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Sociedad Española para el avance de la
Psicología Clínica y de la Salud. Siglo XXI
Conde de Peñalver nº 45, 5ª izq.28006, Madrid
[email protected] · [email protected]
www.sepcys .es
UNA CONSIDERACIÓN CRÍTICA DE LA DOCTRINA PSICOPATOLÓGICA
La Sociedad Española de Psicología Clínica y de la Salud (Sepcys) quiere hacer
pública su postura crítica sobre la doctrina psicopatológica en sintonía con otras voces
procedentes de sectores de la Psicología, la Psiquiatría, y de asociaciones profesionales y
ciudadanas.
Una patologización de las experiencias vitales y de los problemas de la vida
Comportamientos y experiencias vitales como oír voces, lavarse las manos repetida y
compulsivamente por considerar que están contaminadas, evitar y escapar de situaciones
que provocan miedo y ansiedad, experimentar desgana, tristeza y parálisis ante pérdidas
significativas, experimentar conflictos en la vida sexual y de pareja, declarar con
angustia que existe una conjura persecutoria o automutilarse, son, entre otras,
experiencias que la doctrina psicopatológica declara como patologías, como
“psicopatologías”. La práctica profesional en el ámbito de la denominada “salud mental”
está fuertemente impregnada de esta perspectiva psicopatológica.
En el curso de los siglos XIX y XX se conforman los modelos de la medicina
científica que van a permitir poner las bases científicas de la patología humana frente a
las concepciones hipocrático-galénicas vigentes hasta entonces. La doctrina
psicopatológica tratará de explicar aquellos comportamientos y experiencias vitales
tomando como marco de referencia el lenguaje de estos modelos, aun cuando incumple
los criterios de evidencia y de rigor científico que esos modelos exigen y seguirá de
hecho anclada en las concepciones precientíficas hipocrático-galénicas.
Una metamorfosis declarativa y una enfermedad “de los sesos”
Al aplicar la jerga de estos modelos a aquellos comportamientos y experiencias
vitales, estas experiencias sufren una metamorfosis. Pasan de ser una experiencia
humana, a veces inusual, problemática, atormentada y sufriente, perteneciente a la
categoría de los sucesos propios de la existencia humana, a ser, por obra y gracia de la
mera declaración verbal, declarada como patología, como enfermedad o como síntoma
de enfermedad, perteneciente a la categoría de los sucesos anatomopatológicos y
fisiopatológicos, como si se tratara de una meningitis, una diabetes, un hígado cirrótico o
un tumor. Queda así renombrada y reinventada como suceso patológico, como
psicopatología, como algo distinto pero con la misma pretendida existencia real que lo
que se denomina somatopatología.
Se trata de la creencia mágica de que la declaración que dice “esto es una patología”
se corresponde con una patología, una enfermedad realmente existente, como si el dar un
nombre a algo dotara de existencia a ese algo y como si las palabras fueran la prueba de
la existencia de lo que nombran.
Esa supuesta patología que la doctrina psicopatológica declara tendría su “sede y
causa” en el interior del organismo, y muy en particular en el cerebro. Serían, según Emil
Kräpelin, “operaciones cerebrales patológicas” o según Kurt Schneider un “sustrato
orgánico patológico” subyacente, igual que la doctrina hipocrática de los humores hacía
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residir la sede y la causa de la melancolía en “los sesos”, en un cerebro al que habrían
ascendido los humores fríos de la bilis negra y al que habrían secado. Lo que fue el
cerebro seco de la doctrina humoralista será para la doctrina psicopatológica moderna un
cerebro trastornado por un supuesto desequilibrio bioquímico de sus neurotransmisores.
Una ficción convertida en causa y una realidad convertida en síntoma de la ficción
En el colmo de la metamorfosis, la doctrina psicopatológica convierte a lo que no es
más que una ficción, una entidad patológica inventada, en supuesta “causa”, en “agente
causal patógeno” de la realidad de aquellos comportamientos y experiencias vitales. Y
así la ortodoxia psicopatológica dirá sin más pruebas que “su comportamiento está
causado por la enfermedad mental que padece” o que “su delirio brota de la enfermedad
que padece”, como si se tratara de la tos y el esputo causados por una bronquitis o de la
ictericia causada por una hepatitis.
De este modo, la doctrina psicopatológica presenta una caricatura que deforma
seriamente la naturaleza de los comportamientos, de las experiencias de la vida y de los
problemas psicológicos, y los desnaturaliza. Por una parte, les arrebata su significado
biográfico y existencial al considerarlos “patológicos” y por otra, sitúa su ficticia causa,
no en las vicisitudes, avatares, pesadumbres y penalidades de la existencia, sino en una
entidad patológica ficticia, meramente declarada.
De este modo también, la realidad existencial y sufriente de la experiencia vital, del
problema, queda rebajada a la categoría de mero signo o síntoma, de mera apariencia, de
la supuesta patología. En el colmo de la metamorfosis y de la paradoja, la doctrina
psicopatológica otorga a la ficción mayor entidad que a la realidad existencial del
problema.
Pero si la supuesta enfermedad es una ficción, llamarles “síntoma” a las experiencias
vitales y a los problemas psicológicos, es también una ficción, un enunciado vacío de
contenido referente, un espejismo verbal al que, no obstante, se le otorga equivalencia
literal con los verdaderos síntomas de una enfermedad. Se hace depender la realidad
existencial de una ficción, pero para respaldar la ficción se recurre a la realidad
existencial, a la que, no obstante, se le escinde después su sentido y significado.
Esto conduce también a las declaraciones circulares o tautologías de las que tanto
adolece la doctrina psicopatológica: “el comportamiento que manifiesta esta persona es
síntoma de la psicopatología que padece”. Pero, “¿cómo se sabe que padece esa
psicopatología?”: “pues se sabe porque manifiesta este comportamiento”.
Creemos que esta desnaturalización de las experiencias vitales y de los problemas
psicológicos es tal vez el mayor agravio que la doctrina psicopatológica les hace.
Creemos también que esto tiene una enorme trascendencia para la definición de la
atención profesional e institucional que les es debida y que les conviene a esos
problemas: ¿centramos el foco de la atención en la ficción de una supuesta causa o nos
confrontamos con la complejidad de la realidad existencial vivida por quienes los están
viviendo?
Una desalentadora falta de evidencia científica
Basta hacer un recorrido histórico por los escritos de los principales exponentes de la
doctrina psicopatológica de los siglos recientes para constatar que no hay un solo lugar
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en el que se muestre evidencia alguna de que aquellos comportamientos y experiencias
vitales sean, de acuerdo con los modelos y criterios de la medicina científica, una
patología, una enfermedad, o el signo o síntoma de una enfermedad. No contamos con
evidencias de aquellas “operaciones cerebrales patológicas” o de aquel “sustrato
orgánico patológico” y de que exista una relación causa-efecto entre una hipotética
lesión, disfunción o desequilibrio y los comportamientos que definen un problema
psicológico, del mismo modo que sí la hay entre una hepatitis y la ictericia o entre un
enfisema pulmonar y la disnea. Si existiera ese sustrato cerebral patológico, sería en tal
caso una patología neurológica de acuerdo con los criterios de la medicina científica,
pero no una “patología mental”, una psicopatología, o como algunos prefieren
denominarla, una “patología psiquiátrica”.
Como Thomas Szasz denunciaba ya hace muchos años en El mito de la enfermedad
mental, el hecho de denominar “enfermedad”, "patología", "psicopatología" a algunas
experiencias vitales y de clasificar a las personas que experimentan problemas
psicológicos como “enfermos mentales” constituye "un grave error lógico” que además
“retardó el reconocimiento de la naturaleza esencial de los fenómenos".
El reconocido psiquiatra Carlos Castilla del Pino, en su Introducción a la psiquiatría
decía que “El modelo neurológico pretendía ofrecer una interpretación
patológicocerebral de la alteración psíquica, y esto es lo que una y otra vez no ha sido
conseguido. Y si puede asegurarse que no habrá de serlo es porque la consideración de
que la traslación del modelo neurológico al psicológico es errónea desde el punto de
vista de la epistemología que concierne a ambos niveles”.
B.J. Deacon, profesor de Psicología de la universidad de Wyoming señala que "no se
ha identificado una causa biológica, ni siquiera un marcador biológico inequívoco de los
trastornos del comportamiento, no hay evidencia alguna de que estos sean causados por
desequilibrios de neurotransmisores”.
Peter Gotszche, médico de la Universidad de Copenhague en su libro Psicofármacos
que matan dice que “la idea de que las personas con depresión tienen una carencia de
serotonina ha sido claramente rechazada (…), es falsa y totalmente indocumentada la
idea de que la falta de serotonina es la causa de la depresión (…). "El falso mito del
desequilibrio químico debería acabar en los tribunales, pues no es más que un fraude al
consumidor". Ernesto López y Miguel Costa, en su libro Los problemas psicológicos no
son enfermedades, han formulado también una crítica documentada a la doctrina
psicopatológica.
La doctrina psicopatológica es un trampantojo
La falta de evidencias de su declaración patológica hace de la doctrina
psicopatológica una creencia, no una evidencia. De hecho, Kurt Schneider reconocía que
sus postulados sobre la experiencia depresiva o psicótica constituían “una profesión de
fe”, pues “nos son desconocidos los procesos morbosos que subyacen”.
Una enfermedad como la diabetes, la meningitis o un tumor cerebral no puede ser
inventada mediante el lenguaje, ha de ser evidenciada a la luz de los modelos y métodos
de la medicina científica. Pero la doctrina psicopatológica permite inventar patologías a
base de superponerles tal nombre a determinados comportamientos y experiencias
vitales. Es una conducta fácil de realizar, en la medida en que constituye una invención,
una ficción que puede eludir la necesidad de aportar pruebas y evidencias. Y esto le ha
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permitido colonizar de manera creciente, como viene haciendo en las sucesivas ediciones
de sus catálogos psicopatológicos, numerosos comportamientos y experiencias vitales a
base de superponerles nombres “patológicos” y “psicopatológicos”, haciendo ver que se
están “descubriendo” nuevas entidades patológicas.
Las supuestas patologías de la doctrina psicopatológica son, pues, patologías
inventadas, patologías declarativas, ficciones y artificios verbales que se proclaman
como una realidad que no es tal, un trampantojo que, según el diccionario, es “trampa o
ilusión con que se engaña a alguien haciéndole ver lo que no es”.
Falta de evidencia científica, la doctrina psicopatológica no es, pues, una doctrina
científica que se atenga a los rigores de la evidencia científica. Es pseudociencia
disfrazada de relato científico-técnico. Aunque use su jerga, no es un modelo médico,
sino que resulta ser una parodia de los modelos de la medicina científica y de la
patología humana.
Por eso, decir que “la causa de la depresión en un desequilibrio bioquímico de los
neurotransmisores” o que la experiencia depresiva “es una enfermedad como otra
cualquiera”, como declara la ortodoxia psicopatológica, no tiene más valor científico que
decir que “la causa de la melancolía es un desequilibrio de los humores y de la bilis
negra”, como se dijo de la depresión a lo largo de muchos siglos.
Un trampantojo con apoyo social y con consecuencias
Aun cuando la inventada psicopatología o “patología mental” es un enunciado vacío
de contenido real referente y sin soporte en la evidencia científica, el apoyo social e
institucional que reciben la “profesión de fe” psicopatológica y los profesionales que la
declaran le otorga al enunciado relevancia social y lo dota de literalidad y de
equivalencia con las patologías que estudia la medicina científica, al igual que la
declaración de que la melancolía era debida a un desajuste de la bilis negra que secaba el
cerebro fue tomada también al pie de la letra durante siglos. De hecho, las sangrías y las
purgas con eléboro negro, practicadas durante siglos, pretendían la eliminación de la bilis
negra, una quimera a la que se le otorgó durante siglos existencia real como supuesta
causa de la melancolía.
En todo caso, si la población acepta la doctrina psiicopatológica y se persuade de que
los problemas que le afligen son literalmente una enfermedad, será más probable que
considere irrelevantes las experiencias vitales que le han conducido al problema, que
acepte e incluso reivindique la condición de “enfermo”, y que acepte e incluso reclame la
medicación como supuesto “tratamiento” de la supuesta causa.
Pero si acepta que es víctima de una enfermedad que supuestamente padece, como
podría serlo de una diabetes o de un tumor, se coloca en una posición de indefensión y de
pérdida de poder y de control sobre la propia vida, lo cual tiene efectos negativos para la
implicación en los procesos de cambio. Podría decir: “me ocurre algo debido a fuerzas
ajenas a mí, a la enfermedad que me dicen que padezco”, “qué puedo hacer si, sin saber
ni cómo ni por qué, se me han desequilibrado los neurotransmisores”. Si lo que uno hace
está “inducido” por la enfermedad que “padece”, entonces queda reducida, anulada o
absuelta su responsabilidad: “No soy yo, es la enfermedad que obra en mí, es el
desequilibrio de mis neurotransmisores”.
Pero decirle a quien está pasando por una experiencia vital traumática o atormentada
que lo que le pasa es que “padece una psicopatología” y que lo que causa su sufrimiento
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es un “desequilibrio de sus neurotransmisores” es arrebatarle a su experiencia su
significado biográfico y dificulta la comprensión de lo que le ocurre. Puede ser vivido
también como un sarcasmo.
La ortodoxia del modelo psicopatológico, al situar en una factoría cerebral la
supuesta entidad patológica de la que brotaría directamente el comportamiento
“patológico”, permite también pasar por alto y encubrir las circunstancias y condiciones
vitales que inciden en la aparición de los problemas psicológicos. En esa medida, la
doctrina psicopatológica se convierte en ideología social, en soporte ideológico del
encubrimiento de aquellas circunstancias y condiciones. Si existen problemas
psicológicos, si algo no funciona bien, será debido a procesos morbosos de la mente, a
fallos bioquímicos del cerebro, a la “mente enferma”, a la psicopatología.
La doctrina psicopatológica dispone de una retórica y una práctica terapéutica
Pese a su carácter precientífico, la doctrina psicopatológica cuenta además con una
retórica y una práctica terapéutica. Si los problemas psicológicos son debidos a una
supuesta avería bioquímica, su solución habrá de pasar, según la doctrina
psicopatológica, por reparar la avería. La propaganda procedente de la doctrina
psicopatológica proclama: "se trata una infección con un antibiótico, y se trata una
depresión con un antidepresivo".
No cabe duda de que los psicofármacos, al igual que el alcohol, la nicotina o la
cocaína, alteran los procesos bioquímicos de los circuitos neurológicos que son
copartícipes en el comportamiento y en los problemas psicológicos, si bien lo hacen con
indudables efectos colaterales a menudo graves e irreversibles ocasionados en los
circuitos neurológicos y en el funcionamiento del sistema nervioso.
Pero si no hay evidencia de una supuesta “patología” que fuera necesario curar, la
supuesta práctica terapéutica o curativa con psicofármacos no equivale a una terapia, no
cura nada que pudiera estar allí donde ellos actúan, porque allí no hay ninguna
“enfermedad mental”, ningún desequilibrio neuroquímico que pueda aducirse como sede
y causa del problema psicológico que se trataría de reequilibrar y de “curar”, al contrario
de lo que, sin embargo, hace un antibiótico que puede curar una meningitis o una
encefalitis que sí tienen su sede en el encéfalo.
Por eso, aun cuando la doctrina psicopatológica le otorga literalidad a las palabras
“tratamiento”, “terapia” y “curación” aplicadas a los psicofármacos, estos fármacos, a
pesar de sus evidentes efectos farmacológicos, son un simulacro de tratamiento, una
caricatura de terapia.
Según eso, la analogía que establece la doctrina psicopatológica entre "estoy
tomando antibióticos para curar la meningitis", “estoy tomando insulina para curar la
diabetes” y "estoy tomando un antidepresivo para curar la depresión", es una falacia
desde el punto de vista de la evidencia científica porque ni la naturaleza y la génesis de la
experiencia depresiva es como la naturaleza y la génesis de una infección o de una
diabetes, ni los antidepresivos son y actúan farmacológicamente como los antibióticos o
la insulina.
Por eso, decir que “se cura la depresión con una pastilla que reequilibra la
serotonina", como proclama la doctrina psicopatológica, no tiene más valor científico
que “se cura la melancolía con sangrías y con eléboro negro que evacuan la bilis negra".
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La psiquiatra Joanna Moncrieff, experta en farmacología de la Universidad de
Londres, en su libro Hablando claro: "No se ha demostrado que los psicofármacos
antidepresivos actúen corrigiendo algún hipotético déficit subyacente".
Son muchas las voces de alarma que advierten sobre los graves riesgos, el daño
neurológico irreversible, la perturbación de las funciones cerebrales y la discapacidad de
millones de adultos y niños que han entrado de manera irreversible en el circuito
psicopatológico de las quimeras "terapéuticas“, del uso y abuso creciente de los
psicofármacos, una adicción consentida institucionalmente como supuesta “terapia”.
Para Peter Götszche, se trata de un desastre de salud pública.
La simplificación de la complejidad
La supuesta “eficacia terapéutica” de los psicofármacos está también incidiendo en la
simplificación de la complejidad biográfica de los problemas psicológicos, en su
caricaturización como un asunto de moléculas que no funcionan bien en el cerebro y en
la reducción de la intervención profesional a “dar una pastilla sin más”, porque
supuestamente la solución a los problemas psicológicos que afligen a la gente sería tan
sencilla como “tomarse una pastilla”.
La quimera curativa de los psicofármacos se ve así reforzada porque resulta
funcional y confortable, tanto para los profesionales como para las personas a las que se
aplica, para simplificar la explicación, el afrontamiento y la solución de los problemas
vitales.
El espejismo de estar “curando enfermedades” aparece entonces como una conducta
de evitación que es socialmente reforzadas porque permiten simplificar la ardua tarea de
comprender y de afrontar la complejidad de las experiencias vitales y de los problemas
psicológicos, reducen la ansiedad que produce la incertidumbre y, por añadidura, ofrecen
a través de la intervención farmacológica una solución también aparentemente “sencilla”.
La psicología desvela los secretos de los problemas psicológicos
Hacer la crítica de la doctrina psicopatológica no supone en modo alguno negar la
realidad existencial de los problemas psicológicos. Lo que se niega es su conversión
ficticia en patología, la existencia de la inventada entidad patológica con residencia en
los circuitos neuronales, de la ficción superpuesta, mediante una metamorfosis
declarativa, a la realidad de esos problemas, a menudo graves y dolientes. Al contrario,
supone reivindicar esa realidad.
Y es que la crítica de la doctrina psicopatológica no revela solamente la
inconsistencia interna de la doctrina, sino que pone de manifiesto también su
inconsistencia a la luz de la consistencia que la Psicología ofrece en la explicación de la
conducta humana y de los problemas y psicológicos sobre los que hace recaer todo el
vigoroso potencial heurístico y hermenéutico del acervo conceptual, metodológico y
técnico de sus modelos y paradigmas. Con ellos analiza, comprende y explica en
profundidad la naturaleza, la génesis, la evolución y el significado de la conducta y de
los problemas psicológicos.
Para los modelos explicativos de la Psicología, los comportamientos y los problemas
psicológicos, incluso los más severos, no son un “enigma psicológico sin causa alguna
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adecuada”, no son “psicológicamente incomprensibles”” o un “misterio antropológico”,
como se ha dicho desde la ortodoxia psicopatológica.
No son emanaciones cerebrales, no brotan de algún lugar patológico, sino que se
engendran en los procesos transaccionales de influencia recíproca entre la persona y las
circunstancias, sucesos y vicisitudes del contexto en los que cumplen una función y
tienen un significado. No son el síntoma de una entidad residente en otro lugar, como si
los comportamientos fueran como la tos o el esputo, signo/síntoma de la bronquitis o
como la ictericia, signo/síntoma de la hepatitis. Son procesos transaccionales que tienen
valor constituyente pues en ellos se constituyen la urdimbre y la trama, el sentido y
significado de los problemas, su existencia real. Son la forma natural de producirse, su
raíz, las que lo hacen existir.
Una fobia no es tan sólo una experiencia emocional de miedo y ansiedad, sino que
supone un proceso transaccional de confrontación con las situaciones que desencadenan
el miedo y la ansiedad y que compromete los pensamientos, los soliloquios que anticipan
las amenazas, las acciones de evitación y de huida y por supuesto los mecanismos
neurofisiológicos que habilitan todo ese complejo conductual.
La experiencia depresiva no es tan sólo una afectación del estado de ánimo, sino un
proceso transaccional de confrontación con las situaciones adversas (pérdidas
significativas, penalidades) que puede conducir en su devenir, cuando se hace difícil o
imposible el control de la circunstancia adversa, a la inhibición de la conducta, a la
parálisis de la acción, y en situaciones extremas al suicidio.
El complejo proceso existencial por el que se puede llegar a vivir una experiencia
delirante no se inicia en un desbarajuste repentino de la dopamina o de la noradrenalina.
Se trata de procesos complejos transaccionales, y en particular interpersonales, que van
construyendo las dudas, las sospechas, las suspicacias que acaban en su devenir en la
“certidumbre” del delirio.
Por otra parte, el delirio no es tan sólo un asunto cognitivo, una “creencia errónea”,
sino que es una experiencia que compromete toda la persona, sus pensamientos, sus
recuerdos, sus fantasías, su angustia, incluyendo por supuesto los circuitos neuronales
dopaminérgicos que habilitan para la vivencia de una realidad hostil y para la
anticipación de la amenaza persecutoria, pero que no causan esa vivencia ni esa
anticipación, pues la vivencia, la anticipación y la certeza delirante tienen, de acuerdo
con los modelos de la Psicología, otra génesis diferente en la vida de quien vive la
experiencia delirante.
Somos seres de carne y hueso
Resulta ocioso decir que, puesto que somos “seres de carne y hueso”, que decía don
Miguel de Unamuno, ninguna de nuestras experiencias vitales está des-encarnada, y
tampoco la experiencia fóbica, depresiva o delirante. Y es que no somos seres escindidos
en dos sustancias, una mente y un cuerpo, somos todos enteros corporales, no hay nada
nuestro que no lo sea, que se pueda "des-encarnar", que sea etéreo o incorpóreo.
Los problemas psicológicos no son emanaciones del cerebro, pero, como es obvio,
sin cerebro, y sin los sistemas neuroendocrinos que lo vinculan con el resto del cuerpo,
no hay comportamiento ni problema de comportamiento, como tampoco lo hay sin los
latidos del corazón que bombean la sangre a todo el cuerpo y también a las neuronas para
que puedan vivir y funcionar. Esos y otros muchos procesos fisiológicos, bioquímicos,
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celulares y genéticos son la base estructural de la conducta y de la biografía personal y
están siempre implicados, como condición necesaria, como copartícipes que habilitan
las transacciones existenciales en las que se produce la conducta.
Pero, los fenómenos fisiológicos no son suficientes para que se produzca un
comportamiento ni un problema psicológico, ni son su causa. Sin las glándulas
lagrimales no son posibles las lágrimas del llanto, pero no decimos que las glándulas
lagrimales sean la “causa suficiente” de la aflicción y de llanto por la pérdida de un ser
querido o de un sueño. La causa suficiente que mueve el llanto es la experiencia que
vivida con la pérdida llorada y con todo lo que se ha perdido con la pérdida o con el
sueño hecho cenizas. Sin las sinapsis que hacen las neuronas con los músculos que
mueven los párpados mediante el neurotransmisor acetilcolina no es posible el parpadeo,
pero no decimos que la sinapsis o la acetilcolina basten y sean la “causa” del guiño
pícaro con el que muevo el párpado y del significado que le otorgo.
No sería posible el habla ni la comprensión del lenguaje sin los potenciales de acción
de las neuronas que se activan en las áreas de la corteza cerebral denominadas área de
Broca en el lóbulo frontal y área de Weernicke en el lóbulo temporal, pues son esas áreas
las que habilitan para hablar y para comprender lo que se escucha. Pero no decimos que
la “causa” de las innumerables transacciones existenciales que desde la infancia nos han
permitido ir aprendiendo a hablar la lengua materna sean los potenciales de acción y las
sinapsis de las neuronas de esas áreas. Las neuronas producen potenciales de acción,
pero ellas no dicen buenos días y no producen las palabras de un poema, ni los titubeos,
la ironía o el doble sentido que le doy a mis palabras y que los otros a veces no
comprenden aunque les funcionen bien las neuronas de las áreas de Broca y de
Wernicke.
La doctrina psicopatológica culpa a las neuronas doblemente. Las culpa de las fobias,
de la depresión o de los delirios y les niega el potencial de los milivoltios de sus
potenciales de acción para habilitar esas experiencias y la infinidad de conductas que
conforman el repertorio diverso de la especie humana. Y lo hacen precisamente “porque”
funcionan bien. ¿Por qué buscarles “patologías” cuando es su “buen funcionamiento” el
que habilita todas esas conductas, también aquellas que nos parecen “raras”? La
conducta puede ser “rara”, pero los potenciales de acción que determinan la conexión
eléctrica y bioquímica entre las neuronas a través de los neurotransmisores y la sinapsis
de los complejos circuitos cerebrales no son nada raros, no son patológicos, son
normales.
En la ansiedad que acompaña a la experiencia de una fobia o de un ataque de pánico,
están implicadas las redes neuronales de la amígdala cerebral, pero no son estas redes la
causa de la ansiedad, sino las transacciones con las circunstancias que están suponiendo
una amenaza o un reto. La fobia se hace posible no “porque” tengan una patología las
neuronas de la amígdala cerebral, sino precisamente porque están en perfecto estado y
funcionamiento y “por eso” hacen posible el proceso psicológico de condicionamiento
fóbico, lo habilitan. Una fobia, una experiencia depresiva o una experiencia delirante son
experiencias vitales que pueden constituir un problema psicológico que puede requerir
una intervención psicológica, pero no son una patología cerebral, un descarrilamiento de
los neurotransmisores que circulan adecuadamente en los circuitos cerebrales y
“precisamente por eso”, se pueden producir esas experiencias.
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Emancipar la psicología clínica
Creemos que la mirada que la Psicología extiende sobre los problemas psicológicos
demanda una regeneración de la psicología clínica, en el sentido de emanciparla de la
ortodoxia psicopatológica, porque es la antítesis de lo que la Psicología dice de los
comportamientos y de los problemas psicológicos, porque es una caricatura que
desnaturaliza esos problemas, que les mutila su significación biográfica.
Por eso, cuando la Psicología se adhiere a las retóricas de la psicopatología, hace
dejación de sus propios modelos explicativos y se hace cómplice de su pseudociencia y
contribuye a reforzar su ideología hegemónica.
Desde la psicología clínica, no tratamos un cuadro patológico, una psicopatología,
una enfermedad mental, los síntomas de una enfermedad, un supuesto desequilibrio
bioquímico que hubiera que reequilibrar, una pieza desmontable que supuestamente
funciona mal y que habría que quitar, como si se tratara de una meningitis, de una
diabetes o de una verruga. En los tratamientos psicológicos, tratamos de resolver un
problema en una alianza de responsabilidad compartida y con los métodos y técnicas
propios de la psicología para emprender un proceso de cambio en las transacciones de la
existencia para hacer emerger una experiencia vital diferente a la experiencia
problemática.
Desde la fuente del copioso acervo conceptual, metodológico y tecnológico de los
modelos de la Psicología que siguen permanentemente abiertos a la luz de la
investigación básica y aplicada, hemos de seguir ahondando en esas raíces y deliberando
junto con los profesionales de otras disciplinas acerca de la naturaleza de las experiencias
vitales que constituyen problemas psicológicos y acerca de las alternativas
metodológicas, tecnológicas e institucionales disponibles para atender a esos problemas
y cooperar en su solución en la alianza de la relación de ayuda.
Creemos que la deliberación será más fructífera si se hace desde una perspectiva
crítica hacia la visión psicopatológica de esos problemas, conscientes de las dificultades
que esa visión plantea para la comprensión de su significación existencial y para su
adecuada atención.
Madrid, 3 de octubre de 2019
Comité Ejecutivo
Sociedad Española de Psicología Clínica y de la Salud – siglo XXI