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Metodo como investiga Shulgin
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Aunque el compuesto aparece como una nueva sustancia, tangible, material, que se
puede pesar, aún es tabula rasa en lo que respecta a la farmacología, en el sentido de
que no se conoce nada, y no se puede llegar a conocer nada, acerca de su acción en el
ser humano, ya que nunca ha estado en el interior de un ser humano. Es sólo mediante el
desarrollo de una relación entre la cosa que se pone a prueba y la persona que la
experimenta como se pondrá de manifiesto este aspecto característico suyo, y la persona
que realiza la prueba contribuirá a la definición final de la acción de la droga tanto como
la droga en sí misma. El proceso por el que se averigua la naturaleza de los efectos de
un compuesto es lo mismo que el propio proceso de conocer sus efectos.
Entre los investigadores que ponen a prueba alguna sustancia que ha obtenido otro
investigador se encontrarán algunos (la mayoría, espera el creador) que harán distintas
evaluaciones por separado y que estarán de acuerdo con las de quien obtuvo por primera
vez la sustancia, y entonces se tendrá la impresión de que el creador definió (desarrolló)
las propiedades de forma adecuada. Otros investigadores (sólo algunos, espera el
creador) mostrarán su desacuerdo, y sin decir nada a nadie tenderán a preguntarse por
qué no llegaron a evaluar la sustancia de forma más precisa. Si sucede todo esto,
podemos considerar globalmente que se trata de un éxito, y que es la recompensa por
seguir las tres partes del proceso, es decir, ideación, creación y definición.
Pero debemos tener en cuenta que la interacción tiene lugar en los dos sentidos: la
persona que experimenta una sustancia, lo mismo que la sustancia que se comprueba,
reciben su mutua influencia .
Yo determino la actividad de las sustancias que invento de la manera más antigua y con
mayor relevancia, de entre todas las que han existido en todos los tiempos; establecida y
practicada durante miles de años por médicos y chamanes que tuvieron que conocer los
efectos de plantas que podían ser útiles para curar. El método es evidente para
cualquiera que haya pensado al menos un poco en este asunto. Aunque la mayoría de los
compuestos que investigo se materializan en el laboratorio, y yo en contadas ocasiones
pruebo las plantas o los hongos que nos ofrece la naturaleza, todavía hay una única
manera de hacerlo, un procedimiento que minimiza el riesgo, a la vez que maximiza la
calidad de la información obtenida. Yo mismo ingiero el compuesto. Experimento sus
efectos físicos en mi propio cuerpo y permanezco atento a cualquier efecto mental que
pudiera aparecer.
Antes de ofrecer detalles sobre este anticuado método para descubrir la actividad de una
nueva droga, permítame el lector explicar qué pienso sobre los ensayos en animales, y
por qué ya no me baso en ellos para mi investigación.
Antes utilizaba animales, cuando trabajaba en Dole, para detectar la posible toxicidad.
Evidentemente, las drogas que prometían tener utilidad clínica deben pasar por los
procedimientos establecidos que permite el IND (Investigación de Nuevas Drogas), así
como por ensayos clínicos, antes de poderse efectuar estudios en humanos a gran escala.
Pero yo no he matado ratones en experimentos desde hace dos décadas, y no preveo
ninguna necesidad de hacer eso de nuevo. Mis razones para haberme situado en contra
del uso de animales en los ensayos son las que expongo a continuación.
Durante la época en que experimentaba de forma rutinaria en ratones toda nueva droga,
potencialmente psicoactiva, para establecer la LD-50 (el nivel de dosis al cual el 50% de
los animales mueren), se me hicieron obvios dos conceptos generales. Todos los
animales que pasaban por la prueba parecían agruparse en la zona que se encuentra en
los 50 y 150 miligramos por kilogramo de peso corporal. Para un ratón de 25 gramos,
esto implicaría encontrarse en unos 5 miligramos. Y, en segundo lugar, esa cifra no
permite predecir ni la potencia ni las propiedades del mecanismo de la droga que
podrían darse en el ser humano. No obstante, en la literatura científica, numerosos
compuestos se han “establecido” como psiquedélicos por su acción, basándose tan sólo
en ensayos animales, sin que se realizase ninguna evaluación humana. Creo, en
términos absolutos, que poner a prueba cosas como la construcción del nido en ratones,
o bien la alteración de la respuesta condicionada, el apareamiento, el tiempo que tardan
en salir de un laberinto o su actividad motora, no tienen ningún valor para determinar el
potencial psiquedélico de un compuesto.
Hay una forma de investigación mediante animales que ciertamente sí tiene mérito, y es
la monitorización cardiovascular y eventual examen patológico de un animal
experimental al que se ha administrado una dosis cada vez mayor del compuesto que se
está estudiando. El animal que normalmente he utilizado ha sido el perro. Esta forma de
investigación es ciertamente útil para determinar la naturaleza de los efectos tóxicos que
se deben controlar, pero sigue sin tener ningún valor para definir los efectos subjetivos
de una droga psicoactiva en el ser humano.
Mi punto de partida habitual, al probar una nueva droga, es de entre unas diez y
cincuenta veces menos, en términos de peso, que el nivel activo conocido de su análogo
más cercano. Si tengo alguna duda, reduzco de nuevo otras diez veces. Con algunos
compuestos que están estrechamente relacionados con drogas de baja potencia
previamente investigadas he comenzado a niveles de miligramos. Pero hay otros
compuestos –los de una clase completamente nueva e inexplorada– en los que
posiblemente comience a experimentar a niveles incluso inferiores al del microgramo.
No hay un procedimiento totalmente seguro. Distintas líneas de razonamiento pueden
llevar a diferentes predicciones de un nivel de dosis que probablemente sea inactivo en
el ser humano. Un investigador prudente comienza su exploración con la menor. Sin
embargo, siempre está en el aire la pregunta: “Sí, pero que sucedería si…?”. Podemos
razonar, DESPUÉS DE la experiencia que –en la jerga de los químicos– el grupo etilo
incrementó la potencia por encima de la del grupo metilo, debido a la lipofilia, o que la
redujo debido a una desmetilización enzimática poco efectiva. Por tanto, mis decisiones
deben ser una mezcla de intuición y de jugar con las probabilidades.
Hay muy pocas drogas que –mediante el cambio estructural basado en un único átomo
de carbono (a esto lo llamamos “homologación”)– cambien su potencia farmacológica
en todo un nivel de magnitud. Hay muy pocos compuestos que sean activos oralmente a
niveles muy por debajo de 50 microgramos. Y he descubierto que las escasísimas
drogas que son activas en el sistema nervioso central del ser humano y que resultan ser
peligrosas para el investigador a dosis activas, normalmente ofrecen algunas
advertencias previas al nivel de umbral. Si deseas seguir siendo un investigador vivo y
saludable, tendrás que conocer bien estas señales de aviso, y dejar de seguir
investigando en mayor medida cualquier droga que presente una o más de esas señales.
Yo normalmente experimento menos en busca de indicios de peligro que en busca de las
señales de que la nueva droga puede tener efectos que simplemente no me resulten
útiles o interesantes.
Por ejemplo: si estoy probando una nueva sustancia a un nivel de dosis bajo y detecto en
mí indicios de hiperreflexia, un exceso de sensibilidad a los estímulos normales –estar
acelerado, como suele decirse coloquialmente–, podría tratarse de un aviso de que esa
droga podría, a dosis más altas, causar convulsiones. Los convulsionantes se utilizan en
la investigación con animales y tienen una función legítima en medicina, pero mi taza
de té no llega a provocarme convulsiones. Que un compuesto muestre cierta tendencia a
enviarme al mundo de los sueños puede ser un síntoma de advertencia; soñar durante el
día es una conducta normal cuando estoy cansado o aburrido, pero no cuando acabo de
tomar una pequeña dosis de una nueva droga y me encuentro vigilante, esperando
síntomas de actividad. O tal vez me doy cuenta de que caigo en breves episodios en que
duermo, los microsueños. Cualquiera de estas señales me llevaría a sospechar que la
sustancia podría ser un sedante hipnótico o un narcótico. Este tipo de drogas es
indudable que tienen su lugar en la medicina, pero –de nuevo– no son lo que yo busco.
Una vez se ha establecido que la dosis inicial seleccionada no tiene efecto de ningún
tipo, aumento la dosis en días alternos, en incrementos de aproximadamente el doble a
niveles bajos, y tal vez de 1,5 veces, a niveles superiores.
Debemos tener en cuenta que, si una droga se experimenta con excesiva frecuencia, se
puede desarrollar tolerancia a ella, aunque no exista actividad percibida, de forma que
aumentar la cantidad tal vez parezca no ofrecer actividad, y en realidad nos estaremos
equivocando. Para minimizar esta posible pérdida de sensibilidad, no repito ninguna
droga en días seguidos. Además, me concedo de vez en cuando una semana para estar
completamente libre de drogas. Esto es especialmente importante si estoy
experimentando distintas drogas de propiedades estructurales similares en el mismo
período.
A lo largo de los años, he desarrollado un método de asignación de símbolos que se
refieren exclusivamente a la fuerza o intensidad percibida de la experiencia, no al
contenido, que se evalúa por separado en mis notas de investigación. Podría también
aplicarse a otras clases de drogas psicoactivas, como sedantes-hipnóticos o
antidepresivos. Utilizo un sistema de cinco niveles de efectos, simbolizados por signos
de “mas” y de “menos”. Hay un nivel adicional que describiré, pero se sostiene por sí
mismo y no es comparable con los demás.
(-) o “menos”. No se nota ningún efecto, de ningún tipo en absoluto, lo cual puede
deberse a la sustancia en cuestión. A esta condición también se la llama “estado inicial”,
que es mi estado anímico normal. Por tanto, si el efecto de la droga es “menos”,
significa que me encuentro exactamente en las mismas condiciones mentales y
corporales en las que estaba antes de tomar la droga objeto del experimento.
(±) o “más-menos”. Siento alguna diferencia respecto a mi estado normal, pero no
puedo estar seguro de que se trate de un efecto propio de la droga. Hay muchos falsos
positivos en esta categoría, y muy a menudo mi informe concluye que lo que he
interpretado como indicio de actividad era, en realidad, producto de mi imaginación.
En este momento describiré brevemente algo que llamo la “alerta”. Es un leve indicio
que sirve para acordarme (en caso de que me haya distraído por una llamada de teléfono
o una conversación) de que, efectivamente, yo había tomado una droga. Sucede en una
fase temprana del experimento, y es el preludio de acontecimientos venideros. Todos los
miembros de nuestro grupo de investigación tienen su propia forma individual de alerta;
uno nota cierta descongestión de los senos paranasales, otro siente un hormigueo en la
parte inferior del cuello, otro empieza a moquear ligeramente, y yo, en concreto, me doy
cuenta de que mi tinnitus desaparece.
(+) o “más uno”. Hay un efecto real, y puedo llevar la cuenta de la duración de ese
efecto, pero no soy capaz de decir nada sobre la naturaleza de la experiencia.
Dependiendo de la droga, podría haber signos tempranos de actividad, entre los que tal
vez se encuentren las náuseas e incluso los vómitos (aunque sean extremadamente
raros). Pueden aparecer efectos menos molestos, como un ligero mareo, repetidos
bostezos, inquietud o deseo de permanecer en movimiento. Estos síntomas físicos
tempranos, si es que surgen, suelen desaparecer en la primera hora, pero deben
considerarse reales, no imaginarios. Puede haber un cambio mental, pero no se puede
definir en relación al carácter de cada uno. Pocas veces hay falsos positivos en esta
categoría.
(++) o “más dos”. El efecto de la droga es innegable, y no sólo puede percibirse su
duración, sino también su naturaleza. Es a este nivel cuando se realizan los primeros
intentos de clasificación, y mis anotaciones pueden incluir cosas como ésta: “Hay una
considerable mejora visual y una gran sensación táctil, a pesar de notarse una leve
anestesia”. (Lo que significa que, aunque las yemas de mis dedos puedan responder
menos al calor, el frío o el dolor, mi sentido del tacto se ha potenciado claramente). A
más dos, me atrevería a conducir un coche sólo si existiera de algún modo un riesgo de
muerte. Aún soy capaz de contestar fácilmente al teléfono, y puedo llevar la
conversación sin problemas, pero sin duda preferiría no tener que hacerlo. Mis
facultades cognitivas siguen intactas, y si surge algo inesperado podría sobreponerme a
los efectos de la droga sin excesiva dificultad, hasta tener el problema bajo control.
Es en este estado –más dos– cuando suelo introducir otro sujeto experimental, mi mujer,
Ann. Los efectos de la droga son lo suficientemente notables en este nivel para que ella
pueda evaluarlos en su propio cuerpo y su propia mente. Ella tiene un metabolismo muy
distinto al mío, y por supuesto una mente también muy distinta, por lo que sus
reacciones y respuestas me aportan una información muy importante.
(+++) o “más tres”. Esta es la intensidad máxima del efecto de una droga. Aparece el
máximo potencial que puede haber en una sustancia. Sus propiedades se aprecian por
completo (suponiendo que la amnesia no sea una de esas propiedades) y es posible
definir de forma exacta el patrón cronológico. En otras palabras, puedo detectar cuándo
recibo la alerta, cuando termina el estado de transición, cuánto dura la meseta –o
actividad completa–, antes de notar el comienzo del declive de los efectos, y de forma
exacta, lo brusca o suave que es la vuelta al estado inicial o normal. Conozco cuál es la
naturaleza de los efectos de la droga en mi cuerpo y mi mente. Me resultaría imposible
coger el teléfono, simplemente porque necesitaría demasiado esfuerzo mantener la
normalidad requerida en el tono de voz y en las respuestas. Podría manejar una
situación de emergencia, pero la supresión de los efectos de la droga requeriría un fuerte
grado de concentración.
Después de que Ann y yo hayamos explorado el grado “más tres” de la nueva droga, y
hayamos establecido los rangos de dosis con los que obtenemos esta intensidad en los
efectos, reunimos a nuestro grupo de investigación y compartimos la sustancia con
ellos. Dentro de poco diré algo más sobre este grupo. Después de que los miembros del
grupo de investigación hayan redactado sus informes sobre la experiencia es cuando me
preparo para escribir la síntesis de la nueva droga y su farmacología humana, para su
inclusión en alguna publicación científica.
(++++) o “más cuatro”. Esta es una categoría aparte y muy especial, que forma una
clase por sí misma. Los cuatro signos de “más” no significan, de ninguna manera, que
sea superior o comparable a un “más tres”. Se trata de un estado sereno y mágico que es
en gran medida independiente de la droga que se utilice –si es que se utiliza alguna
droga–, y podría llamarse una “experiencia cumbre”, utilizando la terminología del
psiquiatra Abe Maslow. No puede repetirse a voluntad repitiendo el experimento. Un
“más cuatro” es una experiencia única, mística o incluso religiosa que nunca se podrá
olvidar. Tiende a conllevar un profundo cambio de perspectiva, o en la dirección de la
vida de la persona que tiene la suerte de experimentarla.
Hace unos treinta años, compartía mis nuevos descubrimientos con un grupo informal
de unos siete amigos; no nos reuníamos todos a la vez, sino en subgrupos de entre tres y
cinco, algunos fines de semana, cuando podían disponer de tiempo. Estos siete
originales pasaron a dedicarse a otras cosas; algunos se mudaron de la zona de Bay Area
y perdimos el contacto; otros siguen siendo buenos amigos a los que vemos
ocasionalmente, pero actualmente para cenar y recordar viejos tiempos, no para hacer
experimentos con drogas.
El grupo de investigación actual es un equipo que llega a ser de once cuando todos los
miembros están presentes, pero, dado que dos de ellos viven bastante lejos de Bay Area,
y no siempre pueden unirse a nosotros, normalmente somos nueve. Hacen esto por su
propia voluntad, y algunos son científicos, otros psicólogos, y todos ellos son expertos
en experimentar los efectos de un buen número de drogas psicoactivas. Conocen bien el
tema, y estas personas llevan unos quince años trabajando conmigo. Forman una familia
estrechamente unida cuya experiencia en este ámbito les permite realizar comparaciones
directas con otros estados modificados de conciencia conocidos, así como manifestar si
una característica especial del efecto de una droga es equivalente al de otra, o si por el
contrario es inferior en la comparación. Siento por todos ellos una inmensa gratitud, por
haberme ofrecido muchos años durante los que he podido confiar en su voluntad para
explorar un territorio desconocido.
El asunto del consentimiento informado es algo complemente distinto en el contexto de
este tipo de grupo de investigación, al llevar a cabo este procedimiento para estudiar
sustancias. Todos nuestros miembros conocen los riesgos, así como los posibles
beneficios, que se pueden esperar en cada experimento. La idea de mala praxis o
demanda legal no tiene sentido dentro de este grupo de voluntarios. Todos y cada uno
de nosotros sabe que cualquier tipo de daño, sea físico o psíquico, sufrido por cualquiera
de los miembros, a consecuencia de la experimentación con una droga nueva, recibiría
el trato adecuado por todos los demás miembros del grupo, en el grado en que fuese
necesario, y durante todo el tiempo que necesitase esa persona para recobrar la salud.
Todos ofreceríamos apoyo económico, emocional y cualquier otro tipo de asistencia
necesaria, hasta cubrir todo lo que hiciese falta. Pero permítame el lector añadir que el
mismo tipo de ayuda y cuidados daríamos a cualquier miembro del grupo que los
necesitara, aunque la causa no tuviera ninguna relación con la experimentación con
drogas. En otras palabras, somos amigos íntimos.
En este momento debo señalar que, en el transcurso de estos quince años, ningún
miembro del grupo ha sufrido ningún daño físico o mental como resultado de la
experimentación con drogas. Ha habido unos pocos casos de malestar psíquico y
emocional, pero los afectados siempre se han recuperado en cuanto desaparecieron los
efectos de la sustancia.
¿Cómo mide un investigador la intensidad de los efectos de una droga, tal como los
percibe él? Lo ideal es que esas evaluaciones fueran subjetivas, libres de cualquier
opinión o sesgo por parte del observador. Y el sujeto experimental debería ignorar la
identidad y el tipo de acción esperada. Sin embargo, en el caso de sustancias como éstas
–drogas psicoactivas–, los efectos pueden percibirse solamente dentro del conjunto
formado por los órganos sensoriales del sujeto. Sólo de esa forma podemos observar e
informar sobre el grado y naturaleza del mecanismo de la droga. Por tanto, el sujeto es
el observador, y la objetividad al estilo clásico es imposible en nuestro caso. No puede
haber estudios ciegos.
El asunto de los estudios ciegos, especialmente los de doble ciego, no tienen ninguna
relevancia y, en mi opinión, rozan la inmoralidad en nuestro ámbito de investigación.
Las razones para diseñar un estudio “ciego” consisten en protegerse del posible sesgo
subjetivo por parte del sujeto, pero la objetividad no es posible en esta clase de
investigación, como explicaré más adelante. El sujeto podría llegar a tener un estado
modificado de conciencia, y considero totalmente inadecuada la idea de no advertirle
previamente de esta posibilidad.
Dado que al sujeto, en un experimento de este tipo, se le habrá advertido sobre la
identidad de la droga y sobre la forma general de acción que puede esperarse a los
niveles de dosificación que Ann y yo sabemos que son activos, y puesto que conoce el
momento y el lugar del experimento, así como la dosis que va a tomar, yo utilizo la
expresión “doble consciente”, en lugar de “doble ciego”. Esta expresión fue idea
original del doctor Gordon Alles, un científico que también exploró el ámbito de los
estados modificados de conciencia con drogas recién creadas.
Se siguen estrictamente ciertas reglas. Antes del experimento, deben haber pasado al
menos tres días desde la última vez que se consumió una droga; si alguno de nosotros
sufre algún tipo de enfermedad, aunque sea muy leve, y especialmente si está tomando
medicamentos para ella, sabemos que no participará ingiriendo la droga objeto del
ensayo, si bien puede decidir estar presente durante la sesión.
Nos reunimos en la casa de una u otra persona del grupo, y todos llevamos comida o
bebida de algún tipo. En la mayoría de los casos, el anfitrión se prepara para que todos
nos quedemos en su casa para pasar la noche, y nos llevamos sacos de dormir o
esterillas. Debe haber espacio suficiente para que cualquiera de nosotros se separe del
resto del grupo si desea estar solo durante un rato. Las casas que utilizamos tienen
jardines donde podemos pasar algún tiempo al aire libre, entre las plantas. También hay
disponibles música y libros de arte, para cualquiera que desee utilizarlos durante el
experimento.
Sólo hay dos obligaciones relacionadas con el procedimiento. Tenemos siempre
presente que las palabras “Levanto la mano” (acompañadas siempre por el
levantamiento real de la mano de quien habla), antes de decir algo, significa que,
independientemente de lo que se diga, se trata de un asunto o problema reales. Si yo
grito “Levanto la mano”, y después paso a decir que huelo a humo, eso significa que
estoy realmente preocupado por un olor a humo que es real, y no que esté haciendo
algún tipo de juego de palabras o dejándome llevar por algún producto de mi
imaginación, sea del tipo que fuere. Esta norma se recuerda al principio de todas las
sesiones y se cumple estrictamente.
La segunda es el concepto de derecho a veto. Si algún miembro del grupo se siente
molesto o nervioso por alguna propuesta concreta relacionada con la forma en que
podría transcurrir la sesión, se ejecuta el derecho a veto y todos lo respetan. Por
ejemplo, si una persona sugiere poner música en algún momento del ensayo y se le unen
otros a los que gusta la idea, se supone que la decisión debe ser unánime; si a una sola
persona le molesta oír música, queda garantizado que no se pondrá tampoco para el
resto del grupo. Esta regla no genera los problemas que tal vez alguien podría imaginar,
porque en la mayoría de las casas que son suficientemente grandes para acomodar a un
grupo de once personas para un experimento de ese tipo, suele haber una sala libre en la
que poder oír música sin perjudicar la tranquilidad que haya en otras habitaciones.
Debo decir algo sobre las conductas sexuales. En nuestro grupo, hace muchos años se
expuso claramente –y se ha sabido y respetado desde entonces– que no habrá ningún
tipo de comportamiento relacionado con impulsos o sentimientos sexuales, que se
permita durante un experimento, entre personas que no estén casadas o que no tengan en
ese momento una relación estable. Es la misma regla que se aplica en psicoterapia; se
puede hablar sobre sentimientos sexuales, si se desea hacer, pero no habrá ningún tipo
de actos físicos con otro miembro del grupo que no sea la pareja adecuada. Por
supuesto, si una pareja con una relación consolidada quiere retirarse a una habitación
privada para hacer el amor, son libres de hacerlo con el beneplácito (y probablemente la
envidia) de todos los demás.
Existe el mismo acuerdo en relación con los sentimientos de enfado o con los impulsos
de violencia, si llegaran a surgir. Esto permite una total libertad de expresión, y la
completa seguridad de que, independientemente de qué tipo de sentimiento o emoción
inesperados puedan surgir, nadie actuará de ningún modo que pueda causar
remordimientos o sensación de vergüenza, en ese momento o en otro futuro, hacia
alguno o todos nosotros.
Los investigadores están acostumbrados a tratar la falta de acuerdo o los sentimientos
negativos de la misma forma en que los tratarían en una terapia de grupo: examinando
los motivos de las molestias, el enfado o la irritación. Saben hace mucho tiempo que el
examen de los efectos psicológicos y emocionales de una droga psicoactiva es,
inevitablemente, similar al examen de sus dinámicas psicológicas y emocionales como
individuos.
Si todo el mundo está en buenas condiciones físicas, participan todos los miembros del
grupo. Se hizo una excepción en el caso de un miembro que llevaba mucho tiempo
participando, un psicólogo de setenta y tantos años que durante una sesión experimental
tomó la decisión de dejar de tomar drogas experimentales. No obstante, quiso seguir
participando en las sesiones con todos los demás, y recibimos su presencia con gran
entusiasmo. Disfrutó mucho tiempo con lo que se conoce como “ebriedad por contacto”,
hasta que murió unos años después, después de una operación de corazón. Le quisimos
mucho y aún le echamos de menos.
Se trata de un equipo poco usual, y lo reconozco, pero ha funcionado bien para la
evaluación de más de cien drogas psicoactivas, muchas de las cuales se han introducido
en una práctica psicoterapéutica de un tipo nuevo y distinto.