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67 MUSEO DE LA CATEDRAL DE MALAGA  La pervivencia de los esplendores de un pasado José Galisteo Martínez Javier González Torres * * Universidad de Málaga ualquier referencia a una realidad patrimonial tan compleja como la del templo basilical de Málaga impone no sólo el análisis de tan soberbia e impe- cable fábrica, sino de su más preciado ajuar artístico. En este último caso, la naturaleza de las piezas plantea una problemática particular, a la hora de concretizar la lectura y el desarrollo expositivo predominante en el recinto, que debe reunir las condi- ciones naturales, expositivas, argumentativas y peda- gógicas efectivas para una adecuada exhibición de los objetos escogidos. Al tratarse de piezas tan específicas como las que permanecen en estas ricas, y todavía escasamente ponderadas, colecciones eclesiásticas, se hace aún más preciso un criterio selectivo que permi- ta aquilatar y enaltecer los bienes expuestos, suscepti- bles todavía de presentarse al público bajo presupues- tos tradicionalistas y desfasados, así como del mensa-  je final qu e, con su exposición, se pr etende di vulgar . Fundamentalmen te, la razón de ser de este Museo se centra en la preservación y puesta en valor de una serie de obras de arte, de cierta e interesante rele- vancia, no bajo una descontextualizaci ón objetual de las mismas por aquello de segregarlas temporalmen- te del culto, sino como piezas principale s, testigos de una memoria de siglos y siglos de existencia cristiana. Ahora bien, el resultado de todo este proceso debe delimitarse dentro de un espacio autónomo que «enclaustre» las cualidades estéticas  per se, además de su ya consabido carácter utilitario. Se podría pen- sar que esta aparente autonomía podría hacer inne- cesaria su ubicación en la catedral; sin embargo, su situación estratégica en el templo convierte a este museo en algo más atracti vo para el visitante debido a su significación popular. Con independencia de los amagos e intentos que no cuajaron en la segunda mitad del siglo XX (en las déca- das de 1960 y 1990, principalmente), fue a conse- cuencia del desmantelamiento del Museo Diocesano de Arte Sacro, sito en el cercano Palacio del Obispo, cómo surgió la idea de este Museo. Su resultado actual es fruto de la promoción llevada a cabo, hacia 1997, al amparo del Plan de Desarrollo Estratégico y Turístico de Málaga. Entre sus objetivos estaban el ´ C Extracto de la Revista Jábega nº 89, año 2001. © Centro de Ediciones de la Diputación de Málaga (www.cedma.com)

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MUSEO DE LA CATEDRAL

DE MALAGA La pervivencia de los esplendores deun pasado

José Galisteo MartínezJavier González Torres*

*Universidad de Málaga

ualquier referencia a una realidadpatrimonial tan compleja como la del

templo basilical de Málaga impone no

sólo el análisis de tan soberbia e impe-

cable fábrica, sino de su más preciado

ajuar artístico. En este último caso, la naturaleza de

las piezas plantea una problemática particular, a la

hora de concretizar la lectura y el desarrollo expositivo

predominante en el recinto, que debe reunir las condi-

ciones naturales, expositivas, argumentativas y peda-

gógicas efectivas para una adecuada exhibición de los

objetos escogidos. Al tratarse de piezas tan específicascomo las que permanecen en estas ricas, y todavía

escasamente ponderadas, colecciones eclesiásticas, se

hace aún más preciso un criterio selectivo que permi-

ta aquilatar y enaltecer los bienes expuestos, suscepti-

bles todavía de presentarse al público bajo presupues-

tos tradicionalistas y desfasados, así como del mensa-

 je final que, con su exposición, se pretende divulgar.

Fundamentalmente, la razón de ser de este Museo se

centra en la preservación y puesta en valor de una

serie de obras de arte, de cierta e interesante rele-

vancia, no bajo una descontextualización objetual delas mismas por aquello de segregarlas temporalmen-

te del culto, sino como piezas principales, testigos de

una memoria de siglos y siglos de existencia cristiana.

Ahora bien, el resultado de todo este proceso debe

delimitarse dentro de un espacio autónomo que

«enclaustre» las cualidades estéticas  per se, además

de su ya consabido carácter utilitario. Se podría pen-

sar que esta aparente autonomía podría hacer inne-

cesaria su ubicación en la catedral; sin embargo, su

situación estratégica en el templo convierte a este

museo en algo más atractivo para el visitante debidoa su significación popular.

Con independencia de los amagos e intentos que no

cuajaron en la segunda mitad del siglo XX (en las déca-

das de 1960 y 1990, principalmente), fue a conse-

cuencia del desmantelamiento del Museo Diocesano

de Arte Sacro, sito en el cercano Palacio del Obispo,

cómo surgió la idea de este Museo. Su resultado

actual es fruto de la promoción llevada a cabo, hacia

1997, al amparo del Plan de Desarrollo Estratégico y

Turístico de Málaga. Entre sus objetivos estaban el

´ 

C

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desarrollo potencial de determinados espacios de la

capital, vinculados históricamente con el Patrimonio

o contenedores de bienes artísticos de especial con-

sideración. El proyecto en sí se asignó al arquitecto

José Fernández Oyarzábal, quien partía de la premisa

de ajustarse al espacio disponible, el cual no era otro

que la antigua Sala Capitular utilizada por el Cabildo

Catedralicio en sus sesiones. En esta línea de integra-

ción de los elementos preexistentes en el nuevo

museo, cabe considerar la recuperación de la armadu-ra lignaria de par y nudillo, que cubre la crujía que en

el Quinientos fue patrocinada por el obispo fray

Bernardo Manrique, a la cual se anexionaría un pasillo

adyacente.

Partiendo de este hecho fundamental, se llevan a

cabo las obras de adaptación que persiguen la con-

versión del espacio en una doble galería, paralela e

independiente, fusionadas por un vano lateral. El pro-

pósito inicial hacía suya una evocación posmoderna

derivada de la funcionalidad y simplicidad aplicadas

por la arquitectura postrera al Movimiento Moderno.

Claridad, racionalidad y diafanidad son los fundamen-

tos arquitectónicos que pretenden trasladarse a la con-

cepción unitaria de las salas, supeditando incluso al

aparato expositivo. De esta forma se hace patente la

labor del arquitecto, quien, partiendo de su propia for-

mación, busca a través de la traslación de lo tectóni-

co, la combinación de las piezas integrantes en un dis-

curso nítido, conciso y elemental. Así, la integración plás-

tica efectuada a partir del uso de estucos rojizos «pom-

peyanos» con una marcada línea quasi minimalista,caracterizada por la simplicidad en el diseño del mobi-

liario, conducen a la percepción de una atmósfera inti-

mista y sugerente, tamizada por la iluminación gra-

dual que intenta potenciar el aura singular de cada

elemento expuesto.

Lástima que un planteamiento inicialmente tan ambi-

cioso se desvirtuase a favor de la intromisión de otros

componentes ajenos al proyecto original. Nos referi-

mos a aquellos que pretenden una supuesta auto-

protección, a nuestro entender, excesiva, dificultando

la visión prístina de los elementos e imposibilitando su

Pedro de Mena y Medrano, San Pascual Bailón (siglo XVII) Dámian de Castro, Cruz Procesional (1779)

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conexión directa con el espectador. De ello se deduce

que, una vez más, los criterios museográficos y museo-

lógicos ceden el testigo intelectual de su aplicación a

otros procedimientos más rudimentarios, desvirtuado-

res de lo que debiera ser la exposición de una colec-

ción permanente y demostrativos de mentalidades tanalejadas de la Historia del Arte.

En cuanto a la colección que el Museo exhibe, abarca

unas obras propias del campo de la plástica y otras,

como la platería y el bordado, incluidas en las artes

decorativas. Sin temor a equivocarnos, es importante

señalar la categoría de las piezas expuestas y el crite-

rio selectivo a la hora de escogerlas, las cuales des-

cuellan por su calidad, prestancia y belleza. Ahora

bien, su colocación dentro del inmueble no obedece a

ningún patrón museístico concreto, pues la lecturalibre e independiente que se ofrece al visitante atien-

de más a su disposición en el espacio preasignado que

al ensalzamiento de su extraordinario contenido, pues

la concreción espacial obliga efectivamente a ello.

El recorrido de acceso a la sala comienza tras la con-

templación de un discurso pictórico, esto es, una serie

de cuadros dispuestos en la escalera de doble cuerpo,

que sirve de preludio a una selecta pinacoteca. De

entre estos sobresale, por sus cualidades formales, elsoberbio San Pablo Ermitaño, rubricado por José de

Ribera en 1630; una reciente restauración nos permi-

te contemplar la senectud realista del Santo, en con-

sonancia con el naturalismo vigente en la paleta del

círculo italiano del momento. En menor medida, des-

taca un pequeño lienzo, tradicionalmente asignado a

Bartolomé Esteban Murillo, que representa a la Virgen

María, Mater Adoloratta, afligida ante los tormentos

pasionistas. E, igualmente, podemos contemplar otro

ejemplo de cierta rareza iconográfica, el denominado

Genealogía de la Orden franciscana, datado en elQuinientos y con claros resabios manieristas. De cro-

nología anterior es la Piedad , que nos ofrece la opor-

tunidad de calibrar la poderosa influencia que la pin-

tura flamenca ejerció en el ámbito artístico andaluz,

acentuada posteriormente en la capital malagueña a

través de la estética de Miguel Manrique.

El patrimonio escultórico irrumpe en la exposición,

mostrando refinadas obras de tamaño académico. De

entre todo el elenco, destacan, por sus valores extrín-

secos, debido a la personalidad de su autor, los mode-

los que se atribuyen al taller de Pedro de Mena, en

especial, el San Pascual Bailón y San José, que delatan

la fortuna tan agraciada que tuvieron los modelos del

Racionero en sus gubias. Frontero a estas pautas, se

sitúan la hispalense Inmaculada Concepción, en la que

se mantiene viva la tradición naturalista de Montañés,

y el roldanesco Niño Jesús, pervivencia de una temáti-ca iconográfica que hunde su génesis en la literatura

mística del medievo. Otro foco de atención se centra

en la bella efigie del San Luis Rey de Francia, cuyo airo-

so empaque ennoblece el quehacer artístico de los

obradores malacitanos del XVIII.

Punto y aparte merece el campo de la eboraria, talla en

marfil, en el que destacan diferentes Crucificados, que,

agrupados bajo el signo estético del siglo XVII, inter-

pretan posturas y versiones singulares, de notable tras-

cendencia artística, convirtiéndose en verdaderos para-digmas de la extraordinaria hermosura y calidades plás-

ticas del arte del marfil, aplicados a la visión idealizada

y la interpretación hedonista de la belleza corporal.

Anónimo, San Juanito (c. 1670-1700)

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En cuanto a la platería, lamentamos que las piezas

presentadas no ofrezcan una visión panorámica de

este arte, pues la singularidad y el prestigio alcanzado

por los plateros de la ciudad entre los siglos XVI al XVIII

desdice por completo a la exigua colección catedrali-

cia, únicamente excusable por las cuantiosas pérdidas

de oro y plata sufridas por la ocupación francesa. Detodas maneras, se nos ofrece la posibilidad de con-

templar la hasta hoy conocida como pieza más anti-

gua conservada, un Portapaz gótico perteneciente a la

dotación del obispo Diego Ramírez de Villaescusa de

Haro. La progresión goticista se ejemplifica en una

Cruz Procesional , de hacia finales del XVI, preámbulo

de la extraordinaria evolución estilística e iconográfica

que, en el Barroco, tendrá un nombre propio dentro

de la platería andaluza: Damián de Castro. De su hue-

lla, perdura otra Cruz Procesional , cuya historia cons-

tructiva dirimió una constante estética más cercana al

clasicismo.

El epílogo de este recinto lo constituyen las magníficas

piezas bordadas en hilos de oro y sedas, confeccionadas

ex professo para el oficio litúrgico de Pontifical, sobre-

saliendo las prendas pertenecientes a los ternos del

Cardenal César Riario y al obispo Bernardo Manrique.

En suma, estamos ante una singular colección de obrassacras que constituyen una pequeña muestra del patri-

monio de la Iglesia de Málaga que, con tantas trabas,

ha sobrevivido al discurso de la Historia. Su conjunción

con el cercano Museo cisterciense de Arte Sacro, de la

Abadía de Santa Ana, posibilita una lectura global carac-

terizada, bajo el signo religioso, por la instrumentaliza-

ción del arte como medio de propagación y apología

de los fundamentos del Cristianismo. Ojalá en un futuro

cercano pudiésemos contemplarlas, junto al resto de la

colección, en un entorno mucho más idóneo para con-

tener un auténtico Museo Diocesano, comparable al de

otras seos españolas.

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José Ribera, San Pablo ermitaño (1630)

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