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El Cultural NÚM.227 SÁBADO 23.11.19 [Suplemento de La Razón ] ALMA DELIA MURILLO IMAGINARIOS CARLOS VELÁZQUEZ BLACK MIRROR MADRID VEKA DUNCAN ENTREVISTA A SERGIO FREIDBERG AGADEZ, ÁFRICA: LA RUTA DEL DESIERTO DIEGO GÓMEZ PICKERING JULIO RAMÓN RIBEYRO: LA SOLEDAD Y EL FRACASO EDUARDO ANTONIO PARRA HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ Arte digital > A partir de un retrato de Julio Ramón Ribeyro en limagris.com > Mónica Pérez > La Razón EC_227.indd 3 EC_227.indd 3 21/11/19 22:12 21/11/19 22:12

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El CulturalN Ú M . 2 2 7 S Á B A D O 2 3 . 1 1 . 1 9

[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

ALMA DELIA MURILLOIMAGINARIOS

CARLOS VELÁZQUEZBLACK MIRROR MADRID

VEKA DUNCANENTREVISTA A SERGIO FREIDBERG

AGADEZ, ÁFRICA:LA RUTA DEL DESIERTO

DIEGO GÓMEZ PICKERING

JULIO RAMÓN RIBEYRO: LA SOLEDAD Y EL FRACASO

EDUARDO ANTONIO PARRAHÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ

Arte digital > A partir de un retrato de Julio Ramón Ribeyro en limagris.com > Mónica Pérez > La Razón

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El Cultural02

DIRECTORIO

Roberto Diego OrtegaDirector

@sanquintin_plus

Julia SantibáñezEditora

@JSantibanez00

Director General Editorial › Adrian Castillo Coordinador de diseño › Carlos Mora

CONSEJO EDITORIAL

Contáctenos: Conmutador: 5260-6001. Publicidad: 5250-0078. Suscripciones: 5250-0109. Para llamadas del interior: 01-800-8366-868. Diario La Razón de México. Nueva época, Año de publicación 11

Carmen Boullosa • Ana Clavel • Guillermo Fadanelli • Francisco Hinojosa • Fernando Iwasaki • Delia Juárez G.Mónica Lavín • Eduardo Antonio Parra • Bruno H. Piché • Alberto Ruy Sánchez • Carlos Velázquez

El Cultural[ S u p l e m e n t o d e La Razón ]

Twitter: @ElCulturalRazon

Facebook: @ElCulturalLaRazon

A caso por casualidad, quizás por destino, mi primer contacto con la producción del peruano Julio Ramón Ribeyro fue con “Sólo

para fumadores”. Digo destino porque, fumador empedernido como soy, incur- sionar en este relato me provocó esa im- presión tan conocida por lectores de cualquier época y latitud de estar ante un texto escrito sólo para mí. Al recorrer sus páginas y adentrarnos en esa experiencia humeante que se inicia en la adolescen-cia, Ribeyro nos conduce por un viaje a través de la memoria —suya y nues-tra—, cuya ruta inicia con el entusiasmo ante el tabaco, pasa por la justificación del acto de fumar, cruza el largo trecho de la empatía, se despeña en el miedo a las consecuencias físicas y, al final, termi-na en la aceptación resignada. Pieza anfibia, a medio camino entre la cróni- ca autobiográfica, el ensayo y la confe-sión, “Sólo para fumadores” tal vez sea, paradójicamente, el texto más célebre de un gran cuentista cuya obra, el resto, resulta poco conocida por lo menos en nuestro país.

En reuniones con colegas, en talleres literarios, al preguntar si alguien ha leído a Julio Ramón Ribeyro casi todos respon-den que “han escuchado su nombre” (no falta quien pregunte a su vez si me refiero a un escritor brasileño). Algunos dicen co-nocer “su texto sobre el tabaco”, pero casi nadie recuerda otros cuentos escritos por él. Entonces los más interesados apun-tan su nombre y, cuando volvemos a en- contrarnos, me dicen que lograron leer en internet tal o cual relato pero que no en-contraron ningún libro suyo en librerías. No sé si esto se deba a que, como afirman los editores, “el cuento no vende” y por lo tanto no se publica, ni siquiera cuando se trata de un clásico del género. Lo cierto es que en mis primeras dos décadas co- mo lector apenas tuve referencias de sus títulos, y después de leer en copias fotostáticas “Sólo para fumadores” y tres o cuatro relatos más, tras buscar sus volú-menes durante años logré ubicar en una librería un olvidado y solitario ejemplar de Prosas apátridas, que tampoco es un libro de cuentos, pero que me llevó a acer-carme un poco más al estilo del autor.

Si el boom latinoamericano propició la lectura internacional de escritores provenientes de una región que no había trascendido el público local, también es cierto que puso el foco sobre unos cuantos nombres, pero muchos otros

fueron relegados. Es el caso del peruano Julio Ramón Ribeyro, creador de una narrativa deslumbrante, que pocos leen hoy. En este 2019 se cumplieron noventa años de su natalicio y están por celebrarse veinticinco

de que recibiera el Premio FIL (entonces, Premio Juan Rulfo), distinción que le llegó muy poco antes de su fallecimiento, el 4 de diciembre de 1994. En ese marco lo recordamos con dos aproximaciones a su trabajo creativo.

LA TENACIDAD D EL FR AC A SO

EDUARDO ANTONIO PARRA

Foto > elem.mx

Los cuentos de Julio Ramón Ribeyro

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PENSAMIENTOS, REFLEXIONES, mi-croensayos, aforismos, estampas ca- llejeras, apuntes que se quedaron sin desarrollar ni alcanzar forma narrati-va acabada, estas prosas pueden por momentos iluminar el camino de cualquier escritor, o de quien intente serlo, señalándole sin dogmas ni di-dactismos el camino espiritual de la pasión por la literatura, las maneras de contemplar lo cotidiano y definir sus significados ocultos, o incluso los amargos descubrimientos que se ha-cen del oficio por medio de la lectura:

Literatura es afectación. Quien ha escogido para expresarse un medio derivado, la escritura, y no uno na-tural, la palabra, debe obedecer las reglas del juego. De ahí que toda tentativa para dar la impresión de no ser afectado —monólogo inte-rior, escritura automática, lenguaje coloquial— constituye a la postre una afectación a la segunda poten-cia. Tanto más afectado que un Proust puede ser un Céline, o tanto más que un Borges un Rulfo. Lo que debe evitarse no es la afectación congénita a la escritura, sino la re-tórica que se añade a la afectación.

Pero también, en ocasiones, revelan fragmentos de biografía del autor, sus reacciones ante los embates de la vida, o incluso lúcidas y pesimis- tas observaciones sobre el sentido de la existencia:

Somos un instrumento dotado de muchas cuerdas, pero generalmen- te nos morimos sin que hayan sido pulsadas todas. Así, nunca sabre-mos qué música era la que guardá-bamos. Nos faltó el amor, la amistad,

el viaje, el libro, la ciudad capaz de hacer vibrar la polifonía en noso- tros oculta. Dimos siempre la mis-ma nota.

Al expresar, de modo fragmentario, el ars poetica de Ribeyro, Prosas apátri-das viene a ser reverso y complemen-to de su obra narrativa. En este libro destacan, además de las observacio-nes mencionadas, un modo particu-lar de ver la realidad, de pensarla y de transformarla en palabra escrita, y una habilidad para detectar personajes vencidos por las circunstancias o atra-pados en situaciones opresoras para las que no hay salida. Como lector, lo supe luego de unos años de haber- lo leído, cuando al fin conseguí el pri-mer volumen de cuentos del autor, publicado en 1955, cuando tenía vein-tiséis años de edad.

LO PRIMERO que se advierte en Los gallinazos sin plumas es un absoluto dominio del género, raro en un es-critor tan joven. Todas las piezas son cuentos redondos, contundentes, bien acabados. Y si a eso se añade el lenguaje transparente, ágil y directo, poético sin ser pretencioso, a veces re-flexivo sin resultar moroso, su lectura resulta una experiencia literaria cabal y agradable, más allá de que los temas pongan frente a los lectores la cruel-dad desnuda de la vida contemporá-nea, sobre todo porque el conjunto del libro se centra en las tragedias de las clases marginales de Lima. A pesar de ser un trotamundos desde muy joven, y de haber vivido gran parte de su vida en ciudades europeas, en especial en París, Julio Ramón Ribeyro nunca dejó de explorar la realidad de su terruño por medio de la escritura. Sus relatos,

no importa dónde hayan sido escritos, son peruanos.

Los protagonistas de Los gallinazos sin plumas son seres marginales que nunca pudieron integrarse a la socie-dad limeña, o que sí lo hicieron pero están a punto de ser expulsados de ella, en plena caída. Hombres y mu-jeres atrapados en situaciones deses-perantes, se debaten, sin éxito, por escapar; buscan rutas de salida que por momentos lucen francas, pero al tratar de tomarlas vuelven a cerrarse sin remedio. Así le sucede a Paulina en el cuento “Interior L”, quien tras haber sido violada por un albañil y tomar la decisión de abortar el producto de esa violación, ve que su miseria se vuelve peor cuando su padre bebe completo el dinero que le entregaron como “re-paración del daño”:

Hacía de esto ya algunos meses. Des- de entonces iba haciendo su vida así, penosamente, en un mundo de polvo y de pelusas. Ese día había sido igual a muchos otros, pero sin- gularmente distinto. Al regresar a su casa, mientras raspaba el pavi-mento con la varilla, le había pare-cido que las cosas perdían sentido y algo de excesivo, de deplorable y de injusto había en su condición, en el tamaño de las casas, en el color del poniente. Si pudiera por lo menos pasar un tiempo así, bebiendo sin apremios su té cotidiano, escogien-do del pasado sólo lo agradable y observando por el vidrio roto el pa- so de las estrellas y las horas.

Ya sean los niños, a quienes el abuelo obliga a trabajar en los basureros pe-penando desperdicios para engordar el puerco que va a vender (“Los galli-nazos sin plumas”), o el hombre que sabe que será asesinado en el mar por el pescador que desea a su mujer (“Mar afuera”), o la mujer que ve la muerte de su marido como el único camino para salir de la miseria (“Mientras arde la vela”), o el recluso que debe darle una golpiza a otro para que lo dejen sa-lir de prisión a ver a la mujer de la que está enamorado (“En la comisaría”), o la sirvienta que escapa de un pa- trón abusivo sólo para ser abusada por su salvador (“La tela de araña”), los protagonistas de Los gallinazos sin plumas esperan una oportunidad que no aparece, y si aparece es llena de obs- táculos que se ciernen sobre ellos como una telaraña desgastándolos, do- blando su voluntad, hasta que sus an-sias de huida devienen rendición ab-soluta. La vida nos vence de manera irremediable, parece afirmar el autor a través de sus historias, no hay nada que hacer para defendernos de ella. Y la esperanza es un elemento que recrudece la tortura; quien se aferra a ella, encuentra aún más sufrimiento.

A partir de su primer libro de cuen-tos, Julio Ramón Ribeyro planteó al- gunas de las directrices que siguió en su obra posterior. La mayoría de sus protagonistas son seres margi-nales, muchos pertenecientes a las clases proletarias, otros tan sólo inmer- sos en un universo circular del que se han resignado a no salir, es decir, doble-gados, vencidos. Hombres y mujeres

“LO PRIMERO QUE SE ADVIERTE EN LOS GALLINAZOS SIN PLUMAS ES UN

ABSOLUTO DOMINIO DEL GÉNERO, RARO EN UN ESCRITOR TAN JOVEN. TODAS LAS PIEZAS

SON CUENTOS REDONDOS, CONTUNDENTES. SU LECTURA RESULTA UNA EXPERIENCIA CABAL .

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Julio Ramón Ribeyro

(1929-1994).

EDUARDO ANTONIO PARRA (León, Guanajuato, 1965) es autor de Sombras detrás de la ventana (Era, 2009), El rostro de piedra (Era, 2017) y Laberinto (Literatura Random House 2019), entre otros libros.

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habituados a la espera de algo, lo que sea capaz de arrancarlos de esa existen-cia doliente, aunque muy en el fondo saben que ese algo nunca llegará, y si llega los someterá a mayores su-frimientos. Este tipo de personajes y situaciones se repetirán en sus si-guientes libros, pero conforme el es- critor domine aún más el género del cuento y gane en conocimiento vi-tal aparecerán junto a otros, los que se desdoblan de la propia vida y ex-periencia de quien los escribe —los intelectuales—, y aquellos que atravie- san situaciones absurdas o fantás- ticas, como puede verse en su segun-do volumen de cuentos, publicado tres años después.

EN CUENTOS DE CIRCUNSTANCIAS Ri-beyro extiende sus intereses temáti-cos, así como sus técnicas y estrategias narrativas. Diversifica los puntos de vista (aunque da preferencia a la pri-mera persona), el modo de construir las atmósferas y, sobre todo, cambia el tono de la narración dejando espacio para el humor y la ironía. El libro abre con un cuento que se ha convertido en clásico, “La insignia”, donde un hom-bre encuentra en un basural un ob-jeto brillante y se agacha a recogerlo. Como el título lo indica, se trata de una insignia. Aunque no sabe de qué es, le gusta y decide usarla. De inmediato la gente a su paso comienza a tratarlo con deferencia, algunos se identifi- can con él y es invitado a la reunión de una cofradía, donde recibe encomien-das cada vez más importantes hasta llegar al puesto más alto, sin enterarse nunca de qué representa la insignia ni a qué se dedica la cofradía. Histo- ria que roza lo fantástico pero que per-manece en el ámbito del absurdo para desplegar una incisiva crítica de los comportamientos sociales, “La insig-nia” es tal vez el primer cuento del au-tor que le dio prestigio internacional.

Otro comportamiento social absur-do en sí mismo se refleja en el relato “El banquete”, donde Ribeyro se burla del ridículo al que se exponen, debido a su ambición, los arribistas. Aquí un hombre adinerado arriesga sus pro-piedades y su capital con tal de ofre-cer un festejo para el presidente de la república, con la esperanza de obtener

una canonjía para acumular mayor ri- queza, pero no toma en cuenta los vai-venes de la política en países como los nuestros. En “La molicie”, el narrador y un amigo son derrotados por el cli-ma veraniego de París, a pesar de que lucharon heroicamente por no su-cumbir ante él. “La botella de chicha” y “Explicaciones a un cabo de servicio” son francas comedias de equivoca- ciones. “Páginas de un diario”, “Los eu-caliptos”, “Scorpio” y “Los merengues” recurren a las memorias de infancia para establecer un tono nostálgico que se mezcla con la tragicomedia, y “El tonel de aceite” narra los intentos va-nos de un joven asesino para huir de la justicia.

Pero, además de “La insignia”, los dos relatos que más llaman la aten-ción de Cuentos de circunstancias son “Doblaje” y “El libro en blanco”. Ahora sí instalado por completo en el género fantástico, el primero aborda un asun-to clásico en la narrativa universal, el doble. Al tener como antecedentes en el tema a autores como Dostoyevski y Edgar Allan Poe, Julio Ramón Ribeyro toma distancia de ellos (y tal vez, de modo inconsciente, se inclina por un autor como Jorge Luis Borges), por lo que su narrador-protagonista parte de un supuesto libro hindú de ocultismo donde lee: “Todos tenemos un doble que vive en las antípodas. Pero encon-trarlo es muy difícil porque los dobles tienden siempre a efectuar el movi-miento contrario”. Frases que actúan como detonantes y lo hacen localizar en un globo terráqueo el punto más alejado del planeta, antes de empren-der el viaje en busca de su doble, en un periplo que lo llevará de ida y vuelta hasta un final por demás sorpresivo. Aún más cercano a Borges es “El libro en blanco” (pienso en “El libro de are-na”) donde, siguiendo la línea del objeto mágico, el narrador recibe como regalo un libro sin páginas impresas para que escriba en él sus próximos textos. Al tenerlo en casa, las desgracias se aba-ten sobre él. Lo regala, y quien lo recibe también sufre sus reveses, hasta que a su vez también lo entrega como obse-quio y la historia se repite...

CON SUS DOS volúmenes iniciales, pu-blicados antes de los treinta años de

edad, Julio Ramón Ribeyro dejó claro su lugar preponderante en la tradición del cuento en lengua española, esta-bleció los alcances temáticos de su es-critura y planteó las obsesiones que se repetirían, siempre con formas e his-torias distintas, a lo largo de su obra. De la fantasía al absurdo, de la crítica social a las historias de familia, de los recuerdos de infancia donde la nostal-gia se impone al registro de la evolu-ción de una gran ciudad como Lima, de la exploración de los bajos fondos al retrato social de su país, Perú, en los cuentos de este autor siempre nos toparemos con solitarios que viven en los márgenes, luchan hasta la rendi-ción por trascender las circunstancias que los mantienen en el lado gris de la existencia y son, casi siempre, venci-dos por la tenacidad del fracaso.

Pero si circunscribiéramos más el objeto narrativo del autor, éste tal vez sería Perú y los peruanos, como pue-de advertirse en su cuarto libro, Tres historias sublevantes, escrito en ple-na madurez creativa, cuyo epígrafe, extraído de un texto escolar, reza: “El Perú es un país grande y rico, situado en América del Sur, que se divide en tres zonas: costa, sierra y montaña”, lo que da pie a Ribeyro para entregar a los lectores sus primeros relatos largos y situarlos en esas zonas geográficas de su país. “Al pie del acantilado” es la conmovedora historia de un hombre que junto con sus hijos levanta su casa en una playa diminuta, literalmente “contra viento y marea”. A estos hom-bres siguen otras familias, hasta que se construye una verdadera ciudad perdida en las orillas de la capital pe-ruana. Por unos años todos llevan una vida con carencias, pero libre, casi fe-liz, hasta que llega gente del gobierno y todo se desmorona. “El chaco” es un western en el que los hacendados de la región serrana persiguen por las mon-tañas, con el fin de ejecutarlo, al único hombre rebelde que se ha atrevido a mostrar su independencia desobede-ciendo a uno de ellos. Y “Fénix” es una tragicomedia donde el autor, además de adaptar las técnicas del monólogo interior al estilo de Faulkner en Mien-tras agonizo, mezcla con gran sentido irónico dos grupos humanos que no parecen tener nada en común, y sin embargo actúan de modos muy simi-lares: los cirqueros y los militares.

JULIO RAMÓN RIBEYRO escribió hasta el final de su vida seis libros de cuentos más, en los que siguió desarrollando sus obsesiones y ampliando sus ho- rizontes técnicos. En ellos hay varias obras maestras a las que los lectores de- bería tener acceso. En esta época, de vez en cuando aparece en librerías el vo-lumen La palabra del mudo, que reú- ne sus relatos completos. Si un lector consigue localizarlo, será para él una suerte, porque se trata de la obra de un cuentista formidable, inolvidable, que nunca decepciona. Un clásico.

“EN LOS CUENTOS DE RIBEYRO NOS TOPAREMOS CON SOLITARIOS QUE LUCHAN

HASTA LA RENDICIÓN POR TRASCENDER LAS CIRCUNSTANCIAS QUE LOS MANTIENEN

EN EL LADO GRIS DE LA EXISTENCIA Y SON VENCIDOS POR LA TENACIDAD DEL FRACASO .

RefeRenciasJulio Ramón Ribeyro, Prosas apátridas, Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 2007.

, La palabra del mudo, Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 2011.

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A l entrar a la Facultad de Filo- sofía, me encontré con los libros del boom latinoameri-cano, en especial las novelas

de Mario Vargas Llosa y Gabriel Gar-cía Márquez, que me cautivaron. Los maestros decían que el boom era un asunto comercial, sin embargo, para mí sus obras valían por sus estructu-ras contundentes, los tratamientos del lenguaje y por esa extraña pátina que las recubría, una suerte de conti-nuación de un mundo que siempre me había sido personal, la literatura fran-cesa del XIX. Si para los comentadores el boom era una cuestión de marketing, para mí era la última rama de una lite-ratura que había surgido con Cervan-tes, pasaba por Hugo, Balzac, Flaubert y Maupassant y recalaba en la Genera-ción perdida de Estados Unidos. No ne-cesitaba un teórico que me respaldara, la relación de Flaubert y Vargas Llosa o de García Márquez con Faulkner eran ostensibles. Lejano a la opinión de muchos colegas, siempre he tenido al boom como parte imprescindible de la literatura. Mi reclamo iba por otros linderos, pues mientras se mostraban estos seis o siete autores al mundo, había una serie de escritores latinoa-mericanos que vivía a la sombra de la promoción, los agentes, las traduccio-nes y los premios. No puedo borrar de mi mente la frase de un editor francés: “En Francia el boom acaparó toda la atención y fue hasta que vine a vivir a México que leí a autores como Ibar-güengoitia”. Evidentemente, había es-critores que no se conocían por igual: Fernando del Paso, Sergio Pitol, la Ge-neración de Medio Siglo, Roberto Arlt, Juan Filloy, Juan Carlos Onetti, Mario Levrero, Manuel Puig, Rodolfo Walsh, João Guimarães Rosa, Jorge Amado, Juan José Saer, Antonio Di Benede- tto, Andrés Caicedo, Julio Ramón Ri- beyro y muchos más, que no habían llegado a la otra orilla. Es cierto, algunos franquearon las fronteras del idioma, pero fue con posterioridad. No trato de hacer una historia del boom amplia-da o engordada, lo que me interesa es

alumbrar un poco esa sombra anulada por la plétora de ese fenómeno.

Por sus características, Julio Ramón Ribeyro (1929-1994) pudo ser incluido en el boom, pero no lo fue. Hizo estu-dios de Letras y Derecho en la Univer-sidad Católica de Lima, Perú. Después, gracias a una beca, fue a España y Francia. En estancias cortas, vivió en Múnich, Amberes, Berlín, Hamburgo y Fráncfort. Visitó su país en varias oca-siones, pero nunca regresó a radicar, lo cual siempre fue una tentación, ya que pensaba que podría ser catedráti-co de la Universidad de San Marcos, en la cual dos de sus antepasados fueron rectores. En Francia se ganó la vida siendo portero de edificio y llegó hasta a hacer ramassage de vieux journaux (recolección de periódicos viejos); des-pués entró en la agencia France-Presse y finalmente obtuvo un cargo en la UNESCO. En algún momento escri-bió que frecuentaba el café Old River, adonde iba a escribir Julio Cortázar, y que Gabriel García Márquez conocía sin poder entrar debido a su precarie-dad económica. Ribeyro compartía el París de muchos latinoamericanos que sobrevivían exiliados debido a las dic-taduras militares del continente.

SU FAMILIA PERTENECÍA a la clase media ilustrada, pero cayó en desgra-cia debido a la muerte del padre. Sus hermanos estuvieron a cargo de la manutención de la casa y Julio Ramón carecía de respaldo familiar. Traductor de notas periodísticas, ensayista, afo-rista, dramaturgo, novelista y, sobre todo, excepcional cuentista y diarista, se adaptó siempre a los contratiempos, lo cual nutrió su narrativa. En pocos ca-sos hay una relación tan estrecha entre vida y obra.

Debido a la publicación de sus dos piezas maestras: La palabra del mudo (2010) y La tentación del fracaso (2003), la reunión de sus cuentos y su diario, respectivamente, podemos ver la pe-netración de su mirada, la capacidad delicuescente de su narrativa y la cons- tante inquietud que le causaba la es-critura. Su diario incluye la reflexión literaria, la reseña de las discusiones

con sus amigos, su precario estado de salud y sus autoflagelaciones. Recono-ce “la humillación de la infecundidad, la ausencia de fuerza creadora. La cau-sa de todo esto es la vacilación perma-nente en que vivo, la pulverización de mis energías entre diversas solicitacio-nes”. Nos muestra su estado anímico y su disputa interna. No escribe el diario para componer o mejorar su imagen: sólo retrata su vida como escritor, des-balagado, curioso, inconstante, pero aferrado a la palabra:

En este momento, frente a mí, ten-go por lo menos diez cuadernos co-menzados. En uno está mi novela, en otro algunos cuentos, más allá un estudio sobre Thomas Mann, unos apuntes sobre los diarios ínti- mos, los “cuadernos de Juan Ton-tín”, las obras de teatro... Cada vez que me siento a trabajar no sé por dónde comenzar. Cojo un cuader-no, pongo unas líneas, lo cierro para coger otro y así, entre correcciones, añadiduras, me paso la jornada sin haber podido concluir nada. Lo que necesito es romper con todo este lastre, archivar todo lo comenzado y empezar desde el principio una sola cosa. Vivo prisionero, limitado por mis viejos proyectos.

Hay una desazón tremenda cada vez que Ribeyro se percata de los progre-sos de su coetáneos y, en contraste, percibe el caos en el que vive, su lidia con el desgano y la soledad. Sin em-bargo, la escritura permanece como el único asidero.

EL DESASOSIEGO por la falta de recur-sos es otra de sus obsesiones. En algu-nos cuentos magistrales la soledad y la pobreza están presentes, como en “Explicaciones a un cabo de servicio”, cuando la pareja de amigos piensa que podría iniciar un negocio con una in-versión; el socio acude a sus parientes, hacendados y gente bien posicionada. Mientras, el protagonista sólo puede obtener algún capitalito de su vecino. Igualmente en “Mientras arde la vela” o “La tela de araña” los personajes no

La dispersión y el tratamiento de la desesperanza más absoluta son elementos que signan la obra de Julio Ramón Ribeyro. Inquieto, visitó lo mismo el cuento que la novela, el teatro que los diarios

íntimos; en cada uno de esos paisajes dio voz a protagonistas límite del contexto peruano. Tanto el agravio extremo como la podredumbre humana habitan su escritura, marcada por la sutileza,

la hondura psicológica y el estilo personalísimo de un autor que encontró en la palabra exacta su último asidero.

HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ@HectorIvanGP

EL APRENDIZAJED E L A SO LEDAD

Julio Ramón Ribeyro

A Federico Guzmán y Conrado Arranz

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El escritor peruano.

encuentran a nadie cuando necesitan ayuda económica, lo que será una cons- tante en su diario.

Gracias a La tentación del fracaso sur- gen las circunstancias que dan vida a su narrativa y sus reflexiones, que se caracterizan por la agudeza de ideas, el rigor y la exactitud en su perspectiva. Si por momentos La tentación del fra-caso nos dibuja a un Ribeyro amilana-do, desconcentrado y extraviado en el mundo práctico, también nos entrega a un sabueso de los conceptos más lúci-dos. Siempre está a la caza de la lectura que trascienda en él y de la conversa-ción que ensanche su mente. Por ejem-plo, cuando lee a Charles Du Bos, llega a una conclusión esclarecedora:

En efecto, pensaba hace poco que lo que determina el éxito o el fracaso de una persona es la forma como se concilian sus diversas cualidades. No por una ausencia de aptitudes muchos fracasan sino por una inter-ferencia de aptitudes. Parece que el genio exige la armonía o la inarmo-nía, pero jamás la incompatibilidad de cualidades. La imaginación y el poder analítico suelen entorpecer-se mutuamente, tanto como la in-teligencia y la memoria o la fuerza creadora con la erudición.

En muchos sentidos, el diario de Ribe-yro demuestra que su fin primigenio es “tenerse a sí mismo como interlocu-tor”. Poner por escrito las ideas en su mente justifica todo el ejercicio. Tam-bién es un espacio para que el “ámbito de la intimidad” aloje las frases, el vo-cabulario a usar, las tesituras y la vida psicológica, para gestar las inquietudes estéticas de un artista:

Imágenes, sensaciones, recuerdos, ideas, proyectos coexisten... bajo el doble aspecto de la anarquía y de la tendencia a su formulación. Este ám-bito, siendo el más confidencial, es al mismo tiempo el más fácilmente comunicable; a pesar de su comple-jidad, es discernible en sus com- ponentes. Podría definírsele como la zona fronteriza de la vida interior donde se produce un tránsito cons-tante entre la oscuridad y la claridad o el punto ideal donde la emoción se convierte en palabra.

Vemos a un lúcido pensador en el dia-rio íntimo, pero Julio Ramón Ribeyro es también, indefectiblemente, un amo del cuento. Coincido con lo que comenta Philippe Ollé-Laprune en su obra Los escritores vagabundos:

[...] conocemos aquella idea de que no se puede ser un “verdadero” es-critor si no se ha publicado una no-vela. De 1956 a 1966 escribirá tres, y

las publicará lentamente según sus deseos o la necesidad. Aun si el esti-lo y el tono de Ribeyro están ahí, con su gusto por los marginales o los fra-casados de cualquier calaña, estos libros están anclados en la realidad social de Perú y no alcanzan nunca las cimas de sus otros escritos. Lúci-do y severo con su obra, él mismo lo dice en varias ocasiones: sus novelas son malas.

Sin embargo, en esta falla Ribeyro tam- bién encuentra todo un tema de ho-nestidad y discernimiento. A partir de un diálogo con su amigo Víctor Li, con-cluye que cada subjetividad encuen-tra su propio continente para crear su obra. Más que un pretexto o una justi-ficación, Ribeyro llega a una hipótesis interesante:

El hecho de que hasta ahora sólo ha- ya escrito cuento es significativo. Vendría a confirmar la teoría de Víc-tor Li de que los géneros literarios tienen su más profunda raíz no en determinados esquemas formales, sino en ciertas disposiciones sub-jetivas. Yo veo y siento la realidad en forma de cuento y sólo puedo expresarme de esa manera. En otras palabras, mi inteligencia está dis-puesta de tal manera que todos los datos que percibo se ordenan de acuerdo con cierto molde interior —¿categorías?— cuya estructura no puedo modificar. De allí que hasta el momento no pueda escribir no-velas, poemas ni piezas dramáticas y cuando lo he intentado he conse-guido sólo cuentos deformados.

TIENDO A NO CREER en determinis-mos de toda laya, sin embargo, la idea de que exista una propensión a tener “cierto molde interior” o disposiciones subjetivas no me saca de quicio. Lo que es evidente es que de cualquier si-tuación Ribeyro podía hacer un cuen-to, ya sea dentro de un pasaje de su diario, una carta o una conversación. Al considerar la totalidad de su obra

cuentística, Sólo para fumadores, Rela-tos santacrucinos, Silvio en El Rosedal, El próximo mes me nivelo, Los cautivos, Cuentos de circunstancias, Las botellas y los hombres y, sobre todo, Los galli- nazos sin plumas, uno puede percatar-se del lugar que ocupa en la narrativa en español, un lugar de orden mayor. Con un tono parecido al de Roberto Arlt o de Juan Rulfo, donde aparecen personajes marginados, seres maltre-chos por la calle o por los años, mu-jeres que no tienen otra opción que vivir con hombres asquerosos, Ribeyro nutre una literatura entrañable. Él mismo señaló que había tratado de ani-mar todo ese ambiente, de infundirle vida y movimiento. “La visión resulta al final un poco miserable, pero exacta y verosímil”. Por otra parte, buscaba la exactitud psicológica y ponderaba “la presión de los hechos sobre las per-sonas”. Señaló que su obra se podía de- finir como una “historia psicológica de una decisión humana”.

Son cuentos colmados de sutilezas (“Nuevos niños vinieron y armaron sus juegos en la calle triste. Ellos eran feli-ces porque lo ignoraban todo. No podía comprender por qué nosotros, a veces, en la puerta de la casa, encendíamos un cigarrillo y quedábamos mirando el aire, pensativos”); donde sondeos psi-cológicos tienen lugar (“Don Roberto, a la vista de todos aquellos papeles, sin-tió una sorda humillación. Tenía la im-presión de que esos cuatro señores se habían puesto a desnudarlo en públi-co para escarnecerlo o para descubrir en él algún horrible defecto”); donde la frustración es inexorable, incluso para el ganador (“Le pareció en ese momento difícil restituir el dinero sin ser descubierto y maquinalmente fue arrojando las monedas una a una, ha-ciéndolas tintinear sobre las piedras”). A un personaje como Mercedes, de “Mientras arde la vela”, un acto defini-torio la va a liberar del esposo que se bebe todas sus ganancias y se niega a darle el divorcio; con ese acto criminal su vida mejorará de manera profunda. O, en un caso totalmente contrario, María, de “La tela de araña”, quien ha intentado liberarse de los atavismos familiares y religiosos, irreductible-mente se rendirá a su lascivo protector.

EN SUMA, la obra narrativa de Julio Ramón Ribeyro muestra el ambien-te de un Perú, de una América Latina aún latentes, donde aparecen la po-breza, el cochambre en las paredes, la podredumbre humana, y se exhibe a los personajes que tienen una histo- ria que contar, que tejen su vida día a día, sin repetir otra cosa —al parecer— que una secuencia mecanizada y pro-fundamente absurda.

“EL DIARIO DE RIBEYRO DEMUESTRA QUE SU FIN PRIMIGENIO ES TENERSE

A SÍ MISMO COMO INTERLOCUTOR. TAMBIÉN ES UN ESPACIO PARA QUE EL ÁMBITO

DE LA INTIMIDAD ALOJE EL VOCABULARIO A USAR .

RefeRenciasJulio Ramón Ribeyro, La palabra del mu- do, Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelo- na, 2011.

, La tentación del fracaso. Diario personal (1950-1978), prólogos de Ra-món Chao y Santiago Gamboa, Seix Barral, Biblioteca Breve, Barcelona, 2014.Philippe Ollé-Laprune, Los escritores vaga-bundos. Ensayos sobre la literatura nómada, traducción de Claudia Itzkowich y Héctor Iván González, Tusquets, México, 2017.

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NIAMEY.– “Níger le da la bien-venida a África”, los letreros de cartón atados con corde-les y retazos de alambre se

suceden en todos los postes de luz a lo largo de la Route Nationale 1, la ca-rretera más importante del país que conecta a Niamey con su aeropuerto y, más allá, con la frontera chadiana, a unos 1,500 kilómetros de distancia. In-tercalados en francés, portugués, árabe e inglés, los rótulos ostentan los logos de la Unión Africana, con los retratos oficiales de una cincuentena de presi-dentes y jefes de estado africanos.

La 55 Cumbre de la Unión Africa-na, celebrada este verano en Niamey, atrajo al país del Sahel los reflecto- res del mundo por una semana, ade-más del primer hotel de gran lujo del país, el Radisson Blu, que no pide nada a establecimientos similares en Europa o Asia. Pero también la oportunidad de desmarcarse oficialmente de un tema que resulta incómodo pero inescapa-ble, tanto para Níger como para todo el continente: la migración.

¿Qué fue lo mejor de este país?, le pregunto a Lothar, uno de los delega-dos extracontinentales venidos desde allende el Mediterráneo, como en ca- da cumbre, para ofrecer, en la medida de lo posible, una mano amiga al África de las múltiples facetas. “Agadez, aun-que nunca la llegamos a conocer”, me contestó sin el menor atisbo de duda.

LA PERLA DEL SAHEL

... explorar aquella parte del Níger que ha permanecido escondida del mundo.

HeinRicH BaRtH, Travels and Discoveries in North and Central Africa.1

Cuando Heinrich Barth vislumbró por vez primera los contornos de arcilla, ba-rro y adobe de Agadez, hacia mediados del siglo XIX, sus ojos habían recorrido ya miles de kilómetros desde las cos- tas libias del Mediterráneo hasta los confines del lago Chad y los alrededo-res de la capital del imperio maliense de Tombuctú. Su dominio del árabe y seis lenguas autóctonas del África Oc-cidental y del Sahel, le abrió paso como

no hubo de abrirse para prácticamente ningún otro europeo antes de él. Con la venia del sultán del Aïr,2 en el otoño de 1850 el discípulo de Alexander von Humboldt, nativo del puerto hanseáti-co de Hamburgo, se estableció por es-pacio de un mes en una amplia casa de construcción tradicional, en el centro de esa ciudad del desierto. El explora-dor y lingüista prusiano fue el primer europeo que vivió en Agadez. Desde ahí, sus notas, bosquejos, dibujos y descripciones, recogidas en múltiples diarios posteriormente convertidos en libros, dieron testimonio de la gran- deza y riqueza de la ciudad; ese lugar de caravanas e intersecciones, olvidado por el mundo.

Fundada por tribus bereberes hacia finales del siglo XI, Agadez alcanzó su punto culminante en el siglo XVI, luego de desarrollarse y fortalecerse econó-micamente. Su posición estratégica a

las puertas del Sahara, equidistante entre el Mediterráneo y el golfo de Guinea, le dio un lugar especial en las rutas de las caravanas, con lo que logró suplantar a Assodé como capi-tal del sultanato del Aïr. Así, Agadez se convirtió en el centro del mundo de aquel entonces, referente de los comerciantes de sal y de los impe- rios en derredor, desde los Atlas ma-grebíes hasta el sultanato de Kano, desde Constantinopla hasta los férti-les campos de Nubia. Fue en esos años que León el Africano la visitó, descri-biéndola como una “ciudad rodeada de murallas, de casas sólidas y suntuo-sos palacios”. La ciudad de las ochenta mezquitas y los indomables camellos; la impenetrable y la inconquistable. Agadez, la eterna. La capital por dere-cho propio de la tierra de los tuaregs.

El pueblo tuareg, cuya etimología en árabe deriva de la palabra cami- no, es la nación que habita el Sahel y que encuentra su mayor concentra-ción —cerca de 750 mil personas, de acuerdo con el censo más reciente— en Níger. Con un lenguaje, una escritura y filosofía de vida propias, los tuareg son parte indisociable del Sahara; durante más de medio milenio han dominado los caminos que disectan esa difícil geografía que une, y a la vez divide, al África negra del Maghreb y del Medi-terráneo. Han trascendido, y seguirán

Al tiempo que migrantes cameruneses mueren ahogados en el Pacífico chiapaneco, más de mil angoleños, ghaneses y congoleños esperan hacinados y con resignación un futuro que no llega a la Estación Migratoria Siglo XXI

en Tapachula; cientos son perseguidos por la Guardia Nacional. Las puertas para África se cierran incluso en México. No así en la mítica ciudad nigerina de Agadez, a la entrada del infierno desértico

del Sahara. Ahí debemos mirar para entender más a África y su migración; para entenderla mejor en el México de hoy.

AGADEZ, ÁFRICA L A RUTA D EL D E S IERTO

DIEGO GÓMEZ PICKERING@gomezpickering

“EL PUEBLO TUAREG HABITA EL SAHEL Y ENCUENTRA

SU MAYOR CONCENTRACIÓN —CERCA DE 750 MIL PERSONAS,

DE ACUERDO CON EL CENSO MÁS RECIENTE— EN NÍGER .

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Radisson Blu,

Niamey.

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haciéndolo, los intentos de domina-ción de otomanos, franceses, nigeri-nos, malienses, chadianos o chinos. Son los amos y señores de su propio país, para el que no existen fronteras que valgan.

A la llegada de Barth, en 1850, la ciu-dad había visto pasar sus mejores días, aunque, como lo demuestran los escri-tos del alemán, su poder de seducción seguía engatusando a quienes ponían pie en ella. Para la llegada de los france- ses en 1900, Agadez distaba mucho de las glorias que recogió León el Africano, aunque su espíritu, tuareg, permane-cía indómito. Las revueltas que culmi-naron en matanzas selectivas antes de iniciar los años veinte del siglo pasado y el levantamiento tuareg de los años noventa son un muy claro ejemplo de ello. El poco control e interés por par- te del gobierno central de Niamey sobre estas tierras del norte, desde la decla- ratoria de independencia de Francia en 1960, también atestigua la autono-mía irrestricta de este pedazo del Sa-hel. Porque Agadez, la tuareg, nunca se habrá de rendir, ante nadie.

“Podrán pasar por aquí, con sus tro- pas, sus armas o sus drones, pero nunca podrán quedarse. Agadez y su desierto no les pertenecen, son sólo nuestros”, la voz de Omar, un tende-ro que vende telas teñidas con añil en el mercado central, suena tan seria y contundente como sus declaracio- nes sobre las cada vez más visibles unidades militares rumanas, rusas, australianas, indias y británicas. El hombre tuareg de semblante color purpúreo, como muchos de los de su estirpe, mide más de dos metros y lle-va siempre un turbante de color pastel. Poco importa que el representante del gobierno central haya prohibido por-tarlos, para no confundir a las tropas americanas y francesas apostadas en la ciudad ni asustar a los escasos turis-tas que llegan hasta ahí, ante la decaída imagen que del país ha dado el terroris-mo. Aquí la única palabra que cuenta es la del sultán y la única voluntad que se cumple es la del pueblo tuareg.

Desde el paso de Barth por sus ca-lles de arena, mucho ha cambiado en Agadez, aunque mucho también sigue igual. Las caravanas, los comerciantes, los mercenarios y los aventureros la mantienen como punto de partida y como parte de sus itinerarios. Hoy, desafortunadamente, el comercio no es de sal sino de uranio, de armas y de per- sonas. Migrantes, todos ellos, en busca de una vida mejor, fuera de hambrunas, desempleo, insostenibles condiciones climáticas, terrorismo y extremismo religioso. Hombres, mu- jeres, ancianos, jóvenes e, incluso, niños, personas como tú o como yo: lo que aventuran es su vida y lo que

apuestan es su futuro y supervivencia. Porque para ellos es el único camino que queda. Están dispuestos a perder-lo todo con tal de ganar algo, libertad y mañana.

TODOS LOS CAMINOSLLEVAN A AGADEZ

“Con mucho cuidado, por favor agache la cabeza durante las primeras tres se-ries de escalones”, Abu Bakr, paciente pero firme, nos da la instrucción antes de traspasar la minúscula puerta de entrada a la Gran Mezquita, el corazón de la ciudad y su edificio más icónico. Su minarete, la construcción de ado-be más alta del mundo, alcanza los 27 metros de altura y es visible desde cual-quier punto de Agadez. Hasta su cum- bre puede accederse a través de una cincuentena de reducidos escalones que a manera de serpiente abrazan el interior del minarete. “Sobre todo, eviten a toda costa despertar a los murciélagos”, sentencia el guardián del sacro lugar para la urbe musul- mana, que difícilmente abre sus puer-tas estos días, fuera de la furtiva visita de algún funcionario de Niamey o del interés casi morboso de los militares extranjeros y de los cooperantes in-ternacionales aquí basados. Los di-minutos ratones calvos, como se les denomina en francés [chauves-souris], tienen el interior del minarete sitiado y empastado de guano; poco duró la advertencia de Abu Bakr cuando la pri-mera camada de molestos murciélagos voló contra nuestras cabezas.

Hoy, los mamíferos voladores —unos cuatrocientos, calcula a ojo de buen cubero Abu Bakr— son los reyes del lugar, donde pasan la mayor par- te del día colgados de sus techos y paredes, con excepción de su salida masiva entre seis de la mañana y una de la tarde en busca de comida. “Antes, apenas se les veía por aquí. Yo subía y bajaba las escalinatas del minarete por lo menos unas veinte veces al día. Hoy apenas lo hago una vez al mes”, confie-sa Abu Bakr con una voz entre cansada y nostálgica. “Aquellos sí que eran bue-nos tiempos”, agrega derrotado, casi al alcanzar la cúspide del minarete, des- de donde las vistas de toda la ciudad y de sus oasis circunvecinos son es-pectaculares. El avejentado custodio de la mezquita se refiere a la época de oro del turismo en Agadez, cuando un par de veces a la semana, flamantes Boeings 747 conectaban con vuelos directos el pequeño aeropuerto del de- sierto con la capital francesa. Des-de París llegaban cientos de turistas alemanes, galos, ingleses, italianos, es-candinavos, españoles e, incluso, esta- dunidenses, agrupados en autobuses

turísticos, en paquetes todo incluido y, también, en solitario y con mochila al hombro. La derrama económica de esa actividad turística alimentaba de so- bra a una ciudad que siempre ha de-pendido, en cierta forma, de su relación con el resto del mundo. Hoteles, res-taurantes, librerías, tiendas de recuer-dos y antigüedades, manadas enteras de camellos dispuestas para largas ex- cursiones en el desierto, estaban a la orden del día. Tras las revueltas tuareg de finales del siglo pasado y la cada vez más frágil situación de seguridad en la región por las revueltas de la primave-ra árabe —que llevaron al colapso del vecino régimen de Muamar Gaddafi en Libia—, van más de diez años que no se para turista alguno en Agadez. Aunque eso no quiere decir que la gen-te haya dejado de venir o de pasar por la ciudad.

“Tan sólo en lo que va de 2019 he-mos ya contabilizado cerca de 80 mil migrantes que transitan por Agadez.

AGADEZPOEMA ATRIBUIDO

A JUAN PABLO CASTEL

Negra, roja y azul,en temeshik * o en francés,tu nombre evoca sedición,nunca rendirse y también pasión.

De tus jardines bañadospor aguas de mayo ytus huertos de cebolla,guayaba y piña,

a tus noches de eclipseslunares y tormentas eléctricas;tu historia, que son muchas,sigue escribiéndose en esa arena que cubre tus calles,erige tus minaretes y pintatus rostros de eternidad.

Aunque aquél,el que dice conocerte,sin haberte jamás visto a los ojos,se empeñe en enterrarlapara reescribirla.

* Lengua del pueblo tuareg.

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Gran Mezquita

en Niamey.

“EL CUSTODIO DE LA MEZQUITA SE REFIERE A LA ÉPOCA DE ORO DEL TURISMO EN AGADEZ,

CUANDO UN PAR DE VECES A LA SEMANA, FLAMANTES BOEINGS 747 CONECTABAN

CON VUELOS DIRECTOS EL PEQUEÑO AEROPUERTO DEL DESIERTO CON LA CAPITAL FRANCESA .

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Eso sin tener en cuenta a todos aque-llos que han escapado nuestro moni-toreo y que podrían ser varios miles más”, confirma con un dulce acento portugués María, encargada de la ofi-cina en Agadez de la Organización In-ternacional para las Migraciones (OIM). En la actualidad, la más importante organización del sistema de Naciones Unidas en materia de migración cuen-ta con tres centros de acogida en la ciudad, que en promedio albergan a unas 500 personas cada uno. En su mayoría adultos jóvenes, adolescen-tes, hombres y niños, pero también algunos ancianos y muchas mujeres. Todos subsaharianos, provenientes de Senegal, Gambia o Benín; son marfile-ños, nigerianos, togoleses, malienses, eritreos, chadianos, cameruneses, con-goleños y burkineses. En su inmensa mayoría, víctimas de trata y de redes de tráfico humano con ramificacio- nes tétricas que van de las islas ita- lianas del Mediterráneo a los mercados callejeros de Lagos. Todos esperando seguir su camino, nunca hacia atrás, siempre hacia adelante.

La depresión económica generada por la ausencia del turismo y el aban-dono por décadas de parte del gobier-no central; el irrefrenable trasiego de armas desde y hacia la frontera libia como consecuencia del caos generado tras el colapso de la Jamahiriya;3 los cada vez más evidentes estragos de la emergencia climática en el Sahel, que han alterado irremediablemente los ciclos de lluvias y con ello de pasto- reo y cultivo; más el desplazamien-to forzado de miles de personas por conflictos interétnicos y religiosos co- mo resultado de ello, han hecho de Agadez, y de todo el país tuareg, una inmensa y lenta bomba de tiempo. Una bomba a punto de explotar y que no habrán de detener los cientos de millones de euros que Bruselas ha in-yectado al gobierno comandado por Mahamadou Issoufou para detener el flujo de la migración a través de sus fronteras, ni los cientos de millones de dólares que Washington ha inver-tido en la construcción de sus bases aéreas y de drones en Agadez. Si aca-so, todo ello vuelve la bomba más peligrosa y a sus primeras víctimas, los migrantes en espera de futuro, más vulnerables.

BONNE ARRIVÉE?No a todos los niños que nacen

otorga Dios su bendición.4

Una de las frases que se escucha con más frecuencia en Agadez, a toda hora del día y de la noche, y que se queda grabada en la mente es bonne arrivée: buena llegada, bienvenido en la acep-ción más amplia y afectuosa de la fra-se. Quien se aventura hasta esta capital del desierto la escucha a la menor pro-vocación, aunque no necesariamente pueda o deba sentirse bienvenido. Su paso por aquí, todos lo saben, es temporal, y de él buscan todos sacar provecho: el migrante que sólo anhela cruzar ese interminable desierto para, si tiene suerte, zarpar de Libia hacia Europa y el traficante que ve en ese migrante su forma de subsistir.

“Las tarifas alcanzan el millón de francos”, revela Ahmed sobre el precio que cobran actualmente los guías, tua-reg en su mayoría, que acompañan los destartalados camiones que salen prác-ticamente todos los días desde Agadez hacia la frontera con Libia, a través de las rutas más recónditas del desierto nigerino, en un intento por escapar de los omnipresentes drones america-nos y de los cada vez más comunes y severos retenes del ejército del Níger. “Por persona, claro está”, aclara Ah-med sobre la cantidad, que equivale a dos mil dólares estadunidenses y que los migrantes se ven forzados a desem-bolsar —además de lo que pagan a los traficantes antes de llegar a Agadez y después de pasar la frontera libia— si no quieren terminar enterrados entre las interminables arenas del Sahara. Ahmed conoce bien el mercado, es parte del mismo. El endurecimiento de las políticas europeas, las presio-nes constantes de gobiernos occiden-tales sobre Niamey y las crecientes crisis sociopolíticas en todo el con- tinente negro hacen de la ruta del desierto, que inicia en Agadez, la vía de escape de un infierno asegurado. Una vía cada vez más peligrosa y también, tristemente, cada vez más socorrida.

“Yo estoy esperando el momento adecuado para volver a intentarlo”, me confía Rakieh, una fornida y risueña mujer de cuarenta y pocos años que trabaja como doméstica en el barrio residencial de Plateau, uno de los más acaudalados de Niamey. Originaria del norte de Togo, llegó a Níger hace cinco años, con la intención de atravesarlo hacia Agadez y desde ahí seguir la ruta que sus tíos, hermanos y varios pri-mos emprendieron meses antes para alcanzar Italia, a través del desierto y del Mediterráneo. De su pueblo, en una de las zonas más empobrecidas de Togo y acechado desde hace algu-nos meses por células locales afiliadas a grupos extremistas islámicos del África Occidental, son muchos los que han seguido el mismo camino. Pocos, sin embargo, sobreviven para contarlo. “Dos hermanos murieron ahogados

antes de que rescataran su balsa cer-ca de Lampedusa, y mi marido que-dó varado en el desierto entre Níger y Libia, ya nunca más supimos de él”, reconoce la mujer de expresiva mira-da. Cuando fue el turno de Rakieh, el camión que la transportaba junto con una treintena de migrantes se estropeó a mitad del Sahara nigerino. Pasaron tres días antes de que los sobrevivien-tes fueran rescatados por una misión de salvamento. Desde entonces se estableció en Niamey, trabajar y en- viar dinero a sus padres y dos de sus hijos, que dependen de sus reme- sas en Togo. “Tengo derecho a hacerlo”, remata sobre su propósito de no clau-dicar y alcanzar un día Europa; y sí, Ra-kieh lo tiene, como también todos los demás. Porque migrar es un derecho, independientemente de que muy po-cos en estos días lo quieran reconocer.

A unos cientos de metros de la casa que limpia Rakieh en Niamey, la Cum-bre de la Unión Africana está a punto de llegar a su fin. En la agenda temáti-ca, el fenómeno migratorio realmente nunca trascendió del papel. Aunque las voces silentes que lo personifican —como la de Rakieh— suenen cada vez más fuerte, el mundo no duda en se-guirlas ahogando. Su eco, no obstante, siempre se escuchará, a la par del vien-to y del desierto, en Agadez. Porque ahí, esas voces son inmortales.

notas1 Heinrich Barth, Travels and Discoveries in North and Central Africa: Being a Journal of an Expedition Undertaken Under the Auspi-ces of H.B.M.'s Government, in the Years 1849-1855, Archivo del Museo Peabody, Universidad de Harvard. 2 La meseta del Aïr, que posee un microclima saheliano en medio del desértico Sahara, coin-cide con la división política de las provincias más septentrionales de Níger y con el área cultural controlada y habitada desde inicios de nuestra era por el pueblo tuareg.3 Socialismo nacionalista de Muamar Gaddafi.4 Frase inicial del canto épico del pueblo djer-ma del sur de Níger, conocido como Moolo de Gorba Dikko y publicado en español como El héroe que hizo un pacto mágico y fue al infierno y escuchó que cantaban allí su epopeya. Cantos épicos del pueblo djerma de Níger, traducción, edición y estudio de Safiatou Amadou y José Manuel Pedrosa, prólogo de Sandra Bornand, Calambur Narrativa, Madrid, 2014. El pueblo djerma es una de las etnias con mayor pre-sencia en Níger, aproximadamente cuatro millones de personas, que además de poder económico tiene significativa presencia en las instituciones del estado y en el ejército. Su distribución geográfica, al suroeste del país, coincide con la trayectoria del río homónimo, desde la frontera con Mali hasta las fronteras con Benín y Nigeria.

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Agadez, paso de migrantes.

“EL ENDURECIMIENTO DE LAS POLÍTICAS EUROPEAS Y LAS CRISIS

SOCIOPOLÍTICAS EN TODO EL CONTINENTE NEGRO HACEN DE LA

RUTA DEL DESIERTO LA VÍA DE ESCAPE DE UN INFIERNO ASEGURADO .

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“NOS HIZO LLORAR DE NUEVO MIENTRAS

RELATABA CÓMO SALIÓ DE SU OFICINA

PARA ESCUCHAR A UN HOMBRE MAYOR

QUE CANTABA MY WAY COMO SI LO HICIERA

SÓLO PARA ELLA .

NO NOS ASOMBRAMOS de que los niños tengan amigos imaginarios. ¿Por qué extrañarnos de que los tengan los adultos? Esa pregunta que ha resonado en mí desde que leí Niveles de vida de Julian Barnes hace algunos años, hoy se me presenta con un brillo intenso, como un rayo de lucidez.

REPARO EN QUE todos mis objetos, todo lo que me rodea, desde mis libros o mis fotos y las flores en mi escritorio hasta el par de tenis que llevo puestos, mis aretes, los tatuajes en mi cuerpo, son todos y cada uno el relato de mis afectos. Todo el imaginario de mis amores representados en un símbolo.

Y me entra de pronto una gratitud por todo lo que me rodea, que no son objetos ni muebles inanimados, sino la narrativa de una vida y un montón de querencias.

ANOCHE ME EMBORRACHÉ con mi amiga Luz, nos emborrachamos porque su padre acaba de morir de un modo inesperado y recibió la noticia mientras ella estaba del otro lado del mundo. Una putada.

Llegué al restaurante donde quedamos, atravesé el lugar y cuando llegué hasta ella se puso de pie, se abrazó a mí y lloró como una niña, sin pudor, dejando que el dolor la sacudiera hasta los huesos. Y lloré con ella porque es inevitable. Acompañar un duelo es llorar con quien llora.

DOS MUJERES de cuarenta años, de pie en medio de un espacio público, abrazadas con más de veinte años de amistad acompasando llantos, mocos y corazones. Tuvo su momento de gracia, debo decir.

El pobre mesero vino tres veces sin atreverse a interrumpir; cada vez que parecía que ya íbamos a tranquilizarnos, el hombre se acercaba a nosotras pero entonces le ofrecíamos un aluvión renovado de llanto y exhalaciones que volvía a ahuyentarlo.

Por fin nos sentamos y hablamos y lloramos y hablamos y lloramos y bebimos vino tinto. Y luego lloramos y reímos y lloramos y reímos y bebimos vino tinto.

Algo comimos, creo.

Y AHÍ SENTADA, frente a ella, deliberando la fecha en que se tatuará una breve pero entrañable y poderosa frase en honor a su padre, caí en cuenta de que, en los últimos tres años, cuatro amigas cercanas hemos enfrentado la muerte del padre.

La real, la de carne y hueso, la de cuando no lo puedes creer y te preguntas si sí pasó y por qué tan joven y por qué así y te sientes más adulta y a la vez más niña y comprendes lo que significa pasar los treinta y llegar a los cuarenta y masticar esa masa extraña que hace la mezcla de adultez y plenitud en una vida, y tragarla. Somos adultas. Rondamos los cuarenta años de edad, y nuestros padres han muerto.

EL DOLOR TRAJO una hermosura especial a Luz. El brillo del llanto que renueva los ojos, que paradójicamente enciende la mirada buscando alivio para esa zona oscura, para ese vacío donde hay un trozo informe que te falta. —Me duele aquí, como si me hubieran quitado un pedazo —me dijo poniendo la mano entre su cintura y su costado izquierdo. Y yo la vi más bonita que nunca, con su estar como si estuviera en otro lado, distraída, encantadora, suavizada toda por la infinita tristeza de la pérdida.

Hablamos mucho de las señales, esas señales que sólo quienes amamos lo perdido reconocemos, cuando el universo habla, cuando las sincronías se suceden una tras otra. —La canción favorita de mi papá era “My Way” —me dijo. Y luego me contó una escena que me cimbró toda y nos hizo llorar de nuevo mientras relataba cómo salió de su oficina para escuchar a un hombre mayor que cantaba “My Way” acompañado con su guitarra sobre la banqueta de enfrente, como si lo hiciera sólo para ella, como una serenata venida de otra dimensión a los pocos días de la muerte de su padre.

—¿Verdad que no estoy loca?

Y AHÍ PENSÉ en aquella pregunta de Julian Barnes en Niveles de vida, ¿por qué habríamos de estar locos cuando conectamos la intuición de adultos para comunicarnos más allá de lo explicable? ¿Es que sólo está permitido sentir así cuando somos niños?

MANTENER CON VIDA a quienes amamos, aunque ya no estén con nosotros, es uno de los impulsos más poderosos y conmovedores de nuestra especie, es quizá lo que perpetúa lo mejor de nosotros, sin afán de ofender descendencias. Dice Barnes en el mismo título, cuando habla de la muerte de su esposa luego de treinta años de estar juntos:

Comprendí que, en la medida en que mi mujer estaba viva, lo estaba en mi memoria. Claro que también pervivía intensamente en la mente de otras personas; pero yo era quien más la rememoraba. Si ella estaba en algún sitio, era dentro de mí, interiorizada. Esto era normal. Y era igualmente normal —e irrefutable— que no podía matarme porque entonces también la mataría a ella. Moriría por segunda vez...

Imagino redes, tejidos, membranas que se encogen y luego crecen. Pienso ahora en ese fragmento bellísimo del Libro del desasosiego donde Fernando Pessoa relata que el mozo de la oficina se fue y cómo por ese hecho él cae en cuenta de que cada pérdida de lo que forma su cotidianidad, lo disminuye.

Cada cosa que ha sido nuestra, aunque sólo por los accidentes de la convivencia o la visión, porque fue cosa nuestra se vuelve nosotros. El que se ha ido hoy, pues, a una tierra gallega que ignoro, no ha sido, para mí, el mozo de la oficina: ha sido una parte vital, por visual y humana, de la substancia de mi vida. Hoy he sido disminuido. Ya no soy el mismo del todo. El mozo de la oficina se ha ido.

CADA PÉRDIDA, lo que se va, los que se van, nos mata de cierta manera. Lo que fuimos para ellos, estar ante su presencia, se muere. Así nos queda, en el intercambio, ser la parte muerta (en ellos que ya no están) pero viva que los mantiene aquí; para que ellos sean la parte viva (en nosotros) pero muerta de facto.

El duelo es una enfermedad que no se cura con medicamentos ni con analgésicos, aunque ayuden a mitigar la lucidez de la pérdida; quizá lo único que equilibra el vacío es llenar con el impulso vital de los recuerdos, de los símbolos, de la comunicación real o imaginaria, un lugar en el mundo cuya dimensión no comprendemos, pero existe.

Cuando hay amor, no hay mensaje sordo ni homenaje vano.

I M A G I N A R I O S

PorALMA DELIA

MURILLO@AlmaDeliaMC

C R Ó N I C A S P L U T O N I A N A S

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Para Luz, siempre hermosa a su manera

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Page 11: NÚM.227 SÁ BA D O 23.11.19 El CulturalJULIO RAMÓN RIBEYRO: LA SOLEDAD Y EL FRACASO EDUARDO ANTONIO PARRA HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ Arte digital > A partir de un retrato de Julio Ramón

SÁBADO 23.11.2019

El Cultural 11

HE PERDIDO amistades, matrimonios, apuestas, la cordura, la razón, pero nunca había perdido la cartera.

Me he subido al metro Balderas a las siete de la tarde, he visitado las vecindades de venta de droga en Tepito, he recorrido la zona roja de Tijuana a las cinco de la mañana, he caminado de madrugada en el centro de Ciudad Juárez, me he encontrado en medio de una multitud de travestis y nunca había perdido la cartera. Hasta que...

Si una ciudad me despierta la sed es Madrid. Sin embargo, varias de mis pedas más memorables han ocurrido en la capital de Ex-pain. Y en Coyoacanistán. Y en Torreón. Y en Tijuana. Sí, cualquier pueblo puede desatar la bestia que llevo dentro. Sin embargo, en una ciudad con una alta población de bares las estadísticas se suelen incrementar.

Aterricé un jueves a las 9:25 am con la firme intención de desmayarme sobre la cama del Hotel de Las Letras de la Gran Vía. Me precedía una conexión criminal en Nueva Jersey. Apenas me deshice del peso muerto de mi maleta, me lancé a pistear. A partir de ahí el alcohol no dejaría de ser lo que ha sido hasta ahora: mi única patria.

El motivo de mi visita era que México era el país invitado al Festival Ñ. Sobra decir que no falté a ninguna de mis obligaciones. Soy un profesional. La noche del viernes me fui a la Casa de Alberto con Luis Jorge Boone, Fernanda Melchor y David Toscana. No sé si lo que me mató fue la cantidad de vino y cerveza, el jet lag o el puerco patrocinado por el secreto ibérico. Cabeceé en mi lugar como un almendrero cualquiera mientras el lugar hervía de gente. Conseguí caminar hasta mi hotel guiado en lo que podría calificarse como una representación de La parábola de los ciegos.

El sábado tomé la mejor decisión del mundo. Gastarme todos mis euros. Comida, libros y vinyles. Cometí el craso error de acudir a La Central con Boone y decirle tómate tu tiempo. En la hora y media que estuvo escogiendo títulos me embriagué en la cafetería de La Central de Callao.

Amanecí sólo con veinticinco euros. Mi propósito era descansar el domingo. Salí a comer a El Boquerón. Pero las cañas me calentaron la quijada y me fui a un gallego y luego a dos bares de Lavapiés. Entonces me convertí en protagonista de un capítulo de Black Mirror. A las dos de la madrugada me fui al hotel. Saqué de mi cartera la llave de la habitación y entré. Cuando me vacié las bolsas del pantalón para encuerarme, me percaté de que mi cartera había desaparecido.

Revolví el cuarto, salí al pasillo y nada. Había sido abducida. Tal como yo había sido abducido por los bares de Madrid. Al día siguiente esperé tres horas en la comisaría para levantar una denuncia. No tenía euros dentro. Pero sí mi visa gringa y mis tarjetas de débito. Y para volar de regreso requería la visa. Las chicas de la limpieza del hotel bucearon en la basura pero tampoco la encontraron. Al principio me masomenié. Luego me dije, vine a este mundo sin visa y sin tarjetas.

Qué gran momento para no ser boliviano o venezolano, lo digo con respeto, porque si he sido de cualquiera de esas dos nacionalidades me hubiera quedado atrapado en Madrid por un tiempo indefinido. Llamé a la embajada mexicana y me hicieron el enorme favor de cambiarme el vuelo. Para regresar por Frankfurt.

En la comisaría me dijeron que quizá me la sacó un carterista. Y que en esos momentos mi visa ya estaba siendo vendida en Senegal por dos mil euros. Pero no recuerdo chocar con nadie. Y el bar al que me metí estaba solo. Cuando volví de la comisaría vi una tarjeta del metro de Madrid inserta en el sitio donde debes poner la llave para que haya luz en la habitación. El mayor misterio es que esa tarjeta de metro estaba en mi cartera.

Una de las incomprensibles manías de borracho que me cargo es esconder la cartera cuando ando pedo. Lo hago incluso en mi casa. Y estando solo. A veces me he tardado hasta día y medio en encontrarla. No di de baja una de mis tarjetas de débito. Y mi saldo sigue intacto. No me siento orgulloso de haber perdido mi cartera, pero fue una buena prueba. Si puedo sobrevivir en Madrid sin un euro entonces no estoy tan aburguesado como creo.

Lo que sí lamento es el suéter que le iba a comprar a mi hija en el aeropuerto de Nueva Jersey de regreso. Que no compré para no ir cargando. Qué pasó. Creo que ni Mulder y Scully podría desentrañar el enigma.

PorCARLOSVELÁZQUEZ

E L C O R R I D O D E L E T E R N O R E T O R N O

@charfornication

B L A C K M I R R O RM A D R I D

ME DIJERON QUE

QUIZÁ ME LA SACÓ

UN CARTERISTA.

PERO EL BAR AL QUE ME

METÍ ESTABA SOLO .

EL DISCO de rock más interesante y alucinado que he escuchado este año es South of Reality de Les Claypool y Sean Lennon. Por eso, cuando supe que jalaban pa'l rancho con música y acompañamiento, armé los boletos para el lodazal del Hipnosis. A Primus, el otro grupo de Claypool, lo enfrentamos en enero y fue como torear un mamut que nos dejó sin aliento. El Delirium en aceite nos dejó sin cabeza. Lo dijo Claypool al micro: Man, you blew my mind.

Subieron a tocar a las diez de la noche mientras nos caía una lluvia pertinaz. El dúo del bajista más innovador en los últimos años con el estupendo guitarrista de Ghost of a Saber Tooth Tiger viaja en vivo con el baterista de Cake, Paulo Baldi, y el tecladista de Stone Giant, João Nogueira. Nos bajaron las estrellas líquidas con “Astronomy Domine” de Pink Floyd, la que abre el disco de tributos Lime and Limpid Green, y con ella Huixquilucan recuperó su estatus de Pueblo E. T., donde la unión del hongo y el ovni es tradición. Fuimos abducidos por la psicodelia progresiva y espacial en la que prácticamente tocaron el bitlesco South of Reality: “Little Fishes”, “Blood and Rockets”, “The Moon”, “Boriska”, “Easily Charmed by Fools” y “Like Fleas”. El lodo bajo nuestros pies temblaba como una gelatina gigantesca en la que terminamos hundidos. Pero ellos tocaban “Cricket and The Genie” y “Breath of a Salesman” del no menos fantástico The Monolith of Phobos. Boquiabiertos como Richard Dreyfuss en Encuentros cercanos, atestiguamos otros dos covers extraterrestres: “The Court of The Crimson King” y una reinvención de “Tomorrow Never Knows” que nos hizo temblar de energía lisérgica.

Pese al clima, la atmósfera que brotaba de aquellos altavoces como río encantado de colores convirtió el bosque en un reventón de chaneques y marcianos atraídos de las pirámides mexiquenses. Claypool es un magazo absoluto con su bajo Pachyderm, prestidigitador de cuatro cuerdas y creador de la polka psicodélica, ese licuado alucinógeno de ritmos, estilos y técnicas que no deja de sorprender. El que se reveló como un guitarrista de altura fue Lennon, la Bilt Zaftig plateada es elástica entre sus manos al sacarle sonidos voladísimos. Tiene asimilados los géneros y prefiere crear el suyo saltando de uno a otro. Fue una lástima que tuvieran los minutos contados. Al final, en un solo de guitarra fuera de serie, el hijo de John y Yoko empezó a manipular los pedales de efectos con las manos. Puso la guitarra en el piso y se acostó acariciándola, tocando los efectos hasta alcanzar un feedback perfecto y abrumador, en armonía con el zumbido del bajo de Claypool que reposaba contra el amplificador.

C L A Y P O O L L E N N O N D E L I R I U M

PorROGELIO GARZA@rogeliogarzap

L A C A N C I Ó N # 6 EL QUE SE REVELÓ

COMO UN GUITARRISTA

DE ALTURA FUE

SEAN LENNON. TIENE

ASIMILADOS LOS GÉNEROS .

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Page 12: NÚM.227 SÁ BA D O 23.11.19 El CulturalJULIO RAMÓN RIBEYRO: LA SOLEDAD Y EL FRACASO EDUARDO ANTONIO PARRA HÉCTOR IVÁN GONZÁLEZ Arte digital > A partir de un retrato de Julio Ramón

SÁBADO 23.11.2019

El Cultural12

A unos pasos del bullicioso centro de Coyoacán me sumergí en un patio de silencio monástico para en-contrarme con Sergio Freidberg, promotor del uso de la bicicleta, quien el 14 de octubre pasado viajó

a Bilbao, España, para recibir el premio Architecture Master-Prize 2019 por la creación de Baumracks. De clara influencia minimalista, los Baumracks son rectángulos de acero que permiten amarrar dos bicicletas a un espacio seguro, asegu-rando las dos ruedas de cada una. Están basados en la pro-porción áurea; detrás de su sencillez esconden un complejo entramado de reflexiones en torno al hombre y su convi-vencia con la ciudad. Su diseño es un guiño a una trayectoria dedicada al pensamiento y, por supuesto, a las implicacio-nes de ese sistema de transporte en las ciudades contem-poráneas. Entre los elevados muros de la casa del diseñador mexicano, que evocan los patios conventuales del siglo XVI o quizá la blanca arquitectura de Tetuán, al norte de Marrue-cos, y mientras la lluvia salpicaba en el espejo de agua, cele- bramos el premio con una breve charla sobre su trayectoria e influencias.

Tú eres filósofo de formación, ¿cómo llegaste de la filosofía a la arquitectura?Originalmente soy físico. De niño decía que quería ser in-ventor y creo que por eso me metí a estudiar física como primera carrera. Creo que la arquitectura es para mí una combinación de la física y la filosofía, pero no creo que por haber estudiado ambas me haya vuelto un creador. La ver-dad es que cuando la gente me pregunta qué hago yo digo que soy un vago profesional; treinta años de experiencia me respaldan.

Pero la física antes era considerada filosofía natu-ral, así que van de la mano.Debería ser así. Hace siglos la física debió haber sido bas-tante filosófica, hoy en día más bien la academia la ha vuel- to una aplicación de descripciones matemáticas a una rea-lidad. Pero la formación como físico me permitió entender los materiales. Soy muy instintivo en cuanto a qué puede funcionar y qué no, qué esfuerzos se exponencian en un ángulo o en una situación de palanca, por ejemplo. Se me ha dado así: desde la intuición conozco cómo funcionan los materiales.

En el diseño del rack premiado se ve ese interés por la materialidad, aunque también es muy minimalista. ¿Ahí aparece la filosofía?Claro, ahí está. Hay gente que diseña casas de acuerdo con una serie de necesidades o un canon, pero para mí se trata más bien de diseñar una forma de ser, una forma de vivir. La casa es el ethos, la manera de ser del hombre. Yo siento el rack más cercano a la filosofía, aunque no puede fun-cionar sin la mecánica de la física. Existe una coherencia con el material, es acero y si le pones ángulos rectos es-tás traicionando al material, pero el cruce más importan- te de este diseño y la filosofía viene del interés de respon-der por qué ha llegado el ser humano a donde está ahora. Ése es el fondo del asunto. Esto lo abordó ya el pensador austriaco Iván Illich: el individuo medio dedica más de la mitad de sus horas de vida consciente al automóvil, ya sea para transportarse en él o para pagarlo. Eso es grave. El ser humano está siendo un esclavo de la máquina.

Tú has viajado por el mundo en bicicleta, ¿cómo ha informado esa experiencia personal el trabajo que has desarrollado?Este diseño es el resultado, pero lo que hay detrás es toda una existencia. La bicicleta no es sólo un regalo de Día de Reyes, ha sido mi vida. Ofrece, por supuesto, un medio de transporte, pero además beneficia la ciudad. Diseñé este objeto porque soy muy creyente de que el espacio públi-co no puede seguir ocupado por el quince por ciento de la población que tiene automóvil; en el área que ocupa un automóvil caben entre siete y diez ciclistas. El asunto de la contaminación es uno, sí, pero el grave problema del au- tomóvil es también el espacio que ocupa. Entonces el uso de la bicicleta implica una reapropiación del espacio público y también es libertad; cuando eres un niño o un adolescente y te regalan una bici, te están regalando la po-sibilidad de ser libre. Encima es liberador porque ya no de-pendes de un corporativo que te provea el vehículo ni las refacciones y no te ata a pagar mensualidades. Finalmen-te, la bicicleta también es un igualador social, en la misma ciclovía andan el hijo del hombre más rico con la gen- te más sencilla. En ese sentido no es que la bicicleta vaya a acabar con la desigualdad, pero hay mucho más contacto social y nos pone a todos en el mismo nivel.

Parece que hemos dado una vuelta de regreso a Iván Illich. Eres un gran lector de su trabajo, lo conociste personalmente, ¿cómo ha influido su pensamiento en lo que diseñas?En el libro La convivencialidad él habla sobre cómo se fue-ron extendiendo las ciudades y cómo hemos llegado a que el individuo medio viva para su coche, circunstancia que a Illich le parece trágica. Y bueno, tú conoces la orienta-ción que tuvo: humanista, anarquista, fue un judío vuelto jesuita y luego abandonó la orden. Su perspectiva es ob-viamente crítica al sistema, sobre todo al sistema finan-ciero, economicista, y en su pensamiento el dinero no es un criterio. Entonces cuando dice que el hombre dedica su tiempo de vida al automóvil eso es significativo; el dinero es conceptual, en cambio, si le estás dedicando la mitad de tu tiempo, ahí hay un elemento que sí es valioso, ¡se trata de tu vida! Cuando él habla de soluciones convivenciales, lo que plantea es que no lleguemos a ese callejón sin sali-da en el que lo que parece ser una ventaja y una solución, termina siendo un grillete. Él toma la convivencialidad como una cualidad de las soluciones propuestas, pero sin duda tiene que ver con una manera de hacer más hu- manas y sociales las ciudades.

¿Crees que el objeto que diseñaste puede tener un im-pacto en esto?Bueno, ésa es la idea. Yo fui promotor de ciclovías en los años noventa y luego me di cuenta que no eran tan nece-sarias, porque puede haber convivencia entre vehículos y bicicletas. Lo más importante es que cuando tú vayas a algún lugar puedas amarrar tu bici a un espacio seguro. De ahí surgió el Baumrack, por eso es una sola pieza de acero con un anclaje mecánico y químico, y con una forma que permite asegurar ambas ruedas. Además, buscaba una so-lución que fuera económica y de un diseño muy neutro, de modo que pueda dialogar igual con un patio colonial que con un edificio contemporáneo. Un rack seguro y eficien- te es lo que realmente incentiva el uso de la bicicleta.

“LO IMPORTANTE ES QUE CUANDO

TÚ VAYAS A ALGÚN LUGAR PUEDAS

AMARRAR TU BICI A UN ESPACIO SEGURO.

DE AHÍ SURGIÓ EL BAUMRACK ”.

PorVEKA DUNCAN

E N T R E V I S T A

S E R G I O F R E I D B E R GF I L O S O F Í A ,

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