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Lynn Kurland ** Pensando en ti** (The Very Thought of You) —1998 Alexander Smith había logrado el éxito en el mundo profesional pero no la felicidad. Siempre se le había escapado... junto con el amor verdadero. Entonces, en el castillo McLeod en Escocia, encontró un mapa pirata que milagrosamente respondió a su anhelo —con un viaje a través del tiempo. Y cuando fue capturado en la Inglaterra medieval por Margaret def Falconberg, una fiera belleza oculta en una armadura de caballero, Alexander descubrió su propio noble—y apasionado-corazón... T raducción: Caroline, Cary, Jade, Lilith, Cyllan, Olga, Sahar, Vickyvtb Corr ección: Caroline e Isabel

Lynn Kurland - Serie Familia MacLeod 02 - Pensando en Ti

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Lynn Kurland

** Pensando en ti**(The Very Thought of You) —1998

Alexander Smith había logrado el éxito en el mundo profesional pero no la felicidad. Siempre se le había escapado... junto con el amor verdadero. Entonces, en el castillo McLeod en Escocia, encontró un mapa pirata que milagrosamente respondió a su anhelo —con un viaje a través del tiempo. Y cuando fue capturado en la Inglaterra medieval por Margaret def Falconberg, una fiera belleza oculta en una armadura de caballero, Alexander descubrió su propio noble—y apasionado-corazón...

Traducción: Caroline, Cary, Jade, Lilith, Cyllan, Olga, Sahar, Vickyvtb

Corrección: Caroline e Isabel

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Capitulo 1

Las Tierras Altas, EscociaFebrero de 1998

El caballo arrugó la nariz, echó hacia atrás la cabeza con obvia incomodidad y estornudó.

Alexander Smith abrió su boca para maldecir, y entonces se dio cuenta de la precariedad de su situación. Se aferró a la parte superior de la puerta del establo y con toda intención mantuvo la boca cerrada. Parpadeó furiosamente para limpiar sus ojos de una sustancia que no quería examinar demasiado de cerca.

Debería haberse quedado en la cama.Lo había sabido, por supuesto, desde el momento en que se

había levantado. La primera pista había sido el sonido de la lluvia en el tejado, el día cincuenta y seis del diluvio escocés. El siguiente aviso había sido la forma en que temblaba en una ducha fría, cortesía de su hermano más joven. Y la ganadora de todas había sido el haber contado con un desayuno de salchichas, huevos y patatas fritas y encontrar únicamente requesón peligrosamente envejecido y un pan casi mohoso en la nevera. Gracias a las manchas de grasa en la barbilla de su hermano, Alex había sabido inmediatamente a quién culpar.

Y ahora esto.Miró hacia abajo, a la camisa llena de mucosidad, y se

preguntó cuanto tardaría en secarse de forma que no goteara por toda la casa.

Su caballo, que parecía mucho más cómodo y más bien contrito, le golpeó amigablemente con su nariz.

—Beast, Beast, —dijo Alex, pasándose cuidadosamente la manga por la boca, —¿crees realmente que voy a salir con esta

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pinta? ¿Y qué pasa si nos topamos con una bonita muchacha escocesa? ¿Qué impresión le vamos a causar?.

Beast agachó su cabeza con manifiesta vergüenza.Alex gruñó. —Exacto. Bueno, ten un buen día. Estoy seguro de que tú lo

tendrás, ahora que puedes respirar de nuevo. Yo me vuelvo a la cama.

Parecía la alternativa más segura.Se limpió la cara con un trozo limpio del faldón de la camisa,

luego dejó los establos y cruzó el patio andando. El castillo se levantaba enfrente de él. Un muro impenetrable de piedra gris aligerado únicamente por unas pocas ventanas en el segundo piso. Su cuñado Jamie había gastado una fortuna para restaurar el torreón y los resultados eran escalofriantes. Alex casi podía ver a los hombres de un clan escocés medieval alborotados en la puerta principal con sus tartanes, esgrimiendo sus espadas y gritando como banshees.

Alex entró en el salón y cerró la puerta de un portazo detrás de él. Una vez que sus ojos se adaptaron a la luz interior, vio a su hermano menor sentado delante de la chimenea, calentando los dedos de los pies con el fuego. Alex cruzó el gran salón, preparado para dar al más joven de la camada una segunda parte de la bronca que le había dado antes. No quería que ningún otro sábado empezara como éste, sin agua caliente y grasas saturadas.

Zachary levantó la mirada de su libro, echó un vistazo a Alex, y empezó a reír.

—Gggrrr, —dijo Alex, preguntándose si estrangular a su hermano sería la mitad de satisfactorio que pensar en ello.

—Dios mío, —boqueó Zachary entre carcajadas. —¿Qué te ha pasado, un encuentro con el Moco?

Alex apretó los dientes. —¿Qué tal te sentaría a ti un encuentro con mis puños?—Eeee, —dijo Zachary con un estremecimiento. —Quizás

después de que te hayas limpiado.

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—Como si pudiera, —gruñó Alex.—¿Cuál es tu problema? Yo tuve un montón de agua caliente.—¡Lo sé!Zachary sólo parpadeó inocentemente. Entonces se frotó su

barriga repugnantemente bien alimentada. —No queda nada en el refrigerador, ¿sabes?, —dijo él.—¿Y de quién crees que es la culpa? —, exigió Alex.Zach suspiró otra vez, el triste suspiro de un hombre

abandonado solo en casa sin nada que comer. —Hombre, odio cuando Jamie y Elizabeth abandonan la

ciudad. Lo menos que podían haber hecho era dejar a Patrick o a Joshua aquí. Josh hace unos postres estupendos.—Dirigió a Alex una mirada oblicua.

—¿Por qué me he tenido que quedar atrapado contigo? Ni siquiera eres capaz de mantener la nevera llena.

Alex revivió brevemente en su mente alguna de las mejores experiencias que había tenido al golpear con los puños al bebito de su hermano. Su irritación se aplacó momentáneamente con esos recuerdos cálidos y borrosos, por lo que logró hablar serenamente.

—¿Y qué te pasa a ti que no puedes ir al supermercado?Zach se acomodó aun más en su silla y acercó más los pies al

fuego. —Estoy demasiado ocupado. Tienes que ir tú. Y compra algo

bueno. No esa basura de comida sana.Alex contó mentalmente hasta diez. Cuando eso no funcionó

pensó en un número más alto.—Oh, ¿Alex? Yo iría primero a la ducha si fuera tú.—Miró a

Alex y empezó a sonreír de nuevo. —En serio. Creo que es lo que deberías hacer.Alex quería más que nada retorcer el cuello de su hermano

como pago por haber arruinado su mañana de sábado y para detener las risitas del mocoso. Desafortunadamente, su camisa estaba comenzando a solidificarse y empezaba a picarle todo.

—Iré a la tienda más tarde, —gruñó, contentándose con dirigir

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una mirada asesina a Zachary y con darle un tironcillo de orejas camino a la escalera. Con un poco de suerte ahora tendría agua caliente.

Rebuscó en el armario para encontrar ropa limpia, y se dirigió al baño. Justo cuando estaba acercándose a la ducha para abrir el grifo sonó el teléfono. Lo ignoró y abrió el agua. Puso dubitativamente los dedos bajo el chorro y sonrió con una leve sorpresa ante la temperatura que se elevaba progresivamente. Quizá las cosas estaban empezando a mejorar.

Empezó a desnudarse pero se dio cuenta de que no tenía toalla. Tenía un vago recuerdo de haberla tirado al cesto con disgusto después de temprana incursión en aguas heladas. Después de cerrar la ducha para conservar la preciada agua caliente, abrió la puerta del baño y se encontró que el teléfono seguía sonando. Alex gruñó de frustración.

—¡Zach, coge el teléfono!—gritó él.El teléfono continuó sonando. Alex maldijo mientras se volvía

a abrochar la camisa con cuidado, y luego se dirigió al estudio de su cuñado.

—¿Qué? —ladró al auricular.—A mí también me alegra hablar contigo, amigo,—dijo una

voz masculina con una sonrisa. —¿Te está encantando ese adorable paisaje escocés?

Alex puso los ojos en blanco. El día había empeorado, decididamente.

—Tony, ¿qué demonios quieres?—¿Qué, ni siquiera un poco de conversación amigable?—Contigo no, gracias, ni de broma.—¿Cómo está Elizabeth? —continuó Tony. —¿El bebé? ¿El

bárbaro de tu cuñado?—Mi hermana está bien, su niño está bien, y Jamie está bien.

Ahora, ¿qué diablos quieres?—Bien, ya que lo preguntas,—dijo Tony con una risa tensa,

—iré directo al grano. Necesitamos tus servicios.

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Había que concederle a Tony el mérito de no desperdiciar palabras. Alex inspiró profundamente.

—Tony, lo dejé hace ocho meses. No he cambiado de opinión.

—Pero no has oído esta oferta, amigo mío.—No quiero oírla.Tony hizo un sonido de impaciencia. —Es la toma de control

más dulce que he visto jamás. Suave, fácil. No lo verán venir. Ya tengo un porcentaje mayoritario del capital. Sólo necesito que vengas y cierres el trato. Te hará más rico de lo que jamás hubieras soñado.

—Ya soy más rico de lo que jamás hubiera soñado, Tony.—Siempre te puede servir más...—No. No me llames otra vez.—Alex…—No.—Alex colgó el teléfono.Se reclinó hacia atrás y dejó escapar lentamente la respiración.

¿Era posible que hubiera disfrutado eso alguna vez?Desgraciadamente, podía recordar demasiado bien cuánto lo

había disfrutado. Y recordaba claramente cómo había empezado. Anthony DiSalvio le había contratado cuando era un novato recién salido de la escuela de leyes, cuando Alex estaba todavía verde y lleno de sueños idealistas. Se había convertido en abogado para salvar al mundo de la injusticia. Y entonces Tony, un socio mayoritario, se había acercado a él con una tarea especial. Alex se había sentido halagado más allá de toda medida. Una pequeña incursión en una corporación, una toma de control por medio del libro; había sido rápido. Había salvado a todos los débiles echando a los peces gordos.

Había sido un éxito aplastante.Se le había subido a la cabeza.Se había despertado siete años más tarde. Había sido la

misteriosa desaparición de su hermana lo que le había hecho dar un vistazo a lo que estaba haciendo con su vida; no le había gustado lo

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que había visto. Se había convertido en un pirata, uno muy rico pero aun así pirata. Los chicos débiles se habían perdido en la confusión. Alex hacía incursiones por mero deporte, y por el dinero. Su idea inicial había sido salvar el mundo de la injusticia; en lugar de eso había terminado siendo la causa de más injusticias de las que podía soportar.

Así que se había alejado. Lejos de Nueva York y Londres y de todos los sitios donde había izado la negra bandera y su calavera. Había que reconocerle a Tony el no haberse tomado en serio su agresivo y ofensivo retiro.

—Necesito un cambio de escenario,—le dijo a los contenidos del estudio de Jamie. —A algún lugar soleado, como las Bahamas.

Quizá Jamie tuviera algún libro de viajes en la estantería sobre su escritorio. Alex postergó su ducha unos pocos minutos más para fijarse en la biblioteca privada de Jamie. Seguramente habría algún destino detallado allí que le interesara. Tenía tiempo para unas vacaciones. Ciertamente necesitaba unas.

Pasó un dedo a lo largo del lomo de cada libro que estaba encima del escritorio de Jamie, revisando mentalmente los que había leído.

Entonces se detuvo.«Huellas a través del Tiempo». Mira, ese era nuevo. Alex

cogió el libro y lo abrió. Leyó la cubierta interior. —En «Huellas a través del Tiempo» al autor Stephen McAfee

lleva al lector a un maravilloso viaje por las carreteras de Bretaña, desde la época romana hasta nuestros días.

Interesante. Alex hojeó las páginas, y paró cuando algo escapó del libro y aterrizó sobre el escritorio con un suave plop. Alex dejó el libro y cogió el trozo de papel plegado. Estaba muy usado, como si lo hubieran plegado y desplegado docenas de veces. Cautelosamente lo desdobló, luego lo miró con asombro. Era un mapa del tesoro. Teniendo en cuenta el día que estaba teniendo, estaba claramente impresionado con su habilidad para reconocerlo.

No es que debiera estar sorprendido. Después de todo, había

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sido un Águila cuando fue Boy Scout, y uno famoso por sus habilidades cartográficas. Añádase a eso las habilidades de abordaje y saqueo que había adquirido después de salir de la escuela de leyes y tendría la categoría de pirata totalmente ganada. Este era, sin embargo, uno de los mapas más extraños que Alex había visto en su larga e ilustre carrera.

Había las cosas normales, desde luego: las requeridas flechas direccionales, abundantes marcas. De hecho, los puntos de referencia, sospechosamente se parecían a los alrededores del campo. Sí, las montañas de Jamie estaban allí al norte. El castillo descansaba destacadamente en el medio del mapa, con el prado en el sur. Había el bosque al oeste y otra parte de bosque hacia el sur. Y ese garabato de allí tenía que ser el arroyo que alimentaba el estanque que se encontraba no muy lejos del jardín. Alex lo miró fijamente durante varios minutos, preguntándose qué le parecía extraño.

Entonces se dio cuenta.No había sólo una X marcando el punto. Había varias.Para otro hombre, ese descuido flagrante hacia las normas de

cómo se hace un mapa del tesoro podría haber indicado una ligera confusión por parte del dibujante. Pero Alex no era cualquier otro hombre. Y el dibujante era su cuñado, James MacLeod. Y Jamie no estaba confundido, era honesto hasta más no poder, un antiguo mediev...

Alex echó el freno mental antes de avanzar más por ese camino tan usado. Viajar por cualquier camino asociado con Jamie era arriesgado para la salud. Quizás Jamie solo había estado garabateando en su tiempo libre.

Desgraciadamente, aquello no parecían solo garabatos. Alex miró de nuevo al mapa y frunció el ceño ante lo que estaba garrapateado muy deliberadamente cerca de la X, con la escritura remarcada de Jamie.

Inglaterra medieval.Siglo 17 Barbados.

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El Futuro.No podía querer decir lo que él pensaba. El mapa era de sólo

garabatos de Jamie. La gente no camina sobre ciertos lugares en el terreno y desaparece.

Aunque Barbados no sonaba demasiado mal en este momento. Al menos haría sol. Y mira, allí estaba, directamente al norte de la Inglaterra medieval. Alex dejó el mapa colocado de forma destacada sobre el libro, donde Jamie no pudiera dejar de notar que Alex lo había visto. Descubriría que le habían pillado, y Alex disfrutaría la oportunidad de burlarse a fondo de Jamie. El cielo sabía que se lo merecía.

¿Podría ser cierto? Alex evaluó la posibilidad en su mente. Barbados al menos sería un cambio de escenario placentero. ¿Qué daño podía hacerle echar un vistazo y deleitarse en la fantasía durante una hora más o menos? Tenía una gran imaginación. Podría tumbarse bajo un árbol e imaginar que estaba haraganeando en alguna playa soleada. Quizás podría incluso fingir que había viajado allí, sólo para ver si podía poner nervioso a Jamie. Si, la mañana estaba empezando a mejorar.

Alex dejó el estudio, agarró su abrigo y se dirigió escaleras abajo. Estaba cubierto todavía de mucosidad de caballo, pero no tenía sentido limpiarse ahora. No necesitaría su camisa durante mucho más tiempo porque estaría tomando el sol en una playa agradable, mirando el contoneo de mujeres en bikini que se pavoneaban delante de él, o al menos simulándolo. Dado que no había visto el cielo azul escocés en semanas, Barbados estaba empezando a sonar sumamente apetecible.

Si no fuera por ese desconcertante añadido del siglo 17.Alex chocó con su hermano al pie de la escalera.—Hey, —dijo Zachary, molesto, —mira por dónde vas. Vas a

ensuciarme y tengo una cita.Alex se apoyó con una mano en la pared. ¿Zachary tenía una

cita? Alex no había tenido una cita en ocho meses, y era el propietario de una enorme cartera de valores y se ejercitaba todos los

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días para evitar que su cuerpo engordara. Zachary era un antiguo estudiante medio hambriento que comía comida basura delante de la televisión y cultivaba cosas en platos de papel debajo de su cama. ¿Cómo era eso posible?

—¿Con quién?—Preguntó Alex, atónito.Zachary sonrió burlonamente. —Fiona MacAllister.Alex se tambaleó como un borracho.—¿Fiona? —se quedó boquiabierto.—Sí, —dijo Zachary con un encogimiento de hombros. —Si

te duermes, pierdes la oportunidad, hermano. Y yo no estaba durmiendo. Tengo que arreglarme. —Dirigió una mirada afilada a la costrosa camisa de Alex antes de subir las escaleras y desaparecer de la vista.

Alex negó con la cabeza. Fiona MacAllister era la hija del tendero. Alex había estado planeando pedirle salir durante semanas. Solo había estado esperando hasta que pensara que ella se había acostumbrado a él. Después de todo, era un hombre rico y había sido un poderoso pirata de las finanzas, y no había querido que ella le quisiera solo por su dinero.

Alex se apartó de la pared. Había algo muy equivocado en el mundo cuando su hermano podía conseguir una chica con la que salir y él no.

Hizo una última parada en la cocina por si diera la casualidad de que encontrara por ahí algún escondite de comida basura. Registró la despensa y encontró su caja secreta de Ding—Dongs todavía a buen recaudo detrás de un envase de harina de avena y una bolsa de arroz. Era una buena cosa que Zachary nunca se acercara a nada que se pareciera a un ingrediente crudo. Alex se dio el gusto de uno inmediatamente y guardó un segundo snack en el bolsillo de su abrigo. Uno nunca sabía lo que podía encontrar para cenar en la playa. No tenía sentido el no estar preparado.

Cerró la puerta del vestíbulo tras él y se puso el abrigo. Mientras cruzaba el patio hacia los establos, la lluvia aumentaba con

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cada paso que daba. No era una buena señal, pero la ignoró. En unos minutos tuvo a Beast ensillado y salió por la puerta principal.

Se volvió hacia el norte para mirar a las montañas detrás de la propiedad, con sus últimas trazas de nieve. La primavera estaba a la vuelta de la esquina. Podía olerla. Siguió su nariz como si le apuntase hacia el oeste donde un pequeño arroyo corría hacia el estanque que descansaba serenamente cerca del jardín. Jamie había hecho realmente un buen trabajo reproduciendo ese arroyo en el mapa. Y ahí descansaba Barbados, recién pasada la Inglaterra medieval al otro lado del estanque.

Alex sintió una incómoda vibración en el aire y frunció el ceño. Podía creer cualquier cosa del bosque al otro lado del torreón, ¿pero de este pedacito de tierra enfrente de él? No había puertas al pasado acechando bajo esas ramas. Quizá simplemente su hermana Elizabeth está usando el mapa para una de las novelas románticas que escribía.

Alex azuzó a su caballo hacia delante, preguntándose en qué había estado pensando para salir bajo la lluvia montado en un caballo que tenía un resfriado, siguiendo las directrices de un mapa hecho por su lunático cuñado. Estaba perdiendo el sentido. Era la única respuesta. Su desayuno de requesón fermentado obviamente había tenido efectos adversos en su sentido común. Incluso la idea de pasar mentalmente una mañana en Barbados estaba empezando a sonar poco atractivo. Probablemente estaría mucho mejor llamando a un agente de viajes.

Pero ya que había llegado hasta allí, no tenía sentido volverse ahora. Continuó su camino bajo las ramas del serbal. El silencio era tangible. Un escalofrío recorrió su espalda. Alex se cerró más el cuello y se dio una sacudida mental.

Al mismo tiempo, se preguntaba como habría descubierto Jamie todas estas cosas sobre esas pequeñas puertas.

Probablemente fuera mejor no saberlo.Los árboles clarearon y de repente llegó a un amigable claro.

El suelo del bosque estaba alfombrado con musgo y trébol y un gran

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círculo de plantas. Elizabeth lo llamó un aro de hadas. Alex lo miró estrechamente. ¿Esto era la puerta? ¿Era posible? Agitó la cabeza. No podía ser nada más que un sencillo anillo en la hierba.

¿En serio?Alex extrajo su infusión de repuesto de chocolate y manteca

de cerdo y comió ruidosa y pensativamente. Había viajado de vuelta al siglo quince a través del bosque de Jamie, pero no recordaba haber sentido esta clase de vibración en el aire. Aunque en ese momento había estado demasiado preocupado por mantener la cabeza encima de los hombros para pensar demasiado en la mecánica del proceso.

Alex miró a la bola de papel de plata que estaba en su mano y sonrió débilmente. Podía ser su versión de las miguitas de pan. Lo lanzó fuera del anillo, entonces palmeó el cuello de su caballo castrado.

—Bueno, Beast, estamos aquí, así que podemos intentarlo. Nos sentaremos aquí durante unos minutos, haremos de cuenta que estamos paseando sobre playas de arena blanca al lado de un mar bien azul, luego volveremos a casa y veremos qué podemos hacer para sacar a Zach del juego. Iré yo mismo al mercado e intentaré algo. Quizá Fiona solo necesita saber que estoy interesado. Y si por algún milagro aparecemos en la playa, quizá Jamie vea nuestro sendero de Ding—Dong y venga a rescatarnos. Pero no inmediatamente, —añadió él, moviendo a Beast hacia delante hasta que estuvieron en medio del círculo. —Realmente me vendría muy bien un poco de luz solar.

Algo silbó cerca de su oído y Beast manoteó. Alex luchó por permanecer en la montura pero era una batalla que no podía ganar. Cayó al suelo, sintiendo un agudo dolor en la parte de atrás de su cabeza. Entonces vio estrellas, montones de ellas. Apretó los dientes mientras luchaba por permanecer consciente. Debería haberle dicho a Zach dónde iba. Bueno, al menos su hermano se daría cuenta de que Beast estaba faltando. Quizás el mocoso tendría el buen sentido de venir detrás de él antes de que se ahogara en la lluvia.

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A través de la neblina que nublaba su visión, podría haber jurado que había visto una flecha estremeciéndose en un árbol por encima de él.

Esa no era una buena señal.Sintió el claro golpe de un pie en su costado. Un pie dentro de

una bota. Un pie muy poco amable.Intentó enfocarse, pero el dolor en su cabeza era cegador.

Entonces sintió la presión de un frío acero en su mejilla. Ahora supo que se estaba volviendo loco.

—Habéis entrado en mis tierras, —gruñó agriamente una voz ronca. —Dadme vuestro nombre y motivo.

Alex parpadeó para despejar la lluvia que había empezado de nuevo con renovado vigor. De acuerdo, así que algún provinciano había entrado en la propiedad de Jamie y había decidido robarle. Si sólo pudiera conseguir el tiempo suficiente para que su cabeza se aclarara, podría tratar con eso. Empezó a sentarse, entonces obtuvo ayuda. Le agarraron de la parte delantera de la chaqueta y le sentaron y gruñó involuntariamente ante la agonía que el movimiento envió a su cerebro.

—Sólo un minuto, —dijo él. Puso su mano en el hombro de su atacante para estabilizarse y forzó a sus ojos a enfocarse.

Unos ojos grandes y marrones le devolvieron la mirada desde el refugio de una cofia de cota de malla.

¿Una cofia de cota de malla?Alex echó un vistazo al resto del traje del chico. Llevaba cota

de malla desde la cabeza hasta los dedos de los pies, cubierto por una sobreveste, ligas de piel cruzadas sobre unas botas, y guantes de piel cruda. Una mano enguantada agarraba una espada en ese momento. Alex volvió la mirada a la cara del joven. Era una cara demasiado bella para que se hubiera desperdiciado en un chico. Tal vez el crío recibía una buena cantidad de bromas.

—¡Vuestro nombre, estúpido!—ordenó el chico.Fue entonces cuando Alex descubrió que algo estaba

horriblemente mal. Todavía tenía frío, seguía habiendo árboles a su

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alrededor, pero estaba siendo sacudido por lo que parecía ser un caballero con un traje de batalla completo.

—Oye,—dijo él, —¡me dirigía a Barbados!.—¡Si así es como llamáis al infierno, entonces puedo

aseguraros que es donde iréis si no me respondéis!—dijo colérico el joven caballero. —¿Debo arrancaros vuestro nombre y motivo?

Alex estaba demasiado estupefacto para responder. ¡Maldita sea, había ido directo a la Inglaterra medieval!

—Sólo déjame estar aquí sentado un minuto, ¿okay? —dijo Alex. —¡Y para de sacudirme!

El caballero le sacudió de nuevo a pesar de todo. —Debería cortar tu garganta para ahorrarme el problema de

tenerte en mi tierra.Alex miró al chico levantar la espada para hacer justamente

eso, cuando se escuchó venir de los árboles detrás del caballero el sonido de un alegre silbido. Su captor le soltó tan rápidamente que cayó de espaldas de nuevo, y golpeándose su cabeza fuertemente contra el suelo.

—Siéntete afortunado de estar tan cerca de la frontera,—gruñó el joven, —si no te quitaría la vida y no sentiría ningún pesar.

Alex si acaso estaba consciente de que el caballero abandonaba el claro. Miró hacia el cielo y dejó que la lluvia cayera sobre él sin impedimento. Bueno, al menos al fin podría remojar su camisa lo suficiente para que se limpiara. No tenía sentido viajar por el tiempo cuando su aspecto no era el mejor. Su caballo deambuló por allí y le dio un topetazo con la nariz.

—Esto es todo culpa tuya, Beast,—dijo Alex. —Si no hubieras tenido una gripa, nunca hubiera vuelto a la casa y nunca hubiera encontrado ese condenado mapa.—Alex intentó sentarse, pero era demasiado esfuerzo. —Solo unos cuantos minutos más,—se prometió a sí mismo. —Descansaré aquí unos cuantos minutos más.

Frunció el ceño mientras se acercaba la canción. Este bruto no tenía nada de oído. La canción se detuvo abruptamente para ser

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reemplazada por un jadeo. Alex oyó el bufido de otro caballo y un tintineo de espuelas. Alex se quedó con la mirada fija en el cielo hasta que el gris quedó bloqueado por la visión de otro hombre con cota de malla.

—Esto es tan solo un shock hipoglicémico provocado por la falta de comida chatarra, —dijo Alex firmemente, cerrando sus ojos. —Necesito Twinkies. Necesito Moon Pies. —Gruñó. —¡Maldita sea, Jamie, te mataré por esto!

—Mi señor, permitidme ayudaros.—Lárgate, —dijo Alex malhumoradamente. —Y deja de

cantar. Lo haces horrorosamente.Una sonrisa suave sacudió sus oídos. —Buen señor, habéis tenido una caída que ha confundido

vuestra razón. —El sonido del metal y el chirrido del cuero precedieron a una mano firme en el hombro de Alex. —¿Podéis sentaros?

—La pregunta es, ¿quiero? Y la respuesta es no.—Ciertamente no deseáis permanecer aquí. Estamos

demasiado cerca de las tierras de Margaret de Falconberg. Sois muy afortunado de que no haya enviado ya a uno de sus hombres para mataros.

Alex estaba dividido entre las ganas de reír y de llorar. Maldita sea, ¿por qué Jamie no había puesto ese mapa bajo llave? ¿O al menos puesto algún aviso decente en él? Alex decidió que cuando se las arreglara para volver a 1998, estrangularía a su cuñado y disfrutaría cada minuto.

Con un pesado suspiro abrió los ojos y miró hacia arriba. —¿Quién demonios eres tú?La sonrió del hombre se amplió. —Edward de Brackwald, a vuestro servicio. Sentíos

agradecido de que tengo un buen temperamento, si no vuestros insultos me habrían obligado a retaros.—Su sonrisa no se desvaneció. —Afortunadamente para vos, cometí adulterio con la condesa de Devonshire hace una semana. Mi penitencia fue hacer

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una buena obra por alguien necesitado.Alex se puso derecho con un gemido y cautelosamente se tocó

la parte de atrás de la cabeza. —Si alguna vez hubo un hombre necesitado, ese soy yo. —

Miró a Edward de Backwald y se sobresaltó. Cota de malla. Una sobreveste. Ligas cruzadas cubriendo mallas y botas.

Alex suspiró. —Déjame adivinar. Inglaterra, ¿verdad?—Ah, sois uno de los hombres del Rey Ricardo, ¿no?—dijo

Edward con una risa suave. —Ni Sajonia ni Normandía para vos y vuestra clase. Aunque me atrevería a decir que habláis inglés con la falta de habilidad de la que solo un normando podría jactarse.

—Mi francés es incluso peor, —suspiró Alex. Se rozó la parte de atrás del cuello con sus dedos, haciendo una mueca ante el tiro. —Bueno, los garabatos no mentían. La Inglaterra del siglo doce. Jamie lo señaló correctamente.

—¿Quién es Jamie?—Mi cuñado. Es una larga historia.—Lo único que tengo es tiempo. Regresemos al salón de mi

hermano. Puedo ver por el estado de vuestras vestiduras que habéis estado viajando por algún tiempo.

Alex no se molestó en corregirle. —Realmente me encantaría, pero necesito ir a casa.—Cerró sus ojos y conjuró una imagen del torreón de Jamie.

No, eso no funcionaba. Todo lo que podía imaginarse eran sus dedos alrededor de la garganta de su cuñado. Satisfactorio pero no muy positivo. Volvió sus pensamientos a su coche, pero solo podía verlo chocado en un árbol con Zachary de pie, al lado mirando avergonzado.

Mi experiencia me dice que un cuerpo no puede volver a casa hasta que su tarea en el pasado ha finalizado.

Las palabras de Jamie golpearon a Alex con la fuerza de una bola devastadora, y se quedó sin aliento a su pesar. Si lo que Jamie había dicho era cierto, las ramificaciones eran alarmantes.

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Primero, no podría volver a casa hasta que hubiera hecho lo que se suponía que tenía que hacer en la Inglaterra medieval.

Segundo, Jamie había estado haciendo más investigación sobre el asunto de lo que era bueno para él.

De cualquier forma, Alex supo que estaba condenado.—¿Mi señor?—Pienso que me vendría bien un poco de ayuda. Por el

momento,—dijo, como un recordatorio para sí mismo. Se desharía de su dolor de cabeza, entonces se iría a casa y mataría a Jamie.

—¿Cuál es vuestro nombre, mi señor?—Alex.—¿De?Alex sonrió. —De Seattle, originalmente. —Quizás fuera mejor que no

admitiera ninguna conexión escocesa por el momento.—Ah, —dijo Edward sabiamente. —Del continente, asumo.

Perfecto, entonces. Hablemos en francés. Eso apaciguará a mi hermano. Es de la opinión de que la lengua inglesa debería ser ejecutada junto con sus hablantes sajones.

Entonces comenzó a una charla larga, extensa, de la que Alex solo entendió una parte. Podría haber hablado gaélico de forma fluida y defenderse bastante bien en inglés antiguo, pero su francés era tan pobre que era casi inexistente. Era una pena que no hubiera aterrizado en la antigua Roma. Su latín era excelente. La siguiente vez iría directo a esa X. Maldita sea, realmente había querido ir a Barbados. Si hubiera sabido que el mapa era preciso, se habría esmerado un poco más en seguirlo. Playas blancas, mujeres desnudas, ron sabroso. ¿Por qué no había ido al norte en lugar de al sur?

—¿Sir Alex? ¿O debería llamaros lord? ¿Es vuestro padre un noble?

Alex tuvo el claro sentimiento de que Edward no entendería si descubría que Robert Smith era pediatra. Mejor no explicarlo. Darse el placer de unos delirios de grandeza no podía hacer daño,

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¿verdad?—Mi padre es un hombre muy importante en, hum, Seattle.—Ah, un noble. ¿Entonces sois un caballero?—Sí, seguro, —mintió Alex. No tenía sentido etiquetarse a sí

mismo como siervo desde el principio.Edward miró a los pies de Alex. —¿Pero dónde están vuestras espuelas, sir Alex? ¿Y vuestra

espada? Por todos los santos, ¿os han robado?—Bueno, no exactamente. Más bien las dejé en casa.—Ah, —dijo Edward, —ya veo. Una manera peligrosa de

viajar, ciertamente, pero cada hombre debe actuar de la manera que considere correcto. Dirijámonos a Brackwald y quizás podamos encontrar otro equipamiento para vos allí.

—Me suena bien, —dijo Alex mientras aceptaba la mano de Edward para levantarse. Se encaramó a la silla y apretó los dientes ante la llamarada de dolor en su cráneo. Edward empezó a balbucear de nuevo en francés.

—No tan rápido, —suplicó Alex. —Mi francés es muy pobre.—¿Cómo puede ser, —preguntó Alex, —si vuestra familia es

del continente? —He estado viajando la mayor parte de mi vida.La pronta sonrisa de Edward retornó. —Por supuesto, sir Alex.Alex siguió a Edward e invirtió todas sus energías en

permanecer consciente. Estaba en un apuro y Jamie era responsable. Inglaterra medieval. Entre todos los lugares.

Bueno, quizás no fuera una completa pérdida de tiempo. Daría una vuelta durante unos cuantos días, absorbería algo de cultura y entonces volvería al aro de hadas. Parpadearía los un par de veces, murmuraría unos cuantos nombres célticos antiguos como un hechizo, y entonces estaría en casa. Jamie probablemente estaría sacando teorías sobre las tareas del pasado. Al demonio con él y su filosofía escocesa. Alex apartó pensamientos dañinos de su mente y se concentró en su retorno. Quizás lograría llegar a casa a tiempo

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para atajar a Zachary antes de que saliera para su cita con Fiona.Sintió que empezaba a caer de la silla de montar, pero se

encontró con que no tenía la energía suficiente para hacer otra cosa que dejarse ir. Aterrizó en el barro con un golpe que sacudió sus huesos.

Con el último pensamiento coherente que cruzó su cerebro, se le ocurrió que Jamie y Elizabeth habían estado viniendo a casa muy bronceados después de largos fines de semana. Alex tenía la sensación de que ahora sabía dónde se habían ido en sus pequeños viajes de un día.

La soleada Barbados.Y aquí estaba él en la vieja y húmeda Inglaterra.¡Malditos los dos!

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Capitulo 2

Margaret de Falconberg permanecía de pie sola en las almenas y miraba hacia el campo que se extendía delante de ella. Permanecía perfectamente quieta a pesar del frío y del miedo que se negaba a admitir.

Las tierras que su abuelo había reclamado para sí se extendían hasta donde alcanzaba su vista. Después, su padre las había mantenido con su habilidad y su ingenio. Ahora, a pesar de cómo cierto número de hombres podían ver las cosas, eran todas suyas, para mantenerlas o perderlas. Y las mantendría, o moriría en el intento.

Escudaba sus ojos del sol poniente. La vista podría haber sido placentera en otro momento. Incluso esta noche habría sido una agradable puesta de sol de no ser por el humo de los fuegos que oscurecía el cielo de la tarde. ¡Maldito Brackwald! Se volvía más atrevido con cada semana que pasaba. Quince días antes había robado la cuarta parte de su manada. Las ovejas se habían recobrado pero por un precio. Los animales habían sido enviados de vuelta intactos, pastoreados por caballeros trasquilados y desnudos. Los cinco hombres habían sido tan humillados que les había liberado antes de terminar su servicio anual.

Y ahora las cabañas de los campesinos. Solo dos de ellas, pero incluso ese simple acto había desplazado a dos familias. Nueve personas a las que se les había dado alojamiento temporal en el torreón. Era solo otra de la larga lista de injusticias que habían sufrido ella y su gente.

Quizás lo más insultante era que Ralf de Brackwald no se lanzó sobre ella de manera abierta. Lo que ella podría haber aguantado. De hecho, ella podría haber tomado represalias con una ofensiva que habría hecho que el mismo rey prestara atención. Pero Brackwald no pretendía sitiar sus tierras. Él le había dejado

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dolorosamente claro que la consideraba un oponente demasiado inferior para hacerlo. No, pequeños robos e insultos ligeramente incubiertos eran lo que él pensaba que merecía. Él pensaba agotarla, menospreciarla bastante y por largo rato hasta que finalmente sufriera una crisis nerviosa y se lanzara llorando a sus pies rogándole por misericordia.

—Bastardo hijo de puta, —masculló ella en voz baja. Nunca le daría la satisfacción de verla acobardarse. Podría haber nacido mujer, pero tenía el coraje y la energía de un hombre. Ni su padre ni sus hermanos habrían cedido ante Brackwald, y ella tampoco lo haría.

Al menos los fuegos estaban empezando a extinguirse. Habrían más. Brackwald no pararía hasta que tuviera todas sus tierras y la cota de malla que llevaba puesta. Ella elevó sus ojos y agitó su puño hacia el este, donde se encontraba Brackwald. Que lo intente. Se encontraría con que la última de los Falconbergs no era de ninguna forma poca cosa.

—¿Lady Margaret?Margaret se volteó para encontrar a su capitán de la guarnición

parado a unos diez pasos de ella. Su cara curtida por el tiempo lucía un hosco ceño fruncido. Margaret suspiró silenciosamente ante la visión. ¿Qué nuevo caos había provocado Brackwald?

—¿Sí?—preguntó ella.—Se ha tranquilizado a los campesinos y se han enviado

hombres para reconstruir sus casas. En el recuento se ha visto que se han perdido más ovejas y que un campo ha sido saqueado. Esto estaba clavado en un árbol con una flecha.

Margaret tomó la misiva y luchó bajo la última luz del día por descifrar las palabras que ya sabía que la condenarían.

Lady Falconberg,

Guardaos vos y vuestra gente mientras podáis. Una mujer no es capaz de oponerse a un hombre, algo que vuestro padre debería

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haberos enseñado. He sido amable en el pasado por respeto a vuestro género. No lo seré por más tiempo. Un mes es el tiempo que tenéis para resignaros a vuestro destino. En ese momento esperaré veros con las puertas abiertas y esperándome, vestida apropiadamente. He hablado con el Príncipe Juan? en relación con este asunto y ha estado de acuerdo en que ya se ha pasado de largo el momento en que deberíais haber tomado un marido que os controle. Ha estado de acuerdo en que yo debo ser ese hombre.

Vuestro servidor,Ralf de Brackwald

—¿Mi señora?Margaret miró a su capitán.—Ha ido a Juan, —dijo sin emoción.Sir George hizo un ruido similar a un gruñido. Margaret no

estaba segura de cómo lo hacía, pero de alguna manera se las arreglaba para comunicar sin palabras su opinión sobre ella y su situación. Desafortunadamente, sabía exactamente lo que él pensaba, pues se lo había dicho a menudo.

Cada vez que sostenía una espada en sus manos, sabía que él pensaba que más bien debería estar sosteniendo una aguja. Cada vez que ella planeaba una estratagema, sabía que pensaba que tendría que limitarse a planear las comidas. Creía que su lugar estaba sentada junto al marco de un tapiz, no en un consejo de guerra, sin importar que la hubiera visto aprender las artes de la guerra todo el tiempo con sus hermanos, y sin importar que hubiera asumido el control de la propiedad después de que sus hermanos, todos sin excepción, hubieran perecido y su padre hubiera caído enfermo.

Pero, a pesar de sus pensamientos, ni una sola vez había dejado de estar detrás de ella. Cuando su padre había muerto, se había vuelto hacia ella sin un parpadeo, doblándose sobre una rodilla chirriante y alzando el puño de su espada hacia ella. Hacia ella, una muchacha de quince años que no tenía espuelas. Ella nunca

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lo había dicho, pero ese acto de fe le había dado la confianza que necesitaba a lo largo de los años para seguir el camino que había elegido.

Y en el que seguiría. Por la lealtad de Sir George y a pesar de sus gruñidos.

—Maldición, —dijo ella, mirando fijamente sobre los campos. —El miserable no tiene el coraje de venir a mí abiertamente. ¡Cómo se atreve a ir a ver al príncipe a espaldas mías!

George apoyó sus codos en el muro cercano a ella.—Finalmente tendréis que casaros con él, mi niña.—No con él. George, ¡arruinaría a Falconberg en un año!—

Ella negó con la cabeza. —Incluso aunque quisiera casarme, lo que no es así, nunca escogería a Ralf de Brackwald. ¡Por todos los santos, —dijo ella, golpeando con su mano sobre el muro de rocas, —puedo mantener esta propiedad sin ayuda de un hombre!

George gruñó.—Difícilmente se encuentra entre las habilidades que una

castellana debería poseer.—Pero son mis habilidades y me ha costado esfuerzo

obtenerlas.Ligeramente inclinó su cabeza. Margaret lo supo porque le

había estado observando de cerca.—Es una pena que los hombres sean demasiado estúpidos

para apreciar mi entrenamiento, —dijo ella firmemente, —si no podrían enviarme a sus hijos como pajes.

George aclaró su garganta.—Somos totalmente conscientes de lo que tenemos. Ahora,

¿cómo pensáis escapar de este aprieto?—Le rechazaré hasta el regreso de Ricardo.—¿Y si los rumores del regreso del rey son falsos?Margaret miró sobre sus tierras y sintió el nudo corredizo

empezar a cerrarse sobre su cuello.—Entonces yo misma arruinaré Falconberg para comprar el

favor de Juan. Sobornar a sus hombres de confianza ha funcionado

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bastante bien hasta ahora. Ninguno de ellos había pedido en ningún momento ver a mi padre. Si Ralf no hubiera descubierto la verdad por sí mismo, yo todavía estaría en paz.

George negó con la cabeza lentamente.—Tenéis suerte de que tanto Ralf como Juan piensen que tu

padre ha fallecido recientemente. No sé cómo os las habéis arreglado para mantener su muerte en secreto todos estos años. —Él la miró. —No podría haber durado mucho más, Margaret.

—Entonces encontraré otra forma, —dijo ella firmemente. —Tengo todavía un mes para pensar en un esquema. Debo hacerlo, pues no tengo intenciones de casarme con ese miserable. Si tan solo no les hubiera ganado a todos mis mejores aliados en las listas.

—¡Milady, milady! ¡Venid rápidamente!—Un joven paje estaba en la puerta de la torre. —Ha empezado otra vez y no hemos tenido tiempo de prepararnos.

Margaret giró hacia el muchacho de la cocina, no, el paje, se corrigió. Timothy había parecido un jovencito bastante prometedor. Los cielos sabían que no es que hubiera tenido muchos entre los que escoger. Otros los ridiculizarían a ella y a los que hubiera entrenado como pajes y escuderos, pero ella hacía lo que podía con lo que tenía.

—¡Milady, por favor!—llamó Timothy frenéticamente.Margaret quería alzar las manos con desesperación. Primero

Brackwald, ahora esto. ¿Qué más podría depararle el día antes de que cayera la completa oscuridad?

—Vamos, George, —dijo Margaret, con un suspiro. —Mejor bajar antes de que el salón sea ensuciado con montones de hilos.

—Esperaré aquí, —dijo George, pegándose al muro como un obstinado hongo. —Solo para conservar vuestro lugar, —añadió él.

—No lo harás, —dijo ella, asiéndole por el codo y tirando de él. —Si yo debo ir, entonces tú también.

—No seré de ninguna ayuda, —protestó George.Margaret le miró fulminante. —Si debo tolerar la tormenta que me espera abajo, entonces

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también lo debe soportar todo el mundo en el torreón, incluyéndote a ti.

Ella bajó las escaleras con pasos pesados, tan rápido como le era posible, avanzando rápidamente por el corredor con tanta prisa como su cota de malla le permitía, y descendió el tramo final de las escaleras circulares hasta el gran salón. Ella se detuvo abruptamente ante el silencio que había allí, silencio que solo rompían los resoplidos de George mientras descendía pesadamente las escaleras detrás de ella.

—Oof, —masculló ella cuando chocó contra su espalda. Le echó una mano para estabilizarlo y para detener sus disculpas. Por todos los santos, debería haber estado más atenta. Era obvio por el aspecto de tensión en los rostros de los reunidos en el gran salón que ciertamente había llegado demasiado tarde.

Baldric el Juglar estaba encima de su pequeño taburete, rascándose su mejilla arrugada y con barba de un día. Sí, realmente era un signo muy malo.

Margaret empezó a atravesar el piso del salón lentamente, para no atraer la atención sobre ella, ni interferir con la concentración del juglar.

Ahora estaba frotándose la mandíbula. ¡Por todos los santos, era una acción de un augurio diabólico!

— ¿Barquero?—brindó ella mientras se acercaba a su taburete.Él dirigió la mirada hacia abajo, hacia ella, con disgusto y

exhaló un resoplido desdeñoso.— ¿Estocada de espada?—aventuró ella, observando su

expresión en busca de cualquier signo de esperanza.Él negó con la cabeza.Margaret miró a las otras almas reunidas allí con una mirada

inquisitiva. Como un solo hombre, se la devolvieron impotentemente.

—Mi señora, —le susurró Timothy, —empezó antes de que pudiéramos reunirnos. Sin ningún aviso. De repente estaba allí, subido en su taburete, en el medio antes de que yo pudiera

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parpadear.Baldric la miró con el ceño fruncido. —Os perdisteis el comienzo, —anunció, sonando más bien

disgustado.Margaret aparentó una imagen de contrición.—Otras preocupaciones me entretuvieron, buen Baldric.—Preocupaciones femeninas, —dijo él con un semblante

ceñudo. — ¡Por todos los santos, las mujeres están demasiado preocupadas por cosas así!

Ella asintió con la cabeza.—Sí, es cierto. Os pido sinceramente perdón, buen señor, pues

ciertamente es mi culpa que no estuviéramos debidamente reunidos antes de que vos nos deleitarais con otro verso o dos. ¿Quizás podríais comenzar de nuevo?

Baldric lo consideró.—Mi corazón se quiebra por no haber oído el comienzo de

vuestra canción.—Humm, —dijo él, sonando ligeramente apaciguado. —Muy

bien, entonces. —Aclaró su garganta, tosió secamente, y entonces escupió sobre su hombro en el fuego.

Margaret resistió la urgencia de esconder la cara entre las manos y gemir. El porqué ninguno de sus hermanos se había llevado a Baldric a las Cruzadas era un misterio. No solo había heredado las propiedades de su padre, también había heredado a su trovador, que estaba tan chiflado como una cabra. Hacía mucho tiempo que había dejado de tener sentido. Sólo los cielos sabían de qué fuente de locura extraía sus versos, pues no eran como nada que ella hubiera escuchado. Pero él crearía esos versos, así les matara a todos escucharlos.

—Ejem, —repitió Baldric, mirándola agudamente.Quizás él no fuera tan chiflado como parecía, pensó Margaret

con un respingo.

Una mañana luminosa y brillante de junio, empezó él,

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La joven Margaret su verdadero amor buscó.Ella vagó por colinas y valles,Y en cada arroyuelo se contempló.

—Suena como si os hubierais ido a una maldita pesca, —masculló George detrás de ella.

Baldric le lanzó a George una mirada que podría haber marchitado una vigorosa flor a cincuenta pasos. Margaret oyó a su capitán mascullar algo por lo bajo, y entonces le sintió moverse detrás de ella, fuera de la vista de Baldric. Margaret no podía reprochárselo, pues ella ciertamente deseaba hacer lo mismo. ¡Por todos los santos, no tenía estómago para escuchar canciones acerca de su búsqueda por un maldito amante!

Delante apareció un hombre envuelto en negro,Que esgrimió su espada con gran habilidad. Él posó los ojos en nuestra dama errante,Mientras ella exploraba en la cima de una pequeña colina.Tal como a esa dulce doncella él observaba,Una sonrisa pronto reemplazó su oscuro ceño.Él dijo, ¡busquemos un sacerdote!Y nuestra Meg dijo...

—Antes me ahogaría—, masculló Margaret. Baldric se aclaró la garganta, sonando profundamente ofendido.

Y nuestra Meg dijo, ¡me gustan los hombres de marrón!

Él terminó el verso bruscamente, fulminándole con la mirada.Margaret luchó por mostrarse contrita, pero era todo lo que

podía hacer en vez de voltearse y correr. ¿Por qué, por los clavos de Cristo, había elegido Baldric este tema para sus versos hoy?

Él le ofreció a nuestra señora su espada,

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Y le dijo a ella que le tome fuertemente,La tendría o se sentiría perecer,Por tenerla él alcanzaría o pretendería perecer,Ella dijo, no, pero tomaré vuestro caballo.Así es que Margaret cabalgó a casa con su montura,Y pensó el día, enteramente un éxito,En casa, alimentó al querido Baldric con todos los dulces que a él más le gustaban.por ser un excelente poeta,

Margaret retuvo el aliento. Ya estaba perdiendo su sentido de la métrica. Solo los cielos sabían lo que vendría después.

Entonces ella dijo para sí misma, estoy... estoy...

Baldric frunció el ceño con concentración. Todo el grupo se inclinó hacia delante con anticipación, como si con su mismo movimiento pudieran inspirarle grandeza. Margaret se inclinó también hacia delante, deseando que el anciano juglar encontrara su última rima. De otra forma todos tendrían un gran problema. Él rascó su mejilla.

Entonces se dedicó a frotar su mejilla. Cuando él empezó a flexionar sus dedos, Margaret supo que había llegado el momento de la acción.

—Estoy bendita, —dijo ella repentinamente. —Ved, Baldric, eso es. Bien hecho.

—Eso no es lo que yo quería, —gruñó el. —No rima.—Oh, pero sí lo hace. Intentadlo, amigo mío, y ved.Él la miró ceñudo, luego volvió su atención hacia su interior y

masculló en voz baja durante varios momentos, aparentemente probando varias palabras para juzgar su ajuste. Entonces echó sus hombros para atrás y dijo, orgullosamente,

Y ella dijo para sí misma, ¡tal largueza!

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—Juglaría de exquisito nivel, —añadió él modestamente.—Seguro, amigo mío, —dijo ella, aplaudiendo cortésmente.

Cuando el resto del grupo familiar no hizo lo mismo, les barrió con la mirada. Inmediatamente captaron el propósito. No importaba que hubiera chapuceado esa última parte. La mayor parte de la obra había sido tolerable, dejando aparte el tema. ¡Como si ella fuera a buscar un amante en cada colina y cada valle!

Margaret ayudó a Baldric a bajar del taburete.—Sentaos a la mesa, gentil señor, y los dulces llegarán

inmediatamente.—Dos de cada clase, —declaró él, cada pulgada del juglar

orgullosa por haber finalizado de forma apropiada una conmovedora tarde de entretenimiento para su señor.

—Desde luego, —estuvo de acuerdo Margaret.Ella empezó a ir hacia el fuego, al lado de George, cuando

notó a los tres nuevos hombres que habían entrado para su servicio de cuarenta días. Eran hombres jóvenes, nombrados caballeros recientemente y enviados por sus padres para servirla, aunque sin duda bajo mucha coacción. Estaban mirándola como si estuviera desnuda.

Margaret se miró de arriba abajo rápidamente. La sobreveste y la túnica ocultaban su camisa de cota de malla bastante bien. Ciertamente estaba apropiadamente vestida. Quizás nunca habían visto antes a una mujer con cota de malla. Idiotas, se mofó silenciosamente. Ella era la única cosa que mantenía sus propiedades seguras. Les dejaría intentar cuidar las tierras de Falconberg, a pesar de todo.

Quizás era su persona lo que encontraban risible. ¿Qué importancia tenía que fuera más alta que la mayoría de los hombres del torreón? Su padre había sido muy alto, igual que sus hermanos. Era un rasgo de familia del que ella se sentía orgullosa. Ferozmente suprimió la urgencia de agachar los hombros y encogerse. Era una Falconberg y los Falconberg permanecían erguidos. Su padre se lo

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había dicho tantas veces que podía oír su voz en su mente tan claramente como si estuviera al lado de ella. No era desgarbada. Eran sus hombres los que debían ser culpados por ser más bajos que ella.

Ella volteó su cara hacia la chimenea y dio grandes pasos hacia su capitán. Él la miró gentilmente y ella pudo ver la comprensión en los ojos de él.

—Déjalo, viejo tonto,—dijo ella agudamente.—Margaret…—Suficiente,—dijo ella. —Usa tu cerebro para algo más útil

que pensamientos vanos.—Después de lo que acabamos de oír, mi ingenio no sirve

para nada.—Él meneó su cabeza. —Era igual de poco hábil en los días de vuestro padre. Peor, tenía más aliento para hablar.

—Cielos, parloteas tanto como él,—criticó Margaret. —Si no puedes pensar en una salida para este enredo, permanece callado y permítidme a mí hacerlo.

George suspiró.—Es una pena que no tengamos un ejército que responda a

nuestra llamada para realizar una demostración de fuerza. Entonces, Brackwald lo pensaría dos veces antes de enfrentarse a nosotros.

Margaret negó con la cabeza.—¿Y qué haríamos? ¿Capturar sus propiedades?George sonrió.—¿Para qué las querríamos? Ha dejado sus tierras tan

exhaustas que no queda nada en ellas.—Sí, es cierto,—estuvo de acuerdo Margaret. —Es un milagro

que sea capaz de alimentar a su gente. Me atrevería a decir que no lo hace muy bien.

—Sin duda,—dijo George, —de otra forma podríais tomar su despensa como rescate.

Margaret casi sonrió, pero sus dificultades eran demasiado peligrosas para bromear. Era una pena que no hubiera nada que Ralf valorara.

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Ella se congeló, y entonces lentamente miró a su capitán.—Tiene a Edward,—exhaló ella.George parpadeó, luego se quedó con la boca abierta.—Margaret, no podéis pensar...—Sí,—dijo ella, sintiendo que se le quitaba un peso de los

hombre. —Es perfecto.—Os habéis vuelto loca,—exclamó George. —No puedes

pedir rescate por él.—¿Y por qué no? Le vi vagando por mis tierras este

amanecer. Si está lo bastante loco para hacerlo, no hay duda de que lo estará para hacerlo en el futuro. Lo atraparé mientras esté echando una siesta debajo de un árbol.

George negó con la cabeza.—Estaba de vuelta de su viaje a Londres. Probablemente no

dejará Brackwald una vez que esté allí.—Entonces entraré a Brackwald y le haré salir.—Por todos los santos,—balbuceó George, —¿habéis perdido

el juicio?—Me atrevería a decir que finalmente he recobrado la razón,

—dijo ella, sintiendo que la recorría una oleada de buen humor. —Si tengo algo que Ralf quiera mucho, entonces poseo algo con lo que negociar. Cuando le dé la bienvenida en mis puertas dentro de un mes, será con mi espada cruzando el cuello de su precioso hermano. Veremos cuán rápidamente Ralf jura dejarme en paz cuando esa visión le reciba.

George suspiró profundamente. La miró por debajo de sus pobladas cejas blancas y frunció el ceño. Suspiró de nuevo, muy pesadamente.

Margaret esperó. Obviamente, haría lo que le placiera de cualquier forma, pero tener la ayuda de George sería una ventaja.

Él frunció el ceño de nuevo, dio ostentosamente otro suspiro largo y profundo, entonces la miró de soslayo, como si buscara una vacilación en su voluntad.

Ella continuó esperando, inmutable.

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—Tendremos que sobornar a los guardias de sus puertas,—refunfuñó finalmente.

Margaret luchó por no sonreír.—Eso es fácil.—Y necesitaremos uno o dos criados que cooperen. Yo he

estado solo una vez dentro de Brackwald y fue hace años.—Tengo oro suficiente para ello.—Y disfraces.Margaret quiso soltar una carcajada con alivio. Por primera

vez en meses sintió que podría lograr conservar su hogar.—Hecho,—dijo ella.George movió la cabeza. —Esto es una locura, Margaret.—¿Tienes una idea mejor?Él frunció los labios.—Vuestro padre me flagelaría si supiera que he estado de

acuerdo con este plan.Obviamente, no tenía una idea mejor. Margaret sonrió

felizmente.—En lugar de ello te alabaría por tu valentía. No había nada

que le gustara más que un buen secuestro.Él gruñó.—Entonces supongo que ya sabemos de quién habéis

heredado vuestras ideas. Sería mejor que volvierais a la mesa y aumentarais vuestra fuerza. Tenemos mucho que hacer en los próximos días.

Margaret inclinó la cabeza triunfalmente y tomó su lugar en la mesa del señor. Su corazón estaba tan ligero que era capaz de ignorar completamente las miradas de sus nuevos caballeros. Que pensaran lo que quisieran. Su guarnición permanente no le prestaba ninguna atención. Los otros aprenderían a hacer lo mismo rápidamente.

Por una vez, el que se le quedaran mirando con una fascinación horrorizada o le ignoraran no le molestaba. La libertad

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estaba a su alcance. Si pudiera frustrar los planes de Brackwald de una vez por todas, su vida finalmente sería pacífica. Podría concentrarse en el entrenamiento de sus hombres y la gestión eficiente de sus propiedades. Sí, podría sentirse incluso lo suficientemente segura para dormir sin llevar puesta su cota de malla. Ese sería un placer que recibiría con gran placer.

Mientras sorbía su vino, dio vueltas en su mente a sus recuerdos de Edward de Brackwald. ¿Dónde había conseguido el hombre unas ropas tan extrañas? ¿Y esos ojos color agua que quitaban la respiración?

No importaba. Él sería la moneda que usaría para comprar su libertar. Era la única utilidad que tenía para ella.

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Capitulo 3

Alex se sentó en un banco de piedra y, por primera vez en sus treinta y dos años, se sintió como una tímida violeta. Nunca se había encontrado en esa situación antes y se dio cuenta de que no le gustaba ni un poco.

Tenía cuatro hermanos, de los cuales los dos mayores habían hecho todo lo posible para endurecerlo tanto en el jardín infantil como en los años siguientes en la escuela. También había jugado fútbol americano y no había sido un quarterback? cobarde que se escondía detrás de la línea de fuego. No señor, él había sido un tackle? defensivo y había derribado a hombres que eran dos veces su tamaño. Ni una sola vez se había echado atrás en una pelea en el campo o en la sala de juntas. Pero ahora las cosas eran diferentes.

—¿No se os puede persuadir para alzar una espada? —preguntó Edward, viéndose tan incómodo como Alex. —¿Una ligera, quizás?

—No es que no pueda alzar una, —dijo Alex defensivamente, —es que yo gané 7.

—Ah, ya veo, —dijo Edward, aparentando estar muy confuso. —¿Algún tipo de voto sagrado?

—Algo parecido.Edward le dirigió otra mirada perpleja, como si Alex y sus

motivos estuvieran más allá de la comprensión de cualquier hombre sensato. Y probablemente estuvieran mucho más allá de las experiencias de cualquier hombre del año 1194. Alex movió la cabeza con una mueca de disgusto. Bueno, al menos Jamie había puesto correctamente la época en el mapa. Alex tendría que felicitarle la próxima vez que se encontraran. Sería un inicio genial para la mutilación y asesinato familiar.

Edward estaba todavía observándole enigmáticamente. Alex no se atrevía a contarle nada. Después todo, ¿cómo le dices a un

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caballero medieval que para vivir has tomado el control y destruido metódicamente compañías multimillonarias? ¿Qué has hecho tratos bastante oscuros con personas que no eran unos ciudadanos muy íntegros? Probablemente sería menos comprensible aún el que hubiera elegido dejar todo atrás para empezar una nueva página en su vida, una vida más sana y moral. No, sería mejor simplemente dejar que Edward pensara lo que quisiera sobre los votos de caballería de Alex.

Pero todavía podría haber alguna forma de salvar una parte de su reputación.

—Mira, —dijo Alex, —he luchado antes en batallas.—Como digáis, —dijo Edward dubitativamente.—En numerosas, —añadió Alex. —Justo hace unos meses mi

cuñado y yo sitiamos una fortaleza en Escocia. Hubo un montón de peleas y rescate involucrado. Sé cómo luchar; es sólo que ya no lo voy a hacer más.

—Entonces, ¿cómo pensáis defenderos?Alex se encogió de hombros.—Hago lo mejor que puedo para estar lejos de los problemas.Edward meneó la cabeza.—No fingiré entender esto, pero no os presionaré más.

Ciertamente os admiro por la firmeza de vuestras condiciones.Realmente, pensó Alex, crees que soy un marica. Y él estaba

empezando a pensar lo mismo. Pero una vez que consiguiera coger una espada, sería mucho más fácil usarla.

Y su primera cuchillada iría directo al corazón de Ralf de Brackwald.

Los dientes de Alex dolían de apretarlos tan fuertes, y los nudillos de sus manos estaban blancos de apretar tan fuertemente los puños. Había estado en Brackwald durante algo más de una semana, y durante esa semana había visto más injusticias que en siete años de piratería corporativa. Diablos, Ralf incluso le hacía parecer a él tan puro como un lirio.

—Entonces quizás, en lugar de entrenar, podríamos buscar

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algo para aplacar nuestra sed, —ofreció Edward.—Eso sí puedo hacerlo, —dijo Alex, agradecido de estar

sobre sus pies y moviéndose. Había estado sentado en un banco apoyado en la pared interior del muro exterior del castillo toda la mañana, observando el entrenamiento de la guarnición de Brackwald. Los hombres eran casi tan crueles como el mismo Ralf. ¿Cómo podía Edward soportar volver a esto?

El hedor del gran salón golpeó a Alex de lleno en el rostro en el momento en que Edward abrió la puerta. Ni siquiera la habitación de Zachary olía tan mal.

Un beso sonoro hizo eco en la habitación, seguido por un débil quejido.

—Te enseñaré a rechazarme, —dijo agriamente una voz.Los ojos de Alex se acomodaron al ahumado interior, y siguió

los sonidos para encontrar a Ralf golpeando a alguien. Alex pensó que podría ser un niño hasta que vio al hermano de Edward levantarlo al agarrarle del largo pelo. La ira le atravesó como un rayo.

Nunca haré daño a otro ser humano.Su propia promesa se burló de él. ¿Daño? ¡No quería dañarlo,

quería matarlo! ¿Qué derecho tenía Ralf de levantarle la mano a alguien? ¿Y a golpear a una mujer hasta al cansancio?

Alex sintió que la presión sanguínea se le elevaba. Quería cruzar la habitación rápidamente y detener lo que estaba sucediendo. Pero no podía. Él también había llevado a la ruina su cuota de vidas. Y si golpeaba a Ralf estúpidamente, ¿sería mejor que el volátil señor de Brackwald?

Miró a Edward. La cara de Edward era inexpresiva. Alex se preguntó cuantas veces había presenciado Edward lo mismo.

Edward se volvió hacia él.—Vayámonos. Querréis ver la zona.Alex miró hacia atrás, al extremo más alejado del salón, donde

Ralf estaba terminando su trabajo. Luego dio media vuelta y se fue, despreciándose a sí mismo tanto por su furia como por su falta de

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acción.Una media hora más tarde estaba montando a caballo con

Edward alejándose de Brackwald, alejándose del infierno. Lentamente sintió cómo la ira se diluía. Era lo mejor. No podía interferir de ninguna forma. Quién sabe qué clase de ramificaciones causaría si cambiaba el comportamiento de Ralf, sin mencionar lo que podría pasar si mataba a Ralf con sus manos desnudas.

Sus dedos se flexionaron por su propia voluntad. El último pensamiento era casi demasiado satisfactorio.

Fijó la mirada en el cielo gris y dejó que la llovizna se llevara su confusión. Había querido un cambio de paisaje. Podía haber estado en Barbados, desnudo, bronceado y bebiendo ron. Holgazaneando sobre las olas con media docena de mujeres igualmente desnudas, bronceadas y con un vaso de ron en la mano. Pero en lugar de eso, ¿dónde se encontraba?

Afrontando sus propios demonios en la Inglaterra medieval. En febrero, ni más ni menos.

—Estamos cerca de la tierra de los Falconberg, —comentó Edward. —Quizás podríamos lograr conservar nuestras cabezas incluso si hurtamos algo para llenar nuestros estómagos. Me temo que abandonamos la fortaleza sin hacerlo.

—No nos marchamos lo suficientemente pronto, —masculló Alex.

Edward refrenó su caballo y miró a Alex gravemente.—No puedo actuar contra él, ¿sabéis?Alex sonrió desagradablemente.—Nunca dije que debieras hacerlo.—No, es mi propio corazón el que me condena,—dijo

Edward.—No puedes cambiarle, Edward. Tendrías que matarlo y

entonces no serías mejor que él.Edward asintió silenciosamente, luego desplazó su mirada

sobre el campo.—Mi hermano desea esta tierra, —dijo quedamente. —Y está

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dispuesto a hacer lo que sea por conseguirlo. Incluso casarse con Margaret.

Alex no pudo evitar una sonrisa.—¿Es tan mala?Edward le miró y le devolvió la sonrisa.—Han pasado muchos años desde que la vi por última vez,

pero la recuerdo muy alta e irritable.Su sonrisa se desvaneció.—Ella ha humillado a mi hermano. Me temo que si tiene éxito

en forzarla a ir ante el altar, le hará pagar al máximo.—¿Le humilló? ¿Cómo? Estoy seguro de que disfrutaré

oyendo todos los detalles.—Primero la cena, amigo mío, después la historia.Edward encontró un sitio que consideró lo suficientemente

protegido, y a continuación se fue en busca de caza mientras Alex se ocupaba de encender un fuego. Encontrar madera seca no fue tarea fácil, pero Alex había sido un Águila, cuando Boy Scout después de todo. Al menos parte de su entrenamiento podría ser de utilidad.

Mientras esperaba que Edward volviera, decidió que ya era hora de que volviera a casa. Ciertamente no podía hacer nada bueno aquí. Si pasaba muchas más noches bajo el techo de Brackwald, iba a hacer algo que lamentaría. Cambiar la historia no era algo que quisiera tener en su conciencia. La lista de sus pecados ya era suficientemente larga tal y como estaba.

Edward volvió antes de que pasara mucho rato con un par de liebres. Cocinarlas llevó más tiempo de lo que a Alex le habría gustado. Ya se había topado con un caballero de Falconberg y tenía vívidos recuerdos de una bota hundiéndose en sus costillas.

—¿Estamos en sus tierras? —preguntó Alex con la boca llena de liebre ensartada.

—Sí, pero no temáis. Mañana le enviaremos una doncella con unas pocas monedas para apaciguarla.

—¿No has considerado ir tú mismo?—¿Y encontrarme posiblemente enfrentando a la mujer con

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lanzas? —Edward negó con la cabeza, con los ojos abiertos. —Ni se me pasa por la cabeza.

—De acuerdo, veamos la historia completa. ¿Qué le hizo ella a Ralf?

Edward se apoyó contra un leño.—Ella se introdujo en uno de sus pequeños torneos privados.—Pensé que la iglesia había declarado ilegales los torneos.Edward sonrió secamente.—Es de mi hermano de quien estamos hablando, ¿sí? ¿Por qué

debería preocuparse por la posibilidad de excomunión cuando había oro que ganar o juego para disfrutar? El rey está encerrado de manera segura en la fortaleza de Leopoldo y Juan estaba en el sur comiendo barriles de melocotones. Ralf hizo lo que le apeteció.

—¿Y Margaret consiguió su propia invitación?—Oh, no, no hubo ninguna invitación para ella. Entraron

muchos caballeros desconocidos, esperando capturar a otros, obtener rescate y así engordar sus bolsas. Fue bastante fácil para ella llegar de manera inadvertida.

—¿Y entonces qué ocurrió?Edward sonrió ampliamente.—Derribó a todos los hombres que lucharon contra ella, y

luego completó su día con la lanza arrojando al mismo Ralf al barro.—No me lo creo, —dijo Alex, intrigado a pesar de sí mismo.

Ahora, había una mujer con unos cajones de tamaño industrial.—Ah, pero desde luego fue Margaret la que ganó ese día.—Qué mujer, —dijo Alex. —¿Y cómo fue que se descubrió a

sí misma?—Ella se quitó el yelmo, por supuesto, y se quedó de pie

delante de Ralf mientras él se revolcaba en el barro.—Estoy seguro de que él estaba emocionado, —dijo Alex

secamente.—Pienso que la habría matado si no hubiera tantos testigos, y

si ella no hubiera tenido ya la espada apoyada en su garganta. Lo que ocurrió, desde luego le llegó al príncipe, quien cesó

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abruptamente de enviar hombres a Falconberg para cortejarla.Alex movió la cabeza con admiración.—¿Por qué debería hacerlo, cuando ella podría superarlos a

todos en las listas? Debe de tener la constitución de un tanque..., ah, un caballero enorme. —Alex respingó mentalmente. Ya era lo suficientemente malo que estuviera asesinando el francés. Introducir americanismos no iba a ayudar.

—En lo que se refiere a su constitución, no puedo deciros. Es muy difícil distinguir la figura de una mujer cuando está usando cota de malla. Y no es que yo me atreviera a intentarlo. —Edward tembló. —Ella me partiría en dos por atreverme a hacer algo semejante, sin duda.

—¿Entonces qué te hace pensar que Ralf tendrá éxito alguna vez en casarse con ella? Suena como si ella ya le hubiera hecho saber lo que piensa de él.

Edward le miró durante varios momentos en silencio. Entonces agitó su cabeza, con una expresión desconcertada en su cara.

—¿Dónde está Seattle exactamente, Alex? ¿No tenéis rey?Bueno, esto requeriría alguna explicación. Alex sabía que no

había forma de que le pudiera decir toda la verdad a Edward, pero quizás parte de ella podría ayudar.

—Seattle está muy lejos de aquí y no, no tenemos un rey. Sin embargo, he estado viviendo en Escocia últimamente.

—Ah, —dijo Edward, como si eso le hubiera aclarado repentinamente el misterio. —Entonces me maravillo de la finura de vuestras prendas de vestir. Yo nunca he estado en el norte, pero entiendo que vuestros compatriotas son de los que son como, emm, espíritus libres. Esa debe de ser la razón por la que no entendéis el peligro de Margaret, —dijo Edward, asintiendo con la cabeza. —Ved, amigo mío, ella no tiene elección. Si el rey desea que ella se case con Ralf, entonces debe hacerlo, si no, él le quitará sus tierras.

—¿No sabe Ricardo la clase de hombre que es Ralf?Edward se encogió de hombros.

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—Ha estado muchos años alejado de nuestras orillas. Lo que ocurra en un condado tan pequeño probablemente sea de poca importancia para él. Todo lo que importa es cuán bien pueda gobernar Ralf Brackwald y Falconberg a la vez. Si piensa que lo puede hacer, no dudará en ordenar la alianza.

—¿No tiene Margaret ningún otro familiar?—No. Todos sus hermanos, salvo el mayor, fueron a las

Cruzadas. El mayor fue corneado mientras cazaba, y su padre cayó enfermo varios años más tarde. Ella ha mantenido sola la propiedad el pasado año.

—¿Qué edad tiene ella?Edward se encogió de hombros de nuevo.—¿Veinte y cinco? Demasiado mayor para casarse fácilmente.

Solo podría ser deseada por sus tierras. Sé que es la única razón para que mi hermano la considere.

Pobre Margaret. Alex no la conocía pero sentía lástima por ella. Ninguna mujer merecía eso. Podría tener la cara de un puerco y la dulzura de un puercoespín, pero era una mujer después de todo.

Edward suspiró y arrojó el último hueso al fuego.—De nuevo, nada de esto es asunto mío. He oído rumores de

que el rescate del rey ha sido pagado. Probablemente regresará a Inglaterra para ocuparse de sus asuntos aquí, y yo tengo la intención de reincorporarme luego a su compañía. —Él miró a Alex. —¿Os importaría venir? Podríamos emplear otra espada en las guerras francesas...

Se detuvo, luego hizo una mueca.—Perdonadme, me emociono y olvido vuestro voto.—No importa. Necesito ir a casa de cualquier forma. Pienso

que me pondré en marcha mañana.Edward inclinó la cabeza.—Sois afortunado de tener que pasar solo una noche más en

ese infernal agujero. Os envidio.Alex esparció los restos del fuego y miró cómo se consumía.

No podía culpar a Edward por sus sentimientos. Era muy afortunado

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de tener un hogar al que ir y en el que había amor y afecto.Y hacía tiempo que había llegado la hora de que empezara su

propia familia. Asintió para sí mismo mientras se montaba en la silla de montar. Así que había guardado su espada para siempre. Eso no quería decir que él no pudiera realizar un asedio. Fiona MacAllister no era consciente de lo que tenía. Él tenía mucho más potencial que Zachary. Podía cocinar. Tenía su licencia de piloto y poseía la mitad del Jet Lear de Jamie. Podría llevarla volando a cualquier lugar que quisiera ir y le quedaría suficiente cambio para llevarla a cenar. Quizás iría a casa e iría con ella a Barbados.

Esa era la única forma en la que iban a ir allí. Ciertamente no iban a ir dando dos pasos sobre ninguna de esas malditas X.

Era temprano en la tarde cuando Edward y Alex volvieron a Brackwald. Alex dejó la mesa tan pronto como pudo y escapó a su habitación antes de que le inflingiera algún daño corporal a su anfitrión.

Sabía que era afortunado de tener una recámara privada, y había hecho un esfuerzo extraordinario para agradecérselo a Ralf. No importaba que la habitación fuera más pequeña que el cuarto de baño de su casa; tenía una puerta y un colchón provisional. No podría haber pedido más.

Se tumbó en el colchón de paja y puso las manos detrás de la cabeza, con la cabeza fija en las grietas del techo de madera. Lo que estaba sucediendo sobre él era muy perturbador. Por los gruñidos y gemidos, tenía poco problema en imaginárselos. Señor, qué vida.

¿Pero qué más había que hacer allí? ¿Especular cuántos de sus campesinos morirían de desnutrición esta semana? ¿Cuánta comida podrían extraer a duras penas de su terreno este mes? ¿Quién asediaría sus propiedades este año? Alex dio un gran suspiro, inmensamente agradecido de haber nacido en otro siglo. Al menos

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todo por lo que tenía que preocuparse era de si su coche recibía un golpe en el parqueadero o sus fondos de inversión estaban rindiendo lo que debían o no. Cuán alejados estaban la mayoría de los hombres del siglo veinte de la lucha cotidiana contra la muerte. Aquí era ineludible. Alex podía entender porqué Jamie tenía una personalidad tan enérgica. ¿Cómo podría no ser así, cuando la Edad Media era el entorno en el que se había forjado su carácter? Incluso Elizabeth, que había estado sola en la época de Jamie unos pocos meses, era más difícil de mangonear de lo que había sido en su juventud.

Alex se cubrió la mitad de su cuerpo con una raspante sábana, sintiendo el débil indicio de una corriente de aire. No era extraño que Margaret de Falconberg fuera una amazona. ¿Era realmente tan formidable como las historias de Edward le habían hecho sonar? Alex sinceramente esperaba no encontrarse nunca con ella. El recuerdo de ser casi decapitado por uno de sus jóvenes caballeros era suficiente para él. Que el cielo le ayudara si alguna vez se topaba con la vieja hacha de combate en persona.

Se quedó dormido, soñando con las adorables pecas de Fiona MacAllister.

Margaret tiró bruscamente de George para que volviera a las sombras, detrás de ella.

—Quedaos aquí, —ordenó ella suavemente.—Por las rodillas de San Miguel, ¿os habéis vuelto loca? —le

contestó él en un susurro enojado. —Vos os quedaréis aquí. Yo he estado dentro de Brackwald.

—Yo me muevo con más sigilo.—Casi.Ella miró a su capitán. Por todos los santos, era fácilmente lo

suficientemente mayor para ser su padre. ¡Como si pudiera moverse

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de un lado a otro con sus huesos rechinando!—Ahora no es el momento de insultos. —Ella le tiró sus

riendas y se puso en marcha, solo para ser jalada con fuerza hacia atrás por el cuello de su túnica. Giró rápidamente para enfrentarle, lista para darle una buena dosis de su irritación. El aspecto de su cara detuvo sus palabras abruptamente.

—Cuidad vuestra espalda, mi niña, —dijo él, viéndose genuinamente preocupado. —La última de los Falconberg no querría ir a parar a la mazmorra de Brackwald. Probablemente moriría intentando liberaros.

Margaret sintió un incómodo tirón en su pecho. Así que George se había aflojado lo suficiente como para exteriorizar su preocupación. Eso era apenas una razón suficiente para llorar. Dio un paso atrás, apartándose de él.

—Regresaré a toda prisa con el joven Edward y nos pondremos en camino.

Sin otra mirada, ella se arrastró quedamente en las sombras. Estaba corriendo un gran riesgo avanzando con la cota de malla todavía puesta, pero era la única forma. Sería tan silenciosa como pudiera, pero si había una lucha quería estar protegida.

Su plan de ataque era simple: caminar a través del gran salón como si fuera de allí, adelante subiendo las escaleras y bajando el salón para ir a la cámara de Edward. Uno de los mozos de cuadra había encontrado la moneda de su gusto y había contado todo desde la situación de las cámaras hasta la posición de las manchas de comida en la sobreveste favorita de Ralf. Se preguntaba si le hubiera dado dichas noticias sin haber tenido que pagarle. Ninguna de las personas con las que había hablado parecía sentir un excesivo cariño por su señor.

Ella se deslizó dentro del gran salón e hizo una pausa, asombrada. Nunca había visto un lugar en una situación más miserable. Margaret se compadeció de las pobres almas que tenían que soportar vivir allí. Se congelaría el infierno antes de que Ralf de Brackwald pusiera un pie en su salón. Nunca permitiría a su gente

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vivir entre esa clase de porquería.Ralf ciertamente parecía ser liberal con la bebida, a juzgar por

el número de caballeros borrachos tirados en los bancos y en el suelo. Margaret anduvo con mucho cuidado sobre ellos, abriéndose camino lentamente hacia los escalones. Ni un alma le dio una voz de alto.

Ella subió los escalones de piedra tan rápido como se atrevió, y entonces empezó a bajar por el corredor. Contó tres umbrales y se paró delante del cuarto. Sus palmas estaban húmedas y se las secó en las piernas con disgusto. Esta acción era suficientemente simple como para que la hiciera un niño. Ella no era un niño; esto era algo muy insignificante como para que le causara alguna preocupación.

La habitación estaba sin pasador. Margaret alzó una oración al cielo. No era imposible entrar en una habitación con pasador, solo difícil. Cuanto menos ruido hiciera, mejor.

Se deslizó dentro de la recámara y cerró la puerta con delicadeza detrás de ella. Las juntas del techo estaban tan mal selladas que la luz de las velas del cuarto de arriba entraba en la habitación como si fuera la luz del sol. No tuvo problema en divisar la forma larga y obviamente masculina estirada descuidadamente sobre el jergón.

Ella desenvainó su espada y se acercó a la cama.

Alex se despertó al sentir el frío acero en su garganta.—Moveos y estarán limpiando vuestra sangre de esas sábanas

durante semanas, —siseó una voz ronca.Alex no intentó ni siquiera asentir con la cabeza.El filo fue presionado más firmemente contra su piel.—Haced como os digo o no seréis más que comida para los

sabuesos. ¿Comprendido?Alex inclinó su cabeza solo lo suficiente para comunicar su

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conformidad. La hoja fue apartada y, como un rayo, agarró la muñeca que estaba sujetando la espada. Saltó de la cama y arrastró a su presunto asesino bajo un haz de luz tenue.

—¡Tú! —exclamó Alex. Reconoció inmediatamente al muchacho de ojos marrones que había intentado matarle en su primer día en la Edad Media.

La punta de un cuchillo apareció de Dios sabía donde apretó contra su estómago desnudo.

—Soy muy experto con esto. Haced lo que os he dicho y no sufriréis ningún daño.

—¿Después de que prometieras matarme? —preguntó Alex, casi divertido. El muchacho tenía tal vez dos centímetros menos de 1,80 pero delgado. No era oposición para un hombre de 1 metro 95 y pericia de club atlético. Podía estar decidido a no levantar nunca más una espada, pero eso no le impedía desarmar a otra persona. Gentilmente, desde luego.

El muchacho gruñó con frustración.—No tengo la costumbre de mentir. ¡Si digo que no sufriréis

ningún daño, eso es precisamente lo que no sufriréis!—Muy bien entonces, —dijo Alex. —Tú me dices lo que

pretendes y yo pensaré si estoy de acuerdo con ir de paseo.El muchacho boqueó.—¡Como si tuvierais elección!—La tengo, mi joven amigo. Asumo que estás aquí sin el

conocimiento de Ralf. Todo lo que tengo que hacer es pegar un grito y pasarás tus tardes libres en la mazmorra.

El cuchillo sacó sangre. Alex se sobresaltó ante el aguijonazo.—Vuestro hermano estaría profundamente apenado si os

encontrara muerto. Si me obligáis a mataros, ciertamente lo haré antes incluso de que dejéis escapar un chillido.

Los ojos de Alex se dilataron por la sorpresa.—Yo no soy Edward.El muchacho bufó.—Sois un mentiroso tan pobre como vuestro hermano. Ahora,

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vestíos y hacedlo silenciosamente. Estáis malgastando mi tiempo y el tiempo es precioso.

Alex liberó las muñecas del muchacho y cruzó los brazos sobre el pecho.

—Mira, chico, yo no soy Edward de Brackwald, y no me voy a mover ni un centímetro hasta que no me digas qué te propones.

—¡Os voy a capturar para obtener un maldito rescate! —exclamó el muchacho. —¿Alivia eso en algo vuestra mente?

—No sé, —dijo Alex con una sonrisa. —¿Qué tan bien tratas a tus cautivos?

—Lo suficiente. Encontrad vuestras ropas y ponéoslas. No lo repetiré de nuevo.

Alex dudó solo un momento antes de acceder. Por lo menos estaría vestido. Había demasiado de sí mismo expuesto para que se sintiera cómodo. No tenía sentido darle al chico algún blanco conveniente que pudiera recortar.

Apenas se había puesto las botas y la chaqueta de cuero antes de sentir la punta de una espada en su espalda. Ahí quedaba su oportunidad de escape. Un movimiento en falso y esa espada iría directa a través de su carísima chaqueta de cuero, entre sus costillas, a su corazón. Había pasado mucho tiempo desde que había tratado con un mocoso impulsivo con una espada en la mano.

—Hacia abajo. Con cuidado. Recordad que no pensaré dos veces en mataros.

—Sigue diciendo eso, —dijo Alex como al descuido —pero sigo pensando que no tienes las agallas para hacerlo. —Él abrió la puerta serenamente, seguro de que recobraría el control de la situación una vez que estuviera en el patio. Qué más daba que todos esos hombres del salón hubieran bebido demasiada cerveza; los guardias de las puertas estarían todavía en sus puestos. ¿Verdad?

Fue acompañado fuera del gran salón hacia los establos. Alex fue voluntariamente hasta que alcanzaron la entrada del establo, entonces se volvió.

—Esto está lo suficientemente lejos. Pienso que estás metido

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en algo que no llegas a comprender. El secuestro es un delito punible.

El muchacho le ignoró.—¡George! —susurró con urgencia. —¡Date prisa!Una voz detrás de él respondió.—¡Margaret, ibais a llenarlo de vino primero!Alex se quedó boquiabierto.—¿Margaret?—¡Silencio, tonto! —exclamó su captor. —estoy

completamente dispuesto a convertiros en mujer si fuera necesario.Él no lo dudaba. ¡Pero la indignidad de todo esto! ¡Dios mío,

estaba siendo secuestrado por una mujer!El agudo dolor provocado por una espada que golpeaba su

sien hizo que dejara de pensar abruptamente.—Maldita seas, —jadeó él, sintiendo que el mundo empezaba

a desvanecerse rápidamente. —Al menos asegúrate... de que traes... mi caballo. El caballo castrado... castaño.

A Beast no le gustaría que le dejaran en los establos de Ralf. Alex gimió y lanzó sus brazos alrededor de Margaret de Falconberg para detener su caída.

Y con su último pensamiento coherente, descubrió que era realmente complicado notar las formas de una mujer cuando vestía una cota de malla.

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Capitulo 4

Margaret estaba parada al pie de la cama y miró al hombre que yacía en la recámara de su padre. Estaba tan quieto que parecía muerto. Ella mordió su labio inferior con inquietud, luego se obligó a detenerse. Este no era el momento ni el lugar para convertirse en una doncella aturdida.

Ella rodeó la cama con seguridad, y luego puso su dedo sobre el cuello del hombre. Su pulso era estable y fuerte, como el resto de él. La espalda de ella todavía le dolía de intentar ponerlo sobre su caballo. Ella estaba segura que ese era su caballo, el que ella había tomado; la bestia era tan arrogante y atrevida como su amo. Incluso con la ayuda de George, llevar al hombre de regreso a Falconberg había sido una desventura total.

La débil luz del amanecer se filtraba por las grietas de los postigos, pero era demasiado pobre para ayudarla en ese momento. Ella levantó la vela que estaba sobre la pequeña mesa cerca de la cama y se acercó a su cautivo. Solamente la visión de la cara de él hizo que su estómago se apretara dolorosamente. Ella tenía el profundo sentimiento que acababa de realizar el mayor error de su vida. Quizás otra mujer habría estado delirante por la belleza de la cara del hombre, que por cierto era hermosa de verdad. De un modo áspero. Y él seguramente se tomaba el trabajo de cuidar su apariencia. Su cara estaba bien afeitada. Para su horror, ella se encontró deseando deslizar sus dedos a lo largo de aquella mandíbula y sentir su fuerza.

Ella frunció el ceño, repugnada con ella misma. ¡Como si ella tuviera tiempo de enloquecerse por un hombre!

Entonces otra vez, ¿por qué no? Solamente por que manejara su torreón con mano dura, no quería decir que no pudiera apreciar la imagen de un hombre de buena apariencia tan bien como cualquier otra mujer. Y este era un hombre para ser apreciado una y otra vez.

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Ella se complacería durante un breve momento. Ella se permitía tan pocos placeres que este seguramente estaba permitido.

Su cara estaba maravillosamente esculpida con una nariz fina y recta, unos pómulos prominentes, y una generosa boca. La noche anterior, ella había visto a su boca pasar de la tensión de un miedo bien controlado a una risa bien relajada. La insolencia del hombre de reírse en su cara cuando le informó que era su prisionero. Ella había estado tentada a pegarle solamente para mostrarle que no debía jugar con ella. ¿Pero estropear esa fina forma moldeada? Esto habría parecido casi un sacrilegio.

Y luego estaba su ropa para sumarse al misterio. Ella sostuvo la vela sobre él. Que forma extraña de calcetines llevaba. La tela no se parecía a nada que ella jamás hubiera visto. Ella extendió la mano para tocarla. Esta era una pesada tela azul, pero sorprendentemente suave. Por lo cierto los usaba casi hasta las rodillas. Y hasta a través del paño ella podía sentir el calor de su piel y la dureza de sus músculos.

Ella sacó su mano hacia atrás como si hubiera sido mordida. ¡Como si debiera estar allí y acariciar al hombre!

Ella movió su atención a sus otras vestimentas. Llevaba una camisa hecha del mismo material que sus calcetines, aunque parecía estar cubierta con una especie de sustancia. No quiso continuar con la investigación. Quizás era torpe cuando comía, aunque no podía conciliar esto con su aspecto bien afeitado, pero bueno, los hombres eran criaturas extrañas.

Su capa parecía estrafalaria. Estaba cortada al cuerpo y apenas alcanzando sus caderas. La prenda parecía estar hecha de cuero muy fino. ¿Por qué no la había hecho para ser útil? ¿De qué le servía si no le llegaba a cubrir hasta el final de su espalda al menos?

Margaret dio un paso atrás, su mano temblando. La verdad era difícil de aceptar, pero ella sabía que no podría evitarlo más. Ella puso la vela sobre la mesa y se abrazó, intentando calmar los pequeños temblores que crecían dentro de ella. Maldición, ¡que enredo el que había creado! Y todo esto tenía que ver con el hombre

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que tenía en frente tan infinitamente agradable a la vista.Los Brackwalds eran, desde luego, notoriamente feos.Incluso si la insistencia del hombre de que no era Edward no

la había obsesionado, su atractivo desde luego que si.¿Entonces quien era al que había atado en la recámara de su

padre?Su único consuelo venía de saber que el hombre era

obviamente alguien de importancia. Si él hubiera sido tan sólo un mero caballero, no habría estado durmiendo en la mejor habitación de Ralf. Margaret tragó, no haciendo caso a la sequedad de su boca. Esperando que él fuera alguien que Ralf quisiera de regreso. Que los santos la protegieran si el hombre era uno de los cómplices de Juan. El príncipe seguramente no la vería con buenos ojos por haberle robado a uno de sus hombres para favorecer sus propios proyectos.

Abandonó la recámara y fatigosamente caminó por el gran salón. Tendría que hablar con George, pero ella pensó que no estaba lista en ese momento. Lo que quería era una taza de cerveza. Solucionar sus problemas tendría que venir más tarde.

No se había tomado ni dos fortificantes tazas y ya sabía que el tiempo para soluciones había llegado. Oyó a su hermoso preso bramar mucho antes de que una de sus sirvientas viniera volando por la escalera al gran salón, tan pálida como un fantasma.

—¡Mi señora, —dijo la muchacha jadeando, —hay un hombre en la recámara de su padre!

—Lo oí, —dijo Margaret fatigosamente. —Como estoy segura que los criados han estado chismeando ya sobre quien él es, diles que es un invitado. No estará aquí mucho tiempo.

La muchacha hizo una reverencia y escapó. Margaret subió los escalones, sintiendo más pesada su armadura que de costumbre. No había alcanzado la puerta antes que George resoplara detrás de ella.

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—Lo someteré, —jadeó George. —Está como loco. Estoy sorprendido, había oído que Edward era de modales más suaves.

—Este no es Edward de Brackwald, —admitió Margaret de mala gana. —Cometí un error.

—¿Qué? —George gritó, horrorizado.Margaret se estremeció. Entre George y el prisionero, ella

comenzó a preguntarse si las paredes comenzarían a derrumbarse.—¡Suficiente! —gritó ella, golpeando la puerta. Lanzó a

George una mirada oscura. —¿Cómo debía saber? Me dijo que no era Edward, pero

asumí que estaba mintiendo. —¿Margaret, cómo has podido ser tan tonta? —George

exclamó.—No lo hice a propósito, —dijo rígidamente. Ignoró a su

capitán y enfrentó la puerta.—¿Prisionero? —¿Qué? —Vino la enojada respuesta desde adentro de la

recámara.—Alejaos de la puerta. —¡Me ató al maldito poste de la cama! —El hombre tronó.

¿—Cómo demonios se supone, que me voy a acercar a la puerta? Margaret extrajo su espada y abrió la puerta. Entró en la

recámara cautelosamente. El hombre estaba de pie con sus pies atados, encorvado y parecía muy incómodo. Ella había encadenado sus brazos detrás de él y luego había asegurado otra cuerda entre sus muñecas y al poste de la cama. Inspeccionó su obra con un vistazo aprobatorio.

—¡Suélteme! —El hombre exigió.Margaret se erizó ante el tono arrogante de su voz. —Cuando

me complazca, —dijo de manera cortante, cerrando la puerta detrás de ella.

Él tiró de las cuerdas, y ella retrocedió por puro reflejo. No era de sorprenderse que hubiera pasado un mal rato tratando de subirlo sobre su caballo. ¡Era enorme! Fácilmente era una mano más alto que ella y mucho más ancho. Y tenía un carácter formidable. La

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cólera estaba escrita en cada línea de su cuerpo, de sus tobillos atados a su cabello alborotado. Si él pudiera poner sus dedos alrededor de su garganta, sin duda habría disfrutado de ello enormemente.

Margaret rechinó sus dientes. No sólo tenía secuestrado al hombre incorrecto, había tenido la grave desgracia de secuestrar a quien era infinitamente más peligroso de lo que había esperado. ¡Santos, ella había sido descuidada!

—¿Me va a desatar, o a quedarse allí malgastando el tiempo? Se puso rígida a pesar de si misma. El desgraciado insolente.

Ella puso la punta de su espada sobre el piso de madera y dobló sus manos sobre la empuñadura.

—No malgasto el tiempo. Si os desatara, probablemente me encontraré a mi misma asesinada, o peor, —ella dijo con frialdad. —No soy una idiota.

—Desde luego que no. Es por eso que cuidadosamente comprobó la identidad de su rehén.

—¿Rehén? —repitió ella. ¿De dónde era este hombre? No sólo su francés era pobre, parecía tener problemas recordando muchas de sus palabras. Esta era seguramente la única explicación del modo en que mezclaba el francés y un dialecto acentuado del Inglés del rey.

—Hablo de mí, —él dijo con impaciencia.—Ah, —ella asintió. —Ya veo. —Qué forma tan rara tenía de

hablar. ¿Acaso era uno de los aliados del continente de Ricardo? El mismo pensamiento la enfrió hasta el tuétano. ¡El rey tendría su cabeza por esto!

—¡Margaret! Ella parpadeó hacia él.—¿Qué? —¡Desátame! Ella sacudió su cabeza. —No me atrevo. Tenía que pensar. Si él fuera uno de los aliados de Ricardo,

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iría al rey con el cuento de su insensatez, sin duda exagerada enormemente. Tan solo los santos sabían que le acontecería entonces. A pesar de su cautiverio, el brazo de Ricardo era todavía muy largo.

Ella envainó de nuevo su espada, entonces caminó hacia la ventana y regresó, no haciendo caso a las repetidas tentativas de su prisionero de atraer su atención. Ella no podía ponerlo en libertad. El riesgo para ella era demasiado grande. Tan solo los santos sabían que haría el rey si decidía castigarla. Podría ser despojada de sus tierras. Sabía que en el momento las tenía por un pelo. ¡Peor, Ricardo podría obligarla a casarse con alguien que él escogiera —como si ya no hubiera intentado eso! Sólo que esta vez sabía que él no soportaría que se le desobedeciera. Por los santos, podría obligarla a casarse con Brackwald y ver que lo hiciera así. Una cosa más amable sería verla ahorcada, pero hasta esa no era una alternativa demasiado agradable.

Miró de nuevo a su cautivo, quien estaba evidentemente furioso con ella. No podía ponerlo en libertad, aunque era obvio que no podía conservarlo prisionero para siempre. Suspiró profundamente. Esta era una medida drástica para tomar, pero vio claramente que esta era su única opción.

—Lamento esto, —comenzó ella, —pero me temo que debo mataros. —El hombre ni parpadeó.

—No sea idiota, —dijo él, entre dientes.Margaret cruzó sus brazos sobre su pecho y lo miró con

serenidad. —Pienso que esa es la mejor opción. Él gruñó frustrado. —Usted dijo que yo no sufriría ningún daño. No complique su

error agregándole asesinato. Suélteme, entonces me marcharé y fingiremos que esto nunca pasó.

—He replanteado el asunto y cambiado mi parecer. El rey nunca me perdonaría por esto.

—¿Qué tiene que ver Ricardo con esto? —Margaret se

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estremeció. ¿Este hombre habló estaba tan en buenos términos con el rey que lo podía llamar por su nombre de pila? Gimió por dentro. Si, él tendría que morir. Quizás pudiera enterrarlo donde nadie lo encontrara. El rey estaba muy lejos, y las noticias viajaban despacio. Su Majestad creería que su amigo simplemente había tenido un desafortunado accidente y estaría perdido en los caminos. Los brutos abundaban, como disgustados Sajones quien habían perdido sus casas. Siempre, habría muchos quienes podrían ser culpados por tal tragedia.

—¿Margaret, qué tiene que ver Ricardo con esto? —exigió el prisionero.

—Vos sabréis mejor que yo, —dijo de manera cortante.—¿Yo? —Preguntó, viéndose sorprendido.—¿Qué yo

conozco a Ricardo? —Vos habláis de él como si fuerais queridos amigos, —dijo

ella, intentando ser paciente, pero encontrando su fingida ignorancia muy molesta. —Seguramente vos ahora veréis por qué tengo que mataros. Si regresáis al rey con este cuento, él se llevará todo lo que me es querido. No me sorprendería que él pusiera mi cuello en una soga.

Él la miró hasta más sorprendido que antes.—¿Por qué haría eso? Usted solamente cometió un error.

Seguramente entenderá eso. —Cesad con vuestras estratagemas. Vos lo conocéis mucho

mejor que yo y sois bien consciente de lo que un monarca hace a vasallos desobedientes. Os haré la cortesía de una última comida, entonces me temo que moriréis.

—¡Maldición, no soy uno de los compinches de Ricardo! —exclamó.—¡Demonios, ni siquiera soy inglés!

Esto la tomó por sorpresa.—¿No sois? —No, no soy. —Él hizo una pausa un momento, luego

frunció el ceño. —Soy de Escocia. —La miró como si esperara que ella dijera algo.

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Margaret se encogió. —Un bárbaro del norte. Ricardo tiene espías por todas partes. —No soy un espía. Si usted me mata, usted matará a un

hombre inocente. Margaret sacudió su cabeza, asombrada por su tenacidad. Ella

tenía que admirarlo, ya que ella habría hecho lo mismo en su lugar.—Lo que seas, —ella concedió, —vos sois un mentiroso muy

bueno. Os traeré la comida en una hora. Disfrutad de ella, ya que será la última.

—Increíble, —él dijo, girando sus ojos. —Bueno. Adelante y máteme. Mi sangre estará en sus manos. Sangre inocente, —él dijo de forma significativa.

Margaret lo miró otra vez, intentando juzgar. ¿Estaba mintiendo, verdad? ¿Qué hombre no mentiría para salvar su cuello?

Él aclaró su garganta en forma significativa y ella alzó la vista por costumbre.

—¿Si? —No supongo que me permitiría pasar mis últimas pocas

horas en la libertad, ¿verdad? Para ser bastante franco, tengo unas necesidades inmencionables de las que tengo que ocuparme.

Ella vaciló. Dejarlo libre era inadmisible, al menos sus brazos, de todos modos. Pero ella podía compadecerse de su deseo de hacer sus necesidades. Y era lo menos que podía hacer por un hombre que iba a morir. Sacó su daga de su cinturón. El hombre estaba perfectamente echado mientras ella se acercaba. Ella hizo una pausa a unos pasos de distancia.

—Una veintena de hombres esperan afuera. Dañadme y moriréis sin vuestra comida.

Sus pálidos ojos azules no ocultaron ningún engaño. —También dudo que usted crea esto, pero nunca he puesto

una mano sobre una mujer. Para hacerle daño, —él agregó con un rastro de una sonrisa.

Margaret resopló. Su significado era completamente

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demasiado claro. Apenas podía soportarlo a causa de su encanto, aunque sólo una idiota habría sido capaz de resistirse a él.

—Quizás soy una idiota después de todo, —ella refunfuñó en un susurro mientras se arrodilló ante él y cortó las ligaduras alrededor de sus tobillos. Él gruñó y se movió un momento para que la sangre se precipitara de regreso a sus pies. Ella se puso de pie y le ofreció su mano para estabilizarlo. ¡Cuan sólido era su contacto! Ella apartó su mano, luego trajo una bacinilla. La puso en el suelo al lado de él.

—Allí. Esto debería serviros bastante bien. —¿Y cómo propone que yo la use? ¿Va a ayudarme? Para su horror, Margaret sintió que el color inundaba sus

mejillas. Ella no podía recordar la última vez que se había ruborizado, pero sabía que había sido bastante tiempo atrás. Y maldito hombre si no llevara una risa burlona. Ella tomó su cuchillo y lo trabó en la mesa al lado de él.

—Usad eso, bribón, —dijo ella, girando en redondo y saliendo por la puerta.

—Alex, —dijo detrás de ella.Ella no quiso girar, pero lo hizo. —¿Qué habéis dicho? —Alex. Mi nombre es Alex. Y aquel cuchillo no va a

servirme donde está. —Entonces encontrad un modo de moverlo, —dijo ella sobre

su hombro mientras abría la puerta de un tirón y salía. ¡El hombre estaba loco! ¿Cómo podría pensar que ella sería lo bastante tonta como para desatarlo?

Bajó rápidamente a las cocinas. Cuanto más pronto el hombre hubiera comido, más pronto estaría muerto y una cosa menos de la que tendría que preocuparse.

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Capitulo 5

Alex apartó la vista de la bacinilla con ansia. Aquí estaba justo una razón más por la que debería haber ido a Barbados. Al menos si hubiera sido capturado, él habría estado desnudo —que seguramente habría solucionado su problema actual.

La puerta se abrió lentamente. Alex alzó la vista, queriendo darle a Margaret de Falconberg una muy larga conferencia sobre derechos humanos. Solo que esta no era Margaret. Era un viejo guerrero canoso cuya expresión crispada era lo bastante intimidante como para hacer que Alex retrocediera un paso. Si pudiera haber retrocedido un paso. Lo intentó de todos modos y terminó por sentarse sobre la cama de golpe y sin gracia.

El hombre cerró la puerta detrás de él suavemente, y Alex se preguntó si hasta él le conseguiría esa última comida. No estaba listo para encontrar a su Hacedor aún. Fiona MacAllister lo necesitaba. No había comenzado a imaginarse que pasaría si Zachary estuviera en su casa demasiado tiempo con todos los juguetes de Alex. Su nueva Range Rover estaría en la basura en una semana.

—Maldición, —dijo el hombre, acariciando su barbilla barbuda. —Ella estaba en lo cierto a cerca de esto.

—¿Perdón? —dijo Alex.—Vos ciertamente no sois Edward de Brackwald. —No, señor Alex no llamaba a demasiadas personas —señor—. Algunos

hombres solo parecían exigirlo. Como el hombre que en ese momento estaba viendo. Alex se sentía de dieciséis años, y a punto de ser castigado por quebrar su toque de queda. Tenía el más ridículo impulso de dar una lista de motivos plausibles en cuanto a por qué se encontraba actualmente holgazaneando en la Inglaterra medieval.

—¿Vuestro nombre, joven?

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—Alexander, —Alex contestó puntualmente. —Señor—, él agregó, suprimiendo el impulso también de saludar. No que hubiera sido capaz. Él echó otra mirada de anhelo a la bacinilla.

—¿Alexander de donde? ¿Quien es vuestro padre? ¿De quien sois hombre? —Las preguntas se dirigieron a él como el fuego de una ametralladora. Los militares no habían cambiado, así parecía.

—Ah, —Alex se detuvo, preguntándose por donde comenzar, —esa es una larga historia.

—Y yo no tengo nada más que tiempo. —El hombre cruzó sus brazos sobre su pecho y esperó.

Bien, tenía que hacerlo. Alex sabía que él tendría que arreglar algo, obviamente. ¿Qué tipo de recepción recibiría un escocés de todos modos? Se atormentó los sesos intentando solamente recordar como habían estado las relaciones durante los días de Ricardo. William Wallace no había aparecido en escena aún, tal vez los Británicos solamente consideraban a los escoceses como sus primos bárbaros del norte. Esto podría ser peor.

—Mi padre, —dijo él, decidiendo decir toda la verdad, —es de Seattle.

—¿Seattle? —El hombre sacudió su cabeza. —Eso no es familiar.

Y no lo será durante algún tiempo, Alex agregó mentalmente. —Eso no está en Inglaterra. —¿Francia? ¿El continente? —El hombre más viejo frotó su

barbilla pensativamente.—¿Entonces por qué, por todos los santos, vuestro francés es tan pobre? Uno pensaría que vos no habéis pasado mucho tiempo en el país de Phillip.

—Verdad, —Alex estuvo de acuerdo. —No he ido a Seattle en muchos años. Viví un poco en Nueva York, ah, York, —él se enmendó, —pero sobre todo hice mi hogar con mi hermana y su marido en Escocia. —Esa era una pequeña mentira, pero era mejor que dar una historia sobre viajes en el tiempo. —En un pequeño pueblo cerca del Bosque Benmore. Mi cuñado es Laird del clan MacLeod. —O lo será en unos cien años más o menos, añadió

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silenciosamente.El hombre masticó aquella información durante un momento

eterno, luego escupió otra corriente de preguntas.—¿Qué hacéis en Inglaterra? ¿Por qué estáis vestido de tal

manera? ¿Por qué estabais en Brackwald? —Me había caído de mi caballo cuando Edward me encontró.

Él me ofreció la hospitalidad del castillo de su hermano. Esa es la verdad.

—Estabais en la recámara más fina de Brackwald. —Eso no dice mucho. Un parpadeo de entretenimiento cruzó la cara del hombre,

pero este se fue tan rápidamente como había venido.—¿A dónde ibais a caballo? Alex le dio una risa débil.—Estaba cabalgando en la tierra de mi cuñado, y tomé una

dirección incorrecta y terminé en Inglaterra. —Claro.—Esa es la verdad, —dijo Alex. —No pensaba venir aquí, y

si usted pudiera liberarme, regresaré a mi caballo y saldré del suelo Falconberg en una hora.

El hombre le miró fijamente por otra eternidad, y Alex no tenía ninguna duda que su destino estaba siendo decidido justo en ese momento. El viejo soldado podría haber sacado su espada y hacerlo trizas donde estaba sentado.

Sin advertencia, le hizo señas a Alex para que se pusiera de pie. Alex así lo hizo, pero él estaba menos estable sobre sus pies de lo que le habría gustado estar. Había enfrentado una carrera profesional mortal antes, parando a presidentes de corporaciones enfadados, abogados tipo pitbull y jueces que juzgaban en costosos estrados a su antojo. Él también se había encontrado con Jamie en una mazmorra escocesa con heridas abiertas en su espalda y su espada fuera de alcance, y aún había vivido para contarlo. Sólo que esto había sido en los días en que él todavía llevaba una espada.

Ahora se sentía muy vulnerable. No quería morir. Tenía el

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presentimiento, sin embargo, que ningún tipo de conversación rápida iba a influir en el guerrero sazonado de batallas que venía hacia él con una expresión —severa como la muerte —sobre su rostro.

—Daos la vuelta. —¿Va a apuñalarme por la espalda? —Alex dijo con toda la

valentía que había podido reunir.El hombre se rió un poco. —Mirándoos a vos lanzar nerviosas miradas a esa maldita

bacinilla, me ha dado la impresión de que estáis muy urgido, muchacho.

Alex sintió sus muñecas libres, y gimió para si mismo mientras la sangre corría de nuevo por sus manos. Él se giró.

—Gracias. Creo. El hombre en realidad rió. Se dio vuelta y fue hacia la puerta,

luego miró de nuevo a Alex.—George, antes de York, últimamente de Falconberg a

vuestro servicio, —dijo él, inclinando su cabeza.—¿York? —Alex se ahogó.—Es un lugar bastante grande, —ofreció George. —Quizás es

por eso que nunca nos hemos encontrado. —Claro, —dijo Alex débilmente. —Estoy seguro que es así. —Yo aprovecharía aquella bacinilla, mi muchacho, antes que

Lady Margaret regrese. —Genial, —refunfuñó Alex. —Me pondré cómodo justo a

tiempo para que me corte la cabeza.Sir George en realidad rió. —Como no, vos encontraréis una salida a esto. Y con esto, se fue. Alex suspiró con alivio. Una confrontación

satisfactoriamente negociada.Él giró su espalda hacia la puerta y apenas se había aplicado a

la tarea al alcance de su mano cuando la puerta detrás de él se abrió y una mujer jadeó.

—¡Santos misericordiosos, estáis desatado!

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—Y muy ocupado, gracias, —Alex agregó sobre su hombro.—¿Le importa?

El susurro de una espada que salía de una vaina fue suficiente respuesta.

—Lady Falconberg, —dijo él, rechinando sus dientes, —déjeme orinar en paz, ¿si?

Hubo varios otros jadeos, y Alex sintió que comenzaba a ruborizarse claramente. Maravilloso. Todo lo que él necesitaba era una audiencia.

—Margaret, dejad al muchacho tranquilo, —una voz muy gastada dijo desde el vestíbulo. —Me atrevo a decir que él no va a ir a ninguna parte en este momento.

Gracias al cielo por Sir George y su entendimiento de la personalidad masculina. Alex terminó, se acomodó, arregló los botones de sus jeans, y se dio vuelta para enfrentar a su audiencia.

Estaba Margaret, desde luego, y detrás de ella un puñado de criados. Todos ellos le miraban fijamente con expresiones que variaban desde el horror al intenso interés. Los dedos de Margaret se encontraban aferrados sobre la empuñadura de su espada. Alex casi comentó esto cuando vio que una de las menos horrorizadas mujeres llevaba lo que podría haber estado confundiendo con la cena. Le dio su sonrisa más encantadora.

—¿Para mí? —Preguntó con esperanza.La mujer con bandeja comenzó a avanzar, pero Margaret la

detuvo sacando su espada como una barrera de ferrocarril.—Usad vuestra inteligencia, Alice, —dijo Margaret

bruscamente. —Hay un cuchillo cerca de su mano. ¿Deseáis encontrar vuestro final de esta manera?

Bien, esto era irritante. Alex comenzó a dar una conferencia a Margaret sobre los puntos más finos de su carácter, pero fue detenido por un enorme estruendo en su estómago. No era momento para conversar.

Él dio un tirón a la pequeña daga sobre la mesita de noche y anduvo a través del cuarto. Ignorando que Margaret blandía su

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espada, él le dio la daga, la empuñadura primero.—¿Ahora puedo comer? —preguntó correctamente.Sin esperar una respuesta, relevó a Frances de la bandeja de

madera que llevaba y regresó a la cama. Puso la bandeja sobre la mesa y se sentó, no preocupándose por quien lo miraba. No le preocupó que su destino pendiera de hilo para él. Cuando comenzaba a cenar, nunca dejaba que algo lo distrajera.

El almuerzo y la cena eran siempre un descanso para él. ¿Cómo se suponía que se concentrara en piratería cuando salmón a la fettuccine ahumado exigía su completa atención? ¿O cuándo la más fina ave asada con pequeños vegetales y hierbas enviaba señales aromáticas a su nariz? Y en este momento no se preocupaba si Margaret tenía planes para usarlo como fertilizante para su jardín. Lo único que tenía que hacer era esperar hasta que hubiera terminado de comer, después, no discutiría con ella.

—Parece que tienen un mejor cocinero que el de Ralf, —dijo, revisando el pollo asado y planeando su asalto. —Verduras, también. Que agradable.

Él le dio un vistazo a Margaret y vio como agarraba su espada en una mano y en la otra lo que podría haber usado como cuchillo para comer. Tampoco parecía como si tuviera intenciones de dejar a un lado su sentencia de muerte. Oh, bien. Cuando en Roma...

Arrancó un trozo de pollo y lo hizo estallar en su boca. Cerró sus ojos y masticó. Ah, su apariencia ciertamente no engañaba. El pollo estaba delicioso. Amablemente sazonado. No contenía demasiada suciedad que él pudiera descubrir. Alex probó todo, cerrando sus ojos de vez en cuando para disfrutar más de la experiencia. Realmente alzó la vista una vez, solo para ver si podía haber algún tipo de líquido para ayudarlo a bajar todo. Una mujer redonda apoyaba en la puerta, sostenía una botella por su cuello. Tenía un delantal salpicado por comida, y Alex se preguntó si ella podía ser la cocinera. Ahora, esta era una mujer a la que tenía que conocer inmediatamente.

Se puso de pie, ignorando el renovado erizamiento de

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Margaret, y anduvo despacio a través del cuarto hasta la mujer que acarreaba la botella, brindándole su sonrisa más inocente. Él tenía varias sonrisas en su repertorio. Su favorita era la de pirata, pero tenía la sensación que más le valía reservarla más tarde para Margaret, mientras intentaba hablar sobre como escapar de perder su cabeza. Por ahora, inocente y débilmente desesperada tendrían que funcionar.

—¿Puedo, buena mujer? —dijo él, ofreciendo su mano y procurando parecer sediento.

La mujer se ruborizó y entregó la botella sin vacilación.—¿Usted es la responsable de esta exquisita comida? —

preguntó cortésmente.—Si, mi señor, —dijo la mujer, emitiendo su aprobación sobre

él. Era obviamente alguien que tomaba muy en serio lo que decían de su comida.

—Si pensara que pudiera, —dijo Alex, dejando caer su voz a un susurro de complicidad, —yo la robaría de Falconberg para que viniera a cocinarme a mí. Usted tiene un don.

La mujer claramente se ruborizó hasta las raíces de su cabello y se dirigió hacia la puerta.

—Fuera, —Ordenó a su ayudante. —Él no puede haberse llenado aún. ¡Abajo a las cocinas a traer algo más!

Margaret hizo un sonido de intensa repugnancia. Alex le guiñó un ojo antes de volver a su mesa improvisada, tomó un trago de vino, y se concentró en el resto de su cena. Masticó y tragó, metódicamente trabajando hasta que solo quedaron huesos y el desnudo plato de madera.

Cuando el segundo plato llegó, los despachó con el mismo entusiasmo. Bueno, esto no era el Four Seasons, pero era mejor que cualquier cosa que hubiera tenido hasta ahora en la Inglaterra medieval, y además, esto era mucho mejor que la papilla desconocida con la que había subsistido mientras recorría el décimo quinto siglo en Escocia con Jamie.

—¿Es posible que hayáis terminado ya? ¿O debería buscar

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algo más en la despensa? Parecía que Margaret ya se había cansado de verlo comer. Él

tomó un el último trago de vino, luego dejó la botella y se apartó de su mesa.

—Terminado. Y esto estaba delicioso. Gracias. Ella desechó su agradecimiento con un ceño fruncido. —He

oído que las últimas cenas siempre saben mejor que las otras. Alex se inclinó hacia atrás contra la cabecera de madera de la

cama y miró a su captora. Margaret era alta y parecía muy molesta, pero esas eran las únicas cosas que Edward había dicho bien. Quienquiera que hubiera comenzado el rumor que Margaret de Falconberg era fea necesitaba que le revisaran los ojos.

Alex comenzó a examinarla por sus pies. Sus botas estaban rayadas y gastadas. Esta era una mujer que sabía iba al punto.

Un pensamiento cruzó por su mente, las cosas podrían haber sido diferentes, ellos habrían podido ser un equipo muy peligroso. Tenía la sensación que Margaret podía ser tan despiadada como lo era él. Ella tenía las señales para demostrarlo.

Ligas cruzadas de cuero sostenían su armadura contra sus piernas. Eso no debía ser para nada cómodo, pero ella no se movía como si le molestara. Su sobreveste le llegaba hasta sus rodillas. Esta y una túnica cubrían su cuerpo, y, desde luego, más armadura. Era prácticamente imposible decir su forma.

Aunque podía mirar todo lo que quisiera a su cara. La mujer no era nada menos que hermosa. Su cabello era oscuro y se retiraba de su cara con severidad en una apretada y larga trenza. Había visto que tan debajo de su espalda llegaba, lo cual había sido una sorpresa ya que habría esperado que se la hubiera cortado como para que no la perjudicara en la batalla. Le dio vueltas a esto por un momento o dos. Para toda su postura como guerrera, Margaret todavía no era capaz de dejar aquella última concesión de feminidad. Esto era muy interesante y se prometió pensar sobre ello más tarde —cuando hubiera logrado evitar la horca.

La miró a la cara otra vez. ¿Para qué necesitaba una lanza

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cuando podría derribar hombres tan solo con su belleza? Se preguntaba si ella tenía idea de cuan apetecible era. Sus ojos eran oscuros, sus labios llenos, sus pómulos maravillosamente esculpidos. Si ella no se viera tan increíblemente irritada, él estaría a sus pies, la tomaría en sus brazos y la besaría con cada partícula de pasión de su alma de pirata sin principios.

—¿Ya habéis terminado? —preguntó ella de manera cortante.Alex no podía hacer menos que reír.—A decir verdad, podría mirarla todo el día. Ella se erizó. Alex no creía que podría parecer más ofendida, o

molesta.—Si vos tuvierais que defender este lugar, también os

vestiríais como yo, —rechinó los dientes con furia.Bueno, desde luego. Alex abrió su boca para decir algo, pero

él no fue lo bastante rápido.—¡No seré despreciada por un preso! —Ella exclamó. —No

me preocupa nada lo que vos pensáis. Mirad vuestra pinta, idiota, y burlaos si podéis. Seré lo último que veáis antes de que os envíe al infierno.

Ella agitó su espada de manera amenazante ante él. Alex la miró fijamente, sospechas crecieron y florecieron en su mente. Bueno, definitivamente había en Margaret más de lo que él había pensado. Dio vueltas a sus palabras en su mente. Rápidamente. Ella no se movía aún, pero sus dedos estaban tensos. Claro, pensaba que se estaba burlando de ella. ¿Era eso lo qué ella obtenía de su propia casa? ¿Por qué debería preocuparse ella?

Alex tenía la sensación que debajo de toda aquella armadura y bravuconería había una joven muy asustada, muy sola. Una joven quien muy posiblemente necesitaba la ayuda.

Maldición. Allí estaba su caballerosidad otra vez, creciendo en su fea cabeza.

Un cuerpo no puede regresar a casa hasta que su tarea en el pasado esté terminada.

Bien, tal vez esto era por lo qué se había encontrado en la

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Inglaterra medieval. Tal vez no era nada más que una posibilidad para ayudar a alguien quien justo no tenía a nadie más a quien recurrir. Él le dirigió a Margaret su mejor sonrisa cuéntame—todos tus—secretos de abogado y acarició la cama al lado de él.

—Venga y siéntese. Vamos a hablar. Ella jadeó ante el ultraje. —¿Por que clase de tonta me tomáis? —Ate mis manos si eso la hace sentir un poco mejor.

Solamente quiero averiguar contra que se enfrenta. Tal vez pueda ayudar.

—¿Cómo? ¿Traicionándome con Brackwald? —Ya le dije no tengo ningún lazo con Brackwald. Edward me

encontró justo antes de que cortara mi garganta y me ayudó llevándome a su casa. Tengo tan poco trato con el hermano de él como usted.

Ella vaciló. Alex podía ver los pensamientos girando. Y luego su espada bajó hasta que descansó la punta sobre el suelo.

Alex se deslizó hacia atrás en la cama y se sentó con las piernas cruzadas con sus manos descansando a simple vista sobre sus rodillas.

—Le doy mi palabra que no me moveré. Al menos acerque una silla. Apuesto que ha estado en pie durante horas.

—Desde ayer al alba, —dijo ella, luego cerró fuertemente los labios y lo miró airadamente.

Alex sonrió para si mismo. Esta era una chica resistente.—¿Ya comió usted? —preguntó él.—Cena, la víspera pasada, —refunfuñó ella. Ella lo miró

irritada, como si quisiera decapitarlo por sacar tanta información de ella

Alex se bajó de la cama despacio. Él puso sus manos arriba y con cuidado anduvo hacia la puerta.

—No me remate aún, —dijo él. —Usted disfrutará de ello mucho más estando con el estómago lleno, estoy seguro.

Él abrió la puerta, un poco sorprendido por el hecho de que lo

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dejara hacerlo, sacó su cabeza fuera, y llamó a los gritos a su cocinera.

La buena mujer no podía haber estado lejos porque ella apareció en el alto de la escalera casi inmediatamente.

—¿Si, mi señor? —preguntó ella jadeando.—¿Tal vez una comida para Lady Falconberg? —Si, mi señor, —dijo ella, haciendo una reverencia y se dio

vuelta volviéndose a la escalera.Bien, ya tenía a los más viejos bien ganados. Ahora, si

solamente pudiera urdir algo de magia con la más joven. Al menos Margaret estaba todavía en el mismo lugar. Ella podría haber estado acercándosele con la espada desenvainada.

Alex acomodó la mesa, llevó una silla hasta ella, y volvió a su lugar sobre la cama.

—Por favor siéntese, Margaret, —dijo él. —Le doy mi palabra que no me moveré.

—¿Y cuan buena es vuestra palabra? —Bueno, no ha sido bastante buena antes, pero he volteado

una nueva página. Hecho un cambio, —él clarificó en su mirada perpleja. —No soy un mentiroso.

—Me atrevo a decir que la mayor parte de todos los hombres son mentirosos, —refunfuñó. Ella parecía bastante convencida de eso, pero ella había aflojado su apretón sobre su espada. Alex tomó esto como un buen signo.

—Tal vez los que ha conocido antes. Pero soy diferente. No quiso levantar sus esperanzas, pero ella dudó el más breve

de los momentos como si realmente le hubiera gustado creerlo. Él podría haber jurado que ella estuvo a punto de atravesar por casualidad el cuarto y sentarse cuando la puerta se abrió y la Cocinera entró con un pequeño contingente de ayudantes de cocina.

Una comida fue puesta rápidamente y después de otra reverencia y ruborizarse, la Cocinera se marchó, sus ayudantes se deslizaron detrás de ella como obedientes ovejas.

Donde él había fallado, la comida lo había logrado. Margaret

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dejó su espada sobre la mesa, tomando su cuchillo en su mano.—Tengo mucha práctica con esto, —dijo ella, agitando su

daga hacia él.—Estoy seguro que lo es y apuesto que usted ha trabajado

mucho para hacerlo. Ella le lanzó una mirada suspicaz, como si no estuviera segura

del significado oculto, luego volvió a su comida y comenzó a comer.A ella no le estaba gustando. Alex nunca dejaba que algo

interfiriera en el camino de un buen alimento, pero Margaret obviamente no tenía esculpida su fina habilidad. Ella masticó, pero de forma metódica y sin entusiasmo.

—¿No está buena? —preguntó él.Margaret miró hacia la bandeja de madera y su expresión fue

de débil sorpresa, como si realmente no hubiera visto lo que consumía.

—Se puede comer. Alex sacudió su cabeza mentalmente. Pobre niña. Tal vez su

cara dijera veinticinco, pero sus ojos decían cincuenta. Alex apenas osaba especular sobre las cargas que le habían obligado a llevar en su corta vida. Si lo que Edward había dicho era verdad, ella había estado manteniendo un techo sobre su cabeza y a los hombres que deseaban sus tierras fuera de sus puertas por al menos un año. El cielo sólo sabía que niñez había tenido. ¿Alguna vez habría tenido tiempo para jugar? ¿Alguna vez había conocido el placer de hermosas ropas? ¿Alguien alguna vez había llegado a conocerla, solamente a la simple Margaret? ¡Qué desperdicio!

A Alex le gustaba pensar que él no habría sido tan estúpido. Si él hubiera sido el hijo del barón de al lado, él la habría echado el ojo en cuanto hubiera podido, entonces le habría mostrado cada extravagancia posible. Él la habría llevado a viajar, mostrado maravillosos sitios, expuesto a gustos y olores exóticos, acumulado hermosas ropas y joyas hasta que ella estuviera sepultada por ellas. La habría hecho reír, le habría quitado la ropa hasta que ellos estuvieran piel con piel, y entonces la habría amado, una y otra vez.

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Frotó sus manos sobre su cara y sacudió la cabeza. ¡Que lástima, como si él realmente necesitara estar involucrado con alguien del pasado! Sobre todo una doncella acorazada que lo pincharía antes de mirarlo dos veces.

La miró para encontrarse con que ella lo estaba mirando a él. Todo lo que ella había visto en su cara obviamente la había afectado, porque ella empujó su silla y agarró su espada.

—Tonto, —ella se rompió.—¿Uh? —dijo Alex.—Me visto de esta manera porque debo, —silbó ella. —

¿Quien pensáis que mantiene este maldito techo sobre vuestra cabeza?

—Pero...—¿Pensáis que vos podríais hacer algo parecido? —Bueno… —¡Y mi padre era muy alto, también! —No hay nada malo con... —¡No soy desgarbada! Y con eso, ella corrió hacia la puerta, la abrió, y la cerró detrás

de ella con un golpe.La llave giró en la cerradura. Alex sacudió su cabeza. Incluso

distraída ella era cuidadosa.Se levantó y comenzó a pasearse. Qué conversación tan

contundente había sido aunque fuera unilateral. ¿Ella francamente pensaba que él la miraba y la encontraba poco atractiva?

Y, lo más importante, ¿en realidad era le importaba lo que el pensaba?

Bien, al menos ella no lo había matado. Tal vez la próxima vez él consiguiera que ella no le gritara, él le diría que no pensaba que ella fuese desgarbada. Incluso con su armadura, ella estaba muy llena de gracia. Y le gustaba alta. Besar a las mujeres bajas le daba dolor de cuello.

¿Besos?Él gimió. Estaba perdido. Margaret no era una mujer con la

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que perder el tiempo. Él no podía hacer el amor con ella y luego marcharse.

Y él tendría que marcharse. Una vez que él entendiera lo que se suponía que tenía que hacer, él tendría que marcharse. Y ya que no podía quedarse, no podía involucrarse. Él haría todo lo posible para ayudarla, entonces recogería a Beast y volvería a Escocia. Esperando que no hubiera pasado demasiado tiempo en su propio día. Él no quería que Zachary terminara tomándole la delantera en el cortejo de la hija del mercader.

Aunque de algún modo, después de mirar a Margaret de Falconberg de cerca y personalmente, cortejar a Fiona MacAllister ya no le parecía tan excitante. A ella no la tomarían por muerta en cota de malla, además de que él tenía sus dudas de que ella pudiera manejar la tienda, mucho menos una fortaleza.

Pero aquello estaba bien. Él no tenía una fortaleza para cuidar. No, el siglo veinte era el lugar para él, y regresaría tan pronto como hubiera cumplido su deber medieval.

La última cosa que necesitaba era una doncella del siglo doce para complicar su vida... y que complicación sería Margaret.

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Capitulo 6

Margaret clavó sus talones en el costado de su semental y se inclinó hacia adelante, la lanza estaba equilibrada en su mano derecha. Golpeó el estafermo, o muñeco giratorio, directamente en el centro. Se sentó demasiado rápido y perdió su satisfecha sonrisa bruscamente mientras el contrapeso le golpeó fuertemente en la espalda. El golpe la envió volando de cara por sobre su caballo. Por suerte no había llovido la noche anterior, y ella consiguió caer en suciedad y no fango.

Ella giró su cabeza a un lado y respiró pesadamente, no haciendo caso al polvo que inhalaba. El polvo y el abono eran olores buenos. Al menos eran olores honestos. No como la perfumada carta que había recibido aquella mañana. ¡Condenado Ralf de Brackwald al diablo!

Ella se rodó con cuidado. Y yació sobre su espalda y miró hacia arriba a los enfadados ojos azules de su capitán.

—¿Estáis tratando de mataros? —George bramó. —¡Concentraos o cesad!

Margaret suprimió el impulso de decir algo satisfactoriamente vulgar. En cambio aceptó su mano para levantarse, recogió su lanza y su escudo, y se alejó. Mientras lo hacía, comprendió cuan fuera de sí estaba. Ella nunca abandonaba el campo derrotada.

Esto era un signo de que no era ella misma.Lo que era hasta más inquietante era la razón por la qué estaba

tan distraída. Quería creer que era por el mensajero que le había entregado las amenazas de Brackwald. Si, esto era seguramente el motivo. Estaba enfadada, y con razón, con Brackwald por arruinar su mañana y ella había ido al campo de entrenamiento para disolver aquella cólera. Desde luego esto no tenía nada que ver con su cautivo.

Nada en absoluto.

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Uno de sus caballeros vino y tomó su escudo y su lanza. Varios otros murmuraban palabras animándola mientras ella pasaba, pero no les prestó atención. Ella hablaba con sus hombres, era verdad, pero sólo para entrenarlos. La charla en tono agradable no era algo que se permitiera. Que encontraran camaradería entre ellos. Ella era su Señora, no su compañera de bebida. Ella quería su respeto, no su amistad.

Venga, siéntese. Vamos a hablar.Maldito aquel Alex. ¡Como si ella tuviera tiempo para sentarse

y hablar de nada!¿Ahora, quien era él, en realidad? ¿Alex de qué? ¿Quien era

su padre? ¿Él venía de Escocia, pero quien era su gente? Por todo lo que sabía, él podría ser el bastardo de algún albañil con una moza de cocina. Pero, por todos los santos, si que había sido una buena elección, si habían producido algo como el.

Ella se palmeó con una mano la cabeza. ¡Santos misericordiosos del cielo, ella debía estar chiflada! El hombre era agradable a la vista, ella le reconocería eso, pero esto no significaba que ella debiera mirarlo como una boba enamorada.

Ah, pero sentarse y hablar. Qué noción tan asombrosa. Dejar a un lado sus obligaciones durante una hora, tener una conversación con alguien quien no dependiera de ella para su protección y su sustento. Solamente ser Margaret y no Lady Falconberg. Qué placer embriagador sería.

—¿Mi señora? Ella se paró en los escalones que conducían hasta el gran salón

se giró, y miró a Sir Henry, segundo en jerarquía de George. El jóven era su caballero más fino. Incluso tanto, que ella nunca había estado cómoda cerca de él. Los dos eran de la misma edad, y probablemente deberían haber tenido algo en común. Aún cuando él nunca la miraba a los ojos.

No como Alex.—Si, —dijo finalmente, comprendiendo que Sir Henry la

miraba fijamente.

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—El mensajero de Brackwald todavía espera tras las puertas. ¿Contestamos, o vos lo haréis esperar más tiempo?

Margaret lo consideró. Ella podría decir al hombre que regresara en la mañana, pero sólo el cielo sabía que estrago él podría ejecutar en sus tierras. Por otra parte, ella no era de dar una respuesta precipitada hasta que hubiera aprendido la verdad sobre el asunto ante ella. Ralf había enviado palabra, exigiendo la liberación de su —querido Lord Alexander—. O Alex era un mentiroso, o Ralf quería preparar otro cuento para correr al Príncipe Juan con eso. Margaret sabía que ella mal podría permitirse un movimiento en falso ahora.

—Traedlo adentro y ponedlo en la torre de guardia. Vigiladlo bien, pero mantenedlo bajo custodia. Él volverá completo a Brackwald. ¿Está eso entendido?

Sir Henry se inclinó y se alejó, no habiendo encontrado sus ojos ni en un solo momento. ¿Era ella tan difícil de mirar?

¿Santos, qué le pasaba? Hace una semana no se hubiera preocupado porque no la miraran. El tener a Alex en su casa la había hecho perder la poca sensatez que todavía poseía.

Entró por el pasillo y lentamente pasó por los hogares, considerando la misiva de Ralf. ¿Alex le había mentido? ¿En verdad era un querido amigo de Ralf?

Casi había pasado una semana desde que ella había escapado de su presencia, hasta no había tenido el coraje para volver para hablar con él. Alex, sin embargo, no había hecho nada adverso a ninguno de los criados que ella había enviado para llevarle sus comidas. Incluso George había desafiado la guarida del león repetidamente, surgiendo para anunciar que él encontraba que Alex era —un joven fino con una brillante cabeza para la estrategia. —Aquel joven fino no había exigido ser liberado, aunque ella hubiera oído que él se hacía cada vez más molestado por la limitación.

No podía culparlo. Ella se hubiera vuelta loca al primer día.Ella subió los escalones. Después de vacilar durante sólo un

momento ante la recámara de su padre donde Alex estaba, siguió su

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camino hacia la suya. Se detuvo ante su mesa y miró hacia la misiva que yacía allí. ¿Debería llevársela y enfrentarlo con ella? ¿Y si ella lo enfrentaba, podría soportar oír que le había mentido?

Estuvo de pie y estuvo nerviosa por otro cuarto de hora antes de comprender que estaba haciendo. ¡Por todos los santos, nunca en su vida había estado nerviosa! Agarrando rápidamente el pergamino, salió a zancadas del cuarto. Abrió la puerta de la recámara de su padre y entró.

Alex estaba de pie en la ventana. Él giró despacio, luego se apoyó hacia atrás contra la piedra.

—¿Se ha hecho usted daño? Margaret lo miró inexpresivamente.—El estafermo, —dijo él con impaciencia. —Le ha ganado

tres veces esta mañana. Margaret comprendió que la recámara de su padre en verdad

miraba hacia las listas. Por qué no lo había recordado antes, desde luego no lo sabía.

Alex había estado mirándola. Para su horror, ella sintió que sus mejillas comenzaban a arder. La debió de haber visto por largo rato como para haberla visto volar y caer en la mugre. ¡Santos, qué tonta debía haber parecido!

—Estaba distraída, —dijo rígidamente.Él cruzó sus brazos sobre su pecho y rió.—¿Por alguien que conozco? —preguntó él.—Como si vos me distrajerais, —ella dijo, intentando parecer

tan arrogante como pudiera. De algún modo, esto no funcionaba muy bien, y su voz salió más bien como un chirrido.

—No me refería a mí, —dijo él, con sus ojos centelleando. —Pero ahora que usted lo dice

Ella sacó su espada y la blandió.—¡Quedaos callado! Él sólo se rió. Si ella hubiera tenido el carácter, ella lo habría

traspasado. De algún modo, ella no podía hacerlo. Esto arruinaría su ropa. Bueno, esto era una razón bastante razonable para refrenarse.

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—¿Todos en Escocia se visten como vos lo hacéis?—ella soltó. Su ropa era muy extraña, sobre todo sus calcetines. Su túnica, sin embargo, estaba limpia. Quizás una de las criadas lo había hecho.

—Que amable de su parte por notar lo que llevo. —Con su túnica limpia, ahora llevaba una sonrisa burlona que la enfurecía.

—¡No vine para hablar de vuestra ropa! —¿Entonces de qué vino aquí a hablar? —De esto, —ella dijo, empujando la misiva hacia él. —

Leedlo, luego procurad convencerme que Ralf miente. Juro que pienso que vos sois el mentiroso aquí.

Alex con cuidado apartó su espada y tomó el pedazo de pergamino. Él lo sostuvo a la luz de la ventana y lo miró fijamente durante varios minutos. Finalmente él sacudió su cabeza.

—Malísima caligrafía. Margaret deseó que él dejara de usar aquellas palabras

extranjeras.—¿Caligrafía? —Ella repitió.Alex rió con gravedad. —La forma en que escribe. —Estoy segura que el escribiente de Ralf hizo esto. Ralf

apenas puede firmar su propio nombre.—Entonces su escribiente es un escritor malísimo. No puedo

distinguir la mitad de lo que dice. Margaret lo miró estrechamente. —Quizás es que vos no podéis leer. —Puedo leer, —contestó Alex. —Es solo que este Francés

Normando medieval me gana.—¿Francés medieval? ¿Dónde por todos los santos este

hombre había aprendido a hablar? Quizás los escoceses eran más incivilizados de lo que ella había pensado.

—Solamente no me haga caso, —él dijo con un suspiro. —Venga aquí y ayúdeme a lograr entender algunas de estas palabras. Asumo que usted puede leerlas bastante bien.

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—¡Desde luego! —No pensé en ofenderla, Margaret. —Él dio un paso más

cerca de la ventana. —Por favor venga aquí. Prometo no morder. Margaret cometió el error grave de mirarlo. La luz del sol caía

sobre él suavemente, como si estuviera contenta de acariciar algo tan perfectamente hecho. Esta se rezumaba en su cabello negro, iluminando sus fuertes rasgos, que descansaban sobre su forma musculosa. Ella notó, enseguida, que él estaba bien afeitado. Ella frunció el ceño. Seguro la cocinera lo había ayudado. La mujer, a la que Margaret nunca desafiaba, obviamente había caído completamente bajo el hechizo de Alex. Margaret apenas podía culparla. ¿Cómo un cuerpo podía mirar a aquellos pálidos ojos y no sentirse un poco mareado? ¿Eran azules? Más bien, quizás verdes. Margaret miró fijamente a ellos, fascinada por su color. Quizás un poco de azul y un poco de verde.

Su mirada cayó sobre su boca. Santos, que labios tan exquisitos tenía. Ella tenía el impulso aplastante de alcanzarlos y tocarlos. ¿Eran tan suaves como parecían? Mordió su propio labio para distraerse. Esto sólo empeoró el asunto. Ella había besado a su padre y a sus hermanos, pero no sobre la boca, y definitivamente no con lo que sentía en ese momento. Los dientes aparecieron entre aquellos labios tentadores y Margaret comprendió que Alex se reía de ella.

Con un gruñido de furia mortificada, desgraciada, ella se dio vuelta para alejarse de él.

Ella no consiguió alejarse. ¡El gamberro tenía la temeridad para cogerla por la muñeca! Ella tiró atrás, su cuchillo ya levantado en su mano libre. La misiva se arrugó violentamente mientras Alex le agarraba la muñeca con la otra mano. Él sostuvo la mano de ella a distancia de su vientre. Una pena, mientras el deseo más íntimo de ella era enterrar su daga allí.

—Yo no me estaba riendo de usted, —dijo él silenciosamente.Ella le miró hacia arriba, con la boca abierta. —Como lo hicis...—Ella mantuvo sus labios cerrados. ¡Como

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si ella debería permitirle saber lo que había estado pensando! Ella lo miró airadamente. —No me preocupa lo que vos penséis.

—Lo sé, —dijo él, con expresión grave. —Sé que a usted no le preocupa lo que pienso, Margaret. Pero para que tenga en cuenta, yo me reía de mí. Por que ahora me doy cuenta de cómo mi comida se debe sentir cuando la miro.

Sospechosa en cuanto a lo que esto podría significar, la furia se desarrolló en su mente, pero ella decidió ignorarla. Él no había estado riéndose de ella. Ella aceptaría esto y llamaría a una tregua.

—Vos sois un hombre muy extraño, Alex. —Lo sé. ¿Ahora, me atrevo a dejarle ir? —Como si pudrierais mantenerme cautiva, —ella dijo con

altanería. Ella no hizo caso al hecho que sus manos parecían torniquetes alrededor de sus muñecas. Ella estaría condenada si admitiera que ella había encontrado su par en este hombre. Si él solamente no la hubiera distraído con aquellos malditos labios, ella habría saltado sobre él y no se habría encontrado prácticamente soportando su abrazo contra su voluntad.

—Usted tiene razón, Lady Doncella Acorazada, —dijo él humildemente. —¿Sería tan amable en guardar sus armas y leerme esto?

Ella sabía que debería estar ofendida por el título que le había dado, pero de algún modo con la manera en que él lo dijo, esto le pareció casi como un elogio. Ella asintió. Él liberó sus muñecas y puso en su sitio su espada y su daga. Él se distanció en el nicho, y ella lo siguió a la ventana.. Él alisó el pergamino con cuidado y lo sostuvo hacia la luz.

—Entiendo la parte de ‘Lady Falconberg’, —dijo él. —¿Ahora, qué es esto aquí sobre pena y la angustia?

Margaret tuvo que estar de acuerdo con Alex sobre la caligrafía del escribiente de Ralf. Esta era muy pobre.

—Él dice que sufre enormemente sobre el secuestro de su querido amigo Alexander de Seattle. —Ella alzó la vista hacia él.—¿Es aquí de dónde sois vos? ¿En Escocia?

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—En realidad eso no es en Escocia. Está en otro continente. Bueno, no estaba diciendo toda la verdad. Y donde Seattle

estaba ella no podría decirlo. El hombre obviamente ocultaba algo. Margaret frunció el ceño. Una bonita cara bien formada había desmoronado su razonamiento. Ella tendría que ser más cuidadosa.

—¿Qué hacéis en Inglaterra? —Estaba montando a caballo y tomé la dirección incorrecta. —Vos estáis mintiendo. Él rió. Ella se estremeció. Ella deseó que dejara de hacerlo. Se

le hacía cada vez más difícil mantener su guardia en alto cuando la miraba así.

—No estoy mintiendo —dijo él. —Realmente tomé una dirección incorrecta. Nunca pensé terminar aquí. Pero aquí estoy, y pienso que estoy aquí para ayudarle. Entonces, termine esa ridícula carta, Margaret, y vamos a ver que se puede hacer.

Ella suspiró y miró la carta otra vez. —Él dice que si no le entrego dentro de una semana, él no

tendrá otra de opción que tomar medidas drásticas para lograr su recuperación. Él habla de venganza. No tengo duda alguna que él también enviará un mensajero al Príncipe Juan para lloriquear con su compungido cuento.

Alex rió. —Él no dijo exactamente eso. —No, pero es exactamente lo que quiere decir, el miserable

desgraciado. ¿Ahora, —ella dijo, dando un par de pasos hacia atrás y poniendo su ceño más intimidante, —qué decís de esta insensatez? ¿Sois vos de verdad su querido Alexander?

—No, no lo soy. A Margaret le gustaba creer ella tenía la habilidad de ser

perspicaz con el carácter de un hombre. Ella fácilmente podría creer que Alex mentía sobre de donde venía, pero estaba igualmente preparada para creer que él no estaba mintiendo sobre esto.

—Entonces vos no tenéis ningún lazo con Brackwald. Él sacudió su cabeza.

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—Edward solamente me ofreció ayuda. Yo planeaba partir el día después que Usted tan animadamente me secuestró. Si yo hubiera tenido que quedarme más tiempo en la casa de Ralf, lo habría matado.

Margaret entendía esto completamente. También se le ocurrió que quizás no debió de haber robado a Alex tan pronto. Él le hubiera solucionado todos sus problemas si lo hubiera dejado en Brackwald unos cuantos días más.

—Él realmente es increíble, —dijo Alex con una sacudida de su cabeza.—¿Acaso no se le ocurrió que nosotros hablaríamos? ¿O cuenta con que usted me hubiera lanzado en la mazmorra, amordazado y atado?

—Probablemente eso. —Su reputación le precede, entonces. De repente, y sin advertencia, el cansancio descendió.

Margaret se sentó. Ella sacudió su cabeza ante sus propias acciones. Ella nunca se sentaba. Desde siempre había estado de pie, al mando de ella y sus hombres. Quizás este Alexander de Seattle era un demonio hecho de carne y la debilitaba para continuar. Lo miró mientras se sentaba sobre el banco de piedra que estaba enfrente del suyo. El sol continuaba poniéndose sobre él, dejándola en las sombras. Ella rió sin humor.

—Mi reputación, temo, no me salvará esta vez. Ella intentó mantenerse erguida, pero, por primera vez en

años, ella no podía controlarlo. Puso su cabeza en sus manos y suspiró.

—Por los mismos santos del cielo, —ella susurró, —Deseo hacerlo.

Sintió una mano sobre su cabeza. Esto la sorprendió tanto, que se tiró hacia atrás y por poco pegó su cabeza contra la piedra. Ella miró a Alex conmocionada. Él sostuvo sus manos.

—Yo solo intentaba ayudar, —dijo él.—No necesito ninguna ayuda de esta clase, —ella contestó,

conmocionada. Ella no podía recordar la última vez alguien la había

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tocado. Que Alex se hubiera atrevido no la sorprendía. El hombre no podía ensartar dos palabras juntas sin lanzar algo de una lengua extranjera. Quizás sus modales fueran tan sin groseras como su lenguaje.

—Nadie me toca, —dijo, intentando recuperar su equilibrio.—Que pena. Usted podría soportar que alguien la tocase,

Pero, —él agregó, —tal vez más tarde. Margaret dejó caer su mano sobre la empuñadura de su

espada. Sólo entonces comprendió que tenía la hoja a mitad de camino de su vaina. Ella se apretó hacia atrás contra la pared y miró fijamente al hombre que la enfrentaba. No tenía ni idea de que decir. No quería su ayuda. Obviamente no necesitaba su ayuda. Pero estaba tan cansada.

—¿Qué quiere decir Ralf con venganza? —preguntó Alex.Margaret se obligó a apartar la sensación de desolación. —Más de lo que ya ha hecho. Asesina a mis siervos, roba mis

vacas y ovejas, humilla a mis caballeros. Una de las cejas de Alex se levantó.—¿Humilla a sus caballeros? ¿Qué les ha hecho? Parecen

bastante capaces. Quizás no tan despiadados como los de Ralf, pero capaces de defenderse. ¿Acaso les ganó en el campo?

Margaret suspiró profundamente. —Emboscó a varios de ellos, los esquilaron como ovejas, y los

enviaron a casa desnudos. —¡No lo hizo! —Ah, pero si lo hizo. No he tenido el corazón para rotarlos

desde entonces para que hagan sus rondas de servicio de cuarenta días.

—Qué baboso. —Si, —ella estuvo de acuerdo. —Un baboso. —Solo el Cielo

sabía lo que esto significaba, o la lengua de que venía, pero pareció encajarle a Ralf muy bien.

—Entonces, ¿usted cómo tomó represalias? Ella se encogió.

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—¿Qué podía hacer yo? ¿Asesinar a sus siervos? ¿Arriesgar a mis propios hombres para tomar los suyos? No hice nada. No puedo matar a gente inocente.

Alex le sonrió. Margaret podría haber jurado que el sol comenzó a brillar más intensamente a causa de esto.

—¿Acaso es por eso que todavía estoy vivo? —preguntó.Ella miró sus pálidos ojos color agua resueltamente. —Si, mi señor. Es por eso que vos todavía estáis vivo. —Usted no es tan despiadada como pensé, Margaret. Ella frotó su mano sobre su cara. —Solía serlo. Últimamente, si acaso me reconozco.—Mmmm, —él dijo.—No he estado durmiendo bien, —ella replicó.—Veo. —¡He estado distraída! Él sólo rió.—Y no por vos, —gruñó ella.—Que pena. Usted desde luego me ha estado distrayendo. —

Se rió de ella otra vez, la risa de un merodeador que hacía que el calor subiera a sus mejillas. Ahora sabía como se sentía su cena, porque él la miraba de la misma forma devoradora.

—¡Por todos los santos, —ella balbuceó, —no soy una pata de cordero para que me mire así!

—Ah, Margaret, —dijo él, sacudiendo su cabeza con una risa divertida, —usted realmente es algo más.

Ella lo miró airadamente. Pero no se puso de pie y escapó de la recámara. Estaba cansada. Si, eso era. Si ella hubiera tenido la fuerza necesaria, se habría ido a las listas solamente para evitar que Alexander de Seattle la cuestionara. Seguramente no tenía ningún deseo en absoluto de permanecer y escuchar a sus tontas palabras, y mucho menos de derretirse bajo su ardiente mirada.

Pero no tenía fuerza alguna y solo por eso permaneció donde estaba.

—Usted es muy hermosa, —dijo él, todavía luciendo su

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sonrisa de mercenario.—Y vos sois un idiota. Él se encogió de hombros. —Tal vez lo sea. Pero no estoy ciego. Tenía que marcharse antes que los últimos fragmentos que le

quedaban de cordura se escabulleran. Santos, este era un peligro que nunca había previsto. Ningún hombre jamás la había mirado de esa manera. O quizás si, y ella no había estado lo bastante interesada como para notarlo. Obviamente Alex no era un hombre que se le ignorara muy a menudo.

—Si no tenéis nada mejor para decir más que vacías palabras, —dijo ella, anhelando tener algo para decir, —entonces le abandonaré.

Él se levantó de pronto. —Vamos a caminar. Pienso mejor cuando estoy caminando. Antes de que ella hasta pudiera abrir su boca para aceptar, ya

que ella también, pensaba mejor en movimiento, la había jalado y la remolcaba hacia la puerta.

—¿Hacia donde es la salida? —preguntó él.—Izquierda. Bajando las escaleras. Ella se encontró siguiéndolo —probablemente porque él la

tenía asida de su mano y parecía decidido a no dejarla ir. Margaret estaba bastante abrumada por la sensación que lo dejó conducir a donde el deseaba. Su mano era cálida y segura alrededor de la suya. Mientras andaba a su lado a través del gran salón, ella sintió por primera vez en años que no podía ser desgarbada. Alex era al menos una mano más alto que ella. Esto era una cosa asombrosa, la de tener que mirar hacia arriba para encontrar sus ojos.

También era más ancho que ella, sin contar que ella tenía su armadura puesta. Era la cosa más ridícula que jamás hubiera experimentado, pero en realidad se sentía frágil. Protegida. ¡Por todos los santos, que sentimiento tan agradable! Sentirse como si en realidad pudiera dejar a un lado la carga de ser la defensora, aunque fuera durante unos pocos momentos.

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—¿Fuera de las puertas? Ella alzó la vista hacia él. —Perdonadme. ¿Decíais?—¿Qué le había estado diciendo?

¿Había estado hablando durante todo el tiempo?Y de nuevo aparecía aquella sonrisa burlona que la enfurecía.

Margaret frunció el ceño hacia él, pero él sólo se rió.—Pero si que estamos distraídos, —dijo él.—Tengo una piedra en mi bota. —Le ayudaré a sacarla. —Eso no os concierne, —dijo ella, distanciándose de él. No se

alejó demasiado puesto que él no le soltaría su mano.Él rió. —Pregunté si podemos andar fuera de las puertas. ¿Es su

espada suficiente, o debería pedirle otro guardia? —Podría hacer que trajeran una espada para vos. —

Seguramente con brazos así, él podría manejar una espada con facilidad.

Él sacudió su cabeza. —Ninguna espada para mí, Lady Doncella Acorazada. —¿Entonces vos no podéis manejar una? —Puedo, pero no quiero. Es una larga historia. ¿Ahora,

vamos? —Tengo tiempo para oír la historia, —dijo ella, clavando sus

talones.—Usted puede tener tiempo, pero yo no tengo ganas. Tal vez

se lo diga en la cena algún día. Ahora, vamos. Que hombre tan obstinado. Margaret se juró que tendría el

cuento cuando a ella le placiese. Quizás más tarde. Cuando estuviera menos distraída.

Ella salió con Alex por el portón y a través del puente levadizo. Ella sintió que sus hombres la miraban fijamente y supo que ella se estaba ruborizando bastante, pero no podía hacer. Alex no parecía inclinado a liberar su mano, tampoco ella estaba inclinada a separarse. Le gustaba muchísimo como esto se sentía.

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Alex se detuvo en lo alto del camino que bajaba por la colina. Él miró sus tierras, luego giró y le sonrió.

—Su tierra es hermosa. Ella tuvo que estar de acuerdo. El torreón se encontraba sobre

una pequeña montaña en el medio de otras aunque no tan altas como esta. La tierra era rica y lozana. Sus campos eran productivos. Sus siervos estaban bien cuidados y, principalmente, contentos. Ella trabajó mucho para verlos protegidos y que se les tratara correctamente.

El tardío sol de invierno salió de atrás de una nube y brilló sobre los campos. La siembra comenzaría bastante pronto. La primavera era su época favorita del año. A ella le gustaba ver las cosas crecer.

Pero todo cesaría si Brackwald se metía con todo lo de ella. Suspiró profundamente. Su propiedad parecería tan malgastada como la de él dentro de un par de años. El hombre no tenía cabeza para dirigir tierras de labranza. Sus campesinos estaban medio muertos de hambre y maltratados. Él usaba el suelo hasta que no pudiera soportar más y luego continuaba plantando. Ella sacudió su cabeza. Más bien, ella no podía permitir que Brackwald tuviera esta belleza ante ella.

Alex soltó su mano, se alejó unos pasos y luego regresó. Miró fijamente sus campos, frotó su mandíbula con su mano y luego paseó otra vez.

Entonces se detuvo de repente, y se dio vuelta para mirarla.—¿El rey ha visto sus tierras, verdad? Ella asintió.—Mmmm. —Él se alejó otra vez, luego volvió. —¿Qué

piensa él de Ralf? Ella se encogió de hombros. —No se. Brackwald le es bastante leal, tanto que fue capaz de

haber enviado oro al rey para sus cruzadas, aunque no estaba dispuesto a ir. Él parece muy cercano al príncipe, pero esto es algo que probablemente haya ocultado al rey. No, es que esto importe. El

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oro significa mucho. —¿Usted perdió a sus hermanos en una cruzada, verdad? Ella miró a la distancia. —Si, y no me gusta para nada. No entiendo las Guerras

santas.Ella sintió a Alex tomar su mano otra vez. —Lo siento, Margaret. Debe de haber sido un año muy duro,

teniendo que hacerlo todo por si misma.Ella lo miró, preguntando de donde había aprendido esto.—¿Tanto le dijo Edward? Alex asintió. —Él dijo que su padre acababa de fallecer y que usted había

estado manteniendo las cosas en marcha desde entonces. Ella sintió una extraña sensación de alivio al saber que había

logrado engañar al resto de Inglaterra por tanto tiempo. Y con aquella sensación de alivio había otra, el deseo más extraño de informar a Alex desde cuando había estado al mando solamente para ver como reaccionaría. ¿Se impresionaría? Había sólo un modo de saberlo.

—Mi padre murió hace diez años. La mandíbula se aflojó. —Usted está bromeando. Margaret alzó la vista hacia él y frunció el ceño.—¿Estar bromeando? Él la miró atontado. —Esto significa de chanza. Usted no puede decirlo en serio.

¿Usted ha mantenido esto funcionando por diez años? ¿Sola? —¿Quien más lo haría? —Ah, Margaret, querida, —dijo él, apretando su mano. La

miró y sacudió su cabeza. —Lo siento tanto, —dijo él con cuidado. —No puedo imaginarme por todo lo que ha pasado. Debe de haber sido muy difícil.

Sonaba tan apenado por ella que se encontró sintiéndose de la misma manera. Por los santos, esto había sido difícil. Raras veces

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pensaba extensamente de cuan peligroso había sido lo que había hecho. Si la corona alguna vez supiera de su engaño, probablemente la ahorcarían por ello.

Por primera vez, sintió lágrimas que comenzaban a salir, las lágrimas de miedo y el dolor. Santos del cielo, no había llorado cuando su familia había muerto. Y seguramente nunca había llorado por la carga que había llevado. ¿Pero hacerlo ahora, casi diez años más tarde? Era una locura.

La próxima cosa que supo, es que estaba apretada contra un pecho sólido y rodeada por los fuertes brazos de Alex. Eso lo podía soportar. Pero cuando sintió la mano de él que pasaba sobre su cabello, se le escapó la razón y lloró en serio. Se adhirió a él y lloró como un niño. Lloró por su padre, quien había hecho todo lo posible para criar a una pequeña que no sabía como manejar. Lloró por su madre quien había muerto al darle vida. Lloró por sus hermanos con los que había jugado y que la habían amado.

Y lloró por ella. Por la niñez que no había tenido. Por el marido que nunca tendría. Por el tan maravilloso abrazo consolador que recibía en ese momento, pero que sabía que no podría conservar. ¡Santos del cielo, si hubiera tenido idea que su tonto plan de secuestrar a Edward de Brackwald iba a salir mal, hace meses habría estado de acuerdo a casarse con Ralf!

Se separó. Esta bondad la mataba, pero sabía que no podía permanecer. Arrastró su manga a través de su cara y dio vuelta. No había sentido continuar la humillación de que Alex la viera en ese estado.

—Perdonadme, —dijo ella en voz ahogada. —Ha sido un día muy difícil.

Ella sintió sus manos sobre sus hombros. Alex la giró de nuevo y, a pesar de ella, se lo permitió. Ella alzó la vista a sus ojos y casi comenzó a llorar otra vez. Y no lo haría. Ella enderezó su columna.

—¿Si? —Ella preguntó, intentando parecer cortante.Él sólo sonrió y le quitó sus lágrimas restantes con sus

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pulgares.—Usted ha tenido que hacerlo todo por usted misma por

mucho tiempo, —él dijo con cuidado. —¿Me dejará ayudar? ¿Solamente esta vez?

—¿Qué podéis hacer vos? —susurró ella.—Pensaré en algo. —Tomó su mano. —Por ahora, vamos

solamente a enviar al mensajero de Ralf de regreso para decirle que estoy aquí como su invitado. Ralf hará de ello lo que le plazca, pero esto nos comprará un poco más de tiempo para pensar en un mejor plan.

—Supongo, —dijo ella despacio. —Pero, desde luego pensará que estoy mintiendo.

—Déjelo. Enviará alguien más para investigar, y para entonces tendremos un mejor plan. Vamos a volver a casa y al menos hacer esto. Nos preocuparemos del resto más tarde.

Y Margaret, quien nunca se había dejado llevar, que nunca había seguido ordenes, y seguramente nunca había tenido intención que cualquier hombre controlara su vida, se encontró andando detrás manteniendo su mano en la de un extraño, sintiéndose más en paz que en años. No importaba que sus ropas fueran las más extrañas que alguna vez hubiera visto. No importaba que su discurso fuera un enredo intrincado de lenguas extranjeras. No importaba que él fuera el hombre más hermoso que hubiera contemplado con sus ojos en sus veinticinco años.

Sus hombros eran amplios. Seguramente podrían aceptar un poco de su carga durante unas horas. Pero sólo durante unas horas. Había sido un largo día y no se veía muy bien que digamos. Pronto se sentiría más ella misma y aquellos amplios hombros no parecerían tan apetecibles.

Alex le sonrió nuevamente.Margaret se estremeció. Ella también tendría que inventar una

forma de hacerse impermeable a aquella risa.Ella lo sintió enlazar sus dedos con los suyos y suspiró

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profundamente dentro de su alma. Esto sería lo más difícil. Nadie jamás le había advertido del impacto devastador que podría tener sobre la sensibilidad de una mujer entrelazar las manos con un hombre. Tendría que considerar esto más tarde.

Por ahora, todo lo que podía hacer era devolverle la sonrisa.¡Por todos los santos, estaba perdiendo rápidamente su juicio!¡Y, más a su pesar, lo estaba disfrutando!

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Capitulo 7

Una semana después Alex se encontraba de pie en el dormitorio de William de Falconberg, ajustando un cinturón de cuero alrededor de su cintura. Margaret le había dado la ropa de su padre sin comentarios; él sólo podía asumir que esto no la molestaba. Él tenía guardada su chaqueta de cuero en un arcón cerca de la cama, esperando que permaneciera allí sin que la tocaran. Estaba tentado a destruirla solamente para estar seguro, pero este era su abrigo favorito —el único que alguna vez había sido capaz de esconder para que no llegar al armario de su hermana. Al menos había logrado olvidar su cartera en el siglo veinte. Sólo el cielo sabía lo que las criadas pensarían si la encontraran mientras limpiaban.

Dio un último vistazo alrededor y luego abandonó el cuarto, cerrando la puerta detrás de él. El plan ahora estaba tomando lugar y esperaba que funcionara. Ralf había actuado y enviado a otro mensajero para averiguar solamente que estaba pasando. Margaret había enviado al segundo hombre de regreso con la misma historia. Alex esperaba que mantuviera a Ralf distraído el tiempo suficiente para que Edward se escondiese sigilosamente.

Sir George había encontrado un guardia para sobornar en Brackwald el cual había entregado una petición a Edward para que se encontrase con Alex en un lugar predeterminado para un pequeño cara a cara. Después de mucho pensar, Alex había llegado a una conclusión, el único modo de mantener a Ralf lejos de Margaret era de convencer a Ricardo que la boda de ella con Ralf arruinaría una propiedad muy provechosa. Ricardo, siendo Ricardo, con esperanza vería el impacto monetario sobre sus esfuerzos de recolección fiscal y decidiría tal vez que Ralf no era tan buena opción.

Lo que Alex no le había dicho a Margaret, sin embargo, era otro asunto en su agenda. Aunque Ralf fuera un baboso, Edward era en realidad muy agradable. Con una mentalidad muy del tipo de los

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años noventa desechó la idea, él sabía que Margaret necesitaría al menos el nombre de un marido para usar como defensa. ¿Y si ella tenía que casarse con alguien eventualmente, pues por qué no alguien agradable, como Edward?

Pero de algún modo en ese momento no era tan entusiasta sobre la idea como lo había sido la noche anterior.

Bajó hacia el vestíbulo por la escalera antes de que pudiera continuar con el pensamiento. Rozó la piedra de las paredes ligeramente con sus dedos. Era una maravilla que aún no le diera claustrofobia. El hombre moderno estaba muy consentido con sus vestíbulos espaciosos y escaleras rectas llenas de gracia. Alex maniobraba mientras bajaba por la apretada escalera de caracol, incómodamente consciente que tocaba los lados por sólo un par de pulgadas y que él definitivamente tenía que agacharse para no golpear su cabeza.

Eso era otra cosa, por lo que él había visto el hombre medieval había sido más bajo. No era nada asombroso que Margaret fuera tan tímida sobre su estatura. Él la consideraba unos cuantos centímetros más de lo normal aunque de seguro que el resto de la casa la creía una gigante. Tal vez ella tenía sangre vikinga. Él se rió ante la idea. De algún modo él no tenía ningún problema de imaginarla al timón de un buque de guerra vikingo gritando a sus compañeros para que tiraran más duro de los remos para que entonces pudieran llegar a tierra y conquistar mucho más rápido.

Dio vuelta sobre la última esquina y suspiró de alivio por estar en el gran salón lejos de aquellos incómodos escalones. Un hombre no estaba preparado para pisarlos usando botas de escalar. Bueno, tal vez los colegas de Margaret tenían pies más pequeños.

El pasillo estaba vacío excepto por un anciano que arrastraba un taburete hacia el hogar. Él no se parecía a nadie de la cocina, y por eso Alex no le prestó mucha atención. Lo que el quería era desayunar, y lo más pronto mejor.

Caminó por la parte de atrás del salón y se detuvo en una abertura en la pared. Parecía conducir a un corto pasaje hacia otro

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cuarto. Alex cerró sus ojos y olió profundamente. Sí, definitivamente era la cocina. Comenzó a descender, ya salivando por el olor. Tal vez solo tenía que acercar un taburete a la mesa y probar un poquito de todo. Vaciló, preguntándose si podría ofrecerle algo a la cocinera de Margaret. A un hombre no le podía ir mal con un ramo de flores.

Alex tropezó de repente, gracias a un empujón. Estiró su mano para sostenerse de la pared.

—Que demo...—él comenzó.—Os pido perdón, mi señor, —dijo entrecortadamente un

muchacho, pasando por delante de él y largándose para la cocina. —¡Debo decírselo a los demás!

—¿Decirles qué? —Alex preguntó con el ceño fruncido. Se apartó de la pared. Tal vez el niño sabía algo… como que la última llamada para desayunar había sido dada. Alex estaba listo para pegarse un tiro.

Entró en la cocina sólo para encontrar a todos yendo a la dirección equivocada —lejos de los potes y calderas. Muchachos jóvenes y muchachas, que parecían ser los ayudantes de cocina por como se veían sus camisas manchadas de alimento, se escabulleron delante de él. Sin embargo, lo que le preocupaba aun más era ver a la cocinera de Margaret aproximarse a él.

—Buena mujer, —comenzó con su mejor sonrisa, —si usted fuera tan amable...

—No hay tiempo, mi señor, —dijo la cocinera, apartándolo de su camino.

—Pero… —No ahora, —dijo ella, dejándolo de lado y apresurando el

paso. —¡Las tapicerías deben ser salvadas! —¿Las tapicerías? —Alex repitió. ¿Qué posible desgracia de

las tapicerías podría ser más importante que la realización de un deber culinario, especialmente cuando él se sentía tan mareado del hambre? Hizo una pausa y olió con cuidado en dirección al pasillo. El olor de humo no era más penetrante de lo que había sido cuando

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había estado allí hace un momento, y seguramente no había visto ninguna de las colgaduras de la pared con fuego.

Bueno, lo que la cocinera y sus ayudantes habían ido a comprobar no podía necesitar más mano de obra de lo que ellos podían proveer por si solos. Alex miró la cocina, luego se encogió de hombros. Si no había nadie aquí para ayudarlo, él solo se serviría. Se deslizó alrededor de las mesas, luego tomó un par de manzanas, un trozo del pan, y queso que comenzaba a estar un poco verde alrededor de los bordes. No era nada de lo que no habría encontrado en su propio refrigerador, entonces no pensó demasiado en ello.

Había una caldera de gachas de avena que parecía abandonada sobre el fuego, entonces Alex se acomodó delante de ella. Se sirvió en dos tazas, y luego se sirvió una generosa taza de cerveza. Una vez que había saciado su sed, se puso de pie y se estiró. Al menos ahora podría ser cortés con el estómago lleno. Y tan pronto hiciera su buena acción, más pronto podría volver a casa. Entre más pronto mejor, por lo que a Fiona MacAllister le concernía.

Aunque, comparando a Margaret, Fiona comenzaba a parecerle mucho menos interesante.

—Ni intentes ir por ahí, —se advirtió.La última cosa que necesitaba era comenzar a mirar a Margaret

como algo más que un proyecto de rescate. Pero ayudarla era la razón por la que había venido a la Edad Media; no estaba aquí para tener una cita con ella.

Deambuló por el gran pasillo e hizo una pausa ante la visión que apareció ante sus ojos. La mayoría del personal de la casa de Margaret pareció estar junta mirando algo en el centro de una pared lejana. ¿Qué estaban haciendo? ¿Era un ritual de batalla mañanero de alguna clase?

Había dado una mirada al torreón la noche pasada —su primera noche de libertad —pero las cosas eran mucho más claras a la luz de día. El salón de Margaret era cómodo y ordenado, y los muebles estaban bien hechos y aparentemente —bien cuidados —. Alex miró la pared más cercana y pasó los dedos por las puntadas en

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las colgaduras. Entonces frunció el ceño.El pedazo inferior colgaba en andrajos. Esto estaba en

completo desacuerdo con el resto de la casa, y se preguntó si Margaret tenía un serio problema con las ratas.

Caminó por el salón y se detuvo ante la señora en cuestión.—¿Qué pasa?—Él preguntó.El grupo, en conjunto, lo miró, haciéndolo callar. Margaret le

puso su mano sobre su boca.—No lo interrumpáis, —ella susurró desesperadamente. —

Está bien en el ofrecimiento de hoy. Alex miró sobre los dedos de ella al anciano que estaba

encima de un taburete. Quitó la mano de Margaret.—¿Quien es? —Él susurró.—Baldric, el juglar de mi padre.Alex miró a Baldric el Juglar y se encontró que lo miraban de

tal forma que lo hizo retroceder un paso. Alex sonrió débilmente y mantuvo sus labios cerrados.

—¡Ejem!, —Baldric dijo, levantó su barbilla causando que su barba se erizase como la cola de un gato.—¿Dónde estaba yo? Ah, no importa. Comenzaré otra vez.

Alex podría haber jurado que oyó el gemido de la audiencia bajo su aliento, y sonrió. ¿Qué tan malo podría ser este tipo?

Había una vez un ogro de Kent,Quien encontró que su chaleco había sido cortado.Buscó arriba y bajoUna aguja para coser,Ya que se imaginaba un señor fino

Alex bostezó. ¿Un verso chistoso? ¿Estaba escuchando un poema humorístico en 1194? Apenas podía creer sus oídos. Aunque nadie a su alrededor parecía encontrarlo fuera de lo normal. Todos escuchaban atentamente.

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Y un caballero nunca muestra su trasero, ¡ejem!, Pues hacerlo le causaría un serio ejem... Aunque su cubierta era escasa,Debía cubrir su retaguardia,U ofender a aquellas doncellas alrededor de él.

Alex rió. No pudo contenerse. Esto no era Beowulf? exactamente. Pero esto tal vez explicaba por qué Margaret había estado tan deseosa de que Baldric lo terminara la primera vez. Entonces se calló bruscamente por el fulgor de la mirada que recibió del artista. Alex tragó aire.

—Es realmente bueno, —dijo rápidamente. —Lo mejor que he escuchado en toda mi vida.

—Harumph, —el Juglar dijo, levantando su nariz regiamente. No hizo ningún comentario, pero comenzó una vez más, su voz que sonaba entusiasta por toda la casa.

Entonces nuestro caballero de Kent levantó el acero,Y su gran chaleco rasgado para arreglarlo.Su pulgar pronto estaba adolorido¡Y gritó, —No más!——¡ He cosido bastante, debo obtener una comida!—Aunque complacido siempre había sido si mañoso, Pequeñas puntadas lo habían dejado un poco locoquísimo

—¡Hey!, —una valiente alma gritó, —esa palabra no existe! Los dedos de Baldric se doblaron y Alex se preguntó si esto

significaba que estaba listo para hacerle daño a un sapo espectador.—Pues, ¡no lo es! —El pobre hablador dijo, mirando al resto

de la casa.—Desde luego que si, —dijo Margaret firmemente. —Es una

palabra nueva, hecha especialmente para todos nosotros. El hombre sacudió su cabeza.

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—No lo cr...Una mano enguantada se puso en su boca. Alex miró con

asombro como dos caballeros levantaron al hombre por sus hombros y pies y lo sacaron del salón. Margaret miró al resto de su gente.

—Una palabra nueva, —ella repitió.Todos ellos asintieron enérgicamente, entonces cada uno se

volvió con expectación. Baldric tomó un momento para componerse, luego arrancando con su último verso otra vez.

Aunque complacido siempre había sido si mañoso, Pequeñas puntadas lo habían dejado un poco locoquísimo El rasgón aunque reducido había dejado todavía algunos

hilos sueltos, ¡Y el resultado venía con bastante frío!

Había un silencio sepulcral. Alex miró alrededor, pero cada uno parecía esperar por algo que el no sabía. Sintiendo como si alguien debiera hacer algo, comenzó a aplaudir.

—¡Sshh! —Margaret siseó, girando hacia él.—¡No ha terminado!

—Suena como si hubiese terminado ¡Hey! Baldric, ¿ha terminado? —Le preguntó.

Baldric bajó su nariz hacia Alex.—¡Desde luego que he terminado! —Es lo que pensé, —dijo Alex, aplaudiendo en forma

significativa.El resto de casa de Margaret aplaudía también, aunque

probablemente con menos entusiasmo de lo que Baldric hubiera querido. Alex miró como Margaret ayudaba al anciano a bajar de su taburete, le condujo a la mesa principal, y pidieron dulces de la cocina. Por un momento Alex se entretuvo con la idea de que algo azucarado podía estar oculto en un rincón sin investigar, entonces dirigió su vista a un plato lleno de carnes dulces y bruscamente

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perdió el apetito. No había casi nada que le hiciera perder el apetito, pero sesos cocidos al vapor estaban definitivamente en la corta lista. Se volteó para alejarse antes de que su débil estómago del siglo veinte lo traicionara.

Margaret venía hacia él, sujetando su capa en su garganta. —Ahora que parece ocupado, podemos alejarnos. —Baldric tiene un sentido interesante de la métrica, —notó

Alex.Margaret giró sus ojos. —Empeora con cada poema que compone. Al menos hoy

encontró la última rima. Por lo general esa es la que elude. —Ella miró infinitamente aliviada. —Debo admitir que no estaba como para ayudarlo esta mañana.

—El tema era fascinante. ¿Por lo general habla de ogros? —Esta es de sus opciones menos ofensivas. Generalmente da

su opinión sobre Brackwald y el olor de sus habitantes, o sobre mi búsqueda por un marido.

Alex rió. —Le debe gustar eso. —Como dije, los ogros están siempre entre los temas menos

ofensivos. Ahora, —dijo ella con bríos, —tengo caballos que nos esperan en el patio. Le presentaré a Sir Henry, y luego nos iremos.

Alex se mordió la lengua. No había forma de hablar con Edgard para que la cortejara si se sentaba allí. Sin duda alguna lo mataría. Tan solo le daría las noticias cuando estuviera a punto de irse y se encargaría de la inevitable erupción en ese momento.

Sir George estaba de pie con otro joven caballero.—No creo que nos hayan presentado, —dijo Alex, mirando al

niño.—Henry de Blythe, —dijo el joven, con una pequeña

inclinación.—Genial. ¿Conoce usted el lugar donde debemos

encontrarnos con Edward? —Si, mi señor, lo sé.

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—Entonces vendrá conmigo. —Alex miró a Margaret. —Necesitaré algo para un soborno en caso de que me encuentre con uno de los hombres de Ralf. ¿Asumo que el silencio puede ser comprado?

—Llevaré monedas, —ella dijo.Alex rió y puso su mano sobre su hombro. —Gracias por confiar en mí. Ahora, confíe un poco más en mí

y quédese en casa. Ella parpadeó. —No puedo. —Sí, puede. —Él ofreció su mano.—¿Soborno? El volcán comenzó a echar humo. —Dije que lo llevaré. Además, aún no me habéis dicho cual es

vuestro plan. Podéis contármelo mientras montamos a caballo. Alex sonrió a George y a Sir Henry. —Perdónennos. —Tomó la mano de Margaret y jaló. Estuvo

un poco sorprendido de encontrar que ella le permitía hacerlo. Se detuvo detrás en la parte de atrás del salón, miró el ceño fruncido de ella, y decidió que necesitaba más privacidad. Podría haber confiado en él, pero obviamente no tenía ninguna intención de quedarse. Su mano libre estaba sobre la empuñadura de su espada. Alex rió. ¿Se daba cuenta?

—Os reís de mí otra vez, —dijo rígidamente.Él sacudió su cabeza. —No de la manera que piensa. Usted es muy linda. —¿Linda? —Linda, —confirmó él. —Encantadora. Embriagadora. Ella le miró fijamente, perpleja. Alex quiso comprobar su

frente. ¿Estaba afiebrado? ¿Desde cuándo una mujer iba de linda a embriagadora en tan poco tiempo?

Pero esto era lo que era. La jaló hacia la escalera. Tenía que escapar rápidamente, antes de que estuviera tan embriagado como para hacer algo estúpido. No quiso especular sobre lo que podría ser, pero tenía la sensación de que incluiría los labios de Margaret

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bajo los suyos repetidamente.La llevó hacia arriba de la escalera detrás de él, y mantuvo su

mano hasta llegar al vestíbulo del cuarto de él. La entró y cerró la puerta.

—No puede ir, —él dijo, girando para mirarla. Su mano se movió de nuevo sobre su espada. —Hablo en serio.

—Iré, —declaró ella. —Y también hablo en serio. —Va a ser muy aburrido. Edward y yo solamente hablaremos

de su baboso hermano. —No me dejaréis, —insistió ella. —Es sobre mi destino de lo

que vais a hablar. Tenía un punto. Alex sabía que ella quería ir, y él se había

preparado con todos tipo de excusas del por qué ella no podía ir. Se acordó bruscamente de todas las veces que su hermana Elizabeth había querido seguir a sus hermanos. Él había tenido una lista inmensa de infalibles —no puedes ir porque —líneas que él había usado con ella durante años. De algún modo, tenía la sensación de que no iban a funcionar con la mujer delante de él. No es que hubieran servido mucho mejor con Elizabeth. Alex sacudió su cabeza. Estaba condenado a estar rodeado por mujeres fuertes, cabezas duras y obstinadas.

Pero que modo de morir.Puso sus manos sobre los hombros de Margaret. Ella se alejó.

Él cerró la distancia con un paso grande y puso sus manos otra vez sobre sus hombros cubiertos por la cota de malla.

—No lo haga, —él dijo, esperando su próximo intento de alejarse de él. No se movió, pero le frunció el ceño. Su armadura estaba fría bajo sus dedos, hasta debajo de la capa. Él tenía el deseo más loco de sacársela. Un buen abrazo sería bueno para ella.

—Margaret, —él dijo, arrastrándose de regreso a la realidad, —voy a irme por menos de un día. Edward tiene que oír lo que Ralf ha hecho de alguien que no está implicado. Alguien de afuera que no tiene nada que ganar por contarlo. —Él le sonrió.—¿Ve a lo que me refiero?

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Ella le miró con el ceño fruncido. —¿Y si olvidáis las cosas que os dije ayer? —No lo olvidaré. —¿Cómo lo sabéis? —Nunca olvido los detalles importantes. Le diré a Edward

todo lo que usted me dijo. Confíe en mí. Ella suspiró. —Supongo que es lo mejor. —Lo es. —No estoy feliz con ello. Le retiró unos mechones de cabello de su cara. —No pensé que lo estuviera. —No me gusta ser dejada de lado. Él sonrió, afligido. —Lo sé, Margaret. Y lo siento. Ella hurgó en el bolso de su cinturón y sacó varias monedas. —Esto debería serviros bastante bien. Los hombres de Ralf

son avaros. Alex tomó las monedas que ella le ofreció, sintiendo la frialdad

de sus manos mientras lo hacía. Tomó su mano y la llevó a su boca para soplar sobre ella. Esto era todo lo que pensaba hacer. De verdad. De como sus labios encontraron su camino hacia su la palma formando un beso, no tenía idea. Él miró a Margaret para encontrar que ella le miraba fijamente con su boca abierta.

—¿Qué hacéis? —suspiró ella.—Calentándola, —dijo él, deslizando su mano por el cabello

de ella hacia su cuello.Era una idea mala. Lo sabía. Besarla era una de las cosas más

estúpidas que jamás había planeado hacer. Esto confundiría el asunto. Él allí debía sacar a relucir sus habilidades de caballerosidad durante un breve momento, hacer el bien, entonces salir disparado a casa y convencer a Fiona MacAllister que como marido era bueno. La última cosa que tenía que hacer era besar a una mujer que estaba seguro nunca había sido besada en toda su vida.

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No lo hagas, Smith, una voz interior le advertía.Le levantó la cara con su pulgar en la mandíbula. Ella le

miraba fijamente en completa confusión, mezclada con confianza y lo que podría confundirse con un enamoramiento.

Alex entendió completamente.Presionó sus labios contra los de ella.Él gimió a pesar de él. La besó otra vez, tan ligeramente, solo

inocentemente. Era un esfuerzo, sobre todo desde que él quería tomar su boca con toda la fiereza de un pirata maduro. Y una vez que ella estuviera lo bastante entregada para olvidar que llevaba una espada y sabía como usarla, quería quitarle todo incluso las espadas y llevarla a la cama, y perderse en ella.

¿Embriagadora? ¡La mujer era más que embriagadora —era una amenaza para su vida!

Él apartó su boca. —Wow—, jadeó.—Si, —ella estuvo de acuerdo, mirando tan atontada como se

sentía él.Él la besó otra vez, un beso duro, breve. —Volveré. Quédate aquí. ¿Ok? —Ok, —repitió ella. Ella alzó su mano y se tocó la boca. —

Nadie jamás se ha atrevido a algo parecido, —susurró ella.—Bueno, pues más vale que nadie más se atreva o tendrán

que vérselas conmigo, —dijo él con un gruñido. —Ggrrrr—, él repitió, solo al principio. La oleada de sentimientos de propiedad que se precipitaron sobre él casi lo pusieron de rodillas.

Maldición. ¡Como si pudiera hacer algo al respecto!—Tengo que irme. —La besó otra vez y cruzó de un tranco el

cuarto, esperando que no lo siguiera.Bajó golpeando los escalones, sacó a Henry que estaba

tranquilo cerca del hogar, y prácticamente corrió a toda velocidad hacia la puerta.

—Volveré, —le gritó sobre el hombro a George.—Buena suerte, muchacho —le contestó George.

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Alex asintió con la cabeza y cerró de golpe la puerta del salón detrás de él. Los caballos estaban listos, y casi no le tomó tiempo salir de las puertas. Alex no se atrevió a mirar detrás de él. O vería a Margaret cambiando de opinión y bajando las escaleras de la casa, o la vería de pie en la puerta, viéndose tan vencida como él. Él no podía soportar ninguna de las dos.

¡Qué lío!

Alex pasó el resto de la tarde paseándose en el pequeño claro que Henry había escogido como sitio del encuentro. Pensó que el movimiento le ayudaría olvidar la sensación de los labios de Margaret bajo los suyos.

De algún modo, sólo empeoró.Cuando bajó el sol, Alex comenzaba a preguntarse si algo le

había pasado a Edward. ¿Acaso Ralf se había enterado? ¿Acaso había sido un completo idiota al confiar en Edward?

A media noche estaba listo para levantar todo y regresar a casa. Acababa de pararse para apagar el fuego cuando Edward entró en el claro.

—Perdonadme, —dijo él, respirando con fuerza y cayendo cerca del fuego. —¡por todos los Santos, pensé que Ralf nunca resbalaría en sus copas! Temí que no os alcanzaría antes del amanecer.

Alex rió con gravedad. —Tu hermano no es un hombre conveniente. —Eso es verdad, —estuvo de acuerdo Edward. Él le sonrió a

Alex. —Tenéis un buen aspecto. Estaba seguro que para ahora, Margaret os habría metido seguramente en un montón de abono.

—Larga historia, —dijo Alex, intentando sonreír, pero sintiendo que había salido muy falsa. Miró al pequeño hombre que estaba de pie en el borde del claro.—¿Su escribiente?

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—Si. Encantador, ¿verdad? El hombre le recordaba fuertemente a un hurón. Alex frunció

el ceño.—¿Es confiable? —Es uno de mis propios hombres. —Si tú lo dices. ¿Ya que él está aquí, por qué no

comenzamos? Henry se mantuvo en guardia mientras Alex se sentaba cerca

del fuego frente a Edward y contaba detalladamente todo lo que sabía personalmente sobre el hostigamiento de Ralf. Alex miró los apuntes del escribano, solamente para estar seguro. Alex había sido acusado en el pasado de ser demasiado desconfiado, pero el instinto no le había fallado aún. Satisfecho con ver que el hombre había registrado los detalles correctamente, tan satisfecho como podría estarlo al intentar leer la escritura que era prácticamente ilegible, entonces pasó a redondear las cosas que Ralf le había hecho a Margaret según ella y George. Edward sólo sacudió su cabeza, su expresión de repugnancia se hacía más profunda con la narración de cada incidente.

—Y la última fue la quema de uno de sus campos del oeste, solamente un poco antes de que yo viniera, —terminó Alex.

El escribano alzó la vista. —¿Y qué de su secuestro, señor caballero? ¿Esto no dice algo

sobre su carácter? Edward le dirigió una fría mirada. —Creo que vuestra tarea ha terminado, Haslett. El torreón está

a unas pocas horas de aquí. Si salís ahora, deberéis estar allí a tiempo para el desayuno. Puedo irme a casa solo.

El escribiente no tuvo que oírlo dos veces. Se preparó para irse, de mala gana abandonando a Edward con sus notas. Alex lo miró irse.

—¿Está seguro sobre él? —Es así con todo el mundo. Lo que no sabe es que puedo leer

tan bien como él. —Edward rió. —Solamente lo mantengo cerca

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porque soy perezoso. Alex se inclinó contra un tronco talado y rió. —Te creo. ¿Cuanto más estarás en Brackwald? —Más de lo que me gustaría. Necesito monedas para regresar

a Francia, y Ralf no está dispuesto a separarse de algunas. Alex le dio la bolsa de Margaret.—¿Ayudará esto? Edward rió con gravedad. —Todo ayuda, pero necesitaré más que esto. De igual forma

os agradezco por ello absolutamente. Lamentablemente, tendré que postrarme una o dos veces más ante Ralf y jurarle eterna lealtad. Se separará de su oro cuando este listo.

—Siento que no pueda ser más pronto. —También yo. —Si Ricardo ha de enterarse sobre lo que Ralf ha hecho, esto

tendrá que ser pronto. —Alex miró a Edward. —Estaba pensando que tal vez el no esté demasiado impaciente por casar a Margaret con Ralf cuando se entere de todo el daño que Ralf le está causando a sus tierras.

—Hay verdad en esto, amigo mío. Su tierra es muy productiva. —Él miró a Alex estrechamente. —Parece que habéis sobrevivido la estadía. Ninguna contusión que os haya causado.

Alex sonrió. —Ninguna contusión. Edward esperó. —¿Qué? ¿Tan solo eso? —Rió. —Vamos, Alex, regaladme con historias de vuestra

permanencia en la guarida de la leona. Bueno, esta era la apertura que había estado esperando. Ahora

era el momento para cebar el anzuelo y dejarlo caer en la corriente.Entonces, ¿por qué se encontraba de repente poco dispuesto a

contar algo?—Ella no es para nada como te la imaginas, —dijo Alex de

mala gana. —Para nada.

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Edward lo miró con expectación.—Ella es hermosa, —gruñó Alex.—¿Esta bien? Es hermosa,

inteligente, deseable y cualquier hombre sería un idiota de no quererla.

La mirada curiosamente cortés de Edward se convirtió en algo más.

—Por supuesto, —él dijo, sonando demasiado interesado. —Decidme más.

Alex sabía que tenía que hacerlo. Demonios, el infierno era probablemente justo lo que tendría que atravesar para volver a casa. No tenía opción mas que de imaginarse a Margaret bajo una atractiva luz, dotarla con cada virtud existente, hacerla tan irresistible que a Edward se le haría agua la boca.

Al demonio, de todos modos.—¿Por dónde empezar? —Alex gruñó. Muy bien, lo haría.

Pero haría que Edward le pidiera cada trozo de información.—Empecemos por su cabeza y seguiremos bajando, —dijo

Edward, con una sonrisa burlona. —Y viajad despacio, mi amigo. No querríais omitir ninguna señal importante.

Alex tenía el gran impulso de lanzar su puño contra la cara de Edward.

—Tendrás que descubrir aquellas señales por ti mismo, —dijo Alex de manera cortante.

—¿De verdad es hermosa? —Bastante. —¿No parece enojada? —Ah, puede parecer enfadada, —dijo Alex, —pero tan solo

es su fuego. Es un fuego que calentaría al hombre indicado, —dijo él de forma significativa, —en su vejez.

Edward levantó una ceja. —No estoy en contra de chamuscarme de vez en cuando.

¿Ahora, qué hay debajo de aquella armadura? —No lo sabría. —Mmmm, —Edward dijo, acariciando su barbilla. —Mucho

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mejor, amigo mío. Quizás seré yo el que os lo diga, una vez que haya logrado quitársela.

Alex suspiró profundamente. Esto se le estaba saliendo de las manos. Margaret no era suya. Ella necesitaba un hombre de su propio tiempo, alguien quien pudiera ayudarla a mantener su tierra, ayudar a sembrarla, ayudarla hacer todas aquellas cosas medievales que Alex estaba seguro un Summa Cum Laude de la jurisprudencia no podría hacer.

—Tendrás que ser cuidadoso, —dijo Alex, intentando esconder toda emoción de su voz. —Se podría decir que está acostumbrada al mando de la guarnición. Si puedes respetar esto, le causarás una buena impresión.

—Tengo un sano respeto para sus habilidades con la lanza, —dijo Edward, todavía sonriendo abiertamente y tontamente.

—Ella parece no saber mucho sobre los pájaros y las abejas. Edward lo miró inexpresivamente.—Relaciones entre un hombre y una mujer, —dijo Alex, entre

dientes. —Tu sabes. —Ah, —Edward dijo, asintiendo. —Recordaré esto. —Cortéjala con cuidado. —Confiad en mí. Lo haré. Lo peor era que Alex sabía que Edward lo haría. Él no era

Ralf. Por lo que Alex había visto, Edward era un tipo decente, intentando hacer todo lo posible dadas las circunstancias. Si Margaret solamente pudiera pasar por alto su cara, ella probablemente encontraría a Edward un marido muy agradable, muy considerado.

Y todo su fuego se perdería completamente. Alex tenía el presentimiento que Edward no tendría ni idea de que hacer con ello.

A diferencia de él, por ejemplo.—¿Trajiste algo para beber? —preguntó Alex.—¿Un brindis por mis futuras nupcias? —preguntó Edward.

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—Que diablos. ¿Por qué no?

Alex despertó sacudido. Literalmente. Alguien lo sacudía. Apartó la mano.

—Déjame solo, Zach. Horrible pesadilla. Necesito Twinkies. Intentó voltearse y enterrar su cara y su dolorosa cabeza, en la

almohada. Lamentablemente, todo lo que consiguió fue un bocado de pasto. Bastante para culpárselo a una pesadilla.

—¡Mi señor! ¡por favor despierte! Alex abrió un ojo. Grandioso. Sir Henry se cernía sobre él,

viéndose muy ansioso.—Mi señor, hemos estado fuera toda la noche. Lady Margaret

estará frenética. —¿Dónde está Edward? —Ya partió para su de casa, mi señor. Me dijo que le dijera

que recordará todo su asesoramiento para su cortejo. Alex gimió. Puso sus manos en la cabeza y se sentó con

cautela. Hombre, ¿cuándo fue la última vez que había tenido una resaca tan mala? Esta era culpa de Edward. Alex deseó que le pasaran varias cosas malas en el camino. Urticaria en su noche de bodas. Un caso sano de impotencia. Furúnculos.

—¡Mi señor, le ruego! —Bueno ya, —dijo Alex. Dejó que Henry lo pusiera de pie y

lo ayudara a encontrar su caballo. Después de varias tentativas vergonzosamente fracasadas, finalmente logró levantarse y ponerse encima de la silla. Manteniéndose en la silla fue toda una ‘caída y levantada’, así fue todo el camino hasta Falconberg, pero el lo manejó.

Su cabeza eventualmente se despejó. Repasó en su mente los acontecimientos de la noche anterior. Ralf había sido expuesto como el baboso que era. Con esperanza, Edward pronto habría de

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encontrarse asumiendo la propiedad de su hermano. Margaret sería librada de su vecino desagradable. Más importante aún, que ahora ella estaba adecuadamente comprometida. Él había arreglado todo como mejor había podido. Su tarea en el pasado estaba terminada y podría irse a casa.

¿Entonces, por qué no brincaba de alegría?Desde luego que debería estarlo. El siglo veinte era el lugar

para él. Definitivamente este sería el lugar más a salvo para él una vez Margaret se enterara lo que había hecho sobre emparejarla con Edward. Saltaría como loca y Alex no tenía ninguna intención de estar a una distancia que le permitiera golpearlo. Sí, leyendo sobre ello cuando estuviera calentando sus pies en el fuego de la chimenea con una o dos Ding—Dong a su lado era una apuesta segura. ¡Hablando sobre la Fierecilla Domada!, ¿¡Margaret haría ver a Kate como Donna Reed!?.

Él intentó no pensar en lo mucho que le habría gustado ser su Petruchio.

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Capítulo 8

Margaret subió el último escalón hacia las almenas. No podía recordar cuantas veces había subido desde el amanecer. Unas veinte por ahí. El sol estaba bajando hacía el horizonte a la vez que caminaba hacia el parapeto. Él se había ido por casi un día entero. Estaba como loca.

Trató de abandonar el torreón. George se lo había impedido, con la espada en la mano. Si no hubiera estado tan distraída, le hubiera ganado. Como estaba, la desarmaría en cinco pasos.

Así que había optado por caminar.—Jinetes, mi señora, —dijo un guardia a su izquierda.Tapando sus ojos contra el sol, podía distinguir dos jinetes

viniendo lentamente hacia el portón. Se volteó y corrió hacia los escalones.

Los bajó más rápido que nunca. Se tropezó dos veces. Se le engatusó el corazón en su garganta dos veces. Llegó al gran salón y lo atravesó hasta llegar a la puerta. LA abrió de un golpe y bajó los escalones. El rastrillo apenas estaba siendo abierto.

Era el. Margaret se quedó quieta en el patio, sintiendo un cierto alivio en su cuerpo. Estaba en casa. Sano y salvo.

Se bajó del caballo y cayó sin firmeza. Margaret corrió a través del patio y se lanzó sobre el.

—Oof, —dijo, medio yéndose hacia atrás. —Oh, —ella dijo, apenada. El no la soltó. Hasta la apretó mas hacia el.—Está bien, —susurró. —Estoy bien, Margaret.—No estaba preocupada por vos, —ella soltó rápidamente,

apretando su cabeza en su garganta.Su risa sonó fuertemente desde su pecho. —Claro, yo se que estabas preocupada por mi caballo. El

también, se encuentra bien.

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Margaret sintió su fuerte brazo alrededor suyo, su otra mano tocando su cabello suavemente. Estaba segura que había muerto e ido al cielo.

—¿Quieres escuchar acerca de Edward?Negó con la cabeza.—¿Quieres escuchar sobre cualquier cosa?Negó con la cabeza otra vez. —¿Nos quedamos parados aquí un rato?Ella asintió.Él no se movió, excepto para apretarla aun mas. Por primera

vez en años, ella deseaba que no tuviera puesta su cota de malla.Ella se apartó un poco, lo suficiente para mirar sus ojos rojos. —Me la podría quitar, —ella ofreció.El se vio por un momento confuso. Luego un pedazo de la

esquina de su boca se comenzó a mover formando una media sonrisa.

—Eso es bastante tentador.—Espera aquí, ya vuelvo.—Whou, —dijo el, apretando su brazo y deteniendo su

escape. Bajó su cabeza hasta su oído. —Entraré contigo. Todo tu personal me esta viendo abrazarte aquí afuera.

Margaret miró a su alrededor para darse cuenta que era del todo cierto. Toda su guarnición, la mayoría de los de la cocina, y aun mas, Sir George, la estaban mirando como si le hubieran salido alas.

Margaret se estiró.—Ha traído buenas nuevas, —dijo altivamente.Le hubieran creído, si Alex no se hubiera reído. Le dio una

mirada fulminante, pero el tan solo sonrió y tomo su mano.Su dignidad estaba tambaleando, así que la dejó guiarla

adentro de la casa. La cocinera los siguió lista para gritar sus órdenes para preparar una cena para el placer de Sir Alex.

—¿Cuales son las posibilidades para un baño?—Alex preguntó.

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—¿Un baño?—Margaret repitió horrorizada. —¿Para que?—Estoy bastante mugriento. Y necesito afeitarme.—La cocinera podría calendar un poco de agua y podríais

bañaros en la cocina, —dijo dubitativamente. —Si lo deseáis.Secretamente pensaba que era una muy mala idea. Las

sirvientas jamás se recuperarían de verlo desnudo.Tan solo pensar en eso la hizo volver a sonrojarse. Lo dejó

abajo y corrió a su cuarto. ¿Un baño? Por todos los santos, que idea. Bueno, desde luego olía mejor que cualquier otro hombre que ella hubiera conocido. Tal vez ese era el motivo.

Abrió su puerta y luego se detuvo. ¿Y si ella olía mal? No se acordaba la última vez que se había bañado en una bañera. No era bastante sano.

Contempló sus alternativas. Morir por causa de la plaga no era un prospecto agradable, pero tampoco lo era ofender a Alex con un mal olor.

Ella reunió su valor. Si el se podía bañar, ella también.

Una hora después descendió al gran salón. Si hubiera tenido un vestido, se lo hubiera puesto. Lo mejor que pudo encontrar fue la mejor túnica de su hermano menor y un cinturón. Se sentía vulnerable sin su cota de malla. Hasta había dejado su espada arriba. Aunque su cuchillo, estaba guardado en su bota.

Ya había parado de pensar sobre sus acciones. Sabía que estaba siendo una tonta. Alex tan solo era un hombre. Seguramente no valía la pena perder su cabeza por el.

Ahora, si pudiera acordarse de esto mientras tuviera el poco de ingenio que le quedaba. Talvez esta extraña enfermedad era algo como la fiebre. La sufriría por unos cuantos días, luego le pasaría, y sería ella misma. Sería sensible y usaría su cota de malla. No se arriesgaría a perder un brazo, un pie o hasta su vida, para meterse en

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una tina de agua tibia y así no ofender su nariz. Y se pondría de nuevo la cofia. Pero bueno, tendría que dejarlo suelto… se secaba mas rápido. No tenía deseos de complacer a Alex con el único atributo femenino que le quedaba.

Se quedó en las sombras de la escalera lo más que pudo. ¿Y si su gente se reía de ella?

¿Alex lo haría?Estaba parado en la chimenea del lado mas lejos del salón,

hablando seriamente con George.Margaret se alejó de las sombras y comenzó a caminar a través

del de repente largo suelo.George la vio primero. Su boca se abrió de repente y Margaret

no sabía si era de horror o de gusto. Un gran silencio cayó de repente. Margaret dio una mirada rápida al resto de los cuerpos que se encontraban sentados en sus largas mesas. Cada uno la estaba mirando con esa expresión de boca abierta. Margaret se concentró en poner un pie en frente del otro. Y entonces, Alex se volteó.

En el no había expresión de boca abierta de asombro. Parpadeo una y otra vez, luego una mirada atravesó su rostro, una mirada que Margaret jamás había visto antes, pero hizo que su sangre se volviera fuego líquido en sus venas. Su enfermedad de repente había desarrollado una fiebre. Pensó que se volvería polvo en ese mismo instante. Su caminar vaciló y entonces se detuvo.

Alex se dirigió a ella rápidamente, deteniéndose a una mano de ella mirándola con esa misma mirada devoradora.

—Con razón usas cota de malla, —dijo en una baja y ronca voz. —Nadie haría nada si no lo hicieras.

Margaret dio un paso atrás, ¿a que se refería? Entonces se comenzó a mover hacia las escaleras.

—Me pongo otra.—No.Dijo la palabra con gran convicción. Margaret sintió que se

derretía un poco de su aprensión.—¿Entonces decís que esto es algo bueno?

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Dio esa sonrisa de lobo que sólo el tenía. —Digo que, nunca vayas a las listas vestida así. Tus caballeros

se matarían entre sí por que estarían muy distraídos mirándote. Y mas les vale que no te miren así, —gruñó de repente, dándoles a los hombres sentados una Mirada fulminante.

Los hombres inmediatamente miraron hacia otro lado.Alex le sonrió. —Tú eres… bueno… Margaret se puso tiesa esperando las palabras.—¿Si?—preguntó con tristeza.—Intoxicante.—Oh, —dijo. Luego frunció el sueño. Intoxicante? Tal vez se

refería a que se estaba sintiendo borracho. Con las palabras extranjeras que seguía usando, uno nunca sabía.

—Si estás tan débil, tal vez un poco de comida aclarará tu cabeza. —dijo, haciendo señas a la mesa principal. —Creo que tu cabeza esta un poco débil del viaje.

—No creo que ese sea mi problema, —dijo con una sonrisa, pero igual la siguió a la mesa.

Margaret se sentó junto a el, y se movió hasta que por fin llegó la comida que distraía a Alex. Una vez su mirada la dejó y pasó a la linda torta de carne de la cocinera, Margaret por fin sintió que su rubor comenzaba a desaparecer. Santos, pero el hombre la descontrolaba.

Ella lo molestó sobre su encuentro con Edward, pero era difícil competir contra la torta de la cocinera. Entre gruñidos, y respuestas de dos palabras, supo que se había hablado con Edward, que pronto habría de hablar con el rey, y que su vida sería un poco menos difícil de lo que había sido en el pasado.

—¿Y estáis seguro de que Edward hará esto? —Ella preguntó.—Mmmm, —dijo, masticando con muchas ganas el nabo

asado.—Al menos Edward tiene más sentido que su hermano.—Um—hum.

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—¿Será un mejor vecino una vez el rey obligue a Ralf a entregar sus tierras?

Alex frunció el ceño y tragó. —Edward es lo suficientemente gentil, creo.—¿No os importa?Alex volvió a fruncir el ceño. —Lo que yo crea no importa, Creo que te gustará bastante.

Margaret encogió los hombres. —No veré mucho de él. Espero.—Puede que veas más de él de lo que crees. —dijo, casi como

un gruñido. Llevó una de sus manos por su pelo. —Al menos tus problemas con Ralf llegan a su fin. He hecho lo que tenía que hacer.

—¿Hecho lo que debíais hacer?—ella preguntó.El asintió, luego alcanzó su vino y tragó.Margaret sintió una gran frialdad abrumarla. Tenía la

sensación que sus próximas palabras serían algo como y ahora me iré. Miró hacia un lado mientras aun podía respirar normalmente.

Ella torturó sus uñas mientras tocaba su daga y cortaba su pan en pequeños pedacitos. Eso le tomó bastante tiempo, pero aun así, estaba mirando a un montón de migajas que ya no le daban apetito.

Alex no se había movido. Margaret por fin reunió el coraje suficiente y lo miró. La estaba mirando de la forma en que había miraba su comida hacia unos momentos. Luego, aparentemente de mala gana, comenzó a sonreír. Su primer instinto fue pensar que reía por que encontraba algo gracioso en ella, o en su apariencia. Con un gran esfuerzo, mantuvo sus sospechas hasta que supiera por que la miraba de esa manera.

—Por que me miráis de esa forma?—Ella preguntó. Estaba muy orgullosa de si misma. Ni una pizca de insinuación acerca de lo que ella en verdad estaba pensando.

—Tan solo por que no lo puedo evitar.Ella frunció el ceño. —No estoy segura de si eso es bueno o malo.—Estoy seguro de que es malo, —dijo el, aun sonriendo esa

sonrisa suya. —Muy malo.

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—Entonces, parad.—No puedo.—Haz un mayor esfuerzo.—No quiero.Margaret le frunció el ceño. —Vos sufrís de una seria falta de auto control. Si no deseáis

mirarme, entonces no lo hagáis.Su sonrisa aumentó. —¿Alguna vez has estado tan cerca de algo tan impresionante

que no pudieras quitar tus ojos el? ¿Una pintura? ¿Una obra de arte? ¿Algo hecho de forma tan perfecta, tan hermoso que tus ojos tienen voluntad propia?

¿Tu? Ella quiso decir. Si, ella podía entender lo que quería decir. Ella asintió con la cabeza. Claro que hubieron ciertos momentos que ella no quería haber marcado al hombre sentado a su lado, que no había querido pensar en el, que se había arrepentido de la primera vez que había puesto sus ojos en el. Pero no mirarlo? No podía detenerse.

—Salgamos a caminar.Ya estaba parado y jalándola antes de que ella pudiera

responderle. Y se encontró con que no tenía ningún deseo de decirle que no. Si no hubiera encontrado tan agradable la sensación de su mano unida a la de, hubiera podido recobrar su juicio. Por los santos, la estaba hechizando. En un espacio de tiempo, no mas largo de unas semanas, había pasado de una guerrera formidable a una tonta doncella. Pero ahora había comenzado a entender completamente por que las sirvientas reían cuando Sir Henry les sonreía. Margaret nunca lo había entendido. Sir Henry era un hombre buen mozo, pero el no le calentaba la sangre.

No de la forma en que Alex le hacía.Puso su mano en su frente a la vez que lo seguía subir los

escalones. No tenía fiebre. Pero se sentía febril.—¿Capas?—el preguntó.Ella no creía que iba a necesitar una, pero cogió un par de

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todas formas. Sabía que debería estar exigiendo saber a donde es que iban. En vez de eso, se encontró en el corredor temblando a la vez que Alex le abrochaba la capa debajo de su barbilla. Ella miró su hermoso rostro, tan cerca al suyo, el tener sus manos en su cabello otra vez, el sentirse protegida por sus fuertes brazos alrededor suyo.

Pasó a su boca. Ahora si sabía como sabían sus labios. Wow era la palabra que él había usado. Dialecto escocés obviamente. Era suficientemente descriptivo. Entonces Margaret vio unos dedos tocar sus labios, para darse cuenta luego que esos dedos eran suyos. Ella se sonrojó y los retiró inmediatamente.

Alex tomó su mano, y trajo sus dedos de vuelta a sus labios.—Me estas matando. —Dijo con una débil sonrisa.Margaret bajó la mirada inmediatamente, casi esperando ver a

una de sus armas saliendo de la vaina y pinchándolo en algún lugar. Pero no estaba usando ningún arma excepto por el cuchillo que estaba en su bota. Santos, no había ni una pizca de cota de malla que lo pudiera pinchar. Y eso si se hubiera acercado lo suficiente para que fuera posible.

Fuertes dedos aparecieron debajo de su barbilla y le levantaron el rostro.

—Me refería a que me estas volviendo loco.—¿Loco?Un pequeño ataque de risa fue su respuesta. —Ya no puedo pensar claramente. Solo pienso en ti.—¿De verdad?—ella preguntó sorprendida. —Entonces tal

vez estamos sufriendo de la misma enfermedad. Ella se retiró. —Santos, Alex, ¿que tal si a todo el torreón le pasa lo mismo?

El volvió a reír, mucho más fuerte esta vez. —Que el cielo los ayude. —Puso su mano detrás de su

cabeza, dio un paso mas cerca, y la besó fuerte en la boca. —Anda. Vayamos arriba. Un poco de aire frío nos hará bien.

Y con eso, tomó su mano y la jaló al pasillo. Margaret tocó sus labios con su mano libre. La había vuelto a besar, sin pedirle

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permiso.Santos, pero eso si que le gustaba a ella.Lo siguió, luego la sorprendió al detenerse en su parte favorita

del parapeto.La luna estaba llena, el cielo sin nubes. Todo lo que se podía

ver a simple vista, era tierra de Falconberg. Margaret la miró, y por primera vez en meses, sintió cierto sentido de alivio a la vista. Alex le había ganado tiempo, quizás su libertad también.

—Gracias por vuestra ayuda,—ella dijo, levantando la cabeza para mirarlo.

El puso su brazo en sus hombros. —En realidad fue un placer. Valió la pena la odisea.—¿Odisea?—Viaje. Valió la pena viajar aquí, aunque todo lo que haya

podido hacer haya sido quitarte a Ralf de encima. Los hombres del batallón no les prestaron atención después de haber dado una mirada incrédula. Alex la guió hasta el muro este, del cual se podía distinguir Brackwald en un muy claro día. Alex se recostó contra el muro y abrió los brazos. Fue hacia ellos con gusto y suspiró de placer a la vez que el la abrazaba.

—¿Huelo mejor?—el preguntó.—No me importaba antes, —ella murmuró.Sus labios en los de ella la asustaron.—Shh, —el murmuró, —no te vayas.—No pensaba hacerlo.Por alguna razón, ese comentario lo hizo reír. Margarte pensó

preguntarle que encontraba tan gracioso, luego desechó la idea. Si hablaba, tendría que retirar sus labios de los de el, y ningún poder humano la podría persuadir de hacerlo.

—Pon tus brazos a mi alrededor, —dijo él, entre besos.Ella trató de poner sus brazos alrededor suyo pero su cintura

estaba recostada contra la pared y parecía no quererse mover.—Alex...—Alrededor de mi cuello. Debajo de mi capa para que tus

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manos no se enfríen.Ella sintió que dicho abrazo la hacía presionarse muy

íntimamente a el, pero a Alex parecía gustarle. Desde luego, apretó su abrazo alrededor de ella y la apretó aun mas a el. En efecto, el tener todo su cuerpo apretado al de ella le daba la sensación mas extraña al fondo de su estomago. Ella tenía el más loco deseo de reírse. Antes de que pudiera abrir su boca para decirlo, sintió la sensación de la mano de Alex atrás de su cabeza. Ella gruñó al sentirlo jugar con su cabello.

Su única respuesta fue acercar su cabeza a la de el. Margaret inmediatamente se dio cuenta de que era su prisionera. Su mano había tomado a su cabeza como cautiva y su brazo alrededor suyo la sostenía virtualmente inmóvil contra el. Su boca estaba tomando posesión de la de ella con una pura y barbárica arrogancia.

Una y otra vez rozó sus labios con los de ella, algunas veces lento, algunas veces jugando con ellos. Estaba dividida entre sonreír y fruncir el ceño ante su juego. Por todos los santos, Esto era algo serio, y parecía no tener el respeto propio por la forma en que sus rodillas comenzaban a temblar.

Luego comenzó a besarla de forma diferente. Por que se estaban separando sus labios? Sus labios ya no tocaban los suyos en perfecta simetría. No, había separado sus labios y la estaba besando como si pensara ingerir cualquier parte de su rostro que tocara. Ella esquivó sus labios y lo miró. Forzándose a si misma para olvidar su belleza, la cual por poco le roba el aliento, y su estatura la cual la hacía verse decididamente frágil, frunció el ceño.

—¿Que haces?—Tratando de besarte como se debe. Debes abrir tu boca.—Oh, —dijo en blanco. —¿Por que?—Ya verás.Ella asintió sabiamente, pretendiendo saber de lo que el estaba

hablando. Abrió su boca.—¿Hejar?—Preguntó tratando de mantenerla abierta.

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La dulzura de su sonrisa la quiso hacer llorar. El escurrió su mano hacia su cuello y cerró su boca con su dedo corazón debajo de su mentón.

—Aun no. Te diré cuando.—De acuerdo, —ella dijo, sintiéndose un poco tonta. —

Bueno, no estaba bastante segura.—Lo sé, por eso te dije.Ella asintió y cerró los ojos, levantando un poco su cabeza. —Pon tu mano bajo mi cabello de nuevo, Alex.Margaret suspiró de placer a la vez que sus dedos tocaban su

cabello hasta que la palma de su mano estaba acariciando su cabeza. Que captura tan deliciosa. Su boca comenzó de nuevo a trabajar en su extraño baile, abriendo sus labios y jalando los de ella. Se retiró lo suficiente para hacer una pregunta.

—¿Abro?—Tan solo sígueme, —el susurró. Ella se volvió a recostar

contra el, preguntándose sobre lo ronco de su voz. Bastante cerveza, eso es. Era malo para la garganta.

El juntó sus labios con los de ella y abrió su boca. Ella le siguió, insegura de por que el encontraba esto tan agradable pero decidió intentarlo. Después de todo, ella jamás había besado a un hombre antes de Alex.

Seguramente tenía más cosas que enseñarle antes de que terminara.

Ella chilló cuando su lengua tocó sus labios. Fue instintivo apartarse de el. Fue hasta que sintió su pie resbalarse del pasillo que recordó donde estaba. En un santiamén, fue jalada de vuelta al pecho de Alex y sintió como respiraba.

—Me asustaste, eso es todo, —dijo débilmente.—¡Demonios, estuvo cerca!—el exclamó. —¡No hagas eso de

nuevo!Apretó sus brazos alrededor suyo hasta que gritó

involuntariamente.—Por los santos, —ella logró decir, —¿que estas tratando de

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hacer?El expiró y le dio una loca sonrisa. —De donde yo vengo, le llamamos el beso francés.—Ahh. —ella asintió. —Veo. ¿Me vas a volver a dar un beso

francés?—No en este pequeño corredor. Vamos abajo.Margaret siguió su camino atrás de el, notando la humedad de

la palma de su mano. Ella comprendía completamente a la vez que sentía como si hubiera pasado toda la noche peleando fuertemente. Ni siquiera el frío aire enfriaba su piel.

Una vez llegaron al corredor que llevaba a las recamaras, Alex pausó y miró con cuidado el corredor. Ella se empinó en sus pies y miró por sus hombros.

—¿Que buscáis?—ella susurró.—No quiero que nadie me vea besarte hasta el cansancio en

este corredor.—Pero...La hizo moverse hacia las sombras y su boca se lanzó a la

suya como si fuera un buitre lanzándose hacia su indefensa presa. Margaret puso sus brazos alrededor de su cuello y se sostuvo como si su vida dependiera de ello. La sujetó contra la pared con su fuerte cuerpo y le levantó la cara con sus manos.

Luego el abrió su boca. Ella no estaba preparada por el torrente de calor que se apoderó de ella. Alex podría tener los mejore modales en la mesa, pero no era para nada un sumiso lord cuando se trataba de besar. El asaltó su boca con una dulce impaciencia que la dejó temblando. El placer era tan dulce, ella rezó para que nunca la dejara de besar.

Lo cual es exactamente lo que él hizo. Apartó de repente su boca y plantó su frente con la de ella.

—Debemos detenernos, —dijo jadeando, —Mientras todavía puedo.

Puso sus manos en los hombros de ella y la apartó, sosteniéndola lejos.

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—Margaret, debemos detenernos ahora. No vamos a hacer el amor esta noche.

—¿Eso es besarse aun mas?—Para nada. —dijo roncamente. La jaló por todo el pasillo y

la depositó al frente de su recámara. —Ve a descansar.—No.Le levantó la cabeza con un dedo. —Si.—Me daréis un último beso.—No.—Si.El suspiró y luego la empujó al interior del cuarto cerrando la

puerta detrás suyo. Con un gruñido, la jaló en un fuerte abrazo y la besó.

Margaret pensó que estaba preparada pasa su ataque, pero se encontró una vez mas en terreno desconocido. Era dolorosamente tierno, pero no menos debilitador de rodillas. Para cuando levantó su cabeza y la miró a sus ojos con esos ojos suyos de color tormenta, estaba mareada y convencida de que jamás se recuperaría.

—Ve a la cama. —le ordenó.Ella asintió la cabeza, muda.El tomó su cabeza con ambas manos. —Eres la mujer más hermosa y pasional que he conocido en

toda mi vida. No dejes que nadie te convenza de lo contrario.Antes de que ella pudiera encontrar su voz para responderle,

ya se había ido. Caminó a su cama y se sentó, anonadada. Jamás se le había pasado por la cabeza que dichos sentimientos fueran posibles tener. Su cuerpo estaba a punto de explotar por la fiebre y su cabeza era un remolino de puro vértigo.

¿Era esto amor? ¿El tipo de amor que aparecía en las historias de Baldric?, ¿el tipo de amor que llevaba a los hombres a tomar una espada en defensa de su señora?, ¿el tipo de amor que volvía a las doncellas tontas al mirar sus tapices mientras soñaban con sus campeones?

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Se recostó lentamente y cerró los ojos. Una pena que Alex no fuera Lord de Brackwald. Se casaría con el y estaría contenta. Y entonces sus sueños serían por fin felices.

Ella parpadeó. ¿Podía casarse ella con él? De seguro tenía tierras en Seattle, aunque ella nunca le había preguntado, estaba segura de que debía ser un Lord de algún tipo, a pesar de que no tenía espuelas y espada. ¿Pero estaría el de acuerdo en canjear su feudo para volverse el lord de las de ella?

¿O en verdad sentía que ya había hecho lo que tenía que hacer y ahora se iría?

Se volteo con un gruñido y enterró su cara en su edredón. Tan solo la perturbaría si seguía pensando en ello. Si la oportunidad se presentaba, le hablaría de ello en la mañana. Por ahora, lo único que quería era contentarse con la memoria de su beso.

Se durmió con una sonrisa, y una cara bastante sonrojada.

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Capitulo 9

—Y una vez que consiga el oro suficiente, partirá en busca de Ricardo y arreglará las cosas.—Alex miró a George. —¿Crees que puedes mantener a Ralf ocupado hasta ese entonces?

George se frotó el rostro cansadamente. —Nos las hemos arreglado hasta ahora. Uno o dos meses más

no harán la diferencia.Alex observó al capitán de Margaret y se preguntó si el se veía

así de agotado. Quizás había pasado bastante tiempo desde que George pasara toda una noche despierto. Alex podía entenderlo ya que todavía estaba bajo los efectos de su noche fuera con los muchachos. Edward de Brackwald era dañino para su salud.

Y para su paz mental.—Presiento que hay más —dijo George, con una repentina

mirada penetrante.Alex suspiró. Tenía treinta y dos años, por el Cielo santo,

demasiado viejo para estar suspirando. —Dios, George, ¿Dónde aprendiste a hacer eso? —preguntó

media riendo.El exterior se suavizó lo suficiente para permitir una muy

pequeña sonrisa. —Tengo tres hijos, mi señor.—Eso responde unas cuantas preguntas.George esperó. Parecía tener una ilimitada reserva de

paciencia. Alex suspiró. —De acuerdo, —dijo, rindiéndose. Miró a su alrededor para

asegurarse que no estaban siendo escuchados. —Edward pedirá la mano de Margaret al rey. Le di consejos acerca de cómo cortejarla. Creo que será un buen esposo para ella. No es gran cosa a la vista, pero la tratará bien.

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—¿Y qué pasa con vos que no podéis quedaros y casaros con ella?

—¿Yo? —repitió Alex.—Si, vos. Sois un hombre fuerte con la determinación para

gobernarla y la cabeza para controlar a Falconberg.—No puedo quedarme.—¿Por qué no?—Es una larga historia.—Tengo bastante tiempo esta mañana.—Es mejor no saber.George se recostó en su silla y contempló a Alex por varios

minutos en silencio. —¿Eres un ángel o un demonio?—preguntó finalmente.Alex rió, incomodo. —¿Qué te hace preguntarlo?—Hay algo en ti…, —dijo George, frotándose la barbilla. —

Algo bastante extraño.Alex sonrió. —Vengo de un tiempo extraño, quiero decir, lugar.—se

corrigió. Volteó los ojos mentalmente. Ese era un desliz freudiano, si es que los había. —Lugar— volvió a enfatizar. —No soy un forajido, no soy un criminal, no me estoy escapando de la justicia. Me encontraba cabalgando en la propiedad de mi cuñado y tomé el camino equivocado. Creo que estaba destinado a estar aquí en Inglaterra para ayudar a Margaret. Ahora que ha sido ayudada, no puedo quedarme más tiempo. Tengo que regresar a casa.

—Mmm —dijo George, todavía frotándose la barbilla.—Sí, mmmm. —¿No estás casado, ¿verdad?—No, y no lo estaré a menos que llegue a casa y meta a mi

hermano menor en la mazmorra. Esta realmente interfiriendo en mis planes matrimoniales. Odio pensar en lo que le ha hecho a mi Range Rov...

Alex miró al techo y olvidó lo que iba a decir. Margaret

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acababa de entrar al salón. Parecía no haber pegado un ojo en toda la noche. Su cabello estaba otra vez suelto. Y todavía no estaba usando su cota de malla. Estas eran muy malas señales.

—¿Cómo podéis dejarla? —George suspiró. —Por los santos, mi señor, es un premio por el que vale luchar!

—Dímelo a mi. —Alex dijo, sintiendo su corazón hundirse. Santo Dios, debería haber huido de allí antes de que ella se levantara. Era una cobardía, sí, pero más fácil que verla otra vez.

Ella lo vio y su rostro se iluminó. Alex se sintió más incómodo de lo que había sentido en siete años de haber nadado con tiburones. ¿En qué había estado pensando para besarla la noche anterior? Debía de haber dado el mensaje y regresado a su habitación.

Había sido puramente egoísta de su parte. El la había querido y había tomado más de lo que jamás se había atrevido. Y, si tenía que ser totalmente honesto con él mismo, había querido dejar en ella una marca indeleble —una que Edward de Brackwald no tuviera ni una condenada oportunidad de borrar.

Alex se hubiera frotado el rostro con las manos y gruñido, pero no podía evitar quitar los ojos de encima de la mujer que se le acercaba. Era impactante cando estaba enojada, pero cuando sonreía? Era lo suficientemente hermosa como para que le doliera verla.

Y su tiempo en la Edad Media podía tratarse de minutos. Maldición de todas maneras.

Tenía que irse. Había hecho lo suyo, completado su tarea, y ahora debía volver a casa. George ayudaría a Margaret a cuidar del fuerte hasta que Ricardo acudiera en su ayuda.

Hasta que Ricardo y Edward acudieran a ayudarla, Alex se corrigió a si mismo al fruncir el ceño. Pensar en Edward siquiera a centímetros de Margaret le hacia a Alex querer golpear a alguien. Especialmente después de la noche anterior. Quería reír de felicidad por como ella había dejado caer la mandíbula inocentemente, preguntándole si eso estaba bien. Su corazón latió fuertemente contra su pecho al pensar qué tan cerca había estado ella de

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desviarse del camino. Cambió de postura en la silla al recordar como el más breve de los ataques a su boca le había disparado la sangre. Había necesitado de toda su fuerza de voluntad para no haberla tumbado a la cama. Sólo podía imaginarse que tan confuso quedaría al hacerle el amor. Sus respuestas serían completamente genuinas, completamente sin cesar, completamente inocentes. ¿Qué haría cuando él le causara placer? Probablemente gritaría lo suficientemente fuerte como para hacer que el techo cayera sobre ambos. El tenía la sensación de que el haría lo mismo.

—Buenos días para vos, Alex —dijo ella, deteniéndose al lado de su silla.

George se aclaró la garganta deliberadamente.Alex se puso de pie, esperando no verse tan miserable como se

sentía.—Margaret, debo hablar contigo en privado unos momentos.El hizo una mueca al ver la dulce, inocente alegría que brilló

en sus ojos. Hasta ese momento nunca se había sentido tanto como una víbora. Y no había a nadie a quien culpar excepto a si mismo. Nunca debió de haberla besado. Tenía merecido si se encontrase impotente cuando fuera hora de acostarse con la hija del tendero.

En ese momento la impotencia parecía ser el menor de los males entre dos desilusiones. Comparada con Margaret, Fiona MacAllister no le atraía para nada.

George le lanzó un oscuro ceño mientras Alex apresuraba a Margaret de la mesa y subía las escaleras. Alex no podía culparlo. Margaret o, lloraría o demolería a todos sus hombres uno por una en las lisas. Alex no quería saber que haría.

Alex se detuvo en el dormitorio del padre de Margaret, el que había ocupado durante su estadía. Ella entró, luego se detuvo en el medio de la habitación, observándolo con interés.

—¿Sí?—preguntóAlex cerró los ojos brevemente y rezó para tener fuerza.

¡Demonios! ¿Por qué no se las había ingeniado para guardarse su propia boca?

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—¿Alex?Su ronca voz lo hizo comenzar a sentir un sudor frío. ¿Cómo

podía el destino hacerle esto? ¿Por qué no podía haberla encontrado en el siglo veinte? ¿Por qué no podía haber sido una práctica abogada que simplemente estuviera esperando a que llegara el hombre adecuado para ofrecerle ser el padre de sus hijos y dividir así 50/50 el cuidado y la alimentación los mismos con ella?

Sus oscuros ojos estaban llenos de confusión y miedo. No podía soportar verlos llenos de dolor, llenos de un dolor que el provocaría. Caminó hacia la ventana y contempló el paisaje oscurecido por las nubes.

—Margaret, no entenderás esto, pero debo irme.—¿Para ver a Edward de nuevo?El sacudió la cabeza. —No, —Tomó otra gran bocanada de aire. —Debo ir a casa.

—Él escuchó la rápida inhalación de ella. —Realmente fue un error el haber llegado aquí. Probablemente debía de haber regresado de inmediato, pero pensé que a lo mejor unas semanas en Inglaterra podían ser interesante.—Se volteó hacia ella. La mirada devastadora en su rostro lo golpeó como un martillo en el estómago. Se recostó contra la ventana, presionando las palmas contra la pared en busca de soporte. —Cariño, —comenzó suavemente, —no puedo quedarme.

—Estas casado—ella suspiró, cortando con las palabras el tenso aire y cayendo al suelo como trozos de vidrio. —Dieu, que tonta soy.

—No, no estoy casado—se corrigió rápidamente. —Y si tuviera que elegir una mujer, te elegiría a ti.

—Mentiroso. —dijo ella mientras se le quebraba la voz.—Margaret, escúchame, —dijo el, estirando la mano. —

Seattle no sólo queda a través de un muy vasto océano sino que en un siglo completamente diferente. ¿No lo ves? Tengo una familia a la cual he dejado atrás, una familia que se preocupará por mí. Mi cuñado probablemente destrozará una docena de siglos para

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encontrarme. Debo regresar.—Eres un mentiroso, —dijo ella con lágrimas amenazando

con salir de sus ojos.—No, no lo soy.—Entonces eres un loco. —dijo ella con convicción. —Loco

y cruel. ¿Para que os quedasteis entonces si planeabas irte?Le tomó sólo dos pasos para cruzar la habitación hasta ella.

Envolvió sus dedos alrededor de sus brazos y la tiró hacia él. —¿Crees que esto no me duele a mi también? —preguntó con

la voz ronca. —Nunca tuve la intención de venir aquí. Nunca había esperado conocer una mujer que me hiciera ver a cada una de las otras mujeres que he conocido pálidas e insignificantes. ¿No crees que el sonido de tu voz no me acechará cuando este en casa? ¿Acaso no crees que me acostaré y permaneceré despierto por que mis brazos gritan por abrazarte?

—¡Sois un bastardo mentiroso!—gritó. Se alejó de el y huyó de la habitación. Alex escuchó el sonido de su habitación siendo abierta y luego un portazo seguido de una cerradura y supo que no tenia sentido ir tras ella. No le abriría. Incluso si lo hiciese, ¿Qué bien haría? Podía, a lo mejor, entender el concepto de viaje en el tiempo, pero nunca lo creería.

Se pasó la mano por el cabello y dejo escapar lentamente la respiración, soplando a través de unos labios apretados. Como había complicado las cosas. Al menos había advertido a Edward como serían las cosas en Falconberg. Con algo de suerte, Margaret caería directo a sus brazos.

Pensar aquello lo ponía enfermo.Con dureza y de forma mecánica, se quitó la ropa de William

de Falconberg y se colocó sus jeans y camisa de dril.George estaba esperando por él en el gran salón. Alex casi

deseo que el hombre mayor demandara alguna clase de disculpa. Una buena zurra era lo mínimo que se merecía. Al menos el dolor de un golpeado cuerpo apaciguaría la agonía mental y espiritual que sentía en el momento.

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—Creo que has roto su corazón, —dijo George sin rodeos. —Algo que pensaba que nadie podía hacer jamás.

—Nunca fue mi intención.—¿No podéis amarla?Alex se revolvió incómodo. ¿Qué importaba si podía? No

podía quedarse. Era un obvio y duro hecho. —No importa si puedo.—Maldito seas, Alexander, ¿por que tenéis que ser tan terco?El enojo era bueno. Alex deseaba poder enojarse aunque fuera

un poco. A lo mejor lo haría sentir mejor. —Si hubiese alguna manera de poder quedarme, créeme que

lo haría. Margaret es una mujer sin igual.—¿No podríais llevártela con vos?—preguntó George.Alex ya había considerado esa alternativa y la había

desechado. —Si lo hiciese, no podría regresar nunca a casa. No creo que

eso le guste.George suspiró, luego miró hacia el cielo. —Imagino que no. —Miró a Alex con una seria expresión. —

Bien entonces, veo que no hay nada por hacer. Te estoy agradecido por tu ayuda. Margaret lo estará también. Con el tiempo.

Alex asintió y se hizo a un lado. Ni siquiera se permitía así mismo el lujo de dar una mirada al salón. Tenía que irse a casa. A lo mejor Zachary había destrozado la Range Rover. Eso le daría un motivo para pegarle a algún pobre desgraciado.

Alex ensilló a Beast con manos temblorosas. Cabalgó a través de la salida y del puente levadizo. La vista ante él comenzó a hacerse borrosa. Se pasó la manga por los ojos y maldijo lo peor que pudo en Gaélico. No sirvió para nada.

Pero darle varios puñetazos a Jamie en el rostro ciertamente si serviría. Alex decidió que aquella era la primera cosa que haría una vez llegara a casa. No podía recordar la última vez que había estado tan miserable.

Comenzó a llover. Alex no estaba sorprendido. Era un

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perfecto complemento para la tristeza en su corazón. No había querido lastimarla.

—¿Y exactamente que pensaste que ibas a hacer?—se preguntó a si mismo en voz alta. No tenía una respuesta. Había sido un completo idiota. No importaba que ella fuese irresistible. Él había sabido que él lo sería. Debió de haberse reservado sus manos y su maldita boca para si mismo.

Si solamente ella no hubiera sido tan intoxicante…Le tomó al menos una hora llegar al Círculo de Hadas. La

lluvia continuaba nublando todo a su alrededor. No era una linda llovizna que terminaría en pocos minutos. Esta era una lluvia que lo empapaba hasta la piel, le hacia pegar el pelo al rostro; parecía decidida a colarse entre sus huesos. Tenía merecido morirse de neumonía.

El aro no estaba florido, a pesar de que los verdes tallos no dejaban dudas de donde yacía. Alex se preguntó si aquello a lo mejor podría evitar que llegara a casa, luego hizo su duda a un lado. No era la flora y fauna lo que hacia la diferencia. Había un portal allí. Podía ser el final del invierno y él igual volvería a casa. El aro tampoco había estado florido en el siglo veinte.

Instó a Beast hacia adelante hasta que estuvieron de pie en el medio del aro.

—Bueno, aquí no pasa nada—murmuró.Esperaron.Beast sacudió la cabeza. Alex miró levantó la vista hacia el cielo. Todavía estaba lleno

de nubes, y la niebla continuaba arremolinándose a su alrededor. Estaba ella todavía en su dormitorio o había partido hacia las

lisas para golpear a sus hombres? ¿Iría directamente a los brazos de Edward tan pronto el la reclamara?

—Okay, —dijo Alex, con una aguda sacudida de cabeza, —esto no está ayudando. Tengo que concentrarme en otra cosa.

Ocupó sus pensamientos con el torreón de Jamie e imagino el paisaje lo más preciso que pudo. Se aseguró de incluir el Jag de

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Jamie al frente de su Range Rover. No tenía sentido ir al torreón de Jamie del siglo catorce.

Alex se sintió incómodo, pero hizo la sensación a un lado. Había hecho esto antes cuando él y Jamie habían regresado para ordenar el pasado. Todo lo que hacías era pensar profundamente en el lugar al cual querías ir y poof! Estabas allí. Al menos así era como había funcionado antes.

Beast hizo cabriolas de manera nerviosa, desconcentrando a Alex. Alex desmontó y reconfortó a su caballo con largas caricias en el cuello.

—Haz silencio ahora, monstruo.—dijo suavemente. —Ya casi estamos en casa, luego haré que Zach te cepille muy bien. Piensa en todas las hierbas sabrosas en casa, Beast, en todo ese trigo fresco. No más de este forraje medieval para ti, mi amigo.—Alex continuó susurrando, trayendo imagen tras imagen a su mente y concentrándose con todas sus fuerzas. Comenzó a dolerle la cabeza del esfuerzo, pero no se rindió. Sólo unos minutos más y estaría en casa.

Y Margaret estaría ocho siglos atrás. Nunca volvería a verla. Nunca más la vería ir por su cuchillo inconcientemente cuando el dijera algo para irritarla. Nunca más vería como sus emociones pasaban a su rostro con claridad.

Nunca en su vida encontraría a alguien que se le comparase. —Diablos—gruñó. —Esto definitivamente no esta

funcionando.—Echó sus brazos alrededor del cuello de su caballo. —Probemos algunas frases clave, Beast. —Alex se paró separando un poco las piernas y levantó la vista al cielo.

—Transpórtame, Scotty.Nada.—Llévame a casa, ruta campestre.Alex quería reírse pero no era gracioso. No había necesitado

ninguna frase clave para volver a casa con Jamie.—Quiero hamburguesas. Quiero Twinkies. Dios, incluso

tomaría un Lilt a esta altura. —Lilt parecía ser el equivalente de los

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británicos a la Sprite. A lo mejor no era su favorita, pero una gaseosa era una gaseosa cuando se estaba varado en la Inglaterra medieval.

El no estaba varado. Haría esto o moriría en el intento. Desafortunadamente, nada parecía estar ocurriendo. —¡Maldito seas, Jamie!—gritó. —He terminado mi trabajo,

ahora sácame de este lugar! ¡Demonios!Silencio. Consideró un viaje al antiguo hogar de Jamie en

Escocia pero inmediatamente descartó la idea. Había viajado de regreso a través de los siglos bajo aquella rama de madera mágica cerca del torreón pero sólo con Jamie. No había ninguna garantía de que funcionaría. Especialmente, no en Febrero. Si el frío no lo alcanzaba, la nieve lo haría. O los escoceses. Alex podía hablar gaélico como cualquier celta, pero lo dejarían vivo lo suficiente como APRA poder demostrarlo?

Un gritó que le heló la sangre rompió la quietud de la mañana, deteniendo la intención de Alex de dejarse caer de rodillas y llorar. Tiró de las riendas de su caballo y lo condujo hacia las sombras. El grito continuó, era más de una voz. Dejando a Beast atad, volvió de puntillas a los bosques,

Gritos de caballo se perdían en el aire con los gritos estrangulados que parecían provenir de hombres y mujeres. El metálico gustó del miedo apareció inmediatamente en la boca de Alex. ¿Qué en el mundo estaba pasando allí abajo? Había un camino que daba al bosque, pero los árboles eran demasiado espesos para ver quienes estaban allí y qué le estaban haciendo a sus víctimas. Alex sabía que probablemente le ganaban en número y que probablemente había llegado tarde, pero no podía simplemente alejarse. Fuese cual fuese el motivo de la pelea, los oponentes seguramente estaban en desventaja. Alex escuchó el sonido del metal y las pisadas de las herraduras. Caballeros montados estaban implicados, eso era lo más que podía decir.

Un pequeño cuerpo chocó a través de la maleza y dio entre los brazos de Alex antes de que él pudiera verlo venir. El niño comenzó

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a gritar, y Alex apresuradamente le tapó la boca con una mano. La boca de él. Era un pequeño niño, probablemente no tenía más de tres o dos años. Sus ojos estaban bien abiertos por el miedo y se había ensuciado mucho. El corazón de Alex se rompió.

—Calla, pequeño. —susurro suavemente. —No te haré daño.—Acercó el niño hacia él y lo envolvió con su abrigo, todavía manteniendo su mano sobre su boca. Meció al niño lentamente, tratando de taparle los oídos y la boca al mismo tiempo. Alex apenas necesitaba ver quien había sido asesinado tan brutalmente para saber que había sido los padres del chico. Sintió una abrumadora urgencia de vomitar.

Se irguió al escuchar el sonido de los caballos acercándose. Aventuró una mirada a través de los árboles y vio a tres caballeros montados y reunidos a no más de 60 centímetros de allí.

—¡Tú tonto, tú perdiste al niño!—¡No se suponía que era yo quien debía matar al niño! Esa

era vuestra tarea, maldito idiota. Si no hubierais estado tan ocupado violando, os hubierais ocupado de que se hiciera!

El tercer hombre habló. —Bah, malditos campesinos. ¿Quién da algo por ellos? El

chico estará muerto por la mañana. Si el frío no termina con el, las bestias salvajes lo harán.

—Si—estuvo de acuerdo el primero. —Tenemos que irnos antes de que los espías de Falconberg nos encuentren. Fue riesgoso perseguirlos hasta tan lejos en sus tierras.

—Brackwald lo ordenó—gruñó el segundo caballero. —No hicimos nada más que lo que nos pidieron que hiciéramos. Para mí, mejor regresar y juntar todo el oro.

—Si—estuvo de acuerdo el tercero. —Pero es una pena que no vimos a Falconberg. Me gustaría montar a esa vieja y fea mujer una o dos veces.

Los otros dos rieron tonta y sonoramente. Alex apretó los dientes y se forzó a si mismo a mantenerse inmóvil cuando lo que quería hacer era machacar a aquellos condenados a golpes.

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Y luego notó qué le había parecido tan extraño.Los caballeros estaban vistiendo los colores de Margaret. Pero no eran sus caballeros.El niño en sus brazos continuaba temblando, Alex comenzó a

mecerlo otra vez, rezando por que su constante movimiento le diera un poco de consuelo. Esperó hasta que no pudo oír más a los caballeros, luego se mantuvo sin hacer ningún movimiento por otro cuarto de hora. Lo único que le faltaba era ser emboscado por tres hombres vestidos con cota de malla.

Tenía que ver si alguien había sobrevivido. Se puso de pie y se encaminó a través del bosque hacia donde había escuchado los sonidos. Luego se le ocurrió que esta quizás no era exactamente una vista que encajaba con el niño en sus brazos. Hizo una pausa y escuchó. No había ningún sonido, ni siquiera el de los pájaros. Las probabilidades de que alguien hubiese sobrevivido eran realmente pocas. A lo mejor lo mejor que podía hacer era volver hacia Falconberg y hacer que Margaret enviara a sus hombres de regreso para que echaran un vistazo.

Alex regresó hacia donde estaba Beast y montó con un ágil movimiento. Se giró camino a Falconberg. Al menos el niño en sus brazos había tenido el sentido común de correr.

¿Acaso los campesinos les enseñaban a sus hijos a hacer sólo eso? El pobre chico. Huérfano y aterrorizado. ¿Qué clase de mundo era este?

Era un mundo en el que ahora estaba varado. Al menos tenía algo en qué concentrarse además de su propio

y aplastante pánico. Soltó la boca del niño y lo envolvió de forma más segura con su abrigo. El niño estaba sollozando silenciosamente, y el corazón de Alex se encogió al ver aquello. Suavemente le corrió el oscuro y rizado cabello del rostro.

—Está bien, pequeño—dijo suavemente. —Te llevaremos a casa y te darás un lindo y caliente baño. Te gustará Meg. Creo que tú también le gustarás a ella. ¿Cuál es tu nombre? No, no importa. Sabremos eso después.—Alex ignoró el terrorífico hedor que sintió

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directamente en las narices. Sólo unos minutos más y el niño estaría limpio y seco. Con algo de suerte, el pequeño sería lo suficientemente joven como para olvidar el horror rápidamente.

Los guardias de la entrada se sorprendieron de verlo. El puente se hizo bajar de inmediato, y él escuchó su presencia siendo anunciada hasta llegar al torreón. Perfecto. Margaret probablemente trabaría la puerta antes de que el, siquiera, llegara allí.

George estaba esperando por el en las escaleras. Alex desmontó con el niño todavía entre sus brazos. Un muchacho del establo se llevó a Beast. George miró a Alex con una sonrisa de alivio.

—¿Cambiaste de opinión, verdad?—No, no lo hice. —dijo Alex. Incluso decirlo lo confundía

hasta la coronilla. —No pude irme.—Ah, —dijo George con un asentimiento de cabeza, —no

pudiste dejarla a ella.—No dije eso. No pude llegar a casa. Fue físicamente

imposible. No me pidas que te explique porque no me creerías si te lo dijera. Por ahora, sólo necesito un lugar donde quedarme hasta que decida que hacer. ¿Margaret me dejará quedarme?

—No lo sé. Todavía no ha salido de su habitación.—¡Santo cielo, George!—exclamó Alex —¿Te has fijado si

esta bien?—Tan joven y tan arrogante, muchacho. —Murmuró George,

—¿Crees que lloraría tanto por ti?—Yo lloraría tanto por ella.—Entonces quédate y soluciona el problema por el bien de los

dos!Alex suspiró. —No puedo, George. Tengo que instalar a este pequeño, y

luego resolver qué hacer.George gruñó, luego dirigió la mirada hacia el mal oliente

bulto en los brazos de Alex. —¿A quién tenemos aquí?

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—No estoy seguro. Déjame que lo limpie, luego necesitamos hablar. Están ocurriendo cosas muy extrañas.

George asintió y los guió hacia la casa. Alex subió el niño hasta el cuarto de William. Mantuvo el niño cerca de si y continuó meciéndolo hasta que una bañadera llegó a la habitación y fue cargada por baldes de agua. La comida llegó tan pronto como él último balde fue vaciado. Margaret entró justo después.

Alex no pudo evitar mirarla. Se veía tan mal como se sentía. —Nunca os di permiso para entrar a mi casa otra vez.—dijo

con la voz ronca.Alex estaba de pie junto a la bañera con el niño entre sus

brazos y apenas sabía por donde comenzar. Quería disculparse por haberla lastimado. Quería aferrarla a él y decirle que tan asustado estaba al pensar que nunca jamás podría volver a casa. Quería prometerle que se quedaría hasta que se asegurase que ella estaría segura. Haber visto de primera mano el resultado de la crueldad de Ralf lo había dejado con los nervios a flor de piel más de lo que se había imaginado.

Pero lo que el de verdad quería hacer era abrazarla y nunca dejarla ir. Nunca.

Desafortunadamente, era la única cosa que no podía hacer. Así que en cambio, se quedó parado ahí, inmóvil, sosteniendo a un pequeño niño que abrazaba su chaqueta con pequeñas manos. Todo lo que podía hacer era mirarla, mudo.

—¿Quien es este?—Margaret preguntó. Alex pasó saliva, fuerte. —El hijo de uno de tus sirvientes, supongo. Los caballeros de Brackwald mataron a sus padres.

—Santos misericordiosos. —ella suspiró. —¿Estáis seguro?—Bastante.—¿Y lo rescatasteis? ¿Sin una espada?El negó con la cabeza. —Lo estaban persiguiendo. Tan solo estaba en el lugar exacto

para cogerlo y esconderlo.Ella asintió con la cabeza.

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—Aquellos que viven en las fronteras les enseñan a los pequeños a correr cuando hay vista de peligro.¿ Sus padres aun viven?

—No miré. Si no lo estaban, no quería que su hijo los viera así. Si quieres enviar a alguien, les puedo decir a donde ir. ¿Quieres bañarlo?

Margaret se echó para atrás, como si le hubiera pedido que pusiera la mano en un nido de serpientes.

—No se nada de niños, —ella jadeó. —No lo puedo bañar.—Genial. —Alex susurró. Se arrodilló al lado de la tina y

probó el agua. Satisfecho, le quitó su abrigo al niño y sus sucias ropas, se remangó las mangas y puso al pequeño en el agua.

—Pensé que ibais a casa.Alex no pudo mirarla, casi no le salían las palabras. —Lo intenté, no pude.—Tal vez es que en verdad no queríais iros.Alex encontró sus ojos e hizo una mueca de dolor al ver la

pequeña luz de esperanza en sus ojos.—No me quiero ir, pero no me puedo quedar,—dijo

suavemente. —Debo ir a casa. Si puedo.La miró digerir eso, luego continuó mirándola mientras veía la

transformación llegar. Se puso rígida como una tabla y la luz se fue de sus ojos. Su cabello aun podría estar suelto, y su malla aun en su cuarto, pero Margaret la doncella acorazada, había vuelto. Todos los hombres son unos mentirosos. ¿Acaso no le había dicho eso cuando la conoció por primera vez? Así que no le había mentido abiertamente. El nunca le dijo que se quedaría.

Pero si que la había besado como si se fuera a quedar. Llegaba al mismo nivel de decepción. El suspiró. Y todo lo que había hecho para ganarse su confianza.

—El chico dormirá aquí. —anunció.—Muy amable de tu parte.Ella pausó. —Podéis quedaros y cuidar de el. Por el tiempo que queráis.

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—Claro. También bastante amable.—Lo estoy haciendo por el muchacho, por nadie más.Alex entendió el mensaje, fuerte y claro. —Lo sé. No te culpo por estar brava conmigo.—No malgastaría mi enojo con vos. —dijo calladamente y

luego se retiró.Ouch. Alex sabía que se merecía eso, pero dolía de igual

forma. Aunque fue mucho menos de lo que veía venir. Había sido un completo idiota. Jamás debió de haberse involucrado sentimentalmente con ella. Les hubiera ahorrado mucha tristeza.

Y también se hubiera perdido el beso francés de la historia..Alex miró al chico quien lo veía con los ojos bien abiertos y

con lagrimas en los ojos.—Es un demonio de mujer.El chico tan solo parpadeó.Alex sonrió. —Jamás conocí a alguien como ella, pequeño amigo, y he

conocido a mas mujeres de las que has visto tu. Y ese es el problema. A quien me puedo encontrar ahora que se le compare?

El chico no dijo nada.—Lo mismo pienso, —Alex estuvo de acuerdo. —La cosa es,

que no la puedo tener. Somos de mundos diferentes. Literalmente. —Le quitó el cabello de la cara. —De cualquier forma, mi trabajo aquí ya esta hecho. Estoy seguro que tan solo fue una casualidad que el aro no funcionara. Creo que el haber estado tanto tiempo aquí de seguro le ayudó a…

Alex se detuvo y miró al pequeño sentado en agua bastante sucia.

—A ti. —el terminó.Bueno, eso respondió unas cuantas cosas. Tal vez el rescatar a

este pequeño era la última de las cosas que tenía que hacer en la edad media. Alex sintió un cierto alivio. Eso tenía que ser. Había salvado a Margaret y ahora había salvado a uno de sus siervos. Whew.

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Alex sonrió. —Bueno amiguito, a ver te saco de esa bañera. Creo que es

hora de que tengas una pequeña siesta. Me quedaré por unos cuantos días y me aseguraré de que estés en buenas manos. Una buena noche de sueño ayudará. Las cosas serán mejores en la mañana. Mi mamá siempre decía que eso era cierto.—lavó al chico con agua limpia y luego lo secó con una toalla suave. —Creo que no tienes que ir al baño, así que solo te arroparé.—Buscó en el baúl de William hasta que encontró una túnica suave. Era inmensamente larga pero se le vía muy tierna al chico de cabello oscuro y ojos pálidos. Alex lo abrazó de nuevo. —¿Como es tu nombre, pequeño?

—Amery.Alex lo apartó sorprendido.—¿Amery?Amery puso su pulgar en la boca y comenzó a chupar.—Bueno, Amery, yo soy Alex. Un placer en conocerte. No te

preocupes por Meg. Ella cuidará de ti. —Lo recogió y lo llevó a la cama. El chico gritó cuando Alex lo depositó en la cama. Esto parecía ser más difícil de lo que Alex anticipó. Arropó a Amery, luego se sentó hasta que el pequeño se quedó dormido.

Luego se recostó en su silla y cerró sus ojos.Que infierno de día.Tenía el presentimiento que los próximos días no iban a ser

mejores.

Dos días después continuaba en el mismo lugar, mirando al pequeño niño que dormía en su cama. Sentimientos paternales surgían en el, ya era hora de que sentara cabeza y comenzara una familia. Tal vez si se concentraba en ese pensamiento mientras estaba en el aro de hadas, volvería a casa esta vez. Si, tan solo se apuraría y se pondría a la búsqueda de una esposa.

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Aplicadamente ignoró el hecho de que la elección perfecta estaba durmiendo a unas puertas de distancia.

Caminó por el corredor hasta llegar a Margaret.Literalmente. La alcanzó para sostenerla y se topó con malla.

Alex encontró sus ojos y gruñó silenciosamente. ¿A quien podría encontrar en el siglo veinte que pudiera llegarle a los talones?

Quitó la mano de repente. —Poned mas atención a donde vais.—dijo cortantemente.—Margaret, debo irme.—Entonces iros.¿No te importa? Estuvo en la punta de su lengua, pero no lo

dijo. ¿Que diferencia hacía? No podía quedarse y no la podía llevar consigo. ¿Era esto la sobra de una pobre decisión de carrera?

—Desearía poder quedarme…—No podéis sostener una espada, —ella dijo. —¿De que me

servís?De que servía convencerla de que él en verdad podía sostener

una espada y de que había aprendido su técnica de uno de los lairds escoceses más brutales del siglo catorce. Tan solo asintió.

—Tienes razón. Y de todas formas, me tengo que ir.—Entonces iros, —dijo ella, apuntando a la escalera. —Y

daros prisa.El quería besarla. Lo hubiera hecho si no hubiera tenido su

cuchillo a mitad de camino fuera de su vaina. Así que en vez de eso, le dio una mirada que esperaba le dijera todo lo que el no había podido decir, luego se volteo y bajó las escaleras.

George estaba de pie cerca de la puerta.—¿Os vas de nuevo?—Creo que tal vez funcione esta vez, —Alex dijo, esperando

que sonara mas seguro de lo que se sentía.—Me hubiera gustado escuchar la historia completa.—Confía en mí. No la querrías.Y con eso, Alex cerró detrás suyo la puerta del gran salón.

Recogió a Beast en los establos y se dirigió al puente levadizo

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cuando comenzaba a salir el sol. Estaba cansado. Hasta estaba demasiado cansado para disfrutar los pensamientos de romperle el cuello a Jaime, lo cual sería la primera cosa que haría al llegar a casa. Lo mínimo que podía hacer su cuñado, era haberle una advertencia en el mapa. ADVERTENCIA: Viajar en el tiempo hacia la Inglaterra medieval tan solo lleva a un horrible rompimiento del corazón. Continúe bajo su propia responsabilidad.

Alex llevó su caballo hacia el oeste y trató de pensar en casa.Todo lo que podía pensar era en Margaret.

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Capítulo 10

Margaret estaba de pie en las almenas. Era el lugar donde venía cuando necesitaba pensar. Mirar toda su tierra le daba mucha perspectiva necesaria cuando los eventos en su vida parecían muy sobrecogedores. Esta noche, de pie en el muro no le daban mucho alivio. No podía estar ahí y no recordar la forma en que Alex la había besado allí. Dormida o despierta, el tocar de sus labios estaba pegado en ella.

Por lo menos ya se había ido por fin. Lo había visto irse desde donde estaba. Ella no quería que se fuera, pero se había obligado a si misma. Verlo partir sería la única cosa que la convencería de que había hecho su elección final.

Y esa elección final no era ella.—Tonto.—ella susurró.Se volteó y caminó el perímetro del muro este. Miró todo a su

alrededor, mirando pequeños fuegos allí y allá. El martillo del herrero ya no se escuchaba. Sus hombres ya no entrenaban en las almenas exteriores. Era verdad, ya era hora de detener el trabajo, pero el torreón parecía medio desierto.

Había perdido tres de sus hermanos con una misiva enviada del escriba del rey, aun así no había dolido tanto. Había sepultado a su hermano mayor, luego a su padre unos meses después, y no se había sentido tan sola. Había sabido cual era su tarea y lo que tenía que hacer para verla completada. Nunca jamás se había dado el lujo de sentarse y pensar como hubiera sido su vida si no se hubiera convertido en la señora de Falconberg.

Alex es el único culpable por mostrarle como podía ser la vida. Y de culparlo habría. Si jamás hubiera venido, jamás hubiera bajado su guardia. Jamás se hubiera sentado al lado de un hombre para hablar de nada importante en realidad. Nunca hubiera sabido lo que se siente que la mire un hombre y tan solo vea a la Margaret que era.

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Santo cielo, como deseaba que nunca lo hubiera besado! Su boca jamás olvidaría como se sentían sus labios en los de el.

—¿Mi señora?Margaret se volteó para ver a su paje Timothy parado de forma

indecisa al lado suyo.—¿Si, muchacho?—El pequeño grita por Lord Alex. Me enviaron a buscaros.—Santos, ¿que se yo de niños?—Margaret preguntó.El joven Timothy tan solo levantó los hombros, viéndose tan

indefenso como ella.—Muy bien,—dijo con un profundo suspiro. —Haré lo que

pueda.Que fue en realidad muy poco. El chico, Amery, del cual se

enteró su nombre, quería a Alex, y no había forma de convencerlo de que no podía tener lo que pedía. Margaret trató de hacerlo entrar en razón, pero palabras cayeron en oídos sordos. Parecía incapaz de quedarse quieto y escucharla. El chico gritaba y lloraba, se comportaba de manera horrible. Margaret no estaba sorprendida. Alex había arruinado su vida. Parecía que le había dejado un regalo que habría de dañarle sus oídos muy pronto.

—¡Santos!—exclamó, después de haber escuchado al chico gritar por horas.—No puedo creer este es uno de mi pueblo! De seguro aquí no se le crían a los niños a ser tan insoportables!

—En realidad, —dijo George, desde la puerta y protegiendo sus oídos con sus manos. —Es uno de los campesinos de Brackwald.

—Eso no me sorprende, —Margaret gruñó. Luego lanzó de repente su mirada al capitán. —¿Que queréis decir con eso?

—Los campesinos asesinados era suyos, no de nosotros.—Pensé que Brackwald había atacado a nuestra gente.—No. Se atacó a si mismo, utilizando vuestros colores.—El muy maldito, —Margaret dijo. —Por todos los santos, el

maldito no parará a ningún costo.Miró a Amery, quien, gracias a Dios, había dejado de llorar.

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La estaba mirando con la cabeza levantada, como si esperara que lo enviara de vuelta a Brackwald.

—¿Me entiendes?—ella le preguntó. No tenía ni idea de la inteligencia que poseía este chico. Parecía que no conociera más que —Aweks—y —Whaaaaa—

En respuesta, el chico abrió los brazos como si esperara que lo levantase.

Margaret frunció el ceño. —No tengo tiempo de levantarte, Amery. Os quedaréis aquí,

pero os comportaréis sin que yo os cuide.—removió el dedo índice para hacer mas énfasis. Para su horror, el chico cogió su dedo y lo utilizó para poder llegar a su regazo. —Espera, por los santos, —ella balbuceó.

El chico se acomodó en su regazo, le tomó una trenza, se metió el dedo gordo en la boca y la miró.

Margaret miró a George para pedirle ayuda. Tan solo levantó sus brazos y retrocedió hacia fuera.

—¡Esperad!—ella gritó.—¡Ayudadme!El corredor, de forma bastante conveniente quedó vacío.

Margaret juró que cabezas rodarían una vez se viera libre de este aprieto.

Amery se le acurrucó aun más. Margaret se recostó en su silla y puso su brazo alrededor de la espalda del chico. No había sentido en no darle algo en que apoyarse. Por lo que sabía, si no lo hacía se caería al piso, y luego tendría que aguantarse mas alaridos. Si, no había sentido en no asegurar sus pies a la vez. Con ambas manos a su alrededor, el de seguro no se caería. Se asintió a si misma y recostó su cabeza contra la silla.

Santos, que día. En realidad esperaba que fuera el último así por toda su vida. La última cosa que quería era bajar su guardia para que pensamientos sobre Alex volvieran a su cabeza.

De alguna forma, igual llegaban. ¿Que tanto la podría dañar soñar con el una última vez? Unos últimos pensamientos, luego lo sacaría de su cabeza para siempre.

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Se quedó dormida con lágrimas cayendo de sus ojos.

Alex se levantó tieso y adolorido. Miró hacia el cielo. Nada de aviones sobrevolando su cabeza. Claro que Jamie vivía tan en el norte que un avión era raro. Y el estado era tan grande, que podrías caminar por días y no escuchar un carro.

Ninguna de esas cosas hacía sentir mejor a Alex, aun más por que tenía el presentimiento de que aun no estaba en la tierra de Jamie.

Se sentó temblando. En donde estuviera, obviamente era todavía febrero por que había un poco de hielo en las hojas que había utilizado para cubrirse la noche anterior. Maldición de todas formas, cual era el punto? Había pasado toda la noche en ese maldito Circulo de las hadas, con una grande migraña, tratando de volver a casa.

Obviamente no estaba funcionando.Comenzó a preocuparse al rededor de las 3 de la mañana. Un

explorador águila aun podía saber la hora según las estrellas medievales. Eran como a las 4 de la mañana, que se dio cuenta que no iba a ningún lado. Entonces intentó dormir, esperando soñar sobre su hogar. Tampoco pareció funcionar.

Alex dejó caer su rostro en sus manos y gruñó. Estaba atascado. No había otra conclusión para esto.

Había intentado cada pizca de lógica de abogado para solucionar este dilema. Había considerado la posición del sol, el tiempo, los deseos más profundos de su corazón. Hasta había contemplado su propio pasado turbio, la restitución que había tratado de hacer, el cambio de corazón que había tenido. Le había echado cabeza a las experiencias de Elizabeth con el bosque de Jamie, de como no se había querido ir la primera vez. De como había viajado con Jamie hacia delante en el tiempo tan solo por que

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habían querido permanecer juntos. Alex había examinado su propio corazón.

Y había hecho todo lo posible por ignorar el efecto que había causado Margaret de Falconberg en el.

No funcionaría. No podía funcionar. Arruinaría la historia si se quedaba. Ella necesitaba un hombre medieval. El desde luego que podía arreglar un automóvil moderno, pero eso exactamente no lo hacía capaz de ir arreglando cosas por ahí del castillo. ¿Pero que otra opción tenía?

Sacudió su cabeza fuertemente. No. No le permitiría a ese maldito círculo de las hadas que controlara su destino. Podía llegar a casa si en realidad se lo proponía.

El portón en el bosque de Jamie siempre estaba abierto. Lo había usado dos veces y no había tenido ningún problema. Volvería a funcionar si así lo quería.

¿Pero quería?Se movió hacia atrás para recostarse contra un árbol donde

podía examinar sus ropas con más comodidad. De la forma en que el lo veía, podía intentar viajar a Escocia, o quedarse donde estaba y arreglar las cosas con Margaret.

Nunca sabes cuando tendrás que ir a la Edad Media y rescatarme de demasiada cerveza y muchas mujeres.

Sus propias palabras le cayeron como agua fría. Palabras que le había dicho a Jamie después de haber escuchado la historia de viaje en el tiempo de su cuñado.

Solo había estado bromeando!¿Quería ser rescatado? Volver a que? ¿A su auto? ¿A su

cuenta bancaria? ¿Fiona MacAllister? ¡Como si ella hubiera sido una opción! Por lo que sabía, Zachary la había hecho creer que era un limpio, ciudadano limpio con prospectos. Lo único que lo esperaba en el siglo veintiuno eran cosas, cosas materiales que podía dejar atrás.

Aunque siempre estaba su familia, Alex sonrió tristemente. Extrañaría sus reuniones de navidad en Seattle con niños durmiendo

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en bolsas de dormir desde un extremo de la casa al otro. Extrañaría a sus hermanos y a Elizabeth. Extrañaría viajar a casa y sentarse en la cocina de sus padres y hablar con su madre sobre brownies y jugar basketball con su padre en la entrada. Sería difícil no contestar el teléfono y escuchar sus voces del otro lado de la línea.

Pero mucha gente aceptaba trabajos en tierras lejanas con un mal servicio de teléfono y horrible servicio de correo. Quedarse no sería bastante diferente de eso. Y por mucho que amase a su familia, ellos no podían reemplazar la oportunidad de tener su propia familia.

Con Margaret.Repasó en su cabeza lo que significaría quedarse. Habían las

cosas obvias, las de todos los días. Siempre le había gustado acampar. Podría hacerlo por el resto de su vida y probablemente satisfecho. Ese era el nivel de civilización al que se enfrentaba. Tenía unas habilidades médicas bastante rudimentarias, gracias a la insistencia de su padre. Estaba lleno de sentido común. Podría hacer unas cuantas mejoras al castillo de Margaret sin echar al agua el progreso de Inglaterra a la edad industrial.

Pero eso no haría que valiera la pena quedarse.Margaret era el premio.Alex frotó su rostro con sus manos. Como podía siquiera

contemplar irse de su lado? Como pudo en realidad imaginarse que pudo haberlo logrado? Hubiera pasado cada minuto de cada día del resto de su vida pateándose el trasero por haber sido tan cobarde de coger lo mejor que le había pasado en toda su vida. El siglo era irrelevante. Todo lo demás no importaba. No había nada en este siglo o cualquier otro que se le pudiera comparar.

¿Por que había sido tan estúpido y pensar lo contrario? Se levantó y se estiró. Iría de vuelta a Falconberg y arreglaría lo que había roto.

Margaret estaría furiosa con el, pero el le demostraría que valía la pena. Talvez no le serviría para nada como guerrero, pero desde luego podía darle concejos de cirujano sobre control de gérmenes. Tal vez podría ayudar en la cocina. Tal vez podría casarse con ella y

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ser su cónyuge barón.Se enderezó con la silla de montar en sus manos. ¿Podría

casarse con ella? ¿O el rey se reiría de la idea y se la daría a Edward de cualquier modo?

—Cuando se congele el infierno.—murmuró al poner la silla encima de Beast. Se arrastraría como un tapete si había de convencer a Ricardo de que sería un buen marido. Si, había varias cosas que haría antes de dejar que Edward pusiera sus patas en su futura esposa.

Asumiendo, desde luego, que pudiera detenerla el tiempo suficiente de que lo decapitara para poder convencerla de que se casara con el. Quien sabe, y volvería a desearlo de nuevo. Él sonrió, sintiéndose mejor de lo que se había sentido hace unas horas. Su destino estaba de nuevo en sus manos.

El hizo desde luego, evadir el pensamiento que más le atemorizaba: El viviría y moriría en la Inglaterra medieval y nadie se enteraría.

Alex se montó de nuevo en la silla y se dirigió al salón de Margaret. Tal vez pudiera lograr entrar a alguno de esos libros de historia. Al menos su hermana se encontraría con el mientras hacía alguna investigación. Su familia sabría que había estado bien y feliz. No podía pedir más que eso.

Su buen humor duró hasta que pudo ver a Falconberg desde la distancia, luego su coraje comenzó a irse. Su llegada ya estaba destinada a ser un momento bastante humillante.

Margaret tiraría la toalla, probablemente después de que le sugiriera vivir en el calabozo. Pensó que Margaret la podía manejar. Era George el que lo ponía nervioso. Tenía el presentimiento que esta vez se saldría con la suya. Sir George de Cork tendría la historia completa, o si no, Alex sabía que probablemente se volvería bastante amigo del carcelero del calabozo. Maldito Circulo de las Hadas. Le había causado bastantes angustias.

Llegó bastante rápido al castillo para su consuelo. El puente

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levadizo estaba en la mitad, pero bajó cuando se acercó. Bueno, hasta ahora, todo bien. Los guardias lo saludaron al entrar. Los hombres entrenaban en las listas en vez de capturarlo. Esa era una buena señal. George estaba en la puerta que daba paso al gran salón. Alex se bajó del caballo y un joven inmediatamente apareció para tomar las riendas. Alex miró a George y le sonrió débilmente.

—Buenas,—dijo, tratando de sonar casual.George, lentamente y bastante deliberadamente comenzó a

cruzar los brazos sobre su pecho. Alex ya había visto esa movida en su propio padre. George ahora si hablaba en serio esta vez.

—Mi señor,—dijo lentamente,—Espero que lleguéis a alguna decisión y la llevéis a cabo! Este es un bastante mal hábito que habéis comenzado.

Alex suspiró. —Esta vez si me quedaré, George.—Creo, que esta vez me diréis toda la historia, —George

afirmó.—Creo…—La historia completa esta vez, mi señor.—Talvez debería hablar primero con Margaret, se lo debo. —

La mirada de George se ensombreció. —El sol no se pondrá el día de hoy donde no me deis lo que os pido.

—Si, señor.George gruñó. —El pequeño Amery estará contento de veros. Estaba mas

que enfadado por veros marchar.—Bueno, no creo que deba involu... —cerró su boca

abruptamente al ver la Mirada en la cara de George. —Estaré feliz de ver a ese pequeño demonio. ¿Donde esta?

—Una de las muchas de la cocinera ha estado cuidando de el. Una joven chica con una infinita energía.

Alex sonrió. —Apuesto a que si. —No alcanzó si no a terminar de decir

eso que escuchó un grito de alegría bastante agudo de un niño. Se

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volteo y vio al pequeño Amery rodando por las murallas interiores tan rápido como sus pequeñas piernas se lo permitían, seguido por una niña de cómo unos doce años que se veía completamente exhausta. Alex levantó al pequeño y hizo una cara de dolor al ver el abrazo tan apretado que le dio Amery.

—Aweks, Aweks, Aweks!—Alex gritó y gritó.Era suficiente ponerle los ojos a un hombre mayor aguados.

Alex escondió su rostro en el recién lavado cabello de Amery y respiró profundamente. Esto era una buena señal. Vivir en la edad media sería algo bueno. Podía adoptar a Amery.

¿Y por que no? No dañaría la línea de tiempo. Si Alex no hubiera estado allí para rescatarlo, Amery hubiera muerto. Podía adoptar al chico, casarse con Margaret y vivir feliz para siempre.

Bueno, se preocuparía por esto mas tarde. Ahora atenía que preocuparse por convencer a Margaret de dejarlo quedar. Y tenía que convencerse a si mismo de que la mejor idea era mantener sus manos y boca para el solo era la mejor opción antes de demostrarle que podía volver a confiar en el.

—¿Donde esta Margaret?—Alex le preguntó a George, frotando la espalda de Amery.

—Arreglando unos problemas.La mano de Alex se congeló por voluntad propia. —¿Ella sola?—No. Se llevó unos cuantos muchachos.—Dios santo, por que no la detuviste?Una de las cejas de George se levantó. —Mirad nada más la preocupación que mostráis, mi señor.—Mira, nunca dije que no me importara. Tan solo dije que no

me podía quedar y casarme con ella.—Y aquí estáis.Alex gruñó frustrado. —¡La podrían matar!—Ella es muy buena cuidando de si misma.—Bueno, yo no creo que este muy bien por estos días, —Alex

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murmuró. —¿Tienes alguna idea a donde ha ido?—Si. Ha ido a patrullar las fronteras. No se ha ido por bastante

tiempo. La encontraremos.—El asintió a los hombres que estaban montando cerca de los establos. —Pensé que quisierais ir a mirar, así que mandé a preparar a los muchachos una vez que os vimos regresar a casa.

Alex miró a la joven chica que estaba parada cerca, si que se le notaba que le vendría bien una siesta.

—¿Cual es tu nombre?—Frances, mi señor. —dijo—Estas de nuevo con tu asignación, Frances. Amery, tengo

que irme, pero te prometo que volveré. —No sabía cuanto inglés entendía, Alex no podría decirlo, pero era de seguro que si entendía el tono de la voz de Alex por que comenzó a aullar. Alex besó a amery en el cachete, luego logró salirse con dificultad del agarre de Amery. Frances tomó la carga que gritaba; afortunadamente parecía ser más fuerte de lo que parecía. Alex montó su caballo.

—Volveré,—dijo, ceca de ser un grito para que pudiera ser entendido por sobre los gritos de Amery. —¡Amery, regresaré!

Bueno, para mucho que servía la lógica. Alex volteó a Beast hacia el portón y lo instó hacia delante. Lo más pronto que Alex se asegurara de que Margaret no estaba loca, mas le gustaría.

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Capitulo 11

Era un día perfecto para cometer sucias hazañas. No solo estaba haciendo el frío mismo del infierno, sino que también estaba lloviznando. Alex no había cabalgado ni siquiera una milla antes de que sus jeans estuvieran empapados y su cabello pegado a su cabeza. Su chaqueta de cuero daba cierta protección, pero que no hubiera dado por un buen vehículo de cuatro ruedas, un buen calentador y un limpiaparabrisas que funcionara. Beast estaba todo menos contento con el tiempo y no estaba para nada apenado en hacérselo saber a Alex. Él tenía sus manos ocupadas tratando de controlar el poderoso caballo castrado. Justo cuando Alex pensaba que no podía estar más incomodo, un viento se levantó del norte. Las brisas árticas lo dejaron sintiendo como si no estuviera vistiendo nada en absoluto. Añoró una ducha caliente como jamás había añorado algo en toda su vida.

Poco después ellos fueron recibidos por el sonido de risas estridentes y bromas vulgares.

Alex le dio una mirada a George. —Maravilloso.—No tenéis una espada, milord...—No necesitaré una, —Alex dijo a la vez que corría alrededor

de un grupo de chozas malhechas. Se agachó al ver un hombre alzar una ballesta y apuntar hacia él. El caballero de Margaret que estaba detrás de él gritó de dolor. Alex se hubiera devuelto para ofrecerle ayuda, pero estaba muy preocupado con el horror que se encontraba frente a él.

Los seis caballeros de Margaret estaban muertos, junto con una docena de campesinos. Había sangre por doquier; en los edificios, filtrándose en el fango, en armas desechadas. Tan horrible como eso era, eso no fue lo que lo llevó a un miedo casi estúpido.

Margaret se encontraba tratando de alejar media docena de

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hombres mientras otra media docena la miraba y reían ruidosamente, gritándole sugerencias de cómo defenderse.

Flechas comenzaron a volar, y el único pensamiento de Alex era de tirarse al piso y llevarse a Margaret consigo. Si tan solo pudiera llegar hasta ella, pensó que tal vez podría sacarla de allí.

—¡Margaret!Ella se volteo para mirarlo. El grito de advertencia murió en su

garganta. El mas fornido y feo de los caballeros de Brackwald la agarró por detrás y por la cintura poniendo su espada en su garganta.

Los sonidos de la batalla rugieron a su alrededor, pero todo lo que Alex podía hacer era mirar fijamente a Margaret sostenida prisionera por el hombre gigante y saber que él era parte de la razón por la que ella se encontraba allí.

—¡Demonios!—exclamó, sus ojos fijos con los de ella. —¡George!—gritó.

—¿Si?—George respondió. —¡Necesito ayuda!—En el momento estoy un poco ocupado,—George dijo

firmemente. —Encargaos por vuestra propia cuenta, ¿quieres? Salvaré a uno de estos para interrogarlo. Malditos hijos de perra, ¿quien quiere vivir?

Alex pasó saliva y volvió a mirar al soldado de Brackwald. El hombre presionó más firmemente su espada a la garganta de Margaret y sonrió.

—Parece que tengo algo que queréis, —dijo, escupiéndole una gran bola de moco.

Alex ni se estremeció cuando le cayó en su cuello. —La dejaría ir si fueras tu, —le advirtió.Dios santo, hasta diciéndolo sonaba estúpido. Como si tuviera

algo con que reforzar su advertencia! Una batalla de grandes dimensiones estallaba a su alrededor, y lo único que podía hacer era estar de pie allí, sin armas, y tratar de razonar con un hombre que exactamente no irradiaba inteligencia excesiva. Si no hacía un poco de buena conversación, Margaret moriría y el sería el responsable. La más mínima vuelta de la espada y su garganta estaría cortada.

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Estaba tan quieta como una estatua. No estaba llorando o pidiendo clemencia. Por lo que su expresión revelaba, ella hubiera podido estar revisando las listas, revisando a sus hombres.

Entonces otra vez, estaba la mirada en sus ojos. Él se aduló pensado que ella se veía un poco mas aliviada de verlo allí. Pero no se necesitaba un neurocirujano para darse cuenta de que aunque podía estar algo feliz por ver una cara conocida, estaba convencida de que él no podía hacer una maldita cosa para salvarla.

Le tomó casi medio segundo para decidirse. Podría tomarse su tiempo y esperar que George y los seis caballeros que habían traído consigo pudieran acabar con los hombres de Brackwald, y luego tener la energía suficiente para ocuparse del captor de Margaret. O él mismo podría encargarse del captor lo que significará romper el juramento hecho a si mismo de no nunca mas volver a hacerle daño a un ser humano.

Su juramento, o la vida de Margaret.Era demasiado fácil hacer la decisión.Se quitó su chaqueta de cuero y miró al hombre—Lucha conmigo por ella.Margaret cerró sus ojos y se estremeció.—Hey, —Alex dijo irritado, —Puedo hacerlo.Margaret abrió sus ojos y lo miró. No dijo nada en voz alta,

pero sus ojos dijeron en realidad lo espero. Alex le frunció el ceño, luego volvió a poner atención al hombre que la tenía prisionera. Él ignoró el miedo estúpido que hacía que sus piernas y brazos parecieran que se iban a dormir.

—Creo que me la quedaré, —el hombre dijo, aún sonriendo. Le dio a Margaret un apretón.

—Por que no mejor me llevas a mi, —ofreció Alex. —Valgo más de lo que ella vale.

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El hombre escupió de nuevo. —¿Quien sois vos?—Alexander de Seattle, amigo del rey, querido de Lord

Brackwald. Si de lo que estas detrás es oro, yo soy tu hombre. Te traeré más de lo que ella hará.

—¿Cuanto?—el hombre preguntó interesadamente.—Mas que ella. Te lo aseguro.De la esquina de su ojo vio como los dedos de la mano

derecha de Margaret sacando algo de su manga. Probablemente un cuchillo. Bueno, en lo que a ella le tomaría mover su cuerpo y agarrar las joyas de la familia de su captor, su captor arrastraría su espada por su garganta. Si alguien tan solo moviera la punta de la espada adelante para que Margaret pudiera zafarse. No, para eso se necesitaría más suerte de la que alguno en el grupo tuviera en el momento. Alex sabía que dependía de él buscar una solución.

—Desde luego, tan solo seré de valor para el hombre que pueda vencerme. —Él encogió los hombres. —Supongo que ese hombre no serás tú.

La descuidada reacción del caballero fue tan rápida, que Alex si acaso tuvo tiempo de reaccionar. Margaret afortunadamente era más ingeniosa y rápida de lo que él era, y logró esquivar la espada del hombre a la vez que éste la tiraba lejos.

Entonces, Alex se dio cuenta que tenía mas problemas vitales con que lidiar—tales como un caballero medieval cubierto en armadura, blandiendo una espada y planeando tenerlo como postre. Y ahí estaba él parado en jeans, una camisa de dril, y botas para escalar. Ninguna espada, tan solo su ingenio y su bella apariencia.

Que Dios lo ayude.—¿Una espada?—con esperanza Alex preguntó.—¿Podéis manipular una?—El gigante sonriente, a la vez

hombre preguntó.Alex estudió el terreno circundante con tanta visión periférica

de la que podía prescindir. —Tal vez, —Dijo lentamente, —Si puedo adivinar de que

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lado debo tomarla...—El caballero de Brackwald atacó. Alex lo esquivó y rodó. Se encontró con una espada en sus manos. La empuñadura estaba resbalosa por la sangre de alguien mas; Alex estaba agradecido que no fuera la suya. Aún.

Ya había pasado un tiempo desde que alguien intentara matarlo, y de inmediato se dio cuenta de como estaba fuera de practica. Bloquear ataques mientras uno se ejercitaba no era la misma cosa que cuando uno peleaba por su vida, incluso si su compañero de contienda era James MacLeod.

Se estremeció la primera vez que la punta de la espada del hombre le pasó por su hombro. Su camisa inmediatamente fue saturada por el calor. Genial. Todo lo que necesitaba ahora era un cuerpo cubierto de heridas cosidas por un curandero medieval. Otra cortada en su antebrazo fue todo lo que se necesitó para decidir que ya había sido suficiente. Demonios, estaba fuera de forma. Y no estaba protegido. Que no habría dado por una buena camisa de malla. Aunque había peleado medio desnudo contra miembros de clanes medievales, también sus días de piratería habían estado recientes y varias semanas de clases con Macleod sobre pelea con la espada.

—Debí prestar mas atención en clase, —murmuró a la vez que se apartaba de la espada que apuntaba a su pecho.

No se volteó lo suficientemente rápido. Había escapado al golpe de derecha del hombre, pero el golpe de izquierda estaba allí antes de lo que había anticipado. Él sostuvo lejos el filo de la espada con su propia espada que había tomado prestada, pero sus codos se arqueaban en formas que no estaban diseñados para hacer. Alex sintió frío, un temor tan grande que jamás había experimentado en su vida.

Voy a morir en la medieval Inglaterra. Su mente le gritaba que buscara una forma de escapar, pero él sabía que no había ninguna. Otros segundos más y sus brazos cederían paso y esa espada vendría rasgándose por su lado. El hombre que lo atacaba estaba sonriendo como loco. Y entonces, muy de repente, una

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mirada de asombro apareció en el rostro del hombreLa presión contra la espada de Alex disminuyó y el hombre

comenzó a inclinarse a un lado. Siguió inclinándose hasta que tocó el piso. Alex miró al suelo con asombro. Un cuchillo sobresalía de su espalda.

Margaret no perdió el tiempo con bromas. Ella tiró de su cuchillo liberándolo de la espalda del hombre, luego agarró a Alex y lo hizo girar.

—Espalda con espalda, —ella gritó. —Haz lo mejor que puedas.

—¿Lo mejor que pueda?—Alex balbuceo. —El no me tenía. Estaba apunto de...

El codo de Margaret chocó con su riñón y Alex cerró su boca abruptamente. Él sostuvo su espalda, agradecido de que aún estuviera con vida para hacerlo y miró a su alrededor para buscar más enemigos.

Pero la batalla había terminado. George estaba poniendo un par de caballeros amarrados de Brackwald en caballos.

—Heridos primero, sepultar de último, —Margaret dijo apartándose, Alex casi pierde su equilibrio. Margaret lo volteó y puso su mano en su hombro. Al retirar su mano sus dejos estaban ensangrentados. Alex comenzó a levantar su manga, pero ella lo detuvo. Entonces cortó ambas mangas y las amarró en la peor de sus heridas. Alex puso su mano en el brazo de ella.

—Gracias.Ella se apartó.Alex la agarró por el brazo y trató de traerla ante si. Ella se

volteó y aquella mirada que le dio por poco lo hace querer arrodillarse, era tan fría. Como si el no significara nada para ella.

Y fue ahí cuando se dio cuenta de cuanto exactamente ella significaba para él.

¿Porque había intentado volver a casa? Se había estado engañando a si mismo. Jamás en todos sus días había conocido a una mujer como Margaret de Falconberg. Él habría pasado el resto

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del siglo veinte y una buena parte del veintiuno buscando a alguien como ella y él jamás habría estado satisfecho.

Y ahora el había escogido quedarse en la medieval Inglaterra con esta mujer.

Que no podía soportar siquiera verlo.Bueno este era el primer obstáculo a superar. Talvez si pudiera

poner sus brazos alrededor de ella el tiempo suficiente, ella podría perdonarlo por haberla abandonado. Y mientras el la tuviera en sus brazos, él le diría todos aquellos detalles que había dejado de lado y talvez eso ablandaría si corazón. Y una vez que lo perdonara, pensaría seriamente en como tener un futuro con ella. Por que él sabía demasiadamente bien que no podía imaginarse un futuro sin ella.

Bueno no había nada como el presente para empezar.—Creo que voy a desmayarme, —dijo, poniendo su mano en

la frente. Si a Scarlett O’Hara le funcionaba, podría funcionarle a él también.

—Por todos los santos, —Margaret musitó.Alex se desmayó.Sus brazos estaban alrededor de él. Esto era una buena señal.—¿Teníais que tener tan débiles rodillas como de mujer?—

Ella reclamó.Alex apretó sus dientes. Se mordió la lengua en el proceso.

Ella tenía sus manos alrededor de él, y bueno, no le importaba como esto fuera llevado a cabo.

—Llévame a casa, —dijo débilmente. —Pero no olvides mi abrigo.

Margaret maldijo, pero al mismo tiempo se agachó y recogió su abrigo. Ella jaló su brazo y lo puso en sus hombros y lo agarró firmemente por la cintura. Ella estaba refunfuñando, parecía muy molesta, pero a la vez lo estaba sosteniendo. Alex allí mismo juró que volvería a las filas tan pronto como dejara de sangrar. Ya había roto su promesa de no volver en su vida a levantar una espada. Ya no había sentido en seguir todo el camino.

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Margaret lo guió hasta Beast. —¿Podéis montar?—No sin ayuda. —Él la miró y trató de verse débil. No era un

gran esfuerzo. De hecho, estaba comenzando a sentirse un poco mareado.

—Ah, ¡Pero si que eres un pedazo de inútil equipaje!—a la vez que sostuvo su estribo.

Alex se las arregló para levantar su pie y Margaret lo empujó encima de la silla de montar. Ella se balanceó para montar y se puso detrás de él sin ningún esfuerzo. Puso sus brazos alrededor de él y tomó las riendas.

Alex cerró sus ojos. Muy bien, llegar hasta aquí si que había sido humillante. El fin siempre justifica los medios.

—¡Alex!Él se levantó de repente y se dio cuenta que casi se caía de su

caballo.—Debemos apresurarnos, —dijo golpeando a Beast para que

galopara. —Quedaos en la silla, ¿quieres?—Creo que tendrás que sostenerme en...Ella maldijo frustradamente.Cada yarda era una agonía y para cuando ya habían

alcanzado el castillo, a Alex no le importaba si los brazos de Margaret estaban o no estaban alrededor suyo. Lo que él quería en realidad era una inyección de Demerol y una suave cama.

Margaret lo ayudó a subir las escaleras. Alex no estaba seguro de cómo lo había logrado pero ella era obviamente más fuerte de lo que parecía. La neblina en su cabeza se disipó lo suficiente para encontrarse siendo echado, podía decirse que algo gentilmente considerando todas las cosas, en una silla. Él inclinó su cabeza hacia atrás y vio a Margaret tirar su chaqueta en la cama luego inclinarse y quitarse su cota de malla. La manga de su camisa de algodón estaba manchada de sangre.

—Estas herida,—dijo, luchando para poder sentarse derecho. —Déjame ver eso.

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—¡¿Y que sabéis vos de curaciones?!—Mi padre es un curandero. Aprendí mucho de él.Ella lo miró con una mirada que podría haber congelado a una

piedra. —Y cual es la mentira. Como vuestro padre se gana su pan, ¿o

vuestras niñerías? Ambas no pueden ser ciertas.Bueno, no era su día.—En Seattle un curandero es un hombre muy importante y por

lo general muy rico.—Él la miró osadamente. —Y es la verdad.—¿Y vuestra exigencia para caballería?—Nunca he exigido nada. Tan solo parecía mejor dejar que

las personas asumieran lo que quisieran.Con la mirada que le dio hubiera podido marchitar un campo

entero.—Muy bien,—dijo con un suspiro. —Mentí.Ella frunció los labios. —Debí de haberlo sabido.—Mira,—Dijo tratando de levantarse, —prometo decirte toda

la verdad y cualquier otra cosa que quieras saber tan pronto como nos cosan las heridas.—Él se encontró de repente de vuelta a la silla gracias a la mano de ella en la mitad de su pecho. —Al menos confía en mi en saber que hacer con esa herida.

—Esperaré a mi propio cirujano.—Dijo, apartándose de él.—Abran paso.—Una voz oxidada dijo autoritariamente desde

el vestíbulo. —He venido para curar.Margaret lo miró levantando las cejas. —Y entonces aparece. Un curandero de verdad.Un anciano asqueroso con un bolso lleno de sanguijuelas y un

montón de bolsitas que contenían Dios sabe que entró en la habitación como si él fuera el mismísimo Rey.

—Háganse todos a un lado,—dijo él, como si le hablara a un cuarto lleno de personas en ves de a tan solo dos.

—Estoy aquí para curar a Lady Margaret.—No lo creo.—Dijo Alex.

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—¿Y que sabría usted de esto?, Señor Caballero—el hombre preguntó, tosiendo y escupiendo baba por todas partes de la habitación. —No mucho, apostaría.—El hombre tomó su bolsa y sacó una delgada sanguijuela. —Su brazo, Lady Falconberg.

Margaret podría haber tenido los nervios de acero, pero las babosas obviamente la hicieron dar náuseas. Alex vio que se ponía varios tipos de verde antes de que su color se adaptara a un buen, blanco pálido. Ella se sentó sobre la cama de un golpe.

—Ah, mi buen hombre,—Alex dijo, desviando la atención del curandero, estas heridas son demasiado triviales para alguien de tan grandes habilidades. Estoy seguro de que abajo hay otros que lo necesitan más que nosotros.

El anciano lo miró con una mirada sangrienta. —¿Y quien os atenderá a ambos? Usted Señor Caballero,

parece no tener mucha sangre para compartir, pero probablemente un drenaje le vendría bien.

—Soy bueno con la aguja, —Alex dijo rápidamente. —Puedo encargarme de Lady Margaret.

El anciano lo miró con escepticismo. —¿Que sabe usted de curación?—Un poco,—Alex dijo. —y si tengo alguna pregunta esté

seguro de que enviaré por usted inmediatamente.—Si, Maestro Jacob,—dijo Margaret apenas. —Es tan solo un

rasguño lo que tengo, mis hombres vos necesitan más que yo.Maestro Jacob gruñó. —Muy bien, entonces vendré luego a sacaros un poco de

sangre.—Sobre mi cadáver,—Alex murmuró a la vez que el anciano

salía de la habitación. Miró a Margaret. —¿Puedes coser?—Preferiría que vos os desangraras hasta morir.—dijo ella de

manera cortante.Alex comenzó a decir algo pero se distrajo al ver el pequeño

cuerpo que entraba chillando a la habitación, y se tiraba sobre él tan rápido como sus pequeñas piernas le permitían. Alex levantó a

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Amery y lo sostuvo cerca de él. —Todo está bien, Amery,—dijo apaciguadamente. —¿Ves?

Meg y yo estamos bien. Un poco sucios, pero no heridos.Amery enterró su cara en el cuello sangriento de Alex y

sollozó. Alex lo sostuvo con un brazo y le hizo señas a Frances quien se encontraba de pie en la puerta.

—Necesito aguja, hilo y mucha agua caliente.—No sé coser bien.—Margaret murmuró.—Vas a aprender como,—dijo Alex. —Frances, mira a ver si

la cocinera tiene esas cosas, ¿quieres? Y un par de velas.—Volteó a mirar a Margaret. —Tan solo piensa en toda la diversión que tendrás causándome todo ese dolor. ¿Y tendrás por acaso alguna bebida fuerte?

Ella asintió. —En mi baúl.—Bien, te necesito fuerte y ebria antes de que empiece a

trabajar en tu brazo.Lo miró sospechosamente. —¿Por qué?—ella reclamó. Él la miró, había sangre y mugre en su rostro esparcidas por el

sudor seco. Alex estaba seguro de que jamás había visto alguna vez algo tan hermoso. Ela estaba relativamente sana, y desde luego viviría muchos años más para darle muchas penas. El sonrió.

—Porque no quiero que sientas dolor alguno,—dijo. —Ve y tráelo. Amery y yo estaremos aquí esperando por ti.

Ella abandonó la habitación sin ningún otro comentario. Alex puso sus dos brazos alrededor de Amery y lo abrazó gentilmente.

—Estoy bien, hijo,—Él susurró. —Amery, relájate.En segundos había llegado la cocinera y se estaba encargando

de que la habitación fuera preparada para que se realizaran actividades curativas. Alex se sentó y miró como las velas fueron encendidas y los cubos del agua fueron traídos para el lavado. Frances apareció momentáneamente, sus ojos grandes de miedo. Alex se dirigió a ella.

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—Lleva a Amery contigo, ¿quieres?—Amery, Frances va a llevarte abajo y te dará de comer. ¿Pan? ¿Mantequilla? ¿Mermelada?

Ninguna de esas cosas parecía impresionarlo, lo que significo que Amery gritó hasta no poder más cuando Frances se lo llevó. Alex le agitó su mano de modo tranquilizador, luego se apoyó hacia atrás contra la silla y solamente se concentró en respirar. Su camisa estaba hecha añicos, pero al menos había podido salvar su abrigo. Las cosas hubieran podido ser peor.

Margaret entró a la habitación cargando dos botellas de algo que Alex esperaba fuera posible tomar. Ella se había quitado su manga y había atado una venda alrededor de su brazo.

—Déjame ver,—dijo el, agitando su mano para que se acercara.

—No es nada.—Entonces no te importará que mire.Ella puso las botellas sobre la mesa junto a la aguja e hilo de la

cocinera, suspiró fuertemente, y luego soltó la venda de su brazo. Alex miró la cortada. No era profunda, pero seguramente una sala de emergencias le hubiera dado unos puntos.

—Como podéis ver,—Margaret dijo. —No es nada de lo que tengáis que preocuparte. Ahora podéis coseros vos mismo o ¿preferiréis que llame a Maestro Jacob?

—Quisiera que lo hicieras tu.—No se nada de cosas de curación.—Te enseñaré lo que necesites saber.—No deseo...—Por favor,—Él le pidió, sintiéndose muy mareado

repentinamente. —No confío en nadie más, Margaret. Tan solo has esta única cosa por mi.

Ella frunció el seño. —No veo por qué debería.—Por que quieres escuchar toda la verdad que tengo que

decirte, y no la conseguirás si me dejas al cuidado de esa sanguijuela. ¿Que te parece eso como lógica?

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Ella tomó la aguja. —Muy bien. ¿Que habrías hecho?Alex vio la aguja y puso mala cara al ver su grosor. Él ya

había tenido su buena parte de suturas, pero aquellas muy pequeñas, muy pequeñas agujas eran una vista mucho menos intimidante que aquel grueso pedazo de hierro que se encontraba mirando.

—Lávate las manos primero.—Dijo, apretando sus dientes a la vez que se sentaba y trataba de quitarse lo que quedaba de su camisa. —Luego, sostén la aguja en la llama de la vela. Quemará todos los gérmenes.

—¿Gérmenes?—Te explicaré todo luego, ¿si? Por favor hazlo.Por un momento pareció que no lo haría, hasta que él se retiró

uno de los torniquetes que él había hecho. Él descorchó una botella de las que ella había traído y vertió su contenido en su brazo.

—¡Yeouch!—él rugió. —Ouch, demonios,—dijo, soplando sobre su brazo lo mejor que podía. —¡Malditos sean todos los infiernos!

Soplar no había sido una buena idea, comenzó a ver estrellas.—Tan solo cose.—jadeó él. —Comienza en un punto y

termina en el otro. Haz lo mejor que puedas. Si no puedo soportarlo, ton solo riega lo que sea que hay en esa botella en las otras cortadas y cóselas también, ¿entendiste?

Ella estaba tan blanca como una sábana. Sus labios estaban exangües y comprimidos en una línea muy apretada, pero asintió a la vez.

Alex se recostó en la silla y trató de concentrarse en tan solo estar consciente.

En general, esto era una experiencia muy desagradable. Margaret no era una costurera, tampoco estaba bien dadas las circunstancias. Alex comenzó a preguntarse si ella pretendía coser todos sus huesos junto con todo lo demás. George apareció de la nada para sostener una vela sobre Alex y darle mas luz a Margaret y viera mejor, George dejó caer dos veces un poco de cera en el pecho

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desnudo de Alex, lo cual lo hizo estremecer y a Margaret soltar la aguja.

Él rezó para que la inconsciencia llegara, pero esta nunca vino.Para cuando Margaret había terminado, sus manos temblaban

incontrolablemente, Alex las tomó y las llevó a los labios.—Gracias,—murmuró. —Hiciste un buen trabajo.Lagrimas caían por su rostro. —No volváis a pedirme que lo haga de nuevo.—dijo ella,

sorbiendo los mocos fuertemente.—Mejor tú que Maestro Jacob. Por que no vas a acostarte, te

vendría bien un poco de sueño.—Vos sois el que necesita dormir,—Margaret dijo. —Y

comida, haré que os traigan un poco inmediatamente.Bueno, al menos no estaba planeando arrojarlo al calabozo.Alex recostó su cabeza en la silla y cerró sus ojos.Esto si que era una maldita fiesta de bienvenida.

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Capitulo 12

Margaret se despertó. Cada pedazo de su cuerpo le dolía. Ah, y bueno, había tenido un poco de fiebre. Y de una herida tan mínima. Ella sacudió su cabeza y su cuerpo dio nuevas protestas. Se había vuelto débil. No habría más de esto. Ella se levantaría, se vestiría, se armaría y volvería a lo mismo de siempre, hacer cosas. Sin importarle de que Alex moraba bajo su techo otra vez.

Asumiendo que no se hubiera marchado mientras dormía. Tiró sus cobijas y se bajó de la cama, aunque menos ágil de lo

que ella hubiera querido. Ella se lavó modestamente el rostro y luego se vistió. Para cuando había podido ponerse su cota de malla, estaba sudando profusamente. Se apresuró a un asiento de la habitación y se sentó jadeando. Por todos los santos, tendría que entrenar mas duro.

Una vez recuperado el aliento, se apresuró a atravesar la habitación y abrir la puerta. El chillido fue tan fuerte que se preguntó si lo podría haber omitido.

Un montón de terribles posibilidades atormentaron su pobre cerebro, sin siquiera haber puesto un pie en las escaleras. Quizás Baldric había optado por atacarse a si mismo en vez de la tapicería. O talvez algo le había pasado a Alex…

—Como si me importara,—dijo apretando los dientes. Margaret al bajar golpeó fuertemente los escalones y se deslizó hasta el gran salón. Llegó hasta un punto y su ánimo se ensombreció considerablemente. Sí, Alex estaba detrás de todo esto, desde luego. Los llantos venían de aquel pequeño Amery que él había traído a casa sin pensar en el futuro del niño o su bienestar.

Dicho niño se encontraba luchando con su niñera con sus diminutos puños y prodigiosos gemidos.

—Amery, Lord Alex está durmiendo,—dijo Frances, sonando como si su ingenio y su paciencia estuvieran llegando al límite.

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Margaret podría compadecerse. Entonces Frances se dio cuenta de que estaba allí y pareció como si la hubieran perdonado de la horca.

—Mira Amery, ¡Ahí está Lady Margaret!—Pero yo…—Margaret balbuceó.Ella estiró sus brazos para alejar a Frances sólo para encontrar

a un pequeño, bulto retorciéndose ante ella. Ella lo sostuvo lejos de ella y balbuceó de nuevo, pero sus protestas quedaron en el aire pues Frances ya se alejaba.

Margaret miró a Amery. Él la miró también. Calladamente. Bueno, al menos era un poco de progreso. Ella lo sostuvo firmemente de su pecho y se maravilló que una cosa tan pequeña pudiera producir tal volumen de ruido.

—Magwet, —él dijo, luego le sonrió.—Desde luego,—Margaret dijo totalmente perdida. —No

recuerdo haberos dado permiso de usar mi nombre, pequeño Amery.—Magwet, —volvió a decir y alargó sus flacos brazos hacia

ella. —Yinda Magwet.—Desde luego, —ella repitió.Bueno, no había ninguna razón para dejar al niño ahí colgando

incómodamente. Ella lo trajo cerca y lo colocó sobre su cadera cubierta por la malla como si hubiera estado haciéndolo toda su vida.

Amery la rodeó con uno de sus brazos y trajo su pesada trenza sobre su hombro, luego la agarró con una de sus pequeñas manos y le sonrió.

—Llindo pelo—uh, —anunció él. Luego sin decir nada más se metió su pulgar a la boca y se concentró en chupar la piel del hueso. Él alzo la vista y la suave piel alrededor de sus ojos se arrugó a la vez que le sonreía. Luego volvió a prestarle atención a su cabello que sostenía firmemente.

—Harump, —Margaret dijo, deshecha. Nunca pensó que un niño fuera tan inquieto. Ciertamente, eran dañinos para un hogar. Si no estaba llorando por Alex, estaba eludiendo a Frances y gritando

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tan solo por deporte. Duro para los oídos, en serio.Aún así, era otro hábito que el niño tenía de llegar a sus brazos

y agarrar su cabello que la dejaba desequilibrada. Quien hubiera dicho que el dulce toque inocente de un niño podía despertar en ella tan tiernas emociones en su pecho.

—Maldito Alex, —susurró Margaret. Si no era Alex tocando su cabello, era su pequeña sombra. ¿Como haría ella para mantener su postura al enfrentarse a este doble asalto?

El pulgar de Amery salió de su boca con un sonido de 'pop'.—Magwito Aweks, —él repitió alegremente.—Oh, no, —Margaret respiró. —No deberíais decir eso.—¿Magwito Aweks ahora?—Amery pregunto con esperanza.Que tal, Margaret estaba tan tentada a reír que por poco

sucumbió.Pero sólo porque Amery era un niño tan angelical y dulce. No

tenía nada que ver con Alex.—Su perdición no vendría lo suficientemente pronto como yo

quisiera, —ella le confesó. —¿Que dices si nos saltamos la comida y vamos a buscarlo?—Y podrás gritar tan fuerte en su oído que las criadas demorarán en raspar sus restos toda una semana.

Era un pensamiento tan placentero. Margaret por poco renunció al placer de una comida caliente. Desafortunadamente su estomago no estaba de acuerdo. Ver a Alex pegarse al techo tendría que esperar.

Después de una vigorosa comida con cereal y de limpiar la parte delantera de la gran túnica de Amery que parecía haber sido tomada del baúl de su hermano mayor, Margaret llevó a su pequeña carga a las habitaciones de descanso en el piso de arriba. El subir escaleras con un niño en brazos era un tedioso proceso, pero le dio tiempo de saborear el horrible despertar de Alex, entonces no culpó

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al pequeño Alex por su subida.Ella se detuvo al frente de la habitación de Alex y puso su

oído en la puerta. Ah, ningún ruido. Ella abrió la puerta y empujó a amery para que entrara.

—Una ruidosa llamada para que se despierte es lo mejor,—ella le sugirió a la vez que Amery corría en la habitación.

Ella jaló la puerta hasta casi cerrarla, lo suficientemente abierta para escuchar la sorpresa de Alex por su ruidoso despertar.

—¿Aweks? ¿Aweks?—Hubo una larga pausa, y luego un chillido. —¡Aweks!

El terror en la voz de Amery trajo a Margaret como si ella hubiera sido arrojada allí. Ella estuvo al lado de la cama instantáneamente y estiró su mano, esperando totalmente tocar algo frío.

Estaba hirviendo.—Oh, por todos los santos,—ella exclamó.Y Amery todavía estaba gritando el nombre de Alex.—¡Amery!—Margaret exclamó. —¡Haced silencio!—ella

retiró al niño de la cama y lo sostuvo junto a ella, volteando su cara para que la mirara. —El duerme, muchacho, nada más! Mira, ¿Vez como su cuerpo esta caliente?—Ella se arrodilló y dejó a Amery tocar la mano de Alex. —¿Vez? Ahora, quedaos aquí y sostén su mano. Voy a traer ayuda y pronto estará despierto.

Eso esperaba.Ella corrió a la puerta. —¡George!—gritó. —¡Cocinera! ¡Ayudadme!Un grupo de gente comenzó a amontonarse dentro de la

habitación. Ella sacó a todos menos a la cocinera y a George. La cocinera no era una curandera, pero era una vista mucho mejor que Maestro Jacob. Margaret jamás había creído en esas cosas de sacar sangre y tampoco de poner sanguijuelas cada vez que fuera posible. Ella se puso atrás de la cocinera, retorciendo sus manos a la vez que su criada revisaba las heridas de Alex. Entonces la cocinera se levantó y dio su opinión.

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—El debe ser bañado con agua fresca hasta que la fiebre baje. Hay que abrir las puntadas del hombro. Sacar el pus de la herida con paños tibios hasta que sangre libremente. Luego debe ser cosida de nuevo y revisada con cuidado. Debe comer. Prepararé un poco de caldo y haré subir agua.

—Y mantengan al pequeño Amery abajo,—George agregó. —La vista de él empeorando tan solo trastornará al muchacho.

—Él no va a morir,—Margaret dijo, dando vueltas. —Maldición, ¡Él es un hombre fuerte!

—Y el gastó bastante de esa fuerza cuidándoos.—Replicó George.

—¿A mi?—ella preguntó, tomada por sorpresa. —¿Cuando?—Todo el día de ayer y gran parte de la noche. Después de

que cosiste sus heridas y lo despediste, él volvió para asegurarse de que no sufrieras daño alguno.

—Yo no le pedí eso,—ella dijo, sorprendida de que Alex hubiera hecho todo eso por ella. Ella también estaba maravillada de que hubiera dormido tan profundamente que no lo había notado. Quizás su ínfima herida la había agotado más de lo que ella había pensado.

—Alex os cuidó libremente y ahora paga el precio,—George dijo severamente. —Talvez eso pueda probar que es de confianza.

—Yo jamás dudé de su honor,—Margaret le respondió con vehemencia. —Es su honestidad lo que cuestiono.

George se detuvo por un momento, mientras la cocinera se retiraba de la habitación.

—Margaret,—dijo suavemente, —Él tenía sus razones para querer volver a casa. También hay cosas que tal vez no pueda decirnos. Pero si quieres saber lo que pienso, apostaría que le importas demasiado. Un hombre no arriesga su vida por una mujer por la que no siente nada.

Margaret apretó los labios y se volteó. —Eres un maldito romántico,—ella le protestó.George extendió la mano y la jaló de su trenza, un gesto que

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había hecho cientos de veces mientras ella crecía, pero que no había hecho en por lo menos diez años.

—Cuídalo bien,—dijo bruscamente. —él merece vivir.—El caminó a la puerta, luego se detuvo y se volteó. —Un mensajero llegó de Brackwald para exigir la liberación de Alex.

—Oh, por todos los santos,—ella se quejó, —¿Que más sería?—¿Que quieres que haga con él?—¿Que tan problemático es?—Bastante.—Lánzalo al calabozo.—Listo.—Y con eso, salió de la habitación. Margaret se centró en Alex. Ella se apresuró en encender el

fuego en el hogar, aunque era mas para ella que para Alex. Aunque Alex hervía con fiebre, sus manos parecían hielo.

La cocinera entró en la habitación con un grupo de criados detrás de ella, cargando jarras de agua y ropa limpia. La cocinera sostenía un cuchillo limpio, una aguja e hilo. Ella miró a Margaret comprensivamente.

—Preferiría que lo hiciera yo, ¿milady?—No, cocinera, no temo hacerlo.—Ella tomó el cuchillo y

cortó las puntadas en el hombro de Alex. Eso lo hizo revolcarse de nuevo, retirando la sabana que lo cubría de la cadera abajo. La vista de su cuerpo atrajo murmullos de aprobación con la ayuda de la cocinera. Margaret hizo que se fueran tan solo al fruncir el ceño. Ella volvió a mirar a Alex y alisó su pelo hacia atrás para quitarlo de su frente con fiebre.

—Alex, es Meg,—Ella dijo, sintiéndose apenada al usar su nombre cuando la cocinera estaba allí a su lado. —Calla y dejadme hacer esto. Hará que vuestra fiebre baje.

—¿Meg?—dijo densamente, luchando para abrir sus ojos.Ella se recostó y apretó su mejilla junto a la de él. —Si, soy yo. Calla y descansa. Tenéis fiebre. Dejadme

atenderla por ti.—No… me dejes,—él susurró con voz ronca.

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—No lo haré,—Ella prometió suavemente.—No… esposa…—No esposa,—ella estuvo de acuerdo. —Ahora, ¿Te iríais a

dormir?Ella dudó de que él hubiera escuchado lo último. Ya había

vuelto a caer por la fiebre. Margaret sumergió un trapo en agua caliente y lo puso en la herida del hombro. Alex se estremeció, pero ella no se retiró. Una y otra vez ella limpió la infección hasta que la herida sangró limpiamente. Ella alzó la vista y recibió un asentimiento de aprobación de la cocinera.

Esta vez el coser su herida no había sido tan miserable como había sido la primera vez. Estaba bastante quieto, pero aún gemía cada vez que la aguja atravesaba su carne. Para cuando había terminado de coser la herida, ella estaba llorando.

—Bueno, bueno, ya—la cocinera dijo, tomando la aguja y acariciando la cabeza de Margaret contra su amplio pecho. —No hay necesidad de lágrimas, milady. Ha hecho un muy buen trabajo, de verdad. Ahora, intente que él tome un poco de este caldo, luego lo bañará con paños tibios. Me atrevo a decir de que estará toda la noche haciendo esto, pero me aseguraré de que alguien venga a tomar su lugar.

—No,—Margaret dijo rápidamente, y se apartó, —Lo haré yo sola.

—Entonces enviaré algo para fortaleceros un poco mas tarde, y mas caldo para el joven señor. Tome esta taza a ver si toma un poco de esto.

El caldo olía delicioso. Margaret se lo pasó por la nariz, y luego paso su mano por detrás de su cabeza y la levantó un poco.

—Alex, toma un poco de esto,—ella lo alentó. —Es algo que la cocinera preparó especialmente para ti, y sabes que no le gusta cuando no comes lo que ella prepara.—Ella le dio una sonrisa a la cocinera, incómodamente consciente de que jamás había hablado tanto con sus sirvientes, luego se volvió a Alex. —Alex, cariño,—ella dijo, usando ese termino extraño con el que él la había llamado,

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—tomad esto. Por favor, Alex. Abrid vuestra boca.—Ella abrió su boca, como si eso fuera a convencerlo de que él debería hacer lo mismo.

Milagro de todos los milagros, él la obedeció. Ella solo logró que tomara dos tragos, pero al menos era algo.

—Muy bien, milady,—la cocinera dijo, satisfecha. —Ahora, refrésquelo y talvez tomará más después. Estaré abajo si me necesita. Presiento que el joven Amery será un problema,—ella se fue frunciendo el ceño.

—Haced que suba dentro de una hora más o menos. Me atrevo a decir que no dormirá si no se le permite dormir en la habitación de Alex.

—Ese pequeño ya es imposible,—la cocinera gruño al salir de la habitación.

—Como lo es su protector,—Margaret murmuró para si misma.

Ella fue por una jarra con agua fresca y hundió un trapo en el agua. La forma actual en la que ella hubiera tenido que tocar a Alex para bañarlo jamás se le hubiera ocurrido. Al menos estaba dormido. El haber tenido esos pálidos ojos azul—verdosos mirándola mientras ella hacía su trabajo hubiera sido demasiado.

Ella comenzó con su brazo derecho, poniéndolo sobre sus rodillas y pasando el trapo fresco sobre su piel. El suspiró inmediatamente, y ella pasó su mirada a su rostro, seguramente estaría dándole esa pícara sonrisa. No, el estaba bien dormido y el ceño había casi desaparecido de su frente.

Ella se maravilló no solo con sus músculos, pero por la falta de cicatrices, aunque las pequeñas cicatrices que si tenía habían venido seguramente de practicar con la espada. Ella meneo su cabeza. El decía no ser un caballero, pero tenía las marcas de éste a la vez. ¿Donde estaba Seattle y que cosas extrañas ocurrían por allí? Era difícil imaginar un lugar donde los curanderos tenían lugares de honor y los caballeros no.

Bueno, ella sabría toda la historia cuando él se despertara. Ya

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era tiempo de que supiera.Hasta lavó su mano, recordando como sus dedos se sentían en

su cabello y en su rostro. La fuerza de esa mano podría fácilmente romper su quijada, pero él nunca la había tocado bruscamente. Aunque ella tenía la leve impresión de que hubieron momentos en que el quiso ahorcarla.

Sintiéndose totalmente valiente, ella comenzó a lavar su pecho. Después de todo, tan solo era un poco mas de piel, ¿no?

Ella se dio cuenta de su error en el momento que sus músculos saltaron bajo el trapo. No, ella sabía lo que se sentía el ser aplastada contra ese amplio pecho y sentir esos brazos de hierro rodearla. Si, haberse ofrecido a bañarlo había sido una cosa muy estúpida.

La puerta se abrió de repente, haciéndola saltar de sorpresa. Amery corrió a través de la habitación, obviamente preparado para tirársele a Alex. Margaret lo agarró por la cintura.

—Quedaos quieto, pequeñín,—ella dijo suavemente. —Él está durmiendo.

Amery alzó la vista con una Mirada que rompería mil corazones.

—¿Morir?—Oh, Amery,—ella dijo dulcemente, sintiendo que su

corazón se derretía al ver tanto amor detrás de esa pregunta, —no, muchacho, no morirá. Pero debemos dejarlo descansar.

Amery la miró dubitativamente.—Podrán ser varios días los que duerma. Es por eso que

estaremos cerca de él y lo cuidaremos. ¿Veis ese fuego de allá?—ella preguntó, señalando el hogar. Después de que asintió, ella tomó su pequeña mano.

—Ahí es donde dormirás mientras Alex descansa. Frances os preparará un colchón de paja en el piso para que cuando lo quieras ver solo te tengas que levantar. Quizás mañana me quieras ayudar a atenderlo, ¿si?

Amery asintió solemnemente.—Que buen muchacho. Ahora corred y jugad con Frances.

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Alex necesita dormir.Ella miró mientras Amery se iba, luego se centró de nuevo en

el hombre que estaba tan quieto como la muerte en la cama de su padre. Ella esperaba que hubiera hablado con la verdad y que Alex tan solo necesitara dormir.

El tenía que despertar, pensó frunciendo el ceño. Ella tenía varías preguntas para él, y no pretendía dejarlo ir a la tumba antes de tener sus respuestas!

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Capitulo 13

Un poco de luz abrió pasó por las cortinas que cubrían la ventana. Margaret parpadeó. Quizás había dejado de llover. Usualmente, la lluvia no la molestaba, pero cuatro días de esta maldita cosa, implacable e incesante, era suficiente para llevar a la mujer de más fuerte temple a la locura.

Ella se desperezó, gimiendo a la vez. Cada músculo de su cuerpo gritaba por el abuso al que ella lo había expuesto los últimos interminables, agotadores, aterradores días. Había pasado la mayor parte de su tiempo preguntándose si Alex viviría o moriría.

—Margaret.Ella saltó al escuchar esa voz ronca. Se tiró inmediatamente

sobre sus rodillas al lado de la cama. Ella puso su mano en la frente de Alex.

—La fiebre aún es mínima.—Ella dijo, aliviada.—¿Cuanto tiempo he estado inconsciente?—dijo roncamente.—Cinco días.El gimió.—¿Aún estoy completo?—Si. Estáis todo intacto.Él abrió los ojos y la miró. —¿Has estado aquí todo el tiempo?Ella juntó los labios. Ela podía mentir, desde luego, pero algún

otro tonto le diría la verdad del asunto. Pero la última cosa que ella quería que Alex supiera era que había estado a su lado por voluntad propia. Sin importar cuanto tiempo había estado de rodillas rezando para que él sobreviviera. Eso no significaba que ella lo perdonaría por haberla lastimado.

El tomó su mano. —Yo creo que has estado aquí,—Es susurró. —No hice más

que soñar contigo.

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Dios, el hombre era más fácil de manejar cuando estaba inconsciente y babeando. Ella le frunció el ceño.

—No tenías que,—él dijo. —Cuidar de mi, quiero decir.—No, no tenía,—ella dijo. Lo que ella debería estar haciendo

era escapar de su mano que la agarraba y escapar a un lugar seguro. De alguna manera, ella no podía encontrar la manera de moverse.

—¿Entonces por que lo hiciste?Ella recogió el poco ingenio que le quedaba para buscar la

respuesta apropiada. Como no llegaba a nada, tan solo le frunció el ceño.

Alex sonrió. —¿Podría esto significar que estas teniendo sentimientos

tiernos por mí?—Mi brazo estaba muy adolorido para permitirme entrenar.

Estuve en esta habitación porque el, um...—ella buscó algo apropiado para decir, —el sol es más cálido aquí y pensé que sería bueno para broncearme.

—Con las cortinas cerradas.Margaret estaba de pie antes de que la imagen tomara forma en

su mente.Alex sostuvo su mano, y ella tuvo que admitir que él era fuerte

aún estando enfermo. Cuando ella intentó retirarla, él la sostuvo con ambas manos. Ella contempló los meritos de arrastrarlo fuera de la cama y por el suelo para probar su punto, luego se dio cuenta que dicho movimiento haría que sus cobijas se cayeran, y los santos sabían que ella ya lo había visto desnudo más de lo que era suficiente para su paz mental.

Así que se quedó de pie, inmóvil, y en cambio le dio a Alex su más formidable mirada.

Y el tan solo le dio una mirada de arrepentimiento.—Soy un hombre muy enfermo, Margaret,—él dijo

humildemente. —Tu presencia radiante es lo único que me curará. No me quites eso.

—Habéis estado escuchando demasiado a las bobadas de

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Baldric.—Él no estaba aquí mientras dormía, ¿verdad?—Si, el me concedió la gracia de uno o dos versos.Alex gimió. —Lo sabía. Ya estaba yo soñando con sátiras espantosas y

malévolas —no es que supiera que era eso aunque lo mordiera en el trasero.

—¡Alex!—Tienes que admitir que no es bastante consistente.Margaret estaba de acuerdo, pero ella moriría antes de decirlo. —Él tiene un sentido único del ritmo y de la rima.

Generalmente es aceptable. A través de los años ha desarrollado simplemente su propio estilo y forma.

—‘Había una vez una joven doncella de Falconberg, que se encuentra al oeste de Brackwald donde habita el hediondo—oloroso, el horrible—vistoso’… aunque debo estar de acuerdo con lo que dice de Ralf. Creo que recuerdo algo acerca de trolls y ogros. ¿O acaso lo soñé?

—No,—ella dijo, tratando de retirar la mano de las de él. —Él me favoreció con una interpretación excepcional de ‘El Ogro y el Troll’

—¿Un pequeño romance entre en bajo y el feo?—Bajo, feo, y verde, en realidad.Él rió, pero la risa lo hizo comenzar a toser y esto

aparentemente le jaló el hombro. Él la soltó y se le duplicó el dolor. Margaret lo tomó de los brazos con cautela y lo hizo recostar.

—Debéis quedaros quieto,—ella le ordenó. —La fiebre ha sido dura con vos.

—Gracias,—él jadeó. —Puedo sentir eso.Ella volvió a su asiento. —Talvez deberías dormir más.Él meneó la cabeza. —Tenemos que hablar.—¿De que?

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—Nosotros.—¿Nosotros?—Si, nosotros. Tú y yo. Para donde vamos.—Nosotros no vamos a ningún lado.El tomó un montón de aire y luego lo soltó despacio. —Tengo cosas que decirte.Margaret se encontró de pie con sus brazos alrededor suyo.

Ella había intentado al poner sus brazos en su pecho parecer intimidante. En cambio se encontró abrazándose a si misma como si esperara un golpe. Bueno, ahora tendría la verdad. Quizás sería algo bueno. No podría ser peor de lo que ella se había imaginado.

—Vos estáis casado.—Ella dijo rotundamente, luego se hubiera podido comer su propia lengua. Como si ella debiera preocuparse con su estado marital!

—No, no lo estoy. De una vez por todas, Margaret, no estoy casado. Jamás he estado casado.

—Pero te casarás,—ella dijo bruscamente.El sonrió y ella tuvo que voltearse antes que su belleza la

hiriera más.—Definitivamente. Cuanto antes mejor.Ella miró más allá de él, por la ventana. —¿Y que otras verdades tenéis para mi?—Si pudieras encontrarme algo de comer, te diré todo lo que

quieras saber.—¿Y por que no podíais haberlo hecho antes?—Una vez que sepas todo, entenderás. Te lo prometo.Margaret se volteó y se fue. Las promesas de un hombre. Ah,

que tonta era si pensaba tan solo en escucharlas!Pero aún así fue por comida.Y ella esperó mientras comía. Y ella se preguntó que le diría.

Al menos se estaba concentrando completamente en su comida. Alex era, al menos, constante cuando venía a lo que era el hecho de digerir sus comidas con ese simple objetivo. Y al menos, él se las había arreglado para vestirse la parte de abajo con la ropa de su

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padre. Margaret tomó un pequeño edredón de la cama y lo cubrió alrededor de sus hombros. Sería mucho más fácil concentrarse en distinguir la verdad de la mentira si no estuviera siendo distraída por la vista de su piel desnuda.

Y una vez que la pequeña mesa estuvo vacía, Alex se levantó y le extendió la mano. Ella lo miró detenidamente.

—Estáis muy enfermo como para salir caminado.—Vamos a sentarnos en el nicho, donde está el sol—él dijo

sonriendo débilmente.—Claro,—ella dijo, como si hubiera estado pensado hacerlo

desde un principio. Ella ya había dicho, desde un principio, que esa era la única razón por la que estaba en su habitación. No había razón en convertirse en una mentirosa como él.

Ella se sentó al frente suyo, pero pronto fue atraída por los rayos de luz que caían sobre él. La fiebre le había quitado su color. Estaba pálido y tenía ojeras, sus mejillas estaban cubiertas con una barba insípida y su cabello estaba desordenado. Pero sus ojos aún eran los mismos azul—verdoso pálido que sus tontos ojos parecían amar. Seguramente eran la única razón por la cual ella no podía retirar su mirada de la de él. Si, desde luego, sus ojos habían sido el comienzo de toda su desdicha.

—Voy a decirte la verdad.—Como debiste de haberlo hecho desde el principio.—Me parece que no me hubieras creído,—¿Y ahora lo haré?—Creo que ahora es menos probable de que me uses como

fertilizante para tu jardín.—Ya veremos,Él sonrió brevemente, —Estoy seguro de que si,—se frotó la barbilla, luego tomó un

poco de aire. —Muy bien, aquí va,—se detuvo, algo muy dramático como para el gusto de Margaret, pero ella guardó silencio. —No soy de Inglaterra.

Ella resopló. Como si ella no hubiera podido darse cuenta

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antes. —Tampoco soy de Escocia.Aquí ella si tuvo que fruncir el ceño, —Entonces, si mentiste.—No, te dije que recientemente era de Escocia, lo que es

cierto. Tres semanas atrás estaba visitando a mi cuñado, James MacLeod, que vive en las Tierras Altas de Escocia. Fui a cabalgar como a media milla de su casa y pasé por un maldito aro de hada, y lo único que supe luego era que me estabas disparando a mí.

—Era un tiro de advertencia,—ella murmuró. —Me hubiera guardado mi advertencia.

—Agradezco tu paciencia.—Ya lo creo. Ahora, ¿como es eso de que en un momento

estabais en las Tierras Altas y luego os encontraste aquí? Esto no lo entiendo.

Esta vez Alex tomó mucho aire. Margaret lo vio sostenerlo y luego soltarlo lentamente. Quizás pretendía contar una historia igual de fantástica a las de Baldric.

—La verdad,—ella le recordó.—La verdad, —él estuvo de acuerdo. —Creo que ese aro de

hada es algo parecido a una puerta. Como tu pasadizo de defensa. Una vez estas en la parte interior del muro y luego estas fuera de las murallas.

—¿Y? Él encogió los hombros. —Eso es. En un instante estaba en Escocia, y al otro estaba en

Inglaterra.Ella gruñó. Era todo lo que podía hacer. El hombre parecía lo

bastante cuerdo, aun así no hacía ni la mas mínima concordancia.—Y hay más.—De alguna forma lo sospechaba.—Cuando estaba en Escocia, estaba en el año 1998, mil

novecientos noventa y ocho.—Puedo contar, muchas gracias. —ella dijo, pero su

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decepción aumentaba con cada cosa que él decía. Dios, que hombre tan loco.

Alex parpadeó. —Entonces, ¿me crees?—¡Claro que no! ¿Que clase de tonta creéis que soy?Él comenzó a fruncir el ceño, como si a él le hubieran causado

daño. —Es la verdad. ¿No lo puedes ver? Ni siquiera hablo como tu. Ella encogió los hombros —Quizás sois el bastardo de un albañil y no tenéis educación.—¿Acaso parezco el hijo bastardo de un albañil? —él le

exigió.En realidad, se parecía a un noble ultrajado que acababa de

tener su familia menospreciada, pero ella no admitiría eso ni con el dolor mismo de la muerte. Así que ella encogió los hombros con cautela.

—¿Que más queréis que crea?—¡Te estoy diciendo la verdad! —él exclamó. —Soy del

futuro.—¿Y debo simplemente creeros? —ella simplemente

preguntó, sintiéndose ya algo molesta. —De que sois, ¿de donde dijisteis?

—El futuro. 1998. Yo nací en 1966 en una tierra llamada América. Ustedes los Britanos ni siquiera saben que existe aún.

—¿Entonces como podéis ser de allí?—Por que tan solo lo soy.—¡Pero ni siquiera existe!—¡Si existe! —él dijo exasperado. —¡Ustedes tan solo no lo

saben!—Simples imaginaciones.Él comenzó a resollar.Margaret frunció el ceño. —Quizás la fiebre ha dañado vuestra cabeza, —Ella dijo,

asintiendo a si misma. —eso debe ser. Deberíais volver a la cama.

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Él ya estaba de pie y para nada quieto. Él se tropezó con el baúl de su padre y sacó sus extrañas vestimentas. Él volvió al nicho, se las arrojó a las manos y colapsó en el banco al frente de ella.

—Ahí, —él jadeó. —Míralas.Desde luego estaban hechas de una forma bastante extraña. La

tela azul de su manga era pesada, pero aún así flexible.Ella toco un pequeño disco de metal, luego se dio cuenta de

que había más de ellos colocados verticalmente, plata rodeaba el bronce y de alguna manera estaban pegados a la ropa. Ella frunció el ceño. ¿De que serviría todo esto? Ella le dio una mirada aterradora a Alex.

—Botones, —él le ofreció antes de que ella abriera la boca. Luego alcanzó la ropa y le sostuvo un hoyo para los botones. —ojales. Los botones pasan por ellos para sostener la ropa.

Margaret tomó uno de los botones y después de varios intentos logró pasar un botón por el ojal. Ella parpadeó con sorpresa. Dios, que idea tan buena.

Pero esto no probaba nada de lo que había dicho.—Esto no prueba nada. —ella dijo, en caso de que él

malinterpretara su fascinación con la ropa. —Hay muchas cosas extrañas hechas en otros lugares.

—Y otras épocas.Ella deshizo sus palabras.—Dejaos de tonterías. —ella le exigió. —Ahora, decidme que

es lo que vos hacéis en esta América donde habitáis. ¿Está en la Tierra Santa?

Él la miró con incredulidad. —En verdad no me crees.—Claro que no. No soy ninguna tonta. Tengo más educación

de lo que mi padre y hermano tuvieron juntos, porque mi abuelo así lo quiso. Jamás había visto botones o ojales de botones, o escuchado de que alguien pisara un círculo en la hierba y de repente estuviera en otro lugar que no fuera el suyo.

No importaban las historias que Baldric había compuesto

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sobre hadas, ogros y bestias. Todo eso eran puros disparates de un poeta lírico. Margarte tenía dos muy buenos ojos y jamás había visto algo que se le pareciera a un duendecillo. Alex talvez hubiera recibido un golpe en la cabeza. Era eso o era igual de chiflado a Baldric. Infinitamente más agradable para la vista, pero absolutamente chiflado de la misma forma.

Pesar la abrazó. Una pena. Alex era, a pesar de sus fallas de no ser caballero y de no poseer todo su ingenio, un hombre muy guapo. Y ella desde luego había encontrado fascinante besarlo. ¿Ahora que haría ella con él? ¿Encerrarlo en su calabozo?

—Muy bien, —Alex dijo, doblando sus brazos en el pecho, —No estamos llegando a ningún lado con esto. ¿Por qué no me haces las preguntas y yo te doy las respuestas?

—¿Serán algo diferente de las que ya me habéis dado?—Serán la verdad, —dijo cortante. —Pregunta lo que quieras.Bueno, no había por que no intentar una última vez hacerlo

caer en cuenta de las bobadas que estaba diciendo. —Muy bien. ¿Vivíais en Escocia?—Si.—¿Y en York antes?—Nueva York. Es en América.—Que debe estar en El Continente.—Bien, Está en un continente.Margaret sintió un pequeño brillo en su corazón. —Comenzamos a hacer sentido, —ella dijo, relajándose. —

Vuestro francés es malo, Vuestro inglés es raramente hablado. ¿Quizás esto viene de tanto viajar?

—Algo así.—¿Eres el hijo de un curandero?—Sí.—¿Como te ganabais el pan?Él sonrió y Margaret por poco se estremeció al verlo. No era

una sonrisa agradable. Ella tenía la sospecha de que era el tipo de sonrisa que el le daba a su cena antes de devorarla.

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—Era un pirata.Ella parpadeó. —¿Un pirata?—Un mercenario, —él gruñó.—Ah, —ella dijo lentamente. —Esto responde a varias

preguntas desconcertantes.—No comencé como uno, —él se apresuró a decir, como si

fuera algo que ella debería decir. —comencé haciendo el bien.—¿Y luego?—Y luego me di cuenta de que ganaba mas dinero poniendo

trampas, asumiendo el control de propiedades, pasando encima de cualquiera que se interpusiera en mi camino.

—Mmmm, —ella dijo, mirando con un nuevo respeto. —Claro.

—Claro, —él gruñó.—Y aún así parecéis tan agradable por fuera. —bueno, esto

desde luego mostraba una nueva perspectiva del hombre.Él de repente sonrió, aunque no era una sonrisa graciosa. —Estoy podrido de los pies a la cabeza, Margaret.—¿Lo estáis? —ella musitó. —Seguramente un hombre que

puede tocar una mujer como lo hacéis —Ella cerró la boca rápidamente. ¡Dios santo, que tonta estaba siendo, balbuceando de esa manera!

Alex le estaba sonriendo en aquella forma devoradora de antes. ¿Pirata? Lo que fuera que esa palabra significara, desde luego le quedaba. El hombre nació para el pillaje.

—¿Donde está vuestra espada? —ella preguntó, agarrándose de algo mas agradable de discutir. —¿Y vuestra armadura?

—No tengo ninguna de las dos, Una espada o armadura. Lo dejé.

—¿Por qué? ¿Erais tan pobres siendo piratas?—Era un muy bien pirata, —él le respondió de golpe. —Era

asquerosamente rico e endurecidamente despiadado.—Mmmm, —ella dijo, impresionada a pesar de si misma. —

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¿Y tuviste varias víctimas?—La lista es increíblemente larga. —¿Y os detuvisteis porque…?Él encogió los hombros. —Decidí que ya había hecho demasiado daño. Colgué mi

espada para bien.—Como penitencia. —ella afirmó.—Si.Bueno, esto ella lo podía entender. Ella no necesariamente

estaba de acuerdo con él, puesto que un hombre tenía que ganarse el pan de alguna manera, pero ella podía entender.

Y, a pesar de si misma, ella se encontró de nuevo de que lo veía con nuevos ojos. Si a el se le podía creer, él había amasado una gran fortuna haciendo estragos, aun así lo había dejado todo por que simplemente así lo había decidido. Tal fuerza de voluntad era algo que ella no podía evitar admirar. Seguramente habían habido momentos en los que el había querido sostener una espada, y no lo había hecho, tan solo por que él había dicho que no lo haría.

Hasta hace cinco días.Ella se dio cuenta de cuanto le había costado a él salvarla.—Ah—ella dijo suavemente, ella lo vio y sintió su corazón

ablandarse. —Y aún así, el otro día…—Eras tú o mi promesa, —él dijo levantado sólo un hombro.

—No fue una decisión difícil de hacer.Su corazón se ablandó aún más. Dios Santo, Nunca en su vida

había conocido a un hombre como él.Aunque estuviera chiflado y fuera desconcertante.—Y lo volvería hacer.Ella lo miró a los ojos.—Una y otra vez, —él agregó. —Si significara mantenerte a

salvo.Ella se abstuvo de decirle que ella podía cuidarse a si misma.

Por primera vez en diez años había conocido a alguien que no tenía que contar con ella para protección. Claro, hasta ella podría contar

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con él.—Y lo volvería a hacer,—él dijo. —Por el resto de mi vida.Margaret parpadeó. Ella sacudió la cabeza a su vez, segura de

que lo había escuchado mal.Él no dijo más, tan solo se recostó en la pared y la miró con

esos ojos pálidos de él.—¿Que queréis decir con eso?—Lo que quiero decir es que no me iré. —él dijo con palabras

bien deliberadas. —Hasta que me digas que me vaya.Si eso no era una promesa, ella jamás oiría una. —¿Nunca? —ella preguntó, deseando que la palabra no

hubiera salido en un tono tan ahogado.—Nunca.Margaret no podía respirar. No había engaño en su mirada,

ningún cambio en sus ojos, ni estremecimiento en su cuerpo. Él de verdad lo decía en serio. Ella no estaba segura de si se lanzaría a sus brazos o correría al lado opuesto.

—Aunque debo admitir, —el dijo con una media sonrisa, —Es una espada oxidada la que pongo a tus pies.

—Claro. —ella suspiró.Él sonrió. —Claro. —él alzó los hombros y el momento había pasado.

—Bueno, ahora sabes todo de mi pasado, —se detuvo y sacudió su cabeza como para aclararla—sin duda para deshacerse de esas estúpidas nociones de pertenecer a una patria que no existía aún, —¿a donde iremos desde aquí? Me puedes contratar para ayudar en el establo.

Margaret se sostuvo de la piedra detrás de su banco para apoyarse.

—Ah, quizás deberíais de pasar un tiempo en las listas.—Probablemente.—Y unas pocas horas en la capilla rezando para que no hayáis

perdido toda vuestra habilidad.—Peleo lo suficientemente bien, —él le aseguró. —Ahora, ¿y

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que de nosotros? ¿Adonde iremos?Ella estuvo tentada a decir ‘a Brackwald para deshacernos de

su lord’, pero quizás Alex debería practicar con la espada por un día o dos antes de que se aventuraran.

Margaret se petrificó.El mensajero de Brackwald.—Oh, ¡por todos los santos!—ella exclamó, levantándose de

golpe. Ella miró abajo a Alex. —¡Esto es todo vuestra culpa! —¿Huh?—El mensajero de Brackwald. ¡Lo lancé al calabozo!—¿Y el problema es…?—¡Lo dejé ahí hace ya una semana!Alex se paró y dijo: —Entonces creo que es ahí a donde iremos primero.—Vosotros no iréis a ningún lado. —ella lo guió a su cama y

lo lanzó a la cama de un empujón.—¡Margaret!Margaret sintió que su cabeza se aclaraba al legar al corredor.

Había algo en ese hombre que no la dejaba pensar bien cuando estaba a su alrededor.

Bueno, al menos no se había dejado llevar por esas imaginaciones tontas. Ella sabía que no estaba casado y que había sido un mercenario. La última era la mas fácil de lidiar—ella le diría a George que le ayudara a recuperar sus habilidades.

Ahora, acerca de lo último, quizás ella confinaría Alex al jardín y ella a las listas. Si ella podía mantenerse lejos de él, ella tendría esperanzas de recuperar su ingenio.

El había levantado su espada de nuevo por ella. Y continuaría haciéndolo.

Jesús, pero era casi suficiente para que lo perdonara.

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Capitulo 14

Alex se apresuró a salir de la cama. ¿Acaso en algún momento de demencia se le había ocurrido que cortejar a una joven guerrera sería divertido? Fiona MacAllister no lo habría arrojado a la cama como si fuera una muñeca vieja. Muy bien, lo había tirado más que arrojado. El punto era que lo había sacado de su camino para que ella pudiera hacer su propio rescate. Él no estaba teniendo la oportunidad de demostrarle que él sería una buena adición a su fuerte. Y él no tendría la oportunidad hasta que saliera de la cama —y las posibilidades para esto parecían ser mínimas al momento.

Él se puso de pie, y luego esperó varios minutos hasta que su cabeza se aclarará lo suficiente como para cruzar la habitación. Abrir la puerta fue un nuevo reto, uno que le tomó otros varios minutos para recuperarse. Mientras el cuarto giraba como loco a su alrededor, él se recostó contra el marco de la puerta y contempló los eventos de esa mañana.

Entonces ella no le creía. Él supuso que no debía de estar demasiado sorprendido. Esto iba más allá de su alcance de comprensión, y él probablemente sonaba como si hubiera perdido su cerebro. Bueno, talvez él podría convencerla tarde o temprano.

Él tenía una vida entera para tratar.El se retiró lentamente y con cautela del marco de la puerta.

Llegar al final de las escaleras no era tan malo hasta que llegó al alto de ellas. Él examinó la oscuridad profunda que contenía la escalera circular de Margaret y se preguntó que conveniente era y reflexionó. Él no se quería perder de poner antes que nadie sus manos en el prisionero, pero llegar allá iba a ser un problema.

Él se recostó contra la pared y esperó a que su cuerpo se recuperara de ser forzado a salir de la cama. Una vez que pensó que podía caminar sin que se le fueran las luces, el cautelosamente se movió hacia las escaleras.

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Fue caminando muy despacio. Por suerte la escalera era lo suficientemente estrecha como para poder sostenerse con sus dos brazos en cada lado. Él lo hizo más de una vez, tratando de no atormentarse a si mismo con visiones de una escalera amplia de una mansión prebélica y su encantadora barandilla. Las rocas eran buenas, materiales sólidos de construcción. A el le gustaban las rocas. Eran una Buena cosa, por que el viviría con ellas por un largo tiempo.

Alex se tropezó al llegar al gran salón y calló de rodillas. Él permaneció encorvado hasta que las estrellas girando alrededor de su cabeza se desvanecieran y de que estuviera seguro de que su desayuno siguiera en el lugar que estaba. A través de la neblina en que se había convertido su cerebro, se encontró con el muro más cercano. Él lo uso para ponerse de pie, luego se recostó contra la piedra cubierta con tapicería y aspiró gran cantidad de aire. Él no quería pensar en la magnitud de la infección que su cuerpo había estado luchando por los últimos cinco días. Él se sintió afortunado de estar vivo.

—¡Ejem!Alex se frotó los ojos, luego miró hacia abajo. Su vista se

aclaró justo a tiempo de ver el juglar de Margaret darle una mirada de disgusto.

—¡Ejem! —Baldric repitió. —Quitaos de mi camino, muchachito.

—No se si pueda.Alex se encontró siendo movido físicamente. No era gran

cosa, dada su condición.—Bueno, si es tan serio esto,—él murmuró. Él miró mientras

Baldric se inclinaba, cogía el final de un hilo y muy calmadamente y deliberadamente comenzó a deshilaba la tapicería. —Hey, —Alex dijo débilmente, —No puedes hacer eso.

Baldric enrolló el hilo en una bola. Él miro a la nada por uno o dos segundos, luego sacudió su cabeza y deshiló un poco mas, refunfuñando por debajo de su aliento.

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—Baldric, amigo, estas arruinando la tapicería.Baldric le dio una mirada petrificadota por debajo de sus cejas

pobladas. —Me ayuda a terminar mi trabajo.—¿Al desenrollar el de alguien más?Baldric sonrió de repente. —Si, muchacho. Sois el primero en verle la lógica. —él le dio

una leve palmada en el hombro a Alex, luego se volvió de nuevo a la pared y deshiló con nuevo entusiasmo.

Alex se inclinó para llamar la atención de Baldric, y tuvo que agarrarse luego de una bandera que colgaba en la pared para prevenir que cayese en el suelo sucio.

—Tengo una idea. Por que no me dejas ser tu audiencia. Tú sabes, del tipo en que solo hay una persona.

Baldric lo miró, luego negó con la cabeza y volvió a su trabajo de destrucción.

—A veces hablar libremente es lo único que se necesita,—Alex intentó. Tenía que hacer algo pronto, o de otra manera sería bye a otros centímetros de arte antes de que Margaret pudiera volver al gran salón. Además le daría a él la perfecta excusa de no tener que moverse más. Llegar al calabozo estaba fuera de cuestionamiento. En el momento Alex sabía que sería afortunado si lograba llegar a una silla.

Baldric le frunció el ceño. —No puedo decir mis versos apropiadamente a menos que

Lady Margaret esté aquí. —él levantó su pequeña bola de hilo, la miró de forma crítica, luego obviamente decidió que era muy escasa. Él atacó la tapicería de nuevo, deshilándola activamente.

—Ella está abajo en el sótano, interrogando un prisionero. —Alex dijo, comenzando a preguntarse si tan solo levantando a Baldric y sacándolo del camino era la cosa cierta de hacer. Más de esto y Margaret estaría viendo a Paredes vacías. Alex ahora sabía de donde venían todas las pilas de hilo.

—¿Prisionero? —Baldric dijo, sus oídos poniéndose

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levantándose. Él miró a Alex. —¿Lo está torturando?Alex alzó los hombros. —Podría estarlo.Baldric se frotó la barbilla pensativamente. —Esto es comida para un buen verso o dos.—Seguramente lo es. ¿Que dices si nos dirigimos a la

chimenea? —Alex retiró cuidadosamente la bola de hilo de los huesudos dedos de Baldric y se las arregló para poner su mano pajo el codo del trovador. —¿Que hogar prefieres?

Baldric asintió hacia uno que quedaba a través de la entrada de la cocina, haciendo señas majestuosas hacia su taburete. Alex lo trajo y a otro mas y se las arregló para llegar junto al fuego con los asientos antes de tener que sentarse y poner su cabeza entre sus rodillas para no desmayarse.

—¿Creéis que usará un hierro al rojo vivo? —Baldric preguntó.

—Talvez, —Alex jadeó, sin ni siquiera poder ver el piso entre sus piernas por las estrellas en su cabeza.

—¿Esas pequeñas pinzas que agarran minúsculos pedazos de piel?

Alex no pudo evitar notar un pequeño entusiasmo escondido en la voz de Baldric.

—Creo que si los tiene a mano, ella probablemente los usará. Baldric se quedó callado, sin duda considerando las

posibilidades poéticas de los dispositivos con que se había encontrado.

—¿Algo mas allí abajo, creéis vos? —Baldric preguntó.Quizás el pozo ya se había secado. Alex cuidadosamente

levantó la mirada.—Bueno, quizás tenga grilletes de hierro para las piernas. —él

ofreció.Baldric levantó su cabeza pensativo.—Talvez use el tormento de polea—Alex sugirió.—¿El tormento de polea? —Baldric estudió esa en su cabeza

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por un momento o dos. —Suena muy interesante, pero siento que no estoy familiarizado con ese instrumento. ¿Como funciona?

Alex se rodeo a si mismo con su brazos en sus rodillas para no tocar los pies de Baldric.

—Bueno, uno estira al prisionero para que quede plano y ata sus manos y pies a barriles largos y delgados que uno gira con una manivela. Mientras mas gires, más el preso se estira hasta, pues puedes imaginarte como sigue desde allí.

—Bueno, —Baldric dijo, viéndose muy impresionado, —Suena como un maravilloso invento, desde luego.

—¿Acaso Margaret tiene uno?—No lo creo, —Baldric admitió de mala gana. —Pero serviría

para una buena historia, ¿no creéis?—Que demonios, úsalo de todas formas.Baldric comenzó a pasearse. Alex apoyó sus codos en sus

rodillas, y luego su barbilla en sus puños. Satisfecho de que estaba apropiadamente equilibrado, se relajó y cerró los ojos. Podría soportar el que Baldric balbuceara, pausando, luego volviendo a retomar su caminada. Alex abrió un ojo para explorar su alrededor, esperando a ver que Margaret terminará su asunto y pudiera rescatarlo antes de que se desmayara. Los criados se cernieron al final del salón, mirando a Baldric con cautela. Talvez estaban listos para saltar y salvar las colgaduras de la pared. Que el cielo salvara al resto de Inglaterra si Baldric decidía convertirse en un juglar destrozador de tapicerías en todo el reino.

—¡Terminé! —Baldric dijo triunfal.Alex abrió ambos ojos. —Y muy rápido también. Estoy impresionado.—Es un prisionero que viene de Brackwald. —Baldric

respondió. —Tengo mucho que decir al respecto.—Apuesto que si. Y estoy seguro de que todo el mundo

querrá escucharlo. ¿Los traemos a todos?Baldric sacudió la mano en forma de despedida. —Reunidlos si quieres. No tengo tiempo de ocuparme de tales

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trivialidades.Alex se las arregló para levantar su cabeza de sus puños. —Hey—llamó débilmente. —Todos, vengan aquí. Tenemos

algo genial sobre tortura a punto de llegar.Hubo de repente una ráfaga de actividad. Ver a la gente correr

hacía que Alex se mareara, así que volvió su atención a Baldric. El poeta estaba acomodando a su gusto su taburete y luego se trepó en el.

—¿No quieres esperar a Margaret?Baldric gruñó arrogantemente. —Ella debería saber que estoy listo para maravillarla con otro

de mis propios versos.—Bueno, Baldric, compañero, —Alex dijo, —Sabes que ella

esta abajo en el sótano torturando al prisionero. ¿Como va a saber que estas listo para actuar?

Baldric frunció el ceño. —Ella tan solo debería saberlo. Ella siempre estaba lista para

escuchar mis versos cuando era mas joven.Alex intentó otra táctica —Ella te dará más material para tus versos. Dale un par de

minutos para que suba. Seguramente tendrá que descansar después de utilizar tantos implementos de tortura y sufrimiento.

Baldric bajó la mirada y apretó los labios, pero pareció darse lo suficientemente por vencido. Con gran majestuosidad, se chupó cuatro dedos se una mano y los pasó por su cabeza aplanando los diez o mas cabellos que le quedaban en su cabeza. Enderezó su bata y cruzó sus manos al frente suyo muy calmadamente en la clásica pose de un cantante de opera. Alex negó con la cabeza y parpadeo varias veces pero la pose de Baldric no cambió.

—Esa es una interesante pose, —Alex ofreció.—Un juglar que pasaba por aquí me lo mostró hace ya

algunos años. —Baldric susurró por la esquina de su boca.—Fascinante. —y lo era. ¿Quien sabía que clase de personas

andaban por la medieval Inglaterra? Alex no quería especular.

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—Me enseñó nuevos tipos de rimas también. Trato de utilizarlas cada vez que puedo, aunque los muertos de hambre aquí no saben apreciarlas. —Baldric lo miró solemnemente. —Muy moderno para ellos.

—Apostaré,—Alex dijo, apenas evitando ahogarse con su respuesta. —que es un público difícil.

Baldric le dio una sonrisa brillante. Una no muy llena de dientes como pudo ser hace unos veinte años atrás, pero sin embargo brillante.

—Tenéis una buena cabeza para pensar, muchacho. —él se volteó y miró hacia el salón. —Ah, aquí viene lady Margaret. Comenzaré.

Y sin más alboroto, lo hizo.

Era una maravillosa mañana para un tormento de polea!Y el prisionero debía de estar de acuerdoQue ni un hierro o pinza faltabaDe las opciones que nuestra señora miraba con júbilo.Ella ofreció una o dos preguntas, Su mirada penetrante sin dejar pasar siquiera un sacudón.Él no le respondió con la verdad,Así que dijo ella, —¡Intentemos un pellizco!

Alex se rió. Baldric le frunció el ceño, y Alex borró la sonrisa de inmediato.

—Disculpa por arruinar la inspiración.—Harumph, —Baldric dijo. Él reasumió aún mas su pose de

opera y limpió su garganta deliberadamente.Alex no podía ver más que la primera fila de los espectadores.

Él los vio cambiar a medida que Baldric continuaba. El pequeño lago de piernas se corrió y Margaret vino a estar al frente. Alex la miró y le sonrió. Ella le frunció el ceño y luego volteó a mirar a su trovador.

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Los hierros estaban al rojo vivo,El prisionero temblaba de miedo.Tan segura estaba que era un mentiroso,Que le puso una pinza en el oído!Él aulló y rogó por clemencia,Pero ella tan solo alargó su mano y cogió una tenaza. Él rogó que parara pues seguro estaba,De que no duraría tanto.

—¡Por todos los santos! —un hombre exclamó.Alex alzó la vista para ver a un sucio, despeinado hombre al

lado de Margaret. Se encontraba comiendo algo de un tazón con un poco de vapor. El miraba a Baldric con lo que le parecía a Alex ser una carencia distintiva de paciencia. Luego de haber compartido un momento tierno con Baldric y la tapicería, Alex se sintió intensamente indignado de que alguien tan obviamente sin la más mínima cultura se atreviera a dar su opinión en el mejor esfuerzo de Baldric del día. Alex también, sinceramente, deseó no haberse visto tan horrorizado la primera vez que oyó la poesía del juglar.

El siguiente pensamiento de Alex fue que el en realidad debería de levantarse y decirle al hombre que no estuviera de pie tan cerca de Margaret. Si el hubiera pensado de que podía levantarse y quedarse allí con éxito alguno, lo habría hecho.

La avena que se encontraba en esa cuchara le daba mas incentivo.

Baldric se rascaba la barbilla. Alex miró del juglar a Margaret, quien se mordía el labio. Talvez la rima comenzaba a deshacerse.

—Me esta gustando la tortura, —Alex dijo. —muy buena y espantosa, Baldric.

Baldric paró de rascarse la barbilla y recuperó su juglaresa pose.

Los hierros calientes fueron libremente aplicados,Los gritos del pobre eran fuertes y a todo dar.

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Y nuestra señora ni por un poco se acobardóDe usar ese tormento tan desbocado.

Baldric pausó y se vio apenas perplejo, como si no estuviera seguro de que la última rima había dado resultado. Luego alzó los hombros y continuó.

Roto y aporreado y frágil,El prisionero se aplacó y confesó,Meg lanzó sus hierros aun cubo,Y recogió un poco de sidra bien embutida.

Alex volteó a mirar al hombre al lado de Margaret. Estaba sacudiendo su cabeza, aun así arreglándoselas para recoger con su cuchara rápidamente avena de su plato. Alex le frunció el ceño al hombre, en parte por que no estaba mostrando la buena educación cultural y en parte porque parecía muy injusto de que él aun tuviera hambre cuando alguien tan grosero estuviera comiendo bien. Alex puso su mano en su estomago y rezó para que Baldric mejorara su repertorio antes de que las quejas aumentaran seriamente.

El prisionero fue dejado en el calabozo,Para pudrirse y pronto irse al infierno,Como conviene a todas estas personas de esta calañaQue se encuentra en Brackwald—y desde luego podéis oler el

tufo desde aquí…

Baldric pausó y miró a lo lejos, sin duda tratando de captar mas cosas que su musa le otorgaba.

—¿Calabozo? —Alex preguntó, esperando retrasar una próxima ronda de destejer la tapicería. —¿Es lo que de verdad quieres?

Baldric negó con la cabeza, luego pasó a rascarse la barbilla de

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nuevo. —Quizás ‘foso’, pero eso rima con mocos...—Claro, desde luego que si, —Margaret interrumpió. —

Quizás ‘hoyo’ servirá, ¿aye?Baldric pasó y pareció considerarlo. Luego asintió y continuó.

En el hoyo fue dejado el prisionero,Para pudrirse e irse rápido al infierno,Como le conviene a su oscura, y cruel alma.

El pausó y una mirada de pánico lo dominó.—Que tal: ¿Y todos vivieron felices para siempre? —Alex

preguntó.Baldric pausó, frunció el ceño, y comenzó a hablarse a si

mismo en susurros. Alex miró a su alrededor y vio que todos los criados estaban sosteniendo el aliento. Bueno, todos menos ese tonto raspando el tazón con su cuchara. Hasta cucharas de madera y tazones hacían mucho ruido cuando eran raspados, especialmente cuando los escuchas con el estomago prácticamente vacío.

En el hoyo fue dejado el prisionero,Para pudrirse e irse rápido al infierno,Como le conviene a su oscura, y cruel almaY el infierno le dio la bienvenida con una campanada!

Baldric se vio satisfecho con el mismo. —Muy bien! —Alex exclamó, aplaudiendo para cubrir lo que

desde luego hubiera sido algo menos que un complementario del come avena. El hombre estaba sosteniendo su tazón, pareciendo muy condescendiente. Muy bien, lo último no había sido nada bueno. Habían definitivamente muy buenas cosas sobre la tortura. Alex estaba muy tentado a sugerirle a Margaret que tomara el consejo de Baldric para que usara unas cuantas pinzas en el hombre que estaba a su lado.

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Baldric se bajó de su banco y golpeo suavemente la cabeza de Alex.

—Cada vez que necesitéis ayuda con vuestra prosa, lad, tengo un buen oído. Los versos no son para los débiles de corazón, ¡desde luego que no! ¡Dulces, m’lady! ¡Quiero muchos dulces!

Margaret tomó a Baldric por el brazo y lo guió hasta la gran mesa. Alex se levantó con una gran fuerza de voluntad, luego vio a un estúpido bien alimentado al frente suyo.

—¿Y usted es? —él exigió.—Nadie interesado en conocerlo a vos. —el hombre dijo

rígidamente. Él se volteó y se dirigió a Margaret. —Lady Falconberg, debemos hacer nuestros planes.

—Hey, —Alex dijo, alargando su brazo para tomar el del hombre pero falló por un poco. El se sintió caer. —Oh, no...

Milagrosamente se encontró cayendo en los brazos de Margaret en vez del piso. Él sonrió débilmente.

—Gracias.—Debíais de haberos quedado en cama, —ella dijo,

frunciendo el ceño.—Me siento mucho mejor. Además, tal vez necesites de mi

ayuda.El sucio resopló. —Y que ayuda posiblemente podríais ofrecer, juglar?—¿Discúlpeme? —Alex dijo, parpadeando.—Y yo os compadezco si ese es su amo, —el otro añadió. —

Santos del cielo, ¡pero sus versos si que son muy malos!Alex sostuvo un brazo alrededor de los hombros de Margaret

para apoyo a la vez que se inclinó y le dio al bien alimentado esnob un fuerte empujón.

—Su prosa está bien, ¿y quien demonios te preguntó?El hombre mantuvo su equilibrio y alcanzó por una inexistente

espada. —¡Veré que me paguéis por ese insulto!—¡Si sobrevivo lo suficiente a su olor para poder cruzar

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espadas con usted!—¡Suficiente! —Margaret exclamó. —Alex, este es Sir Walter

de Brackwald...—¿Que esta haciendo fuera del calabozo?—Hombre en armas de Edward, —Margaret terminó,

frunciéndole el ceño. —Sir Walter, este es Alexander de Seattle.Sir Walter frunció el ceño. —¿Vos sois Lord Alex? Por la descripción de Edward,

esperaba a alguien más——él pausó y miró a Alex críticamente—Mmm, aterrador.

—Tuve una fiebre, —Alex gruñó.—Hubiera matado a un hombre mas débil, —Margaret añadió.

—Ahora, retirémonos al solar de mi padre y hablemos en privado.A Alex no se le pasó la mirada acusadora de Walter por causa

de su brazo alrededor de los hombros de Margaret. Tan solo le dio una desagradable sonrisa al otro hombre y dejó que Margaret lo ayudara a subir las escaleras. El impresionante Walter tendría que venir luego. El mostrarle a Margaret que era hombre suficiente que era capaz de sostenerse en sus dos pies también vendría luego —cuando pensara que podía quedarse en un mismo lugar por un largo periodo de tiempo sin necesidad de ayuda. El comería, luego si tenía suerte recuperaría un aire más intimidatorio.

Logró llegar al solar y hasta una silla sin ningún problema. Luego pasó el siguiente rato concentrándose tan solo en respirar y tratar de no desmayarse. Iba y venía. En poco tiempo de haberlo ordenado, un segundo desayuno llegó, y Alex hizo un trabajo rápido al acabárselo. Una vez sentido un poco mas humano, se recostó y trató de seguir el hilo de la conversación que se había perdido más o menos entre la avena y el queso teñido de verde. Y fue ahí que se dio cuenta de que no le importaba la forma en que Walter de Brackwald estaba mirando a Margaret.

El sintió como cada una de sus células propietarias en su cuerpo se levantaban y exigían ser incluidas. Así lo hizo, y luego decidió que se había cansado de ellas como para dejar que Sir

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Walter se diera cuenta en términos no seguros hacia donde estaba soplando el viento en ese momento.

Tomó un largo suspiro, listo para sumergirse en una batalla verbal. Abrió su boca para exigirle a Sir Walter que se retirar, y luego sintió que el mundo volvía a girar alrededor suyo.

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Capitulo 15

Margaret escuchó el grito de Alex y se volteó a mirarlo justo cuando se ponía totalmente pálido y se caía al piso.

—¡Alex!—Ella exclamó, echándose hacia delante para sostenerlo antes de que cayera.

Él se sostuvo a tiempo con sus manos y con cuidado se sentó derecho.

—Estoy bien,—él jadeo. —De verdad.Margaret le frunció el ceño. —Os habéis levantado muy pronto. Quizás estando mas

tiempo en cama te hará bien.—Estoy en perfectas condiciones,—él insistió, agarrando los

brazos de la silla para apoyarse. —Terminemos con esto.Él desde luego no tenía ni la más mínima intención de volver a

su cama. Aunque ella estaba dispuesta a arrastrarlo hasta allí ella misma, ella se abstuvo de decirlo. A ella no le gustaba Sir Walter o la pobre historia que le había dicho, quizás Alex tenía la misma opinión de ésta si por lo menos pudiera mantenerse derecho lo suficiente para escuchar la repetición de la historia. Sería interesante escuchar lo que Alex tenía que decir del hombre. Ella se volvió a Sir Walter.

—¿Quizás sería tan amable de repetir lo que me dijo abajo?Sir Walter encogió los brazos. —Como queráis.—Él miró a Alex. —Viajé a Brackwald hace

una semana y encontré a Edward en el calabozo de su hermano.—¿Como?!—Alex exclamó. —¿Que fue lo que pasó?—Ralf lo ha acusado de traición. Parecería que Edward se ha

imaginado una lista entera de agravios contra Lord Ralf y ha forzado a su escribano a escribirlos. Lord Ralf cree totalmente que Edward pretendía enviarle todas sus mentiras al rey.

—Bueno, pero que interesante,—Alex murmuró.

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—Lord Ralf cree que Lady Margaret y su hermano están conspirando contra el para frustrar su boda próxima. —Él asintió con la cabeza a Margaret —Y a su vez, para que pierda las tierras Falconberg.

La expresión de Alex era totalmente ilegible. Margaret no sabía que pensaba, pero ella desesperadamente esperaba que estuviera pensando en algo. Que los santos la compadecieran si su cerebro estaba muy devastado por la fiebre como para que las palabras de Sir Walter hicieran sentido alguno. Ella presentía que el hombre no era lo que el decía ser, pero serían necesarias mas que palabras para convencer a otros de esto.

—Ayúdame a entender esto,—Alex comenzó a decir despacio, —Tu y Edward son amigos, ¿cierto?

—Si.—¿Buenos amigos?—Casi como hermanos.—Entonces, desde luego no creerás lo que dice Ralf de el.—

Eso no era una pregunta.—Claro que no,—Sir Walter dijo suavemente. —Edward no

es capaz de traición.Pero tu si, Margaret pensó instantáneamente. Ella echó un

vistazo rápidamente a Alex solamente para encontrarlo mirándola. Su rostro era impasible, pero ella podía ver en sus ojos que el compartía sus presentimientos. El volvió a Walter.

—¿Entonces, si no lo crees capaz de traición, por que lo dejaste en el calabozo de Brackwald?

—Yo no quería,—dijo Sir Walter. —Edward dijo que lo dejase allí hasta que pudiera venir por usted para que lo ayudase.

—Que halagador,—Alex dijo sonriendo. —Debo admitir que quedó bastante impresionado con el manejo de mi espada.

—Desde luego que si.Margaret tuvo que esforzarse para no estremecerse ante tan

evidente mentira. La noche en que ella y Alex habían discutido lo que el habría de decirle a Edward, él le había dicho de que Edward

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lo creía totalmente incapaz de levantar una espada, mucho menos de manejar la espada con habilidad alguna. ¿Acaso era Sir Walter verdaderamente tonto como para dejar algo tan obvio escapársele?

—Bueno, esto es un poco mas complicado de lo que en un principio pensaba,—Alex dijo con un bostezo. —como puede ver no estoy en condiciones de pelear. Necesitaría un par de meses para recuperar mi fuerza.—El sonrió, pero no era una agradable sonrisa. —tuvimos un pequeño encuentro con unos rufianes hace unos días. Creo que Margaret y yo tenemos suerte de estar vivos.

—Vivimos en tiempos bastante peligrosos,—Walter estuvo de acuerdo.

—¿Crees que puedes mantener a Edward vivo por un par de semanas mas?

Walter asintió lentamente. —Quizás podemos fingir las negociaciones para vuestra

liberación de Falconberg Eso podría darnos bastante tiempo, y a la vez darle a Lord Ralf algo en que entretenerse mientras tanto.

—Excelente idea. —Alex puso apoyó sus manos en sus rodillas como si se fuera a levantar, luego se detuvo y su expresión era vagamente perpleja. —Aunque hay algo que no entiendo.

Margaret miró a Walter. El no parecía perturbado, pero ella se dio cuenta de que había comenzado a sudar. Quizás tan solo estaba sufriendo los efectos de haber estado una semana en su calabozo.

—Como es que es, —Alex preguntó, —que tu y Edward sean tan amigos, y el sea el que esta en el calabozo y tu no? Me parecería que Ralf habría de enviarlos a ambos al calabozo.

Walter encogió los hombros. —Le dije a Ralf que Edward y yo ya no nos veíamos. Es una

estrategia que ya hemos utilizado varias veces con él. Felizmente nos creyó tan fácil como las otras veces.

—Interesante. Aunque una pregunta más. Si no tengo suerte en rescatar a Edward del calabozo, que le hará Ralf?

—Seguramente lo matará.—Eso parece un poco drástico, ¿no?—Alex dijo.

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—El rey esta muy lejos. Desde luego se enterará del accidente de cacería de Edgard, y ahí quedará todo.

Margaret sintió estremecerse toda. —¿Accidente de cacería?Walter miró a Margaret sin siquiera inmutarse. —Si. Pasa muy a menudo por estos lados.Margaret sintió que la habitación le daba vueltas. Desde luego

pensaba que perdería su comida. Aye, ella si que sabía de esos accidentes de cacería, ¿pues acaso su hermano mayor no había muerto a cause de uno?

Había sido un accidente, ¿no es cierto?De repente ella se encontró con una gran mano sosteniendo la

suya. Alex no la estaba mirando, pero estaba la estaba presionando bastante fuerte como para dolerle un poco. Ella se recostó en su silla y dejó escapar su aliento lentamente, no le daría la satisfacción a Walter de mostrarle cuanto le habían molestado sus palabras.

—Si que ha sido una mañana bastante interesante,—Alex dijo, —pero creo que nuestra Lady Margaret necesita descansar. Heridas de nuestra pelea, usted sabe.

—Una tragedia,—Walter dijo asintiendo con la cabeza. —Ahora, ¿quizás podríamos discutir como haremos para liberar a Edward?

—Oh, por que no das tus sugerencias,—Alex difirió. —Estoy seguro de que lo has pensado bastante, desde luego ansiando el bienestar de Edward.

Margaret estudió a Walter mientras este le explicaba su plan a Alex de distraer a Ralf con un ataque imaginario en su frontera mientras Alex entraba a Brackwald y rescataba a Edward del calabozo. El parecía preocupado por Edward y ansioso lo suficiente como para tener la ayuda de Alex, pero de alguna forma no sonaba para nada cierto.

Él terminó de hablar y la miró con una sonrisa, haciéndola de nuevo inconfortable. Era una mirada similar a la que Alex le daba de vez en cuando, pero tal mirada de este hombre le hacía helar la

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sangre.—Bueno, pensaré en su idea.—Alex dijo levantándose.Se recostó en la silla. —Estoy seguro de que podemos resolver los detalles durante

el transcurso de las próximas semanas.—Él sonrió. —No querríamos que nada saliera mal.

—Claro que no,—Walter dijo, levantándose a su vez. —Talvez Lady Margaret y yo podemos discutir mientras vos descansáis. Usted se ve bastante cansado.

—En realidad, como dije antes, Lady Margaret necesita descansar también. Le diremos a Sir George que le muestre la salida.—Alex se dirigió hacia la puerta del jardín obligando a Sir Walter para que lo siguiera. —Déme dos semanas para reponerme y recuperar mi fuerza, y así comenzaremos las negociaciones. Quizás le gustaría pasar por las cocinas de Lady Margaret antes de volver a su casa.

—Pero debemos comenzar a planear,—Walter protestó.—Oh, lo haremos,—Alex dijo, abriendo la puerta. —Margaret

y yo hablaremos a solas y luego le informaremos nuestra decisión.—Pero...—¿Si nos excusa?El tono de Alex era tan despectivo que hasta Margaret tuvo

ganas de irse.—¡Aweks!Margaret alcanzó a ver a Amery un poco antes de que

atravesara la puerta corriendo y se agarrara de la pierna de Alex.—Maldito bebé!—Walter exclamó. —Santos, por poco me

tropiezo con él.—El señaló furiosamente a Frances quien se encontraba en el marco de la puerta. —Usted ahí, ¡quite a ese infeliz de mi vista!

Alex levantó a Amery en sus brazos, luego arrastró a Frances a la habitación.

—Sir Walter, ha sido un placer. Hablaremos pronto.Y con eso empujó a Sir Walter afuera de la habitación y cerró

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la puerta. Frances estaba temblando tanto que sus dientes estaban temblando. Margaret notó como Alex ponía su brazo alrededor de los hombros de la muchacha y la acercaba de la misma forma tierna que había hecho con el pequeño Amery

—Él me a—asusta,—Frances dijo.—Él nos asusta a todos,—Alex dijo con un suspiro. —

Frances,—dijo el frotando suavemente el cabello de la muchacha, —no debes acercarte a el ni siquiera un centímetro, entendido? Tú y Amery habrán de dormir con Lady Margaret hasta que él se haya ido. Y cuando estés cuidando a Amery estarás en las cocinas cerca de la cocinera en todo momento.

—La cocinera es bastante buena con el cuchillo.—Frances ofreció.

Margaret se encontró con la mirada de Alex y encontró un brillo de humor en sus ojos.

—Que mas podríamos esperar? Ve y acuéstate en una de esas mantas mientras Margaret y yo hablamos. Vamos Meg, he utilizado todas mis energías del día para mantenerme de pie.

Frances no tenía que escuchar la orden dos veces, ella ya estaba acurrucada en una de las mantas antes de que Margaret pudiera encontrar su asiento. Alex trajo su silla y se sentó, en esas el pequeño Amery se volteó, la miró y levantó sus manos autoritariamente.

—Ah,—Margaret dijo, deteniéndose.—Magwet,—Amery exigió.Margaret le frunció el ceño a Alex a la vez que cogía a Amery

en sus brazos y lo acomodaba en su regazo. —Has malacostumbrado al pequeño.—Yo? He estado durmiendo los últimos cinco días. El estaba

perfectamente comportado antes de eso.Margaret frunció el ceño aun más. —Fueron uno o dos dulces de la cocina. La cocinera es

bastante tacaña con los niños, tuve que remediar eso.—Desde luego.

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Alex apoyó su cabeza contra la silla. Una vez Margaret se había asegurado de que el pequeño estaba cómodo, optó por una postura crítica contra su salvador.

Alex estaba pálido y se le hacía difícil respirar, ella no quería mostrarse preocupada por el pero no podía evitarlo. Como podría ella sentir algo mas? El hombre desde luego estaba loco, aun débil por la fiebre, y ella tenía la corazonada de que él era la próxima victima que Ralf quería matar. Como no iba a estar preocupada?

—Creo que habéis tenido suficiente por el día de hoy.—Ella declaró. —Deberíais estar en cama.

Él no abrió sus ojos, pero levantó una ceja y sonrió débilmente.

—¿Eso crees?—Aye, así lo creo.—¿Vas a cuidarme aun mas?—Debería,—dijo ella con gravedad. —Solo los Santos saben

que haría Sir Walter si os encontrara solo. Seguramente apuñalaros con su daga en el corazón.

—Alex volteó los ojos. —Es un caso especial. Escuchaste la parte en que dijo que Edward quería que lo rescatará por mi gran destreza con la espada? Walter debió de haber consultado más a fondo sus fuentes. Tu sabes que Edward piensa que no distinguir del comienzo al final de una espada.

Margaret frunció el ceño pensativamente. —Debo admitir que pensé lo mismo de ti.—Tu confianza en mi es asombrosa.Margaret encogió los hombros. —¿Que queríais que pensara?El deshizo sus palabras. —Nada que no fuera lo pensaste. No te di nada útil para que

me juzgaras.—Él abrió sus ojos y la miró solemnemente. —¿Me he disculpado por no haberte dicho la verdad desde el comienzo?

—No, no lo habéis hecho.—Entonces me disculpo. Debí de haber confiado en ti. No

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debí de haberte dejado pensar que era un caballero. Debí haberte dicho cuando y donde Seattle estaba. No,—agregó, —que no me hubieras creído en ese entonces.

—Y seguramente aun no os creo,—ella le recordó. —pero es una debilidad vuestra que puedo tolerar, no puedo enviaros afuera sin protección. Como menos me quedaré a vuestro lado para hacer eso.

—¿Protegerme?—él se ahogó. —¡No te necesito para que me protejas!

Margaret quería recordarle de que casi ni se podía mantener derecho en su silla, pero ella resistió el impulso. Sin duda su orgullo de hombre estaba siendo herido y seguirían los bramidos si ella no le daba una pequeña victoria en esta batalla.

—Claro que no,—dijo ella suavemente. —Ahora, ¿que pensáis de Sir Walter? Por lo que sabemos vino aquí con el único propósito de atraerte a Brackwald.

—Ralf no debe de estar muy contento conmigo.—Me atrevo a decir que no le importa para nada ser engañado,

y sin duda cree que habéis hecho justo eso.—Talvez, aunque aun no puedo creer que piense que soy lo

suficientemente estúpido como para ir.Margaret encogió los hombros. —Talvez cree que Walter os convencerá de que él en realidad

piensa traicionar a Brackwald.—Ella meneó la cabeza y deseó que Ralf de Brackwald estuviera casado —a alguien que no fuera ella. —Pienso que lo único que entiende es la traición y asume que todo el mundo también.

Alex la miró seriamente. —¿En realidad no crees que él tuvo algo que ver con la muerte

de tu hermano, cierto?—No lo creéis vos?—ella preguntó, sintiendo que la verdad de

eso la estaba hiriendo de nuevo. —Una alma mas que se atravesó en su camino para llegar a mis tierras.

—Lo siento, Margaret.

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Margaret apretó la fuerza de sus brazos alrededor de Amery. —Ganaremos, Margaret. Me encargaré de eso.Ella se echó a reír, pero no había humor ahí. —¿Ganar que? Vuestra vida? Mi libertad? En realidad no se

como.—Iremos con el rey y le diremos acerca de las tretas de Ralf.Margaret suspiró. —Ricardo se encuentra cautivo en Austria y no podría

ayudarnos si así lo quisiera, y me atrevo a decir que no lo haría. Ni el ni su padre querían a mi señor.

—Ricardo no está en Austria.Ella parpadeó. —¿Como lo sabes?—Es historia pasada.—Ella sonrió vagamente. —1998,

¿recuerdas? Sé lo que va a pasar.Margaret difícilmente podía creer lo que estaba escuchando.

Claro, sus palabras la impactaban, entonces tapó los oídos de Amery con sus manos para no dejarlo escuchar.

—Estáis loco,—ella soltó. —No, no lo estoy. Mira, a que estamos, casi el final de febrero? Ricardo estará en Nottingham casi al final de marzo. Eso me da un mes para ponerme en forma y para que lleguemos a un buen plan y así obtener su ayuda.

Margaret estaba segura de que sus ojos estaban a punto de caérsele de su cabeza.

—Ricardo está en Austria,—ella repitió. —Capturado. Esperando, sin duda para siempre, a que su rescate sea pagado.

Alex sacudió su mano no haciendo caso de sus palabras. —De eso se están ocupando sus enemigos continentales. El

total de su rescate jamás será pago y Leopold estará tan solo feliz de estar por fuera de esta confusión, pero a Ricardo no le importará por que está libre. Volverá a Inglaterra para patearle el trasero a Juan, azotar a sus barones hasta que vuelvan a estar en forma y para que a su vez vuelva a ser coronado en Londres. Creo que eso pasa en Abril. Luego el va a volver a Francia y no volverá a pisar piso

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Inglés jamás. Debemos llegar en marzo a Nottingham o perderás la oportunidad de poner a Ralf fuera del juego por completo.

Margaret tan solo podía mirarlo con la boca abierta por completo. Ella podía sentirla casi tocando su pecho. Aquí estaba hablando él, con palabras dichas tan fácilmente que parecía que fuera su dueño.

Alex sonrió. —Siempre me gustó la historia Inglesa. Hay bastantes cosas

interesantes que están por venir en los próximos años. Es un gran momento para estar vivo.

Amery se quitó las manos de los oídos. Margaret estaba tentada a usarlas para cubrir sus propios oídos.

—¿Cómo?,—ella dijo, su voz sonaba como si alguien la estuviera agarrando por la garganta, —¿como, por todos los benditos santos, sabes todo esto?

Alex le frunció el ceño. —¿Lo discutimos esta mañana, recuerdas? ¿El aro de hadas?—¿Aprendiste todo esto de un aro de hadas?—ella le exigió.—No, lo aprendí en el siglo veinte, lo que es ocho siglos en el

futuro más que el doce. De donde vengo, tu futuro ya pasó.Margaret negó con la cabeza. —Imposible.El suspiró lamentablemente, como si estuviera tratando de

enseñarle algo tan simple que ella no había sido capaz de entender ni que él se lo repitiera mil veces.

—Aunque sea créeme por esta vez, ¿si? Tenemos un mes para prepararnos para conocer a Ricardo. Mantengamos las orejas listas para su llegada y luego verás que estoy diciendo la verdad.

Bueno, había algo de lógica en eso. Ella le seguiría la corriente y luego cuando viera que ella tenía la razón se regocijaría ante el.

—Ralf es nuestro único problema,—el continúo. —Tendremos que mantenerlo esperando hasta que logremos que se encuentre con nosotros en Nottingham.

—Y como planeas llevarlo allí?

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—Le diremos que iremos a ver al rey para echarlo al agua.—Echarlo al agua?—Si, bueno, quiero decir que le diremos al rey todo lo que ha

estado haciendo Ralf, hasta el último y glorioso detalle. Nos haremos cargo de que Ralf se entere que vamos a ver al rey y que haremos una contribución sustanciosa a sus cofres y todo en nombre de ayudar al rey con sus guerras francesas.

—Bueno, el soborno es algo que Ralf conoce bastante bien.—Eso también pensé. Iremos solo tú y yo. George puede ir a

Brackwald, sacar a Edward del pozo y encontrarnos en cualquier lugar en donde se encuentre el rey con su corte.

—Por supuesto,—dijo ella, de repente deseando que lo que estaba diciendo Alex fuera verdad. Sería bastante bueno hacer que Ralf perdiera toda esperanza de poseer sus tierras. —Quizás Ralf exigirá que el asunto sea arreglado en el campo. Puedo encargarme de eso.

—Espera un momento. A que te refieres con, ‘sea arreglado en el campo’?

—Ralf talvez quiera arreglar las cosas con lanzas. A menudo es hecho.

Alex frunció el ceño. —No había pensado en eso.—No hay que preocuparse. Puedo ganarle.—¿Tu?—Alex se sentó derecho de repente, luego puso su

mano en su cabeza crispándosele el rostro. —No te vas a enfrentar a nadie con lanzas,—dijo el apretando los dientes.

—Claro que si.—No,—Alex dijo, reposando su cabeza cautelosamente contra

el espaldar de la silla. —Lo haré yo.—No lo harás.El la miró débilmente. —Dije que lo haría y lo haré.Margaret apretó los labios, pero no dijo nada. El hombre

estaba obviamente aun sufriendo de alucinaciones febriles si creía

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que tendría una lanza en un futuro próximo. —Y tu prométeme que estarás fuera del campo, o te dejaré

aquí.—Ha,—ella dijo, luego resopló a sus esfuerzos por sentarse y

verse intimidante. —Como puedes sostener una lanza si ni siquiera puedes mantenerte sentado derecho?

—Tengo un mes, estaré en forma entonces.—Si eso significa que tendréis vuestra forma de combate,

tengo mis dudas.—Lo haré yo.Margaret tenía sus dudas, pero decidió que discutir con el era

inútil. Podía creer lo que quisiera, no le haría daño entrenar un poco, pero sería estrictamente para su propio placer. Ralf sería derrotado, pero no por Alex, ella se encargaría de eso ella misma.

Ella acompañó a Frances y a Amery a la puerta, luego volvió y ayudó a Alex a volver a la cama sin protestar. Él gimió cuando su cabeza cayó en la almohada, luego su cuerpo entero se puso débil, entonces Margaret colocó rápidamente sus dedos contra su garganta. Su pulso estaba equilibrado y fuerte, talvez dormir era lo único que necesitaba.

Ella dejó su habitación y se dirigió al gran salón. Primero se encargaría de que Sir Walter se hubiera ido y luego pasaría el resto del día en las listas. Si lo que Alex decía era verdad, y así lo esperaba, tenía muy poco tiempo para afinar sus habilidades antes de ir con el rey. Sería su última oportunidad de humillar por última vez a Ralf y así lograr ganar su libertad.

No me iré hasta que me digas que me vaya.Las palabras que Alex había dicho en la mañana volvían a

ella, y las meditaba camino a las cocinas. Sonaban como si fueran las palabras de alguien que estaba dispuesto a quedarse a su lado.

¿Pero como que?Ella se deshizo de sus bobos pensamientos antes de que la

distrajeran aun más. El se había disculpado por no haber sido honesto con ella, y se dio cuenta que ya lo había disculpado. La

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mayor parte. Era muy difícil mantenerse con rabia de alguien que no estaba completamente cuerdo y que creía completamente que había usado un aro de hadas para pasar de un mundo a otro, talvez su cordura volvería con el tiempo.

Con esperanza ella no las perdería en el camino.Aros de hada. Estupideces tipo Baldric el juglar!

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Capitulo 16

Alex se encontraba sentado profundamente en el banco de piedra y contra la pared. No quería admitir que su pecho estaba subiendo y bajando rápidamente, pero no tenía alternativa. Incluso después de una semana se le hacía muy difícil seguir por más de media hora sin descansar. Que pena, se sentía como si hubiera corrido una maratón. Él gimió. Quizás si corriera una estaría en mejor forma que ahora. Que pena que nadie hubiera tenido la decencia de advertirle que se encontraría en la Inglaterra medieval contemplando la posibilidad de enfrentarse a un lord medieval con lanzas. De ser así hubiera estado preparado.

—¿Milord?—una joven voz trinó. —¿Si pudiera serviros?Alex abrió sus ojos y se encontró con su recién formado

escudero de pie y firme. —Un cuerpo nuevo sería agradable—¿Milord?—Olvídalo, Joel. Pero me caería bien una taza de cerveza. ¿Es

esto una función de un escudero?—¡Con gusto, mi señor!—Joel exclamó y correteó

entusiasmado.Alex sonrió con esa vista. Y bueno, Joel era un joven

huérfano de las cocinas que no sabía diferenciar un lado de la espada del otro. Era útil con un cuchillo de mondar y muy jovial. Un hombre no podía pedir más de su escudero. Joel no podría tener más de doce, pero parecía estar más que listo para poder encargarse de la tarea de un hombre.

Hace una semana Margaret le había ofrecido a Joel y de una forma tan rígida que parecía estar esperando a que él se riera de ella por eso. Alex estaba mas que consiente de la renuencia de los nobles para enviarle cualquiera de sus parientes. Considerando el entrenamiento a caballero que Joel no recibiría como escudero de

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Alex, Alex sentía como si al final estuviera ganando la mejor parte del trato.

—¡Su cerveza, milord!Alex aceptó la taza con agradecimiento y se la tomó de un solo

trago. Estaba fría y espumosa, pero no había hecho nada para apaciguar su sed. Seguro era el peso desconocido de la cota de malla. El que el hermano de Margaret fuera de casi su misma estatura era el único golpe de suerte hasta ahora. El inconveniente era, que ahora que la malla le servía, la tenía que usar. Le dio un último pensamiento breve a las felices posibilidades del vestido natal de Barbado, luego le devolvió la taza a Joel.

—¿Tendrá su espada de nuevo, milord? La tengo aquí.A Joel se le dificultó pasarle la larga espada a Alex y la tomó

con un suspiro. Aun no estaba listo para volver a las listas pero Joel lo estaba mirando con esa mirada de “mi héroe”. No podía decepcionar al muchacho.

Tomó la espada y esperó que el préstamo no le importara al anterior señor de Falconberg. El padre de Margaret ya había tenido una buena porción de batallas, si los rasguños y tilines en la lámina lo indicaban. Alex se preguntó cuantos hombres había matado William, si se le había dificultado hacerlo y si había deseado haber muerto en batalla en vez de en casa de dolor.

—¡Ah, milord, aquí esta Sir George para entrenar con vos!—la voz de Joel sonaba muy emocionada a tal prospecto.

Alex miró al capitán de Margaret y supo que sus días de evitar al hombre se habían acabado. Había estado aplazando a George por una semana diciendo que estaría mejor preparado para contar su historia cuando estuviera en mejor forma.

Sir George se detuvo ante el y colocó su espada con la punta hacia abajo en el suelo. Se recostó contra el mango y miró a Alex con severidad.

—Creo que tenéis una historia que contarme.—Okay,—Alex estuvo de acuerdo, levantándose lentamente.

—Puedes tenerla, si estas seguro en quererla.

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—Aye, la quiero.—Tal vez queramos cierta privacidad.—Las listas están convenientemente vacías, como podéis ver.Alex vio al último de los hombres dirigirse al gran salón.

Demonios, ni modo de utilizar —hay mucha gente—como excusa. —Si, bueno, lo veo. Gracias.Alex siguió a Sir George a las listas y se preparó para una hora

o más de puro tormento. Y eso ni siquiera comenzaba a describir cuan incómodamente estaría respondiendo las preguntas del hombre. George era bastante viejo según los estándares de la edad media, pero estaba definitivamente en buena forma. No habría piedad de su parte.

—¿Donde nacisteis?La pregunta, y la brillante espada, vinieron hacia el

rápidamente sin ser esperadas. Alex bloqueó el golpe y ofreció la mejor respuesta que podía dar.

—Seattle.—No conozco ese lugar—Estoy seguro de que no, esta en un continente diferente.La espada continuó abatiendo sin parar. —¿No, me temo, en el mismo continente en el que están

Rouen y Aquitania?—Exacto,—Alex dijo, bloqueando su loca embestida. —uno

diferente.George retiro su espada tan rápido que por poco cae de cara al

fango de marzo. —¿Entonces por que no sabemos de él?—No ha sido descubierto aún.—Alex hizo una mueca de

dolor a la vez que lo dijo, recordando muy bien el curso que había tomado la conversación con Margaret.

—Entonces, ¿como sabéis de él?—Porque,—Alex dijo, tomando un fuerte aliento, —soy de un

siglo diferente.George parpadeo lentamente.

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—El veinte,—Alex añadió.Vio como George trataba de digerir eso, luego de cómo

contaba furtivamente con sus dedos. Alzó la mirada hacia Alex y parpadeó aún más.

—Bueno,—dijo finalmente. —Que novedad.Alex solo podía asentir con la cabeza.—¿Un nuevo continente también?Alex volvió a asentir. —Y es bien grande.—Mostradme.—¿Mostrarte?—Hazme un mapa.Con dificultad Alex podía cree que George aun estaba ahí con

el. Bueno, talvez no era tan difícil de creer. George había vivido ya bastante tiempo y seguramente ya había visto algunas cosas increíbles.

—Ok, un mapa,—Alex estuvo de acuerdo. El miró a su alrededor para asegurarse que no habían moros en la costa, luego escogió el pedazo de fango mas firme que pudo encontrar.

—Esta es Inglaterra,—dijo el, dibujando el mapa con su espada. —Aquí esta el continente en donde están Francia y Normandía. Se extiende hacia el este y se convierte en Rusia. Bueno, solía ser Rusia. De donde yo vengo, es un mapa totalmente diferente; dividido en estados, pero no nos preocuparemos por eso en este momento.

George gruñó, pero continuó escuchando atentamente a la clase de geografía.

—Aquí está Africa y el Medio Oriente. Sabes acerca de Jerusalén y Egipto, ¿cierto?

George asintió.—Ok, esto es lo que hay de nuevo. Ese otro continente es

llamado las Ameritas, Norte y Sur.—Alex lo dibujó con varios trazos, esperando mantener el Océano Atlántico tan grande como debería ser. Se dio por vencido tratando de dibujar a Groenlandia.

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—A este lado esta Nueva York,—el excavó un pequeño agujero, —y en el lado contrario esta Seattle.—Él clavó su espada marcando el sitio del Space Needle, (restaurante famoso en Seattle) luego miró hacia arriba al capitán de Margaret. —En un principio, de allá soy.

—Hmm,—George dijo, mirando pensativamente al mapa. —¿Y luego os movisteis a esta Nueva York?

Alex emborronó las líneas del mapa con su bota, eliminando todo trazo de lo que le había acabado de mostrarle al capitán de Margaret.

—Sí. Luego abandoné mi trabajo y me vine a vivir con mi hermana y su esposo en Escocia.

—Y luego os encontrasteis en Inglaterra…—Después de que estuviera cabalgando por la mañana,—Alex

terminó— luego deambulé a través de un tipo de portón en la propiedad de mi cuñado. Un minuto estaba en Escocia y en el otro estaba en Inglaterra.

George se frotó la barbilla pensativamente. —Algo extraño.—No es ni la mitad de todo.—Quiero escucharlo todo ahora.Alex suspiró. Talvez esto funcionaría mejor de lo que había

funcionado con Margaret.—Estaba en Escocia en el año 1998. Cuando me encontré en

Inglaterra, el año era 1194.—1998, —George repitió.—Te juro que es la verdad.George lo consideró. Alex podía ver como el pensamiento

rodaba en su mente y pesaba todas las posibilidades. Él miró de cerca de Alex, y luego consideró aun más. Alex esperaba que se viera honesto y brevemente jugó con la posibilidad de poner esa expresión facial que transmitiría eso, pero tenía la sensación de que no lo ayudaría a su caso. O George le creería, o no.

George frunció el ceño. —Entonces esta era la razón por la que estabais tan ansioso de

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iros.Alex asintió cuidadosamente. —Necesito ir a casa.—Al año 1998.—Sí.—Pero no fuisteis capaz de abrir este portón.—No.—¿Por que no lo destrozaste? ¿Estaba bloqueado?Alex suspiró. —No es un portón como el de las murallas exteriores. Era un

Aro de Hadas.La esquina de la oca de George se movió. —Un Aro de Hadas.—Si puedes creerlo.George rió entre dientes, aunque se veía como si hubiera

tratado de esconderlo lo suficiente. —Perdonadme, Alex, pero estáis comenzando a sonar como

nuestro buen juglar con sus duendes y trolls escondiéndose bajo flores y cosas así.

—¿Crees que no se esto? ¡Un Aro de Hadas, por todos los cielos! ¿Por que no pude haber desaparecido en algo mas digno, como un círculo de piedras?

Ahí si rió George. —No tengo idea, muchacho. Me atrevo a decir que el destino

tiene su propia forma de bromear, más allá de lo que nuestras pobres mentes pueden entender.

—Y no me estaba dirigiendo a Inglaterra,—Alex añadió frunciendo el ceño. —Estaba planeando hacia Barbados.

—¿Barbados?—Es una isla en una parte muy soleada del mundo. Todo

mundo se acuesta en la playa y bebe ron. Tengo el presentimiento de que las mujeres no usan mucha ropa. Creo que también no llueve mucho.

George hecho un vistazo al cielo gris, luego miró a Alex.

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—Siento que no hayas podido abrir ese portón,—dijo comprensivamente.

—Tú y yo.—¿Es en algún lado cerca en donde podamos aventurarnos a

través de él?—Desafortunadamente ese portón está en la propiedad de mi

cuñado.—Bueno, según se dice Escocia es un lugar bastante extraño.—Soy la prueba viviente de ello.George sacudió la cabeza lentamente. —Es una historia bastante fantástica.Alex esperó.George sacudió su cabeza una vez más y luego apenas rió. —Siempre me pregunté cuanto duraría el mundo. La tierra ya

sostiene bastantes almas.La plaga se encargaría de eso, pero Alex se abstuvo de decirlo.—Me gustaría saber como ha cambiado el mundo, si pudieras

complacerme.Alex parpadeó. —¿Me crees?—¿No debería?Alex rió de repente. —Margaret cree que he perdido la cordura.George encogió los hombros. —Ella es la hija de su padre y cree en lo que puede tocar.—¿Y tu no?—Alex, muchacho,—George dijo, poniendo la mano en el

hombro de Alex, —Soy viejo. He sobrevivido a mi esposa y a cuatro de mis hijos. He visto a tres reyes subir al poder, y vivido a través de hambruna y guerra. A este punto de mi vida, puedo creer que cualquier cosa es posible.

—Bueno,—dijo Alex, aliviado por al fin ser tomado en serio, —Gracias.

—No hay de que muchacho.—dio un paso atrás y envainó su

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espada. —Que dices si vamos a buscar algo de comer. Entrenaremos mas en la tarde y quizás satisfagas mi curiosidad.

Alex vaciló, pero antes de que pudiera expresar su preocupación, George ya había hablado.

—Soy viejo, —dijo de nuevo. —Es tan solo una curiosidad de viejo.—el sonrió. —No tengo mas uso para noticias como esas.

Alex asintió y envainó su propia espada. Que le costaría actualizar a George un poco? En realidad sería un placer hablar de casa un poco.

—¡Tomaré su espada por usted, mi señor!Alex sostuvo a Joel justo antes de que lo hiriera en su

entusiasmo.—Un momento, niño. Aquí se queda.—¡Pero estoy ansioso de serviros, mi señor!—Y estas haciendo un buen trabajo. Aquí, toma el casco.

Volveré afuera mas tarde, así que mantenlas en el Gran Salón, ¿ok?—Ok, mi señor,—Joel dijo, asintiendo vigorosamente. —¡Será

un honor!Alex entró al salón con George a tiempo de encontrar a los

últimos de los miembros de la casa reunidos alrededor del hogar para la ofrenda diaria de Baldric. Alex se acercó por un lado y se detuvo a ver cual seria el tema.

De Brackwald se levanta tal hedorQue ni ogro ni bestia puede soportar.La tierra a su alrededor esta tan llena de agua de

cloacay sobras de la mesaque todas las criaturas deben sostener un manojo de

hierbas sobre sus naricespara alejar todas las enfermedades que atrae ese

pútrido hedorque es suficiente para hacer desmayar a cualquier

criatura directamente en…

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Ah, esto sería algo diferente. Una jugosa introducción gratuita al tema favorito de Baldric. La audiencia se encontraba escuchando absorto a la vez que el juglar se volvía más entusiasta y divagaba cada vez más. Alex sacudió su cabeza y sintió apego por el anciano que vivía para hacer comentarios sobre Ralf y sus alrededores. En este lugar no había ni un momento aburridor.

Alex buscó en la muchedumbre hasta que encontró a Margaret. Estaba sentada en un banco con Amery en su regazo quien estaba recostado contra su hombro mirando a Baldric con ojos bien abiertos, chupando su dedo con gran vigor. Su otra mano estaba agarrada a su trenza como si fuera signo de conservación de vida. Margaret tenía sus brazos alrededor de él y su mandíbula estaba apoyada sobre su cabeza. Frances estaba al lado de Margaret y levemente apoyada en ella.

Un aire protector surgió en Alex tan fuerte que casi lo llevo a ponerse de rodillas. Ese pequeño grupo de almas era todo lo que él había estado buscando en toda su vida. Y pensar que por poco les había dado la espalda, y pensar que él había intentado darles la espalda y volver a casa.

No, esto era su hogar, con sus desenredadas colgaduras en la pared, el loco entretenimiento y sus bien prensados juncos bajo los pies. Y su familia. Ahí al frente de él.

Por poco se volteó y volvió a las listas a practicar aún más con la espada. Por esto si que valía la pena pelear y proteger.

Valía la pena pelear para mantenerlos.Y mantenerlos lo haría, aún si significaba prometerle la

luna a Ricardo Corazón de León para lograrlo. Debía de haber alguna forma de salvar a Margaret de Ralf y quedársela para el mismo. El dinero hablaba, aún en el doceavo siglo y Alex lo haría para usarla a su favor.

Margaret se movió y luego lo vio. Un pequeño rastro de una sonrisa tocó sus labios.

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¿Alguna vez pensó que podía dejarla? Había estado loco.Le sonrió de vuelta y se preguntó si lo que sentía era

obvio. Le había dicho antes que no se iría, y esa una promesa que estaba dispuesto a cumplir.

El hedor llegó alto hasta cielo.Así que el ogro arrugó su hocico,Y sacó de su bolsillo un pedazo de trapoQue olía fuertemente a esencia de rosas.

Entonces ahí si, las hadas y los ogros planearonDeshacerse del hedor de la isla.‘Mandad a Ralf a la guerra sin armadura,Pues tan solo es una rata soplona!’

Hubo entonces un murmuro repentino que estaba de acuerdo después de ese último verso, y Alex tuvo que darse vuelta antes de perderlo. Algún día tendría que sentarse con Baldric para averiguar que era exactamente lo que le había enseñado ese juglar sobre las ‘nuevas’ técnicas de rima. Aunque obviamente le había enseñado nuevas palabras mientras estaban en eso.

Se devolvió a las listas, Joel saltando a sus pies como un pequeño perrito. Mandar a Ralf a la guerra no era una mala idea, pues resolvería una gran cantidad de sus problemas.

El se asintió a si mismo. Era una buena solución y era Baldric al que tenía que agradecer por la buena idea. Desde luego que Ricardo podría utilizar hombres extra para su campaña en Francia, no es cierto? Ralf era la opción perfecta.

Alex tan solo esperaba poder eludir que el fuera otra buena opción. Jamás hubiera considerado esquivar el reclutamiento en 1998, pero “reclutamiento militar”era una cosa totalmente diferente en 1194.

Miró a su escudero que estaba parado a algunos pasos de

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el, listo para servir. —Encuéntrame una pareja, ¿quieres, Joel? Tengo trabajo

que hacer.Tres semanas no era bastante tiempo. En realidad

esperaba poder lograrlo.No quería pensar que pasaría si no podía

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Capitulo 17

Margaret se encontraba en la antecámara de su habitación y miraba hacia las listas que se encontraban debajo suyo. Desde luego tenía una docena de cosas que podría estar haciendo, pero de alguna forma aquí era donde se encontraba ahora. Ya había parado de tratar de negar que estaba ahí solo por que le daba la oportunidad de ver a Alex. Hubiera podido hacerlo fácilmente desde las listas. Pero aquí el no sabía que lo miraba.

En este momento se encontraba recorriendo el perímetro de las listas como cualquier mujer persiguiendo a una gallina. El lo llamaba hacer footing, y decía que era muy bueno para la resistencia. Margaret lo había intentado una vez mientras Alex se encontraba desayunando un día y no le había gustado para nada. Sintió como si la espalda se le hubiera pegado a la cabeza.

Obviamente Alex lo encontraba de alguna forma benéfico pues lo hacía bastantes veces al día, corriendo hasta que caía del cansancio y Margaret no le diría que parara. Verlo moverse con su larguirucha y suave zancada era un placer que no se negaría muy pronto.

Claro, últimamente se le había dificultado verlo alrededor de tanta gente. Había comenzado a hacer footing solo en un principio, ahora tenia una impresionante cantidad de seguidores. Estaba Joel, claro, siguiendo los pasos de su señor como un perrito muy obediente. Sir Henry había sido uno de los primeros en unírsele a Alex en sus ejercicios y Margaret medio sospechaba que el y Alex se empujaban mutuamente cuando ya estaban muy cansados para no ver quien caía primero. Ella entendía eso y estaba complacida en tomar nota de que Alex jamás era el primero en caer.

El resto de sus hombres se le unían al menos una vez al día y parecía ser lo peor para la nueva forma de entrenamiento. Quizás era la manera de entrenar en Escocia, después de todo se decía que era

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una gran extensión solitaria con distancias muy largas para viajar entre asentamientos. Quizás corrían para soportar esas distancias.

O quizás lo había aprendido en 1998, de ese increíble lugar que había dicho que venía.

—Imposible,—dijo resoplando. —Tontas imaginaciones.El grupo paró menos Alex y Sir Henry. Margaret los vio

seguir corriendo alrededor de las listas unas doce veces mas antes de que Sir Henry tropezara y luego cayera encorvándose y poniendo sus manos sobre sus muslos. Margaret pensó poder escucharlo jadear desde donde estaba. Alex corrió suavemente hacia la pared en donde Joel había caído anteriormente, lo levantó y se dirigieron hacia el pozo.

Margaret se retiró de la ventana, ahora vendría una rigurosa sesión de lucha con espada. Luego vendría un poco de comida, un pequeño descanso, luego la tarde en con el estafermo; ese muñeco giratorio, con un escudo en la mano izquierda y una correa con bolas o saquillos de arena en la derecha. Margaret no podía criticar las ganas de Alex de triunfar, en menos de un mes había pasado de ser alguien que si acaso podía bajar las escaleras sin descansar un momento a un guerrero que igualaba la determinación y resistencia de ella misma.

Su destreza había venido a la vez, tenía un don para eso. Algunos hombres no lo tenían, y les tomaba años perfeccionar esta arte. Alex manejaba la espada de su padre como si hubiera sido hecha solamente para su mano. Era intrépido en la justa y no tenía piedad con la espada. Tenía que admitir, de mala gana, que era casi su igual.

Aunque claro que nunca le diría eso. Para cuando ya había desayunado, y convencido a Amery que las listas no eran lugar para el, y haber escuchado un pequeño verso de su juglar, los hombres ya estaban de nuevo entrenando. Margaret cruzó el campo hacía donde Alex y George se encontraban luchando como si fueran enemigos jurados, cruzó sus brazos sobre su pecho y los observó críticamente.

Era casi bastante hermoso como para mirar, Alex se movía con

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cierta gracia letal, su espada brillando el la pálida luz solar de la primavera. Margaret vio sus ojos dentro del yelmo, había cierto cálculo en ellos, buscaban el primer indicio de debilidad. Cuando vino, el se movió sin piedad, eludiendo y clavando, haciendo retroceder a George. Luego vino el momento de gloria cuando la espada de George salió volando y Alex levantó la cabeza y se echó a reír.

Margaret creyó que se desmayaría en ese momento y lugar.Era todo lo que podía hacer para no correr hacía el y besarlo

en la boca apasionadamente. Se acordaba perfectamente como se sentía, y la necesidad de hacerlo era casi abrumadora. Casi se decidió a hacer justamente eso cuando Sir George se quitó el yelmo.

—¡Ellos no hacen eso!—el gritó sofocadamente.—Ah, pero ellos si lo hacen,—dijo Alex quitándose su yelmo.—¡Pero tan increíbles sumas!—Obsceno, ¿no es verdad?—Por todos los santos,—dijo George sacudiendo su cabeza.

—Casi puedo creer esto.Margaret carraspeó. El par se volteó a mirarla, moviéndose

como si fueran dos muchachos culpables atrapados con las manos en la masa.

—Margaret,—dijo Alex retorciéndose.—¿Quien son ellos, y que hacen?—ella exigió.—Eh… bueno…—Alex anduvo con rodeos.—Estábamos discutiendo las costumbres de donde el, ah... —

Sir George volteó su mirada hacia Alex con una expresión patéticamente indefensa.

—Donde yo nací,—Alex terminó. —Tienen costumbres muy extrañas.

—En Seattle,—dijo ella, la palabra sonaba extraña en su lengua.

—Cierto,—dijo Alex. —Seattle.Margaret frunció el ceño. Era increíble como un momento

podía desear tanto a ese hombre y querer estrangularlo en el otro.

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Tan solo podía gruñir como respuesta.—Los muchachos,—George se atrevió, —hacen bastante

dinero jugando, si podéis imaginarlo.—¿Juegos?,—ella repitió.—Si, juegos que son típicos del área de Seattle y sus

alrededores,—George dijo, suavizando el tema. —Con bolas de distintos colores y formas. Bastante interesante.

Bueno, ambos habían perdido la cordura. No había otra explicación. Alex había atrapado a George con su historia, y ambos estaban revolcándose en ella.

Margaret puso los ojos en blanco y se retiró. Hombres, juegos. De alguna forma parecían ir de la mano.

Los dejó parloteando con nuevo vigor sobre algo que Alex decía sobre alguna estúpida ceremonia acerca de los empates en la NBA. Tan solo los santos sabía que clase de sacrificios el ritual entablaba. De seguro varios animales perdían la vida en el proceso.

Margaret buscó en las listas a alguien con quien pudiera descargar la frustración repentina que la acogía. Que le importaba a ella si Alex engañaba a George con sus tontas historias? No quería saber nada más de Seattle, o escuchar su palabrería sobre juegos que los hombres jugaban. Lo que ella le quería escuchar decir era hablar sobre como ganarle a Ralf. Y qué acerca de lo que había dicho sobre Ricardo viniendo al norte? Ya se estaba acabando el mes de Marzo, si Ricardo debía de visitar Nottingham, lo estaría haciendo pronto, pero hasta ahora lo único que había escuchado eran tan solo rumores.

Había una parte de ella que sinceramente esperaba que Alex estuviera diciendo la verdad. Abogando su caso ante el rey seguramente resolvería sus problemas.

Bueno, ni caso preocuparse ahora. Necesitaba entrenarse en lo que se encontró haciendo en el momento, tenía una lanza en su mano y Ralf en el final del campo.

—Sir Henry,—ella llamó, diciéndole con la mano que se acercara. —Dadme gusto.

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Henry desechó su compañero actual y caminó hacia ella. Inmediatamente los otros hombres abandonaron sus puestos y se acercaron a mirar. Margaret los ignoró, estaba acostumbrada a este tipo de atención. Quizás los hombres no la miraran por ser mujer pero ciertamente mirarían el manejo de su espada.

Entonces les dio algo que mirar. Henry no era su igual, algo que estaba dispuesta a probar. Jugó con el al principio, dejándolo cansar. Cuando vio que sus cortadas ya estaban comenzando a fallar, ella comenzó a hacer algo más que esquivar sus golpes.

Concientemente luchó por poner a un lado todo lo que sabía de los hábitos de Henry. Se hizo olvidar con que mano era mejor y a que lado se dirigía cuando quería engañar al oponente. Tomó cada uno de sus movimientos con cierta frescura, buscando señales de debilidad.

Margaret le golpeo por la izquierda, solo para ver que haría, no había señal de vacilación, así que disminuyó su ataque, y de repente comenzó a atacar por la derecha. El se tropezó, cayendo fuertemente en una pierna. El publico murmuró pero ella no les prestó atención, no aceptaría ningún vitoreo hasta no haber vencido a Henry totalmente.

Trabajó bastante con su lado derecho, y luego lo retuvo, jugando con el con su izquierda hasta que recuperara el aliento. Luego se concentró en su izquierda, decidiendo que esta vez la victoria podría ser más dulce si lo cansara hasta el no poder más.

Le tomó bastante tiempo, Henry era un muy buen caballero y había sido muy bien entrenado por Sir George, su padre y su hermano mayor. Pero el simplemente no era, cuando todo era dicho y hecho, su igual.

Se tropezó hacia atrás de repente y cayó en el estiércol. Margaret lo siguió, sin quererlo para mostrarle un poco de piedad, pues desde luego arruinaría su reputación.

—Paz,—Henry jadeo, acostado en el barro. —Me doy por vencido.

Margaret se quitó el casco y se retiró la parte de malla de su

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cabeza. —Bien hecho, Sir Henry. Desde luego, por poco me ha

ganado. Es algo por lo que debe estar orgulloso.Le estiró su mano para ayudarlo a levantarse. A pesar de todo

lo despiadada que podía ser, no podía dejar a un lado los buenos modales, o mejor, la caballería.

Recibió elogios de los hombres a su alrededor, asintiendo de forma majestuosa. No había razón para pretender que tales palabras no la complacían. Elogios, desde luego, eran suficiente para satisfacerla, pero sin embargo era glorioso ser reconocida como una grandiosa guerrera por hombres que se juzgaban así mismos con tales medidas.

El gran grupo se separó y hubieron muchos golpes en las costillas de Sir Henry por parte de sus amigos. Margaret no los siguió desde el campo, y desde luego que no participó en sus chistes. Estas eran unas de las cosas en las que siempre estaba por debajo, y en las cuales siempre estaría como tal. El grupo se dispersó, y ella permaneció sola en el campo.

Excepto por Alex.La estaba mirando fijamente con una pequeña sonrisa en los

labios lo cual la enfureció de inmediato.—¿Qué?—exigió.Negó con su cabeza sonriendo. —Nada, solo estoy impresionado.—Como bien deberíais.El rió. —Margaret en toda mi vida, jamás había conocido una mujer

como tú.—Harumph.—dijo, insegura de lo que quería decir. —

Entonces os tengo pena.—añadió.—Como bien deberías.—Dijo con una gran sonrisa. —Hasta

este momento, mi vida ha sido bastante aburrida.Margaret lo observó observándola y se sintió más incómoda de

lo que se había sentido en días.

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—¿Por que me veis de ese modo?—le exigió, meneando su espada. —Dejad de hacerlo, pues no me gusta.

—Entonces ¿que te parecería ir a caminar en el techo? Las nubes se están esparciendo y podrá ser una vista agradable.

Ella sintió como sus ojos se estrechaban. ¿Una caminata en el techo? Se a lo que conlleva eso si estoy contigo, Alex de Seattle.—y el tan solo pensar en eso la hacía sonrojarse. Si, ella sabía muy bien que libertades se tomaría el si lograba levantarla de sus pies y ponerla en sus brazos..

Y maldecía a su traicionera voluntad si no encontraba a tal idea irresistible.

—¡Mi señora, mi señora! ¡Mi señora Margaret!Margaret retiró sus ojos de Alex y los puso sobre la figura de

Timothy que se encontraba corriendo a través del campo, meneando un pedazo de pergamino sobre su cabeza. Se tropezó al frente suyo y le entregó el pergamino.

—Fue un mensajero de Lord Odo de Tickhill. Estará organizando un torneo en una semana!

Margaret miró a Alex rápidamente. —Estas son noticias prometedoras.—¡Y se dice que el rey mismo atenderá!—Timothy agregó.Alex tan solo sonrió. —Te lo dije.Margaret frunció el ceño. —Tickhill es un largo trecho al norte de Nottingham. ¿Por que

habría Ricardo, asumiendo que ha vuelto a Inglaterra, de ir hacia allá si su meta es Nottingham?

Alex encogió los hombros. —Tal vez necesita pasarla bien por unos días, visitar a sus

súbditos, romper algunas lanzas. Apurémonos con esa nota para Ralf. Veamos quien llega primero a Tickhill.

Margaret le dio el pergamino a Alex para que lo leyera primero.

—Bien hecho, Timothy. Tendré otra misiva lista para enviar

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en una hora.—Timothy salió corriendo y ella se volteo para ver a Alex.—Habéis predecido esto muy bien.Alex le devolvió la nota. —Creo que debo ir a practicar con el estafermo por unas

cuantas horas, luego trabajar con algunos oponentes que Essen vivos. Si Ralf quiere arreglar esto al frente del rey, lo haremos en el campo.

—¿Vos?—ella jadeó.—Claro que yo,—el dijo, mirándola de un modo que la retaba

a contradecirlo.Y así lo hizo, pues desde luego estaba en lo correcto. —Yo seré la que pelee con él.—No, no lo harás.—Si, desde luego que si.—Esto es algo de hombres, Margaret. Me ocuparé de eso.—¡No sois ni siquiera un caballero!—¿Y tu si?Ella apretó los dientes, pero no tenía una réplica ante eso. —Mi padre era un caballero. Dijo al final.—Lo sé, pero eso no significa nada para ti, o si? Además, hay

más en un caballero que un par de espuelas, las cuales conoces muy bien.

Tampoco podía negar eso. Se apretó el labio y buscó otra forma de probarle que no estaba preparado totalmente para enfrentarse a Ralf con lanzas, especialmente si era la vida de ella que estaba en riesgo.

—No estáis listo.—ella indicó finalmente.—Estoy lo suficientemente listo.—¡Es mi tierra!—Y Ralf y yo la queremos,—dijo, —pero Ralf no la obtendrá.Margaret comenzó a responderle, luego se dio cuenta de lo

que había dicho. Y sintió venir una cierta frialdad sobre ella, como si el viento hubiera venido desde el norte y de repente la hubiera

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empujado a través del patio. No podía creer lo que había escuchado.—¿Vos queréis mis tierras?—preguntó pasmada. Negó con la cabeza. —No en la manera que piensas.—Entonces quieres…—A ti,—dijo, sonando exasperado. —¿Esta bien? Te quiero a

ti, y si eso significa, que tengo que tener tu tierra para tenerte a ti, entonces eso es lo que tendré. Y estaré maldito si Ralf te va a alejar de mi cuando existe una oportunidad para que pueda detenerlo.

—Me querréis a mi,—ella repitió, lo mas cercano a estar sin palabras de lo que jamás había estado.

—Solo me importan tus tierras por que son tuyas. Y seguirán siendo tuyas si Ralf tiene que ser acabado para que eso pase.

El la quería a ella. A el solo le importaban sus tierras por que eran de ella. Casi no podía aguantarlo. El sentimiento que le recorría todo el cuerpo era intensamente placentero. No quería disfrutarlo, pero de alguna forma no podía detenerse; había jurado que se quedaría a su lado, pero esto era mucho más que tan solo ‘quedarse’. Para bien o para mal, el la quería, y el tan solo pensar en eso la hacía sentirse mareada. Lo miró y sintió ternura en todo su cuerpo, una ternura de la cual estaba segura, nada podía disipar.

—Tráeme una lanza Margaret, tengo mucho que hacer esta tarde.

Margaret sintió el brillo disiparse un poquito, pero lo ignoró. Tal vez estaba tan aturdido por las emociones del momento que no estaba pensando claramente. De seguro el quería seguir hablando de lo mucho que el la quería.

—Anda,—dijo, haciendo gestos con la mano para que se fuera. —Necesito la lanza ahora, no ayer.

Ah, el brillo definitivamente se estaba disipando. Margaret le frunció el ceño.

—¿Lanza?—ella repitió.—Si,—dijo, parecía mas exasperado que amoroso, —es lo que

todavía necesito. La necesitaba hace cinco minutos.

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—Puedo luchar por mi misma.—No.—Estoy más que cualificada—Olvídalo. Ve por una lanza.El brillo se había ido. Margaret miró al asustadamente

hermoso hombre ante ella y se preguntó que locura temporal la había llevado a pensar que el la quisiera fuera algo bueno.

—No iré a buscarte una lanza.—Si, si lo harás, luego irás adentro y pararás de distraerme.

No puedo trabajar cuando estas cerca.Ella habría tenido una réplica cáustica para eso si el no hubiera

extendido su mano por su cabeza y luego por su trenza.—Una hermosa distracción,—dijo brevemente, —pero todavía

una distracción.Maldito aquel hombre si no decía las cosas más locas en el

peor momento. Ella se deshizo de aquellos indicios de placer que volvían.

—No me harás cambiar mis propósitos con esas tiernas… —se aclaró la garganta y buscó su inteligencia, —Me refiero a esas ridículas palabras. No necesitáis una lanza por que yo planeo hacer esta hazaña yo misma. Le he ganado a Ralf en el pasado, y lo haré de nuevo poniendo un fin a esta estupidez.

—No, no lo harás.—Alex repitió, viéndose más terco que cualquier otra persona que ella hubiera conocido.

Tenía que admirar esa cualidad pues consideraba una de las mejores de ella, pero la muestra de aquello en el le servía poco para ayudarla en el momento. Lo apuntó con su espada.

—Pelearé con el.El sacó su propia espada. —No, lo haré yo.—Veremos quien tiene el placer,—dijo ella, enviándole su

fruncido de ceño mas intimidatorio que tenía y volviendo a ponerse el yelmo sobre su cabeza, tomando una posición de pelea. —Os ganaré aquí y os demostraré que enfrentaros a Ralf será inútil.

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—¿Inútil?—Alex jadeó. —Bueno, pues muchas gracias por tanta confianza en mi!

—Confianza en… —la respuesta no vino pero el ataque de Alex si. Margaret retrocedió instintivamente. Era su táctica favorita, una que usaba y usaba consecutivamente. Era la forma perfecta en la que un hombre mostraba cuales eran sus intenciones, así era que le había ganado a mas de un cabeza hueca impulsivo. Generalmente rebelaban sus intenciones en poco tiempo y luego ya era cuestión de segundos para que ella se aprovechara de aquellas debilidades que acababa de mostrar su contrincante.

Sin previo aviso, Alex recuperó el control de si mismo. La rodeó, probando las limitaciones de ella, lo podía sentir y la enfurecía hasta llegar a perder su temperamento. Utilizando su propia táctica en contra suya! Era más de lo que podía tolerar.

Y entonces el comenzó a jugar con ella. Vio la idea surgir en su cerebro pues se veía claramente en sus endemoniados ojos. Pronto una sonrisa apareció en sus labios, la cual ella quería borrar, pero ella sabía que el debía estar esperando cosas por el estilo, así que decidió no hacerlo.

La rebajó salvajemente, como si buscara tomarla por sorpresa. Ella golpeo su espada contra la de el, sintiendo el chocar de las hojas en todo su cuerpo. Lo mantuvo a raya, su espada contra la de el, y su sonrisa se agrandó mas.

—No esta mal para ser una mujer.—¿Mujer? —Ella jadeó. —¡¡¡Canalla arrogante!!!—Arrogante y bueno, admítelo.—No admitiré nada,—Dijo empujándolo fuertemente hacia

atrás.Afligida, si acaso lo movió un poco, y fue forzada a retroceder

para evadirlo.Y entonces fue que se dio cuenta de cómo el de verdad tenía

planeado ganarle. Aquí no había un incivilizado bárbaro tratando de hacerla trizas, aquí no había un brutal mercenario que no tenia la menor consideración con su enemigo y lo acababa con puro poder

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en vez de fineza. Aquí había un hombre que manipulaba su espada con habilidad y gracia, que utilizaba su ingenio para anticipar sus movimientos, para atraerla, para hacerla revelar más de sus estrategias de lo que quería.

Fue entonces que un calor que no tenía nada que ver con esfuerzo comenzó a esparcirse por todo su cuerpo.

Cada vez que sus espadas colisionaban, sentía una sacudida a través de ella que no tenía nada que ver con metal sobre metal. Cada vez que el eludía su embiste o la esquivaba, sentía un pequeño placer dentro de ella. Había juzgado mal a este hombre. Era su igual, en inteligencia e ingenio. Y la quería a ella.

Por los santos, casi era suficiente como para hacerla caer de rodillas. Sus espadas colisionaron con un fuerte estruendo. Antes de que supiera lo que el planeaba, había sujetado el brazo con que manejaba la espada. Lanzó su espada, luego le quitó la suya de sus dedos, se quitó su yelmo y tiró hacia atrás la cofia de malla. Margaret se encontró haciendo lo mismo con idéntica urgencia.

Sus ojos pálidos brillaban con una casi salvaje intensidad. Margaret sintió que sus rodillas se ponían bastante débiles. Alex la cogió y la atrajo a si mismo. Margaret atrapó sus hombros cubiertos de malla para evitar caerse al piso.

—Alex.—Tan solo te quiero a ti,—el gruñó, luego capturo su boca

con la suya.No, ella pensó. Pero el pensamiento e fue antes de que pudiera

llegar a sus labios.No estaba lista para confiarle su destino, y aun mas de creer en

sus tontas historias de círculos de hadas, pero cielo santo, estaba mas que lista para esto! El asaltó su boca sin piedad, dándole la única opción de sostenerse a el con mas fuerza o si no arriesgaría caerse al piso. Su cabeza daba vueltas. Su cuerpo temblaba. Sentía como si le hubieran prendido fuego. Luego el levantó su cabeza y la miró hacia abajo intensamente.

—Lucharé con el.

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Estaba demasiado atónita como para pelear con el. Lo haría mas tarde, cuando hubiera recuperado el aliento.

Pero había otras cosas además de respirar que necesitaban más de su atención.

—La misiva para Tickhill,—le recordó. —Después.—dijo el, besándola de nuevo. —Edward—Logró decir ella cuando el levantó la cabeza para tomar una gran bocanada de aire.

—Esperará,—Alex dijo, —pero yo no. Vuelve aquí.Bueno, esas cosas eran apenas el comienzo de lo que tenía que

ocuparse pronto. Tenían que hacer los preparativos para el viaje hacia Lord Odo. George tenía que llevar a cabo el plan para liberar a Edward del calabozo de Brackwald. Tener a Edward en Tickhill como testigo de seguro convencería al rey de la traición de Ralf.

También tenía que escoger unos hombres para que se quedaran y cuidaran del torreón, a la vez que poner guardianes tanto como para Amery como para Baldric. Amery era demasiado joven como para viajar con ellos. Que Dios se apiadara de los tapices de Lord Odo si Baldric venía al torneo.

La mano de Alex se aseguró aun mas en su cabello y el levantó su cabeza aun mas para invadir su boca completamente.

—Ponme atención a mi,—el le ordenó, justo antes de comenzar a atacar de nuevo.

Margaret puso a un lado sus dudas y preocupaciones, eran cosas que se podían hacer en uno o dos minutos. Había estado ansiando a Alex por días. Ni siquiera el rey la distraería de tener su porción deseada de el.

Santos misericordiosos, el hombre si que sabia besar!

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Capitulo 18

Sus nalgas habían desaparecido. Bueno talvez seguían ahí. Pero se habían quedado 'en fuego' un rato, habían pasado lentamente y por largo rato por 'entumecido', y ahora estaban descansando en 'ya no están ahí del todo'. Alex no se atrevía a frotarse para ver si sus sospechas eran ciertas. Probablemente soltaría las riendas y caería del caballo de cara en el sucio camino. La única parte apetecible de dicho escenario era que entonces no tendría que preocuparse más por su trasero faltante por que su cara estaría rota y cada pedazo de su cuerpo gritaría fuertemente.

Estaba considerando seriamente los meritos de dicha caída cuando Margaret se acerco.

—Detente, Beast,—Alex le rogó a la vez que su caballo se detuvo abruptamente al lado del de ella. —Oh, desearía que tu nombre fuera Range Rover,—el gimió.

—Justo en esa subida—Margaret dijo, señalando adelante. —Hemos hecho buen tiempo, a pesar de todo.

Todo incluía Amery, Frances, Joel y Baldric. Alex había querido dejarlos en casa, pero las protestas habían sido ensordecedoras. Baldric había terminando siendo un pésimo jinete y Frances y Amery parecían no tener ningún problema en agarrarse a varias partes de la misma montura a la vez que se chocaban junto al paso furioso de Margaret. Joel estaba atado al lomo de un caballo con todo el equipo de Margaret y Alex. Margaret había ofrecido graciosamente su lanza y escudo como extras, hubiera Alex de necesitarlas.

Alex se había puesto inmediatamente sospechoso. Aunque había prometido sentarse a gusto en las gradas, tenía la sensación de que no debería creerle.

Estaban rodeados por todos caballeros que creyeron factibles. Alex estaba seguro de que Ralf no se quedaría en casa cuando se

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enterara de que iban a delatarlo con el rey.Alex también sospechaba que a Ralf se le podía pasar por la

cabeza algo así como de robo. Tan solo podía esperar que no fueran emboscados mientras viajaban. Margaret había puesto un paso agotador, y Alex creía que Ralf no los alcanzaría de todas formas.

Al lado suyo, Margaret se retiró la cofia de malla de su rostro, luego lo miró y sonrió tristemente. —Debéis tomar el mando ahora, aunque mucho me irrite dejaros.

—Si alguna vez me das un cumplido, tal vez caiga muerto del shock,—dijo secamente. —Así que nunca lo hagas. En verdad. No creo poder soportarlo.

Ella le frunció el ceño.—No puedo cabalgar como Margaret, o me pondrán en un

tonto solar con todas las damas de Tickhill y me volveré loca.—Entonces ¿como,—preguntó con cautela,—pretendes

revelar quien eres? ¿Posarás como mi escudero?Ella alzó los hombros. —Me meteré en las listas.—Obviamente no. Prometiste ver desde las gradas. En un

vestido, para que así sepa que no estas tramando algo.—Estiró el brazo y volvió a ponerle la cofia. —Lo juraste, Margaret, por la espada de tu padre.

—Me sacaron la promesa cuando no me estaba sintiendo yo misma.

Si que sabía eso. Le había tomado una buena hora de besos para lograr que aceptara sus condiciones. Pero había aceptado, y no la dejaría salirse con la suya. Tenía planeado encargarse solo de Ralf.

Le sacó la trenza de la capa y se la dejó caer por la espalda. —Una promesa es una promesa.—Ah, maldito seáis,—dijo, pero suspiró. —Como queráis,

Alex.Banderas rojas se vieron por todo el lugar. Se había dado por

vencida muy fácil, y tenía la sensación que tenía algo por ahí

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planeado. Bueno, Tendría que encargarse de ello cuando llegase el momento. Ahora tenía que encargarse de entrar al torneo cuando no tenía espuelas, ni dinero, y una espada prestada.

No se veía bonito desde donde estaba sentado.—Entonces vamos,—ella dijo. —También deba de resignarme

a varios días de pura miseria. La esposa de Odo si que es desagradable.

—Entonces intentemos hacer la estadía la mas rápida posible.Les tomó otra hora llegar al castillo de Tickhill. El torreón era

más grande que el de Margaret y gozaba de una muralla interior y una exterior. Hasta desde lejos, se podía ver que habían muchos hombres trabajando. Alex sintió que se relajaba, solo para darse cuenta lo tenso que había estado. Si la ráfaga de actividad indicaba algo, el lord Odo en verdad había tenido éxito en hacer venir al rey Ricardo un poco hacia el norte.

Y por que no? Ricardo acababa de ejercer sus poderes reales al destrozar una pequeña rebelión en Nottingham. Estaba probablemente de un humor excelente y pensó que sería algo divertido pasar el fin de semana para contar sus victorias en el norte. Margaret había dicho que Lord Odo era un partidario incondicional del rey. Con todo el desorden que había estado causando Juan, a Ricardo no se le pasaría renovar unas cuantas alianzas pasadas mientras estaba en el área.

Tan feliz como estaba Alex de la liberación del rey, estaba aun mas feliz con el mismo de que Ricardo se hubiera tomado el tiempo para venir a Tickhill. Hubiera perseguido al Corazón de León de vuelta a Londres si hubiera sido necesario, pero el y su trasero no estaban deseando ese viaje.

El patio era pura actividad. Tuvieron que negociar su paso a través de apresurados trabajadores y se detuvieron en frente del gran salón. Alex desmontó, gruñendo a la vez que lo hacía. Sería afortunado si llegaba al campo del torneo después de semejante tortura y castigo. Bueno, al menos había bastante confusión en el área que tal vez lograría entrar al torneo. Con un poco de suerte,

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Lord Odo estaría tan ocupado preocupándose por el rey que no examinaría muy a fondo los participantes del torneo. Alex sospechaba que su falta de espuelas sería un gran problema.

Margaret le jaló el brazo. —Mirad allá.Alex siguió hacia donde ella le asintió con la cabeza. Nada

más y nada menos que el que se recostaba contra el muro de uno de los edificios era Sir Walter. Walter levantó su brazo en un saludo fingido.

—Genial,—Alex murmuró. —De alguna forma dudo que Sir Walter este viajando con Edward. Ralf tal vez ya este adentro, hablándole a cualquiera que lo escuche.

—Sin duda,—ella estuvo de acuerdo. —Quizás debamos reparar el daño mientras podamos.

Alex respondió el saludo de Sir Walter con una mirada de advertencia, luego siguió a Margaret al salón.

—¡Sus caballeros asesinaron a mi gente!—Ralf estaba gritando. Caminaba con furia en frente de la chimenea. —Destrucción de sembrados, saqueos, masacre de animales! La mujer no parará a ningún… —Vio a Margaret y cerró su boca de repente. —La muy atrevida,—el gruño.

Margaret caminó apresuradamente. Alex tuvo que trotar para seguir su paso. Se detuvo al frente de un hombre que estaba reclinado en una silla al lado del fuego. Sus ropas eran definitivamente mejores que las de Ralf, y no tenía ni una pizca de migajas en su túnica. Alex de repente le gustó Odo de Tickhill.

—Mi señor Tickhill,—Margaret dijo, inclinando su cabeza. —Mi entera gratitud por la invitación al torneo.

Ralf se atragantó. —No vais a dejarla…Margaret le dio una mirada bastante fresca a su vecino. —Sir Alexander, cabalgará por mi, desde luego. ¿Por que

creeríais lo contrario, mi señor?Ralf gritó por la furia.

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—Mirad como esta vestida.—se dirigió a Tickhill. —¡Miradla! ¡Vestida como un hombre con ropas de batalla!

—Uno nunca sabe que desgracias le pueden pasar a un cuerpo mientras viaja, o en casa.—Margaret dijo, dando un punto. —Creo que es mas prudente protegerme de esta forma.

Lord Odo rió. Alex miró al hombre para verlo sonriéndole de manera cariñosa a Margaret.

—Muy bien, hija mía. Lo pusisteis en su lugar.—¡No hizo tal cosa!—Ralf gritó estruendosamente. Se

adelantó hacia Margaret, su cara de un color poco atractivo de rojo. —Vos, maldita perra.

Alex se encontró de repente, que su puño había hecho contacto con la nariz de Ralf. Hubo un muy agradable crujido, y luego un bastante fragante lord de Brackwald cayendo de manera indigna ante el hogar.

—Si quieres otro, no es mas decirlo,—Alex ofreció educadamente. —Tal vez, quieras ir afuera para que no molestemos la paz y tranquilidad de Lord Tickhill.

Ralf se puso de pie, sosteniéndose su nariz. —Haré que me paguéis, Seattle, el gruñó, la sangre pasaba por

sus dedos. —¡Mirad si no lo hago!—Hagamos planes, ¿quieres?—Alex dijo. —Te veré en el

campo.—Hecho.—Ralf le lanzó una mirada asesina y luego se fue de

forma abrupta del salón.—Bueno, bueno.—Lord Odo rió. —Veo que habéis

encontrado un campeón, mi niña. ¿Quien es esta alma valiente?—Alexander de Seattle.—dijo a regañadientes. —Esta

decidido a ser mi guardián.—He aquí un joven valiente.—Lord Odo dijo, —Habéis

tomado una severa tarea, amigo, le dije a su padre cuando nació que sería el doble de problemática que sus muchachos. ¡Santos, cuando nació, podíais escucharla gemir desde las listas!

Alex estaba listo para escuchar mas, pero estaba aun mas listo

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de escucharlo sentado. Miró a su alrededor buscando otra silla. Estaban brillando, barriendo y arreglando todo por todo el salón, pero Lord Odo parecía no notarlo. Estaba sentado confortablemente en su silla, una isla de tranquilidad en mitad de un fiero mar de preparaciones. Alex sinceramente esperaba que Tickhill estuviera tan relajado sobre sus reglas del torneo como lo estaba por una inminente llegada real.

—Me encantaría escuchar la historia completa,—Alex dijo, preguntándose si podía tomar una o dos sillas de la mesa principal.

Odo movió la mano, y sillas fueron traídas inmediatamente. Margaret se sentó con un fruncido. Alex se acomodó en su silla con un suspiro de alivio.

—Ah, esto es muy bueno.—el dijo, seguro de que nunca se había sentido mejor.

—No creais que sé donde está Seattle,—Odo dijo ofreciéndole una copa de vino, —¿En el continente?

—Exacto.—En la costa,—Margaret añadió. —Donde hablan muy poco

francés y entrenan a sus hombres a ser prepotentes incultos.Alex le frunció el ceño. —Acabo de defender tu honor, muchas gracias.—Lo hubiera podido hacer a mi man…—Si, de seguro.—Odo interrumpió, dándole una copa a

Margaret. Agradecedle al muchacho, Margaret, Y hacedlo ya. Ahora, ¿que es esta tontería que escupió Brackwald en frente mío?

Mientras Margaret recontó en gloriosos detalles todos los crímenes de Ralf, Alex se tomó el tiempo de saborear un muy delicioso vino. Tenía el presentimiento que no tendría la oportunidad de relajarse por los próximos días, gracias a la visita de Ricardo y a la futura humillación de Ralf en las listas, así que sabía que debía descansar lo que mas pudiera.

Sin ninguna advertencia, la puerta del frente una mujer vino corriendo por todo el corredor seguida de una docena de desgastadas mujeres. La primera palabra que le llegó a la cabeza a

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Alex fue Chihuahua. Alex vio con asombro como la mujer trotaba hacia la silla de Odo y comenzaba a cacarear. Literalmente.

—¡Estáis bebiendo el vino caro!—Ella chilló. —Tenemos muy pocos huevos, no se les puede atrapar a las anguilas, los bueyes han escapado de los corrales, el trigo esta lleno de arena, y no he podido encontrar a ningún bobo que este dispuesto a poner su vida en sus manos para cambiar los juncos!

Odo tomó un gran sorbo de vino.—¡Amenacé a los sirvientes con el látigo, aun así nadie quiere

morir!—Dejad los juncos Lydia,—dijo Odo, pasando el vino por su

lengua y cerrando los ojos para saborearlo.—¿Que los deje? ¿Los deje? ¡Este es el rey, idiota!—Si, y vendrá y acabará con mi despensa y mis cofres, luego

se irá felizmente. El fondo de sus botas puede soportar la suciedad de mis pisos por un par de días.

Lydia la chihuahua lanzó sus brazos al aire, dio un pequeño grito cuando vio a Margaret, luego se volteo y se apresuró a las cocinas, gritando sus órdenes a la vez.

—Mi esposa,—Odo anunció, —siente que no estamos preparados para Su Señoría. Yo, por otra parte, estoy dispuesto a beberme todo mi mejor vino hasta que ya no haya mas.—El sonrió gustosamente. —¿Tal ves ustedes dos quieran unirse?

Margaret negó con la cabeza. —No necesito una cabeza nublada en la mañana. Es un día

bastante importante.—Para ver como le gano a Ralf.—Alex terminó por ella. —

¿No es eso lo que ibas a decir?Margaret le lanzó una mirada feroz. Alex dio golpecitos a la

empuñadura de su espada, la espada de su padre, significativamente. Después de todo, había puesto sus manos allí, y le había prometido comportarse.

—Maldito,—Ella murmuró.Odo rió de corazón.

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—Por los Santos, quisiera que William estuviera vivo para ver esto. Margaret creo que habéis encontrado a tu igual en este muchacho.

—Ya veremos,—dijo con un ceño.—Cierto,—Alex afirmó.—Te veremos sentada en las gradas

con un vestido, viéndome desmontar a Ralf.Odo tan solo volvió a reír. Margaret se levantó y le inclinó la

cabeza. —Si mi señor me excusa, me encargaré de guardar nuestras

cosas e instalar nuestra gente.Odo paró de reír abruptamente. —¿Trajisteis a ese Juglar tuyo?Ella sonrió dulcemente. —Ah, si. Y estoy segura tiene mucho que decir sobre nuestro

viaje hasta aqui.—Que los santos me ayuden,—dijo Odo temblando. —Tan

solo mantenedlo lejos de las tapicerías. ¡Lydia me ahorcará si destruye sus costuras!

Margaret le lanzó una última Mirada sombría, y luego abandonó el gran salón. Alex le sonrió a su anfitrión.

—Es una mujer maravillosa.—Eso lo es, muchacho. Parece como si la hubierais domado.Alex por poco se ahogó en su vino. —Bueno, eso aun esta por

verse.—Una pena que nunca la tendráis. Ricardo nunca la dejaría

con un mero caballero.Alex suspiró a la vez que su conciencia lo apuñalaba

profundamente en su rápidamente recuperado trasero. —Es peor que eso.—¿Peor?—Ni siquiera soy un caballero.—Pero vuestra espada y cota de malla… Seguramente los

ganasteis honorablemente.Alex sonrió tristemente.

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—Los tomé prestados del padre y hermano de Margaret.Odo lo miró cuidadosamente. Alex hubiera deseado que su

padre hubiera venido también. Se hubiera llevado bastante bien con Odo y George con sus estudiadas miradas.

—Utilizas vuestros puños bastante bien. ¿Me dices que no sabes levantar una espada?

—Ah, puedo manejar una espada bastante bien. Aprendí como en manos de un despiadado laird escocés. Y luché grandes batallas por el.

—Ah,—Odo dijo, —entonces, un mercenario.—Si,—había algo de verdad en ello, por lo menos. Todos esos

años de piratería tenían que contar para algo.—¿Podríais ganarle a Ralf?—Eso espero.—Alex tomó una gran bocanada de aire. —Si

no le importara que entrara a su torneo.Odo negó la cabeza con una sonrisa. —Para nada, muchacho. Jamás he sido muy melindroso sobre

quien viene a jugar. La cruzada del Corazón de León nos robó bastantes jóvenes, así que no es que haya bastantes de sobra para un buen juego. Si podéis manipular una lanza, estáis más que bienvenido a participar.

—¿No crees que le importe al rey?Odo encogió los hombros. —Me atrevo a decir que lo pasaría de alto si dividierais tus

ganancias con él.—¿Lo suficiente como para que deje pasar mi falta de espuelas

en lo que respecta a Margaret?—Eso no os puedo garantizar.—¿Entonces que tanto es en lo que respecta a chantaje?Odo levantó sus manos con una risa. —No soy yo al que le tenéis que preguntar. No quiero que

piense que tengo algo para poner en sus cofres. No tuvo problema alguno en vender títulos antes de que se fuera para Tierra Santa. Se dice que hubiera vendido a Londres si hubiera encontrado un

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comprador. Hasta podríais encontrarlo pensando aun así.—Entonces tendré que ganarle a todo el mundo.—No venderá barato a Falconberg. Es una tierra bastante

buena.—Lo sé,—Alex dijo. —Mayor razón aun para que Ralf no

llegue a ella.Odo sonrió. —Sonáis como si la quisieras para vos.—La quiero, pero solo si viene con Margaret.Odo se recostó y volvió a llenar la copa de Alex. —Eres apasionado, os daré eso. Pero no se si será suficiente.—Tendrá que serlo.Odo levantó su propia copa. —Entonces buena suerte a vos, Alexander. Me atrevo a decir

que la necesitarais.

Y ese fue el inquietante comienzo al resto de un miserable día. A Margaret solo la vio en la cena, y Ralf se estaba comportando tan mal que se la pasó más sujetándola que hablándole.

La última vez que la alcanzó a verla brevemente fue cuando se dirigía al solar de mujeres. Parecía como si la estuvieran llevando a la horca, y tenía que compadecerse de ella. Juzgando por lo que había visto de las damas de Odo, no sería una noche agradable.

Su cama consistía en un pedazo de piso que sería declarado no habitable por cualquier departamento de salud. Tal vez era afortunado de que no había pasado ninguna noche en Tickhill durante el curso normal de la vida cuando las cosas eran menos limpias de las que eran ahora. Tan solo rezaba para no morir por la suciedad antes de poder ganarle a Ralf en el campo.

El rey debía de llegar al día siguiente, luego el torneo comenzaría en el próximo. Alex cerró los ojos y se obligó para que

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se relajara. Necesitaba dormir. Su futuro entero dependía en resultado de ese torneo, su futuro y el de Margaret.

No fallaría.No podía.

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Capitulo 19

Margaret bajó por las escaleras, maldiciendo sus faldas pues amenazaban con interponerse entre sus piernas y mandarla volando por las escaleras hacia el gran salón. ¿Que idiota había decidido que los hombres debían utilizar pantalones mientras las mujeres debían utilizar faldas? Tiene que haber sido un hombre. Ninguna mujer hubiera decretado cosa tan ridícula.

Se había preparado lo mejor posible la noche anterior. Había sido difícil de lograr, dada la distracción que había sido el rey para el castillo. El y su señora madre mas su séquito habían llegado entrada la tarde, mandando a todo el hogar en total confusión. Mientras se daba el sustancioso entretenimiento dado por la bienvenida ceremonial del rey, a Margaret se le había hecho sencillo escabullir su equipo hasta los establos y esconderlo bajo una pila de heno en establo de Beast, no se había atrevido a ponerlo junto a su propia montura. Alex hubiera podido mirar, y eso no lo podía permitir. Sin importar que tipo de promesa le hubiera hecho, la cual había sido bajo coacción, después de todo, tenía totalmente planeado ganarle a Ralf con su propia lanza.

Había pocas almas en la mesa. Obviamente el rey y Lord Odo ya se había retirado a las listas, acompañado por veintenas de nobles devotos de Ricardo quienes habían llegado para celebrar la libertad del rey. Margaret se sentó en la mesa, asombrada no solo por la cantidad de comida que aun había en la mesa, pero también por la gran cantidad de desorden dejado atrás. No podía sino estar agradecida de que el rey seguramente nunca pensaría que Falconberg valía la pena ser visitado. Santos, pero le tomaría quince días volver el orden a su hogar después de tan solo una de sus comidas!

Pero el desorden no era suyo para preocuparse, así que se concentró en proveerse con sustento. Había muchas cosas dejadas

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atrás, y desayunó con ganas. No se encontraría débil cuando el momento de la verdad llegara.

Ya estaba por dejar el salón cuando vio a Baldric recostado indiferentemente contra una de las costuras de Lady Lydia. Se le acercó inmediatamente.

—Buenos días a vosotros, buen señor. —Ella dijo, parándose al frente suyo y cruzando los brazos sobre su pecho. —Pensaría que estabais en las listas, recogiendo historias para vuestros versos.

Sus brazos estaban detrás de él. Margaret no tenía duda alguna de que estaba tocando la tapicería de Lady Lydia.

—Um,—Baldric dijo, viendo a todos los lados menos a ella. —Está haciendo un poco de frío afuera para estos viejos huesos.

Si claro, viejos huesos, pensó resoplando. Lo que estaba haciendo era decidiendo si estas tapicerías valían su tiempo. Ella reconocía la mirada.

—Estoy segura de que ya no esta haciendo tanto frío,—Margaret dijo, tomándolo del brazo y jalándolo. —Se trabajarán grandes hazañas el día de hoy, Baldric. No querrás perdeos el comienzo de ellas.

—Pero…También para esto se había preparado. —Tengo algo para que podáis ocupar vuestras manos.—Miró

a sus lados. No había nadie importante a su alrededor que pudiera ver lo que había robado del solar de Lydia. —Mirad.—dijo ella, sacando un pedazo de bordado en lino sin terminar. Lo levantó para que el pudiese ver que trabajo tan complicado era. Sin importar que hubiera sido lanzado con descuido como si no valiera la pena ponerlo en el salón. Sin duda alguna Baldric lo encontraría tan valioso como si fuera un cofre lleno de oro.

Sus ojos se enfocaron inmediatamente en el y sus dedos se contrajeron a la vez que el se alargaba para cogerlo.

Margaret se lo apartó. —Me daréis una promesa primero.La miró meticulosamente.

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—¿Si?—Debéis sentaros en la parte de atrás de las gradas y veáis que

la cubierta de mi cabeza este encima de un poste que pondré allí.—¿Y donde estaréis vos?—El exigió.—¿Donde creéis?—Ella preguntó exasperada. —¿Debéis

saber todos los detalles?Baldric miró el pedazo de tela con ansias. —Quizás no.—Es suficiente con que cuidéis del poste y de que se quede en

pie. —Ella sostuvo la tela mas cerca. —Entendido?No podía haberse visto más deseoso. —Entendido.—dijo el asintiendo con la cabeza, luego

alargando sus manos codiciosas. —Aah,—dijo el, pasando los dedos por las puntadas. —Muy bien.

—El poste,—ella le recordó. —La toca y el resto de las idiotas coberturas de cabeza.

—Ah, si,—pero su mente ya no estaba pendiente de ella.Margaret lo envió hacia las listas y se encargó de que se

pusiera en las graderías. Lo puso en la parte de atrás donde estaba segura estaría detrás de todo el mundo.

Buscó a Alex. Estaba hablando seriamente con Lord Odo, sin duda alguna poniendo en práctica su estrategia para entrar al torneo. Margaret estaba de pie en público esperando a que la viera. La vio desde luego, y pudo notar por su postura que se relajó cuando la vio que estaba vestida en ropas de mujer. La saludó con la mano.

—Los hombres son idiotas,—dijo a la vez que sonreía alegremente y lo saludaba de vuelta.

Continuó hablando con Lord Odo, y Margaret se largó de las graderías. Ya podía escuchar a las mujeres que se acercaban del salón. Redondeó la esquina del salón y por poco se chocó con nada menos que la viuda, Reina Eleanor.

—¡Eek!—chilló Lady Lydia. —Es esa criatura, ya ha venido ha arruinarnos la mañana!

Margaret se arrodilló ante la reina.

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—Pido me disculpéis, Su Señoría.Delgados, aunque sorprendentemente fuertes dedos la

agarraron del mentón y le levantaron la cabeza. Miró a Eleanor y rezó para que no fuera lanzada en el calabozo por su error. Solo los santos sabían como esto dañaría sus planes.

—Vuestro nombre, niña.—la reina le ordenó.—Margaret de Falconberg.—Margaret logró decir.—Su Señoría,—Lydia cacareó. —No os preocupéis. Ella no

es nadie…Eleanor levantó su mano. Margaret alcanzo a ver la mirada de

puro odio que Lydia le envió y tragó saliva. Encontró los ojos de Eleanor. La reina tan solo la estudió en silencio por un momento o dos en el cual Margaret murió varias muertes de malestar. Por favor, no me detengáis, rogó silenciosamente. Tenía que estar en las listas ese día.

—Una muchacha muy hermosa.—Eleanor de repente anunció.Y con eso, soltó el mentón de Margaret, pasó por su lado y

continuó su camino. Margaret bajó su cabeza y luchó contra el deseo de tirarse a llorar del alivio. Tan fuerte era el impulso que si acaso notó las horribles cosas que decían las damas de Lydia cuando ya se había ido la reina.

Una vez había recuperado el aliento, saltó poniéndose de pie y corrió a los establos. No había ni un alma aparte de un mozo de cuadra que estaba parado cerca de las puertas, obviamente cuidando. Margaret le lanzó una moneda.

—Alertadme si alguien viene.—ella le ordenó.—Pero mi señora…—el mozo protestó.Ella suspiró y le dio otra moneda. —Y quedaos callado, ¿entendéis? Ya me he ganado bastantes

problemas.El mozo alzó los hombros y apretó las monedas en su mano.

Margaret corrió al establo de Beast y con apuro se quitó el vestido y se puso su malla. Sería más fácil con un escudero, pero lo había hecho por tanto tiempo que logró hacerlo en poco tiempo.

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Recogió su escudo, un par de lanzas y su poste, luego abandonó el establo. Las cubiertas de su cabeza las sostuvo a un lado. Ensilló su propio caballo, y luego lo sacó de los establos.

Los ojos del muchacho se agrandaron pero ella puso un dedo en sus labios.

—Acordaos,—ella dijo.—No queréis conocer mi espada, ¿cierto?

Negó con la cabeza vigorosamente. Margaret escondió su sonrisa y continuó su camino hacia las listas.

Frances y Amery se le habían unido a Baldric en las graderías. Margaret le dio al juglar su poste y sus cosas de la cabeza.

—¡Pero mi señora!—Frances dijo horrorizada.—Shh,—Margaret siseó. —Arruinarás mi plan. Cuidad de

Amery y ayuda a Baldric a sostener el poste derecho. Es bastante importante.

—Como queráis.—dijo Frances dubitativamente.Margaret recogió su montura y equipo ye caminó hasta el final

del campo, sosteniendo su capa cerca de su rostro. Ni modo que la reconocieran tan rápido.

Dobló sus brazos sobre su pecho y se puso a esperar. El momento de retar a Ralf llegaría pronto, y entonces habría acabado con el de una vez por todas.

Y entonces, desde luego, tendría que ocuparse de la inevitable ira de Alex, pero eso vendría luego. No podía darse el lujo de pensar en ello ahora. Tan solo la distraería de su propósito.

Alex recostó su frente contra el cuello de Beast y tomó grandes bocanadas de aire. Ay, hombre, alguien debió advertirle en lo que se estaba metiendo. Un mes de entrenamiento no era suficiente para preparar a un hombre para toda una mañana en las listas.

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—Mi señor,—Joel dijo, jalando fuertemente de su manga. —aun tenéis a otro contrincante. —¿Otro?—Alex resolló. —¿De donde están saliendo tantos hombres?

—De las tierras aledañas, creo,—Joel respondió, todavía jalándolo. —Mi señor, llama por usted ahora.

—Vivimos en un tiempo brutal, Joel.—Alex dijo, limpiando su cara con su sobreveste. —Tan solo brutal.

—Como digáis, mi señor.—dijo Joel, sosteniendo los estribos. —¿Cabalgarais ahora?

—¿Tengo otra opción?—El montó, luego miró a su oponente. Bueno, este joven era pequeño y parecía nervioso. Tal vez era su primer día en la justa. Considerando que también era el primero de Alex, podía comprender la aprehensión del muchacho.

Pero de nuevo, estaba sentado sobre un cuantioso saco de pagarés, y el chico lo sabía.

—Okay, terminemos con esto de una vez.—Dijo impulsando a Beast hacia adelante. Tan solo le tomó una salida. Le dio al chico en el pecho y lo mandó a volar de su caballo. No se levantó. Alex dio media vuelta y volvió al lado opuesto de la cerca de justar.

—¿Estas respirando?—Alex le gritó mirando hacia abajo.El chico movió la mano débilmente como respuesta, y Alex

suspiró de alivio. La victoria era una cosa; una lesión mortal era otra.A menos que le pasara a Brackwald. El, desde luego, aun

estaba sentado al margen, esperar por esto le parecía a Alex que diezmaba el resto del campo. Alex no había tomado lugar en unas rondas, pero no les había tomado bastante tiempo a los otros participantes que al que tenían que vencer era a el. La primera vez que habían llamado su nombre sin un —Sir—, había visto como el rey se había sentado como si fuera a protestar. Alex había mantenido sus dedos cruzados y había montado de cualquier forma, antes de que Su Majestad pudiera pensarlo demasiado. Había tenido sus primeras ganancias inmediatamente depositadas con el tesorero del rey. Como Lord Odo había predicho, había apaciguado la sensibilidad real.

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Por la esquina de su ojo, Alex vio a Ralf aproximarse.—Lo reto,—Alex gritó, luego frunció el ceño. Estaba seguro

de que había escuchado un eco. Miró a través del campo para ver a otro caballero sentado a horcajadas en su caballo, su lanza en mano. Alex dirigió su mirada a las gradas. Podía ver a Baldric de pie, sin duda haciendo notas mentales para utilizarlas en futuras historias. La punta del sombrero de Margaret aun estaba visible, pero aun estaba ahí. Muy bien,¿ quien era este idiota que se aparecía justo ahora para arruinar las cosas?

—Alexander de Seattle fue el primero en retarlo,—un hombre declaró desde el pabellón del rey. Alex no sabía como llamar a este hombre. Comentarista de color no le sentaba. Sonrió a pesar de si mismo, imaginándose como un comentarista del siglo veinte hubiera detallado los eventos del día.

—Tengamos un poco de historia sobre el impopular Lord de Brackwald,—Alex se dijo a si mismo. —Abusivo, deshonesto, y punzante. No creo que tenga una oportunidad en el infierno de tomar el premio, ¿no es así, Bob?

—No, ¡fui yo quien lo retó primero!—El otro caballero dijo frenéticamente. —¡Fui yo!

—Dejad, muchacho,—Alex dijo, tomando su lugar al final de la valla de la justa. —Vamos Brackwald. Esto es lo que querías!

Ralf no perdió tiempo. Alex se encontró con que su escudo de madera fue pinchado por una lanza bastante afilada.

—Hey, ¡estos supuestamente debería estar desafilados!—Alex le gritó cuando se cruzaron el uno con el otro de vuelta a sus escuderos.

Ralf tan solo le sonrió.—Bueno, demonios,—Alex dijo, tomando otra lanza de Joel y

llevando a Beast al final de la valla. —Parece que el hombre va bastante en serio.

La otra embestida de Ralf acabó completamente con el escudo de Alex. Se encontró viendo a una punta bastante afilada muy cerca de su rostro. Alex arrancó la lanza de la madera solo para ver como

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se rompía por la mitad.Alex regresó a Joel, luego levantó el escudo para que el

heraldo pudiera verlo.Ricardo levantó su mano. —¡Otro escudo para el hombre!Genial. Lo que Alex hubiera querido era que se le multase por

utilizar el tipo equivocado de lanza.Bueno, parecía que todo dependía de el. No habría ayuda real.—Estarás tosiendo serias desgravaciones por esto, Ricardo, mi

amigo,—Alex murmuró mientras Joel se esforzaba por levantarle otro escudo.

El último pase de Alex fue un éxito. Supo que le dio fuertemente a Ralf en el pecho y lo escuchó maldecir mientras caía de su caballo. Fue solo entonces que se dio cuenta que tan cerca llegó la punta de la lanza de Ralf a su muñeca a través del escudo.

Aflojó la lanza, cabalgó de vuelta al pabellón del rey, y se la soltó al heraldo. Luego se volteo para ver lo que quedaba del enemigo de Margaret. No, su propio enemigo, el hombre que estaba en medio de lo que el quería.

Ralf se había puesto de pie y le estaba haciendo señales para que se acercara.

—Vamos, Seattle, Terminemos esto,—dijo roncamente. —¡Hasta la muerte!

—¡No!—el caballero del otro lado del campo gritó. —¡No, no hasta la muerte!

—Tendrás vuestra oportunidad con el que gane,—anunció el heraldo. —¿Acepta este reto, Seattle?

Alex miró al rey, esperando que dijera algo ahora. ¿Luchar a muerte no estaba en las reglas de justar a finales del siglo doce, cierto? Pero el rey tan solo se recostó en su silla y miró impasible.

—Genial,—Alex murmuró. Desmontó, sacó su espada y ahuyentó a Beast para que se alejara. —Hubiera podido ser Barbados,—dijo con un suspiro.

Pero entonces, hubiera sido Margaret en su lugar, y quien sabe

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que hubiera podido pasar. Y Margaret debería ser el premio, no el cadáver.

—Muy bien Brackwald, maricón, veamos que tienes,—Alex dijo, flexionando su brazo donde tenía la espada. —¿Mas juegos sucios?

Ralf hacia ver al resto de gente como escuderos. Alex se dio cuenta de esto rápidamente, y no fue un descubrimiento bastante feliz. Había sabido que Brackwald era despiadado, pero sospechaba que era por su personalidad podrida. Ese hombre parecía ser tan habilidoso que no parecía justo.

—¿Te estas pasando al lado oscuro de la Fuerza?—Alex preguntó.

—No se que sea eso, pero si significa infierno, si, así es.—Ralf dijo, entregando una malvada embestida junto con esas palabras.

Alex se quitó del camino y le respondió con un embiste que cualquier tenista profesional estaría orgulloso.

—Ni siquiera creo que el infierno te querría. Hueles bastante mal.

Y tan malos dientes. La boca de ensueño de cualquier dentista. Que mal que no hubiera forma de enviar a Ralf al siglo veinte con la única condición de que se arreglara los dientes. Sin anestesia.

Lo malo era que Ralf probablemente hubiera sido enviado de vuelta inmediatamente. Cualesquiera fueran sus fallas, el hombre si que tenía energía. Claro, el no había pasado toda la mañana enfrentándose a sus contrincantes uno tras otro. Alex sintió que su espada se volvía cada vez mas pesada en su mano. Apretó los dientes y buscó dentro de si la fuerza necesaria para terminar esto, y terminarlo pronto. No tenía la energía suficiente como para un empate.

Y entonces se dio cuenta de repente que la guardia de Ralf había bajado. Alex vio como su espada atravesó la de el y se enterró fuertemente en el hombro de Ralf.

—Arrgh, —Ralf dijo, a través de dientes apretados. Se tropezó hacia atrás, sosteniendo su brazo con el que manejaba la espada.

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Alex lo forzaba de regreso, jamás dejando sus embestidas hasta que Ralf cayera al piso fuertemente. Alex pateó lejos la espada de Ralf, luego le pisó la mano antes de que pudiese alcanzar una daga en su cinturón. Alex puso su espada fría en la garganta de Ralf y sonrió despiadadamente.

—¿Morirás?Los ojos de Ralf estaban llenos de odio. —No tienes los cojones para matarme.—¿Que no? Que gracioso, esta mañana pensaba que si.Alex, levantó su espada luego se detuvo a la vez que se daba

cuenta lo que estaba a punto de hacer.Asesinato en 1194Se encontró con que no se podía mover. Estaba apunto de

quitar una vida en 1194. ¿Quien sabía como esto percutiría en el futuro? Sin importar que había decidido quedarse para arreglar las cosas con Margaret. La verdad era, que este no era su siglo, y no tenía por que matar a alguien que si pertenecía. Sin importar cuanto quería bajar su espada y cortarle la cabeza a Ralf, tan solo no podía hacerlo.

—Cobarde,—Ralf gruñó.—Cállate,—Alex dijo distraídamente. Miró al rey. —Mi señor,

deseo que se le considere derrotado. ¿Que dice, Su Alteza?—Hecho,—dijo Ricardo, su voz obviamente esparcida por

todo el campo.Alex levantó a Ralf del brazo conectado al hombro herido.

Mientras Ralf aun aullaba, Alex le pegó fuertemente en el mentón. La cabeza de Brackwald se fue para atrás y colapsó de un golpe en los pies de Alex.

—Espero que aun sigas vivo,—dijo Alex tristemente. Se retiró a la vez que un par de hombres de Ralf vinieron y recogieron el cuerpo inerte de su señor. —Su armadura me pertenece,—Alex les dijo, —y las monedas también, solo que aun no he decidido cuanto.

Fue hasta entonces que se dio el gusto de relajarse. Se estaban encargando de Ralf. Tal vez Ricardo tendría una mejor visión sobre

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el ya que se había abstenido de matar a uno de sus vasallos. Y tal vez esos buenos sentimientos irían hasta tal punto que lo convencerían de poner en venta a Falconberg por cualquier precio que Alex pudiera encontrar.

—Joven caballero,—dijo el heraldo al muchacho sentado al final del campo. —Tomad vuestro placer con Alexander de Seattle en lugar de Lord Brackwald.

—No,— el caballero dijo, negando con su cabeza, —no hay necesidad.

—Perdisteis vuestro deporte,—el heraldo insistió. —Tres pases con la lanza, luego 5 golpes con la espada para descubrir al ganador.

Alex no protestó. Le había negado al muchacho su oportunidad con Brackwald. Ofrecer una parte de si mismo era lo menos que podía hacer. Primero inmovilizaría al muchacho tan rápido como pudiera y luego encontraría una esquina desierta del salón de Odo para acurrucarse y tomar una larga siesta. Claro, después de que se humillara ante los pies del rey por un periodo de tiempo.

—Vamos muchacho,—Alex llamó, —terminemos con esto. —Montó e hizo que Joel le trajera otra lanza del monte del botín.

Alex miró al alto caballero y pausó. Había algo bastante familiar sobre la estatura del muchacho. Luego puso a un lado lo que pensaba. Había visto a más caballeros esa mañana de lo que le hubiera gustado. Tal vez el joven había estado holgazaneando por algún lado del campo.

El heraldo dio la partida.Pero ese caballo… Alex movió la cabeza para mirar a las

graderías. Baldric estaba en sus pies sosteniendo un poste. Un poste que tenía una toca y una linda gorra blanca.Alex sacudió su cabeza de vuelta al caballero que se acercaba

a el.—Maldita seas, Margaret…Hubiera dicho mas pero su lanza le pegó justo en el esternón.

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Por primera vez en todo el día se había encontrado tirado en el piso, sin poder respirar. Se quedó allí por tan poco tiempo como pudo, luego se levantó y cruzó todo el campo. Margaret, ahora si podía ver que era ella, aun estaba sentada en su caballo.

—¡Baja ahora mismo!—Le gritó.—No lo haré.Rechinó los dientes. Baja ahora mismo y pelea como un

hombre.—Te gané con la lanza,—dijo ella, —con bastante coraje,

considerando la ocasión.—Si, bueno, aun debéis luchar con la espada y la mía tiene

una cuenta pendiente contigo.—Creo que preferiría…—Cobarde.—le echó en cara.Santo dios, si que era predecible. Alex hubiera reído si no

hubiera estado tan, bueno, tan… No tenía idea de lo que era, pero estaba seguro de que sentía algo que estaba casi en el mismo nivel de la ira y deseo.

Margaret lo maldijo a la vez que se bajaba de su caballo. —Me quitasteis la oportunidad de ganarle en frente del rey, —

ella le gritó. —Había estado esperando por esto por años!—Se le lanzó con la espada.

—Bueno, pues adelante defendiendo tu honor,—Alex le replicó desviando su ataque. —¡Me prometiste quedarte en las gradas!

—Mi toca estaba ahí. Era suficiente.—Ni se te ocurra justificar esto. —le advirtió. —Aceptaste que

lo hiciera yo.No parecía tener respuesta para eso.—Estoy anonadado de la fe que has depositado en mi,—

continuó diciendo con ira.—Pero si tengo fe en vos,—le dijo como respuesta.—No lo mostrasteis.—Es mi vida!

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Y si que había entrenado hasta el cansancio para proteger esa vida por ella. Bueno, había llegado la hora de mostrarle que el era sumamente capaz de llevar los pantalones en la familia. Una cosa era que ella supiera que el podía y que aun la dejase pasar por encima de el. Otra cosa totalmente diferente era cuando ella obviamente pensaba que el no era su igual cuando llegaba la tarea de protegerla. Y si se lo tenía que demostrar en el campo, así sería.

—Soy un hombre, escúchame rugir. —dijo claramente.—¿Que?—Prepárate para que te gane, muchacha alborotadora,—dijo

en su mejor gruñido.Ella jadeo indignada. Alex se encontró renovado totalmente y

con una fresca tanda de energía. Su orgullo masculino había sido insultado y desechado demasiadas veces. Sin importar que el preferiría estar al mando de la guarnición como igual al lado de Margaret. El hecho de que ella no pensara que pudiera hacerlo por si solo era suficiente para estar totalmente decidido a probárselo.

Luchó contra ella con una mirada de intense concentración en su rostro. Luego dejó curvar su sonrisa en la más leve de las arrogantes sonrisas. Siempre había sido la única cosa segura que ponía a Jamie de mal humor. Parecía tener el mismo efecto en Margaret.

Alex dejó que ella se cansase y continuó sonriendo.Y cuando el había tenido suficiente, cambió a la ofensiva,

forzándola hacia atrás, utilizando sus propios movimientos contra ella hasta que el pudiera ver que ella estaba sin aliento. Entornes con un movimiento, y tenía que admitirse a si mismo que fue hecho de manera bastante artística, mando a volar la espada de ella. Vio como volteaba en el aire y estaba bastante impresionado con la velocidad y trayectoria. Luego la vio venir abajo.

Fue entonces que un sentimiento de horror se apoderó de el.La espada iba en dirección al pabellón del rey.Cortó el toldo y se clavó en la madera del piso con toda la

fuerza de un misil.

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Justo en el medio de las rodillas de Ricardo Corazón de León.Por suerte para el rey, no había estado sentado con las piernas

cruzadas.—Merde, —Margaret habló en voz baja.—Puedes decir eso de nuevo, cariño,—Alex dijo agarrándola

del brazo. Se llevó a el y a su futura errante esposa a través del campo y los puso a ambos de rodillas al frente del pabellón. No se atrevía a decir nada. Lo único que esperaba era que la reacción de Ricardo no sería la de llamar para que trajeran un par de cuerdas que hicieran juego.

—Alexander de Seattle,—el heraldo anunció. Alex miró cuidadosamente al heraldo. Hizo una mirada furtiva

al rey. Aun estaba mirando boquiabierto a la espada que temblaba.—¿Si?—Alex aventuró.El heraldo apuntó al lejos final del campo. —Hay todavía un oponente.Alex miró a su izquierda y sintió que sus ojos se ensanchaban

antes de que pudiera detenerse. Madre Santa, ese hombre era inmenso. Su caballo era inmenso. Estaba vestido totalmente en negro. Hasta desde lejos, Alex podía ver que se veía bastante descansado y vigoroso.

—Bueno, que demonios.—Como si casi amputar las joyas reales no hubiera sido suficiente. ¿Ahora esto?

Su día había cambiado obviamente para lo peor.

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Capitulo 20

Margaret sabía que estaba perdidaSe arrodilló ante el pabellón del rey con los dedos de Alex

clavados en su brazo y miraba la vista horrorosa que saludó a sus ojos del otro lado del campo. El caballero era enorme, podía ver eso desde donde estaba. Alex era increíblemente alto, pero podía ver que este hombre era igualmente alto, solo que parecía el doble de ancho.

A la vez que veía como el hombre se acercaba al final de la valla y tomar la lanza, de nuevo consideró su situación.

El rey aun miraba la espada clavada en medio de sus piernas y parecía haberla olvidado por el momento. Aunque sabía que no duraría mucho, estaba agradecida por el indulto comentario de su escrutinio.

Alex aun la sostenía como si tuviera en mente hacerle daño corporal. Aunque el también tenía su atención en otro lado, también sabía que la tregua en su irritación no duraría mucho.

Y entonces estaba un hombre inmenso vestido de puro negro al final del campo señalando a Alex con su lanza, indicando que tenía un asunto pendiente con el. El caballero desconocido estaba recién descansado, y su comportamiento sugería que piedad y paciencia no estaban dentro de sus atributos. Alex estaba cansado después de haber luchado toda la mañana. Eso tan solo podía significar una sola cosa.

El hombre que ella amaba estaba a punto de morir.Margaret miró la mandíbula apretada de Alex y se encontró

con que no podía negar los sentimientos que tenía por el. Por más loco y tonto que pareciera sobre su pasado y su tierra, aun era el vencedor de su corazón. Amaba sus ojos pálidos. Amaba la belleza de su rostro. Hasta amaba sus métodos poco convencionales de entrenamiento. Y, que los santos la ayudaran, lo amaba por tomar

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una espada y defender su honor.Ella sabía que haría lo que fuera en ese momento por evitar

perderlo.—Iré por vos,—ella soltó.Alex le dio una mirada sombría.—No lo harás.—Si, si lo haré. ¡Una lanza!—Ella anunció.El se levantó con dificultad. —No necesito que pelees mis batallas.Ella se levantó. —¿Por que no? Lucháis las mías por mi.Le frunció el ceño. —Y es así como debe de ser.Ella no podía negar la excelente lógica en esas palabras, pero

se veía tan cansado. Sin pensarlo ella levantó la mano y acarició su mejilla.

—Hubiera sabido que este sería el juicio que enfrentaríais por mí, no os hubiera forzado a pelear conmigo.

El parpadeó. —¿De verdad?—Bueno,—ella dijo, dándose cuenta que no era del todo

cierto,—tal vez no. Pero,—ella añadió. —No hubiera llevado el asunto tan lejos.

—Tú llevaste…—el balbuceo. —No lo hiciste…El caballero negro estaba golpeando impacientemente su

escudo con su lanza. Margaret lo miró frunciendo el ceño, luego se volteo a tiempo para que Alex la sujetara aun más.

—Hazme el favor de irte a sentar en las graderías,—el dijo. —Me gustaría pensar que estas segura mientras me están acribillando vivo.

La soltó. Sin dar a sus acciones mas pensamiento que el necesario, Margaret lo jaló de los hombros y lo besó fuertemente en los labios.

—Gana,—simplemente dijo.

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Antes de que ella pudiera retroceder, Alex la sujetó de la parte de atrás de su cabeza. La atrajo hacia el y asaltó su boca. Margaret no pudo hacer mas que sujetarse a el y rezar para que sus rodillas no le fallaran. Estaba bastante sudoroso, y no olía muy bien que digamos, pero a ella no le importaba. La ferocidad que vio en sus ojos cuando levantó la cabeza reflejaba la emoción que recorría en ella perfectamente, lo único que podía hacer era mirarlo, muda.

—Ve a sentarte. No te muevas.Ella asintió. Estaba más que dispuesta a buscar un asiento

antes de que colapsara de golpe en el campo.Alex le hizo una venía al rey. —Con su permiso, ¿Su Majestad?Ricardo le hizo seña con la mano para que se fuera y Alex se

volteó y regresó a su montura. Margaret lo vio irse, sintiendo sus rodillas bastante débiles debajo de ella.

Fue entonces que se dio cuenta que todo el mundo la estaba mirando. El rey la estaba mirando con una expresión bastante calculadora en su rostro. Margaret no se atrevía a especular, pero estaba segura que significaba problemas. Le hizo una gran venia, luego corrió a las gradas antes de que pudiera decir algo. Corrió tan lejos como pudo por la valla. Tomando una gran bocanada de aire, se volteo y se recostó contra la madera. Rezó con los ojos abiertos, que Alex sobreviviera este día.

No parecía un prospecto bastante prometedor.Los dos guerreros se unieron en un choque. Alex se tambaleo

en su montura pero no cayó. La segunda vez estuvo mas cerca. Margaret juntó las manos y rezó por un tumulto. Al menos hubieran podido correr en equipos y entonces hubiera podido ayudar a Alex. La tercera vez mandó a volar a su amor de su caballo. Lo suficientemente feliz, al parecer, el otro caballero había sido también alcanzado por la lanza de Alex y caído de la misma forma como vergonzosa en el polvo.

Alex acababa de poder levantarse cuando el otro hombre ya había saltado sobre la valla de la justa y avanzaba hacia el. Margaret

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tomó algunos pasos lejos de las gradas. Al demonio con los modales. No dejaría morir a Alex.

El hombre vino hacia Alex con la espada lista.—¡Poneos de pie, idiota!—Margaret le gritó. —¡Daos prisa!Alex alcanzó a levantarse y sacar su espada a tiempo para

evitar perder la cabeza.—Caramba,—dijo, saltando lejos del regreso de la espada del

caballero negro. El caballero negro levantó su ropa un poco. Margaret lo vio ajustarse la malla que cubría sus piernas. Tal vez alguna alimaña había invadido sus pantalones.

Alex se veía cansado. Margaret cogió su espada, en caso de que necesitara ayuda, luego se dio cuenta de que su espada aun estaba clavada en el pabellón del rey. Sacó su daga y dio otros pocos pasos hacia el campo. El caballero negro estaba luchando demasiado bien, aunque por alguna razón se veía poco cómodo en su armadura. Margaret vio como daba un paso atrás y levantaba las manos para dar un alto a la lucha.

—Que fastidio son estas cosas,—dijo el, quitándose el yelmo y tirándolo al piso. Estaba utilizando una cofia, pero la tenía ladeada. Margaret vio como también se la quitaba, luego sacudió un montón de cabello oscuro. A pesar de si misma, encontró la vista del hombre bastante llamativa.

De la misma forma que lo hizo Alex, obviamente, por la forma en que la punta de su espada hizo contacto abrupto con el piso.

—¿Jamie?—Alex jadeó.El caballero negro sonrió y le hizo una pequeña venia a Alex. —Nada menos que en cota de malla,—dijo orgullosamente. —

Aunque no tienes idea cuanto me tomó encontrar un traje que me sirviera. Por las rodillas de San Miguel, no hay buenos trabajadores de metal en el siglo veinte! Pero le dije a Beth que no había sentido en venir a buscarte si no tenía el equipo apropiado para traerte de…

Alex se tiró el yelmo, tiró a un lado su espada, y corrió a abrazar al hombre que parecía tener en mente su muerte no hacía más que unos momentos atrás.

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—¡No puedo creerlo!—Alex exclamó, golpeando al hombre con entusiasmo en la espalda. —¡Por fin me encontraste!

El caballero negro devolvió los machaques con unos cuantos duros golpes propios.

—Si, bueno, Tratamos una o dos puertas antes de encontrarnos con tu pequeña bola de aluminio ceca del aro en el pasto…

Margaret vio como de repente Alex detuvo los golpes. Se alejó y le frunció el ceño al otro hombre.

—¿¿¿Tenías que encontrarme hasta ahora??? ¿Tu tiempo oportuno apesta!

—bueno, nuestro viaje por el portón hacia el futuro tomó mas de lo que espera…

Margaret vio como la expresión de sorpresa de Alex cambiaba de fastidio a extremadamente furioso. Con un grandioso empujón hizo caer al caballero negro, luego saltó a agarrarle el cuello.

—¡Maldito seas, James MacLeod!— Alex gritó.¿James MacLeod, el cuñado de Alex? Alex tomó un breve

momento para considerar lo que esto significaba, luego se dio cuenta de que Alex estaba a punto de estrangular al otro hombre. Eso no serviría para nada. Tenía preguntas que hacerle a este Lord MacLeod, preguntas que aclararían la sanidad de Alex sobre sus historias.

—¡Deteneos!—ella gritó. —Alex, ¡detened esta idiotez!—Maldito seas, Jamie, —Alex estaba diciendo. —¿Por que no

me dijiste sobre esas malditas X?—Yo no pensé… verás el... mapa,—Jamie trataba de respirar,

obviamente luchando para coger aire.—¡Hubieras haber podido poner alguna advertencia!—Aun está… en el… ooof…. proceso de experimentación.Lord MacLeod comenzó a ponerse de un color bastante

morado. Margaret no tenía, idea alguna de que era que tenía a su amor de tal humor, pero era más que obvio que su cuñado era la causa de esto. No había sentido en no rescatar al hombre antes de

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que Alex terminara con el. Después de todo, tenía sus preguntas para hacerle. Atravesó el campo.

—¿Experimentación? Maldito seas, Jamie, ¿como pudiste dejar algo tan peligroso andando por ahí?—Alex le exigió. Cogiendo a su cuñado por el cuello. —Haz estado pasando el fin de semana en Barbados, no es así? Y yo termino en la lluviosa Inglaterra medieval, y tú has estado asoleándote en la playa. ¡Aun tienes un maldito bronceado!

—Las vacaciones son… arghh… buenas para tener un cuerpo sano,—Jamie logró decir, tratando de alejar a Alex.

—Vacaciones…Margaret agarró a Alex por la parte de atrás de su sobreveste y

lo jaló firmemente. —Alex, dejad que se levante.—No me detengas ahora,—Alex gruñó. —He estado soñando

con este momento durante semanas.Margaret podía sentir la mirada de todo el pueblo en ellos.

Claro, estaba casi segura que la mirada real estaba haciendo un hoyo en su espalda.

—Lo matáis más tarde.—le sugirió. —Cuando no tengáis tanta audiencia. Además, tengo una o dos preguntas para este hombre y no lo matarais hasta que tenga mi oportunidad con el.

Alex tomó bastante aire, y lo soltó lentamente. Sin querer, soltó a su victima y se puso de pie. Lord MacLeod se sentó con un gruñido, frotando su ofendida nuca.

—Mis agradecimientos, señora.—dijo el, enviándole una corta sonrisa. Le frunció el ceño a Alex. —Pensé que estarías feliz de vernos. Por los Santos Alex, ¡te trajimos munchies!

Alex maldijo con gran entusiasmo. —Tu tiempo de llegada no podría ser peor, maldición. ¡Estoy

a punto de casarme!La boca de Jamie cayó al piso. —¿Lo estas?—¿Lo estáis?—Margaret repitió. Encontró su mano siendo

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capturada por la de Alex.—Lo estoy,—dijo el, dándole una mirada que la retaba a

contradecirlo.Basada en esa mirada, decidió que permanecer callada sería

para su propio beneficio. Alex miró de mala gana a Jamie. —Esperemos que no hayas arruinado mi reputación con el rey.

—Jamie continuo mirándolo boquiabierto.—No te levantes,—Alex le dijo cortante. —Retomaré donde

quedé mas tarde. Vamos Meg. No queremos hacer esperar al rey. Esperemos que aun piense que soy un magnifico caballero después de este fiasco.

Margaret se encontró siendo remolcada hasta el pabellón del rey. Miró sobre su hombro y vio a Jamie levantarse lentamente, aun mirándolos a ella y a Margaret con una expresión de incredulidad en su rostro. Margaret hubiera regañado a Alex por no ser mas hospitalario hacia un hombre que obviamente había recorrido grandes distancias para verlo. Pero el semblante de Alex le advertía que no sería bien recibido que lo regañara.

Alex se detuvo abruptamente. —Ah,—el dijo.Margaret siguió su mirada y vio a Edward de Brackwald

frente al rey, siento sostenido fuertemente por Sir George. —Bueno,—Alex dijo, sonando algo inseguro. —Creo que

esto es bueno.—Es un golpe de magnífica suerte,—Margaret dijo,

tomándolo por el brazo y jalándolo a el esta vez. —Le dirá al rey sobre el engaño de Ralf.

—Si, bueno, tal vez no sea solo eso.Le dio una breve mirada, —¿Que queréis decir?Se veía bastante incómodo. —Creo que Edward piensa que es un buen esposo para ti.—

fue el turno de ella de detenerse abruptamente. —¿Y de donde habrá obtenido tan ridícula idea? El sabe que no me sirve ni Ralf, ni nadie

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de su familia.—Bueno,—Alex balbuceó. —Tal vez le di la idea.—¡¿Vos que?!Alzó los hombros sin poder evitarlo. —Fue cuando pensé que iría a casa. No quería que te quedaras

con Ralf.—Puedo escoger mi propio marido, ¡gracias!—Me doy cuenta de eso ahora, y créeme, quiero ser el primero

en la lista.—Maldición,—se quejó. —Vamos, mismísimo imbécil. Tal

vez quieras quitarle esa noción ahora.Jaló a Alex hasta el pabellón, luego se puso de rodillas al lado

de Edward. Le sonrió cuidadosamente a ella.—Lady Margaret.Trató de no respirar demasiado alrededor de el. El foso de Ralf

desde luego era menos cuidado que su salón.—No me casaré con vos,—le murmuró claramente. —Mejor

os olvidáis de la idea.El parpadeó. —Pero pensé…—Si, siempre hay un peligro en eso,—dijo ella. —Alex lo

hace a menudo y mirad nada más donde lo ha llevado. —Ejem.Margaret cerró sus labios al escuchar que se la garganta real se

aclarara. No se atrevía a mirar a su rey.—Señoría,—Alex comenzó.—Levantaos, Alexander de Seattle,—el rey le ordenó.Alex lo hizo. Margaret miró rápidamente al rey, y su corazón

cayó. Su majestad tenía algo planeado, y tan solo podía ser algo sucio. Tenía esa mirada.

—Sabremos el nombre de este otro caballero,—el rey dijo, señalando un imperioso dedo de vuelta a las listas, —y por que vosotros decidieron pelear de tal manera.

—Es mi cuñado, Su Majestad. Laird James MacLeod de

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Escocia,—Alex dijo humildemente. —Fue una disputa familiar. Me disculpo por llevarla a cabo en el campo donde no había razón de ser.

Ricardo gruñó. Margaret secretamente pensó que el rey no tenía de donde criticar. Los Santos mismos sabían que el rey había tenido sus disputas con los miembros de su familia, tanto adentro como fuera del campo. Miró atentamente esperando su reacción y vio que las ruedas reales comenzaron a girar. No podía si no ver las posibilidades en dos bastante altos hombres. Ella dijo el mas pequeño, mas sincero rezo de toda su vida para que el rey no invitara a Alex a hacer parte de su compañía. No podía saberse donde terminaría si esto llegase a suceder.

—Si, ¿mi señor?—dijo de repente, esperando distraerlo de posibles ideas de reclutarlo a su ejercito.

Ricardo puso sus manos sobre su espada que aun seguía clavada en el piso en la mitad de sus piernas y le frunció el ceño.

—Nos habéis desobedecido repetidamente. Deberíais de haberos casado hace ya varios años, al hombre que escogió vuestro padre para vos.

¿Era su culpa que su padre hubiera tenido un corazón blando para satisfacerla en su deseo de no casarse siendo una niña? Y de seguro que no era su culpa que su padre llevase 10 años muerto y fuera bastante incapaz de buscarle un marido que le conviniera. Aun así, ninguna de esas dos cosas, ella se atrevía a compartir con el rey. Que mejor no se enterara hasta donde se extendía su desobediencia.

Sintió como Alex se agitaba detrás de ella, y rápidamente lo codeó en las costillas. La última cosa que ella necesitaba de él era que soltase algo de interés que era mejor se quedase guardado.

—Y ya que tu señor no esta vivo para encargarse de ello,—Ricardo continuó, —La tarea de buscaros un marido cae en nuestras manos.

—Pido me disculpéis, mi señor,—Margaret se aventuró —pero no creo que ninguno de vuestros hombres pueda cuidar mejor de Falconberg como lo hago yo…

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Ella jadeó al sentir el codo de Alex en sus costillas.—Lo que ella quiere decir, Su Señoría,—Alex comenzó, es…—… lo que yo quiero decir,—Margaret continuó, lanzándole

una mirada oscura a Alex, —es que vuestra majestad aprecia la tierra tanto como yo. Se que Su Señoría no querría que mis tierras cayeran en malas manos y fueran descuidadas y atropelladas.

Ricardo se frotó el mentón y la estudió con un velo bastante delgado de impaciencia. Bueno, al menos no la había contradicho aun. Y su cabeza aun seguía encima de sus hombros. Margaret estaba casi mareada de alivio. Quizás se le podría preguntar a Edward y Ralf sería descubierto como el devastador que era.

—Una bendición, entonces,—Ricardo continuo. —De que hemos encontrado a un hombre que pueda cuidar de vuestras tierras y que aun tenga la suficiente energía de controlaros.

—No Ralf.. —Margaret comenzó.Ricardo meneó su mano desechando esa idea. —Lo hemos considerado, es verdad, pero hoy no se ha

probado competente.—Estoy seguro que le caerían mejor de tierras francesas,—

Alex murmuró en voz baja. Margaret quería decirle que estaba de acuerdo, pero no se atrevió. —Y dado a lo que su hermano ha dicho de sus acciones en los últimos meses, podemos ver que sería una escogencia bastante mala.

Gracias a los santos por eso, ella pensó.Ricardo miró a Alex. Margarte por poco saltó al ver el cálculo

allí.—¿Cuanto habéis reunido el día de hoy?Alex parpadeó. —Disculpe, ¿Su Señoría? —¿Cuanto?—Ricardo preguntó exasperado. —¿Por vuestros

rescates?—Ah, en verdad no estoy bastante seguro…—Mercancías que pueden llegar a valer quinientos marcos,

Señoría,—El heraldo del rey anunció. —Y sin contar lo que Lord

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Brackwald le debe.Margaret parpadeó.Vea que se le reúna todo al nuevo conde de Falconberg.—Ricardo le dijo al hombre que había acabado de hablar.—No es ni siquiera un caballero,—Edward soltó desde el otro

lado.La mirada de Ricardo debió de haberlo matado en el instante,

pero maravillosamente aun seguía arrodillado.—¿Cuestionáis nuestra decisión, Sir Edward?—El rey

demandó, golpeando significativamente el mango de la espada de Margaret.

—No, Señoría, tan solo es que…—¿Si?Edward tragó bastante duro. —No, Señoría. Es una escogencia bastante sabia.—Exactamente lo que pensamos.—El rey miró de nuevo a

Alex. —Preparaos para esta noche, pues serás nombrado caballero en la mañana y luego nos jurarás lealtad. La boda se celebrará inmediatamente después. Ricardo puso su mirada al nivel de la de Margaret. —Iréis con las damas de la condesa y verás que os preparen para mañana también.

Margaret tan solo podía mirarlo con ojos bien abiertos.—Os aseguramos que a vos no os gustaría enfrentaros contra

nosotros con espadas.Eso era verdad, especialmente considerando el temperamento

real.Se encontró con que Alex le tomaba de nuevo la mano.—Su Señoría es bastante generoso,—dijo el frotando su mano

fuertemente. —y estamos bastante agradecidos por su abstención y por su gran sufrimiento.

—Nuestro ejército aun podría necesitar algunos soldados,—dijo Ricardo mirando cuidadosamente a Alex y a su cuñado con una nota de remordimiento.

—Mi señor Ralf parece ansioso de servirle,—Alex ofreció.

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Margaret admiraba su valor. Santos, ese sería el lugar para Ralf, caminando en el ejercito de Ricardo.

—Así es. Pero ¿y que de nuestro reciente conde Falconberg?Alex tomó una gran bocanada de aire. —Me atrevo a decir que el rey podría necesitar oro para sus

guerras.Ricardo apretó los labios. —Sería un precio bastante alto, pues nuestros cofres están

bastante ligeros.—Sería mi placer verlos crecer un poco. Estoy seguro que lo

haría mucho mejor si me quedara en Falconberg.Ricardo reconoció el punto con un gruñido. —Tickhill, encargaos de que Margaret este vestida y

preparada para la ceremonia. Vamos, madre, y volvamos al salón por comida.

Se levantó e inmediatamente hubo una gran ráfaga de actividad de los cortesanos a su alrededor a la vez que se levantaba para inclinar su cabeza. Ricardo rodeo la espada de Margaret, le dio una mordaz mirada, luego escoltó a Eleanor fuera del campo.

Margaret no se atrevía a respirar hasta que el rey y el resto de la gente hubieran desaparecido por la esquina del salón. Fue solo entonces que tuvo el coraje de respirar. Por los Santos, había estado muy cerca! Y pensar que con unas meras palabras el rey la hubiera podido a unir a Ralf para el resto de su vida.

Lord Odo retiró la espada de Margaret de donde estaba, luego salto sobre la valla con toda la exuberancia de un escudero. Agarró fuertemente a Alex por los hombros.

—Por los Santos, muchacho, ¡lo hicisteis! ¡Muy bien!Alex se estaba riendo. Margaret levantó la mirada y estuvo

sorprendida del placer autentico que veía en su rostro. Alex la volteó hacia si, luego la besó fuertemente en la boca. Lo miró, aturdida, cuando se retiró.

—El conde de Falconberg,—ella suspiró. —Ni siquiera mi padre sostenía un título tan sublime.

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Su sonrisa era casi demasiado hermosa para verla. —No importa,—dijo el, tocándole el rostro. —Lo que importa

es tu tierra y todavía es tuya, y lo continuará siendo por el resto de tu vida.

Ella negó con la cabeza. —No, es vuestra.—No, Margaret, es tuya y tu eres mía.—El sonrió y la vista de

esa sonrisa le hizo querer abanicarse. —Aunque debo decir, creo que he obtenido el mejor premio.

La hubiera besado de nuevo, y desde luego deseaba hacerlo, pero Lord Odo la cogió.

—Vamos, querida,—dijo el, dándole su espada, —veamos que uso le podemos dar a las costureras de Lydia. Tiene infinitos pedazos de tela que los cuida como el vino fino. Ella os dará el mejor para vuestro vestido, me encargaré yo mismo de eso!

Margaret alcanzó a dar una última mirada a la vez que envainaba su espada. Edward le estaba dándole la mano a Alex, viéndose decepcionado, pero vivo. Alex aun reía incontrolablemente. James MacLeod se había unido al grupo y aun tenía esa cara de asombro. Al menos su cara ya había vuelto a su color natural. Margaret se moría por interrogarlo, pero Lord Odo la sostenía de tal forma que ella sentía que nunca podría soltarse, y no tenía el corazón de ponerle su espada en el cuello. Con suerte alguna, Alex dejaría lo suficiente de su cuñado para que le fuese posible interrogarlo.

Luego, se detuvo abruptamente.Una de las mujeres más hermosas que ella jamás hubiera visto

acababa de venir corriendo por la galería. Le lanzó un pequeño niño a los brazos de James MacLeod y se lanzó hacia Alex, agarrándolo de tal forma que temiera nunca mas verlo. Alex rió y devolvió su abrazo.

—Venid, mi niña,—Lord Odo, arrastrándola gentilmente, —Debes preparaos para una boda.

Margaret estaba tan aturdida como para no dejarlo arrastrarla

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hacia el salón. ¿Una boda? Con lo que acababa de ver, se preguntaba si habría alguna.

Santos del cielo, ¿quien era esa mujer?

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Capitulo 21

Alex se sentía mareado de alivio. No había otra forma de describirlo. Era mejor que pasar un examen. Era mejor que apoderarse de cualquier compañía. Era, sin duda, lo mejor que había sentido en toda su vida. Abrazó a la hermana que no había visto en semanas, luego la levantó girándola mientras reía.

—¿Puedes creer esto?—le preguntó. —¡Lo hicimos! ¡Salvamos su tierra!

—Eso me doy cuenta,—dijo Elizabeth, poniendo su mano en su frente y sonriendo débilmente. —Creo que unas ‘felicitaciones’ sería bastante apropiado.

—Si tan solo supieras.—dijo, con sentimiento.No tenía idea desde donde comenzar a contarles a Jamie y a

Elizabeth todo lo que había pasado en las últimas semanas. Y eso que ni siquiera había comenzado a organizar los sentimientos de su llegada. De todos los momentos que vinieron a aparecer!

Aunque tenía que admitir que, ahora que había tenido su oportunidad de estrangular a Jamie, estaba bastante feliz de verlos a ambos.

Al menos pensaba que estaba feliz.Puso a un lado pensamientos que eran mejor para una época

de jubilación. Pensaría sobre que significaba para el la llegada de su familia y su futuro después de la luna de miel. No se atrevía a pensar en ello ahora.

Un olor bastante horrible pasó por su nariz. Parpadeo y se dio cuenta de que Edward había venido a pararse junto a el.

—Felicitaciones,—Edward dijo sonriendo de manera amigable. —En vuestro titulo y novia.

—Lo siento,—Alex dijo, no sintiendo ni el menor remordimiento.

Edward hizo a un lado la disculpa.

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—Es obvio que le gustáis. Y me atrevo a decir que cuidaras muy bien de Falconberg por ella.

—Si tenemos suerte, estarás a cargo de Brackwald y entonces nuestros problemas en la frontera habrán acabado.

—Si, si tenemos suerte.—Edward estuvo de acuerdo. —Habré de reunirme con el rey después de la cena. Aparentemente no sabía nada de las hazañas de Ralf.

—Bueno, eres prueba viviente no es un ciudadano ideal. Me alegro de que estés libre caminando de nuevo.

—Le agradezco a Sir George por eso,—Edward dijo. Le asintió al capitán de Margaret, luego dio un paso atrás. —Quizás deba buscar unas ropas mas limpias. Dudo que Su Majestad este ansioso de oler mi presente estado.

Alex no pudo si no más estar de acuerdo, pero se detuvo de decirlo en voz alta. Esperó a que Edward se hubiera ido antes de que se volteara hacia George.

—Bueno,—preguntó con una sonrisa, —¿que crees?George le dio una sonrisa igual a la suya. —No podría estar más satisfecho.—Ni yo. —Ale rió por el solo placer de hacerlo. —Casi no

puedo creerlo.George le dio un codazo clandestinamente. —Una presentación, mi señor.Bueno, George obviamente estaba buscando más ‘futuros’

detalles. Estaba mirando a Jamie y a Alex como cualquier otra persona del futuro miraría a un extraterrestre. Alex no se demoró en presentar el capitán de Margaret a su familia.

—Un placer,—George dijo, con los ojos un poco mas abiertos de lo normal.

—George sabe todo,—Alex explicó. —Y me cree. A diferencia de Margaret, que piensa que he perdido la cabeza. Y no es que se lo haya echado de buenas a primeras. ¡Santo cielo, llevaba un mes de conocerme antes de decirle!

—Okay,—dijo Elizabeth, tomando a su hijo de nuevo en

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brazos. —Es hora de que nos cuentes todo. Desde el principio.—¿Escuché que trajiste munchies?—Alex preguntó con

esperanzas.—Es parte del kit de supervivencia de viaje en el tiempo,—

Elizabeth dijo con una sonrisa seca. —Encontremos algún lugar con privacidad, y abrimos lo que trajimos. Tal vez cuando te ocupes de tu club de fans, —ella añadió, asintiendo hacia las graderías.

Alex miró hacia las graderías y pudo ver que aun habían bastantes almas esperando por el. Baldric estaba allí, viéndose como si estuviera a punto de comenzar a decir versos, sus dedos ya se estaban flexionando decididamente. Frances estaba de pie con un Amery que se retorcía en sus brazos, Y Joel sostenía todo lo que podía con sus brazos la armadura de Alex. Alex sintió que se le apretaba el pecho. Que grupo que era. Y pensar que acababa de ganarse el derecho de cuidarlos. Hacía la victoria más dulce aun.

Alex los presentó, luego convenció a George de llevar al pequeño grupo al salón para que pudiera hablar con su familia en privado. Fue un viaje corto hacia donde Jamie y Elizabeth habían dejado sus monturas y equipo. En corto tiempo, Alex se había quitado su malla, ser sentaron debajo de un árbol y Alex saboreó su primer Twinkie en dos meses.

—Este día tan solo no puede mejorar,—dijo chupándose los dedos.

—Si, si, bueno ya has tenido tu dosis de dulces, —Elizabeth dijo lanzándole una ramita. —Quiero detalles. Y no creas que te vas a salir con la tuya con ese montaje que hiciste de querer estrangular a mi marido.

—Obvio,—Dijo Jamie, frotándose la nuca claramente. —Creo que necesitaré la satisfacción de una larga lucha para quedar mano a mano.

—La historia primero,—Elizabeth le dijo a Jamie. —Lo quiero entero hasta poder escuchar todo lo que tiene que decir.

Alex no pudo si no sonreír. Su familia y Margaret en un solo día. Era casi demasiado bueno para ser verdad.

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—Bueno,—dijo el, recostándose contra el árbol. —Todo comenzó cuando Beast tuvo un resfriado y estornudó encima de mí.

—Ah, eso si que es un comienzo favorable.—dijo Elizabeth con una risa.

—Debí saber que algo estaba pasando. De todas formas, subí las escaleras para limpiarme y luego tuve que atender el teléfono por que Zach es incapaz de hacer más que acabar con lo que hay la nevera. Fue entonces cuando encontré el mapa. —miró a Jamie. —Asumí que tan solo estabas garabateando, por que estaba seguro de que no podía significar lo que pensé que significaba.

—Tu primer error.—Jamie dijo.—Afortunadamente en este momento no parece ser un error.

De todas formas, decidí que era hora para un cambio de escenario así que pensé ir a Barbados…

—Te dije que allí querría ir...—Elizabeth le dijo a Jamie pinchándolo en las costillas.

—…Pero de algún modo terminé muy al norte.—Alex terminó.

—No puedes culparme por eso,—Jamie protestó. Fui bastante específico en el lugar de las puertas.

—Como querías que supiera que no te lo estabas inventando!—Alex exclamó.

Jamie apretó los labios. —Viajar en el tiempo no es para hacer bromas.—Gracias, lo sé ahora.—¿Por que no me esperaste?—Jamie le preguntó. Hubiera

podido decirte la verdad del asunto.—No estabas cerca. Por cierto, ¿que tal esta Barbados por esta

época del año?Jamie miró a su esposa e hizo una cara de dolor por la mirada

que ella le estaba dando. —Ah, bueno, quizás no es un lugar vacacional bastante

agradable como uno quisiera. Pero eso es una historia para después.—Ni creas que sentiré pena por ti. Al menos veías el sol.

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Jamie hizo uno dos sonidos de incomodidad, luego le hizo con la mano para que Alex continuara.

—Puedes tener pena de mí luego de que oigas los detalles, pero te aseguro de que no los quieres tener ahora. Ni quiero contártelos con tu hermana sentada aquí para que me regañe de nuevo por levantar uno o dos petardos. Cuéntanos mejor de tus aventuras.

Jamie se veía tan desesperado por distraer a Elizabeth, que Alex no pudo evitar sentir pena por el. Se puso mas cómodo contra el árbol, luego comenzó desde el inicio cuando Margaret le puso su bota en su espalda y luego su secuestro de Brackwald. Luego contó su plan para poner a Edward como Lord de Falconberg y sus numerosos intentos de regresar al futuro.

—¿¿‘Llévame a casa, ruta campestre’??—Elizabeth preguntó.

—Estaba desesperado,—Alex gruñó. —Por cierto, ¿como se regresa?

Jamie alzó los hombros. —Tan solo lo hacemos. Aunque no tengo mucho que

decir sobre el tiempo de partida y de salida.—¿Así que Aerolíneas MacLeod, aun no es un medio de

transporte perfeccionado?—No le des cuerda.—Elizabeth dijo misteriosamente. —Tan

solo toma mi palabra en esto: No se queda imperfecta por falta de intentos.

Alex sospechó que era sabio no preguntar por detalles en ese momento. La expresión de Jamie se volvía filosófica en exacta proporción a como se profundizaba el ceño de Elizabeth. Mejor escaparse de esa pelea mientras podía.

—En fin,—continuó, —después de mi último intento fallido en el círculo de las hadas, me encontré con Amery que escapaba de unos caballeros asesinos, rescaté a Margaret de unos gorilas, y decidí con ya que me quedaría por aquí, haría las cosas bien.—Lugo meneó la cabeza. —No, así no fueron las cosas. Decidí quedarme.

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—Le sonrió a su hermana. —Margaret es lo que había estado buscando toda mi vida, no podía dejarla.

—Y aun así tuviste que ganarle con la espada para convencerla de que se casase contigo,—Jamie observó. —No se le persuade fácilmente. Hubiera intentado cortejarla,—Jamie dijo. —De seguro, tengo una larga lista de estrategias apropiadas que te hubiera podido dar.

—No creo que hubieran servido con ella.—Jamie negó con la cabeza.

—Te sorprenderías con lo que un manojo de flores salvajes te puede conseguir.

—Confía en mí. Le interesaba mas como manejo la espada que mis ideas románticas. Tan solo espero llevarla al altar antes de que se eche para atrás.

Jamie intercambió una mirada con Elizabeth, pero se quedó callado. Alex vio a su hermana hacer un escándalo con la túnica del joven Ian, y se preguntó por que el silencio repentino.

—¿Cual es el problema?—preguntó. Elizabeth encogió los hombros. —Tan solo asumimos que querrías regresar a casa con nosotros.

Alex suspiró y pasó su mano por su cabello. —Si hubieras venido hace dos meses, hubiera ido si dudarlo.

Ahora es muy tarde. He hecho mi vida aquí, y es una vida que no cambiaría. Además,—dijo alegremente, —ustedes siempre pueden venir a visitar. Será como si hubiera tomado un trabajo en la selva o algo por el estilo. Nada de cartas, pero un buen paquete en la navidad.

Elizabeth se mordió el labio y Jamie frunció el ceño. Se volvieron a mirar, luego ambos se quedaron callados tercamente.

—Ok, me doy por vencido,—dijo con un suspiro. —¿Por que esas secretas miradas? ¿Algo que debiera saber?

—No creo que podamos volver,—Jamie dijo. —No es exactamente como hacer un plan de vuelo en el aeropuerto, Alex.

—Hey, ¿que tan difícil puede ser encontrar a la Inglaterra

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medieval?Jamie negó con la cabeza. —El problema no es el lugar, Alex. Es la fecha.—Me encontraron fácilmente.—Ahá,—Elizabeth dijo. —La tercera es la vencida, campeón.

La primera vez que llegamos fue en medio de los problemas de la Carta Magna de Juan y nos fuimos inmediatamente.

—Y la segunda, nos encontramos en compañía de Robin de Locksley—Jamie continuó. —Aunque debo admitir, fue una aventura agradable. Había vuelto en ropas mas de la época, y de seguro que su forma de luchar en el bosque es mucho mas de mi estilo que esta cosa de la justa.

Alex parpadeó sorprendido. —¿Entonces como me encontraron esta vez?—Nos encontramos con el torreón de tu Margaret,

preguntamos sobre las fechas y otros detalles y nos enteramos que habías viajado a Tickhill para intentar hablar con el rey.—Jamie encogió los hombros. —Tuvimos suerte, pero nada nos garantiza que volvamos a tenerla en el futuro.

—Muy bien.—dijo Alex sentándose derecho y frunciendo el ceño. —¿Cuanta experimentación has hecho exactamente?

Elizabeth resopló. —Mas de lo que se atreve a admitir—¿Y nunca has podido controlar el tiempo de destino?Jamie negó con la cabeza. —Nos encontramos llegando a una época donde hay un

trabajo que tenemos que hacer.—¿Y traerme Twinkies no es una tarea?Jamie sonrió tristemente. —No creo.Bueno, esto si que cambiaba las cosas. Alex se dio cuenta con

que siempre había tenido la idea en su cabeza de que de alguna forma Jamie y Elizabeth vendrían de vez en cuando para mantenerlo al tanto de cosas familiares. Ahora esto se había convertido en

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ficción. Este era posiblemente la última vez que vería a su hermana, su cuñado y a su sobrino. También significaba que nunca más vería a ningún miembro de su familia. Nunca más tendría el placer retorcido de pasar por al frente del cuarto de Zach y tratar de identificar los olores intoxicantes que salían por debajo de la puerta.

—¿La amas lo suficiente como para quedarte?—Elizabeth preguntó.

Alex despertó de sus pensamientos más tristes e intentó sonreír.

—Tú de todas las personas no deberías hacer esa pregunta.Y con eso, la decisión se volvió a tomar. Aunque se dio cuenta

que nunca había estado la posibilidad de escoger diferente. Ya se había decidido una vez, pero eso lo había hecho cuando estaba seguro de que no tenía ninguna otra opción. Ahora se le había dado a escoger, pero su decisión era la misma.

—Si, la amo muchísimo.—el dijo. —Creo que les gustará también.

—No creo que me quiera enfrentar con ella con las lanzas,—dijo Jamie seriamente. —Al menos no con un poquitín más de practica. Obviamente te derrumbó sin problema alguno.

—Estaba distraído.—Alex le respondió. —Se suponía que estaría sentada en las gradas, no pavoneándose en las listas.

—¿Y quien decidió que debía quedarse en las listas?Alex le frunció el ceño a su cuñado. —Yo fui. No era donde quería estar, pero no di mi brazo a

torcer. Tu sabes, esa cosa de ‘comienza como quieres terminar’.Jamie sacudo la cabeza riendo. —Ay hermano, hay muchas cosas que tienes que aprender de

las mujeres.—Sé lo suficiente, créeme,—Alex gruñó. —Y considerando

lo mucho que sé sobre esta muchacha en específico, creo que sería sabio ir a verla. Estará atascada en ese solar con aquellas mujeres, y solo los santos saben que hará.

—¿Fiebre de cabina?—Elizabeth preguntó.

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—En realidad, una intensa aversión a la esposa de Lord Odo. De seguro esta debatiéndose si debe cortar en pedacitos a todas esas mujeres y luego escapar.—Depositó la envoltura de sus Twinkies y se levantó. —Mejor voy y la rescato antes de que haga algo drástico.—Miró a Elizabeth. —¿Quieres ir?

—No me lo perdería,—dijo ella. LE dio a su hijo un abrazo y un beso y luego se lo pasó a su padre. —¿Cuidarás de Ian?

—Si,—Jamie dijo, tomando a Ian y poniéndolo cómodo en el piso. —Practicaremos con la espada, o algún otro deporte masculino. Elizabeth volteo los ojos mientras se levantaba. —Jamie, ni siquiera camina aun. ¿Por que no te concentras en que no coma nada de la flora y fauna y dejas la espada para después?

—Nunca es bastante temprano para comenzar.Alex se encontró siendo jalado por su hermana. —No quiero escuchar más,—ella susurró. —Apúrate, antes de

que me de otro sermón de por que es mejor que Ian tenga mas espadas de madera que ositos de peluche.

—Ven, Ian,—Dijo Jamie detrás suyo. —busquemos en la bolsa de papá que otros tipos de armas el ha traído para ti. Och, pero si que es un buen día para practicar con las flechas.

Alex miró una última vez para ver a Jamie escarbando en su maleta por su mercancía, luego se volteo para que su hermana no le diera latigazos por como de fuerte lo estaba jalándolo.

—Le he dicho que nada de metal hasta que Ian tenga seis años,—Elizabeth dijo tristemente, —pero puedes imaginarte que es lo que dice sobre eso.

Alex puso sus brazos alrededor de sus hombros. —Ah, Beth, los he extrañado.—Lo que te has perdido es mirarme nunca lograr lo que quiero

con ese hombre. ¿No dije yo que era suficiente con lo de viajar en el tiempo? ¿No lo dije?—ella le exigió.

—Varias veces,—el le respondió.—¿Y me sirvió para algo? Bueno, ¿lo hizo?—Ah, Beth,—dijo riendo, —Sabías que no llegarías a ningún

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lado con eso desde el comienzo. Y no me puedes decir que no lo disfrutas un poco.

Ella apretó los labios. —Todo el mundo siempre lo quiere, Alex. Los hombres lo

quieren para sus ejércitos, y las mujeres lo desean, bueno, ellas simplemente lo desean. Siempre termino dándoles con un palo.

—Podrías pensar en ello como, investigación de primera calidad.

—Lo que me encantaría estar investigando es los efectos de un fin de semana en esa silla de rosas que compré para el estudio de Jamie, acompañada por un montón de esos brownies que hace Joshua más un buen libro.

—No me mires para que te compadezca, hermana, Alex dijo sacudiendo la cabeza. —Aun tienes un bronceado. Me está comenzando a salir moho entre los pies.

Levantó su mirada para verlo. —Tu tampoco, me puedes decir que no has estado pasando un

buen rato. No te ves tan afligido.Alex sonrió. —Ha sido maravilloso. Ahora, si tan solo tuviera la Range

Rover para viajar, las cosas serían perfectas. No es que haya sobrado algo de ella,—el dijo, —Tengo esperanzas de que Zach no ha decidido hacer la noble tarea de manejarla todos los días para que no se muera por falta de uso?

—Escondí las llaves,— dijo Elizabeth. —Estaba comenzando a babear severamente por ella.

—Me emociona saber lo que se preocupa por mi.—Ese es Zach.—ella estuvo de acuerdo.Alex se quedó callado a la vez que llegó a la puerta del salón,

luego tomó un montón de aire. —Bueno, aquí vamos a nada. Espero que no haya cambiado

de opinión.Elizabeth lo jaló de la manga. —Claro que no ha cambiado de opinión. ¿Acaso no se da

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cuenta del hombre que se esta ganando? Cientos de mujeres del siglo veinte se pondrán de luto cuando se enteren que te has casado.

—Margaret es trabajosa.—Mira, tal vez tan solo este sentada en este momento,

mirando hacia la distancia, soñando despierta contigo mientras estamos hablando aquí tú y yo.

Planeando la muerte de Lydia de Tickhill y sus damas era lo más cercano, pero Alex no intentó convencer a su hermana sobre ello. Ya estaba bastante ocupado planeando como haría para llevarla al altar.

Sinceramente no deseaba que tuviera que apuntarla con su espada.

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Capitulo 22

Margaret palpaba la empuñadura de su espada mientras pensaba en lo que sentiría Lord Odo si ella asesinara a todas las criadas de su mujer. Lady Lydia no estaba allí, por supuesto. Había dejado muy claro que no tenía ningún deseo de estar en el mismo lugar que una mujer con cota de malla. Margaret no sabía donde estaba la reina madre, probablemente se trataba del mismo caso. Sólo los santos sabían qué hubiera dicho Eleanor sobre el asunto de Ralf y Alex, aunque Margaret solía pensar que la antigua reina de Inglaterra habría aceptado sus tácticas.

Margaret se enderezó y observó a todas las mujeres a su alrededor que la rodeaban como si fueran buitres. Ella sólo las ignoraba. No le importaba que la miraran como si fuera un pernil de cordero listo para la cena. Probablemente la consideraban un cordero completo —un muy grande cordero. Se sentía el doble de alta y el doble de ancha que cualquier mujer en aquella habitación.

Era insoportable.Era claro que ella no deseaba estar vestida como aquellas

mujeres, ataviadas con finos vestidos de terciopelo y seda. No quería cubrir su cabeza con esas ridículas tocas de cabello. Las zapatillas delicadas hacían dificultoso cruzar las listas. Pisar estiércol de caballo haría que el pie de una dama oliera mal todo el día. Además, una espada se vería más que ridícula si estuviera acompañada de trajes como aquellos.

¿Y cómo montaría su caballo a horcajadas con esas faldas dificultosas? ¿Cómo pelearía si se estaría tropezando todo el tiempo con los dobladillos y demás? ¿Debería cambiar sus armas por un puñado de llaves? Era probable que las mujeres que estaban ante ella consideraran a aquellas llaves como símbolo de poder, pero Margaret pensaba de otra manera. El poder se encontraba en las manos de aquel que lograra manejar hábilmente una espada.

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A fin de cuentas, ella pensaba que había escogido bien su camino.

Pero eso no le ayudaba a ignorar las miradas desdeñosas y los insultos dichos en voz alta.

Nuevamente palpó la empuñadura de su espada. Eso no la tranquilizó, así que caminó hacia la alcoba y miró a través de la ventana. Así estaba mejor. Por lo menos no tenía que ver a las arpías detrás de ella mientras discutían sus defectos.

—¿Será una doncella? —preguntó una cortésmente. —Imposible de notar,—dijo otra riendo. —Se podría saber levantándole las faldas, pero ¿qué hombre se encararía a su espada para hacerlo?—otra cacareó.

—¡Si tan sólo tuviese faldas para levantar!—exclamó otra, riendo efusivamente. Por lo que podemos ver, ¡ni siquiera es una mujer!

Margaret trataba desesperadamente de no oír, pero el recinto era muy pequeño para eso. Miró a través de la ventana con una renovada determinación. Que dijeran lo que quisieran. Pero que tan sólo intentaran hacer lo que ella hacía todos los días. De seguro que si un hombre se acercara hacia ellas desenvainando su espada, lo más probable es que se rindieran a sus pies.

—Yo digo que es él, el que va a escapar, a pesar de la orden del rey.

—Yo haría lo mismo si fuera él, —dijo otra. —Con su aspecto tan atractivo y fuertes brazos podría escoger una entre varias candidatas para que fuera su esposa.

—Ay sí, ¡qué facciones tiene! Santos, con sólo verlo me pongo de espaldas.

De un desmayo, Margaret pensó con desánimo. Sí, ver a Alex es suficiente para que a cualquier mujer le tiemblen las piernas. Y ella sería de el.

De sólo pensarlo debería llenarla de alegría. Sin embargo, pensó que no tendría más estómago para comer nunca nada. Sin importar que le hubiera dicho que la quería para él, antes de siquiera

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ir a Tickhill. Por un momento no quiso ser más que una campesina y que él fuese el hijo bastardo de un mampostero. De esta manera por lo menos hubiera estado segura de que se casaba con ella por amor.

Se abrazó a si misma. Fue un gesto voluntario, se había convertido en algo que hacía con aterradora regularidad. Tampoco sabía el porqué sentía la necesidad de hacerlo.

Para proteger su corazón.—¡Uy, uy!—chilló una de las jóvenes. —¡Ahí viene!

Escuchen, ¿no alcanzan a oírlo discutir desde aquí? ¡Qué voz tan melodiosa la que tiene!

—¡Y qué acento tan fascinante el que tiene! ¡Tan extranjero!Margaret frunció el ceño. Había oído el acento de Alex

demasiado como para pensar que era fascinante. Molesto, era la palabra más adecuada. Se dio la vuelta en dirección a la puerta y mantuvo el ceño fruncido. Qué le importaba que él hubiera venido? Quizás sólo había venido a ver qué mujeres tenía Odo para ofrecerle, ahora que recibiría pronto su título podría muy probablemente escoger a alguna de las del grupo. Margaret estuvo tentada de decirles que él no era más que el hijo de un curandero. Se lo merecía el infeliz y que ella le estropeara las oportunidades que tenía con estas gatas rencorosas.

—¡No me diga que no!—gritaba Alex. —Si quiero ver a Margaret de Falconberg, ¡lo haré!

Alex había tomado el tono de un noble indignado. Margaret estaba empezando a sentir un poco de placer con el hecho de que estuviera exigiendo verla, entonces vio los rostros incrédulos de las jóvenes a su alrededor.

—Seguramente está aquí para decirle que no quiere nada con ella, —murmuró una de ellas.

—Sí, y que desea terminar con esto lo más pronto posible, —añadió otra. —¿Cómo me veo? ¿Tengo la toca de cabello derecha y cubriendo todo lo que debería?

Margaret observaba mientras hacían alharaca y sentía que el corazón se le hundía en el pecho. Tenían razón: Alex seguramente

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venía a decirle que no quería nada con ella.¿Por qué lo querría, si podía elegir cualquier doncella de

Inglaterra?Eso no le importaba a ella. Margaret no le hizo caso a su dolor

y miró fijamente la puerta, esperando que Alex la atravesara. Se encontraría que ella lo echaría antes de que le pudiera hacer eso.

—Mi señor, usted no puede entrar allí,—decía un hombre. —Quiero ver a mi futura esposa.

—Pero mi señor, ¡este no es el lugar para hacerlo! Estas son las habitaciones de las mujeres.

—Entonces no tendré problema para encontrarla aquí. Quítate de mi camino, pedazo de imbécil.

Alex alcanzó el umbral de la puerta, sus ojos examinaban la habitación. Margaret se dio cuenta cuando él la vio, entonces se maravilló con la expresión de su cara. ¿Alivio? ¿Felicidad?

Dos inmensos y fornidos guardias aparecieron al lado suyo. Alex los ignoró.

—Margaret…Los guardias lo cogieron par sacarlo de allí.—Margaret, ¡tengo que hablar contigo!—el gritó a la vez que

lo arrastraban hacia atrás. Hubo un montón de puños, gruñidos y maldiciones. Cuando escuchó sonar metal contra metal, ella sacó su espada. La mitad de las mujeres reunidas se desmayaron. Margaret las ignoró y se fue directo a la puerta. Luego se detuvo abruptamente. La mujer estaba allí, la mujer que se había lanzado hacia Alex. ¿Era esta entonces, su esposa? No, el le había dicho que no tenía esposa alguna. Al menos eso le creía. ¿Era ella entonces su amante?

La pelea continuó en el pasillo, pero Margaret se retiró, luchando contra las malditas lágrimas. Que le importaba a ella que Alex seguramente le había dicho la verdad, pero no toda? Margaret pasó por encima de las jóvenes que parecieron recuperarse prontamente de sus desmayos, seguramente por que no había nadie allí para sostenerlas, y se dirigió a la alcoba.

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—¿Conocéis a Lord Alex?—Una de las mujeres dijo.—Si, ¿sabéis algo de el? ¡Queremos saberlo todo!Ha, Margaret pensó satisfecha. Sepan que ya tiene una

amante y no tendrá nada que ver con ustedes.—Se muchas cosas de el,—la mujer dijo. —Pero si me dan

permiso…—No, ¡decidnos todo lo que sabéis!—Si, debemos saberlo todo, cada cosa. ¿Como se le puede

ganar?—¿Le gusta mas el cabello oscuro, o rubio?—En verdad necesito hablar con Lady Margaret,—La mujer

dijo, sonando menos ansiosa de responder sus preguntas. —Si no les importa…

—¿Ella?—una de las muchachas jadeó. —¿Por que habríais que hablar con ella?

—Si, una vaca inmensa es,—otra dijo riéndose. —¡No vaya a pisotearos por error!

Margaret se puso derecha y se volteo. No quería. Quería tirarse a llorar. Pero ella era una Falconberg y los Falconberg se paraban derechos. Enfrentó a las mujeres y las retó a que se lo dijeran en la cara.

Lo cual hicieron, claro.Margaret se forzó a si misma a mirar a la mujer que estaba del

otro lado de la habitación, silenciosamente escuchando. Santos, pero era tan hermosa que era suficiente como para hacer desmayar a Margaret. Como podía ella quedarse con Alex si esto era de lo que podía escoger? Hasta hablaba con su acento extraño. Dios santísimo, pero nunca se podría comparar con esta criatura. Una cara que jamás había visto en una doncella. Es mas, Margaret casi no podía soportar mirarla.

—Soy Elizabeth.Margaret no podía entender sus palabras. Ella asintió

tristemente.—Alex no ha tenido mucho tiempo de contarme sobre ti. Mi

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esposo estaba demasiado ocupado justificando sus habilidades de hacer mapas.

—¿Esposo?—Margaret repitió. —¿Quien? ¿Alex?Elizabeth parecía que hubiera entrado en shock, luego se rió. —¿Que? no. Mi esposo es Jamie.—¿Jamie? Pero pensé…—Alex es mi hermano.—Ah,—Margaret dijo. Se encontró con que no podía decir

nada más sin entrar a sudar del alivio. Miró a Elizabeth y se preguntó por que no lo había notado antes. Ella y Alex tenían el mismo color de ojos. —Debí haberlo visto,—Margaret admitió. —Digo que mi cabeza no es la mejor el día de hoy.

—¿Lord Alex es vuestro hermano?—una voz chilló—¿En verdad?—otra preguntó.—¡Ay, ay!—otra chilló, —¡Aquí viene!Margaret miró hacia la puerta a tiempo de ver a Alex agarrarse

del marco, sus puños sangraban y su cabello estaba todo desarreglado. Volvió a guardar su espada y caminó con zancadas a través del cuarto. Cada mujer sostuvo el aliento, menos Elizabeth, claro. Margaret no pudo si no unírseles en un grito sofocado. Había algo en ese hombre que le convertía los huesos en miel aunque no lo quisiera.

Las mujeres de Lydia se recuperaron de momento y pronto estaban rodeándolo como moscas encima de un montón de mierda. Margaret vio como intentaba escaparse de ellas, pero obviamente no estaba acostumbrado a esto. Después de varios intentos de escapar del círculo, cruzó los brazos y les frunció el ceño.

—Coso bastante bien, ¿veis?—Una de las sin cerebro dijo.—No, mis costuras son mejores,—otra dijo codeando a la otra

y poniéndola a un lado y lanzando la manga de su vestido en la cara de Alex. —Una esposa debe ser capaz de coserle la ropa a su marido.

Y entonces comenzó una pelea bastante tediosa entre las mujeres sobre quien podía costurar de forma más derecha, quien

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tenía más llaves y quien podía azotar a los criados con más habilidad. Alex se puso aun mas inquieto y la miró varias veces para que lo ayudara.

Margarte tan solo encogió los hombros. Que el mismo se saliera de este embrollo.

Finalmente se limpio la garganta con gran fuerza. —Estoy aquí para ver a Lady Margaret.—el anunció. —Sus

habilidades son fascinantes, desde luego, pero si me disculpan…—¿Ella?—una de ellas rió. —¿Pero por que? ¡Ella ni siquiera

sabe distinguir una punta de aguja de la otra!La mano de Alex voló a su hombro en una moción protectora.

Margaret le frunció el ceño. Así que ella no le había cosido la herida bien. Estaba cerrada, ¿no? Alex miró a las damas.

—Si me disculpan.—¡Pero si ni siquiera es una mujer!—Una joven

particularmente venenosa escupió. —¡Miradle la ropa de hombre!Margaret ya había escuchado todo esto, así que los insultos no

debieron de haberla molestado. Se encontró que escucharlos, mientras Alex estaba allí para escucharlos todos era una nueva forma de humillación. Sintió que se le caían los hombros a pesar de desearlos bien arriba. Ni siquiera podía mirar a Alex a los ojos. Igual, lo único que vería era que estaría de acuerdo.

—Inmensa…—Varonil…—Extremadamente larga…Y entonces, Alex se rió. Margaret estaba estupefacta a tal

grado que no podía levantar la mirada. Las estaba mirando como si las mujeres se hubieran vuelto locas. Sacudió la cabeza con otra sonrisa.

—Me encantan las mujeres altas,—el indicó. Las mujeres a su alrededor estaban sin habla. —Además,—dijo, retirándose del círculo. —Quiero una mujer que pueda cuidar de mi castillo, no que solo menee sus llaves en su cadera. Y siempre se pueden contratar costureras.

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Con eso se encontró levantada por los brazos de Alex. Lo miró a esos ojos pálidos y no vio allí, más que amor y aceptación.

—Por cierto, me encanta como te ves en pantalón,—el añadió, antes de que capturara su boca con la suya en un apasionado beso.

Margaret no estaba segura si el ruido era de sangre apunto de explotar por sus oídos o por los sonidos de los gritos de la docena de mujeres de Tickhill todas cayendo al piso. Se encontró, de repente, que no le importaba cual era. Alex había hecho parecer a esas mujeres como tontas, y la había hecho ver deseable. Ella puso sus brazos alrededor de su nuca y lo besó de vuelta con toda la gratitud en su pobre corazón.

Y entonces, tan pronto como había llegado a ella, se le fue quitado. Margaret tenía su espada a medio camino, a punto de herir a las mujeres de Lydia, solo para encontrarse con los hombres de Lord Odo que habían entrado al cuarto para llevarse a Alex.

—Mi señor,—uno de los guardias dijo, frunciéndole el ceño a Alex por su nariz sangrienta,—Os sugiero que no nos deis mas problemas el día de hoy. El otro guardia que Alex había golpeado estaba del otro lado del cuarto frunciéndole el ceño junto con una docena de hombres atrás suyos. Margaret miró como Alex consideraba las posibilidades, luego reconoció que no podía ganar. Volteo a mirarla.

—Irás mañana,—el dijo.—Um,—ella comenzó.—No me hagas venir por ti,—el dijo, haciendo énfasis en cada

palabra. —No te gustará si debo hacerlo.La mitad de las doncellas de Tickhill volvió a desmayarse.

Margaret sintió que iba a hacer lo mismo. ¿Que idiota le negaría a este hombre cualquier cosa que pidiera?

—Como queráis, mi señor,—ella logró decir.El gruñó, luego se volteó y se retiró de la habitación, los

guardias corrieron atrás suyo.—Bueno,—Elizabeth dijo alegremente, —eso lo arregla. Creo

que necesitaré un poco de costureras.

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Las mujeres se movieron incomodas. Margaret vio como Elizabeth silenciosamente las miraba. Santos, pero la mujer tenía una mirada que rivalizaba con el viento del norte por frialdad. Pronto vinieron ofrecimientos para servir de costureras y ayudarla en buscar material. Margaret estaba, en realidad, asombrada. Tal vez las mujeres temían que Alex viniera tras ellas y no les iría bastante bien. O era eso, o temían que Elizabeth fuera la que lo hiciera. Hasta Margaret hubiera cogido una aguja tan solo para evitar esa fría mirada sobre ella.

—Vamos a caminar al jardín, —Elizabeth dijo, enlazando su brazo con el de Margaret. —Odio quedarme en el interior.

Y antes de que Margaret pudiera decirle que si o que no, s3 encontró caminando por el castillo y escapando el gran salón. Una vez afuera, tomó un gran aliento y vio que tan feliz estaba de estar afuera.

—Mis agradecimientos,—dijo, dándole a Elizabeth una cautelosa sonrisa. —Siento que no soy bastante buena cuando estoy atrapada en un cuarto tan pequeño.

—Especialmente con tales acompañantes,—Elizabeth estuvo de acuerdo, —Pensé que fuiste grandiosamente educada.

—¿Educada? No les dije ni una palabra.—Pudiste haberlas cortado en pedacitos,—Elizabeth señaló,

con una sonrisa. —Estoy sorprendida con tu paciencia. Alex estaba seguro de que encontraríamos sangre por todas partes.

—Puede agradecerse a si mismo de que no hubo. No puedo decir que hubiera hecho si el no hubiera venido.

Elizabeth tan solo sonrió. —Creo que el sabía eso. Anda, veamos si encontramos un

pedazo de jardín donde sentarnos. No creo que debamos salir por el portón, aunque en verdad me vendría bien una caminada para aclarar mi cabeza. Odio a mujeres tan zorras, ¿tu no?

Elizabeth era tan franca, todo lo que podía hacer Margaret era parpadear sorprendida. Ahora, esto si le hacía pensar si en realidad no debería viajar a Escocia algún día. Las mujeres allá son hechas

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definitivamente de otra cosa.—Todas las mujeres en Escocia, ¿hablan tan claro?—

preguntó Margaret.Elizabeth sonrió. —Creo que si.Margaret se quedó pensando.—Creo que debí de haber nacido allá,— meditó. —Tal vez

hubiera sido más aceptada.—En realidad pareces más de otro tiempo.—Es verdad,—dijo ella con un suspiro. —Y si que es

desconcertante,—Elizabeth rió, pero fue una risa amable. Margaret se encontró bastante animada por ella. Obviamente se había perdido de mucho al no tener una hermana. Tal vez el casarse con Alexander de Seattle sería más tolerable después de todo.

—En las justas lo haces bastante bien,—Elizabeth dijo a medida que se sentaba en las hierbas de Lydia. —Has debido de trabajar duro para perfeccionar esta habilidad.

Margaret asintió. —Tenía que hacerlo. Mi padre murió hace casi ya diez años y

me dejó al cuidado de sus tierras.—Dios santo,—Elizabeth dijo, viéndose en realidad

anonadada. —¿He hiciste todo esto por tu propia cuenta?Margaret asintió.—¿Por que no me cuentas sobre ello?Antes de que ella lo supiera, Margaret se encontró desnudando

su corazón ante la hermana de Alex. Le contó sobre aquel miedo de perder a su familia y el saber que no podía contar en nadie más que ella misma. Le contó a Elizabeth el engaño de mantener a su padre vivo por los últimos diez años.

Pero cuando se encontró con la llegada de Alex en su vida, ya no podía decir todo esto libremente. Así lo amara, quisiera casarse con el, aun estaba el caso de su locura. Elizabeth obviamente no querría escuchar de inmediato que su hermano estaba loco. De seguro, sus preguntas serían mejor recibidas si se le hacían a James

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MacLeod, pero tal vez pudiera poner a prueba el terreno con la hermana de Alex a ver que tan recibidas serían sus preguntas.

—Alex y yo hemos tenido algunas interesantes charlas sobre su tierra natal, Margaret comenzó, esperando demostrar que sus respuestas no la habían afectado en lo mas mínimo.

—Alex si mencionó que te había contado de donde el era,— dijo Elizabeth.

—Si,—Margaret asintió, —dijo que se había estaba quedando un tiempo en Escocia,—ella escogió sus próximas palabras cuidadosamente. —Dijo que en verdad era de Seattle, el cual esta en el continente. Estudió a Elizabeth para ver que tan abierta era a esto.

—Ya veo,—Elizabeth dijo, —¿Y eso queda en?Margaret suspiró. Tal vez era mejor que Elizabeth lo escuchara

todo de una vez. Obviamente se enteraría de la verdad.—Me temo que esté loco,—Margaret admitió reacia.—¿Loco?—Si no esta loco, al menos un poco desorientado. Me duele

decir esto,—Margaret añadió rápidamente, —Pues sé que debéis amarlo demasiado. Pero me dijo tantas cosas sin pie ni cabeza cuando le hice mis preguntas que estaba en lo correcto por temer por su salud.

—¿Que dijo exactamente?Margaret encogió los hombros. —No le presté atención a la mayoría de las cosas. Pero me

mostró sus botones y hoyos de botones y se esforzó por hacerme creer que había pisado un círculo desde Escocia hasta Inglaterra. Y el resto tan solo no tenía sentido.

Elizabeth tan solo sonrió débilmente. —¿Y no crees que eso es posible?Margaret le frunció el ceño. —¿Como podría serlo? Un hombre no puede viajar a través de

cientos de leguas en el espacio de un momento a otro. Tan solo puedo asumir que en el pasado le han dado un golpe bastante fuerte en la cabeza.

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—Sabes, Margaret, si estuviera en tus zapatos, también me costaría creerlo.

—Aun hay mas,—Margarte admitió, —Aunque temo mencionarlo, no vayáis a creerme loca también.

—Prometo que no lo haré.Margaret suspiró. —Habló que venía de otra época.—Miró a su hermana y

sonrió tristemente. —Ideas extravagantes, lo sé, y me duele decirlo. Es un buen hombre, desde luego, pero no puedo entender por que cree lo que dice. Aunque debo admitir que sabía bastante sobre lo que haría Ricardo antes que cualquier otra persona. Ella se escuchó hablar y comenzó a preguntarse si tal vez no era ella la que se estaba volviendo loca. —Sé que debe de haber una razón para ello, pero maldita sea yo si no puedo sostenerme de alguien.

Elizabeth cortó un poco de hierba y la retorció por un buen rato en silencio. Margaret se encontró deseando nunca haber dicho estas palabras. Que hermana querría escuchar sobre las locuras de su hermano, especialmente cuando eran de este tipo? Y entonces Elizabeth levantó la cabeza.

—¿No crees que es posible?—le preguntó. —¿Que un hombre pudiera venir de un siglo distinto a este?

—No,—Margaret dijo prontamente, —No lo creo.—¿Jamás has creído en cosas así de extravagantes?—

Elizabeth preguntó.—Nunca,—Margaret dijo, poniendo a un lado sus creencias

en ogros y hadas. —Ni una vez.Elizabeth tan solo la miró con una pequeña sonrisa. Era casi

como una triste sonrisa, como si supiera algo que Margaret no. Margaret sintió una repentina sensación de explicarse aun más. Levantó su espada.

—Esto lo entiendo,—ella dijo, sosteniendo el mango. —Esto lo puedo ver con mis ojos y sentirlo con mis manos. Puedo levantar su peso. Se el curso de su arco y como suena cuando se mueve a través del aire. Nunca cambia, y nunca me dejará.

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Escuchó las últimas palabras que salieron de su boca y no tuvo ni idea de donde habían salido. Y aun menos idea una vez se le salieron las lágrimas, pero llegaron fuerte después de las palabras.

—Ah, Margaret,—Elizabeth dijo, tomando sus manos, —Lo siento tanto.

—Temo que me deje,—Margaret lloró. —No debería importarme.

—Pero lo haces.—Estaré condenada por ello,—ella sollozó. —Pero lo hago.—Alex te ama,—Elizabeth dijo, su voz suave como un dulce

susurro. —Me dijo que lo hacía.—Seguramente intentará volver a su hogar,—Margaret logró

decir. —El dijo que no lo haría, pero ahora que estáis aquí… no importará que nos casemos.

—No irá a ningún lado. Ya le preguntamos si quería regresar con nosotros y dijo que no. Lo extrañaré, pero creo que estará más feliz aquí contigo.

—Su corazón cambiará… como lo hará su cabeza.Elizabeth negó con la cabeza. —Creo que ya te diste cuenta que Alex es bastante testarudo.—Desde luego,—Margaret dijo, pasando su manga por sus

ojos. —Y bastante molesto.—Si dice que se quedará, entonces se quedará. No romperá

sus promesas.Margaret pensó en ello un buen rato. Si había dicho que la

quería, que no la dejaría, tal vez lo decía en serio. Su padre y sus hermanos jamás le habían prometido nada como esto.

Pero obviamente no los había amado de la misma forma que amaba a este loco hombre de Seattle.

—Confía en el,—Elizabeth dijo. —Ha esperado toda su vida por ti. No irá a ningún lado.

Margaret asintió. El tiempo lo dirá. Parecía que Elizabeth no tenía intención alguna de llevarse a su hermano. Tal vez se quedaría de todas formas. Pero aun había este otro problema para ser resuelto.

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Margaret miró a la hermana de su amor.—No creéis en sus tonterías, ¿cierto?—¿Sobre el futuro?—Si, esa tontería. Y el portón en el pasto.Elizabeth jugó con la hierba, luego sonrió. —Creo,—dijo lentamente, —Hay mucho más en la vida de

solo lo que podemos ver con los ojos y tocar con nuestras manos.—Tiró a un lado la hierba. —Las historias sobre hadas deben de venir de algún lado, ¿no crees?

—Hmrump,—Margaret dijo, no queriendo llegar a ese lado. —Pensaré en ello.

Elizabeth tan solo sonrió y se levantó. —Veamos a ver tu vestido de novia, ¿quieres?—Aye,—Margaret dijo con un suspiro a la vez que se ponía

de pie. —Si puedo soportar su rencor.—Yo me encargo de ellas. Tan solo preocúpate por relajarte y

quedarte de pie para que te puedan medir. Ya te dije cuanto te ama Alex? Deberías ver su rostro cuando habla sobre ti. Jamás lo había visto de esta forma.

Margaret sabía que Elizabeth trataba de tranquilizarla y se lo agradecía enormemente. Era bueno tener el coraje bien arriba cuando llegase el momento de enfrentarse a las gatas rencorosas de Lydia y sus costureras.

Para cuando llegaron al castillo, Margaret comenzaba a creer en las palabras de Elizabeth. Alex se había visto contento al recibir su titulo, ¿no? Y ella obviamente venía junto con Falconberg, ¿no? Y no había dicho él que no le importaba la tierra, ¿sino solo ella?

Se encontró abanicando sus mejillas. Santo cielo, se casaría en la mañana con el hombre. Eso traería bastantes besos y mucho mas, eso si sabía.

—Margaret, te ves un poco colorada.—No es nada,—Margaret dijo con voz ronca. —Cansancio

por el día de hoy, estoy segura.Elizabeth la miró como si supiera, luego rió.

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—Apuesto a que si. Vamos. Creo que tu vestido debería ser verde. Es el color favorito de Alex.

Y se vería bien con el rojo, el color que tenía en su rostro sería para toda la vida. Margaret siguió a la hermana de Alex hasta el torreón y rezaba para poder sobrevivir los próximos dos días.

Boda.¡Santos, pero hacía ver a un día de pelea parecerse a una

mañana descansando en la pradera!

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Capitulo 23

Elizabeth MacLeod estaba de pie en la capilla de Lord Tickhill y se preguntó si su hermano podría haber estado mucho mejor si ella hubiera seguido una carrera mas segura como construcción de carreteras o de cocinera, algo que la hubiera mantenido lejos de los libros sobre la Escocia medieval. No podía negar que había trabajado bastante bien, desde que había conseguido localizar ese libro del Clan MacLeod en un golpe de suerte, había viajado atrás en el tiempo hasta la Escocia medieval y a los brazos de su marido. Pero nunca se había propuesto que aquella excursión a través del tiempo afectara a otro miembro de su familia.

Aunque ella no podía asumir toda la culpa del viaje en el tiempo de Alex. Elizabeth contempló a su marido. Ahí estaba el hombre al que culpar, pensó enfurruñada. Había sido él quién había llevado a Alex ha una pequeña excursión a través del tiempo para enmendar un agravio. Desde ese preciso momento su hermano había estado condenado.

Por supuesto, así lo entendía ella. Había tratado de adoptar una actitud firme con Jamie haciendo más mal que bien, pero cuando él entró al cuarto por la noche trayendo puesto un parche en el ojo y llevando un sable, había sabido que estaba en problemas. Su anuncio de que había encontrado un punto de penetración en su tierra que le olía suspicazmente como el ron, en cierta forma, los había llevado de vuelta al Barbados Renacentista y a unas pocas aventuras que ella había sido feliz cuando regresaron.

Ella debería haber sabido que los rebusques de Jamie en su tierra hasta llevarían a Alex en otro siglo. Pero ¿como podía lamentarse por esto? Nunca había visto a su hermano más en su lugar.

Estaba arrodillado ante el altar, vistiendo una cota de malla cubierta por un sobreveste que la había mantenido levantada casi

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toda la noche para terminársela. La poca luz provinente de las dos ventanas de la cúpula caía hacia él casi como un foco. Se vio como si perteneciera a este lugar sombrío con sus suelos de piedra y sus velas de sebo. Elizabeth le había visto en su tiempo llevando los trajes de seda que solían llevar los empresarios y los caros mocasines italianos, pero en cierta las espuelas amartilladas y las botas llenas de rozaduras eran mucho más apropiadas. Si había alguien que le gustara los desafíos, ese era Alex, y él ciertamente lo había encontrado aquí.

Había sido una mañana bastante abrumadora. La capilla en Tickhill no era muy grande, y definitivamente había habido un apropiado gentío. Todo el mundo ansiaba estar en el mismo lugar que Ricardo de Inglaterra. Elizabeth se levantó apretujada contra la pared, un lugar en primera fila reservado para los miembros de la familia inmediata. Se había guardado un pensamiento fugaz sobre las normas de siglo veinte del baño antes de renunciar a pasar unas cuantas horas incómodas no pudiendo respirar.

Y luego había llegado la ceremonia en la que Alex sería armado caballero. El rey había llegado al frente de la capilla, se había vestido para impresionar con su ropaje real y con su corona brillando en la cabeza. Alex se había arrodillado ante él con la cota de malla recientemente pulida, su cabeza oscura se inclinó humildemente. Elizabeth había estado medio tentada a pellizcarse para asegurarse que la escena antes de ella era real. El rey había levantado su espada, le había dado a Alex un decidido golpe al lado de la cabeza, y le había informado que esa era la última agresión que alguna vez debía soportar sin contraatacar. Luego le había dado a Alex, la espada de William de Falconberg y le había instruido para usarla en la defensa del reino, las viudas y los hijos de la tierra y a aquellos que no podían defenderse.

Jamie entonces había respondido a la llamada y, con gran resolución, había atado las espuelas de Alex a sus talones. Elizabeth había intercambiado una rápida mirada y una sonrisa con su hermano y había sabido exactamente lo que estaba pensando. Esto

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no era algo que alguna vez habían imaginado mientras tomaban un café en una cafetería. Los sueños de Alex incluían a su propio Lear y una bonita casa campestre, y los de ella habían abarcado una exitosa carrera como escritora. De una forma o de otra, las espuelas y codearse con la realeza medieval no habían estado en la lista.

Elizabeth se obligó a volver al presente para encontrarse con que Jamie había regresado a su lado. Miró como su hermano, arrodillado quieto en ese frío piso de piedra, colocaba sus manos en las de una leyenda medieval y comprometía su vida a la de él.

—Yo, Alexander de Falconberg, juro...—¡Santo cielo, Elizabeth, —murmuró Jamie en su oreja—si tu

padre solamente pudiera ver esto!.Ella inclinó la cabeza, sonriendo. Su papá siempre le hacía

pasar a Jamie un mal rato acerca de sus afirmaciones de pertenecer a la aristocracia. Saber que ahora su hijo poseía lo mismo que había dicho habría hecho que se desplomara. Verdaderamente era un conde y pronto hasta estaría casado con la hija de un barón medieval. Elizabeth negó con la cabeza con otra sonrisa. Ella tenía muchísimas dudas de que esto hubiera entrado en las intenciones de sus padres cuando enviaron a Alex a un distante jardín todos esos años atrás.

Miró a través de la cúpula y vio la mitad del pie de Margaret dentro de la luz del sol, y la otra mitad en las sombras. No podía negar que Margaret era perfecta para él. Y estaba perfectamente claro que le amaba desesperadamente. Elizabeth no podía desearle más a su hermano. Si esto era lo que el Destino le tenía previsto, entonces ella ciertamente no interferiría.

El sacerdote reemplazó al rey en el altar, y Margaret fue llamada hacia adelante. Alex estuvo inmediatamente de pie, tendiéndole la mano. Elizabeth sonrió a medida que observó el acercamiento de Margaret. Se veía maravillosa y desesperadamente feliz, aunque Elizabeth podría decir que intentaba duramente no mostrarlo.

El verde había sido la elección correcta para su túnica. Eso fue

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otro de los proyectos que habían mantenido a Elizabeth toda la noche despierta. Después de dejarles un par de horas para que descansaran, se había levantado para ver como Margaret se vestía, aunque su verdadera misión había sido hacer que Margaret se mostrara segura en lo alto de la capilla. Ella había pensado que su hermano estaba siendo demasiado mordaz con sus reiteradas amenazas, pero Margaret había parecido algo animada por ellas.

La voz de Alex fue profunda y estable mientras repetía sus votos. La de Margaret fue menos estable, pero no vaciló. Y luego el sacerdote los bendijo y empezó la Misa.

Elizabeth recordó vívidamente su matrimonio con el hombre cuyos brazos la rodeaban en su capilla medieval. Pero ella sólo había estado rodeada de los miembros de la familia de Jamie. Déjenselo a Alex para encontrar casarse con tal estilo y con la perfecta aristocracia. Jamie pensó lo correcto: Su padre simplemente se moriría cuando lo supiera.

Una vez que la Misa estuvo acabada, el rey enseñó el camino desde la capilla. Alex y Margaret tuvieron el lugar de honor detrás de los miembros de su familia. Elizabeth pilló a su hermano mirándola y le sonrió a través de sus lágrimas. Se veía más feliz de lo que alguna vez lo había visto antes y eso era suficiente para ella. Margaret, sin embargo, se veía como si estuviera siendo dirigida enteramente hacia el matadero. Elizabeth había tratado de reconfortarla diciéndole que consumar su matrimonio sería una cosa buena, pero Margaret se había quedado dudosa. A Alex le costaría trabajo tranquilizarla y conseguir que fuera hasta él.

—Él se ve intensamente feliz, —murmuró Jamie en su oreja—¿No te parece?

Ella se movió a sus brazos y posó su mejilla contra su pecho.—Lo está. Y me alegro por él.—Y un poco triste, sin duda.Elizabeth levantó su cabeza y le sonrió.—Le perderé. Pero creo que este es su lugar.—Sí, éste es un buen lugar para él, Beth. Esta preparado para

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este trabajo. Y ahora tiene una buena compañera.Ella asintió de acuerdo.—Como tu, —advirtió Jamie.—Como si necesitaras recordármelo, —dijo, apoyándose en lo

alto para besarle suavemente, —Nunca, ni una sola vez he lamentado mi decisión.

—Ni yo. ¿Qué me dices si cogemos un plato de comida, luego ves si la joven Frances de Alex cuidaría un poco mas de Ian? Tengo ganas de salir a buscar un poco de privacidad para mostrarte perfectamente lo contento que estoy por haber tenido el buen tino de casarme contigo.

—Por mi, perfecto —dijo ella con una sonrisa.

Alex estaba sentado al lado de Margaret en la mesa de Odo, la cual ahora se había convertido en la mesa del rey, y no podía dejar de sonreír. Estaba casado con la mujer de sus sueños, había logrado salvar su tierra, y esperaba con ilusión un arcón con oro de Brackwald que le llegaría dentro de muy poco. Tal vez todos esos años de piratería corporativa no habían sido desperdiciados después de todo. Había triplicado el rescate de Ralf simplemente recordando a Ricardo acerca de todo el daño que Ralf había hecho a la propiedad de Margaret y a las personas. Había placer en ver como Ralf se volvía púrpura de la rabia, por supuesto, pero Alex también sabía que ahora él contaba con los medios para hacer las importantes remodelaciones al destacamento que Margaret quería, así como también podía arreglar esa gotera en el techo que transformaba el solar una piscina de poca profundidad cuando llovía.

Se recostó y se quedó con la mirada fija hacia afuera sobre el gran vestíbulo, todavía sintiéndose un poco atontado por los acontecimientos de la mañana. Como si el matrimonio con una mujer ochocientas años mayor que él no hiciera que su cabeza diera

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vueltas. Había dado su palabra de fidelidad a Ricardo de Inglaterra. En cierta forma, era la última cosa que alguna vez había pensado que haría.

Miró a la mujer de sus sueños y le sonrió. Manoseaba la empuñadura de su daga a medida que examinaba a los ocupantes del gran salón. Bien, al menos ella no le miraba como si le gustaría cogerle a puñaladas.

—Parece que Odo logró descubrir otra botella de buen vino —dijo él, esperando distraerla de cualquier caos total que estuviera contemplando.—¿Quieres un sorbo?

Ella inclinó la cabeza y aceptó la taza.—Muchas gracias, esposo.Alex se rió del aspecto lúgubre con el cual usó la palabra. —No hay de que, esposa.Su cara empezó a adquirir un matiz rojo muy atractivo.—Tenía que probarlo y ver como se sentía en la lengua —

admitió ella.—¿Qué cosa, el vino o llamarme marido?—Lo último.—¿Y que tal fue?En realidad parecía tomarle bastante tiempo analizarlo.

Después de la debida deliberación lo miró con una pequeña sonrisa.—Agradable,—concedió, —Aunque como bien podéis

suponer nunca se me hubiera ocurrido que me oiría pronunciar esa palabra.

Él hizo un intento para no ahogarse. —Me siento halagado.—Deberíais estarlo.—Ah, Margaret —dijo él, inclinándose para besarla

firmemente en la boca—Realmente te amo.—¿Lo hacéis? —preguntó, aparentemente asombrada.—Por supuesto que lo hago. ¿No lo sabias?Ella se encogió de hombros.—Pensé que podríais. Me miráis bastante a menudo muy

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intensamente. No obstante, miráis vuestra cena de la misma manera, así que no estaba completamente segura.

Él sonrió secamente. —No es la misma cosa para nada. Me gusta la comida. Pero a

ti te amo.Él esperó. Y cuando ella no dijo ninguna cosa a cambio, le dio

un codazo.Ella le miró ceñudamente. —¿Qué?Esa era una de las cosas acerca de Margaret: Pescar cumplidos

nunca había sido su fuerte.Alex suspiró —Acabo de decirte que te amaba. Alguna clase de sentimiento

a cambio sería adecuadamente recibido en este momento.Ella le miró atentamente y eso, por alguna extraña razón, le dio

un susto mortal. No esperaba algo menos que una respuesta sincera, pero de repente no estaba seguro de querer saber la verdad.

Ella se giró en su silla para mirarle aún más de frente, y Alex tuvo el loco deseo de retorcerse. Genial. Él acababa de arriesgar su vida y sus pedazos del cuerpo para tener a esta mujer y ella no estaba segura de lo que sentía por él.

Aunque ella había aparecido en la capilla. Esa era una buena señal. Ella no había vacilado al repetir sus votos, aunque había tropezado un poco en la parte de ‘obedecerle en todas las cuestiones’. El sacerdote obviamente no la había oído mascullar ‘cuando me convenga’ por debajo de su respiración, pero Alex lo había hecho. Él había apretado su mano y le guiñó el ojo. El día que ella realmente le obedeciera en cualquier cosa sería el día que arderían las malditas nieves.

—Bien, —Empezó, —tuve tiernos sentimientos por vos desde el principio, creo.

Los sentimientos tiernos eran buenos.—Aunque esos fueron absolutamente pisoteados cuando os

fuisteis sin echar una mirada atrás.

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—Eché varias miradas atrás, —le rebatió.—No lo hicisteis. Os vigilé desde las almenas.Alex levantó una ceja por eso. Así que le había estado

vigilando. Su vista debía de haberle fallado o le habría visto cuando una rama le golpeo en la cabeza cuando se giró en la montura para un último vistazo a su torreón.

—Pienso, sin embargo, que mi corazón estuvo verdaderamente ablandado cuando entendí lo que os había costado recoger una espada para venir a mi defensa. No es que hubierais estado del todo brillante con ella.

Él sonrió. —Lo que cuenta es el detalle.Ella frunció sus labios.—Quizá —Contempló el cielo raso por un momento o dos. —

Después de eso me opuse a eso ferozmente, pero fue una triste batalla que no podía ganar. —Ella le miró y sonrió, —Sí, creo que os amo lo suficientemente.

Un ‘te amo’ con ambas manos puestas sobre la mesa y sin daga alguna. Alex se preguntó si sería grosero arrastrarla arriba mientras ella tenía tales sentimientos afectuosos hacia él.

Bien, ciertamente no había nada como el presente. Alex empujó hacia atrás su silla y oyó un amortiguado oof. Hizo una pausa, medio inclinado, y miró a sus espaldas. Uno de los pajes del rey estaba allí, agarrando firmemente su cintura.

—Oh, lo siento, —dijo Alex, sentándose de nuevo, —No te vi.

—Mi Señor, —el niño respiró con dificultad,—el rey le envía un mensaje.

Genial. Tal vez Ricardo quería apurar la ceremonia del lecho. Alex se preguntó si decirle al rey que se fuera al infierno y que no había forma alguna de que vería a Margaret desnuda, era una violación de su recién hecho juramento en el que le había dado su palabra de lealtad.

—¿Sí? —preguntó Alex cuidadosamente.

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—Él os invita a vos, a lady Margaret, y a su cuñado junto con su esposa para asistir a su coronación en Londres.

El paje, quien sin duda había visto una gran cantidad de cosas, miraba totalmente estupefacto como Alex lo consideraba.

—Es un grandísimo honor, Mi señor.Alex miró a Margaret, cuyos ojos estaban igualmente de

enormes en su rostro. —Wow. ¿Qué piensas?—¿Me preguntáis mi opinión?—Por supuesto que te pregunto tu opinión. ¿Partes iguales,

recuerdas?—Bueno, —dijo ella, viéndose un poco sorprendida —apenas

asumí que vos…—Preguntaría tu opinión en los asuntos que nos interese a

ambos —terminó Alex para ella—¿Qué dices?Ella sacudió su cabeza con asombro. —Mi padre se habría desmayado totalmente des solo pensar

esto.Alex miró a su derecha donde Jamie y Elizabeth se sentaban, —¿Escucharon al tipo?Jamie inclinó la cabeza. —Sí. Sería algo para ver, seguramente.—¿Pueden quedarse durante tanto tiempo?Elizabeth intercambió una mirada con Jamie, luego asintió

hacia Alex. —Nos encantaría ir.El paje inclinó la cabeza y salió corriendo. Alex se recostó en

su silla y se permitió hundirse en ella. Vería por segunda vez la coronación de Ricardo de Inglaterra. Que historia para sus nietos.

—Wow, —dijo él.—Sí, wow, —estuvo de acuerdo Margaret, tratando de

alcanzar su mano. Lo agarró firmemente con la suya. —Nunca he estado en Londres. ¿Y tú?

—Sí, pero imagino que habrá cambiado un poco desde que

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estuve allí.Margaret lo miró con una débil sorpresa, luego una sonrisa

tremendamente indulgente apareció en su cara. —Ah, Alex, algún día vuestra mente conseguirá ser totalmente

clara. Estoy completamente segura de ello.—le frotó el brazo, —No debo de preocuparme, ¿verdad?

Su esposa pensaba que estaba chiflado. Genial. —Estoy realmente encantado de que seas tan paciente con mi

locura —logró decir.—¿Y como no serlo? —preguntó ella.Otro paje tiró fuertemente de la manga de Alex. —Mi señor Alexander, Lord Odo os envía un aviso.Parecía ser la tarde de los mensajes. ¿Dónde había un buen

asistente administrativo cuando uno lo necesitaba? Alex adoptó una sonrisa resignada.

—Claro, ¿qué pasa?—Dice que el rey se dispone a irse dentro de una hora.—Bien, entonces tal vez nosotros también partiremos de

Tickhill al mismo tiempo —dijo Alex, mirando a Margaret—¿Estás lista para ir a casa, o no?

Ella asintió con la cabeza, —Más que lista.El paje se veía conmocionado.—¡Pero, milord, la ceremonia del lecho! Lord Odo ha

preparado su mejor alcoba y ha reservado para vos una botella de su vino más fino. Todo está preparado.

Margaret se había puesto totalmente blanca. Alex por poco le pone su cabeza entre sus rodillas y le dice que continuase respirando.

—Bien —dijo ella, con una expresión estoicamente sombría—supongo que debía ocurrir en algún momento.

Alex parpadeó.—Cuidado suenas interesada.Ella apretó sus dientes.

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—He visto a las yeguas de cría, Alex. He oído sus gritos y sé lo que conlleva la ceremonia del lecho. Y lo que no sabía, las damas de Lydia se encargaron de decírmelo, —manoseó la empuñadura de su daga. —Estoy preparada.

Alex supo que lo primero que iba a hacer sería descargarla de todas sus armas antes de hacer el amor con ella. Se inclinó y la besó, y continuó besándola hasta que la sintió relajarse y que lo besara de vuelta. Entonces se apartó.

—Olvídate de todo lo que has oído y visto hasta ahora. Va a ser genial.

Lo miró rígidamente.—¿Me estáis mintiendo?—¿Por qué te mentiría? —Sería bueno, realmente bueno, si

pudiera evitar que lo matara la primera vez. —Pienso que te gustará bastante.

Ella suspiró. —Quizás, aunque el pensamiento de llevar a cabo el acto en la

cama de Lydia no es del todo agradable.¿Llevar a cabo el acto? Alex miró hacia su derecha para ver si

Jamie había oído a Margaret.Jamie fruncía el ceño pensativamente. Alex se aclaró la voz y

Jamie le disparó una breve mirada.—Flores, —aconsejó él.Alex gruñó. Margaret probablemente estornudaría.—Deberías tener algún detalle romántico para ablandar su

corazón —insistió Jamie suavemente, volviéndose hacia él, —Recomendaría que le hicieras la corte hasta la cama, quizá con unos pocos versos o una canción.

Bien, arrastrar a Baldric al piso superior para que recitara algunos versos estaba absolutamente fuera de consideración. Simplemente tendría que encontrar alguna otra cosa.

—¿No traerías algo que pudiera tomar prestado, cierto? —preguntó Alex.

Jamie frunció el ceño.

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—¿Y arriesgarme a arruinar mí noche con tu hermana? —Anda, dámelo, —bufó Alex.—Como si fueras tu el que

tuvieras a alguien apuntándote con un arma en la cabeza.—Muy bien, —dijo Jamie, sonando nada contento con todo

esto, —Pero conste que no lo hago de buena gana.—Bien. Puedes quejarte todo lo que quieras más tarde.

Simplemente ayúdame ahora a salir de esta, ¿Okay?Jamie gruñó en consentimiento y Alex suspiró con alivio. Sólo

el cielo sabía qué clase de cosas había traído Jamie con él, pero Alex sabía que el gusto de su hermana se dirigía hacia la poesía y las cartas de amor. Alex sólo podría esperar que Margaret se emocionase con un soneto o dos. La miró y sonrió.

—Mira que allá esta el más fino vino de Odo… —le recordó a ella.

Ella suspiró el lamento de una mujer condenada a un destino sólo ligeramente mejor que la muerte.

—Muy bien, entonces.Jamie comenzó a toser.Alex golpeó a su cuñado no muy delicadamente en la espalda,

luego se volvió hacia el paje de Lord Odo.—Informa a vuestro señor que nos sentimos honrados —Y dile

que se apresure antes de que Margaret cambie de idea, agregó silenciosamente.

El paje se fue corriendo y Alex se volvió hacia su novia para tratar de reconfortarla sólo para encontrarla tragándose afanosamente el segundo vino más fino de Odo. Alex le quitó la copa.

—Querrás tener la cabeza despejada—Quiero estar aturdida para el dolor.—No será tan malo como piensas.—Es mejor no saberlo.Alex secundó su anterior decisión para asegurarse de que ella

no escondiera ningún acero cuando él la llevara a cama. Daría cualquier cosa por un detector de objetos metálicos portátil

Antes de que él pudiera desear algo más, el rey se levantó y un

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loco salió a toda prisa para inclinarse de modo respetuoso y saludarlo con una reverencia que convulsionó a la compañía. Alex estuvo agradecido por la distracción. Había estado a punto de pensar en los detalles de la noche de boda, y solamente el hecho de pensar en ello era suficiente para ponerlo directamente en el límite. Ir sobre el límite tendría que llegar más tarde y tenía esperanzas de llevar a Margaret directamente junto con él.

Asumiendo que ella no lo apuñalara primero.Con Margaret de Falconberg, uno simplemente nunca sabía.

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Capitulo 24

Los gemidos resonaron por todo el castillo. Lord Odo de Tickhill se sentó en su mesa, todavía recuperándose de la partida del rey con una botella recientemente desenterrada de su vino más fino, y preguntándose por el volumen e intensidad de esos gemidos.

¿Qué, por todos los santos, le estaba haciendo Alexander a la chica?

Odo había sido un escudero junto con William de Falconberg, estuvo a su lado en su boda, y había celebrado con él el nacimiento de cada uno de sus hijos. Había llevado luto con él por la prematura muerte de su esposa y se había acongojado con él por las muertes de sus hijos. También había observado el fallecimiento de William por la pena, dejando a Margaret sola para resistir.

Odo había sabido, claro está, cuánto tiempo Margaret había mantenido la treta de su padre enfermo pero vivo. Había hecho en secreto lo que podía para ayudarla, pues siempre había abrigado un cariño paternal por la chica que podía superar a cualquiera de sus hermanos en una pelea. ¡Y por todos los santos, en menuda mujer la que se había convertido! Odo había sostenido pequeños torneos privados de vez en cuando para ver si Margaret llegaría y humillaría al resto de campo. Nunca se había decepcionado. Una pena que no hubiera confiado en él referente a Brackwald. Podría haberla ayudado.

Sin embargo, todo lo que probablemente hubiera hecho era exponer sin intención su verdadera situación y por consiguiente conducirla hacia el altar lo antes posible aun contra su voluntad. ¡Y qué hombre se hubiera perdido!

Aunque en el momento, Odo tenía menos sentimientos caritativos hacia Alexander de Seattle, ahora de Falconberg. Los gemidos eran tan intensos, Odo no podía decidir si eran de placer o dolor. La única cosa que sabía era que necesitaba hacer

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averiguaciones. No estaba en él entrometerse en la cama de matrimonio de otro hombre, pero sentía una cierta responsabilidad hacía Margaret y su felicidad. Alexander podría ser ensartado bastante fácilmente si fuera necesario.

Vació su taza, luego se levantó y se abrió paso del gran salón y subió las escaleras hasta el solar de su señora. Había visto la cama situada correctamente arriba, un par de velas de sebo que la iluminaban, y su vino más fino colocado en la mesa con dos copas. Y había logrado entretener a su esposa para que lo dejara de molestar acerca de tener su solar privado a disposición de otros.

Llegó a lo alto de las escaleras y se detuvo bruscamente. Allí, agrupadas cerca de la puerta, estaba nada menos que su esposa y todas sus señoras. Alguna estaban agachadas, otras estaban de puntillas, pero todas presionaban sus oídos contra la madera con todo el entusiasmo de hambrientas sanguijuelas en una barriga llena de grasa. ¡Como si no pudieran haber oído los gemidos desde escaleras abajo!

—¡Por todos los santos! —Siseó. —¿Qué están haciendo?Lydia le hizo gestos con las manos.—Silencio, —dijo en un susurro autoritario—Nos distraes.—¿Qué os distraigo? —Murmuró incrédulamente

retrocediendo—¿Qué creéis que están haciendo?Lydia le dirigió una mirada cargada de ira. —A duras penas les entendemos. ¿Podéis escucharles?Odo no tuvo más alternativa que acercarse y oír. Se recostó

sobre su esposa y presionó su oreja en la madera.—¿Ahí esta bien? —Llegó una profunda voz desde el interior

de la habitación.—¡Ah, Alex! —Respondió una voz más elevada, sin embargo

muy ronca—¡Esto es puro éxtasis! ¡Nunca me imaginé... ah, por todos los santos!—Esto fue seguido por un jadeo, y luego un gemido de puro placer.

Odo sintió sus mejillas arder. Y bueno, pues él había gastado parte de su tiempo como escudero con su oreja presionada a diversas

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puertas. Y nunca prestó atención que también había viajado a Londres de joven y había pasado parte de sus noches en burdeles donde los considerables sonidos de placer hacían eco completamente en las paredes y los techos.

Esto era algo completamente distinto.—Ahhh, —Margaret gimió otra vez. —Seguramente no puede

ser mejor que esto.—Ah, pero si puede. ¿Mira, ahora qué tal?Caramba, lo que sea que le había hecho simplemente había

comenzado una nueva ronda de gemidos. ¿Placer? ¿Dolor? No podía saber. La sola intensidad era estremecedora.

Odo ya no lo podía soportarlo. Pensaba que él podría morir de vergüenza en el acto, o podía verse forzado a llevarse a su esposa para su dormitorio a toda prisa emitiendo un ladrido agudo.

—Apartaros de la puerta —él ordenó suavemente. —Marchaos, todas vosotras.

—Pero… —dijeron en coro todas las mujeres.—Esposo… —advirtió su esposa.—¡Ahora! —él siseó cortantemente. —¡Por todos los santos,

mujeres, déjenlos en paz!Lydia y sus damas refunfuñaron y murmuraron de forma baja,

pero de todos modos se pusieron en marcha hacia abajo por el pasillo. Odo estuvo tentado a demorarse, pero otro gemido le apremió a irse corriendo detrás de su esposa y sus damas.

¡Pobre niña! ¡Sólo los santos sabían qué ocurría con ella!

Margaret cerró sus ojos y se tambaleó hacia atrás contra las almohadas.

—Oh, Dios mío —ella respiró—¿Bien?—Te lo dejaré saber una vez me haya recuperado.

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Él se rió y se inclinó para besarla. —Tus gemidos lo han dicho todo.—Por todos los santos, —murmuró ella, preguntándose si

alguna otra vez tendría fuerzas para abrir los ojos. —¿Cómo he podido vivir sin esto?—Hay más.—¿Más? —preguntó ella, incorporándose brusca y

entusiasmadamente. —Alex, éste fue el regalo más maravilloso.—Bueno, ciertamente sonabas como si lo disfrutaras.Ella le sonrió mientras recibía el estuche de oro. —¿Cómo no podría hacerlo? ¡Nunca he compartido algo tan

maravilloso!Ella miró hacia abajo y tuvo que admitir que se decepcionó al

ver que no quedaba más que solo una pequeña pelota.Alex se había presentado con la caja después de que se

hubieran retirado hacia el solar de Lydia. Ella esperaba que la hubiera atacado casi inmediatamente con besos como un preludio para El Acto, el cuál ella estaba segura no sería tan apacible como él lo hacía parecer. Si bien Elizabeth le había prometido que sería maravilloso, Margaret había tenido sus sospechas de que sería de otra manera.

En lugar de eso, Alex le había dado una caja de oro puro, atada por una cinta hecha de la tela más maravillosa. Había hasta letras martilladas en el fondo lo que las hacía resaltar. Estaban tan perfectamente creadas, que todo lo que había podido hacer fue mirarlas boquiabierta por el asombro.

—Godiva, —le aclaró Alex.—Godiva, —había repetido ella con asombro.—Ábrelo —dijo él.Ella apenas podía creer que hubiera más en el regalo, pero

había desatado la cinta, luego había levantado la tapa cuidadosamente para encontrar otra gavilla con un pergamino de oro. Lo había acariciado cariñosamente.

—Es hermoso, —dijo ella.

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Alex había quitado el pergamino. —Ese no es el obsequio.Cuatro pelotas pequeñas fueron reveladas. Una cubierta con

nueces molidas, otra blanca con líneas marrones, otra cubierta de polvo, y por fin otra que simplemente era una pelota marrón que no se vio tan atractiva.

Pero entonces ella había inhalado por la nariz.Y luego las había probado.Ella no había creído que tales gemidos pudieran salir de su

garganta, pero si que llegaron. Había pensado que simplemente podría desmayarse totalmente por la gloriosa ráfaga de placer que recorrió a través de sus venas con el sabor de las cosas en su lengua.

—Quizá debería conservar el último, —dijo Margaret, introduciéndole cuidadosamente su dedo. Era el cubierto de polvo, aunque ahora sabía que era chocolate molido.—Creo que necesito tiempo para recuperarme de las primeras tres.

—Pienso que Jamie trajo una caja más, si eso te hace sentir mejor.

Margaret lo miró con sorpresa.—¿Y está dispuesto a separarse de ella?Alex se encogió de hombros con una sonrisa. —Considéralo un regalo de bodas para los dos. Además, él

puede obtener más cuando vuelva a casa.—En Escocia.—En 1998.—Ah —dijo Margaret con aprobación. Ella no estaba del todo

convencida que tal lugar, o tiempo, existiera, pero si se hubiera inclinado a tal suposición, el mismo sabor de esta pasta dulce la podría haber convencido.

Margaret volvió a poner la tapa con una débil punzada de arrepentimiento.

—Lo debería guardar, —dijo, colocando la caja en la mesa cerca de la cama. Luego miró de nuevo a Alex. —Para más adelante.

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Él estaba acostado en posición horizontal en la cama, apoyándose encima de su codo.

—Hay otras cosas que podríamos hacer.—¿Como qué?Él le sonrió abiertamente a ella. —Besarnos.Ella consideró, luego inclinó la cabeza. —Me gustaría eso.—DE igual forma te gustará lo que viene justo después, lo

prometo.Ella sólo negó con la cabeza.—Es mejor que el chocolate, —prometió él.Margaret bufó antes de que se pudiera detener. —No me cabe en la cabeza.Alex soltó una carcajada. —Ya verás.—Ciertamente, lo haré. Muy bien, ¿qué tengo que hacer?—Acércate.Ella avanzó lentamente hacia él.—Ahora, acuéstate.Ella estaba más que dispuesta a hacer eso. En cierta forma el

chocolate se le había subido a la cabeza y se sentía más bien mareada.

Y luego Alex comenzó a besarla.A su mareo se le unió una creciente fiebre. Mientras más

tiempo él la besaba, más febril comenzaba a sentirse. Pronto estuvo unido a un hormigueo que no podía identificar, ni lo uno ni lo otro.

—Podríamos quitarnos algo de ropa —propuso Alex, levantando su cabeza para coger aire.

—Por supuesto, —dijo Margaret, tratando de alcanzar los lazos de su túnica. —Me siento enteramente acalorada. Pienso que es el chocolate.

—Podría ser yo, ¿sabes?Ella consideró eso, luego sacudió su cabeza.

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—Creo que no. Éste es un sentimiento totalmente nuevo. Me atrevo a decir que te he besado bastante en el pasado para conocer la diferencia.

—Margaret, —dijo él, sonando débilmente exasperado—esto no es simplemente besar. Mis manos vagaban por todo tu cuerpo

Ella tenía la certeza de que estaba equivocado, pero no tenía sentido no seguirle la corriente. Se despojó de sus ropas sin pensar, luego se dio cuenta exactamente de lo que había hecho. Se levantó, muy desnuda, al lado de la cama y clavó los ojos en su también desnudo marido, aparentemente muy ansioso.

—Aja… —dijo ella débilmente.Él dobló un dedo llamándola.—Ven aquí querida.—Tal vez debería coger ese otro trozo de chocolate…—Guárdalo. Tomará el lugar de un cigarrillo.—¿Cigarrillo...?—Te lo explicaré más tarde.Bien, se veía que no había vía de escape. Y además, ella era

una Falconberg, y los Falconbergs no escapaban a la primera oportunidad de una buena pelea. O una mala, en cuanto a eso. Y Margaret era una Falconberg y una de las más valientes de toda la estirpe.

Así es que se adentró en los brazos de su marido, cayendo a la cama con él y encontrándose con que si eran sus manos que vagaban por su desnudo cuerpo las que le provocaban el calor, y era bastante diferente al calor que sus pequeñas Godivas habían provocado.

—Esto puede ser un poco incómodo —dijo él, un largo rato después cuándo se movió sobre ella.

—No puede ser —dijo ella, tirándole cerca de ella. —Todo se siente tan pero tan bieen...

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Sir Odo estaba sentado en el tope de las escaleras, bloqueando el pasillo a su esposa y su séquito. Habían hecho lo mejor que pudieron para doblegarle, pero se había mantenido firme. Los gemidos se habían detenido hacía un buen rato. O era un buen augurio o uno malo. Lo desconocía totalmente.

Repentinamente hubo un aullido de dolor.Luego un tremendo sonido de un golpe.—¡Mi solar! —gritó Lydia.Él la cogió mientras ella se esforzaba en empujarlo y pasar

sobre de él, luego la arrastró y la puso en su regazo.—Estoy seguro que tus muebles han sobrevivido.Ella no se veía como si lo hubiera creído.Odo vio la conjetura originarse en sus ojos y ya sintió

desaparecer su oro de sus bolsas. Supo que no había nada que pudiera hacer para detenerla.

Él suspiró. —Te los restituiré en caso de que no.—Probablemente necesitaré nuevos revestimientos para las

sillas —dijo Lydia prontamente.¡Ah, cuán cara esta noche le iba a salir! —Hecho —concedió él a regañadientes—Hebras nuevas para más colgaduras de pared.Odo cerró sus ojos, incapaz de encarar los crecientes gastos.

Se apoyó contra el hueco de la escalera y escuchó a medias las demandas de su esposa. Alguien debería tener que pagar este problema y ese no debería tener que ser él.

Se incorporó en ademán de un arranque, luego comenzó a sonreír.

Los mercaderes de Lydia no deberían tener problema obedeciendo sus instrucciones de que el recién nombrado Lord Falconberg abriera el monedero.

Odo sabía que Lydia estaba todavía arrodillada delante de el haciendo lista de sus demandas, pero él había cesado de escuchar.

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Ella podría decir todo lo que quisiera hasta por la mañana, todas las tonterías que quisiera y eso no le afectaría de ningún modo. Él comenzaba, sin embargo, a sentir un poco de simpatía para el joven Alexander. Esta noche iba a salirle bastante caro.

Asumiendo, claro está, que el muchacho sobreviviese a la noche. Odo frunció el ceño ante ese pensamiento. Agarró firmemente su monedero y pidió con todas sus fuerzas que Alex saliera de la cama sano y salvo.

Pues había un completo silencio en el solar, y Odo se preguntaba si Margaret simplemente no había matado a su marido allí dentro.

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Capitulo 25

Margaret se despertó por la luz del sol que pasaba por su ventana. Ah, el tiempo sería bueno hoy. Esto era el acompañamiento perfecto a su estado de ánimo. Quizás el tener intimidad con su marido no había comenzado tan bien; aunque los resultados finales si habían sido satisfactorios.

Ella cambió de posición y gimió por el dolor en sitios muy desacostumbrados.

—Puedes decir eso otra vez. —murmuró Alex, levantando su cabeza de la almohada que estaba a su lado, giró su rostro hacia ella, y sonrió. —Buenos días, esposa.

—Buen día para vos también, esposo, —dijo ella devolviendo la sonrisa. Ella levantó su mano y con cuidado tocó su ojo morado. —Disculpadme.

Él sólo resopló con un poco de risa. —Sólo doy gracias, que en el momento no tuvieras un cuchillo

a tu disposición. Si que sabes golpear, mi amor. Su ojo estaba completamente hinchado, cerrado y había

empezado a tener una coloración muy poco atractiva con colores oscuros: negro, azul, pero sobre todo morado. Aunque la verdad, era, que no tenía a nadie que culpar sino solo a el mismo. Él le había advertido de una pequeña incomodidad, pero ella lo había deseado tanto, que no le había prestado atención. Ella no había esperado ese tan agudo e implacable aguijonazo. Él había sido afortunado de que ella sólo lo hubiera golpeado en el ojo. Si hubiera tenido un cuchillo a mano, solo los santos sabían lo que podría haber ocurrido.

Ella recordó todo en su cabeza. Él había sido bastante cuidadoso con ella antes de que se retiraran a la cama. Había pensado que él simplemente estaba tomándose el tiempo necesario para familiarizarse con su cuerpo, pero ahora podía ver que él había

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estado esperándose un golpe.Bueno, no parecía estar tan mal. Ella pasó sus dedos a lo largo

de sus hombros desnudos y se rió ante los sonidos de placer que él emitía.

—¿Queréis ir a desayunar algo? —preguntó ella.—Tal vez más tarde. Ella estuvo de acuerdo. —Si, en eso tengo que estar de acuerdo. No creo tener ganas

de levantarme ahora mismo. —Yo desde luego que sí. Margaret se le quedo mirando fijamente al ojo azul verdoso. Si

que había un centelleo decisivo allí.—Bueno, —dijo ella, preguntándose que era lo que

encontraba tan divertido, —Entonces baja y tráenos algo de comer. —Eso no es a lo que me refería. —Su mano se deslizó a

tientas a través de la cama hasta que encontró su rodilla, entonces empezó a explorar un poco más. Él siguió trabajando hasta subir y capturar su mano. Retirando la sabana.

—Déjame aclararte una serie de cosas. Obviamente su puñetazo en el ojo no había refrescado su

ardor, aunque los acontecimientos de una larga, larga y placentera noche debieron de haberle dicho algo. Increíblemente, sus fuegos aun seguían ardiendo.

—Ya veo, —dijo ella. —Creo que lo haces. —Supongo que puedo pensar en cosas menos agradables que

hacer a primera hora, —se aventuró a decir ella. —Apuesto a que si. Él la besó. Margaret estaba segura de que su boca sabía como

a mil demonios, pero a Alex esto no le pareció preocuparle. Y, de seguro, se encontró con que a ella le preocupaba aun menos la situación en la que estaba la de el. Su boca creaba magia sobre ella que solo ni siquiera el chocolate podía igualar.

Y en cuanto al resto... Ella le había dicho sin rodeos que no

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creía que nada pudiera superar el sabor de esas pelotitas pecadoras. Había sobrevivido la noche sólo para tener que retractarse de lo que había dicho. Godiva no podía comparársele a Alex cuando se trataba de dejarla en la cama convulsionando de puro placer.

—Ah,—dijo ella, cuando sus callosas manos se movían por todo su cuerpo.

—¿Qué, ni un gemido? —bromeo él, levantando su cabeza para reírse de ella. —Me siento insultado.

—Entonces supongo, —dijo ella dulcemente, —Deberéis intentar más fuerte para sacármelos.

—Esto suena como un desafío. Ella levantó una ceja. —Tómalo como quieras. —Eso definitivamente me suena a un desafío, —Él se rió,

entonces volvió a retomar su trabajo.Ella no pensó que algo podría igualar su noche pasada, pero

ella se encontró que se había equivocado. Cuando él la tomó y la hizo suya otra vez, se oyó gritar, pero se sentía impotente de callarse. Por los santos, ¡El hombre la desarmaba!

Mas tarde él rodó hacia un lado y la abrazó. Margaret permaneció en sus brazos y descansó su cabeza sobre su hombro.

—Creéis tu, —comenzó a decir ella despacio, —que habremos molestado a toda la casa por el ruido?

Una risa sincera retumbo desde su pecho. —Me imagino que si. —Hmmm,—dijo ella, trazado su pecho con sus dedos. —¿Creéis que debemos levantarnos? —Y vuelve a aparecer esa palabra.—Me refiero a levantarnos de la cama, —recalcó ella,

elevando su cabeza para fulminarle con su mirada. Con un fulgor a medias. Era difícil tomar como ofensa una broma cuando esta venia del hombre que te había amado tan a fondo.

Alex puso de nuevo la cabeza de ella sobre su hombro.—Tal vez mañana.

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—¿Te refieres a quedarnos en cama todo el día? —A mi me sirve. ¿Por qué, tienes una mejor idea? Ella levantó su cabeza y le miró. —Podríamos pasar una hora o dos en las listas. Él parpadeó. —No puedes hablar en serio. —Podríamos ocuparnos de nuestro equipo. Su boca estaba ligeramente abierta de asombro. —¡Si hablas en serio! Ella miró a su alrededor desvalidamente. —Se siente tan decadente permanecer tan solo en la cama y no

hacer nada más.—Esto no es decadente. Este es nuestro deber. Estoy

absolutamente seguro de que está escrito en alguna parte, eso de que tenemos que quedarnos en la cama por lo menos un par de días y asegurarnos que nuestro matrimonio esta legal y consumado.

—¿No piensas que ya esta hecho? —No estoy seguro. Cuando pueda andar otra vez, o sea,

dentro de una semana o más. Te lo haré saber. Hasta entonces, pienso que no tenemos opción alguna sino de permanecer aquí y encargarnos de que lo hemos hecho correctamente. Además, —dijo, bajando su cabeza y besándola, —eres la Condesa de Falconberg. Estoy seguro de que hay alguien ocupándose de tu equipo por ti.

—Y probablemente del tuyo, también, —estuvo ella de acuerdo.

—Hay ciertas ventajas en tener un título. De verdad que si. Y lo mejor era que el título había hecho de

Alex su esposo. Ella pasó sus dedos por su mandíbula, al recordar la primera vez que ella había tenido tal impulso de tocarlo y como ella se había negado ese placer. Ahora ella era capaz de complacer su deseo de tocarle. Sintió una oleada de sentimientos gratificantes hacia su marido y buscó un camino de dejarle saber lo que sentía por él.

—Os mostrasteis bastante bien en la justa,—ofreció

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dócilmente. —Ay, Dios —dijo él, con ojos bien abiertos, —Un cumplido.

Menos mal que me encuentro acostado o probablemente me estaría cayendo.

—Soy generosa, —recalcó ella. —Después de todo, os gané con la lanza.

—Me sorprendiste demasiado, —la corrigió. —Estaba mirando a Baldric agitar ese maldito poste con tu toca. Apenas te vi venir.

—Caíste al piso. No yo. Él la miró con ceño fruncido. —Si recuerdas, Lady Falconberg, te gané con la espada. Ella se encogió de hombros. —Todos tenemos nuestro de días. —Algunos!... —balbuceó él.Ella se separó y lo miró con la preocupación. —Debería ir a pedir algo comida. Pareces un poco rojo. —Desde luego que estoy un poco rojo! ¡Te gané limpiamente

y no admites la derrota! —Alex, tranquilízate —dijo ella, levantándose. —Si, una

comida, antes de que te sientas mal por carencia de fuerza. —Ah, no, no lo harás,—dijo el, poniéndose encima de ella. La

fulminó cuando la miró hacia abajo. —¿Fuiste tú o no, quien perdió su espada, cuando esta voló de tus manos?

—Bueno... —La sensación de él estirado sobre ella era una gran distracción. Este hombre era acero, puro músculo. Ella colocó sus manos sobre su espalda, admirando la firmeza de su piel. —Alex, ¿Dónde dijisteis que conseguiste estas cicatrices?

—De un latigazo después de que estuviera durante bastante tiempo en una mazmorra escocesa, y me estas cambiando el tema.—Él enmarcó su cara con sus manos y frunció el ceño mirando hacia abajo a ella. —Admítelo, Margaret. Fuiste derrotada.

—Me distraje. Tienes unos ojos muy hermosos, Alex. —¡Margaret!

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—Contadme más sobre esa mazmorra escocesa. —No me creerías. Fue en el siglo XV, ¡Y me sigues

cambiando el tema! Ella rió dulcemente. —Estabas distraído cuando te gané. Admitiré que me distraje

cuando dijiste que me habías ganado. Él siguió fulminándola con la mirada, entonces de repente él

se rió. —¿Nunca lo admitirás, verdad? Ella sacudió su cabeza. —El orgullo Falconberg. —La arrogancia Falconberg, más bien. —Si,—afirmó ella, haciéndole inclinarse hasta besarle con

fuerza en los labios. —Eso es algo que vos posees en abundancia. Mi padre habría estado contento con vos.

Él se rió otra vez, una risa que sonó algo desvalida, y dejó caer su cabeza al lado de la de ella en la almohada.

—Margaret, ¿Por qué tengo el presentimiento de que nunca ganaré contra ti?

Ella le acarició la espalda y el trasero. —No me molestaría ni en intentarlo, si fuera tu. —¿Por qué debería? Siempre que estoy a punto de hacerlo, me

elogias y me distraes. No tengo ninguna posibilidad. —Un hombre sabio es el que sabe reconocer sus limitaciones. Él gimió y enterró su cara en su pelo.Ella volvió a acariciar su trasero durante varios momentos en

silencio, luego se aclaró la garganta.—Y como son tus limitaciones sobre este... um... —¿ Hacer el amor?—Si, esa sería la palabra. Él no se molestó en levantar su cabeza. —Primero me mueles en la tierra, Meg. Lo sabes, y aún sigues

haciéndolo. Ella rió.

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—¿ Menos mal que eres un muchacho robusto, no es verdad? Él levantó su cabeza y la miró, había una luz de batalla que se

cocía a fuego lento en sus ojos. —Primero necesitaré comida. —Lo arreglaré. —Me has lanzado un reto, lo sabes. —Si, lo admito. —Comida, —dijo él, consideración, —Luego una pequeña

siesta. También la querrás tomar.—¿La querré? —Estoy seguro de ello. —Él rodó a cierta distancia con un

gemido. —Estoy absolutamente seguro de eso, —repitió.Margaret hubiera querido escaparse de la cama, solamente

para mostrarle como de descansada se sentía ella. En cambio, ella se levantó y tuvo que sostenerse al poste del pie de la cama, pues su cuerpo protestaba clemencia. Ella colocó una manta alrededor suyo y se arriesgó a echar un vistazo a su marido para ver si él lo había notado.

Tenía la almohada sobre su cara, pero el resto de él temblaba.—Demasiado tiempo en cama, —anunció ella mientras hacia

camino hacia la puerta.Él gritó de la risa. Margaret brincó cuando sintió su almohada

golpearla en el trasero. Se giró y lo miró airadamente.—Hombre irrespetuoso, —refunfuñó, entonces pegó su

cabeza a la puerta y bramó para que trajeran algo de comida.

Aunque hubiera sido irrespetuoso, y que aunque de alguna manera le faltaba la apreciación apropiada sobre su habilidad para ganarle en el campo, Margaret tenía que admitir que el hombre no tenía par.

Ella había visto sólo los matrimonios de su alrededor y había

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especulado sobre la miseria que tenían que aguantar esas uniones. En cambio, ella se encontró continuamente sorprendida por como de agradable le había resultado a ella.

Regresaron a Falconberg poco después de que se hubieran casado, con un alivio no disimulado de Lady Tickhill. Lord Odo les había enviado otra botella de fino vino y una advertencia para Alex de esperar unos mercaderes dentro de unos días. Margaret se había encogido de hombros, insegura por qué Odo pareció contento por aquella perspectiva, no dispuesto a investigar más a fondo.

También había estado preocupada, se preguntaba como Alex la trataría una vez que llegaran a casa. Sabía que él no la pisotearía, o al menos ella esperaba que no lo hiciera, pero en todo caso ella se había preguntado solamente como asumiría la tarea de encargarse del torreón. Otro hombre la hubiera inmediatamente encerrado en el solar y la hubiera dejado allí hasta que se pudriera.

Desde luego, Alex no era cualquier hombre. Aunque ella no debería de estar sorprendida, ella estaba siempre al lado de Alex en cada momento del día, ocupándose de los criados, conversando con sus vasallos, en el entrenamiento de la guarnición.

Y cuando el oro de Ralf llegó, ella había estado allí al lado de él en la mesa, contándolo. Y luego, sorprendentemente, él le había preguntado que deberían hacer con el. Él había corroborado a cada una de sus sugerencias con una cabezada de aprobación. Su única petición había sido un poco para que el lo gastara como mejor le pareciera. Ella había asumido que él quizás lo que querría para comprar una espada para él, u otra montura para acoplarse a los rigores de lo que es la justa.

Se había equivocado.De donde había sacado la idea ella no tenía ni idea, pero en

algún sitio en aquel cerebro empañado tendría que estar, él había decidido que tenía que cortejarla. Sin importar que ya la hubiera ganado.

Apenas sabía como tomarlo.Todo había comenzado en Londres. El viaje hasta allí había

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sido bastante tranquilo, simplemente un viaje sin contrata tiempos, se pasaban las noches en cómodas posadas o bajo las estrellas. Margaret había estado contenta simplemente con estar con Alex en cualquier parte donde él decidiera colocar su cabeza. Jamie y Elizabeth había sido maravillosos compañeros, llenos de historias sobre la vida del clan, en el pasado y presente. Margaret hasta había comenzado a creer sus historias de su vida en el futuro. Eran tan buenas personas, ¿Cómo no podría aceptarlos solo por que tuvieran un leve defecto mental?

Después de alcanzar Londres, habían tomado un par de recamaras muy finas y se habían instalado para esperar la coronación del rey. Ella y Elizabeth habían estado tomando su refrigerio una tarde cuando Alex irrumpió en la recámara junto con Jamie, ambos portaban en sus brazos una gran cantidad de telas y los seguían un puñado de costureras. Alex había traído un par de vestidos ya hechos para ella, los vestidos de un material maravilloso que ella apenas podía mantener sus manos quietas cuando se los puso. Casi había conseguido convencerla de que debería vestir de manera femenina más a menudo.

Pero todo esto no se había detenido allí.Él se había ocupado de conseguir pantalones y túnicas para los

dos. También se había presentado con extraños perfumes y exóticos productos alimenticios. Había traído anillos para sus finos dedos y redecillas para su cabello.

Y, por supuesto, él le había regalado una fina daga nueva.Si ella no hubiera estado enamorada de él antes de esto, lo

habría estado después de que ella hubiera visto como la luz de la lumbre bailaba a lo largo de la hoja tan perfectamente formada.

—Acero de Damasco, —indicó con orgullo.¿Cómo una mujer no podía amar a este hombre?Y amarlo lo hacía, pero a cada momento que pasaba lo amaba

más todavía. Le gustaba la belleza de su cara y su forma de ser. Le gustaba la agudeza brillantez de su lógica que tenía a pesar de su cabeza medio dañada. Le gustaba la luz despiadada que aparecía en

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su ojo cada vez que pensaba que alguien estuviera contemplando insultarlo, o que dios se apiadara, a ella.

Por los santos, era afortunada de que lo hubiera secuestrado a el en vez de Edward de Brackwald.

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Capitulo 26

Alex cambió de posición en la silla y se preguntó si alguna vez se acostumbraría a la equitación tan fácilmente como Margaret y Jamie. Tal vez tenía que ver algo con el largo paseo hacia Londres y luego de regreso. O tal vez era que su trasero del siglo veinte nunca se acostumbraría a estos viajes medievales.

Tal vez deberían haberse quedado más tiempo en la ciudad. No era como si no hubiera tenido dinero para pagar el alojamiento. Edward había entregado el rescate de Brackwald a Falconberg al poco tiempo después de que ellos hubieran regresado de Tickhill. Alex apenas había tenido tiempo para contarlo todo antes de que se prepararan para salir para Londres. No que le hubiera importado. Pero bien, pensar estar en el mismo lugar donde Ricardo de Inglaterra sería re-coronado valía la pena tener cualquier número de ampollas por las sillas de montar.

No se había decepcionado. De algún modo él y Margaret, Jamie y Elizabeth, se habían encontrado sentados en excelentes sillas para la ceremonia en Westminster. Esto había sido igual de maravilloso a como él se lo había imaginado, y mucho más interesante que cualquier libro de historia que alguna vez hubiera podido leer.

La única cosa espeluznante había sido cuando atravesaron andando por la Abadía y no ver las tumbas que él estaba acostumbrado a observar. Jamie no se había percatado de esto como Margaret, pero Alex había intercambiado una mirada asustada con su hermana.

—Mirad, —dijo Margaret, interrumpiendo sus reflexiones.Él siguió con su mirada el brazo y se rió por lo que señalaba. —Hogar. —él dijo con un suspiro de alivio.—Si,—dijo ella, devolviéndole la sonrisa. —Hogar dulce

hogar.

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Él nunca había estado tan contento de ver unos muros en su vida. Aunque el viaje hacia el sur hubiera sido sumamente interesante y el haberlo hecho a caballo, en vez de en un rápido Jaguar, había sido mas educativo, ya estaba listo para llegar a su hogar. Tal vez trabajaría en hacer una tina para dos. Estaba claro que eso no sería como un jacuzzi; pero era bueno remojarse pues no era nada que se pudiera tomar a la ligera.

—Es agradable no ver ninguna cortina de humo sobre el horizonte, —Margaret dijo mientras iban a medio galope.

—Desde luego. Ralf no había ido a Londres. Las únicas palabras que Alex

había logrado decir a Ricardo eran —Felicidades, Señor,—Y —Nosotros enviaremos apoyo lo

mas pronto posible. —Alex había usado su título para mayor ventaja, atacando a otros con información e intimidándolos con lo que él tenia, pero lo único que pudo lograr saber sobre Ralf era que tenia previsto llegar cuando la flota de Ricardo se dirigiera a Francia. Pero donde Ralf estaba actualmente era un misterio y Alex no quería saberlo viendo Falconberg sumida en llamas. Por eso era un alivio ver el cielo limpio.

Tal vez Ralf en realidad haría lo que el rey le había ordenado hacer y se dirigiría a Francia. Pero Alex tenía serias dudas. Si el oro de Ralf residía en el sótano del torreón de Margaret, estaba seguro que Ralf les pisaría los talones.

Bueno, no había nada más que pudiera hacerse, solo prepararse mejor por lo que pudiera pasar. Por otro lado, todo lo que podía hacer era disfrutar ser un recién casado.

Y ponerse a trabajar en aquella bañara para dos.

Ellos montaron a caballo hasta el muro exterior, Alex tan sólo pudo mirar boquiabierto ante aquella vista.

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Era como si el condado entero hubiera decidido permanecer en aquella planicie. Tiendas de campaña, cobertizos, ramas atadas dignas de una choza Suiza de la Familia Robinson.

—Todos ellos estaban allí.Y Sir George permanecía a unos pasos, radiante. Alex miró a

Margaret.—¿Tienes idea alguna de lo que es esto? Ella miraba tan atontada como él. —Creo que quizás todos han venido para que distribuyáis

justicia. Como hacia en su día mi padre. —Bueno, —dijo Alex, desconcertado. —Parece que las cosas

han estado cocinándose por un tiempo.—Él vio aprensión en su expresión y se estremeció. —No significa como sonó.

Ella soltó su aliento despacio, entonces se giró y sonrió tristemente.

—Lo sé, Alex. No es vuestra culpa que no acudieran a mí. Él se deslizó de su montura y sostuvo sus brazos hacia ella. —Ven acá, esposa,—dijo él, haciéndola caer en sus brazos. Él la sostuvo fuerte y acercó su cabeza a su oído. —A veces la vida realmente es una porquería, Margaret.Ella puso su cara en su cuello y simplemente estuvo de pie

dentro de su abrazo, abrazándolo fuertemente. Alex cerró sus ojos y saboreó el momento. ¿Qué había hecho él para merecer a esta mujer? Ella nunca admitiría derrota, nunca admitiría que la herían, nunca admitiría ninguna debilidad. Pero el hecho, que ella estuviera de pie con sus brazos alrededor de él significaba bastante para él, que ella aceptaba su consuelo. Y esto era suficiente.

—Entremos,—dijo él suavemente. —Creo que tenemos bastante tiempo como para oír algunos de estos casos.

Ella levantó su cabeza y se encontró con su mirada fija. —¿Tenemos? —Desde luego, tenemos, —dijo él, poniendo un mechón de

cabello detrás de su oreja.—¿Qué sé yo de justicia medieval? Llámame ‘Alex cabeza de

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números’. Ella negó con su cabeza. —Ellos no lo aceptarán de mí. —Bueno, ellos lo aceptarán de nosotros. —Yo probablemente hasta no debería estar en el salón...Él la besó para acallar el resto de sus palabras. —Si yo estoy allí, tú también. Así es como es este matrimonio.

Esperemos que la cocinera tenga algo bueno en el fuego. Jamie no es exactamente el mejor cocinero con el que alguna vez haya viajado.

—Escuché ese insulto,—dijo Jamie detrás de él. —Te pediría que me las pagaras, pero no quisiera humillarte ante todo tu hogar.

Alex sólo se rió y coloco su brazo alrededor de los hombros de Margaret.

—Vamos primero a encargarnos de esto y mas tarde trataré con él.

Resultó ser una tarde muy larga. Después de calmar a Amery y a Baldric, Alex había sacado tiempo para el almuerzo. Él sabía que lo necesitaría.

Entonces siguió con la sesión en el tribunal. Había varios casos que se abrieron y cerraron y no necesitaron mucho tiempo en absoluto para solucionarlos. Eran más las cuestiones complicadas de carácter de propiedad y de los derechos de agua que le obligaron a aplazarse entre bocado y bocado pera consultar con Margaret y con George en el solar. No importaba que fuera todo la tierra de Falconberg, había todavía arrendatarios del abuelo y el padre de Margaret que todavía trabajaban la tierra para Falconberg. Cuando George y Margaret había sacado los libros y habían buscado los datos correspondientes, la cabeza de Alex nadaba con todos los detalles.

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—¿Cómo te sientes al estar de nuevo en la silla? —preguntó Elizabeth, sentada al lado de él y dándole uno de los últimos Twinkies de la caja.

—Esto me hace desear haber prestado más atención en aquella clase de ley de propiedad que tomé,—dijo, frotándose la frente.

—Bueno, te veo bastante competente. Alex miró a Margaret y a George que estaban agrupando un

grueso montón de pergaminos. —Hay quien es más competente. No me preguntes como ella

ha hecho para sostener todo esto, junto con todos estos hoscos arrendatarios.

—Bienvenido al mundo del terrateniente, —Elizabeth le dijo con una risilla, —en todo el sentido de la palabra.

Alex sonrió. —Esto puede sonar extraño, pero me gusta como suena. —Te sienta. Alex asintió, saboreado el último Twinkie. —Me alegro que se hubieran podido quedar más tiempo. —No nos lo hubiéramos perdido.—Elizabeth sonrió, y luego

miró a otro lado. —Pero eventualmente tendremos que irnos. —Lo sé. Ella lo volvió a mirar y parpadeó rápidamente. —Continúo diciéndome que no haré esto. Alex apretó su mano. —Solamente te afliges por el hecho de que ya no tendrás mi

armario para estarlo asaltando. Lo entiendo y lo acepto por lo que vale la pena.

Ella lo golpeó en el estómago. —Tal vez no te eche de menos después de todo, —ella dijo,

levantándose.—¿Por qué todo el mundo sigue golpeándome? —jadeó él. —

Vivo entre mujeres violentas. —Ah—ha,—Dijo Margaret triunfalmente. —Alex, venid aquí

y mirad esto. Hemos encontrado la concesión original.

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Alex apartó su dolor de cabeza y se aproximó para ingerir más detalles.

Esto prometía ser una noche aun más larga de la que él hubiera querido.

Pero cuando ya mas tarde se encontraba recostado en la cama abrazando a su esposa, solo podía reírse por los acontecimientos del día. ¿Quien habría sospechado que él se encontraría labrándose la vida siendo un conde medieval y que su propia gente vendría para que les impartiera justicia? Tal vez todo aquel tiempo que había gastado sumergido en la ley o codeándose con ladrones había afilado su sentido de derecho y la justicia. Él pasó por su mente los casos más peliagudos del día, examinándolos otra vez solamente para asegurarse que él lo había hecho correctamente.

—Alex,—gimió Margaret, rodando a una distancia de él, —Dejad de pensar y dormíos.

—¿Las tuercas de mi cerebro giran fuertemente? —Por los santos, apenas puedo dormir por el ruido. Alex se rió suavemente y rodó hacia ella hasta abrazarla por la

espalda. —Lo siento. Lo pondré a descansar. —Si, y a mi también. Él besó su pelo e intentó relajarse. La sintió entrelazar sus

dedos con los suyos.—¿Alex?—¿Mmmm?Ella se quedó callada durante bastante tiempo, por lo que él

pensó que ella se había dormido.—Juzgaste hoy de manera justa,—dijo ella finalmente.Él apretó sus brazos alrededor de ella.—Gracias. —De verdad, —siguió despacio, —Ni mi maravilloso abuelo

podría haberlo hecho mejor, y yo siempre he pensado que era el hombre más sabio que alguna vez he conocido.

Bueno, él sospechó que no había un elogio más alto que este.

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Buscó por varios momentos una forma de hacerla ver que la había entendido, pero al final, todo lo que pudo hacer fue apretarle sus manos.

—Te amo, —susurró ella.—Ah, Margaret,—dijo suavemente. Él tuvo miedo que si la

sostenía tan fuerte como quería hacerlo, podría romperla. —Yo también te amo.

Ella acarició sus manos. —Entonces ya esta arreglado. A dormir, mi señor. Tenéis un

día bastante ocupado mañana. Él rió contra su pelo. Otra mañana con Margaret de Falconberg. E innumerables mañanas después de este.

Era casi demasiado bueno ser verdad.

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Capitulo 27

Margaret corría entusiasmada por las escaleras para buscar a su marido. Qué mañana había tenido. Había tenido varios aciertos golpeando al muñeco giratorio, los jóvenes Amery e Ian habían logrado comerse rápido su comida sin cubrirse ellos y el uno al otro con alimentos, y Baldric había encontrado su última rima sin ninguna ayuda. Lo que haría la mañana completa sería estar unos minutos a solas con el hombre que amaba, la luz de sus ojos y la alegría de su corazón…

—Puedo ver que eres feliz aquí, hermano, pero hay una parte de mí que no puede menos que preguntarse cómo tu elección afectará el futuro.

El sonido de aquellas palabras hizo a Margaret detenerse en la entrada del solar. Ella se retiró a las sombras y frunció el ceño. ¿Ése qué hablaba era Jamie? ¿Pero qué podría querer decir con tales palabras?

—Jamie, —Alex dijo con un profundo suspiro, —ya hemos hablado sobre esto.

—Sí, pero lo has… —Lo he hecho. He considerado todas las ramificaciones de mi

permanencia. Las he considerado tantas veces que hasta estoy enfermo de tanto considerar. He hecho mi elección.

Ramificaciones. Margaret repitió la palabra varias veces. No le era familiar, pero seguramente tendría alusiones siniestras.

—De algún modo, —siguió Alex, —tengo el presentimiento de que no seré la primera persona en despertase en un siglo diferente y decidir que era mejor así. ¿De donde crees que Baldric consiguió todas sus ideas de quintilla humorística? Apuesto que de un viajante juglar de origen francés.

—Pero el cambio en la historia… Alex se rió.

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—¡Ah, y tú hablas de eso! Margaret se preguntó cual era la expresión de Jamie que

acompañaba su resoplido ofendido. —Un pequeño arreglo de vez en cuando apenas estropea la

fabricación de la historia. —Beth me dijo justo ayer que tu gusto recién adquirido al ron

de Barbados ha hecho necesario más que un solo viaje para puro placer.

Jamie aparentemente no tenía ninguna respuesta para eso. El silencio dio a Margaret la oportunidad de considerar las palabras de Alex. Y tuvo que admitir que después de un mes con Elizabeth y Jamie, estaba pronta a decidir que el resto de la familia no estaba para nada chiflada. Un grupo de gente más agradable, racional no había encontrado nunca antes. Y si no estaban chiflados y podían hablar de estas puertas en el tiempo sin reírse, podría significar sólo una cosa: Alex había estado diciéndole la verdad desde el principio.

Y eso sólo podría significar una cosa: Había de verdad un lugar al que él podía regresar, un lugar que era probablemente más interesante que su Inglaterra y su torreón. El torreón de él. El hogar de ambos con sus tapicerías desenredadas y su techo con goteras.

—Pero el curso del tiempo, —dijo Jamie finalmente—. ¿Qué hay de eso?

—¿Qué hay de que? —Estas agregado una vida donde no pertenece, Alex. Tu

tiempo es el siglo veinte, no el doce. La única razón por la que fui capaz de ir adelante fue porque evité una muerte segura. Ya no había lugar para mí en 1311. Tú todavía tienes un lugar en 1998.

—Por lo que yo sé, podría estar destinado en un accidente de tránsito en una semana. Margaret les escuchó decir palabras extrañas, y por primera vez deseó haberle hecho mas preguntas detalladas a Alex con quizás una mente más abierta. ¿A que se refería Jamie con haber escapado de una muerte segura? ¿Alex de verdad tenía todavía un lugar en otro tiempo?

Ella sacudió su cabeza, atontada, pensando que tal cosa podría

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ser verdad y hasta más sorprendida, comenzaba a, en realidad, considerar la posibilidad de ello.

—Eso es otra cosa, —dijo Alex—. Creo que tu idea de la fabricación del tiempo tiene algunos serios agujeros.

—¿Dónde? —exigió Jamie. —Es la teoría más lógica. —Entonces explica esto: Tú, como se suponía, morías en

1311. No lo hiciste, entonces tuviste que marcharte o habrías agregado un hilo de vida donde no pertenecías. ¿Entonces cómo justificas el agregarte en el vigésimo siglo donde seguramente nunca hubieras nacido?

Jamie gruñó, pero era un gruñido de sorpresa consternación, si ella alguna vez hubiera escuchado uno.

—Bueno, —él dijo—de seguro pensaré más en ello. Ella lo oyó levantarse y comenzar a caminar. Los pasos se

pararon de repente.—¿Cómo sabemos que no estaba destinado a viajar al futuro?

—preguntó Jamie de pronto. —Del mismo modo que no sabemos que no estaba destinado

a viajar a 1194, —contestó Alex. —Mmmm, —Jamie dijo. Una silla crujió otra vez bajo su

peso. —Hay algo mal con esto, pero maldición si no puedo descifrarlo ahora.

—Bueno, pues vuelve cuando lo hayas descifrado. Margaret se apoyó contra la pared y suspiró. Esta era

aparentemente una crisis bien evitada. No había ninguna razón por la que Alex no pudiese quedarse en el pasado.

—¡Por los santos, —ella refunfuñó—me he vuelto tan chiflada como él!

—¿No hay cosas que extrañarás? —preguntó Jamie, asustándola—. ¿Cosas del siglo veinte?

Margaret escuchó más de cerca. Esta era una pregunta prometedora si ella alguna vez hubiera escuchado una. Ahora oiría la lista de Alex y sabría que era lo que el había dejado a un lado por ella.

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—¿Extrañar? —Alex preguntó en un tono lejano, demasiado contemplativo para su gusto. —Claro que extrañaré algunas cosas. Extrañaré la Range Rover. El poder ir de un lugar a otro y llegar seco y capaz de andar sin dolor en el trasero. Voy a extrañar los Twinkies.

Margaret había probado un Twinkie y lo había encontrado en general bastante asqueroso. A ella no le gustó ni un poco la capa que había quedado abandonada arriba de su boca. Si ese era el gusto de Alex, probablemente estaba mejor con ella. Siempre, podría hacerle frente a tales galletas asquerosas.

—¿En cuanto a ESPN?—Jamie preguntó—. ¿El Lear? ¿Inversiones de alta productividad?

—Aquella lista de Forbes te ha subido a la cabeza, Jamie, —se rió Alex. —No puedo creer que te escuche hablar sobre inversiones como si hubieses estado viviendo con ellas tu vida entera.

—Aprendo demasiado rápido, —dijo Jamie—y como tal, me hace preguntarme si has considerado que serás mucho más pobre aquí de lo que eras en 1998.

Margaret consideró esto. De seguro que esas inversiones, que sonaban como si significasen mucho, eran algo por lo que preocuparse. Se mordió el labio. Esto podría significar un problema para ella. Sus cofres nunca estaban así de llenos. Bastante llenos para sus necesidades, pero seguramente no al punto de desbordarse. Aunque la contribución de Ralf era sustancial, ¿sería lo bastante para equilibrar esas inversiones? Entonces otra vez, Alex estaba con ella ahora. Él probablemente sería capaz de recoger algunos alquileres que sus vasallos no habían estado dispuestos a pagarle. Esto seguramente los proveería de un lujo de vez en cuando.

—Jamie, el dinero no lo es todo, como bien sabes. Seguro extrañaré mi cómodo modo de vivir, pero te garantizo que todo lo que el dinero da no significa nada si tengo que dejar a Margaret para conseguirlo.

—Mmmm, —fue todo lo que Jamie contestó. Margaret sintió que su corazón comenzaba a aligerarse.

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Parecía que le estaba ganando a los lujos de 1998. Después de todo, ¿cuánto más lujoso podría ser que 1194? Ella tenía madera para sus chimeneas. Tenía lechos con almohadas de pluma y puertas. Incluso el rey se habría sentido impresionado por tales lujos y esa era la razón por la que había rezado que nunca decidiera venir a Falconberg. Sólo los santos sabían que era lo que decidiría ser un buen regalo de despedida. Ella bien podría imaginárselo cargando en sus carrozas de equipaje sus colchones y almohadas. Al menos las colgaduras de la pared no lo tentarían.

—Me pregunto, —reflexionó Jamie, —como te sentirías si volvieras a casa para una breve visita.

Alex se rió por dentro un poco. —Jamie, ¿intentas hacerme cambiar de parecer? Pensé que

alguien como tú, estaría de mi lado en esto.—No es que no lo esté. De verdad, entiendo bien la opción

que has elegido. —¿Entonces tienes remordimientos? Jamie estaba tan silencioso, Margaret se contuvo con fuerza

para no mirar detenidamente dentro de la cámara y ver cual era su expresión.

—¿Remordimientos? No, ni uno. No cambiaría mi vida con Elizabeth por nada del mundo. Pero no hablamos de mí.

—¿Y piensas que soy menos capaz que tú de manejar la vida en un siglo diferente?

Por supuesto, Margaret añadió silenciosamente. Alex seguramente parecía adaptarse con prontitud a cualquier lugar que el destino le diera. Obviamente lo pensaba también, considerando el tono ofendido con que lo había tomado.

—Lo que quiero decir, —dijo Jamie—es que vengo de un tiempo no muy diferente a este.

—Sé que te referías a… —Alex interrumpió. —Y es mucho más fácil pasar de una vida pobre a vivir con

los lujos que de todas las comodidades de tu antigua vida a una..—¿Qué tipo de marica crees que soy? —Alex explotó. —

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¡Puedo vivir sin una antena parabólica! —¿Puedes? Margaret oyó como los muebles comenzaron a caer. Bien, ya

no importaba proteger su dignidad, no tenía ninguna intención de tener el solar destruido por semejantes hombres grandes. Si se querían matar el uno al otro, podían hacerlo afuera. Ella entró de un tranco en la recámara y gritó una orden para que cesaran de pelear. No le hicieron caso.

Alex estaba resuelto a asegurarle a Jamie que él no era un mariquita —independientemente de lo que significara, sospechó que no era del todo elogioso— y Jamie parecía determinado a convencer a Alex qué lo era. Margaret aplaudió, puso sus manos en el aire, agitó sus brazos, gritó desde lo más profundo de sus pulmones para detener su insensatez. El único resultado fue que Jamie y Alex rompieron unas sillas demoliendo todo a su paso.

—Toma, esto puede funcionar. Margaret se dio vuelta para encontrar a Elizabeth detrás suyo

con un balde de agua en las manos. —¿Agua limpia? —Margaret preguntó dudosamente. —

Parece una pena tener que gastarla en esto. —A la larga esto es probablemente mejor, —dijo Elizabeth

con una sonrisa—. Mojados es una cosa. Mojados con agua de pozo negro es otra.

Margaret tuvo que estar de acuerdo, aunque lo hiciera de mala gana. Tomó el balde y miró a los dos ogros grandes, quienes actualmente rodaron empujando con el pie su silla favorita. Decidió no dejarlos continuar más tiempo. Se colocó de manera que el agua no salpicara excesivamente la madera, evitando la paliza de dos juegos de piernas bien formadas, y esperó hasta que ambas cabezas estuvieran bien cerca para mojarlas. Entonces deliberadamente

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vertió el balde de agua sobre ellos. —Que diablos... —Maldita sea… Margaret miró con calma hacía abajo a los machos indignados

que la miraban fijamente. —Vosotros casi arruináis mis pobres asientos. Si insisten en

tales bobadas infantiles, háganlas afuera. Alex rodó a sus pies, luego se sacudió como un perro,

salpicándola a ella y a su silla buena con el agua. Margaret se secó el agua con la manga de su túnica, luego miró airadamente a su marido.

—¿Terminaron? —No, —dijo él cortamente. —Ven, Jamie. Trataré contigo

afuera. —Hay otras cosas de las que debemos hablar, —dijo Jamie,

tocando con cautela un corte en su labio. —Ramificaciones que puedes no haber considerado todavía.—Él se levantó, dio Elizabeth una palmada cariñosa, y siguió a Alex hacia la puerta.

Margaret miró a su reciente cuñada e hizo una mueca.—No me gusta la palabra que él sigue usando.

Ramificaciones. Seguramente nada bueno puede salir de tal palabra. —Nada que cualquiera de nosotros quiera hablar

extensamente, estoy segura, —estuvo de acuerdo Elizabeth—. Prometí a Amery e Ian que les contaría una historia, y Amery quiso que vinieras. ¿Vas a ir?

—Con mucho gusto, —dijo Margaret. Esto distraería su mente de las inquietantes palabras de Jamie.

—¿Sobre qué era todo esto? Jamie llamando a Alex de mariquita.

Elizabeth silbó suavemente. —Alex no podría estar feliz por eso.Margaret señaló la silla arruinada. —Esto explica la historia bastante bien. Elizabeth se rió.

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—Bueno, ellos lo resolverán estoy segura. Vamos a sacarlo de nuestras mentes por un ratito. Tendremos contusiones para atender más tarde.

Margaret siguió a Elizabeth fuera de la recámara. Quizás escuchar a Elizabeth contar un cuento o dos distraerían su mente de las contusiones de Alex. Lo que temía era que no pudiera ser capaz de olvidar las palabras de Jamie. Entonces movió su cabeza y decidió que no dejaría que la perturbaran. Incluso si toda esa insensatez era verdadera y Alex había venido de un tiempo diferente al suyo, el suyo era seguramente mucho más atractivo. Había lujos en abundancia en su castillo. Además, su cocinera era probablemente la más experto en su liga. Incluso Baldric, aunque pudiese estar chiflado, podía contar un cuento digno del placer de cualquier rey. Si, tenía bastante para ofrecerle. Que se fueran al demonio las Ramificaciones.

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Capitulo 28

Alex estaba de pie encima de las almenas y miraba el suelo de Falconberg. Ni en sus sueños más salvajes había imaginado que terminaría en el siglo doce en Inglaterra y que llevaría el título de conde de Falconberg. De algún modo esto le parecía un poco más impresionante que un doctor en jurisprudencia. El resto de su familia seguramente se habría impresionado.

Su familia. Alex se pasó la mano por el pelo y suspiró. El no verlos era algo que rotundamente había evitado pensar antes. Después de todo, ¿cuál había sido el punto? Él ya se había resignado a no verlos nunca más. Pero eso había sido antes de su conversación con Jamie la noche anterior.

Ellos habían estado sentados inocentemente delante del fuego, cuidando de sus heridas después de la lucha. Toda la conversación del siglo veinte había hecho a Alex desear que hubiera un modo de volver y ver a sus padres una última vez y presentarles a Margaret. Alex podría haber mantenido esto en la categoría de ‘optimismo’ si Jamie no hubiera dicho que probablemente no había un modo de manejarlo.

Maldito fuera.—Tiene que ver con la tierra, —había dicho Jamie.—Parece

que puedo ir y venir como me plazca por esas puertas. —¿Y traerme Ding—Dongs no cualifica como una tarea en el

pasado? —Alex había preguntado con una sonrisa. Pero Jamie no había sonreído. Podría haber sido debido a su

labio partido, pero Alex sospechó que era porque el tema era demasiado serio para ser gracioso.

Ellos habían hablado hasta tarde por la noche. A Alex no le había gustado lo que había oído, pero podía ver la lógica en todo ello. Los antepasados de Jamie habían vivido durante siglos en Escocia. Que él estuviera atado de algún modo a estas tierras era

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perfectamente creíble. Sin embargo, que fuera incapaz de cambiar la dirección de las

puertas a propia voluntad era otra historia. No es que tuviera cualquier prueba de ello, tampoco. La ironía era que, él no había estado queriendo ir a Inglaterra.

Al menos Jamie no había intentado volver a usar sus faldas escocesas. Alex sospechó que había curado a su cuñado sobre su fabricación del tiempo de una vez por todas. Todo lo que sabía era que si tenía que escuchar a Jamie hablar una vez más sobre su ‘cada hilo tiene un objetivo, y si un cuerpo tira el de aquí, el modelo de la fabricación será estropeado’, gritaría. Jamie todavía no encontraba una respuesta decente en cuanto a lo que había pasado cuando él se había agregado al vigésimo siglo, pero Alex sospechó que trabajaba desesperadamente en ello.

En cualquier caso, Jamie había dicho que Alex y Margaret podrían viajar con ellos al siglo veinte, luego volver solos a casa en el siglo doce, pero eso sería todo. Nada de millas de volador frecuente. Nada de viaje hacia adelante y hacia atrás durante las vacaciones. Jamie podría llevarlos a Escocia y luego ellos podrían volver a casa. Jamie no tenía ninguna respuesta para saber exactamente como Alex debería determinar en que siglo debería estar. Alex podría estudiarlo detenida y lógicamente a solas. Pero Margaret estaba aquí. ¿Qué otra razón tenía para permanecer en este lugar?

Además, le gustó la Inglaterra medieval. Le gustó empuñar una espada. La verdad sea dicha, le gustó ser llamado —mi señor—y saber que la gente dependía de él para defenderlos. Esto venía con sus dolores de cabeza, pero las ventajas eran definitivamente atractivas y él seguramente tenía la educación idónea para el trabajo. Además, Inglaterra sería un lugar fascinante históricamente durante las próximas décadas, al menos durante el tiempo que estuviera vivo. Ninguna repugnante y molesta disputa territorial o guerras principales. Si él hacía bien su jugada, podría estar en el centro del asunto de la Carta Magna. Él podía hacer una diferencia.

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Y esto ni siquiera opacaba la atracción más importante en 1194: Margaret.

Aunque sería agradable ver a sus padres por última vez y decirles adiós. Ellos deberían tener la posibilidad de conocer a Margaret. Ella debería tener la posibilidad de verlos.

—¿Alex? Alex saltó cuando comprendió que Margaret había venido y

estaba de pie al lado suyo. —Lo siento —dijo con media risa. — Estaba pensando. Ella lo miró solemnemente. —¿En las ramificaciones? Él rió y la tomó en sus brazos. —En realidad, sí. Ella estaba silenciosa, pero lo abrazó más fuerte. —¿Quieres saber lo que pensaba? —Tengo miedo —dijo, sus palabras amortiguadas por su

túnica. Él le dio un beso suave contra su pelo y acercó sus labios a su

oído. —Pensaba que no podría pedir nada más de la vida que lo que

ya me ha dado. Ella levantó su cabeza y lo miró seriamente. —¿De verdad? —De verdad, —dijo, con una risa. — Pero no es lo más

importante. Él podría haber jurado que ella se preparaba para oír algo

horrible. —¿Qué sería? —preguntó ella. —Todo lo que yo quiero lo tengo directamente aquí en mis

brazos. Él la miró, luego sintió su alivio en la relajación de su postura

rígida.—Que los santos sean elogiados por tu sensatez. Él se rió.

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—¿Esto es todo lo que me merezco por un sentimiento tan emotivo?

—¿Qué más querríais, mi señor? —Mi imaginación lasciva corre desenfrenada —dijo él, — y te

diré todo sobre ello en un minuto. Quiero preguntarte algo primero. —¿Sí? —Yo me preguntaba, —comenzó él, pero entonces

comprendió lo que estaba a punto de preguntar, —bueno, lo que realmente me gustaría es que conocieras a mi familia.

Ella parpadeó. —Lo he hecho. A Jamie y Elizabeth…—No, —dijo él, —el resto de mi familia. Ella se congeló. —¿En Seattle? —Iremos a Escocia. Ellos vendrán. Ella se distanció y lo miró estrechamente. —¿Ellos irán? —Si todo va bien. —¿Y caminaremos por las cosas de hierba? Ella lo preguntó sin ninguna inflexión de incredulidad y sólo

apretó los labios un poco. Alex no pudo menos que sonreír. Apenas podía esperar para ver su expresión la primera vez que viera una invención moderna. Jamie tendría huellas digitales por todas partes en su casa de Margaret, que tocaría todo para asegurarse que todo era verdad.

—Sí, —dijo él, comprendiendo que esperaba su respuesta. —Eso es exactamente lo que haremos.

Ella lo estaba considerando. Entonces lo miró con mucho cuidado.

—¿Podremos volver a casa? Él no podía mentir. —Estoy casi seguro de ello. —Esto significa mucho para ti. —No sé si alguna vez veré a mi familia otra vez. Y me

gustaría mucho que los conocieras.

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—¿Y crees que esto funcionará? ¿Esto de viajar al futuro? —Sé que lo hará. Ella puso sus brazos alrededor de él y lo abrazó fuertemente. —Entonces iré contigo.—No te arrepentirás. Ella suspiró. —Espero que no. Alex la sostuvo y miró las tierras de Falconberg que estaban

ahora bajo su cuidado y rezó, por no estar haciendo algo colosalmente estúpido. Ellos saltarían de vuelta al siglo veinte, se despediría, luego volverían a casa y vivirían el resto de sus vidas felices.

Alex apretó sus brazos alrededor de su esposa y comenzó a hacer una lista en su cabeza de todas las cosas que tendría que traer con él, comenzando con varias prescripciones de penicilina y terminando con una caja o dos de Twinkies. Esperaba con optimismo que Beast sobreviviera al ser usado como un caballo de carga y el círculo de las hadas no lo despojara de su cómoda comida para su viaje de vuelta.

Margaret inspeccionó su equipaje. Espada, cota de malla, arco y flechas, y un puñado de dagas para ocultar en su persona. A la cocinera se le había instruido para empacar suficiente alimento para un corto viaje. Ahora todo lo qué quedaba por hacer era esperar la mañana.

Ella ya le había dado las noticias a Baldric. No habían sido bien recibidas. Él se había sentido sumamente ofendido ya que no sería tomado en cuenta para inmortalizar cualquier hecho heroico posible en verso. Ella le había prometido un informe detallado cuando volviese, pero no estaba segura si esto lo había dejado satisfecho o no. Había huido casi inmediatamente a ocultarse,

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enfurruñándose o reuniendo fuerza para las horas de esfuerzo creativo para su vuelta.

No le habían dicho a Amery aún. Separarse de Alex sería muy duro para el pequeño, incluso si ellos se fueran por tan sólo unos días. Margaret había decidido que lo más amable que podían hacer era que se lo dijesen justo antes de que se marchasen. Aun así, el muchacho parecía saber que algo estaba pasando. Había estado gritando por días su mas reciente palabra aprendida, ‘no’.

—Veo que habéis terminado vuestros preparativos. Margaret se volteó para encontrar a su capitán justo fuera de la

entrada. —Sí —dijo ella, no sabiendo que debería decirle. —No nos

iremos por mucho tiempo. —En efecto. —Es simplemente un viaje para ver algunas cosas, —dijo

Margaret a la defensiva—. Para mostrarle a Alex un poco más de Inglaterra.

George resopló. —Sé exactamente lo vais a hacer, Margaret. No tenéis que

inventar un cuento para apaciguarme. —¿Y qué es eso que vos creéis que conocéis, buen señor? George dejó su puesto en el pasadizo y entró en la recámara

para ponerse al lado de ella. —Yo le creo, —dijo él suavemente. —Creo que él vino de un

año lejano en el futuro. He tenido varias conversaciones con Alex y con el señor Jamie. Ellos son hombres honestos.

—Chiflados, queréis decir. —No, más bien creo que tienen todo su ingenio intacto. Me

atrevo a decir que lo verá todo bastante pronto. —No veré nada más que el campo y la cara avergonzada de

mi señor cuando comprenda que su cuento no es más que puras mentiras.

George rió y puso la mano sobre su hombro brevemente. —Os envidio. Yo daría mucho por ver lo que vos verás. Margaret sintió una frialdad distinta bajar por su espina, y esta

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era mucho más fría que el viento que se escapaba por las grietas en sus contraventanas. Ella sentía, y tenía la seguridad al temer que Alex había dicho la verdad y que daría un paso por el círculo de hierba en la mañana a un mundo en el que nunca antes se había imaginado. Debía ser seguro materia de leyendas. Las hadas y elfos hacían tales cosas, no el género humano. Aún estaba ella, al borde de hacer esta misma cosa. Por un momento ella deseó con toda su fuerza poder hablar con alguien de su propia casa, alguien que entendería su incertidumbre. Ella miró a George.

—Venid, si lo deseáis, —ella ofreció. Entonces, al menos no estaré sola.

George sacudió su cabeza con una risa. —No, muchacha, mi lugar está aquí. ¿Qué necesidad tengo de

ver el futuro? Alex me ha contado suficientes cuentos para mantener mi pobre cabeza girando durante años. —Él sonrió otra vez y se alejó. —Vigilaré esto para vos hasta que volváis. —Fue hacia la puerta, hizo una pausa, se dio vuelta y dijo. — Aunque, hay una cosa.

Margaret sintió un gran afecto concentrarse en su pecho. George nunca le había pedido nada, a pesar de que a menudo había confiado en él para servirla y dirigirla. Sí, haría lo que pudiera por él.

—Lo que sea —ella dijo. —Me gustaría una pelota de béisbol. —¿Una qué? Ella había esperado una espada o especias, o quizás hasta tener

a Baldric encerrado en la mazmorra mientras estuviese fuera, pero ¿este objeto extranjero? Nunca.

—Una pelota de béisbol. Preguntadle a Alex. Él sabrá todo sobre eso.

Margaret gruñó. Ella no dudaba que Alex no pudiera decir tantas tonterías, pero era algo más sobre lo que tendría que reservar su juicio.

—Tened cuidado. —George añadió, luego se volteó y

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desapareció en el pasadizo antes de que pudiera decirle algo más. Ella volvió a su equipaje y lo miró fijamente, intentando

decidir si ya tenía lo suficiente para llevar. Por todo lo que sabía, ellos terminarían por afrontar una banda de bandidos en algún bosque y esto les ayudaría para salvar sus vidas. La probabilidad de que llegaran a cualquier lugar donde podrían encontrar algo tan ridículo como una pelota de béisbol era muy exagerada. Ella hizo una pausa, lo consideró, luego tomó su decisión.

Giró y se fue a buscar otro cuchillo.

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Capitulo 29

—Houston, tenemos un problema. Alex siguió ajustando la silla de Beast. —Lo que sea, se puede arreglar luego.—En realidad, —dijo Elizabeth—creo que querrías mirar esto

ahora. Alex suspiró, dio a las correas un último tirón, luego giró para

ver lo que la mañana le iba a deparar. Frunció el ceño. —¿Qué es esto? —Creo que es justamente lo que parece, —dijo Elizabeth

secamente. Margaret estaba discutiendo profundamente con George, sin

duda dándole una lista muy larga de instrucciones de última hora. Alex no tenía ningún problema con ello. Era el grupo que estaba parado al lado de ella lo que amenazaba con sacarle canas.

Baldric estaba vestido para viajar. Alex reconoció la postura: alto, corriente, la capa barda y la bolsa de viaje, hecha de restos de tapicerías, Baldric sin duda había trabajado hecho su magia. Obviamente el juglar no se había ido a esconder para llorar, si no se había ido a esconder para empacar.

Amery también estaba vestido con su ropa más fina de viaje: botas robustas de cuero y un pequeño abrigo que Elizabeth había hecho para él. Este llevaba su capa envuelta alrededor de sus hombros y de su cabeza, en una manera digna del más importante jeque. Amery agarraba su almohada con una mano y las faldas de Frances con la otra.

O, más bien la capa de Frances con la otra. Alex sintió su ceño hacerse más profundo al ver a la encargada de Amery también aparentemente lista para un viaje formidable. Ella se ruborizaba miserablemente, lo cual había sido su condición la última vez que Baldric la había invitado a pasear. El anciano podría ser muy

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persuasivo cuando algo le convenía. Y luego estaba Joel, de pie al lado de Baldric y agarrando el equipo de Baldric.

—Olvidó su cota de malla, mi señor, —él resopló, luchando para mantener toda la parafernalia de guerrero de Alex derecha y sosteniéndolo todo junto. —Os lo traje, así como otras cosas, que pensé que le serían necesarias.

—Pero… —Alex balbuceó.—Vos necesitareis de mí, —se ubicó Joel diciendo. —Un gran

señor como vos no debería estar viajando sin su escudero. —Pero no vamos a ir tan lejos…—Uno nunca sabe cuan lejos el camino lo llevará, —anunció

Baldric. —Tampoco conoce nunca las aventuras que podría tener a lo largo del mismo. Es correcto que vaya para registrar tales acontecimientos.

—Realmente no creo… —Vos no podéis dejarnos atrás, —soltó Frances, luego

mantuvo sus labios cerrados y se ruborizó un poco más. Ella contempló la tierra atentamente.

Alex miró a Margaret. Ella se encogió de hombros, luego volvió a George y arrancó con su lista una vez más. Alex movió su cabeza, luego miró a su hermana.

—Esto no va a funcionar. Elizabeth rió. —Probablemente sería mejor no llevarles. Si lo intentas, Jamie

te dará de nuevo el sermón de la fabricación del tiempo.—Con agujeros y todo. —Los está pasando por alto. Él suspiró. Tal vez el tiempo tejía una tela que ninguno de

ellos podía entender ahora mismo. Pero no podía menos que preguntarse que tipo de desafíos, su pequeño club de fans podría presentar al Tejedor Principal.

—No seremos olvidados, —repitió Baldric, en su tono de juglar. Él sacó su barbilla, y la rigidez de la barba canosa gris era bastante para advertir que la resistencia de Alex sería en vano.

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Alex miró a Elizabeth. —Bien, no es como si fuesen a vivir al siglo veinte. Irán

solamente de visita. Ella se encogió de hombros. —Es tu decisión. Alex rió débilmente. —Esto seguramente dará material nuevo a Baldric. —Solo eso ya vale la pena. Iré a ver a Jamie. —Ella lo golpeó

en el hombro, luego se fue al salón.Alex la miró irse, sintiendo una punzada de pena. Él no quiso

pensar en extrañar a su familia. Él hacía las cosas bien. Miró a Margaret y sintió la seguridad elevarse sobre él otra vez. Ellos se propusieron estar juntos. El siglo no importaba. Tal vez Jamie regresaría más a menudo de lo que él pensaba. Alex miró a Joel.

—Llevaré la espada, Joel. El resto puedes llevarlo arriba. —¡Pero, mi señor! —Salimos solamente a pasear, niño. No hay necesidad de

equipaje pesado. —Como vos digáis, mi señor, —dijo Joel dudosamente. Alex

miró a Joel poner la espada en el piso y casualmente una manta la cubrió, pero no antes de esconder debajo de ella otra cantidad del equipo de Alex, que obviamente se dio cuenta. Alex no tenía ganas de discutir, así que no dijo nada. En cambio, fue a ver que tipos de cosas le decía Margaret que debían tambalearle la cabeza al pobre George.

—… Aseguraos que Sir Richard no tome la guardia nocturna. Siempre que se duerme y luego se levanta, se encuentra con que se ha cortado con su espada.

—Margaret, —George dijo con una risa —confiad en mí. Yo veré que las cosas estén controladas en vuestra ausencia.

Margaret no lo miró muy convencida. —Quizás podría chequear la lista de la guarnición con vos una

vez más.... Alex rió secamente con el suspiro sufrido de George.

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—Mi amor, —dijo, tomándola del brazo y tirando con cuidado, — George estará bien. Estaremos de vuelta en unos días, no tendrán tiempo de notar que nos hemos ido.

—Él tiene razón, —dijo George. —Todo estará bien. Vos ya lo veréis.

Margaret suspiró y permitió a Alex abrazarla. —Él quiere una pelota de béisbol, Alex. Lo que sea que

signifique. Alex le sonrió a George. —No hay problema. —Él miró el equipaje de batalla de su

esposa. — No creo que necesites tu cota de malla, Meg. Ella apretó sus labios. —Soy la única con bastante sentido como para llevarlo. Sólo

los santos saben realmente donde terminaremos. Al menos uno de nosotros debería tener alguna protección.

Alex podría ver varias protuberancias debajo su vestimenta y notó las dos dagas que se asoman en cada bota. Bueno, nadie podría decir alguna vez que la mujer no estaba preparada. Él la besó en su frente.

—Lo que quieras, Meg. Solo estoy feliz de saber que vienes. —Ella gruñó, luego giró y dio órdenes para que trajeran los

caballos para Baldric y el resto.Alex miró a George. —Volveremos pronto.—Os deseo buena fortuna con la puerta. —Bueno, siempre parece funcionar con Jamie. No creo que

tengamos problema alguno para llegar a casa esta vez, —dijo, comprendiendo su elección de palabras, —No debemos tener problema alguno en llegar a la casa de Jamie.

George ignoró su resbalón.—No puedo mentir y decir que no os envidio un poco. —Podrías venir. El resto del castillo parece hacer un maldito

escándalo por ello. George sacudió su cabeza.

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—Aún tengo trabajo aquí en mi tiempo, Alex. Me quedaré y lo veré terminado.

—George, estaremos de regreso antes de que te des cuenta. —Espero que así sea. —George lo abrazó brevemente. —Os

deseo un viaje seguro, mi amigo. Alex asintió, luego giró antes de avergonzarse por aguársele

los ojos. Jamie y Elizabeth montaban sus caballos. Jamie miraba con ceño fruncido al séquito de Alex, y este rápidamente miró hacia otra parte para evitar el inevitable sermón. Lamentablemente Margaret no se veía por ninguna parte.

—Ella ha vuelto adentro, —anunció Baldric. —Mejor encontradla para así comenzar nuestro camino. ¡Tengo necesidad de nuevo material para mis versos!

Que el cielo se apiade de todos nosotros, pensó Alex cuando entró por el pasillo. Margaret no estaba en la cocina, en el solar, y no estaba en su cuarto de vestir. Alex se dirigió hacia la azotea. Este era su lugar favorito para ir y pensar. Esto no era una buena señal.

Ella estaba de pie donde sospechó que estaría, mirando la tierra de Falconberg. Alex fue a su lado y apoyó sus codos en la pared.

—¿Lista? —preguntó. Ella sacudió su cabeza. —¿Asustada? —preguntó suavemente. Ella lo miró a los ojos.—Siempre —ella admitió de mala gana. —Casi llorando, —

miró hacia atrás sobre su tierra. —Temo que nunca la vea otra vez. Asumiendo, —dijo lanzándole una mirada oscura, —que tu cuento sea verdad y me encuentre en algún otro siglo.

Alex rió. —Ver para creer, mi amor. Ella resopló de la manera menos elegante. Alex se rió a pesar de si. —Ah, Margaret, no tienes precio. ¿Qué haría yo sin ti? —Vos no tendríais a nadie para atormentar con vuestra

insensatez. Alex puso su brazo alrededor de sus hombros y dibujó su talle

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a pesar de su malla y las empuñaduras de sus dagas que se clavaron en su lado.

—Todo estará bien, Meg. Ya lo verás. Ella se relajó contra él, pero su mirada fija se dirigió hacia su

tierra. —Alex —dijo suavemente. —Sí, mi amor.—Temo que nunca esté de pie en este lugar otra vez, —

tembló. —Que nunca sienta otra vez esta roca bajo mis dedos. —Ella lo miró, entonces. —¿Vos no lo sientes?

Alex puso a un lado su inquietud. No había razón por la que no pudieran regresar a casa. Él y Jamie lo habían hecho cuando habían vuelto al siglo quinto en Escocia para cuidar del negocio. Ellos habían vuelto a casa tan fácilmente como si hubieran salido a dar un pequeño paseo en los bosques. No había ninguna razón por la que él y Margaret no pudieran volver al mismo lugar a tiempo. Esta era su casa. Esto era suficiente.

—Volveremos, —dijo él. —Soy una persona que se pone siempre nerviosa antes de un viaje largo. En tu cabeza te imaginas todos los tipos de resultados terribles. Esto es perfectamente normal.

Ella no pareció convencida, pero igual asintió. —Entonces vayámonos de una vez. Estoy deseosa de ver por mí misma que no estáis mal de la cabeza. —Ella lo llevó hacia la puerta. —Al menos lleváis tu espada. Aplaudo tu muestra de sensatez.

Alex sabía que de ella no obtendría más que esto. Él la precedió abajo al gran salón, luego tomó su mano. La cocinera y su personal estaban de pie en el borde del vestíbulo que conduce a las cocinas. Alex les dijo adiós con la mano.

—Volveremos pronto, —dijo firmemente. Y lo harían. Él se despediría, recogería lo que pensó que

podría necesitar sobre el curso de su vida, y luego volverían a casa. Aquí era a donde pertenecía. Él rió al ver las pequeñas pelotas de hilo que rayaban las paredes. Al menos Baldric no haría ningún daño durante los pocos próximos días. Él apretó su mano alrededor

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de Margaret. Ella lo miró. —Tan solo un amistoso hola.Ella apretó sus labios, pero no dijo nada. El grupo montó en el

patio. Alex dio un saludo simpático a George. —Te veré en unos días. —Dios os acompañe, mi señor. Alex vio el ceño fruncido de Jamie cuando él tomó las riendas

de Beast de uno de los mozos de cuadra. —¿Qué? —Preguntó defensivamente. —Parece ser un grupo bastante grande, —señaló Jamie. —Es una visita, Jamie. Cada uno sobrevivirá, incluyendo la

fábrica del tiempo. —Jamie no lo miró del todo convencido, pero no dijo nada más.

Alex montó y pasó a caballo con Margaret por las puertas. El rastrillo fue cerrado de golpe en la casa detrás del grupo con un aire de carácter definitivo.

—¡Maldición, —Alex refunfuñó—, denme un descanso! Todo saldrá bien!.

—¿Alex? Alex miró a su esposa, quien claramente había resucitado la

idea que él había perdido todas sus neuronas. —Tan solo hablaba conmigo mismo, —él explicó. —Hmmm, —dijo, cabeceando, —Ya veo. —Lo hago mucho cuando estoy nervioso. Ella rió brevemente. —No os atormentaré si no viajamos más lejos que Brackwald.

Vos no tenéis nada que temer de mí. Bueno, —ella agregó, —quizás una pequeña broma.

—Me siento mejor ahora. —Pensé que lo harías. Alex no podía sino reír. Al demonio con sentimientos

fastidiosos. Él tenía todo que necesitaba a su lado. Era sólo que estaba nervioso. Había tenido sus momentos de mariposas en el estomago cuando estaba en la corte. Esto era la misma cosa.

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Suspiró aliviado. Eso tenía que ser. Él tomaba a cinco personas a un tiempo que no les era propio, y esto sólo le daba un poco de ansiedad por cómo funcionaría. ¿Quien podría culparlo? Por todo lo que sabía, Frances se pondría histérica, y Baldric desenredaría cada trozo de ropa que encontrase a su alcance y gritaría desnudo corriendo hacia el bar más cercano. Solo el cielo sabía lo que Margaret haría, probablemente dirigiría su espada hacia él y lo cortaría en pedacitos.

Cuando ellos habían viajado una milla o más, tenía completamente el control y había dejado de estar nervioso y había comenzado a pensar en como iba a manejar los gritos inevitables del grupo. Amery era demasiado joven para entender lo que vería, pero Frances y Joel sin duda entenderían muy bien. Él planeó sobornarlos con comida chatarra por su comportamiento. Baldric era otra cosa, su reacción le era desconocida, pero Alex sospechó que podría ser distraído con unos cuantos tapetes.

Era Margaret quien lo tenía preocupado. Ella llevaba más armas de las que él había pensado que tenía. ¿Qué haría la primera vez que viera su Ranger Rover? ¿Avanzar con la espada desenvainada?

Y luego se encontró con poco tiempo para seguir especulando. Habían llegado al círculo de las hadas. Miró a Margaret para juzgar su reacción. Su cara estaba completamente impasible. O estaba ganando la guerra contra burlarse de el, o estaba asustada profundamente. Se imaginó que era esto último, y probablemente tenía razón de ser con todo ese sentimiento de magia en el aire. No había duda en la mente de Jamie de que terminarían en la tierra de Jamie. No había sentido esta clase de magia en el aire cuando había venido antes con Beast y sus frases claves.

—Cada uno adentro, —dijo Jamie, esperando hasta que el resto de ellos estuvo dentro del anillo.

Alex miró a su cuñado y agarró sus riendas fuertemente. —¿Crees que funcionará? —Desde luego, —Jamie dijo con una sonrisa burlona. —Me

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atrevo a decir que el aro sabe que estoy muerto por un baño en el Jacuzzi y por unos brownies.

—¿Nos llevarás al año correcto? —Podemos esperarlo, —dijo Jamie con otra risa.—Grandioso, —Alex refunfuñó. —Nuestro ilustre guía de

viaje no está seguro del destino o el año. Tal vez debería haber traído aquella cota de malla después de todo.

Al menos él tenía el peso consolador de la espada de William de Falconberg sobre su cadera. ¿Pero quién necesitaba protección? Él estaba con Jamie y, sin importar lo que había dicho, irían al siglo veinte. Esto tenía que ser suficiente. Alex tenía que despedirse.

Él miró a su esposa. Ella estaba pálida como la muerte.—¿Margaret? —Él la llamó suavemente. Sus ojos estaban pegados al cielo. —Está comenzando a nevar, —ella susurró. Este parecía ser el

caso. Ellos habían cabalgado bajo cielos azules. Aquellos ahora estaban nublados. Y el campo circundante estaba cubierto con una buena pulgada de nieve.

Alex miró a su hermana. Su expresión era de un alivio intenso. Ella se rió de él.

—Parece que funcionó, —ella dijo. Alex asintió y dio vuelta para encontrar los ojos asustados de

su esposa. —Dorothy —dijo, —creo que ya no estamos en Kansas. Margaret sacó su espada. Alex suspiró. Tenía el presentimiento de que iba a ser una tarde muy larga.

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Capitulo 30

Margaret apenas podría creer lo que veían sus ojos. En un momento miraba arriba al cielo azul, al siguiente el cielo se había llenado de nubes, todo el sonido había cesado y la nieve caía sobre su cara que estaba hacia arriba. Si esto no era brujería, no tenía ninguna idea de que era. Miró a su marido y se preguntó si él era parte de todo esto, también. ¿Ella debería enterrar su espada en su corazón y salvarse antes de que viajara a cualquier lugar remoto por este desastroso camino que seguramente conducía sólo hacia el mal? Ella movió su espada con una mano temblorosa.

—Oh—oh, —Alex dijo. —Esto es malo.Margaret sintió que sus palmas se ponían húmedas. Ella agarró

su espada. —¿Qué maldad es esta? —Ella exigió. Su voz era chillona

hasta para sus propios oídos. Alex tendió la mano para tocarla. —Margaret…Margaret tiró su montura hacia atrás y levantó su espada contra

su marido. —No me toquéis. Pienso que no os conozco como vos

realmente eres, mi señor. —Margaret, te dije que había una puerta —¡Basta! —gritó—. ¡No oiré más de tu charla! —Lady Margaret, —Jamie dijo silenciosamente, —puedo

entenderla…—¡No, no puede! —miró a su alrededor desesperadamente

buscando por donde huir. La arrastraban a donde sólo los santos sabían a donde esta gente que había hecho un pacto con el Diablo. Esta era la única explicación que tenía sentido.

Todos ellos se habían dado vuelta para mirarla. Incluso Baldric la miraba como si ella acabara de perder la cabeza. Amery miraba a

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Alex, con sus ojos grandes abiertos por la inquietud. Ellos estaban todos juntos en esto. Por qué no lo había visto

antes, no lo sabía. La conversación del futuro había sido nada más que una estratagema para atraerla, para que guardara el secreto y llevarla a su lugar de locura. Ella tenía que escapar antes de que fuera demasiado tarde. Obviamente el resto de su grupo había sucumbido a la locura de Alex. Ella envainó de nuevo su espada y tiró de sus riendas.

Detente y piensa tranquilamente un poco.Aquél era su discurso de sentido común; ella reconoció la

frescura del tono. Ella frunció el ceño y tiró hasta que su caballo se alejó del círculo de las hadas. Su sentido común obviamente no le había servido hasta entonces. Mejor detenía esto y no le prestaba más atención.

Es tan solo tu preocupación la que te molesta.—¡Callaos! —Ella gritó, para que la voz se fuera. Giró su

caballo alrededor y taloneo sus flancos. Más pronto se alejara de Alex y su familia chiflada, mejor.

—¡Margaret, espera! Ella echó un vistazo sobre su hombro. Al menos sólo Alex la

seguía. Ella podría derrotarlo fácilmente. Olvidas que te ganó en Tickhill con la espada. —Sólo porque yo se lo permití, —ella respondió

agresivamente. —¡¿Y quien os preguntó?! —¡Margaret, maldición, detente! Ella podía oír a Alex que acortaba la distancia. Lo esquivó en

el bosque en un esfuerzo para reducir el progreso de su marcha. La nieve era menor allí, cosa que la satisfizo. Su montura era rápida, pero hasta el mejor caballo a marchas forzadas podría tener una caída. Ella no tenía ninguna intención de quedar aplastada bajo el animal antes de que pudiera evitar esconderse en algún sitio y hacer sus planes. Aunque primero tendría que eludir a Alex.

Eso asumiendo que él fuese todavía Alex. ¿Había sucedido algo en el círculo de las hadas? ¿Lo poseyeron mientras ella miraba

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a lo lejos? Oh, por todos los santos, Margaret...—¡Suficiente! —Ella gruñó. Habría puesto sus manos sobre

sus oídos, pero la maldita voz venía de dentro de su cabeza.—Tengo dos ojos perfectamente buenos. ¡Se lo que he visto!

Alex siguió ganando terreno. Margaret azuzó a su caballo a ir tan rápido como se atrevió. Sin ninguna advertencia, el bosque se terminó y ella afrontó una cañada abierta, nunca había visto nada parecido antes. Ella habría parado y hasta bostezado si hubiera tenido el tiempo.

Había un castillo grande inmediatamente ante ella. Ella no se molestó en considerarlo como un sitio de refugio. Sin duda estaba habitado por almas tan chifladas y malignas como Jamie y Alex. Ella solamente tendría que seguir. Apenas había pasado por delante de las puertas cuando encontró a Alex por su lado. Él agarró sus riendas antes de que ella supiera lo que iba a hacer.

—¡No! —Ella gritó, intentando alejarse de él. —¡Margaret, cálmate! —Alex gritó. —¡Está bien! Él tenía el control de su montura. Ella no viajaría tan rápido a

pie, pero podría escaparse igual. Desmontó con tanta gracia como su malla le permitió, luego intentó escapar.

Alex la cogió por el hombro. Ella lo golpeó cuando la hizo voltearse. Al menos el golpearlo al lado de su cabeza lo obligó a liberarla. Margaret apenas podría creer que iba a tener que hacer esto, pero vio que no tenía ninguna opción. El hombre al que amaba, el hombre al que le había dado su cuerpo tantas veces durante las pocas semanas pasadas, había sido vencido por alguna fuerza maligna. Probablemente lo mejor que podría hacer era terminar con él antes de que sufriera más.

Ella sacó su espada. —¿Qué haces? —Alex exigió, tomando distancia. Margaret avanzó. —Si vos no me lo devolvéis, maldito demonio. Terminaré con

vuestra vida, —Ella agitó su espada. —Y no estoy bromeando.

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—Puedo ver eso. Margaret, sólo soy yo. —¡Ajá! —ella dijo burlonamente. —Vos no me engañáis.

Disponeos a encontrar a su Amo, engendro del demonio. —Maldición —dijo el demonio, con un suspiro. —Como

quieras. Margaret no gastó más el tiempo con bromas. Ella repartió

golpes a diestro y siniestro con la criatura que había una vez sido su marido, pero había encontrado que su empuje no era tan entusiasta como debería haber sido. Quizás él debilitaba su fuerza con alguna magia maligna. Ella se sacudió con dificultad y atacó otra vez con más vigor. Esto no fue mucho más acertado. Ante su sorpresa, ella encontró que tenía poco estómago para hacerlo. Habría sido una cosa más simple si quizás la criatura que la enfrentaba no se hubiera parecido tanto a Alex. O si no hubiera luchado como Alex. O si ella no se hubiera imaginado que vio a su marido mirarla desde aquellos ojos azules verdes. Apartó sus tontos pensamientos. Alex ya no era más su marido y obviamente para ella el único camino que la devolvería a casa era matar a esta bestia asquerosa y liberarse ella misma de su influencia infame. Ella juntó la fuerza muy dentro de sí y se concentró en su espada.

Ellos lucharon por lo que parecieron horas. El demonio realmente solo se defendió. Obviamente, planeaba poseerla cuando ella admitiera la derrota. Bien, esto nunca pasaría. Quizás cuando viera a Alex en el cielo él le agradecería por lo que se disponía hacer.

—¿Ya terminaste? —El demonio preguntó educadamente, haciendo una pausa para apoyarse en su espada.

—¿Estáis muerto? Esto pareció responderle su pregunta. Levantó su espada y

paró su ataque con indiferencia. Margaret comprendió que esto era solamente esto. Ella intentó

reunir más entusiasmo para la tarea. Pero la verdad era que mientras mas cruzaba su espada con la criatura que enfrentaba, su cabeza más se despejaba y comenzó a dudar de sus dudas.

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De reojo, ella notó que Jamie y Elizabeth estaban de pie cerca, sosteniendo las riendas de sus caballos. Con un movimiento repentino, Margaret cogió al demonio que había sido su marido con su pie y lo tiró al suelo de espaldas. Ella se distanció un paso y usó la oportunidad para echar un vistazo a la familia de Alex.

Elizabeth estaba de pie allí calmada con una media sonrisa que jugueteaba en su boca. Ella no parecía poseída. Margaret nunca había visto a nadie poseído, pero había oído que consistía en tener mucha espuma en la boca y jurar vilmente. Elizabeth no hacía ninguna de estas cosas.

Margaret miró a Jamie. Él tenía la misma sonrisa divertida que su esposa, pero vio la comprensión en sus ojos. Ella le había preguntado a lo largo de las semanas pasadas, y él había parecido bastante honesto en sus respuestas. Él hasta le había contado de su propio viaje al futuro y como esto lo había asustado. Ella había escuchado atentamente entonces, compadeciendo a Elizabeth por tener un marido quien se complacía con tales imaginaciones ridículas.

Ahora comenzó a preguntarse si no había sido ella la que sufría de imaginaciones ridículas.

—Maldita seas, Margaret, —el demonio gruñó a la vez que se ponía de pie,—eso fue pelear sucio.

Ahí estaban las palabras groseras, Margaret notó. Pero ninguna espuma salía de su boca. Ella miró fijamente al hombre que la enfrentaba y pensó en todo el asunto. Seguramente se parecía a Alex. Definitivamente maldecía como Alex. Ella dejó caer su espada al suelo y se apoyó en la empuñadura. Parecía increíble, pero pensó que solamente podría haber tenido un error de juicio.

—¿Alex? —preguntó. Él llevó su mano a la cabeza. —¡Obvio! —gritó. —¿Quién demonios podría ser? Ella estrechó sus ojos sospechosamente. —Vos tenéis una boca tan sucia como para ser un demonio. —No has oído nada todavía, —se quejó. Frotó su cabeza,

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luego se estremeció—. ¡Me golpeaste! —Hice lo que tenía que hacer. Jamie aclaró su garganta. —Creo que nos dirigiremos al torreón. Niños, vengan cuando

hayan terminado con su juego. Margaret los miró irse y tomar los caballos de Alex y

Margaret. Entonces se volvió hacia su marido. Ella extendió la mano y lo empujó en el pecho.

—¿Alex? —preguntó otra vez, sólo para asegurarse.En respuesta, él pasó su mano bajo su pelo y la arrastró hacia

su cuerpo. Antes de que pudiera protestar, él había capturado su boca en un beso que la quemaba. Ella sólo podía agarrar la empuñadura de su espada y rezar. Alex seguía sosteniéndola, pues sus rodillas estaban temblorosas. Él se separó y Margaret sintió el temblor de sus labios. Ella puso su mano sobre ellos así él no la vería. Él tomó su mano y la besó otra vez, un beso dulce, apacible que casi trajo lágrimas a sus ojos.

—Te amo, —él susurró. —Gracias por no matarme. La picadura de las lágrimas vino ahora por la vergüenza. —¿Qué os he hecho? —gimió, enterrando su cara en su

cuello. —Lo llamamos locura temporal —dijo, sonando casi

divertido. —Cada uno lo hace en algún punto de sus vidas. —Me he puesto en ridículo. —Somos una gran familia para hacerlo entre nosotros. Lo

olvidaremos rápidamente. Además, el mismo Jamie lo ha hecho algunas veces.

Ella levantó su cabeza. —¿Y vos? —Nunca, —él dijo con una sonrisa. —Tengo siempre todo

bajo control. Ella no podía encontrar nada que decir para salvar su

dignidad, entonces simplemente descansó su frente contra su hombro y suspiró.

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—¿Quieres entrar ahora? Ella mordió su labio un momento. —No estoy segura. —Estaré contigo. Ella lo consideró. —Haciendo mas fácil que entierre un cuchillo en vos. Su risa era un estruendo consolador en su pecho. —Si no supiera que tengo las manos suficientes para quitarte

todas las armas, te las quitaría ya mismo solo para evitar eso.Ella no se movió. No podía. Sólo los santos sabían que le

esperaba en este mundo extraño, nevado. Ella sabía que habían cambiado de mundo. El paisaje a su alrededor era totalmente desconocido.

Alex acarició su pelo. —Está bien, Margaret. Piensa en ello como una aventura

apasionante. Ella gruñó. —Ah, que felicidad. Él se rió y la acercó para besarla firmemente sobre la boca. —Estarás bien. Por qué no guardas en su sitio tus espadas y

vamos adentro. Apuesto que podemos encontrar un fuego encendido. Tal vez comida en la cocina. —Él se distanció y ofreció su mano. —¿Vendrás?

Ella tomó firmemente su espada, y entonces lentamente tomó la otra mano.

—No necesitarás esto, —dijo con una risa apacible.—¿Cómo sabéis que nos espera ahí adentro? —Ella exigió. —

Sólo los santos saben que podría haber pasado todo el tiempo que estuvisteis ausente.

—La única cosa que podría atacarte sería algo que mi hermanito haya dejado crecer bajo su cama.

—Más razones aún para estar preparada. Él apretó su mano. —Margaret, nada va a hacerte daño adentro.

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—Vos no parecéis del todo seguro. Él suspiró. —Hay varias cosas que probablemente te sorprenderán al

principio. Más de ochocientos años han pasado entre el tiempo que dejamos esta mañana y el tiempo en que estamos ahora. El hombre ha hecho unas invenciones interesantes.

—¿Cómo? —Te mostraré cuando entremos. Esta no era una buena respuesta, pero ella sospechó que no

tendría una mejor. De mala gana guardó su espada y dejó a su marido conducirla hacia el torreón. Mientras caminaban, se permitió especular sobre lo que podría ver dentro.

Quizás el hombre había aprendido a crear tapicerías más hermosas. Probablemente los hogares habían permanecido iguales, pero quizás eran más grandes y produjeran mejor el calor. Tan orgullosa como era de si misma, tuvo que admitir que el único modo de mantenerse caliente era estar de pie muy cerca del fuego, como la mayor parte del calor encontró su subida en el conducto. El precio del futuro, aunque era algo que ella ya había probado y lo había encontrado mucho peor de lo que la cocinera producía, excepto desde luego, para aquellas pelotas Godiva.

Bueno, no podía pensar en ningún otro reino que pudiera haber progresado tanto. ¿Después de todo, realmente qué más se necesitaba que una buena montura, una mesa bien puesta, y un suave colchón de plumas de ganso?

—Me atrevo a deciros, —ella comenzó, —las cosas no pueden haber cambiado… tanto..

Ella se congeló. Allí, cerca de la puerta apareció la cosa más horrenda que alguna vez había visto. Era un carro, un carro cubierto con ruedas tan altas como sus botas. Tenía una sustancia negra, brillante que reflejaba su imagen tan claramente como cualquier espejo pulido el que ella alguna vez se había visto.

—Esa es la Range Rover, —dijo Alex, sonando muy satisfecho. —Se parece a una carroza de equipaje, sólo que es más

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cómodo. Margaret no podía sacar sus ojos de la bestia. —¿Dónde están los caballos? —Dentro de él. Margaret miró a su marido. Él sonreía abiertamente como un

idiota. —Vos no sois divertido, —declaró. —¿No lo soy? —No, mi señor. En absoluto. Él la tiró hacia el pasillo. —Veamos lo que piensas cuando estemos adentro. Margaret suspiró cuando entró en el gran salón. Bueno, esto

era un poco familiar. Las tapicerías cubrían las paredes y parecían bien hechas, bueno, por lo que podía ver desde la puerta. Baldric parecía encontrarlos a su gusto ya que ponía sus manos sobre ellos y hacía ruidos de aprobación.

Los hogares de Jamie eran grandes y él, también, tenía chimeneas para llevarse el humo. Había una tarima levantada detrás del pasillo con la mesa de un señor muy fino. Cerca del hogar había un grupo de sillas. En general, contempló que era un lugar bastante ordinario.

Ella echó un vistazo a las antorchas sobre la pared y luego abajo a la piedra bajo sus pies. Fue entonces que comenzó a ver que las cosas eran quizás un poco diferentes.

No había ningún empuje en el suelo. La piedra era plana y bien puesta, pero no había nada cubriéndola para absorber o rechazar lo que cayera al piso. Esto era otra cosa extraña. No había ningún resto de comida que desarreglara el piso. Ningún hueso bien roído. Ningún charco de cerveza u otras sustancias prohibidas.

Margaret olió. Ningún hedor tampoco, si su nariz dijera la verdad. De verdad, el lugar olía muy agradable. Quizás el mundo de Alex era un lugar muy limpio.

Ella olió otra vez. —Ah, —dijo ella, su nariz encontró una fragancia nueva muy

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a su gusto. —El cocinero de Jamie ha estado en el fuego. —Huelo brownies, —dijo Alex, su propia nariz le temblaba en

el aire. —Si tenemos suerte, será Joshua quien ha estado cocinando y no Zachary.

—¿Joshua? —El juglar de Jamie. Es muy bueno con los postres. —¿Jamie tiene un juglar aquí en su mundo? —Él vino del año 1300, como Jamie. Es inglés.

Probablemente te gustará. Más viajes por las puertas del tiempo, conjeturó. Ella sacudió

su cabeza. Ella había muerto y había ido a un cielo muy terrenal, había perdido su mente completamente, o de verdad había viajado al futuro.

Ella no estuvo segura de cual de las alternativas la asustaban más.

Siguió a Alex a través del gran salón a lo que asumió eran las cocinas. Podía oír la charla de voces, la risa calurosa, y los sonidos de parafernalia de cocina. Lo que escuchaba era lo mas tranquilizante de todo el día.

Ella hizo una pausa antes de que alcanzaran la cocina. Las antorchas sobre la pared no eran antorchas. El fuego era liso, como si hubiera sido congelado en el tiempo. De verdad, casi creía que vio que el fuego parpadeaba dentro del fuego congelado.

—¿Qué...? —Ella tartamudeó. —Bombillas de luz, —Alex dijo.—Esto toma el lugar de las

velas. Te diré todo sobre ello más tarde. Vamos a comer primero. Ambos nos sentiremos mejor después de un buen bocado.

Margaret cabeceó y dejó que la llevara, pero apenas podía apartar su mirada fija de aquellos fuegos extraños. Bombillas. Vaya un término sin igual. Ella se detuvo a la entrada de las cocinas.

Esta era una recámara grande, de verdad un poco más grande que su propia y humilde cocina. Había una mesa en medio del cuarto y el juego de bancos cerca para sentarse cómodamente. Pero no había ningún juego de hogar en la pared, ningún fuego con el

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juego de ollas, ningún barril con granos y carne salada. Las paredes estaban llenas de unos cajones grandes que estaban cubiertos de la misma sustancia brillante que cubría la carroza de equipaje Rover de Alex.

Margaret pensó en preguntar donde guardaban el alimento, cuando entonces vio que habían unos cuadrados marrones oscuros que se amontonaban sobre un plato.

—Brownies, —Alex anunció con satisfacción. —¿Chocolate? —preguntó ella.—Ah, sí. —Él asintió, arrastrándola.Tan pecaminoso como las pelotas Godiva, pero mas

masticables. Margaret tomó cuatro o cinco, y encontró que estaba bastante calmada por los efectos secundarios.

—Preséntame antes de que mi corazón se detenga, —dijo una voz desde el otro lado de la habitación.

Margaret miró, a través de la mesa, a mitad de un bocado de brownie, para encontrarse con una versión más joven de Alex que estaba de pie ante ella.

—Mi esposa, —dijo Alex, tomándola posesivamente alrededor de sus hombros, —Margaret. Margaret, el es Zachary, mi hermano más joven.

—¿Esposa? —Zachary casi se ahoga del asombro.—El que duerme, pierde, —dijo Alex, sonando

excepcionalmente satisfecho. —Ella lleva una cota de malla, —dijo Zachary, con la

admiración no disimulada. —Y una espada. Wow. Bien, ella sabía que la palabra era un signo seguro de elogio.

Margaret rió, sintiéndose mejor que en ningún otro momento durante toda la mañana.

—Y sabe como usarla, —advirtió Alex, —así que no la molestes, o a mi.

—Tal vez le gustaría ir a visitar algunos lugares de interés, —dijo Zachary, aparentemente olvidando el fuerte brazo de Alex alrededor de ella.

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Margaret sintió el cambio de Alex, luego oyó el sonido inequívoco de una espada que se desenvainaba. Ella miró con asombro como su marido blandía su espada contra su hermano.

—Ni se te ocurra.—Estoy seguro que Margaret puede decidir, —insistió

Zachary. Alex giró su espada sobre ella. —Ni se te ocurra, —él advirtió. —Yo podría llevarla de paseo, —ofreció otro hombre.

Margaret miró al hombre que estaba de pie al lado de Jamie. Se le parecía tanto, que tuvo que asumir que era su hermano.

—Patrick MacLeod, —dijo él, con una reverencia, —a su servicio, mi señora.

—No, déjame esa tarea a mí, —dijo otro hombre, brincando de la mesa. Él se arrodilló a sus pies. —Joshua MacLeod, juglar del Laird James MacLeod.

—Bueno, —Margaret dijo, bastante abrumada.—¡Por los santos del cielo, —dijo Joshua, golpeando su pecho

con el puño, —me atrevo a decir que nunca pensé ver a alguien rivalizar la belleza de mi señora Elizabeth, pero estaba equivocado! ¡Ella, con la gloria del sol, y usted, mi señora Margaret, con la gloria de la luna! ¡Ah, santos benditos, mis pobres ojos están vencidos con la belleza que me rodea por todos lados! De verdad, yo debería ser el que la llevara y le mostrara los monumentos, señora, ya que yo podría mirar sobre su hermosura y componer algo digno de su belleza.

Margaret tan solo podía mirarlo asombrada. —También hice los brownies, —añadió Joshua. Margaret contempló esto en su cabeza. Un juglar que también

podía hacer platos dignos del paladar de un rey. Quizás el vigésimo siglo sería más de su gusto de lo que pensaba. Abrió su boca para pedir otro plato de esos cuadritos sólo para encontrar que la tiraban hacia la puerta.

—Yo la llevaré, —Alex bramó, la arrastró con él detrás suyo.

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—Vamos a instalarnos. Margaret sonrió siguiendo a su marido gruñón por la escalera.

Ella contó con su mano libre a tres hombres que habían competido por sus atenciones, y no incluyó al hombre que gruñía, y maldecía a los tres calurosamente durante la subida de la escalera.

El futuro comenzaba a parecer un lugar muy agradable de verdad.

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Capítulo 31

Alex se despertó en una completa oscuridad. Obviamente era demasiado temprano para levantarse, intentó abrir los ojos para conseguir más luz hasta que se dio cuenta de que ya los tenía abiertos. Definitivamente era demasiado temprano para levantarse.

Rodó hasta el otro lado de la cama y se dio cuenta de que estaba vacío, miró de reojo la hora en el reloj despertador; las 4:30. Así es que Margaret al final había conseguido eludirle para salir a explorar. Alex se estremeció al pensar en lo que podría estar haciendo mientras él dormía pacíficamente. Al menos esperaba que no hubiera salido fuera de la casa.

Se incorporó y buscó a tientas la lámpara de encima de la mesita de noche. La espada de Margaret estaba apoyada sobre la silla donde la había dejado al acostarse. Se recostó y suspiró de alivio. Uno, seguía ahí. Dos, ya había puesto a un lado la idea de tocar todo con su espada para ver si no era dañino.

Salió de la cama, y buscó a tientas las zapatillas pero no consiguió encontrarlas así es que se puso unos calcetines.

Por poco se las vuelve a quitar, ni modo en darse gusto ahora.Cuando cerró la puerta del dormitorio echó un vistazo al

corredor. La puerta de estudio de Jamie estaba abierta. Ya sabía a donde lo había llevado el estar allí, así que se apresuró en llegar al estudio, no fuera a llevar a su esposa a algún problema. Él se paró en la puerta y sonrió al ver la escena.

Margaret estaba sentada en la silla de Jamie con una daga en una mano y un libro en el otro. Llevaba puestos unos pantalones cortos, un suéter, calcetines de lana, y una zapatillas de Snoopy, obviamente sacadas de su armario. Alex suspiró, estaba condenado a vivir con mujeres que encontraban su ropa mucho más interesante que la de ellas. Margaret tenía una manta encima de las piernas, aunque una pierna le colgaba de la silla; orejas de Snoopy se movían

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a la vez que ella balanceaba su pie hacia atrás y hacia adelante. Estaba leyendo totalmente concentrada mientras se tocaba distraídamente la mejilla con la empuñadura de la daga.

Al menos esta vez solo había cogido una daga. Alex se preguntó durante un momento si el vestíbulo de Jamie sobreviviría a Margaret y a su espada, después de todo era la primera vez en dos días que Margaret no paseaba por el vestíbulo arañándolo con la espada.

El primer día había conseguido que ella subiera al piso de arriba para que durmiera una siesta, había creído que eso era precisamente lo que ella necesitaba y desde luego él también necesitaba descansar, y eso era lo que había ocurrido que se había dormido a pesar de sus intenciones de velar por ella, pero se había despertado sólo para encontrarla en el cuarto de baño incrustando la espada en el inodoro.

Y desde entonces las cosas no habían mejorado mucho.Margaret había almorzado con una mano mientras con la otra

tanteaba la pared de la cocina de Jamie con la espada. Alex la había detenido justo cuando estaba intentando introducir la punta de la espada en un enchufe eléctrico. Después de ese roce con la muerte ella había reunido a Frances, Amery, Joel, y Baldric con la eficiencia de un perro pastor, para evitar que se lastimaran, pero no había durado mucho, al cabo de un rato Amery había escapado para ir a la habitación de Ian para deleitarse con los mejores juguetes que podía ofrecer FAO Schwartz. Frances había arrastrado a Elizabeth hasta la cocina y pronto estaban hasta los codos de masa de galletas. Baldric se había ido con Joshua, para competir en un certamen de versos. Joshua había empezado con una canción de los Beatles y Baldric había contraatacado con —Dos, cuatro, seis, ocho, ¿A quién amamos odiar? ¡Brackwald, Brackwald, Yeach!

Pero Joel se había quedado a su lado como el obediente escudero que era, agarrando firmemente el chaleco de Alex, absorbiendo con su mirada todo lo que veía.

Era su primer día en el futuro. El segundo día se había

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levantado al amanecer, y eso que Alex se había pasado toda la noche haciendo el amor con su esposa para entretenerla en la cama. No tenía ni idea de dónde podía sacar tanta energía pero estaba levantada desde la salida del sol, y sus preguntas y sus ansias de saber parecían no tener fin.

Alex no tenía ni idea que lo que debía esperar de su esposa. ¿Incertidumbre? ¿Ansiedad?

Se quedó vigilándola mientras ella devoraba un libro y una película a la vez, entonces fue cuando se dio cuenta de que la había juzgado mal. Ella era valiente. Él ya lo sabía pero no tenía ni idea de lo arraigado que era ese rasgo en ella. Había entrado en su mundo con la misma fuerza que en el suyo propio.

Ella dio un saltó en la silla, sobresaltándole. Miró la pantalla de la televisión y vio a La Masa Devoradora a punto de alcanzar a otra víctima.

—Ay—dijo Alex, sintiendo un escalofrío. Antes de que pudiera decir ni una palabra más, ella sujetaba ya la daga y estaba flexionando el brazo para arrojársela. Él levantó las manos en forma de rendición.

—Solo soy yo —le dijo a punto de agacharse. Ella le miró con los ojos entrecerrados.—¿Vienes a arrastrarme de nuevo a la cama?—No te quejaste anoche.Ella lanzó la daga al aire y la atrapó por la empuñadura cuando

estaba descendiendo, luego la colocó en el brazo de la silla. —Es verdad, no lo hice. Fue una manera bastante agradable

de pasar el tiempo. No obstante —agregó, con su mirada fija en la televisión —no sabía lo que me estaba perdiendo.

—Me ha remplazado una película de ficción —le dijo Alex mientras caminaba hacia ella —Me siento insultado. —El se inclinó y le besó la cabeza —¿Qué más has estado viendo?

—El mago de Oz, aunque la verdad, no me gustó nada esa bruja, era una criatura de lo más desagradable. Aunque —le aclaró ella —luego he visto La invasión de los ultracuerpos y me ha

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resultado entretenida.Bueno, si ella había visto esa película nunca miraría a nadie de

la misma forma, lo sabía porque desde que él la había visto no había vuelto a ver a Donald Sutherland del mismo modo.

—¿Por qué no volvemos a la cama? —sugirió Alex.—Oh, no —dijo ella quitándole la mano —Esta masa sin

forma tiene sin duda que comerse aún muchas cosas. Y no he terminado todavía este libro. La mayoría de las cosas son muy interesantes aunque no puedo creer algunas de las cosas que dice.

Alex miró el libro que ahora descansaba en su regazo. Ella estaba leyendo la Historia ilustrada del siglo veinte.

—Esto de la bomba atómica —dijo sacudiendo la cabeza, —parece muy antideportivo. Comenzó a pasar páginas hasta que encontró una imagen de la destrucción de Hiroshima. —Y pensar que muchos de ellos estaban tan tranquilos cuando otras personas les hicieron algo como esto.

—No todas las invenciones del hombre han sido buenas.—Ya lo veo. ¿Y —dijo devolviendo la página a donde la tenía

anteriormente —quién decidió que la imagen de la luna era así? Él sonrió. —Nadie lo decidió. El hombre subió hasta allí y sacó una foto.Ella le miró con el ceño fruncido.—Imposible. ¿Quién podría tener tanta fuerza como para subir

hasta allí?—Enviaron al hombre fuera de la Tierra en un cohete, con

bastante combustible para llevarles allí y regresar —Él volvió a sonreír ante su mirada de escepticismo. —Aterrizaron en la luna, tomaron unas pocas fotos, recogieron unas pocas rocas, y volvieron a casa.

Ella resopló. —Eso es un cuento que sólo Baldric podría imaginar con su

mente retorcida.—No, es cierto. De hecho, así es como mis padres van a venir.—¿Volando?

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—Exactamente.—Imposible.—Es cierto.Ella hizo una pausa y luego lo reconsideró. —¿Puedo ver alguna de esas bestias?—Tal vez. Veré lo que puedo hacer. Sí,—agregó él, —Si

regresas ahora a la cama conmigo.Ella le miró durante un momento. —¿Puedo leer en la cama?—Ya veremos cuánto tiempo logras concentrarte —le dijo.—Yo nunca pierdo el control, —dijo cerrando el libro con un

dedo adentro para no perder la página.—Ja —le dijo, recordando demasiado bien la noche que

habían pasado justo antes de que ella saliera de la cama para ir a ver la televisión.

—Os di permiso para distraerme.—Mentir no está bien, Meg.Ella se puso las zapatillas de Snoopy y comenzó a andar por el

vestíbulo. —Podéis intentarlo, mi señor, pero nunca me ganarás. Bueno, eso parecía un desafío y él no iba a renunciar a un reto

así.

Varias horas, y una distracción o dos más tarde, Alex estaba parado al lado de su Range Rover con las llaves en la mano, mientras Margaret miraba fijamente su vehículo con la misma expresión que si hubiera visto un desagradable insecto encima de uno de sus barriles de harina. Él fue hasta ella y volvió a registrarla de arriba abajo. Ella le miró ceñuda.

—No he traído nada.—Tan solo te registraba por el puro placer de hacerlo, mintió

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él, con la mirada fija en sus botas. Estaban vacías, se enderezó y le sonrió.—Investiguemos mas a fondo debajo de blusa...

—Basta, —dijo ella malhumoradamente —Te di mi palabra de que no metería nada en esta bestia tuya.

—No es que no confíe en ti, pero es que aún no has oído el ruido que hace.

Alex miró detrás de su esposa y se encontró con el resto de grupo familiar que los miraban con gran interés. Alex esperaba esfumarse antes de que Amery advirtiera cualquier cosa que no fuera el camión Tonka que estaba acariciando. Los demás parecían que no iban a darles problemas. Baldric parecía estar preparándose para otra competencia con Joshua. Elizabeth tenía a Frances bajo control, y Jamie intentaba llevarse a Joel ofreciéndole a cambio una clase de esgrima. Joel no había estado interesado hasta que Jamie había sacado el Claymore, un arma antigua, de casi metro y medio que había desenterrado durante la reconstrucción del vestíbulo. Había montones de cosas como esas que había desenterrado y sabía que podían interesarle, Jamie intentaba distraer a Joel con ellas una por una. Alex observó como su escudero seguía el Claymore por el jardín como si fuera una serpiente encantada.

—Ahora lo pondré en marcha, —dijo Alex —No debes meter nada, y digo nada, ni dedos ni armas blancas dentro del motor cuando esté en marcha.

Margaret parecía estar a punto de protestar, así que Alex se lo dijo directamente.

—El motor te agarrará la mano, la meterá dentro y la aplastará completamente.

Ella se puso inmediatamente los brazos debajo de la espalda. —O tu pelo—agregó él, esperando que comprendiera lo

peligroso que era. —Atrapará tu cabeza tan rápidamente que no sabrás lo que está ocurriendo.

Ella dio un paso hacia atrás y miró al Range Rover con mucho respeto.

Alex puso en marcha el motor y alargó su mano hacia ella.

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—Ven. Mira. El ruido es simplemente el rechinamiento de un montón de metal.

—¿Y los caballos?—Es con lo que se mide el poder del coche, son caballos de

fuerza, lo que produce la energía del coche. ¿Lo entiendes?Ella asintió con la cabeza, luego retiró la mano que él aún

estaba sujetándole.—Es fascinante.—¿Estás preparada para dar un paseo? Ella le miró con los ojos muy abiertos. —¿Que entre dentro de eso?—No te preocupes estarás completamente a salvo.—Lo que tu digas, esposo.Alex abrió la puerta y la metió en el asiento del pasajero. Él

esperó para que ella se acostumbrara, porque la primera vez que Jamie había entrado en un coche, había intentado cortar las correas del cinturón de seguridad para escapar. Alex esperaba evitar eso, aunque no sabía porque se molestaba en tomarse esa molestia. Al fin y al cabo no necesitaría el coche en el pasado.

—Vale, —dijo entrando y cerrando la puerta. —Ahora pondremos en marcha los engranajes y comenzará a funcionar.

—Sin caballos, —dijo ella atemorizada.Alex casi dijo ‘Es más seguro que una silla de montar’ pero se

detuvo justo a tiempo. Lo mejor era no mencionarle lo de montar a caballo. Habían sus cosas de montar a caballo, se podía ver mas cosas.

Margaret parecía estar tomándolo bien. Cuando comenzó a llover, ella puso su mano bajo el parabrisas para sentirla, y se quedó sorprendida cuándo la lluvia golpeó en el cristal. Alex vio como ella lo consideraba hasta que lo comprendió.

—Tiene sus ventajas.—Ya veo,—murmuró ella.Fue un viaje corto al pueblo. Alex aparcó y le abrió la puerta.

Ella miró detrás de él, y vio una pequeña tienda de antigüedades.

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—Por todos los santos ¿qué es eso? —le preguntó, caminando hacia el escaparate de la tienda.

Alex miró por el escaparate tratando de adivinar que era lo que le había sorprendido tanto.

—¿Em, que cosa?Ella pasó las manos por la ventana. —Esto. Este enorme pedazo de cristal —su mirada le dejó

estupefacto. —¿Cómo han conseguido que quede tan liso? ¿Y cómo aguanta las tormentas?

Alex se encogió de hombros.—Lo han mejorado bastante a lo largo de los años.—Ummm—dijo —Jamás había visto nada tan asombroso.Pero no parecía sentirse feliz por eso, por eso Alex optó por

distraerla, después de todo su mente debía sentirse muy excitada y cansada con todo lo que le había ocurrido en los últimos dos días, cuando llegaran a casa, le daría de comer y luego la subiría a la habitación para que echara otra siesta, y tal vez lograría mantener sus manos quietas lo suficiente como para dejarla dormir esta vez.

Fueron de compras y él tomó nota de todo lo que la complacía mientras hacía planes de regalos para un montón de aniversarios.

Después de diez minutos en una librería, ella le dijo que quería irse.

—Es más de lo que puedo soportar, —dijo ella saliendo precipitadamente a la calle. —Por todos los santos, Alex, un hombre podría leer durante todos los días de su vida y nunca podría leerlo todo.

—Eso es verdad.—Busquemos una posada y pidamos algo de comida —dijo

ella, colocando los brazos alrededor de su cintura —Creo que necesito algo sustancial para comer.

—Entonces conozco el sitio perfecto.Él la llevó hasta una posada en el extremo más alejado del

pueblo. Era el primer sitio donde Jamie y Elizabeth habían ido después de su viaje en el tiempo. Si había alguien en 1998 que

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pudiera tranquilizar a Margaret, era un posadero con nervios de acero, y esa descripción le venía al dedo a Roddy MacLeod.

—Alexander,—dijo Roddy con una amplia sonrisa —Es un placer volver a verte, muchacho.

—Mi Lord Falconberg, —corrigió Margaret automáticamente, pero sus ojos ya buscaban nuevos descubrimientos.

Alex sonrió. —Me temo que ella tiene razón. Ésta es mi esposa, Margaret

de Falconberg.—La condesa, —agregó Margaret, pasado por su lado.Roddy sonrió con la sonrisa de un hombre que ya lo ha visto

todo y no se sorprende por nada.—¿Un viaje por el bosque, huh?—Por el círculo de las hadas.Roddy se rió ahogadamente. —Ah, el Laird Jamie está volviendo a hacer travesuras, ¿no es

así?—Esto ha sido algo más que una travesura, aunque sin él

nunca podría haber encontrado a otra como Margaret.—En estos momentos íbamos a sentarnos a la mesa a comer.

¿Les importa unirse a nosotros?—Si no es molestia.—De ninguna manera. ¿A quién le molestaría tener el honor

de comer con un conde y su condesa en un almuerzo tardío?Se sentaron a la mesa de Roddy con su esposa y un par de sus

hijos, y Alex se relajó y sonrió mientras ellos contaban chismes del pueblo. Él había pasado mucho tiempo en la posada de Roddy después del regreso de Elizabeth, y se sintió como si hubiera vuelto a casa.

—Chicos ya podéis iros, —dijo Roddy a sus hijos cuando acabaron de comer. —Id a la barra y luego acabar con vuestras tareas.

—Tengo que hacer algunas cosas —dijo la esposa de Roddy, levantándose y dejando a sus hijos recogiendo los platos.

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—Vayamos al salón —dijo Roddy, levantándose. —¿Si Su Señoría lo quiere?

Alex sonrió por la broma e inclinó la cabeza regiamente.No habían tomado aún ni una taza de té antes de que Margaret

mirara a Roddy.—¿Quién es el rey en estos momentos?Alex escondió su sonrisa detrás de su taza. Él ya había visto en

detalle la reacción de Jamie cuando se había enterado de la situación política del país.

—Creo que ella tomará las noticias mejor que lo hizo Jamie.Roddy aspiró profundamente. —No hay rey, mi señora. Al menos todavía no.Margaret frunció el ceño. —¿Qué clase de tontería es esa?—Hay una reina que se sienta en el trono —dijo mirando a

Alex. —Creo que ya he tenido esta conversación antes.—Si estuviese aquí Jamie amenazaría con la anarquía, sin

duda —agregó Alex.—Una Reina —dijo Margaret, sonriendo. —Es toda una

delicadeza desde luego.—Ha habido varias reinas antes que ella—aclaró Roddy.—Y

le aseguro que han sido tan buenos gobernantes como si hubieran sido hombres.

—Por supuesto —dijo Margaret, como si cualquier otra cosa fuese inconcebible.

Alex sonrió a la vista de su satisfacción. Era la primera noticia del día que la complacía, debería haberla traído a conocer a Roddy antes.

—Creo que la soberanía de las mujeres comenzó con Eleanor de Acquitaine —aseguró Roddy —Si bien ella no gobernó sola, fue una mujer de lo más imponente.

—Sí, realmente me lo pareció la última vez que la vi —afirmó Margaret.

Roddy pareció momentáneamente alarmado, pero luego se

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encogió de hombros y comenzó a parlotear sobre los recovecos de la monarquía inglesa. Alex sólo escuchó a medias. Él no podía quitarle los ojos de encima a su esposa. Una vez pensó que ella le embriagaba, pero ahora se preguntaba si esa palabra hacía justicia a lo que sentía por ella. Ella le robaba el aire. Casi no soportaba mirarla allí sentada oyendo las historias de cosas que ocurrirían después de que ella hubiera muerto, casi estaba a punto de echar a Roddy de su propia sala y tomarla allí mismo frente a chimenea.

—Alex, estas sonrojado.Alex vio que Margaret le miraba con el ceño fruncido.—¿Estás indispuesto?—Creo que necesito una siesta —dijo él —Cuando estés

preparada para irnos.Quizá fuera mejor tomarse la siesta allí mismo, porque la

verdad es que no deseaba perder el tiempo en llegar hasta su casa para eso.

Pero tenía que pensar que tendría a esa mujer para el resto de su vida.

Tal vez no hubiera hecho nada para merecerla, pero el pirata que había en él no tenía ninguna intención de soltarla por ese pequeño tecnicismo. Maldita sea, ella era suya.

Y haría lo que fuera por retenerla.

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Capitulo 32

Margaret estaba de pie en la puerta de la cocina mirando fija y desoladamente los números verdes en el horno microondas que daban una iluminación débil a la cocina. Otra invención moderna. Otro milagro del que estaría privando a Alex. El no había dicho mucho, pero estaba segura que su pensamiento corría por la misma línea. En unos pocos días él se iría con ella al círculo de las hadas, pasaría a través de las puertas, dejando tras él una vida de comodidad y maravillas.

Ella caminó por la cocina, pasando su mano sobre cualquier cosa que encontró: gabinetes alejados del piso que tenían víveres arriba, la caja que refrescaba los alimentos perecederos cuando bebían de ponerse mohosos, la estufa que proporcionaba calor instantáneo con una orden. Esta última todavía le provocaba escalofríos cuando pensaba en ello. Aunque Alex le explicó que una sustancia invisible era introducida en la estufa por tubos de metal, y era una cosa muy natural y lógica, ella no podía evitar sentir como si alguien hiciera magia en su presencia cada vez que una llama saltaba a la vida. Cuán aturdida habría estado la cocinera de haber visto tal cosa.

Margaret se detuvo en la mesa y posó las manos en su superficie firme y gastada. Aunque sólo había comido un puñado de comidas en esta mesa, ellos habían sido muy amables, sobre todo por la compañía. Ella se había encariñado con Jamie y Elizabeth, e incluso los otros miembros de la casa de Jamie le habían causado una buena impresión. Parecía una cosa terrible alejar a Alex de su familia, especialmente cuando iba a tener la oportunidad de ver a sus padres. Se les esperaba para dentro de una semana.

El corazón se le puso pesado al pensar en ello. Ella lo podía separar de la compañía de su hermana y aunque la apenaría, no era nada que no acontecía en su época. Las hermanas eran enviadas

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como novias a otro lugar, u otros países para ese asunto, y de seguro, algunas de ellas nunca volvían a ver a su patria de nuevo. Pero pedirle que renunciase a sus padres era otra cosa.

Ella dejó la cocina y caminó a través del magnífico gran salón a la escalera. Sacudió la cabeza mientras subía los escalones al piso superior. Hasta las escaleras eran mejor hechas en esta época, más suaves y mas firmes. Y con mas espacio para caminar. Margaret se preguntaba como caminaba en las de ella sin caer muerta en el piso. Y los pies de Alex debían ser de seguro más grandes que los suyos.

Otro artículo de interés para él que dejar atrás.Ella caminó por el corredor a la biblioteca de Jamie,

arrastrando los pies. Logró encender una de las lámparas pequeñas en el escritorio antes de sentarse pesadamente en la silla de Jamie y dejó caer su rostro entre sus manos. Por todos los santos, apenas podía soportar hacer lo que sabía que tenía que hacer. Con un gemido, se recostó contra la silla y cerró sus ojos contra la verdad.

Ella no podía permanecer ahí. Y no podía pedirle a Alex que regresara con ella. Al principio había pensado que sí podía. En sus primeros días

en el futuro tenía la certeza de ello. A fin de cuentas, aunque el futuro tenía atractivos muy interesantes, también los tenía Londres. Aun habían maravillas por ser vistas en su época.

Y entonces había visto la Range Rover. Cuando Margaret había recorrido una corta distancia en la lluvia y aun seguía perfectamente seca y cómoda, comenzó a ver que quizás el futuro podría ofrecer unas comodidades que ella no podría esperar superar. Esto la había inquietado, pero pronto se convenció de que Alex podría aguantar estar más expuesto a los elementos. Sería bueno para él.

Y entonces había visto el vidrio en la ventana de la tienda del mercader. Fue en ése momento que entendió lo que le estaba pidiendo a Alex que renunciase. ¡Por los santos, ella no tenía aún cristales de vidrio para sus ventanas! La única pobre posesión que había tenido fue metida en un lugar de honor en ese edificio

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lastimoso que su abuelo había nombrado la capilla. Se le ocurrió que si hubiera pasado más tiempo allí, quizás de

rodillas, no se hubiese encontrado en su estado actual del infierno. Liso, limpio vidrio. Las tiendas que traían cada maravilla

concebible prácticamente a las puertas del hombre. La televisión que traía noticias de cerca y distantes directo al hogar. Víveres extraños y maravillosos. ¡Por todos los santos, hasta bolitas de Godiva cuando ella quisiera!

¿Cómo podía hacerlo renunciar a las cosas de aquí e ir a las condiciones barbáricas de 1194?

El tenía una vida aquí, una vida que tenía que ser vivida. Y ella tenía una vida allí, una vida de la que no podía escapar. No podía volver la espalda a sus responsabilidades. Ahora, al saber lo que él tenía aquí, no podía pedirle compartir esas responsabilidades.

—¿Margaret?Ella se asustó. Se giró para encarar a su esposo. —¿Sí? El sonrió soñoliento desde la puerta. —Te extrañé. Regresa a la cama. ¡Ah, por los santos, debía haber huido mientras él estaba

todavía dormido! ¿Pero cómo hacerlo si esto era precisamente lo que había esperado? Una última oportunidad de hacer el amor con el hombre que amaba más que a la vida misma.

Ella se levantó y se dejó caer entre sus brazos. Se adhirió a él memorizando exactamente cómo se sentía al ser abrazada por esos brazos fuertes, oír el sonido de su voz áspera contra su oreja, saber que él la amaba tanto como ella a él.

—Ámame, —dijo, ciegamente buscando su boca con la suya, —Ámame ahora, Alex.

Bendito hombre, nunca tuvo que oír eso dos veces. Antes de que pudiera protestar, él la había agarrado entre sus brazos andando majestuosamente por el corredor. Margaret lanzó sus brazos alrededor de su cuello sosteniéndose. Tenía que recordar todo acerca de él, cada detalle de su tacto, de su olor, de su voz. Sería la única

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cosa que le daría consuelo mientras viviera el resto de su vida sin él. El la colocó en la cama, se estiró a su lado. Su tacto era tan

apacible y cariñoso que pudo haber llorado si no hubiese estado tan ocupada devolviéndole las caricias, recordando por última vez la forma y la sensación de su cuerpo.

Ella sí lloró cuando él le hizo el amor, supo que sería la última vez. De seguro, era la unión más perfecta de sus cuerpos hasta la fecha, y no podía evitar sentir como si sus almas se hubieran unido también. Quizás era una cosa buena. Después de que ella hubiese vivido su vida y él hubiese vivido la suya, se reunirían arriba otra vez en algún mundo mejor y se amarían otra vez.

El se retiró y la unió a él. —No vayas a ninguna parte esta noche, —murmuró mientras

él levantaba su cara para besarla. Ella sólo podía asentir con la cabeza, porque no mentiría con

palabras. —Te amo, Meg, —murmuró. —Yo también os amo,—dijo ella, luchando con las lágrimas,

—Y nunca dejaré de hacerlo.—Yo tampoco, —dijo, dándole un abrazo apacible. —

¿Permitámonos dormir por un rato, vale?—Como vos digáis, esposo.Ella esperó hasta que él se durmió. Una vez que estuvo segura

de que no se movería, se levantó. Tomó el suéter, los boxers, y los calcetines. Silenciosamente, recuperó su espada, y el puñal que él le había comprado en Londres, y entonces se detuvo. Miró sus pantalones vaqueros que yacían sobre el brazo de una silla, se encogió de hombros y se los puso. El podría comprar más. Ella los atesoraría como si hubieran sido hechos de oro.

Tomó la misiva que le había escrito y la dejó en la silla junto al fuego. Cobarde, sí, pero si le contaba su plan él nunca estaría de acuerdo. Era mejor que hiciera la elección por él.

Ella reunió el resto de sus cuchillos, y entonces dejó la recámara. Se puso las botas fuera de su puerta, e hizo una pausa. Era

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tentador darles una última mirada a las almas que planeaba dejar atrás, pero ¿de qué serviría eso? No cambiaría de opinión acerca de su partida, y su plan de dejarlos atrás.

Amery estaría más seguro aquí. Alex lo podría adoptar y lo trataría como a su propio hijo. Frances había tomado ya los estilos de cocina de 1998 y estaba felizmente instalada en una recámara para ella sola. Joel no podría ser persuadido a dejar a su amado amo y así era como debía ser.

Baldric la preocupaba, supo que él lo apreció bien cuando ella estaba allí para escuchar sus versos, pero también lo había vigilado la noche anterior al sentarse próximo a Joshua, cuando Joshua hizo magia con palabras en algún tipo de pantalla de televisión. —Un programa que es Windows 95 compatible,—Baldric había anunciado con una sonrisa de beatitud. Margaret no supo el significado de eso, pero sospechó que Baldric estaría lejos mejor con esta caja blanca grande de lo que estaría con ella.

Voto en contra, era mejor si ella se iba y ellos no, esas almas que ella más amaba. Bajó tropezando por las escaleras maldiciendo cuando seguía teniendo que sostener los jeans de Alex. Debería haber cogido un cinturón mientras estaba en ello.

Dejó el vestíbulo antes de que lo pudiera pensar mejor. El resto de sus cosas las había guardado en el establo. Alex había preguntado acerca de ello, pero ella no había hecho más que mentir y decirle que había presionado a Joel para que lo pusiera allí.

Una vez que había alcanzado el establo, se quitó el suéter de Alex y detenidamente lo colocó en su alforja. Ella se quitó la suave camisa, y luego se puso su cota de malla. Una vez que ensilló su caballo, dejó el establo y montó en el patio de Jamie. Ella dio una última mirada, entonces hincó los talones a su montura y cabalgó afuera del portón exterior.

Ella no miró atrás.

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Alex despertó, saciado y agotado. Dios santo, si seguía haciendo el amor de esta manera con Margaret, lo mataría. Pero que mejor manera de morir.

El se dio vuelta hacia su esposa, y sólo encontró su lugar vacío. Se levantó lentamente y se frotó los ojos. Quizá una vez que estuvieran en su hogar, despertaría y la encontraría tranquila en la cama. Las maravillas del vigésimo siglo eran obviamente mucho para ella. Sólo el cielo sabía lo que había encontrado en la televisión esta vez. Escuchó detenidamente. No oyó ninguna risa tonta, así que era una apuesta segura que no había encontrado un nuevo programa de Jerry Lewis. Tanto que la conocía y nunca había oído su risa tonta hasta la noche anterior.

Esto lo había sorprendido aún más dado su reciente humor. No había podido entender su humor cuando habían ido al pueblo. El cansancio era la respuesta. Ella no podría haber dormido más que unas pocas horas cada noche durante las anteriores noches. Consideró brevemente las hormonas, entonces decidió que no eran un lugar seguro para holgazanear. El ciertamente no quería otra conferencia chauvinista de su hermana cuando él saco el tema. Quizá podría convencer a su esposa de hacer una siesta substancial esa tarde. Se dirigió al cuarto de baño, luego salió, aliviado y un poco más despierto. Bien, su boxers y el suéter no estaban, pero sus sandalias de Snoopy seguían allí. Alex fue por sus jeans sólo para darse cuenta que ya no estaban. Maravilloso. Ahora la mujer comenzaba a hurtar sus pantalones, también.

Alex se puso un suéter, sus zapatillas, y se dirigió hacia el estudio de Jamie a rescatar a su esposa de cualquier película que la tuviera actualmente cautiva.

Pero no estaba en el estudio de Jamie. —Vale, —dijo lentamente, ceñudo.—Ni televisión, ni libros.

Tal vez desayunando.No sonaba como una mala idea, así que se dirigió hacia la

cocina. Jamie estaba en la mesa, alrededor de un tazón de gachas de

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avena que sin duda se había hecho el mismo. Elizabeth no era una persona mañanera y seguramente no era la clase de chica de comer avena lo cual desde luego había obligado a Jamie a ocuparse de su propio desayuno. Jamie alzó la vista hacia él y le puso un poco en otro plato.

—Quedó algo para tí y para Margaret,—dijo comiendo un bocado.

—Pensé que ella ya estaría aquí.Jamie negó con la cabeza. —No la he visto.Alex frunció el ceño. —No está arriba.—Quizá fue a dar un paseo.—Sí, —dijo Alex, sintiéndose mas aliviado,— Y con suerte se

alejó del bosque. —Eso pode os esperar.Alex comió media docena de cucharadas de avena

directamente de la olla, luego abandonó la cocina para tomar su abrigo y unos zapatos aptos para una primavera escocesa. Estaba a mitad de camino del vestíbulo cuando se dio cuenta de algo.

Su espada no estaba. El miró alrededor y miró fijamente su dormitorio. Su espada se

había ido, junto con la pequeña colección de cuchillos que ella había estado guardando encima de una mesa. Alex caminó a través de la habitación lentamente, preguntándose distraídamente en su mente por qué él tenía el impulso aplastante de vomitar.

Había una nota sobre la mesa. Alex la alcanzó con manos no muy estables.

Mi amado Alex,

No puedo quedarme y pediros que regreséis conmigo. Sé lo que significa perder a tu familia y no puedo permitir que la dejes atrás, y si puedo prevenirlo, así lo haré. Y no puedo pediros que

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vengáis ahora que conozco lo que estáis dejando atrás. ¡No tengo ni un cristal de vidrio para mis ventanas!

Dejo mi corazón en vuestras manos. Devolvédmelo cuando alcancemos ese Mejor Mundo lejano. Esperaré por el placer que me das allí.

Margaret

Alex miró fijamente la carta con horror. La sangre tronaba en sus oídos, y pensó que estaba a punto de perder el control. El nunca lo perdía. Nunca. Sin importar en que enredo estuviera, o perdiera alguna batalla, nunca lo perdía. Pero ahora pensó que podría estar al borde de ello. Él sabía que su boca estaba abierta y su aliento entraba a jadeos y su sangre todavía palpitaba en sus oídos. Esto era el único modo en que sabía que estaba todavía vivo.

Ella lo dejó. —¡Alex!Alex sintió una mano pesada en el hombro y fue volteado

contundentemente. Miró a Jamie y no encontró palabras para expresar el ciclón

furioso de emociones dentro de él. —Gritabas,—dijo Jamie, cruelmente. —¿Lo estaba? —Alex respondió. —Sí. ¿Qué ocurre?Alex empujó la nota hacia su cuñado. El cerró la boca para

evitar cualquier otras indicaciones verbales de su terror. —Alex, no tengo la menor idea de que decir...Alex sacudió lejos la mano de Jamie. Su cordura volvió con

ímpetu. —No importa. Reuniré al grupo, nos dirigiremos hacia el

círculo de las hadas. Le llevaré dos horas de diferencia.—Alex, no puedo garantizarte que funcio...—No lo hagas, —Alex dijo agudamente.—Ni lo digas. —El

empujó a Jamie al pasar y comenzó a gritar.—¡Baldric! ¡Joel!

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¡Frances, recoge a Amery y vámonos!Alex empujó a Jamie y hurgó en su armario para sacar un par

limpio de jeans. Sacó uno de sus suéteres con las manos apretadas. El dio un tirón a su ropa, sus botas y echó una última mirada a la habitación. Joel era el responsable de su espada, era algo de su lista. Le habría gustado ser un poco más listo tomando algunas cosas, pero no había tiempo ahora. Quizás era lo mejor. El volvería a 1194 de la misma forma que la primera vez, con sólo la ropa en su espalda.

Le tomó casi una hora lograr que todos estuviesen listos, y para ese entonces estaba casi frenético. Elizabeth y Jamie estaban quietos en las escaleras, mirándolo con iguales expresiones de pena. Una vez que Alex tuvo a todos montados, caminó unos pasos y abrazó a su cuñado.

—Ven si puedes,—él dijo roncamente,—Te echare de menos.—Alex,—Jamie dijo lentamente, —no creo...—¡Basta! —Alex exclamó, retirándose.—Volveré a ella. Lo

haré y nada de lo que puedas decirme me detendrá. Jamie suspiró, y asintió con la cabeza. —Como quieras, hermano. Buen viaje.Alex abrazó a su hermana. Ella lloraba y él estuvo al borde de

ello. Se retiró, la besó profundamente, luego se marchó sin una mirada atrás. El montó y dirigió a su pequeño grupo por los portones, hacia el pozo y al círculo de las hadas.

El volvería. Lo demás no importaba. Margaret era su vida. Sin ella era mejor estar muerto y eso era algo el Portero del Tiempo tenía que entender.

Y si él no se daba cuenta, Alex le enterraría una espada.

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Capitulo 33

Elizabeth estaba de pie en el umbral del salón con su esposo al lado, mirado fijamente el portón por donde su hermano había cabalgado hacia sólo unos momentos.

—No funcionará, ¿o si? —ella preguntó suavemente. El brazo de Jamie se posó sobre sus hombros. —Creo que no, mi amor.—Ah, Jamie, —Elizabeth dijo, inclinado la cabeza contra el

hombro.—Me siento tan responsable por esto. Si no le hubiésemos preguntado a Alex si quería regresar, estarían todavía juntos en su tiempo.

—El se manda solo, Beth. Escogió venir.—Pero no escogió que ella se fuera sin él.—No, no lo hizo. —Jamie suspiró.—El podría haber vuelto

con ella si ellos hubiesen ido junto. Estoy bastante seguro de eso. Es el tiempo de ella, y eso hubiera sido suficiente para llevarlos de vuelta. —¿En que estaba pensando ella? —Elizabeth preguntó, deseando estrellar las cabezas de Alex y Margaret y meterles el sentido a ambos. —¿Acaso no se da cuenta de cuanto la ama?

—Ah, pero esa es la razón por la que lo dejó. Elizabeth miró a su esposo y frunció el ceño. —¿Cómo lo sabes? Jamie sonrió, dolorido. —Vivimos en una era de grandes maravillas, Beth. Ella misma

dijo que no lo podía separar de ellas.—¿Qué clase de imbécil piensa que es? ¡Él puede vivir sin la

Ranger Rover! Jamie la atrajo a sus brazos y la abrazó. —Och, mi linda Beth, la juzgas demasiado duro. Sabe que la

ama, sino lo habría dejado mientras estaba despierto. Supo que trataría de seguirla. Solo desea que el este bien y feliz, teme que no

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lo sea en su época.—El siglo veinte no es tan incómodo.El rió entonces. —Y ahora me dirás que casi no te desmayaste de alivio

cuando te diste cuenta que darías a luz a nuestros niños en un hospital en ves de mi cama.

—Bueno...—O que no fuiste feliz al ver que mis días de criar ganado y

cabalgar las fronteras se habían terminado. Elizabeth descansó la mejilla contra el pecho de su esposo y se

apoyó en él. Ella ciertamente no podría negar que había sido feliz al regresar a su hogar. O que agradecida estaba de tenerlo a el y a un hospital todo junto en un mismo siglo. Era afortunada y lo sabía.

Por la misma razón, honestamente no podía culpar Margaret por su elección, probablemente ella hubiera lo mismo si hubiera estado en los zapatos de Margaret.

—Fue una cosa bastante egoísta lo que hizo, Beth, —Jamie murmuró.

—Fue una cosa colosalmente estúpida, —Elizabeth susurró. —El nunca lo soportará.

—Tendrá que hacerlo. Elizabeth levantó la cabeza para mirarlo. —¿Ella tiene cosas de que ocuparse, eso es lo que piensas?—Sí, lo imagino.—Podríamos intentar llevar a Alex en otro momento.Ella asintió. —Sí, eso es. Volvamos con él, Jamie.—Beth, —dijo el suavemente, levantando la mano para apartar

el cabello de su rostro, —No hay garantía alguna. Y lo sabes. ¿Qué pasa si llegamos demasiado pronto y ella no aun no lo conoce?

—De todos modos se enamorará de el.—No le permitirá ni pasar la puerta. ¿Y si llegamos mucho

después, y no sabemos lo que ha pasado? Además, ya no tenemos nada pendiente en la Inglaterra medieval.

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—No sabes eso, —dijo ella, pero a la vez que lo decía sabía que el si sabía. Cualquier parte del alma de Jamie que estuviera atada a la tierra era la misma parte de su alma que sabía donde se le necesitaba. —Podríamos hacer un viaje especial.

—¿Y que pasó cuando hicimos ese viaje innecesario a Barbados? Y, sí, admito libremente que fue mi culpa.

Habían escapado apenas con vida, pero Elizabeth no estaba pronta a darle la satisfacción de esa respuesta.

—¿Y que hay acerca de tratar de ver a Jesse otra vez? —Jamie preguntó suavemente. —Piensa en eso, Beth, si lo otro falla en convencerte.

Ese era un viaje en el que no podía soportar pensar, mucho menos discutirlo con Jamie. Ella había tenido un mal presentimiento acerca de ello, y también él, pero había ido con él porque él quería desesperadamente ver a su hijo una vez más.

Ella suspiró. —Bueno, por lo menos podemos echar un vistazo a unos

cuantos libros en la biblioteca. Si nada más podemos hacer, al menos le podemos asegurar que ella nunca se casó otra vez y que tuvo una buena vida.

—Sí, —Jamie dijo suavemente, —podríamos hacer eso.Elizabeth tomó la mano de su esposo y sintió una ola de

gratitud por poder hacer esto. El corazón se le rompió porque Alex nunca mas tendría la

oportunidad de ni siquiera tomarle la mano.

—Mi Señor, temo que el joven Amery tiene cosas que hacer, —Frances se aventuró vacilantemente a decir. —Se queja muy violentamente.

Alex había mirado fijamente a Amery y vio que era verdad. El niño armaba un alboroto terrible. Alex se preguntó por qué no lo

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había advertido antes. —Muy bien, —dijo, mirando fijamente el cielo. —Tan solo no

se salgan del círculo. El suspiro de Amery de alivio al vaciar la vejiga debería haber

sacado una sonrisa aún en el más duro corazón de un hombres. Alex habría sonreído si él pudiese, pero no podía. Estaba demasiado entumecido.

Alex, no creo que funcione.Jamie había tratado decírselo. Alex no había querido creerle. Todavía no quería creerlo. Los regresaría a casa, aunque

muriera en el intento.—Vamos a concentrarnos, —él dijo, enfocando toda su

energía mental en el castillo de Margaret. —Piensen en casa. —Comida, —Amery demandó.—Sí, los pasteles de la cocinera, —Alex estuvo de acuerdo. —Korn Flakes, —Amery dijo. —Aquí, Amery, —Frances dijo calmamente. —Un Ding—

Dong. ¿A que no está bueno, sí?Alex miró fijamente al Ding—Dong con horror creciente.

Quizá esto era lo que los mantenía en el vigésimo siglo. El bajó de su caballo, le arrebató el dulce a Frances, y lo lanzó al bosque.

—¿Algo más? —él demandó. Ella temblaba en sus zapatillas. Señaló su alforja. Alex tiró la bolsa entera con comida chatarra afuera del círculo

de las hadas, a pesar de los gritos de protesta de Amery. Alex lo ignoró y giró hacia Joel.

—¿Y tu? ¿Tienes algo de contrabando?Los ojos de Joel eran grandes como platos. Con un

movimiento, él sacó un puñal que Jamie obviamente le había dado. Bueno, no era un cuchillo de Swiss Army, asi que lo dejó pasar. El acudió a Baldric. El chasquido de las agujas de tejer sonaba como un fusil en los oídos de Alex. Alex movió la mano.

—Entrégamelos.

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Baldric miró hacia abajo por encima de su caballo. —No.Había sido idea de Elizabeth enseñarle a Baldric a tejer,

maldición. Lo mantuvo lejos de sus mantas de chenilla, pero también probablemente los mantenía lejos del siglo doce.

—Tenemos que dejarlos atrás, —Alex anunció. Baldric continuó aun más furioso. —Creo que no, mi señor. —Baldric, —Alex advirtió. Sin advertir, Baldric metió las agujas hacia abajo de su túnica. —No, —él dijo petulantemente. —Fueron un obsequio de

lady Elizabeth para mí.—El hilo, entonces.Baldric se llevó la pelota de lana angora rosa pálido al pecho y

miró Alex con horror. —¡Por los santos del cielo, vos habéis perdido vuestra cabeza!

—él exclamó. —¡Estás en lo correcto! —Alex le gritó de vuelta. —He

perdido cada parte de mi cabeza, y probablemente están regados por todo este maldito aro. ¡Y tú no me ayudas!

Baldric lo miró, y se ofendió completamente. —Mi hilo no tiene nada que ver con esto. Fue que un

obsequio que me ha hecho especialmente Lady Elizabeth. Lo cuál era aparentemente equivalente a un obsequio hecho

por la reina misma, si la frecuencia en repetirlo lo indicaba. —Maldición, —Alex gruñó. Baldric sacó sus agujas fuera y se puso a trabajar en lo que le

parecía quizás una bufanda. —No sé por qué no volvemos con Lady Elizabeth a su torreón

y esperamos allá a nuestra Margaret. Ella vendrá cuando está lista.—No lo hará, —Alex dijo, deseando que fuese el caso. —Por supuesto que lo hará, —Baldric dijo firmemente. —

¿Cómo podrá sobrevivir sin mis versos? Seguramente no me dejó atrás a propósito.

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Ah, la lógica de un bardo con acero en sus manos. Alex giró a tiempo de ver a Amery bien fuera del aro reuniendo todo el alimento indeseado que podía con sus dos gorditas manos y llevándosela de vuelta al caballo de Frances. Frances trató de detenerlo, pero sus protestas eran casi ensordecedoras. Ella miró hacia arriba e inclinó la cabeza avergonzada.

Alex sintió que su irritación se iba tan rápido como había llegado. Estas dulces almas no eran responsables por nada de esto. Miró a su escudero y logró darle una débil sonrisa.

—Está bien, Joel. Siento haberte gritado.Joel asintió, sus ojos aun inmensos en su cara pálida. Alex

caminó hacia Frances y puso sus brazos alrededor de ella. —Lo siento, querida, —él dijo, acariciándole el cabello. —No

estoy enojado contigo.—Nunca quise hacer nada malo, —ella susurró, comenzando

a llorar. —Ah, Frances, —Alex dijo, tocando su espalda, —no hiciste

nada mal. Puedes llevar lo que quieras contigo a casa. Creo que debemos dar esto por terminado e intentar mañana.

Frances levantó su cara para mirarlo con lágrimas en los ojos. —¿Creéis que volvió a Falconberg, mi señor?Bueno, eso es lo que había pensado al principio. En el más

breve de los momentos se preguntó si ella había tratado y no había podido. Tal vez estaba de vuelta en el castillo y se preguntaba que era lo que lo mantenía afuera por tanto tiempo. Pero tan rápido como el pensamiento vino, lo dejó. Margaret nunca hacia nada a la mitad. Si se proponía volver a casa, lo haría.

—Creo que lo hizo, —contestó finalmente. —Y nosotros la seguiremos apenas podamos.

—¿Mañana? —Joel preguntó optimistamente detrás él. Alex miró al cielo. Era muy tarde. Ellos habían estado en el

aro desde la media mañana y nada había sucedido. No había razón para seguir allí. El lo podía sentir. Tuvo el mismo sentir vacío que había tenido cuando había tratado volver al vigésimo siglo. Pero por

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lo menos en ese entonces no había tenido realmente un hogar. A diferencia de ahora. —Sí, mañana, —Alex dijo. Ayudó a Amery a reunir todos los bocados de Frances, se

encargó de que todos montaran y luego se devolvieron al torreón. Quizás mañana. Quizá tenía que ir sólo. Quizá saltaría en un Pegaso y volaría hasta allá.

Desgraciadamente, las tres cosas sonaban igualmente improbables.

Se ocupó de los caballos después de mandar el resto de su grupo con su familia. Estaba bien oscuro cuando se permitió finalmente ir adentro. El olor de la cena le llegó a la nariz, y tuvo un breve destello de remordimiento de que no volvería a probar la comida del siglo veinte.

—No, eso si que es felicidad, —él se corrigió. Dio gracias a los cielos que sólo tendría que aguantar la comida del siglo veinte solo una noche más. Podría comer uno más de los desayunos de Jamie y luego se iría a casa. Jugueteó con las ideas de lo que le haría a su esposa primero. Hacer el amor tenía el primer lugar en la lista, aunque estaba casi empatado con el darle unas cuantas nalgadas hasta que no se pudiera sentar al menos por una semana. Incivilizado, sí, pero él era un conde medieval y tenía una reputación para cuidar. Por lo menos hacer una lista de posibilidades le daría algo constructivo para hacer con su tiempo mientras tanto. Al llegar a Falconberg, tendría una selección bastante larga para escoger y podría tener el magnífico placer de decidir por donde comenzar. La cocina estaba excepcionalmente tranquila. Ni siquiera Amery e Ian se tiraban el alimento uno al otro. Frances y Joel lo miraron al mismo tiempo, ambos con expresiones tristes. Alex podía sentir la tensión en el aire y presintió que querían que él les dijera algo

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consolador. Alex se sentó junto a su hermano. —¿Fiona te dejó plantado, amigo? —¿Cómo lo sabes? —Zachary preguntó molesto. —Por pura suerte. Y mi creencia infalible de que hay justicia

en el mundo. —Ayudó a revolver el estofado. —Huele bien. ¿Quién cocinó?

—Mi humilde persona, —el hermano de Jamie dijo, sonriendo débilmente. Gózalo mientras puedas. Probablemente no probarás nada tan exquisito el resto de tu vida.

—Bueno, Patrick, eso espero, —Alex respondió, luego se sirvió un poco. No había ninguna gran conversación en el momento, pero él se sintió mal por no saber que decirles acerca de los acontecimientos del día. Alex comió tres platos de estofado, se comió unos cuantos rollos, y echó una mirada para buscar el postre. Todavía no escuchaba mucho parloteo, así que les lanzó a todos una triste sonrisa. —Estoy bien. Trataremos otra vez mañana.

Bueno, ese comentario cayó directamente en la mesa con un ruido sordo. Alex echó una mirada alrededor a su familia.

—De verdad. Estoy bien. —Alex, —Jamie dijo, de pronto,—por qué no vienes arriba un

minuto. Creo que hay algo que debes leer.Alex le hizo con la mano para que lo dejara. —Creo que primero necesito postre.Jamie se sentó lentamente. —Como gustes, hermano.Joshua había hecho pastel de crema de Boston. Alex se comió

tres pedazos. Una vez que sintió que su nivel de azúcar en la sangre se había normalizado, se volvió a Jamie.

—Muy bien, suéltalo. ¿Alguna banalidad para llevarle a Margaret? Algo sobre la historia inglesa que me perdí en el colegio?

Jamie no lo miraba a los ojos. —Creo que no hubieras estado buscando esto. Los cabellos de su espalda se le erizaron, sin su permiso.

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—¿Qué? —demandó él. —¿Que encontraste?Jamie se levantó sin decirle nada. Alex lo siguió por la cocina,

hacia la escalera, y por el pasillo hacia el estudio de Jamie. Jamie le ofreció una silla, pero Alex sacudió la cabeza.

—Tan solo dímelo.Jamie le entregó un libro. —Encontramos esto esta tarde.Alex miró la cubierta del libro. Historia inglesa medieval. Tan

solo verlo l le mandó una ola fría por su espina dorsal. —Pagina noventa seis, —Jamie ofreció. Le indicó a Alex una silla y se sentó. No le gustaba la voz de

Jamie. Era tan neutral que Alex supo que tenía que ser algo malo.

En mayo de 1194 Margaret de Falconberg pereció en un incendio provocado, el cual según historiados, fue provocado por Ralf de Brackwald. Como el rey Ricardo ya había partido hacia su campaña francesa, Lord Brackwald tan solo envió noticias al rey de la desgracia, junto con un depósito sustancial para los cofres del rey y la oferta de encargarse de las tierras de Falconberg. Aparentemente Ricardo tenía muchas cosas en su cabeza como para preocuparse sobre un pequeño incendio. Le concedió a Brackwald su petición. Es seguro que por el manejo de Brackwald sobre esas tierras, fueron inhabitadas después de 5 años de estar en sus manos. Una nota bastante interesante es que aunque se cree que el esposo de Margaret, Alexander murió con ella en el fuego, nunca se encontró prueba de esto.

Alex sacudió su cabeza. —Esto no significa nada. Tan solo volveré a tiempo de

detenerlo.—Alex, —dijo Jamie suavemente, —No puedes, ya pasó.—¡¡Entonces iré antes!! La sacaré de allí antes de que Ralf

pueda hacer esto. De seguro no ha pasado tanto tiempo después de que se fue de aquí.

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—No puedes volver, —Jamie insistió. —Intenté decírtelo antes.

—Dijiste que regresaríamos por que la vida de Margaret estaba allá! —Alex exclamó.

—Exactamente, —Jamie dijo, —La vida de ella.—Mi vida es con ella.Jamie le quitó el libro cuidadosamente de las manos de Alex. —Hermano, me temo que ese no es el caso.—¿Y que demonios sabes? —Alex gritó. —Maldito seas,

Jamie, ¿como puedes sentarte allí, tan desgraciadamente tranquilo y decirme que mi esposa está muerta y que no hay una maldita cosa que pueda hacer?

Jamie se recostó contra el escritorio. —Si acaso estoy tranquilo, Alex. Estoy enfermo de dolor por

ti.—Guárdatelo, —Alex le respondió, poniéndose de pie. —No

lo necesito. Lo que necesito, es volver a casa.Jamie lo cogió por el brazo antes de que saliera de la

habitación. —Alex, espera…Alex no pensó, solo dejó volar su puño. No era una pelea justa

pero no le importó. Para cuando se dio cuenta que su cuñado no le estaba devolviendo los golpes, el labio de su cuñado estaba sangrando, un ojo ya estaba cerrado, y ya no estaba respirando bastante bien. Alex encontró muy dentro de si el detener sus golpes. Se tiró a un lado, se recostó y se reclinó, con sus manos en el escritorio de Jamie.

—Lo siento, —el gimió. —No se que me pasó. Jamie se levantó muy lentamente. —Ah, pues creo que yo si. Y de seguro no te culpo por tu

pérdida, Alex. Los santos saben que me sentiría igual que tu si estuviera en tu lugar.

Alex deseó poder filtrar más de su furia. Era mejor que guardar toda esa pena dentro de si.

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—Debe haber una forma. —dijo roncamente.—Me escucharás ahora? —Jamie le preguntó.Alex asintió. Se tiró en la silla de Jamie y esperó a que su

cuñado se sentara en la silla que Margaret había usado tantas veces.—Forcé al bosque una vez, —Jamie dijo, viendo a Alex. —

Sabía que no debía, pero fui lo suficiente arrogante para ignorar lo que mi corazón decía.

—Entonces se puede hacer.—Si, al menos por mí.—Continúa.Jamie sonrió, luego hizo una cara de dolor y se puso su mano

en su labio. —Quería ver a Jesse y a la pequeña Megan. Quería ver a mis

nietos dejados tanto tiempo atrás. —El pausó, luego levantó una ceja. —Puedes culparme.

—Ni un poco.—Sabía que mi tiempo se había terminado allí. Aun así, lo

había intentado ya algunas veces en otros tiempos para ver si podía regresar.

—¿Sin Elizabeth?Jamie hizo una cara de dolor. —Si, Eran tontas ideas que sabía que ella no aprobaría.—Bueno idiota, ese fue tu error.Jamie, le frunció el ceño. —No quería ponerla en riesgo.—Como si ella hubiera aceptado eso como excusa!—Bueno, —Jamie dijo, sonando un poco ofendido. —

Pensaba en ese momento que era lo mas lógico.—¿Y entonces?—Y entonces decidí que haría que el bosque hiciera lo que yo

dijera, sin importar el precio. Llevé a Elizabeth conmigo y forcé al aro.

—¿Como?—No me preguntes.

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Alex le levantó una ceja. —No fue una experiencia agradable, ¿verdad?—Bastante desagradable, —Jamie estuvo de acuerdo. —Pero

volvimos a la época de Jesse solo para encontrar a Megan en su tumba hacía dos años, y a Jesse recién puesto en su cajón. Mi familia pensó ver un fantasma, y Beth y yo por poco logramos llegar al bosque antes de que nos quemaran vivos.

Alex sintió caer su boca.—Debes de estar bromeando.Jamie negó con la cabeza. —Una leyenda de un clan tan solo es bien recibida cuando la

leyenda no se aparece, o pues así lo digo por propia experiencia.Alex frunció el ceño. —¿Y crees que si intento forzar el aro, lo mismo me pasará?—No podrías forzar el aro, Alex. Quizás yo podría, para

enviarte de vuelta, pero te puedo garantizar que no te gustará. Y no puedo decirte como te recibirán. Puedes alcanzar a llegar para ver a Margaret muriendo en las llamas y sería bastante tarde para salvarla.

Alex pensó en eso, y lo puso a un lado. —Muy bien, dices que podrías enviarme de vuelta, pero, ¿lo

harías?Jamie no se movió. —Nunca he intentado más que el bosque. Es algo mucho más

poderoso que el pequeño aro en el bosque.—No crees que funcionará.—No, no lo creo.Alex tomó una gran bocanada de aire. Bueno, todo por ser

honesto. —Entonces, —dijo soltando el aliento lentamente. —O lo

hago por mi mismo, o no voy.—Si. Pero piensa en lo que puedas encontrar.—A Margaret muerta.—Y Brackwald acusándote de su muerte.Alex dio una corta risa, pero no de humor alguno.

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—Ahora, esa es la primera cosa que has dicho esta noche en la que he estado totalmente de acuerdo. Lo haría sin vacilar.

—Y no es como si tu rey Ricardo estará presente para juzgarte justamente. Si Ralf ha de sobornar al rey, te encontrarás que tu tiempo como conde de Falconberg será muy corto.

—Maldición.Jamie tan solo asintió con una mirada triste.—Si tan solo pudiera llegar antes.—Es un si tan solo bastante grande, hermano.Alex se levantó de repente. —Será un gran si tan solo, pero es todo lo que tengo.—Pero Alex…—No te pediré que lo hagas por mi, Jamie. Lo haré yo mismo,

esta noche. Conserva el grupo, ¿lo harás?La mandíbula de Jamie se abrió.—Bromeas!Negó con la cabeza. —De todas formas estarán mejor aquí.—No les gustará.—Puede que no, pero no los pondré en peligro. Tú te

encargaras de que sobrevivan.Jamie consideró eso por un momento, luego lo miró

levantando su cabeza. —Como cuidaré de ellos?Alex escribió el teléfono de Tony DiSalvio en un pedazo de

papel. —Llama a este hombre. Dile quien eres, lo que necesitas, y

que me debe en grande. Si te molesta, dile que me fui en unas largas vacaciones, pero que te dejé una llave de mi caja fuerte y que estas en camino para ver que hay adentro. Eso lo asustará.

Jamie frotó su mentón pensativamente. —No me has dicho lo suficiente sobre tu trabajo en Nueva

York, Alex.—Estarás mejor, mientras sepas lo menos posible.

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—La piratería es un trabajo sucio.Alex resopló. —Dímelo a mi. Cuida a los niños. Creo que se le puede

sobornar a Joel con el Claymore, y Frances ya quiere a Beth. Me preocupa Amery, pero no lo puedo llevar conmigo. Creo que estará bien contigo.

—¿Y tu juglar?—Mantenlo lleno de hilo, y será suficiente.Jamie se levantó, luego se acercó a abrazar a Alex. —Espero encuentres el deseo de tu corazón. —dijo de manera

gruñona. Golpeo a Alex en la espalda y se fue.Alex suspiró y sacudió su cabeza.El también lo deseaba.

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Capitulo 34

La primera cosa que vio fue el fuego.Podía ver el humo que llenaba el cielo del alba aun desde el

aro de hadas. Plantó los talones a su montura y cabalgó hacia su hogar. ¿Por todos los santos, qué calamidad era esa?

Por un momento pudo ver Falconberg en la distancia, todo lo que podía ver eran paredes ennegrecidas, las lengüetas externas de fuego que las lamían y que chasqueaban hacia arriba en el aire. Margaret desmontó deslumbrada, apenas era capaz de creer lo que veía.

Si hubiésemos estado allí, estaríamos muertos. El pensamiento le llegó como una ráfaga de luz. Justo después

llegó la idea de quien estuviera detrás de esto aun estaba en el área. Aflojó la espada de su funda y acarició las dagas ocultas en varias partes de su cuerpo. Quizás no viviera para ver la puesta de sol, pero se cercioraría que muchos de los hombres de Ralf no lo hiciesen tampoco.

Ralf tenía que estar detrás de esto. No podía pensar en ninguna otra persona que destruyera adrede todo lo que amaba simplemente por rencor. Todo lo que Alex y ella amaban, eso era. Sí, Alex había amado su tierra tanto como ella. Esto lo habría apenado más allá de lo que creía. Quizás era para mejor que hubiese vuelto sola, aunque a lo que ahora tuvo para volver era muy poco realmente.

Se arrastró por el bosque, con los ojos abiertos y los oídos listos para el sonido más leve. Ningún pájaro cantó en los árboles encima de ella, pero eso podía ser debido al denso olor de carbón en el bosque.

Caminó hacia la orilla del bosque y se fijó en lo que estaba viendo.

Ralf de Brackwald, más desgreñado y mugriento que lo usual, peleaba con su hermano, cuya cara estaba ennegrecida por el hollín.

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Las ropas de Edward colgaban en andrajos. —¡Debía haber sido mío! —gruñó Ralf.—Ricardo se lo dio a Alexander, y no hay nada que vos

podáis hacer! —Edward replicó, apartándose del ataque de su hermano.—Vos perdisteis a Falconberg y Margaret.

—Ha, —dijo Ralf con desprecio. —Os digo que quemé a la arriba en su cama, y también a su amante extranjero. Bloquee las puertas desde el exterior y quemé la casa entera antes de que despertasen. ¿Pensáis que el rey no me concederá las tierras ahora?''

—El no lo hará una vez que le diga que confesaste el crimen. —¡Cómo si tuvieses la oportunidad! —exclamó Ralf,

empujándolo fuertemente —Eres afortunado de no haber estado arriba también. Pero no importa. De igual forma os enviaré al infierno.

Margaret se encontró con su daga en la mano. Desde luego hubiera sido mejor matar a Ralf con su espada, pero ella no quería interferir con la espada de Edward.

Mientras miraba, guardó en su mente lo que se acaba de escuchar. Si hubiera de creerle a Ralf, el pensaba que ella estaba muerta. No estaba segura de lo que eso pudiera significar, pero estaba segura que debía meditarlo bien.

El obsequio de Alex, de acero de Damascus era un peso agradable en su mano. Sostuvo la daga por la punta de la hoja y la movió una o dos veces, juzgando que ángulo podía tomar, y cuánta fuerza tendría que poner para lanzársela por detrás. No tenía ningún sentido no estar preparada, llegase a arrojársela.

Edward soportaba admirablemente, pero a Ralf le iba mejor. Margaret tuvo que admitir eso, aunque era repulsivo como hombre, Ralf era un buen espadachín. Sin ninguna delicadeza y ciertamente ninguna caballerosidad, pero mortal en su brutalidad.

Comenzó a ver que Edward no ganaría. Aunque lo intentase, el hombre simplemente no tenía la habilidad para ganarle a su hermano. Su juicio era defectuoso, su puntería se desviaba sólo un poco. Y Margaret podía ver por su forma de pararse, que no tenía lo

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que se necesitaba, al final, para terminar con el hijo de perra que tenía al frente.

¿Y qué debía hacer si Edward fallaba? ¿Debía terminar con Ralf ella misma? Ciertamente se lo merecía. Había asesinado a mucha de su gente y destruido mucho de su propiedad. Si vivía, haría del resto de su vida un infierno. Sin un torreón al cual ir, muy bien podría encontrar su fin en el extremo de su espada.

Se encogió de hombros. Lo haría ella misma. Si Edward fallaba.

Vigiló otro instante. Y tuvo que admitir que no fue una sorpresa cuando Edward se encontró sin su espada, completamente descubierto, con su hermano sobre él con la espada levantada. Margaret sólo podía parpadear por su buena fortuna, tenía la anchura completa de Ralf de nuevo para usarla como blanco.

—Muere, mujer débil —gruñó Ralf. La daga dejó su mano y voló de verdad, directo a su espalda, y

a su corazón. El se puso tieso, por el golpe, entonces giró a su alrededor. Margaret se echó atrás hacia las sombras, pero no antes que viera directamente los ojos de Ralf.

Pero antes que pudiera decir en voz alta su nombre, silbó su último aliento, entonces cayó hacia adelante en el fango.

Margaret jugó con la idea de caminar fuera de los árboles, de levantar a Edward por el frente de su túnica, y abofetearlo por no aprender mejor su arte. Pero antes de que pudiese hacerlo, un George de Falconberg muy ennegrecido y fatigado tropezó con Edward y logró poner al muchacho de pie.

Margaret sentía que le ardían los ojos al ver a su capitán vivo, tranquilo y aparentemente ileso. Vió como George miraba la daga en la espalda de Ralf, entonces se congeló cuando la reconoció. Pero antes de que él pudiera alcanzarla, Edward lo había apartado del cadáver.

—¡Ah, el obsequio de la vida! —exclamó él. —¿Sir George, puedo guardar esto como muestra del servicio que me habéis prestado?

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—Ah...er... —Muchas gracias, —dijo Edward, echando el brazo alrededor

de George. —Vuestra daga es la que me salvó y estaré por siempre en deuda con vos. Siempre tendréis un lugar de honor en mi casa.

George sólo gruñó. Margaret entendió completamente. —Estoy feliz por verlo vivo y bien. Ahora, ¿qué hay de las

almas en el torreón? ¿Algún sobreviviente? —preguntó Edward. —Unos pocos, —contestó George detenidamente. —¿Lady Falconberg? ¿Lord Alexander?—Creo que no. Necesitaremos buscar un poco más. Quizás

estaban fuera para un breve paseo y se perdieron toda la emoción. Edward tosió, después se inclinó pesadamente en George. —Sí, la emoción de todos los asesinatos que mi hermano

cometió, —dijo él con un ceño profundo. —Por los santos, no puedo evitarlo, pero me alegra que este muerto.

—Mi señor, —dijo George, —permítame llevarlo al torreón. Después volveré y comprobaré el área para saber si hay rufianes.

—Sí, ¿quién sabe quién vaga por el bosque en estos tiempos peligrosos?

—Si, quién? —dijo George con un gruñido. Margaret los vio irse, entonces encontró un árbol cómodo para

apoyarse y esperar. George sabía que estaba cerca y la encontraría bastante pronto. Hasta entonces, pensaría en su situación. Había también demasiadas decisiones que tomar, y los santos seguramente sabían que no tenía bastante tiempo para hacerlo.

Falconberg estaba en ruinas. Llevaría años y más oro del que tenía a su disposición para reconstruirlo. Por lo menos Alex y ella habían tenido la sensatez de esconder el oro de Ralf en el sótano.

Pero eso era lo que menos le preocupaba. ¿Quién sabía cuántas almas habían fallecido a causa de la traición de Ralf? Por todo lo que sabía, no tenía a nadie para cuidar, nadie para proteger, nadie para dirigir. ¿Cómo podría defender la tierra que su abuelo le había dejado si no tenía como mantenerla? ¿Cómo podría salvaguardar a sus campesinos si no tenía un torreón para

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protegerlos? Sería mejor permitir que Edward tomara la administración sobre su tierra. Por lo menos él tendría el oro para procurar.

¿Y qué de ella misma? No tenía un lugar para dormir, ningún lugar para comer, y ocultarse si un ejército arremetía en su contra. Estaba indefensa y expuesta. Desde luego, ¿qué sería aparte de ser una carga para ellos? No podría soportar ser una carga.

Ellos pensaban que estaba muerta. Su ciclo en la fabricación del siglo doce había finalizado. Por

primera vez desde que subió a la Ranger Rover de Alex, sentía que su corazón comenzaba a aligerarse. Ellos pensaban que había muerto. Y si ellos pensaba que estaba muerta, y ella de repente aparecía, ¿acaso eso no estropearía irreparablemente los hilos conductores de la historia?

Que el cielo se lo prohibiera! —Margaret. Ella giró a su alrededor para encontrar a George atrás suyo.

Sin pensar, corrió hacia él y se lanzó a sus brazos. Antes de que se diera cuenta, había estallado en lágrimas.

—Lo sé, —le dijo él, acariciando su espalda para calmarla. —Lo sé, Margaret. El torreón era un excelente edificio.

Ella se echó para atrás. —¿El torreón? ¡Estaba preocupada por vos, viejo tonto!El sonrió fugazmente, los ojos muy blancos contra el sonrojo

de su cara. —¿Por mí?—¡Por supuesto por vos!El sonrió brevemente. —Estoy chamuscado, pero ileso. No puedo decir lo mismo de

tu gran salón. Margaret se encogió de hombros, casi sorprendida por la

facilidad con que lo hizo. —Es un lugar viejo que tiene corrientes de aire. ¿Hubo

muchos muertos?

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—Desafortunadamente, sí. La cocinera y unas pocas de sus ayudantes sobrevivieron al descender a los sótanos, pero no fue una hazaña fácil sacarlas antes que el lugar se quemara hasta las brasas.

—¿Y el oro?—Está todavía seguro debajo de las anguilas saladas.Ella sonrió con satisfacción. —Entonces no lamento que mi daga se encuentre en el

corazón de Ralf.George sacudió la cabeza. —No, no debéis hacerlo. Ha hecho el daño suficiente y se lo

merece. —El echó una mirada a su alrededor. —No veo al joven Alexander.

—Lo dejé atrás.—¿Vos qué?—exclamó George. —Margaret, ¿qué estabais

pensando? —Pensé que estaría mejor en el futuro, —dijo defensivamente.

—Sólo pensaba en él. —Sí, y mientras estabais con él, ¿no pensasteis en lo

miserable que sería?—Bueno...—¿Pensasteis en lo que sería en realidad para él, estar la vida

entera sin vos? —Supongo que no lo había pensado…—Sí, ¡diría que vos no habías pensado del todo!Ella lo miró fijamente furiosa. —Vos no visteis lo que yo vi. —No, pero he oído todo acerca de él. ¿No lo dejarías por el?Ella volteó sus ojos, pero encontró que no tenía respuesta para

ello. Habría dado todo su futuro y todo de ella, si significase que podría permanecer con Alexander de Falconberg y pasar cada noche en sus brazos.

George la miró fijamente unos momentos en silencio. —¿Podéis volver a él? Se puso rígida, sorprendida por la pregunta. Pensaba que era

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una cosa sencilla, pero se dio cuenta que no tenía la menor idea si tal cosa era posible sin Jamie.

—No lo sé, —respiró ella.—Por los santos, nunca pensé que lo necesitaría.

—Entonces mejor lo pensáis ahora.—Lo haré. Después de que haya puesto en orden lo de aquí.—No hay nada que poner en orden. Ellos piensan que

fallecisteis en el incendio.Ella puso su mano en su brazo. —George, esta es mi tierra. Mi padre me la dio a mí y su padre

a él. No puedo permitir que caiga en la ruina. —Entonces me dais vuestra lista de demandas para dárselas a

Edward y yo las veré realizadas. Le diré que esos eran tus deseos antes de morir.

Ella asintió. —Eso es sensato. Tomémonos un momento para asentar las

cosas entre nosotros. Hay mucho en lo que debo pensar. —Caminó unos pocos pasos y jadeó maldiciendo. —Si sólo Edward no se hubiese quedado con mi daga.

—Veré que tenga un lugar de honor en su casa, —dijo George secamente.

—Maravilloso, —dijo reduciéndolo con la mirada. —Bueno, veamos el resto de mis asuntos.

Lo dijo con el corazón ligero, aunque estaba dividida por la alegría y la pena. Anhelaba volver con Alex, estaba segura, pero era difícil pensar en nunca volver a ver su torreón.

De todas maneras, ¿qué quedaba de su castillo para ver? ¿Una cáscara vacía, carbonizada?

¿Y quién decía que no podría ver el lugar otra vez en el futuro? Quizás alguna alma rica lo habría tomado para si mismo, para ponerlo de nuevo en pie.

Edward, por ejemplo. No había razón para que un alma concienzuda no pudiera

estipular que en algún lugar del futuro el título de conde de

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Falconberg debería ser dado a alguien que pudiera probar ser un descendiente directo del primer conde de Falconberg. O el mismo conde, quisiera el aparecer en un siglo futuro.

Y Edward podría demostrar ser un alma concienzuda. Mientras más pensaba acerca de ello, un plan comenzó a tomar

forma en su mente. Cuándo George y ella alcanzaron su caballo, estaba preparada con su lista de demandas.

Para el momento en que ella había terminado con George, el sol de la tarde estaba bajo en el cielo y habían ingerido la mayor parte del alimento traído del futuro que había ocultado en su alforja. George limpió la última miga de las papas fritas del frente de su camisa, entonces frunció el seño hacia ella.

—Nunca lo recordaré todo.—Sí, lo haréis, hombre sabio. Y veréis que este bien hecho.

Yo leeré acerca de ello en algún manuscrito y sabré si me habéis fallado.

El sacudió la cabeza. —Yo no sé si Edward estará de acuerdo.—El hará vuestra voluntad si le dices que has visto mi

fantasma y que he jurado frecuentarlo por el resto de sus días si él se desvía un paso de las tareas que le he fijado.

—¿Y pensáis que él se creerá eso? —Los Brackwald son notoriamente supersticiosos. George sonrió por eso. —Así es, mi muchacha. Muy bien. Me encargaré de tu lista.Margaret movió sus pies. —Bien, entonces mi tarea está hecha. Debo tomar mi camino.El se levantó con un gran crujir de articulaciones. —Sí. Dale un saludo cariñoso de mi parte a ese muchacho

tuyo. —Lo haré. Ah, —dijo ella, alcanzando su alforja, —tengo

algo para vos. —Sacó un cubo claro de algún material extraño, plástico lo había llamado Alex. Se lo entregó a George. —Aquí está. Según lo prometido.

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George lo aceptó con la misma admiración que probablemente habría utilizado si le hubiese entregado la corona de Inglaterra y el cetro.

—Wow,—respiró él, levantándolo para poder mirar la pelota dentro del cubo de plástico. —Los jugadores han firmado sus nombres. Mira, Margaret. ¡Las firmas de los Mariner abundan sobre ella!

Margaret se preguntó si esos Mariners no deberían haber estado más tiempo en su barco que jugando esos juegos. ¿Y por qué habían garabateado sus firmas sobre esa ridícula pelota blanca donde no hacía ningún bien?

Hombres, pensó con un resoplido. ¿Quién podía entenderlos? Ella tomó el pequeño paño de terciopelo que había

acompañado la pelota de béisbol y lo puso sobre la caja clara para cubrirla.

—Mejor no espantar a los otros con eso, —sugirió ella. —Ah, sí, —respiró George, frotando la caja reverentemente.

—La mantendré bien segura. —No tengo ninguna duda de que lo haréis. Ahora, no vayáis a

estar tan seducido por esa ridícula pelota que olvidáis las tareas que debéis ver por mí.

El movió la cabeza, luego le sonrió seriamente. —No olvidaré lo que vos has exigido, Meg. ¿Pero le

agradecerás a Alex por esto, lo haréis?—Sí, lo haré, —dijo, aunque en realidad esperaba que no la

estrangulara cuando volviese. El tenía varias pelotas de béisbol puestas en un estante, pero ninguna de ellas con los garabatos pequeños y ciertamente ninguna de ellas en cajas claras. La que había escogido era muy querida probable para él. Ah, bien, pero era un pequeño precio a pagar por la felicidad de George.

Ella acomodó su alforja, entonces acudió a George para despedirse. Ahora que había llegado el momento de decirle adiós, apenas supo cómo hacerlo. Aquí estaba un hombre que había sido más que sólo el capitán de su guardia. Había estado junto a ella

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cuando no había nadie más allí. Había sido un padre cuando el propio la había dejado sola. Cómo echaría de menos sus gruñidos, los tirones ocasionales en la punta de su trenza, el destello en sus ojos cuando había hecho algo excepcionalmente sobresaliente. No, decirle adiós no era algo que pudiese hacer.

El puso su tesoro a un lado, entonces la cogió y la asió bruscamente en sus brazos.

—Os echaré de menos, —dijo él, con voz quebrada. Se aclaró la garganta.—No tendré a nadie a quién mantener en línea.

—Tendrás a Edward,—ella logró decir. —¿Y que gracia hay en eso? El muchacho no tiene espíritu.

—El la besó en ambas mejillas, después la empujó lejos. —Id, muchacha. Pensad en mí de vez en cuando.

Margaret lo miró con lágrimas en los ojos. —¿No vendrás vos?El sacudió la cabeza con una pequeña sonrisa. —¿Y quién estaría aquí para mantener a Edward en su lugar?

No, muchacha, el futuro no es lugar para mí. Ya tengo mi pelota de béisbol. Eso es bastante.

Ella supo que no había nada que pudiera decir, así que movió la cabeza rígidamente y se dio la vuelta. No se consideraba una cobarde, pero sabía que no tenía ninguna otra opción, sólo saltar a su caballo y escapar. Así lo hizo, antes de que se rompiera a llorar.

Cuando alcanzó el círculo de las hadas, apenas podía ver. Sus lágrimas corrían río abajo por sus mejillas, el cuello de su capa estaba empapado, y su nariz estaba roja donde se la había frotado con demasiada frecuencia.

Ella desmontó dentro del círculo de las hadas y se quitó su malla. Se puso de nuevo el suéter de Alex y empacó su equipo una vez mas. Entonces colocó el brazo sobre su viejo caballo. Miró hacia arriba al cielo que comenzaba a oscurecer y se preguntó que era lo que debía hacer ahora.

Esperó. Y cuando se sintió incómoda, decidió que era un anuncio para

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decidirse. —Ahora estoy lista para ir a Escocia, —dijo, por si acaso

alguna hada la escuchaba. Todavía nada. —De vuelta a Alex, —clarificó. Las estrellas comenzaron a aparecer. —Maldición, —murmuró. Consideró una vez más su situación y se preguntó qué había

hecho Jamie para hacerlos ir hacia adelante con tal facilidad. De hecho, cuando había alcanzado el aro de las hadas cerca de

su torreón, no había hecho nada más que pasear dentro de él, pensando en que era necesario que volviera a Falconberg, y poof! Había estado allí.

Ella trató de pensar en el castillo de Jamie. Hasta dijo poof algunas veces.

No ayudó. Comenzaba a asustarse. No podía quedarse en 1194. No había

lugar para ella. Su vida, para cualquier persona de allí había terminado. No estropearía ninguna tela de tiempo si se marchaba. Todos los presagios y augurios apropiados fueron colocados, y no había nada más para ella, aparte de volver a Alex y vivir su vida en la dicha.

Buscó frenéticamente en su memoria, preguntándose si quizás había una frase clave que había perdido, alguna acción celestial importante que podría haber pasado por alto.

Entonces se entumeció. Entonces sonrió. —Bueno, —dijo —eso debe servir. Se levantó sobre los dedos del pie.

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Capitulo 35

Alex estaba en el tejado del castillo de Jamie y miraba fijamente hacía la parte trasera de la casa al estanque. Hacía el aro. Hacia el lugar que mantenía alejada a la mujer a la que amaba.

Una parte de él estaba tentada a ir allí y destruir cada maldita planta. Sería una excelente venganza.

Suspiró y vio como las horas tardías de la tarde volvían oscuras las montañas. Habían pasado casi treinta y seis horas desde que Margaret lo había abandono. Las había contado. Se preguntó como se sentiría cuando hubiera pasado un millón. Probablemente no mucho mejor de lo que se sentía en ese momento. Era bueno que no fuera a vivir tanto tiempo. La idea de pasar el resto de su vida solo hizo que su estomago se revolviera.

Ayer había vuelto al aro después de devolverlos a todos a su hogar. Había pasado la noche en el aro. Se había despertado, luego mirado al cielo para ver el humo de aviones que se habían aventurado muy al norte.

Allí no habían mejorado mucho las cosas. Finalmente había vuelto a casa temprano. Si hubiera pensado,

habría comido un bocado la noche anterior, pero no había estado pensando. Ahora estaba pensando. Había pasado casi una hora en el tejado, intentando simplemente decidir que hacer para poder acampar para siempre cerca de esa maldita agrupación de esporas. Había considerado construir un pequeño cobertizo. Ciertamente lo protegería durante algún tiempo, pero se sintió abofeteado por la idea de que no quería involucrarse pues no tenía intenciones de permanecer en el siglo veinte durante mucho tiempo. Finalmente se había conformado con la idea de conseguir ropa y un móvil para que pudiera llamar para que le trajesen suministros. Tal vez mañana acamparía. No podía lidiar con esa idea esa noche.

Abandonó el tejado y bajó, a lo largo del vestíbulo, y hacía

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abajo al gran salón. Su familia estaba reunida cerca del fuego. Baldric estaba preparando alguna clase de función, pero a Alex le resultaba imposible detenerse y escuchar. Le recordaba demasiado a todas las veces que había hecho tan solo eso con Margaret.

Dejó atrás el vestíbulo y atravesó las verjas. Hacía frío fuera, pero tan solo lo sintió de una manera superficial. Tenía tan frío el corazón que apenas podía sentir el resto de su cuerpo.

Él caminó a lo largo del arroyo que fluía cerca de la casa de Jamie. Subió los escalones de piedra y se adentró en el camino que recorría el lago. Lindo lago. Estaba tentado a tirarse a él, quizá lo hiciera después. Continuó caminando hacía el pequeño claro de árboles que rodeaban el aro.

Fue entonces cuando comenzó a oír voces.—Estoy perdiendo la cabeza,—noto él. Probablemente era de

esperar, desde el momento en que viese su vida como un campo yermo sin Margaret. ¿Pero oír voces? ¿Tan pronto?

Se detuvo de repente. Sí, eso era definitivamente una voz. —Que triste —dijo, sacudiendo la cabeza, entonces siguió

andando. Alcanzó el claro, se detuvo por completo, y se quedó

boquiabierto. Se frotó los ojos, seguro estaba viendo visiones. Sabía que estaba escuchando cosas.

—No hay otro lugar como el hogar. No hay otro lugar como el hogar.

Margaret estaba poniéndose de pie en el centro del aro, golpeando sus talones como si su vida dependiera de ello, arrugaba el rostro por la concentración intensa que estaba haciendo.

—No hay otro lugar como el hogar. Alex se aclaró la garganta. Intentó hablar, pero el único sonido

que salio de su garganta fue un gruñido estrangulado. Se le abrieron los ojos. La estaba mirando cuando ella casi

cayó al suelo por la sorpresa. —¿Alex? Él asintió.

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—¡Oh, Alex! Lo siguiente que él supo, era que ella estaba entre sus brazos.

La apretó contra él y retrocedió alejándose del aro. No quería que los malos tentáculos la volviesen a alejar cuando la había recuperado.

—Oh, Margaret —susurró él roncamente, apenas siendo capaz de mantenerse de pie por el alivio.—¡Oh, Margaret!

Era lo único que podía decir. La apretó contra si con tanta fuerza como se atrevía, mientras rezaba para no estar soñando. Sentir sus ardientes lágrimas contra su mejilla lo reconfortaba, pero fue el sentir las lágrimas en su cuello lo que lo convenció de que no estaba soñando.

—Pensé que te había perdido —dijo él con voz áspera. —Creí que no te volvería a ver de nuevo.

Ella tan solo agitó la cabeza y lo abrazó con más fuerza. Estuvieron allí de pie hasta que el cielo se volvió negro y las

estrellas salieron por completo.Entonces Alex recordó la larga lista y su agonía mientras la

hacía. La alejó, cogiéndola por los hombros y comenzó a sacudirla. —¿En que estabas pensado? —gritó él.—Maldición, Margaret

de Falconberg, ¿podrías haber utilizado el cerebro? —Solo pensé que... —Bueno, ¡Pues no harás eso en un futuro cercano! —bramó

él. Ella pestañeo. Entonces comenzó a sonreír. Él no veía nada ni

remotamente cómico en lo ocurrido. De hecho, no veía mucho más allá de ese momento.

—Te alegras de verme —dijo ella.Él no estaba seguro de si debía volver a sacudirla, o si debía

tenderla sobre su rodilla simplemente.Fue entonces que comprendió la enormidad de todo.—Estás viva —dijo, aturdido.—Sí, y también fue una suerte. Si hubiéramos estado en

Falconberg, ninguno de nosotros estaría aquí.

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—¿Quién empezó el fuego? Se le cayó la mandíbula.—¿Sabes lo del fuego? —Jamie lo encontró en un libro de historia. Estaba frenético

porque pensaba que no podría volver a ti antes de que ardieras.Se le ablandó la expresión.—¿Intentaste viajar al pasado?—¡Claro que lo intenté!—No tuviste éxito, obviamente.—Bueno, no fue por falta de intentos! —gruñó él. La volvió a

sacudir. —Estoy muy enfadado contigo.—Sí, sospeche que lo estarías.—No puedo creer que me dejaras. Ni tan siquiera puedo creer

que el pensamiento cruzase tu mente. Ella apretó sus brazos alrededor de él. —No podía pedirte que dejaras todo esto.—¿Por qué todos pensamos lo que es mejor para los demás?

—Explotó él, mientras la alejaba a la longitud de su brazo. —¡Podría haberme ocupado de la Inglaterra del siglo doce! ¡Habría sido un buen conde, maldición!

—Pero la Range Rover… —Mañana lo vendo —dijo él.—Te acostumbraras a la idea de

andar, pues es la única manera en la que iras a los sitios de hoy en adelante.

—Oh, Alex, no puedes venderlo. Me gusta mucho, —ella lo abrazó de nuevo y le dio golpecitos en la espalda. —Ciertamente llegas más seco a tu destino que a caballo.

Bueno, no iba a tardar demasiado en acostumbrarse a la idea de ir en coche. Alex frunció el ceño contra su cabello. Ella le había causado muchísima tensión, destrozó su corazón, y ahora discutía tranquilamente sobre su coche como si no tuviera nada que decir sobre ella.

—Vamos a casa —refunfuñó él. —Tengo un trabajo que hacer.

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Ella pestañeó. —¿Lo tienes?—Golpes en el trasero, —aclaro él. —Muchos.—Preferiría que lo arregláramos en las listas, si te da lo mismo.—No lo es, y no quiero.—No me golpearás el trasero.Él le frunció el ceño. —Soy el conde.Ella alzo una ceja. —Y yo la condesa y no me golpearás el trasero —ella

chasqueo los dedos y su caballo trotó acercándose a ella obedientemente.—Vamos a casa, Alex. No he comido nada desde la última que tome contigo, y estoy hambrienta.

Antes de que Alex fuese capaz de protestar, ella lo cogió de una mano y con la otra al caballo y tiro de ellos hasta los establos. Ella lo sentó en un banco mientras cuidaba de su montura. Alex la miró mientras ella quitaba la manta y la silla, la miró más intensamente mientras ella cepillaba y alimentaba a su caballo. Miró largamente, se dio cuenta de lo que se le había devuelto. Esta gran mujer, valiente, terca era suya. Para siempre. Si simplemente pudiese mantenerla lejos del círculo de pasto.

—¿No te marcharas de nuevo, cierto? —preguntó calladamente él. Ella guardó el cepillo, entonces salió del establo. Cerró la puerta y se apoyó contra ella.

—No, —dijo ella, tan silenciosamente como él.—Casi me mataste, Meg. No podría soportarlo otra vez.Lo miró con gravedad.—Me amas, ¿no es cierto, Alex?Él apretó los labios. —No puedes estarme diciendo que te tomó todo esto para

darte cuenta.Ella agitó su cabeza con una pequeña sonrisa. —Lo supe desde el principio.—Habría regresado contigo contento.

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Ella se acerco a él y puso suavemente su mano contra su mejilla.

—Sí, lo sé.—Extrañare tu gran salón.—Sí. Como lo haré yo.Él subió y la jaló suavemente contra él. —Te amo, Margaret. Apenas puedo decirte cuanto.—Y yo te amo a ti —dijo ella, alzando mientras el rostro y

besándolo. —Y tardaría muchos años en decirte cuanto.Él gruñó. —Quizás para entonces te haya perdonado todo el dolor que

me has causado en los dos últimos días. —Veré como aplacarte.—Y si que lo harás. —¿Podría comer antes?—Quizá. Cuando pueda soportar soltarte.—Alex —dijo ella solemnemente, —nunca volveré a dejarte.

¿Por qué tendría que hacerlo, cuando mi vida esta aquí?—Desee que llegases a esa conclusión hace dos días.Ella agito la cabeza.—Tenía que terminar un trabajo en el pasado, Alex. Y si me

das de comer, te lo contaré.Alex gruñó mientras caminaba con ella saliendo de los

establos.—Eres tan malo como Jamie con sus ‘tareas en el pasado’.

Todo lo que necesito es dos como ustedes en eso.Ella sonrió alegremente. —¿Quién podría asegurar que no tengo más trabajos que

realizar en otros tiempos? Deseo ver a la Reina Elizabeth I. Ese era un tiempo turbulento…

Alex la cortó con un beso. Y cuando mucho tiempo después le permitió coger aire, volvió a besarla. Lo último que deseaba era oírla hablar sobre viajar en el tiempo.

—…Y Mary con todas sus intrigas y amores…

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O bien iba a tener que besarla o hacerla comer para imponer silencio en ese momento. Y no iba a permitir que Jamie se le acercara. Solo el cielo sabía que clase de cosas prepararían esos dos juntos. Él y Elizabeth no podían dejar pasar una oportunidad. Quizás se marcharía con Margaret a algún lugar lejano, como Siberia. África. Australia. Alex pensó en las posibilidades hasta que el gruñido del estomago de Margaret atrajo su atención.

—¿Comida? —ella abrió la boca, cuando él la dejo libre. —Solo si dejas de hablar sobre las intrigas políticas del siglo

XVI.—Comida, y quizás una tarde en la biblioteca de Jamie —dijo

ella, mientras lo arrastraba hacia la casa, —Tengo algunas cosas para investigar.

—Yo soy el hombre de la casa —intentó él cuando ella lo arrastró a traves de la puerta principal.

Ella lo ignoró completamente.—Mi palabra es la ley —anuncio él a su familia mientras

Margaret lo arrastraba al gran salón. Todos ellos estaban boquiabiertos, tal vez porque no podían

creer quien lo estaba arrastrando, o porque no podían creer que fuera lo bastante tonto para creerse las palabras que salían de su boca.

—¡Soy el conde! —exclamó él desesperadamente. Nadie le prestó ninguna atención. Amery se arrojó, mientras

chillaba, del regazo de Elizabeth y se lanzó contra Margaret. Frances y Joel corrieron tan rápido como podían y la abrazaron tan fuerte como era humanamente posible.

Baldric le hizo una inclinación baja, entonces miró a Alex. —¿Ves? —dijo él, pareciendo sumamente satisfecho.—¡Te

dije que ella volvería! ¿Cómo podría vivir sin mis versos? Como, desde luego, deseó decir Alex, pero se interrumpió

cuando Joshua se tiró sobre las rodillas de Margaret.—¡Ah, la luna ya no esconde su cara ante nosotros! —

exclamó él. —¡Ahora mis días y mis noches están llenas de encantadoras visiones celestiales! Sabía que el Destino no nos

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negaría a este humilde creador de baladas de su gloriosa inspiración. —Sí, puedes estar seguro —lo interrumpió Margaret.—Juro,

Joshua, que tales disposiciones me sentarían mejor si tuviera un plato de tus bizcochos de chocolate y nueces para alimentarme.

—Como desees, —dijo Joshua, mientras saltaba y se apresuraba desde el vestíbulo a la cocina.

Margaret abrazó a los niños que se aferraban a ella, unos cortos abrazos con Jamie y Elizabeth, después miraron a Alex.

—¿Quizás la cena? Huelo el olor a estofado que viene de las cocinas.

Alex renunció al intento de poner sus deseos de conde en orden. La siguió con docilidad hasta la cocina, mientras empujaba a Zachary cuando su hermano también se acercó a Margaret, entonces se sentó y apoyó la cabeza en la mesa. Debería haber sabido que Margaret haría las cosas a su manera. Lo había hecho desde el principio. ¿Cómo había pensado él que podría mantener sus deseos sobre los de ella, aún en su propio siglo?

Él sonrió contra la madera. ¿Qué le importaba? Él había tomado una decisión y no permitiría que ella volviera a marcharse. La guardaría cerca usando todos los medios que fueran necesarios.

—Cadenas, —dijo él, mientras alzaba la cabeza de la mesa y miraba a su familia y los presentes en la cocina atestada y todos los murmullos. Aparentemente no tenían ningún interés en él.

—Un juego de esposas, —anuncio él.Baldric se irguió un poco ante esto, pero pronto retornó a lo

que estaba haciendo antes que era inhalar su cena.—Cuerdas elásticas, —dijo Alex con una sonrisa satisfecha.

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Capitulo 36

Margaret limpio el fondo del plato de postres y frunció el entrecejo. Miró a Elizabeth.

—¿No hay más?—Lo siento —dijo Elizabeth con una sonrisa.—Una vez más, ¿que era esto?—Helado. Häagen—Dazs. Chocolate con virutas de

chocolate. —Alex, —dijo Margaret, mientras movía su cuchara

señalándolo, —necesitamos ir al pueblo mañana a primera hora para conseguir más de esto. Es excelente sobre un pedazo de brownie.

—Una bufanda de seda, —contesto él, con un brillo diabólico en los ojos. —O tal vez una buena y antigua cuerda de cáñamo.

Bueno, era obvio que su marido había tomado más helado del que le sentaba bien. Le frunció el entrecejo, luego volvió su atención a su esperada audiencia.

—El fuego, —dijo Jamie expectante. —Ah, el fuego —dijo ella asintiendo. —Parece que Ralf cerró

las puertas, entonces luego cogió una antorcha y la lanzó. Me encontré llegando cuando estaba apunto de matar a Edward —y si que la postura de Edward era bastante mala- y enterré mi daga en su corazón.

Alex empezó a ahogarse. Margaret le dio una palmada en la espalda y terminó su relato.

—Después tenía que hablar con el Sir George y le conté mis deseos. Juró vigilar a Edward. Le di una bola de béisbol y es el fin de la historia.

—¿Una bola de Béisbol? —preguntó Alex. Margaret lo miró de una forma que pareciera bastante segura. —Sí, una de los tuyos.—¿Cuál?

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—La que estaba en una pequeña caja, llena de garabatos. George estaba bastante contento con el regalo.

Alex parecía no saber si balbucear o ahogarse, por lo que ella se abstuvo de golpearlo en la espalda hasta que se decidiera.

—¿Mi pelota firmada por los Mariner? —exigió él finalmente, después de que su rostro se enrojeciera muchísimo.

—Fue el único que pude encontrar en la oscuridad.Parecía que él deseara decir algo verdaderamente

desagradable, en ese momento comenzó a reír y se agachó para besarla de lleno en la boca.

—Un pequeño precio que pagar —dijo él simplemente.Ella soltó un silencioso suspiro de alivio al ver que ese

obstáculo había sido superado con éxito.—¿Entonces le diste tu tierra a Edward de Brackwald? —dijo

Jamie, mientras se rascaba la barbilla.—Sí —dijo ella, mientras se volvía hacía su cuñado. —Parecía

lo más lógico. Y le dije que podría tenerla en…Abruptamente cerró ella la boca cuando comprendió que

estaba a punto de contar una parte de la historia que no deseaba que Alex oyera todavía. Miró a Elizabeth.

—Nosotras debemos hablar.—De acuerdo —dijo Elizabeth, sonriendo. —Cuando quieras.—Ahora.Alex le frunció el ceño.—Bueno, por lo menos ella no es Jamie. No recibirás ideas de

viajes de ella.—¿Ideas? —dijo Jamie, mientras se erguía. —Siempre estoy

abierto a una nueva idea o dos.Margaret dejó a su marido gritándole a su cuñado y aceleró el

paso con Elizabeth hasta delante de la chimenea del gran vestíbulo.—Necesito viajar a Falconberg —dijo ella sin irse por las

ramas.—El castillo esta manteniéndose para Alex.Elizabeth ni siquiera parpadeó cuando levantó su mirada hacia

la de Margaret y aún más arriba.

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—Parece divertido. ¿Cuándo iremos?—Iría esta noche, pero temo que Alex no querrá.—Imagino porque, —dijo Elizabeth, mientras se reía. —Y

mamá y mi papá deben de llegar mañana, y querrás conocerlos.—En el plazo de una semana, entonces —dijo Margaret.—Estaré contenta de ir contigo.Margaret asintió y dejó a un lado los planes. Mañana

conocería a los padres de Alex, y no podía permitirse el lujo de darles una mala impresión. Esperar unos días para ir a Falconberg no supondría mucha diferencia.

Les llevó mucho más que unos días dejarlo todo preparado. Fue a principios de Agosto cuando Margaret tuvo a su marido con el equipaje hecho y cargado en la Range Rover. Jamie había ofrecido el Jaguar para el viaje, pero Margaret había visto lo poco que le apetecía separarse de su querido coche, por lo que ella aseguró que el otro les iría bien. Además, la Range Rover les serviría para acampar, y ciertamente lo necesitarían.

Margaret se ajustó las oscuras gafas contra la intensa luz de ese día de agosto soleado y sonrió al ver pasar el paisaje escocés velozmente ante ella.

—¿Este pequeño viaje tiene algún propósito? —preguntó Alex.

Ella escondió una sonrisa y le puso la mano en la pierna.—Quizá.—¿Tiene algo que ver con tu pedido de 300,000 libras

esterlinas?—Es posible. Puede ser que de nuevo quisiera ir de compras

solamente. Vestirse es caro en tu época, Alex.Él miró significativamente sus jeans y la estropeadísima camisa

que llevaba puesta.

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La camisa era una de las que había cogido de su armario esa mañana.

—Ya que nunca usas nada que yo no haya usado ya, —dijo secamente,—debo asumir que estas mintiendo.

Ella puso una feliz sonrisa. —Una mujer debe tener secretos. Es parte de nuestro misterio.—Ves demasiado la tele.—Lo leí en un libro.—Entonces lees demasiado —él le frunció el ceño. —Eras

mucho más fácil de controlar hace ocho siglos.Ella resopló. —Como si alguna vez me hubieras controlado.Él apretó los labios, pero ella advirtió que estaba intentando

esconder una sonrisa.—Permíteme tener mis fantasías, ¿de acuerdo?—¿Por qué complacerte con una fantasía, cuando la realidad

es tan maravillosa?—Para, o tendré que detener el coche y tendré que atacarte

ferozmente.Otra buena razón para llevar la Range Rover. Se podían

doblar los asientos hacia atrás. Ah, pero el futuro era un lugar fantástico.

—Después, —prometió ella. —Estoy ansiosa por llegar a nuestro destino.

—¿Ninguna pista?—Continúa yendo al sur, Alex. Es todo lo que recibirás de mí.—Hemos reservado habitaciones en hoteles para las siguientes

dos noches de nuestro viaje. ¿Entonces porque traemos materiales para acampar?

Se quitó las gafas para ver bien a su esposo. Manejaba con una mano el volante, la otra en su pierna. Tenía esa seca sonrisa que ponía siempre que sabía que algo dependía de ella. Tenía que admitir que hacía que esa sonrisa apareciera a menudo.

—Haces demasiadas preguntas —dijo ella con ligereza.

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—¿Y si exijo las respuestas?—No las tendrás hasta que este lista para darlas. Él suspiró. —Abusado. Pisoteado. Dominado. Solo pon eso en mi lapida.Ella resopló. —Tú no eres de ese tipo.—Y cerciórate de que esté decorada con mis flores preferidas:

Pensamientos. Ella se rió. —Oh, Alex, yo te amo.—Eso es lo que dices. Ahora, ¿Por qué no haces de amorosa

esposa simplemente obedeces cada deseo mío?—Porque soy una condesa y nosotras no obedecemos cada

cosa que nuestros maridos dicen.—¿Ni si quiera cuando lo pido de buena forma?Agitó la cabeza.—Que infeliz serías si te encontraras mimado en todo

momento.—Estoy deseando correr el riesgo.Ella le sonrió. Que mimado estaba, y que bien lo sabía el

mismo. Aunque ella seria la primera en admitir que se comportaba bien de ambas formas. Sabía que disfrutaba con la constante lucha por el poder. El era el Lord que se encontraba en la cima y ella la condesa que había sobre el y sus vidas eran completamente felices. La única cosa que la había preocupado era el dolor sordo que sentía por Falconberg. La vida de Jamie era una maravilla con todos los inventos modernos, y ella había pasado allí muchas horas felices con la familia de Alex y la suya propia. Las Tierras Altas eran hermosas, y escabrosas, y caminar a través de ellas durante los últimos meses había sido una bendición.

Pero ella extrañaba su tierra.Sin embargo, eso ahora no importaba, y pronto ellos tendrían

su propia familia y pondrían sus vidas en marcha de nuevo. Falconberg era la respuesta para que ir a menudo a Escocia no fuera

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un problema. Habían trabajado rápido para adoptar a Frances, Joel, y Amery. Lógicamente, los niños desearían ver a su primo Ian a menudo. Jamie y Elizabeth los visitarían a menudo, cuando no estuvieran vagando por los siglos.

Asumiendo que Alex lo aceptara fácilmente. ¿Pero y si Alex no aceptaba su idea? Era algo que se había negado a pensar —por supuesto que le

gustaría. A menudo él hablaba de su desilusión por que la corona ya no reconociera su titulo que hacía que el estuviese por encima de ella. Se alegraría de que hubiese gastado esa cantidad de dinero en esa causa.

O era lo que ella esperaba.Si no, habría cometido el mayor error de su vida.

Dos días más tarde Alex estaba deseando que hubieran contratado un avión y deseando muchísimo que Margaret le hubiera dicho a donde iban. Había intentado mirar el mapa, pero al instante ella lo había metido dentro de su camisa, como si eso lo hubiera detenido. Solo el miedo a estropear su sorpresa lo había mantenido alejado de este.

Y si su nerviosismo servía como indicio, prometía ser una sorpresa gigantesca.

Él solo podría decir el precio. Había hecho una sola llamada telefónica y cambiado unos pequeños recursos para tener un cheque para ella, pero se había preguntado si lo que haría ella merecería esa cantidad de dinero.

—A la izquierda —dijo ella, mientras lo sacaba de sus meditaciones. —Este es el camino que debemos coger.

Las cosas empezaban a parecerle familiares. Nuevamente, se había sentido mientras recorría las millas como si estuviera cerca de Falconberg. Las ardientes colinas, rodantes y las aldeas pequeñas le

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habían hecho sentir como si hubiera vuelto al lugar de hacía cien años. Lo extraño, sin embargo, era el hecho de que lo estuviera viendo por una ventanilla de un coche. Ciertamente no había tenido mucho tiempo para saborear los paisajes. Quizás había algo que pudiera ser dicho a favor de viajar a caballo.

Repentinamente se encontró con que había quitado el pie del acelerador y estaba boquiabierto.

Falconberg.Podía verlo a lo lejos.Miró a Margaret asustado.—¿Es lo que creo que es?Ella estaba tan blanca como un fantasma. Asintió con la

cabeza. Alex cogió su mano y continúo el camino que llevaba hasta el castillo. Cuanto más cerca se encontraba del castillo, más cuenta se daba que había algo mal en la situación.

—Está arreglado —dijo él, mientras pestañeaba sorprendido. Miro a su esposa.—¿Tú has hecho esto?

Ella movió la cabeza.—Edward lo hizo. Era parte de la promesa que George le

exigió.Alex sonrió.—Bien hecho. ¿Y que usaste como chantaje?—Le dijeron que mi fantasma lo visitaría desde mi muerte si él

no cumplía.—Y los Brackwalds siempre han sido un manojo de

supersticiosos.—Sí, lo eran.Alex se rió y le apretó la mano.—Tú eres algo más.—Sí, bien… —dijo ella arrastrando las palabras.—No tomes

una decisión aún.Alex miró el foso. El puente levadizo estaba subido.—Supongo que podríamos nadar…El puente levadizo comenzó a bajar.

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Alex lo miró sorprendido mientras bajaba por completo, entonces él abrió la boca al ver que el rastrillo se elevaba. Miró a Margaret.

—¿El actual dueño nos espera? —Es una forma de decirlo.—¿Podemos conducir por el puente?—Sí, me han dicho que aguanta el peso del coche.Él aceptó su palabra, condujo por el puente y atravesó las

puertas. Paró el coche en la muralla y sencillamente miro fijamente el paisaje que saludaba a sus ojos. Quizás las dependencias necesitasen algún arreglo. La capilla se encontraba perfectamente, pero ahora había algunas lapidas rodeándola. Alex se sentía muy tentado a ir a ver de quienes eran, pero eso tendría que esperar. Seguramente los dueños no se alegrarían de verlo merodeando alrededor de las tumbas de sus antepasados.

Las listas estaban en muy buen estado, aunque ahora el camino se dividía y se convertía en lo que alguna alma oficiosa había convertido en jardín. Y eso si que era un jardín.

—Apuesto a que han contratado a algún jardinero para que se ocupe de esas rosas —dijo él señalando con la cabeza el inmenso campo lleno de plantas de colores vividos.

—Eso creo, —Margaret asintió con una inclinación de cabeza. Salió del coche y lo esperó.

Alex la siguió, entonces la cogió de la mano.—Bueno, ¿llamamos a la puerta y vemos si hay alguien en la

casa?Ella asintió. Sus manos estaban frías como el hielo.—Lo siento —dijo el suavemente.—Debe de ser difícil ver

que hay alguien en la que fue tu casa.Debía de ser especialmente duro ya que ella no dijo nada, solo

camino más rápido. Cuando llegaron a la puerta de entrada, prácticamente estaban corriendo. Alex apretó la mano de Margaret y le sonrió.

—Allá vamos —dijo él, y golpeó la puerta.

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Nadie contestó. Golpeó de nuevo. Quizás vivía una pareja de ancianos y no

escuchaban bien. O quizá el dueño había estado en el puente levadizo manejándolo. Se alejó de la puerta y frunció el ceño.

—Creo que no vamos a poder entrar.—Podrías probar con la llave.Alex la miro cuando ella sacó una llave de su bolsillo y la

sujetó. La miró fijamente durante unos instantes, mientras intentaba entender que significaba eso. Miró fijamente a su esposa. Tenía la expresión más neutra que alguna vez le hubiera visto.

Bueno, salvo por la incertidumbre que brillaba en sus ojos.—¿La llave? —él se las arregló para preguntar. Ella asintió insegura. —La llave, —repitió él, comenzando a comprender. Sintió

como empezaba a sonreír. —No lo hiciste.Ella puso una mueca de dolor.—Lo hice.Él se rió. No podía detenerse.—¿Compraste el castillo?—Y también nuestros títulos —admitió ella.Apenas podía creerla.—¿Estaban a la venta?—Oh, no en un principio —dijo ella, con modestia, —te

sorprenderías de saber lo que todos esos años de tratar con los Brackwalds le pueden hacer a una mujer.

Alex la agarró y la abrazó fuertemente, escuchando las cosas que lo hacían estallar.

—Eres una mujer maravillosa —dijo él, mientras la besaba duramente en la boca, —¡No puedo creer que hicieras esto!

—¿Estás contento? —jadeo ella.—Oh, Margaret —dijo él, agitando la cabeza, maravillado, —

Estoy maravillado. He extrañado nuestro hogar.—¿De verdad? Parecía como si él le hubiera dado simplemente un camión de

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basura lleno de metal de Damasco.—¿Cómo podría no hacerlo? —pregunto él, mientras le

sonreía. —Me enamoré de ti aquí. Quería proteger este lugar para ti. Pensé que pasaría toda mi vida andando sobre esta tierra contigo. ¿Cómo podría no extrañarlo?

Ella le dio la llave. —Entonces bienvenido a casa, mi señor.Él cogió la llave, la puso en la cerradura, en ese momento puso

la mano de ella sobre la suya.—Abrámosla juntos —dijo él con una sonrisa.Abrieron la cerradura y Alex empujó la puerta. Ando entrando

en la casa sobre el suelo que tenía tres pulgadas de estiércol mojado.—El tejado sigue teniendo goteras —dijo ella, detrás de él.Él se rió a pesar de todo.—¿Por eso el equipo de acampar?—Pensé que sería lo mejor.Alex miró alrededor y simplemente comenzó a calcular cuanto

dinero le costaría hacerlo un lugar habitable. Debería de haberle parecido un lugar asqueroso, pero no era así. También él sintió agobio por el hecho de estar allí y saber que era suyo.

Suyo. Él se volvió y enfrentó a su esposa. —Gracias —dijo él suavemente. Ella sonrió, una sonrisa tímida que lo hizo sentir un deseo

ardiente de llevarla a algún sitio y hacer que esa sonrisa fuera más intima.

—Estoy feliz de que tú estés contento.—Estoy muy feliz. Ella señaló la repisa sobre la chimenea. En ella había una

pequeña caja.—Mi cuchillo, —dijo ella con una satisfecha sonrisa. —Una

herencia familiar para los Brackwald eran muy renuentes de soltarlo.—¿Qué les hiciste? —preguntó con vacilación, medio

temiendo la respuesta.

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Ella se encogió de hombros.—El dinero habla.Él se rió. —Eres tan mala como yo, —miró alrededor del gran salón y

se sintió como si realmente acabara de llegar a casa. El viaje hasta allí había sido un infierno, pero para él había merecido la pena. —¿Nuestra alcoba sigue en buenas condiciones?

Ella agitó la cabeza. —El torreón es lo suficientemente sólido, pero no se vive aquí

hace mucho tiempo. Los muebles no están muy bien. Estoy segura de que si George hubiera podido, lo hubiera impedido. Pero claro hay límites.

—Hizo un gran trabajo.—Allí están las lápidas con nuestros nombres —continuó ella.

—Creo que enterró algunas cosas allí que querremos desenterrar.Alex se estremeció.—Eso es un amigo.—Podrías encontrar tu bola de béisbol allí. Si no la ha metido

en su propia tumba.Realmente esa sería una vista interesante. Alex contempló la

idea de coger una pala, pero entonces decidió que quizás era mejor dejarlo para otro momento. Había cosas más interesantes con las que podía ocupar su tiempo ahora y en su mayoría incluían quitarse las ropas.

—¿Qué te parece una siesta en la Range Rover? —sugirió él. —¿Por qué pasamos una o dos horas en las listas, para coger

de nuevo las riendas del lugar.—Mejor me gustaría coger…—Oh, por todos los santos —dijo ella, riendo. —Tan solo

tienes una cosa en tu cabeza, mi señor. —Tienes razón —dijo él, alargando su mano para cogerla.—Una hora, —dijo ella, mientras retrocedía, —A menos que

los viejos huesos de Su Señoría sean demasiado frágiles para una actividad así.

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Él le frunció el entrecejo.—¿No deseas echar una siesta?—Quiero trabajar para que me de hambre. A menos que temas

hacerlo, —dio ella, suspirando afligidamente.Era un claro desafió y él lo sabía, pero no iba a pasarlo por

alto. Él le tiró las llaves de la Range Rover, entonces se detuvo en la puerta principal mientras ella seguía andando. Él miro hacía afuera de la muralla y apenas pudo creer que hubiese regresado al mismo lugar que había abandonado hacía ochocientos años, solo que ahora contaba con todas las maravillas modernas. No es que le importara, pero a caballo regalado no se le miran los dientes. Su titulo, su propiedad, y su esposa todo junto en la misma época del tiempo. Era demasiado bueno para ser real.

Y ciertamente en Falconberg podrían visitarlos Jamie y Elizabeth frecuentemente. Alex sospechaba que Joel podría morir si no podía mimar el Claymore como mínimo cada dos meses. Y que el cielo lo ayudara si no podía conseguir que Baldric y Joshua tuvieran más sesiones de ideas brillantes. Alex no estaba seguro de que el vigésimo siglo estuviese lo suficientemente preparado para un libro escrito entre ellos, pero no se atrevía a oponerse. No, verdaderamente vivir cerca de su hermana y su familia era una bendición, y una que tomaría.

Miró a Margaret que estaba en la parte trasera del coche, entonces la vio coger dos espadas. Sonrió a la visión de ella, su cabello recogido en una trenza sobre su espalda, andando hacía él vestida con jeans y botas, todo el mundo pensaría que siempre había vestido así.

Ella le arrojó su espada, entonces movió la suya, mientras la sostenía el sol brillo en la hoja.

Una mujer con pantalones jeans y botas que podía ganar a cualquier hombre tanto de su siglo como del suyo.

Excepto a él, claro. Pero no se lo recordaría demasiado a menudo. Ella podía demostrar tantas veces como quisiera que era buena mientras su ego lo soportara.

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—¿Pensando en que flores quieres plantar? —le pregunto ella dulcemente.—¿Pensamientos, quizás?

Él le sonrió abiertamente.—Simplemente estás buscando una razón para pelear, ¿no?—Solamente no te equivoques. Son mis jeans preferidos. —Bueno, por lo menos esta vez son tuyos.Ella elevó la nariz, se volteó y se alejó. Alex la siguió mas

lentamente, disfrutando de la vista y anticipando lo que seguiría. ¿Cómo en todo el mundo la había merecido alguna vez? ¿Qué había hecho para merecer su risa, la fuerza de sus convicciones, la profundidad de su amor? Había valido la pena cada momento de duda, cada momento de quererla pero no tenerla, cada momento en que había esperado que entrara en su vida. No la merecía, pero iba a seguir con ella.

—¿Has terminado de soñar despierto? —se mofó ella.Él echó la cabeza hacía atrás y soltó una pura carcajada.¡Por todos los santos, eso era una mujer!

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