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NOTICIA DE OTRAS NOVELAS LARGAS DEL AUTOR DE «LA REGENTA» José María Martínez Cachero H ubo algunos proyectos novelísticos «cla- rinianos», casi todos extensos, no con- sumados pero de los que poseemos algu- na muestra -son lo que denomina FRAG- MENTOS-, y cuya relación, ordenada cronológi- camente, es la siguiente: 1. Speraindeo (1880); 2. Las vírgenes locas (188; 3. Palomares (188; 4. Una medianía (1889); 5. Cuesta abajo (1890-1891); 6. Tambor y gaita (1905). 1 y 4 se relacionan de modo más bien externo porque el autor las conci- bió como piezas de una tetralogía que protagoni- zan seres a los cuales unió en vida la condición de amigos; 2 pertenece a un curioso trabajo colec- tivo, realizado en un popularísimo semanario ma- drileño por algunos de sus colaboradores, escrito- res de muy diversa índole; los títulos restantes corresponden a otros tantos proyectos nada liga- dos entre sí salvo por la autoría y por su incomple- tez, que va desde unos cuantos párras -el nú- mero 6- hasta varias inserciones en «La Ilustra- ción Ibérica» -el número 5-, pasando por un único capítulo de novela -el número 3-, que comenzaba con la presentación del personaje «Mosquín». Los tres capítulos de Speraindeo (acaso no con- cluido el último de ellos) vieron la luz en otros tantos números de la ovetense «Revista de Astu- rias» (30 de abril, 30 de mayo y 15 de junio de 1880); en esta publicación quincenal colaboró Leopoldo Alas con cierta asiduidad, escribiendo incluso crónicas locales ovetenses durante alguna de sus venidas a la que consideraba ciudad natal, entre 1879 y 1882 (1). En 1953 exhumé su texto ( que e oecido de nuevo en 1979 por Carolyn Richmond ( 3). El llamado Speraindeo Soldevilla, persone principal junto con su prima Rosario, diríase uno de esos pobres seres humillados y ofendidos, no escasos en la narrativa de Leopoldo Alas y hacia los que su creador manifiesta especial simpatía; pobre, materialmente y acaso también de espíritu, con el sino de los «desgraciados», huéano y, 87 ectivamente, muy ligado a su madre (como lo estuvo el propio Alas) va a encontrar en Rosario una estimulante ayuda. Otra pareja de personajes: el matrimonio Juan Soldevilla-Robustiana Arlan- zón, dos seres más bien ridículos tal como los presenta Alas, son ridiculizados por éste en sus hechos y dichos; más, desde luego, el marido, engolado en su dicción tanto como anquilosado en la rigidez de sus principios. Presentación de los cuatro personajes mencionados, participantes, cada cual a su modo, en la acción narrada; perso- najes sólo aludidos al paso (como los criados de la casa) o recordados por su relación, cuando vivos, con los cuatro ahora actuantes (es el caso de los padres de Speraindeo). U na cierta ecuencia del diálogo (capítulos I y 1, de bien distinta aparien- cia según quien lo practique (¿dialoga efectiva- mente Speraindeo con su tío que le reduce al silencio para que atienda mejor a su campanuda parla?); diálogo que desaparece en el capítulo 111 para dar paso a la descripción de la pajarera de Rosario, cuyos habitantes están alimentando, de imperceptible modo, la rebeldía (o «el espíritu re- volucionario») de su dueña y señora. Repárese por último en la mención (sólo menció de Gua- dalajara y Pontevedra, dos pequeñas ciudades de provincia en las que Leopoldo Alas residió algún tiempo cuando era muy niño, acompañando a su familia. Sinesio Delgado, director de «Madrid Cómico», tuvo en 1886 la siguiente peregrina ocurrencia: «Se trata de escribir y publicar en el MADRID COMICO una novela sin género ni plan determi- nado y de la cual cada capítulo ha de ser original de un autor dirente, que lo firmará y se retirará de la palestra sin cuidarse más del desarrollo del asunto ni de lo que harán los que le sigan»; espe- raba que se dignasen ayudarle escritores de nom- bradía: «tengo muchas probabilidades de que ha- gan un capítulo de Las vírgenes locas los señores Sellés, Pérez Galdós y Pereda, y la seguridad completa de que escribirán el que les corresponda los señores Picón, Alas, Taboada, Ramos Carrión, Segovia Rocaberti, Palacio, Gil, Matoses, Palacio Valdés, Luceño, Estremera y algunos otros». La invitación dio de sí diez capítulos y un epílogo: rompió el ego Jacinto Octavio Picón y continua- ron Ortega Munilla, Ramos Carrión, E. Segovia Rocaberti, alguien que se encubre bajo el seudó- nimo de «Flügel», «Clarín», Pedro Bol, Vital Aza, José Estremera y Eduardo del Palacio, rema- tando Luis Taboada (4) .

NOTICIA DE OTRAS NOVELAS LARGAS DEL AUTOR DE «LA … · y el estilo» del original recibido. Per9 merced a unas cartas de «Clarín» a Sinesio ( que obran en poder de J.-F. Botrel)

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NOTICIA DE OTRAS

NOVELAS LARGAS

DEL AUTOR DE

«LA REGENTA»

José María Martínez Cachero

Hubo algunos proyectos novelísticos «cla­rinianos», casi todos extensos, no con­sumados pero de los que poseemos algu­na muestra -son lo que denomina FRAG­

MENTOS-, y cuya relación, ordenada cronológi­camente, es la siguiente: 1. Speraindeo ( 1880); 2. Las vírgenes locas (1886); 3. Palomares (1887); 4. Una medianía (1889); 5. Cuesta abajo (1890-1891); 6. Tambor y gaita ( 1905). 1 y 4 se relacionan demodo más bien externo porque el autor las conci­bió como piezas de una tetralogía que protagoni­zan seres a los cuales unió en vida la condición deamigos; 2 pertenece a un curioso trabajo colec­tivo, realizado en un popularísimo semanario ma­drileño por algunos de sus colaboradores, escrito­res de muy diversa índole; los títulos restantescorresponden a otros tantos proyectos nada liga­dos entre sí salvo por la autoría y por su incomple­tez, que va desde unos cuantos párrafos -el nú­mero 6- hasta varias inserciones en «La Ilustra­ción Ibérica» -el número 5-, pasando por un únicocapítulo de novela -el número 3-, que comenzabacon la presentación del personaje «Mosquín».

Los tres capítulos de Speraindeo (acaso no con­cluido el último de ellos) vieron la luz en otros tantos números de la ovetense «Revista de Astu­rias» (30 de abril, 30 de mayo y 15 de junio de 1880); en esta publicación quincenal colaboró Leopoldo Alas con cierta asiduidad, escribiendo incluso crónicas locales ovetenses durante alguna de sus venidas a la que consideraba ciudad natal, entre 1879 y 1882 (1). En 1953 exhumé su texto (2) que fue ofrecido de nuevo en 1979 por Carolyn Richmond ( 3) .

El llamado Speraindeo Soldevilla, personaje principal junto con su prima Rosario, diríase uno de esos pobres seres humillados y ofendidos, no escasos en la narrativa de Leopoldo Alas y hacia los que su creador manifiesta especial simpatía; pobre, materialmente y acaso también de espíritu, con el sino de los «desgraciados», huérfano y,

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afectivamente, muy ligado a su madre ( como lo estuvo el propio Alas) va a encontrar en Rosario una estimulante ayuda. Otra pareja de personajes: el matrimonio Juan Soldevilla-Ro bustiana Arlan­zón, dos seres más bien ridículos tal como los presenta Alas, son ridiculizados por éste en sus hechos y dichos; más, desde luego, el marido, engolado en su dicción tanto como anquilosado en la rigidez de sus principios. Presentación de los cuatro personajes mencionados, participantes, cada cual a su modo, en la acción narrada; perso­najes sólo aludidos al paso ( como los criados de la casa) o recordados por su relación, cuando vivos, con los cuatro ahora actuantes ( es el caso de los padres de Speraindeo) . U na cierta frecuencia del diálogo ( capítulos I y 11), de bien distinta aparien­cia según quien lo practique (¿dialoga efectiva­mente Speraindeo con su tío que le reduce al silencio para que atienda mejor a su campanuda parla?); diálogo que desaparece en el capítulo 111 para dar paso a la descripción de la pajarera de Rosario, cuyos habitantes están alimentando, de imperceptible modo, la rebeldía ( o «el espíritu re­volucionario») de su dueña y señora. Repárese por último en la mención ( sólo mención) de Gua­dalajara y Pontevedra, dos pequeñas ciudades de provincia en las que Leopoldo Alas residió algún tiempo cuando era muy niño, acompañando a su familia.

Sinesio Delgado, director de «Madrid Cómico», tuvo en 1886 la siguiente peregrina ocurrencia: «Se trata de escribir y publicar en el MADRID COMICO una novela sin género ni plan determi­nado y de la cual cada capítulo ha de ser original de un autor diferente, que lo firmará y se retirará de la palestra sin cuidarse más del desarrollo del asunto ni de lo que harán los que le sigan»; espe­raba que se dignasen ayudarle escritores de nom­bradía: «tengo muchas probabilidades de que ha­gan un capítulo de Las vírgenes locas los señores Sellés, Pérez Galdós y Pereda, y la seguridad completa de que escribirán el que les corresponda los señores Picón, Alas, Taboada, Ramos Carrión, Segovia Rocaberti, Palacio, Gil, Matoses, Palacio Valdés, Luceño, Estremera y algunos otros». La invitación dio de sí diez capítulos y un epílogo: rompió el fuego Jacinto Octavio Picón y continua­ron Ortega Munilla, Ramos Carrión, E. Segovia Rocaberti, alguien que se encubre bajo el seudó­nimo de «Flügel», «Clarín», Pedro Bofill, Vital Aza, José Estremera y Eduardo del Palacio, rema­tando Luis Taboada ( 4) .

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Creo que el proyecto de Sinesio Delgado resultó fallido en su realización por dos principales moti­vos: l.º), intentos análogos, aún con plan bien meditado, suelen conducir a nada o a casi nada y en nuestro caso, conforme queda transcrito, reinó la más completa y perniciosa improvisación; 2. º), a bastantes de quienes acudieron a la invitación, cultivadores famosos de otros géneros literarios, no les iba el de la novela. Comenzó Picón compli­cando los hechos innecesariamente, dotándolos de una misteriosidad de folletín policíaco con su crimen y todo. Como la cosa así planteada no era fácil de proseguir, los que vinieron tras él se fue­ron en busca de posibles antecedentes de la histo­ria, dando nacimiento a algunos personajes más. Como el descarrío creciese, llegó un momento en que el director de «Madrid Cómico» hubo de in­tervenir buscando a alguien que pusiera orden: recoger los cabos perdidos y enderezar la narra­ción para que pudieran continuar los futuros cola­boradores de la singular empresa. Y fue precisa­mente «Flügel»-«Clarín» quien cumplió -capítulos V y VI- esa misión, y puede afirmarse que com­puso así el mejor capítulo de la novela.

El misterio que contenía la advertencia a pie de página firmada por el Director en el número 173 de «Madrid Cómico» -«Este capítulo anónimo me fue remitido cuando me ocupaba en buscar quién continuara la novela. Llegó, pues, como pedrada en ojo de boticario. Acompañábale una carta, anónima también, en que se ofrecía la conclusión de él para el viernes; pero a la hora de cerrar el número no ha llegado. Supongo que esto será cuestión de Correos y podré publicar la termina­ción del capítulo el sábado próximo. Entonces aparecerá la firma, si la tiene. A mí se me figura conocer la letra y el estilo, pero me guardaré muy bien de decirlo»- creí desvelarlo antaño (5), iden­tificando al desconocido «Flügel» con Sinesio Delgado, máximo conocedor sin duda de «la letra y el estilo» del original recibido. Per9 merced a unas cartas de «Clarín» a Sinesio ( que obran en poder de J.-F. Botrel) podemos afirmar ahora que «Flügel»- era un nuevo y no registrado seudónimo de Alas, a quien corresponde la autoría de dicho capítulo V, «En que, por fin, se presentan las verdaderas Vírgenes locas, aunque tarde y con daño». «Amigo Sinesio (le escribía «Claríh»): allá va el final del capítulo. No pude mandárselo para el viernes, porque me vi loco de trabajo urgente. /­Después de éste irá el que yo firmaré Clarín, y para después busque Vd. autor. /- Insisto en que guarde Vd. el secreto respecto del capítulo que está publicado [ ... ] » En otra de sus cartas a Sine­sio. Delgado explica Alas que «en rigor no falta Vd: a lo ofrecido, pues yo no hago más que un capítulo, si bien largo» y, en efecto, el lector de los capítulos V y VI de la novela advertirá que lo escrito por «Flügel»-«Clarín» constituye un todo artificialmente dividido en partes ( 6).

Octavio Ortega y Carrión, de profesión escritor, es trasunto de tantos jóvenes colegas que Leo-

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poldo Alas conoció durante sus años de estancia en Madrid; abrumado Octavio por sus deudas y perseguido por los acreedores, acepta el ofreci­miento de don Salustio para que le componga «una novela que tuviera necesariamente por tí­tulo, éste: Las vírgenes locas». Pero como lo que Octavio ha escrito le parece a él mismo «inútil» y, por otra parte, el plazo de entrega del original apremia, nuestro joven protagonista se dispone a hacer una visita-consulta al editor ( que «era una buena persona, y además inteligente»), lo que trae como consecuencia la aparición en escena de las «verdaderas» vírgenes locas, precisamente las dos hijas de don Salustio, Elena y Carmela, cada una de ellas víctima de singular demencia.

La parte firmada por « Clarín» ( o capítulo VI) es, sin duda, la más valiosa del conjunto; le sirve como entrada la parte firmada por «Flügel», que cumple la función de guía respecto de la marcha de una acción que comenzaba a desbocarse. «Cla­rín», desde luego, la centra, pero la hace avanzar escasamente ya que dedica sus páginas a la pre­sentación de un ambiente exótico -helénico: la caesa griega de Elena, objetos, indumentaria.:..., de insólitas escenas -las apariciones de un falso Jesús a Carmela- y, sobre todo, de la extraña locura de ambas muchachas -erotismo platónico, en la pri­mera; amor místico, en la segunda- que no es, en definitiva, más que anormalidad de la carne que el padre no puede curar y trata de contener. El caso de Elena, con la que Octavio llega a contraer matrimonio, ocupa casi toda la atención del narra­dor quien, tanto en éste como en el otro caso, deja abiertas a su desarrollo posibilidades que los con­tinuadores de la novela podrán beneficiar si así lo desean. El exotismo antes señalado brinda oca­sión propicia a «Clarín» para que muestre su cul­tura y componga un relato nada trivial y consa­bido, en tanto que el signo de semejante exotismo hace pensar en el filohelenismo de los literatos modernistas.

Palomares es un topónimo que sale más de una vez en La Regenta y cuya identificación con algún lugar geográfico es sólo aproximada y no unánime pues se han propuesto ( como correspondientes al mismo) los nombres de Avilés, Candás y Luanco; es, igualmente, el título de un proyecto de Leo-

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poldo Alas, a la altura de 1887, que trataría de la «vida de verano en un puerto de baños» y del que sólo se escribió ( o, al menos, fue publicado) (7) el capítulo Mosquín. Casi todo quedaba pendiente en esta novela tras semejante comienzo y así lo muestra, por ejemplo: la alusión al personaje Don Genaro, cuyo cabal conocimiento por el lector queda aplazado para más adelante, o las palabras con que se cierra el fragmento ( «[ ... ] como verá el que leyere»). Geografía muy concreta, con algu­nos nombres de lugar inscritos en el concejo astu­riano de Carreño, donde la familia Alas poseía la finca de Guimarán; ambiente asturiano; persona­jes que acaso coincidieran con gentes conocidas por el autor; y Mosquín, ser desvalido y soñador, pobre niño condenado injustamente por la vida, seguro estímulo para que la ternura cordial de Alas se derramase pródiga; todo ello quedó, des­dichadamente, en sólo el primer capítulo.

Sinfonía de dos novelas salió primeramente en «La España Moderna» ( agosto de 1889), con la advertencia de que una de ellas -Su único hijo­aparecería «en otoño» de ese año y su «continua­ción» -Una medianía-, «en invierno»; las prome­sas de Leopoldo Alas en cuanto a publicación de libros para fecha determinada pocas veces se cumplían, y en este caso tampoco se cumplieron. Vio la luz Su único hijo a mediados del año 1891 y en la página 436 y última de esta primera edición se reitera: «En prensa: Una medianía (primera parte). Continuación de Su único hijo». Cuando en 1916 se reimprime por «Renacimiento» ( dentro del tomo III de las Obras Completas de «Clarín»: Doctor Sutilis) esta Sinfonía ... (páginas 305-335), el editor advierte en nota que «[ ... ] de U na media­nía, que iba a ser continuación de la anterior [Su único hijo] tan sólo ha escrito Clarín el presente fragmento [ ... ] », cuyos siete capítulos serían, por tanto, el comienzo de la misma y Antonio Reyes, hijo de Bonifacio Reyes, su protagonista, lo cual coincide con diversos testimonios del propio autor como el epistolar a Menéndez Pela yo ( de octubre de 1891).

Así ordenada la cuestión, el conocimiento de las cartas remitidas por Alas a sus editores Fe y Fer­nández Lasanta permitió a Sergio Beser (8) aven­turar otro planteamiento que no parece infundado. A lo largo de unos cuantos años Leopoldo Alas dio bastantes vueltas a su proyecto de tetralogía ( sea dicho sin mengua de la independencia de sus

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piezas integrantes); cambió tonos, intenciones y orden; dejó una de ellas incompleta y, curiosa­mente, esa parte fragmentaria ( con otras palabras, la dicha Sinfonía ... ) ofrece una dificultad de colo­cación exacta pues no sabemos a ciencia cierta si se trata de unos capítulos iniciales que no fueron continuados -creencia aceptada hasta 1980- o si, distintamente, se trata de algo que el mismo autor anunciaba con las siguientes palabras ( carta del 5-VIIl-1889): «[ ... ] una introducción sinfónica [ ... ]sobre motivos de Su único hijo y Una medianía,independiente de ambas novelas, pero sobre asun­tos de ambas»; puede por ello preceder material­mente y leerse como entrada a Su único hijo. Enel capítulo séptimo y último de Sinfonía ... , losrecuerdos infantiles que efluyen a la memoria delpersonaje Antonio Reyes -su padre, su madre­llevan como de la mano al capítulo inicial de Suúnico hijo.

El joven Antonio Reyes aparece en el capítulo tercero de Sinfonía ... , y desde el cuarto al séptimo domina la situación. No es posible saber si Elías Cofiño, su hija Rita (capítulo 1) y Augusto Rejon­cillo ( capítulo 11) iban a ser nada más que persona-. jes episódicos, de relación pasajera con aquél; Ala§ parece mirar con simpatía a la muchacha, presenta a su padre sin acritud y zahiere justifica­damente a Rejoncillo, dechado de imperfecciones morales y símbolo de una sociedad que crea, man­tiene y exalta tipos como él: orador ignorante y vácuo, flor de academias y ateneos, «sacamuelas ilustrado» sin escrúpulos de ninguna clase, alzado finalmente a la subsecretaría del ministerio de Ul­tramar. Frente a este personaje, como ante la pre­sentación que hace el novelista de realidades ma­drileña� por él bien conocidas (la sección de cien­cias morales y políticas del Ateneo de la calle de la Montera, sus debates: capítulo VI) o, igual­mente, ante diversos sucedidos que llegan a cono­cimiento del protagonista, éste se ve forzado a prorrumpir: «¡ Qué país! Todo está perdido [ ... ] Esto da náuseas». (He aquí un testimonio más, por vía narrativa ahora, del presunto noventayo­chismo de Leopoldo Alas) .

Reyes ha estado en París y por lo que se apunta (más bien al paso) es buen conocedor de la litera­tura francesa, pero lo que de él se cuenta es la acción externa e interna -hechos, pensamientos y sentimientos- ocurrida en Madrid, a lo largo de unas pocas horas de una noche de mayo y en parajes concretamente señalados -varias calles del · centro de la ciudad, el café Suizo y el Ateneo; porúltimo, en un coche de punto sube la cuesta deAlcalá hacia el teatro Rivas-. Antes de ello, Re­yes, entristecido por el espectáculo nacional quecontempla en torno suyo -la abundancia de miem­.bros integrantes de un hipotético pero posible par­tido «del bocio invisible, del nihilismo intelec­tual»-, reacciona exaltándose a sí mismo («-¡Ton­tos, todos tontos!..:. pensaba [ ... ] »), pensando en laformación de otro partido ( sin duda mucho menosnumeroso): el zutista o «partido anarquista de la

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aristocracia del talento y de la distinción». De nuevo, en Leopoldo Alas, la betisse flaubertiana, uno de los estímulos de su obra crítica y satírica, hace acto de presencia.

Aunque no siempre resulte hacedero deslindar pensamientos y sentimientos, creo puede afir­marse que es en el capítulo séptimo de Sinfonía ... donde estos últimos embargan el ánimo del prota­gonista q4.e, dentro del coche que le lleva al tea­tro, recuerda; el rún rún de los cristales, el ruido de las ruedas, el olor del coche es la realidad inme­diata y actual que provoca la evocación de Reyes, niebla dentro de la cual se perfila con alguna niti­dez la persona de sus padres. En estos párrafos de cierre sólo aparente, existe la posibilidad de en­garce con el capítulo inicial de Su único hijo, donde comparecen Bonifacio Reyes y Emma Val­cárcel (9).

Hasta doce inserciones en «La Ilustración Ibé­rica», semanario barcelonés, desde marzo de 1890 a julio de 1891 ( con largos espacios de tiempo en blanco) (10), constituyen lo conservado de Cuesta abajo, un proyecto «clariniano» de alguna exten­sión. Fue el .académico argentino José Antonio Oría quien primero reparó en tales fragmentos ( 11), cuyo acento religioso -el reflejo leopardiano existente en las inserciones segunda y tercera- ha sido examinado por Josette Blanquat ( 12); más recientemente ha vuelto sobre aquéllos Benito Y a­rela Jácome ( 13), que atiende, vgr., al pre-prous­tianismo de Cuesta abajo.

Con la forma externa de un diario incompleto ( desde el 7 al 16 de. enero, salvando el día 13, de 18 ... (14), Cuesta abajo son las memorias de Nar­ciso Arroyo, elaboradas qe acuerdo con su especí­fico talante por lo cual, vgr., «no son descriptivas sino allí donde a mí me conviene; y, además, de las cosas y personas no he de pintar sino aquello que en mí haya dejado impresión y que especial­mente me importe por cualquier concepto». El título 'posee un significado de naturaleza más bien pesimista dado que «Cuesta abajo es decir camino del hoyo [ ... ] ya no hay más horizonte; doblé la cumbre y voy descendiendo ya al otro lado de la montaña».

En su rememoración Arroyo abandona con al­guna frecuencia el núcleo del relato y se pierde complacidamente en digresiones, extensas a ve­ces, de las que regresa para recoger (y lo advierte explícitamente (15) el hilo conductor. Así procedía Leopoldo Alas en cuanto crítico literario y confe-

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renciante, y de ello poseemos testimonios fidedig­nos; sí, aparentemente, esto puede ser un defecto hasta grave, el propio Leopoldo Alas (Narciso Arroyo en este caso) trata de justificarlo en la entrega cuarta: « Si estas memorias [ ... ] cayesen en manos de uno de estos literatos [ ... ] que, ante todo, en toda clase de arte aman la arquitectura, y en el plan de toda obra ven como lo principal un plano; si tal aconteciera, digo, el tal literato nota­ría que yo había perdido el hilo lastimosamente, que todo me volvía digresiones e incoherencias. Había empezado, en efecto, por decir que a los diez y siete años era Narciso Arroyo,. el que sus­cribe, un chico sin novia, a no ser que contáramos a la Virgen María ... y después salto a Leopardi, al ateísmo poético, etc., etc.: ¿qué orden es este? [ ... ] El orden lo llevo yo en el alma: no es cuestión de literatura, es cuestión de conciencia. Y o ase­guro que hay orden en todo lo dicho y basta.»

El evocador, desde el presente en que está si­tuado -sus treinta y seis años actuales, su estado de viudo, por ejemplo-, recuerda un tiempo pa­sado suyo -que tiene el apoyo principal, o el más

· reiterado, a la altura de los diez y siete años-,pasado del que más de una vez se escapa hacia elfuturo que, en la rememoración efectuada, es yaun tiempo pasado; ejemplo aclarador: cuando enla entrega novena Arroyo informa de que «mimatrimonio, loado sea Dios,[ ... ] fue puro Conciliode Trento [; .. ] », advierte seguidamente: «Mas noadelantemos los acontecimientos» porque, enefecto, su matrimonio fue posterior a los hechosque en ese momento está recordando pero cuandoArroyo realiza la rememoración todos ellos perte­necen ya al pasado y el tiempo, en su incontenibleprogreso, le ha convertido en un viudo.

¿Rememora fielmente Narciso Arroyo su pa­sado en aquellos momentos, sucesos, lugares ypersonas que ha decidido elegir? Puede que sí ycabe, además, la sospecha de que Alas se valga deArroyo como de persona interpuesta para noticiaracerca de pensamientos y sentimientos propios,sospecha que se fünda tanto en la alusión cronoló­gica .de la entrega segunda ( véase nuestra nota 14)como en rasgos del personaje claramente autobio­gráficos. Quede constancia (por lo que atañe afidelidad de la rememoración) de algo que el me­morialista advierte ( entrega quinta) sobre· los diá­logos que viene ofreciendo: «los diálogos que aveces reproduciré aquí para darme a mí propio elplacer de convertir en novela mi historia, no seránsiempre muy aproximados. La verdad por lo quetoca a la letra, ¡ quién va a decirla! Pero esta con­versación que estoy copiando no sólo es exactapor su espíritu, sino que, en gran parte, estoyseguro de que reproduce las palabras de mi ma­dre». Lo afirmado a este particular -distinciónentre letra y espíritu, imprecisión de sus límites­es válido para otros aspectos y para todo el con­junto.

¿Qué sabemos de Narciso Arroyo? Que a lasazón tiene treinta y seis años y está viudo de

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Elena Pombal; que es catedrático de «Literatura general y española» en una facultad de Letras situada en ciudad muy señalada por una torre y un monte, de los que «estoy enamorado» ( 16); escri­tor, además, que ha obtenido1algunos triunfos, ignorados a lo que parece por su madre en tanto son conocidos de y le son recordados por sus amigas de El Pombal; desencantado ya de muchas cosas o inapetente de ellas -«todo yo por dentro: ceniza, gris»-.

¿Cómo se ofrece la rememoración de Narciso Arroyo? En ella, varia y compleja, encontramos: a), la vida externa del protagonista, acompañado en el relato de la misma, y con frecuencia no escasa, por otros seres, cuatro personajes femeni­nos: su madre y las habitantes de El Pombal, una de las cuales llegará a ser su esposa; b), un com­ponente descriptivo, referido ya a paisajes y edifi­cios -la finca El Pombal ( entrega séptima)-, ya a personas -como la de las hermanas Emilia ( en­trega séptima) y Elena ( entrega novena); c), digre­siones, señaladas ya (véase nota 15) como algo que rompe el orden sistemático del relato y aleja la rememoración de su núcleo -tenemos así el tema Leopardi de las entregas segunda y tercera, o los avisos que Arroyo da a los jóvenes en laentrega tercera y en la cuarta-; d), la intimidad delprotagonista-qiemorialista.

Viniendo � ésta encontramos rasgos como los siguientes: 1), delicada sensibilidad, que tal vez se junta a una naturaleza proclive al decaimiento fí­sico y a la enfermedad -en la segunda entrega se alude a una convalecencia que fue larga ( y más «en mis adentros»), a una crisis nerviosa y a un desmayo. 2), culto al eterno femenino que está representado por la madre, o la povia-esposa, o la Virgen María, culto que tiene refrendo en otros escritos (públicos y privados) de Leopoldo Alas y en conocidas circunstancias biográficas: el amor que profesó a su madre y a Onofre, su mujer, o el marianismo de que hizo gala más de una vez; este hecho es también consecuencia y refuerzo a un tiempo de la sensibilidad -sentimentalidad, mejor­del personaje «clariniano», trasunto nada equí­voco de su creador. 3), una evolución anímica que parte de esas debilidad física y delicada sensibili­dad, coincidentes en lo biológico con la adoles­cencia y primera juventud, y le lleva (¡ quién sabe si como recurso auto-defensivo!) a convertirse en satírico y anti-clerical ( cuarta entrega) que escribe gruesas invectivas contra casi todo, actitud que asimismo coincide con «mi viril endurecimiento», para terminar con una vuelta a los orígenes, mati­zada por el equilibrio que concede la madurez vital. ¿No estamos, en suma, ante las tres etapas señaladas por algunos estudiosos de la personali­dad literaria y humana de Leopoldo Alas?

¿Pretendía éste ofrecernos por medio de Cuesta abajo un fidedigno y significativo repertorio de sus vicisitudes biográficas y de sus preocupacio­nes intelectuales y sentimentales? Tal vez sí, pero desde una perspectiva sólo literaria me parece que

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en los fragmentos conocidos hay una excesiva carga libresca y divagatoria y, por el contrario, · una mengua en la efusión cordial ante personajesy paisajes (compárese, vgr., con Doña Berta,compuesta por entonces) -y hasta en la fluidez yel tono de la expresión- en la última entrega Nar­ciso Arroyo tropieza en la rememoración de unaescena de inequívoco signo romántico e indignadoconsigo mismo, exclama: «¡ Quiero pintarme a mípropio la escena del Pombal y escribo frases y·digresiones!» ¿Fue esto lo que motivó, tras unaparada en las inserciones semanales, el definitivoabandono de Cuesta abajo, ciertamente un muyambicioso proyecto narrativo?

«Gente de Oviedo, tambor y gaita», proclama un dicho muy conocido en Asturias y lo que Leo­poldo Alas se proponía con Tambor y gaita (no­vela más de una vez anunciada como «en prepara­ción») era, según Adolfo Posada, ofrecer «el re­flejo ( ... ) del Oviedo post-vetustense» (17). Las cerca de tres cuartillas que el mismo Posada dice haber entre los papeles «clarinianos» que le con­fiaron los herederos del escritor, se publican pós­tumamente en la revista madrileña «Renacimiento latino» (abril de 1905), acompañadas de la adver­tencia siguiente: «A la amabilidad de nuestro que­rido amigo y colaborador don Leopoldo Alas, hijo del gran maestro, debemos la publicación de estas cuartillas, las últimas que escribió el insigne autor de «La Regenta».

Se trata del más breve de los fragmentos narra­tivos· de que me ocupo ahora y, por lo mismo, resulta muy poco significativo. La parroquia de San Andrés, parroquia sin duda rural, centro de una «riquísima cuenca» carbonífera; el Arcipreste Lobato, dominador de la escena presentada, un ingeniero belga y la madre de Gasparico son los personajes que en ella comparecen y a los que debe añadirse, como persona sólo mencionada, el tal Gasparico, un aprendiz de sacerdote, futura gloria de la Iglesia y de su pueblo. Las palabras de Lobato son el medio utilizado por el autor para informar al lector, quien puede preguntarse, a la vista de las cuartillas publicadas, por su relación con el asunto anunciado por Posada ( 18).

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Solamente muñones o fragmentos de proyectos narrativos que iban a ser compañeros (al menos, en extensión) de La Regenta y de Su único hijo (alguno de ellos, continuador de esta última no­vela); curiosos todos, relevante quizá el interés de Cuesta abajo, relato denso y cargado de autobio­grafismq

_. . Pe¡:-o las muchas y urgentes ocupaciones de Leopoldo Alas, así 'como su cada vez emás quebrantada salud fueron, sin duda, las causas de que no llegaran a su plena realización.

NOTAS

( 1) Posada, Adolfo en el apéndice B de su libro LeopoldoAlas «Clarín» (Oviedo, Universidad, 1946) ofrece (pp. 225-232) noticia de las colaboraciones de nuestro escritor en dicha re­vista durante los cuatro años indicados y, asimismo, de otras anteriores (año 1878) en su primera época; también, de las de fecha posterior (años 1886 y 1887) en una nueva época que dirigía Genaro Alas, hermano de «Clarín».

(2) Pp. 309-332 de Leopoldo Alas «Clarín». Cuentos.(Oviedo, 1953).

(3) Como apéndice II (pp. 360-385) de su edición de Suúnico hijo en «Selecciones Austral», n.0 67.

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(4) La inserción de Las vz'rgenes locas duró (con capítulosrepartidos entre dos o más números, con números del semana­rio sin capítulo) desde el 15-V (n.0 169) al 11-X-1886 (n.0 186). Con igual título y subtitulándose «novela improvisada» se pu­blicó en volumen ese mismo año -Madrid, imprenta de Rubi­ños; 116 pp. en 8.0; F. Bueno y Compañía, editores, los cuales firman una breve nota (Dos palabras) introductoria, a la que sigue otra (A guisa de prólogo), de Sinesio Delgado.

(5) Martínez Cachero, José María, Dos fragmentos narra­tivos de Leopoldo Alas (pp. 479-506, t. XII «AO.» , Oviedo, 1963). Uno de tales fragmentos es el cap. VI de Las vírgenes locas.

(6) El cap. V se repartió entre los números 173 (12-VI) y174 (19-VI-1886); el VI entre los números 176 (3-VII), 177 (10-VII) y 178 (17-VII-1886).

(7) En «Revista de Asturias» , Oviedo, n.0 de 15-III-1887,pp. 168-174, t. II. Exhumé el texto de este capítulo en mi trabajo Dos fragmentos narrativos ... (citado en la nota 5).

(8) Beser, Sergio, El lugar de «Sinfonía de dos novelas» enla narrativa de Leopoldo Alas. (Pp. 17-30 de Hispanic Studies in Honour of Frank Pierce. University of Sheffield, 1980). Posteriormente, 1981, dichas cartas, en número de sesenta y cinco, han sido publicadas por Josette Blanquat y Jean-Fran­�ois Botrel: Clarín y sus editores. 65 cartas inéditas de Leo­poldo Alas a Fernando Fe y Manuel Fernández Lasanta,1884-1893 (U niversité de Haute-Bretagne--Rennes, 1981).

(9)«Emma Valcárcel se llamaba su madre» (en las últimaslíneas cap. VII de Sinfonía ... ); «Emma Valcárcel fue una hija única mimada» (línea primera cap. I de Su único hijo).

(10) He aquí el orden de las doce inserciones: 15-III-1890,n.0 376, p. 166; 12-IV-1890, n.0 380, pp. 230-31; 26-IV-1890, n.0

382, p. 262; 10-V-1890, n.0 384, pp. 294-95; 16-VIII-1890, n.0

398, pp. 518-19; 23-VIII-1890, n.0 399, p. 534; 4-X-1890, n.0

405, pp. 630-31; ll-X-1890, n.0 406, -. 646-47; 7-II-1891, n.0

423, p. 86; 18-IV-1891, n.0 433, pp. 244-46; 6-VI-1891, n.0 440, pp. 356-57; y 25-VII-1891, n.0 447, p. 470.

Los largos paréntesis en la publicación de Cuesta abajo son evidentes y tal vez se expliquen como consecuencia de una composición sobre la marcha y discontinua.

(11) Dos artículos en «La Nación» (Buenos Aires):«Cuesta abajo», obra inédita de Clarín (15-IV) y Vislumbres sobre la «Cuesta abajo» de Clarín (27-V-1956).

(12) Blanquat, Josette, La sensibilité religieuse de Clarín.Reflets de Goethe et de Leonardi. (Pp. 177-196 «Révue de Littérature Comparée» , París, 1961).

(13) Una sucinta apuntación analítica (pp. 163-169) y unaselección de Cuesta abajo (pp. 337-345) en su libro Leopoldo Alas «Clarín». (M., 1980).

(14) Para una fijación aproximada del año en que Arroyocompone sus memorias .. puede servir una alusión contenida en la segunda entrega. De sus diez y siete años el protagonista recuerda entre otras cosas el folletín de un periódico republi­cano «que con motivo de la revolución triunfante quería [ ... ] »

( sin duda la de 1868 que destronó a Isabel II); haciendo la oportuna resta, sale como resultado que Arroyo nació hacia 1851. Si cuando se pone a evocar su pasado tiene (y así consta en la primera entrega) treinta y seis años es que nos encontra­mos a la altura de 1887 ó 1888. Recuérdese que Cuesta abajo se publica a partir de marzo de 1890 y que Leopoldo Alas había nacido en 1852. Semejantes coincidencias · externas (¿sólo mera casualidad?) refuerzan el autobiografismo más in­terno del relato.

(15) «Pero voy a mi asunto» (escribe en la primera entregaal comienzo del parágrafo cuarto, tras el largo tercero donde ha dedicado atención y espacio a don Torcuato Angulo, ni siquiera personaje secundario de Cuesta abajo); «vuelvo al punto de partida de esta digresión, o sea el momento en que [ ... ] » (en la sexta entrega, a seguido de unas consideraciones sobre el paisaje, sugeridas por el real del valle de Concienes que Arroyo está evocando).

(16) ¿La torre de la catedral de Oviedo, el «poema román­tico de piedra» que Leopoldo Alas celebra en el comienzo de La Regenta?, ¿el monte Naranco, cercano a Vetusta?

(17) Posada, Adolfo, Leopoldo Alas «Clarín», p. 18. (Oviedo, 1946).

(18) Valis, Noel en «Tambor y gaita»: Clarin's Last Pro­ject? (Pp. 377-402 «Romanische Forschungen» , 1981) exhuma y comenta este fragmento «clariniano» .

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