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Muestra El vendedor de escarcha - Ars Poetica · dedor de escarcha plantea frente a su trayectoria prece-dente la novedad de su insistencia en la palabra como instrumento creador,

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EL VENDEDOR DE ESCARCHA

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José María Muñoz Quirós

EL VENDEDOR DE ESCARCHA

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José María Muñoz Quirós

EL VENDEDOR DE ESCARCHA

Prólogo de CARMEN RUIZ BARRIONUEVO

colección | CARPE DIEM |

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El vendedor de escarcha José María Muñoz Quirós Colección: CARPE DIEM Dirección editorial: ILIA GALÁN © 2017 José María Muñoz Quirós © 2017 ARS POETICA

EntreAcacias, S. L. [Sociedad editora] Mieres de Limanes, 17 33199 Siero - Asturias (ESPAÑA) Tel. administración: (+34) 985 792 892 Tel. pedidos: (+34) 984 044 471 [email protected] | [email protected]

1ª edición: abril, 2017

ISBN (edición impresa): 978-84-946768-8-8 ISBN (edición digital): 978-84-946768-9-5 Depósito Legal: AS 00328-2017

Impreso en España Impreso por Ulzama

Todos los derechos reservados. Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción previs-ta por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

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«Vuelvo a cantar, y a mi memoria acuden Las rústicas imágenes Que guardé en la retina De niño…»

MIGUEL TORGA

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La poesía de Muñoz Quirós en la trayectoria el instante

Desde la lejana fecha de 1982 en que José María Muñoz Quirós abrió su producción con En una edad de voces, el tiempo y la memoria han constituido el eje definidor de su hacer poético. Una treintena de títulos han ido ja-lonando su obra a partir de entonces y las sucesivas entregas denotan un constante interés en la búsqueda del sentido del ser humano en el mundo. Por eso la poesía de Muñoz Quirós es palabra en el tiempo, poe-sía del transcurso y del decurso temporal que en defi-nitiva acecha a todo lo viviente y muy en especial al hombre como ser consciente y limitado. Ahora, El ven-dedor de escarcha plantea frente a su trayectoria prece-dente la novedad de su insistencia en la palabra como instrumento creador, la búsqueda a su través del mis-

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terio de las cosas, la consciencia de que solo con ese aliado, limitado y a veces infértil, puede alcanzarse el objetivo.

Este tema del ahondamiento en lo esencial humano aparecía ya en su primer libro con un aditamento ele-gíaco que le llevaba a plantearse, siguiendo la estela de Fernando Pessoa, quien, mediante su heterónimo Ál-varo de Campos, exigía «Ser cuanto vivió o yació en el lugar exacto de las tragedias de la sangre!», pero Mu-ñoz Quirós hace suyo ese verso y lo desarrolla insis-tiendo en las imágenes corporales de pérdida que sin embargo buscan reflejar el camino a la esperanza. No en vano ese poema se titula «Elegía a modo de espe-ranza» y comienza: «Ser cuanto vivió o yació en el lu-gar de las tragedias de la sangre, / en los momentos amargos del desorden / perdonados por todos los jue-ces del destino, / la desidia o la nefasta corrupción de los mundos / que te cercan y se abren vencidos de ru-tina», para terminar con desolado gesto que modula la inevitable presencia de lo temporal: «cuando se abrían los puñales del tiempo / y el salitre del llanto corrom-pe la memoria».

Al revisar su ya larga trayectoria se observa que po-cas veces el poeta se desvía de esa línea trascendental incurriendo en variaciones y en insistentes desarrollos que aparecen insertos incluso en libros en los que la

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temática es otra, es el caso de Carpe diem (1987), en el que lo amoroso domina, o Naufragios y otras islas (1988), en el que persigue conocer ese mundo, penetrar en el misterio y hallar «la exacta materia del olvido». Pero es en la década de los años 90 cuando la poesía del poeta abulense se afianza en el intimismo, en la ne-cesidad de aportar la mirada que despeja la luz sobre las cosas, pulsar su secreto, sorprender la soledad en lo invisible, descubrir sus formas, desentrañarlas. Y en realidad cualquier pregunta sobre el tiempo lleva inde-fectiblemente a inquirir acerca del final de lo que siempre es perecedero. Quince años no es nada (1997) hace referencia a la dimensión temporal de su propio inicio poético, por eso el poema «Carta», glosa de un verso de Ovidio («Padre, perdóname, no haré más ver-sos», Tristia), instruye sobre lo ineludible de su propio oficio, especie de condena que se ejerce nacida de una honda vocación. Es decir, se percibe que, a medida que pasa el tiempo, los repliegues metapoéticos salpican sus versos de una mayor consciencia del propio des-tino. Y sin embargo la memoria y la búsqueda de otro tiempo, casi siempre anclado en la infancia comienza a asomar en un poema como «La casa de la abuela» (Di-bujo de la luz, 1998) en el que se hace necesario el resca-te de ese recuerdo, porque «La memoria / retorna has-ta ese ayer hoy ya perdido, /hasta el vestigio de la no-

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che ardiente». Esa recuperación de la infancia juega un importante papel en su poesía porque refuerza la tem-poralidad, como sucede en otros libros como Las pala-bras distraídas (2012), en el que ya se percibe con mayor potencia el intento metapoético en un texto titulado «El poeta»:

El poeta es esclavo de sus versos escritos, de sus palabras mudas, de sus silencios obsesivos, de sus grandes errores. Cuando un verso se muere entre otros versos, es que estamos perdidos. Damos a cada signo su valor y sabemos que podemos caer en esa trampa de la que nunca escaparemos. El poeta es un ser en la indigencia, un ave que se esconde entre las ramas, un cazador furtivo en descampado cercado siempre por su inteligencia. El poeta derriba los obstáculos del miedo cuando no encuentra otra salida, y huye a la deriva de su propio olvido.

Creo que en este y en otros varios títulos suyos po-drían encontrarse algunos precedentes que manifies-tan la coherencia con el resto de su obra del libro que

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ahora tenemos ante nosotros, el más metapoético de todos los que ha publicado hasta ahora. El mismo títu-lo El vendedor de escarcha, con un epígrafe de Miguel Torga, «Vuelvo a cantar, y a mi memoria acuden /Las rústicas imágenes / Que guardé en la retina / de ni-ño…» hace alusión a ese tema, obsesivo en su obra, del retorno, pero con una diferencia, el poemario que lee-mos no plantea ninguna referencialidad explícita de los momentos de la infancia, más bien persigue la in-dagación general, el planteamiento del poema en su hacer ligado al lenguaje y su imbricación con el ser humano que ejerce esta labor. El poema inicial se titula «El vendedor» y alcanza su sentido al convertirse en un contrafacto metafórico del poeta, un sujeto pleno de frágil sabiduría, con polaridades ponderadas que al-canza a estar alerta pero también vencido por la vida, con la misión de no dejar que la luz se derrame inútil-mente en su pretensión de iluminar el mundo, porque, donde existe lo oscuro y lo nebuloso debe alcanzar la transparencia. Un ser cuya levedad es persistente e in-tensa al mismo tiempo, y es poseedor de ese misterio que le permite indagar en las claves esenciales de lo vivo. Los poemas que se leen a continuación dependen de este primer trazo y constituyen un itinerario, son casi en su totalidad poemas breves o muy breves en los que busca la condensación, algo que tampoco es de-

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masiado frecuente en su obra, pues Muñoz Quirós es poeta de vena abundante, que gusta desarrollar la pa-labra sin temor en amplios poemas, rotundamente asediantes. No teme tampoco fortalecerse en los recur-sos poéticos de corte clásico como el manejo del ende-casílabo, porque sabe bien que la exploración formal es hija de la lectura de las fuentes del pasado. Y un buen instrumento redunda en una mejor plasmación de toda producción.

El vendedor de escarcha inicia ese itinerario de búsque-da para confiarse a un lector con el que cuenta como cómplice para desentrañar la palabra creadora, porque lo que posee o vende es algo intangible, misterioso, tal vez inexistente e imposible. Pero es siempre algo que la mirada encuentra en el entorno natural del mundo. Frente a las cosas siente una responsabilidad que mar-ca el intento de poseer el lenguaje y ese es un elemento de frágil esencia. Por ello un poema como «El miedo» expresa el temor ante lo desconocido y ante la concien-cia del posible error en la búsqueda de la palabra no exacta que puede traicionar el sentido. Celoso del mundo y su belleza, no le resulta fácil comprender y plasmar el mensaje que emite todo ser, en especial porque es imposible la permanencia, todo se escribe y pervive un momento sorteando la temporalidad: son esencias volátiles que se permite perseguir hasta el

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desaliento. Además el poeta entiende que como el mundo solo puede aprehenderse intuitivamente, es la simbología la que despliega el mejor instrumento y muchos de sus poemas son asedios a constantes que ya había trabajado en libros precedentes y que han ido tapizando su poética. Se trata del trazo de una simbo-logía de lo acuático, de lo lumínico y de lo mineral que se integran en estos versos, sobre todo en la primera parte del libro. Es el caso de las imágenes lumínicas en poemas como «Pájaro en la luz», donde la mirada en-traña también el tiempo pues la palabra muere al des-nudar la luz, aunque permanezca la imagen del pájaro como un destello de libertad. O «Liturgia del tiempo» en el que la contemplación de la rebeldía de la natura-leza refuerza la temporalidad y recala en la imagen de la estrella, luz lejana y frágil. También la aparición del sol en «Instante en mí» tiene parecido sentido pues constituye una captura del instante en la observación del astro y su acabamiento. En «Alas caídas», el sujeto poético se identifica con el viento y se convierte en un ser alado, especie de ser angélico que busca la luz consciente de que el mundo le habla un lenguaje que necesita trascender. Pero la simbología más frecuente está ligada al mundo acuático, imaginería de antiquí-sima ascendencia en la creación literaria, poemas co-mo «El deseo perdido» evoca la imagen de la fuente

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que brota como metáfora creativa, pero también como testigo del fracaso, porque al final este deseo no en-cuentra objetivo alguno en ningún cuerpo, en ninguna palabra tangible. También en «Solitario mirar» el cauce del agua es siempre imagen del sentido creador inserto en la temporalidad, frente a la cual ese sujeto poético está desasistido ante el misterio de las cosas, y como solitario al borde de un precipicio. También «Hueco» como símbolo del mundo, con raíz en las oquedades vallejianas, es el vacío, lo oscuro, pero la palabra se de-rrama hacia las extensiones del agua. E incluso tam-bién en el brevísimo «Cauces» la imagen del agua con-tiene, en su silencio, el brote de lo temporal: «Sin ver / está en la fuente / brotando el agua. / Mudo estar ca-llándose».

En este intenso y persistente itinerario emerge mu-chas veces el desánimo («Días oscuros») y la insisten-cia en la soledad creativa que el poeta busca romper en un necesario diálogo con el otro y consigo mismo, hay poemas que constituyen ese intento, no solo de buscar al otro dialogante y externo sino también al doble in-terno, a ese hombre que va dentro de la propia alma, por esa razón «Contigo» asedia ese intento y hace pen-sar en que todos estos los poemas son una comunica-ción consigo mismo y con un tú indefinido, porque termina: «Al fondo escribo / un mundo distanciado y

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ausente, / olvidado contigo». Un gesto que hace re-cordar la necesidad de trascendencia y que la poesía es la comunicación de lo que es incomunicable o apenas comunicable, como dice Hilde Domin, quien además insiste en que la lírica «nos une con nosotros mismos, con el propio yo, nos une también con los otros, nos devuelve la posibilidad de comunicación» (¿Para qué la lírica hoy?). En esta línea el propósito se fortalece en «Memoria de ti» por la permanencia de la voz, del tiempo detenido en esa presencia del tú. «Pájaro ama-rillo» es quizá el poema que mejor expresa ese proceso, el de la culpabilidad frente al fracaso y la resistencia ante la dificultad de allanar el camino. Sin embargo pronto el tú enciende la mirada porque cuando se lo-gra esa conexión con ese tú aparece la «leve presencia de las cosas» que irradian «junto al laberinto de las pa-labras». (No otra cosa podemos leer en algunos poe-mas de Octavio Paz). Los objetos alcanzan así una transparencia porque el tú propicia la imagen del pája-ro amarillo que constituye el correlato del logro desea-do. Llegados a este punto se percibe que la poética de Muñoz Quirós persigue y consiste en un ahondamien-to en las galerías del alma, para contemplarlas y com-prenderlas, desarrollando un trasiego por el mundo que supone una superación de toda necesaria soledad, ya que ese tú inevitable es el otro o el propio y miste-

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rioso desdoblamiento del yo. En ese proceso de con-creción se alcanza a lamentar la pérdida de la mirada antigua como bien expresa «La inocencia», poema en el que se asume el riesgo de la alteración de lo tempo-ral porque «Y ya nada / retorna como entonces a las páginas nítidas del /mundo».

A partir del poema titulado «Destino» se fortalece la consistencia metapoética del libro y la necesidad de realizar la obra en un gesto de superación del tiempo en el que de consuno se alían las imágenes lumínicas que someten la oscuridad. Todo ello significa asumir un esfuerzo en el límite para robar la temporalidad de esa línea que se traza sobre metáforas de agua. Gran parte de los poemas que vienen a continuación inciden más en el proceso creativo, citemos algunos. «Conde-na» hace referencia a la página como destino, en la que la palabra permite congelar motivos naturales que pueden significar el comienzo de la realización; «Inicio del poema» alude a la dificultad de escribir la primera línea, el poema como trampa y como celebración de la palabra; «Inmensidad del lenguaje» es un canto a la captación de la imagen certera y necesaria que deja describir el instante; «Volver» refiere la implícita ser-vidumbre del oficio: «La palabra/ inventará por ti to-das las letras / de las cosas primeras». En «Fragilidad del signo» se expone cómo la palabra fija el misterio, lo

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insondable de la forma. Otros poemas continúan la misma reflexión como «Frente a la palabra», donde aparece la duda y hasta la desolación. El lenguaje es entonces instrumento pero también «es la revelación de lo escondido», y en la quietud del agua desvela lo dormido porque «La palabra incendia el vivir indómi-to / del fuego». Como era de esperar este esfuerzo su-pone una dificultad y en «Frente al folio en blanco» aparece la inseguridad, alcanzando a constituirse este espacio como doble de la existencia, frente al cual se experimentan sentimientos contradictorios. Pero en ocasiones ese instante de tiempo se petrifica en la pá-gina («Sabor a nada») y cumple su destino rompiendo la mudez a la que la condena el fluir de lo temporal.

En este sesgo metapoético encajan unos pocos home-najes a poetas como a Gil de Biedma, Borges y el poe-ma más largo «Elegía en lluvia blanca» evocación de José Ángel Valente, en el que la contemplación logra atraer las imágenes naturales en distintos momentos y conceptos, temporalidad, vacío, quietud, origen, rena-cimiento, apertura a las cosas verdaderas y la posibili-dad de la esperanza con el retorno de la memoria. En el cumplimiento de este itinerario que va alcanzando su culminación toma sentido un poema como «La creación» porque apunta la posibilidad de la plasma-ción poética («Va dejando su paso en cada instante, /

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en la voz que me llama y que recibo»). El libro termina con una presentida y necesaria esperanza, dos poemas como «Página de sol» y «Monólogo del agua» que re-miten a la circularidad reflexiva de la compilación pues retoman los símbolos más emblemáticos de su poesía. En el primer poema, las cosas se aproximan en un viaje sin retorno, se enciende la luz, «Viaje al infini-to / secreto de sus sílabas dormidas / en la carne des-nuda de otro verso» y en «Monólogo del agua» la transparencia se encamina hacia ese lenguaje nuevo que efectúa ese tú en busca de la belleza: «El vendedor de escarcha se ha fundido / con el primer calor de la mañana». Para terminar: «Bebe el día / de la fuente de luz que va contigo». Con lo que se manifiesta de modo diáfano la dependencia de lo natural. Una dependen-cia simbólica e intuitiva que la poesía ha marcado en nuestras literaturas desde hace décadas y a cuya estir-pe pertenece Muñoz Quirós. Tenemos entonces un fi-nal abierto a la comunicación y a la esperanza, a la su-peración de lo temporal mediante la palabra, lanzando siempre las ideas esenciales que tienen su expresión en la precisión y esencialidad del propio lenguaje que edi-fica este poemario en su denodado combate contra el tiempo.

CARMEN RUIZ BARRIONUEVO Universidad de Salamanca

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EL VENDEDOR

Sabiduría de cristal; estar vencido y vigilante, próximo. Y no dejar que se derrame la luz. Ser transparencia allí donde aparece la negritud y siembra en su dominio la niebla. Apostar por la intensa levedad, y que siempre te entregue su misterio el vendedor de escarcha.

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EL MIEDO

Habitas en lo nunca conocido, en ese error profundo que se esconde al nombrarte en los labios. Crees que ha sido solo una extraña forma de encerrarte en la jaula del miedo. Estás celoso de la inocencia de las rosas, urdes el paso de tanta claridad por tus ojos, y tienes ganas de volar. Sucede a menudo y no comprendes su mensaje escrito sobre el tiempo. Estás vencido sin batallar. El olvido es solo el desaliento de una voz que se apaga.

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PÁJARO EN LA LUZ

En ese azul se esconde el día, cauce libre, cauce donde se entrañan esas horas. Muere el abismo, mueres tú, mueres siempre conmigo. En la medida de tus sílabas, al desnudar la luz, al encenderse, mueres despacio en la quietud que nace en el destello libre del vuelo hacia el olvido.