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MIS HISTORIAS CON GABO
Ensayo preparado para la VII Feria Internacional del Libro. Bogotá, abril 2015.
“Este soy yo con el cuate Lopera, quien no quiere aprender a escribir cuentos” Gabriel García Márquez. Octubre 21 de 1960
Mustio, el inflador de cables
Mustio Collado, el nonagenario personaje de García Márquez, revela que uno
de sus múltiples oficios de juventud era el de inflador de cables en El Diario de
La Paz (página 12). Aunque el mencionado oficio parece tener un cierto
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parentesco con la ingeniería de cables eléctricos, la verdadera actividad tiene
más concordancia con el periodismo que Mustio realizaba.
El quehacer de Collado evocado por el escritor tenía, para la época de la
novela, un antecedente ya lejano. En efecto, por los años sesenta el gobierno
cubano había decidido montar su propia agencia de noticias, Prensa Latina, y
eligió como director de la oficina en Colombia a Plinio Apuleyo Mendoza, y
como subdirector a Gabriel García Márquez, con sede en Bogotá. El cerco de
censura norteamericana que se había impuesto en torno a las actuaciones de la
revolución cubana era indudable.
En esos años, cuando la tecnología de las comunicaciones apenas estaba en
pañales, la transmisión de mensajes se realizaba por medio del código Morse.
El operador de radio en Prensa Latina trabajaba larguísimas jornadas sentado
frente a un radiorreceptor donde recibía en código, desde La Habana, las
noticias de ese país que no aparecían en los despachos de las tradicionales
agencias internacionales de noticias.
Una vez procesadas, dichas noticias serían luego enviadas por teletipo a los
diarios colombianos y, en muchos casos, cuando esa máquina fallaba, en copias
al papel carbón que realizábamos en la máquina de escribir a punta del método
de chuzografía (con uno o dos dedos de cada mano). El señor Norsa, nuestro
operador en Bogotá, mecanografiaba las palabras del morse que le llegaban por
radio mediante un juego impreciso y especial de signos que nosotros, los
infladores de cables, (el cuña Eduardo Barcha, Iván Ocampo de la Pava
<q.e.p.d.>, Consuelo Mendoza y yo), vertíamos a un lenguaje más comprensivo.
Por ejemplo, cuando Norsa nos escribía más o menos esta jeringonza: “H
ago. co Fi acom min fun Gbno inau ay ciu matanzas enor compl. azuc darse
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inicio zaf region pres ano”, nosotros debíamos escribir: “La Habana, agosto 20.
El Comandante Fidel Castro, acompañado de sus Ministros y otros funcionarios
del Gobierno, inauguró ayer en la ciudad de Matanzas un enorme complejo
azucarero al darse comienzo a la zafra de esa región en el presente año”.
Hecha esta primera operación de inflación del cables, que implicaba redactar
coherentemente, añadir conjunciones, utilizar las proposiciones y hacer el lead
de la misma noticia, nosotros mismos nos encargábamos de llevar el paquete
de noticias a los principales diarios de la capital. La sorprendente capacidad de
trabajo de Plinio (que a menudo le dejaba poco espacio a la iniciativa
periodística de Gabo, de tal modo que éste siempre tenía tiempo para
dedicarse a sus espléndidas narraciones) se reflejaba en los reclamos que
solíamos recibir del director cuando hacíamos mal el oficio.
En cierta ocasión salió el director de su oficina, demudado y rabioso,
blandiendo un papel en la cara del cuña para increparle la mutilación en varias
partes de una importante noticia sobre la reforma agraria cubana. Eduardo, casi
sin inmutarse, le contestó: “ustedes, mis profesores de comunicaciones, me
han dicho que después de cinco palabras viene un punto: ¡eso hice, cuadro!”, y
todos, incluso nuestros jefes, nos desternillamos de risa con la ocurrencia.
La experiencia de Prensa Latina duró poco. La empresa cerró por un tiempo
todas sus oficinas en América Latina, al parecer por discrepancias radicales
entre el director de la agencia y el ministerio de comunicaciones en La Habana.
Los copywriters, como los linotipistas, terminamos en el asfalto; surgieron
nuevos avances en telecomunicaciones mundiales, y el oficio de inflador de
cables – que solo los más enterados habrían podido explicarse en la Memoria
de mis Putas Tristes— también dejó de existir.
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Gabo y Prensa Latina
Plinio Apuleyo Mendoza, Germán Manga como moderador, y Jaime Lopera, en el conversatorio de la Feria Internacional del Libro de 2015, de Bogotá, dedicada a GGM
—"Ya lo sabes, Delgadina, la fama es una señora muy gorda que no duerme con uno, pero cuando uno despierta está siempre
mirándonos frente a la cama”. —GGM en Memoria de mis putas tristes.
I
No obstante las abundantes noticias que se tienen sobre la vida y obra de
García Márquez, existen algunos episodios indeterminados que marcan su
tránsito por el periodismo y las letras, y los cuales poco a poco se han venido a
esclarecer. Es el caso de su trabajo como funcionario en Prensa Latina, PRELA,
aquella agencia de noticias que el régimen cubano hubo de crear para
neutralizar las tendenciosas noticias que particularmente se daban a la
comunidad internacional por las agencias estadounidenses. Como empleado de
5
Prensa Latina, filial de Colombia en los años sesenta, ya he dejado consignadas
mis experiencias en otros escritos, pero considero que es el momento oportuno
de hacer un intento de transcribir parte de lo acontecido por aquella época.
Para empezar, varias personas reclamaban su paternidad sobre la creación
de la agencia. Si bien el poeta Ángel Augier (Premio Nacional de Literatura en
Cuba en 1991) se ufanaba como fundador de la agencia, lo mismo cabe decir de
Mauricio Vicent quien firmaba como Alfredo Muñoz-Unsain, pero era más
conocido como Chango. Igual puede hablarse de los dos colombianos, García
Márquez y Plinio Mendoza, que entraron en ese nuevo proyecto de la
revolución cubana: GGM, quien trabajaba en Caracas al frente de la revista
Momento, editada por Elvira Mendoza, recibió la invitación de Mendoza para
dirigir PRELA en Colombia pues ya éste había recibido la llamada de Masseti
para organizarla. Fue así como los García-Barcha dejaron Venezuela y se
instalaron en Bogotá cuando Mercedes estaba ya en su primer embarazo. En su
libro biográfico sobre GGM, Dasso Saldívar anota que mientras Plinio había
llegado antes a Bogotá en el plan de publicar esporádicamente en las revistas
Cromos y La Calle, un buen día de abril, por mediación de Guillermo Angulo,
conoció a “un mexicano borracho y dicharachero” quien se presentó como
enviado especial de La Habana por toda América Latina para montar la nueva
agencia noticiosa de la revolución. No sabemos el nombre de este mexicano,
pero Plinio Mendoza le dijo que estaba disponible y que además tenía un amigo
en Caracas con la misma disponibilidad. “Los dos quedaron entonces
contratados verbalmente, Plinio como director y García Márquez como
redactor, pero ambos con el mismo sueldo" para dirigir la seccional en Bogotá.
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Se organizó la oficina en la calle 18 con carrera séptima en Bogotá y fui
empleado en ella; allí hicimos nuestros primeros pinitos en el periodismo con
Eduardo Barcha, hermano de Mercedes, con Iván Ocampo de la Pava y
Consuelo Mendoza, hermana de Plinio, Soledad y Elvira, quien hacía las veces
de secretaria y administradora de la oficina. Nuestro trabajo de copywriters,
incluida Consuelo, consistía en traducir los garabatos Morse de un operador de
radio, el señor Norsa, que luego convertíamos en una noticia o un cable al que
le dábamos forma gramatical y de ortografía con una titulación apropiada antes
de mecanografiar suficientes copias para los clientes de los diarios nacionales
que se editaban en Bogotá. A este oficio se lo denominaba “inflador de cables”
y es paradójicamente, como lo señalé anteriormente, el mismo oficio de Mustio
Collado, personaje del libro Memoria de mis Putas Tristes que GGM escribió
muchos años después.
Aquellos cables de la agencia cubana que “inflábamos” los llamados
copywriters, se vendían a los principales diarios de la capital (que los publicaban
con reservas) pero además servían para que muchos estudiantes de las
universidades Nacional, Libre y Externado, que nos las reclamaban, se fueran
enterando de lo que pasaba en la Isla dada la escasa información que proveían
las publicaciones locales. Las oficinas de Prensa Latina eran amplias y cómodas;
la del subdirector GGM enseguida a la del director Mendoza, y más allá un
espacio amplio para los redactores y el operador de radio. Con frecuencia
escuchábamos teclear en la oficina de la subdirección no solamente los
despachos hacia la sede central en La Habana, sino también muchos de los
textos literarios de Gabo; a veces también se escuchaba la rasgadura de
cuartillas y las maldiciones del escritor mientras lo oíamos afuera protestar por
7
un desliz. Éramos, recuerda Consuelo Mendoza, como una pequeña familia que
a menudo recurría a la caja menor que ella manejaba y con la cual podíamos
atender nuestras necesidades. Un día que pasaba por su recepción a recibir un
amigo quindiano, escuché esta súplica de GGM: “—Consuelo, me dice la Gaba
que se acabó la leche de Rodrigo; ¿me puedes prestar diez pesos de la caja
menor mientras nos llega el giro?”. Un tiempo después, cuando GGM aceptó
irse a Nueva York para trabajar en las oficinas de PRELA en esa ciudad, se
suspendieron unas tertulias que hacían en Bogotá los Garcia Barcha y los
Mendoza con Jorge Child, su esposa la pintora cartagenera Cecilia Porras, el
cineasta Francisco Norden, el periodista sucreño Pedro Acosta Borrero y el
empresario de proyecciones Ítalo de Ruggiero, entre otros, pláticas donde se
hablaba de política y literatura, además de oír vallenatos con mucha
reiteración.
II
Sin embargo, la vida del verdadero fundador de la agencia, Jorge Ricardo
Masseti Blanco, es un relato diferente de coherencia política que se conecta, así
fuese brevemente, con la vida del Nobel colombiano. Nacido en Buenos Aires
en 1929, conoció muy joven al médico Ernesto Guevara y de ahí nació una
amistad particular que lo llevó a Cuba a trabajar a su lado; en la práctica,
Guevara sabía que un periodista como Masseti era quien podría llevar adelante
su imaginada idea de una agencia de noticias. Y así fue: Masseti organizó la
entidad, montó las delegaciones en cada país de América Latina y empezó a
rodearse de conocidos intelectuales afines a la Revolución: primero sus
compatriotas Rodolfo Walsh y Rogelio García Lupo, y un poco después, Plinio y
García Márquez. También ingresaron a la nómina de colaboradores de PRELA
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Jean-Paul Sartre, Waldo Frank y C. Wright Mills, entre otros. Un año después de
creada, PL ya tenía sucursales en Washington, Nueva York, Londres, París,
Ginebra, Praga; había firmado convenios con la agencia soviética Tass, la
agencia china Hsin Hua, y las agencias egipcia, indonesia y japonesa que le
daban un contorno mundial. L’Express de París y el New Statesman de Londres
le cedieron a PRELA sus derechos latinoamericanos por ínfimas sumas; The
Nation y The New Republic, de los Estados Unidos, los permitieron en forma
gratuita .
Santiago Garcia Isler, hijo de Rogelio García Lupo, realizó un documental
llamado A Vuelo de Pajarito como un homenaje a su padre que, entre muchas
vivencias, sufrió cárcel en los 50 por oponerse a la explotación del petróleo
patagónico por parte de los norteamericanos. En 1958 Lupo hizo parte de una
comisión parlamentaria que investigó el caso Satanovsky quien había sido
asesinado por no entregar unos papeles a la inteligencia de su país. Mucho
antes, cuando eran jóvenes, Lupo y Rodolfo Walsh habían sido muy amigos,
amistad que se consolidó cuando se encontraron con el proyecto de Jorge
Masseti. A este, quien venía de La Habana después de acompañar la entrada
triunfal de la revolución gracias a su amistad con Guevara, ya le habían
encomendado la tarea de crear la agencia de noticias. Lupo y Walsh se unieron
animosamente a ese proyecto de Masseti en el bar La Paz de Buenos Aires, pero
la trayectoria de Lupo, presentada en el documental de su hijo, es en adelante
un mosaico de actividades periodísticas en varios países que llenaron una etapa
importante en la vida de este compañero del Che.
Fue así como Masseti, por intermedio de Plinio, se conoció con GGM
dándose desde el principio una notable admiración y amistad profesional
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mientras se trataron entre 1959 y 1961. Gabo no dejó de reconocer la calidad
de periodista de su nuevo amigo: en una entrevista realizada en 2008 en Cuba,
GGM dijo: “Masseti y yo hicimos un solo frente periodístico. Andábamos
investigando cosas por todos lados”. Y añadía: “Donde aprendí yo a agarrar la
noticia y que no se me escapara fue en Prensa Latina”. Años más tarde,
entrevistado para el documental “La Palabra Empeñada”, una memoria de
Masseti presentado en el Festival de Cine de Mar del Plata por su hijo Jorge,
dijo GGM que “fue (Masseti) el mejor periodista que yo recuerde”.
Rodolfo Walsh, al comentar la autobiografía de Masseti, Los que Luchan y los
que Lloran, recuerda así los orígenes de Prensa Latina: "Fue PL quien señaló con
meses de anticipación el lugar exacto en Guatemala —la hacienda de
Retalhuleu— donde la CIA preparaba la invasión a Cuba, y la isla de Swan donde
los norteamericanos habían centralizado la propaganda radial por cuenta de los
exiliados". Además, el periodista de PRELA, Angel Boan (quien después murió
en Argelia) fue el único en conseguir un reportaje con el famoso criminal Caryl
Chessman —un caso judicial que había inflamado los sentimientos
antinorteamericanos en muchas partes— doce horas antes de su ejecución en
California, lo cual le dio una buena reputación a la agencia. Posteriormente PL
cubrió con oportunidad hechos tales como los terremotos de Chile, el golpe
militar contra Arturo Frondizi y la revolución de Jesús María Castro León en
Venezuela.
Lectores y amigos han señalado que en esta misma época de la agencia GGM
se hizo amigo de Fidel Castro. La simpatía entre Fidel y GGM ha sido materia de
interés por muchos años, en especial por la estrecha relación que se le asigna al
escritor teniendo a la vista las fotos de las expediciones de pesca en el Caribe y
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los muchos encuentros informales de diferentes tipos que comentaban los
despachos internacionales. No obstante, la primera entrevista de Fidel con
GGM tiene dos versiones: en la biografía autorizada de Gerald Martin se dice
que GGM se cruzó con el Comandante cubano durante el juicio a Sosa Blanco
por unos breves minutos en La Habana. En una entrevista posterior del mismo
Gerald Martin a la revista Credencial dice que ellos ya se habían conocido desde
1975 y que GGM debió esperar cuatro semanas en un hotel de La Habana para
poder entrevistarse varias horas con Fidel. Una versión diferente indica que, en
diciembre de 1960, el líder cubano y el escritor colombiano se encontraron en
Camagüey durante una escala técnica de los aviones ocasionada por el mal
tiempo en la isla; ambos charlaron animadamente por un largo rato hasta que
llamaron de nuevo a bordo. Por ese mismo tiempo Gabo era empleado de la
agencia como subdirector de PRELA en Colombia. Creo entender que el
director, Masseti, pasó un par de veces por Bogotá pero nunca lo vimos en
persona en las oficinas de la calle 18.
III
Por su parte, la trayectoria de GGM fue otra: en 1960 Gabo estaba en Bogotá
en la subdirección de PRELA (mi foto con él está firmada en octubre de 1960);
en enero de 1961 viaja de Bogotá a Nueva York como asistente en la oficina de
PRELA en esa ciudad; se retira en junio y de allí parte hacia México donde
trabaja en algunas publicaciones de su amigo Gustavo Alatriste, episodios que
ya han sido narrados con propiedad por otras fuentes. En septiembre del
mismo año, Alberto Aguirre en Colombia le publica El Coronel no tiene quien le
escriba, un cuento formidable que ya había aparecido en Mito y que el
antioqueño dijo habérselo comprado al autor por 350 pesos en un contrato
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firmado en una servilleta de papel en la piscina del Hotel El Prado de
Barranquilla. Allí, en México, termina la novela que había empezado en Bogotá
—y cuyos originales conocí inicialmente con el nombre de Este pueblo de
mierda—, con la cual ganaría en Colombia el premio ESSO de Literatura y luego
sería publicada primero en España, y en seguida en la mexicana Editorial Era
con el título de La Mala Hora. En 1962 GGM sigue en México, esperando a su
segundo hijo, Gonzalo, quien nace el 16 de abril de ese año, mientras Prensa
Latina permanecía, como hasta hoy, como una agencia del gobierno cubano.
La vida de Masseti, por el contrario, había tomado un rumbo diferente en ese
periodo. Su amigo Rodolfo Walsh lo relata así: “En cada país de América, la
ruptura diplomática impuesta por Estados Unidos fue precedida por el cierre de
la agencia. Una lucha interna asestó a PL el golpe definitivo. Afiliados
reciamente comunistas montaron en el seno de la agencia una verdadera
conspiración anti-Masseti, disfrazándola de lucha ideológica. Masseti
contemporizó mientras pudo; al fin, les hizo frente. Se dice que debió intervenir
el ejército rebelde para impedir que la diferencia se resolviera a tiros. No me
consta, pero de algún modo encaja con la imagen que conservo de Masseti”.
Esta versión al parecer tiene que ver con las discrepancias entre el Che y Fidel
en torno al papel que debía cumplir la revolución cubana en otros países de
América Latina.
Cerrada la agencia, Masseti regresa su país por la frontera del norte
argentino con Bolivia; entre 1963-64 organiza en la provincia argentina de Salta
una guerrilla guevarista llamada el Ejército Revolucionario del Pueblo. Era el
primer intento de llevar las condiciones de la revolución cubana a otros países
de América Latina. Al parecer el Che esperaba encontrarse con Masseti en las
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selvas bolivianas, en los límites de la provincia de Salta, para iniciar la
expedición libertadora en Argentina. La vocación revolucionaria de ambos debía
juntarlos en aquella zona selvática donde finalmente sería abatido el Che
Guevara por fuerzas de la policía boliviana. Luego de unos enfrentamientos con
tropas argentinas Masseti desaparece misteriosamente en Salta pues su cuerpo
nunca fue encontrado y se supone que cayó por un despeñadero. Se toma
como fecha de su desaparición el 21 de abril de 1964, cuando el periodista
argentino contaba con solo 34 años.
Estos recuerdos, hilados con la ayuda de Consuelo Mendoza y otras consultas
en Internet, acaso puedan ser útiles para completar las tareas y ambientes de
nuestro recién fallecido amigo, GGM, al mismo tiempo que explican una parte
de sus convicciones ideológicas que le fueron siempre coherentes con su estilo
y con su manera de entender y comprometerse con el mundo contemporáneo.
*****
Los sonetos de Macondo
El 11 de marzo de 1984 se encontraron, en el despacho del Gobernador del
Quindío en Armenia, el médico cartagenero Néstor Padilla y el periodista
Ramiro De La Espriella. Era un día de elecciones y el abogado De La Espriella
había llegado como observador del Presidente de la República, Belisario
Betancur, con el encargo de rendir informe sobre el desarrollo de dichos
comicios.
13
Promediando la tarde, que transcurrió sin incidentes electorales, Ramiro
había solicitado la posibilidad de que ubicaran al médico Padilla (quien a la
sazón vivía en Armenia), pues era su amigo y condiscípulo de un colegio en
Barranquilla para saludarlo y evocar sus años de juventud. Luego de los
interminables y ruidosos saludos costeños, Ramiro y Néstor se sentaron en una
poltrona de la oficina del mandatario a reconstruir con apasionamiento todas
las peripecias de aquellos años.
En cierto momento, el médico —tal vez el único costeño que existía por
entonces en estos parajes quindianos— le dio por recitar de memoria dos
sonetos que a todos nos parecieron de una belleza inigualable. Al rematar el
último verso, y mientras nos sacudíamos de la sorpresa de escuchar unas
poesías tan bellas y acabadas, ambos, al unísono, revelaron que su autor era
García Márquez, su compañero de estudios en el Colegio de Barranquilla.
En un intervalo de aquella velada, el jefe de prensa Alpher Rojas hizo una
grabación de la recitación del médico Padilla y, días después, hicimos la
trascripción de la misma. Han transcurrido muchos años y gracias a Gabriel
Echeverri, recuperamos una copia de los dos poemas que, al confrontarla con
dos textos aparecidos después en la revista Diners, confirman la autoría. Ellos
son “Alguien Llama a tu Puerta”, y el “Soneto Matinal a una Colegiala
Ingrávida”. Por intermedio de un amigo, yo envié ambos sonetos a García
Márquez con una nota a su casa en México para que corroborara su autoría, lo
cual hizo indirectamente al darle la primicia de publicarlos a Germán
Santamaría, director de la mencionada revista.
Dasso Saldívar, en su biografía de Gabo, apunta (en la nota 7 de las páginas
486-487), que el novelista finalmente había confesado sus poesías: “las
14
primeras cosas que escribí las hice en Barranquilla, cuando estaba en el Colegio
San José, que, por cierto, se publicaron en la revista Juventud”. En esa revista,
en las ediciones de 1940-42, y en plena mocedad, García Márquez garrapateó
sus primeros sonetos. Esta confirmación del biógrafo Saldívar completa los
detalles de mi inolvidable experiencia con aquellos dos condiscípulos costeños
de Gabo, en mi despacho de la Gobernación del Quindío aquella lluviosa tarde
de elecciones en el 84.
*****
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El economista Gustavo Mora señala un mogador en la carrera 7ª. de Bogotá
con ocasión de un homenaje a GGM en esa capital.
*****
La exhortación de GGM
Hace años, en 1960, cuando trabajaba como inflador de cables en una
agencia de noticias con sucursal en Bogotá, salimos con Gabriel García
Márquez, quien a la sazón era mi jefe como subdirector de Prensa Latina en
Colombia, a tomar un tinto en un café cercano. De regreso a la oficina, un
fotógrafo callejero nos tomó una instantánea, que reclame luego, y en la cual
Gabo me escribió al reverso la siguiente dedicatoria: “Este soy yo con el cuate
Lopera quien no quiere aprender a escribir cuentos”.
La foto original, con tan sugestiva dedicación, la perdí inexplicablemente
durante uno de varios trasteos. Pero quedó una copia de ella en una edición de
la revista Pluma que dirigíamos con Alfonso Hanssen y Jorge Valencia Jaramillo.
Por fortuna, y para mayor satisfacción mía, un sabueso de la obra de Gabito,
Fernando Jaramillo Echeverry de Cali, tropezó con la foto, la rescató y después
la incorporó a su blog MemorabiliaGGM que se consulta en Internet.
Desde entonces me viene rondando la idea de que mis incursiones literarias,
en especial en el género del cuento, vienen marcadas por esa reconvención de
Gabo. Un primer intento de cuentos cortos lo hice en el libro La Perorata (1967)
que me publicó Manuel Mejía Vallejo en su colección de “Papel Sobrante” en
Medellín; el segundo intento de otro libro de cuentos cortos fue Minotauro
Insólito, publicado por Pluma en 1986. No obstante esta discontinuidad
16
editorial, he venido escribiendo y publicando cuentos, espaciadamente, en
diversas revistas y en los blog de algunos amigos. Tengo al menos tres
manuscritos completos de cuentos, uno de cuentos eróticos, pero todavía me
asalta, frente a tales tentativas, el fantasma de la imperfección.
Desde la edad media los padres de la Iglesia se inventaron un recurso muy
eficaz para arrojar a los demonios del cuerpo: el exorcismo —con el cual Linda
Blair, en la película homónima, arrojaba babaza y se revolcaba como una
endemoniaba cuando le estaban haciendo efecto los artilugios del taumaturgo.
Esa es, guardadas proporciones, la penitencia que me he impuesto: publicar
poco a poco esos cuentos y darlos a la luz en medio de unos gimoteos como de
parturienta. Pero como el mundo no es perfecto, me sigo inventado cada vez
una nueva disculpa: dado que me califico como un corredor de 200 metros
planos (minificciones), estoy entrenando para una carrera de media maratón
mediante una novela corta (nouvelle, como la llaman los franceses) so pretexto
de ir dando pasos en la dirección que sugiere una maratón de mayor distancia.
Con todo, a pesar de esta ofrenda, la duda metódica me enloquece, y una
que otra parálisis se atraviesa con frecuencia en mi camino para que no pueda
cumplir cabalmente aquella exhortación de Gabo. Ya que estoy en plan de
resolverla, y no que me queda otro remedio que arrojarme al vacío, sigo
incurriendo obstinadamente en el pecado del aplazamiento. Y la razón es
aparentemente sencilla: por muchos esfuerzos el estilo se impone, las destrezas
de la imaginación se nutren de la realidad o son fruto de las fantasías más
singulares, como las de Georges Perec. Cada cual elige el mejor camino, así
como Octavio Paz fue ensayista y poeta puro, y Gabo fue cuentista y novelista
sin titubeos.
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Precisamente hay un debate sobre las diferencias entre Paz y GGM. Al
escudriñarlo reviví un argumento de mi vida: he leído casi todas las obras de los
dos, y siempre encontré que la amistad de ellos era precaria porque provenían
(e iban) por caminos diferentes. El uno más burgués y diplomático y el otro más
tropical, se deberían entender muy poco. No obstante, en El laberinto a la
soledad de Paz encontré y aprendí muchas razones sociológicas de nuestra
naturaleza americana, y luego en la novela El General en su laberinto de Gabo
hallé otras razones más de idiosincrasia para entender la respuesta política de
los americanos. El uno desde el ensayo, el otro desde la novela, nos proveyeron
de claves de interpretación de nuestra realidad por encima de cualquier
posición ideológica que mostraran ambos. Lo de GGM es estética, pura belleza;
lo de Paz es reflexión intensa que se hunde como un sable samurái: ese es el
argumento diferencial en el cual me pierdo cuando pienso lo difícil que es, al
escribir, conjugar estos dos espléndidos esfuerzos. Como poso de facilista,
entonces prefiero la pausa.
*****
Las líneas de la mano
Con la ausencia definitiva de García Márquez, sus adeptos hemos recobrado
sus libros para repasarlos, confirmar su talento literario y disfrutar esa bella
prosa que le entregó al mundo de las letras. En lo personal, desde luego por una
inclinación hacia el género que más me agrada, nunca he dejado de considerar
“Doce Cuentos Peregrinos” como uno de los mejores libros de Gabo pues en
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cada uno de esos relatos se resume la calidad de su prosa, el refinamiento de
sus metáforas y el ingenio con el cual siempre abordó aquellas historias.
Sin embargo, durante una reciente excursión de evocaciones fui a “Cien Años
de Soledad”, la obra príncipe del autor, y me deleité releyendo a saltos páginas
y páginas de ese soberbio texto. De repente, al volver una página, tropecé con
el siguiente párrafo:
“Tan pronto como José Arcadio cerró la puerta del dormitorio, el
estampido de un pistoletazo retumbó la casa. Un hilo de sangre salió por
debajo de la puerta, atravesó la sala, salió a la calle, siguió en un curso
directo por los andenes disparejos, descendió escalinatas y subió pretiles,
pasó de largo por la calle de los Turcos, dobló una esquina a la derecha y
otra a la izquierda, volteó en ángulo recto frente a la casa de los Buendía,
pasó por debajo de la puerta cerrada, atravesó la sala de visitas pegado a
las paredes para no manchar los tapices, siguió por la otra sala, eludió en
una curva amplia la mesa del comedor, avanzó por el corredor de las
begonias y pasó sin ser visto por debajo de la silla de Amaranta que daba
una lección de aritmética a Aureliano José, y se metió por el granero y
apareció en la cocina donde Úrsula se disponía a partir treinta y seis
huevos para el pan.
— ¡Ave María Purísima! —gritó Úrsula.”
Al finalizar la lectura de este párrafo, un recuerdo singular e inconfundible
me asaltó la memoria: por allá en 1967 estábamos dedicados a consolidar la
producción y venta de la revista “Guiones” que, con la dirección de Ugo Barti y
Héctor Valencia, y el patrocinio de Julio Roberto Peña y Carlos Alvarez Núñez, se
presentaba tal vez como la primera publicación de este género en Colombia.
Afiebrado por el cine produje notas y reseñas, y también hacía de animador en
19
las sesiones del Cine Club Guiones que se presentaban en el teatro Ópera de
Bogotá.
Apurado por estos escarceos cinematográficos, me dio entonces por elaborar
un par de guiones cortos que pocos conocen, “Jugar a Tom Mix” y “Las Líneas
de la Mano”, este último basado en un cuento de Cortázar con mismo título
que aparece en su libro Historia de Cronopios y de Famas publicado en 1962.
Al rescatar de mi archivo ese breve amago de guión que nunca reproduje,
confirmé de improviso que García Márquez había escrito el párrafo de José
Arcadio bajo un contexto similar al de su amigo argentino. Esta casualidad (el
párrafo de Gabo, el cuento de Cortázar y el libreto inédito de este principiante
que pretendía ser guionista de cine, como Dalton Trumbo) la traigo ahora como
una manera de entender las afinidades que a menudo se dan en la literatura
bajo el influjo de una imaginación, la de los dos novelistas, que encuentran
recursos narrativos en las situaciones más insólitas de la vida. El cuento de Julio
Cortázar es el siguiente:
LAS LÍNEAS DE LA MANO
“De una carta tirada sobre la mesa sale una línea que corre por la
plancha de pino y baja por una pata. Basta mirar bien para descubrir que
la línea continua por el piso de parqué, remonta el muro, entra en una
lámina que reproduce un cuadro de Boucher, dibuja la espalda de una
mujer reclinada en un diván y por fin escapa de la habitación por el techo
y desciende en la cadena del pararrayos hasta la calle. Ahí es difícil
seguirla a causa del tránsito, pero con atención se la verá subir por la
rueda del autobús estacionado en la esquina y que lleva al puerto. Allí
baja por la media de nilón cristal de la pasajera más rubia, entra en el
territorio hostil de las aduanas, rampa y repta y zigzaguea hasta el muelle
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mayor y allí (pero es difícil verla, sólo las ratas la siguen para trepar a
bordo) sube al barco de turbinas sonoras, corre por las planchas de la
cubierta de primera clase, salva con dificultad la escotilla mayor y en una
cabina, donde un hombre triste bebe coñac y escucha la sirena de partida,
remonta por la costura del pantalón, por el chaleco de punto, se desliza
hacia el codo y con un último esfuerzo se guarece en la palma de la mano
derecha, que en ese instante empieza a cerrarse sobre la culata de una
pistola”.
Al continuar la pesquisa, observé que treinta años después, en el año 2001,
Anya Medvedera y Sebastien Chavrel (supongo que son franceses) crearon el
cortometraje que yo nunca hice, cuya conexión
http://www.bornmagazine.org/projects/linesofhand/ se puede leer en el
internet. Esta es solamente una muestra de la riqueza fílmica que aquel breve
relato ofrece, para la literatura o el cine, tal como lo he descubierto años
después en ese cortometraje que los franceses denominan como Lines of Hand
y que puede mirarse en el enlace que acabo de revelar el cual me trae la
añoranza de los triunfos malgastados.
*****