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MUTACIÓN, LA FURIA DE LA NATURALEZA · personas a las que amaste demasiado, y hasta extrañas a tu mascota, ese ser cómplice de tantas aventuras. Sin duda, una época ideal, donde

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MUTACIÓN, LA FURIA DE LA NATURALEZA

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DEDICATORIA

Esta novela está dedicada a todas las personas que se interesan por lecturas que van más allá, que combinan la realidad y la ficción; aquellas que dejan que la imaginación haga parte de su vida cotidiana y que se sienten atraídas por pensamientos e historias que se salen de lo común.

Pero, en especial está dedicada a cada ciudadano, a cada habitante del Planeta, sea o no consciente del daño que el ser humano le está causando a la naturaleza. A los primeros, para que se conviertan en multiplicadores de las ideas que lo protegen y que cuidan nuestros recursos, para desviarnos del camino de la destrucción y retomar el de la conservación; a los segundos, para invitarlos a que tomen conciencia del daño que se está causando y de que aún es tiempo de reversar algunas cosas, antes de que sea demasiado tarde.

A los jóvenes, estudiantes como nosotros, porque el futuro de la Tierra está en las nuevas generaciones, capaces de salvarnos de la tragedia, de frenar esas guerras cobardes que no benefician a nadie y mucho menos al Planeta.

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AGRADECIMIENTOS

Publicar un libro es una tarea bastante difícil, pero los

estudiantes de III Semestre de la Facultad de Comunicación

Social de la Universidad Cooperativa de Colombia: Katherín

Rodríguez, Javier Andrés Mesa Hernández, Juan Diego Sosa

Ardila, Óscar Ortega, Diego Benavides, Mónica Andrea

Calderón, Jhon James Jerez, Fabián Gómez, Kelly Moreno,

Manuel Baquero, Yuly Pachón, Natalia Preciado y Laura

Camila Bejarano, lo hemos logrado.

Hoy, al tener esta obra en nuestras manos, queremos

agradecerle de todo corazón a nuestra profesora Marisol

Ortega Guerrero, docente de la clase de Lectura y escritura

II, porque gracias a ella tuvimos la posibilidad de

experimentar la complejidad de escribir y de trabajar en

equipo; no fue sencillo, pero nos esforzamos bastante para

que esta novela sea de su agrado y del agrado de todas las

personas que quieran conocer una historia que ideamos

pensando en lo que podría pasar en el futuro si seguimos

destruyendo la naturaleza, obviamente, con un tinte de

ciencia ficción.

También queremos agradecer a nuestros padres y familiares

por su apoyo en todo momento, y a cada

uno de nuestros compañeros por su disposición y

responsabilidad al escribir. El interés fue muy importante en

este proyecto, pues cada uno de nosotros tuvo una postura

bastante evidente que en conjunto nos permite tener hoy

nuestra novela, que es nuestra creación y jamás la

olvidaremos.

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Capítulo I

MEMORIAS DE ANTES DEL FIN

Katherín Rodríguez

Cuando intentas destruir todas tus memorias para

no estar consciente y así evitar traer al presente

esos recuerdos que una vez viviste, momentos en

los que poseía un cuerpo de ser humano, como

solía sentirlo y verlo en ese entonces, es inevitable

que lleguen a tu mente las imágenes de esos

hermosos e inolvidables atardeceres con sus

majestuosos espectáculos de colores junto a la

naturaleza exuberante y llamativa. Su frondosa

vitalidad complementaba y adornaba los edificios y

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construcciones de las grandes ciudades de nuestro

amado planeta Tierra.

Surgen también los recuerdos de aquellas

personas a las que amaste demasiado, y hasta

extrañas a tu mascota, ese ser cómplice de tantas

aventuras. Sin duda, una época ideal, donde la

tranquilidad y el estrés de un día cualquiera se

convertían en el ingrediente de una llamada

‘normalidad de vida’ que jamás pensamos tendría

un fin.

Hoy, todo esto queda sin sentido y es la nostalgia

el sentimiento que imprime esta nueva forma de

vida que aún no puedo entender. Lo demás ha

quedado atrás sin que tú lo quisieras así, pero en

otro de tus intentos por volver a la realidad quieres

despertar y en vano te das cuenta de que no ha

sido un sueño, como deseabas que fuera; te

niegas a aceptar, pero solo te quedan esas crudas

imágenes que te hieren por lo tenebrosas y

abrumadoras, hasta que finalmente terminas

aceptando que son ciertas y están presentes, justo

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ahí, frente a ti, y reflexionas preguntándote

insistentemente: ¿Qué fue lo que sucedió?

Por más que intento buscar una explicación en mi

cabeza, no logro entender, y caigo en pánico; me

atormento al observar mi cuerpo frente a un reflejo

y ver que no es el mismo; ahora está cubierto por

un extraño color terroso y al rosar mi piel con los

dedos se siente pegajoso; observo mis manos y ya

no tienen cinco dedos sino tres; mi cuerpo tiene

una contextura gruesa, seca y árida; mis orejas

son dos hoyos en la parte trasera de la cabeza y

mis dientes puntiagudos son muy pequeños; mis

ojos de color morado, un cabello que ya no existe y

mis pies tienen una forma extraña, sin dedos, que

me obligan a caminar de una forma muy particular.

Una confusión infinita se apodera de mí y solo me

atormenta, porque en el fondo siento que no soy

yo, el mismo de siempre, sino una criatura extraña,

y es aquel reflejo, que me niego a ver, el que me

confirma y me dice que sí lo soy. Las imágenes

guardadas en mi inconsciente me recuerdan ese

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intenso dolor que quedó marcado en mi piel como

consecuencia de la fatal exposición a la radiación

que para muchos fue letal. Miro a mi alrededor y

presencio a esos seres que lucen igual a mí, y

todos somos tan diferentes a lo que éramos.

Ahora, estamos convertidos en raras criaturas que

logramos resistir a lo sucedido ese día, donde la

fuerte contaminación creó una gran nube oscura, y

me doy cuenta de que ese problema siempre

estuvo ahí, invadiéndonos, por nuestra culpa,

como un enemigo silencioso, y nos azotó casi de

forma imperceptible y fue ella la que al final de

cuentas nos ganó la batalla y confirmó que todo es

real.

Lo estoy viviendo, como todos los que con fuerza

resistimos al fatídico día. Sí, ese día, ese último día

registrado en mi mente dentro de la ‘normalidad’,

que aunque exactamente no recuerdo la fecha,

estoy seguro de que fue hace cerca de 15 años.

Ese fue el día en el que todo cambió.

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Una nube gigante de color gris se difundió poco a

poco cubriendo todo nuestro planeta; los noticieros

mostraban transmisiones desde Norteamérica

hasta el final del continente asiático y se veía cómo

se iba reproduciendo esa nube; incluso abarcando

cada uno de los polos y océanos. Así fue como

lentamente se fue ocultando la luz del sol y el

pánico hacía presencia en cada uno de nosotros.

Nadie quería salir de sus casas y los que estaban

en la calle corrían en busca de sus familiares o

conocidos. En los celulares quedaron registradas

las fotos y los videos que todos intentábamos subir

a la red, pero como esta había colapsado,

quedaron todas represadas, como también lo hizo

el transporte, que se paralizó, y fueron inevitables

los accidentes de carros y personas.

Muchos pensaron que era el fin del mundo y a

veces creo que hubiese sido mejor; otros

murmuraban que era un castigo de Dios por

nuestros pecados; unos más, que era una invasión

extraterrestre y yo, yo que solo era el pequeño

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Santiago Gómez, de 12 años, estaba ahí

observando el cielo que ya no mostraba su

esplendor, porque todo se había tornado de color

gris, como una gran sombra de muerte, y no

entendía lo que pasaba.

Aquel día estaba en la escuela con mis amigos,

disfrutando de un partido de fútbol; acababa de

salir de clase de Ciencias y había tenido un parcial

acerca del calentamiento global y las causas de la

contaminación ambiental del planeta, un tema muy

popular en el 2015, por lo que no estuvo para nada

difícil responderlo. Todo lo que se hablaba era de

no botar basura, del reciclaje, de no desperdiciar el

agua, de no acabar con las especies naturales,

con los animales, y de los peligros del uso de

sustancias contaminantes generadas por la mano

humana y las industrias que iban a parar a ríos y

mares; hoy recuerdo una campaña que decía

‘Todos contra el derroche’ y me pregunto ¿por qué

nadie la entendió, por qué no se logró cambiar la

percepción de empresas, familias e individuos

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sobre el ahorro del agua ni sobre los peligros del

cambio climático, del Fenómeno del Niño y de los

aumentos alarmantes de la temperatura?

La falta de conciencia hizo que para la mayoría de

la sociedad este se convirtiera en un tema

bastante aburrido, repetitivo, y lo pasáramos por

alto, aunque los medios de comunicación no

hacían sino hablar de él. Sencillamente, había

cosas que nos importaban más. Yo, apenas un

niño, qué iba a pensar en ayudar al planeta, si ni

siquiera sabía si algún día iba a formar una familia.

Solo quería salir pronto de clase, aprobar el

examen, ir a jugar, comer algo y respirar aire

fresco, porque ese salón de clase me cansaba.

¡Ah, claro¡ excepto Valentina, la niña más linda. Me

fascinaba, con su cabello largo que se batía al

viento, pero siempre alentando al más lindo de la

escuela, animándolo a hacer los goles, y yo, solo

soñaba con darle un beso algún día. ¡Qué iba a

pensar en animales, en especies, en naturaleza!

Estaban demasiado lejanos para poderlos ver.

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Solo la observaba a ella, sentada justo ahí en el

patio del colegio, junto a su grupo de amigas y

buscaba robarle una mirada.

Ese día en que todo colapsó, la vida parecía tan

normal, tan cotidiana. Las nubes despejadas

mostraban un azul luminoso lleno de alegría, de

dicha, que acompañaba la rutina de todos,

estudiantes y trabajadores.

Yo estaba absorto en mi mundo hasta que vi cómo

todos los estudiantes empezaron a correr y los

maestros gritaban ‘vayan a sus casas’, mientras

algunos se dirigían desesperadamente hasta el

televisor para enterarse de qué estaba pasando.

Todos salían del colegio apresuradamente, así que

tome mi maleta y alcancé a ver en un televisor las

noticias con imágenes que reflejaban el principio

de todo lo que nos esperaba y que se esparciría

por diferentes países del mundo. Los titulares

mencionaban aspectos como ‘Una gran nube gris

cubre los cielos de Estados Unidos’, ‘Francia,

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cubierta por una nube gris’, ‘La nube se extiende

por Latinoamérica’.

Todos estábamos igual de confundidos, así que

salí en busca de alguno de mis amigos, pero solo

pude ver desde lejos cómo los padres de Valentina

la recogían en su auto y se iban rápidamente; corrí

hacia mi casa para reunirme con mi familia pero de

repente sonó una fuerte explosión que por un

momento me dejó sin escuchar lo que pasaba a mi

alrededor; solo sentía un fuerte dolor de cabeza y

cuando logré estabilizarme de nuevo, pude ver

cómo el cielo bogotano se cubría con esa extraña

nube grisácea.

Todo empezó a oler de una forma particular, era

una mezcla ácida que me asfixiaba; el dolor en mi

cabeza se ponía mucho más intenso, tanto así que

tuve que sentarme en el pasto del parque que

quedaba justo antes de llegar a mi casa; empecé a

sentir gotas que caían del cielo, gotas que dolían al

rozar mi piel; era un dolor bastante intenso, hasta

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que todo mi alrededor se perdió y solo podía sentir

ese dolor incontrolable en mi cuerpo.

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Capítulo II

FRACCIONES DE SEGUNDOS

ATORMENTAN LA MENTE

Javier Andrés Mesa Hernández

Perdí el conocimiento, no sé por cuanto tiempo.

Luego, al volver en mí me puse a llorar. Todo se

veía muy opaco, casi nulo; la gente corría

presurosa y angustiada, como cuando en épocas

de caos y vandalismo comunal se daba al toque de

queda del que tanto nos habló nuestro padre, un

militar, el mejor militar, y nadie podía estar por

fuera después de las 7 de la noche. Pero, la

diferencia era que ahora el caos era total. A la

gente no le importaba aplastar a los demás, solo

querían refugiarse. Yo, solo quería llegar a casa

para poder estar al lado de mamá, papá y de mis

hermanos Liam, Cony y Jean Pierre

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La lluvia era tan ácida que las plantas perdían su

fuerza y técnicamente se disolvían; el pasto tenía

mucosidad de un color amarillento y un olor

penetrante que asfixiaba los sentidos, convirtiendo

a los insectos y demás pequeñas criaturas en

fósiles inertes como si quedasen ‘atrapados’ en la

masa inconsistente de un nuevo suelo que

comenzaba a teñirse sobre la tierra.

Como pude me levanté y casi arrastrándome por

los andenes, temblando de miedo, oía el rechinar

de los vehículos que chocaban unos contra otros,

regando combustible por las avenidas principales,

propagando las llamas alrededor de otros

vehículos y generando rápidos estallidos que

reventaban mis oídos en un ensordecedor

temporal de gritos que provenían de todos los

sentidos, mientras mi visión trataba de recuperarse

lentamente solo para llenarme aún de más horror

al ver el infierno latente que se estaba formando.

Corrí tan rápido como pude hasta llegar a la

esquina de mi barrio. Ahí pude ver, estupefacto, al

valiente John, mi mejor amigo, ese que no tenía

ningún reparo en incitarme a sus travesuras

mientras corríamos felices después de timbrar por

las casas vecinas o de hacerle bromas pesadas a

nuestros compañeros de colegio o de recolectar

insectos para ir a asustar a las chicas. ¿Cómo ha

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cambiado la vida? Qué ironía saber que en

fracción de segundos lo vi totalmente bloqueado

en frente de su casa, pálido, en silencio, atónito,

mientras la nube rápidamente aniquilaba todo a su

paso y los frondosos jardines de su entrada se

volvían inertes y la asfixia le arrebataba su aliento,

ante mis gritos inútiles de auxilio, seguido del

frenesí de mis pasos para llegar a casa y saber de

los míos…

Lo vi. Lo vi todo. Y hoy, tantos años después, no

logro reponerme de ese otro impacto. Vi cómo esa

nube se tragaba su hogar y las llamas

provenientes de los carros incendiados devoraban

todo a su paso. Los vi morir, a John y a su padre,

penetrados por la extraña nube de gas e

incinerados por las llamas de una encerrona de

vehículos, mientras impotente no pude ir a

socorrerlos, porque el aire era tan denso que con

dar solo dos pasos ya sentía que me ahogaba.

Lloré inconsolablemente. No puedo creer que eso

hubiera ocurrido apenas unas horas después de

haber estado en clases, riéndonos, haciendo

locuras y compartiendo nuestras onces. Lo

extraño, lo extraño mucho. Era uno de mis mejores

amigos y hasta mi cómplice. Pues sabía que me

gustaba Valentina y hacía todo lo posible para

llamar su atención y que ella al menos me mirara.

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Me siento abrumado de solo pensar en ese

momento, y no sé qué es peor, si esa tragedia o en

lo que nos convertimos quienes logramos

sobrevivir a esa barbarie. Y es que en estos

últimos años he pasado más tiempo reviviendo la

tragedia, horas infinitas que solo interrumpe

constantemente mi hermano, quien de un tajo me

aterriza a la realidad.

- “¿Qué haces Santiago?”, grita Jean Pierre.

“¿Sigues pensando en lo que ocurrió ese día?

¿Nunca vas a dejar de sentirte culpable por

John y su padre? Tú no tuviste la culpa.

Ninguno la tuvo, como tampoco la tenemos

ahora, al estar convertidos en esto”, dice con

profunda tristeza.

- “Tienes razón. Nunca lo voy a olvidar. Como

tampoco no haber llegado a tiempo a mi casa.

No podía ver la diferencia ni el color de la

fachada porque la explosión había sido tan

fuerte que todo estaba bajo ceniza y esa maldita

nube… Tenía miedo, mucho miedo y ese pánico

no permitió que pudiera ayudarles. Estoy seguro

de que por ello ustedes sufrieron peores

secuelas que yo”.

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- “¡Ya basta! Siempre con el mismo cuento.

Termina de envenenar tu vida solo. No haces

nada por intentar recuperar el tiempo y tal vez

buscar una salida. Quédate con tus culpas. ¿De

nada te valió entonces haber recuperado a tu

familia, cuando ya nos creías muertos a todos?,

¿De nada te vale tenernos a tu lado, aunque no

en las condiciones de antes?, ¿Qué quieres

entonces?”.

Tal vez mi hermano tiene razón, pienso a

veces. Concluyo en esos momentos que ya no

es tiempo de repasar lo sucedido, sino de

buscar una solución. ¡Qué tal que todo este

caos sea reversible! Pero, ¿y si no?, y ¿si estoy

condenado a vivir con esta culpa que agobia mi

conciencia?

Soy culpable porque en ese momento me

resigné a resguardarme bajo una alcantarilla

esperando que hubiese un poco de luz para

poder orientar mi casa. Veía hacia todos lados

y recuerdo que del cielo caían unos chorros de

vapor rojizo que al mezclarse con el agua se

convertían en cuajos esponjosos. El hecho de

tocarlos ya quemaba la piel.

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¿Qué debo hacer ahora?, ¿Cómo olvidar a toda

esa gente tirada en el suelo, sin fuerzas,

quemándose?, ¿Cómo olvidar los gritos y

llantos y, después, tanto silencio?

Quisiera que todo fuera un sueño. Pero no. A

mi mente llegan nuevamente las horas

posteriores a la tragedia, cuando se veía un

poco más de claridad, pero sentía ardor en mi

cuerpo, era tan insoportable que me escamaba

la piel… Recuerdo cuando opté por buscar un

charco de agua para calmar esa molestia. La

gente que había visto en el piso el día anterior

ya no estaba. Todo era desolación. Por fin pude

llegar a casa y reconocí el pato de hule

chasqueado por Trosqui, mi mascota, que

siempre dejaba atado al lado derecho de la

puerta para que jugara.

Corrí de prisa, estaba entreabierto. Grité con

todas mis fuerzas:

- “Mamá, donde estás; papá, lo siento por no

haber llegado antes; mamá, donde estás; papá,

contéstame, Lian, Cony y Jean Pierre, por favor

respondan hermanitos”…

Pero, nadie me respondía. Desesperadamente

busqué en las alcobas, en el baño, en la

azotea, pero no los encontraba. Me tiré al suelo

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y entré en llanto nuevamente. Estaba tan

desesperado que no sabía qué hacer. Tan

confundido, derrumbado y sin una ilusión,

excepto la de encontrar a mi familia.

Nada había terminado. Corrí al sótano para

resguardarme y de repente apareció Trosqui,

mi perro fiel. Corrí hacia él con gran emoción, lo

alcé, lo besé. No podía creerlo; ahora ya no me

sentía tan solo, pero me seguía preguntando

dónde estaban mis padres y mis hermanos. Vi

la línea telefónica y pensé en llamar a papá,

pero estaba muerta, no había señal, ni luz, ni

gas. Todo estaba cortado.

Estábamos hambrientos, así que me mentalicé

y recordé ese juego de supervivencia que

siempre en las tardes hacíamos en el bosque,

entre muchos matorrales, formando un

resguardo con todas las ramas y partes de

hojas que encontrábamos allí, y por la noche

uníamos dos palos tratando de sacar una

chispa para calentarnos. Esto era muy fogoso,

puesto que lo hacíamos a escondidas del

abuelo de Valentina, que era el dueño de ese

bosque, aunque siempre nos cachaba, por las

gallinas que empezaban a revolotear, y salía

enfadado a echarnos agua. Se me aguaron los

ojos recordando que era un simple juego y que

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ahora ya tenía que empezar a visualizar una

realidad de supervivencia si quería seguir

manteniéndome vivo e ir en busca de mi

familia. El juego había terminado.

Más tarde, quise visitar a los vecinos, para ver

si sabían algo de mi familia. Al cruzar la acera

vi que la calle estaba completamente abierta,

incluso varias casas había caído allí. Era como

si la tierra se las estuviera tragando. Me asusté

mucho y cogí a Trosqui para que no fuera a

caer allí, y fue cuando me di cuenta de que su

pelo caía a manotadas. Miré sus patas y se le

estaban alargando, tanto que en la parte de

abajo se formó pezuña; su mandíbula se alargó

y sus dientes parecían raíces; sus ojos claros

ya no eran claros, tomaron un color opaco y

estaban muy hundidos. Grité y grité

incontroladamente y por descuido resbalamos

hacia una pequeña ladera que colindaba con la

casa…

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Capítulo III

UN NUEVO COMIENZO

Juan Diego Sosa Ardila

Tardé unos minutos en recuperarme, o tal vez

nunca lo he logrado… Solo sé que desde entonces

han venido cosas peores, y que cada ser vivo

comienza a transformarse de una manera extraña.

Quiero engañarme y creer que es una ‘forma de

evolucionar’, porque de todos modos algunos

conservábamos nuestras vidas y la esencia de

nuestro ser. O al menos eso creía yo. Pensaba en

cómo se sentían los otros seres, si al igual que yo

estaban en estado de shock. No es nada fácil

adaptarse a esto. Salgo de la alcantarilla como

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puedo y trato de buscar a mi perro, pero no logré

hallarlo.

Durante horas camino, recorro calles y avenidas, o

lo que quedaba de ellas, y ya sin aliento me

detengo un momento en un charco con algo de

lodo. En él veo mi reflejo, un poco borroso, pero

real. Puedo ver mi fatal rostro desfigurado, horrible.

Por mis mejillas caen entonces unas cuantas

lágrimas que acompañan este terrible dolor que

oprime mi pecho, como si algo me asfixiara por

dentro y sacudiera mis entrañas. Desde ese

instante vino a mí esta infinita culpa, que ha hecho

estragos en mi autoestima, en mis ilusiones y

sueños. Ideas fijas que carcomen mi mente y no

me dejan vivir en paz y que empeoran al ver los

cambios en mi cuerpo, pero sobre todo en el de los

demás.

Por momentos, volviendo a este presente incierto,

ante una realidad física que no podemos esconder

ni mucho menos remediar, retumban en mi mente

una y otra vez las palabras de mi hermano: “Tú no

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tuviste la culpa, ninguno la tuvimos”, y quiero

entender que en el fondo esa es la verdad; que era

imposible que yo, siendo apenas un niño, hubiera

podido hacer algo por mi familia, por mis amigos,

por Valentina. Pero, una vez más me siento tan

impotente que me considero un completo cobarde,

que no merece ni vivir. ¿Qué fin tiene seguir

adelante si no hago nada ni aporto nada para el

beneficio colectivo?

Hoy, tantos años después, recuerdo que desde

ese día volví una y otra vez a lo que quedaba de

mi casa, convertida ahora en una edificación

prácticamente en ruinas. El jardín que tanto

cuidaba mi mamá estaba marchito y árido; los

techos a punto de caerse; las columnas y paredes,

agrietadas. En realidad, daba temor de entrar allí y

miedo de que lo que quedaba de la estructura me

cayera encima, pero tenía la esperanza de que ahí

estuvieran mis padres y hermanos aún con vida.

Ensimismado en mis pensamientos, siento que la

culpa me está matando, y solo la voz de aliento de

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mi familia me sostiene en pie; haberlos encontrado

años después ha sido lo mejor que me ha pasado

desde entonces. La verdad es que fueron ellos

quienes me encontraron después de haberse ido a

un refugio y sobrevivir, y gracias a que yo no dejé

de visitar nuestra casa a diario ni de recorrer

nuestros pasos cuando íbamos de paseo a lugares

como Maloka, museos y parques.

Al rato, escucho entrar a papá, quien al verme

reflexionando y pensativo una vez más, se sienta a

mi lado y cariñosamente pregunta qué me pasa.

- Hijo, ¿Qué haces?, ¿cómo te sientes?, ¿Puedo

ayudarte en algo? No puedo seguir viéndote así,

derrumbarte física y mentalmente cada día.

- ¡Padre¡¡¡¡

- Sé que son tiempos difíciles y que no tenemos

una explicación clara de lo que sucede. Unos

estamos mejor que otros, pero ten fe.

Saldremos de esta, continuo él... Tú eres joven,

inteligente, por qué no buscas una solución. Has

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leído tanto, has ‘devorado’ todos los pedazos de

libros que has encontrado estos años sobre la

genética, el cambio climático, la raza humana.

De algo tiene que servirte todo eso. Anímate,

anda, lidera la resurrección de tu pueblo. Si yo

fuera joven como tú…

Miro a papá fijamente, y mi mirada se posa sobre

sus ojos hundidos y su quijada inflamada, con una

especie de masa que parecía crecer cada día.

Entonces, no puedo contestarle nada y con un

gesto le indico que quiero estar solo. No puedo

más con esto. Es ilógico sentirme culpable y

quedarme con los brazos cruzados, así que

empiezo a pensar en sus palabras y vienen

muchas ideas a mi mente. Tengo vagos recuerdos

de muchas cosas, tantos interrogantes para otras

tantas, así que decido que lo mejor y más

conveniente es salir en busca de respuestas. Esa

noche después de aclarar algunas dudas quedo

sumido en un sueño profundo.

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A la mañana siguiente me levanto con toda la

energía que necesitaba para empezar bien el día.

¡Basta de lamentaciones¡ me digo. No quise hablar

con nadie de mi familia, para no deprimirme, era

tan fácil que esto pasara… Bastaba, por ejemplo,

hablar con mi hermana Cony para que la culpa me

invadiera. Las secuelas que presentaba eran más

grandes que las mías, aunque a pesar de esto

nunca se le veía tan acomplejada como a mí.

Hablábamos del equipo de porras del colegio y se

le veía soñar con ese momento mientras me decía

que estaba segura de que yo también le gustaba a

Valentina; pero, entonces iba perdiendo la voz

lentamente hasta quedar muda por completo

durante horas y hasta días enteros.

Salgo en silencio, decidido primero que todo a

encontrar a Valentina. Solo esa chica, que ahora

debería ser una joven, más encantadora y dulce,

podría ayudarme a salir de este estado de

depresión. Siento la corazonada de que por fin

llegó el día. Necesito tener noticias suyas para

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estar y vivir tranquilo, para resolver una de las

tantas cosas que me afanan y perturban.

Intento convencerme de mi inocencia y

comprender lo que decían los noticieros y quienes

se salvaron, y era que al parecer la contaminación

fue la primera causa de lo sucedido y el cambio

global llevó a que cada año, desde el 2005, la

temperatura del Planeta aumentara entre 5 y 8

grados centígrados, hasta suceder la catástrofe

que fue más fuerte que todos los planes y

proyectos para luchar contra el cambio climático y

promover el desarrollo sostenible. La

vulnerabilidad humana perdió la batalla y los

desechos tóxicos ocasionaron que nuestros

cuerpos mutaran. La tarea ahora estaba en lograr

que nos aceptáramos y en diseñar estrategias para

promover la mejoría de nuestro mundo, y dejar

atrás los lamentos y las culpas.

Cruzo la puerta de la casa y observo un día gris, el

mismo de los últimos 15 años, porque el brillo del

sol al parecer nunca más va a volver. Retomo el

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camino que de niño siempre me conducía a la

casa de Valentina, y a mi paso solo veo mendigos,

gente durmiendo en el piso, dolor y miseria, donde

antes hubo alegría, felicidad, cánticos, travesuras y

juegos.

Mi corazón late presuroso y unas ansias

insaciables se apoderan de mí, confundidas con

otros sentimientos encontrados, que van

acorralando mi ser. Añoro encontrarla sana y

salva, deseo abrazarla. Entonces, suspiro

profundamente y llenándome de valor me acerco a

esa casa que parecía habitada por fantasmas,

llena de telarañas y de mugre.

Una mano me toma por el hombro con fuerza.

Volteo para ver quién es y quedo perplejo: tenía

solo un ojo y su cuerpo era acuoso y robusto.

- Hola Santiago, soy Alex, el hermano de

Valentina. ¿Me recuerdas?

- Claro que me acuerdo. ¿Dónde has estado todo

este tiempo?

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- Si te contara no creerías lo que ha sido y

significado esto. A veces pienso que mejor

hubiéramos muerto. Pero, y tú, ¿cómo lograste

sobrevivir’, y ¿tus padres?

- Una pregunta a la vez, por favor. Pero, ante todo

dime, has sabido algo de ella. ¿De Valentina???

¿Sabes dónde está?, ¿Vive contigo?, ¿Se

salvó?

- ¿No dices tú que una pregunta a la vez? ¿Me

estás ‘bombardeando? Claro que sé de ella.

Pero no puedo decirte nada sin tener su

consentimiento. Déjame preguntarle si está de

acuerdo con aceptar una visita. Veámonos

pasado mañana.

Cada segundo que pasó desde entonces fue una

eternidad hasta que por fin llegó el encuentro con

Alex quien con un semblante serio y frunciendo el

ceño me saluda en la puerta y me pide que suba

por unas vetustas escaleras, hasta el cuarto del

fondo. Allí estaba ella… Siempre tan, pero tan

cerca, y a la vez tan lejana, que no lo puedo creer.

Está de espaldas.

- ¿Valentina?

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Capítulo IV

REENCUENTRO INESPERADO

Oscar Ortega

Estaba inquieto, desesperado y ansioso por lo que

iba a encontrar, pero a la vez vienen a mi mente

los recuerdos de la infancia, cuando me

deslumbraba al verla en la escuela, y aquel día en

que todo cambió, aquel momento en el que los

padres de Valentina apresurados corrían a

recogerla en su coche. Después, nunca más supe

de ella y ahora, de repente la tenía ahí, tan cerca,

tanto que mi corazón latía presurosamente.

Veo venir a una mujer con la cabeza inclinada; doy

unos cuantos pasos hacia ella y de un segundo a

otro el pánico se apodera de mí. Tengo miedo,

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mucho miedo por lo que pueda descubrir, aunque

confieso que mi cuerpo siente una rara emoción.

No sabía claramente que sucedía, y un silencio

prolongado se torna al momento de estar frente a

frente, como si todo confabulara para un grandioso

encuentro (era lo que pensaba).

- ¿Valentina eres tú? Valentina, Valentina…

Solo escuchaba unos cuantos suspiros y por más

que intentaba llamar su atención no lo lograba.

- Valentina, han pasado tantos años. Lamento

todo lo ocurrido, sé que tanto para ti como para

mí es muy difícil afrontar este nuevo cambio,

pero tenemos que ser fuertes y apoyarnos.

Nadie ha querido esto. Sabes, te he estado

buscando durante todo este tiempo y por fin te

encontré, tan solo mírame.

Poco a poco fue levantando su cabeza. No podía

ver con claridad su rostro, estaba totalmente

cubierta con mantas; todo era confuso. En esa

mezcla de sentimientos que me acompañaban

ahora sentía temor por la reacción que tendría al

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ver mis malformaciones. Escuché un pequeño

llanto que ratificaba mi presentimiento; todo estaba

muy mal, ella estaba devastada por lo sucedido y

no había logrado recuperarse nada en estos años.

- ¿Santiago eres tú?, dijo Valentina con la voz

entrecortada.

- Sí, Valentina, soy yo, Santiago Gómez, aquel

niño que siempre intentó llamar tu atención. ¿Te

acuerdas? Tan solo teníamos 12 años…

Mientras yo seguía hablando, Valentina lentamente

descubre su rostro y no puedo ocultar mi sorpresa;

estaba tan impactado que no logro recordar lo que

hice ni lo que dije. Su rostro estaba totalmente

desfigurado, tenía tres ojos, su nariz había

desaparecido por completo, sus dientes estaban

completamente cubiertos por una capa rojiza y sus

oídos eran muy pequeños, tanto que solo

detenidamente se podían observar.

No pude evitar sentirme asustado. Era lo más

espeluznante que había observado y me sentía

totalmente intimidado. Sabía que Valentina

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también estaba aterrada por los cambios

sucedidos tras aquel aterrador día y saqué fuerza

de donde pude para no pensar en nada diferente al

sentimiento que siempre me inspiró. Entonces

pensé en darle un abrazo, esperando que se

sintiera mejor; decirle que estoy ahí para ayudarla,

apoyarla y afrontar juntos este nuevo cambio en

nuestras vidas. Pero, ella tan solo me detiene.

- No lo intentes. Mi cuerpo también ha sufrido

cambios, si te acercas puedo hacerte daño,

respondió Valentina.

- ¿Qué pasa Valentina?

- Nada Santiago, simplemente no quiero hacerte

daño. Mi cuerpo ya no es el mismo repetía,

mientras quitaba las mantas que cubrían su

cuerpo.

Eran aún más aterradores los otros cambios que

había tenido. Un pequeño hoyo en su espalda le

permitía respirar y su piel ya no se veía lozana y

fresca, sino marchita y de un color extraño, gruesa

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y escamosa; sus brazos estaban torcidos y sus

dedos eran muy grandes.

- Aléjate Santiago. Creo que no fue buena idea

volvernos a ver. Para mí todo esto ha sido muy

difícil y creo que verte ya es suficiente. Vete,

quiero estar sola. ¡VETE!

- ¡Valentina espera! Todo esto ha sido muy difícil,

no solo para ti, sino para mí y para todas las

personas que lograron sobrevivir a este

lamentable suceso. Han pasado 15 años desde

que te vi por última vez, cuando te recogían tus

padres. Quería estar a tu lado para protegerte,

pero fue imposible. Todo sucedió muy rápido,

todo se tornaba gris, las personas corrían,

gritaban, lloraban, todo era muy confuso. Pero

desde aquel día en el que todo cambió empecé

a preguntar por ti, a frecuentar las calles por

donde solías pasar, siempre fui perseverante,

sabía que te iba a encontrar y a hora que estas

a mi lado no es justo que me digas que me

marche, solo quiero ayudarte y que me ayudes

a superar esto, pues cada día me atormento

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pensando en qué hubiera podido hacer para que

nada de esto estuviera sucediendo. Pero, creo

que ya no hay vuelta atrás.

Sigo hablando y hablando este parlamento que

invade mi mente día a día, pero ella no dice

palabra alguna. No sé si me escuchaba o no,

tampoco si le importaba lo que yo hablaba. Me

estaba alterando un poco cuando escuché su

llanto.

- Este reencuentro ha sido una gran sorpresa

Santiago. Quiero que sepas que desde niña

supe que sentías algo por mí y yo te

correspondía, pero mis padres no lo hubieran

permitido. En el fondo de mi corazón siempre te

he estado esperando. Estaba muy preocupada

por lo que te podía pasar. Algo me decía que

estabas vivo y que estabas buscándome, pero

todo este cambio en mi cuerpo, en mi mente, mi

espíritu ha sido muy fuerte. Tengo miedo de lo

que las demás personas puedan pensar de mí y

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por eso prefiero vivir encerrada, en la oscuridad,

porque eso es mi vida hoy, pura oscuridad.

Un profundo silencio invade nuevamente el

ambiente. Mi confusión no tiene límites, pero

también siento que debo apoyarla, que es el

momento de demostrarle lo que realmente ha

significado para mí.

- Calma Valentina. Todos hemos sufrido cambios

drásticos y no encontramos el porqué de lo

sucedido. Deberías venir conmigo. Busquemos

un refugio para los dos así podremos ayudarnos

mutuamente, encontrar una solución y ayudar a

los demás. Los días cada vez se vuelven más

grises y el aire está muy contaminado.

- Santiago, quédate aquí. He vivido por mucho

tiempo en este lugar y sé que es un lugar

seguro al que fácilmente te adaptarás.

- Valentina, gracias por tu oferta, pero creo que

no puedo quedarme acá encerrado mientras

otras personas necesitan de mi ayuda. Tengo

una gran labor que cumplir; muchas personas

mueren cada día por falta de atención. Es hora

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de unirnos para salir de esta crisis, para buscar

una solución.

- Si prefieres quedarte acá, Valentina, vendré

todos los días a visitarte; te ayudaré en lo que

más pueda, pero sé que debo salir y ayudar a

los demás, es algo que me viene carcomiendo

la mente cada día. Creo que sería perfecto

encontrar un lugar en el que podamos refugiar a

las personas que están en las calles a punto de

morir o al menos recibirlas cada día y brindarles

ayuda.

- ¡Olvídalo! Yo no quiero que nadie me vea.

Además, ¿qué puede uno hacer en este estado

tan lamentable?

- Por favor. No digas eso. Hemos cambiado

físicamente, pero no en nuestro interior. Si me

ayudas podremos encontrar un camino.

Recuerda que te gustaba mucho la química, la

experimentación en el laboratorio, querías ser

ingeniera química o médica, y tenías muchos

libros que te regalaba tu papá, un excelente

investigador, un hombre de ciencia, dedicado a

la humanidad. No crees que es más que

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suficiente razón para pensar en seguir sus

pasos, en su memoria.

- ¡Cállate! Mis padres no han muerto, cómo te

atreves a decir eso. ¡Vete, vete!

- Lo siento, no quise decir eso. Pero como estás

sola y únicamente he visto a Alex, pensé… no

sé… Por favor, dime que vas a pensar en lo que

te he dicho, a diseñar algunos proyectos, y

hasta podemos involucrar a tu hermano, que

recuerdo era un gran farmaceuta. Piénsalo por

favor.

Nuevamente un silencio se apodera de este

patético lugar, y no sabía yo si salir corriendo o

quedarme. Si darle un abrazo obligándola o dejarla

sola como lo pedía. Fueron minutos eternos, hasta

que los sollozos regresaron:

- ¡Vete, vete! Si quieres que te diga que lo voy a

pensar, con tal de que te vayas te digo que lo

haré.

Después de tanto tiempo he vuelto a ver a

Valentina, su físico no es el mismo, pero mi

corazón no me engaña. Me quiere, y estoy

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dispuesto a pedirle que me ayude y a convencerla

de que hagamos algo por el resto de la

humanidad. Pese a la tristeza que me produjo

verla, a tantos sentimientos encontrados, me voy

tranquilo, seguro y feliz. La chica que siempre

quise impresionar está a mi lado y estoy

convencido de que de hoy en adelante ella será la

inspiración que necesito para buscar una salida.

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Capítulo V

ALENTADOR SUEÑO

Diego Benavides

Confuso por la situación en la que estaba, pero

feliz por el reencuentro con Valentina, decido

caminar por el centro de la ciudad hasta llegar al

antes bello Parque Nacional (lugar que

frecuentaba con mis padres) para organizar mis

ideas.

Estaba desesperado por no saber qué hacer para

parar con las malformaciones y revertir el efecto en

las personas que habíamos mutado. ¡Claro! Con

toda esta confusión no podía dejar de pensar en

ella, en Valentina, la niña de mis sueños, a la que

algún día quise robarle una mirada o tal vez un

beso.

Recordar su cabello castaño y largo, sus ojos

ámbar claros, su color de piel canela y sus labios

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delgados que denotaban una sonrisa angelical, me

daba fuerza para seguir con esa idea de querer

que todo fuese como antes y que todos

empezáramos nuevamente nuestra vida humana.

Deseaba poder volver al pasado para entregarle

aquella carta donde le decía que me gustaban sus

ojos, que me gustaba la forma como nos

mirábamos en el salón, y sobre todo su voz,

cuando de ‘casualidad’ nos encontrábamos. ¡Por

supuesto! Digo ‘casualidad’, porque éramos John y

yo quienes hacíamos posible esos encuentros.

Sentado en un monumento del antiguo parque,

siento una picada muy fuerte en mi cabeza,

totalmente enloquecedora y que hace retumbar mi

cerebro. Caigo inconsciente de forma instantánea.

Es entonces cuando veo cómo mi alma o mi mente

se desprende de mi cuerpo, en una sensación

indescriptible; era un estado de calma, de

tranquilidad; en realidad estaba volando, flotaba en

el aire y entre menos sentía miedo más me alejaba

de mi cuerpo.

Entonces me doy cuenta de que podía volar.

Aquellos sueños que tenía antes de la tragedia,

donde mi cuerpo flotaba por toda la ciudad, se

hacían realidad, y decido volar lo más rápido

posible porque quiero escapar de esta vida

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agobiante a la que nos estamos enfrentando. Llego

a la cima de la montaña donde antes estaba la

iglesia de Monserrate, hoy cementerio de animales

y por primera vez después de aquel día donde

nuestros cuerpos cambiaron, siento que hay algo

que no me disgusta; quiero escapar, dejar la

ciudad por siempre, sin importar nada.

Pero en mi mente está el recuerdo de Valentina,

ese recuerdo que me empuja a luchar por un

nuevo mañana. Entonces me desprendo por la

montaña y mientras recuerdo la canción de Pink

Floyd, Learning to fly, que tanto le gusta a mi

padre, me doy cuenta de por qué el ser humano

nunca tuvo el privilegio de volar como los animales

a los cuales habíamos asesinado gracias a nuestra

ignorancia.

Reflexiono sobre lo imbécil que fuimos al no cuidar

nuestro propio hogar, al tener otras prioridades por

encima de la tierra, de la naturaleza, que también

tenía unos intereses en común con el ser humano;

que nos lo dio todo, pero a la que nunca

respetamos, y por eso ella un día sin pensarlo

‘desfogó’ toda su ira, su dolor y su fuerza contra el

mundo.

La tierra nos daba el privilegio de tener animales

de todas las especies y a cambio el ser humano

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las extinguía una a una, como lo pude comprender

al encontrarme por casualidad con obras como el

Libro Rojo de las Especies Amenazadas, de la

Unión Internacional para la Conservación de la

Naturaleza (UCIN), muchos años después, siendo

ya un joven. No sé de quién era esa colección pero

vi cómo lanzaban un SOS cada año porque crecía

el número de animales en peligro de extinción;

tampoco cuidábamos las plantas que nos proveían

comida y nosotros a cambio talábamos los árboles

y envenenábamos los alimentos con químicos para

su rápida producción y crecimiento; teníamos agua

potable en la mayor parte del planeta y la

retribución del hombre era la contaminación de

todas las formas posibles, lo que llevó a que

ocasionáramos la alteración del ciclo hidrológico, a

que dejara de llover y escaseara el preciado

líquido. Y más doloroso aún era recordar esos

países que se hacían llamar ‘desarrollados’, que

en vez de utilizar su inteligencia para cuidar y

preservar la convivencia humana, la usaban para

destruirse entre ellos y todo a su paso, sin importar

consecuencias.

¡Qué ignorantes fuimos! Nos preocupamos más

por lo material, y descuidamos nuestro hogar,

descuidamos nuestros recursos y nuestros

compañeros de hábitat.

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Estaba tan ensimismado en mis pensamientos que

no me di cuenta de que algo se acercaba. Cuando

lo divisé, parecía un animal. Tenía forma de

dragón o más bien era como un gran lagarto

volador, con nariz larga, bigotes y un cuerpo muy

grande.

¿Un lagarto que vuela? ¡Qué mutación más

extraña? Y ¿cómo aparece de la nada?

- Hola Santiago. ¿Te acuerdas de mí?

¿Un lagarto que además habla? ¡No puede ser! El

aire debe tener algo que me hace alucinar, pensé.

Pero cómo, me habla pero sin palabras, es como si

nos comunicáramos telepáticamente. Le ‘habla’

directamente a mi cerebro, a mi mente…

- Soy John, tu amigo de infancia.

Asombrado y apesadumbrado quedé cuando me

dijo que era John y mientras volábamos fui feliz de

nuevo; recordé nuestros mejores momentos, los

tiempos de la infancia, y le quise preguntar sobre

su vida en estos últimos años, pero él no me decía

nada más que…

- En las cápsulas que fueron utilizadas para

investigación y cultura puedes trabajar tus

sueños y en la poca agua que queda en el río

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más sucio encontrarás las respuestas a tus

preguntas.

Entristecido porque John no me contaba de su vida

ni dónde había estado todos estos años, sigo

volando sin entender lo que pasa ni mucho menos

lo que me quiere decir. Pienso entonces que lo

mejor es aterrizar para conversar más

tranquilamente con él, ¡pero!

- ¿Qué pasa? Estoy cayendo. ¿Se me olvido

volar? ¿Voy a morir? ¿Por qué mis manos

vuelven a tener tres dedos y mis pies ya no los

tienen? No quiero morir aún, no sin hablar antes

con John y sin volver a ver a Valentina. No.

Noooooo.

- ¡Despierta! ¡Despierta!

Mi cuerpo se estremece después de la caída, y mi

corazón se acelera de forma tal que pienso que se

va a salir de mi pecho. Siento un descanso al abrir

mis ojos y al darme cuenta de que todo hacía parte

de un sueño del cual Alex me estaba despertando,

luego de horas de haber salido a buscarme y de

suponer que me iba a encontrar allí, en el Parque

Nacional. Pero, a la vez no estoy plenamente

convencido de que fuera un sueño, hay algo que

me parece real.

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Me sumí en una profunda tristeza al recordar a

John, quería hablar con él así fuera en sueños. Le

cuento a Alex todo y él, sin esperar, intenta

ayudarme a descifrar el significado de ese sueño y

de las palabras de John en las que me hablaba de

unas cápsulas y un río.

- Había unas cápsulas que fueron utilizadas como

refugio el día en que apareció la nube gris. Una

era la del Planetario y otra era la de Maloka.

¿Recuerdas esos dos lugares especiales a

donde nos llevaban nuestros padres?

- No lo sé, no estoy tan seguro. Tengo en mi

mente presente las oportunidades de juego, las

sensaciones al hacer algunos experimentos,

pero no recuerdo las cápsulas, le dije a Alex.

- ¿Cómo puedes olvidarlo? No solo jugamos allí,

sino que posteriormente las visitabas a diario, al

igual que a nuestra vieja casa, y fue ahí donde

nos reencontramos en una de ellas, en la de

Maloka. Fue allí donde un día, un año después

de la tragedia, nuestra familia se volvió a reunir.

Aunque en realidad esos refugios no sirvieron

de nada, ya que quienes entramos también

fuimos víctimas del gas. Y lo del río más sucio

podría ser el río Bogotá, pero ¿De qué nos

puede ayudar un río con tan grande grado de

contaminación?

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- Quiero que vayamos a esos sitios. Tal vez allá

esté la respuesta a lo que necesitamos. John

me dijo que eran centros de investigación y que

eso nos ayudaría.

Al día siguiente, nos dirigimos al lugar donde

estaba Valentina para tratar de convencerla de que

nos ayudara; sin duda, sus conocimientos eran

fundamentales en esta causa que nos unía.

Nuevamente fue un encuentro tenso, difícil, pero

cargado de emociones, porque mi corazón seguía

latiendo por ella, aunque su aspecto físico ya no

fuera el mismo.

Le explicamos lo sucedido, le insistimos mucho en

que por algo estábamos los cuatro de nuevo, ella,

su hermano, mi hermano Alex y yo. Tal vez el

destino nos había querido unir porque teníamos un

camino que andar, una senda que seguir para

ayudar a los demás, aunque en ese momento solo

tuviéramos interrogantes, ideas que parecían

irrealizables e ilógicas, basadas en lo que fue un

sueño y en la aparición de lagartos o dragones.

Entonces, ella guardó silencio… Fueron eternos

los minutos, hasta que de un momento a otro,

sollozando, se abalanzó sobre mis brazos y me

dijo que quería trabajar conmigo para buscar el

antídoto que les devolvería sus vidas humanas a

nuestra raza; que estaba dispuesta a poner toda

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su sabiduría y sus ganas en este proyecto, porque

la genética humana estaba por encima de

cualquier otro ser y encontrando un antídoto

volvería a la normalidad, sus órganos se

regenerarían de nuevo.

Desde entonces pasamos tres meses organizando

ideas, diseñando estrategias, dibujando bocetos, y

reuniendo materiales. Hoy todo era más difícil, no

teníamos comodidades a nuestro alcance, ni

siquiera recursos, así que no tuvimos más remedio

que llenarnos de paciencia y trabajar con las uñas,

con una gran creatividad para convertir en el

elemento aparentemente más inútil en un utensilio

de apoyo para nuestros propósitos.

Así, poco a poco fuimos transformando las

abandonadas cápsulas, acondicionándolas, hasta

convertir la de Maloka en hogar de paso y en

laboratorio, en el que estaríamos tiempo completo

Alex, Jean Pierre, Valentina y yo; y la del

Planetario en refugio y en centro de atención para

las personas que allí llegaban en busca de ayuda,

de la que se encargarían mi hermana y mis padres.

Después de un tiempo, Valentina descubrió una

sustancia que servía como suplemento para la

deshidratación, teniendo en cuenta que la

humanidad pagaba cada día más las

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consecuencias de la destrucción de la tierra, y una

de ellas era la de carecer del preciado líquido, que

no solo se había acabado en las viviendas, sino

que comenzaba a escasear en el mismo cuerpo

humano, que otrora era su esencia, tanto que se

llegó a estimar décadas atrás que el 80% del

cuerpo humano era agua.

Entonces, con el resultado del trabajo de

Valentina, quisimos avanzar en otra etapa del

proceso, y por ello empezamos a trabajar

inyectando esa sustancia a personas que servían

de ‘conejillo de indias’ para la investigación,

teniendo en cuenta que la inteligencia y la mente

humana no habían sido afectadas por las

mutaciones ni por la fuerza ‘explosiva’ de la

naturaleza.

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Capítulo VI

AVANZANDO CON LA HUMANIDAD

Mónica Andrea Calderón Romero

Después de los tormentosos y dolorosos

recuerdos, dejo de mirar por la ventana del

laboratorio, por la que todos los días observo lo

que hoy es Bogotá, una ciudad que terminó

completamente perdida en su basura y su

contaminación hasta que la tierra expulsó lo que

por años recibió y de alguna manera vengó sus

bosques talados, los ríos contaminados, las

especies extinguidas y todos los tesoros extraídos

por ese afán humano de llenarse de riquezas, sin

importar el daño ocasionado.

Ya las zonas montañosas que tanto caracterizaban

a la ciudad no son más que planicies desérticas

fundidas en grisáceos tonos marchitos que

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incrementan la eterna desolación que condena no

solo a esta ciudad, y el centro está sumergido en

los escombros que han quedado después de los

años de destrucción, devastación y supervivencia,

que incrementaron el caos cotidiano haciendo

estallar la ira de la naturaleza, que se cansó de

recibir tanto daño, perdiéndose en el dolor de una

apocalíptica inexistencia.

Con una profunda amargura y esa pequeña luz de

esperanza que no se apaga, empiezo mi recorrido

por cada una de las cápsulas en donde yacen los

más extraños y malformados cuerpos de algunos

de los sobrevivientes de la tragedia, que día a día

llegan en busca de ayuda; inyecto a cada uno la

dosis de suplementos que necesitan para no morir

deshidratados por la falta de agua, ya que desde

aproximadamente 15 años este ya no es un

recurso a disposición de la humanidad. ¡Qué

ironía! pensar que llegamos a considerarnos el

cuarto país más rico del mundo en riqueza hídrica;

después fuimos el décimo y ahora, ahora nos

morimos de sed.

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Termino allí mi labor, los veo salir un poco

revitalizados, pero lastimosamente no será por

mucho tiempo, tendrán que volver. No hay

alternativa. En uno de los pasillos me encuentro

con Valentina quien al parecer no tiene noticias

muy alentadoras y se ve muy angustiada.

- Santiago, pasó algo. Acaba de morir una mujer

al parecer por que el aire empieza a hacerse

tóxico.

- Sabíamos que en algún momento iba a pasar,

respondí. Ahora lo que debemos hacer es

encontrar una solución. Lo hicimos ante la falta

de líquido potable, ante los daños que

ocasionaron las fuertes temperaturas después

de la desaparición completa de la capa de

ozono, ante la falta de alimentos; este nuevo

percance no va a ser lo que detenga nuestro

camino.

- No sé si todo esto que hemos hecho durante

tanto tiempo vaya a servir de algo, pero por el

momento no pienso dejar que la humanidad se

acabe ni quiero verlos morir uno a uno. Tal vez

no seamos igual que antes, es evidente que los

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cambios que vemos en nuestros cuerpos son

cada vez más drásticos y no es una vida plena

para las personas que han confiado en nuestra

labor. Pero cuando iniciamos con esto, nuestro

deseo era tratar de ayudar, me respondió

Valentina y sin mediar palabra se alejó y

continuó su recorrido.

Desde ese momento supe que lo que estaba por

venir y todo lo que le esperaba a la raza humana,

además de lo que ya había pasado, iba a ser

impactante y se iba a llevar la vida de muchas más

personas. Ya se habían visto casos en los que los

nuevos seres humanos llegaban a no tener ni un

solo rasgo de lo que alguna vez fue la humanidad;

las manos que solíamos tener ya no era rasgo de

los niños recién nacidos, ahora son solo brazos

con extremos invertebrados y la forma de nariz hoy

ya no existe, respiran por dos pequeños orificios.

Por esas y muchas más razones, la desolación

inundaba el corazón de las parejas, que preferían

quedarse solas a tener hijos con malformaciones u

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horrendas mutilaciones, cada vez más extraños y

alejados de la figura humana que alguna vez

conocieron, lo que está disminuyendo

notablemente el tamaño de la población; la tasa de

natalidad baja cada vez más y por el contrario se

presentan demasiadas muertes al día. Todo por

las inmisericordes condiciones del cambio

climático, que súbitamente había cambiado la faz

de la tierra, que se vengó con una devastadora

explosión.

Pese a los esfuerzos, algunos cuerpos no lograban

desarrollar correctamente defensas ante los fuertes

cambios físicos o a las toxinas ambientales que se

incrementaban a diario. Y aunque la labor que

realizamos en el laboratorio es en pro de la

humanidad, para prolongar un poco la existencia

de la vida en la tierra, aún hay muchas cosas que

sabemos que van a llegar pero frente a las cuales

no tenemos solución alguna.

El aire se hace aún más corrosivo, mientras lo que

otrora era un bello jardín de sauces y pinos donde

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la pureza de las aguas relajaba los corazones hoy

en día arde en ácido hirviente, fundiendo en

lágrimas de dolor las deformadas manos de

pequeños, que ya no podríamos llamar humanos;

esas facciones provenientes de la evolución como

la mano prensil o las narices que inspiraron desde

bellos cantos a divertida parodias, hoy solo son

extrañas cavidades sin forma, dos hoyos que

absorben con aspereza el venenoso aire que cada

momento se pudre más ante la impotencia de los

hombres que día a día tratan desde los

laboratorios de esforzarse por salvar la humanidad,

o tal vez por intentar mantener vivo el sueño de lo

que alguna vez se llamó civilización.

Recuerdo al pequeño Damián, pese a su imagen,

pocos niños nos han causado tanta ternura y se

han ganado un lugar tan especial en nuestros

corazones. En esto tuvo mucho que ver la forma

como lo conocimos: apareció en la puerta del

laboratorio, pero nunca vimos a sus padres. No

sabemos quién lo dejó allí. Una mañana, en un día

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que parecía ir en el mismo camino rutinario y

opaco, mi amada Valentina abrió la puerta y se

sorprendió al oír una especie de llanto y ver allí,

sobre una manta y muerto de frío a un pequeño,

que todavía no caminaba, pero tampoco estaba

recién nacido; lo levantó, lo abrazó y desde

entonces ella y yo nos ‘enamoramos’ de él y lo

adoptamos como a un hijo, al que segundo a

segundo llenábamos de amor y de cariño… pero

(entre sollozos) no vivió más de un año después

de haberlo encontrado, rompiendo aún más

nuestro frágil corazón; tenía mutaciones en sus

manos y en sus pies; también en sus orejas y un

solo ojo, pero aun así su rostro era angelical y sus

gestos, sus balbuceos y sus movimientos eran

como los de un bebé normal, que solo inspiraba

ternura y amor. Su partida nos dio muy duro y nos

tomó varios meses recuperarnos, aunque nunca

del todo.

De vez en cuando salimos del laboratorio, pero el

panorama en las calles no puede ser peor debido a

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la toxicidad de la atmósfera, que va a hacer que

mucha gente inevitablemente muera. Esto

despierta inquietud en las personas con las que

trabajamos y a la vez empezamos a recibir

mensajes cuestionándonos sobre ¿hasta cuándo?,

¿cuántas personas más podrían recibirse en el

laboratorio?, ¿y si vivieran allí y no tuvieran que

salir?; algunos nos criticaban por no encontrar la

causa de este desastre ni saber de dónde provenía

el tóxico que inexorablemente acababa con la

humanidad. Estaban tan preocupados como yo

porque ese no fuera el fin… que incluso algunos se

volvían agresivos e intolerantes y pretendían que

nosotros solucionáramos todos los problemas,

reflejando ese espíritu intolerante y poco reflexivo

que siempre ha acompañado a la humanidad y que

parece cambiar durante las tragedias, pero que

luego vuelve a ser el mismo.

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Capítulo VII

RENACE LA ESPERANZA

Jhon James Jerez

Tratamos siempre de encontrar un antídoto o algo

que reversara un poco las mutaciones, pero cada

experimento era un laberinto sin salida, una puerta

falsa que conducía al principio de la investigación,

al comienzo de la ignorancia, generando en mi

corazón una desesperanza con matiz de

impotencia; esa misma emoción que me atrapa en

un infierno que nunca desee. Sin embargo,

empecinado, seguía adelante ante el ejemplo de

Valentina, quien llena de coraje a pesar de la

pérdida de su belleza seguía dando lo mejor de sí

para ayudar a cuantos mutados podía, así su

corazón se contrajera de dolor al ver que ese

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modelo de humanidad cada día se deterioraba

más y más…

Recordaba que cuando era pequeño mi abuelita

me daba agua de caléndula para curar las heridas;

tal vez si encontrara un poco de esa planta de flor

amarilla y la mezclara con el suplemento a base de

proteínas que creó Valentina resultaría un antídoto

que nos permitiera disfrutar de una vida no tan

miserable y reorganizar pueblos, municipios y

ciudades. Pero, todo parece una utopía y por

momentos pienso que de nuevo estoy soñando,

que esas voces de la tragedia que viví vuelven

hacia mí como ecos que no dejan mi conciencia

tranquila, que hacen de mis noches horrendos

infiernos con tan solo escuchar en mi interior la voz

de mi amigo, y saber que nunca lo podré rescatar

de los dominios de la muerte.

A veces amanezco un poco optimista y pienso que

sí es posible revertir esta situación, que si bien nos

ha unido a Valentina y a mí, a nuestros hermanos

y a mis padres, no se le desea a nadie; pero temo

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que vendrá algo aún más tenebroso que no

sabemos que será y nos tiene a todos

expectantes, tal vez efectos insospechados que no

albergan nada bueno para una sociedad ya

derrumbada por su propia irresponsabilidad.

Decido entonces salir en busca de la planta de

caléndula. Sabía que no sería fácil, pero no

teníamos muchas opciones y esta podía ser una

de ellas; sonaba lógica y factible. Por eso, antes de

partir le conté a Valentina mi idea y ella se quedó

mirándome fijamente mientras una lágrima se

deslizaba lentamente por su mejilla:

- No va a ser fácil, pero lo vas a lograr.

¡¡¡Sálvanos Santiago. Sálvanos!!!

Con esas palabras en mi mente, ese pedido de

auxilio en mi corazón y toda la confianza

depositada en mí, iniciaría mi travesía en busca de

la apreciada caléndula, de la que había leído que

era antiséptica, cicatrizante y anfiinflamatoria y,

mejor aún, la planta milagrosa para los egipcios,

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griegos y romanos. Decidí coger por la vía que

conduce a donde quedaba Choachí, ese hermoso

municipio cundinamarqués que en más de una

ocasión visitamos con mis padres y mis hermanos,

pensando ahora que tal vez en ese sector

montañoso el gas no tuvo un alcance tan letal;

pero, al pasar por el lado de la antigua Guadalupe,

del que ya no queda nada, podía ver cómo la

naturaleza que la rodeaba y que admiraba cuando

yo era pequeño se volvió un cementerio de

aparatos electrónicos y todo estaba marchito.

Luego de cuatro horas de camino me encontré con

que el aire era muy tóxico y el suplemento que

empaqué para el viaje se estaba agotando; decidí

entonces dejar la carretera y coger por las

montañas desérticas y después de 20 minutos

caminando me adentré entre flores marchitas,

árboles secos, esqueletos de animales y charcos

de ácido, pero sin encontrar rastros de ninguna

planta. Mis esperanzas se desmoronaban poco a

poco, y no podía evitar caer en una profunda

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pesadumbre y una infinita melancolía; comenzaba

a pensar que no había salvación, que nuestro

destino era morir por culpa de nosotros mismos.

No había sol, nunca más volvió a brillar, pero el

calor era insoportable y mi piel estaba tan reseca

que caía al suelo como pedazos de vidrio. Sentía

que iba a morir.

Después de seis horas de camino no encontré ni

un rastro de naturaleza, el suplemento se me

agotó y solo me quedaba seguir y morir, o parar y

morir. Pese a todo he tomado un nuevo impulso y

pienso que definitivamente no puedo darme por

vencido. No voy a defraudar a Valentina, a mis

padres, a mis amigos; no voy a abandonar

nuestras ilusiones de ayudar a la humanidad y por

eso trato de animarme casa segundo. Comienza a

caer una lluvia ácida muy fuerte y busco un lugar

para refugiarme, una cueva oscura y un tanto

misteriosa.

Al entrar sentí un olor a humedad, un olor que

hace años no percibía. Sin temor alguno decidí

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adentrarme en la cueva, aprovechando que había

empacado una vieja lámpara que aún funcionaba.

Lentamente avancé y como si fuera un milagro,

toqué algo de musgo en las paredes de la cueva,

lo que me recordaba los mejores momentos en

compañía de mis padres, los paseos por los

campos, las tardes revoloteando entre los árboles

o dando giros sobre el pasto empinado. Seguí

adentrándome y de un momento a otro pisé un

charco de agua ¡¡¡¡¡Aguaaaaaaaaaaaaa!!!!!!!!! Más

de 10 años sin ver una sola gota de agua pura y

cristalina. Difícil describir la emoción que me

invadía, mi corazón latía presuroso y sentía que

este era un gran momento en mi vida y en la de

todos quienes hoy me rodeaban y compartían

conmigo. Un poco de agua que no solo mojaba mis

pies, sino que refrescaba e hidrataba mi alma y mis

ilusiones.

El agua nacía del suelo e invitaba a ‘acariciarla’, a

disfrutarla, a volver a jugar con ella como si fuera

un niño, pero obviamente con una percepción

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diferente de lo que significa ese valioso líquido y

de la falta que nos ha hecho durante tantos años.

Lo mejor habría de venir después: tomé un poco

de agua y me refresqué todo el cuerpo, e

instantáneamente mi piel dejaba de arder y mis

pocos dedos ya no sentían dolor. Sí, qué bendición

para este maltratado cuerpo.

En ese momento pensaba y pensaba cómo y por

qué fue qué la humanidad no valoró lo que tenía,

por qué no entendió que el agua es la vida y a

cambio se la quitamos a la tierra, la

desperdiciamos, la ensuciamos y la acabamos.

Pero, es tan indescifrable la raza humana que

también tengo claro que debo guardar silencio. Si

le contara a la gente sobre mi descubrimiento no

duraría más de un minuto este pozo, la gente

mataría por el agua, acabaría de destruirse. Por

eso decido que este va a ser mi secreto y que

como regalo a la madre Tierra dejaré que este

pozo siga creciendo, natural y puro. No puedo

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hacer tampoco nada distinto, no puedo llevarme un

poco, no puedo compartirla con nadie.

Lo mejor es seguir mi camino, pienso, y ya con mis

pies aliviados y mi espíritu calmado y animado,

llegaría a otro pequeño poblado llamado Fómeque;

allí me encuentro con dos personas deambulando

por la plaza principal, y les pregunto en dónde

puedo encontrar un poco de planta de caléndula,

pero en fracción de segundos mis ilusiones

vuelven a estrellarse con la dura realidad.

- Eso ya no existe, no hable estupideces, no ve

que la naturaleza ha muerto y nosotros vamos

detrás de ella, dijo uno de ellos.

- No puede ser tanta la desgracia que nos cobija,

le dije en un tono triste y melancólico.

No imagino qué gesto hice o cómo recibieron mis

palabras, o por qué logré ‘tocar’ su corazón, pero

lo cierto es que el otro hombre nuevamente me

llenó de ilusión.

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- Por los lados del extinto río Fómeque podría

haber tallos de la planta… fueron sus palabras.

Le pedí que me dijera cómo llegar allí, y escuché

atentamente sus instrucciones, agradeciéndole

antes de seguir mi camino. Al cabo de 20 minutos

vi las piedras del viejo río, empecé a buscar la

planta pero no encontré nada… La noche caía y

estaba agotado, armé mi pequeña carpa y me

recosté, mientras pensaba qué hacer si no

encontraba la bendita planta.

Al amanecer, me quedé mirando fijamente al suelo,

cuando de un momento a otro vi que entre dos

piedras había un tallo de una plata con flor

amarilla. Creía estar alucinando, pero no, era real;

mi corazón saltaba y mis esperanzan aumentaban.

Delicadamente saqué la planta con un poco de

tierra, la empaqué en el frasco donde llevaba el

suplemento para que tuviera un poco de oxígeno y

emprendí mi viaje de regreso.

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Al cabo de 7 horas llegué al laboratorio y Valentina

al verme corrío hacia mí con lágrimas en su rostro

y gritando alegremente ¡Santigooooooo.

Santiagooooooo¡, fundiéndonos los dos en un

fuerte abrazo.

- Aún hay esperanza, le digo emocionado.

Entramos al laboratorio y les mostré la planta.

Valentina, Alex y Jean Pierre no podían creerlo.

Buscamos una matera para sembrarla y Valentina

le inyectó suplemento para hidratarla. Ahora solo

nos quedaba esperar los resultados de nuestras

investigaciones y hallar una cura para tamaño

desastre que nos tenía mutando día a día…

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Capítulo VIII

LA SALVACIÓN HECHA PLANTA

Fabián Colmenares

Pasaron dos meses y por fin la planta floreció.

Tomamos una muestra y la analizamos en el

laboratorio. Los resultados dieron positivo para

crear el antídoto. Muy contentos decidimos que la

situación no daba espera y había que probarla de

inmediato, primero en nosotros, luego en los

amigos y familiares, para posteriormente ayudar en

la trasformación de toda especie humana.

Valentina se ofreció como la primera voluntaria.

Todos estábamos temerosos pues no sabíamos

qué podía pasar dado el alto el grado de toxicidad

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en el cuerpo y tantas las deformaciones ya

existentes, por lo que cualquier efecto negativo

sería devastador. Pasaron 24 horas y no vimos

resultados. Al anochecer, salimos a comer, cuando

de repente Valentina gritó; volteamos a mirar y

salía humo por todas partes. Increíblemente, como

por arte de magia, el cuerpo de mi encantadora

amada comenzó a cambiar; esas imperfecciones

de la piel se disolvían lenta pero efectivamente; su

cuerpo, su imagen, todo parecía recuperar la forma

de aquella niña que siempre adoré. Traté de

acercarme, pero sus movimientos bruscos al irse

purificando su piel y cayendo las horrendas capas

de mutación no me dejaban.

Entonces, vi de primera mano que Valentina

después de levantarse y limpiarse las costras de

piel mutada que caían de su cuerpo se convertía

en una adorable mujer que atrapaba una vez más

mi corazón, lleno de un romanticismo ilusorio; la

misma que también era capaz de inspirar al mundo

a usar este nuevo compuesto que une la labor

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humana con la introspectiva oculta del mundo

natural. Boquiabierto, no lo podía creer y mi

corazón latía supremamente rápido.

- ¡Waaow!!! Qué cambio tan fuerte hermano, dile

cuanto la amas, exprésale todos tus

sentimientos a esa mujer y no la dejes perder.

Yo sé por qué te lo dijo, gritó Jean Pierre.

- Gracias hermano, haré caso de tus consejos. Tú

sabes desde niños que ella me encanta y ahora

no la puedo perder. Aprovecharé cada segundo

a su lado, incluso si este experimento no

funciona.

Todos aplaudimos el resultado y pensamos que

había valido la pena todo el esfuerzo y que el

antídoto era una realidad que podríamos utilizar no

solamente en cada uno, sino que visualizábamos

viajes por todo el país para curar a cientos de

personas que, desafortunadamente, habían sido

diagnosticadas como mutantes y seres del bajo

mundo. Reunimos víveres y días después

emprendimos el viaje en un viejo y feo Renault 4.

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Pero, tanta dicha no podía ser cierta. A mitad de

camino hacia Ibagué, nuestro primer destino, como

todo estaba tan destruido y contaminado, no

gastamos las 4 horas en promedio de antes, sino

que demoramos más de tres días para llegar. En

ese lapso Valentina se enfermó, tuvo mareos,

náuseas y su rostro volvió a desfigurarse,

quedando todos tristes, angustiados, frustrados.

Un profundo silencio invadía el ambiente.

Llegamos a una finca a 3,5 kilómetros de la ciudad

en donde vivía una familia de campesinos que,

debido al efecto de la toxicidad, tenía serios

problemas de acondroplasia, cada uno con más de

dos manos que parecían tentáculos.

Afortunadamente ellos no esperaban la visita así

que no tenían ninguna ilusión. Los rostros de Alex,

Jean Pierre, Valentina y mío están pálidos, no

pronunciábamos palabra alguna, la tristeza nos

invadía y no supimos qué explicarles a estar

personas cuando nos preguntaron qué hacíamos

allí.

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- “No puedo creer que esto nos esté pasando. Ya

pensaba que todos deberíamos llamarnos los

salvadores. ¿Qué tal, ah?, dijo Jean Pierre.

Valentina, en cambio, trataba de ocultar sus

lágrimas y Alex, de consolarla. Yo, no sabía qué

decir, estaba tan sorprendido y desilusionado que

ni siquiera me atrevía a decir algo o a mirarla.

Pese a todo, nos quedamos aquella noche en la

finca, pues muy amablemente estas personas a

pesar de sus dificultades nos recibieron muy bien.

- ¡Bienvenidos jóvenes, este será su hogar”, nos

dijo Jacinto, el jefe del hogar.

Cansados, en este lugar tan lejos de Bogotá

pasamos la noche. Solo Jean Pierre seguía

hablando y soñando despierto. No dejaba de

referirse a una campaña de ‘No más mutantes,

queremos más humanos’.

Yo tuve que sacudirlo y gritarle para que

reaccionara y dejara de fantasear. Le pedí que no

perdiéramos el rumbo y que aunque hubiéramos

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fracasado en un primer intento no podíamos

desistir. Estaba plenamente convencido de que iba

a funcionar y que esto era solo un tropiezo, así que

deberíamos volver al laboratorio.

Al otro día nos levantamos muy temprano, listos y

dispuestos para ayudar a la comunidad. Subimos

al carro, a aquel viejo Renault 4, que alguna vez

fue del padre de mi mejor amigo y que habían

vendido y yo pude recuperar, aunque estaba tan

destartalado y con fallas permanentes, que mis

hermanos siempre me criticaron por haberlo

adquirido.

Convencí a mis compañeros de viaje de que

deberíamos ir hasta Ibagué, y traté de animarlos

diciéndoles que la humanidad necesitaba de

nuestra ayuda. Salimos rumbo a la capital musical

de Colombia y llegamos al puesto municipal de

salud, en donde atendían a niños, niñas, jóvenes y

ancianos.

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Valentina se dio cuenta de cómo los médicos

trabajan con un gran amor a pesar de la tragedia,

de las dificultades y de la miseria que rodeaba su

entorno. Entonces, fue a hablar con el médico

Barón, mientras Alex y los demás jugaban y

recreaban a los más chicos del municipio.

Comenzó a llegar mucha gente, esperanzada por

esta esta obra social y de salud que estaban

haciendo en ese momento.

Nadie hablaba de la contaminación ambiental ni de

sus deformidades, excepto los expertos, quienes

eran conscientes de que el agua se había agotado

y era muy difícil que volviera a existir, dado que las

fuertes temperaturas se hacían peores y habían

secado quebradas y ríos. Había que hacer algo

rápido, pensar en una solución, comentaba el

médico.

La población, pese a su situación lamentable tenía

un fuerte espíritu y una gran fortaleza; se les veía

sonreír y jugar, no esperaban más de lo que había

y daban ejemplo de humildad y superación.

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Esto hizo que Valentina sintiera de nuevo la

obligación de volver y continuar con el

experimento, hasta tener el antídoto efectivo de

manera permanente y probar nuevamente con ella

para ver cuánto podía más durar el efecto hasta

lograr uno que fuera permanente.

Entonces salió corriendo hacia donde yo estaba. Y

en ese momento me invadió una gran emoción y

sentí una presión en el corazón, pero de felicidad.

No sabía qué hacer, porque los dos nos

mirábamos fijamente a los ojos, con una química

muy fuerte. Lo malo fue que…

- Valentina. Valentina¡¡¡¡

En fracción de segundos ella cayó al suelo

desmayada. Todos corrimos a ayudarla, pero no

reaccionaba. Nos miramos con angustia y fue sin

duda un momento muy tenso para todos.

Valentina entró en coma y no sabíamos qué hacer.

No podíamos regresar a Bogotá, el laboratorio

estaba solo, teníamos tanto que investigar, y solo

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nos quedaba tener paciencia. No fue fácil y menos

para mí; por momentos pensaba si el destino

quería separarla de mi lado una vez más.

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Capítulo IX

HASTA DIOS NOS HA ABANDONADO

Kelly Moreno

Una especie de camilla improvisada, cubierta por

una sabana que alguna vez fue blanca; unos tubos

que encontré y algunos medicamentos que usaban

para las personas en estado de coma, o más bien

los restos que de ellos hallé en las antiguas

farmacias, eso era lo que mantenía con vida a mi

preciosa Valentina.

Mientras, yo estaba ahí, en el suelo, observándola,

ante la opacidad de mis lágrimas, mientras

divagaba sobre lo que sería capaz de hacer por

este maravilloso ser. No sabía cuándo terminaba

un día y comenzaba otro. Seguía en ese rincón sin

entender por qué es ella la que está ahí, por qué

no son los restos de mi cuerpo los que posan en

este remedo de hospital.

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- ¡Santiago!, ¡Santiago, Santiago!, grita Alex,

mientras intenta levantarme del suelo.

- Llevamos muchos días aquí. Estoy seguro de

que Valentina no hubiese querido que

abandonáramos completamente el laboratorio;

ella era quien estaba más segura de querer

salvar a la humanidad.

- Lo sé… Pero precisamente es ella quien

necesita ayuda en este momento!!! Por favor,

cómo quieres que ayude a la raza humana si

Valentina está postrada allí, gracias a nuestra

intensa búsqueda de una solución a este

problema.

- Santiago, desde que todo esto sucedió

sabíamos que no iba ser fácil; a mí también me

destroza ver a mi hermana en esta situación y

sentirme impotente al no poder hacer nada.

En ese momento interrumpió Jean Pierre, quien

escuchaba sigiloso y afligido la conversación.

- Santiago… Alex tiene razón. Por Dios, no

podemos establecernos aquí por más tiempo.

Estoy dispuesto a quedarme aquí cuidando a

Valentina, para que ustedes dos vuelvan a la

capital y logren por fin rehacer la cura que salve

a la humanidad, comenzando por ella.

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No tuve más opción que aceptar, y a

regañadientes levantarme, tomar la mano de

Valentina y prometerle que regresaría por ella…

Tenía tanta esperanza de que en esos minutos ella

abriera sus ojos, pero…

- ¡Santiago, debemos irnos!

Regresamos a Bogotá y trabajamos día y noche en

el laboratorio. Alex era una gran ayuda, pues había

estudiado junto con su hermana todo sobre

botánica y nutrición, así que tenía tanto que

aportar y lo hacía con una motivación adicional,

salvarla a ella.

Al mes ya creíamos tener una nueva cura, así que

volvimos a Ibagué, a buscar a Valentina y a Jean

Pierre. El tiempo se me hizo eterno y la ansiedad

me estaba matando. Fui el primero en correr a su

cuarto, pero la escena no pudo ser más triste: allí

estaba mi hermano Jean Pierre, sentado en el

mismo lugar donde se quedó la última vez,

cuidándola, y ella postrada, solo recibía por vía

intravenosa el medicamento que cada semana nos

facilitaba el médico Barón, líder de la brigada de

salud, quien sagradamente visitaba esa capital

todos los fines de semana y con quien mi hermano

había hecho una gran amistad, hasta el punto de

contarle sobre nuestros experimentos y de invitarlo

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a viajar a Bogotá luego de nuestra visita,

convencido de que todos sus conocimientos serían

de gran utilidad.

La miraba y lloraba desconsolado, cuando de

repente una luz de esperanza y una chispa de

felicidad iluminaron mi rostro. Con dificultad

Valentina abrió sus ojos, perdida en el universo,

debido a su crítico estado de Salud, y me dijo:

‘amor’. Luego, con voz temblorosa y

tartamudeante, agregó:

- ¿Aún están conmigo? Qué alegría tenerlos a mi

lado, ahora que soy yo la que los tiene que

dejar.

- Valentina ¡¡nooo!!! Tenemos la cura, por fin

vamos a poder salvar a la humanidad por favor

no podríamos seguir sin ti, le dije desesperado.

- Jean Pierre, Alex… mi querido hermano… es

hora de que sigan el camino sin mí. Los restos

de mi cuerpo ya no tienen la fuerza necesaria

para revertir todo lo que en siglos la humanidad

causó… Santiago, estoy feliz de haberte

encontrado, estoy feliz de haber luchado junto a

ti, de haber conocido a una persona tan

maravillosa como tú. Pero, debes continuar.

Estoy segura de que con la ayuda de nuestros

hermanos lo van a lograr. Solo te pido, por

favor, que lo hagas por mí.

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- “Valentina por favor no, no digas eso, tú no vas

a morir”, le repetí una y otra vez, pero fue inútil,

su voz se apagó, su vida también.

En medio de un suspiro profundo Valentina cerró

sus ojos para nunca más volverlos abrir.

Destrozado, me abalancé sobre ella mientras

besaba sus delgados labios y recordaba a aquella

niña de cabello castaño que se batía al viento, de

ojos ámbar y celestial sonrisa, e intentaba darle el

nuevo antídoto. Pero… era demasiado tarde.

Jean Pierre y Alex, también devastados por la

muerte de Valentina, me tomaron con fuerza e

intentaron alejarme, y no recuerdo en qué

momento me desmayé, solo sé que un par de

horas después estaba allí, desvanecido en un

rincón, sin consuelo alguno, perdido en un limbo

de profunda depresión.

La sepultamos al día siguiente en un rocoso lugar

llamado Coello, cerca de Ibagué. Cubrimos su

cuerpo con tierra árida y seca, con una pequeña

pero naranja, radiante y brillante flor de la planta

de caléndula que había crecido en el laboratorio,

una de esas 20.000 especies que existían y

adornaban los inmensos campos de nuestro

planeta Tierra años atrás.

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Sin más remedio que volver a Bogotá,

desmotivados, retomamos el rumbo, ahora

acompañados por el médico Barón, a quien

invitamos a trabajar con nosotros en el laboratorio;

ni siquiera pensamos en probar el antídoto en

alguno más de nosotros. Al llegar, me sumergí en

una infinita tristeza, me alejé del laboratorio y

decidí recorrer las calles que de niño me llevaron a

lugares hermosos, como la casa de Valentina o la

de mi amigo John; pero qué digo calles, si no

había rastros de ellas, solo desolación y miseria.

Paso a paso creía oír su voz y hasta percibía su

aroma; recordaba su cara, su cuerpo y hasta su

dulce tono de voz.

Pensaba en mi mascota, en Trosqui, mi amigo fiel,

al que también había perdido y su recuerdo se

conviertía en la gota que rebosaba la copa.

Levanté la cabeza hacia el oscuro y nublado cielo

y lancé un grito de auxilio, de dolor o tal vez de

reclamo.

- ¿Por qué?, ¿Por qué Dios, hasta tú nos has

abandonado. Si me escuchas, por favor, acaba

con esta miserable existencia. Soy solo los

restos de un hombre, en un cuerpo que no me

pertenece, en el que jamás podré vivir. Qué

esperas de mí, qué quieres de mi????…

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Sin respuesta alguna, me desplomé frente a las

ruinas de la casa de Valentina y cerré los ojos,

intentando morir, así como ella, así como John, así

como fue muriendo la naturaleza que antes de su

último suspiro nos lanzó toda su furia. Quería dejar

de sentir.

De repente, aún perdido en mi subconsciente y

con la fastidiosa sensación que me dejaba saber

que seguía vivo, empecé a sentir en mi piel unos

ásperos lengüetazos. Sin mucha voluntad abrí los

ojos y con una visión no muy clara descubrí que no

podía ser otro que él, ¡¡Trosqui!!

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Capítulo X

LA CLAVE NO ESTÁ EN LOS HUMANOS

Manuel Baquero

- ¿Alex…. Alex, mi hermano ya llegó?, dijo Jean

Pierre.

- No lo he visto desde que salió a caminar, pero

dale tiempo, no ha sido fácil todo lo que ha

pasado.

- Si lo sé, pero no es bueno que esté tanto tiempo

solo. Puede hacer cualquier estupidez en su

estado.

- Jean Pierre, estoy terminando de cotejar unos

exámenes, apenas salgan los resultados

salimos a buscarlo.

Hay pocas cosas que describen el sentimiento de

encontrar a alguien que pensabas perdido y hasta

muerto, es por eso que cuando vi a Trosqui no

pude contener las lágrimas; algo bueno entre tanta

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penumbra por fin me pasaba. Lo abracé y oí que

alguien gritaba ¡Santiago! ¡Santiago!. No preste

atención y seguí abrazando mi perro: después

reconocí la voz de Alex. Cuando voltee a mirar vi

también a mi hermano; estaban estupefactos,

asombrados por algo de lo que yo no me había

dado cuenta: Trosqui era el mismo perro que

conocía hace 10 años atrás, no tenía las

mutaciones con las que lo vi la última vez, cuando

se perdió, era como si no hubiera envejecido y los

efectos de alguna forma se hubieran disipado.

Tampoco sentía temor ante la fealdad de la raza

humana.

- Santi ese perro no puede ser…

- Sí, respondí, es Trosqui

- No es posible, tú mismo dijiste que se había

perdido y después de 10 años como es posible

que… Sabes lo que esto significa…

En ese momento interrumpió Jean Pierre y agarró

a mi mascota, lo inspeccionó minuciosamente por

un largo tiempo. No creía que fuera él, pues no lo

examinó hizo de forma cariñosa, sino más bien

brusca y con mucho escepticismo. Sonrió y lo bajó

al suelo:

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- Nuestro perro es único muchachos, no solo es el

perro más longevo antes conocido, también

sería el único ser vivo que no está bajo los

efectos de la contaminación y eso significa que

es la clave para identificar un antídoto.

Fue difícil para mí y para Alex asimilar esas

buenas noticias tras la muerte de Valentina, pero

mi hermano fue muy convincente con lo que dijo y

no hacía sino reiterarme que ella hubiera querido

que siguiéramos buscando la forma de solucionar

este problema.

Nos quedamos todos en un silencio profundo

tratando de entender cómo un perro había podido

cambiar las mutaciones y los humanos no; cómo

había podido vivir a lo largo tiempo quién sabe

bajo qué condiciones.

Estaba acariciándolo cuando noté que tenía un

collar nuevo que decía ‘Amblek’; tenía un nuevo

dueño, esa era la única explicación; pero no

entendía qué hacía en el barrio, seguramente

estaba perdido, pero ¿por qué había regresado a

este lugar?

Cuando ya nos íbamos para el laboratorio se

escuchó un silbido, provenía de un carro negro, a

una cuadra de donde estábamos. Trosqui salió

corriendo en respuesta al llamado y nosotros lo

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seguimos con la intención de conocer a sus

nuevos dueños. Al llegar, la voz de un hombre nos

dijo que subiéramos junto con el perro y ya en el

carro no se veía nada, todo estaba bastante

oscuro. Alex, Jean Pierre y yo nos mirábamos

asombrados. Adelante iba dos personas, el

conductor que nos había hablado y una mujer o al

menos eso parecía, por su pelo largo.

- Quienes son ustedes, dijo Alex.

- A dónde nos están llevando y por qué tienen a

nuestro perro, reclamo Jean Pierre.

El señor volteó a mirar, pero solo podíamos ver sus

ojos, que parecían normales, después empezó a

reír por un tiempo y respondió:

- Tranquilos muchachos, les voy a mostrar algo

que les va a interesar.

El resto del viaje fue en un total y completo

silencio, incómodo, tanto que no nos permitía ni

hablar entre nosotros. Trosqui estaba raramente

calmado, que no era como yo lo recordaba;

llegamos a las afueras a un condominio que pese

a la destrucción estaba en muy buen estado,

entramos a la casa y las dos personas nos pidieron

que esperáramos en la sala. No habíamos podido

verlas bien porque estaban tapados en su totalidad

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dejando al descubierto los ojos; solo eso podíamos

verles, lo que hacía más intrigante la situación.

Cuando volvieron nos dimos cuenta de que su

aspecto era totalmente normal, que eran seres

humanos sin deformaciones ni mutaciones, era

sorprendente. Yo estaba atónito, hacía mucho que

no veía seres así y los tenía en frente.

- Es im im… imposible, murmuraba Alex, quien

también era incapaz de articular una oración.

- ¿Quiénes son ustedes?, ¿cómo es que no

tienen….? El perro, ustedes le hicieron algo,

ustedes le hicieron algo…

El hombre solo pidió que lo siguiéramos y enfatizó

en que era importante que viéramos algo antes de

seguir haciendo preguntas. Lo seguimos, mientras

en el camino veíamos a estas dos personas

perfectas, humanos de verdad; su belleza nos

abrumaba pero no habían resuelto nuestras

preguntas y cada vez teníamos más dudas acerca

de qué estaba pasando.

Bajamos por unas escaleras hasta llegar a una

especie de laboratorio de alta tecnología.

(Imágenes por todo lado de sus transformaciones y

las de Trosqui, pantallas con estadísticas,

suplementos, vitaminas, animales enfrascados que

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permitían ver lo que habían intentado hacer). Nos

dijo que echáramos un vistazo a todo lo que había,

que después nos explicarían todo. Cuando

terminamos de observar, de leer algunas cosas, el

hombre comenzó a hablar:

- Mi nombre es Juan Pablo Ferreira y ella es mi

esposa María Ángela. El motivo por el cual los

hemos traído aquí es porque vimos que al

parecer conocen a nuestro perro y como

entenderán no es un animal normal estos días,

por consiguiente sería un descuido de parte mía

dejarlos con esa información sin antes saber

quiénes son. Además me causa curiosidad

saber qué relación tienen con nuestro perro.

Después de contarles quienes éramos y que era

nuestro perro desde chicos, se mostraron más

comprensibles y accedieron a contarnos más

cosas.

Habían trabajado en modificar el genoma humano

tras la desgracia del 2015, pero no habían tenido

éxito hasta que encontraron a Trosqui a punto de

morir, lo llevaron consigo y prosiguieron las

investigaciones con su ayuda y según ellos fue el

primer ser vivo en reaccionar favorablemente a los

medicamentos y regenerar las células que habían

mutado. Ellos habían aplicado la misma dosis en

sus cuerpos que aunque a simple vista resultaron

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satisfactorias, a diferencia de Trosqui tenían que

aplicarse una dosis cada cierto tiempo, cuando

empezaban a percibir los indicios de las

mutaciones, es por eso que creían que el perro era

la clave para una regeneración completa.

- Vamos chicos deben tener hambre y he

preparado una deliciosa cena dijo María Ángela

Por supuesto, todos asentimos. Era mucha

información para asimilar: saber que Trosqui

estaba vivo, que había otras personas trabajando

en una cura y que estaban más adelantadas con

sus investigaciones que nosotros, que podría

existir una esperanza real para los seres

humanos… En fin, era imposible digerir todo eso

en tan poco tiempo. Sin embargo, los tres

teníamos una cara de felicidad que alumbraba todo

el comedor, la cena iba muy bien hasta que:

- Si lo que ustedes están diciendo es verdad, que

es lo más probable viendo los resultados, ya se

cuáles van hacer las conclusiones de los

análisis que estaba cotejando… Creo saber por

qué murió Valentina y no puedo asegurarlo pero

tengo una hipótesis de por qué Trosqui

mantiene su ADN sin mutaciones, dijo Alex.

- ¿De qué hablas? Respira un poco, dijo Jean

Pierre.

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- ¿No entiendes? Esto va a cambiarlo todo, pero

tenemos que irnos ya.

- Esperen un poco chicos, no nos podemos ir

ahora. Necesitamos saber más y ellos tienen las

respuestas, dije. Pero Alex no me escuchó y

salió corriendo de la casa no sin antes coger

algo de pelo de Trosqui.

- ¿A qué se refería con que sabía por qué

Valentina había muerto? No podía imaginar qué

análisis había hecho Alex, pero también se me

vino algo a la mente que no quedaba del todo

claro y me preguntaba si la caléndula había

mejorado a Valentina por un tiempo corto,

entonces debía ser parte del antídoto final.

- Señor Juan Pablo en sus investigaciones

encontró algo relacionado con la caléndula?, le

pregunté.

(silencio largo)

- Sí, al principio creíamos que era la cura de

alguna manera, pero cuando la probamos

pues… dijo Juan pablo

(María Ángela empezó a llorar)

Juan Pablo dirigió su mirada a una foto encima de

un bifé. Una foto familiar en la que se ven ellos con

una niña pequeña…

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Capítulo Xl

UNA PÉRDIDA CONVERTIDA EN

MILAGRO

Yuly Pachón

Después de un largo silencio y un suspiro

profundo, corrió una lágrima por la mejilla de Juan

Pablo. Entonces, en voz baja le pregunté:

- ¿Pasa algo? ¿Está bien?

- No te preocupes, solo que es muy difícil aceptar

todo lo que está pasando. Ha pasado ya mucho

tiempo y aún no aceptamos su partida.

Entró de nuevo ese silencio; ese amargo silencio

que solo me llenaba de miles de preguntas con

muy pocas respuestas.

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- No te preocupes Santiago, no es tu culpa. Solo

que es inevitable no sentirme mal. Todo pasó

tan rápido.

- ¿Quién es ella?, ¿por qué te pones así?

- ¡Es mi hija!

Con un llanto profundo, María Ángela me empezó

a contar lo sucedido.

- Sofía era una niña amorosa, con unos ojos

azules que con solo verlos te daban tranquilidad

y te hacían sentir en otro mundo. Sofía es lo

único que nos daba la fuerza para seguir

adelante. Después de ese horrible día, nada

volvió hacer como antes. En esa tarde llena de

oscuridad corrí a abrazarla y en cuestión de

segundos ella cambió; su cuerpo tomó una

forma extraña, su hermoso rostro se desfiguraba

como si se derritiera; a pesar de mis heridas, yo

solo quería ayudarla; gritaba desesperada, pero

no encontré respuestas... Juan Pablo al vernos

así corrió desesperado y solo repetía una y otra

vez que nunca nos dejaría, que lo esperáramos.

Así pasaron meses sin saber de él.

Sofía empeoraba cada vez más. Sus heridas le

arrebataban la vida, y lo único que quedaba de

ella eran sus ojos, los únicos que seguían con la

vitalidad y alegría que tanto la caracterizaban.

En un llanto profundo, al ver cómo mi hija se

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moría, escuché unos gritos que venían desde

afuera, corrí a abrir la puerta y era Juan Pablo,

venía sucio y asustado, y en sus manos traía

una rama gigante de caléndula y unos líquidos

extraños dentro de unos frascos, y a un perro

casi a punto de morir.

Recuerdo que se encerró por días, en lo que

quedaba del sótano de nuestra casa. No

hablaba, no comía, no me decía nada; al pasar

el quinto día salió y no podía creer lo que veía,

su figura era la misma de antes de la tragedia,

era el hombre alto, apuesto, de quien me

enamoré. No hubo tiempo de preguntas ni de

explicaciones, solo me dijo ¿en dónde está

Sofía? Le respondí: se nos va. Desesperado le

inyectó el medicamento, ese último suspiro.

Con llanto en los ojos y un grito desconsolado

Juan Pablo miraba al cielo gritando “¿por qué

me la quitaste?, ¿Qué he hecho? y yo

destrozada, quería irme con ella; ya no tenía

ningún motivo para seguir adelante. Se había

ido lo más importante en mi vida y no tenía

razones para seguir en este miserable mundo,

donde lo único que había eran tristezas y

escombros. Pero, de repente nos cobijó una

suave brisa que entró por la ventana y sin

pensarlo vimos cómo su alma, su pequeña y

frágil alma salía lentamente de su cuerpo y en

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cuestión de segundos desapareció por

completo.

No podíamos creerlo, no sabíamos qué estaba

pasando. Un silencio nos llenó de incertidumbre

y nos acompañó por horas, hasta que

escuchamos unos aullidos en la puerta trasera

de la casa. Corrimos pensando que hallaríamos

una explicación de lo que acabábamos de vivir

con nuestra pequeña Sofía, pero allí solo estaba

‘Amblek. Tenía algo muy particular, ya no se

veía enfermo ni a punto de morir; estaba normal

después que todos perdimos nuestros rasgos,

nuestros cuerpos. Me miraba tranquilo. Me

agaché, lo toqué lentamente y al verlo a los ojos

me di cuenta de que eran los de mi pequeña

Sofía, esos ojos llenos de luz no me engañaban,

ese brillo extenuante que salía de sus ojos no lo

tenía nadie más que mi hija.

- Es cierto –irrumpe Juan Pablo. Me agaché a

mirar los ojos de ese perro, inicialmente

creyendo que mi esposa se había vuelto loca.

Pero luego, no lo podía creer y en un mar de

lágrimas lo abrazamos y le dijimos que nunca

más la dejaríamos partir.

- Asombrados por todo lo que estaba pasando

nos encerramos en el sótano y le hicimos miles

de pruebas para encontrar una explicación

científica de lo que estaba sucediendo y

después de miles de medicamentos,

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inyecciones, pastillas y antídotos, aún no

encontramos la respuesta.

- ¿Pero, encontraron la cura?, díganme que sí por

favor, les pregunté ansioso.

- No Santiago. Es un poco más complicado de lo

que parece.

Durante minutos que parecieron horas

interminables, escuché a Juan Pablo hablar de sus

miles de investigaciones y de cómo después de

todo lo ocurrido diseñó un antídoto inyectable, al

que llamó Ambleck, la misma que le aplicó a Sofía.

Por momentos creí estar ante un maniático pero

también recordé que muchos científicos parecían

estar poco cuerdos, así que seguí atento la

conversación. No podía creer lo que escuchaba:

- La inyección que le aplicamos a Sofía hace que

el cuerpo tome la forma natural, la forma que

tenía desde un principio pero hay un problema,

el alma de los niños sale en busca de un nuevo

cuerpo, de ese cuerpo que se va a recuperar, y

en los adultos tiene un efecto temporal y hay

que reaplicar una dosis cada cierto tiempo, pero

esta se agota.

- Si no hubiera visto a Trosqui normal no creería

nada de lo que me está contando, le dije. Por

ahora se llama Ambleck, como el antídoto.

¿Pero, cómo podemos ayudar al resto del

mundo, a mi familia?

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- Santiago, todo es más difícil de lo que parece.

He intentado arreglar la fórmula para que haga

efecto dentro del mismo cuerpo y no tenga que

buscar otro, pero es imposible. Llevo meses

enteros tratando de solucionar todo, pero según

mis análisis, solo falta un poco de hidroxidon,

una pastilla que ya fue inventada pero no

sabemos dónde está, no sabemos quién nos

pueda ayudar.

Al escuchar las palabras de Juan Pablo y María

Ángela me sentí impotente, era obvio que yo

tampoco podía ayudarles, y en el fondo, tenía

tantos interrogantes y tantas dudas que por

momento mis pensamientos me jugaban una mala

pasada y quería huir de allí, de esa casa en donde

realmente solo había dos personas desvariando.

Pero, algo me detenía, era mi perro, mi mascota

que estaba sana después de que yo mismo la vi

deforme y perdiendo pelo por manotadas.

Quizás queriendo huir de ese lugar, mi única

reacción fue salir lo más pronto posible, no sin

antes decirles que iba en busca de esa pastilla y

de contarles que así como había conseguido la

planta de caléndula, después de buscarla por cielo

y tierra, esta vez no sería la excepción.

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Capítulo XII

EL ENTUSIASMO NO ES SUFICIENTE

Natalia Preciado

Por un segundo olvidé que me encontraba con

Alex y Jean Pierre. Mi mente estaba segada y

ansiosa de encontrar de una vez por todas lo que

al parecer iba a ser la única solución para lo que

queda de la humanidad.

- ¿Santiago, para dónde vas?... Era lo que

alcanzaba a escuchar mientras corría

presurosamente desorientado.

- Es la única salida que nos queda. La ¡ÚNICA¡,

grité.

Era inexplicable lo que por mi mente pasaba, pero

en medio de tanta confusión, el recuerdo de

Valentina se hacía cada vez más fuerte. Si

estuviera viva hubiera sido posible que el destino

nos uniera por siempre, pero aún siento en mis

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ojos el dolor de no poder verla, el dolor de mis

recuerdos, la angustia de mis sentimientos, así que

decidí acercarme al lugar en donde pude

contemplar a Valentina luego de este desastre.

Comenzaba a caer la noche y por fin logré llegar a

esa casa abandonada. Afligido abrí lentamente la

puerta de la habitación donde ella descansaba

desde el día de la tragedia. Lleno de melancolía no

pude contener mis lágrimas y caí desconsolado en

la cama.

- Necesito que me ayudes Valentina. No te

olvides de mí. El mundo ya se acabó para mí,

pero aún tengo la esperanza de que estés aquí,

grite desesperado.

En medio de la penumbra y el desespero, recordé

que al padre de Valentina le encantaba el licor

añejo y tenía una cava en un sótano. Entonces me

acerqué hacia allí y encontré la despensa y

empecé a buscar en los cajones algo que pudiera

aliviar mi dolor. Hallé dos botellas viejas de Jack

Daniel´s, y comencé a olvidarme de mis problemas

bebiendo.

En mi soledad exploré cada detalle que se

encontraba en su habitación, y al pasar el tiempo,

cada vez más se acababa la segunda botella; caí

al suelo y una extraña sensación me hizo observar

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la mesita que colgaba al lado de la cama de

Valentina, tome la decisión de abrir el cajón y con

mis ojos llenos de lágrimas y una visión borrosa

empecé a ver los medicamentos que ella

necesitaba para sobrevivir.

Mientras trataba de leer los enredados nombres,

algo así como difenhidramina, sulfametonaxazol,

adipina, metronidazol, hidroxidon, reaccioné de

inmediato, como si alguien me hubiera sacudido…

- ¿Qué acabé de decir? HIDROXIDON,

Hidroxiddoonnn, grité.

Mi mente fue atacada por un millón de recuerdos,

eran voces que retumbaban en mi cabeza,

palabras cortas y palabras largas, pero todas se

entrelazaban una con la otra, haciendo que fuera

un recuerdo ambiguo y difícil de entender, hasta

que con certeza supe que era el medicamento que

estaba buscando; los latidos de mi corazón cada

vez eran más intensos y caí en un sueño profundo

con el medicamento en mis manos.

Al siguiente día, un pequeño rayo de luz se

asomaba por la ventana; enfrenté mi oscura

realidad y noté una extraña sensación en mi piel a

la que no presté atención. Comencé de nuevo mi

regreso a donde estaban Juan Pablo y María

Ángela. Alisté en una anticuada maleta algunos

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víveres que encontré en la alacena y emprendí mi

regreso con el medicamento, plenamente

convencido de que cambiaría la suerte de la

humanidad.

Mientras iba de regreso paulatinamente sentía mi

piel reseca, áspera y estaba tan sediento que mis

pulmones sufrieron un trauma y empecé a

hiperventilar; mi estado de salud era delicado y las

mutaciones de mi piel empeoraban rápidamente.

Noté que una presencia extraña seguía mis pasos

y me desvié del camino buscando donde

refugiarme. Golpeé una puerta y…

- ¿Para donde crees que vas?, escuché.

- Discúlpeme señor, necesito ayuda. He

caminado durante varias horas, sediento,

agotado, a punto de desvanecerme.

- ¿Por qué piensas que debo ayudarte. Acaso

crees que me importa si mueres o no. Igual la

muerte es lo que nos espera?

- Ayudeme, Ayudem…

Fue lo último que pude decir mientras mi cuerpo

caía al suelo y pasó no sé cuánto tiempo, pero al

abrir mis ojos percibí que estaba en un lugar

oscuro y no encontraba la salida, estaba tan

asustado que comencé a gritar.

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- Ábranme, ayúdenme. Debo salir pronto de

aquí…

Espaciosamente logré escuchar que alguien

bajaba las escaleras y me di cuenta de que una luz

acompañaba cada movimiento y me revelaba

lentamente de quien se trataba.

- ¿Quién eres tú?, ¿Cuál es tu nombre?, le

pregunté.

- No importa mi nombre. Igual, ya no soy el que

era antes. Por tu culpa murió mi hija y no

permitiré que vivas ni que tengas paz el resto de

tu vida. Haga lo que haga yo estaré siempre allí

para impedir que salgas adelante.

- ¿Qué quieres de mí?, ¿Por qué me encierra?...

¡No puede ser! Usted es el padre de Valentina,

es por eso que me odia. Me cree culpable de su

muerte y además es claro que nunca me quiso,

desde niño siempre me miraba mal porque mi

familia era pobre.

- ¡Cállese hombre! No haga tantas preguntas, no

diga tantas tonterías. Simplemente necesito su

piel para sentirme mejor, así que prepárese.

En un silencio profundo me quedé pensando en

qué tan loca había sonado la última frase que dijo

al marcharse y no podía quitar de mi mente la idea

de que ya lo conocía; había algunos rasgos en él

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que me eran familiares, pero eran muy pocos. Mi

cuerpo se estremeció y entré en un estado de

reflexión, preguntándome una y otra vez, por qué

esta tragedia había llegado tan lejos; la locura

ahora era parte de la humanidad, y esa locura los

convertía en monstruosidades, en personas sin

sentimientos y que viven con malos recuerdos,

recuerdos que los han obligado a responder con

resentimiento y odio. El magnánimo ahora ya no

existe, ahora es una virtud que se ha quedado en

el pasado y jamás volverá.

Sabía que este hombre me iba a asesinar tarde o

temprano, así fuera el padre de Valentina, como yo

suponía; nunca me iba a permitir explicarle lo que

pasó. Debía huir rápidamente de este lugar para

llevarles a Juan Pablo y María Ángela el hidroxidon

que permitiría la salvación de la humanidad.

Revisé mi maleta y pensé qué podría utilizar para

escapar, y entre latas de comida ideé una

herramienta para abrir la puerta del sótano,

aprovechando una tenue luz que entraba por una

especie de ventana llena de moho y de telarañas.

Luego de dos horas esperé el momento oportuno

para probar mi herramienta, pero tenía una gran

dificultad que era imposible de solucionar y era la

oscuridad que había al pie de la puerta, puesto que

no me permitía tener una visión clara de cada

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movimiento. El tiempo era otro factor importante y

lo estaba perdiendo, sabía que si no lograba

escapar los seres humanos, o lo que quedaba de

ellos, se extinguirían por completo.

Minuciosamente percibí un silencio que me hizo

pensar que el hombre había caído en un profundo

sueño. No escuchaba pasos, y me llené de valor

para intentar escapar; caminaba muy despacio,

trataba de ser muy silencioso aunque los nervios

hacían que mis movimientos fueran torpes y

causara uno que otro ruido sin querer. Llegué

hasta la puerta y por medio del tacto busque la

perilla, saqué mi herramienta para poder abrirla y

despaciosamente la introduje.

Logré salir y abandoné el sótano, pero aún no

había escapado. Debía salir de la casa sin que el

hombre se diera cuenta, así que caminé despacio

en medio de la oscuridad hasta que pude verlo

acostado en el sofá, sumido en un sueño profundo.

Pasé por su lado con mucha cautela y no podía

creer que lo había logrado.

Regresé con Juan Pablo y María Ángela, pero me

sentía agobiado, no podía olvidar la imagen de

aquel hombre ni sus palabras, y algo en lo más

profundo de mi ser me decía que era el padre de

Valentina y estaba seguro de que no sería la

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primera vez que se atravesaría en mi camino,

porque los deseos de venganza no tienen límites…

Ya en el laboratorio conformamos un equipo

maravilloso; mis hermanos, mis padres; el

hermano de Valentina, el doctor Barón; Juan Pablo

Ferreira y su esposa María Ángela, todos

experimentados investigadores y científicos, con

diferentes experiencias; animados por el recuerdo

de Valentina y de Sofía, y motivados al ver los

resultados de las terapias en Trosqui- Amblek.

Trabajamos seis meses, tal vez un poco más;

corregimos errores, diseñamos un nuevo antídoto y

por fin llegaría el día de probarlo.

Todos estábamos ansiosos pero ilusionados, más

ahora que el antídoto de los esposos Ferreira se

les había acabado y ellos nuevamente estaban con

mutaciones la mayor parte del tiempo, lo que no

hizo que perdieran la esperanza; por el contrario,

trabajaban cada día con más interés y optimismo;

tanto que fueron ellos mismos en postularse como

voluntarios a lo que todos creíamos sería el

ensayo definitivo.

Tomaron el antídoto mientras todos los

observábamos, pero poco a poco nuestras miradas

se sumieron en una profunda tristeza. No pasaba

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nada, absolutamente nada. Solo nuestro perro

seguía siendo normal, pero la raza humana no.

Al día siguiente salí a caminar, desesperado y

totalmente pesimista. Quería morir, ponerle fin a mi

existencia. Ni la caléndula, ni el hidroxon, ni la

sangre de un perro, nada, ni el sacrificio de

Valentina, ni el de Sara, nada ha valido la pena. La

raza humana se extinguía. Caminé y camine hasta

llegar cerca al Parque Nacional, tal vez en mi

inconsciente quería buscar a John, tal vez no fue

un sueño aquella vez que hablé con él y que pude

volar.

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Capítulo XIII

UNA ALIANZA SALVADORA

Laura Camila Bejarano

Sorpresivamente se oyó una fuerte explosión, no

sabía que era, pero en medio del aturdimiento,

corrí como pude. No sé si lo hice en círculos o

avancé. No quería que atraparan y me mataran.

Sentía muchas sensaciones de desasosiego,

miedo, impotencia y hastío, y empecé a llorar

desconsoladamente.

Caminé a tumbos hasta un callejón derruido. Cerca

de un montículo de escombros y me tumbé con la

cara al cielo. Me preguntaba ¿por qué a nosotros?

¿Por qué nos pasaban estas cosas tan terribles?

¿Qué habíamos hecho tan malo como para pagar

este castigo tan grande?

Sin notarlo, se acercó a mí una extraña criatura

humeante, un lagarto robusto y verde. Me

observaba con sus ojos laterales y con doble

membrana. Me quedé inmóvil, para que pensara

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que estaba muerto. Sin embargo, regresó y me

miró con más detalle. Lo tuve tan cerca que por

poco colapso. Respiraba muy lentamente. Olía a

pólvora.

Fueron segundos eternos. De pronto empecé a

recibir una especie de voz interna, que retumbaba

en mi cabeza, como una extraña telepatía, la

misma que me permitió comunicarme con John, lo

recordaba ahora claramente y estaba más seguro

que nunca de que aquel encuentro pasado no fue

un sueño.

Me miraba y me transmitía su voz. ¡Era la criatura

tratando de comunicarse conmigo! Luego se alejó

caminando erguido, como un mono. Reanudé mi

camino sin rumbo y al llegar al callejón tuve que

detenerme. Había decenas de lagartos en la calle;

parecía una reunión. Me ubiqué estratégicamente

para no ser visto. No emitían sonidos y solo el líder

movía las patas delanteras en señal no verbal de

estar hablando. Los demás atendían. Eran

muchos. 40 o 50 tal vez.

Se sentía un olor a gas impresionante que

provenía de una tubería; en ese momento, sonó

otra explosión y los lagartos volaron por el aire. Yo

estaba a unos 10 metros y me cubrí con el muro

del callejón. Quedaron dispersos y mutilados,

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muchos perdieron sus miembros y cabezas. Solo 4

o 5 salieron ilesos, pero no se desesperaban y por

el contrario iniciaron una extraña danza alrededor

de los restos de sus compañeros.

Desconcertado, pero sin dejarme ver, observé que,

lentamente, los trozos de criaturas empezaron a

moverse en suelo humeante, como si cobraran

vida, y empezaban una transformación increíble,

como si se tratara de un efecto de una película de

ciencia ficción. No lo podía creer, lo que nuestra

humanidad quiso hallar durante siglos, ante mis

ojos ocurría con la mayor naturalidad.

La multitud de criaturas se dispersó y me oculté

detrás de un container de basuras abandonado;

esperé un rato y me acerqué para tomar algunas

muestras de piel y escamas que estaban en el

suelo. Vi por donde se fueron y marqué el lugar

para orientarme y regresar. Volví a casa de los

Ferreira, les conté lo sucedido y por sus miradas

creo que pensaron que me estaba enloqueciendo.

Les mostré los rastros de piel y escamas que traía

y logré que empezáramos de nuevo a investigar y

a trabajar en el laboratorio para perfeccionar el

antídoto. Pasaron varios días, probando y

probando, pero nada funcionaba bien. Había algo

que no estaba saliendo, ya que las partes

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deformes se acentuaban y todo se convertía en

ensayo error. Cada día que pasaba era un fracaso

más. Me sentía atrapado en el laboratorio y

nuevamente decidí salir a despejarme.

Volví a aquel lugar pero había una lata en el suelo

y accidentalmente la hice sonar, lo que provocó

que todos miraran hacia mí. Me aterroricé porque

pensé que me matarían, pero ¡las criaturas

continuaron su reunión como si yo no existiera!

Fue un momento épico. Solo se oía el rozar de las

escamas del líder al mover sus patas delanteras,

como si estuviera dando un discurso. De nuevo,

volví a oír en mi cerebro una voz y otra y otra más,

pero no entendía ese dialecto de chasquidos

roncos y sonoros, hasta que entendí un ‘¿cómo te

llamas?’. Lo oí perfectamente, como la voz de mi

profesora de matemáticas en el colegio. Respondí

hablando, pero no me entendieron, sin embargo

volvieron a preguntarme y respondí mentalmente,

a lo que inmediatamente recibí respuesta:

- Soy Xam. Vengo de Celerius, a 30 millones de

años luz de aquí. Hablo tu lengua, porque llevo

años conviviendo con ustedes. Conocí la tierra

cuando era esplendorosa. Vivía en Chía y vi

como poco a poco ustedes acabaron con el

agua, el aire y los recursos naturales. Pensaron

que todo era eterno. Somos piratas galácticos,

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vamos de galaxia en galaxia buscando planetas

en vía de destrucción para colonizar. Nos

alimentamos de dióxido de carbono, azufre,

monóxido de carbono y smog. No matamos a

seres vivientes a menos que nos ataquen…

Yo estaba estupefacto. Me preguntaron que si

estaba solo y les respondí que no, que éramos

varios y que estábamos trabajando en el antídoto

para volver a ser los que éramos antes. El lagarto

se me acercó y telepáticamente me dijo:

- No podemos ayudarlos. Somos de especies

distintas en ADN y origen. Ustedes son

homínidos y nuestra tecnología es distinta.

Hemos usado por siglos los aminoácidos del

carbono y el oxígeno, así como el bióxido de

carbono que es el catalizador. El postre de la

vida, nuestra son los desechos radiactivos. El

uranio, torio, potasio, radón con hidrógeno, es

algo que en ningún lugar la galaxia se

encuentra. Eso nos mantiene vivos. Por eso, el

insumo principal son los desechos

contaminantes. Lamentablemente, esperamos a

ver si los habitantes toman conciencia. Algunos

lo hacen. La juventud tiene la fuerza y la

disposición para salvar planetas como este.

Cuando hay la voluntad se puede, cuando no lo

hacen, sucede lo que aquí. Tienen que

extinguirse prácticamente para que entiendan.

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Ustedes son los únicos sobrevivientes de la

hecatombe. La especie humana se extingue.

Le insistí en que necesitábamos ayuda. Me dijo

que estaban trabajando en los asentamientos para

los celeriuranos en las centrales nucleares e

instalando los recuperadores de la atmósfera que

succiona el gas atmosférico, toma el monóxido de

carbono, el bióxido, el azufre y liberan oxígeno, y

nuevamente me dio un no rotundo como

respuesta.

- Ahora estamos usando el mercurio como

alimento con muy buenos resultados, hemos

montado filtros en los ríos para absorber este

metal líquido y dejar al agua limpia. Los

humanos no aprenden. No entienden. Les

entregaron un paraíso y lo destruyeron.

- Tienes toda la razón, les dije. También me han

maravillado con la capacidad de regeneración

física de sus cuerpos.

- Qué ironía contestó. Ustedes lo ven todos los

días con las iguanas y otras especies de reptiles

como la salamandra. Las iguanas regeneraban

sus colas que desprendían a voluntad; es el

mismo principio que usamos nosotros. Somos

lagartos.

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Pasaron los días, no avanzábamos. Hablaba

mentalmente con Xam casi todo el tiempo, pero no

lograba convencerlo, hasta que un día me llevó a

su cuartel y tenían a uno de los nuestros colgado.

Me aterroricé. Pensé que me habían engañado y

que me atacarían. Traté de huir y me atraparon.

Con una fuerza descomunal me redujeron y me

sometieron. Xam ya no hablaba. Oía otras voces

inentendibles. Gritaba mentalmente pero fue inútil,

no me respondía. Ese humano colgaba de los

brazos, parecía muerto. Me pusieron frente a él.

Estaba decepcionado y aterrorizado, las paredes

del lugar parecían cascadas de aceite brillante, olía

a pólvora. No entendía nada y todo parecía un

caos. De pronto oí en mi mente una voz profunda y

fuerte. Hablaba épicamente pero yo no entendía.

Xam empezó a traducir:

- Si quisiéramos exterminarlos ya lo habríamos

hecho. Ustedes son frágiles pero altamente

destructivos, por eso, cualquier humano que

traspase la línea será eliminado. Pero también,

si quieren, pueden ayudarnos. Aun cuando son

pocos y débiles, pueden ser útiles y en equipo

podremos encontrar un antídoto que los salve a

ustedes, humanos, porque nosotros ya no

podemos reversar. Si se comprometen,

tendremos mucho trabajo y los resultados serán

buenos para todos.

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Yo me atreví y le dije:

- ¿Pero, cómo lograr que los otros humanos que

están allí afuera accedan y crean todo esto?

Se echó a reír a carcajadas delirantes.

- Eso lo solucionamos, pero necesitamos de su

ayuda para poder avanzar en nuestro plan de

reconstrucción del planeta que conformamos

todos los mutantes y que hoy es perseguido por

nuestros enemigos llamados tomosumis, que

solo le tienen miedo a los terrícolas.

Xam traducía muy rápido. El jefe, volvió a

comunicarse: “observa lo que pasa con este ser

igual a ti, que cuelga frente tuyo; primero lo

probamos en los perros y fue exitoso, pero en el

humano no es permanente, aunque estoy seguro

de que ustedes tienen el complemento para que

sea efectivo y no pasajero”.

Uno de los lagartos, extrajo una jeringa enorme,

con un líquido verde amarillento y se lo inoculó en

el cuello. Él había estado en nuestros

experimentos pero había empeorado hasta casi

morir. Entonces, presencié algo increíble. Los pies

empezaron a definirse, las manos, la cara todo el

cuerpo se empezó a transformar y, en cuestión de

segundos, quedó como un humano normal, sus

mutaciones eran mínimas. No lo podía creer, era

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un milagro. Xam me liberó y me dijo que debía

hablar con los demás terrícolas sobre lo que había

visto. Que haríamos un pacto. A mí me pareció

sencillo. Salí corriendo hasta la casa de los

Ferreira, que se había convertido en el cuartel

general.

La negativa fue total. Me dijeron que estaba loco.

Peleamos fuerte. Les dije todo lo que vi, pero no

me creyeron. Me encerraron en un baño porque

me consideraban un peligro, y por su cuenta

decidieron seguir las investigaciones. Pasaron

varias semanas y el antídoto no estaba

completamente bien hecho como para salvar a un

humano, alcancé a escuchar. De un momento a

otro oímos un estruendo, como una bomba.

Algunos muros cayeron. El impacto fue tan grande

que la puerta del baño se abrió, salí corriendo,

miré al cielo y vi muchas naves sobrevolando, era

el ataque de los tomosumi. Suspiré.

- ¿Aún hablas con los lagartos?

Sorprendido le respondí al doctor Ferreira:

- Sí, pero he pasado mucho tiempo aquí en

cerrado, ustedes me creyeron loco. ¿Por qué

ahora si decidieron creerme?

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- Necesitamos ver una nueva luz. Si es verdad

que esos seres existen y tienen la cura para

todo esto, son nuestra última esperanza. Diles

que estamos dispuestos a apoyarlos pero a

cambio que nos ayuden con la cura.

Inmediatamente le hablé a Xam; estaba herido,

con una bala tóxica en su cuerpo que le habían

lanzado los tomosumis. Si moría se rompería la

comunicación. Corrí al cuartel de los lagartos, me

abrí paso entre los escombros, busqué la sala del

aceite en cascada y lo hallé; regresé a donde el

doctor Ferreira y le pedí que los ayudara, y él tomó

el aceite y unas medicinas y los mezcló

rápidamente.

Parecía tarde. Xam yacía doblado de dolor,

inmóvil. Tomó su pata delantera y dijo:

- Tiene pulso, está vivo. Estos seres son de

sangre fría. No sé si el remedio surta efecto.

No reaccionó. Parecía muerto. No tenía heridas

porque había regenerado el tejido, pero el tóxico

estaba dentro, ese era su punto débil. De repente

empezó a abrir los ojos y se reincorporó. Le dijo a

otro lagarto que le pasara el DRE y este trajo la

inmensa jeringa; me buscó la yugular y me inyectó,

también al doctor Ferreira. Sentí un frío

impresionante y me dolió la cabeza, pero

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inmediatamente empecé a recuperar mi forma

humana. Nuevamente vi el mundo como antes.

El doctor Ferreira estaba estupefacto, no lo podía

creer. Me dio un par de sutiles golpes en la

espalda y al oído me dijo “Perdón, debimos creerte

desde un principio. Ahora solo nos queda llegar a

un acuerdo.” Tuvimos una charla telepática por un

largo tiempo, ellos accedieron a darnos el antídoto

para salvar a nuestra pobre humanidad agobiada o

por lo menos lo que quedaba de esta. Nosotros

estuvimos de acuerdo con que tomaran de nuestro

planeta lo que ellos tanto anhelaban para vivir.

Vacunamos a todos los nuestros. Todos se

recuperaron. La Tierra se ha recuperado en un 65

por ciento. Hay cosas que no se salvaron. Esta

alianza con los lagartos dio los frutos. Somos una

generación nueva, de una raza buena, que es muy

consciente de lo que tiene; tenemos un pequeño

pozo de aguas cristalinas que solo yo sé dónde

encontrar y cómo utilizar, una mascota amiga de

los lagartos, una raza extraterrestre amigable con

nuestro planeta y una gran lección que contar a

nuestras generaciones futuras, aunque no

sabemos a ciencia cierta hasta cuándo va a durar

la raza humana...

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AUTORES

Katherín Rodríguez

Javier Andrés Mesa Hernández

Juan Diego Sosa Ardila

Óscar Ortega

Diego Benavides

Mónica Andrea Calderón

Jhon James Jerez

Fabián Gómez

Kelly Moreno

Manuel Baquero

Yuly Pachón

Natalia Preciado

Laura Camila Bejarano

Estudiantes de III Semestre de la Facultad de

Comunicación Social de la Universidad Cooperativa de

Colombia.

Docente: Marisol Ortega Guerrero – Periodista y

Comunicadora Social.

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