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««Página 17»». Capítulo 1 Del federalismo a la Constitución de 1886 Jorge Orlando Melo Realismo y utopía: la Constitución de 1863 El 14 de febrero de 1863 se reunieron en la población antioqueña de Rionegro los miembros de una convención que debía escribir una nueva Constitución para Colombia. Se trataba de establecer las bases legales para un régimen que suma como resultado de una larga y violenta guerra civil, encabezada por el general caucano Tomás Cipriano de Mosquera. La triunfante revolución se había hecho a nombre de los derechos de los estados federales, de su autonomía y su independencia, y contra el autoritarismo atribuido al presidente legítimo Mariano Ospina Rodríguez. Los abogados y generales reunidos pertenecían todos al partido liberal y este hecho hacía posible elaborar una norma constitucional bastante coherente, que recogiera las aspiraciones del liberalismo colombiano. Sin embargo, los convencionalistas no estaban muy seguros del carácter del triunfo obtenido: para lograrlo, los liberales se habían tenido que someter a un caudillo autoritario y despótico, cuya conversión al liberalismo era demasiado reciente para no suscitar el temor de haber sido motivada por oportunismo o

Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

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Capítulo 1 Del federalismo a la Constitución de 1886Jorge Orlando MeloRealismo y utopía: la Constitución de 1863

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Page 1: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

««Página 17»».

Capítulo 1

Del federalismo a la Constitución de 1886

Jorge Orlando Melo

Realismo y utopía: la Constitución de 1863

El 14 de febrero de 1863 se reunieron en la población antioqueña de Rionegro los

miembros de una convención que debía escribir una nueva Constitución para

Colombia. Se trataba de establecer las bases legales para un régimen que suma

como resultado de una larga y violenta guerra civil, encabezada por el general

caucano Tomás Cipriano de Mosquera. La triunfante revolución se había hecho a

nombre de los derechos de los estados federales, de su autonomía y su

independencia, y contra el autoritarismo atribuido al presidente legítimo Mariano

Ospina Rodríguez.

Los abogados y generales reunidos pertenecían todos al partido liberal y este

hecho hacía posible elaborar una norma constitucional bastante coherente, que

recogiera las aspiraciones del liberalismo colombiano. Sin embargo, los

convencionalistas no estaban muy seguros del carácter del triunfo obtenido: para

lograrlo, los liberales se habían tenido que someter a un caudillo autoritario y

despótico, cuya conversión al liberalismo era demasiado reciente para no suscitar

el temor de haber sido motivada por oportunismo o resentimiento. ¿No habrían

salido del régimen conservador para quedar en las manos del militarismo y la

arbitrariedad del enérgico y temperamental general caucano?

««Página 18»».

Un buen grupo de convencionistas de tradición civilista —abogados, comerciantes,

propietarios rurales— deseaba el establecimiento de un régimen legal que diera el

máximo desarrollo posible a los derechos individuales y redujera, de acuerdo con

los principios del liberalismo decimonónico, las funciones y el papel del Estado:

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para ellos Mosquera, conocido por sus arrebatos y furias y por su tranquilidad para

fusilar, era un riesgo. Otros liberales, por afinidades regionales, como los del

Cauca, o por su agradecimiento con el destructor del gobierno conservador, o por

resistencia al leguleyismo y a la mentalidad de tenderos que atribuían a los

civilistas, ofrecían un vigoroso respaldo a don Tomás Cipriano y veían en él el

escudo que protegería al país del fanatismo, el clero y la godarria.

La tensión entre los convencionistas no impidió la rápida elaboración de una

nueva Constitución, pero las desconfianzas de civilistas como Salvador Camacho

Roldán, Manuel Murillo Toro o Aquileo Parra contribuyeron a darle algunos rasgos

particulares, a extremar la búsqueda de garantías contra el poder presidencial y

contra la intervención del poder central en la vida de los estados. El texto

aprobado contó al cabo con el respaldo entusiasta de los liberales, que veían en la

nueva Constitución el summum de civilización política y la prueba de que

Colombia había llegado a un grado de madurez que la convertía en ejemplo para

el mundo. Para los descontentos conservadores, era una carta utópica, sin bases

en la realidad colombiana, inaplicable y que conducía en la práctica a una

situación de desorden permanente y a la violación de los derechos individuales y

ciudadanos que sus artículos reconocían. Durante el siglo pasado se hizo famoso

el supuesto elogio de Victor Hugo, quien había dicho al leerla que era «una

constitución para ángeles».

Se trataba, en primer lugar, de una Constitución federalista, hasta tal punto que

partía de la ficción histórica y legal de que los Estados Unidos de Colombia se

originaban en un pacto entre estados soberanos preexistentes, que habían

acordado en 1861 unirse para formar una «nación libre, soberana e

independiente». Sin embargo, el federalismo no era nuevo: creado en forma

larvada por la Constitución de 1853, había sido institucionalizado, con toda su

plenidad, en la Constitución aprobada en 1858 por un entusiasta congreso de

amplia mayoría conservadora. Como su reciente antecedente, en el 63 se

reservaron al gobierno central el manejo de las relaciones exteriores, el crédito

público, el ejército nacional, el comercio exterior, los sistemas monetarios y de

pesas y medidas y el fomento de las vías interoceánicas. En forma conjunta con

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los estados federales, podía intervenir en los asuntos relativos a la instrucción

pública, los correos, la estadística y el manejo de los territorios de Indígenas.

««Página 19»».

Todo lo demás, todo lo que expresamente no se asignaba al gobierno nacional,

quedaba reservado a las entidades regionales. Según el texto constitucional, y

contra lo que con frecuencia se ha dicho, los estados no podían declarar la guerra

ni intervenir en los asuntos internos de otros y correspondía al gobierno central, y

sobre todo a la Corte Suprema de Justicia, dirimir las controversias y desacuerdos

entre estados. Pero aunque el gobierno de la nación podía declarar la guerra a un

estado, esto sólo ocurría en caso de abierta rebeldía de las autoridades de este: lo

que la Constitución tenía de novedoso era la ausencia de toda norma que

permitiera al gobierno central intervenir en el caso de que se presentaran

perturbaciones en el orden público intenso de los estados, o cuando Las

autoridades de estos violaran las normas constitucionales o legales. El único

control a la legalidad de los actos de las autoridades regionales, que repetía una

norma de la Constitución de 1858, era el mecanismo que permitía a la Corte

Suprema suspender los actos de las asambleas estatales y remitirlos al senado,

para que si los encontraba inconstitucionales declarara su anulación. Y a esto se

añadió la garantía simétrica que permitía a las asambleas estatales anular los

actos del gobierno central cuando una mayoría de ellas los juzgara violatorios de

los derechos individuales o de la soberanía de los estados. Aparentemente se

esperaba que en cada estado se consolidaran, sin tutela nacional alguna, por el

puro proceso civilizador de la educación y de la práctica política, los principios

señalados en la Constitución, que ordenaba que los gobiernos fueran «populares,

electivos, representativos, alternativos y responsables». Pero si un gobierno

regional violaba estos principios, o una revuelta local derribaba un gobierno

legítimo, nada permitía recurrir al gobierno central para obtener apoyo en el

mantenimiento de la legitimidad. Así, cuando en 1864 los conservadores

antioqueños insurrectos derribaron el gobierno de Pascual Bravo, el presidente

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Manuel Murillo Toro decidió reconocer el nuevo régimen de Pedro Justo Berrio,

interpretando la constitución en forma que restringía todo derecho del gobierno

central a intervenir en los asuntos políticos estatales. La llamada ley de Orden

Público, aprobada en 1867 y que estuvo vigente hasta 1880, hizo clara esta

interpretación y la convirtió en la única posible.

El segundo rasgo dominante de la Constitución era el amplio reconocimiento de

los derechos y garantías individuales. Abolía por completo la pena de muerte —

esto fue lo que motivó los elogios de Victor Hugo— y garantizaba los derechos a la

propiedad, las libertades de pensamiento; imprenta, domicilio, trabajo, enseñanza,

etcétera. Permitía a los ciudadanos asociarse «sin armas», pero, como la

Constitución de los Estados Unidos de América, autorizaba la sesión de armas y

su comercio, aunque solamente en tiempos de paz.

««Página 20»».

Y a diferencia de la Constitución norteamericana, no consagraba el derecho a la

revolución, aunque sin duda no era necesario hacerlo para que este derecho

tuviera un amplio ejercicio. En tercer lugar la Constitución debilitaba

decididamente el poder del presidente, al que obligaba a actuar de acuerdo con el

legislativo, al obligarlo a someter a la aprobación del congreso el nombramiento de

los secretarios de Estado, de los diplomáticos y de los jefes militares. Y en buena

parte para evitarse una larga presidencia de Mosquera, quien tarde o temprano

tendría que ser elegido, se fijó un período presidencial de sólo dos años, en vez de

los cuatro que establecía la carta de 1858.

Por último, debe subrayarse que, convencidos de la sabiduría de su obra, los

constituyentes de Rionegro decidieron hacer especialmente difícil su modificación:

durante su vigencia sólo pudo ser reformada una sola vez. En efecto, el cambio

requería el apoyo unánime de los estados, sea que se expresara mediante la

petición, por todas las asambleas estatales, de una convención constituyente, o

mediante la aprobación por el congreso de una ley de reforma ratificada por el

voto unánime del senado, «teniendo un voto cada estado». Como cada estado

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tenía tres senadores, esto hacía que fuera necesario contar con el voto favorable

de por lo menos dos senadores en todos y cada uno de los nueve estados que

componían la unión, lo que resultaba bastante difícil de lograr.

Progresan los asuntos locales, en especial las revoluciones

La marcha real del país, por supuesto, sólo dependía parcialmente del sistema

constitucional adoptado. Los recursos económicos del país, las relaciones con el

mundo capitalista de la época, las tradiciones y prácticas políticas, los conflictos

entre grupos sociales y económicos, todo lo que se quiera, configuraban un

contexto que influía decisivamente sobre la forma como marchaban las

instituciones políticas y sobre la historia política nacional. Pero la Constitución era

sin duda importante, pues definía canales precisos a la controversia política,

asignaba diversos poderes a los ciudadanos y era, ella misma, tema de una

permanente controversia.

Desde cierto punto de vista, la Constitución respondía muy bien a la realidad

nacional: Colombia era un país sin mucha unidad económica, social o política. Es

cierto que casi toda la población hablaba el mismo idioma y profesaba la misma

religión. Aún más, desde el punto de vista étnico, el mestizaje se encontraba más

avanzado que en casi cualquier otro país hispanoamericano, y sólo algunos

grupos indígenas estaban por fuera de la nacionalidad colombiana.

««Página 21»».

A pesar de ello, sobrevivían vigorosas identidades regionales o locales, que se

percibían en buena parte ligadas a diferentes constituciones étnicas, distintas

tradiciones culturales o contrapuestos intereses económicos. Observadores

nacionales y extranjeros subrayaban la diferencia entre los mestizos aindiados de

Boyacá o Cundinamarca, los negros del Cauca, los mulatos de la Costa o

Santander, así como la auto-identificación, más que con el país, con una localidad

o una región: se era bugueño, o socorrano, o cartagenero o, si acaso, antioqueño.

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Los partidos políticos, y en particular algunos caudillos, podían crear un mínimo de

lealtades nacionales, pero solo reconociendo el peso de las diferencias, intereses

y vanidades locales. Las dificultades de comunicación, la variedad de condiciones

e intereses locales, y el peso de las tradiciones regionales hacían poco viable un

gobierno centralizado real. En un país en el que todavía, para 1870, apenas el 7%

de la población vivía en concentraciones urbanas de más de 10,000 habitantes,

con un telégrafo que empezaba a unir apenas las capitales de los estados, y en

el que viaje de Medellín a Bogotá podía durar 20 o 30 días, la presencia de un

gobierno central en el territorio nacional tenía mucho de irreal.

Pero, aunque el régimen federalista hubiera podido ajustarse muy bien a las

condiciones nacionales, y aunque el sistema político funcionó en forma aceptable

hasta mediados de la década de 1870, alentado por una época de gran

prosperidad e insospechado crecimiento del comercio internacional, algunos

aspectos concretos de orden político, derivados de las normas constitucionales,

generaron dificultades crecientes y contribuyeron a desestabilizar al régimen y a

hacerle perder legitimidad. Como ya se vio, se dejó a cada estado el manejo de su

propio sistema político: esto quería decir que la determinación de las normas

electorales, y la calificación de los resultados se dejaba en las manos de los

estados, incluso cuando se trataba de elegir miembros del Congreso o presidente

de la República. Eran obvias las desigualdades: mientras en unos estados se

mantuvo el sufragio universal, en otros se adoptó un sistema de voto restringido,

fuese por calificaciones de ingreso o alfabetismo, o por una amplia variedad de

sistemas de elección indirectos. Esto condujo a situaciones en las que el sufragio

no era muy puro ni representativo, y a que grupos que perdían el apoyo de los

electores trataran de conservar el poder manipulando las leyes electorales o los

sistemas de escrutinio. Lo anterior tenía implicaciones graves ante todo para la

elección presidencial, pues para esta cada uno de los nueve estados contaba con

un voto. Mientras los liberales dominaron una clara mayoría de estados, y se

mantuvieron unidos, no fue necesario realizar malabarismos extraordinarios con el

sistema electoral. Así ocurrió durante la primera década de vigencia de la

Constitución, cuando tan sólo Antioquia y Tolima estuvieron bajo control de los

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conservadores. Pero ya para comienzos de la década del 70, por ejemplo, se

había establecido en Cundinamarca una maquinaria que controlaba todo el

aparato electoral y judicial: el famoso “sapismo” orientado por don Ramón Gómez,

de quien decía Joaquin Pablo Posada: “él una falange rige que hace jueces y

ministros y falsifica registros diciendo el que escruta elige”

Tan pronto comenzó a dividirse el liberalismo, comenzó a hacerse más importante,

para garantizar la sucesión presidencial, el control de los ejecutivos regionales, y

esto agudizó la tendencia a prácticas electorales viciadas o a mecanismos

abiertos de violencia, a las revueltas locales y —después de 1873— a que el

gobierno central, que contaba con una Guardia Nacional con destacamentos en

todo el país, interviniera subrepticiamente en favor de uno u otro grupo liberal.

««Página 22»».

Así, mientras en el período anterior a 1858, bajo constituciones más o menos

centralistas, las revueltas pretendían derribar el poder ejecutivo central, a partir de

1863 se hicieron frecuentes las revoluciones locales y el principio de no

intervención del gobierno central, sobre todo en la década del 70, dejó de

aplicarse en la práctica, aunque se mantuvo en la teoría. Por esto, pudo decir el

secretario del Interior Felipe Zapata en su memoria de 1870: «Las revoluciones

descentralizadas han prosperado como todos los asuntos confiados a las

secciones...»

El hecho es que, durante la vigencia de la Constitución de 1863, sólo se dieron

dos guerras civiles generales, la de 1876-77, originada en el problema de

educación religiosa, y la de 1885 cuando lo que estaba en juego era la

supervivencia de la Constitución misma. Pero las revueltas locales fueron

frecuentes, y se convirtieron en uno de los principales motivos de crítica contra la

Constitución.

Sin embargo, si se compara la evolución colombiana con la de otros países

latinoamericanos, o si se advierte que la inestabilidad política no fue inferior bajo el

imperio de constituciones centralistas y autoritarias, el resultado no fue tan

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negativo, y bajo la vigencia de estas constituciones se fueron consolidando

mecanismos de poder regional y grupos políticos de alcance regional y nacional

que pudieron, a comienzos del siglo xx, lograr un mínimo de consenso entre los

grupos dirigentes colombianos con respecto a las reglas políticas del país. Y la

Constitución del 63 convirtió en parte de la ideología política nacional, en valores

aceptados por amplios grupos de la población nacional y no sólo por una estrecha

élite educada, conceptos como el del origen popular del poder político, la igualdad

de derechos de los ciudadanos, independientemente de su situación económica,

social y étnica, la búsqueda de soluciones civiles a los conflictos, la inviolabilidad,

por el Estado, de la vida humana, el derecho universal a la educación, la libertad

de expresión, de pensamiento y de prensa; los mismos conservadores los fueron

acogiendo al esgrimirlos contra las violaciones de ellos por parte de los gobiernos

liberales.

Por otra parte, buena parte del período de vigencia de la Constitución de 1863

coincidió, como se dijo ya, con un auge de la actividad económica, que duró más o

menos hasta 1875. Esto permitió que, incluso contra el liberalismo extremo de

algunos teóricos, el estado aumentara su capacidad de acción y de intervención

en la vida del país.

««Página 23»».

Los recursos fiscales se aplicaron entonces ante todo a mejorar la red de

comunicaciones del país (telégrafos, caminos, ferrocarriles), con lo que

contribuyeron los liberales federalistas a crear bases reales para un sistema

político más centralista, y a impulsar la educación pública, que tenía una alta

prioridad en la agenda liberal, por la posibilidad de que sirviera de contrapeso

ideológico a la Iglesia. También la educación pública sirvió para impulsar los

procesos de unificación cultural del país y para implantar un mínimo de valores

comunes en los principales núcleos del territorio nacional.

Las divisiones liberales y la estrategia conservadora

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El partido liberal tenía, desde la fecha misma de su constitución formal, en 1849,

una historia de divisiones. Gólgotas y Draconianos se habían opuesto entonces:

los primeros constituían una tendencia doctrinaria y teórica que atraía sobre todo a

los jóvenes universitarios y a comerciantes y hacendados partidarios del libre

cambio; los otros agrupaban militares pragmáticos y con experiencia, opuestos a

innovaciones utópicas, y artesanos empeñados en un proteccionismo que los

Gólgotas rechazaban. La división fue brusca, y llevó a pedreas y zurras: los

elegantes Gólgotas tuvieron que defenderse a puño limpio de los artesanos. La

dictadura de José María Melo estuvo inscrita en este contrapunto, pero su derrota

hizo perder casi todo peso a los draconianos. Estos tuvieron una reencarnación en

Mosquera quien desde 1855 empezó a buscar la creación de un tercer partido o la

alianza con un sector liberal. Fue el partido liberal todo el que finalmente lo apoyó,

aunque, como se vio, la redacción de la Constitución reabrió las fisuras. Los

liberales civilistas, que recibieron el apelativo de «radicales», no pudieron impedir

su elección en 1866, pero aprovecharon algunas divergencias menores y los

intentos del general de imponer su voluntad al Congreso a la brava, para

«amarrarlo», destituirlo, cambiarlo por el designado, general Santos Acosta, y

juzgarlo. Fue condenado al pago de doce pesos de multa, y por un tiempo, al

perder influencia la corriente mosquerista, a la que solamente identificaba la

lealtad y admiración por el gran general y quizás un anticlericalismo a flor de piel,

más hirsuto que el de la mayoría de los radicales, pareció que el liberalismo sé

mantendría unido.

««Página 24»».

Pero los conservadores excluidos de toda perspectiva de control del gobierno

central, tenían interés en la división liberal, si querían aumentar su propio poder.

Es cierto que el radicalismo había tolerado la existencia de gobiernos

conservadores en Antioquia y el Tolima, y el envío al Congreso de representantes

y senadores de este partido. Esta tolerancia no era difícil mientras los

conservadores fueran minoritarios, pero ponía en peligro el régimen liberal si estos

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continuaban añadiendo estados a su rosario. Así, cuando en 1869 lograron ganar

las elecciones de Cundinamarca, los radicales echaron por la borda la teoría de la

no intervención y utilizando la excusa de un conflicto entre la asamblea de

Cundinamarca y el gobernador, procedieron a «amarrar» a este, por sugerencia

del gran ideólogo del liberalismo, Manuel Murillo. Toro. Esta experiencia hizo que

el conservatismo, orientado sobre todo por el hábil político caucano Carlos

Holguín, modificara su estrategia y tratara de buscar una alianza con un sector

liberal.

El efecto de esta línea, que buscaba obtener garantías de acción política en los

estados, y eventualmente influir en la elección de un presidente dispuesto a hacer

concesiones importantes, era acentuar las tendencias a la división del liberalismo

y generar una permanente suspicacia entre los diversos grupos liberales: El primer

pacto lo hizo don Carlos Holguín con el demonio mismo; en 1869 los

conservadores holguinistas apoyaron a Tomás Cipriano de Mosquera como

candidato presidencial. Como este había perseguido la Iglesia, desterrado curas y

obispos, expropiado los bienes de las congregaciones y fusilado bastantes

conservadores (y no pocos liberales) —los «angelitos» que según don Tomás

había puesto en el cielo— muchos conservadores consideraron la unión sacrílega

y los antioqueños, que estaban contentos con el sistema federal y en buenas

relaciones con los liberales, vieran la cosa con tibieza, por decir lo menos. Los

radicales, por supuesto, ganaron, pero el mosquerismo siguió funcionando como

centro de atracción para los liberales descontentos. Estos ya eran muchos en

1873, cuando el candidato radical, Santiago Pérez, tuvo que enfrentar el desafío

del general Julián Trujillo, un caucano vinculado al mosquerismo y con buenos

apoyos en todo el país. Para ganar las elecciones hubo que apelar con mayor

decisión al aforismo del «sapo» Gómez y usar la Guardia Nacional para inclinar

los gobiernos regionales a votar por Pérez.

««Página 25»».

El uso creciente de la violencia y el fraude aumentaban el descontento de muchos

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liberales y la tentación de unirse a los conservadores, que tenían dos votos de los

cinco que se requerían para tener una mayoría en una elección presidencial. Esto

aumentaba la tendencia a la división, y bajo Santiago Pérez esta volvió a

consolidarse a pesar de que no es fácil señalar una divergencia muy grave de

opiniones entre los grupos liberales. Casi todo el mundo había llegado a la

conclusión de que era necesario hacer algunas reformas a la constitución. Entre

las propuestas con mayor consenso estaba el extender el periodo presidencial;

sobre el problema central, el del orden público, no existía un formula clara, pero

muchos se inclinaban a seguir el modelo norteamericano: autorizar al gobierno

central para intervenir a favor de los gobiernos estatales cuando estos o las

asambleas lo solicitaran. Nadie parecía combatir el federalismo, y cuando en las

elecciones de 1875 se enfrentaron candidatos presidenciales el probado radical

don Aquileo Parra y el político costeño Rafael Núñez, aunque la hostilidad mutua

llegó a extremos inconcebibles, las declaraciones ideológicas de los dos opuestos

portavoces apenas se diferenciaban.

Oligarcas e independientes

El grupo radical, que había usufructuado el poder nacional durante casi todos los

años entre 1864 y 1874, con el breve interregno de Mosquera en 1866-1867,

estaba dirigido por Manuel Murillo Toro, y sus personajes más conspicuos eran los

hermanos Felipe y Santiago Pérez, Damaso y Felipe Zapata, el comerciante

Aquileo Parra y el general Santos Acosta. Casi todos estaban entre los 35 y los 45

años, y habían despertado a la política muy jóvenes, casi adolescentes, en los

años movidos del medio siglo, de los conflictos entre golgotas y draconianos. Los

patriarcas del grupo eran apenas cincuentones, como Murillo, el ideólogo y orador

Ezequiel Rojas o Parra. La mayoría provenía de las provincias orientales del país,

de Boyacá, Cundinamarca y en especial de Santander. En estos estados la

influencia de los radicales era muy amplia, y el semillero de nuevos reclutas

producía continuas cosechas. Aunque algunos tenían fortunas independientes,

más bien modestas, y cuidaban alguna hacienda o un negocio comercial, la

mayoría de los dirigentes radicales se había dedicado ante todo al mundo de la

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política y de la ideología. Cuando no ocupaban un cargo público, un ministerio o la

presidencia, la enseñanza y el periodismo eran sus actividades preferidas. Tenían

una ideología en la que creían con firmeza, y a esta fe rígida ayudaba la relativa

simplicidad de su pensamiento, que mezclaba influencias de Bastiat, Juan Bautista

Say y sobre todo el utilitarismo político de Jeremias Bentham, que se había

enseñado en las escuelas de derecho del país durante casi todo el siglo.

««Página 26»».

Casi todos tenían un título profesional, preferiblemente de abogado, y creían en la

instrucción como uno de los factores principales del progreso. La economía les

parecía una ciencia y la política debía estar regida por dogmas y principios ciertos.

Con una cierta ostentación de pulcritud moral y de firmeza de carácter, probaban a

su modo que era posible, contra lo que creían los conservadores, ser utilitarista y

honrado. Algunos de ellos, como don Santiago Pérez, el presidente de 1874-

1876, hacían gala de su fe y su catolicismo —su misal se hizo famoso en el

mundillo político— pero la mayoría eran creyentes flexibles, sin aceptar la

disciplina de la Iglesia y muy enemigos de la intervención de ésta en la vida

pública. De esta intervención, en su opinión, no surgía sino el triunfo del fanatismo,

las supersticiones y el mantenimiento de la ignorancia de las masas, sobre las que

se apoyaba el partido conservador. A pesar del anticlericalismo, hubieran preferido

no perseguir a los eclesiásticos. Se sentían obligados a hacerlo en ocasiones,

cuando la Iglesia terminaba poniendo en peligro al régimen, pero la actitud

represiva de Mosquera, por ejemplo, les parecía una prueba más de las

arbitrariedades del general. Lo que querían era ante todo que la Iglesia no

interviniera en política, y que permitiera el desarrollo de un sistema educativo

público independiente de ella, y esto era algo que la Iglesia no estaba dispuesta a

aceptar.

Cuando se lanzó la candidatura de Rafael Núñez en 1875, sus seguidores se

dieron el nombre de «independientes», mientras reservaron el título «oligarcas»

para sus opositores. El grupo independiente estaba amasado por harinas de muy

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diversas clases. El mismo candidato era difícil de agarrar. Costeño, no ocultaba su

fastidio por Bogotá y por los cachacos. Esto ganó adhesiones de origen

regionalista: casi todos los liberales de la Costa de Riohacha a Panamá, lo

respaldaron en las elecciones de 1875; era la oportunidad de tener por primera

vez un presidente costeño. Además, el radicalismo, con su fanatismo ideológico

no había prendido mucho en el ambiente político costeño, donde pesaban más los

conflictos entre clanes familiares o entre los blancos y los políticos de las barriadas

mulatas. Fuera de los costeños, los liberales caucanos, cuyo candidato Julián

Trujillo había sido frenado en 1873 con las manipulaciones radicales, también se

sumaron a Núñez.

Otras características de Núñez permitían ganar otros apoyos: había estado

ausente del país durante doce anos, como cónsul de Colombia en Le Havre y en

Liverpool. Supuestamente había hecho una buena fortuna y había adquirido una

madurez de estadista con sus estudios de los pensadores políticos europeos. No

había descuidado la actividad de periodista, y había remitido corresponsalías en

las que adoptaba una posición moderada, abierta al realismo político, enemigo de

los fanatismos y de los choques entre los principios y la realidad. No era, además,

muy amigo de hablar claro: en sus escritos pueden encontrarse elogios y críticas

del federalismo, recomendaciones y contra-recomendaciones frecuentes. Fue el

político que hizo con más decisión regla máxima de conducta la de «seguir las

corrientes de la opinión». Sin embargo, venia con un objetivo claro, y si otros

aspectos de su pensamiento variaban con frecuencia, en esto mantuvo una actitud

coherente: era preciso reformar el sistema político vigente para que el país

superara el desorden y la violencia, y esto requería un sistema político en el que el

Estado fuera vigoroso.

««Página 27»».

La vaguedad de sus formulaciones y la ausencia del país hacían que no tuviera

muchos enemigos concretos, y su imagen de pensador, su capacidad de

polemista, los poemas en los que expresaba su escepticismo religioso, su

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habilidad como escritor que iba al grano y no se perdía en retóricas vacuas —sus

enemigos decían que no venía acción buena ni palabra mala—atrajeron buena

parte de los jóvenes universitarios o recién graduados: en el 76 fue candidato de la

juventud. No importa que vieran en él lo que no era: muchos de los jóvenes

liberales creían que era el verdadero portador de la tradición liberal, frente a don

Santiago Pérez, cuyas idas a misa lo hacían sospechoso para los fervorosos

liberales de la Universidad Nacional o El Rosario. A esta gente se unían antiguos

mosqueristas y, por supuesto, todos los políticos insatisfechos, todos los que

sentían que el «Olimpo Radical» se había convertido en una rosca estrecha que

bs excluía del poder. Por último, seguían a Núñez los que alcanzaban a entrever

que quería reformar genuinamente el sistema político, los liberales como don

Salvador Camacho Roldán, don Manuel Uribe Ángel o don Miguel Samper, que

creían que había que civilizar nuestras costumbres políticas, acabar con la

intolerancia y el fraude y que era preciso reconocer un lugar a los conservadores y

acabar con la guerra Contra la Iglesia. Como puede verse, en la primera

candidatura de Núñez los «independientes» lo fueron por las razones más

heterogéneas y a veces contradictorias. Más que un movimiento consistente, era

una coalición de insatisfechos, y la habilidad de Núñez para hacer que un grupo

unido por motivos tan tenues lograra sobrevivir es una buena prueba de su talento

político.

Unas elecciones movidas

Núñez parecía contar, desde el comienzo, con muy buenas probabilidades de

ganar la elección: si tenía el apoyo de los tres estados de la costa (Magdalena,

Bolivar y Panamá) y del Cauca, le bastaría un voto más para ganar la elección.

Este voto podía ser el de cualquiera de los estados conservadores (Antioquia y

Tolima) o el de Cundinamarca, donde los independientes tenían buena fuerza. El

candidato radical, Parra, parecía contar apenas con los votos de Santander y

Boyacá, y quizá de Cundinamarca. Núñez entró en negociaciones privadas con los

conservadores, y escribió una carta a don Miguel Antonio Caro y a don Carlos

Martínez Silva, dos de los principales dirigentes de este partido, donde, con algo

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de su usual ambigüedad, declaró que no era «decididamente anticatólico».

Aunque esto no tenía un sentido muy claro, Carlos Holguín juzgó que era

suficiente para darle el apoyo conservador.

««Página 28»».

La posibilidad de un presidente liberal elegido con el apoyo de los conservadores

resultaba inaceptable para los radicales: ¿A cambio de qué estaría dándose ese

apoyo? ¿Qué pactos podían haber acordado Núñez y el zorro de don Carlos

Holguín? Los radicales no lo sabían, pero sospechaban lo peor. En una carta a

Martínez Silva de fines de año, Núñez había echado sus cartas: si lo apoyaban y

era elegido, impulsaría el nombramiento de designado y secretario de guerra

conservadores, establecería la paridad en el gabinete y los empleos principales,

haría una distribución «equitativa» de los cargos militares, se daría autonomía a la

universidad y se tramitaría una reforma constitucional que, curiosamente,

acentuaba el federalismo: los estados recibirían autonomía para el manejo de los

asuntos religiosos y educativos, así como de todo lo relativo a elecciones y

derechos de los ciudadanos. De este modo, los estados conservadores podrían,

sin temor a enfrentarse al gobierno central, restablecer la enseñanza religiosa

obligatoria, y regularizar las relaciones con la Iglesia. En este aspecto, Núñez

había advertido ya la necesidad de superar el enfrentamiento con la Iglesia y

ofrecía que el gobierno federal, partiendo del hecho de que la religión católica era

la de la «casi totalidad de los colombianos», tendría una actitud hacia el culto que

no sería de «indiferencia absoluta».

A la desconfianza de los radicales hacia Núñez, por sus eventuales concesiones

al conservatismo, se sumaban otros motivos de suspicacia: ¿ de dónde salía

Núñez, que había estado fuera de la lucha durante doce años, con el derecho a

quitar el turno presidencial a radicales que habían ganado su puesto en la paz y la

guerra? Fuera del natural rechazo de unos caballeros puritanos y moralistas a un

político conocido por sus aventuras amatorias, y que quizás había saltado tapias

con más frecuencia por motivos de faldas que por razones políticas o militares.

Page 16: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

Las elecciones, realizadas a media dos de 1875 en los diversos estados: dieron

aparentemente el triunfo a Núñez: Panamá y Bolívar votaron por él, y parecía

evidente la mayoría de Magdalena y Cauca. Antioquia y Tolima para evitar que

Núñez apareciera como candidato apoyado por los conservadores, escogieron a

Bartolomé Calvo. En esta situación, faltaba escrutar el voto de Cundinamarca, y

cuando el gobierno advirtió que había mayoría nuñista, comenzó una serie de

maniobras que llevaron al colmo el manejo de los escrutinios. Un miembro del

jurado electoral fue apresado, para llamar a su suplente radical; cuando los demás

jurados se opusieron, fueron destituidos y reemplazados por radicales, que dieron

el triunfo a Parra. Aun así, éste tenía sólo tres votos. Se procedió entonces a

apoyar un golpe en Panamá, y el nuevo gobierno hizo otro escrutinio, de donde

resultó que Panamá tuvo dos resultados, uno por Núñez y otro por Parra. También

en Magdalena se derribó al presidente independiente Joaquín Riascos, quien

murió, y se le reemplazó por un radical. Un cambio de presidente en Cauca

permitió el ascenso de un parrista, quien trató de que s escrutara a favor de Parra.

Al no lograrse esto, se decidió impedir que s legalizara el escrutinio, de modo que

Cauca no votó. Después de múltiples irregularidades, y de que se declarara que

ninguno de los dos candidatos principales había obtenido la mayoría absoluta, el

Congreso, como lo ordenaba la Constitución, procedió a elegir presidente,

después de varios incidentes que permitieron elevar la representación parrista en

forma claramente ilegal. Núñez había perdido su primer intento de ascender a la

presidencia pero el triunfo radical había exigido tal acopio de fraudes y violencias

que la legitimidad del gobierno y el prestigio del radicalismo se vieron seriamente

afectados. Y desde entonces, la división liberal se hizo irremediable.

««Página 29»»

Guerra civil y triunfo de los independientes

El presidente electo trató de realizar una política que limara las asperezas entre

Page 17: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

radicales e independientes, así como las que existían entre la Iglesia y el Estado, y

que se centraban en la existencia de escuelas normales orientadas por una misión

alemana, cuyos miembros eran protestantes, y en el carácter no religioso de las

escuelas primarias. Parra acordó con el arzobispo de Bogotá un sistema por el

cual las escuelas organizarían los horarios Para que un sacerdote pudiera dar

enseñanza religiosa a los niños cuyos padres lo solicitaran. Sin embargo, en otras

regiones del país, como Antioquia y el Cauca, la Iglesia mantuvo una actitud

intransigente, y consideró ilegítimo para los católicos asistir a las escuelas

estatales, aun si en ellas, como se propuso en el Cauca, enseñaban religión un

sacerdote y lo pagaba el gobierno; se llegó incluso a prohibir la presencia de los

alumnos de las escuelas normales en las procesiones religiosas, para que no se

mezclaran <el trigo y la cizaña> Todo esto condujo a un agudizamiento de las

tensiones entre conservadores y el gobierno, y finalmente aquellos se lanzaron a

la guerra contra el ateísmo liberal. Muchos de ellos confiaban en que el nuñismo

resentido, se les uniría. Pero todavía para la mayoría de los independientes los

conservadores eran el enemigo común, y una alianza con ellos violaba

demasiadas tradiciones. Aunque el mismo Núñez, que había sido elegido

presidente del estado de Bolívar, consideró, según parece, la posibilidad, acabó

decidiendo que no iba a «embarcarse en un navío a punto de irse a pique»: ya los

conservadores habían sufrido derrotas sustanciales en los campos de batalla. Así

resolvió el dilema que había planteado a Emiro Kastos: «¿Debemos unirnos a los

oligarcas de miedo a los conservadores, o unirnos a estos aunque nos domine el

elemento teocrático?» Además, Núñez veía venir, por un camino travieso, el

triunfo que los radicales le habían robado: los triunfos de la guerra convirtieron al

independiente Julián Trujillo en el héroe nacional del liberalismo, lo que lo hacía el

obvio e inevitable triunfador de las siguientes elecciones, en las que además

desaparecerían los votos conservadores, pues la derrota de éstos condujo a la

formación de gobiernos liberales en el Tolima y Antioquia. 'La euforia del triunfo

creó al menos momentos de unidad entre las dos alas del liberalismo, que no

vacilaron en votar conjuntamente el destierro de los cuatro obispos que más

habían estimulado la guerra- la suspensión de los pagos a la Iglesia

Page 18: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

correspondientes a las manos muertas y la expedición de una ley de <tuición de

cultos> que colocaba a la iglesia bajo la vigilancia del Estado.

Sin embargo la unión fue breve y pasajera y pronto los liberales se dividieron de

nuevo. Entre los temas de desacuerdo estaba el apoyo al ferrocarril del Norte, un

proyecto favorito del presidente Aquileo Parra, que salía de Bogotá y llegaba al

Magdalena pasando por los tres departamentos orientales; para antioqueños,

caucanos y costeños esta ruta parecía demasiado cara y sin mucha prioridad,

excepto política y, en particular, en una situación de crisis económica y fiscal como

la que había empezado a vivir el país desde 1875. También fue tema de

frecuentes desacuerdos una innovación que se había introducido en la guerra de

1876-77: la de confiscar los bienes de los conservadores y re-

««Página 30»».

matarlos. Los propietarios de ambos partidos vieron esto con horror, y hasta el

general Mosquera, que encontraba de acuerdo con el derecho de gentes fusilar

enemigos, juzgaba el colmo de la barbarie arrebatarles sus propiedades.

En todo caso, como se había previsto, la elección del general Julián Trujillo resultó

inevitable, y los mismos radicales se vieron obligados a apoyarla. En la posesión,

el 8 de abril de 1878, el presidente del Senado, Rafael Núñez, planteó la

necesidad de una reorientación para sacar a la nación de las dificultades que

afrontaba: «El país se promete de vos, señor —dijo Núñez a Trujillo— una política

diferente, porque hemos llegado a un punto en que estamos confrontando este

preciso dilema: Regeneración administrativa fundamental o catástrofe.» Trujillo

trató de abrir el camino a esta Regeneración y gobernó en un ambiente de

perpetua desconfianza hacia los radicales.

La administración independiente, si quería continuar en el poder —y para nadie

era un secreto que Núñez intentaría ser elegido en 1880– requería consolidar su

fuerza en los diversos estados, la mayoría de los cuales estaban en manos de los

radicales, cada día más desconfiados de Núñez, sobre todo después de que en

1879 se divulgó la carta a Martínez Silva mencionada antes. La brecha entre

Page 19: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

Núñez y los radicales se abrió más cuando el congreso, de mayoría radical, objetó

e impidió su nombramiento como ministro colombiano en los Estados Unidos de

América. En todo caso, poco a poco los independientes empezaron capturar los

estados: Boyacá y Santander vieron elegir presidentes independientes, los

señores José Eusebio Otálora y Solón Wilches. En el Magdalena, el general José

María Campo Serrano, con el apoyo probable de Núñez, presidente de Bolívar,

derribó al gobernador radical; en el Cauca, el independiente Eliseo Payán derribó

a Modesto Garcés. Así, para fines de 1879, ya los radicales parecían a punto de

perder el control de casi todos estados, con excepción de Antioquia Tolima y

Cundinamarca. En Antioquia fracasó una revolución impulsada por los

independientes de Cundinamarca, y con un buen apoyo conservador. El

gobernador, Tomás Rengifo, antes vacilante, se pasó de lleno al radicalismo, y

acabó siendo proclamado candidato presidencial de grupo en un acto suicida,

teniendo cuenta el amplio descrédito que lo Rengifo entre el liberalismo

bienpensante. En efecto, a éste se le atribuirían varias prácticas de guerra de

inusitada violencia durante la revolución conservadora que tuvo lugar en Antioquia

en 1879, como el fusilamiento de prisionero y la coacción al Banco Medellín para

apoderarse de sus pósitos. Como decía Martínez Silva —antes de que en 1885

Núñez tuviera que encerrar a los accionistas, del Banco Hipotecario para que

aprobaran un préstamo-: «Los bancos son hoy todo el mundo civilizado una

especie de sancta sanctorum... y quien ellos se estrella, está perdido.»

La debilidad de los radicales llegaba a un punto inesperado. ¿Qué podían hacer?

Rengifo, a comienzos de año había tratado de conformar una liga entre Antioquia

y Tolima para tratar de impulsar una rebelión radical el Cauca. El gobernador de

Tolima decidió que era preferible mantener dentro de la legalidad, y aceptar la

inevitable administración Núñez.

Los debates del Congreso se hacían ante barras exaltadas. Los independientes

aprendieron a movilizar a los artesanos, y cada rato se presentaban incidentes de

violencia. En la Cámara se produjo un abaleo, y un artesano resultó muerto. Los

radicales pensaron que el presidente estaba tolerando las asonadas contra el

Congreso, y trataron de «amarrarlo». Para ello sentaron una acusación contra él

Page 20: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

como se suspendió la reunión constitucional del cuerpo, los enemigos de Trujillo

decidieron reunirse en secreto para proseguir las sesiones. La maniobra no tuvo

resultados y algunos de los

««Página 31»».

radicales, apedreados, debieron refugiarse en el palacio presidencial, donde los

recibió, con su sombrero de jipijapa puesto, el acusado. En otras regiones el

conflicto político tenía claras connotaciones sociales; los dirigentes el grupo

independiente o wilchista de Santander, amenazados por la oligarquía comercial,

que había presentado una lista unida radical y conservadora para las elecciones

municipales, movilizaron las masas y los artesanos, en un momento de fuerte

crisis económica. La tensión entre estos grupos y las oligarquías comerciales de

Bucaramanga explotó en una asonada popular en la que se incendiaron casas

comerciales y murieron o fueron heridos varios comerciantes alemanes.

Finalmente, cayó Cundinamarca; Allí el diputado Francisco Eustaquio Álvarez («El

macho»), un radical que se preciaba de honesto y se especializó en denunciar a

los demás radicales, hizo un discurso, probablemente irónico, en el que desafiaba

a independientes y conservadores:

«Teniendo los conservadores como tienen una inmensa mayoría numérica

contando con las grandes influencias del país no ha habido otro medio que el

fraude de impedirles que recuperen por las elecciones el poder que perdieron por

las batallas. El gran error del partido liberal consistió en organizar el país después

de su triunfo armado, concediendo a los conservadores derechos políticos para

verse después en la necesidad de recurrir al fraude, a la violencia, al descredito de

las instituciones y al desconocimiento de la legalidad para hacérselos nugatorios.

Y nugatorios tenía que hacérselos, puesto que no había de ser tan estulto que se

dejase quitar con papelitos lo que había ganado con las armas. Nosotros los

liberales jamás hemos pretendido gobernar Colombia a título de mayor número,

pues reconocemos nuestra minoría; gobernamos con los títulos que nos dan la

Page 21: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

inteligencia y la fuerza, pues d ambos hemos necesitado para vencer a los

conservadores.» En todo caso, en septiembre, en Cundinamarca los

independientes ganaron, este caso con papelitos, las elecciones departamentales.

Aunque los diputados radicales trataron de organizar un golpe, fallaron por la

acción conjunta de los conservadores, dirigidos por Carlos Holguín, y de los

independientes orientados por Daniel Aldana, quien desde noviembre asumió el

cargo mientras se posesionaba el titular. De este modo, todos los estados, con

excepción de Antioquia y Tolima, quedaron en manos independientes. Las

elecciones nacionales confirmaron esta situación, al recibir Núñez ocho votos

contra uno del general Tomás Rengifo, jefe civil y militar de Antioquia, y que había

sido escogido como candidato radical.

««Página 32»».

La reacción contra Rengifo, en la misma Antioquia, lo llevó a la renuncia y a

abandonar el estado; el nuevo gobernador, Pedro Restrepo Uribe, indeciso y

apocado, resultaba vacilante, lo que provocó una revuelta radical encabezada por

el poeta Jorge Isaacs y el futuro general Ricardo Gaitán Obeso. Aunque estos

lograron un rápido triunfo, y pasearon a Restrepo - prisionero bajo vigilancia por

todo el estado (pues, tras dar su palabra de no fugarse, había escapado), no

pudieron sostenerse ante la decisión de Trujillo de enviar tropas nacionales contra

ellos, pese a todo lo que dijera la Constitución. Ante esto, Isaacs logró firmar un

convenio bastante curioso con el gobernador, por el cual aceptaba la autoridad de

éste y recibía una plena amnistía del gobierno. Además, se comprometía a expedir

por su parte un decreto de amnistía para todos los que le habían sido hostiles, es

decir que amnistiaba al gobierno y a sus tropas. Restrepo Uribe, además, ofrecía

participación en el gabinete al sector de Isaacs.

El primer gobierno de Núñez, 1880-1882

El nuevo presidente anunció, al posesionarse, un claro programa regenerador. Sin

embargo, no parecía fácil impulsar una reforma profunda de la Constitución. Como

Page 22: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

señal de apertura hacia los conservadores, nombró, por primera vez desde 1861,

un gabinete con un miembro de ese partido. Y los dos conservadores más

prestigiosos recibieron cargos públicos: don Carlos Holguín fue enviado a

representa a Colombia en Europa, mientras don Miguel Antonio Caro fue

nombrado director de la Biblioteca Nacional. Congreso tenía una leve mayoría

dependiente, que no permitía impulsar realmente el cambio: muchos los

independientes apoyaban a Núñez siempre y cuando no vieran muchos riesgos de

una «reacción clerical» o de un triunfo conservador; el nombramiento de

conservadores por el ejecutivo no fue del agrado de muchos liberales. Por otra

parte, varios aspectos de la política económica tendía a dividir el mismo grupo

independiente. Núñez anunció e impulsó una política de protección a algunos

sectores artesanales, mediante la elevación de tarifas aduaneras. Se trataba en

parte de pagar servicios políticos a los núcleos artesanales, en parte de una

creciente hostilidad de Núñez al liberalismo manchesteriano y en parte de un

intento por mejorar los ingresos fiscales. Pero para los comerciantes esto era

absurdo, y ellos tenían una amplia presencia en todos los grupos políticos. Del

mismo modo, la creación un Banco Nacional, que respondía también a un

esfuerzo por mejorar posición fiscal del gobierno y reforzar su autonomía, provocó

al menos la

««Página 33»».

Desconfianza de los inversionistas, que no compararon las acciones abiertas al

capital privado, y luego, la hostilidad de los banqueros, que veían una amenaza en

la nueva institución, a la cual se le reservaría eventualmente el monopolio de

emisión de billetes. También entre los independientes había algunos notables

banqueros, y estos se dividieron con relación a este proyecto. Por otra parte el

congreso realizó algunas de las reformas políticas que había promovido Núñez, y

que eran prenda de apertura hacia los conservadores. Levantó, por ejemplo, el

destierro de los cuatro obispos; ordenó, con el apoyo de algunos radicales, la

devolución de las propiedades confiscadas a los conservadores en 1876-1877, y

Page 23: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

una ley de orden público, que bordeaba la inconstitucionalidad, autorizó al

presidente a intervenir en los estados a solicitud de las autoridades legítimas de

estos. Pese a estas medidas, daba la impresión que el gobierno estaba

políticamente en el limbo. Casi tres meses gastó Núñez conformando el gabinete y

luego desapareció en agosto, cuando se fue, en ejercicio de funciones

presidenciales y acompañado de dos de sus ministros, a Panamá y la costa. Se

decía que iba a enfrentar un incidente fronterizo con Costa Rica; negoció además

con la Compañía del Canal un préstamo muy discutido, cuyos recursos sirvieron

para conformar el capital del Banco Nacional. Y no debe haber escapado a su

olfato político el interés de mostrar a sus coterráneos un presidente en ejercicio,

con todos lo arreos y atributos del poder. La reforma de la Constitución seguía

siendo difícil. Muchos independientes vacilaban. En julio de 1880, Santos Acosta y

Eustorigio Salgar volvieron al redil radical. Los independientes se unían en la

oposición, pero estar en el gobierno los dividía, y muchos empezaban a ver

peligrosa la estrategia nuñista y a preferir buscar la unión liberal para hacer solos

las reformas. Las suspicacias aumentaron con el discurso de Núñez en la

Universidad Nacional, cuando elogió el plan académico de 1843, considerado por

los radicales como el colmo del autoritarismo y el conservatismo; la propuesta de

que el país adoptara como ciencia fundamental la sociología, que enseñaba a las

naciones a no hacer revoluciones sino a seguir una evolución lenta y gradual,

como la de los seres naturales, no provocó tanto terror, y Salvador Camacho

Roldan comenzó a enseñarla en forma inmediata. Más bien los conservadores

eran los inquietos, ante esta ciencia materialista y que desconocía la libertad del

alma humana.

También disgustaba a los radicales el estilo administrativo de Núñez. En una

situación de crisis fiscal, elevó sustancialmente el número de empleos públicos;

los consulados en el exterior se multiplicaron, y se advirtió una clara estrategia de

recompensas, de una planeada asignación de cargos civiles y militares. No

parece, por otra parte, haber provocado crítica alguna el esfuerzo por mejorar la

formación militar, lo que se hizo utilizando los servicios del coronel norteamericano

H. Lemly, el cual reorganizó la Escuela Militar, aparentemente con éxito, si hemos

Page 24: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

de creer los informes que periódicamente presenta al ministro norteamericano en

Bogotá.

Era evidente que no se darían las condiciones para una reforma constitucional.

Algunas propuestas de Asamblea Constituyente alcanzaron a discutirse, y se

hablaba de prorrogar el período presidencial a 4 años. Pero con uno o dos estados

radicales, y otros vacilantes, la reforma era imposible. En Santander, Solón

Wilches se fue alejando de los independientes: corrupto y ambicioso, trató de

impulsar su candidatura presidencial. Núñez desconfiaba de él, y en 1881 trató de

lograr un acuerdo con los radicales para ver si lo tumbaban. Núñez quería que lo

sucediera el general Juan Nepomuceno González, de toda su confianza, y agente

de unos quineros costeños enfrentados a los exportadores favorecidos .por

Wilches. En el segundo año de gobierno el impulso parecía

««Página 34»».

perdido. Para conservar apoyo del Congreso, debió aceptar un gabinete de unión

liberal, con algunos radicales. Y comenzó el esfuerzo por garantizar el control del

siguiente período.

Muchos de los independientes más notables se habían alejado. Alrededor de

Núñez se mantenían algunos generales secundarios, y muchos jóvenes que

empezaban a ascender vertiginosamente como Carlos Calderón Reyes o Felipe

Angulo. Los verdaderos electores tenían un poder y un prestigio regional, como

Eliseo Payán, del Cauca, José Eusebio Otálora de Boyacá o Solón Wilches de

Santander. El partido independiente, fuera de Núñez, no tenía una figura nacional

de absoluta confianza. Ante esto, Núñez propuso finalmente la candidatura de un

independiente tibio, Francisco Javier Zaldúa, que ya tenía setenta años y muchos

problemas de salud. Los radicales, que no podían ganar las elecciones con sólo

dos estados, decidieron tratar de sacudir a Zaldúa, y acabaron robándole la novia

a Núñez. Parece que lograron convencerlo de que éste lo había propuesto

calculando que no podría ejercer el poder y que debía impulsar una política de

<unión liberal>. Desde abril de 1881, Zaldúa decidió aceptar su candidatura como

Page 25: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

de unidad en un ruidoso y concurrido acto en la plaza de Bolíva. Los

independientes Julián Trujillo y Salvador Camacho Roldán fueron los más

importantes deslizados de ese momento. El radicalismo adoptó una actitud de

guerra santa. En la manifestación de su máximo orador, José María Rojas Garrido,

amenazó: <Antes que permitir el triunfo del partido conservador, que no quede

piedra sobre piedra en el suelo de la patria> Y el <sapo> Gómez anunció que <la

bandera del partido, por ahora es la de la intransigencia. Otra de sus frases hizo

carrera: <Los bárbaros están a la puesta de Roma.>

Pese al creciente apoyo a Zaldúa, que finalmente agrupó alrededor de su figura

vulnerable, de su prestigio de jurista incorrupto y de su larga carrera de servicios al

partido liberal, no solo al liberalismo sino al mismo conservatismo, la lucha política

se fue haciendo más agria. En Bogotá, un antiguo nuñista, Teodoro Valenzuela,

epítome de caballerosidad cachaca, encabezó una nueva sociedad política, la de

Salud Pública, en la que los asistentes hablaban de revoluciones, atentados y

asesinatos políticos.

En las elecciones estatales de septiembre de 1881, los independientes, dueños de

los ejecutivos regionales, obtuvieron un amplio triunfo. En Cundinamarca, Aldana

barrió al salpismo; en Boyacá Arístides Calderón reemplazó a Otálora: Los

calderón una familia de independientes con una amplia clientela, llegaba al poder.

En Antioquia, fue elegido un nuevo presidente radical, pero algo contemporizador:

el comerciante del marco de la plaza Luciano Restrepo, oligarca y civilizado.

««Página 35»».

finalmente, Zaldúa fue elegido, con un solo voto en contra: el de Santander que se

dio a su propio gobernador. A partir de este momento las relaciones entre Núñez y

Zaldúa empeoraron, y cuando el Congreso se reunió eligió primer designado a

Núñez y segundo a Otálora. Zaldúa quedaba prisionero del cargo: si debía

renunciar, el poder volvería claramente a los independientes. En la posesión

presidencial, el discurso de Zaldúa, escrito por Santiago Pérez, resultó desafiante.

El anciano presidente, que había anunciado estar dispuesto a ofrendar su vida, no

Page 26: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

hizo siquiera los elogios de cortesía al presidente saliente. Los radicales creían

haber recuperado el poder.

La administración Zaldúa: un caso de doble poder

EL gabinete de Zaldúa tenía una clara mayoría radical. Núñez, dueño del

congreso, decidió usar los derechos la Constitución le daba, y la corporación

rechazó los nombramientos radicales. Durante tres meses el presidente nombraba

ministros y el congreso los vetaba. Núñez que recibió bastantes balotas negras en

1878 como ministro y cuyo nombramiento de representante en Washington habían

objetado los radicales, se pudo dar el o de negar el nombramiento de Eustorgio

Salgar, de Felipe Pérez o de Felipe Zapata. Zaldúa no sabía qué hacer. Según él,

Núñez, «no contento arruinar el tesoro público, con haber consumido estérilmente

20 millones de pesos y haber adoptado la corrupción como una política y un medio

influencia, con haber eliminado dos importantes ingresos (la sal y las anualidades

de Panamá), con haber comprometido los ingresos de las aduanas casi en su

totalidad... ahora trata de traer anarquía al país, subvertir el orden constitucional y

colocar los poderes nacionales en conflicto... Núñez permanece encerrado en su

casa sin atreverse siquiera a mirar por la ventana, pero conspirando».

En efecto, corrían rumores de que matarían a Núñez, por lo que éste no salía a la

calle. Algunos intentos de acuerdo se frustraron, y se pensó que Zaldúa esperaría

al cierre del Congreso para gobernar con ministros encargados. Mientras tanto,

trató de dar un mando radical al ejército, pero el Congreso empezó también a

bloquearlo y expidió una ley que sujetó a aprobación del Congreso los

nombramientos de subsecretarios y de mucho empleo militar.

Los radicales resultaban víctimas de su propio invento, de su temor a un

presidente que pudiera imponerse sobre el Congreso. Zaldúa, desesperado,

renunció, pero ante el pánico de los radicales y el riesgo de que estos hicieran una

guerra, por un ascenso de Núñez, retiró la renuncia. Luego estuvo enfermo, y la

Sociedad de Salud Pública hizo reunir en Bogotá más de trescientos jinetes

armados. Los rumores de atentado a Núñez aumentaban y éste se vestía de

etiqueta en su casa frente al Capitolio, a esperar a los asesinos. El Congreso hizo

Page 27: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

una última humillación a Zaldúa, quien, asmático, gustaba de descansar en Tena y

Anolaima: derogó la ley expedida oros antes para permitir a Núñez, que detestaba

el clima bogotano, gobernar desde afuera y ordenó que para salir de bogota debía

encargar al designado. Zaldúa prefirió aguantar el frio sabanero. Finalmente, en

agosto hubo un arreglo: los ministerios de Gobierno y Guerra se dieron a

independientes. El Congreso derogó la ley de tuición de cultos y ordenó la

devolución de propiedades confiscadas.

Pero la tensión continuaba. Ricardo Becerra, el principal nuñista del Congreso, fue

atacado a bala. Núñez se fue a Cartagena, a escondidas, para sacarle el cuerpo al

frío y a las intrigas de la «ciudad nefanda». En un atentado contra el gobernador

de Cundinamarca, Daniel Aldana, murió un ayudante de éste, y fue detenido,

como principal sospechoso, un general que hacía parte de la Sociedad de Salud

Pública. Durante todo este tiem-

««Página 36»».

po los conservadores habían mantenido una estrecha relación con Núñez y con

personas como Aldana. Este se sintió más seguro con ellos que con los

independientes, que podían recaer en el radicalismo. En la primera ocasión,

nombró al general Antonio B. Cuervo, uno de los dirigentes nacionales del

conservatismo, superintendente del ferrocarril de Cundinamarca: la idea era que

tuviera 300 trabajadores bien armados bajo su mando. Y en el Cauca, el

gobernador independiente se sintió amenazado por los radicales y pidió ayuda al

gobierno nacional, ateniéndose a la ley de orden público. Zaldúa le mandó al fin

una división al mando de Sergio Camargo, que había derrocado independientes

antes. Todos esperaban que los radicales recuperarían el Cauca, y el gobernador

de Antioquia, Pedro Restrepo Uribe, ofreció apoyo. Pero apenas iba en camino,

cuando la apuesta radical se frustró, el 21 de diciembre de 1882, por la muerte

esperada, anunciada y provocada de Zaldúa. Apenas había gobernado durante

ocho meses.

Núñez decidió no asumir el poder, pues esto le habría impedido la elección para el

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siguiente periodo constitucional (1884-86). Se posesionó entonces el segundo

designado, José Eusebio Otálora, un buen burócrata boyacense, opaco pero

trabajador persistente. La estrategia de Núñez aparecía ya más clara, y en vez de

hablar de reformas menores a la Constitución, propuso un cambio radical: preciso

«reemplazar la muerta Constitución de 1863 con una nueva». Para los radicales,

esto era una herejía total: «la Constitución es sagrada, es el tabernáculo de la

alianza liberal», decía el Diario de Cundinamarca. PI Núñez tenía ya en sus manos

el apoyo conservador y sólo Carlos Martínez Silva y algunos de sus amigos

seguían vacilantes. Y los estados gobernados por jefes independientes eran una

clara mayoría, la elección para el bienio siguiente era segura. Sin embargo el

problema central seguía siendo: ¿Cómo romper el nudo de procedimientos?

¿Cómo reformar la Constitución, si se requería la unanimidad?

Los radicales, sin muchas salidas amenazados con la pérdida paulatina de la

representación parlamenta (pues los ejecutivos independientes hacían elegir

representantes y senadores independientes) buscaron de nuevo el camino de la

seducción y propusieron a Otálora que fuera candidato de la unión liberal. Era

dudoso que esto fuera constitucional ¿pero quién iba a anular la elección un

presidente en ejercicio? La norma decía que no podía «reelegirse» quien hubiera

ocupado la presidencia. Se alegaba que esto no aplicaba a Otalora, pues no había

sido «elegido» si nombrado en su carácter de designa y por lo tanto no iba a ser

propiamente «reelegido». Estos argumentos sapistas y leguleyos convencían por

ratos a Otálora, quien empezó a vacilar, tentado con las ofertas. El 17 de abril

1883 decidió que no aceptaba. A finales de mes volvió a considerar la cosa, y otra

vez le pareció que no era clara. En mayo y junio mantuvo la ambigüedad, mientras

el nuñismo maniobraba para consolidarse; hasta el general Wilches decidió

apoyarlo. Finalmente, Otálora aceptó la candidatura. El Congreso inmediatamente

se lanzó contra él. Ricardo Becerra lo acusó de haber sobornado seis repre-

««Página 37»».

sentantes, y comenzó a fustigar sus manejos de fondos./La cámara, dividida,

Page 29: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

termino al lado del presidente, y para protegerlo disolvió e quorum, con lo que

quedaba clausurado el congreso. Pero el gabinete tampoco estaba de acuerdo

con Otálora y renuncio en forma inmediata. En menos de una semana el apoyo al

candidato parecía reducido al viejo olimpo liberal. No tuvo más remedio que

renunciar melancólicamente a la candidatura y, para no dejarlo sin nada, los

independientes del estado de Boyacá.

Los radicales tuvieron que cambiar los carteles en los que apoyaban a Otálora

para dar su apoyo de última hora a Solón Wilches; las tres mil firmas que

aparecieron pudieron dejarse intactas. Otálora, para poder cumplir su parte del

trato, tuvo que nombrar a su acusador Becerra como ministro de gobierno: asi los

independientes estaban seguros de que no habría sorpresas. Y la sorpresa fue

realmente para Otálora: en las elecciones para Boyacá fue elegido en general

Pedro Maria Sarmiento, un cliente de la familia Calderón. Y en el país el triunfo de

Núñez fue amplio: seis estados lo apoyaron contra tres (Antioquia, Tolima y

Santander) que votaron por Wilches. Otálora tuvo que resignarse, y el 1 de abril de

1884 entrego el gobierno a su sucesor y descendió, como lo dijo en el discurso de

ese dia, ««a la posición de simple ciudadano, que gentes poco benévolas llaman

mi tumba»»; pocos días después, amargado y decepcionado, murió en Tocaima,

siguiendo en todo el destino de Zaldúa.

La segunda administración de Núñez

Para los radicales, el triunfo de Núñez era un golpe mortal: abría el camino a una

alianza abierta con los conservadores y quizás a la reforma constitucional;

cualquier pretexto podría servir para derribar los gobiernos radicales que

quedaban en Antioquia y Tolima. Ante esta amenaza, muchos empezaron a

pensar que era preferible una guerra preventiva. Esta era algo criminal, decía

Temístocles Paredes, pero más criminal era Núñez. El ambiente bélico era fuerte,

sobre todo en Santander, donde los radicales habían soportado un gobierno

independiente corrupto, fraudulento, amigo de negociados y violencias. Allí la

administración de Solón Wilches había provocado tal rechazo en los grupos

sociales dominantes, que los conservadores veían con buenos ojos una alianza

Page 30: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

con los radicales para intentar derribarlo y, como ya se dijo, hasta el mismo

Núñez. a pesar de ser de su mismo grupo, habría preferido salir de él.

El congreso de 1884 era ya de mayoría independiente, pero todavía contaba con

una fuerte representación radical. En la Cámara había 55 independientes mal

contados, unos 25 radicales y 5 conservadores. En la decisiva elección de

designado los indenpendientes se dividieron, pues la sibila de Cartagena decidió

no apoyar a nadie y seguir la opinión; esto dio a los radicales el veto decisivo, e

impusieron a un independiente vacilante, el caucano Ezequiel Hurtado, rival en

ese estado del general nuñista Eliseo Payán. Los conservadores veían venir una

confrontación decisiva, y enviaron a su gente a censar con cuántos hombres

podían contar en caso necesario. Máximo Nieto pudo recoger en Cundinamarca y

Boyacá las firmas de centenares de gamonales y caciques locales, que se

comprometieron a poner un poco más de 10.000 hombres, aun-

««Página 38»».

que la mayoría sin armas, para respaldar a Núñez.

Este no apareció en Bogotá el 1 de abril, fecha de su posesión; no estaban

formadas las corrientes de la opinión y era difícil ver hacia dónde iba el grupo

independiente. Ezequiel Hurtado se posesionó, y nombró un gabinete que no daba

a los conservadores la representación que esperaban; el secretario del Tesoro,

único nombrado de ese partido, decidió no aceptar. El Congreso, mientras Núñez

aparecía, se entretuvo acusando al caído Otálora, por haber comprado un

carruaje, con conductor negro y todo, y por otras minucias similares. Los

independientes, sin Núñez, no sabían para dónde coger. Y nadie podía

comunicarse con él, pues no se sabía dónde estaba. Algunos radicales veían

hacia dónde iba todo: el gobernador de Antioquia le escribió al ex presidente

Aquileo Parra para recomendarle que apoyaran a Núñez y aceptaran algunas de

las reformas que este proponía. De otro modo iba a hacer esas reformas con los

conservadores. Pero el radicalismo aceptaba las reformas sólo si Núñez no era el

que las imponía: desconfiaba demasiado de él.

Page 31: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

Al llegar a Bogotá en agosto, después de haber estado en Curazao,

aparentemente tratando de curarse sus rebeldes males estomacales, Núñez tenia,

al parecer, abiertas sus opciones. Y tenía un poder inconmensurable. La crisis

política reciente, las dificultades económicas, el empantanamiento de los partidos,

habían confluido para concentrar toda decisión en el cartagenero. Su capacidad

de maniobra era amplisima, y aunque no se veía una salida a su propuesta de

reforma constitucional, era evidente que para fines de 1884 era el único dirigente

nacional escudado por el país.

Núñez inicialmente trató de nuevo de jugar sus cartas liberales y de obtener el

apoyo radical para las reformas. A comienzos de agosto hubo varios intentos de

negociación con los radicales, y Aquileo Parra recibió un borrador de reformas

mínimas propuestas por Núñez. Algunos radica apoyaban el trato, pero al fin la

desconfianza los venció. ¿No había dicho el mismo Aquileo Parra que para

negociar con Núñez había que pedirle fiador? Al posesionarse, el 11 de agosto,

Núñez seguía buscando un acuerdo que incluyera a los radicales, y nombró

ministro del Interior al ex presidente Eustorgio Salgar. Los conservadores

recibieron dos carteras del gabinete. En un gesto hacia el ex presidente Santiago

Pérez, le dio un puesto en el consejo académico de la Universidad Nacional.

Cómo comienza una revolución

La crisis surgió, como era de esperarse, en Santander. Allí las elecciones de julio

habían enfrentado al candidato del grupo independiente y del fraude Francisco

Ordóñez, y al radical Eustorgio Salgar. Los radicales y muchos conservadores

habían anuncia que si el fraude era demasiado claro irían a la guerra. Así ocurrió,

y a comienzos de agosto comenzaron las movilizaciones de tropas, Núñez, con la

aprobación de los radicales, y con poder que le daba la ley de orden público de

1880, decidió enviar fuerza nacional. Pero la hizo acompañar de dos comisionados

de paz, uno radical y uno independiente, aunque más Wilchista que nuñista, para

no provocar demasiadas susceptibilidades del presidente saliente, Solón Witches.

La tropa, y en esto Núñez era siempre cuidadoso, sí iba al mando de un nuñista

de siempre, el general González Osma, rival comercial y político Wilches. Los

Page 32: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

comisionados logran éxito en sus esfuerzos de paz, y el 20 de septiembre se firmó

entre el gobierno de Santander y los rebeldes Convenio del Socorro: se elegiría

una convención que decidiría sobre los asuntos electorales con perfecta

autonomía. Entre tanto, gobernaría el comisionado independiente, Narciso

González Lineros, y las tropas que darían al mando de un radical y un

independiente. Los radicales quedaron

««Página 39»».

contentos, sus relaciones con Núñez mejoraron, y a finales de octubre parecía que

iba a lograrse un acuerdo de fondo. Núñez daba una garantía seria: nombrar como

ministro de Guerra al general Santos Acosta, ex presidente radical y con fama de

decidido: había ido él el que había «amarrado» a Mosquera en 1867. Sin

embargo, el cuerdo se frustró, y no poco peso tuvieron en ello las actitudes

desafiantes e irónicas de algunos radicales, que en discursos de la Sociedad de

Salud Pública aludieron a la esposa de Núñez y éste lo llamaron «bígamo». En

este punto, los radicales habían adoptado siempre una actitud moralista que

contrastaba con el savoir vivre de los oligarcas conservadores. Núñez, que sólo se

animó a traer a Soledad Román a Bogotá en 1884, a una sociedad pe detestaba

por el clima y las costumbres, tuvo que soportar el desaire le toda la oligarquía

radical. Sólo las esposas de los conservadores, y en primer término la de don

Carlos Holguín, aceptaron visitarla lo que aprovecho doña Soledad para devolver

las visitas en horas más públicas; esto permitió al público Bogotano ver al coche

presidencial, con el conductor negro de levita, a la puerta de las principales casas

conservadoras de la ciudad. Pero así y todo, Núñez porfiaba en la búsqueda de

una salida: si se hacía la reforma constitucional, se comprometía a retirarse y a no

aceptar nunca más la presidencia o la designatura.

Instalada la convención de Santander, resultó con mayoría radical. Habría podido

limitarse a declarar legítima la elección de Eustorgio Salgar, y un tercer estado se

habría añadido los radicales. Pero la convención se envalentonó y decidió

declararse constituyente, contra lo acordado en el Socorro. Conservadores e

independientes aprovecharon esto para retirarse, y González Lineros ordenó la

Page 33: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

disolución, los radicales se lanzaron entonces a la revuelta en Santander, y el 18

de noviembre el país estaba oficialmente en guerra civil.

Los radicales no estaban preparados para ella. Los principales jefes estaban en

contra, y cualquier análisis frío mostraba que sólo serviría para fortalecer al

gobierno, como ocurre normalmente con las revoluciones. Pero aunque no tuviera

muchas perspectivas, la retórica radical era muy fuerte, y muchos de los sectores

intermedios del radicalismo ya no confiaban en nada distinto a la guerra para

impedir la entrega de Núñez al conservatismo. Fue tanto lo que trataron de

impedirla que al fin acabaron provocándola.

El general Sergio Camargo fue elegido director del liberalismo y de la guerra. No

estaba muy de acuerdo con ella, y tras buscar alguna salida negociada se marchó

a su hacienda, agravando el caos radical. Los gobernadores de Antioquia y

Tolima, por su parte eran enemigos de la guerra, en la que veían una locura

santandereana que los hundiría a todos. ¿Pero cómo permitir que un triunfo fácil

de Núñez en Santander le diera la ocasión de proseguir contra ellos con cualquier

pretexto? El gobernador de Boyacá, el independiente Pedro Sarmiento, trató de

mantener neutral su estado, firmó un acuerdo con los rebeldes en este sentido y

entregó al gobierno nacional el parque que este tenía en Boyacá. Pocos días

después, sin embargo, decidió sumarse a la revuelta. Antioquia y Tolima seguían

vacilando.

Núñez tampoco sabía con quién contaba. La guardia nacional no estaba aún en

manos de oficiales de su confianza, y los mandos medios eran impredecibles.

¿Estarían dispuestos a

««Página 40»».

pelear contra sus copartidarios, después de estar al lado de ellos en las guerras

anteriores? Y las rivalidades personales pesaban: el general Ezequiel Hurtado, en

el Cauca, parecía dispuesto a dirimir su conflicto con Eliseo Payán sumándose a

la revolución radical. De este modo, Núñez comenzó a temer una erosión de su

base militar y el resurgimiento de la tradicional mística liberal. Esto lo habría

dejado sin ningún apoyo, y por eso desde el 23 de diciembre apeló al general

Page 34: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

conservador Leonardo Canal, y lo autorizó para reclutar y armar un ejército de

reserva; allí estaban listos los 10.000 censados a comienzos de año. Esto era

pasar el Rubicón. El ministro del Gobierno, el radical Santos Acosta, renunció el

24. A los pocos días, 1.200 conservadores de la Sabana de Bogotá desfilaban

frente al palacio presidencial y recibían sus fusiles.

El gesto de Núñez aparecía como plena prueba de la traición que siempre habían

temido los radicales. La deserción fue entonces amplia. Además de Sarmiento, el

presidente encargado de Bolívar se sumó a la rebelión, y en el Cauca y Panamá

tuvieron lugar nuevos levantamientos. El más notable de todos los pronunciados

fue el general Ricardo Gaitán Obeso un graduado de la escuela militar antiguo

comandante de la revolución antioqueña de Jorge Isaacs, Después de

pronunciarse en Cundinamarca, lanzó con un reducido grupo de colaboradores a

una breve y exitosa campaña en el río Magdalena. El gobierno no tenía muchas

tropas (al fin y cabo, el pie de fuerza era de 3.000 hombres) y éstas estaban muy

dispersas. Gaitán vivió entonces de la sorpresa y el prestigio. Bajó por el

Magdalena capturando buques, apropiándose de mercancías que remataba para

financiar la campaña, y el 5 de enero mezclando audacia y exageración, obtuvo la

rendición de Barranquilla (una ciudad muy liberal, por lo demás Allí, su fuerza era

ya de más de 2.000 hombres, y gozaba de nuevos recursos que obtuvo en las

oficinas de la aduana, en el Banco Nacional, de los correos y de los ferrocarriles, a

más de ganado y las bestias que lograba recoger. Sin embargo, el atractivo

general se dejó entretener por las celebraciones y las diversiones. Dos jovenes —

las dos Margaritas— demoraban su partida. Cuando decidió atacar a Cartagena, a

mediados de

««Página 41»».

febrero, ya el gobierno comenzaba a superarse de la sorpresa, que le había

arrebatado el rio y el principal puerto del país, con la rica renta de aduanas. Los

reclutamientos oficiales avanzaban, los generales conservados se ponían en

marcha y los préstamos forzosos a los liberales, así como las emisiones del Banco

Nacional, permitían obtener recursos para el gobierno. Finalmente, Gaitán fue

rechazado en marzo, y desde entonces la revolución entró en barrena. Una

Page 35: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

desorganizada expedición, bajo un mando múltiple y en desacuerdo, se enfrentó a

los conservadores y gobiernistas en La Humareda el 17 de julio. Aunque la batalla

fue favorable a los liberales, murieron varios de sus principales jefes. Allí murió

Luis Lleras, quien había escrito 6 días antes a Rufino J. Cuervo: «Compadre, la

guerra un vértigo, una locura, una insensatez y los hombres más benévolos se

vuelven bestias feroces; el valor del guerrero es una barbaridad, pero cuando uno

toma las armas, no puede, no debe dejarlas en el momento del peligro, no puede

volver la espalda a amigos, enemigos y hermanos, sin cometer la más baja de las

acciones, sin ser un cobarde y un miserable... y se había negado a embarcarse

para Europa. Antes se había visto forzado a censar en cartuchera y fusiles, y en

campañas en que Dios sabe si nos tocará dejar la barriga al sol mientras llegan los

gallinazos».

No sólo murieron allí los jefes de la revolución: el buque con el parque y pólvora

se incendió, y los radicales triunfantes quedaron sin cómo proseguir la guerra.

Entre tanto, el gobierno había podido destruir las fuerzas rebeldes del Tolima,

Cauca; Boyacá y Panamá. En este último estado, los derrotados fueron acusados

de incendiar la ciudad de Colón, y un antiguo agitador y funcionario público

independiente, Prestan, convertido de nuevo en radical, fue fusilado, en buena

parte para tranquilizar a los extrangeros; el gobierno había pedido el desembarco

de los infantes de marina de los Estados Unidos para impedir a los revolucionarios

la suspensión del tráfico por el ferrocarril.

La lucha siguió unas pocas semanas más. A finales de agosto se rindieron los

últimos jefes liberales. El 10 de septiembre el radical Foción Soto y el conservador

Antonio B. Cuervo firmaron la capitulación de El Salado. Núñez, al responder a las

celebraciones de sus seguidores por el final de la guerra, en un discurso

improvisado y entusiasta, anunció lo que ya se sabía: «La Constitución de 1863 ha

dejado de existir». La revolución, al destruir los poderes legítimos de los estados,

dejaba a éstos sin existencia legal y creaba el vacío constitucional que permitiría a

Núñez justificar una nueva Constitución. La república federal había muerto.

««Página 42»».

Page 36: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

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««Página 43»».

Capítulo 2

La Constitución de 1886

Jorge Orlando Melo

Un nuevo mundo político

Cuando Núñez pudo anunciar en 1885 que la Constitución de 1863 había muerto.

Estaba efectuando una verdadera revolución en la organización política del país.

Entre 1878 y 1885 había tratado de lograr una reforma constitucional cuyo

contenido apenas vino a precisarse hacia 1884, pero sin que fuera fácil advertirse

mediante qué mecanismos podia lograrse. Los radicales, aunque a veces admitían

la conveniencia, la necesidad misma de la reforma, nunca aceptaron talmente

contribuir a una modificación inspirada por Núñez. Los conservadores estaban de

acuerdo en muchas cosas con el político cartagenero, pero les importaba mucho

más, en el plazo cercano, echarle mano a las riendas del poder. La salida final del

impasse la dio la torpeza política de los radicales. En primer lugar, por supuesto,

Page 37: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

de los guerreristas santandereanos, más amigos de gestos y actitudes de valor y

dignidad que de estrategias calculadas. Pero los guerreristas eran una minoría, y

la mayoría pacifista acabó presa de los partidarios de la guerra, como ocurriría

después, a 1895 y 1899. Para los radicales partidarios de una negociación con

Núñez, de un acuerdo que habría impedido una reforma muy brusca de la

Constitución, la situación era inmanejable: para impedir todo acuerdo bastaba un

pequeño grupo de opositores, el cual tenía por un lado el derecho de decir que no

colaboraría en la reforma constitucional, lo que la hacía imposible, y por el otro, el

de enarbolar la bandera del honor, la tradición liberal y la dignidad. Y entre los

mismos pacifistas, la desconfianza hacia Nuñez estaba ya demasiado arraigada

para seguir a aquellos que consideraban viable una transacción con el presidente.

De este modo, los radicales, sin flexibilidad, ni capacidad de maniobrar, se fueron

al desastre y provocaron la guerra de 1885.

Triunfador el gobierno, habría podido mantener la ficción de la legitimidad, y

aprovechar el triunfo para convocar, de acuerdo con la Constitución vigente, una

convención que la reformara: contaba con la unanimidad de los estados, pues

aquellos que habían secundado la rebelión habían sido derrotados y sus jefes

civiles y militares habían sido nombrados por el gobierno central. Como se ha

visto, Núñez prefirió romper toda continuidad con el 63 y evitar los riesgos de un

resurgimiento de la oposición antes de que una nueva Constitución estuviera

««Página 44»».

expedida. Por eso, convocó más bien a un Congreso de Delegatarios, que debería

estar compuesto por dos representantes por cada estado, uno independiente y

otro conservador. Estos deberían ser nombrados por los jefes civiles y militares

estatales, que a su vez habían sido nombrados por Núñez. Por lo tanto, el

Congreso de Delegatarios estaba compuesto por dieciocho prohombres que

habían sido escogidos realmente por el presidente de la República.

Este procedimiento, como fácilmente se ve, permitía la más completa ruptura con

la Constitución del 63, con el federalismo y con el radicalismo. Ninguno de los

Page 38: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

representantes de este grupo tendría representación en el Consejo de

Delegatarios: habían sido derrotados y la nueva Constitución sería la de los

vencedores: Ni siquiera se dio una representación directa a los conservadores de

Antioquia, cuyo federalismo era sospechoso: los representantes de este estado

fueron inicialmente José María Campo Serrano y José Domingo Ospina Camacho,

el primero costeño y el segundo bogotano. Panamá tampoco era muy confiable, y

se nombró delegatarios al bogotano Miguel Antonio Caro y a Felipe Paúl, este sí

del Istmo, pero hombre muy cercano personalmente a Núñez. Es evidente que

Núñez había llegado a la conclusión de que no había mucho que hacer con el

radicalismo, y que era indispensable desarraigar por completo del país la tradición

federal. Es muy probable que hasta mediados de 1884 todavía dominaran en él

algunos de los elementos liberales que lo llevaron a decir, al posesionarse de la

presidencia en agosto, que era irrevocablemente liberal. Los acontecimientos de

fines de ese año no sólo lo entregaron, objetivamente, en manos de los

conservadores, sino que lo convencieron de que el radicalismo no debía volver a

levantar cabeza. Y los elementos del pensamiento conservador, el autoritarismo la

utilización del sentimiento religioso como elemento de control social, el rechazo a

la política apoyada en las movilizaciones de los sectores plebeyos, entraron a

dominar claramente su pensamiento. Era un cambio que venía de antes, es cierto,

y existen muchos antecedentes de este pensamiento en los escritos de Núñez

1880 a 1885. Pero es un cambio que toma un ritmo desbordante a partir de finales

del 84.

El fracaso radical dejaba en manos de Núñez un inmenso poder, que utilizó sin

reatos en los años siguientes a El Regenerador, así como había la voz

incontrovertible de los independientes, pasó a ser el oráculo indiscutido del nuevo

sistema político. conservatismo le debía la recuperación del poder, y aportó en los

primeros años algunos políticos de importancia, como don Miguel Antonio Caro, el

ideólogo constitucional nuevo régimen, y don Carlos Holguín el político por

excelencia, el cabal sin tacha, el amigo personal de liberales y conservadores, y el

hombre paz de transar y encontrar salida política a las situaciones más difíciles

Entre ellos y Núñez se selló una alianza que resultaba imbatible y que poco a poco

Page 39: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

desplazó la influencia de antiguos amigos de Núñez, los independientes. A ellos

se sumaron los generales conservadores que confirmaron su prestigio en la

guerra: Rafael Reyes, José María González Valencia y Antonio B. Cuervo.

Los independientes, como se vio el capítulo anterior, tenían un problema: su

liberalismo los hacía proclives a volver al radicalismo, a transar él y a buscar la

unidad liberal. Esto los hacía sospechosos para Núñez y hombres más fieles, y

durante todos los años de 1875 a 1885 se vio o muchos importantes

independientes volvían al liberalismo tradicional. En 1885, entre los que se

mantenían como independientes tenían importancia0 propia los políticos militares

con base regional poderosa, como El Payan, del Cauca, José María Campo

Serrano, del Magdalena, o Daniel Aldana, de Cundinamarca. Justamente

««Página 45»».

Su poder los hacía sospechosos, y Payan y Aldana se mostraban renuentes a una

reforma constitucional tan centralista que los dejara sin buena parte del poder que

habían adquirido. No hay que olvidar que los grandes caciques regionales eran

independientes: el poder de los radicales era más el de la prensa y el debate que

el de las maquinarías regionales. Otros independientes que sobrevivieron a la

prueba de la guerra fueron algunos de los administradores más cercanos a

Núñez: Felipe Angulo, quien había estado en los arquitectos de la alianza con los

conservadores, sería por varios años, pese a su juventud, el independiente con

mayor influencia del régimen. Otros independientes, casi todos tambien muy

jóvenes, que habían comenzado sus carreras al lado de los grandes; señores

estatales nuñistas —de Otálora o de Wilches, por ejemplo—, eran Luis Carlos

Rico, Antonio Roldan o Carlos Calderón Reyes. A veces heredaban un importante

poder regional, pero más que ello los sostuvo su felicidad a Núñez y a Caro y su

paciente y metódico trabajo burocrático. Roldán, Rico y Calderón se convirtieron

en los ministros permanentes de los próximos quince años.

Lo anterior apunta a una situación en la que el poder de los organismos políticos,

partidos o clubes estaba muy diluido. Los conservadores tenían un amago de

Page 40: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

organización, pero fue disuelta después del triunfo para permitir el trabajo sin

sospechas con los independientes. No existían directorios, círculos ni

convenciones. Los regeneradores principales hablaban, y el sistema se ponía en

movimiento. Pronto este grupo comenzó a llamarse Partido nacional» y por un

momento le dio un directorio, cuya redundancia lo disolvió. Núñez había señalado

la importancia de un partido que respaldara la Regeneración, y Caro le dio el

mayor impulso. Pero no logró tener propiamente una organización política

independiente del gobierno, y concebía a sí mismo como un partido único. Por

tanto, quien se opusiera al partido, se oponía al mismo tiempo al Estado y a la

nación.

Los radicales tardarían bastante tiempo en reorganizarse La brusquedad de la

derrota los dejó sin estrategias, sin periódicos, sin dirección. Y mientras no

aceptaran la inevitabilidad de la nueva Constitución, sus posibilidades de acción

política serían realmente muy reducidas.

Los historiadores han tratado de establecer las relaciones entre los

alinderamientos políticos de la Regeneración y las estructuras sociales del país,

con resultados todavía muy precarios. La política era ante todo asunto de una élite

social. No hay que ol-

Mosaico de miembros del Consejo Nacional

de Delegatarios, reunido en Bogotá

el 11 de noviembre de 1885 con el fin

de expedir una

nueva. Constitución. Los delegatarios

fiteron elegidos

por los jefes de cada estado, que a su vez

había nombrado Núñez.

««Página 46»».

vidar que el alfabetismo era todavía un privilegio, que la población vivía en un

medio rural, que el acceso a la escuela sólo lo tenía un porcentaje muy reducido

de los habitantes. Por supuesto, no sólo los educados y alfa-betas participaban de

las pasiones y entusiasmos políticos. Los periódicos podían en épocas candentes

leerse en voz alta para que todos se enteraran. Pero los periódicos eran, aunque

muchos, de poca circulación; los diarios más exitosos apenas alcanzaban dos o

Page 41: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

tres mil ejemplares. Además, pocas cosas de la política interesaban a los grupos

populares. Los artesanos bogotanos, por supuesto, se dejaban atraer con las

promesas de proteccionismo, y amplios sectores de población, ante todo rurales

pero también urbanos, respondían con solidaridad las llamadas en defensa de la

religión. Los valores liberales, la creencia en los derechos individuales, en las

normas legales, habían empapado a una amplia porción de la sociedad, pero en

general, aparte de la élite, la política sólo tenía sentido para la mayoría de la

población en situaciones críticas: en la guerra, cuando se presentaba el fantasma

del reclutamiento, se oía en los mercados «están cogiendo, está cogiendo...», y la

gente trataba de ocultarse, o la patrulla llegaba a la hacienda rural y salía con los

peones, a veces amarrados, para la guerra. Y con la guerra venían la destrucción

de bienes, la confiscación de bestias y ganados, cuando no la barbarie, el

asesinato brutal de prisioneros o de inocentes. Las costumbres de las guerras por

lo demás, se dañaron mucho a finales de siglo, cuando se hicieron más frecuentes

las partidas de guerrillas y la lucha sin sujeción a autoridades, y el alcohol parece

haber sido parte muy importante del armamento militar. Para muchos reclutas, el

saqueo y la degollina se convirtieron en una compensación necesaria a la dureza

de la vida y de la guerra.

Por lo tanto, las divisiones políticas escindían a los grupos sociales más elevados.

Comerciantes, propietarios rurales, productores de exportación o para el mercado

doméstico, abogados, profesionales independientes, artesanos: en cualquiera de

estos grupa había liberales, independientes o radicales, y conservadores. Lo que

aún más confusa la situación es que muchos de los comerciantes o propietarios

rurales combinaban sus actividades, de modo que sus intereses económicos y sus

perspectivas ideológicas respondían a actividades a veces contrapuestas.

En esta situación, aunque los partidos impulsaban en ocasiones politicas

económicas o propuestas ideoló-

Rafael Núñez, Carlos Holguín y Miguel Antonio Caro, principales artífices de la

Regeneración, caricaturizados por el Barbero., abril 14 de 1892, cuando Holguín

estaba al final de su período de gobierno como encargado de la presidencia por

Page 42: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

ausencia del titular Núñez.

««Página 47»».

gicas que respondían a los deseos o los intereses de determinados sectores

sociales, la pertenencia a ellos, por una parte, no dependía sino muy tenuemente

de la posición social; por otra, la determinación de las políticas solamente en leve

medida correspondía a las presiones de grupos económicos definidos. Más bien

era el resultado final de una compleja red de factores que entreveraba intereses

económicos y regionales, tradiciones locales, relaciones familiares, y los efectos

de una historia concreta y local que había creado vínculos y los había fortalecido a

lo largo de una dilatada corriente de revueltas, guerras civiles, expropiaciones y

persecuciones, vínculos con personajes poderosos, etc. `

En esta compleja situación., algunos alineamientos eran a veces claros. Los

grandes propietarios vallecaucanos, por ejemplo eran en su mayoría

conservadores, aunque en cada época uno o dos terratenientes liberales

ayudaban a conformar a este partido, junto con una clientela esencialmente

profesional y urbana, y una base mulata y plebeya. En Antioquia la mayoría de la

población era conservadora, pero existía un fuerte núcleo comercial liberal en

Medellín, donde la actividad de la importación y la banca se dividían entre ambos

partidos: todos resultaron poco amigos del centralismo regenerador. En

Cundinamarca era notable la vinculación de un importante sector del comercio y la

banca con el radicalismo. Entre los liberales se encontraban muchos

terratenientes de las vertientes de colonización reciente, y buena parte de la

expansión cafetera de los años 80 y 90 fue llevada a cabo por empresarios de

orientación liberal. Ciertas tendencias se imponían: las zonas de colonización eran

usualmente más liberales que las poblaciones de los altiplanos; las áreas mulatas

y negras también tendían a funcionar como bases liberales. Pero el peso de la

historia, en casi todas partes, era más fuerte que las determinaciones

sociológicas.

Page 43: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

La Constitución de 1886

El Consejo de Delegatarios se reunió en noviembre de 1885. El presidente señaló

las líneas centrales que esperaba de la nueva Constitución. En esta reunión

sostuvo que «el particularismo enervante debe ser reemplazado por la vigorosa

generalidad. Los códigos que fundan y definen el derecho deben ser nacionales...

En lugar de un sufragio vertiginoso y fraudulento, deberá establecerse la elección

reflexiva y auténtica y llamándose, en fin, en auxilio de la cultura social los

sentimientos religiosos, el sistema de educación deberá tener por principio primero

la divina enseñanza religiosa...» Subrayó también la necesidad de limitar la

libertad de prensa, eliminar el amplio comercio de armas, reimplantar la pena de

muerte y restringir los derechos individuales. En resumen:

Felipe Angulo,

Según grabado de

“Colombia ilustrada”.

El fue el artífice

de la alianza con

los conservadores

y, pese a su

juventud, el

independiente con

mayor influencia

en el régimen de

la Regeneración,

en cuya primera.

etapa fue ministro

de Guerra.

««Página 48»».

Page 44: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

«Las repúblicas deben ser autoritarias, so pena de incidir en permanente

desorden...» Para ello, y también para fundar la paz, recomendaba «un fuerte

ejército».

A la Constituyente se presentaron inicialmente tres proyectos, elaborados por José

María Samper, José Domingo Ospina Camacho y Sergio Arboleda. Todos partían

de conservar algunos aspectos básicos del federalismo, y fueron aplazados por la

propuesta de Miguel Antonio Caro de fijar unas bases para la reforma

constitucional, las cuales, aprobadas el 30 de noviembre, fueron presentadas a las

municipalidades del país para su aprobación. Se cumplía en parte un ritual: las

municipalidades habían sido por lo general nombradas por el ejecutivo. Pero se

buscaba lograr cierto consenso, y sin duda el gesto amplió su cometido.

Seiscientos cinco municipios las aprobaron y sólo catorce manifestaron su

desacuerdo. Esto no probaba que el país hubiera dejado de ser federalista, pero sí

que la nueva fórmula tendría bastante apoyo. El texto aprobado estableció los

elementos centrales de la nueva Constitución, y como se funcionó sobre la base

de la ficción jurídica de que había sido «aprobado por el pueblo colombiano»,

sirvió de límite a las discusiones posteriores. Entregadas las bases, la Asamblea

nombró una comisión, cuyo inspirador principal fue el señor Caro, para que

elaborara el texto de proyecto constitucional. Mientras ésta rendía su informe, el

Consejo Nacional Constituyente, como se le denominó, asumió las funciones

normales legislativas. Lo primero que hizo fue elegir presidente a Rafael Núñez y a

Eliseo Payán vicepresidente, para el período de 1886 a 1892. Se regularizaba así

la situación legal, mientras se expedía la Constitución. Caro presentó finalmente

su proyecto en mayo, y éste fue sometido a una amplia discusión en la cual

afloraron ante todo los reparos descentralistas de Carlos Calderón Reyes, Rafael

Reyes y José María Samper. Finalmente, la Constitución fue aprobada el 4 de

agosto de 1886 y promulgada el 7 del mismo mes por el presidente encargado

José María Campo Serrano, quien había asumido el poder cuando Núñez salió, en

abril para la Costa. No había estado presente el Regenerador, pues, durante las

discusiones del proyecto constitucional, ni lo había sancionado. Aunque esto se ha

interpretado como una señal de que no quería comprometerse con un proyecto

Page 45: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

que no respaldaba, es evidente el acuerdo general del proyecto con sus

propuestas. En los casos en que se separó el proyecto de Caro del pensamiento

de Núñez, fue en general para no aceptar el antifederalismo radical de éste. Así,

por ejemplo, la Constitución conservó las divisiones territoriales existentes, aunque

los antiguos estados de la federación recibieron ahora el nombre de

departamentos. Núñez había querido fragmentarlos para borrar hasta la memoria

de la federación. La ausencia del presidente titular señala más bien su confianza

en Caro, su identificación con las ideas de éste.

El espíritu de la Constitución

La Constitución definió con bastante claridad los aspectos fundamentales del

proyecto político de Núñez y de los regeneradores. El objetivo esencial era claro:

se trataba de garantizar el orden del país. Y se confiaba que el orden se apoyaría

sobre una serie de elementos básicos: la centralización radical del poder público,

el fortalecimiento de los poderes del ejecutivo, el apoyo a la Iglesia católica y la

utilización de la religión cómo fuerza educativa y de control social. En cuanto al

centralismo, la Constitución consagraba el carácter unitario de la nación, en la que

residía la soberanía, modificaba el nombre de estado por el de departamentos,

ordenaba que la legislación penal, civil, comercial, minera, etc., fuese de orden

nacional, eliminaba la elección de funcionarios ejecutivos regionales. Ahora el

presidente designaría a los gobernadores y

««Página 49»».

éstos a los alcaldes; todos los funcionarios del ejecutivo tendrían el origen de su

nombramiento en el presidente de la República. Los departamentos conservaban

algunas rentas, aunque otras pasaban de nuevo al gobierno central y tendrían un

organismo administrativo electivo, la Asamblea Departamental. Núñez, como ya se

dijo, quería dividir los nueve estados en fragmentos menores. Probablemente

temía el poder de sus propios caciques, como Payán; Aldana había sido ya

Page 46: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

destituido por su empeño en conservar el control de las milicias de Cundinamarca.

El regionalismo logró impedir esta línea, y varios delegados subrayaron la

importancia de respetar la tradición federalista del país. Tan fuerte resultó la

resistencia a la división territorial, que la Constitución acabó estableciendo

condiciones difíciles para la formación de nuevos departamentos; estos sólo

podían crearse, si afectaban a departamentos existentes, mediante una ley

aprobada en dos legislaturas sucesivas y con el consentimiento del 80% de las

municipalidades de la comarca en cuestión.

La constitución, supuestamente para moderar el centralismo, incorporaba

principios de “descentralización administrativa”, pero basta el más superficial

examen para advertir que los contrapesos descentralistas no recibieron en ella

expresión real.

El poder presidencial se apoyaba fundamentalmente en su ilimitada capacidad de

nombramiento y remoción de todos los funcionarios del orden ejecutivo y en su

largo periodo de mandato: duraría seis años. A esto se añadían una serie de

disposiciones que le permitían colocarse por encima de los demás poderes

públicos. El presidente nombraba a los miembros de la corte suprema, y a los

magistrados de los tribunales superiores, procedentes de ternas presentadas por

aquella. Sin embrago, para evitar una directa subordinación al ejecutivo, los

cargos de magistrados de la corte o de los tribunales eran vitalicios. En cuanto al

congreso, el presidente tenía el derecho de objetar las leyes, pero debía

sancionarlas si ambas cámaras reiteraban su aprobación con una votación

superior a las dos terceras partes. Tenía también el presidente el derecho de

objetar una ley por inconstitucional. En este caso si las cámaras insistían, pasaba

a la corte suprema, donde se decidía sobre su constitucionalidad. Toda ley que

fuera aprobada sin objeciones era por definición constitucional y ningún ciudadano

ni funcionario podía objetarla. Su constitucionalidad, incluso cuando estuviese en

evidente contradicción con el texto o los principios de la carta, debía presumirse, y

así se determinó por norma legal a partir de 1887.

Caricatura de Rafael Reyes y Miguel Antonio Caro-, aparecida en el semanario

Page 47: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

“Mefistófeles” noviembre 7 de 1879. En este año se consideró la candidatura a

Reyes para suceder a Caro, aunque finalmente fueron postulados Sanclemente y

Marroquín.

««Página 50»».

Además, tenía el jefe del ejecutivo amplios poderes para los casos de guerra

exterior o conmoción interna, momentos en que podía decretar el estado de sitio.

En este caso adquiría facultades legislativas provisionales y los poderes derivados

de las leyes y el derecho de gentes. Por último, se declaró que sólo sería

responsable por traición a la patria, violencia electoral o intentos de impedir la

reunión del Congreso. Tal como lo vio con claridad Caro, teniendo en cuenta los

poderes presidenciales, no habría Congreso capaz de enjuiciarlo y cualquier

conflicto entre el presidente y el Congreso llevaría más bien al cierre del

legislativo. Por eso insistió en que lo único coherente con el espíritu de la

Constitución seria declarar la absoluta irresponsabilidad del presidente.

En relación con los derechos individuales, desaparecían de la Carta algunas de

las formulaciones genéricas del 63, como las libertades de expresión, imprenta,

pensamiento y movimiento, para reemplazarlas por fórmulas más restrictivas o

restablecer en vez de derechos del individuo, restricciones al poder del Estado.

Así, la libertad de prensa fue reemplazada por la expresión «la prensa es libre en

tiempo de paz, pero responsable, con arreglo a leyes, cuando atente a la honra de

las personas, al orden social o a la tranquilidad pública».

La libertad de expresión sólo aparece indirectamente, al garantizar la inviolabilidad

de la corresponder Quizá la modificación más importante en este sentido fue el

restablecimiento de la pena de muerte, al señalar que no podría haber pena de

muerte por delitos políticos, pero sí por traición a la patria, parricidio, asesinato,

incendio, asalto en cuadrilla de malhechores, piratería y ciertos delitos militares,

«en los casos que se definan como más graves». Por último se repetía la

Page 48: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

prohibición ritual de las «juntas políticas populares de carácter permanente»; cuyo

confuso sentido se prestó para prohibir sindicatos y otras asociaciones similares.

Nueva era la inclusión en el capítulo constitucional de los «derechos civiles» de los

artículos que ordenaba los poderes públicos proteger y respetar a la religión

católica, “como esencial elemento del orden social” al establecer que la educación

pública sería organizada y dirigida en concordancia con la religión y al garantizar

que la educación primaria pública aunque gratuita, no sería obligatoria. Para los no

católicos se establecía el derecho a «no ser molestados» por sus creencias, y a

ejercer el culto en cuanto no fuera contrario a la moral cristiana ni a las leyes.

Además de eximir de impuestos a los edificios destinados al culto católico, la

Constitución autorizaba al gobierno para celebrar convenios con el Vaticano para

establecer las relaciones entre el pode civil y el eclesiástico.

La Constitución de 1863 había dejado a los estados la fijación de los derechos

ciudadanos a elegir y ser elegido.

««Página 51»».

Los estados de Antioquia, Bolívar, Cauca, Magdalena y Panamá establecieron el

sufragio universal. Cundinamarca y Santander mantuvieron sufragio limitado a los

que supieran leer y escribir. La discusión de este asunto en la Asamblea

Constituyente fue una de las más extensas. Ospina Camacho, conservador,

propuso un sistema en el que todos los ciudadanos votaran por electores y por

consejeros municipales. Los electores votarían luego para los miembros de las

asambleas y el Congreso y para presidente y vicepresidente de la República. A

esta propuesta se enfrentó la de José María Samper, conservador también desde

1875, que restringía el voto para electores a los ciudadanos que supieran leer y

escribir. Los más conservadores veían en el voto restringido un riesgo: las

escuelas del período federal habían ofrecido una “instrucción irreligiosa”, y por lo

tanto los votantes serían probablemente irreligiosos.

Caro negó la importancia del alfabetismo o la riqueza para definir este hecho, e

insistió en que debía concederse el sufragio universal en algunos niveles, aunque

reconociera la conveniente influencia de la riqueza en el Senado. Finalmente, se

Page 49: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

acogió un sistema en el cual todos los ciudadanos podían votar para los concejos

municipales y las asambleas departamentales, pero sólo aquellos con

determinada renta o propiedad, o que supieran leer y escribir, podían votar para

elegir representantes y electores. Los electores, a su vez, votaban para elegir

presidente y vicepresidente. Los senadores serían nombrados por las asambleas

departamentales. El sistema, además, establecía restricciones para ser elegido

senador o presidente, entre ellas la de tener una renta, entonces bastante

elevada, de 1200 pesos anuales. Por último, se escogía un mecanismo de

circunscripciones que elegían cada una un representante, lo que hacía factible la

formación de corporaciones integradas exclusivamente por los miembros del

partido que obtuviera una mayoría de votos.

En cuanto a los mecanismos de reforma, la Constitución del 86 fue más flexible

que la anterior, al establecer que podía modificarse mediante la aprobación de la

reforma en dos congresos sucesivos, con un voto favorable, la segunda vez, de

las dos terceras partes de ambas cámaras.

La Constitución de 1886 es una obra de notable claridad y coherencia, y refleja la

mentalidad sistemática y organizada de don Miguel Antonio Caro. Es evidente que

este, con el acuerdo de Núñez, logró hacer triunfar en el Consejo Constituyente un

texto mucho más autoritario y centralista del que muchos delegados tenían en

mente. Sin embargo, ni Núñez ni Caro consideraron que fuera lo suficientemente

vigorosa para enfrentar el período de transición o convalecencia que empezaba, y

por eso a la Constitución se le colocaron una serie de “colgandejas”, como las

llamó entonces un conservador antioqueño, algunas de las cuales estaban

destinadas a ampliar aún más las facultades representativas del ejecutivo. Los

más importantes fueron el artículo K, que autorizaba al gobierno para prevenir y

reprimir los abusos de la prensa mientras no se expidiera la ley de imprenta, y el

artículo L, que declaraba de plena vigencia los actos legislativos expedidos por el

presidente antes de la sanción de la Constitución, aunque fueran contrarios a ella.

La Constitución resulta notable, además, por su supervivencia tan prolongada. En

la actualidad, cumplidos ya los 100 años de expedida, se ha convertido en la más

antigua de Hispanoamérica y una de las más antiguas del mundo. Esto puede

Page 50: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

atribuirse a que, pese a los excesos en que incurrió en su formulación original,

incorporó en sus disposiciones un sistema político que, después de las

modificaciones de 1910 y 1936, resultó muy coherente con la realidad política del

país y con la distribución efectiva de poder entre los diferentes grupos políticos o

sociales. En 1886 correspondía a las necesidades sentidas de los grupos

dirigentes sobre la dismi-

««Página 52»».

nución del federalismo, la eliminación del conflicto entre el Estado y la Iglesia y el

establecimiento de un sistema político que pudiera garantizar la paz y el orden. En

todos estos aspectos la Constitución ofreció una respuesta que correspondía a las

demandas del país, aunque se movió en forma excesiva en sentido contrario a la

Constitución de 1863. El centralismo extremo que estableció no fue, sin embargo,

demasiado conflictivo, pues no afectaba seriamente el orden público; apenas se

convirtió en uno de los aspectos fundamentales que provocaron la división del

partido de gobierno. El arreglo logrado con la Iglesia, y que encontró expresión

concreta en el concordato de 1887, era bien realista, al reconocer el inmenso

poder político de ella y su capacidad de oponerse a las metas del Estado.

Tampoco en este caso la solución adoptada generaba inmediatamente problemas

políticos serios, aunque sí a largo plazo: condujo a una tutela ideológica del

Estado colombiano por parte de la Iglesia, que contribuyó a mantener la religión

como uno de los temas centrales de la vida política y tuvo efectos negativos en el

terreno educativo y científico. En lo que la Constitución, en su forma original, sí

resultó frustrada, pues no logró resolver el problema del orden y la paz, fue en lo

relativo a los derechos de la oposición. En efecto, establecía mecanismos y daba

poderes a los gobernantes que permitirían, con mayor vigor que durante la

vigencia de la Constitución anterior, la exclusión de los opositores de todo acceso

razonable al poder público. Que el ejecutivo fuera políticamente homogéneo

habría sido probablemente aceptable paró los liberales, aunque el carácter unitario

del nuevo sistema hacía contrastar- esto con el período radical, cuando existieron

varios ejecutivos estatales conservadores. Pero lo que resultaba especialmente

irritante, y era sentido como una exclusión que quitaba toda obligación de

Page 51: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

obediencia política, era la exclusión sistemática del legislativo. Si durante la

vigencia de la constitución del 63 los conservadores fueron víctimas frecuentes del

fraude electoral y de la coacción, y en alguna ocasión de restricciones a su

prensa, si sólo lograron una representación minoritaria en el Congreso y las

Asambleas de los estados que no controlaban, entre 1886 y 1904 la exclusión del

liberalismo y la eliminación en la práctica de sus derechos políticos fue mucho más

sistemática y firme que antes, ante todo mediante la intimidación a la prensa y el

uso de manipulaciones y trucos electorales. Muy pronto predominó una

interpretación de la Constitución que hacía que ésta fuera más bien una carta de

conquista que una norma para todos los colombianos. Esta interpretación encontró

su expresión más acabada en formulaciones como la de Miguel Antonio Caro,

cuando ejercía el poder ejecutivo, de que las elecciones no podrían estar abiertas

a los liberales, pues “las urnas son palenques a que concurren los partidos

políticos propiamente dichos. Esto es, los partidos legales, no los bandos

facciosos, ni los grupos de gentes notoriamente perniciosas”

De este modo, la esperanza de la Constitución daría bases sólidas a la paz

resultaron frustradas, y durante su vigencia, aunque se vivió inicialmentemente un

período de orden fundado el desbandada y la derrota reciente liberalismo y en una

situación económica internacional muy favorable, se sufrieron diversas

perturbaciones y hubo dos guerras civiles, una de la más violenta y prolongada de

la historia nacional. Sólo cuando la Constitución fue reformada con la participación

de ambos partidos, para garantizar los derechos de la oposición para reducir los

poderes presidenciales, así fuera en forma parcial, se inauguró un período largo

de relativa política.

Las instituciones políticas de la Regeneración

Expedida la Constitución, el poder quedó fundamentalmente en manos

««Página 53»».

de Rafael Núñez. El Regenerador fue elegido presidente para el período 1885-92,

y su reelección en 1892 para un nuevo sexenio no tuvo oposición. Sin embargo,

Page 52: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

Núñez no quiso residir en Bogotá ni ejercer directamente el mando, excepto en

situaciones de crisis. Esto hizo que la elección de vicepresidente adquiriera una

importancia crucial y en 1892 la división del partido nacional tuvo como motivo

central la selección del vicepresidente. En todo caso, hasta 1894, cuando murió, el

señor Núñez tuvo una influencia decisiva sobre la política nacional y acumulo un

poder que tenía pocas limitaciones. Sin embargo, dejó habitualmente una amplia

autonomía a quienes ejercían el mando. La prensa continuó siendo una de sus

herramientas favoritas, y los artículos de El Porvenir constituían una guía que era

leída por todos los políticos para encontrar orientaciones que casi siempre era

obligatorio seguir. Su opinión, pues, resultaba decisiva cuando los conflictos

aumentaban, cuando se traba de enfrentar un problema serio. Y mantenía una

virtual capacidad de veto sobre los ministerios o sobre los nombramientos

principales. Del mismo modo, cualquier intento de apartarse de las vías de la

regeneración por parte del encargado del poder ejecutivo podía frenarse por la

posesión inmediata de Núñez, quien tenía desde 1888 el derecho a hacerlo en

cualquier parte del país y ante dos testigos. Así pues, aunque el vicepresidente

ejerciera el poder con plenitud de derechos y aunque el presidente tuviera la

prudencia de no interferir habitualmente en los asuntos de gobierno, la voluntad

última de Núñez funcionaba como si fuese un artículo constitucional implícito.

Era la ambición de Núñez y Caro, y quizás en mucha menor medida de Carlos

Holguín, conformar un partido nacional que uniera a conservadores e dependiente

y borrara sus respectivos orígenes. Esto condenaría a los radicales a convertirse

en una ínfima moría silo posibilidades de triunfo electoral o militar. La historia de

estos esfuerzos es demasiado compleja y no vale la pena afrontarla ahora. Es

cierto que los radicales parecían al borde del colapso final. Ya desde mediados de

la década anterior habían perdido buena parte de su apoyo, y se habían

convenido en una rosca que se mantenía en el poder por su habilidad menzanilla

de por el control del ejército, y por el influjo de su prensa. Pero la unión de

conservadores e independientes no era fácil. Los antiguos vínculos, los antiguos

emblemas, las antiguas lealtades no se olvidaban. Para buena parte de los

conservadores la regeneración era esencialmente un mecanismo mediante el cual

Page 53: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

recuperarían, tarde o temprano, la totalidad del poder: los independientes eran los

“idiotas útiles” como se diría hoy, que les abrían el camino. Y los independientes

miraban con suspicacia el poder creciente de los conservadores, y se preguntaban

si no habrían tenido razón los radicales al sugerir que lo que Núñez lograría sería

devolver el Estado al conservatismo.

Los conflictos entre ambos grupos comenzaron muy pronto, y como se recordará,

Núñez a abandonó a Bogotá a mediados de 1886 y dejó encargado de la

presidencia al independiente José María Campo Serrano, quien ha-

««Página 54»».

bía sido elegido primer designado. El gabinete ministerial tenía 4 independientes y

tres conservadores. Varios incidentes llevaron entonces al secretario de Guerra,

Felipe Angulo, y al de Hacienda, Antonio Roldán, a renunciar y a anunciar que los

independientes abandonaban toda participación en el gobierno y preferían que

este estuviera “exclusivamente en manos de los conservadores”. El incidente se

superó, y los gabinetes de Eliseo Payán, quien asumió la presidencia en su

carácter de vicepresidente en enero de 1887, y del mismo Rafael Núñez, quien se

posesionó en junio de ese año, tenían un leve predominio de los independientes.

Núñez volvió a viajar a la Costa en diciembre del 87, y Payán reasumió la

presidencia. Los liberales habían intentado hacer una reunión para reorganizarse

a finales de septiembre, y Núñez había decidido exiliar algunos de ellos de ellos,

como el ex presidente Aquileo Parra y el antiguo independiente Daniel Aldana.

Evidentemente, Payán consideró que era posible disminuir la tensión con los

liberales, y poco tiempo después de su posesión derogo un represivo decreto

sobre la prensa expedido un año antes. En enero 1888, además, expidió un

decreto indultando a los exiliados. Felipe Angulo, ministro de Guerra, se enfureció

y decidió renunciar y plantear el impase directamente, en Cartagena, a Núñez. Los

liberales probablemente se ilusionaron más de lo necesario e hicieron en Bogotá

manifestaciones, contra Núñez y Angulo. Núñez, por su parte, consideró que la

conducta Payán creaba el riesgo de la “disolución del partido nacional” y abría

Page 54: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

compuertas a los peligros de la prensa. El 27 de enero salió para Bogotá, y 8 de

febrero, en Girardot, anunció que asumía desde ese momento la presidencia.

Payán entregó el mando objetar, y poco después la Asamblea Nacional declaró

vacante la vicepresidencia, para que Núñez pudiera regresar tranquilo a

Cartagena. Para compensar a Payán, después de haberlo confinado en Medellín,

se aprobó una pensión vitalicia 10.000,00 pesos. Curiosamente, se decía que el

cargo de vicepresidente había sido establecido en la Constitución justamente para

Payán, con el objeto de que admitiera el centralismo de la Carta, al cual se

oponía.

Además de expedir un nuevo drástico decreto contra la prensa, Núñez decidió

disminuir la participación de los independientes en el gobierno. El ministerio de

Gobierno fue por primera vez a un conservador, don Carlos Holguín (quien fue

además elegido designado en mayo de este mismo año), así como los ministerios

de las relaciones, Tesoro y Fomento. Mientras los conservadores del gabinete

eran figuras de primer orden como Holguín, Carlos Martínez Silva o Rafael Reyes,

los independientes eran Felipe Angulo, cuya fidelidad al partido nacional ya era

incuestionable, Felipe Paul y

««Página 55»».

Jesús Casas Rojas, independiente puente nominal.

Cuando Holguín se posesionó como residente en ejercicio, en agosto de 1888

muchos conservadores vieron ya logrado el triunfo total: “nos lisonjea la esperanza

de que esto significa el punto definitivo de nuestro partido, o mejor dicho, que el

poder está del todo en manos de los nuestros” como escribió don Rufino José

Cuervo al saberlo. Los ministerios de Gobierno y de Guerra, que eran los claves,

fueron dados a conservadores importantes (José Domingo Ospina Camacho y

Antonio B. Cuervo) y solamente dos de los siete ministerios fueron adjudicados a

independientes. En las gobernaciones la situación era similar y todavía más

definidamente conservador era el ejército.

Desde mediados de 1888, pues, el paso a manos de los conservadores, con la

Page 55: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

anuencia de Núñez. Don Miguel Antonio Caro mantuvo su pretensión de que se

trataba de un nuevo partido, el “partido nacional”, y el nombre se siguió usando.

Pero los independientes prácticamente habían desaparecido, y sólo aquellos que

habían hecho toda la evolución quedaron como representantes del antiguo partido

liberal. Sin embargo, a pesar de la fidelidad probada de personas como Felipe

Angulo o Antonio Roldán, a los cuales se les siguieron confiando cargos en el

gabinete, su pasado liberal hacía que, por ejemplo, no pudiera pensarse en ellos

razonablemente para la designatura o la presidencia. Así 1890, cuando se vencía

el periodo de Holguín, los dos candidatos fueron conservadores (el mismo

Holguín y d general abogado antioqueño Marcelino Vélez), y en 1892 los

candidatos que figuraron para la vicepresidencia fueron Miguel Antonio Caro,

Marcelino Vélez y José Joaquín Ortiz, todos .de probada estirpe conservadora.

Incluso el término de “conservador” volvió a ser frecuente, al menos desde 1889,

aunque no en público, para no contrariar a Núñez y a Caro.

El gobierno y la oposición

Desde el momento de su derrota, el partido liberal trató de buscar fórmulas para

reorganizarse y recuperar algo de su poder. Sin embargo, la desmovilización era

amplia, y los esfuerzos todavía tímidos por conformar nuevos directorios o crear

una prensa liberal tropezaban con la represión oficial. Ya se mencionó como en

1887 Núñez ordenó el destierro de Parra y Aldana. La prensa, por su parte,

quedaba sujeta a una situación de imprevisible arbitrariedad. Como se dijo antes,

la Constitución dio amplios poderes al gobierno para «prevenir y reprimir» a la

prensa, mientras se expidiera una ley de acuerdo con los principios

constitucionales. Aunque parece evidente que estos no daban al gobierno derecho

a censurar, suspender o cerrar periódicos, pues garantizaban la libertad de prensa

sometiendo a los periodistas a las responsabilidades legales, los gobiernos de

Núñez y de sus sucesores prefirieron que no se expidiera la ley

««Página 56»».

Page 56: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

prevista en el artículo K. De este modo, obraban apoyándose más bien en los

poderes provisionales de prevención y represión, los que se hicieron explícitos en

varios decretos, de los cuales el más importante fue el 151 de 1888, expedido por

Núñez pocos días después de reemplazar a Payán, y según el cual era subversivo

atacar a la Iglesia, a la religión, al gobierno y hasta al papel moneda.

En desarrollo de este decreto, o de sus antecesores de 1886, se cerró, por

ejemplo, en julio de 1886, La Siesta, de Antonio José (Nito) Restrepo, un

regenerador arrepentido y Juan de Dios (el Indio) Uribe. El año siguiente, El

Liberal de Nicolás Esguerra fue cerrado, y Juan de Dios Uribe y otros fueron

desterrados. Las primeras protestas de los regeneradores por el trato a la prensa

se dieron en esta época. El general Marceliano Vélez escribió al gobierno

afirmando que una actitud tan represiva, más que prueba de fuerza, revelaba

debilidad, y resultaba innecesaria.

Los recursos represivos del gobierno recibieron un refuerzo en mayo de 1888,

cuando se aprobó la ley 65, que permitía al presidente confinar y desterrar cuando

tuviera indicios de que se perturbaría el orden público; esto se añadía al poder

constitucional de retener a los posibles perturbadores, sin que la norma señalara

límite al tiempo de retención.

En general, el trato a la oposición fue más amedrentador que violento, al menos si

se compara la conducta de los regeneradores con la de otros gobiernos

latinoamericanos más o menos dictatoriales de la época. Los periódicos recibían

multas o suspensiones temporales, y esto se juzgaba suficiente: raras veces se

detenía a los directores, y sólo ocasionalmente se les confinaba a alguna

población más menos lejana. Durante los cuatro años de administración de Jorge

Holguín (1888-1892) esta política se suavizó, comparada con la de Núñez, y no

dio acogida a las propuestas de éste autorizar a los gobernadores a decretar los

confinamientos. En total, durante el gobierno de Holguín, se cerraron siete

periódicos, uno de ellos, La Regeneración, de carácter oficial.

Por otro lado, el sistema policial era todavía bastante primitivo; aunque bajo

Holguín se hicieron esfuerzos para organizarlo. En efecto, en 1888 se creó el

cuerpo de gendarmería, y para organizarlo el gobierno contrató en 1891 al policía

Page 57: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

francés Juan Marcelino Gilibert. Ya en 1892 había 400 agentes y 40 oficiales en

Bogotá, que fueron desarrollando algunas habilidades detectivescas e

intimidatorias, las que alcanzaron su madurez a fin de siglo, bajo la dirección del

general Arístides Fernández. .

Como ya se dijo, la oposición era ante todo liberal. Se expresaba, en la medida de

lo posible, en comentan más o menos desapacibles sobre las figuras del gobierno,

y en frecuentes protestas por sus arbitrariedades. La prensa era el canal favorito, y

algunos periodistas, como Antonio José Restrepo o el Indio Uribe, encontraron

forma de zaherir e insultará a los regeneradores so capa de crítica literaria

««Página 57»»

o comentarios intrascendentes. Por supuesto, el primer motivo de la oposición era

la ausencia de derechos políticos de los liberales y la represión a la prensa. Pero

existían otros motivos de descontento. La política económica del gobierno no

gozaba de una gran unanimidad. El Banco Nacional, establecido por Núñez en

1881, había tenido desde el comienzo la oposición de los banqueros bogotanos,

muchos de los cuales tenían vínculos con el radicalismo. A partir de 1886, cuando

el gobierno estableció el papel moneda de curso forzoso, y sólo permitió la

circulación del papel moneda emitido por el Banco Nacional, comenzó un proceso,

inicialmente lento, de desvalorización de la moneda, que produjo el descontento

de sectores comerciales y bancarios. El proteccionismo también chocaba con los

intereses de los comerciantes y exportadores. Todos estos temas se discutieron

en la prensa de la época, y provocaron con frecuencia la ira del gobierno. En

general, los radicales tomaron todos estos motivos como tema pero muy pronto

comenzó a esbozarse una división dentro del partido del gobierno.

Esta comenzó simplemente bajo la forma de críticas moderadas desde dentro a la

política del gobierno de impedir el uso de los derechos políticos a los liberales. A

estas críticas se fueron superponiendo los motivos de desacuerdo derivados del

creciente centralismo y la velada tensión entre los partidarios de una amplia

autonomía regional y quienes veían, con Núñez y Holguín, en el intento de

Page 58: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

defender la integridad territorial de los departamentos o su solidez fiscal una

supervivencia del funesto espíritu federalista. La superposición de estos motivos

hizo que durante los primeros años los desacuerdos en el seno de los

regeneradores tuvieran ante todo el respaldo de grupos regionales, entre los

cuales el primero fue el antioqueño.

Ya desde 1886, como se dijo, había puesto Núñez dividir los antiguos estados,

pero la oposición de varios constituyentes, encabezados por los caucanos (al no

tener Antioquia representantes propios), condujo a mantener en la Constitución los

límites de los antiguos estados. En 1888, el presidente encargado, Carlos Holguín,

propuso al Congreso la reforma de la Constitución para hacer más fácil la división

de los departamentos. Aparentemente, se pensaba ante todo en

««Página 58»».

satisfacer los anhelos del sur del Cauca de conformar un departamento

independiente, alrededor de Pasto. Aunque no hay indicaciones de que Núñez u

Holguín pensaran dividir a Antioquia, muchos de los políticos de esta región

entendieron el proyecto como un peligro, y a la oposición inicial de Rafael Reyes,

muy asociado con el Cauca, se sumó pronto la de los antioqueños. El Congreso

aprobó en primera vuelta el proyecto, que debía volver al año siguiente; dos

senadores antioqueños y uno caucano votaron en contra. Pronto se advirtió la

oposición casi unánime de caucanos, antioqueños y bolivarenses a la idea; en

estos departamentos, los núcleos favorables se encontraban principalmente en

Pasto, Barranquilla y Manuales, posibles cabezas de nuevos departamentos. En

todo caso, ante el creciente clamor, Núñez recomendó a Holguín dejar la cosa

como estaba, y así, en noviembre de 1889, el nuevo debate del proyecto fue

aplazado indefinidamente. Sin embargo, a comienzos del año siguiente, cuando el

Congreso empezó a discutir la elección de nuevo designado, los dos aspectos se

vincularon. Los antioqueños, aunque muy irritados con Holguín, decidieron,

después de algunas negociaciones, que lo apoyarían, pero con la condición de

que se retirara indefinidamente el proyecto de división territorial.

Page 59: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

Así lo hizo Holguín el 20 de julio de 1890, y seis días después fue reelegido como

designado. Sin embargo, 14 congresistas no se sometieron al acuerdo y votaron

por Marceliano Vélez, que desde entonces quedó convertido en el centro de los

desacuerdos conservadores con el gobierno regenerador.

Fuera del desacuerdo por la represión a la prensa y los intentos de división

territorial, el manejo de los bancos y el problema de la libertad electoral y los

derechos de las minorías empezaron a surgir como temas de desavenencia. En

Antioquia, el núcleo de estos cuestionamientos tenía bastantes vínculos con

sectores empresariales (banqueros, comerciantes y empresarios agrícolas).

Típicos representantes de estos políticos empresarios eran Pedro Nel Ospina y

Carlos E. Restrepo, pero en general lo políticos y empresarios antioqueños del

marco de la plaza empezaron a respaldar a Marceliano Vélez como una alternativa

a Holguín, y como alguien que podía «regenerar la Regeneración», que se había

corrompido por el retorno al fraude electoral y la represión, contra los que había

luchado.

A fines de 1890 surgieron disidentes bogotanos, cuando Antonio B. Cuervo,

antiguo ministro de Guerra, encabezó un memorial, firmado también por el

presbítero Antonio José Sucre, en el que pedía la libertad electoral, neutralidad del

gobierno en las elecciones, reconocimiento del derecho de las minorías y una

reforma constitucional que estableciera la responsabilidad del presidente.

El problema de los derechos de las minorías se hizo más urgente desde cuando el

partido liberal empezó a adaptarse a la nueva situación. Sobre todo a partir de

1892, cuando se avecinaban las elecciones presidenciales, un importante sector

liberal empezó a promover un cambio de estrategia, buscando la participación

electoral, el reconocimiento de la Constitución y la lucha bajo ella como un camino

viable de acción política. Aunque no se descartaba la guerra como medio de

recuperación del poder, liberales como Aquileo Parra y Nicolás Esguerra

encontraban preferibles tácticas pacifistas, y contribuyeron a la conformación del

Centro Liberal, una especie de directorio

««Página 59»».

Page 60: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

Político, y, dado el control de la educación superior por parte del conservatismo, a

la fundación de la Universidad Republicana, en la cual se enseñarían los

principios políticos y constitucionales del liberalismo.

La elección presidencial de 1892 y los comienzos del gobierno de Caro

A comienzos de 1891 comenzaron a discutirse las nuevas candidaturas para el

período presidencial de 1892 a 1898. Nadie tenía duda sobre el candidato

presidencial, pues todos apoyaban a Núñez y nadie habría podido enfrentársele.

Lo importante era quién iba a ser el candidato a la vicepresidencia. En febrero, un

comité de Cartagena, que se suponía contaba con el apoyo de Núñez-Marcelino

Vélez, que permitiera atraer a los vacilantes antioqueños. Vélez, sin embargo, era

un candidato sin mucho peso nacional. Había sido gobernador de Antioquia

durante la mayor parte del gobierno de Holguín, y se había resistido a ir al

Congreso, donde tenía un puesto de senador, a pesar de la reiterada solicitud de

los antioqueños. Una amplia correspondencia, sin embargo, lo había mantenido en

contacto con otros regeneradores descontentos, como el gobernador del Cauca,

Juan de Dios Ulloa. Sin embargo, sus desacuerdos con Holguín y con el núcleo de

su gobierno habían sido demasiado obvios. Tan pronto se lanzó su candidatura,

se inició un esfuerzo por encontrar otro candidato que pudiera desplazarlo, y don

Jorge Holguín, hermano del presidente, lanzó la candidatura de don Miguel

Antonio Caro. Para ellos, la candidatura Vélez era un claro desafío, un peligro para

la Regeneración. Como dijo entonces don Carlos Holguín, “lo que es vencidos no

nos declararemos sino cuando lo seamos real y materialmente”; abrir el compás a

los liberales por pura generosidad, por puro idealismo, era una torpeza que no

debía cometerse. “Seria labor desgraciada —dijo solemnemente don Marco Fidel

Suárez, hombre de confianza de Caro y Holguín— el anteponer ideales generosos

pero irrealizables al imperioso deber de la conservación.”

Núñez anuncio una neutralidad inicial, y la candidatura de Vélez obtuvo algún

apoyo en el centro del país: caracterizados conservadores, como Rafael Reyes,

José Manuel Marroquín y Carlos Martínez Silva, se sumaron a ella. Sin duda, Caro

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era una figura más representativa de la Regeneración y estaba mucho más cerca

de quienes tenían el poder. Su candidatura, además, tenía obvio aroma oficial,

reforzado por su parentesco con el presidente en ejercicio: Carlos Holguín estaba

casado con una de sus hermanas. Vélez trató de obtener el apoyo de Núñez, pero

lo hizo subrayando sus diferencias con Holguín y sus críticas a los actos de la

administración, a los exilios, la división territorial y el manejo del tesoro. ¿Podía

pensar Vélez que Núñez no estaba identificado con tales políticas? ¿O

simplemente, sin esperanzas ya de derrotar un candidato que contaría con todo el

apoyo oficial, decidió dejar una constancia de su independencia política? Porque

es difícil que hubiera pensado que Núñez

««Página 60»».

lo apoyaría, tras exponer las críticas que hacía. En efecto, Núñez decidió dar su

pleno respaldo a Caro. La candidatura de Vélez, en su opinión, era subversiva, y

abría el camino a los radicales, que estaban a la expectativa pero aparentemente

dispuestos a darle su apoyo. Núñez consideraba que los radicales no eran «un

partido constitucional y debe tratárseles como conspiradores». Aceptar su apoyo

era romper con la Regeneración. En efecto, los liberales, que habían expedido un

manifiesto aceptando el hecho de la Constitución, no tenían la menor posibilidad

de obtener ningún resultado con un candidato propio. La división conservadora les

daba la oportunidad de intervenir en el debate político, y era lógico que estuvieran

dispuestos a apoyar a quien, así fuera en su correspondencia, había insistido en el

reconocimiento de sus derecho había protestado por las violaciones a la libertad

de prensa y por el exilio periodistas y políticos liberales. Perdido el apoyo de

Núñez, quien prohibió que su nombre figurara junto con el de Vélez, muchos de

sus partidarios, como Reyes y Martínez Silva, se pasaron a Caro. Los antioqueños

quedaron prácticamente solos, y lanzaron entonces la candidatura simbólica de su

general para la presidencia, y la del poeta José Joaquín Ortiz, una extraña

elección por su tradicionalismo y su catolicismo ultramontano, como

vicepresidente. El Centro liberal ordenó votar por esta lista, y en las elecciones

barrieron los miembros del partido nacional en todo el país, con excepción de

Page 62: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

Antioquia, don los velistas, que comenzaban a referirse a su movimiento como el

«partido conservador histórico» o el partido conservador «republicano», lograron

una amplia mayoría. Caro obtuvo finalmente 2.075 votos en todo el país, contra

504 de Vélez, de los cuales 304 fueron de Antioquia. Los liberales, en general, se

abstuvieron, y no muchos de ellos figuraron en las listas de personas con derecho

al voto. En Antioquia, sin embargo, 7 electores liberales votaron por Vélez.

Caro se posesionó en agosto 1892, y desde el comienzo fue evidente que

gobernaría dentro de la línea regeneradora más exclusivista. El Congreso era casi

unánimemente nacionalista. Los velistas habían logrado elegir 5 representantes

por Antioquia, y en este mismo departamento el gobierno local había permitido

unos sufragios menos trucados, que permitieron la elección del único

representante liberal para el período 1892-96: Luis A. Robles, un costeño elegido

por circunscripción de Medellín. La fracción antioqueña comenzó a acentuar su

distanciamiento de Caro, y no vaciló en apoyar a Luis A. Robles cuando propuso

en la Cámara la derogatoria de la ley de los caballos, la cual fue negada con sólo

seis votos a favor. Del mismo modo apoyaron una propuesta

««Página 61»».

De investigación del Banco Nacional, que tuvo apenas el apoyo de los mismos

seis representantes antioqueños. El Ministerio del Tesoro, según dijo, habría

ofrecido resistir con las bayonetas todo intento de entrar al Banco Nacional.

El carácter intransigente de Caro se manifestó desde temprano en su

administración. Autoritario, seguro de su mismo, de una indudable coherencia

lógica y de una formación filosófica maciza, así no fuera muy original y se basara

en el dominio exhaustivo del español Jaime Balmes, su pensamiento político y su

catolicismo radical lo llevaban a negar que pudiera darse derechos a quienes se

encontraban en el error, como los liberales. Él mismo estaba más allá del error,

pues, ¿no contaba con el apoyo divino? <yo no tengo nada que hacer en este

asunto. Dios lo hace todo: Ha habido maquinaciones tenebrosas que fracasaron

por favor de la Providencia…>, llegó a decir.

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El gobierno, pues, se mantuvo firme en su actitud hacia los liberales. Estos

continuaron vacilando entre una línea pacifista, y la preparación para una eventual

guerra. Los esfuerzos de reorganización continuaron, y el partido lentamente fue

reincorporando muchos de sus partidarios. Los patriarcas liberales, los antiguos

miembros del Olimpo Liberal desempeñaban un papel de orientación, que sin

embargo tropezaba frecuentemente con la impaciencia policía de los más jóvenes

militantes, de los que habían despertado a la vida política cuando la guerra de

1876 o la de 1885. La ambigüedad iba a marcar la acción liberal de los siguientes

años. En 1892, una con convención liberal, por ejemplo, no pudo escoger entre el

pacifismo y la guerra y trató de aferrarse a ambos extremos de la cadena. Aprobó

iniciar esfuerzos para amarse pero nombró como director a Santiago Pérez, cuyo

pacifismo era indudable. El gobierno y el liberalismo acabaron entrando a un

círculo vicioso que favorecía a los duros de cada grupo. Las actividades del sector

belicista se convertían en motivo de represión del gobierno, que veía en ellas las

pruebas de que el liberalismo era un partido subversivo, y si aceptaba la

constitución era para ganar tiempo; las persecuciones del gobierno servían a los

liberales militaristas para mostrar como la política de buscar concesiones políticas

tropezaría inevitablemente con la intransigencia del gobierno o con la represión.

En 1893, la tensión entre el liberalismo y el gobierno aumentó, con motivo de una

larga polémica entre el ex presidente Carlos Holguín y el director liberal Santiago

Pérez. En medio de la polémica, el liberalismo publicó

««Página 62»».

un programa político que subrayaba la búsqueda de canales legales y solicitaba

garantías electorales y reformas menores de la Constitución. El peso de civilistas

como Camacho Roldán, Miguel Samper, Aquileo Parra y Santiago Pérez era

evidente. Sin embargo, a fin de año el gobierno cerró el periódico de don Santiago,

y decidió expatriarlo con otros radicales, Mientras tanto, Marceliano Vélez, desde

su aislada finca de Amalfi, expedía manifiestos a favor de la libertad de prensa y la

pureza del sufragio. La división conservadora fue aumentando. Carlos Martínez

Silva, que había sido ministro del Tesoro en 1889, y en tal calidad había

Page 64: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

autorizado unas emisiones ilegales, las llamadas «emisiones clandestinas», se

alejó de Núñez y Caro. El periódico conservador, El Correo Nacional, fue

suspendido por seis meses. En el Congreso, los debates sobre las emisiones

clandestinas apasionaron a la opinión y dividieron al gobierno y a su partido.

En agosto el congreso parecía haberse vuelto contra su presidente, y varios

senadores clamaban por el regreso de Núñez al poder. El mismo Caro decidió

solicitar al regenerador su regreso a Bogotá; cuando se preparaba para viajar a la

capital, el 18 de septiembre de 1894, falleció en Cartagena. La muerte del político

cartagenero dejaba a Caro como el gran político nacionalista; don Carlos Holguín

moriría el mes siguiente, pero lo dejaba con un partido conservador

profundamente dividido, y en buena parte por causa de las actitudes del mismo

Caro. En efecto la oposición antioqueña había encontrado a posibilidad de

consolidación con los agrios enfrentamientos provocados por el vicepresidente,

quien lanzó a Martínez Silva y a otros a la oposición, al hacer público el asunto de

las emisiones. Como caro insistía en que el partido de la Regeneración era el

partido nacional, sus opositores invocaron la tradición de conservadores y

asumieron el nombre de <partido conservador histórico>, que se consolidaría,

como una tendencia muy fuerte dentro del conservatismo, a partir de enero de

1896.

El grupo histórico, y en particular su núcleo antioqueño, no tenía grandes

diferencias ideológicas con los demás conservadores, y con frecuencia de daban

deslizamientos entre ambos grupos. Compartía con entusiasmo la política religiosa

de los regeneradores pues se trataba de un sector estrechamente vinculado a la

iglesia. Mantenía también una gran distancia ideológica con el liberalismo, y

dependía la supremacía del conservatismo. Pero difería del gobierno central en su

visión más descentralizada, en su mayor cercanía a los puntos de vista de

comerciantes y banqueros acerca del papel moneda y, sobre todo, en cuanto

creían que era un error utilizar mecanismo represivos contra el liberalismo y

excluirlo del juego político; confiados en la mayoría popular del conservatismo, los

históricos juzgaban que una política de prensa.

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««Página 63»».

Y de sufragio abierto garantizaría mejor la hegemonía regeneradora, sin los

traumas y violencias que provocaba la represión abierta. Por eso en la política

regional mantuvieron una actitud abierta al liberalismo, y en 1892 eligieron el único

liberal escogido entonces para el Congreso. En 1896, los liberales lograron votar

por sus candidatos en Antioquia en proporción tal que los primeros escrutinios

daban la elección de 4 representantes y quizás un senador, el único que habría

ido a nombre del liberalismo durante la Regeneración. Finalmente fueron

escrutados como representantes Rafael Uribe y Santiago Pérez, pero este último

no fue reconocido, pues en el momento de la elección tenía suspendidos sus

derechos políticos.

Esta oposición conservadora fue hasta 1896, tímida, vacilante y en general

encubierta; don Marceliano Vélez no se cansaba de insistir a sus más impacientes

copartidarios que mantuvieran las críticas reservadas. Pero los grandes asuntos.

Los problemas de libertad de prensa. De las facultades extraordinarias, de la

reforma electoral, seguían abiertos y para 1896, después de una breve guerra civil

iniciada por los liberales, volvieran a plantearse

En particular, el sistema electoral dejaba sin legitimidad al régimen. Los recursos

políticos mencionados permitieron la formación de un sistema electoral cuyo

funcionamiento excluía a los liberales, con una eficacia que hacía aparecer como

inocentes los viejos métodos del sapismo radical. La manipulación de los registros

electorales, la negación del registro a los liberales, el voto de los soldados, la

actuación arbitraria de los jurados electorales, que anulaban o modificaban

registros a voluntad, la intimidación armada, conducían a resultados electorales

que, como ya se dijo, eran absurdos. Fuera de Antioquia, el país no eligió ni un

solo representante liberal antes de 1904; entre este año y 1909, la Asamblea

Nacional Constituyente convocada por Rafael Reyes permitió una representación

minoritaria pero amplia al liberalismo, aunque por fuera del sistema electoral

vigente. En contraposición, eran frecuentes las localidades donde el número de

votos conservadores superaba el total de varones adultos. a pesar de los

Page 66: Nueva Historia de Colombia Cap 1 y 2

requisitos

««Página 64»».

de propiedad fijados por la ley: Con un sistema así, que llevó la exclusión que

antes habían practicado los liberales a sus últimos extremos, la posibilidad de que

la Constitución de 1886 tuviera una verdadera legitimidad, definiera las reglas de

juego y se convirtiera en el ordenamiento político aceptado por la mayoría de los

colombianos era muy escasa. Al funcionar como una Constitución de partido,

todas las esperanzas de que sirviera de base a la paz (la «paz científica», de que

hablaba Núñez) se fueron a pique y, en su forma original, resultó tan inadecuada a

la realidad nacional (a pesar de reconocer mejor que la Constitución del 63

algunos aspectos básicos de esta realidad) como las anteriores. Mientras no fue

modificada, que ocurrió a consecuencia del gran fracaso representado por la

guerra los Mil Días y la separación de Panamá, no hizo sino alejar las

posibilidades de convivencia pacífica de los Colombianos.

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