respond: S, seor: lo he comproba-do. Y entonces las cosquillas me las hizo l a mi...Como hace de esto mucho tiempo, no me importacontarlo. As es como siempre me estoy perjudican-do.

    Es lo que est usted haciendo en este mo-mento dijo Miusov, contrariado.

    El starets los mir en silencio a los dos.Le aseguro que lo saba, Piotr Alejandrovitch

    repuso Fiodor Pavlovitch. Presenta que dira

  • cosas como stas apenas abriese la boca, y tam-bin estaba seguro de que usted sera el primero enllamarme la atencin... Reverendsimo starets, alver que mi broma no ha tenido xito me doy cuentade que he llegado a la vejez. Esta costumbre dehacer rer data de mi juventud, de cuando era unparsito entre la nobleza y me ganaba el pan deeste modo. Soy un payaso autntico, innato, lo queequivale a decir inocente. Reconozco que un espri-tu impuro debe de alojarse en m, pero sin duda esmuy modesto. Si fuera ms importante, habra bus-cado otro alojamiento. Pero no se habra refugiadoen usted, Piotr Alejandrovitch, porque usted no esuna persona importante. Yo, en cambio, creo enDios. ltimamente tena mis dudas, pero ahora slome falta or una frase sublime. En esto me parezcoal filsofo Diderot. Sabe usted, santsimo starets,cmo se present al metropolitano Platn , cuandoreinaba la emperatriz Catalina? Entra y dice sinprembulos: Dios no existe! A lo que el alto pre-lado responde: El insensato ha dicho de todocorazn que Dios no existe! Inmediatamente, Dide-rot se arroja a sus pies y exclama: Creo y quierorecibir el bautismo! Y se le bautiz en el acto. Laprincesa Dachkhov fue la madrina, y Potemkin , elpadrino...

  • Esto es intolerable, Fiodor Pavlovitch exclam Miusov con voz trmula, incapaz de conte-nerse. Est usted mintiendo. Y sabe muy bienque esa estpida ancdota es falsa. No se haga elpicaro.

    Siempre he credo que era una solemne men-tira acept Fiodor Pavlovitch con vehemencia.Pero ahora, seores, les dir toda la verdad. Emi-nente starets, perdneme: el final, lo del bautismode Diderot, ha sido invencin ma. Jams me habapasado por la imaginacin: se me ha ocurrido parasazonar la ancdota. Si me hago el pcaro, PiotrAlejandrovitch, es por gentileza. Bien es verdad quemuchas veces ni yo mismo s por qu lo hago. Enlo que concierne a Diderot, he odo contar repeti-damente eso de: El insensato ha dicho... Me lodecan en mi juventud los terratenientes del pals encuyas casas habitaba. Una de las personas que melo contaron, Piotr Alejandrovitch, fue su ta MavraFominichina. Hasta este momento todo el mundoest convencido de que el impo Diderot visit almetropolitanopara discutir sobre la existencia deDios.

    Miusov se puso en pie. Haba llegado al lmite dela paciencia y estaba fuera de s. Se senta indigna-do y saba que su indignacin lo pona en ridculo.

  • Lo que estaba ocurriendo en la celda del starets eraverdaderamente intolerable. Desde haca cuarentao cincuenta aos, los visitantes que entraban en ellase comportaban con profundo respeto. Casi todoslos que conseguan el permiso de entrada com-prendan que se les otorgaba un favor especialsi-mo. Muchos de ellos se arrodillaban y as perma-necan durante toda su estancia en la celda. Perso-nas de elevada condicin, eruditos, a incluso libre-pensadores que visitaban el monasterio por curiosi-dad o por otra causa cualquiera, consideraban undeber testimoniar al starets un profundo respetodurante toda la entrevista, fuera pblica o privada, yms no tratndose de ningn asunto de dinero. Allno exista ms que el amor y la bondad en presen-cia del arrepentimiento y del anhelo de resolver unproblema moral y complicado, una crisis de la vidasentimental. De aqu que las payasadas de FiodorPavlovitch, impropias del lugar, hubieran provocadola inquietud y el estupor de los testigos, por lo me-nos de la mayora de ellos. Los religiosos perma-necan impasibles, pendientes de la respuesta delstarets, pero parecan dispuestos a levantarse comoMiusov. Aliocha senta deseos de llorar y tena lacabeza baja. Todas sus esperanzas se concentra-ban en su hermano Ivn, el nico que tena influen-

  • cia sobre su padre, y le sorprenda sobremaneraverle inmvil en su asiento, con los ojos bajos, es-perando con curiosidad el desenlace de la escena,como si fuese ajeno al debate por completo.

    Aliocha no se atreva a mirar a Rakitine (el semi-narista), con el que tena cierta intimidad. l era elnico del monasterio que conoca sus pensamien-tos.

    Perdneme dijo Miusov al levantarse, diri-gindose al starets por participar, aunque slosea con mi presencia, en estas bromas indignas.Me he equivocado al creer que incluso un individuode la ndole de Fiodor Pavlovitch sabra comportar-se como es debido en presencia de una persona tanrespetable como usted... Nunca cre que tendraque excusarme por haber venido