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M M I I R R A A R R E E L L M M U U N N D D O O C C O O N N L L O O S S O O J J O O S S D D E E J J E E S S Ú Ú S S Te ofrecemos aquí un conjunto ordenado y orgánico de materiales que pueden servir para las reflexiones de las misiones u otros encuentros de varios días. El tema viene dado por las búsquedas de la Pastoral Juvenil Salesiana en los diver- sos ambientes y niveles. La profundidad con que se puede tratar los temas dependerá de la animación que se haga y de los destinatarios. No todos tienen la misma dinámica, pero es impor- tante poder tratarlos según la secuencia. De más está decir que podrán enriquecer- se con los aportes de cada grupo; esto es solo una “base”. Además, habrá que buscar la forma de in- tegrar las reflexiones con las oraciones y la eucaristía del día, y vincularlas con los acontecimientos de la misión. Si Jesús pasó por la vida haciendo el bien y es la Palabra definitiva de un Dios que da vida a cuantos creen en Él, no hay otra manera de afrontar la vida para un cristiano que tener su misma mirada ante los acontecimien- tos de cada día. Ver la vida con los ojos de Jesús es hacer de la propia vida un proyecto de salvación, es hacer de Jesús el Señor de la propia vida y aprender de su mirada y de sus encuentros con las personas, para orientar los propios valores, la propia mirada y la calidad de las relaciones que entablamos con los demás

Los ojos de Jesús

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Te ofrecemos aquí un conjunto ordenado y

orgánico de materiales que pueden servir

para las reflexiones de las misiones u

otros encuentros de varios días.

El tema viene dado por las búsquedas de

la Pastoral Juvenil Salesiana en los diver-

sos ambientes y niveles.

La profundidad con que se puede tratar

los temas dependerá de la animación que

se haga y de los destinatarios. No todos

tienen la misma dinámica, pero es impor-

tante poder tratarlos según la secuencia.

De más está decir que podrán enriquecer-

se con los aportes de cada grupo; esto es

solo una “base”.

Además, habrá que buscar la forma de in-

tegrar las reflexiones con las oraciones y

la eucaristía del día, y vincularlas con los

acontecimientos de la misión.

Si Jesús pasó por la vida haciendo el bien y es la Palabra definitiva de un Dios que da vida a cuantos creen en Él, no hay otra manera de afrontar la vida para un cristiano que tener su misma mirada ante los acontecimien-tos de cada día.

Ver la vida con los ojos de Jesús es hacer de la propia vida un proyecto de salvación, es hacer de Jesús el Señor de la propia vida y aprender de su mirada y de sus encuentros con las personas, para orientar los propios valores, la propia mirada y la calidad de las relaciones que entablamos con los demás

MIRAR EL

MUNDO

CON LOS

OJOS DE

JESÚS

PRIMER ENCUENTRO Se inicia con el siguiente canto: Dame tus ojos quiero ver dame tus palabras quiero hablar dame tu parecer... Dame tus pies yo quiero ir dame tus deseos para sentir

dame tu parecer... Dame lo que necesito para ser como tu Dame tu voz dame tu aliento toma mi tiempo es para ti dame el camino que debo seguir dame tus sueños tus anhelos tus pensamientos tu sentir dame tu vida para vivir.

Déjame ver lo q tu vez dame de tu gracia, tu poder dame tu corazón...

Déjame ver en tu interior para ser cambiado por tu amor dame tu corazón Dame lo que necesito

para ser como tú... Dame tu voz dame tu aliento toma mi tiempo es para ti dame el camino que debo seguir dame tus sueños tus anhelos tus pensamientos tu sentir dame tu vida para vivir Dame tus ojos quiero ver... dame tu parecer...

Jesús Adrián Romero

La canción se puede escuchar en:

http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=fnwtPLHmS6A

Se motiva la lectura y el trabajo personal del siguiente cuento, para, después de un rato, compartir resonancias en pequeños.

Los anteojos de Dios

por Mamerto Menapace.

El cuento trata de un difunto. Anima bendita camino del cielo donde esperaba encontrarse con Tata Dios para el juicio sin trampas y a verdad desnuda. Y no era para menos, porque en la con-ciencia a más de llevar muchas cosas negras, tenía muy pocas positivas que hacer valer. Busca-ba ansiosamente aquellos recuerdos de buenas acciones que había hecho en sus largos años de usurero. Había encontrado en los bolsillos del alma unos pocos recibos "Que Dios se lo pague", medio arrugados y amarillentos por lo viejo. Fuera de eso, bien poca más. Pertenecía a los la-drones de levita y galera, de quienes comentó un poeta: "No dijo malas palabras, ni realizó co-sas buenas".

Parece que en el cielo las primeras se perdonan y las segundas se exigen. Todo esto ahora lo veía clarito. Pero ya era tarde. La cercanía del juicio de Tata Dios lo tenía a muy mal traer.

Se acercó despacito a la entrada principal, y se extraño mucho al ver que allí no había que hacer cola. O bien no había demasiados clientes o quizá los trámites se reali-zaban sin complicaciones.

Quedó realmente desconcertado cuando se percató no sólo de que no se hacía cola sino que las puertas esta-ban abiertas de par en par, y además no había nadie

para vigilarlas. Golpeó las manos y gritó el Ave María Purísima. Pero nadie le respondió. Miró hacia adentro, y quedó maravillado de la cantidad de cosas lindas que se distinguían. Pero no vio a ninguno. Ni ángel, ni santo, ni nada que se le pareciera. Se animó un poco más y la curiosi-dad lo llevó a cruzar el umbral de las puertas celestiales. Y nada. Se encontró perfectamente dentro del paraíso sin que nadie se lo impidiera.

-¡Caramba — se dijo — parece que aquí deber ser todos gente muy honrada! ¡Mirá que dejar todo abierto y sin guardia que vigile!

Poco a poco fue perdiendo el miedo, y fascinado por lo que veía se fue adentrando por los pa-tios de la Gloria. Realmente una preciosura. Era para pasarse allí una eternidad mirando, porque a cada momento uno descubría realidades asombrosas y bellas.

De patio en patio, de jardín en jardín y de sala en sala se fue internando en las mansiones celes-tiales, hasta que desembocó en lo que tendría que ser la oficina de Tata Dios. Por supuesto, estaba abierta también ella de par en par. Titubeó un poquito antes de entrar. Pero en el cielo todo termina por inspirar confianza. Así que penetró en la sala ocupada en su centro por el es-critorio de Tata Dios. Y sobre el escritorio estaban sus anteojos. Nuestro amigo no pudo resistir la tentación — santa tentación al fin — de echar una miradita hacia la tierra con los anteojos de Tata Dios. Y fue ponérselos y caer en éxtasis. ¡Qué maravilla! Se veía todo clarito y patente. Con

esos anteojos se lograba ver la realidad profunda de todo y de todos sin la menor dificultad. Pudo mirar profundo de las intenciones de los políticos, las auténticas razones de los econo-mistas, las tentaciones de los hombres de Iglesia, los sufrimientos de las dos terceras partes de la humanidad. Todo estaba patente a los anteojos de Dios, como afirma la Biblia.

Entonces se le ocurrió una idea. Trataría de ubicar a su socio de la financiera para observarlo desde esta situación privilegiada. No le resulto difícil conseguirlo. Pero lo agarró en un mal momento. En ese preciso instante su colega esta estafando a una pobre mujer viuda mediante un crédito bochornoso que terminaría de hundirla en la miseria por sécula seculorum. (En el cielo todavía se entiende latín). Y al ver con meridiana claridad la cochinada que su socio estaba por realizar, le subió al corazón un profundo deseo de justicia. Nunca le había pasado en la tie-rra. Pero, claro, ahora estaba en el cielo. Fue tan ardiente este deseo de hacer justicia, que sin pensar en otra cosa, buscó a tientas debajo de la mesa del banquito de Tata Dios, y revoleándo-lo por sobre su cabeza lo lanzó a la tierra con una tremenda puntería. Con semejante teleobje-tivo el tiro fue certero. El banquito le pegó un formidable golpe a su socio, tumbándolo allí mismo.

En ese momento se sintió en el cielo una gran algarabía. Era Tata Dios que retornaba con sus angelitos, sus santas vírgenes, confesores y mártires, luego de un día de picnic realizado en los collados eternos. La alegría de todos se expresaba hasta por los poros del alma, haciendo una batahola celestial.

Nuestro amigo se sobresalto. Como era pura alma, el alma no se le fue a los pies, sino que se trató de esconder detrás del armario de las indulgencias. Pero ustedes comprenderás que la cosa no le sirvió de nada. Porque a los ojos de Dios todo está patente. Así que fue no más en-trar y llamarlo a su presencia. Pero Dios no estaba irritado. Gozaba de muy buen humor, como siempre. Simplemente le preguntó qué estaba haciendo.

La pobre alma trató de explicar balbuceando que había entrado a la gloria, porque estando la puerta abierta nadie la había respondido y el quería pedir permiso, pero no sabía a quién.

-No, no — le dijo Tata Dios — no te pregunto eso. Todo está muy bien. Lo que te pregunto es lo que hiciste con mi banquito donde apoyo los pies.

Reconfortado por la misericordiosa manera de ser de Tata Dios, el pobre tipo fue animado y le contó que había entrado en su despacho, había visto el escritorio y encima los anteojos, y que no había resistido la tentación de colocárselos para echarle una miradita al mundo. Que le pedía perdón por el atrevimiento.

-No, no — volvió a decirle Tata Dios — Todo eso está muy bien. No hay nada que perdona. Mi deseo profundo es que todos los hombres fueran capaces de mirar el mundo como yo lo veo. En eso no hay pecado. Pero hiciste algo más. ¿Qué pasó con mi banquito donde apoyo los pies?

Ahora sí el ánima bendita se encontró animada del todo. Le contó a Tata Dios en forma apasio-nada que había estado observando a su socio justamente cuando cometía una tremenda injus-ticia y que le había subido al alma un gran deseo de justicia, y que sin pensar en nada había ma-noteado el banquito y se lo había arrojado por el lomo.

-¡Ah, no! — volvió a decirle Tata Dios. Ahí te equivocaste. No te diste cuenta de que si bien te había puesto mis anteojos, te faltaba tener mi corazón. Imaginate que si yo cada vez que veo

Oración final (salmo 138) Señor, tú me sondeas y me conoces, tú sabes si me siento o me levanto; de lejos percibes lo que pienso, te das cuenta si camino o si descanso, y todos mis pasos te son familiares. Antes que la palabra esté en mi lengua, tú, Señor, la conoces plenamente; me rodeas por detrás y por delante y tienes puesta tu mano sobre mí; una ciencia tan admirable me sobrepasa: es tan alta que no puedo alcanzarla. ¿A dónde iré para estar lejos de tu espíritu? ¿A dónde huiré de tu presencia? Si subo al cielo, allí estás tú; si me tiendo en el Abismo, estás presente. Si tomara las alas de la aurora y fuera a habitar en los confines del mar, también allí me llevaría tu mano y me sostendría tu derecha. Si dijera: “¡Que me cubran las tinieblas y la luz sea como la noche a mi alrededor!”, las tinieblas no serían oscuras para ti y la noche sería clara como el día. Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre: te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable. ¡Qué maravillosas son tus obras! Tú conocías hasta el fondo de mi alma y nada de mi ser se te ocultaba, cuando yo era formado en lo secreto, cuando era tejido en lo profundo de la tierra. Tus ojos ya veían mis acciones, todas ellas estaban en tu Libro; mis días estaban escritos y señalados, antes que uno solo de ellos existiera. ¡Qué difíciles son para mí tus designios! ¡Y qué inmenso, Dios mío, es el conjunto de ellos! Si me pongo a contarlos, son más que la arena; y si terminara de hacerlo, aún entonces seguiría a tu lado.

una injusticia en la tierra me decidiera a tirarles un banquito, no alcanzarían los carpinteros de todo el universo para abastecerme de proyectiles. No m’hijo. No. Hay que tener mucho cuidado con ponerse mis anteojos, si no se está bien seguro de tener también mi corazón. Sólo tiene derecho a juzgar, el que tiene el poder de sal-var.

-Volvete ahora a la tierra. Y en penitencia, du-rante cinco años rezá todo los días esta jacula-toria: "Jesús, manso y humilde de corazón da-me un corazón semejante al tuyo".

Y el hombre se despertó todo transpirado, ob-servando por la ventana entreabierta que el sol ya había salido y que afuera cantaban los pajari-tos.

Hay historias que parecen sueños. Y sueños que podrían cambiar la historia.

Consignas para el trabajo individual, y para ser compartido en grupitos.

Antes de ponerte a pensar, hacele un espa-cio a Jesús, repitiendo varias veces y lenta-mente la oración que le “enseñó” Dios al protagonista: "Jesús, manso y humilde de corazón dame un

corazón semejante al tuyo".

¿Te ha sucedido alguna vez una situación semejante a la del protagonista?

Jesús nos advierte sobre "ver la pelusa en el ojo ajeno y no la viga en el propio". ¿Qué destacarías de la mirada de Dios?

¿Cómo es tu mirada sobre los que te rodean y sobre el mundo? ¿Positiva, esperanzada, solidaria, compasiva...?

Convocados todos juntos al finalizar, se puede hacer un canto (el inicial) y rezar el salmo 138.

SEGUNDO ENCUENTRO

Se inicia con la misma canción que la reflexión anterior (Dame tus ojos quiero ver…).

Este primer momento consiste en la lectura de los si-guientes textos en pequeños grupos, intentando extra-

er algunas conclusiones sobre la mirada de Jesús: ¿cómo era?, ¿qué ocasionaba en los demás?, etc

LOS OJOS DE JESÚS

La fuerza de la mirada de Jesús, es uno de los aspectos que más impresionó a sus discípulos. Los evangelios hablan con frecuencia de cómo veía Él las cosas, de cómo miraba.

Jesús miraba a la muchedumbre, se fijaba en la moneda del tributo, observaba como echaba su limosna en la colecta la mujer pobre, dirigía a sus apóstoles sus ojos, miraba fijamente al joven que quería seguirle ("Jesús, fijando en él su mirada, le tomo cariño y le dijo: sólo una cosa te falta..." Mc 10,21), escrutaba las intenciones de sus enemigos, les dirigía una mirada llena de enfado ("ellos callaban: y El, mirándoles con ira, apenado..." Mc 3,5), miraba a Zaqueo apre-ciando su buena voluntad...

Enseñó a sus discípulos a saber ver y discernir las cosas. Les animó a que supieran ver los signos de los tiempos, observar la belleza de los lirios del campo, la libertad de los pájaros, la necesi-dad del prójimo malherido en el camino. Parece como si Jesús pasara su vida viendo, mirando, observando con una infinita capacidad de admiración y de pro-fundidad en su mirada, pero sobre todo, los evangelistas, se acuerdan de sus ojos en los momentos de oración.

Las miradas de Jesús (textos evangélicos para trabajar)

1.- Mira a Zaqueo. Lc 19, 1-5.- “Jesús llegando a aquel sitio, alzan-do la vista, le dijo: Zaqueo, baja pronto porque hoy voy a hospe-darme en tu casa”. Zaqueo, subido en el árbol porque quería ver a Jesús y no podía por ser bajo de estatura. Za-queo se deja mirar por Jesús... cambio radical. 2.- Joven rico ( Mc, 10,17). Maestro, ¿qué tengo que hacer para conseguir la vida eterna? ... Jesús, fijando en el su mirada, le amó y le dijo: “Sólo te falta una cosa...” 3.- El peligro de las riquezas ( Mc. 10, 27...). ¡Qué difícil será que los ricos entren en el Reino de Dios! Ellos, asombrados dijeron: ¿Quién se podrá salvar? Jesús, mirándoles fijamente, dijo: “Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque todo es posible para Dios”. Mirada pro-funda. De un hombre que tiene experiencia de Dios-Padre. 4.- Jesús en la Cruz ( Jn 19, 25...) . Junto a la Cruz de Jesús estaba su Madre, María. Jesús, vien-do a su madre y al discípulo a quien amaba, le dice a su madre: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Podemos detenernos en esta mirada de Jesús... muriendo, en plena agonía. Siempre pensando

en los demás... no quiere que su madre se quede sola. Mirada cariñosa a su madre de un hijo adulto. 5.- Negaciones de Pedro (Lc 22, 61...) Pedro, el gran amigo, por miedo le niega tres veces. “ Al salir, el Señor se volvió y miró a Pedro. .. y saliendo fuera, lloró amargamente. Muchas veces se ha fijado en Pedro: al comienzo, en el Jordán. Cuando le constituye jefe de la Iglesia (tú eres Pedro y sobre esta piedra...), en el monte Tabor, en la playa... Pedro, ¿me amas más que es-tos...? Pero aquella mirada de Jesús transforma a Pedro. 6.- Mirada a la mujer adúltera, mirada limpia y constructiva. “Yo tampoco te condeno, vete en paz” (Jn 8, 1-11). 7.- Mirada al paralítico de la piscina... lo que a Jesús le sale es curar, sanar, liberar. Miradas a tantos enfermos (Jn 9, 1-20). 8.- Mirada cariñosa a los niños: “Dejen que los niños se acerquen a mí”. Los niños son muy inte-ligentes y solamente se acercan a las personas que les ofrecen cariño (Mc10, 13-16). 9.- Mirada al ciego Bartimeo... cuando el ciego abre los ojos y lo primero que encuentra es la cara de Jesús (Mc 10, 46-52). 10.- Para bendecir y rogar al Padre: “Entonces mandó a la gente recostarse sobre la hierba; y tomando los cinco panes y los dos peces, y levantando los ojos al cielo, bendijo, y partió y dio los panes a los discípulos, y los discípulos a la multitud”. (Mt 14,19)

Después de poner algo en común con todo el gru-po(brevemente) se inicia un momento personal de

oración, para la que se propone la siguiente consigna. Será importante darse tiempo y motivar bien el mo-mento para que sea provechoso, sereno y profundo.

Entre un momento y otro sería conveniente hacer un canto y leer uno de los trozos del evangelio presenta-

dos anteriormente.

Jesús me mira a mí. Dejate mirar por JESÚS.

Dios tiene un lenguaje muy parecido al que usan las personas que tanto se quieren para encon-trarse. Y ese lenguaje que se construye de miradas, palabras, sonrisas, gestos, lágrimas, pre-sencias, alegrías y dolores compartidos, es el lenguaje del AMOR.

Ese es el lenguaje que Dios quiere usar con vos. Lo que más le importa para hacer conexión con nosotros es el Amor.

Lo principal no está en cuánto amás vos a Él, o en si lo amás mal o bien. Lo más increíble es que Él te ama primero, y no está esperando otra cosa sino que lo mi-res. Sí… mirarlo para conectar con Él y su Amor por vos.

Yo no sé si existe una buena noticia mejor que esta: que hay alguien que te está esperando para regalarte porque sí, sin pedirte nada a cambio, una experiencia impresionantemente sanadora de Amor. Ese alguien tiene un nombre y un rostro: el de Jesús de Nazaret, y no tenés más que volver los ojos de tu corazón hacia lo hondo para encontrarlo.

¡Qué cosa tan increíble! ¡Es mucho! ¡Es un exceso! ¿Será cierto eso de que tengo los ojos, la mirada de amor de Jesús hacia mí, dibujada en mis entrañas, o sea en lo más hondo de mí misma/o?

Yo te invitaría a hacer una prueba, una prueba de algo así como una mirada hacia tus entrañas, hacia tu co-razón, hacia tu interior.

Si no te animás, pará acá de leer, y decile a Dios que te fortalezca en la fe y la confianza para dejarte amar.

Si estás leyendo es que te animás… Así que la consig-na es que pidas el Espíritu de Jesús sobre vos, algo así como “Espíritu de Jesús, Espíritu Santo vení a mi”. Re-petilo varias veces con mucha calma, y después decile a Jesús que querés encontrarte con su mirada, que querés ver cómo te está mirando. Y como “el mirar de Dios es amar”, que querés probar de ese amor.

Decíselo con tus palabras, con las que te salga. Y si estás sola/o y querés decírselo en voz alta mejor. No porque Él sea sordo, sino porque te va a hacer bien a vos escucharte…

Después de dar el tiempo que se conside-re necesario, se convoca para compartir

algo de lo vivido y rezar juntos la oración que se propone.

Oración para rezar juntos al final Pedimos, Jesús, tu mirada Para quedar perdonados. Tu mirada es compasiva y purificadora. Comprende hasta dentro, sanándolo todo con la medicina de tu amor. ¡Qué bien nos conoces y nos com-prendes! Tu mirada se posa misericordiosa-mente sobre nosotros y los pecados ya ni se recuerdan, o se recuerdan para confesar tu nombre. Es una mirada que nos dice: Yo te amo, a pesar de todo, yo te amo. Es una mirada que lo viste todo de ternura. Para quedar rehabilitados. Porque el amor dignifica. Cuando uno se siente amado, ya se ve como persona, y su vida se ilumina. ¿Quien sea objeto del amor de Dios, no se sentirá valioso e importante? Ya se puede tener confianza en sí mismo y en todo. Para quedar transformados y ser hombres nuevos, tu mirada tiene una capacidad creadora y despierta en nosotros los mejores estímulos. Con tu mirada sentimos deseos de ser limpios, de seguirte, de abrirnos a los demás. Tu mirada enciende y tras-ciende nuestra vida. Para que nuestros ojos se parezcan a los tuyos. Cuando tú nos miras, pones en nosotros ojos nuevos, ojos que empiezan a parecerse a los tuyos. «Te pareces a mí, porque yo te miro. Te pareces a mí, porque yo te amo». Todo el que es amado, contagia amor. Todo el que es mirado con misericor-dia, mirará con misericordia. Somos en gran parte lo que recibimos. Por eso pedimos, Jesús, tu mirada, pa-ra parecernos a ti.

TERCER ENCUENTRO Iniciamos el encuentro con la siguiente canción:

Dame, Señor, tu mirada y pueda yo ver desde allí El día que empieza, el sol que calienta y cubre los montes de luz. Dame, Señor, tu mirada y pueda gozar desde allí Que el día declina y anuncia las noches de luna cuando viene abril Dame, Señor tu mirada, grábala en mi corazón, Donde tu amor es amante y tu paso constante, tu gesto creador. Dame, Señor, tu mirada y entrañas de compasión; Dale firmeza a mis pasos, habita mi espacio y sé mi canción. Dame, Señor, tu mirada y entrañas de compasión, Haz de mis manos ternura y mi vientre madura, ¡Aquí estoy, Señor! Ponme, Señor la mirada junto al otro corazón De manos atadas, de oculta mirada, que guarda y calla el dolor. Siembra, Señor tu mirada y brote una nueva canción De manos abiertas, de voz descubierta sin límite en nuestro interior.

La canción se puede escuchar en:

http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=3l_q1Ib0T20

Después se proclama el capítulo 9 de San Juan (el episo-dio del ciego sanado). Se invita a que cada uno lo relea y medite, ayudado por algunas preguntas y claves de lectura.

Algunas consignas para ayudarnos en la meditación y en la oración (no tienen que ser todas).

a) Antes de leer, empezá por hacer espacio a Jesús en tu espíritu, repitiendo o cantando

varias veces una antífona como esta: «El Señor es mi luz y mi salvación: ¿a quién te-

meré...?»

b) ¿Qué parte del texto me ha llamado más la atención? ¿Por qué?

c) ¿Qué preguntas le haría a los fariseos del pasaje; y al ciego; y a Jesús?

d) Dice el refrán popular: ¡No hay peor ciego que el que no quiere ver! ¿Cómo aparece esto

en la conversación entre el ciego y los fariseos?

e) ¿Te sentís como el ciego, necesitado de luz y de salvación? ¿Cuándo? ¿En qué circunstancias?

f) ¿Compartís, de algún modo, la ceguera de los discípulos (llenos de prejuicios religiosos), de

los vecinos (superficiales en su modo de mirar), de los padres (miedosos para confesar a

Jesús), de los fariseos (duros de corazón e incapaces de sentir misericordia)?

Tras un tiempo personal sería bueno reunirse en pequeños grupos para compartir algo de lo anterior. Dependiendo del grupo, puede darse otro paso en la reflexión con la lectura y comentario del siguiente texto, que profundiza en la mirada de Jesús en el texto de San Juan.

COMENTARIO AL EVANGELIO DE SAN JUAN

Generalmente miramos lo que es importante para nosotros. Nuestro foco de atención es de-terminado por lo que está en nuestros corazones. Jesús vino a este mundo a revelar la pasión de Dios por la humanidad. El vino a salvar al perdido, sanar al enfermo, a dar vista a los ciegos, a levantar al muerto. Nada era más importante para él que dar ánimo al quebrantado de corazón, libertad a los cautivos, proclamar el año del favor del Señor. Haciendo así, Jesús estaba dis-puesto a privarse de descanso, comida, agua, y finalmente, de su propia vida. Es por ello que, cuando la ciudad entera estaba ocupada y preocupada por muchas otras cosas, Jesús vio al ciego y acudió en su rescate.

De manera que ¿cuál es el significado de mirar con los ojos de Jesús? Consideremos los siguien-tes cuatro puntos.

Visión compasiva

Ver con los ojos de Jesús significa mirar con compasión. Todas las cosas que Cristo hizo fueron condicionadas por su amor infinito y su compasión. Necesitamos ser sensibles y tiernos con los menos afortunados así como lo fue él. Necesitamos sentir lo que él sintió. Necesitamos poseer un corazón delicado que pueda alcanzar al doliente. Jesús se identificó completamente con los padecimientos y necesidades del ciego. Cuando su compasión encendió una respuesta de fe, los ojos del hombre ciego fueron abiertos. Por primera vez en su vida vio el brillo del sol, la be-lleza de la naturaleza, y al Señor de la sanidad. La gratitud llenó su corazón y lo impulsó a pro-rrumpir en alabanza proclamando lo que Jesús había hecho por él. No sintió temor de dar gloria a Dios.

Visión sin obstrucción

Ver a otros a través de los ojos de Jesucristo significa descartar cualquier cosa que obstruya una clara visión. Cuando Jesús vio al ciego, vio a una persona en gran necesidad, y advirtió la oportunidad de revelar el poder de Dios. Pero los discípulos vieron un problema teológico. “Maestro, quién pecó, este hombre o sus padres?”, preguntaron (Juan 9,2). Con frecuencia, nuestras ideas y concepciones del mundo interfieren al observar a las personas por lo que son y

Algunas claves para la lectura del evangelio

Jesús ve en el ciego, no a un mendigo, a un excluido, a un marginado, a un pecador..., sino a un hombre. Como en cada episodio de los evange-lios, Jesús pone en el centro de la atención a la persona, no los prejui-cios sobre ella, ni las leyes. Sólo ve en él a una persona necesitada de salvación. Los discípulos, por el contrario, se pierden en ideas “teológi-cas”: la enfermedad es un castigo por el pecado... No saben ver.

Jesús ve en esta desgracia del ciego una oportunidad para que se mani-fieste en él la salvación de Dios. Mientras Jesús está en el mundo, se sabe enviado a salvar. Y, en esta ocasión, en la persona del ciego, se re-vela como Luz del mundo.

por lo que necesitan. Si se pierde el enfoque en quién es Dios y lo que él desea que hagamos por los demás, disminuye nuestra visión y se va perdiendo el sentido de nuestra misión.

Visión basada en lo que Dios nos sugiere

Para mirar como Jesús lo hizo, debemos aceptar la visión reveladora que Dios provee. Obser-vemos a los vecinos del hombre ciego. Ellos sabían que era ciego desde su nacimiento. Ahora escucharon el testimonio del hombre diciendo que Dios lo había sanado. Dios se encontró con él personalmente y le dio la vista. Ese hombre era una prueba viviente del poder de Dios. Pero los vecinos no estaban preparados para aceptar la revelación divina. Incluso llegaron a dudar si este era el mismo ciego que se sentaba en la vecindad a mendigar todos los días. Buscaron la opinión de los fariseos. Prefirieron el juicio de otros en lugar de la revelación de Dios.

Los fariseos tenían sus propias “cataratas”. Cuando descubrieron que la sanación ocurrió en sábado, no lo pudieron admitir. Determinaron que quien sanó en sábado había quebrantado el sábado y por lo tanto no provenía de Dios (Juan 9,16). La mirada de los fariseos estaba tan dis-minuida por las interpretaciones legalistas sobre el sábado que no pudieron ver al Señor del sábado. Para ellos Jesús apareció, no como la más acabada revelación divina, sino como un hombre que no guardaba el sábado.

Irónicamente, la visión de los fariseos era en verdad la peor de las cegueras. Los fariseos se cre-ían demasiado sabios para necesitar instrucción, demasiado justos para necesitar salvación, demasiado altamente honrados para necesitar la honra que proviene de Cristo...Se aferraban a las formas muertas, y se apartaban de la verdad viva y del poder de Dios. ¿Hay algo de esto en nuestra acción misionera?

Visión de valentía

Ver como Jesús lo hizo es mirar con valentía. Veamos la reacción de los padres del ciego. Ellos deberían haberse alegrado. Su hijo podía ver ahora. No necesitaba seguir siendo un mendigo. Podía trabajar y mantenerse a sí mismo. La gente tenía sus dudas, los fariseos tenían su teolog-ía, pero los padres no tenían por qué dudar de que su hijo se hubiera transformado en una nue-va persona. Sin embargo, ellos todavía no podían ver como Jesús. La visión de Jesús era una visión de valentía. El vio un hombre en necesidad y lo sanó en día sábado sin sentir temor de los fariseos. Haciendo bien, dando vista al ciego, no hay lugar para la cobardía. Pero los padres fue-ron temerosos y dijeron: “Pregúntale a él, él es suficientemente grande como para contestar por sí mismo” (Juan 9,21). Prefirieron la aceptación de los demás por encima de la divina. Una persona que teme ser rechazada por los demás sólo por decir la verdad no puede ver como Jesús. Tarde o temprano, la cubrirán las tinieblas.

La mayor necesidad

Consecuentemente, nuestra mayor necesidad es mirar como Jesús ve. Como creyentes, como estudiantes o profesionales, debemos anhelar de veras ver como Jesús. Hay momentos cuando no sabemos qué hacer, qué decir, qué dirección tomar, pero es reconfortante saber que Cristo está dispuesto a irrumpir en nuestra confusión y oscuridad para alumbrar nuestros corazones.

¡Jesús es el más grande oculista que jamás haya existido! El tiene la receta correcta para corre-gir nuestra visión. En él, todo es ciento por ciento. Y está dispuesto a restaurar nuestra visión para permitirnos ver como él ve.

CUARTO ENCUENTRO

Después de tres encuentros de carácter más bien re-flexivo, se propone uno celebrativo en el que, además,

puede facilitarse la celebración de la reconciliación.

Canto Inicial:

Perdón por aquel mendigo por aquella lágrima que hice brillar. Perdón por aquellos ojos, que al buscar los míos no quise mirar. (2) Señor, no le di la mano, se encontraba solo y lo dejé partir. Perdón por no dar cariño, por solo buscarlo y tan lejos de Ti (2) Señor, ¿por qué soy así?, estoy como un ciego no sé comprender. Señor, Tú eres mi esperanza, dame tu mirada que te sepa ver. Perdón por otros hermanos, a quienes no importa de tu padecer. Estás cerca del que sufre, pasan a tu lado pero no te ven. (2) Señor, no voy siempre alegre no doy luz a otros que están junto a mí. Perdón por esta tristeza por sentirme solo cuando estás ahí. (2)

Con la intención de “fijar nuestra mirada en Jesús” se ex-pondrá el Santísimo (o reunirse en torno al sagrario) para

dar un tiempo calmo de oración.

Un cartel con la siguiente frase puede ubicarse para motivar:

¿Realmente vale la pena fijar la mirada en Jesús?

Un lector proclama los siguientes versículos (puede hacerlo varias veces, remarcando el “fijar la mirada”):

“…dejemos a un lado todo lo que nos estorba y el pecado que nos enreda, y co-rramos con fortaleza la carrera que tenemos por delante. Fijemos nuestra mirada

en Jesús, pues de Él procede nuestra fe y Él es quien la perfecciona”. Heb. 12, 1-2

Tiempo de silencio. Quizás pueda ponerse como fondo musical las cancio-

nes que se han usado en las anteriores reflexiones. Tras un rato, dos lectores se van intercalando para

proclamar la siguiente oración:

Quisiera mirar con tu mirada, Señor. Como has mirado a la Samaritana: “Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le dijo: ‘Dame de beber’...". Como has mirado a la mujer adultera: "...Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante".

Miradas de amor profundo y verdadero en tus ojos, que tanto han cautiva-do y tantas barreras han derribado. Una mirada al corazón de la persona, mirada portadora de toda tu bondad, sabiduría y amor.

Como la del joven rico: “Jesús lo miró con amor y le dijo: Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". La mirada al ciego de nacimiento… A los leprosos… Las que has dirigido a las mujeres angustiadas por tus sufrimientos... mirada de un rostro desfigurado... “no lloren por mi...”

Miradas de ternura y acogimiento hacia el pecador arrepentido, mirada fulminante hacia el perverso obstinado, hacia el injusto engreído y despia-dado con los más pobres...

Danos el regalo de que nuestros ojos se parezcan a los tuyos. Cuando tú nos miras, pones en nosotros ojos nuevos, ojos que empiezan a parecerse a los tuyos. «Te pareces a mí, porque yo te miro. Te pareces a mí, porque yo te amo».

En este momento se motivará la reconciliación sacramental.

Podrá usarse algún examen de conciencia ya existente, o proponer algo con el tema de la mirada (la canción inicial

puede ser inspiradora).

Si no hubiera reconciliación sería bueno continuar el momento celebrativo dándole una tónica penitencial

(salmo, canto, preguntas, gesto…).

Como cierre del momento, se convocará al grupo para hacer un canto y rezar juntos la oración del Padrenuestro.