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MODELO CONSENSUADO DE LA INNOVACIÓN DE LA INNOVACIÓN
EDUCATIVA EN ESPAÑA.
CLAVES PARA LA CONSTRUCCIÓN DE UN SISTEMA EDUCATIVO
INNOVADOR
REDE, Red por el Diálogo Educativo
Los sistemas educativos, sea cual sea su configuración, tienen como finalidad
lograr que cualquier persona pueda hacer un uso efectivo de su derecho a la
educación. Sin embargo, alcanzar esta finalidad no resulta nada fácil, porque
exige, entre otras cosas, que el sistema educativo pueda co-evolucionar con el
sistema social del que forma parte, superando sus limitaciones y aprovechando
sus oportunidades. Esto significa que, pese a lo que suele creerse, los sistemas
educativos, como el resto de los subsistemas sociales, no son un simple reflejo
del sistema social, sino que evolucionan juntos de acuerdo con sus propias
características y con su propia lógica.
Sin embargo, la realidad educativa no siempre refleja esta evolución paralela. A
pesar de los grandes avances en innovación y tecnología, nuestro sistema
educativo sigue en ocasiones anclado en las estructuras, procesos y
metodologías heredados de las últimas décadas. No parece que, como colectivo,
hayamos sido capaces de adaptarnos al ritmo de cambio con el que otros
sectores y profesionales han evolucionado. Urge por tanto solucionar el desfase
existente entre la velocidad que lleva la sociedad -y que será mayor en un
escenario futuro-, y la velocidad a la que evoluciona nuestro sistema educativo.
La capacidad del sistema educativo para responder a esta doble demanda
depende, en gran medida, de su capacidad innovadora, es decir, de la capacidad
para generar respuestas educativas que permitan ampliar las fronteras de la
educación (entendidas como las líneas imaginarias que dibujan en cada
momento aquello que se considera posible y deseable hacer). Y dado que los
sistemas educativos no deben limitarse únicamente a reflejar los cambios
sociales, la respuesta de los sistemas educativos puede suponer tanto una
ampliación como un retroceso en las fronteras de la educación. Sólo las
innovaciones educativas contribuyen a ampliar estas fronteras, es decir, sólo las
innovaciones con valor educativo logran introducir mejoras que cambien las
líneas que definen lo que es posible y deseable en cada momento.
En los últimos años hemos asistido a la aparición de numerosos elementos -
procesos, herramientas, personas, etc.-, en el escenario educativo. Ello ha
contribuido significativamente a generar una ventana de oportunidades para
muchos centros y profesores, que han encontrado en esta variedad, respuestas
a los problemas con los que se enfrentan cotidianamente. Sin embargo, este
enorme movimiento en torno a la innovación educativa también ha generado un
daño colateral: disfrazar de innovación cosas que no lo son.
En innovación educativa es tan relevante señalar las buenas prácticas como ser
conscientes de las malas. Por ello, es necesario definir una visión compartida de
la innovación educativa, que permita advertir sobre “modas” y/o “malas prácticas
innovadoras”, que no dejan de reproducir modelos y procesos caducos
disfrazados de nuevas herramientas y dinámicas, y que están impactando
negativamente en la cultura profesional generando escepticismo, rechazo al
cambio, inmovilismo, cansancio y apatía entre la comunidad educativa.
Desde este marco, el objetivo de este grupo de trabajo y documento no es tanto
conocer experiencias o proyectos de innovación, analizarlos e identificar
aquellas elementos que comparten o que les permiten ser exportadas o
generalizadas, sino extraer de ellas aquellas características que permitan
construir un sistema educativo innovador que recoja e impulse las innovaciones
por un lado, y que promueva procesos de mejora continua por otra, dentro de un
marco de cultura de la innovación como eje constitutivo del sistema educativo.
En definitiva, el debate que abrimos es sobre innovación educativa, no sobre
innovaciones educativas.
Este documento surge, por un lado, del estudio y análisis del fenómeno de la
innovación educativa tanto desde su dimensión académica, como desde la
práctica compartida de los profesionales educativos que han puesto en marcha
diferentes proyectos en sus centros; y por otro, del debate y reflexión conjunta
de los miembros de REDE.
1. DIAGNÓSTICO Y VALORACIÓN: ¿HAY INNOVACIÓN EDUCATIVA EN ESPAÑA?
1.1 De la individualidad a lo colectivo: La necesidad de transitar de la experiencia a la transformación
España no destaca como un país innovador. Nuestro posicionamiento dentro del
European Innovation Scoreboard nos sitúa dentro de la categoría denominada
“innovadores moderados”. Es decir, nuestra capacidad institucional para innovar
es muy mejorable. Sin embargo, si descendemos de la escala país a la escala
individual, nos encontramos con cada vez más iniciativas innovadoras,
impulsadas por una fuerte creatividad y entusiasmo individual. A ello se une que
muchas de ellas se están desarrollando en entornos y por cauces al margen de
la estructura clásica del sistema de ciencia, tecnología y universidad.
De igual manera, en el sistema educativo, desde hace más de cuatro décadas,
proliferan proyectos, experiencias y programas de innovación, evidenciando una
brecha entre una vocación innovadora de gran parte del profesorado y el
desempeño innovador del sistema (un buen ejemplo de esta singular historia son
los movimientos de renovación pedagógica). A ello se une que muchas de ellas
se están desarrollando en entornos y por cauces al margen de la estructura
formal del sistema educativo, y en muchas ocasiones buscando como “trampear”
el propio sistema.
Hay profesores innovadores. Hay centros innovadores; incluso hay redes de
centros innovadores. Pero lo que no hay es un sistema educativo innovador. La
innovación se desarrolla no gracias al mismo, sino en muchas ocasiones, a pesar
de él. Y así conviven, mezclados, dos mundos educativos, uno tradicional y otro
que abarcar diferentes niveles de disrupción, tanto dentro de un mismo centro,
como dentro del sistema educativo nacional en su globalidad:
“En el mundo escolar impera una micropolítica de arreglos informales,
resistencias al cambio y conflictos por el significado de los cambios e
innovaciones prescritas. De tal manera que el resultado final está
basado en “híbridos pedagógicos”, donde se entremezclan prácticas
antiguas y nuevas que forman un “currículum de hecho” que no coincide
con el currículum oficial o con las prácticas diseñadas por los
prescriptores. […] Predomina un pluralismo pedagógico constituido por
mestizajes que combinan aspectos tanto tradicionales como
innovadores en mixturas flotantes y variables” (Martínez- Celorrio, 2016,
p.53).
España, como otros países, carece de una estrategia y de las herramientas
adecuadas para sostener el proceso de mejora continua que requiere la co-
evolución del sistema educativo. Carecemos de un sistema educativo que
permita saltar de las experiencias individuales o de centro a la transformación
del sistema educativo en su conjunto. Esto significa que la innovación, como tal,
no está inserta ni en la estructura ni en la cultura del sistema educativo. Y esta
es, probablemente, una de las mayores debilidades de nuestro sistema
educativo.
1.2 Diagnóstico: El estado de la innovación educativa en España
El Estudio sobre la innovación educativa en España (2011), publicado por el
Centro de Investigación y Documentación Educativa (CIDE), supone
seguramente el mayor estudio a nivel nacional sobre la situación de la innovación
educativa en la enseñanza no universitaria en todo el territorio nacional.
Aunque han pasado varios años desde el trabajo, muchas de las conclusiones
derivadas del mismo constituyen un diagnóstico inicial que sigue siendo actual y
que permite trazar un escenario caracterizado por:
1. Un enorme movimiento en torno a la innovación educativa. La
omnipresencia de la innovación –incluso la que dice serlo y no lo es-, está
inundando absolutamente todos los ámbitos, prácticas y discursos, y la
educación no es ajena a ello. Y ese movimiento, que no sólo surge desde
el sector educativo, sino que también es impulsado desde otros sectores
económicos y sociales, ha originado una fuerza que debe ser aprovechada.
2. Sin embargo, la dispersión de iniciativas resta capacidad de empuje a
esta fuerza: el apoyo y el fomento de la innovación se articula desde marcos
de gestión educativa diferentes, con distintos niveles de apoyo según los
centros, las redes de profesores o las comunidades autónomas.
3. A ello se une una baja difusión, publicación y divulgación de las
experiencias de innovación educativa. Existen canales o plataformas más
o menos formales, pero no hay un proceso sistemático dirigido a la creación
de redes que permita la recogida, análisis, difusión y comunicación de las
experiencias y proyectos existentes.
4. Tampoco existe un proceso claro de evaluación y validación de las
experiencias. Se necesita un marco de evaluación global, no sólo una
evaluación parcial de las propuestas, sino de las líneas y ejes estratégicos
de innovación educativa, a nivel local, autonómico y nacional.
5. Tampoco contamos con una estrategia de sostenibilidad: falta
continuidad en los proyectos, no se monitoriza qué pasa con los mismo
cuando terminan – si continúan y cómo, si se interiorizan en las dinámicas
de los centros, si se van transformando en nuevas innovaciones, si los
pilotos se escalan, etc. -. Así nos encontramos con proyectos repetidos, con
iguales puntos de partida, y con escaso aprendizaje de experiencias
anteriores, que dificultan la transformación a gran escala.
6. No existe un impulso e implicación clara, coordinada y sistemática por
parte de la Administración – en ninguno de sus niveles-. Las convocatorias
de innovación son en su gran mayoría rígidas, dirigidas fundamentalmente
al reparto de dinero, con escasa flexibilidad para recoger particularidades
de los proyectos –particularidades que constituirán posiblemente los
elementos diferenciadores y de innovación de las propuestas-, y lineales –
sin atender a la especificidad de situaciones ni a las necesidades concretas
de los centros y las realidades educativas que los configuran-. En definitiva,
el rol de la administración educativa está fundamentalmente centrado en el
reparto inicial de recursos, y en el control posterior del uso de los mismos,
y cada comunidad autónoma prioriza sus temáticas y formatos sin atender
a ningún intento de convergencia común.
Más recientemente, Martínez-Celorrio, como parte del Informe España 2016
(Blanco y Chueca, 2016), ha dibujado un mapa de lo que denomina “escuelas
avanzadas”, centros que están a la “vanguardia del cambio pedagógico”. Se trata
de escuelas que “no se han limitado a renovar el hardware la tecnología material,
sino que se han lanzado a redefinir y crear por sí mismas un nuevo software o
paradigma educativo siendo protagonistas y creadores del mismo” (pg. 49). Este
mapa está constituido por 114 centros distribuidos por prácticamente la totalidad
del territorio, y que han integrado modelos de innovación como el aprendizaje
basado en proyectos, la globalización curricular, comunidades de aprendizaje o
escuelas democráticas, hasta centros que pertenecen a iniciativas específicas
como el proyecto Horizonte 2020 impulsado por los jesuitas catalanes, el modelo
Amara-Berri del País Vasco, la red de Escola Nova 21 o el programa de Escuelas
Changemakers lanzado por Ashoka. Un mapa que mezcla modelos de
innovación educativa ya consolidados y generalizados, con iniciativas y
proyectos específicos promovidos por centros concretos u organizaciones, bajo
la premisa de que todas ellas comparten un decálogo de características que las
diferencian del resto de centros del sistema educativo (decálogo que se
expondrá más adelante).
2. HACIA UNA VISIÓN COMPARTIDA DE LA INNOVACIÓN: QUÉ ENTENDEMOS (Y QUÉ NO) POR INNOVACIÓN EDUCATIVA
Asistimos a un enorme movimiento en torno a la innovación educativa. La omnipresencia
de la innovación se hace presente en todas las instituciones, prácticas y discursos, y la
educación no es ajena a ello. La nube de definiciones complica la convergencia de
conceptos que actualmente configuran los discursos de innovación educativa, y que se
utilizan como sinónimos cuando no lo son. Hablamos de “buenas prácticas”, “escuela
innovadoras o avanzadas”, “pedagogías emergentes”… pero ¿es posible incluirlos a
todos ellos, a la vez que mantener sus matizaciones, dentro de un mismo paraguas
conceptual?
La innovación no es una realidad que admita una única lectura. El contexto de aplicación,
sus necesidades, y las posibilidades y capacidades de innovación de un aula, centro o
sistema, implican diferentes modos de entenderla y aplicarla. Sin embargo, es necesario
establecer un marco conceptual amplio que permita defina una visión compartida del
concepto de innovación, una visión de doble dimensión académica y social, y que
proporcione criterios para fijar una línea de demarcación que permita identificar aquello
que podríamos considerar innovación educativa y aquello que no.
Por tanto, caracterizar la innovación es una tarea compleja, pero necesaria antes de
formular ninguna propuesta sobre el tema. No sólo implica realidades y significados
múltiples, sino que, especialmente en el ámbito educativo, convergen discursos,
procesos, fines e intereses diferentes, que en ocasiones pueden ser contradictorios.
Reconocer esta realidad implica asumir la definición de un marco conceptual lo
suficientemente amplio para aceptar la diversidad implícita de término, y que permita la
superación del viejo debate entre tradición y modernidad, que en ocasiones limita la
conceptualización de lo que es innovar.
Nuestra propuesta se construye sobre cuatro pilares básicos que permiten definir esta
visión compartida de qué entendemos por innovación educativa. Este marco conceptual
entiende que la innovación educativa ha de estar basada en conocimiento, implica una
mejora, ha de ser colectiva, y, por último, garantizar la inclusión y participación.
Figura 1. Gráfico del marco conceptual de innovación educativa propuesto por REDE. Fuente: Elaboración
propia
• La innovación educativa debe estar basada en conocimiento (no en inercias u
opiniones)
El conocimiento es uno de los elementos sobre los que se construye la innovación y es
anterior a ella. En educación, frente a otros ámbitos, existe una mayor tendencia a no
integrar el conocimiento en la toma de decisiones. A pesar de contar con conocimiento
contrastado, la toma de decisiones educativas -a todos los niveles, desde el aula hasta
las políticas públicas- tiene una marcada tendencia a hacerse desde opiniones
personales, inercias, tradiciones e intuiciones, más que desde hechos, datos, teorías y
experiencias o prácticas contrastadas.
El concepto de conocimiento educativo va más allá del conocimiento científico y
académico. A los resultados derivados de la investigación -cuantitativos y cualitativos-,
a los datos y las reflexiones generadas desde el plano teórico, ha de unirse también el
derivado de las prácticas de éxito contrastadas, el que es resultado de la propia
experiencia profesional de los docentes, de los procesos reflexivos de su práctica
docente, de la voz de los alumnos y las familias, y de toda la comunidad educativa. Este
saber de tipo informal -lo que Polanyi denominaba conocimiento tácito- debe ser
incorporado y combinarse con otros de naturaleza más formal, para generar un cuerpo
de conocimiento coordinado que oriente y facilite la puesta en marcha de iniciativas o
procesos de innovación.
• La innovación implica mejora (no es sólo cambio)
Partiendo del contexto relacional entre sistema social y educativo ya expuesto,
entendemos la innovación no sólo como un cambio- como la entrada de “algo nuevo”-,
sino como un cambio que implica necesariamente una mejora, es decir, una contribución
significativa al aprendizaje y sus condiciones.
El concepto de mejora implica necesariamente la generación de valor: valor educativo y
social. Es decir, capacidad, ya sea en las organizaciones, en las prácticas, o en los
recursos, para lograr que cada vez más personas, en las condiciones de aprendizaje
adecuadas, alcancen el máximo nivel de desarrollo personal y social. Las innovaciones
educativas deben tener como finalidad y deben contribuir de un modo significativo a
mejorar las condiciones que hacen posible que cada vez más personas puedan
desarrollar las capacidades y/o competencias que le permitirán convertirse en sujetos
de sus propios proyectos de vida y, a la vez, en participes activos en la construcción de
la sociedad.
• La innovación ha de ser colectiva (no individual)
Si en algo hay consenso generalizado es en que el centro, el nivel meso, es la unidad
mínima de cambio. La innovación surge y se desarrolla en contextos de escuela y a
través de proyectos de centro. El centro constituye la unidad mínima para que, por un
lado, la innovación responda a demandas y necesidades reales de cada comunidad y
contexto educativo, y por otro, tenga un nivel de impacto básico, pueda ser replicada y/o
escalada, ofrezca garantía de sostenibilidad y futuro, y garantice la implicación de todos
los agentes y actores del proceso educativo.
No se trata de eliminar las innovaciones que suceden a nivel de aula, pero la realidad
demuestra que precisamente a pesar de la abundancia de “grandes archipiélagos” de
innovación educativa -múltiples conjuntos de pequeñas islas en las que navegan
profesores solos con sus propuestas de aula-, la transformación a mayor escala no se
produce, y mucho menos, el cambio sistémico necesario para dar la vuelta al sistema.
En definitiva, hay que apostar por “más escuela y menos aula” (Fernández Enguita,
2016).
• La innovación debe garantizar la inclusión y la participación (no dejar a nadie atrás
y no abrir nuevas brechas)
En ocasiones, la innovación puede debilitar la inclusión. No es un fenómeno exclusivo
del ámbito educativo. La Comisión Europea, en la formulación de los retos sociales que
aborda el programa Horizonte 2020, ya advierte sobre este riesgo, y pone como ejemplo
fenómenos como la brecha digital o la segmentación del mercado laboral. Integrar las
dimensiones de inclusión e innovación implica “explorar nuevas formas de innovación,
con insistencia particular en la innovación y la creatividad sociales” (UE, 2014).
Por ello, toda innovación educativa debe garantizar no sólo la inclusión de todos –
contribuir al aprendizaje de todos -, sino no generar una nueva brecha o exclusión. Y la
inclusión real implica necesariamente participación. No se trata únicamente de
garantizar que la innovación beneficia a todos, sino que ha de generar dinámicas que
garanticen que todos participan de la construcción y desarrollo de la misma. Este
principio tiene dos implicaciones prácticas:
• por un lado, el profesor debe ser un agente activo de la innovación, no un mero
aplicador de la misma;
• y por otro, la innovación ha de ser compartida y reconocida por la comunidad
educativa en la que se implanta.
De acuerdo con esta visión compartida, la innovación educativa puede adoptar una
amplia variedad de formas. Puede ser innovación:
a) de un proceso: planificación, gestión, evaluación, desarrollo curricular,
metodología didáctica, formas de relacionarse con los otros, etc.;
b) de una organización o de un servicio: centro educativo, departamento, servicio
de orientación, de inspección, etc.;
c) de una herramienta, tecnología o de recurso: juegos, aplicaciones informáticas,
material didáctico, etc.;
d) de un resultado, entendiendo como tal, el cambio en el tipo o nivel de aprendizaje,
en cualquier de sus dimensiones (académica, social o personal).
En todo caso, debe quedar claro que considerar un cambio educativo como una
innovación no es sólo una descripción, sino que es, ante todo, un juicio valorativo, razón
por la cual necesitamos un conocimiento bien fundamento, criterios y fuentes de
información adecuados (es decir, a la vez, fiables, válidos y sensibles a las
características de lo que estamos valorando), así como una comunidad de usuarios y
unos agentes que impulsen tanto el intercambio de experiencias e ideas, como la
valoración de las diferentes instituciones y experiencias innovadoras.
3. HACIA LA CONSTRUCCIÓN DE UN SISTEMA EDUCATIVO INNOVADOR: UN NUEVO MODELO Y SUS CLAVES
3.1. Los centros educativos innovadores: un referente para la ordenación del sistema educativo
Como ya hemos advertido, el objetivo de este documento no es definir las características
de los centros innovadores. Sin embargo, conocer sus características sí permite orientar
las propuestas que más tarde se formularán sobre la estructura del sistema educativo.
Conocer sus principios didácticos, así como su marco de funcionamiento pedagógico,
organizativo y su sistema relacional, permite orientar la búsqueda de las características
del sistema educativo.
El análisis que recoge el informe impulsado por Ashoka (Fundación PwC, 2017)
identifica nueve elementos clave que comparten los centros educativos que apuestan
por una educación más integral y comprensiva:
• Alumno como sujeto activo y profesor como facilitador.
• Inclusión y atención a la diversidad.
• Evaluación por competencias.
• Aprendizaje cooperativo con agrupamientos flexibles
• Foco en la tutoría.
• Evaluación como instrumento de aprendizaje.
• Aprendizaje basado en proyectos.
• Cooperación entre el centro, las familias y la comunidad.
• Autoevaluación, evaluación entre iguales y del profesorado.
Martínez-Celorrio, en el ya citado Informe España 2016, también define las escuelas
innovadoras a través de un decálogo de características diferenciales. Así, las escuelas
“avanzadas”:
• Ejemplifican procesos de reestructuración escolar: organización, espacios,
tiempos, metodologías y relaciones con el alumnado.
• Priorizan la centralidad del alumno a través de metodologías didácticas y
evaluativas personalizadas.
• Apuestan por la globalización curricular, el aprendizaje por proyectos, y la
interdisciplinariedad y transversalidad del conocimiento.
• Practican la evaluación formativa con retroalimentación hacia el alumnado.
• Apuestan por cambiar tiempos y espacios, a través de nuevos diseños de salas
y aulas pensadas para el trabajo en equipo.
• Promueven la diversidad de edades en las aulas y grupos de trabajo.
• Impulsan la participación activa y la jerarquía horizontal de la dirección, el
profesorado, las familias y los alumnos.
• Se preocupan por crear un clima afectivo y emocional positivo.
• Cuentan con un profesorado reflexivo, que se implica con una cultura
profesional colaborativa, y una fuerte identidad de centro.
• Son organizaciones abiertas al entorno, y forman redes y alianzas mutuas que
integran aprendizaje formal, no formal e informal.
Este repaso por las características que comparten los centros innovadores revela un
marcado consenso en qué elementos definen a las escuelas del cambio, tanto
pedagógica, organizativa como curricularmente, así como su relación con la comunidad
educativa y con otros agentes sociales. ES la búsqueda y garantía de estas
características loas que deben orientar el diseño del modelo de innovación que se
presenta a continuación.
3.2. Propuestas claves para un modelo nacional de innovación educativa
La innovación educativa debe partir del conocimiento profundo de la realidad, de la
necesidad o anhelo de cambio, y de una visión creativa e inclusiva que nos permite
afrontar tales desafíos. Supone un proceso de crecimiento que demanda
sistematización, intencionalidad, contextualización, aplicabilidad, sostenibilidad y
evidencias sobre su eficacia. Todo ello permite la modificación de actitudes, ideas,
culturas, aprendizajes, contenidos, modelos, prácticas pedagógicas, relaciones y
experiencias, siendo el objetivo último la mejora educativa.
La capacidad innovadora del sistema educativo puede adoptar dos formas: a) una forma
interna, que le permite generar e impulsar innovaciones, y b) una forma externa, que el
permite generalizar y exportar/escalar innovaciones. Un sistema educativo bien
ordenado necesita crear oportunidades para estas dos vías de innovación, por lo que
las propuestas aquí planteadas han de estar orientadas hacia ambos ámbitos. La
convergencia de ellos dará como resultado la transformación del sistema, más allá de
la suma de las innovaciones específicas que ya se están realizando en aulas y/o centros.
La OCDE (2015) en su publicación titulada Política educativa en perspectiva 2015.
Hacer posibles las reformas dedica un capítulo completo al desarrollo y sostenimiento
de aprendizajes innovadores. A partir de la pregunta “¿Qué factores deben tener en
cuenta los responsables políticos al diseñar e implementar políticas para crear
ambientes de aprendizaje innovadores?”, define cuatro elementos claves que
caracterizan los ambientes de aprendizaje innovadores:
(a) mantenerse informados sobre los “principios de aprendizaje basados en la
investigación”;
(b) innovar en los elementos y la dinámica del núcleo pedagógico;
(c) convertirse en organizaciones formativas con fuerte liderazgo en estrategias de
diseño, aprendizaje, evaluación e información de retorno, y
(d) abrirse a las asociaciones, incluidos otros centros escolares y ambientes de
aprendizaje, para crear capital profesional y mantener la renovación y el
dinamismo.
Sin ánimo de reproducir los principios formulados por la OCDE, sí pueden constituir un
marco adecuado sobre el que construir una propuesta general de sistema educativo
innovador. Estos cuatro factores, entendidos en su globalidad -y sin compartir
necesariamente la totalidad de las medidas que recoge el documento-, ofrecen una
estructura organizativa que permite articular las claves de un nuevo modelo de
innovación, en las que enmarcar las propuestas generales organizadas en las dos
formas descritas anteriormente:
• Propuestas orientadas a la generación innovaciones educativas (forma interna),
que englobaría los primeros dos elementos: principios de aprendizaje basados
en la investigación e innovación en elementos y dinámicas pedagógicas
(puntos a y b).
• Propuestas orientadas a la generalización de innovaciones educativas (forma
externa), que recogería los elementos vinculados con las organizaciones y la
apertura (puntos c y d).
Desde esta propuesta de marco organizativo, para que el sistema educativo pueda ser
un medio favorable a la innovación educativa, debería incluir los siguientes elementos
en su ordenación:
• Articular un modelo de innovación basado en conocimiento.
• Colocar los procesos educativos en el eje del modelo.
• Posicionar al centro educativo como escenario prioritario de transformación.
• Definir alianzas como elementos clave de los procesos de innovación educativa.
3.2.1. Articular un modelo de innovación basado en conocimiento
En coherencia con el marco conceptual propuesto anteriormente, el modelo de
innovación ha de basarse en conocimiento educativo -tanto científico como práctico y
profesional-, así como fomentar y promover el conocimiento generado en los centros
educativos como consecuencia de su participación activa en el diseño, desarrollo y
evaluación de innovaciones educativas.
En este sentido, las características que definen los centros innovadores constituyen un
referente de qué aspectos deben ser potenciados en la construcción del nuevo modelo:
las políticas y estrategias que se planifiquen deben estar orientadas a impulsar y
favorecer estos elementos dentro de los centros y entre equipos docentes, a la vez que
facilitar la difusión del conocimiento científico y técnico relevante entre las instituciones
educativas, de modo que pueda ser apreciado por su valor educativo, esto es, por su
contribución a mejorar las condiciones iniciales de aprendizaje de una determinada
institución educativa.
La evaluación y transferencia de las innovaciones educativas son dos elementos clave
del modelo basado en conocimiento. Por un lado, es necesario validar y medir el impacto
real de las innovaciones educativas, su gestión, proceso y sostenibilidad. El objetivo no
es únicamente valorar el grado de éxito de un proyecto concreto -en términos de mejora
educativa-, sino crear un cuerpo de conocimiento coordinado y unitario, basado en
conocimiento tanto empírico como práctico, que sea de utilidad y oriente la toma de
decisiones pedagógicas y políticas. La evaluación también ha de concebirse como un
proceso de innovación en sí mismo: si hacemos cosas distintas, es necesario evaluar
desde un marco diferente. Integrando nuevos modelos de evaluación, instrumentos,
indicadores, proceso y agentes.
Por otro lado, los procesos de validación de las innovaciones han de estar enfocados
no sólo hacia una evaluación de sus resultados e impactos de las innovaciones, sino
hacia un auténtico proceso de transferencia de conocimiento en su sentido más amplio.
La vinculación entre innovación e investigación ha de ser permanente, recíproca y
desarrollarse de manera paralela. La innovación tiene que convencer a la comunidad
educativa no sólo a través de un marco de conocimiento adecuado, sino también a
través de la práctica con resultados transformadores.
Pero valorar el impacto real de las innovaciones implica poder analizar de manera
práctica y real las mismas, sus procesos y sus resultados. Es decir, transparencia y
visibilidad, lo que su vez supone observación y análisis. La evaluación debe integrar
procesos sistemáticos de visita, observación y análisis colectivo de la innovación o una
muestra de ellas. Es preciso visibilizar las buenas -y malas- prácticas, con el fin de
integrarlas en el conocimiento unitario y coordinado al que ya se ha hecho referencia.
3.2.2. Colocar los procesos educativos en el eje del modelo
La innovación debe focalizarse en el núcleo pedagógico de los proyectos y experiencias,
integrado por estudiantes, profesorado, centro, contenidos, currículum y recursos.
Entender esto, implica superar las políticas de “dotación de equipamiento” -un enfoque
que, por ejemplo, ha predominado en las iniciativas de transformación digital de los
centros- no cambian culturas ni procesos educativos, y en ocasiones, disfrazan de
innovación procesos que no lo son, generando efectos colaterales negativos entre la
comunidad educativa.
Colocar los procesos educativos en el eje del modelo tienen una doble implicación. Por
un lado, supone que la actual configuración institucional (relación centros-aulas, o aulas-
profesorado, profesorado-familia …, etc.) no puede ni deber ser considerada como la
única deseable, ni como la única posible, sino que debe estar abierta a su revisión
permanente a la luz de las oportunidades que ofrecen las innovaciones educativas.
Y por otro, implica reconocer al docente como sujeto activo y central de los procesos de
innovación, y por tanto reconocer la actividad investigadora e innovadora como parte de
su quehacer profesional y de su horario laboral, así como la necesidad de integrar
competencias vinculadas con la innovación como parte de su perfil profesional.
3.2.3. El centro educativo como escenario prioritario de transformación
Las innovaciones y las mejoras deben estar centradas en la escuela, entendida como la
unidad de mejora y de rendición de cuentas. En este sentido, las políticas deben apoyar
la autonomía de los centros y el desarrollo de sus propios procesos de innovación:
“Descentralizar y otorgar autonomía a los centros es una forma de distribuir poder que
persigue aumentar la eficacia, adaptarse mejor al alumnado y encauzar la participación
democrática de los agentes” (Martínez-Celorrio, 2016).
Es necesario favorecer medidas que permitan ordenar las diferentes etapas educativas
de modo que los centros educativos puedan ser agentes activos en la creación de una
respuesta educativa eficaz, dotar a los centros de un reparto de un porcentaje de tiempo
escolar propio, y evitar que la sobrecarga de contenido pueda impedir la adaptación de
las prácticas de enseñanza a las características y singularidades de cada uno de los
sujetos de aprendizaje.
Situar el punto de partida del sistema educativo en los centros favorece la flexibilidad y
adaptación necesaria para el desarrollo de las innovaciones, y permite articular
equilibrios entre el respeto a la singularidad y diversidad de cada situación y contexto
educativo, con la necesidad de generalizar y exportar las innovaciones. Las
innovaciones educativas deben estar soportadas por agentes e instituciones que
asuman la responsabilidad de controlar tanto sus fundamentos como sus consecuencias
y, a la vez, contribuir activamente a su difusión y adaptación a otras instituciones y/o
agentes.
El liderazgo es un elemento clave dentro de los centros para garantizar el cambio, bien
por parte de docentes concretos o de equipo directivos capaces de generar la
innovación, demostrar su eficacia, e involucrar y convencer –“contagiar”-, al resto de la
comunidad educativa. Convertir al centro en eje de los procesos de transformación
requiere de liderazgo en los equipos directivos, que han de asumir su rol como
impulsores de la innovación. La falta de profesionalización de los puestos directivos es
uno de los elementos estructurales que dificultan la puesta en marcha de iniciativas
innovadoras en los centros educativos.
Pero hablar de liderazgo supone no hacerlo sólo desde la dimensión de los equipos
directivos. La innovación educativa se alimenta -y especialmente se sostiene en el
tiempo-, gracias a una red de liderazgos compartidos:
• Liderazgo institucional, que integra a la administración educativa, entidades
locales -el rol de los municipios puede ser muy relevante-, y de la universidad,
en término de acompañamiento en los procesos de investigación y reflexión.
• Liderazgo directivo, que asumen los equipos directivos.
• Liderazgo pedagógico, impulsado por los equipos de docentes.
Apostar por el centro como unidad de cambio no sólo tiene implicaciones en términos
de construcción colectiva, sino también de implantación y reconocimiento:
• la implantación de un proceso de innovación va más allá de cuestiones técnicas,
y debe contar con el reconocimiento informado de toda la comunidad educativa;
• y ello supone reconocer a los centros educativos no universitarios como
organizaciones que, como parte de su capacidad profesional, pueden contribuir
activamente a generar y a generalizar innovaciones educativas, impulsando
además su reconocimiento social como centros con una mayor capacidad
profesional docente y, por tanto, con mayor capacidad para generar y
generalizar innovaciones educativas.
En el marco de actuación de escuela, y en consonancia con el concepto inclusivo de
innovación presentado, los centros con bajos niveles de desempeño deben ser objeto
de especial atención, y las políticas han de garantizar que cuentan con un conjunto de
apoyos extras que garantice la generación y desarrollo de innovaciones en estos
escenarios.
3.2.4. Las alianzas como elemento clave de los procesos de innovación
educativa
Es necesario explorar fórmulas que permitan aplicar modelos de alianzas en el ámbito
educativo. El objetivo es generar espacios de cooperación entre diferentes agentes e
instituciones, de distinta naturaleza, que se alían para innovar más y mejor.
El sistema educativo debe operar desde procesos de innovación abierta, en los que el
conocimiento interno del propio sistema y sus agentes se combine con conocimiento
externo. Se trata de articular, de manera práctica, la red de liderazgos compartidos a los
que anteriormente se hacía mención, convergiendo los tipos de liderazgo con las
dimensiones de las alianzas:
• Una dimensión interna, generada a partir de los profesores, alumnos, equipo
directivo, otros servicios educativos -inspección, orientación, etc.-, familias, …
En definitiva, los representantes del liderazgo directivo y pedagógico, que
implica todo lo que tiene su origen y relación directa con el centro educativo.
• Y otra dimensión externa, creada a través de alianzas con actores o
colaboradores ajenos al núcleo de la escuela (liderazgo institucional):
administración local y autonómica, otras organizaciones sociales y culturales,
universidad, empresas, otros grupos profesionales, movimientos vecinales, etc.
Desde este marco, es prioritario promover vías de encuentro y comunicación
entre centros educativos y las agencias de innovación (incluidos los
departamentos universitarios) de modo que se construyan redes de innovación
educativa que permitan la convergencia de los proyectos e iniciativas
específicas o locales, así como promover la convocatoria de proyectos de
investigación e innovación educativa tanto en el ámbito universitario como no
universitario y, especialmente, de colaboración entre centros e instituciones de
los dos ámbitos.
Dentro de esta dimensión externa, ha de hacerse una mención especial al rol que la
administración local como impulsora y catalizadora de la innovación educativa. Los
ayuntamientos, como entidad pública más cercana a la escuela y su comunidad
inmediata, puedan tener capacidad para “escolarizar el municipio”, ejerciendo un papel
importante dentro del marco del denominado liderazgo institucional.
4. HACIA UNA ESTRATEGIA DE INNOVACIÓN EDUCATIVA: EL PROCESO DE TRANSICIÓN HACIA UN NUEVO MODELO
“Una cosa es identificar los rasgos de los centros escolares y los ambientes de
aprendizaje innovadores y poderosos; y otra implementarlos de manera extendida, para
crear y mantener los ambientes de aprendizaje” (OCDE, 2015). La transición hacia un
sistema educativo innovador no es un proceso inmediato ni sencillo. Supone articular
una estrategia conjunta, global y combinada que afecta no sólo a todos los niveles de la
administración -nacional, autonómica especialmente-, sino también a todas las
organizaciones, servicios y agentes del sistema educativo, cada uno desde el marco de
sus competencias, responsabilidades y funciones.
4.1. El rol de la Administración educativa: Implicaciones en el diseño de políticas públicas
En el marco descrito, el rol de las instituciones públicas es esencial en la construcción
de una estrategia de innovación educativa que permita la gestión de la innovación, la
convergencia de agentes, innovaciones y recursos, y cuya actuación ha de ir más allá
del actual reparto de recursos y la supervisión de los mismos. La implicación de la
administración debe concretarse en:
• Diseñar un sistema nacional de innovación educativa, dotado de un modelo de
gobernanza que lo haga social, económica y educativamente sostenible. El
marco de propuestas que se define se aleja de la difusión de las intervenciones
y se acerca hacia esfuerzos para coordinar mejoras en las capacidades,
estructuras y cultura de las escuelas, prestando especial atención a la calidad
de la enseñanza como fuente primaria para la mejora del rendimiento.
• Recoger, analizar y difundir todo el conocimiento generado para y a partir de
las innovaciones, y garantizar el acceso rápido, fácil y accesible de toda la
comunidad educativa al mismo.
• Este sistema ha de articularse en torno a innovaciones en desarrollo, y no
desde las políticas de equipamiento o planificación, que permitan construir
innovación real desde la práctica, sin doblar iniciativas, repetirlas o generar
procesos paralelos.
• Articular un marco regulatorio flexible, que permita el desarrollo del principio de
autonomía de los centros, y que incorpore fórmulas concretas de apoyo a los
procesos de innovación educativa que pongan en marcha los centros.
• Es necesario articular acciones dirigidas a generar una cultura de la innovación
a través de convocatorias orientadas a los equipos docentes y directivos que
permitan construir y fortalecer identidad y pertenencia al centro, por encima de
las identidades disciplinarias.
• Definir un marco de competencias docentes que permita al profesorado adquirir
el conocimiento y competencias necesarias para innovar. No se trata sólo de
enseñar el uso instrumental de herramientas digitales o la puesta en práctica
de nuevas metodologías didácticas, sino que debe incluirse también cuestiones
relacionados con el liderazgo, la capacidad para trabajar en equipo y coordinar
equipos, el pensamiento crítico, la planificación estratégica y basa en objetivos,
etc.
• Fortalecer la profesión docente y el desarrollo de su carrera profesional, de
manera que la innovación constituya uno de los elementos centrales sobre el
que construir dicha carrera. Ello implica asociar reconocimiento, promoción y
tiempo de trabajo para el diseño e implementación de los proyectos de
innovación.
Las administraciones educativas deberían desarrollar dos líneas de actuación de apoyo
a la innovación educativa, que pueden resultar complementarias: la centralizada, que
parte de propuestas formuladas desde la administración mediante programas o planes
educativos que puedan ser adaptados al contexto propio de cada centro; y la
descentralizada, mediante la convocatoria pública de apoyo a las iniciativas innovadoras
surgidas en los centros educativos ofreciendo el apoyo material y el asesoramiento
necesario.
Según se establece en las leyes de educación, a las administraciones educativas les
corresponde impulsar y favorecer la innovación y la investigación educativa y reconocer
al profesorado que se involucra en su realización. Para desarrollar esta función, y
diseñar y poner en práctica un sistema nacional de innovación e investigación educativa
se propone la creación de una red coordinada de centros de niveles estatal y
autonómicos, y en su caso local, que se encarguen de ser centros que impulsen el
desarrollo profesional de los docentes y la divulgación de los resultados de la
investigación e innovación educativa que tiene lugar en los centros.
Estos centros tendrían, entre otras, las funciones de:
• Diseñar y apoyar el desarrollo del currículo, articulando las diferentes iniciativas
que sobre el mismo se realicen bien desde los centros, bien desde la
administración.
• Definir los planes de formación del profesorado acorde con las nuevas
tendencias y necesidades de innovación de los centros y las políticas públicas.
• Establecer y acordar un plan de actuación conjunto en el que se definan los
temas prioritarios en función de las necesidades generales del sistema
educativo, en confluencia con los compromisos asumidos con la Unión Europea,
e integrando integración los temas propios de cada Comunidad Autónoma.
• Articular líneas de colaboración y trabajo permanente entre la investigación y
la innovación educativa, y facilitar la colaboración entre los centros educativos
y universidad, favoreciendo la convocatoria de apoyo público para el desarrollo
de proyectos conjuntos de equipos docentes y profesores universitarios.
4.2. Planificación del proceso de transición
Propuestas a
corto plazo
Propuestas a
medio plazo
Propuestas a
largo plazo
• Recoger, organizar y sistematizar un cuerpo de
conocimiento educativo
coordinado y unitario sobre
innovación educativa.
• Acciones de difusión y distribución entre los centros
educativos.
• Articular espacios y tiempos en los centros educativos para el
trabajo de equipos de
profesores.
• Impulsar y apoyar las redes de centros innovadores
existentes.
• Medidas de reconocimiento de la actividad docente e
investigadora del profesorado
(desarrollo profesional
docente)
• Desarrollo de un marco regulatorio flexible que
favorezca el principio de
autonomía de los centros.
• Coordinar y planificar acciones conjuntas entre las redes de
centros innovadores.
• Lanzar convocatorias de proyectos conjuntos de
innovación/ investigación
entre universidad y centros.
• Diseño de un sistema nacional de innovación educativa.
• Articular líneas de colaboración y convergencia
entre los centros educativos y
las agencias de innovación
autonómicas.
Referencias bibliográficas
Martínez-Celorrio, X. (2016). Innovación y reestructuración educativa en España: Las
escuelas del nuevo siglo. En Blanco, A. y Chueca, A. (Coords.) INFORME España 2016
(pp. 43-80). Madrid: Cátedra J. M. Martín Patino, Universidad Pontificia Comillas.
Fernández Enguita, M. (2016). Más escuela y menos aula. Madrid: Morata.
Fundación PricewaterhouseCoopers (2017). ¿Para qué educamos? Estudio sobre las
bases de un marco amplio de éxito escolar. Madrid: PwC
OCDE (2015). Política educativa en perspectiva 2015. Madrid: Fundación Santillana.
Unión Europea (2014). Horizon 2020. El Programa Marco de Investigación e Innovación
de la Unión Europea. Bruselas: Unión Europea.