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MI CAMINO

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Autobiografía de la Sierva de Dios Julia Navarrete y Guerrero

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MI CAMINO

Recuerdos de mi vida

Autobiografía de Julia Navarrete una mística mexicana de nuestros tiempos

INTRODUCCIÓN Y NOTAS DEL P. EULOGIO PACHO POLVORINOS O. C. D.

Misioneras Hijas de la Purísima Virgen María, A. R.

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Con las debidas licencias Derechos reservados por el Autor CONGREGACIÓN DE MISIONERAS HIJAS DE LA PURÍSIMA VIRGEN MARÍA. Héroe de Nacozari No. 721 Sur C. P. 20240 Aguascalientes, Ags. Segunda Edición: 2006 Impreso en México Printed in Mexico.

MÉXICO 2006

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PRESENTACIÓN

El Padre Rafael Checa Curi director espiritual de la Venerable Madre Julia Navarrete por 24 años y depositario de esta Autobiografía, a petición de la Congregación de Misioneras Hijas de la Purísima Virgen María, tiene la satisfacción de presentar a los lectores y devotos de la Venerable Madre de todo el mundo el libro titulado: “ Mi Camino”, Autobiografía de la Madre Julia Navarrete Guerrero.

El original forma parte del Archivo General de Documentación del mismo Instituto. La introducción que lo precede ha sido realizada por el P. Eulogio Pacho Polvorinos, O. C. D. Su autoridad y competencia reconocidas en la “Historia de la Espiritualidad” y particularmente en el estudio e investigación de los clásicos espirituales, es un aval y garantía anticipada del valor intrínseco de la experiencia mística de la Madre Julia. Escritos, como el que se presenta aquí, no son frecuentes entre el alud de “autobiografías” que hoy están de moda, más con fines comerciales y de

Julia Navarrete Guerrero

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publicidad, que con el ánimo de construir una sociedad mejor. Este caso es diferente. Se trata de una gran mujer mexicana de nuestros tiempos. Fundadora, con la inspiración e impulso del P. Alberto Cuzcó Mir, de un Instituto religioso femenino dedicado a la promoción humana, en los campos de la evangelización de la cultura, a la acción misionera, a las obras benéficas en favor de niños huérfanos y desheredados de la fortuna, al apoyo y ayuda a nuestros pueblos indígenas y a los campesinos pobres, a los trabajadores que emigran en busca de oportunidades. México, los Estados Unidos, el Perú, África, son hasta ahora sus campos de acción y de servicio, contando actualmente con 48 casas en donde estas misioneras, de edificante vida, llevan a cabo sus proyectos. La “Autobiografía” de Julia Navarrete como el lector podrá apreciarlo, se coloca, entre los documentos de más alta calidad, en los escritos místicos de nuestro país. Al texto original y a la introducción precede una Cronología Biográfica. Cabe añadir que la experiencia espiritual de nuestra biografiada, se complementa y amplía con las

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“cartas de dirección,” que siguen siendo una riqueza mística inapreciable.

La Congregación de Misioneras Hijas de la Purísima Virgen María, en su afán de dar a conocer los valores personales de quienes han vivido intensamente los regalos del Espíritu, se precia en incluir en su colección este documento autobiográfico. Auguramos a los lectores versados en estas cuestiones una grata sorpresa, del género literario místico. Al público en general, la oportunidad de una aproximación directa al alma de una mujer contemporánea de dotes humanos no comunes y de claros valores cristianos. P. Rafael Checa Curi, O. C. D.

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CRONOLOGÍA BIOGRÁFICA DE LA VENERABLE MADRE

JULIA NAVARRETE GUERRERO 1881, junio 30: Nace la Venerable Madre en Oaxaca, Oax.,

México. Sus Padres el Sr. Profesor Don Demetrio Martínez de Navarrete Y Doña Julia Guerrero de Navarrete. Tiene la Venerable Madre cinco hermanos: Florencio, José, Rafael, Juan y Francisco, siendo ella la segunda en la familia.

1881, julio 2: Es bautizada en la Parroquia del Sagrario en

Oaxaca, el día 2 de julio, con el nombre de MARÍA JULIA DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS LUCINA.

1888, febrero: Es confirmada en la Iglesia Catedral de

Oaxaca por el Sr. Arzobispo Don Eulogio Gillow. Siendo su Madrina Manuela Espinoza.

1888, julio 7: Recibe la Primera Comunión. Inicia la M. Julia

una intensa vida interior.

Familia de la Venerable Madre Julia Navarrete Guerrero

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1893, A la edad de 12 años, ingresa a la Escuela Normal para señoritas, en Oaxaca. Es querida y estimada de sus compañeras. Gusta de la sociedad, en el buen sentido, baila, toca el piano, se divierte. Una chica alegre y normal.

1896, El Señor la atrae a sí desde muy temprana edad.

A los 15 años busca dirección espiritual en el Siervo de Dios Antonio Repiso, S. J. Acude diariamente a la Eucaristía, comulgando penetrada de profunda devoción. Busca la soledad, la penitencia, la oración e invierte cuanto dinero le dan, en los pobres.

1897, A los 16 años, se le propone matrimonio, mas

ella tomó la resolución de no casarse. Empezó a surgirle la idea de la vida religiosa. Con el consentimiento de su director espiritual hace voto de perpetua castidad.

1898, octubre 5: Julia Navarrete ingresa en la naciente

Congregación de la Cruz del Sagrado Corazón (esta Congregación también recibió en el principio el nombre de “Oasis”, en la Autobiografía se usan estos nombres indistintamente). Su formación la recibe del R, P, Alberto Cuscó Mir, S. J., Fundador del Instituto.

1898, octubre 15: Fiesta de la Pureza de María, hace su

ofrecimiento de entregarse a la vida de oración y sacrificio en la Congregación de la Cruz del Sagrado Corazón.

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1898, diciembre 12: Recibe el hábito de la Congregación tomando el nombre de: Julia de las Espinas del Sagrado Corazón.

1900, marzo 3: La Venerable Madre, Julia Navarrete, es

nombrada maestra de novicias. 1901, marzo 19: Recibe el nombramiento de Superiora de

la Congregación de la Cruz del Sagrado Corazón. 1901, mayo 3 La Venerable Madre y seis hermanas más

hacen los votos canónicos por un año. Los primeros que se hacen en el Oasis. Queda así confirmada como Superiora por el Sr. Arzobispo Don. Próspero María Alarcón.

1901, septiembre 30: El R. P. Alberto Cuscó Mir,

Fundador, es destinado a Oaxaca. Encomienda la Congregación a la Venerable Madre Julia Navarrete.

1903, junio 26: Destitución de la Venerable Madre. No

acepta innovaciones en la naciente Congregación. Se le acusa de falta de rectitud por comunicarse con el Padre Fundador. Nuevas elecciones en el Oasis.

1903, junio 28: Confirma las elecciones, Monseñor Don

Próspero Ma. Alarcón, Arzobispo de México. Quedan electas: Superiora, R. M. Virginia Rincón Gallardo y Doblado, Maestra de Novicias: R. M. Julia Navarrete Guerrero. Se nombra director espiritual: R. P. Félix de Jesús Rougier.

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1903, julio 19: Deciden separarse de la Congregación de la Cruz, la Venerable Madre y la M. Virginia Rincón Gallardo y Doblado para conservar el espíritu del naciente Instituto, que el Fundador le había encomendado. Adquieren de Monseñor Alarcón la dispensa de sus votos.

1903, julio 21: Siguen a la Venerable Madre: siete profesas,

tres novicias, tres postulantes y una donada. 1903, julio: Las hermanas que dejaron la Congregación de

la Cruz del Sagrado Corazón se reúnen con su Fundador, el P. Alberto Cuscó Mir, previa autorización del Sup. Provincial, P. Tomás Ipiña, S.J., con el objeto de reorganizar la pequeña comunidad. Se escoge para establecerse la nueva Diócesis de Aguascalientes. El P. Alberto Cuscó Mir, las pone en manos de Dios y su providencia. Les da un nuevo nombre: “Instituto de la Pureza de la Virgen María Inmaculada”.

1903, septiembre 12: Las MM Julia Navarrete y Virginia

Rincón Gallardo se presentan al Sr. Fray José María de Jesús Portugal y Serrato, OFM. Primer Obispo de Aguascalientes, el cual las acepta bondadosamente.

1904, enero 4: A petición del Sr. Portugal es fundado por

las MM. Julia y Virginia, el primer colegio de la Congregación con el nombre de “Colegio de la Inmaculada”, en la ciudad de Aguascalientes.

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1904, marzo 12: Venerable Madre, la gran pena de LA MUERTE DE SU SOCIA Y COMPAÑERA, la Madre Virginia Rincón Gallardo y Doblado.

1904, julio 12: Obtiene la Venerable Madre, el Decreto de

Erección Diocesana, del Instituto de la Pureza de la Virgen María Inmaculada.

1907, noviembre 20: La Venerable Madre, funda el

segundo. Colegio en San Pedro de las Colonias, Coah., a petición de Monseñor Jesús María Echavarría, Obispo de Saltillo, Coah.

Durante los años que fue Superiora General o Vicaria General, realizó la Madre Julia 32 fundaciones, las cuales en su mayoría subsisten.

1907, agosto 7: Se consagra al Señor en la Congregación

de la “Pureza de María Inmaculada”, con votos Perpetuos Canónicos.

1908, A petición del Sr. José Ma. Portugal, la

Venerable Madre abre sus brazos y corazón, para proteger y cuidar de un grupo de huerfanitas en el “ORFANATORIO CASIMIRA ARTEAGA”, hoy “HOGAR DE LA NIÑA”.

1908, Noviembre 19: PRIMER CAPÍTULO GENERAL; es

electa por mayoría de votos como Superiora General la R. M. Julia de las Espinas del Sagrado Corazón (Navarrete Guerrero).

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1914, noviembre 19: SEGUNDO CAPÍTULO GENERAL. La Venerable Madre es electa Superiora General.

1916, octubre 24: Por consejo del R. P. Fundador Alberto

Cuscó Mir, S.J. la Madre Julia considera prudente hacer una fundación en Estados Unidos para tener un refugio en caso necesario, en vista de las difíciles circunstancias políticas por las que en esos años atravesaba el país. Se abre una escuela en Kingsville, Texas.

1916, diciembre 22: Sufre la Venerable Madre por el

fallecimiento del R. P. Alberto Cuscó Mir, S.J., acaecido en Marfa, Texas.

1920, agosto 12: TERCER CAPÍTULO GENERAL. La M.

Julia es electa nuevamente Superiora General, Mons. José Ma. Valdespino, presidente del capítulo, le pide que renuncie por considerar que ha desempeñado ese servicio bastante tiempo; inmediatamente la Venerable Madre renuncia y queda electa la M. Virginia del Dulce nombre de María ( María Isabel Watson Fisher); la Venerable Madre es electa Vicaria General.

1920, agosto 28: La Venerable Madre se traslada a

Hermosillo, Sonora, como Superiora de la casa y con la encomienda de supervisar la comunidad de Alamos, Sonora.

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1921, junio: La Venerable Madre sufre humildemente una serie de acusaciones y malas inteligencias de parte de su Superiora General.

1921-1922: El R. P. Félix Rougier, busca a la M. Julia

Navarrete en Aguascalientes. Habla con la M. María Isabel Watson. Propone que se unan los dos Institutos.

1922, septiembre: Es enviada como Superiora, la M. Julia

a la Casa de Guaymas, Sonora. 1923, mayo 24: Renuncia la Venerable Madre al cargo de

Vicaria General por considerar que ayudaría con ello a la unión del Instituto, dadas las hostilidades de su Superiora General. Ocupa su cargo la M. Catalina Agüero.

1924, julio: Se le ordena a la venerable Madre, salir de

Guaymas, Sonora para hacerse cargo de la Casa Misión de Kingsville, Texas.

Se le prohíbe comunicarse con las hermanas. La M. Julia se dedica a la oración y despliega una gran labor apostólica en la escuela parroquial y con los jóvenes.

1924, agosto 29: Prohíbe la Madre General el escribir a la

M. Julia especialmente tratándose de conciencia. 1925, febrero 4: Muere la Sra. Julia Guerrero de

Navarrete, madre de la Venerable Madre , en Hermosillo, Sonora.

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La M. Julia acepta expresamente la voluntad divina y agradece las atenciones que las hermanas de Hermosillo dispensaron a su madre.

1926, julio: La Venerable Madre es llamada por la

Superiora General desde San Luis Potosí. Se le comunica que debido a la persecución religiosa, se pensaba suprimir el noviciado y enviar a las novicias a sus casas a menos que ella quisiera tomarlas por su cuenta, con la aclaración de que no le podría ayudar económicamente el Instituto. La M. Julia, confía plenamente en la Providencia Divina y acepta la responsabilidad. Traslada el Noviciado a Texas.

1927, junio 21: Recibe la M. Julia la orden de salir de

Kingsville a la fundación de Gregory. Monseñor Emmanuel B. Ledvina, Obispo Diocesano, la ayuda económicamente.

1927, El Sr. Ledvina propone a la venerable Madre, que se

separe de la Congregación y le ofrece apoyo económico y moral.

La M. Julia agradece su aprecio y apoyo pero le expresa que quiere vivir y morir en la Congregación de la Pureza, sea cual fuere el trato que se le dé.

1927, septiembre 5: De nuevo es enviada la M. Julia a la

fundación de la casa de Robstown, Texas. Da a conocer su Plan de Trabajo que abarca: niños,

jóvenes y adultos y pide que se le dé a conocer la voluntad expresa de su Superiora General sobre ese trabajo.

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1928, octubre 5: La Venerable Madre al considerar que el

espíritu del Instituto se ha desviado del original, escribe a Mons. José de Jesús López, Obispo de Aguascalientes y le expresa algunos casos concretos para demostrarlo. Expone también los puntos sustanciales, sin los cuales el Instituto dejaría de ser lo que Dios quiere.

1929, julio 8: CUARTO CAPÍTULO GENERAL. Mons.

José de Jesús López con facultades de la Santa Sede nombra a la M. Ma. del Refugio Limón Superiora General, a la Venerable Madre la nombra Consejera General de Instituto.

1929, julio: La Venerable Madre es nombrada Superiora

de la Casa de Ciudad Lerdo, Durango; va a esta casa con la salud muy quebrantada. Trabaja con entusiasmo, haciendo un gran bien espiritual a su alrededor.

1931, julio: Por razón de su delicada salud va la Venerable

Madre a la Ciudad de México, para ser atendida, el médico opina que debe salir del clima cálido de Ciudad Lerdo.

1931, septiembre: Regresa la Venerable Madre a Ciudad

Lerdo y atiende el curso escolar 1931-1932 a pesar de su precaria salud.

1931, noviembre 13: El Sr. Jesús María Echavarría,

Obispo de Saltillo, llama con insistencia, a la

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Venerable Madre; ella acude a colaborar en la naciente congregación fundada por el Excmo. Señor Echavarría.

1932, junio 20: La Venerable Madre se dirige nuevamente

a la Ciudad de México para establecerse allí por razón de su delicada salud y consejo del médico. Le es negado el permiso para quedarse en México. Se le propone una fundación en Toluca y ella la asume. Vive ahí en suma pobreza, se inicia una escuelita.

Funge la Venerable Madre como Superiora. 1935, julio 16 al 20: QUINTO CAPÍTULO GENERAL. La

Venerable Madre es electa Superiora General. 1936, marzo: Por razones de persecución religiosa, intenta

la Venerable Madre establecer el Noviciado en San Ángel, México, Distrito Federal.

1936, junio 24: Recibe orden del Ilmo. Sr. Maximino Ruiz

de no trasladar el Noviciado al Distrito Federal. Mons. Leopoldo Ruiz y Flores opina que no deben

ser admitidas ahí. La Madre Julia regresa el Noviciado a la ciudad de

Aguascalientes. 1936, octubre: La M. María Isabel Watson R. (Virginia

Fisher) hace una serie de inculpaciones a la Venerable Madre, ante el Sr. D. Leopoldo Ruiz y Flores. Pretende que se anule su nombramiento de Superiora General.

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1938-1939: Visita Apostólica realizada por el R. P. Miguel González, S. J. El informe que rinde el Visitador a la Santa Sede es del todo favorable a la Venerable Madre.

1941, julio 16: SEXTO CAPÍTULO GENERAL. La

Venerable Madre es reelecta Superiora General por unanimidad de votos.

1947, julio 15: SÉPTIMO CAPÍTULO GENERAL. Se

postula a la Venerable Madre y la Santa Sede concede la postulación.

1952, octubre: La Venerable Madre apoya el proyecto

Diocesano de la Escuela Catequística, facilitando local y personal para la Obra.

1953, julio 16: OCTAVO CAPÍTULO GENERAL. La

Venerable Madre es postulada una vez más, por mayoría absoluta, toma la palabra y renuncia a la postulación con humildad, después de agradecer a las hermanas su adhesión. No es aceptada su renuncia.

1953, septiembre 4: SEGUNDA SESIÓN DEL OCTAVO

CAPÍTULO GENERAL. No habiendo sido aceptada la postulación en Roma, hay nueva elección: Superiora General, R. Madre María del Refugio Limón. Vicaria General R. Madre Julia de la Espinas del Sagrado Corazón.

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1953, septiembre: La Venerable Madre es Vicaria General y Superiora de la Casa Madre.

1959, agosto 22: NOVENO CAPÍTULO GENERAL. Es

reelecta la R. M. María del Refugio Limón como Superiora General y Vicaria General la Venerable Madre.

1962, noviembre 7: La M. Julia celebra agradecida la

Aprobación Pontificia de la Congregación, concedida por su Santidad Juan XXIII.

1965, julio 31: DÉCIMO CAPITULO GENERAL. La

Venerable Madre es elegida Superiora General; aceptando se entregó por completo a la Congregación.

1966, julio: Acepta la Venerable Madre cooperar con los

Padres de la Compañía de Jesús, en la Ciudad de los niños, en Guadalajara.

1967, julio 6: Convoca a Capítulo Especial 1967, diciembre 24: APERTURA DEL CAPITULO

ESPECIAL, para un “Aggiornamento”. 1968, febrero-abril: Por orden de su Director Espiritual,

escribe su Autobiografía. 1968, agosto: SEGUNDA ETAPA DEL CAPITULO

ESPECIAL.

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1968, septiembre 18: el R. P. Alfonso de la Mora S. J. es nombrado Visitador Apostólico e inicia su misión.

1969, enero 15: La Venerable Madre pide consejo a su

Director Espiritual para renunciar al cargo de Superiora General.

1969, marzo 20: Presenta su renuncia al cargo de

Superiora General al R. Padre Visitador Apostólico, Alfonso de la Mora, S. J.

1969, mayo 14; La Sagrada Congregación de Religiosos,

al aceptar la renuncia de la Venerable Madre, da a la misma el Título de Superiora General “Emérita”.

1969, julio 1°: DÉCIMO PRIMER CAPITULO GENERAL.

Se realiza por renuncia al cargo de Superiora General de la M. Julia Navarrete, aceptada por la Santa Sede.

Se notifica la aceptación de la renuncia. Se notifica además el nombramiento de la misma

como “Superiora General Emérita”, cosa que ella agradece con suma devoción “como una caricia de nuestra Madre la Iglesia”.

El R. P. Visitador, indica a la Venerable Madre que la mente de la Iglesia es que ella salga de Aguascalientes, para respetar la libertad del gobierno de la nueva Superiora General; él mismo sugiera la Casa de Toluca y ella lo acepta como voluntad expresa de Dios.

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1969, julio 8: Sale la Venerable Madre, rumbo a Toluca, dando clara evidencia de la aceptación de la voluntad de Dios, manifestada en mediaciones humanas.

1969.1974. La Venerable Madre recibe en Toluca

numerosas visitas de Hermanas, Exalumnas y amistades.

1974, mayo 30: Cae gravemente enferma. 1974, noviembre 21: Entrega su hermosa alma al Señor

en la Ciudad de Toluca, México, a la edad de 93 años y 76 de vida religiosa.

Sus últimas palabras fueron dirigidas a Nuestra Madre Santísima.

1974, noviembre 22-23: El cuerpo de la Venerable Madre

es trasladado a la ciudad de Aguascalientes y recibe sepultura en la capilla anexa a la del noviciado de las Misioneras Hijas de la Purísima Virgen María.

1985, junio 30: Se abre en la Diócesis de Aguascalientes

el proceso de Canonización de la Venerable Madre Julia Navarrete Guerrero.

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“MI CAMINO “

INTRODUCCIÓN: Colocar un título llamativo en el pórtico de estas páginas sobrias y “concisas” sería casi un contrasentido. Como pretender adornarlas con un vestido desajustado en las medidas y desentonado en el color. Encierran perlas de muchos quilates, capaces de acoger con justicia calificativos escogidos, pero las alienta un espíritu de tanta sencillez que no soporta nada postizo o rebuscado. El instinto certero de la autora ha dado con el epígrafe justo y cabal: “Recuerdos de mi vida”. Más exacto y lacónico aún: “Mi camino”. El camino espiritual de Julia Navarrete Guerrero, una sencilla y culta mujer mexicana de nuestros días. Una existencia dilatada de noventa y tres años (1881-1974) consumida en la intimidad con Dios y en el servicio abnegado a la Iglesia y a los hombres.

Un maestro bien entendido como san Juan de la Cruz asegura que los caminos de la santidad son tan variados que apenas es posible hallar dos que coincidan en todo. 1 Las diferencias se vuelven más

1 Entre otros lugares puede leerse la Llama de amor viva, canc. 3,n.59.

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perceptibles cuando se trata de caminos marcados por experiencias profundas y calificadas. Como en este caso. Toda experiencia es radicalmente irrepetible e intransferible. Si además es experiencia de lo divino, la exclusividad personal se duplica. La experiencia de Dios es por fuerza mística: en cuanto secreta o hermética y en cuanto contacto con el misterio insondable, que es la vida divina. La relación íntima, de persona a persona, establecida en la experiencia mística es absolutamente individualizante e individualizadora. Con su competencia habitual afirma san Juan de la Cruz que Dios trata y se comunica a cada alma con tanta exclusividad y donación como si no tuviera ninguna otra de quien ocuparse. Como decir que la experiencia de lo divino, en cuanto personal, es trato único y exclusivo de cada uno con Dios.2 Frente a esa realidad incuestionable, conviene recordar otra verdad no menos segura. El místico está moldeado en vasija de barro, tiene su corporeidad y su historia marcada por el tiempo y por la geografía, por el entorno familiar y el ámbito cultural. Cuando intenta comunicar su experiencia y su mensaje, queda adherido a ese contexto ambiental. Es más, hasta la 2 Entre tantas páginas magníficas sobre el comportamiento de Dios, padre amoroso y madre tierna, con las almas, puede leerse el Cántico espiritual, 27, 1-2; Llama 2,36 y 3,28.

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percepción de las vivencias íntimas está condicionada por la vertiente humana de la persona – sexo, temperamento, educación, edad, etc.- sin que pueda substraerse al humus originario ni a los condicionamientos del marco vital. Gracias a esas connotaciones espacio-temporales y culturales es posible la clasificación de tipologías místicas y su cotejo, tanto a nivel de personas como de creencias, de religiones e ideologías. De todo esto es prueba contundente y testimonio cualificado Julia Navarrete. Lo que percibieron admiradas tantas personas que gozaron de su compañía y fraternidad, lo descubre sin dificultad cualquier lector con suficiente sensibilidad espiritual para gustar las páginas íntimas de su correspondencia o de su autobiografía. Emana de ellas tal atractivo y tal sinceridad que impactan al primer contacto. Abren de par en par las ventanas de un alma tersa y transparente. Convencen por su verismo y su sencillez. Al dar cima a la lectura – por curiosidad, por interés o por deber profesional – se sacude cualquiera la fácil condescendencia al tópico: una religiosa devota más; una Fundadora con carisma de “mística”. El caso de Julia Navarrete es tan paradigmático que no hace falta recurrir ni a la apología interesada ni al panegírico sentimental para redimirla de esa clasificación que coloca en el montón para devaluar.

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Su estatura espiritual gigante se recorta inconfundible entre tantas otras almas privilegiadas. Si comparte con ellas esa irrepetibilidad y exclusividad de una cualificada experiencia mística, las coordenadas humanas que la rodean permiten calificarla de figura excepcional. No por que presente cosas extrañas ni fenómenos llamativos. Es precisamente lo contrario: una existencia corriente sin rarezas ni estridencias; una intensa vida interior admirablemente fusionada con un desbordante servicio apostólico. Todo en perfecta armonía y según moldes comunes y normales en su entorno cultural, social y religioso. Una figura mística a medida de nuestro tiempo. Si se prefiere, una mística encarnada en la historia de nuestros días. Así es como se transparenta Julia Navarrete en las páginas de su autobiografía. Quien esté familiarizado con la tradición espiritual cristiana no considerará excesivo afirmar que estamos ante una figura que conjuga la mística clásica y la espiritualidad de nuestro tiempo, con sus exigencias de autenticidad, sobriedad e inserción en el mundo circundante. Quizás es ahí donde residen el encanto y solidez convincente y estimulante de esta autobiografía. Ninguna demostración tan persuasiva como la lectura serena y acogedora de sus páginas. Algunas sugerencias pueden ayudar a quien la acomete por primera vez.

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1.- Mística de nuestro tiempo. Mencionar escritos místicos evoca

generalmente algo complicado, arduo y difícil de comprender. Tal persuasión tiene sus motivaciones. La literatura mística cristiana abunda en texto oscuros y desbalzados. Existen también magníficas piezas literarias, pero pertenecen a épocas distantes y a formas expresivas disonantes de los gustos y criterios modernos. En este sentido, hasta los clásicos del siglo XVI resultan con frecuencia ingratos al lector de hoy. A buen seguro que los posibles prejuicios quedarán disipados tan pronto como el lector se interna en la narración de Julia Navarrete. Aquí todo procede con singular claridad y sencillez. Lo que cuenta y describe está al alcance de cualquier lector. Tiene una capacidad sorprendente para decir con inmediatez y transparencia las cosas más encumbradas y sublimes. Es dueña y señora de la naturalidad. Uno de tantos títulos que legitiman su modernidad. La espontaneidad y la naturalidad son compañeras inseparables en su pluma. Lo son por dos razones: por temperamento y por conciencia o intencionalidad. Se retrata en las sumarias líneas que abren la autobiografía. Tres adjetivos definen perfectamente la narración: sencilla, concisa, veraz. Nunca queda desmentida de tales propósitos.

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La sencillez y la sobriedad no necesitan otra prueba que el contacto con el texto mismo de la autora. No se justifican sólo por la brevedad del relato, que ocupa apenas cuarenta folios mecanografiados para una existencia que supera los noventa años. La concisión es rasgo distintivo de quien busca la sustancia de las cosas y, por eso mismo, desecha divagaciones y amplificaciones inútiles. Tal es el modo de ser, de escribir y de vivir de Julia Navarrete. En los contenidos y en la comunicación, su mística es esencial sin concesiones a lo periférico ni anecdótico. Esa mística pura y sustancial es lo que sorprende y pasma al desgranar las páginas de esta autobiografía. La comparación se hace inevitable: es un sanjuanismo ataviado a la moderna. La admiración sube a tal punto que, en un primer momento, viene la duda sobre la veracidad prometida al comienzo. La referencia a mística esencial no alude aquí a esa experiencia religiosa que conecta con el bautismo y acompaña a toda la vida cristiana comprometida seriamente. Se da por descontada y aparece superada en grados y quilates, hasta situarse con toda claridad en línea con esa mística clásica que traspasa lo corriente y se interna en algo sobrenatural, conscientemente percibido y sentido.

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La narración autobiográfica de Julia Navarrete está impregnada y empapada de experiencias a través de las cuales se hace presente la vida divina en el alma. La descripción de las mismas es sobria y escueta, pero precisa y exacta. La autora no se preocupa por nombres ni clasificaciones. Se contenta generalmente por dar fe de los hechos; se limita a testimoniar lo percibido y vivido. Ofrece suficientes elementos para confrontar sus experiencias con las de otros místicos y buscar agrupaciones posteriores.

Lo que interesa en primera instancia es la

autenticidad. La radical irrepetibilidad personal no es obstáculo para comprobar que las gracias recordadas y descritas por la autora se encuadran perfectamente en los moldes de la mística tradicional cristiana. No presenta ni un solo fenómeno raro, extraño o sospechoso. Desde este punto de vista, la suya es una tipología mística de corte clásico y de inconfundible resonancia sanjuanista.

Pero la autenticidad tiene otra vertiente más

personal relacionada con la veracidad y sinceridad. Criteriología psicológica y teológica llevan de consuno a un convencimiento que elimina cualquier tipo de sospecha o prevención. La naturalidad, la sobriedad y el realismo de las descripciones son el mejor aval de autenticidad. En estas páginas autobiográficas la veracidad se hace transparencia. El espíritu de la

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autora queda al descubierto sin velos ni disfraces. La sensación del lector curtido en textos místicos es inevitable.

No hay lugar para el artificio retórico ni

concesión alguna al sentimentalismo. Si no fuera paradoja, cabría decir que todo se cuenta con frialdad y distanciamiento, sin el menor intento de ficción o alteración, poniendo todas las capacidades en captar recuerdos y situaciones vividas para que respondan a la realidad de lo sucedido. Están presentes, sin duda, las coordenadas personales y ambientales de que emerge el relato autobiográfico, pero se ponen natural e intencionalmente al servicio de la verdad. En ningún momento ni para resquicio alguno, se enturbia esa sensación de lealtad y sinceridad en el lector. La ausencia de recursos ornamentales y decorativos obedece, tanto a la idiosincrasia de la autora, como al entorno cultural y religioso en que se mueve. Un signo inconfundible de modernidad y contemporaneidad. El resultado es plenamente satisfactorio: una mística recia y aquilatada en su tipología con un ropaje sobrio y austero, como le conviene a la mentalidad de nuestros días.

Desde la óptica teológica las garantías de

autenticidad y validez no son menos consistentes. Se vuelve luego sobre este punto. Como aperitivo para el lector primerizo bastará aludir a ciertos criterios

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fundamentales. Ante todo, a la perfecta consonancia de cuanto aquí se narra y describe con la tradición espiritual, con la revelación divina y con la doctrina de la Iglesia. Ni en las más atrevidas páginas sobre la transformación divinizadora del final hay nada que no esté ratificado por otros maestros y otros místicos reconocidos y autorizados por la Iglesia.3

Desde un enfoque aún más práctico y concreto

la piedra de toque radica en la verificación precisa, en el refrendo de la vida. La experiencia mística se inserta en la existencia concreta de la persona y la enriquece en su realización según el designio divino de santidad. Es, por tanto, incompatible una vida cristiana incongruente. Tampoco es condescendencia con la exageración si se afirma aquí que estamos ante un caso de singular integración de la experiencia mística en el tejido vital de una vida ejemplar cristiana. Al margen del juicio final de la Iglesia, el lector de esta biografía constata cómo las gracias místicas se insertan en un proceso espiritual coherente en sí

3 Las atrevidas expresiones de las páginas en que la autora habla de la absorción en Dios, de la transformación del propio ser en Dios, de la inserción en la vida trinitaria, coinciden rigurosamente con maestros como Eckart, Tablero, Ruysbroek y, sobre todo, con San Juan de la Cruz, de modo especial en el Cántico espiritual, canc. 22, 26-27, 37-39 y de la Llama de amor viva, en la mayoría de las páginas. Quien esté familiarizado con los escritos sanjuanistas no hallará en esta autobiografía singularidades, que puedan crear problemas.

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mismo y perfectamente armonioso con las exigencias del compromiso cristiano.

Aparece claro y transparente el enlace entre el

esfuerzo ascético de purificación y renuncia con la progresiva maduración teologal. Es constante la preocupación por la correspondencia a las gracias cada vez más exquisitas y aquilatadas. Así se aprecia sin dificultad el paralelismo entre el desarrollo teologal y el proceso de purificación interior. El recuerdo de las comunicaciones divinas aparece siempre reclamo de mayor donación y entrega al único y supremo amor. La narración misma se encarga de hacer ver cómo no es cuestión de propósitos o sentimientos, sino de dinamismo real y de vivencia intensa del misterio cristiano en todas sus implicaciones.

La sorpresa más grata deriva de otra

constatación. El itinerario espiritual aparece centrado plenamente en la realidad decisiva de Cristo y de la Iglesia. La referencia de todo a ese núcleo central es constante. Cristo es el modelo de vida que invita al seguimiento con la cruz; es el misterio que alimenta y sostiene la fe; es el Esposo del alma que la diviniza y transforma. En torno a esa realidad gira toda la experiencia mística de Julia Navarrete. Si por ello es radicalmente cristiana y clásica, resulta moderna, de nuestro

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tiempo, porque se realiza y proyecta en dimensión eclesial. No es la suya la mística tradicional del contemplativo recluido en su soledad o en su monasterio; es la mística en la acción y a través de la acción. La soledad es vivencia y experiencia, no estado ni situación externa. Decididamente, mística carismática, mística encarnada en la Iglesia de nuestro tiempo. La mejor comprobación es la lectura de la autobiografía. Para facilitarla se proponen las siguientes consideraciones.

2. Autobiografía clásica y de hoy. Una vez más recuerdos íntimos, escritos al margen de la publicidad, van a ser hurtados a su secreto natural. Lo destinado a la confidencia va a ponerse en circulación incontrolable. Es el sino – paradójicamente providencial – de las páginas más representativas de la mística cristiana. Estos recuerdos de Julia Navarrete no agotan su mensaje espiritual ni abrazan toda la riqueza de su espíritu. Tienen la ventaja de condensar en pocas páginas una aventura espiritual maravillosa. Quien desee conocer a fondo su exquisita personalidad y su espíritu gigante tiene que recurrir a otras páginas complementarias, en especial a la correspondencia con directores y consejeros espirituales.

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En ningún otro lugar, sin embargo, se retrata tan de cuerpo entero como en esta panorámica general. Es aquí donde se dibuja en todo el recorrido su “camino”. Se hace con trazos fuertes y seguros; a la vez, con precisión y claridad. No ofrece obstáculos ni dificultades su lectura; no hay peligro de extraviarse. Pese a todo, será conveniente adelantar algunas advertencias o sugerencias para facilitar la andadura del lector no preparado. En pocas líneas, casi telegráficas, se introduce en la narración. La destinación confidencial no exigía a la autora titulaciones ni aclaraciones protocolarias. Llamando las cosas por su nombre propio, bautiza sus páginas como “recuerdos de mi vida”. Se trata de narrar “sencillamente los caminos por donde Dios Nuestro Señor ha querido conducirme a El”. De ahí la equivalencia con otro epígrafe más breve: “mi camino” (n.1). Eso es en realidad el escrito: el camino espiritual de Julia Navarrete. Otra indicación previa, y de marcado carácter tópico, desvela insospechados horizontes. Escribe por obediencia, no de iniciativa personal ni por gusto. Encuentra molesto el trabajo, pero lo afronta por amor de Dios y en nombre de Dios. Todo con inconfundible resonancia teresiana. Lo mismo que la invocación consiguiente: “El Señor venga en mi ayuda”. (n.1). Secundario en este caso, como en tantos otros

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similares, el instrumento providencial que ordena o solicita el escrito.4 Lo fundamental de estas declaraciones radica en el contenido profundo. Inefabilidad y comunicación. Demuestran una vez más que la comunicación divina, sentida en la profundidad de la experiencia mística lleva dentro una fuerza incontenible de expansión. Si por un lado el portador de la experiencia siente frente a sí como una barrera infranqueable a la hora de querer comunicarse, por otra parte, se ve impulsado, casi compelido, a intentarlo. La inefabilidad de su tesoro escondido le retrae, la bondad difusiva de la realidad gustada le incita a la comunicación. Humildad e inefabilidad se refugian en el silencio, pero el carisma termina por superarlo y violentarlo. Y es que la profunda experiencia mística tiene esa doble condición, antitética en apariencia: es a la vez apofática y teofánica. La fuerza comunicativa de lo divino se sirve de esas mediaciones que imponen por 4 La tradición literaria de la mística cristiana confirma cómo la mejor parte de las autobiografías espirituales de índole mística tiene su origen histórico en la imposición de superiores, confesores o directores espirituales que solicitan la comunicación por escrito de las experiencias místicas. El fenómeno es sobre todo constatable cuando las protagonistas son mujeres. Suelen confesar la propia repugnancia, pero, a la vez, la satisfacción de que se conozcan las “maravillas del Señor”. De ahí que la moderna teología, en contra de la antigua, considere carismática la experiencia de Dios, por tanto, realidad eclesial y profética.

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obediencia la traducción de los secretos íntimos con que la gracia favorece a las almas escogidas. La mística se vuelve así carisma y profecía, don comunicativo y expansivo en la Iglesia. Con su acto de obediencia, Julia Navarrete secundó ese impulso carismático para descubrir a la Iglesia el don recibido. No era necesaria la confesión de que realizaba un “trabajo molesto”. Lo fue, no tanto por el tiempo ocupado y el esfuerzo empleado en recordar y ordenar un pasado tan indefinido en sus perfiles conceptuales como las experiencias íntimas, cuanto por otros dos motivos peculiares de la comunicación mística: en primer término, por la repugnancia natural frente a secretos íntimos que pueden producir extrañeza. El pudor y el rubor de la auténtica humildad se protegen siempre con el velo de la discreción y del silencio. La conciencia de la desproporción entre lo que cuenta y lo que ha vivido produjo, sin duda, en Julia la sensación común entre los místicos: una pena, una insatisfacción por no llegar a decir lo que es la realidad. Con ello contaba desde el arranque; luego lo verificará y lamentará con frecuencia a lo largo de su relato.5 Ella, como los grandes místicos, teme que se interprete a la

5 La apelación espontánea y sincera, sin afectación alguna, a la imposibilidad de explicar lo que se ha experimentado, es otro criterio seguro para juzgar de la autenticidad de lo vivido. Es frecuente en la narración de Julia Navarrete ante las experiencias más profundas. Pueden leerse, por ejemplo, los nn. 55, 63, 66, 71, 79, etc.

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letra lo escrito, cuando la realidad de lo vivido y recibido la desborda incomparablemente. Es la barrera de la inefabilidad, de la pobreza del lenguaje humano para traducir lo divino.

No alude la autora en las líneas de presentación

a otra vertiente de su trabajo. Se descubre sin dificultad a través de la lectura. La pena proveniente de los motivos anteriores se compensa curiosamente con otra sensación contrarrestante. Ella, al igual que otros protagonistas de la aventura mística, siente incontenible fruición al sentirse portavoz e instrumento para “cantar las misericordias del Señor”. Bastará que el lector ponga atención y comprobará con cuánta frecuencia se interrumpe la narración o la descripción de las gracias recibidas para entonar el himno de gratitud o de alabanza al Señor. Rasgo típico e inconfundible de su relato, que se aproxima tantas veces al teresiano. En realidad es común y corriente en los escritos de la mística cristiana.

Julia Navarrete, al revivir las sensaciones y los

recuerdos del pasado, no puede menos de lanzar sus exclamaciones de agradecimiento, de alabanza de súplica y ruego. Se desborda el sentimiento de la fruición y de la Eucaristía. Estas son algunas de las claves sugeridas al comienzo de la autobiografía, al iniciar la andadura de ese “camino por donde Dios la llevó”.

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La trama biográfica. Queda apuntada la preocupación por la verdad. Se proclama también como regla de conducta a lo largo de la narración. La autora toma conciencia precisa de su condición de instrumento en las manos de Dios. Es heraldo de su mensaje y no puede tergiversarlo ni adulterarlo. No existen declaraciones directas sobre la acción iluminadora del Espíritu Santo, pero es evidente que Julia Navarrete se siente movida y guiada en su reconstrucción por la fuerza misteriosa del Espíritu a la hora de traducir por palabra la realidad experimentada. Ello no quiere decir que se abandone irresponsablemente sin poner a disposición del objetivo perseguido sus capacidades y talentos. Pese a una formación cultural discreta, sin estudios especializados, sorprende por la precisión lingüística y conceptual. Se revela una mente clara y precisa, un temperamento realista y ponderado, que evita casi por instinto los extremismos y las exageraciones. Es curiosa la constatación de los pocos superlativos que

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acuden a su pluma. La sencillez y la concisión proclamadas en el umbral de la narración se mantienen invariables a lo largo de todas las páginas, lo mismo si tratan de sucesos exteriores que si afrontan vivencias interiores. Rasgos, sin duda, del carácter, de la psicología, de la formación y del entorno cultural. La alusión a esa doble dimensión biográfica – acontecimientos exteriores y desarrollo interior – define de algún modo la tipología peculiar de este relato. Como toda experiencia profunda es irrepetible, lo es también en cierto modo su comunicación. De ahí la ilimitada variedad de formas y módulos en la literatura espiritual de lo autobiográfico. Casi hay tantos modelos como autores. En las agrupaciones se da siempre cierta acomodación forzada. No es excesiva, si la narración de Julia Navarrete se coloca entre las autobiografías de corte clásico. Le conviene mucho más esa categoría que la del diario espiritual o de las memorias. Todavía más alejada las formas típicas de los soliloquios, elevaciones y otras similares. Peculiaridad de esta autobiografía es la permanente interferencia entre la narración de la actividad apostólica, con su inevitable referencia geográfica y cronológica, y la descripción del “camino” interior. Lo que interesa prioritariamente a la autora es lo segundo, pero no puede desligarlo de la

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autobiografía o peripecia humana. Se haría incomprensible y hasta cierto punto arbitrario. El dato biográfico externo no es sólo soporte marginal de la vivencia íntima; es componente condicionante de la misma. No hay duda de que ese entrelazarse de ambos aspectos en la narración, da cohesión y densidad al conjunto. El relato se vuelve más objetivo y veraz, el conocimiento de la protagonista más completo y armonioso. Tiene también sus inconvenientes. El primero y principal radica en el peligro de cierto espejismo. Al enmarcarse el desarrollo de la vida espiritual en el cuadro de las etapas cronológicas externas fácilmente se cae en la tentación de establecer paralelismo o sincronía, como si a las siete etapas propuestas para contar la biografía se correspondiesen otros tantos períodos, más o menos definidos, en el camino interior. Hay que evitar la sospecha de un emparejamiento con las siete moradas teresianas. Todo ello no pasa de pura apariencia. Es la propia autora quien aclara desde el principio que las etapas de la biografía se corresponden con lugares y circunstancias que enmarcan la existencia. No hacen referencia directa a las situaciones espirituales que determinan cambios o momentos decisivos en la comunicación con Dios. Entre el desgranarse de la existencia terrena y la

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maduración espiritual hay simple relación de progreso, pero no en paralelismo ni en sincronía. No se trata de un díptico perfecto, ni de la medalla con su anverso y reverso. Superado el peligro de confundir ambos planos, la inferencia constante de lo exterior y de lo íntimo tiene otra ventaja muy constante con las tendencias modernas de la espiritualidad. Permite comprobar cómo las más altas y recónditas experiencias de Julia Navarrete se afincan en el entramado total de su existencia humana. La mística aparece en su propio contexto vital. Roza constantemente con las realidades circunstantes, se decanta como fruto de la gracia en lucha con la naturaleza encarnada en un marco religioso, social y cultural bien definido. En este sentido, el tenue hilo que anuda la secuencia cronológica de la vida favorece la reconstrucción del itinerario espiritual. La sencillez y la veracidad prometidas al principio tienen consecuencias prácticas en la misma redacción. Ante todo, eliminan el artificio tan tradicional de estos relatos de lo impersonal o del refugio en la tercera persona. Aquí se cuenta todo lisa y llanamente en primera persona, sin embozos ni evasiones. El mismo entramado de historia e intimidad obligaba a ello.

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No existe dificultad alguna en distinguir lo que atañe a la peripecia humana de la autora y lo que afecta a su vida mística o simplemente interior. Sería, con todo, ver ambas vertientes por separado y sin correlación. Es la misma autora quien se opone a la fractura, ya que hasta en el recuento de sus quehaceres humanos se proyecta con toda naturalidad en la dimensión espiritual. Desde el punto de vista literario, lo narrativo domina habitualmente en la secuencia histórica, mientras lo descriptivo se vuelve connatural al referir gracias, estados o situaciones del espíritu. Julia Navarrete posee dotes envidiables de narradora. Precisión y exactitud, rapidez y viveza, objetividad y delicadeza. Las personas que desfilan por su relato pasan de puntillas, sin detenerse más de lo estrictamente necesario para que se comprendan los sucesos o las relaciones y contactos. Rasgos distintivos. No es menos su capacidad para describir las gracias y experiencias místicas más profundas y exquisitas. Se ha ponderado con anterioridad su realismo, hecho de sobriedad y veracidad, pero conviene destacar aquí otros rasgos peculiares de esta autobiografía en la vertiente de escritos sobre mística. Ese realismo se basa en la magnífica armonía entre dos polos frecuentemente

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distanciados en otras narraciones: la precisión doctrinal o conceptual y la afectividad o sentimiento. Es bien sabido que en las autobiografías femeninas, incluso de figuras destacadas, el predominio de lo afectivo lleva con frecuencia a un sentimentalismo rayando en lo enfermizo. El fenómeno o el ejemplo no es sólo femenino, buena prueba ofrecen algunos textos filo quietistas. Al extremo opuesto se colocan otros escritos que siendo autobiográficos, semejan disertaciones académicas al margen de la vida. No es difícil la ejemplificación. Por algo se habla en la historia de “místicos abstractos”. El texto de Julia desafía con valentía a cualquier erudito de la historia. Con palabras medidas, precisas, justas, cuenta realidades soberanas. Términos y contenidos se corresponden al rigor teológico de un profesional. Pero la carga doctrinal de las descripciones no apaga la emoción ni el sentimiento. Está siempre presente “la noticia amorosa”, la “inteligencia mística”, que diría Fray Juan de la Cruz.6 6 Quiere decirse que se trata de experiencias vitales, en las que se percibe una realidad compleja que enriquece toda la persona, aunque ésta hace referencia natural al conocimiento y al amor, las dos fuerzas radicales en el dinamismo humano. Desarrollo, pues, en línea del conocer y del amar según la “sabiduría divina de los perfectos”. La conjunción de ambas cosas-aspecto noético y aspecto afectivo- se

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Cuando la autora revive las penas aflictivas de su noche purificadora, logra expresiones plásticas y realistas que no desdeñaría el mejor profesional de la pluma. Cuando se siente inundada de la revivencia gozosa de las altas mercedes divinas se agolpan en su pluma las exclamaciones y las interjecciones, sin caer jamás en delirios ni desmayos sentimentales. La profundidad y la densidad de su experiencia no hacen perder nunca la mesura ni el equilibrio: equilibrio y armonía estupendamente logrados entre lenguaje y mensaje, entre experiencia y traducción, entre emoción y noticia, entre sentimiento y objetividad. Es de sobra conocido cómo el místico, ante la inefabilidad de su mensaje, tiende a refugiarse en el lenguaje figurado o simbólico. No podía ser de otra manera en el caso de Julia Navarrete. Es claro que tiene predilección por lo figurado, pero manteniendo también en esto un sano equilibrio con la expresión denotativa. A decir verdad, no abundan en sus páginas imágenes originales ni símbolos atrevidos. Usa con extraordinaria viveza símiles y símbolos de viejo

expresan con las equivalencias de luz-amor, traducidas por san Juan de la Cruz como “noticia amorosa”, “inteligencia mística” y “sabiduría secreta” otras similares. Puede verse el prólogo del Cántico espiritual y los capítulos 13-15 del segundo libro de la Subida del Monte Carmelo, entre otros muchos lugares.

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abolengo, como el simbolismo nupcial y el de la noche sanjuanista. Se contenta con la sugerencia general sin tratar de alegorizar a partir de los símbolos. Estos se dejan en su genérica connotación. Buen ejemplo ofrece el más persistente, es decir, el del amor esponsal. Apenas un par de explícitas menciones del “matrimonio espiritual”, pero sin referencia alguna al “desposorio” ni a otros componentes del mismo. Y pese a tal sobriedad terminológica, el lector percibe con claridad la presencia del símbolo base a través de referencias concretas a sus elementos figurativos: abrazo, beso, toque de Dios al alma y tantos otros detalles. Lo mismo puede afirmarse respecto a la figuración del proceso catártico centrado en la “noche oscura”. El dominio de esa doble simbología de corte tradicional está motivado por el desarrollo o crecimiento mismo de la experiencia de la protagonista. Se desenvuelve, según se verá en seguida, como dialéctica vital entre el proceso purificativo de la carga humana contaminante y la constante expansión de la vida divina, que va colmando la capacidad receptiva en paulatina transformación o divinización. En correlación con este movimiento de sístole y diástole coloca con diagnóstico certero, el alternarse y complementarse del esfuerzo personal y de la intervención decisiva de Dios.

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La percepción de esa acción divina en su alma es lo que constituye la trama de la experiencia mística de Julia Navarrete. A este propósito conviene destacar otra característica que confiere a su relato autobiográfico una modernidad relevante. De calcar viejos módulos se haría incomprensible e inaceptable para la sensibilidad de nuestros días. Una vez más la sobriedad y la concentración en lo sustancial imprime a sus páginas un aire de actualidad que las hace atractivas y sugestivas. Sobriedad y modernidad. A semejanza de otras figuras modernas bien conocidas como, Teresa de Lisieux e Isabel de la Trinidad, Julia Navarrete accede con precocidad a la madurez espiritual y a la vivencia mística. Esta describe una curva ascensional de intensidad y variedad bien marcada. Las manifestaciones concretas son extraordinariamente sobrias y ceñidas. Apenas hace aparición en sus páginas la fenomenología clásica de visiones, revelaciones, apariciones y otras comunicaciones semejantes. Cuando la autora alude a cosas oídas o escuchadas interiormente centra su atención en el significado o contenido percibido, sin detenerse en la fenomenología ni concederle importancia mayor. De ahí que resulte arriesgado y carente de sentido indagar la tipología de las

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comunicaciones recibidas. La parquedad y la sobriedad en este punto la alejan de escritos clásicos, incluso de modelos afines en otros aspectos, como el de Santa Teresa. Lo que cuenta en esta autobiografía es el hecho de la comunicación divina y su percepción clara y consciente. Visionarismo y revelacionismo son aditamentos marginales de mínima incidencia. De ahí la calificación de mística sustancial o esencial, en línea marcadamente sanjuanista. Menos consistencia tiene aún la fenomenología mística con repercusión somática. Julia Navarrete es consciente de que la acción divina en su alma redunda en ocasiones en todo su ser; se siente invadida y penetrada de lo divino hasta en lo más recóndito de su capacidad receptiva. Pese a ello, jamás menciona casos de “excesos” que alteren las funciones normales, como éxtasis, raptos, arrobamientos. Toda esta fenomenología la reduce a una situación experimentada en diversas ocasiones como un alejarse o distanciarse de la propia presencia para volver luego a la plena conciencia humana. Algo parecido al “vuelo del espíritu” de que hablan los maestros S. Teresa y S. Juan de la Cruz.7 Hasta en

7 Entre los abundantes textos en que se describe ese fenómeno, identificado también algunas veces con el “arrobamiento” y el “éxtasis”, puede leerse: S. Teresa, Vida 18,7; 20,1.24; Moradas VI, 5,9-10; Relación 5,10, etc. San Juan de la Cruz, que se remite en esta materia a la Santa, Cántico, canc. 13, toda entera.

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este caso la sobriedad y la concisión descriptivas confieren verismo y realismo a su autobiografía, sin concesiones al detalle marginal o a la exageración de dudoso gusto, como sucede en otros textos. Sanjuanismo. El lector atento descubrirá por su cuenta la extraordinaria sintonía entre la mística sanjuanista y la de Julia Navarrete. Va más allá de la sobriedad comunicativa y de la densidad de contenidos. La exclusividad e irrepetibilidad de toda experiencia obliga a reconocer la indudable originalidad de nuestra protagonista. Ninguna lectura de los textos sanjuanistas es capaz de producir el impacto de la comunicación divina ni de condicionar ésta en algún sentido. Lo que sucede es que Julia Navarrete se encuentra en determinado momento de su vida con Fray Juan de la Cruz. Descubre entonces que el “camino” descrito y propuesto por el Doctor Místico es gemelo, casi paralelo, al suyo. Encuentra consonancias singulares; se encariña con Fray Juan y le convierte en maestro y guía. 8 La lectura de sus

8 Es extremadamente ilustrativo lo que confiesa ella misma a este propósito. Deben leerse los nn. 35-36 de la autobiografía. La confirmación de cuanto allí asegura está garantizada por las citas explícitas que hace luego, pero también por la constante resonancia de las páginas sanjuanistas en su vocabulario. Es imposible de explicar sin un contacto asiduo y una familiaridad afectiva con los escritos

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escritos se convierte en alimento habitual. Gracias a la sintonía de la experiencia común, penetra en esos sentidos recónditos que el autor del Cántico asegura quedan resellados para quienes carecen del “ejercicio de la teología mística”. Naturalmente, Julia Navarrete encuentra sobre todo en los escritos sanjuanistas fuente inagotable para la expresión y comunicación de sus propias vivencias. El eco y la resonancia de las figuras y expresiones del Santo en su autobiografía se deben, más que a la familiaridad y a la sintonía espiritual, a la necesidad de buscar cauces adecuados para traducir las experiencias profundas, que riman tan concordemente con las del Doctor Místico. Si esa huella o impronta sanjuanista se halla presente a lo largo de todo el relato autobiográfico, se hace insistente y persistente de manera especial en las páginas centrales, en las que se acumula la descripción de las gracias más exquisitas a partir de la quinta etapa cronológica. San Juan de la Cruz es el único maestro reconocido y confesado por Julia Navarrete. Maestro de mediación humana, naturalmente; porque a cada página deja patente que para ella el único maestro verdadero y decisivo fue el Señor. A El acudía en sanjuanistas, esa sintonía tan pronunciada de la sensación de espíritus gemelos.

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todos los momentos de duda, oscuridad o desaliento con una fe y una confianza inquebrantables, prueba, a la vez, de la dimensión teologal de su vida interior. Evidentemente, se cruzaron en su formación cultural, religiosa y espiritual otros autores y otras escuelas, como es el caso de los padres Repiso y Mir, ambos de la Compañía de Jesús, pero apenas puede dudarse de que la escuela del Carmelo es la que pauta y domina su ascensión mística, tal como se plasma en la autobiografía. La presencia de Teresa de Jesús en la dinámica oracional es manifiesta, por más que no se mencione explícitamente. Conviene repetir una vez más a estas alturas que al margen de magisterios y sintonías, el camino espiritual de la protagonista es novedad personal incontaminada. Las concomitancias y parecidos se establecen con el texto escrito de la autobiografía, la realidad viva queda aislada con subsistencia propia, con la originalidad irrepetible de toda experiencia mística. Atrevimiento desmesurado el querer reducirla a categorías preestablecidas y conceptualizadas. Es inevitable intentarlo.

3. Realismo de un itinerario místico. Reconocida la deuda con Fray Juan de la Cruz, Julia Navarrete no adopta, sin embargo, esquematismo alguno previo a la hora de trazar su “camino”. Ni siquiera se somete a las pautas

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propuestas por el Doctor Místico. Las coincidencias resultantes son algo a posteriori, no algo buscado de intento. Cualquier esfuerzo por acomodar el crecimiento de su vida interior a los patrones tradicionales tiene buena dosis de arbitrariedad. Si se alude a ellos es por conveniencia y facilidad de comprensión. Dejando para otro apartado la caracterización de su mensaje místico, se pretende aquí sintetizar el desarrollo de ese “camino” siguiendo las pautas de la autobiografía. a. Bases y pautas. Queda insinuado que a lo largo de sus páginas el dinamismo del crecimiento espiritual gira en torno al movimiento correlativo de vacío y plenitud: vacío, purificación, desaparición de la miseria humana, de lo que hay de imperfecto e impuro en la criatura, y correlativamente implantación, crecimiento, posesión, plenitud de la vida divina. Por tanto, todo se contempla como proceso de transformación. Se realiza ininterrumpidamente y en proporción inversa: a mayor depuración y vacío de lo humano, mayor realización y plenitud de lo divino. Es obra prioritaria de la gracia divina, operante en el alma, pero exige y postula la disposición y la colaboración de la persona. Julia Navarrete trata de captar e identificar las situaciones y los momentos más destacados de esa dinámica insertándolos en el contexto de su vida exterior. No es

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posible un paralelismo perfecto, un acompasar forzadamente ambas vertientes. Es perfectamente perceptible un crescendo ininterrumpido, una progresión constante en la dialéctica vital de la transformación progresiva, pese a que la autora describe situaciones de estancamiento y hasta de retroceso. Los datos aportados permiten constatar que se trata de situaciones puente, de intervalos en las comunicaciones divinas o, a la inversa, recrudecimiento de pruebas purificativas. “Interpolaciones” en la secuencia purificativa, que diría san Juan de la Cruz. Es en esa vertiente de la noche oscura de la prueba, donde conecta más directamente la experiencia íntima con la dimensión exterior de la existencia. Persecuciones, contradicciones, desprecios, enfermedades y otros ingredientes de la convivencia religiosa son los cauces por los que llega Julia Navarrete a la cuchilla de la depuración y de la desnudez interior.

En ese alternarse, como en vaivén, de pruebas depuradoras y de comunicaciones transformantes, la secuencia de esta autobiografía presenta cierta variación respecto al esquema sanjuanista. Aunque en las últimas etapas del crescendo místico el sufrimiento y la prueba que amenazan con frecuencia a Julia Navarrete tiene marcado carácter oblativo y redentivo, no desaparece nunca del todo la vertiente catártica. No

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hay sólo “calificación y sustanciación” en el amor, sino también afinamiento constante en la depuración. De ese modo, la dialéctica vital de negación-posesión se mantiene hasta el fin. Cuando se trata de dibujar el “camino” de Julia Navarrete urge tener presente un criterio básico apuntado con precisión por ella misma: ”Hay en la vida espiritual épocas de suavidad, consolación, etc.; las hay – no hay duda – de desolaciones que no sé cómo las puede el alma soportar. Debe de ser mucha la gracia que de Dios Nuestro Señor recibe….Hay que ver también que, en la vida espiritual, las distintas situaciones del alma no pueden preverse. Cuando el Señor lo tiene a bien, entra en el alma y la endiosa sin que ella sepa a qué atribuirlo. Igualmente, cuando el alma menos lo espera, la hunde en el abismo de la obscuridad y tristeza la más negra” (n.78). b. Pasos y etapas: ritmo interno del itinerario místico. El empuje espiritual decisivo en Julia Navarrete es sorprendentemente precoz, pero la gracia discurre por cauces considerados normales. La atmósfera religiosa del hogar y la primera formación religiosa no imponen situaciones extrañas: en plena adolescencia le gusta la sociedad y el mundo, bailaba mucho, se divertía, como cualquiera otra jovencita de su edad

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(n.5). Cumplidos los 15 años se produce el primer paso decisivo del camino espiritual. Tiene nombre de viejo abolengo, pero sintetiza perfectamente la realidad vivida: es la compunción, la conciencia viva e impactante del pecado, de su maldad y contrasentido. Al hacer una confesión general, penetra en esa malicia y siente desgarrársele el alma de dolor. “Nunca podré explicar el efecto de esta conmoción en mi alma. ¡Qué transformación!” (n.7) Toma de conciencia. Primeras pruebas. La autenticidad de esa percepción y de esa conmoción queda refrendada por los síntomas naturales que acompañan a la compunción del corazón. Brota del conocimiento de la miseria radical del propio yo y del ansia de Dios. Exactamente como atestigua la protagonista de este relato. Dios penetró – según propia confesión – tan profundamente en su espíritu que se conoció a sí misma sintiendo “como una ansia inmensa de pureza”. La contraseña indiscutible de la verdadera compunción es la conversión. El dolor, la pena experimentada a raíz de esta primera comunicación divina, “produjo un tal desapego de las cosas de la tierra, que me parecía no ser ya la misma. Sólo buscaba la soledad, la penitencia, la oración” (n.7). Sin esfuerzo alguno, esta

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narración lleva al recuerdo a Santa Teresa de Jesús, como si la autobiografía teresiana sirviera de paradigma para contar esta “conversión”. Efectivamente, se trata de esa típica “conversión a Dios” de quien determina entregarse a El como a único amor y único ideal de vida; no es conversión del pecado a la gracia, es la “determinada determinación” de poner a Dios en el centro de la vida. Lo que se verifica en el caso de Julia Navarrete. Desde ese momento se entrega con empeño y decisión a su santificación, con “deseos inmensos de padecer”. Deseos que se convierten en realidad en una vida ascética intensa de oración, mortificaciones, penitencias y privaciones (n9), que culmina en el voto de castidad – cuando cuenta apenas diecisiete años – y en la vocación religiosa. La referencia externa de esta primera conquista de la gracia corresponde al primer período de la vida (de los 4 a los 17 años). La primera prueba fue naturalmente para verificar la autenticidad de esa conversión a Dios. Se produjo también de forma muy normal: como prueba de la vocación religiosa. Fue superada de manera definitiva (n. 13) y con efectos duraderos. Advirtió la protagonista que se producía en ella una primera transformación, aunque a nivel todavía superficial: fue la superación de la timidez y el fortalecimiento en el propósito de la entrega a través del sacrificio y de la

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austeridad ( n 14). La prueba se fue adelgazando y desplazando hacia lo más hondo o interior, hasta identificarse –según el propio diagnóstico – con la “noche oscura del sentido y del espíritu” para pasar por “un verdadero crisol”. Privación de luces, de devoción sensible, del fervor; como si extinguieran la fe y la esperanza. La descripción en clave sanjuanista es perfecta (n 15). La precocidad espiritual sigue quemando etapas. A la luz de la prueba, Julia comprende nítidamente que era la presencia de la cruz: la “cruz que ella debía abrazar”. Y lo hizo con decisión y generosidad, apoyada y estimulada por las gracias especiales que comenzó a sentir por entonces y que resume en “hablas interiores”, a una de las pocas referencias explícitas a la fenomenología mística en clave teresiana (n 17). Una página que parece arrancada de la Noche oscura de San Juan de la Cruz, describe con enorme fuerza plástica lo que fue para ella la terrible prueba espiritual durante el año de noviciado. Sus ansias de humillación, de “hacer lo más perfecto, de vivir continuamente crucificada”, tuvieron cumplida escucha de parte de Dios que “permitiendo aquellas terribles purificaciones del espíritu me labraba a fuego intensísimo”. El cuadro que dibuja es el siguiente: “Dolores internos inexplicables en la

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substancia misma del alma, desamparos angustiosos en que me veía separada de Dios, perdiéndome sin remedio, deseando acercarme al Señor y viéndome rechazada por Dios…no encontrando en mi sino impotencia, posibilidad sólo para el mal, oscuridad y tinieblas densísimas” (n 19). Y prosigue en clave sanjuanista la constatación de que tras una o dos semanas de sufrimiento, al improviso se disipaba la oscuridad y sobrevenía el recogimiento y la suavidad, pero con la percepción clara de la propia miseria y de las deficiencias concretas en que se escondían los defectos: palabras imprudentes, aprecio de las alabanzas. La lección final, y como síntesis, que le comunicaba el Señor era “el domino del yo”. Por ese camino de penas y consuelos se veía llevada de la mano divina “a través de las dificultades” (n. 19). La dialéctica purificación-donación no desaparece nunca. De nuevo se cierra el ciclo de la conversión y primeras pruebas purificadoras con la gracia de la contrición, poco antes de emitir su primera profesión religiosa. Tuvo lugar durante unos ejercicios espirituales : “sentí un grandísimo dolor de contrición”. Comenta: “Esta gracia que me concedió el Señor dos veces en mi vida, ha sido de las que tengo que dar gracias más especiales al Señor, porque creo que no hay cosa que purifique más el alma. La levanta y la limpia de tal forma, que no se puede explicar el efecto, pero creo que la transforma”. (n. 19). Conversión

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decisiva a Dios, transformación profunda al filo de los 19-20 años. Rumbos nuevos.

Inesperadamente cambia el rumbo externo de la vida. Sobreviene la crisis de la Congregación religiosa en que acaba de profesar y tiene que ponerse al frente de otra nueva a sus 22 años de edad. Como si en ella todo hubiese de ser prematuro. En los sucesos que llevan a la separación se producen naturalmente los inevitables roces humanos, las incomprensiones y los sufrimientos indeseados. La madurez espiritual de Julia Navarrete, al verse envuelta en los dolorosos sucesos, queda plasmada en estas líneas: “Durante el tiempo que duró esta crisis, me dio el Señor tal paz y unión con él, que ni los hechos de mis contrarios me perturbaban, ni sentía perplejidad alguna en el obrar. Era perfectamente dueña de mí misma, mirando con claridad la razón para obrar en determinada forma. Ni por un momento me preocupó el pensamiento de lo que pensarían o dirían de mí” (n. 23).

Afirma rotundamente San Juan de la Cruz que

la purificación está en proporción con el grado de santidad que Dios reserva a cada alma. Cuanto más elevada sea la cima de unión transformante tanto más

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intensa y más duradera ha de ser la obra de limpieza.9 Pese a las apariencias, en Julia Navarrete quedaba mucha faena devastadora, porque Dios la quería muy santa y pura. La primera prueba, al iniciar la vida religiosa no fue más que un ensayo; especie de anticipo de lo que le esperaba. Puesta al frente de la nueva familia religiosa y a sus 22 años, le sobreviene una prueba purificadora mucho más tenebrosa y prolongada. Según ella por espacio de 14 años, “casi sin descansos”. En consonancia con el tenor de su intensa vida apostólica, los instrumentos de la prueba son exteriores: enfermedades, dificultades en la obra religiosa, incomprensiones y persecuciones en su propio ambiente religioso. Un cúmulo de circunstancias (correspondientes a la considerada como tercer etapa de su recorrido humano) que produjeron momentos de enfriamiento espiritual y hasta laxitud, según propia confesión (n. 28).

El temple normal del espíritu seguía

firme, pese a que los embates se sucedían como en cadena. Llegaron momentos en que se levantaba interiormente una furiosa tempestad de resentimientos, de indignación contra superiores, e incluso familiares. “Lo más horrible, una decepción profunda de Nuestro

9 Véase, entre otros textos, lo dicho en la Noche oscura 1,14,5; los cap. 12,15 y 17 del libro segundo; Llama de amor viva 1,24 etc. Por lo demás resulta principio teológico consecuente con toda la tradición espiritual cristiana.

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Señor que parecía me abandonaba a merced de mis enemigos” (n. 32). Para que no faltara un ingrediente habitual de la prueba purificadora, cuando las aguas exteriores de la tormenta se habían aplacado, quiso Dios “por sus altos fines o juicios que, durante este tiempo – de estancia en Guaymas – sufriera yo los ataques más furiosos del demonio que he sufrido en mi vida. Me perseguía de una manera que me crispaba los nervios de horror y vivía con el Jesús en la boca. Todavía ahora, con tantos años de distancia, siento angustia al recordarlo” (n 33). Con la sobriedad habitual cuenta Julia la superación de esa tortura: “ Se me representó Nuestro Señor…llevando la Cruz. No me dijo nada, pero sentí fortaleza para seguirle”. Como siempre, lo que cuenta es el efecto de la gracia; no se detiene a describir qué tipo de representación se le ofreció. Quien esté familiarizado con las páginas sanjunistas comprobará sin dificultad el papel que juega en la noche purificadora la acción demoníaca. 10

Casualmente, mientras se producen los

sucesos que procuran a Julia Navarrete las más hondas penalidades de estos años – 1922-1926 – tiene lugar el primer encuentro con San Juan de la Cruz, que le abre “horizontes infinitos”. Fue como un resorte que actuó inesperadamente en su vida. Asegura que “comenzó el Señor a comunicárseme en 10 Una síntesis sobre el tema de la Noche oscura 2,23 por entero y Llama 3, 63-65.

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una forma desusada”, por lo que se sentía engolfada en una soledad interior que le hacía despreciar las cosas exteriores. En el silencio, en el recogimiento, siente la llamada al desprendimiento, a la desnudez total, pero a la vez su espíritu “se adhería a Dios, y Él me comunicaba tales ímpetus de amor que parecía que me arrancaba el alma por la atracción que hacia El sentía” (ib.). Era comenzar “a saborear la vida interior”. Nuevo paso decisivo en la transformación interior. La lectura del Cántico espiritual en aquel trance fue como uno revulsivo espiritual, como tomar vuelo el alma y entrar en la casa de Dios y “haber sido admitida a su mesa”. El roce con San Juan de la Cruz le hizo comprender a Julia que “para ser toda de Dios como anhelaba, tenía que sepultarme”. En consecuencia, “acepté de plano mi situación de abyección y desprecio en que me tenían”. Otra victoria, otra cala profunda en la depuración interior. Por un tiempo vuelve la paz al alma. Se produce el encuentro confiado con Dios que me “miraba con complacencia”. “comencé a vivir como una pequeña abandonada en sus brazos; vivía en paz” (n. 37).

“En Amores inflamada” En esta situación, que cierra la tercera fase de

su existencia terrena, permanece algunos años (prácticamente los de la cuarta etapa, 1929-1935) durante los cuales reconoce que Dios comenzó a

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comunicarle “las más especiales gracias de oración” y luces nuevas sobre la vida interior. Con la parquedad usual describe alguna de esas formas de oración en clave inconfundiblemente teresiana. Pese a tal sobriedad, se trata de los raros fenómenos místicos concretos apuntados en la autobiografía. Dos son las manifestaciones mejor definidas: en algunas ocasiones perdía la noción del lugar donde se encontraba, como que se perdía a sí misma y, luego a los 10-15 minutos, volvía a encontrarse. Apostilla: “Nunca he podido explicarme qué era de mi espíritu o dónde se encontraba en ese tiempo”. Frente a ese vuelo del espíritu – que diría S. Teresa – otra forma oracional singular: la inflamación amorosa. Apenas puesta en oración se sentía invadir de un fuego espiritual ardoroso, inflamante, “que penetraba hasta las telas del espíritu purificando con sutilísimo y a la vez doloroso gozo espiritual que adelgazaba y purificaba mi espíritu” (n. 42). El eco de la pluma sanjuanista y de la teresiana es inconfundible; la sintonía, perfecta.11

11 Estamos ante otro de los puntos de perfecta convergencia entre la experiencia mística de Julia Navarrete y los grandes maestros del Carmelo Teresiano. La comunicación divina tiene en sí misma la virtualidad purificadora y unitiva; en cada situación y momento produce unos u otros efectos. A medida que se afervora e inflama el amor se consumen las escorias e imperfecciones. Bastará comparar los textos de esta autobiografía con lo escrito por San Juan de la Cruz en muchos lugares, en especial en la Noche oscura, lib. 2, cap. 11-12; Cántico, canc. 1ª y 6-11.

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La equivalencia espiritual con las ansias amorosas que describen la Noche y las primeras estrofas del Cántico espiritual es manifiesta. Por si subsistiera alguna duda bastaría leer lo que sigue en la autobiografía. “En esa época no me hablaba el Señor, sino que todo su trabajo en mi alma era secreto e íntimo, y me dejaba siempre ardiendo en una sed insaciable de poseerle. Esta ansia de poseer a Dios era un verdadero sufrimiento; aun en la noche durante el sueño la experimentaba, despertándome el ardor intenso del espíritu, la sed de Dios” (n. 42). A la luz del magisterio sanjuanista, esas ansias ardientes de amor impaciente son preludio de comunicaciones especiales con las que Dios hace sentir su presencia en un primer grado de unión: el desposorio espiritual.

No usa explícitamente Julia esa expresión, pero

cuanto se realiza en su espíritu en los años inmediatamente siguientes (correspondiendo a la quinta etapa de su cuadro biográfico) cuadra perfectamente con la propuesta sanjuanista. Las coincidencias llegan hasta pormenores insospechados. La sensación de una presencia sobrenatural de Dios se inicia como acontecimiento interior y llamativo dejando huella imborrable: es lo que Juan de la Cruz llama poética y simbólicamente “día-fecha del desposorio espiritual”. También en Julia tiene referencia cronológica concreta: “Un día (por el año 1935) estando en la capilla, no sé cómo, me vino un

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toque que conmovió profundamente mi espíritu y le dije: ¿qué es esto, Señor?, ¿qué quieres de mí? Quiero transformarte en mí, contestó. Creo que fue este el primer contacto íntimo que experimenté de Dios. Me quedé asombrada, sintiendo la distancia inmensa ente la Majestad divina y mi pequeñez” (n. 45). Es el comienzo, el primer encuentro, con quien va apoderándose poco a poco de su espíritu.

La sensación de que efectivamente la presencia

de Dios en su alma era como una invasión progresiva que producía una unión íntima, casi inalterable con Él va apoderándose de ella. Es un trecho del “camino místico” en el que los dones, las comunicaciones divinas se agolpan dando la impresión de que ya nada se interpone que pueda romper la paz interior y la serenidad. Únicamente la visita inesperada de pruebas ulteriores que adelgazan aún el espíritu –según expresión favorita de la autora- vienen a demostrar que aún no se ha completado la catarsis. El predominio de la comunicación amorosa de Dios sobre esos momentos de oscuridad y prueba es nota bien distintiva de este período espiritual.

Se hacen insistentes durante Él las invitaciones

divinas a la intimidad; se suceden las promesas de fidelidad. Todo como en las clásicas descripciones del desposorio místico. Cristo solicita de Julia Navarrete el desprendimiento total de las criaturas y la entrega total

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a su amor, a su intimidad. Ella le promete absoluto desprendimiento, fidelidad al voto que tiene hecho desde la profesión “de lo más perfecto” (n. 47). El trato de intimidad es ya como entre quienes se han prometido correspondencia a toda costa, como entre amores decantados e irrompibles. Julia siente con clara percepción la invitación de Cristo: “Sea tu alma un huerto cerrado”. Su respuesta, una promesa: “Yo quisiera, Jesús, que esta unión contigo fuera decisiva, que nada ni nadie pudiera apartarme de ti…Confírmame en tu gracia para no perderla” (n.48).

Reconoce que su miseria puede romper esos

lazos, esa íntima unión. Comprende que todavía quedan en ella ataduras, que no acaba de “pisar su personalidad”. La ratificación definitiva de la unión amorosa con Cristo le va exigiendo cada vez “más desasimiento de todas las cosas, va adelgazando mi espíritu” (n. 50). Con certero análisis de la realidad y de esas prolongadas exigencias de anonadamiento realiza esta constatación, refrendada por los grandes maestros –en especial de Juan de la Cruz- al describir la dinámica purificativa del amor: “Casi siempre, antes de una gracia especial, me envía el Señor una temporada de desamparo espiritual que parece me va a hundir. Trata de desenraizar mis defectos y vicios, fibra por fibra del espíritu, con un fuego activísimo y cauterizando hasta lo más íntimo de él”. En consecuencia, sobreviene la sensación de abandono,

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de desconcierto, de temor y hastío, hasta la tentación de abandonar la vida espiritual. “Y sin embargo, añade, amo al Señor con todas mis fuerzas, y quisiera desprenderme de esta carne mortal para perderme en El” (n. 50).

Son las pruebas de la fidelidad suprema: la

purificación radical y absoluta de la fe. Cuenta algunas muestras de ella a este propósito, como cuando la asaltó la duda de si su vida de unión era falsa e ilusoria. Su interrogante congojoso tuvo esta significativa respuesta del Señor: “Tu vida es de fe”. Más en concreto: “Creer en el amor”, por tanto, dejarse conducir, dejarse poseer (n. 49). Resultado de la vuelta a la calma, tras la pasajera tormenta, el “anhelo íntimo de pureza, de candidez, de amor infinito” (n. 49). Y así una y otra vez, hasta que se produjo en Julia el adelgazamiento de espíritu necesario a los dones más elevados, a la unión más íntima y duradera con el Esposo Jesús.

Esponsales divinos Resuena en su narración el eco de Teresa y de

Juan de la Cruz cuando hablan de una acometida más briosa y potente del amor divino que lo inunda y transforma todo. Consume hasta la más mínima escoria de impureza humana y Dios se entrega sin

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reservas. Es el abrazo definitivo de la unión, el beso del matrimonio. Son casi imperceptibles los márgenes de separación con la situación precedente; ni siquiera Fray Juan de la Cruz fue capaz de deslindarlos en un primer intento de describir el matrimonio espiritual.12 Nada extraño que tampoco en la autobiografía de Julia se fije con precisión el paso del desposorio al matrimonio, a pesar de que para este estadio use el término clásico y tradicional. Lo que queda claro es que en determinado momento se siente en esa situación espiritual que es cima de la experiencia mística en cuanto a estado. Las descripciones de la misma ocupan la mayor y la mejor parte de la autobiografía en la vertiente interior. Es insustituible la lectura de su texto. Bastará sintetizar aquí algunas de las pinceladas con las que diseña su experiencia en el vértice de la mística.

Ante todo, la conciencia de la mutua entrega y

posesión. Arranca de la verificación de que la palabra de Cristo en el primer encuentro “sobrenatural” (cf.n. 12 Según el Doctor Místico las fronteras entre los dos estados – desposorios- matrimonio espiritual – son un tanto indefinidas, sobre todo en lo que se refiere a las diversas gracias o comunicaciones recibidas de Dios. Lo “más que puede ser” en el desposorio enlaza sin solución de continuidad con el matrimonio. En el fondo, existe la diferencia de una unión transitoria o permanente, pero al repetirse la conciencia de la primera, hace dificultoso un deslinde preciso. En el primer Cántico espiritual san Juan de la Cruz no llegó a una diferenciación precisa, que estableció luego en la segunda redacción de esa obra ( cf. Canc. 14-15, 22-23 y 26-27) y en la Llama de amor viva 3, 24-25.

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45) se había ido realizando realmente. El “quiero transformarte en mí” se había vuelto algo concreto a distancia de tiempo. Con la acostumbrada precisión cuenta la autora: “Después del día en que me dijo el Señor ‘entro en ti para transformarte en mí’, hubo un cambio notable en mi alma. La unión con Dios se hizo más íntima, más estable, más sólida. Las diferentes fases de desolación y consolación me parece que quedan por fuera del fondo de mi misma donde habita Dios. Me parece que mi espíritu se ha asimilado al suyo en tal forma que ha producido una comunicación de dones que reconozco ajenos a mí” ( n. 56). Todas las reiteradas descripciones convergen en los mismos datos fundamentales. Destacan las dos vertientes o dimensiones: la íntima de la experiencia, y la proyección o consecuencia en la vida entera, es decir: la donación y la transformación concreta. Un muestrario reducido de textos bastará para orientar al lector.

La sensación o percepción íntima de esa unión

permanente, que se hace consciente y actualizada, es reiterativa y aparece como variaciones del mismo tema. Un día, es al comulgar cuando siente tan clara la presencia real de Cristo, que a su contacto le parece como estremecérsele las entrañas. “Me sentí inundada y penetrada de Dios, de su substancia”.

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Al requerimiento amoroso, escucha esta respuesta: “Entro en ti para transformarte en mí”. Y ante la sensación de ser estrechada y poseída, le viene a los labios la estrofa de la Llama: ¡ “Oh cauterio suave…Oh toque delicado”!. La penetración del sentimiento dura varios días, con la sensación de tratarse de algo más que de una compenetración que se efectúa entre dos elementos, quedando cada uno con su propia naturaleza; en su caso es algo diferente: “Viene Dios y funde mi substancia en la suya, de suerte que ya no puede separarse una de la otra, sino que queda hecha una sola. No sé explicarme, yo creo” (n.54).

Es el lamento de todos los favorecidos con esa

experiencia, comenzando por San Juan de la Cruz, en quien calca las expresiones Julia Navarrete. Igual que, cuando al hilo del simbolismo nupcial, vuelve sobre la misma realidad. Tras un período de desolación transitoria, se renueva la misma experiencia después de la Comunión: “Sin esperarlo vino el Señor a mi alma en un abrazo estrechísimo, e introduciéndome en su tálamo, penetró hasta el más íntimo seno de mi espíritu haciéndome participar de sí mismo, fundiendo mi substancia en la suya en una delicadísima, a la vez que fuerte y vigorosa unión. Casi desfallecida de amor y emoción, le dije: ¿qué es, Jesús mío? Es matrimonio espiritual, te hago mi esposa, eres mía, nada podrá apartarte de mí” (n. 57). Pocas páginas

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después reincide en idéntica descripción ( n. 59) con expresiones igualmente atrevidas y plásticas. Naturalmente, dando por descontado que son inadecuadas y refugiándose, como todos los místicos, en la inefabilidad de la experiencia vivida ( cf. nn. 57, 63, 70, 75, 80, etc.).

No menos fuerte e insistente es la afirmación de

los efectos de esa transformación o divinización. Se siente purificada, santificada, poseída de Dios (nn. 58, 59). Julia Navarrete no teme afirmar - en sintonía con Juan de la Cruz- que el Señor al transformarla de esa manera le “hizo el beneficio de confirmarme en gracia” (n. 48). Es consecuencia de la criatura que queda endiosada y divinizada, y el yo muerto y sepultado. La pluma realista de Julia no pierde por eso la auténtica perspectiva vital, “pasan esos momentos felicísimos y volvemos a la realidad de lo que somos: debilidad, capacidad para pecar y desbarrar en todos los órdenes” (n. 55); sólo que cuando Dios ha metido al alma en sí todo queda refundido. Según la protagonista, queda una inteligencia más clara de las cosas y de los misterios de la fe y de la obra del Espíritu Santo en las almas; un refinamiento del amor de Dios, una fortaleza para luchar y una paz imperturbable, con clara conciencia de que todo es de Dios (n. 56). Queda, sobre todo, “el anhelo de ser perfectamente poseída por él”; “una necesidad de silencio interior, en el absoluto vacío de sí, en la

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desnudez de todo lo criado” (n. 52). Es la situación espiritual en que vive Julia después de escalar la cima de la unión mística. Una vez más san Juan de la Cruz le presta la palabra para expresar sus vivencias íntimas, que gritan: “Jesús precioso y santísimo, déjame gozarme en tu hermosura, para que luego vengas a gozarte en mi hermosura, que es tuya porque Tú la has puesto en mí” (n. 58).

Más adentro en la espesura. Cuando Fray Juan de la Cruz comenta esa

estrofa de su Cántico que ensalza la hermosura divina, asegura que las almas llegadas a esas alturas desean penetrar más adentro en la espesura de los profundos juicios de Dios y en las cavernas de los misterios de Cristo, para gozarse más íntimamente y recrearse en El. Para ello es necesario penetrar también en la espesura del padecer de muchas maneras, de modo que el amor afectivo se muestre efectivo. Y sentencia que “el más puro padecer trae más íntimo y puro entender y, por consiguiente, más puro y subido gozar”.13 Engolfarse en el misterio de Cristo es asumir también su amor oblativo y redentivo, su pasión y su cruz. Es contraseña inconfundible de las almas unidas a El por transformación de amor. Y la transformación perfecta en Cristo culmina en la vida trinitaria, en la 13 Véase el Cántico espiritual 36, 12. Deben leerse integralmente las canciones 36-37.

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participación percibida de ese misterio insondable. Todo ello es lo que se constata en el “camino” místico de Julia Navarrete a partir del estado anterior y a lo largo de las últimas etapas de su peripecia humana (desde n. 55 en adelante). Los límites de espacio no permiten más que rápidas pinceladas.

La espesura del padecer por el Amado Esposo

se hizo con frecuencia muy densa. La autenticidad de su entrega se puso a prueba en formas variadas y reiteradas. Como si el Señor le reclamase con insistencia el cumplimiento de su voto de “perfecto holocausto”, pronunciado a requerimiento suyo al momento de ratificar la mutua entrega esponsal (n. 51). Jesús quería víctima perfecta, y así se lo había prometido ella. Era la prueba del amor redentivo y oblativo, del más puro padecer para mejor gozar. Como siempre, los instrumentos providenciales del adelgazamiento purificativo del yo fueron las incomprensiones, las persecuciones y las ingratitudes humanas, tanto más punzantes cuanto menos esperadas (nn 60,61, 62, 63). De este modo prosigue hasta el fin la dialéctica del sufrir y del amar, de la purificación y de la posesión ( nn. 70, 71).

Según se insinuó al principio de estas páginas

introductorias, resulta sorprendente la fuerza y la insistencia que tiene esta componente peculiar de la experiencia de Julia. Los últimos períodos de su vida

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se caracterizan, inconfundiblemente, por un substanciarse y calificarse en ese amor transformante de la unión divina. El amor no deja de contrastarse en el crisol del sufrimiento y de la prueba, “en la espesura del padecer de muchas maneras”. Basta un repaso a las últimas páginas de la autobiografía para comprobarlo. Sin afán de exhaustividad se puede recordar las penas y enfermedades de los años 1954-1955, que llegaron a producirle la sensación de estar como metida en “un embudo cada vez más estrecho”, en absoluta soledad y abandono, como ser inútil (n. 61). En el fondo, es la situación dominante en esa vertiente hasta el 1960 (cf. N. 63).

Pero no fueron solamente pruebas exteriores.

Abundaron en la misma época los momentos de desolación espiritual, de abandono sin consuelo (n. 66). No faltaron las luchas interiores para “tratar de perder la personalidad” y aceptar hasta sus últimas consecuencias el plan divino del anonadamiento (n. 68). Y, al fin, como expresión suprema de la fidelidad, la tortura de la duda, la noche de la angustia, el horizonte cerrado de la confianza. Describe esa última prueba con un grafismo y una penetración digna del mejor psicólogo. Fueron tres semanas de congoja que penetró hasta la sustancia del alma, hasta desgarrar el espíritu (nn. 78, 79). Era el preludio de nuevas gracias y comunicaciones divinas, de la vuelta al estado de paz y serenidad. Era la otra cara del

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crecimiento espiritual, el de la plenitud en el amor divino que la invade por completo para que ella haga reentrega del mismo.

Bien sencillo también espigar páginas en las

que se describe esa radiante situación de la unión divina. De tanto en tanto se enciende la llama y afervora el espíritu. Al leer los textos alusivos comprobamos que es la vida cantada en las últimas estrofas del Cántico espiritual y de la Llama de amor viva: es la vida transformada en Cristo e insertada en la Trinidad. Sus rasgos dominantes quedan señalados con precisión. Ante todo, Julia se ve introducida en un nuevo modo de orar, en el que le parece que ni ella ni sus potencias toman parte directa. El espíritu es movido por Dios sin encontrar resistencia, hasta verse unificado con el divino (n. 63). En esa oración (“de unión, la llamo yo, porque no sé cómo distinguirla”) quedaba “como vitalizada en el espíritu” sin otro deseo que hacer la voluntad de Dios ( n. 67).

A la par de la oración van las virtudes,

igualmente producidas por la fuerza divina. Tiene conciencia de que no son fruto del propio esfuerzo sino derivación de la comunicación divina: “En la oración penetraba –el Señor- en mi espíritu, dándose, atrayéndome a Sí. Me comunicaba virtudes que yo no puedo adquirir por mí misma” (n. 67). Toda la vida está tan endiosada que aparece como un desplegarse

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ininterrumpido de gracias y dones especiales. Así lo reconoce la protagonista. Al mismo tiempo se da cuenta de que las comunicaciones divinas son “contrapeso al ostracismo exterior” en que se veía sumida. Al mismo tiempo era fuerza misteriosa que le impulsaba a “la muerte de sí misma” (n. 64). En el fondo, todas las comunicaciones estaban orientadas a afianzar la entrega y posesión del matrimonio místico. Un texto por todos. A través de esas gracias especiales “ se consumaba una asimilación por la cual El tomaba todo mi yo transformándolo en sí, y yo le aspiraba a El y en El desaparecía. Es un descanso y una unión íntima; es gozo indecible y también sufrimiento íntimo, pues estas comunicaciones cauterizan el alma, la dejan purificada a la vez que la unen con Dios” (n. 64).

A lo largo de los últimos años (los que asigna a la séptima etapa de su peregrinar terreno, (1962-1968) Julia Navarrete vive en esa situación en que, pese a pruebas exteriores, espiritualmente se siente inundada de “dulzura y felicidad”, hasta el punto de no imaginarse algo semejante (n.70). Como de costumbre, la describe sirviéndose de símiles y expresiones sanjuanistas. Se siente metida en las cavernas de Cristo y allí se embriaga del “mosto de granadas”, como en una absorción del espíritu en Dios (n. 70). A veces experimenta insospechados “ímpetus o avenidas de gracia, de luz ardiente y de amor”, que le dejan suspensa, “sin poder hacer más que amar

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intensamente” a Cristo (n. 71). A cualquiera le vienen al recuerdo pasos abundantes de la Llama sanjuanista.

Con razón testimonia que “mis relaciones con el

Señor han seguido siendo tan íntimas y fervorosas, tan estrechas, que me parece no hay cosa que pueda separarme de él” (n. 74). Es que, como añade en otro lugar, “poco a poco ha ido poseyéndome, absorbiéndome, hasta llegar en los últimos meses -1965- a la identificación de la voluntad con la suya, hasta no tener más anhelo que el hacer lo que él desea. En mis horas de oración y aun entre las ocupaciones viene a mi alma, se posesiona de ella y despierta el anhelo de penetrar muy dentro de él” (n. 73).

En esa conciencia de progresiva identificación con Cristo y de transformación en él, va descubriendo también la obra y presencia del Espíritu Santo a través de sus “unciones y abrumaciones”. Analizando los “toques que Jesús hace en su alma”, toma conciencia de que “van, poco a poco, inmunizando todo mi ser de ese lastre de tendencia a lo sensual que es propio del ser humano. Con esos estrechamientos del Verbo en mi espíritu, siento que va destruyendo esos como gérmenes naturales” (n. 75). Ninguna criteriología tan certera como ésta para valorar la autenticidad de la experiencia mística.

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En el seno de la Trinidad. Como remate y culminación del “camino

místico”, y tras la última prueba interior, la penetración en el misterio divino, la inserción en la Trinidad Santísima. Son insustituibles sus palabras: En esos momentos sentí penetrar en mí a la Beatísima Trinidad. El Padre entró de lleno poniéndome allí su Santo Espíritu, que me inflamó con su fuego, y el Verbo que me anegó con sus besos y la comunicación de su sustancia, hasta quedar íntimamente poseída de él” (n. 80). La experiencia se repetirá días después: “Reconocí otra vez a las Santísimas Personas. El Espíritu Santo cauterizando con su amoroso fuego los senos de mi espíritu; el Padre con sus suaves y blandas caricias penetrándome, saturándome; y a mi Esposo Jesús, introduciéndome más y más intensamente…Hasta este grado de penetración no había llegado el Señor antes. No sé qué fue lo que se destruyó en mí y me hizo una con él”. Para darse a entender está siguiendo las pistas de san Juan de la Cruz. No queda del todo satisfecha con las expresiones y las modifica. Prosigue: “Siento que Jesús mora en mí como único dueño, no como Señor, según dice S. Juan de la Cruz, solamente en su casa, ni sólo como en su lecho, sino como en mi propio seno, unido, unido estrechamente. ¡Con cuánta delicadeza me enamoras, Jesús!” (n. 81). Cuestión de matices. Realidad y expresión se corresponden

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plenamente a lo sanjuanista. La última exclamación es la del verso del Santo: “¡Y en tu aspirar sabroso…cuán delicadamente me enamoras!”14

A esas alturas de vértigo ha llegado Julia Navarrete a sus ochenta y tantos años de edad. Le restan aún varios de vida. Mientras el cuerpo se consume, el espíritu se dilata y agiganta. El relato autobiográfico se cierra en 1968. Nada tan natural como verificar por la correspondencia epistolar que el resto de su “camino” interior, hasta la ruptura de la “tela mortal”, fue un crescendo en el amor. Como diría su maestro Juan de la Cruz, un substanciarse y calificarse en ella el amor divino.

14 La coincidencia de expresiones entre las páginas de la autobiografía y estos versos finales de la Llama de amor viva, con su comentario, no afecta en exclusiva al lenguaje. Más bien la identidad de experiencia y contenido lleva a esa sintonía expresiva. Pese a lo atrevida de las fórmulas y expresiones de Julia Navarrete, todo entra perfectamente en el ámbito de la tradición espiritual cristiana. La perfecta conformación a Cristo y la inserción en su vida divina culmina naturalmente en cierta experiencia de la vida trinitaria. Toda la parte central de la Llama de amor viva reincide en esa verdad, como puede comprobarse leyendo el comentario a la estrofa segunda. Aún más afines las expresiones de la autobiografía a las del Cántico espiritual 38,3-4 ; 39,3-4. Pese a la diferencia de lenguaje y enfoque, está en la misma línea la experiencia ignaciana narrada en el Diario espiritual, durante los primeros meses de 1544; cf. Ed. De la B.A.C. p. 349-360. No es necesario recordar que la experiencia espiritual de la B. Isabel de la Trinidad está toda ella centrada en la mística trinitaria. No consta que Julia Navarrete frecuentase sus escritos.

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No podría ser menos. Remata la autobiografía con la invocación y el himno de gratitud al Señor: “¡Cómo darte gracias Jesús amorosísimo!......Mora en secreto en mi seno más profundo y allí vivamos para siempre en el más íntimo y secreto amor” (n. 82).

CONCLUSIÓN

Es el momento de recopilar sintetizando los

rasgos destacados de este mensaje espiritual cargado de hondura y densidad. Quedan apuntados a lo largo de estas páginas introductorias, pero no estará de más reunirlos nuevamente aquí a modo de conclusión.

El mensaje espiritual de Julia Navarrete, tal

como nos lo transmite su autobiografía, constituye un reclamo extraordinariamente atractivo de las realidades fundamentales del mensaje evangélico. Tiene todas las credenciales para conectar con el mundo de hoy, pese a que se mueve constantemente en elevados niveles de vida interior. Resulta por ello, testimonio de los valores permanentes de vida teologal, que encuentra en la experiencia mística su culminación natural.

Una mística recia y realista que no aleja, sino

que acerca y atrae por su sobriedad y su realismo. Tiene los mejores avales de genuinidad, porque

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aparece insertada en las grandes realidades del misterio divino y de la vida cristiana. Ante todo, como contraseña y piedra de toque, su correlación con su existencia hecha de esfuerzo y sacrificio, de sufrimiento y de purificación. No es una mística de evasión y de sentimiento; está contrarrestada con la prueba de la cruz y de la ascesis, por más que esta vertiente se presente aparentemente como mitigada. A cada página de esta autobiografía se escucha el reclamo de la autenticidad de vida: de la correspondencia entre el amor afectivo y el efectivo. El don divino exige y reclama correspondencia, demostrada en la purificación de la escoria humana, en el adelgazamiento del espíritu y la destrucción del yo.15

Por otro lado, o desde otra vertiente, el

itinerario interior, marcado por tan profundas y reiteradas experiencias místicas, se desarrolla en una existencia plenamente encuadrada en un contexto religioso y cultural dominado por intensa actividad apostólica. De ahí que pueda denominarse una mística de la acción o en la acción. Es el mensaje de una contemplación desde la acción. Por ello, y por tantos otros títulos, una mística de nuestro tiempo, para la Iglesia 15 Entre tantos textos de la autobiografía, pueden leerse los números: 31, 32, 53, 56, 57, 68, 70, etc.

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comprometida en la transformación de este mundo.

Cercana también a las instancias del hombre

actual por lo que tiene de más característico: la sobriedad, la sencillez y la sinceridad. Se concreta en vivencias radicales y transmite un contacto con lo divino en formas comprensibles y esenciales, sin concesión al sentimentalismo ni a la fenomenología maravillosa. Todo es comprensible y equilibrado, incluso para quien se sitúa en posturas arreligiosas. Manteniéndose en sintonía con la mística sanjuanista, la protagonista se atiene a “comunicaciones sustanciales y palabras eficaces”. Esas son las grandes categorías de percepción de la acción divina en su espíritu.

Esa percepción o conciencia de vivir

inundada por la presencia de Dios está siempre referida al misterio divino y a la revelación del mismo. Se afinca en la entraña misma de la fe cristiana, con Cristo al centro y con la Trinidad al vértice del desarrollo. Desarrollo que es crecimiento constante en vida teologal: vida de fe y de amor. Ese es el “camino”, el “camino de Julia Navarrete Guerrero”.

Eulogio Pacho Polvorinos, O. C. D. Roma.

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“M I C A M I N O”

AUTOBIOGRAFÍA

DE

JULIA NAVARRETE

GUERRERO (para que no se suba, favor de borrar)

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Mi buen Padre: Va en este escrito mi deseo de agradar a Dios y obedecer a Usted. Perdone la mala escritura, la incorrección, la mala presentación, etc. Recuerde que soy una pobre anciana, con las manos casi sin movimiento; poca vista, poca firmeza y mucha debilidad en el pulso.

Perdone todo. Bendígame. H. Julia

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AUTOBIOGRAFÍA DE LA VENERABLE

MADRE JULIA NAVARRETE GUERRERO

1. En el nombre de Dios y por obediencia, voy a escribir estos recuerdos de mi vida; narrando sencillamente, los caminos por donde Dios Nuestro Señor ha querido conducirme a El1. Procuraré ser concisa y veraz. El Señor venga en mi ayuda, ya que por su amor, emprendo este trabajo que me es bastante molesto. Voy a dividir mi camino en etapas, aunque no comprenderán éstas, el mismo número de años; sino más bien, dependerá su duración del lugar en donde viví o de las circunstancias que me rodearon.

Primera Etapa: de los 4 años en que comencé a comprender, hasta los 17.

1 “Como a la Madre, a mí me costó bastante pedirle este favor, pero ahora veo que entraba en el plan de Dios pues sí conocía bastante de su espíritu, con sus cartas de orientación espiritual; la Autobiografía nos abre el espacio de su alma en forma muy completa y nítida” (Expresión de quien le encomendó escribir).

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Segunda Etapa: de los 17 años a los 22. Tercera Etapa: de los 23 años a los 35. Cuarta Etapa: de los 35 años a los 54. Quinta Etapa: de los 54 años a los 72. Sexta Etapa: de los 72 años a los 84. Séptima Etapa: de los 84 años a los 87.

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PRIMERA ETAPA

1885-1898

2. Creo Que a los 4 años de edad, ya me daba cuenta de las circunstancias y casos que me rodeaban, pero nunca preguntaba lo que hubiera querido saber, me parecía que, a mi edad, yo no tenía que hablar. Fui tímida de carácter y viví dominada por el carácter fuerte y autoritativo de mi madre, a quien siempre fui muy obediente.

3. Era la única mujer entre seis hermanos y los seguía en sus juegos, pero siempre muy vigilada por mi madre y bien atendida y considerada de ellos. Más tarde comprendí que había tenido ocasiones de hacerme mala, de perder la inocencia; pero, me parece, que no se despertaban en mí malos instintos. No recuerdo en esa época alguna gracia especial de Dios Nuestro Señor.

4. De niña nunca fui al colegio, siempre tuve maestras en casa, así es que fueron muy pocas las amigas que frecuentaba, siempre salía con mi madre, oía sus conversaciones y me daba cuenta de lo bueno y de lo malo, pero sin preguntar ni salir de dudas nunca.

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Hice mi primera Comunión a los 7 años, pero no me acuerdo haber tenido especial devoción y, aunque en casa reinaba un espíritu cristiano y mi madre era piadosa, mi padre era algo reacio a las prácticas religiosas, que no prohibía sin embargo, y nos educaba cristianamente; pero no salíamos de lo ordinario. Lo que debe hacer el cristiano.

5. A los doce años entré a estudiar a la Escuela

Normal del Estado. Me sentí en buen ambiente, querida especialmente de mis compañeras y pronto formamos un simpático círculo, en que todas nos llevábamos bien, decentemente y con buen espíritu. Tenía yo entonces, un carácter dulce, apacible, me gustaba la sociedad; el mundo en su buena acepción, bailaba mucho, me divertía. Todas mis compañeras eran mayores que yo; sin embargo, tenía ascendiente sobre ellas y seguían mis consejos. Las maestras y vigilantes decían que, cuando yo estaba con las muchachas, estaban tranquilas.

6. Estudiando, cumplí los 15 años. Por este

tiempo, mi madre se confesaba con un padre jesuita muy serio y fervoroso y me inclinó a que me fuera a confesar con él. Me decía que ya estaba en edad de pensar más en serio, ser más piadosa, etcétera. Por complacer a mi madre, lo hice como ella lo deseaba. Poco a poco, el padre me hizo pensar…y Dios Nuestro Señor penetró profundamente en mi espíritu…Me vi a

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mí misma…me conocí y sentí como una ansia inmensa de pureza…Me convencí de que mi madre tenía razón, al decir que ya debía pensar en vivir más seriamente.

7. Con ocasión de una Misión a que asistí, hice

una confesión general…Allí estaba Dios con su Misericordia esperándome…Me dio el Señor un conocimiento tan profundo de la malicia del pecado y un dolor tan grande de contrición, que, en verdad, sentía que se me desgarraba el alma; pensando que con mis pecados había ofendido a un Dios tan bueno….Nunca podré explicar el efecto de esta conmoción en mi alma. ¡Qué transformación! Mi dolor, mi pena, produjo un tal desapego de las cosas de la tierra; que me parecía no ser ya la misma. Sólo buscaba la soledad, la penitencia, la oración…

8. Padecía desde hacía algunos años, un dolor

de cabeza continuo que en esa época se recrudeció y mis padres con el consejo del doctor me retiraron de los estudios. Vi en ello la mano de Dios, El quería que me entregara a otra clase de vida. Tenía casi 17 años. Determinaron mis padres, que sólo estudiara idiomas y piano y lo demás del tiempo lo ocupara en cosas de la casa. Cambió completamente mi vida.

9. Diariamente iba a Misa de seis de la mañana

con mi madre, comulgaba penetrada de profunda

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devoción. Hacía oración con una profunda quietud de espíritu y lágrimas abundantísimas y deseos inmensos de padecer. Con permiso de mi confesor, hacía diversas penitencias: disciplinas, cilicios, mortificaciones en la comida poniendo acíbar en los alimentos y privándome de golosinas. Cuanto dinero me daban lo invertía en limosnas, que daba a pobrecitos que iban a casa, ofreciéndome oportunidad para vencerme besando sus llagas y suciedad.

10.Especial consolación me proporcionaba el

Señor en una penitencia que hacía, colgándome de dos clavos grandes y permaneciendo colgada en cruz por espacio de 3 Credos, solamente, según el permiso de mi Confesor. Al bajarme, sentía un desmayo general que me parecía agradaba a Nuestro Señor.

11. En esos meses me habló de matrimonio un

joven recomendable. Mis padres tomaron empeño en que reflexionara con calma, ya que juzgaban que era un buen partido. Le respondí a mi padre que, aunque no sabía yo todavía cual era mi vocación, no pensaba casarme. Después de tomada esta resolución, me sentí más cerca de Dios y comprendí que debía apretar más los lazos que me unían a El; por lo cual, pedí permiso, y se me concedió, para hacer voto de perpetua castidad; lo hice el 25 de marzo de 1898.

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Empezó a surgir la idea de la vida religiosa. Pero en Oaxaca, donde yo vivía, no se conocían las religiosas.

Una señora amiga de mi madre, conoció mi

deseo de ser religiosa y me habló de las Damas del Sagrado Corazón. El hecho de que yo no conocía otras religiosas, me hizo fijarme en éstas. Además me cautivó todo lo que de ellas me contaron. Comuniqué a mi Confesor lo que pensaba y estuvo de acuerdo en que pusiera mi solicitud, a las Damas.

Tenía el Padre Repiso, Jesuita, mi Confesor,

una hija espiritual; persona de mucha oración y unión con Dios, quien se interesaba por mi alma.

Un día en confesión, el Padre mi dijo que

aquella señora había estado en México, que había tenido que tratar con un Padre de la Compañía que estaba formando o fundando una Congregación Religiosa llamada “De la Cruz del Sagrado Corazón de Jesús”; que la había invitado para que visitara la Comunidad delante del Santísimo, había sentido claramente que el Señor le decía:” Aquí quiero a Julia”.

El Padre, mi confesor, me aclaró que esto no

quería decir, que estuviera yo obligada a ir allí; que obrara con toda libertad. Aquí comenzó para mí una temporada de angustia, de indecisión y de penas.

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El nombre de la Congregación y los fines de ella, que la misma señora me expuso, satisfacían mi espíritu…Pero yo me había propuesto entrar en las Damas y ya lo había solicitado…y justamente en esos días contestaban admitiéndome, sólo con la condición de pasar un año de prueba en México. No sabía a que decidirme. Pasaba ratos de angustia delante del Santísimo, pidiéndole me dijera lo que quería. En mi interior yo veía claramente: Jesús quería “La Cruz”.

Así y todo, arreglaron mis padres que me fuera

al Colegio. Ellos no sabían lo demás. Unos días antes de partir, el Padre Repiso, en

confesión, me habló muy seriamente. “Debes servir a Dios donde El quiera; por tanto, arranca toda propia inclinación y di al Señor: ‘Lo Tú quieras, quiero’. Antes de entrar al Colegio, habla con el Padre Mir, Fundador de ‘La Cruz’; es un Sacerdote santo, muy de Dios, tiene un notable discernimiento de espíritus; nadie como él te puede aconsejar. Ábrele totalmente tu alma y haz lo que El te diga”.

12. Hice todo como el Padre me dijo. Hablé con

el Padre Mir; creí mejor, para darme a conocer totalmente, hacer con él una confesión general. Contesté a todas las preguntas que quiso hacerme, y al terminar, me dijo: no puedo decirle otra cosa que, su vocación es clara, sin lugar a duda, para “La Cruz”.

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Sólo falta que se determine Usted a seguirla, oyendo el llamamiento de Dios.

No puedo explicar la impresión que experimenté. ¡Todas mis ilusiones venidas por tierra! En el confesionario, el Padre me dijo:

_ ¿A qué se decide Usted? _ No sé que hacer, Padre, le contesté… _ Vaya Usted, me dijo, delante del Santísimo y pídale que le dé a conocer su Voluntad. Dentro de 10 minutos, vuelva a decirme lo Que piensa. Fui delante del Señor y le dije: _ ¿Qué quieres Tú? Nada me dijo, pero puso en

mi mente esta idea: lo más seguro es la obediencia. ¿ Qué me dijo el Padre Repiso? _”Haz lo que el Padre Mir te diga”. Volví al

al confesonario, el Padre Mir me esperaba. Le dije: _ Voy a “La Cruz”. _ ¿Has tomado una determinación seria? _ Sí, Padre. Y entré en la comunidad de “La Cruz”, el día 5 de octubre de 1898; acabando de cumplir 17 años. Termina aquí la primera etapa de mi vida.

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SEGUNDA ETAPA

1898-1903

13. Al entrar en “La Cruz” no encontré ni el menor atractivo, todo era sacrificio durísimo. Durante quince días sufrí una lucha con tentaciones terribles. Obscuridad completa, falta de fe y esperanza…sólo me sostuvo la obediencia. El Padre Mir me tomó a su cargo, repitiéndome siempre: ¡paciencia! Esto pasará…Después de 15 días, me dio el Padre un retiro como preparación para comenzar mi Postulantado. 14. Durante él, me comunicó el Señor una resignación tan completa a su Voluntad y una suavidad y fortaleza tal, que, en adelante nunca volví a tener tentaciones contra la vocación. El día 15 de octubre, fiesta de la Pureza de María, hice mi Ofrecimiento con gran emoción y fervor, con una voluntad generosa de entregarme toda entera a la vida de sacrificio y oración. Se operó en mi una transformación. Mi espíritu tímido hasta rayar en debilidad de carácter, se fortaleció y comprendí que tenía que prescindir de todo apoyo y consuelo humanos; que había venido a crucificarme y que la vida religiosa es un camino austero, sin más descanso que el que Dios quiera dar

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a su criatura. Me entregué a la mortificación de mis inclinaciones y Nuestro Señor se tomó el trabajo de ilustrarme y fortalecerme. A los dos meses me vistieron el hábito de la Congregación.

15. Con la vestición del hábito, comenzó la vida de sacrificio interior. Se acabaron para mi alma las luces, la devoción sensible, el fervor, y comenzaron las torturas del espíritu; aquella noche obscura del sentido y del espíritu, en que pasa el alma por un verdadero crisol. Imposible me sería enumerar y definir las clases de sufrimiento que Dios permitía en mi espíritu. Parecía que la fe y la esperanza estaban extinguidas, necesitaba esfuerzo sobrenatural para sostenerme sumisa, paciente, controlada, dispuesta a sufrir aquello que el Padre decía provenía de buen espíritu y eran gracias de Dios.

16. En medio de estos sufrimientos, empezó el

Señor a darme a sentir la perfección que quería de mí y me comunicaba los sentimientos de su Corazón amantísimo. Sentía ardientes deseos de ser de Dios, de unirme a El íntimamente; tenía necesidad, sed de padecer y pedía permiso para hacer penitencia: ayunos con frecuencia a pan y agua, y, aunque por ser joven todavía, y enfermiza me iba a la mano el Padre, yo buscaba la manera de apretar los cilicios, las disciplinas; me levantaba por la noche a besar el suelo y a hacer adoración en cruz, etcétera.

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17. Empezó el Señor a comunicárseme con hablas interiores; yo le platicaba, exponiéndole mis amarguras, pidiéndole consejo…Se soltó por entonces, una molesta crítica en la comunidad, contra mi modo de proceder. Pensaban que, con mi modo de ser trataba de atraerme la benevolencia del Padre, y así, me mal informaban con él, me acusaban de faltas que no eran ciertas, etcétera; de todo lo cual se daba cuenta el Padre. El me dijo que no me detuviera en eso. Que era una cruz que debía abrazar.

18. El tiempo de noviciado fue terrible para mi

alma; pero creo que Dios Nuestro Señor debe haberme dado gran cantidad de Gracia, pues, a ninguna hora del día ni de la noche dejaba de sentir la necesidad apremiante de vencerme y renunciarme y la fortaleza para corresponder a las exigencias de la gracia de Dios. El hacer siempre lo más perfecto, el vivir continuamente crucificada, el buscar la humillación, me daban alas para ir al Señor.

19. Por otra parte, Dios Nuestro Señor,

permitiendo aquellas terribles purificaciones del espíritu, me labraba a fuego intensísimo. Dolores internos inexplicables, en la substancia misma del alma, desamparos angustiosos en que me veía separada de Dios, perdiéndome sin remedio, deseando acercarme al Señor y viéndome rechazada por un Dios justísimo de Majestad infinita; no

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encontrando en mí sino impotencia, posibilidad sólo para el mal, oscuridad y tinieblas densísimas…Con frecuencia me sucedía que, después de una o dos semanas de sufrimiento, sin saber como, se disipaba y venía a mi espíritu no sé que recogimiento y suavidad delicada, en medio de la cual el Señor me mostraba mis defectos; me hacía ver mis palabras imprudentes, el aprecio que en el fondo de mi corazón había a las alabanzas humanas, etcétera. Me presentaba el panorama de mi propia realidad empequeñecida, hasta convertirse en un puño de polvo. Otras veces, tras un desamparo y desolación; al ir ante el Sagrario, me comunicaba el Señor sus luces, llenándome de paz y claridad; sentía la mansedumbre de su Corazón; viendo cómo en la práctica de esas virtudes, debía deslizarse mi vida. Ese soportar con calma y serenidad y dulzura, como lo hace Dios con nosotros, las debilidades y necedades de otros; ese mirar los ires y venires de las pasiones humanas, resistiendo los choques de las mismas; sin que la paz del alma se altere…En fin, me enseñaba el Señor el dominio de mi Yo. Ante aquel cuadro, Jesús con ternura infinita me decía: “Así debes ser”. Al contemplar su Pasión, me hacía fijar la atención en su Corazón angustiado, sediento de almas; le contemplaba flagelado, y con una mirada de ternura infinita, me decía: “dame pureza”. Jadeante y agónico en la cruz me decía: “Mira hasta donde te he amado”, “sé toda para mi”. Acompañándole en camino para la Casa de Herodes,

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me vio con una mirada que penetró hasta lo íntimo, diciéndome: “busqué quien me consolara y no lo hallé”. Así me iba el Señor guiando y enseñándome la vida espiritual, llevándome como de la mano a través de las dificultades.

Por ese tiempo, Nuestro Padre Mir, deseando consolidar el espíritu de la Congregación; determinó darnos unos Ejercicios espirituales de un mes. Durante ellos entré muy dentro de mi misma y me concedió el Señor nuevamente la gracia de darme a sentir un grandísimo dolor de contrición. Yo tengo para mí que esta gracia que me concedió el Señor, dos veces en mi vida, han sido de las que le tengo que dar gracias más especiales al Señor; porque creo que no hay cosa que purifique más al alma. La lavan y limpian en tal forma, que no se puede explicar el efecto; pero creo que la transforman.

20. Pues durante estos Ejercicios Nuestro Padre reunió tres Hermanas, entre ellas a mí, pidiéndonos una entrega o consagración especial a todo lo que la Congregación pedía; ofreciéndonos a tomar bajo nuestra responsabilidad la marcha y formación de la misma. El iba a tener que dejar la atención a la formación de la Obra, era por tanto necesario que alguien se consagrara a seguir este trabajo. Hice yo mi entrega y al pronunciar la fórmula, sentí algo extraño en mi alma. Me pareció que Dios Nuestro Señor me

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investía de una responsabilidad que, conscientemente, acepté. Desde ese momento ya no tuve propios intereses, empecé a vivir sólo para la Congregación.

Llegó el año 1900 en el cual yo debía pronunciar mis primeros votos, tenía 19 años. Hice el 7 de octubre, profesión de votos simples, pero perpetuos, así lo disponían las Constituciones que nos regían.

Nuestro Padre trabajaba en las Obras de la

Cruz con permiso de su Reverendo Padre General; pero, en este año, terminaba el permiso concedido y debía volver a su trabajo en la Compañía. Se hizo necesario que tomara providencias para dejar la Congregación en otras manos. De las Hermanas mayores que en la comunidad había ninguna le parecía a propósito. Cuando se llegó el tiempo de separarse, habló con el Señor Arzobispo de México, que era el Señor Arzobispo Próspero Alarcón y de acuerdo con él me puso a mí al frente de la Comunidad; cuyo número de Hermanas era veintitrés.

Al separarse el Padre Mir, me comunicó

confidencialmente la revelación de la fundación y sus fines, y cómo esta revelación la había hecho el Señor a la Señora Concepción Cabrera de Armida; expresando su voluntad de que él, fundara y formara la Congregación según su propio espíritu. Me hizo ver

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que la señora, era una santa persona; pero que, nada entendía de vida religiosa y por tanto no se sentía apta para llevarla a cabo; y además tenía una familia numerosa a quien estaba dedicada por deber. Quiso Nuestro Padre que yo tratara con la señora y ella me dijo que, la voluntad de Dios era que ella se mantuviera oculta y que el Padre apareciera al frente del Instituto y lo formara y le imprimiera su espíritu.

21. Nuestro Padre Mir dejó la atención de la casa en mis manos, advirtiéndome que tuviera cuidado en no admitir, como revelación de Dios cualquier cosa que la señora me insinuara como tal; ni me rigiera por su modo de pensar, pues tenía marcada inclinación a un sentimentalismo espiritual, que no quería él se transfundiera en las Hermanas. Mucho también me encargó que guardara la Congregación de la influencia del mundo y me rigiera en todo por la fe, la razón y la prudencia divino-humana.

22. Separado Nuestro Padre Mir, seguimos en la comunidad nuestra vida ordinaria. La Señora iba con frecuencia a visitarme, me comunicaba sus revelaciones, visiones, inspiraciones, etcétera, tratando de impresionarme y hacerme a sus ideas; modificando lo que el Padre nos había enseñado. El Padre tenía la idea de caminar con mucha reserva y muy poco a poco, tratando de formar bien; recibir vocaciones muy probadas, etcétera. La señora trataba

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de que se conociera pronto la obra, que se buscaran simpatizadores, protectores, etcétera, etcétera. Yo la oía con atención; pero ni sus comunicaciones extraordinarias me hacían impresión; ni las creía, ni menos estaba dispuesta a cambiar nada de lo establecido. Las cosas que ella quería que se hicieran en la comunidad no se podían hacer, porque no se conformaban con lo establecido por Nuestro Padre. Al ver ella que yo no me prestaba a darle gusto, se fue alejando de la Casa. Así, más o menos, fuimos pasando los años de 1901 y 1902. Un día del mes de febrero de 1903, la señora me manifestó que, inspirada por Dios, había ido al templo de los padres maristas y había hablado con el Superior acerca de su espíritu y las Obras de la Cruz, durante más de tres horas, entusiasmándose el Padre de un modo extraordinario. Esto le hacía creer que ese Padre Félix Rougier, era el destinado para continuar las Obras de la Cruz. El mismo día me lo presentó y desde luego el Padre Rougier comenzó a frecuentar la Casa, con una asiduidad que se me antojaba casi imprudente. Yo, tímida y calmada por temperamento y además, acostumbrada a la prudencia y mesura de Nuestro Padre Mir, sentí mal el desmedido entusiasmo del Padre Rougier y, puesta en la presencia de Dios, opté por no dejarme dominar de la influencia del

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Padre, y dar carpetazo a todo lo que decían él y la señora que Dios revelaba. Obrando así, me conservaba en paz y orden; haciendo lo que ellos sugerían se venía abajo todo lo establecido en la comunidad. Por otra parte, en Nuestro Padre y en sus enseñanzas, tenía fe ciega; al Padre Rougier lo veía como un principiante, deslumbrado con la santidad y las revelaciones de la señora Armida; dejándose llevar de fervores extraordinarios y queriéndose meter de lleno a gobernarnos. ¿Qué iba a hacer yo? No tenía con quien consultar…Me iba al Sagrario, allí en silencio, le pedía al Señor que no me dejara hacer algo que no fuera según sus designios. Un día, se presentó en Casa, el Excelentísimo Señor Don Leopoldo Ruiz y Flores; que era todavía Obispo de León, el Reverendo Padre Pratt, Provincial de los Misioneros del Corazón de María, el Padre Rougier, y me declararon que: por disposición del Señor Arzobispo Alarcón, Superior legítimo, quedaba yo suspendida en mi cargo de Superiora. Que llamara a la Comunidad, para que se hiciera nueva elección; y que yo, quedaba privada de voto activo y pasivo. Llamé a la Comunidad e hicieron la elección.

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Al día siguiente se recibieron de la Mitra, nombramientos para Superiora y Maestra de Novicias. Superiora: Madre Virginia Rincón Gallardo. Maestra de Novicias: Madre Julia. El Padre Rougier se presentó para decir a la comunidad que tenía nombramiento de Director Espiritual de la Comunidad; e iba a decirles que se presentaran a abrirle sus conciencias, advirtiéndoles desde luego, que estaban en un error al creer que el Padre Mir era el Fundador de la Congregación. Que el Padre no era nada allí, que la Fundadora era Doña Concha de Armida. Puede considerarse la confusión de la Comunidad…Terribles días aquellos para mi alma…¿Qué era lo que yo debía hacer? Acudí a Nuestro Señor, y vi claramente que El quería que la Congregación continuara con el Espíritu del Padre Mir y que si la señora y el Padre querían dar otra dirección a la Congregación, me apartara de allí. Esta separación sería la única manera de evitar que lo hecho por el Padre desapareciera. En estas angustias estaba, cuando llegó una persona amiga de la casa, hija de confesión del Padre Rougier, a decirme en mucho secreto que, platicando con el Padre Rougier; éste le había dicho que: lo del asunto del Oasis, pronto estaría resuelto, pues dentro

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de unos tres o cuatro días más, iban a echar a Julia de allí. Ella me lo decía para que no me fueran a sorprender. 23. Me fui luego al Sagrario y le dije al Señor: me van a echar de aquí, Jesús, ¿Qué debo hacer? Yo creo que fue el mismo Señor el que recogiendo mi espíritu, puso en mi mente un plan claro y preciso. Debíamos separarnos la Madre Virginia Rincón y yo, con las Hermanas que espontáneamente quisieran seguirnos, tratar de ver a Nuestro Padre Mir, poniendo en su conocimiento lo hecho, con sus causas; y esperar a que él nos determinara el plan a seguir en adelante, para sostener la Congregación según sus enseñanzas. Tenía mi espíritu completamente sereno y en paz y veía como desde una altura, el panorama de mi situación; con mis 22 años, mi impotencia e inexperiencia, la falta de elementos humanos, etcétera, etcétera…. Fortalecida y tranquila con las luces recibidas, procedimos luego a pedir dispensa de nuestros votos, para separarnos de la Congregación de la Cruz. Durante el tiempo que duró esta crisis, me dio el Señor tal paz y unión con El que, ni los hechos de mis contrarios me perturbaban, ni sentía perplejidad alguna

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para obrar. Era perfectamente dueña de mi misma, mirando con claridad la razón para obrar en determinada forma; ni por un momento me preocupó el pensamiento de lo que pensarían o dirían de mí. El Padre Provincial de los Jesuitas, sabiendo lo que había pasado echó la culpa a Nuestro Padre Mir, pensando que yo había obrado por consejo de él y determinó retirarlo a un lugar donde ya no pudiera tener influencia en nosotros. El mismo día que el Padre Mir llegó a México, lo supe, y luego me fui a ver al Padre Provincial; me confesé con él, le expuse mi situación y le pedí me permitiera hablar con el Padre. Me lo permitió, el buen Padre Provincial, y por tres días pudimos hablar con toda libertad con Nuestro Padre Mir y arreglar nuestra situación. Nunca podré dar gracias a Dios Nuestro Señor por todos los favores que recibimos en esos días. Nuestro Padre, con un espíritu completamente sereno, lamentó lo sucedido; mas en vista de las circunstancias que discutimos, llegamos a determinar lo siguiente: Ir a Aguascalientes, presentarnos al Obispo, hablarle con claridad, diciéndole nuestro propósitos de fundar una Congregación bajo el título de: “Congregación de la Pureza de María”, dedicándonos a la enseñanza y educación de la Juventud, para formar a las niñas en un espíritu de pureza y sacrificio, con el fin de dar un consuelo al

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Corazón de Jesús. Las Constituciones serían las mismas, aunque adaptándolas en lo que fuere necesario. En Aguascalientes, abrir un Colegio….. 24. Que la Madre Virginia diga a las Hermanas que Julia es la Superiora y la que va a fundar y a formar a la Congregación. A su vez que Julia les diga que, la Madre Virginia va a ayudar a Julia a fundar y formar. Léanseles las Constituciones y digan si están contentas y de acuerdo….. Nos encargó la unión y caridad; la obediencia, sumisión y adhesión inquebrantable a la Santa Iglesia, al Papa, a las autoridades eclesiásticas y después, a las Madres que él dejaba y a mi en particular, ya que me dejaba como depositaria de la Congregación. Después, estando arrodilladas la Madre Virginia y yo, ante su crucifijo, me dijo: _”¿Me prometes tomar la Congregación como tuya y fundarla y formarla y defenderla cueste lo que cueste?” _ Sí, Padre, respondí. Nos dio la bendición y nos despedimos. En seguida se lo llevaron a la Tarahumara, no lo volvimos a ver hasta 4 años después. El Padre Provincial le prohibió vernos y escribirnos.

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Nosotras, 13 Hermanas por todas, nos fuimos a Aguascalientes. Elegimos ese lugar porque estando allí los intereses de la familia Rincón Gallardo, podríamos encontrar, en caso necesario, ayuda material. El día 11 de septiembre de 1903, nos presentamos al Señor Obispo de la Diócesis, un santo anciano, enamorado de la Santísima Virgen María. A poco de tratarnos, dijo: “Mi Güerita me las trajo” ( así le decía él a la Virgen). Nos declaramos a él con toda sinceridad y nos abrió los brazos. Acudimos al Señor Obispo el día de la Fiesta del Dulce Nombre de María de 1903 y el día 2 de enero de 1904, empezó a funcionar el Colegio. Termina aquí la segunda etapa de mi vida.

TERCERA ETAPA

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1904-1929

25. Con la fundación de la Congregación y del Colegio mi vida tenía que cambiar de rumbo, iba yo a cumplir 23 años. Como había dicho antes, desde mi Toma de Hábito, el Señor me empezó a meter en la vida de oración y de una manera especial en esa “noche obscura” del sentido. Nuestro Padre Mir, en varias ocasiones examinó mi espíritu y me dijo: “debo hablarte con seriedad para que tomes esta vida como el camino por donde Dios te lleva. Abraza tu cruz y nada ni nadie te haga retroceder o detenerte. Óyeme: Dios quiere unirse contigo”. Me inspiró Nuestro Señor que me grabara un monograma de Jesús en el pecho y lo hice; dibujándome primero con una navaja la forma, y quemándomela después con fierro candente. Así quedé marcada para siempre como toda de Jesús. Otras veces me marqué con cruces pequeñas. El ardor del espíritu superaba al dolor de la carne. ¡Cuán poderosa es la fuerza de la gracia cuando penetra hasta el fondo del alma! Creo que ya dije antes que, estas penas interiores tremendas por las que quiso meterme el Señor duraron 14 años, casi sin descanso.

26. Todo este tiempo de sufrimiento, con la separación de “La Cruz”, el establecimiento en

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Aguascalientes, la organización del Colegio y mil otras penas anejas a los trabajos que la Fundación exigía; minaron mi salud y me vino una tuberculosis pulmonar. Gracias al Señor no me desanimé por esto; pero me mandó Dios la pena más grande que podía mandarme en esta época. Mi cofundadora, la Madre Virginia Rincón, cayó enferma y en seis días se la llevó el Señor al cielo. Creo que nadie pudo darse cuenta de lo que esto significó para mi alma. Le pedí al Señor con todas las veras de mi alma que no me dejara sola, que no se la llevara…pero…no me quiso oír. ¡Cuánto luché por acallar mi corazón y someterlo al querer del Señor, sólo El lo sabe! Al fin, triunfó la gracia y doblegué mi soberbia y le dije al Señor: Sea como Tú lo dispones…Comprendí que no debía resistirme a la gracia y que debía seguir mi vida sosteniendo yo sola la Fundación y confiando plenamente en Dios. ¡Qué días tan tremendos!...

El Doctor avisó al Señor Obispo que si no me sacaban de la población, pronto tendrían que enterrarme a mi también. Determinó pues, el Señor Obispo, mandarme a un rancho, solamente acompañada de una Hermana, donde pudiera respirar el aire del campo. Estuve una temporada sin auxilios espirituales, sin Sacramentos, en una soledad terrible…Dios mío…¡Cuánto sufrir! Después de 10 meses de estar allí, comulgando sólo cada mes, tuvieron que traerme, porque a causa de la poca e

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impropia alimentación, se me formó una úlcera en el estómago.

27. Fue providencia de Dios. Necesitaba silencio,

soledad, reflexión, para sentir a Dios. ¡Cuánto bien me hizo la soledad! Se comunicaba Dios a mi espíritu entonces, muy hondamente, y aprendía a encontrarlo en todas las cosas. En el ambiente de gente enteramente sencilla en que me encontraba, yo era una gran persona y diariamente acudían las gentes con penas y aflicciones, enfermedades, etcétera. Puse una escuelita donde enseñaba a leer, escribir y doctrina cristiana.

De nuevo en Aguascalientes, empeoró mi salud y me vi a orillas de la muerte. Hasta 5 veces me auxiliaron para morir. 28. Desgraciadamente esta larga temporada de enfermedades y cuidados, de impotencia y debilitamiento; hizo caer a mi espíritu en un estado de laxitud. No tenía alientos para nada y creo que poco me faltó para caer en la tibieza. Vino a empeorar mi situación la Revolución Maderista en el País, que nos trajo inquietudes y angustias sin cuento. Los trastornos políticos, nos pusieron en una situación económica penosa y mi vida estuvo llena de preocupaciones, angustias y ocupada en asuntos exteriores. Dónde llevar a las jóvenes, en qué ocuparlas, cómo darles de

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comer, etcétera, etcétera. Demasiado entregada a lo exterior, sufría con paciencia, por Dios, trataba de aprovechar las penalidades; pero no experimentaba el vigor y fortaleza espiritual que antes. Con el deseo de que sanara de mis enfermedades, las Hermanas determinaron que fuera yo a Rochester, Minessota, para que me operaran allí la úlcera que no me dejaba trabajar en paz. Yo me resistí mucho, bien sabía que mi enfermedad no dependía de doctores, sino de voluntad de Dios, sin embargo, por no aparecer inconsecuente, cedí. Dijeron que era mejor que me operaran en tiempo de invierno y así fui en diciembre. Apenas llegué contraje una bronquitis que trastornó todos los planes que llevábamos, y me puse tan delicada, que dijeron los doctores que, cuanto antes me regresaran a mi clima, porque estaba allí expuesta a una pulmonía fulminante. ¡Tanto sacrificio! Para nada… 29. Al volver a Aguascalientes, me encontré con la nueva de que el Señor Valdespino, Obispo de la Diócesis, había ordenado se convocara a Capítulo General; para despojarme del cargo de Superiora General, por tener ya en el Gobierno más tiempo del que debía gobernar.

Se hizo la convocación del Capítulo y se llevó a

efecto, recayendo la elección sobre una Madre,

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llamada María Watson, pero que, a su entrada a la Congregación, teniendo dificultades con sus padres para que la dejaran entrar, cambió de nombre y la llamamos: Virginia Fischer. Esta Madre parecía muy adicta a mí, y las Hermanas al elegirla, creyeron que todo seguiría en la Congregación, como si yo la gobernara; sin embargo no fue así. Apenas tuvo el cargo cambió y se me puso enteramente contraria. Yo quedé electa Vicaria General.

30. Sucedió que en esos meses, había sido preconizado para Obispo de Sonora: mi hermano, el Padre Juan Navarrete. Viéndome el Padre libre del Gobierno de la Congregación, pidió a la Madre General que me permitiera irme con él a Sonora; para fundar varios Colegios en su Diócesis, pues creía que había de ser para él mucha ayuda tener a las Hermanas allí. La Madre General estuvo anuente, el Señor Obispo Valdespino aprobó mi salida; pues era lo que él quería precisamente, deshacerse de mí; y me fui a Sonora, ocupándome desde luego de la fundación de dos Colegios, uno en Hermosillo y otro en Guaymas.

Como era natural, para las Hermanas de la Congregación, ya éramos entonces más de 50, fue una pena mi remoción, que no hubieran querido; pero les consolaba la idea de que la Madre General era tan adicta a mi que les permitiría escribirme con la

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frecuencia que quisieran, tratarme como hijas; con la confianza de niñas pequeñas con que me habían visto siempre, etcétera. Además, las Constituciones les dejaban libertad para tratar conmigo; desde el momento en que era yo Vicaria General. Al principio pues, lo hacían así y yo les contestaba en la misma forma, seguras de que nuestra correspondencia no sería vigilada.

31. La Madre General no vio bien la libertad de

esta correspondencia y empezó a abrir las cartas de una parte y de otra, interceptando la correspondencia.

Se empezaron a dar cuenta, de que les

registraban sus papeles de conciencia, muchas veces se les desaparecían y empezaron a poner el grito al cielo.

Yo estaba nombrada por el Capítulo General, Vicaria y Admonitora de la Superiora General. Con este carácter tuve que hacer a la Reverendísima Madre alguna admonición, con la confianza que le tenía; pues que la había yo formado desde que estaba en su casa. Esto, la molestó mucho, en grado sumo, y de acuerdo con algunas Hermanas que se le unieron, me acusaron con el Señor Obispo de Aguascalientes y éste ordenó que se me destituyera del Cargo. Providencialmente lo supe y me pareció conveniente, consultándolo con un sacerdote prudente, poner yo mi renuncia antes de que me destituyeran. Lo hice y a

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vuelta de correo se me concedió. Pero, esto no fue suficiente, siguieron las inculpaciones y por fin, poniendo por pretexto el mal estado de mi salud, prohibió la Madre General a todas las Hermanas que me escribieran.

32. ¡Oh Dios mío! Solo Tú sabes lo que yo sufrí.

Era mi corazón un mar de amargura, mi entendimiento un caos; mi cuerpo estaba acribillado por las enfermedades….¡Cómo tenía yo que contener mis pasiones, y una y mil veces, con la frente en el suelo pedir por piedad a Nuestro Señor, calmara la furia de mi corazón para poder aceptar con paz tanta humillación…Y mi hermano, ¿Me defendía?...No, él optó por callarse y dejar que yo me doblegara…¿No eran mis principios el renunciamiento, la humillación, el desprecio de mi misma?...Entonces, no había razón para protestar.

Tenía momentos en que se me levantaban en

furiosa tempestad los resentimientos, la indignación contra la Superiora, contra mi hermano…y lo más horrible…Una decepción profunda de Nuestro Señor que parecía me abandonaba a merced de mis enemigos. Le gritaba a Nuestro Señor: ¡¡Sálvame Dios mío, porque las aguas de la tribulación han entrado hasta lo profundo de mi alma!! La Superiora General me decía que era yo un pretenciosa, soberbia, que lo que buscaba era la adoración de las Hermanas. Que,

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éstas, le salían ahora con que era yo la Fundadora de la Congregación que, qué fundadora ni qué calabaza, que sólo era yo una hipócrita que sólo buscaba honores y adoraciones…Este año fue el 1921. No sé cómo lo pasé.

33. El año siguiente, 1922, me mandaron a

Guaymas, que porque en Hermosillo me querían las gentes demasiado. Dos años estuve en Guaymas. Nuestro Señor quiso por sus altos fines o juicios que, durante este tiempo, sufriera yo los ataque más furiosos del demonio, que he sufrido en mi vida. Me perseguía de una manera que me crispaba los nervios de horror y vivía con el Jesús en la boca. Todavía ahora con tantos años de distancia, siento angustia al recordarlo. Mi estancia en Guaymas fue un verdadero infierno. Viví aquel tiempo agarrada a la misericordia divina, para no caer en pecado. En medio de tantos horrores, un día, casi abatida al sentir mi situación, se me representó Nuestro Señor llevando la Cruz. No me dijo nada, pero sentí fortaleza para seguirle.

En el año 1924, recibí una orden perentoria de

que, sin avisar a nadie, saliera de Guaymas para la Misión que teníamos en Estados Unidos, acompañada solamente de una coadjutora, CON PROHIBICIÓN ESTRICTA DE VOLVER A COMUNICARME CON NINGUN MIEMBRO DEL INSTITUTO, EXCEPTO cuatro Hermanas que vivirían conmigo.

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La forma en que se me dio la orden, la

prohibición que contenía privándome de toda comunicación con mis Hermanas y otros detalles, me dieron a conocer que estaba castigada y condenada a un destierro disimulado. ¡Dios mío!... Cuánto tuve que luchar contra mi orgullo y cómo se levantaban en mi alma tempestades tremendas contra lo que me parecía ¡horrible injusticia!..Solo Dios puede medir la cruel amargura en que mi alma se vio sumida. La Superiora manifestaba contra mí un encono verdaderamente injustificado. Me sentía herida, lastimada y con un resentimiento profundo.

En el estado en que me encontraba, sólo

hallaba consuelo en la capilla, donde postrada con la frente en el suelo, le decía al Señor: ¡Que se haga tu voluntad! Paso por todo, todo lo acepto. Rompe, rasga, despedaza mi corazón, sólo te pido que me sostengas, no permitas que te ofenda. Trataba de apaciguar mi corazón, de convencerme de que merecía todo lo que me sucedía, sentir que los que me hacían sufrir obraban tal vez, creyendo que hacían un obsequio a Dios. Durante la Misa, comunión, etcétera, mi alma se apaciguaba, para después volver a la lucha, pues casi diariamente llegaban cartas con nuevas imputaciones, más duras reprensiones. Me calmaba repitiendo un propósito que Nuestro Padre Mir me había enseñado: “Callaré, no me defenderé si la prudencia divino-

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humana no dicta otra cosa” ¿Para qué hablar? Jamás se convencerían de mi inocencia.

34. Allí en la Misión me dediqué desde luego a

trabajar con empeño en la escuela Parroquial y en la formación de muchachas y jóvenes, muchachos sin pizca de moral. Batallé para que el Cura me dejara trabajar, pues el pobre señor estaba caído en un estado de desmoralización terrible a causa de que se le acababa de ir su asistente, llevándose a una muchacha, con el escándalo consiguiente en todo el pueblo. Tenía determinado el señor Cura, no volver a hablar con una mujer, para no escandalizar a sus feligreses. Después de mucho rogarle que me dejara formar un Círculo de muchachas, logré al fin su permiso e hice invitación a todas las jóvenes del pueblo, para que acudieran a unas reuniones que les daba, divirtiéndolas e instruyéndolas. Logré tener 80 muchachas, que, poco a poco se fueron cristianizando. Lo mismo hice con los hombres, les puse un cuarto con juegos, para que al salir del trabajo o de las escuelas fueran a pasar el rato divertidos; les di clases de música, doctrina cristiana, apologética, y por fin, logré convencer al Padre de que me los tenía que confesar y ayudar. El mismo se convenció del bien que se les podía hacer, al ver que el culto tomó incremento, y que los matrimonio que no llegaban antes a una docena en el año, se hicieron tan frecuentes que llegaban a 4 o 6 por semana. Cinco

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Hermanas formábamos la comunidad, pero estaban tranquilas y no se cambiaban por nadie.

35. Llevaba dos años en mi destierro. Un día en

el mes de junio de 1926, me llamaron telegráficamente de San Luis Potosí. Era la Madre General para decirme que, en vista de las circunstancias políticas y persecución religiosa porque atravesaba el País, los señores Obispos y algunos Sacerdotes prudentes, aconsejaban se devolviera a las Novicias a sus familias. Que ella, la Madre, no quería cargar con esa responsabilidad y me proponía el caso para que yo determinara si se deshacían de las Novicias o si yo, quería hacerme responsable de ellas. Que en ese caso, me las mandaría, pero que la Congregación no me daría un centavo para mantenerlas, ponerles casa, etcétera. ¿Qué hacer? Me volvía a Nuestro Señor y en el momento vi que era una injusticia poner en peligro esas vocaciones, y le dije a Nuestro Señor. “En Ti confío”. Sin dudar un momento más, le dije a la Madre General que yo recogería a las 9 Novicias y dos Hermanas que con ellas mandarían.

Luego, escribí a la “Extensión Society”, a

Chicago, exponiendo las condiciones en que estábamos en México y cómo veníamos en calidad de refugiadas, etcétera y pedíamos la ayuda de la Sociedad. A los pocos días vino uno empleado a ver que se me ofrecía, le expuse mis necesidades e

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inmediatamente me giraron la cantidad que creí necesaria para instalar a las Novicias y suministrarles cuanto necesitaron. Bien sabía yo que mi Dios estaría conmigo y la Virgen Santísima nos protegería ….Después, para mantenerlas tuvimos que ponernos a trabajar.

Mientras hubo que luchar para fincar,

establecer, etcétera, me dejaron que hiciera yo sola todo. Pero luego que ya había quedado el Noviciado establecido con los permisos de la Mitra, etcétera, se me puso la Superiora durísima. Yo seguiría siendo la Superiora de la casa para sostenerla y atender a la comunidad, pero, sin meterme para nada en el Noviciado, sin hablar con ellas, sino a lo más, una que otra vez en recreación. Naturalmente, esta orden dada en público, asombró a las Novicias y las Hermanas que estaban conmigo tuvieron que sufrir. Estaban desorientadas, sin saber a qué se debía tal situación. Me mandó también que ese mismo día saliera de la Casa Noviciado, para la nueva Misión, con prohibición de volver a poner un pié allí. Nunca terminaría de contar las penalidades que sufrimos en esa Misión. Seguramente que mi alma necesitaba esa purificación tan intensa. Dios todo lo hace bien.

36. Unos días antes de las cosas que he

referido, buscando en la Biblioteca un libro que me pudiera dar alguna orientación, di con un ejemplar de

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las “Obras de San Juan de la Cruz”. Empecé a leer y a COMPRENDER…

Para venir del todo al todo has de dejar del todo al todo. Y cuando lo vengas todo a tener Has de quererlo sin nada querer. Porque si quieres tener algo en todo no tienes puro en Dios tu tesoro. La desnudez absoluta…El desprendimiento

total…Aquella lectura y reflexión me abría horizontes infinitos…Comenzó el Señor a comunicárseme en una forma desusada…Tenía sed de Dios, necesidad de silencio y recogimiento. Vivía como engolfada en una soledad interior que me hacía despreciar las cosas exteriores. Cuantos ratos tenía libres, me iba a la Iglesia. Allí mi espíritu se adhería a Dios y El me comunicaba tales ímpetus de amor, que parecía se me arrancaba el alma por la atracción que hacia El sentía.

Hice entonces mis Ejercicios anuales sola con

Dios. ¡Qué raudales de luces y gracias y consolaciones me dio el Señor! Entonces fue cuando comencé a saborear la vida interior.

La lectura y consideración del Cántico Espiritual

de San Juan de la Cruz, me abrió amplios horizontes, mi alma tomó vuelo y me parecía haber entrado en la

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casa de Dios y haber sido admitida a su mesa. El espíritu del Santo me llegó muy adentro y en consecuencia acepté de plano mi situación de abyección y desprecio en que me tenían y comprendí con luz celestial, que, para ser toda de Dios como anhelaba, tenía que sepultarme

De esos Ejercicios salí convertida en otra; como

libertada de una esclavitud. En adelante yo viviría de Dios únicamente. No era posible tener Director para mi alma (hacía 18 años que carecía de él) me aplicaría a estudiar el espíritu del Santo y él y Dios estarían conmigo. Desde entonces fue el Santo Padre mi guía, él me ha conducido a Dios

Prometí seriamente al Señor no volver a perder

la paz por lo que me dijeran las superioras, sino sostenerme, si fuera necesario, como impasible, agarrada fuertemente de Dios Nuestro Señor. Después de esto quedé en paz. Así cuando vinieron las dificultades de que hablé antes, pude mantenerme quieta y resistir con alguna entereza.

37. El Señor, buenísimo como siempre, cuando

ya me fui a la Misión, según me lo mandaron, como que me atraía a Sí y ese abrazo suyo me santificaba. Sentía que me miraba con complacencia; comencé a vivir como una pequeña, abandonada en sus brazos. Vivía en paz. Exteriormente me entregaba al trabajo.

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En la escuela, en la Catequesis, no tenía momento perdido. Así pasé el año 1928.

38. Alguna que otra vez me llegaban por

distintos conductos cartas de las Hermanas, comunicándome lo que estaban sufriendo con aquel estado de cosas, sin saber de mí, etcétera, considerándome castigada sin razón, aislada, oyendo siempre hablar de mí, criticando mis acciones y lo peor, que la Congregación iba decayendo notablemente en el espíritu. Había cundido el espíritu del mundo y la observancia estaba por los suelos. Me preocupaba, pero, ¿en qué forma podía poner remedio?

En varias ocasiones el Señor me hacía

entender que debía hablar, que debía tomar algún medio para contener el derrumbe. Confiando en El y con la seguridad de sus luces, escribí al Señor Obispo de Aguascalientes, haciéndole saber los males que lamentábamos y que me atrevía a acudir a él, por sentirme en el deber de defenderla y que él era el único que podía remediarnos. Me contestó pidiéndome pruebas, se las envié y me prometió hacer lo que pudiera.

Como para entonces la persecución ya había

amainado, el Señor Obispo encontró justificada la celebración de un Capítulo General para remover a la

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Superiora General. Este se efectuó y quedó elegida la Reverenda Madre María del Refugio Limón ( 1929).

Esta Madre ya no me dejó volver a la Misión de

Estados Unidos, sino que me dejó en la Ciudad Lerdo, del estado de Durango.

Termina la tercera etapa.

CUARTA ETAPA

1929-1935

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39. En la Ciudad Lerdo, Casa fundada desde 1910, había Hermanas muy buenas. Nos entendimos perfectamente. El Señor Arzobispo era bondadoso conmigo y, como a poco de estar allí se empezó a trabajar en la Acción Católica, me encomendó la Formación de Juventud Femenina en la Parroquia y tuve bastante trabajo. Después fundé un Centro de Evangelización de la Vida Cristiana para hombres; éste dio muy buenos resultados; más tarde, los mismos hombres me pidieron otro Centro para sus esposas. Luego un grupo de jóvenes hasta como de 30 años, me pidieron tener algunas charlas conmigo, y así me fui llenando de trabajo.

Todo iba bien, pero en Estados Unidos me

había acabado demasiado y apenas tenía yo dos años en Lerdo, me puse grave y me desahuciaron los médicos. Determinaron que debía salir de aquel clima. Dispuso la Madre General que me llevaran a México para que me viera un especialista.

40. En el año 1932 me fui a México, con

recomendación del Señor Obispo de Aguascalientes para el Señor Arzobispo Díaz. Quería el de Aguascalientes que me dejara establecer en México el Noviciado. El Señor Díaz me recibió bien, me dijo que contaba con su beneplácito, me dio algunas orientaciones, animándome a que buscara casa y fuera llevando poco a poco a las Hermanas Novicias.

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Me dijo que tenía que salir de la Capital, pero que, al volver, luego arreglaría papeles, etcétera, etcétera.2

Hice todo lo que el Excelentísimo Señor Díaz

me aconsejó, instalé a las Hermanas en San Ángel en una casita que encontré apropiada para adaptarla, esperando a que volviera el Señor Arzobispo; cuando esto sucedió volví a querer verlo, pero ya me dijeron que estaba enfermo. Su enfermedad se agravó y se resolvió con la muerte… Cuando después de pasado el duelo del Señor Díaz, fui a la Mitra y hablé con el Señor Vicario de Religiosas, Monseñor Maximino Ruiz, éste me dijo que el Señor Arzobispo Díaz sí había querido aceptarnos allí, pero que se había puesto en contra Doña Concha Cabrera de Armida y el Señor Díaz había tenido que cambiar de opinión. Que él también juzgaba que mi permanencia en México, podía traer disturbios en “LA CRUZ”, que, por tanto, él juzgaba que debía devolverme con mis Novicias a Aguascalientes. La pena, la humillación que esto fue para mí, solo Dios pudo comprenderla…La soberbia me aconsejaba muchas cosas…pero, el Señor me recordó mi propósito: Callaré, no me defenderé, si la prudencia divino-humana no dicta otra cosa. Le contesté a Monseñor Ruiz: Muy bien; cuando traje a las Novicias, 2 La Venerable Madre une dos hechos: La fundación de Toluca en 1932 y el intento de establecer el Noviciado en México en 1936.

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lo hice porque creí que era la voluntad de Dios, supuesto que el Superior con su anuencia así me lo demostraba. Ahora que el Superior me lo niega, me las llevo con el mismo gusto, creyendo hacer en ello la voluntad de Dios Nuestro Señor. Cuando volví a la Mitra para avisar que ya había devuelto a las Novicias a Aguascalientes el Señor Ruiz me dijo que, si necesitaba yo por causa de mi salud permanecer en aquel clima, por qué no iba yo a Toluca, que allí estaban necesitando urgentemente un Colegio, que me iban a dar una recomendación para que viera al Señor Cura. Etcétera.

Yo sola en México..¡Dios mío! ¿Qué quieres que haga? 41. Me sentía enferma de muerte, abrumada, amargada, humillada, decepcionada hasta de Dios…¿Me había abandonado ya?...Mi Superiora General nada me decía, “Haga Usted lo que le parezca”, era su contestación; y luego, para completar, no me mandaba ni un centavo. ¿Con qué me curaba? ¿Con qué comía? ¿Con qué iba a hacer la fundación? Estaba yo alojada en la casa de una señorita exreligiosa, que tenía el Sagrado Depósito en su sala, que servía de oratorio. Allí me fui y le dije a Nuestro

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Señor: “Me tienes que decir lo que voy a hacer”…Por fin, me dijo: “Vete a Toluca. Yo te ayudaré”. Fui a Toluca, hablé con el Señor Cura y aceptó la fundación, pero con la advertencia de que era la gente pobre, que ya no había ricos y la Parroquia no tenía fondos para fundar un Colegio. Que, por lo demás, estuviera segura de que me ayudaría. Fui con la Virgen del Carmen, le lloré…y, como la más despreciada y pobrecilla hijita, me entregué a Ella, con todos mis dolores, penas y resentimientos…. Viendo que la Congregación no me facilitaba medios para hacer la fundación, a pesar de que los pedí, conseguí permiso para pedir prestado dinero y se lo pedí a una persona de Sonora. Cuando ya tuve dinero, busqué una casa, medio la amueblé y pedí a la Madre General que me mandara siquiera tres Hermanas. Me hice de algunas relaciones por medio de unas dos señoritas, a quienes nos presentó el Señor Cura y, para enero de 1933, abrimos una escuelita de Párvulos, como un Kinder. Me habían mandado a México para que me pusiera en manos de un doctor especialista. Claro está que esto fue imposible, si ni para comer completo teníamos. Nos hicimos, desde luego, parroquianas asiduas del Carmen y ayudábamos al Hermano que estaba allí

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él solo, pues no había Padre; él, a su vez nos ayudaba dándonos el alumbrado de la casa, que consistía en regalarnos cabitos de vela de cera, de los que ya no le servían para el altar. No teníamos otro alumbrado. Algunas veces le regalaban los inditos, carbón y también nos convidaba. Así en esa situación, empezó el Colegio de Toluca. La Virgen del Carmen fue nuestra Madre ternísima, nuestro Tesoro y en Ella pusimos toda nuestra confianza. 42. Estando en esta situación, sin tener Sagrado Depósito, me iba a la Santa Veracruz, que era la Iglesia más cercana. No había culto todavía, pero sí estaba el Santísimo. El templo estaba completamente solo. Fue entonces, cuando Dios Nuestro Señor me empezó a comunicar las más especiales gracias de oración. Me dio el Señor luces especiales sobre la vida interior; transportaba mi espíritu a unas alturas desconocidas hasta entonces, como absorbiendo mi entendimiento, en tal forma, que en algunas ocasiones, perdí, me parece, la noción del lugar en que me encontraba. Como que me perdía a mí misma. Después de unos 10 o 15 minutos, volvía a encontrarme a mí. Nunca he podido explicarme qué era de mi espíritu o dónde se encontraba en ese tiempo. Otras veces, apenas me ponía en la presencia del Señor, me invadía un fuego espiritual ardoroso,

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inflamante, que penetraba hasta las telas del espíritu, purificando con sutilísimo y a la vez doloroso gozo espiritual, que adelgazaba y simplificaba mi espíritu. En esa época, no me hablaba el Señor, sino que, todo su trabajo en mi alma era muy secreto e íntimo y me dejaba siempre ardiente en una sed insaciable de poseerle. Esta ansia de poseer a Dios era un verdadero sufrimiento; aun en la noche, durante el sueño la experimentaba, despertándome el ardor intenso del espíritu, la sed de Dios. Deseaba encontrar un Sacerdote con quien comunicar lo que me pasaba, tenía mucho temor de ser víctima de un engaño del demonio. 43. Un día, pidiendo al Señor remedio a mi necesidad, me pareció que me indicaba que fuera con los Padres del Espíritu Santo. Se me resistía…No tenía resentimiento con el Padre Rougier, pero, no deseaba comunicarme, sobre todo después de lo que acababa de sufrir por su oposición a que yo estuviera en México, pues al fin, Concha Cabrera y él eran una misma cosa. Sin embargo, ese temor que siempre he tenido, de resistirme a la Voluntad divina, la necesidad de vencer mi repugnancia, para agradar al Señor, etcétera, fui al Padre Rougier , y el me recomendó con uno de sus Padres, el Padre Moisés Lira. Este Padre, después de examinar mi espíritu, opinó que era bueno, que debía dejarme hacer de Dios, abandonándome a su voluntad, quitar dudas, ansiedades, etcétera. Me

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recomendó humildad, pureza de alma, abnegación y un acto de donación perfecta a Dios, admitiendo cuanto El pidiera de mi. Quedé en paz. Me hizo mucho bien el trato con el Padre Lira, que se prolongó durante los años 1933 y 1934. El comprendió mi actitud en mi separación de la Congregación de “LA CRUZ” y me dio la razón.

Termina la cuarta etapa.

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QUINTA ETAPA

1935-1953

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44. En el año 1935 se convocó a Capítulo General, se llevó a efecto y salí yo electa, casi por unanimidad.

Al tomar el cargo de nueva cuenta, me encontré

con dos problemas serios en la Congregación: estaba en bancarrota en dos aspectos, el espiritual y el económico.

Acudí al Señor y me hizo comprender que,

después de la influencia de la Gracia, sólo el buen ejemplo, la prudencia suma, la dulzura firme y suave; podían ganarme la voluntad de las Hermanas.

Quince años duró la prueba, durante la cual no

tuve trato con ellas, por tanto había muchas que sólo me conocían por lo que oían decir, lo cual en muchas ocasiones no era nada recomendable.

Nunca como entonces había sentido la

necesidad de la ayuda de Dios, la urgencia de pegarme a El, de adherirme y poner en sus manos todos mis cuidados.

En esa época, El estaba a todas horas

socorriéndome con su presencia. Después de la Sagrada Comunión, se quedaba en mi alma aconsejándome y comunicándome fortaleza para afrontar la situación. Sentía yo que su influencia

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trascendía, pues lograba convencer a las Hermanas y disipar los prejuicios; mis palabras hacían efecto, las enfervorizaban y poco a poco íbamos venciendo las dificultades. Era que la presencia del Señor en mi alma daba vida a mis esfuerzos. El, con su acción sobre las almas, iba transformando los corazones. Algunas veces me repetía el Señor: ” No te conformes con que sean almas buenas, las quiero perfectas”. “Me da más gloria una alma perfecta que cien mediocres. Dame almas perfectas”.

45. Un día estando en la Capilla, no sé cómo,

me vino un toque que conmovió profundamente mi espíritu y le dije: ¿Qué es esto, Señor? ¿qué quieres de mí? “Quiero transformarte en Mí”, contestó. Creo que fue este, el primer contacto íntimo que experimenté de Dios. Me quedé asombrada, sintiendo la distancia inmensa entre la Majestad divina y mi pequeñez.

Unos días más tarde, estando completamente

abstraída en Dios, vino a mi espíritu una sensación de compenetración con la divinidad, que no puede expresarse con palabras; y, asombrada y enajenada con aquella cosa tan sobrenatural, le dije: “Señor, ¿Qué es esto?”. “Es unión transformante”, dijo. ¿Qué sucedió en mi alma desde entonces? No lo sé, pero yo creo que comenzó a vivir una vida divina. Sentí que el Señor tomaba posesión de mi espíritu de una manera

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definitiva. Creo que me subió el Señor gratuitamente, muchos grados en la vida interior. Algunas veces, desde entonces me atrae Jesús y pegándome a la abertura de su Corazón Santísimo me dice: “aspírame, bebe el néctar que de mi Corazón emana”. Aspira mi alma no sé que efluvios divinos que me purifican, comunicándome paz y fortaleza, sed de Dios, ansias de penetrar más y más en El, hasta perderme…..

46. En el año 1945, estuve en Toluca y las

Hermanas me platicaron que se estaban confesando con un sacerdote del Carmen de mucho espíritu religioso, que les hacía progresar sensiblemente. Preocupada como estaba yo, por las cosas raras que me sucedían, pensé en si me convendría confesarme con ese Padre. Acudí a Mi Madre del Carmen y le dije que qué le parecía el que pidiera consejo al Padre…Le pedí que me condujera. Me confesé dos veces con el Padre y la tercera, estando mi espíritu en un período de desolación muy amargo, le pedí consejo. Sus argumentos con el fin de que recobrara yo la paz, me tranquilizaron y me sentí comprendida. En la próxima confesión, después de haberme encomendado a Dios le supliqué que me permitiera comunicarle mi espíritu y me hiciera la caridad de dirigirme; con grande caridad aceptó la molestia.

Entre las gracias que Dios Nuestro Señor me ha

concedido en su bondad y en las cuales yo no tengo

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parte ninguna, está la de ser muy fácil para dejarme conducir. Una vez que me persuado de que Dios me manifiesta su voluntad por tal o cual superior, no encuentro repugnancia en obedecer, al contrario, mi vida se simplifica y desaparece todo temor y preocupación.

Al confesarme con el Padre, prescindía de la

persona y me sentía llena de espíritu sobrenatural y con fe íntima de que iba al representante de Dios Nuestro Señor. Me parecía que el mismo Señor me hablaba por medio del Padre y me rodeaba una atmósfera de respeto y reverencia. Desde luego el Señor infundió en mi alma, una serenidad y confianza plena en el Padre y en que El me hablaba por su medio, de suerte que me bastaba oír sus respuestas para adaptarme a ellas…Bajo su dirección, el Señor se ha dignado derramar con profusión sus dones sobre mi pobre alma.

47. Hace muchos años que la Gracia divina me

viene sosteniendo y preservando de pecados y faltas deliberadas; mucho me ha ayudado para esto, mi voto de hacer siempre lo más perfecto, que hice el primer año de mi profesión. Hice también voto de no amar a criatura alguna por sí misma. Así me lo pidió el Señor. Pues, esta Gracia de preservación del pecado, vino a aquilatarse en los primeros meses de la dirección del Padre. Fue así: Había estado el Señor insistiendo en

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que quería que me entregara a vivir en un desprendimiento total de las criaturas; quería que viviera en soledad interior, pendiente sólo de El. Yo no veía lo que El quería, supuesto que, de hecho no cabía en mi alma otro afecto que el suyo y le decía que me aclarara la forma en que deseaba ese desasimiento total. Un día, recogiéndome en lo más íntimo del espíritu, me hizo ver que deseaba de mí una vida de intimidad con El, en perfecta paz de espíritu. Colocada en ese punto, debía gobernar y actuar en mi cargo, con pleno dominio de mí misma, sin apartar mi vista de El, de sus designios, de su voluntad, de sus complacencias; que, las circunstancias adversas o favorables no debían influir en mi vida íntima con El.

48. Respecto al desasimiento de las criaturas,

me hizo ver que debo ponerme en un plano superior a ellas, para que ni sus errores, ni sus deficiencias ni aun su malicia me alteren. No esperar de ellas nada; hacerme insensible a desaires, ingratitudes, desatenciones, etcétera, pisando mi personalidad, haciendo punto omiso de ella. “Sea tu alma, me dijo, en su vida de intimidad conmigo, un huerto cerrado en donde solo tu Director penetre”. En seguida estrechando mi espíritu y penetrando mucho más íntimamente le dije: “Yo quisiera, Jesús que esta unión contigo fuera decisiva, que nada ni nadie pudiera apartarme de Ti. Sé bien que soy yo con mis faltas y pecados la que podría romperla. Confírmame en tu

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Gracia para no perderla. ¡Es tanta mi miseria! Jesús: ¿será una pretensión pedírtelo?”…

Después de unos días, acabando de comulgar,

el Señor penetró en mi espíritu y posesionándose de él en una forma indecible, me dijo: “ahora sí, ya no podrás separarte de Mí”…me pareció que algo muy grande había operado el Señor en mi alma. Entendí que me decía: “Ya posees lo que deseabas, pero no pretender tener seguridad; recuerda tu inclinación al mal y que, en la vida espiritual hay que caminar por pura fe”. Esto me hizo creer que, en efecto, el Señor me hizo el beneficio de confirmarme en su Gracia.

49. Un día, como oí decir a un Sacerdote de

mucha fama que la vida mística sólo la comunicaba Dios Nuestro Señor a los grandes santos y en rarísimos casos, se me levantó una borrasca pensando que, pues yo no soy santa, mi vida de unión con Dios es falsa e ilusoria. Acongojada con estas ideas, me llegué al Señor exponiéndole mi preocupación. El me dijo: “tu vida es de fe”. Comprendí que, fe es creer lo que no vemos, que debo caminar a obscuras, descansando sencillamente en la obediencia. Docilidad infantil, me pide el Señor para dejarme guiar. Me dijo: “cree en mi amor”. “Cree en mi llamamiento a una vida de unión y déjate hacer y conducir”. “Quiero poseerte”. Sus palabras me infundieron quietud y llenaron mi alma de deseos de

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vivir una vida eucarística de silencio y contemplación de la divinidad. Después de que el Señor me habla así, me siento penetrada de su presencia, como si mi alma fuera un Sagrario en donde realmente está Jesús; siento respeto hacia mí misma y un anhelo íntimo de pureza, de candidez de amor infinito….

50. Una vez, en una visita al Santísimo que

hacía a las doce de la noche, me dijo el Señor: “quiero que me sacrifiques la afición a la dirección que tienes al Padre”, no me parecía estar aficionada desordenadamente, sin embargo le contesté: “está bien, Señor, soy tu sierva; dispuesto y preparado está mi corazón para cumplir tu Santa Voluntad”. No puedo negar que me costó bastante el sacrificio. Cada día va exigiendo el Señor más desasimiento de todas las cosas, va adelgazando mi espíritu.

Casi siempre, antes de una Gracia especial, me

envía el Señor una temporada de desamparo espiritual que parece me va a hundir. Trata de desenraizar mis defectos y vicios, sacrificando fibra por fibra del espíritu, con un fuego activísimo y cauterizando hasta lo más íntimo de él. Me deja en una soledad absoluta, sin afectos, sin rumbo fijo, en un mar de desconsuelo. Me lleno de temor, de hastío, con tentaciones de dejar todo lo que sea vida espiritual. Y sin embargo, amo al Señor con todas mis fuerzas y quisiera desprenderme de esta carne mortal para perderme en El.

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51. Acostumbra el Señor sorprenderme,

pidiéndome unas cosas que, si las pensara no me atrevería a prometérselas. Un día, sin preparación ninguna, me pidió Jesús que me ofreciera con voto, en perfecto holocausto, para que Dios Nuestro Señor me inmolara como víctima perfecta. No hice lo que me pedía, porque no sentía seguridad de que fuera El, el que me lo pedía. Me disimulé. Al día siguiente, iba a salir a visitar otras casas y antes de tomar coche, fui a la capilla despedirme de El. Estaba arrodillada ante el Sagrario y sentí que, con energía llena de suavidad me detuvo el Señor, diciéndome: “No te vayas sin hacer lo que te pedí ayer”. Sentí intensa emoción. Ahora si experimentaba sin lugar a duda que El lo quería. Con perfecta seguridad le dije: “Me ofrezco con voto, en perfecto holocausto para que Dios me inmole como víctima perfecta”. “Está bien, me contestó; desde hoy eres más que nunca, mi esposa”. Penetró entonces en mí su espíritu, tomando posesión del mío de un modo completo. Todo esto fue muy rápido; fuera de la capilla, las Hermanas me esperaban para despedirse. 52. En esta temporada empecé a sentir un cambio en mi espíritu. Disminuyeron aquellas ansias abrazadas de Dios, de su posesión, como si las últimas comunicaciones las hubiera aplacado. Ahora

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me quedaba solamente el anhelo de ser perfectamente poseída de El. Con razón dice San Juan de la Cruz, que, al que no haya experimentado estas cosas, le parecerá increíble que sucedan. Sí yo misma, después de que pasan, me pregunto si fue un sueño solamente. En la práctica creo y puedo asegurar que ese contacto con el espíritu de Dios, transforma el mío y lo santifica, dejándole una necesidad de silencio interior, de esa paz sólida fundada en la renuncia total, en el absoluto olvido de sí, en la desnudez de todo lo criado, en el íntimo desprecio de sí mismo. Debo ahondar más y más en estas virtudes y bajar hasta lograr la muerte de mi yo. Un día al comulgar, sentí la presencia real de Jesucristo tan clara y eficaz que, a su contacto se me estremecieron las entrañas. ¡¡Qué cosa tan grande y tan inexplicable!! Me sentí inundada y penetrada de Dios, de su substancia…Sentí que algo especial se estaba obrando en mí y le dije: “Señor, ¿qué es”?, “Entro en ti para trasformarte en Mí”, me dijo, ¿Sería así? Si lo es, debe ser algo muy grande, pues de una manera extraordinaria siento a Jesús en mí, me estrecha consigo, me posee. ¡Qué bien me sabe repetir la canción de San Juan de la Cruz: ¡Oh cautiverio suave! ¡Oh regalada llaga!

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¡Oh mano blanda! ¡Oh toque delicado!, que a vida eterna sabe,

y toda deuda paga. Por varios días después de esta Gracia me

sentía compenetrada de Dios; no, esta palabra no explica la realidad de mi sentimiento, porque la compenetración, me parece, se efectúa entre dos elementos, quedando cada uno con su propia naturaleza, y en el alma, en este caso, me parece no sucede así. Viene Dios y funde mi substancia en la Suya, de suerte que ya no puede separarse una de la otra, sino que queda hecha una sola. No sé explicarme, yo creo.

54. Llevaba días de desamparo y penas

interiores muy amargas, hasta que, uno de ellos me dio a conocer el Señor que yo era la culpable de ellas. _ Sucedió que, un día leyendo San Juan de la Cruz, me detuve a examinar si, mis consolaciones en la unión con Dios, serían peligrosas, pues quizá me dejaba llevar más de lo debido de la dulzura de la consolación y siendo así, debía yo evitar hasta donde pudiera el dejarme llevar de ellas. Como no podía consultar con el Padre, continué en la decisión de contener los vuelos del espíritu. Esto me hizo caer en un estado penosísimo porque me vino obscuridad en la mente, cesaron las comunicaciones con el Señor, me llené de desconsuelo y tuve insistente tentación de

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no comunicar más con mi Padre._ Viéndome en tal forma hundida, me propuse con la gracia de Dios y la humillación y penitencia, conseguir luz para conocer el estado de mi espíritu y recomenzar el camino a toda costa. Ahora, el Señor me hacía ver que hay mucha soberbia en querer dirigirme por mi misma. El es dueño de sus dones y si le place ponerlos en mí, vilísima persona, no soy yo la que tengo que rehusarlos, puesto que no me pertenezco y es a El solo a quien corresponde hacer lo que quiera de mí. Me hizo el Señor ver que, no debo sujetar a examen el modo como El me conduzca, sino abandonarme y dejar a su arbitrio la forma en que deba tratarme. Reconociendo mi error, me humillé cuanto pude. El insiste en repetirme: “Cree en mi amor”, “Fíate de Mí”. Insistiendo en la oración, entendí. “Así como detiene al alma en su camino, el dejar de corresponder a mis inspiraciones cuando demando sacrificio, así puede detenerse si pone obstáculos a mis dones. Pido del alma esposa, un abandono total, un dejarse hacer, lo mismo en la consolación que en la desolación; una fe y seguridad en mi amor, una aceptación filial e infantil de mis caricias y ternuras. Ya no tienes, me dijo, qué preocuparte de si es bueno o malo el espíritu que te posee. Obedece al Padre y déjate poseer, déjate amar, cree en mi amor, arrójate en mis brazos y déjame hacer de ti lo que Yo quiera”.

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55. Las relaciones íntimas entre Jesús, Dios-hombre, Rey y Soberano de las almas y la porción infinitesimal que es mi persona, en su calidad de microbio malignísimo, son algo que no sé como calificar. Esas delicadezas de Jesús en que, como el más fino amante se infiltra hasta los más profundos senos del alma para saturarla de su amor y fundirla en El, son algo que anonada. Pero, es cierto, viene el Señor y levanta a la criatura de su nada y la cubre con su propia grandeza y la endiosa, la diviniza…Pasan esos momentos felicísimos y volvemos a la realidad de lo que somos: “debilidad, capacidad para pecar y desbarrar en todos los órdenes. Sin embargo, el alma queda ilustrada y emocionada realizando la presencia del Señor particularmente por los efectos de respeto a sí misma, de fortaleza y aliento para la perfección. ¿No es esto admirable?”.

56. Después del día en que me dijo el Señor:

“entro en ti para transformarte en Mí”, hubo un cambio notable en mi alma; la unión con Dios se hizo más íntima, más estable y sólida. Las diferentes fases de desolación y consolación, me parece que quedan por fuera del fondo de mí misma donde habita Dios. Me parece que mi espíritu se ha asimilado al suyo en tal forma, que ha producido una comunicación de dones que reconozco ajenos a mí. No sé como explicarme. Tengo una inteligencia más clara de las cosas sobrenaturales, de los Misterios de nuestra fe, de la

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obra del Espíritu Santo en las almas, etcétera, y un aquilatamiento de mi amor a Dios, que me asombra, pues reconozco que por mí misma soy incapaz de amarle con la intensidad que le amo. Considero consecuencia de estas gracias, la fuerza de voluntad que experimento para vencerme y dominarme y sobre todo, la paz profunda que me ha dejado el contacto con Dios no solo para mí, sino también para derramarla en los que me rodean. Nada hay mío en todo esto.

57. En una ocasión, después de un período de

desolación y desamparos muy intensos, durante el cual me hizo el Señor experimentar mi pequeñez, estando en la oración de la Comunión, pidiéndole que viniera con su Gracia a fortalecerme, de pronto, sin esperarlo, vino a mi alma en un abrazo estrechísimo, e introduciéndome en su tálamo, penetró hasta el más íntimo seno de mi espíritu, haciéndome participar de Sí mismo, fundiendo mi substancia en la suya en una delicadísima a la vez que fuerte y vigorosa unión. Casi desfallecida de amor y de emoción, le dije: -“¿Qué es Jesús mío?” – “Es matrimonio espiritual, te hago mi esposa, eres mía, nada podrá apartarte de Mí”..¡¡Oh Jesús benignísimo y suavísimo, cuán bueno eres!! Déjame aspirarte, te necesito para poder ser buena, nada puedo yo sola, dame un beso de tu boca y déjame perderme en Ti ¿Será una pretensión pedírtelo? – “Pídemelo siempre que lo desees, me dijo,

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e imprimió su alma en mi alma ese beso purísimo todo espíritu y suavidad que santifica y enamora…Esta Gracia opacó todos los cuidados y preocupaciones de esta vida y me parece que mi alma solo vive anhelando la unión eterna que espero en el cielo.

58. En una ocasión se me presentó con

insistencia esta idea en la mente: “Jesús, sé tú mi pureza”. Me fui a la capilla y le dije al Señor: “dime que significa esto, Jesús”. Vi con claridad en mi mente que El quiere encontrar en mí, pureza en qué complacerse, pero como yo por mi bajeza y miseria nunca podré tenerla como El desea, pondrá su pureza en mí para gozarse en ella. Recordé el verso de San Juan de la Cruz. – “Gocémonos amado y vámonos a ver en tu hermosura”….

Días después, poniéndome en profundo

recogimiento después de la Comunión le dije: - “Jesús precioso y santísimo, déjame gozarme en tu hermosura para que luego, vengas a gozarte en mi hermosura, que es tuya porque Tú la has puesto en mi”. Luego, como si estuviera esperando que lo llamara, se vino saturándome de su santidad y embriagándome con sus unciones e íntimos toques. (Estas intimidades de Jesús con el alma no son explicables con palabras). Penetró el Señor hasta lo más íntimo, y suave y fuertemente, fue invadiendo y penetrando a más y mayores profundidades hasta

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tomar plena posesión de mí. ¡Me abruma la infinita benignidad de Dios!

59. Después de este día, fui a San Luis Potosí a

arreglar unos pasaportes de Hermanas, Sintiendo que el Señor me pedía que me recogiera en El, me quedé sola en la Catedral. ¡Dios mío! Apenas me puse en su presencia en el altar del Santísimo, me anegó con una avenida de Dios. Entró de lleno en unión intensa, pasó a más y más, penetró tanto, que ya no pude hacer más que abandonarme a El y dejarme poseer. No puedo explicar el estado de mi espíritu en esa posesión de Dios mística, intensa, profunda asimilación de espíritus, de substancias, sostenida por más de una hora, en la que el alma se siente desfallecer, que se rompe, que no puede más porque ama con una intensidad, que sólo Dios puede comunicarle. Aquí se pierde la criatura, se reduce a nada. Cuando remitieron un poco los efectos de la unión con Dios, pude decirle: “Jesús, ¿qué significa esto?” – “Te purifico, te santifico, te hago más mía, tomo posesión de ti” _ , me contestó.

Fin de la 5ª. etapa.

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SEXTA ETAPA

1953-1965

60. En el año 1953 terminó mi generalato que duró 9 años, pues en el último trienio me postularon.

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Salió electa la Reverenda Madre María del Refugio. Quedé como Superiora Local en la Casa Central.

Hubo algunas hermanas a quienes molestó mi

permanencia allí y desde luego comenzaron a manifestar su repugnancia. Mi situación se hizo muy penosa, pero al comenzar el año 1954, se recrudeció la molestia. Todo el año fue de acusaciones y quejas. Hubo una Hermana que escribió a dos o tres Sacerdotes Jesuitas, pidiéndoles que intervinieran con los Obispos de Guadalajara y de Aguascalientes para que me separaran de la Casa Central en donde le quitaba a la Madre General, autoridad; además me entrometía en su Gobierno y me hacía yo una con la Maestra de Novicias en contra de la Madre. Que estaba introduciendo un cisma porque unas Hermanas se guiaban por la Madre General y otras por mí. Realmente, estorbaba yo, pues mi presencia en la Casa, con la autoridad que reconocían en mí, no las dejaba hacer de las suyas a algunas y deseaban que me mandaran a otra Casa. ¡Dios mío! No sé como pueden inventar tantas cosas. Tú sabes que, desde luego que quedé como subalterna, traté de sujetarme, de estar de acuerdo con lo que Nuestra Madre General disponía, insistiendo siempre en que todas nos sometiéramos con espíritu sobrenatural.

Según el plan que Nuestra Madre General tenía,

yo debía estar en la Casa Central. Después de la

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acusación parece que los Padres aconsejaban que no debería continuar allí, porque seguirían los chismes y censuras.

Yo no quise decir nada. Guardé silencio

esperando que Dios dispusiera. Estando en esta disposición de ánimo, recibí

carta de una de las Madres Asistentas, diciéndome que sabía que me iba a mandar la Reverenda Madre a otra parte, pero que el Señor Obispo de Aguascalientes se había opuesto, diciendo que él me necesitaba en su Diócesis. Al fin, días después, me mandaron siempre a Toluca a que consultara mi salud. Al volver, me encontré una carta de una de las descontentas de mi persona. Decía que: ¿para qué había vuelto de Toluca? que aquí estorbaba al gobierno de la Madre General. Que la Casa Central era para la superiora General pero que yo me empeñaba en estar aquí. Que no tenía yo humildad, que hasta las personas de fuera pensaban que debía yo recibir con más humildad el que me hubieran destituido de mi carguito. Que si yo no ponía remedio, ella avisaría al Arzobispo de México para que pusiera remedio. ¡¡Como amargan estas cosas!!...Mandé la carta a la Superiora General, yo no contesté nada. ¡¡Qué doloroso es sentirse repudiada de sus Hermanas!!...¡Cuánto sufre mi espíritu!...El sufrimiento proveniente de las criaturas hace a uno arisco,

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desconfiado, brusco, irritable. No quiero hacerme así. Ablanda, Jesús mío, mis asperezas, pacifica mi fisonomía; ponme en el alma paz, en mi palabra dulzura. Dame fe y mirada sobrenatural para verte en todo lo que me lastima, para encontrarte en el mal que recibo de mis Hermanas.

Vino el Señor Obispo a hablarme acerca de las

acusaciones que hicieron contra mí. Me dijo que le escribió el Señor Garibi, encareciéndole que investigara lo que hubiere de cierto en esos díceres y pusiera remedio. Que se está extendiendo la idea de que la Madre María del Refugio no puede vivir en la Casa Central, porque yo le hago mala obra, no la dejo gobernar. Que aprovecho la influencia que tengo para aconsejar a las Hermanas en contra, etcétera, etcétera.

Me recomendó el Señor Obispo que no

escribiera a las Hermanas de fuera, sino sólo cuando se tratara de cosas espirituales y encareciéndoles la obediencia.

¡Cuánto se sufre, Dios mío!...¿Estaré tan ciega

que no veo mis faltas? Me encontraba desorientada, necesitaba que el Señor me aclarara las cosas…Sentí que El quería decirme algo. Le manifesté mi voluntad de oírle para obedecer. Me dijo: “Sufres porque no estás completamente olvidada de ti. Debes hacer un

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acto formal de abnegación total, prescindiendo de lo que has trabajado por la Congregación. Olvida que me valí de ti para fundarla y formarla; olvida tu trabajo de tantos años y considérate como una Hermana que entró ayer y fue recibida por pura misericordia. Así como la última de las Hermanas, desempeña el cargo que tienes, sin preocuparte por lo demás”. Vi la voluntad del Señor tan clara y sentí la influencia y eficacia de su palabra de tal manera que, independientemente de mi voluntad, me encontré en esa disposición: la de una simple Hermana. Desde luego, mi voluntad se rindió en absoluto. ¡Cuántas maneras tiene el Señor de purificar nuestro espíritu!

61. Allá cuando Nuestro Padre Mir me confió la

Congregación para que la fundara y formara me dijo: “La Congregación es tuya, fúndala y fórmala para consuelo del Corazón de Jesús. No quiero que te sientas como una novicia que entró ayer, sino que te sientas con la responsabilidad completa de la obra que Dios te confía”. Así la tomé, así trabajé por ella, como obra que siendo de Dios, El mismo me confiara para llevarla a su término. Ahora me dice el Señor: “arranca esa afición, prescinde de ti misma, renunciando a lo que ha sido tu vida; devuélveme el tesoro que te confié”…Si, Señor, cuanto he tenido, fuerzas, luces, dones, lo que Tú me has dado lo he empleado en la Congregación, ahora te lo devuelvo y me quedo sólo con la miseria de mi pobrísimo yo.

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Los años 1954 y 1955, fueron de penas y

enfermedades de todas clases, me sentía azotada por la tribulación. Iba metiéndome el Señor como por un embudo cada día más estrecho. Más soledad espiritual, más olvido de aquellos de quienes podía esperar ayuda o interés, más debilidad física, más dolores, se iba estrechando la senda…Cada día me he ido convenciendo de que, tanto más podré unirme al Señor, cuanto más despojada de mi misma me encuentre. Con todo mi corazón he pedido a Dios me enseñe el camino de la simplicidad y llaneza en el perfecto olvido de mi misma. Que vea yo natural el que no me hagan caso. Que me convenza prácticamente, de que ya no hay quehacer para mí, que soy un miembro desechado por inútil.

Un día en el rezo del Vía crucis, atrajo el Señor

mi atención fuertemente a la consideración de la última estación. Jesús, pensé, está sepultado en el sagrario y desde allí me pide ¡pureza!... Yo debo vivir sepultada en la vida religiosa, sólo para Dios, transformada en Cristo, muerta a mí misma…” Concédeme Jesús, que pueda yo vivir muerta a todo, menos para Ti. Concédeme que pueda yo dominar mi soberbia, para que no me amarguen las humillaciones, ni me aparte de las almas la decepción y la desconfianza. Que me baste tu amor para vivir alegre en tu servicio, los días que me falten de estar en esta vida”….

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62. Al comenzar el año 56, inesperadamente me

dieron orden de que me fuera a Toluca y permaneciera allí un año, a ver si mejoraba mi salud. ¿Se convencería la Madre General de que mi vida en Aguascalientes era un purgatorio?...

Me consoló la idea de que, al ir a Toluca,

podría quizá encontrar al Padre y desahogar mi alma, tomar consejo, etcétera. Tanto tiempo sin saber de él, tantas veces escribirle sin tener contestación….¡Si me permitiera ahora el Señor encontrarlo! Varias veces pensé que sería una imprudencia buscarlo. Si él sabiendo mi dirección no me ponía unas letras en respuesta, claro estaba que no quería ya ayudarme. Pero…no podía ver claro si Dios Nuestro Señor me permitía buscarlo. Tenía tanta necesidad de su caridad y de su consejo. Al fin, me permitió Nuestro Señor saber del Padre y pude hablar con él media hora.

El aislamiento y pena en que vivía me

condujeron a una especie de serenidad interior, un silencio y soledad de espíritu que me acercaba a Dios. El Padre me hizo comprender que este silencio y paz interior, esa quietud íntima, provenían de Dios. Sus palabras me hicieron mucho bien por lo menos quedé tranquila, pensando que Dios estaba conmigo.

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63. Creo que puedo decir que desde el año 53 hasta el 60, mi espíritu cruzó por una etapa especial. Las circunstancias que me rodeaban llegaron a deprimirme, hasta sentirme como estorbo de todas partes. Algunas veces en el silencio y retraimiento me comunicaba el Señor convicción profunda de su bondad, de su misericordia y amor infinito. Me sentía como sumergida en esa atmósfera de perfecciones de Dios, despertando en mi alma una confianza inmensa, una certeza absoluta de su bondad para conmigo. Me acercaba a Jesús con frecuencia diciéndole ¿qué quieres de mí?. El me decía: “sepultarte; prescinde de las criaturas, de tus intereses; muere a todo, a los afectos aun cuando sean santos; vive en un plano en que ni te perturben las contradicciones, ni te halaguen las atenciones, sólo Dios, su querer, sus intereses”…

Comenzó el Señor a introducirme en su

Corazón, haciéndome sentir la intimidad de su amor, dándome descanso en El y dejándome amarle con grande intensidad. En esa época también, empezó a darme una oración que no conocía. Sin que mis potencias y mi yo tuvieran parte directa, mi espíritu era llevado hasta el seno de Dios y allí se unificaba en tal forma con el Ser divino, que, perdiéndose, sólo me quedaba como la idea de mi yo, como que se desvanecía el ser material. Pasados unos minutos, volvía a recobrarme. Los instantes que el espíritu está en Dios, goza de un sabor de gloria que no se puede

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decir. Entiendo que es un favor de Dios ese trasladarse el espíritu hasta El mismo, pero, no entiendo cómo puede separarse de la persona el espíritu y tener funciones diferentes, siendo en nosotros todo uno. Mi amor a Dios, en estas comunicaciones se aquilata y purifica y llega a intensificarse en una forma que me parece sobrepasa a las fuerzas naturales, sufriendo el alma a la vez, anhela dolorosísimo de la posesión de Dios.

64. En esa misma época, me concedió el Señor

gracias especiales en la Comunión, pues al ir a comulgar me daba un anhelo intenso de saciarme de su substancia y estando ya El en mi pecho, se consumaba una asimilación, por la cual El tomaba todo mi yo, transformándolo en Sí y yo le aspiraba a El y en El desaparecía. Es un descanso y una unión íntima; es gozo indecible y también sufrimiento íntimo, pues estas comunicaciones cauterizan el alma, la dejan purificada a la vez que la unen con Dios.

Esas Gracias íntimas que el Señor hacía a mi

alma, las consideraba como un contrapeso al ostracismo exterior en que mi situación me sumía. Mi trabajo para adquirir la muerte de mi misma, que era lo que el Señor me pedía, se reducía a buscar la paz en el olvido de los demás y en olvidarme de mí; en estar tranquila cuando no me hacían caso…Me convencí de

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que para que hubiera paz y buen entendimiento debía prescindir de mí y no externar mis opiniones.

65. Tuve en esa misma época pruebas del

Señor en soledad y desolación espiritual. La soledad del espíritu es un sufrimiento que no se comprende hasta que se experimenta. Me consolaba pensando en la soledad de Jesús cuando habiendo huido los apóstoles, se encontraba solo, con la soldadezca que se burlaba de El, le befaba, le escarnecía…¡Qué solo estaba en el aposentillo!...¡Qué solo en la flagelación y en medio de la chusma que le coronó de espinas!...¡El alma de Jesús estaba sola y triste hasta la muerte!...sentía yo esas soledades y las sufría con El.

En el año 1959 hubo un Capítulo General para

elegir nueva Superiora General. Salió reelecta la Madre Ma. del Refugio. Mi difícil situación en Aguascalientes se confirmó. Cada día con sus circunstancias fueron haciéndome realizar mi insignificancia, ya que la vejez, la enfermedad, etcétera, me iban convirtiendo en un ente inútil que cansaba, fastidiaba…Sin embargo, había que seguir en el mismo camino…¡Así lo disponía el Señor! En mi espíritu había soledad, silencio profundo, desprendimiento íntimo de todo lo de la tierra; creo que había verdadero vacío. Dios fue mi anhelo; mi única preocupación amarle, perderme en El. Las enfermedades me tenían acribillada y sin embargo,

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nunca la Superiora se acercó a ofrecerme un Doctor, una medicina. Yo creo que no se les ocurría ¡Altos juicios de Dios!...

66. Al terminar el año 59, mi vida obscura y

amarga, tuvo un consuelo. En una visita que hice al Señor, le contaba mi situación y cómo me veía rodeada de circunstancias humillantes, misteriosas, dolorosísimas…El con mucha suavidad me hizo ver que, la vida espiritual es precisamente vida de fe, en medio de la más completa obscuridad. “Cree”, me decía el Señor, “Cree “ “que no te abandonaré aunque todos te abandonaran”. “Cree que la Congregación es obra mía, que será aprobada por la Iglesia, que YO estaré siempre con ella y no le faltarán mis auxilios”…

67. Al comenzar el año 1960 hice mis Ejercicios

anuales. Fue el Señor muy amable. Me dio ratos de oración muy íntima, desprendiéndome de las cosas, con grande silencio interno y anhelos infinitos de fundirme en El. Pedí perdón de mis infidelidades, con toda el alma; El sabe que no quiero ofenderle…Después de los Ejercicios, me infundió el Señor fortaleza y grande confianza en El. En la oración penetraba en mi espíritu dándose, atrayéndome a Sí. Me comunicaba virtudes que yo no puedo adquirir por mi misma. De esa oración de unión, le llamo yo, porque no sé como distinguirla, quedo como vitalizada en el espíritu, sin más deseo que el de que se cumpla

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su Voluntad. Muchas ocasiones se me presentaron de humillarme, esconderme, pasar desapercibida, doblegar mi juicio, pero me sentía fuerte con la gracia de Dios y traté de aprovecharlas.

El año 1961 fue de vencimientos, sacrificios,

renunciaciones…el Señor los pedía, no admite disimulos, ni espera…Con frecuencia me comunicaba íntimos anhelos de unión con El, anhelos que El atiende, llevándome a no sé que intimidades de Sí mismo, donde junta mi espíritu con el suyo.

68. Tuve luchas en este período conmigo

misma, porque, comprendiendo y mirando perfectamente mi bajeza y que no tengo derecho alguno para que me traten bien, sin embargo, me entrometo en lo que no debo. Pero, es el caso, que, cuando veo algo, alguna disposición o juicio no conforme al Instituto, demuestro inconformidad, aunque no lo diga, lo cual es causa de que se oculten de mi para hacerlo, tratándome con política y falta de sinceridad. Debo reservar mis opiniones. Esta fue mi lucha durante gran parte del año, tratar de perder mi personalidad; seguir lo que dispongan aunque me parezca indebido. Aceptar, callar, no comentar. Por lo que toca a mi vida de intimidad con Jesús, tengo que agradecerle la ternura y delicadeza con que me trata. He pasado mis días pegada a El sin que haya nada que nos separe. No hay palabras que expliquen esa

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compenetración inefable. A través de enfermedades, penas, angustias de diversas clases, en el fondo de mi alma hay paz, sumisión a Dios, anhelos de evitar todo lo que le pueda disgustar. El lo es todo para mi alma y mi donación es absoluta. No sé que pone el Señor en mí que me hace arder en anhelos de unirme a El. Jesús llena mi alma, la enardece, la purifica…Le amo con todas mis fuerzas, con todo lo que soy….

Termina la 6a. etapa.

SÉPTIMA ETAPA

1965-1968

69. Terminó el año 1962 con una caricia, una amabilidad de Dios Nuestro Señor que nunca podré agradecerle bastante. Nos enviaron de Roma el

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“Decretum Laudis”…¡Hemos sido aceptadas por la Santa Iglesia!...Esta Gracia disipa todas mis dudas. ¡Loado sea el Señor!...Yo creo que ahora, el Señor nos va a ayudar con más eficaces Gracias de santificación.

He pedido al Señor que nos haga humildes,

para que reconociendo sus dones, seamos cada día más pequeñas.

Recibida esta Gracia ¿Qué son los 64 años que

he empleado en la Congregación? Pasaron las penalidades y queda, en cambio, la Gracia recibida, como prueba de la aceptación de nuestros esfuerzos, por llevar adelante la obra del Sagrado Corazón de Jesús y de Nuestro Padre Mir.

No tengo otra manera de dar gracias al Señor,

sino diciéndole: ¿Qué quieres que haga? ¿Qué deseas? ¿Cómo puedo servirte mejor?..

70. El año 63, fue año de gracias y amabilidades del Señor. Varias veces, viniendo a mi alma, con mucha paz y secreto me decía suavemente:

_ Ven a mi tálamo…¿Me amas? ... _Sí, Jesús, Tú lo sabes, con toda mi alma. Y estrechándome fuerte y dulcemente consigo

me daba uno beso eterno... profundo... que me desfallecía…Otras veces, en profundo recogimiento,

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como si en el mundo no existieran más que su espíritu y el mío; yo le decía:

_ Dame un beso, Jesús, y méteme hasta

aquellas cavernas, en donde me embriague con el mosto de tus granadas…

Y el me llevaba consigo y allí me absorbía y

tomaba posesión de mi espíritu; perdía la noción del cuerpo, sólo sabía que le amaba y El me amaba infinitamente…¡qué profundo! ¡qué inexplicable es todo esto! y por otra parte ¡tan real, tan cierto, tan positivo! Nunca me imaginé que en la vida espiritual, pudiera darse dulzura y felicidad semejantes…¡Qué los ángeles y los hombres alaben al Señor por todos los siglos!

Dios Nuestro Señor ha sido buenísimo. La paz y

absoluta adhesión a El que experimento en mi alma aun en los trances más duros, ¿no son bondad del Señor? ¿No es El quien me guía? Creo que sí. A medida que el cuerpo decae, el espíritu se va haciendo más y más fuerte. Reconozco que soy de Dios y que El es mi fortaleza, le amo con un amor tan profundo, tan intenso, tan íntimo, que me absorbe por completo. ¿Qué fuera de Mí si el Señor no me atrajera con su amor?

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71. El año 64 me trató el Señor bondadosísimamente. Sin esperarlo, me llegaban unos como ímpetus o avenidas de gracia, luz, ardiente amor, dejándome suspensa, sin poder hacer más, que amarle intensamente. Lo que me remuerde la conciencia es, cómo no soy amable y misericordiosa con los demás siéndolo el Señor conmigo. Ante las injusticias, desdenes, etcétera, puedo con la Gracia de Dios callarme, disimular, hasta casi olvidar, pero se me queda un fondo de amargura y de desconfianza de todos los que me rodean. Yo quisiera quitarme eso, es una nubecilla que me estorba.

72. El año 65, fue año difícil. Teníamos Capítulo

General para nombrar Superiora General. Estaban muy divididas las opiniones. Temíamos alguna dificultad. Con toda mi alma le pedía al Señor que no hubiera divergencia de opiniones…Al 2º. Escrutinio se resolvió la elección en mi favor…Se integró el Consejo y todo quedó en regla al parecer. Sin embargo, me di cuenta de que un buen número de Hermanas mayores, adictas a Nuestra Madre María del Refugio, habían quedado descontentas. Vi que tenía yo que caminar con pies de plomo, con exquisita prudencia.

Me entregué a mí misma y a toda la

Congregación al Corazón de Jesús y acepté cuantas cruces vinieran o quisiera mandarme el Señor.

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Me propuse ser buena y fácil con todas, no deteniéndome a considerar prejuicios y malas voluntades. Me pareció mejor, dejar que todas las cosas y negocios fueran encontrando su acomodo, solas. Ninguna violencia, todo en paz, dejando en manos de la Santísima Virgen el suavizar las voluntades.

Cuando pude encontrarme a solas con Dios

Nuestro Señor, sentí que descansaba plenamente en su Providencia. Vi clara su voluntad de que me arrojara en El con todas mis preocupaciones y le dije formalmente: “Jacto super Te curam meam”…

73. Aquí comenzó una nueva fase de mi vida

interior. Me parece que el Señor me empezó a tratar más íntimamente; poco a poco ha ido poseyéndome, absorbiéndome, hasta llegar en los últimos meses a la identificación de mi voluntad con la suya, hasta no tener más anhelo que, el hacer lo que El desea. En mis horas de oración y aun entre las ocupaciones, viene a mi alma, se posesiona de ella y despierta el anhelo de penetrar muy dentro de El.

Entre las diversas penas que Dios me manda,

no es de las menores, el no tener con quien comunicar mi espíritu; es muy duro sufrir uno solo, sobre todo cuando Dios Nuestro Señor no se deja sentir del alma. Creo , que es una Gracia del Señor, el poner en mí

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esa fe que siempre tengo de que el Señor no me abandonará. Soy de El, estoy segura, porque me le he entregado con todas mis cosas; El es mi esposo y lo sé porque El me lo ha dicho, y no le serán indiferentes mis penas. Además,¿Quién sino El tiene en sus manos los medios de remediarnos? Y, si puede, ¿No lo hará? Tengo certeza de que todas mis angustias van a tener solución y solución adecuada, la necesaria, la que verdaderamente convenga. ¡Cuánto me consuela, Jesús, creer que te interesas por mí, que no me puedes dejar sola en la tribulación! Me da el Señor un gozo íntimo sintiendo que soy pequeña, impotente y que El en cambio, hace todo lo que quiere, sólo con la eficacia de su palabra. Tengo confianza plena en que la Congregación seguirá su camino, se desarrollará, porque El la conduce.

74. Me siento tranquila y contenta en mi espíritu.

Mis relaciones con el Señor han seguido siendo tan íntimas y fervorosas, tan estrechas que, me parece no hay cosa que pueda separarme de El. Lo único sería la infidelidad de mi parte. Líbrame Jesús de este peligro.

75. Tengo la creencia de que, esos toques que

Jesús hace en mi alma, van poco a poco, como inmunizando todo mi ser de ese lastre de tendencia a lo sensual que es propio del ser humano. Con esos estrechamientos del Verbo en mi espíritu, siento que va destruyendo esos como gérmenes naturales. ¿Será

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así? Muchas veces el demonio pone tentaciones en la mente, las cuales se espantan fácilmente, pero a mi espíritu no llegan. Aquel es un santuario habitación de Dios, en donde El mora secretamente. Cada invasión, diré, de Sí mismo a más profundos senos, va como espiritualizando, adelgazando la transparencia del espíritu. No puedo explicar, como lo siento, esa transparencia, mistificación, o no sé como llamarle, que va produciendo cada contacto de Dios en mi alma.

76. Tuve un rato de unión con Dios

extraordinario en su profundidad. Mi espíritu se fundió en el de Jesús, penetró hasta lo último de mi yo, enamorándome, derritiendo mi espíritu, reduciéndole a un punto, dentro del infinito ser de Dios.

Mirando una estampa de la Virgen Santísima

que tengo frente a mí en el escritorio y representa la Encarnación, sentí de pronto iluminada mi mente con el conocimiento claro de lo que la Virgen sentiría en el momento en que el Espíritu Santo obró la Encarnación. Le dije: “¡Madre, cuánto gozarías con esa invasión de la Santísima Trinidad que dejó al Verbo en tu seno!...

77. Comenzó el año 1967. Me propuse hacer

mis Ejercicios anuales.

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Me cuesta trabajo meditar. Creo preferible dejar que el Señor me conduzca. Con cualquier afecto más intenso, el alma se pega a su amado y viene luego el Señor a buscarla, para conducirla suavemente a aquellas subidas cavernas en donde le da a gustar el mosto de sus granadas, que dice mi Santo Juan de la Cruz; ese deleite de amor y ternura, ese toque de Dios que no tiene comparación.

Viendo la dificultad que tenía para meditar,

preferí dejarme conducir del Señor. Luego que comenzaba mi oración, me llenaba de una devoción y presencia suya que me unía íntimamente a El y ya no podía hacer otra cosa que amarle. El punto de meditación se quedaba como en un primer aposento y mi espíritu, sin perderlo de vista, se hundía en el seno de Dios, con un gozo espiritual íntimo, una paz suave, tranquila, que me hace despreciable todo lo de la tierra.

En verdad las más grandes preocupaciones de

la vida, encuentran su alivio en la confianza inmensa de que mi Dios es mi Protector, es mi Padre, Jesús mi esposo, y tienen que ver por mí y salvarme. Todas mis penas, pues, así internas como externas, encuentran su equilibrio y fortaleza en el pensamiento de que soy de Dios; no me abandonarán porque saben que no tengo en el mundo más que a Ellos.

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78. Así como hay en la vida espiritual épocas de suavidad, consolación, etcétera, las hay no hay duda, de desolaciones que no sé como las puede el alma soportar. Debe ser mucha la Gracia que de Dios Nuestro Señor recibe. Una de éstas siguió al estado que acabo de referirme. Hay que ver también que, en la vida espiritual, las distintas situaciones del alma no pueden preverse. Cuando el Señor lo tiene a bien, entra en el alma y la endiosa sin que ella sepa a qué atribuirlo. Igualmente cuando el alma menos lo espera, la hunde en el abismo de obscuridad y tristeza, la más negra.

Un día, desde que me levanté, me sentí toda

enredada en un mar de confusión y llena de temores por la vida que llevo. ¡Qué absurdo! ¡qué tontería! ¡tener tanta seguridad y confianza en que el Señor me ama! El sentimiento íntimo de unión con Dios, ¿cómo puede existir en mi mente? ¿Cómo puedo creer en tantas ilusiones?... Hay en mi mente una confusión de ideas, dudas, errores, imposibilidad de ver con claridad; me siento nerviosa, de mal humor; está mi espíritu reseco, Jesús no ha venido y ¿volverá?... ¡Luego, esta pena, este dolor, esta congoja profunda en la substancia de mi alma!... No encuentro mi lugar. El Señor parece no estar ahora a mi alcance. ¿Qué voy a hacer?....

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79. La noche fue de soledad y angustia; amanecí como dominada por el poder del demonio que me quiere arrastrar al pecado. En otras ocasiones, tenía la gracia del Señor y no temía al demonio. Ahora me siento cobarde, débil, capaz de todo mal.

Luego, ese tormento de fuego en la substancia

del alma, que se extiende y penetra, y desgarra el espíritu…Cerrado el horizonte de la confianza en Dios, sólo quedan las tinieblas, la confusión, todo lo que el demonio puede sugerir. “¡¡Sálvame que perezco, Dios mío!!...Creo que existes, que me amas, aunque no vea, ¡Jesús! Creo, creo todo lo que la Santa Iglesia nos manda creer…¡Jesús! ¡María! De vosotros espero la fortaleza…Tres semanas me tuvo el Señor en esa terrible situación, en que el alma ve como segura y cierta su propia caída, sin remedio…Me parece, por los efectos de ella, que fue una prueba porque quería concederme una nueva y especial Gracia.

80. Unos días después, el Señor me llamaba a

la soledad con suma insistencia. Estaba con dolores físicos muy intensos. Por mi parte, ansiaba también volver a la intimidad de mis relaciones con el Señor. Apenas me recogí, le dije:

_ Aquí estoy, mi esposo, ¿qué deseas?

Háblame, ven conmigo, que, después de tanto sufrir te deseo como el ciervo sediento desea las fuentes de

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las aguas. Luego, Jesús se vino con toda su ternura y penetró más y más; y me anegó con su espíritu y su substancia hasta esos senos intimísimos, que solo El conoce y solo El puede penetrar.

_ Soy tu esposo, dijo, quiero tomar posesión de

mi esposa. ¿Me amas?. Déjate poseer, déjame poseerte.

Yo no sé como explicarme. En esos momentos

sentí penetrar en mí a la Beatísima Trinidad. El Padre entró de lleno, poniéndome allí su Santo Espíritu que me inflamó con su fuego, y el Verbo que me enajenó con sus besos y la comunicación de su substancia, hasta quedar íntimamente poseída de El. Luego sentí como el Padre me acarició con su suavidad, saturándome de un descanso y bienestar suavísimo que desvaneció la emoción y vehemencia de mi alma, dejándome en completa paz y descanso.

81. Días después, me llamó el Señor a la

soledad. Me recogí ansiosa de comunicarme con El, de sentirle en mí. Reconocí otra vez a las Santísimas Personas. El Espíritu Santo cauterizando con su amoroso fuego los senos de mi espíritu; al Padre con sus suaves y blandas caricias, penetrándome, saturándome, y a mi esposo Jesús, introduciéndose más y más intensamente hasta sentir que quitaba, destruía, deshacía, o no sé cómo explicar, algo en mí ,

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no sé que seno de mí misma, convirtiéndolo en suyo. Hasta este grado de penetración no había llegado el Señor, antes. No sé qué fue lo que se destruyó en mí y me hizo una con El. Fue este toque de tal intensidad, que me sentí desfallecida. Jesús me derritió en sí mismo, absorbió mi substancia y siento que mi Jesús mora en mí como único Dueño, no como Señor, según dice San Juan de la Cruz, solamente en su casa, ni solo como en su lecho, sino como en mi propio seno, unido, unido estrechamente. ¡Con cuánta delicadeza me enamoras, Jesús!

82. “¡Oh! ¿Cómo darte gracias, Jesús

amorosísimo por todo lo que haces con esta pobre criaturilla? Ya no te vayas de mí. Has tomado posesión de lo que siempre te ha pertenecido. Mora en secreto en mi seno más profundo y allí vivamos para siempre en el más íntimo y secreto amor”…

Esta última Gracia la recibí del Señor el día 12

de marzo de 1968.

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OBRAS SOBRE LA VENERABLA

MADRE JULIA NAVARRETE GUERRERO.

JULIA NAVARRETE CONTEMPLATIVA Y

APÓSTOL.- Biografía de la Venerable Madre por el R. P. José Gutiérrez Casillas, S. J.

CANTO A LA VIDA

Experiencias humano-divinas de Julia Navarrete. por el R. P. Rafael Gómez Pérez, S. J.

¡A TODA VELA!

Biografía de Julia Navarrete Guerrero por la Hna. Celia Corbalá Almada MHPVM

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MUJER DE CONTRASTES

Trayectoria Espiritual de la Madre Julia Navarrete Guerrero

por la Hna. Margarita Alvarez Tostado y Aguilar MHPVM BUENOS RATOS CON JULIA NAVARRETE

Anécdotas de la vida de la Venerable Madre Julia Navarrete. Por la Hna. Ma. Estela Hernández Vergara, M.H.P.V.M.

LUCES DEL ALMA

Pensamientos entresacados de la correspondencia de la Venerable Madre Julia Navarrete, para todos los días.

ESPIGAS

Pensamientos entresacados de la correspondencia de la Venerable Madre, para niños y niñas.

QUE MI RECUERDO TE LLEVE A DIOS

Pensamiento de la Venerable Madre Julia , dedicado a “La mujer”. Por la Hna. Guillermina Arroyo López.

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I N D I C E

Presentación……………………………………… Cronología………………………………………… Introducción…………………………………….... “Mi Camino”Autobiografía………………………. Primera Etapa………………………………….... Segunda Etapa………………………………...... Tercera Etapa……………………………...........

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Cuarta Etapa……………………………............ Quinta Etapa………………………...………..... Sexta Etapa…………………………………...... Séptima Etapa……………………………….....