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LOWY, MICHAEL, El marxismo en América Latina: antología, desde 1909 hasta nuestro días, Santiago, LOM, 2007. Mauricio Casanova Brito [email protected] Introducción. Puntos de referencia para una historia del marxismo en América Latina. Todas las cuestiones políticas fundamentales del marxismo latinoamericano obedecen a la cuestión de la naturaleza de la revolución: cómo aplicar el marxismo a la realidad latinoamericana. Lowy distingue tres periodos: 1) un periodo revolucionario, entre la década de 1920 y 1930, protagonizado por la obra de Mariátegui y cuya manifestación principal fue la insurrección salvadoreña de 1932. En este periodo la revolución latinoamericana se asociaba con el socialismo, la democracia y el anti- imperialismo; 2) un periodo estalinista, de mediados de la década de 1930 hasta 1959, en donde predominó el marxismo soviético que interpretaba la revolución en etapas, en donde América Latina era identificada con el periodo nacional-democrático; 3) un nuevo periodo revolucionario, posterior a la revolución de Cuba, cuyos puntos de referencia son la naturaleza socialista de la legitimidad, de la lucha armada y cuyo exponente principal es Ernesto Che Guevara. 1

LOWY, El marxismo en América Latina

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Page 1: LOWY, El marxismo en América Latina

LOWY, MICHAEL, El marxismo en América Latina: antología, desde 1909 hasta

nuestro días, Santiago, LOM, 2007.

Mauricio Casanova Brito

[email protected]

Introducción. Puntos de referencia para una historia del marxismo en América

Latina.

Todas las cuestiones políticas fundamentales del marxismo latinoamericano

obedecen a la cuestión de la naturaleza de la revolución: cómo aplicar el marxismo a la

realidad latinoamericana.

Lowy distingue tres periodos: 1) un periodo revolucionario, entre la década de

1920 y 1930, protagonizado por la obra de Mariátegui y cuya manifestación principal

fue la insurrección salvadoreña de 1932. En este periodo la revolución latinoamericana

se asociaba con el socialismo, la democracia y el anti-imperialismo; 2) un periodo

estalinista, de mediados de la década de 1930 hasta 1959, en donde predominó el

marxismo soviético que interpretaba la revolución en etapas, en donde América Latina

era identificada con el periodo nacional-democrático; 3) un nuevo periodo

revolucionario, posterior a la revolución de Cuba, cuyos puntos de referencia son la

naturaleza socialista de la legitimidad, de la lucha armada y cuyo exponente principal es

Ernesto Che Guevara.

En estos tres periodos, el marxismo estuvo amenazado por dos tentaciones

opuestas:

1. el excepcionalismo indo-americano protagonizado por el APRA (Alianza

Popular Revolucionaria Americana) y las ideas del peruano Víctor Haya de la

Torre. Para este último, por ejemplo, el espacio-tiempo latinoamericano era

inherentemente diferente al espacio-tiempo europeo, y, por tanto, exige una

teoría que niegue y trascienda el marxismo.

2. el eurocentrismo, predominante en la mayoría de los exponentes. Para sus

representantes, América Latina no era más que un reflejo de los procesos del

primer mundo: una Europa Tropical. La estructura agraria del continente se

identificó con la edad feudal, el campesinado como cuerpo social hostil al

colectivismo, etc.

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Page 2: LOWY, El marxismo en América Latina

Aunque estas conductas son antagónicas, llevan a una conclusión común: el

socialismo no está al orden del día en Latinoamérica.

Este problema ha sido recurrente en los pensadores marxistas latinoamericanos.

Autores como Luís Vitale, Caio Prado, Sergio Bagú o Marcelo Segal, por ejemplo, han

criticado la tendencia dogmática eurocentrista de identificar el periodo colonial con el

periodo medieval europeo. Para Vitale las causas de la opresión en las colonias eran las

formas específicas y particulares de la expansión capitalista en el continente. Otros

pensadores, como Mariátegui o Diego de Rivera, enfatizaron en el análisis de los modos

precolombinos de producción, identificando ciertas tradiciones colectivistas que

permitieran diferenciar a los pueblos indígenas con el campesinado descrito por Marx

en El 18 Brumario de Luís Bonaparte.

Otro debate significativo es el referido al carácter de la independencia.

Mariátegui, por ejemplo, afirmaba que el capitalismo de los nuevos estados

latinoamericanos era un capitalismo dependiente del europeo, pues la burguesía local

entró muy tarde a la escena de la historia universal, lo que ameritaba una revolución

socialista como única vía de evitar el imperialismo norteamericano y le hegemonía de

las multinacionales.

Para Lowy, las tentaciones esencialistas y eurocentristas provienen del estado de

la lucha de los trabajadores en el continente y en el mundo.

El marxismo fue inicialmente introducido en América Latina por emigrantes

alemanes, italianos y españoles. En sus comienzos, estuvo representado por una

vertiente moderada, como el Partido Socialista Argentino de Juan Busto (el primer

traductor de El capital al español), y una revolucionaria, protagonizada por el Partido de

los Trabajadores Socialistas de Emilio Recabarren. Ambas posturas estaban

influenciadas por la II Internacional.

Las primeras tentativas significativas de analizar la realidad latinoamericana en

términos marxistas provinieron de los partidos socialistas que dieron la espalda a la

revolución de Octubre y de movimientos anarquistas o anarco-sindicalistas que se

acercaron con el bolcheviquismo. Ambas vertientes estuvieron influenciadas por la III

Internacional, particularmente por sus dictámenes sobre América Latina (en las

secciones Sobre la revolución en América: un llamado a la clase obrera de las

Américas de 1921 y A los obreros y campesinos de América del Sur de 1923). En estos

textos, en donde no se refieren nunca a la existencia de un feudalismo latinoamericano,

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llaman a la unión estratégica entre campesinos y proletarios en pos de derrocar el

imperialismo norteamericano, del cual las burguesías locales eran cómplices. No se

afirma la necesidad de un periodo nacional democrático y capitalista previo a la

revolución socialista.

Ejemplos de la influencia de la III Internacional son Emilio Recabarren en Chile

y Juan Antonio Mella en Cuba. Este último, el primer representante del futuro prototipo

del estudiante revolucionario, fundador del Partido Comunista cubano (1925), exiliado

en México por el dictador Machado, afirmaba (por medio del slogan: Wall Street debe

ser destruida) la necesidad de una revolución anti-imperialista que uniera obreros,

estudiantes y campesinos (negando la participación de la burguesía local). Llamaba a las

fuerzas armadas a defender a sus hermanos de clase y no a sus opresores: la burguesía

extranjera y regional.

Mella criticó duramente el nacionalismo populista del APRA de Torres de la

Haya enfatizando en la necesidad de revoluciones locales unidas por el la lucha contra

el imperio. Para Mella las luchas particulares estaban relacionadas siempre con un

contexto internacional: en este caso, el imperialismo capitalista. No negaba el carácter

nacional de las luchas, sino que afirmaba que, para que naciones realmente libres

puedan existir, es menester la abolición de la causa imperialista.

Esta dialéctica entre lo universal y lo particular inspiró la obra de José Carlos

Mariátegui, el más vigoroso y original pensador marxista de Latinoamérica. Inspirado

también por la III Internacional, rompió relaciones con el APRA en 1927 al rechazar

cualquier unión con otras clases que amenazara al programa de acción del proletariado.

En 1928 publicó Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, el primer

intento de análisis marxista desde una perspectiva local. Fue acusa de eurocentrista por

sus adversarios del APRA y de populista nacional por los autores soviéticos. Sin

embargo, el pensamiento marxista no era ni uno ni lo otro, sino una fusión de los

elementos más avanzados de la cultura europea con las tradiciones ancestrales del

continente. Para Mariátegui, la revolución latinoamericana debe unir la fuerza agraria

con el anti-imperialismo, sin dar oportunidad a la burguesía capitalista, la que, según su

opinión, llegó atrasada a la escena histórica. La hipótesis del autor es que en el

continente no existió nunca una burguesía progresista con una sensibilidad nacional que

sea realmente liberal y democrática.

Para Mariátegui la revolución socialista era facilitada, sobre todo en las zonas

agrarias, por la sobrevivencia de un cierto comunismo inca.

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Page 4: LOWY, El marxismo en América Latina

En conjunto con pensadores como Mariátegui y Mella, surgieron otro tipo de

marxistas, más afines a las ideas soviéticas. Uno de sus primeros representantes fue

Vittorino Codovilla, miembro del Partido Comunista argentino, asociado a la III

Internacional. Compartía ideas contrarias al trotskismo y solidarizaba con el mandato

del Partido Comunista en la Unión Soviética. Codovilla, en la I Conferencia Comunista

Latinoamericana en Buenos Aires (1929) defendía una lucha revolucionaria de carácter

democrático-burguesa que evitara cualquier acuerdo son la social democracia. Insertaba

la lucha latinoamericana con el tercer periodo del Comintern e identificaba a la social

democracia como social-fascismo (siguiendo la idea de Stalin).

Mientras unos se sumergían en las ideas soviéticas de la revolución, otros, como

Agustín Farabundo Martí, fundador del Partido Comunista de El Salvador, enfatizaron

en la necesidad de fundar movimientos revolucionarios autónomos. Farabundo Martí

protagonizó la primera y única insurrección de masas liderada por un partido comunista

en América Latina. Ésta, como lo revelan sus documentos, tenía como propósito la

revolución socialista. No poseía una dirección central, pues las redes del partido al

interior del ejército fueron erradicadas por el dictador Martínez. La posterior ofensiva

de la guardia civil de la oligarquía en contra de los focos insurrecciónales campesinos es

conocida en la historia de El Salvador como La Matanza. En este episodio Farabundo

Martí es ejecutado.

La insurrección de 1932 fue totalmente autónoma a los dictámenes del marxismo

soviético. Incluso ciertos pensadores afines al estalinismo la criticaron catalogándola de

izquierdista y sectaria.

Otra tentativa de una rebelión liderada por un Partido Comunista fue la

efectuada en 1935 en Brasil. No fue similar a la anterior pues fue una revolución

fracasada, no con ideales socialistas sino democráticos y, en cierto sentido, planeada por

el Comintern (en un encuentro de partidos comunistas latinoamericanos en Moscú

llevado a cabo en 1934). El movimiento fue liderado, por una decisión tomada en el VII

Congreso del Comintern (1935) por Luis Carlos Prestes. Comenzó en noviembre del

mismo año cuando, luego de la ofensiva del gobierno de Vargas en contra de la Alianza

Nacional Liberadora (ANL), emergió una insurrección inminentemente militar (no hubo

una verdadera movilización de masas o entrega de armas a los sectores obreros y

campesinos).

El carácter militar y no popular de la revuelta se debe al origen tenientista de

Prestes y sus cercanos (y de la ANL en general), acostumbrados a levantamientos

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militares. Como sus ideales eran nacionales y democráticos, Prestes esperaba conseguir

el apoyo de las facciones nacionalistas del ejército.

Después de la rebelión de Prestes, el partido comunista latinoamericano

abandonó la intención de formar movimientos autónomos y dio comienzo a la política

de alianzas que lo caracteriza hasta la actualidad.

En la segunda mitad de la década de 1930 el estalinismo estaba ya consolidado

en los pensadores marxistas latinoamericanos. “Con estalinismo queremos designar la

creación, en cada partido, de un aparato dirigente – jerárquico, burocrático y autoritario

– íntimamente ligado, desde el punto de vista orgánico, político e ideológico, al

liderazgo soviético y que seguía fielmente todos los cambios de su orientación

internacional. El resultado de ese proceso fue la adopción de la doctrina de la revolución

por etapas y del bloque de cuatro clases (el proletario, el campesinado, la pequeña

burguesía y la burguesía nacional), como fundamento de su práctica política, cuyo

objetivo era la concretización de la etapa nacional-democrática (o antiimperialista o

antifeudal). Esa fue la doctrina elaborada por Stalin y aplicada en China, y, más tarde,

generalizada hacia todos los países coloniales o semi-coloniales (inclusive, claro está,

América Latina). Su punto de partida metodológico es una interpretación economicista

del marxismo, ya encontrada en Plejanov y en los mencheviques: en un país semifeudal

y económicamente atrasado, las condiciones no están lo suficientemente maduras

(“amadurecidas”) para una revolución socialista” (p. 28).

Desde el VII Congreso del Comintern en 1935, los partidos comunistas

latinoamericanos, dirigidos por la URSS, dieron comienzo a la estrategia de los frentes

populares: la alianza con partidos burgueses y nacionalistas contrarios al fascismo. Sin

embargo, este dictamen, en su mayoría, quebró sus bases originales. En Perú, México y

Colombia, las uniones aparentemente antifascistas se concretaron con los partidos

representantes de la oligarquía y la derecha tradicional. En Cuba, el PC, al no encontrar

partidos burgueses liberales y nacionalistas, apoyo la candidatura de Fulgencio Batista.

El único país en donde el plan del VII Congreso del Comintern se llevó a cabo fue en

Chile. El frente popular, que llevó a la presidencia a Pedro Aguirre Cerda, logró unir al

PC y al PS (más cercano al nacional socialismo alemán que al socialismo que al

marxismo) bajo el mandato del Partido Radical. El plan del PC era formar una alianza

que permitiera establecer una etapa capitalista burguesa y liberal previa a la revolución

socialista. Sin embargo, la alianza fue efímera y paradójica. En los años que duró el

Frente Popular el Partido Radical se unió unas veces con socialistas (o facciones

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derechistas del socialismo chileno) en contra de comunistas (como en 1948), otras con

comunistas en contra de socialistas. Cuando el partido socialista y el comunista lograron

formar un bloque autónomo de trabajadores, el movimiento estaba tan desgastado que

su candidato único, Salvador Allende, obtuvo sólo el 6% de los votos.

En el periodo de las II Guerra Mundial, el marxismo latinoamericano recibió las

fuertes influencias de Earl Browder, líder del Partido Comunista estadounidense. Para

este último era necesaria la alianza estratégica entre el campo socialista y los Estados

Unidos que fuera perpetuada luego de las alianzas ocasionales entre EEUU y la URSS

durante la guerra. Como consecuencia de las idead de Browder, el México y Cuba, por

ejemplo, se llamó a formar una alianza entre obreros y patrones en pos del beneficio

común.

Si bien luego de la guerra la idea de una alianza sólida con los Estados Unidos

fue enormemente criticada, en muchos países los pensadores marxistas continuaron con

la política de alianzas entre la burguesía nacional y los obreros. En México, por

ejemplo, luego de 1945, el partido comunista enfatizó en la necesidad de un pacto

nacional que transformara el país y que permitiera abandonar los vestigios ancestrales

del periodo colonial. Luego, con la emergencia de los populismos, como el de Perón en

Argentina o el del Movimiento Nacional Revolucionario de Bolivia, el partido

comunista llevo a cabo alianzas con los sectores más acomodados de la oligarquía, con

la intención de derrocar los fascismos que concentraban gran parte del electorado de

sectores populares.

Durante este periodo, a pesar de la hegemonia estalinista, existieron también

pensadores marxistas críticos, sobre todo trotskistas. Algunos ejemplos son Mario

Pedrosa, Livio Xavier, Rodolpho Coutinho en Brasil, fundadores de la Liga Comunista;

Manuel Hidalgo, Humberto Mendoza y Oscar Waiss en Chile; Guillermo Lora en

Bolivia. Este último, en un encuentro de la Federación Sindical de los Trabajadores

Mineros de Bolivia (FSTMB) efectuado en 1946, instauró los ideales trotskistas de la

revolución permanente sin organización burocrática como el eje principal de la lucha de

los trabajadores en Bolivia. Los pensadores trotskistas revindican el anterior marxismo

de la década de 1920, representado en la figura de Mariátegui.

En la década de 1950 el panorama latinoamericano estuvo notablemente

influenciado por la Guerra Fría. Muchos gobiernos apoyados por los votos comunistas,

como el de Gonzáles Videla en Chile y el Miguel Alemán en México, intervenidos por

EEUU, declararon el comunismo como una práctica ilegal.

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Page 7: LOWY, El marxismo en América Latina

La respuesta fue una incipiente radicalización de los movimientos comunistas y

la permanencia de sus ideales antiimperialistas. Se enfatizó nuevamente en la lucha en

contra de la burguesía, negando la política de alianzas del periodo anterior. Sin

embargo, la herencia del estalinismo, reflejada en la ideas de la revolución en etapas,

del el bloque de cuatro clases y de la necesidad de un periodo nacional-democrático,

siguió siendo predominante.

Un ejemplo claro de lo anterior es el gobierno del Partido Guatemalteco del

Trabajo (PGT) presidido por Jacobo Arbenz. Este último, durante 1951 y 1954, intentó

formar una alianza con el ejército y ciertos sectores de la burguesía en función de

transformar la realidad social y económica del país, la que aún tenía una estructura

colonial. Luego de que se expropiaran tierras de la United Fruit Company, el gobierno

fue derrocado por la invasión militar de mercenarios estadounidenses apoyados por la

oligarquía local. En 1955, ya derrocado el gobierno, el PGT asumió su error histórico de

no seguir una dirección independiente de la burguesía nacional democrática.

Otra muestra de la orientación todavía aliancista fue el PSP cubano, el que,

incluso durante y posterior a la revolución de 1959, afirmó la necesidad de instaurar una

revolución democrática, burguesa y liberal el pos de establecer las bases de una futura

revolución socialista.

A pesar de la influencia estalinista, durante este periodo, desde la década de

1930 hasta 1959, se realizaron importantes avances científicos. Caio Prado en Brasil,

por ejemplo, en Historia Económica de Brasil, niega el concepto de feudalismo

latinoamericano aseverando la existencia de un capitalismo de tipo mercantil. Lo mismo

hace Sergio Bagú en A economia de sociedade colonial con su propuesta del

capitalismo colonial. De forma similar, el historiador chileno Marcelo Segal, insistió en

la importancia de la minería, una industria típicamente capitalista, en el periodo

colonial. Un caso aislado lo constituye el sociólogo argentino Silvio Frondizi y su

análisis de la derrota histórica del peronismo como causa de su incapacidad de

implantar una revolución democrática real.

Paralelamente, los historiadores y pensadores asociados a la interpretación

oficial del comunismo latinoamericano, como Hernán Ramírez Necochea en Chile,

perpetuaban la imagen feudal de la colonia.

La revolución cubana de 1959, inauguró una nueva época en el marxismo

latinoamericano. Para los revolucionarios cubanos el socialismo y el antiimperialismo

formaban parte de una única revolución: capitalismo y socialismo eran dialécticamente

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Page 8: LOWY, El marxismo en América Latina

antagónicos. No era necesaria una etapa democrática y burguesa previa a una revolución

socialista. Al contrario, trabajadores y campesinos debían juntos establecer el

socialismo desde sus condiciones de ambigüedad entre el capitalismo mercantil y su

agrario post-colonial. Este proceso, al contrario de los anteriores, no fue precedido por

un análisis teórico en torno a la acción revolucionaria, sino que, antes bien, fue la propia

práctica la que modificó la teoría. “Las revolución cubana subvirtió claramente la

problemática tradicional de la corriente marxista hasta entonces hegemónica en América

Latina. Por un lado, demostró que la lucha armada podía ser una manera eficaz de

destruir el poder dictatorial y pro-imperialista y abrir camino hacia el socialismo. Por un

lado, demostró la posibilidad objetiva de una revolución combinando tareas

democráticas y socialistas en un proceso revolucionario ininterrumpido. Esas lecciones,

en nítida contradicción con la orientación de los partidos comunistas, obviamente

estimularon el surgimiento de corrientes marxistas inspiradas en el ejemplo cubano. La

principal limitación de la experiencia cubana, que se volvió evidente a partir de finales

de los años 60, fue la estructura autoritaria del poder revolucionario, la ausencia de

pluralismo político, de libertad de expresión y de formas de control democrático de la

población sobre las instancias políticas (salvo a nivel loca” (p. 47).

Este nuevo periodo recuperó las ideas del antiguo marxismo de la década de

1920. En la revolución cubana era recurrente la mención de las ideas de Mariátegui y

Mella.

El principal intelectual de esta tendencia fue Guevara. Sus principales ideas eran

las siguientes: 1) el rechazo a la construcción socialista por medio de las armas de dejó

el capitalismo (la mercancía como unidad, la rentabilidad, el interés económico

individual); 2) la crítica con respecto al socialismo real y la búsqueda de un socialismo

alternativo de carácter igualitario y más democrático; 3) la crítica hacia la burguesía

local y su incapacidad de haber lucha contra el imperialismo; 4) la necesidad de una

revolución socialista armada apoyada por el pueblo y sin recurrir a alianzas con la

burguesía; 5) el rechazo a constituir un etapa democrático-burguesa previa al

socialismo.

De estas ideas surgió el castrismo y el ideal de voluntarismo revolucionario

determinante en el marxismo desde la década de 1960. Ejemplos de movimientos que

surgieron al amparo del castrismo en esta década son los siguientes: 1) Las Fuerzas

Armadas de Liberación Nacional (FALN) dirigidas por Douglas Bravo y el Movimiento

de Izquierda Revolucionario (MIR) dirigido por Américo Martín en Venezuela; 2) Las

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Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) lideradas por Turco Lima y el Movimiento

Revolucionario 13 de Noviembre liderado por Yon Sosa en Guatemala (MR-13); 3) el

MIR, liderado por Luis de la Puente Uceda, el Ejército de Liberación Nacional (ELN),

dirigido por Héctor Bejar y el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN),

liderado por Carlos Fonséca en Nicaragua; 4) el ELN de Guevara en Bolivia. En su

mayoría, estos movimientos, de carácter rural o campesino, fueron derrocados

militarmente.

Luego de la muerte de Guevara en Bolivia se inicia un nuevo periodo del

castrismo: uno protagonizado por movimientos urbanos de gran alcance político. En su

mayoría, eran conformados por estudiantes, trabajadores de sectores popul ares y

campesinos. Algunos ejemplos son: 1) el Movimiento de Liberación Nacional dirigido

por Raúl Sendic en Uruguay; 2) el PRT-EP, Partido Revolucionario de los

Trabajadores- Ejército del Pueblo, liderado por Roberto Santucho en Argentina; 3) la

ALN, Acción Liberadora Nacional, liderado por Carlos Mariguella y el MR-8,

Movimiento Revolucionario 8 de Octubre, dirigido por Carlos Lamarca en Brasil; 4) el

MIR, liderado por Miguel Henríquez en Chile.

Durante este periodo el marxismo ingresó a los circulos académicos y

universitarios. Diversos trabajos de sociología, ciencia política e historia enriquecieron e

pensamiento marxista latinoamericano. Destacan Sietes tesis erróneas sobre América

Latina (1965) de Rodolfo Stavenhagen, América Latina: ¿feudal o capitalista? (1966),

Capitalismo y subdesarrollo en América Latina (1967) de Gunder Frank y la revista

cubana Pensamiento Crítico dirigida por Fernando Martínez (cerrada en 1971 por

presión soviética). Los puntos principales de estos autores eran (p. 52):

1. El rechazo de la teoría del feudalismo latinoamericano y la caracterización de la

estructura colonial histórica y de la estructura agraria presente como

esencialmente capitalistas.

2. La crítica al concepto de una burguesía nacional progresistas y de la perspectiva

de un posible desarrollo capitalista independiente en los países latinoamericanos.

3. El análisis de la derrota de las experiencias populistas como resultado de la

propia naturaleza de las formaciones sociales latinoamericanas, su dependencia

estructural y la naturaleza política y social de las burguesías locales.

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Page 10: LOWY, El marxismo en América Latina

4. El descubrimiento del origen del atraso económico no en el feudalismo ni en

obstáculos pre-capitalistas al desarrollo económico, sino el carácter del propio

desarrollo capitalista dependiente.

5. Finalmente, la imposibilidad de un camino nacional-democrático para el

desarrollo social en América Latina y la necesidad de una revolución socialista

como única respuesta realistas y coherente al subdesarrollo y la dependencia.

Otras vertientes que surgieron con fuerza en el periodo fueron el trotskismo y el

maoísmo.

Debido a que en la mayoría de los castristas y guevaristas no existía prejuicio en

torno a las ideas de trotski, en muchos países surgieron movimientos de la alianza entre

castristas y trotskistas. Ejemplos son :1) el PRT (Partido Revolucionario de los

Trabajadores) en Argentina, que representó al país en la IV Internacional de 1969 a

1973; 2) el PRT en México; 3) el FOCEP, Frente de Obreros, Campesinos y Estudiantes

del Perú.

El maoísmo surge en el continente producto del conflicto chino-soviético y de la

división de los partidos comunistas tradicionales. El primer grupo maoísta fue el PCdel

B (Partido Comunista del Brasil), que surgió de un grupo disidente del PCB (Partido

Comunista Brasileño). “El partido maoísta brasileño, siguiendo el ejemplo chino,

proponía un bloque de cuatro clases y el establecimiento de un gobierno por la guerra

popular (concebida como la barrera de las ciudades en el campo), cuya tarea sería

realizar una revolución antiimperialista y antilatifundista. Los maoístas convergían con

los pro-soviéticos al negar no sólo el carácter socialista de la revolución en su presente

etapa, sino que también negaban la insistencia en la necesidad de una alianza con la

burguesía nacional; proponían, por otro lado, la hegemonía del proletariado en esa

alianza de clases y la necesidad de una lucha armada” (p. 54). Otros movimientos

maoístas fueron el PCML (Partido Comunista Marxista-Leninista) del Perú, el PCML

de Bolivia, el PCML en Colombia, etc.

La emergencia de estas tendencias amenazó la hegemonía de los partidos

comunistas tradicionales. En un principio, la mayoría de los PC se negaron a participar

de las nuevas corrientes (Colombia, Brasil, Argentina, Chile), catalogándolas de

“aventureras” o “pequeño-burguesas”. En gran parte de los casos, los partidos se

separaron producto de las divergencias en torno al papel de la lucha armada en la

revolución. En Chile, por ejemplo, muchos de los castristas del PC se fueron al MIR.

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Page 11: LOWY, El marxismo en América Latina

Durante el gobierno de la Unidad Popular en Chile, el PC aún mantuvo las ideas

tradicionales del periodo anterior: la política de alianzas con la burguesía (Democracia

Cristiana), la idea de una revolución burguesa y capitalista previa a la revolución y su

respeto a las Fuerzas Armadas y al orden institucional del estado-nación. En cierto

sentido, el PC chileno no tuvo la capacidad de predecir, producto de las ideas ya

mencionadas, el duro golpe militar de 1973.

Las corrientes socialistas, al igual que en los PC, sufrieron variadas escisiones

producto de las diferencias entre los socialistas más radicales asociados al castrismo y

los socialistas tradicionales. En la década de 1980, las diferencias se acentúan con la

emergencia de la social-democracia, la que, según Lowy, abandona los ideales

marxistas. Ejemplos de lo anterior son el APRA en Peru y la AD (Acción Democrática)

en Venezuela.

En la década de 1980 se unió al castrismo el sandinismo de Nicaragua. Al igual

que en Cuba, el PC y el PS estuvieron al margen del proceso revolucionario,

catalogando al FSLN de aventurero, ultraizquierdista y maoísta. “En ciertos aspectos, la

Revolución Sandinista recuerda a la cubana: la derrota armada de una dictadura

impopular, la creación de un poder revolucionario basado en el pueblo armado, en la

reforma agraria, en la confrontación con el imperialismo. Sin embargo, ciertas

características originales fueron específicas de Nicaragua: un papel mucho más

importante desempeñado por la población pobre y joven de las ciudades, la menor

importancia de la guerrilla rural ante las insurrecciones urbanas y la participación en

masa de los cristianos” (p. 58). Otras características de la revolución sandinista fue: 1)

la lentitud de las transformaciones económicas y sociales; 2) el establecimiento de un

régimen político basado en derecho democrático, pluralismo político y sindical, libertad

de prensa y derecho de asociación. Las elecciones fueron reconocidas por los

organismos internacionales y fueron las primeras votaciones de carácter democrático en

el país. La derrota electoral en 1990 se debió, en gran parte, al bloqueo económico de

los EEUU y a ciertos errores del gobierno (falta de democracia interna en el partido

sandinista, concesiones a los privados, etc.)

La revolución sandinista tuvo gran repercusión en centro América. Ejemplos son

el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional (FMLN) en el Salvador y la Unión

Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Uno de los elementos principales de

estos movimientos es el marcado acento cristiano de sus participantes (sin precedente en

la historia del marxismo).

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En la década de 1980, condicionados por el proceso de industrialización dirigido

por la dictadura en alianza con las empresas multinacionales y la burguesía local, surgen

nuevos movimientos de trabajadores. Sus principales representantes son el Partido de

los Trabajadores (PT) y la Central Única de Trabajadores (CUT). Estos movimientos

rechazaron la propuesta de la Nueva República, surgida del consenso entre los militares

y la burguesía liberal. Si bien el PT no se declara abiertamente marxista, muchas de sus

propuestas, como se grafica en el VII Encuentro del partido celebrado en 1990, son

afines al marxismo.

Ni los nuevos movimientos sociales de Centro América ni los movimientos

obreros en Brasil se pueden entender sin enfatizar en la paulatina radicalización de

amplios sectores cristianos y su atracción con el marxismo.

El tema de la liberación empezó a preocupar a los teólogos más radicales,

insatisfechos de la teología del desarrollo predominante en el continente, desde la

década de 1960. Pero fue en 1971 cuando, con un libro de Gustavo Gutiérrez, cura

peruano que había estudiado en Francia, escribió Teología de la Liberación –

Perspectivas. Influenciado por el marxismo de Mariátegui o Ernst Bloch, Gutiérrex

proclamó la necesidad de transformar el presente en pos de la revolución socialista. En

1972 se celebró en Santiago el encuentro continental Cristianos por el Socialismo,

organizado por Pablo Richards y Gonzalo Arroyo. Otros autores fundamentales para

esta tendencia fuerom Hugo Assmann, Leonardo y Boris Boff, Frei Betto, Ignacio

Ellacuría y Jon Sobrino. “Los cristianos se volvieron un componente de los

movimientos populares socialistas, libertadores o revolucionarios. Ellos trajeron una

sensibilidad moral, una experiencia del trabajo popular en la base y una urgencia

utópica que contribuyeron a enriquecer el movimiento. Lo que les atrae a ciertos

cristianos del marxismo no es apenas su valor científico como análisis de la sociedad; es

también, o especialmente, su oposición ética a la injusticia capitalista, su identificación

con la causa de los oprimidos y su propia propuesta socialista” (p. 61).

El comienzo de la década de 1990 es un periodo de crisis para el marxismo

latinoamericano (y mundial): la caída de la URSS, la derrota del sandinismo y las dudas

frente a las prácticas autoritarias ejercidas por el régimen cubano (la ejecución del

general Ochoa y sus amigos).

Para muchos, influenciados por el avance del neoliberalismo triunfante, la época

marcada por la revolución cubana había terminado: ahora era la oportunidad del

consenso democrático y de las políticas reformistas moderadas en un marco político-

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Page 13: LOWY, El marxismo en América Latina

institucional capitalista. Uno de los principales intelectuales de esta vertiente es el

mexicano Jorge Castañeda con La utopía desarmada (1993). En este contexto es que,

pocos meses después de publicado el libro, surge en México un enorme levantamiento

de indios liderados por el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Este

movimiento recibe influencias de: 1) las perspectivas de lucha armada del guevarismo;

2) la teología de la liberación; 3) la revolución agraria e indígena del Ejército del Sur de

Emiliano Zapata; 4) la cultura maya de los indígenas de Chiapas, cuya relación mágica

con la naturaleza y su solidaridad comunitaria se resisten al neoliberalismo. El EZLN

combina elementos ancestrales pre-capitalistas con las luchas sociales de la América

Latina post-colonial. “El EZLN es heredero de cinco siglos de resistencia indígena a la

Conquista, a la Civilización y a la Modernidad. No es casualidad que la insurrección

zapatista había sido originalmente planeada para 1992, la fecha del Quinto Centenario

de la Conquista, y que, en aquel año, una multitud de indígenas haya ocupado San

Cristóbal de las Casas, la capital de Chiapas, derrumbando la estatua del conquistador

Diego de Mazariegos, símbolo odiado de la expoliación de los indios y de su sujeción”

(pp. 65-66).

Otros movimientos surgidos en esta década representan el periodo post-

revolución cubana. Destacan, en Colombia, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de

Colombia (FARC) y el Ejército de Liberación Nacional (ELN). Existen movimientos

similares también en Paraguay, Ecuador, Guatemala, Perú y México. Pero, sin duda, el

importante es el Movimiento de los Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) en Brasil.

Estos últimos comenzaron en la década de 1980 influenciados por la Teología de la

Liberación y la Pastoral de la Tierra. “Pero a partir de los años 80, el MST se

autonomizó de su relación con la Iglesia e incorporó elementos importantes del

marxismo en su análisis de la estructura rural brasileña y en su programa agrario de

inspiración socialista. Por su combatividad, su mística, sus métodos de lucha poco

convencionales y su oposición intransigente a las políticas neoliberales de los sucesivos

gobiernos brasileños, el MST conquistó la simpatía no sólo de una parte significativa de

los campesinos sin tierra, sino también de la población pobre urbana y de la opinión

pública en general, y aparece cada vez más como la punta avanzada de la lucha por la

transformación social en Brasil” (p. 66).

Lowy finaliza afirmando que, en la actualidad, la lucha contra el neoliberalismo

proviene de movimientos diversos cuya institución más representativa es el Foro Social

Mundial celebrado en Porto Alegre (2001, 2002, 2003).

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