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,Vol. 38 (N.º 81) 1. er Semestre 2015 - ISSN: 0210-8615, pp. 161-170 Luis S. Granjel (1920- 2014), historiador de la medicina: recuerdos y vivencias JUAN RIERA PALMERO Universidad de Valladolid “Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va” Romance del Conde Arnaldos, Cancionero de Amberes (1548) El recuerdo de Don Luis nos trae al eminente historiador, su figura y su obra, que fue destacada personalidad en la creación de la nueva disciplina universitaria a la que dedicó toda su vida. La Historia de la Medicina, nacida a comienzos del siglo XX gracias a los estudios de Karl Sudhoff y sus discípulos Paul Diepgen y E.H. Sigerist, llegó a España en los años de posguerra como disciplina rigurosa, cuya consolida- ción no hubiera sido posible sin la contribución de Luis S. Granjel. Nació Don Luis en 1920 en Segura –noble villa guipuzcoana del Goierri, en el corazón de Euskadi con las sierras de Aralar y Aizkorri–, donde pasó los años de su primera infancia, quedando atado para siempre a la tierra vasca La vida del profesor Granjel se reparte entre los recuerdos guipuzcoanos y su definitiva vinculación sal- mantina. Hijo de Don Gerardo, médico, cursó Don Luis tras el Bachillerato en Béjar estudios de Medicina en Salamanca, que fueron interrumpidos por la Guerra. La movilización durante el conflicto civil lo llevó a participar en la contienda, destinado en el cerro del Cristo del Caloco. Cuando regresó a Salamanca había sufrido toda suerte de penurias, hasta el punto de que Don Luis contaba que los ocho meses en el frente cambiaron por entero su vida, pasando de la adolescente juventud a una ma- durez plena. Obtenida la licenciatura en Medicina, inició su formación en la especia- lidad de Psiquiatría, pero el sabio historiador en ciernes abandonó la clínica y, gracias al consejo de su gran amigo Ernesto Sánchez Villares, viajó a Madrid para iniciar la tesis doctoral bajo la dirección de Pedro Laín. No obstante, los años de estudio en la Facultad salmanticense no fueron vanos, pues conoció a dos grandes médicos, el ya citado Sánchez Villares y el futuro fisiólogo José Castillo Nicolau, que pronto mar- charía a Estados Unidos. En estos primeros años de aprendizaje fue su valedor el gran rector de Salamanca, Antonio Tovar Llorente, hacia quien Granjel mantuvo una admiración entrañable, nunca quebrada. Entender la obra de Don Luis es comprender su vida, porque las creaciones del espíritu no tienen solamente al espíritu por padre. El hombre entero, confesó Taine, contribuye a producirlas; su carácter, su educación y su vida, su pasado y su presen-

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Luis S. Granjel (1920- 2014), historiador de la medicina: recuerdos y vivencias

Juan riera PaLmeroUniversidad de Valladolid

“Yo no digo esta canción sino a quien conmigo va”

Romance del Conde Arnaldos, Cancionero de Amberes (1548)

El recuerdo de Don Luis nos trae al eminente historiador, su figura y su obra, que fue destacada personalidad en la creación de la nueva disciplina universitaria a la que dedicó toda su vida. La Historia de la Medicina, nacida a comienzos del siglo XX gracias a los estudios de Karl Sudhoff y sus discípulos Paul Diepgen y E.H. Sigerist, llegó a España en los años de posguerra como disciplina rigurosa, cuya consolida-ción no hubiera sido posible sin la contribución de Luis S. Granjel.

Nació Don Luis en 1920 en Segura –noble villa guipuzcoana del Goierri, en el corazón de Euskadi con las sierras de Aralar y Aizkorri–, donde pasó los años de su primera infancia, quedando atado para siempre a la tierra vasca La vida del profesor Granjel se reparte entre los recuerdos guipuzcoanos y su definitiva vinculación sal-mantina. Hijo de Don Gerardo, médico, cursó Don Luis tras el Bachillerato en Béjar estudios de Medicina en Salamanca, que fueron interrumpidos por la Guerra. La movilización durante el conflicto civil lo llevó a participar en la contienda, destinado en el cerro del Cristo del Caloco. Cuando regresó a Salamanca había sufrido toda suerte de penurias, hasta el punto de que Don Luis contaba que los ocho meses en el frente cambiaron por entero su vida, pasando de la adolescente juventud a una ma-durez plena. Obtenida la licenciatura en Medicina, inició su formación en la especia-lidad de Psiquiatría, pero el sabio historiador en ciernes abandonó la clínica y, gracias al consejo de su gran amigo Ernesto Sánchez Villares, viajó a Madrid para iniciar la tesis doctoral bajo la dirección de Pedro Laín. No obstante, los años de estudio en la Facultad salmanticense no fueron vanos, pues conoció a dos grandes médicos, el ya citado Sánchez Villares y el futuro fisiólogo José Castillo Nicolau, que pronto mar-charía a Estados Unidos. En estos primeros años de aprendizaje fue su valedor el gran rector de Salamanca, Antonio Tovar Llorente, hacia quien Granjel mantuvo una admiración entrañable, nunca quebrada.

Entender la obra de Don Luis es comprender su vida, porque las creaciones del espíritu no tienen solamente al espíritu por padre. El hombre entero, confesó Taine, contribuye a producirlas; su carácter, su educación y su vida, su pasado y su presen-

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te, sus pasiones y sus facultades, sus virtudes y sus vicios, todas las parte de su alma y de su acción dejan su huella en lo que piensa y en lo que escribe. Esta es la clave para entender cabalmente la vida y la obra de Don Luis. Todo lo que se ha dicho sobre el Maestro Granjel como historiador de la medicina –en los numerosos home-najes recibidos en vida, en las notas y obituarios publicados tras su muerte– es parte inseparable de su trayectoria humana. La obra y la persona se funden en una sola realidad de forma singular e indivisible. La pulcritud, el orden y la claridad de sus numerosos libros, la fecundísima labor de magisterio, sus amigos, su vida familiar, todo tiene el sello de las virtudes que adornaron su vida de aspiración a la perfección llena de bondadosa generosidad.

Poseyó Don Luis el talento del bien decir y, en consonancia con su espíritu y su honestidad profesional, su obra no estuvo anclada en la alta especulación: ajeno a la retórica barroca imperante en la posguerra, dedicó todo su afán a la observación minuciosa del hecho histórico y al relato ajustado y ceñido a la verdad del pasado. No descuidó las grandes figuras de la medicina española, pero tuvo constantes gestos piadosos al historiar y rescatar de la memoria las figuras secundarias menos conoci-das. Abordó con la misma objetividad e interés los periodos brillantes y las etapas deslucidas. Dejar que las fuentes hablasen por si mismas fue su lema y método de trabajo histórico. La obra de Don Luis incorporó no pocas novedades metodológi-cas, entre ellas la dimensión social de la medicina y la enfermedad humana. En esta línea se inscriben sus numerosas contribuciones a la historia del ejercicio profesional, la medicina creencial, la superstición médica y la medicina popular, el periodismo médico, el grabado y la caricatura, el libro médico y la imprenta, la vejez, los hospi-tales –como el excelente libro sobre Basurto–, la hidrología médica y su uso social en el mundo contemporáneo, la epidemiología, el Protomedicato, la enseñanza... Este colosal haber supera con creces más de cien volúmenes gestados a lo largo de toda su vida. Hizo historia biográfica, institucional y social, su historia de la medicina espa-ñola es una historia total –basta releer los índices de sus libros para confirmarlo.

En esta dimensión social de la historia de la medicina fue Don Luis pionero en abordar el estudio de la medicina y los médicos desde la literatura. Parte importante de su legado tuvo como fuente la creación literaria, el reflejo de los saberes médicos, el médico y la enfermedad en la prosa castellana. Los textos literarios son capítulo imprescindible en su historiografía médica. Estaba familiarizado, como pocos, con el pasado de la narrativa española, desde el siglo de Oro y la Ilustración hasta la novela contemporánea –en su biblioteca hemos contemplado en numerosas ocasiones toda la novela española de los siglos XIX y XX, capítulo que conocía a la perfección. Al-gunos de sus mejores trabajos abordan la relación entre medicina y prosa literaria, como su discurso académico Médicos novelistas y novelistas médicos. En consonan-cia con esta amplitud de miras deben entenderse sus brillantes estudios sobre la ge-neración del noventayocho y las numerosas páginas que dedicó a los grandes nove-listas españoles. Algunos de sus trabajos sobre la literatura picaresca, La Lozana

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Andaluza, Los Médicos y el Quijote, Diego de Torres y Villarroel, Lorenzo Hervás y Panduro, el padre Antonio José Rodríguez, la novela corta y la prosa del siglo XVI son piezas que confundieron a algunos lectores, que le creyeron Catedrático de Li-teratura Española.

En su método histórico no dejaba nada al albur: el análisis exhaustivo de las fuen-tes, la revisión constante de sus trabajos, el pulido final que toda prosa histórica precisa. Sus hábitos de trabajo lo llevaban a revisar los originales en más de una oca-sión, para comprobar que no había olvidos ni errores; cinceló sus libros con justeza e insuperable orden y claridad. Estas premisas justifican que no existan grietas ni resquicios de hojarasca en su obra: densa, completa, obra clásica entre las clásicas de la historia de la medicina española. Esta prosa granjeliana es magistral, precisa, clara, ordenada, en la que se unen la bella dicción y el rigor erudito. Es totalmente original, porque su estilo fue inimitable.

Para Don Luis la historia de la medicina fue, más que una profesión, una creencia que llenó toda su vida académica. Nuestra disciplina, aunque modesta en principio dentro del entorno médico, parecía tener valor de salvación, tal era el amor con que la cultivaba. El historiador de la medicina abandonaba el ejercicio clínico y quemaba las naves en pos de una ardiente vocación: la historia de la medicina.

Perteneció Granjel a la primera promoción de historiadores de la medicina de la posguerra, en la que hubo que realizar un esfuerzo personal considerable para supe-rar las enormes dificultades materiales de la vida española de aquellos años. Más que generación fueron individualidades aisladas, cuya constancia y tenacidad abrieron el camino a futuros profesionales. El ejemplo de Karl Sudhoff en Leipzig, que en 1905 dejó la clínica para convertirse en el primer médico historiador dedicado exclusiva-mente a este quehacer, fue seguido en España primero por Laín (1942) y luego por Granjel (1948). Ambos aventajaron los repertorios ochocentistas de Morejón y Chinchilla, de indudable valor, así como el positivismo heredado de Luis Comenge, de erudición innegable. Incorporaban así la nueva disciplina universitaria, superando el pensamiento positivista e historicista. Nacía en España en la década de los cuaren-ta la historia como ciencia en el ámbito del saber y quehacer médico. Don Luis insis-tió en la necesidad de crear un centro de trabajo, el Seminario, más tarde Instituto de Historia de la Medicina, con las herramientas necesarias para la labor histórico-mé-dica. Suyo es el manual de metodología en español Estudio Histórico de la Medicina, dedicado a los doctorandos, como también la didáctica Historia de la Medicina, des-tinada a los escolares médicos de licenciatura. En ambos textos prima la claridad y los fines docentes para los que fueron redactados.

Esta generación, hecha de escasas y brillantes individualidades, con enorme y desinteresado tesón, hizo posible la continuidad y preparó el camino hacia el reco-nocimiento de la Historia de la Medicina como rama de la medicina cada vez más pujante. A esta promoción, y junto al Profesor Granjel, se sumaron más tarde otros

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estudiosos, entre los cuales me cuento. Don Luis fue el pionero esforzado que des-brozó el camino y allanó las dificultades, trabajador de la hora prima, tras el cual llegamos los demás hasta los más recientes. La semilla de su obra y su ejemplo han cuajado en un valioso elenco de profesores, historiadores y estudiosos de nuestra disciplina dispersos por la geografía peninsular. La obra del Maestro es trigo limpio, que germinó en tierra sazonada por el esfuerzo personal y el infatigable trabajo; sus continuadores y discípulos hemos recogido sus granados frutos. La solidez de su obra augura una vigencia duradera, prevalecerá sobre el paso del tiempo como mo-numento que un historiador ha dedicado al pasado de la medicina y de los médicos españoles.

Orillando referencias puntuales, conviene recordar que hoy la historia de la me-dicina en España no sería lo que es sin el paso de Don Luis por la Universidad de Salamanca. En esta ciudad del Tormes se dieron cita profesores de numerosas uni-versidades, a Salamanca llegaron estudiosos de España y de otros países para cono-cer al Profesor Granjel. La huella de Don Luis será permanente y su obra impres-cindible para acercarse al pasado de la medicina peninsular, es una referencia obligada. Fue mentor y guía de muchos que, como yo, reconocían la excelencia de su magisterio. Era un privilegio –y lo sigue siendo– haberlo tenido por maestro, porque Don Luis no sólo fue soporte esencial en la tarea historiográfica, era además amigo y valedor de cuantos quisieran trabajar en su cátedra, siempre abierta en in-terés de nuestra disciplina. Todo lo forjó paso a paso, diseñó una primera fase de rigurosa erudición con las bases bibliográficas y los imprescindibles índices de mé-dicos, pasando a renglón seguido a parcelar un proyecto enciclopédico: la historia de la medicina española. Para llevar a cabo la síntesis consagró decenios al análisis de los textos, primero la etapa dedicada a reunir los materiales, para más tarde orde-narlos con rigor científico. Era una historia de la medicina hecha por médicos y para médicos, porque nadie puede sustituir la experiencia humana y profesional de un médico en estos menesteres. Sin descanso, fue elaborando las piezas maestras, para rematar el ingente esfuerzo con una obra colosal sin parangón en las historias nacio-nales de la medicina. Nada quedaba al albur, el proyecto lo cumplía con voluntad sobrehumana. Alcanzó su obra el cuerpo definitivo, sin grietas, ausente la hojarasca. Para ello contó con el arma más poderosa que ama el tiempo: la constancia. Su se-creto fue robar tiempo al tiempo.

Éste es el gran legado, más de medio siglo de continuidad sin fisuras, de tenacidad sin desfallecimientos. Le cupo la fortuna de ver finalizada una obra majestuosa, para la que era imprescindible el talante y carácter de un incansable cosechador del tiem-po. Todo su esfuerzo se consagró a explicar y conocer qué había aportado España a la medicina universal, sin dejar parcela por escudriñar ni capítulo sin estudiar. A esta infatigable tarea de análisis, de parcelación, siguió la definitiva labor de estructurar en un conjunto armonioso, equilibrado y preciso: el brillante panorama de la medi-cina española en una prosa admirable a lo largo de cinco densos volúmenes.

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Durante de la segunda mitad del siglo XX el salto cuantitativo y cualitativo de nuestra disciplina fue considerable. Se beneficiaron los jóvenes historiadores de un progreso material y un auge de la vida universitaria que pasó de las exiguas plazas docentes a un amplio abanico de posibilidades. Sin embargo, el puente entre genera-ciones lo simboliza el profesor Granjel. Es a partir de los años sesenta del siglo XX cuando cuajó la institucionalización de nuestra disciplina, empezando a tomar cuer-po su reconocimiento, gracias a las figuras de Laín en Madrid y Granjel en Salaman-ca. La celebración del Primer Congreso de Historia de la Medicina en Madrid (1963) y el Segundo en Salamanca (1965) fue definitiva. A partir de esos años la Cátedra y Seminario de Historia de la Medicina, más tarde Instituto de Historia de la Medicina Española de Salamanca, han sido centro de referencia para la disciplina.

La importancia de Don Luis no radica sólo en lo mucho que hizo, sino también en cómo lo hizo, el alto rigor historiográfico. Este cómo, en un momento de extrema precariedad universitaria, nos da la clave de la enorme dimensión humana de su obra. Con escasos medios y sin espacio para desenvolverse en la antigua Facultad de Medi-cina, acabó creando el Instituto de Historia de la Medicina Española, magnifico centro ubicado en el Palacio Fonseca. Su laboriosidad acabó siendo reconocida en numerosos homenajes y distinciones, como la medalla de Oro de la Universidad de Salamanca, el Doctorado Honoris Causa de la Pontificia, medalla de Oro de la Ciudad de Salamanca, Premio de las Ciencias Sociales de la Junta de Castilla y León, Presidente de la Real Academia de Medicina de Salamanca, Académico de Número y Bibliotecario de la Real Academia Nacional de Medicina, Miembro de la International Academy of the History of Medicine con sede en Londres, Miembro de Honor de Real Sociedad Bas-congada, entre otros reconocimientos que por concisión no citamos.

Cuanto se ha dicho es sólo un apunte provisional y apresurado de los méritos que concurren en la obra de Don Luis, porque hizo mucho más. Se le deben más de cien volúmenes redactados, dirigidos y corregidos de su puño y letra, varias decenas de millares de páginas salidas de su mano en una etapa de la vida universitaria española con recursos contadísimos. En su haber hay repertorios bibliográficos, índices de médicos españoles, ediciones de clásicos de la medicina española, facsímiles con es-tudios preliminares encomiables y definitivos. Recordemos las obras de Luis de Mercado, Francisco López de Villalobos, Enrique Jorge Enríquez, o el magistral li-bro sobre el médico vasco-navarro Juan Huarte de San Juan, y tantos y tantos bellos ejemplares, especialmente una obra cumbre de la prosa castellana, los Discursos me-dicinales del médico y aventurero, en Cartagena de Indias, Cristóbal Méndez Nieto; o las magníficas contribuciones dedicadas a Luis Lobera de Ávila, Andrés Laguna, Gregorio Marañón, entre otras muchas. No le fue ajeno el estudio cuantitativo y seriado de la historia, repárese en las monografías que dedicó a la historia del libro médico. Incluso algunos de sus trabajos entran de lleno en la historia de mentalida-des, como El ejercicio médico de judíos y conversos en España (2003) –discurso de ingreso en la Real Academia Nacional de Medicina.

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Otra de sus grandes creaciones, muy querida por Don Luis, fueron los Cuader-nos de Historia de la Medicina Española (1962-1975), obra en la que brilla su perso-nal impronta. Es esta revista, la mejor en su género en el panorama hispánico de la época, colaboraron todos y cada uno de los que de profesión y oficio ejercíamos de historiadores de la medicina en esos años. Los índices de esta cuidadísima revista –magnífica no sólo en su contenido, sino por su presentación formal– avalan mi ante-rior juicio: se encuentran trabajos de los diferentes grupos a la sazón existentes, des-de Madrid y Valencia, pasando por Granada, Sevilla y Málaga, incluyendo –claro está– el País Vasco, y un largo etcétera. Complemento de los Cuadernos fueron las Monografías, dedicadas a la medicina española, varias decenas de volúmenes, algunos definitivos, como los trabajos de Mercedes Agulló Cobo, Rafael Muñoz Garrido, José Luis Valverde López, Manuel Usandizaga Soraluce, Manuel Iirigoyen Corta, Fermín Palma Rodríguez, Concepción Vázquez Benito, Teresa Santander Rodrí-guez, Florencio Pérez Bautista y muchos otros, sin contar los que redactó personal-mente Don Luis. A todo ello deberían sumarse conferencias, cursos, congresos, re-señas, ensayos y notas, artículos periodísticos, entrevistas, en suma un cúmulo de trabajos ahora dispersos y difíciles de recopilar. En contadas ocasiones, complacien-do ruegos ajenos, colaboró en Diccionarios y Enciclopedias, incluida su presencia en la confección de los siete volúmenes de la Historia Universal de la Medicina. Tuvo gran respeto, rayano en el exceso, hacía quienes de profesión y oficio ejercían este menester: la cita puntual al original, la referencia honesta al trabajo consultado era la norma, ejemplo a seguir de honestidad científica.

En la obra de Granjel tuvieron un marcado protagonismo sus orígenes guipuz-coanos, razón que fue determinante en su interés por el pasado de la medicina vasca. Fundó la Sociedad Vasca de Historia de la Medicina, de la que fue su primer presi-dente, y a su iniciativa se debe la celebración del Primer Congreso de esta nueva so-ciedad, dedicado a la Medicina en la Época del Conde de Peñaflorida. Recordemos la Historia de la Medicina Vasca, los Cuadernos de Historia de la Medicina Vasca, y una rica colección de monografías sobre la medicina y los médicos vascongados. Suyo fue el excelente Diccionario de Médicos vascos, único en su género en los estu-dios de biografías médicas. La huella de Don Luis en los territorios históricos vascos dejó, entre otros discípulos, a los profesores José María Urkía y José Luis Munoa Roiz, ambos guipuzcoanos, y en Vizcaya a los profesores José Luis Goti Iturriaga y Malen Sarrionandia Gurtubay. Aunque en su madurez Granjel declinó el ofreci-miento de ocupar la Cátedra de la Universidad Complutense, en sus años de juven-tud, quiero pensar que hubiera recalado de por vida en Donosti, la tierra de su niñez.

Su trabajo era reglado, puntualísimo entraba a la misma hora todos los días en su despacho. La constancia, este arma poderosa que tanto ama el tiempo, fue el timón que le condujo a buen puerto. Los sábados estuvieron siempre destinados a contestar la abundante correspondencia que recibía, porque a lo largo de todos los días, incluyendo algunos festivos, Don Luis asomaba por la Cátedra. En su correspondencia hay cartas

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recibidas de sociedades de historia de la medicina de la antigua América española, italia-nas, francesas, portuguesas sobre todo, cartas algunas del mexicano Fernández del Cas-tillo, desde Roma de Adalberto Pazzini, de Henry Sigerist, pero también de Heinrich Schiperges, de Dietter Jetter, Francisco Guerra, Erna Lesky, Loris Premuda, Luis de Pina, o F. L.N. Poynter. Todo estaba ordenado, los epistolarios, ficheros de autores, materias, bibliografías y un largo listado de materiales. Don Luis era de un orden increí-ble, pero de enorme utilidad, sobre todo para un aprendiz de historiador, cual que era mi caso. Todo este entorno, pese a las limitaciones materiales, creaba un ambiente de trabajo y pulcritud que subyugaban. Sine ira et cum studio avanzaba Don Luis en su ambicioso proyecto, que finalizó a la postre de historiar todo el pasado médico español. Hasta el final de sus días no abandonó su noble pa-sión, cuando era avanzado octoge-nario tuvo valor y empeño para re-dactar la mejor monografía de la Historia de la Academia Nacional de Medicina (2007), completada en 2012, ya nonagenario, con la mono-grafía sobre la Academia en su eta-pa bélica de San Sebastián.

El aprendiz de historiador lle-gaba, como yo mismo, titubeante, con temor e indeciso, de forma que en los primeros compases dá-bamos pasitos con pequeños tras-piés pero, pasado un tiempo, aca-baba gustando la disciplina y creando adicción al trabajo de his-toriador de la medicina. Pasaron por Salamanca, entre otros, Rafael Sancho de San Román, Diego Miguel Gracia Gui-llén y José Luis Peset Reig, todos ellos con obra personal valiosa. Este clima atrajo a numerosos profesores de la Facultad de Medicina de Salamanca al quehacer de la historia de su especialidad, como los pediatras Ernesto Sánchez Villares –antes cita-do– y Mercedes Jacob Castillo, el dermatólogo Antonio García Pérez, el psicólogo Enrique Freijo Basalbe, incluso el brillante oftalmólogo Emiliano Hernández Beni-to. En la actualidad siguen activos en Salamanca en la disciplina los médicos historia-dores Antonio Carreras Panchón, Mercedes Sánchez-Granjel Santander, Juan Anto-nio Rodríguez Sánchez y la lingüista Berta Rodilla Gutiérrez.

Excmo. Sr. D. Luis Sánchez Granjel

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“Y consiento en mi morir con voluntad placentera”Jorge Manrique,

Coplas a la Muerte de su Padre (c. 1476)

La vivencia de su magisterio y amistad evoca, a quienes lo conocimos, la imagen del Profesor Granjel, cuya ausencia se tiñe de nostalgia y emoción contenida. Mi trato con Don Luis se inició en un viaje a Salamanca el 20 de agosto de 1963, y desde en-tonces hasta el último momento estuve en entrañable relación con su persona. A dia-rio, cuando yo residía en aquella ciudad, era un privilegio acompañarlo, paseando desde su casa en la Gran Vía hasta el Palacio Fonseca, lugar de trabajo, con su claustro renacentista, en cuyas dependencias acabó la redacción de la Historia de la Medicina Española. Recuerdo los luceros en el escudo del Arzobispo Fonseca, mientras en el suelo de la planta baja crecían castos cipreses y asomaban los capullos en los rosales floridos sobre un césped esmeralda. En la Cátedra de Historia de la Medicina, dos tallas antiguas de los Santos Cosme y Damián recordaban el origen religioso y la di-mensión histórica de la medicina. Se escuchaba teclear, en el silencio de la Cátedra de Don Luis, la vieja máquina de escribir, era un sonido monótono, que seguía sin des-canso al que dedicaba, todas las mañanas y las tardes, varias horas antes de entrar a clase.

En Fonseca, joya del primer renacimiento castellano, cundía una intensísima pa-sión intelectual. Desde su rellano se oteaba la hermosura de Salamanca, ciudad que enhechiza la voluntad en frase cervantina, con las dos Catedrales, la Vieja y la Nue-va, el Palacio Monterrey, el paseo de Carmelitas y los jardines de San Francisco, la Clerecía y sus altísimos y bellos cimborrios elevados hasta el cielo, y en medio la anti-gua judería. La ciudad Salamanca ahora renace en mí, como imagen en el recuerdo, donde pasó Don Luis toda su vida académica, conocedor de plazas y plazuelas, ruas y callejas, iglesias, fachadas y retablos, claustros y palacios, torreones y conventos ¡esta-llido de piedra tallada dorada al sol! Más allá, en la lejanía, los días claros asomaban en el horizonte, hasta bien entrada la primavera las cimas nevadas de Gredos y la sierra de Candelario. Este fue el hermoso marco de su vida cotidiana.

Sospecho, quizá sea error mío, que Don Luis tuvo dos patrias, y a las dos amó por igual: Donosti y Salamanca. Dos patrias tan pequeñas que las pudo soñar completas. Dos amores bíblicos, si aquélla fue su Lea, ésta era Raquel. Mis palabras quizá no sean del todo objetivas, pues la grandeza del maestro y mi profunda admiración tal vez desvirtúen la percepción de la verdad. Sus veranos eran etapas en las que recalaba en Guipúzcoa, en cuyo Balneario de Zestoa compartía amistades y afectos. Otras veces viajaba hasta Galicia, donde tuvo familiares muy cercanos.

Entre sus preferencias –fue un incansable lector– me atrevería a afirmar que Pío Baroja y los Baroja fueron sus elegidos. Estas confesiones musitadas las he escuchado en visitas a la Casa de los Baroja,”Iztea” en euskera, en Vera del Bidasoa. Durante el

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paseo por la mansión y sus aledaños el mundo vasco llegaba a mis oídos a través de los relatos del profesor Granjel, recordaba emociones, vivencias, amistades y la conocida frase de Pío Baroja cuando salía de su casa, diciendo “me voy a España”, y regresaba con palabras muy parecidas, en la valla fronteriza, “vuelvo a Francia”. Con Don Pío mantuvo Granjel relación epistolar, amén de visitarle periódicamente en Madrid has-ta los últimos días del novelista vasco. En Salamanca siguió cultivando la amistad de vizcaínos y guipuzcoanos, como Juan Manuel de Gandarias y Bajón, Miguel Artola Gallego o José Ignacio Tellechea Idígoras, porque la colonia vasca siempre fue un se-lecto grupo en las aulas salmantinas.

No tuvo vicio alguno, si llegó a fumar en los años de juventud –recuerdo su pipa y el aroma impregnando el entorno– muy pronto abandonó esta costumbre. Tampoco tuvo enemigos, ni jamás los conocí. El tono de su voz, sus ademanes, pese a la energía en su trabajo intelectual, siempre fueron contenidos, pausados, serenos, desconoció la crispación, nunca tuvo gestos de reproche y en ningún momento utilizó la displicencia como excusa. No fue un orador apasionado, ni gustó de la elocuencia ochocentista, rehuyó siempre la retórica postiza y la dicción vehemente, prefería recluirse en una discreción barojiana. Todos nos sentimos doloridos por la irreparable pérdida de Don Luis S. Granjel, lo recordamos, parece que fue ayer y han pasado más de cincuenta años cuando tuve la fortuna de encontrar al entrañable maestro en el camino de la vida. La existencia humana es como la sombra huidiza, como el paso fugaz de una nube, o más aún, como Calderón anunciaba: la vida como sueño. En el bello verso de Quasimodo se resume la fragilidad humana: “Cada uno está solo sobre la faz de la tierra traspasado por un rayo de sol, y de pronto llega la noche”. Granjel fue ese rayo de sol que alumbró mi camino en la senda universitaria, maestro a quien tanto debo y proclamo. Ésta es la imagen y nostalgia que Don Luis nos trae, cuando un tiempo pasado fue presente. Vivió, Don Luis, complacido en su Salamanca, con el recuerdo de su tierra vasca, y al final de la vida siempre con la de esperanza puesta en el reencuen-tro con los suyos. Llenó su vida con la fecunda obra personal, en ella encontró toda la paz y la felicidad que el hombre puede alcanzar, el placer de servir con el trabajo, su deseado refugio espiritual, como Fray Luis de León, ambos dos grandes humanistas cristianos, «que descansada vida la del que huye del mundanal ruido», en palabras del poeta de nuestro siglo de Oro, descanso y solaz que llenó la existencia terrena de Don Luis. Lo que fuera inquietud y desasosiego en el vasco Miguel de Unamuno fue para Granjel equilibrio interior, serena existencia y esperanza cristiana, dos vascos enraizados en Salamanca, con semblanzas espirituales tan distintas.

Las asperezas y sinsabores que en la vida a todos nos aguardan supo llevarlas con profunda espiritualidad cristiana, primero la pérdida de su hermano Gerardo al co-mienzo de la guerra civil, muerto en combate, años más tarde el dolor por su hijo más querido, Luis, recién licenciado en Medicina, y por último Julia, su esposa inseparable, que hizo aún mayor su soledad. Don Luis, desde el silencio, lúcido pero desolado a la vez, hizo más auténtica su vida, llevando a cabo una ascesis que, ahondando en su

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, Vol. 38 (N.º 81) 1.er Semestre 2015 - ISSN: 0210-8615, pp. 161-170

profunda fe, alcanzó cotas de auténtica espiritualidad. Este fue el hombre de trayec-toria irreprochable, historiador inimitable, hombre valiente y bueno. Tuvo la recom-pensa del deber cumplido, de una vida fecunda, del magisterio logrado, del sabio poseído por la paz y la esperanza, con ánimo esforzado fue siempre un caballero de la verdad y tuvo la fortuna de contar con la admiración y respeto de todos. En frase de Antonio Machado «virtud es fortaleza, ser bueno es ser valiente», éste ha sido el Pro-fesor Luis S. Granjel, valeroso, virtuoso, auténtico en todo y lleno de generosidad para los demás, al dedicar su vida a esta nobilísima pasión intelectual y humana: rescatar del pasado la medicina y los médicos españoles. No cabe más alta y noble pasión, pues su esfuerzo ha sido en favor de los demás, de todos los historiadores de la medicina española. En ello mostró siempre su vocación serena y el rigor de su obra, ambas expresión del más alto artífice que ha tenido en el siglo XX la historiografía de la medicina española. ¡Qué gran hombre fue Don Luis! ¡Todo un hombre!

Don Luis Sánchez Granjel en una conferencia en la Universidad de Valladolid (1994), acompañado del Dr. Juan Riera Palmero.

Toda su vida se resume en dos palabras: la virtud de la templanza. Si desvelo su alma es que también descubro de par en par la mía propia. Huído de la vida ya el Maestro, siento el vacío de la soledad sin su presencia, yerma la mente, el corazón herido, dolorida el alma y muda el habla. Como único superviviente de aquella pri-mera hornada de médicos apasionados de la historia, vuelvo al pasado lleno de ansia incompleta del desvivir humano. No sé si dudo, temo, espero o sueño en el gran mis-terio tras la muerte, quizá sea la aurora de una vida renacida. ¡Sólo Dios lo sabe! Don Luis, que fue, como nosotros, peregrino en este mundo, tras su muerte ya descansa por siempre en la Morada de los Justos.