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1 MIRON BURGIN La proclamación del Cabido abierto del 22 de mayo de 1810 fue un acto inconfundiblemente revolucionario. No sólo fue esa decisión de autonomía el primer paso hacia la independencia, sino también el comienzo de una serie de profundos cambios introducidos en la estructura económica y social del virreinato. Algunos de estos cambios fueron consecuencia de la misma revolución. Limitados en gran parte a Buenos Aires y las provincias del Litoral, se cumplieron con relativa facilidad. Pero en las provincias del interior, relacionadas más estrechamente con el imperio colonial español, la adaptación al nuevo ambiente económico fue más difícil y complicada. Involucró la destrucción de muchas cosas que antes de la revolución tenían su objetivo y su razón de ser; exigió la acomodación a un nuevo juego de factores geopolíticos, que podían ser favorables o no a la potencialidad económica de la región. Si la superficie que abarcaba el virreinato del Plata hubiese sido menos extensa, o su economía más uniformemente ganadera, la transición del estado colonial a la independencia se habría podido cumplir sin demasiada violencia. Porque sería relativamente fácil obviar el desajuste que pudiera provocar la repentina abolición de las restricciones comerciales. Pero la economía del virreinato no era uniforma ni simple. El virreinato estaba dividido en varias regiones desiguales, cada cual con sus propias características de desarrollo, un desarrollo determinado por una parte por las condiciones físicas y la habilidad para el trabajo, y por otra parte por las exigencias de la política colonial española. La unidad que podía tener la economía del virreinato se basaba fundamentalmente en la división territorial del trabajo. De ahí que la abolición de las restricciones comerciales produjera desajustes que eran inevitables y que fueron algo más que simplemente temporarios. En realidad el efecto inmediato de la revolución fue el de anular en algunas partes del país muchas de las conquistas obtenidas en los años anteriores. Los sectores de la economía del virreinato que más se beneficiaron con la revolución de 1810 fueron los de la industria ganadera y los del comercio de ultramar, y esa porción del comercio interregional que procedía de Buenos

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La proclamación del Cabido abierto del 22 de mayo de 1810 fue un acto inconfundiblemente revolucionario. No sólo fue esa decisión de autonomía el primer paso hacia la independencia, sino también el comienzo de una serie de profundos cambios introducidos en la estructura económica y social del virreinato. Algunos de estos cambios fueron consecuencia de la misma revolución. Limitados en gran parte a Buenos Aires y las provincias del Litoral, se cumplieron con relativa facilidad. Pero en las provincias del interior, relacionadas más estrechamente con el imperio colonial español, la adaptación al nuevo ambiente económico fue más difícil y complicada. Involucró la destrucción de muchas cosas que antes de la revolución tenían su objetivo y su razón de ser; exigió la acomodación a un nuevo juego de factores geopolíticos, que podían ser favorables o no a la potencialidad económica de la región.

Si la superficie que abarcaba el virreinato del Plata hubiese sido menos extensa, o su economía más uniformemente ganadera, la transición del estado colonial a la independencia se habría podido cumplir sin demasiada violencia. Porque sería relativamente fácil obviar el desajuste que pudiera provocar la repentina abolición de las restricciones comerciales. Pero la economía del virreinato no era uniforma ni simple. El virreinato estaba dividido en varias regiones desiguales, cada cual con sus propias características de desarrollo, un desarrollo determinado por una parte por las condiciones físicas y la habilidad para el trabajo, y por otra parte por las exigencias de la política colonial española. La unidad que podía tener la economía del virreinato se basaba fundamentalmente en la división territorial del trabajo. De ahí que la abolición de las restricciones comerciales produjera desajustes que eran inevitables y que fueron algo más que simplemente temporarios. En realidad el efecto inmediato de la revolución fue el de anular en algunas partes del país muchas de las conquistas obtenidas en los años anteriores.

Los sectores de la economía del virreinato que más se beneficiaron con la revolución de 1810 fueron los de la industria ganadera y los del comercio de ultramar, y esa porción del comercio interregional que procedía de Buenos Aires o pasaba por ella. La industria ganadera en todas sus formas respondió rápidamente a la apertura del país al comercio extranjero. Hubo una ampliación del mercado de cueros y otros subproductos de la industria. Aumentó el valor de la tierra, y los hacendados y los productores de carne prosperaron. El comercio siguió a la ganadería. El hecho de que el país pudiera obtener mejores precios por sus exportaciones y estuviera en libertad de comprar en los mercados más baratos, incrementó el volumen del comercio y lo hizo en condiciones más ventajosas que hasta entonces. Aunque una parte de estos beneficios la aprovechaba el consumidor, otra buena porción quedaba en manos de la clase mercantil. De ese modo y en lo concerniente a las provincias del litoral y la ciudad de Buenos Aires, las esperanzas de los protagonistas de la revolución de 1810 quedaron ampliamente justificadas. Allí, más que en cualquier otra parte de la Argentina, la emancipación política no sólo consolidó las conquistas de las décadas precedentes sino que preparó además el terreno para el progreso posterior.

Las provincias del interior presentaban un cuadro diferente. En esas regiones la ganadería, aunque importante, no era la única fuente de subsistencia. En parte por su mayor variedad de recursos naturales y en parte por el aspecto altamente protector de la política comercial administrativa de España, las provincias del interior habían conseguido un grado más alto de integración económica y de aptitud propia.

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Atrasadas como era, lograron no obstante desarrollar ciertas industrias que, además de satisfacer las necesidades locales, producían excedentes para exportar a otras partes del imperio colonial español. En las misiones jesuíticas, las de Córdoba y de otras provincias, se fabricaban tejidos toscos en grandes cantidades; en Catamarca hacían géneros de lino de regular calidad; Corrientes suministraba al virreinato fajas; la producción de vino y coñac alcanzó un gran desarrollo en Mendoza, San Juan, La Rioja y Catamarca; en Tucumán y Mendoza utilizaban la madera local para fabricar carros; y en Tucumán se producía azúcar. Todas estas provincias estaban en estrechas relaciones comerciales con Buenos Aires y con Lima, actuando ambas ciudades como puntos terminales y de tránsito del considerable comercio de mulas que se realizaba entre la región del Río de la Plata y el Perú.

Precisamente porque el sistema colonial era mercantilista y proteccionista, las provincas del interior alcanzaron cierto grado de prosperidad económica. El alejamiento de los principales puertos del comercio exterior, la presencia de numerosos obreros debida a la incorporación de las tribus indias al sistema económico colonial y la abundancia de materia prima (algodón, vino, madera, etcétera), más la disponibilidad de los mercados internos, fueron factores que condujeron a la formación de una economía discretamente integrada. Debe advertirse, no obstante, que dados los primitivos métodos de producción, la industria tenía poca fuerza para sobrevivir. A pesar de la economía de la mano de obra, la industria nativa no podía sostener la competencia extranjera ni con el costo ni con la calidad de la producción. La declinación del sistema colonial español estaba, por tanto, destinada a producir un efecto particularmente perjudicial en la estabilidad económica de esa región del virreinato platense.

El proceso de dislocación económica, amenaza constante por la permanente afluencia de artículos de contrabando, había comenzado en el último cuarto del siglo XVIII, después de haber sido designada Buenos Aires como puerto de entrada para los barcos españoles. Como consecuencia del Reglamento del comercio libre las provincias del interior se vieron obligadas a retirarse de los mercados de Buenos Aires. La mercadería española y extranjera triunfó fácilmente en la competencia con los productos domésticos en la zona del Río de la Plata, amenazó invadir las provincias del interior. La expansión del comercio interprovincial, que siguió a la apertura de Buenos Aires, fue sólo una compensación parcial por la pérdida de los mercados. La economía del interior entró de ese modo en un período de descomposición gradual. Y la revolución de 1810 aceleró el proceso. Abrió las puertas a una inundación de artículos que pronto empantanó al país. Azúcar y arroz de Brasil, vino y coñac de España y Portugal, tejidos y otras manufacturas de Inglaterra y Europa, afluyeron en cantidades crecientes a Buenos Aires, de donde fueron distribuidos hasta los rincones más lejanos del país. Las peores predicciones de los que antes de 1810 se habían opuesto al “comercio libre” comenzaron a materializarse. La industria doméstica se hallaba al borde de la ruina. Las dificultades económicas del interior se agravaron porque poco después de la revolución las relaciones comerciales con Perú, lo mismo que con los territorios contiguos de Bolivia y Chile, quedaron totalmente interrumpidas durante las guerras de la independencia o seriamente perturbadas después. Poco consuelo ofrecía el hecho de que los artículos extranjeros pudiera comprarse ahora a precios muy inferiores a los de antes de 1810, porque el interior se acercaba rápidamente a una situación en la que los precios más bajos serían demasiado altos. Para esas provincias de la joven república la revolución tuvo poco valor económico inmediato, siendo por eso tanto más notable que estuvieran dispuestas a sacrificar hombres y dinero por la causa de la independencia.

Los aspectos políticos del proceso de desintegración de la economía nacional eran bastante claros. Frente a un comercio y una industria en declinación, las ciudades del interior y sus territorios tributarios trataron

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de conservar el statu quo adquiriendo el grado más alto posible de autonomía económica. Deseosos, por una parte, de mantener e incrementar su participación en el comercio nacional, y de proteger por otra sus industrias y su agricultura contra las intrusiones extranjeras, las provincias recurrieron a las tarifas especiales, al impuesto sobre el tránsito, a los gravámenes diferenciales, y a la legislación económica directa. Pero pronto se hizo evidente que una política económica con tantas reminiscencias del mercantilismo y tan ofensiva para los intereses comerciales de Buenos Aires no podría sobrevivir más que con una bastante amplia autonomía política de cada provincia. De ahí la tendencia de las provincias a circunscribir el poder político de Buenos Aires; de ahí también su oposición a todas las tentativas de organización nacional que diera a Buenos Aires la dirección política y económica del país. De ese modo, la defensa económica se convirtió en uno de los factores más importantes de los que produjeron la aparición de ese particularismo político cuya expresión programática fue la concepción federalista de ñla organización nacional. Y el problema económico se transformó en una cuestión política en la que los derechos de los Estados se cuadraron contra la centralización. Alrededor de esta cuestión giraron las luchas políticas y sociales durante las primeras cuatro décadas de la independencia argentina. Las luchas no se limitaron a las relaciones interprovinciales. Del mismo modo que los cambios introducidos en la economía nacional atravesaron las divisiones administrativas, así también problema de la forma que se daría a la organización nacional arrasó las fronteras provinciales. Por consiguiente, el conflicto político adquirió solidez y significado sólo cuando las doctrinas de federalismo y unitarismo reflejaron intereses y tendencias económicos.

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