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Sobre el trotskismo en mexico y las tendencias
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A LA IZQUIERDA DEL MARGEN:
LOS TROTSKISMOS INTERNACIONALES EN MÉXICO
1958-2000
____________________
ÓSCAR DE PABLO
Alfonso Peralta, Álvaro Zamora,
Melitón Hernández y José Ramón García,
asesinados por su militancia trotskista.
A los que siguen su lucha.
LA ÚLTIMA ADVERTENCIA
Empecemos por definir “trotskismo”. Si bien esta palabra
remite a la reivindicación de la persona de León Trotsky, el
trotskismo como tendencia debe significar algo más específi-
co. Tratándose de un político y un pensador cuyas concepcio-
nes más importantes evolucionaron significativamente a lo
largo de su vida, es imposible que la reivindicación de todos y
cada uno de sus escritos (en ocasiones contradictorios) pueda
ser tomada como definición de trotskismo. Más bien, el trots-
kismo es una creación colectiva históricamente desarrollada:
en su sentido más preciso, es la tendencia que se ubica, me-
diante su práctica política objetiva, en la tradición de los cua-
tro primeros congresos de la Internacional Comunista, la fun-
dación de la Cuarta Internacional, y la posiciones adoptadas
por ésta al menos hasta la década de 1950, antes de iniciar el
ciclo de las grandes escisiones.
Dentro del universo del movimiento comunista, este
“cuartainternacionalismo”, que por convención llamamos
trotskismo, se distingue centralmente por dos elementos pro-
gramáticos: En primer lugar, la teoría-programa de la “revolu-
ción permanente”, desarrollada por Trotsky desde 1905, apli-
cada a la relación entre los procesos revolucionarios del mun-
do capitalista con sus muy diversos grados de desarrollo; y en
segundo lugar, una posición distinguible frente a la Unión
Soviética burocratizada, que combina el llamado a la defensa
militar incondicional de ésta, en tanto “Estado obrero”, con
una tajante oposición revolucionaria al gobierno burocrático.
Para efectos de este estudio, sin embargo, usaré el término
trotskismo en una acepción algo menos precisa, pero más
manejable, por ser más popularmente aceptada: llamaré trots-
kista sencillamente a toda tendencia política que haya escogi-
do describirse a sí misma como tal. Ésta, pues, es una historia
de las tendencias que se auto-denominaban trotskistas, inde-
pendientemente de su grado de consistencia real con la tradi-
ción de Trotsky.
Durante la segunda mitad del siglo XX, la autodefinición
de una organización dada como trotskista significó su inclu-
sión en una cierta cultura política, es decir, a un conjunto de
referencias históricas en común; referencias que, sin embargo,
fueron puestas al servicio de líneas políticas muy disímiles. La
teoría de la revolución permanente sirvió para justificar prácti-
cas radicalmente distintas respecto a los procesos de liberación
nacional del mundo neocolonial y el mundo capitalista atrasa-
do en general. Por su parte, la posición defensista, pero fuer-
temente crítica, frente a la Unión Soviética fue interpretada de
maneras variables por los distintos grupos en las distintas
coyunturas.
Si bien, desde el punto de vista de la moral y de las moti-
vaciones subjetivas, nada tengo que reprochar a mis protago-
nistas, a los que en todo caso en general admiro y respeto
personalmente, he buscado un cierto énfasis en las contradic-
ciones programáticas que existieron entre los diversos grupos,
así como entre estos y el modelo clásico de trotskismo. Natu-
ralmente, por su propia naturaleza, ningún estudio político
puede ser del todo neutral.
La historia de todo movimiento revolucionario fuera del
poder es necesariamente la historia de sus problemas. El tono
de este trabajo es, pues, altamente crítico, pero de ello no debe
desprenderse la noción de que considero esta historia como un
experimento fútil o fallido. Gracias al trabajo de varias gene-
raciones de militantes, el nombre de trotskismo implica hoy
una serie de elevados valores políticos, y si describo a mis
protagonistas con una luz tan severa es en buena medida por lo
alto de los estándares que su propia tradición ha fijado. Ésta es
una historia de errores y de problemas, pero también es un
homenaje a los hombres y las mujeres que decidieron enfren-
tarlos.
* * *
Centrada en las posiciones políticas y organizativas de los
diversos grupos, ésta podría describirse como una “historia de
las ideas”. Sin embargo, ninguna historia de las ideas políticas
tiene sentido si no se ubica en un contexto humano.
Desde el punto de vista sociológico, la composición del
movimiento que trato rara vez abarcó a hombres y mujeres
fuera de una estrecha franja de intelectuales radicalizados, en
general muy jóvenes, cuya integración en la vida productiva y
social del país se daba principalmente a través de su activismo
político y, en algunos casos, de su quehacer intelectual. Esto
no quiere decir que su trabajo político no se haya desarrollado
en otros medios, en particular el del movimiento obrero. En el
caso específico del movimiento estudiado, no es muy prove-
choso detenerse demasiado en la descripción estadística de la
composición social de los pequeños grupos, en general más
significativos por sus ideas que por su tamaño.
Del mismo modo, la preocupación que enfrentan los in-
vestigadores cuando se narra la historia de partidos políticos
de no centrarse más de la cuenta en las ideas y posiciones de
los círculos dirigentes olvidando a la base militante, carece en
este caso de aplicación, en virtud del reducido tamaño que en
general tuvieron estos grupos.
En su punto más alto (mediados de la década de 1980), el
partido trotskista más numeroso, el PRT, llegó a contar una
militancia de unas 3 mil personas, mientras que en ese mismo
periodo, el partido de izquierda más grande (el PSUM) recla-
maba una militancia 20 veces mayor.1 Durante la mayor parte
de la historia, sin embargo, la militancia de los grupos trotskis-
tas se contó en unas pocas decenas de activistas.
En cambio, el contexto político exterior, tanto nacional
como internacional, sí fue ampliamente diverso durante el
periodo estudiado y siempre tuvo un impacto determinante en
las posiciones que estudio, por lo que habrá de ser una refe-
rencia constante. La proyección de los grandes acontecimien-
tos políticos, tal como se refractó en la mente de los militantes
1 B. Carr, La izquierda mexicana a través del siglo XX, Era
México, 1996
2
2
trotskistas, puede servir incluso como una forma de compren-
der el impacto que esos acontecimientos tuvieron más gene-
ralmente en los intelectuales de izquierda de la época, en Mé-
xico e internacionalmente.
* * *
¿Por qué precisamente la segunda mitad del siglo XX? ¿Se
trata sólo de una cifra redonda?
Desde el punto de vista organizativo y humano, el “pri-
mer ciclo” del trotskismo mexicano, el de la época de Trotsky,
se disolvió a lo largo de la década de 1940, mientras que el
segundo, con un conjunto de protagonistas casi enteramente
nuevo, no apareció sino hasta el final de la siguiente década.
Entre uno y otro ciclo existe lo que Robert Alexander llamó
“The hiatus of the 1950’s”.2 Así pues, la delimitación cronoló-
gica de este trabajo es menos arbitraria de lo que podría pare-
cer, pues corresponde a grandes rasgos al segundo ciclo del
trotskismo mexicano, marcado por la continuidad de la parti-
cipación de algunos protagonistas colectivos, e incluso indivi-
duales; una continuidad que no volvería a romperse, ni siquie-
ra tras la gigantesca crisis de la izquierda que comenzó a fina-
les de los años ochenta.
Así pues, el presente trabajo abarca desde los anteceden-
tes inmediatos de la fundación del POR (T) a finales de los años
cincuenta, hasta la huelga de la UNAM y las elecciones que
marcaron la caída del PRI en el año 2000.
Ésta es una extensión temporal demasiado amplia para
realizar un estudio exhaustivo, pero hacer un corte que limitara
más su ámbito temporal dejaría necesariamente incompleto
alguno de los aspectos del relato. Acaso el único momento en
el que un corte que no hubiera resultado del todo arbitrario
hubiera sido el periodo de 1988-92, en el que la izquierda
independiente, y con ella el trotskismo, sufrió una reducción
cualitativa como resultado de la caída del “bloque socialista”,
por un lado, y la aparición del neo-cardenismo en el terreno
nacional mexicano, por el otro. Sin embargo, me interesaba
enfatizar específicamente la precaria pero innegable continui-
dad que se mantuvo entre el trotskismo anterior a ese momen-
to y el que existió a partir de entonces, un fenómeno poco
estudiado por los académicos y poco conocido por los militan-
tes trotskistas de entonces y de ahora. En este sentido, me
pareció que sería útil extender la delimitación de este estudio
unos doce años después de 1988, de manera tal que proporcio-
ne una idea de cómo quedó estabilizado el movimiento des-
pués de los grandes cambios que lo sacudieron.
En este trabajo me limito a trazar un esbozo esquemático
y no una visión exhaustiva de los sucesos que año con año
marcaron la vida de los militantes trotskistas.
* * *
Si bien la más estable de las tendencias trotskistas mexi-
canas, y la que sin duda llegó a ser más numerosa, fue la co-
rriente encarnada sucesivamente en la primera LOM, el GCI y
el PRT (afiliada mexicana a una de las muchas tendencias
internacionales que reclamó el título de “Cuarta Internacio-
2 “El hiato de los años 1950s”. Robert J. Alexander, Trotsky-
ism in Latin, Hoover Institution Press, Stanford, 1973
nal”), los protagonistas de este relato son todas las diversas
corrientes y organizaciones trotskistas en la medida en que
alcanzaron una personalidad política distinguible, aún cuando
en algunos casos se trate de tendencias numéricamente insigni-
ficantes. La especificidad ideológica de cada tendencia es el
tema central de este trabajo. En esa media, resulta imposible
hacer una historia estrechamente nacional de las ideas políticas
trotskistas, dado que la gran mayoría de las organizaciones
descritas fueron encarnaciones mexicanas de tendencias inter-
nacionales bien definidas.
Así pues, este trabajo puede leerse ya sea como una histo-
ria de la izquierda mexicana a través de uno de sus componen-
tes (el trotskista) o, mejor aun, como una historia de las ten-
dencias internacionales del trotskismo a partir de uno de los
países en los que éstas trabajaron. En ese sentido, México
tiene el raro privilegio de haber visto a la mayoría de estas
tendencias operar en la realidad concreta.
Aunque procuré centrar este estudio en el contenido polí-
tico e ideológico de las tendencias organizadas, en algunos
casos hube de limitarme a dar cuenta de los cambios organiza-
tivos visibles, pues su contenido político no siempre resulta
transparente a los ojos externos.
Cuando la personalidad individual de alguna de las figu-
ras influyentes se puede leer con claridad a partir de su historia
política, no rechacé una cierta valoración de estas personalida-
des, lo cual contribuyó a proporcionar una cara reconocible a
los protagonistas y a darle cierta amenidad a la historia. A fin
de cuentas, es una historia de seres humanos. Respecto al
método marxista de hacer historia, León Trotsky escribió
alguna vez: “No es nuestro propósito, ni mucho menos, negar
la importancia que lo personal tiene en la mecánica del proce-
so histórico, ni la influencia del factor fortuito en lo perso-
nal.”3 Este trabajo es justamente una historia de lo que Trotsky
llamó “lo personal”.
* * *
A lo largo del trabajo usaré la terminología marxista
convencional y en particular la usada por el movimiento trots-
kista. Estoy consciente de que actualmente ésta no es la termi-
nología convencional en la descripción política, pero explicar-
la con detalle excede los alcances de este trabajo. Además
recurriré a otros términos políticos descriptivos menos preci-
sos que sí es necesario definir: en particular, los términos
“derecha” e “izquierda”.
Cuando uso el término izquierda como sustantivo absolu-
to (si digo que la izquierda mexicana hizo esto o aquello), me
refiero al conjunto de tendencias políticas cuyo fin último
ostensible es la superación del capitalismo a favor de alguna
forma de colectivismo, independientemente de sus diversos
medios (desde los socialistas parlamentarios hasta los anar-
quistas, pasando por las distintas versiones del movimiento
comunista). Cuando, con más frecuencia, uso los términos
“derecha” e “izquierda” en forma relativa dentro de la política
general de un país y no sólo aplicados a cierta franja (por
ejemplo: el PRD está a la izquierda del PRI, que a su vez está a
la izquierda del PAN, etc...) me refiero a lo cerca o lejos que
3 Trotsky, Historia de la Revolución Rusa,(1930) ed. Juan
Pablos, México, 19
3
3
cada tendencia pueda estar de la primera acepción que llamé
absoluta. Finalmente, cuando use estos términos en forma
relativa pero aplicados a corrientes dentro de la “izquierda” no
me refiero al grado de violencia física o verbal a que recurran,
sino a su relación ideológica con el status quo social en el que
viven, siendo más “izquierdistas” los que demuestren estar
más alienados del orden ideológico existente, y más “derechis-
tas” los más dispuestos a adaptarse a éste. Así pues, el estali-
nismo, con su visión del “socialismo en un solo país” y la
“coexistencia pacífica” con el orden imperialista mundial está
fundamentalmente a la derecha del trotskismo, aun cuando
aquel halla sido notorio por su uso generalizado de la violencia
física en la persecución de sus fines. Del mismo, el recurso de
la vía armada no es izquierdista per se.
Dentro del movimiento trotskista en particular, las co-
rrientes que se hallan más a la “derecha” son en este sentido
las más abiertas adaptarse no sólo a los valores de la sociedad
capitalista directamente, sino también a los de medios del
movimiento social en los que operan, mientras que los más
“izquierdistas”, son aquellos se ciñen más estrechamente a su
propio perfil político como trotskistas, especialmente a sus
aspectos más controvertidos, como la revolución socialista y la
dictadura del proletariado.
El término “ultra-izquierdismo” implica un juicio subjeti-
vo de quien ha ido “demasiado lejos” en su izquierdismo, y no
lo usaré sino entrecomillado, cuando reporte la opinión de
terceros. Términos valorativos como “oportunismo” y “secta-
rismo” han sido ampliamente usados en las polémicas, pero yo
no recurriré a ellos salvo en la pequeña medida en la que den
cuenta de realidades objetivas: no como características de un
sujeto sino de la relación entre dos sujetos: “Oportunismo” es
el término peyorativo que se usa para denunciar a las tenden-
cias que, dentro de la izquierda, se encuentran a la derecha del
observador. Por su parte, el término “sectarismo”, aunque
frecuentemente se asocia con el de “ultra-izquierdismo” en
tanto se aplica a grupos alienados del resto del movimiento
social, se refiere específicamente a una forma organizativa
relativamente cerrada (con respecto a la preferible para el
observador) que puede servir a diversas posturas políticas, no
sólo a las más “izquierdistas”. La historia del trotskismo mexi-
cano incluye algunos ejemplos de esto.
I
EL PRINCIPIO ERA EL CAOS
(1958-1962)
A mediados de los años cincuenta, el trotskismo como fuerza
organizada no existía en México, pese a ser el país donde León
Trotsky había vivido los últimos años de su vida y donde ha-
bía escrito varios de sus libros más importantes.
Para entonces, Rosalío Negrete (ingeniosa traducción cas-
tellana de Russell Blackwell), el militante estadounidense que
había impulsado la fundación del trotskismo mexicano dentro
y fuera del Partido Comunista, había abandonado el marxismo
para convertirse en anarquista; el célebre Diego Rivera había
roto violentamente con Trotsky para regresar al estalinismo.
La propia Natalia Sedova, viuda de Trotsky, había abandonado
la Cuarta Internacional tras la Segunda Guerra Mundial recha-
zando la postura de defensa incondicional de la URSS.
La primera generación de trotskistas mexicanos había
logrado una influencia marginal en el movimiento obrero
durante la guerra, pero poco después, dividida desde 1945
entre el grupo de Luciano Galicia y el de Octavio Fernández,
fue perdiendo sus raíces en la clase obrera y se fue disgregan-
do. Para 1948, ambas alas habían perdido contacto con la
Cuarta Internacional y poco después dejaron de existir en
forma organizada.4 Algunos de sus militantes, como Rafael
Galván, harían una importante carrera en el movimiento obre-
ro y la izquierda, pero no bajo la bandera específica del trots-
kismo.5 Otros, como los líderes Luciano Galicia y Octavio
Fernández, conservarían su “trotskismo” como ideología indi-
vidual sin militar en ningún grupo. Otros más, como Félix
Ibarra, César Nicolás Molina y Fausto Dávila mantendrían una
relación activa de simpatía y enseñanza con la siguiente gene-
ración de trotskistas mexicanos.
En su último año de vida, León Trotsky había generado
una descripción original de los gobiernos del mundo “neo-
colonial”, y en particular el de México, según la cual el peso
social relativamente débil de la clase burguesa nacional (tanto
frente a su propia población como frente al imperialismo ex-
tranjero), forzaba a los gobiernos a compensar ese defecto
estructural adquiriendo una férreo control sobre el resto de las
clases sociales, especialmente la clase obrera, lo que llamó
“bonapartismo sui generis”6. En virtud de esta caracterización,
Trotsky anticipó que (a menos que los trotskistas lograran la
dirección de los sindicatos) el gobierno mexicano tendería a
incorporar más y más al movimiento sindical a su propia esfe-
ra, aplastando en el camino la democracia sindical.
Si bien esta propensión había iniciado durante la vida del
propio Trotsky, bajo el gobierno de Cárdenas y la dirección
sindical de Lombardo, para los años cincuenta, 20 años des-
pués de formulado, su pronóstico se había cumplido como una
maldición. A principios de los años cincuenta personajes como
Fidel Velásquez y los llamados líderes “charros” habían adqui-
rido el control de la CTM, purgado a los cuadros izquierdistas,
suprimido la democracia sindical y subordinado a los sindica-
tos al partido de Estado, el PRI.
Vale la pena detenerse brevemente para discutir las razo-
nes subyacentes de la decadencia y dispersión del primer ciclo
del trotskismo mexicano. La primera de estas razones tiene
que ver con el firme control que el Estado mexicano mantuvo
sobre el movimiento obrero, tal como Trotsky había previsto.
En sus dos fases (primero bajo el estalinismo y después direc-
tamente bajo el PRI) este control corporativismo cumplió efi-
cazmente la función de impedir manifestaciones de política
obrera independiente, negándole al trotskismo su base natural.
En el ámbito ideológico, este fenómeno se expresó a dos
niveles. En el mundo oficial, el anticomunismo macartista,
4 El recuento más exhaustivo del primer ciclo del trotskismo
mexicano se encuentra en Gall, Olivia, Trotsky en México,
Era, México 1991. 5 Según Alexander (op. cit.), a mediados de los años cincuenta
apareció una revista semi-trotskista dirigida por el líder elec-
tricista Rafael Galván, llamada ¿Qué Hacer? 6 Ver: Trotsky, “Los sindicatos en la era de la decadencia
imperialista” (1940)
4
4
importado de EE.UU. para al armar a los gobiernos capitalis-
tas en la guerra fría, ayudó a inocular a sectores de la clase
media y la población en general contra las ideas del marxismo.
Más fundamentalmente, en el seno del movimiento obrero, el
arraigado nacionalismo de la izquierda mexicana también
contribuyó a aislar y disgregar a las fuerzas de la Cuarta Inter-
nacional.
Sin embargo, las condiciones objetivas para la existencia
de una tendencia proletaria que no sólo fuera socialista, sino
que se ubicara incluso a la izquierda del comunismo soviético
oficial, no sólo no dejaron de existir en esa década, sino que en
cierto modo se hicieron más propicias. Durante toda la primera
mitad del siglo, el país desarrolló una poderosa clase obrera
industrial concentrada en la Ciudad de México y otros centros
urbanos importantes, que además reunían universidades y
otros centros de estudio masivos. Al mismo tiempo, tal como
Trotsky había previsto, la burguesía nacional no logró desarro-
llarse hasta el punto de general un régimen liberal-democrático
estable ante sus propias masas ni independiente frente al impe-
rialismo.
Sin embargo, los factores arriba mencionados no sólo
rompieron la continuidad del trotskismo nacional, sino que
golpearon a todas las expresiones políticas del movimiento
obrero.
En esa época, prácticamente toda la izquierda mexicana
organizada –dominada por el PCM, y el lombardista Partido
Popular (PP)-- compartía el esquema estalinista de la revolu-
ción “por etapas” y en particular participaba del proyecto
nacionalista de la “Unidad Nacional”, que culminó con el
apoyo electoral al candidato oficial Miguel Alemán en 1946.
Esta lealtad al sistema no impidió que, durante la década de
los cincuenta, el PCM siguiera siendo víctima de una represión
estatal feroz y constante por parte de un gobierno que por su
propia naturaleza no podía tolerar ninguna alternativa política
entre el movimiento popular. Así, por el efecto combinado de
sus propias contradicciones y de la feroz represión policíaca,
el Partido Comunista entró en crisis, de manera que entre 1952
y 1957 sus organizaciones de base perdieron dos terceras par-
tes de su militancia.7
Cuando, a finales de los años cincuenta, los violentos
combates de la insurgencia obrera (ferrocarrilera y magisterial,
entre otros) sacudieron al país, los partidos de izquierda tradi-
cional asesoraron a estos movimientos y participaron en ellos:
de hecho, sus cuadros en los gremios fueron los líderes natura-
les de estas luchas. Paradójicamente, sin embargo, su estallido
no encajaba en absoluto con su rígido esquema reformista y de
hecho los había tomado por sorpresa. Su apoyo al gobierno
priísta y su concepción conciliadora de “unidad a toda costa”
con el movimiento sindical oficial les había impedido proveer
una verdadera dirección política revolucionaria.
El más pro gobiernista y “leal” de estos partidos era sin
duda el Partido Popular, fundado y dirigido por el antiguo
líder de la CTM, Vicente Lombardo Toledano.
7 Carr, op.cit.
Lombardo era un político para quien el socialismo era
“la prolongación y extensión del capitalismo de Estado”8 y
que, sin llamarse a sí mismo comunista, se había mantenido
fiel al estalinismo soviético. Como es bien sabido, Lombardo
había sido el más poderoso de los enemigos de Trotsky en
México.9
Sin embargo, a diferencia del PCM, su partido en esa épo-
ca distaba mucho de ser monolítico. Según lo describe Barry
Carr en Historia de la izquierda mexicana a través del siglo
XX:
El Partido Popular atrajo inicialmente a miembros de una
amplia gama de círculos progresistas y de izquierda. Muchos
antiguos comunistas se unieron a él, incluidos José Revueltas,
Diego Rivera, Enrique Ramírez y Ramírez, Rafael Carrillo y
Vicente Fuentes Díaz. Se les sumó una amplia gama de socia-
listas no afiliados a ningún partido, como el agrónomo Manuel
Mesa, Narciso Bassols, Víctor Manuel Villaseñor, el doctor
Jorge Carrión, Manuel Marcué Pardiñas, y activistas del mo-
vimiento obrero como Alejandro Carrillo, el organizador cam-
pesino sonorense Jacinto López y el diputado federal Vidal
Díaz Muñoz, un político veracruzano que encabezaba la Fede-
ración Nacional de Trabajadores del Azúcar. Curiosamente, el
Partido Popular también atrajo a un cierto número de antico-
munistas [...].
La presencia de tan diversas tendencias dentro del PP era
posible porque la vaga postura que adoptaba el partido admitía
muy diversas interpretaciones de sus fines. El resultado fueron
disputas enconadas. 10
Debido en gran parte a la militancia de estos cuadros no
estrictamente lombardistas, el PP cobró una gran importancia
en la izquierda de finales de los años cuarenta y principios de
los años cincuenta. El líder campesino sonorense Jacinto Ló-
pez, por ejemplo, llegó a ser uno de los dirigentes principales
de la federación sindical UGOCM (el intento de la izquierda de
crear una alternativa radical a la CTM), hasta que fue arrestado
en 1958 junto con el líder magisterial comunista Othón Sala-
zar. En virtud de esta diversidad, el PP de ese entonces se con-
virtió en un semillero de las más diversas corrientes izquier-
distas. Incluso el primer intento de organizar un movimiento
guerrillero castrista durante los años sesenta (la toma del cuar-
tel Madera en Chihuahua en 1965) estuvo organizado por
antiguos militantes del PP.11
Acaso estos factores expliquen la aparente paradoja de
que fuera justamente en el Partido Popular de Lombardo, o
para ser más precisos, en su organización juvenil, la Juventud
Popular (JP), donde se originó el primer núcleo trotskista me-
xicano del segundo ciclo.
Así pues, en pleno auge de la insurgencia ferrocarrilera,
un grupo de jóvenes cuadros de la Juventud Popular en la
Ciudad de México se desilusionaron del papel que el PP y los
8 citado en idem
9 ver: Gall, op. cit.
10 Idem
11 Idem
5
5
demás partidos de la izquierda tradicional habían desempeña-
do y decidieron que no querían volver a oír hablar de lombar-
dismo. Entre estos jóvenes izquierdistas estaban Felipe Galván
y el sonorense Francisco Xavier Navarrete, que había sido el
ayudante personal de Jacinto López. El caso es que, en algún
momento de 1958, se separaron de la Juventud Popular para
formar un grupo propio basado en una interpretación más
radical del marxismo-leninismo, declarándose trotskistas.
Aunque esta conversión no fue compartida por todos los mili-
tantes de la JP, sí incluyó a su núcleo activo, de forma tal que,
tras la escisión, la juventud lombardista perdió su viabilidad, y
dejó de existir por el siguiente periodo.
En su evolución a la izquierda, los jóvenes líderes de la JP
entraron en contacto con un hombre llamado Vidal Solís, un
cuadro michoacano del PCM que, al igual que otros militantes
comunistas de todo el mundo, pocos años antes había roto con
el estalinismo bajo el impacto del XX Congreso del PCUS y la
Revolución Húngara de 1956, para acercarse al trotskismo.
Gracias a los contactos de Vidal, los miembros de la JP
trabaron relación con veteranos militantes de la época de
Trotsky, como los obreros telefonistas Roberto M. Abelleyra y
el oaxaqueño Félix Ibarra, que durante la última década habían
conservado su política trotskista en estado latente, sin encar-
nación organizativa propia. Ibarra, nacido en 1912, había sido
uno de los líderes fundadores del trotskismo mexicano, y, para
los años cincuenta, había llegado a ser una de las figuras más
importantes en el ala izquierda del sindicato telefonista.12
De
esta generación también formaba parte el doctor Fausto Dávila
Solís que, pocos años antes, en la ciudad petrolera de Poza
Rica, había ganado unas elecciones municipales como candi-
dato “independiente”, pero no había podido ocupar el cargo
pues el cacique priísta le robó la elección.13
Después de intentar sin mucho éxito contagiar su entu-
siasmo a los viejos ex militantes, para entonces ya demasiado
cansados para comenzar de nuevo, y tras estudiar algunos de
los principales libros de Trotsky, Vidal y los militantes de la JP
buscaron el ingreso al movimiento trotskista mundial y a fina-
les de 1958 entraron en contacto con el Buró Latinoamericano
de la Cuarta Internacional, o más bien, de su versión “pablis-
ta”.
¿CUÁL IV INTERNACIONAL?
Para 1958, el movimiento trotskista internacional llevaba
más de cinco años dividido en dos alas, ambas reclamando el
manto de la Cuarta Internacional. Por un lado, estaba la mayo-
ría dirigida por el griego Michel Pablo (M. Raptis) en torno al
Secretariado Internacional, y por el otro, el llamado Comité
Internacional, dirigido por el poderoso SWP estadounidense de
James P. Cannon, y algunos elementos de las secciones britá-
nica y francesa.
12
Según Alexander (op. cit.), Felipe Galván también había
formado parte del trotskismo de la generación anterior. Por
razones elementales de edad, esto no es verosímil. 13
Ibid. Todavía hoy existen en Poza Rica una colonia y un
hospital que llevan el nombre del doctor Fausto Dávila Solís.
Ideológicamente, ambas corrientes partían de maneras
distintas de interpretar los sucesos internacionales que siguie-
ron a la Segunda Guerra Mundial y que el trotskismo clásico
no había previsto, como la extensión del “bloque soviético”
más allá de la URSS y la abolición del capitalismo en Europa
del Este y en China.
Desde 1951, el Secretariado Internacional pablista defen-
día la tesis de que las nuevas circunstancias mundiales eran
totalmente distintas a las anteriores. Según esta corriente, en el
nuevo contexto, los movimientos de izquierda no trotskista
podían despeñar un papel “aproximadamente revolucionario”.
Por tanto, los trotskistas internacionalmente debían unirse a las
corrientes estalinistas y de liberación nacional para impulsar-
las en dirección del marxismo revolucionario genuino, al que,
según se alegaba, estaban objetivamente predispuestas, espe-
cialmente en el mundo neo-colonial. Según esta perspectiva,
mantener la independencia organizativa del trotskismo no era
tan necesario como lo había sido en tiempos de Trotsky.
Los “antipablistas”, por su parte, en línea con el trotskis-
mo ortodoxo, no acertaban a caracterizar con claridad lo que
había pasado en Europa del Este y China –en algunos casos,
negándose a reconocer las revoluciones sociales que habían
ocurrido--, pero en cambio estaban convencidos de la necesi-
dad de mantener la independencia organizativa de la Cuarta
Internacional y sus secciones.
En 1952, desde su puesto de secretario general de la In-
ternacional, Michel Pablo instruyó a la sección francesa a que
ingresara en el Partido Comunista, e hizo expulsar a los líderes
de la sección que se negaron a obedecerlo. La escisión se ge-
neralizó un año después, cuando el ala antipablista de la Inter-
nacional (y especialmente el partido estadounidense) se solida-
rizó con los militantes franceses expulsados y organizó junto a
ellos el llamado Comité Internacional con plena independencia
organizativa.
El Secretariado Internacional pablista conservó en su
campo a una de las principales figuras intelectuales del trots-
kismo europeo, Ernest Mandel, y también contaba con el Buró
Latinoamericano, dirigido por uno de los partidarios más ex-
tremos de la versión pablista del trotskismo, el argentino J.
Posadas. Por su parte, el francés Pierre Lambert y el argentino
Nahuel Moreno, entre otros, se quedaron con el Comité Inter-
nacional dirigido por el SWP. Más adelante nos detendremos
en cada uno de estos personajes, pues todos ellos, de muy
diversas maneras, habrían de desempeñar un papel importante
en la historia del trotskismo mexicano.
Volvamos, pues, al caso mexicano.
Fue mediante Posadas –líder del Buró Latinoamericano,
fiel al bando pablista-- que los jóvenes militantes de la JP en-
traron en contacto con el movimiento trotskista mundial. Du-
rante algunos meses, las reuniones y discusiones con el Buró
fueron afinando cada vez más la cultura política trotskista de
los militantes mexicanos, que adoptaron el nombre de Partido
Obrero Revolucionario (trotskista) –POR (T)–.
6
6
El órgano de propaganda del grupo fue bautizado Voz
Obrera, la primera publicación trotskista mexicana del segun-
do ciclo, que habría de continuar existiendo por más de veinti-
cinco años.
Sin embargo, a lo largo del proceso de fundación del nue-
vo partido y de su integración al movimiento mundial, uno de
los cuadros más fogueados provenientes de la JP, Francisco
Xavier Navarrete, empezó a desconfiar de la personalidad
autoritaria e inestable de Posadas, así como de su versión del
trotskismo, y decidió conservarse al margen del grupo, mante-
niendo, al menos por el momento, una actitud individual de
expectativa.
Sin embargo, la defección de Navarrete no detuvo el pro-
ceso, y los lazos entre el grupo mexicano y la Internacional se
fueron estrechando. En 1960, ya fundado el POR(T), Felipe
Galván fue enviado como delegado mexicano de la Cuarta
Internacional al Festival de la Juventud de la Habana, Cuba,
donde pudo ver la realidad de la joven dirección revoluciona-
ria cubana, y donde fue acusado, junto con los otros delegados
trotskistas, de ser agente de la CIA por los estalinistas cubanos.
A partir de su regreso, Galván sería uno de los principales
líderes del grupo. Poco después, en 1961, el VI Congreso
mundial del ala pablista de la Cuarta Internacional reconoció
formalmente al POR (T) como su sección mexicana. Este grupo
estaba destinado a escribir, pocos años más tarde, un capítulo
heroico y trágico en la historia del trotskismo mexicano, pero
una década después desaparecería víctima de la represión
estatal y de sus propias concepciones políticas.
Fue precisamente Francisco Xavier Navarrete, el único de
los cuadros de la escisión trotskista de la JP que se había nega-
do a entablar contacto con el movimiento trotskista internacio-
nal, quien propició la fundación de la corriente que llegó a ser
la más importante del trotskismo mexicano posterior, tanto en
términos numéricos como de continuidad humana: la que más
tarde sería asociada con el “Secretariado Unificado”.
La historia de este grupo empezó cuando Navarrete entró
en contacto con el joven estudiante de Ciencias Políticas Ma-
nuel Aguilar Mora. Dada la permanencia ininterrumpida de
este último en la historia del movimiento trotskista mexicano
hasta el final del siglo XX y más allá, vale la pena detenerse
en su biografía.
Perteneciente a una generación más joven que los militan-
tes mencionados hasta ahora, Manuel Aguilar Mora nació en
Chihuahua en 1939, en el seno de una familia de clase media.
A mediados de los años cuarenta, su familia emigró a la Ciu-
dad de México trayendo consigo a un Manuel de siete años y a
su hermano David, un año menor.14
En 1958, Manuel entró a estudiar la carrera de Ingeniería
en la UNAM. Ese año, la reubicación del campus en la recién
abierta Ciudad Universitaria --en el entonces lejano sur de la
14
Un hermano varios años más joven, Jorge, habría de conver-
tirse en un célebre ensayista, narrador y poeta.
ciudad--, provocó el movimiento estudiantil llamado “de los
camiones”, centrado en la exigencia estudiantil de medios
accesibles para desplazarse a la universidad. Este movimiento
sorprendió al joven chihuahuense en el primer año de la carre-
ra y lo puso en contacto con la política. Fue ahí que tuvo noti-
cias del explosivo movimiento ferrocarrilero que estaba siendo
brutalmente reprimido. Rápidamente, el muchacho abandonó
la ingeniería y se trasladó, en calidad de oyente, a la escuela de
Ciencias Políticas.
En enero de 1959, el triunfo de la Revolución Cubana sa-
cudió a la juventud de toda América Latina y dio una nueva
vitalidad a la izquierda. Revolucionarios cubanos recién sali-
dos de la clandestinidad fueron invitados ese mismo enero a
dar conferencias sobre su revolución en la escuela de Ciencias
Políticas, que entonces dirigía el intelectual izquierdista Pablo
González Casanova. Los textos clásicos marxistas formaban
parte central del programa de estudios.
Manuel Aguilar Mora y todo su círculo de amigos se de-
clararon admiradores de la Revolución Cubana, y la mayoría
ingresó a la sección juvenil del Partido Comunista. Manuel,
sin embargo, desconfiaba del PCM dado lo que había oído decir
sobre las atrocidades del estalinismo soviético. En cambio,
junto con su hermano David y otros amigos, publicó un pas-
quín estudiantil independiente con el curioso título de El de-
magogo.
En esa época, estudiaba en la escuela de Ciencias Políti-
cas Francisco Xavier Navarrete, ya de treinta y tantos años, el
único miembro de la escisión de la JP que se había negado a
unirse al grupo de Posadas, pero que no había perdido el im-
pulso de adherirse a un grupo trotskista. Así, no bien se enteró
Navarrete de que había en su propia escuela un grupito iz-
quierdista de estudiantes independientes, fue a buscar a Agui-
lar Mora. Cuando notó su acento norteño (Aguilar Mora era de
Chihuahua y Navarrete de Sonora), le preguntó provocadora-
mente si además de “pocho yanqui” era “pocho soviético”.
Como el joven le respondiera que ninguna de las dos, Navarre-
te puso en sus manos una copia de La revolución traicionada,
el libro de Trotsky que explica la naturaleza y la degeneración
de la Revolución Rusa.15
La lectura de esta obra seminal no podía sino impresionar
a los jóvenes activistas, que no tardaron en declararse trotskis-
tas y en formar una nueva organización en torno a Navarrete:
la Liga Estudiantil Marxista, que meses más tarde habría de
cambiar su nombre por el de Liga Obrera Marxista (LOM).16
Fuera de Navarrete, estos jóvenes activistas apenas tenían
noticia de la existencia del POR. Años después, Aguilar Mora
recordaría:
15
Entrevista con M. Aguilar Mora, diciembre de 2005 16
Según Alexander (op. cit.), el cambio de nombre ocurrió tras
un intento de unificarse con el POR que este último detuvo.
Según este autor, la LOM representaba en México al movi-
miento “antipablista” mundial. En realidad, como se verá el
contacto de esta organización con el movimiento mundial
comenzó cuando ya el SWP se orientaba a la fusión con el
Secretariado Internacional pablista.
7
7
En 1959, cuando se fundó la Liga Obrera Marxista,
la decena de estudiantes radicales que nos reunimos
para organizarla no éramos más que el jirón utópico de
una idea cuyas expresiones organizativas, después del
asesinato de León Trotsky en Coyoacán en 1940, ha-
bían fracasado en nuestro país.17
Además de Navarrete y los hermanos Aguilar Mora, la
Liga incluía a Moisés Lozano, Carol de Swam y Rafael To-
rres. Poco después, ingresaron varios jóvenes estudiantes de
las facultades de Filosofía y Letras y Ciencias Políticas, que
desempeñarían un papel protagónico en esta historia: Luis
Vásquez, Ana María López,18
Emilio Brodziak Amaya, Eunice
Campirán y Carlos Sevilla. Este último habría de convertirse,
en los siguientes años, en el colaborador más estrecho de Ma-
nuel Aguilar Mora al frente de su tendencia.
Con estos recursos, la LOM logró incluso editar varios li-
bros de Trotsky y una publicación estacional, El Obrero Mili-
tante. En esta época, Manuel Aguilar Mora, que en los si-
guientes años usaría el seudónimo “A. Alday”, usaba el pelo
cortísimo, algo totalmente inverosímil en un estudiante trots-
kista de los años sesenta, lo que le valió el apodo de “el pelón”
con el que en ciertos medios habría de ser conocido en adelan-
te.
La situación de asilamiento nacional de la LOM no habría
de durar mucho tiempo. A finales de 1961, Joseph Hansen,
quien fuera secretario de Trotsky y quien entonces era uno de
los principales dirigentes del Socialist Workers Party (SWP)
estadounidense, pasó por México como parte de una gira por
América Latina. En su paso por el país, el estadounidense
entró en contacto con los militantes de la LOM y les informó
que en ese momento su partido estaba iniciando un curso de
reagrupamiento con el Secretariado Internacional pablista,
sobre la base de su común apoyo a la dirección cubana.
Vale la pena explicar este giro. El SWP había dirigido el
lado antipablista en la escisión de 1953, que insistía en la
independencia del trotskismo frente a otros movimientos de
izquierda. Sin embargo, el curso cada vez más radical de la
Revolución Cubana –que había sido dirigida por un movi-
miento guerrillero que poco o nada tenía que ver ni con el
contenido de clase, ni con la ideología, ni con la forma organi-
zativa que postulaba el trotskismo-- parecía estar confirmando
la teoría de Pablo. De este modo, el SWP, ahora dirigido por el
líder sindical Farell Dobbs y por Hansen, estaba a punto de
abandonar el Comité Internacional “antipablista” y de unirse a
su rival, el Secretariado Internacional, ya para entonces dirigi-
do por Livio Maitan y Ernest Mandel.19
El documento que el
17
Aguilar Mora, Manuel, Huellas del porvenir, 1968-1988,
Juan Pablos Editor, México 1989 18
Otra Ana María López, homónima de ésta, fue conocida en
medios izquierdistas como dirigente campesina en Sonora y
compañera de Carlos Ferra. No confundir. 19
Michel Pablo, que entonces estaba preso por sus actividades
a favor de la independencia argelina, más tarde se opondría a
la reunificación y se escindiría, creando en 1965 su propia
SWP elaboró para justificar su giro, titulado “Hacia la pronta
reunificación del trotskismo mundial”, explicaba sucintamente
esta convergencia:
En su evolución hacia el marxismo revolucionario, el Mo-
vimiento 26 de Julio sentó una pauta que ahora sirve de ejem-
plo para varios países.20
La inminente reunificación no fue la única noticia sobre
realineamientos internacionales que Hansen venía a trasmitir.
Al mismo tiempo, conforme el SWP se acercaba al Secretariado
Internacional, el argentino Posadas estaba a punto de separarse
de él junto con todo su “Buró Latinoamericano” (al que en
adelante Posadas presentaría como “la Cuarta Internacional”).
Como exponente extremo del pablismo, Posadas desconfiaba
de toda dirigencia que no se centrara en el “Tercer mundo”,
pues consideraba que los obreros del mundo industrializado ya
se habían aburguesado y en adelante sólo los países del mundo
neocolonial generarían oportunidades revolucionarias.
Así pues, lo que Hansen venía a proponer a la LOM mexi-
cana era que entrara en contacto con el SWP y con el movi-
miento trotskista mundial que pronto se reunificaría, ahora que
Posadas se había hecho a un lado. Navarrete, que desconfiaba
enormemente del argentino, esta vez aceptó entablar contactos
internacionales.
Durante los meses siguientes, la relación entre la LOM y el
SWP se fue haciendo más estrecha, y para mediados de 1963 el
grupo mexicano fue invitado a mandar un delegado al congre-
so de reunificación del que resultaría el llamado Secretariado
Unificado (S.U.) “de la Cuarta Internacional”, que tuvo lugar
en la pequeña ciudad italiana de Frascatti, cerca de Roma.
El delegado elegido por la LOM fue Manuel Aguilar Mora.
En ese congreso, y en el subsiguiente viaje a Nueva York, el
joven chihuahuense entró en contacto con la mayoría de las
grandes figuras mundiales del trotskismo de entonces. Para el
II Congreso del Secretariado Unificado (el VIII para los que
venían del Secretariado Internacional) de 1965, la LOM fue
reconocida oficialmente como su sección mexicana.21
En ade-
lante, el grupo sería el afiliado mexicano del Secretariado
Unificado, y Aguilar Mora su principal enlace con el resto del
mundo.
Por su parte, cuando Posadas se escindió en 1962, el POR
(T) mexicano se mantuvo fiel a su padrino internacional, y se
convirtió en la sección mexicana de su Buró Latinoamericano,
ahora auto-nombrado “Cuarta Internacional”. Como tal, el
grupo mexicano colaboró con la producción y la distribución
de la Revista Marxista Latinoamericana, órgano internacional
del posadismo, al mismo tiempo que producía su propio perió-
dico nacional, el Voz Obrera.
organización internacional rival. Esa tendencia fue una de las
pocas que no tuvo nunca un afiliado mexicano 20
Declaración del Comité Político de SWP, 1 de marzo de
1963 21
Alexander, op. cit.
8
8
Ambos grupos siguieron existiendo independientemente,
compitiendo por el manto del trotskismo y enfrascándose en
polémicas frecuentes.
II
LOS PROFETAS ARMADOS (1963-1967)
En 1963 David Aguilar Mora estudiaba economía, formaba
parte de la LOM22
y del incipiente moviendo estudiantil y era,
según lo recuerda su hermano mayor Manuel, un joven precoz,
inteligente y sobre todo muy valeroso, una cualidad que sub-
raya con la siguiente anécdota:
En una manifestación universitaria de esos años, el rector
Ignacio Chávez, odiado por los activistas estudiantiles de
izquierda, encontró a David al frente de los manifestantes y lo
confrontó, exigiéndole que le mostrara su credencial para
demostrar que realmente era estudiante de la UNAM. Altivo,
David le respondió que lo haría con gusto, si él antes le mos-
traba su credencial de rector, con lo que arrancó la ovación de
los demás manifestantes.23
Pronto, el joven militante tendría
ocasión de demostrar su valentía en circunstancias mucho más
dramáticas.
En 1963, David Aguilar Mora conoció a un joven guate-
malteco llamado Francisco Amado Granados, que estudiaba en
su misma facultad y se dedicaba a los negocios. Sin embargo,
estas ocupaciones eran en realidad parte de una cubierta. Gra-
nados operaba en México como enlace de la guerrilla de su
país.24
La condición clandestina de Granados no le impidió en-
trar en contacto con el movimiento izquierdista del país hués-
ped, y revelarle su verdadera función. Así, en las discusiones
universitarias, el enviado de la guerrilla no tardó en captar la
atención de David.
En esa misma época, el propio Posadas estaba en México
asesorando al POR(T), y también él fue presentado a Granados,
al que con el tiempo logró ganar para su causa. A su vez, por
razones que discutiré más adelante, Posadas empezó a acari-
ciar la idea participar con su partido en la lucha armada gua-
temalteca.
Para David, entonces militante de la LOM, la perspectiva
de militar en un movimiento armado bajo la bandera del trots-
kismo, combinada con la presencia carismática de un líder
internacional como Posadas, tuvo un poderoso efecto, de ma-
nera que cuando Granados ingresó al POR (T), él también deci-
dió hacerlo. Para ello hubo romper con la LOM, dirigida por
Navarrete y por su hermano Manuel, a cuyos miembros empe-
22
Según Barry Carr (op. cit.), David también formaba parte de
un importante colectivo estudiantil de izquierda en la facultad
de economía, llamado Grupo Linterna. Según Manuel Aguilar
Mora, el nombre de este grupo era Rojo y Negro. 23
Entrevista con M. Aguilar Mora, diciembre de 2005 24
Según Alexander (op. cit), en ese punto Granados era el
representante personal de Fidel Castro en la guerrilla guate-
malteca. Su fuente fue el excomunista guatemalteco Carlos
Manuel Pellecer. No es posible verificar esta afirmación.
zó a considerar como intelectuales diletantes y poco serios.
Así, con apenas 23 años, David Aguilar Mora quedó, junto
con Felipe Galván y Vidal Solís, al frente del grupo posadista
y al poco tiempo se convirtió en editor del periódico Voz
Obrera. Para entonces, con varias decenas de militantes, el
POR doblaba el tamaño de la LOM.
Poco antes, David había salido de la casa paterna para ca-
sarse con la toluqueña Eunice Campirán Villicaña. Ambos
jóvenes se habían sido cuadros muy activos de la LOM hasta
ese momento, cuando, ante la seducción de participar en un
proyecto internacionalista de lucha armada, ambos se pasaron
a las filas del POR (T).
En la elección de David Aguilar Mora por el posadismo, -
-una decisión que lo separaría para siempre de su hermano--,
bien pudo haber influido una cierta afinidad de personalidad, y
no sólo un acuerdo programático. Los militantes del POR, en
general menos jóvenes, de extracción más plebeya y menos
“intelectual”, eran conocidos por su disciplina, su solemnidad,
su desconfianza del academicismo, y su abnegación. Más tarde
habrían de demostrar un heroísmo incuestionable, pero tam-
bién una clara disposición a defender celosamente los dogmas
más descabellados por cuestión de disciplina partidista; una
manera de hacer política que con el tiempo quedaría asociada
más con el maoísmo que con el trotskismo.
En este sentido, la militancia del POR (T) llevaba la marca
aplastante de la personalidad de su dirigente internacional, el
argentino Homero Cristali, mejor conocido por su nombre de
partido, J. Posadas (1912-1981). Vale la pena, pues, detenerse
en este personaje.
Durante su juventud en los años 20, Cristali fue futbolista
profesional en el equipo estudiantil de la Plata (e incluso llegó
a figurar en las tarjetas coleccionables); en los años treinta fue
carpintero y activista sindical; en los años cuartea, ya bajo el
seudónimo de Posadas, dirigía un grupo trotskista en la ciudad
de Córdoba, y para los cincuenta llegó a ser líder del Buró
Latinoamericano de la Cuarta Internacional pablista. Como
hemos visto, para los años siguientes ya dirigía su propia ver-
sión de la “Cuarta Internacional”.
Solemne, enérgico, demagógico y carente de sentido del
humor, Posadas no rechazaba el trabajo duro, pero tampoco
los excesos del culto a la personalidad. Según el trotskista
argentino Liborio Justo, era capaz de sostener discusiones
acaloradas por varias horas, venciendo la resistencia de sus
adversarios.25
Incapaz de redactar, había copiado de Trotsky el
hábito de dictar sus “escritos” a una grabadora, sólo que sin
mucha preparación ni mucha coherencia, consiguiendo así
darles una cualidad espontánea y oral, si bien bastante poco
25
Alexander, op. cit.
9
9
articulada y difícil de seguir. No es difícil encontrar en ellos
ejemplos de humor involuntario.
El contenido de estos “escritos” era en cambio notable por
su capacidad de exponer las predicciones más extraordinarias
como si se enunciara una ley física probada e incontestable, y
por un optimismo ciertamente impresionista pero capaz de
cautivar la imaginación de quién cayera bajo su influjo. El
estilo es el hombre.
Siempre dispuesto a utilizar sus “orígenes proletarios”
como argumento de autoridad, especialmente ante sus partida-
rios provenientes de la intelectualidad acomodada,26
con un
largo cabello canoso y lacio, Posadas recordaba a todo mexi-
cano la apariencia física atribuida al cura Hidalgo. Su muy
especial carisma y sus poses radicales le permitieron conquis-
tar la lealtad a toda prueba de pequeños grupos en muchos
países, incluyendo a individuos mucho más dotados que él
mismo; individuos honestos y abnegados, muchos de ellos
brillantes, que estaban dispuestos a dar la vida por la causa de
la revolución obrera y el socialismo, pero que en cambio eran
incapaces de cuestionar las más descabelladas proposiciones
de su líder, a quien rendían un verdadero culto. De hecho, sus
partidarios llevaban consigo una grabadora incluso a las comi-
das para captar las “geniales” conversaciones del maestro, que
podían versar sobre los más diversos temas y a veces eran
publicadas como folletos.27
Basta leer los documentos publi-
cados en la Revista Marxista Latinoamericana para darse
cuenta que esto no es una exageración. Por ejemplo, al final de
un informe típico del Comité Central de la sección italiana de
los años sesenta, leemos:
“¡Viva el camarada Posadas, la expresión más elevada
del marxismo en esta época, organizador y dirigente de la
Cuarta Internacional, y continuador del pensamiento, tarea
y función histórica de Marx, Engels, Lenin y Trotsky!”28
Como veremos más adelante, tanto en el programa políti-
co como en el estilo personal, Posadas era en muchos sentidos
una versión exagerada y caricaturizada de Michel Pablo. Una
de las posturas más controvertidas y características del posa-
dismo consistía en llamar a los Estados obreros de China y la
URSS a comenzar una guerra nuclear “preventiva” contra el
imperialismo estadounidense. De ese modo, según Posadas, la
revolución mundial no podría triunfar sin pasar por la incine-
ración indiscriminada de la población civil estadounidense.
El Buró Latinoamericano era el resultado de una militan-
cia abnegada y un líder trastornado. De este material estaba
formado el POR en los años sesenta cuando se embarcó en la
empresa más ambiciosa de su historia: su incorporación a la
guerrilla guatemalteca de Marco Antonio Yon Sosa, la única
ocasión en la que un grupo trotskista mexicano se involucró
directamente con la lucha armada.
26
Entrevista con Carlos Sevilla, febrero de 2003 27
Según Carlos Ferra, ése fue el caso de un folleto que recogía
una extensa disertación que Posadas había dado en una escuela
de cuadros de los años sesenta sobre “los perros y los gatos”. 28
RML no. 13, julio de 1967
Como señalé antes, el contacto de los posadistas mexi-
canos con la guerrilla guatemalteca inició alrededor de 1963,
por medio del reclutamiento de Francisco Amado Granados,
que al momento de entrar en contacto con el POR residía en la
Ciudad de México en calidad de enlace internacional de la
guerrilla.29
La amante y mecenas de Granados, Alicia Echeve-
rría, quien años antes fuera la novia juvenil y la confidente del
poeta Jorge Cuesta, cuenta en sus memorias cómo ella y “Pa-
co” (Granados) conocieron a los jóvenes militantes del POR y
cómo éstos, en el proceso de reclutar a Granados, los invitaron
a participar en una escuela de cuadros que el partido organizó
en una casona que habían alquilado en Cuernavaca:
Permanecimos dos semanas reunidos, un grupo
como de 20 personas entre hombres y mujeres, estu-
diando, leyendo los diarios para analizar la situación
internacional y escuchando conferencias que nos daban
los dirigentes del partido. Había algunos sudamericanos
que tenían varios años de experiencia partidaria y que
nos dirigían las actividades. Fue una experiencia extra-
ordinaria por el orden y el respeto que imperaba; todas
las tareas, incluyendo las de cocinar y limpieza, se ha-
cían por comisiones formadas sin distinción de sexo. No
se presentaban coqueteos entre muchachas y mucha-
chos; había un gran sentido de convivencia, de entrega
total [...]. Esta experiencia con ellos fue muy provecho-
sa para implantar más tarde la misma disciplina y recti-
tud en nuestro movimiento guerrillero.30
Los recuerdos de Alicia Echeverría son punzantemente
frívolos (más adelante habla de cómo les preparaba coq au vin
a los prisioneros de la guerrilla), pero no dejan de tener cierto
interés para dar una idea de la apariencia que el POR presenta-
ba ante los ojos de personas ajenas al movimiento. Pese a la
sincera admiración de la autora, el pasaje citado refuerza la
fama que el posadismo tenía entre la izquierda en cuanto a su
puritanismo en lo referente a enviados desde Cuba a la revista
estadounidense Monthly Review de Paul Sweezy durante la
“crisis de octubre” de 1962. Estos militantes llegaron a Gua-
temala con la intención no de fundar una sección guatemalteca
independiente, sino de unirse a las FAR e influenciarlas con su
programa.
Así pues, el POR (T) mexicano, la sección de una interna-
cional trotskista en una sociedad muy dinámica y más o menos
industrializada cuestiones sexuales, un ascetismo que era pre-
sentado como una forma de abnegación revolucionaria. Por
otra parte, la referencia a los experimentados dirigentes sud-
americanos sugiere la presencia de “comisarios” de la Interna-
cional en aquella escuela de cuadros, uruguayos o argentinos,
como Oscar Fernández Burno, Guillermo Almeyra o el propio
Posadas.
29
Alexander (op. cit. )afirma que el contacto de los posadistas
con la guerrilla inició en 1962 por medio de un grupo de exi-
liados guatemaltecos que había pasado por la LOM para des-
pués unirse al POR. No me ha sido posible encontrar más
referencias sobre este grupo. 30
Echeverría, Alicia, De burguesa a guerrillera, Joaquín Mor-
tiz, México, 1986
10
10
El hecho es que, en 1963, el guerrillero guatemalteco
Francisco Granados conoció a los militantes del POR en Méxi-
co, se impresionó con sus conocimientos y su abnegación y
fue ganado a su política.
Es necesario discutir brevemente la naturaleza política de
la guerrilla guatemalteca en el momento en que los posadistas
entraron en contacto con ella.
Al principios de los años sesenta, Guatemala estaba sumi-
da en una brutal dictadura militar apoyada por Estados Unidos
que en 1954 había derrocado al régimen progresista de Jacobo
Arbenz. El 13 de noviembre de 1960, militares nacionalistas
de izquierda como Marco Antonio Yon Sosa, Luis Augusto
Turcios Lima y Augusto Vicente Loarca intentaron derrocar a
la dictadura pro-yanqui e iniciaron un movimiento armado
nombrado como la fecha de su insurrección, pero fracasaron y
se vieron forzados a esconderse. Para 1962, el estalinista Par-
tido Guatemalteco del Trabajo (PGT), asociado con las direc-
ciones cubana y soviética, había decidido apoyar al movimien-
to armado, suministrándole una dirección política. De esa
fusión nacieron en 1962 las llamadas Fuerzas Armadas Revo-
lucionarias (FAR), en las que el ex teniente Yon Sosa conservó
el mando militar.
Impactado por la experiencia del golpe de estado de 1954,
el PGT fue uno de los pocos PCs latinoamericanos en adoptar la
táctica armada, pero sin que esto alterara su visión estratégica
general “etapista”. Así, la línea militar de este partido, y en
consecuencia de las FAR, consistía en organizar fuerzas guerri-
lleras sobre la base de un programa nacional-democrático
amplio, sin ninguna referencia explícita al socialismo, para
conservar el apoyo del ala “antiimperialista” de la burguesía
nacional. En ese sentido, era una aplicación típica del esquema
estalinista de revolución democrática primero, revolución
socialista después, con la particularidad de que en Guatemala
incluso esta fase democrática requería un movimiento clandes-
tino y armado.
Al mismo tiempo, el PGT garantizaba la adhesión de la
guerrilla a su línea política por medios no solamente ideológi-
cos, pues, mediante sus “redes solidarias”, el partido monopo-
lizaba el acceso al apoyo en las ciudades y en el extranjero, y
con él a los fondos y a las municiones, por lo que los líderes
militares del movimiento armado debían mantenerse discipli-
nados a su línea.
La participación de los posadistas en la guerrilla habría de
cambiar esa orientación. En 1964, Francisco Granados, entu-
siasta y recién ganado al posadismo, se mudó de vuelta a Gua-
temala para reincorporarse a la guerrilla en calidad de coman-
dante del frente urbano. Entonces el POR mexicano decidió
aprovechar este contacto y mandar a Guatemala a gran parte
de su dirección, incluyendo a David Aguilar Mora, editor de
Voz Obrera, a Felipe Galván y a Evaristo Aldana, entre
otros.31
A ellos se sumaron en Guatemala cuadros internacio-
nales del Buró Latinoamericano, como el periodista argentino
Adolfo Gilly, que para entonces ya era famoso internacional-
31
Según Adolfo Gilly, (“Guerrilla, programa y partido en
Guatemala” No.3, abril-junio de 1978.) “Así se incorporaron a
la guerrilla guatemalteca, entre 1963 y 1965, por lo menos
cinco dirigentes del trotskismo mexicano”
mente por sus artículos como la mexicana, prácticamente
decidió disolverse en una guerrilla campesina, entonces ani-
mada por un programa democrático-nacionalista, en un peque-
ño país vecino que apenas tenía una clase obrera significativa,
todo ello sin dejar de predicar la importancia de los conceptos
fundamentales del trotskismo tradicional: la necesidad del
“Partido”, la centralidad del proletariado, el internacionalismo,
la revolución permanente, etc.
Esta actitud contradictoria, que desgarró entre sus dos po-
los todo el trabajo de los posadistas en Guatemala, no era
resultado de una maniobra hipócrita por parte del POR, sino
que se desprendía de la concepción programática de Posadas y
de su entendimiento particular de la revolución permanente.
En el siguiente apartado desarrollaré este punto.
Volvamos, pues, a Guatemala. Gracias a su eficiente tra-
bajo en los sectores de propaganda, contactos internacionales
y retaguardia urbana, los cuadros mexicanos del POR estable-
cidos en Guatemala lograron influenciar a Yon Sosa y partici-
par en la dirección de su movimiento. Más aun, con su capaci-
dad para el trabajo político urbano y sus contactos internacio-
nales, los trotskistas brindaron a la guerrilla medios de acceso
alternativos a fondos y municiones que antes sólo podía con-
seguir a través del PGT.
La influencia de los militantes del POR (T) cristalizó orga-
nizativamente en julio de 1964, cuando Yon Sosa y Loarca
rompieron políticamente con las FAR (cuya dirección política
retenía el PGT) para fundar una guerrilla propia bajo los auspi-
cios políticos de los posadistas. La nueva guerrilla de Yon
Sosa retomó el nombre de Movimiento Revolucionario 13 de
Noviembre (MR-13), título de la organización que había cons-
tituido el núcleo central de las guerrillas hasta la fundación de
las FAR en 1962, y que, como vimos, fue nombrada así para
honrar la fecha de un intento de golpe militar nacionalista.
Su línea política, que ahora sí reivindicaba explícitamente
al socialismo como su fin, fue una de las primeras en encarnar
muchos de los aspectos del programa que en adelante sería
conocido como “guevarismo”. Se trataba de una versión más
radical de la línea castrista oficial, según la cual, las guerrillas
debían estar conformadas por la vanguardia revolucionaria y
abiertamente socialista, cumpliendo la función de dirección
política en lugar de un partido de masas.
El documento que codificó la evolución del grupo de Yon
Sosa fue la llamada “Declaración de la Sierra de las Minas”,
aprobada en diciembre de 1964 en el campamento guerrillero
de Las Orquídeas. Así, en 1964 y 1965 el MR-13 publicó el
periódico Revolución Proletaria, que llegó a salir con una
frecuencia quincenal y cuya línea expresaba íntegramente la
política de la “Cuarta internacional” posadista. Felipe Galván
fue encargado de la importante misión de introducir armas
para la guerrilla, hasta que en 1965 fue capturado por el ejérci-
to guatemalteco y encarcelado.
Naturalmente, la guerrilla exigió de los posadistas mexi-
canos toda su energía y abnegación. Ese mismo año, David
Aguilar Mora fue capturado por las autoridades mexicanas en
11
11
Tapachula, Chiapas, y trasladado a los sótanos de Gobernación
en la Ciudad de México, donde fue retenido por unos días y
donde los agentes mexicanos los torturaron a manera de “ad-
vertencia”.
Sin embargo, la advertencia no tuvo efecto, e inmediata-
mente el joven activista volvió a Guatemala para reincorporar-
se a la guerrilla. Esta vez, el POR aprobó enviar junto con él a
su esposa, Eunice Campirán.
Así pues, el MR-13 no sólo había roto con la línea de apo-
yo a la “burguesía nacionalista” que sostenía el PGT, sino que
era co-dirigido por cuadros trotskistas e incluso se atrevía a
endosar un periódico abiertamente trotskista.32
Este logro
inusitado se lo explicaba Adolfo Gilly al mundo entero desde
las páginas del Monthly Review, con el que seguía colaborando
desde Guatemala, así como las de otras publicaciones izquier-
distas de amplia difusión, como el famoso semanario Marcha
de Montevideo. La perspectiva del posadismo de unirse a la
guerrilla nacionalista para participar en su evolución al socia-
lismo proletario e internacionalista –al que estaba objetiva-
mente predispuesta-- parecía estar realizándose al pie de la
letra.
Mientras tanto, en México, el POR tuvo que formar una
nueva dirección en torno a cuadros menos experimentados,
como Francisco Colmenares. Al mismo tiempo, el prestigio
que el partido había adquirido en su propio país debido a su
heroico trabajo en Guatemala le permitió desarrollar una
membresía de cerca de un centenar de militantes, concentrados
en la Ciudad de México y el puerto petrolero de Poza Rica.33
Como hemos visto, sólo el sector más avanzado de la
guerrilla guatemalteca aceptó la tutela trotskista, pues el resto
se mantuvo fiel a su línea anterior. Así, sustituyendo a Yon
Sosa al frente de lo que quedó de las FAR, (“las segundas
FAR”), quedó su antiguo segundo, Luis Augusto Turcios Lima,
que no se consideraba a sí mismo comunista, pero era más
disciplinado a la línea del PGT y de Fidel Castro.
Expresando fielmente su programa de “revolución por
etapas”, aun en medio de la más feroz represión estatal, esta
ala seguiría apoyando electoralmente al candidato capitalista
que considerara representante de la “burguesía progresista”,
como fue el caso con el “liberal” Julio Cesar Méndez Monte-
negro en las elecciones de 1966.
Ese año marcaría una derrota decisiva para ambas alas de
la guerrilla, pero especialmente para los trotskistas de proce-
dencia mexicana.
El primer golpe que recibieron los posadistas ese año fue
de naturaleza política y vino desde la isla de Cuba. En su men-
saje a la Conferencia Tricontinental --una reunión internacio-
nal de los movimientos de liberación del mundo neocolonial--
de enero de 1966, Fidel Castro, en su calidad de líder moral
del movimiento guerrillero latinoamericano, recurrió al viejo
32
. Idem 33
Entrevista con Carlos Ferra, enero de 2006
estilo estalinista al atacar explícitamente al trotskismo co-
mo un “vulgar instrumento del imperialismo y de la reacción”.
En particular, sus ataques estaban dirigidos a los posadistas del
POR cubano (que se encontraban proscritos en la isla) y a la
relación del MR-13 guatemalteco con los posadistas mexica-
nos.
Las declaraciones de Castro, internacionalmente muy di-
fundidas, pusieron una presión extraordinaria sobre Yon Sosa
para que se deshiciera de sus asesores trotskistas y volviera a
disciplinarse a la línea del PGT.34
En esa época, la contradicción entre la línea guevarista
avant la lettre del Buró Latinoamericano, y su violenta hostili-
dad reciproca hacia la persona y el régimen de Fidel Castro se
tradujo en una extraña convicción en la mente de Posadas: la
certeza absoluta y un tanto paranoica de que Castro había
mandado matar o al menos encarcelar al Che Guevara, segu-
ramente porque éste se había vuelto trotskista. Sólo así se
explicaba la súbita ausencia del famoso guerrillero en el go-
bierno cubano. En realidad, en ese punto, el Che se encontraba
asesorando guerrilleros en el Congo. Esto no impidió que los
partidarios de Posadas se hicieran famosos en el mundo entero
por defender la teoría del asesinato del Che por Fidel, como si
fuera una cuestión de principio, incluso después de la verdade-
ra muerte de Guevara en octubre de 1967 a manos del ejército
boliviano.
Fuera de Guatemala, las declaraciones anti-trotskistas de
Fidel Castro en la Tricontinental tuvieron el efecto de aislar a
los miembros del Buró Latinoamericano dentro de la izquier-
da, dejándolos más vulnerables a la represión estatal. Ni las
heroicas muertes de los cuadros posadistas pudieron contra-
rrestar la calumnia castrista de ser “agentes del imperialismo”.
Incluso la otra organización trotskista que operaba en
México --la LOM, dirigida por el hermano de David, Manuel
Aguilar Mora-- volvió la espalda a los posadistas bajo el ata-
que de Castro. Como hemos visto, este grupo formaba parte
del Secretariado Unificado, un bloque internacional entre los
mandelistas europeos y el SWP estadounidense formado sobre
la base de su común admiración a la dirección cubana. Así
pues, en 1966 el Secretariado Unificado dirigió una carta
abierta a Fidel Castro (publicada México en abril por la LOM)
en la que, lejos de solidarizarse con la Internacional de Posa-
das, se deslindaba de ella, e informaba al comandante que su
organización, y no la de los posadistas, era la verdadera encar-
nación del trotskismo, por lo que sus ataques en la Triconti-
nental estaban terminológicamente equivocados:
Ud. sabe que las posiciones irresponsables de este
grupo [sc. el Buró Latinoamericano posadista] no son
34
La andanada de Castro contra el MR-13 obedecía en buena
medida a un cambio en la relación de fuerzas política dentro
de la dirección cubana: el ala más radical, representada por el
Che Guevara, había perdido influencia, y los castristas ponían
todo su énfasis en el movimiento de masas meramente “pro-
gresistas” por sobre los focos de vanguardia, modelo represen-
tado por la guerrilla de Yon Sosa, entre otras.
12
12
en lo más mínimo las posiciones de la Cuarta Interna-
cional.35
Apenas unos meses después, cayó un segundo golpe, mu-
cho más dramático, sobre los militantes del POR. En un mons-
truoso operativo antiguerrillero conocido como “el crimen de
los 28” llevado a cabo durante los primeros días de marzo de
1966 con el fin de decapitar tanto a las FAR y al PGT como al
MR-13, Francisco Amado Granados y Eunice Campirán, entre
otros, fueron apresados en la ciudad de Zacapa, torturados
salvajemente y asesinados por el ejército guatemalteco. Esta
criminal ofensiva por parte del ejército --que comenzó gracias
a la traición de un miembro del PGT a la embajada norteameri-
cana36
-- incluyó también la ejecución de dirigentes como el
secretario del PGT Víctor Manuel Gutiérrez y parientes cerca-
nos de Yon Sosa, como Iris Yon Cerna y Carlos Sosa, así
como a un hermano del futuro dirigente de las FAR, César
Montes. Estos militantes, asesinados bajo el gobierno del
coronel Peralta Azurdia, fueron los primeros de la larga lista
de desaparecidos por la sangrienta guerra sucia guatemalteca.
David Aguilar Mora, que estaba desaparecido desde el di-
ciembre anterior, según se supo después, también había sido
asesinado. Los cuerpos fueron arrojados al mar en aviones
militares. David estaba por cumplir los 26 años y Eunice, que
estaba embarazada, tenía apenas 23.37
Ahora se sabe que David Aguilar Mora había sido ejecu-
tado en diciembre del 65, unas pocas semanas antes de que
Castro lo acusara, a él y a sus camaradas, de ser vulgares “ins-
trumentos del imperialismo”.
El hermano menor de David y futuro escritor, Jorge Agui-
lar Mora, y Ángel Campirán, padre de Eunice, se trasladaron a
Guatemala para inquirir por la suerte de los dos jóvenes y
tratar de salvarlos, pero no lograron nada. Según cuenta Jorge,
el embajador mexicano, cuyo nombre no registra, le dijo fran-
camente: “me importa una chingada lo que le pase a tu her-
mano”.38
Esta actitud descaradamente indiferente a la suerte de
dos ciudadanos mexicanos asesinados ilegalmente por un
gobierno extranjero correspondía a la del Estado mexicano,
pues no se trataba de ciudadanos comunes, sino de “subversi-
vos”.
Como hemos visto, sin embargo, este ambiente de repre-
sión exacerbada no impidió que el PGT y las FAR decidieran en
esas mismas semanas dar su apoyo electoral a Julio Cesar
Méndez Montenegro, que en los próximos años dirigiría la
represión con una brutalidad hasta el momento inusitada.
35
Cuarta Internacional No. 5, abril de 1966 36
Macías, Julio Cesar, La guerrilla fue mi camino 37
En marzo de 2003 la investigadora Ángeles Magdaleno hizo
público un informe policiaco de 1965 firmado por Fernando
Gutiérrez Barrios en el que se revela que el gobierno mexicano
estaba al tanto del secuestro de David Aguilar Mora desde
entonces, y que no hizo nada para obtener su liberación ni para
salvar su vida. Ver: Aguilar Mora, Manuel, “Un mexicano, el
primer desaparecido de América Latina,” revista Milenio, 29
de septiembre de 2003 38
Aguliar Mora Jorge, Una muerte sencilla, justa y eterna,
Era, México, 1990
El “crimen de los 28” y el mensaje de Castro a la Tricon-
tinental marcaron el fin del idilio de los posadistas y Yon
Sosa. Como mostraron los acontecimientos subsecuentes, la
evolución del MR-13 hacia el socialismo proletario no era tan
irreversible como se imaginaban los miembros del POR. En
realidad, esta evolución se explicaba por la autoridad personal
que los militantes trotskistas habían logrado en la dirección de
la guerrilla, y no fundamentalmente por una predisposición
objetiva o estructural de los guerrilleros al trotskismo.
Poco después, Galván, que había estado preso desde antes
del “crimen de los 28” --lo cual probablemente lo salvó de
caer ilegalmente ejecutado--, fue deportado de vuelta a Méxi-
co. Al poco tiempo abandonaría las filas del trotskismo y po-
cos años después, en enero de 1973, moriría en un oscuro
accidente aéreo junto al líder campesino priísta Alfredo V.
Bonfil, con quien Galván colaboraba entonces.39
En abril de 1966, con los principales dirigentes posadistas
muertos, presos o deportados, Yon Sosa y el resto de la direc-
ción del MR-13 finalmente cedieron ante la presión de Castro y
decidieron expulsar de sus filas a los trotskistas sobrevivien-
tes. El pretexto fue el supuesto descubrimiento de que Gilly
(que operaba bajo el seudónimo Tury), Granados, Aldana y
otros dos posadistas habían destinado parte de los fondos que
la guerrilla había obtenido en “impuestos forzosos a la burgue-
sía”, a su organización internacional sin la aprobación del
comandante Yon Sosa.
Para juzgar a los tres posadistas que seguían entre sus fi-
las (bajo los seudónimos de Tomás, Roberto y Evaristo [¿Al-
dana?]), la guerrilla constituyó un “tribunal popular” presidido
por el propio Yon Sosa, donde la sentencia de ejecución era
una posibilidad muy real. En lugar de negar los cargos, los
acusados explicaron su contenido político con un criterio in-
ternacionalista. Después de todo, la guerrilla y la Internacional
posadista estaban en plena solidaridad política, y designarle a
la segunda parte del dinero de la primera (y viceversa) era una
práctica común, o en todo caso, no era ningún crimen; estaban
destinando los recursos al mejor interés de la revolución gua-
temalteca y mundial.
Finalmente, el tribunal reconoció que los acusados no ha-
bían usado el dinero en provecho propio y los absolvió de ser
ejecutados, pero no aprobó sus fines políticos y decidió expul-
sarlos de sus filas y romper definitivamente con cualquier
versión del trotskismo.40
Según el recuento que doce años
39
Dado que Bonfil era un priísta disidente y muy popular, no
está descartado que su muerte no haya sido del todo “acciden-
tal”. Sería una triste paradoja que Galván, el ex guerrillero
trotskista que sobrevivió de milagro a la dictadura guatemalte-
ca, hubiera muerto asesinado por el gobierno mexicano poco
después de renunciar a la política radical y unirse al partido
oficial. 40
Según la versión oficial del movimiento guerrillero castrista
(y de la izquierda no trotskista en general), los acusados fue-
ron encontrados culpables de todos los cargos y sólo se salva-
ron de la ejecución gracias a la legendaria generosidad de Yon
13
13
después publicaría Adolfo Gilly en la revista Coyoacán, como
gesto de confianza personal, Yon Sosa les permitió a los acu-
sados conservar sus armas y hasta les pidió que colaboraran en
la redacción de una última declaración antes de escoltarlos de
vuelta a la frontera mexicana, lo que demuestra que la ruptura
ocurrió en medio de un ambiente de solidaridad y camaradería
de compañeros de armas.
En agosto de 1966, la otra organización trotskista mun-
dial, el Secretariado Unificado –rival de los posadistas-- publi-
có en su revista Cuarta Internacional un recuento de este
juicio y, sorprendentemente, declaró su “solidaridad incondi-
cional” no con los trotskistas expulsados, sino la purga política
de Yon Sosa.41
En todas estas polémicas, la prensa del S.U. frecuentemen-
te caracterizaba a la tendencia posadista como “secta ultra-
izquierdista”. Si bien es innegable que en su forma organizati-
va la tendencia posadista tenía muchas características eviden-
tes de una secta, la asunción de que estos rasgos organizativos
descansaban en una política subyacente “ultra-izquierdista” se
hacía un poco a la ligera y —aun desde el punto de vista de los
mandelistas— no resulta una descripción adecuada, como
quedaría demostrado en la actitud electoral del POR durante la
siguiente década, con la que esta tendencia demostró estar
muy a la derecha del S.U.
En medio de esta áspera polémica entre las dos tendencias
trotskistas, debió ser particularmente duro para Manuel Agui-
lar Mora enterarse de que su hermano menor, David, había
sido asesinado. El último encuentro entre los dos había termi-
nado, naturalmente, en una violenta discusión política. Como
hemos visto, en esa época el periódico que Manuel editaba se
distanciaba del trotskismo de los posadistas frente al ataque de
Castro como una mera “secta ultra-izquierdista” de “posicio-
nes irresponsables”.
Con los posadistas excluidos, el MR-13 inició su reacer-
camiento con el PGT y con las FAR castristas, ahora dirigidas
por el célebre César Montes (Macías).42
El periódico trotskista
del MR-13, Revolución Socialista, sencillamente dejó de apare-
cer conforme el movimiento se disciplinaba a la dirección
castrista. Ese mismo año, fatídico para todas las alas de la
guerrilla guatemalteca, Luis Augusto Turcios Lima había
muerto en un accidente automovilístico. Apenas cuatro años
después, en mayo de 1970, Yon Sosa caería asesinado en
Chiapas junto con su compañero indígena Socorro Sical,
cuando se dirigían al Distrito Federal para trasladar fondos de
la guerrilla a sus organizaciones solidarias. Aparentemente,
fueron ejecutados por oficiales del ejército mexicano que si-
Sosa. Véase por ejemplo La guerrilla fue mi camino de Julio
César Macías, o De burguesa a guerrillera de Alicia Echeve-
rría. 41
Alexader, op. cit. p. 211 42
Según el propio César Montes, su grupo recompensó con
una “fuerte cantidad de dinero” al grupo de Yon Sosa al ente-
rarse de que había expulsado a los trotskistas de sus filas.
Macías, La guerrilla fue mi camino Edisur, Guatemala, 1997
mularon un combate con la intención de quedarse con los
fondos.43
Para el posadismo mexicano, sin duda aquel abril de 1966
fue el mes más cruel. Mientras sus cuadros eran asesinados
por el ejército guatemalteco, estigmatizados por Castro y ex-
pulsados por sus camaradas del MR-13 en Guatemala, en el
propio México el gobierno de Díaz Ordaz arrestaba a ocho
dirigentes del POR, entre ellos al obrero argentino Oscar Fer-
nández Bruno, que militaba en el partido mexicano como
representante de la Internacional posadista, a su compañera
Teresa Confreta y al ya célebre Adolfo Gilly, que acababa de
llegar de Guatemala en una misión para obtener recursos para
la guerrilla.
Después de tres días de golpes y torturas, los detenidos
fueron acusados de conspirar para derrocar al gobierno, exclu-
sivamente sobre la base del programa político que defendían.
En sus declaraciones de defensa de 1966 y 1969,44
que más
tarde fueron publicados como parte de un libro, Gilly negaba
los cargos de conspiración, pero reivindicaba su militancia
revolucionaria, exponía sus principios internacionalistas y
volvía el proceso contra sus acusadores, amenazándolos vale-
rosamente con la revolución venidera:
Si es por el ‘delito’ de defender ese programa y
esas ideas que nos juzgan y nos han impuesto las sen-
tencias brutales que fija la sentencia del juez inferior,
les decimos que vamos a seguir cometiéndolo, dentro de
la cárcel y fuera de ella, y que por lo tanto deberán
condenarnos a cadena perpetua….
Por eso este juicio, como todo proceso a las ideas,
es un fracaso completo. Ustedes son los acusados y los
derrotados, no nosotros. ¡Vamos ganando, señores, va-
mos ganando en México y en todo el mundo, y ustedes
están vencidos! Ni con procesos, ni con cárceles, ni con
masacres ni con nada pueden detener o impedir esta
victoria futura de la revolución mexicana y mundial.45
Aprovechando el gran prestigio intelectual de Gilly, los
posadistas organizaron una campaña mundial para su defensa,
incluyendo cartas de protesta de varios destacados intelectua-
les, como Jean Paul Sartre, Bertrand Russell y, de manera muy
significativa, Octavio Paz.
Dada su abrumadora influencia sobre la vida cultural me-
xicana del periodo que abarca este trabajo, vale la pena dedi-
car aunque sea unas líneas a referir la relación de Octavio Paz
con el trotskismo.
El poeta mexicano siempre tuvo muy presente la referen-
cia de Trotsky como exponente del marxismo y como mártir
político, como lo atestigua por ejemplo la mención que hace
43
Ibid. 44
El que la sentencia fuera dictada finalmente en 1969, causó
la confusión de Robert Alexander (op. cit.), que implica equi-
vocadamente que Gilly y sus camaradas fueron apresados ese
año. 45
“Defensa política”, publicada en A. Gilly, Por todos los
caminos (1)
14
14
de él en su célebre poema de 1957 “Piedra de sol”.46
El mane-
jo que hacía Trotsky de la dialéctica dejó una clara huella no
sólo en el pensamiento filosófico de Paz sino incluso en su
estilo literario. De hecho, Paz debía mucho de su concepción
política a su contacto temprano con medios intelectuales semi-
trotskistas, en torno personalidades como los surrealistas Bre-
ton y Peret y el escritor revolucionario Víctor Serge, que vivió
sus últimos años exiliado en México. El de estos intelectuales
era un “trotskismo” muy heterodoxo, de vena más bien “éti-
ca”, diletante aunque no por ello menos dramático, y acentua-
damente antiestalinista, hasta el grado de ser antisoviético.
Para Paz, que en su juventud simpatizó brevemente con el
comunismo oficial, ese contacto con la crítica radical al estali-
nismo fue curiosamente el punto de partida en una marcada
evolución liberalismo de derecha a partir de los años setenta.
Con todo, y pese a su cada vez más marcada hostilidad a
los movimientos de izquierda a partir de entonces y su acer-
camiento a la “cultura oficial”, Paz mantuvo un muy abierto
respeto intelectual por Trotsky y por algunos de sus seguido-
res, en particular por Adolfo Gilly. Éste a su vez le correspon-
dió con una franca admiración, lo que nunca impidió el expre-
sar sus cruciales diferencias de opinión. 47
Puede decirse mucho más de la influencia de Trotsky en
la vida intelectual mexicana vía Octavio Paz, pero eso nos
alejaría demasiado del tema de este trabajo. El hecho es que en
1966, mientras gente como el liberal Paz defendía elocuente-
mente a Gilly, la mayor parte de la izquierda organizada, in-
cluyendo al Secretariado Unificado, se mantuvo prácticamente
indiferente a la persecución de los posadistas. Gilly pasó seis
años en la cárcel de Lecumberri, antes de ser absuelto por un
tribunal pocos meses antes de completar la sentencia.
Tras el fin del episodio guatemalteco, y en medio de la
represión, el POR (T) perdió gran parte de su capacidad política
y naturalmente empezó a perder militantes. Con los fundado-
res ya viejos y parte de la dirección destruida por la represión
estatal, lo que quedó del partido tuvo que reorganizarse bajo la
dirección de Francisco Colmenares.
III
LOS TROTSKISTAS “A GOGÓ”
O LA INTERNACIONAL PABLISTA
DESPUÉS DE PABLO
(1964-1967)
Veamos brevemente cuál fue el destino de los otros trotskistas
mexicanos, los de la LOM, en ese mismo periodo.
Durante los años sesenta, la actividad de este grupo con-
trastaba en varios aspectos con la del resto de la izquierda
mexicana más tradicional, y no sólo en aspectos programáti-
cos. En primer lugar, giraba en torno a la propaganda, con la
producción de El Obrero Militante como su principal activi-
dad; en segundo lugar, el contenido de esta propaganda era
marcadamente distinto al del resto de la prensa izquierdista,
pues estaba dominado por artículos teóricos de alto nivel (fir-
46
Paz, Octavio Libertad bajo palabra, Ediciones Cátedra,
Madrid 1998 47
Ver: Paz, “Buorcracias celestes y terrestres” en El ogro
filantrópico, Joaquín Mortiz, México 1979.
mados por gente como George Novak, Joseph Hansen y
Ernest Mandel) que otras organizaciones no consideraban
“accesibles” para un público obrero, artículos que además eran
internacionales tanto en su origen como en su tema; finalmen-
te, era una organización dominada numéricamente por jóvenes
intelectuales, no por obreros.
Si bien, teóricamente, la organización mantenía una orien-
tación política ortodoxamente proletaria, en cuanto a composi-
ción sociológica la LOM fue una precursora de la cualidad
juvenil que habría de caracterizar a la “Nueva Izquierda” de
los años sesenta. Debido al trato distendido y fresco de Ma-
nuel Aguilar Mora y Carlos Sevilla, los solemnes miembros
del POR(T) los llamaban despectivamente “los trotskistas a
gogó”.
Si bien el contacto internacional de la LOM en esa época
se daba centralmente a través del SWP estadounidense, la di-
rección ideológica (y después también la dirección política
directa) del Secretariado Unificado recaía especialmente sobre
el grupo europeo en torno a Ernest Mandel, quien a partir de
entonces se convertiría en la figura internacional más influyen-
te en el trotskismo mexicano de la segunda mitad de siglo.
Dotado de una inteligencia sutil y de una erudición impre-
sionante, Ernest Mandel (1923-1995) fue conocido y admirado
muchísimo más allá del rango de los militantes de su tenden-
cia, e incluso más allá del trotskismo. Así, especialmente a
partir de mediados de la década de 1960, Mandel era bien
recibido tanto en las universidades latinoamericanas y euro-
peas como en las conferencias de planificación del gobierno
revolucionario cubano.48
Al mismo tiempo, esa misma fama lo
hacía el blanco personal más visible de la paranoia de los
gobiernos siempre que éstos se sentían amenazados. Para los
medios de comunicación derechistas, Mandel era la personifi-
cación misma de la “amenaza trotskista”, por lo que en dife-
rentes puntos encontró su ingreso prohibido en Estados Uni-
dos, la Unión Soviética, el este de Europa, Francia, Alemania
y España, cosa que sólo contribuyó a ampliar su fama.
Si bien no exento de orgullo personal, Mandel gozaba de
suficiente confianza en sí mismo como para no buscar dentro
de su propio movimiento una autoridad personal férrea como
la de Michel Pablo, Nahuel Moreno o Jack Barnes, ni mucho
menos como la de Posadas. A diferencia de estos líderes polí-
ticos carismáticos, Mandel era un pensador introvertido y de
difícil trato personal. En la dirección de su tendencia siempre
estuvo rodeado de un colectivo de individuos notables —como
el francés Pierre Frank (1906-1984) y el italiano Livio Maitan
(1923-2004)— por sobre el que él mismo no destacaba más
que como “el primero entre pares”. Fue en realidad este colec-
tivo el que siempre dirigió la tendencia a la que por conven-
ción llamo “mandelismo”.
Ideológicamente, Mandel se describía a sí mismo como
“marxista ortodoxo”.49
Una buena parte de sus escritos son
efectivamente exposiciones pedagógicas de las concepciones
económicas de Marx, de los análisis políticos de Trotsky,
etc.50
Para muchos, Mandel representaba la defensa a ultranza
48
Gilly, Adolfo “Ernest Mandel: memorias del olvido” en
Pasiones Cardinales Ediciones Cal y Arena, México 1995. 49
E. Mandel, Marxismo abierto 50
Las aportaciones originales de Mandel a la economía fueron
la teoría del “neocapitalismo” y el desarrollo de la noción de
15
15
de la centralidad de la clase obrera, la necesidad de un partido
de vanguardia, el internacionalismo, la lucha de clases; en
otras palabras, el socialismo del proletariado de los países
industrializados.51
Sin embargo, desde 1951 su carrera política estuvo mar-
cada por la contradicción entre sus ideas tradicionalmente
proletarias en lo teórico y las concesiones sistemáticas a orien-
taciones políticas “heterodoxas” que acababan marcando el
rumbo político real de la organización que él dirigía. Así,
Mandel fue el abogado “ortodoxo” de líneas políticas muy
separadas de la estrategia proletaria clásica, desde el entrismo
sui generis de Michel Pablo en la década de 1950 y el “van-
guardismo estudiantil” de la Nueva Izquierda en los años se-
senta, hasta el guerrillerismo impulsado por Livio Maitan en
los años setenta y la orientación electoralista en los ochenta.
Su biografía personal ilumina varios aspectos del movi-
miento trotskista internacional que vale la pena repasar. Hijo
de judíos alemanes exiliados, Ernest Mandel fue criado en
Bélgica y durante la II Guerra Mundial se unió al movimiento
trotskista en compañía de su amigo y maestro Abram León, el
brillante teórico marxista de la cuestión judía. En París, el
joven Mandel trabajó estrechamente con Michel Pablo, que ya
entonces era el principal dirigente organizativo de la Cuarta
Internacional. Sobre su relación con el joven belga en esta
época, 50 años después Pablo recordaba:
Él [sc. Mandel] vivía en Bruselas y venía clandes-
tinamente a París para nuestras reuniones. Ahí se que-
daba en nuestra casa y después regresaba a Bruselas.
Tenía hacía mí sentimientos como hacia un padre, y yo
hacia él sentimientos como hacia un hijo espiritual. Yo
estaba muy orgulloso de la adhesión de Mandel a la
Cuarta Internacional.52
Hacia el final de la guerra, Abram León y Ernest Mandel,
ambos judíos y trotskistas, fueron capturados por los nazis.
León murió poco después en un campo de exterminio, pero,
gracias a la solidaridad inesperada de un soldado alemán se-
cretamente socialista, Mandel logró escapar y sobrevivió.
En esa época, una buena parte de la dirección trotskista
europea de la generación anterior fue exterminada por la ac-
ción conjunta del estalinismo y el nazi-fascismo, por lo que, a
diferencia de lo que ocurría en Estados Unidos, la continuidad
del trotskismo quedó sobre los hombros de militantes relati-
vamente jóvenes como Pablo y Mandel.
Para 1950, Ernest Mandel ya era conocido como “el escri-
tor más brillante de la internacional”.53
Cuando en 1951 Pablo
presentó su documento “¿A dónde vamos?”, donde hablaba de
una época de carácter radicalmente nuevo y planteaba la nece-
sidad de disolver las secciones trotskistas en los movimientos
más amplios (los partidos estalinistas en particular), el ortodo-
xo Mandel, conocido como “Germain”, fue el primero en
oponerse. Como respuesta a Pablo, escribió un documento
las “ondas largas” del economista soviético Kondratiev dentro
de la concepción trotskista. 51
En su artículo “Memorias del olvido”, A. Gilly contrasta la
concepción de Mandel con la de Pablo, que asocia más con las
luchas de liberación nacional de las masas neo-coloniales. 52
Citado en A. Gilly “Memorias del olvido” 53
Faver-Bleibtreu, carta a Ernest Germain (julio de 1951)
conocido como las “Diez tesis” que no lo atacaba explíci-
tamente, pero sí afirmaba la perspectiva que el secretario gene-
ral quería revisar: la necesidad de construir partidos trotskistas
independientes.
Con sus “Diez tesis”, Germain buscaba convencer a su
maestro Pablo, no romper con él. Así, ante la negativa del
Secretariado Internacional de adoptar sus tesis, prefirió aban-
donar su crítica y abocarse a defender la línea oficial. Con el
apoyo de Germain, Pablo logró consolidar su mayoría en la
Secretariado Internacional. Desde entonces, el belga fue el
mejor defensor de lo que sería conocido como “pablismo”.
Como hemos visto, en 1963 el Secretariado Internacional
se reunificó con el SWP estadounidense y otros grupos alrede-
dor del mundo para formar el “Secretariado Unificado de la
Cuarta Internacional”. La base de la reunificación fue el giro a
la izquierda de la Revolución Cubana, que de algún modo
pareció dar la razón a Pablo sobre el potencial revolucionario
de las luchas de liberación nacional, incluso cuando estuvieran
dirigidas por movimientos no trotskistas. Sin embargo, el
propio Michel Pablo (que estaba preso y había sido sustituido
en el cargo de secretario general por el italiano Livio Maitan)
no aceptó la reunificación y al salir de la cárcel optó por sepa-
rarse de la Internacional e irse a Argelia para asesorar al go-
bierno nacionalista de Ben Bella.
Esta vez, sin embargo, la mayoría de la dirección interna-
cional no siguió al griego; tampoco su “hijo espiritual” Man-
del. A partir de entonces, éste se vio a sí mismo ubicado como
el dirigente más acreditado de la nueva organización, con la
que sería asociado hasta el final de sus días: el Secretariado
Unificado.
En el ámbito de la teoría económica, durante los años cin-
cuenta y sesenta Mandel desarrolló la doctrina de las “ondas
largas” basada en la obra del economista soviético Krondatiev.
Entre otras cosas, esta teoría buscaba explicar por qué no ha-
bía grandes luchas obreras en ese periodo y tendía a justificar
en términos “objetivos” una orientación al estudiantado radi-
cal, muy en voga en esa época. Según escribía Mandel:
El ciclo largo que comenzó con la Segunda Guerra
Mundial, y en el que nos encontramos todavía –
digamos el ciclo 1940-1965, o 1940-1970—, está carac-
terizado en cambio por la expansión, que facilitó las
negociaciones entre la clase obrera y la burguesía. Así
se presentó la posibilidad de consolidar el régimen
acordando concesiones con los trabajadores.54
La masiva participación obrera en el mayo francés de
1968 confirmaría que la “onda larga ascendente” del capita-
lismo y con ella la época del llamado “vanguardismo estudian-
til”, había terminado.
Pero volvamos al grupo mexicano, que entonces se man-
tenía parcialmente ajeno a estas teorías, y que conservaba una
orientación teórica enteramente pro-obrera, si bien en la prac-
tica reprensaba justamente esa orientación hacia la “vanguar-
dia estudiantil” de la Nueva Izquierda.
Conforme el grupo crecía, la composición sociológica de
la LOM se volvió incluso más marcadamente estudiantil, con-
tando entre sus miembros a unas cuarenta personas de las
54
E. Mandel, Introducción a la teoría económica marxista
Ediciones Era, México 1969)
16
16
cuales sólo cerca una docena eran obreros (todos ellos electri-
cistas). Esto preocupaba al veterano líder Francisco Xavier
Navarrete, cuyos escrúpulos doctrinales le impedían dirigir
una organización tan “pequeñoburguesa”. Así, en 1964, Nava-
rrete propuso una curiosa solución organizativa: para impedir
que el origen sociológico de la militancia afectara negativa-
mente el programa de la organización, los miembros de origen
genuinamente proletario tendrían voto doble en las delibera-
ciones de la Liga. “Alday” (Manuel Aguilar Mora), que mili-
taba en la célula donde estaban concentrados la mayoría de los
obreros, estuvo entre los que votaron a favor de la medida.
Sin embargo, la mayoría de la organización estaba com-
puesta de estudiantes que, dirigidos por Carlos Sevilla, se
negaron a ser reducidos a militantes de segunda clase, y en
1965 la escisión estalló. Tras pensarlo mejor, Manuel Aguilar
Mora se apresuró a reunirse con Sevilla y la mayoría “estu-
diantil” de la Liga, mientras Navarrete se quedaba con los
cuadros obreros. También Rafael Torres, Luis Vásquez y su
compañera Ana María López quedaron unidos al grupo obre-
rista que, como veremos más adelante, inmediatamente entra-
ría en contacto con una tendencia internacional rival, dirigida
por Gerry Healy y Pierre Lambert.
Tras la escisión, ambos grupos conservaron el nombre
LOM, si bien el ala estudiantil comenzó a usarlo cada vez me-
nos y para 1968 ya lo había abandonado del todo.
DON QUIJOTE Y SANCHO CRUZAN LA FRONTERA
En los años que siguieron a la escisión, el contacto del
partido estadounidense con sus jóvenes correligionarios mexi-
canos se hizo necesariamente más estrecho. En 1966 y 1967
dos jóvenes latinos y miembros del SWP estadounidense, Da-
niel Camejo y Ricardo Hernández, cruzaron la frontera mexi-
cana y entraron en contacto con la LOM de Aguilar Mora y
Carlos Sevilla. Sin embargo, tanto sus motivaciones respecti-
vas como sus personalidades políticas eran totalmente diferen-
tes, así como las razones por las que el uno y el otro fueron
relevantes en la historia del trotskismo mexicano.
Daniel Camejo era el hijo mayor de un próspero empresa-
rio venezolano radicado en Estados Unidos. Junto con su her-
mano menor, Peter (o Pedro), había formado parte del equipo
olímpico venezolano del aristocrático deporte de las regatas.
Sin embargo, ambos hermanos tenían ideas políticas muy
distintas a las de su familia y su clase, y eran también miem-
bros del Socialist Workers Party trotskista, que también ope-
raba en las universidades de élite.
A mediados de los años sesenta, Daniel Camejo vino a
México movido por su idealismo, ansioso de participar en el
movimiento revolucionario latinoamericano, y rápidamente
entró en contacto con la LOM, contraparte mexicana de su
propio partido. Grande debió ser su desilusión cuando encon-
tró que el grupo estaba dedicado principalmente a la propa-
ganda marxista y no a la conspiración ni a la guerra de guerri-
llas. Así, desoyendo los consejos de sus camaradas mexicanos,
“Danny” Camejo insistió en actuar independientemente de la
LOM y participar en la organización de un grupo armado en
torno a la figura del periodista de origen español Víctor
Rico Galán, aun cuando éste no fuera trotskista.55
Sin embargo, antes de que el grupo armado pudiera con-
cretarse, en agosto de 1966 la policía allanó los locales de la
organización donde militaba Rico Galán y lo detuvo junto con
varias decenas de partidarios. Meses después, el propio Daniel
Camejo fue capturado y encarcelado en Lecumberri. Su her-
mano menor, Pedro, que pronto se convertiría en uno de los
cuadros dirigentes principales del SWP estadounidense, vino a
México como parte de la campaña de su partido por liberar a
Daniel, pero no tuvo éxito y fue deportado de vuelta a Estados
Unidos. Curiosamente, Pedro Camejo sería en la siguiente
década uno de los principales impugnadores teóricos de la vía
guerrillera en el movimiento trotskista internacional.
Si bien los posadistas como Gilly y Fernández Bruno, así
como Rico Galán y algunos de sus partidarios, ya se encontra-
ban en Lecumberri desde un año antes, para cuando Camejo
fue capturado, la gran masa de presos políticos estaba aun por
venir. Junto con todos ellos, el joven idealista de origen vene-
zolano seguiría preso durante los siguientes cuatro años.
Ricardo Hernández, por su parte, era un mexicano de fa-
milia humilde de la comarca lagunera que había emigrado a
Estados Unidos poco antes. Viviendo en Nueva York, también
Hernández había ingresado al SWP, que entonces era uno de
los partidos de izquierda más numerosos y bien organizados.
En 1967, cuando la Guerra de Vietnam empezaba a ponerse
difícil para el imperialismo estadounidense y la amenaza de la
conscripción se cernía sobre la juventud trabajadora, el joven
emigrante decidió que era momento de dejar Estados Unidos y
regresar a su país de origen. Si Daniel Camejo había entrado a
México con la intención de empuñar las armas, Ricardo Her-
nández lo hizo precisamente para evitarlo.
El partido estadounidense le había dado la dirección del
domicilio de Aguilar Mora en la Ciudad de México, y le había
recomendado que entrara en contacto con este “veterano trots-
kista”. Acostumbrado al SWP, donde el promedio de edad de la
dirección rondaba los sesenta años, Hernández no esperaba
que el “veterano trotskista” tuviera su misma edad, y cuando
Aguilar Mora abrió la puerta, el recién llegado Hernández
preguntó si su padre no estaba en casa.
Hernández era un joven muy despierto y astuto, si bien
completamente pragmático. Sin ninguna formación académi-
ca, tampoco a él le gustó el perfil intelectual de sus camaradas
mexicanos, pero aún así se quedo en la LOM. A diferencia de
Dany Camejo, que abandonó la política izquierdista poco
después de salir de la cárcel, Hernández se quedó y con el
tiempo habría de desempeñar un papel clave en la historia del
trotskismo mexicano y sus sucesivas escisiones.
IV
PARÉNTESIS:
LA REVOLUCIÓN INTERRUMPIDA DE GILLY
Pocos pensadores influenciaron tanto el destino del segundo
ciclo del trotskismo mexicano como Adofo Gilly. La interven-
ción decisiva de sus escritos dio forma a este movimiento en
55
Según Alexander (op. cit.), Rico Galán había coqueteado
con el POR (t) en 1962, pero no había llegado a unirse, debido
a los escrupulos doctrinarios del partido.
17
17
dos de sus momentos clave, los momentos en que más direc-
tamente estuvo determinado por el curso objetivo de la histo-
ria: su etapa heroica de los años sesenta y su disolución masi-
va en al nacionalismo cardenista en 1988. Sin separarse de sus
concepciones propias, que en el fondo se mantuvieron intactas,
en ambas circunstancias Gilly pudo convertirse en el vocero
de tendencias históricas aparentemente contradictorias. En este
capítulo discutiré su aportación a la tendencia trotskista en ese
primer momento clave: el de la formación de la cultura políti-
ca de sus cuadros en medio de la represión estatal y los gran-
des movimientos estudiantiles y guerrilleros de finales de los
años sesenta.
Nacido en Buenos Aires en 1928, con una formación aca-
démica y unas inquietudes intelectuales sofisticadas que abar-
caban desde la historiografía hasta la poesía contemporánea,
Adolfo Gilly era un posadista bastante atípico. Proveniente del
Partido Socialista argentino, se había unido al trotskismo a
finales de la década de 1940 mediante la tendencia posadista,
sobre todo por que, en aquella época, la otra tendencia trots-
kista de Argentina (la de Nahuel Moreno) insistía en una línea
intransigente de hostilidad al peronismo.
Sin embargo, el grupo de Posadas atraía en general a
obreros sin ningún contacto anterior con la cultura universal,
gente que aprendería a confiar ciegamente en su líder por
deberle a él su contacto con el mundo intelectual y con la
historia. En este sentido, Gilly contrastaba fuertemente con sus
camaradas. Tal vez fuera precisamente su carácter excepcional
dentro de su tendencia lo que paradójicamente le permitió
convertirse en su mejor representante y vocero. Su estilo lite-
rario —brillante y aforístico pero no frívolo— no puede sino
recordar al que caracterizaba la pluma de León Trotsky, a
quien en este aspecto Gilly lograba emular con bastante éxito.
Así, estando preso en la cárcel de Lecumberri, fue Gilly
quien produjo entre 1966 y 1970, en la forma de un libro de
historia de la Revolución Mexicana, la mejor expresión teórica
de su tendencia: La revolución interrumpida, un libro muy
superior a cualquier cosa que haya podido dictar el propio
Posadas, y una de las principales aportaciones del trotskismo a
la izquierda mexicana específicamente.56
La concepción de la revolución permanente que compar-
tían los posadistas con todo el bloque pablista (pero que tam-
bién influenció de diversos modos al SWP, a Mandel y a Mo-
reno) no era la de un programa subjetivo de la vanguardia
proletaria, sino más bien la descripción una tendencia objetiva
que inexorablemente destinaba a los movimientos nacionales y
democráticos del campesinado y del pueblo en general a evo-
lucionar en dirección del socialismo internacionalista. En este
sentido, pude llamarse “objetiva”.
Esta concepción, que se desarrolló sobre todo a partir de
las experiencias de Yugoslavia, China, Cuba y Vietnam, ubi-
caba en los propios procesos nacionales de las masas de estos
56
Otra aportación teórica, quizá más importante, fue la carac-
terización del gobierno mexicano post revolucionario como
“bonapartismo sui géneris”. Si bien esta concepción fue difun-
dida y desarrollada enérgicamente por trotskistas como Agui-
lar Mora, en realidad es una aportación del trotskismo clásico,
originada en el propio León Trotsky en trabajos como “Los
sindicatos en el era de la decadencia imperialista” (1940). Por
ello, lidiar con esto supera los alcances de este trabajo.
países, donde no hubo un proletariado movilizado indepen-
dientemente ni una vanguardia leninista (i.e. trotskista), la
capacidad de trascender la mentalidad democrático-
nacionalista y así crear Estados obreros.
Las frecuentes confrontaciones de los movimientos na-
cionales y democráticos con las burguesías locales del mundo
neo colonial (que salpican toda la historia del siglo XX) eran
contadas como confirmaciones positivas de la revolución
permanente, aun cuando el proletariado y su vanguardia no
figuraran en la imagen. En algunos casos, las direcciones que
llevaban estos movimientos a la confrontación con el orden
burgués (como el Movimiento 26 de julio) eran, pues, descri-
tas como “trotskistas inconscientes”, una categoría en sí mis-
ma contradictoria y sin embargo típica en esta concepción de
la revolución permanente.
Vista con la ventaja de la retrospectiva histórica, parece
evidente que esta concepción “objetiva” abstraía estas revolu-
ciones sociales del contexto mundial marcado por la existencia
de la Unión Soviética que, con sus gigantescas capacidades
industriales y militares, desempeñaba el papel de polo de
atracción contrapuesto al imperialismo: un Estado obrero que,
siendo el primero del mundo, no pudo surgir más que de una
revolución obrera dirigida por una vanguardia leninista. Para
los defensores de esta perspectiva “objetiva”, las característi-
cas episódicas del mundo de la Guerra Fría eran las caracterís-
ticas fundamentales del mundo capitalista en general. Por ello,
la percepción de las revoluciones china, cubana y vietnamita
de la que partía esta concepción fue caracterizada por sus
críticos como impresionista.
Un ejemplo práctico de esta concepción fue la experiencia
del POR mexicano de David Aguilar Mora y sus camaradas en
la guerrilla guatemalteca. Al sumarse a ella, los posadistas se
basaban en la convicción de que el experimentar en carne
propia los límites de la lucha por la emancipación nacional
dentro del marco meramente nacionalista-burgués, predisponía
a los movimientos campesinos como el de Yon Sosa a una
evolución hacia la lucha anticapitalista y por la dictadura del
proletariado. La vinculación de las aspiraciones democrático-
nacionales de la guerrilla campesina con un programa socialis-
ta era vista como una aplicación positiva de la teoría de la
revolución permanente de Trotsky.
Correspondientemente, de su experiencia guatemalteca al
lado de antiguos militares como Yon Sosa, los posadistas
concluyeron que cuando la invasión imperialista ocurriera en
toda Latinoamérica (una de las “infalibles” predicciones de
Posadas que nunca se verificaron), el nacionalismo desempe-
ñaría un papel progresista al obligar a sectores de las fuerzas
armadas (burguesas) de los países latinoamericanos a ponerse
del lado de los revolucionarios con tal de defender la soberanía
nacional pisoteada por los invasores yankis. Contra lo que
pudiera esperarse, a fuerza de abnegación militante, durante
los años sesenta el POR (T) mexicano tuvo cierto éxito en reclu-
tar a algunos de éstos oficiales nacionalistas —incluso a un
coronel en activo del ejército mexicano— cuyos conocimien-
tos aprovecharon para asesorar a la guerrilla guatemalteca.57
Para esta corriente, en vez de un programa consciente,
subjetivo, que la vanguardia marxista debía llevar a la clase
obrera, la revolución permanente era más bien la predicción
57
Entrevista con Carlos Ferra.
18
18
teórica de una tendencia histórica objetiva e ineludible a la que
los movimientos democrático-nacionales estaban destinados
por las condiciones estructurales de la era del imperialismo,
independientemente del programa de su dirección e incluso de
su composición de clase. En otras palabras, todo aquel que
luchara por la emancipación nacional tarde o temprano sería
forzado por las circunstancias a luchar contra el sistema capi-
talista y por el socialismo.
Desde una óptica específicamente latinoamericana, el po-
sadismo presentaba con rasgos aún más acentuados la tenden-
cia general del pablismo a atribuirle una importancia decisiva
a las luchas nacionales de las masas del Tercer Mundo, inde-
pendientemente del programa que las dirigiera.
La revolución interrumpida de Gilly no fue ni la única ni
la primera exposición de esta concepción, pero sin duda fue la
más lúcida, al menos en el ámbito latinoamericano. En esta
obra la atribución de un potencial socialista a la dinámica
interna del movimiento campesino como una aplicación posi-
tiva de la revolución permanente encuentra una de sus expre-
siones más claras, especialmente en su capítulo “La comuna
de Morelos”, dedicada al desarrollo del zapatismo entre 1914
y 1917.
La tesis central del libro, el carácter “interrumpido” de la
revolución mexicana en su supuesta evolución hacia el socia-
lismo (evolución que puede ser retomada donde se quedó
gracias a la memoria colectiva del pueblo mexicano), parte de
dos ejes sumamente ilustrativos de la concepción “objetiva” de
la revolución permanente. El primero es la atribución de una
memoria política consciente a las masas mexicanas (sin nin-
guna especificidad de clase) de su propia capacidad militar
frente al Estado burgués, independientemente de la existencia
o inexistencia de un partido obrero de vanguardia; el segundo,
y más importante, es la identificación del zapatismo como
agente de la revolución permanente.
El primero de estos ejes constata el profundo arraigo po-
pular que ha tenido la memoria de los dirigentes campesinos, y
concluye que el hecho de que generales populares hayan lo-
grado grandes hazañas militares contra los ejércitos profesio-
nales de la burguesía (con la División del Norte de Villa des-
truyendo el ejército huertista en Zacatecas como su punto más
alto) es para las masas una fuente de confianza en sí mismas e
incluso de conciencia de clase, una fuente que la futura revo-
lución obrera va a contar como una importante arma en su
arsenal. El partido de vanguardia no es necesario como “me-
moria histórica” del proletariado.
El segundo eje es más audaz. Para Gilly, cuando los ejér-
citos constitucionalistas (burgueses) concentraron su capaci-
dad militar en destruir a la División del Norte a partir de 1914,
el zapatismo tuvo un cierto respiro militar que le permitió
realizar su proyecto social aunque fuera sólo en el territorio de
Morelos. Pese a que el libro está lleno de referencias a la nece-
sidad de una dirección proletaria y ejemplos del carácter nece-
sariamente limitado de la lucha campesina, el capítulo referido
concluye que el contexto mundial permitió que la dirección
zapatista diera el salto hacia una perspectiva anticapitalista e
internacionalista, e incluso construyera un Estado obrero a
escala local, históricamente comparable con la Comuna de
París (que Marx describió como la primera dictadura del pro-
letariado), como un antecedente temprano de las revoluciones
china y vietnamita. Según el autor, las premisas de este proce-
so fueron, en primer lugar, la apertura de la época de las
revoluciones sociales (cuyo inicio marcó la revolución rusa de
1905), y en segundo lugar, la existencia de obreros industriales
en los ingenios azucareros de Morelos que el zapatismo ex-
propió (aunque nunca se dice si estos obreros estaban organi-
zados como tales, o si sus números eran significativos dentro
del ejército zapatista).
Pero la identificación del zapatismo con la revolución
permanente no ocurre sólo en el plano de lo objetivo, sino
también en el plano de las ideas. Refiriéndose a un escrito de
Zapata, Gilly dice: “Difícil es hallar en la revolución mexicana
una expresión superior, en el terreno de las ideas, de la ley del
desarrollo desigual y combinado y del carácter permanente de
la revolución.” En particular, el pasaje se refiere a una carta
que el dirigente campesino escribió a uno de sus partidarios en
el extranjero en febrero de 1918 saludando con entusiasmo, y
en términos muy cercanos a los del comunismo, la revolución
rusa. Así, aun cuando Gilly no usa esa fórmula, aquí se des-
prende que Zapata fue el primero de los “trotskistas incons-
cientes”. Lo difícil es hallar una expresión superior, en el te-
rreno de las ideas, de la concepción “objetiva” de la revolu-
ción permanente.
Gilly reconoce que, independientemente de su derrota mi-
litar, a lo largo de 1918 el zapatismo volvió a caer dentro de la
órbita de la política burguesa, representada dentro de la direc-
ción zapatista por Gildardo Magaña. Este “retroceso” plantea
la pregunta de si en verdad en algún punto el zapatismo estuvo
de hecho intrínsecamente destinado a salir de esta órbita.
Cuando Gilly empezó a trabajar en esta obra, necesariamente
tuvo que tener en mente su propia experiencia en Guatemala, y
el intento de hacer que la guerrilla de Yon Sosa trascendiera la
órbita de la política burguesa.
Inmediatamente tras la aparición de La revolución inte-
rrumpida, intelectuales no trotskistas como Octavio Paz y
Carlos Monsivais advirtieron que sería un libro importante.
Como señalé antes, la influencia del libro, y en particular de su
conclusión, trascendió por mucho a la tendencia posadista,
conquistando prácticamente todo el espectro del trotskismo
mexicano y gran parte de la izquierda.
El mandelismo, en sus distintas encarnaciones organizati-
vas, se suscribió explícitamente a esta interpretación. Así, el
primer número del Bandera Roja del GCI mandelista de 1972
incluyó una reseña muy favorable del libro, firmada por Lu-
cinda Nava.
Los morenistas (que nunca tuvieron aprecio alguno por
Gilly e incluso lo anatemizaron en la década de 1980 como “el
Lombardo Toledano del trotskismo”) también tomaron de La
revolución interrumpida el núcleo de su análisis de la revolu-
ción mexicana. Todavía en 1992, el periódico del morenista
POS escribía:
Sin saberlo, los campesinos mexicanos se colocaban
en este momento en la vanguardia de la revolución en el
mundo. Es un hecho que ha quedado registrado en la
memoria histórica de las masas, un hecho que debemos
recordar siempre, pues muestra la posibilidad de que un
pueblo organizado y decidido ponga en jaque a la bur-
guesía y al gobierno y tome el poder en este país.
La LTS, una escisión de izquierda del morenismo, escribía
en 1998 que una segunda revolución mexicana debía “concluir
19
19
la revolución anticapitalista iniciada en 1910 (interrumpida
por el triunfo del ala carrancista sobre los ejércitos de Villa y
Zapata...)”, yendo más lejos que el propio Gilly al atribuir la
“interrupción” de la revolución a factores meramente milita-
res. En el mismo sentido, el Grupo Internacionalista, supues-
tamente muy crítico de la obra, escribía en 1999:
El PRI... es el partido de los terratenientes norteños
que asesinaron a los dirigentes campesinos y plebeyos
radicales Emiliano Zapata y Francisco Villa, poniendo
fin a la revolución antes de que pudiera convertirse en
una revolución social plenamente desarrollada.
La obra de Gilly, que nació como una codificación de la
concepción posadista de la revolución mexicana, logró ser
mucho más que eso. El posadismo como tendencia organizada
se desintegró a mediados de la década de 1970, pero mediante
el vehículo de La revolución interrumpida, su concepción de
la revolución mexicana sobrevivió, encarnada en casi todas las
demás tendencias del trotskismo mexicano e incluso en otras
tendencias de la izquierda no-trotskista.
Ahora bien, ¿hasta qué punto corresponde esta concep-
ción, tal y como se expresa en los ejes de la tesis de Gilly, a
una continuación del leninismo clásico y a la teoría original de
la revolución permanente en Trotsky aplicada a la historia de
México? En un pie de página, Gilly cita un pasaje de “Tres
concepciones de la revolución rusa” (1940), una de las exposi-
ciones más acabadas de la teoría de la revolución permanente,
en el que Trotsky dice que “el marxismo nunca dio un carácter
absoluto a su estimación del campesinado como clase no so-
cialista [...]. La historia no ha explorado hasta el fondo estas
posibilidades”, implicando que el autor endosaba la idea del
potencial socialista del campesinado.
Esta cita, que Trotsky escribió para defenderse de la acu-
sación recurrente de que su teoría “despreciaba” al campesina-
do, retiene un carácter algebraico. La evaluación positiva que
el propio Trotsky hacía de las capacidades del campesinado en
la revolución socialista, siempre las subordinan a la existencia
de un proletariado movilizado y conciente, es decir, forjado en
torno a una vanguardia marxista. Por ejemplo, en su Crítica al
programa de la Internacional Comunista de 1927 (considera-
do el documento fundacional del trotskismo) Trotsky escribió,
hablando sobre la China neocolonial:
En los países capitalistas, las organizaciones que se
dicen partidos campesinos constituyen, en realidad,
una variedad de los partidos burgueses. Todo cam-
pesino que no adopte el punto de vista del proleta-
rio abandonando el punto de vista del propietario
será inevitablemente arrastrado, en cuestiones fun-
damentales de la política, por la burguesía.
Los escritos de Trotsky en general, al lidiar con la revolu-
ción permanente, incluyen frecuentes pasajes en este sentido.
Independientemente del heroísmo y la honestidad personal de
sus dirigentes, en ausencia de un proletariado movilizado
independientemente, el campesinado no puede trascender la
política burguesa y se ve forzado a aceptar la dirección de una
u otra ala de la burguesía.
¿Cómo explicar entonces el caso de las revoluciones chi-
na, cubana y vietnamita sin abandonar estas nociones? No se
podía afirmar que en estos casos el proletariado dirigido por
un partido bolchevique, en el sentido clásico de estos tér-
minos, fuera un factor independiente; pero tampoco se podía
negar que estas fueron revoluciones sociales que acabaron con
la dominación burguesa. ¿No fueron, pues, estas experiencias,
como argumenta implícitamente el libro de Gilly, una confir-
mación de la concepción pablista u “objetiva” de la revolución
permanente? Ésta es, ciertamente, una pregunta difícil, y al
menos en México, ningún teórico trotskista pudo dar en ese
punto una respuesta alternativa a la de Gilly.
V
LECCIONES DE OCTUBRE
(1968-1969)
A mediados del año 1968, como parte de un fenómeno mun-
dial, la radicalización juvenil que había estado desarrollándose
a lo largo de la década cristalizó en México en el estallido de
un movimiento estudiantil de masas que en el mes de octubre
sería cruelmente reprimido.
Esta súbita radicalización estudiantil tomó por sorpresa a
los partidos de la izquierda tradicional. El Partido Popular
Socialista de Lombardo Toledano se opuso francamente al
movimiento estudiantil y tras el 2 de octubre llegó al extremo
grotesco de celebrar su represión. Por su parte, las organiza-
ciones juveniles del Partido Comunista atravesaban por una
acentuada crisis, y el partido pudo mantener una muy relativa
hegemonía en el estudiantado sólo mediante la lucha continua
contra el ala izquierda del movimiento, repeliendo con ello a
varios jóvenes de impulsos más revolucionarios.
Estas circunstancias crearon un terreno fértil para las nue-
vas organizaciones más radicales, jóvenes y dinámicas que
operaban a la izquierda del PCM, y entre ellas, las trotskistas.
Como hemos visto, sin embargo, el posadista POR se encontra-
ba diezmando por la represión sufrida tanto en México como
en Guatemala y no estaba en condiciones para aprovechar la
radicalización juvenil. El papel de sus principales cuadros se
redujo a organizar la recepción solidaria de la nueva y masiva
ola de presos políticos en Lecumberri. Más aún, su propio
programa, que entre otras cosas insistía en que Fidel había
matado al Che, les restaba bastante credibilidad.58
En cambio, la otra tendencia trotskista, el ala estudianil de
la vieja LOM (los “mandelistas”), no podía estar mejor situada.
En esa época, el núcleo activo de esa organización estaba
compuesto de jóvenes intelectuales como Manuel Aguilar
Mora y Carlos Sevilla que militaban en la Facultad de Filoso-
fía y Letras y la de Ciencias Políticas de la UNAM. A partir de
la escisión de 1966, este grupo había ido abandonando el
nombre LOM conforme se disolvía en sucesivos bloques estu-
diantiles de corta vida, como la “Unión Nacional de Estudian-
tes Revolucionarios” y más tarde la “Juventud Marxista Revo-
lucionaria”, a lado de tendencias radicales no trotskistas.
58
En Los días y los años, Luis González de Alba recuerda
cómo en la cárcel los militantes posadistas se distinguían por
esa afirmación, y agrega que parecían haber copiado el acento
argentino de su gurú Posadas. En realidad, tanto Fernández
Bruno como Gilly eran argentinos.
20
20
La masiva huelga estudiantil de 1968 era el tipo de mo-
vimiento de “nuevas vanguardias de masas” al que la tenden-
cia mandelista dirigía sus esperanzas internacionalmente. No
es extraño, pues, que con el estallido del movimiento estudian-
til este grupo prácticamente se haya disuelto una vez más, al
menos por un par de meses, conforme sus cuadros dedicaban
la totalidad de sus energías políticas a su militancia en el Co-
mité de Lucha de su facultad. Tanto el estallido del movimien-
to estudiantil como su desarrollo y su súbita represión obliga-
ron al ala estudiantil de la vieja LOM a transformar radicalmen-
te su forma organizativa.
El primer intento importante de estos trotskistas de resuci-
tar en una organización política en 1968 fue el proyecto del
Movimiento Comunista Independiente (MCI), en torno a la
figura del famoso escritor comunista José Revueltas. Su obje-
tivo no era fundar un partido específicamente trotskista que
buscara regirse por las normas del centralismo democrático,
sino simplemente unificar a todas las fuerzas marxistas “a la
izquierda del PC” que tuvieran la perspectiva de construir un
partido obrero.
Si bien no se trata de una figura específica del trotskismo,
dada su intervención en el curso de este relato, vale la pena
detenerse un momento en la biografía política de José Revuel-
tas.
Novelista y guionista brillante, aficionado al tequila y
dueño de un sentido del humor amargo y legendario, Revuel-
tas fue sin duda el escritor mexicano del siglo XX cuya rela-
ción con la izquierda revolucionaria fue más orgánica. Nacido
en 1914 en Durango, Revueltas había acumulado una historia
prestigiosa y larga de prisiones y sacrificio militante. También
había mantenido una turbulenta trayectoria de continuas ruptu-
ras y reconciliaciones con la línea oficial del Partido Comunis-
ta: siendo aún adolescente y militante de la Juventud Comu-
nista, en los años 20 había simpatizado brevemente con la
Oposición de Izquierda trotskista, un curso que la primera de
sus muchas prisiones interrumpió. Más tarde, en 1943 fue
expulsado por primera vez del Partido Comunista a causa del
contenido crítico de su novela Los días terrenales. Entonces
entró a la órbita de Lombardo Toledano y en 1948 fue funda-
dor del Partido Popular. En 1955 fue readmitido al Partido
Comunista, pero sólo para fundar en su seno una corriente
disidente, lo que trajo consigo su segunda expulsión en 1960;
entonces militó brevemente en el POCM, un partido formado
por dirigentes comunistas destacados que habían sido expulsa-
dos y que políticamente no se diferenciaba en nada del PCM.
Finalmente, en 1962 rompió definitivamente con la órbita
política del Partido Comunista para fundar la Liga Leninista
Espartaco (LLE), con el famoso texto Ensayo sobre un proleta-
riado sin cabeza como su declaración programática.
En esa época, su crítica al PCM, al que acusaba de “inexis-
tencia histórica” como vanguardia del proletariado, no se ba-
saba en ninguna forma de trotskismo, sino meramente en una
interpretación más radical de la línea oficial soviética “deses-
talinizada” a partir del XX Congreso del PCUS bajo Nikita
Jrushov.59
59
En el XX Congreso del Partido Comunista de la Unión
Soviética de 1956, Nikita Jrushov presentó un informe “secre-
to” en el que denunciaba los peores excesos estalinistas y
especialmente la noción de culto a la personalidad, y rehabili-
Pese a su extraña historia de asociaciones organizati-
vas, en los años sesenta Revueltas gozaba de un justificado
prestigio militante e intelectual. Cuando en 1962 el escritor
presentó su Liga Leninista Espartaco grupo en la Facultad de
Ciencias Políticas, el joven Manuel Aguilar Mora de la LOM
estuvo entre los asistentes. De hecho, el Ensayo fue reseñado
de manera crítica pero en general favorable en las páginas de
El Obrero Militante (el órgano de la LOM), y según Aguilar
Mora, ahí empezó una amistad “no sólo política” con Revuel-
tas.60
Pese a la línea jrushovista y opuesta a la teoría de la revo-
lución permanente del Ensayo, Aguilar Mora habría de descri-
birlo años después como “el libro marxista más importante
escrito en México antes de 1968”.61
Para 1963, la mayoría de los miembros de la LLE (como
Enrique González Rojo y el poeta Jaime Labastida) habían
comenzado una evolución hacia el comunismo agrario de la
Revolución China. Revueltas (seguido a su vez por el poeta
Eduardo Lizalde y un pequeño núcleo de partidarios) se opuso
a este giro, exigió el derecho a criticarlo públicamente y en
consecuencia fue expulsado. Lo que quedó de la LLE (rebauti-
zada Liga Comunista Espartaco) se convertiría en un semillero
de las varias tendencias que en adelante conformaron el
maoísmo mexicano.
Como resultado de su expulsión del grupo que él mismo
había fundado un año antes, el escritor empezó a alejarse ideo-
lógicamente de la dirigencia soviética neo-estalinista y a acer-
case tangencialmente, por medio de sus contactos amistosos
con Aguilar Mora, al trotskismo. Un testimonio de esta evolu-
ción es su novela de 1964 Los errores, donde denuncia con
gran elocuencia la violencia asesina del estalinismo.
Al mismo tiempo, en esa época, a sus influencias filosófi-
cas existencialistas se sumó la influencia de Marcusse y la
Nueva Izquierda, orientada al estudiantado radical. Tal vez por
ello, en 1968 Revueltas fue uno de los poquísimos veteranos
de la izquierda en entender la significación del movimiento
estudiantil, y el único capacitado para fundirse orgánicamente
con él.
Así, el escritor entró en el movimiento con cuatro puntos
programáticos bien claros: primero, oponerse al PCM desde la
izquierda; segundo, oponerse al maoísmo campesino desde
una perspectiva pro-obrera; tercero, plantear la necesidad de
forjar un partido proletario en México; y cuarto, la necesidad
de una nueva Internacional. Sin un programa exhaustivo fuera
de estos puntos, su perspectiva era reunir a todos los grupos
marxistas que estuvieran de acuerdo con esto en un Movi-
miento Comunista Independiente, teniendo en mente en parti-
cular a los trotskistas de la vieja LOM, ahora agrupados en
torno al Comité de Lucha de Filosofía y Letras. Curiosamente,
Revueltas descartaba al POR posadista contándolo entre gru-
púsculos destinados a desaparecer con el primer reflujo del
taba a varios bolcheviques asesinados por Stalin (sin incluir a
Trotsky). Este Congreso fue también el origen de la pugna
sino-soviética. 60
Aguilar Mora, Huellas del porvenir 61
Ibíd. Es dudoso que esta afirmación de Aguilar Mora tomara
en cuenta que los últimos libros de Trotsky fueron “escritos en
México antes de 1968”.
21
21
movimiento.62
Para ser justos, hay que decir que en este punto
su predicción se equivocó.
Naturalmente, Aguilar Mora y sus camaradas respondie-
ron con todo su entusiasmo al llamado del escritor. La idea de
Revueltas coincidía con la concepción estratégica del mande-
lismo de ese entonces, que buscaba un instrumento organizati-
vo para agrupar a la “nueva vanguardia estudiantil”, aún pres-
cindiendo de la “etiqueta” de trotskismo. Además, como escri-
bió posteriormente Aguilar Mora:
Un grupúsculo trotskista que iniciaba su lucha
contra enormes obstáculos, ¿cómo no iba quedarse
pasmado ante una personalidad como Revueltas que de
repente decidía unirse a él para emprender la recons-
trucción del movimiento revolucionario?63
Así, el 19 de septiembre de 1968, en pleno movimiento
estudiantil y apenas unas horas antes de que el ejército ocupara
Ciudad Universitaria, unos 30 activistas se reunieron en un
salón de la torre de humanidades, que la huelga había puesto
en manos de los activistas estudiantiles, para darle vida al MCI.
Entre los asistentes estaban, además de los trotskistas como
Aguilar Mora, Carlos Sevilla y su hermano Enrique, y los
partidarios de Revueltas como Roberto Escudero, figuras diri-
gentes del movimiento en la Facultad, como Luis González de
Alba.
Al poco tiempo de terminada la sesión, el ejército entró a
Ciudad Universitaria y arrestó a más de mil activistas, entre
ellos a Carlos Sevilla. Aguilar Mora se salvó milagrosamente,
pues acababa de dejar Ciudad Universitaria cuando el ejército
entró. En los meses siguientes, la represión estatal escaló hasta
el punto de destruir al movimiento estudiantil, incluyendo la
brutal matanza del 2 de octubre. Por ejemplo, el hermano
menor de los Aguilar Mora, Jorge, que era delgado del Cole-
gio de México al CNH, fue encarcelado el mismo 2 de octubre.
También el profesor universitario y antiguo trotskista César
Nicolás Molina fue apresado en ese periodo. Muchos de los
partidarios del MCI tuvieron que esconderse, mientras que
otros, como González de Alba y el propio Revueltas, cayeron
presos. Escudero tuvo que huir clandestinamente a Chile. En
esos meses, la represión del Estado mexicano alcanzó el grado
más alto de su historia reciente, acercándose brevemente a las
dictaduras militares latinoamericanas.
Así pues, la base para un movimiento amplio como el
proyectado quedó destruida por la represión. En tales condi-
ciones sólo era posible construir un grupo más pequeño y
cohesionado con un programa político en común. Así, en
enero de 1969, con muchos de sus inspiradores aún presos o
escondidos, 13 activistas estudiantiles de entre los que habían
estado en la reunión del 19 de septiembre se reunieron nueva-
mente, esta vez para formar el Grupo Comunista Internaciona-
lista (GCI). Entre ellos estaban, además de Aguilar Mora, Al-
fonso Peralta (que seguiría desempeñando un papel central en
el trotskismo mexicano hasta su asesinato en 1977) y Alfonso
Molina, apodado “El ronco”. El cambio del sustantivo “Mo-
vimiento” por el de “Grupo” revela el giro hacia un proyecto
62
J. Revueltas “Un movimiento, una bandera, una revolución”
(1968) 63
Aguilar Mora, op. cit.
menos amplio aunque más sólido. En el nuevo grupo, la
hegemonía ideológica de los trotskistas era clara.
Desde la cárcel, por su parte, José Revueltas también se
contó entre los fundadores del GCI, e incluso escribió un entu-
siasta saludo al IX Congreso del S.U., que tuvo lugar en esas
mismas fechas.64
En su celda de Lecumberri, Revueltas colgó
un enorme póster con el retrato de Trotsky. Sin embargo, no
puede afirmarse que Revueltas se haya considerado nunca un
“trotskista”. En realidad, el viejo escritor seguía concibiendo
que la misión del nuevo grupo, más que encarnar organizati-
vamente las ideas del trotskismo en específico, era fusionar a
todas las distintas fuerzas marxistas independientes tanto de
Moscú como de Pekín. En particular, Revueltas concebía al
GCI no como un partido, sino como un bloque entre su propia
corriente, el “espartaquismo primitivo”, como la llamaba él,
cuya expresión programática era el Ensayo de 1962, y el trots-
kismo del S.U. En efecto, esta concepción de “bloque” corres-
pondía con el discurso de los mandelistas.
Sin embargo, esto no pasaba, ni podía pasar, de discurso.
En la práctica, Aguilar Mora, Sevilla, Peralta y sus camaradas,
bajo las condiciones de la clandestinidad, hicieron a un lado a
los “espartaquistas primitivos” y, según la percepción de Re-
vueltas, que seguía preso, lo conservaron a él como un “san-
tón” muy útil en términos de prestigio pero sin ningún medio
para influenciar políticamente al grupo.65
Además, en la cárcel
Revueltas tuvo fuertes roces personales con Carlos Sevilla,
que tenía una personalidad brillante pero difícil de aguantar.
Así que a su salida de la cárcel en 1971, Revueltas se separó
del GCI, ya estando gravemente enfermo. A partir de entonces,
el escritor se fue distanciando cada vez más del leninismo
como forma de organización y el GCI sobrevivió como el re-
presentante específico del S.U. en México.66
El órgano de la nueva organización trotskista era una mo-
desta publicación mecanografiada llamada La Internacional
que el grupo reproducía en la casa particular de Emilio Amaya
en Ciudad Satélite.67
Como hemos visto, el GCI había nacido en 1969 tras el
masivo movimiento estudiantil pero también bajo condiciones
excepcionalmente difíciles de represión estatal, lo que marcó
su primer año de existencia. En esa época, el grupo publicó en
La Internacional las declaraciones de defensa legal de varios
presos políticos notables (como Revueltas, Raúl Álvarez Garín
y Eduardo Valle “el Búho”), una edición mimeografiada y
semi-clandestina de cuatro mil ejemplares que sin embargo se
agotó en pocas semanas.
A partir de 1971, la represión amainó, pero la politización
de los jóvenes universitarios siguió desarrollándose, y el grupo
pudo ampliar considerablemente sus capacidades técnicas y
organizativas.68
Entre 1971 y 72 Carlos Sevilla, Daniel Came-
jo, Adolfo Gilly y los demás presos políticos finalmente fue-
64
Publicada en J. Revueltas, 68: juventud y revolución 65
En estos términos se queja Revueltas en una carta del 25 de
octubre de 1971 66
Alexander (Op. cit ) consigna equivocadamente que César
Nicolás Molina era uno de los principales líderes del GCI. En
realidad no era sino un simpatizante. 67
Umbral, octubre de 1999. 68
Sin embargo, Carlos Sevilla y Daniel Camejo abandonarían
el partido al poco tiempo.
22
22
ron liberados. Los trotskistas habían sido los primeros en en-
trar a la cárcel y ahora eran los últimos en salir.
En mayo de 1971 el GCI celebró su primer congreso para
discutir la manera de seguir aprovechando al máximo su cre-
ciente influencia en el movimiento estudiantil universitario.69
En esa época, el contacto del grupo mexicano con la interna-
cional se hizo más estrecho y continuo, de manera que en el X
Congreso Mundial de 1971 el GCI fue oficialmente reconocido
como sección simpatizante del Secretariado Unificado “de la
Cuarta Internacional”.
En octubre de ese año, el grupo lanzó su propio frente es-
pecíficamente estudiantil, la Juventud Marxista Revoluciona-
ria, que en octubre de 1971 incluso publicó su propia revista,
El Virus Rojo. Fue en esa época que ingresaron muchos de los
futuros cuadros dirigentes de esa tendencia, como Edgard
Sánchez, Jaime González, Margarito Montes, Sergio Rodrí-
guez y Lucinda Nava. También Olivia Gall, que con el tiempo
sería la principal historiadora del trotskismo mexicano de la
primera generación, ingresó entonces. Incluso antiguos cua-
dros del POR (T) posadista, como el activista estudiantil sono-
rense Carlos Ferra, se unieron al GCI en esos años.
Estos recursos se reflejaron en un significativo cambio en
la prensa del GCI. Pese a haber existido en años de intensa
represión estatal, para 1972 su publicación teórica y propa-
gandística La Internacional había llegado a los 21 números y
ya resultaba insuficiente para el trabajo del grupo. Así, a me-
diados de 1972 se añadió a La Internacional una segunda
publicación regular, de aparición más frecuente y destinada a
fines de agitación: el periódico tabloide Bandera Roja.70
Sin embargo, la euforia no habría de durar mucho, ya que
poco después el GCI se vería desgarrado por una escisión. A
consecuencia de esto, el grupo mexicano no alcanzaría el sta-
tus de sección plena del Secretariado Unificado sino hasta la
fundación del PRT en 1976.
VI
LA CRÍTICA DE LAS ARMAS
VS. LAS ARMAS DE LA CRÍTICA
(1971-1975)
Durante la pascua de 1969, el Secretariado Unificado “de la
Cuarta Internacional” (S.U.) celebró en Europa su IX Congreso
Mundial (III desde la reunificación).71
Entre los presidentes
honorarios de este congreso mundial estaban, junto al célebre
dirigente campesino Hugo Blanco, preso en el Perú, Carlos
Sevilla y Daniel Camejo que se encontraban presos en
Lecumberri.
En México y en todo el mundo, la radicalización juvenil
masiva producida directa o indirectamente por la Revolución
Cubana y la Guerra de Vietnam había permitido a las seccio-
nes del S.U. crecer exponencialmente desde mediados de los
años sesenta. En 1968, el Mayo francés y el crecimiento sin
69
Rouge, junio de 1971 70
Trejo Delarbre, Raúl La prensa marginal Ed. El caballito,
México, 1991 71
Según una versión publica de la época que R. Alexander
recoge, el Congreso tuvo lugar en Austria. Sin embargo, en
realidad se llevó a cabo en Italia.
precedentes de la sección francesa, la Ligue Communiste
Revolutionarie dirigida por Pierre Frank y por los jóvenes
cuadros del movimiento estudiantil, Alain Krivine y Daniel
Bensaïd, movieron el centro de gravedad de la Internacional
de Estados Unidos a Europa. La dirección del GCI mexicano,
representada por Aguilar Mora, empezó a tratar directamente
con dirigentes como Ernest Mandel y Livio Maitan y ya no
sólo con los del SWP estadounidense.
A escala internacional, el año de 1968 había marcado un
punto de inflexión en la izquierda. En particular, la participa-
ción masiva de la clase obrera en el Mayo francés había infun-
dido una nueva vitalidad en la concepción estratégica de la
“centralidad del proletariado”. Hasta ese momento, un sector
de la izquierda de la década de 1960 había estado dominada
por la noción ecléctica del “vanguardismo estudiantil” que
caracterizaba a la llamada Nueva Izquierda. A partir de 1968,
sin embargo, muchos de los jóvenes que a lo largo de la déca-
da habían sido activistas estudiantiles, empezaron a mirar de
nuevo hacia el marxismo ortodoxo en la teoría y hacia el tra-
bajo sindical en la práctica. En México, esta tendencia sentó
las bases de la llamada “insurgencia sindical” de los años
setenta. Las aventuras de los activistas estudiantiles metidos a
organizadores obreros fueron narradas por el escritor y antiguo
activista estudiantil Paco Ignacio Taibo II.72
Andando el tiempo, el propio Ernest Mandel tuvo que re-
conocer que su esquema del “neocapitalismo” (en el que el
desarrollo estable del capitalismo en expansión dificultaba la
lucha revolucionaria del proletariado), ya no se aplicaba des-
pués de 1968, y sustituyó el término por el de “capitalismo
tardío”. La “curva larga ascendente” de la posguerra había
dado paso a una “curva larga descendente”,73
en la que la
lucha obrera volvía a estar a la orden del día. Más que de un
cambio económico real, el giro en la concepción de Mandel
partía del reavivamiento de las luchas de la izquierda en este
periodo y en particular de la reaparición de la clase obrera
industrial como factor político dentro de éstas. A decir verdad,
ninguna corriente izquierdista estaba en mejor poción de apro-
vechar esta evolución que el trotskismo, caracterizado por su
valoración ortodoxamente marxista del proletariado.
Sin embargo, en el momento de su IX Congreso a princi-
pios de 1969, el Secretariado Unificado estaba mirando a otro
lado. Fue en ese congreso que el S.U. aprobó su controversial
giro histórico para sus secciones latinoamericanas: la adopción
de la vía guerrillera.
Desde un año antes, el dirigente italiano Livio Maitan ve-
nía proponiendo la estrategia guerrillera para Bolivia y otros
países latinoamericanos, basado en la premisa de que la lucha
armada era la única respuesta posible al recrudecimiento de la
represión estatal que sufrían esos países. Más aún, argumenta-
ba Maitan, esas mismas condiciones de represión imposibilita-
ban que la lucha armada iniciara en las ciudades. Según escri-
bía el italiano, “Esto significa, más concretamente, que el
método de la guerrilla, comenzando por las zonas rurales,
72
Ver su serie de cuentos Doña Eustolia blandió el cuchillo
cebollero y El retorno de la verdadera araña. 73
E. Mandel El capitalismo tardío Ediciones Era, México,
1979
23
23
sigue siendo el método correcto.”74
Según él, la Internacional
en ese periodo se construiría en torno a Bolivia. Según se
reporta, en las sesiones del congreso del S.U. de 1969, Maitan
predecía que el siguiente Congreso mundial se realizaría desde
el poder estatal en La Paz.75
Sin llegar a estos excesos de entusiasmo, Mandel y Pierre
Frank se sumaron a la propuesta de Maitán, que pronto exten-
dió su análisis y sus conclusiones a todo el resto de la región.
Así, uno de los pasajes de la “Resolución sobre América Lati-
na” del IX Congreso, leía:
Aún en el caso de los países que estarán entre los
primeros en vivir grandes movilizaciones y conflictos de
clases en las ciudades, la guerra civil adoptará las múlti-
ples formas de la lucha armada, en las que el eje princi-
pal durante todo un periodo será la guerra de guerrillas
rural...
En general, el giro guerrillero correspondía a la orienta-
ción mandelista de buscar “nuevas vanguardias de masas”,
particularmente entre los jóvenes radicalizados a partir de los
movimientos estudiantiles de 1968. En este sentido, como notó
el propio Mandel, la resolución del IX Congreso representaba
un paso más en el mismo sentido del III Congreso de 1951 (en
el que Michel Pablo había presentado sus planes de “entrismo
profundo” en los movimientos de masas no trotskistas) 76
.
De este modo, siguiendo la línea del Congreso Mundial, a
partir de 1969 las principales secciones latinoamericanas del
S.U. se sumaron a las organizaciones armadas guevaristas de
sus países o ayudaron a fundar nuevas. Así, la sección bolivia-
na se integró al ELN, la sección chilena ayudó a fundar el MIR,
y la sección argentina creó ella misma el ERP.
En México, el recién fundado GCI también aceptó for-
malmente los lineamientos del IX Congreso y los defendió
ardorosamente en su prensa, pero, a diferencia de las otras
secciones, en los hechos se abstuvo de aplicar la línea que
había votado, es decir, no se constituyó en grupo armado. La
ausencia en México de un movimiento guerrillero que estuvie-
ra dispuesto a hacer trabajo común con trotskistas y la limita-
ción de recursos organizativos del GCI para crear una guerrilla
propia se combinaron con una cierta renuencia empírica a
llevar a cabo esta línea. Según Aguilar Mora, Ernest Mandel
en persona les comunicó que, dado el pequeño tamaño del
grupo mexicano, “no era necesario” que llevara a cabo esta
línea, cosa que los militantes mexicanos aceptaron de buen
grado.77
El giro guerrillero impulsado en este congreso por Maitan
y Mandel no había sido unánimemente aceptado. El SWP, que
en esa época dirigía un influyente movimiento amplio contra
74
L. Maitan, “Experiences and perspectives of the armed
struggle in Bolivia” Intercontinental press No. 28, septiembre
de 1968. 75
“Secretariado Unificado: Hacia la 2 ½ Interncional” en
Spartacist en español No. 6, julio de 1978. En adelante no
faltó quien le endilgara al líder italiano el apodo de “Bolivio”
Maitan. 76
E. Mandel “El lugar del IX Congreso Mundial en la historia
de la Cuarta Internacional” (1969) 77
Entrevista de M. Aguilar Mora con el autor, diciembre de
2005
la guerra de Vietnam y contaba con mantener su legalidad y
su respetabilidad en el medio del liberalismo pacifista, se opu-
so enérgicamente a la adopción de la táctica guerrillera en
América Latina.
A lo largo de los años, el partido americano había conser-
vado un perfil político propio, estable y bien definido, pero no
inmutable. Dada su relativa estabilidad, el SWP había consti-
tuido siempre el centro de una tendencia de peso internacional
en la que es necesario detenerse.
Desde su fundación en los años treinta hasta finales de la
década de 1950, el SWP estadounidense, dirigido por el legen-
dario líder obrero James P. Cannon, no sólo era una de las
secciones numéricamente más fuertes del trotskismo mundial
y la más enraizada en la clase obrera de su país, sino también
la más estable políticamente y la más firme en su ortodoxia
ideológica. Cuando ocurrió la escisión de 1953, el SWP fue el
dirigente natural del bando antipablista.
Sin embargo, a partir de 1959 esto empezó a cambiar. El
impacto negativo del anticomunismo macartista, primero y la
seducción de la impresionante Revolución Cubana a sesenta
millas del “mounstro imoperialista” después, junto con el
necesario relevo generacional, contribuyeron a debilitar las
convicciones ortodoxas de este partido, y para 1963, el SWP
aceptó la reunificación con los herederos de Michel Pablo. En
este mismo periodo, el ya anciano Cannon cedió la dirección
al líder sindical Farrell Dobbs y al teórico Joseph Hansen.
Ambos contaban con el aura de autoridad de haber colaborado
personalmente con Trotsky en México y Hansen incluso de
haber vivido con él en la casona de Coyoacán en calidad de
secretario.
A partir de entonces, el partido mantuvo coherentemente
una evolución hacia la conciliación con fuerzas no trotskistas
(especialmente la dirección castrista de la revolución cubana,
y, en el plano nacional, el movimiento pacifista y liberal en
EE.UU.). Para finales de los años sesenta, el partido ya se ubi-
caba en lo que a grandes rasgos podría llamarse el ala derecha
del Secretariado Unificado y del movimiento trotskista mun-
dial.
Representado en el IX Congreso mundial de 1969 por Jo-
seph Hansen, el SWP se alió con un ala de la sección argentina,
el grupo de Nahuel Moreno (que, como veremos más tarde,
también se oponía al giro guerrillero en su propio país), y
juntos formaron una fracción minoritaria interna, la Fracción
Leninista Trotskista (FLT). La dirección mayoritaria de Man-
del, Maitan y Frank, respondió creando su propia fracción
interna, la Tendencia Mayoritaria Internacional (TMI).
Ideológicamente, la FLT recurría a argumentos más orto-
doxamente marxistas, pero se basaba en una política más con-
servadora. Para sus militantes, el problema de la adaptación al
guevarismo por parte de la TMI no era tanto su rechazo a la
centralidad del proletariado o a la independencia organizativa
del trotskismo, sino sobre todo el “ultraizquierdismo”, es de-
cir, la incapacidad de reconocer el supuesto potencial demo-
crático de las burguesías latinoamericanas.78
En todo caso, a escala internacional ambas fracciones ac-
cedieron a trabajar dentro de un marco organizativo común, e
instruyeron a sus partidarios a mantenerse unidos en cada
78
Ver, por ejemplo, N. Moreno, Un documento escandaloso
(1974)
24
24
sección nacional. Sin embargo, la fuerte tensión entre ambos
programas hizo que en varios países las secciones del S.U. se
escindieran en dos organizaciones separadas. Ese fue el caso
de Argentina, Australia, Canadá, España... y México.
Volvamos, pues, al terreno mexicano. En esos años ha-
bían entrado al GCI, junto con muchos otros cuadros jóvenes,
Jaime González y su compañera Cristina Rivas, que llegaron a
dirigir la organización juvenil y su periódico, el Virus Rojo. En
el GCI entablaron una estrecha colaboración política con Ri-
cardo Hernández, y por medio de su persona entraron en con-
tacto con la tradición y la política del SWP estadounidense, y
fueron ganados a ellas.
Jaime González había sido recultado al GCI en 1969, sien-
do líder estudiantil en la Preparatoria No. 4, precisamente por
la célula “León Trotsky” que dirigía Ricardo Hernández. En
1971 fue enviado, junto Alfonso Peralta y Jorge del Valle,79
a
participar en una reunión educativa del SWP en Oberlin, Esta-
dos Unidos, para después viajar a conocer el centro del partido
en Nueva York. Joven inteligente y bilingüe, González no
tuvo dificultad en adentrarse en la vida del SWP y encontrar
una clara afinidad intelectual con sus cuadros. En adelante,
mantendría una admiración constante por el movimiento trots-
kista estadounidense. El pragmático Hernández, por su parte,
no sólo había militado personalmente en el SWP, sino que
rechazaba orgánicamente las aventuras idealistas e inciertas
como la lucha guerrillera.
En un contexto de radicalización juvenil masiva y fáciles
éxitos organizativos, en el que la revolución parecía cosa del
futuro próximo, los militantes de ambas tendencias sentían que
no había tiempo que perder y debían desarrollar públicamente
su línea con la mayor prontitud. Así, en octubre de 1972, unos
15 militantes, cuadros de la Juventud Marxista Revolucionaria
y partidarios de la FLT, se reunieron en el departamento de
Hernández en la colonia Condesa y decidieron separarse del
GCI. Además de Hernández, González y Rivas, entre ellos
estaban otros militantes jóvenes, como Ismael Contreras, Te-
lésforo Nava y Mariano Elías. Inmediatamente, los escindidos
procedieron a la fundación de una nueva organización trotskis-
ta rival del GCI, la Liga Socialista (LS).
Pese a involucrar inicialmente a sólo 15 personas, la rele-
vancia de esta ruptura quedaría de manifiesto al poco tiempo,
ya que en los cuatro años siguientes ambos grupos habrían de
crecer cualitativamente. A diferencia de los grupos más doc-
trinarios como la LOM lambertista y el POR posadista, el GCI y
la LS, políticamente flexibles y enraizadas en el medio univer-
sitario, lograron intersecar efectivamente la radicalización
estudiantil de ese periodo, de manera que para cuando terminó
su proceso de reunificación en 1977, su militancia sumada
superaba el millar.
Así pues, la LS representaba en México a la FLT, la oposi-
ción internacional que, como hemos visto, agrupaba central-
mente al SWP estadounidense y a la corriente argentina de
Moreno en contraposición a la Tendencia Mayoritaria Interna-
cional dirigida por los europeos Mandel, Maitan y Frank.
Contraviniendo el acuerdo de sus respectivas tendencias inter-
79
Jorge del Valle, entonces militante del GCI, adquiriría noto-
riedad mucho después de haber abandonado el movimiento
trotskista, como vocero de la Secretaria de Gobernación frente
al movimiento zapatista en 1994.
nacionales, los partidarios de Gonzáles y Hernández habían
roto pública y organizativamente con los de Aguilar Mora y
Alfonso Peralta. Según reconocen retrospectivamente y en
forma unánime los protagonistas de la escisión, unos y otros
eran demasiado “jóvenes e inexperimentados” para poder
convivir en una misma organización con gente de orientación
política tan distinta. En realidad, lo que estos jóvenes intenta-
ban era en tomar más en serio sus propias posiciones que sus
respectivas corrientes internacionales.
Así, reflejando en México las proclividades políticas de
sus respectivas tendencias internacionales, el GCI se orientó
hacia la búsqueda de una “nueva vanguardia de masas” entre
la juventud radicalizada e influenciada por el guevarismo,
mientras la LS intentaba implantarse en medios sindicales y
académicos más apacibles. Al escindirse, la LS se quedó con el
periódico juvenil del GCI, Virus rojo, pero en septiembre de
1973 decidió cambiar el nombre de su prensa, ya que, según
su último número, Virus rojo “era un nombre demasiado secta-
rio... además su tamaño ya era insuficiente”.80
En su lugar apareció El Socialista, “destinado a defender
los intereses de la clase obrera”. Tanto el título como el cinti-
llo habían sido tomados de un periódico obrero mexicano de
1871, casi exactamente un siglo antes.81
Incluso en este cam-
bio trivial se refleja un distanciamiento del radicalismo estri-
dente y juvenil del GCI. En esos años, la LS fue la primera
organización trotskista en superar los hábitos de clandestini-
dad y en aprovechar la nueva realidad menos represiva abrien-
do un local público en la calle de Bucarelli.
Por su parte, el GCI, cuyo rápido crecimiento continuó en
los siguientes años, generó paralelamente al Bandera Roja una
serie de publicaciones dirigidas a áreas específicas de su traba-
jo estudiantil, como El detonador, aparecida 1972 como relevo
del Virus Rojo para los CCHs, La hoja roja, aparecida en julio
de 1973 para el CCH Azcapozalco, y el Topo Rojo aparecido en
septiembre para la Preparatoria Popular. 82
En 1973, el GCI reclutó al joven maestro sonorense
Carlos Ferra, que a mediados de los años sesenta había milita-
do en el POR (T) posadista y que para entonces había regresado
a su lejana Hermosillo, donde dirigía el grupo universitario en
torno a la revista Prefacio. Gracias a al ingreso de Ferra y su
grupo, el GCI pudo desempeñar un papel sumamente promi-
nente en el movimiento estudiantil sonorense de ese año, que
movilizó a la mayoría del estudiantado de la región hasta que
fue brutalmente reprimido en el mes de septiembre. En todo el
estado, el terror derechista se desató en forma de encarcela-
mientos, secuestros y tortura. El 50 por ciento de la planta
docente de la Universidad del estado fue purgada, incluyendo
a Ferra, que ante el acoso policiaco se vio de obligado a mu-
darse de regreso al DF.83
Sin embargo, la autoridad y los con-
tactos adquiridos durante el movimiento le permitieron al GCI
(y después al PRT) mantener una presencia constante en el
estado de Sonora hasta los años noventa, e incluso usar a su
local sonorense como base para extender su influencia en otras
ciudades del noroeste del país.
80
Trejo, Op. cit. 81
Ibid. 82
Ibid. 83
Entrevista con Carlos Ferra, enero de 2006
25
25
Como vimos, el GCI conservaba en sus filas a quienes
aceptaban teóricamente la línea pro-guerrillera del IX Congre-
so, pero al mismo tiempo reconocía que no tenía las capacida-
des para llevarla a cabo en ese momento. Todos en el GCI
estaban de acuerdo con la línea estratégica general, pero pron-
to surgieron diferencias sobre la mejor manera de llevarla a
cabo. Así, conforme el grupo seguía reclutando jóvenes, un ala
de la dirección, dirigida por Sergio Rodríguez Lascano y su
compañera Lucinda Nava, llegó a la conclusión de que era
momento de pasar a la acción y en 1974 fundaron dentro del
GCI la llamada “Tendencia Combate” para impulsar al grupo a
unirse a la guerrilla de Lucio Cabañas.
Cuando la mayoría dirigida por Aguilar Mora y Peralta
rechazó esta iniciativa, Rodríguez y Nava se escindieron con
una decena de partidarios para fundar un periódico propio
orientado a la participación en la guerrilla, sin abandonar sus
posiciones en el activismo estudiantil y sindical. Dado que el
GCI ya había lanzado publicaciones con los títulos de Bandera
Roja, El Virus Rojo, La Hoja Roja y hasta El Topo Rojo, la
nueva revista recibió simplemente el llamativo titulo de Ro-
jo.84
Sin embargo, ese mismo diciembre, antes de que este
nuevo grupo trotskista pudiera concretar su contacto con la
guerrilla, Lucio Cabañas fue asesinado por el ejército y su
guerrilla prácticamente dispersada. Dadas las circunstancias,
una vez más, todos podían estar de acuerdo en que la oportu-
nidad de poner en práctica la línea guerrillera en México se
había cerrado, de manera que en pocos meses los partidarios
de Rodríguez y Nava pidieron su reunificación con el GCI.
Como organización independiente, la tendencia “combate” y
su periódico Rojo apenas sobrevivieron el año 1975.
VII
PARÉNTESIS: LOS LAMBERTISTAS
Hasta ahora hemos dejado de lado el destino del ala obrerista
de la vieja LOM, y para retomarlo es preciso volver unos cuan-
tos años en el tiempo.
Como hemos visto, en 1964-65 un ala dirigida por Fran-
cisco Xavier Navarrete, Rafael Torres, Luis Vásquez y su
pareja Ana María López conservó al puñado de militantes
obreros y se separó del grueso de la organización, compuesta
por “estudiantes pequeñoburgueses” dirigidos por Carlos Sevi-
lla y Aguilar Mora. Por un breve periodo, ambos grupos con-
servaron el nombre LOM, pero el ala estudiantil empezó a
usarlo cada vez menos, hasta abandonarlo totalmente y dar
lugar al GCI en 1969, y el ala obrerista pudo quedarse definiti-
vamente con el viejo nombre.
Al momento de la escisión, tal como cabría esperar, el
S.U. dio su endoso a grupo estudiantil, mucho más dinámico y
numeroso. En vista de esto, el ala de Navarrete entró en con-
tacto con la tendencia internacional rival, el Comité Interna-
cional, centrado en la Socialist Labour League (SLL) británica
de Gerry Healy y la Organization Communiste Inernationaliste
(OCI) francesa de Pierre Lambert.
Su contacto con esta tendencia había empezado años
atrás, cuando el célebre historiador trotskista Pierre Broué
(miembro de la OCI) vino a México para tratar de ganar a la
84
Este título era una traducción directa del famoso periódico
de la LCR francesa, Rouge.
LOM al Comité Internacional, sin conseguirlo. Cuando re-
conocieron que su rompimiento con el S.U. era inminente, sin
embargo, Navarrete y Vásquez recurrieron al contacto de
Broué y entablaron relaciones con la OCI. Después de todo, el
grupo mexicano era ideológicamente más afín a la ortodoxia
obrera del Comité Internacional que a la “revisionista” orien-
tación estudiantil del S.U.
Para 1970, la LOM mexicana fue aceptada como sección
del Comité Internacional.85
Según la descripción peyorativa de
Joseph Hansen, la LOM de Navarrete y Vásquez se convirtió en
esos años “un pequeño grupo en México cuya actividad ha
sido el proporcionar artículos ocasionales a [el periódico hea-
lista británico] Workers Press”.86
En esa época, Francisco Xavier Navarrete, ya cuarentón,
se retiró de la política y regresó a su natal Sonora (donde se
dedicó a dar clases y, a título individual, se opuso al movi-
miento estudiantil pro-trotskista de 1973), y Luis Vásquez
quedó al mando de la LOM. En adelante, Vásquez sería el re-
presentante continuo del lambertismo en México.
Durante el masivo movimiento de 1968, los escrúpulos
obreristas del grupo le impidieron participar en forma signifi-
cativa en él. Sin embargo, durante los siguientes años, la nue-
va LOM lambertista logró una modesta base estudiantil en el
IPN, que le permitió una cierta participación en el movimiento
universitario de 1971 y en las protestas subsecuentes contra la
brutal represión del 10 de junio.
En 1970 había aparecido una publicación auspiciada por
la LOM, el Boletín obrero, con el cintillo “tribuna de discusión
de los trabajadores”. El Boletín empezó siendo una publica-
ción mimeografiada de 16 páginas; más tarde aumentó su
tamaño a 24 páginas y mejoró sus ilustraciones, y, reflejando
el desarrollo de la Liga, para 1974 ya salía en prensa plana y
tamaño tabloide.87
Más tarde, la LOM cambió el nombre de su
prensa por el de Tribuna Obrera, con el que habría de mante-
nerse hasta la segunda mitad de los años ochenta.
Durante la primera mitad de los años setenta, el grupo al-
canzó una militancia de varios cientos, con trabajo en el DF,
Chipas y un importante local de varias docenas de militantes
en Poza Rica, Veracruz, donde la Liga retomó el trabajo que el
antiguo trotskista Fausto Dávila Solís había llevado a cabo
entre los obreros petroleros en los años cincuenta y sesenta.
Sin llegar a igualar en tamaño a las organizaciones más
grandes como el GCI y la LS, la tendencia lambertista habría de
sobrevivir dentro del espectro del trotskismo mexicano duran-
te todo el resto del siglo, primero como LOM y, después de un
breve “entrismo” en el PRT, como OST. Vale la pena, pues,
explicar someramente la trayectoria y características ideológi-
cas distintivas de esta tendencia internacional.
Nacido en 1920, Pierre Boussel, mejor conocido como
Lambert, era a sus 32 años el responsable del trabajo sindical
de la sección francesa de la Cuarta Internacional. Como hemos
visto, a principios de los años cincuenta, el secretario general
de la Internacional, Michel Pablo, expulsó a la mayoría de los
líderes del grupo francés —incluyendo a Lambert— por su
85
Intercontienetal Press, 22 de noviembre de 1971 86
citado en R. Alexander, Op. cit 87
En su libro La prensa marginal, Raúl Trejo escoge el caso
del Boletín Obrero de la LOM para ejemplificar el desarrollo
técnico de las publicaciones izquierdistas.
26
26
oposición a la estrategia del “entrismo sui generis” en el Parti-
do Comunista. En este punto, Lambert y sus camaradas podían
considerarse un verdadero símbolo para todos aquellos que
defendían la independencia organizativa del trotskismo.
Para 1954, Lambert ya era el dirigente principal de su or-
ganización, y como tal se unió con la SLL británica de Gerry
Healy y el SWP estadounidense de Cannon para fundar el Co-
mité Internacional “anti-pablista”. En 1963, cuando los esta-
dounidenses desertaron del CI y se reunificaron con los mande-
listas para formar el Secretariado Unificado, Lambert y Healy
quedaron como los líderes indiscutibles del Comité Interna-
cional.
Durante los años sesenta, el CI de Healy y Lambert conso-
lidó su influencia en Latinoamérica mediante el poderoso POR
boliviano de Guillermo Lora y el incipiente grupo de Jorge
Altamira en Argentina. Estos grupos tendían a defender su
independencia nacional furiosamente y, especialmente Lora, a
impulsar un curso semi-nacionalista basado en un supuesto
“excepcionalismo boliviano”. Esto era algo que Lambert podía
soportar, pero no así el autoritario Healy. Así, en 1971 Healy
también rompió con Lambert, oponiéndose a la actitud nacio-
nalista de Lora. Por un breve periodo, el francés compartió la
dirección de lo que quedaba del Comité Internacional con
Lora y con Altamira, pero estos también terminaron por rom-
per con Lambert para formar sus propias corrientes indepen-
dientes entre 1972 y 1973.
Lo más notable de la historia de la tendencia lambertista
—que llegó a incluir entre su colectivo de dirección a figuras
intelectuales destacadas como Pierre Brué, Stephan Just y Jean
Jaques Marie— fue su pronunciada evolución hacia la dere-
cha, evolución que se profundizó conforme este colectivo en
trono a Lambert se fue quedando solo a la cabeza de su movi-
miento y la OCI francesa se fue convirtiendo en el centro indis-
cutible de su “Internacional”.
En 1969, esta corriente adoptó la noción del “frente unido
estratégico”88
con los grandes partidos obreros tradicionales,
según la cual, el llamado por un “gobierno obrero” (i.e. del
Partido Socialista) resumía todas las demandas del Programa
de Transición.89
En esa época pasó por sus filas quien muchos
años después llegaría a ser líder del Partido Socialista y primer
ministro de la república francesa, Lionel Jospin.
En el plano internacional, los rasgos más distintivos de es-
ta corriente fueron su ambivalencia teórica al describir los
nuevos Estados obreros (calificando a Cuba hasta 1979 como
“estado capitalista fantasma”90
y aferrándose a la vieja caracte-
rización de Europa del Este como “estados burgueses en pro-
ceso de asimilación a la Unión Soviética”) y su teoría de que
toda la Guerra Fría no era más que una pantalla que escondía
una demonológica “Santa Alianza Contrarrevolucionaria ba-
88
El frente unido había sido parte del arsenal leninista desde el
II Congreso de la Comintern, pero era concebido como una
táctica, i.e. un recurso cuya viabilidad y aplicación varía de
acuerdo a las circunstancias concretas. La noción del frente
unido estratégico, en cambio, hacía de este recurso un punto
programático indispensable en toda la etapa histórica, inde-
pendientemente de las circunstancias particulares. 89
Correspondence Internationale, octubre de 1972 90
La Verité No. 588, septiembre de 1979
sada en el orden mundial establecido en Yalta y Posdam”
entre los imperialistas occidentales y la Unión Soviética.91
En noviembre de 1975, las secciones latinoamericanas
que aun quedaban en el Comité Internacional lambertista
(incluyendo a la LOM mexicana) celebraron una II Conferencia
regional en la que hicieron explícito su llamado a construir una
internacional basada ya no en el Programa de Transición ni en
el trotskismo, sino en una vaga “unidad antiimperialista”.
Así, para mediados de la década de 1970, esta corriente ya
estaba fuertemente asociada con el apoyo más abierto a la
socialdemocracia europea, el obrerismo economicista estrecho
y también con una hostilidad obsesiva hacia todo lo que oliera
a estalinismo (incluyendo a los Estados obreros y a las revolu-
ciones sociales). La OCI de Lambert se distinguió por su apoyo
electoral incondicional al Partido Socialista francés de Fran-
cois Mitterrand (incluso en la primera vuelta de las elecciones)
y sus críticas al Partido Comunista como “instrumento de
Moscú y [el presidente conservador] Giscard” por atreverse a
postular candidatos propios.
La paradoja de esta trayectoria reside en que fueron los
mismos rasgos de personalidad política de Lambert que en el
contexto de la lucha de 1951-53, lo ubicaron en la extrema
izquierda del trotskismo (su odio viceral al estalinismo y su
disposición a la independencia de su sección nacional) los que
a partir de la década de 1970 lo colocaban en la extrema dere-
cha.
En México, la ausencia de un partido socialdemócrata de
masas análogo al francés forzó a la LOM de Luis Vásquez a
orientar su “frente unido estratégico” exclusivamente al mo-
vimiento sindical. Es difícil seguir la vida política de esta
organización, ya que su prensa se presentaba como un órgano
más del movimiento sindical y no como el periódico de un
grupo político trotskista con posiciones definidas. Característi-
camente, Tribuna Obrera, lo mismo que su futura reencarna-
ción, El Trabajo, se describía a sí mismo en su cintillo como
una “tribuna libre” de discusión de los trabajadores.
A mediados de los años setenta, Lambert llegó a estar po-
líticamente muy cerca de la fracción del S.U. dirigida por el
SWP. Ambas tendencias compartían un enfoque conservador
basado en el trabajo sindical y la participación electoral, así
como un fuerte rechazo a los desplantes de radicalismo (espe-
cialmente la adopción de la “vía guerrillera”) de la tendencia
mayoritaria del S.U. En 1973, la tendencia lambertista cambió
su caracterización histórica del SWP de “centrista” a “trotskis-
ta” y, en 1974, aconsejó a sus partidarios que se unieran a la
fracción internacional dirigida por el SWP. En octubre de ese
mismo año, Pierre Lambert y otros dirigentes de su tendencia
celebraron una reunión con la dirigencia estadounidense. No
es de extrañar, pues, que en la crisis revolucionaria portuguesa
de 1975-76 ambas tendencias se alinearan en apoyo al Partido
Socialista de Mario Soares, aún cuando éste representaba
también el lado del anticomunismo socialdemócrata.
En México, la LOM también se acercó brevemente a la LS
de Jaime González y Cristina Rivas. De hecho, todo un grupo
de militantes en torno a Rafael Torres abandonó la LOM en
1977 para unirse a la FBL y, con ella, al PRT. Esta orientación
no sería sino la primera de una sucesión de alianzas tempora-
91
citado en “Hijo de Perón cohabita con hijo de Mitterrand”,
Spartacist en español No. 10
27
27
les de los lambertistas con una u otra fracción del Secretariado
Unificado en México. Como veremos, entre 1980 y 1982, lo
que quedó de la LOM colaboró estrechamente con el POS more-
nista y en 1987 se decidió a ingresar finalmente al PRT, pero
sólo para abandonarlo tras la debacle de 1991.
En realidad, pese a sus alianzas coyunturales con otras
tendencias trotskistas y pese a su renuencia a presentarse pú-
blicamente como una tendencia política bien definida, Luis
Vásquez y sus camaradas nunca disolvieron su grupo ni per-
dieron contacto con la tendencia internacional lambertista.
Tras su salida del PRT en 1991, el grupo asumió el nombre de
Organización Socialista de los Trabajadores (OST), con el que
sobrevivió durante todo el resto del siglo.
VIII
TRES CONCEPCIONES DEL SECRETARIADO UNIFICADO
(1975-76)
Si las tendencias políticas son, más que un conjunto de posi-
ciones, un método de pensamiento, en ninguna corriente esto
es tan evidente como en el morenismo de los años sesenta y
setenta. Y es que las posiciones de esta tendencia fueron tan
violentamente contradictorias entre sí, tan distintas de una
situación a otra, que el morenismo ha quedado asociado con
un método de respuesta, conscientemente empírico, a las di-
versas circunstancias, más que con una línea política única. El
propio Nahuel Moreno lo justificaba así: “el mayor acierto de
un bolchevique es reconocer cuándo debe cambiar una carac-
terización y una línea política que los hechos han demostrado
equivocadas.”92
Es posible que las opiniones de sus oponentes
sean más reveladoras sobre la verdadera naturaleza de esta
tendencia. Un historiador trotskista argentino de una tendencia
opuesta (altamirista) lo describe así:
Moreno, sin llegar a abjurar de su etiqueta original,
protagonizó una tendencia política que simbolizó (in-
cluso internacionalmente) el gangsterismo y la duplici-
dad políticas.93
Hugo Miguel Berssano (1924-1987), mejor conocido co-
mo Nahuel Moreno, fundó y dirigió una de las tendencias más
extendidas en el trotskismo latinoamericano, así como un
partido nacional argentino que en algún momento llegó a ser la
organización trotskista más numerosa del mundo. Intuitivo y
bien informado, mentalmente ágil y muy hábil para las manio-
bras tácticas, con un poderoso sentido del propósito y una gran
imaginación para las fórmulas evocativas, pero sin la sutileza
ni el rigor intelectual de Mandel, Moreno siempre desarrolló
sus concepciones teóricas originales guiado muy conciente-
mente por sus intereses políticos del momento. Esa fue su
mayor fuerza y su mayor debilidad. Su gran flexibilidad tácti-
ca y la intensa fuerza de voluntad con la que perseguía sus
92
N. Moreno, Un documento escandaloso (1974). Este docu-
mento, presentado al X Congreso del SU como una polémica
con E. Mandel, fue de algún modo el resumen de las posturas
del morenismo en ese periodo. 93
Coggiola, Osvaldo Historia del trotskismo en la Argentina
(1960-1985), CEAL, Buenos Aires, 1986
fines políticos se reflejaban en una enorme confianza en la
validez de sus propias concepciones. Esta confianza –típica de
los líderes trotskistas— no estaba en el caso de Moreno limi-
tada por escrúpulos como la honestidad ante las masas y el
rigor analítico, principios que en general habían caracterizado
al movimiento trotskista.
El estilo audaz de Moreno tenía el mérito de enfatizar los
aspectos más controvertidos, novedosos o inverosímiles de su
pensamiento. Sin llegar a los excesos de Posadas, Moreno
cultivó dentro de su tendencia una enorme autoridad personal
y no evitó cierto culto a su personalidad,94
lo que le ayudó a
justificar las más violentas oscilaciones en su línea política.
Moreno tampoco dejó de utilizar su autoridad para opinar
en sus escritos sobre los temas más distantes de la estrategia
revolucionaria, como las relaciones de amor y amistad entre
los militantes, o la teoría de Jean Piaget como paralela de la
Revolución Permanente en pedagogía.95
La referencia al
gangsterismo tampoco es gratuita, ya que sus partidarios inter-
nacionalmente no despreciaron la violencia física como auxi-
liar en el combate polémico, incluso dentro del movimiento
trotskista. Si bien los partidarios del británico Healy fueron
conocidos por su disposición a usar la violencia física contra
sus oponentes políticos, dentro del trotskismo latinoamericano
el recurso del gangsterismo como arma polémica era algo
inusitado, fuera de la corriente morenista.
Resumamos pues la zigzagueante trayectoria de esta ten-
dencia hasta 1975, el año en que apareció su primera encarna-
ción mexicana.
El primer grupo de Moreno se formó en Buenos Aires a
principios de la década de 1940 y en los siguientes años fue
conocido en Argentina por declarar que el peronismo era el
más reaccionario de los regímenes que hubiera sufrido ese
país. Sin embargo, a partir de 1952, este grupo, dio un giro de
180 grados y se convirtió en el más entusiasta de los partida-
rios “trotskistas” de Perón. En 1955, Moreno fundó la revista
Palabra Obrera, que se presentaba como un “órgano del pero-
nismo obrero revolucionario”, “bajo la disciplina del general
Perón y del consejo superior peronista”.
En cuanto a alineaciones internacionales, Moreno estuvo
entre los primeros partidarios de Michel Pablo en la escisión
de 1953. Sin embargo, en ese momento Pablo prefirió darle el
status de sección argentina oficial al grupo de Posadas, a quien
consideraba más fiel. Resentido, Moreno rompió con Pablo y
se sumó al Comité Internacional “antipablista” de Cannon,
94
En su presentación de 1989 a Un documento escandaloso,
los editores afirman: “Nahuel Moreno, fallecido en 1987, fue
el máximo dirigente y fundador de la más dinámica de las
corrientes trotskistas existentes... y del más grande partido
trotskista del mundo... Sólo cabe agregar que este trabajo se
convirtió en un manual para la construcción de partidos trots-
kistas enraizados en la clase obrera en decenas de países, y su
impacto en el trotskismo mundial, sobre todo en el latinoame-
ricano, fue de tal magnitud que también se le conoce fami-
liarmente como ‘El Morenazo’” (El partido y la revolución,
ed. Antidoto 1989). En sus últimos años, sus partidarios lo
llamaban “el viejo”, apodo con el que había sido conocido
Trotsky dentro de su movimiento. 95
N. Moreno, Lógica marxista y ciencias modernas (Antidoto,
1986)
28
28
Healy y Lambert. Fue como miembro del Comité Internacio-
nal que Moreno dirigió su primera sub-organización a escala
latinoamericana, el Secretariado Latinoamericano del Trots-
kismo Ortodoxo, fundado en 1957 como una especie de ten-
dencia interna del CI con una posición radicalmente antipablis-
ta.96
Sin embargo, su “trotskismo ortodoxo” y su antipablismo
radical no duraron mucho. Impresionado por la Revolución
Cubana de 1959, Moreno siguió al SWP estadounidense en su
reunificación con la tendencia de Mandel y la creación del
Secretariado Unificado en 1963 sobre la base de su apoyo
político al castrismo. Para entonces Posadas se había escindido
del Secretariado Internacional pablista para crear su propia
corriente internacional, y Moreno vio el camino libre para ser
el dirigente regional incontestable de la Cuarta Internacional
en América Latina.
Así, durante los años sesenta, la tendencia morenista for-
mó parte del S.U., y como tal adoptó la postura de alabanza a
la vía guerrillera y a la dirección cubana. En 1962 Moreno
escribía:
El maosetunismo o teoría de la guerra de guerrillas
es la refracción particular en el campo de la teoría de la
actual etapa de la revolución mundial.[...] [Hay
que]sintetizar la teoría y el programa general correcto
(trotskista) con la teoría y el programa particular co-
rrecto (maosetunista o castrista).97
Con esta lógica, en 1964 el grupo de Moreno en Argenti-
na se fusionó con el FRIP, un grupo nacionalista-guevarista
dirigido por Mario Roberto Santucho, para crear el PRT argen-
tino. Todavía en septiembre de 1968, la prensa morenista
reimprimía orgullosamente y a escala internacional un docu-
mento de 1961 en el que Moreno proclamaba:
Si en el pasado el sindicato fue nuestro vehículo
organizativo para plantear la cuestión del poder, hoy
día la OLAS [sc. la coalición latinoamericana de organi-
zaciones armadas impulsada por Cuba], con sus orga-
nizaciones de combate nacionales para la lucha arma-
da, es el único vehículo organizativo para el poder.98
Entre 1968 y 1969, sin embargo, cuando Santucho dio los
primeros pasos para transformar al partido en un verdadero
ejército guerrillero, la tendencia de Moreno —que, pese a
todas sus exhortaciones, no estaba dispuesta a tomar las ar-
mas— rompió con la mayoría pro-guerrillera del PRT. Desgra-
ciadamente para Moreno, esto coincidió con el IX Congreso
Mundial del S.U. y su adopción de la estrategia guerrillera a
escala latinoamericana. Así que, una vez más, la Internacional
tomó lado con el rival de Moreno y otorgó el estatus de sec-
ción oficial al PRT de Santucho.
Desairado, Moreno denunció el “revisionismo” de la di-
rección internacional en Europa y en la lucha fraccional que
ocurrió dentro del S.U. se sumó a la facción del SWP —la
96
N. Moreno, “Prólogo de 1985 a ‘Un documento escandalo-
so’, en El Internacioanlismo y las internacionales, Ediciones
Uníos, México, 1997 97
N. Moreno, La revolución latinoamericana (1962) 98
N. Moreno “La revolución latinoamericana, Argentina y
nuestras tareas” Estrategia No. 7, septiembre de 1968
FLT— en contra del giro hacia la lucha armada. El grupo de
Moreno coincidía con los estadounidenses en su postulación
de un activismo obrero y parlamentario más ortodoxo, pero
también más conservador.
En esa época, en el terreno nacional, Moreno inició un
marcado giro hacia la política electoral, pacífica e institucio-
nal. A finales de 1971, su tendencia se unió a un ala del viejo
partido socialdemócrata, dirigida por Juan Carlos Coral, para
formar el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), que en
los próximos años sería el centro de su tendencia internacio-
nal. Con una hábil maniobra política, Moreno logró el registro
electoral legal para su partido y así lo convirtió en un instru-
mento que le permitiría aprovechar la radicalización de las
grandes luchas obreras de principios de los años setenta. Esto
hizo del PST uno de los partidos más numerosos y de más
arraigo obrero del trotskismo mundial, lo que no pudo sino
incrementar internacionalmente la autoridad de Moreno.
Ideológicamente, sin embargo, esto significó un acentua-
do giro a la derecha. En esta época encontramos a la prensa
morenista, que unos años antes cantaba las glorias del gueva-
rismo, abogando por la “continuidad del gobierno”99
de Isabe-
lita Perón, defendiendo la “institucionalización”100
y argumen-
tando que sus antiguos camaradas, los guerrilleros del
PRT/ERP, eran los causantes de la militarización de la política
argentina, siendo los terroristas ultra derechistas de la AAA su
“réplica”.101
En todo este giro, el SWP estadounidense fue el defensor
internacional de Moreno, ya que este enfoque institucional y
pacífico de su política correspondía plenamente con el que
mantenían los estadounidenses en su propia actividad en el
movimiento contra la guerra de Vietnam. Del mismo modo,
los escritos de Moreno de entre 1969 y 1975, se refieren fre-
cuentemente a la superioridad histórica del SWP, a su continui-
dad con el trotskismo clásico y a la sabiduría de sus líderes
como Hansen y Peter Camejo.
Sin embargo, el bloque con los estadounidenses que la
tendencia morenista había conservado desde su origen (juntos
fundaron el Comité Internacional en los años cincuenta, juntos
regresaron a fundar el S.U. en los años sesenta y juntos dirigían
la FTL en los años setenta) empezó a resquebrajarse en 1975.
Como hemos visto, el SWP mantenía un curso conservador
políticamente definido y estable, mientras que el morenismo
no seguía un rumbo único. Acaso esto respondiera en parte a
la relativa estabilidad de la vida política estadounidense en
contraste con el accidentado y extremoso contexto latinoame-
ricano y argentino en particular.
A partir de 1974-75, el recrudecimiento de la represión en
Argentina bajo Isabelita Perón y su funesto ministro José Ló-
pez Rega fue cerrando las posibilidades de la política legal y
parlamentaria, y, en esa medida, la tendencia morenista inició
un nuevo giro a la izquierda, rebasando en ciertos aspectos
incluso a la mayoría mandelista. En 1976, con el golpe militar
de Videla, las posibilidades de lucha parlamentaria terminaron
de cerrarse y el propio Moreno tuvo que huir de la Argentina
99
J. Coral, “Esto dijimos en la multisectorial”, Avanzada So-
cialista, 15 de octubre de 1974 100
Avanzada Socialista, 4 de julio de 1974 101
“Declaración del CE del PST a la multisectorial”AS, 10 de
octubre de 1974
29
29
para establecerse en Colombia, y con ello perdió contacto con
la base local de su política “institucional”.
También en sus posiciones internacionales, esto se reflejó
en un pronunciado giro a la izquierda. En particular, Moreno
denunció tajantemente las posiciones del SWP de suavidad con
la socialdemocracia (Portugal) o de neutralidad frente al impe-
rialismo (Angola),102
sin dejar de criticar desde la izquierda la
suavidad de Mandel con los estalinistas (Portugal) y su ambi-
güedad con los eurocomunistas.
Fue en 1975, justo antes de que comenzara el giro hacia la
izquierda de Moreno, que apareció en México la primera en-
carnación organizativa del morenismo, a saber: la Tendencia
Militante de la LS. La encarnación mexicana de la corriente
morenista —dirigida originalmente por Ricardo Hernández,
luego por Telésforo Nava, después por Mariano Elías y final-
mente por Cuauhtémoc Ruiz— habría de ser un elemento
constante y dinámico en el trotskismo por todo el resto del
siglo XX.
Como hemos visto, desde su origen en 1972 y hasta 1975,
la LS había sido la organización de los partidarios mexicanos
de la fracción internacional que tenían en común el SWP y el
PST de Moreno, con el primero en la dirección.
En 1975, justo en la época en la que el bloque empezaba a
quebrarse, se mudó a México por unos meses un importante
cuadro morenista argentino, Eugenio Greco,103
e incluso Mo-
reno mismo pasó por el país para influenciar la política trots-
kista mexicana. Para ese punto, uno de los líderes fundadores
de la LS, Ricardo Hernández, estaba descontento con la direc-
ción del SWP, que aparentemente no lo tomaba en cuanta tanto
como él hubiera querido, y con la asesoría de Greco fundó una
fracción interna morenista dentro de la LS, la llamada “Ten-
dencia Militante” (TM).
Además de Hernández y Greco, esta tendencia incluía a
militantes como Telésforo Nava, Mariano Elías y Augusto
León.
Si a escala internacional el morenismo había roto con el
SWP desde una posición notablemente más izquierdista, en
México no era el caso. La TM de Hernández denunciaba a la
dirección encabezada por González y Rivas no por algún car-
go de capitular a tal o cual fuerza, sino por su “propagandismo
abstracto” y por estar compuesta de lo que Hernández llamaba
“profesores rojos”. A cambio, proponía un giro enérgico hacia
el “trabajo de masas” y un reacercamiento con la organización
trotskista más grande, el GCI.
La situación al interior de la LS se complicó a finales de
1975, cuando Cristina Rivas y Jaime González permitieron
que se filtraran al Comité Central de la Liga rumores infunda-
102
En la “Revolución de los claveles” de 1975 el SWP impul-
só a su sección afiliada que apoyara, con un criterio meramen-
te democrático, al anticomunista Partido Socialista de Mario
Soares, mientras que la mayoría mandelista pedía apoyar al
Movimiento de las Fuerzas Armadas, influenciado por los
estalinistas. Moreno los criticó a ambos. En Angola, el SWP
sostuvo que el MPLA y UNITA eran dos fuerzas igualmente
progresistas, aún cuando esta última contaba con el respaldo
norteamericano y sudafricano. Moreno sostuvo que había que
darle apoyo militar exclusivamente al MPLA. 103
En los años ochenta, Greco llegaría a ser el dirigente nacio-
nal del MAS argentino, la masiva organización morenista.
dos acerca de que Hernández era un agente infiltrado de la
policía. Esto enturbió la lucha política y naturalmente enfure-
ció a Hernández, pero también le permitió volver el fuego
polémico contra sus rivales, acusándolos, justificadamnete, de
calumniadores.
En poco tiempo y con la ayuda de Moreno y su embajador
Greco, Hernández y su TM consiguieron la mayoría de la Liga
y derrocaron a la dirección pro-SWP de González y Rivas. Un
nuevo Comité Central fue electo para reflejar la nueva mayo-
ría morenista en torno a Hernández, y un nuevo reglamento
organizativo fue aprobado. El fin de este cambio estatutario
era exigir que todos los militantes fueran “puestos a prueba”
por un mes; sólo si en este mes demostraban el nivel de “acti-
vismo” que exigía la nueva dirección morenista, podían que-
darse en la organización. Tal como se esperaba, el resultado
fue la purga de varios cuadros afines al SWP y la consolidación
de la dirección morenista en la LS: fue “el 18 Brumario” de
Ricardo Hernández.
La dirección depuesta, con muchos de sus partidarios ex-
cluidos de la Liga por las nuevas reglas, adoptó el nombre de
Fracción Bolchevique Leninista (FBL), y al poco tiempo se
declaró “fracción pública” y llevó su combate polémico a la
prensa, es decir, se escindió.104
El 31 de diciembre de 1975,
González, Rivas, Ismael Contreras y otros de sus partidarios
salieron del local de la LS cargando una máquina de escribir y
unas cuantas cajas de archivos. En pocos días ya estaban pro-
duciendo su propia revista, Clave, cuyo título honraba al de la
brillante revista teórica de la primera generación del trotskis-
mo mexicano. A partir de entonces, los miembros de la FBL
serían conocidos familiarmente como “los febelos”.
Por su parte, el cambio de dirección dentro de la LS
reorientó a la organización rumbo a los mandelistas del GCI,
pero también precipitó la escisión formal del bloque interna-
cional de Moreno y el SWP. Los morenistas se constituyeron
como una tendencia aparte en todo el mundo, la llamada Ten-
dencia Bolchevique (luego Fracción Bolchevique), sin salir del
marco organizativo común, infinitamente flexible, del Secreta-
riado Unificado.
Así, el viejo GCI mexicano quedó dividido en tres organi-
zaciones rivales, cada una con sus propias finanzas, su propia
organización y su propia prensa pública, y cada una adscrita a
una de las tendencias internacionales internas en las que estada
dividido el S.U., a saber: El GCI de Aguilar Mora y Alfonso
Peralta seguía leal a la mayoría mandelista; la LS había queda-
do en manos de Hernández y seguía al PST de Moreno; y la
FBL dirigida por González y Rivas seguía al SWP estadouniden-
se.
Esta situación, aunque no fue única, era sumamente para-
dójica, ya que según el acuerdo de sus respectivas tendencias
internacionales, las secciones debían trabajar en una sola or-
ganización unificada en cada país. Pese a las muy reales dife-
rencias políticas, la existencia separada de tres organizaciones
hostiles entre sí en México, pero afiliadas a la misma Interna-
cional (el S.U.), tenía mucho de malentendido y no estaba des-
tinada a durar. La ansiada reunificación habría de llevarse a
cabo entre 1976 y 1977, pero antes las organizaciones del
trotskismo mexicano hubieron de enfrentar, cada una a su
104
“Empate Mexicano” Spartacist en español No.11
30
30
manera, un reto político considerable: las elecciones presiden-
ciales.
TRES CONCEPCIONES DE
LA VOTACIÓN MEXICANA
Habiendo perdido a sus principales dirigentes nacionales
(David Aguilar Mora asesinado en Guatemala, Felipe Galván
muerto en un accidente aéreo, Almeyra y Fernández Bruno
deportados a Argentina y Adolfo Gilly exiliado en Europa),
durante la primera mitad de los setenta el POR (T) posadista de
Francisco Colmenares se había ido convirtiendo más y más en
una secta reducida y sin contacto alguno con la realidad. In-
cluso sus posiciones tácticas dependían cada vez más de los
excéntricos caprichos del ensoberbecido Posadas, que para
entonces vivía deportado en Italia tras haber sido apresado en
Montevideo en 1968.105
Fue a partir de esa época que Posadas
empezó a ser asociado internacionalmente con delirantes ideas
sobre OVNIs provenientes de avanzadas galaxias comunistas y
cosas por el estilo.
Así, para las elecciones de 1976, el POR(T), decidió llevar
hasta sus últimas consecuencias su línea histórica de confluen-
cia con el nacionalismo de los países latinoamericanos y llamó
nada menos que a votar por José López Portillo del PRI, el
partido que desde el gobierno había torturado y encarcelado a
sus camaradas apenas unos años antes.
El voto por el PRI, sorprendente en cualquier organización
que se considerara de izquierda, por no decir trotskista, convir-
tió al POR en una caricatura de sí mismo y marcó el final defi-
nitivo del posadismo como una tendencia viable dentro de la
izquierda mexicana. Hay que subrayar, sin embargo, que in-
cluso el apoyo electoral al PRI no fue fruto de un impulso ca-
rrerista por parte de los militantes mexicanos en busca de un
“hueso” en el gobierno de López Portillo, sino que fue una
aplicación consecuente (aunque caricaturizada) de su perspec-
tiva programática histórica. Ya en 1971, el grupo de Posadas
había apoyado electoralmente al “Frente Amplio” uruguayo.
La tragedia de los posadistas fue que su elevado idealismo
moral no descansaba en un programa revolucionario conse-
cuente, sino en la personalidad inestable de un caudillo.
Para finales de la década, incluso Colmenares se había re-
tirado de la política, y la militancia del partido se había redu-
cido a un solo miembro, un tal Alfonso Lizárraga Bernal, que,
con la abnegación proverbial de los posadistas, siguió publi-
cando algunos números más del Voz Obrera.106
Si bien López Portillo fue el único candidato oficialmente
registrado para las elecciones, ciertamente el apoyarlo no era
la opción más atractiva para el resto de las organizaciones
trotskistas. Las elecciones de 1976 fueron las primeras en la
historia de México en las que el Partido Comunista no era
ilegal desde 1946, y si bien no tenía registro oficial, sí estaba
en condiciones de presentar abiertamente una candidatura sin
105
Tras su arresto, Posadas fue públicamente identificado
como Homero Critali y hubo de encontrar su entrada vedada al
resto de América Latina. Su identificación ocurrió con la com-
plicidad del Partido Comunista uruguayo (ver: Alexander, Op.
Cit). 106
Entrevista con Carlos Ferra
registro. Su candidato fue el legendario líder ferrocarrilero
Valentín Campa.
Las elecciones de 1976 también fueron las únicas de la
historia contemporánea de México en las que el derechista PAN
no presentó candidato, lo que convirtió al Partido Comunista
en la segunda fuerza electoral del país, aún a pesar de su falta
de registro. Ese año el PCM logró la mayor audiencia nacional
desde su fundación en 1919, alcanzando casi un diez por cien-
to del voto.107
Su plataforma electoral llamaba a la nacionali-
zación de toda la industria básica y a eliminar los grandes
latifundios capitalistas para darle “la tierra a quién la trabaja”
y a “limitar la ganancia de los capitalistas” (no a eliminarla).
En la sección internacional, la plataforma proponía que Méxi-
co se uniera a la OPEP, llamaba “estados socialistas” a los
estados obreros y exigía su “coexistencia pacífica” con el
campo capitalista: elementos opuestos por el vértice al pro-
grama básico del trotskismo.
Si bien objetivamente la candidatura de Campa era sin
duda una alternativa política proletaria, su programa electoral
no era de ningún modo específicamente clasista. Como parte
su campaña, desde mediados de 1975 el PCM buscó expandir
su alcance electoral convocando a una coalición electoral
amplia de todos los partidos “democráticos” y que estuvieran
por la alianza de los obreros, los campesinos “y otros sectores
del pueblo”108
en una Coalición de la Izquierda. En una entre-
vista publicada internacionalmente, el secretario general del
partido, Arnoldo Martínez Verdugo, declaraba que entre las
fuerzas que su partido buscaba unir, estaban también los que
“estaban rejuveneciendo a la Iglesia”, “las fuerzas patrióticas y
democráticas dentro del ejército” e incluso algunos “hombres
de negocios progresistas”.109
Su convocatoria estaba lejos de
tener un carácter específicamente socialista u obrero y más
bien respondía a la concepción clásica del partido de perseguir
una “etapa democrática” de la revolución en México antes de
pensar en socialismo.
Lo que esta campaña tuvo de excepcional en la historia
del PCM era que por primera vez estaba dispuesto a aceptar
también a trotskistas en su coalición. Viniendo del mismo
partido que en 1940 había intentado asesinar Trotsky, esta
apertura era algo sin precedentes.110
En ese tiempo, el partido
daba sus primeros pasos en la dirección del llamado “euroco-
munismo”,111
es decir, el rechazo de su tradición estalinista
dura (y con ella de su adhesión formal al leninismo) a favor de
una perspectiva más liberal y más conciliadora con la demo-
cracia capitalista.
107
V. Campa, Mi testimonio, Ediciones de Cultura Popular,
México 1979 108
Intercontninental press (1 de marzo de 1976) 109
Ibid (31 de mayo de 1976) 110
En esa época, el propio Campa publicó sus memorias don-
de revelaba su propio papel en la época en la que Trotsky
estaba en México. Él se había opuesto a la línea oficial del
partido de aniquilamiento físico de Trotsky, proponiendo en su
lugar denunciarlo como agente contrarrevolucionario. Esta
“suavidad” le valió su expulsión del partido en 1940. 111
El eurocomunismo fue impulsado desde mediados de los
años setenta por partidos como el español y el italiano, siendo
Santiago Carrillo uno de sus principales exponentes.
31
31
¿Cómo respondieron los diversos grupos trotskistas a esta
situación que en tantos sentidos no tenía precedente?
Durante la primera mitad de la década, y a diferencia del
POR, los tres grupos afiliados a tendencias dentro del S.U. (el
GCI, la LS y la FBL) habían logrado intersecar exitosamente la
radicalización estudiantil y habían crecido mucho. A princi-
pios de 1976, el GCI había conseguido reunificarse con el gru-
po “combate” de Sergio Rodríguez Lascano que editaba el
periódico Rojo, y ahora cambiaba su nombre a Liga Comunis-
ta Internacionalista (LCI). De hecho, el sustantivo “grupo” ya
hacía mucho le quedaba chico a una organización tan desarro-
llada.
Con esta reunificación regresó a la organización Lucinda
Nava, que, gracias a su activismo sindical universitario, para
entonces había llegado a formar parte de la dirigencia del
recién formado sindicato de trabajadores de la UNAM.112
Para ese punto, dentro de tendencia internacional mande-
lista, el entusiasmo guerrillero había empezado a enfriarse en
vista del poco éxito obtenido con esa táctica en toda América
Latina.113
En su lugar se abría paso de manera cada vez más
evidente una orientación electoral hacia los grandes partidos
obreros parlamentarios. Así por ejemplo, en 1973 y 1974, la
LCR francesa (la organización insignia de los partidarios de la
TMI) había llamado a votar por la frentepopulista Unión de la
Izquierda de Mitterrand en la segunda vuelta (decisiva) de las
elecciones legislativas y presidenciales. En las elecciones
portuguesas de junio de 1976, Alain Krivine había llamado a
votar por el general Otelo Saravia de Carvalho, postulado por
el PC. Al mismo tiempo, en Italia, la sección del S.U. dirigida
por el mismísimo Livio Maitan no sólo apoyó electoralmente a
Democrazia Proletaria en las elecciones parlamentarias de
1976, sino que incluso presentó candidatos en su lista electo-
ral.114
Así, al llegar el momento de decidir qué posición tomar
respecto a las elecciones mexicanas, la LCI optó por la fórmula
de “apoyo crítico” al candidato del PCM, lanzando para esto un
“Frente de Izquierda Revolucionaria” que llamaba a votar por
Campa, pero aclarando que no compartía programa de la Coa-
lición de la Izquierda, al que calificaba de reformista.115
En cambio, la LS no se conformó con un “apoyo crítico” y
no sólo llamó a votar por Campa, sino que se integró a la lista
electoral del PCM y firmó con él una plataforma electoral con-
junta de 17 puntos. En este documento, que defendía la políti-
ca tradicional del PC, incluyendo la “coexistencia pacífica”, y
otros puntos de controversia con el trotskismo. La LS afirmaba
compartir con el partido de Campa sus “objetivos socialistas”
112
Curiosamente, en esta misma época Alfonso Peralta dirigía
una corriente opositora en el mismo sindicato. Ambos eran
miembros del Comité Político del PRT. Ver: José Wolden-
berg, Memoria de la izquierda, Cal y Arena, México 1998 113
En 1973, el PRT argentino de Roberto Santucho, ejemplo
del giro guerrillero del S.U., optó por romper definitivamente
con el trotskismo en cualquiera de sus variantes. Lo mismo
sucedió con el ELN boliviano y el MIR chileno. 114
Democrazia Proletaria se oponía al bloque del PC con la
Democracia Cristiana, pero le contraponía una versión más
izquierdista de frente popular, siguiendo el modelo de la “Uni-
dad Popular” chilena. 115
Bandera Roja, 17 de abril de 1976
y su “método revolucionario”. Este endoso explícito de la
política del adversario histórico del trotskismo dentro de la
izquierda fue la primera aplicación práctica de la promesa de
la nueva dirección de la LS de “ir a las masas”.
Por su parte, los “febelos” de González y Rivas, que poco
antes se habían visto arrojados fuera de la LS por Hernández y
su camarilla morenista, reaccionaron a la capitulación de sus
antiguos camaradas oponiéndole la táctica contraria, y se ne-
garon a brindarle a Campa ningún apoyo electoral.
El insólito bloque electoral de la LS morenista con el PCM
desató una polémica internacional dentro del S.U. y forzó a los
tres grupos a posponer temporalmente su ansiada reunifica-
ción. Discutiendo acaloradamente con un vocero de la FBL en
un mitin electoral de Campa, Ricardo Hernández le gritó: “¡el
Partido Comunista es más revolucionario que ustedes!”116
Considerando que, al menos nominalmente, la LS y la FBL
formaban parte de la misma organización, la afirmación de
Hernández era muy significativa. Para agravar las cosas, en
esa misma campaña, miembros de la FBL fueron físicamente
agredidos por golpeadores del Partido Comunista.
La LCI, fiel a la mayoría mandelista internacional, criticó
los “excesos” de la LS en su alianza con el PCM, pero sin per-
der de vista en ningún momento su curso hacia la reunifica-
ción, ocupando así una posición intermedia. Cuando, en una
reunión internacional celebrada el mes de julio, el SWP presen-
tó una moción para que el S.U. en su conjunto se distanciara de
la actitud electoral de la LS mexicana, los mandelistas se opu-
sieron y lograron que la moción no pasara.
Ante la acusación de haber firmado una plataforma que
llamaba a apoyar la “coexistencia pacífica”, la prensa de la LS
respondió sencillamente que: “La política exterior es el pro-
blema que menos le interesa a las masas en este momento.”117
Este tipo de argumentos, tan abiertamente opuestos al espíritu
del trotskismo, dieron a la LCI y, especialmente, a la FBL la
oportunidad de presentarse como una alternativa mucho más
principista a la LS.
Sin embargo, el hecho de que la primera también apoyara
electoralmente al PCM, aún acusándolo de “frentepopulista” y
“colaboracionista de clase”, y de que las tres pertenecieran a la
misma “internacional” debilitó mucho la fuerza de sus críticas,
cosa que a su vez no pasó desapercibida en las respuestas
polémicas de la LS.118
Es ilustrativo respecto a la naturaleza de las tendencias
que conformaban el S.U. el que los morenistas, que internacio-
nalmente mantenían la posición más claramente izquierdista
dentro del bloque, súbitamente se encontraran apoyando al
PCM con argumentos abiertamente oportunistas, mientras que
la FBL, ubicada en la derecha, pudiera representar la extrema
izquierda en el terreno concreto nacional. Como hemos visto,
la tendencia morenista internacionalmente se jactaba de su
firmeza ideológica contra el “eurocomunismo” y criticaba
duramente a Mandel por su ambigüedad en este punto. Sin
embargo, la valoración acrítica del eurocomunista PCM que
hacía Hernández en el terreno concreto (“¡el PCM es más revo-
lucionario que ustedes!”) era mucho más profunda y abierta
116
citado en “Empate mexicano”, Spartacist No. 11 117
Ibíd. 118
Ver, por ejemplo “Respuesta a un ensayo sobre el sectaris-
mo” de R. Hernández (citado en Ibíd.)
32
32
que la de Mandel. En la práctica, la sección mexicana del
morenismo demostró ser capaz de actuar de manera radical-
mente opuesta a lo que predicaba su tendencia internacional en
el plano abstracto.
IX
LOS PROFETAS DESARMADOS
(1976-1979)
Entre 1972 y 1975, el trotskismo mexicano emprendió el que
habría de ser el proyecto editorial más ambicioso de su histo-
ria: la publicación de las obras escogidas de Trotsky en 23
tomos, en la editorial Juan Pablos. Usando traducciones acre-
ditadas (muchas de ellas a cargo de Andrés Nin o revisadas
por el propio Trotsky), la colección hizo disponible unos mil
ejemplares de varias de las obras más representativas de este
autor, con lo que se hizo un servicio considerable a la izquier-
da de habla hispana en su conjunto. A cargo de la edición
estuvo el profesor Cesar Nicolás Molina, que había sido mili-
tante trotskista en su juventud y que entonces era simpatizante
del GCI.
En cuanto a la selección de textos, hay un detalle que re-
sulta ilustrativo de las concepciones organizativas dominantes
en el trotskismo mexicano de ese entonces. El último tomo, el
número 23, es el libro de 1904, Nuestras tareas políticas, una
obra breve que corresponde al periodo juvenil y no-
bolchevique de Trotsky, que entonces se solidarizaba con los
mencheviques. La obra (que el autor dedicó a su “querido
maestro” de entonces, el líder menchevique Pavel P. Axelrod)
es una dura polémica contra Lenin y su concepción del partido
de vanguardia, que el propio autor habría de abrazar sólo a
partir de 1917.
Hay que señalar que durante el resto de su vida, Trotsky
nunca autorizó la reimpresión de Nuestras tareas políticas e
hizo claro, tanto en sus hechos políticos como en otros escri-
tos, que consideraba su contenido fundamentalmente equivo-
cado. Lo que resulta políticamente significativo, en el contexto
de 1975, no es tanto la publicación misma de la obra (que
innegablemente es un elemento importante para comprender la
biografía política e intelectual de Trotsky), sino la presenta-
ción editorial de la contraportada del libro. Lejos de explicar
en modo alguno la evolución del autor, esta presentación
anuncia Nuestras tareas políticas como la prueba de que
Trotsky nunca fue un “anti-leninista” (cosa que en realidad sí
fue, aunque temporalmente), y como una “lúcida crítica”, sin
distanciarse de ella en ningún sentido. La presentación reivin-
dica la personalidad moral intrínseca de Trotsky, pero no al
trotskismo entendido como el conjunto de ideas a las que llegó
el revolucionario ruso tras una larga evolución, particularmen-
te desde 1917.
¿En qué sentido es relevante esto para nuestra narración?
No olvidemos que en 1975 la principal meta organizativa que
se había planteado el GCI era la reunificación con distintas
corrientes “de extrema izquierda” dentro de un solo partido,
aún cuando estas no compartieran un programa político espe-
cífico; una perspectiva que recuerda más al Trotsky menche-
vique de 1904 que al Trotsky leninista de 1917 en adelante. En
esa misma época, Mandel declaraba:
...el verdadero debate no versa sobre las etiquetas,
el marco organizativo, los estatutos, las relaciones hu-
manas o referencias a un barbudo llamado León
Trotsky....
¿Qué importan las etiquetas? Si en la arena política
encontráramos fuerzas políticas que estuvieran de acuer-
do con nuestra orientación estratégica y táctica, y a
quienes les causaran repudio sólo el nombre y la refe-
rencia histórica, nos desharíamos de ellos en 24 horas... 119
Desarrollando esta misma noción en términos más forma-
les, en noviembre de ese mismo año Mandel explicaba a una
revista de izquierda española:
En mi opinión el futuro del movimiento revoluciona-
rio está en un tipo de organizaciones más amplias de las
que se definen como trotskistas. Agrupaciones que se
unifican, no obstante, con secciones de la Cuarta Inter-
nacional.120
Esto era la continuación consecuente de la perspectiva estraté-
gica que el mandelismo venía sosteniendo desde su origen en
los años cincuenta. En realidad, ésta fue la forma en la que
nació el MIR chileno en 1965, y también la perspectiva con la
que se fundó el GCI mexicano en 1969 como la fusión de los
mandelistas con el grupo de “espartaquistas primitivos” de
José Revueltas. En ninguno de los casos el bloque pudo durar.
En el MIR, los trotskistas quedaron en minoría frente a los
guevaristas y terminaron por ser excluidos. En el GCI, donde
los trotskistas constituían la mayoría dominante, fue Revueltas
el que decidió renunciar en 1971.
Para 1976, los grupos “no trotskistas” a los que se orien-
taba el S.U. eran sobre todo sindicalistas-revolucionarios y
“maoístas críticos” de Italia y otros países. En México, la LCI
revindicaba totalmente esta estrategia, pero por el momento
buscaba la unificación por lo menos con los grupos trotskistas
que pertenecían a su misma “internacional”.
FINALMENTE: EL PRT
Como hemos visto, el que el S.U. estuviera representado
en México por tres organizaciones separadas y rivales contra-
venía el acuerdo de sus respectivas tendencias internacionales.
Así, el estatus de sección plena de “la Cuarta Internacional”
sólo podría ser otorgado a una organización reunificada. Esto
sólo aumento la inmensa presión por la “unidad” que la propia
realidad nacional ya imponía. Desde 1975, cuando la tenden-
cia morenista logró la dirección de la LS, los documentos de
las organizaciones empezaron a hablar de la reunificación
como algo deseable, e incluso inminente. La escisión en la LS
en 1975-76 y las profundas diferencias que se manifestaron en
torno a la candidatura de Campa en las elecciones de ese ve-
rano lograron retrasar unos meses el proyecto de unidad, pero
no descarrilarlo.
119
Politique Hebdo, 10-16 de junio de 1976. Mandel emitió
esta declaración como parte de las pláticas que sostenía su
organización con el ala izquierda del PSU francés, encabezada
por su antiguo maestro, el mismísimo Michel Pablo. 120
Topo Viejo, noviembre de 1976
33
33
Así pues, el 18 de septiembre de 1976, apenas dos meses
después del final de la polémica campaña electoral, varios
cientos de militantes pertenecientes a la LCI y la LS se reunie-
ron en un auditorio de la vieja Facultad de Ciencias de la
UNAM para celebrar el congreso de fundación de un nuevo
partido unificado.
Operando todavía en condiciones de semi-clandestinidad,
los participantes no hicieron pública la ubicación del congreso,
y sólo días después organizaron un acto público en el Salón
Riviera, un popular club de baile tropical, para presentar pú-
blicamente el nuevo partido.
Las diferencias programáticas que separaban a los funda-
dores eran bien conocidas, y quizá por eso nadie pretendió
resolverlas en el Congreso mismo. Curiosamente, al final de la
reunión surgió una discusión inesperada y en cierto modo
trivial que sí tuvo que discutirse y resolverse ahí mismo, resul-
tando en el debate más memorable de la reunión: cómo llamar
a la nueva organización.
Insistiendo sobre la importancia de darle al partido un
nombre preciso en términos marxistas, Edgard Sánchez, del
GCI, propuso el nombre “Partido Obrero Comunista”, pero la
mayoría lo descartó: el siempre práctico Ricardo Hernández,
líder morenista de la LS, señaló mordazmente que de ningún
modo querían ser conocidos como “los POCos”. En su lugar
fue aprobado el nombre “paralelo”, pero menos cargado de
terminología marxista, de Partido Revolucionario de los Tra-
bajadores (PRT); no accidentalmente el mismo nombre de la
heroica pero malograda organización trotskista-guevarista de
Argentina.121
Siguiendo el viejo esquema mandelista de agrupar a toda
la “vanguardia amplia”, el PRT buscó desde el principio atraer
a distintas fuerzas de la “extrema izquierda” aún cuando estas
no reivindicaran específicamente al trotskismo. En palabras de
Aguilar Mora, el PRT
coronó el proyecto político de la corriente marxista re-
volucionaria históricamente vinculada al trotskismo, pero
aspira a desbordarse a otras corrientes revolucionarias que
se han fortalecido en el periodo [posterior a 1968].122
José Revueltas, que no sólo había roto con el GCI desde 1971,
sino que en los últimos años había repudiado el leninismo
como forma organizativa, fue invitado a asistir al congreso de
unificación, pero la muerte se lo impidió.
Del Bandera Roja del GCI, y El Socialista de la LS, nació
el periódico del PRT, Bandera Socialista, que combinaba sa-
lomónicamente los dos títulos anteriores. Manuel Aguilar
Mora y Augusto León, editores de los dos periódicos respecti-
vamente, pasaron a co-editar el nuevo periódico. Para el ór-
gano teórico, fue elegido el título de La Batalla. Es un título
curioso, ya que éste había sido el cabezal que en los años
treinta identificaba a la prensa del POUM de Andres Nin, un
partido “centrista” español con el que Trotsky había roto polí-
121
En una ponencia presentada 25 años después de la funda-
ción del PRT, Sánchez señala como este nombre era aceptable
tanto para los mandelistas como para los morenistas, ya que
alguna vez había sido el nombre de su organización común en
Argentina. La misma ponencia describe la audacia organizati-
va de Hernández pero también su ya conocido pragmatismo. 122
M. Aguilar Mora, Huellas del porvenir
ticamente en medio de las polémicas más ásperas. También
había sido el título de la efímera publicación de los partidarios
mexicanos del POUM en esa misma época, como el trotskista
disidente Gustavo de Anda.123
El que en 1976 el PRT escogiera
ese título para su revista teórica refleja la actitud ideológica-
mente laxa del partido, dispuesto a dejar atrás las viejas “eti-
quetas” y rencillas del trotskismo clásico.
Reflejando el hecho de que los mandelistas seguían sien-
do la mayoría indiscutible, el nuevo partido retomó la insignia
del GCI/LCI: la hoz y el martillo sostenidos paralelamente y
vistos de frente (como en la cima del monumento al trabajo de
Moscú). En todas las crónicas de la fusión hechas por mande-
listas, se hace referencia a la importancia que tuvieron la in-
ternacional “y especialmente el camarada Ernest Mandel” para
convencer a los mexicanos de la conveniencia de reunificarse
en una organización común.124
El artículo que anunció la fu-
sión en la prensa del Secretariado Unificado, dice: “pese a
genuinas diferencias políticas (especialmente en cuestiones
internacionales) pueden y deben unirse en una sola organiza-
ción que resuelva sus debates dentro del marco del centralismo
democrático”.125
Según el documento oficial de fusión, la ruptura de las
dos organizaciones se había debido a la inexperiencia organi-
zativa de sus cuadros. Ahora resultaba que las diferencias
nunca habían sido fundamentales y nada en cuanto a éstas
había cambiado desde entonces. Evidentemente, esto no era
del todo cierto. La unificación se había hecho posible en parte
gracias al abandono parcialde la “vía guerrillera” por parte de
la fracción mandelista. Sin esto, los morenistas difícilmente
hubieran aceptado unirse a una organización que podía man-
darlos a la sierra en cualquier momento. Sin embargo, esto fue
diplomáticamente ocultado.
Es muy ilustrativo que, como “presidente honorario” de la
reunión, haya sido elegido nada menos que Mario Roberto
Santucho, el guerrillero argentino que acababa de ser asesina-
do por la dictadura. Santucho había sido el líder y el símbolo
de la fracción guerrillerista con la que Moreno había roto en su
país. También es ilustrativo que la sala de la UNAM en la que
se llevó a cabo el congreso haya sido bautizada “Miguel Enrí-
quez”, en honor al líder asesinado del MIR chileno. Tanto En-
ríquez como Santucho habían sido acremente criticados por
Moreno (como “réplicas” de los terroristas de ultra derecha), y
después habían roto explícitamente con el S.U. y con el trots-
kismo en su conjunto. Sus respectivas organizaciones prácti-
camente habían desaparecido bajo la represión. Las dos expe-
riencias habían sido en su momento motivo de vergüenza y
frustración para la dirección internacional mandelista. Sin
embargo, para septiembre de 1976, tanto Enríquez como San-
tucho tenían una ventaja común que los hacía aceptables, en el
plano de los símbolos, tanto para los mandelistas como para
los morenistas: estaban muertos.
Paradójicamente, la consagración póstuma de los dos líde-
res guerrilleros marcó el final definitivo de la época guerrillera
123
Ver: Gall. O, op.cit. 124
Ver, por ejemplo, los comentarios de Sergio Rodríguez en
el XV aniversario del partido (citados en Bandera Socialista
No. 417), o los de Edgard Sánchez en el XXV aniversario.
(publicados en Carpeta de Izquierda No. 2) 125
Imprecor (21 de octubre de 1976)
34
34
del Secretariado Unificado. Aun cuando hubieran muerto
apenas unos meses atrás, ya no se les trataba como a compañe-
ros contemporáneos, sujetos de crítica, sino como a símbolos
míticos de una época pasada.
Al año siguiente, cuando los mandelistas hicieron explíci-
to su abandono definitivo de su línea pro-guerrillera (lo que
discutiré más adelante), el SWP decidió disolver su fracción
internacional y reunificarse formalmente con la mayoría. En
países como España, Australia y Canadá, donde ambas frac-
ciones tenían secciones aparte, éstas se fusionaron. En Méxi-
co, a las dos corrientes fundadoras del PRT (mandelistas y
morenistas) se unieron los “febelos” y una pequeña fracción
de la LOM que le era afín (la llamada Fracción Leninista Trots-
kista de Rafael Torres) que ya no veían razón para mantenerse
separadas. Con estas adhesiones, el recién fundado partido
superó el millar de militantes, un hecho sin precedentes en la
historia del trotskismo mexicano.
Nunca antes y nunca después habría en México semejante
concentración de tendencias trotskistas dentro de un marco
organizativo común. La diversidad ideológica no había sido
superada, ni mucho menos, pero había sido encapsulada con
éxito, si bien un tanto artificialmente, dentro de una sola gran
organización: el PRT.
EL FIN DEL GIRO GUERRILLERO
No hubo, sin embargo, mucho tiempo para festejar. El 12
mayo de 1977, cuando salía de un curso que impartía en el
CCH-Atzcapozalco, Alfonso Peralta, miembro fundador del
GCI y del PRT, fue asesinado a balazos. En esta ocasión no se
trataba del gobierno, ni de ninguna organización paramilitar
derechista, sino de una guerrilla urbana supuestamente “co-
munista”, la Liga 23 de Septiembre.
En la peor tradición estalinista, esa organización se había
propuesto exterminar a sus oponentes en la izquierda y espe-
cialmente a los odiados “troskos”. Peralta era un muy activo
militante sindical en Atzcapozalco y en esa posición había
atraído la atención y el odio del grupo armado. Este terrible
hecho de sangre subrayó de forma indeleble la absoluta impo-
sibilidad de que los trotskistas mexicanos participaran en el
movimiento guerrillero existente.
Desde mediados de los años setenta, el odio furioso de la
23 de Septiembre a los trotskistas obligaba a éstos a cuidarse
de los guerrilleros tanto o más que de la policía. Según recuer-
da Humberto Herrera, antiguo militante de la LS, cuando, sien-
do adolescente, se encontraba repartiendo El Socialista en una
fábrica en huelga, alrededor del año 1975, fue necesario que
un obrero lo protegiera diciendo que era su hijo cuando una
“patrulla” de la 23 de Septiembre se presentó en la planta con
ametralladoras para exigir que le entregaran a los trotskistas.
Gracias a la protección del obrero huelguista, el joven militan-
te salvó su vida.126
La muerte de Alfonso Perlata fue la única
causada por esta campaña asesina antitrotskista.
En todo caso, la orientación hacia las guerrillas latinoame-
ricanas que sostenía la mayoría mandelista internacional del
Secretariado Unificado estaba terminando por sus propias
razones. A finales de 1976 se produjo un documento llamado
126
Ver “La guerra sucia del capitalismo mexicano” en Espar-
taco No. 19, otoño-invierno de 2002
“Autocrítica sobre América Latina” que reconocía impor-
tantes “errores de análisis” en aquella concepción, a la que se
atribuían los fracasos de las secciones boliviana y argentina
del S.U. El viraje guerrillero era atribuido a una generación de
jóvenes militantes “sin gran madurez política, por su falta de
experiencia en el movimiento obrero”. Incluso se afirmaba que
los párrafos más extremos de la resolución de 1969 habían
sido redactados sólo para permitir que los guerrilleros del PRT
argentino de Santucho se adhirieran.
Una vez más, sin embargo, la autocrítica no se hacía des-
de la izquierda, ni preconizaba una vuelta a la estrategia prole-
taria independiente. Por el contrario, la autocrítica afirmaba
que se había partido de una sobreestimación del grado de ines-
tabilidad de los regímenes latinoamericanos y enfatizaba que
las lecciones positivas de Cuba (y más tarde añadirían las de
Nicaragua), que señalaban que las revoluciones no podían
iniciarse por pequeños “focos” armados, como se había consi-
derado en 1969, sino por el proceso “de masas”. Más aún, una
de las razones por la que la adopción del guevarismo en 1969
había sido equivocada, era que esté ya no representaba desde
al menos tres años antes la política oficial de Cuba:
Nuestra estimación de las relaciones de fuerza inter-
nas en la Habana, sobre la que se fundaban nuestras po-
siciones, era falsa…
La salida del Che de Cuba en 1966 reflejaba un cam-
bio cualitativo de dichas relaciones de fuerzas en el seno
de la dirección cubana. No lo comprendimos….127
Así pues, la autocrítica de los mandelistas no abandonaba su
apoyo político a Castro ni al castrismo. Por el contrario, la-
mentaba el habérsele separado demasiado al adoptar un gueva-
rismo que la propia dirección cubana había dejado atrás sin
que ellos se hubieran dado cuenta a tiempo.
Sólo el obstinado Livio Maitan siguió insistiendo en que
“las autocríticas necesarias se hicieron en los documentos del
X Congreso Mundial…”128
y no había por qué ir más allá. A
partir de entonces, Maitan cayó en desgracia dentro del S.U. y
abandonó el núcleo dirigente de lo que he llamado “mande-
lismo”.129
En cambio, la tendencia dirigida por el SWP recibió este
viraje con los brazos abiertos. Por fin se abandonaba explícita
y definitivamente la idea de emprender aventuras guerrilleras
de las que tanto incomodaban al SWP. Más aún, la nueva ver-
sión del castrismo, más oficial y más disciplinada, correspon-
día con su propia posición respecto a Cuba. Así, habiendo
zanjado su principal diferencia con el resto de la Internacional,
el SWP decidió disolver su facción internacional en su Conven-
ción Anual de agosto de 1977. A su vez, Mandel, que sabía
que sólo una Internacional unificada podría servir como el
polo de atracción para la “extrema izquierda” amplia que él
anhelaba, disolvió su propia fracción en noviembre.
127
“Autocrítica de la TMI sobre América Latina”, Boletín de
Polémica Internacional [del Bloque Socialista Colombiano]
No. 3 [sin fecha] 128
“Declaración de Livio”, Ibid 129
Tras la muerte de Frank en 1984, Krivine y Bensaïd entra-
ron como relevo al colectivo dirigente del Secretariado Unifi-
cado, a lado de Mandel.
35
35
En México, como hemos visto, este proceso de cese de
hostilidades se tradujo en que los partidarios del SWP --
agrupados en la FBL de Jaime González y Cristina Rivas--
hicieran a un lado sus últimas reservas y se unieran también al
PRT, en el que ya coexistían las tendencias mandelista y more-
nista. Poco antes, la FBL había logrado atraerse a todo un nú-
cleo de militantes de la LOM lambertista en torno al veterano
Rafael Torres, que rompió con esa organización para unirse
junto con los “febelos” al PRT.
Poco después, incluso el antiguo vocero emblemático del
posadismo, Adolfo Gilly, al regresar a México del exilio ita-
liano en 1976, optó por unirse al PRT. Para entonces, Gilly
había roto con el delirante Posadas y con lo que quedaba de su
organización internacional. Esto no impidió que conservara su
propio perfil ideológico individual, más deudor de Pablo y de
Posadas que de Mandel.
Lejos de abandonar la concepción que antes llamé “obje-
tiva”, de la revolución permanente y de la política en general,
Gilly la asimiló más orgánicamente con el paso de los años.
Así, en retrospectiva, siguió reivindicando la noción de que las
guerrillas nacionalistas como la de Yon Sosa estaban estructu-
ralmente predispuestas a evolucionar al socialismo, y si criticó
la entrada del POR posadista en el MR-13 fue sólo en tanto el
grupo trotskista no se disolvió lo suficiente y siguió aferrado a
las concepciones literales del trotskismo, manteniendo un
perfil demasiado subjetivista: “buscando acelerar el proceso
interior del MR-13, y violentando en la práctica el ritmo y la
lógica según la cual se desarrollaba la comprensión socialista
y marxista de sus dirigentes y cuadros”.130
En un pasaje típico de su estilo y de su pensamiento,
siempre más atento a la dinámica objetiva de las masas que a
la política y programa de la vanguardia trotskista, en 1984
Gilly escribía sobre la guerra en el Salvador:
Las masas no se sublevan y se lanzan a sufrir los horro-
res de una guerra civil sólo porque sus dirigentes sean há-
biles, santos o mártires, sino porque ya no soportan más la
opresión, la humillación, la miseria y la infamia. Una re-
volución no se explica o justifica por lo que hagan o dejen
de hacer sus jefes, sino por esa rebelión de las masas.131
Otro importante ex posadista argentino, Guillermo Al-
meyra, que en los años sesenta había estado en contacto con el
POR(T) mexicano, también regresó al país en ese periodo132
y
entabló una relación de simpatía con el PRT, sin llegar a ingre-
sar. Así, con la desaparición del posadismo, el PRT quedó
como la organización incontestable de todas las tendencias
trotskistas de México. Sólo los exiguos restos de la LOM lam-
bertista continuaron una existencia organizativa independiente.
No debe creerse, sin embargo, que las diferencias políti-
cas entre las tendencias internas del PRT desaparecieron. Los
herederos del GCI mandelista constituyeron desde el principio
la mayoría dominante. Sus líderes eran Edgard Sánchez, Ser-
gio Rodríguez, Lucinda Nava, Hugo de la Cueva y Manuel
Aguilar Mora, el principal ideólogo y el enlace del partido con
130
Ver: “Guerrilla, programa y partido en Guatemala” publi-
cado en Coyoacán, No. 3, abril-junio de 1978. 131
“El suicidio de Marcial”, publicado en Nexos No.76, abril
de 1984
la Internacional. Los antiguos “febelos”, González y Rivas
también se integraron a esta corriente dominante.
Por su parte, Gilly construyó en torno a sí una tendencia
interna, junto con Hiram Nuñez, y Ricardo Pascoe, a grandes
rasgos a la izquierda de la dirección mandelista.133
Más que
una tendencia organizada, este grupo representaba una corrien-
te de pensamiento. A ella se sumó el historiador Arturo An-
guiano, que procedía del movimiento espartaquista de Revuel-
tas y que, sin llegar a considerarse del todo “trotskista” tam-
bién se había sumado al PRT. Sergio Rodríguez y Lucinda
Nava, herederos de la revista Rojo, formaban parte de la ten-
dencia dominante, pero coqueteaban con esta corriente. Desde
1977, el grupo de Gilly y Anguiano editó, dentro del marco
del Secretariado Unificado, su propia revista teórica a escala
regional, llamada Coyoacán. El cintillo de esta publicación,
“revista marxista latinoamericana”, implicaba en cierto modo
una reivindicación del pasado posadista de Gilly.
Finalmente, la corriente morenista originada en la LS, se
constituyó desde el momento de su entrada al PRT como Frac-
ción Bolchevique (FB),134
y se fue definiendo cada vez más
como una oposición interna minoritaria pero considerable --a
la izquierda de la dirección sobre cuestiones internacionales
como el eurocomunismo, Portugal y Angola, pero a la derecha
en cuestiones concretas de política doméstica-- con Ricardo
Hernández, Augusto León y Telésforo Nava en su dirección.
Esta fracción se basaba geográficamente en el cordón indus-
trial del Estado de México y en el campus de esa zona: el CCH-
Nahucalpan. La mayor parte de los cuadros morenistas poste-
riores fueron reclutados en esa escuela.
De hecho, la disolución de la facción internacional del
SWP en 1977 no hizo sino avivar el fuego polémico interno
entre la mayoría reunificada y la minoría morenista. En polé-
micas publicadas posteriormente, los mandelistas denunciaban
retrospectivamente el celo fraccional de la FB como una
reivindicación del maoísmo “en lo que se refiere al método de
querer resolver diferencias políticas al interior del partido
como si fueran diferencias de clase”.135
Uno no puede menos
que imaginarse que en la mente de los veteranos mandelistas
como Aguilar Mora, siempre abiertos de mente y relativamen-
te liberales, el estilo rígido y crispado de hacer política del
morenista típico de los años setenta pareciera como una repe-
tición del posadista de una década antes, si bien con conteni-
dos políticos y morales muy diferentes: los posadistas resulta-
ban odiosos precisamente por ser escrupulosos y puros como
monjes, mientras que los seguidores de Moreno (y su repre-
sentante mexicano, Hernández) representaban un grado de
pragmatismo inusitado en el movimiento trotskista.
A su vez, los morenistas denunciaron retrospectivamente
el celo fraccional de la dirección del partido, que, según ellos,
133
Una posición que caracterizó a este grupo a mediados de
los años ochenta fue su crítica a la posición del partido por la
cancelación de la deuda externa, por considerar que capitulaba
a la burguesía nacional, supeditaba la independencia política
de la clase obrera a criterios nacionalistas y era, por tanto,
“lombardista” Ver: Aguilar Mora, Huellas del porvenir. 134
Éste era el nombre de la tendencia morenista tanto nacional
como internacionalmente. 135
Introducción de 1983 del Boletín de Información política
No. 6 del PRT
36
36
en 1978 llegó al extremo de buscar la expulsión de la regional
de Nauhcalpan, en la que los morenistas tenían la mayoría.136
En esa época, la izquierda nacional, y con ella el PRT, em-
pezó a dedicar la mayor parte de su atención al fenómeno
electoral. En 1977, el gobierno de López Portillo había apro-
bado una nueva ley electoral (conocida como la LOPPE) que
presentaba nuevas oportunidades legales para la izquierda. En
particular, el PCM obtuvo, ahora sí, el registro oficial por pri-
mera vez desde 1946. 137
Por ejemplo, la ley ya no incluía la
vieja prohibición de que los partidos mexicanos estuvieran
afiliados a organizaciones internacionales. Así, ante las elec-
ciones legislativas de 1979 el PRT y sus tendencias tuvieron
que volver a enfrentar la decisión de cómo participar.
A instancias de la fracción morenista en particular, el PRT
emprendió la campaña para conseguir su propio registro y
convocó mientras tanto al Partido Comunista a postular una
lista conjunta (o “polo obrero”), pero éste se negó a aceptar las
condiciones de la alianza, exigiendo un apoyo incondicional.
Para los líderes del PCM, una alianza con el PRT, organización
con un peso nacional considerable, era sin duda más peligrosa
de lo que había sido su alianza con la antigua LS tres años
atrás. Finalmente, no hubo “polo obrero”.
El cómo responder a las condiciones que el Partido Co-
munista exigía fue una vez más motivo de polémica interna en
el PRT: Los morenistas se encontraron una vez más en la dere-
cha del partido sobre esta cuestión, impulsando el apoyo elec-
toral incondicional al PCM y criticando a los miembros de
mayoría mandelista como “sectarios ultra izquierdistas” por
ser demasiado renuentes a entrar en el bloque electoral.
En abril de 1979, dos meses antes de las elecciones y con
la oposición de la FB, el PRT convocó un congreso extraordina-
rio (el II Congreso) para dirimir las diferencias. En esta
reunión se decidió por escasa mayoría llamar a votar por los
candidatos del PCM, pero también, de manera indistinta, por
los de los partidos lombardistas de la “oposición leal”, el PST y
PPS.
La razón de este controvertido congreso fueron las dife-
rencias respecto a incluir o no a estos dos últimos partidos en
el apoyo electoral, por parte de un bloque minoritario com-
puesto por el pragmático Ricardo Hernández, que quería con-
vertir el apoyo electoral en un curso de unificación con el
Partido Comunista, y los “izquierdistas” Margarito Montes y
Arturo Anguiano, que aceptaban apoyar al Partido Comunista
pero no querían tener nada que ver con el lombardismo histó-
rico, tradicionalmente cercano a los gobiernos priístas.
Finalmente, en las elecciones, el PCM sí alcanzó una can-
tidad considerable de votos, a diferencia del PPS y el PST.
Después del episodio de las elecciones, Hernández, cono-
cido desde 1976 por su indiferencia a la división entre trots-
kismo y estalinismo, terminó por dejar el PRT con unos cuaren-
ta de sus partidarios para unirse al PCM en agosto de 1979,
abandonando para siempre al trotskismo en su conjunto. Res-
pondiendo a las críticas que le hacían sus antiguos camaradas,
Hernández se limitó a encogerse de hombros, declarando que
136
El socialista No. 1, 15 de enero de 1980 137
Ver:La reforma política y la izquierda Ed. Nuestro tiempo,
México 1979
leninismo y trotskismo no eran para él sino “concepciones
religiosas”.138
Desde luego, no todos los miembros de la fracción more-
nista siguieron a su antiguo líder. Al frente de los restos del
morenismo en el PRT quedó Telésforo Nava. Sin embargo,
como veremos, el fin del frágil bloque que mantenía a esta
corriente dentro del partido estaba muy próximo, ya que en el
mismo mes –agosto de 1979-- ocurrió en la cercana Nicaragua
un episodio de relevancia internacional que determinó la salida
de los morenistas del PRT mexicano y del S.U.; un episodio en
el que vale la pena detenerse.
X
LOS PROFETAS DESTERRADOS
(1979-82)
Hacia el comienzo de 1979, la victoria de la guerrilla del Fren-
te Sandinista de Liberación Nacional (FSLN) nicaragüense
sobre la odiada dictadura pro-estadounidense de Anastasio
Somoza empezaba a convertirse en una certeza inminente, y la
atención de la izquierda mundial se concentró en Nicaragua.
Dentro del Secretariado Unificado, todo el mundo estaba de
acuerdo que este caso debía ser un foco del trabajo internacio-
nal, pero no todo el mundo estaba de acuerdo en la forma en
que este trabajo debía enfocarse. Estas diferencias habrían de
tener consecuencias decisivas en el S.U. y su sección mexica-
na.
La iniciativa más aventurada vino esta vez de Nahuel Mo-
reno. Desde su base en el exilio en Bogotá, la “Fracción Bol-
chevique” morenista organizó una brigada con unos setenta
militantes de varios países latinoamericanos para participar en
la ya inminente toma del poder sandinista, presentándola como
una continuación de la tradición proletaria de las brigadas
internacionales que intervinieron en la Guerra Civil española.
Curiosamente, el nombre que se eligió para el proyecto –
Brigada Simón Bolívar (BSB)— celebraba a una figura que
Karl Marx siempre detestó139
y reflejaba más un espíritu de
nacionalismo latinoamericano que de internacionalismo mar-
xista. El nombre parecía diseñado para no alienar a partidarios
ajenos al socialismo.
Así, con todo y uniformes verde olivo, los miembros de la
brigada comenzaron a entrar a Nicaragua vía Costa Rica. To-
davía no habían llegado los últimos miembros –provenientes
de EE.UU.— cuando los sandinistas tomaron el poder. Según
los recuentos escritos por morenistas, para entonces la BSB
había participado en combates contra el ejército somocista en
el sur del país, e incluso liberó el puerto atlántico de Blue-
fields. El hecho es que, tras la victoria militar sandinista, la
BSB se estableció en Managua como una fracción del ejército
guerrillero triunfante. Aparentemente, el verdadero fin de la
brigada era establecer en suelo nicaragüense una organización
trotskista que se opusiera desde la izquierda a la dirección del
138
Bandera Socialista. Hernández seguiría su carrera política
guiado por el más consistente pragmatismo fuera de la política
socialista. En 2000, llegó al extremo de apoyar el “voto útil”
por el candidato derechista Vicente Fox contra el PRI. 139
Ver su carta a Engels de febrero de 1858 o su contribución
a The New American Cyclopaedia de ese mismo año.
37
37
FSLN pero que compartiera con ésta al menos una pequeña
porción del prestigio de haber participado en el derrocamiento
de Somoza.. Paradójicamente, la estrategia de Moreno para
oponerse al gobierno sandinista partía de mimetizar a su pro-
pio movimiento con los colores rojo y negro del propio sandi-
nismo.
Por su parte, la mayoría mandelista del S.U. y, aún en ma-
yor medida el SWP estadounidense, habían extendido a la di-
rección sandinista la misma actitud de apoyo político que
tenían hacia la dirección cubana. Por ello, desconfiaban de las
aventuras de la BSB de Moreno y no compartían en absoluto la
intención de implantar en Nicaragua una alternativa política
que rivalizara con el FSLN desde la izquierda. La labor de los
trotskistas, pensaban, era brindarle todo su apoyo al gobierno
revolucionario, asesorarlo para que se aproximara más al mar-
xismo y hacerle promoción en el resto del mundo. Como es-
cribieron los miembros del SWP Peter Camejo y Frank Murphy
en un artículo enviado desde Managua para el Militant esta-
dounidense (3 de septiembre):
La única manera en la que los marxistas revolucio-
narios de todo el mundo pueden ayudar al avance de la
revolución nicaragüense es si reconocen las capacidades
revolucionarias de esta dirección, si se identifican y
unen sus fuerzas con ella en la lucha por para defender y
extender la revolución.140
Si bien las facciones del S.U. habían tenido diferencias
cruciales a lo largo de los años sin fragmentarse, en este caso
la discrepancia afectaba directamente el destino de una opera-
ción militar en la que estaban comprometidos militantes more-
nistas, y la unión no podría aguantar una confrontación.
Finalmente, la crisis estalló en agosto de 1979, cuando la
BSB impulsó una marcha contra el gobierno sandinista de tres
mil obreros industriales en Managua. La manifestación, que
fue ampliamente cubierta por la prensa internacional, exigía
compensaciones económicas por la devastación de la guerra,
se oponía a los aspectos capitalistas de la “economía mixta”
que los sandinistas administraban y llamaba por el poder pro-
letario.141
En respuesta, durante los siguientes días, el gobierno
localizó a los militantes morenistas extranjeros, los arrestó y
los deportó a Panamá, donde la policía militar los encarceló y
sometió al nada amistoso trato que destinaba a sus presos
políticos.
Ante esto, el resto del S.U. respondió de distintas maneras.
La prensa de los mandelistas, centrada en Europa, si bien se
distanciaba de la aventura morenista, criticaba (camaraderil-
mente) al gobierno sandinista por la expulsión de los miem-
bros de la brigada.142
El SWP estadounidense, en cambio, iba
más lejos, concentrando su fuego exclusivamente sobre la BSB,
a la que caracterizó en una declaración de su Comité Político
como una “aventura sectaria”:
[E]sta grotesca idea –que gente de afuera puede
mediante maniobras capturar la dirección de la revolu-
140
Publicado en español en Perspectiva Mundial del 24 de
septiembre de 1979 141
Ver por ejemplo: Revista Time (3 de septiembre de 1979),
Washington Post (21 de agosto de 1979) 142
Resolución del Comité Central de la LCR publicada en
Rouge, 13-7 de septiembre de 1979
ción de aquellos que surgieron como sus dirigentes en
el curso de la lucha— no tiene nada que ver con el trots-
kismo, con el socialismo revolucionario.143
Un artículo del Militant calificaba la manifestación de
Managua como un “choque provocador”.144
Pero esto no fue
todo: según una carta que enviaron al Secretariado Unificado
desde Nicaragua tres partidarios lambertistas (dos miembros
dirigentes de la OST costarricense y uno de la LCR francesa) en
agosto de 1979, el “compañero Manuel [Aguilar Mora]”, que
también se encontraba en Managua, había recibido instruccio-
nes telefónicas explícitas de Camejo desde Estados Unidos de
aconsejar a las autoridades sandinistas que expulsaran a la
brigada e incluso de colaborar con la identificación de sus
líderes, los miembros de la tendencia morenista. Según este
recuento, Aguilar Mora cumplió con lo que se le pedía y de-
nunció a los brigadistas.
Esta carta, redactada en italiano, fue publicada inmedia-
tamente por los morenistas, quienes adoptaron esta versión sin
reservas. Se trata, evidentemente, de una acusación grave. Por
su parte, Aguilar Mora, en una entrevista con el autor, recono-
ció haber actuado en Nicaragua de acuerdo a la política del
SWP más que de la mayoría mandelista, pero negó terminante-
mente haber denunciado personalmente a nadie. De hecho,
cuando Aguilar Mora regresó a París, donde vivía en esa épo-
ca, Ernest Mandel lo reconvino acremente por haber tomado la
postura política del partido estadounidense y lo convenció de
que había que oponerse a la expulsión de la BSB.
En septiembre llegó a Nicaragua una delegación oficial
del S.U. que incluía al propio Camejo y a Barry Sheppard del
SWP, a Jean Pierre Beauvais de la LCR francesa y a Hugo Blan-
co de Perú, así como a Sergio Rodríguez del PRT. El fin de esta
delegación era mostrar la amistad del S.U. al gobierno del
FSLN. Orientada políticamente por Camejo, la delegación
adoptó la línea del SWP y la llevó incluso más lejos, recono-
ciéndole explícitamente al gobierno el derecho a expulsar a los
brigadistas. Según una declaración que entregaron a los sandi-
nistas, “la dirección del FSLN tenía razón al exigir a los miem-
bros no nicaragüenses de este grupo [sc. la BSB]...que abando-
naran el país.”145
Esto no puede sino recordar el caso de los posadistas que
en los años cincuenta formaban parte de la corriente de Michel
Pablo cuando ésta se negó a defender a los trotskistas chinos
encarcelados por Mao acusándolos de ser “refugiados de una
revolución”. Una década después, los propios posadistas se
encontraban presos en las cárceles cubanas y sus excamaradas
del Secretariado Unificado --incluyendo a la tendencia de
Moreno-- se negaban a defenderlos por idénticas razones. Del
mismo modo, eran ahora los morenistas quienes se encontra-
ban reprimidos por un gobierno de izquierda y sufrían la nega-
tiva del resto del S.U. a tomar su defensa. Si la historia se repi-
te, primero como tragedia y después como farsa, ¿en qué géne-
ro teatral se representaría la tercera vez?
143
CP del SWP, “Propaganda imperialista contra Nicaragua”,
21 de agosto. Reproducida en español en Perspectiva Mundial,
24 de septiembre de 1979 144
Militant, 31 de agosto de 1979 145
Perspectiva Mundial, 8 de octubre de 1979
38
38
El resultado fue, ahora sí, la escisión definitiva. Moreno y
sus partidarios abandonaron para siempre las secciones del
S.U. --incluyendo al PRT mexicano-- y formaron secciones
propias. En México, esto supuso la aparición de una nueva
organización que se reclamaba trotskista, dirigida por Telésfo-
ro Nava y Mariano Elías.
“La pregunta de por qué se rompió con el PRT recorre las
Fábricas, las Colonias, las Escuelas…” fueron las primeras
palabras, un tanto pretenciosas, del primer artículo del primer
número de El Socialista, aparecido el 15 de enero de 1980 con
Nava como editor responsable. El artículo daba cuenta de las
diferencias sobre Nicaragua y añadía sus propias quejas nacio-
nales a la dirección del PRT, en particular su supuesta falta de
disposición a formar bloques electorales con el Partido Comu-
nista. El cintillo del periódico era “por un partido obrero y
socialista”, y su emblema el dibujo estilizado de un puño. La
publicación, con ese título (retomado de la publicación de la
antigua LS) y ese emblema, habría de persistir durante todo el
resto del siglo. Ese mismo febrero, la nueva organización dejó
de llamar “por un partido obrero y socialista” y sencillamente
optó por hacerse llamar así: Partido Obrero Socialista (POS).
A escala internacional, tras su salida del S.U., la FB se en-
caminó a la creación de una Internacional morenista indepen-
diente. Sin embargo, antes de llegar a ese punto, Moreno in-
tentó una última alianza internacional, esta vez, contra todas
las expectativas, con el Comité Internacional de Reconstruc-
ción del francés Pierre Lambert.
Para entonces, como hemos visto, Lambert había perdido
a sus anteriores aliados –primero a Healy, y después a Lora y
Altamira— y no había logrado concretar sus intentos de acer-
camiento con el ala del S.U. dirigida por el SWP, debido entre
otras cosas a que el entusiasmo que los estadounidenses mos-
traban respecto al sandinismo avivó las viejas diferencias que
Lambert tenía con ellos respecto a Cuba. Su posición sobre
Nicaragua no era de apoyo político al FSLN, sino de crítica
desde la derecha, tanto por su estrategia militar ofensiva146
como por su acercamiento con el bloque soviético, al incluir a
demasiados miembros del Partido Socialista Nicaragüense (al
que describía como “sucursal nacional del Kremlin”) en el
gobierno resultante.147
La sección costarricense de los lamber-
tistas llegó al extremo de recoger en sus filas al renegado ex
sandinista Fausto Amador (medio hermano del fundador del
FSLN Carlos Fonseca Amador), a quien los sandinistas y el
propio Moreno habían denunciado por colaborar con el go-
bierno de Somoza.
Si bien Moreno se oponía al régimen sandinista desde la
izquierda, la realidad empírica era que ofrecía a los lambertis-
tas una atractiva alianza basada en la desconfianza al régimen
de Nicaragua y a las guerrillas latinoamericanas en general. El
caso de Amador era algo que Moreno podía perdonar fácil-
mente. Más aún, tanto Moreno como Lambert confiaban en
que el otro respetaría sus decisiones políticas mientras se limi-
taran a sus propios terrenos nacionales. Hasta ese momento,
los morenistas se presentaban internacionalmente como críti-
cos de izquierda a la dirección del S.U., (Portugal, Angola, el
eurocomunismo) mientras que los lambertistas, seguidores de
146
Amador, Fausto y Santiago, Sara ¿A dónde va Nicaragua?,
publicado por la OST en febrero de 1979 147
Informations Ouvirères, 8-23 de agosto de 1979
la socialdemocracia francesa, se ubicaban en todas estas
cuestiones en el extremo derecho, cerca del SWP. Así pues, las
otras tendencias del espectro denunciaron esta alianza como
“el bloque más podrido”, “matrimonio por conveniencia” etc.
Conscientes de las abismales diferencias que separaban a
sus corrientes, Moreno y Lambert acordaron un tipo de orga-
nización conjunta particular. En lugar de fusionarse como una
organización centralizada, se unieron en una federación en la
que las dos tendencias estaban representadas como tales: un
“comité paritario”. Como ni siquiera pudieron ponerse de
acuerdo sobre cómo nombrar la finalidad de este comité, deci-
dieron incorporar en el nombre las dos versiones, llamándolo
nada menos que “Comité Paritario por la Reconstrucción (Re-
organización) de la Cuarta Internacional”.148
En México, el
recién nacido POS produjo y distribuyó junto con los lambertis-
tas de la LOM de Luis Vásquez un folleto conjunto sobre Nica-
ragua, pero no se fusionó con ésta.
La primera (y única) campaña que el comité paritario lle-
gó a realizar fue en apoyo al movimiento Solidarność de Lech
Walesa en Polonia, pese a al contenido francamente procatóli-
co y anticomunista de éste. En esa época, ambas tendencias
convergían en al menos un elemento político fundamental: la
teoría del “Orden de Yalta”. Según esta concepción, que había
caracterizado por años la política de los lambertistas, la Unión
Soviética estalinizada y sus aliados no eran sino comparsas de
Estados Unidos en la dominación imperialista del mundo. No
era correcto, pues, tomar partido por los Estados obreros en la
contienda bipolar. Si para Lambert esta teoría significaba una
adaptación a la opinión “democrática” de la socialdemocracia
en los países imperialistas como Francia, para Moreno forma-
ba parte de su admiración a regímenes y movimientos nacio-
nalistas del Tercer Mundo, que en esa época aparecían cada
vez más distantes de la influencia soviética, y más cercanos a
tendencias como el fundamentalismo islámico.
La intervención soviética (que Moreno condenó furiosa-
mente) contra los “guerreros santos” en Afganistán y la llama-
da “Revolución Islámica” del Ayatola Jomeini en Irán (que en
cambio festejó con entusiasmo), amabas ocurridas en 1979,
marcaron el punto de inflexión en esta tendencia.149
Para 1981
Moreno ya tenía perfectamente claro que las fuerzas naciona-
listas del Tercer Mundo, aun cuando no tuvieran nada de obre-
ras o de socialistas, o por lo menos de democráticas o secula-
res, ocupaban en su escala de valores un lugar más alto que los
movimientos vinculados con la Unión Soviética o Cuba.150
En diciembre de 1980, Moreno y Lambert acordaron
cambiar el nombre de su bloque por Comité Internacional de
“la Cuarta Internacional” (¡las comillas incluidas!), posible-
mente para no quedar atrás del S.U., que desde su origen se
hacía llamar a sí mismo “la Cuarta Internacional”. Para expli-
148
Ver: Proyecto de Tesis para la Reorganización (reconstruc-
ción) de la Cuarta Internacional, Correspondencia Internacio-
nal, enero de 1981 149
Un fenómeno paralelo ocurrió en el campo del S.U. Si bien
no estaban del mismo modo motivados por el antisovietismo y
el nacionalismo tercermundista, SWP y, en menor grado, la
tendencia mandelista también apoyaron a Solidarność, toma-
ron lado con los “guerreros santos” en Afganistán y celebraron
la toma del poder por parte de Jomeini en Irán. 150
Correspondencia Internacional, septiembre de 1981
39
39
car el cambio, Lambert fanfarroneaba: “En un año hemos dado
un salto adelante como jamás ha habido en la historia de la
Cuarta Internacional”, un salto que según él sólo podía compa-
rarse “con la formación de la III Internacional después de la
victoria de la Revolución Rusa”.151
Como era de esperarse, sin embargo, apenas unos nueve
meses después de este “salto adelante”, las diferencias políti-
cas disolvieron el bloque. Basado en el nacionalismo tercer-
mundista, Moreno no pudo tolerar el grado en el que la ten-
dencia de Lambert se acomodaba al partido socialista de Mit-
terrand, sobre todo después de que este llegara al gobierno en
1981. Después de todo, eso significaba apoyar descaradamente
al gobierno de un país imperialista del primer mundo. Para
febrero de 1982 Moreno afirmaba que la “adaptación a la
socialdemocracia” por parte de Lambert era “la mayor traición
de la historia del movimiento trotskista”152
y que su bloque no
había sido sino un frente sin principios.
Ahora sí, habiendo roto con todas las demás tendencias
del trotskismo mundial, Moreno creó su propia Internacional
independiente, a la que bautizó Liga Internacional de los Tra-
bajadores (LIT).
Por su parte, el Secretariado Unificado también manifestó
fisuras importantes entre los europeos seguidores de Mandel y
el SWP estadounidense. Así, el XI Congreso Mundial, celebra-
do en noviembre de 1979, siguió registrando diferencias cru-
ciales sobre Nicaragua, con los estadounidenses oponiéndose
incluso a las más leves críticas al gobierno sandinista. Tam-
bién sobre el Irán de Jomeini surgieron discrepancias, pues el
SWP quería impulsar la participación electoral de la sección
iraní, contra la voluntad de la mayoría (mandelista) y en medio
de una ola represiva contra la izquierda. Este bloque tampoco
estaba destinado a durar.
En enero de 1979, justo antes de que estallara la crisis ni-
caragüense que llevó a la escisión en el S.U., murió en Nueva
York el líder y símbolo de la continuidad política del SWP,
Joseph Hansen. A frente del partido quedó el impaciente Jack
Barnes, que se hizo cargo del SWP con mano de hierro y en los
siguientes años procedió a expulsar a toda voz disidente, in-
cluyendo a la gran mayoría de los veteranos de la época de
James Cannon, profundizando el curso derechista de la orga-
nización. Barnes no entendía por qué su partido tenía que
esforzarse en quedar bien con una tradición ideológica y con
un movimiento internacional que le estorbaban a cada paso y
finalmente, en un discurso público de 1982, anunció que su
partido renunciaba definitivamente a “ver la política a través
de la óptica de la revolución permanente” y por lo tanto al
título de trotskista. Esto significó la ruptura definitiva del SWP
con sus socios del S.U. y de hecho con cualquier asociado
internacional que reclamara el nombre de “trotskista”.
XI
151
citado en Critique Communiste, diciembre de 1981 152
Correo internacional No. 3, febrero de 1982
LOS TROTSKISTAS EN LA ERA DE LA DECADENCIA PROTEC-
CIONISTA
(1980-1987)
Entre enero de 1976 y mayo de 1985 el poder adquisitivo del
salario mexicano descendió en un espectacular 54.4 %153
e
inició un descenso continuo y pronunciado que ya no se de-
tendría en el resto del siglo. Bajo los gobiernos de Luis Eche-
verría y José López Portillo, el modelo de capitalismo protec-
cionista y regulado por el Estado que décadas antes había
producido el supuesto “milagro mexicano” terminó por
agotarse. Las elecciones de 1982 condujeron al gobierno
priísta de Miguel de la Madrid, el primero de los llamados
“neoliberales”.
Debido a la crisis económica relacionada con la deuda ex-
terna y con las falsas expectativas del gobierno en cuanto a los
réditos del petróleo, el nivel de vida de la población trabajado-
ra empezó a descender y los años ochenta fueron un hervidero
de dramáticas luchas sociales defensivas en todo México,
desde los damnificados del terremoto de 1985 hasta los estu-
diantes de la UNAM agrupados en torno al CEU.
Si bien estas luchas defensivas proporcionaron una base
social de masas que permitió a las organizaciones trotskistas
como el PRT y el POS mantener por un breve periodo un creci-
miento constante y orgánico, los años ochenta fueron también
años de reacción política y económica a escala mundial: las
sucesivas derrotas de los intentos revolucionarios en las déca-
das anteriores y el asenso de un núcleo de gobernantes dere-
chistas a posiciones clave (como Augusto Pinochet, Ronald
Reagan, Juan Pablo II y Margareth Thatcher) desde mediados
de los setenta, condicionó el triunfo del llamado monetarismo
o neoliberalismo, bajo cuya bandera los gobiernos capitalistas
de todo el mundo emprendieron una ofensiva general contra
las conquistas obreras ganadas en los años previos.
En este contexto, los ochenta también fueron años de
reacción ideológica entre la izquierda, y de descrédito de la
idea de la revolución social a favor de nociones defensivas. En
esos años, por ejemplo, el viejo PCM sufrió un proceso de
escisiones y fusiones que lo llevó a perder cada vez más su
personalidad política propia. En 1981 se fusionó con otros
cuatro grupos más pequeños para formar el PSUM, y en 1987
una vez más para formar el PMS, para luego disolverse en el
cardenismo. En todo el mundo, el programa de las organiza-
ciones izquierdistas también tendió a moverse a la derecha.
Ante la presión de la renovada guerra fría bajo Reagan, los
partidos comunistas de occidente abandonaron su defensa de
la revolución social y de la Unión Soviética en particular me-
diante esquemas como el “eurocomunismo”.
Esto se expresó también en el apoyo casi unánime de las
organizaciones autoproclamadas trotskistas a movimientos
anti-soviéticos sin pretensiones de izquierdismo como la resis-
tencia islámica en Afganistán o el movimiento “Solidaridad”
de Polonia, apadrinado por el derechista Papa Wojtila. Natu-
ralmente, estas circunstancias determinaron también la activi-
dad política del trotskismo mexicano de entonces.
Regresemos, pues, a la suerte de nuestros protagonistas.
153
Taller de indicadores económicos de la Facultad de Eco-
nomía de la UNAM, Ensayos vol. 2 No. 7, 1985
40
40
Tras su espectacular salida del PRT en 1980, el POS more-
nista enfrentó una realidad más dura de lo que esperaba: sin el
apoyo del aparato del partido, la joven organización perdió la
mayor parte de la audiencia nacional que había tenido hasta
entonces, y también a muchos de sus cuadros fundadores,
entre ellos al propio Telésforo Nava, que, desilusionado, prefi-
rió ser cola de león que cabeza de ratón y regresó al PRT para
formar en su seno una pequeña corriente opositora. En su
reemplazo, como secretario general del POS quedó Mariano
Elías.
Pese a todo, tras el breve descalabro inicial, los ochenta
fueron años de crecimiento continuo para la organización
morenista. Fue en estos años, justo cuando el morenismo in-
ternacionalmente había completado su evolución ideológica,
que el POS mexicano desarrolló a la nueva capa de cuadros que
habrían de dirigir al partido en adelante, como Cuauhtémoc y
Xochiquetzal Ruiz (provenientes del bastión que esta tenden-
cia tenía en el CCH Nahucalpan).
Vale la pena dedicar unas líneas al desarrollo de la histo-
ria mundial y su efecto sobre la tendencia morenista interna-
cional. En ese mismo periodo, la dictadura argentina de Gal-
tieri empezó a tambalearse. En un esfuerzo por desviar la
lucha social y contando con la ayuda de Estados Unidos que
nunca se materializó, Galtieri lanzó la sangrienta Guerra de las
Malvinas contra Gran Bretaña (en la que por cierto, Moreno
llamó a tomar el lado de su patria), pero fue derrotado por el
imperialismo británico y la dictadura se desmoronó.
Así, el exilio colombiano de Moreno finalmente terminó.
A su regreso a Argentina, el caudillo fundó el Movimiento al
Socialismo (MAS), que en adelante sería el centro mundial de
la tendencia morenista. El MAS argentino siguió los pasos de
su antecesor, el PST, y en poco tiempo llegó a superarlo, trans-
formándose en la organización trotskista más numerosa del
mundo. Una vez más, esto sentó las bases de un nuevo giro del
morenismo hacia la política legal e institucional, lo que se
combinó con su cada vez más agudo antisovietismo.
En esa época la prensa del POS mexicano se enfocó sobre
todo en llamar por bloques electorales, especialmente con el
PRT y la LOM, pero también con otros grupos de izquierda más
grandes y no trotskistas. En las elecciones generales de 1982,
el POS llamó a votar tanto por el PRT como por el Partido Co-
munista (para entonces llamado PSUM), e incluso se integró a
las listas parlamentarias de este último --tal como había hecho
su antecesor morenista en 1976— lo que ésta vez le valió una
diputación, la primera en la historia del trotskismo mexicano,
si bien bajo el registro de su oponente histórico.
La culminación del repunte del POS llegó con el terremoto
del 19 de septiembre de 1985. En esa trágica fecha, el go-
bierno priísta de la Ciudad de México no logró reunir la inicia-
tiva suficiente para socorrer a los damnificados, y la tarea fue
emprendida espontáneamente por las organizaciones civiles,
los sindicatos y la izquierda. El POS pudo capitalizar el descon-
tento de las masas urbanas damnificadas mejor que ninguna
otra organización política izquierdista mediante la creación de
la Unión de Vecinos y Damnificados (UVyD), dirigida por
Alejandro Varas.
El POS también participó en coaliciones masivas en la
combativa ciudad de Juchitán, Oaxaca, con lo que logró una
participación destacada en las luchas sociales que siguieron
durante los años ochenta. Como consecuencia, el POS man-
tuvo una presencia constante en esa ciudad.
Por su parte, en el valle de México, en esos años el POS
mexicano sostuvo una orientación hacia las organizaciones
llamadas urbano-populares. En 1985, el partido llevó a cabo
una muy controvertida fusión con la dirigente barrial América
Abaroa, una lidereza de tipo “clintelar”. A principios de 1987,
tras la incorporación de nuevos colectivos obreros autonomra-
dos “zapatistas” en el Estado de México, como una concesión
a éstos, el POS cambió su nombre a Partido de los Trabajadores
Zapatistas (PTZ), e incluso publicó una convocatoria entre sus
militantes a mandar diseños para un nuevo logotipo para susti-
tuir a su famoso puño. El diseño ganador fue un retrato estili-
zado de Emiliano Zapata cruzado transversalmente por una
canana y un fusil (curiosamente, este diseño fue publicado
junto con la convocatoria al concurso, lo que nos hace pensar
que no llegaron muchos más diseños). Con ese nombre se
sumó en 1987 a la coalición electoral llamada Unidad Popular
en torno al PRT, de la que hablaré más adelante.
Con todo, el crecimiento del POS/PTZ en esos años nunca
llegó a compararse con el del PRT, que en ese mismo periodo
que siguió a la ruptura llegó a convertirse en lo más parecido a
un partido de masas que aparece en la historia del trotskismo
mexicano.
EL PRT: LA BELLE EPOQUE,
Desde principios de los setenta, el GCI había estado lu-
chando por romper la estrechez de su trabajo exclusivo en la
Ciudad de México y la zona industrial que la rodea, defecto
que había caracterizado al trotskismo mexicano desde tiempos
de Trotsky, y convertirse en un grupo realmente nacional. El
papel dirigente que el GCI había despeñado en el movimiento
estudiantil sonorense de 1973 permitió al grupo usar poste-
riormente su autoridad y sus contactos para extender la orga-
nización a Tijuana y Colima. Desde el DF asimismo hubo una
extensión a Morelos. El grupo de orientación pro-guerrillera,
Rojo, había hecho durante 1975 cierto trabajo en el estado de
Guerrero, generando una base de apoyo que luego le heredó al
PRT. Por su parte, desde 1972 la LS también se había extendido
a estados como Oaxaca y Puebla, de manera que la unificación
de 1976-77 produjo en el PRT un partido verdaderamente na-
cional que, si bien conservaba la dirección en la Ciudad de
México, seguía extendiéndose continuamente.154
En esa época, el PRT aportó a la izquierda mexicana su
propio entendimiento de las nociones teóricas del trotskismo.
Entre 1972 y 1980 Manuel Aguilar Mora publicó una serie de
ensayos sobre el llamado “bonapartismo sui generis” del ré-
gimen mexicano, en los que difundía y actualizaba la concep-
154
Por su parte, como hemos visto, el POS morenista mantenía
presencia en Oaxaca y la LOM lambertista en Veracruz y Chia-
pas. Notoriamente, la presencia nacional de las corrientes
trotskistas tendió a beneficiar las regiones poco desarrolladas
del sur, como Puebla Oaxaca, Chiapas y Guerrero, o del ex-
tremo noroeste, como Sonora, por sobre los centros industria-
les con concentraciones proletarias más importantes, como
Monterrey o Guadalajara, donde sólo existieron pequeños
grupos de existencia discontinua. El Distrito Federal y el Esta-
do de México fueron excepciones en este sentido.
41
41
ción clásica trotskista, polemizaba con intelectuales de iz-
quierda no trotskistas como Arnaldo Córdova y exponía su
propia caracterización del México contemporáneo. Los ensa-
yos, publicados originalmente en diversos órganos del S.U.,
fueron editados en forma de libro en 1982155
con la ayuda de
otro intelectual miembro del PRT, Alejandro Gálvez.
Esta época correspondió con el desarrollo del partido co-
mo fuerza política considerable. Tras una serie de moviliza-
ciones, en junio de 1980 el PRT por fin consiguió el registro
oficial como partido político nacional. Por años, la tendencia
morenista había sido la principal impulsora de este registro,
que, paradójicamente, fue alcanzado apenas unos meses des-
pués de su salida del partido. Así, las elecciones presidenciales
de 1982 encontrarían por primera vez a un partido trotskista
oficialmente registrado y dispuesto a batirse en la arena electo-
ral bajo su propia bandera. De este modo, junto con otras or-
ganizaciones más pequeñas, en diciembre de 1981 el PRT lan-
zó la candidatura presidencial de Rosario Ibarra de Piedra, la
emblemática luchadora contra la represión.
Originaria de Monterrey, Ibarra no era militante del PRT
sino sólo simpatizante. Como es sabido, su participación en
política había iniciado tras la “desaparición” de su hijo Jesus
Piedra, cuadro de la guerrilla de la Liga 23 de Septiembre, en
1975. En agosto de 1978, Rosario Ibarra fundó el comité “Eu-
reka” y dirigió una ampliamente difundida huelga de hambre
frente a la Catedral de la Ciudad de México. Fue durante esa
huelga que inició su contacto con el PRT, que participó activa-
mente en el movimiento dirigido por Ibarra.156
Otra activista
contra la represión, Graciela Minjares, compañera de otro
guerrillero desaparecido, sí llegó a unirse al partido, en su caso
a la tendencia morenista.
Su postulación presidencial de 1982 no sólo constituyó la
primera vez que un partido trotskista presentaba una candida-
tura presidencial propia en la historia de México, sino también
la primera vez que una mujer era postulada para ese cargo.
Gracias a su participación en las elecciones, el PRT obtuvo
una importante audiencia en toda la republica y, de manera
aun más importante, un fuerte subsidio de fondos estatales que
le permitieron un crecimiento organizativo importante. Para
mantener el registro, el PRT debía alcanzar por lo menos un 1.5
% de la votación en las elecciones del 82, número que alcanzó
y superó ligeramente, lo que no le permitió acceder a la cáma-
ra de diputados pero sí conservar el registro de manera defini-
tiva. Para noviembre de 1984, un congreso nacional realizó
cambios en la estructura del partido reflejando el aumento de
su tamaño. Ahora la discusión ya no era sobre cómo hacer la
revolución –que en la época del GCI y la LS parecía inminen-
te— sino la preocupación, más modesta pero más realista, de
cómo organizar un verdadero partido de masas.
En esa época, Aguilar Mora pasaba la mitad del tiempo en
Europa, como vinculo del PRT con la Internacional. Mientras
tanto, la dirección del partido se diversificó, y personas como
Edgard Sánchez asumieron la responsabilidad dirigente. Naci-
do en Baja California, Sánchez era un hombre de grandes
proporciones físicas, barba y lentes oscuros, cuya imagen
155
Aguilar Mora, M. El bonapartismo mexicano, Juan Pablos,
Segunda edición, México 1984 156
Ver: Poniatowska, Elena, Fuerte es el silencio, Era México
1980
puede identificarse fácilmente en todas las fotografías del
trabajo de la organización a partir de esa época.
En este periodo, la prensa del PRT contó entre sus colabo-
radores a muchos destacados intelectuales de izquierda. En el
consejo de redacción de Bandera Socialista y La Batalla, el
órgano teórico dirigido por Lucinda Nava, figuraban, además
de Aguilar Mora y Gilly, el ex morenista Telésforo Nava,
Edgard Sánchez, el antropólogo Héctor Díaz Polanco y Sergio
Rodríguez Lascano, además de intelectuales simpatizantes
como Octavio Rodríguez Araujo y Guillermo Almeyra. El
propio Mandel se contaba entre los colaboradores internacio-
nales.
Según la vieja táctica de los partidos leninistas, varios
miembros de PRT de origen estudiantil fueron “implantados”
como obreros en la industria como una táctica consciente para
arraigar al partido en el movimiento proletario. La joven Patri-
cia Mercado, por ejemplo, trabajó brevemente en una fábrica
de Ciudad Sahagún. Incluso miembros importantes de la di-
rección, como el antiguo “febelo” Jaime González (que junto
con Héctor de la Cueva coordinaba el trabajo sindical del
partido) fueron implantados en la industria. González fue
obrero por varios años en la planta de electrodomésticos Kel-
vinator, donde llevó a cabo un eficiente trabajo político hasta
que fue despedido por participar en la dirección de un movi-
miento de huelga.
El PRT llegó a ganarse la simpatía de figuras notables me-
xicanas como el nieto de Trotsky, Esteban Volkow (que nunca
militó en una organización trotskista pero se mantuvo activo
en diversas formas honrando la memoria de su célebre abue-
lo), el pintor Vlady Kibalchich (hijo de Víctor Serge) y, por un
breve tiempo, el caricaturista Eduardo del Río “Rius”, que
incluso llegó a producir un libro sobre Trotsky. El célebre
caricaturista Rafael Barajas “el Fisgón” sí llegó a militar en el
PRT y posteriormente en el POS, pues pertenecía a la tendencia
morenista, lo mismo que poeta de origen argentino Eduardo
Mosches.
Durante los años ochenta, el PRT fue una de las secciones
más estables del Secretariado Unificado, y pudo dedicar mu-
chos de sus recursos al trabajo internacional, especialmente a
la región latinoamericana. De este modo, muchos de los cua-
dros internacionales del S.U. podían venir a México invitados
por el PRT, que también ayudaba a subsidiar el trabajo de las
secciones más pobres.
Aunque su organización de damnificados “Nueva Teno-
chtitlan” no pudo superar a la UVyD de los morenistas en el
ámbito del movimiento urbano, el PRT sí logró una influencia
considerable en la masiva huelga estudiantil del CEU de 1986-
87. La huelga había iniciado en oposición a los planes del
rector Jorge Carpizo tendientes a elitizar la UNAM y llegó a
movilizar a cientos de miles de estudiantes. Sin embargo, el
PSUM y los demás partidos de la izquierda tradicional no vie-
ron la huelga con buenos ojos. El PRT, en cambio, participó
intensamente y llegó a contar entre sus filas a uno de los prin-
cipales dirigentes estudiantiles, Antonio Santos. Los adversa-
rios derechistas del movimiento estudiantil incluso acusaban al
CEU de ser la misma cosa que el PRT.
Mujeres como Nellys Palomo, Patricia Mercado y Patria
Jiménez dirigían el trabajo que el partido llamaba “feminista”.
Por cierto, aunque con un enfoque sectoralista (sólo mujeres
en el trabajo de mujeres) y semi-liberal, el PRT tiene el mérito
42
42
de haber sido la primera organización marxista mexicana de
esa época en interesarse seriamente en la lucha contra la opre-
sión especial de la mujer, los homosexuales, etc. Para dar una
idea de lo significativo que era esto en una sociedad como la
mexicana de ese entonces, basta decir que en esa época, el
partido hegemónico en la izquierda, el PSUM, llegó a tener un
comité central de 75 miembros con sólo cuatro mujeres.157
En esa misma época, el PRT adquirió todo un edificio de
varios pisos en la esquina de Xola con Calzada de Tlalpan, en
la colonia Álamos.
Mientras tanto, el frente electoral del partido seguía desa-
rrollándose. Las elecciones parlamentarias de 1985 significa-
ron por primera vez el acceso del partido a la Cámara de dipu-
tados, en las personas de Ricardo Pascoe y Pedro Peñalosa,
entre otros. En febrero de 1987, el PRT logró su primer puesto
ejecutivo electo: el gobierno municipal de Xolalpan, en el
estado de Puebla. Los que antes soñaban con destruir al Estado
capitalista, ahora enfrentaban el desafío de administrarlo,
aunque fuera sólo a nivel local.
En mayo de ese mismo año, después de décadas de exis-
tencia independiente, la LOM lambertista, todavía dirigida por
Luis Vásquez y Ana María López, finalmente ingresó al PRT
como una fracción interna, llamada “Tendencia Cuarta Inter-
nacional”, sin abandonar su filiación a la internacional de
Lambert.
En junio, una escisión izquierdista escindida del PMT de
Heberto Castillo, llamada Corriente de Izquierda Revoluciona-
ria, también se sumó al PRT.
Incluso en las organizaciones campesinas, el dirigente pe-
rretista Margarito Montes y su “Coordinadora Nacional Plan
de Ayala” gozaban de cierta influencia, aunque quizá en parte
gracias a las prácticas clientelares de gestión ante el Estado.
Siendo joven, Montes había sido campesino en el valle
del Yaqui, en el noroeste del país, y a principios de los setenta
había sido becado por su ejido para estudiar agronomía en
Chapingo. Ahí había sido reclutado al GCI y con el tiempo fue
asignado por el partido a encargarse del trabajo campesino.
Gracias al trabajo de Montes en el frente rural, para su V Con-
greso, celebrado en el verano de 1987, el PRT había triplicado
su membresía desde el momento de su fundación (hasta alcan-
zar a cerca de tres mil militantes) y parecía estar en su mejor
momento.
Sin embargo, los años de dependencia de los triunfos
electorales y los consecuentes subsidios públicos tuvieron una
poderosa influencia domesticadora sobre la militancia y el
programa del partido. Las cuotas que los militantes aportaban
según la tradición leninista empezaron a parecer irrelevantes
frente a los sustanciosos subsidios electorales, y por lo tanto a
dejar de pagarse. Edgard Sánchez en particular estaba asocia-
do con la frase “las cuotas no sostienen al partido”, con la que
buscaba enfatizar la importancia de los subsidios.158
En un
balance presentado por el Comité Político para el congreso del
partido en julio de 1987, redactado en un tono general bastante
optimista, se admite, como de pasada:
157
Carr, Barry, op.cit. 158
No todos en la dirección del partido estaban satisfechos con
esta evolución. Carlos Ferra, descontento con el uso que daba
el partido a los fondos electorales, lo abandonó en 1983.
El ‘realismo político’ hace prisioneros a cada vez
más número de militantes y la perspectiva revoluciona-
ria se aleja paulatinamente. De repente muchos camara-
das piensan que todo nuestro futuro se juega en que si
perdemos el registro o no, o, aún más, muchos camara-
das están en este partido por su capacidad de gestión an-
te las autoridades.159
Ni los propios autores de este documento se imaginaban hasta
qué punto su caracterización daba en el clavo. Pronto habría
de hacerse dolorosamente evidente.
Es revelador considerar la evolución de los documentos
programáticos del partido. En la “Declaración de Principios”
del PRT publicada a principios de 1988, la dictadura del prole-
tariado y la revolución obrera no sólo no aparecían, sino que
eran tácitamente rechazadas: Usando el mismo argumento
contra la represión del Estado capitalista y contra la vía guerri-
llera (que tanto había apoyado el partido a principios de los
años setenta), el folleto explica que el PRT estaba “opuesto a
vías no pacíficas y no democráticas para la resolución de los
conflictos sociales y políticos”.160
Nadie en el partido pareció
percatarse de que su Declaración de Principios rechazaba
explícitamente la revolución social. En la “Breve historia del
PRT” publicada al final del mismo folleto, todo el énfasis se
pone en los logros electorales del partido y en su participación
en frentes amplios. Todo esto contrasta claramente con el tono
mucho más revolucionario del folleto de 1977 ¿Qué es el
PRT?161
.
Pero los subsidios electorales no fueron la única razón, ni
tampoco la principal, de esta evolución. Sociológicamente, el
partido también había cambiado. Desde 1985 y hasta el final
de la década, los cuadros que el PRT había implantando en la
industria y que habían logrado convertirse en verdaderos líde-
res obreros fueron perdiendo sus empleos por sus actividades
políticas, y el partido fue quedando aislado de la clase obrera.
Simultáneamente, el movimiento campesino de Montes había
logrado afiliar al partido a varios cientos de campesinos sobre
la base de una política clientelar, de manera que el PRT se fue
convirtiendo, de un partido de cuadros basado en la clase obre-
ra urbana, en un movimiento de gestión para demandas cam-
pesinas y populares. La lealtad incondicional que estos campe-
sinos mostraban por Montes (muchos sentían que le debían
favores vitales) le permitió asegurar una porción significativa
del voto de la militancia, lo que sus camaradas llamaban bro-
meando “la ola verde”.
Aun cuando el partido reclamaba tres mil miembros, el
núcleo de cuadros seguía constituido sólo de los cientos de
militantes que habían sido reclutados siendo estudiantes en la
época del GCI y la LS entre 1969 y 1976. Si bien en esos años
el PRT había aprovechado la eclosión del radicalismo juvenil
para llegar a ser un partido numéricamente significativo y
había tratado conscientemente, a veces con verdadero heroís-
mo, de usar a sus reclutas estudiantiles para hacerse de una
base de apoyo en la clase obrera, a escala social el férreo do-
minio de la ideología nacionalista no clasista sobre el proleta-
159
Documentos de discusión preparatoria del V Congreso del
PRT No. 5 160
folletos Bandera Socialista No. 39 161
folletos Bandera Socialista No. 9
43
43
riado no se rompió y sólo fue posible reclutar a un puñado de
obreros. En cambio, los muchos estudiantes que sí se habían
vuelto cuadros del partido, eran cada vez menos jóvenes y,
como intelectuales y profesionistas, estaban más integrados a
la sociedad capitalista a la que años antes habían declarado la
guerra.
En 1987, Manuel Aguilar Mora abandonó la dirección
central del partido por motivos familiares para irse a vivir a
Hermosillo, Sonora, sin dejar de pertenecer al Comité Central.
Cuando regresó, ocho años después, las cosas habían cambia-
do mucho.
Al acercarse las elecciones de 1988, el PRT decidió volver
a presentar a Rosario Ibarra como candidato presidencial, esta
vez en nombre de un frente electoral conjunto con los more-
nistas del PTZ, y otras organizaciones de lo que entonces se
hacía llamar “izquierda revolucionaria”, como los herede-
ros políticos de Genaro Vásquez, de la ACRN, y sobre todo los
maoístas de la OIR-LM, además de otras agrupaciones más
pequeñas (un tal Partido Humanista, por ejemplo).
Trotsky decía que, si el estilo es el hombre, la terminolo-
gía política no sólo es el hombre, sino también el partido. El
nombre que el PRT y sus aliados escogieron para su coalición
fue nada menos que el del frente popular chileno de Salvador
Allende: la “Unidad Popular” de tan triste destino. Definiti-
vamente un mal augurio. Tal vez como gesto de buena volun-
tad con sus aliados de bloque, el PRT decidió sencillamente
quitar de su insignia las siglas de su nombre y poner en su
lugar la leyenda “Unidad Popular”. Con esa bandera desplega-
da llegó el PRT al año clave de 1988.
XIII
EL TROTSKISMO INTERRUMPIDO
(1987-1991)
En 1987, un nuevo elemento apareció en el ala izquierda de la
política burguesa nacional, alterando fundamentalmente la
gravitación en la que se movían los partidos que se revindica-
ban socialistas. Se trataba de la Corriente Democrática de
Cuauhtémoc Cárdenas y Porfirio Muñoz Ledo que rompía con
el PRI oponiéndose a su giro neoliberal y reclamando una vuel-
ta al nacionalismo popular del viejo partido, una renovación de
su pacto histórico con el movimiento popular y una forma
organizativa realmente democrática.
Para una izquierda históricamente condicionada a pensar
que sólo sería viable un cambio dentro de los límites de la
política capitalista, la nueva corriente vino a ofrecer un “mal
menor” mejor que el que hubiera soñado nunca.
Una fuerte presión hacia una oposición unitaria de iz-
quierda (socialista o no) empezó a desarrollarse en el movi-
miento popular. En 1987, el Partido Comunista (para entonces
llamado PSUM) y el PMT del “socialista nacional” Heberto
Castillo se unieron en un Partido Mexicano Socialista (PMS),
para postular a éste último a la presidencia, pero contando con
una alianza con el recién creado Frente Democrático Nacional
(FDN) en torno a Cárdenas. La fusión entre el PSUM y el PMT y
la fundación del PMS no fueron en realidad sino un paso en la
dirección de la fusión total con el cardenismo. Esto a su vez
tuvo un poderoso efecto en los cuadros del PRT.
Un año antes, el partido había emprendido una orientación
hacia la fusión con el PMT, pues entonces este partido pasaba
por una fase “izquierdista”, que hicieron pensar a los perretis-
tas en la posibilidad de una fusión. Sin embargo, la fase duró
poco y una serie de actitudes de Heberto Castillo que lo aleja-
ron del PRT (como la inclusión del dirigente campesino Cesar
del Ángel en su dirección y su acercamiento al PSUM) hicieron
que la dirección mandelista se viera forzada a dar marcha atrás
y conformarse con una pequeña fracción izquierdista expulsa-
da del partido de Castillo en junio de 1987.
Sin embargo, dos fracciones minoritarias surgieron entre
los cuadros dirigentes del PRT argumentando por continuar del
curso de unificación, ahora con el recién formado PMS. Por un
lado estaban los diputados Ricardo Pascoe y Pedro Peñalosa,
que abogaban sencillamente por disolver al PRT dentro de un
solo gran partido de la izquierda. A su lado estaba la tendencia
de Adolfo Gilly, Arturo Anguiano y el antiguo líder morenista
y fundador del POS, Telésforo Nava, que criticaba a la direc-
ción mayoritaria por haber tenido ilusiones en el PMT, pero
también impulsaba la continuación del curso de fusión con el
PMS, si bien con argumentos un tanto más sofisticados.
Esta tendencia, heredera de la revista Coyoacán, se había
consolidado como oposición interna en 1985, criticando a la
dirección del partido desde la izquierda en torno a la cuestión
de la deuda externa y atribuyendo teóricamente un peso mayor
a la burguesía nacional, contra la línea de la mayoría de ver a
México como una mera semi-colonia del imperialismo. El
elemento que llevó a este grupo a la “derecha” del PRT y a
luchar por su disolución en un bloque con fuerzas de izquierda
no trotskistas y no socialistas fue su temprano entendimiento
de lo que ellos llamaban la “reestructuración del capitalismo”
y que más tarde sería conocido como globalización neoliberal.
Según su argumento, el ala tecnócrata de la burguesía se había
convertido en el enemigo principal, y aliarse con los defenso-
res del desarrollismo nacionalista (i.e. Cárdenas) se volvía
necesario.
A lo largo de 1987, las diferencias entre las minorías disi-
dentes y la dirección del PRT en torno a Edgard Sánchez y
Rodríguez Lascano se radicalizaron cada vez más. A princi-
pios de mayo Adolfo Gilly renunció al Comité Político del PRT
como respuesta al ambiente de hostilidad que la mayoría del
partido había desarrollado en su contra. La razón inmediata de
esta hostilidad había sido un hecho frívolo que sin embargo
adquiere significación a la luz de la historia subsiguiente:
Gilly había participado públicamente en una comida a la que
habían asistido Cárdenas y Muñoz Ledo.162
Otros importantes
líderes de la disidencia, como Anguiano, Pascoe y Peñaloza,
también renunciaron en ese periodo a sus puestos de dirección.
La argumentación política de Gilly a favor de una conver-
gencia con el FDN de Cárdenas se basaba también en el reco-
nocimiento de un hecho que la historia demostró como verídi-
co: el que la radicalización de la clase obrera no la llevaría
162
Modonessi, Massimo, La crisis histórica de la izquierda
socialista en México, Universidad Autónoma de la Ciudad de
México, México 2003
44
44
directamente al socialismo, sino que la volcaría en masa al
cardenismo nacionalista. En cuanto a la descripción de la
realidad externa, Gilly no se equivocaba.
Por su parte, la mayoría del partido, en lugar de reconocer
este hecho y plantear la necesidad de quedarse en minoría
dentro del movimiento obrero y enfrentar un periodo necesario
de asilamiento para preparar una futura independencia del
proletariado, se refugió en un optimismo que resultó bastante
fatuo, alegando que la masa del pueblo estaba a punto de al-
canzar una conciencia socialista y no cardenista. En el fondo,
este argumento no cuestionaba la premisa de Gilly de que el
partido debía amoldarse a la conciencia dominante entre el
proletariado en el próximo periodo, considerando la influencia
de masas como su fin último. Para ese punto, los trotskistas
mexicanos ya no tenían la fuerza interior necesaria para ser,
como quería Trotsky, pesimistas con la cabeza y optimistas
con el corazón.
Sin demasiada confianza en su argumento sobre la con-
ciencia de la clase obrera, Edgard Sánchez, a quien la mayoría
había nombrado su vocero fraccional, prefirió acusar a los
disidentes de violar el centralismo democrático del PRT por el
hecho de haber recurrido a la presa comercial para exponer sus
críticas al partido, como una provocación para ser sanciona-
dos.
Y de hecho lo fueron. En una reunión de tres días del
Comité Central iniciada el 5 de febrero de 1988, la dirigencia
del PRT decidió retirar a los voceros de la minoría de todos sus
cargos de representación pública del partido, argumentando
violaciones organizativas. Es notable que la respuesta de la
mayoría se centrara en este tipo de denuncias estatutarias y no
en una refutación política de las tendencias que buscaban
disolver al PRT. Lo que estaba en juego, sin embargo, no era
sólo la integridad organizativa del partido, sino la existencia
independiente del trotskismo y de toda la izquierda socialista
del país.
Desde el inicio mismo del año electoral, quedó claro que
la campaña de Cárdenas se convertía en un irresistible movi-
miento de masas. Esto aumentó la presión sobre toda la iz-
quierda socialista para sumarse a esa tendencia. Curiosamente,
Heberto Castillo (que deseaba ser el candidato conjunto de la
izquierda) y su partido, el PMS, ideológicamente más cercano
al nacionalismo cardenista y representante histórico de la iz-
quierda socialista moderada, resistió esta presión más tiempo
que otros grupos más pequeños, aun cuando éstos se ubicaran
en la llamada “extrema izquierda”. Esto se debía, en parte, a
que estos grupos electoralmente insignificantes, a diferencia
de Castillo, no tenían posibilidad de obtener provecho inme-
diato alguno de una candidatura socialista independiente.
Así, en febrero de 1988, la principal aliada del bloque del
PRT, la mayoría de la maoísta OIR-LM, centrada en los estados
de Durango y Nuevo León, rompió definitivamente con su
coalición electoral (la “Unidad Popular”) y se sumó también a
la campaña de Cárdenas, alegando que los trotskistas “hege-
monizaban” demasiado la coalición.163
En realidad, la coexis-
163
Ibid. El local del Valle de México de la OIR-LM, en torno
a Rosario Robles, mantuvo su alianza con el PRT hasta la
aparición del MAS. El resto de la organización, basada en los
estados de Nuevo León y Durango, en torno a Alberto Anaya,
daría origen al Partido del Trabajo en la década siguiente.
tencia en la UP de la OIR-LM maoísta con el PRT trotskista,
dos organizaciones de signo ideológico históricamente tan
opuesto, necesariamente estuvo marcada desde su origen por
una constante desconfianza mutua, reflejada en una gran can-
tidad de querellas organizativas para delimitar el territorio de
cada una dentro de la coalición.
Con un lenguaje tradicionalmente estalinista, el intelectual
maoísta Julio Mongel declaraba su alianza con el movimiento
cardenista un “frente popular”,164
en un sentido positivo, lo
que en la cultura política trotskista equivale a la peor de las
traiciones de clase.
La defección de los maoístas y la consecuente ruptura de
la UP, por un lado, y las medidas organizativas que la mayoría
llevó a cabo contra la disidencia en febrero, por el otro, preci-
pitaron la escisión dentro del PRT. Ese mismo mes, tanto la
fracción de Pascoe como la de Gilly rompieron definitivamen-
te con el partido. La escisión se hizo pública el 29 de febrero,
una fecha que sólo aparece en el calendario cada cuatro años,
pero que en 1988 fue decisiva para la historia del trotskismo
mexicano.
Uniéndose a otros grupos de la izquierda no trotskista a
los que el PRT se orientaba (la ACRN guerrerense y el local del
Valle de México de la OIR-LM), a lo largo del mes de marzo
los disidentes recién escindidos formaron el llamado Movi-
miento al Socialismo (MAS)165
y se adhirieron también a la
campaña de Cárdenas.
Orientada ideológicamente por Gilly, la recién nacida or-
ganización publicó su propio periódico, la Bola, a la que al
poco tiempo se sumó también la Organización Revolucionaria
Punto Crítico de Álvarez Garín. Estos grupos, que habían
conformado el medio político más próximo al PRT, ahora re-
nunciaban a apoyarlo en las elecciones para darle su apoyo a
Cárdenas.
El MAS, que tenía una importante base de apoyo en la
mayoría de la dirigencia del CEU de Antonio Santos, Imanol
Ordorika y Carlos Imaz (del ala radical de la dirección ceuista
nacería después la corriente En Lucha), organizó uno de los
mítines más importantes de la campaña de Cárdenas, el de
Ciudad Universitaria, significativamente realizado en contra
de la voluntad de las autoridades universitarias.
Aunque los dirigentes del MAS originalmente habían plan-
teado mantener una existencia organizativa propia dentro de lo
que más tarde sería el PRD para impulsarlo hacia posturas
“socialistas”, en su primer congreso fijaron los términos de su
disolución.166
Gilly, que desde su militancia posadista era
conocido por su valoración entusiasta del cardenismo original,
habría de convertirse en asesor personal de Cuauhtémoc Cár-
denas y uno de los ideólogos principales del neo-cardenismo.
Ricardo Pascoe fue nombrado jefe de comunicación social del
recién formado PRD.167
Arturo Anguiano, por su parte, que
164
Ver: Modonessi (op. cit.) 165
No confundir con el MAS argentino de Nahuel Moreno. 166
La formación del MAS de Gilly está descrita en el libro de
Manuel Aguilar Mora Las huellas del porvenir, así como en la
tesis de maestría de Massimo Modonessi, La crisis histórica
de la izquierda socialista en México. 167
Doce años después, Pascoe aceptaría colaborar con el go-
bierno de Fox como embajador en Cuba. Durante su gestión,
el gobierno mexicano emprendió la política más hostil a Cuba
45
45
representaba la izquierda de la tendencia en torno a Gilly,
volvió a acercarse al PRT tras la disolución del MAS y en lo
sucesivo se mantuvo cercano al ala dirigida por Sergio Rodrí-
guez.
Con su integración a lo que más tarde sería el PRD, Gilly
daba un paso más en el sentido de la política pablista y posa-
dista, que siempre valoró más la participación en el movimien-
to de masas nacional y democrático que el mantener un perfil
independiente y específicamente trotskista o socialista. Para
esta concepción, como hemos visto, el potencial progresista
objetivo atribuido a los movimientos democrático-
nacionalistas era más importante que su contenido subjetivo o
ideológico, e incluso más importante que la existencia de una
vanguardia socialista independiente. Para usar el pasaje de
Gilly anteriormente citado, “una revolución no se explica [...]
por lo que sus jefes hagan o dejen de hacer, sino por esa rebe-
lión de las masas”.
Más aun, no puede descartarse que la valoración que Gilly
hacía de la “sabiduría histórica”, no del todo consciente, de las
masas, y consecuentemente de lo que él llamaba la dimensión
simbólica de la política, lo predispusiera a confiar en líderes
carismáticos hondamente arraigados en el imaginario de sus
seguidores, como Cuauhtémoc Cárdenas (y antes Posadas),
que en sí mismos no necesariamente eran más inteligentes o
meritorios que él mismo.168
En cierto modo, Gilly estaba repitiendo, doce años des-
pués, y sin la tutela del delirante Posadas, la trayectoria del
resto del POR (T) posadista, que en 1976 había decidido apoyar
electoralmente al PRI en nombre del nacionalismo. Una vez
más, se trataba de la culminación lógica de su perspectiva
teórica, y no de una “traición” en la búsqueda de prebendas
personales. La diferencia –que es una gran diferencia-- es que
mientras el POR del año ’76 ignoró la realidad externa de radi-
calización creciente de la izquierda y con su decisión se aisló
del resto del movimiento social, el MAS del año ‘88 estaba
representando una tendencia históricamente relevante, e inclu-
so dominante, de la izquierda: su auto-disolución en el carde-
nismo.
De hecho, el gigantesco mítin cardenista de Ciudad Uni-
versitaria organizado por el MAS fue uno de los factores que
aumentaron la presión sobre el PMS y Heberto Castillo para
que declinaran su candidatura a favor de Cárdenas, cosa que
finalmente hicieron en el mes de junio. Con este acto, la masa
de la izquierda socialista mexicana quedaba históricamente
disuelta en el nacionalismo cardenista.
Por su parte, lo que quedó PRT y de su bloque electoral
(en el que sólo se mantuvieron los morenistas del PTZ y otros
grupos aun más pequeños) no renunció a presentar a su candi-
data propia, pero no se atrevió a contraponerse frontalmente a
las grandes masas que apoyaban al FDN y describió ese apoyo
y más sumisa a Estados Unidos de la historia. Pascoe tuvo que
ser retirado de Cuba en un escándalo diplomático en 2002.
Pedro Peñaloza habría de convertirse en funcionario de la
PGR. 168
Según M. Aguilar Mora, Ernest Mandel solía decir que el
problema de Gilly era que se dejaba guiar por políticos mucho
menos valiosos que él mismo, refiriéndose tanto a Cárdenas
como, en retrospectiva, a Posadas.
como una dinámica “totalmente positiva”,169
refiriéndose al
cardenismo siempre como a una especie de mal menor. Lejos
de solucionar el aislamiento del partido, esta posición contra-
dictoria no hizo sino acentuarlo, y en las elecciones el PRT no
logró la cantidad de votos necesaria y perdió el registro.
El partido no había logrado explicarle a su propia audien-
cia por qué si Cárdenas era el “mal menor” era necesario votar
por el PRT. La mayoría de sus antiguos simpatizantes votó,
pues, por el FDN.
Como es sabido, tras las elecciones del 6 de julio, el go-
bierno priísta y su candidato Carlos Salinas se negaron a reco-
nocer el triunfo de Cárdenas. El PRT, vio en este ataque anti-
democrático la oportunidad de romper el aislamiento en el que
se encontraba y se unió a los cardenistas y a otras fuerzas
opositoras (no necesariamente izquierdistas) en un “Frente
Patriótico Nacional” en defensa del voto, gestionado con los
dirigentes del PRT por el propio Gilly. Con este bloque, esta
versión del trotskismo mexicano daba un paso más en direc-
ción de su disolución como partido socialista.
La misma presión de arriar la bendera roja para izar la
bandera amarilla del cardenismo, que Gilly había teorizado
conscientemente, era compartida inconscientemente por mu-
chos de los miembros del PRT. Hay que aclarar que el replie-
gue ideológico generalizado fue el resultado orgánico de su
concepción teórica previa y la erosión de su cultura política
trotskista, pero en general no estuvo condicionado por la trai-
ción, el arribismo, o la cobardía personales por parte de los
militantes. No fue un problema de corrupción moral.
Aun bajo la bandera de la defensa de la victoria electoral
cardenista, los militantes del PRT estaban dispuestos a dar la
vida por lo que ellos entendían como el interés de pueblo
oprimido. Así, por ejemplo, junio de 1988 dos miembros del
partido, Álvaro Zamora y Melitón Hernández, fueron asesina-
dos por matones gobiernistas en el estado de Puebla. Este
último era un veterano líder campesino indígena que había
llegado a ser candidato del PRT a diputado federal.170
Cuatro
meses después, el dirigente perretista de Morelos, José Ramón
García (que procedía de la tendencia lambertista), fue desapa-
recido y probablemente asesinado por el gobierno debido a su
actividad dirigente en el movimiento cardenista en contra del
fraude electoral en Cuautla.171
A lo largo de los siguientes
años, cientos de partidarios de Cárdenas, muchos de ellos
veteranos de la izquierda, sufrieron esta misma suerte.
Sin embargo, este grado de abnegación militante a lado de
“las masas cardenistas” no le sirvió al partido para crecer or-
ganizativamente. Todo lo contrario. La pérdida del subsidio
estatal significó para el PRT el inicio de la crisis más grande de
su historia, una crisis que acabaría siendo terminal. El partido
no sólo perdió mucha de su cohesión nacional, sino que una
cantidad importante de militantes lo abandonó en desbandada,
tal vez por efecto del propio discurso cada vez más pro-
cardenista de su partido, cuya existencia era presentada como
superflua, al menos por implicación. Bandera socialista y La
Batalla se volvieron enormemente infrecuentes y el partido
169
Sergio Rodriguez Lascano en entrevista con International
Viewpoint, 30 de mayo de 1988 170
La Jornada, 26 de junio de 1988 171
Bandera Socialista, año 2, no. 18, agosto de 2005
46
46
como tal fue desapareciendo de las marchas y concentraciones
de la izquierda.
En diciembre de 1989, no viendo nada que ganar en el de-
rruido PRT, la fracción lambertista de Luis Vásquez y Ana
María López (que había luchado por que el partido se sumara
al FDN, pero no se habían escindido con el MAS) decidió aban-
donar el partido, rechazando abiertamente el concepto de par-
tido de vanguardia.172
Así se constituyó el Grupo Tribuna
Internacional, que al poco tiempo habría de adoptar el nombre
de Organización Socialista de los Trabajadores (OST), llamán-
dose a sí misma “sección mexicana de la Cuarta Internacional”
(la de Lambert) y publicando su propio órgano: El Trabajo. 173
Para las elecciones legislativas de 1991, las primeras en
las que el PRD competía como tal, el PRT hizo un último es-
fuerzo de participación electoral independiente y se alió con
los restos de las organizaciones de la izquierda que no habían
aceptado sumarse al cardenismo para conformar un Frente
Electoral Socialista, que sin embargo no logró ningún éxito.
Este fracaso, naturalmente, no hizo sino agravar la crisis, cu-
yas secuelas discutiré más adalente.
UNA VEZ MÁS, LOS MORENISTAS
Veamos cuál fue la suerte que corrieron los morenistas en
ese mismo periodo. Para ellos, el año de 1987 estuvo marcado
por un acontecimiento mil veces más importante que la diso-
lución en masa de la izquierda socialista mexicana en el na-
cionalismo cardenista. Se trata de la muerte en Argentina del
caudillo Nahuel Moreno. Decenas de miles de sus partidarios
se reunieron en Buenos Aires para conmemorar al “viejo
Nahuel”. Fundamentalmente, la autoridad sin paralelo que “el
viejo” tenía en su movimiento servía como elemento simbóli-
co para mantenerlo unido. Así, apenas un año después de su
muerte, el morenismo internacionalmente sufrió su primera
gran crisis y comenzó su largo calvario de escisiones.
En México, en enero de 1988, el PTZ expulsó de sus filas a
una veintena de militantes, que se había opuesto desde la iz-
quierda a la unificación del partido con una organización ba-
rrial populista, así como a la política de maniobras y alianzas
electorales que los morenistas seguían con respecto al PRT y
otras organizaciones, y en particular a su participación en la
“Unidad Popular”.
El grupo disidente incluía a Mario Caballero, Humberto
Herrera y un miembro de la dirección nacional del PTZ, Gerar-
do Vega. Siendo adolescente en los años setenta, Vega había
sido reclutado por la fracción morenista del PRT en el CCH
Nahucalpan. Antes de unirse al trotskismo, Vega había sido
maoísta, y tras su conversión había tenido que salir literalmen-
te huyendo de su escuela, pues los maoístas locales lo tenían
amenazado de cobrarle su “traición”.
Pero volvamos al año ‘88. El grupo expulsado constituyó
la Fracción Trotskista Revolucionaria, para retomar al poco
tiempo el nombre POS y la famosa insignia del puño (nombre e
172
PRT, Boletín interno de discusión e información No. 89 173
En las elecciones parlamentarias de 1991, la OST llamó a
votar por candidatos tanto del PRT como del PRD, e incluso
integró a sus candidatos a listas parlamentarias locales de éste
último, con lo que logró acceder al Congreso estatal de Chia-
pas.
insignia originales del PTZ, que esta organización había
abandonado un año antes). La nueva organización, reivindi-
cando un regreso al morenismo ortodoxo, no tardó en sacar un
órgano propio, una modesta publicación mimeografiada con el
título de Alternativa Socialista, editada por Vega. Durante la
campaña electoral del ‘88, el recién creado POS consideró en
un principio apoyar desde afuera al PRT, pero conforme la
campaña de Rosario Ibarra se fue convirtiendo en un auxiliar
de la de Cárdenas, los militantes de la organización decidieron
no participar.
Pronto, el POS entró en contacto con el PTS argentino, una
escisión izquierdista de medio millar de miembros que había
sido expulsada de la organización morenista oficial más o
menos al mismo tiempo que el POS mexicano, oponiéndose al
fatuo mesianismo nacional de la dirección de la LIT (que cada
año afirmaba la inminencia de la toma del poder en Argenti-
na). En junio de 1989, el POS mexicano y el PTS argentino
fundaron formalmente la Fracción Internacionalista, que, pese
a las expulsiones, todavía reclamaba su adhesión a la LIT mo-
renista.
La colaboración internacional con una organización mu-
cho más grande como lo era el PTS permitió a Vega y sus ca-
maradas una ampliación importante de sus capacidades técni-
cas y financieras, con lo que Alternativa Socialista pasó a
convertirse en un órgano más profesional, impreso a dos tin-
tas. Con el movimiento general a la derecha de todas las de-
más organizaciones que se reivindicaban trotskistas, el joven
POS quedó ubicado en el extremo izquierdo del espectro, al
menos por el momento. Como veremos más adelante, en el
futuro, este grupo habría de cambiar su nombre por el de LTS.
Con la muerte de Nahuel Moreno, la siempre variable
personalidad ideológica de los morenistas tenía que quedarse
fija, pero pronto fue claro que entre ellos no había un acuerdo
sobre cómo exactamente debía ser esa nueva y más estable
personalidad política.
XIV
EL RELEVO:
SU INTERNACIONAL Y LA NUESTRA
(1990)
A principios de 1990, cuando la decadencia del trots-
kismo mexicano parecía haber llegado a su punto culminante,
aparecieron en México dos nuevas y muy activas tendencias
trotskistas, ubicadas en los dos extremos del espectro.
Ese año apareció el primer número del periódico Militante,
presentando un llamativo encabezado rojo brillante. Se trataba
de la sección mexicana de la tendencia “Militante” internacio-
nal encabezada por el trotskista de origen sudafricano Ted
Grant. En 1950, cuando la IV Internacional todavía existía
como u movimiento unido e incuestionable, Grant (Isaac
Blank) había dirigido una escisión en el trotskismo británico
en oposición al “entrismo” en el partido laborista. Durante la
ruptura, el sudafricano adquirió una profunda hostilidad contra
el dirigente de entonces, Gerry Healy, y contra el estadouni-
dense James Cannon, la figura internacional más influyente de
esa época en las secciones de habla inglesa. Poco después,
47
47
tanto Cannon como Healy serían los líderes del Comité Inter-
nacional antipablista.
Así, pese a que su postura había sido contraria al entris-
mo, cuando Healy y Cannon se separaron del Secretariado
Internacional de Michel Pablo en 1953, Grant tomó lado con
éste último. Fue como parte de esta tendencia que diez años
después Grant estuvo entre los fundadores del Secretariado
Unificado.
Sin embargo, para mediados de los años sesenta su políti-
ca había adquirido un contenido distinguible y cada vez más
derechista, negando en general que las crisis revolucionarias
fueran posibles en el próximo periodo, especialmente en Eu-
ropa. En 1965, Grant rompió con la Internacional y lanzó su
propia tendencia en el ámbito británico, que poco a poco fue
adquiriendo un carácter internacional, conocida como tenden-
cia “Militante”.
Los elementos políticos característicos de esta corriente
eran un profundo pesimismo sobre la proximidad de oportuni-
dades revolucionarias, un total desprecio por las demás ten-
dencias del trotskismo (a las que Grant llamaba despectiva-
mente “las sectas”) y, sobre todo, la estrategia del “entrismo”
en los partidos obreros reformistas de masas, como el Partido
Laborista británico o el PSOE español. Esta muy particular
versión del “entrismo” se caracterizaba por su carácter perma-
nente, así como por su aplicación universal en todos y cada
uno de los países donde la tendencia Militante tuviera sección,
independientemente de las circunstancias particulares. Esta
situación forzaba a sus secciones afiliadas a adoptar posturas
sumamente conciliadoras en los distintos ámbitos nacionales,
mientras una cierta ortodoxia izquierdista se mantenía en sus
análisis históricos o internacionales a distancia.
En el México de principios de los años noventa, sin em-
bargo, no existía ningún partido obrero reformista de masas.
Así, a falta de algo mejor, el periódico Militante nació incrus-
tado en el PRD de Cuauhtémoc Cárdenas, que nunca tuvo la
pretensión de ser un partido “socialista” u “obrero”. Esto cons-
tituyó un paso más hacia la derecha de toda su tendencia inter-
nacional. Naturalmente, la descripción que el Militante hacía
del PRD en su conjunto excluía toda caracterización de clase,
reservando el término “burgués” a la “dirección actual” del
partido. Pese a esta contradicción, o tal vez precisamente gra-
cias a ella, la nueva tendencia habría de encontrar un suelo
fértil en México y habría de sobrevivir muchos años.
A lo largo de su historia subsiguiente en México, Militan-
te se mantuvo al margen de las maniobras de coalición y fu-
sión de las otras tendencias. El entusiasmo juvenil y la adhe-
sión a los símbolos y la terminología rojo brillante del trots-
kismo por parte de este grupo, si bien con un contenido políti-
co no muy ortodoxo en términos de la independencia de clase,
contrataba fuertemente con el estilo desmoralizado y gris que
el trotskismo mexicano había adquirido para entonces. El
nuevo grupo no estaba marcado por la historia nacional de
riñas familiares y frustración que determinaba a las otras ten-
dencias. Pero esto no era el caso sólo de los grantistas.
BAJO EL SIGNO DE ESPARTACO
Mientras el Militante nacía en el extremo derecho del es-
pectro trotskista, otra tendencia hasta entonces desconocida en
México aparecía en el extremo izquierdo. En 1989 apare-
cieron los primeros y muy modestos volantes firmados por el
Grupo Espartaquista de México (GEM), un pequeño núcleo de
cuadros internacionales dirigidos por un tal A. Negrete, de
procedencia estadounidense.174
Se trataba de una sección de la
Liga Comunista Internacional (LCI, antes tendencia Esparta-
quista internacional), originada en Estados Unidos a principios
de los sesenta. Si bien nunca pasó de tener un par de cientos de
militantes, al igual que el SWP, la Liga Espartaquista de
EE.UU. se mantuvo políticamente estable en el contexto esta-
dounidense a lo largo de sus varias décadas de existencia, lo
que le permitió constituirse en el centro de una tendencia in-
ternacional.
Esta muy particular tendencia se había originado en 1963
dentro del SWP en oposición al giro “pablista” que adoptó este
partido a raíz de la Revolución Cubana y desde entonces se
había caracterizado por un minucioso apego a la ortodoxia
trotskista, así como por haberse mantenido al margen de todas
las alianzas y bloques en los que habían participado las demás
tendencias internacionalmente en la década de los setenta.
Esto, junto con un estilo particularmente despiadado en las
polémicas y las caracterizaciones, le había ganado también
una fuerte reputación de sectarismo. En estas y otras cuestio-
nes, la tendencia reflejaba la afilada personalidad de su funda-
dor y líder histórico, el estadounidense James Robertson.
Los miembros de esta tendencia buscaban representar con
la mayor fidelidad los principios del trotskismo tradicional, y
de ahí derivaban un orgullo que los hacía difíciles de soportar
por el resto de la izquierda. A diferencia de los mandelistas y
los morenistas, los espartaquistas se guiaban por una doctrina
cerrada y bien definida que admitía pocas variaciones empíri-
cas: era su mayor virtud y también su mayor defecto. En esto,
su estilo recordaba al de los viejos posadistas: tajantes, abne-
gados y absolutamente seguros de tener la razón en todo, en
tanto no improvisaran y se apegaran a la doctrina.
Pero si en el plano del estilo moral y personal la confianza
de los espartaquistas en si mismos recordaba a los viejos posa-
distas, en el plano ideológico esta tendencia se encontraba en
el extremo opuesto de lo que antes llamé la concepción “obje-
tiva” de la revolución permanente que tan claramente caracte-
rizaba a los seguidores de Posadas. Para los espartaquistas, el
factor consciente o “subjetivo”, encarnado en un partido que
tuviera continuidad política y humana con la Revolución de
Octubre, era absolutamente crucial para futuras revoluciones.
La teoría de la revolución permanente era entendida, pues, no
como una descripción de la realidad, sino como un programa:
la vanguardia socialista debía orientarse sólo al proletariado
industrial incluso en los países neocoloniales, pues sólo éste
podría arrastrar tras de sí a los campesinos y el resto del pue-
blo oprimido. Esto exigía la más rigurosa independencia de
clase de los obreros, por lo que cualquier bloque de frente-
popular o incluso cualquier coalición política o electoral con
fuerzas obreras que tuvieran programas frente populistas (co-
mo los PCs) era una traición inconcebible. Más aun, por mucho
que esto la aislara, la vanguardia debía combatir sin ningún
174
Para fines de trabajo público había adoptado el mismo
seudónimo de Rosalío Negrete (Russel Blackwell), trotskista
estadounidense que propició la fundación del primer trotskis-
mo mexicano.
48
48
escrúpulo de diplomacia toda ilusión en la posibilidad de una
revolución democrática llevada a cabo al margen de un pro-
grama consecuentemente socialista, es decir, marxista, leninis-
ta y trotskista.
Como hemos visto, el triunfo de revoluciones sociales en
países como China, Cuba, etc. servía como demostración de la
concepción objetivista de la revolución permanente. Así lo
había comprendido Adolfo Gilly al argumentar su concepción
de la Revolución Interrumpida. A diferencia de los lambertis-
tas, los espartaquistas reconocieron desde el comienzo que
Cuba (y con ella los países de Europa del este, China, Vietnam
y Corea del Norte) se había convertido en un Estado obrero,
pero ¿cómo explicaban estos trotskistas ortodoxos que el capi-
talismo hubiera sido derrotado por ejércitos campesinos diri-
gidos por fuerzas políticas que de ningún modo podían carac-
terizarse como verdaderamente revolucionarias (es decir,
trotskistas)?
La explicación alternativa que produjo la tendencia espar-
taquista fue quizá su mayor aportación teórica al movimiento
trotskista. Incluso los altamiristas de la lejana Argentina (que
por lo demás odiaban a los espartaquistas) les reconocían este
mérito.175
Para resumir a grandes rasgos esta explicación, la
Guerra Fría y la existencia de una Unión Soviética (que sí fue
conseguida por una revolución proletaria ortodoxa) habían
abierto una ventana histórica excepcional en la que ejércitos
pequeño burgueses del tercer mundo (como el 26 de julio de
Castro), bajo circunstancias nacionales también excepcionales,
pudieron aplastar las relaciones de propiedad capitalista y
crear Estados obreros, pero no llevar a la clase obrera al poder
político, lo que se expresaba en la falta de democracia obrera.
Los resultados fueron, pues, Estados obreros degenerados,
cualitativamente similares a la URSS bajo Stalin y sus herede-
ros. De acuerdo al esquema trotskista desarrollado para el caso
soviético, estos Estados debían defenderse incondicionalmente
desde el punto de vista militar, pero al mismo tiempo había
que luchar por una revolución política proletaria que barriera
con sus direcciones estalinistas e implantara la democracia
obrera, conservando al mismo tiempo sus conquistas sociales.
Este análisis llevó a la tendencia espartaquista a mante-
nerse independiente de las direcciones cubana, china, soviética
etc. en los años sesenta, cuando Pablo preconizaba el apoyo
político total a ellas. Paradójicamente, fue también este análi-
sis el que los llevó a mantenerse firmes en la concepción de la
“defensa militar incondicional” a estos mismos Estados en los
años ochenta, cuando el resto de las organizaciones trotskistas
se encontraban apoyando los movimientos contrarrevoluciona-
rios democráticos o nacionales. Tal vez por esto los esparta-
quistas adoptaron el nombre de Liga Comunista Internacional
precisamente en la época en que la palabra “comunista” caía
fuera de moda incluso dentro de la izquierda radical. De la
docena de nuevas organizaciones trotskistas surgidas en Méxi-
co a partir de ese momento, ninguna otra adoptó esta palabra
en su nombre, prefiriendo en general la de “socialista”. De
manera concomitante a su concepción del mundo, la noción
organizativa de los espartaquistas correspondía al más rígido
leninismo, tal como fue codificado en los primeros congresos
de la Internacional Comunista para los grandes partidos afilia-
175
Coggiola, op. cit
dos, pero aplicado (con las inevitables exageraciones) a sus
pequeñísimos grupos nacionales de propaganda.
A principios de los años noventa, la tendencia esparta-
quista había sido prácticamente la única en el mundo que no
aplaudió en modo alguno ni prestó credenciales democráticas
a los movimientos pro-capitalistas que destruyeron a la Unión
Soviética y el bloque oriental, una posición ortodoxamente
trotskista que, sin embargo, en el medio del trotskismo mun-
dial de la época, le valió la acusación de filo-estalinista. De
hecho, en 1989 los espartaquistas habían intervenido fuerte-
mente en Alemania Oriental, con una línea que enfatizaba
como la tarea más urgente el oponerse a la reunificación capi-
talista.
Abordemos, pues, la historia de esta tendencia en el te-
rreno mexicano específicamente.
Como hemos visto, la época en que los espartaquistas en-
viaron representantes a México coincidió con el desplazamien-
to masivo de la izquierda mexicana --incluyendo a su compo-
nente trotskista-- de la política socialista independiente a la
órbita del nacionalismo cardenista. Este movimiento general a
la derecha dejó un vació político que los espartaquistas busca-
ron llenar, si bien a escala muy reducida.
Desde luego, no todos los trotskistas mexicanos habían
aceptado el giro a la derecha sin resistirse. El grupo trotskista
nacional que se mantenía más a la izquierda en ese momento
era la pequeña escisión del PTZ entonces llamada POS (después
LTS) en torno al periódico Alternativa Obrera, que entonces
acababa de encontrar aliados en el PTS argentino.
Al enterarse de que los espartaquistas tenían una represen-
tación en México, el PTS solicitó a sus afiliados mexicanos que
estudiaran sus posiciones, si bien más con el ánimo de cono-
cerlas para poder refutarlas polémicamente que con el de ex-
plorar la posibilidad de una fusión. Los encargados de llevar a
cabo este estudio fueron los dirigentes del grupo mexicano
Gerardo Vega y Humberto Herrera, ambos viejos cuadros del
morenismo. El primero, como hemos visto, había sido miem-
bro fundador y parte de la dirección nacional del PTZ y enton-
ces era el director de Alternativa Socialista, el periódico del
joven POS. Herrera, por su parte, había sido miembro de la
tendencia morenista desde sus orígenes en la LS, antes de la
fusión con el PRT, además tenía una larga historia de militancia
sindical como trabajador del aeropuerto y, por cierto, era el
esposo de Xochiquetzal Ruiz, cuadro dirigente del PTZ. A su
vez, Vega y Herrera mantenían desde tiempo atrás una estre-
cha relación política y personal.
La investigación tuvo un desenlace inesperado: tras un
estudio iniciado con ojos de hostilidad, Vega y Herrera fueron
ganados a las posiciones espartaquistas, especialmente en
cuanto a la defensa de los Estados obreros de Europa Oriental
y la evaluación que se hacía de su proceso de desintegración.
El PTS, con una visión característicamente morenista, sostenía
que los procesos anti estalinistas iniciados en 1988, y entonces
todavía en curso en esa región, eran revoluciones populares
progresistas, mientras que los espartaquistas veían en ellos
contrarrevoluciones sociales que reimplantarían el capitalismo
en Europa Oriental y la URSS y abrirían un periodo reacciona-
rio a escala mundial. Con el tiempo, por desgracia resultó que
los segundos tenían razón.
Así pues, el 20 de mayo de 1990, un pequeño grupo de
miembros dirigidos por Vega y Herrera presentaron una plata-
49
49
forma de cuatro puntos sobre los Estados obreros, declarándo-
se como Fracción Trotskista (FT) dentro del POS. Eran cuadros
influyentes y constituían una buena porción de una organiza-
ción tan pequeña, pero no tenían el endoso internacional del
poderoso PTS argentino y sobre todo estaban rompiendo explí-
citamente con la arraigada tradición morenista. Por eso, ese
mismo día, con los consejos de un representante de la direc-
ción del PTS argentino, la reunión votó por expulsar sumaria-
mente a la FT acusando a sus miembros de ser “agentes espar-
taquistas” por sus posiciones políticas. No se presentó ninguna
acusación de haber roto la disciplina de la organización o de
haber violado estatuto alguno.
Apenas unas semanas después, el GEM y la FT publicaron
un folleto conjunto con los documentos de la lucha interna del
POS en el que la FT rechazaba la herencia del morenismo y
anunciaba su fusión con los espartaquistas.176
La adquisición de cuadros dirigentes nativos consolidó
definitivamente al GEM como sección mexicana del esparta-
quismo, con lo cual a finales de 1990 apareció el número uno
de la revista Espartaco, con un comité de redacción compues-
to por Negrete, Vega y Herrera. El nuevo grupo no sólo con-
trastaba con al resto de la izquierda por su política sino tam-
bién por la forma de su trabajo. Construido casi exclusivamen-
te en torno a su revista, que a su vez se apoyaba fuertemente
en traducciones de artículos internacionales de nivel semi-
teórico, el trabajo del grupo repetía con rasgos acentuados las
características que había tendido la LOM en los años sesenta.
Tras la virtual desaparición del PRT en 1988-91, el GEM
quedó siendo prácticamente el único grupo trotskista que le-
vantaba con prominencia los temas de la lucha por la libera-
ción de la mujer y otras cuestiones controvertidas relacionadas
con la sexualidad en el contexto de una izquierda que respeta-
ba los tabús que la conservadora sociedad mexicana imponía.
Por su parte, al frente del decapitado POS quedó Mario
Caballero, un trabajador postal no particularmente articulado.
Su periódico, Alternativa Socialista no dio explicación alguna
a sus lectores respecto a la escisión, aun cuando ésta había
sido verdaderamente catastrófica para las capacidades del
pequeño grupo. Aunque sólo Vega y Herrera terminaron por
unirse al GEM, algunos otros miembros dejaron la organización
junto a la FT y otros más se fueron saliendo a lo largo del si-
guiente año. Así, el POS quedó reducido a un puñado de cuatro
o cinco cuadros aislados como un apéndice de izquierda del
morenismo oficial. Como veremos más adelante, sólo después
de 1998 empezaría a romperse este aislamiento, y la organiza-
ción, para entonces rebautizada LTS, adquiriría un perfil políti-
co propio.
XIV
LA ERA DE LA ESCISIÓN PERMANENTE
(1991-1998)
La aparición del neo-cardanismo a la izquierda de la política
burguesa mexicana coincidió en el tiempo con la desaparición
de la Unión Soviética y el bloque “socialista” de Europa
Oriental. Millones de trabajadores, intelectuales y jóvenes de
todo el mundo aceptaron la propaganda imperialista de que
176
Boletín de la FT y el GEM Del morenismo al trotskismo—
La cuestión rusa a quemarropa (junio de 1990)
aquello era “la muerte del comunismo”. Esto marcó el
mayor punto de quiebre en la historia de la izquierda mundial
desde la Revolución de Octubre, y tuvo un poderoso efecto
desmoralizador y desorganizador del movimiento marxista en
todas su variantes. Si a la Revolución de Rusa de 1917 habían
seguido años de ascenso revolucionario expresado en la reali-
dad concreta de cada país, a la contrarrevolución siguieron
años de reacción y desorganización de la izquierda, incluyen-
do al trotskismo, que también se expresó en las distintas reali-
dades nacionales.
Con pocas excepciones, sin embargo, el movimiento
trotskista en un primer momento se negó a reconocer en ello
una derrota y de hecho celebró el contragolpe de Boris Yeltsin
que marcaba la caída de la URSS. Naturalmente, nadie fue tan
lejos en este sentido como la tendencia morenista, que desde
principios de los ochenta se caracterizaba por una marcada
estalinofobia. Para esta tendencia, el proceso de desintegración
del bloque soviético había significado “la derrota histórica del
frente conrtrarrevolucionario mundial”177
, y saludó el contra-
golpe de Yeltsin de 1991 que culminó la destrucción de la
URSS como “la Revolución de Agosto”.
Pero esta posición no fue de ningún modo única de los
morenistas. También la prensa internacional del Secretariado
Unificado llamó a “luchar a lado de Yeltsin”. En México,
Aguilar Mora, por ejemplo, escribió desde Sonora un artículo
en septiembre de 1991 sobre el contra golpe de Yeltsin al que
tituló elogiosamente “Tres días que siguen conmoviendo al
mundo”.178
Sin embargo, por debajo de las fanfarrias, en la
práctica concreta se fue imponiendo una realidad cada vez más
oscura.
La profunda crisis a la que entró el PRT a partir de 1988,
se vio agravada en 1991 por los pobres resultados que obtuvo
en las elecciones legislativas. Como hemos visto, el partido
desapreció de las manifestaciones de la izquierda y su prensa
se volvió cada vez más infrecuente (entre junio de 1990 y
diciembre de 1991 Bandera Socialista apareció una sola vez).
Habiendo perdido la costumbre de contar con las cuotas de los
militantes, el partido había llegado a depender enteramente en
los subsidios electorales, que ahora desaparecían.
El colapso organizativo estuvo acompañado de una pro-
funda crisis política. A este nivel, la desbandada perretista
tuvo dos grandes expresiones. En primer lugar, entre los acti-
vistas del movimiento “de masas” nació una marcada tenden-
cia a depender de los programas sociales del salinismo (como
PRONASOL) que llevó a una actitud de colaboración abierta con
el gobierno. Esta tendencia fue ejemplificada por la actuación
de la regional de Colima de entre 1988 y 1992, a la que la
propia dirección del partido acusaba de hacer parecer al PRT un
partido “palero del gobierno”, y por la participación del diri-
gente campesino Margarito Montes (el mismo que en el 79
había sido caracterizado como “ultraizquierdista”) en el “Ma-
nifiesto Campesino” del gobierno de Carlos Salinas, un docu-
mento en el que se avalaba la reforma constitucional que per-
mitía la compra de ejidos, revirtiendo con ello una conquista
histórica de la Revolución Mexicana, lo que naturalmente
produjo un escándalo dentro de la izquierda.179
Montes salió
177
Correo Internacional, junio de 1990 178
Bandera Socialista, 2 de septiembre de 1991 179
Espartaco No 4 “PRT: el oportunismo devora a sus hijos”
50
50
del PRT inmediatamente y terminó por convertirse en un líder
campesino del PRI, con toda la corrupción y el gangsterismo
que eso implicaba.
En segundo lugar, inmediatamente tras la firma del “Ma-
nifiesto” salinista, estalló una escisión en el seno mismo de la
tendencia dirigente, partiéndola por la mitad. Una vez más, la
razón era la decadencia del partido tras la pérdida del registro
y la enorme presión de unirse al neo-cardenismo. Edgard Sán-
chez, el gigante barbón de aspecto bondadoso y lentes oscuros,
argumentó que había que seguir solicitando fondos estatales
aun cuando ya no se tuviera registro, cosa que el Estado mexi-
cano permitía e incluso favorecía mediante cierta combinación
de maniobras semi-legales. Ante el rechazo de la mayoría del
partido, Sánchez se alió con el antropólogo Héctor Díaz Po-
lanco y algunas figuras del aparato “feminista” del partido
(como Nellys Palomo y Patria Jiménez) y juntos decidieron
salir de la perplejidad e impulsaron una orientación más enér-
gica al PRD, rompiendo de hecho con la mayoría de la organi-
zación, pero sin abandonar el nombre “PRT”. Para las eleccio-
nes del 94, Sánchez obtendría una diputación bajo la planilla
del PRD, lo mismo que tres años después lograría Patria Jimé-
nez, que de este modo llegó a ser la primera legisladora mexi-
cana elegida sobre la base de su activismo en el movimiento
homosexual.
Mientras tanto, el resto del partido, dirigido por Sergio
Rodríguez Lascano, Lucinda Nava, y Héctor de la Cueva pre-
firió mantenerse a la expectativa, tratando de apegarse a los
principios del PRT. Sin embargo, la presión del cardenismo era
tal que también esta ala terminó por ceder, y el 19 de septiem-
bre de 1993 proclamó que se unía a la campaña del PRD para
las elecciones del próximo año. El siguiente número de Ban-
dera Socialista salió con el encabezado: “¡Muera el PRI! ¡Cár-
denas presidente!”.180
Hasta ahí llegó la existencia indepen-
diente del PRT como organización socialista. El partido tenía la
esperanza de corregir la posición autónoma que en las eleccio-
nes del ‘88 lo había aislado de un gigantesco movimiento de
masas, pero ya era demasiado tarde. Esta vez el cardenismo ya
no movilizaría, ni remotamente, el mismo grado de apoyo
popular.
Poco después, en medio de una crisis partidista cada vez
más profunda, Rodríguez Lascano fue retirado del Comité
Político del partido acusado de turbios manejos financieros.
Desde Sonora, Aguilar Mora exigía su expulsión del partido.
El primero de enero de 1994 salió a la luz pública con
gran estruendo la guerrilla neo-zapatista del EZLN, con un
discurso radical pero no marxista que ejercía un fuerte atracti-
vo en la nueva generación de activistas juveniles. Fue la pri-
mera rebelión popular del periodo postsoviético y se convirtió
en el único polo de radicalización masiva de la época, por lo
que naturalmente alteró una vez más el campo de gravitación
en el que se movía la izquierda mexicana. Ese mismo enero, el
Bandera Socialista apareció con una declaración del Comité
Político del PRT en solidaridad con los zapatistas, y la repro-
ducción de un comunicado del EZLN. Como el partido se había
sumado a la campaña del PRD, en la contraportada de ese mis-
mo número aparecía la declaración de Cuauhtémoc Cárdenas
sobre el levantamiento zapatista, en la que justificaba el esta-
180
La Jornada, 19 de septiembre de 1993 y Bandera Socialis-
ta octubre de 1993
llido pero también llamaba a evitar que se repitiera en otras
partes del país y subrayaba que sólo las elecciones podían
llevar a un cambio positivo. Ni la declaración de Cárdenas ni
la del PRT llamaban por el retiro del ejército de Chiapas.181
Fue Rodríguez Lascano, recién caído en desgracia, quien
en los siguientes meses propuso una salida a la crisis del PRT:
la disolución total del partido en el movimiento neo zapatista.
Mediante la persona de Rosario Ibarra, antigua candidata pre-
sidencial del PRT, Rodríguez Lascano había entrado en contac-
to con la Comandancia del EZLN y estaba en posición de su-
perar su propia crisis personal de autoridad convirtiéndose en
el principal promotor de la nueva orientación zapatista.
Así pues, el PRT, tradicionalmente acostumbrado a prome-
ter la fusión con “nuevas vanguardias de masas”, vio en esto la
oportunidad de cumplir su palabra y se dedicó a asesorar a los
zapatistas. Para ello, esta corriente abandonó el nombre de PRT
al grupo de Sánchez y con él la “etiqueta” de trotskista, de
marxista y de revolucionario, adoptando brevemente el nom-
bre transitorio de “Democracia Radical”. Para 1996, este gru-
po ayudaría a fundar el FZLN. Rodríguez Lascano habría de
convertirse en el director de la publicación zapatista Rebeldía.
Por su parte, el ala de Edgard Sánchez y Héctor Díaz Po-
lanco mantuvo sus vínculos organizativos y su perfil político
trotskista en estado semi-latente, para lo que fundó en no-
viembre de 1996 una organización paralela a su PRT, llamada
Convergencia Socialista, incluyendo también un puñado de
antiguos lombardistas. El evento tuvo lugar lejos de todo cen-
tro urbano o industrial, en el municipio indígena guerrerense
de Copalillo. El trotskismo latente de Convergencia Socialista
no impidió que el ex diputado Sánchez se mantuviera adherido
al PRD, gracias a lo cual, cuando Cuauhtémoc Cárdenas obtuvo
la Jefatura de Gobierno del Distrito Federal en 1997, fue nom-
brado sub-delegado gubernamental en la delegación Benito
Juárez. Por su parte, Héctor Díaz Polanco se convirtió en di-
rector de la revista Memoria, heredera de los archivos del
antiguo Partido Comunista y órgano extraoficial de la izquier-
da perredista.
Sin embargo, no todos los dirigentes del PRT aceptaron la
renunciar a su vieja independencia política como socialistas.
En 1996 Manuel Aguilar Mora regresó de Hermosillo, y al
encontrar a su partido disuelto en el zapatismo no marxista,
decidió separarse para formar una nueva organización inde-
pendiente, reuniéndose con algunos viejos cuadros remanentes
de la izquierda no trotskista que tampoco aceptaron disolverse
en el PRD. Sin embargo, con la muerte de su prestigioso maes-
tro y amigo Ernest Mandel a principios de 1995, Aguilar Mora
perdió una buena parte de la autoridad de que gozaba entre sus
colaboradores y su nueva organización, llamada Liga de Uni-
dad Socialista (LUS), atrajo sólo a un puñado de sus antiguos
partidarios, entre ellos al académico clasicista Ricardo Martí-
nez Lacy y a Emilio B. Amaya,182
que entonces era activista
sindical del PRT y uno de los principales impulsores de la lla-
mada “Intersindical primero de mayo”. Curiosamente, pese a
su pequeño tamaño, la LUS reunió a veteranos militantes de
muchas de las corrientes trotskistas que conformaban al PRT,
como a los antiguos “febelos” Jaime González e Ismael Con-
treras, el antiguo lambertista Francisco Jiménez, e incluso al
181
Bandera Socialista, enero de 1994 182
Amaya falleció tres años después, en 1999
51
51
veterano trotskista Félix Ibarra, que para entonces tenía 83
años, en calidad de miembro honorario. Como su nombre lo
indica, la LUS estuvo animada desde el principio por un ánimo
de conciliación entre todas las tendencias que se hubieran
negado a entrar en el PRD
Con Aguilar Mora a la cabeza, el grupo publicó su propia
revista, titulada Umbral, que habría de sobrevivir en adelante.
Para este punto, el Secretariado Unificado, ya sin Mandel,
tenía poco interés en darle su endoso a un grupo tan pequeño,
y prefirió conceder, salomónicamente, el estatus de secciones
“simpatizantes” tanto a Convergencia Socialista de Edgard
Sánchez como a la LUS. Esta última mantuvo una relación
especialmente estrecha con los mandeistas estadounidenses en
torno a Jeff Mackler que en 1983 se habían separado del SWP
ex trotskista de Jack Barnes en la costa Oeste para formar el
grupo Socialist Action, reivindicando una política más cercana
a la que históricamente había animado al SWP.
Pero regresemos a México y veamos lo que ocurrió en la
tendencia morenista en ese mismo periodo.
Durante la campaña electoral legislativa de 1991, el parti-
do morenista oficial, entonces llamado PTZ, llamó a no votar e
incluso denunció el electoralismo del PRT. Ésta era una posi-
ción izquierdista inusitada en la tendencia que por años había
estado fustigando al PRT por no ocuparse lo suficiente de cues-
tiones electorales.183
Tal vez por eso, tres de los principales
dirigentes morenistas (el ex secretario general del partido,
Mariano Elías; el dirigente de la UVyD, Alejandro Varas; y
Graciela Minjares, activista de los derechos humanos y anti-
gua compañera de un guerrillero desaparecido), se opusieron a
la abstención y negociaron con la dirección del PTZ la posibili-
dad de sacar un órgano propio con una línea electoral contraria
al abstencionismo de su partido.
Así el PTZ de Cuauhtémoc Ruiz se vio forzado a permitir
que estos disidentes electoralistas publicaran un periódico
propio, que contradijera la línea abstencionista oficial del
partido e impulsara las candidaturas de sus tres dirigentes
como parte de la planilla parlamentaria del PRT. El título que
Elías y su grupo escogieron para darse a conocer públicamente
fue nada menos que “Frente del Pueblo”,184
y el título de su
periódico fue De frente. Pese a la publicación de dos órganos
paralelos, las diferencias políticas entre la mayoría del PTZ,
dirigida por Cuauhtémoc Ruiz, y la nueva tendencia nunca
aparecieron en la prensa pública de ninguno de los dos grupos,
ya que, según fue pactado, ambos seguirían formando parte
del partido.
Sin embargo, en agosto de 1991 –un mes después de las
elecciones que tan pobres resultados trajeron a todos los trots-
183
No todas las críticas de los morenistas a la campaña del
PRT venían desde la izquierda. El PTZ también criticó el que
los mandelistas postularan como candidatos a activistas de
minorías sexuales controvertidas, supuestamente por estar esto
contrapuesto a un partido del proletariado. 184
El nombre le venía de un “frente” organizado por el MAS
argentino. Sin embargo, hasta ese momento, el término “frente
popular” o “frente del pueblo” significaba para la cultura polí-
tica trotskista un símbolo de la peor traición estalinista, de
acuerdo a la valoración que enfáticamente hizo en su época el
propio Trotsky. Para entonces, en al campo morenista esa
cultura política se encontraba claramente erosionada.
kistas que en ellas participaron-- el frágil acuerdo estalló, la
escisión fue formalizada y el partido se dividió casi por la
mitad. El grupo escindido, incluyendo también al académico
Raúl J. Lescas, mantuvo al “Frente del Pueblo” como una
organización amplia y fundó con el núcleo central de sus cua-
dros una nueva organización morenista, llamada Unidad Obre-
ra y Socialista, o ¡UníoS!, también con su propio periódico,
llamado Al Socialismo.
Al poco tiempo la nueva organización entró en contacto
con el MST argentino,185
que a su vez se había escindido del
MAS morenista partiéndolo por la mitad. Dado que la organi-
zación internacional morenista, la LIT, endosó a los grupos
mayoritarios de México y Argentina, en 1992 ¡UníoS! y el
MST argentino decidieron fundar junto con otros grupos afines
su propia “Internacional”, bautizada Corriente Internacional
Revolucionaria (CIR), reivindicando plenamente la herencia
del morenismo.186
Característicamente, el manifiesto de fun-
dación de la CIR, fechado el mismo año en que culminó la
destrucción del bloque soviético y cuando las fuerzas de la
izquierda mundial entraban en la peor crisis de la historia,
comenzaba afirmando: “Nos hallamos ante el mayor auge
revolucionario que vivió nunca la humanidad”.187
En realidad, ambos lados de la escisión habían heredado
un aspecto del legado del morenismo, aspectos que Moreno
había podido conciliar mientras vivía pero que en la nueva
realidad histórica resultaban incompatibles. El veterano diri-
gente Mariano Elías y su grupo encarnaban en México la habi-
lidad táctica y la flexibilidad pragmática que habían caracteri-
zado al morenismo histórico, especialmente en cuanto al apro-
vechamiento de coyunturas electorales, característica que
heredaron también sus aliados argentinos del MST. Por su
parte, Cuahtémoc Ruiz, un líder de consolidación más recien-
te, y lo que quedó del PTZ mexicano (y el MAS argentino),
representaban la identidad ideológica y doctrinal del morenis-
mo como se estabilizó en los años ochenta específicamente,
marcada en particular por una hostilidad a todo lo que oliera
remotamente a estalinismo. Si Ruiz representaba la doctrina
específica a la que había llegado Moreno al momento de su
muerte; Elías representaba su metodología orgánica.
Así, en las elecciones de 1994 ¡UníoS! apoyó, al igual que
el PRT, la candidatura de Cárdenas, mientras que el partido
morenista oficial llamó a anular el voto marcando la boleta
con las siglas del EZLN.
Poco después de esta escisión, el PTZ retomó su viejo
nombre, POS (conservando por un par de años la palabra “Za-
patista” tras un guión: “POS-Z”) y su viejo emblema del puño.
Esto obligó al “otro” POS, la pequeña y joven organización
185
El “Movimiento Socialista de los Trabajadores”, dirigido
por el líder morenista Luis Zamora, se separó del MAS argen-
tino en abril de 1992 con unos 2 mil militantes. Este grupo
enfatizaba la tradición morenista de flexibilidad en cuanto a
coaliciones electorales (por ejemplo con el PC) por sobre la
estalinifobia doctrinaria y también morenista del resto del
MAS. 186
La nueva tendencia se convirtió en la principal editorial de
los escritos de Moreno. 187
“La liquidación de la LIT (1992)”, en N. Moreno, El inter-
nacionalismo y las internacionales, Ediciones Uníos, México
1997
52
52
dirigida por Mario Caballero, a cambiar su nombre por el de
Liga de Trabajadores por el Socialismo (LTS), en línea con el
nombre de sus aliados argentinos y un tanto más de acuerdo
con el tamaño reducido de su organización. Su periódico tam-
bién cambió de nombre, de Alternativa Socialista a Estrategia
Obrera.
Ese mismo año apreció en México el periódico Rojo y
Negro, un órgano de la escisión internacional del Militante
originada en 1991 y dirigida por el británico Peter Taaffe, el
Comité por una Internacional Obrera (CIO). Este nuevo perió-
dico, que se oponía al eterno entrismo de Militante en el PRD,
sólo llegó a publicar un par de números, pero el CIO continuó
teniendo una presencia latente en México mediante las estan-
cias en el país de cuadros internacionales, publicando ocasio-
nalmente materiales conjuntos con los morenistas de ¡UníoS!.
En 2001 apareció otra publicación taafista mexicana, Oposi-
ción Socialista, editada por Carlos Estrada, pero ésta tampoco
estaba destinada a durar más de un par de números.
En este periodo de desafíos inusitados y reajustes en el
panorama mundial y nacional, prácticamente ningún ala del
trotskismo mexicano se salvó de las escisiones. En general,
una escisión política no se explica por que un puñado de mili-
tantes traicionen de un día para otro sus viejas lealtades, en un
contexto social neutro, como a veces lo hacen parecer las
polémicas; en cambio, suele ser el mundo exterior el que se
altera. Así, en las circunstancias nuevas, las personalidades
políticas que antes convivían indiferenciadas en la misma
organización, se ven de pronto ubicadas en campos hostiles
entre sí. Cada bando se considera a sí mismo el heredero histó-
rico de la vieja formación y ve en la actitud del otro una trai-
ción inusitada e inexplicable. Independientemente de que un
bando acierte y el otro se equivoque, las razones del estallido
suelen encontrarse en los cambios del mundo exterior, no en el
aguante o la fibra moral intrínseca de unos o de otros. Las
escisiones no ocurren nunca en el vacío, ni en las condiciones
químicamente puras de un laboratorio, sino en la realidad
histórica y cambiante de la lucha social.
Ése fue el caso incluso de la pequeña y políticamente ho-
mogénea organización espartaquista, que al menos al exterior
proyectaba una imagen de unidad interna monolítica. Para
1995, el GEM había logrado reclutar a un pequeño pero sólido
núcleo de militantes, lo que a su vez le permitió aprovechar la
ola de radicalización juvenil originada con el levantamiento
zapatista, y ese año fundó su propia organización juvenil: la
Juventud Espartaquista. Así, a los cuadros internacionales que
fundaron el grupo se habían sumado no sólo los dirigentes
exmorentistas, sino también un par de jóvenes cuadros partida-
rios reclutados individualmente y una docena de jóvenes mili-
tantes de la Juventud. Sin embargo, cuando el grupo parecía en
su mejor momento, la escisión estalló.
En el verano 1996, Negrete, que hasta entonces había sido
el dirigente central del GEM desde su fundación en 1989-90, se
hizo expulsar de la tendencia espartaquista al adherirse a una
pequeña escisión internacional dirigida por Jan Norden, que
hasta entonces había sido uno de los dirigentes de la sección
estadounidense.
El catalizador de la ruptura de Negrete pudo haber sido su
situación personal dentro de la tendencia espartaquista. Meses
antes, en una reunión del 14 de abril, Negrete había sido aisla-
do dentro del grupo mexicano, acusado de caudillista por la
dirección internacional de la tendencia. Su compañera ha-
bía sido expulsada poco después, por declaraciones abierta-
mente hostiles a la organización. Enfrentado con la dirigencia
de la LCI y su sección mexicana, no tuvo nada de raro que
Negrete prefiriera sumarse al pequeño grupo de Norden, en el
que tenía asegurado un puesto dirigente. Así, tras sus respecti-
vas expulsiones, Negrete y su pareja se quedaron en Estados
Unidos para codirigir con Jan Norden una nueva corriente
trotskista, que adoptó el nombre de Internationalist Group, o
Grupo Internacionalista (GI). Por su parte, el resto del GEM no
siguió a su viejo dirigente y se mantuvo fiel a la tendencia
internacional, la LCI.
Un par de meses después, sin embargo, el estudiante de
filosofía Alberto Fonseca y otro joven militante fueron expul-
sados del GEM por declarar que preferían colaborar con su
antiguo dirigente, Negrete, y con su grupo, e inmediatamente
procedieron a establecer una filial mexicana del GI.
Tras la salida de Negrete y su pareja, la dirección del GEM
había quedado conformada en torno a los ex morenistas Ge-
rardo Vega y Humberto Herrera, cuadros de mucha experien-
cia en la política trotskista mexicana pero relativamente poca
en la corriente espartaquista. Si bien sólo cuatro militantes del
GEM se habían unido a la nueva tendencia (y sólo dos en Mé-
xico), varios otros de entre los jóvenes recién reclutados aban-
donaron la militancia en esa época y el grupo volvió a verse
reducido a una decena de militantes, casi todos con poca o
ninguna experiencia política previa.
Pero si el grupo espartaquista oficial enfrentó una situa-
ción difícil tras la escisión, las cosas fueron aun perores para el
nuevo “grupo” nordenista mexicano, que quedó integrado
prácticamente por un solo cuadro, Fonseca, que entonces con-
taba con unos 20 años. Pero esto no lo desanimó y desplegan-
do una gran energía empezó a publicar y distribuir su propia
publicación, El Internacionalista, y pronto empezó a reclutar
colaboradores, especialmente en la Facultad de Ciencias.
Por su parte, con la ayuda de su tendencia internacional,
la LCI, el GEM también siguió creciendo y reconstruyéndose
poco a poco188
y continuó publicando Espartaco unas tres
veces por año.
Ambos grupos provenían de una misma tradición y com-
partían la misma cultura política, marcadamente diferenciada
del resto del movimiento trotskista, por lo que el tono de su
propaganda siguió siendo relativamente parecido. Para ser
precisos, el pronunciado movimiento a la derecha del resto del
trotskismo así lo hacía sonar. Sin embargo, de manera poco
común, las diferencias entre ambas organizaciones fueron
hechas públicas en gran detalle y con gran estrépito en una
gran cantidad de extensas polémicas, siempre con el estilo
virulento del espartaquismo. En ausencia de una base de mili-
tancia capaz de generar verdadera influencia, las razones de la
escisión habían sido muy estrictamente ideológicas. Para re-
sumir en pocas palabras el contenido de las diferencias, el GI
sostenía que la conciencia del proletariado mundial no había
descendido fundamentalmente, y que la tarea de los revolucio-
narios era, tal como en la época de la Guerra Fría, actuar para
conseguir la dirección del movimiento obrero; el no hacerlo
era derrotista y abstencionista.
188
Por ejemplo, en diciembre de 1996 la JE reclutó al autor de
este trabajo.
53
53
El GEM y el resto de la LCI, menos optimistas, argumenta-
ban que la caída de la URSS había producido un retroceso cua-
litativo en la mentalidad de las masas, por lo que era necesario
no sólo capturar su dirección, sino en primer lugar cambiar su
conciencia misma, y sólo mediante un paciente proceso de
propaganda se podía aspirar a la dirección del proletariado;
tratar de ganar la dirección de otro modo requeriría rebajar el
programa y sería oportunista.
En las instancias donde los fundadores del GI intentaron
poner en práctica su línea mediante una orientación fallida a
los ex estalinistas (Alemania) y la unificación con un grupo
sindical radicalizado (Brasil), los espartaquistas los acusaron
de oportunistas. Si bien en el caso de Alemania Norden no
logró nada, en Brasil sí logró conservar la adhesión del grupo
en la pequeña ciudad de Volta Redonda. Para su desgracia,
este grupo venía de una tradición estrechamente sindical, y en
la lucha por mantener el control del sindicato de trabajadores
municipales recurrió en eses meses a demandar a la organiza-
ción obrera, algo totalmente proscrito por los principios de ls
política trotskista. Cuando la demanda salió a la luz, meses el
grupo de Norden eligió ocultarla y justificarla. Una organiza-
ción internacional más grande y más estable políticamente
hubiera podido escindir al grupo brasileño quedándose sólo
con los elementos que repudiaran la demanda –por pocos que
fueran--, para ayudarlos fuertemente y construir una sección
brasileña, pero la pequeña y recién nacida “Internacional” de
Norden no podía darse ese lujo y tuvo que elegir entre perder a
sus nuevos aliados (lo que hubiera significado darle la razón
retrospectivamente a los espartaquistas) o comprometerse
incondicionalmente con ellos. Siendo Brasil el ejemplo de la
actitud ideológica que había justificado su escisión, los parti-
dario de Norden eligieron lo segundo, y convirtieron el caso
de Brasil en un modelo para su trabajo internacional suvsi-
guiente.
También en México, el desacuerdo básico respecto a la
conciencia de la clase obrera se reflejó en diversas cuestiones,
como la del PRD, al que el GI caracterizaba como un “frente
popular”, y el GEM simplemente como un partido nacionalista
burgués; o los sindicatos corporativistas, a los que el GI atri-
buía una naturaleza de clase burguesa y distinta a los sindica-
tos “independientes”, leales al PRD, a diferencia del GEM, que
seguía orientándose a las bases de todos los sindicatos. En
última instancia, estas diferencias se basaban en apreciaciones
distintas de la conciencia de la clase obrera y por lo tanto
de los obstáculos a superar por parte de los trotskistas.
El ciclo de rupturas no se detuvo ahí, y de hecho se fue
volviendo más oscuro y tortuoso. En 1997, ¡UníoS!, la esci-
sión electoralista del morenismo, se escindió a su vez, origi-
nándose la Unión de la Clase Trabajadora (UCLAT), que publi-
có su propio periódico, Opinión Socialista editado por Blanca
Estela Lujano. Las diferencias que llevaron a la separación con
¡UníoS! nunca fueron hechas públicas, así que sólo podemos
constatar un pronunciado cambio en cuanto a símbolos: En
vez de la vieja consigna marxista “¡uníos!” sobre fondo rojo,
el emblema de la nueva organización era nada menos que la
silueta del territorio nacional, una adopción explícita del na-
cionalismo que rompía agudamente con los valores del trots-
kismo tradicional. Internacionalmente, la UCLAT también con-
servó vínculos con el MST argentino y su corriente internacio-
nal, la CIR.
Para acabar de complicar las cosas, ese mismo año de
1997, un grupo de jóvenes llamado Liga de los Comunistas
apareció en la Ciudad de México reivindicando el programa de
transición y la revolución permanente. Poco después la Liga
desapareció tan misteriosamente como había aparecido. Algu-
nos de sus cuadros se dedicaron después al activismo estudian-
til en el colectivo “André Bretón” y la publicación No te abu-
rras, todavía con cierta adherencia ideológica al trotskismo.
Recapitulando, si al final de 1987 el movimiento trotskista
en México, capaz de movilizar a varios miles de militantes,
estaba dividido en sólo dos organizaciones ideológicamente
bien definidas (el PRT y el PTZ morenista), diez años después,
mucho más reducido (capaz de movilizar alrededor de un par
de centenares de militantes, cuando mucho), estaba dividido
en doce organizaciones. Este proceso de profunda atomización
organizativa es una medida del impacto que tuvieron en la
izquierda los cambios que sacudieron a México y al mundo en
esos años, en particular la destrucción del bloque soviético y el
surgimiento del neo-cardenismo y el neo-zapatismo en Méxi-
co.
XV
EN DEFENSA DE LA HUELGA
(1997-2000)
En el curso de los años noventa, la LTS y su mentor internacional, el PTS, fueron rompiendo cada vez más explícitamente con
la tradición teórica del morenismo ortodoxo para adoptar enfoques más izquierdistas, aunque sin dejar de reivindicar la mayor
parte de sus posiciones históricas concretas. Esta evolución fue la base política que permitió a la pequeña organización de
Mario Caballero salir de su aislamiento. En 1997 y 98, dos grupos estudiantiles pequeños pero dinámicos se acercaron a la
LTS, reforzando con ello su evolución ideológica independiente. El primero de estos colectivos estudiantiles era la Juventud
de Izquierda Socialista (JIS), conformada por estudiantes radicalizados de la ENEP Acatlán en torno a Sandra Romero. La
segunda era la agrupación ContraCorriente, fundada por jóvenes estudiantes del primer semestre de la facultad de derecho
interesados en el trotskismo, entre ellos Eric Hurtado.
Ambas agrupaciones publicaban sus modestas revistas mimeografiadas. Es dudoso que estos jóvenes reclutas supieran
hasta qué punto la LTS estaba necesitada de la transfusión de sangre nueva que ellos representaban, sin la que difícilmente
hubiera podido sobrevivir.
Aunque las dos organizaciones juveniles eran numéricamente pequeñas, su incorporación permitió a la LTS una participa-
ción importante en la cada vez más radical huelga estudiantil de 1999-2000, participación que se traduciría en un relativo
crecimiento.
En abril de 1999, los estudiantes de la UNAM iniciaron una huelga en contra de los planes del rector Francisco Barnés de
aumentar las cuotas (que hasta entonces habían sido simbólicas) y así elitizar la educación superior. Los huelguistas constitu-
54
54
yeron el Consejo General de Huelga (CGH) y formularon un pliego de 6 demandas democratizadoras que iban más allá de la
defensa contra el alza de cuotas.
La huelga sólo se levantaría diez meses después, cuando la Policía Federal Preventiva ocupó el campus y encarceló a
cerca de 700 estudiantes reunidos en asamblea. Para entonces, sin embargo, el rector Barnés ya había sido depuesto y el pro-
yecto de alza de cuotas definitivamente abandonado. La huelga estudiantil fue la lucha social más importante desde el levan-
tamiento zapatista de 1994 y, a diferencia de éste, ocurrió en un contexto urbano y en contacto directo con la clase obrera.
El recuerdo colectivo de la huelga del 86 y sus frustrantes secuelas, en las que las conquistas del movimiento habían sido
vendidas por los dirigentes, ponía a los huelguistas en guardia contra los aspirantes a líderes moderados. Cuando en el verano
del 99 los cuadros estudiantiles del PRD llamaron a levantar la huelga, las asambleas del CGH rápidamente los aislaron y ex-
pulsaron. Cuando el gobierno perredista de la Ciudad de México reprimió una manifestación estudiantil en agosto (la primera
de muchas), la ruptura se hizo irreconciliable. Por eso ya nadie se sorprendió cuando, ya en enero de 2000, varios dirigentes
perredistas (incluyendo a la jefa de gobierno Rosario Robles, antigua maoísta e impulsora del MAS) apoyaron el plebiscito
impulsado por el rector De la Fuente, con el que se buscó legitimar el aplastamiento militar de la huelga en febrero.189
Perdido el apoyo del PRD, la condena del CGH por parte de los medios masivos de comunicación se hizo unánime. El tér-
mino “ultra”, originado en la izquierda moderada, se puso de moda hasta en la prensa derechista para atacar a los huelguistas,
ejemplificados por Alejandro Echevarría, el Mosh, uno de tantos militantes estudiantiles a quien los medios habían escogido
como el blanco simbólico de su santa ira. De hecho, el apoyo que la huelga había logrado en varios sindicatos (como el SME)
se fue perdiendo y el movimiento de fue extendiendo en un contexto de profundo asilamiento social.
Ante este ambiente de rechazo generalizado, el POS morenista, que en un principio había participado en la dirección de la
huelga como parte de un Bloque Universitario de Izquierda, también llamó a levantar la huelga en el mes de agosto y al ser
rechazado se sumó a la histeria contra los “ultras”. Así, por ejemplo, en una entrevista conjunta para la revista Proceso,190
el
dirigente estudiantil del POS Francisco Cruz Retama (más tarde apodado Pancho Pos) y el dirigente central del partido,
Cuauhtémoc Ruiz, no sólo denunciaron al Mosh y a los “ultras”, sino que afirmaron que el trotskismo había surgido como una
oposición democrática desde la derecha al “ultraizquierdismo” de Stalin (haciendo referencia al episodio del “tercer periodo”
estalinista).
En realidad, los métodos y la violencia estalinista estaban, según el análisis histórico de Trotsky, al servicio de privile-
gios burocráticos y de un programa concomitante de coexistencia con el orden capitalista mundial, que en los países neocolo-
niales adquiría la forma de la colaboración con la “burguesía progresista”. Por eso el trotskismo siempre se opuso a Stalin
desde la izquierda. Ninguno de los elementos enunciados tenía nada que ver con los errores de la dirigencia del movimiento
estudiantil y la acusación de “estalinista” al CGH no tenía mucha base.
El hecho es que lo único que consiguió el POS con esto fue aislarse de la nueva ola de radicalización juvenil. Cruz Reta-
ma, que hasta entonces había sido un activista popular en la facultad de Economía, fue inmediatamente estigmatizado como
“vendido” en el medio de los estudiantes radicales.
Por su parte, la LTS aprovechó los jóvenes que había reclutado de la JIS y de ContraCorriente, así como el vacío dejado
por el POS, para convertirse en un polo radical organizado, con autoridad en un sector del CGH, presencia en muchas escuelas
e incluso el control de algunas, como la ENEP-Acatlán un campus al que los estudiantes dieron el curioso apodo de “Campo
Krusty”.191
En la facultad de Filosofía y Letras, la LTS logró reclutar a varios de sus futuros cuadros y voceros juveniles, como
Aldo Santos y Ximena Mendoza.
El 11 de diciembre del 99, en plena huelga, la LTS y el GI, que también estaba participando activamente en el movimien-
to, dirigieron una manifestación hacia la embajada de Estados Unidos en protesta contra la represión en ese país, movilizando
sobre todo a grupos anarquistas o semianarquistas del sector izquierdo del CGH. La manifestación fue reprimida por la policía
capitalina y varios de sus participantes arrestados, pero la LTS aprovechó su papel dirigente en ella e incluso publicó por un
breve tiempo un pequeño boletín fotocopiado titulado 11 de diciembre. Los espartaquistas del GEM, con su línea fuertemente
anti-perredista, se concentraron en la producción y distribución de propaganda polémica, con lo que lograron una amplia
audiencia y un modesto crecimiento.
Estos grupos ya no tenían que competir con el viejo Partido Comunista, pero en cambio sí con otras organizaciones iz-
quierdistas no trotskistas que participaban en la dirección de la huelga, como el PCM-ML (estalinistas de línea dura, seguidores
del líder albanés Enver Hoxa) y la corriente estudiantilista En Lucha de Pita Carrasco y Javier Fernández, originada en el 87
como el ala izquierda y semi-maoísta del CEU, pero que ahora se encontraba en el centro político del CGH.
Mientras tanto, en el margen derecho del espectro del trotskismo y muy lejos de las asambleas de la huelga, para ese pun-
to el PRT (Convergancia Socialista) seguía adentro del PRD y conservaba sus cargos públicos en el gobierno de la Ciudad de
México, fuera de lo cual apenas tenía existencia pública propia.
189
Por cierto, una pequeña fracción del PRD, representada por Adolfo Gilly y otros dirigentes del viejo MAS se opuso públi-
camente a estas medidas de hostilidad a la huelga, pero no llegó a romper con el partido. 190
Proceso No. 1182, junio del 1999 191
El apodo hacer referencia a un episodio de Los Simpson en el que el payaso Krusty patrocina un infernal campamento de
verano para niños. El apodo empezó por el juego de palabras entre Trosky y Krusty. Ver: Rosas, María, Plebeyas Batallas,
Era, México 2001.
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Por su parte, organizaciones de creación más reciente como la LUS, la UCLAT y los taaffistas de la efímera publicación
Oposición Socialista no tenían militantes dentro de la base estudiantil, por lo que su punto de referencia era el conjunto del
movimiento social (en ese punto mucho menos radicalizado que el movimiento universitario) y no veían con buenos ojos que
la huelga siguiera prolongándose en condiciones de aislamiento después del otoño de 1999. Así pues, se sumaron a las acusa-
ciones de “ultra” y de “estalinista” que hacía el POS contra la huelga, y los poquísimos estudiantes que ganaron en este perio-
do fueron atraídos a ellos sobre la base de la oposición a la continuación de la huelga.
Militante, por su parte, intentó mantener una cierta audiencia entre los estudiantes radicalizados mediante la creación de
un Comité en Defensa de la Educación Pública (CEDEP), pero su membresía en el odiado PRD lo hacia blanco fácil de la crítica
de sus oponentes de izquierda. No puede decirse, sin embargo, que Militante se haya aislado de la generación joven. En reali-
dad, con o sin CEDEP, la juventud del PRD siguió siendo su fuente principal de reclutamiento, y no necesitó ganarse a estudian-
tes huelguistas. En general, ninguna de estas organizaciones creció considerablemente, y algunas de ellas, como el POS, inclu-
so se redujeron y aislaron.
¡UníoS!, por su parte, trató de combinar la crítica desde la derecha con la participación en el movimiento. En la misma
entrevista de Proceso arriba citada, Raúl Lescas afirmó bromeando: “no somos ni ultras ni moderados, sino todo lo contra-
rio”. Era una buena descripción. El resultado fue que el núcleo de jóvenes que ¡UníoS! había ganado en CCH-sur, desgarrado
entre la presión de apoyar la huelga y la disciplina a la línea política de su partido, terminó por rebelarse contra su organiza-
ción “adulta” y abandonar toda pretensión de trotskismo en favor de un activismo estudiantil simple y llano.
Los lambertistas de la OST, demasiado centrados en el trabajo sindical conservador y cotidiano como para atraer a los es-
tudiantes huelguistas, impulsaron en cambio, con bastante éxito, una modesta publicación juvenil llamada Juventud Revolu-
ción con el mismo programa pero con un tono muchísimo más juvenil e izquierdista que El Trabajo. Como de costumbre, los
vínculos de esta publicación con la OST eran bien conocidos, pero no explícitos.
En otoño de 1999, el veterano dirigente del GEM, Humberto Herrera, fue secuestrado afuera de su local partidista y tortu-
rado por 24 horas con claros fines de intimidación política; ese mismo día, el famoso Mosh sufría la misma suerte. Pero la
represión apenas empezaba.
El 6 de febrero de 2000, la Policía Federal Preventiva ocupó el campus universitario y, tal como ocurrió en 1968, arrestó
a todos los activistas presentes, que en este caso sumaban más de 700, incluidos varios cuadros trotskistas. Una buena parte
de la militancia de grupos pequeños como la LTS y el GI fue arrestada entonces, si bien sólo por pocos días.192
La brigada del
Grupo Espartaquista se salvó de milagro, pues apenas iba llegando cuando la policía ya había entrado, de modo que los veci-
nos pudieron advirtiere lo que estaba pasando y los militantes pudieron huir. En realidad, sin embargo, el haber evitado el
arresto sólo produjo desconfianza entre los activistas, y en adelante fue usado en los ataques polémicos del GI.
Desde luego, toda la izquierda, incluso la que había sido hostil a la dirección de la huelga y a su prolongación (incluyen-
do a varios grupos trotskistas) se solidarizó con los huelguistas estudiantiles en el contexto de la represión. En esta ocasión,
las movilizaciones contra los encarcelamientos abarcaron incluso a gran parte del PRD.
UNA VEZ MÁS, LAS ELECCIONES
Inmediatamente después de la huelga estudiantil, el ciclo de seis años que marca la historia política de México volvió a
cerrarse y la izquierda mexicana tuvo que enfrentar una vez más el proceso electoral: las primeras elecciones en las que el PRI
sería derrotado, pero no por la izquierda, sino por el derechista PAN de Vicente Fox, con el PRD en un lejano tercer lugar.
De las organizaciones trotskistas existentes, esta vez el PRT (prácticamente disuelto en la forma de Convergencia Socia-
lista), ¡UníoS! y Militante hicieron explícito su apoyo electoral al PRD; mientras que la LTS, el GEM y el GI mantuvieron su
oposición histórica a participar de ningún modo en las elecciones, argumentando que ningún partido representaba los intere-
ses de la clase obrera.
El fenómeno más curioso de esa campaña fue sin embargo el bloque “electoral” del POS morenista y la LUS, postulando la
candidatura sin registro de Manuel Aguilar Mora para presidente. El bloque, bautizado “Coalición Socialista”, buscaba afir-
mar que era posible una candidatura proletaria independiente y pretendía resucitar la vieja alianza del PRT de finales de los
años setenta, en la que mandelistas y morenistas convivían unidos pese a sus diferencias.
Sin embargo, para el año 2000 ambas organizaciones eran completamente insignificantes en términos electorales, pues
ninguna de las dos gozaba de una audiencia masiva entre la juventud.
Desde el punto de vista de la historia del trotskismo, lo curioso de esta coalición es que Aguilar Mora, a quien ahora se
postulaba para presidente de México, era el mismo hombre a quien los morenistas habían venido acusando desde 1980 de
delatar a sus camaradas de la Brigada Simón Bolívar ante el gobierno sandinista de Nicaragua, sin haber retirado jamás tan
grave acusación. Desde luego, el tema de la BSB, lejos de ser públicamente clarificado, estuvo convenientemente ausente en
los documentos y declaraciones de la coalición. Aparentemente, el POS ya no tomaba en serio su propia acusación, y en todo
caso no podía darse el lujo de ser rencoroso.
La “coalición” no tuvo manera de contar los votos recibidos, pero con toda seguridad no fueron muchos.
192
Un pequeño núcleo de líderes estudiantiles fue retenido en prisión durante varios meses, pero entre ellos no se encontraba
ningún trotskista.
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Poco después de las elecciones, el POS rompió la coalición argumentando desde la izquierda la suavidad de la LUS con re-
lación al zapatismo. Sin embargo, esta postura izquierdista resultó ser una fachada efímera típicamente morenista: tras la
victoria electoral del derechista PAN en 2000, el POS festejó el hecho nada menos que como una “revolución democrática”,
desconcertando a sus ex compañeros de coalición, a los que, poco antes, por mucho menos que eso, había acusado de oportu-
nistas.
Tiempo después, para unas elecciones locales en Juchitán, Oaxaca (donde aun mantenía una cierta presencia), el POS se
jactó de competir contra el PRD, pero utilizó para ello el registro electoral nada menos que del Partido Verde Ecologista, un
partido burgués notoriamente derechista que participaba en la coalición que había llevado a Fox al gobierno.
Un par de años después, el POS se escindió una última vez, reflejando en México otra de las muchas escisiones del more-
nismo internacional. El grupo separado, afiliado formal a lo que quedaba de la LIT, publicó un periódico llamado Socialismo
Ahora, con Enrique Santamaría al frente de su consejo editorial. Como de costumbre, el nuevo periódico apenas explicó sus
propios orígenes y los únicos motivos hechos públicos de su escisión fueron los supuestos abusos burocráticos del POS con su
disidencia, sin explicar para nada cuáles eran las diferencias políticas o ideológicas sostenidas por esa disidencia. Aparente-
mente, el grupo escindido se había opuesto, entre otras cosas, al bloque oaxaqueño con el Partido Verde.193
RESULTADOS Y PERSPECTIVAS
El agotamiento del modelo económico nacional-desarrollista que caracterizó al régimen mexicano entre 1936 y 1982 y su
sustitución por el modelo neoliberal a mediados de los años ochenta tuvo su reflejo político en 2000, con el ascenso al go-
bierno de Vicente Fox y el intento de suplantar el bonapartismo tradicional (que requería un alto grado de control sobre la
clase obrera por medio de la represión, el corporativismo y las concesiones) con un régimen liberal de derecha indiferente a la
clase obrera y apoyado exclusivamente en la socialmente débil clase empresarial.
Por profundas razones estructurales, era un intento que no podía triunfar. Más aun, la llamada “desaceleración” de la
economía estadounidense coincidió en el tiempo con este proyecto y contribuyó a frustrar la apuesta que sacrificaba el mer-
cado interno en aras de un esperado aumento masivo de la inversión extranjera.
El fracaso de este intento, condicionado por la realidad social mexicana, marcó el primer sexenio del siglo XXI y abrió
nuevas posibilidades objetivas para la disidencia radical de izquierda.
Años antes, como hemos visto, la caída de la Unión Soviética significó un retroceso de las fuerzas de la izquierda marxis-
ta a escala mundial. En México, desde 1988 se abrió una época de reducción constante de la militancia en las organizaciones
trotskistas, especialmente debido a la aparición del neo-cardenismo y posteriormente el neo-zapatismo.
Con estos antecedentes, la situación nacional en el sexenio de Fox condicionó el principio de un reavivamiento de la ex-
trema izquierda, que, sin embargo, partía de la situación de marginalidad más extrema. Dentro del trotskismo, los pequeños
grupos de la franja izquierda (el GEM, el GI, y sobre todo la LTS), que habían aprovechado la huelga de la UNAM, lograron un
cierto crecimiento, al menos en términos relativos a su reducido tamaño, y mantuvieron su promedio de edad por debajo de
los 30. En 2004 el GEM incluso anunció la apertura de un local en Monterrey.
Para 2004, sin embargo, el movimiento estudiantil se encontraba en franca retirada, y en cambio sectores de la clase tra-
bajadora –como los empleados del IMSS— iniciaban una resistencia contra los planes de austeridad del gobierno: eran los
primeros frutos del intento de implantar en México una democracia-liberal no bonapartista basada exclusivamente en los
empresarios. Las posibilidades de llevar a cabo trabajo sindical volvían poco a poco a abrirse.
Esto no quiere decir que nuestros protagonistas estuvieran bien situados para enfrentar este desafío. Tras la huelga de la
UNAM, los militantes mayores de 30 años que seguían en las organizaciones de esta nueva izquierda independiente, y en parti-
cular de su ala trotskista, podían contarse con los dedos de las manos. Así, en virtud de su edad, la abrumadora mayoría de los
militantes de este periodo fueron formados en una época en la que las nociones teóricas y políticas del marxismo se habían
vuelto tan infrecuentes e inaccesibles que sólo podían encontrarse en versiones superficiales y vulgarizadas, lo cual no pudo
sino degradar su cultura política.
A ello también contribuye la ruptura generacional tajante entre los jóvenes militantes actuales y la experiencia práctica de
las generaciones anteriores. Esta circunstancia hizo el presente trabajo particularmente difícil, pero es posible que, a pesar de
sus limitaciones, también lo haga particularmente útil.
Al mismo tiempo, existe un problema estructural considerablemente más difícil de resolver. Las continuas crisis econó-
micas nacionales del último cuarto del siglo XX, seguidas de la “desaceleración” mundial de los primeros años del XXI con-
dicionaron que la industria nacional dejara de expandirse y de hecho empezara a contraerse drásticamente. Grandes plantas
industriales cerraron a finales de la década de los noventa e incluso los obreros calificados empezaron a tener problemas para
conservar sus empleos. Esto privó a toda una nueva generación de jóvenes --incluyendo a los militantes trotskistas-- de acce-
so a empleos industriales estables. Si los hijos de los obreros no pueden acceder fácilmente a los empleos de sus padres, mu-
cho menos los jóvenes universitarios recién llegados al mundo de la industria que conforman a estas organizaciones. Así, si
por su parte hubo esfuerzos de “industrializar” a sus cuadros, estos esfuerzos no rindieron muchos frutos. Actualmente, esta
dificultad amenaza la existencia misma de la nueva generación de organizaciones trotskistas.
Durante los primeros años del siglo XXI, el EZLN por su parte, se fue distanciando empíricamente del PRD y la política
cardenista, culminando con la Sexta Declaración de la Selva Lacandona de 2005, la primera vez que una alternativa política,
193
Según declaró al autor en 2002 un vendedor callejero de Socialismo ahora
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independiente de los partidos capitalistas, ocupaba un espacio de masas a escala nacional desde 1988, lo que planteó nuevos
retos a los grupos trotskistas, que una vez más reaccionaron de maneras diversas.
SÓLO EL PRESENTE
Los partidos y movimientos políticos de la izquierda suelen escribir su propia historia cuando han conquistado una base
numerosa y estable (si no es que el poder estatal), de manera que su relato, desarrollado en forma teleológica, concluye fre-
cuentemente en un final feliz y prometedor. Hay siempre la tentación de presentar el momento actual como “el fin de la histo-
ria”. Toda la historia anterior se presenta como la preparación consciente de ese final, que corresponde al estado de cosas
existente en el momento en que la historia se escribe.
Ese no es el caso de esta historia, que termina en un estado de desorganización y caos, con más desafíos futuros que lo-
gros en su haber. En el México de los primeros años del siglo XXI, con sus grandes partidos políticos y sus agudas competen-
cias electorales, el trotskismo parece un mero conjunto de ideas con un arraigo social muy endeble y sin ninguna encarnación
organizativa considerable, una sombra apenas, un fantasma.
Desde el punto de vista teleológico, la enorme cantidad de pensamiento y energía política desplegada por los hombres y
mujeres que protagonizaron esta historia podría parecer un intento fracasado de construir una organización de masas que sólo
sirvió para demostrar que sus “etiquetas” eran inadecuadas. Quien vea ésta lucha como un proceso lineal no puede sino ob-
servar que termina en fracaso. Probablemente, en retrospectiva, muchos de sus protagonistas la vean precisamente así.
Sin embargo, he preferido verla como la historia de un esfuerzo por darle una continuidad humana y viviente a las
ideas de Lenin y Trotsky, sobre el fondo de un mundo irracional, objetivo y cambiante; una continuidad que, pese a todo,
sigue existiendo encarnada en organizaciones activas y vivientes. Es ahí, y no sólo en los libros, donde las ideas del trotskis-
mo existen y se desarrollan. Conservar esa continuidad y sobrevivir en las condiciones de la época narrada no es un logro
pequeño de estos militantes, y gracias a ellos el viejo fantasma sigue (como en 1848) recorriendo el mundo. Si esta historia no
tiene un final feliz, es en primer lugar porque el final no ha llegado.
Este fracaso, esta situación caótica y marginal del trotskismo, se presenta ante este movimiento como su largamente es-
perado siglo XXI, como su “futuro”, y le exige que se rinda. Esperemos que pueda responder igual que un siglo atrás: “No: tú
eres sólo el presente”.194
--Invierno de 2005-06, México DF
194
Trotsky, “Acerca del siglo XX y muchos otros temas” (1901),citado en Deutcher, Isaac, Trotsky, el profeta armado.