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César González Mínguez e Iñaki Bazán Díaz (eds.) LA MUERTE EN EL NORDESTE DE LA CORONA DE CASTILLA A FINALES DE LA EDAD MEDIA Estudios y documentos

Muerte y Conflicto Familiar en El Norte

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Capítulo de libro sobre la incidencia de la muerte en las relaciones sociales en la baja Edad Media

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César González Mínguez e Iñaki Bazán Díaz (eds.)

LA MUERTE EN EL NORDESTE DE LA CORONA DE CASTILLA A FINALES DE

LA EDAD MEDIAEstudios y documentos

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La muerte en el nordeste de la Corona de Castilla

a finales de la Edad MediaEstudios y documentos

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Vol. I

La muerte en el nordeste de la Corona de Castilla

a finales de la Edad MediaEstudios y documentos

César González Mínguez e Iñaki Bazán Díaz (eds.)

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Foto de portada/Azalaren argazkia: Testamento de Domingo Abad (Briviesca 1325). Archivo Municipal de Briviesca. Legajo 15.453

© Servicio Editorial de la Universidad del País VascoEuskal Herriko Unibertsitateko Argitalpen Zerbitzua

ISBN: 978-84-9860-944-8Depósito legal/Lege gordailua: BI - 314-2014

CIP. Biblioteca UniversitariaLa muerte en el nordeste de la Corona de Castilla a fi nales de la Edad Media : estudios

y documentos /César González Mínguez e Iñaki Bazán Díaz (eds.). – Bilbao : Universidad del País Vasco / Euskal Herriko Unibertsitatea, Argitalpen Zerbitzua = Servicio Editorial, D.L. 2014. – 631 p. : il. ; 24 cm. — (Historia Medieval y Moderna )

D.L.: BI-314-2014 ISBN: 978-84-9860-944-8

1. Muerte - Historia. 2. Muerte – Aspecto social. 3. España – Historia – Fuentes. I. González Mínguez, César, ed. II. Bazán Díaz, Iñaki, ed.

393(460) “04/14”94(460)“04/14”

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Índice

Introducción, por César González Mínguez e Iñaki Bazán Díaz . . . . . . . . . . . 9

PRIMERA PARTE

Estudios

«Veyendo que natural cosa es que todo omen que en este mundo nasce que a de finar». Morir en la villa de Miranda de Ebro y su entorno en la transición de la Edad Media a la ModernaRoberto Palacios Martínez y Jorge Pérez Calvo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19

La dimensión sociopolítica de la enfermedad y la muerte en las villas por-tuarias de Cantabria en la Baja Edad MediaJesús Ángel Solórzano Telechea . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55

Las ordenanzas municipales de Laredo de 1480 sobre honras fúnebresIñaki Bazán Díaz y Roberto Palacios Martínez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 87

«Que se llame y tenga apellido y las armas de los Sarmientos». El testa-mento, fuente privilegiada para el estudio de las bases de reproducción social de la nobleza medievalHegoi Urcelay Gaona . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 103

Muerte y conflicto familiar en el norte peninsular a fines de la Edad MediaRoberto J. González Zalacain . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 123

Un ejercicio de lectura hagiográfica: la muerte de los santos en el norte hispanoAriel Guiance . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 149

Los judíos ante la muerteEnrique Cantera Montenegro . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171

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8 ÍNDICE

Arqueología de la muerte: de la necrópolis altomedieval al cementerio parro quial. El caso de la villa de Durango y su territorioBelén Bengoetxea y Teresa Campos López . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 199

De sepulturas y panteones: memoria, linaje, liturgias y salvaciónLucía Lahoz . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 241

SEGUNDA PARTE

Documentos

Normas de edición y transcripción . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 297

Transcripciones documentales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 299

1. Testamentos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 299 2. Codicilos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 437 3. Mandas pías pro-ánima . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 445 4. Inventarios post-mortem . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 469 5. Conflictos por herencias y testamentos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 495 6. Enterramientos, sepulturas y capillas . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 533 7. Salva canonica iustitia o porción parroquial . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 583 8. Legislación civil y canónica sobre la muerte . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 593 9. Visitas pastorales. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 60910. Exequias reales . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 615

Índice de documentos . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 621

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Muerte y conflicto familiar en el norte peninsular a fines de la Edad Media

Roberto J. González ZalacainUniversidad del País Vasco/Euskal Herriko Unibertsitatea*

1. Introducción

La muerte, por definición, constituye un hecho vital trascendental para todas las sociedades, aunque el grado de conceptualización que sobre ello realizan las distintas culturas difiere en cada una de ellas. La percepción que de este momento de la vida tenían los hombres y mujeres del medievo his-pano se ha analizado desde varias perspectivas1, tratando lo terrenal, lo espi-ritual, lo simbólico y lo material.

Una de esas variables posibles atañe precisamente a ese último punto, el que alude al patrimonio de bienes muebles e inmuebles en el momento del fallecimiento de una persona. Para ello se deben contemplar dos planos de análisis, con sus fuentes y su proyección cronológica diferentes. Por un lado hay que valorar las distintas variantes que se recogen en la legislación sobre todo lo que se refiere a los bienes del difunto y otras cuestiones conexas2, que junto con los testamentos nos remiten al momento mismo del falleci-miento3. Pero un estudio de estas características también debería reflexio-

* Convocatoria para la concesión de ayudas de especialización para investigadores docto-res en la UPV/EHU (2010).

Grupo de Investigación Consolidado del Gobierno Vasco Sociedad, poder y Cultura (IT 322-10).

1 Para un reciente estado de la cuestión véase BALOUP, D., «La mort au Moyen Âge (France et Espagne). Un bilan historiographique», en MÍNGUEZ, C. y BAZÁN, I. (dirs.), El discurso legal ante la muerte durante la Edad Media en el nordeste peninsular, Bilbao, Uni-versidad del País Vasco (UPV/EHU), 2006, pp. 13-32.

2 Para el período y contexto geográfico que nos ocupa esta perspectiva ha sido exhausti-vamente analizada en el extenso trabajo de PRIETO, O. y PARREÑO, R., «El discurso ante la muerte según el derecho territorial del reino de Navarra y del País Vasco», C. MÍNGUEZ e I. BAZÁN (dirs.), El discurso legal ante la muerte..., pp. 33-104.

3 Sobre este tema véase el interesante trabajo —aunque de cronología y contexto geográ-fico un poco diferentes al aquí propuesto— de AVENTÍN, M., «La familia ante la muerte: el culto a la memoria», IGLESIA DUARTE, J.I. (coord.), La familia en la Edad Media. XI Se-mana de Estudios Medievales de Nájera, Logroño, IER, 2001, pp. 387-412.

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nar sobre la consistencia en el tiempo del momento de la muerte y de lo dis-puesto para ello.

Es precisamente lo que se propone en las páginas que siguen: analizar qué conflictos se sucedían en una familia cuando uno de sus miembros falle-cía, en el contexto concreto de los obispados del norte peninsular castellano en el tránsito de la Edad Media a la Moderna, atendiendo a la actuación de las personas implicadas ante los tribunales de justicia en defensa de unos de-rechos que habían partido, precisamente, de la muerte de un familiar.

Como veremos, la mayor parte de estos pleitos se movieron por motivos que hoy calificaríamos como materiales: posesión de la herencia o de bienes dotales, prevalencia de derechos de tutela, etc. No obstante, también compro-baremos, a medida que avance el texto, cómo este tipo de problemas familia-res trascienden la realidad material y nos ayudan a componer mejor el ima-ginario mental de los hombres y mujeres del período, especialmente en lo que se refiere a una cuestión en concreto. Me refiero a la amplia proyección en el tiempo de este tipo de conflictos, que provoca que algunas de las con-secuencias del hecho luctuoso que supone el fallecimiento de un familiar di-recto tuvieran repercusión incluso décadas después. Es habitual comprender el complejo universo cultural que rodea a la muerte desde momentos previos a su desarrollo —con la ordenación testamentaria— o inmediatamente poste-riores, con los duelos, lutos y enterramientos subsiguientes. Pero, como vere-mos repetidamente en los distintos pleitos tratados en este trabajo, la muerte de un familiar directo repercutía en la vida de los supervivientes bastante tiempo después de haber sucedido materialmente.

Conocemos suficientes ejemplos de todo este abanico de casos debido a la actuación de los interesados ante los tribunales de justicia. Ante ellos plei-tearon los familiares de los difuntos en defensa de sus derechos, a veces entre ellos y en ocasiones contra autoridades y personas ajenas al núcleo familiar. Por ello utilizaré las informaciones contenidas en dos de los archivos fun-damentales de la Corona de Castilla para este período estudiado: el Archivo General de Simancas y el Archivo de la Real Chancillería de Valladolid.

Lamentablemente esta importancia detectada en la documentación aún no ha tenido una incidencia clara en la historiografía castellana. La historia de la familia se ha desarrollado de manera notable en los últimos años, pero prestando escasa atención tanto a la familia medieval española como al estu-dio del conflicto familiar en general4.

4 En el contexto europeo ha aparecido recientemente una interesante monografía que comienza a interesarse por el conflicto familiar en el conjunto de la Europa occidental: AURELL, M. (ed.), La Parenté déchirée: les luttes intrafamiliales au Moyen Âge, Turnhout, Brepols, 2010.

Para el caso castellano, ha visto la luz recientemente la tesis doctoral de quien suscribe es-tas líneas: GONZÁLEZ ZALACAIN, R.J., La familia en Castilla en la Baja Edad Media: vio-lencia y conflicto, Madrid, Congreso de los Diputados, 2013.

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En el primer caso se explica por la estrecha imbricación que tuvo en sus orígenes esta vertiente de análisis con la demografía histórica, lo que excluía al mundo medieval castellano de los discursos planteados, ya que éste care-cía de las fuentes de archivo necesarias para aplicar a este período las meto-dologías desarrolladas para las etapas siguientes5.

Y en cuanto a la segunda cuestión, la historia de la familia ha desarro-llado importantes estudios que han demostrado, ya sea a través de las genea-logías sociales, ya con los análisis de redes sociales, el valor fundamental del parentesco en la estructuración de las sociedades de las épocas mencionadas, lo que le ha llevado a buscar de manera mucho más notable las relaciones fa-miliares positivas, las que estructuraban en su entorno a la sociedad prelibe-ral, que los posibles comportamientos disonantes con la práctica cultural ma-yoritaria6.

Lo que sí ha conseguido ese gran desarrollo del análisis de la familia como sujeto histórico ha sido comprender en toda su magnitud el papel fun-damental que tuvo esta institución social en la articulación de las sociedades históricas. Además de constituir el entorno de nacimiento de los individuos, de dotarles de una identidad personal y colectiva y de un lugar en la sociedad en la que nacieran, a través de la familia se produjeron un porcentaje muy elevado de las transferencias patrimoniales del período, lo que sin duda es la explicación al gran número de pleitos por estos temas que se conservan en los archivos mencionados. Veamos más concretamente qué tipos de conflic-tos se generaron en las familias norteñas tras la muerte de un familiar.

2. El problema de la herencia del finado

La legislación castellana bajomedieval se encargó de regular de una ma-nera muy precisa la forma de realizar el reparto de la herencia. A diferencia de lo ocurrido en otros contextos, en el ámbito castellano se instituyó desde época de Alfonso X la distribución igualitaria de la herencia entre todos los

5 La bibliografía que podríamos citar en este punto es tan extensa que me voy a limitar a citar un trabajo concreto referido parcialmente al contexto geográfico que aquí nos ocupa para ilustrar este punto: IMÍZCOZ, J.M. (ed.), Casa, familia y sociedad (País Vasco, España y América, siglos XV-XIX), Bilbao Servicio Editorial Universidad del País Vasco (UPV/EHU), 2004. A pesar de lo que se mencione en el subtítulo, el siglo XV no constituye el hilo argumen-tal principal de ninguno de los capítulos de la obra.

6 Un ejemplo reciente y sumamente ilustrativo al respecto de las dos cuestiones plantea-das lo tenemos en la obra de BESTARD, J. y CHACÓN, F. (dirs.), Familias: historia de la so-ciedad española. Del final de la Edad Media a nuestros días, Barcelona, Crítica, 2011. En esta obra, de más de mil doscientas páginas y en el que han participado algunos de los principales especialistas de la familia española del período determinado en el título, el mundo bajome-dieval hispano apenas merece más de sesenta páginas, y el discurso no integra en ningún mo-mento el análisis del conflicto generado en el entorno de las familias.

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herederos7, lo que sin duda puso en primera línea de conflicto todas las situa-ciones en las que alguno de los implicados considerara que sus derechos no habían sido respetados debidamente.

Por esta razón, el conflicto derivado de la discusión por los bienes terre-nales del difunto se trata, sin ningún lugar a dudas, del principal de los que se generaron en la época tras la muerte de un familiar. Por dar algunas cifras aproximadas, en el Registro de Ejecutorias del Archivo de la Real Chancille-ría de Valladolid se conservan más de quinientas piezas documentales ela-boradas con motivo de un pleito por herencia para el período comprendido entre 1475 y 1525, lo que supone un porcentaje de entre el 15% y el 25% del total de conflictos familiares para el período, y le convierte en el prin-cipal motivo de pleito familiar del período8. En el otro gran archivo que se ha mencionado, el Achivo General de Simancas, y más concretamente en el fondo conocido como Registro General del Sello, los documentos generados por un pleito por herencia también alcanzan un volumen significativo9.

7 Aunque precisamente algunas de las excepciones más importantes a esta práctica deter-minada por la legislación de ámbito territorial la encontremos en los fueros vascos en los que prevalece la libre disposición del testamentario. De manera sintética, se puede destacar que en Guipúzcoa las ordenanzas de la Provincia no trataron cuestiones relativas a la herencia hasta bien entrado el siglo XVI, aunque parece ser que desde el siglo XV el derecho de la Tierra per-mitía la libre disposición de los bienes de la herencia, y por ende la indivisibilidad del patri-monio familiar. En Vizcaya y Álava la legislación es compleja, ya que depende del tipo de bienes que se sometan a reparto se permite la transmisión de una u otra forma. PRIETO, O. y PARREÑO, R., «El discurso ante la muerte según el derecho territorial del reino de Navarra y del País Vasco»…

8 Exclusivamente para las actuales provincias de Guipúzcoa, Vizcaya, Álava, La Rioja y Burgos, con las siguientes cifras por provincia: Guipúzcoa 65, Vizcaya 128, Álava 66, La Rioja 70 y Burgos 194.

Hay que tener en cuenta que, desde el siglo XII, el territorio vasco peninsular se insertó en la geografía diocesana en cuatro obispados: Burgos, Calahorra, Pamplona y Bayona, que son por otra parte los que estructuran el marco geográfico de esta monografía. La diócesis de Bur-gos incluía la parte occidental de Vizcaya (Encartaciones) y de Álava (vicaría de Valdegoría); la de Calahorra y La Calzada el resto de Vizcaya y Álava, más el valle del Deva y la zona na-varra de Viana; la de Pamplona el resto de Navarra y Guipúzcoa, con excepción del valle de Baztán, Lerín, Cinco Villas y cuencas de los ríos Oyarzun y Bidasoa, que estaban integrados en la diócesis de Bayona. El resto de territorio de Vasconia se repartía en las diócesis de Dax, Olorón y Tarazona. BAZÁN, I. (dir.), De Túbal a Aitor. Historia de Vasconia, Madrid, La es-fera de los libros, 2006, p. 284.

Sin embargo, los datos numéricos citados corresponden a la jurisdicción de la Corona, y han sido extraídos de la obra GONZÁLEZ ZALACAIN, R.J., La familia en Castilla en la Baja Edad Media... En ella la proyección geográfica se realiza a partir del mapa provincial ac-tual con el fin de facilitar el reconocimiento, aun cuando en algunos casos concretos no se co-rresponda estrictamente con la situación de la época.

9 Concretamente 163 documentos, distribuidos geográficamente de la siguiente manera: Guipúzcoa 28, Vizcaya 22, Álava 13, La Rioja 27 y Burgos 73 para el período comprendido entre los años 1476 y 1499. En este caso los porcentajes sobre el total son ligeramente meno-res, con un arco de entre el 10% y el 20% de los casos. GONZÁLEZ ZALACAIN, R.J., La fa-milia en Castilla en la Baja Edad Media...

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Se trata, como vemos, de una cantidad significativa de casos que encie-rran una muy variada casuística. Un elevado número de ellos enfrentaba a los herederos con personas ajenas al núcleo familiar que, por alguna circuns-tancia, se habían apropiado del patrimonio. Sin embargo, resulta mucho más interesante conocer de manera más precisa aquellos ejemplos que atañen a dos o más miembros de una misma familia. Como he indicado al introducir historiográficamente el tema, la historia de la familia ha tendido a considerar de manera automática las relaciones familiares como relaciones positivas, en las que el parentesco generaba obligaciones de obediencia y bien común en todos los casos. Siendo cierto este punto, el elevado número de ejemplos en los que el pleito se entabla entre familiares directos nos obliga a matizar esa afirmación, y a valorar en qué medida pudo incidir el conflicto familiar en la elaboración de las estrategias familiares de la época.

Los conflictos intrafamiliares por el reparto de la herencia pueden darse en torno a tres grandes ejes de parentesco: verticales, entre uno o varios hijos y el progenitor superviviente; horizontales, es decir, entre hermanos; y los que saltan de la célula familiar conyugal y afectan a otros parientes directos. Veamos ejemplos de cada una de estas tres posibilidades.

De pleitos entre padres e hijos por la herencia del otro cónyuge ya falle-cido podemos mostrar varios casos que ilustran las distintas posibilidades existentes al respecto. El primero de ellos es el que mantuvo Toda Martínez con su hijo Juan Pérez de Uriondo, ambos vecinos de Durango10, en torno al año 1486. El argumento central trata sobre la herencia del difunto Ochoa Pé-rez de Uriondo, difunto marido de Toda y padre de Juan. Según el litigio que mantuvieron en primera instancia ante el corregidor de Bilbao la viuda había pedido el reparto de los bienes que quedaron del difunto a partes iguales en-tre ella y su heredero, a lo que se opuso éste alegando que, como hijo legí-timo que era, era su universal heredero y tenía derecho a la posesión de todos los bienes. Se trata de un caso arquetípico que condensa, de manera explí-cita pero también implícitamente, muchas de las características de este tipo de pleitos. La ejecutoria, en resumen, recoge el rechazo de la apelación de la primera, que ya había sido condenada en primera instancia a repartir los bie-nes de su difunto marido con su hijo.

Esos detalles que se citan expresamente se refieren sobre todo al ejerci-cio de la tutela por parte de la madre, que mientras duró la minoría de edad

10 Archivo de la Real Chancillería de Valladolid, Registro de Ejecutorias (en adelante AchV, RE), Caja 3,24. El documento está publicado en ENRÍQUEZ, J. et alii, Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. Registro de Ejecutorias emitidas. Vizcaya (1486-1502). Re-gistros 1 a 20, Donostia, Eusko Ikaskuntza, 2010, n.º 11, pp. 35-38.

También disponemos, para parte del período aquí comprendido, de los trabajos de regesta realizados por VARONA GARCÍA, M. A., Cartas Ejecutorias del Archivo de la Real Chanci-llería de Valladolid (1395-1490), Valladolid, Universidad de Valladolid, 2001; y la tesis docto-ral aún inédita de MARTÍNEZ GUERRA, I., Catálogo de Ejecutorias del Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (1490-1494), Universidad de Valladolid, 2008.

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de su hijo tras el fallecimiento de su marido, dispuso de todo el patrimonio conyugal para gestionarlo y beneficiarse económicamente de él.

Pero, como decía, también se intuyen algunos otros elementos que no se reflejan en el texto, pero que sin duda ayudan a comprender el pleito en-tre una madre y su hijo. En el relato de presentación de los hechos, cuando el discurso presenta a los litigantes, se nos habla de «Toda Martinez de la vna parte e Juan Peres de Vriondo, su fijo, padre [sic] del dicho Ochoa Peres de Vriondo, su primer marido». Es decir, que parece lógico deducir que Toda Martínez tiene un segundo marido, ya que si no no sería necesaria la pun-tualización. La existencia de un segundo matrimonio complica sobremanera la consideración del patrimonio aportado por la mujer al nuevo matrimonio, además de que no aclara en qué situación queda el hijo en minoría, por lo que el recurso al pleito por la defensa de los derechos una vez adquirida la mayoría de edad por parte del descendiente agraviado parece bastante evi-dente.

Es interesante este caso porque encierra en su seno tres de los principa-les conflictos familiares que se solían generar tras la muerte de uno de los padres: el destino de la herencia, la tutela de los hijos, y la propiedad de la dote.

En esas mismas fechas se produjo el pleito entre María Sánchez y sus hi-jas Juana Martínez y María Sánchez, todas ellas vecinas de la riojana locali-dad de Santo Domingo de la Calzada, que en primera instancia se trató ante la justicia de la localidad, y que hoy conocemos porque fue elevado en grado de apelación a la Real Chancillería de Valladolid11. El motivo del litigio nue-vamente se centra en el reparto de los bienes de la herencia del padre de fa-milia difunto unos años ha. En la extensa ejecutoria, de quince folios, se nos describe el proceso desde su paso en primera instancia por los tribunales cal-ceatenses, el intento de mediación con un tribunal de arbitraje que alcanzara un acuerdo satisfactorio para las partes, hasta la condena que se dicta contra la madre, a la que se conmina a que declare cuáles eran los bienes que aportó su marido al matrimonio, y por ende cuál es el patrimonio susceptible de ser repartido en el momento de su fallecimiento, y una vez determinado ese punto a repartirlo como la ley obliga entre los herederos legítimos. La apela-ción contra esta sentencia no fue favorable para María Sánchez madre, y los oidores de la Chancillería vallisoletana le obligaron a cumplir lo dictado en primera instancia.

Este otro caso de conflicto intergeneracional entre una madre y sus hijos vuelve a poner de relieve cierta volubilidad en algunas relaciones familiares tardomedievales, especialmente cuando el núcleo conyugal se desmembra, algo que en la época —salvo casos extraordinarios— únicamente ocurría cuando uno de los cónyuges moría.

11 AChV, RE, 3, 24.

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Los dos ejemplos que se han citado al inicio los protagonizan las madres, pero también tenemos casos en los que el litigante contra sus descendientes es el padre, una vez fallecida la madre de sus hijos. Este fue el caso del pleito que llevaron a cabo Pedro Martínez de Jaúregui y su hija María Estíbaliz de Jaúregui, todos ellos vecinos de Bergara, en Gipuzkoa12.

En esta ocasión lo que reclama María a través de su marido, Martín de Velarza13, es que se le entreguen los bienes, principalmente propiedades in-muebles, que fueron propiedad de su madre fallecida, Marina de Zabala. Como se trata de bienes dotales que se aportaron al matrimonio, que tienen un tratamiento específico, y muy extenso, en la legislación castellana14, los jueces le dan la razón en su demanda, pero previo pago de setenta mil mara-vedís, cantidad estimada a partir de la suma de lo que le debían sus suegros de la propia dote desde la constitución del matrimonio, más los mejoramien-tos que el propio demandado había introducido en esas propiedades, y por lo que gastó en el enterramiento de su madre. En el procedimiento de apelación seguido ante la Chancillería se redujeron cinco mil maravedís de esa suma fi-nal, y en el resto se mantuvo la sentencia inicial.

A partir de este ejemplo podemos establecer alguna caracterización más del tema que nos ocupa. En primer lugar, se observa una diferencia de gé-nero en la conformación de este tipo de conflictos, ya que hay diferencias en la consideración jurídica de los bienes que aportan al matrimonio el marido y la mujer.

Además, podemos percibir en este caso esa idea que se viene apuntando desde el principio, en el sentido de las consecuencias del fallecimiento de uno de los cónyuges se mantienen en ocasiones hasta bastantes años des-pués de haberse producido. Todos los ejemplos comentados transcurren en un largo período de tiempo. Bien es cierto que en la base de este detalle esté la propia configuración de la fuente utilizada para el análisis, que son los ar-chivos de apelación de la Corona. Si un pleito llega en grado de revista a los oidores de la Chancillería es porque previamente ha sido tratado por los al-caldes ordinarios en las localidades de origen de los litigantes. Y la justicia, ni antes ni ahora, se ha destacado por su rapidez en la resolución de los te-mas a tratar.

12 AChV, RE, 6, 11.13 No hay que olvidar que la mujer era considerada una menor de edad salvo muy conta-

das excepciones, por lo que siempre requería la tutela de un varón en caso de que estuviera ca-sada o aún sometida a algún tipo de patria potestad. MUÑOZ GARCÍA, M.J., Las limitaciones a la capacidad de obrar de la mujer casada: 1505-1975, Madrid, Universidad de Extrema-dura, 1991.

14 Para una visión completa de estas cuestiones véanse las obras de COLLANTES DE TERÁN DE LA HERA, M.J., El régimen económico del matrimonio en el derecho territo-rial castellano, Valencia, Servicio de Publicaciones Universidad de Cádiz, 1997; y GÁMEZ MONTALVO, M.F., Régimen jurídico de la mujer en la familia castellana medieval, Granada, Comares, 1998.

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Ello hace que un fallecimiento acontecido en un momento determinado genere diferentes fases evolutivas hacia el futuro. La primera y más inme-diata es la de la organización y pago del entierro —que se menciona explí-citamente en el pleito de Martínez de Jaúregui con María Estíbaliz de Jaúre-gui—, pero tras ese dolor inicial por la pérdida del ser querido comienzan un nuevo tiempo que puede traer otras nupcias —como intuimos que hizo Toda Martínez— o que los hijos alcanzan la mayoría de edad y reclaman la po-sesión de sus bienes al progenitor superviviente, sin olvidar en todo caso la propia velocidad de la justicia. Como se puede comprobar en alguno de los ejemplos de ejecutorias transcrito en el apéndice, se pueden llegar a suce-der un número considerable de sentencias interlocutorias apeladas por la otra parte que dilatan de manera notable la llegada de la sentencia definitiva.

Antes de pasar a los conflictos planteados entre hermanos o hermanas-tros quiero introducir un aspecto que, lo veremos más adelante también, es característico de algunos de estos conflictos, y es el del parentesco derivado de las segundas nupcias. Si con relativa frecuencia ocurrían pleitos entre pa-dres e hijos, no es difícil imaginar que otro tanto podía ocurrir cuando uno de los intervinientes no es el padre biológico, sino el padrastro. Ese fue el caso del proceso que entablaron María Ochoa y María Pérez de Mendraca, hijas de la difunta Marina Martínez, difunta, vecinas de Durango, que demanda-ron a su padrastro, Pedro Sánchez de Iturriaga, por administrar mal los bie-nes de su padre difunto, de nombre Pedro de Mendraca, de quien las deman-dantes eran sus herederas legítimas15. El pleito finalmente se resolvió a favor de las demandantes, aunque hubo de dilucidarse a la par la valoración de la dote aportada por su madre al segundo matrimonio, lo que modificaba par-cialmente la cuantía reclamada y obligaba a la intermediación de peritos im-parciales que resolvieran ese punto.

También en los conflictos generados entre hermanos por la herencia del progenitor fallecido se puede apreciar la presencia de la muerte en las vidas de los herederos años después de que su padre o madre hubiera fallecido. Por ejemplo, trece años transcurrieron desde la muerte de Juan Sánchez de Sali-nas y el pleito que trataron sus hijos entre ellos por ciertos arrendamientos realizados por unos sin la autorización del resto de herederos16. Insisto, tam-

15 AChV, RE, 55, 5.16 Archivo General de Simancas, Registro General del Sello (en adelante AGS, RGS), IX-

1492, f.º 216. Carta al duque de Nájera y a las justicias de esa ciudad, a petición de Alonso de Salinas y Juan de Salinas, por sí y en nombre de sus hermanos, sobre que Juan Sánchez de Sa-linas, su padre, les dejó por universales herederos junto con Francisc de Salinas, Catalina de Salinas, Gracia de Salinas, pero mandó la tercia y quinta parte de sus bienes a Diego y a Juan de Salinas, también sus hijos, y como el citado Alonso de Salinas y sus hermanos son menores de edad, quedaron en poder de Juana Martínez de Grañón, su madre, y de Diego de Salinas, hijo de ésta, los cuales salieron fiadores de un arrendamiento, poniendo como fianza los bienes de estos menores, lo cual es motivo de reclamación por parte de ellos. Veáse la transcripción completa en el apéndice documental, doc. 33.

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bién en este ejemplo observamos que la incidencia de la muerte en la vida cotidiana de las personas trascendía con mucho el momento del deceso, in-fluyendo en las relaciones familiares establecidas a partir de ese momento entre los herederos.

Este ejemplo nos permite adentrarnos ya en la siguiente categoría de pleitos por herencia que he indicado más arriba, el establecido de forma in-tergeneracional entre los hermanos por el patrimonio del padre o madre falle-cidos. Hay menos ejemplos de este tipo que de otros, y en ocasiones además los documentos conservados no mencionan más que la demanda en sí, sin aportar apenas información17.

Uno de estos casos fue el que desarrollaron a lo largo de un amplio espa-cio de tiempo Catalina de Echave, vecina de Elgoibar, con Domingo y Estí-baliz de Echave, sus hermanos, vecinos de Deva, sobre el reparto de los bie-nes y herencia de sus padres, Juan de Echave y María de Lasalde18. Traigo a colación este pleito por varios motivos. En primer lugar, porque responde al criterio señalado anteriormente, ya que se plantea el pleito entre dos herma-nos de padre y madre, que tras el fallecimiento de sus ascendientes se ven obligados a pleitar al plantearse discrepancias sobre el reparto de los bienes que quedaron.

Además, como ya he indicado antes, es un buen ejemplo de cómo se po-día llegar a retardar la resolución de un conflicto de este tipo por la vía judi-cial, al tener que sumarse los tiempos de la primera sentencia del corregidor de Guipúzcoa al desarrollo del proceso en la Chancillería de Valladolid, que llega a contar hasta con tres sentencias previas antes de la definitiva. Aunque las ejecutorias no siempre especifican las fechas concretas de los desarrollos del proceso, parece evidente que debió de prolongarse de manera notable en el tiempo.

Por último, también resulta interesante comprobar a partir del caso de Catalina de Echave contra Domingo y Estíbaliz de Echave cómo la muerte continúa haciendo estragos e interviniendo en el proceso. Se nos indica que Juan de Echave y María de Lasalde, padres de los litigantes, tuvieron cinco hijos: Catalina, Juan, Antón, Estíbaliz, María y Juan de Echave19. Tras el fa-llecimiento de sus padres y la aceptación de la herencia, también fenecieron Antón y Juan, sin hacer testamento —y entendemos que también sin haber contraído matrimonio y tenido descendencia—, por lo que finalmente sólo quedaban tres herederos de los citados Juan de Echave y María de Lasalde,

17 Como ocurre con la demanda interpuesta por Antón de Larrea, vecino de Bilbao, ale-gando que sus hermanos mayores, Iñigo de Larrea y Pero de Larrea, y otras personas, le han quitado los bienes que le corresponden como herencia de sus padres, difuntos. De este proceso sólo conocemos la incitativa de los monarcas a la justicia de la villa bilbaina para que trate la demanda. AGS, RGS, V-1498, f.º 266.

18 AChV, RE, 372, 53. Apéndice documental, doc. 39.19 Aunque en algunas partes del proceso se trata a Domingo Echave también como her-

mano realmente es el esposo de Estíbaliz de Echave.

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que según la legislación castellana debían repartirse a partes iguales la heren-cia.

Sin embargo la parte demandada incumplió este reparto apropiándose del conjunto de los bienes, lo que motivó el inicio del pleito relatado. Como ve-mos, muerte y patrimonio familiar figuran estrechamente imbricados en el imaginario colectivo tardomedieval.

En el caso de la demanda que interpuso María Ruiz de Irarrazábal, ve-cina de Deva, contra su hermana María Íñiguez de Ugalde, vecina de la vi-lla de Elgoibar, el motivo central de la disputa no corresponde al patrimonio troncal de la familia, ya que se origina al negarse ésta a entregarle cierta ropa de cama dejada en testamento por su madre, Sancha de Ibarra, para poder distribuirla en obras pías20. Como bien relata el documento, María Ruiz se la requirió a su hermana en repetidas ocasiones, y como no recibió respuesta satisfactoria hubo de demandar a María Íñiguez ante la justicia.

A través de este ejemplo se nos ofrecen algunas claves más para comple-tar un poco mejor la determinación que la muerte podía tener en los escena-rios familiares, por varias razones. Una de ellas es que observamos cómo las relaciones familiares se ven alteradas con el fallecimiento de alguno de los miembros de la parentela. Habitualmente tendemos a considerar a la familia como un ente estático con unas relaciones sólidas y bien determinadas, y sin embargo actuaciones como la de estas dos hermanas nos demuestra que el fallecimiento de uno de los padres es capaz de modificar las relaciones esta-blecidas entre parientes.

El otro detalle que no quería dejar pasar es el del incumplimiento de los testamentos. Este tipo de documentos ha sido fundamental para el estudio del mundo de la muerte y su percepción por parte del hombre del pasado desde que Michel Vovelle planteó su paradigmático trabajo sobre Provenza21, ya

20 AChV, RE, 53, 42. 21 VOVELLE, M., Piété baroque et déchristianisation en Provence au XVIIIe siècle : les

attitudes devant la mort d’après les clauses des testaments, Paris, Seuil, 1978. A partir de esta obra se han desarrollado muchos trabajos, de mayor o menor pretensión geográfica o cronoló-gica, que han tratado de seguir este modelo de análisis y aplicarlo al medievo hispano. Baste como ejemplo la cita de las siguientes monografías: CASAMITJANA I VILASECA, J., El tes-tamento en la Barcelona bajomedieval: la superación de la muerte patrimonial, social y espi-ritual, Pamplona, EUNSA, 2004; RODRIGO ESTEVAN, M. L., Testamentos medievales ara-goneses: ritos y actitudes ante la muerte (siglo XV), Zaragoza, Ediciones 94, 2002; GARCÍA PEDRAZA, A., Actitudes ante la muerte en la Granada del siglo XVI: los moriscos que qui-sieron salvarse, Granada, Universidad de Granada, 2002; RUIZ MOLINA, L., Testamento, muerte y religiosidad en la Yecla del siglo XVI, Murcia, Ayuntamiento de Yecla, 1995; BEJA-RANO RUBIO, A., El hombre y la muerte: los testamentos murcianos bajomedievales, Carta-gena, Ayuntamiento de Cartagena, 1990; CARLÉ, M.C., Una sociedad del siglo XV: los cas-tellanos en sus testamentos, Buenos Aires, Universidad Católica Argentina, 1993; GARCÍA GUZMÁN, M.M., La religiosidad de los jerezanos según sus testamentos (siglo XV), Cádiz, Agrija Ediciones,1997. A todos estos libros hay que añadirles un importante número de artícu-los y comunicaciones a congresos elaboradas por estos y otros autores.

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que condensan en una escritura muchas de las inquietudes espirituales y ma-teriales de nuestros antepasados. Y por esa misma trascendencia, también eran frecuentemente incumplidos en sus disposiciones de todo tipo, como hemos ido comprobando a medida que desgranamos cada uno de los pleitos comentados.

Avancemos a continuación en las distintas formas que tomaban este tipo de conflictos. Estos que se acaban de citar, los generados en línea horizontal del cuadro genealógico, también se daban con frecuencia cuando los intervi-nientes únicamente compartían uno de los progenitores. Se puede buscar a ello una explicación de tipo sentimental, inquiriendo en el sentido de las re-laciones afectivas que se establecían entre hermanastros, pero no debemos olvidar la ya mencionada estricta regulación de los patrimonios establecida por la legislación castellana, que generaba derechos diversos entre los des-cendientes, y fomentaba agravios entre los hijos de las distinas uniones con-yugales.

Eso fue lo que ocurrió en el pleito que entablaron Machín de Azpeitia, en su nombre y como procurador de sus hermanos don Lope de Olaverría, Ma-ría Beltrán, y Catalina, vecinos de Azpeitia, y de Michel, vecino de Molina, contra Juan y Pedro Martínez de Olaverría, sus hermanastros, hijos todos de Juan Martínez de Olaverría, ya difunto, con el objetivo de recuperar la he-rencia de su madre doña Sancha Beltrán22. En esta ocasión el contenido del juicio es interesante en lo que se refiere a los volúmenes de los patrimonios puestos en cuestión. Acabamos de ver que el pleito podía desencadenarse por cierta ropa de cama, pero lo habitual era que lo que se pudiera en juego fuera el patrimonio familiar al completo, ocupado o mal repartido por parte de alguno de los hermanos. En este caso citado de los hermanos Olaverría, se puede comprobar en el apéndice documental el elevado número de propie-dades, incluyendo herrerías, casas, caseríos y ganado, que se disputaban los hermanos en el pleito.

Antes de pasar al último grupo de conflictos por herencias quiero desta-car un ejemplo que resulta de gran interés porque suma las dos variables que hemos visto hasta el momento. Se trata del pleito de Gracia López de Eche-verría, mujer de Juan García de Urquizo, vecino de Eibar, quien acusa a su padre, Cristóbal de Gasiola, y a su hermano, Ochoa López, vecinos de El-goibar, de apropiarse de la cuarta parte de los bienes que la pertenecen de la herencia de su madre, Domeja Martínez de Echeverría, ya difunta23. En el proceso Cristóbal de Gasiola alega que tiempo atrás desheredaron a su hija, Gracia López de Echeverría, por casarse con Juan García de Urquizo en con-

22 AGS, RGS, IX-1493, f.º 216. Orden para que Juan y Pedro Martínez de Olaverría, her-manastros de Machín de Azpeitia y sus hermanos, hijos todos de Juan Martínez de Olaverría, entreguen a los segundos la herencia de su madre doña Sancha Beltrán. Apéndice documental, doc. 34.

23 AChV, RE, 76, 36.

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tra de su voluntad, por lo que ésta no puede reclamar ningún bien, argumento que sin embargo no es compartido por los jueces, que obligan a Cristóbal de Gasiola y a Ochoa López a entregar a la demandante la parte que les corres-ponde de la herencia de su madre, Domeja Martínez de Echeverría, descon-tando el tercio y quinto de mejora dejado a favor de Ochoa López. Además, una posterior sentencia de revista confirma la dada en vista con las aclara-ciones siguientes: ordenan a Cristóbal de Gasiola y a Ochoa López, su hijo, a entregar a Gracia López de Echeverría las ropas, sayas y otros bienes que pertenecieron a su madre, Domeja Martínez de Echeverría, quien se las legó en su testamento; así como los frutos y rentas de dichos bienes desde el día en que contrajo matrimonio con Juan García de Urquizo, hasta el día en que se los entreguen.

En esta ocasión el pleito venía de antiguo, y el fallecimiento de Domeja Martínez no hizo sino ahondar en él. Sin embargo, vemos cómo, a pesar de que se alega en el juicio que había sido desheredada, su madre la consideró en el testamento, dejándole ciertos bienes muebles. Se trata de otro ejemplo de la importancia del testamento a la hora de comprender el mundo bajome-dieval, también en las consecuencias que puede tener tiempo después de que el otorgante haya fallecido.

Para finalizar este apartado dedicado a los conflictos derivados del reparto de la herencia del pariente fallecido resta por hablar del tercer eje que comen-taba a la hora de presentarlos, el que involucraba a los herederos con otros fa-miliares cercanos. Al ampliarse el espectro del parentesco y diluirse en cierta manera las relaciones afectivas generadas a partir de la convivencia en el ho-gar familiar también se multiplican las posibles relaciones de parentesco entre los litigantes, como podemos apreciar a partir del siguiente ejemplario.

De pleitos entre tíos y sobrinos podemos citar el que emprendió Ma-ría Ochoa de Iturriaga, vecina de Mañaria, la cual acusa a su tío, Ochoa de Iturria ga, de la misma vecindad, de ocupar la cuarta parte del castañar y tie-rra del Gorzarabe, así como la casería de Iturriaga, heredades de las que era su legítima heredera por muerte de su padre, Fernando de Iturriaga24. En el desarrollo del proceso Ochoa de Iturriaga alega que poseía dichos bienes porque eran prendas del pago de mil quinientos maravedís adeudados por su hermano, el padre de María, a ciertos acreedores. Finalmente, tras varias sen-tencias de la justicia de Durango y del Juez Mayor de Vizcaya de la Chan-cillería de Valladolid, se acepta parcialmente la demanda de María Ochoa, otorgándosele la propiedad del castañar, aunque en contraprestación se le obliga a abonarle quinientos maravedís, y se le concede a Ochoa la propie-dad de la casería.

Este mismo parentesco unía a María Pérez de Mendieta, vecina de Vito-ria, quien a través de su marido, Juan de Iruña, demandó a su tío, Diego Pé-

24 AChV, RE, 60,10.

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rez de Basterra, también vecino de Vitoria, acusándole de ocupar una pieza de tierra le pertenecía como heredera de su madre, doña María Pérez de Bas-terra, hermana del mencionado Diego Pérez25.

A la proyección en el tiempo que ya hemos consignado para este tipo de pleitos hemos de añadirle en este caso la variabilidad mostrada por las dis-tintas instancias judiciales, que fueron entregando la posesión de las propie-dades a las dos partes sucesivamente, generando sin duda una sensación de inseguridad, y llevando a su máxima expresión esa continuación de las con-secuencias del fallecimiento de María Pérez de Basterra.

En una primera sentencia arbitraria dada por dos jueces designados al efecto, se adjudicó la propiedad de la tierra objeto de litigio a María Pérez de Mendieta, así como la propiedad de otra tierra. En una posterior sentencia de vista se ordenó a la demandante a devolver la mitad de dicha tierra a Diego Pérez de Basterra, pero conservando la propiedad de la otra.

Tras una sentencia de revista que confirmaba la dada en vista, se produjo una sentencia de Martín Sánchez de Salinas, alcalde en la ciudad de Vitoria, ordenando a la demandante devolver la propiedad de dicha tierra a Diego Pé-rez de Basterra, ya que era una tierra tributada por los padres de Diego y Ma-ría Pérez de Basterra, destinadas a realizar aniversarios por sus muertes. Sin embargo, los jueces de la Chancillería revocaron esa sentencia del alcalde de Vitoria, devolviéndole a la demandante la propiedad de lo reclamado y con-denando además al alcalde de Vitoria por juzgar y sentenciar mal.

Pongamos un último ejemplo de pleitos entre tío y sobrino, en esta oca-sión con los dos protagonistas masculinos. En este caso los litigantes son Juan López de Lizarralde, vecino Bergara, contra su tío Pedro de Lizarralde. El interés de este ejemplo es que conservamos dos ejecutorias distintas, con dos años de diferencia entre ambas, sobre el mismo asunto. En la primera los jueces de la Chancillería condenaron a Juan López de Lizarralde a reintegrar a su tío una serie de bienes, heredados de sus abuelos, a su tío26. Juan Ló-pez de Lizarralde apela el fallo dado por el presidente y oidores de la Chan-cillería de Valladolid, y tras varias sentencias interlocutorias ve reconocido parcialmente su derecho cuando dos años después de la primera ejecutoria los jueces de la Chancillería dividen en dos partes las propiedades objeto de dispu ta27.

Este ejemplo concreto es llamativo por la intervención de tres generacio-nes de familiares en la posesión de los derechos por los que se pleitea. Los bienes eran de Pedro Martínez de Lizarralde, pero al fallecer los derechos pasaron a la siguiente línea de parentesco, en la que encontramos al padre —que además también ha fallecido para cuando se produce el pleito— de uno de nuestros litigantes junto con el otro participante en el pleito.

25 AChV, RE, 46, 6.26 AChV, RE, 38, 19.27 AChV, RE, 57, 19.

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Una variante de las relaciones de parentesco en el período es el que co-nocemos como parentesco por afinidad, que agrupa a los lazos de parentesco derivados de la relación conyugal28. También en este nivel se produjeron liti-gios, como el motivado por la reclamación llevada a cabo ante la Corona por Andrés de Villafranca, con el objetivo de que su cuñada Catalina de Venega le entregara los bienes que quedaron tras la muerte de su hermano Pedro Sánchez de Villafranca29, en estos términos:

«Don Fernando e doña Ysabel, etc. A vos los alcaldes de la çibdad de Bitoria o qualquier de vos, salud e graçia. Sepades que Andres de Villa-franca, vecino de la dicha çibdad, nos fiso relacion por su petiçión etc., diziendo que puede aver tres años e medio poco más o menos que Pero Sanches de Villafranca, su hermano, fallesçio e paso de esta presente vida abintestato, por lo qual diz que los bienes de dicho su hermano pertenesçen a el e a los otros sus hermanos como sus vniversales herederos, e nos su-plicó e pidyo por merçed que porque los dichos bienes que del dicho su hermano quedaron están en poder de Catalina de Venega, su muger, le mandasemos dar nuestra carta para que les diese cuenta por inventario de todos los dichos bienes, pues que les pertenesçen como a vniversales here-deros del dicho su hermano, que sobrello les proueyesemos como la mues-tra merçed fuese. E nos touimoslo por bien. Porque vos mandamos que luego veades lo susodicho e llamadas e oydas las partes a quien atañe lo mas buenamente e syn dilaçion que ser pueda sentençyar syn dar lugar a luengas ni dilaçiones de maliçia hagades e administredes al dicho Marti-nes de Villafranca e a los dichos sus hermanos conplimiento de justiçia por manera que la ellos ayan e alcançen e por defeto de ello non tengan cabsa ni rasón de se venir ni enbiar quexar sobrello mas ante nos. E no fagades ende al. Dada en la çibdad de Barçelona a syete dias del mes de junio, año del nasçimiento del nuestro Saluador Ihesuchristo de mill e quatroçientos e nouenta e tres años. Su alteça don Juan de Castilla. Dean de Seuilla. Johan-nes dotor Antonius dotor. Petrus dotor. Yo, Francisco de Ladajos, escrivano de camara, etc.».

Además de servirnos para ilustrar un ejemplo más de posible parentesco entre litigantes por una herencia, este pleito entre cuñados nos aporta una no-vedad más al conjunto: la cuestión de la muerte sin sucesión. Ya se ha indi-cado en varias ocasiones que el testamento es uno documento muy impor-tante en la época, ya que ordena el mundo que desea el testador una vez ya no esté en este mundo. Sin embargo, era relativamente frecuente que una persona, especialmente si era joven y no tenía previsto realizar nada que con-siderara que podía poner en riesgo su vida, muriera sin dejar testamento. Este tipo de supuestos estaba extensamente regulado en las codificaciones le-gislativas castellanas. En el caso que nos ocupa las disposiciones existentes

28 LORING GARCÍA, M.I., «Sistemas de parentesco y estructuras familiares en la Edad Media», J.I. IGLESIA DUARTE (coord.). La familia en la Edad Media…, pp. 13-38.

29 AGS, RGS, VI-1493, f.º 156.

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compelían al reintegro de los bienes al tronco común en el caso de que el fa-llecido sin testar no tuviera descencedencia legítima30. Podemos comprobar, por tanto, que en este extremo hay coincidencia entre la legislación y la prác-tica de los litigantes y tribunales.

Para finalizar este apartado destinado a los conflictos por la herencia voy a citar el pleito que sostuvo Ochoa Pérez de Bilbao con María Sánchez de Zurbarán, viuda de Lope Sáez de Aminori, en su nombre y en el de sus hi-jos y yernos, por cierta deuda reconocida por Lope de Aminori, yerno del primero e hijo de la segunda, y que es reclamada por Ochoa a sus herederos toda vez que él ya ha fallecido31. Lo interesante en esta ocasión es que el fa-llecido que origina el pleito pertenece a la generación intermedia entre todos los poseedores de derecho. Además, el pleito está motivado por una deuda contraída por el difunto, y que pasa a sus herederos al aceptarse la herencia, lo que también ayuda a componer un panorama más complejo a este tipo de litigios que hemos ido viendo hasta el momento.

Son, en definitiva, todo un conjunto de casos que ejemplifican de manera notoria las distintas variables que confluyen en este tipo de conflictos suce-didos a partir de la muerte de un familiar. Hemos visto lo dilatado de los pla-zos, el importante volumen de algunos de los patrimonios disputados, y las distintas relaciones de parentesco peleadas entre sí. Todo ello permite refren-dar la idea de que la muerte en las familias medievales tenía incidencia hasta mucho después de haber acaecido, y afectaba habitualmente al núcleo del pa-trimonio familiar, detalle que sin duda debían tener presentes los hombres y mujeres del período.

También hemos podido comprobar cómo la teoría jurídica recogida en las recopilaciones legislativas tiene un correlato práctico en la realidad coti-diana de las personas. En los pleitos observamos cómo las partes litigantes, a través de la figura de sus procuradores, conocen cuáles son sus derechos y acuden a las instancias que consideren adecuadas con el objeto de salva-guardarlos. Como indicaba al comienzo, la herencia del difunto fue la que porcentualmente motivó más reclamaciones ante los tribunales. A ellos hay que añadir otros casos con menor presencia en los registros de los tribunales, pero que sin duda influyeron también en gran medida en la conformación del imaginario colectivo con respecto a la muerte. Para continuar con ello, vea-mos otros pleitos también relacionados con el patrimonio, en esta ocasión con la dote de la fallecida.

30 También en las de nuestro ámbito geográfico. PRIETO, O. y PARREÑO, R., «El dis-curso ante la muerte según el derecho territorial del reino de Navarra y del País Vasco», C. MÍNGUEZ e I. BAZÁN (dirs.), El discurso legal ante la muerte...

31 AGS, RGS, VII-1487, f.º 34. Está publicado en ENRÍQUEZ J. et alii, Archivo General de Simancas. Registro General del Sello. Vizcaya (1487). Fuentes documentales medievales del País Vasco, 90, Donostia, Eusko Ikaskuntza, 2008, n.º 545, pp. 55-60.

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3. La dote de la difunta

Otro de los problemas de índole patrimonial que con bastante asiduidad se daba tras el fallecimiento de una mujer casada venía determinado por la posesión de los bienes que hubiera aportado como dote al matrimonio. En realidad se trata de una variante específica de los pleitos por herencia, pero por su interés específico y su reflejo paralelo en los ordenamientos legislati-vos merece un estudio pormenorizado.

Ya hemos visto en alguno de los ejemplos anteriores cómo podía afectar en el caso de que la pareja hubiera tenido descendencia, momento a partir del cual los herederos legítimos de esos bienes dotales pasan a ser los hijos. Sin embargo, en aquellos supuestos en los que la mujer no hubiera tenido hijos, la legislación castellana indicaba que el patrimonio debía retornar al tronco familiar del que provenía la esposa32, lo que sin duda generó un tipo de con-flictos específico entre el viudo y su familia política.

Este es el argumento del pleito que mantuvieron Juan Sánchez Tendero, vecino de la riojana localidad de Grañón, con Pedro Sánchez Yanguas y su hijo Rodrigo, ambos vecinos de Nájera, a los que reclamó los quince mil ma-ravedís de la dote —diez mil en dinero y cinco mil en ajuar— que dió a su hija María Gómez cuando se casó con el segundo de ellos, al haber fallecido ésta sin que el matrimonio hubiera tenido descendencia33. Aunque en este caso los derechos estaban claramente determinados, el corregidor de Nájera en primera instancia falló a favor de los demandados, otorgándoles el dere-cho sobre esa dote. Sin embargo, elevado el pleito a la Chancillería de Valla-dolid los oidores determinaron la razón del padre de la difunta, y ordenaron a los Pedro y Rodrigo Sánchez de Yanguas al abono de los quince mil marave-dís entregados en dote en el momento de celebrar el matrimonio.

La cuestión de la sucesión no derivaba exclusivamente del hecho de que la mujer no hubiera tenido descendencia, sino que también podía ocurrir que ésta no le hubiese sobrevivido. Ese fue el caso de Juan de Aranzalde, vecino de Tolosa, en nombre de la casa de Aranzalde, con Domenga de Alquizachea, vecina de Villabona, a quien reclamó parte de la herencia dejada por Gracia de Aranzalde, que no había dejado descendencia de su matrimonio con Pedro de la Rola, por haber muerto todos sus hijos antes que ella34.

32 Así lo señalan explícitamente las Partidas: Mverta seyendo la muger, en tal tiempo que durasse el matrimonio entre ella, e su marido si fijos non dexare, deue ser entregada la dote a su padre de ella (Partida IV, Título XI, Ley XXX). Más información en GÁMEZ MONTALVO, Régimen jurídico de la mujer…, pp. 121-135. Para una visión general de la conflictividad por dotes y arras véase GONZÁLEZ ZALACAIN, R.J., «Conflictos por dotes y arras en la Casti-lla bajomedieval», Actas del Congreso Internacional «Las mujeres en la Edad Media», Mur-cia-Lorca, Sociedad Española de Estudios Medievales, 2013, pp. 145-151.

33 AChV, RE, 18, 16.34 AChV, RE, 16, 19.

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De igual forma que hemos visto para los pleitos por herencia, en este caso también el derecho surge de muchos años atrás, ya que en el propio de-sarrollo del pleito se menciona que el matrimonio entre la difunta Gracia de Aranzalde y su marido Pedro de la Roca había sido contraído cuarenta y cinco años antes. Al haber fallecido sin descendencia, el heredero de la casa de Aranzalde reclama para sí, como portavoz de la casa, que le sean devuel-tos los bienes que mantenía en su poder Domenga de Alquizachea. Final-mente los oidores de la Audiencia le dan la razón en ese punto, y condenan a la demandada al pago de doce mil maravedís.

Es interesante el relato de este pleito porque nos permite vislumbrar en la práctica la coexistencia de esos sistemas de herencia diferentes que hemos visto reflejados en la legislación del territorio. En este caso, además, aparece estrechamente imbricada la dote de la mujer, algo que ya hemos tenido oca-sión de comprobar en el capítulo anterior que era bastante habitual.

En otras ocasiones encontramos ejemplos que, sin responder exacta-mente al planteamiento anterior, sí que se enmarcan en este apartado al haber una disputa sobre la posesión de unos bienes dotales tras la muerte de uno de los miembros del matrimonio. Así ocurrió con María Juan de Bengoechea, vecina de Aya, que fue esposa del difunto Juan Ruiz de Arcediamena. Cono-cemos de ella la demanda que interpuso contra Juan de Irureta exigiéndole el pago de ochenta florines que le prestó su marido, ya que según argumentó en el pleito ese dinero lo aportó ella como dote matrimonial35.

Lo interesante de este caso es que Juan de Irureta alega que sólo puede pagar los florines demandados a María Ruiz, hija de Juan Ruiz de Arcedia-mena, a la que considera única heredera de los bienes del difunto. Como la demandante había contraído segundas nupcias, el proceso acaba derivando en la demanda de María Juan contra su hija y contra sus tutores. Finalmente los jueces le dieron la razón a la demandante, concediéndole el derecho sobre sus bienes dotales, pero la complejidad de este caso demuestra que también con el patrimonio derivado de la dote podían surgir conflictos tras la muerte del marido.

Como he indicado al comenzar este apartado, se trata de un tipo de con-flicto que está estrechamente imbricado con la cuestión de las herencias de los difuntos, habida cuenta de que en ambos casos se refieren al patrimonio dejado por el fallecido. O, quizás mejor, al derecho generado con respecto a los bienes objeto de litigio tras el fallecimiento de uno de los miembros de la parentela. La casuística también en este caso es variada, aunque algo más li-mitada que en el caso de la herencia, al involucrar ésta a más personas en su desenlace.

Quizás el pleito que mejor ilustra esta compleja interacción entre do-tes y herencias en la época lo encontramos en el pleito que llevaron a cabo

35 AChV, RE, 61, 21.

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Juan de Azame y su esposa, María de Larraza, vecinos de Azpeitia, con-tra Sancha de Arrúe y su hija María36. El origen del pleito hay que buscarlo unos años antes de que el pleito fuera movido ante la Chancillería de Va-lladolid, cuando ambas partes pactaron contrato matrimonial, según el cual Juan González Azame, hijo de Juan y de María, tomaría como esposa a Do-minga de Arrue, hija de María de Arrue y de Juan Pérez, y nieta de Sancha de Arrezubiaga. Para ello esta última entregó en dote matrimonial a su nieta la casa y caserío de Arrezubiaga, junto con su molino, presas y otros here-damientos. A su vez Juan de Azame dotó a su hijo con mil florines y cien blancas, con la condición de que si dicho matrimonio se rompiera se cele-braría nuevo matrimonio entre Pedro de Arrue, hijo de María de Arrue, con Dominga, hija de Juan de Azame y María de Larraza, con las mismas condi-ciones matrimoniales.

Sin embargo, cuando Dominga de Arrue falleció doña Sancha de Arre-zubiaga y su hija María de Arrue se opusieron a la celebración del segundo matrimonio, lo que motivó la solicitud por parte de la otra parte de la devolu-ción de los ochocientos florines entregados en dote del casamiento, así como los gastos efectuados en mejoras de las propiedades entregadas en dote. Tras un intenso pleito en el que se produjeron una serie de sentencias interlocuto-rias, finalmente el resultado fue la obligación de la devolución de la dote y el pago de cierta cantidad en concepto de compensaciones varias.

Como vemos, se trata de un caso que reviste gran interés porque espe-cifica un modelo de estrategia matrimonial afectado por el fallecimiento de uno de sus protagonistas, en el que la dote, la herencia y la intervención de hasta tres generaciones de familiares dotan al conflicto de un gran interés para el estudio de todas estas cuestiones que nos ocupan.

4. La tutela de los huérfanos

Otro de los problemas graves que se generaba en las familias con el fa-llecimiento de alguno, o de ambos, de los integrantes del matrimonio era el de la efectiva tutela de los hijos huérfanos, especialmente en aquellas ocasio-nes en las que no habían llegado a la mayoría de edad, y por tanto no podían gestionar su patrimonio ni defender sus intereses ante posibles injerencias de familiares o de personas ajenas a la parentela37. Por ello se elaboró también

36 AChV, RE, 48, 16. MARTÍNEZ GUERRA, I., Catálogo de ejecutorias del Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (1490-1494)...

37 En la Baja Edad Media castellana hay dos hitos cronológicos esenciales en la vida de los menores. Hasta los 14 años ha de estar bajo el dominio de un tutor nombrado por su padre en el testamento o por la autoridad competente. A partir de esa edad y hasta los 25 años, mo-mento de la mayoría de edad efectiva del varón, podía elegir a la persona encargada de cuidar su patrimonio. PRIETO, O. y PARREÑO, R., «El discurso ante la muerte según el derecho territorial del reino de Navarra y del País Vasco»…, p. 47.

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para este tipo de situaciones una profusa legislación destinada a salvaguardar los derechos patrimoniales de los menores, y a tratar en la medida de los po-sible que no quedaran desprotegidos ante esta eventualidad38.

Entre la documentación a la que venimos haciendo referencia a lo largo de todo el discurso se plantean innumerables ejemplos de pleitos en los que el tutor o curador de los menores participa en el juicio en defensa del patri-monio de los menores a su cargo, por lo que resultaría excesivamente prolijo describir todos aquellos casos en los que de alguna manera peligra el patri-monio del menor. Valga como ejemplo que sintetiza muy bien algunas de las claves el breve documento que se reproduce a continuación:

«Don Fernando e doña etc. A vos Juan de Luxan, nuestro corregidor de la çibdad de Calahorra, salud e graçia. Sepades que Pero Martines de Niçenso, vesino de la dicha çibdad e canonigo de la ylesia della, en non-bre e como procurador que se dixo de Gonçalo Navarro, nos fiso relaçion por su petiçion que ante nos en el nuestro Consejo presento disiendo que el fue proueydo por jues conpetente de curador de la persona e bienes del di-cho Gonçalo Nauarro, e estante lo qual dis que Pero Ximenes de Niçenso, vesino de la çibdad de Logroño, dis que ynjusta e non deuidamente, syn para ello tener poder ni facultad dis que de fecho e non en forma e horden de derecho dis que se ha entrado e tomado e cunplido mucho parte de los bienes muebles e rayses del dicho Gonçalo Navarro, lo qual dis que no lo ha querido ni quiere dar ni entregar, como quier que por el dis que ha se-ydo muchas veses requerido, por manera que aquella cabsa dis que no ha podido ni puede poner recabdo en los dichos bienes e administraçion de ellos como hera rason, e que si asy ouiese de pasar quel dicho menor e el //[Fol. 1v.] en su nonbre reçebira mucho agrauio e daño. E nos suplico e pi-dio por merçed çerca de ello le mandasemos proueher e remediar con jus-tiçia o como la nuestra merçed fuese. E nos touismoslo por bien. Porque vos mandamos que luego veades lo susodicho e llamadas e oydas las par-tes los mas bien e syn dilaçion que ser pueda, no dando lugar a luengas ni diligençias e de maliçia lo libredes e determinedes como de justiçia de-vades, por manera que lo el dicho Pero Martines aya e alcança e no tenga cabsa ni rason de se nos mas venir ni enbiar a quexarse de ello. E los vnos y los otros etc. Dada en Cordoua a tres dias de agosto de noventa años. Don Juan. Iohanes doctor. Andres doctor. Filipus doctor. Yo Christobal de Vitoria, escriuano, etc.»39.

Para el caso concreto del Señorío de Vizcaya el Fuero Viejo recogía explícitamente lo si-guiente: «132. Otrosi dixieron que auian de vso e de costumbre e establecian por Fuero que todo menor de veynte e cinco annos e mayor de catorze annos pueda tomar por sus curado-res a quien quesiere, non embargante que otros parientes de el menor quieran ser curadores, etc»; HIDALGO DE CISNEROS, C. et alii, Fuentes jurídicas medievales del Señorío de Viz-caya. Cuadernos legales, Capítulos de la Hermandad y Fuero Viejo (1342-1506), San Sebas-tián, Eusko Ikaskuntza, 1986, p. 137.

38 Véase el trabajo de MERCHÁN ÁLVAREZ, A., La tutela de menores en Castilla hasta fines del siglo XV, Sevilla, Universidad de Sevilla, 1976.

39 AGS, RGS, VIII-1490, f.º 173.

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En el texto reproducido se expresa de manera clara cómo debían actuar los tutores encargados de la administración de los bienes de los menores, ju-rídica y socialmente desprotegidos. Por eso, si a la muerte de sus progenito-res ningún familiar se hacía cargo de esa tarea la autoridad competente debía hacerlo en su lugar40.

Era relativamente frecuente en la Castilla tardomedieval que, en caso de fallecimiento del padre, fuera la madre la que ejerciera esa tutela de los me-nores. No obstante, ya se ha hecho mención en varias ocasiones a las limita-ciones a la actividad jurídica pública de las mujeres, por lo que era recomen-dable que, en la medida de las posibilidades, el cuidado de los menores y su patrimonio pasara a manos de algún varón.

Este tipo de exigencias sociales se incrementaba en el supuesto que la mujer decidiera contraer nuevas nupcias. Hemos visto en los conflictos ante-riores cómo esta circunstancia está presente en algunos de los pleitos por he-rencias o por dotes del período, lo que nos da una idea bastante precisa de su importancia. Contamos con ejemplos en los que, de una manera amistosa, las segundas nupcias generaron un movimiento por parte de la madre de los me-nores para que su nuevo marido fuera el tutor de su descendencia. Pero tam-bién en numerosas ocasiones esta cuestión de las segundas nupcias generaba conflictos entre la mujer que había detentado hasta ese momento la tutela de los hijos y otros parientes de su difunto marido cuando ella decidía casarse. El familiar que podía llegar a rebelarse pudiera ser hasta su propio hijo, como le ocurrió a María Ruiz de Aranzubía en el pleito que desarrolló contra su hijo, Juan de Arteaga, ambos vecinos de Zumaya, por la tutela y curaduría de Juan Ruiz y Juan López41.

En realidad el pleito lo movieron los propios menores en reclamación de un tutor, ya que se quejaban de que los que les había asignado la justicia no estaban ejerciendo correctamente sus funciones, y pedían que fuera nue-vamente su madre la que realizara la labor, toda vez que según su parecer la había desempeñado correctamente hasta que hubo de dejarla por haber con-traído nuevas nupcias con Vicente de Elduayen. Hay que recordar que a par-tir de los catorce años los menores podían reclamar la elección de su tutor si estaban en desacuerdo con la actuación de los tutores o carecían de ellos, y amparándose en ese punto nuestros protagonistas iniciaron este pleito. Se trata de un argumento central en este proceso concreto, hasta el punto que la

40 En algunas ordenanzas municipales del período encontramos regulada la figura del «pa-dre de menores», una persona designada por el concejo para encargarse de los menores sin fa-milia necesitados de tutela. Véase OLMOS HERGUEDAS, E., «La imagen de la familia en los textos normativos medievales castellanos», IGLESIA DUARTE, J.I. (coord.), La familia en la Edad Media. XI Semana de Estudios medievales. Nájera, 2000, Logroño, IER, 2001, pp. 471-488, especialmente las páginas 479-480. La descripción de un caso concreto, el del concejo de la isla de Tenerife, en GONZÁLEZ ZALACAIN, R.J., Familia y sociedad en Tenerife a raíz de la conquista, San Cristóbal de La Laguna, IECan, 2005, pp. 62-65.

41 AChV, RE, 251, 20. Transcrito en el apéndice documental, doc. n.º 38.

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parte contraria planteó, como parte esencial de sus alegaciones, que uno de los litigantes aún no había cumplido los catorce años, y por tanto no tenía de-recho a pedir eso ante la justicia.

Pero insisto, a pesar de este ejemplo hay que destacar que también tene-mos casos en los que la asignación de nuevo tutor debido a que la viuda tu-tora pretendía contraer nuevas nupcias se resolvía sin conflicto aparente.

En ocasiones el acuerdo era amistoso, e incluso ayudaba a integrar de una manera más sólida a la nueva familia que se estaba formando. Así ocu-rrió con Isabel de Gamboa, viuda de Martín Ruiz de Arteaga, con quien tuvo dos hijos de cuya tutela se hizo cargo después del fallecimiento de su esposo. Llegado el momento de contraer un nuevo enlace matrimonial con el capi-tán Juan de Salazar, elevó una petición a la Corona para que nombrara a su nuevo esposo administrador de los bienes de los hijos de su primer matrimo-nio42.

El escueto relato de los hechos nos da algunas pistas en la dirección que acabo de indicar. El primer detalle interesante es que la tutela efectiva ha sido ejercida por la madre en todo este tiempo, pero se da por hecho que no puede seguir haciéndolo en cuanto contraiga nuevas nupcias, tal y como se cita ex-presamente en el texto. El segundo aspecto reseñable es que se señala que no hay ningún familiar de Martín Ruiz que quiera hacerse cargo de la tutela de los menores, por lo que se ha de recurrir al que será su padrastro para que lo haga. Pero para obtener la licencia de los reyes para ello ha de contar con el beneplácito de los parientes del difunto hasta el cuarto grado de consangui-nidad, detalle que nos volverá a aparecer en breve, cuando nos acerquemos al último apartado de conflictos derivados de la muerte de un familiar. Y una última cuestión que también hay que destacar es que, antes de que Juan de Salazar tome los bienes de los menores a su cuidado, Isabel de Gamboa ha de presentar cuentas y pagar las rentas generadas en estos años. Es decir, que antes de traspasar la tutela efectiva ha de justificar que su labor ha sido co-rrecta, a pesar de ser su madre y este punto se pudiera dar por supuesto.

5. El papel de la familia en el perdón del asesinato de un familiar

Para finalizar esta reflexión sobre la relación entre muerte y conflicto fa-miliar quiero hacer mención a un último tipo de proceso que en principio se parece bien poco a todo lo relatado hasta el momento, pero que vincula desde su mismo origen a la familia con la muerte. Me refiero a los procesos de per-dón real, especialmente en alguno de sus tipos, que veremos a continuación. En ellos se conjugan precisamente los dos ámbitos del poder del monarca, el que se refiere al ejercicio de la justicia y el que compete a la gracia regia, ya

42 AGS, RGS, VIII-1499, f.º 222. Transcrito en el apéndice documental, doc. n.º 36.

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que el propio rey maneja la posibilidad de perdonar delitos que él mismo, o algún funcionario real en su nombre, ha condenado.

Dentro de estos perdones originados por la voluntad del monarca de so-cializar algún delito cometido encontramos tres tipologías básicas:

— Perdones generales: son aquellos emitidos por la monarquía con mo-tivo de algún hecho político o social concreto. En esta categoría en-cuadramos los perdones de homicianos —los que remiten los delitos a cambio de participación en alguna campaña militar—, los de pacifi-cación —que eximen a los enemigos políticos y sus seguidores de su desobediencia a cambio del juramento de fidelidad—, los que se pro-mulgan para perdonar delitos menores con motivo de alguna celebra-ción familiar de los monarcas, etc.

— Perdones de Viernes Santo: con motivo de esa fecha señalada en el ca-lendario litúrgico, la Corona reservaba algunos de los delitos para los que había sido solicitada gracia regia y promulgaba el perdón en ese día.

— Perdones ordinarios: aquellos que seguían los cauces habituales en la Cámara de Castilla, y que debían cumplir el requisito principal de ve-nir acompañados del perdón de los familiares directos43.

Para el trámite de los dos últimos tipos de perdón se requería el perdón expreso de la parte ofendida. La legislación no expresa de manera inequívoca qué se entiende por parte ofendida44. Parece evidente su significado cuando la víctima no ha fallecido, en cuyo caso bastaba con su perdón para poder ac-ceder al de carácter regio.

Sin embargo, en este caso nos interesan los procesos que tratan de socia-lizar un asesinato, vinculando de esta manera la muerte de un familiar con la acción reparadora que la legislación otorga a la familia. Para obtener la remi-sión de la pena impuesta por la comisión de este tipo de delitos debía apor-tarse por parte del peticionario escrituras de perdón de los parientes cercanos del finado, al menos hasta el cuarto grado de consanguinidad. Este punto no

43 RODRÍGUEZ FLORES, M.I., El perdón real en Castilla. Siglos XIII-XVIII, Salamanca, Universidad de Salmanca, 1971. Puede encontrar el lector una puesta al día de los conocimien-tos sobre el tema, un estudio del proceso del perdón y de los delitos perdonador, y un amplio muestrario de procesos de perdón en GONZÁLEZ ZALACAIN, R.J., «El perdón real en Cas-tilla: una fuente privilegiada para el estudio de la criminalidad y la conflictividad social a fines de la Edad Media. Primera parte. Estudio», Clío & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 8 (2011), pp. 290-352, y GONZÁLEZ ZALACAIN, R.J., «El perdón real en Castilla: una fuente privilegiada para el estudio de la criminalidad y la conflictividad social a fines de la Edad Media. Segunda parte. Documentos», Clío & Crimen. Revista del Centro de Historia del Crimen de Durango, 8 (2011), pp. 354-454.

44 Véase al respecto TOMÁS Y VALIENTE, F., «El perdón de la parte ofendida en el de-recho penal castellano: siglos XVI, XVII, XVIII», Anuario de Historia del Derecho Español, 31 (1961), pp. 55-114.

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debe extrañarnos, toda vez que constituye el mismo rango de parentesco apli-cado al derecho a la denuncia por la muerte de un familiar, acto jurídico en el que, obviamente, la familia también jugaba un papel fundamental45.

En la mayor parte de ocasiones no tenemos más que la confirmación en la provisión real del perdón de que el trámite llevado a cabo ante la Corona incluía los preceptivos perdones, del modo que se recoge en los ejemplos del apéndice documental46, y que también encontramos en los procesos desarrollados, como el que llevó a cabo Juan López de Zavala, vecino del valle de Aramayona, tratando de obtener la remisión real de la muerte de Juan de Garaya. Lo podemos ver más detalladamente en el ini-cio del proceso:

«Pareçe que ha dos años y ocho meses que Juan López de Çabala, ve-cino del valle de Aramayona dio çiertas heridas a Juan de Garaya de que murió, y que la muger e hijos e parientes del defunto y el dicho Juan López lo conprometieron en manos de juezes árbitros, los quales mandaron que le perdonasen, con tanto que en çinco años diese e pagase a la muger e hijos del dicho defunto XXV mil cada año, y enbiase a su costa un peregrino en rromería a Santiago de Galizia y dixese çiertas misas por el ánima del di-cho defunto, el qual al tienpo de su muerte confesó que le perdonava por-que tenía culpa en ella, y si moría no era de la herida que le dio, si no de dolor de costado. Pareçe asímismo que fue perdonado de los sobredichos, pero no pareçe que él aya cunplido cosa alguna de lo que se le mandó por los dichos juezes, y suplica le perdone Vuestra Magestad47».

También en este tipo de procesos, como vemos, los tiempos son largos, y hacen que permanezca el hecho luctuoso en la memoria de la familia bas-tante tiempo después de que haya sucedido la muerte. En estas escrituras de perdón, sumamente estandarizadas, no se nos aportan demasiados datos, pero aún así queda bastante patente la relación entre muerte y perdón en estas oca-siones.

45 Este punto se recoge explícitamente en el Código de las Siete Partidas, en la Par-tida VII, 1,2: «Quién puede acusar et quien non: Acusar puede todo home á quien non es de-fendido por las leyes de este nuestro libro. Et aquellos que non pueden acusar son estos: [...] Pero si alguno destos sobredichos quisiese facer acusacion contra otro en pleyto de traycion que pertenesciese al rey ó al regno, ó por grant tuerto ó mal que ellos mismos hobiesen rece-bido, o sus parientes fasta en el quinto [sic] grado ó suegro ó suegra, ó yerno, ó antenado, ó padrastro de qualquier de ellos ó los aforrados á los señores que los hobiesen aforrados, estonce bien pueden facer acusacion por cada una destas razones sobredichas contra aque-llos que hobiesen errado contra alguna de las personas desuso nombradas». Eso sí, como se puede comprobar, la edición más comúnmente utilizada, la de la Real Academia de la Historia publicada en 1807, contiene una errata e indica el quinto grado.

46 AGS, RGS, V-1498, f.º 239: Perdón de Viernes Santo para Martín de Anguiano, vecino de Trepiana, culpable de la muerte de Juan, hijo de Juan Blanco, de la misma vecindad.

47 AGS, Cámara de Castilla, 176, 15. Transcrito íntegramente en GONZÁLEZ ZALA-CAIN, R.J., «Documentos para el estudio de la conflictividad familiar en la Baja Edad Media castellana», Clío & Crimen, 6 (2009), pp. 363-470, en concreto entre las páginas 434-439.

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6. Conclusiones

A través de los ejemplos expuestos en las páginas precedentes hemos podido comprobar qué conflictos relacionaban a fines de la Edad Media la muerte y la familia en los territorios del norte peninsular. En ellos hemos po-dido constatar varios aspectos relevantes.

En primer lugar se observa una correspondencia entre la legislación y la práctica social. Uno de los grandes debates generados en torno a la historia del derecho se refiere a la verdadera incidencia de lo legislado en la vida co-tidiana de las personas. No es un tema menor, en tanto en cuanto la historio-grafía ha caído habitualmente en la tentación de entender que lo legislado era lo practicado, sin detenerse a comprobarlo a partir de las fuentes disponibles.

En el caso que nos ocupa hemos podido comprobar que las inquietu-des de los legisladores acerca de la herencia, la dote, la tutela de los hijos o el perdón de un asesinato tienen un correlato en los archivos de los tribuna-les, aunque no siempre con la misma representación cuantitativa, en número de pleitos motivados por algún tema en concreto, que la cualitativa que esos mismos temas tenían en las diferentes recopilaciones legislativas. De cual-quier modo, esta intensa actividad judicial nos indica que los hombres y mu-jeres de la época tenían plena conciencia de sus derechos, y litigaban por ellos cuando consideraban que habían sido quebrantados en algún punto.

De todos estos conflictos, sin duda el que generó una mayor actividad ante los tribunales fue el relativo a la posesión de la herencia o al reconoci-miento de los derechos sucesorios. Hemos podido comprobar cómo las dis-tintas prácticas hereditarias tienen reflejo en la documentación, ya que lle-gado el caso se pleiteaba igualmente por una herencia repartida a partes iguales que en los casos en que el patrimonio tenía un tronco principal trans-mitible.

No parece haber en estos ejemplos una relación directa entre lazo de pa-rentesco y pleito, ya que hemos visto juicios entre hermanos, padres e hijos, otros parientes, a los que habría que añadir todos los se movieron contra al-guien ajeno a la familia. Es difícil determinar estadísticamente este punto —y hasta cierto punto inocuo desde un punto de vista explicativo—, pero en cualquier caso nos sirve para ilustrar esa necesidad de valorar el conflicto a la hora de analizar las estrategias familiares y su funcionalidad social en la Europa del Antiguo Régimen. Máxime si tenemos en cuenta que, como he-mos visto en varios de los ejemplos, en el conflicto por la herencia se entre-mezclan otras variables, como la tutela o la dote, que muestran la extraordi-naria complejidad inherente al conocimiento del patrimonio familiar en la Baja Edad Media y su transmisión en el seno de la familia.

Otro de los detalles que ayudan a componer la percepción que de la muerte de un ser querido debieron tener en la época es el de la extraordinaria duración de los procesos. Al haber analizado básicamente pleitos en grado de apelación hemos podido comprobar cómo en muchas ocasiones las personas,

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años después de la muerte del ser querido, se encontraban ante el juez plei-teando a causa de su fallecimiento. Sin duda hay que valorar este hecho a la hora de reflexionar sobre la pervivencia en la memoria del familiar fallecido, aunque en esta ocasión este recuerdo no venga determinado por el interés del finado, como puede ocurrir por ejemplo con las mandas testamentarias de misas.

En resumen, todos estos aspectos nos permiten reconocer en este tipo de conflictos cauces diferentes de las relaciones familiares, que acaban te-niendo a la muerte presente a través de unas vías diferentes a las que la his-toriografía generalmente ha tomado en consideración. Con ellos podemos percibir hasta qué punto la muerte de uno de los miembros de la familia ge-neraba cambios muy importantes en las vidas de los que le sobrevivían, cam-bios que afectaban a su patrimonio o a su propia situación jurídica, y que con estos pleitos permanecían presentes en sus vidas años después de el falleci-miento hubiera ocurrido.