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Mesias de Gore Vidal r1.0 (1) (1).pdf

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  • En el mundo contemporneo, en la moderna California, un nuevo mesas irrumpe comohan irrumpido otros mesas de otras pocas, acompaado por un grupo de mujeres yapstoles administradores y publicistas que escribirn y difundirn las apologas ylos nuevos testamentos. Cave, el mesas, predica desde las pantallas de televisin elltimo de los cultos, el culto a la muerte.

  • Gore Vidal

    Mesias

    ePub r1.0AlNoah 30.10.13

  • Ttulo original: MessiahGore Vidal, 1954Traduccin: Aurora BernrdezRetoque de portada: AlNoah

    Editor digital: AlNoahePub base r1.0

  • A Tennessee Williams

  • A veces pienso que llegar el da en que todas las naciones modernas adorarn una especie de diosamericano, un dios que habr sido un hombre que vivi en la tierra y sobre quien se habr escritomucho en la prensa popular; y las imgenes de este dios sern ensalzadas en las iglesias, no comopodra imaginarlas algn pintor, no flotando en un Manto de Vernica, sino definitivas, registradasfotogrficamente de una vez por todas. S, preveo un dios fotografiado, que llevar anteojos.

    Ese da la civilizacin habr alcanzado la cima, y habr gndolas de vapor en Venecia.

    Noviembre de 1861: Diarios de los Goncourt.

  • I1

    Envidio a esos cronistas que afirman con despreocupada pero sincera desenvoltura: Yo estuve. Vi loque ocurra. Fue as. Yo tambin estuve, en todos los sentidos de la palabra, mas no me creo capazde describir con alguna exactitud los diversos acontecimientos de mi propia vida, aunque an losrecuerde de un modo intensamente vvido Quiz slo sea porque creo que todos somostraicionados por esos ojos de la memoria, tan mudables y particulares como aquellos con los quemiramos el mundo material, pues la visin va variando, como suele ocurrir, desde los primeros a losltimos momentos de la vida. Y el hecho de que por un camino indirecto e inesperado yo hayaalcanzado una extrema vejez, es para m fuente de cierta complacencia, an en los lgubres instantesen que me encuentro asistiendo distrado a la disolucin del cuerpo, proceso tan imperceptible yseguro como el de esos vientos suaves y persistentes que desplazan las dunas en el desierto de laseca Libia, ese desierto que arde blanco y desolado ms all de las montaas visibles desde miventana, orientada como corresponde hacia el poniente, donde yacen todos los reyes orgullosamenteenterrados.

    No ignoro, tampoco, que no me apasionan los asuntos de familia, preocupacin esencial de laespecie, y, peor aun, que nunca tuve el hbito de juzgar las actividades comunes de los hombresdos caractersticas embarazosas que me dan una cierta inseguridad cuando trato de rememorar elpasado; me siento as penosamente confundido, sabiendo que mis recuerdos son, al fin y al cabo,aproximados y subjetivos, y slo en parte verdaderos.

    Por ltimo, nunca me ha resultado fcil decir la verdad, incapacidad temperamental nacida notanto del deseo o el impulso incoercible de deformar la realidad para quedar bien parado, como de unaidea de la inconsecuencia de las actividades humanas, siempre en conflicto con esos mismos poderesque se manifiestan en la accin; una paradoja, desde luego, una doble visin que me aparta de losjuicios fciles.

    Me siento tentado de afirmar que la verdad histrica es absolutamente imposible, aunque noniego la nocin filosfica de que esa verdad pueda existir en la imaginacin, de un modo abstracto,perfecto y distante Un desvn abierto a los cuatro vientos, colmado de objetos preciosos: tal hasido siempre mi imagen personal de esos absolutos que Aristteles concibi con tan melosooptimismo y siempre me han gustado los arrogantes conceptos de la filosofa, cuanto msextravagantes mejor. Soy especialmente afecto a Parmnides, tan obsesionado por la idea de totalidadque al fin lleg a decir que nada cambia nunca, que todo lo que ha sido ha de seguir siendo, si esrecordado y nombrado, concepcin metafsica que me ser, supongo, de cierta utilidad, mientrasretorno a aquella crisis original que ha quedado tan atrs, y a la que he de volver, aun corriendociertos riesgos.

    No digo, pues, que todos mis recuerdos sean verdaderos, pero puedo llamarlos verdades relativaspor oposicin a ese monstruoso testamento en que cree la mitad del mundo, traicionando as unamisin a cuyo nacimiento asist y cuya depurada leyenda ha llegado a ser desde entonces la ilusinfundamental de una raza desesperada. Que tanto la misin como la ilusin eran falsas, slo yo puedodecirlo con certeza, con pesar, porque tal ha sido el fin insospechado y terrible de aquellos das

  • intrpidos. Slo la crisis, que ahora contar, fue verdaderaHe dicho que no me inclino a formular juicios. Es cierto que en los actos ms perversos he sido

    siempre capaz, con un pequeo esfuerzo, de percibir las posibilidades de lo bueno, tanto en laintencin real como lo que es para m ms importante en el imprevisto resultado; pero endefinitiva los problemas de la tica nunca me han preocupado mucho, posiblemente porque interesana tantos otros que gobiernan la sociedad, segn la costumbre, y con cierto agrado. En ese til planomoral rara vez, por no decir nunca, me he comprometido seriamente. Pero en una ocasin, en unplano ms difcil, me vi obligado a elegir, a juzgar, a actuar; y actu de tal manera que todava sufrolas consecuencias de mi eleccin, del nico juicio de mi vida.

    He elegido la luz antes que la oscuridad sin sueos, destruyendo mi lugar en el mundo. Y lo quees aun ms doloroso, he elegido la luz antes que la regin penumbrosa de las visiones y ambigedadesindeterminadas, ese reino donde la decisin era imposible y me deleitaba examinando infinitasposibilidades de eleccin. Abandonar esos amados fantasmas, esos incalculables poderes, fue elmayor dolor, pero de ellos he vivido, observando con intensidad cada vez mayor el llameante discode fuego que es tanto el smbolo como la fuente de esa realidad que he aceptado del todo, a pesar delseguro dominio, en la eternidad, de esa otra, la realidad oscura. Pero ahora, a medida que mi tiempopersonal empieza a desvanecerse, a medida que el viento del desierto cobra intensidad, borrando lashuellas en la arena, tratar de evocar la verdadera imagen del que usurp con aplauso las vestiduraslargo tiempo abandonadas de la profeca, triunfando al fin a travs de la muerte ritual yconvirtindose, para quienes ven el universo en los seres humanos, en esa solemne idea a la quetodava se designa con un nombre antiguo y resonante: dios.

    2

    Las estrellas se precipitaron a tierra con un estallido de luz, y all donde cayeron hubo monstruosdeformes y ciegos.

    Los primeros doce aos despus de la segunda de las guerras modernas fueron una poca deadivinacin, como los describi amablemente un autor religioso. No pasaba da sin que algnpresagio o portento fuese observado por una raza ansiosa, al acecho de la guerra. Al principio losperidicos informaban con fruicin sobre esas maravillas, dando equivocados todos los detalles, perotransmitiendo el sentimiento de pavor que haba de aumentar a medida que se prolongabanincmodamente los aos de paz. Al fin, el pueblo aterrado exigi la intervencin del gobierno, ltimorecurso en aquellos tiempos inocentes.

    Pero el orden secreto de esos presagios obsesivos y ubicuos no caba en ningn sistema conocido.Por ejemplo, la mayor parte de la vajilla luminosa que se vea en el cielo nunca fue explicada del todo.Y una explicacin, al fin y al cabo, era todo lo que el mundo reclamaba. No importaba que esaexplicacin fuese inslita, con tal de que se pudiera saber qu ocurra: que los globos relucientes quese desplazaban en orden sobre las cascadas Sioux, en Dakota del Sur, eran simples habitantes de lagalaxia de Andrmeda, movindose a sus anchas en el espacio, omnipotentes y eternos en suspropsitos, en una visita recreativa a nuestro planeta Si se hubiera dicho eso al menos, los lectoresde los diarios se hubiesen sentido seguros, capaces de atender pocas semanas despus a otrosproblemas, una vez olvidados los visitantes del espacio lejano. Poco importaba que esas misteriosas

  • burbujas de luz fueran alucinaciones, visitantes de otras galaxias o armamentos militares; loimportante era dar una explicacin.

    La contemplacin de lo inexplicable era quiz la experiencia ms incmoda que pudiera tocarle aun ser humano de aquella poca, y en esa dcada estrafalaria se vieron y registraron muchosfenmenos pasmosos.

    En pleno da, objetos relucientes de plata pulida maniobraban con velocidad extraterrena sobreWashington, D. C., observados por cientos de personas, algunas de ellas dignas de confianza.

    El gobierno, con aire de falsa calma, mencionaba globos meteorolgicos, reflejos atmosfricos,ilusiones pticas, llegando a insinuar que una minora apreciable de ciudadanos sufra posiblementede alucinaciones e histeria colectiva. Este criterio clnico prevaleci en la administracin, aunque no lodifundan pblicamente; pues el poder del gobierno se fundaba, con mayor o menor solidez, en elvoto de esos mismos histricos e irresponsables.

    Poco despus de mediado el siglo, los prodigios aumentaron y se hicieron cada da ms extraos.Los ltimos progresos de las investigaciones atmicas y el motor de reaccin llevaron al mundooccidental a prestar atencin, de mala gana, a otros planetas y galaxias. La idea de que prontoexploraramos el espacio era tan esplndida como inquietante, pues la consecuencia pareca lgica: lavida poda estar desarrollndose en otros planetas y quiz con un poco ms de brillo que en elnuestro, y adems no era improbable que nosotros mismos recibisemos a visitantes de otrosmundos mucho antes que comenzara nuestra aventura en la estrellada oscuridad que contiene la vidacomo una mota de fsforo suspendida en un mar tranquilo. Y como nuestras gentes eran, y sin dudasiguen siendo brbaras y supersticiosas como los salvados que chorreaban agua en los bautismoslejanos de otros tiempos, se consideraba en general que esas extraas criaturas cuyos vehculosbrillantes relampagueaban a tal velocidad en nuestros pobres cielos, eran hostiles y crueles einclinadas a dominar el mundo como nosotros mismos, o al menos como nuestros vecinosgeogrficos.

    Las pruebas eran horrorosas y abundantes:En Berln un viejo granjero vio aterrizar un objeto volador de forma inslita, y estaba tan cerca

    que alcanz a distinguir a varios hombrecitos que pestaeaban detrs de un arco de ventanas. Elgranjero escap antes de que se lo comieran. Poco despus de una jadeante declaracin a losperidicos, fue absorbido por un gobierno asitico dedicado principalmente a ordenar la existencia deesos afortunados que vivan dentro de unos lmites fronterizos temporales, espirituales, ycuriosamente elsticos.

    En Virginia occidental, una criatura de casi tres metros de alto, verde, de cara roja y que despedaun olor cadavrico, fue vista cuando sala tambalendose de un globo luminoso, transitoriamente entierra. Lo observaron una mujer y cuatro muchachos, todos de una intachable honradez, y huyeronantes que el monstruo se los comiera. Luego volvieron al escenario en compaa del sheriff y de unpelotn bien armado, para encontrarse con que monstruo y vehculo se haban ido. Pero hasta elescptico sheriff y los hombres armados pudieron percibir claramente un olor inslito penetrantey nauseabundo entre el limpio aroma de los pinos.

    Esta historia tuvo importancia, pues describa por primera vez a un visitante celeste como msalto que un hombre y no ms bajo, prueba significativa de una ansiedad en aumento. Podamosarreglrnoslas incluso con la ms hbil de las criaturitas, pero algo enorme y verde, de olor horrible

  • era demasiado.Yo mismo, una noche de julio, tarde, a mediados de siglo, vi desde la orilla este del ro Hudson,

    donde viva entonces, dos globos rojos que revoloteaban en un cielo sin nubes. Mientras losobservaba, uno de los globos se desplaz hasta un punto ms alto en un ngulo de cuarenta y cincogrados por encima del plano original donde haban estado antes. Durante varias noches observ aaquellos excntricos mellizos, pero luego, arrastrado por el entusiasmo, empec a confundir a Martey Saturno con mis luces mgicas hasta que al fin me pareci ms prudente permanecer bajo techo,salvo los pocos das del final del verano en que me quedaba mirando, como en aos anteriores, lospreciosos y sbitos arcos de plata de los meteoros que se precipitan en la atmsfera.

    Aos ms tarde supe que mientras se producan las maravillas celestes, las comunidades ruralesinformaban del nacimiento de un nmero inslito de terneros de dos cabezas, pollos de tres patas ycorderos de rostro humano, pero como los campesinos saban algo de las leyes un tanto vagas de lamutacin, esas curiosidades no los alarmaron. Una generacin anterior hubiera sabido instintivamenteque tantas irregularidades anunciaban un futuro enfermo y malvolo.

    Pas el tiempo y todo qued explicado satisfactoriamente, o lo que es lo mismo, olvidado. Noobstante, la verdadera importancia de esos portentos no era tanto que pareciesen misteriosamentereales, sino el hecho de que ejercan un efecto profundo en un pueblo que proclamaba un enfticomaterialismo, y era sacudido a la vez por lo inesperado, tan fcilmente como los antiguos que vieronun crculo de guilas sobre el monte capitalino o el cielo plomizo del Glgota, o estremecedorastormentas de lluvia roja como la sangre, o un viento de sapos, o ya en nuestro siglo, en presencia deun Papa-estadista, un sol que bailaba sobre Portugal.

    Ante la naturaleza inequvoca de esos signos, es curioso que casi nadie sospechara la verdad: quelas necesidades de la estirpe haban dado lugar a una nueva misin; la hora de nacimiento ya habasido determinada por una conjuncin de estrellas nuevas y terribles.

    Es cierto que las iglesias establecidas observaron debidamente esos acontecimientosespectaculares, y que los utilizaron, con cierta timidez, para aumentar el poder abstracto de la propiaautoridad, mstica pero poderosa. Los dogmas seculares, aunque no menos msticos, nacidos de uniracundo filsofo y socilogo del siglo diecinueve y de un enrgico psiquiatra, demasiado confiado,producto de esa declinacin del siglo, sostenan, en un caso, que los fuegos artificiales haban sidoencendidos por patrones vindicativos para despistar a los pobres trabajadores, con fines indefinidospero evidentemente perversos, y, en el otro caso, que los gneos objetos representaban una especiede regresin atvica al mundo infantil de lo maravilloso, teora que fue desarrollada aun ms en unartculo ampliamente citado por un ingenioso discpulo del psiquiatra muerto. Segn esta lumbrera, eluniverso simbolizaba el tero, y las luces brillantes que muchas personas crean ver eran sloalucinaciones, un recuerdo prenatal de ovarios henchidos de vida potencialmente hostil, que en sumomento se convertira en hermanos rivales.

    El autor peda al gobierno que pusiera en observacin durante tres aos a todos los que habanvisto objetos voladores, para determinar hasta qu punto la rivalidad fraterna o su ausencia lateora funcionaba igualmente en cualquier sentido los haba afectado en la vida. Aunque estaatrevida sntesis fue universalmente admirada y leda luego en las sesiones del Congreso por unarepresentante femenina que haba soportado nueve aos de anlisis, con resultados sorprendentes, elgobierno se neg a actuar.

  • 3Pero aunque casi todas las instituciones humanas tuvieron conocimiento de esos signos y augurios,ninguna sospech la verdad, y los pocos individuos que haban empezado a atisbar lo que poda estarpasando, prefirieron guardar silencio. No eran tiempos aquellos, a pesar de que la gente secuestionaba y analizaba tan a menudo, de difundir ideas que podan desagradar a cualquier minora,por luntica que fuese. El cuerpo poltico estaba ms conmovido que nunca por seales dedescontento. La atmsfera no dejaba de parecerse a la de Inglaterra en la poca descabellada de TitusOates.

    Precisamente, el porqu del estrafalario comportamiento de mis conciudadanos es un problemapara esos historiadores habituados a una perspectiva monumental, eterna, de los acontecimientoshumanos. Sin embargo, he pensado muchas veces que gran parte de nuestra irritabilidad nacionalestaba estrechamente relacionada con la inesperada e indeseada custodia del mundo: custodia que lasegunda guerra haba impuesto a los confundidos nietos de un pueblo orgulloso, aislado, a la vezindiferente y ajeno a las modalidades de otras culturas.

    Ms pertinente, sin embargo, era la actitud de nuestros intelectuales: una minora pequea, demilitancia indefinida, descendiente directa en espritu, ya que no de hecho, de aquel retrico suizo delsiglo dieciocho cuyo amor romntico y mstico por la humanidad se consumaba mgicamente a travsde una preocupacin un tanto obsesiva por su propia persona. Esta pasin por el autoanlisisfloreci a mediados de nuestro siglo, al menos entre los pocos que eran capaces de analizarse, y queen su tiempo, como aquel gran antepasado, eligieron como confesionario la oreja del mundo.

    Los hombres de letras describan lgubremente sus propias desviaciones (habitualmente polticaso sexuales, rara vez estticas), mientras abnegados pintores se dedicaban a pintar mundos interioresnicos, que no eran accesibles a los dems, excepto en el estado de la ms pura empata, rara deconseguir en un mundo egosta sin trampear un poco. Al fin se acept que la nica funcin del arteera la de expresar de la manera ms completa posible una visin personal del mundo, lo que parecacierto, aunque las visiones de los hombres carentes de genio no dejan de ser un tanto deprimentes. Elgenio era a la sazn tan raro como en cualquier otra poca, y es necesario reconocer que no estbamosen una poca que se admirase a s misma. Los crticos slo encontraban mrito en la crtica, enfoquesingular que divertira a la gente seria durante dcadas.

    Siguiendo el paso a los artistas, los intelectuales proclamaban su culpa en innumerables ccteles,donde se admita como artculo de fe que cada uno tena una carga de culpabilidad, carga que, una vezadmitida, poda ser exorcizada. Los modos de admitirla eran caros pero compensadores: un oyenteadiestrado y compasivo dara un nombre al malestar y revelara su gnesis; luego, mediante laconfesin (y en ocasiones revivindola) la culpa desaparecera junto con el asma, la impotencia y eleccema. El proceso no era fcil, claro est. Para facilitar la terapia, la gente ms inteligente seacostumbr a dejar de lado todos los artificios tradicionales de la sociedad, para que tanto los amigoscomo los extraos pudieran confesarse entre s las peores acciones, las fantasas ms mezquinas, enuna serie de monlogos rivales que se sucedan con penosa sinceridad y sorprendente xito en todoslos planos, salvo el de la comunicacin.

    Estoy seguro de que esta suerte de catarsis no era del todo despreciable; muchos de los queestaban obsesionados consigo mismos encontraban alivio en la confesin.

    No dejaba de ser instructivo, sin duda, descubrir que incluso las peores aberraciones eran

  • aceptadas con bastante indiferencia por extraos demasiado absortos en sus propios problemas comopara sentir repulsin, o incluso interesarse de veras. Este descubrimiento no siempre era regocijante.Hay cierta dignidad, es excitante llevar una peligrosa vida secreta. Perderla en la madurez es duro.Una vez compartido en la promiscuidad, el vicio se vuelve comn, no ms molesto que una dentadurapostiza evidente.

    Muchos mimados infiernos privados se perdieron para siempre en aquellos aos de charlaincontenible, y el vaco que dejaba cada uno se llenaba invariablemente de un tedio que, a su vez, slola fe poda disipar. Como resultado, la bsqueda de lo absoluto, de una u otra manera, se convirti enla preocupacin principal de aquellos romnticos que miraban a la razn con orgullosa desconfianza,derivada legtimamente de que ellos mismos eran incapaces de asimilar los cambios sociales creadospor el sistema, el Lucifer particular de estos hombres. Rechazaban as la idea de la mente reflexiva,arguyendo que ni la lgica ni la ciencia haban logrado determinar la causa primera del universo o (loque es ms importante) el significado del hombre, y slo las emociones podan revelarnos lanaturaleza de la realidad, la clave del entendimiento. Que esta gente no estaba de veras preocupadapor el porqu, el cundo y el cmo del universo, los hombres serios de la poca no lo dijeron nunca.Pero esa bsqueda no era simplemente el resultado de la curiosidad; ms que eso, era una zambullidaemocional e insensata en el vaco, en lo incognoscible y lo desatinado. Se convirti al fin en la carga dela vida, la flor seca del ramo, el misterio que deba revelarse, aun a expensas de la vida. Fue una crisisterrible, doblemente dura porque la evasin de la lgica slo dejaba un camino claro al ncleo deldilema: la va de la mstica. Incluso para el menos sensato, era tristemente visible que sin unaorganizacin superior y eficaz, la revelacin alcanzada por un hombre no puede servirle de mucho aotro.

    Muchas actitudes venerables fueron abandonadas, y numerosas verdades eternas del sigloanterior que haba arrojado una sombra que pareca venir de un alto peasco, tan formidable y tandensa era, resultaron entonces pura arena, adecuada para construir edificios fantsticos peroperecederos, y expuestos al movimiento de las mareas.

    Pero se haba llegado a una meseta: se fabricaba un arte dudoso, se invocaban autoridades, se dabaforma a sueos y sistemas construidos sobre la evidencia de la iluminacin personal.

    Durante un tiempo la accin poltica y social pareci brindar una salida, o una entrada. Lasguerras civiles extranjeras, los experimentos sociales de otros pases eran apoyados con una ferocidaddifcil de entender; pero despus, cuando las guerras y los experimentos fracasaron, revelando al cabode tan altas esperanzas la perenne incapacidad humana para ordenar la sociedad, hubo una desilusin,amargamente resuelta en numerosos casos por la adopcin de algn dogma mstico, de preferenciafantsticamente colmado de historia, tan arrasador e ilgico como para que fuese enteramenteaceptable para aquel entristecido romntico que deseaba por sobre todas las cosas sentir, saber sinrazonar.

    As, en aquellos tiempos portentosos, slo los hombres de ciencia estaban contentosconstruyendo mquinas cada vez ms maravillosas, capaces de romper el meollo invisible de la vida,mientras que los anticientficos saltaban nerviosamente de un absoluto a otro corriendo ya hacia loviejo en busca de la gracia, ya hacia lo nuevo en busca de la salvacin, sin que hubiese siquiera doshombres realmente de acuerdo excepto en la necesidad de acuerdo, del conocimiento ltimo. Y saera, al fin, la nota dominante de la poca: como la razn haba sido declarada insuficiente, slo un

  • mstico poda dar la respuesta, slo l poda sealar los lmites de la vida con una autoridaddefinitiva, inescrutablemente revelada. No haba confusin posible. Lo nico que faltaba era elprotagonista.

  • II

    1

    El jardn estaba en su mejor momento aquella primera semana del mes de junio. Las peonas eran msopulentas que de costumbre y yo caminaba lentamente en la luz verde de la terraza que dominaba elro blanco, gozando del pesado olor de las peonas y de las rosas nuevas que trepaban a los cercos.

    El Hudson estaba en calma, y ni una arruga revelaba la lenta marea que aun all, varios kilmetrosal norte del mar, se levantaba salobre segn lo dispusiese la luna. Del otro lado del ro los montesCatskills, de color azul agua, brotaban en el verde del verano como si la tierra en un vivaz impulsohubiera llegado al cielo, fundiendo los dos elementos en otro, de un azul ms rico Pero el cieloquedaba slo enmarcado, sin ser tocado realmente, y el azul de las colinas era ms azul que el cieloplido de nubes proteicas modeladas por el viento, como la materia de los augurios y los sueos delos hombres.

    Aquel da el cielo era como la mente de un idiota: alterado por nubes raras, pero preciosotambin, inocente, natural, falaz.

    Yo no quera ir a almorzar, aunque no hubiera posibilidad de eleccin. Haba llegado a la una; meesperaban a la una y media. Entre tanto, evitando la casa hasta ltimo momento, aprovechaba elprivilegio de caminar solo por el jardn. Detrs de m, la casa era gris y austera, grantica, ms deInglaterra que del valle del Hudson. El terreno bajaba suavemente hacia el ro cercano, a un kilmetroy medio de distancia. Haba un claro que desde la terraza central, un poco como en Versalles peroms rstico, menos regio. rboles de color verde oscuro cubran las colinas a la izquierda y la derechade las extensiones de csped y praderas. No se vea ninguna otra casa. Incluso el ferrocarril entre laterraza y el agua era invisible, oculto por una elevacin del terreno.

    Respir el aire del comienzo del verano con alegra, voluptuosamente. Viva mi vida en un acuerdoestacional con este ro, y despus del torvo marzo y el confuso y penetrante abril, el conocimiento deque al fin los rboles tenan hojas y los das eran clidos bastaba para crear en m un estado deeuforia, de maravillosa serenidad. Prevea amores, me preparaba para conocer extraos. El verano yyo celebraramos pronto nuestro triunfo, pero, hasta que llegara el momento justo, yo era unespectador: el amor del verano todava desconocido para m, el ltimo y oscuro florecer de laspeonas en el naufragio de las lilas blancas me aguardaban juntos en el futuro. Slo poda prever;sabore mi libertad en aquel jardn.

    Pero ya era tiempo de entrar; di resueltamente la espalda a las aguas, y sub los anchos peldaosde piedra que llevaban a la terraza de ladrillo frente a la casa, del lado del ro, detenindome slo paraquebrar el tallo de una peona blanca y rosada, lamentando en seguida lo que haba hecho:brutalmente, haba deseado aduearme del verano, fijar el instante, llevarme conmigo a la casa unfragmento del da. Fue un error; me detuve un momento junto a la puerta ventana con la gran peonaen la mano, que tena el perfume de una docena de rosas, de todos los veranos que yo haba conocido.Pero era imposible. No poda ponrmela en el ojal, pues era tan grande como la cabeza de un nio, yyo estaba seguro de que mi anfitriona no se alegrara mucho cuando recibiera de mis manos una de sus

  • mejores peonas, con el tallo demasiado corto para meterla en el agua. Oscuramente disgustado de mmismo y del da, hund profundamente la flor en un seto de boj hasta que en el denso verde oscuro noasom ni un atisbo de blanco que pudiera traicionarme. Entonces, como un asesino, el agredido da yaarruinado en parte, entr en la casa.

    2

    Has estado haciendo de las tuyas en el jardn dijo Clarissa, ofrecindome la cara como unabandeja pintada, para que la besase. Te vi desde la ventana.

    Me viste destrozar las flores?Todos lo hacen dijo oscuramente, y me llev a la sala, una habitacin oblonga colmada de luz

    que entraba por las puertas ventanas abiertas a la terraza. Me sorprendi ver que estaba sola.Ahora viene. Est arriba, cambindose.Quin?Iris Mortimer, no te lo dije? No hay otra razn.Clarissa mene lentamente la cabeza desde la silla opuesta a la ma. Un viento caliente atraves la

    habitacin y las cortinas blancas se hincharon como velmenes en una regata.Respir el olor caliente de las flores, de las cenizas que quedaban en la chimenea; en la habitacin

    brillaban la plata y la porcelana. Clarissa era rica a pesar de las guerras y las crisis que habanmarcado nuestro tiempo, dejndonos las habituales cicatrices, como rboles talados que muestran unaimagen familiar de anillos concntricos, un registro minucioso de los climas del pasado por lomenos en los pocos anillos que nos eran comunes, pues Clarissa, segn deca ella misma, tena dosmil doscientos aos y una memoria inslita. Ninguno de nosotros le haba hecho nunca demasiadaspreguntas a propsito del pasado. No hay motivo para sospechar, sin embargo, que no fuese sincera.Clarissa senta que haba vivido todo ese largo tiempo, y tena recuerdos notablemente interesantes yverosmiles, y era por lo tanto muy solicitada como interlocutora y consejera, sobre todo enaventuras que exigiesen perspicacia y osada. Era absolutamente evidente que en ese momento enparticular estaba metida en alguna de esas aventuras.

    La mir pensativo antes de incorporarme a recoger con naturalidad el cebo de misterio que ellahaba mostrado con tanta indiferencia. Clarissa me conoca; saba que yo no me resistira a participarde los comienzos de una aventura.

    La razn? repet.No puedo decir nada ms! dijo Clarissa, con un nfasis melodramtico que mi tono

    deliberadamente natural no justificaba del todo. Pero te enamorars de Iris.Me pregunt si enamorarme de Iris o pretender que me enamoraba de Iris iba a ser el juego

    de ese verano. Pero antes que pudiera preguntar ms, Clarissa, a salvo en su misterio, me preguntcon indolencia sobre mi trabajo, y yo le contest de la misma manera, en una conversacin indiferentepero suelta, pues estbamos acostumbrados el uno al otro.

    Le estoy siguiendo la pista dije. Lo poco que hay es fascinante, especialmente Amiano.Digno de confianza, como suelen decir los militares dijo Clarissa, saliendo de pronto de

    aquella indiferencia corts. Toda referencia al pasado que ella haba conocido le interesaba siempre.Slo el presente pareca aburrirla, por lo menos ese presente ordinario e intil que no contena

  • material promisorio para alguno de sus complicados juegos humanos.Lo conociste? Yo nunca haba aceptado, literalmente, la inslita edad de Clarissa. Dos mil

    aos no era un tiempo de vida demasiado probable para una mujer de tan escasa imaginacin; pero nose poda ignorar el hecho de que ella pareca haber vivido todo ese tiempo, y que cuando se refera aoscuros episodios, toda vez que poda comprobrselos, esas referencias eran casi siempre ciertas. Ylo que era an ms convincente: cuando diferan de lo registrado por la historia, diferan en el sentidode la plausibilidad, obra de una memoria o una mente absolutamente libres de supersticin y deentusiasmo. Clarissa era literal, y excepto siempre en aquella fantasa que pareca ser el centro detodo, se atena a los hechos.

    Para ella, la muerte de Csar era el resultado lgico de un sistema fiscal que no haba llegado anosotros, y dejaba de lado la virtud de la repblica romana y las ambiciones de los celebradospolticos. Las divisas y los impuestos eran su punto fuerte, y se las arreglaba para reducir todo elesplendor marcial de la antigedad a un plano econmico.

    No obstante, tena tambin otra obsesin, y mi referencia a Amiano se la record de nuevo.Los cristianos! exclam significativamente, y call. Esper. La conversacin de Clarissa

    pareca a veces una enumeracin de ttulos de captulos, elegidos al azar en una biblioteca de novelasvictorianas. Lo odiaban.

    A Amiano?No, a tu Juliano. Ests escribiendo sobre el emperador Juliano.Leyendo.Ah, escribirs sobre l dijo con una mirada abstracta de pitonisa, sugiriendo que yo era

    infatigable en mi excntrico propsito de estudiar la historia en tono menor.Claro que lo odiaban. Era inevitable se es en realidad el punto principal de mi trabajo.De no fiar, la mayora de ellos. No hay una historia decente desde el momento en que llegaron a

    Roma hasta que aqul ingls gordito sabes quin, el que viva en Suiza, el de los ojos redondos.Gibbon.S, se. Claro que las cosas no haban ocurrido as, pobre hombre, pero por lo menos lo intent.

    Naturalmente, para ese entonces ya nadie saba nada. De eso se encargaron ellos: quemaron unascosas, reescribieron otras No es que las haya ledo alguna vez; ya sabes cmo soy en materia delecturas: prefiero siempre una novela de misterio. Pero por lo menos Gibbon consigui el tono justo.

    Sin embargoClaro que Juliano era una especie de fatuo. Estaba continuamente en pose y no era, cmo le

    dicen ahora?, un apstata. Nunca renunci al cristianismo.Qu?Clarissa, pese a su extravagante manera, se complaca en reacondicionar toda la informacin

    aceptada. Nunca sabr si lo haca deliberadamente como ejercicio de mistificacin, o si sus versioneseran la olvidada realidad.

    Au fond, era un cristiano perfecto, a pesar de su dieta. Fue vegetariano algunos aos, pero nocoma habas, que yo recuerde, pues crea que guardaban las almas de los muertos, una vieja idearfica.

    Lo que no parece muy cristiano.No es parte de la cosa? No? Bueno, en todo caso, el propsito del primer Edicto de Pars

  • Yo nunca escuchara el propsito de Juliano. Iris haba aparecido en la puerta, esbelta, vestida deblanco, de cabello oscuro y peinado hacia atrs, en estilo clsico, descubrindole la cara serena. Erabonita y no tena nada que ver con lo que yo esperaba; pero Clarissa, como de costumbre, no mehaba dado mucha informacin. Iris Mortimer tena mi edad, sospech, unos treinta aos, y aunqueno era precisamente una belleza se mova con tanta soltura, hablaba con tanta suavidad y creabaalrededor una atmsfera de tanta calma que uno senta que ella tena verdadero derecho a la posesinde la belleza, derecho que le hubiese sido negado, con toda seguridad, por cualquier norteamericanopartidario de los rasgos regulares. La impresin era de levedad, como ese mes de junio Me demoroen describirla con cierta incomodidad, consciente de que no lo hago como es debido por lo menostal como se me apareci aquella tarde por la sencilla razn de que nuestras vidas habran deenredarse tan desesperadamente en los aos siguientes, y mis recuerdos de ella estn ahora cargadosde tanta emocin, que toda tentativa de evocarla tal como era cuando la vi por primera vez en aquellasala hace unos cincuenta aos no deja de parecerse a la labor de un restaurador de cuadros que quitacapas de barniz y polvo en busca de esa fresca figura original que est ah debajo, en alguna parte.Claro que un restaurador es un artesano, posiblemente sin prejuicios, y no ha creado adems laimagen original slo para asistir a una posterior deformacin, como hace en la vida el hombreapasionado. La Iris de aquel da era, supongo, la que iba a ser, ni ms ni menos; pues yo no podasospechar el extrao curso que tomara nuestro futuro. No present entonces que nos esperaban unospapeles mticos, aunque siento an la tentacin todopoderosa de afirmar, oscuramente, que inclusoen nuestro primer encuentro, yo saba. La verdad es que nos conocimos; nos hicimos amigos;almorzamos amistosamente, y el futuro no arrojaba ni una sombra a travs de la mesa de caoba a laque estbamos sentados, escuchando a Clarissa y comiendo sbalo fresco pescado en el ro esa mismamaana.

    Eugene est interesado en Juliano dijo nuestra anfitriona, tomando un esprrago con losdedos y llevndoselo a la boca.

    Qu Juliano?El emperador de Roma. He olvidado el nombre de la familia, pero creo que era primo de

    Constancio; aburrido, tambin, aunque no tan pesado como Juliano. Iris, prueba los esprragos.Vienen del huerto.

    Iris prob un esprrago y Clarissa record el dicho favorito del emperador Augusto: Rpidocomo hervir un esprrago. l tambin haba sido un pesado, en cierto modo.

    Incurablemente dedicado al trabajo de administracin. No quito importancia a ese trabajo; al finy al cabo, la base del Imperio era un sistema de archivos de primer orden; pero no creo que puedallamrselo atractivo.

    A quin prefera? pregunt Iris, sonrindome. Ella conoca tambin la obsesin de la dueade casa; si crea o no, era otra cosa. Supongo que no; pero suponer la verdad es quiz, en el planohumano, lo mismo que la verdad, por lo menos para los obsesos.

    A ninguno de los notarios dijo Clarissa, echando una mirada miope a la ventana por la que sevea un par de pjaros de plumaje amarillo que se acoplaban en vuelo contra el follaje verde de un boj. Pero claro que no conoc a todo el mundo, querida. Slo a unos pocos. No todos eran accesibles.Algunos nunca salan a comer afuera, y muchos de los que salan eran insoportables. Y adems, yoviajaba mucho. Me encantaba Alejandra y he pasado all el invierno durante ms de doscientos aos,

  • perdindome muchas de las cosas desagradables de Roma, la inestabilidad de esos tediososgenerales aunque Vitelio era muy divertido, por lo menos de joven. Nunca lo vi aquella vez, cuandofue emperador cinco minutos, no es as? Muri de gula. Qu apetito! Una vez, de joven, se comila mitad de una vaca en mi casa de Baiae. Ah, Baiae, cmo la echo de menos. Mucho mejor que Batho Biarritz, y desde luego ms interesante que Newport. He tenido muchas casas all a lo largo de losaos. Una vez, cuando el senador Tulio Cicern viajaba con aquella hija insoportable que tena, sedetuvieron

    Escuchbamos atentamente, como siempre ocurra con Clarissa, o debo decir ocurre? Mepregunto si sigue viviendo. Si es as, quiz el milagro se haya producido de veras, y un ser humanohabr evitado al fin el destino habitual. Un milagro agradable.

    El almuerzo termin sin ningn signo de la revelacin que me haba hecho esperar. No se dijonada que pareciera tener por lo menos un significado secreto.

    Mientras me preguntaba displicentemente si Clarissa estara o no completamente loca, segu a lasdos mujeres de vuelta a la sala, donde tomamos el caf con un cordial sentimiento de saciedad, apenasturbado en m por esa leve nusea que senta cada vez que beba demasiado vino en el almuerzo.Ahora, desde luego, nunca bebo vino, slo el t de menta de los rabes y ese caf amargo y arenosoque ha llegado a gustarme.

    Clarissa se remontaba indolentemente en sus recuerdos. Tena pasin por los pequeos detalles, amenudo mucho ms interesantes que sus charlas de costumbre sobre la devaluacin de la moneda.

    Ni Iris ni yo hablamos mucho. Era como si los dos espersemos alguna palabra de Clarissa quetrajera un inmediato alivio a ese almuerzo, ese da, esa reunin de extranjeros. Pero Clarissa seguachismeando; al fin, cuando yo empezaba a pasar revista mentalmente a las diversas frmulas que mefacilitan la partida, nuestra anfitriona, como si descubriera que la obertura haba durado demasiado,dijo bruscamente:

    Eugene, mustrale el jardn a Iris. Nunca lo ha visto.Y en seguida, disparndonos cordialmente fragmentos de frases, como si nos explicara su propia

    actitud, abandon la habitacin indicando que el resto era cosa nuestra.Desconcertados, los dos salimos a la terraza y a la tarde amarilla. Bajamos lentamente por los

    peldaos hacia la rosaleda, una larga serie de arcos entrelazados en un tnel verde, donde brillabanflores nuevas, y que terminaban en una fuente de cemento cubierta de feas baldosas con un banco allado, sombreado por olmos.

    No dimos rodeos. En el rato que nos llev llegar por entre las rosas hasta el banco, habamosintercambiado ya esos datos informativos bsicos que a veces nos hacen caer a menudoerrneamente en una especie de esquematismo, base de esas diversas arquitecturas que la gente secomplace en edificar cuando se junta para celebrar la amistad, la enemistad o el amor, o en ocasionesmuy especiales, si vale la pena, un palacio con habitaciones para tres, y muchas otras cosas.

    Iris era del Medio Oeste, de un rico suburbio de Detroit. Esto me interes por diversas razones,pues an haba en aquellos tiempos una verdadera hostilidad entre el Este, el Medio Oeste y elLejano Oeste, que es difcil concebir ahora, en esa gris homogeneidad que pasa por ser una nacincivilizada. Yo era del Este: un neoyorkino del valle del Hudson, con races sureas, y sentainstintivamente que los extranjeros quiz no fueran del todo civilizados. Es innecesario decir que enesa poca yo hubiera protestado con indignacin si alguien me hubiese atribuido ese prejuicio, pues

  • aqullos eran aos de tolerancia en que todo prejuicio haba sido desterrado, por lo menos de laconversacin Aunque desde luego, desterrar un prejuicio es una contradiccin en los trminos,pues, por definicin, prejuicio significa anterior al juicio, y aunque el tiempo y la experiencia suelenhacer estallar en nosotros todos los prejuicios de los primeros aos, existe, sin embargo, como partedel subconsciente, una fuerza irracional de sabotaje, que nos lleva a cometer crmenes verdaderamenteextraos, mucho peores porque suelen ser secretos aun para nosotros mismos.

    Yo tena, pues, prejuicios contra la gente del Medio Oeste, y contra los californianos tambin.Pensaba que los primeros sobre todo eran curiosamente hostiles a la libertad, a la influencia recprocade esa cultura racional de Occidente que yo haba abrazado con tanto amor en mi primera juventud yen la que haba crecido, siempre como ciudadano del mundo, y sintiendo que me haba tocado unavoz humilde pero discriminativa. Me ofendan los fabricantes de automviles que slo pensaban enhacer objetos, que desconfiaban de las ideas, que teman la belleza con la primitiva intensidad de laignorancia implacable. Poda esa fra muchacha ser de Detroit? De ese mismo suburbio que mehaba proporcionado en la escuela no pocos compaeros hermosos y vitales? Muchachos que habancombinado el vigor fsico con una resistencia a todas las ideas que no fueran las propias del barrio, yque slo poda calificarse de heroica considerando el poder de las escuelas de Nueva Inglaterra pararesquebrajar los prejuicios ms tenaces, al menos en el plano racional. Muchas veces se me habaocurrido que el nivel de esos muchachos no llegaba a ser racional, aunque yo admiraba aregaadientes y aun desprecindolos la gracia y la fuerza que ellos tenan, as como esa confianzaen el trabajo en comn que tanto los haba favorecido.

    Iris Mortimer perteneca a ese grupo. No haba, pues, nada que hacer excepto encontrar unnmero suficiente de nombres para echar las bases de la relacin de clase que an exista en aquelltimo ao de la mitad del siglo: una desaliada aristocracia a la que pertenecamos, al menos en lainfancia, por obra de la seguridad econmica, de la educacin, de la propia estima, y de casas servidaspor criados antes de la segunda de las guerras; compartamos todo esto y desde luego los nombres encomn de los compaeros de estudio, algunos de la zona de Iris, otros de la ma, nombres que nosubicaban en una poca. Durante un rato evitamos todo comentario sobre apellidos, reservndonosnuestras verdaderas identidades en ese perodo de identificacin. Descubr tambin que ella, como yo,no se haba casado, situacin excepcional, pues todos los apellidos que habamos mencionadoidentificaban a dos personas ahora, en lugar de una. La nuestra haba sido una generacin reaccionaria.Habamos tratado de luchar contra esa poca de guerras y desastres con una escrupulosa observanciade las costumbres de nuestros abuelos, reaccin directa contra la divertida generacin intermedia, quehaba adornado la vida con desordenadas alianzas, fortalecindola adems mediante la ayuda de un ginsospechoso. El resultado era sin duda clsico, pero al mismo tiempo resultaba un poco chocante. Losnios eran bien educados, dciles; se casaban pronto, conceban tristemente, se sometan a lavoluntad de sus propios hijos en nombre de una psicologa esclarecida; enriquecan la vida con elmejor gin en los mejores barrios, seguros entre los de su propia especie. Pero, milagrosamente, yohaba escapado a esto, y pareca que Iris tambin.

    Usted vive all solo?Iris seal en la direccin equivocada aunque refirindose acertadamente al ro; yo viva en la

    orilla este, a pocos kilmetros al norte de Clarissa.Asent.

  • Totalmente solo en una vieja casa.No tiene familia?Aqu ninguna. Ni mucha en ninguna parte. Algo en Nueva Orleans, de donde procede mi

    familia.Esper a que ella me preguntara si nunca me senta solo viviendo en una casa junto al ro, alejada

    de las otras; pero no le vio nada de extraordinario.Debe de ser formidable dijo lentamente, y arranc una hoja de un arbusto florecido; la rama,

    pesada de flores, temblaba sobre nuestras cabezas cuando nos sentamos en el banco del jardn ymiramos el apagado relmpago de las carpas en las aguas barrosas del estanque.

    Me gusta dije, un poco decepcionado, pues no tuve oportunidad de recurrir a uno de mishabituales argumentos en favor de la vida solitaria.

    En los cinco aos que siguieron a mi poca de viajes terminada por el momento, se mepresentaron muchas ocasiones de defender y glorificar la vida solitaria que yo haba elegido para mjunto a ese ro. Tena un repertorio siempre cambiante de tretas y golpes; por ejemplo, con la gentecordial, pona invariablemente en el tapete con amabilidad, desde luego las ventajas de la vida enla ciudad, confinada en unos pocos cuartos, con nios desinhibidos, y la posibilidad de respirardiariamente grandes cantidades de holln; otras veces me pona en la actitud de un prncipe de lastinieblas, a solas con sus crmenes en una casa antigua, figura que poda cambiar rpidamente, si eranecesario, por la ms atrayente de un remoto observador de las costumbres de los hombres, unestoico entre libros, sostenido por historias fragmentarias de mseros das olvidados, dedicado aevocar solemnemente las puras esencias de pocas ms nobles; casta inteligencia que ms all delcombate celebraba la fra memoria de la raza. Mi teatro era vasto y casi lamentaba que con Iris nofuera necesario siquiera levantar un instante el teln, y mucho menos presentarle alguna de missuntuosas funciones de gala.

    Como no estaba acostumbrada a una respuesta neutral, balbuce algo sobre los placeres de losjardines. La tranquila indiferencia de Iris evit que yo cayera intentando interesarle a cualquierprecio en un arranque realmente sensiblero. Sensiblero porque, estoy seguro, ninguno de nuestrosdeseos o actos ms profundos es nunca cuando hablamos honestamente, demasiado maravillosoo misterioso; la simplicidad, y no la complejidad, es el ncleo de nuestro ser. Afortunadamente, eltrmulo yo rara vez se revela, incluso a los oyentes pagos, pues, conscientes de la aterradorainmediatez de nuestras necesidades, las disfrazamos prudentemente con prestidigitaciones depeculiar astucia. Gran parte de la atraccin de Iris para m y al comienzo esa atraccin existiconsista en que no era necesario discutir tantas cosas. Desde luego, no haba ocasin para las mejorescharadas, lo que era una lstima desde el punto de vista creador. Pero en cambio era un alivio no fingiry, todava mejor, era un alivio no empezar a sondear abismos con la ilusin de poder encontrar elpreciado cofre de la verdad en el fondo del mar de la mente, ritual siniestro y popular en aquellosaos especialmente en los suburbios y en los barrios residenciales, donde haba siempre activospsicoterapeutas.

    Con Iris uno no suspenda, ni siquiera en un cctel, los artificios habituales de la sociedad. Todoestaba sobreentendido o pareca estarlo, que es exactamente lo mismo. Hablbamos de nosotroscomo de extraos ausentes.

    Hace mucho que conoce a Clarissa? le pregunt.

  • Iris mene la cabeza.La he conocido hace poco.As que sta es su primera visita aqu, al valle?La primera sonri, pero es un poco como si fuera mi casa. No me refiero a Detroit, sino al

    recuerdo de un lugar natal sacado de los libros.Yo tambin lo pensaba. Luego Iris aadi que ya no lea mucho, y sent un cierto alivio. Con Iris

    uno no quera hablar de libros o del pasado. Gran parte de su encanto provena de que estabatotalmente en el presente. Era su don y quiz su mejor cualidad el dar al momento un sentidoque luego en el recuerdo no exista, excepto como una borrosa impresin de excitacin. Iris creaba esaimpresin limitndose a existir. Yo nunca haba de aprender la estratagema, pues ella no tena unaconversacin en s misma interesante, y sus actos eran por lo general previsibles; y el efecto peculiarque ella causaba resultaba as tanto ms inslito. Me interrog cortsmente sobre mi trabajo,hacindome saber que aunque estaba interesada en lo que yo haca, la vida del emperador Juliano nole apasionaba demasiado.

    Estoy escribiendo una biografa abrevi. Siempre me ha gustado la historia, y cuando meinstal en la casa, eleg a Juliano para mi trabajo.

    Un trabajo de toda la vida?No tanto. Unos aos ms. La lectura es lo que ms me divierte, y eso es traicionero. Hay tanto

    interesante para leer que parece una prdida de tiempo y de energa escribir algo especialmente sislo ha de ser un reflejo de reflejos.

    Entonces, por qu hacerlo?Algo que decir, supongo. O por lo menos, el deseo de definir y aclarar, desde el propio punto

    de vista, naturalmente.Pero, por qu Juliano?Iris dijo el nombre de un modo raro, y yo pens que ella haba olvidado quin era Juliano, si es

    que lo haba sabido alguna vez.La apostasa; la ltima defensa del paganismo contra el cristianismo.Iris pareci por primera vez interesada.Lo mataron, no es cierto?No; muri en una batalla. De haber vivido ms, quiz hubiera podido mantener la divisin del

    Imperio entre los viejos dioses y el nuevo mesas. Desgraciadamente, la muerte temprana de Julianofue la muerte de ellos, el fin de los dioses.

    Salvo que volvieron como santosS; algunos se instalaron en el cristianismo con nombres nuevos.Madre de Dios murmur Iris pensativa.Uno hubiera pensado que no era un concepto cristiano aad, aunque esa hermosa falta de

    lgica me haba sido explicada reiteradas veces por los catlicos: cmo Dios poda y no poda almismo tiempo tener una madre, esa resplandeciente reina del cielo, absoluta monarca en aquellos das.

    He pensado muchas veces en esas cosas dijo Iris, tmidamente. Temo no tener mucho deestudiosa, pero me fascina. He estado en California los ltimos aos, trabajando en una revista demodas.

    El tono era exactamente el justo. Saba precisamente lo que esa palabra significaba, y ni se

  • disculpaba ni se mostraba complacida. Los dos resistimos al impulso de empezar de nuevo con losapellidos, abrindonos camino a travs del laberinto de la moda, el mundo frentico de las artesmarginales.

    Se mantuvo alejada del Vedanta? Un grupo de escritores ingleses trasplantados se habadedicado en esa poca al misticismo oriental, bajo la ilusin de que Asia empezaba en Las Vegas.Swamis y templos pululaban entre letreros de propaganda y naranjos; pero como se era el caminopara algunos, era tambin, para esos pocos al menos, un camino honorable.

    Estuve cerca se ri. Pero haba demasiado que leer, y ya entonces me pareca que nofuncionaba para nosotros. Los norteamericanos, quiero decir. Probablemente todo eso sea muy lgicoy familiar para los asiticos, pero nosotros venimos de una estirpe diferente, con una historiadiferente. Las respuestas de ellos no son las nuestras. Sin embargo, me pareci que era posible paraotros, y ya es mucho.

    Porque tanto no es posible?Exactamente. Pero s muy poco de esas cosas.Iris era directa. No daba por supuesto que lo que ella no conoca no existiera o no fuese digno de

    ser conocido, lo que era la respuesta tradicional en el mundo elegante.Est trabajando ahora?Sacudi la cabeza.No, abandon. La revista envi a alguien a ocupar mi puesto (yo no tena la personalidad que

    ellos queran) y entonces me fui a Nueva York, donde nunca haba estado realmente, salvo los finesde semana en mis aos de estudiante. En la revista crean que yo poda trabajar en la oficina de NuevaYork, pero estaba harta. Ya he trabajado.

    Y ha tenido bastante?De esa clase de cosas, s. Anduve un buen rato por Nueva York, conoc mucha gente, pens un

    pocoRetorci la hoja que an tena en los dedos, los ojos vagos, como enfocando la dbil sombra de la

    hoja que le caa parte en el vestido, ms en la rama de un rbol, y terminaba finalmente en unminsculo fragmento de sombra en el suelo, como el peldao inferior de una frgil escalera de aire.

    Y ahora est aqu, en casa de Clarissa.Qu mujer extraordinaria! Iris volvi hacia m los ojos avellana, claros, luminosos de

    juventud. Colecciona gente, pero sin ninguno de los criterios habituales. Hace que todos ajustenentre s, pero a qu se ajustan, con qu designio, nadie lo sabe. Es decir, yo no lo s.

    Supongo que pertenezco a esa coleccin. Aunque podra ser al revs, pues estoy seguro de queella me interesa ms que yo a ella.

    No hay modo de saberlo.De todos modos, estoy encantada de que me haya hecho venir.Hablamos de Clarissa con cierto inters, sin llegar a nada. Clarissa era verdaderamente enigmtica.

    Haba vivido veinte aos junto al Hudson. No estaba casada, pero se crea que lo haba estado.Reciba con gran destreza. Era solicitada en Nueva York y tambin en Europa, a donde viajaba confrecuencia. Pero nadie saba de donde vena, o del origen de su dinero; y lo ms curioso es que nadiehablaba de eso jams, como obedeciendo con tacto a algn oscuro sentido de la forma. Yo la conocadesde haca ya seis aos, y no haba comentado con nadie la excentricidad de Clarissa. Aceptbamos,

  • junto con su presencia, la realidad de esa mana, y all terminaba la cosa. Algunos se interesaban enella ms que otros. Yo estaba fascinado, y suspendiendo tanto la creencia como la duda, descubraque ella saba mucho de ciertos asuntos que me interesaban de veras. Los relatos de diversosencuentros con Libanio en Antioqua eran brillantes, todos contados literalmente como si ella notuviera inventiva, y de la que quiz careca realmente, pensamiento aterrador, en cuyo caso Perodecidimos no especular. Iris habl de sus planes.

    Me vuelvo a California.Est cansada de Nueva York?No, no es eso. Pero he conocido all a alguien bastante extraordinario, alguien a quien me

    gustara volver a ver. El candor de Iris probaba de modo evidente que ese inters no era romntico. Tiene bastante que ver con lo que estbamos comentando. Quiero decir, con Juliano y todo eso.Es una especie de predicador.

    No parece promisorio.Se oy un chasquido: una carpa captur una liblula en la superficie del estanque.Pero no pertenece para nada al gnero habitual. Es completamente distinto, aunque no s

    exactamente cmo.Evangelista?En aquellos tiempos, hombres y mujeres vociferantes todava eran capaces de reunir enormes

    multitudes, recorriendo el pas de una punta a otra, bramando sobre la salvacin que nos esperaba enel seno del Cordero.

    No, algo personal. Un poco como los maestros del Vedanta, slo que norteamericano, y joven.Qu ensea?No no estoy segura. No, no se ra. Lo vi slo una vez. En casa de un amigo, en Santa

    Mnica. Hablaba muy poco, pero uno tena la impresin de que era de que era algo fuera de locomn.

    Debe de haberlo sido, si no recuerda usted lo que dijo. Revis mi primera impresin: eraromntica, despus de todo. Un hombre joven, fascinante Yo estaba casi celoso, por principio.

    Me temo que no parezca muy coherente Iris hizo un ademn, y la hoja cay sobre supropia sombra, en la hierba. Quiz fue el efecto que haca a los dems lo que me impresion. Erangentes inteligentes, gentes de mundo, y sin embargo lo escuchaban como nios.

    Qu hace? Vive predicando?Tampoco lo s. Lo conoc la noche antes de irme de California.Y ahora quiere volver para descubrirlo?S. Lo he recordado mucho en estas ltimas semanas. Usted pensar que uno se olvida de esas

    cosas, pero yo no me he olvidado.Cmo se llama?Cave. John Cave.Un par de iniciales calculadas para pasmar a los inocentes.Pero aun en esta apelacin a la irona, sent un cierto escalofro imaginando que ste sera el plan

    de Clarissa. Durante muchos das el nombre reson en mi memoria, mucho despus de haber olvidadopor un tiempo el nombre mismo de Iris; de haber olvidado, como ocurre, el da entero, la peona en elboj, la cada de la hoja y la visin sbita de la carpa; instantes que ahora viven de nuevo en el acto de

  • recrearlos, detalles que iban a desaparecer en un borrn verdeamarillo de junio y una muchacha a milado en un jardn y ese nombre dicho a mi odo por primera vez, convirtindose en mi imaginacin enuna especie de monolito desnudo que guardaba el cincel del escultor.

  • III

    1

    No volv a ver a Iris durante varios meses. Ni tampoco a Clarissa, que al da siguiente de nuestroalmuerzo desapareci en uno de sus misteriosos viajes. Las idas y venidas de Clarissa obedecan sinduda a alguna trama secreta, aunque nunca pude descubrirles mayor sentido. Me decepcion muchono verla antes que se marchase, pues quera interrogarla sobre Iris y tambin

    * * *

    Ha sido un da difcil. Poco despus de escribir las lneas anteriores, esta maana o el sonido de unavoz norteamericana del lado de la calle del hotel: la primera que oa en varios aos. Salvo a m, a nadiese le ha permitido quedarse en el Alto Egipto desde hace dos dcadas. La divisin del mundo ha sidototal, tanto religiosa como poltica, y si algn funcionario no hubiera sospechado mi identidad, esdudoso que se me hubiera concedido asilo ni siquiera en esta regin remota.

    Trat de seguir escribiendo, pero me fue imposible; no poda recordar nada. Mi atencin no seconcentraba en el pasado, en aquellos espectros que en los ltimos tiempos haban asumido de nuevouna realidad tan aterradora, conforme avanzaba el trabajo de la memoria El pasado estaba perdidopara m aquella maana. Las puertas se haban cerrado y yo estaba abandonado en el mezquinopresente.

    Quin sera aquel norteamericano que haba llegado a Luxor? Y por qu? Sent entonces que laserenidad que me ha acompaado tanto tiempo me fallaba un instante, y tem por mi vida. Habanllegado por fin los asesinos largo tiempo esperados? Sin embargo, entonces ese animal interior quenos destruye con la salvaje voluntad de vivir se aquiet de pronto, aceptando de nuevo la disciplinaen que durante mucho tiempo yo lo haba mantenido, obediencia debida quiz no tanto a la fuerza demi voluntad como a su fatiga, pues ya nunca tiene esos ataques de furia, miedo y exultacin quealguna vez me dominaron como la luna domina las mareas; la derrota de ese animal es la nicavictoria, y bien amarga, de mi vejez.

    Tom las pginas que haba escrito y las ocult en la ancha grieta del mrmol que coronaba ellavatorio victoriano. Me puse luego una corbata y una chaqueta de lino, y bastn en mano, laexpresin ms anodina e inocente en la cara, sal de la habitacin y recorr el alto y oscuro pasillohasta el vestbulo, arrastrando los pies quiz un poco ms de lo necesario, exagerando mi autnticaextenuacin para sugerir, si era posible, un desamparo todava mayor. Si al fin haban venido amatarme, me pareca mejor ir hacia ellos mientras el miedo no me dominaba. Al acercarme alvestbulo, record la muerte de Cicern y su ejemplo me dio coraje. Tambin l estaba viejo ycansado, demasiado exasperado al final incluso para huir.

    Mi asesino si acaso lo es, y todava no lo s parece perfectamente inofensivo: unnorteamericano de cara colorada y traje blanco, arrugado por el calor y el viaje. Le hablaba en un rabeatroz al gerente, que aunque no entiende ingls se las arregla en francs y est acostumbrado a hablarcon los occidentales. Pero mi compatriota era obstinado y sofocaba con una voz poderosa lascorteses cadencias europeas del egipcio.

  • Me acerqu lentamente al mostrador, golpeando fuerte con el bastn en el piso de baldosas. Losdos se volvieron. Era el momento que yo tanto haba temido: los ojos de un norteamericano sevolvan hacia m una vez ms. Sabra? Sabe? Sent que se me vaciaba la cabeza. Hice un esfuerzo yme mantuve de pie. Afirmando la voz, que ahora acostumbra a temblar aunque no est perturbado,dije al norteamericano en nuestra lengua, la lengua que yo no haba hablado ni una vez en casi veinteaos:

    Puedo serle de alguna ayuda, seor?Las palabras me sonaron raras en mis labios, y me di cuenta de que les haba dado un

    rebuscamiento que no corresponda a mi manera habitual de hablar. La mirada de sorpresa del hombreera, creo, perfectamente sincera. Sent un alivio cobarde: todava no.

    Oh. El norteamericano me observ como un estpido durante un momento. Tena una caracapaz de sugerir una maravillosa gama de incomprensin, como descubr despus.

    Me llamo Richard Hudson dije, pronunciando cuidadosamente el nombre por el que meconocen en Egipto, el nombre con el que he vivido tantos aos que a veces me parece como si mi vidaanterior slo fuera un sueo, la fantasa de una poca que nunca existi excepto en mi imaginacin, enesos curiosos entresueos en que suelo caer los das que estoy cansado por lo general al crepsculo, cuando la mente pierde todo dominio de s misma y la memoria se confunde en imgenes, ycontempla mundos y esplendores que nunca ha conocido, y que sin embargo son tan vvidos que meobsesionan incluso en las maanas lcidas. Me estoy muriendo, claro, y mi cerebro va cediendo,liberando imgenes en un real abandono, mezclando elementos dispersos, como en aquellas obras dearte surrealistas que conocieron cierta boga en mi juventud.

    Oh dijo el norteamericano de nuevo; y luego, habiendo aceptado mi realidad, me tendi unamano gorda y colorada. Mi nombre es Butler, Bill Butler. Encantado de conocerlo. No esperabaencontrar otro blanco no esperaba encontrarme con un norteamericano en estos lugares.

    Le estrech la mano.Permtame que lo ayude dije, soltando rpidamente la mano. El gerente no habla ingls.He estudiado rabe dijo Butler, con cierto mal humor. Acabo de terminar un curso de un

    ao en el Ottawa Center para este trabajo. Aqu no lo hablan como lo estudibamos nosotros.Lleva tiempo dije conciliador. Ya le pescar la vuelta.Oh, estoy seguro. Dgale que reserve habitacin.Butler se sec las mejillas redondas y brillantes con un pauelo.Hay una reservacin para William Butler? le pregunt al gerente en francs.El gerente sacudi la cabeza, mirando el registro que tena delante.Es norteamericano? Pareci sorprendido cuando le dije que s. Pero no pareca hablar

    ingls.Estaba tratando de hablar en rabe.El gerente suspir.Quiere pedirle que me muestre el pasaporte y las autorizaciones?Hice lo que me peda. Butler sac del bolsillo un abultado sobre y se lo tendi al gerente. Mal

    como pude, sin parecer curioso, le mir los papeles. Ni vi nada raro. Evidentemente el pasaporteestaba en regla, pero las numerosas autorizaciones del gobierno de Egipto parecan interesar mucho algerente.

  • Quiz empec a decir, pero l ya estaba telefoneando a la polica. Aunque hablo el rabecon dificultad, lo entiendo fcilmente. El gerente haca muchas preguntas sobre el seor Butler y susituacin en Egipto. Era evidente que el jefe de polica lo saba todo y la conversacin fue breve.

    Quiere pedirle que firme el registro? me pidi el egipcio cuando colg.La expresin del gerente era de desconcierto. Me pregunt qu diablos sera todo aquello.No s por qu tanta confusin dijo Butler, inscribiendo su nombre en el registro con la vieja

    lapicera. Telegrafi para que me reservaran habitacin la semana pasada desde El Cairo.Las comunicaciones no se han perfeccionado en los pases rabes dije (afortunadamente para

    m, pens).Al fin lleg un botones que tom las valijas y la llave de la habitacin.Muy agradecido, seor Hudson.No hay por qu.Me gustara verlo, si no tiene inconveniente. Usted podra darme una idea del terreno.Le dije que estara encantado y nos citamos para tomar el t en la terraza, al fresco del atardecer.Cuando el hombre desapareci, le pregunt al gerente quin era, pero aunque mi viejo amigo

    ocupa este puesto desde hace doce aos y me considera un viejo residente pues he vivido en elhotel ms que ningn otro no me dijo nada.

    Es demasiado para m, seor.Y no le pude sacar nada ms.

    2

    En la terraza casi haca fro cuando nos encontramos a las seis, hora en que el sol egipcio, que acabade perder su oro insoportable, cae como un disco escarlata en las colinas de piedra blanca del otrolado del ro; en esta estacin las aguas serpentean angostas entre los bancos de barro, reducidas por elcalor a un tercio del caudal habitual.

    No creo que podamos pedir un trago No es que yo sea un gran bebedor, pero uno terminasediento en das as.

    Le dije que como los extranjeros ya no iban all, haban cerrado el bar. Los musulmanes, porrazones religiosas, no consuman alcohol.

    Lo s, lo s dijo. He estudiado todo eso, hasta he ledo el Corn. Una cosa aterradora.No es peor que los otros documentos revelados por el cielo dije suavemente, sin querer

    entrar en el tema. Pero cunteme qu lo ha trado a estos sitios.Yo iba a preguntarle lo mismo dijo Butler afablemente, tomando la taza de t de menta que le

    haba trado el criado. En el ro la vela roja de una fala lata lentamente en la brisa clida. El gerenteme dice que hace veinte aos que est usted aqu.

    Parece haber encontrado un idioma en comn.Butler lanz una risita.Esos demonios lo entienden a uno bastante bien cuando quieren. Pero ustedHe sido arquelogo un tiempo dije, y le cont la familiar historia, repetida ya tantas veces

    que casi haba llegado a creerla. Soy de Boston. Conoce Boston? Muchas veces recuerdo aquellosinviernos fros con cierta nostalgia. Demasiada luz puede ser tan penoso como demasiado poca. Hace

  • unos veinte aos decid retirarme, escribir un libro de memorias ste era un detalle nuevo,plausible. Egipto segua siendo mi nica pasin, y entonces me vine a Luxor, a este hotel donde heestado muy bien, aunque no he trabajado demasiado.

    Cmo lo dejaron entrar? Me refiero a todos esos problemas que hubo cuando la Liga Panrabecerr sus puertas a la civilizacin.

    Supongo que fue cuestin de suerte. Tena muchos amigos en el mundo acadmico de El Cairoy me dieron una dispensa especial.

    As que es un veterano con los nativos.Pero estoy ms bien retirado. He visto morir a todos mis amigos egipcios, y ahora yo mismo

    vivo casi como si estuviera muerto.Esto tuvo el deseado efecto de enfriarlo. Butler tena apenas cincuenta aos, pero la inmediatez

    de la muerte, aun cuando se manifieste en una persona que se conoce apenas, inspira cierta gravedad.Murmur algo que no entend. Creo que he empezado a perder el odo. No es que est sordo,

    pero siento a veces un zumbido montono que hace difcil la conversacin. Segn el mdico local, seme han endurecido las arterias, y en cualquier momento puede estallarme una en las circunvolucionesdel cerebro y acabar con mi vida. Pero no me detengo en esto, por lo menos no en la conversacin.

    Ha habido una gran agitacin en la Comunidad del Atlntico. No creo que usted haya odohablar mucho de eso por aqu, pues en los diarios egipcios que he visto hay una censura bastanterigurosa.

    Dije que no saba nada de los ltimos acontecimientos de la Comunidad del Atlntico, o decualquier otro lugar que no fuera Egipto.

    Han concertado una alianza con el mundo Panrabe que nos abre la totalidad de la regin. Claroque no est permitida la explotacin del petrleo, pero quedan cantidad de intercambios legtimosentre nuestro sector y esta gente.

    Pacientemente le escuch explicarme el estado del mundo. Pareca no haber cambiado mucho. Lanica diferencia era que ahora haba nombres nuevos y no familiares en los puestos importantes.Butler termin con una arenga patritica sobre la necesidad de que el mundo civilizado trabajara enarmona para bien de la humanidad.

    Esta apertura de Egipto nos ha dado la posibilidad que esperbamos desde hace aos, ypensamos aprovecharla.

    Se refiere a la ampliacin del comercio?No, me refiero a la Palabra.La Palabra? repet como un tonto, y sent que me volva el viejo miedo.Claro. Soy un misionero cavita.Dio dos golpecitos en la mesa. Yo pegu dbilmente con el bastn en las baldosas: en los tiempos

    de la persecucin espaola, esas seales eran una forma de comunicacin secreta. No es que lapersecucin hubiera sido realmente tan grande, pero habamos decidido dramatizarla para que nuestragente llegara a tener ms conciencia de aquel esplndido aunque temporal aislamiento, y el altodestino que los esperaba. No se me haba ocurrido que los cavitas triunfantes siguieran aferrados aesos restos de ritual fraterno que yo mismo haba imaginado con cierta ligereza en los primeros aos.Pero es claro que el amor por los ritos, por el smbolo, es caracterstico de nuestra especie; yreflexion tristemente en esto mientras responda a la seal que nos identificaba como hermanos

  • cavitas.El mundo ha de haber cambiado dije por fin. Haba una ley musulmana que no permita la

    entrada de misioneros extranjeros en la Liga rabe.Presin. Butler pareca muy satisfecho. Nada evidente, claro; pero hay que hacerlo.Por razones econmicas?No, por la Palabra Cavita. Eso es lo que vendemos, pues no tenemos otra cosa.Butler pestae seriamente al ltimo sol escarlata; la voz era ronca, como la de los hombres que

    vendan productos por televisin en los viejos tiempos. Pero el tono de sinceridad, fuese simulado oautntico, era indiscutiblemente firme.

    Puede verse en dificultades dije; no quera seguir con esta conversacin, pero no podacortarla de golpe. Los musulmanes son muy empecinados en su fe.

    Butler ri confiado.Lo cambiaremos todo. Quiz no resulte fcil al principio. Tenemos que ir lentamente, tantear el

    camino; pero una vez que conozcamos el terreno, por as decir, lograremos un verdadero cambio.La intencin de Butler era inequvoca. Ya me imaginaba yo en accin a aquellas Brigadas de la

    Palabra, en este ltimo refugio terrestre. Haca tiempo que haban empezado como empeososequipos de instruccin. Pero despus de las primeras victorias, se haban vuelto partidarios de ladesmoralizacin, del lavado de cerebro y de la autohipnosis, utilizando todas las armas psicolgicasque nuestra ingeniosa especie haba fabricado a mediados de siglo, llegando con el paso del tiempo aser tan sutiles que ya no eran necesarias la crcel o la ejecucin para desanimar a los heterodoxos.Aun el hombre ms recalcitrante y virtuoso poda ser reducido a una sincera y til ortodoxia, decalidad semejante a la de los anteriores antagonistas, olvidada ya la rebelin, la razn al fin anclada enla verdad general. Yo esperaba de veras que estos mtodos fueran todava mejores que en misilustrados tiempos.

    Confo en que podrn salvar a esta pobre gente dije, detestndome por mi hipocresa.No hay la menor duda dijo Butler, juntando las manos. No tienen idea de la felicidad que

    les traemos.Por difcil que fuera aceptar esta hiprbole, cre en la sinceridad de Butler, pues es uno de esos

    fanticos sin cuyos oficios no hay obra en el mundo que se pueda llevar a cabo con xito. No sentms que una fugaz compasin por los musulmanes. Estaban condenados, pero ese destino no lesafligira ms de la cuenta, pues mi compaero tena perfecta razn cuando hablaba de la felicidad quelos esperaba: una dichosa estupidez que no los afectara en modo alguno como ciudadanos.

    Haca mucho habamos decidido que sta era la nica manera humana de deshacerse de todas lassupersticiones, en beneficio de la Palabra Cavita y de una vida mejor.

    Pero es extrao que lo hayan dejado entrar dije, muy consciente de que al fin de cuentaspoda ser mi asesino, a quien el gobierno egipcio haba permitido que me destruyera, y junto conmigoel ltimo recuerdo verdadero de la misin. No era imposible que Butler fuese un actor consumado yque me sondeara antes de la victoria final de los cavitas, la necesaria muerte y el olvido total de lapersona de Eugene Luther, que haba envejecido con un nombre falso en una tierra ardiente.

    Si Butler es un actor, tambin es un maestro. Machac interminablemente sobre Norteamrica,John Cave y la necesidad de difundir la Palabra por todo el mundo. Escuch pacientemente mientrasel sol se ocultaba detrs de las colinas y todas las estrellas aparecan contra la superficie del cielo sin

  • luna. En las casuchas de la otra orilla del Nilo brillaron unos fuegos, puntos amarillos de luz, como laslucirnagas que revoloteaban junto a aquel otro ro que ya nunca volver a ver.

    Ha de ser casi la hora de la cena.Todava no dije, aliviado de que la cara de Butler fuese ahora invisible. Me haba

    desacostumbrado a las caras anchas y coloradas despus de tantos aos en Luxor entre los delgados,los delicados y los oscuros. Slo la voz de Butler era ahora una disonancia en la noche.

    Espero que la comida sea aceptable.No es mala, aunque quiz le lleve tiempo acostumbrarse.Tengo un estmago slido. Sospecho que por eso me eligieron para este trabajo.Este trabajo? Poda significar? Pero me negu a ceder al pnico. He vivido demasiado tiempo

    aterrorizado y ya nada me conmueve mucho, sobre todo desde que la prolongacin de mi vida me hatrado al borde de la nada.

    Son muchos? pregunt cortsmente. El da terminaba y yo estaba cada vez ms cansado,con los sentidos embotados y un poco confusos. Muchos los portavoces?

    Unos cuantos. Nos han estado preparando el ao pasado en Canad para el gran trabajo de laapertura de la Liga Panrabe. Durante aos supimos que era slo cuestin de tiempo, que al fin elGobierno nos mandara aqu.

    As que estn bien familiarizados con la cultura y el carcter rabes?Por supuesto. Claro que quiz tenga que recurrir a usted ms de una vez, si no ve

    inconveniente. Lanz una risita, como mostrando que el patronazgo sera cordial.Ser un honor para m colaborar.Prevemos que habr problemas al principio. Tenemos que ir despacio. Actuar como si slo

    hubiramos venido a dar instruccin, mientras vamos conociendo los puntos fuertes. Despus,llegado el momento

    Butler dej la frase amenazadora sin terminar. Yo poda imaginarme el resto. Afortunadamentepara entonces la naturaleza, con o sin la ayuda del seor Butler, me habra suprimido como testigo.

    En el interior del hotel, el ruido de los platos era como una referencia familiar. Yo tena concienciade mi hambre. A medida que el mecanismo se detena traqueteando, necesitaba tambin mscombustible, y ms a menudo. Quise entrar, pero antes que pudiera zafarme elegantemente, Butlerme hizo una pregunta:

    Usted es el nico norteamericano por estos lugares?Asent.Curioso, no se dijo nada de que hubiera algn norteamericano por aqu. Supongo que no saban

    que usted estaba.Tal vez me contaban entre los norteamericanos de El Cairo dije en tono tranquilo. Me

    imagino que oficialmente resido en esa ciudad. Yo perteneca a la junta asesora del Museo.Esto no era ni remotamente cierto, pero como no haba ninguna junta asesora, que yo sepa,

    pareca difcil que alguien sealara que yo no era miembro.Ser as. Butler pareca fcil de contentar, quiz demasiado fcil. Desde luego nos ayuda

    mucho tener a alguien como usted aqu, otro cavita que conoce la jerga.Ayudar en todo lo que pueda. Aunque me temo que ya he dejado atrs mis aos tiles. Como

    el rey de Inglaterra, lo nico que puedo hacer es aconsejar.

  • Ya es bastante. De todos modos, yo soy el portavoz activo. Mi compaero se ocupa de lasotras cosas.

    Compaero? Pens que estaba solo.No. Yo vine aqu primero; mi colega llega dentro de unas semanas. Es el procedimiento

    corriente. l es psiclogo y una autoridad en la Palabra. Todos lo somos, claro, es decir, autoridades;pero l ha ahondado en la historia primitiva un poco ms que nosotros, los misioneros.

    As que haba otro, e inteligente. Me descubr a m mismo temiendo y al mismo tiempoesperando la llegada de esa peligrosa persona. Sera interesante tratar de nuevo con una inteligenciaslida, o por lo menos con alguien instruido, aunque Butler no me ayuda a tener confianza en losnuevos misioneros cavitas. Sin embargo, desde mi huida me interesa mucho el mundo occidental.Durante dos dcadas he vivido apartado de todo conocimiento del Occidente. A veces llegan rumoreshasta Luxor, fragmentos de informacin, pero no es posible sacarles mucha miga, pues los cavitas,como bien lo s, no son gente demasiado ingenua, y a su vez los diarios egipcios viven en unfantstico mundo de dominio panrabe. Haba tantas cosas que yo deseaba saber Pero vacil eninterrogar a Butler, no por miedo a delatarme a m mismo, sino porque tena la impresin de quecualquier conversacin seria que intentramos no nos llevara a ninguna parte. Me preguntaba yo sisabra lo que presuntamente deba saber, y mucho menos todos los detalles que a m me interesabany que incluso un hombre medianamente inteligente aunque no desesperadamente fervorosohubiese podido proporcionarme.

    Tuve una sbita idea.No tendr usted por casualidad una edicin reciente del Testamento? El mo es ya bastante

    viejo y anticuado.De qu fecha es?Esto yo no lo esperaba.El ao? No recuerdo. De hace unos treinta, supongo.Hubo un silencio.Claro que el suyo es un caso especial, pues ha vivido aislado del mundo. Hay un reglamento

    que lo protege, creo, si no ha estado en contacto con el exterior. De todos modos, como misionero, esmi obligacin pedirle el viejo ejemplar.

    Claro que s, peroLe dar uno nuevo, naturalmente. Es ilegal tener un Testamento anterior al segundo Concilio

    Cavita.Yo empezaba a entender. Luego del cisma, un segundo Concilio haba sido inevitable, aunque en

    la prensa egipcia no se hubiese publicado nada.Aqu la censura es absoluta dije. No tena idea de que hubiese habido un nuevo Concilio.Qu manada de salvajes! gru Butler, disgustado. Esa va a ser una de nuestras

    principales tareas: la educacin, la libre prensa. No ha habido casi comunicacin entre estas dosesferas de influencia

    Esferas de influencia. Con qu facilidad le vino esta frase a los labios! Toda la jerga de losperiodistas de hace medio siglo, deduzco, ha pasado al lenguaje comn, proporcionando a la genteestpida ciertas frases hechas, donde unos significados no demasiado claros se confunden todavams. Supongo, desde luego, que Butler es tan estpido como parece: un ejemplar tpico de la

  • generacin postcavita.Tiene que trazarme un cuadro claro de lo que pas en Norteamrica desde mi partida dije,

    pero me levant para impedir que Butler me hiciese, por lo menos en ese momento, cualquier otraobservacin sobre esferas de influencia.

    Me qued un rato de pie, apoyado en el bastn. Me haba incorporado demasiado rpido y comode costumbre tuve un poco de vrtigo. Senta tambin un apetito de lobo. Butler aplast el cigarrilloen las baldosas.

    Le dir todo lo que quiera saber. Es mi oficio. Ahog una risita. Bueno, es hora dezamparse algo. Tengo unas pastillas antibacterianas que nos dieron antes de salir, para que la comidano nos intoxique.

    Estoy seguro de que no las necesitar.Butler sigui caminando a mi lado, lentamente.Adems aumenta el placer de la comida.Me estremec involuntariamente, pues haba reconocido otra frase hueca del pasado. Entonces

    haba parecido una idea tan buena recurrir al lenguaje vulgar de los publicitarios. Tuve un brevesentimiento de culpa.

    3

    Comimos juntos en el saln ventilado, acompaados slo por un puado de funcionarios del gobiernoy de hombres de negocios que nos miraban sin mayor inters, aunque los norteamericanos no eran unespectculo frecuente en Egipto. Claro que estaban acostumbrados a m, aunque, en general, yo noera una figura prominente; coma en mi cuarto y slo frecuentaba los senderos de la orilla del ro, losque evitan la ciudad de Luxor.

    Descubr, despus de haber comido, que me senta un tanto repuesto y en mejores condiciones dehacer frente a Butler. En realidad, sin darme cuenta, me encontr, en la locura de la vejez, gozando dela compaa de ese hombre, prueba segura de soledad si no de senilidad.

    l tambin, luego de tomar unas pldoras que lo colmaran de energa y vigor (es la frase queemple), se afloj considerablemente y me habl de su vida en los Estados Unidos. No tena talentopara evocar lo que l sin duda hubiese llamado un panorama general, pero, de paso, y de unamanera desordenada, me dio una cantidad de detalles sobre su vida y su trabajo que me mostraron lasproporciones del mundo del que vena Butler, y que yo, en mi insensatez, haba contribuido a crear.

    En cuestiones religiosas era dogmtico y sin imaginacin, preocupado por la letra de losmandamientos y las revelaciones ms que por el espritu, tal como era o es. No pude resistir a lapeligrosa maniobra de preguntarle, en el momento justo, claro estbamos hablando de la poca delcisma, qu haba sido de Eugene Luther.

    Quin?La taza de caf me tembl en la mano. La pos cuidadosamente sobre la mesa. Me pregunt si

    Butler no sera algo sordo. Repet mi propio nombre, perdido para m desde haca mucho tiempo,pero todava mo en la secreta penumbra de la memoria.

    No recuerdo el nombre. Era amigo del Liberador?Pero claro. Yo tambin lo conoc un poco, hace muchos aos, antes de los tiempos de usted.

  • Me gustara saber qu le pas. Supongo que habr muerto.Lo siento, pero no he odo el nombre. Me mir con cierto inters. Supongo que usted es

    bastante viejo como para haber conocido a Cave.Asent, bajando los prpados con estudiada reverencia, como deslumbrado por el recuerdo de una

    gran luz.Lo vi varias veces.Diablos, lo envidio de veras! No quedan muchos que lo hayan visto con sus propios ojos.

    Cmo era?Como en las fotografas dije, desviando la direccin de la encuesta, y evitando as el peligro

    de una trampa. Fui reservado; prefer que Butler me hablara de s mismo. Afortunadamente ltambin lo prefera, y durante casi una hora aprend todo lo que necesitaba saber; al menos de la vidade un misionero de la Palabra Cavita.

    Mientras Butler hablaba, yo acechaba furtivamente el indicio de alguna doble intencin, pero nodescubr nada. Sin embargo, soy suspicaz. Butler no haba reconocido mi nombre y yo no podaentender por qu oscuro motivo haba fingido ignorancia, a menos que ya supiera quin soy yquisiera confundirme.

    Poco despus me disculp y fui a mi habitacin, luego de aceptar de manos de Butler un ejemplardel Testamento ms nuevo, elegantemente encuadernado en plasticn parece plstico,prometindole que al da siguiente le dara mi viejo ejemplar prohibido.

    Lo primero que hice, despus de cerrar con llave la puerta de mi habitacin, fue llevar el libro alescritorio y abrirlo en el ndice. Mi ojo recorri la columna de nombres familiares hasta llegar a la L.

    Al principio pens que mis ojos me jugaban una mala pasada. Acerqu la pgina a la luz,preguntndome si no estaba sufriendo de alucinaciones, fenmeno habitual en la soledad de la vejez.Pero mis ojos no me engaaban, y la alucinacin, como tal, pareca demasiado convincente. Minombre no figuraba en el ndice. Eugene Luther no exista en aquel Testamento que era en gran medidasu obra.

    Dej que el libro se cerrara solo, como ocurre cuando es todava nuevo. Me sent al escritorio, yal fin entend el porqu de la extraordinaria ignorancia de Butler. Yo haba sido borrado de la historia.Mi lugar en el tiempo haba desaparecido. Era como si yo no hubiese vivido nunca.

  • IV

    1

    En los ltimos das me ha costado un poco evitar la compaa del seor Butler. Afortunadamenteahora est muy ocupado con los funcionarios locales y puedo volver de nuevo a mi relato. No creoque a Butler lo hayan mandado aqu para que me asesine, pero, por otra parte, a juzgar por ciertascosas que ha dicho y otras que no ha dicho, la ignorancia de este hombre no me asegura la vida; detodos modos, hay que ir adelante. En el mejor de los casos ser una carrera entre l y estas arteriasendurecidas que me irrigan los lbulos del cerebro. Mi nica curiosidad es la llegada, la semanaprxima, de un colega suyo a quien supongo de la segunda generacin, y de tendencias un tantolibrescas, segn Butler, que mucho me temo no ha de ser un buen juez. Ciertas cosas que hesabido de Iris Mortimer en los ltimos das me inspiran ms que nunca el deseo de recordar con lamayor precisin posible los aos que pasamos juntos, pues lo que tem entonces ha ocurrido al fin, sihe de creer a Butler, y ahora, ya en el estado de nimo ms adecuado para mirar hacia atrs, vuelvo alas escenas de hace medio siglo.

    2

    No haba llegado a nada con mi Vida de Juliano. La personalidad de este hombre me desalentaba; susescritos continuaban fascinndome. Como ocurre tantas veces en la historia, me haba resultado difcilllegar a l. El atractivo humano de Juliano quedaba anulado para m por aquellos tristes errores deconducta y de juicio que me depriman, aunque derivaran con toda lgica del hombre y de la poca,esa unin fatal que al fin alza un muro entre el presente y las figuras del pasado, hacindolas extraasa nosotros, por ms intensa e imaginativa que sea la recreacin. Ellos no son nosotros. Nosotros nosomos ellos. Y yo me negaba a recurrir a la fcil triquiuela de modelar a Juliano de acuerdo con mipropia imagen. Respetaba la integridad de Juliano, y lamentaba los siglos de separacin. Al fin, mitrabajo se detuvo. Con cierto alivio cerr mi casa en el otoo y me fui a California.

    Tena una pequea renta que me permita llevar una vida sencilla y hacer viajes modestos,situacin afortunada si se piensa que en mi juventud fui de disposicin impetuosa, capaz de laspasiones y la violencia de un Rimbaud sin el poder, afortunadamente, de hacerlos realidad. De habertenido ms dinero o ninguno, podra haber muerto joven, dejando detrs el breve recuerdo de unromntico menor. En cambio, me haba tocado un papel distinto en la comedia, papel que, despus devarios aos de lecturas junto a mi ro natal, estaba especialmente preparado para desempear.

    Viaj al sur de California, donde no haba estado desde mi servicio en una de las guerras. Nuncahaba explorado de veras aquella tierra extica y me inspiraba curiosidad, ms de la que sent antes odespus por cualquier lugar del mundo. Uno conoce Egipto sin visitarlo, y China tambin; pero Losngeles es nica en su brillante horror.

    Naturalmente, el cine nos excitaba a todos; aunque en aquel tiempo haba perdido mucho de suatractivo para la imaginacin del pblico, a diferencia de las primeras dcadas en que una pelculapoda proyectar, en tamao mayor que el natural no slo en vastas pantallas sino tambin en lamente impresionable de un pblico enorme homogeneizado por una pasin comn figuras de

  • sombra que como las tenues envolturas de los dioses estoicos flotaban sobre la tierra en sueospblicos sugiriendo un mundo esplndido y perfecto donde reinaba el amor y slo moran los malos.Pero pas el tiempo, y las nuevas deidades perdieron sus adoradores. Haba demasiados dioses y losdevotos se haban acostumbrado a ellos, comprendiendo al fin que slo eran mortales metidos no enritos mgicos sino en srdidos negocios. La televisin el altar domstico sucedi al cine, y lostemplos cinematogrficos en un tiempo populosos y adornados, construidos segn modelos barrocosy bizantinos, se vaciaron, pues los viejos dioses se incorporaron a las nuevas jerarquas,convirtindose en los dioses domsticos y menores de la televisin, que aunque atrajeran la atencinde la mayora de los ciudadanos, no arrebataban ni invadan los sueos, ni llenaban los das denostalgia e imgenes secretas como las figuras clsicas de pocas anteriores. Aunque por mi edad yopoda recordar los intrpidos das del cine el poder casi mtico que haba ejercido sobre millones depersonas, no todas simples, estaba muy intrigado por las costumbres, los cultos, los trabajos deeste pueblo litoral tan diferente del mundo ms viejo del Este y tan opuesto al primer hogar denuestra raza en Europa. Es innecesario decir que los encontr iguales a todo el mundo, salvo algunasdiferencias menores sin mayor importancia.

    Me detuve en un gran hotel cuya arquitectura no lograba un feliz equilibrio entre el decorado demrmoles y tiestos con palmeras del Continental Hotel de Pars y el cromado y el vidrio de un vagnde ferrocarril.

    Abr las valijas y telefone a los amigos, que en su mayora no estaban en casa. Encontr al quemenos conoca: un autor menor de libretos cinematogrficos que haca poco haba hecho un buencasamiento y haba abandonado el cine, cosa que los cineastas restantes sin duda le agradecan.Dedicaba su tiempo a ayudar a su mujer a convertirse en la primera anfitriona de Beverly Hills. Lamujer tena record por una reunin anterior la mentalidad de una nia de doce aos, pero erasumamente activa y buena.

    Hastings, que as se llamaba el autor el nombre de ella era Ethel o Valerie, dos nombres quesiempre confundo gracias a un curso especialmente revolucionario de mnemotecnia que segu una vez, me invit a una fiesta. Fui.

    Pareca primavera, aunque estbamos en otoo, y era como si se hubieran juntado unos cuantospasajeros en el saln de un barco para celebrar el Ao Nuevo, aunque en realidad la reunin secompona en general de gente que se conoca bien. Como yo no conoca a casi nadie, lo pasesplndidamente.

    Despus de una brillante acogida, mi anfitriona una figura dorada toda de verde, con polvo deoro en el pelo me dej solo. Ms solcito era Hastings, hombre gris y nervioso, con un peculiardefecto de locucin: un suspiro bastante simptico antes de cada palabra que empezara con una letraaspirada.

    Vamos a tener una casa mejor. Ms arriba, en las colinas, con una vista maravillosa de toda laciudad. Te gustar, Gene. Ah, todava no he firmado el contrato, pero pronto.

    Mientras hablbamos me conduca a travs de multitudes de gente bella y extraa; ninguno era deCalifornia, descubr. Me present chicas magnficas, exactamente iguales a como eran en el cine. Ledije a una rubia despampanante que estara esplndida en una versin musical del Bhagavadgita. Ellaestuvo de acuerdo, y mi husped y yo salimos al patio.

    Junto a una piscina verde jade, iluminada desde abajo y un poco sucia, con hojas flotando en el

  • agua el decorado se iba desluciendo, los escenarios haban sido usados demasiado tiempo ynecesitaban renovarse; Hollywood envejeca sin distincin, algunos de los invitados ms tranquilosse haban sentado en sillas de hierro blanco, mientras los farolitos de papel brillaban con gracia sobrelas palmeras, y en todas partes, y en desorden, crecan rosas, jazmines y lilas, todo fuera de estaciny fuera de lugar. Lo mismo ocurra con los invitados que estaban junto a la piscina, salvo uno:Clarissa.

    Se conocen?La voz de Hastings, ligeramente satisfecha,