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pura-maria-garcia
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Hace unas semanas asistí a una charla en la que Cristina, la madre de Migue, nos
habló de él. Me conmovió su ternura, su sensibilidad y su sinceridad. Escuché y
admiré a una madre de un niño autista.
Migue estaba allí, en las fotos que mostraba Cristina. Y se quedó en mi corazón, para
siempre.
He conocido a Migue.
Me mira, desde su foto,
con unos ojos tan bonitos
como curiosos.
Al verle, me ha dado por pensar
que el Sol,
que es un astro muy listo,
ha elegido su cabello
para enredar sus rayos
y tejer invisibles hilvanes
de color dorado.
Le veo con uno de sus tesoros
colgándole del brazo,
mientras de sus labios únicos
cuelga, también, una sonrisa
ancha como la alegría.
Es una bolsa de colorines
que dice Mercadona
con letras grandotas.
Me voy a correr aventuras,
parece decir, sin decir,
a la vez que dirige sus pasos
a la tienda-aventura,
como el héroe ese
con nombre inglés,
que soñaba con hallar
un templo perdido.
¿Qué será, me pregunto,
lo que Migue descubre,
en las filas indias de productos,
que le hace sentirse explorador
aventurero en el supermercado?
Imagino que a él,
con un lenguaje misterioso,
y algo raro,
le hablan los pepinos en sus botes,
y los Krispies rebeldes,
y el cacao medio dormido,
y los biscotes,
y las lonchas, jugando
a hacer castillos
de jamón serrano.
Migue, definitivamente,
es el explorador más atrevido.
Su madre cuenta,
mientras muestra sus fotos
-esas calcomanías que son
las imágenes congeladas
de horas que habitaron los días-
que Migue se hizo el remolón
con las palabras
y tardó un poco más de lo normal
en pronunciarlas,
en tenderlas al aire
con pinzas de colores,
con pinzas de pensamiento.
Nadie se dio cuenta
de que Migue era,
además de precioso,
un niño distinto,
pero idéntico, sin embargo,
a los niños distintos.
Este niño va totalmente a su bola,
decían en la guarde,
en casa
y hasta en los silencios
que resonaban
en la cabeza de sus padres.
Un día, a alguien se le ocurrió ver
en la distintez de Migue,
una cosa entre enfermedad
e incógnita.
Es autista, dijeron,
poniendo voz de doctor serio.
Migue, estoy segura,
escuchó la palabreja
y siguió moviéndose
de arriba abajo,
de dentro a afuera
de su mundo precioso.
¿Os dais cuenta?,
parecía decir
con sus palabras-gestos,
No voy a mi bola,
pero tampoco me basta con la vuestra.
Cuando Migue
miraba,
así, un poco de reojo,
las palabras escritas
se le escapaban,
con misterio,
de los ojos.
Migue no podía leerlas…
¡Las imaginaba!
Ya lo tengo,
dijo una de las personas
de la tribu1 de Migue,
lo que Migue necesita
es un diario
para uso diario.
¿Cómo escribo? seguro
que pensó Migue,
intuyendo que podría
poner allí, de alguna forma,
sus mil sueños.
Utilizaremos pictos,
dibujos,
letras grandes, grandotas
y fotos de las cosas
que hace Migue cada día.
El rubio explorador
iba y venía del cole
cogido (y encantado)
a su diario
-lo hacía a diario,
ya os lo he dicho.
Así, con la mano,
apretando mucho-mucho
el lapicero,
garabatoescribía
una señal junto a los pictos
traduciendo, siempre,
su bonita sonrisa.
1 La tribu de Migue no es una tribu ni selvática ni salvaje, eh! Está formada por todos los
corazones que adoran y cuidan a Migue desde siempre. Nota: Es una tribu que crece…¿Te
unes?
El día de su cumple,
Migue recibió un grandísimo regalo:
era un libro hecho a mano
por las manos pequeñitas
de los niños y niñas de su clase.
¡Feliz día, Migue!¡Te queremos!
No vamos a separarnos de ti.
Queremos jugar contigo.
Migue, eres mi mejor amigo…
decía cada uno de ellos,
cazando las palabras
con dulzura,
dejándolas prendidas,
por escrito,
en aquel libro mágico.
Migue ojea el libro
como quien su mejor tesoro
y lo cuida
-y, desde que ha descubierto las mayúsculas,
mayusculea en su hojas.
Migue crece…
-a la tribu le crece, también,
nueva alegría-
sigue mirando
con ojos bien abiertos
lo visible,
(incluso lo invisible)
dando abrazos imprevistos,
dando besos sin besos,
con su ALMA.
Sigue yendo a su bola…
(¿o será que ha descubierto
que la bola de los otros
es sosa y aburrida?)
Migue es autista, sí:
un autista PRECIOSO.
Pura María García
Enero de 2015