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Los mitos de la Historia de España Marcos Caballero Bastardo

Los mitos de la Historia de España

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Los mitos de la Historia de España

Marcos Caballero Bastardo

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Los mitos de la Historia de España.

El mito corrompe la Historia, aísla los hechos del mundo, los deja hundidos en un marasmo teológico, en un sueño agónico de vencedores y vencidos, sin relación más que consigo mismo.

Eco y espejo, el mito contamina el presente de viejos fantasmas, de fábulas y leyendas. Queda entonces el ruido y la furia, el enfrentamiento de siglos o el victimismo agresivo, de ahí que las sociedades más sanas sean aquellas que, libres de furores absolutos, pulverizan con el pensamiento científico y el debate las manipulaciones mitológicas.

Consolidados el pluralismo y la democracia, hermanados paisaje ypaisanaje en la monarquía parlamentaria, en la república monárquica de 1978, los españoles dejan de mirar el pasado como una región oscura labrada de Saguntos, Numancia, Lepantos y guerras civiles.

Un país en democracia no necesita de mitos, sino vivir con naturalidad, sin tribus ni biblias políticas, el hecho nacional. Un país en democracia no vive de metafísica, sino de compartir un común legado de recuerdos, de lealtades no excluyentes, que permiten mirar al pasado sin ira.

Con la crítica de los absolutos comienza la esperanza, comienza la libertad.

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Los mitos de la Historia de España.

El mito.

Los mitos retienen un tiempo sagrado. Hay llamas de sombras que cantan lo esperado y lo perdido. Hay un ayer remoto que cobra forma de horizonte helado. Hay anhelos que se ajustan la sueño de una lira eterna, melancólica, infinita. Hay un desgarramiento de ideales. Es cosa de poetas, de pintores y embalsamadores de utopías. Es cosa de gusanos de seda: segregan tenues hilos de oro con los que van levantando su alcázar, su reino, su nación de raíces milenarias, su exilio...

El mito es el tiempo atrapado en un espejo. Los hombres de este 1812 están muertos en el cementerio más lejano. Los hombres de este 1812 parecen ignorar que no hay paraísos en la tierra ni naciones en el cielo. Los hombres de este 1812 tienen exceso de siglos en las sienes, como si no quisieran saber que ese país que sueñan en las estrellas es un vértigo de apariciones y desapariciones sin huella, un viaje que no se acaba nunca, un hilo de relojes antiguos y modernos, un paisaje en movimiento, paralelo a los hombres vivos que respiran y caminan y avanzan.

Juramento por los diputados de las Cortes de Cádiz de 1810, obra de Casado del Alisal

La persistencia de la memoria, de Salvador Dalí

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Los mitos de la Historia de España.

1. Cuando Dios era español.

Caballeros que ponen a Dios sobre la guerra, autos de fe con sus hogueras, monjes que imaginan noches que junten Amado con amada, amada en el Amado transformada... La catolicidad de España la ha pregonado cada poeta, cada pintor, cada iglesia o catedral, cada campaña de ronquido melancólico, cada pueblo viejo con sus calles sin nadie y casas silenciosas, con sus reliquias de santos y sus cementerios.

La historia, sin embargo, no es sueño. Menéndez Pelayo imaginó un pasado clerical y guerrero, tallado en soplo divino pero bajo las procesiones y los Sagrados Corazones siempre ha latido un volcán de emociones anticlericales. No hay una España única, quieta, inmóvil. España ha sido a un tiempo oración y tumulto, incienso y grito, sotana y trágala, milagro andariego y bomba anarquista...

La explosión anticlerical de los siglos XIX y XX, las cargas populares contra templos, reliquias y frailes, el fusilamiento del Sagrado Corazón durante la guerra civil, fuera montaje o no, trajeron a la superficie el río de lava que venía creciendo desde la prosa jocosa del Arcipreste de Hita o la frase picaresca del Lazarillo de Tormes.

La reliquia, de Joaquín Sorolla..(Museo de Bellas Artes de Bilbao)

Fusilamiento del Sagrado Corazón de Jesús por los milicianos durante la Guerra Civil

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2. De ninguna parte.

Todos los exilios llevan consigo una historia de raíces rotas al viento. Todos los exilios de la historia se parecen. Quizá tras la marcha de quienes hoy dejan en País Vasco huyendo del cerco terrorista no hay una guerra civil, ni un campo rodeado de alambradas ni siquiera una persecución desatada por los poderes del Estado, pero el drama es exactamente el mismo. La nostalgia de verse vivir en el destierro, lejos de casa, muy lejos de su sal y de su pan, es idéntica, se huya del hambre, del fanatismo religioso o de los infiernos construidos en el mundo por la crueldad de los tiranos.

También los ojos profundos de expectativa y desamparo son idénticos: uno mira el paso melancólico de Boabdil y piensa en el caminar lento y desolado de los derrotados del 39 o en lo que vieron los ojos de aquellos liberales del siglo XIX obligados a buscar refugio en ciudades ilimitadas y hostiles por las que andaban perdidos. La historia de España ha sido una historia de éxodos y conquistadores de viento, de huellas borradas y heterodoxos enterrados en lejanos cementerios. No hay un rincón del mundo donde no hayan vivido españoles que se volvían con los ojos turbios de nostalgia hacia la Península, remota y prohibida.

La rendición de Granada, obra de F.Padilla,1882. Emigrantes españoles a la espera de un tren.

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3. En las cunetas de la gloria.

Huye más el paisaje que un sol difícil dora, la sombra sube blanda del llanto y el pintor mira el rostro de Carlos II, su triste figura de arena, sus ojos seco de ocaso, y plasma en el lienzo lo que ve, lo que sueña. Un asedio sin tregua bebiéndose las venas de la tierra. Una edad perdida. Un reino agrietado y viejo. Un alma cruzada de hierro y de tristeza. Un rey enfermo, rodeado de clérigos y exorcistas. Todo el sabor agrio de la historia, de la vida, de las viejas hazañas, de la utopía que no fue, de lo esperado y lo perdido, toda una anciana habitación que se va quedando sin sol y unos ojos que se ponen más grandes, y unas figuras más frías, de cera.

El pintor plasma en la tela un mundo ahogado por la ortodoxia de una religión que había puesto a Dios sobre la guerra y el ensimismamiento de un rey por cuyas venas, entre sangre vieja, resuella el crepúsculo de una dinastía. La imagen lejos de desvanecerse con el tiempo, perdurará y cuando en el siglo XX otros pintores se pregunten por el eterno problema de España pensarán que la decadencia está en la raza y llenarán sus lienzos de gentes lúgubres y tétricas, de aire severo y rostro primitivo. Unas gentes que parecen centrar sus energías en un puro instinto de conservación, en un puro acto de resistencia a la cultura y a la historia moderna.

Adoración de Carlos II de la Sagrada Forma,de Claudio Coello Autoridades de mi aldea,de Ramón Zubiaurre.

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4. Castilla arcaica, Cataluña moderna.

Los poetas e intelectuales de la periferia han logrado poner en pie dos interpretaciones erróneas de dos regiones de España. Una Castilla mística y guerrera, con su sangre de trigo y sus Cristos de tierra. Una Castilla poblada por figuras que esperan inmóviles y rezan. Una Castilla absorta en su propia lucidez, alejada del mundo moderno, desdeñosa de los avances científicos y recaudadora de la espiritualidad. Una Castilla refugio de caciques y esencias autoritarias que sustentan el grito de “Castilla salva España” de los seguidores de Onésimo Redondo.

Y frente a esa religión, otra que duplica a la anterior con su contraria.

Una Cataluña emprendedora y progresista, entusiasta de la modernidad, donde el fascismo es una invención foránea y el nacionalcatolicismo un contagio español. Una Cataluña industrial, arrendataria de los balances y los números de España, feudo de avanzados patronos y puños obreros. Una Cataluña republicana, de espíritu laico, que se abre a los sindicalismos revolucionarios, el progresismo social y las corrientes literarias y artísticas europeas. Una Cataluña desmemoriada, que olvida las raíces carlistas de su regionalismo, las plegarias catalanistas de los mosenes ultraconservadores, los comités de defensa social y el somatén, el pistolerismo anarquista y la ley de fugas aplaudida por el empresariado atemorizado, las romerías de Montserrat o el Tercio de requetés del mismo nombre.

Los autómatas, de J.Gutiérrez Solana La carga, de Ramón Casas.

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5. El espejo roto.

La leyenda romántica creada por los viajeros impertinentes de Baudelaire concedió a España un embrujo oriental, un misterio de sangre caliente y sensualidad melancólica, que invadió Europa con éxito. La historia, el paisaje, las gentes, los monumentos –la Alhambra sobre el Genil, EL Escorial sobre la sierra de Guadarrama-, todo quedó atrapado en un seco acuario de sensualidad, misticismo, intolerancia y muerte. España era el país de la Inquisición, de las guerras civiles, el país de las cigarreras y de los bandoleros. España era la tierra de Carmen y Don Quijote.

Después de tanta literatura no es de extrañar que los españoles de finales del siglo XIX y comienzos del XX, obsesionados por la idea de la decadencia, terminarán interiorizando aquella imagen que condenaba a la península a una especie de reserva de negruras. “ El verdadero color de España es el negro”, diría Regoyos. El pintor muy al corriente de los gustos europeos, había recorrido la vieja Iberia en diligencia siguiendo la ruta abierta por Gautier, siguiendo el espejismo de una tierra donde podían verse caballos destripados a la hora del crepúsculo, siniestras procesiones de alucinados, saltadores andariegos, cigarreras de ojos negros y navajas lentas, abriéndose camino, como bueyes, en las tabernas...

Víctimas de la fiesta(1894), de Darío Regoyos Alegrías, de Julio Romero de Torres

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6. La tristeza de las armas.

“ Di la verdad. / Di, al menos, tu verdad./ Y después / deja de cualquier cosa ocurra: / que te rompan la página querida, / que te tumben a pedradas la puerta, / que la gente / se amontone delante de tu cuerpo / como si fueras / un prodigio o un muerto...”,escribe Heberto Padilla, poeta huido de la colonia penitenciaria ideada en Cuba por Fidel Castro.

“Sangre que busca por mil caminos muertes enharinadas y ceniza de nardo...Sangre que mira lenta con el rabo del ojo”, canta García Lorca lleno de rostros y punzantes esquirlas de luna, canta el poeta granadino como si cantando predijera el final, su nombre de ahogado, su nombre como el de los negros de Harlem.

El poeta que sufre la revolución tallada a guillotina, el poeta tragado por el murmullo enfermizo de la utopía : aquella que te tumba la puerta a pedradas o cuchillo en mano se lanza hacia el extraño para arrancarle los ojos. El poeta que huye de la violencia matemática de las revoluciones, la depuración hecha pueblo, y el poeta que siente, como un boquete en el pecho, la violencia oculta en lo cotidiano, el cuchillo en el ojo, la sangre que va por los tejados y azoteas de Harlem. El poeta que llora la angustia de los ojos oprimidos, la violencia sordomuda en la penumbra. El poeta que huye a otro lugar , lejos del eco sangriento de las revoluciones, y el poeta que canta al rey de Harlem y que cuando se hundan las forma puras bajo el cricri de las margaritas sabrá que le han asesinado.

Carga de los mamelucos o 2 de mayo, de Francisco de Goya. Atentado contra Alfonso XIII el día de su boda

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7. Entre el arado y la Constitución.

El mito ha sido muchas veces la verdad del mañana. Hubo un tiempo en que la Libertad, envuelta de constitucionalismo, llevaba a generales henchidos de romanticismo a sepultarse pidiendo más palabras.Hubo un tiempo en que las masas urbanas vacilaban insomnes tras las barricadas al grito de Cádiz, de la misma manera en que hubo un tiempo en que la República llenó de ilusiones el pecho de campesinos y obreros que veían en la proclamación de la primavera la solución inmediata a todos sus males.

Hoy los españoles ya no sueñan repúblicas ni cantan el trágala entre el café y la barricada. Los mitos también envejecen, también pierden su fuerza de arrastre. Hoy el recto progresista tiene otras utopías: regresar a la Edad Media, regresar al tradicionalismo por el camino de las autonomías. Hoy el mito e s la aldea y el campanario. Hoy el mito está en el ayer. Según el mundo se ha ido haciendo más ancho, muchos españoles han ido estrechando sus horizontes. Paradojas de la historia: justo cuando por primera vez en siglos España disfruta de un sistema de libertades fundado en la legalidad y la ciudadanía, sus progresistas se vuelcan en la indicación de los edenes medievales.

Los españoles del siglo XIX podían soñar con las novelas de Víctor Hugo, los del siglo XX con los versos de Auden. A los del siglo XXI sólo les queda el juglar que lamenta, sentado en la plaza del pueblo, lo verde que era su valle.

Manifestación por la República,de Antonio Estruch Romería vasca, de José de Arrúe.

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8. Los odios que me habitan.

Guerra de ideas , guerra de fascistas contra demócratas, como vocearon infinidad de intelectuales extranjeros mientras bebían whisky de plata y le hacían baladas a Stalin. Guerra forastera, como dijo Juan Ramón Jiménez. Guerra que había de helar el corazón de una de las dos Españas como intuyó antes de su muerte en el exilio Antonio Machado. Guerra de la ciudad de Dios contra la ciudad de la Bestia, como popularizaron los juglares del general Franco, esperando que en sus versos amaneciera el milagro del disparo. Guerra del pueblo, como sugeriría con ardor Rafael Alberti, pidiendo a versos balas, balas, sufriendo lo pobre, lo mezquino, lo triste, lo desgraciado y muerto que tiene una garganta cuando siente heridas de muerte las palabras.

Guerra civil / incivil, como la adjetivó Miguel de Unamuno después de dar lecciones de caballería en Salamanca y comprobar que no había latido de Dios ni de civilización cristiana en las armas de los sublevados, sino los viejos años de odio reventando. Guerra de nostalgias imperiales y de paraísos violentos, la española de 1936 hizo correr mares de palabras y de mitos. Fue cuando la sangre no tenía puertas en Europa. Cuando dejó de ser primavera en España.

Sueño y mentira de Franco de Pablo Ruiz Picasso.

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9. Volverán banderas victoriosas.

El Cara al Sol cantaba “volverán banderas victoriosas, al paso alegre de la paz”, pero no era verdad. Las posguerras jamás traen la paz. Tras los últimos partes de las luchas civiles siempre llega una victoria harapienta: la persecución y el silencio de los vencidos, la miseria y el hambre, la epopeya cotidiana de la supervivencia, el negocio carcomido de mercado negro. “Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres”, gritaba Dámaso Alonso. “Los caminos que tú tanto querías”, le escribía el exiliado Rafael Alberti al muerto en el exilio Antonio Machado, hoy “todos son caminos militares”.

Triste y desesperada, la lucha diaria fue alejando el recuerdo de los campos abiertos en sangre. El trasfondo trágico, sin embargo, permaneció latiendo en la atmósfera: los presos políticos, las represalias ideológicas, los crueles procesos de depuración, los trabajos forzados, las personas escondidas en sótanos o desvanes por miedo a ser triturado de un balazo.Lo cierto es que el desfile de la victoria no desaparecería hasta la muerte del dictador, pero aunque el orden continuó siendo de milicia y garrote, el rumbo tecnocrático del gobierno- empujado por la apertura comercial al exterior, el torrente de turistas y las divisas de los emigrantes- sí desterró las viejas imágenes de pobreza para hacer emerger otras de modernidad.

El orden, de Gustavo de Maeztu La Gran Vía madrileña, de Antonio López

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Trabajo basado en la obra Los mitos de la Historia de España de Fernando García de Cortázar