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1 AÑO 1 / VOLUMEN 2 JUNIO- 2014 AR: $40

Maten al Mensajero #2

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Vinimos a echar por tierra el prejuicio: “la gente ya no lee”. Nosreímos juntos. Y, en una ronda imaginaria, la revista pasó de manoen mano, boca en boca, megusta y compartir.Maten al Mensajero, revista mensual de narrativas contemporáneas.Literatura - Historieta - FotografíaIlustración de Tapa :Pablo VigoHistorieta :Federico ReggianiAngel MosquitoChelo CandiaHotel de las IdeasKwaichang KráneoGonzalo PenasCJ CambaRealidad Aumentada:Alejo ValdearenaMax Pérez FallikMedianeras:Silvia SchujerClara MusleraAguafuertes :Mariana D’AgostinoAgustín ArgentoPablo Díaz MarenghiAlejandro DramisGuido CollJuan MorettiLuján TilliLiteratura Breve:Sergio De MatteoCristian AcevedoRodrigo FerreiroDaniela PascualFernanda LópezFolletín:Susy ShockFlorencia PastorellaElizabeth LernerDiana BenzecryFlorencia CastellanoErica VillarFederico ReggianiFran LópezKwaichang KráneoEsta obra está bajo una Licencia Creative Commons Atribución NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional

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Año 1 / VoLUMEN 2JUNIO- 2014AR: $40

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Lo hicimos de nuevo. Todavía no lo podés creer, ¿no? Nosotres

tampoco. Es que en todo esto hay una cuota grande de inconsciencia.

El heroísmo y la edición de revistas culturales no son homologables,

ya sabemos, aunque a veces nos cueste discernirlo. Pero, como

planteamos en el número inicial, ¿quién podía imaginar que estarías

transpirando tus manos, pegadas al papel impreso, con la ansiedad

de dar vuelta la página y saber qué le deparó a La Loreta? ¿No

pensaste en los deseos que se te pueden hacer realidad en la mesa 3

del Bar de Chelo Candia? O, tal vez, ¿te detuviste a mirar desde otra

mesa, tomando notas sobre los demás como Elías Montt?

Vinimos a echar por tierra el prejuicio: “la gente ya no lee”. Nos

reímos juntos. Y, en una ronda imaginaria, la revista pasó de mano

en mano, boca en boca, megusta y compartir. Podemos reconocernos

en todes les que se dieron el espacio para leer camino al trabajo,

de vuelta de la facultad o al salir de la escuela. De tirarse en una

plaza un domingo con el mate o leerla apretujades en el subte. Y es

que hay algo pecaminoso en esta lectura. Algo que se te pega en el

paladar, como un caramelo de esos de dulce de leche. Por eso, les

advertimos: hay emociones fuertes en este número y recomendamos

que no intenten leerlo de corrido.

Las páginas de esta segunda cita traen continuidades y rupturas:

Literatura Breve de la Región Pampeana; un western de Kwaichang

Kráneo; los segundos capítulos de todos los folletines; más de Hotel

de las Ideas; nuevas aguafuertes; mucha M.A.f.I.A.; Silvia Schujer

en Medianeras y más.

Es tiempo de dejar los rodeos de lado y pasar a la acción, a la aven-

tura o al melodrama. Es menester dar la bienvenida a les lectores

que se suman a partir de este instante a este viaje. Y agradecer la

paciencia de quienes vienen apoyando el proyecto -fervorosa o

silenciosamente- desde meses antes de su salida a la calle. Porque la

misma palabra trae esa carga ancestral: el lanzarse hacia delante. De

cabeza, de palomita, de bomba. Abran paso y Maten al Mensajero.

PRÓLOGO

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La LoretaarIStIPo

rW PaNtaLLaZo M.a.f.I.a

NÓMaDa

roMaNCe, MoNS-trUoS Y MerCaDo

INtroDUCCIoN

aCUMULaNDo CÚPULaS

eL PaISaJe

0634

FoLLETINES

REALIDADAUMENTADA

17 60 51

56

24

09

13

11

15

3834

27

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10

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12

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69

37

63

36

71

81

FeLICIDaDMaNDatoS

eL Bar De La MeSa 3

La LLUVIa No ParaBa DeSDe HaCÍa DIeZ DÍaS

LoS VISItaNteS DeL aGUJero DeL CoMeDor

CeLeBraCIoNeS

SIMULaDoreS De VIDa

orGÍa SUBterraNea

eL eStUDIaNte

SatÉLIte De aMor

aCaSo eL DIaBLo

LoS oCoteS FraCtaLeS De GaNÍMeDeS

DICIeMBre De 2011

HoteL De LaS IDeaS

WeSterN De KráNeo

SUMARIO2

COLABORAN EN ESTE NÚMEROSTAFFDISTRIBUCIÓN

Maten al Mensajero

AGUAFUERTES HISToRIETA FoToGRAFÍA

AUToRES PAMPEANoSLITERATURA BREVE

MEDIANERAS

ILUSTRAcIóN DE TAPA: Pablo Vigo

HISToRIETA: Federico reggiani angel Mosquitochelo candiahotel de las ideasKwaichang Kráneogonzalo Penas cJ caMba

REALIDAD AUMENTADA:aleJo ValdearenaMax Pérez FalliK

MEDIANERAS:silVia schuJerclara Muslera

AGUAFUERTES:Mariana d’agostinoagustín argentoPablo díaz MarenghialeJandro draMisguido collJuan MorettiluJán tilli

LITERATURA BREVE: sergio de Matteocristian aceVedorodrigo Ferreiro daniela PascualFernanda lóPez

FoLLETÍN: susy shocKFlorencia Pastorellaelizabeth lernerdiana benzecryFlorencia castellanoerica VillarFederico reggianiFran lóPezKwaichang Kráneo

DIREcToR:santiago Kahn

coNSEjo EDIToRIAL:elizabeth lernergino cingolaniluJán tillilaura di Marzo

EDIToRES:elizabeth lerner (Folletín)luJán tilli (aguaFuertes)M.a.F.i.a. (FotograFía)laura di Marzo (Medianeras)Juan Martín bregazzi (lit. breVe)

coRREcToRA:María c. [email protected]

PRENSAdiego caballeroPablo dÌaz [email protected]

WEB: gino cingolani

DIREcToR DE ARTE: daMián Martonewww.daMianMartone.coM.ar

LaS FaLaCIaS DeL CaMPo

DIstrIbUcIóN eN capItal Y Gba: distriloberto www.distriloberto.coM.ar

DIstrIbUcIóN eN el INterIOr: ediciones la Parte Maldita. boliVia 269 4to a

(solo libreriías) badaraco distribuidor www.badaracolibros.coM.ar

eDItOr respONsable:santiago KahnboliVia 269 4° a, cP 1406 - buenos aires, [email protected]

reDaccIóN: uruguay 239 8° b

pUblIcIDaD: [email protected]

ISSN 2362-2253

77 SILVIa

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Lo primero que La Loreta vio, al llegar corriendo a la ruta, fue el auto Duna blanco levantándose a la Vicky. “Si le grito pidiéndole ayuda seguro que se asusta y huye”, pensó, a la vez que le hacía señas a la Vicky para que se acercara. La Vicky, que no solo la conoce sino que a fuerza de la noche y sus telarañas de sobrevivir, había aprendido a descifrarla, a adivinarla inmediatamente, entonces le hizo señas, a su vez, al chongo en el auto para que doble hacia la calle muerta y ahí la espere, todo en la milésima de segundo que ocupa el divisar la presa y el zarpazo que toda cazadora que quiere comer y no asustar al futuro alimento tiene que dar, como la rana con la mosca. No alcanzó a acercársele cuando La Loreta le indicó que no se vaya, que pida una ambulancia y mientras gritaba eso, le arrancó la cartera a la Vicky y dio marcha atrás a sus pasos y a sus palabras para volver a donde la Juana, pero esta vez armada de la pistola, que “tonta de mierda que soy, se me ocurre justo hoy prestarle a la novata esta para que empiece a cuidarse, justo hoy que era tan necesaria tenerla, calzarla, dispararla, hundirle de balas en la frente al porquería ese”, ése que ya había fugado seguramente, que ya ni rastros de polvo de tierra había dejado, tan rápida que es la puerca y transfóbica muerte.

LA LORETA

CAPÍTULO DOS

porSUSY SHOCK

ilustraFlOrenCia PaStOrella

Años Atrás

La Loreta: ¿Vos decís que yo no puedo laburar acá? Quiero decir, tener un gran porvenir en Buenos Aires.

La Juana: ¿Vos querés que te conteste con la verdad o querés que te mienta?

La Loreta: Necesito que lo que me digas suene lindo, marica. No me vine de tan lejos, dejando todo para que mi cuentito tenga un final infeliz.

La Juana: ¿Pero qué dejaste vos allá?La Loreta: A mi vieja.La Juana: ¿La extrañás?La Loreta: Sí.La Juana: Y ella… ¿te extrañará a vos?La Loreta: ¿A qué te referís?La Juana: Digo si ella extraña a esta marica que

sos o a su nene que nunca fue.La Loreta: No me serviste de chongo, al menos

haceme bien de amiga, mentime nena.La Juana: Haceme caso, olvidate de todo lo que

fuiste. Si acá no nacés de nuevo, terminás en un pozo.

c o N T I N U A R Á . . .

FoLLETINES

RESUMEN DE LO PUBLICADO. La Loreta ha llegado a Buenos Aires, desde Tucumán. En la capital, se encuentra con Juan, quien luego será La Juana, siempre a su lado en trajines y recorridos. En un episodio confuso y violento, La Juana es atacada y queda en el piso, en la calle, herida y ensangrentada.

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una ciudad de estudiantes eternos. subtes reVen-

tados de PasaJeros, Fatiga y Pudor. un PasaJe

casi secreto, PulMón y tregua en la gran ciudad

Porteña. una celebración extranJera conVertida

en tradición conurbana. una Vida siMulada. un

ViaJe o Varios. entre otras cosas.

Muchas cosas, detalles que se nos escaPan en

el Vuelo a Media Máquina rutinario Pueden ser

aguaFuertes, casi todos.

les ProPongo en este núMero 2 una lectura diFe-

rente. el Marco de esta sección se Parece Más

al del lente de una cáMara FotográFica que a

la de cualquier género literario cercano a las

aguaFuertes. es una cáMara que habla, que cuenta

lo que Ve con los colores y las rugosidades de

la iMagen: ese relieVe, Matiz, basura Minúscula, in

Franganti, desnudo Frente a las PluMas de nuestros

escritores que lo reúnen Para nosotros, con el

agregado incalculable de la Voz del que escribe,

sonoridad PriVilegiada de la Palabra, que dice acá

hay vivencia, acá hay materia, esto no está quieto,

esto no está muerto.

por lUJÁn tilli

ALGOQUE QUIERAS COMUNICAR

P E Q U E Ñ O S A N U N C I A N T E S , G R A N D E S P R O Y E C T O S

Escribinos a [email protected]

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1110

LAs fALAciAs dEL cAmpOpor

aGUStÍn arGentO

n hombre de ciudad –como quien suscribe- suele buscar tranquilidad en la naturaleza; rodeado de árboles, pasto y animales; con el canto de los pájaros y el sol matutino sobre la hierba humedecida por el rocío, en cuyo reflejo se espejan las nubes.

hospedaje, noto que no se trata de “un par de fanáti-cos”, sino de una carrera oficial de rally, con no menos de 30 automóviles.

Imposible dormir la siesta. El estallido de los motores sólo es interrumpido por un locutor que, a los gritos y cumbia de fondo, enuncia frases como “un aplauso para éste o aquel”; “hombres de verdad”; “el esfuerzo de lo mecánicos”. La sonora fiesta logra romper el camino hacia la ansiada paz.

Fracasada mi siesta, con el sol ya puesto, regreso a las calles empedradas del pueblo. Las parrillas están colapsadas y las calles silenciadas por el rugir de los motores. Me hago lugar en una pulpería; casi con despecho como a reventar y bebo (alcohol, obvio) como si tuviera 18 años.

Algunas horas más tarde, acostado en la cama, es posible que no logre conciliar el sueño. El estómago, hinchado, pide una infusión. La música de “la fiesta del rally” no para de sonar. Los pequeños lapsos de silencio, entre tema y tema, sólo logran ensordecer los sentidos; la acidez del vino sube hasta la garganta. Y yo, en busca de paz, miro a mi pequeño bolso y recuerdo que todavía me queda una noche más en el campo; donde las fantasías, aún, siguen vivas.

Siempre, además, hay un caballo, a lo lejos, pastando. No sé por qué, la imagen mañanera se impone por sobre las del resto del día. Un clásico del escape de la rutina.

Qué calma se siente cuando pisamos un pueblo, por ejemplo, San Antonio de Areco, y, a su entrada, ya se huele el agua del río y el aroma de los pastiza-les, junto al humo que se escapa, invasivo, desde las parrillas. Un placer hasta para los turistas vegetarianos que, cámara de foto en mano, se dejan llevar por ese mundo de costillares y estaca.

Llegando a la estancia alquilada, caminando, con el sol que marca el mediodía, empezamos a escuchar el ronco sonido de algunos coches “preparados para correr”. “Bueno –pienso mientras continúo mi andar- está claro que esta gente tiene pasión por las tuer-cas. Bien por ellos”. Pero a medida que me acerco al

AcumuLAndO cúpuLAspor

aleJandrO dramiS

ejor voy saliendo. Quizá algún día pueda evitar llegar tarde, y hasta ese día puede ser hoy; aunque lo dudo. Nunca lo creo, y por eso llevo para-guas y botas. Los días de lluvia en Buenos Aires son como los de resaca: mis sentidos se activan de manera

Volviendo. Optimismo es sinónimo de viajar en colec-tivo antes o después de que la gente entre o salga de sus trabajos en el microcentro; con la lluvia tapando la vista y con la vista atravesando la ventanilla y la mirada fija reco-rriendo la línea horizontal imaginaria sobre la que reposan las cúpulas de los edificios.

Sólo mirar las cúpulas: arriba, bien arriba y lejos, y después de ellas sólo el cielo azul (si no llueve) o gris (si llueve o va a llover), y las cúpulas nuevamente, todas en un mismo cuadro figura-fondo; o como las ideas platónicas, inquilinas de un paraíso remoto en el que no pasa nunca nada, impoluto y silencioso: una extensión azul sin ascen-sores o escaleras de acceso libre a un público desesperado por la atención del otro.

Otro paréntesis: la verdad, detesto las cúpulas de los edificios de las avenidas de esta ciudad. Las desprecio por su belleza y por su sinceridad soberbia; o por su platonismo inalcanzable. Por permitirme el sueño con la lejanía, ausente a estos pies que ahora ajan la tierra en su contacto con las veredas de la avenida Santa Fe y Bulnes (Subte D, que no tomo) antes de cenar algo recalentado y con el pensamiento puesto en el trabajo atrasado. La imaginación en la sucie-dad de la lluvia de las calles de esta ciudad decora la suela de los zapatos con los cuales todos los días me subo al 39 ramal-2, y durante diecisiete minutos exactos contemplo, desde el último asiento, aquel paisaje de ensueño mientras llego tarde otra vez.

diferente a lo común, y funcionan más inteligentes y estúpi-dos a la vez; indecisos, también. Eso me gusta. Llueve poco en esta ciudad.

Lo único que realmente me gusta de vivir en Buenos Aires es viajar en colectivo. Y lo único que me interesa de viajar en colectivo es mirar por la ventanilla, en la última de todas, la del fondo, al lado de la puerta de atrás por la que se baja, cuando uno llega a donde quería o debía llegar. Y una vez sentado ahí, y con las piernas cruzadas una sobre la otra y las manos apretadas como para rezar, dirigir la mirada hacia arriba, alzando la vista lo más alto posible y gradualmente, ignorando la copa de los árboles y los helechos que cuelgan de los balcones y se cruzan en esa epopeya visual, y focalizar los ojos en las cúpulas de los edificios de las avenidas por las que transita el colectivo que me tomo todos los días.

Paréntesis: jamás tomo el subterráneo. Pero jamás. Allí, los rostros; a donde quiera que dirija la mirada. Allí, la soledad ajena y la propia, devolución inevitable del reflejo en sus ventanas sin paisaje y sin cúpulas, o en el cruce de pupilas con un extraño atento. Jamás el subte.

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simuLAdOREs dE vidApor

JUan mOretti

or algún motivo me encontraba sentado en un deck muy cool, en el penthouse de una flamante torre de nuevos ricos, rodeado de hombres meticulosamente casual y mujeres quirúgicamente pasteurizadas, aprovechando el

empezaba el simulador de vida. Y era aburridísimo, porque ya tenías todos los objetos que querías. Inten- tabas encontrar alguna gracia en interactuar con otros sims, hacer una fiesta o voltearte a la mucama, pero eran diversiones fugaces.

En una hora o dos, tu mini-yo se convertía en tu enemigo. Su tedio amenazaba tu sistema de valores, tu limitada y frívola definición de libertad. Entonces empeza-bas a atormentarlo. Y todos hacíamos lo mismo: meterlo en la pileta y borrar la escalera para que quede atrapado, encerrarlo en una habitación sin baño ni cama, poner una chimenea en esa habitación para que se produzca un incen-dio. A mí me gustaba poner cuadros de payasos y paredes rojas en la Habitación de la Muerte, pero cada cual podía darle a la venganza tiránica de su orgullo el color que le apeteciera.

Y quizás estoy high de sushi y tragos “buenos”, pero miro la escalera de la pileta de este penthouse y sospecho que han intentado arrancarla desde adentro, más de una vez.

La mayoría de los hombres presentes llevan actividades más o menos lícitas, y pueden seguir jugando al Sims 1. Siempre encontrarán nuevas cosas para desear, el mundo ofrece un inventario ilimitado de necesidades.La mayoría de las mujeres presentes son esposas full time, y cuando alcanzan cierta edad y la escalera no cede, pasan al Sims 2. En esta edición, y en vistas de ahorrarle al jugador el choque frontal con su existencia vacía, se incluyó el factor Deseos y Aspiraciones. Podías perseguir el sueño de ser escritora (veo taller de poesía, novelas históricas), pintora (veo fotografías amateur con cámaras “de las buenas”), atleta (veo tenis). El Sims 2 tarda bastantes horas más en volverse aburrido.

En el Sims 3 hay mejores gráficos y, con una expansión, podés convertirte en vampiro. Nadie en este penthouse parece haber llegado a eso aún.

sushi “del bueno” (del caro) y la barra libre “de la buena” (de la cara). Y no podía dejar de pensar en el Sims.

El Sims es un juego, un simulador de vida en que se crean personajes, se les hace una casa y se los controla en su cotidianidad, procurando que coman, duerman, estudien y trabajen. Salió en el 2000 y fue un éxito arrasador, al día de hoy tiene tres ediciones y docenas de expansiones. Cada cambio introducido al juego original es producto del feedback, de los problemas y sugerencias que los jugadores aportaron después del primero. Quizás usted ya lo conozca. Quizás, seducido por la tendencia, también haya querido probar jugar un rato. Si lo hizo, si se tentó, lo instaló y lo probó, sin duda no le bastó con un rato. No, usted pulsó en “Crear nueva casa”, jugó hasta el alba y se pidió el día en el laburo para seguir.

El éxito del Sims 1 se nutrió de la riquísima veta de la frustración de consumo, común a todos. El primer personaje creado siempre era un avatar personal, al que mimábamos para protegerlo de los males de no poseer un jacuzzi.

La moneda de los sims eran los simoleons (§). Ganar simoleons y progresar era el principal motor en el Sims 1. Pero si eras ansioso, y no querías trabajar y aho- rrar para ir ampliando la humilde casa inicial, podías tomar un atajo: el truco klapaucius te agregaba §1000 instantáneos, y se podía usar cuantas veces quisieras. Y ahí si. Unos cuantos klapaucius y tu alegre homún-culo virtual se despertaba en la casa de tus más locos sueños de opulencia. Diseñar la casa perfecta llevaba entre 5 y 10 horas de obsesión infinita, y entonces

l llegar a una ciudad, algo nos cautiva como rasgo distintivo. El mar violáceo y oscuro y una sierra jorobada, fue lo que Arlt entrevió en su llegada a Río de Janeiro.

Cuando puse un pie en Nueva Córdoba vi a un estudiante. Luego a otro, y más tarde a otro. Miré hacia atrás y vi más estudiantes. Ningún monumento, edificio, geografía natural que superara al estudiante. A la derecha: Estudiantes. A la izquierda: Estudiantes. Tomé mi bolso, frené un taxi y los seguí: - A plaza España-, indiqué con voz tímida.

Me bajé e inmediatamente entendí cómo iba a ser mi estadía allí: Como la de los estudiantes. En Nueva Córdoba no hay opción. La abrumadora presencia de estos jóvenes hacía una correlación directa entre el estudiante y la ciudad. Pensar en qué invariante antropológica correspondía a esa tipología urbana me iba a permitir descifrar la ciudad.

El genotipo del estudianteLo que hace a la especificidad del estudiante es su

energía, su libido, su fuerza. Comienza a entender de qué se trata la vida. Va masticando sus pesares pero también sus placeres. No conoce, todavía, las concesiones del destino. No intuye, aún, que los límites del cuerpo son –irremedia-blemente- menores que los del deseo. Ignora cuan cara es la libertad. Eso es ser estudiante.

Imaginen si a muchos de ellos los hacemos coincidir en 5000 metros cuadrados, lejos de su familia. En una ciudad donde se está solo. O con otros estudiantes. Eso es Nueva Córdoba.

El fenotipo del estudiante

En la ciudad del estudiante uno camina y ve una gran diversidad de formas. Pocos padres, pocos niños. Pocos o casi ningún viejo. La diversidad está en la puesta en escena del estudiante. Esa energía hay que acomodarla a una imagen. Es por ello que la envoltura imaginaria de tamaña aura es

EL EsTudiAnTE por

GUidO COll

de lo más variado y complejo. Uno camina por Estrada y ve las modas del 50´ hasta las modas por venir.

Así uno puede cruzarse con un guerrillero de los 70 ,́ un hippie sesentoso, un tecno del 2020 y algunos que corres- ponden exactamente a la moda pasajera del momento. Pantalones anchos, chupines, cortos, deportivos, formales, bermudas, pinzados, sin pinzar. Lo mismo con los pulóveres, remeras, abrigos o calzado.

La variedad es asombrosa, pero todos son estudiantes. De eso no cabe duda.

El estudiante se divierteCon este panorama, supondrán ustedes que las noches

son de cuidado. No se equivocan. Yo supuse lo mismo, por eso en mi primer día –ayer- decidí conocerla. Me esperaba algo grande, pero jamás pude imaginar semejante magnitud.

La especie antropológica que dominaba la ciudad pareció multiplicarse. Los estudiantes pululaban por todos lados. Rondó era la carretera principal. Los bares llenos, los boliches atiborrados, la música se mezclaba de un local al otro. Los olores nocturnos alcanzaban su máxima densidad.

Todas las opciones parecían ser las mejores. Todos los cuerpos parecían ser los indicados.

Los estudiantes se miran, se estudian, se presumen unos a otros. Y beben. Beben mucho. Luego se terminan los boli-ches. Una caravana infinita de cuerpos tambaleando sale a las calles. Gritos, peleas, piropos. Alguien propone un after

La población total con presencia en la calle ya está diezmada. Pues quien consiguió pareja, se fue a coger. O al menos a intentarlo. Los otros, vamos al after. Allí la memoria no parece tener cabida.

Eso mismo, me incitó a escribir mi primera jornada en la ciudad; de lo contrario olvidaría absolutamente todo. Aún cuando estoy en un departamento que me es ajeno. Aún cuando el escritorio sobre el que escribo no me perte-nece. Aún, cuando a mi lado hay un cuerpo desnudo que no reconozco, pero no tengo dudas de que horas antes debo haber reconocido.

1514

o voy a mentir acá con ustedes: vivo para conocer. Por eso, volver me agobia. Qué t ed io ; vo lver : l a anulación de la novedad. Sé que me dirán que un lugar nunca es el mismo, nosotros no somos los mismos y

derivados de esas frases que, para mí, son hechas. Porque, cuando vuelvo al Pasaje Euclides, todo es estático, como si el tiempo fuera apenas un conteo convencional.

En el libro Los ignorados pasajes de Buenos Aires de Eduardo Luis Balbachán (Buenos Aires, Corregidor, 2011) no figura el Euclides. Una lástima no verlo inmortalizado junto a palabras de funciona-rios públicos, tangos y poemas que hablan de Buenos Aires, incluso desangeladas aguafuertes especialmente dibujadas para la ocasión. El estatismo habría sido supremo. Sin embargo, leo allí, en el parche de citas y referencias seguramente googleadas, un poema de Alfonsina Storni que me hace volver al Euclides:

La selva de las casas:una al lado de otra;una detrás de otras,una encima de otras,todas lejos de todas.

La selva: las casas de los fondos, las que dan a los pasajes, son desconocidas para el que vive del otro lado, del lado de la manzana que parece “normal”. En las casas suburbanas, como las de Villa Luro, solo se ve una mata verde que sobresale de los patios;

EL pAsAjEpor

mariana d’aGOStinO

a lo sumo, se puede oír un loro hablador que, a veces, insta a su dueña a repetirlo, a repetirse, a perpetuarse en el cielo del oeste.

Una al lado de la otra: mientras algunos pien-san que un barrio de casas bajas es la libertad, otros saben que, en la casa cuyo fondo da al fondo de otra casa que da a un pasaje, allí, se percibe claramente el límite de la propiedad privada y la desazón frente la imposibilidad de un patio infinito.

Una al lado, atrás, encima: siendo Euclides el padre de la geometría, tal vez peque de obvio al decir que este pasaje es cúbicamente perfecto. Uno solo puede observarlo desde un punto de fuga ubicado en la esquina (supongamos, Donizetti). Y el punto de fuga, en cualquier imagen, nos ubica la realidad como ensamble de rastis. Me preocupa cómo verán el mundo aquellos que viven en el pasaje, ya no en la casa que da el fondo de una casa que da al pasaje. ¿Cómo experimentan eso que algunos llaman pasadizo, pequeña calle, media calle y que, para mí, es una herida de la cuadrícula, un murmullo del asfalto, la otra cara de una casa que solo se puede prefigurar, el reverso del vecino imaginado?

Todas lejos de todas: el pasaje pone en escena la lejanía. Nunca conocí a un “pasajero”, jamás me topé con alguno, ni siquiera se me escapó su imagen a lo lejos. El pasaje Euclides parece zanjarnos en la ignorancia. Sus casas son las más lejanas de todas. Quiero creer que debo a esa cicatriz que son estas peculiares calles el vicio de espiar las ventanas de los hogares, tan apacibles de afuera, tan lejanas, pero siempre ahí, como una acera de juguete, de utilería, por la que pocos transitan porque ¿para qué?

uegoLucesCelebración.

Cada febrero, la comunidad japonesa de José C. Paz festeja el Bon Odori, un espectáculo con tambores (los famosos y aclamados taikos), danzas,

kermese y comidas típicas niponas, para salu-dar a sus antepasados muertos. Festejan con sus muertos estar vivos, o, estar bien vivos. Y nos abren la puerta a los paceños, nosotros, los oriundos de José C. Paz (inicial de qué cosa es esa C, es tema para otra ocasión) y aledaños para que celebremos con ellos, a 30 pesos la entrada y 20 el estacionamiento.

Ahí suelo estar cada febrero, clavados mis pies en el pasto gris de rocío de verano, con la cara mirando al cielo. Ahí arriba, los hongos de humo después de cada explosión. Más arriba aún, un tendal de luces de todos colores planean a ras del cielo. La música de películas que emiten los parlantes emana formol de mala calidad. De un saque, esas melodías espeluznantes me sientan en una de las butacas del cine Mayo, ese que cerró hace más de una humillante década y media en Perón y Belgrano, pleno centro de San Miguel. Estoy viendo Titanic, o si me pongo un poco más dramática: Top Gun. Todo paceño y sanmiguelino de más de 25 años ha hecho cola alguna vez para sacar entradas en el cine Mayo.

cELEBRAciOnEspor

lUJÁn tilli

Paraguas de fuegos luminosos cubren el parque. Se interpone, entre mi vista y ellos, un farolito chino apagado. Inmutable. Quieto. Callado. Como yo. Las personas que me rodean mantienen la cabeza quebrada hacia atrás , los ojos c lavados en el c ie lo estruendoso y multicolor, las bocas abiertas no se esmeran en exclamar nada nuevo: qué maravilla estos ponjas, chinos, la misma cosa. Mirá, mirá allá, ahí , t remendo, qué maravi l la . Yo tampoco puedo ev i tar sorprenderme con los fuegos artificiales. Creo que no escucho más de mi oído izquierdo. El parlante está a un metro de mi oído y sigue sonando cortina de película hollywoodense.

Los hongos de humo insisten. Nadie los ve, a todos nos gustan más las lucecitas que el humito que deja cada explosión, es la basurita, el residuo, lo que queda de la fiesta. Las perso-nas que tenían las manos levantadas dirigidas al cielo, ahora aplauden. Saludamos a los muertos que vuelven al cielo como indica el ponja por los parlantes.

Los japoneses insisten en celebrar con sus muertos, nosotros los lloramos. Pero, podemos asistir, sin remordimiento, a las celebraciones con los muertos de los japoneses, mientras comemos sushi, fideos con palitos, compramos adornitos y bailamos al ritmo de los taikos.

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ORgíA suBTERRánEApor

PablO dÍaz marenGHi

as ciudades son las hijas del miedo, del miedo a la selva”. Así comienza el monólogo de Enrique Symns -escritor, peri-odista y fundador de la revista Cerdos y Peces - que abre la canción “Mosca de bar”, de la banda punk argentina Dos

impura, genital, tendiente a lo carnavalesco, el desborde y la embriaguez. Diversas maneras de plantear un mismo encuadre: un continente humano que debe ser encapsulado para nunca jamás liberarse. No es casual entonces que justamente en lo más bajo de la Ciudad – literalmente bajo tierra – sea donde esta manifestación caracterizada como “orgiástica” se lleve a cabo. Allí donde circulan los subtes y se agolpan miles de seres anónimos se produce un contacto irrepetible. Nadie se queja, todos se abrazan, se rosan, se apoyan, se respiran, se sienten, se asquean, se presionan; una orgía grecolatina pero en el siglo XXI.

No es una orgía en sus términos literales, por supuesto. En la Ciudad, el sexo está prohibido. Sin embargo, el subte –y en sus “horas pico” – nos permite establecer interesantes puntos en común: todos son anónimos, están enredados, y a nadie le importa. La cuestión del anonimato en la Ciudad es un tema bien explotado por Edgar Alan Poe en su cuento “Hombre en la multitud”, cuando las grandes metrópolis comen-zaban a sentar sus bases en el occidente capitalista. El mismo anonimato que no preocupaba en lo más mínimo a griegos y romanos cuando, embebidos en vino, practicaban sus orgías en sus palacios reales y sus salones de fiesta.

El viaje en subte es, tal vez, la mayor variante sexual que la Ciudad tolera. El máximo de tensión corporal permitido, legitimado y estable. “La última oferta de la libertad”, que Symns le atribuye al bar, puede tranquilamente identificarse con la orgia cotidia- na en el interior de los maltrechos vagones del subte. Con sus grafittis y sus miedos. Sus pesares y deseos.

minutos. ¿Qué nos quiere decir Symns? Se refiere a toda aquella dimensión salvaje, carnal, baja, dionisíaca, nocturna, sexual, pulsional, erótica, que las ciudades – el capitalismo, la vida urbana, el american way of life – expulsan, reprimen, contienen para garantizar su funcionamiento.

El subte en todas partes, y también en la Ciudad de Buenos Aires, en “las calles, las esquinas, las manzanas, las veredas”, ocupa una posición predominante en el esquema cotidiano de la mayor parte de sus habitantes – y del millón restante que irrumpe desde las profun-didades más escabrosas, del profundo conurbano, exótico, atemorizante para el ojo aporteñizado- . Es aquí donde se genera un hecho particular: esa selva, a la que se refería Symns, parece emerger hecha carne en el interior del subte. La dimensión orgiástica explota tierra abajo.

Diferentes cosmovisiones coinciden en ubicar a la dimensión reprimida por la modernización con lo inferior en relación a los genitales. Friedrich Nietzsche lo llama “la dimensión dionisíaca” para pensar el arte griego clásico y lo traslada hacia su tiempo para criticar al cristianismo. Lo mismo piensa el lingüista Mijail Bajtin cuando problematiza a la Edad Media y su “Realismo Grotesco” y diferencia una zona baja,

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RoMANcE,MoNSTRUoS Y MERcADo

Mi mujer dice que no soy romántico y tiene razón. No lo soy. Caminar por la calle con un ramo de flores me produce una vergüenza intolerable. Y para invitarla a desplegar nuestras sensualidades en pos de una sagrada comunión de cuerpo y alma, le pego un chiflido desde el dormitorio.Usted se preguntará: ¿por qué esa pobre chica se casó con semejante ordinario? La respuesta es muy sencilla: porque cuando se casó conmigo yo no era la alimaña que soy ahora. Por el contrario, era atento y gene-roso. Escuchaba con atención cada palabra que salía de su boca con el fin de complacerla. Era capaz de transportar flores en público, iba a bailar (¡a bailar!), y hasta tenía la delicadeza de ocultarle todo rastro de mis funciones corporales. Era un ser hermoso. Era un romántico.Era todo mentira.Pero no una mentira mía. En este turbio asunto me declaro tan víctima como mi sufrida media naranja. Es la misma Madre Naturaleza la que miente, en su infinita sabiduría, dotando a los hombres de la capaci-dad de ser románticos durante el noviazgo y retirán-dola apenas firmado el contrato nupcial (o iniciado el concubinato). Es un mecanismo cínico y cruel, es verdad. Pero es la única manera de conservar la especie. En nuestro estado normal los hombres no podríamos seducir ni al Yeti. Somos seres desagradables: tenemos un sentido subdesarrollado de la higiene y cultivamos todo tipo de conductas repulsivas (como la de festejar nuestras emanaciones de gas, por mencionar solo una). ¿Qué clase de criatura se dejaría inseminar por un animal así?

poraleJO Valdearena

ilustramax Pérez FalliK

REALIDAD

AUMENTADA

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Habrá quien se pregunte: ¿si la naturaleza es tan sabia por qué no extiende hasta la muerte la capacidad romántica del hombre con lo cual todos seríamos mucho más felices? Ensayo una respuesta: porque el mundo se quedaría sin la mitad de su población activa y se derrumbaría. El hombre en trance romántico solo sirve para sonreír, articular frases zalameras y negarse a ser el primero en abandonar una conver- sación telefónica. Solo piensa en reproducirse, es inca-paz de fabricar acero, extraer petróleo o sembrar otra cosa que no sea su semillita.No culpo a mi compañera por sus reproches. Obra de buena fe. Ella me conoció siendo romántico y ahora no hay forma de hacerle entender que ese no era mi verdadero yo. Sufre y se desespera. Vive soñando con el luminoso día en que recuperará al delicado ser que la cortejó. Cree que estoy enfermo y que puede curarme. Y lo cree porque está, como todo el mundo, bajo la influencia de la omnipresente Corporación Romántica.Todo este drama es culpa de ese engendro del mil cabezas compuesto por poetas cursis, productores de Hollywood, floristas, escritores de novela rosa, fabri-cantes de globos con forma de corazón, elencos enteros de telenovelas y cantantes melódicos. La Corporación Romántica es la única beneficiaria de esta tragedia. Para lucrar con la esperanza de criaturas desahuciadas, se ha dedicado desde siempre a celebrar el romance como un fenómeno perteneciente a la esfera espiritual. No es así. El romance es una función fisiológica del ser humano. Ser romántico reviste el mismo mérito que saber hacer pis o caca.Estoy harto del dolor y la frustración que causan los mercachifles del amor prefabricado. Quiero patearles el kiosquito. Quiero gritarles a la cara…¡Basta! ¡Dejen de meterle pajaritos en la cabeza a la gente! Dejen que la verdad prevalezca. Escriban sobre el fin de la esperanza. Hagan una película sobre la muerte del galán de las flores. Que el próximo culebrón cuente como fue asesinado, devorado y excretado con alegría por una bestia peluda llamada marido. Canten sobre ese victorioso monstruo asesino que (con un poco de viento a favor) amará a su mujer, profunda y parcamente, sin exabruptos florales, hasta el fin de su repugnante existencia.

roMaNCe, MoNStrUoSY MerCaDo

Por aLeJo VaLDeareNa

REALIDAD

AUMENTADA

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[Colectivo de comunicación comunitaria y cultura libre / Capacitación / Audiovisual / Bar ]

Casa: Lambaré 873. Ciudad de Buenos Aires. Argentina

Te. [05411] 4861 8928 / Fax [05411] 4865 7554Correo:[email protected]

Casa: Lambaré 873. Ciudad de Buenos Aires. Argentina

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AuTOREspAmpEAnOs

LITERATURA BREVE

FERNANDA LoPEz / ciudad de buenos aires

Mandatos

A ella le enseñaron que la mujer era el sexo débil.A él le inculcaron que los hombres no lloran.Ella quiso escapar pero la retuvo la culpa.Él quiso rebelarse pero la fuerza de la ley golpeaba más duro.Ella aprendió a callar sumisamente aunque doliera.Él debió gritar fuerte aunque tuviera miedo.Ella, a veces, se siente asfixiada por gritos mudos que se le anudan en la garganta.Él, a veces, tiene ganas de llorar pero respira profundo para reprimir las lágrimas.Ella sueña con que un día hablará y su voz será escuchada.Él sueña con que un día se quedará en silencio y su decisión será respetada.Ella no duerme deseando ser él.Él no duerme deseando ser ella.Ella, en realidad, no quiere ser él.Él, en realidad, no quiere ser ella.Ellos, simplemente, quieren poder elegir quiénes ser…

Aristipo

En opciones innumerables se agolpan las viven-cias. ¡Torbellino de ansias! ¡Vastedad incólume! Apegados a un remoto sueño, a la senda de frutos pródigos, pretendemos despejar la bruma de lo que se encuentra velado; y que se nos permita distender la angustia que cohabitamos rabiosamente.

¡Brecha al sosiego! ¡Ritmo y abandono entre matices esplendorosos! Aceptarnos surcados por el impetuoso vaivén de lo infinito, que nos vamos hundiendo en la fúlgida fuente de voces vitales, para permanecer suspendidos de gozo en el párvulo cenit.

Oh! íncubos tembladerales de uno mismo, desfalle- ciéndonos magnos, cuando aparece con su rutilante envergadura la efigie de la alegría.

SERGIo DE MATTEo / la PaMPa

La Lluvia No Paraba Desde Hacía Diez Dias

La lluvia no paraba desde hacía diez días. Nadie se molestaba en cambiar los trapos debajo de las puertas. Apenas comenzó, mamá corrió los sillones nuevos de frente al ventanal para que no se mojen. Pronto nos acostumbramos a la nueva disposición de los muebles e inventábamos caminitos entre ellos.

Hacía días que los padres habían dejado de averiguar las tareas de los niños. Ya nadie pedía disculpas o recitaba increíbles excusas. No pregunta- ban, no se necesitaban más explicaciones.

Nos sentíamos ricos solo con un par de botas de lluvia, no importaba si eran grandes o chicas o gastadas. Abandonadas en un rincón del desván, ahora se convertían en fragantes tesoros.

La lluvia caía a baldazos con furia irrever-ente. Se descontrolaron los parámetros y regis-

DANIELA PAScUAL / la PaMPatros minuciosamente anotados por décadas que predecían una lluvia mansita, adaptada a las cose-chas. El meteorólogo no daba a vasto sacando cuen-tas. La lluvia de un año entero en cinco días era similar a una bandada de langostas que se comía los trigales, cebadales o maizales. O igual a un tornado furioso que levante en el aire techos de casas o galpones y sobre la camioneta vieja deposite estropeadas cabezas de girasoles decapitados.

Las gallinas también la pasaban mal, sus patas hacía días que estaban mojadas, cubiertas de barro negro y pegajoso. Ya no ponían huevos ni canta-ban por la tarde al sol, porque no lo veían.

Las cuadras del pueblo se convirtieron en grandes lodazales, las casas dejaron de abrir sus puertas al visitante, el vecino no tomaba mate en la vereda, ni los perros se veían desde hacía días.

Las personas dejaron de ver los rostros queri-dos o conocidos y los desconocidos también.

Los chicos ya no sabíamos a que jugar y eso que estábamos entrenados a jugar de todo, con cualquier cosa o con cualquier ni siquiera cosa sea. Ya no hacíamos nada. Solo mirábamos la lluvia por la ventana.

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aUtoreSPaMPeaNoS

LITERATURA

BREVE

Acaso el Diablo

Norberto López Uralde es un escritor que obtuvo cierto reconocimiento a partir de «El niño», relato funda-mental para quienes —como yo— pretenden escribir cuentos fantásticos.

En esa maravillosa historia, el narrador pierde a su hijo en un accidente de tránsito. La muerte le llega al niño el día en que cumple los once años.

Y por alguna especie de horroroso sentido del humor, la vida —acaso el destino, acaso el mismo diablo— quiso que su propio hijo, Ariel López Uralde, muriera como Norberto lo había escrito en su relato: un choque del micro escolar en que viajaba, el día de su cumpleaños número once.

Y no tardaron en cargar sobre él toda la culpa: sus amigos, sus lectores, su familia. Para absolutamente todos, el niño no había muerto por la imprudencia de un conductor ni por mera cuestión estadística, no. Los dedos acusadores apuntaban en una única dirección: la fatalidad había sido causada por una mente retorcida y su creación perversa. Creación nacida en la cabeza de un enfermo capaz de vender el alma a cambio de una buena historia.

Él mismo llegó a creerse maldito.Su vanidad —vanidad de escritor— lo había llevado

a pensar que era cierto: todo había sido culpa suya.Un mes más tarde, sin amenazas, su mujer dispuso

unos cables y una escalera bajo la parra del patio. Y se ahorcó.Y, aun en el desastre, Norberto creyó que podría

revertir su tragedia. Conservaba esa ilusión. Un año tardó en ubicar las dos mil copias de «El

niño»: viajar, ofertar, rogar, explicar, agradecer. Pagar. Y hoy se acaba todo. Ha reunido las dos mil copias, las ha amontonado en el mismo patio donde su esposa se quitó la vida. Apiló libro sobre libro sobre libro.

Los quemará. Aquella historia engendrada en dos mil abominables ejemplares, hoy se convertirá en cenizas. En expiación. En redención.

Norberto termina de empapar en alcohol la pared de libros malditos. Pronto las llamas azules, los libros que arden uno sobre otro sobre otro. Y las cenizas y el humo y el calor.

Y un eco agudo susurra y le llega, suave, a los oídos. Tan suave que Norberto cree imaginarlo.

Delante de él, se queman las dos mil copias, sus páginas, sus tintas. A sus espaldas, el eco debe repetirse, esta vez más profundo, para que él lo juzgue posible siquiera. Y finalmente se convierte en sonido palpable, deja de ser el eco de un eco de un eco: Norberto cree haber oído algo.

Esta vez lo oye. La voz del niño, milagrosamente, vuelve a sonar

—a reír— en la casa. Y Norberto duda: no quiere creer, no quiere el desengaño. No se da vuelta. Ni se mueve.

Insiste el eco, insiste la voz del niño. De su niño.Y también oye la cálida voz de su mujer. La oye

cantar. ¡Cantar! ¡Ella canta, el niño ríe!Esas voces lo paralizan, un fragor ardiente lo

envuelve.Y Norberto se da vuelta. Trémulo. Lento.La casa está en llamas. Arden las voces de su esposa y la del niño, arden

los muebles, arden las guirnaldas y los globos y la torta. Y la vela azul con el número 11 también arde, sobre el chocolate, sobre el mazapán. La cera se derrite.

Esa es mi maldición. Sobre la hoja en blanco, el absurdo no tiene límites.

Como tampoco conoce de límites la vanidad del escritor.Esa es la culpa que me aplasta.Porque no tuve yo la mejor idea, perversa ocurrencia

—acaso propia, acaso del mismo diablo—, de escribir sobre un tipo, un tal Norberto López Uralde. Un escritor de literatura fantástica que acaba de provocar la muerte de su esposa y de su niño. Que los ve morir de la misma forma en que él lo ha escrito años atrás. Mueren como en su reconocido relato titulado «El niño, el fuego».

cRISTIAN AcEVEDo / buenos aires

Diciembre de 2011

Se derretía el pavimento de Cárdenas y Eva Perón cuando el timbre del teléfono despertó del letargo al negro Claudio. Cerveza en mano, cortos de Nueva Chicago y un tatuaje desafiante en la espalda, el negro. Torito, bufando, en el hombro derecho. Del otro lado del tubo, Marcelo. Claudio, al ritmo del calor, tomó el control remoto y encendió la televisión. La pantalla escupió fuego, gases y personas con sus rostros tapa-dos. Pensó, el negro, en las películas del lejano oeste, esas que se devoraba de pibe. Algo le llamó la atención. Conocía las calles que ambientaban la batalla. Chivil-coy. Avellaneda. Camisetas Blancas. Ribetes negros. Claudio asintió en el teléfono. Colgó. Y buscó las zapatillas más cómodas.

Meta piedra y bajo el árbol, el Gonzalo. Ojos achi-nados, nariz protegida. De algunas puertas, aparecían botellas de agua. Una mirada, nada más, hacia esas manos que ofrecían tregua. Ojos, que pedían justicia. La casaca del Albo, jirones, sangre en los costados. Desde la noche, el Gonzalo, resistiendo. Junto a él, varios. Las calles de Floresta parecían Bagdad. Juró, el Gonza, vengar a los tres. Un sorbo de agua. Un pequeño respiro. Y los cabeza de tortuga, de nuevo, a la vuelta, sobre Aranguren. Cerca, la 43. Dentro de ella, detrás de los escudos, de los palos, él. Velaztiqui1 . El asesino. Protegido. Impune. Un brazo, de repente, en el hombro ajado de Gonzalo. Del otro lado, el Turco. Una sola palabra, rápida. Un verbo, casi imposible,

RoDRIGo FERREIRo / buenos airessalvo allí. En ese instante. Dijo, el Turco, que habían venido. Tres micros. Dijo, el Turco, que estaban en la plaza. Más de un centenar.

El cuadrado verde de la Vélez Sarsfield, frente a la Iglesia, a la vuelta de la comisaría, era un hervidero. Allí, entre el césped que cobijaba seres extasiados y exhaustos, un pacto. De un lado, envuelto en una destrozada insignia Albinegra, Gonzalo. Enfrente, con la bandera verdinegra cual superhéroe, Marcelo. Se miraron. Un instante. Se vieron. Tras de sí, cientos de personas. Aguantando. Esperando. Un gesto. Un apretón de manos. El milagro. All Boys y Chicago. Floresta y Mataderos. Unidos. Como nunca. Hasta siempre.

A las seis de la madrugada del 30 de diciembre, la comisaría 43 caía en manos del pueblo. El homi-cida que allí se escondía fue capturado, y su cabeza colgada en la Plaza Vélez, corazón de Floresta. El foco infeccioso se expandió con asombrosa rapidez. A las siete, Mataderos confirmaba que la 42 se había rendido. Flores, Caballito, Villa Luro, el Oeste era una hoguera revolucionaria. Hacia las tres de la tarde, la Ciudad de Buenos Aires estaba tomada por hordas enloquecidas, formidables. La comisa- ría Primera, en el centro, ardía. La información fluía entre la gente, que iba y venía confirmando victorias. Hacia las doce de la noche del Primero de enero, cien mil personas cruzaban el límite de la Ciudad, por Saavedra. Otros miles por Puente Pueyrredón, hacia Avellaneda. Por el Oeste, llama inicial, un millón de almas pateaban desde Liniers hacia Ciudadela. Entre ellas, Gonzalo y Claudio se descubrieron. Se pechearon. Se abrazaron. Y corrieron hacia los cuarteles.

1. Juan de Dios Velaztiqui: Ex policía federal, de activa participación durante la dictadura militar argentina entre 1976-1983. El 29 de diciembre de 2001, trabajando de custodio, ejecutó de varios balazos a tres adolescentes en una estación de servicio ubicada en Avenida Gaona y Bahía Blanca, Floresta. El motivo fue una frase que uno de los jóvenes dijo al televisor del local. Fue condenado a prisión perpetua en 2003. En flagrante violación al anterior fallo hoy goza del beneficio de la prisión domiciliaria.

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fELicidAd

CAPÍTULO DOS: LA LISTITA

porelizabetH lerner

i lustraDiana Benzecry

FoLLETÍN

RESUMEN DE LO PUBLICADO.

Elías Montt, escritor, debe cumplir una tarea: escri-bir sobre la felicidad, en formato de extraño libro de autoayuda. Para ello, decide recorrer la ciudad en busca de escenas que lo motiven, lo inspiren y justi-fiquen ese trabajo que debe entregar, pero detesta profundamente. En las mesas de un bar en frente a la Plaza Congreso comienza a observar a una pareja y nota cómo las marcas en la piel de ella son, efecti-vamente, los resultados de un golpe.

Había sido un sueño de esos en los que el desper-tar es desesperante y mitigador. Cuando el avión ate- rrizó, en el sueño, Elías Montt se irguió, en su cama. Todavía dormido pero en una fase ligeramente menos densa que la anterior, erguido en la cama, Elías Montt gritó. En el sueño o en ese fragmento lóbrego de su psique en el que las imágenes se sucedían, el avión ya carreteaba hacia el hangar. El sonido de la cabina presurizada para su comodidad, el sonido lejano e imposible de las cosas y el mundo por fuera de las ventanillas, el murmullo de los pasajeros, el murmullo como un mar tranquilo que va de a poco enfureciendo, el murmullo de las cosas y de las minucias, de las preguntas sobre migraciones y la abuela y el whisky del free shop en itálica y el llanto de una beba y la madre impune en su maternidad pegando codazos a los otros pasajeros para huir de ese tubo increíble que los había mantenido a flote durante 12 horas que iban perdiendo solidez a medida que el avión ahora sí, ahora por fin, se detenía. Elías Montt sudaba. En el sueño sudaba la beba, en la cama, erguido, sudaba Montt. Abrió los ojos. Había sido un sueño de esos en los que el despertar es desesperante y mitigador.

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[Del cuaderno de anotaciones de E. Montt]

Diciembre, Navidad, Buenos Aires, 1982Llena el vaso. Dos dedos de hielo. Bebe el líquido

rojo y dorado, en un solo movimiento contundente. Mira a un lado, mira a otro. Cierra el placard. Animal furtivo. Animal de secretos, mi madre. El pelo tirante en un rodete rubio, pintado de un amarillo extraño e irreal. La frente brillosa, la seda del vestido rosado tiene pliegues perfectos, rosa claro y bordó y pince-ladas de turquesa. Comprado en Roma, 1979.

Escucho el ruido en la habitación de ellos. Lo escucho claro, lo escucho nítido a pesar de la pared gruesa que nos separa. Es un edificio del año 1936. Es una mole grisácea que se levanta escalonada sobre mis sueños. La casa tiene un jardín propio, en la terraza del piso 11. Miro la plaza florecida y calurosa. Ellos hacen ruidos por la noche. Yo tengo siete años y cubro mi cabeza con un acolchado grueso, a pesar del calor. Es una tela casi como una lanilla, es marrón y pesado. Asordino el mascullar y los deslices de la piel sobre las sábanas. No quiero escuchar pero escucho. No quiero pensar pero pienso. Ellos están del otro lado y las horribles fantasías vuelven, como si yo no fuera hijo y ella no fuera madre.

Montt dejó el cuaderno a un lado. Lo apoyó en la mesita de luz, como siempre. Se secó el sudor de la frente y las manos con la sábana. La listita o el infier- no. El murmullo empezó a subirle desde el estómago, casi como los resquicios de un reflujo ácido. Me aman y soy amor me aman y soy amor me aman y soy amor. Afuera suena cumbia fuerte. Los vecinos del depar-tamento de en frente ponen música a todo volumen y hablan. Montt escucha siempre. La mayoría de las veces comentan sobre la lámpara y qué tan alta debe ser la intensidad de la luz para que las plantas crezcan nutridas y sanas. Montt escucha como escuchaba los ruidos de ellos itálica cuando tenía siete. Y también disfruta y cae en el horror, todo al mismo tiempo. La cumbia va in crescendo itálica. Soy amor y me aman soy amor y me aman soy amor y me aman. La chica de al lado, que vive con el chico de al lado le pregunta por la viandita del nene. Tienen un hijo, tendrá unos

FeLICIDaD

Por eLIZaBetH LerNer

FoLLETÍN

seis o siete años. El tema de la viandita persiste por minutos. Soy amor y todos me aman soy amor y todos me aman soy amor. La viandita es una mochila que por fuera presenta todas las características de un bolso común y corriente pero por dentro guarda el secreto de un mecanismo simple y complejo de conservación del alimento. Por dentro la viandita es plateada. De un material lunar o astronáutico. Por dentro la viandita es el espacio exterior, es lo que alberga el universo y las naves espaciales de la infancia, por dentro, la viandita es la puerta hacia otro mundo. Soy amor y me aman. La viandita por fin aparece y Montt escucha, nítidamente, que el nene comerá bocados de acelga y puré de papas. La listita no pasa de esas dos frases. Ya habrá más. La listita es el infierno, conjurado en la estructura de una oración simple -el sujeto es tácito (yo) y ese rasgo es la única complicación posible que la frase ofrece-.

El café llegó frío otra vez. El mozo habría tomado esto como costumbre. Sin embargo era apresurado hablar de hábitos. Era la segunda vez que se sentaba en el bar de la plaza. El Congreso verdoso a continua- ción de la plaza, el edificio del Molino, vacío desde hacía años, turistas en enero. La pareja del día ante-rior regresó a la misma mesa. Montt confirmó la hipótesis. Ese era “su bar”. Ese era el lugar en donde dirimían conflictos. Las manos de ella, con lunares y algunos bultos, las manos de él, serenas y rubias. Las manos estaban entrelazadas. El mozo se acercó con un vasito de agua y un tostado, frío también, y sólido, cristalizado tal vez en el escaparate de vidrio del mostrador. La cabeza de él, inclinada hacia el piso, su nariz parecía querer tocar el asfalto y abrir en él un surco profundo. Ella miraba como queriendo posar sus ojos en algo que valiera la pena o al menos la distrajera del paisaje ya sabido de la basura, la plaza, las palomas. Desde la mesa de Montt, ella parecía poderosa. Se preguntó, mientras sacaba su libreta, si los golpes la harían más fuerte. Una trivialidad, claro, pero al fin y al cabo ¿no le habían encargado un ensayo sobre la felicidad? ¿No observaba a esta pareja en busca de aquello que justificara el mantra que había recitado durante la mañana? Con la mano como una víbora desesperada hurgó en su morral y encontró la

lapicera de pluma. Empezó a escribir y escribió que la felicidad es el reverso del sufrimiento. Escribió qué no hay alegría sin dolor. Escribió que el amor es un estado de ánimo, frágil como una burbuja de jabón, de esas que su madre le hacía en la bañadera mientras se reían ambos y el padre estaba lejos. Escribió qué la vida no es lineal y que un golpe no es caída. Se avergonzó de lo espeluznante de todas esas máximas y pensó entonces que ahora sí, ya tenía en manos, casi cincelado, el primer capítulo del ensayo, para entregarle a la editorial. Escribió títulos posibles, todos contenían las dos palabras clave: amor y sufrimiento. En eso estaba cuando el hombre levantó la vista del surco oscuro que ya habría abierto en piso. Y apareció un mentón tenso. Aparecieron los ojos celestes. La mano serena y rubia cobró una fuerza inesperada y Elías Montt vio como los dedos de él empezaban a a apretar la mano de ella, como una boa constrictor, lentamente. Las manos de la mujer se iban tornando azules. Esa búsqueda que había emprendido ella con la mirada se tornó urgente. Comenzó a girar la cabeza de un lado a otro: la plaza las palomas la basura los hombres sentados en la calle la mole verde la plaza las palomas la basura los hombres sentados en la calle la mole verde. Paró, de pronto. Se detuvo ese girar urgente y ella miró a Elías Montt. Lo miró a los ojos, directo y sin prolegómenos. Montt dejó la lapicera de pluma sobre el mantelito. El mozo se acercó pero Montt hizo un gesto de “ahora no” con su mano, sin dejar de mirar a la chica, a la mano azul de la chica y al hematoma que asomaba, pero como luminoso y brillante, entre los pliegues de la camisa y la piel.

El hombre dejó de aprisionar la mano de la mujer. Algo vibró en su pantalón, sacó un celular del bolsillo de su jean cuidadosamente roto y se alejó de la mesa, radiante, jocoso. Montt sintió esa previsible ola de cólera y calor que se gesta cuando ocurren estas cosas. Dos hombres, una mujer. El bueno y el malo. El villano y el héroe que maldice porque sabe que es difícil escapar de la tentación de hacer el bien. El hombre y su teléfono se alejaban cada vez más. Montt registraba el cambio de tono de la voz del hombre. Se había tornado casi dulce. Estaría tal vez preparando su próxima presa. En todo este tiempo,

ella no había dejado de mirar a Montt a los ojos. El hombre terminó su conversación. Sin mirar a la mujer, entró al bar, y luego al baño.

Estaban solos.

c o N T I N U A R Á . . .

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MISS TRANS“Cómo no ser reinas si por un día las estrellas se aplastan en

su piel y brillan más que el cielo en la noche; ¿cómo elegir a la

más bella para coronarla? Mirando a sus ojos que estallan de

anhelos por iluminar eternamente nuestros recuerdos.”

Elección de la Reina Trans. Noche del 15 de febrero de 2012.

Mar del Plata, Buenos Aires, Argentina.

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¿Qué mejor manera de conocer el mundo, que con una cámara en mano?

La necesidad de moverse y tomar la calle como norma, han sido el motivo para reunirnos desde el

2008 y conformar el Colectivo Nómada, como una alternativa de fotografía documental en la región

centroamericana.

+ NOMADA

armando

oscar

gladysM.A.f.I.A

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DEJE QUE LE VAYAN CON CUENTOS(SI SON COMO ÉSTOS)

PERO TAMBIÉN CON NARRATIVA DIBUJADA Y HUMOR GRÁFICO PARA CONTAR

Ediciones de la Flor Gorriti 3695 (C1172ACE) Buenos Aires, Argentina

www.edicionesdela�or.com.ar

Cuentos completos. Rodolfo Walsh. Edición y prólogo: Ricardo Piglia. (Tercera edición). A los relatos ya publicados en Un kilo de oro, Los oficios terrestres, Variaciones en rojo, Cuento para tahúres y otros relatos policiales y Zugzwang/Un oscuro día de justicia, se suman muchos textos que aparecieron en revistas pero nunca en libros, dos que se incluyeron en antologías de varios autores y uno totalmente inédito: “Quiromancia”.

Perramus El piloto del olvido y El alma de la ciudad. Alberto Breccia y Juan Sasturain. Los tomos 1 y 2, juntos, de la formidable novela gráfica: “La primera obra cumbre sobre la dictadura argentina está aquí, en este libro de imágenes inquietantes como las pesadillas del amanecer. Todos aquellos temas que los políticos y los intelectuales eluden por arduos y compromete-dores, aparecen descarnadamente en la magistral pluma de Breccia y en los sutiles, desbordantes textos de Sasturain”. (Osvaldo Soriano). Simultáneamente la reedición del tomo 4: Diente por diente.

Pipí Cucú. Decur. Prólogo dibujado: Alberto Montt Una nueva explosión de humor surrealista, en delicadas acuarelas, por el autor de Merci!, esta vez, apto para menores.

Bife angosto 3. Gustavo Sala Tercer volumen del humor sarcástico y desafiante alrededor del mundo del rock y anexos. Como siempre, no apto para menores ni prejuiciosos.

Gaturro 22. Nik.La recopilación de las tiras más recientes del gato más leído de la historia de la historieta.

Negar todo y otros cuentos. R. Fontanarrosa. (Cuarta edición).El último volumen de relatos del autor que se publica en forma póstuma. Veinticuatro cuentos profundamente fontanarrosianos en su estilo, sus temas, su lenguaje y en el originalísi-mo ingenio que ya ha hecho del dibujante y escritor rosarino un clásico del humor contemporáneo en lengua castellana.

Ofelia 2. Julieta Arroquy. El segun-do volumen con las aventuras de un personaje que llegó para quedarse: una chica de hoy a golpes de chat con el mundo y el amor. “Ofelia es para releer cuando estamos tristes o desanimadas, para compartir con una amiga…ante todo un libro feliz” (del prólogo de Carolina Aguirre al tomo 1).

Mafalda. Todas las tiras. Quino. Celebrando los 50 años del eterno personaje, una compilación de las tiras incluidas en los 10 tomitos de la edición argentina con algunos bonus tracks en un imponente volumen: un regalo que será bien recibido.

Sónoman 2. Oswal. Una nueva recopilación de las historietas a restallante color del superhéroe de los poderes musicales, un clásico siempre vigente.

Lucha peluche 2. ¡Tensa calma! El Niño Rodríguez. Otra recopilación de la ácida tira del autor que revolucionó las redes sociales con “Ni una sola palabra de amor”. Un recuento de la absurda realidad argentina, corrosivo y divertido a la vez.

lisanias

carlos gonzales

VANGUARDIA POPULAR

Si somos lo que consumimos, Vanguardia Popular

es un ejército de sujetos que, en su condición

de consumidores, existen poco. Sin embargo, al

mismo tiempo, son un batallón de autonomías

despojadas pero resistentes: son exclusivos pero

generosos; irrepetibles pero accesibles. Están

agotados pero son vitales. Son los perdedores y

sin embargo no son clones. Sus retratos no son

reivindicativos, sino militantes.

Fotos: José Díaz/colectivonómada

Texto: María Montero

M.A.f.I.A

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PANTA-LLAZO

Son las cinco de la tarde.La pestilencia del domingo se distribuye equitativa-mente en el barrio.Márilin abre su heladera. La examina.Sobre una bandeja de acrílico acomoda un frasquito de aceitunas.Verdes.Algunas rodajas de queso. Galletitas de agua. Papas fritas de copetín.Maní.En un vaso con dos cubos de hielo sirve un Gancia con soda que también apoya sobre la bandeja.Agrega un repasador para que nada haga falta cuando al fin se haya instalado.Un escarbadientes. Dos.El sifón.La botella.Ahora va al baño. Vacía el contenido del inodoro. Abre la canilla. Se lava las manos.Con cuidado, traslada la bandeja en un breve trayecto al comedor.La abandona en el piso donde aguardan un par de

i lustraclara muslera*

de VideO CliPS, de SilVia SCHUJer

MEDIANERASque separan la azotea del vacío. Cuando logra acercarse al vértice de la antena apunta el aerosol y dispara sin piedad. Sin pausa.La obsesiva descarga de veneno produce un caos generalizado entre los insectos. Las hormigas rompen filas. Algunas pierden el punto de apoyo y transitan mareadas unos pocos centímetros más. Otras caen fulminadas en el acto. Incapaces de registrar el desastre, las más rezagadas siguen llegando en fila india hasta la antena letal. Cuando todo hace pensar que la última ya está muerta, Márilin decide volver a su depar-tamento y retomar la actividad postergada. Abandona la terraza. Desanda el rumbo en sentido descendente sin que ninguna hormiga colorada se interponga en su camino. Abre la puerta. Entra a su departamento. Se pega un baño. Traslada la bandeja de la cocina al comedor. Coloca la bandeja en el piso. Se sienta sobre los almohadones. Mira la televisión. La pantalla está oscurecida por un enjam-bre de puntos negros. El audio es un ronquido persistente apenas interrumpido por alguna tos. Se levanta. Cambia. En el otro canal es lo mismo. Apaga. Regresa a los almohadones. Se sienta. Pincha una aceituna. Como una hora más tarde escucha la noticia por la radio. Cable de último momento: Descarga. Extraña invasión de veneno penetra en plantas de transmis-ión televisiva. Asfixia. La muerte del personal es instantánea. Inexplicable intoxicación.

almohadones que minutos antes ordenó para sentarse.Se acerca al televisor. Lo prende en un programa de entretenimientos.Cambia.Pasan avisos. Cambia.

Busca una película cualquiera. Cambia.Apenas la encuentra vuelve hasta los almohadones y se sienta.No termina de instalarse cuando acontece el hallazgo: muy cerca del lugar elegido para la merienda, más de media docena de hormigas colo-radas se disputan el espacio.

Se para.Levanta la bandeja y la regresa a la cocina.De donde suele guardar el detergente, extrae un aerosol insecticida y lo empuña como un arma.Se detiene frente al hormiguero.Va a oprimir el pulsador cuando descubre que de la multitud de bichos emerge una cadena de seres idénticos cuyo rumbo decide seguir.Las hormigas describen un circuito que Márilin acompaña con su paso y la mirada atenta.Tras sus víctimas, atraviesa el comedor y llega a la puerta del departamento.La abre.La persecución continúa en el pasillo. Las hormi-gas ascienden en fila india por las escaleras hasta el último piso.Sigilosa, con el pesticida en la mano derecha y el cuerpo algo encorvado de mirar tanto el suelo, Márilin se encamina ahora a la terraza. Descorre el pestillo de la puerta que la transportará al exterior.Sale.Las hormigas marchan en línea recta por los bordes de una hilera de baldosas que conducen a la antena colectiva.Ascienden por el caño metálico, se ramifican hacia las puntas y en ellas se concentran como si hubie- ran llegado a destino.En su afán exterminador Márilin escala paredones

*

Clara falleció el 12 de Diciembre de 2013, siendo ésta su segunda contribución a Maten Al Mensajero, y una de

sus últimas ilustraciones.

Q.E.P.D.

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No es que Marcela se volvió loca como cuando uno le pregunta “¿estás loca?” a alguien que grita o dice lo que no es. Así también se volvió loca, pero había algo más.

Se puso a gritar. Me dijo lo de siempre: que yo

dE gAnímEdEsLOs OcOTEs fRAcTALEs

CAPÍTULO TRES:HOMbRE y PICAPORTE

porFederiCO reGGiani

i lustranFran LópezKwaichang Kráneo

era un c… y un p… Yo no soy p…, es una acusación que no le tolero a nadie. A Marcela se la toleré por no contradecirla en plena locura, pero no se la tolero a nadie.

La loca pasaba del insulto a la súplica.—Por favor, Marquitos, por favor, no seas así.

Puede pagar más. ¡Te dejo mi parte! ¡Para vos!Las estrellas saben tentar, pero me contuve.—No, no, no, Marcela. No insistas, hay gente

esperando. Mirá cómo miran.

FoLLETÍN

RESUMEN DE LO PUBLICADO.

Marcos es el administrador del “Ganímedes”, una casa de tolerancia. Vive entre la monotonía y la resig-nación, como casi todos. Una noche, Marcela, la estrella del local, sale de su habitación con el brillo del amor en los ojos, y le pide a Marcos que le anote otro turno al hombre misterioso que la espera adentro. Como “los lentos y los empeñosos son malos clientes para locales comerciales como el Ganímedes”, Marcos se niega, y Marcela se vuelve loca.

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“Mirá cómo miran”. Como la frase me salió medio rara, no la vi venir. Me distraje. Estaba con “miracomomiran” en la cabeza, y Marcela se me trepó en el mostrador. Me distraje bastante, la verdad, porque no es que saltó, sino que se trepó, y haciendo esfuerzos, se ve que estaba cansada. Se quedó en cuatro patas sobre el mostrador. Ahí miré de reojo a la clientela, que parecía contenta: por lo menos le podían mirar un poco el c… a Marcela, lo iban paladeando. Pero también miré a las otras chicas, que estaban calculando cómo resolvía la situación, para ver después hasta dónde podían ellas tirar del hilo. Y Marcela seguía loca o como loca:

—Por favor, Marquitos, después te atiendo a vos—, dijo, y me lamió la cara.

Parece que se olvidó que yo era p…, según ella. Me dio bronca. Por suerte el cariño le duró poco y empezó a los gritos otra vez. Parecía que hablara desde la panza, la voz le salía como con una carraspera.

—Dale, hijo de p…, dejame, si son quince minu-tos, después me los c… a todos estos pelotudos (p…) y te limpió el salón.

La oferta no era mala, pero yo tenía que mantener la autoridad. Ya dos chicas charlaban entre ellas en lugar de hablarle al cliente, y encima se reían. Así que no.

—No—, le dije.Me pegó un cachetazo. No sé bien cómo hizo,

porque estaba en cuatro patas sobre el mostrador, pero se las arregló. Tremendo cachetazo. Se escuchó un “uh”, largo y profundo: las chicas y los clientes habían improvisado un coro. Pensé: “se la devuelvo”. Y se la iba a devolver. Conmigo no se jode. Además, la tenía a tiro, no se podía tapar la cara ni defender- se. Pero salió el tipo.

El tipo sí salió como una estrella. Primero se abrió la puerta del fondo y se volvió a cerrar. Así, varias veces. Se abría, se cerraba, se abría, asomaba un pie, se volvía a cerrar. Lo primero que pensé fue: “el tarado no sabe abrir una puerta”. Uno tendría que prestarle más atención a lo primero que piensa.

Después de abrir y cerrar varias veces se asomó. La cara larga, marrón, dura. Miraba fijo. Parecía concentrado en el mecanismo de la puerta. La mano apretaba el picaporte como si tuviera miedo de que se le escape. Entró en el salón con un movimiento brusco, pero no soltó el picaporte así que tuvo que girar y quedó de espaldas y medio enredado.

—Largue la manija y sale, maestro—, dijo el Doctor Yañez, un abogado que siempre se liga por abogado una copita gentileza de la casa, uno nunca sabe cuándo hace falta un abogado.

Sabias palabras. Los abogados siempre manejan la situación. El tipo largó el picaporte y creo que hasta sonrió, aunque puede haber sido una mueca,

o nada, porque la cara de cartón casi no se le movía.Marcela lo miró. Era mi ocasión. Preparé el

cachetazo, y lo largué. Si le pego, la marco. Pero el tipo me paró el brazo. En el momento me pareció que algo estaba mal, como si hubiera un error. Como cuando se equivocan en una película, o cuando en el cine Roca se equivocaban de rollo y pasaban las cosas en cualquier orden. Porque el tipo estaba en la puerta y cuando yo arranqué el cachetazo, estaba al lado mío. Y no es que fue idea mía, porque todos los clientes que estaban mirando a la puerta —los que no le miraban el c… a Marcela— se quedaron mirando a la puerta. Es como si el tipo no se hubiera movido, simplemente antes estaba allá, ahora estaba acá. Después me explicaron cómo hacen, pero no entendí bien.

El asunto es que el tipo me agarró el brazo. Hay dos cosas que no se pueden permitir en un local como el Ganímedes: que las chicas te levanten la voz —ni hablar del cachetazo de Marcela— y que los clientes te toquen. Así que no le podía permitir esa confianza al Cara de Cartón, y no se la hubiera permitido de ninguna manera de no ser porque le tomé cariño. Así, de golpe: en cuanto me tocó le tomé cariño. No tanto como Marcela, que se bajó del mostrador y lo abrazó y me parece que hasta se le frotaba un poco en la pierna, pero cariño como a un hermano, aunque no es un buen ejemplo, porque mi hermano se portó bastante mal conmigo y hace como quince años que no lo veo, todo hay que decirlo, pero es para que se entienda.

Cara de Cartón la miró a Marcela, y fue como si la apagara. Dejó de abrazarlo y se alejó un poco, como si le hiciera un examen. Yo lo quise un poco más. Así que cuando me preguntó:

—¿Usted sos el dueño?Le contesté que sí. Como para que estuviera

contento, sobre todo.

CAPÍTULO CUATRO:LA PROPIEDAD y EL AMOR

Marcela me miró fijo cuando le dije a Cara de Cartón que yo era el dueño del Ganímedes, pero no abrió la boca. Calculo que estaba todavía un poco confundido por el modo en que se le había pasado de golpe la locura amorosa por el tipo. Si un segundo antes estaba dispuesta a pagar por un rato más en el cuartito con él, ahora lo miraba, me pareció, con un poco de asco.

Igual, yo sabía que lo iba a comentar con las otras: con Micaela, o con Miriam, que siempre estaban

LoS oCoteS

De GaNÍMeDeSFraCtaLeS

PorFeDerICo reGGIaNI

FoLLETÍN

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LoS oCoteS FraCtaLeSDe GaNÍMeDeS

PorFeDerICo reGGIaNI

FoLLETÍN

más atentas a los chismes que a su trabajo. Aunque todas son así, salvo Mora. Mora era distinta, por eso la voy a ir a buscar.

Así que un poco me preocupé. Seguro que le iban a ir al dueño con el cuento si lo veían por ahí. Suerte que el dueño viene poco y nada al Ganímedes, pero igual me convenía estar preparado. Le hice un gesto a Marcela, como diciendo “es para sacarme de encima a este plomo”, pero vaya a saber si lo entendió. Uno nunca sabe qué le entienden y qué no cuando habla, menos va a saber con gestos.

El asunto es que, de tanto preocuparme y hacer gestos me distraje de nuevo, y no escuché bien qué me decía Cara de Cartón, que había seguido hablando todo el tiempo. Parece que le daba honor conocerme. Ya sé qué “me da honor” no está bien dicho, yo también tengo mi educación, pero es que así hablaba él:

—Me da gran honor si venís conmigo al viaje.Cosas así, decía, y también:—Acá tenés Ganímedes pequeño, pero te puedo

mostrar Ganímedes grande con luna monstruo de helio y de hidrógeno.

Se repetía mucho, además, por eso me acuerdo, pero no es que haya entendido nada.

En circunstancias normales, lo hubiera echado a patadas. Primero me distrajo a la estrella, después me tocó y ahora tenía distraídos a todos: clientela y chicas. Se había ganado una patada portentosa en el medio del c… Pero resulta que le había tomado cariño. Me gustaba escuchar el run run de su voz, sentir la presión de su mano en el antebrazo. Era lindo. Me estiré un poco sobre el mostrador y le di un beso en la frente y se me escapó una sonrisa. El tipo me miró como calculándome.

Estábamos todos contentos. En otro momento, tanta inmovilidad hubiera puesto loco a algún cliente medio cocorito, pero ahora todos nos mira-ban sonriendo. Las chicas también. Alguna estaba sentada y le acariciaba la mano al cliente como si fuera la novia: cariñosa y distraída. Pensé si no sería mejor negocio tener eso en el Ganímedes: un lugar donde la gente no fuera a c… sino a ponerse

contenta y cariñosa. ¿Y si ponía un negocio por mi cuenta con el Cara de Cartón? Tenía toda la pinta de ser un socio confiable.

Hasta me sentí seguro de que podíamos ser amigos. Pensar que al final puse negocio con él o con uno parecido, aunque no exactamente como socio… En fin, han pasado tantas cosas y todavía me emociona ese momento.

La única que no estaba contenta era Marcela. No estaba furiosa como al principio, ni con cara de capricho de estrella como casi siempre. Estaba como confundida. En eso Cara de Cartón me dijo “¿vamos?” y yo agarré mi campera, saque la plata de la cajita —porque todos somos de confianza pero mejor prevenir que curar— y arranqué con él aunque no tenía la más remota idea de a dónde me estaba invitando.

Casi estábamos en la puerta cuando me acordé de mis obligaciones como encargado de comercio. Pensé un ratito, y no se me ocurrió mejor idea que elegir a Marcela. Al final, como estrella, era algo así como la empleada de mayor jerarquía.

—Yo me voy, Marcela. Ocupate vos.A mí me pareció que se iba a poner bien por la

confianza que le daba. Incluso me parece, todavía, que se tendría que haber puesto contenta. Al final, era como un ascenso. Pero no. Se puso a gritar.

—¡Yo me voy con vos! Hace un rato me moría por tener la p… de este p… en la c…, y ahora no quiero nada y no me muero por nada.

No le di mucha pelota porque el Cara de Cartón ya estaba en la puerta de calle y me dio miedo que se me fuera solo, así que lo corrí y sali-mos a la calle: yo me ocupé del picaporte. Detrás nuestro salió Marcela, así como estaba, en batín de seda falsa y pantuflas, y se me colgó del brazo.

—Yo me quiero morir por algo—, dijo—, y prestame la campera que hace frío.

Y nos fuimos.

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sATÉLiTE dE AmOR

porFlOrenCia CaStellanO

i lustraErica Villar

FoLLETÍN

RESUMEN DE LO PUBLICADO.

Julieta y Pablo intentan llevar una típica vida de familia, sin embargo, los problemas se van sumando. El clima de la casa es taciturno pero nadie parece percatarse. Lisandro, el hijo mayor, tiene conflictos de convivencia y la violencia se instala en sus jornadas escolares. Mientras esto sucede, Julieta conoce a un chofer de remise que la lleva y trae todas las semanas. Este hombre desconocido se va perfilando como una ayuda impensada y bienvenida, en secreto.

Una herida. Julieta salía con Lisandro del hospi-tal mientras conversaban sobre cómo había sido el accidente: un chico de tercero le había tirado un pelotazo, él se había enojado, que te espero a la salida, que no te animás, que se paran de manos y ahí estaban los tres puntos, casi suspensivos, en la oreja izquierda. Julieta abrazó a su hijo mayor en las escaleras. Revisó su celular cuando él le preguntó por su padre. Pablo no había llamado. Estaba por subir a un avión con destino a Bariloche. Momento de embarque, pensó ella pero de repente al verse sola con Lisio, todos los árboles de los Arrayanes se le vinieron encima.

Caminaron unas cuadras y llegaron a la puerta de un gimnasio, donde estaba la parada del colectivo. Como maniquíes vivientes, en una vidriera, cinco personas corrían sobre una cinta al ritmo de Hung up de Madonna. Con Lisio se miraron y sonrieron. Ambos detestaban esos lugares. Al cabo de unos

segundos, el tema continuaba a todo volumen, llenaba la vereda con su pop alegre pero el 59 no venía. El tiempo pasa muy lento -dijo Lisio a tono con la música y Julieta se imaginó en una cinta de aeropuerto, girando en gris, rodeada de valijas, una galaxia propia, hojas de un calendario interminable, el alfa-omega y el tiempo no para.

Pablo no había devuelto el llamado donde ella le decía que estaban yendo para el hospital, que no era grave pero ya salían. El tiempo, a veces, para.

Sin novedades del colectivo, preguntó en un puesto de diarios y le dijeron que por unos arreglos en la calle, el recorrido había cambiado momen- táneamente. No supieron decirle por dónde apare-cía el 59. Expectativa blanda; los minutos se cierran como cajas de embalaje.

Enseguida, Lisio se quejó de que habían espera- do para nada y Madonna acentuó la frase cuando el tic tac de la canción se hace muy perceptible. Julieta suspiró profundo, miró al cielo y deseó que una nave espacial bajara para sacarlos de la avenida. En eso, un Fiesta negro se acercó tanto a la vereda que casi se asustan. Era Marcos, el remisero de la agencia New Grand Prix, la de su barrio. Se sacó los anteojos de sol para saludar y

CAPÍTULO DOS

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les preguntó adónde iban. No pasaron dos segundos que ella y Lisio viajaban en ese auto de regreso a su casa. El hombre se preocupó por la herida del adolescente y le contó que a su edad había estado en varias peleas callejeras. “Me crié en zona oeste”, remarcó con audacia. Detenidos por el semáforo, vieron pasar a dos nenes, de apenas tres años, por la avenida, con sus triciclos a todo vapor y atrás, una pareja corriéndolos hasta cruzar y llegar a la vereda, a salvo.

Los tres rieron ante la escena que parecía sacada de una comedia. Al cambiar el semáforo, Marcos se dio vuelta y dijo: “Viste, cosas normales de varones”, y miró a Julieta con picardía pero también con la intención de llevar calma. Charlaba con su hijo como si lo conociera desde siempre, con una natu-ralidad tan espontánea que parecía irreal. Julieta, en silencio, escuchaba las historias “masculinas” y notaba que Lisio estaba atento. La sensación era la de estar en un fogón, en la noche, en la playa, cuando todos sacan sus mejores cuentos y el tiempo parece adensarse de forma perfecta como cuando dos enamorados se encuentran después de no verse por días y se besan.

Una vez en casa, Lisio y su hermano jugaban a la pelota en el jardín. Julieta chequeó los mensajes telefónicos. Eran tres. El primero de Pablo. Decía que no tenía crédito, que confiaba en que hubiera resuelto el asunto de Lisandro sin problemas, que el trabajo venía bien, que estaba lloviendo mucho en el sur y los chocolates estaban a buen precio. Después, la llamada se cortaba repentinamente como si un rayo hubiera quemado el cable. Desconexión. Desapego. Un pequeño humo en el costado de la ruta, a la distancia.

El segundo mensaje era de New Grand Pr…, la voz de un locutor trepaba sobre el sonido de autos acelerando, como cortina de fondo y no llegaba a completar la oración.

El tercero era del remisero. Decía que había una crema china para mejorar la cicatrización de los puntos. Solo eso. Como una publicidad de telemar-keting. Julieta le agradeció mentalmente el dato y esperó el agua para unos mates. No había terminado de llenar el termo cuando sonó el teléfono y la sacó de la cinta de Moebius.

Era Pianetti, el dramaturgo. Parecía ebrio aunque hablaba con una velocidad apabullante. En

el medio del acelere, ella entendió que había quedado en el papel de la mujer pulpo, para su nueva obra. Aparentemente, el ensayo que había escrito Julieta para pelear por el papel le había parecido “sublime”.

Pianetti le leyó el pasaje que más le había impre-sionado: -Ese, cuando decís que “la mujer actual debe lidiar con un sinfín de actividades elegidas y no tanto, y que en el fondo, sigue esperando para expul-sar su tinta azul y dejarse llevar por sus emociones, ser libre y entablar un diálogo profundo con el otro”. Mañana mismo la quería ver. Urgente. Iba a presentarle a los otros actores seleccionados. No dio nombres; sólo enumeró los personajes: el hombre moto, la chica chucrut, el pibe pizza, la señora de los escapularios que brillan y… la voz de Pianetti quedó colapsada por el equipo de música. Mateo, su hijo menor, había encendido la FM, jugando, en un dial cualquiera pero bien sintonizado, a un volumen exagerado, Satélite de amor de Lou Reed inundó la casa y los chicos explotaron de risa. Inmedia- tamente, dejó de percibir la voz de su nuevo jefe. Se sentía conmovida por la canción y por las palabras que acababa de escuchar. Volver a actuar la entu-siasmaba mucho. La idea de envolverse en una nube azul, en el fondo del mar y desde ahí, en la quietud del silencio, abrir sus emociones hasta tocar con sus tentáculos a otro ser vivo.

En eso, escuchó que Pianetti le decía algo en italiano y se despedía. Miró por la ventana. El jazmín del país empezaba a florecer, tan blanco y perfumado, como ramilletes de pochoclos, apoya- dos, sobre la parrilla. Ese olor le hacía recordar a su infancia y voló mentalmente hasta ahí, hasta casi acariciar los globos rojos de su cumpleaños de siete, los ojos lindos de su madre y la parada de costado, tan típica de su padre. Extendió sus brazos hacia ellos, hasta el pasado y después, giró hasta su presente al ver que Lisio se tocaba el parche de la oreja. Pensó en la pomada china que le había recomendado Marcos, dónde conseguirla. No tenía demasiada información al respecto pero en ese instante sintió que podría conseguirla, que sería como entrar al mar, nadar, salir y tocar la orilla, en un espléndido día de sol.

SatÉLIte De aMor

PorFLoreNCIa CaSteLLaNo

FoLLETÍN

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siLviA

porSantiaGO KaHn

FoLLETÍN

— Estás embarazada -le dijo Perizotti y Silvia estremeció-.

Era de noche aquel 26 de mayo de 1977 cuando, encapuchados, trasladaron a Silvia Suppo y a su hermano Hugo a “La Casita”. Algunos testigos sostienen que ese espacio de tormentos estaba cerca del río, por los olores que se percibían, y que tal vez estuviera cerca de una ruta. La capucha no le dejaba ver a Silvia el piso y al entrar tropezó con piernas de gente sentada. Se oían los gritos. A Silvia la llevan aparte y le preguntan por Reinaldo Hattemer, su compañero, secuestrado meses antes en Rafaela. El interrogatorio gira entorno a él, a otras personas de la ciudad también. Silvia había termi-nado el secundario hacía poco. La hacen desvestirse. La llevan a una habitación. La atan de piernas y brazos a una cama chica. Siempre con la capucha. Le amordazan la boca. No hay forma de situarse en

ese momento sin estremecerse. Van entrando una, dos, tres personas. Y la violan. No puede gritar ni moverse. La desatan. La hacen vestirse. Pide para ir al baño. Vuelve a pasar por ese pasillo, donde estaban las piernas en el piso. Vuelve a tropezarse con ellas. Y de ahí, de vuelta a la Cuarta. A la semana siguiente se repite el mecanismo.

***

— Estás embarazada y a este error hay que repararlo.

Lo que él llamaba un error era en real-idad un crimen. ¿Qué pasó por la cabeza de esa joven de apenas 18 años al escuchar esas palabras retumbar en las paredes grises de esa oficina a la que la habían llevado?

— Ya está todo organizado -siguió diciendo Perizotti, como si le hicieran un favor.

Juan Calixto Perizzotti era, en el ‘77, parte de la Guardia de Infantería Reforzada de Santa Fé. En ese despacho estaba también María Eva Aebi que

CAPÍTULO DOS : EL ERROR

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luego acompañó a Silvia Suppo, vestida de civil, a un consultorio en la ciudad de Santa Fe. Iban con ellas otros dos hombres. Al llegar, el médico le puso un suero sin siquiera dirigirle la palabra. No le hablaría en todo el procedimiento. Estaba llevando adelante un aborto para encubrir las violaciones en el marco de la tortura. Esos 15 ó tal vez 20 minu-tos pueden haber durado un siglo sentada en esa camilla ginecológica. Durante los días posteriores a la intervención, Silvia estaría custodiada por esos dos hombres y su carcelera Aebi. Faltaría todavía un tiempo para la aparición de Monseñor Casaretto, un atadito de ropa y el blanqueo. Pero Silvia eso no podía saberlo.

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/MATENALMENSAjERo

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