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8/20/2019 Muchos Cuerpos una alma - Corregido http://slidepdf.com/reader/full/muchos-cuerpos-una-alma-corregido 1/102  BRIAN WEISS Autor de  Mu<hasvidos  , muchos maes  tros El poder sanador de una nueva terapia 9u< nos abre hacia las vidasfuturas  Muchos cuerpos, una misma alma BRIAN WEI SS  DE  BOOKS  v c .  t '- " '''""..'"'' Título original:  Traducción: Carlos Mayor Primera edición: enero 2011  © 2004 by Weiss Family Limited Partnership 1, LLP  © Ediciones B, S.A., 2010  Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona (España)  ISBN: 978-84-666-4590-4  Todos los derechos reservados. Bajo las sanciones establecidas en las leyes, queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, así como la distribución de ejemplares mediante alquiler o préstamo público.  Una única alma existe en muchos cuerp Plotino

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BRIAN 

WEISS 

Autor de Mu<hasvidos , muchos maes t ros 

El poder sanador de una nueva t erapia 

9u< nos abre hacia las vidasfuturas 

Muchos cuerpos, una misma alma 

BRIAN WEISS 

 DE  

BOOKS  

vc•.•••• t'-

"" '''""..'"'' 

Título original: 

Traducción: Carlos Mayor

Primera edición: enero 2011 

© 2004 by Weiss Family Limited Partnership 1, LLP © Ediciones B, S.A., 2010 

Consell de Cent, 425-427 - 08009 Barcelona(España) 

ISBN: 978-84-666-4590-4 

Todos los derechos reservados. Bajo las sancionesestablecidas en las leyes, queda rigurosamenteprohibida, sin autorización escrita de los titulares del 

la reproducción total o parcial de esta obrapor cualquier medio o procedimiento, así como ladistribución de ejemplares mediante alquiler o

préstamo público. 

Una única alma existe en muchos cuerp

Plotino

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Contenido 

NOTA DEL AUTOR  

PRÓLOGO 

1 LA INMORTALIDAD 

2  GEORGE: EL CONTROL DE LA IRA 3   VICTORIA, EVELYN Y MICHELLE: LA SALUD 

4  SAMANTHA Y MAX: LA EMPATÍA 

5  HUGH Y CHITRA: LA COMPASIÓN 

6  PAUL: LA PACIENCIA Y LA COMPRENSIÓN 

7   AMY, JOYCE, ROBERTA Y ANNE: LA NO VIOLENCIA 

8  BRUCE: LAS RELACIONES PERSONALES 

9  PATRICK: LA SEGURIDAD 

10  JOHN: EL LIBRE ALBEDRÍO Y EL DESTINO 

11  LA CONTEMPLACIÓN Y LA MEDITACIÓN 

12  DAVID: LA ESPIRITUALIDAD 

13  JENNIFER Y CRISTINA: EL AMOR  

14  GARY: EL

FUTURO 

 AGRADECIMIENTOS 

ACERCA DEL AUTOR  

NOTA DEL AUTOR  

En este libro no he reproducido de forma literal sesiones mantenidas con mis pacientes, como haanteriormente, ya que varios de ellos han sreconocidos debido a que sólo cambié sus nombrEn esta ocasión me he tomado la libertad de alteocupaciones y profesiones, datos geográf(ciudades, calles, etcétera) u otra información qpudiera servir para identificarles. También

modificado ligeramente el diálogo entre médicopaciente por motivos de confidencialidad. No obstanlo que he escrito es totalmente fiel a conversaciones mantenidas. 

Sin duda, el lector podrá detectar alguanacronismos en el diálogo, como sucedió determinados críticos en mis anteriores libros. Pellos, por ejemplo, la fecha de antes de Cristo qCatherine menciona en 

deja la historia sin efecto; sin embargo, plos escépticos, esta «prueba de inverosimilitud» era detalle que no les dejaba ver el bosque. Se expfácilmente: todos los recuerdos de mis pacientes h

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pasado por el filtro de las mentes del siglo xx; sonconscientes del presente, aunque sus recuerdosprocedan del pasado o, en el caso de este libro, delfuturo. 

PRÓLOGO 

En los últimos tiempos, he visitado repetidameun lugar al que antes había ido en contadas ocasionel futuro. 

Cuando Catherine acudió a mí como paciepsiquiátrica hace veinticuatro años, recordó asombrosa precisión las vidas anteriores que hallevado en épocas tan distantes entre sí como segundo milenio antes de Cristo y mediados del sxx, y con ello cambió mi vida para siempre. Yo psiquiatra, un científico formado en Yale y Columbentonces me topé con una mujer que me hablaba ctodo lujo de detalles de experiencias vividas sigatrás que no podía haber conocido en esta vidaayudado por otros expertos, logré darles validez. mi «ciencia» no había nada que pudiera explicarlo.

único que sabía era que ella me contaba lo qrealmente había visto y sentido.  A medida que avanzaba la terapia, Catherine

recordando lecciones de los sabios (guías o espírincorpóreos poseedores de una gran erudición querodeaban cuando estaba ausente de su cuerp

enseñanzas que desde entonces han sidotrascendentales en mi pensamiento y han gobernadomi conducta. Catherine podía adentrarse tanto en elpasado y había tenido experiencias tan trascendentesque, al escucharla, me sentía envuelto en una especiede magia, en cierto misterio. Me hablaba de reinos decuya existencia yo jamás había tenido noticia. Melenaba de júbilo, de asombro... y de miedo. ¿Quiéniba a creerme? Para empezar, ¿me lo creía yo mismo? ¿Acaso estaba loco? Parecía un chiquillo dueño de unsecreto cuya revelación iba a cambiar para siempre laconcepción de la vida y, pese a ello, imaginaba quenadie me creería. Tardé cuatro años en reunir el valornecesario para escribir sobre los viajes de Catherine y

sobre los míos propios en . Temía que fuera a suponer mi expulsión delcolectivo psiquiátrico, pero, al mismo tiempo, estabacada vez más convencido de que lo que escribía eracierto. 

En los años transcurridos desde entonces, micerteza se ha visto reforzada y muchos otros, pacientesy terapeutas, han reconocido que mis descubrimientosson válidos. A estas alturas ya he ayudado a más decuatro mil pacientes haciéndoles retroceder mediantehipnosis a sus vidas pasadas, por lo que mi sensación

inicial de sorpresa ante la existencia de la 

reencarnación (por no decir, la fascinación que mprodujo el descubrimiento) ha ido desaparecienPero ahora algo vuelve a sorprenderme y, por ello,

siento muy motivado: ahora puedo transportar a pacientes al futuro y, además, verlo con ellos. De hecho, una vez intenté llevar a Catherine

futuro, pero no me habló del suyo, sino del mío, y mi muerte con claridad (lo cual fue, como míniminquietante). 

 —Cuando concluya tu labor terminará tu vida —aseguró—, pero para eso falta mucho tiempo. Mucho

Luego pasó a otro nivel y ya no descubrí nada mMeses después, le pregunté si podíamos volveradentrarnos en el futuro. En aquella ocasión, hablaba directamente con los sabios, además de consubconsciente de Catherine, y fueron ellos los qrespondieron: 

 —No está permitido. Quizá ver el futuro la habría asustado demasiado

quizá no era buen momento. Yo era joven probablemente, no habría reaccionado con tacompetencia como ahora ante los extraordinapeligros que plantean las progresiones. 

Para empezar, la progresión hacia el futuro resmás difícil para el terapeuta que el retroceso al pasaya que el futuro aún no ha sucedido. ¿Y si lo q

experimenta el paciente es fantasía, y no realida

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¿Cómo comprobarlo? No podemos. Cuandoregresamos a vidas anteriores sabemos que los hechosya han sucedido y que, en muchos casos, puedendemostrarse, pero supongamos que una mujer enedad fértil ve que el mundo será destruido dentro deveinte años. «No pienso traer a un hijo a este mundo —se dice—. Morir ía demasiado pronto.» ¿Quién puedeasegurar que su visión es real? ¿Y que su decisión hasido lógica? Tendría que ser una persona muy madurapara comprender que lo que había visto podría ser unadistorsión, una fantasía, una metáfora, un simbolismo,el futuro verdadero o quizás una mezcla de todas esascosas. ¿Y qué sucedería si una persona viera sumuerte dentro de dos años, pongamos que por culpade un conductor ebrio? ¿Se alarmaría? ¿Dejaría deconducir? ¿Provocaría esa visión ataques de ansiedad? «No —me dije entonces—. Vamos a dejarlo.»Empezaron a preocuparme los vaticinios queacarreaban su propio cumplimiento y la inestabilidadde las personas. El riesgo de que alguien actuaramovido por ideas erróneas era demasiado grande. 

Sin embargo, en los veinticuatro años transcurridosdesde lo de Catherine, algunos de mis pacientes sehan adentrado en el futuro de forma espontánea, amenudo hacia el final de su terapia. Si confiaba en quefueran capaces de comprender que lo quepresenciaban podría ser una fantasía, les animaba a 

continuar.  —Se trata de crecer y experimentar —les decía

buscar una ayuda para tomar decisiones correctassensatas en el presente; pero vamos a evitar cualqurecuerdo (¡sí, recuerdos del futuro!), cualquier visicualquier conexión que tenga que ver con escenas muerte o de enfermedades graves. Esto es sólo paprender. 

 Y eso era precisamente lo que hacían sus men

El valor terapéutico era considerable. Comprobé qesos pacientes tomaban decisiones más sensataselegían mejor. Podían analizar una bifurcación en futuro cercano y decirse: «¿Qué sucederá si tomo ecamino? ¿Sería mejor tomar el otro?» Y, a veces, futuros se hacían realidad. 

 Algunas de las personas que recurren a describen acontecimientos precognitivos (es dsaben qué va a suceder antes de que suceda). Quieinvestigan las experiencias de muerte cercana escribsobre ello; es un concepto que se remonta a tiemprebíblicos. Pensemos en Casandra, que popredecir el futuro con exactitud, pero a la que nacreía. 

La experiencia de una de mis pacientes demuesla fuerza y los peligros de la precognición. Empezósoñar con el futuro y, a menudo, lo que soñaacababa cumpliéndose. En el sueño que la hizo acu

a mi consulta, su hijo sufría un terrible accidente detráfico. Era «real», me decía. Lo había visto con

claridad y la aterraba la idea de que su hijo pudieramorir así. No obstante, el hombre del sueño tenía elpelo cano, y su hijo era un joven moreno deveinticinco años. 

 —Mire —le contesté, presa de una repentinainspiración, mientras pensaba en Catherine,convencido de que mi consejo era acertado—, sé quemuchos de sus sueños se han hecho realidad, pero nopor ello tiene que cumplirse éste. Hay espíritus quepueden intervenir (llámelos ángeles, guardianes, guías,Dios; son energías más elevadas, concienciassuperiores que nos rodean). En términos religiosos,esto se denomina «gracia», la intervención de un serdivino. Rece, envíe luz, haga lo que pueda a sumanera. 

Tomó mis palabras al pie de la letra y rezó, meditó,pidió un deseo, revisualizó. Pero, aun así, el accidentesobrevino. 

Sin embargo, no fue mortal. No había por quéhaberse alarmado. Sí, su hijo sufrió heridas en lacabeza, pero enseguida se hizo patente que no habíaesiones graves. No obstante, el accidente le resultótraumático desde el punto de vista emocional, ya que,

cuando los médicos retiraron los vendajes del cráneo, 

comprobaron que se le había encanecido el pelo. 

Hasta hace unos meses, en las contadas ocasioen que hacía progresar a mis pacientes hacia el futuprocuraba no salir de sus propias vidas. Sólo hprogresiones cuando creía que el paciente teníafortaleza psicológica necesaria para soportarlas muchas veces, me quedaban tantas dudas como ellos sobre el sentido de las escenas que evocaban. 

Sin embargo, la primavera pasada algo cammientras daba una serie de talleres a bordo de crucero. En esas sesiones suelo hipnotizar en grupolos asistentes para transportarlos a una vida anteriodespués de vuelta al presente. Algunos retroceden el tiempo, otros se duermen y otros se quedan coestaban, sin llegar a ser hipnotizados. En aquocasión, uno de los presentes (Walter, un hombadinerado, un genio del ) hizo una progrespor sí mismo. Y no se quedó en su propia vida, ¡sque avanzó un milenio! 

Walter traspasó unas nubes oscuras y se enconen un mundo nuevo. Había algunas zonas (ejemplo, Oriente Próximo o el norte de Áfri«prohibidas», tal vez debido a la radiación o a uepidemia, pero el resto del mundo era precioso.

habitaban muchas menos personas, quizá por u

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catástrofe nuclear, o por una plaga, o porque habíadescendido la tasa de fertilidad. Walter se quedó en elcampo, así que no pudo decir nada de las ciudades,pero la gente estaba a gusto, contenta, incluso feliz;decía que no tenía palabras para describir su estadocon precisión. Lo que había provocado el descenso depoblación había sucedido hacía mucho tiempo, y loque él vio resultaba idílico. No estaba seguro de lafecha, pero sí de que habían pasado más de mil añosdesde la actualidad. 

La experiencia le ayudó emocionalmente. Era lobastante rico para soñar con la idea de cambiar elmundo, pero, en aquel momento, comprendió que esono está en la mano de ningún hombre. «Haydemasiados políticos —decía—, que no están abiertosa conceptos como el amor al prójimo o laresponsabilidad planetaria.» Lo que de verdadimportaba era el propósito de trabajar por un mundomejor, además de los actos benéficos que él pudierahacer en persona. Cuando regresó a esta vida, sesentía algo triste, posiblemente porque ya no estaba

en aquel futuro paradisíaco, o tal vez le apenaba lacalamidad que se cernía sobre nosotros y, hasta ciertopunto, intuía que era algo inevitable, como nos sucedea casi todos. 

Una vez despierto, describió las escenas gráficas eimpactantes que había visto, las sensaciones y los 

sentimientos que había experimentado, uno de motivos por los que no creo que todo sea productosu imaginación. Sin embargo, su entusiasmo no acercaba ni mucho menos al que sentía yo: por fin consciente de las repercusiones. Había descubierto qpasado, presente y futuro forman un todo, y queque suceda en el futuro puede influir en el pasado, mismo modo que el pasado repercute en el futu

 Aquella noche escribí lo siguiente: «Podem

adentrarnos en el futuro si lo hacemos con prudenEl futuro, sea cercano, sea lejano, puede servirnos guía; puede retroalimentar el presente para instigarahora a elegir mejor y decidir mejor. Podemcambiar lo que hacemos hoy en función de lo que diga el mañana. Y eso altera nuestros futuros, toman una dirección más positiva.» 

¡Piensen en lo que ello implica! Del mismo moque hemos tenido un número limitado de vipasadas, tendremos una cantidad finita de vifuturas. Conocer lo que ya ha sucedido y lo que vasuceder puede permitirnos determinar el futuro mundo y también nuestros propios futuros. Eenlaza con el antiguo concepto de karma: se coselo que se siembra. Si plantamos mejores semillasmejoramos los cultivos, si hacemos mejores accionnos veremos recompensados en las recoleccion

uturas. Desde entonces, he progresado a muchas otras

personas. Algunas han avanzado en sus propias vidas,

otras en el futuro del planeta. La ciencia ficción, elcumplimiento de los deseos y la imaginación: todosellos son explicaciones factibles para lo que han vistomis pacientes, aunque también cabe la posibilidad deque en verdad hayan estado allí. Quizá la gran lecciónque puedo extraer de esta vida es qué nos reserva elfuturo y cómo podemos influir todos en él. Dichainformación (al menos la que poseo en este momento)influirá en mis próximas vidas, y en las de ustedes, alrealizar nuestro viaje rumbo a la inmortalidad. 

La flexibilidad del futuro y nuestra presencia en élson los conceptos que se tratan en este libro. Lacompasión, la empatía, la no violencia, la paciencia ya espiritualidad son lecciones vitales que todosdebemos aprender. En esta obra voy a mostrarles, conos ejemplos de algunos de mis pacientes másdestacables, por qué son tan importantes, y tambiénvoy a añadir algunos ejercicios sencillos para empezara enseñarles cómo interiorizarlas a lo largo de suexistencia. Puede que algunos de ustedes lleguen aexperimentar regresiones, pero no se desanimen si noes así, ya que, si aprenden estas lecciones, esta vida yas que lleven en el futuro serán más felices, más

fáciles y más ricas desde el punto de vista emocional, y 

se sentirán más realizados. Es más, si todos nosotlogramos interiorizar esas enseñanzas, el futuro enserá mejor para la humanidad como colectivo, ya q

seamos o no conscientes de ello, todos luchamos palcanzar el objetivo final, que es el Amor mayúscula. 

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1 LA INMORTALIDAD 

Todos somos inmortales. No me refiero simplemente a que, antes de morir,

transmitimos nuestros genes, nuestras convicciones,nuestras peculiaridades y nuestras costumbres anuestros hijos, y ellos, a su vez, a los suyos; aunque,desde luego, esto es así. Tampoco me refiero a quenuestros logros (la obra de arte, el invento para laconfección de zapatos, la idea revolucionaria, la recetapara hacer tarta de arándanos) nos sobreviven,aunque, desde luego, esto también es así. Lo quequiero decir es que la parte más importante del serhumano, el alma, vive eternamente. 

Sigmund Freud afirmó que la mente funcionaba en

distintos niveles. Entre ellos, está lo que él denominóel inconsciente, del que, como su propio nombreindica, no somos conscientes, y que almacena todanuestra experiencia y nos empuja a actuar comoactuamos, a pensar como pensamos, a respondercomo respondemos y a sentir como sentimos. Freud 

comprobó que sólo si accedemos al inconsciepodemos descubrir quiénes somos para, con ealcanzar la curación. Hay quien ha escrito que eso precisamente el alma, el inconsciente de Freud. Y mi trabajo de regresión, y últimamente de progreside pacientes a sus vidas pasadas y futuras para qpuedan curarse con más facilidad, esto es tambiénque veo: el funcionamiento del alma inmortal. 

Creo que todos poseemos un alma que exdespués de la muerte del cuerpo físico y que regruna y otra vez a otros cuerpos en un inteprogresivo de alcanzar un plano superior. (Una de preguntas que surgen con frecuencia es: «¿De dónsalen las almas, si ahora hay mucha más gente qcuando se creó el mundo?» Una respuesta sería qhay numerosas dimensiones en las que viven almas, que no sólo existen en la Tierra; si la poblacdel planeta se reduce en el futuro, las almas pasaráotras esferas.) Esto no puede demostrarse de forempírica; el alma no tiene ADN o, al menos, no tieun ADN físico como el que describieron Crick

Watson. Sin embargo, los casos de los que se ticonocimiento son abrumadores y, para mí, sin lugadudas, concluyentes. Lo he visto casi todos los ddesde que Catherine me llevó con ella hasta momendel pasado tan dispares como la Arabia del año 18antes de Cristo o la España de 1756. 

Por ejemplo, tenemos a Elizabeth y a Pedro ( ), que se habían amado en vidas anteriores y

se reencontraron en la presente; a Linda ( ), guillotinada en Escocia, casada en Italia siglos

después con el que ha sido su abuelo en esta vida, yanciana más tarde en Holanda, rodeada por su extensay querida familia; a Dan, y a Laura y a Hope ( 

), y a unos cuatro mil más(sobre algunos he escrito, sobre muchos, no) cuyasalmas han recorrido vidas pasadas y han llevadoconsigo su parte inmortal hasta el presente. 

(Algunos de esos pacientes recordaban idiomas quehabían hablado en vidas anteriores y que en éstajamás habían aprendido o estudiado, un fenómeno

conocido como xenoglosia que supone una «prueba»importante de que lo que relataban era cierto.) Cuando mis pacientes se veían en otras vidas, los

traumas que les habían conducido hasta mí quedabanmitigados y, en algunos casos, llegaban a desaparecer.Ése es, pues, uno de los propósitos fundamentales delalma: progresar hacia la curación. 

Si fuera yo el único que hubiera visto esos casos, elector tendría razón al creer que sufro alucinaciones oque he perdido el juicio; pero no: hace miles de añosque los budistas y los hindúes acumulan casos sobre

vidas pasadas, la reencarnación se mencionaba en elNuevo Testamento hasta tiempos de Constantino, 

cuando los romanos la censuraron, y hasta es posque el propio Jesús creyera en ella, ya que pregunt

los apóstoles si reconocían en san Juan Bautistaprofeta Elías, que había vivido novecientos años antresucitado. De hecho, se trata de un principio esendel misticismo judío; en algunas sectas se enseñabaforma habitual hasta principios del siglo xix. 

Cientos de terapeutas han grabado miles sesiones sobre vidas pasadas, y muchas de experiencias de sus pacientes se han comprobado. mismo he verificado detalles y hechos concretos de recuerdos de vidas anteriores de Catherine y otpacientes, información precisa que resulta imposatribuir a la «falsa memoria» o a la fantasía. Ya dudo de que la reencarnación es real. Nuestras almhan vivido antes y volverán a vivir. Ésa es nueinmortalidad. 

Justo antes de morir, el alma, esa parte del ser qes consciente cuando abandona el cuerpo, se detiedurante un instante, flotando en el aire. En ese estapuede diferenciar el color, escuchar voces, identifobjetos y repasar la vida que acaba de dejar atrás. fenómeno se conoce como «experiencia extracorpor

y se ha documentado en miles de ocasiones; s

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especialmente conocidos los casos de Elizabeth Kubler-Ross y Raymond Moody. Todos lo experimentamos almorir, pero son pocos los que han regresado a la vidapresente para contarlo. 

Uno de esos casos me lo relató (y yo lo mencionébrevemente en ) no la propia paciente,sino su cardiólogo del Centro Médico Monte Sinaí deMiami, un científico, un hombre muy académico y conos pies en el suelo. La enferma, una anciana diabética,estaba ingresada para hacerse unas pruebas cuando

sufrió un paro cardíaco (sencillamente, el corazón dejóde latir) y entró en coma. Los médicos no eran nadaoptimistas, pero aun así se esforzaron denodadamentepor revivirla y llamaron a su cardiólogo para que lesayudara. El especialista entró corriendo en la UCI y see cayó un bolígrafo de oro de aspecto bastanteinusual, que fue rodando por toda la habitación hastadetenerse bajo una ventana. Durante una corta pausaen el proceso de reanimación lo recogió. 

Según contó la mujer, mientras el equipo médicointentaba salvarla, salió flotando de su cuerpo y

contempló toda la escena desde un punto situadosobre el carrito de las medicinas, cerca de la ventana.Naturalmente, lo observaba todo con detenimiento,porque veía que los médicos intentaban salvarle lavida. Estaba deseando llamarles, decirles que seencontraba bien y que no tenían que trabajar con tanta 

desesperación, pero sabía que no la oirían; cuanintentó darle un golpecito en el hombro a cardiólogo para reconfortarlo, lo atravesó con la may no sintió nada. Veía todo lo que sucedía en tornosu cuerpo, oía todo lo que decían los médicos y, embargo, por mucho que lo intentara, no consegque la escucharan. 

Los esfuerzos de los doctores surtieron efecto. mujer regresó a la vida. 

 —He seguido todo el proceso —le dijo a cardiólogo, que se quedó atónito. 

 —No puede ser. Estaba inconsciente. ¡Estaba coma! 

 —El bolígrafo que se le ha caído es muy bonitoreplicó ella—. Debe de ser muy caro. 

 —¿Lo ha visto?  —Acabo de decírselo —respondió, y pasó

describir el bolígrafo, la ropa de los médicos y enfermeras, la sucesión de gente que había entradsalido de la UCI y lo que había hecho cada uno, coque no podría haber sabido alguien que no hub

estado presente. El cardiólogo seguía impresionado pasados udías, cuando me lo contó. Me confirmó que todoque había dicho la anciana había sucedido realmentque sus descripciones habían sido del todo exactas. embargo, no cabía duda de que había esta

inconsciente; es más, ¡hacía más de cinco años quehabía perdido la vista! La que veía era su alma, no sucuerpo. 

Desde entonces, ese mismo cardiólogo me hahablado de varios pacientes que, antes de morir,habían visto a personas conocidas y fallecidas hacíamucho tiempo que los esperaban para acompañarlosal otro lado. Se trataba de enfermos que no tomabanningún tipo de medicación y que, por lo tanto, estabanúcidos. Uno contó que su abuela esperaba sentadatranquilamente en una silla de la habitación delhospital a que llegara la hora de su nieto. Otra recibióa visita de su hijo, que había muerto de niño. Elcardiólogo observó que, entre sus pacientes, la muerte

se afrontaba con calma, con serenidad. Aprendió adecirles: «Me interesa mucho lo que usted sienta yexperimente. Por muy extraño que le parezca, no sepreocupe, puede hablar conmigo.» Cuando se locontaban, perdían el miedo a la muerte. 

Lo más habitual es que las personas que pasan poruna reanimación afirmen haber visto luz, por logeneral dorada y a lo lejos, como si estuviera al finalde un túnel. Nancy Snyderman, una doctora quetrabaja como periodista especializada en temasmédicos para la cadena televisiva ABC, me permitió

hacerle una regresión como demostración y describió 

su vida como gran era en las grandes l lanurasEstados Unidos en el siglo xix. Al final de su laexistencia, quedó flotando por encima de su cuer

observándolo a distancia. Luego tuvo la sensación que la llamaba una luz, en su caso azul, y de que cavez se alejaba más de su cuerpo para acercarse a unueva vida, una vida que aún no estaba clara. Se trde una típica experiencia de muerte cercana, casi relato de manual, aunque con una salvedad: Narelataba la experiencia de alguien (ella misma en ovida) que llevaba más de cien años muerto. 

¿Adónde se dirige el alma tras abandonar cuerpo? No estoy seguro; puede que no exista

palabra adecuada para designar ese lugar. Yo digo qes otra dimensión, un estado de conciencia superEstá claro que el alma existe fuera del cuerpo físicque establece conexiones no sólo con las demás vide la persona que acaba de abandonar, sino con tolas demás almas. Morimos físicamente, pero esa pade nuestro ser es indestructible e inmortal. El almaeterna. Probablemente, en el fondo, exista sólo alma, una energía. Mucha gente lo llama Dios; otramor. Pero tampoco es el nombre lo que importa. 

 Yo entiendo el alma como una entidad energé

que se fusiona con la energía universal y que despu

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vuelve a separarse, intacta, al regresar a una nuevavida. Antes de fundirse con el alma única, contempladesde lo alto el cuerpo que acaba de abandonar y haceo que yo denomino una evaluación vital, un repaso dea vida que acaba de abandonar. La evaluación serealiza con espíritu de bondad afectuosa y cariño. Nose trata de castigar, sino de aprender. 

El alma registra las experiencias. Siente el aprecio ya gratitud de todas aquellas personas a las que uno haayudado en la vida, y de todos aquellos seres a los que

ha amado, con más intensidad ahora que haabandonado el cuerpo. Del mismo modo, siente eldolor, la rabia y la desesperación de todos aquellos aos que ha hecho daño o traicionado, también demanera acentuada. Así, el alma aprende a no hacercosas perjudiciales y a ser compasiva. 

Una vez terminada la evaluación, el alma parecealejarse más del cuerpo y a menudo encuentra lahermosa luz, como hizo la antepasada de NancySnyderman, aunque puede que no suceda deinmediato; pero no importa, la luz siempre está ahí. A

veces hay otras almas (llamémoslas sabios, maestros oguías) que son muy experimentadas y que la ayudanen su viaje hasta el alma única. En un niveldeterminado, se funde con la luz, pero sin perder laconciencia, para poder seguir aprendiendo al otro lado(al final del viaje inmortal, la fusión será completa), y 

ese proceso va acompañado de una indescriptsensación de felicidad y del conocimiento de que sigindividualizada, con lecciones que aprender, tanto la Tierra como al otro lado. Al final (el tiemtranscurrido varía), el alma decide regresar a ocuerpo y, cuando se reencarna, pierde la sensación estar fusionada. Hay quien cree que la separación esa gloria, de esa dicha que surge de la fusión de luenergía, produce un hondo pesar, y puede que así se

En la Tierra, en el presente, somos individuos, pla individualización es una ilusión característica de eplano, de esta dimensión, de este planeta. Sí, estamaquí, somos reales, tangibles, igual que el sillón enque quizás esté sentado usted mientras lee, pero científicos saben que un sillón lo componen sátomos, moléculas, energía: es un sillón y, al mistiempo, energía. Nosotros somos humanos, finitosal mismo tiempo, inmortales. 

 A mi entender, en el nivel superior todas las almestán interconectadas. Creemos que somos entidaindividuales, separadas; pero eso es sólo una ilusi

una falsa ilusión que, aunque en la Tierra puede tesentido, nos impide ver la realidad: estamconectados con todas las demás almas y, en una esfdistinta, todos somos uno. En este mundo, nuestcuerpos son densos y pesan según parámetros físicsufren dolencias y enfermedades. Pero es

convencido de que, en reinos superiores, no existenos padecimientos físicos. En esferas aún superiores,no hay nada físico, sólo la conciencia pura. Y más allá(y más, y más allá), en niveles que no podemos llegara concebir y donde todas las almas conforman unaúnica, ni siquiera existe el tiempo. Esto quiere decirque las vidas pasadas, presentes y futuras podríandiscurrir de forma simultánea. 

Soy médico y psiquiatra, y curar a la gente es lapasión de mi vida. Creo que a cada uno de nosotros elinstinto nos empuja hacia la curación y el crecimientoespirituales, hacia la comprensión y la compasión; enresumen, hacia la evolución. Soy de la opinión de que,

espiritualmente, avanzamos, no retrocedemos. Elinconsciente (o subconsciente, o mentesuperconsciente o, también, alma) lleva incorporadoun mecanismo que lo conduce por un sendero positivode evolución espiritual. En otras palabras, evolucionasiempre, en todo momento, hacia la salud. En un nivelsuperior, el tiempo se mide en función de las leccionesaprendidas, aunque en la Tierra transcurra según losparámetros que ya conocemos. Vivimos dentro deltiempo y, a la vez, fuera de él. Nuestras vidas pasadasy futuras convergen en el presente y, si pueden

inducirnos a la curación ahora, de modo que laexistencia actual sea más sana y más plena desde el 

punto de vista espiritual, progresaremos. retroalimentación es continua, porque su objetivo

ayudarnos a mejorar nuestras vidas futuras, inclmientras vivimos la presente. Tengo la impresión de que somos muchos los q

dedicamos demasiado tiempo a los niveles comprensión superiores. ¿Cómo serán? Resfascinante considerar la pregunta, pero ahora nuesobjetivo es curarnos cuando todavía habitamos emundo físico. Veo que hay mucha gente, sobre todoaficionada a la New Age, que no acaba de conectar ceste mundo, con el aquí y el ahora. La progresión los campos de la contemplación y la meditaciónimportante, pero quienes se pasan la vida aisladeberían darse cuenta de que somos una especie qvive en sociedad. Y quienes no disfrutan de las delicde lo físico, de los placeres de los sentidos, aprenden plenamente la lección que les ofrece evida. 

Como ya he dicho, hasta hace poco sólo hapracticado regresiones con mis pacientes para qvieran y comprendieran sus vidas pasadas. Ahora empezado a hacer con ellos progresiones haciafuturo. No obstante, aunque sólo estudiemos nuestvidas anteriores, podremos descubrir cómo hem

evolucionado en ellas. Cada vida es una experiencia

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aprendizaje y, si extraemos enseñanzas de lasexistencias pasadas, podremos modificar el presente anuestro libre albedrío, un libre albedrío consciente,claro, el libre albedrío del alma. 

El alma elige a nuestros padres, ya que nuestroimpulso es continuar el aprendizaje para avanzar en elproceso de curación. Por esa misma razón, decidimosqué hacer en la vida presente. No optamos por unos

padres maltratadores, porque nadie quiere que lepeguen, y, sin embargo, hay padres que se convierten(mediante el ejercicio del libre albedrío) enmaltratadores, aunque en una próxima vida, o tal vezen esta misma, aprenderán a ser compasivos ypondrán fin a esa conducta. 

 Yo elegí regresar como hijo de Alvin y DorothyWeiss, y ser psiquiatra. En mi vida anterior fuimiembro de la resistencia checa y me asesinaron en1942 o 1943. Quizá la forma en que morí me empujóa realizar mi presente estudio de la inmortalidad; quizá

mi deseo de investigar y enseñar proceda de otra vidacomo sacerdote en la antigua Babilonia. Sea comofuere, elegí volver como Brian Weiss para aprovecharal máximo mi aprendizaje personal y compartirlo conos demás dedicándome a la curación. Opté por mispadres porque, con ellos, sabía que sería fácil 

aprender. Mi padre reverenciaba el mundo académy quería que fuera médico. También le gustabareligión y me instruyó en el judaísmo, aunque obligarme a nada. Así pues, me convertí en rablaico, en psiquiatra. Mi madre era cariñosa y nacrítica. De ella heredé una seguridad en mí misque, con el paso de los años, me permitió arriesgarcarrera profesional y mi estabilidad económica publicar . Ningunomis progenitores era espiritual, en el sentido queNew Age da a la palabra, y ninguno de los dos cren la reencarnación. Según parece, los elegí porme ofrecían el apoyo y la libertad necesarios padentrarme en el camino de la vida que acaeligiendo. ¿Participó alguien más en mi decisión? me pregunto yo. Espíritus, guías, ángeles: ¿son toellos partes del alma única? No lo sé. 

Es cierto que un alma determinada eligió voc o m o Saddam Hussein, y otra como Ossama Laden. Mi opinión es que su objetivo era el mismo qel nuestro: aprovechar al máximo sus oportunida

de aprendizaje. En un principio, no decidieron regrepara hacer sufrir a nadie, para provocar violencia, phacer saltar a otras personas por los aires y converten terroristas, sino para resistirse a esos impulsseguramente porque habían sucumbido a ellos vidas anteriores. Volvieron para someterse a u

especie de examen en esta escuela en la que vivimos...y suspendieron con todas las de la ley. 

Todo son especulaciones, desde luego, pero meparece que sus almas se reencarnaron en ellos con laidea de encontrar alternativas a la violencia, a losprejuicios y al odio. (Por ese mismo motivo regresa elalma del padre maltratador.) Acumularon riquezas ypoder, y tuvieron que elegir entre la violencia y lacompasión, entre el prejuicio y el aprendizaje, entre elodio y el amor. Esta vez, ya sabemos por qué sedecantaron. Tendrán que regresar de nuevo, atenersea las consecuencias de sus actos y de nuevo vérselascon esas decisiones, hasta que sean capaces deavanzar. 

Los alumnos me preguntan por qué iba a elegirnadie reencarnarse para vivir en una zona infestada deratas en Bogotá o en Harlem. Los monjes budistas quehe conocido, el séquito del Dalai Lama, se ríen anteesa pregunta, porque consideran que la vida es unarepresentación teatral. El hombre de los suburbiosinterpreta un papel, sin más, y en la próxima vida eseactor reaparecerá como un príncipe. Yo creo queelegimos volver a un cuchitril lleno de ratas porquetenemos que entender qué significa ser pobre; enotras vidas, ya seremos millonarios. Tenemos que ser

ricos, pobres, hombres, mujeres, sanos, enfermos, 

grandes, peque os, uertes y d bi les. Si en una vtengo dinero y hay otro ser que vive como yo viví vez, en los suburbios de Bogotá, sentiré deseos

ayudarle, porque supondrá un paso adelante en realización personal. Hay dos elementos fundamentales que debem

tener en cuenta. Para empezar, no podemaprenderlo todo en una sola existencia, pero importa, porque disponemos de vidas infinitas que aestán por llegar. En segundo lugar, cada vez qregresamos, lo hacemos para curarnos. 

Nuestras vidas son una serie de peldaños en escala evolutiva. ¿Dónde nos encontramos, pu

cuando estamos completamente curados y superamel último escalón? Seguramente en el nivel espiritsuperior, que unos llaman «cielo» y otros «nirvana»

Para mí, nuestro planeta se creó como laboratode emociones, sensaciones, sentimientos y relacion

 Aquí podemos estar enamorados y sentir un placeuna alegría inmensos; podemos oler las flores, tocapiel de un bebé, contemplar el esplendor de paisaje, escuchar la música del viento. De eso trataba. ¡Menuda aula! 

En los años venideros, la prueba de fuego s

determinar si queremos respetar esa escuela

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destruirla, algo que la tecnología moderna ya nospermite. No estoy seguro de que nuestro libre albedríosea capaz de tomar esa decisión; puede que seanuestro destino. Si una mente superior y única decideque nuestro planeta merece ser preservado, no serádestruido. En caso contrario, si acabamos con laTierra, no por ello dejarán de existir nuestras almas;ya encontrarían otra escuela, aunque quizá no tanhermosa como ésta ni tan física. 

Todas nuestras almas tienen la misma edad, soneternas, pero algunas avanzan más deprisa que lasdemás. Sad-dam Hussein podría estar en tercero deprimaria, mientras que el Dalai Lama ya habríaempezado un curso de posgrado. Al final, todosacabaremos nuestros estudios en el alma única. Larapidez de nuestro progreso dependerá del librealbedrío. 

Ese libre albedrío al que me refiero aquí no es lomismo que la capacidad de nuestra alma de elegir a

nuestros padres y nuestras circunstancias; se trata,más bien, de la voluntad humana, que en la Tierracontrolamos nosotros mismos. Lo distingo del destino,que a menudo nos une a otro ser en lo bueno y en lomalo. Es el libre albedrío el que nos permite decidirqué comemos, qué coche tenemos, qué ropa llevamos, 

adónde vamos de vacaciones. El libre albedrío faculta también para seleccionar a nuestras parejaunque probablemente sea el destino el que haga qnos atraigan, y viceversa. Conocí a Carole, mi espoen los montes Catskill, en el estado de Nueva Yodonde trabajaba de ayudante de camarero en un hoen el que ella se alojó. El destino. El curso de nuesrelación (al igual que el de cientos de millondependió en cambio de nuestra voluntad, de nueslibre albedrío. Los que elegimos salir juntos y casarfuimos nosotros. 

Del mismo modo, podemos decidir aumenuestra capacidad de amar o de ser compasivpodemos optar por llevar a cabo los pequeños acde bondad que nos aportan una satisfacción interpodemos escoger la generosidad frente al egoísmo,respeto frente al prejuicio. En todos los aspectos nuestras vidas, podemos tomar la decisión basada el amor y, al hacerlo, nuestras almas evolucionarán. 

El doctor John E. Mack, ganador del premio Pulity catedrático de Psiquiatría de la Facultad de Medic

de Harvard, señala lo siguiente: «En la actualidsomos testigos de la confluencia de la ciencia,psicología y la espiritualidad, tras siglos fragmentación ideológica y disciplinaria. Tanto la físmoderna como la psicología en profundidad esrevelándonos un universo en el que [...] todo lo q

percibimos a nuestro alrededor está conectadomediante resonancias, físicas y no físicas, que puedenograr que la justicia, la verdad y el amor universalessean algo más que una simple fantasía utópica. 

»El quid de esa posibilidad es lo que en el mundoaico occidental ha dado en llamarse estados deconciencia “no comunes”, algo que las grandestradiciones religiosas del mundo denominan de formasmuy diversas, como sentimiento religioso primario,unidad mística, conexión con la esencia del ser o amoruniversal. [...] El quid de esos estados de conciencia oser es una posible expansión del yo fuera de susímites habituales.» 

 Yo diría «alma» en lugar de «yo», y añadiría que

esos límites rebasan el universo mensurable. 

He tardado veinticuatro años en dar con la puraverdad que conforma la esencia del presente libro:somos inmortales, somos eternos, nuestras almasjamás morirán. Así pues, deberíamos empezar acomportarnos como si supiéramos que la inmortalidades una bendición que nos ha sido concedida. O, paraser más claros: deberíamos prepararnos para lainmortalidad aquí y ahora, hoy y mañana, y todos losdías que nos quedan por vivir. Si nos preparamos,nuestras almas ascenderán por la escala evolutiva, se 

acercarán más a la curación, al estado superior. caso contrario, reciclaremos nuestra vida actual decir, nos quedaremos estancados) y pospondrempara una existencia futura el aprendizaje de la leccque podríamos haber superado en ésta. 

¿Cómo nos preparamos? ¿Cómo actuamos inmortales? En esta vida, nos preparamos aprendiena relacionarnos mejor con los demás; a ser mafectuosos, más compasivos; a estar más sanos físemocional y espiritualmente; a ayudar a los demásdisfrutar de este mundo y, sin embargo, fomentarevolución, promover su curación. Al prepararnos pla inmortalidad, disiparemos los miedos actuales, sentiremos más a gusto con nosotros mism

creceremos espiritualmente. Y, al mismo tiemsanaremos nuestras vidas futuras.  Ahora, gracias a las progresiones que mis pacien

han experimentado y que me han narrado, podemver los resultados de nuestra conducta actual y, de modo, adaptarla al futuro. Y es que acelerar el procde curación, de evolución, es lo más terapéutico qpodemos hacer, lo mejor, no sólo por nuestras propalmas, sino por todos los habitantes del mundo. es lo que he aprendido de mis pacientes. 

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2 GEORGE: EL CONTROL DE LA IRA 

El control de la ira es una de las técnicas quepodemos aprender ahora para evitar repeticiones de la

violencia en nuestras vidas venideras. El siguiente casoclínico es el de un hombre al que traté antes deempezar a hacer progresiones con algunos de mispacientes. Si hubiera podido descubrir lo que lereservaban los años que tenía por delante, quizá suterapia se habría desarrollado con mayor rapidez. 

George Skulnick hacía todo lo que estaba en sumano para autodestruirse. Pese a sus antecedentes deinfarto de miocardio e hipertensión, tenía sobrepeso,fumaba como un carretero, trabajaba en exceso,cancelaba vacaciones a última hora y se medicaba demanera irresponsable, ya que a veces se olvidaba detomarse las pastillas que le había recetado lacardióloga y luego, para compensar, se tomabademasiadas de golpe. Ya había sufrido un infarto de 

gravedad, y era muy posible que le aguardara otro.Su cardióloga, Barbara Tracy, le recomendó

fuera a verme para poner en práctica técnicas control del estrés. 

 —George es duro de pelar —me advirtióPrepárate para sus arrebatos. 

 Y así fue como aterrizó en mi consulta con esposa, una señora de unos cuarenta y cinco años edad que iba demasiado arreglada para una mañade Miami y que clavó en mí lo que me pareció u

mirada de súplica.  —Betty se queda en la salita de espera —anunGeorge—. Por si la necesita. 

 —Si no le importa —le pedí con delicadevolviéndome hacia ella. 

 —En absoluto —contestó. Me miró por última vez (sí, suplicaba), salió de

habitación y cerró la puerta. George era un hombretón bajito y corpulento q

parecía fuerte y tenía unos brazos enormes, ubarriga exagerada y unas piernas cuya flaqu

sorprendía. Su cara rechoncha tenía un asperubicundo; se le habían reventado los capilares torno a la nariz, lo que denotaba un abuso del alcoCalculé que tendría unos sesenta años, aunque resuque eran solamente cincuenta y dos. 

 —Usted es el médico de las reencarnaciones

afirmó. Lo aseguraba, no lo preguntaba.  —Pues sí.  —Yo no me creo esas chorradas. Si lo que quería era ponerme nervioso, no lo

consiguió.  —Como la mayoría de la gente.  —La doctora Tracy dice que practica una cosa que

se llama terapia de regresión.  —Sí. Suele provocar que el paciente vuelva a vidas

anteriores.  —Eso es una gilipo... —Se detuvo antes de

terminar la palabra y levantó una mano—. A ver,entiéndame, yo estoy dispuesto a todo si sirve paraque no tenga otro ataque. 

Resulta que, en cierta ocasión, George le habíacontado a Barbara una experiencia de muerte cercana.Durante el infarto de miocardio había sentido que salíade su cuerpo, se elevaba y se dirigía hacia una nube deuz azul. Mientras flotaba, le sobrevino una idea: todoiba a tener un final feliz. Saberlo le sirvió de bálsamo,y quiso decírselo a su familia. Desde su punto deobservación privilegiado veía a su mujer y a sus doshijos, todos ellos muy nerviosos, y le entraron ganasde tranquilizarles, pero no pudo. Se volvió para ver supropio cuerpo unos instantes y cuando les miró denuevo se dio cuenta de que no le prestaban atención;era como si hubieran pasado varios años desde su 

muerte. Aquella experiencia le convenció para acudirmí. 

 —¿Por qué no decidimos qué hacemos cuando smás cosas sobre usted? —propuse—. La doctora Trme ha contado que tiene una empresa. 

 —Construcciones Skulnick. Estamos especializaen fábricas, almacenes, edificios de oficinas. Segque ha visto nuestros carteles, están por todo Miami

Efectivamente, los había visto.  —Me provoca muchos quebraderos de cabeza

prosiguió—. La presión es constante. Si no supervtodas las obras yo mismo, siempre hay alguien qmete la pata. 

 —¿Y entonces qué pasa?

Sus ojos se iluminaron.  —Que me cabreo. La ira era, según me había adelantado Barbara,

más peligroso para George, un cuchillo que apuntdirectamente a su corazón. 

 —Hábleme de la rabia —le pedí.  —Es que pierdo el control. Me da por chillar.

pongo rojo como un tomate y noto que el corazón va a mil, como si fuera a estallar. —Se le acelerórespiración sólo de contarlo—. Me entran ganas emprenderla a golpes con alguien, de matar a algu

Me pongo como loco. 

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 —¿Y qué sucede cuando está con su mu er, con sufamilia? 

 —Pues igual, o peor incluso. A veces alguien deltrabajo me pone de mala leche, me tomo un par decopas de camino a casa y, cuando llego, voy buscandopelea. ¿Que la cena no está lista? ¡Toma! ¿Que no hashecho los deberes? ¡Pumba! —Bajó la cabeza paramirarse las palmas de las manos—. Me tienen unmiedo tremendo. No les pego ni nada, claro. Peropuede que un día... 

 —Muy bien. A lo mejor podemos averiguar dedónde sale esa rabia. George levantó la cabeza. 

 —De mi padre, supongo. También le daba porchillar. Y además bebía. 

 —Ésa podría ser la explicación —repuse—, peropuede que haya algo más. 

 —¿Algo que me sucedió en otra vida?Me encogí de hombros. 

 —Tal vez.  —¿Y cree que una regresión me ayudaría? 

 —Creo que es importante para usted, sí, aunquetambién puedo ayudarle con la psicoterapia tradicional,si lo prefiere. Como ya ha pasado por una experienciade la muerte cercana, tengo la impresión de que no lecostaría experimentar una regresión, y, si le resultadesagradable, o doloroso, o demasiado intenso, me 

daré cuenta enseguida y nos detendremos. Permaneció un momento en silencio antes

preguntar:  —Utiliza hipnosis, ¿verdad?  —Sí.  —Si estoy hipnotizado, ¿cómo va a saber si quie

parar?  —Usted me lo dirá.  —¿Desde otra vida?  —Exacto. Me di cuenta de que pensaba: «Sí, claro», pero

que contestó fue:  —Vale. Vamos a probarlo. 

En escribí lo siguiente: «La hipnosis es la técnica principal que utilizo p

ayudar a los pacientes a acceder a recuerdos de vidanteriores. [...] Uno de los objetivos de la hipnosis además de la meditación, acceder al subconscie[...] En la mente subconsciente, los procesos menta

se producen sin que los percibamos de manconsciente. Experimentamos momentos de intuicisabiduría y creatividad cuando esos procesos transmiten a la parte consciente de la mente. 

»El subconsciente no está limitado por las frontede la lógica, el espacio y el tiempo que solem

imponer, sino que puede recordarlo todo, cosas decualquier época. [...] Puede trascender lo común paraentrar en contacto con una sabiduría que escapa anuestras aptitudes cotidianas. La hipnosis permitelegar hasta la sabiduría del subconsciente mediante laconcentración con el fin de conseguir la curación.Estamos en estado de hipnosis siempre que la relaciónhabitual entre la mente consciente y la subconscientese reconfigura de modo que el subconscientedesempeñe un papel más dominante. [...] 

»Cuando alguien está hipnotizado, no duerme. Lamente consciente se percata siempre de lo queexperimenta el sujeto mientras está sometido ahipnosis. A pesar del contacto profundo con el

subconsciente, la mente puede hacer comentarios,criticar y censurar. El sujeto controla siempre lo quedice. Por supuesto la hipnosis no es un suero de laverdad. Uno no entra en una máquina del tiempo y derepente se encuentra transportado a otra época y otrougar sin ser consciente del presente. [...] 

»Puede parecer que, para alcanzar esos nivelesprofundos de hipnosis, sea necesaria una grandestreza, pero todos y cada uno de nosotros losexperimentamos con facilidad todos los días en elmomento en que nos encontramos entre la vigilia y elsueño, lo cual se conoce como estado hipnagógico.[...] 

»Escuchar la voz de otra persona que sirve de gayuda a mejorar la concentración y permite que

paciente alcance un nivel de hipnosis y relajación mprofundo. El proceso no supone peligro alguNinguna de las personas a las que he hipnotizado ha quedado “atrapada” en ese estado. El sujeto pueabandonarlo siempre que lo desee. Además, nadie violado jamás sus principios morales y éticos. Nadieha comportado involuntariamente como una gallinaun pato. Nadie puede controlar al paciente, que quien lleva las riendas en todo momento. 

»En la hipnosis, la mente está siempre despiertaobserva lo que sucede. Por eso alguien que eprofundamente hipnotizado y metido de lleno en

secuencia de recuerdos de la infancia o de una vanterior puede responder a las preguntas terapeuta, hablar el idioma de su existencia actuconocer los lugares geográficos que ve e incluso saque está en un año determinado, que normalmenteve proyectado en el interior de los párpadossimplemente aparece como concepto. La mehipnotizada, que siempre retiene la conciencia yconocimiento del presente, es la que sitúa recuerdos de la infancia o de una vida anterior contexto. Si aparece el año 1900 y el paciente

encuentra construyendo una pirámide en el antig

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Egipto, sabrá que se trata de la era anterior alnacimiento de Cristo, aunque no vea las palabras“antes de Cristo”. 

»También por eso, cuando un paciente hipnotizadodescubre que es un campesino que lucha en unaguerra en la Europa medieval, por ejemplo, puededistinguir a personas de esa vida pasada a las queconozca en la actual. Por eso puede hablar ingléscontemporáneo, comparar las armas rudimentarias deesa época con las que pueda haber visto o utilizado en

esta vida, aportar fechas, etcétera. »Su mente actual está despierta, observa ycomenta. Siempre puede comparar los detalles y loshechos con los de su vida actual. Es el espectador y elcrítico de la película y, por lo general, también elprotagonista. Y todo ese tiempo puede permanecer enun estado relajado, hipnótico. 

»La hipnosis lleva al sujeto hasta un estado congran potencial curativo, ya que le permite acceder a lamente subconsciente. Si hablamos de formametafórica, sitúa al paciente en un bosque mágico en

el que crece el árbol de la curación. Y, si bien lahipnosis es la que le abre la entrada a ese paísbalsámico, el proceso de regresión es el árbol en sí, elárbol del que crece el fruto sagrado que debe comerpara sanar. 

»La terapia de regresión es el acto mental 

consistente en retroceder a una época anterior, cual sea, con el fin de recuperar recuerdos que puedestar influyendo todavía de forma negativa en la vactual del paciente y que, probablemente, sean origen de los síntomas que presenta. La hipnofaculta a la mente para que haga cortocircuito con barreras conscientes y alcance esa información, y incluye aquellas barreras que impiden a los pacienacceder de forma consciente a sus vidas pasadas.» 

Decidimos que acompañaría a George hasta bosque y que mantendría mi papel de terapeuta, modo que no influiría en él ni le sugeriría cuáles elos frutos que podría hallar en el árbol; para emantendría un tono de voz calmado y tranquilizaque garantizara su comodidad y su relajación, y haría sólo preguntas destinadas a permitirle descrsin esfuerzo y con más detalle lo que viera; tampmostraría sorpresa, no haría juicios morales ofrecería interpretaciones, sino que le da

instrucciones en momentos determinados. En popalabras, le haría de guía. George se sentó en un sofá pequeño y cómodo

yo me quedé ante él, en mi sillón.  —Relájese —le pedí—. Cierre los ojos...  Y así empezamos. Ninguno de los dos sabía qué

a encontrar George. 

 —Soy posadero —anunció—. En Alemania. Estoytumbado en una cama del piso de arriba, en nuestrahabitación. Estamos en la Edad Media. Soy viejo,tengo más de setenta años y estoy muy débil, aunquehasta hace poco era fuerte. Me veo claramente. Tengoun aspecto descuidado, con la ropa sucia. Estoyenfermo. Mis brazos, antes robustos, ahora son flacos.Los músculos de la espalda, con los que antes podíaevantar rocas, se han atrofiado. Apenas tengo fuerzapara sentarme. —Me miró desde una distancia de sietesiglos e inclinó la cabeza—. Tengo mal corazón. 

Su familia le rodeaba. Empezó a hablar de ellos:  —Me he portado mal con todos. He tratado concrueldad a mi mujer y a mis hijos. Los he tenidoabandonados, me he dado a la bebida y he mantenidoaventuras con otras mujeres. Pero dependían de mí,no podían irse por mucho que los maltratara. Montabaen cólera y me ponía violento. Me tenían miedo. 

Hacía poco, había sufrido un ataque,probablemente un infarto, y ahora quien dependía deellos era él; no obstante, a pesar de los malos tratos ydel abandono a los que les había sometido, locuidaban con pasión, y hasta con cariño. Su esposaactual era su hijo en la vida pasada, y su hija, su 

mujer. (Esas variaciones son corrientes. Las persoque son importantes para nosotros en la vida presetambién lo han sido en las anteriores, están siemprnuestro lado.) 

Su familia lo atendía infatigablemente y quejarse, ya que las secuelas le impedían hacer napor sí mismo. Con el tiempo, su cuerpo, destrozapor años de alcoholismo, acabó cediendo, y su aempezó a flotar por encima de sus familiares yobservarlos desde lo alto, sintiéndose culpable haberlos tratado de forma tan atroz. 

Es en ese momento de la muerte del cuerpo cuanla persona realiza una evaluación vital, y Geoaseguró que el sentimiento que predominaba era

culpa: se arrepentía de haber desperdiciado su vida.  —Libérese de esa culpa —le pedí—. Ya no cumninguna función. Su familia se encuentra bien y culpa sólo le sirve de lastre. 

Juntos repasamos su vida como posadero. ¿Qlecciones podía extraer de ella? Seguía hipnotizaseguía en la fonda, seguía reviviendo los momentossu muerte. Expresaba las ideas con fraentrecortadas, pero los sentimientos que había ellas eran claros y puros. 

 —El peligro y la violencia son una gran estupide

sentenció—. Los cuerpos son frágiles y caducos. H

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seguridad en el amor y la compasión. odas lasfamilias necesitan cuidado y sustento. Yo tenía quehaberles sustentado del mismo modo que ellos mesustentaron a mí. No hay fuerza mayor que la delamor. 

Me contó todo aquello con la pasión de larevelación. Cuando terminó parecía agotado, así quedecidí hacerle regresar poco a poco al presente paracomentar lo que él había visto y descubierto en elpasado. Se fue aturdido (la primera regresión siempre

es impactante), con la promesa de regresar a lasemana siguiente. Cuando se marchó, hice una anotación: «Veo aquí

plantadas unas semillas de lo que será el futuro de suvida actual. Otro infarto. Más malos tratos. Un patrónsimilar. Va a aprender una lección.» 

Me quedé esperando con impaciencia el regreso deGeorge. 

En la siguiente regresión resultó ser un soldado dediecisiete años que luchaba por su país, Francia, en laPrimera Guerra Mundial. Había perdido el brazoizquierdo en una explosión y, al revivir ese momento,se agarró ese brazo con la otra mano y se quejó deque le dolía, pero las molestias desaparecieron, yaque, según descubrió enseguida, había fallecido a 

consecuencia de las heridas. Una vez más, eninstante de esa muerte flotó por encima del cuerpse vio transportado a otro momento de la misma vi

 Ya no era soldado, sino observador, desligado de hechos que describía. Era un niño, de no más de daños, que llevaba una vida dura pero tranquila en ugranja, con unos padres que lo querían y una hermapequeña que lo idolatraba. En la granja habastantes animales: caballos, vacas y gallinas. Aquvida anterior a la guerra no había sido muy rica

experiencias. Me planteé si el dolor del brazo izquierdo estarelacionado con el infarto que había sufrido en la EdMedia y con el de la vida actual, pero no tenía mande comprobarlo. A veces, resulta sencillo descuuna conexión entre las vidas pasadas y la presenpero en aquel caso no fue así. 

No me dio tiempo de pensarlo demasiado, porqde repente, se puso muy nervioso. Había conectadovida francesa con otra. (Se trata de algo poco habitupor lo general una regresión permite volver a una s

vida previa, si bien el paciente suele repasar distinépocas y distintos hechos dentro de esa misexistencia.) Era un guerrero, mongol o quizá tártarovivía en Rusia o en la propia Mongolia, no estaseguro, hace unos novecientos años. tremendamente fuerte y un excelente jinete, y reco

as estepas matando a sus enemigos y acumulandograndes riquezas. Los hombres que asesinaba solíanser jóvenes inocentes, muchos de ellos simplesgranjeros que habían sido llamados a filas contra suvoluntad, como el muchacho francés que acabaríasiendo él mismo con el tiempo. Mató a cientos depersonas durante su vida y murió ya viejo, sin sentiren ningún momento los remordimientos que leasaltarían doscientos años después, cuando seconvirtiera en el posadero alemán. Los demássufrieron, pero él no. Y no aprendió ninguna lección;ya llegarían en vidas posteriores. En la evaluación vitalque hizo siendo posadero fue, al parecer, cuando searrepintió por primera vez. 

La experiencia mongola le demostró algo que yohabía empezado a entender poco tiempo antes: eldescubrimiento de las consecuencias de los propiosactos no es necesariamente algo inmediato. Tuvo quepasar por otras vidas violentas (no sé decir cuántas, yaque evidentemente sólo puedo contar las que él merelató) antes de llegar a darse cuenta de lo que habíaprovocado. 

Quizá lo habían matado en la Primera GuerraMundial como castigo por la vida violenta que habíalevado como guerrero. Quizás el arrepentimiento delposadero no había bastado. Quizá, si hubieracambiado antes de sus actos violentos, no habría 

vuelto para que lo mataran en Francia y habría tenuna larga vida en la granja. Comentamos todo

cuando le hice salir del estado de hipnosis. Creo queque quiso decirme fue que si no hubiera sido violento en sus vidas anteriores no lo sería enpresente. Había pasado de asesino sin escrúpuloposadero maltratador, después a soldado franmuerto antes de poder vivir plenamente y, por finempresario próspero, todavía cargado de ira y graves problemas cardíacos y de hipertensión. 

 Aquel día hice dos anotaciones: «El valor deempatía. Tuvo que sentir lo que había provocado»«El corazón conecta todas esas existencias». ¿Csería el próximo paso? 

En la siguiente ocasión, resultó ser un japonés de poco más de treinta años que había vivido a finadel siglo xix. Me contó que se había enamorado de chico mucho más joven que él. Tenía la impresión que no había otra manera de conseguir el amor muchacho que no fuera seducirlo, así que dechacerlo. Llevó a su amado a una habitación y empea servirle licor sin parar. En parte contra la volundel más joven, aquella noche sellaron su amor. 

El chico se quedó avergonzado y humillado. Encultura, los actos homosexuales eran deshonros

algo prohibido, y se sentía especialmente ultrajado p

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haber permitido que lo penetraran. Su reacción fue la ira. Se presentó a su siguiente

cita con un cuchillo o una espada que hundió en elpecho de George, demasiado débil y demasiado enjutopara resistirse. Mi paciente murió de formainstantánea. 

En su evaluación vital estuvieron presentes temascomo el odio, la ira, la rabia impulsiva y el alcohol.George se dio cuenta de que tendría que haber sidomás paciente. No debería haber seducido al joven,

sino que podría haber esperado la llegada de uncompañero dispuesto a mantener relaciones sexualescon él. No juzgaba su homosexualidad; su pecadohabía sido interferir en el libre albedrío de otrapersona al manipularla. 

Una conexión más sutil giraba en torno al peso.Pese a toda su fuerza, George estaba obeso, lo queaumentaba los riesgos de sufrir un infarto. A veces, lagente gana peso y lo mantiene como protección contraalgo. Suele pasar en el caso de mujeres que hansufrido abusos o violaciones; de forma simbólica,

intentan evitar que se repita el hecho violento. Y esonos lleva a George, un violador que había sido a suvez víctima de la violencia. Su obesidad parecíaprovenir de esa vida, no de ésta. Una vez locomprendió, le resultó más fácil ponerse a régimen. 

 Anoté lo siguiente: «¿Su vida anterior le marcó 

(quizá debido a la herida de arma blanca) con uvulnerabilidad cardíaca en el futuro?» No podía esseguro, pero solemos regresar a este mundo lesiones o debilidades que afectan a las partes cuerpo donde se produjeron heridas mortales o daen una vida anterior. En este caso, la relación pareprobable. 

Llegados a ese punto, George ya era capaz sumergirse en un estado muy profundo. Parecía qsus experiencias lo turbaban y, al mismo tiempo,inspiraban. 

En 1981, cuando mi paciente Catherine estaba un estado hipnótico profundo, recordando importantes lecciones de sus vidas anteriores, transmitió mensajes de unos seres a los que lla«los sabios», almas más evolucionadas cuconocimientos me llevaron, cuando ella me los hllegar, a entender de otra manera lo que es curación. Así pues, decidí preguntarle a George, qestaba ya en un estado profundo: 

 —¿Hay algo más? ¿Hay algún otro mensaje para

alguna otra información o revelación que pueextraer de ese nivel?  Anoté al dictado lo que me contestó.  —La vida terrestre es un don. Es una escuela en

que aprender cómo se manifiesta el amor en dimensiones físicas en las que existen los cuerpos y

emociones. Pero la escuela tiene muchos patiosdistintos y hay que utilizarlos. La vida física está hechapara disfrutarla. Ése es uno de los motivos por los quehabéis recibido los sentidos. Sed buenas personas.Divertíos y disfrutad. Aprovechad los placeressencillos, pero abundantes, de la vida sin hacer daño aos demás, ni a las cosas, como la naturaleza. 

Cuando se marchó, apunté: «Al despertarse,George era consciente de que esos mensajes eran muyimportantes para él, porque en su vida actual no sedivertía nunca, y las cosas sencillas son una de lasgrandes razones por las que nos encontramos aquí.También tenemos patios de los que disfrutar. No todotiene que ser trabajar, no todo tiene que ser serio.

“Sed buenas personas” quería decir que fuéramoscompasivos y cariñosos en todos los niveles.» Cuando volvió para la siguiente sesión, George me

habló de un sueño milagroso. Las dudas que habíapodido tener sobre la terapia de regresión se habíandisipado. Estaba emocionado, radiante. Los mensajesque había recibido habían adoptado la forma de unapersona, un ser espiritual impregnado de la luz azulque había visto en su experiencia de la muertecercana. Esa persona le había dicho que tenía quequererse más y que los habitantes de la Tierra tenían

que cuidar los unos de los otros y no hacerse daño. 

Hab a recibido instrucciones, seg n me cont , peropodía ofrecer demasiados detalles. Se trataba instrucciones dirigidas a él, lo sabía, pero q

concernían a la humanidad en todos los sentidTenía que comunicarse mejor, explicar lo que pensay lo que hacía, en lugar de arremeter sin más conquienes lo rodeaban. «Ten más cuidado», le hadicho el espíritu. «No hagas daño a los demás.» 

George me contó que había una jerarquía espíritus y que el que le había visitado a él no necesariamente del más alto nivel. 

 —Hay otros lugares y otras dimensiones superiores que no pertenecen a este planeta. Ptenemos que aprender las lecciones de los sabios, que lo más importante es progresar —me dijo,aunque no se trataba de mensajes tan contundentesde tan largo alcance como los que me hatransmitido Catherine, me conmovieron. Una vez mera el paciente quien indicaba el camino al médico. 

En la siguiente regresión de George se hicieevidentes distintas conexiones. Esta vez recordó qhabía sido una esclava del sur de Estados Unidosprincipios del siglo xviii. Estaba casada con un homespecialmente cruel. El esposo de aquella mujer ne

de hacía doscientos años era también el padre

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George en el presente. En la anterior vida, su maridoe pegaba tan despiadadamente que le había roto laspiernas y la había dejado inválida. 

En esta existencia, en cambio, el padre de Georgee había dado mucha fuerza y le había apoyado, sobretodo durante su infancia, que había estado marcadapor una artritis localizada en las rodillas. Sin embargo,era una figura autoritaria y aterradora, dada a ataquesde ira como los que más adelante repetiría su hijo, quepronto descubrió que para conseguir cualquier cosa

ejos de la influencia del padre tenía que «valerse porsí mismo», con lo que se establece un paralelismoevidente con la existencia vivida como esclava. 

La independencia y la fuerza habían marcado lavida de George antes del infarto, y siguió aferrándosea ellas, quizá con demasiada determinación, inclusodespués de recibir el alta. La lección que tenía queaprender en esta vida era la del equilibrio; por unado, debía mantener la autoridad y, por el otro, saberescuchar y aceptar sugerencias además de darórdenes. 

Experimentó una breve regresión a una vidaanterior de la que apenas vislumbró alguna escena.Era un hombre de la Edad de Piedra vestido con pielesde animales y con las manos y los pies cubiertos devello. Murió muy joven, de hambre. Ésa era otraexplicación para el sobrepeso que sufría en esta vida, 

ya que las víctimas de la inanición, por ejemplo fallecidos en el holocausto nazi, suelen ser obesos treencarnarse, pues necesitan los kilos como garande que jamás volverán a pasar hambre. 

Ordené de forma cronológica las vidas anteriorhombre de la Edad de Piedra, guerrero mongposadero en la Edad Media, esclava paralítica,

 japonés asesinado y francés muerto en el campo batalla. Evidentemente, tenía que haber alguna opero no accedió a ellas durante nuestras sesiones y vez nunca tendrá oportunidad de hacerlo. El espíazul le dijo que vemos las vidas pasadas que tienrelevancia en ésta. 

 —El aprendizaje prosigue al otro lado —me coGeorge, convertido ya en todo un «experto», y optimismo me alegró—. Vamos perfeccionatécnicas y desarrollando nuestras aptitudes. Es proceso que no tiene fin. 

En todas las vidas que recordó había temrecurrentes (la violencia y la ira, el dolor físico, malos tratos, la constante amenaza de la muerte) q

tenían su paralelismo en la actual. Cuando consideró todas esas existencias previas conjunto, cayó en la cuenta de que su estilo de viba a acabar con él: bebía demasiado, tenía qcontrolar la tensión arterial, podía sufrir otro infartodebido a los ataques de ira, corría el riesgo de su

un derrame cerebral. Todo eso requirió casi dos años de intensa terapia

(tras los cuales hubo sesiones periódicas), pero, amedida que George asumía esas nuevas percepcionescon otros instrumentos terapéuticos que le ofrecía,como discos compactos de relajación, yo tenía elplacer de comprobar cómo empezaba a cambiar.Aprendió a relajarse más gracias a la meditaciónformal (algo que le había recomendado antes, peroque se negaba a hacer). Observó que se comunicabamejor con los empleados de la oficina; aseguraba quese le daba mejor escuchar y aceptar los contratiempossin ponerse «hecho un basilisco». Incluso cuandoacababa siendo presa de la ira, los ataques eran más

breves y menos violentos. Conseguía relajarse de vezen cuando; a la hora del almuerzo se ponía uno de miscompactos en el despacho y le pedía a su secretariaque no le interrumpieran. Recuperó la afición al golf ya la pesca y empezó a ir a ver partidos de béisbol deos Florida Marlins. 

Físicamente, George también experimentó unamejoría. Le bajó la tensión, el corazón empezó afuncionar con mayor normalidad, se puso a hacerejercicio, bebía menos y comía alimentos más sanos.Todo eso lo hizo de común acuerdo con su esposa, a

a que yo a veces pedía que acudiera a nuestras 

sesiones, donde confirmaba el progreso de su marcon una gratitud tan sincera como la de él. Pasómismo con sus hijos; George se estaba convirtien

en padre, amigo y guía, y ya no era un dictador. Un cambio dio pie a otro y, al poco tiempo, se una progresión de cambios, lo que denominam«bucle sinérgico». Un éxito daba lugar a otro. 

 —He vislumbrado el otro lado —me contó—. Mevisto en una vida futura. Era maestro de muchos nique me apreciaban. Era una vida feliz. Estaba msatisfecho. Las técnicas que aprendí allí he podaplicarlas en esta vida física. Y he visto otro munapenas se distinguía. Había estructuras cristalinasluces y gente, no sé, como rayos de luz. 

Me quedé atónito. Como ya he dicho, eso suceantes de empezar a llevar a pacientes hacia el futde forma intencionada. En aquel momento, me pareque su visión debía de haber sido una metáfora, símbolo de lo que deseaba su alma en el presentepuede que simplemente un sueño inducido por trabajo que habíamos hecho con su pasado. Y, embargo, quizá lo que vio fue literalmente cierto. 

 Al finalizar la sesión, escribí: «Ha conseguido cusu corazón espiritual además del físico.» cardióloga, Barbara Tracy, me confirmó la parte físy yo, por mi parte, sabía que George había recupera

la esperanza. De repente, la vida tenía sentido.

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espiritualidad se convirtió en parte de su carácterpsicológico. La familia era importante. Los amigostambién. Y los compañeros de trabajo. Y el placer. 

 Ya estaba preparado para el siguiente paso de suevolución. Cuando el cuerpo de George muera y sualma esté lista para regresar, estoy convencido de quesu nueva vida tendrá un nivel superior; será casi contoda seguridad más tranquila que las que ha vividoantes. Si no hubiera revisado y comprendido lasecciones de sus vidas anteriores, habría tardado másen alcanzar esa etapa, quizá tendría que haber pasadovarias vidas más en un estado de rabia y violenciaantes de descubrir por sí mismo las verdades que leenseñaron sus regresiones. Su terapia finalizó y ya noacude a la consulta. Si lo desea, no me importaríahacerle una progresión, no por motivos terapéuticos,sino para que viéramos cómo serán sus nuevas vidasno violentas. 

La existencia actual de George cambió cuandorenunció a la ira y a la violencia, sus mayores

problemas. Las vidas presentes y pasadas de otrospacientes demuestran que el cambio es posible en unadocena de aspectos distintos de la existencia y, porextrapolación, en cientos más. No es habitual que unapersona aprenda más de una lección en una mismavida, aunque suele prestarse una atención residual a 

varias. Para este libro he separado las leccionesgrupos diferenciados, si bien tienden a solaparse yevolución en una puede fomentar el avance en otrLas historias que aparecen a continuación ejemplos extraordinarios de cómo determinapersonas han evolucionado hacia nuevas vidas que han llevado a planos superiores y que, con el tiemles transportarán hasta el nivel supremo. 

3  VICTORIA, EVELYN Y MICHELLE: LA 

SALUD 

Como médico y como psiquiatra, mi misión escurar enfermedades físicas y emocionales, a veces porseparado, pero, por lo general, de forma simultánea,ya que la mente afecta a la salud del cuerpo y elcuerpo a la de la mente. Conozco el concepto de 

«salud espiritual», pero para mí el alma siempre estásana. Es más, es perfecta. Cuando la gente habla decuración del alma, no sé a qué se refiere: si sentimosque necesita curación es por lo alejados que estamosde ella. 

La mala salud tiende a convertirnos en narcisistas, yel narcisismo nos aparta de la compasión, de laempatía, del control de la ira, de la paciencia, todosellos elementos que, cuando se dominan, permitenascender en la escala evolutiva que lleva a lainmortalidad. Muchas veces, cuando estamos enfermos

solamente somos capaces de pensar en la enfermedad,o que limita las oportunidades de progreso. Así pues, 

en este capítulo voy a hablar de las enfermedafísicas, de los estados mentales patológicos (fob

miedos, depresiones, ansiedades) y de cómo paliarl¿Influyen en ellos las vidas pasadas? Desde lueg¿Tienen también su efecto las futuras? Cada vez esmás convencido (a medida que va habiendo mindicios) de que sí. 

 A continuación, voy a presentarles a dos persoexcepcionales, Victoria y Evelyn. La primera sufría cáncer que convertía en un infierno todos y cada ude sus días, la segunda era víctima de una ansiedtan profunda que una vida que en apariencia era plese había convertido, en el fondo, en aprácticamente incontrolable. Curé a Victotrasladándola a sus vidas anteriores; ayudé a Evemostrándole el futuro. 

 A estas alturas, estoy acostumbrado a regresioimpresionantes y revelaciones asombrosas, pero encaso de Victoria me embargó la sensación de había sucedido un milagro, algo que casi nunca haexperimentado desde que Catherine y yo conocimos hace veinticuatro años. 

 Victoria se dedica a la medicina, vive en Manha

y es miembro destacado de la Academia de las Arte

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as Ciencias de Estados Unidos. Entramos en contactocuando me abordó al inicio de un taller de cinco díascelebrado en el Instituto Omega, un centro dedicado aa curación y el aprendizaje que tiene su sede enRhinebeck (Nueva York), y me contó que hacíadieciséis años que sufría tremendos dolores de espaldadebidos a un cáncer que diversas operaciones y unaserie de tratamientos de quimioterapia y radiación nohabían logrado curar. Acudía a Sloan Kettering, uno deos mejores centros oncológicos de Estados Unidos, y

me entregó un historial médico de bastantescentímetros de grosor. El dolor era implacable; lodescribió como el bombardeo incesante de un abscesoformado en una muela. Por la noche tenía que tomargrandes dosis de un medicamento similar a la morfinadebido a la severidad del tormento, pero durante el díasoportaba la agonía para poder trabajar con la cabezadespejada. Aunque no era vieja (tenía unos cincuentay cinco años), se le había quedado el pelo cano deldolor. No le gustaba cómo quedaba y se lo teñía denegro. 

 Victoria aseguraba que había dejado de tomar lamedicación unos días antes del taller para poderconcentrarse en mis exposiciones, pero cuando me viome preguntó: 

 —¿Cómo voy a aguantar cinco días sin lamedicación? Van a tener que llevarme a casa en 

ambulancia.  —Haga lo que pueda —contesté—, y si tiene

marcharse lo comprenderé. Se quedó a todas las sesiones y al final se

acercó y me contó cómo le había ido. Me pareció importante que le pedí que se lo contase a todogrupo. Durante la semana había experimentado varegresiones, todas a la misma vida anterior, que hatenido lugar cerca de Jerusalén en época de JesucrisEra un campesino pobre, un hombre corpulentobrazos y hombros fuertes, pero sensible en espiritual y cariñoso con los pájaros y los animalesgeneral. Vivía en una casa de madera situada juntoun camino con su mujer y su hija, sin molestarnadie. Victoria reconoció a su hija, que también lo en esta vida. Un día, el campesino se encontró upaloma con un ala rota y se arrodilló para recogeUn soldado romano que desfilaba con un cuerpo elite de la guardia de palacio se molestó al toparse ceste hombre que le impedía el paso, le golpsalvajemente en la espalda y le rompió va

vértebras. Algunos de sus compañeros incendiaroncabaña y mataron a su mujer y a su hija. resentimiento y el odio que el campesino profesabalos romanos ardían con fuerza en su corazón. A pade aquel momento decidió no confiar en nadie. Jamse recuperó de las lesiones de la espalda. 

Desesperado, destrozado física y emocionalmente,se trasladó a un cobertizo situado dentro de la murallade Jerusalén, más cerca del gran templo, y sobrevivióa base de las verduras que lograba cultivar. No podíatrabajar y se desplazaba con la ayuda de un robustobastón y de su único animal, un burro. La gente creíaque chocheaba, pero sencillamente estaba viejo ydestrozado. Llegó a sus oídos la noticia de que habíaun rabino que estaba haciéndose famoso por suscuraciones, y recorrió una gran distancia para escucharuno de los sermones (resultó ser el de la montaña), nocon la esperanza de recibir curación o consuelo, sinomovido por la curiosidad. Los seguidores del rabino sequedaron horrorizados al ver a aquel campesino y lo

echaron de allí. Se escondió tras un arbusto yconsiguió mirar a los ojos de Yeshi.*  —Fue como mirar el interior de dos pozos sin

fondo llenos de una compasión infinita —me contóVictoria. 

 Yeshua le dijo al campesino:  —No te alejes.  Y él obedeció durante el resto del día. El encuentro no sirvió para curarle, pero sí para

darle esperanza. Regresó a su cobertizo, inspirado porel sermón del rabino, que le pareció «grandilocuente y

verídico». 

Cuando el rabino estaba a punto de volverJerusalén, el campesino cayó presa de la ansiedSabía que Yeshua se encontraba en una situac

peligrosa, porque había escuchado rumores sobreque los odiados romanos tenían previsto hacer cony salió en su busca para avisarle, pero ya demasiado tarde. Cuando por fin volvieron comunicarse, Yeshua arrastraba pesadamente madero enorme de camino hacia su crucifixión. campesino advirtió que estaba muy deshidrataSorprendido ante su propio valor, quiso acercarse acon un trapo empapado en agua para mojarle la bopero Yeshua ya había pasado. El campesino quedesolado, pero entonces Yeshua se dio la vuelta ymiró, de nuevo con ojos llenos de una compasinfinita, pese al tremendo esfuerzo físico, deshidratación y la fatiga. 

 Aunque Yeshua no habló, el campescomprendió sus palabras, que se le quedaron grabaen la mente de manera telepática: 

 —No te preocupes. Tenía que ser así.  Y, dicho eso, continuó su camino. El campesino

siguió hasta el Calvario, hasta la crucifixión. El siguiente recuerdo de Victoria fue de sí misma

la piel del campesino, solo bajo una lluvia torrencsollozando tras la muerte de Yeshua en la cruz. De

el asesinato de su familia, solamente había sido cap

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de confiar en el rabino, y le costaba aceptar quetambién hubiera fallecido. De repente, sintió en lacoronilla lo que Victoria describió como una «electricidad» que descendió por la columna vertebral,y se dio cuenta de que tenía la espalda recta, de queya no estaba jorobado ni lisiado. Volvía a ser fuerte. 

 —¡Mirad! —exclamó Victoria en el presente—. ¡Mirad! 

 Y se puso a bailar, moviendo las caderas de un ladoa otro, sin el menor rastro de dolor. Cuando elcampesino se enderezó no hubo testigos; dos mil añosdespués, todos los asistentes al taller vieron a Victoriadanzar. Había quien lloraba. A mí se me llenaron losojos de lágrimas. A veces, cuando vuelvo a leer misnotas al repasar un caso, olvido esa sensación de estarante algo mágico, algo misterioso y sobrecogedor, queme provocan las regresiones, pero en aquella ocasiónrecuerdo que fue palpable. Aquello no podía ser frutode una sugestión hipnótica. Las graves lesionesvertebrales y la pérdida cartilaginosa que sufríaestaban bien documentadas en las resonancias

magnéticas y otras pruebas cuyos resultados seincluían en el historial que me había entregado. «¿Cómo va a aceptar esta profesional de la

medicina, esta mujer de ciencia, lo que acaba desuceder?», recuerdo que pensé, pero aquélla era unapregunta intelectual que quizá se respondería con el 

tiempo. Por el momento, mientras la observaba, único que sentía era la felicidad que transm

 Victoria. 

 Algo más maravilloso estaba por llegar. E n , mencioné brevemente

recuerdo de una vida pasada que yo mismo hatenido. Me vi como un joven de una familia madinerada en la Alejandría de hace unos dos mil añMe encantaba viajar y había recorrido los desiertos norte de Egipto y del sur de Judea, a menuadentrándome en las cuevas donde vivían por aqentonces los esenios y otras sectas. De hecho, familia contribuía a su bienestar. Durante un viaconocí a un individuo algo más joven que yo resultó ser muy despierto, y acampamos y viajam

 juntos durante aproximadamente un mes. Él empapaba de las enseñanzas de aquellas comunidaespirituales judías mucho más deprisa que yo. Aunqnos hicimos buenos amigos, al final nuestros cami

se separaron y yo me fui a visitar una sinagoga cede las grandes pirámides. Entonces no conté el resto de la historia porque

demasiado personal y porque no quería que napensara que escribía movido por la autocomplacenc«El doctor Weiss en época de Jesucristo.» Ensegu

quedará claro por qué lo hago ahora, ya que laprotagonista de la historia es, en realidad, Victoria, yno yo. 

 Volví a ver a mi compañero en Jerusalén, ciudad aa que viajaba a menudo, ya que mi familia realizabaallí gran parte de sus actividades comerciales. Me vi ena histórica ciudad como erudito, no como negociante,aunque seguía siendo rico. Por aquel entonces, lucíauna barba entrecana impecablemente recortada yvestía una extravagante toga que era, digamos, unequivalente de la túnica de colores de José. La veoahora con la misma claridad de entonces. 

En aquella época había un rabino itinerante queograba congregar a grandes grupos de personas y

que, por tanto, representaba una amenaza para PoncioPilato, que lo había condenado a muerte. Me perdíentre la muchedumbre que se había arremolinado paraver a aquel hombre de camino a su ejecución y,cuando lo miré a los ojos, me di cuenta de que habíareencontrado a mi amigo, aunque era demasiado tardepara intentar siquiera salvarlo. Tuve que limitarme averlo pasar, si bien más adelante pude ayudareconómicamente a algunos de sus seguidores y a sufamilia. 

En eso estaba pensando mientras Victoria, muy

centrada en el presente y aún llena de júbilo, seguía 

hablando, de modo que apenas le prestaba atencicuando afirmó: 

 —Lo vi a usted. 

 —¿Dónde? —quise saber.  —En Jerusalén. Cuando Jesús se dirigía a la cEra un hombre poderoso. 

Sentí un escalofrío por la espalda como si alguhubiera encendido una mecha. 

 —¿Y cómo sabe que era yo?  —Por la expresión de sus ojos. Es la misma

veo en ellos ahora.  —¿Qué llevaba puesto?  —Una túnica. Era de color arena, con ribe

burdeos, muy elegante. No formaba parte de autoridades, no era uno de los hombres de Pilapero me di cuenta de que tenía dinero por la túnicaporque llevaba la barba, que era entrecana, muy brecortada, a diferencia de la mayoría de la gente. ¡Síque era usted, Brian! No me cabe la menor duda. 

 A los dos se nos puso la carne de gallina y miramos maravillados. 

Un psiquiatra diría: «Bueno, eso es una proyecciUsted era el ponente, un sanador, y ella había vdesaparecer su dolor, así que, lógicamente, crhaberle visto en la regresión.» Sí, es cierto, pdescribió la túnica, mi barba, mi aspecto, la escena

situación, todo, tal y como lo había visto yo ha

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muchos años en mi propia regresión. Sólo se lo habíacontado a tres personas y no había forma posible deque Victoria hubiera sabido de antemano qué aspectotenía ni qué ropa llevaba. 

Se trata de una situación absolutamenteextraordinaria que, a día de hoy, aún me resultainexplicable. Es algo que va más allá de la salud y dea curación, que se adentra en el terreno de lotrascendental. «Tenía que ser así», le dijo Jesús, elsanador. Tengo la impresión de que son palabrasimportantes, pero no estoy seguro de cómointerpretarlas. 

 Victoria me llamó aquella misma noche, después deque terminara el taller, aún muy impresionada. Losdos, ambos científicos, éramos conscientes de que suvisión de Jesús había sido validada. Habíamossuperado la óptica científica para llegar hasta dospuntos en los que el destino había querido que nosencontráramos para que ella pudiera sanar, por algúnmotivo que ninguno de los dos lograba comprender.Si me vio en Jerusalén no fue por accidente ni por

fantasía; aquello sucedió porque dos mil años mástarde yo sería el instrumento de su curación. Le pedí que se mantuviera en contacto y aún

hablamos de forma habitual. Sigue moviéndose sindolor y puede girar las caderas con normalidad.Cuando volvió a casa, su peluquero se sorprendió de 

lo bien que había aguantado el tinte hasta que se cuenta de que volvía a tener el pelo negro, su conatural. Según ella, su internista se quedó «atónita»verla andar y bailar sin dolor. Y en el mes de octula llamó su farmacéutico, preocupado porque no harenovado la receta de calmantes. 

 —Ya no los necesito. —Fue su respuesta, y asombrada por todo lo que le había sucedido, se eca llorar—. Me encuentro bien. 

Evelyn se dedicaba a las fusiones y adquisiciones; es decir, que su trabajo consistía ayudar a dos empresas a unirse o a una de ellascomprar la otra. Cuando las compañías eran grandsolía haber ofertas por cientos de millones de dólay los honorarios que cobraba la empresa para la qtrabajaba Evelyn tenían por lo general siete cifras. recibía un sueldo considerable que, muchas vecquedaba doblado o triplicado al sumarle bonificaciones de final de año, con las que

recompensaban haber aumentado la facturacCuando acudió a verme, su ropa reflejaba el nivel su éxito: traje chaqueta y bolso de Chanel, pañueloHermès, zapatos de Gucci, reloj Rolex y collar diamantes. 

Tendría unos treinta y cinco años, era delgada

físicamente atractiva, con el pelo negro y muy corto,casi el estereotipo de una ejecutiva joven. Sin

embargo, cuando la miré a los ojos (cosa que noresultaba fácil, ya que los apartaba en cuanto sepercataba de que la observaba) detecté tristeza; la luzprocedía de los diamantes que rodeaban su cuello, node su expresión. 

 —Necesito ayuda —me pidió en el momento en quenos saludamos. 

Se sentó y empezó a retorcer unas manos nerviosasen el regazo. Enseguida me di cuenta de que teníatendencia a hablar con oraciones afirmativas sencillasenunciadas en voz tan alta que quedaba poco natural. 

 —Soy infeliz. 

Se hizo un silencio.  —Prosiga —le rogué.  —«Últimamente he perdido todo mi alborozo.» Una cita de . A veces los pacientes utilizan

palabras prestadas para no tener que recurrir a lassuyas propias; es un mecanismo de defensa, unaforma de ocultar los sentimientos. Esperé a queprosiguiera. 

Tardó un rato.  —Antes me encantaba el trabajo. Ahora no lo

soporto. Antes quería a mi marido. Ahora estamos

divorciados. Cuando tengo que verle, apenas logro 

mirarle a la cara. —¿Cuándo se inició ese cambio? —pregunté.  —Cuando empezaron los atentados suicidas

Israel.  Aquella respuesta absolutamente inesperada dejó aturdido. A veces, los cambios de humor suponen el paso de la felicidad a la depresión tienenorigen en el fallecimiento de uno de los padres (el Evelyn, según supe después, había muerto siendo una niña), la pérdida del trabajo (desde luego, ése era su problema) o las secuelas de una laenfermedad (ella disfrutaba de excelente salud físicLos atentados suicidas, a no ser que uno fuera atacadirectamente, eran, por decir algo, un detonante phabitual. 

Se echó a llorar.  —Pobres judíos. Pobres judíos. —Tomó aire y

lágrimas cesaron—. ¡Los árabes son unos cabrones! Me pareció algo anómalo que una palabrota sali

de su boca; aquello daba una idea de la rabia qhabía detrás. 

 —¿Usted es judía, pues? —pregunté.  —De los pies a la cabeza.  —¿Y sus padres? ¿Eran tan fervorosos como uste —No. No eran muy religiosos. Yo tampoco,

verdad. Y no les preocupaba Israel. Para mí, es

único país que tiene importancia. Los árabes est

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empeñados en destruirlo.  —¿Y su esposo?  —Bueno, dice que es judío, pero Israel también le

trae sin cuidado. Es una de las razones por las que leodio. —Se quedó mirándome con hostilidad, quizáporque mantuve la calma pese a la vehemencia de supasión—. Mire, he perdido el apetito. No me apetece lacomida, ni el sexo, ni el amor, ni el trabajo. Me sientofrustrada e insatisfecha. No consigo dormir. Ahoranecesito psicoterapia. Usted tiene buena reputación.Ayúdeme. 

 —¿Para descubrir de dónde proceden la rabia y laansiedad? 

 —Quiero recuperar la felicidad —sentenció, bajandoa cabeza—. Voy al cine. Voy de compras. Me voy a lacama. Y pienso en lo mucho que odio a los árabes.Odio a la ONU. Ya sé que han hecho cosas buenas,pero están dominados por antisemitas. Todos losvotos van en contra de Israel. Soy consciente de queexagero. Sé que deberían importarme otras cosas,pero es que esos cabrones de los árabes... ¿Cómo

pueden matar a bebés judíos? ¿Cómo va a importarmenada más? 

Probamos la psicoterapia convencional, explorandosu infancia en esta vida, pero las causas de la rabia y la 

ansiedad que sufría no parecían estar ahí. Acepintentar una regresión. 

 —Vuelva al momento y al sitio en el que surgió primera vez la ira —requerí en cuanto entró enestado hipnótico profundo. No quise orientarla mElla misma elegiría el tiempo y el lugar. 

 —Estoy en la Segunda Guerra Mundial —anuncon una voz grave y masculina, muy erecta y gesto de incredulidad—. Soy oficial nazi, miembro

las SS. Tengo un buen trabajo. Me dedico a supervla carga de judíos en los vagones de ganado que llevan a Dachau, donde van a morir. Si alguno intehuir, le pego un tiro. No me gusta hacerlo. No es qme importe matar a una de esas alimañas, sino queme gusta nada perder una bala. Son caras. Nos hordenado ahorrar munición siempre que sea posible

 Aquella despiadada letanía se contradecía conhorror mal disimulado de su voz y el ligero tembq u e había hecho presa en su cuerpo. Como ofialemán, puede que no sintiera nada por la gente qmataba; como Evelyn, al recordarlo, sufría

tormento. He descubierto que la forma más segura de acareencarnado como miembro de un grupo concreto personas (ya sea una religión, una raza, unacionalidad o una cultura) es haberlo odiado en uvida anterior, haber demostrado prejuicios o violen

contra él. No me sorprendió que Evelyn hubiera sidonazi. Su vehemente postura proisraelí en esta vida era

una compensación por el antisemitismo de entoncesque ella había acabado convirtiendo en unasobrecompensación. El odio que había sentido por losjudíos se había transformado en una animadversiónigual de intensa hacia los árabes. No era de extrañarque se sintiera ansiosa, frustrada y deprimida. Nohabía avanzado demasiado en su travesía hacia lasalud. 

Después pasó a otra parte de su vida como alemán.El ejército aliado había entrado en Polonia y ella había

muerto en el frente durante una encarnizada batalla.En su evaluación vital, tras morir en aquella existencia,sintió remordimientos y una culpa tremenda, peronecesitaba volver para confirmar que había aprendidoa lección y para resarcir a todos los que habíaperjudicado como oficial de las SS. 

Todos somos almas, todos formamos parte delalma única, todos somos iguales, seamos alemanes ojudíos, cristianos o árabes, pero, al parecer, Evelyn nohabía aprendido esa lección. Su odio no habíadesaparecido. 

 —Vamos a hacer un experimento —propuse tras 

devolverla al presente—. ¿Se anima? Aceptó encantada. Se puso cómoda; sus manos contuvieron su jue

ansioso. Me miró con expectación.  —Creo que somos capaces de influir en nuesvidas futuras a través de nuestras acciones en éstaempecé—. En este mismo instante, usted erepercutiendo en su vida futura con la rabia que siehacia los árabes, del mismo modo que su antiguo opor los judíos influyó en su existencia actual. Ahoraque quiero es que realice una progresión hasta la qprobablemente será su próxima vida si sigue el misrumbo de la actualidad, si sigue siendo la Evelyn hoy, si la persona que vino a pedirme ayuda cambia. 

La l levé hasta un estado hipnótico profundo yguié hasta una vida futura que tuviera conexiones la vida del oficial alemán y con su vida actual, marcapor sus ideas antiárabes. Tenía los ojos cerrados, pera evidente que veían con total nitidez. 

 —Soy una chica musulmana. Soy árabe. Uadolescente. Estoy en una chabola hecha de hojalacomo las de los beduinos. Vivo aquí desde siempre. 

 —¿Dónde está esa chabola? —pregunté.Frunció el entrecejo. 

 —En los territorios palestinos o en Jordania. No

ve con claridad. Las fronteras han cambiado. 

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 —¿Cuándo ha sucedido eso?  —Cambian constantemente. Pero todo lo demás

sigue igual. La guerra contra los judíos no haterminado. Siempre que hay un período de paz, losradicales lo estropean. Y por eso somos pobres.Siempre seremos pobres. —Su voz cobró un tonoáspero—. Es culpa de los judíos, que son ricos y nonos ayudan. Somos las víctimas del conflicto. 

Le pedí que avanzara en esa vida árabe, pero muriópoco después «de una enfermedad» y no fue capaz deañadir nada más. En cambio, pudo vislumbrar la vidaposterior a ésa. Era un hombre cristiano y vivía en elÁfrica oriental. Estaba muy molesto por el aumento dea población hindú en la región. («Es increíble —penséentonces—. Los prejuicios nunca mueren.») En suevaluación vital, reconoció que siempre había habido ysiempre iba a haber alguien a quien odiar, pero almenos en aquel momento se produjo, por fin, unaepifanía. 

 —El amor y la compasión son los antídotos contrael odio y la rabia —aseguró con una voz cargada de

asombro—. La violencia sólo sirve para perpetuar elsufrimiento. Cuando la hice regresar al presente, hablamos de lo

que había aprendido. Sabía que tenía que modificar suaprensión hacia otros pueblos y otras culturas. Teníaque cambiar el odio por la comprensión. Esos 

conceptos son fáciles de entender mentalmente, pno de asimilar como forma de conducta. 

 —Ha necesitado dos vidas posibles pinteriorizarlo —señalé—, pero, ¿y si pudiera acelerarcambio ahora que ha captado el concepto en presente? ¿Cómo serían entonces sus vidas futuras? 

En nuestra siguiente sesión, Evelyn hizo uprogresión hasta una vida próxima que tenía relaccon la del oficial alemán y con su rabia actual. 

 —Esta vez vamos a probar algo distinto —le plan —. Tiene que desligarse de todos los prejuicios deexistencia actual. Tiene que ver a todas las almas ytodas las personas como iguales, como seconectados entre sí por la energía espiritual del amo

La invadió una gran calma. Por lo visto, su futhabía cambiado completamente. No encontró vidas Palestina ni en el África oriental, sino lo siguiente: 

 —Soy la directora de un hotel de Hawai. Tambes balneario. Llevo un hotel y un balneario precios

Hay flores por todas partes. Los clientes proceden todo el mundo, de países y culturas distintos. Viepara encontrar una energía regenerativa. No resudifícil, porque el balneario está muy bien administray el emplazamiento es espléndido. —Se sonrió antevisión—. Tengo mucha suerte, puedo disfrutar de

instalaciones todo el año. Por descontado, imaginarse como director de un

balneario fantástico en un lugar precioso rodeado delaroma del hibisco es una fantasía muy agradable. Loque vio Evelyn en ese viaje al futuro podría haber sidoperfectamente una ilusión, o una proyección, o unavisualización de sus deseos. Cuando retrotraigo aalguien, a veces resulta complicado distinguir entrerecuerdo real y metáfora, entre imaginación y símbolo.No obstante, en las vidas pasadas visualizadas sedispone de un indicio de autenticidad cuando unapersona habla un idioma que nunca ha aprendido enésta (fenómeno que se conoce como xenoglosia), locual indica que está ofreciendo detalles históricos

fieles. Otro indicio es que el recuerdo provoque unaemoción intensa. En las progresiones, en cambio, lasemociones intensas son muy habituales, por lo que lavalidación resulta mucho más difícil. Trabajo sobre labase de que, aunque una progresión no puedacomprobarse, no deja de ser una eficaz herramienta decuración. Sí, es posible que se den metáforas yfantasías, pero lo importante es que el paciente sane.Con las regresiones y las progresiones, los síntomasdesaparecen, las enfermedades remiten, la ansiedad, ladepresión y el miedo quedan mitigados. 

Nadie ha encontrado aún una forma de confirmar 

que el futuro imaginado vaya a suceder realmente. Lpocos que han seguido mi estela en este campo investigación se encuentran de forma inevitable

esa ambigüedad. Es cierto que, si un paciente reauna progresión hacia un momento futuro de su vactual, lo que vea puede confirmarse cuando cumpla, pero incluso en esos casos cabe la posibilidde que, al haber vislumbrado el paciente su futudecida encaminar su vida en esa dirección concretamero hecho de que una visión sea producto defantasía no impide que el sujeto pueda hacerealidad. 

Los pacientes se sientan ante mí con los ocuidadosamente cerrados. Todo lo que se les pasa la cabeza, ya sea una metáfora, un símbolo, ufantasía o un recuerdo real, contribuye al proceso curación. Ésa es la base del psicoanálisis y también trabajo que realizo, aunque el espectro de mi activides más amplio, ya que abarca el pasado remoto yfuturo. Desde mi perspectiva de sanador, el hecho que las visiones de Evelyn sobre lo sucedido enpasado y lo que está por venir sean reales o no carede importancia. Es probable que su vida como ofialemán fuera cierta, ya que su recuerdo acompañado de intensas emociones. Y sé a ciecierta que sus visiones de existencias futuras tuvie

una fuerte influencia en su vida, ya que

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transmitieron algo: si no cambias, vas a repetir esteciclo destructivo de agresor y víctima, pero, si das ungolpe de timón, puedes romperlo. Sus distintasvisiones del futuro le enseñaron que podía determinarsu porvenir mediante el ejercicio del libre albedrío. Yque el momento de empezar a ponerlo en práctica erael presente inmediato. 

Evelyn decidió no esperar a su próxima vida paraexperimentar la curación y para ofrecérsela a losdemás. A los pocos meses de nuestra última sesión,dejó su trabajo en la empresa y abrió una casa deturismo rural en el estado de Vermont. Suele practicaryoga y meditación. Tanto en apariencia como en suinterior, profundamente se ha librado de la rabia y losprejuicios que la atenazaban. Las progresiones lepermitieron alcanzar la felicidad que buscaba cuandorecurrió a mí. Y yo descubrí en ella un modelo de lafuerza de la progresión y una mayor seguridad parautilizarla como instrumento terapéutico. 

Es probable que Victoria y Evelyn no pudieranhaber emprendido sus respectivos periplos sin unterapeuta que las guiara. Aunque resulta difícilpracticar la regresión y la progresión a solas, en mistalleres enseño ejercicios de curación que puedenhacerse en casa aunque no esté presente un terapeuta. 

También he preparado algunos discos compactos regresión que pueden utilizarse para facilitar proceso. Pueden emplearse para aliviar problemfísicos o emocionales, pero para que resulten eficahay que estar sumido en un estado de relajacprofundo. 

Muchos terapeutas explican técnicas de relajacen multitud de libros; utilice la que más le convenlo importante es que funcione. En formato resumimi método es el siguiente: encuentre un lugar enque no vayan a interrumpirle (su dormitorio o estudio, por ejemplo, cuando esté a solas). Cierre ojos sin hacer fuerza. Concéntrese primero en respiración, imaginándose que cada vez que espexpulsa todas las tensiones de su cuerpo y cada que inspira absorbe una hermosa energía. Después la atención en las distintas partes del cuerpo. Relaje músculos de la cara, de la mandíbula, del cuello y los hombros. Pase luego a la espalda, al abdomenlas piernas. La respiración tiene que ser constancalmada: inspire energía y espire tensión.

continuación, tras haber relajado todos los múscuvisualice una luz hermosa por encima de la cabeuna luz curativa que fluye hacia el interior de cuerpo desde la coronilla y hasta las puntas de dedos de los pies, que va calentándose y aumentansu potencia curativa al ir descendiendo. Cuando

dirijo el ejercicio, llegado este punto cuento del diez aluno, pero si está solo no tiene por qué hacerlo. 

Un diálogo con la enfermedad* 

Elija un síntoma (y sólo uno), mental o físico, quee gustaría comprender y, de ese modo, anular. Puedeser la artritis de las articulaciones, el vértigo, la timidezal conocer a alguien. Fíjese en los primerospensamientos o sensaciones o impresiones queaparezcan. Hágalo de forma espontánea, sin darlevueltas: tiene que ser lo primero que se le ocurra, pormuy ridículo o insignificante que le parezca. Conéctese

con la parte del cuerpo o de la mente donde se localiceel síntoma. Primero intente empeorarlo yexperimentarlo todo lo plenamente que pueda, yobserve cómo lo ha conseguido. A continuación,intercambie los papeles: usted es el síntoma y él esusted. El objetivo es ser lo más consciente posible deese síntoma, ya que es él quien sabe dónde estásituado y cómo afecta a la mente o al cuerpo. Luegohaga que el yo que está fuera del síntoma le haga unaserie de preguntas: 

• 

¿Cómo has afectado a mi vida? 

• ¿Qué pretendes hacer con mi cuerpo/mi mente ahora 

que te has metido dentro? • 

¿Cómo has afectado a mi forma de vida? • 

¿Cómo has afectado a mis relaciones personales? •  ¿Me ayudas a expresar algo que sin ti no pue

expresar, algún mensaje o alguna información? • 

¿Me proteges de alguien o de algo? 

Esta última es la pregunta del millón, ya quegente suele utilizar las enfermedades para evafrontar los problemas que subyacen tras elsuponen una forma de negación. Pongamos, ejemplo, que experimente una molestia aguda encuello. El ejercicio le permitirá localizar con exactiquién o qué es ese dolor: su jefe, su suegra o qui

una forma de erguir la cabeza para no tener que mdirectamente a los ojos a alguien. En los talleres hago esas preguntas personalmen

de modo que la enfermedad tiene libertad pconcentrarse en su anfitrión. Si hace usted el ejerca solas en casa, grabe las preguntas con anterioriden una cinta, dejando entre una y otra intervalos tiempo lo bastante largos como para responderse forma consciente y razonada. También puede pedirlalguien que le ayude. 

Este ejercicio, al igual que los demás qpropongo, no es una panacea; no hará desaparecer cáncer ni tampoco a una suegra. Sin embargo, much

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veces, sirve para aliviar los síntomas y, en ocasiones,se produce un «milagro» y se consigue una cura. Nosabemos hasta dónde llega la conexión entre mente ycuerpo (en los casos de personalidad múltiple, unaerupción cutánea o la fiebre desaparecen cuando elindividuo pasa de una a otra identidad, o puede queuna sea alcohólica y la otra tenga intolerancia alalcohol), pero tenemos constancia de que existe, yestos ejercicios pretenden potenciar al máximo la

fuerza que se crea. 

Una visualización regeneradora 

También en este caso he adaptado el ejercicio apartir de otros procedentes de diversas fuentes. En lostalleres, guío a los participantes como sucedía en latécnica anterior, pero puede hacerse sin problemas encasa con la ayuda de una grabadora, o con un familiaro un amigo. Tras unas cuantas repeticiones, no lecostará recordar los pasos que hay que seguir; se trata

de un ejercicio sencillo, aunque, muchas veces,demuestra un enorme potencial. Con los ojos cerrados y en estado de relajación,

trasládese a una antigua isla de curación. Es preciosa yya sólo el clima le sirve de bálsamo. No existe lugarmás relajante en todo el mundo. Incrustados en el 

lecho marino, a poca distancia de la playa, hay ucristales de cuarzo muy grandes y potentes qtransmiten una fuerte energía curativa al agZambúllase y aléjese de la orilla, pero sólo hadonde se sienta cómodo; el mar está tranquilocaliente. Notará un cosquilleo en la piel. Se trata deenergía sobrealimentada de los cristales, que usted absorbiendo a través del agua a medida que produce el contacto con el cuerpo. Dirija esa energíla parte que necesite curación, que no tiene por qser un punto concreto; quizá todo su ser pide a grrecuperar la salud. Quédese un buen rato en el agrelajado, dejando que la energía actúe sobre ustedproduzca sus efectos benéficos. 

 A continuación, visualice unos cuantos delfindóciles y cariñosos, que se acercan nadando hausted, atraídos por su calma y su belleza interior. sabe que esas criaturas tienen un don para realdiagnósticos y curar; ellos añaden su energía a la los cristales de cuarzo. Llegado este punto, nada usigual de bien que ellos, ya que el agua e

sobrecargada de energía. Juntos, los delfines y us juegan en el agua, se tocan, se sumergen y salen superficie a respirar el aire saludable. Sus nueamigos lo han dejado tan embelesado que ha olvidael motivo del baño (la curación), pero su cuerpo sigabsorbiendo la energía curativa que procede de

cristales y también de los delfines. Cuando crea que ha llegado el momento, salga del

agua y regrese a la playa. Le reconfortará saber quepuede volver todas las veces que quiera. Caminardescalzo por la arena es muy agradable. El agua es tanespecial que se seca al instante. Se encuentrasatisfecho, feliz, a gusto, y se sienta en silenciodurante un rato a experimentar la agradable sensacióndel sol sobre la piel y la caricia de la brisa. Entoncesdecide salir de la visualización, de ese sueño apacible,sabiendo que puede volver en cualquier momento yque la mejoría proseguirá incluso después dedespertar. 

 Visualización de una regresión 

Con los ojos cerrados y en estado de relajación,imagínese a un ser espiritual, alguien muy sabio. Elespíritu puede ser un pariente o un amigo muyquerido que hayan fallecido, o también undesconocido en el que, no obstante, confía y a quienama desde el instante en que se establece contactoentre los dos. El factor esencial es que se trata dealguien que le quiere de forma incondicional. Usted sesiente totalmente seguro. 

Siga a su espíritu-guía hasta un precioso templo de 

curación y recuerdos muy antiguo. Está situado en ucolina rodeada de nubes blancas y, para llegar hastaentrada, hay que salvar unos bellos escalones mármol. Una vez en lo alto, las grandes puertas abren de par en par y usted entra tras el espíritu yencuentra con fuentes, bancos de mármol y parecon relieves de escenas de la más frondosa naturaleHay otras personas en la sala, viajeros como ustcada uno con su espíritu-guía; todo el mundo etranquilo y maravillado. 

El espíritu le conduce hasta una sala privada, diseño tan elaborado como el de la primera, pero más muebles que un sofá colocado justo en el cenSe tumba en él y se da cuenta de que jamás ha esta

tan cómodo. Sobre el sofá hay unos cristales de cuade distintos tamaños, formas y colores suspendidos el aire. Siguiendo las instrucciones que le da ustedser espiritual los coloca de forma que una luz del coperfecto (verde, amarillo, azul, dorado) se dirige coun rayo láser hasta la parte del cuerpo físicoemocional (la mente) que más necesite curarse. La cambia entonces; los cristales la han dividido en colores del arco iris y usted los absorbe todos porqsabe que le ayudarán en su mejoría. El espíritu indica que mire una de las paredes de la habitació

usted se sorprende al comprobar que está en blancomo si fuera una pantalla de cine. 

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En las sesiones en grupo, cuento lentamente deldiez al uno y les digo a los asistentes que van aaparecer imágenes de sus vidas anteriores. Usted, encasa, tendrá que detenerse antes de que cobren formaas imágenes. No tiene que adentrarse en esa vidaanterior (o vidas, ya que puede haber más de una),sólo imaginársela. Puede que tome la forma de unaserie de fotografías o que sea una película. A lo mejorse repite una única escena. Da igual; vea lo que vea, le

servirá. Mientras mira la pantalla, su cuerpo no deja deabsorber la energía regeneradora que emiten loscristales. La curación está llevándose a cabo, no sóloen esta vida, sino en el pasado, donde puede haberseoriginado la herida. Si ve una relación directa entre lasraíces de una vida pasada y los síntomas de la actual,a mejoría será más pronunciada, pero si, como suelesuceder, no la detecta, no se preocupe, ya que lacuración sigue teniendo fuerza. El espíritu, el templo,os cristales, la luz y usted se esfuerzan al unísono paraalcanzar la salud: todos tienen poder curativo. 

Parejas de curación: la psicometría 

En los talleres y los seminarios divido a losasistentes por parejas, integradas preferiblemente por 

desconocidos. Cada uno debe elegir un objeto de propiedad que pueda entregar a su compañero, apequeño, como un llavero, una pulsera, unas gafas,collar o un anillo. Así pues, los dos miembros depareja intercambian objetos, y después les guío pque alcancen el estado de relajación común a todos ejercicios. 

 —Van a recibir una impresión del propietario objeto que tienen en las manos —les advierto

Puede que les resulte extraño. Es posible incluso qles parezca que esa impresión no tiene nada que con el hombre o la mujer que tienen delante, pero se preocupen; por muy ridículo, raro o inusitado qsea lo que reciban, consérvenlo y compártanlo conpareja. Piensen que lo que a ustedes les pareextraño para ellos puede tener un profusignificado. 

Se trata de algo más que un simple juego de sa(aunque puede resultar muy entretenido). Tiene componente de diagnóstico: aproximadamente tercio de los asistentes a un taller que impartí Ciudad de México captaron un síntoma físico de compañero, y los participantes pueden incldescubrir episodios de la infancia de sus parejas qrevisten importancia pero habían quedado, mucveces, relegados al olvido. Por ejemplo, en una cla

que di en la Universidad Internacional de Florida(Miami), un joven que no había visto nunca a sucompañera de ejercicio describió con total precisión la

fiesta que había celebrado al cumplir los diez años, ena que su hermana mayor la había humillado. Otro deos presentes era un muchacho al que un atracador delque intentaba huir le había pegado un tiro en elantebrazo izquierdo. Llevaba una camisa de mangaarga abrochada hasta las muñecas, de modo que sucompañera no pudo haber visto la cicatriz. Sinembargo, cuando le entregó las llaves del coche, lajoven sintió un dolor agudo en el antebrazo izquierdo.Otras personas describieron vidas pasadas de susparejas y, muchos, las casas en las que habíatranscurrido su infancia. 

 Al finalizar el taller de México, pedí a cincoasistentes que tomaran el micrófono para contar algrupo qué les había sucedido, ¡y cuatro de ellos habíantenido experiencias de médium! Habían recibidomensajes de seres queridos ya fallecidos a través desus parejas; sus compañeros de ejercicio, a los quenunca antes habían visto, reconocieron en todos loscasos a los espíritus. Algunos pudieron describir elaspecto de la persona fallecida. Uno habló de una niñade seis años que caminaba de espaldas, lo que para élquería decir que había muerto. La criatura decía: «No

te preocupes. Me encuentro bien. No debes sufrir 

tanto. Te quiero.» Su pareja se echó a llorar. trataba de una mujer que había perdido a su hija, seis años, apenas unos meses antes. 

Este ejercicio puede hacerse en casa, aunresulta más eficaz si los dos participantes saben pel uno del otro o acaban de conocerse. Mientras ude los dos cura en cierta medida a su partransmitiéndole un mensaje o captando un síntofísico o emocional (ansiedad, depresión, tristeza), establece rápidamente una extraordinaria conexiónse produce en ambos un fuerte efecto retroalimentación. 

Curación a larga distancia 

Con los ojos cerrados, y en estado de relajacivisualice a seres queridos que puedan tener problemfísicos o emocionales. Si les envía una luz curativa, uenergía curativa, sus oraciones (no es necesario cren ninguna religión formal) y su amor, puede llegainfluir en su recuperación, por muy descabellada qle parezca la idea. La investigación científica respami afirmación. El libro , doctor Larry Dossey, señala toda una serie de estudque indican que, de entre los enfermos cardía

sometidos a análisis clínicos, los que recibían oracion

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desde la distancia conseguían mejores resultados queos que únicamente contaban con el tratamientomédico; y, del mismo modo, un estudio de dobleciego realizado con enfermos de sida en fase avanzadaconcluyó que, aun sin saber que alguien rezaba porellos, si recibían oraciones sufrían menos patologíasoportunistas y de menor gravedad. 

La técnica que yo utilizo consiste en elegir a unapersona de entre los, digamos, ochenta asistentes a untaller y situarla en el centro de un círculo formado por

el resto del grupo. Entonces, les pido que proyectenenergía curativa hacia ella en silencio, pero con toda sufuerza espiritual. 

 Ya he comentado que los ejercicios de curaciónproporcionan mejores resultados cuando seconcentran en una dolencia concreta. En el caso deVictoria, fue el cáncer en la espalda; en el de Evelyn, laansiedad que la consumía noche y día. Casi todo elmundo tiene un órgano o una parte del cuerpo que

parece ser el primer afectado cuando el individuo sufreestrés o una enfermedad incipiente. Puede ser lagarganta o el sistema respiratorio y, en otra persona,a espalda, la piel, el corazón, etcétera. 

En Michelle, otra mujer excepcional, esa zona era lade las rodillas. Todo había empezado, según 

recordaba, cuando siendo niña había ido a nadar cede su casa y se había hecho daño en la rodizquierda al golpearse contra una roca sumergida. adulta, cuando sufría estrés, muchas veces notadolores punzantes e intermitentes en ambas rodilpero, sobre todo, en la izquierda. La ansiedad, contó, la dejaba «con las rodillas flojas». De vez cuando, padecía hinchazones y edemas, sobre ttras una lesión deportiva que había requerido cirumenor en esa misma rodilla; más adelante, necesaria una intervención artroscópica. Cuando conocí, los TAC que le habían practicado y radiografías mostraban pérdida cartilaginosa. No poextender la pierna izquierda por completo debido alesión y había empezado a cojear ligeramente. consciente, sin embargo, de que parte del daño emocional, no sólo físico, y por eso acudió a mí. 

En su primera regresión, volvió por un momentola región central de Estados Unidos en el siglo xix.llamaba Emma, vivía en el campo y, a los cuareaños, la había atropellado un carromato. El accide

le había destrozado la rodilla y la espinilla izquierdatambién había dañado gravemente la rodilla derecUna infección posterior la había dejado inválida forma permanente. Michelle vislumbró entonces ovida, en el Japón medieval, en la que había sido soldado al que una flecha había atravesado la mis

rodilla. Aquellas dos regresiones explicaban susactuales problemas físicos, pero no le servían paralegar hasta el origen de la lección kármica, así queseguimos adelante. 

Enseguida llegamos al Norte de África en épocaprerromana. Michelle volvía a ser un hombre, en estaocasión el guardián de una cárcel especialmente brutal,y le producía extraordinario placer destrozar laspiernas de los presos para impedirles la huida. Unasveces, llegaba a sesgarles el jarrete con una espada oun cuchillo; otras, les aplastaba las rodillas con unmartillo o una piedra. Rompía fémures, clavaba puntasen rodillas, seccionaba tendones de Aquiles. Muchosde sus prisioneros murieron de infecciones en las

heridas, pero él se deleitaba con su sufrimiento. A sussuperiores les producía cierto placer mandarle presos.Lo recompensaban ampliamente por su violencia yvivía rodeado de un lujo considerable para la miseriadel entorno. 

 A Michelle, esa regresión la llenó de inquietud y fuenecesaria otra sesión antes de que alcanzara unaintegración y una comprensión completas. Sinembargo, al final cayó en la cuenta de que todoshemos pasado por vidas sanguinarias y de que ni ellani nadie debería sentir vergüenza por lo hecho hacevarios milenios. Nuestro viaje es ascendente. Todoshemos evolucionado pasando por vidas de violencia y 

crueldad. Dice el Antiguo Testamento que los pecadel padre afligen a los hijos hasta pasadas cuatro

cinco generaciones, que nos afecta de forma negalo que hicieron nuestros progenitores; cuando, realidad, nuestros padres somos nosotros, del mismodo que después seremos nuestros hijos. pecados de nuestros propios pasados nos harán suen nuestro presente hasta que seamos capaces comprenderlos y nos ganemos la absolución. pecados de la vida actual ensombrecerán nuestfuturos. No obstante, si actuamos con sensatez enpasado, nuestro presente será más liviano y, mismo modo, si hoy nos comportamos de manhumanitaria, acercamos nuestro yo futuro al a

única. Michelle descubrió por qué le dolían tanto rodillas y las piernas en esta vida. Había pagado precio muy alto por su conducta del pasado, aunqpor fin se había dado cuenta de que podía liberarse.llevé hasta un estado de trance profundo y regrotra vez a esa vida en el Norte de África, pero, en eocasión, en lugar de ser quien infligía dolor era qulo sentía, y pidió perdón y misericordia. No pocambiar los hechos y los detalles de esa vida, peroalterar sus reacciones ante aquellos acontecimientos

el plano espiritual. Ese proceso de reinterpretación

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denomina reencuadre; no modifica los hechos, pero sí nuestra reacción ante ellos. Michelle enviópensamientos de luz y curación a los presos, o másbien a su yo superior, a su alma. Y logró perdonarse. 

 —He aprendido a romper el ciclo —anunció entreágrimas de gratitud— gracias al amor y a lacompasión. 

Empezó a mejorar. La inflamación de las rodillasremitió. Pronto recuperó la movilidad total de laspiernas; las radiografías indicaban que ambas rodillas

estaban totalmente curadas. Sus estados de «flojera derodillas» cuando sufría estrés desaparecieron. Quedóibre para explorar y comprender otras lecciones decompasión y empatía más complejas. Comenzó aapoyar a las dos organizaciones que defienden laabolición de las minas antipersona (que suelenprovocar lesiones en las piernas y amputacionestraumáticas) y a varias que abogan por la desapariciónde la crueldad contra los animales. Ha recibido lagracia divina. 

Michelle no quiso adentrarse en su futuro, pero yo 

«sé» cómo será. En esta vida, proseguirá con su laborhumanitaria y, con cada acción, progresará hacia unestado mejor en su próxima existencia y en lassucesivas. En esas vidas, no sufrirá dolencias en laspiernas, ya que ha expiado sus pecados norafricanos.No sé cuáles serán sus profesiones ni a quién conocerá 

o a quién amará, pero estoy convencido de qactuará con caridad y compasión. 

4 SAMANTHA Y MAX: LA EMPATÍA 

Pocos días antes de empezar a escribir estecapítulo, el tío de mi esposa, Carole, agonizaba en unhospital de Miami debido a un cáncer. Estaban muyunidos y aquella época fue difícil para ella. Yo tambiéntenía buena relación con él, aunque en absoluto tanestrecha como la de Carole, de modo que, cuandoacudía a su habitación en el hospital, me centrabamenos en él y más en mi mujer y en los hijos delenfermo, reunidos a su alrededor (su esposa habíafallecido muchos años antes). Sentía su tristeza, sudolor, su sufrimiento. Había un ingrediente de empatíapor mi parte y me daba cuenta de ello, una emociónque se intensifica a medida que envejecemos, ya queel grado de empatía aumenta si hemos pasado porsituaciones parecidas en nuestras propias vidas. Yohabía perdido a un hijo y a un padre y, por lo tanto,conocía el dolor que supone hacer frente a la muertede un ser querido. No me costaba experimentar las

emociones de las personas presentes en aquella 

habitación (sabía cómo era su sufrimiento) y me senestrechamente vinculado a todos ellos, aunque, a primos de mi mujer, los había visto en conta

ocasiones. Pude tenderles la mano y aceptaron palabras de consuelo sabiendo que eran sinceTambién ellos sentían empatía hacia mí. 

Por esa época, en Irán, un terremoto costó la vidcuarenta mil personas y dejó a cientos de mheridas, desalojadas y desplazadas. La televisretransmitió escenas espantosas en las que la geescarbaba entre los escombros para sacar a heridomuertos. Las contemplé horrorizado. En ese caso, activó otro tipo de empatía, más general seguramente menos dolorosa que las emociones q

sentí en la habitación del tío de Carole. Si no hubhabido imágenes de las repercusiones del terremono habría sentido casi nada; la individualidad detragedia, junto con la inmediatez de las imágenes, lo que provocó un dolor tan intenso. 

La empatía que sentía iba dirigida tanto al persode salvamento como a las víctimas y, sin darcuenta, me puse a pensar en lo complejo que nuestro mundo. Sufrimos enfermedades, terremottifones, inundaciones, todos los desastres de naturaleza y, sin embargo, avivamos el fuego conguerra, la violencia y el asesinato. Al igual que mucotros países, Estados Unidos se comprometió

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inmediato a enviar ayuda (alimentos, medicinas,recursos humanos), pero también se nos aseguró queIrán seguía formando parte del llamado Eje del Mal.Había que odiar a sus dirigentes. Si nos amenazaban,podíamos declararles la guerra. 

¡Vaya locura! 

La empatía es la capacidad de meterse en la piel deotra persona, de sentir lo que ella siente, de ponerseen su lugar, de ver a través de sus ojos. Si somoscapaces de sentir empatía podemos establecer vínculosafectivos con quienes sufren, alegrarnos por el amorde los demás, sentir placer al ver triunfar a otro,comprender la ira de un amigo y el dolor de undesconocido. Se trata de un rasgo que, si se domina yse utiliza correctamente, puede acercarnos al futuro.Quienes carecen de empatía no pueden evolucionarespiritualmente. 

El gran principio subyacente de la empatía es quetodos estamos interconectados. Empecé a

comprenderlo durante los peores momentos de laguerra fría, cuando vi una película sobre un soldadoruso. Se suponía que tenía que odiarlo, pero, al verlorealizar su ritual diario (se afeitaba, desayunaba, salíaal campo para el entrenamiento) recuerdo que pensé: «Este soldado me lleva pocos años. Puede que tenga 

una mujer y unos hijos que lo quieren. Quizá obligan a luchar por ideas políticas que, en realidson las de sus líderes, y contrarias a las suyas. Me hcontado que es el enemigo, pero, si lo mirase a ojos, ¿no me vería reflejado? ¿No me están pidienque me odie a mí mismo?» 

Ese soldado ruso de ayer, igual que el militar árade hoy, es la misma persona que usted, porque tiealma igual que usted y todas las almas son una so

En nuestras vidas pasadas hemos cambiado de rade sexo, de circunstancias económicas, de condiciode vida y de religión, y seguiremos cambiando enfuturo. Así pues, si odiamos, o combatimos matamos lo que hacemos es odiarnos, combatirnomatarnos a nosotros mismos. 

La empatía nos enseña esa lección; es uno de sentimientos cuyo aprendizaje ha motivado nuespresencia en la Tierra, un aspecto clave en nuespreparación para la inmortalidad. Es una asignatdifícil, ya que tenemos que experimentarla no sólo la mente, sino también en el cuerpo físico; y en mey cuerpo tenemos dolor, emo ciones siniestrelaciones complicadas, enemistades y sufrimiento lo que hemos perdido y, por lo tanto, tendemoolvidar a los demás y a concentrarnos en nosotmismos. Pero también experimentamos amor, bellez

música, flores, atardeceres, aire y ganas decompartirlos. No podemos transformar lo negativo enpositivo sin empatía, y no podremos comprender de

verdad la empatía si no la experimentamos en nuestravida actual, en nuestro pasado y en nuestro futuro. Samantha la experimentó y, gracias a ella, sufrió un

cambio radical de por vida, o quizá debería decir «depor vidas». 

Era una muchacha frágil que debía de pesar unoscuarenta y cinco kilos. Se había sentado en mi consultauna mañana de febrero con los hombros encorvados yas manos firmemente entrelazadas sobre el vientre,como si quisiera contener un dolor. Su atuendo erasencillo: vaqueros, suéter, zapatillas deportivas concalcetines cortos y nada de joyas, ni siquiera un reloj.Podía estar a punto de empezar el instituto, recuerdoque pensé, aunque sabía, por las preguntasintroductorias que le había formulado y a las que habíacontestado sin mucho afán, que, en realidad, teníadiecinueve años y estaba en primero de universidad.Sus padres la habían enviado a verme porque padecíaansiedad aguda y una leve depresión. 

 —No duermo —me explicó con una voz tanapagada que tuve que aguzar el oído para entenderla. 

Se notaba, porque tenía los ojos llorosos e 

inyectados en sangre.  —¿Sabes por qué? —le pregunté.  —Me da miedo suspender. 

 —¿El qué? ¿Todo?  —No, sólo mates y química.  —¿Por qué no eliges otras asignaturas? Hice una mueca. Aquélla era una pregu

estúpida. Estaba claro que no le había quedado oremedio. El tono malhumorado de su respuesta meconfirmó: 

 —Son obligatorias en mi itinerario.  —¿Quieres hacer Medicina? Tendría que haberme dado cuenta, ya que

matemáticas y la química también habían centrado

primeros años de universidad. 

 —Pues sí. Y en el examen de ingreso arrasé mates. 

 —O sea, que quieres ser médica. Parecía un comentario trivial, pero lo que busca

era un punto de entrada, algo que provocara a aqu jovencita apocada que tenía delante. Por fin, levantócabeza y me miró a los ojos. 

 —Más que nada en el mundo. Tengo claro quevoy a ser. 

 —Pero no puedes estudiar Medicina si no apruelas matemáticas y la química. 

 Asintió. Seguía manteniendo la vista alta. Ha

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ogrado identificar su problema, y eso le daba ciertaesperanza. 

 —Dime. ¿Te costaban esas dos asignaturas en elinstituto? 

 —Un poco. —Se detuvo—. Bueno, no; mucho.Aunque, viendo el examen de ingreso, nadie lo diría. 

Se me ocurrió que quizás había sufrido demasiadapresión familiar. 

 —¿Tus padres quieren que seas médica? 

 —Quieren que me dedique a lo que me apetezca.Se han portado muy bien. Me apoyan, me cuidan, mequieren... No creo que haya padres mejores. Si hastame han puesto una profesora particular para que meayude. Lo que pasa es que no me sirve de mucho. Mepongo a mirar los números y las fórmulas y me quedoen blanco. 

Samantha hablaba con tanto fervor, con tantapasión, que me di cuenta, al fin, de que estaba anteuna joven extraordinaria. La presión no parecía serfamiliar, sino interna. Me convencí de que su sensaciónde derrota no estaba tan arraigada que resultara

imposible de superar.  —Y ahora tienes la impresión de que lesdecepcionas. 

 —Pues sí. Y me quedo hecha polvo. También estoydefraudando a mi hermano. Se llama Sean, tiene onceaños y el corazón no le funciona muy bien. Tiene que 

andarse con cuidado. Aunque, en realidad, la quesiente más decepcionada soy yo. Doctor Weiss, es qme meto en un aula para hacer un examen, aunqsea tipo test y supersencillo, y me pongo a temblar sudar, me entra el pánico y me vienen ganas de spor piernas. Una vez lo hice. Salí corriendo del ame fui a la residencia de estudiantes, a mi habitacime tiré en la cama y me puse a llorar. 

 —¿Y qué pasó? 

 —No, nada. Les dije que me encontraba mal y dejaron repetir el examen. También me dejan volvehacer los parciales, porque el mes pasado suspendí. Y volveré a catear, claro. Y otra vez, y oty otra... 

Perdió el control y se echó a llorar con una anguacumulada tras meses de desesperación. Dejé quedesahogara (habría sido inútil intentar detenerla)cuando, por fin, cesaron las lágrimas me sorprenver que conseguía esbozar una sonrisa tenueencantadora. 

 —Estoy fatal —se rió—. Mi vida es un desastre toy absoluto. Póngame bien. 

 Yo sabía que la solución pasaba por encontrarmotivo del bloqueo; quizás estaba en otra vida. Peen hacerle una regresión para descubrirlo, pero, ande empezar, quise tener más información. 

 —¿Y qué notas sacas en las demás asignaturas? —Todo sobresalientes. No soy corta.No, no me lo había parecido. 

 —Bueno, pues pongamos, es un suponer, que noconsigues aprobar ni matemáticas ni química y quetienes que elegir otro itinerario, otra carrera. ¿Sería deverdad un desastre tan grande? 

 —Sería imposible —contestó muy tranquila.  —O no. Eres joven, tienes mil caminos abiertos

ante ti.  —¿Es que no lo entiende? —preguntó—. No hay

otro camino. No, no lo comprendía. 

 —¿Y por qué?  —Pues porque he visto mi futuro. Lo he visto en

sueños. 

Me sentí electrizado.  —¿Lo has visto? Si estaba igual de entusiasmada que yo, no lo

demostraba.  —Sí, pero no entiendo cómo va a suceder, si no

soy capaz de aprobar los exámenes.  —¿Cómo sabes que el sueño es de verdad tu

futuro, lo que va a sucederte? 

 —Porque ya he tenido otros sueños sobre el futuro 

y siempre se han cumplido. —La tristeza se apodde su voz—. Pero esta vez no podrá ser. Hay algo qlo impide. 

Iba demasiado deprisa.  —Retrocede un momento —pedí—. Dame ejemplo de un sueño que se haya hecho realidad. 

 —El de mi amiga Diana. Soñé que tenía accidente de tráfico y se hacía daño. Dos semadespués sucedió, tal como yo lo había visto. Ocoche se estampó contra el suyo en un cruce. —estremeció—. Fue muy fuerte. 

Me contó otros sueños precognitivos: un accidede montañismo, o el regreso a casa de su padre tun viaje de trabajo antes de lo previsto. 

Muchas personas tienen ese tipo de sueñvisiones de hechos que están por suceder; ya me hatopado antes con ellas en varias ocasiones. embargo, en el caso de Samantha muchos de sueños de futuro tenían más ligazón, más intensideran más elaborados. No sólo veía un incideconcreto, sino una vida posterior muy detallada: 

 —Estoy estudiando Medicina. Voy a una universimuy buena y hay muchísimos alumnos. Estamos enceremonia de entrega de títulos. Es el mes de juNos han sentado en el escenario y el decano entregando los diplomas. Hay muchísimo públmujeres con vestidos de volantes y estampad

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floreados, así que tal vez se trate de una universidaddel Sur. Las banderas ondean movidas por una cálidabrisa. Mis padres están en primera fila y me sonríen;están tan orgullosos de mí como yo misma. El decanoee mi nombre. Anuncia que he obtenido unamatrícula de honor. Me acerco al atril tras el que estásituado y me entrega el diploma, enrollado y atadocon un lacito. El público empieza a aplaudir, no sólomis padres, sino todos los asistentes. Mis compañeros

también aplauden y estoy tan contenta que me da lasensación de que voy a estallar de alegría. Vuelvo a misitio, desato el lazo y abro el diploma. Es lo máshermoso que he visto en mi vida. Mi nombre estáescrito en rojo, como un anuncio de neón, y... 

 Volvió a echarse a llorar y a dejar caer enormesagrimones, como si hubiera abierto un grifo. 

 —Pero no va a suceder —prosiguió—. Quizádebería pedir una excedencia y dejar la universidadantes de suspender el curso, para que no conste en elexpediente. Quizá debería casarme con un médico. 

 —A lo mejor no hace falta recurrir a eso. A lo

mejor podemos descubrir de dónde procede esebloqueo. Mis palabras no la animaron demasiado. Volvía a

agachar la cabeza y se aferraba las manos ante elvientre. 

 —¿Algún otro sueño? —pregunté. 

 —Han pasado unos cuantos años. Ahora ya médica y voy por el pasillo de un hospital, de uhabitación a otra. Los pacientes son niños. ¡Spediatra! Es lo que siempre he querido, porque encantan los niños. Y está claro que les caigo bporque absolutamente todos, incluso los mpequeños y enfermos, los que tienen tubos metidosla nariz y en el brazo, se alegran de verme. Estoy mfeliz porque tengo los conocimientos necesarios p

ayudarles. Un niñito me coge de la mano y me sie junto a su cama hasta que se duerme. Los sueños podían ser cualquier cosa: fantas

visiones precognitivas, sueños del futuro, metáfoque no tuvieran nada que ver con la medicina. Pedesde luego, para Samantha eran reales, y entristeció aún más cuando me contó el segunporque tenía la impresión de que la barrera entre futuro y su presente (la insalvable montaña de matemáticas y la química) se alzaba ante ella, y veía forma alguna de superarla. 

Programamos varias sesiones más que tendrlugar de inmediato, ya que debía decidir prontoseguía estudiando, algo imposible si no logrsuperar los exámenes. Sé que, en teoría, los méditenemos que ser objetivos, pero yo sentía una afinidespecial con Samantha. Me recordaba a mi hija, Am

que también tenía sus sueños y su futuro dorado.

Samantha regresó al cabo de dos días. En cuantoentró en un trance hipnótico profundo, le indiqué quesiguiera por el sendero de su futuro ideal.Inevitablemente, reaparecieron las imágenes de laceremonia de entrega de títulos de Medicina y de lapediatra orgullosa, esta vez aún con más detalle, desdeos ribetes verdes de la toga académica hasta el olor aantiséptico de los pasillos del hospital. 

 —Es que mi futuro es éste —insistió con seguridadcuando le pedí que explorara alternativas en su vidaactual. 

Nada podía disuadirla, ni siquiera las matemáticas ya química. La sesión no alivió su frustración, pero, almenos, la animó a no dejar la universidad y aproseguir con la terapia. De alguna manera, habíaesperanza, y seguía estando convencida de que sussueños iban a hacerse realidad. El apremio y el miedoseguían ahí, pero ahora Samantha se había armado depaciencia y, desde luego, demostraba una claraintención de progresar. 

 —Voy a conseguirlo —repetía una y otra vez.Si ella estaba convencida, yo también. En la siguiente sesión, la dirigí hacia una vida

pasada desde un nivel profundo de relajación. 

 —Veo a un hombre —advirtió Samantha—. No yo, pero, al mismo tiempo, sí que lo soy. Es arquitey su trabajo consiste en levantar edificios para

ágora, para los reyes. Domina las relacioespaciales, los diseños geométricos. Pero esedificios son especiales. Éste es el encargo mimportante que ha recibido en toda su vida. Se tratadiseños complicados y se preocupa, porque le miedo no hacerlo bien, porque los cálculos son difícy no logra hallar las respuestas. Ay, me da mupena. ¡Me doy mucha pena! Tiene talento paramúsica y, por la noche, toca la flauta para aliviartensión, pero hoy la música no le sirve de nada. esfuerza todo lo que puede, se deja la piel, pero

consigue las respuestas. Pobre hombre. Si no logra..Se detuvo a media frase con gesto de perplejidPermaneció con los ojos cerrados. 

 —Un momento. Ya no estoy en Grecia, sino Roma. Han pasado varios cientos de años. Hay ohombre. Un ingeniero de caminos. Y es lo mismo: yo, pero no soy yo. Levanta edificios, puencaminos, acueductos... Conoce la composición y posibilidades de los materiales que utiliza, sabe cógarantizar que lo que construye dure eternamen

 Además, es un matemático excelente. Se le considel mejor. Bueno, es que lo es. Me alegro muchíspor él, me entran ganas de llorar. 

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En las primeras regresiones, no es extraño que unavida «interrumpa» a otra, por lo que no me sorprendióel repentino salto de Samantha de la época griega a laromana. 

Por sí solas, las dos vidas pasadas no eranexcepcionales. No había habido grandes revelacionesespirituales, ni tragedias, ni traumas, ni catástrofes quepudieran ayudarnos a comprender su bloqueo actual.Y, sin embargo, aquella regresión doble era de unaimportancia inmensa, ya que Samantha había llegadoa conectar de forma emocional y visceral con elarquitecto griego en apuros y con el ingenieroromano. Había sentido empatía por ellos. Comprendíaperfectamente la frustración del arquitecto y sentía eltriunfo del ingeniero porque había experimentado losmismos sentimientos en sus sueños premonitorios. Enrealidad, establecía lazos de empatía consigo misma.Sabía que el arquitecto y el ingeniero eran ella, y esoe bastó para superar su síntoma actual. En cierto

modo, ya poseía excelentes conocimientosmatemáticos y una gran capacidad para resolverproblemas: los había adquirido en el pasado. 

No tardé en darme cuenta de que había conservadoa nueva percepción de sí misma tras la experiencia deregresión. Hablaba y se comportaba de forma mucho 

más segura. El concepto que tenía de sí se hatransformado. Me dije que el bloqueo desapareceenseguida y, de hecho, ese cambio de conciencia manifestó casi de inmediato cuando Samancomprendió como por ciencia infusa los concepmatemáticos y químicos que tanto le habían costado

Con la ayuda constante de su tutor, sus notas Matemáticas y Ciencias empezaron a mejorar ya ensiguiente ronda de exámenes, y eso le dio aún m

confianza. Seguí tratándola durante casi un año y, fin, terminé la terapia con la convicción de qconseguiría la promesa de sus sueños. Fue a vercuando estaba terminando el último año universidad previo a la entrada en una facultad especialización. 

 —¡Lo he conseguido! —exclamó.  Ya sabía a qué se refería, pero dejé que

explicara:  —¿El qué?  —¡Me han aceptado en la Facultad de Medicina!  —¡Me alegro mucho! —exclamé, muy satisfecho

¿En cuál? Le brillaron los ojos y me dedicó una sonr

pícara.  —¿Sabe qué, doctor Weiss? Mis sue

premonitorios no siempre son infalibles.

universidad no está en el Sur, sino que voy a ir aCornell, en el estado de Nueva York. 

Samantha, médica en ciernes, demostró empatíapor sí misma en el pasado y así pudo avanzar hacia sufuturo. Max, un médico con experiencia, sintió empatíapor otros seres del pasado, y con ello logró ver sufuturo y transformar su presente. 

La primera vez que le vi, me pareció simplementeinsoportable (sí, hasta los médicos hacemos juiciosprecipitados cuando conocemos a alguien), y no era yoel único al que le caía fatal. Muchos de sus pacientes(trabajaba en un hospital cercano) y de suscompañeros coincidían conmigo. De hecho, había sidouna colega suya, Betsy Prager, una psicóloga, la que lehabía recomendado que lo tratara yo (mejor miconsulta que la de ella, había pensado). Me aseguróque la dirección del hospital casi le había ordenadoque hiciera psicoterapia. 

Llegó como una tormenta de verano, con vientosfuertes y muy acalorado, y empezó a pasearseimpacientemente ante mi mesa en estado de ansiedadaguda. 

 —No debería estar aquí —proclamó—. No me haceninguna falta. Los capullos que dirigen el hospital

dicen que tengo que moderarme. Pues yo creo que a 

ellos tendrían que despedirles. No me dejan hacer trabajo. 

Era alto, tenía treinta y ocho años, el ros

enrojecido y papada, cabello castaño escaso despeinado, y los ojos encendidos. Vestía pantalode pinzas marrones y camisa hawaiana, y parecía mun camarero que un médico. 

 —¡Joder! —prosiguió—. Es por esa enfermera noche. Típico de una tía. Es que uno de mis pacienun tío majísimo, todo un caballero, un héroe, con ufamilia fantástica, que tiene meningitis, la llaporque estaba vomitando, y la tía ni caso, colgada teléfono. Le pegué cuatro gritos para que colgara y y me dijo que su hijo está enfermo. ¡Y una mier

Cuando por fin colgó le solté una buena para queenterara y la amenacé con darle de hostias.  —¿Cuándo fue eso?  —La semana pasada. La muy puta ha present

una queja. Supongo que por eso le habrá llamadodoctora Prager. 

 —¿A qué hora la amenazó? —le pregunté tranquilidad. 

 —Hacia las doce de la noche. Quizá más tarde.  —¿Qué hacía en el hospital tan tarde?  —Pues trabajar. Cuidar de mis pacientes.  —La doctora Prager dice que hace usted más ho

que un reloj y que siempre está cansado. Me

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contado que se encarga de tareas que podrían hacerperfectamente los residentes. 

 —Ya, si pensaran con la cabeza y no con el culo. —Apoyó las manos en mi mesa y se inclinó hacia delantecon seguridad en sí mismo—. Ya sabe usted cómo sonestas cosas. No puede uno confiar en ellos. Les digo loque tienen que hacer, hasta el detalle más nimio, ysiempre acaban metiendo la pata. Si les dejas con unpaciente, despídete de él. 

Cuando yo trabajaba en el Monte Sinaí, casi todosos residentes y los internos eran competentes yestaban entregados a su trabajo. En cuanto llegaba aconocerles, confiaba en ellos, aunque en función de losímites de su preparación. ¿Podía ser tan distinto elhospital de Max? 

 —Trabajando a ese ritmo, ¿no acaba agotado?  —A veces —reconoció y por fin se sentó. Me parece

que se alegraba de encontrar una silla, porque notéque se relajaba bastante, si bien siguió dando patadascontra el suelo. De repente, volvió a montar en cólera —. Pues claro que me canso. Es lógico, ¿no? Si

supiera hasta dónde llega la incompetencia que veocada día, se quedaría pasmado. Se equivocan en lasdosis, en los diagnósticos, en las dietas. Descortesías,impertinencias, porquerías por los suelos, gráficosincorrectos... 

Fue perdiendo gas como un motor al apagarse. 

 —Y eso pone en peligro a sus pacientes... aventuré. 

El motor recuperó fuerza.  —¡Pues claro que les pone en peligro! A veces..

Se inclinó de nuevo hacia mí y su voz se convirtió un susurro—. ¡A veces se mueren! 

Sí, algunos pacientes mueren. Quizás el enfermomeningitis fuera a morir, pero muy pofallecimientos pueden achacarse a un mal tratamie

recibido en el hospital o a un caso de negligenmédica: el cáncer mata, los virus matan, los accidende tráfico matan. 

 —Pero eso es inevitable —afirmé.  —Con mis pacientes, no. Lo dijo de forma tan categórica, con ta

arrogancia, que di un respingo.  —Bueno, seguro que en algunos casos... —insist

Los enfermos de cáncer, los ancianos, las víctimas embolias. 

Entonces sucedió algo extraño: se le llenaron ojos de lágrimas. 

 —Es cierto. Y cada vez que sucede me entran gade suicidarme. Adoro a mis pacientes, a todos y cauno de ellos, y, cuando muere uno, muero yo con Me quedo destrozado. 

 —No debería... —empecé, pero desistí de inten

contradecirle o consolarle, ya que resultaba inútil. —¿Y sabe con quién me enfado más? —sollozó—.

Conmigo mismo. 

Seguimos más o menos así durante el resto de lasesión. Max resultó tener un comportamientoobsesivo/compulsivo respecto a todos y cada uno deos detalles de los cuidados médicos de sus pacientes,aunque no en otros aspectos de su vida. Me dio laimpresión de que los enfermos debían de agradecertanta atención médica al principio, aunque luego aalgunos les molestaba, ya que seguramente detectabana ansiedad que iba asociada a esa conducta obsesiva.Además, se implicaba demasiado desde el punto devista emocional. También en ese caso, los enfermosdebían de agradecer la vinculación afectiva al principio,antes de empezar a ponerse nerviosos por tener aalguien revoloteando siempre a su alrededor. 

Max sufría con sus pacientes; la ansiedad que leproducían degeneraba en desesperación yremordimientos si no lograban recuperarse. Cadarevés era culpa suya; cada muerte, imperdonable. Amedida que fuimos conociéndonos, me contó que serecetaba antidepresivos cuando el dolor emocional sehacía insoportable. En un momento dado empezó a

sufrir dolores en el pecho y, aterrado, fue corriendo a 

ver a un cardiólogo que no le encontró nada, aunqle hizo toda una serie de pruebas. Aun así, los dolopersistieron y a menudo resultaban debilitant

Incapaz de delegar responsabilidad en sus compañede trabajo, y menos por teléfono, siguió yendohospital aún con mayor frecuencia de la necesar«sólo para ver que todo iba bien», según me dijo. Equería decir que le quedaba poco tiempo para familia e incluso las horas que pasaba con eacababan contaminadas por sus cambios de humosus repentinos arrebatos de mal genio. Con el tiemempezó a darme lástima. 

 —Mi objetivo es que todos mis pacientes mejo —afirmaba cansinamente y, por lo tanto, cuando u

cuantos mejoraban de verdad tampoco quedsatisfecho. La alegría del enfermo no se veía reflejen Max. 

Como médico, no era que se sintiera omnipoteni mucho menos y que, por ello, esperase que todsus pacientes reaccionaran a la perfección, sino qcada vez que uno empeoraba se sentía más insegumenos digno de dedicarse a su profesión. bravuconería, sus ataques verbales y su rabia esimples tapaderas para un hecho subyacente: temiedo. 

Los síntomas físicos y psicológicos eran gravesincluso su vida corría peligro. Tras un prudente tira

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afloja en el que los dos intentamos sondearnosmutuamente, quedó bastante claro que las causas desu aflicción no residían ni en el presente ni en suinfancia. Le expliqué qué era la terapia de regresión ye conté que lo importante no era que lo visto resultaracierto o se interpretara como una metáfora, unsímbolo o una fantasía, sino que se lograra lacuración, y que muchos de mis pacientes mejoraban. 

 —¿Le gustaría probarlo? —propuse. 

 —¡Ni hablar! ¡No quiero descubrir que he sido unsádico asesino! Era poco probable, pero decidí no discutir. 

 —Entonces, ¿le interesaría avanzar hacia el futuro?Se animó de inmediato. 

 —Sí, claro. Seguro que es mejor que el presente. 

 A menudo, a los pacientes lógicos, los que utilizanpredominantemente el hemisferio izquierdo delcerebro (los abogados y los médicos, por ejemplo) lesresulta más fácil la progresión que la regresión. Se

dicen que, al fin y al cabo, todo es fantasía, aunque enmi consulta suele fluir mucho más que fantasía. El cuerpo de Max se relajó enseguida y entró en un

estado profundo, un agradecido descanso para alguiencon su ritmo de vida. No tardó mucho en presentárseleuna imagen nítida. Se vio como profesor de muchos 

sanadores. Era un médico del futuro cercano y estrodeado de sus alumnos en una especie de anfiteacelestial. 

 —El trabajo es gratificante —me contó—. Mucson mejores médicos que yo, pero yo soy capaz traspasar el cuerpo y llegar a las emociones. enseño cómo separar la conciencia del cuerpo, pque sea posible comprender los mecanismos decuración espiritual. Es que la conciencia funciona

etapas. Primero, flota por encima del cuerpo físrepasando su vida emocional y preparándose pascender. Luego, abandona también el cueemocional y va haciéndose cada vez más ligeCuando llega a ese estado, la denomino «cuemental». Por último, se separa de este reino y es lipara ajustar su vibración natural a las esferas, ppoder llegar hasta estados aún superiores. 

Se volvió hacia mí con gesto grave. Me lo estaenseñando a mí al mismo tiempo que a sus alumdel futuro, aunque en ese estado de hipnosis no consciente de mi presencia. 

 —Cuando comprendemos cómo interactúan cuatro etapas y cómo afectan las unas a las otrasprosiguió—, podemos descubrir, analizar y aplindicios de curación psicológica y corporal en el plafísico. Ése es mi campo de investigación, y va

cambiar la medicina para siempre. He titulado el curso«La curación multidimensional de todo cuerpoenergético». 

Su descripción fue tan clara, reconocí tantas cosas ycomprobé que había tantos detalles que refrendabanas visiones de otros pacientes que me estremecí. Sucampo de investigación era el mismo que el mío. «Vaa cambiar la medicina para siempre», había dicho,precisamente eso es lo que opino yo, aunque, por logeneral, suelo guardármelo para mí. En nuestrassesiones anteriores había descubierto que Max nohabía leído nunca ningún libro de New Age ni ningúntexto espiritual (consideraba que todo ese terrenocarecía de valor alguno), de modo que no podía haberextraído las ideas de lecturas anteriores. Era metodistay había recibido la formación religiosa habitual, que noabordaba ni remotamente los temas y los conceptosque iba a enseñar en el futuro. No creía en lametafísica; es probable que jamás hubiera utilizadoexpresiones como «curación espiritual» o «cuerpomental» en la vida. 

 —¿A qué coño venía todo eso? —preguntó cuandoe hice regresar al presente. Parecía más divertido quesobrecogido por la experiencia. 

 —¿Quién sabe? —repliqué, y me limité a explicarleque el patrón de médico, maestro y sanador no

resultaba sorprendente, dada su profesión actual y 

que, aunque yo no era ningún experto, comentarios parecían mostrar similitudes con cierconceptos metafísicos que había oído a lo largo de

años.  Aunque sólo le dije eso, mentalmente fui mumás allá. Me parecía que lo que había experimentaMax no había sido ninguna fantasía, sino una serie elementos con los que su conciencia construía arquetipo de lo que le gustaría ser en su próxima viLo que vio tenía una estrecha relación con experiencias de la muerte cercana narradas por otpersonas, pero él fue más lejos, hasta un lugar enque podía hablar de la conciencia humana y veascender hacia el alma única. 

 —Ahora me gustaría retroceder —anunció Maxsu siguiente sesión, aún animado por el vrealizado. 

 —¿A vidas anteriores?  —Pues sí. El futuro fue estupendo. Muy malo

puede ser el pasado. Además, siento curiosidad. Le recordé que iba a controlar el proceso y que,

cualquier momento, podía detener o ajustar experiencia, incluso pasar a otra vida distinta, si asdeseaba. 

También esa segunda vez entró en estado de tran

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con facilidad. Lo guié hacia el pasado. Me sorprendió,dado su desagradable machismo, descubrir que erauna mujer. 

 —Soy joven y guapa. Estoy casada con un buenhombre. Estamos en... a ver... el siglo xii. ¿O es elxiii? Vivo en una pequeña comunidad de Europa, de laEuropa Oriental. He sufrido muchas enfermedades a loargo de mi vida y quizá por eso me he hechocurandera, aunque prefiero estar rodeada de misanimales y mis plantas. Cuando estaba embarazadatuve la escarlatina y perdí el hijo que esperaba. Nopuedo tener más. Tanto mi marido como yo nosquedamos muy afectados. 

»Siempre que alguien se pone enfermo me llama,porque sabe que si le impongo las manos, o si lo tratocon mis hierbas y mis plantas, se pone mejor. A veces,parece un milagro. Hay gente que me acepta y quenos trata bien a mi marido y a mí, pero la mayoría, yodiría que me tiene miedo. Creen que soy una bruja yque tengo poderes sobrenaturales. Creen que soy unbicho raro, o que estoy chalada. Pero no es verdad. Lo

que pasa es que prefiero estar con los animales y conas plantas que con ellos. »Hay un hombre que vive en una aldea cercana y

que siempre me grita que me vaya. Se dedica aadvertir a los niños de por aquí que no se acerquen amí. Pero ahora me necesita y viene a buscarme. Su 

mujer ha dado a luz a una niña muerta, como pcon la mía, y ahora delira y tiene la frente ardien

 Voy corriendo con él hasta su casa. Su mujer está menferma. Le cuesta respirar y tiene mucha fiebre. coloco las manos en el abdomen, sobre el úteronoto cómo surge de mis manos una energía conocida, una ráfaga curativa que se transmite hastaenferma. Con las plantas y las hierbas le alivio fiebre. ¡Pero no basta! ¡No basta! 

Max se puso muy nervioso en mi consuRespiraba aceleradamente y en su gesto se apreciaangustia. No corría ningún peligro en estado de tra(nadie lo corre nunca), pero era evidente que senempatía hacia aquella joven, que era él mismmientras recordaba aquellos hechos del pasremoto. 

 —Tenía razón —prosiguió, aún en trance—. demasiado tarde. La infección ha acabado con defensas de la pobre madre, que muere cuando energía aún está entrando en ella. Nadie podhaberla salvado. Es la peor derrota de mi vida. 

Su desasosiego se intensificó.  —El marido está furioso. Durante todo este tiem

no ha dejado de beber (yo apenas me había fijado él) y ahora está deshecho, enajenado por haperdido a su mujer cuando el bebé apenas acababa

morir. «¡La has matado tú, demonio! ¡Eres una bruja!»,grita, y, antes de que pueda defenderme, levanta unpuñal y me lo hunde en el pecho. Me pilla por

sorpresa. No puedo creerlo. Siento un dolor agudo enel pecho. ¡Es como si el puñal me hubiera llegado alcorazón! 

Max se dobló por la mitad de dolor, pero luego serelajó con la misma rapidez. 

 —Ahora estoy flotando y, al mirar hacia abajo veomi propio cuerpo, tirado en el suelo de la cabaña deese hombre. Se respira calma. En el cielo hay una luzdorada que llega hasta mí. Es una luz curativa. 

Lo hice regresar al presente. Max habíaexperimentado mucho en una única sesión. No estabamuy contento, pero tampoco disgustado. Se quedópensativo y serio, reflexionaba sobre aquella vida dehacía siglos. Sabía que era la suya, que él era lacurandera. Analizamos lo que sentía en aquel instantey lo que había sentido durante la regresión, el dolorfísico, la ansiedad, la empatía que le había inspiradoentonces la madre moribunda y la que le inspirabaahora la joven curandera. La experiencia había sidomucho más emotiva que la del investigador de laconciencia del futuro. Sin embargo, no quise dejar decomentarle que el investigador era el que le habíadado la clave para abrir la puerta de esa vida pasada.

Ahora iba a poder utilizarla, en especial la empatía por 

la madre y la curandera, para que lo guiara en presente. 

Durante las semanas siguientes, tanto la familia

Max como sus colegas del hospital, sus pacientes yapreciamos los cambios que experimentó. El dolor pecho desapareció en cuanto descubrió su cafundamental. Comprendió que, aunque le habmatado por no haber logrado sanar a la paciente envida anterior, del mismo modo que él sentía ganassuicidarse en ésta cuando fracasaba, ni en aqmomento ni en el actual eran culpa suya las muerde sus pacientes. Se dio cuenta de que solamepodía hacer todo lo que estuviera en su mano, namás; podía utilizar todos sus conocimientos y

experiencia médica, pero no siempre controlar resultados. La mayoría de los pacientes saldadelante, pero algunos no, por toda una serie razones que escapaban a su capacidad. La ansiedcon la que se tomaba los casos actuales disminuyendo cada vez más y, finalmedesapareció. También se desvanecieron los ataquesrabia. Dejó de tener una concepción tan poco realsobre su actuación profesional o la del personal hospital. Hizo amigos en el trabajo y estrechó vínculos familiares. También dejó atrás la culpa, remordimientos y la depresión que le habamargado la vida antes de viajar al pasado y al futur

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Max se ha mantenido en contacto conmigo. Mecuenta que, desde que terminó el tratamiento, susdiagnósticos y su capacidad terapéutica están «másafinados». Durante nuestra última conversaciónreconoció que, cuando no miran los demás médicos,impone las manos sobre la zona del paciente querequiere curación (la espalda, la columna, el vientre) ysiente el chorro de energía que recuerda de hacesiglos. 

La capacidad de sentir empatía con versiones deuno mismo existentes en el pasado o en el futuroiberó tanto a Samantha como a Max de la tiranía deesos miedos que los atenazaban en la actualidad. Paraellos (y para todos nosotros), la empatía es la clavepara llegar al perdón. Si sentimos una profundaidentificación emocional con versiones más jóvenes denosotros mismos, e incluso con manifestaciones denuestro yo en vidas anteriores, podemos apreciar lascircunstancias que han provocado nuestros síntomas y

juicios negativos actuales. Si comprendemos nuestrosimpulsos negativos y descubrimos dónde seoriginaron, podemos deshacernos de ellos. Y, alhacerlo, aumenta nuestra autoestima y tenemos unconcepto más favorable de nosotros mismos. 

Del mismo modo, la empatía es la clave para 

comprender y perdonar a los demás. Gracias a epodemos comprender sus miedos, sus opiniones y necesidades, que, muchas veces, resultan ser idéntia los nuestros. Podemos comprender a los demaunque no compartamos del todo sus ideSabremos, en un nivel emocional profundo, de parte del alma proceden. Odiarles es odiarnosnosotros mismos; amarles es amarnos. El úncamino fruto de la cordura es dejar atrás el odio. 

La empatía cura al individuo y, al mismo tiemcura al mundo. Es hermana de la compasión e hija amor incondicional. 

5 HUGH Y CHITRA: LA COMPASIÓN 

Empatía y compasión suelen utilizarse comosinónimos, pero, en realidad, se trata de doselementos distintos de la psique humana. Sí, es ciertoque, cuando comprendemos los sentimientos de otrocomo los propios y somos capaces de ponernos en suugar, casi con toda seguridad sentiremos compasiónhacia esa persona, pero también podemos sercompasivos sin empatía; podemos sentir compasiónpor alguien (o incluso por un insecto o un animal),aunque no reconozcamos sus sentimientos en nosotrosmismos. 

En la tradición budista, se enseña a ser compasivocon los animales o los insectos, porque todas lascriaturas vivas tienen alma, y hasta es posible quehayan sido personas en vidas anteriores y que vuelvana serlo en el futuro. (En mi trabajo, no me heencontrado con esa situación, pero eso no quiere decirque el concepto no sea cierto; sencillamente, puede

ocurrir que los seres humanos no recordemos 

existencias anteriores vividas como otras especies.) lo tanto, un escarabajo o un oso pueden despertarnosotros compasión sin que lleguemos a estable

lazos de empatía con él, a identificarnos con él, sin qnos pongamos en el lugar de ese insecto o ese animLa compasión surge del corazón y se pone

manifiesto con demostraciones de bondad benevolencia para con todas las criaturas de creación. Jesucristo fue sumamente compasivo; a dde todos, Ghandi también. Cuando decimos qsentimos algo «de corazón» estamos demostrancompasión. Los «actos de bondad aleatorios» de que habla tanta gente (dejar pasar a alguien en la cdel supermercado, ceder el asiento en el metro a

embarazada, dar comida a los pobres) son ejempde conducta compasiva, pero sólo si surgen de impulso de bondad genuino, y no de la obligación hacer las cosas de una manera determinada o deseo de ganar puntos en el cielo. 

La compasión es más instintiva y la empatía, cambio, más intelectual: tienen orígenes diferenteshace usted los ejercicios de diálogo con la enfermedpropuestos en el capítulo tres e intercambia su pacon el de, digamos, un padre maltratador, no tique sentir compasión por él. Se dará cuenta, ejemplo, de lo siguiente: «Mi abuelo le hizo a mi palo mismo que lo que él me está haciendo a mí. Lo q

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ha hecho papá ha sido reunir todas las crueldadesrecibidas (de su padre, de su cultura, de sus iguales) ytransmitírmelas sin haberlas asimilado. Siento empatíapor lo que sintió porque comprendo esos sentimientosy, gracias a lo que he aprendido, voy a ser capaz deromper la transmisión de la conducta negativa.» 

Se trata de una conclusión intelectual. Sin embargo,o ideal es que, incluso en un caso extremo como el deun padre maltratador, a medida que usted se

identifique con su padre pueda empezar a sentircompasión por él. Tal vez resulte difícil, ya que esposible que siga demostrándole la misma crueldad deantes, pero lo cierto es que se trata de un ser humanoherido, lo mismo que usted, y ese descubrimientopuede permitirle ofrecer una respuesta procedente delcorazón, además de la surgida de la mente. Si lograreaccionar, si puede ver más allá de sus heridas, sedará cuenta de que, cuando se funden la empatía y lacompasión, ambas le llevan hacia el destino final detodas las lecciones que se aprenden en el camino haciaa inmortalidad: el amor espiritual, el amorincondicional, el amor puro y eterno. 

 —Me han dicho que usted es famoso porque, paratratar a los pacientes, les hace regresar a sus vidasanteriores. ¿Es cierto? 

El que me telefoneaba se llamaba Hugh, y si yo «famoso» en mi campo, también él lo era en el suEra un vidente cuyo programa de televisión, emiten Miami, atraía a muchos miles de personas que, su inmensa mayoría, buscaban ponerse en contacon sus seres queridos ya fallecidos. Yo no tengodon de la videncia más que en la medida en quesentimos todos en algún momento (esa «corazonadque nos empuja a tomar la decisión empresa

adecuada; la «certeza» que nos hace tomar un camy no otro en la vida), pero sé de su existencia y adma gente como John Edward y James van Praagh, qparecen poseerlo y lo utilizan para sanar. Ademhace mucho que aprendí a no despreciar aquello qno comprendo. 

 —He tenido cierto éxito en la regresión de algupacientes —reconocí—. ¿Me llama en relación calguna psicoterapia? 

 —Sí, la mía —contestó antes de soltar una rinerviosa y estridente—. Por muy vidente que sea, consigo aplicar mis conocimientos a mí mismo pcurarme. 

Pidió hora para la semana siguiente y esperé visita con impaciencia. Ya había tratado a ovidentes con anterioridad y todos, sin excepción, habían resultado igual de interesantes. Su inmen

sensibilidad y su receptividad ante el concepto de lasvidas anteriores los convertía en candidatos deexcepción para la terapia de regresión. 

Hugh resultó ser un hombre menudo, bajito ydelgado, con un aspecto mucho menos imponente quea única vez que había visto su programa, tal es elpoder de la televisión. Tenía el cutis enrojecido debidoal uso habitual de maquillaje y la ropa que llevaba(pantalones de pinzas caqui y camiseta negra) le ibaalgo grande. Era evidente que estaba nervioso, porquesu mirada revoloteaba por la consulta como unauciérnaga y, muchas veces, tenía que carraspear antesde lograr sacar una frase de la garganta, aunque, encuanto se soltó, resultó elocuente. 

 —¿Qué problema tiene? —quise saber.  —Estoy agotado, hecho polvo. No es nada físico

(aunque es verdad que no hago suficiente ejercicio),sino mental. Tengo la impresión de que todos loshabitantes del planeta me persiguen, esperando queos ponga en contacto con la gente que han perdido, yes tal su necesidad, son tan insistentes, tan dignos,tienen una sed tan legítima que cuando los rechazo meembarga un sentimiento de culpa enorme que pesauna tonelada. Y no logro quitármela de encima. 

La gente que se encontraba en las tiendas, y hastapor la calle, le pedía una visita, o información, o

mensajes del más allá, pero las cosas no eran tan 

sencillas: no podía llamar por teléfono a un familiar alguien, saltar al más allá, transmitir un mensajemomento. Su labor requería energía, fuerza y tiem

para trabajar como trabajaba él, y todo eso dejabahuella. Me identifiqué con él, sentí empatía. Hacierto punto, he sufrido el mismo tipo de ataqbienintencionado; también a mí me han abordado restaurantes o en las pausas de los talleres. embargo, la gente sabe que la regresión es un procque lleva su tiempo, y comprenden sin amargura qno tengo capacidad para atenderlos a todos. En el cde Hugh, en cambio, al parecer la gente comportaba como si creyera que podía transmitimensajes mientras comía. Quería ayudarles. ¡Cuán

ganas tenía de poder ponerlos a todos en contacto el más allá! La realidad le hacía sentirse indignocada vez que rechazaba una petición aumentaba ansiedad. 

Me contó que era tanto clarividente coclariaudiente, es decir, que tenía el don de ver coantes de que sucedieran o a una distancia qescapaba a la capacidad del ojo humano, y tambiénde escuchar mensajes que le eran transmitisolamente a él. Como en la mayoría de los videntesas dotes se habían manifestado a muy tempredad. Muchos niños, por ejemplo, tienen amiimaginarios; en muchos casos, el motivo

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sencillamente que se sienten solos y ansían uncompañero de juegos, pero, en otros, los amigos noson en absoluto inventados. En ,hablé de una joven cuya madre no alcanzaba acomprender por qué no demostraba ningún pesar pora muerte de su abuela. 

 —¿Por qué tendría que estar triste? —preguntaba lamuchacha—. Acabo de hablar con ella. Está sentada enuna silla de mi habitación. 

La historia se comprobó cuando contó que suabuela le había transmitido secretos sobre la infanciade su madre que no podría haber descubierto por sucuenta. 

Otros niños que han visto accidentes o hanescuchado mensajes que han resultado ciertos hanhecho que aumentara el conjunto de datos quedemuestran la existencia de fenómenosparapsicológicos. 

Por lo general, los poderes de videncia de los niñosdesaparecen antes de los seis años. En ocasiones, sinembargo, no sólo persisten, sino que cobran fuerza.Eso fue lo que le sucedió a Hugh. 

 —Cuando era pequeño —me contó—, los demásniños creían que era un bicho raro. «Qué tontería»,me contestaban cuando les contaba que había visto aun muerto que me hablaba o intentaba advertirles 

sobre un mensaje que había recibido y, a veces, sfamilias les prohibían jugar conmigo. Me hacían crque estaba loco, pero no por eso dejaba de tener visiones o de recibir los mensajes, así que lo que hfue guardármelos para mí solo, esconderlos de demás. Entonces era diferente. —Hizo una pausacarraspeó—. Aunque ahora también lo soy. 

La baja autoestima que experimentó siendo nprosiguió con la llegada de la madurez, y duravarias sesiones trabajamos ese problema y ot

relacionados con él, pero yo ya sabía que íbamotener que profundizar más, que con tratar incomprensión de su infancia no bastaría. Le propuna regresión. 

 —Para eso vengo a verle —contestó con sonrisa. 

Hugh entró sin problemas en estado de tra(había practicado, en cierto modo, desde niño). 

 —Veo vehículos voladores —empezó—. No exactamente aviones, sino más bien coches vuelan, empujados por energía pura. Planean

encima de edificios de líneas elegantes que se levanhacia el cielo y están hechos de cristal. Dentro hombres que trabajan en tecnologías avanzadas y soy uno de ellos, uno de los mejores científicos complejo, uno de los más importantes. El objetivohacerlo todo más potente para alterar todas las form

materiales, toda la materia de la Tierra, y controlarla,controlar la conducta de los demás, controlar lanaturaleza. Pero no por el bien común. Lo que

pretendemos los científicos es dominar el mundo.  —Muy interesante —comenté—. Ha ido hacia elfuturo. 

Inicié la terapia de Hugh en la época en queempezaba a inducir progresiones en mis pacientes y, alparecer, él había avanzado varios milenios sinnecesidad siquiera de que lo animara. 

Su respuesta me sorprendió.  —Pero si no es el futuro. No. Esto es la Atlántida. 

¡La Atlántida! El continente legendario descrito pordecenas de escritores, el más famoso de ellos EdgarCayce; un lugar que existió hace treinta o cuarenta milaños y que luego desapareció. Sus habitantesgobernaron su parte del mundo porque eran losúnicos que poseían los secretos de toda la materia ytodos los seres vivos. Hugh no había progresado haciael futuro; había regresado a un mundo que sedesvaneció mucho antes del nacimiento de la historia. 

 —Mi trabajo consiste en cambiar mi nivel deconciencia y aprender técnicas de manipulación deenergía para transformar la materia —explicó.

Respiraba de forma acelerada y estaba visiblemente 

inquieto por su papel en aquella extraña sociedad.  —¿Transformar la materia mediante ener

psíquica? —pregunté, en busca de una aclaración. 

 —Sí. Mediante la energía de la mente. —Titubeóinstante—. O tal vez utilizamos cristales. Energía partir de cristales. No estoy seguro. No es la enerde la corriente eléctrica, es algo más avanzado. 

 —Y usted es un importante científico.  —Exacto. He estudiado en este campo. —

entristeció—. Quiero obtener poder para mí mismEso supone reprimir mi lado espiritual, pero es precio que tengo que pagar. Quizá podría alterar nivel de conciencia para llegar a una vibración amayor. Así podría avanzar espiritualmente, acercar

a un lugar más allá de la materia, más allá del tiemPero no me molesto con esas cosas. Mis colegasyo... Lo que hacemos está mal. Pretendemos controlas civilizaciones que nos rodean, y lo estamconsiguiendo. Estamos cumpliendo nuestro objetivo

Su evaluación vital me resultaba previsible. arrepentía de sus actos, se daba cuenta de que hatomado el mal camino. Si hubiera utilizado su meelevada, su energía mental, movido por el bien ycompasión, no por el ansia de poder y engrandecimiento personal, habría llevado una vmejor y más feliz. Había malgastado conocimientos, sus aptitudes, su vida. 

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Cuando se marchó, hice dos anotaciones: «El hecho de que Hugh viviera una existencia

anterior en la Atlántida no demuestra la existencia deese continente perdido en modo alguno, ni suponeque yo crea en ella. Se trata únicamente de suexperiencia, y puede que sí estuviera viendo el futuro,y no el pasado. Quizá sea una fantasía o quizá seacierto. Lo importante es que se arrepiente de no haberaprovechado sus poderes parapsicológicos en causas

más elevadas. De eso mismo parece lamentarse en laactualidad.» «Al parecer, en aquella época existía un nivel

tecnológico superior al que poseemos hoy. Tal vezmucha gente de esa época se está reencarnando ennuestros días, porque la tecnología está avanzandonuevamente hasta el nivel que existía en esa épocaremota. Tenemos que comprobar si hemos aprendidoa lección; se trata del conflicto entre la utilización denuestros poderes avanzados con fines compasivos oegoístas. La última vez casi destruimos el planeta. ¿Porqué opción vamos a decantarnos ahora?» 

En su siguiente sesión de regresión, Hugh seencontró en la Europa (no estaba seguro del país) dea Edad Media. 

 —Soy un hombre corpulento de espaldas anchas y 

fuertes. Voy vestido con una túnica sencilla y llevopelo alborotado. Me dirijo a una asamblea de vecidel lugar; mi mirada es penetrante, frenética, de tremenda intensidad. Les digo que no tienen que la iglesia ni escuchar a los curas para encontrar a Dio«Dios está en vuestro interior. Dentro de cada uno nosotros. No necesitáis a esos hipócritas para queenseñen el camino que lleva al Señor. Todo el muntiene acceso a la sabiduría divina. Voy a mostraros

camino, de forma muy sencilla, y seindependientes de la iglesia y de sus arrogansacerdotes. Ellos perderán el control y vosotrecuperaréis las riendas de vuestras vidas.» 

 Al poco tiempo, Hugh fue apresado por autoridades eclesiásticas y torturado para que abjurde sus ideas, pero se negó, por muy cruel que fueracastigo. Al final, según me contó horrorizado, acasiendo literalmente desmembrado en un potro tortura que los curas habían colocado en la plaza pueblo, en parte porque estaban enfurecidos, ptambién porque querían utilizarle de ejemplo padvertir a sus paisanos de que no debían pensar forma peligrosa. 

En un breve repaso de esa vida, Hugh realizó userie de conexiones con su anterior existencia atlántque yo resumí en una anotación posteriormente: 

«La sobrecompensación hacia motivacionesespirituales en lugar de egoístas como reacción a suvida atlántida, junto con el conocimiento de las

posibilidades de los niveles de conciencia superiores,levaron a Hugh a excederse en sus afirmacionespúblicas y a no prestar suficiente atención al poder dea Iglesia católica en aquellos días y a su fervientematanza de herejes o de cualquiera que atacara supoder, aunque fuera a escala modesta.» 

Hugh también estableció vínculos con su vidaactual: 

 —Mis poderes se desarrollaron en la Atlántida —mecontó—. Allí fue donde adquirí mis habilidades declarividencia, clariaudiencia y telepatía. 

 —¿Y los mensajes? 

 —Eso es otra cosa —replicó de inmediato—. Losmensajes proceden de los espíritus. 

 —¿De los espíritus? ¿Qué quiere decir?  —De los espíritus, de seres incorpóreos. No puedo

ser más claro. —Carraspeó—. Me hacen llegar elconocimiento. Me transmiten la verdad. 

Era un tema conocido (otros pacientes me hablabantambién de espíritus), pero, en aquel caso, detecté unadiferencia. Cuando se fue, anoté lo siguiente: 

«Al exteriorizar los orígenes de su conocimiento,Hugh intentaba evitar, de forma mágica, que se

repitiera la destrucción física de su cuerpo en la Edad 

Media. En otras palabras, decía: “Éste no soy yo. limito a recibir la información de otros, aunque seespíritus.” Era una especie de red de seguridad: tepoderes de videncia resulta peligroso. Sin embargo, cierto modo, los espíritus le han impedido accedeniveles aún superiores de su conciemultidimensional.» 

Quizá, pensé, podía llegar a esos niveles superiosi lograba progresar hacia el futuro con mi ayuda. un gran vidente; ¿tendría aún más podeparapsicológicos, sería más preciso que otros, lograba acceder a lo que estaba por llegar? No algo esencial para su tratamiento (ya había detectla fuente de su ansiedad y había logrado aceptar

poderes de videncia), pero yo sentía curiosidad sosus posibles descubrimientos. ¿Estaría dispuesto a progresar hacia el futuro y

llevarme con él? Resultó que lo deseaba intensament

Es posible que Hugh llegara a un nivel demasiaprofundo. Me dio la impresión de que experimentdos viajes de forma simultánea, uno hacia el futurel otro hacia niveles cada vez más y más altos conciencia que le llevaba hasta mundos y dimensiosituados por encima y más allá de éste. 

 —El siguiente nivel, el que está justo después

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nuestro, no es tan denso como el que conocemos —me reveló con una voz cargada de sobrecogimiento—.No es fácil llegar hasta allí. El camino está lleno depeligros, pero cuando llegamos somos más mentales,menos físicos. Todo el mundo es telépata. Hay unavibración superior. Nuestros cuerpos son más ligeros.El movimiento resulta más fluido. 

En cierto modo, se parecía a la Atlántida que habíadescrito en su primera regresión, pero eso no era

todo. 

 —Voy subiendo más y más. En los distintos niveleshay cambios en la calidad de la luz. No soy capaz dedescribirlo. Hay más luz, pero es más tenue; no tienecolor o los tiene todos. El camino lleva a dimensionessituadas más allá de la luz y más lejos de los límitesdel pensamiento. Este nivel es incomprensible para lamente humana. Y sigo avanzando. No hay final.Sobrepaso el infinito y, si es posible, progreso aúnmás. 

Los dos teníamos la sensación de que se trataba deugares positivos de gran calma y belleza, aunque lapalabra «belleza» esté demasiado vista. La actitud deHugh revelaba más que sus palabras. Lo que percibiósuperaba los límites de su vocabulario, y el serenoesplendor de su rostro, que había perdido suamargura, era el vehículo de su elocuencia. 

Lo que describió no era su futuro personal, sino el 

futuro en general. (Más adelante, cuando empecéhacer progresiones de grupo en mis talleres seminarios, me di cuenta de que era lo más habitucomo explicaré en el último capítulo.) 

 —El viaje es como el despegue de un aviónplena tormenta eléctrica —prosiguió—. Todo está cavez más y más oscuro a medida que nos acercamosnivel de las nubes. Hay muchas turbulencias, miedo y ansiedad, pero entonces traspasamos la ca

nebulosa y salimos al otro lado, donde hay un cresplandeciente, con muchos tonos de azul iluminapor un sol dorado e incandescente. Se tardan mucaños, muchos siglos, en atravesar las nubes, que van ensombreciendo con el paso del tiempo; nubes de tragedias y calamidades que asediaránnuestra civilización, pero al final, tras ochocientosmil años, puede que más, las nubes se desvanecen, turbulencias desaparecen y sólo queda una sensacde paz, sobrecogimiento y seguridad. 

Se inclinó hacia delante y me hizo una confiden

sin salir del estado de hipnosis: 

 —La gente del otro lado de la tormenta tiaptitudes mentales, aptitudes parapsicológicas qsuperan con creces las mías. Son telépatas. —Su era apenas un susurro—. Pueden llegar a todoconocimiento. Son mentalmente omnipotentes. 

Tal vez se refería al concepto que Carl Jungdenominó «inconsciente colectivo», o a lo que lasreligiones orientales llaman «registro akásico», un

archivo en el que se conserva toda acción, hasta elmás absoluto detalle, y todo pensamiento, por muytrivial que sea, de toda la humanidad desde el inicio deos tiempos. Según me pareció entender, los videntespodían acceder a él para descubrir los pensamientos yos sueños de los demás. Eso fue lo que Hugh aseguróque les había dicho a los vecinos del pueblo medieval.Y, en su visión de futuro, había dominado el saber quebuscaban los atlántidos. Podían convertir la materia enenergía y la energía en materia, y transformar unaspartículas elementales en otras canalizando la energía

de la conciencia. En la época de la Atlántida, ese poderse utilizó para hacer el mal. En la Edad Media, aunqueHugh no lo mencionó, los alquimistas intentarontransformar minerales corrientes en oro. En el futuro,tal y como lo vio él, todo el mundo era alquimista yutilizaba sus poderes para hacer el bien. La gentehabía atravesado las nubes y había llegado hasta elcielo azul y la luz dorada. 

En mi opinión, el recorrido de Hugh es unametáfora del cambio de lo físico a lo espiritual, algoque él parecía haber logrado en el futuro lejano. Esposible que todos nosotros, los que quedemos tras las 

«tragedias y calamidades», también lo consigamos. Lo 

que descubrió en el futuro fue lo siguiente: en la épque divisó, el cuerpo físico podía cambiar, la gepodía entrar y salir de su cuerpo a voluntad y posible tener experiencias extracorpóreas siempre quno lo deseara; así pues, ni siquiera la muerte eraque parecía. Ya no había enfermedades; las patologfísicas y mentales habían desaparecido, porque gente había aprendido a resolver los trastorenergéticos que provocan las enfermedades en dimensiones físicas. 

 Acabé comprendiendo por qué sus progresiotomaban un doble camino; en ambas había momento de tormento y luego un paraíso. Contiempo, el futuro fue trazando una curva cada vez m

elevada y se convirtió en algo más sublime, haenlazar con la progresión de niveles de conciensuperiores: las dimensiones (o mundos) superioque había visto Hugh en su otro viaje hacia delante.otras palabras, incluso cuando avanzaba en direcciones distintas se dirigía al mismo destino. Enprimer viaje, fue directamente a niveles de concienmás elevados. En el segundo, se adentró en vifuturas aquí, en este planeta. Ambos futuros acabaralcanzando las dimensiones superiores. Y ambos encontrarían en algún punto del camino. Nuestfuturos, venía a decir, son como ramales de un misferrocarril, que siempre llevan hasta la vía principal.

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basaba en la ignorancia, el engaño y el miedo. Descubrimos el vínculo que unía ambas vidas y su

significación en la situación actual de Chitra: en las dosregresiones la habían obligado a sacrificar su vida, susanhelos, su felicidad, por una causa «noble». Y esossacrificios la habían matado entonces y estabanacabando con ella también ahora. 

La madre de Chitra también recordó una vida

anterior, aunque nunca pisó mi consulta. Animada porel trabajo que íbamos haciendo, Chitra se llevó a casamis discos compactos de regresión y se puso apracticar, algo que recomiendo a todos mis pacientes.Su madre, que la escuchaba, se vio en la piel de unajoven esposa india de hace tres siglos. En esa vida,Chitra era el adorado esposo de su madre, el centro desu existencia, pero aquel hombre murió pronto, alparecer, por la picadura de una serpiente. Cuando lamadre de Chitra regresó al presente, comprendió porqué se había aferrado a su hija y así se lo explicó:creía que era una reacción resultante de haberlaperdido hacía siglos. Chitra se dio cuenta de que ladependencia y la sobreprotección de su madre notenían su origen en esta vida, sino en otra distinta, y,desde entonces, pudo ser más indulgente. 

Su madre empezó a cambiar. Poco a poco, ya queestaba superando años de costumbre, fue ganando 

autonomía y abandonando la actitud protecto Accedió de buena gana a pasar más tiempo con otros hijos y permitió que Chitra empezara a realactividades sociales, pese al peligro de que esollevara a entablar una relación que interfiriera en dependencia. Asimismo todo ello provocó una mejde las perspectivas vitales de mi paciente, que por primera podía contemplar el futuro sin desolaciónhacia ese futuro precisamente me permitió guiarla. 

Chitra experimentó en una única progresión lo qme parecieron tres vidas futuras distintas. En primera, se vio como la madre y la princresponsable de los cuidados de una niña con graproblemas musculares, óseos y neurológicos. dinámica familiar imponía que dedicara la mayor pade su tiempo y sus energías a su hija con escarecompensas. Su marido en esa vida se había alejaen lo emocional y, a menudo, también físicamente; incapaz de afrontar la tragedia. Así pues, el flujo compasión, amor y energía me parecía unidirecciona

En una segunda vida futura, Chitra sufrió gradaños físicos en un accidente de tráfico. 

 —No puede decirse que fuera un coche —me co —. Era más bien un gigantesco cilindro volador c

ventanas. Da igual: hubo un error de programación y¡zas!: se estrelló de frente contra un árbol. 

Chitra quedó paralítica y tuvo que pasar por una

arga rehabilitación tanto física como psicológica.  —Los niveles técnicos de la medicina han avanzadomucho —aseguró con cierta satisfacción—; sinembargo, la regeneración del tejido de mi sistemanervioso, tanto del cerebro como de la médula espinal,tardó más de un año. —Se sonrió—. El personal delhospital se portó de maravilla, pero la recuperaciónresultó muy complicada. No sé si lo habría logrado sinel amor de mi familia (tengo un marido que me quierecon locura y tres hijos, dos niños y una niña) y de misamigos. ¡Y las flores! La gente decía que mi habitaciónen el hospital era el Jardín de Alá. 

Había dado, pensé, con el contrario de la primeravida. De nuevo la compasión, el amor y la energíaeran unidireccionales, pero en esta ocasión fluían haciaella. 

En su tercer «futuro», Chitra era una cirujanaespecializada en ortopedia y neurología. 

 —Trabajo con varillas o cristales —explicó cuandoseñalé lo poco habitual que resultaba tener dosespecializaciones tan distintas—. Emiten una luz, unaenergía, que tienen un efecto curativo extraordinario,ya sea en los huesos o en el cerebro. También

producen una energía sónica que impulsa la 

regeneración de músculos, extremidades y ligamentoLos resultados de sus conocimientos y su pericia

proporcionaban una enorme satisfacción. Asimism

recibía palabras de enhorabuena y ánimo, no sólo sus pacientes y de sus familias, sino también de colegas de profesión. Su vida familiar era prósperafeliz. En esa existencia parecía haber alcanzado equilibrio adecuado de flujos de entrada y saliPodía amar a los demás y amarse a sí misma. 

Sin salir del estado hipnótico, Chitra me contó qhabía evaluado esa tercera vida desde una perspectsuperior, es decir, que había ascendido a un nivel máelevado. Y, de repente, se detuvo. 

 —No sé cómo va a terminar esta vida.

desconcertante. Tengo que salir de aquí. ¡Ya!  Ya me había habituado a que no quispermanecer mucho tiempo en una vida pasadafutura. Regresó bruscamente al presente, animadaestimulada por sus viajes. 

 —Todas las vidas, pasadas y presentes, esconectadas —declaró—, por ejemplo esta de ahora yvida anterior que vio mi madre. Lo que tengo qhacer es equilibrar la compasión, equilibrar el amalgo que hay que recibir además de dar. —determinación era palpable—. Jamás volveré sacrificar mis objetivos vitales. No pasarán por delani valores culturales, ni circunstancias individuales,

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el peso de la culpa. Consiguió expresar su rabia y su resentimiento

hacia su madre y sus hermanos por haberlaenclaustrado en el papel de guardiana de la anciana (apesar de los tabúes culturales que prohibían talrebelión) y, en el proceso, se liberó. 

Regresamos a la tercera de las vidas futuras y, enesa ocasión, Chitra logró ver su final: una muerte en lavejez por causas naturales. En su evaluación vital logró

comprender con claridad la trascendencia de susprogresiones, que yo no alcanzaba a ver.  —Las tres vidas futuras no eran consecutivas ni

ineales —precisó—. Son manifestaciones de futurosposibles que dependen de lo que haga yo aquí yahora. 

En cierto modo, eran futuros paralelos que fluíande manera simultánea; terminaría viviendo uno u otroen función del contenido del resto de su vida actual.En realidad, había «toda una serie de futurosposibles», según me contó: 

 —Todos son variaciones de los tres que he visto. Yno sólo mi conciencia, sino también los actos y lospensamientos colectivos de toda la población humanarepercutirán en el hecho de que uno de ellos y no losotros dos se haga realidad. Si todos noscomprometemos de forma consciente con la 

compasión, la empatía, el amor, la paciencia yperdón, el mundo del futuro será increíblemendistinto. 

Comprendí que aquella sabia joven tenía muque enseñarme. 

«Disponemos de mucho más poder para influir forma positiva en nuestras vidas futuras individuaasí como en el futuro restante de esta vida actual, qpara repercutir en el futuro planetario o colectivanoté cuando se hubo marchado. «Sin embar

nuestros futuros individuales se expresan en colectivo, y los actos de todo el mundo determinqué camino, de entre un enorme inventario posibilidades, se hace realidad. Si Chitra hubseguido estancada en su anterior estructura familtal vez habría experimentado un futuro en el que sela mujer paralizada que se veía obligada a recamor. Si hubiera tirado la toalla, si hubiinterrumpido de forma abrupta la relación con madre y la hubiera abandonado sin un compromrazonable, quizás habría tenido que volver en la piel

la madre de una niña con graves problemas físicos. son las cosas: afrontamos situaciones parecidas unotra vez, a medida que buscamos el equiliadecuado entre dar y recibir, entre el sacrificio ycompasión hacia nosotros mismos. Hasta qalcanzamos el estado de la armonía. Teniendo

cuenta lo que había aprendido, me di cuenta de queChitra regresaría en la piel de la cirujanaortopédica/neurológica, ya que había alcanzado ese

equilibrio, pero podía nacer en un mundo con más omenos violencia, más o menos compasivo y con más omenos amor, según la armonía que consigamos losdemás. Si somos suficientes los que logramos elevar laconciencia de la humanidad (si podemoscomprometernos con el cambio del futuro colectivomediante la mejora de nuestros futuros individuales),podremos modificar el futuro del planeta entero y detodos sus habitantes.» 

La compasión está relacionada con la empatía,como ya he dicho. También tiene que ver con el amor,ya que ambos proceden del corazón. He preparadotres ejercicios sencillos que, al igual que el depsicometría que propuse en el capítulo tercero, leayudarán a llegar hasta ese lugar del corazón en el quecoexisten la compasión, la empatía y el amor. 

Lágrimas de felicidad 

Relájese con el método explicado en el capítulo

tercero. Cuando ya esté en un estado de relajación,recuerde un momento de su vida en el que haya 

sentido lágrimas de felicidad en los ojos. (Puede quevengan varios a la memoria.) No me refiero al día q

ganó la lotería o a cuando su equipo se llevó la Ligafútbol, sino a un momento asociado con un acto cariño o amor. Puede ser un instante en el que alguhiciera algo bueno por usted de forma inesperacomo ofrecerse a cuidar a sus hijos para que ustedsu pareja pudieran pasar un fin de semana a solasvisitarle cuando estaba enfermo. O también puede un momento en el que fuera usted el que hiciera abueno por otra persona, un acto que no estuvimotivado por el sentido de la responsabil idad, sque le saliera del corazón. Lo importante es que el qdiera algo (fuera usted mismo, un amigo o desconocido) actuara movido solamente por compasión, sin esperar una recompensa. Cuantas mveces haga este ejercicio, más enlazados estarán, ucon otros, los momentos de compasión y más fresultará que aparezcan esas lágrimas. Al rememomomentos de compasión, se aumenta la capacidad experimentar alegría, de ser feliz y de realizar mactos desinteresados de esta naturaleza. 

Interconexión 

Sumido en un estado de relajación, mire a algu

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a los ojos. No se trata simplemente de que esapersona le devuelva la mirada, ya que eso es algohabitual, sino de ir más lejos. Mire más allá, detrás dea superficie de esos ojos. Intente ver el alma, y si loconsigue se dará cuenta de que esa persona tiene másprofundidad de lo que parece, de que va más allá delcuerpo físico. Usted ya sabe que todo el mundo tienealma, igual que usted mismo, y que las de ellos y lasuya están conectadas. Si el alma que ve, el alma que

e devuelve la mirada, es la suya propia, habráalcanzado un nivel más profundo y se dará cuenta deque todos estamos hechos de la misma sustancia y deuna única alma. ¿Cómo es posible, pues, no sentircompasión, si, cuando tratamos a otra persona deforma humanitaria, en realidad nos estamos tratandoasí a nosotros mismos? Al amar a otro, ¿no nosamamos a nosotros mismos? 

La humanidad de los demás 

Una variante de lo que acabo de exponer consisteen visualizar la humanidad de los demás (de losamigos, de los familiares o de los desconocidos). Noson un mero nombre o un único rasgo («¡Mi tía Martaes que no calla!», «Ese mendigo está hecho unasco.»), sino que son multidimensionales, están 

formados por toda una serie de factores, lo mismo qusted. Son madres y padres, hijos y seres queridos. igual su nacionalidad, o que aseguren ser su enemSon personas que experimentan alegría, amor, mieansiedades, desesperación, pena, igual que ustedque yo. Un día fueron niños y reían y jugaban balón, con sus muñecas, con animales de compacon juegos... cuando eran confiados. Hago que pacientes visualicen como niños a sus enemigos, a

gente que odian o con la que están enfadados. Y es sólo el principio. Hay que verles como jóveamantes, como padres, como gente que ha ganadha perdido, que ha experimentado nacimientosmuertes, victorias y tragedias. Hay que ver bien detalles. Hay que pormenorizar. Y entonces ya noles ve como un grupo, sino como a individuos que hpasado por todo lo que hemos pasado nosotrResulta fácil odiar a un grupo, ya que los grupos tienen cualidades individuales. Si sigue este ejercidejará a un lado el odio, ya que resulta más diodiar a personas con cara y ojos, e imposible odia

las almas. Yo sentí compasión por ese soldado rusohombre al que tenía que odiar. Me di cuenta de qtenía alma, un alma que era la mía. 

La compasión y la empatía no se aprenden de

día para otro; las lecciones vitales no son sencillas. Ennuestro ascenso hacia la inmortalidad, debe entrar enjuego otro factor: la paciencia. 

6 PAUL: LA PACIENCIA Y LA 

COMPRENSIÓN 

Los budistas suelen decir: «No hay que empujaragua del río. Hagamos lo que hagamos, acabfluyendo a su ritmo.» 

Si nos concentramos en la evolución espirituresulta útil imaginarse el tiempo como un río; p

deberíamos medirlo no de forma cronológica, cohacemos ahora, sino en función de las leccioaprendidas a lo largo del camino hacia la inmortalidNo tenemos que empujar el caudal del río del tiemsólo conseguiremos chapotear impotentes; es depodemos dar brazadas inútiles contracorriente discurrir con ella plácidamente. La impaciencia arrebata placer, paz y felicidad. Sabemos claramequé queremos y lo queremos ya mismo; en ninlugar eso es más evidente que en Estados Unidos siglo xxi. Pero el universo no está organizado así.

cosas nos llegan cuando estamos preparados. Antesnacer, observamos el paisaje de la vida que tenem

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por delante y después lo olvidamos tras el parto.Entramos a toda prisa en el presente y nospreocupamos solamente de que las cosas funcionen eneste mismo instante, pero, como adultos, en nuestrasvidas actuales, deberíamos reconocer que hay unmomento adecuado y un momento inadecuado. Porejemplo, ¿por qué apareció Catherine en mi vida aquelaño y no dos antes o dos después? ¿Y por qué,cuando le pregunté por el futuro, me contestó: «Ahora

no.»? Tras la aparición de , el libro queescribí sobre las almas gemelas, recibí una carta deuna mujer que me decía: «Muy bien, he conocido a mialma gemela, pero ahora estoy casada. Tengo treshijos. Él también está casado y tiene dos hijos. ¿Porqué no nos conocimos cuando éramos adolescentes?» 

La respuesta es que el destino tenía otros planes.Tenían que conocerse más adelante. La gente apareceen nuestras vidas en momentos determinados pordiversos motivos que tienen que ver con las lecciones

que hay que aprender. No fue una coincidencia que nose conocieran a una edad mucho más temprana,cuando no tenían otros compromisos. En mi opinión,si la gente se encuentra tarde en la vida es porquedebe aprender cómo es el amor en sus muy diversasfacetas, y también a mantener un equilibrio entre el 

amor y la responsabilidad y el compromiso. volverán a cruzarse sus caminos en otra vida. Tienque ser pacientes. 

Una mujer a la que traté se suicidó en una vanterior, cuando su marido, sargento estadounidedurante la Primera Guerra Mundial fue declaradesaparecido en combate. Estaba «segura» de qhabía muerto. En realidad, lo habían hecho prisiony, tras la contienda, regresó a su país, donde se entdel destino de su esposa. Esa mujer aprenderá lo qes la paciencia, en esta vida o en las posterioresrecuerda la lección de su existencia anterior. 

Unos amigos míos que habían sido novios eninstituto se distanciaron y se casaron cada uno porlado. No fueron felices. Cuando volvieron a verpasados cuarenta años, tuvieron una aventura, divorciaron de sus respectivos cónyuges y se casarFue como si no hubiera pasado el tiempo. Segucompartiendo los mismos sentimientos y con la misintensidad. Les hice regresiones a los dos descubrimos que también en vidas anteriores hab

estado juntos. Esos reencuentros, ya en la madurez la vida actual, de personas que se habían amado vidas anteriores suceden muy a menudo. 

La paciencia psicológica, más que la física, esclave. El tiempo, tal y como lo medimos, puede padeprisa o poco a poco. Tom Brady, que juega al fútb

americano con los Patriotas de Nueva Inglaterra, creeque en un minuto hay tiempo más que suficiente paraconcebir una jugada que lleve a la victoria; yo puedoquedarme atrapado en un atasco de tráfico durante loque me parece una eternidad. Pero, si internalizamosel tiempo como el río infinito que es, la impacienciadesaparece. «No quiero morir —me dice un paciente —, aún me quedan muchas más cosas por hacer.» Sí,pero dispone de un tiempo infinito para hacerlas. 

La paciencia está relacionada con la comprensión,porque cuanto más se comprende a una persona, ouna situación, o una experiencia (o a uno mismo),menos probabilidades hay de tener una reacciónvisceral y de hacer algo que pueda herir a uno mismo

o a los demás. Pongamos que su pareja vuelve a casay le pega cuatro gritos por alguna falta leve (se haolvidado de sacar al perro o de comprar la leche): larespuesta impaciente es contestarle con más gritos, ¡pero hay que ser paciente! ¡Hay que comprender!Quizá la rabia que hay detrás de los gritos no tienenada que ver con usted, sino que es consecuencia deun mal día en el trabajo, de un resfriado que estéincubando, de una migraña, de una alergia, incluso desimple «mal humor». Sea lo que sea, es consciente deque con usted no corre peligro: puede desahogarsesabiendo que no va a pasar nada grave, inclusoaunque usted también explote. Sin embargo, si usted 

es paciente, es posible que llegue hasta la causa derabia y consiga disiparla. Si su respuesta es pacient

comprende que hay una causa oculta tras el arrebarestaurar la armonía no cuesta nada. Para ello le hará falta saber distanciarse, verlo to

desde lejos, observar las situaciones desde uperspectiva superior. En el capítulo octavo descubque la meditación y la contemplación son pedestales de la paciencia, ya que nos ayudanmantener la distancia. A medida que uno aprendiendo a mantener la calma, a ser introspectiva escuchar, la paciencia aparece de forma invariablelas naciones fueran más pacientes, habría meguerras, porque se dedicaría más tiempo a

diplomacia, a la conversación, al diálogo y, una más, a la comprensión. Los estados raramente dediesfuerzos a ser pacientes, pero las personas deberían hacerlo. Si aprende a practicar la pacienreconocerá su importancia cuando aparezca. Estavanzando por el sendero espiritual que lleva ainmortalidad. 

Mucho me temo que, a veces, tendrá que esperaver el futuro para conocer plenamente su poder. 

Paul tenía dinero, eso estaba claro. Había hec

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una fortuna fabricando canalones de cobre pararesidencias de la costa y, por si eso fuera poco, habíasabido invertir bien su dinero. Sin embargo, como mecontó en nuestra primera sesión, el dinero no le servíade nada y se sentía como un fracasado. A su hija, quetenía veintidós años, le habían detectado un cáncer, ysus posibilidades de supervivencia eran, como élmismo dijo, muy escasas. Con su dinero podía pagar aos mejores especialistas, la mejor medicación, elmejor asesoramiento, pero no podía comprar un

milagro. Sufría frecuentes depresiones y su vida leparecía vacía, a pesar del éxito económico. Por lo general, puedo recoger el historial de un

paciente en una sesión o menos; con Paul tardé dos,no sólo porque era complicado, sino porque semostraba reacio a brindarlo. Había cumplido loscincuenta años, era alto, estaba en buena forma físicay tenía el pelo canoso y mucha elocuencia. Sus ojosazules me miraban con la franqueza que se ve enquienes no tienen nada que ocultar o en losestafadores y, en su caso, me decanté por la segunda

opción (aunque resultó que al que estaba engañandoera a sí mismo, no a mí). Su sonrisa era amplia, susdientes blancos encajaban en un rostro perfectamentebronceado y sus uñas hacían gala de una manicuraprofesional. Llevaba una camisa de sport blanca deRalph Lauren, pantalones de pinzas marrones con la 

raya tan bien hecha que parecía afilada y unsandalias de cuero dignas de envidia. 

 —No sé si debería haber venido —anunmientras nos estrechábamos la mano y yo veía primera vez aquellos ojos. 

 —Le pasa a mucha gente. La psiquiatría puintimidar. ¿Quién quiere revelarle el alma a extraño? Además, la gente cree, y se equivoca, que actividad tiene algo que ver con el ocultismo. 

 —El ocultismo. Pues sí. Y perdone que pueda maleducado, pero esa historia de que hace volver agente a sus vidas anteriores... 

 —Es muy raro —reconocí con una sonrisa—. Taaños en creer que no había pacientes que, de algmodo, se inventaban cuentos a pesar de las prueque demostraban que no era así. Lo que sí le aseges que no tengo poderes relacionados con el ocultisy que, aunque algunos de mis pacientes puedan tefantasías en esta consulta, eso no impide que mejore

Ese argumento debió de parecerle bueno, ya qasintió y se sentó ante mí. Empezó a hablarme

 A llison.  —Me da miedo que mi mujer, mi otra hija y hijo, los tres juntos, estén saboteando su tratamien

 —aseguró, más angustiado que enfadado.  —¿Cómo?  —A llison es vegetariana, pero necesita carne p

mantener las fuerzas. Pues no, mi familia la anima atomar megavitaminas y minerales y, joder, tomates ygermen de trigo. Y también se dedica al yoga y a lameditación. Supongo que no pasa nada, que daño nopuede hacerle, pero es que quieren que yo tambiénme apunte. 

 —Bueno, sencillamente han optado por unplanteamiento holístico —repuse con tranquilidad. 

 —Ya, pues yo lo que quiero es que opten por elmío. 

 —¿Y cuál es?  —Medicación por un tubo. Radiación.

Quimioterapia. Todo lo que haya.  —¿Y no recibe ya esos tratamientos? 

 —Sí, claro, pero porque he insistido, porque aquí elque manda soy yo. Pero es que verla perder el tiempocon todas esas tonterías, creerse que eso la va acurar... Es una locura. Le pido que lo deje, pero no leda la gana. —Bajó la cabeza hasta las manos y se frotóos ojos—. Me ha desobedecido desde que era unacría. 

 —¿Y sus otros hijos? ¿También son desobedientes?  —Qué va. Son dos tesoros, siempre lo han sido y

siempre lo serán. Y mi mujer también.  Allison estaba empezando a despertar en mí una

gran admiración. Su «desobediencia» me sonaba avalentía. Seguramente era el único miembro de la 

familia que se había atrevido a plantarle cara al padque quizás estaba tan molesto porque, por una v

los demás la apoyaban a ella. 

 —La medicina holística ha dado pie a un amdebate —le informé—. Las grandes sociedades, cola china, confían en ella. Creen... 

 —¡En la acupuntura! —replicó, prácticamentegritos—. Eso también lo está probando. Y los ni(sí, también mi mujer) la dejan. 

En mi opinión, algunos tipos de medicina holístson eficaces, sobre todo si se utilizan en conjunccon un tratamiento médico ortodoxo. 

 —Mientras le apliquen la terapia médica adecua¿qué sentido tiene obsesionarse? La esperanza, sausted, tiene su importancia en la recuperación de enfermo. Si cree que la acupuntura la ayuda, a mejor eso ya le sirve de algo. 

 —Supongo —gruñó Paul, y se marchó clarameinsatisfecho. 

Me quedé dudando de su regreso, pero, tres ddespués, acudió puntual a su segunda visita, esta con una nueva queja: el novio de Allison. 

 —¿Y usted se opone a la relación?  —¡Pues sí, desde luego!  —¿Por qué? 

 —No está a la altura de mi hija. No hay nadie

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bastante bueno. No le durará. Empecé a ver un patrón de conducta. 

 —¿Qué opina su hija de usted?  —Pues me quiere, supongo.  —¿Sólo lo supone? Meditó la respuesta antes de darla. 

 —Hay algo raro. Con ella me siento incómodo. Nopuedo hacerle bromas como a los otros dos. Cuandovoy a abrazarla (o quizás es cuando ella va aabrazarme a mí), es como si me quedara helado. 

 —Y aun así la quiere.  —¡Sí, por el amor de Dios!  —¿Se lo ha dicho? Agachó la cabeza.  —Es que no acabo de encontrar la forma. Nos

pasamos el día riñendo. Dice que le busco lascosquillas, pero yo sólo intento que no corra ningúnpeligro. 

Mantenerla bajo control me parecía una formabastante mala de demostrarle su amor. 

 —¿Y los otros novios que ha tenido? —seguí

preguntando.  —Unos desastres.  —¿Cómo es eso?  —Eran todos cortos. Unos zoquetes, los típicos

machotes con coches trucados. O, si no, unosrepelentes, mucho cerebro y pocos huevos. La verdad 

es que Phil es el mejor que ha tenido. Incluso aparepor el hospital la última vez que ingresaron a AllisLos demás, para nada. Hace poco fue a visitarla ydije que no quería volver a verle por allí. 

 —¿Fue ésa la primera vez que se lo dijo?  —A la cara sí, pero ya le había advertido a Alli

que no podía volver a verle. Sonreí. 

 —Y ella le «desobedeció». Se encogió de hombros. La respuesta era evident

 —¿No le parece que su hija sería más felizsiguiera viendo a ese chico? Tenga en cuenta queno se recupera... 

Me interrumpió con un bramido:  —¡Eso ni lo diga! Joder, ya me encargaré yo de q

se recupere, aunque tenga que morir por ella. 

Tras las dos sesiones dedicadas a recoger historial y a debatir la situación, tenía ganas profundizar en la relación de Paul con Allison. A

tenía que explicar la conducta excesivameprotectora del padre tanto con la hija como consmismo. Quizá la respuesta estaba en una vida anter

 Al principio opuso resistencia, pero finalmente, conconsentimiento y el respaldo de su familia, y dado q

 Allison estaba muy enferma, accedió. 

Hipnotizarlo costó más de lo habitual, pero encuanto lo conseguimos alcanzó un estado muyprofundo. 

 —Estoy en 1918 —empezó—, en una ciudad delnorte de Estados Unidos, Nueva York o Boston. Tengoveintitrés años. Soy muy buen chico y he seguido lospasos de mi padre: trabajo en un banco. Pero me heenamorado de una chica que no me conviene, heperdido la cabeza por ella. Es cantante y bailarina, unatía despampanante. He hablado con ella alguna queotra vez después del espectáculo, pero nunca le herevelado mis sentimientos. Sé que es... 

Se detuvo y la incredulidad fue apoderándose de surostro. 

 —¡Es mi hija Allison! —exclamó, y se detuvo unmomento a recordar. Tras ese silencio prosiguió—: Hehablado con ella, le he dicho que la quiero y, ¡qué felizsoy!, ella también me quiere. ¿No es increíble? ¡También me quiere! Sé que a mis padres no les harágracia, pero me da igual. Ya me enfrentaré a ellos. Ellao es todo para mí. 

De nuevo le cambió la expresión: se entristeció.  —Ha muerto —murmuró—. Ha muerto por culpa

de la epidemia. Y, con su muerte, también handesaparecido nuestros sueños y he perdido toda

alegría, toda esperanza, todo placer. No volverá ahaber jamás un amor como el nuestro. 

Le pedí que avanzara dentro de esa vida. Se convertido en un hombre adusto y malhumora

viejo a los cuarenta años que, cuando conduborracho como una cuba, se salió de la carretera ymató. 

Le hice regresar al presente y hablamos de relación entre la vida anterior y la actual. Quedaclaras dos pautas. La primera tenía que ver con la isubconsciente de que, si uno desea algo con muafán, se hace realidad: en esta vida, si no le decía

 Allison que la quería, la chica no correría peligro,moriría como había sucedido en 1918. La segunda un mecanismo contrafóbico, el mismo impulso hace que alguien deje un trabajo cuando cree están a punto de despedirle. En el caso de Paul, traducía en lo siguiente: si mantenía cierta distanemocional con respecto a Allison, estaría a salvo dolor y la desesperación en caso de perderla, porque se alejaba de ella, provocaba discusiones, criticaba de forma constante y se inmiscuía en relaciones sentimentales. El cáncer había hecho Paul reviviera el pánico que había sentido casi un santes. Era consciente, según me dijo mientabandonaba mi consulta, de que, como parte tratamiento, debía afrontar sus miedos y reconocer

amor. Una parte de él se había dado cuenta de al

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que los inmunólogos saben muy bien: la importanciade la relación entre el cuerpo y la mente. 

Los miedos de Paul se calmaron cuando recordóque ya había perdido a Allison antes y había sufridopor ello. Los dos habían muerto y, sin embargo, losdos habían regresado en esta vida. Él seguíaangustiado por la posibilidad de que ella muriera,pero, al menos ahora, se permitía sentir el amor quees unía; no tenía necesidad de protegerse con tantaseveridad, en detrimento de ambos. 

Su primera respuesta ante ese impulso de amorincondicional fue llamar a Phil y darle permiso paravisitar a Allison siempre que quisiera, en casa o en elhospital. La chica estaba entusiasmada; Phil apenas secreía el cambio de actitud de Paul. A medida que larelación de los dos jóvenes fue estrechándose, Paul fueganando en cordialidad; se dio cuenta de que lafelicidad de su hija era más importante que laprotección que pudiera ofrecerle él. 

Sucedió algo prodigioso. Mientras por un ladocrecía el amor de Phil y Allison y por el otro Paul

ograba expresar sus sentimientos mediante sus actos,el sistema inmunológico de la chica empezó areactivarse. El amor se convirtió en una medicina vitalen la lucha contra su cáncer. 

Una semana después, Paul volvió para una segunregresión. En esa ocasión, era una mujer del siglo xla esposa de un pescador, en la costa de NuInglaterra, en el noreste de Estados Unidos. Tamben ese caso la ansiedad y el miedo embargaban vida. 

 —Esta vez no vuelve.  —¿Quién?  —Mi marido. Se va muy lejos, puede tardar ha

cuatro meses en regresar, pero ahora estoy segura que no va a volver. 

 —¿Y ya ha hecho viajes así antes?  —Sí.  —¿Y siempre ha vuelto?  —Sí.  —¿Entonces por qué no esta vez?  —Porque esta vez está muerto. Lo siento a

dentro. —Respiraba a trompicones—. Mis amiintentan animarme, porque ellas también escasadas con pescadores, pero no lo consiguen. Yo vuelvo loca de preocupación. 

Su miedo era tan palpable que le pregunté deseaba que lo ayudara a regresar al presente. Levauna mano para hacerme callar. 

 —¡Espere! Hay noticias. —Empezó a sollozar—.barco ha volcado. Han desaparecido todos los que iba bordo. Tenía razón. Ha muerto. El amor de mi vi

ha muerto. Mi vida ya no tiene sentido. La viuda de Nueva Inglaterra se sumió de

inmediato en una depresión. Dejó de comer, noograba conciliar el sueño y murió al poco tiempo dedolor. El alma abandonó su cuerpo, pero se quedóobservándolo todo durante mucho tiempo. La mujerhabía muerto una semana antes del regreso de suesposo a la aldea. Lo habían rescatado dos de susamigos y los tres habían pasado todo aquel tiemporecuperándose poco a poco en la casa de la viuda deun granjero hasta reunir las fuerzas necesarias parahacer el viaje de regreso. 

El esposo de aquella mujer (de Paul), en aquellavida, era Allison. 

En la evaluación vital de la mujer de NuevaInglaterra se puso de manifiesto un nuevo tema: lapaciencia. Se dio cuenta de que, si hubiera esperado,si hubiera confiado, si no hubiera acabadoprácticamente con su propia vida, su marido y ella sehabrían reencontrado y habrían sido felices juntos.Cuando hice regresar a Paul al presente, comprendióque la paciencia también era una carencia de sus otrasvidas. Con el tiempo, el Paul que había muerto en unaccidente de tráfico había recuperado a su amor, aquí,en esta vida, en la persona de su hija. Conocer sus 

vidas posteriores podría haber impedido que bebieque fue la causa del accidente, y así podría ha

llevado una vida plena en aquel momento a la espde reunirse con su amada. En esta vida, se dcuenta de que, si no se hubiera inmiscuido en asuntos de Allison de esa forma, si la hubiera dejadsus anchas, si hubiera permitido que amara libertad, quizás el cáncer no habría sido devastador. Quizá su hija habría tenido más energímás ganas de luchar. «Puede que aún no demasiado tarde», se dijo. 

La sesión de la semana siguiente empezó con informe de progreso. Allison se encontraba mejor. médicos estaban animados. Parecía que la conjunc

d e todas las tácticas (el tratamiento normal, holístico, la presencia de Phil, el cambio en la condude su padre) estaba surtiendo efecto. Paul me coque la noche antes le había dado un abrazo, un abrfuerte y sincero, y le había dicho que la quería. había contestado devolviéndole el abrazo, aseguranque también le quería y rompiendo a llorar. 

 —Es más —añadió con una sonrisa—, hasta abra Phil. Pero a él no le dije que lo quería. 

Fue un momento importantísimo para Paul, queatribuyó a las regresiones. Me pidió que volviera

retraerle. 

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Hace varios siglos, en la cultura ancestral de laIndia, Paul había sido una chica de una casta inferior.En esa vida, Allison era su mejor amiga; aunque noeran familia, era «como una hermana, o aún másquerida». Dependían la una de la otra para susupervivencia emocional; compartían ideas y deseos,penas y alegrías. Como estaban situadas en lo másbajo del escalafón social, pasaban muchas penurias,pero salían adelante ayudándose la una a la otra día adía. 

 Y entonces, me contó Paul con amargura, Allisonse enamoró. El chico, en el que él reconoció a suesposa (la madre de Allison) en esta vida, eramiembro de otra casta más elevada; no obstante,tuvieron una aventura. Paul advirtió a Allison de lasterribles consecuencias que supondría el que lesdescubrieran, pero ésta replicó que su «hermana»tenía celos y se paseó por el pueblo alardeando delamor de su joven pretendiente. La familia del chico seenteró y su padre asesinó a Allison por habermancillado su casta. Aquella muerte dejó a Paul

desolado. Vivió el resto de su corta vida amargado,entristecido y lleno de rabia. Cuando terminó esa existencia y flotó por encima

de su cuerpo, Paul logró conectar esa vida con laactual y con las que había recordado en sus dosprimeras regresiones. El patrón recurrente de la 

pérdida traumática del amor por culpa de la muehabía provocado los miedos y los mecanismos protección actuales. Asimismo, aprendió el valor depaciencia: también en su vida india había rechazadoplacer y la alegría que podrían haber sido suyoshubiera sabido que Allison regresaría, no una, smuchas veces. Pero había otras lecciones: el peligroprecipitarse en los juicios, la locura de experimenacontecimientos sin ponerlos en perspectiva, riesgos, a veces mortales, de la pérdida de contEstaba aprendiendo a dejar a un lado su miedo amuerte y el vacío. Y lo que es más positivo: captóconcepto del valor supremo del amor y sus efeccurativos. El amor es algo absoluto, comprendió Pay ni el tiempo ni la distancia pueden apagarlo. miedo sí puede encubrirlo, pero resulta imposatenuar jamás su fulgor. El miedo obstruye la menel amor despeja el corazón y hace que se desvaneel miedo. 

Me pregunté en voz alta si convenía hacer progrea Paul hacia el futuro, pero lo evitamos durante muc

tiempo. Los dos nos mostrábamos reacios a ahonen los siguientes años de su vida actual; él, porque podía soportar la idea de descubrir que el cáncer

 Allison iba a acabar derrotándola, y yo, porque preocupaba que la ansiedad que le provocaba enfermedad de su hija distorsionara sus recuerdos d

futuro. Al final, decidimos que adentrarnos en unavida próxima, a diferencia de avanzar en la actual, noentrañaba esos riesgos. Así pues, en nuestra últimasesión juntos ahí fue adonde nos dirigimos: a una vidafutura. 

No se trató de una progresión normal, ya que Paulno vio un hilo narrativo continuo, sino una serie deinstantáneas, una especie de proyección dediapositivas. No obstante, las imágenes eran nítidas yestaban cargadas de emociones intensas: Allison a lossesenta y siete años, viva y sana en la próxima vida dePaul; él mismo, viviendo el éxito empresarial y feliz

tras enterarse de que su hija se había curado; otra vezPaul reencarnándose como nieto de Allison; de nuevoél recibido con amor y felicidad en el seno de la futurafamilia de Allison. (Cuando le pregunté cuánto habíaavanzado hasta llegar a esa instantánea, me contestóque cuarenta y cinco años. Eso me preocupó, porquepodía significar que la muerte de Paul era inminenteen esta vida, pero para él las matemáticas noresultaron un problema, sólo para mí, ya que en aquelmomento olvidé que el tiempo es un todo formadopor el pasado, el presente y el futuro.) 

Posteriormente, analizamos la progresión. 

 —¿No le parece que esos episodios reflejan el 

cumplimiento de sus deseos? —le pregunté.  —En absoluto. Podrían serlo (ahora que

comenta, entiendo por qué lo dice), pero lo que visto no responde al funcionamiento de imaginación. Yo nunca había tenido visiones así. han parecido muy reales. 

El hecho de que se viera como nieto de Alliotorga credibilidad a la regresión, aunque para mí recuerdos eran quizá demasiado «perfectos», y hala relación entre Allison y su nieto podría explicarsefunción del intenso deseo de ganarse su amor sentía Paul en el presente. 

Sin embargo, él creía que aquellas escenas eciertas y eso era lo único importante. 

 —Mi próxima vida no habría sido posible si Allino se hubiera curado —razonó. La afirmación me datónito. Allison seguía estando muy enferma remisiones como la suya pueden ser de una brevedabrumadora) y me pregunté qué le pasaría a Paul sperdía. Quizás había aprendido de verdad lo que erapaciencia, reflexioné. Quizá le bastaba con saber qiban a reencontrarse en una vida futura. No hamotivo alguno para perturbar su equilibrio; era ohombre que poco tenía que ver con el charlacarente de amor propio que había entrado en

consulta el primer día. Además, puede que lo q

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había visto fuera a cumplirse.  —Es posible que su hija no hubiera mejorado sin

su ayuda —le dije. Se sobresaltó. 

 —¿Qué quiere decir?  —Para empezar, decidió permitir que su novio la

visitara y les dejó que se enamoraran. Además, seiberó del control que usted mismo ejercía y se atrevióa amarla abiertamente y sin reservas. No sólo le habeneficiado a usted, sino que la respuesta del sistema

inmunológico de Allison a ese doble amor puedehaber sido decisiva en su lucha contra el cáncer. En miopinión, lo ha sido. 

 —Junto con la medicación —añadió él.  —Junto con la medicación, pero, por sí sola, la

medicación no había funcionado antes de quecambiara usted. 

 —Y yo cambié gracias a usted. Me resultó extraño verle tan humilde. 

 —Yo solamente le indiqué el camino. Lo importantees que se dé cuenta de que ha ejercitado el más

importante de todos los atributos humanos: ha hechouso del libre albedrío. Paul podía haber decidido seguir siendo obstinado

e inflexible. También podía haber elegido negarse a laterapia de regresión a vidas anteriores y, de ese modo,no habría llegado a comprender lo que comprendió ni 

a ver lo que vio. Si hubiera sido testarudo, dictatoriaimpaciente, es posible que el cáncer de Allison hubiera remitido. Por el contrario, eligió el camino valor, el camino del amor. 

 A lo largo de los meses siguientes, con Phil y Pasu lado, junto a los demás miembros de su familiamejoría de Allison fue avanzando. Parecía que cáncer había desaparecido, tal y como había visto Pen su progresión. Esa vida futura le había otorgaconfianza en el presente. Tal vez su optimismo,certeza, junto con su amor, ayudaron a que su hijarecuperara. 

La historia de Paul demuestra el importantíspapel que desempeña la paciencia en nuestra travehacia la inmortalidad. La paz interior es imposible paciencia. La sabiduría requiere paciencia. crecimiento espiritual implica el dominio de

paciencia. La paciencia permite que la revelación destino siga su propio ritmo sosegado. Cuando somos impacientes, provocam

sufrimiento en nosotros mismos y en los demás. Nprecipitamos y juzgamos con imprudencia, actuamsin tener en consideración las consecuencias de lo q

hacemos. Nuestras elecciones son forzadas y, amenudo, incorrectas; y el precio que pagamos porellas, elevado. 

Paul podía haber evitado el desconsuelo y la muerteprematura en sus vidas anteriores si hubiera sido máspaciente. Tuvo que esperar hasta este siglo, hasta estaépoca, para comprender que su vida actual y todas lasvenideras serán más armoniosas y más plenas si nointenta empujar el agua del río del tiempo. 

7  AMY, JOYCE, ROBERTA Y ANNE: LA N

 VIOLENCIA 

Una mujer de treinta años, Amy, que vivió en uexistencia anterior en una tribu nómada Centroamérica, murió entonces debido a desprendimiento provocado por un terremoto en año 1634. Su esposo trató desesperadamente

salvarla, pero todos sus esfuerzos fueron en vaPara ella fue el final de una vida de penuria. La trdedicaba la mayor parte del tiempo a buscar agua

 Amy recordó, cuando la ayudé a retrotraerse a los danteriores a su muerte, que había tenido que realtrabajos físicos interminables. La violencia de naturaleza había sido algo incuestionable en su vipasaba los días temiendo constantemente no sólo su propia seguridad, sino también por la de los otsetenta miembros de la tribu. 

En su vida actual, Amy tenía fobia a los terremot

a quedar atrapada en un ascensor, aprisionada. Entaller al que asistió me contó que su marido, su h

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(que había sido su hermana en esa existencia anterior)y su hermana actual habían pertenecido a aquellaantigua tribu y, de nuevo, temía por ellos además depor sí misma. Los atentados del 11 de septiembre latraumatizaron, no podía haberse imaginado un «terremoto» más espantoso. Se puso muy mal y llegóal punto de apenas ser capaz de salir de casa. 

Otra participante del mismo taller, que se llamabaJoyce, se echó a llorar cuando escuchaba su historia,

hasta tal punto que le pregunté por qué se habíaemocionado tanto. Me contestó que había tenidosueños detallados y muy intensos sobre los atentados,pero que se habían producido ¡la noche del 10 deseptiembre! Desde la llegada al taller, se había sentidoatraída por Amy, a la que no conocía de nada y, sinsaber por qué, la había seguido durante dos días sindecirle palabra. Ahora ya sabía el motivo que la habíaempujado a ello, y también por qué, igual que a Amy,e daba pavor salir de casa. Se trataba de unaempresaria de éxito que tenía una red internacional de

relaciones públicas, pero desde el 11 de septiembre nohabía sido capaz de acudir a ninguna de sus sucursalesfuera de Nueva York y la compañía se resentía. Ambasmujeres se abrazaron y encontraron consuelo la unaen la otra. 

En el caso de Amy, la violencia de la naturaleza la causante de un trauma que había persistido alargo de muchos siglos; en el de Joyce, la violencia producto de la mano del hombre y podía acompañadurante varias vidas, a no ser que la psicoteraacallara su miedo. Sus historias dejaron huella en ya que detesto la violencia con cada poro de mi pPara mí, se trata de una de las plagas más terribles nuestro planeta. Si tiene un origen natural (es el c

de un huracán o un terremoto) debemos aceptarlacomprender que probablemente tiene un sentido. embargo, la violencia causada por nuestra promano, por nuestra propia voluntad, da igual que dirija a otros seres humanos o al propio planeta, pone en peligro a todos de forma individualcolectiva. El control de la ira es un principio de caraprevenirla; sin sus regresiones, George podría hahecho daño fácilmente a uno de sus colegas o a familiar, ya que algunas de las peores consecuencde la violencia afligen no al sujeto violento, sino a

familia, a sus amigos o a sus compañeros de trabaHe visto decenas de casos parecidos, gente que haejercido o sufrido violencia en vidas anteriores y teque experimentar los efectos sobre sí misma y solos demás en vidas posteriores, incluida ésta. 

Roberta fue a verme por insistencia de su marid

Tom, un contable de treinta y ocho años al que le ibamuy bien trabajando como autónomo para pequeñasempresas. Le había conocido en un acto de

recaudación de fondos en el Centro Médico MonteSinaí. Roberta, seis años menor que él, tambiéndisfrutaba del éxito en su trabajo, ya que eravicepresidenta del departamento de relaciones públicasde una gran compañía aérea. Se presentó a primerahora de una soleada mañana de invierno, con Tom asu lado. 

Su cabello, rubio y rizado, que centelleaba bajo losfluorescentes de la consulta, envolvía un rostroovalado y le daba un aire de Annie, la huerfanita de laobra musical, aunque la sensación de juventud

quedaba compensada por unos penetrantes ojosazules y una boca amplia y sensual pintada de undelicado rojo pálido. Era esbelta, tenía largas piernasde bailarina y el tacto de su mano al estrechar la míaresultó delicado. 

Tom me había contado que les estaba costandotrabajo tener un hijo, y me imaginé que lasramificaciones psicológicas eran el motivo por el quehabía recurrido a mí. 

Me equivocaba.  —Tom va a dejarme —soltó en cuanto su marido

abandonó la sala y yo terminé de anotar datospersonales como la edad, la dirección, la profesión y 

los detalles familiares. No podía ser: en el acto benéfico en el que

habíamos conocido, Tom me había dicho que Robeera su «razón de ser», algo que desde luego no dun hombre que estuviera a punto de plantar a mujer. 

 —¿Qué la empuja a creer eso? —pregunté—. ha dicho algo? ¿Le ha dado a entender de algún moque...? 

 —Ah, no, no —me interrumpió enseguida—. Nde eso. 

Se detuvo, se puso a morderse una uña y me mcon aire tímido. 

 —Pero yo lo sé —sentenció. 

 —¿Y no se basa en ningún hecho objetivo? simplemente una impresión? Se encogió de hombros. 

 —A usted le parecerá una fantasía, pero es tan que me atormenta. No puedo dormir. No soy capaz pensar en otra cosa. 

 —¿Y qué pasa cuando se lo cuenta a Tom?  —Me dice que son tonterías, así que he dejado

preguntárselo, porque no quiero que se crea que boba o incluso que estoy paranoica, y que eso anime a dejarme antes. 

Este tipo de razonamiento circular es habitual

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pacientes que han perdido cierto contacto con larealidad. 

 —¿Y entonces cómo se comporta con él?Sus ojos se clavaron en el suelo. 

 —Pues, sobre todo, me aferro a él, aunque meparece que no le gusta nada. Eso me pone como loca,así que le aparto de mí. Mi enorme dependencia de élnos incomoda mucho a los dos. Me dice que deberíafiarme de él, no recelar, que debería confiar en nuestromatrimonio. Y ya sé que debería, pero es que no

puedo.  —¿Qué le contesta Tom cuando le dice que nopuede? 

 —Nada. Su silencio es lo peor de todo. Los temblores eran evidentes, aunque su voz

conservó la entereza. Estaba claro que sentía unaprofunda emoción. 

 —Es un buen hombre —continuó—. Cuando soyfeliz, él también lo es, pero, cuando me pongo triste,él también se entristece. 

 —¿Y cuando se enfada y le aparta de usted? 

 —Creo que él también se enfada, pero no le gustademostrarlo. Sobre todo, lo que intenta es que yo metranquilice, que se me pase el mal humor. Insiste einsiste para animarme con bromitas, como si fuera unainválida o una retrasada emocional. 

 —Me ha contado que les está costando tener un 

hijo —intervine. Se le mudó el semblante. 

 —Sí.  —¿Han ido a ver a un médico?  —Sí, claro. No nos ha encontrado problemas

ninguno de los dos.  —¿Han contemplado la fecundación ? Contestó con voz muy firme; era un tema que

entrañaba riesgos.  —Es una opción, pero no queremos hacerlo, a

ser que el ginecólogo crea que es nuestra únposibilidad. Tengo hipersensibilidad a toda clase hormonas. Se me acerca una abeja y me entra miedo tremendo a sufrir un shock anafiláctico. 

 —¿Y la adopción?  —Sí, también nos lo hemos planteado, es el últi

recurso. Es que yo quiero tener un hijo suyo.  —¿Y él uno de usted?  —Por supuesto.  —¿Sus relaciones sexuales van bien?Se sonrojó. 

 —Estupendamente.  —Perfecto. Nos quedamos unos segundos en silencio. Debí

sonreírme, porque aquellos ojos penetrantes encontraron con los míos y se encendió. 

 —¿Qué le hace tanta gracia? 

 —Los dos quieren tener hijos. Sus relacionessexuales son... estupendas. No le ha dado ningúnmotivo para creer que vaya a dejarla. Yo mismo puedoasegurarle que Tom dice que es usted su razón de ser. ¿Por qué no se cree lo que le dice? 

 —¿Por miedo? —preguntó con solemnidad.  —¿Miedo a qué?  —A que me abandonen. —Se echó a llorar—. No se

me ocurre nada más terrible. 

Llegamos al punto habitual en el que se plantea laposibilidad de una terapia de regresión. No había nadaen la vida de Roberta relacionado con el abandono por

parte de un ser querido, pero su terror era tanacentuado que parecía evidente que sí la habíanabandonado en algún momento. Amaba a Tom contodo su corazón y él lo sabía; su conducta y susmiedos no eran lógicos en el contexto de lo que yoconocía de su matrimonio. Quizás, aventuré,podríamos dar con el origen de sus temores en otraépoca, en otra vida. 

 —Ah. Bueno, si pudiéramos... ¡Sería maravilloso!No tardamos mucho en encontrar un vínculo. 

 —Estamos en el año 849 —anunció con enormepesar—, el año de mi muerte. Vivo en una casapreciosa, una de las mejores del pueblo. Tengo un 

marido al que quiero mucho, lo es todo para míestoy de cuatro meses. Es nuestro primer hijo.embarazo está siendo difícil. Me encuentro muchos días y me cuesta trabajar. Sólo estoy cómosi me tumbo. 

Hizo un gesto de angustia y levantó las manos paprotegerse los ojos. 

 —Corremos peligro de un ataque inminente. un ejército invasor a las puertas. Todos los vecinos pueblo, hombres y mujeres, están armados pdefenderse, preparados para luchar. —Empezó a llor

 —. Yo estoy demasiado débil para luchar. Mi madice que tengo que quedarme en casa y que si ve qla batalla va mal volverá a buscarme y me llevará

sur, a la aldea de sus antepasados. Yo le suplico qme lleve ya, pero me contesta que tiene que luchar.su deber. 

 —¿Y cómo reacciona usted?  —Con tristeza. Con mucha tristeza. ¿Quién va

cuidar de mí? Su desasosiego era palpable. 

 —¿Desea detener la regresión?  —No. Quiero seguir. Profundamente hipnotizada, empezó a resoplar y

cuerpo se tensó. 

 —Se ha ido —prosiguió—. Oigo los gritos y

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había abandonado a mí mil años antes. En París, miabuela era Tom, mi esposo, el que me había dejadomorir sola. ¡Fue un acto de venganza! 

Una tercera regresión, que tuvo lugar una semanadespués, nos mostró una nueva faceta del mismotema, la violencia y el abandono. Esta vez, Roberta erauna niña paquistaní que vivía en una casita de madera,hacía unos quinientos años. Se había quedado

huérfana de madre a los once años y, como en el casode París, había recaído sobre sus hombros el peso dea cocina, la limpieza y otras labores tediosas, si bienen esa vida tenía a un padre y a un hermano quepodían haberla ayudado. 

 —Me daban palizas —aseguró—. Siempre que hacíaalgo mal (si no les lavaba la ropa a tiempo o si no lesgustaba la comida que les ponía), me gritaban y mepegaban, uno u otro y, a veces, los dos al mismotiempo. 

 —¿Y por qué no los abandonaba? —propuse—. 

¿Por qué no huía? 

 —Les necesitaba para tener qué comer y dóndevivir. —Se estremeció—. Peor aún, me daba miedopensar cómo sería mi vida si me escapaba. 

 —¿Alguna otra cosa?  —Sí, que... Que les quería. 

Su respuesta me dejó atónito.  —¿En serio? ¿Y por qué?  —Porque no podían evitar hacer lo que hací

Nuestra madre los había abandonado al morir. Yantes que ella, habían muerto otros dos hermannuestros. Era una época muy difícil, de mucsacrificio y mucha inseguridad. No había ley. Ellos erlos que tenían que poner la comida en la mesa, así qtodos los días tenían que vivir con la posibilidad enfrentarse a la violencia, de que los mataran. enfermedad que había acabado con nuestra madpodría habernos tocado a cualquiera de nosotros. podían controlar lo que iba a suceder. Nada, ni naturaleza, ni a los demás hombres, ni el destino.

 Agitó la cabeza de lado a lado—. Ser hombre aquella época, no tener ni dinero ni esperanzas, ealgo horrible. 

 —Así que si decidió quedarse fue por ellos, nopesar de ellos —resumí. 

Era una explicación que no se le había ocurripero estaba convencido de que no habría tardado

llegar a esa conclusión.  —Sí.  —¿Y qué sucedió después?  —Dejaron de pegarme. Un día, así, de repe

dejaron de darme palizas. Mi padre murió pdespués, pero mi hermano, mi hermano se que

conmigo y me acogió en su casa cuando se casó. Conel tiempo, conocí a un hombre que se enamoró de míy nos marchamos. Era un buen hombre y llevamosuna vida normal para aquella época y aquel lugar. 

 —¿Murió feliz?Suspiró. 

 —Morí resignada.  Al repasar las regresiones desde el presente, se dio

cuenta de que las tres (en especial, la primera)explicaban el miedo que sentía a que Tom laabandonara en esta vida, pero lo comprendió con lamente, no con el corazón, y la desazón nodesapareció. 

 —Mañana vendrá su marido —anuncié—. A lo

mejor puede echarnos una mano. Tom llegó receloso. 

 —Lo hago por Roberta —aseguró—. Para descubrircosas sobre ella, no sobre mí. 

Para evitar cualquier interferencia, le había pedido aRoberta que no le contara ningún detalle sobre losrecuerdos de sus vidas anteriores. A Tom le prometíque sólo iba a tener que pasar por una sesión, a no serque él mismo decidiera regresar. 

 —Ni hablar —replicó, con la cautela frente a lomístico que es habitual en contables, abogados omédicos, cuyas mentes analíticas piden a gritos una 

explicación precisa. Por ello, me sorprenligeramente que alcanzara un estado de relajacprofunda en pocos minutos. 

 —Voy a llevarlo a una vida previa en la coincidieron Roberta y usted —le hice saber, pensaen Elizabeth y en Pedro (de ), también recordaban haber compartido existencanteriores. A través de ellos, descubrí que las almgemelas coinciden muchas veces; después, observémismo fenómeno en otros pacientes. 

Casi de inmediato, arqueó la espalda como sihubieran pegado. 

 —¡Tengo que salir de aquí! —gritó, desesperado.  —¿Dónde está? 

 —En una batalla. Estamos rodeados, nos atacan los flancos. ¡Mi pobre esposa! La he dejado sola, yhabía prometido... —Tenía los ojos cerrados, plevantó los brazos como si empuñara un hachaalguna otra arma blanca—. ¡Voy a salir de aquí a gode espada! Mi mujer me necesita. 

Con un grito bajó los brazos, y entonces la tensmuscular desapareció y dejó las manos inertes sobreregazo. 

 —Demasiado tarde —susurró—. Jamás volveréverla, jamás conoceré a mi hijo. 

Lo último que sintió fue culpa y tristeza. Cuando

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hice regresar al presente, me aseguró que jamásvolvería a abandonarla. 

Cuando Roberta acudió a su siguiente visita, estabarelajada y sonriente; había vuelto la luz del sol. Eraevidente que Tom y ella habían dedicado bastantetiempo a compartir sus experiencias del siglo ix. 

 —Ya sé por qué no volvió a rescatarme —dijo—.Me abandonó, es cierto, pero no por voluntad propia,

y no dejó de pensar en mí hasta sus últimosmomentos. —Se rió—. Bueno, ya es demasiado viejopara que le recluten, así que me parece que, en estavida, ya no corro peligro. Gracias, doctor Weiss, estáclaro por qué tenía tanto miedo de que meabandonara. Y está claro que cuando dice que mequiere es sincero. Y quien ama a alguien no sueletener tendencia al abandono, ¿verdad? 

Roberta logró superar el miedo al abandono, susinseguridades y sus dudas sobre Tom. Se dio cuentade que la violencia no necesariamente forma parte detodas las vidas y de que era libre de elegir el amorfrente al miedo. Esa decisión fue un tema central,recurrente, de muchas de sus regresiones posteriores,y ya lo había visto en la chica paquistaní que habíadecidido amar a su padre y a su hermano, pese a sunaturaleza violenta, en lugar de odiarlos o temerlos. 

Había un último obstáculo: la infecundidad depareja. La pérdida de su hijo en el siglo ix podría seexplicación, lo mismo que la otra regresión en la qhabía recordado su muerte al dar a luz en Francia ensiglo xix. Pero se trataba de dos hechos del pasadoella lo comprendía y sabía que, como en el caso abandono, no tenían por qué repetirse en esta viden otras futuras. 

Decidí intentar hacerle una progresión al futcercano para que pudiera entender a fondo

concepto. Como siempre, alcanzó enseguida un estade calma y, al poco, ya estaba observando el curso su vida desde una perspectiva superior. 

 —Veo dos caminos posibles —afirmó—. Uno hijos y el otro sin. 

 —Empiece por el segundo.  —El camino vital sin hijos es oscuro y estrec

 Yermo. Me da miedo todo, desde los insectos y serpientes hasta salir a la calle. Como no podemtener hijos, Tom me ha abandonado y, con eso, han incrementado mis miedos. No va a elegir

ningún otro hombre y soy demasiado débil y esdemasiado asustada para desenvolverme sola. —estremeció—. Es horroroso. 

 —¿Y si tiene hijos?  —El mundo es grande y bril la el sol. Tom e

conmigo, como me prometió. Soy feliz. Me sie

realizada.  Al progresar hasta esa existencia feliz, logró

superar completamente los miedos que habíaarrastrado durante tantas vidas: la pérdida de seresqueridos, su propia muerte, el abandono y la traición.A medida que fue extrayendo conclusiones, su rostroadquirió un resplandor. 

 —¿Dónde está ahora? —quise saber.  —Muy alto, por encima de las nubes. Estoy

flotando. Floto y observo. Esto es precioso. El aire esimpio. La visibilidad es enorme. 

 —¿Está sola?  —Sí. Espere, ¡no! Dos chicas, dos niñas angelicales,

mis hijas, acuden a recibirme. Siento su amor, su

alegría. ¡Ah, y yo también las quiero y estoy feliz deverlas! —Hizo una pausa y se quedó observando sualma futura—. Las reconozco. Una es mi abuela, lamujer a la que más quería en el mundo. Murió cuandoyo tenía nueve años. La otra es mi madre, no la deahora, sino la de la niña paquistaní que fui en una vidaanterior, hace quinientos años. Me abrazan, y yo aellas, y voy a estar con ellas toda la eternidad. 

No tengo forma de demostrar la validez de la visiónde Roberta, me limito a repetir con fidelidad lo que mecontó; la experiencia fue suya y ella estaba convencidade que eso era lo que iba a suceder. Es posible queRoberta y Tom no puedan tener hijos y que pensar lo 

contrario sea una mera fantasía, aunque, descontado, siempre podrían adoptarlos.

importante es que ahora Roberta confía plenamenteque, con el tiempo, se reunirá con sus hijas; por etiene más seguridad en sí misma y en su capacidad amar. 

Ha recorrido un largo camino desde una época violencia hasta otra de paz; ha progresado en trayecto hacia el punto situado «por encima de nubes». 

La historia de Roberta demuestra el daño qprovoca la violencia, no sólo de forma inmediata, s

también a las generaciones futuras, y no sólo avíctima, sino también al autor. Los violentos o los qsufren la violencia pueden cargar con los miedos y emociones negativas que ésta comporta duramuchas, muchas vidas futuras. Hasta que encuentrcomo le sucedió a Roberta, el amor. 

La historia de Anne presenta un contrafascinante en comparación con la de Roberta, ya qempezó en el futuro. 

Dos días antes de ir a verme, se había despertaempapada en sudor. Se había repetido una de extrañas pesadillas que tenía desde hacía alg

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tiempo; sólo se despertaba sudando si el sueño teníaun significado profundo. Escuchaba una voz que ledecía que de sus decisiones dependía que Anne llegaraa ser la del futuro, aunque no llegaba a ver almensajero y no sabía si era un hombre o una mujer.Alguien muy sabio le transmitía esa nueva, según mecontó. Daba la impresión de que ya sabía de quédecisiones dependía el futuro de Anne, pero ella notenía ni idea. Desde pequeña había actuado de forma

impulsiva y, a menudo, arbitraria. Tenía veinticuatro años y era baja y robusta,aunque no gorda, y recordaba a la chica con gafas quehace de mejor amiga de la protagonista en laspelículas de adolescentes. Era licenciada universitaria yestaba estudiando Arquitectura en la Universidad deMiami. Su objetivo era diseñar innovadores complejosde viviendas que tuvieran en cuenta los problemasmedioambientales y que permitieran a ricos y pobresvivir juntos. Su deseo era que la gente conviviera enarmonía en un lugar hermoso. 

La voz estaba al tanto de su plan. En un sueño quetuvo cuando ya habíamos empezado a trabajar juntosapareció un futuro en el que Anne ya había diseñadosu proyecto. (Era como si un novelista que desearaescribir una novela descubriera, a través de unmensajero, que ya la había escrito en el futuro.) «Tu 

objetivo es conectarte con ese futuro en el que yadesarrollado tu plan, no con el otro en el que no sido así», le dijo la voz. Anne no sabía que yo haempezado a hacer progresiones al futuro a pacientes; sentía curiosidad por el sentido de sueños en el presente. 

Me contó que un impedimento para llevar a caboplan era su miedo a ser el centro de atención. alguien dedicaba alabanzas a su trabajo, se ponerviosa; por lo general, enviaba sus trabajos

forma anónima, aunque sus profesores sabían eran suyos. La perspectiva de ganar un premio o alcanzar un reconocimiento general la sumía en profundo pavor. El reconocimiento público provocaba siempre un ataque de pánico. 

En su historial no había indicios que pudieexplicar esas reacciones en su vida actual. Sus sueme intrigaban, así que le sugerí adentrarnos primen su futuro, en busca de más información o de uaclaración. Accedió. Cuando ya estaba en un estado trance relajado, la hice avanzar en el tiempo p

descubrir qué iba a suceder con el proyecto viviendas. Fue testigo del progreso de varios posibles futur

En uno, el proyecto no existía en absoluto. Trabajaen un despacho de arquitectos, pero en un camedio, dedicada a poner en práctica las ideas de

demás. En otro, se había terminado un complejo, perosólo se habían aplicado algunas de sus ideas; eraimperfecto, no lo que ella había imaginado. Vio la

placa en el vestíbulo principal. No aparecía su nombre. Con el tercer futuro llegó el triunfo. Todo el diseñodel complejo era obra suya; su nombre aparecía elprimero en los planos y en la placa. (Hubo tambiénotros futuros posibles, pero no tan bien definidoscomo esos tres.) Sin embargo, cuando empezó acontarme lo que veía no me pareció feliz. 

 —Es el miedo —explicó en cuanto la hice regresaral presente—, miedo al reconocimiento, miedo aléxito. Me doy cuenta de que puedo decantarme porcualquiera de las tres posibilidades, pero no sé por qué

a tercera me parece la más aterradora. No quiero queaparezca mi nombre en esa placa. La placa no era un símbolo de egolatría, sino que

representaba la ausencia de miedos, de sus ataques depánico. Su nombre no estaría en ella mientras siguieraviviendo asustada. Me di cuenta de que íbamos a tenerque ahondar en su pasado para conseguir unacuración. 

En su primera regresión, Anne recordó ser un chicode una antigua cultura ecuestre del Asia central. El jefede su tribu nómada tenía un hijo dos años mayor que 

 Anne, pero que no montaba igual de bien, que tiraba con el arco igual de bien, que no era igual diestro con el sable. 

 —No le caigo bien —declaró sin más Anne. El otro chico estaba preparándose para suceder a

padre, que se ponía furioso al ver a su hijo derrotauna y otra vez. Anne no se daba cuenta de consecuencias de su éxito, pero el hijo del jefe sentía cada vez más humillado por las victorias otro. 

 —Hubo un concurso de monta para todos  jóvenes del poblado —recordó Anne—. Yo temuchísimas ganas de vencer y así fue. Toda la aldhombres y mujeres, celebró mi victoria. Yo b

demasiado y me eché a dormir en un prado de afueras del poblado. El hijo del jefe se acesigilosamente y me cortó el cuello. No morí deprFui viendo cómo la sangre, de un rojo vino, escapando de mis venas. 

 A su regreso, me contó que por fin haempezado a percibir el peligro mortal qcomportaban sus éxitos. 

 —¡Desde luego! —exclamó—. Sentada aquí, usted, me resulta más fácil conectar el éxito púbcon un gran daño físico. Pues claro que tengo miedo

En su siguiente regresión vio el patrón de éxque provocaban peligros en una suces

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caleidoscópica de imágenes de vidas pasadas. En unade ellas era un músico de gran talento, un hombrearruinado por un rival que le había robado suscreaciones y las había presentado como propias. Enotra fue una chica de un reino de Oriente Próximohace unos dos mil años. Los chicos de clase alta de suedad aprendían secretos y rituales misteriosos queestaban prohibidos a las niñas, pero Anne se dedicabaa espiar las lecciones restringidas y se enteró de lo que

hacían. Un buen día unos chicos empezaron a burlarse dea joven, que soltó uno de sus secretos. 

 —¿Qué? ¿Lo veis? Sé lo mismo que vosotros. Pagó con la vida por su arrogancia. La denunciaron,

fue encarcelada y, al poco, ejecutada, ya que la muerteera el castigo por romper el tabú. 

Fuimos prosiguiendo con esas experiencias y Anneempezó a ubicar con exactitud las coincidencias. Eléxito equivalía a violencia. Dar la cara era sufrir uncastigo. El orgullo comportaba la muerte. De formagradual, con más terapia, llegó a darse cuenta de queel pánico que sentía al pensar en llamar la atención eraconsecuencia de experiencias de vidas pasadas, no dealgo que tuviera que temer en el presente o en elfuturo. Con dificultad, ya que su terror estaba muyarraigado, logró deshacerse de sus miedos. Empezó a 

firmar los traba os de la universidad e hizo umaqueta a escala del complejo de edificios que ganópremio al diseño más innovador. No pudo llegarextremo de pronunciar un discurso de agradecimienes cierto, pero la placa plateada que recibió descaen la repisa de la chimenea de su casa. 

Los dos tenemos cierta idea de cuál de los futuque vio Anne se hará realidad. Como le dijo la voz,sus decisiones depende que Anne llegue a ser la futuro. Ya no se despierta en un baño de su

cuando el sabio regresa para recordárselo. 

8 BRUCE: LAS RELACIONES PERSONALES 

Cuando tenemos forma humana, aunque nuestroobjetivo final sea fundirnos con el gran espíritu, con elalma única, la interacción con los demás desde elpunto de vista físico, emocional y espiritual resultafundamental en nuestras vidas. La forma de enfocaresas relaciones determina, en gran parte, nuestrofuturo. 

Una mujer que conozco, que había pasado su vidaadulta en un y era una persona espiritual, sequejaba, no obstante, de que no lograba meditar enabsoluto. Comprendí por qué en plena meditación. Lehacía falta salir al mundo, mantener muchasrelaciones, experimentar la pérdida y el dolor, lafelicidad y el amor. Pese a toda aquella espiritualidad,aún le quedaban lecciones vitales por aprender. 

Todos mantenemos relaciones personales demuchos tipos: de pareja, familiares, laborales (conjefes, compañeros o empleados), de amistad o

académicas. En nuestras múltiples vidas, sus cuerpos 

pueden variar, lo mismo que los lazos que nos unpero, en todo momento, estaremos aprendiendolección de la importancia de las relaciones persona

ya que regresamos una y otra vez al encuentro de mismas almas. Puede que su madre lleve muchas vi

amargándole la vida, pero también es posible que, distintas encarnaciones, usted haya sido su madreque hayan estado unidos por otros vínculos que fueran el maternofilial. Al final, todos debemresolver los problemas que afectan a nuestrelaciones y dar todo lo que tenemos en el empesobre todo poner en práctica la empatía, la compasila no violencia y el amor. La comunicación es la cl

de toda relación humana. El amor y la franqueza primordiales en ese proceso, pero también seguridad, ya que, si la comunicación entraña algpeligro, la evitamos. 

¿Cómo conseguir que el entorno de comunicacsea seguro? Hay que saber, ante todo, que exismuchas formas de comunicarse (las palabras, pensamientos, el lenguaje corporal, la expresión de ojos y del rostro, el tacto) y que hay que presatención a todas ellas. Además debemos comprenque el alma con la que mantenemos una relacpuede haber sido importante para nosotros en pasado, a lo largo de muchas vidas y muchos sigl

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pero también puede serlo en el futuro. Hace poco, una paciente mía me contaba que la

aterraba pensar que la relación de codependencia quehabía tenido con un hombre que la maltrataba, y delque había logrado escapar hacía poco, puede que nohubiera terminado; sabía que ese hombre podíaregresar en una vida futura. «¿Cómo puedo evitarlo? —quería saber—. No quiero volver a tener nada quever con él.» 

La solución es asegurarse de que no haya ennosotros ningún anzuelo que atraiga a esa persona,que no haya rabia, violencia, nada negativo. Siogramos abandonar una relación con amor, empatía ycompasión, sin deseo alguno de venganza, sin miedo ysin odio, lograremos pasar página. Como dice WayneDyer, «envíales amor y luz y envíales muy lejos». 

Podemos poner fin a una relación con una personao con varias, podemos interactuar únicamente conaquellas con las que sentimos afinidad, únicamentecon aquellas a las que, en el sentido más amplio delverbo, amamos. En las vidas futuras, nos reuniremoscon muchos de nuestros seres queridos, nuestrasalmas gemelas, porque funcionamos como una familiade almas. Los demás tendrán que ponerse al día,aprender las lecciones que hemos llegado a dominarnosotros, antes de poder unirse a nuestra comunidadde almas. 

Uno de los ejemplos más conmovedores del pode las relaciones personales tuvo como protagonistBruce, que fue a verme el año pasado en muy estado, aquejado, según me contó, de síntomas ansiedad crónica, insomnio, palpitaciones, arrebarepentinos de rabia y alguna que otra borrachdescontrolada. Se trataba de un hombre anodino

cabello castaño muy corto que ocultaba una calvincipiente, ojos acuosos y una forma de dar la mabastante flácida. En su forma de hablar había un ddel Medio Oeste; era de Milwaukee, en el estado Wisconsin, aunque ya llevaba dos años viviendo Miami con Frank, un productor que le llevaba qui(Bruce tenía treinta y cinco) y que, en aquel momentrabajaba en un teatro regional. En su día, Frank hatenido un enorme éxito, pero una serie de fracaencadenados había hecho menguar su reputación y ingresos, lo cual le había obligado a trasladar residencia de una mansión de Los Ángeles a humilde casa de Coral Gables, en el área metropolitade Miami, y había transformado al hombre ingeniosenérgico que había sido en un amargado que hpagar en gran parte su depresión a Bruce consarcasmo y la humillación pública. En los últim

tiempos, habían empezado a pelearse tanto en privadocomo en público, si bien ninguno de los dos queríaponer fin a la relación. 

Bruce era diseñador de vestuario. Se habíanconocido cuando Frank le había contratado para unafunci ó n y, luego, para otra, y enseguida habíanentablado una relación afectiva. Los dos preferíanmantenerlo en secreto, de modo que en Los Ángelesvivían cada uno por su lado y no habían empezado aconvivir hasta su llegada a Miami. 

Cuando le pregunté a Bruce por qué no se iba decasa si Frank había empeorado tanto, se limitó aencogerse de hombros y contestar: 

 —A pesar de todo, le quiero.  —Sí, pero mudarse a otro sitio no significa

necesariamente que dejen de verse. Puede que sirvapara que Frank deje de controlarle de esa forma. Ytambién para que usted alivie un poco esa ansiedad. ¿Cómo lo humilla? 

 —Me llama «maricón» o dice que soy su queridadelante de nuestros amigos, o, ya en privado, meobliga a hacer cosas que no me gustan, cosassexuales. 

 —¿Y usted no se resiste?  —A veces. Estos últimos meses, más. Y, en

ocasiones, la rabia también se manifiesta de otras

formas, pero, por lo general, me lo guardo todo 

dentro. No dejo que se note, sobre todo, en la cama —Dice que la rabia se manifiesta de otras form

¿Cuando bebe, por ejemplo? De forma po

apropiada, me imagino.  —Me pongo hecho una furia con los camarerostambién con los chaperos. 

 —Ah. ¿Recurre a ellos a menudo?  —No. De vez en cuando.  —¿Por qué?  —Pues a veces me canso de que Frank me h

daño... Y me entran ganas de hacerle daño yoalguien. 

 —¿Quiere decir físicamente?Se estremeció. 

 —No, no. Les hago hacer algunas de las cosas me veo obligado a hacer yo con Frank. «Una venganza un tanto extraña», me dije. 

 —¿Podría prescindir de ellos —quise saber—dirigir su rabia hacia la persona que la ha provocado

Permaneció unos instantes en silencio antes contestar: 

 —No estoy seguro de ser capaz de mostrarle Frank hasta dónde llega de verdad la rabia que siensería demasiado peligroso. Pero ya no voy chaperos. 

 —Por algo se empieza. Me alegro. Se le llenaron los ojos de lágrimas e inclinó

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cabeza.  —No, no es para alegrarse —sollozó.  —¿Por qué? A mí me parece que...Me interrumpió: 

 —Tengo el sida. Y no quiero infectar a nadie. 

Su salud había ido empeorando en los últimosmeses, según me contó. Sufría una úlcera de

estómago y hacía poco, sin motivo aparente, lamancha de nacimiento que tenía en el abdomen habíaempezado a sangrar. Muy asustado, había pedido quee practicaran una biopsia, pero no habían encontradoindicios de cáncer y eso hizo que se sintiera aliviado,aunque sólo de manera momentánea. De todosmodos, de vez en cuando, la enorme cicatriz que lehabía quedado se ponía colorada como un tomate yrezumaba una o dos gotas de sangre. Eso lo llevó aver a su internista, que le diagnosticó el sida. 

 —Fue más una confirmación de mis miedos que undiagnóstico —me aseguró. 

Le hicieron pruebas. Dos semanas antes de ir averme había recibido la confirmación; por eso habíadecidido pedir hora en mi consulta. 

Le informé de que podía ayudarle a tratar laansiedad y a mejorar su relación con Frank, pero nocurarle del sida, aunque ya se utilizaban ampliamente 

los llamados cócteles de fármacos, que ralentizaban progreso de la enfermedad y permitían vivir más año

 —Unos años de propina no me servirán de nadacontestó con expresión de honda tristeza— si consigo poner orden en mi vida. 

 —Pues entonces permítame que le pregunte alg¿saben sus padres que es homosexual? 

 —Sí. Se lo oculté todo lo que pude (hasta inventé una novia en California sobre la que

contaba cosas en mis cartas), pero, cuando Frank ynos vinimos a vivir aquí, ya no hubo forma de segescondiéndolo. 

 —¿Y cuál fue su reacción?  —Sorpresa. Rechazo. Aunque parezca increíble,

preguntaron si no podía tomarme «alguna pastilla parreglarlo». Para mí que lo que más les preocupaque se enteren sus amigos. Si es que viven en el MeOeste y allí las cosas van como un siglo por detrás resto del país. —Se puso la mano en la frente con gesto muy teatral—. ¡Santo cielo, qué vergüenza! 

Me reí a regañadientes.  —Son buena gente, muy cariñosos, lo que pasa

que, en este tema, no saben nada de nada —prosig —. Cuando voy a verles, me reciben con amor y crespeto. El problema es lo de mi hermano. 

 —¿Su hermano? 

 —Sí, perdone, no se lo había mencionado. Ben esun pez gordo en Milwaukee, vicepresidente primero deAetna, la gran empresa de seguros. Tiene mucho

dinero, muchos amigos y mucha influencia. Losrepublicanos lo han tentado con la idea de ayudarle alegar al Congreso, con lo que se le hace la boca aguacomo a un galgo en un canódromo. 

 —Y tener un hermano gay...Se encogió de hombros. 

 —... Es decir: «Hasta la vista, Washington.» Vino averme hará un año y llegó a pedirme que me cambiarade nombre. Le contesté que se fuera a tomar por culo.Insistió: «Sería conveniente que desaparecierasdurante un tiempo. Al menos, no le digas a nadie queeres hermano mío.» Bueno, eso ya fue la gota quecolmó el vaso. ¡Qué poca vergüenza! Yo soy igual debueno que él, mejor incluso, por mucho que mi parejasea un hombre. Me lancé sobre él. No tardó nada ensalir corriendo como una nena por Coral Way. 

Si aquél era uno de sus «arrebatos repentinos derabia», me pareció justificado. Así mismo se lo dije. 

 —Es verdad, pero es que es como cuando meenfado con Frank: si me acuerdo de cómo se portóBen es que exploto, esté donde esté, y la paga elprimero que pille. Ben no es más que un vendedor deseguros venido a más, un gilipollas y un avaricioso. Me

da pena y es absurdo que quiera matarlo. Soy mejor 

que él y, sólo por eso, no debería guardarle rencor, a él ni a nadie. 

Era cierto que sus ataques parecían demasia

violentos para explicarlos arguyendo las circunstancde su vida y, aunque su ansiedad era algo natuteniendo en cuenta que le habían diagnosticado sida, me planteé si siempre sería tan aguda pafectar tanto a su vida como en aquel momento. 

 —Pues sí —replicó cuando se lo pregunté—. Haen el colegio, cuando tenía mil motivos para escontento (sacaba buenas notas, mis padres querían, y todas esas cosas), sentía siempre uespecie de ansia, de miedo. Ahora que tengo algo ra lo que temer, las cosas han empeorado, p

tampoco tanto.  —A lo mejor, el origen está en algo sucedido enpasado —sugerí. 

 —¿De niño? No. Es lo que le digo, tuve infancia de lo más normal. 

 —No me refiero a eso, sino a su pasado lejano.Se inclinó hacia mí. 

 —Explíquese. 

Eso hice y, tras escucharme, Bruce acesometerse a una regresión. Sorprendentemente, que me había dado la impresión de que desconfia

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de la hipnosis, de que no querría ponerse en unasituación de tanta vulnerabil idad, alcanzó un estadomuy profundo al que han llegado pocos de mispacientes, y sus recuerdos fueron intensos. 

 —Estoy en el antiguo Egipto, en la época del granfaraón, cuya ambición es levantar templos y palaciosque proclamen su poder y su grandiosidad. Ya se hanconstruido otros, pero éstos van a ser más espléndidosque ningún otro que haya tratado de elevarse jamás

hacia los cielos. Yo soy ingeniero y el faraón me haelegido para trabajar en dos proyectos: la creación deun santuario y la erección de unas columnatas deenlace. 

»He conocido al faraón en persona; me ha contadosus planes. Desde luego, haber sido seleccionado esun honor incalculable y, si salgo bien parado de ésta,cualquier cosa que pida será mía de por vida. Cuandoe dije que iba a necesitar quinientos trabajadores yesclavos, me ofreció mil. No vamos a reparar engastos, no vamos a lamentar una sola muerte acaecidadurante las tareas de consecución del gran objetivo

final. Los edificios deben consagrarse a esta divinidadsuprema y reflejar su supremacía. »Sin embargo, el faraón ha dado órdenes muy

estrictas. El santuario debe terminarse dentro de sieteaños, y las columnatas tres años después. Sólo puedenutilizarse el mejor mármol y la mejor piedra. Tenemos 

que asegurarnos de que, una vez finalizado, resultado proclame la gloria del faraón por todaeternidad. 

»La tarea es compleja. Hay que hacer frenteproblemas prácticos como el transporte de las piedy el mármol, por no hablar de la necesidad de teagua suficiente a mano, y madera para los rieles solos que se levantan las piedras. Hace un cainsoportable, incluso en invierno. Las tormentas

arena y de viento son peligros constantes. Arquitece ingenieros de igual talento, o eso cree el faraón, a concebir y construir otros templos y otcolumnatas. Es evidente que vamos a competir ucon otros por las materias primas, que tienen que necesariamente finitas, por muchas riquezas que teel faraón. 

»Y hay otro impedimento más. El faraón tiene primo. Lo conozco: es un adulador, un entrometiun ególatra sin talento y sin el menor gusto. Pbien, es el encargado de supervisar todo el proyecel capataz. Todos los arquitectos e ingenieros tenemque obedecerle; su palabra es la del faraón y, tanto, es ley. Me da miedo. Podría echarlo todo tierra. 

 Al hablar del capataz, Bruce palideció. El primo faraón seguía ejerciendo su poder en la tranquilidad

mi consulta. Me sorprendió la formalidad con la quehablaba Bruce, bastante alejada del habla coloquialque era habitual en él. Cuando más tarde la pregunté

si había estado en Egipto alguna vez me aseguró queno. La historia y los viajes a lugares de interés culturalno le atraían. 

Le hice avanzar sin abandonar aquella vida.  —Mis temores se han confirmado —afirmó—. Se

entromete en todo. Tengo la impresión de que le soyespecialmente antipático, quizá porque nota laaversión que siento hacia él, aunque me abstengo deexpresarla. En todo caso, le tengo a mi lado casi cadadía y me ofrece sugerencias grotescas, invalida misórdenes y se queja de que mis colegas y yo

trabajamos muy despacio, cuando es él el que impideque se avance. Y, teniendo en cuenta los plazosestablecidos por el faraón, cada vez se incrementa mása presión que debo soportar, hasta tal punto queestoy seguro de que voy a estallar. Cada día tengo queibrar una batalla conmigo mismo para mantener lacalma ante sus exigencias y, cuando no consigosatisfacerlas, ante sus insultos. 

»Ha pasado aproximadamente un año desde queempezaron las obras y el sinvergüenza se haempeñado en que el santuario hay que situarlo junto aotro templo, y no frente al más importante. Cuando le

recuerdo que eso contradice directamente las órdenes 

del faraón, me llama idiota delante de mis colegas, da media vuelta y se va. 

»Sucede lo que me temía: exploto. Le digo queidiota es él, que no es más que un imbécil y qademás, lo parece, que es tan estúpido como piedras que lo rodean. “Vamos a llevar este asuante el faraón”, propongo. “Que decida él quién tiela última palabra.”  

»El primo del faraón contraataca de la peor forposible: en lugar de acompañarme a palacio, reclutun rival mío, otro ingeniero, para que envenenevino y la comida durante la cena. Me pongo enferde inmediato (el dolor es atroz) y me llevan a la camEsa misma noche, uno de los guardas se cuela en

tienda y me asesta una puñalada en el vientre. Mual instante. Lo último que veo es al maldito primo, qestá delante de la tienda, riéndose a carcajadas. 

Lo hice regresar al presente; estaba visiblemeafectado. 

 —¿Puede expresar lo que siente en este momen —le pedí. 

 —Me... Me noto el punto del vientre en el que apuñalaron —tartamudeó—. Es el mismo sitio en que tengo la cicatriz de la biopsia, la herida que sande vez en cuando sin motivo aparente. 

 —¿Alguna otra cosa? Se había sumido en un éxtasis de revelació

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Contestó:  —El capataz, el hombre que me atormentó en

Egipto durante esa vida, es mi hermano en ésta. 

La rabia, como ya había reconocido él mismo, eraun factor negativo en la vida actual de Bruce, que semostraba especialmente virulento cuando seenfrentaba a su hermano Ben (o éste a él), un

hermano que, al fin y al cabo, le había pedido querenunciara a su propia identidad, que se volvierainvisible. 

 Yo estaba deseoso, lo mismo que Bruce, de queviajara a otra vida pasada, que, en este segundo caso,se desarrolló también en el antiguo Egipto, aunque enotro momento. 

 —Soy sacerdote, curandero, uno de los poquísimosque trabajan para los ricos y poderosos. Nuestramedicina es algo misteriosa, no tiene nada que ver conas hierbas y las pociones que utilizan los médicosaicos. Mi método curativo se basa en lo que lossacerdotes llamamos «varillas energéticas». Cuando segiran de una forma muy precisa, emiten vibracionessonoras y frecuencias lumínicas que sanan. Suutilización no deja nada al azar. Existe una secuenciaseñalada de luz y sonido, un orden y una pautacomplejos que indican cómo dirigir las varillas a las 

distintas partes del cuerpo. Es un arte secreto. Se ben la energía, en la luz y en su acumulación, almacenamiento y su transferencia. 

 —¿Dónde practica esa medicina? —quise saber.Se le encendió la mirada. 

 —En cámaras secretas situadas en el interior de templos de curación. Unos pocos sacerdotes estamal tanto de su ubicación. Ni siquiera quienes realitareas de baja categoría en los templos conocen

existencia, ya que están escondidas con enomaestría.  —¿Y hacen milagros?  —¡Exacto! Hemos curado muchas enfermedades

Se inclinó hacia delante—. Y podemos regeneórganos y miembros perdidos en el campo de batalla

 —¿Gracias a las varillas?  —Con las varillas. Sí.  —Asombroso. Había leído algo sobre las técnicas curativas y

medicina de las culturas de la antigüedad y, aunq

 jamás había visto nada relacionado con las varillas mencionaba Bruce, sí sabía que los médicos egipcafirmaban que podían regenerar extremidades órganos, y que al parecer habían logrado milagros la curación de enfermedades sanguíneas, del sisteinmunológico, dermatológicas y cerebrales. De hech

se ha encontrado una cámara en uno de los templosde Luxor que se utilizaba como sala médica; tiene lasparedes cubiertas de pinturas que muestran a médicos

dedicados a esos campos.  Volví a ver a Bruce al cabo de un mes. Mientrastanto, había sufrido una neumonía, algo habitual enos enfermos de sida, y habían tenido que ingresarlo.Al regresar a la consulta, apareció con la cara pálida yaspecto de estar agotado, aunque cuando me ofrecí aposponer nuestras sesiones insistió en continuar. 

 —Me están sirviendo —afirmó—. No sé explicarexactamente cómo me ayudan, pero tengo laimpresión de estar a punto de descubrir algo de vitalimportancia. Resulta esencial que comprenda qué es

antes de morir. 

En lugar de hacerle otra regresión, aunque esotambién habría sido útil, decidí comprobar si podíautilizar la relación entre cuerpo y mente para aliviarsus síntomas físicos. 

 —Quiero probar un experimento —anuncié—. ¿Seanima? 

 —Vale. Lo que sea.  —Muy bien. Quiero que cambie de papel

mentalmente. Es usted un paciente egipcio que recibeenergía lumínica y sónica, y quiero que la transfierahasta el cuerpo y la mente que tiene aquí y ahora. 

Se trataba, es cierto, de algo poco ortodoxo, pero 

recurrí a ello porque el paciente estaba enfermo sida y sufría dolor en el punto en el que se le hapracticado la biopsia. 

 —¿Quién quiere que sea su médico? —pregunté.  —Frank —respondió de inmediato—. Hemos ten

nuestras diferencias, pero, en el fondo, aún me quie —Frank está con usted en su vida egipcia, pues.

un sacerdote/curandero; domina las ciencmisteriosas. Deje que le aplique sus conocimientos. 

Cerró los ojos y se recostó en la silla. Vi cómo serelajaban los músculos faciales y sus mejirecuperaban algo de color. 

 —Funciona. Me encuentro mejor.  —Fantástico. Su médico comprende la utilización

las varillas; conoce las pautas y el orden de la luz y sonido. Éste es el nivel superior de curación. gracias. 

 —Sí, claro —susurró—. ¡Sí, estoy muy agradecidoEl resto de la sesión transcurrió en silencio. Cuan

se marchó le pedí que meditara en casa.  —La luz y la curación lo acompañarán hasta

casa. No tienen por qué estar confinadas a esta sala. Cuando regresó, no sólo se encontraba mejor, s

que había llegado a diversas conclusiones.  —Mi hermano me ha acompañado a lo largo

ambas vidas pasadas —declaró—. Fue el capataz enprimera, pero en la otra estaba a mi lado, era o

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sacerdote/curandero. Y, cuando me pidió que volvieraa esa existencia para ser el paciente fue Ben quienresultó ser mi curandero, no Frank. 

 —Estoy seguro de que así ha sido. Ahora póngaseen la piel de Ben en ambas vidas. Proyéctese hacia elinterior de su cuerpo, hacia su perspectiva. 

Se concentró durante varios minutos y frunció elentrecejo debido al esfuerzo. Luego, se le abrieron losojos y asomó una radiante sonrisa. 

 —¡Tiene celos de mí! Tanto en la vida anteriorcomo en ésta. Aunque el poderoso sea él, eladministrador o el político, está celoso. Su propiosufrimiento es lo que le hace ser tan cruel. 

Bruce me explicó que, si bien era noble yadministrador en el antiguo Egipto, a su hermano lemolestaba que tuviera talento y capacidad, algo que éljamás iba a poder adquirir. Lo habían educado en unambiente de privilegios y poder absolutos y, cuandoBruce lo atacó en público, se vio empujado a vengaraquella humillación. 

 —Por eso me envenenó —sostuvo—. La puñaladafue de propina, motivada por la ira, los celos y lavergüenza. 

Era evidente que pasaba por una experienciaintensa y empática. Pocas veces he visto a un pacientetan alterado. 

 —¿Y qué hay de su vida actual? ¿De qué eceloso ahora su hermano? 

La respuesta llegó enseguida.  —Del amor de mis padres. Quizá porque yo era

más frágil de los dos, me prestaron más atención qa él. «Ben es fuerte, él solo puede con todo», decí

 Y, para él, eso quería decir que me querían más a aunque no estoy seguro de que sea cierto. Ésa esrevelación. Ojalá me hubiera dado cuenta antes. 

Le hice la pregunta clave de todo psiquiatra: 

 —¿Y cómo se siente ante eso?  —Comprensivo. Siento cariño. Ben no tiene tapoder; es como yo, sin más, una mezcla de fuerzadebilidad. ¡Qué maravilla! 

 —¿Y cree que él podría sentirse igual?  —Sí, claro. Si puedo yo, también puede él, por

somos iguales. Me lo ha enseñado mi segunda vidaEgipto. 

 —¿Puede enseñárselo a él?  —Puedo intentarlo. 

En el momento de escribir estas líneas, Bruce ya logrado enormes progresos. Se le ha curado la herabdominal; ya no se le pone roja ni sangra. La úlch a desaparecido. Frank y él han resuelto problemas sexuales y han dejado de pelearse, aunq

siguen riñendo; personalmente, creo que a los dos lesgusta. Gracias al recuerdo de sus vidas pasadas y desus experiencias espirituales, Bruce ha perdido el

miedo a la muerte. Ya no ve a su hermano como a unser todopoderoso y se da cuenta de que, en parte, sussentimientos procedían de sus propias proyeccionessobre Ben. De todas las lecciones que aprendió con susregresiones, la más valiosa es, a su parecer, que lasrelaciones personales se dan en su sentido másprofundo entre iguales y que, si logra alabar lospuntos fuertes de los demás y perdonar susdebilidades (pues también son las nuestras), llegará alamor. Actualmente, su hermano y él se ven a menudoy se comunican a diario. 

 —Ha convertido el hecho de que yo sea gay en unabaza política —me confesó Bruce con una sonrisasocarrona—. Ahora es «republicano liberal». EnWisconsin, no hay nada más práctico. 

En una de nuestras últimas sesiones, me contó que,cuando era sacerdote/curandero egipcio, a vecessupervisaba las ceremonias de sanación que requeríana aplicación de las varillas. En ellas, su cometido eraconectar el poder de las energías curativas, la luz y elsonido, que en época egipcia se creía que estabanrelacionadas con el poder de las divinidades, pero queahora sabía que eran atributos de un solo dios, de unalma única. Bruce se ha dado cuenta de que es 

inmortal, de que siempre lo ha sido, de que todestamos interconectados eternamente y de que amor nos envuelve ahora y para siempre. 

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9 PATRICK: LA SEGURIDAD 

Todos los días escuchamos la palabra «seguridad».Seguridad financiera, Seguridad Social, seguridad

nacional: todas ellas son importantes, pero estecapítulo está dedicado a un tipo de seguridad másprofundo, la del propio yo, la emocional, la psíquica,a seguridad que nos permite interactuar plenamentecon nuestras familias, nuestras parejas, nuestrosamigos, nuestra sociedad, nuestra civilización. 

 Aparece al practicar el amor propio, al darse cuentade que uno mismo es un alma, al comprender que haestado presente en vidas pasadas y que existirá porsiempre en otras futuras. La verdadera seguridadsurge del convencimiento de que somos inmortales, de

que somos eternos, de que jamás podemos sufrirdaño alguno. He tratado a gente sumamente rica que era

desgraciada y no tenía la menor sensación deseguridad, aunque tuviera las comodidades terrenalesgarantizadas hasta el fin de su vida actual. La 

seguridad no procede de las posesiones. No podemconservar las cosas materiales en la próxima vida nila siguiente, pero sí nos llevamos nuestros actnuestros hechos, nuestro crecimiento, lo que hemaprendido y cómo vamos progresando como sehumanos espirituales. Y es posible, también, qmantengamos algunas de nuestras dotes: tengo impresión de que Mozart debió de ser un músconsumado en una vida anterior, lo que explicaría precocidad de niño en el siglo xviii. 

La seguridad y el amor propio están relacionadoslo segundo es básico en nuestras vidas. Muchos nosotros interiorizamos una idea que nos inculcan (lo general, de forma inconsciente) padres, profesoramigos o comunidades: nos hacen creer que, en ciesentido, somos deficientes, que no estamos a la altuSi podemos superar esas ideas negativas, lograremquerernos, lograremos disfrutar del amor propio, deautoestima. 

Las tradiciones religiosas que nos dicen que que amar a todos los demás no son acertadas. El am

propio es el fundamento de todos los demás amor Ahí empieza de verdad la caridad, por uno mismCuando alguien se quiere, ese amor rebosa; cuanno se tiene, la energía de ese ser se centra, de forconsciente o inconsciente, en encontrarlo, y no tiempo para nadie más. 

El amor propio no es algo egoísta, sino muy sano.El que está obsesionado con uno mismo, el fanfarrón,el que se hace propaganda, la diva y el negociante (esdecir, quienes parecen tener autoestima pero, enrealidad, buscan venderse o vender sus productos)suelen ser, en el fondo, inseguros. El hombre al queuna vez consideré la persona más centrada queconocía, un modelo de seguridad en sí mismo y deautoafirmación pública, me contó en un momento demutuas confidencias que se dedicaba a un juego quehabía bautizado como «esquivar el autobús» y queconsistía en salir a la calle y colocarse en una esquinapeligrosa para ver hasta dónde podía acercarse alpunto en el que sería atropellado. 

 —¿Y si te matas? —le pregunté, pasmado.  —Pues entonces el mundo se libraría de unainutilidad —replicó. 

El verdadero amor propio no tiene por quédivulgarse o mostrarse en público. Es un estadointerior, una fuerza, una felicidad: la seguridad.Tenemos que recordar que todas las almas formanparte del alma única, que es el amor. Todos tenemosalma. Somos queridos en todo momento. Y siemprepodemos devolver ese amor. 

«Este chico tiene la autoestima por los suelos», me 

dije cuando Patrick entró por la puerta aquel primdía. Parecía un adolescente desaliñado: lleva

vaqueros y cazadora de béisbol de los Marlins Florida (a ambas prendas les hacía falta un bulavado), el pelo alborotado, una perilla diminuzapatillas Adidas desabrochadas y las uñas sucias. Pno era ningún chaval, sino un joven de treinta y años de delgadez cadavérica, ojos legañosos qevitaban mi mirada y escasa fuerza al dar la mano. 

Determinamos su edad, su lugar de residen(Miami, aún vivía con sus padres), su profes(contable en una empresa puntocom en ciernes) yhecho de que era hijo único y no tenía pareja nhabía tenido (era «virgen», según me contó con g

sofoco por su parte).  —¿Quién me ha recomendado? —le pregunté.  —Mis padres.  —¿Les conozco?  —No. Es imposible. Mi padre trabaja en

fábrica, en el departamento de envíos, y mi madrevendedora de un hipermercado, el K-Mart. No precisamente la gente con la que usted se codea. 

Era una pulla lanzada con clara hostilidad. Depasarla por alto, pero me quedé pensando que debde querer mucho a su hijo si habían decidido gasta

el dinero en su terapia. 

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 —¿Y, entonces, cómo han oído hablar de mí? —Le vieron en un programa de la tele y enseguida

dijeron: «Ese tío es ideal para Patrick.»  —¿Por qué?  —Pues porque me gusta la ciencia ficción. O me

gustaba.  —¿Y tus padres creen que la regresión a vidas

anteriores es ciencia ficción? —Le miré fijamente—. ¿Tú también? 

Se encogió de hombros. Silencio. Seguí insistiendo: 

 —¿Cómo es eso de la ciencia ficción? Dices queantes te gustaba. ¿Cuándo?  —Cuando era jovencito.  —¿Y ya no lo eres?  —Bueno, supongo que sí, pero ya estoy muy mayor

para esas cosas. Me resultó sorprendente. Muchos de mis amigos

adultos leían obras de ciencia ficción y me habíandejado libros de autores a los que admirabaprofundamente: Verne, Wells, Lev, Bradbury. En aquelmomento me interesaba el género en especial, ya que

sus visiones de futuro eran extraordinarias. 

 —¿Y a qué edad se es demasiado mayor para esascosas? 

 —A los doce años. Contestó con tal convicción que me di cuenta de

que le había sucedido algo a esa edad que, de algún 

modo, le había marcado.  —¿Ya eras demasiado mayor a los doce años? H

gente que lee ciencia ficción hasta los noventa. Otro gesto de indiferencia. 

 —¿Quién te dijo que eras demasiado mayor?insistí. 

 —Mi padre. Me quitó los libros y los vendió a librería de segunda mano. Decía que ya era hora que empezara a prepararme para lo que iba a ser mayor. 

 —¿Y la ciencia ficción era un obstáculo?  —Me dijo que estaba embobado, que vivía

Marte. Que era hora de poner los pies en la Tierra.  —¿Y tenía razón?  —Supongo que sí —respondió, y se inclinó h

mí. Por fin, su voz adquirió vida—. Pero voy a decuna cosa, doctor Weiss: era mucho mejor vivir Marte que en la Tierra. 

Me di cuenta de lo triste que debía de ser existencia en este planeta. 

 —¿Y qué opinas de las sondas marcianas que

llegado ahora? —le pregunté—. ¿Has visto las fotos? —¡Pues claro! Y eso es sólo el principio. Dentrodiez años ya habrá seres humanos en Marte, colonenteras. 

 —¿Y tú irás? Su voz perdió de golpe la fuerza, como si

hubiera accionado un interruptor.  —Qué va.  —¿Porque no te dejan?  —Porque ya habrá ido otra gente antes. —Juntó las

manos y se las puso ante los ojos, como si quisieratapar mi rostro—. Seguro que no querrán que vayacon ellos. 

 Volví a sentir su desdicha.  —¿Por qué?  —Porque no me aceptarán. Nadie me acepta nunca.  —¿Nadie? ¿Y dónde te sientes a gusto? ¿Cuál es tu

sitio?  —El cielo. Yo solo en el cielo.  —¿Cómo lo sabes? 

 —Pues porque me lo dijeron los libros.  —¿Las novelas de ciencia ficción?  —Claro. Aunque a mí no me parecían novelas, no

eran libros de ficción, sino fragmentos del futuro. Meveía dentro de una nave, o incluso volando solo; eramuy fácil. Los libros no me gustaban cuando habíaguerras y cosas de ésas. No me gustaban losmonstruos ni las armas superpotentes, sólo lashistorias de viajes a otros planetas o a las estrellas. 

Me lo imaginé recluido en su cuarto, inmerso en laectura, mientras sus padres, en el salón de la casa, se

preguntaban inquietos qué podían hacer con aquel hijo 

tan problem tico. —Pero, luego, aunque ya habías dejado de lee

intervine—, cuando intentabas hacer lo que quería

padre, cuando intentabas encontrar tu sitio, segusintiéndote solo. Me miró como si viera a un mago. 

 —Sí. Cuando intentaba hablar del cielo, o de otplanetas, o de los viajes espaciales, a los demás nino les interesaba para nada. Pero yo sólo sabía de esólo me interesaba eso. Podía ir adonde no llegalos demás, pero no querían que se lo contara. A toel mundo le parecía que estaba chalado, menosDonnie, que era amigo mío. Era el único chaval conque me sentía cómodo, pero luego sus padres fueron a vivir a otro sitio y Donnie desapareció. 

 —Y te quedaste totalmente solo.  —Lo que pasó fue que empecé a creer que

pasaba algo. Era distinto a los demás, eso ya lo sapero ¿por qué? Me sentía todopoderoso, y resultó qno tenía el menor poder. Mi padre me dijo queciencia ficción era para críos; pero, entonces, ¿por qno la leían los críos? Dejé los libros, como quería pero me parecía que mi vida no tenía sentido. Ya name divertía. No tenía adónde ir, no había dóesconderse. Y, como nadie me prestaba atenccomo nadie me escuchaba, pues ni yo tenía fe en

mismo. Me gustan los números, porque el espacio

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as matemáticas tienen mucho que ver, así que mehice contable. ¡Contable! ¿Hay cosa más normal? ¿Existe un trabajo más aburrido? Me sentía totalmentevacío, sin esperanzas. 

El largo discurso de Patrick fue acompañado detoda una serie de expresiones faciales (tristeza, rabia,desesperación, desconcierto) que no eran más quesignos físicos de su confusión interna. 

 —No deberías escuchar tanto a los demás —leaconsejé con toda tranquilidad—. Sigue tus propiasintuiciones. Ser solitario no tiene nada de malo.Además, igual que encontraste a Donnie encontrarás amás gente, a hombres y mujeres que pensarán comotú. 

Se encogió de hombros una vez más y luego apartóa cara; me di cuenta de que estaba conteniendo laságrimas. 

 —¿Qué te pasa? —pregunté.  —Me ha dicho que no debo escuchar a los demás.  —Sí. Es un buen consejo.  —Pues eso es lo que me pasa, que ese consejo no

me sirve.  —No te entiendo. Me miró, por fin, y su respuesta fue un gemido

angustiado:  —Estoy desesperado, no sé qué hacer. ¡Si no

escucho a los demás, tendré que escucharme a mí  

mismo! 

En estado de hipnosis, a Patrick no le corecuperar recuerdos de vidas pasadas. 

 —Soy un hombre —empezó—. Bueno, no, exactamente, no soy humano. 

Intenté ocultar mi sorpresa, pero me temo qdebió de fallarme la voz. 

 —¿De qué época estamos hablando?  —De hace sesenta mil años.  —Sesen... Le miré con atención por si la hipnosis no ha

funcionado y estaba tomándome el pelo. No. Tenía ojos cerrados y respiraba con regularidad. 

 —Sigue —acerté a decir.  —Nací en otro planeta, un planeta sin nomb

Quizás existía en otro sistema solar o en odimensión, da igual. Lo importante es que formo pade una migración desde allí hasta la Tierra. Cuallegamos, vienen a recibirnos los descendientes seres de migraciones anteriores procedentes de ot

sistemas solares. Se han mezclado con una subespeen evolución, los seres humanos. Tenemos qquedarnos en la Tierra con ellos, lo sabemos, porqnuestro planeta se está muriendo y éste es nuevo. realidad no hacía falta que hubiéramos venfísicamente, bastaba con que nuestras almas

reencarnaran en los humanos que nos rodean o en losseres de otros mundos, pero somos un pueblo

orgulloso. Nuestra tecnología es avanzada (hemosrecorrido largas distancias), nuestra cultura haflorecido y nuestra inteligencia está muy desarrollada.Queremos conservar nuestros conocimientos ynuestros logros; queremos unirnos a los demás y,mediante la reencarnación, fomentar la evolución deesta nueva raza humana. 

El Patrick que había entrado en mi consulta hablabacon voz aguda, como si aún no le hubiera cambiadodel todo; concordaba con su personalidad. El queestaba inmerso en la regresión, sin embargo, tenía untono de voz profundo y pronunciaba las palabras con

gran autoridad. Su visión me cautivó; no se parecía ennada a ninguna de las que había escuchado a lo largode los años. 

 —Nuestros cuerpos no son demasiado distintos deos de los humanos, pero nuestras mentes son muysuperiores. La atmósfera de la Tierra se parece muchoa la que rodeaba nuestro antiguo planeta (por esohemos elegido este destino), pero aquí el aire es puroy está limpio. Además, en todos los demás sentidos, laTierra es mucho más bella que el lugar del queprocedemos. Hay árboles y hierba, y agua, ríos y

mares, flores, pájaros y peces de todos los colores. Me 

siento a gusto; no, más que eso. Soy más feliz qnunca. Mi labor es supervisar el almacenamiento material y de conocimientos escritos, y he encontra

el lugar ideal: unas cámaras naturales situadas a gprofundidad bajo la superficie terrestre. Cuando seres humanos hayan alcanzado un nivel desde el qcomprender lo que hemos ocultado, serán capaces encontrarlo. 

Más adelante, cuando tuve ocasión de consideraque me había contado, me pareció que demostraban varias ideas que me había formado ande conocer a Patrick. Las almas son las mismas, cryo, da igual que procedan de otras dimensiones, otras galaxias o de la misma Tierra. Los recllegados a nuestro mundo entran enseguida en el cde la reencarnación y, desde ese momento, tiendereencarnarse aquí, en parte porque han contradeudas y obligaciones kármicas, en parte porque misión es fomentar la evolución de la especie humaLas almas pueden penetrar en un cuerpo terrestre cla misma facilidad que en un «alienígena». El alma Patrick decidió quedarse en este «paraíso» que pueblo había decidido habitar. 

 A instancias mías, Patrick avanzó un poco másesa vida pasada. 

 —He encontrado un acantilado en el que se u

mar y cielo, y allí he levantado una casa de piedra

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madera. Mi ingente tarea ha terminado; el material yos documentos están a buen recaudo. Soy libre paradisfrutar de la belleza que me rodea, para deleitarmecon el aire perfumado. Se me considera un ser sabio, ymuchos de los de mi especie, así como algunoshumanos, acuden a mí en busca de consejos que yoes ofrezco encantado. Con los años, me sobreviene lamuerte, pero mi gente descubrió ya hace muchotiempo cómo disgregar el alma del cuerpo físico en elmomento justo para poder ascender con facilidad aniveles de conciencia superior. Esto es lo que hago,aunque puedo seguir comunicándome con muchos deos míos, que siguen habitando sus cuerpos en sunuevo hogar, el planeta Tierra. 

Me pareció que estaba extasiado, que flotaba entredos mundos, en dos niveles de conciencia. 

 —La distinción entre Dios y los humanos essecundaria —continuó—. Uno de los documentos quesiguen ocultos donde yo los he almacenado explicacómo dominar el arte de la separación de la concienciadel vehículo físico. Algún día, pronto, su cultura

también aprenderá a hacerlo. Cuando eso suceda,descubrirán que la conciencia separada puedeadentrarse en otros cuerpos menos «sólidos» avoluntad. Desde esa posición estratégica, puede influiren otras entidades con forma física. A la entidadreceptora, esa influencia le parecerá divina, angelical, 

celestial, cuando, en realidad, se trata de una foravanzada de la mismísima conciencia que poseereceptor. 

Escuchar conceptos tan profundos de labios de  joven que, a simple vista, parecía inmaduro inexperto resultaba emocionante. Y, personalmente,que añadió a continuación me pareció precioso. 

 —Mi mundo es viejo y el suyo, muy nuevo, perodiferencia es insignificante en el contexto del tiem

que es como la espiración y la inspiración de un dcósmico. La espiración es la creación de las estrelde los planetas, de las galaxias y de los universos.inspiración los agrupa todos de nuevo en una mota polvo minúscula y densa en los pulmones del dios. respiración del tiempo, tomar y soltar aire, que produce en un número infinito de ciclos, indica cóes la naturaleza de la eternidad. 

Patrick se quedó en silencio y yo, muy conmovsopesé sus palabras. Había avanzado en mis estudHabía vislumbrado, en palabras del propio Patrick, naturaleza de la eternidad», y me había resultaexquisita. Comprendía su interés por la ciencia ficcsu amor por el cielo y su deseo de poder viajar a estrellas. Cuando despertó, le pregunté si creía queque había presenciado era una mera ampliación deleído en los libros que lo habían fascinado de niño. 

 —No —repl ic raudo—. No me hab a imaginadonunca nada parecido a lo que acabo de ver, ni yo nitampoco los escritores. Mi experiencia ha sido muy

real, no me he imaginado nada. Su reacción, que se me antojó sincera, dio pie en éla todo un torrente de ideas. 

 —¿Y si los agujeros negros son, en realidad, partede esa inspiración cósmica? —se preguntó en voz alta —. ¿Y si los ángeles y los sabios y los guíasespirituales están, de algún modo, vinculados conantiguas civilizaciones extraterrestres muy avanzadas? 

«Qué pasada», me dije. Muy fuerte. Pero eso eraprecisamente lo que había pensado cuando Catherineinició sus regresiones o cuando Victoria me contó queme había visto en Jerusalén. Además, mis opinionesno importaban. Detecté una nueva luz en los ojos dePatrick, la chispa de su pasión, que regresaba veinteaños después. Me convencí de que, si seguía con laterapia, se acercaría más a su sendero espiritual. Loograría al reavivar su pasión por la vida, sus alegrías ysus esperanzas. 

 A medida que fue avanzando la terapia, Patrickogró recordar otras tres vidas pasadas. • 

En una, era un habitante indígena de América

Central o de la parte más septentrional de América 

del Sur hacía nueve siglos, un famoso matemáticastrónomo. Vivía solo, pero en su vejez se veneraba y se le tenía en gran estima. Se dio cue

de que su experiencia de hacía sesenta mil ahabía influido en esa vida, ya que sentía curiosidpor la configuración de las estrellas y el significade los meteoritos. 

• 

 A principios del siglo xviii, era un rabino cabalístiun erudito que vivía en un pueblo a las afueras Cracovia. Allí había logrado compaginar estudios de la tradición religiosa hebrea con la vfamiliar. Tenía mucho que enseñar, esposa muchos hijos, llevaba una vida desahogada integrada tanto en el vecindario como en su cultuDespués, me contó que en esa vida no se hasentido un «bicho raro», como solía ocurrirle enpresente. 

• 

En la tercera existencia, era un monje budista qvivía en una región fría y árida de China en el sixiv. Allí había sido bien aceptado por la comunidde eruditos religiosos y lograba compagiperíodos de meditación e introspección con uintensa vida dedicada a la agricultura. Era maesde la manipulación y el flujo de energía, sobre tode lo relacionado con los centros y los canaenergéticos del interior del cuerpo. Al regresar

presente, se dio cuenta de lo mucho que se pare

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su labor a la práctica de la acupuntura. Mientrasrevivía su existencia china, lo invadió una sensaciónde trascendencia inmediata más allá de lo físico y lomortal hacia un lugar situado en otra esfera, en ununiverso paralelo. Muchos de esos conceptos separecían a los conocimientos y la sabiduría que ibaa adquirir varios siglos después como rabinocabalístico; él mismo se percató enseguida delvínculo cuando, juntos, repasamos su existenciabudista en mi consulta. O bien ambas culturas sehabían comunicado en un momento dado en elpasado, conjeturó, o se trataba realmente de unconocimiento universal al que podía llegar, deforma independiente, todo aquel que desearaaplicar su inteligencia a la búsqueda de lo situadomás allá del mundo perceptible. Llegado este punto, Patrick ya se sentía cómodo

conmigo y me aseguraba que disfrutaba de sussesiones tanto como de la lectura de los libros deciencia ficción tiempo atrás. Sin embargo, aúnencontraba dificultades en el Miami que había fuera de

mi despacho. Aunque se dejaba influir menos por lasideas y las opiniones de los demás, en especial las desu padre, se sentía inseguro en presencia de mujeres,en general, y también le incomodaba tratar condesconocidos de ambos sexos. 

 —Ahora, en lugar de estar desesperado, estoy solo 

 —sentenció—. Me gusta irme a dormir pensandoque pienso, pero sería más feliz si a mi lado tuvieracuerpo de una mujer que hiciera compañía a eideas. —Cerró los ojos antes de proseguir—: Quien otra vida, en el futuro. 

 —Quizá —repliqué yo—. ¿Y si lo comprobamos? 

 —Me llamo Maddie —anunció Patric

Normalmente, a las mujeres no nos piden participemos en la investigación astronómica del malto nivel, pero mi expediente es mucho mejor que de mis compañeros del sexo masculino y mi trabajo el centro espacial ha sido muy bueno, así que no hpodido cerrarme la puerta: he interpuesto demanda. 

«Hay cosas que no cambian», pensé yo. machismo del futuro no parecía muy distinto del deactualidad. «Maddie» me cayó bien de inmediato. evidente que se trataba de una mujer de bandera qsabía defender sus derechos, una buena progres

para Patrick.  —¿En qué año estás? —pregunté.  —Año 2254 —respondió, sin pensarlo mucho

Mes, mayo; día, jueves; hora, diez y diecisiete denoche. 

 —¿Cuántos años tienes? 

 —Treinta y uno. La misma edad que Patrick en aquel momento. 

 —¿Desde dónde hablas? 

 —Desde el observatorio, claro. Aquí estoy, rodeadade mis ordenadores, mis telescopios, mi aparatos deescucha. Llevo desde las nueve de la mañana aquídentro. Como siempre, vamos. Estoy encantada de lavida. 

 —¿Exactamente en qué estás trabajando?Suspiró. 

 —Supongo que no pasa nada si lo cuento. Laprensa se enteró hace varias semanas y, desdeentonces, no hacen más que burlarse, lo mismo quemis amigos, que también se ríen de mí, pero leaseguro que se trata de algo sumamente serio. 

 —No lo dudo —respondí con severidad.  —Estamos estudiando el origen, la estructura y la

esporádica extinción de civilizaciones extraterrestres. Confieso que me quedé atónito. Si era una fantasía,

era muy indicada para Patrick, una continuacióndirecta de sus lecturas infantiles. Sin embargo, si setrataba de algo real (y si su vida de hacía sesenta milaños era también cierta), qué maravilloso resultabaque, en ese momento del futuro, él mismo tuviera laposibilidad de estudiar las raíces de su pasado. 

 —¿Qué origen tiene tu información? 

 A Maddie pareció agradarle la pregunta y adoptótono profesional que me sonaba de mis auniversitarios. 

 —Por decirlo sencillamente (aunque lo hacemos aquí no es en absoluto sencillo): hemutilizado datos procedentes de sondas espaciales p«escuchar» los mensajes de otros planetas de otgalaxias, y lo que descubrimos por esa vía se une ainformación recogida por las dieciséis estacioespaciales que hemos puesto en órbita por todosistema solar. Por el momento, nos hemos hecho uidea bastante clara del panorama. Parece ser que docenas de civilizaciones, de sociedades de ese tipo.mayoría está tan lejos que no podemos hacer g

cosa, simplemente establecer contactos de lo mrudimentarios: señales que intercambiamos y qconfirman la existencia de unos y otros. Sin embarcon otras civilizaciones, las más cercanas, hemtenido más éxito, ya que hay algunas que tienentecnología necesaria para conseguir... Bueno, parser que pronto tendremos alguna visita. 

 —Entonces, ¿van a venir ellos en lugar denosotros? 

 —Sí, sí, van a acudir a nosotros. No hemavanzado ni mucho menos lo suficiente en el camde los viajes espaciales; apenas hemos logrado salir

nuestro sistema solar. —Se detuvo y se le iluminó

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mirada—. ¡Pero, cuando por fin lleguen y podamosmostrarlos al mundo, ya verá cómo aumentan lasinversiones públicas! 

 —Y tú estarás ahí para verlo.  —¡Pues claro! Y la prensa, y mis amigos, que tanto

se han reído de nosotros. Tendrán que comerse suspalabras. 

Maddie no concretaba nada respecto a su familia,sus amigos o sus relaciones personales. Cuando le hicealgunas preguntas al respecto, cambió de tema paravolver a hablar de trabajo. Estaba claro que ésa era laparte de esa vida futura que inspiraba a Patrick y,como siempre hago, no obligué al paciente aadentrarse en un terreno que se mostraba reacio ainvestigar. 

Estaba a punto de pedirle más detalles de lainvestigación de Maddie cuando la conciencia dePatrick cambió de tercio y abandonó esa vida pararegresar a la actual, que, aun hipnotizado, evaluódesde una perspectiva superior. 

 —Hace tres años que me planteo matricularme en

un curso de astronomía de la Universidad de Miami, yhasta he pensado en ir de oyente si no me aceptan.Pero siempre he ido posponiéndolo. Me dabademasiada vergüenza ir a preguntar, supongo. Ahorame he decidido a hacer ese curso. Es el siguiente pasode la preparación para mi vida futura, para mi trabajo 

del futuro. —Tomó aire y después añadió, poco a poy relajadamente—: Es el destino que estaba buscand

Después de su partida escribí una anotación solos conceptos de destino y libre albedrío que importantes son en mi trabajo: «Patrick elige hacercurso de astronomía, pero, al mismo tiempo, es destino. Ambas cosas están íntimamente ligadas. correcta aplicación de nuestro libre albedrío podllevarnos por el sendero de nuestro destino. Por o

lado, las elecciones libres que sean incorrectas podrapartarnos de ese destino, retrasar nuestro progrespiritual y complicar nuestras vidas. Resulta mumás sencillo tomar la decisión adecuada si podementrever el futuro, ya sea el de esta vida o el de próximas.» 

Desde luego, ver su propio futuro sirvió pmaterializar la decisión de Patrick de matricularse un curso de astronomía, cosa que hizo en cuanto sepresentó la oportunidad. 

 Al poco tiempo, recibió la confirmación de que,efecto, estaba encaminado hacia su auténtico destiDurante el segundo semestre de estudios me llamHacía ya tiempo que habíamos finalizado la terapiano había sabido nada de él desde el día que le hadado el alta. 

 —Tengo que verle —anunció. Me temí lo peor. Mientras concertábamos la hora,

m e planteé qué podría haber sucedido. Patrick sehabía transformado y el joven de inseguridadesenfermizas había pasado a ser otro que parecía en pazconsigo mismo y sus limitaciones. Su largo silencio mehabía hecho creer que le iban bien las cosas, pero, derepente, me dije que algo habría detonado de nuevosu antiguo desasosiego. 

Me equivocaba completamente. Entró en miconsulta dando saltitos como un cachorrilloemocionado y me estrechó la mano con decisión. Siantes evitaba mi mirada, de repente la sostenía conaudacia; en aquellos ojos vi vida. 

 —¿Qué pasa? —pregunté, ya disipados todos mismiedos por él. 

Iba bien vestido, bien afeitado y con el pelo reciéncortado. Su buen humor era palpable. Llevaba unpaquetito que puso encima de mi mesa. 

 —He conocido a una chica.  —¡Estupendo! —exclamé. También me parecía, en

cierto modo, una sorpresa. Me había quedado con laidea de que le iría bien en lo académico, aunque nonecesariamente en lo social. Sin embargo, es ciertoque la existencia de seguridad en una fase de la vida

suele comportar su aparición en otras. Evidentemente, 

eso era lo que había sucedido en el interior de Patric —Cuéntame cosas de ella —pedí.  —Se llama Sara. —Se sonrió—. Es un poco rar

como yo.  —¿La has conocido en la universidad?  —Sí, puede que no sea una belleza (tampoco es

cardo borriquero, la verdad), pero sí que tiene cerebro precioso. Es preciosa. 

 —¿Le gusta la astronomía?  —Sí, claro. Si no, no haría el curso. Ti

veintisiete años, trabaja en un despacho de arquitecen el que está estancada y ha decidido cambiar vida. Qué coincidencia, ¿no? 

«O eso, o el destino», pensé. Si Patrick no hub

decidido también cambiar de vida, es casi seguro qSara y él no se habrían conocido jamás. Su felicidme llenó de alegría. 

 —Vamos a casarnos —me comunicó entonces—.invierno. Por eso he venido a verle. Quería decirle qsin su ayuda, nada de esto habría sucedido; quedarle las gracias en persona. 

 —Para eso está la terapia. Me alegro de que hfuncionado tan bien. 

Señaló el paquete que había dejado sobre escritorio. 

 —Le he traído un regalito —anunció, y lo reco

Entonces, me pidió algo con una timidez repentina

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No lo abra hasta que me haya ido. Espero que leguste. 

Una vez cumplida su misión, estaba claro que teníaganas de irse, así que no le retuve. Nos dimos la manouna vez más, conscientes de que quizá no volveríamosa vernos jamás. 

Cuando se fue, abrí el regalo. Era un libro: , de H. G. Wells. 

10 JOHN: EL LIBRE ALBEDRÍO Y EL 

DESTINO 

 Ya he hablado de libre albedrío y destino en alotro capítulo, y esos conceptos representan uno de temas centrales de . Sin embargo,trata de una lección sobre la que no puede haceexcesivo hincapié, ya que suele darse en nuestvidas. Todos los días la escucho de labios de pacientes y de colegas que realizan un trabajo simal mío. 

El destino y el libre albedrío parecen existir armonía. Existe una inteligencia, una sabiduría o uconciencia que sabe cómo van a acabar los hecholas relaciones personales; Hamlet la llama el destque «da forma a nuestros finales». Los que habitameste planeta no sabemos cómo van a acabar las cospero nuestros actos y nuestras conductas actuapueden modificar su resolución, tanto en lo que queda de vida como en nuestras existencias veniderMediante el libre albedrío. 

Del mismo modo que el alma realiza unaevaluación al final de cada vida, también parece

detenerse a hacer una previsión antes de cadanacimiento para planear la vida: «voy a trabajar lacompasión o la empatía o la no violencia», porejemplo. Ve cómo se prepara la vida, a quién vamos aconocer, quién va a ayudarnos en nuestro caminoespiritual o a quién vamos a ayudar nosotros. (Se tratade algo complejo, ya que se produce una interaccióncon otras almas que también tienen previstas suspropias lecciones.) Esa gente a la que conocemos yesas experiencias que están previstas para ayudarnos aaprender conforman el destino. 

Bien, pongamos un ejemplo. Conoce usted a unapersona maravillosa con la que, de acuerdo con laprevisión de su vida, le corresponde pasar el resto desu vida, aprendiendo sus respectivas lecciones juntos,ayudándose en su progreso hacia la inmortalidad. Sinembargo, esa persona es de una religión inadecuada,o vive demasiado lejos, o sus padres se entrometen, ousted no tiene valor para superar la influencia de sucultura, de modo que decide no casarse con ella niespiritual ni físicamente. Eso es el libre albedrío. Hapodido elegir y ha elegido que no. Esa decisión lelevará hasta un punto de su destino que podría no

haber existido si hubiera optado por lo contrario. Así  

cambiamos nuestro futuro en esta vida. Si conoce a esa persona y se casa con ella, tamb

tomará un camino elegido con el ejercicio del l

albedrío, lo que afectará al resto de su vida actual ylas futuras. Si decide separarse de ella, tomará osendero y es posible que aprenda otras leccionPuede que conozca a otra alma gemela o que tenuna experiencia distinta y acabe trabajando sobre tola empatía, pongamos como ejemplo, en lugar deno violencia. Las preguntas más importantes son qué rapidez va a aprender usted sus lecciones y cuáfelicidad, cuánta espiritualidad, cuánta tranquilidetcétera, va a tener en su vida. 

Las respuestas dependen, en gran medida, del li

albedrío. 

Es como trepar a un árbol: hay muchas rammuchas elecciones posibles. Al final llegará hastaalto, pero puede que tarde cinco vidas, o diez,treinta. ¿Cuántas harán falta para alcanzar el objetde su alma, que podría ser, por ejemplo, aprenderque es la compasión? Dependerá de sus eleccion

 Así pues, el destino (al fin y al cabo, el árbol aparecido en su camino) y el libre albedrío coexisten

No creo en los videntes que dicen cosas com«Conocerá usted a una persona estupenda en el a2008 y se casará con ella.» Puede que de ver

tengan poderes parapsicológicos y que sea cierto q

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usted vaya a encontrar pareja ese año, pero el librealbedrío será lo que determinará si pasan juntos elresto de sus vidas. Usted tomará esa decisión deacuerdo con su propia intuición, no con lo que le hayadicho el vidente. 

 Voy a contar, a continuación, un ejemplo de librealbedrío en el presente que cambiará las vidasvenideras de un hombre. Las decisiones que tomó enexistencias anteriores han tenido repercusiones en éstay, si no hubiera llegado a retrotraerse al pasado y acomprender esa regresión, no sé cuánto habríatardado en hallar el camino adecuado. 

Se llamaba John y murió en lo que pudo ser el granincendio de Londres. No estaba seguro de la fecha,sólo de que había habido un incendio, de que habíasido en la Edad Media, de que la ciudad era Londres yde que había muerto. Esos sucesos le traumatizarondurante varias vidas. 

No lo averigüé de inmediato. Como sucede con

todos mis pacientes, dedicamos las primeras sesionesa analizar sus problemas actuales y a intentar descubrirsi su origen estaba en su infancia o en otros aspectosde su vida actual. A continuación, realizamos diversasregresiones que lo llevaron a ver imágenes borrosas ynada concluyentes y una en la que recordó con nitidez 

una vida pasada, pero no el incendio. Prácticamente nada más darnos la mano

informó de que lo primero que debía saber de él que tenía dinero. Por lo general, la gente me dice edad, dónde vive, si está casada, algo de su histofamiliar o a qué se dedica; John, no. 

 —Soy rico —desembuchó, y se quedó en silencomo si ya no me hiciera falta más información. 

«Pues mire, me alegro por usted», estuve tenta

de contestar. La riqueza no me impresiona, y alardde ella me parece de mal gusto. No obstanenseguida me di cuenta de que no estfanfarroneando, ya que la afirmación no acompañada de placer ni de orgullo; era como siopulencia fuera precisamente el problema por el qhabía recurrido a mí. 

 Ya llegaríamos al fondo de la cuestión. Primquería fijarme en su aspecto y, después, tomar notaun historial convencional. 

De hecho, la apariencia de John anunciaba posición acomodada de forma casi tan manifiecomo él. Tenía poco más de sesenta años y presencia de maniquí que sólo podía proceder estiramientos faciales, camisas hechas a medfrecuentes vacaciones en el Caribe (o una buelámpara de rayos UVA), blanqueadores dentales,

entrenador personal, cortes de pelo de doscientosdólares y manicuras semanales. Me dio la impresión deque, si alguien le daba un golpecito con un martillo, se

desharía como una fachada nueva mal construida paraocultar una casa a punto de venirse abajo. No mehabría sorprendido descubrir que había sido o quetodavía era modelo profesional, aunque no eraprobable que tuviera una profesión de ese tipo. Enrealidad, resultó que no tenía ninguna. 

 Vivía en una mansión de Palm Beach con veintedormitorios, criados y un garaje para cuatro coches. Miesposa, Carole, me contó que había visto la fotografíade la suya, Lauren, no sólo en las páginas de sociedadd el , sino también en artículos sobre laalta sociedad de Florida publicados en y 

. Tenía otra casa en Barbados, un piso en Londresy un «refugio» en Nueva York. Y también dos hijos:Stacey, de diecinueve años, estaba en segundo en laUniversidad de Wellesley («estudiando, sobre todo, aos chicos», según John), y Ralph, de veinticinco,estaba terminando el posgrado de Derecho y teníaintención de presentarse a un puesto de juez delTribunal Supremo. John no confiaba demasiado en lasposibilidades del chico. 

 —Hábleme de usted —le pedí—. ¿Viven suspadres? 

 —Murieron hace ocho y diez años, respectivamente. 

 —¿Se llevaba bien con ellos?  —Supongo. Salían mucho. Me crié a golpe

niñera, pero mis padres me llevaban muchas veces

viaje con ellos. A los doce años empezaron a dejarcenar con ellos alguna vez que tenían invitados.estábamos los tres solos cenábamos juntos, clapero no sucedía muy a menudo. 

 —¿Y quiénes sol ían ser esos invitados?  —Pues sus amigos, claro. Sobre todo, los vecin

cuando iban yo también podía estar presente. Despde los postres, les gustaba jugar al bridge, pero, pentonces, yo ya estaba en la cama. Luego estaban invitados de negocios. En esas cenas mi presenquedaba terminantemente prohibida. Mi padre era

que se llama «financiero internacional», ni idea deque quiere decir. Por allí pasaban banqueros ilustde todo tipo y, de vez en cuando, algún que odictador suramericano derrocado o incluso alfigurón europeo. Una vez Margaret Thatcher se quea dormir. No sabe los jaleos que se montaban. 

 —Me lo imagino, pero quizá no fuera lo mejor pun niño. 

 —Pues la verdad es que no —contestó JohnSiempre tenía la impresión de que, a ojos de mi padyo era menos importante que sus socios. 

 —¿Y a ojos de su madre?  —Menos importante que mi padre. 

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Lo soltó como una especie de broma, pero noté eldolor que se ocultaba detrás de la ocurrencia. Sumadre había centrado su atención en su padre, no enél. 

 —¿Tiene hermanos?  —Soy hijo único. Sólo tenían tiempo para

desatender a uno.  —Hábleme de sus amigos de la infancia.  —Tenía montones de conocidos, pero ningún

amigo de verdad. Mi padre me montaba unas fiestasde cumpleaños monumentales y daba la impresión deque aparecían por allí todos los chavales de Florida,pero tardé poco en darme cuenta de que iban por lacomida, los favores y los paseos en poni, no porqueme tuvieran especial cariño. En el colegio la verdad esque no intimaba mucho con los chicos que conocía.Todos tenían niñera, como yo, y llevaban la correamuy corta, así que no había oportunidades para hacergrandes travesuras. Aún hoy me entran celos cuandooigo hablar de bandas callejeras o reformatorios. A míme parecía que aquellos chicos disfrutaban más de la

vida que yo. Me dije que sus pequeñas ironías pretendían tapargrandes heridas. Es muy doloroso ser un accesorio dea vida de los padres, pero, gracias a las anotacionesque había hecho mi secretaria al recibir la llamada cona que John había solicitado una visita, yo sabía que 

nunca había hecho psicoterapia, por mucho que descontento viniera de lejos y, por lo tanto, securiosidad por saber qué incidente concreto le haempujado a recurrir a mí. 

 —Así que llevó una infancia muy enclaustrada.  —Yo no lo habría dicho mejor. Fui como un ta

colgado de la pared, precioso y de factura perfecpero un simple adorno que llamaba cada vez menosatención a medida que iban acostumbrándose a

presencia. —Recapacitó durante unos instantesBueno, aun así, creo que, a su manera, me querían.  —¿Y qué tal le fue en la universidad? Para enton

ya debió de lograr escapar del encierro.  —Sí, me fui a la Universidad del Sur de California —¿Y cambió su vida?  —Durante los tres meses que estuve allí, sí.  —¿Le expulsaron?  —Huy, qué va, no fue tanta la tragedia. Lo dejé.  —¿Por qué?  —Porque me costaba demasiado.  —¿No le gustaba estudiar?  —No podía. No tenía sentido. Y por eso me costa

tanto agarrar un libro o un tubo de ensayo.  —¿Y sacarse un título no le parecía incent

suficiente?  —No sé, es que no me hacía falta para trabajar. 

 —¿Y a los dieciocho años ya tenía tan claro lo quequería hacer? 

 —Conscientemente no, pero inconscientemente sí. 

 —¿Y por qué no aprender sólo por placer? Por elreto intelectual.  —Yo, cuando aprendo algo, no disfruto ni me lo

tomo como un reto.  Aquella conversación empezaba a exasperarme.  —¿No le interesa nada?  —Sí, muchas cosas, pero nunca durante un mes

entero. Después de dejar la universidad, probé todauna serie de trabajos: el mundo inmobiliario, la banca,un concesionario de Porsche, la venta de materialdeportivo. De ninguno saqué nada en limpio. 

 —¿Y a sus padres cómo les sentó? 

 —No sé muy bien si llegaron a enterarse. Desdeuego, les traía sin cuidado. Es que, a los veintiuno,pude hincarle el diente al fondo fiduciario que mecorrespondía: un milloncete al año, que me bastabapara ir tirando. Alquilé una casa en Malibú y medediqué a la única afición duradera que ha habido enmi vida, a la obsesión que me ha perseguido desde losquince años. 

 —Es decir...  —Las chicas. Las mujeres. La forma femenina, la

carne femenina. —Se sonrió—. Como le decía, una

obsesión desde los quince años. 

 —O sea, que ha tenido aventuras, romances...  —Si yo le contara. Y rollos de una noche

escarceos fugaces. Llámelos como quiera. Nunca pagado a cambio de sexo, al menos en el sentido dar dinero a prostitutas, pero la verdad es que chicas me han salido muy caras. Las he sacado a cea los mejores sitios, a las más estupendas les comprado alguna que otra chuchería y, como mínimlas he llevado a casa en limusina. 

 —¿Cuántas ha habido?  —Cientos.  —¿Y cuánto han durado las historias serias?  —Lo que suele durar mi capacidad

concentración: menos de un mes. 

 —Pero ¿y su mujer?  —Lauren. Bueno, claro, Lauren fue una de estupendas; si no, no me habría casado con ella. 

 —¿Y cuánto tiempo hace de eso?  —Veintiséis años.  —Yo diría que ha sobrepasado ligeramente

capacidad de concentración.  —Pues no, la verdad. Hace mucho que

casamos, pero ambos perdimos interés muy deprLo nuestro es más bien un acuerdo comercial. 

Me sobresalté.  —¿Para seducir a...?  —¡Jamás! ¿Por quién me toma? No, Lauren y

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somos socios en otra cosa: en la profesión de ricos.Con los recursos económicos de los dos podemoscomprar lo que queramos. Cualquier cosa. 

 —Póngame un ejemplo.  —Pues, no sé... Madagascar.  —¿Han comprado Madagascar?Se echó a reír. 

 —No, hombre, no. En realidad, dedicamos eldinero a buenas causas. Mis padres invirtieron en una

fundación benéfica que ha instaurado programas detutoría doméstica para chavales de cuatro y cinco añosde familias con problemas de zonas urbanasdeprimidas, ha fundado clínicas especializadas en elsida, de momento en diecisiete lugares distintos... Esetipo de cosas. Y Lauren y yo contribuimos muygenerosamente, pero, claro, para nosotros sonmigajas. 

 —¿Y no participan activamente en la gestión? Otra risotada, esta vez con un trasfondo de

amargura.  —Yo no podría gestionar ni un puesto de refrescos.  —Bueno, pero, al menos, harán algo para la

fundación, buscarán nuevos proyectos. Se encogió de hombros. 

 —Es mucho trabajo. Mucho lío.  —¿Y Lauren es de la misma opinión? 

 —Ella tiene su propia empresa de comunicación,la que trabaja todo el día. Desde luego, no le hfalta el dinero que gana. 

Decidí provocarle. Su displicente rechazo cualquier ambición, cualquier meta, me paresíntoma de un alma inquieta. 

 —Y, mientras, usted se queda en casita haciendoque le viene en gana. De vez en cuando entra engimnasio; pero, si se cansa mucho, se echa siestecita. 

Me miró, herido.  —Lleva razón en todo, menos en una cosa: lo dsiestecita. 

 —O sea, que le sobra y le basta con las diez hode sueño de cada noche. 

La capa de protección se resquebrajó. Su cuerpohundió y en sus ojos se vislumbró la angustia. 

 —Pues no. Últimamente no consigo dormir. estoy solo, jamás. Y no hay pastilla en el mundo qsea lo bastante potente como para hacerme cerrar ojos más de una o dos horas. 

 —Pero si lleva una vida fantástica. Tiene muchísdinero. Es guapo. Liga con todas las mujeres qquiere. Su mujer no se entromete en su camino. casa es un palacio. Sí, puede que sus padres desentendieran de usted, pero no le faltó de nadaademás, me dice que, en el fondo, le querían. ¿Qué

esa fuerza tan potente que le impide dormir? Hizo un esfuerzo para mantener la calma en la voz,

pero no lo consiguió. 

 —El terror, doctor Weiss. Un terror abyecto einfatigable. Noté que se me ponía la carne de gallina. 

 —Pero ¿a qué tiene miedo?  —A la muerte. Corro y corro y corro para huir del

miedo, pero siempre me alcanza. Las mujeres, bueno,no son más que una distracción, como todos lostrabajos que he hecho en la vida. Nada ha disipado elmiedo. Me cuesta salir a la calle, me ha costado venirhasta aquí, porque estoy seguro de que voy a tener unaccidente. Me niego a conducir. No sé. Nuestra casa

tiene más sistemas de alarma que la de un capomafioso. Apenas viajamos; los aviones significan unamuerte segura. Si se oye de repente un estruendo, memeto debajo de la mesa. Soy como un veterano delVietnam con trastorno por estrés postraumático, sóloque nunca he estado en una guerra. Pensar que yopodría agarrar un arma es una idea ridícula. ¡Joder!, sihasta me da miedo trinchar el pavo. La semana pasadaoí el petardeo de un tubo de escape que me sonócomo un disparo y me desmayé. Me desplomé, sinmás. Me di cuenta de que la cosa se me escapaba deas manos y decidí hacer algo, por eso le he llamado. 

Se recostó en el sillón, pálido y tembloroso. A 

veces, me resulta difícil descubrir si las causas de síntomas de un paciente se hallan en su vida preseo en algún hecho de una vida anterior. En este cadado el historial de John en su existencia actual, parecía que cupiera duda: sólo algo acontecido en uvida pasada o en una serie de vidas pasadas poexplicar su trauma. Lo comenté con él. 

 —Por mí, adelante —se animó—. No puede hanada peor que lo que ya estoy sufriendo. 

Con los primeros intentos no sacamos nada limpio. Era como si John se resistiera a investigarpasado, pero, con el tiempo, acabó llegando a

período relevante. Le sirvió de acicate.  —Estoy muchos siglos atrás —comenzó, con ojos cerrados y el cuerpo en tensión—. Soy un gguerrero, un rey guerrero. El ejército que diri jo acampado a las afueras de una ciudad fortificada cumurallas resultan infranqueables, ya que muchosmis hombres han contraído disentería y son pocos que están en condiciones de preparar un ataque. Aasí, si no tomamos la ciudad, nuestra debilidad se hpatente y nos matarán como a conejos en el campobatalla. He solicitado una reunión con el gobernade la ciudad, pero, antes de que tenga lugar, he hecque mis hombres monten las tiendas y se pongan

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armadura para ocultar lo grave de nuestra situación.Le cuento que lo que ve ante él, cuando nos miradesde las almenas, es sólo una pequeña parte denuestro ejército. A menos de cinco millas hay uncontingente formado por tres mil hombres queesperan una señal mía para atacar. Hace meses que noven a una mujer; la violación de las esposas y las hijasde su población será únicamente una de lasconsecuencias que puede tener por seguro si cae su

ciudad. Los hombres serán asesinados y los reciénnacidos, arrojados al fuego. »Mis hombres han cometido atrocidades como

éstas en otras batallas y todo ello ha llegado a oídosdel gobernador, así que cree mis palabras. “¿Quéquiere que haga?”, me pregunta. Que se entregue sinoponer resistencia. Que nos deje ocupar su ciudadúnicamente durante el tiempo que necesitemos paradescansar y atender a los caballos. Después nosiremos, hay batallas más importantes que ganar enotros lugares. 

»Accede a mis peticiones y abre las puertas de laciudad. Mis hombres atacan de inmediato. Matan atodos los hombres sanos; violan a las mujeres y yo meencargo de la hija del gobernador, ya que tambiénhace mucho tiempo que no disfruto de una mujer.Cuando terminamos, incendiamos la ciudad y 

bloqueamos las puertas desde fuera para que napueda salir. El fuego se extiende a los bosqcercanos, pero mis hombres no sufren ningún daTodos los que han quedado dentro de la ciudmueren abrasados. Mi nombre se convierte sinónimo de crueldad y destrucción. Me temen en tola región. Grandes soberanos me ofrecen incalculabriquezas para evitar mis ataques. Puedo comprar tolo que quiera, puedo tener todo lo que quiera. 

Le hice volver al presente. 

 —¿Madagascar incluido? —le pregunté cuandorepasar la regresión, me habló de la sensación riqueza y poder. 

Se percató del vínculo entre la vida pasada yactual, pero mi pulla no le hizo gracia. El alcance decrueldad lo había dejado estupefacto, se haquedado horrorizado al comprobar que, en otra viaunque fuera otra persona, había sido capaz de vioy asesinar. 

 —Sospecho que ya ha pagado por ello —intervine —¿En otra vida? 

 —Exacto. En la que acaba de recordar sindemne. Debía de tener miedo de que alguien vengara de usted —asintió—, pero no fue así. El mieque sentía al mirar por encima del hombro no comparable al terror que experimenta hoy. 

Tomó aire y lo soltó con un suspiro. 

 —Vamos a hacer otra regresión. 

En esta ocasión, John volvió a la época del granincendio de Londres. Era un acaudalado mercader queno había prestado atención ni a su mujer ni a sus hijosy había preferido distraerse con innumerables amoríos.Su esposa lo había abandonado, ya que preferíaquedarse sin un penique antes que permanecer a suado, y se había llevado con ella a los niños. Su hijaAlice, de seis años, había ido a verle para suplicarleque le diera dinero cuando estalló el incendio. John sehabía dormido en la cama, borracho como una cuba, ya niña, desesperada, no había logrado despertarle tras

oler las llamas. Tampoco habría servido de nada queo hubiera conseguido, pues el fuego resultódevastador y devoró las casas de madera de Londrescon todo su contenido, vivo o inerte, dentro. Losadoquines se recalentaron tanto que la huida resultabaalgo imposible. 

 —Lo primero que noté fue que no podía respirar —aseguró John, que jadeaba sólo de recordarlo—. Elhumo era tan denso que no se veía nada. Oí los gritosde Alice cuando empezó a arderle el pelo, peroenseguida se calló; me imaginé que había muerto,gracias a Dios. A mí también me llegó la muerte, perono se apresuró. Fue como si las llamas treparan por mi 

cuerpo, en lugar de quemarme todo de golpe. Primfueron las piernas, luego el torso y, mucho despuéscabeza, como si me crucificaran por pecados comoembriaguez y el adulterio, pecados malos, reconozco, pero que no me parecía que merecieuna sentencia de muerte tan cruel. 

En su evaluación vital, John se dio cuenta de qhabía cometido pecados que le hacían merecedor peor de los castigos, pero en una vida preComprendió, también, por qué era tan intenso miedo; no podía haber nada peor que la agonía qhabía sufrido en Londres y pensar que pudiera volvesuceder le resultaba insoportable. En lugar traumatizarle aún más, las visiones de su crueldad y

su subsiguiente castigo, pasto de las llamencendieron en él impulsos de compasión y caridSe interesó mucho más en la fundación de sus pady, por fin, empezó a dedicar su enorme fortunaproyectos que él mismo supervisaba; no sorprendió que uno de ellos fuera la financiación decuerpo auxiliar de bomberos. Dejó de alternar mujeres, intentó mejorar la relación que mantenía Lauren (una labor aún inacabada, que prosigue enmomento de escribir estas líneas) e hizo cursillos economía y gestión con la esperanza de, algún d

tomar las riendas de la fundación. Ya no le costaconciliar el sueño y, con el descanso, apareció u

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energía que a él le sorprendió más que a mí: lacompasión es vigorizante. 

Seguí viéndole durante muchos meses, no pararetrotraerle, sino para tratar una depresión que noograba quitarse de encima. Me contó que, por muchoque se dedicara a hacer el bien, nada era suficiente.Logré convencerle de que iba por buen camino y deque ya habría otras vidas en las que podría poner enpráctica, de forma más completa, lo que había

aprendido. Hacia el final de las sesiones terapéuticas, Johnaccedió a que le hiciera una progresión al futuroinmediato y remoto. Como se había beneficiado tantode las regresiones, le agradó la idea de repetir elproceso a la inversa. Se había convertido en un sujetoideal para la hipnosis y había revivido con intensidadescenas de existencias anteriores. Quizá fuera posiblerepetir la experiencia con el futuro. 

El día previsto, antes de su llegada, reflexioné sobreel poder del destino y el libre albedrío. En el pasadoremoto, el destino había hecho de John un líder; suinflujo sobre aliados y enemigos había sido enorme.Sin embargo, él había decidido utilizar su poder y susriquezas para el engrandecimiento personal, parasubyugar a los demás, para beneficio de unos pocos yno de la mayoría. Esa decisión le había costado cara en 

vidas subsiguientes, tanto en Londres como enMiami del siglo xxi. Si hubiera tomado otro caminohubiera aprovechado su posición para beneficiar acomunidad, si hubiera demostrado amor y compashabría tenido existencias distintas y no se habría vobligado a acudir a mi consulta, infeliz y atemoriza

 A veces, el libre albedrío nos lleva al mal y no al bal egoísmo y no a la generosidad, a la estrechez miras y no a la compasión, al odio y no al amDebemos ser conscientes de que el libre albedrío

peligroso si se emplea incorrectamente. 

Teniendo en cuenta la capacidad de John palcanzar un estado hipnótico profundo, me imagque el relato de sus viajes al futuro sería preciso ybasaría en experiencias reales, y no en fantasías, nilos deseos que todos albergamos sobre nueporvenir. Tenía la habilidad de dejar de lado la mecognitiva, el intelecto, para percibir el futuro de fordirecta, sin distorsión. 

En cuanto volvió a alcanzar un nivel de traprofundo, John avanzó en el tiempo manteniendo todo momento una conciencia extracorpoEnseguida le abordaron dos sabios seres espirituaque lo llevaron hasta una bifurcación del camino halas vidas futuras. Escuchó «telepáticamente» có

esos sabios le decían que una de las vías divergentes,a de la izquierda, era la que habría tomado si nohubiera optado por la compasión, la caridad y la

generosidad en su vida actual; la de la derecha era laruta que iba a tomar tras haber dado ese paso. Le pedí que se adentrara en el camino de la

izquierda para que comprobara qué destino habíaevitado gracias a los actos que estaba realizando enesta vida. 

 —Estoy en una pasarela —relató—, rodeado deniebla, pero, cuando llego al otro lado, veo conclaridad. Soy una mujer, me llamo Diana, soyestadounidense. Tal vez hayan pasado cien odoscientos años desde este momento, no más, y

vengo de un laboratorio, me llevo a mi hijita reciénnacida a casa. Estoy casada, pero no soy feliz. Mimarido es piloto de aerodeslizador y hace ya muchotiempo que ha dejado de quererme y que busca lasatisfacción sexual en otras mujeres. O sea, que laniña no es suya; no he estado embarazada. Mi hija esconsecuencia de un proceso de clonación muyavanzado. Es, literalmente, una copia de mí misma,aunque espero que su vida resulte más feliz que lamía. La clonación es un gran invento, porque lafertilidad humana y las tasas de nacimientos handisminuido drásticamente debido a las toxinasquímicas de los alimentos, del agua y del aire. Casi 

todo el mundo prefiere acudir a un laboratorio y me alegro de haberlo hecho. Al menos, no es hija mi marido. 

»La verdad es que no he viajado mucho, pero éHa estado por todo el mundo con su aerodeslizadque supera la velocidad del sonido. Cuando aún hablaba, me contó que las granjas y los bosqhabían desaparecido, que los «accidentecnológicos» habían hecho inhabitables mucregiones y que la gente se hacinaba en enormciudades-estado que, muchas veces, estaban en gueunas con otras, lo cual contamina aún más el planeta

La vida que describía Diana no difería demasiadola actual. La gente seguía sufriendo los mism

problemas y las mismas complicaciones. La ciencia ytecnología habían avanzado, tanto para mal como pbien, pero las ambiciones y los prejuicios humanos habían variado. El mundo era un lugar más peligroLos alimentos sintéticos habían contribuido a aplacahambre, pero la contaminación amenazaba provisiones de pescado y agua. La hice avanzar en misma vida y, de repente, se echó a llorar. 

 —Yo creía que mi hija iba a traerme la felicidpero ha resultado ser tan fría y tan cruel como marido. He vivido más de cien años, pero cada día

sido una carga, veinticuatro horas de tristeza. muerte ha llegado y ha sido un alivio. Al morir,

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estado tan sola como durante toda mi vida. Le pedí a John que regresara a la bifurcación del

camino. Sin salir de un estado profundo, comprendióde inmediato que había visto cómo se sentía su esposaen el Londres medieval cuando él, el comercianteadinerado, la había dejado abandonada; eraexactamente lo que había vivido en carne propia alconvertirse en Diana y experimentar el rechazo de suesposo. 

John sabía, sin embargo, que Diana era una figurade una vida que él no llegaría a vivir. Había elegido elsendero de la derecha y por él le hice avanzar llegadoaquel punto. 

 —Soy rector de una prestigiosa universidad situadaen lo que fue Estados Unidos antes de quedesaparecieran todas las fronteras transnacionales. Soysumamente rico, pero vivo humildemente con miesposa y mis tres hijos en una casa del recintouniversitario. Dedico mi dinero a ofrecer becas, aatraer a los jóvenes más prometedores del mundo de

as letras y las ciencias a nuestras aulas. Disfrutomucho trabajando con ellos; rebosan ideas frescas einnovadoras. Todos juntos, ellos y yo, con losexcelentes profesores que les enseñan, buscamosformas de crear unidad entre los pueblos de la Tierra,haciendo hincapié en las similitudes y no en las 

diferencias. Soy un hombre de gran fama, pero eso significa nada en comparación con la felicidad que proporciona la vida. 

La visita de John a ese futuro fue corta; yadisfrutaría de pleno cuando llegara el momento. indiqué que avanzara más, que dejara atrás esos caminos y se metiera en un futuro más lejano. sonrió feliz, aún profundamente hipnotizado. 

 —¿Adónde quiere que vaya? —preguntó—. Putransportarme adonde quiera. La gente ya no nececuerpos, aunque pueden tenerlos si lo desean: son umaravilla para hacer deporte, por ejemplo, y, deluego, para el sexo. Pero podemos ir adonde plazca y ser quien queramos mediante la visualizacy el pensamiento. Nos comunicamos a través deconciencia y también gracias a las auras lumínicas. 

Su fruición también me hacía disfrutar a mí.  —Por la forma en que lo describe, debe de estar

un futuro muy, muy lejano, dentro de muchos mde años. 

 —No, no tan lejano como usted cree, aunque no

decirle el año. La Tierra es exuberante, está todo mverde —aseguró, con lo que también refrendó mucde las historias que estaba escuchando de labios otros pacientes—. No veo a mucha gente, pero dde ser porque casi nadie quiere tener cuerpo; felices siendo sólo conciencia y luz. El mundo es

ugar de una paz sobrenatural donde no hay ni rastrode guerra, violencia, dolor o sufrimiento. He podidorecorrer el planeta en busca de emociones negativas yno existe ninguna. No hay indicios de ira, de odio nide miedo. Sólo paz. 

Podía haber pasado horas en ese futuro que estabaexperimentando en mi oficina, pero, según mi reloj,estábamos a media mañana de un día de principios delsiglo xxi y había otro paciente en la salita de espera,así que tuve que hacerle volver. En la siguiente sesiónme dijo que no quería regresar a ese futuro distante. 

 —Era demasiado bonito —aseguró—. Tengo quevivir en el presente y, de momento, ya me parece lobastante bonito. 

John sabía que había aprendido importantesecciones al viajar a sus distintas vidas y que aúnquedaba mucho que aprender. Se dio cuenta de queas decisiones que había tomado recientemente iban aafectar de manera profunda a sus futuros, perotambién de que, en ellos, tendría que volver a tomarotras determinaciones igual de decisivas para alcanzara gloria que había vislumbrado en su visita alporvenir. 

 —Pero sólo con las decisiones que yo tome no sedará ese futuro —concluyó—. Las elecciones colectivasde todos los seres humanos son las que nos permitiránlegar hasta allí. 

Es posible. Y también puede que ese tiempo al qviajó John no esté «tan lejano como usted cree». 

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11 LA CONTEMPLACIÓN Y LA MEDITACIÓN 

«Día a día hago de mí lo que soy.» La cita es deRobert Thurman, el eminente estudioso del budismo

de la Universidad de Columbia (Nueva York), y a míme parece una idea apasionante. Me fascina elconcepto de progreso y flujo que implica. 

Somos seres nuevos todos los días. Nuestrospensamientos, nuestras intenciones y nuestrasacciones, nuestra conciencia y nuestras percepcionesevolucionan constantemente y, con cada variación,emerge un nuevo ser. No somos la misma personaque hace cinco años, ni siquiera hace cinco minutos. Ytampoco son los mismos nuestros familiares, nuestrosamigos o nuestros conocidos. Como resultado de ello,

a menudo reaccionamos como si estuviéramos anteesa persona que conocíamos (y ellos ante la versión denosotros a la que estaban acostumbrados), de modoque, por ejemplo, el matón del colegio siguepareciéndonos un matón cuando volvemos a verle,aunque es posible que haya encontrado la paz 

espiritual y se trate del hombre más afable del mund Así pues, hay que ser consciente de que

evolución no sirve de mucho si no la tenempresente. ¿Cómo podemos madurar si no vemos cóva avanzando el proceso? ¿Cómo podemos aprende la vida si no nos detenemos a experimentar¿Cómo podemos incorporar todo lo que nos sucedido física y psicológicamente si no damos cuerpo y a la mente tiempo para digerirlo? ¿Cópodemos cambiar a medida que cambian nuestamigos y nuestras familias? 

La apreciación de nosotros mismos y de los dempasa por la contemplación y la meditación relajadel espíritu, y el momento de empezar es el presenSe diferencian en una cosa, aunque son parientes mcercanos. La contemplación supone concentrarse ensujeto o un objeto concretos; por ejemplo, en concepto de bondad afectuosa, o en la belleza de umariposa. La meditación requiere mantener la mecompletamente en blanco, en un estado de conciencon libertad para aceptar cualquier sentimiento, id

imagen o visión que la penetre y dejar que asociación fluya hasta todos los aspectos del objetel pensamiento en cuestión, para comprender forma, su color, su esencia. Es el arte de observar pensar, sin hacer comentarios mentales. Para la meoccidental, resulta mucho más fácil practicar

contemplación; estamos acostumbrados a centrar elpensamiento en un sujeto concreto, a darle vueltas yanalizarlo. La meditación es un concepto más oriental,cuesta dominarla y exige mucha práctica. Se tardanmeses o incluso años en llegar a meditar de formaintegral, y es posible que una persona no logredominar la técnica en esta vida. Sin embargo, eso noquiere decir que no deba usted empezar en estemomento. (Recuerde: en esta existencia, como entodas las demás, está usted progresandoconscientemente hacia la inmortalidad.) Por sí solo, elintento aporta una serie de profundas recompensas, ypronto se dará cuenta de que espera con emoción elmomento de soledad que requiere toda meditación. 

Es aconsejable comenzar por la contemplación. Elser en el que debe concentrarse es usted mismo. Paradescubrir quién es usted en este momento, piense ensí mismo en este mismo instante, que entren en suconciencia todas las ideas que tenga sobre sí, seanbuenas o malas. ¿Qué imágenes y sentimientosnegativos o inflexibles descartaría porque ya no tienenvalidez, ya no son acertados? ¿Qué impresiones ysensaciones positivos y autocurativos añadiría acontinuación? ¿Qué experiencias vitales le hanafectado más profundamente? Cuando tenga otra vida, 

¿qué le gustaría cambiar en comparación con ésta? se trata de «gustarse», ni tampoco de someterse

ningún tipo de juicio. Lo que busca es ver qué haysu interior, bajo el camuflaje de la persona qmuestra ante el mundo. 

Reflexione sobre las personas que son importanen su vida. ¿Están anticuadas las concepciones tiene de ellas? ¿Le ha enseñado su experienpersonal a verlas de otra manera? ¿Cómo han cambiando a medida que cambiaba usted? ¿Cómollevarán esos cambios a modificar la relación qmantiene con ellas para que sea más positiva, pque haya en ella más amor y más comprensió¿Cómo van a facilitar esas personas más cambios? 

Todos nos estamos realizando, nos queda campor recorrer y estamos en distintos puntos de nuessendero espiritual, avanzando a distintas velocidadpero deberíamos detenernos a diario para hacer quemente creativa participe en los conceptos principaque pueden afectarnos como seres humanos qdesean elevarse hacia el alma única. 

 Amor. Dicha. Paz. Dios. 

La contemplación y la meditación no son sencil

ya que, cuanto más penetremos en nosotros mismmás intensamente sentiremos la comprensión,

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profundizar implica abrirse paso por toda una serie decapas de defensas. Nos sentimos tan obligados apensar y a analizar que los intentos de limpiar o vaciara mente se dan de bruces con nuestra educación. Elanálisis es contrario a la contemplación y lameditación, por lo que debemos despojarnos de él alempezar a explorar. No basta con decirnos: «Voy adepurar la mente de todo menos del concepto debondad afectuosa» o, yendo aún más allá, «voy a

depurar la mente de todo pensamiento; no soyconsciente de nada y soy consciente de todo a untiempo», ya que, en ambos casos, descubriremos queel mundo exterior nos distrae. Puede que logremospensar en la bondad afectuosa durante un rato, peroseguro que enseguida recordaremos un momento enel que no fuimos buenos, o en el que alguien no fuebueno con nosotros y, a partir de ahí, puedeasaltarnos un pensamiento como: «¡Dios mío! Hoy esel cumpleaños de mi madre y no me he acordado delamarla», o cualquier otra idea que nos haga volver aos asuntos del día a día. Y si intentamos poner lamente completamente en blanco es casi seguro queacabaremos llenándola de distracciones mundanas (unpicor en la nariz, o una mosca que se haya metido ena habitación, o el recuerdo de que dentro de mediahora empieza el episodio de ). 

En este capítulo voy a tratar, sobre todo, meditación, pero gran parte de lo expuesto pueaplicarse a ambas disciplinas. 

La meditación acalla la cháchara que suele llenarmente, y el silencio resultante nos permite observar

 juzgar, lograr un mayor distanciamiento y, contiempo, alcanzar un estado de conciencia superior. 

Un sencillo ejercicio puede demostrar lo difícil qes mantener la mente despejada de pensamient

sentimientos, listas de obligaciones, incomodidafísicas, preocupaciones diarias o problemas doméstio laborales. 

Tras leer este párrafo, cierre los ojos durante undos minutos. (Le sugiero que se siente en su sipreferido o sobre un cojín cómodo o en la camPóngase todo lo cómodo que pueda.) A continuacirespire hondo unas cuantas veces y al espirar exputodas las preocupaciones y tensiones que lleva consen el cuerpo. Intente relajar la mente y no pensar nada, ni siquiera en atardeceres preciosos ni en ma

apacibles. El objetivo es serenar la parte izquierda cerebro, la encargada de pensar y analizar. ¿Está lisEmpiece ya. 

Seguramente, ha disfrutado de varios momentos relajación y placer, pero, luego, puede que hempezado a imaginarse lo ridículo que queda, senta

con un libro abierto entre las manos y los ojoscerrados. Después está ese informe del trabajo: ¿logrará entregarlo a tiempo? ¿O se ha olvidado de

comprar jerez para hacer la pierna de cordero que va aservirles a sus invitados esta noche? Da la impresiónde que los desvelos del mundo actual se inmiscuyenconstantemente en nuestra vida diaria, y en unentorno de aspecto artificial (una habitación con pocauz, en silencio, en soledad) es como si nosaporrearan. Bajo ese aluvión de tensiones, parece queel cuerpo físico esté más despierto, más alerta (lalamada «reacción de lucha o huida»), lo quedesencadena toda una serie de reflejos psicológicos.Podemos sentir hasta miedo al creer que el silencio

supone, en cierto modo, una amenaza. (Casi todosencendemos la radio o la televisión nada más llegar acasa, precisamente para evitar que nos asalten ideas orecuerdos.) ¿Cuánto tiempo lleva sentado sinmoverse? ¿Cinco minutos? Parece un buen principio,se dice, aunque sabe que no es cierto. Quizá mañanaconsiga darse uno o dos minutos más, como si lameditación fuera algo que hubiera que soportar. 

Quizá, se dice al día siguiente, en lugar de meditarva a contemplar. No empezará por sí mismo (seríademasiado arriesgado), sino que, como recomienda eldoctor Weiss, se concentrará en la bondad afectuosa.Ha leído que la contemplación capta la atención de la 

mente y le permitirá comprender más a fondobondad en la sesión de hoy, pues ése es su objetivocon el tiempo, le llevará a centrarse en usted mismen la vida que lo rodea. Y comprender nos lleva alibertad, a la alegría, a la realización personal,mantener mejores relaciones: a la felicidad. 

Contemplar un pensamiento o un concepto concentrarse en su significado y, como ya se señalado, resulta más sencillo que vaciar la menteobservar, que es la esencia de la meditación. concentrarse, surgirán distintos niveles de significa

 Además, las asociaciones mentales con el objetoconcepto de contemplación le harán avanzar nuevos caminos de revelación y comprensión. No p

nada por pensar durante la contemplación, mientno se pierda la concentración. Muy bien: la bondad afectuosa. ¿Qué imáge

evoca ese término? Quizás a una persona (¿a madre?, ¿a su abuela?) o alguna acción que reaespontáneamente, o alguna otra de la que fue receptor. O quizás una sensación, un calor que inunsu cuerpo y que hace brotar una lágrima de alegUna vez haya ubicado esa imagen o ese sentimiencomprenderá la definición más general del término. bondad afectuosa es un acto espiritual, y concentra

en lo espiritual puede ser sumamente gratificante. 

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odo su sistema de valores cambiará a me or si sefundamenta sobre la bondad afectuosa. Observará queos miedos y las ansiedades se reducen o inclusodesaparecen. Su proceso mental le llevará, creo yo, apasar de una definición simple a comprender conmayor claridad su propia naturaleza espiritual. (¡Y esque en realidad a quien está contemplando es a símismo!) Con el tiempo, gracias a la conciencia de quées esa esencia espiritual, se hará manifiesta unasensación de paz interior, de paciencia, de equilibrio y

armonía en su vida diaria. Los beneficios físicos también se acumulan. Con ladisminución del miedo y la ansiedad y la llegada de latranquilidad interior, el cuerpo se fortalece. El sistemainmunológico se revitaliza. He sido testigo de cómoremitían enfermedades crónicas en los cuerpos depacientes cuyas mentes habían encontrado la calma.Hay quien ha observado cambios de energía cuando sealcanza la comprensión y se dan nuevas percepciones.Cuerpo y mente están conectados de una forma taníntima que, al sanar uno, sana el otro. 

En ocasiones, al concentrarse en un concepto,puede que descubra algo que difiera de lo que lehayan enseñado su educación o la historia. No es deextrañar, ya que a todos nos han inculcado los 

sistemas de creencias y las escalas de valoresnuestras familias, nuestros profesores, nuesculturas y nuestras religiones. Ver ahora las cosas otra forma no le perjudicará. Tener una actreceptiva es esencial. Si puede adaptarse mentalmea distintas ideas y a nuevas posibilidades, el procde aprendizaje podrá proseguir. 

Tal vez lo que le inculcaron de bebé o de niño sea lo que está experimentando ahora. ¿Cómo posaberlo si su mente no está activa y conscien

¿Cómo podrá despertar a una realidad más profundmás valiosa si no permite que la mente funcione tapujos, sin emitir juicios hasta que usted mismo hacomprobado todas y cada una de las opciones? Inteno descartar o rechazar ideas ni pasar por alto lo qexperimente sólo porque sea distinto de lo que hayan hecho creer que es la verdad absoluta. posible que lo extraño sea cierto, que lo conocresulte falso. 

Cuando se dedique a la contemplación, tómese tiempo. Por definición, se trata de un proceso q

implica una concentración mental reposada; su medebe reflexionar sobre cada respuesta que dé, y quiañadir otra reflexión y otra respuesta a la primeraluego otra, y otra. Puede que empiecen a aparecer su conciencia recuerdos como estrellas en el cielo anochecer. Es posible que experimente de mane

repentina nuevas percepciones clarificadoras con losefectos curativos que comportan. 

 Yo recomiendo contemplar las cosas de una enuna, para asegurarse de que la experiencia tiene laprofundidad y la duración necesarias. Incluso en esecaso es poco probable que una única sesión le permitalegar hasta el núcleo del objeto o el concepto quehaya decidido contemplar. Puede y debe regresar a élhasta dominarlo, hasta comprenderlo a fondo, hastaser consciente de los cambios que haya producido ensu interior. Entonces se quedará atónito y encantadoante la belleza y la fuerza de sus nuevas percepciones,iberadas por los efectos curativos de su comprensión. 

Cuando crea que ha llegado hasta el núcleo, no

detenga la contemplación. Empiece otra sobre elmismo concepto al día siguiente. Cierre los ojos yhaga varias respiraciones relajantes. Imagínese quepuede espirar todas las tensiones y las preocupacionesde su cuerpo e inspirar energía pura y curativa. Relajeos músculos y deje que el núcleo del concepto o elobjeto reaparezca en su conciencia. Duranteaproximadamente diez minutos, considere todos losniveles de significado que tenga para usted; la bondadafectuosa es un concepto espiritual profundo, perotambién existe profundidad en la belleza de unamariposa. ¿Qué repercusiones tiene eso? ¿Cómovariará su vida con nuevas percepciones? ¿Y sus 

relaciones personales? ¿Y sus valores moralTómese su tiempo. No hay prisa y no tiene q

aprobar ningún examen al final. Recréese en revelaciones y las instrucciones. Repítase que varecordar todo lo que está experimentando. 

Si se distrae y pierde la concentración, no se hareproches. Es normal que los pensamientos dispersen; basta con regresar tranquilamente al teque le ocupa. Cuando haya practicado un poco se dcuenta de que, aunque se distraiga, seguirá vinculaal pensamiento original; es lo que, en psiquiatdenominamos «asociación libre». Cuanto mpractique, más fácil le resultará mantener concentración y más profunda e intensa será

comprensión. Así pues, deje que las frustraciones alejen flotando, pero no se obligue a sentarsecontemplar si el mundo exterior está demasipresente en su cabeza. Vuelva a intentarlo al siguiente. El placer es un componente vital de contemplación y la meditación. La meta es liberano encadenarse al proceso. 

Cuando haya terminado, haya abierto los ojos y mente haya regresado a la conciencia del día a dquizá desee tomar nota de la experiencia en un diao grabarla en una cinta. Es una forma de hacer q

cuajen las ideas y de preparar la memoria para nuev

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percepciones en el futuro.  A mucha gente le resulta fascinante regresar al

concepto pasadas unas semanas o incluso mesesdesde que lo «dominó» y comparar ese viaje con elanterior. En ese aspecto no existen reglas. Confíe ensu sabiduría intuitiva. Como aseguró el místicocristiano Teihard de Chardin: «No es usted un serhumano que vive una experiencia espiritual, sino unser espiritual que vive una experiencia humana.» Todotiene su sentido y, cuando lo encuentre, descubrirá la

pureza de espíritu. 

Si bien la contemplación es muy gratificante, lameditación sigue siendo el sistema más indicado paraprofundizar en el terreno espiritual tanto como seahumanamente posible, ya que, en este caso, no nosceñimos a un único concepto ni nos limita laconcentración. Al contrario, se trata de decirles a lamente, al cuerpo y al alma: «Sois libres de ir adondequeráis en vuestra búsqueda de la progresión

espiritual. Nos os coartan ni el tiempo ni el lugar,podéis viajar al pasado o al futuro, a tierras conocidaso desconocidas, a lugares tan pequeños como elcorazón humano o tan vastos como el universo.» 

Créame cuando le digo que no existe viaje másestimulante. 

He escrito un libro dedicado de forma íntegra ameditación* y, sin embargo, no he alcanzado mucho menos la sabiduría y la paz espiritual qdescriben los yoguis y los monjes de Asia que hconsagrado toda la vida a ella. Para usted y para míobjetivo no es alcanzar la «perfección» meditatsino obtener el máximo provecho posible, utilizar epráctica como uno de los muchos instrumentos nuestra evolución, que nos señalan el camino de

espiritualidad y nos ayudan terapéuticamente.  Antes de conocer a Catherine, mi preparacmédica había seguido las vías ortodoxas, y formación psiquiátrica era tradicional y se ceñía a normas establecidas, pero, tras mi experiencia ella, empecé a explorar terapias alternativas: durante esta búsqueda cuando descubrí el valor demeditación. 

 Al igual que la hipnosis, que utilizo coinstrumento para inducir las regresiones de pacientes a vidas anteriores, la meditación desarrolla

capacidad de abrir la mente a las influencias mprofundas y ocultas de nuestros cuerpos y mentvengan de vidas pasadas, futuras o presentParadójicamente, al no pensar en «nada» (es decirvaciar la mente) somos libres para recordar. memoria de las vidas pasadas, presentes y futuras n

ayuda a dar con el origen de nuestros traumas, que,una vez se nos revela, nos permite reconocer quenuestros miedos proceden de otro lugar y ya no

suponen una amenaza. Yo mismo he recuperadorecuerdos de vidas previas mediante una meditaciónprofunda y, de ese modo, he obtenido nuevaspercepciones sobre mi conducta, mis defensas y mismiedos. No sabría tanto de mí mismo (y eso que aúnme queda mucho por descubrir) si no hubierapracticado la meditación. 

También podemos aprovechar la meditación pararesolver conflictos personales y relaciones difíciles, opara aliviar el sufrimiento, pero, en el fondo, paratodos nosotros, el fin principal de la meditación es

alcanzar el equilibrio y la paz interiores mediante laespiritualidad. 

Los monjes son capaces de meditar durante horas yhoras. Usted debería empezar con veinte minutos.Siéntese cómodamente, o túmbese si quiere, aunquecorre el riesgo de dormirse. Cierre los ojos, respireenta, regular y profundamente, ubique cualquier zonade tensión física que tenga (en mi caso, el cuello y loshombros) y envíele un mensaje al cuerpo: «Todo vabien, todo está tranquilo. Relájate.» 

Deje que los pensamientos dispersos y las 

preocupaciones diarias salgan flotando tranquilamede la mente; impida el paso a las voces estridentes trabajo, la familia, las obligaciones y responsabilidades que suelen abalanzarse sobre ustuna a una, en caso de que sea necesario. Obsementalmente cómo se desvanecen. Viva el mome(este momento único y precioso de gracia, luzlibertad) rindiéndose a él. 

 Al ser el presente el único lugar en el que puede encontrar la felicidad, la alegría, la paz ylibertad, la práctica psicoespiritual hace hincapié enconciencia del momento actual, como acabo indicar. La mente humana es una obra maestra decreación; si le damos el timón puede transportarno

las cumbres de la dicha. Debemos tener conciencia los pensamientos, las emociones, los sentimientoslas percepciones que nos ocupan ahora y únicameahora. Al eliminar la distracción del pasado inmediy las preocupaciones por el futuro, el acto de meditación abre la puerta a la paz y la salud interiore

Con el paso de la conciencia diaria a la concienreforzada del momento presente (y sólo de emomento, de este preciso instante) y, por tanto, a valores espirituales que elevan nuestras almas, meditación nos otorga la libertad de ir adon

queramos. Por el camino, podremos apreciar claridad los traumas del presente, una vida pasada

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futura, una negación inconsciente de la naturaleza denuestros problemas: ése es el valor terapéutico de lameditación, lo que era inconsciente entra en laconciencia. También es posible que el proceso seimite a iluminar la realidad de la belleza del momentoy todas las maravillas que contiene. Eso es lo que selama «nueva percepción», y así alcanzamos la realidadúltima. 

He aquí un ejemplo de este tipo de conciencia. Un buen día, una paciente a la que estaba

enseñando a meditar, Linda, fue a verme muyalterada. 

 —¡Acabo de ver un árbol precioso! —exclamó.  —¿Dónde? —quise saber, intrigado.  —¿Cómo que dónde? Delante de mi casa. La meditación le había abierto los ojos a la belleza

que siempre había estado a su alcance, pero que senegaba a ver. Linda era maestra y, por lo general, ibacon prisas porque llegaba tarde a clase, pero, gracias aa meditación, había aprendido a bajar el ritmo. 

El director del Instituto Omega de Rhinebeck, en elestado de Nueva York, Stephan Rechtschaffen, cuentaa historia del día en que estaba en su despachotratando un tema profesional con un compañero de 

trabajo. Era primavera y hacía muy buen día, y desla ventana vio a un invitado del instituto, el mobudista vietnamita Thich Nhat Hahn, que paseaba el césped: 

«A cada paso, entraba en comunión con el suEstaba totalmente presente, inmerso sólo en el acto andar. Casi llegué a sentir cómo disfrutaba de camomento, a sentir cómo la hierba tocaba la suelasentir la forma en que su cuerpo parecía formar pade cada movimiento.»* 

Thich Nhat Hahn vivía en el instante, algo qtambién había aprendido a hacer Linda. El promonje escribe lo siguiente: 

«En nosotros existe un río de sentimiento en el qcada gota de agua es un sentimiento diferente y enque cada sentimiento necesita de todos los demás pexistir. Para observarlo, basta con sentarnos a la odel río e identificar cada sentimiento a medida que sa la superficie, avanza con la corriente desaparece.»** 

Cuando meditamos, nos sentamos en esa orilla. 

En el libro , comparto con los lectores

mensaje que recibí mientras meditaba y que podparecerse a alguno que le haya llegado a usted: 

«Con el amor y la comprensión llega la perspectivade la paciencia infinita. ¿Qué prisa tienes si, en elfondo, el tiempo no existe, por mucho que a ti te lo

parezca? Cuando no experimentas el presente, cuandote dejas absorber por el pasado o preocupar por elfuturo, te provocas mucho pesar y mucho sufrimiento.El tiempo también es una ilusión. Incluso en el mundotridimensional, el futuro es solamente un sistema deprobabilidades. Así pues, ¿por qué preocuparse tanto? 

»El pasado debe recordarse y luego olvidarse. No teaferres a él. Eso debe aplicarse a los traumas de lainfancia y de vidas anteriores, pero también a lasactitudes, las ideas falsas y los sistemas de creenciasque te han inculcado a la fuerza, y a todos los

pensamientos caducos o, mejor aún, a todos lospensamientos. ¿Cómo vas a ver claramente y sinprejuicios con todos esos pensamientos en la cabeza? ¿Y si tienes que aprender algo nuevo desde unaperspectiva inédita? 

»Deja de pensar. Te conviene más utilizar lasabiduría intuitiva para volver a experimentar el amor.Medita. Verás que todo está interconectado. Verás tuverdadero yo. Verás a Dios. 

»La meditación y la visualización te ayudarán adejar de pensar tanto y a iniciar el trayecto de retorno.Se producirá la curación. Empezarás a utilizar la mente

que tienes desaprovechada. Verás. Comprenderás. Y 

llegarás a ser sabio. Entonces habrá paz.» 

Lo único que añadiría ahora es lo que he aprenddesde que escribí ese pasaje: no sólo emprenderáviaje hacia el pasado, sino también el camino haciafuturo. 

La meditación puede ayudarnos a explotar poderes curativos que llevamos dentro, y no se trúnicamente de curación psíquica, sino también físLos médicos van reconociendo cada vez más qpodemos combatir enfermedades, incluso las m

graves, con un medicamento recién descubierto: poderes curativos que esconde nuestra naturalespiritual. (Recién descubierto en Occidente, claro; médicos orientales hace siglos que lo conocen.) Quse trate de una auténtica medicina holística en la qactivamos la totalidad del organismo: la mente yespíritu, además del cuerpo. 

En la actualidad, ya hay multitud de pruebas.

(Dutton, 1989), Norman Cousdetalla cómo las emociones afectan al sisteinmunológico; un equipo de investigadores de Harv

ha descubierto que la meditación puede prolongar

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vida en los ancianos, y un grupo de médicos inglesesha averiguado que la dieta, el ejercicio y la práctica detécnicas de reducción del estrés, de entre las cuales lameditación es una de las más importantes, puedenlegar a invertir el curso de una coronariopatía, algoque la dieta y el ejercicio no pueden lograr por sísolos. 

El poder de la oración en la curación también estádocumentado; no sólo tienen su efecto los rezos deuno mismo y los de familiares y amigos, sino tambiénos de desconocidos. En 1982, por ejemplo, se eligióal azar a trescientos noventa y tres pacientes de laUnidad de Cuidados Coronarios del Hospital Generalde San Francisco que quedaron divididos en dosgrupos: uno recibiría oraciones de intercesión y elotro, no. Ni los pacientes, ni los médicos, ni lasenfermeras sabían de cuál de los dos se trataba. Losenfermos que fueron objeto de plegaria tuvieronmenos necesidad de reanimación cardiopulmonar,ventilación mecánica, diuréticos y antibióticos, ymostraron menos casos de edema pulmonar e incluso

de fallecimiento. En un estudio llevado a cabo por laUniversidad de Duke y el Centro Médico paraVeteranos de Guerra de Durham, los pacientescardíacos por los que rezaban siete grupos religiososdistintos de diversos puntos del planeta tuvieronmejores resultados que los que únicamente recibieron 

el tratamiento médico tradicional; un estudio realizacon pacientes con sida en fase avanzada concluyó qcuando alguien rezaba por ellos desde lejos, sin qlos enfermos lo supieran, experimentaban mepatologías relacionadas con el sida y de megravedad, menos hospitalizaciones y, en todo cadurante períodos más cortos, y menos depresiones. 

 Yo enseño a mis pacientes técnicas de meditacque pueden ayudar a superar el insomnio, a per

peso, a dejar de fumar, a reducir el estrés, a combinfecciones y enfermedades crónicas y a reducirtensión arterial. Esas técnicas funcionan porque, duda, las energías mentales y físicas influyen enquímica y la física del cuerpo; la meditación habituaun instrumento inestimable de cara a la recuperacióel mantenimiento de la salud. 

La meditación puede plantear nuevas posibilidade experiencias espirituales, ya que el subconscienteuna de las puertas de acceso a la dimensión eterNunca está abierta de par en par y no hay señalizacque nos indique hacia dónde lleva el camino. Tampexiste ninguna palabra mágica ni ninguna clave queabra; hay que pasar por un proceso inteconsistente en transformar y dejarse transformDicho de otra forma, la mente es un pasaje y, a trav

de la meditación, podemos tener en las manos, con eltiempo, un mapa que nos permita encontrar el

sendero que conduce a estados más profundos ytranscendentes. Puede llevarle a una conciencia intensificada de su

esencia espiritual y a un profundo estado de éxtasis,de ligereza, de satisfacción y de bienestar que aparececuando entramos en contacto con nuestra dimensiónmás profunda. La meditación permite que se extiendapor todo el ser una sensación de dicha al contemplarun concepto o un objeto que da placer. Puedetrasladarle a una vida pasada o a una futura, en todocaso las lecciones que deba aprender le quedaránclaras en su momento. 

Cuando llegue a esa conciencia, descubrirá en suinterior la compasión y el cariño, por los que noesperará nada a cambio. Se sentirá en unidad con latotalidad de las personas y los seres del mundo, con lanaturaleza, con el cielo y con el mar, con todo lo queexiste. Durante el tiempo que dure ese estadoalterado, que puede variar, experimentará untremendo «subidón», una sensación única para cadaindividuo y, al mismo tiempo, común a las almas quehan avanzado en su viaje evolutivo. Algunos de mispacientes me han contado que, durante la meditación,

se separan del cuerpo físico, flotan por encima de sí  

mismos y se observan desde otra esfera; es la misexperiencia extracorporal que describen quienes regresado del umbral de la muerte. En su c

particular, puede que viva esa misma experienciaquizás aventuras que aún no ha contado nadie. Ucosa es segura: habrá descubierto su yo más podery esencial. 

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12 DAVID: LA ESPIRITUALIDAD 

Cuando era niño, acudía a la sinagoga con mi padreos sábados por la mañana y veía cómo los ancianos se

balanceaban y se mecían (lo que se conoce como ) al recitar sus oraciones, que eran siempre lasmismas, según me contaba mi padre, repetidas una yotra vez a lo largo de todo el día, por la mañana, alatardecer y por la noche. Yo no comprendía el idiomade aquellas plegarias, el hebreo, y, lo que es másimportante, no alcanzaba a entender para qué servían. «No tiene sentido —recuerdo que pensaba—. Laspalabras no pueden conservar su significado trastantísimos años y, a estas alturas, tanto balanceo ytanta reverencia sólo pueden servir como ejercicio

físico.» 

Después de conocer a Catherine, lo comprendí.Aquellos hombres se adentraban en un estadoalterado, lo mismo que hago yo con mis pacientes alhipnotizarlos. Lo que importaba no era lo que decíanas palabras en sí, sino el ritual. Los ancianos 

establecían una conexión con Dios, y el ritual (cotodos los rituales religiosos, con independencia credo) les permitía alcanzar una mayor espiritualidDa igual que recemos al Dios judío, al cristiano o al islam, el objeto es el mismo: acercarnos al espiritual supremo y, con ello, a la espiritualidad enen su estado más puro. 

Para mí, ser espiritual quiere decir ser mcompasivo, afectuoso y bueno. Quiere decir tendermano a la gente con cariño, sin esperar nadacambio. Quiere decir reconocer algo mayor que umismo, una fuerza que existe en una esfdesconocida que tenemos que luchar por descubQuiere decir comprender que hay lecciones superioque debemos aprender y darnos cuenta de que, vez aprendidas, nos esperarán otras aún superiores.capacidad de ser espiritual reside en el interior todos nosotros y tenemos que sacar provecho de ella

He visto a personas religiosas cometer acviolentos o incitar a otras a cometer actos bélic«Mata —dicen— porque aquéllos a quienes atacas

comparten nuestras creencias y, por lo tanto, nuestros enemigos.» Esa gente no ha aprendidolección de que sólo hay un universo, un alma. Para su actitud es totalmente antiespiritual, me da igual qreligión la defienda. Ésa sería, de hecho, la diferenentre religión y espiritualidad. Nadie necesita

religión para ser espiritual; se puede ser ateo y, noobstante, comportarse con cariño y compasión. Unapersona puede trabajar de voluntario, por ejemplo, noporque se lo ordene Dios, sino porque, al hacerlo, sesiente bien y porque considera que así deberíantratarse los seres humanos entre ellos, que así escómo deberíamos progresar hacia el nivel superior. 

Según mi concepción, Dios es una energía de amory sabiduría que reside en todas y cada una de lascélulas de nuestros cuerpos. No me lo imagino comoun señor barbudo sentado en una nube emitiendojuicios. (En términos psicoanalíticos, se diría que esoes una proyección, el antropomorfismo de Dios.) Lapregunta más importante en el tema de la

espiritualidad no es «¿a qué Dios adora usted?», sino «¿es fiel a su alma?», «¿lleva una vida espiritual?», «¿es una persona buena aquí en la Tierra, que disfrutade su existencia, que no provoca daño, que hace elbien a los demás?». 

Ésa es la esencia de la vida, algo fundamental ennuestro camino hacia cimas superiores, y no parecetan complicado. Sin embargo, muchos aún no hemosaprendido bien esas lecciones de espiritualidad. Somosegoístas, materialistas, personas carentes de empatía ycompasión. El impulso de hacer el bien cede ante el

deseo de estar cómodos físicamente. Y, cuando labondad y el egoísmo luchan en nuestro interior, nos 

sentimos confundidos e infelices. Eso fue lo que le sucedió a David, como se verá

continuación. 

Procedía de una familia de rancio abolengo, uantigua familia de Nueva Inglaterra, y había viajadesde Boston para verme porque había oído hablarmi trabajo y uno de mis discos compactos regresión le había servido de ayuda para relajaaunque no había llegado a recordar ninguna vprevia. Por otro lado, había probado la psicoteraconvencional y no le había servido de gran cosa. 

 —Me he organizado para quedarme una semana

me contó—. ¿Podemos lograr algo en ese tiempo?  —Podemos intentarlo —repliqué, mienobservaba el corte impecable de sus pantalones ycaballo de polo bordado como insignia en su camisaPuedo darle hora para tres sesiones, pero no podemhacer nada hasta que me cuente qué le ha traído haaquí. 

Me sorprendió que la pregunta le resultdesconcertante. 

 —A decir verdad, no estoy seguro —respondió fin—. Soy... Soy infeliz. 

 —¿En su vida profesional? ¿En la privada? 

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 —En las dos... En ninguna.  —¿Perdón?  —No sé, quiero decir que no debería ser infeliz.  —La felicidad no es cosa de deber o no deber. Es

un estado de ánimo.  —Sí, claro. Lo que pasa es que cuando pienso en

mi vida, que es mucho más a menudo de lo que megustaría, no veo ni una sola cosa que pueda hacermeinfeliz. 

 —¿A qué se dedica? 

 —Soy abogado. Trabajo en el despacho de mipadre y me va bien. Me hicieron socio en sólo dosaños y, si me permite que lo diga yo mismo, no fuepor nepotismo. 

 Aun así, trabajar para los padres suele provocarfricciones. 

 —¿Le resulta incómodo tener que responder antesu padre? 

 —En absoluto —contestó categóricamente,subrayando su negativa con una palmadita—. Mi padreme ha dejado que haga mi vida. Me ha educado para

que sea independiente, lo mismo que mi madre.Nunca cuestiona mis decisiones y casi nunca nosrelacionamos en el trabajo. Yo diría que paso mástiempo con él fuera del despacho que dentro. 

Cuando los psiquiatras empezamos a buscar la raízdel problema de un paciente, por lo general solemos 

fijarnos primero en su familia. ¿Había en juego algudinámica inconsciente que David no reconocía? 

Seguí sondeándole.  —¿Su madre está viva?  —Vivita y coleando, sí. —Se sonrió—. Es miem

de la junta directiva de la ópera, del ballet y del Musde Bellas Artes. Y organiza unas fiestas divinas. 

 Anticipándose a mi pregunta, David levantómano. 

 —Sí —prosiguió—, me dedicó mucho tiempo niño. Igual que a mis hermanos, que son un chicouna chica. Tenemos una relación estupenda. 

 —Ha dicho que ve bastante a su padre fuera despacho. 

 —Y también a mi madre, claro. Su matrimoconserva la solidez de hace cuarenta años. 

 —¿Con qué frecuencia?  —No sé, una vez a la semana. O, más bien,

veces al mes.  —¿Está usted casado?Otra palmadita. 

 —Pues sí. Y bien. Con la maravillosa Leslie.No me quedó claro si hablaba con ironía.  —¿También es abogada?  —No, pero tiene una profesión vinculada a la m

es actriz. La conocí en el segundo año del posgrado Derecho, en Harvard. Fui a una representación

en el teatro de Brattle Street y mequedé pasmado con su Perdita, hasta tal punto que mepresenté en el camerino y le pedí que saliera conmigo.Tuve la inmensa fortuna de que accedió, lo mismo quecuando hace cinco años le pedí que se casara conmigo. 

 —¿A sus padres les pareció bien?  —¿«Hijo de ilustre familia de Boston desposa a una

humilde actriz»? No sé qué opinarían en un principio(ya le he dicho que me dejan que decida por mímismo), pero, ahora, la adoran. 

 —¿Y tienen hijos?  —No. Pero dentro de cinco meses ya no podré

decir lo mismo. Según la amniocentesis, será niño. ¡El linaje ya tiene heredero! ¡El apellido

perdurará! Todo eso me lo contó satisfecho, casi divertido,pero, de repente, se inclinó hacia delante y su gesto seensombreció. 

 —Doctor Weiss, ése es precisamente el problema.Quiero a mis padres, tuve una infancia maravillosa, mimujer es fantástica, tengo buena educación, comida,ropa y un techo. Disponemos de dinero para evitarcualquier desastre o para ir a cualquier rincón delplaneta al que queramos ir. Soy, en pocas palabras, unhombre sin una sola preocupación en la vida. Y, sin

embargo, cuando pienso en eso, y sabiendo que es 

verdad, veo un problema undamental: el hombre qacabo de describirle no es el que vive en mi piel. 

Esa última afirmación fue acompañada de

sollozo y de una mirada de angustia tan intensa qde verdad, me dio la impresión de estar ante ohombre. 

 —¿Puede darme algún dato más concreto? —pedí. 

Se recuperó con cierto esfuerzo.  —Ojalá. Cuando intento explicar con palabras có

me siento, parezco un niño mimado. Las mezquiquejas de un narcisista... 

 —Me da igual lo que parezca. Y, evidentemensus quejas no son mezquinas. Está sufriendo. 

Me miró con agradecimiento y respiró hondo.  —Muy bien. Allá voy. No sé por qué me han pue

en esta tierra. Me siento como si estuviera patinasobre un lago helado que es, en realidad, la vidabajo mis pies, el agua tiene cien metros profundidad. Sé que me conviene darme un baño, qme iría bien la experiencia, pero no logro resquebrael hielo. Mi sitio en el mundo me resulta confuso. disfruto trabajando para mi padre, pero ésa es suna definición de mí: el hijo de mi padre. Y yo algo más. También soy algo más que otra definicibuen esposo a punto de convertirse en buen pad

¡Joder! —exclamó, y las palabras resonaron con

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volumen inesperado en mi consulta—, si es que soyinvisible. La vida pasa de largo por mi lado sin darsecuenta de mi presencia, coño. 

Me di cuenta de que su necesidad de obtenerrespuestas era muy profunda. Más que caprichosas,sus quejas eran existenciales, la llamada a unadefinición que no había logrado encontrar por sí solo. 

Quizá no había sabido dónde buscar. 

David me contó que al utilizar mis CD en casa, poro general, se relajaba tanto que se dormía. Eso notiene nada de malo; simplemente quiere decir que lapersona ha profundizado demasiado. Una vez en miconsulta, sin embargo, esa «práctica» previa facilitó lainducción hipnótica. A los pocos minutos, ya habíaentrado en un profundo trance. 

 —Estoy en el siglo xii —anunció pausadamente,como si intentara escudriñar su vida desde fuera—.Soy monja, la hermana Eugenie, y trabajo en unhospital, a las afueras de París. —De repente se

estremeció—. Es un lugar horroroso, frío y oscuro, ymi vida es muy sacrificada. En la sala en la que trabajoestán todas las camas llenas, y sé que fuera hay másgente que espera a que se muera alguien para ocuparsu lugar. Los enfermos tienen el cuerpo cubierto deampollas, ampollas llenas de líquido. El olor es 

asqueroso. A pesar del frío, esta pobre gente tiemucha fiebre. Sudan y gruñen. Tener que contempsu tormento es algo terrible. 

»No me molesta trabajar aquí. Uno de los pacienes una niña de once años, una huerfanita. Tienemirada encendida por la fiebre y los labios resecos,rostro arrugado como el de un mono. Las sabemos que se va a morir, que no puedo hacer napor ella. Sin embargo, está animada, consigue habromas, y los demás pacientes están encantados ella. La quiero más que a nadie, y le llevo agua ylimpio la frente (algo que hago con todo el muncon una ternura especial. 

»El día de su muerte levanta la mirada y me d “Llegaste a mi vida y me trajiste la paz. Me has hefeliz.” ¡Feliz! ¿No es increíble? Esa pobre niagonizante, asegura que es feliz gracias a mí. No muy bien por qué, pero intensifico mis esfuerzos los demás enfermos, quizá con la esperanza ofrecerles también la misma felicidad o, al mencierta paz. ¡Y funciona! Sé que mi presencia les alivi

se forman vínculos entre nosotros, víncuespirituales, aunque ninguno es tan fuerte como el qnos unía a la huerfanita y a mí. 

El rostro de David reflejaba su paz interior mienthablaba con voz turbada y apacible a la vez, comoacabara de darse cuenta de la existencia de

milagros.  —Con el tiempo, yo también caí víctima de la

enfermedad. El dolor era insoportable, pero, aunquemi cuerpo sufría, mi mente y mi alma estaban llenasde gozo. Sabía que había llevado una existencia útil, yque eso era lo que Dios tenía pensado para mí. 

»Al morir, mi alma asciende flotando hacia el Diosque me ha sustentado. Me envuelve una luz dorada yme siento renovada en su gracia. Aparecen unos seresangelicales para acompañarme, y me reciben conaplausos y canciones celestiales. En la Tierra arriesguémi propia vida para ayudar a los demás sin pensar enabsoluto en un beneficio material. Ésta es mirecompensa, más valiosa que un tesoro real, más

preciosa que las esmeraldas. »Me ofrecen conocimiento y, a cambio, yo lesentrego un amor infinito. Gracias a ellos, comprendoque ayudar a los demás es el bien supremo, eimagínese mi alegría cuando me dicen que lo healcanzado. No importa la longitud de la vida. Elnúmero de días y años que se pasan en la Tierraresulta insignificante. Lo que cuenta es la calidad deesos días y de esos años, una calidad que se mide enactos de amor y en la sabiduría alcanzada. “Hay genteque hace el bien con más intensidad en un día que

otros en cien años”: ése es su mensaje. “Toda alma, 

toda persona es preciosa. Cada persona a la qayudas, cada vida a la que contribuyes o que salvasinfinitamente valiosa.”  

»Todas las almas a las que cuidé en el hospipertenecientes a aquellos cuyos cuerpos perecieantes que el mío, me envían su bendición y su amlo que acrecienta mi gozo. 

David se detuvo unos instantes.  —Un ser de una belleza increíble se diferencia

coro de ángeles —prosiguió—. Parece hecho de aunque tiene una forma humana clara, y lleva toga morada y zapatos dorados. Su voz (resindistinguible si es de hombre o de mujer) emanaautoridad de una gran sabiduría. 

Cuando lo hice regresar al presente, segfascinado por aquella visión, aún presa del asombrel descubrimiento. 

 —Vamos a llamar a ese ser «la fuente» —propu —, porque era evidente que las lecciones que enseñaron los ángeles se las había enseñado «Cuando necesites ayuda, puedes invocarla mediala meditación y la oración siempre que sea necesaen cualquier encarnación», me indicó la fuedirectamente. «Un corazón sincero y lleno de amque busque el bien supremo sin motivaciones egoístsin sombra alguna de pensamientos negativos

dañinos, puede invocar una energía potente

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manifiesta para conseguir sus objetivos. Tenemosderecho a ellos como entidades espirituales. Es unaesencia de nuestra espiritualidad. Es la invocación de lagracia.» 

David agitó la cabeza de lado a lado, asombrado.  —En la vida he tenido ideas así —confesó—. No soy

religioso, no creo en Dios, no sé de qué parte de míhabrá salido la fuente, no tengo ni idea. La idea dehaber sido monja en una vida anterior me resultaridícula. 

 —Es una vida de su pasado —afirmé—. Y, desdeuego, fue importante, ya que llegó hasta ellaenseguida y el recuerdo fue muy gráfico. 

 —No puede haber sido una fantasía —aceptó—. Sealeja demasiado de cualquier cosa que haya imaginadojamás. 

 —Entonces, ¿cree que es real?Levantó una mano. 

 —¡Alto, alto! Yo no diría tanto. Pero una cosa sí quetengo clara, doctor Weiss: ha sido la experiencia másconmovedora y más maravillosa que recuerdo. 

 —Quizás Eugenie es la persona que vive en su piel —aventuré—, quizás es el David que busca. Reflexionó durante unos instantes. 

 —Tendremos que averiguarlo, ¿verdad? —Seevantó, pues la sesión había terminado y, actoseguido, dio una palmada—. ¿Y ahora qué toca? 

Cuando regresó, al cabo de dos días, me contó qno había podido quitarse de la cabeza aquella vanterior desde el momento en que había salido de consulta. Le parecía que había vivido una especie epifanía. Sentía mucha curiosidad por lo que «tocaba continuación y prácticamente se tiró sobre el sillón

 A los pocos minutos, ya había viajado unos ciecuarenta años hacia el pasado, hasta la guerra secesión estadounidense. Esta vez se quedó fuera devisión, aunque la percibió con claridad. Era un jovdel bando de la Unión, un soldado de infantería qpasaba los días, o bien marchando, o bien luchando

 —Mi vida es una batalla tras otra —aseguró—esto va de mal en peor. Me da miedo hacer amigporque estoy seguro de que van a caer muertosheridos, eso es lo que le pasa a todo el mundoacabas mutilado o muerto. Los hombres contra los qluchamos no son enemigos nuestros, sino hermanEl único motivo por el que les disparamos es ev

que disparen ellos primero. Trato de salvar a todos compañeros que puedo, les ayudo a ponersecubierto o les doy comida o agua. Hago lo mismo nuestros enemigos, siempre que puedo. —Bajó ojos, como si intentara no ver algo—. Es todo inútil y tan triste. Resulta imposible decidir qué

victoria y qué derrota. Los hermanos se matan entreellos una y mil veces. ¿Y por qué? ¿Por un acre? ¿Por

un riachuelo? ¿Por una idea? 

De repente, se quedó entristecido y envejecido.  —Yo tampoco sobreviví a la guerra —prosiguió—.

Acabé mandándolo todo a hacer gárgaras y me dejématar: salí de detrás de un árbol y me metí en elcampo de batalla. No tenía fuerzas para luchar niestómago para seguir matando. Fue una especie desuicidio asistido. —Suspiró con resignación—. Lasguerras, las epidemias, los terremotos, todos losdesastres de la naturaleza o del hombre... Soncalamidades que acaban con las vidas de cientos ocientos de miles de personas, el coste es incalculable. 

—Su tono se tornó confidencial—. Algunas, queparecen inevitables, en realidad no lo son. Puedenmitigarlas nuestra propia conciencia y nuestrospensamientos e intenciones colectivos. Para eludir lasdemás, que parecen evitables, sólo hay que tener lavoluntad de conseguirlo. 

Estaba hablando de salvar vidas previniendo laviolencia, pero ¿quería decir que los desastresnaturales podían evitarse gracias a la voluntadhumana? No me quedó claro, y David tampoco losabía a ciencia cierta al regresar al presente. Quizá

futuras regresiones le ayudarían a explicarlo. 

 Antes de que acabara la sesión, David vislumalgunas escenas de una vida anterior transcurrida China hace muchos siglos, aunque no logró precisa

año. Nada más llegar a esa existencia, empezó a teconvulsiones y le pregunté si quería regresar.  —No —replicó de inmediato—. No tengo miedo

estoy enfermo. Además, sólo estoy mirando. Soy chaval de once años. Me tiembla el cuerpo porque etambaleándose todo. Es un terremoto. Mi familia rica y ha construido la casa más resistente posipero no puede soportar la fuerza de la naturaleza. paredes se desmoronan. Oigo los gritos de padres, de mis dos hermanos. Desesperado, corroayudarles, pero ya es demasiado tarde. Mi hermpequeña apenas sigue con vida, y la abrazo hasta qle llega el momento de la muerte. Voy a toda prhasta otra habitación. No sirve de nada. Se derrumbdel todo las paredes y muero con ellos. 

 Al poco tiempo de entrar en esa vida, Davidabandonó. Sólo había ido a buscar las lecciones queofrecía. 

 —Mi vida fue corta y feliz —comentó tras regreuna vez más al presente—. Los edificios eran endebno podían aguantar los temblores de tierra. En aquépoca, la devastación no podía haberse evitado, nivel de conocimiento o conciencia no era el suficien

pero ahora tenemos los conocimientos necesarios y

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gente sigue muriendo. Me saca de quicio. Seguimosconstruyendo estructuras endebles en zonaspeligrosas, con poca previsión urbanística. Y no hablosólo del Tercer Mundo, ¡sino también de EstadosUnidos! No nos detiene la falta de dinero, sino la faltade valor otorgado a la vida humana. Preferimossacrificar personas que gastar el dinero del quedisponemos. Unas sencillas medidas de seguridadpodrían evitar el dolor, el sufrimiento, e incluso lamuerte. Todas las vidas son importantes, muyespeciales, y sin embargo las sacrificamos a miles,generalmente por avaricia. —Otro suspiro—. ¿Cuándoaprenderemos? 

No tenía respuesta, aunque hacía años que yotambién le daba vueltas a lo mismo. Quizá cuandotodos hayamos alcanzado el nivel de David. Quizácuando nos demos cuenta de que el fallecimiento deuna persona forma parte de nuestro propio proceso deexpiración. Todas las vidas y todas las almas estáninterconectadas. 

Cuando David regresó el día de su última sesión,visitamos otras dos vidas pasadas. De nuevo, semanifestó el tema de sus anteriores regresiones y, porfin, pudo expresarlo con palabras: la ayuda a losdemás encierra un valor supremo, porque cada vida, 

cada manifestación física del trayecto del alma, absolutamente preciosa. 

En la primera vida pasada de aquel día, David médico del Imperio Romano durante lo que le pareun brote de peste. Se vio vendando las piernas de pacientes no por las heridas que pudieran tener, sporque así les protegía de las pulgas, que, segdedujo, procedían de las ratas infectadas qtransmitían la horrenda enfermedad a los se

humanos. Advirtió a todo el mundo que había qalejarse de cualquier rata, sobre todo si estaba mue(ya que, entonces, las pulgas abandonaban cadáveres), y mantener una buena higiene y quedaen casa, en la medida de lo posible. Salvó mucvidas, pero la epidemia siguió causando estragos las zonas en las que sus consejos no se conocían ose seguían. Milagrosamente, él no contrajo la pestevivió para combatir otras como médico respetadreverenciado. 

Su siguiente recuerdo de una vida pasada estamuy vinculado tanto a la existencia del Impe

Romano como a la de Francia, donde había sido umonja dedicada a atender a enfermos de virue Volvía a estar en la Edad Media, en una época aanterior y, una vez más, la enfermedad proliferaba;trataba de una plaga que afectaba a casi toda EuroTrabajó dejándose la piel, atendiendo a las cantidad

abrumadoras de víctimas que había en la ciudad en laque vivía (podría haber sido Londres, no estaba

seguro), pero sus esfuerzos de poco sirvieron frente aa pandemia. Murieron más de la mitad de loshabitantes de la ciudad, incluida toda la familia deDavid. Agotado por la lucha, se desesperó y seamargó; la culpa y el remordimiento le carcomían lasentrañas por haber fallado tantas veces. Logró vercómo avanzaba esa vida y descubrió que había vividodiez años más, pero que jamás había logradoperdonarse. 

 —¿Por qué fue tan severo consigo mismo? —lepregunté—. No podía haber hecho más. 

 —Porque me olvidé de los vendajes —respondió

desde el estado de superconciencia en el que flotabapor encima del cadáver de su yo medieval—. Habríanservido para mantener las pulgas a raya. 

Me quedé estupefacto. ¡Había llevado consigorecuerdos de una vida anterior hasta la Edad Media!E r a una indicación de lo estrechamente ligadas queestaban sus existencias y de cómo todas nuestras vidasprevias permanecen con nosotros a medida queprogresamos. En la Edad Media poca gente sabía, adiferencia de como había sucedido en tiemposromanos, que las pulgas de las ratas infectadas

transmitían la enfermedad, pero David era de la 

opinión de que debía haber acudido a lo aprendidoRoma para evitar, al menos, algunas de las muertequizá salvar también a su familia. 

Habló de nuevo, todavía desde encima de cuerpo medieval:  —Le hago una promesa: en todas mis futu

encarnaciones protegeré y salvaré a tanta gente copueda. Sé que no existe la muerte, que todos sominmortales, pero haré lo que esté en mi mano pmitigar el dolor de las víctimas y de los supervivienty así permitir que las lecciones del alma avancen trabas. 

«Ha mantenido la promesa —pensé—, salvo en evida.» ¿Qué cambio podrían inspirar ahora recuerdos? ¿Iba a encontrar David su verdadera mcomo sanador? 

Nos quedamos los dos en silencio. Me pregufugazmente si su presencia sería un presagio dellegada de otra epidemia (ése parecía ser su patrópero enseguida aparté de mi mente la idea, qresultaba muy descabellada. 

Quedaba tiempo suficiente en la sesión pexplorar otras vidas. Le pregunté si deseaba viajarpasado o al futuro. Su tristeza se desvaneció. 

 —¡Ah, al futuro! Lo acompañé en un salto de poco más de cien a

hacia delante. ¡En esa vida, aquel típico ejemplo

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blanco de clase privilegiada, protestante y anglosajónque tenía sentado ante mí era un rabino! 

 —Me llamo Ephraim. Estoy en un congreso declérigos y sanadores católicos, protestantes, hindúes,budistas, musulmanes, holísticos e indígenas. Nosreunimos a menudo, dos o tres veces por semana,para meditar y rezar, y con ello creamos una energíaarmoniosa para combatir el odio y la violenciaendémicos en los habitantes poco ilustrados delmundo. Somos pocos, no llegamos a los cincuenta,pero nuestro poder es mucho. Tenemos por objetivoneutralizar las energías dañinas para la Tierra queiberan, sin saberlo, aquellos que no conocen odesprecian las leyes espirituales. Esas energías creanterremotos, tornados, inundaciones y epidemias. Antescreíamos que se trataba de hechos producidos al azar,pero ahora estamos seguros de que los generan (ocomo mínimo los fomentan) los pensamientos y lasintenciones de la humanidad. ¡Y podemos evitarlos!Nuestro grupo sale a la calle a enseñar a la gente lastécnicas de plegaria y meditación positivas que

utilizamos. Tenemos miles de seguidores. El mes queviene celebramos nuestra quinta reunión ecuménicacon más de veinticinco mil personas que compartennuestras creencias y que regresarán a sus países,esparcidos por todo el planeta, con nuestrasenseñanzas. Estos congresos van más allá de los 

límites físicos y psicológicos con el fin de conseguipaz, la armonía y la compasión para todos habitantes del mundo y para el planeta en sí. —ojos resplandecían—. ¡Está funcionando! Hemconseguido cuantificar los efectos positivos sobreclima terrestre. El planeta se enfría por primera vezvarios siglos. Los veranos y los inviernos son meseveros. Los índices de cáncer han descendido. 

En una de sus regresiones, David ha

mencionado la posibilidad de que el pensamieinfluyera sobre los fenómenos naturales. En futuro, al parecer, había llegado a dominar el concey había convertido su enseñanza en la labor de vida. 

 —He aprendido a explicar a los demás cóinvocar a seres de conciencia superior —confsobrecogido (y yo pensé en la experiencia de Eugeen una vida anterior)—. Si nos comunicamos con corazón claro y compasivo, si buscamos un bespiritual superior, podemos pedirles ayuda. Ya empezado a hacer cosas por nosotros. El mundo hoy un lugar mucho, mucho mejor que hace años. 

La espléndida visión de David me hizo reflexionNo podemos saber a ciencia cierta si los frutos de

abor de Ephraim se recogerán en el futuro real. Antenosotros se abren diversos futuros, algunos violentos y

otros pacíficos, con varios caminos para acceder aellos. Desde luego, muchos otros factores, además deos congresos y las enseñanzas de David, determinaráncuál acabará haciéndose realidad. Mi opinión personal,no obstante, es que los sabios tendrán algo que ver, ysería inteligente por nuestra parte hacer lo mismo queDavid y escucharles. Tras muchas progresiones engrupo, yo ya me había enterado de que, en unmomento dado, dentro de varios siglos, se produciráun gran declive de la población de la Tierra. Aún estápor determinar qué lo provocará, si la guerra, laenfermedad, las toxinas, el desplazamiento de lospolos (debido a un cambio del eje terrestre), undescenso del índice de fertilidad, una elecciónconsciente o algo desconocido. No sé si, al final, lamisión de Ephraim tendrá éxito o si las fuerzas de laviolencia, el interés personal, la avaricia y el odio serándemasiado poderosas. 

David pasó a observar la vida de Ephraim desdeuna perspectiva superior y más distanciada. Casi mepareció que me leía el pensamiento cuando empezó adecir: 

 —El próximo descenso de la población quizá venga

provocado por hechos traumáticos acontecidos de 

forma repentina y catastrófica, o quizá sea algonaturaleza gradual y menos drástico; eso determinarán los pensamientos y los actos de

humanidad. Todos elegimos las vidas que vamosvivir. Yo elegí bien y también he ayudado a otrohacer lo mismo, pero no sé si hemos sido suficientes

Me habría gustado disponer de más tiempo pseguir explorando los asuntos que planteaba Dapero tenía que volver a su casa, para reunirse con mujer embarazada y ocuparse del despacho famiLe pedí que siguiera en contacto, que me contcómo le habían afectado las tres sesiones, pesinceramente, me preocupaba que el entorno comodidad y facilidades en el que vivía logrseducirle de nuevo. 

No fue así. Haber conocido sus vidas pasadafuturas le ayudó a definir su función en el presenDejó el bufete de su padre y regresó a Harvard pestudiar Derecho Medioambiental. Estaba convencde que debía oponerse a los efectos nocivos determinadas prácticas de las grandes empre(muchas de ellas defendidas por su antiguo despade abogados), para poder alterar el futuro a mejor.interesaban, especialmente, temas como

calentamiento global y la negligente acumulación

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productos tóxicos de larga vida derivados de losprocesos industriales, y la consiguiente extinción deespecies de animales y vegetales sin que llegara acomprenderse cómo afectaría su ausencia al equilibriode la naturaleza. Como mínimo, David habíaencontrado un sentido y unos objetivos para su vida,ya no se sentía incompleto. Su confusión se habíadesvanecido y él se había puesto en línea con sudestino. 

Como demuestra la historia de David, laespiritualidad no reside tan sólo en la mente, sino,más bien, en el ser humano como un todo, en lasintenciones y las acciones de una vida bien vivida. Nobasta con decirse: «A partir de hoy voy a ser unapersona espiritual», sino que también hay que sentirlocomo consecuencia de los actos. Vivimos en unacomunidad de almas y tenemos que hacer buenasacciones dentro de ella. La vida introspectiva de por síno es suficiente. Cuando tendemos la mano para

ayudar a otras almas a avanzar en sus recorridosespirituales, alcanzamos un nivel superior deevolución. Las vidas pasadas y futuras de Daviddemuestran su devoción altruista al servicio delprójimo. Cuanto más daba, más recibía. Lasexistencias vividas espiritualmente, como la suya, nos 

acercan a nuestra naturaleza divina. 

13 JENNIFER Y CRISTINA: EL AMOR  

El control de la ira, la salud, la empatía, lacompasión, la paciencia y la comprensión, la noviolencia, las relaciones personales, la seguridad, eldestino y el libre albedrío, la contemplación y lameditación, la espiritualidad. En todos los casos setrata de pasos hacia la inmortalidad. Tenemos quelegar a dominarlos todos ahora o en el futuro, a loargo de nuestro viaje hacia el alma única. Son todasellas facetas de la mayor virtud que existe, el amor. 

El amor es la lección más importante. ¿Cómopuede alguien retener la ira si ama? ¿Cómo puede noser compasivo o empático? ¿Cómo puede no elegir lasrelaciones personales adecuadas? ¿Cómo puede pegara un semejante? ¿Y contaminar el medio ambiente? ¿Ydeclarar la guerra al vecino? ¿Y no tener sitio en elcorazón para otros puntos de vista, métodos distintos,modos de vida divergentes? 

Sencillamente, no puede. 

Cuando mis pacientes han realizado regresiones o 

progresiones, o ambas cosas, y superado sus fobiasus traumas, lo que comprenden es el amor.muchos les llega ese mensaje a través de los seres q

desempeñan papeles fundamentales en sus vidas, potros muchos se lo escuchan a alguien del otro ladoun padre o una madre, a un cónyuge o un hijo qhan fallecido. «Me encuentro bien —dicen ecomunicaciones—. No te preocupes. Te quiero. tienes que llorar por mí. Lo que hay más allá no oscuridad, sino luz, pues me encuentro donde estáamor y el amor es luz.» Esos mensajes pueden fruto del deseo de ver una ilusión cumplida, fantasdestinadas a mitigar el dolor provocado por la pérdNo estoy de acuerdo. Los he escuchado muchísim

veces de labios de muchísimas personas. El amor esque llevamos con nosotros de una vida a otra, aunqen algunas no seamos conscientes de ello, aunque algunas lo empleemos mal. Sin embargo, en el fones lo que nos mantiene en constante evolución. 

Como ejemplo, podemos pensar en Jennifer. Enhospital, nada más dar a luz a su tercer hijo, una nise la entregaron. La reconoció en un instante; aquenergía, aquella expresión en los ojos, aquinmediata conexión. 

 —Has vuelto —musitó—. Volvemos a estar juntasLa criatura había sido la abuela de Jennifer en o

vida, a lo largo de la cual se habían peleado a muer

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aunque sin dejar de quererse con un amor que nuncafue explícito. En aquel momento, se dio cuenta de quehabía llegado la oportunidad de reconciliarse. 

Por descontado, el amor adopta mil formas. Elamor romántico, el de un niño por sus padres y el deos padres por su hijo, el amor a la naturaleza, a lamúsica, a la poesía, a todas las cosas de este mundo yde los cielos. El amor prosigue al otro lado y el alma lodevuelve a éste. Amar es comprender todos los

misterios. Para mí, es la religión suprema. Si todospudiéramos amar a nuestra manera, si pudiéramosabandonar los rituales que afirman «Mi camino es elverdadero, todos los demás son meras farsas», sipudiéramos abjurar de la violencia, de los conflictos ydel dolor que infligimos en nombre de un Diosconcreto (el «nuestro», cuando por su propiadefinición Dios es universal, es amor), no tendríamosque esperar innumerables vidas para llegar al cielo. 

Cristina vestía con un estilo que las mujeres

estadounidenses no logran emular: faldas deinspiración flamenca hasta el suelo y blusas de rojosintensos, azules, morados, amarillos, todo ellocoronado por una abundante cabellera peinada haciaatrás con severidad y sostenida mediante lazos detonos fantásticos. La primera vez que vino a verme, 

me sorprendió su aspecto extravagante, peromedida que fueron repitiéndose sus visitas, me cuenta de que los colores servían para compensar estado de ánimo sombrío y unos pensamientos amás oscuros; aquella mujer luchaba por retener chispa de sí misma, por mucho que su familia esforzara por sofocarla. Bajo sus ojos había umanchas oscuras y las manos le temblaligeramente. Me dije que sería fatiga. Se quejó

sufrir asma, algo que se hacía aparente en respiración en momentos de estrés; pero lo queempujó a solicitar mi ayuda fueron sus problempsicológicos. 

Se trataba de una mujer corpulenta, pero no gorque irradiaba lo que resultó ser una ambisensación de fortaleza englobada en una sexualidpalpable, y, desde un buen principio, fue alternamiradas muy directas y casi hostiles con momentos los que apartaba los ojos con un recato mlatinoamericano que denotaba una educación estrictaristocrática. Calculé que tendría poco menos treinta años; resultó que me quedé corto por década. Llevaba un anillo en el anular de la maizquierda, con un gran rubí que hacía juego conexcentricidad de su atuendo, y me pregunté si sesimplemente decorativo o una proclamación de

estado civil.  —Estoy divorciada —anunció al notar mi mirada—.

Tengo dos criaturas. Llevo el anillo porque es precioso

y porque sirve para quitarme pretendientes de encima. Hablaba un inglés elegante, casi impecable, peroaun así detecté un deje extranjero. 

 —Usted no es de Miami —afirmé, sin preguntarlo.  —No. De São Paulo, en Brasil .  —Ah. ¿Y cuándo se vino a vivir aquí?  —Hace tres años. Para estar con mi padre. Después

del divorcio.  —¿Entonces vive con él?  —No, no. Él vive con mi madre en Bal Harbour. Yo

estoy a unos kilómetros de allí.  —¿Con sus hijos?  —Hijas. Rosana tiene siete años y Regina, cinco.

Son encantadoras.  —Así pues, cuando dice que vino para estar con su

padre...  —Para trabajar con él. Para entrar en la empresa

familiar.  —¿Y cuál es esa empresa?  —¿Qué? ¿De verdad no lo sabe? Después del

divorcio recuperé el apellido de soltera y me habíaimaginado que lo reconocería. 

¡Naturalmente! Qué descuido. Tendría que haber

atado cabos de inmediato. Su padre era el presidente 

de una empresa especializada en ropa de primlínea; en los últimos dos años había diversificado actividades con la creación de una línea deportiva m

 juvenil y más asequible que, según me contó mtarde mi esposa, Carole, había estado muy de moentre los adolescentes en su momento. Le preguntCristina si su traslado había coincidido con ese pcomercial de su padre. 

 —Fue casual. Yo no tomo decisiones, no tengovoz ni voto en la planificación empresarial respondió, y sus ojos resplandecieron de rabia—. Spoco más que una criada con despacho propio. 

 —¿Y eso le resulta frustrante?  —¿Frustrante? ¡Es exasperante! —Se inclinó h

mí y siguió hablando con una pasión que la haestremecerse—. ¡Santo cielo, la de cosas que podhacer si me dejara! Fabrica ropa para mujer pero quiere dar a las mujeres la oportunidad de tenerúltima palabra sobre su aspecto. Tengo muchísimejor ojo que él, soy mucho más lista. Su ropa una moda, y como todas las modas ha acabaquedándose anticuada. La gente ya ha dejado comprar. La ropa que haría yo sería atemporal. 

Me dio la impresión de que Cristina podía logcualquier cosa que se propusiera. 

 —¿Y no la escucha? —quise saber.  —Me hace callar como quien apaga el televisor.

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ni lo intento. Pelearse con él es como enfrentarse a laInquisición. 

 —¿Y qué dice su madre? ¿Puede echarle unamano? 

 —Ni siquiera puede organizar su vida, ¿cómo va aayudarme a mí? Mi madre es un mero objetodecorativo, un jarrón. Se calla la boca, porque sabeque él podría sustituirla por otra en cuanto le diera porahí. 

 —Pero, de momento, no lo ha hecho.  —Sí, claro que sí, mil lones de veces. Mantiene acada una de sus mujeres en un piso, o en un hotel,según le parezca que la cosa va más o menos en serio.Según su religión, el divorcio está prohibido. Yodesobedecí ese precepto cuando dejé a mi maridohace cuatro años. Casi me mata; hasta que no se diocuenta de que me necesitaba, no me dejó venirme aEstados Unidos. 

 —¿Y su madre está al tanto de que hay otrasmujeres? 

 —Si no lo estuviera sería tonta —replicó. Se detuvoantes de continuar—. Claro que no descarto que seatonta. 

No hice ningún comentario sobre su resentimiento.  —¿Es hija única?  —Tengo dos hermanos mayores. 

 —¿ ambién trabajan en la empresa? —Trabajar no es exactamente lo que hacen. Van

la oficina y luego salen a comer.  —Y, sin embargo, se llevan los ascensos,

respeto. Se les escucha —aventuré, sin mucesfuerzo. 

 —Mi padre es demasiado sabelotodo y no escusus opiniones, pero sí que tiene razón en lo de ascensos y el respeto. ¿Sabe qué pasa? Que yo mujer y no me merezco ninguna de las dos cosas. 

Era una queja habitual de las mujelatinoamericanas, reprimidas por una cultura que había entrado aún en el siglo xx. Era evidente que la estrella de la familia, pero, sin embargo, quedtapada por una nube de tradición y prejuicios. 

 —¿Por qué no se independiza? ¿Por qué no moalgo por su cuenta? 

Fue como si la acusara de asesinato. Lívida, levantó de un respingo apoyando las manos en brazos del sillón y, acto seguido, se dejó caer. Se ea llorar, deshecha en lágrimas por una pregunta qu

mí me resultaba obvia. 

 —No lo sé —sollozó, perdido ya todo rastro elegancia y extravagancia. De repente estaba indefen

 —. ¡Por favor, por favor, tiene que ayudarme! 

El cambio que se había operado en ella había sidotan repentino que apenas logré farfullar un «Sí, claroque voy a ayudarla», presa como estaba del asombro. 

 —Cuénteme cuál es el problema —le pedí cuandoogré sobreponerme—. Sea todo lo precisa que pueda. Me miró con los ojos empañados por las lágrimas,

respirando con dificultad.  —Tiene que comprender una cosa: quiero a mi

padre. Da igual lo que vaya a contarle, ésa es, en elfondo, la verdad. 

«Amor y odio —pensé—, un conflicto emocional noprecisamente original.» 

 —Cuando se vino a este país y nos dejó a mimarido, a mis hijas y a mí en Brasil me sentí aliviada.Mis hermanos se vinieron con él, y me parecía que consu partida me había librado de todas las restricciones,de todas las presiones que me había impuesto untiránico patriarca brasileño chapado a la antigua. —Seechó a reír con amargura—. Todo para los hombres ynada para las mujeres. Nunca me pegó y nunca fuecruel. Al contrario, me dio todo lo que quise, y ése fueprecisamente el problema. No me gané nunca nada.O, más bien, me ganaba las cosas siendo obediente.Cuando aún era una niña, me di cuenta de que eramás lista que mis hermanos. Al cumplir los veinte, yasabía que también era más lista que mi padre. En

Brasil trabajé para él durante una temporada, ayudé a 

que creciera la empresa (y ayudé de verdad, llevarme la gloria). Pero no me sirvió de nada. sentía infravalorada, maltratada no sólo por él, s

también por mis hermanos, que estaban celosos decapacidad, y por mi madre, que era la esclava de padre. No estaba bien. No era justo. Así que me ccon el primer hombre que se me puso por delante darme cuenta de que era igual de despótico, y éque me pegaba. 

Las lágrimas ya habían desaparecido. Su voz queser indolente, aunque, tras sus palabras, detecté intensa emoción. No me cabía duda de que estasiendo objetiva en su narración de los hechos. Cristera una mujer enfrentada a una cultura ancestral

tradiciones ancestrales y, aunque era muy fuerte, haacabado derrotada. Respiró hondo antes de continuar. 

 —Muy bien. Mi familia estaba en Miami (mi paestaba en Miami, vamos) y yo, en São Paulo, con marido horroroso y dos niñas a las que adoraba. padre se opuso al divorcio, pero yo seguí adelante hacerle caso. No tenía elección: mi marido tambestaba pegando a las niñas. No le dije nada a mi pahasta que fue definitivo. Me respondió con silenmuchos meses de silencio. Y entonces, de repente, buen día me llamó: «Vente a Miami. Trabaja conmen la empresa. Estás sola, yo me ocuparé de ti.» Y

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vine. Me imaginé que se compadecía de mí;generosidad y compasión en un hombre que no lashabía demostrado jamás. La línea para adolescentesfue idea mía. Y, cuando empezamos a trabajar juntosotra vez, me hizo una ilusión tremenda. Le di otrasideas. Las devoró como si fueran chocolatinas. Perotardé bien poco en darme cuenta de que no habíacambiado nada, de que estaba aprovechándose de mí,de que mis hermanos eran los beneficiarios de mi

talento, de que era un granuja avaricioso, interesado ydesalmado.  —Y aun así —señalé—, asegura que le quiere. Se me pasó por la cabeza la idea de que su padre

podría haber abusado sexualmente de ella de niña,pero la descarté; Cristina no mostraba ninguno de lossíntomas habituales. No, los abusos eran psicológicos. 

 Al ponerla bajo su dominio, su padre habría creadouna especie de síndrome de Estocolmo en su alma; lacautiva se había enamorado del captor. Laatormentaba, pero ella no podía acudir a nadie más,no podía confiar en nadie más. Era un sadismo de lomás insidioso. Cristina no tenía más remedio quequererle. 

Tras ofrecer toda aquella explicación, se quedóagotada. Le pregunté si quería descansar, perocontestó que no, que era mejor quitarse de encima ese 

peso y acabar de contarlo todo.  —Acabé haciendo lo que me ha propuesto ust

doctor Weiss —continuó—: decidí independizarme. fui con las niñas de su casa y nos instalamos donvivimos ahora. Le dije que iba a empezar una línea ropa propia. 

 —¿Se enfadó? —pregunté, visualizando ya la radel padre. 

 —Peor aún. Se echó a reír. Me dijo que jamconseguiría financiación, que nadie le daría dinero

una mujer. Me soltó que, si lograba montar empresa propia, nos desheredaría a las niñas y a «Por mí, como si te pones a hacer la calle» fueron palabras exactas, pero yo seguí en mis trece. Hará año ya que dejé su empresa, redacté un plan marketing propio para empezar la mía y alquilé oficina. Hablé con mayoristas y minoristas. 

 —¿Sin disponer de dinero?  —Bueno, mientras había vivido con él ha

ahorrado mi sueldo, y el banco me dio un préstaempresarial no muy abundante. No me llegaba,

siquiera con el préstamo, y estos primeros meses han sido fáciles, pero, aun así, he hecho alguventas. La encargada de adquisiciones Bloomingdale’s en Miami ha comprado mi línea ropa profesional. Me dijo que había consegu«milagros» en poco tiempo. Iba arrancand

Naturalmente, cuando mi padre se enteró, dejó dehablarme. Yo tenía esperanzas de empezar una nuevavida, pero la ansiedad es tremenda. Tengo pesadillas,

por lo que me da miedo dormir. Les grito a mis hijas.Como por nerviosismo; he engordado cinco kilos, todopor culpa de la comida basura. Respiro tan mal que, aveces, me da la impresión de que me voy a morir. 

 —Ha dicho que «tenía» esperanzas. ¿Las haperdido? 

 Agachó la cabeza antes de contestar:  —Sí.  —¿Y sabe por qué? Rompió a llorar de nuevo, pero entre jadeos y

ágrimas logró responder: 

 —Mi padre me ha pedido que vuelva. 

La compañía familiar estaba a punto de quebrar. Apesar de su renombre y de que las tiendas rebosabande mercancía suya, estaba en una situación económicamuy delicada. Su línea de ropa exclusiva seguíavendiéndose (su fuerza en ese mercado era lo quehabía provocado el ascenso inicial), pero la parte máscomercial del negocio estaba de capa caída. Cristinatenía razón al asegurar que los clientes habían dejadode comprar su ropa. Los pedidos para el año siguiente

habían descendido un cuarenta por ciento, una bajada 

desastrosa.  —Está al borde de la quiebra —resumió Crist

tras haber expuesto la situación— y me ha pedido qvuelva y le salve. 

 —¿Y por eso ha venido a verme?  —Es que no logro decidirme, no sé qué hace

esta situación me vuelve loca. Sí, por eso he acudidusted. 

 —A ver, usted no está loca —la tranquilicé—, sdesorientada. A veces, la magnitud de las decisioque tenemos por delante nos impide llegar a tomarla

Me miró agradecida. Aunque lo que le había dicno era ni profundo ni original, había puesto el dedola llaga. 

 —A lo mejor, repasar las distintas posibilidadesresulta útil.  —Muy bien —accedió, ya recuperada

compostura. Las palabras empezaron a salir de labios con rapidez; mentalmente, ya había repaslas opciones que tenía—. En primer lugar, pueregresar con mi padre y ayudarle, tal y como me pedido. Eso supondría renunciar a mi vida actual él, una especie de suicidio por causas familiares. otro lado, puedo dejar de trabajar, casarme otra (aunque eligiendo bien, ahora lo haría por amortener más hijos, como hacen millones de hermamías por todo el mundo. Mis padres lo aprobarían.

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cultura me lo agradecería y supongo que podría llevaruna vida feliz, aunque sin realizarme como persona. —Se detuvo, estaba claro que lo visualizabamentalmente, y agitó la cabeza de lado a lado contristeza—. O también podría seguir con mi propia líneade confección. —Y con esa idea se animó—. Acabaríafuncionando, ¿sabe? Hay una cosa que no le hecontado antes, doctor Weiss, pero, en lo relacionadocon las decisiones empresariales, tengo poderes: soy

vidente. No se sonría. Es cierto. Estoy convencida deque me saldría bien. Sólo meto la pata en lasdecisiones personales. 

Muchos empresarios de éxito tienen el mismo donque Cristina; lo llaman «instinto visceral», o «corazonada», o «presentimiento», pero, en realidad,es una especie de poder parapsicológico. Tampoco eneso dudé de ella; además, me parecía que podía ser laexplicación de muchas cosas. 

 —¿Y qué inconveniente hay? —pregunté.  —Pues muchos —suspiró—. ¿Cómo voy a competir

con él en su propio campo? Mi familia ya me harechazado, incluida mi madre. Y, si sigo, jamás me loperdonarán. Para ser sincera, no sé si sería capaz deperdonarme en la vida. Sería traicionarles, traicionarle,de una manera tal que me merecería su ira y cualquiercastigo que la acompañara. 

 —Pero ¿no es eso precisamente lo que ya ehaciendo, competir con él? 

 —Sí, desde luego. Y por eso me cuesta tanto peojo por la noche y estoy de los nervios. —Al ver gesto de sorpresa, reaccionó—. No, a ver, no es pode la empresa por lo que me preocupo. Ya he hecmilagros, como dijo la encargada de adquisiciones Bloomingdales’s. Ya le he dicho que tengo poderes.que pasa es que, si mi padre quiebra, mi éxito acabcon él, y lo digo en sentido literal. 

 —Pues entonces no entiendo por qué ha montun negocio.  —Porque estaba enfadada, porque me ha

traicionado y porque buscaba vengarme, porque...Llegado ese punto, se detuvo y volvieron las lágrim

 —. Me parece que no habría podido seguir con empresa. Una vez hubiera tenido éxito se la habentregado a él. En realidad, una gran parte de mí quería que funcionara. Ya tenía pensado dejarla ande venir a verle. 

 —Hay varios factores en juego —expuse con t

comprensivo—. La han traicionado, pero se sieculpable si contraataca. Está furiosa, pero le dan mielas consecuencias. Tiene poderes de videncia, pero sabe cómo va a ser su futuro. Los hombres siemprehan hecho daño, pero tiene ganas de volver a casa

 Ama y odia a su padre al mismo tiempo. ¿Le pare

que lo he resumido bien? Se echó a reír a regañadientes. 

 —Cuénteme, doctor, ¿qué posibilidades tengo? 

 —Vamos a ver si podemos echarle un vistazo alfuturo —propuse con solemnidad—, pero antes, parapoder hacerlo, vamos a viajar a su pasado. 

Su primera regresión fue corta. Solamente llegó acontarme que vivía en una cultura islámica, en el nortede África, pero no logró concretar una fecha nidescribir lo que la rodeaba. Sabía que era un hombre,que se dedicaba a escribir versos, y que tenía unpadre, también escritor, por el que sentía unos celos

tremendos, ya que eclipsaba a su hijo en cuanto areconocimiento, importancia y renta. Los paralelismoscon su vida actual eran tan directos y tan evidentesque le dio la impresión de que lo que había visto podíahaber sido una mera fantasía. 

La segunda regresión resultó más interesante.  —Estoy en la Edad Media, en el siglo xii. Soy un

hombre, joven, un sacerdote, muy apuesto, y vivo en as montañas. Parece la zona centro-sur de Francia.H a y desfiladeros y valles profundos, por lo que losviajes son fatigosos, pero viene a verme mucha gente,ya que necesitan de mi capacidad para ofrecer socorro

físico y psicológico. Creo en la reencarnación e insto a 

los demás a seguir mis pasos, y eso les sirve de gconsuelo. Los que sufren males (los leprosos y niños enfermos) me buscan y, cuando los tomuchos de ellos se curan milagrosamente. Soy figura muy apreciada, por descontado. Nadie mtiene mis dones. 

»Mi padre, el de esta vida, es un granjero que va poco más de un kilómetro. Es todo lo que yo no smezquino, impío, codicioso y misántropo. Es hombre más rico de la zona, pero todo su dinero y tierras no logran seducir a la muchacha independiea la que persigue, y eso que él daría todo lo que tiepor su amor. Pero no: ella está enamorada de mestá dispuesta a aceptar únicamente un amor espirit

y platónico, ya que yo no quebranto el voto castidad. “Al amarte, demuestro mi amor por Diome dice. 

»Un ejército invasor de Roma ha logrado vadear desfiladeros y ha rodeado la aldea. Nos atacan. capturan. El granjero me denuncia a las autoridaacusándome de practicar la magia negra. Cuanescuchan las historias de mi poder para curar y decerteza con la que hablo de las vidas venideras, creal granjero y me queman en la pira. Resulta muerte atroz, el humo me impide ver a mi amaque, deshecha en llanto, ha acudido a verme morir ofrecer el consuelo del que sea capaz. A los poc

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momentos de mi muerte, se arroja a un desfiladero ypierde la vida al instante. 

»Al morir, bajo la vista para contemplar la aldea yver qué sucede. Los celos que sentía el granjero pormí, que en vida apenas distinguí, no desaparecenjamás. Tiene que conformarse con un matrimonio sinamor y se amarga y se torna más cruel. En mievaluación vital, veo cómo regreso en una vidaposterior para ayudar al granjero, que ahora es

herrero, a aprender sus lecciones vitales, pero no logroinfluir demasiado en él: volverá una y otra vez sinprogresar. Tengo la impresión de haber fracasado. Yha sido porque, en el fondo de mi corazón, por muycristiano que sea, le odio. Me mató y mató a la mujerque amaba. Me alegro de que fuera un amargado, uninsatisfecho y un desgraciado. Sé que no está bien quepiense eso, pero no puedo evitarlo. Fingir otra cosasería mentir. 

Cuando Cristina se marchó de la consulta, hice unaanotación para recordar que debía comprobar simejoraba su asma, ya que tenía la impresión de queestaba relacionada con la muerte del sacerdote en lahoguera, debido al fuego y el humo. (Se trata de algobastante habitual; los problemas respiratorios suelentener causas arraigadas en vidas anteriores.) De hecho,ya en la siguiente sesión había mejorado 

sensiblemente y, en la actual idad, es mucho menintensa. 

También anoté algo más: «Los celos provocaronreencuentro del granjero y el sacerdote en otra vidaprobablemente, también en ésta, en la que el padre Cristina ha tenido la oportunidad de redimirse pordesconfianza y traición con las que se hacomportado con ella en existencias pasadas. Pohaberla apoyado psicológicamente, reconociendo talento, y haberla recompensado ascendiéndola en

empresa. Pero decidió no hacer ninguna de las cosas. Quizá le haga falta otra vida más para aprenla compasión y el altruismo.» 

En su siguiente y última regresión, Cristina encontró en un pueblecito de la Inglaterra del sxix. 

 —Esto es fascinante —me contó—. Por vez primen la historia, los hombres se van a trabajarabandonan el hogar para acudir a la oficina o a

fábrica, mientras las mujeres se quedan a cargo decasa. Es una sociedad nueva, con nuevas relacioentre los matrimonios. Y yo tengo suerte, porque

 joven (tengo veinte años), aún no me he casado yencontrado un trabajo en una planta textil, así puedo ganar algo de dinero. En cuanto empiezo,

me ocurren mil ideas para aumentar la producción yreducir los costes al mismo tiempo. Mi supervisor estáfrancamente impresionado y me pide consejo a todas

horas. Es guapísimo y dice que me quiere. Yo, desdeuego, a él sí. El supervisor de esa vida era de nuevo el padre de

a actual. La hice avanzar sin abandonar esa existenciay observé un notable cambio en su gesto. Ya no erauna chica feliz y despreocupada, sino una mujeramargada y desilusionada. Al parecer, el hombre queamaba la había traicionado. 

 —Resultó que no me quería. Lo decía sólo pararobarme las ideas y hacerlas pasar por propias. Loascendieron. Sus superiores decían que era un genio. 

¡Ay, es espantoso! ¡Lo odio! Un día me enfrenté a éldelante de su jefe y le supliqué que confesara que susinnovaciones eran, en realidad, ideas mías. Al díasiguiente, me acusó de robarle cinco libras a unacompañera. Era inocente, totalmente inocente, pero lachica le respaldó, debía de ser su amante y él le diríaque la quería para que le apoyara. Ya se enterará de loque es bueno, cuando descubra que es un cerdo. A míme arrestaron y me mandaron a la cárcel un añoentero, humillada, abandonada. En la prisión agarréuna neumonía. No acabó conmigo, pero me dejó lospulmones debilitados y tuve ataques de tos durante elresto de mis días. —Otro paralelismo con el asma de 

la actualidad—. No logré encontrar otro trabajo y vi obligada a mendigar. Prometía mucho, muctodos mis compañeros de la fábrica lo decían, pe¿de qué me sirvió? Ésa fue precisamente mi desgrac

Se echó a llorar.  —¿Llegó a perdonarlo? —inquirí.  —¡Jamás! El odio que sentía hacia él fue el acic

que me permitió seguir adelante. «Lo veré mueantes de morir yo», me decía, pero fue una promque no pude cumplir. Morí antes de cumplir cuarenta años, soltera, sin hijos, sola. Él debió llegar a los cien. ¡Qué injusticia! ¡Qué desperdicio toda una vida en esta tierra! 

O no. La tragedia de esa vida anterior, y de la oen la que había sido sacerdote, era una preparacpara ésta y para las venideras. Cuando la hice regreal presente, permaneció en un estado alterado que fui capaz de definir con exactitud. 

 —La Biblia nos dice que los pecados del paperviven hasta la tercera o cuarta generación descendientes —lo busqué: parafraseaba el Éxo20:4,5—, pero eso no tiene sentido. Nosotros mismsomos nuestros descendientes, reencarnados nuestros nietos, bisnietos y tataranietos a lo largo muchas vidas. Y, en cualquier momento, podem

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suprimir esos pecados, porque no existen en otro ser,sino en nosotros. Mi padre estaba en todas mis vidas(lo reconocí como mi padre, como el granjero y comoel supervisor) y en todas lo quise, primero, y lo odié,después. Sus pecados lo han perseguido a lo largo deos siglos. 

Se inclinó hacia delante, inspirada, para proseguir:  —Pero también los míos a mí. No son sus pecados

o que debo cambiar, sino los míos. Hace milenios que

e odio, y el odio es un pecado. Una y otra vez, eseodio erradicaba el amor que sentía por él al principio. ¿Y si esta vez las cosas cambian? ¿Y si ahora logroerradicar el odio con amor? 

Las extraordinarias percepciones de Cristina nodaban respuesta, por supuesto, a la pregunta de quédecisión debía tomar en los meses siguientes (es decir,ser empleada, ama de casa o competidora). En laépoca de las sesiones de Cristina, yo acababa de iniciarmi trabajo de progresión y lo limitaba mucho. Me

pareció que la fuerza y el intelecto de aquella pacientea convertían en una candidata ideal, y le propuse queemprendiéramos un viaje hacia el futuro. Aceptó debuen grado. 

 —Sólo vamos a analizar posibles futurospertenecientes a sus elecciones —informé—. Quiero 

evitar que vea enfermedades graves o muertes. Sida cuenta de que va en esa dirección, dígamelo yharé regresar. 

Empecé pidiéndole que viera si se había quedaen la empresa de su padre. 

 —Estoy enferma —anunció nada más empepero, a pesar de mi advertencia, no me permhacerla volver—. Es producto de la frustración. trabajo me ahoga en sentido literal y figurado. El as

ha empeorado. No puedo respirar. Es como estar Inglaterra hace dos siglos. Estoy en una cárcel. La visión de sí misma como ama de casa resu

igualmente funesta:  —Mis dos hijas son mayores y se han ido de ca

Me he quedado sola. No he vuelto a casarme. Tengoimpresión de tener la cabeza vacía, como si se hubiera encogido el cerebro por falta de uso. ingenio pertenece a otras vidas, no a ésta. 

La tercera posibilidad, la de lanzar una emprcompetitiva, arrojaba este panorama: 

 —Tengo éxito. Mi padre ha quebrado y yo multimillonaria. Y, sin embargo, estoy deprimida. como si todo fuera producto de la rabia y la venganal ganar, he perdido. Nunca veo a mi familia, nuhablamos. Nos quedamos cada uno en su habitacseparados por el silencio, y pasamos los d

carcomidos por el odio.  Al hacerla regresar al presente, me imaginaba que

estaría triste, pero, en lugar de eso, me sorprendió con

su júbilo.  —Hay una cuarta posibilidad —gritó—; antes no lahabía visto: empezar una empresa propia que nocompita con la de mi padre. 

 —¿Y no sería muy arriesgado?  —No creo. Se me dan bien el marketing y el

diseño, y eso puedo aplicarlo a cualquier sector. ¡Menaje de cocina! ¡Cerámica! Cocino bien y no se meda mal la alfarería, así que, al menos, sabré de qué vael tema, aunque, claro, buscaré asesoramientoprofesional. Tengo contactos con tiendas que podrían

vender mis productos y una trayectoria con la empresaque ya he montado que no tiene nada que envidiar anadie. Volveré a hablar con el banco que me haprestado el dinero y les diré que he cambiado de idea,pero que no tienen que preocuparse. Les presentaréun plan de marketing nuevo, otro proyectoempresarial, eso se me da de fábula. Voy a diseñarollas, cazuelas, juegos de café, vajillas. Trabajaré conarcilla, con acero, con plata. Y nadie podrá decir quepretendo desbancar a mi padre. Es más, cuandotriunfe, estará orgulloso de mí y, por fin, me querrá. 

Su entusiasmo no conocía límites, así que no me

atreví a destacar los peros. Estaba convencido de que 

se saldría con la suya, pero no de que fuera a lograamor de su padre. Para que eso fuera posible, tendque producirse un cambio profundo en ambos. 

Se marchó deshaciéndose en agradecimientos; pyo no me quedé totalmente satisfecho. Era cierto qla había ayudado a resolver su dilema; sin embarquedaba más trabajo por hacer. Me acordé de nueva percepción sobre la transmisión del pecadome quedé pensando si seguiría por ese camino, modo que, cuando, al cabo de unos meses, llamó ppedir hora, me alegré mucho. 

Le estaba costando arrancar, según me contó.

nuevos planes no habían recibido el apoyo qesperaba; aún tenía que encontrar un estilo de disepropio. Había tenido que cambiar de colegio a hijas, de uno privado a uno público, y le preocupabadinero, tener que volver con su padre al final, aunqsólo fuera para dar de comer a las niñas. Sin embarcontaba sus problemas con una vivacidad de la qhabía carecido en las visitas anteriores, las ojehabían desaparecido y respiraba con mucha mfacilidad. Se lo comenté y le pregunté por el motivo.

 —Estoy enamorada. Me quedé estupefacto. Cuando se había marcha

yo me había quedado con la idea de que tarda

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bastante tiempo en poder dejar paso al amor (sentíademasiada rabia hacia los hombres, estaba demasiadodecidida a seguir sola), y, sin embargo, la luz quehabía en sus ojos no dejaba lugar a dudas. 

 —Cuénteme.  —Ricardo es maravilloso. ¡Ma-ra-vi-l lo-so! Le conocí

en un grupo de lectura. Descubrimos que a los dosnos encanta , quizá porque los dosarremetemos contra molinos de viento. Es piloto

comercial, pero trabaja por su cuenta para compañíasinternacionales que vuelan de aquí a América Latina yde regreso. Ha estado en São Paulo, hasta conoce lacalle en la que yo vivía. Habla español y portugués y,cuando le hablé de usted, me contó que había leído unibro suyo en portugués la última vez que había estadoen Brasil, porque no había podido encontrar la ediciónen inglés. Cree que era el primero que escribió, el dea relación entre usted y una paciente, me he olvidadodel título, pero me da la impresión de que no se locree todo. ¿Le importa? 

 —Pues claro que no, mujer. Me alegro de que seafeliz, aunque, a decir verdad, me sorprende que estéenamorada. 

Me miró con una tremenda circunspección.  —Y a mí. Me he planteado cómo puede haber

sucedido y, además, tan deprisa, y creo que tengo larespuesta: es por lo que hablamos usted y yo. En el 

momento en que me di cuenta de que era upecadora, como mi padre, y de que mi pecado esodio, que me ha acompañado a lo largo de todas vidas anteriores, en ese momento se desvaneció odio que sentía por él y por todos los hombresapareció Ricardo en mi vida. 

Puso las manos sobre mi mesa y se inclinó hamí. 

 —Es algo rarísimo, doctor Weiss, pero cuando m

a Ricardo, cuando le miro de verdad, veo la pbuena de mi alma. Él es yo, estoy segura, y yo soyParece imposible. 

Le expliqué que, cuando un alma se separa alma única, puede penetrar en más de un cuerpo forma simultánea, por lo que su sensación no e«rarísima», ni siquiera especialmente insólita. Ricay ella estaban destinados a encontrarse, le conté, ypartir de aquel momento, su libertad para eledeterminaría qué les sucedería. 

 —Tengo cierta idea de lo que puede ser —aseg

con una sonrisa radiante. 

 Yo también. 

Quedaba el tema del éxito o el fracaso de su nuempresa. Le pregunté si deseaba que la hiciera avan

hacia el futuro y, tras muchos titubeos (dado su estadoactual de euforia, no deseaba recibir malas noticias),accedió, pero, en lugar de avanzar unos pocos años,

dio un salto de mil doscientos. Por lo general, cuandoalguien hace una progresión al futuro lejano no estáseguro de la fecha, pero, en aquella ocasión, Cristinafue categórica: era el año 3200. 

 —La Tierra está muy frondosa —empezó—, muchomás verde y más fértil que ahora. Los bosques sontupidos y las praderas están cubiertas de flores, peroresulta extraño que no haya animales. ¿Por qué,cuando hay tantísima comida? Tampoco hay muchagente. Se comunican telepáticamente y sus cuerpos,menos densos que los nuestros, están llenos de luz.Viven en pequeños grupos, en ciudades, en casaspreciosas hechas de madera o de piedra, y parece queson granjeros. Veo un fluido, o luz líquida, que sevierte sobre las plantas, a veces sobre la propia gente.Todo el mundo es muy espiritual. No veo ningunaenfermedad, no existe la ira de verdad, no hayviolencia ni guerra. Todo tiene cierto caráctertraslúcido, hay una luz que lo impregna todo, queconecta a todo el mundo y a todas las cosas en paz. 

 —¿Cómo se ha sentido al ver el mundo así? —lepregunté, tras hacerla volver al presente. 

 —Tranquila, cómoda, feliz —contestó aún

emocionada—. Qué ganas tengo de vivir allí. 

 —¿Y por qué habrá decidido ir tan lejos y no afuturo inmediato? 

Meditó la respuesta antes de darla: 

 —Porque es más importante. Los años de esta vya puedo manejarlos yo sola. Mi empresa floreccomo los árboles y las plantas del tercer milePuedo amar a Ricardo, ¿cómo voy a fracasar? 

Tenía razón, claro. Al cabo de dieciocho meses, productos ya estaban en tiendas de lujo de todo el py las ventas por Internet crecían día a día. CuanC aro le y yo viajamos a Rusia, los vimos en SPetersburgo. Cristina invirtió parte de sus beneficios la empresa de su padre y le salvó de la tan temquiebra. Se casó con Ricardo y puede decirse q

perdimos el contacto hasta que, una mañana, reuna llamada suya. La euforia era evidente en su voz. —Tenía que contárselo, doctor Weiss, porque

pasado gracias a usted. Anoche Ricardo y yo fuimocenar a casa de mis padres (la verdad es que vamomenudo, les cae bien) y, bueno, cuando nos íbammi padre me llevó a un lado y me abrazó. ¡Me abraQué maravilla. Y entonces, por primera vez en la vme dijo que me quería. 

El amor es una cualidad y una energía absolut

No termina con nuestra muerte, sino que n

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acompaña al otro lado y regresa luego hasta aquí. Esa esencia de la cualidad del espíritu y del cuerpo. Es lavida y la vida después de la muerte. Es nuestroobjetivo y todos lo alcanzaremos, sea en esta vida o enotras futuras.  14 

GARY: EL FUTURO 

En todos mis libros he intentado transmitir extraordinaria fuerza de las sesiones de regresión;

efecto de las visiones «milagrosas», no sólo física, stambién psíquicamente; la sensación de misterio, o magia, o de trascendencia, que experimentamos tael paciente como yo. Mucho más maravilloso resupues, viajar hacia el futuro para ver no qué sucedido, sino qué va a suceder. Esos periplos sigullenándome de sobrecogimiento y cautela. precavido a la hora de llevar a mis pacientesterritorios que podrían ser imaginarios y que podrhacer que basaran sus decisiones vitales en lo que h«visto», de modo que siempre hago hincapié en

peligros que entrañan la ilusión y la fantasía. 

 Al conceptualizar el futuro, hay que tener en cueque existe la posibilidad de proyectar los propdeseos subconscientes. Para un psicoanalista, epanoramas, fruto de anhelos íntimos, son de uimportancia vital, ya que todo lo que crea la me

recóndita contribuye al proceso terapéutico y essignificativo para su creador. En ese sentido, losrecuerdos del futuro son una especie de sueños. Suele

darse una mezcla de símbolo y metáfora, deesperanzas y deseos muy arraigados, de recuerdosreales y experiencias precognitivas. En otras palabras,el hecho de que un paciente vea lo que va a acontecerno quiere decir necesariamente que se trate de unfuturo «real». Sin embargo, la inmediatez y la fuerzade los recuerdos pueden mejorar de forma instantáneael curso presente y futuro de la vida del paciente. Paraun terapeuta, esos cambios son aún más importantesque la capacidad de validar el material. 

 A pesar de todo ello, muchas visiones del futuro

cercano han resultado acertadas, como ha quedadoexpuesto en varios de los casos de este libro. Siaprendemos a distinguir de forma infalible entreverdad y fantasía, algo que probablemente nosucederá en esta generación pero quizá sí en lasiguiente, todos los que nos adentremos en el futuro,da igual que utilicemos el material con finesterapéuticos o no, podremos mejorar ese futuro almejorar nosotros mismos. Y la dorada inmortalidadque nos corresponde acabará llegando antes, y prontoatravesaremos verdes campos y cielos luminosos paralegar hasta el alma única. 

En mi opinión, podemos ver el futuro porque una 

parte de nosotros responde al hecho de que pasapresente y futuro forman un todo que discurre forma simultánea y que en poco se parece a los añmeses, días, horas y minutos longitudinales utilizamos para medir el tiempo en la Tierra. El futya está aquí, y lo digo de forma totalmente literalincluso cuando estamos en este planeta podemdeterminar el ahora a través de los actos. Por resulta tan importante que nos preparemos no spara el resto de nuestras vidas, sino también para existencias venideras, para la inmortalidad. 

El futuro parece ser un destino flexible. multitud de futuros posibles y probables disemina

por un vasto espectro estadístico. Nuestros futuindividuales inmediatos en esta vida y los que proacontecerán dependen, en gran medida, como hemvisto, de las elecciones y los actos del presenNuestros futuros a largo plazo (los futuros colectivoel futuro del planeta, que podría existir eternamenpero que podría ser destruido por nuestras manaunque con ello detendríamos nuestro progreso hael alma única) dependen de las decisioacumulativas de toda la humanidad. Si somos sabpodremos ver cuáles son esas visiones, al vislumbel futuro de dentro de unos mil años. Cuanto más acerquemos a un futuro concreto mayor será

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precisión con la que predecirlo, pero, aun así, resultaimportante ver cómo será la Tierra dentro de mil añoso más, porque hoy está convirtiéndose en un lugarpeligroso, y quizá, si tomamos decisiones mássensatas, motivados por lo que veamos, podremosalterar la dirección del futuro desde este precisomomento. 

Cuando trabajo con los grupos que asisten a misseminarios, les hago progresiones al futuro lejano, a

períodos temporales diferenciados: dentro de cienaños, de quinientos, de mil o de más. Quiero ver siaparecen coincidencias en las visiones, ya que, siconcuerdan, hay bastantes posibilidades de queencierren la verdad, de que el mundo acabepareciéndose mucho a lo que predigan. Misexperimentos todavía son recientes, pero, en elnoventa por ciento de los casos, he dado consimilitudes tan asombrosas que cada vez estoy másconvencido de que existe una enorme posibilidad deque, dentro de muchísimas vidas, nos aguarde unmundo espléndido. 

Utilizo las progresiones individuales con finesterapéuticos. Como ya he mencionado, he empezado ahacerlo no hace mucho y con ciertas reticencias, yaque me preocupaban las profecías que pudieranacarrear su propio cumplimiento en casos de pacientes 

inestables. Sin embargo, algunos de ellos ya viajaal futuro de forma espontánea y se beneficiaban ello, de modo que empecé a enviar a algunas persoa momentos cercanos a su muerte, sin dejarles qllegaran a verla. Quizá si somos testigos del final nuestras vidas descubriremos que hay tres o cupasos que podemos dar ahora, más posibilidades las que optar en nuestro recorrido hacia la próxexistencia. (Algunos pacientes hicieron caso omiso mi sugerencia terapéutica y llegaron hasta el mome

mismo de su muerte, pero tenían la entereza necesapara soportarlo; los que no eran lo bastante fuertesllegaron hasta ese punto en ningún caso.) 

Observé que tomaban decisiones más sensataelegían mejor si habían visto lo que les esperaDisfrutaban de la oportunidad de ver las bifurcaciodel camino y preguntarse: «¿Qué diferencias habrátomo esa vía, ésa, ésa o ésa?» Al tomar decisioahora, modificamos el futuro de forma constanpero, en términos generales, de entre la infinidad futuros que tenemos por delante, hay uno o más q

son probables, y tal vez tengamos un cinco por ciede posibilidades de ir por un camino, un diez ciento de tomar otro y apenas un uno por cien mil optar por un tercero; es un sistema de probabiliday posibi lidades que alteramos incesantemente. que recordar que todos nuestros futuros individua

forman parte de un arco universal; cuando, dentro demuchísimo tiempo, ese sinnúmero de futurosindividuales se fusione con el espíritu superior,

alcanzaremos nuestro objetivo. De momento, lo que importa es la toma dedecisiones. John, por ejemplo, vio una bifurcación enel camino que le abrió la posibilidad de vivir una vida,marcada por la compasión en el presente, muy distintade la que llevaba hasta el momento. Evelyn vio unfuturo en el que el odio profundamente arraigado quesentía había dejado de existir, y así pudo iniciar sutrayecto hacia ese estado en el presente. Ver el futurono quiere decir estar obligado a vivirlo, de ahí quehaya bifurcaciones en tantos casos. Seguimos teniendo

ibertad de elección y nunca es tarde para hacer uso deella. Tanto en el caso de John como en el de Evelyn, y

en los que ya he explicado en esta obra, se procedió auna regresión antes de intentar la progresión. En laterapia de Gary, en cambio, avanzar sin retrocederresultaba esencial, ya que llegó a mí en plena crisis. Lanoche antes de llamarme tuvo un sueño en que se vioapuntándose con una pistola a la cabeza mientrasempezaba a apretar poco a poco el gatillo. Teníasentido para él, según me contó cuando me relató lapesadilla, después de que hubiera anotado su historial:a muerte significaría el fin de la desesperación. 

Gary era un hombre de cuarenta años que gozade buena salud física y cuyo negocio de antigüedaestaba a punto de venirse abajo. Debido al éxito programa televisivo , en el unos expertos tasaban las antigüedades que la gede a pie llevaba de casa, se imaginó que ibaproducirse un entusiasmo generalizado por los objede plata, los cuadros y los muebles de precelevados, por lo que amplió sus existencias hastapunto de tener que alquilar otro almacén pconservarlas. Tal vez fue porque sus gustos no elos más indicados, o tal vez porque se mos

demasiado optimista en cuanto a las posibilidades mercado, pero lo cierto es que no atrajo a mucclientes nuevos. Los préstamos que había pedido padquirir las existencias vencieron y no pudo pagarSu socio le demandó por haber administrado mal fondos. Tuvo que despedir a sus empleados. hijos, dos chicos gemelos, estaban a punto empezar la universidad, y no podía pagársela. A esposa, Constance, a la que quería con locuacababan de diagnosticarle esclerosis múltiple. abogado le había recomendado presentar una solici

de declaración de quiebra, pero, para Gary, eso inconcebible. 

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Me contó todo eso de carrerilla, con el rostrodemacrado y grisáceo y los ojos cargados de un doloratroz. 

 —Y entonces tuve el sueño —concluyó—.Comprenderá por qué me ha afectado tanto. 

 —¿Por qué ni siquiera se plantea declararse enquiebra? —inquirí—. A mí me parece la única soluciónrazonable. 

 —Porque entonces se demostraría que mi padre

tenía razón.  —¿En qué?  —«Hijo mío, tú nunca llegarás a nada.» Si no lo

dijo mil veces, no lo dijo ninguna.  —¿Ha fallecido?  —Hace doce años.  —Pero usted aún recuerda sus palabras.  —Me obsesionan. Mi padre era un hombre de

mucho carácter, doctor Weiss. Mi madre murió cuandoyo tenía tres años y me crió él solo. Era albañil, peronunca se iba de copas con sus amigos, nunca encontróa otra mujer (ni siquiera la buscó), nunca hizo nadamás que ocuparse de mí, preocuparse por mí, ahorrarpara mí. Estaba emocionado con la idea de que iba aser el primero de la familia con una educaciónuniversitaria. Le hacía ilusión que fuera abogado omédico o científico, algo de lo que pudiera sentirse 

orgulloso. Y lo intenté, de verdad, pero no sedaban bien las matemáticas, ni la química, ni la físno tengo facilidad para la lógica; tenía tan poprobabilidades de ser abogado como de ser albañil. 

 —Para ser albañil no hace falta tener demasifacilidad para la lógica. 

 —No, pero sí fuerza. —Se puso en pie y extenlos brazos—. Míreme. 

Lo que vi fue a un hombre corriente al que policía describir ía como «de complexión media,

peso medio» si algún día se hacía realidad el sueño suicidio. No era su constitución lo que le habimpedido dedicarse a un trabajo que requiriese fuesino la imagen que tenía de sí mismo. 

 —Me gustaba el arte —prosiguió—: egipcio, grieromano, renacentista. Cuando estaba en segundo universidad, en Tulane, decidí especializarme Historia del Arte, pero no se lo conté a mi padre hael curso siguiente. 

 —¿Qué sucedió? Hizo una mueca de rabia. 

 —«Hijo mío, tú nunca llegarás a nada.» Me llamariquita e intelectual y, para él, no había nada peLe había traicionado, había hecho añicos esperanzas, era la prueba viviente de que había tirasu vida por la ventana. «Ojalá hubiera tenido hija», sentenció. Para él, ser mujer era casi tan terri

como ser intelectual.  —¿Renegó de usted?  —Qué va, peor: siguió pagándome los estudios, el

alojamiento y la comida. Me dijo que no tenía nadamejor que hacer con el dinero, que era demasiadoviejo para empezar a vivir. Cuando volvía a casa, enverano o en Navidad, me trataba con cordialidad. Concordialidad. Como si fuera un desconocido, aunquesupongo que eso es lo que era. Cuando monté elnegocio, intenté devolverle el dinero, pero hizopedazos el primer cheque que le entregué y no volví aintentarlo. Hacer que me sintiera culpable fue suvenganza. Y le salió a las mil maravillas. 

 —Tuvo que soportar usted una presión terrible.

Resulta muy difícil hacerse pasar por lo que uno no es,e incluso peor que lo desprecien por ser como es. —Suexpresión de autocompasión dejaba clara la veracidadde mi afirmación—. Pero piense que ha elegido uncamino y que tiene su vida. Muchas otras personas conpadres como el suyo no lo habrían conseguido. 

 —Pues menudo logro —replicó con amargura—.Está claro que soy un fracasado. 

 —El fracaso de un negocio no es ningunavergüenza. Sucede a diario. Ya saldrá adelante.Mientras, tiene una esposa que le quiere... 

 —O eso dice. Me sorprendió la convicción que reflejaban sus 

palabras.  —¿No se lo cree? 

 —¿Cómo podría quererme? —replicó con tabatimiento. Su desesperación era tal que me pareció in

señalar que debía de haberlo querido si se hacasado con él, y que, casi con seguridad, debía seguir queriéndolo o, al menos, a esa parte de él qla había atraído en un principio. 

 —¿Cuál es el principal indicio de que no lo ama?indagué. 

La furia se apoderó de su gesto.  —Cuando le conté que quería suicidarme

suplicó que no lo hiciera. 

Me quedé atónito unos instantes.  —¿Y eso demuestra que no lo quiere? —acerté, fin, a preguntar. 

 —Si me quisiera, me dejaría hacerlo —contescon una extraña risita—, pero da igual: voy a hacede todos modos, por mucho que se esfuerce impedírmelo. 

 —¿Cuándo?  —¿Qué le parece mañana? ¿Le viene bien? A mí

perlas. 

Las amenazas de suicidio representan uno de

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problemas más graves que afronta un psiquiatra. Elhecho de que Gary hubiera acudido a mí significabaque, como mínimo, tenía sentimientos encontradossobre la decisión, que el sueño lo había asustado.Quizá sólo trataba de escandalizarme, o de dramatizar.Sin embargo, su nivel de amargura me indicaba que síexistía ese deseo, y yo sabía perfectamente que nopodía correr ningún riesgo. 

 —Voy a tener que ingresarlo. 

Se me quedó mirando con unos ojos carentes detoda expresión.  —Ni hablar.  —Corre peligro de muerte.  —No es ningún peligro: es una determinación, un

deseo alimentado con fervor.  —Únicamente por usted mismo. Ya me ha contado

que su esposa ha intentado detenerlo. Seguro que sushijos también lo harían. 

 —En estos momentos no están en casa.  —Pues entonces piense en el susto que se llevarían,

en cómo sufrirían. 

 —Se alegrarían de haberse librado de mí. Meconsideran un inútil. Y llevan razón. Sin mí estaríanmejor. 

Tenía ya muy claro que la argumentación era inútil.Si no conseguía que abandonara sus pretensiones, 

debería hospitalizarlo a la fuerza, pero tal vez,lograba hacerle alcanzar una perspectiva superiovisualizar las consecuencias de su suicidio... 

 —Vamos a hacer un trato —propuse.  —¿Qué trato? —preguntó, sorprendido.  —Si me dedica dos sesiones, si deja que trate

ayudarlo, no lo ingreso.  —Y si sigo sintiendo lo mismo después de las

sesiones ¿no intentará detenerme? Evidentemente, eso no podía formar parte del tra

 —Vamos a ver qué conseguimos —repuseQuiero que visite el futuro. 

En cuanto Gary entró en estado de hipnoprofunda, lo invité a que mirara los dos camidivergente que surgían del lugar que ocupaba enpresente. Uno le mostraría las repercusiones de suicidio. El otro era el de las decisiones positivas,amor a sí mismo, la vida. 

Decidimos adentrarnos, primero, en el sendero

suicidio. Sus ojos se llenaron de lágrimas inmediato.  —Me equivocaba. Constance sí que me quería.

veo sufrir, y eso que ya han pasado muchos adesde mi muerte. Mis hijos también lo pasan mal. tan egoísta que ni siquiera pensé en ellos al apretar

gatillo. Tuvieron que olvidarse de la universidad ydedicarse a cuidar a Constance durante suenfermedad. —Se detuvo, y cuando volvió a hablar fue

con tono de sorpresa—. Lo más curioso es que todosse sienten responsables de mi muerte y la culpa estáacabando con ellos. Creen que podrían habermeprotegido de mí mismo, que podrían haberme salvadosi se hubieran esforzado más. ¡Es increíble! Fue mimano, no la suya, la que empuñó el arma. YConstance hizo todo lo que pudo. Me suplicó. No lacreí y seguí en mis trece. 

 —Su reacción no es tan extraña —expliqué con vozpausada—. En muchos casos, los supervivientes sesienten responsables. 

 —Ay, lo siento mucho —sollozó, mientras laságrimas empezaban a resbalar por sus mejillas—. Losiento muchísimo. Yo no quería... 

 —¿Hacerles daño?  —Eso. El que sufría era yo. El suicidio no es un acto de altruismo, sino de rabia

y desesperación. Decidí explicárselo cuando regresaraal presente, pero, de momento, le hacía falta descubrirmás cosas del futuro. Lo hice avanzar aún más, hastasu próxima vida. 

Sus dedos se aferraron a los brazos del sillón hastaque los nudillos se le pusieron blancos. 

 —Hay un hombre de pie que se apunta a la cabeza 

con una pistola. Veo cómo tensa el dedo en torno gatillo. 

 —¿Es usted?  —¡Sí!  —¿Con la pistola en la sien, como en el sueño

me contó que había tenido antes de venir a vermeprimer día? 

Su cuerpo se relajó.  —Un sueño. Sí. Eso es lo que es. Un sueño.  —¿Y ese sueño quiere decir que desea suicidarse —Sí. Merezco morir. He tenido una aventura.  —Es decir, que está casado.  —Sí, claro. Y trabajo para mi suegro.  —Una aventura extramatrimonial no parece mo

para suicidarse.  —No lo comprende. Si se entera mi mujer, sedirá a su padre y lo perderé todo: el trabajo, la famla posición social, las amistades, la autoestima. podría soportar tal humillación. 

 —La aventura es un secreto. ¿Por qué ibaenterarse su mujer? 

 —Pues porque mi amante le ha escrito una cartala que se lo cuenta todo. Es que he roto con ella yha puesto como loca. La carta es su venganza. 

 —Pero la aventura ya ha terminado. La

terminado usted. ¿Por qué no se lo cuenta us

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mismo a su mujer y se disculpa antes de que reciba lacarta? Con el tiempo, lo perdonará. A lo mejor no seo cuenta a su padre. 

 —Imposible. Nunca me ha querido tanto como a él.En realidad, yo creo que nunca me ha querido, ypunto. 

 —O sea, que se alegraría si usted se suicidara.  —Montaría una fiesta. Invitaría a su padre y a sus

amigos. La amargura estaba tan arraigada como en su vida

actual.  —¿Le recuerda a algo ese sueño? —le pregunté. Se sobresaltó. Reflexionó unos instantes y por fin

repuso, dubitativo:  —¿Quiere decir si es un sueño que he tenido

muchas veces? No, creo que no. Aunque... —empezó,pero de repente negó con la cabeza—. No. 

 —¿Acabó suicidándose? Frunció el entrecejo. Hubo otro silencio y, por fin,

contestó:  —No lo sé, no lo veo. ¡Dios mío! No sé qué hacer. 

Recordaba el sueño del futuro en su vida actualcuando regresó a ella. 

 —¿Quiere eso decir que voy a tener las mismassensaciones, que voy a vivir la misma humillación y la 

misma desesperación una y otra vez? —¿Así se siente?  —Da la impresión de que voy a seguir querie

acabar con mi vida, de que siempre voy a escoger camino. 

 —Hasta que esté preparado para aprender reconocí—. Es como una tragedia griega. Si se suicahora, estará predestinado a afrontar la situación unotra vez. Lo que no ha comprendido es que el homdel sueño y el que vio en la progresión (el que

apuntaba con la pistola) no eran en realidad ustsino sólo una parte de usted, la que se odia, la qtiene instintos suicidas. 

Se estremeció como si hubiera tenido un escalofr —¿Y si tomo el otro camino? —preguntó—. ¿Q

pasará entonces?  —Ah, buena pregunta. Entonces sí que po

aprender. Tardé más de lo habitual en hipnotizarle, qu

porque le daba miedo que el segundo sendtambién llevara a la desesperación, pero, transcurr

un buen rato, se encontró en el futuro inmediato, thaber decidido no acabar con su vida.  —A l final tuve que declararme en quiebra —rel

 —, pero gané la demanda, que, en realidad, no tebase jurídica. 

 —¿Y Constance? 

 —Me apoyó en todo. Igual que los chicos. Igualque mis amigos, de hecho. Creo que se dieron cuentade que todos nos equivocamos y perdonaron mis

errores, o que incluso les pareció que no había nadaque perdonar. Era su esposo, su padre, su amigo, nouna persona infalible. No era Dios. 

 —¿Y cómo se las arreglaron?  —Pues vendimos la casa y nos fuimos a vivir a otra

más pequeña. Conseguí pagar las deudas que teníapendientes y, claro, las facturas del hospital. 

 —¿Y sus hijos?  —Acabaron la carrera. Cuando iban a vernos,

tenían que dormir en literas, pero no parecía que lesmolestara. 

 —¿Y, ahora, a qué se dedica?  —A la numismática —contestó sonriéndose—.Siempre me ha gustado y ahora es mi vocación. 

 —¿Y le va bien?  —De maravilla. He podido volver a contratar a

algunas de las personas que había tenido quedespedir. Han vuelto encantadas, algunas hasta handejado otros trabajos para venir conmigo. Supongoque no debían de creer que era un mal jefe ni unfracasado. Al despedirlos, les conté la verdad y uno deellos me dijo que admiraba mi sinceridad y misolidaridad. Claro que el negocio de antigüedadestambién empezó bien, así que ¿quién sabe? 

Lo hice avanzar aún más, hacia el final de su vida —Tengo nietos —explicó—. Mi Constance mu

hace muchos años, pero pude consolarla durante últimos días y seguimos amándonos hasta el final.Suspiró—. Esta vida me ha tratado bien, al fin ycabo. 

Dado su cambio de actitud, yo estaba convencde que la siguiente sería aún mejor. En ella, Gary un científico y se dedicaba a la investigación enfisiología vegetal, en concreto a la creación de especcompletas desde el punto de vista nutricional, modo que la gente pudiera hacerse vegetariana coalternativa a la ingestión de animales de conciensuperior y seguir una dieta equilibrada. No se dedica

a los negocios, no era adúltero, no estaba abatido, había el menor rastro de deseos de suicidio. Cuando lo devolví al presente, no cabía duda

cuál era el camino que había elegido. Había decidevitar el primero porque podía elegir con sensatez el presente. De momento, la vida de Gary edesarrollándose casi exactamente como la previó enprogresión. Su familia ha seguido queriéndoloapoyándolo; ha ganado la demanda; ha montado onegocio, una galería para artistas contemporáneos visiones del futuro raramente aciertan al cien por cie

y nuevos medicamentos han aliviado algunos de

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síntomas de Constance, aunque los dos estánresignados ante la inevitabilidad de su muerte. Hacepocos días me llamó para darme una noticia: uno desus hijos había decidido dejar la universidad para sermúsico de rock. 

 —¿Y a usted qué le parece? —pregunté.  —Pues me parece fatal.  —¿Y qué le ha dicho?  —«Hijo mío, tú llegarás a conseguir lo que te

propongas, sea lo que sea.» 

Del mismo modo que creo que todos tenemos queafrontar bifurcaciones en nuestras vidas, y que laprogresión al futuro puede ayudarnos a decidir quécamino tomar, también estoy convencido de queexisten bifurcaciones en la vida del mundo y que,cuanto más las veamos y mejor las comprendamos,más posibilidades tenemos de evitar la destrucción delplaneta. 

Por eso he utilizado mis seminarios como sistemade profecía. En este caso, no existe forma alguna dedemostrar lo que he descubierto y, además, estoyseguro de que, con el tiempo, daré con mejoresmétodos para conocer con más exactitud lo que vancontándonos quienes se han aventurado en el futuro.Lo que sí sé a ciencia cierta es que existe un consenso 

entre los asistentes a mis seminarios, que a esalturas ya son más de dos mil, y que, por lo tanpuedo ofrecer ya (con vacilaciones e indecisiones) bosquejo general de un panorama que voy a segexplorando. 

En las progresiones de grupo, como ya señalado, intento que los asistentes se detengan tres puntos en su viaje al futuro: dentro de ci

quinientos y mil años. No se trata de algo exacto, que la gente tiene libertad para explorar cualqlugar en cualquier momento, pero como pauta resulta útil, lo mismo que a mí. 

¿Qué he descubierto? • 

Dentro de cien años, o quizá doscientos, el munserá prácticamente igual que ahora. Habrá habcalamidades, tragedias y desastres naturalesprovocados por la mano del hombre, pero noescala planetaria. Habrá más toxinas, msuperpoblación, más contaminación, m

calentamiento global, menos enfermedavirulentas, mejores métodos para cultivar cosechar alimentos, etcétera, pero, fieles al espíde la famosa canción de StepSondheim, «seguiremos aquí», prácticameintactos. 

• 

Tras ese período (podría ser dentro de trescientosaños, pero también dentro de seiscientos)empezará una segunda Edad Media. (En las

sesiones, parece que la gente predice catástrofescada vez más cercanas a la primera fecha; quizá sedeba a que el futuro no está escrito y la oscuridadavanza cada vez más deprisa, debido a lospensamientos y los actos negativos de muchagente, aunque aún queda tiempo para dar marchaatrás mediante la acumulación de nuestras obras.Este período intermedio es, de los tres, el másdifícil de concretar.) No sé qué provocará esa etapade  oscuridad (de ahí la necesidad de refinar laspredicciones), pero está claro que habrá una

enorme disminución de la población. La explicaciónpodría ser un descenso del índice de fertilidad,debido a las toxinas del medio ambiente (yaexisten, en la actualidad, muchos estudioscientíficos que indican que la movilidad de losespermatozoides está descendiendo), pero losresponsables también podrían ser virus, elementoscontaminantes, asteroides, meteoritos, guerras,plagas o algún tipo de calamidad inimaginable. 

 Algunos no nos reencarnaremos durante eseperíodo; nuestras conciencias quizás hayan cambiadoo suficiente para que lo observemos todo desde otrougar, desde otra dimensión. Puede que ya no estemos 

aquí. Nuestros futuros podrían progresar más a títindividual que del planeta; puede que algunos reencarnemos en otras dimensiones o en otmundos. En conté que preocupaba que el mundo, que antes era comocolegio de una sola aula, de esos a la antigua en que todos los niños de todos los cursos asistían juna clase, estuviera dividiéndose en dos colegdistintos, uno de educación primaria y el otro secundaria, pero no parece que haya una universiddespués, y no existirá hasta que detengamos proceso actual de contaminación, muerte destrucción. Está claro que hay quien sí ha llegado auniversidad, e incluso a hacer un curso de posgra

pero ya están en otra esfera y llegan en cantidacada vez mayores. Han alcanzado el punto en el qya no tienen que reencarnarse en la Tierra, y tal esos universitarios nos ayudan desde la lejanía. que están en cursos de posgrado piensan en momento de doctorarse, en el que finalmente fusionarán con el alma única. • 

 Y, por último, tenemos la tierra idíl ica, fértilpacífica que vio Hugh antes incluso de que empezara a hacer progresiones de grupo y qluego, muchos otros han descrito también. S

algunos asistentes han mencionado las nubes qatravesó Hugh antes de llegar a la tierra de l

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KEENAN, SUZANNE DONAHUE Y TODOS LOS DEMÁS. 

ESTARÉ ETERNAMENTE AGRADECIDO A MI EXTRAORDINARIA Y ENCANTADORA 

 AGENTE JONI EVANS, DE WILLIAM MORRIS AGENCY. 

Y A MI FAMILIA, MIS COMPAÑEROS DEL 

ALMA EN EL TRAYECTO DE ESTA VIDA Y DE MUCHAS OTRAS VIDAS, MI MAYOR   ALEGRÍA ES SABER QUE SIEMPRE 

ESTAREMOS JUNTOS, HASTA EL FIN DE LOS TIEMPOS. 

 ACERCA DEL AUTOR  

EL DOCTOR WEISS TIENE UNA CONSULTA PRIVADA EN MIAMI, 

FLORIDA. ADEMÁS, DIRIGE SEMINARIO Y TALLERES DE CARÁCTER NACIONAL

INTERNACIONAL, ASÍ COMO PROGRAMAS DE FORMACIÓN PARA PROFESIONALES. BRIAN WEISS HA 

GRABADO DIVERSOS CD Y CINTAS D AUDIO EN LOS CUALES AYUDA A LA 

GENTE A DESCUBRIR Y APRENDER  TÉCNICAS DE MEDITACIÓN, 

RELAJACIÓN PROFUNDA, REGRESIÓN

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THE WEISS INSTITUTE 

P. O. BOX 560788 MIAMI, FLORIDA 33256-0788 

TELÉFONO: (1-305) 598-8151 FAX: (1-305) 598-4009 

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