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Crónicas de una poeta en la Ciudad de México MÓNICA GAMEROS EdicioneZetina • Lengua de Diablo • 2013

Mónica Gameros - Crónicas de una poeta en la Ciudad de México

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Crónicas urbanas de la poeta y editora Mónica Gameros. Un retrato de una de las tantas caras de la Ciudad de México a través de sus palabras.

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Crónicas de una poeta en la Ciudad de MéxicoMÓNICA GAMEROS

EdicioneZetina • Lengua de Diablo • 2013

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Crónicas de una poeta en la Ciudad de México

MÓNICA GAMEROS

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Es propiedadPrimera edición, julio 2013

© Mónica Gameros, autora© Máximo Cerdio, fotografías

© EdicioneZetina, Lengua de Diablo

Edición virtual de libre lectura. El contenido puede reproducirse, citando a la autora y la edición

Editado y no impreso en Querétaro, Ciudad de México y Morelos, México

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Primer asalto

sobre la cuerda floja

Mes 12 del año 2 mil 12

Cargaba mochila llena de inútiles cuader-nos, chamarras, bufandas y mi bolsa de mano del lado izquierdo, mi hija de cinco años del lado derecho, somnolienta, asfi-xiada por el tráfico infernal que nos alen-taba el viaje sobre el microbús apestoso, casi dormida.

Todos desconocidos, íbamos reuni-dos en una lata sobre ruedas, silencio-sos, aguantando el paso maquiavélico del tiempo en medio del embotellamiento del Periférico. Dos rostros morenos, llenos de acné y cicatrices, chorreaban resistol mul-

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tiusos amarillento por la comisura de los labios y nos “rodearon”, uno adelante, el otro atrás, parados sobre los escalones de las puertas del microbús:

—Pus gente ya se la saben, para qué se las repito, venimos en buena onda a que nos ayuden, acabamos de salir del reclu-sorio oriente y la verdá no queremos ser violentos, así que aflojando, no queremos pasar báscula y ponernos pesados, mejor saquen sus billetes, sus monedas no nos sirven.

—Mire, banda, dijo el otro rostro, ha-gámoslo fácil, ustedes saquen la lana y nosotros nos vamos sin repartir madrazos.

Mi hija dormía sobre mi regazo, el ros-tro moreno que no quería dar madrazos nos había cedido el asiento amablemente:

—Siéntese güerita para que no se le caiga la niña tan bonita que tiene.

Saqué mi billete verde, el único que traía. Acababan de comprarme unos li-bros y volvíamos de dejarlos en mano de

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la lectora sonriente que me dijo me ado-raba. Cedi mi billete sin decir nada, agra-decía que mi hija estuviera dormida:

—¿Mami por qué les diste el billete?—Lo necesitan más que nosotras, nena,

duérmete. Seguimos nuestro camino sobre la

apestosa nube de diesel. Dejé atrás el plan para los doscientos pesos.

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Segundo asalto

sobre la cuerda floja

Mes 1 del año 2 mil 13

Habían pasado unos días, no más de ocho, porque no había dado vuelta al ca-lendario. Como cada mañana, regresaba de dejar en la escuela a mi primogénita. De la nada, una mole de carne subió al transporte urbano —una lata ruidosa que pintada de gris y verde llevaba a la pan-dilla de miserables a sus centros de traba-jo—. La mole de carne avejentada lucía una cabellera hirsuta color amarillo ocre y ropa deportiva percudida sobre ciento veinte kilos de rebosante autocompasión

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lacerada. En el rostro las marcas de la vida ruda, en los ojos la furia y en las manos una pistola del siglo XIX que salió de entre la bolsa de esta mujer que apuntaba a la sien de nuestro chofer:

—Bájate, pendejo, y tira las llaves y us-tedes no hablen, nos gritó con coraje en-cendido, entonces me recordó los gritos de la maestra de geografía en la secunda-ria, muy parecidas en cuanto a la inmensa silueta de su miseria.

El chofer se bajó del microbús y a un lado dejó caer las llaves sobre el concre-to; levantó las manos, quizá como quien iza una bandera mientras apretaba los la-bios. Arriba, todos sacamos las bolsas, las carteras de viniplástico, los monederos ro-tos. Yo saqué mis últimos cinco pesos y los puse en la punta de mis dedos. Al llegar a mi asiento, la furia encarnada lanzó una bofetada directo a mi cara y gritó:

—Por pendeja, voy a creer que nada más traes eso, pinche güerita pendeja.

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Una mirada desdeñosa me azotó con su desprecio y dejó mis cinco pesos en la punta de mis dedos. Luego, desapareció entre la multitud del tianguis de Santa Cruz; se perdió como se pierden millones de pesos después de ser coleccionados por los asaltantes de tráileres en la carre-tera del oriente de la Ciudad de México.

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Tercer asalto

sobre la cuerda floja

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—Bueno, gente bonita, familia mexicana, mi compañero y yo, sí, el Blue Demon que está atrás y su servilleta, El Santo, venimos por unas monedas y nos las vamos a lle-var, y pues así está la cosa, porque la cosa es derecha, así que vayan sacando sus monedas para que nos apoyen y que Dios les bendiga en su camino, dijo el asaltan-te ñero cubierto con su máscara mientras pasaba la mano frente a los viajeros; uno por uno, recorrió los asientos del micro-bús. Otro día más en la surrealista segu-ridad de Iztapalapa. Sentí un poco de ver-güenza cuando le di mi cartera y encontró

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los seiscientos flamantes pesos de la pen-sión alimenticia de mi hija.

Moraleja: Mejor rata de dos patas y no perro misántropo.

La úLtima y nos vamos... 9:30 am

Otra vez la misma ruta del microbús que viene de la orilla oriente de la Ciudad de México en dirección a Tlalpan; otra vez el mismo escenario: a bordo de la carca-cha que hace el rol de transporte público “del siglo XXI”, vamos los clientes de siem-pre, somos los trabajadores formales e in-formales, somos los “pinches asalariados” como dicen las ladys de la Roma y de Po-lanco; me rodean las secretarías, los me-seros, los vendedores por comisión y las enfermeras, soy el arroz en la olla de frí-joles, tal vez eso me hace más visible, no

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lo sé, el caso es que otra vez se suben los mismos rasgos del latrocinio: morenos, jóvenes, miserables; fuertes para trabajar, prefieren amenazarnos: son tan creativos en sus speech, cada semana cambian de discurso, hoy se han subido con la típica bolsa de paletas de caramelo; como siem-pre uno se para en la puerta de adelante, otro en la puerta de atrás y siempre es el de atrás el que habla:

—Buenos días, damitas, caballeros, no venimos a madrear a nadie, ni queremos que se pongan valientes, tú te la sabes yo también me la sé y me la juego, así que, ya saben, saquen sus monedas y coope-ren, porque venimos a pedirles para que paguemos el taco, no quiero drogarme, raza, solo quiero comer, saquen las mo-nedas, no me hagan transculcarlos...

Veo al chaval de reojo. Ciertamente no tiene facha de vicioso, es más, viene re-cién bañado, limpio, vestido a la moda,

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se ha puesto gel en el copete chino y luce sus pectorales jóvenes y fornidos tras la camiseta playera; en cambio, su amigo se ve más acabado, él sí se ve medio droga-dicto. Ninguno de ellos viene tatuado, así que pienso, no han pisado prisión...

Alrededor solo escucho hartazgo, mientras los dedos buscan las monedas que piden “amablemente” los nuevos asaltantes...

—Olviden la cartera, no quiero carte-ras ni monederos, ni tarjetas ni billetes, nomás aplíquense con las monedas...

Lo interrumpe su compañero:—No mames, wey, todavía traen dine-

ro, estamos a mitad de quincena, a ver tú wera cáete, dónde traes la lana...

Me interroga el asaltante de la puer-ta delantera, guardo silencio y saco unas monedas del bolsillo del pantalón...

—Ah, mira, ya te vi la cartera, morra, sácala o te la saco.

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Lo obedezco y saca mi “billetera” de veinte pesos que compré en el metro la semana pasada, le saca los tres billetes de cien y el de doscientos pesos y me la de-vuelve sonriente.

—¿Ves, pendejo?, ya la dejabas ir con esta lana...

—Wey, mañana no va a tener varo, es mejor quitarle poco a poco, así cada se-mana tienes una lana, yo la verdá creo que es mejor ir de monedas en vez de de-jarlos secos, ¿verdad, bonita?

Guardo silencio y pienso en las madres que los “educaron”, los demás sacan sus monedas y los dos asaltantes se bajan no sin agradecer al chofer...

Seguimos el viaje entre el tráfico matu-tino, la histeria de los empleados formales por llegar a tiempo, un “caballero” se le-vanta y me dice:

—Siéntate, linda, ni modo, te tocó.

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Tan solo han pasado veinte minutos y el microbusero decide bajarnos y “pasar-nos” al otro microbús. Le reclamo y le digo que no puede hacerlo, que me devuelva el pasaje completo. Los demás se bajan en silencio:

—Tranquila, morra, no tengo la culpa del asalto, tú les diste la cartera en vez de las monedas, ¿qué quieres que haga...?

—Tú los subiste y hasta se despidieron de ti, no te hagas, son tus amigos… pero todo se paga, maldito...

Le lanzo las monedas a la cara y me bajo furiosa. Me asalta la idea de un vi-deo en youtube donde me expongan y me nombren la lady de Iztapalapa, sonrío y abordo el metro, solo para bajar en la si-guiente estación. Se cierra la puerta y un enorme tipo nos pide amablemente que le demos las carteras, a bordo somos todos trabajadores, yo saco la cartera y le digo:

—Está vacía, pero si la quieres, es tuya, te ganaron en el microbús...

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El grandulón, que viene vestido con traje de oficina, me guiña un ojo, sonríe y pasa de largo. Bajo a la siguiente estación y camino veinte minutos, tengo veinte pe-sos en la bolsa izquierda, esa que nadie revisa porque está chiquita.

Tengo la intención de ir por el pan al súper de la plaza comercial más cercana. La caminata me sirve para recordar las pa-naderías del barrio que quebraron. Entro al súper y escucho un siseo extraño, ape-nas diez pasos dentro escucho una alarma parecida a la de aviso de temblor. Decido volver sobre mis pasos, la panificadora del súper está en la parte más alejada de la puerta, que a su vez está en la parte más interna de la plaza. Un policía me pide que salga rápido:

—Apóyenos, señorita salga rápido, co-nato amenaza de bomba...

Son las 10:30 am, decido salir a toda prisa, vuelvo a casa, tomo café, pienso en los veinte pesos que traigo en la bolsa...

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MÓNICA GAMEROS

Escritora, directora general de Cascada de Pala-bras Cartonera, periodista, artista visual.

Libros publicados: Kronos [2006], Caída libre [2007], Estación fin del tiempo [2008], Ideas para volar [2009], Estallido [2010], DASEIN la niña flor [Ecuador, 2011], Made in Taiwan [Guatema-la, 2011], Notas del refrigerador [2011], Las alas del verso [2012], Gang bang [2012]

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nació en Cuernavaca, Morelos, México en diciembre de 2011, como una puerta por la que transcurren instantes poéticos y la ventana que conecta al libro impreso con los nuevos medios digi-tales. Uno de sus objetivos es la presencia y distribución a través de los nuevos medios tecnológicos.

Página ~ www.lenguadediablo.comFacebook ~ www.facebook.com/lenguadediabloTwitter ~ twitter.com/lenguadediablo

Fundada en 2004 en Cuernavaca, Morelos, México es un sello que pretende acercar a los autores y a los lectores a través de estrategias editoriales que potencien el encuentro y el diálogo entre ambos. Ha publicado más de 50 títulos de poesía, cuento, novela, testimonio, ensayo, investigación universitaria y crónica.

Correo ~ [email protected] ~ www.facebook.com/danielo.zetinaTwitter ~ twitter.com/DanieloZetinaBlog ~ http://danielzetina.blogspot.mx/

máximo Cerdio (Huixtla, Chiapas, 1964). Poeta y fotógrafo. Inclui-do en antologías como La muchedumbre de los días (Edamex, México, 1994), Rostros del Chulel (Edamex, México, 1995) y Las caras del amor. Antología poética contemporánea (Massachus-sets, Versal Editorial Group, 1999). En 2012 publicó su poemario Caldo de verga para el alma (Destos deme dos). Desarrolla su labor como fotoperiodista en Morelos, México.