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TEXTOS EL SISTEMA DE LOS OBJETOS UNIDAD Nº2 CATEDRA: CIENCIAS HUMANAS DISEÑO INDUSTRIAL FAUD - UNC 2015

Material de estudio trabajo práctico 2

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Ciencias Humanas- Nivel 1 - Diseño Industrial

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Page 1: Material de estudio trabajo práctico 2

TEXTOS

EL SISTEMA DE LOS OBJETOS

UNIDAD Nº2

CATEDRA: CIENCIAS HUMANAS

DISEÑO INDUSTRIAL – FAUD - UNC

2015

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INTRODUCCIÓN

¿Puede clasificarse la inmensa vegetación de los objetos como una flora o

una fauna, con sus especies tropicales, polares, sus bruscas mutaciones,

sus especies que están a punto de desaparecer? La civilización urbana es

testigo de cómo se suceden, a ritmo acelerado, las generaciones de

productos, de aparatos, de gadgets, por comparación con los cuales el

hombre parece ser una especie particularmente estable.

Esta abundancia, cuando lo piensa uno, no es más extraordinaria que la de

las innumerables especies naturales. Pero el hombre ha hecho el censo de

estas últimas. Y en la época en que comenzó a hacerlo sistemáticamente

pudo también, en la Enciclopedia, ofrecer un cuadro completo de los

objetos prácticos y técnicos de que estaba rodeado.

Después se rompió el equilibrio: los objetos cotidianos (no hablo de

máquinas) proliferan, las necesidades se multiplican, la producción

acelera su nacimiento y su muerte, y nos falta un vocabulario para

nombrarlos. ¿Hay quien pueda confiar en clasificar un mundo de objetos

que cambia a ojos vistas y en lograr establecer un sistema descriptivo?

Existen casi tantos criterios de clasificación como objetos mismos: según

su talla, su grado de funcionalidad (cuál es su relación con su propia

función objetiva), el gestual a ellos

vinculado (rico o pobre, tradicional

o

no), su forma, su duración, el momento del día en que aparecen

(presencia más o menos intermitente, y la conciencia que se tiene de la

misma), la materia que transforman (en el caso del molino de café, no

caben dudas, pero ¿qué podemos decir del espejo, la radio, el auto?).

Ahora bien, todo objeto transforma alguna cosa, el grado de exclusividad

o de socialización en el uso (privado, familiar, público, indiferente), etc.

De hecho, todos estos modos de clasificación, en el caso de un conjunto

que se halla en mutación y expansión continuas, como es el de los

objetos, podrán parecer un poco menos contingentes que los de orden

alfabético. El catálogo de la fábrica de armas de Saint–Étienne, a falta de

un criterio de clasificación establecido, nos proporciona subdivisiones que

no tienen que ver más que con los objetos definidos según su función:

Capítulo: Introducción

Editorial: Éditions Gallimard

Lugar: París

Año: 1968

UNIDAD 2: EL SISTEMA DE LOS OBJETOS

“EL SISTEMA DE LOS OBJETOS”, Jean Baudrillard.

Ciencias Humanas FAUD / UNC / 2015

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cada uno corresponde a una operación, a menudo ínfima y heteróclita, y

en ninguna parte aflora un sistema de significados.1

A un nivel mucho más elevado el análisis funcional, formal y estructural

de los objetos, en su evolución histórica, que encontramos en Siegfried

Giedion (Mechanization Takes Command, 1948), esta suerte de epopeya

del objeto técnico señala los cambios de estructuras sociales ligados a

esta evolución, pero apenas si da respuesta a la pregunta de saber cómo

son vividos los objetos, a qué otras necesidades, aparte de las funcionales,

dan satisfacción, cuáles son las estructuras mentales que se traslapan con

las estructuras funcionales y las contradicen, en qué sistema cultural, infra

o transcultural, se funda su cotidianidad vivida. Tales son las preguntas

que me hago aquí. Así, pues, no se trata de objetos definidos según su

función, o según las clases en las que podríamos subdividirlos para

facilitar el análisis, sino de los procesos en virtud de los cuales las

personas entran en relación con ellos y de la sistemática de las conductas

y de las relaciones humanas que resultan de ello.

El estudio de este sistema “hablado” de los objetos, es decir, del sistema

de significados más o menos coherente que instauran, supone siempre un

plano distinto de este sistema “hablado”, estructurado más

rigurosamente que él, un plano estructural que esté más allá aun de la

descripción funcional: el plano tecnológico.

Este plano tecnológico es una abstracción: somos prácticamente

inconscientes, en nuestra vida ordinaria, de la realidad tecnológica de los

1 Pero la sola existencia de este catálogo es, por el contrario, rica en sentido; en su

proyecto de nomenclatura completa existe una intensa significación cultural: que no se

llega a los objetos más que a través de un catálogo, que puede ser hojeado “por puro

gusto” como prodigioso manual, un libro de cuentos o un menú, etcétera.

objetos. Y, sin embargo, esta abstracción es una realidad fundamental: es

la que gobierna las transformaciones radicales del ambiente. Incluso es, y

lo decimos sin afán de paradoja, lo que de más concreto hay en el objeto,

puesto que el proceso tecnológico es el de la evolución estructural

objetiva. Dicho con todo rigor, lo que le ocurre al objeto en el dominio

tecnológico es esencial, lo que le ocurre en el dominio de lo psicológico o

lo sociológico, de las necesidades y de las prácticas, es inesencial. El

discurso psicológico y sociológico nos remite continuamente al objeto, a

un nivel más coherente, sin relación con el discurso individual o colectivo,

y que sería el de una lengua tecnológica. A partir de esta lengua, de esta

coherencia del modelo técnico, podemos comprender qué es lo que les

ocurre a los objetos por el hecho de ser producidos y consumidos,

poseídos y personalizados.

Por lo tanto, es urgente definir desde el principio un plano de racionalidad

del objeto, es decir, de estructuración tecnológica objetiva. Veamos, en

Gilbert Simondon (Du mode d’existence des objets techniques, Aubier,

1958), el ejemplo del motor de gasolina: “En un motor actual, cada pieza

importante está hasta tal punto vinculada a las demás por cambios

recíprocos de energía que no puede ser distinta de como es. La forma de

la culata, el metal con que está hecha, en relación con todos los demás

elementos del ciclo, producen una determinada temperatura en los

electrodos de la bujía; a su vez, esta temperatura reacciona sobre las

características del encendido y del ciclo entero. El motor actual es

concreto, mientras que el motor antiguo es abstracto.

En el motor antiguo, cada elemento interviene, en un determinado

momento, en el ciclo, y después se le pide que ya no actúe sobre los

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demás elementos; las piezas del motor son como personas que trabajaran

cada una por su parte, pero no se conocieran entre sí... De tal manera,

existe una forma primitiva del objeto técnico, la forma abstracta, en la

cual a cada unidad teórica material se la trata como un absoluto, que

necesita para su funcionamiento constituirse en sistema cerrado. En este

caso, la integración nos plantea la resolución de una serie de problemas...

es entonces cuando aparecen estructuras particulares a las que podemos

llamar, para cada unidad constituyente, estructuras de defensa: la culata

del motor térmico de combustión interna se eriza de aletas de

enfriamiento. Éstas están añadidas desde el exterior, por así decirlo, al

cilindro y a la culata teórica y no cumplen más que una sola función, la de

enfriamiento. En los motores recientes, estas aletas desempeñan además

un papel mecánico, pues se oponen, a manera de nervaduras, a la

deformación de la culata por la presión de los gases... ya no podemos

distinguir las dos funciones: se ha desarrollado una estructura única, que

no es una componenda, sino una concomitancia y una convergencia: la

culata nervada puede ser más delgada, lo cual permite un enfriamiento

más rápido; la estructura ambivalente aletas–nervaduras cumple

sintéticamente, y de manera mucho más satisfactoria, las dos funciones

antaño separadas: integra las dos funciones, rebasándolas...

Diremos entonces que esta estructura es más concreta que la anterior y

corresponde a un progreso objetivo del objeto técnico: el problema

tecnológico real es el de una convergencia de las funciones en una unidad

estructural y no el de la búsqueda de una componenda entre las

exigencias rivales. En el caso límite, en este paso de lo abstracto a lo

concreto, el objeto técnico tiende a alcanzar el estado de un sistema

totalmente coherente consigo mismo, plenamente unificado”.

Este análisis es esencial. Nos proporciona los elementos de una

coherencia jamás vivida, jamás legible en la práctica. La tecnología nos

cuenta una historia rigurosa de los objetos, en la que los antagonismos

funcionales se resuelven, dialécticamente, en estructuras más amplias.

Cada transición de un sistema a otro mejor integrado, cada conmutación

en el interior de un sistema ya estructurado, cada síntesis de unificaciones

hace que surja un sentido, una “pertinencia” objetiva independiente de

los individuos que la llevarán a cabo: nos encontramos en el nivel de una

lengua, y por analogía con los fenómenos de la lingüística, podríamos

llamar “tecnemas” a estos elementos técnicos simples (diferentes de los

objetos reales) en cuyo juego se funda la evolución tecnológica. A este

nivel, es posible pensar en una tecnología estructural, que estudie la

organización concreta de estos tecnemas en objetos técnicos más

complejos, su sintaxis en el seno de conjuntos técnicos simples (diferentes

de los objetos reales), en el seno de conjuntos técnicos privilegiados y las

relaciones tecnológicas de sentido entre estos diversos objetos conjuntos.

Pero esta ciencia no puede ejercerse rigurosamente más que en sectores

restringidos que van de las investigaciones de laboratorio a las

realizaciones muy técnicas como las de la aeronáutica, la astronáutica, la

marina, los grandes camiones de transporte, las máquinas

perfeccionadas, etc. Allí donde la urgencia técnica hace que se emplee a

fondo la constricción estructural, allí donde el carácter colectivo e

impersonal reduce al mínimo la influencia de la moda. Mientras que el

automóvil se agota en el juego de las formas, mientras conserva un status

tecnológico minoritario (enfriamiento por agua, motor de cilindros, etc.),

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la aviación, por su parte, está obligada a producir los objetos técnicos más

concretos por simples razones funcionales (seguridad, velocidad, eficacia).

En este caso, la evolución tecnológica sigue una línea casi pura. Pero es

evidente que, para dar cuenta y razón del sistema cotidiano de los

objetos, este análisis tecnológico estructural es insuficiente. Se puede

soñar en una descripción completa de los tecnemas y de sus relaciones de

sentido que baste para agotar el mundo de los objetos reales. Pero no es

más que un sueño. La tentación de utilizar los tecnemas como astros en la

astronomía, es decir, según Platón “del mismo modo que la geometría,

valiéndonos de problemas, sin detenernos en lo que pasa por el cielo, si

queremos hacernos verdaderos astrónomos y convertir en útil lo que hay

por naturaleza de inteligente en el alma” (La República, VII, iv–2), tropieza

inmediatamente con la realidad psicológica y sociológica vivida de los

objetos, que constituye, más allá de su materialidad sensible, un cuerpo

de constricciones tales que la coherencia del sistema tecnológico se ve

continuamente modificada y perturbada. Es esta perturbación, y cómo la

racionalidad de los objetos choca con la irracionalidad de las necesidades,

y cómo esta contradicción hace surgir un sistema de significados que se

proponen resolverla, lo que nos interesa aquí, y no los modelos

tecnológicos sobre cuya verdad fundamental, sin embargo, se destaca

continuamente la realidad vivida del objeto.

Cada uno de nuestros objetos prácticos está ligado a uno o varios

elementos estructurales, pero, por lo demás, todos huyen continuamente

de la estructuralidad técnica hacia los significados secundarios, del

sistema tecnológico hacia un sistema cultural. El ambiente cotidiano es,

en gran medida, un sistema “abstracto”: los múltiples objetos están, en

general, aislados en su función, es el hombre el que garantiza, en la

medida de sus necesidades, su coexistencia en un contexto funcional,

sistema poco económico, poco coherente, análogo a la estructura arcaica

de los motores primitivos de gasolina: multiplicidad de funciones

parciales, a veces indiferentes o antagónicas. Por lo demás, en la

actualidad no se tiende a resolver esta incoherencia, sino a dar

satisfacción a las necesidades sucesivas mediante objetos nuevos.

Así ocurre que cada objeto, sumado a los demás, subviene a su propia

función, pero contraviene al conjunto, y a veces incluso subviene y

contraviene, al mismo tiempo, a su función propia.

Además, como las connotaciones formales y técnicas se añaden a la

incoherencia funcional, es todo el sistema de las necesidades (socializadas

o inconscientes, culturales o prácticas), todo un sistema vivido inesencial,

el que refluye sobre el orden técnico esencial y compromete el status

objetivo del objeto.

Pongamos un ejemplo: lo que es esencial y estructural y, por

consiguiente, lo que es más concretamente objetivo en un molino de café,

es el motor eléctrico, es la energía distribuida por la central, son las leyes

de producción y de transformación de la energía (lo que es ya menos

objetivo, porque es relativo a la necesidad de una determinada persona,

es su función precisa de moler el café); lo que no tiene nada de objetivo y,

por consiguiente, es inesencial, es que sea verde y rectangular, o rosa y

trapezoidal. Una misma estructura, el motor eléctrico, puede

especificarse en diversas funciones: la diferenciación funcional es ya

secundaria (por lo cual puede caer en la incoherencia del gadget.). El

mismo objeto–función, a su vez, puede especificarse en diversas formas:

estamos aquí en el dominio de la “personalización”, de la connotación

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formal, que es el de lo inesencial. Ahora bien, lo que caracteriza al objeto

industrial por contraposición al objeto artesanal es que lo inesencial ya no

se deja al azar de la demanda y de la ejecución individuales, sino que en la

actualidad lo toma por su cuenta y lo sistematiza la producción2 que

asegura a través de él (y la combinatoria universal de la moda) su propia

finalidad.

Es esta inextricable complicación lo que determina que las condiciones de

autonomización de una esfera tecnológica y, por consiguiente, de

posibilidad de un análisis estructural en el dominio de los objetos no sean

las mismas que en el dominio del lenguaje. Si se exceptúan los objetos

técnicos puros con los que nunca tenemos que ver en su calidad de

sujetos, observaremos que los dos niveles, el de la denotación objetiva y

el de la connotación (por los cuales el objeto es caracterizado,

comercializado y personalizado hasta llegar al uso y entrar en un sistema

cultural), no son, en las condiciones actuales de producción y de

consumo, estrictamente disociables, como lo son los de la lengua y la

palabra en lingüística. El nivel tecnológico no es una autonomía

estructural tal que los “hechos de palabra” (aquí, el objeto “hablado”) no

tengan más importancia en un análisis de los objetos que la que tienen en

el análisis de los hechos lingüísticos. Si el hecho de pronunciar la r

arrastrada o guturalmente no cambia nada en el sistema del lenguaje, es

decir, si el sentido de connotación no pone para nada en peligro a las

estructuras denotadas, la connotación de objeto, por su parte, afecta y

2 Las modalidades de transición de lo esencial a lo inesencial son hoy relativamente

sistemáticas. Esta sistematización de lo inesencial tiene aspectos sociológicos y psicológicos, y tiene también una función ideológica de integración (véase “Modelos y series”).

altera sensiblemente a las estructuras técnicas. A diferencia de la lengua,

la tecnología no constituye un sistema estable. Al contrario de los

monemas y de los fonemas, los tecnemas se hallan en evolución continua.

Ahora bien, el hecho de que el sistema tecnológico esté hasta tal punto

implicado, por su revolución permanente, en el tiempo mismo de los

objetos prácticos que lo “hablan” (lo cual es también el caso de la lengua,

pero en medida infinitamente menor); el hecho de que este sistema tenga

como fines un dominio del mundo y una satisfacción de necesidades, es

decir, fines más concretos, menos disociables de la praxis que la

comunicación que es el fin del lenguaje; el hecho, por último, de que la

tecnología dependa estrictamente de las condiciones sociales de la

investigación tecnológica y, por consiguiente, del orden global de

producción y de consumo, limitación externa que no se ejerce, de ninguna

manera, sobre la lengua, de todo esto resulta que el sistema de los

objetos, a diferencia del de la lengua, no puede describirse

científicamente más que cuando se lo considera, a la vez,

como resultado de la interferencia continua de un sistema de prácticas

sobre un sistema de técnicas. Lo que nos da cuenta y razón de lo real no

son tanto las estructuras coherentes de la técnica como las modalidades

de incidencia de las prácticas en las técnicas, o más exactamente, las

modalidades de contención de las técnicas por las prácticas. Y, para

decirlo todo de una vez, la descripción del sistema de los objetos tiene

que ir acompañada de una crítica de la ideología práctica del sistema.

En el nivel tecnológico no hay contradicción: sólo hay sentido. Pero una

ciencia humana tiene que ser del sentido y del contrasentido: de cómo un

sistema tecnológico coherente se difunde en un sistema práctico

incoherente, de cómo la “lengua” de los objetos es “hablada”, de qué

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manera este sistema de la “palabra” (o intermediario entre la lengua y la

palabra) oblitera al de la lengua. Por último, ¿dónde están, no la

coherencia abstracta, sino las contradicciones vividas en el sistema de los

objetos?3

3 Con fundamento en esta distinción, podemos establecer una analogía estrecha entre el

análisis de los objetos y la lingüística o, más bien, la semiología. Aquello a lo que, en el

campo de los objetos, llamamos diferencia marginal, o inesencial, es análogo a la noción

semiológica de “campo de dispersión”. “El campo de dispersión está constituido por las

variedades de ejecución de una unidad (de un fonema, por ejemplo), mientras estas

variedades no traigan consigo un cambio de sentido (es decir, no pasen al rango de

variaciones pertinentes)... En alimentación, se podrá hablar de campo de dispersión de un

plato, el que estará constituido por los límites en los cuales este plato sigue siendo

significante, cualesquiera que puedan ser las ‘fantasías’ de su ejecutor. A las variedades

que componen el campo de dispersión se lasbllama variantes combinatorias. No participan

en la conmutación del sentido, no son pertinentes... Desde hace mucho tiempo se han

considerado las variaciones combinatorias como hechos de palabra; es cierto que se les

asemejan muchísimo, pero en la actualidad se las considera como hechos de lengua,

puesto que son ‘obligadas’.” (Roland Barthes, Communications , núm. 4, p. 128.) Y R.

Barthes añade que esta noción habrá de ocupar un lugar preponderante en semiología,

pues estas variaciones, que son insignificantes en el plano de la denotación, pueden

volverse de nuevo significantes en el plano de la connotación.

Se observa una profunda analogía entre variación combinatoria y diferencia marginal:

ambas tienen que ver con lo esencial, carecen de pertinencia, dependen de una

combinatoria y cobran su sentido al nivel de la connotación. Pero la distinción capital es

que, si la variación combinatoria sigue siendo exterior e indiferente al plano semiológico

de denotación, la diferencia marginal, por su parte, nunca es precisamente “marginal”.

Esto se debe a que el plano tecnológico no designa, como el de la lengua para el lenguaje,

una abstracción metodológica fija, que llega al mundo real por intermedio de las

connotaciones, sino un esquema estructural evolutivo que las connotaciones (las

diferencias inesenciales) fijan, estereotipan y hacen regresar. El dinamismo estructural de

la técnica se fija al nivel de los objetos en la subjetividad diferencial del sistema cultural, el

cual repercute en el orden técnico.

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Cuerpo humano y conocimiento digital

En los últimos tiempos, el cuerpo (humano) no goza de demasiada estima

entre los partidarios del ciberespacio. Algunos, los más indulgentes, lo ven

con bonachona y resignada desconfianza. Otros, en cambio, expresan por

él un arrogante y rencoroso desprecio. Nuestro cuerpo sería, para ellos,

anticuado, superado, en fin, obsoleto. Tras haber permanecido sin

variaciones durante miles de años ahora debería ser cambiado, sustituido

por otro más a la altura de los nuevos y apremiantes desafíos que

provienen de un entorno cada vez más condicionado por las nuevas

tecnologías.

Un artista australiano, conocido por sus fantasiosas performances

biónicas, escribe: «Es tiempo de preguntarse si un cuerpo bípedo, dotado

de visión binocular y con un cerebro de 1.400 cc, constituye una forma

biológica adecuada». Su respuesta es negativa. Y añade: «Ya no tiene

sentido considerar al cuerpo como un lugar de la psique o de lo social,

sino más bien como una estructura a la que controlar y modificar. El

cuerpo no como sujeto sino como objeto, no como objeto de deseo sino

como objeto de rediseño». Y aún más: «Ya no nos beneficia en nada seguir

siendo humanos o evolucionar como especie, la evolución termina cuando

la tecnología invade el cuerpo» (Stelarc, 1994, págs. 63-65).

Desde luego, este modo de pensar (y de expresarse) pertenece al

tradicional estilo fideísta y voluntarista propio de los manifiestos de las

vanguardias artísticas. Se anuncian, en tono apodíctico, inminentes

transformaciones epocales, sin aclarar, en términos plausibles, cómo

podrían acaecer. No querría excluir que frente a estas temerarias

lucubraciones es posible, e incluso culturalmente justificado, asumir una

actitud condescendiente, argumentando que, después de todo, sólo se

trata de provocaciones poéticas, a las cuales se debe reconocer el mérito

de remover un mundo demasiado saturado de certezas.

Esta actitud que, teóricamente, habría podido ser la mía, no carece de

contraindicaciones. La principal es que semejantes teorías encuentran

una amplia resonancia en los media y, por tanto, una difusa credibilidad:

son muchos los que, consolados, por otra parte, por la autoridad de

Marvin Minsky, «piensan que el cuerpo se debe tirar, que el wet ware, la

materia húmeda en el interior del cráneo, el cerebro, debe ser sustituida»

(D. de Kerckhove, 1994, pág. 58). La apuesta en juego, filosófica y

Capítulo: 3-Cuerpo humano y conocimiento digital

Editorial: Paidós Ibérica

Lugar: Barcelona

Año: 1998

UNIDAD 2: EL SISTEMA DE LOS OBJETOS “Crítica de la razón informática”, Tomás Maldonado

Ciencias Humanas FAUD / UNC / 2015

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políticamente hablando, es demasiado alta para tomar a la ligera estas

afirmaciones. Como veremos más adelante, la progresiva artificialización

del cuerpo es un hecho ya patente. Y es seguro que, en el futuro, nuevas

prótesis, cada vez más refinadas, vendrán a enriquecer sus actuales

prestaciones.

El problema no es, pues, para mí, tanto la defensa a ultranza de la

sacralidad natural del cuerpo, o sea creer que entre la técnica y el cuerpo

no pueda haber, como, por otra parte, siempre ha ocurrido, momentos de

convergencia funcional. No hay duda de que los confines entre la vida

natural y la vida artificial hoy aparecen cada vez más huidizos. La tesis

sostenida por G. Canguilhelm, hace treinta años, sobre la continuidad

entre la vida y la técnica, entre el organismo y la máquina, parece

encontrar ahora su definitiva confirmación (G. Canguilhelm, 1965). No

están los androides por una parte y los no-androides por la otra. En la

actualidad, los intercambios son intensos y frecuentes, y los fenómenos

de (casi) hibridación y simbiosis están a la orden del día (K.M. Ford, C.

Glimour y P.J. Bayes, 1995).

Por otra parte, el cuerpo siempre ha estado condicionado (e incluso

determinado y conformado) por las técnicas socioculturales. Basta citar

las «técnicas del cuerpo» (M. Mauss, 1968) y las técnicas (o prácticas)

sociales coercitivas que se ejercitan sobre un cuerpo convertido en

objeto, sobre un «cuerpo-objeto» (M. Foucault, 1975). Las primeras nos

explican cómo los hombres, en toda sociedad, saben servirse del propio

cuerpo; las segundas cómo los hombres, en toda sociedad, se sirven del

cuerpo de los demás para los propios fines.1

1 Véase B. Huisman y F. Ribes (1992), pág. 142

Prescindiendo de sus aspectos cómicos y grotescos, lo que no convence

en los discursos sobre la necesidad de tirar el cuerpo humano (cerebro

incluido) al cubo de las especies extinguidas es la sospecha (y en mi caso

más que la sospecha) de que detrás de tales discursos se esconde la vieja

aversión del cristianismo hacia el cuerpo. Esta vez repropuesta con la

apariencia de una ideología neomecanicista y. de ciencia ficción. Porque la

verdad es que el prejuicio contra el cuerpo -el «abominable cuerpo»- fue

una de las contribuciones más nefastas del cristianismo a nuestra cultura

(J. Le Goff, 1985). Una herencia que ha marcado profundamente las

relaciones con nosotros mismos y con los demás.2

Ya Nietzsche (1960, págs. 300-301) lo había intuido, y de ello derivaba su

odio contra los «despreciadores del cuerpo» (<<die Vedichter des

Leibes»). Por lo demás, la historia nos ha dejado una enseñanza que no se

puede (ni se debe) olvidar: el desprecio del cuerpo (sobre todo el de los

demás) ha sido demasiado a menudo la antesala de la despiadada

aniquilación de los cuerpos de mujeres y hombres. Lo testimonia

profusamente la experiencia del universo inquisitorial, pero también del

concentracional (J.-M. Chaumont, 1992). Deberíamos ser cautos, pues,

con la teoría de un cuerpo humano obsoleto e ineficaz al que tirar, y

también con la idea de un cuerpo que replantear sobre la base de un

modelo ideal. También este esencialismo biológico nos trae recuerdos

nada agradables.

Pero si las teorías de estos modernos «despreciadores del cuerpo»

pueden tener, como hemos visto, implicaciones moral y políticamente

execrables, esto no significa que el tema de la relación entre el cuerpo y la

tecnología no sea de extremada importancia en la sociedad

hipermoderna: afecta ante todo al modo en que nuestro cuerpo vivirá la

2 Para una defensa del papel del cuerpo en el cristianismo, véase G. Leclercq (1996).

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aventura de una continuidad entre natural y artificial llevada a sus

extremas consecuencias. Y las incógnitas, digámoslo también, son

muchas.

¿Cómo se configurará, en esta perspectiva, el intercambio de nuestro

cuerpo con el medio ambiente y con los demás cuerpos? ¿Nacerán de

este intercambio nuevas formas de sensorialidad, sensualidad y

sensibilidad, o sólo nuevas variantes (o nuevos rituales) de las ya

conocidas? Y en el caso de que las formas en cuestión fueran

verdaderamente nuevas, ¿deberíamos atribuir- las, una vez más, a la

presunta calidad congénita de las mujeres, y sólo de las mujeres, de

actuar creativamente en este campo? O bien, ¿identificar a las mujeres,

siempre y en cualquier caso, con el universo de la sensorialidad,

sensualidad y sensibilidad no es más que un estereotipo interpretativo

ideado por los hombres para segregar a las mujeres y condenado a

desaparecer?

¿Pero si las mujeres se decidieran a aceptar el desafío artificialista, esto

significaría desembarazarse, por su parte, de la opción naturalista -

«nosotras, las mujeres, responsables privilegiadas de la suerte de la

madre naturaleza»- hoy favorecida por algunas corrientes del feminismo,

opción que ha tenido como consecuencia un alejamiento cada vez mayor

de las mujeres de la participación (y gestión) del desarrollo técnico-

científico?

Donna J. Haraway (1991), importante representante del feminismo

californiano, está convencida de ello. Y no sólo eso. Ella asume, me parece

que sin resistencia, todas las consecuencias de su opción artificialista. La

primera, quizá la más valiente, es la de aceptar la propia condición de

cyborg, una condición ni inocente ni sublime, pero de la cual, a su

parecer, no se puede escapar. «A finales del siglo veinte -escribe

Haraway- en este tiempo mítico nuestro, todos somos quimeras, híbridos

teorizados y fabricados de máquina y organismo: en breve, todos somos

cyborgs. El cyborg es nuestra ontología, nos da nuestra política.» (Trad.

ital., págs. 40-41.)

Conciencia del cuerpo

Es una convicción muy difundida que los seres humanos, a diferencia de

los demás seres vivos, son conocedores (o conscientes) de que tienen un

cuerpo.3

Se trata de una convicción que, por su perogrullesca obviedad, pertenece

desde siempre a nuestro sentido común. Hasta el punto de que cualquier

intento de demostrar su Jalta de fundamento no es, de costumbre,

benévolamente recibido. Es más, se lo juzga un intento desatinado. Y con

razón. Porque, si se lo piensa, es de veras desatinado querer sostener,

contra toda evidencia, que no somos conscientes de nuestro cuerpo.

Sobre todo cuando, en apoyo de esta tesis, se recurre al argumento,

como poco, sorprendente, de que el cuerpo es sólo una ilusión de nuestra

mente y que, por tanto, sería inútil interrogarse sobre el conocimiento (o

no) de algo que no existe.

Estimo que esta teoría, fruto del celo especulativo de un crepuscular

idealismo subjetivo, es filosóficamente aberrante, además de

manifiestamente falsa. Y creo que es preciso rechazada sin rodeos.

Incluso a riesgo de ser tachados de obtuso materialismo, de ingenuo

realismo, o aún peor. Poco importa.

Dicho esto, me parece, en cualquier caso, oportuno evidenciar algunos

matices interpretativos sobre la convicción, evocada al principio, de que

3 J. Starobinski (1981) y F. Dolto (1984).

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somos, a diferencia de otros seres vivos, conscientes de que tenemos un

cuerpo.

Prescindiendo de la conocida dificultad de demostrar que los otros seres

vivos son capaces (o no) de un comportamiento genuinamente

consciente, queda el problema del modo en que, en los seres humanos, se

prefigura: el conocimiento del propio cuerpo.

Detengámonos un momento en la premisa de que somos conscientes de

que tenemos un cuerpo. Hay algo que no convence en el uso del verbo

tener. Estimo que es, en última instancia, desorientador sobre la

verdadera naturaleza de nuestra conciencia corporal. La idea de tener un

cuerpo permite suponer que estamos en posesión de un cuerpo. Algo de

lo que nosotros, en un momento dado, nos hemos adueñado. Algo que

antes no teníamos y que, de repente, hemos adquirido o nos ha sido

concedido.

Bien mirado, ser conscientes de nuestro cuerpo es un hecho extraño a la

idea de posesión. En nuestro cotidiano cuerpo a cuerpo con nuestro

cuerpo, nunca pensamos que estamos en posesión de un cuerpo, sino

sencillamente que somos un cuerpo. Los dolores y los placeres de nuestro

cuerpo son nuestros dolores y placeres.

Desde luego, en la tradición mística oriental, y también en la occidental,

se ha teorizado (y practicado) la posibilidad de enajenarse, de

desembarazarse del propio cuerpo: una especie de rechazo a ser un

cuerpo en el sentido antes discutido. Más bien se ha querido considerar

que estamos en posesión de un cuerpo y, por tanto, que tenemos libertad

para eximimos de semejante posesión. En breve, de que somos libres

para despojarnos del cuerpo.

Sin entrar a discutir sobre la naturaleza de estas eventuales experiencias

trascendentales del cuerpo, debo decir que mi posición es otra. Para mí,

el cuerpo debe ser entendido más bien como nuestra irrenunciable

realidad cotidiana, como el cuerpo vivido cada día, y en primera persona,

por todos y cada uno de nosotros, como el cuerpo que es sensorialidad,

sensibilidad y sensualidad, en suma, como el cuerpo que somos.

Personalmente estoy persuadido de que, antes de ser un objeto de

sofisticadas reflexiones metafísicas, o de estimulantes valoraciones de

matriz psicoanalítica, o de insensatas conjeturas de ciencia ficción sobre

su futuro, el cuerpo humano es un objeto de conocimiento. En efecto, el

modo de ser conscientes del cuerpo parece íntimamente ligado al

conocimiento que, en cada época, hemos tenido de nuestra realidad

corporal. Pero no sólo eso: además de objeto de conocimiento, el cuerpo

ha sido también un sujeto técnico, un punto de referencia fundamental de

nuestra laboriosidad técnica.

Es superfluo recordar que nuestro cuerpo tiene una historia. La historia

del hombre es, entre muchas otras cosas, la historia, de una progresiva

artificialización del cuerpo, la historia de una larga marcha hacia un cada

vez mayor enriquecimiento instrumental en nuestra relación con la

realidad. Lo cual, a fin de cuentas, no significa más que la creación de

nuevos artefactos destinados a suplir (o completar) las congénitas

carencias prestacionales de nuestro cuerpo. Así nace, en torno a él, un

heterogéneo cinturón de prótesis: prótesis motoras, sensoriales e

intelectivas. El cuerpo, en suma, se convierte en protésico.

Sin embargo, el cuerpo protésico, el cuerpo que hace de sujeto técnico (o,

mejor, tecnificado), no sólo tiene una relevancia operativa, no sólo se

pone al servicio de la necesidad de volvemos más eficaces en la relación

performativa con el medio ambiente. El cuerpo protésico se ha

convertido, hoy en día, también en un formidable instrumento

cognoscitivo de la realidad en todas sus articulaciones, sin excluir, está

claro, su misma realidad.

Page 12: Material de estudio trabajo práctico 2

Artefactos y cuerpo protésico

Si ahora queremos avanzar en el análisis, debemos llamar en nuestra

ayuda a un concepto recurrente en el discurso de los arqueólogos. Aludo

a la noción de artefacto. Se puede decir que; genéricamente hablando, el

artificio es el resultado de la techne, del hacer con arte, el artefacto es su

producto concreto. La cultura material de una sociedad es el conjunto de

todos los artefactos que tal sociedad ha creado.

Hoy hay un acuerdo general en considerar que los artefactos no son más

que prótesis. De ordinario, por prótesis se entienden estructuras

artificiales que sustituyen, completan o potencian, parcial o totalmente,

una determinada prestación del organismo. Las más conocidas son, por

ejemplo, las dentales y ortopédicas. Pero la noción de prótesis asume

ahora un sentido mucho más amplio.

Desde esta óptica, se ha hecho necesario desarrollar una articulada

taxonomía del universo protésico. Están, en primer lugar, las prótesis

motoras destinadas a acrecentar nuestra prestación de fuerza, de

destreza o de movimiento. A esta categoría pertenecen todos los

utensilios y herramientas que, desde siempre, nos han ayudado a hacer

más fácil y precisa la elaboración de la materia. Prótesis motoras son, por

ejemplo, el martillo, el cuchillo, la tenaza, el destornillador, las tijeras, las

pinzas, el cincel y la sierra, pero también todas las máquinas herramientas

de la moderna producción industrial. Por otra parte, forman parte de la

misma categoría los medios de transporte y de locomoción. En un primer

momento, puede parecer extraño decir que la bicicleta, la motocicleta, el

automóvil, el tractor, el tren y el avión son prótesis. Si se reflexiona,

empero, es difícil no reconocer 'que efectivamente lo son: es obvio que

facilitan nuestra movilidad, amplían nuestro radio de acción y nos hacen

accesibles espacios que, de otro modo, habrían sido inalcanzables. Son

prótesis porque suplen y subrogan.

Otra importante categoría está constituida por las prótesis

sensorioperceptivas. Prótesis de este tipo son los dispositivos para

corregir minusvalías de la vista o del oído (gafas y prótesis acústicas), pero

no sólo eso. Pertenecen a dicha categoría también todos los aparatos y

los instrumentos que nos permiten percibir esos niveles de la realidad

que, normalmente, no son accesibles (el microscopio, el telescopio, los

aparatos de radiología médica computadorizada, etc.). Prótesis

sensorioperceptivas se pueden considerar igualmente las técnicas que,

entre otras cosas, fijan, registran y documentan imágene9 (la fotografía,

la cinematografía, la televisión, etc.).

Además de las prótesis motoras y de las sensorioperceptivas, hay una

tercera categoría: las prótesis intelectivas. El ser humano, pese a su

excepcional capacidad intelectiva, o quizás a causa de dla, tiende a

potenciada cada vez más, recurriendo a dispositivos que permiten

almacenar y procesar una sorprendente cantidad de datos. El más

importante ejemplo de esta clase de dispositivo es el moderno

ordenador, cuyos tímidos precursores han sido indudablemente el viejo

ábaco y la regla de cálculo. Otros ejemplos de prótesis intelectivas son el

lenguaje y la escritura.

Hay, asimismo, una cuarta familia de prótesis nacida recientemente. Me

refiero, en concreto, a las prótesis sincréticas. En este caso, los tres tipos

de prótesis (motoras, sensorioperceptivase intelectivas) confluyen en una

única y articulada agrupación funcional. Una variedad de estas prótesis, si

no la única quizá la más importante, está constituida por los robots

industriales. Sobre todo los de la última generación, los denominados

robots inteligentes. Notoriamente, los robots industriales inteligentes son

sistemas mecánicos altamente automatizados, o sea mecanismos en

condiciones de realizar, sin (o con un mínimo de) participación operativa

del hombre, complejísimas intervenciones tanto de desplazamiento y

elaboración de materiales como de manipulación de equipamientos,

Page 13: Material de estudio trabajo práctico 2

maquinarias y componentes. Se trata de sistemas mecánicos

preprogramados que, gracias a los formidables progresos de la

informática y de la microelectrónica, consiguen combinar

interactivamente cálculo, acción y percepción en la gestión de los

procesos productivos.

En síntesis, se puede decir, para entendemos, que los robots son

estructuras que «piensan», «actúan» y «perciben». (Por supuesto, aquí

las comillas son obligatorias.)

He aquí por qué los robots de la última generación, por la tarea vicaria

global que asumen, deben ser estimados prótesis sincréticas. No

obstante, alguien podría objetar que semejante prótesis no es, con toda

lógica, una prótesis propiamente dicha. Va de suyo que una prótesis es tal

cuando, y sólo cuando, existe un sujeto respecto al cual desarrolla su

función integradora o sustitutiva. En el caso hipotético de que un robot

alcanzara un estado de absoluta autorreferencialidad y autosuficiencia,

difícilmente se lo podría juzgar sensu stricto una prótesis.

Pero, bien mirado, esta total autonomía de un robot, autonomía

entendida, sin más, como capacidad de autodiseño, autoprogramación y

autorreproducción, es de veras hipotética. Hoy en día, el robot, incluso el

más sofisticado, es proyectado, programado y reproducido por nosotros.

Es, por consiguiente, una creación nuestra. En la práctica, un sosias

nuestro al que confiamos la tarea de desarrollar, en nuestro nombre,

determinadas funciones que nosotros, no importa por qué motivo,

preferimos no asumir en primera persona. Desde esta óptica, el robot

debe ser considerado, fuera de toda duda razonable, una prótesis.

Natural-artificial

Pienso que ahora es importante tratar de aclaramos las ideas sobre este

aspecto de nuestro asunto. Normalmente, el artificio es tomado como el

resultado de un hacer humano con arte y la naturaleza, en cambio, como

una realidad hecha por sí misma. La naturaleza, por consiguiente, es

entendida como una realidad autónoma, una realidad que se sitúa más

acá y más allá de la intervención con arte.

No se puede olvidar al respecto que la contraposición naturaleza-artificio

no es en absoluto nueva.4 Ya en la antigüedad se verifica el duro

enfrentamiento entre naturalistas y artificialistas, entre aquellos para los

cuales la naturaleza se hace por sí misma y aquellos para los que todo,

incluida la naturaleza, es artificio. Plinio el Viejo, con su Historia naturalis,

es el representante más radical del naturalismo. En efecto, Plinio sacraliza

la idea de la naturaleza: la naturaleza es (y debe seguir siendo) ajena al

artificio. Es más, el artificio es demonizado, se 10 juzga una calamidad

para la naturaleza. En la misma línea se mueve Diógenes de Sínope, el

gran anticipador del moderno fundamentalismo ecológico. Para Diógenes,

nunca se debe menoscabar el orden de la naturaleza. Ni siquiera la

necesidad de satisfacer las necesidades humanas justifica recurrir al

artificio, ya que, según Diógenes, el artificio siempre contribuye a

desnaturalizar la naturaleza. Y, por tanto, a desnaturalizar al hombre.

El poeta Lucrecio, en cambio, es el representante, no menos radical, del

artificialismo. Siguiendo los pasos de Epicuro, Lucrecio enuncia su

memorable apotegma: «Nada es naturaleza, todo es artificio». Pero el

dicho lucreciano resume muy bien sólo un aspecto, si bien importante, del

artificialismo: subraya la congénita tendencia de la realidad (natural) a

4 Debemos un documentado informe sobre la continuidad de este tema en la historia del

pensamiento occidental sobre todo a los estudiosos franceses]. Ehrhard (1963), S.

Moscovici (1968), R. Lenoble (1969) y e. Rosset (1973); véase G. Bohne (1989).

Page 14: Material de estudio trabajo práctico 2

autoartificiali¬zarse, a autoorganizarse y a cambiar sus formas,

estructuras y funciones en el curso del tiempo. Hasta el punto de que la

realidad acaba por identificarse totalmente con el artificio.

Hay otro aspecto, empero, que no está presente en Lucrecio. O al menos

sólo lo está de manera implícita. Me refiero a la artificialización como

resultado de la intervención directa del hombre sobre la naturaleza, un

proceso mediante el cual el hombre, desde el exterior, contribuye a

artificializar la naturaleza. Digo que, en Lucrecio, esto está presente de

manera implícita porque si «todo es artificio», como afirma, nada impide

ver en la actuación del hombre uno de los factores, con seguridad el más

decisivo, de autoartificialización de la realidad.

Ahora querría citar a cuatro grandes pensadores modernos que han

defendido un artificialismo muy similar al de Lucrecio. Aludo a Voltaire,

d'Alembert, Kant y Marx. «Me llaman naturaleza y yo soy toda arte», dice

Voltaire. En una famosa definición de d' Alembert, la naturaleza es, entre

otras cosas, <el conjunto de las cosas creadas», también de las creadas

por el hombre. Kant va más allá: «el arte de la naturaleza es una técnica

de la naturaleza». Marx habla de «naturaleza humanizada» y de

«naturaleza artificializada».

En estas cuatro tomas de posición se transparenta, con distintos matices,

la común voluntad de romper el aislamiento de la idea de naturaleza, tal

como había sido postulada por los naturalistas: la idea, a mi parecer

errónea, de que naturaleza y artificio son dos compartimentos estancos.

Y, siempre y en cualquier caso, contrapuestos. Pero se entrevé también

una mal oculta desconfianza hacia el mismo término naturaleza. En el

siglo XX, esta desconfianza se transformará en un franco repudio. Freud,

por ejemplo, no esconde su profunda aversión al respecto. El término

naturaleza, escribe Freud, encubre «una abstracción vacía y está

desprovisto de todo interés práctico».

En efecto, en el contexto de un discurso científico, basado en la

objetividad y en la verificación empírica, el término naturaleza resulta

poco útil, por cuanto, la mayoría de las veces, hace referencia a valores y

creencias de corte romántico (e incluso sentimental) que tienen sentido,

desde luego, en un contexto literario (o artístico), pero relativamente

poco fuera de él. Sin contar con el hecho de que, en el lenguaje cotidiano,

la palabra naturaleza está con frecuencia impregnada de connotaciones

subjetivas fuertemente ligadas a las vivencias personales.

Quizás ahora estemos en condiciones, con conocimiento de causa, de

relativizar la vieja dicotomía natural-artificial. Hay exigencias de lo natural

que llevan a lo artificial, y viceversa. La máquina fotográfica, por ejemplo,

imita al ojo de los mamíferos. El radar es una especie de sensorialidad

artificial que se inspira directamente en la sensorialidad natural de los

murciélagos.

Las articulaciones del robot (sus «brazos» y sus «manos») tienen por

modelo las de nuestro cuerpo. En los últimos tiempos, la relación natural-

artificial se ha hecho aún más compleja: No es sólo lo artificial que da pie

a lo natural, sino que es lo artificial que se une, que pasa a formar parte

de lo natural. Basta pensar, para dar un ejemplo, en los aparatos

electrónicos a batería para regular determinadas funciones del

organismo. Uno de éstos, quizás el más conocido, es el marcapasos

artificial.

Pero ¿por qué el hombre, a punto de convertirse en tal, se ve obligado,

para sobrevivir, a desarrollar artefactos, o sea, por qué (y cómo) el homo

se convierte en faber? Las explicaciones son diversas. La más difundida es

la proporcionada por los antropólogos, biólogos y paleontólogos, pero

también por los cultores de la antropología filosófica. Entre estos últimos

no se puede olvidar la controvertida figura de Arnold Gehlen (1950) que,

siguiendo los pasos de J.G. Herder, J. van Uexkûll, M. Scheler y K. Lorenz,

Page 15: Material de estudio trabajo práctico 2

ha teorizado al hombre como un animal que nace incompleto (unfertig),

indeterminado (nicht festgestellt) y deficiente (mangelhaft). En breve:

como un animal que nace débil. Aparte del uso ideológico reaccionario

que hace Gehlen, a mi juicio abusivamente, de su propia teoría, no hay

duda de que su descripción se corresponde con la realidad.

Es, sin duda, evidente que el humano recién nacido es incompleto,

indeterminado y deficiente. No es un misterio que el ser humano viene al

mundo prematuramente, en un estadio precoz de la ontogénesis, y que

en el momento del nacimiento aún no está listo para introducirse

rápidamente (y eficientemente) en el medio ambiente. El período de

ineptitud, como lo llama B.G. Campbell (1966), dura de dos a tres años.

Aunque destinado a la posición erecta y bípeda, en los primeros tiempos

el humano recién nacido se comporta casi como un cuadrúpedo y, en

relación a otros mamíferos y simios superiores, está escasamente dotado

para sobrevivir. Necesita protección en todo. No sabe caminar y está

desprovisto de cualquier sentido de la orientación. En los primeros días es

notoriamente incapaz de distinguir una figura del fondo. Su mundo es

plano, carente de concavidad y convexidad. En suma, no está a la altura

del desafío del medio ambiente.5

Cuando, más tarde, supere esta fase crítica inicial, el hombre seguirá

estando igualmente condicionado por la persistencia de algunas carencias

que lo hacen vulnerable. Los órganos sensoriales de los animales están

altamente especializados, o sea unilateralmente encaminados a un

objetivo. El hombre es una excepción: desde luego, es lo opuesto a un

«ser programado para la especialización».

5 La idea de que el recién nacido es incapaz de tener visión tridimensional es aún objeto de

controversia, véase J. Mehler (1994).

El hombre está «abierto al mundo». O, mejor, a los mundos. No está

encerrado, como los animales, desde el nacimiento a la muerte, en un

mundo, un mundo estrecho del que un esquema connatural ha

sancionado rígidos condicionantes y trazado insuperables confines. Como

todos los animales, el hombre tiene, con seguridad, un lugar -su nicho--,

pero sólo él consigue inventarse los medios que le permiten traspasar los

confines de su lugar. Carente de especializaciones inscritas en su ajuar

genético, está dispuesto, en principio, a explorar todos los mundos

posibles. Lo cual, en la práctica, significa estar en condiciones de adquirir,

de crearse motu propio esas especializaciones que le faltan, pero que son

imprescindibles para actuar fuera de su propio mundo originario. Sin

embargo, el precio que paga por semejantes aperturas es bastante alto.

Su interés y su curiosidad por todas las cosas le impiden concentrarse,

como hacen los demás animales, en pocas cosas pero con gran eficiencia.

Lo curioso, empero, es que los condicionantes negativos derivados de sus

carencias son compensados por específicas capacidades que, como

hemos dicho, sólo él posee. Entre éstas, la más distintiva es su capacidad

de hacer de la necesidad virtud, de mudar las desventajas en ventajas.

Dicho de otro modo: de hacer palanca en sus debilidades constitucionales

para transformadas, mediante intervenciones compensatorias, en

verdaderas capacidades adicionales. Hay fundados motivos para creer

que esto se debe sobre todo al hecho de que sus debilidades no son

sectorial mente homogéneas.

Examinemos, para entendemos, el caso de la visión. Por un lado, su visión

de lejos, pese a la amplitud y la profundidad que le permiten su posición

erecta y la implantación visual binocular y estereoscópica, tiene escasa

agudeza y no puede compararse con las prestaciones visuales de muchos

mamíferos depredadores, por ejemplo los leopardos, que tienen una

increíble agudeza de percepción de lejos. Una agudeza, está claro, que no

afecta sólo al aspecto visual, sino también al operativo. El leopardo, según

Page 16: Material de estudio trabajo práctico 2

los etólogos, está en condiciones de valorar desde lejos el

comportamiento y la calidad d¡ la presa, además de la distancia y la

velocidad requerida para alcanzada con éxito (J. Reichholf, 1994).

De la opacidad a la transparencia del cuerpo

Hay un hecho, como poco, curioso: el proceso de artificialización del

cuerpo ha avanzado, durante milenios, a un ritmo sostenido, aun cuando

nuestras ideas sobre el cuerpo, su estructura y su funcionamiento han

sido durante mucho tiempo vagas, inciertas y superficiales. Es más, gran

parte de ellas -hoy lo sabemos- eran equivocadas. En un momento dado,

empero, el mismo proceso de artificialización ha abarcado áreas en las

que parecía imprescindible un conocimiento del cuerpo más exacto.

En otras palabras, el cuerpo ya no podía seguir siendo una «caja negra».

Desde luego, los esfuerzos para desvelar sus secretos, para hacerlo menos

opaco, más transparente, tienen -como veremos- una larga historia. Se

debe reconocer, empero, que la contribución decisiva en este sentido, la

verdadera inflexión, se debe atribuir a la moderna radiología médica.

En los orígenes de la radiología médica está el revolucionario

descubrimiento de los rayos X por parte de Rontgen. Pero Rontgen,

notoriamente, no era médico, sino físico experimental. La radiología

médica nació, como su mismo nombre indica, de una convergencia entre

la física de las radiaciones y la medicina. Y también de las contribuciones

de la química, la biología y las tecnologías instrumentales. Esta fuerte

tendencia interdisciplinaria de sus orígenes no se detiene aquí. Al

contrario, se acrecienta con el tiempo.

Desde comienzos de los años ochenta, el formidable potencial de

modelización y simulación proporcionado por la gráfica computadorizada

abre nuevas e inauditas perspectivas a la radiología médica. Tanto en su

componente diagnóstico, como en el terapéutico, e incluso quirúrgico.

Este nuevo desarrollo abre el camino a clamorosos desarrollos

tecnicocientíficos que, recurriendo a las técnicas de radiaciones ionizantes

o no ionizantes, hacen cada vez más rico y detallado el conocimiento de

un universo que la opacidad somática había siempre escondido, cediendo,

a lo sumo, algunos de sus l¡ecretos sólo a través de actos invasores.

Quedaba sin resolver, empero, el problema de cómo traducir este

conocimiento en modelos o simulaciones tridimensionales que

permitieran intervenir operativamente, es más, interactivamente y en

tiempo real, sobre las imágenes obtenidas.

Esto se ha hecho posible gracias a las nuevas técnicas de radiología

médica computadorizada -tomografía axial computadorizada, tomografía

de emisión de positrones, resonancia magnética y tomografía de emisión

de fotón único-, pero también a los nuevos sistemas informáticos de

virtualización, que, en cierto sentido, vienen a complementar esas

técnicas.6

Así, el medical imaging se enriquece con nuevos instrumentos de

visualización y con nuevas técnicas en la modelización de los sólidos. Se

conquista, de pronto, la posibilidad de ver los órganos y los aparatos de

nuestro cuerpo en cuatro dimensiones (tres espaciales y una temporal).

Ahora, por primera vez en la historia de la clínica médica, se está en

condiciones de observar in vitro, mediante un monitoreo dinámico

interactivo en un espacio tridimensional, las estructuras y las funciones

6 Véase sobre el tema J. McLeod y J.Osborn (1966), E. N. C. Milne (1993), L.L. Harris (1988),

N. Laor y J. Agassi (1989), C. R. Bellina y O. Salvetti (1989), R. O. Cossu, O. Marcinolli y S.

Valerga (1989), M. J. Gore (1992), H. Hohne y otros (1992), G. Cittadini (1993), M.

Silberbach y D.J.Sahn (1993).

Page 17: Material de estudio trabajo práctico 2

del cuerpo humano in vivo. Y no sólo eso: se está asimismo en

condiciones, como veremos, de intervenir (incluso quirúrgicamente) sobre

tales estructuras y funciones.

Estaría tentado de decir que estamos frente a una novedad revolucionaria

en el ámbito de la modelización científica. De ordinario, el fenómeno es

puesto en relación con el nacimiento de ese repertorio de imágenes de

síntesis que, con una expresión no demasiado feliz (pero quizás eficaz a

nivel divulgativo), se ha convenido en llamar realidad virtual.

Aunque semejante aproximación sea más que justa, es necesaria una

precisión. Bien mirado, los modelos científicos de tipo visual figurativo

han sido siempre virtuales. La novedad de los modelos que estamos

discutiendo aquí no reside tanto en t: hecho de que sean virtuales, sino en

su peculiar modo de sedo. Su novedad, permítaseme la paradoja, se debe

buscar más bien en el hecho de que son los modelos virtuales más reales

que nunca se hayan concebido. Modelos más reales en el sentido de más

parecidos -formal, estructural y funcionalmente- a los objetos

simbolizados, modelos, pues, operativamente más fiables para quien

debe utilizados como instrumentos cognoscitivos.

No hay duda de que el fuerte impacto innovador de la modelización

virtual interactiva se hace sentir hoy en la totalidad de las disciplinas (o

especializaciones) médicas. Tiene un papel de vasto alcance, y cada vez

mayor, en la anatomía, en la fisiología, en la diagnosis, en la terapéutica y,

últimamente, incluso en la cirugía. No podía ser de otro modo. Si es

verdad, como lo es, que este tipo de modelización está en condiciones de

potenciar notablemente el conocimiento del cuerpo humano, está claro

que esto no puede dejar de interesar directamente a todos los sectores

de la medicina.

La característica más saliente de los nuevos modelos virtuales interactivos

es su capacidad de funcionalizar las estructuras representadas. Sin

embargo, sería reductivo creer que se trata de una aportación técnica a

una renovación sólo figurativa de la anatomía descriptiva. Bien mirado,

nada está más lejos de semejante modelo que el mero reconocimiento

estático de las morfologías estructurales. En tanto manufactura dinámica,

en funcionamiento, el modelo virtual interactivo contribuye a hacer

explícita la función de las estructuras.

y es así como se intuye, por otra parte, por qué los modelos virtuales

pueden concurrir, si no a desvanecer, al menos a hacer menos

esquemática la clásica distinción entre describir la forma de una

estructura y describir su función, entre anatomía y fisiología. Algunos

estudiosos formulan la hipótesis, siguiendo los pasos del gran anatomista

Alf Brodal, de que la progresiva virtualización del medical imaging

favorecerá, en resumidas cuentas, el nacimiento de una nueva anatomía,

en la que estructura y función sean inseparables. «En la nueva imagen

funcional», observa agudamente el neurorradiólogo sueco Torgny Greitz,

«estamos en condiciones de describir la nueva anatomía». 7

Pero cuando debemos enfrentamos con novedades técnico-científicas de

vasto alcance, es útil mirar hacia atrás, no sólo para saber de dónde

provienen tales novedades, sino para estar en condiciones de examinar,

en un marco de referencia más rico, el papel que ellas están asumiendo

hoy e incluso el que pueden desarrollar en el futuro.

Hasta hace pocos siglos, los medios a disposición eran sólo los sentidos

del médico: el oído para auscultar el rumor proveniente del interior del

organismo, pero también para escuchar del paciente la descripción de sus

7 T. Greitz, 1983

Page 18: Material de estudio trabajo práctico 2

propios sufrimientos; el tacto para palpar y detectar las características de

los tejidos, el estado y el funcionamiento de los órganos profundos; el

olfato para oler las eventuales exhalaciones; y la vista para juzgar sobre

todo el rostro y los aspectos exteriores del cuerpo. Esta última, empero,

generalmente no era considerada muy fiable. Comienza a sedo, y no por

casualidad, sólo cuando se liberaliza la práctica de la disección.

Se deberá esperar a la llegada de los grandes anatomistas (y disectores)

del Renacimiento -Leonardo da Vinci, Berengario da Carpi, Andrea

Cesalpino, Andrea Vesalio, Charles Estienne, J. Valverde de Amusco y

Girolamo Fabrici d'Acquapendente para dar a la visión una centralidad

que nunca antes había tenido. Una visión que se identifica con la

disección, que desafía la opacidad del cuerpo, su presunta sacralidad, que

se propone hacer visible lo que es invisible en él, que quiere indagar

meticulosamente cómo está construido y cómo funciona el taller -la

fabrica- del cuerpo humano. Se inaugura el invasor reino del ojo.

Según el historiador Piero Camporesi (1985), con los anatomistas del

Renacimiento se «interioriza el ojo de Dios». Para las religiones

monoteístas, la omnisciencia de Dios se explicaba porque lo veía todo. En

los siglos XV y XVI, el médico disector y el artista disector, cogidos por la

«atroz voluntad de estudiar», aparecen obsesionados por el deseo de

alcanzar la misma visión total. Su despiadada y, a veces, cruel invasión es

justificada (y legitimada) por el supuesto de que, a fin de cuentas, sus ojos

no serían más que sumisas prolongaciones del ojo de Dios, que, como

dice Camporesi, «escrutaba y hurgaba por doquier» y «al que nada podía

permanecer escondido». Y así la visión emprende el «viaje dentro del

hombre», la ocular inspección de esa «fábrica dentro de una fábrica» que

es el interior de nuestro cuerpo.8

8 Sobre el cuerpo como «simulacro biológico», véase U. Galimberti (1987), págs. 46- 5 1.

Pero no sólo eso: la visión asume la tarea de documentar, de ilustrar

gráficamente los conocimientos adquiridos. La primacía de la visión, como

era de esperar, se convierte en la primacía de la imagen. Y he aquí las

tablas anatómicas de Vesalio. Con Vesalio, la anatomía se convierte en

objeto de simbolización. De una simbolización a la cual se exige un

elevado verismo, la próxima fidelidad descriptiva. Tendencia que llevará,

en los siglos sucesivos, como ha demostrado otro historiador, Martin

Kemp, a un cada vez mayor realismo en las ilustraciones anatómicas,

realismo del que son un sorprendente ejemplo las imágenes realizadas en

el siglo XVIII por William Chelselden, Bernard Sieg,fried Albinus y William

Hunter, y también las ceras anatómicas de los ceroplastas florentinos y

boloñeses.9

9 Véase Paolo Rossi (1988), E. Battisri(1989), 1. Belloni (1990), M.Kemp (1993), C. M. de

Saunders, J.B. y Ch. D. O'Malley (1993), W. F. Bynum y R. Porter (1993) y A. Carlino (1994).

Page 19: Material de estudio trabajo práctico 2

Las nuevas temporalidades

Con respecto a la lectura de la realidad, el «sentido común» puede ser

entendido como la parte más profunda de nuestra estructura mental, lo

que hace que nos sintamos situados en un espacio y un tiempo que

compartimos con los demás, del que podemos hablar con otros

presumiendo qué nos referimos a la misma cosa.

Como se sabe, el sentido común no tiene necesidad de referirse a cómo

son las cosas de verdad (y quizá nunca nadie lo pueda decir), sino a cómo

éstas se han percibido en el tiempo. Todos sabemos que la tierra es

redonda y que gira alrededor del sol. Esto no quita para que en nuestra

vida concreta la consideremos como una superficie plana y que todas las

mañanas podamos decir que el sol ha salido.

Lo mismo podemos decir de la idea de materia. Si para la ciencia y la

filosofía el interrogante acerca de lo que es la materia siempre ha dado

lugar a profundas discusiones (y además cuanto más avanza la ciencia, la

respuesta parece menos clara), para el sentido común la respuesta

parecía clara. La materia es algo sólido, pesado, inerte, resistente y

duradero. La materia supone cansancio; cansancio cuando se transforma,

cansancio cuando se transporta. La materia es el sus trato estable de

nuestras experiencias. Es el ente estático y mudo al que se oponen la

ligereza y efervescencia de las ideas.

Las cosas de las que e! mundo está hecho son partícipes de esta inercia,

de este peso y de esta duración. Lo mismo podemos decir de los objetos

artificiales producidos por e! hombre que surgen de la dialéctica entre las

ideas y la materia y están mediatizados por el cansancio de la mano que

los realiza.

En realidad, se podría decir que también los fluidos, el agua y el aire, son

materias, y observar que el hombre no reconoce sólo las formas

congeladas en la materia estática de los sólidos, sino también las formas

generadas por los fluidos: como la de un remolino de agua en e! agua o la

de un molinillo de polvo en el aire.

La reflexión sobre la materia fluida y las formas que ésta crea, ha

interesado a algún filósofo o científico, sin embargo en nuestra cultura no

se ha convertido en «sentido común». Durante milenios nuestro mundo

siempre ha sido un mundo de solidez sin que existieran motivos para

imaginar algo diferente.

Durante milenios el hombre ha trabajado con los mismos, escasos

materiales. Hasta la revolución industrial el ambiente artificial estaba

constituido casi exclusivamente por madera, piedra, arcilla, piel, fibras

naturales y, en menor medida, por algún metal. Al mismo tiempo las

UNIDAD 2: EL SISTEMA DE LOS OBJETOS “Artefactos”, Ezio Manzini

Ciencias Humanas FAUD / UNC / 2015 Capítulo: 3-Los tiempos de lo artificial

Editorial: Celeste

Lugar: Madrid

Año: 1992

Page 20: Material de estudio trabajo práctico 2

formas que el hombre extraía con cansancio de la materia iban

evolucionando, pero esta evolución, excepto en momentos particulares,

era lenta, casi imperceptible de una generación a otra.

Con la repetición de la experiencia, la acumulación de memoria subjetiva

y colectiva produjo una semántica de los materiales y de las formas. La

materia comenzó a hablar del mundo físico y cultural que contribuía a

construir y que había construido en el pasado. Y de este encuentro entre

propiedades físicas y valores culturales surge la identidad de los

materiales; un conjunto de propiedades que acababan siendo intrínsecas

al propio material y que éste llevaba como un don a las formas que

surgían de él, enriqueciéndolas en profundidad y espesor cultural.

Debemos subrayar el carácter de larga duración de esta historia de los

materiales y de las formas: en la permanencia de los materiales, en los

largos tiempos de la evolución de la forma de los artefactos es donde hay

que buscar la construcción del sentido de la realidad material de nuestra

cultura.

Sin embargo, hoy en día algo se ha roto, ya que las informaciones que

nuestros sentidos nos envían parecen cada vez menos procesables con los

tradicionales instrumentos que el sentido común se había construido en

relación a un mundo sólido. La ruptura se ha dado en el aspecto temporal:

lo que era lento, casi estático, en los últimos dos siglos ha comenzado a

sufrir una aceleración, llegando hoy en día a un punto en el que la

velocidad de cambio es tal que resquebraja la solidez del mundo que

percibimos.

Una vez llegados a este punto, nos convendrá pasar del mundo de los

sólidos al de los fluidos y las imágenes dinámicas que éste puede crear.

Sin embargo, entre tanto, puede ser útil reflexionar acerca de algunos

conceptos que provienen de las ciencias cognitivas. Conceptos que,

mientras en el pasado podrían haberse considerado tan sólo como una

interesante reflexión científica, en la actualidad se convierten en

instrumentos fundamentales para una lectura más eficaz de la realidad

cotidiana.

Los tiempos de cambio y profundidad

Nuestra experiencia del mundo se da a través de esas ventanas situadas

entre e «ambiente interno» y el «ambiente externo» que son los sentidos:

sensaciones ópticas, olfativas, táctiles, térmicas, gustativas... un flujo

continuo de informaciones desorganizadas. Estas informaciones son

posteriormente ordenadas componiéndose en imágenes y

estructurándose en un espacio mental; en un conjunto de «escenas»

recíprocamente interconectadas a las que damos el nombre de realidad.

La trama que conecta todo esto, manteniendo unida nuestra experiencia

y junto a ella, a nosotros mismos, es el tiempo. Es en e! tiempo en donde

fluyen las informaciones y es en la reiteración de la experiencia en donde

la realidad que nosotros nos construimos toma consistencia.

El espesor y la realidad de: las cosas no están, pues, en las cosas mismas,

sino que están en nuestra mente y dependen de la cantidad de

correlaciones que una cierta estimulación sensorial consigue generar. Esta

cantidad de correlaciones, depende a su vez, del hecho de que aquella

estimulación ya se, haya dado, y de que se llegue a correlaciones

activadas por experiencias precedentes, tanto directas como indirectas.

Todo esto, tiene que ver con el tiempo; mejor dicho con la persistencia,

con las mutaciones y con el ritmo que son, a fin de cuentas, las únicas

realidades del tiempo de las que podemos tener experiencia.

Como se ha dicho en capítulos precedentes, si el aspecto emergente de

nuestra actual experiencia del ambiente artificial es la sensación de la

pérdida de profundidad, del espesor de la «realidad» de las cosas, más

Page 21: Material de estudio trabajo práctico 2

que en la materia, la causa debemos buscada en el tiempo. Mejor dicho,

en el cambio de la materia de que está hecho el mundo se encuentra el

origen de un flujo de información incongruente con los modelos

culturales que querríamos utilizar y organizar en imágenes mentales.

Debido a la velocidad, es decir al tiempo con el que dicho cambio tiene

lugar, se hacen inútiles los modelos culturales establecidos; debido a la

velocidad de las imágenes mentales que conseguimos construir se nivelan

en superficies planas.

En efecto, desde el punto de vista físico, nuestra relación con los objetos

es en todo momento solamente una relación con sus superficies, de

hecho son las superficies las que nos envían mensajes (ya sean ópticos,

táctiles, térmicos u olfativos).

Pero si superficie es lo que se reconoce como parte de una columna de

mármol y a ella asociamos toda una serie de imágenes ya organizadas en

nuestra memoria, que van desde lo que sabemos del mármol (cuánto

pesa, cuáles son sus características térmicas, cómo es la estructura

interna, cómo reacciona con el tiempo), a toda la historia de los

monumentos y de las obras de arte que se han realizado con este

material, y a los ambientes culturales a que ha pertenecido en el curso de

la historia…todo esto es «el mármol»: con su peso, su profundidad

cultural, y su evidente materialidad.

En cambio, no reconocemos nada o muy poco de la superficie con la que

nos relacionamos, no existen conexiones posibles y la superficie no es

más que un soporte que nos comunica las pocas informaciones que, en

este momento, nuestros sentidos nos transmiten. En otras palabras, si en

una determinada experiencia no se pueden reconocer ciertas formas y

convenciones culturales importantes, esta experiencia se nivela, la

información se organiza de la manera más elemental, es decir en una

superficie sin espesor físico y cultural, en una superficie en la que se

encuentran impresos o proyectados signos pendientes de decodificación.

La velocidad de los cambios, que se basa en la actual vivencia del

ambiente artificial, se articula a su vez en dos aspectos: lo que han

cambiado las cosas y lo que ante nuestros ojos continúan cambiando.

Estos dos aspectos de la velocidad del cambio, aunque sean reconducibles

a análogas motivaciones técnicas, y a pesar de contribuir ambos a la crisis

del tradicional concepto de materialidad de: la experiencia, inciden en

esta última de manera diferente y a diferentes niveles.

Si en realidad sólo se verificase el primero de los dos aspectos (un cambio

tecnológico que sustituye bruscamente el sistema de los materiales y de

los objetos precedentes, con otros totalmente nuevos), podríamos

imaginar la regeneración de una semántica de materiales y de formas

similares a la precedente, a pesar de referirse a significantes y significados

distintos. Sólo sería cuestión de tiempo: el mundo, con más disponibilidad

de tiempo experiencia, volvería a adquirir profundidad.

Sin embargo se verifica también el segundo fenómeno. Los materiales y

las formas cambian continuamente, y a la experiencia no se le da la

posibilidad de repetirse. O mejor dicho, la repetición de la experiencia no

se da de la misma forma que antes. Cuando nos encontramos más de una

vez con un mismo material (si por alguna razón sabemos que se trata del

mismo material), ello no quiere decir que éste nos ofrezca siempre la

misma imagen; y viceversa, cuando nos encontramos más de una vez con

una misma imagen esto no quiere decir que le corresponda siempre el

mismo material.

De este modo, la reiteración de la experiencia no colabora en la

construcción de la identidad compleja y profunda de un determina-do

material (como mucho podemos llegar a pensar que su identidad es la

Page 22: Material de estudio trabajo práctico 2

mutabilidad, como sucedía con Zelig, el personaje propuesto por Woody

Allen, que cambiaba de personalidad según las circunstancias). La

reiteración de la experiencia también puede colaborar en la identidad de

una superficie simple, en el sentido que una cierta decoración o una cierta

textura, a la larga pueden comenzar a asumir un significado concreto,

independientemente del sus trato material sobre el que éstas se aplican.

Este orden de consideraciones, sigue siendo válido si pasamos de los

materiales a las formas, es decir a los objetos con su conjunto de

propiedades matéricas, prestacionales y culturales. También en este caso,

el problema no es tanto el de la aparición de nuevos objetos, como el de

su manera de situarse en el tiempo.

Los tiempos de respuesta e interactividad

Tanto el reloj mecánico como el electrónico son máquinas que prestan un

servicio análogo. Pero los diferentes principios sobre los que tal

prestación se funda, la diferente escala dimensional de los «mecanismos»

y el diferente: orden de las velocidad de los movimientos 00s

movimientos de los engranajes por un lado y el de los electrones por

otro), hacen que la percepción que se tiene de ellos sea completamente

diferente.

Si el primero nos conduce a un juego de componentes macroscópicos en

movimiento, y a la «gramática» y «sintaxis» del funcionamiento mecánico

que desde hace tiempo hemos logrado comprender, el segundo nos

propone un funcionamiento basado no sólo en fenómenos menos

conocidos, sino principalmente en fenómenos cuya especificidad 00 que

hace que un reloj sea un reloj y una calculadora una calculadora) escapa a

nuestra escala dimensional.

Esta observación se puede generalizar. Los objetos, alcanzados por la

tendencia (trend) de las integraciones de las funciones y por la

miniaturización de los componentes, posibles gracias a las nuevas

calidades de los materiales, tienden a hacerse más densos, a perder

transparencia (la transparencia mecánica por la cual todas las partes son

legibles en su individualidad y en sus recíprocas relaciones de

interdependencia). Lo objetos, al volverse opacos, se nos presentan

ilegibles con nuestros consolidados instrumentos de interpretación, Como

se ha visto, este fenómeno es el reflejo de un cambio de escala en el

funcionamiento del objeto que afecta tanto al aspecto dimensional como

a aquél relativo a las velocidades, es decir al tiempo en el que tiene lugar

la concatenación de sucesos que finalmente llega a producir la prestación

requerida.

Evidentemente los dos aspectos están correlacionados. Entre masa y

aceleración existe un vínculo que establece límites precisos en la práctica

constructiva. Si aumenta la masa aumenta la inercia y por lo tanto

también la energía necesaria para variar la velocidad. De ahí que, en un

mundo de artefactos producidos con componentes materiales

macroscópicos, para obtener una prestación dinámica fuera necesario

definir una cadena de correlaciones de causa y efecto entre componentes

fuertemente inerciales, cuyas velocidades reentraban amplia-mente en el

campo de lo que puede ser percibido. De este modo, generaciones de

objetos mecánicos nos han acostumbrado a leer las prestaciones como un

movimiento de diferentes partes.

Bajando de escala en cuanto a capacidad de manipulación, la técnica ha

hecho posible la sustitución de una cantidad de aparatos mecánicos en

movimiento, por componentes electrónicos, no sólo prácticamente

indistinguibles entre sí en lo que a su forma se refiere, sino también en

cuanto a lo que nosotros podemos ver, tanto estáticos en su aspecto

básico, como dinámicos en cuanto a las prestaciones que proponen.

Page 23: Material de estudio trabajo práctico 2

Pero una vez que un aparato ha superado una cierta velocidad a la hora

de llevar a cabo prestaciones complejas, se verifica otro fenómeno. En el

momento en el que dicho aparato desarrolla con rapidez funciones, tiene

la necesidad de relacionarse con frecuencia con el sujeto que lo utiliza

para presentar los resultados a los que ha llegado, o para pedir ulteriores

informaciones. Se establece entre ambos un tipo de relación que no tiene

precedentes en la historia de la relación entre objetos y sujetos ya que se

trata de un coloquio. Cuando esto se verifica, la imagen mental que

tenemos del objeto sufre un profundo cambio, Lo que siempre fue una

presencia muda se anima, se hace sensible, expresiva, coloquial. Se

convierte casi en un interlocutor. Frente a ello, por primera vez en la

historia, el hombre deja de ser la única entidad del mundo capaz de

hablar. Parece realizarse el viejo sueño-pesadilla del hombre: el de

realizar su doble.

Pero la ingenuidad de nuestros antepasados les hacía pensar que el doble

del hombre, una creación demiúrgica de un mago o de un científico, era

doble del hombre porque era físicamente parecido a éste. Sin embargo, lo

que hoy en día observamos es la creación de un doble, perdido y

fragmentado en un ambiente artificial cuyas partes se subjetivizan sin

necesidad de pasar por ningún antropomorfismo. El futuro próximo quizá

no nos encuentre relacionándonos con unos replicantes antropomórficos

sino ciertamente entregados a coloquiar, enfadamos, o simpatizar con

lavadoras, bombas de gasolina, lectores de campact disc o sistemas

expertos.

Además nuestro doble, no sólo no se antropomorfiza sino que, al mismo

tiempo en que se convierte en interlocutor, parece alejarse cada vez más

de nosotros y de nuestra materialidad e individualidad: su materialidad

disminuye o pasa a segundo plano, su individualidad se atenúa. Este es

cada vez menos una entidad única y cada vez más el elemento de un

sistema, el nudo de una red de comunicaciones cada vez más vasta.

Existe una creciente generación completa de objetos que está entrando

en esta inédita esfera relacional, y que lo hace llevando una variada gama

de calidades en la interacción que establece (niveles de interacción,

formas de comunicación, grados de «inteligencia» prestacional). Los

electrodomésticos avanzados, las fotocopiadoras, las ventanillas

automáticas de los bancos, 'los contestadores automáticos, los procesa-

dores de texto... son objetos y sistemas bastante diferentes entre sí, pero

que presentan aspectos comunes. La experiencia que nos proponen se

aleja de la que tradicionalmente ha sido nuestra relación con los objetos.

Se configuran como entidades híbridas a medio camino entre diferentes

polaridades, entre el mundo material de las cosas y el mundo inmaterial

de los flujos informativos. Entre el mundo real, dotado de consistencia

física, y el mundo virtual, fruto de sutiles simulaciones.

Entre el mundo de las presencias inanimadas y el de las relaciones

intersubjetivas.

Frente a la aparición de estas nuevas entidades híbridas, la idea

tradicional que poseemos acerca de lo que es un objeta debe ser revisada.

De hecho, el objeto se ha caracterizado siempre por su doble naturaleza,

la de objeto-prótesis, es decir instrumento que, con un cierto fin,

amplifica nuestras posibilidades biológicas, y la de objeto-signo, soporte

significante de posibles significados, parte integrada en un lenguaje de las

cosas más amplio y complejo. Quizá, hoy en día, ya no baste este

esquema binario por el hecho de que hablar de objeto-prótesis y de

objeto-signo en los casos a los que aquí nos estamos refiriendo, ya no

basta para hacemos comprender la relación que se va a establecer con

ellos. Con la aparición de esta nueva familia de objetos capaces de

desarrollar rápidamente funciones complejas, de elaborar, memorizar y

transmitir informaciones en «tiempo real», este modelo se enriquece

ulteriormente.

Page 24: Material de estudio trabajo práctico 2

En realidad, el objeto-prótesis de la nueva generación informatizada, se

presenta como un multiplicador de las actividades cerebrales y

sensoriales, que tiende a alejarse profundamente de su tradicional

naturaleza de prolongación física de nuestras potencialidades que los

instrumentos siempre tenían. Por lo tanto, lo que surge es una especie de

«súper-prótesis-virtual», información organizada en forma de

instrumento.

Además, como hemos dicho, este nuevo objeto, al desarrollar sus

funciones, al presentar la complejidad de datos que ha recogido,

memorizado y elaborado, debe establecer con el fruidor una interacción

que se define como una especie de coloquio. De ahí la necesidad de tener

en cuenta otra posible naturaleza el objeto, la de «objeto-interactor», es

decir el objeto que se relaciona con la persona que lo usa entrando en la

dimensión del lenguaje; en forma coloquial. Deja de entrar, pues,

exclusivamente como objeto-signo, soporte estático de posibles

significados, haciéndolo ahora como elemento activo. Como interlocutor

con el que el usuario debe relacionarse, entendiendo su lógica y

tanteando sus respuestas.

Todo esto se basa en la nueva escala temporal sobré la que actúa el

sistema, en una dimensión temporal que ya no es aquella que habíamos

aprendido a conocer mediante los mecanismos tradicionales, sino que se

acerca, y en algunos casos supera, a propia dimensión de los organismos

biológicos.

Los tiempos de proceso y variabilidad

La aceleración del tiempo también ha supuesto un profundo cambio en

relación a la oferta y demanda de productos. El resultado ha sido el

crecimiento de la flexibilidad productiva y la tendencial producción

industrial de objetos en «serie variada y «por encargo». Esto, como

veremos, contribuye a una especie de «fluidificación» de los objetos, a la

producción de una artificialidad en la cual las cosas parecen menos

vinculadas a la materialidad de los procesos.

Todo esto va unido a la progresiva informatización de las actividades

productivas y al proceso de aceleración que ha alcanzado a las relaciones

entre las diferentes funciones industriales: proyecto, producción,

marketing y distribución.

Vale la pena precisar mejor este concepto. Con toda seguridad, la relación

de recíproca influencia entre producción y mercado no es un hecho

nuevo, sino que ya se daba en la producción industrial clásica, con la

diferencia de que en esta última las fases de proyecto, producción y

comercialización de los objetos, se consideraban en secuencias

rígidamente separadas entre sí. En las fases iniciales, la relación con el

público era relativamente débil y entraba en juego, de forma decisiva, en

la fase final e la comercialización con el marketing. Una vez diseñado el

producto, (así como las líneas de producción), éste ya no podía ser

modificado. La tarea del marketing consistía en hacerla aceptable tal

como era.

Pero el nuevo contexto tecnológico y organizativo permite cambiar este

esquema, ya que la industria se organiza en tomo a un sistema

informativo y productivo integrado y en contacto con la demanda. Un

sistema en el cual todas las partes actúan recíprocamente en un tiempo

rapidísimo. En particular, la integración entre el diseño y las máquinas de

control numérico o las líneas robotizadas, permite (dentro de los límites

consentidos por el sistema) realizar variaciones del producto

prácticamente continuas, sin necesidad de interrumpir la línea productiva.

La integración de la red comercial con el aprovisionamienco, la

producción y el almacenaje, permite trabajar tendencialmente por

encargo, y las soluciones técnicas adoptadas permiten aportar, sobre una

Page 25: Material de estudio trabajo práctico 2

base sustancialmente homogénea, variaciones que dan diversas

connotaciones al producto final. Todo ello, está encabezado por una

nueva idea del marketing, entendido como una actividad de relación con

el público, desde las fases iniciales de la producción, que orienta, tanto a

largo como a corto plazo, la estrategia de imagen de la empresa

productora, así como las calidades específicas de cada uno de los

productos, basándose en un análisis en tiempo real de los trend de

consumo y de la evolución del gusto.

En este nuevo contexto, la relación entre producción y demanda tiende a

alejarse cada vez más de los tradicionales estereotipos de la industria,

para acercarse al modelo de las televisiones comerciales en las que se da

una especie de condicionamiento recíproco, y casi en tiempo real, entre

audience y programación: el telespectador al actuar con su mando a

distancia, al hacer sus elecciones, modifica la audience y, en un cierto

sentido, decide las futuras transmisiones.

El caso del sistema televisivo es transparente y emblemático, pero aún

puede parecer demasiado lejano de lo que tradicionalmente se considera

como actividad productiva. Sin embargo, mirándolo bien no es así. El

«sistema moda» por ejemplo, trabaja con productos mucho más

«materiales» que las «emisoras televisivas» y sin embargo es otro

ejemplo muy pertinente de esta tendencia. Tras una observación todavía

más atenta, surge después que este tipo de relación, aunque más

matizada y ligada a lo específico de las mercancías producidas, llega hoya

proponerse incluso en los ámbitos productivos más «clásicos» del sistema

industrial. Desde el punto de vista de los procesos de formación del

ambiente artificial y de la experiencia que tenemos de él, todo esto se ha

resuelto en un continuo deslizamiento de las formas. Aunque estas

variaciones raramente produzcan imágenes dotadas de identidades

radicalmente diferentes (es más, la variedad disponible tiende en todo

caso a presentar diferencias irrelevantes en el plano semántico,

generando una especie de «variedad uniforme»), sin embargo proponen

un conjunto de mercancías continuamente cambiante, como si la

materialidad de los procesos hubiera dejado de ser un verdadero

condicionante a la rigidez de los productos en el tiempo.

Los tiempos de consumo, lo efímero y la memoria

Otro campo fundamental en el que la aceleración del tiempo incide en

nuestra relación con los artefactos, modificándolos profundamente, es

aquél que nace de una reducción que llega a la tendencial anulación de

los tiempos de producción y consumo. Pensemos en una maquinilla de

afeitar desechable, al igual que sucede con todos los objetos de un solo

uso, la relación que establecemos con ella, es más una relación con un

tipo de servicio que una relación con una cierta entidad matérica.

Todavía podemos referimos a una maquinilla como a algo dotado de

estabilidad en el tiempo, pero si la consideramos en su realidad física, el

objeto a que nos referimos no tiene ninguna persistencia. Cada día, cada

vez que la usamos tenemos en la mano un objeto exactamente igual al del

día anterior que, sin embargo, no es el mismo.

En realidad, lo que se mantiene estable es una especie de «arquetipo»

abstracto de maquinilla que se «materializa» día a día gracias al servicio

garantizado por un productor y por un sistema de distribución. En este

caso, el componente «material» de estabilidad no es ya el objeto físico en

sí, sino más bien el servicio que se nos da proponiéndonos con

continuidad el instrumento capaz de desarrollar la función requerida.

Consideremos ahora el caso del reloj Swatch, diferente del anterior en

algunos aspectos, pero similar en otros. Su carácter dominante no es

tanto su breve duración (ya que el reloj como tal podría incluso tener una

duración relativamente Iarga) sino el predominio de la imagen sobre la

materialidad del objeto.

Page 26: Material de estudio trabajo práctico 2

Un producto como este posee ciertamente una «presencia material»

propia. Es decir, está hecho de una cierta cantidad de materia que nos

acompañará por un período de tiempo pero nuestro modo de percibido

es puramente en término de imágenes y lo que nos ponemos en la

muñeca es una imagen elegida entre muchas otras. El plástico de que está

hecho no se percibe de manera diferente a la percepción que podríamos

tener del papel cuando leemos un libro, y su productor no es diferente del

editor que usa la forma libro» como soporte para transmitir las

informaciones que sobre él se imprimen.

Entre estos dos significativos casos, la maquinilla desechable y el reloj de

plástico, hay Una amplia y creciente gama de productos industriales de

gran consumo.

Hablar de estos objetos significa entrar en un mundo en el cual los

tiempos del ciclo de vida tienden a anularse, es decir e! tiempo en el que

se imprime una página de periódico, en el que se sopla una botella de

plástico, en el que se teje de manera ultrarrápida una camiseta, es el

tiempo igualmente breve de su consumo. Se trata de objetos cuya

existencia ya no está ligada a la individualidad física, sino al flujo continuo

de su paso por nuestra vida. Son objetos en perenne e inmediata

decadencia y. precisamente por esto, siempre nuevos.

Nuestro tradicional modo de ver las cosas ha estado hasta hoy muy

cercano al pensamiento de Parménides, según el cual lo que existe «es

inmortal, entero y compacto, único, inmóvil y sin fin».

Sin embargo deberíamos, reorientar nuestros modelos de lectura de la

realidad hacia el pensamiento de Heráclito, según el cual todo transcurre

así: «no puedes descender dos veces por el mismo río». No puedes

afeitarte dos veces con la misma maquinilla.

Con estas rápidas consideraciones acerca de la relación entre el tiempo y

los objetos (o mejor dicho entre el tiempo y nuestra vivencia de los

objetos), hemos buscado algunas causas de lo que vivimos como pérdida

del espesor en nuestra experiencia del mundo.

Con esta clave de lectura han surgido diferentes familias de artefactos

muy lejanas entre sí: «objetos interactivos», «objetos de serie variada»,

«objetos instantáneos». A éstos le corresponden procesos productivos,

ámbitos de consumo y relaciones sujeto/objeto muy diferentes pero que

tienen en común la forma de situarse en el tiempo. Para estos objetos

existe la duración de la performance, y no la duración del objeto en sí. Son

objetos sin memoria.

Pero en el ambiente artificial, incluso en el actual, también existen

objetos que, de alguna manera, están hechos y utilizados precisamente

por su duración. Esto se debe a que en nuestra cultura la necesidad de

relacionamos con cosas persistentes, la necesidad de encontrar en los

objetos unos testimonios de nuestra vida, parece ser una necesidad

profunda. De todas formas, la aceleración de los tiempos también ha

afectado a la producción de los objetos así como la vivencia que podemos

tener de ellos.

En la cultura europea el más emblemático «objeto de la memoria» es la

casa, la construcción en la que habitamos. Para ésta, al menos

subjetivamente, el tiempo de referencia es la eternidad. Uno adquiere

una casa para sí mismo y para sus propios hijos. Nadie llega a imaginarse

que un día podrá ser derribada. Pero a este caso límite, se unen otros

objetos del paisaje cotidiano, como algunos muebles y objetos de

decoración, que entran profundamente en la esfera afectiva. A ellos les

confiamos (o nos gustaría confiarles) la tarea de durar, de acumular

memoria, de proveemos de una especie de referencia temporal, de

funcionar como un reloj analógico, que con su lenta cadencia marca el

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transcurso de los largos tiempos de la existencia. Objetos que no

quisiéramos ver pasar por nuestra vida: por el contrario quisiéramos ser

nosotros los que pasáramos por la suya. Estos objetos, cuya demanda

responde a una exigencia profunda y difícilmente modificable (que

parecería justo poder garantizar), son los mas difíciles de producir en el

nuevo ambiente técnico-productivo. No debido a que ya no se puedan

realizar objetos duraderos, sino debido a que su modo de durar se

conecta mal a la idea de memoria. Los nuevos materiales, incluso aquellos

duraderos, no parecen ser capaces de salir de una condición de existencia

dual, en la cual de la condición «como nuevos» pasan bruscamente, con

una especie de traspiés, a la de «degradados para tirar».

Lo que surge del sistema técnico contemporáneo nos parece, pues,

incapaz de recubrirse con la «pátina del tiempo» convirtiéndola así en

soporte del recuerdo. Es como si los nuevos artefactos tratasen de poner

en escena una eterna juventud estando destinados a la más melancólica

decadencia cuando ya no lo consiguen.

Entre todas las extraordinarias posibilidades que la tecno-ciencia nos

propone cotidianamente, puede faltar la de saber «envejecer con

dignidad». Quizá no sea una casualidad y no sea este un problema

intrínseco a la tecno-ciencia que los ha producido. Tal vez esta situación

exprese significativamente un problema que atañe profundamente a la

cultura en la que esta tecno-ciencia nace, es decir nuestra actual cultura

occidental: el de no ser capaces de pensar con serenidad en la decadencia

y en la muerte.