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DESARROLLO PERSONAL

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el ser humano está genéticamente dotado para la empatía, lo que facilita el mantenimiento de redes sociales complejas y resistentes al

paso del tiempo. el desarrollo de esta actitud innata favorece unas relaciones personales y

comunitarias más compasivas y amables.

ROSA RABBANI Doctora en psicología y especialista en terapia familiar sistémica. Autora del libro Maternidad y trabajo (Icaria) y coautora de Cultura juvenil y sentido de la vida (Isabor).

La psicología del

altruismolas ventaJas de ser

solidarios por naturaleza

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EEs ancestral la dicotomía entre los que consideran al ser humano noble por naturaleza y los que lo definen como irremediablemen-te egoísta; los que lo conciben co-

mo cooperador y los que lo tildan de compe-titivo; los que lo ven esencialmente como un ser pacífico y altruista y los que lo tachan de agresivo y perverso. son, asimismo, numero-sos los autores que han tratado de dilucidar esta escabrosa y crucial cuestión. pero no ha sido hasta el siglo XXI cuando hemos obte-nido algunas pruebas irrefutables –por estar basadas en datos y argumentos científicos– de la verdadera naturaleza de la especie hu-mana. para explicarlo, necesito comenzar por el concepto de empatía.

La empatía es un tipo de senti-miento que consiste en percibir el sufrimiento de otras perso-nas como si fuera de uno mismo. a diferencia de la simpatía, requiere de una participación activa del sujeto: compartir las sensaciones que tienen los demás. pues bien, la ciencia ha demostrado que tenemos una predisposición biológica a la empatía y que esta tiene una importancia capital para nosotros. para comprenderlo, hay que dar un rodeo que nos lleva a la segunda ley de la ter-modinámica: esta nos asegura que todo sis-tema que no reciba energía nueva del exterior tiende a “agotarse”, a quedarse sin energía. en el caso de los organismos vivos, esto se pro-duce de forma más rápida al ser mucho ma-yor el gasto energético que necesita la vida.

la segunda ley de la termodinámica pone de manifiesto que la vida es algo excepcional por consistir justo en la tendencia contrapues-ta a la dirección natural. la prueba empírica

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rifkin llama ‘concienciaempática’ a la fuerzaque ha permitidoevolucionar a nuestros modos de convivencia hacia formas más imbricadas

de ello es que todo tiende a envejecer, no a rejuvenecer; todo se muere, nada renace a su forma originaria. sin em-bargo, la vida social ha avanzado siem-pre hacia formas más complejas, lo cual no deja de ser una misteriosa paradoja: los sis-temas sociales deberían estar, en virtud del segundo principio de la termodinámica, ten-diendo hacia el agotamiento de su energía y su desintegración. lejos de eso, nuestros mo-dos de convivencia han evolucionado hacia formas cada vez más imbricadas y complejas. ¿Cómo se puede explicar esta contradicción?

el sociólogo y economista norteamerica-no Jeremy rifkin ha encontrado la solución a esta paradoja. solo hay una forma de ex-plicar esta contradicción: debe de haber una fuerza oculta que contrarreste el agotamien-to paulatino de la energía social. a esta fuer-za rifkin la denomina “conciencia empática”. Cualquier otra respuesta de corte materialis-ta sería insuficiente, según él, para explicar este hecho, pues si no hubiera una pulsión biológica que compensara la pérdida de ener-gía, el proceso evolutivo de la civilización ha-bría seguido el camino dictado por las leyes de la termodinámica y habríamos tendido hacia la desintegración del entramado social.

La facultad psicológica de la em-patía es la que compensa en ca-da instante la energía perdida y hace avanzar la vida social haciaformas de convivencia colectiva que tienen mayor grado de integración y complejidad. Y este sorprendente fenómeno tiene, en efecto, una base biológica: hasta uno de los principa-les representantes del egoísmo materialista, el etólogo y divulgador científico richard daw-kins, creador del concepto de “gen egoísta”, lo

admite: lo que persiguen nuestros ge-nes, por ser –según él– egoístas, es su

perpetuación, pero lo hacen mediante un mecanismo que conlleva, finalmente,

algo que podemos llamar “empatía”, porque al gen no le importa desaparecer, lo que bus-ca es autorreplicarse como “género”, aunque en otros cuerpos. los genes no persiguen la supervivencia del organismo particular en el que se encuentran, sino la durabilidad de la especie en otros cuerpos. de ahí el altruismo, el sacrificio individual en favor de los demás.

La mera formulación de las po-siciones materialistas, según la cual la base de todos nuestros actos es el móvil egoísta del gen, significa admitir, definitivamente, que el al-truismo es resultado de una necesidad bio-lógica. el propio Charles darwin dio pistas, siendo ya viejo, acerca de la existencia de un instinto social, y se dio cuenta de que la adap-tación al medio incluye también vínculos de cooperación con los demás miembros del en-torno; que la competencia es, por sí sola, in-suficiente como mecanismo de adaptación.

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si no existiera esa base biológica para la empatía, si no fuéramos seres bio-lógicamente empáticos, nuestra evolu-ción social se habría comportado según exige el segundo principio de la termodiná-mica. esa base biológica ha sido finalmente descubierta por Giacomo rizzolatti, quien en 1996 dio a conocer las famosas neuronas es-peculares (o neuronas espejo): aquellas que hacen que los seres humanos (y los primates) capten los pensamientos y los sentimientos de otros como si fueran suyos. se les ha de-nominado las neuronas de la empatía porque a través de ellas captamos (sin la interven-ción del lenguaje) la mente de otros, y simu-lamos los pensamientos y sentimientos que ahí acontecen. por medio de ellas entramos en las mentes de los demás, las leemos y simula-mos; estamos –como dice rifkin– cableados para sentir empatía.

El altruismo consiste en lle-var esa empatía a la acción; es, por definición, un acto puro, desinteresado. Al ser empatíaaccionada, el acto altruista se realiza sin es-perar nada a cambio. antes al contrario, la mayor parte de las veces los hechos altruis-tas conllevan para el sujeto un coste; cuanto mayor el grado de altruismo, mayor su coste.

Una mera mirada intuitiva borra toda duda acerca de la existencia de actos así, pues cono-cemos un sinfín de casos en la historia; de si-tuaciones que han implicado, incluso, la muer-te del sujeto altruista. pero, además, la ciencia también lo ha probado experimentalmente. Hay numerosas investigaciones empíricas re-cientes sobre bebés que revisten un gran in-terés: prueban que, en los humanos, la “nor-ma” es, antes de la adquisición de prejuicios

y temores, el altruismo. Como una muestra de todas ellas expondre-

mos aquí el estudio realizado en be-bés de 18 meses por Felix Warneken,

del Max-planck-Institute für evolutionäre anthropologie de leipzig, en alemania. el es-tudio consistió en realizar una serie de tareas delante de los niños, tales como apilar libros o colgar toallas con pinzas, y hacer ver, cada cierto tiempo, que tenía problemas, dejando caer, por ejemplo, los libros o las pinzas.

Curiosamente, los 24 bebés que formaban parte de la muestra se acercaron a ayudar a reco-ger los objetos. Para esquivarel posible sesgo de que los bebés estuvieran movidos por el elogio o el reconocimiento, Warneken no les pedía ayuda de forma explí-cita ni les daba las gracias cuando la habían ofrecido. no obstante, únicamente ayudaban si las expresiones faciales o corporales indi-caban que necesitaba ayuda. los niños, en cambio, no reaccionaban tratando de ayudar cuando de forma clara Warneken tiraba in-tencionadamente los objetos al suelo, lo cual indicó una gran sensibilidad hacia sus pro-blemas y una evidente voluntad de ayudarle.

la objeción egoísta a este dato empírico es, siempre, la misma: admitimos que hay actos altruistas que se cometen sin esperar a cambio nada… nada material, pero sí expec-tativas de cosas inmateriales, sutiles, que, por serlo, aparentan altruismo sin que en el fondo lo sean: el reconocimiento so-cial, la puntuación moral, la reducción de la ansiedad empática (descargo de conciencia) o la alegría empática.

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la refutación de esta réplica es clara: el sentimiento de regocijo o el reco-nocimiento es una consecuencia y no una causa, pues se han hecho múltiples experimentos que constatan que lo que uno pierde, concede o padece al ayudar es mucho más gravoso que el carecer de esa alegría o reconocimiento. si fuéramos calculadora-mente utilitaristas, siempre preferiríamos el menor coste. Tales investigaciones muestran, antes al contrario, que a menudo ayudan más las personas que menor necesidad empática presentan. Todos esos experimentos empíri-cos invierten la carga de la prueba: son los defensores del egoísmo los que deben de-mostrar que el móvil de todo acto altruista es egoísta en sí mismo porque persigue la re-ducción de la ansiedad empática.

Parece, pues, evidente que la generosidad, el dar, el servir o el ayudar son conductas que dotan de sentido, de propósito a la vida humana y honran, por tanto, el ca-rácter de nuestra naturaleza. es a lo que rifkin denomina la conciencia empática, y lo que nos conduce como especie a una ci-vilización empática planetaria. aportar a la sociedad y a los que la forman es una nece-sidad del ser humano que cuando no queda

satisfecha, desemboca en múltiples problemas que afectan a nues-

tra salud en sus distintas vertientes y a nuestras

relaciones. nada más insano que el actuar de modo antinatu-ral, convirtiendo en bandera de nuestros valores los principios

y comportamientos individualistas, centrados únicamente en las exigen-

cias propias y olvidando o reprimien-do –en el mejor de los casos– las de los

demás. ahora bien, materializar adecuada-mente esa empatía en acciones y traducir convenientemente ese altruismo a las expe-riencias vitales requiere de una práctica efi-caz, una educación correspondiente y unos referentes que sean modélicos.

Está probado que las neuro-nas espejo se activan más con-forme se ejercita más la em-patía. Las virtudes humanasson nuestros dones del carácter. Todas las personas las poseemos en una potencia pa-recida, de la misma manera que en el interior de las semillas de las manzanas reside el dul-ce sabor que las caracteriza. no obstante, ne-cesitamos buenos educadores y modelos pa-ra desarrollar todo este potencial; educadores y modelos que actúen como afectuosos y res-ponsables jardineros que ayudan a crecer a la semilla y a extraer de ella el hermoso manza-no en el que acabará convirtiéndose. i

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nada hay más insanoque convertir en bandera de nuestros valores los principios individualistas centrados en las exigencias propias

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