201
Digitalización Kclibertari(A)

Obras de Bakunin tomo II

Embed Size (px)

DESCRIPTION

Obras de Bakunin II

Citation preview

Digitalización Kclibertari(A)

OBRAS DE MIGUEL BAKUNIN

Í I

/

BIBLIOTECA U N IV ER SA L D E E ST U D IO S S O C IA L E SN.° 2

Obrasdé

MIGUEL BAKUNIN

II

F R Ó L O S O DE MAX NETTLAU. . TRAD. D. A. DE S A N T IU A N

ED ITO R IA L T IER R A Y L IB E R T A D -B A R C E L O N A 1938

TIPO G R A FIA OLYM PIA.— Rda. Ricardo Mella, 4 2 — B a r c e l o n a

P R Ó L O G O

i

Los tres prim eros escritos de este volum en constituyen parte del esfuerzo lite rario de B akunin suscitado por la guerra francoalem ana de 1870-71 desde agosto de 1870, s i­guiendo los acontecim ientos hasta después de la Comuna de París, o sea, hasta el verano de 1871; el cuarto escrito lo hace aparecer como conferencian te en m edio de los obreros del Ju ra , en la prim avera de 1871. Sus esc rito s de agosto de 1870 a jun io -ju lio de 1871, tienen las m ás d iversas fo r­mas, pero el mismo f in : co n trib u ir en la m edida de sus fuerzas a dar a los acontecim ientos un carác ter revolucio­nario, y cuando esto no fué posible para él, dar una voz a su c rítica revolucionaria y p resen tar en esa ocasión el con­ju n to de sus ideas ante el público europeo. P rim ero , las cartas concern ien tes a una acción; el fo lle to de actualidad, luego ; después, el fo lleto o el libro de crítica po lítica re ­trospectiva , h istó rica, el libro de c rítica filo só fica y la ex­posición de las bases de sus ideas tan p ro fundam ente an­tirre lig iosas. Cuando el gran acontecim iento de la Comuna de P arís in terv ino , o tra vez la c rítica actual, socialista y revolucionaria. De todo eso hay en a lgunas publicaciones de la m isma época, en orig inales más num erosos sacados de los m anuscritos para las O euvres de la edición de P arís (1895-1910) y aún más, en los fragm entos inéd itos que no fueron analizados m ás que en mi B iogra fía de B akunin , en 1899.

Le fué im posible a B akunin h allar un cuadro lite rario , una form a de publicación baBtante am plia, ráp ida y fu n ­

6 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

dada sobre una base m ateria l sólida para exponer ante el público todo lo que quería decir, y hasta le fué im posible coord inar esa m asa de m ateria les que prodigaba. P artiendo de la actualidad , de su m archa de Lyon y de su carta a P a lix del 29 de noviem bre, fué absorbido en su crítica del m om ento por lo que veía acontecer en F ran c ia : hace la c rí­tica de los alem anes, llega a los com unistas an tia u to rita ­rios, luego a los filósofos doctrinarios, consigue dar el fo n ­do de sus ideas an tirre lig io sas en un esc rito que separa del con jun to como apéndice, ap arta aún o tro s m ateria les pa­ra un A p én d ice germanoesJavo ; pero an tes de hablarnos de sus ideas sobre socialism o y anarquía, la Comuna de P arís lo vuelve a la actualidad , y no nos dejó sólo un busto, sino todo un ta lle r lleno de buBtos. E s lam entable desde el pun to de v ista lite rario , pero tenem os al m enos en los num e­rosos fragm entos elaboraciones precisas de m uchas series de sus ideas, que podem os exam inar a nuestro gusto, lo que es p referib le a encon trarlas, de una m anera reducida q u i­zás, adaptadas al cuadro siem pre re s trin g id o de un solo libro.

B akunin carecía de tiem po para p roducir libros bien p ro ­porcionados; tam poco tuvo probabilidad para ello en el invierno de 1870-71, encontró dem asiado poco reposo. No estaba m uy contento de la m anera como Jam es G uillaum e había sacado de sus abundantes m anuscritos el pequeño fo lleto (43 páginas) de las L e ttre s à un Français; quería pasar sin G uillaum e y no le quedó más que G inebra, donde el trabajo de im presión fué m uy m al hecho; la única base m ateria l era la garan tía de un estud ian te ruso de pagar una en trega (505 francos), lo que hizo. R ecurrió de nuevo a G uillaum e, pero no había d inero para im prim ir o tra cosa. B ien pronto , en ju lio , e lim inaron com pletam ente el p ro ­yecto p resen te o tro s traba jos para la In tern ac io n al y con­tra M azzini.

A pesar de ta les adversidades, su aislam iento y sus g ran ­des preocupaciones m ateria les du ran te dicho invierno, fué incansable en ese traba jo y a él se dedicó con su m ejor esfuerzo : las partes titu lad as más tarde D ios y el E stado —aparecerán en su cuadro o rig inal en el tom o IV de esta edición— dan fe de ello. A unque esos m eses de noviem bre de 1870 a m arzo de 1871 fueron, desde hacía m uchos años,

P R O L O G O 7

la época m ás tran q u ila de la ^ ida de Enkunin , en la que no se tra tó de acción y de propaganda, sino solam ente de e s tu ­dios, de lectu ras y de elaboración sucesiva de m uchos m a­nuscritos, vale la pena, por consiguien te, ocuparse de ese traba jo de su pensam iento aquí. No es un espectáculo dem a­siado frecuente , por desgracia, ver a un anarqu ista rem over to ta lm en te sus ideas después de grandes acontecim ientos h istóricos, tra tan d o de re lacionarlas con la acción que ve a su alrededor en el m undo profundam ente conm ovido. No digo que B akunin haya encontrado el buen camino y haya sido in fa lib le en sus apreciaciones; pero lo in ten tó al m e­nos e hizo una vasta labor in te lectual, y siem pre es in te ­resan te segu ir de cerca un trabajo serio.

I I

De regreso en Locarno, en los ü ltim os días de octubre de 1870 (1), debió de en tenderse con sus am igos rusos de G inebra, el viejo O garef y O zerof, para hacer im prim ir en la Im p ren ta C ooperativa su traba jo p royectado en en tregas que form arían grandes folletos. N os queda sólo una carta esc rita el 19 de noviem bre a O garef, donde dice en lengua ru sa :

M i querido y viejo amigo Aga:T e has vuelto excesivam ente avaro en cartas. ¿E s que bebes de

nuevo? Cuidado, hermano, abstente. B ebe con moderación pora no perderte y olvidarte de ti m ismo, de ¡os amigos y aun de la causa. Veo por tu última m isiva que lees m is cartas m uy distraídam ente y es probable que no las leas hasta el fin . M e escribes que reci­b iste de m i el fina l del fo lle to , pero te escribía que enviaba la última remesa, que enviaré todavía muchas, muchas hojas, de suer­te que no resultará un fo lle to , sino todo un libro. Tengo ya cua­renta páginas listas y esto no es el fin , fa lta mucho, y si no ¡as envío es porque m e es indispensable tenerlas cerca de mí para ter­minar una cuestión d ifíc il. P or favor, m i querido amigo, ocúpate seriam ente de este asunto y no de un m odo cuaiquiera, porque si haces esto de una manera sucia, no saldrá una cosa, sino una sucie­dad. Prim eram ente, yo no tengo fiebre ni en general estoy apre­surado por im prim ir lo más pronto posible, como O zero f procede. M e habría apresurado como él si hubiese tenido la intención de escribir un fo lle to para in flu ir lo más pronto posible sobre la

(1 ) V é a se e l p rá iogo d el p rim er tom o d* e s ta s O bras.

8 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

opinión pública. Pero no tengo ese propósito por ahora; no lo tengo porque no tengo ya fe en los fo lle to s , cualesquiera que sean; ni aun con las empresas y actos prácticos inm ediatos se puede m odificar ahora la marcha de los acontecim ientos■ Según m i opi­nión, el sistem a m entiroso de Gambetta ha ganado ya en la prác­tica una fuerza tal y hn vencido y logrado despojar hasta tal grado nuestro sistem a que, si Gambetta incluso quisiera cambiarlo ahora, no sucedería nada menos que la pérdida defin itiva de Francia. Su sistem a se ha hecho más fuerte que él m ism o y bien o mal debe seguir su curso inevitable y dar todos sus fru to s antes de que sea posible derribarlo. Por esto razón, no estoy de ningún modo impa­ciente por im prim ir. Escribo un esbozo patológico de la Francia presente y de Europa, para edificación de los hombres de acción más próxim os del porvenir, y también para justificación de m i sistem a y de m i modo de obrar. Y por tanto, quiero escribir algo com pleto y to ta lm ente integro. No aparecerá un fo lle to , sino un libro, iS e sabe esto en la Im prenta Cooperativa? A causa de ello, evidentem ente, deben m odificarse las condiciones, y os he escrito sobre eso, a ti especialm ente. O zero f me escribe que las pruebas las leerás tú solo. Te ruego, querido amigo, que tom es por asis­tente a Juk [Jukow ski] que, estoy convencido, no rehusará ni a ti ni a mi el ser tu colaborador en este asunto. Un espíritu , un ojo, y especialm ente el tuyo, son buenos; pero dos valen todavía más. S i él está de acuerdo, estaré tranquilo; sin eso pediré que me en­víes una segunda prueba para la im presión definitiva. H az esto, te ruego, viejo Aga, y rem ítele inm ediatam ente la carta adjunta.

A propósito: ¿adonde ha ido O zero f con su m u jer? T ú escribes que marchó; pero a dónde, con qué fin y por cuánto tiem po tú no me lo dices y m e es indispensable saberlo■ Yo lo espero. Escribe sobre él todo lo que sepas y dale o envíale m i última carta, aña­diendo las dos cartas de Zurich que espero no habrás extraviado.

Escribe pronto, viejo Aga, y por consideración a nuestra am is­tad, a nuestro honor común, a la causa misma, te ruego que bebas con moderación. Tu inalterable,

M . B.Tú lees m i escritura m uy mal, de manera que, si corriges solo

las pruebas, resultará sin duda una confusión. M e obligarás a decir otra cosa [que he escrito ya] y eso me llevaría a la desesperación. E s necesario para m í que el fo lle to o el libro esté impreso correc­tamente, y a causa de eso repito: un espíritu es bueno; pero dos valen más.

Abraza a M aría por mí.

Se ve que B akunin no se hacía ilusiones sobre el débil apoyo que le p resta ría O garef, y tam bién la delicadeza con que m anejaba al viejo, que estaba m ás o m enos en descom ­posición física e in telectual. R ecibí en o tro tiem po de J u ­kow ski com unicación de la carta d irig ida a él, en ruso tam bién:

P R O L O G O 9

19 de noviem bre de 1870. Locarno.Querido Ju k : He recibido tu carta [que debió de llegarle de M ar­

sella, donde se encontraba Jukow ski después de la m archa de Baku- nin, y donde M roczkowski y su m ujer se hallaban tam bién en ton­ces]. E nvié la carta de Z . S ■ [la señora O bolenska] a Gambuzzi [que atendía sus asuntos en I ta lia ] , el cual, cediendo a m is per­suasiones, ha vuelto a Nápoles de la m itad del camino [quería ir a F rancia tam bién] y probablem ente será elegido diputado [lo que no sucedió]. Espero ¡a carta más extensa que m e prom etes [sobre los acontecim ientos de M arse lla ]; también A lerin i, de M arsella, me prom ete una carta sem ejante [A lerini, en efecto, escribió una carta muy detallada, desde el 9 al 12 de noviem bre, inform ando a Bakunin sobre el m ovim iento desencadenado por las noticias de la capitulación de M etz. He reproducido largos ex tractos en la Biografía, págs. 517 a 520].

¡Y ahora al grano! Escribo y publico en este m om ento, no un fo lle to , sino todo un libro, de cuyas correcciones y publicación se ocupa Ogaref. Pero él solo no tiene fuerza para ello. Ayúdale, te lo ruego, en nombre de nuestra vieja amistad que, aunque ú lti­m am ente un poco oscurecida por nubes, a pesar de todo — hablo juzgando según mi opinión—, no ha terminado, y por consiguiente te ruego ayudes a Aga en la publicación, la im presión y las prue­bas. O garef te comunicará todos los detalles, y cuento con tu apoyo y espero tu larga carta. Tu

M . B.

Tam bién Jukow ski prestó sólo un débil apoyo, y no f ig u ­ra en la correspondencia de B akunin en enero y febrero de 1871. E ncontram os allí a O garef y a O zerof, y a p a r tir del 9 de febrero los envíos del m anuscrito son hechos a Guillaum e [N eucháte l], del cual B akunin anota, el 12 de febrero, una “buena ca rta”, pero que no se ocupó tam poco de la im presión hecha en G inebra hasta que fué dem asiado tarde.

No hubo duran te ese invierno n inguna com unicación en­tre B akunin y los ju rasianos, aunque G uillaum e fué in fo r­mado sobre el libro que preparaba B akunin. E l 17 de enero, uno de los cam aradas ju rasianos m ás activos, el grabador A. Schw itzguébel, escribió a Ju k o w sk i proponiéndole la publicación de una serie de fo lle to s que com prendía: E l capital y e l trabajo, E i patronado y el salariado, L as huel­gas y las cajas de resistencia, De la cooperación, De la pro­piedad, De la organización com unal y de la federación de las comunas, De la in strucción in tegral, D el proceso h is tó ­rico en tre la burguesía y el proletariado, o Ja revolución so­cial, y el 22 de enero G uillaum e le escrib ió que esa idea le

10 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

parecía excelente. “Ju stam en te hem os hablado últim am ente con él y O zerof de la necesidad que había de exponer en una obra, que sería la co n trap artid a de E l Capital, de M arx, n u estra teoría anarqu ista y revolucionaria. Sólo que hacer un gran volum en exige dos cosas: un estud io m uy profun do de todos los deta lles de la cuestión social, estud io que es m uy d ifíc il que haga un hom bre com pletam ente solo, después de m ucho tiem po. Así, la realización de este plan me pareció im posible. P o r lo demás, "M iguel” escribe en este m om ento un lib ro que parece responder hasta cierto punto al deseo expresado.

P ero la idea de Schw itzguébel descarta las d ificu ltades. E n lugar de un gran libro, obra de uno solo —obra necesa­riam ente defectuosa y débil en varios pun tos—, en lugar de un volum en, que cuesta caro, rep arte la m a te r ia : se con­viene un plan, una serie de cap ítu los que form an una serie de fo lletos a la vez independ ien tes unos de o tros y com ple­m entarios. E s to s fo lletos serán esc rito s todos según los m ism os princip ios, por hom bres que estén de acuerdo en la teoría, y sin em bargo habrá variedad, y serán obra de espe c ia listas que tra ta rán cada uno el asunto que les es fa ­m iliar.”

A dvierte aún con qué cuidado habría que exam inar la div isión de la tarca y d ice: “No sería de opin ión que se p idiese la colaboración de los franceses y de los belgas en g e n e ra l; prim ero, no es fácil que estén de acuerdo con nos­o tro s; después, puede suceder que no sean capaces de ayu­darnos, y aun es posible que no estén “d ispuestos” a h a­cerlo. P ro p o n d ría que se hablara de la cosa sólo a Robin y a De Paepe. E ste ú ltim o podría tra ta r con m ano m aestra las re laciones en tre las ciencias y el socialism o, m ostrar la necesidad h is tó rica y n a tu ra l de la igualdad. Robin podría tra ta r la in strucc ión in teg ra l, que es su especialidad. T ú [Ju k o w sk i], Schw itzguébel y yo haríam os lo demás. P ienso que S entiñon [m édico de B arcelona] está dem asiado ocu­pado para ayudarnos...”

Guillaum e debió de saber por O zerof el traba jo que rea li­zaba B akunin, e incluso que éste se hallaba de nuevo en Lo- carno hacía meses, porque cuenta (U In tern a tio n a le , I I , página 131) que hasta enero había ignorado dónde estaba B akunin. Según él, habría escrito entonces a B akunin afee-

P R O L O G O 11

tilosam ente, o freciéndole sus serv icios para v ig ila r la im ­presión. E l d iario de B akunin Jno anota esa p rim era carta, pero esas no tas de cada día no tienen la p re tensión de ser com pletas. E n todo caso, el a islam iento de B akunin en esa época resa lta tam bién de lo que G uillaum e escrib ió en to n ­ces y después sobre ese período. Sólo A. Ross [S ay in ], que había ido a verlo a Locarno en noviem bre, le prom etió re ­u n ir d inero para el lib ro en tre los es tu d ian tes rusos, y halló probablem ente a A lejandro S ibiriakof, que pagó en efecto la fac tu ra del 19 de abril, que se elevaba a 505 francos.

H e ah í en qué c ircunstancias de aislam iento y de coope­ración p recaria com puso B akunin su lib ro en trev isto , soña­do, pero no concluido.

I I I

Pone uparte prim ero el m anuscrito de 114 páginas sobre la situación política en F rancia , escrito en M arsella, y que se encuen tra en el tom o I de esta edición. Da tam bién a su nuevo m anuscrito (hablo del tex to im preso) la form a de una ca rta a un am igo francés. E n las p rim eras ochenta ho ­jas, prom ueve c iertas cuestiones que d iscu tirá m ás ta rd e : las razones que no le perm iten exalta rse por el su frag io u n i­versal — las razones de la decadencia abso lu ta del rep u b li­canism o burgués— el incidente de Lyon, du ran te el cual el famoso republicano A ndrieux puso en libertad a los fu n ­cionarios y policías bonapartistas arrestados, y la so lid a ri­dad en el crim en en tre los bonapartistas y sus predecesores, los asesinos del p ro le ta riado en ju n io de 1848. Y en toda la ú ltim a parte , que se ocupa aún de F ran c ia (ho jas 85-87), denuncia el cálculo de los bonapartistas de volver a N apo­león I I I por el tr iu n fo defin itivo de los alem anes, realizado por la paralización de todos los esfuerzos “p atrió tico s y necesariam ente revolucionarios”, a lo cual lleg arían p o r el camino m ás corto y m ás seguro, “por la convocación inm e­d ia ta de una A sam blea co n stitu y en te” ; habría, pues, d iscu ­tido rudam ente la A sam blea N acional eleg ida el 8 de fe­brero.

D espués de haber llegado a la página 80 de su m anus­crito , vacila. Acaba de p regun ta rse por qué Ju lio Favre,

12 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

del Gobierno provisional, no em plea contra los bonapartis- tas esa ferocidad despiadada que m anifestó en jun io de 1848 contra los obreros socialistas. E n el m anuscrito que se im prim ió llega a la conclusión de que esc Gobierno, por odio a la revolución, en trega o hace en tregar F rancia a los prusianos. Copia casi tex tualm ente, sin tener en cuenta el anacronism o, un párrafo del m anuscrito de M arsella con una fecha de los prim eros días de octubre ( “H e aquí p ro n ­to un m es”...) (1), pero pasa en seguida a una nota sobre Em ilio de G irardin . E scrib ió esa nota el 23 de enero ( “por la noche un poco más [del escrito ] arreg lado E m ilio de G ira rd in ”) ; había anotado el 22: “de nuevo vuelve a co­m enzar el fo lleto a p a rtir del im preso”, y el 23 por la m a­ñana: “ folleto poco” [escrito ]. Se puede deducir de eso que el tex to fué com puesto prim eram ente hasta la pág i­na 80 del m anuscrito (pág. 69 del fo lleto ) y que el trabajo se había detenido a llí duran te bastan te tiem po, desde no­viem bre probablem ente. E stas diez sem anas sirv ieron para hacer estudios y para la redacción de m anuscritos cuidado­sam ente elaborados, pero desechados por el au tor.

Guillaum e (O euvres, tomo I I I , 1908, pág. X II , nota 1) cree que estos traba jos están perd idos; habría podido ver las páginas 534 a 538 que se conservaron en parte , en g ru ­pos de hojas que el au to r quiso conservar, aun destruyendo probablem ente una cantidad de hojas in term edias a las que no atribuyó ninguna im portancia.

Así, hay “un m anuscrito de las páginas 81 a 93” que d is­cute el G obierno provisional más o menos como el tex to im preso; luego pasa a los b o n ap a rtis ta s : su único medio es la corrupción. E l au to r expone que toda m ala acción, m ien­tras el individuo perm anece fiel a los in tereses de su clase, no es corrupción. Da como ejem plo las cuadrillas de band i­dos, los jesu ítas y A ndrieux, el p rocurador burgués que ac­tuaba como reaccionario bajo la R epública. Pero traic ión y corrupción ex isten cuando un obrero elegido vuelve la es­palda al pueblo, como lo hizo B rialou, de Lyon. Pasa a observaciones h istó ricas sobre la corrupción y d iscute las bandas de m ercenarios, el individualism o y las ciudades de la Edad M edia; habla m ucho de Ita lia , la m adre de la civi-

(1 ) C onfrontar las p ág in as 198 d el tom o I de esta ed ic ión y 115 d el p resente.

P R O L O G O 13

lización m oderna; de M aquiavelo y del E stad o ; de la cen­tra lización ; en fin, de In g la te rra y de Am érica. F a lta la continuación del m anuscrito .

Se sabe que existe “aún o tra versión m anuscrita de estas páginas a p a r tir de la 81”, donde el au to r comienza el nue­vo tex to con estas palabras: “La revolución, por lo demás, no es ni v indicativa ni sanguinaria . No exige ni la m uerte ni la deportación en masa, ni siqu iera individual, de esa tu rba bonapartista ...” Y c o n tin ú a : “La revolución, desde que rev iste el carácter socialista, cesa de ser sangu inaria y cruel. E l pueblo no es cruel de n ingún modo, son las clases p riv ileg iadas las que lo son.” “ He m ostrado el fu ro r de los burgueses en 1848. Los fu ro res de 1792, 1793 y 1794 fue­ron igualm ente, exclusivam ente, fu ro res burgueses”, y prueba esta proposición con ex tractos de M ichelet, una fuente sobre la cual G uillaum e ( O euvres, I I I , pág. 189, no­ta ) hace restricciones muy juiciosas. E l aspectp popular de la revolución francesa, que tan to fascinó a K ropotkin , era ignorado en tiem pos de B akunin, quien afirm a de la revolución de 1793: “dígase lo que se quiera [haciendo a lu ­sión quizás a L es H ebertistes, de Gustavo T ridon , 1864, y a o tra lite ra tu ra sem ejante del 60], no era ni socialista ni m aterialista... F ué esencialm ente burguesa, jacobina, m eta física, po lítica e idealis ta”. Soñaba lo im posible, “el esta ­blecim iento de una igualdad ideal, en el seno mismo de la desigualdad m ateria l”, y B akunin dem uestra que “ la explo­tación excluye la fra te rn id ad y la igualdad”. D iscute esto largam ente, después pasa a la “lib ertad ” y llega a esa larga d isertación , todo un libro, al cual dio más tarde el títu lo de C onsideraciones filo só fica s sobre el fantasm a divino , sobre e l m undo real y sobre el hombre, páginas 105 a 254 del m anuscrito , que perm aneció inconcluso. E ste m anus­crito está im preso en O euvres, I I I , págs. 183 a 405, y ha­llará su puesto en el tomo I I I de la edición presente, al lado de A n titeo lo g ism o , con el cual se relaciona. Se com ­prende cuánto tiem po llevó a B akunin ese trabajo en los últim os meses de 1870; aceptó, sin embargo, ese tex to en su obra como apéndice y habla como tal de él en la con­tinuación del m anuscrito p rincipa l (que se hallará en el tomo I I I de esta edición).

E n el tex to im preso del Im perio knutogerm ánico, la p a r­

14 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

te francesa se in terrum pe bruscam ente después de la p ro ­m esa de m ostrar el carácter reaccionario de la convocación inm ediata de una Asamblea constituyen te , con las pala­b ras: "P ero prim ero creo ú til dem ostrar que los prusianos pueden y deben querer el restab lecim iento de Napoleón I I I en el trono de F ran c ia” —tesis que la H isto ria , tal como la conocemos ahora, no ha confirm ado, pero que un au to r que escribió en la tercera década de enero de 1871 ha podido m uy bien co n stru ir y m otivar—. Sigue la parte in titu lad a por G uillaum c, en 1871, “ La A lianza rusa y la rusofobia de los alem anes” (lo que quiere decir la alianza rusa de los ale­m anes y su rusofobia) y la parte h istórica, “H isto ria del liberalism o alem án”, term inada en detalle hasta el s i­glo X V I y continuada hasta el tiem po p resen te por notas generales, concluyendo a s í : “Si se quisiese juzgarla [a A le­m ania], al contrario , según los hechos y los gestos de su burguesía, debería considerársela como predestinada a rea ­lizar el ideal de la esc lav itud v o lu n taria”.

E stas partes (págs. 87 a 138 del m anuscrito ) fueron en­viadas a G uillaum e el 9, el 11 y el 16 de febrero (págs. 81 a 138); para fecharlas no hay más que estas indicaciones: “F o lle to alem anes” (26 de enero) y “La lite ra tu ra m oderna de A lem ania” (28 de e n e ro ) ; esta últim a observación, según yo creo, se aplica a las páginas que preceden la “H isto ria del liberalism o alem án”.

E n el m anuscrito precedente, este asunto fué igualm ente tra tado , a juzgar por las notas desde 1.° de enero : “acabado cuadros h is tó rico s” ; éstos son los cuadros cronológicos de los progresos hum anos y de los principa les acontecim ientos h istóricos. B akunin los elaboró m uy extensam ente según el conocido lib ro de Kobb sobre la H is to ria de la cu ltu ra ; ex isten en m anuscrito , pero es posible que haga alusión aquí a los ex tractos de esos cuadros hechos para el capítu lo h istó rico que m editaba. E l 2 de enero : “fo lleto , A lem ania, h is to ria”. “N ota m uy larg a”. E l 5: “ investigaciones h is tó ri­cas sobre A lem ania”. E l 10: “ fo lleto bastan te bien — A le­m anes”. T rabaja en él todos los días, claro está, y el 22 ano­ta : “fo lleto — lib ertad ” ; pero por la noche de ese d ía reini- cia todo ese trab a jo : “de nuevo recom ienza fo lle to a p a rtir de lo im preso” y se dedica al tex to defin itivo .

U n fragm ento m anuscrito (pág. 97 a 140), in terrum pido

P R O L O G O 15

en esta ú ltim a página, redactadp en form a de nota, es qu i­zás lo que llama, el 2 de enero,~“no ta m uy larga”. La p ro s­peridad m aterial, el desenvolvim iento y la libertad in te lec­tual y moral..., todo debe ser sacrificado al solo fin de la grandeza, expansión y om nipotencia del E stad o : “tal es el nnico sen tido “o fic ia l” de la palabra pa trio tism o en el Im ­perio de todas las R usias”. “H e ah í esa R usia de quien los eslavos austríacos esperan aún hoy torpem ente su lib era­ción” (B akunin no deja nunca de zaherir la ru so la tría de Ion políticos checos, de los P alacky, R ieger, B rauner y o tros que, en 1867, en la época de la m ayor represión de los polacos, habían hecho la llam ada “pereg rinac ión” de M os­cú). ^asa luego a la carta de M arx en el periódico ruso Na- loilnoe D yclo (1870), que discute tam bién en el tex to de­finitivo.

Dcapuéa d iscu te el p ro testan tism o en In g la te rra (Crom w rll) y rn Am érica y sus efectos en F rancia. H abla de las p u n ía n «Ir !<>• cam pesinos alem anes, polem izando contra una opinión em itida por Lnssalle.

ICiiln, al p a r ra t, term ina una discusión “del siglo X V I”, poique pasa al desenvolvim iento in te lectual de F rancia “rn el mI}'lo X V II”, Gassendi, etc.: de ahí se deriva la l'iau c ia m oderna. Sus relaciones con H olanda, Suiza e Ing la te rra . La incip ien te independencia del esp íritu ing lés; llobbes, Hum e, Gibbon. D esenvolvim iento sem ejante en Italia . Sólo A lem ania y E spaña quedan enteram ente fuera de esa so lidaridad in ternacional, de la opinión pública que se forma. España, por su cato licism o; A lem ania, por su protestantism o.

C ontinúa sobre F rancia , sobre los jansen istas, etc. “No tenem os que ocuparnos de E spaña. Pero debemos hablar de Alemania. P rim ero , analicem os los hechos”. Después sigue una prim era versión de la “H isto ria del liberalism o alem án” (sin este tí tu lo ) , bastan te sem ejante al tex to defin itivo , pero más ex p líc ita sobre el asunto de los eslavos: un largo pasaje sobre el esp íritu de la raza eslava. “ E n mi calidad «le eslavo, no puedo hablar de la insurrección m em orable de los eslavos de Bohemia, en el siglo XV, sin un sentim iento de ju sta a ltiv ez”, etc. P rosigue sobre los cam pesinos pola­cos, sobre el odio en tre alem anes y eslavos, sobre el pan- germ anism o después de la guerra, sobre las tendencias pa­

16 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

trió ticas de los socialistas alem anes, sobre las calum nias del V olksstaa t contra Bakunin. Habla del Congreso eslavo de P raga en 1848, de sus ideas sobre los eslavos austríacos. En fin, alude a los obreros alem anes y a sus perspectivas revolucionarias, nulas en aquel entonces.

O tro fragm ento, páginas 98 a 122, tra ta del sistem a que ha puesto a F rancia en su posición terrib le , de la cual no puede sa lir sino por medio de la revolución social: “...es el sistem a que el triu n fo del p ro testan tism o ha hecho asen tar en A lem ania sobre las ru inas del viejo Im perio germ ánico; porque la acción de la reform a religiosa, em ancipadora y estim ulante en todas partes, ha producido en ese país de respetuosa subordinación y de piadoso quim erism o un efec­to sin g u la r: paralizó en él com pletam ente, duran te dos si­glos por lo menos, el flo recim iento de los esp íritus, y esta ­bleció defin itivam ente la re lig ión del poder tem poral, el culto a la au to ridad de los p ríncipes y a los em pleados dél E stado...” E s un prim er esbozo de esa idea y el tex to está in terrum pido (pág. 99), correspondiendo en parte al tex to im preso y conservado hasta una discusión del clero ru so ; el resto falta. O tra página discu te las consecuencias del p ro testan tism o para A lem ania: “ ...lo que se dem uestra por la inm ovilidad casi absoluta del esp íritu alem án y por la ausencia casi com pleta de toda in iciativa nacional, tan to política como com ercial e industria l, duran te los dos siglos y cuarto aproxim adam ente que han seguido a las prim eras m anifestaciones triu n fan te s del m ovim iento al p rincip io com pletam ente popu lar de la R eform a”. A ñade en no ta: “ ¿No es, en efecto, una cosa d igna de ser notada que el p ro ­testantism o, que en todas partes ha producido un esp íritu de libertad ...” etc. “ (en H o lan d a )?”, etc.

E n dos fragm entos (págs. 107 a 120 y págs. 108 a 111) señalados A lem ania 2 y 1, se tra ta de Rusia, que no habría nunca am enazado a A lem ania ni ejercido una influencia reaccionaria sobre ella. E l centro de la reacción era M etter- n ich (A u stria ), más tarde fué P rusia . D iscute el período desde A lejandro I (p rim er cuarto del siglo X IX ). Nessel- rode, el canciller ruso, estuvo a sueldo de A u stria ; M etter- n ich im pidió a A lejandro I dar una constitución a Rusia, como ahora im pide B ism arck a A lejandro I I hacerlo ; la reacción re ina en R usia desde 1819.

P R O L O G O 17

I.ucgo se re fie re a A ustria , su d isgregación inm ediata, I«« nacionalidades que com ponen ese país. Polem iza contra •I doctor R ieger ( je fe político entonces de los checos) y el E stado checo. M enciona a los jefes checos en 1848, que •slttban “desgraciadam ente form ados en la doble escuela ilr lo» jesu ítas austríacos y de la ciencia política, burocrá­tica, juríd ica e h istó rica de los alem anes” ; recuerda su pe- ir^ iin ac ió n a M oscú, en 1867, al “ Im perio tártaro-bizantino- j:< m i.ínico de todas las R usias”.

O tros fragm entos (págs. 110 a 123 y 124 a 130) se ocupan de los liberales alem anes de 1830 y 1840 y de 1848. H ace la critica del parlam ento de F ran c fo rt (1848-49), y habla so- lue las insurrecciones de mayo de 1849 (a las cuales prestó H minino mi apoyo en D resde) cuando la “ ...Baviera renana v e l (it.m Ducado d e Haden, al iniflmo tiem po que una parte «IrI reino «Ir Sujonia y algunas ciudades de P rusia, m ovidas |ioi mi nlilino «nln« i /o «leí IM itldo D em ocrático, se habían Itiriiii i im • (oiiíkIo. |ni|o e l |ti r t rx to «Ir apoyar las resoluciones <li lu A«wiinlilra Nticlounl «le rn in c fo rt...”, y sobre los ale- ihhih * «mi fcjrm inl. «|ur no poseían la “jib a” de la rebelión, 1 «ni t ti ni lo que Ion obre ron alem anes de N orteam érica eran fi*ui lil n Im ili Ion dem ócratas, es decir, del partido escla- vlntii, y «|iie Ion colonizadores alem anes en R usia no se rebe- l . i l i .m ¡um <U . ( A esto se podría responder que la participa- clAn «l< Ion alem anes en la guerra civil de N orteam érica, en Io n r jé ic ito s del N orte , su lucha contra los esclavistas, es un hecho dem asiado conocido para ser descuidado, y que Io n cam pesinos alem anes inm igrados a R usia para fundar allí aldeas, bien p ron to flo recien tes y que gozaban de una c ierta autonom ía, abandonados a su tranqu ilidad después d e haber hecho los pagos concedidos y conservando su id io ­ma, se absten ían de p artic ip a r en la vida pública y más aún en la vida revolucionaria del pueblo ruso, fenóm eno no m uy ex trao rd in ario ; pero no d iscu to aquí las observaciones de Hakunin.)

Según él, en ese m anuscrito , los alem anes reúnen cuali- dades que no se hallan jun tas h ab itualm en te: trabajo, ho­nestidad y esclavitud , valor, in teligencia, ciencia y obe­diencia resignada. Eso los hace tan peligrosos para la lib er­tad ; “son instrum entos natos del E stad o ”. B ism arck com­prende que el que da a los alem anes la unidad, puede tra-Ohrnn de Bakunin. - I I 2

18 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

tarlos como esclavos. H abla de B ism arck, N apoleón I y I I I , de la F ranc ia posterio r a jun io de 1848 y diciem bre de 1851, de la burguesía desde 1830, de G uizot, de Cousin, del ju sto medio tam bién en la lite ra tu ra , de la tendencia aristocrá- ticoburguesa de esa lite ra tu ra francesa de entonces, que ponía su más alta asp iración en ser aceptada en los salo­nes “...Aun en la bohem ia a rtís tica y lite ra ria —cuya m ise­ria espantosa, parece, habría debido ab rir el esp íritu y el corazón— esa ind iferencia y esa hostilidad [se re fiere al m ovim iento ascendente y a las asp iraciones progresivas de las m asas populares] eran tan com pletas como en los más célebres rep resen tan tes de la lite ra tu ra y de las a r te s ../’ (A quí habla de lo que pudo observar él m ismo en P arís, de 1844 a 1847, en los años del suprem o triu n fo de la clase burguesa.)

D ejo de lado algunos fragm entos más pequeños y llego a las páginas 124 a 140, escritas todas en nota (a las pág i­nas 112 a 123) y que com ienzan a s í: “Los teóricos del co­m unism o alemán, F ernando Lassalle y m uchos otros, im ­pulsados por su an tip a tía singu lar —pero sistem ática y que descubre su in stin to burgués— contra todo m ovim iento re ­volucionario de cam pesinos o de trabajadores de la tierra , han enunciado esta idea barroca: que la derro ta de los cam pesinos in surrectos de F rancon ia en 1825... fué de una inm ensa ven taja desde el punto de v ista del desenvolvi­m iento racional y norm al de la libertad y del socialism o para A lem ania, porque los cam pesinos —dicen— tendiendo entonces como hoy a la propiedad ind ividual, rep resen ta­ban y continúan represen tando aún el elem ento aris to c rá ­tico, feudal, ag ra rio ; m ien tras que las ciudades...”, etc. E sta concepción es com batida y pasa al asunto de la burguesía y del pro letariado , de N apoleón y de B ism arck, etc.

E l au to r observa que fué siem pre adversario de la “es­cuela h istó rica fa ta lis ta y op tim ista a la vez” , que rep re ­senta los acontecim ientos, no sólo como inevitables, sino tam bién como útiles. Cree que todo no ha podido suceder de o tro modo a como ha sucedido, pero no reconoce por eso que las cosas más abom inables hayan sido necesarias, buenas, ú tiles, y nunca será su apologista. A lgunas veces, puede rcnultar lo bueno del mal, porque no hay nada que

P R O L O G O 19

abito hitam ente malo. ¿Q ué es lo bueno y lo malo en la»linio?

tan n In «libertad», y eso nos recuerda que anota esta iIh .«; “ fo lleto -libertad” por la m añana del 22 de enero,

w> día que recom ienza de nuevo su m anuscrito . E ste ir.inm to, que no term ina, m arca, pues, al lado del ú ltim o Iginm to (prtR8. 132 a 148 y 149 a 159), el ú ltim o período mu tanteo an tes de la redacción defin itiva.

’•Por libertad» — dice— no entiendo el libre albedrío. E l in albedrío cb una im posibilidad, una insensatez, una in-

vi’in I6n de la teología y de la m etafísica que nos lleva de- M linm rntr .il deupotiHino divino, y del despotism o celeste (nil.iM \an troloKÍni» de In tierra , la consecuencia es nece­

a n i»! Ahí, todos lo» tirano* de la tierra , todos los i un titu lo (iunli|iilern pretenden im ponerse a la so- iiiuiiiuri i.nuil ^niiorunntnH..." e tc ,; a esta concepción

I “ im Imv 1Mii r albedrío, no se puede más que tPiiiUmni 1(1« lry rn de Im naturaleza...”

I* un tim e . purM, propiam ente más que u n ! il l l hm nhir lio puede, no debe, no quiere ser

que «iilr Ion olio« hombres, tom ados aislada o co­mí. n tr Toda nú libertad consiste, pues, en esto : en no

indi que a huh propias convicciones, a su propio lemiamiento, n hu propia voluntad, y en no dejarse deter-

iiirti por lan convicciones, por el pensam iento y por la voluntad ajenos, m ien tras no los haya hecho suyos. De don- ilr resulta que el hom bre no es, no puede llegar a ser libre• muirlo he encuentra ya en relaciones con sus sem ejantes; i|iir l.i libertad hum ana únicam ente ha podido nacer en la sociedad hum ana, y que, por consiguiente, ésta ú ltim a ha «Ido por fuerza .in terior a la p rim era” (la lib ertad hum ana).

Aflnde otra prueba y concluye: “P o r tanto , no fue, al comienzo de la H isto ria , la libertad quien creó a la socie­dad, niño, ni contrario , es la sociedad la que crea sucesiva­mente la libertad de sus miem bros, orgánicam ente unidos en nii seno por la naturaleza, independien tem ente de todo contacto, de toda prem editación y de toda voluntad de su p arte” . E h preciso considerar la “sociedad hum ana” como “un ser colectivo n a tu ra l fata lm ente producido por la na- tu rn lr/a c im puesto como tal a cada ind iv iduo hum ano m m o base única de su ex istencia” . ¿Q ué ley fundam ental

20 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

la dom ina? “ E s la constitución del orden o de su o rgan iza­ción in te rio r por el desenvolvim iento cada vez m ás am plio de la libertad de sus m iem bros”.

C ita entonces algunas páginas del A n titeo lo g ism o ( in éd i­to todavía; Oeuvres, I, págs. 136-139) y se da el p lacer de m encionar el famoso pasaje anarqu ista de las U ntersuchun- ger über Thierstaaten , del n a tu ra lis ta Carlos V ogt, su an­tiguo amigo, libro publicado en 1851, reim preso de la rev is­ta alem ana D eutsche M ona tschrift (S tu t tg a r t ; enero de 1850, págs. 129-131), donde apareció ese pasaje. Se re im pri­m ieron esas no tas de B akunin y la cita lib erta ria de V ogt en el suplem ento de La R évo lte , enero de 1893. B akunin, que quiso hacer ese honor a su am igo —o más b ien a su ex am i­go, porque V ogt y él no estaban ya en relaciones— hace, po r lo demás, restricciones a las opiniones dem asiado in d i­v idualistas propuestas por V ogt. Se ap lica a dem ostrar los lazos de so lidaridad absolu ta que ligan a cada individuo con la so c ied ad ; no se tiene m ás que pensar en los dos ins­trum en tos m ás poderosos del desenvolvim iento del hombre, en el “pensam iento” y en la “palabra” . E l pensam iento p re­supone la palabra, el idiom a es un producto colectivo. D es­pués de algunas polém icas con tra las tendencias lib e rtic i­das de un V olksstaa t y contra esa libertad ind iv idual preco­nizada por los proudhonianos extraviados y por los p o siti­v istas en el Congreso de Basilea de la In ternacional (1869), term ina con las sigu ien tes palabras: “N osotros querem os

• la em ancipación universal de todos los ind ividuos humanos, la libertad ín teg ra y com pleta de cada uno, igual, no sólo en cuanto al derecho, sino tam bién en cuanto a los m edios de su realización para todos. Y esa libertad únicam ente po­drá ser ob ten ida cuando no haya ni derecho, ni propiedad ju ríd ica , n i gobierno político, ni E stad o ; cuando la hum a­nidad se haya libertado, en fin, para siem pre, de todos sus gobernantes y tu to res. E n una palabra, como el señor C ar­los V ogt, querem os la anarqu ía”.

Si no ex istiese la no ta “ fo lle to -libertad” del 22 de enero, se creería que el m anuscrito sigu ien te fué escrito después; en todo caso, m arca el últim o punto alcanzado por las ten ­ta tivas lite ra ria s que preceden a esa fecha. E stas son, en paquetes separados, las páginas 132 a 148 y 148 a 159. Al dorso de la ho ja 136 se encuen tran notas sobre el co n ten id o :

P R O L O G O 21

Uestam ación. Rom anticism o. L ite ra tu ra burguesa. So- i«* Libertad". ,»

Apología do la esc lav itud h is tó rica”.R evueltas de los cam pesinos alem anes. San B arto lo-

i i» uelti fatalista”, ñ u u m ti a allí la ú ltim a parte de una descripción del

iIímiiki haneen de los años an terio res a 1848, las pri- «n pnlaI»iJim conservadas son: “de F o u rier, de Considé- i, 'l. re d ro Leroux, de Cabet, de L uis B lanc y de (•Ilion I )espucs dice que la in fluencia más grande

I» Iti 111 v* ndid lu<- ejercida entonces por Lam ennais, pero I•«*i M ichelel y por Q uinet, de lo cual da una

I6n.ido de la ( mi lavitwd, dice en tre o tras cosas:

«I«>1111c- hay reflex ión hay rebeldía, tm « a» y han sido siem pre excep-

l( hIvos. m uy sabios, y a pe­ía v Iireconciliablem ente ape­

lan j;tii «es alem anes y hablem os del e* 1 • ■ " lormal, en el que se desarro-

Iiimimi nti . I ti< iit (m iento de mi esclavitud penosa,■ .■I!,, ni ¿uno y el instin to , el pensam iento, la

ln santa rebeldía".»1)1« de Comte, del E stado popular, de la nota

r las guerras de los cam pesinos en Alema- Ioh cam pesinos y la Revolución francesa, que Las-

lec lia /a r tam bién, porque dió la tie rra a los cam- ((•111*1 propiedad privada. Se halla la observación:, lejos de ser un adm irador absoluto de Suiza. En- en ella, desgraciadam ente, m uchas estrecheces y

has m iserias. Pero, com parada con A lem ania, es un pa­lle hom bres altivos, de hom bres lib res; m ien tras A le­

lí. i no presenta hoy más que un in fierno de esclavos”.íin , llega a la “escuela fa ta lis ta y o p tim ista” (como

el m anuscrito an terio rm ente c itado). A ugusto Comte es, Mvu-límente, de ese núm ero; se detiene al d iscu tir este

isunto.lie ahí, pues, una cantidad de trabajos inéd ito s que ha­

brían debido hallar un puesto en tre las dos grandes partes que com ponen E l im perio kn u to germ ánico, la p arte que cri-

22 O B R A S D E M IG U E L B A K U N INM "i -

tica lo que pasó en F ran c ia desde el 4 de septiem bre, y la parte que d iscu te el asunto p rim ero : alem anes y rusos, y que luego hace un proceso h istó rico de los alemanes.

P ara ju zg a r propiam ente el acta de acusación de in fe rio ­ridad h is tó rica y casi na tu ra l con tra los alem anes, sería preciso conocer todos los m ateria les ad icionales envueltos en estas páginas inéd itas de que no he indicado apenas más que el contenido. E spero poder publicar la m ayor parte posible algún día.

E ste ac ta de acusación fué escrita en tre el 22 de enero y el fin de dicho m es; por tan to , algunos días después de la proclam ación del Im perio alem án en V ersalles, el 18 de enero de 1871, y poco an tes o du ran te la cap itu lación de P arís, en un mom ento, por consiguien te, en que ese nuevo im perio ten ía las apariencias del m ás fuerte , por el m om en­to, y en el que agradó más a B akunin lanzar un desafío ap lastan te al vencedor, lo que hizo. Su m anera de in s tru ir ese proceso h istó rico es un buen ejem plo de su verbo, de su so lidaridad con los m ás débiles de la h o ra ; pero, según m i opinión al menos, eso es todo.

Su c rítica contiene indicaciones in tere san tes que verda­deros estudios h isto ríeos p ro fu n d izarían y verificarían , o a l contrario , según el caso; pero eso no es h is to ria ni m é­todo c ien tífico ap licado a la h isto ria . L ibelos sem ejantes han sido escritos en enorm e cantidad en todos los pueblos. E n cada período de guerra o de tiran tez de re laciones entre E stados, pu lu la sem ejante lite ra tu ra ; jcuán tos libros no hay en In g la te rra sobre las m alas acciones de F rancia, en F rancia sobre las de In g la te rra y de R usia, y así por el estilo ! E l nom bre y el p restig io de B akunin no debieran, pues, cub rir esa m anera de envilecer a un pueblo con un libelo apasionado escrito duran te sem anas de g ran exc ita ­ción. B akunin lanzó su desafío al m ás poderoso de la hora, m uy b ien ; pero ¿correspondía a u n in tem acio n alis ta sem ­brar así el odio nacional? No podía obrar de o tro m odo; d ijo absolutam ente lo que pensó toda su vida y lo que dijo y escribió en m uchas ocasiones an tes y después. P ero el lec to r m oderno que se in sp ire en su esp íritu socialista, liberta rio y rebelde, no tiene n inguna razón para seguirle tam bién en sus pred ilecciones y en sus preju ic ios, que le son p ropios como a todo hom bre, pero que sería perjud ic ia l

P R O L O G O 23

t i r ciegam ente, sin ab rir los o jos críticos. E n una pala- to m o toda apreciación ráp ida sentada en las luchas de dia, así esta parte de apariencia “h is tó rica” en la obra

Mitltunin exige un escru tin io “crítico ” para separar lo ni válido de las partes en que la pasión del día falsea

Juicio sobrio (1).

IV

L hh o tras p artes del gran m anuscrito serán analizadas Cuando se publiquen en los tom os I I I y IV de la edición proNcnte. E l 25 de febrero, al exped ir a Guillaum e las pá­ginas 149 y 169 del tex to defin itivo , le e sc rib ió : “T e ruego, «|it(rido am igo, que envíes todo el m anuscrito correg ido a O/.erof, que lo pide a grandes gritos. E n to tal, con esto te envié 89 páginas (81-169)”. No se tenía, pues, siem pre o ri­ginal en G inebra para con tinuar la com posición; pero un poco más tarde , en abril, B akunin debió luchar para que no uc suprim iese su segunda parte (alem ana), lim itando el fo lleto a cinco pliegos.

lie aquí sus cartas de la época, las ún icas que se conocen y que dan una m uestra viva de sus im presiones de la Co­muna de P arís, que luchaba entonces contra los versalleses.

101 5 de abril, escribió a O garef, a O zerof y a V arlin ; al prim ero le d ice:

Y bien, amigo Aga, escríbem e tú también aunque no sea más que untt línea. ¿Qué piensas del m ovim iento desesperado de París? Avnbnrá como pueda, pero, es preciso decirlo, son atrevidos. En París se ha encontrado precisam ente lo que nosotros hemos bus- imío en vano en Lyon y en M arsella: una organización y hombres dtcid idos a ir hasta el fin . [Se refiere a la G uardia Nacional y a nii Comité central, organizaciones creadas prim eram ente para la drlriiH.'i de P arís, pero que habían perm itido a los republicanos «vunzudos y a los obreros socialistas estar en contacto constante con el pueblo, lo que facilitó una acción colectiva el 18 de m arzo

( I ) Una carta de su m ujer, carta de la q u e no con ozco m ás que un resum en, IiuIiIh dr Ib grave cr is is m a teria l que sufr ía B ak u nin en ton ces. D ice , e l 25 de •tirm de 1871: M . B . s e en cu en tra en un e s ta d o m u y a b ru m a d o ; d ic e ; " ¿ Q u é

v f r t S o y d em a sia d o v ie jo para co m en za r a ganar m i pan , no m e qu eda m ucho llm il'u ilr v id a " ; la cu es tió n eco n ó m ica le abru m a de ta l m odo qu e p ie rd e to d a *H n in i i l » y s e m a ta m o ra lm en te , y to d o eso d esp u és d e h a b er sa cr iñ ca d o su V(rf# « I» l ib e r ta d y a la h u m a n id a d , o lv id á n d o se de s í m ism o . L o s h erm an os han pf>> lo s ie m p re in d ife re n te s , in a c t iv o s h a s ta e l c r im e n ; M . B . p ie n sa» h liin i ii lo s h erm an os a d a r le su p a r te d e la h eren cia .

24 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

y después.] Probablemente serán vencidos. Pero es probable tam ­bién que para Francia no haya en lo sucesivo ninguna existencia exceptuada la revolución social. E l Estado francés está perdido para siempre. A llí, los revolucionarios son más terribles que los cinco m il m illones, / y cuán diversas naciones! 1) los campesinos, 2) los obreros, 3 ) la pequeña burguesía, 4 ) la gran burguesía, 5) los nobles que salen del otro mundo, 6 ) los eternos vampiros de la sombra, los sacerdotes, en fin , 7 ) el mundo de la burocracia y 8 ) el proletariado de la pluma. E ntre estas naciones no existe ninguna solidaridad más que la del odio m utuo y la frase patriótica.

Con L., también estoy m uy contento. H e desenterrado en él un viejo amigo; el m ism o caballero, el m ism o últim o de los mohica- nos entre los nobles; sólo que ahora se preocupa por la coopera­ción. También se ha ocupado calurosamente, sinceram ente y de buena gana de mi asunto y tiene la esperanza de que se arre­glará (1 ).

Tú también, m i viejo amigo, escríbeme. H oy te telegrafié pidien­do me envíes contra reembolso dos libras de te. Envíalas, pues. ¿ Y qué hace m i ángel M aría? [M ary S utterland] ¿ Cómo va su salud y la tuya también?

Escribe pronto. T uM. B .

L ee m i carta a Varlin y di tu opinión.

* * *

Para Juan [O zero f].5 de abril de 1871. Locarno.

H e aquí para ti una carta para Varlin. Te la envío ahora para el caso en que, incitado por nuestro im paciente amigo Ross, te hayas decidido a ir a París antes de que las circunstancias me permitan ir a tu casa [Bakunin no salió de Locarno hasta el 25 de ab ril]. Sobre esto te escribí a ti y a R oss [de los cuales había recibido carta ese mismo día].

R em ite esta carta a Varlin, no de otro modo que en sus propias manos. Según todas las probabilidades, los prusianos perecerán; pero no perecerán en vano, habrán hecho algo; que arrastren con­sigo al menos la m itad de París. Las ciudades de provincias: Lyon, M arsella y otras, están desgraciadamente mal como hasta aquí, al m enos a juzgar según las noticias que me llegaron. L os viejos jacobinos me inquietan también m ucho; los D elescluze, los Flou- rens , los P yat y aun Blanqui, que se han hecho m iem bros de la Comuna. Tem o que tiren sobre el antiguo carril cabezas quemadas,

(1 ) S e trata de un ruso llam ado L u n igu in que B ak u nin acababa de encon­trar, en m arzo, en F lo ren c ia y que h abía p rom etido com u n icarse en R u sia con su s herm anos sobre e l asun to de la h erencia . H a d eb id o de recordar a B ak u nin otra p erson a q ue é l y O garef con ocían . E n 1836, ap areció en P arís un fo lleto , L e s A r te le s e t Je m o u ve m en t co o p e ra tif , por W . L u n igu in , q u ien d ice en é l: “h e v iv id o y obrado en e se m ed io d e coop eración ” . (Este es, s in duda, e l m ism o de q u e h abla B akunin.

P R O L O G O 25

Jt» aliviándoles los bolsillos. Entonces, todo estará perdido. Una tuli visible, eso lo arruinará todo y ante todo a sí m ismos. Todo nitrito de esta revolución consiste propiam ente en que es una

mtluvión de los trabajadores. H e ahí lo que trae la organización. ílflfi'o.s amigos, en la época del asedio, han logrado y sabido or- nim i y han fundado así una fuerza enorme; pero los nuestros, Lyon y en M arsella, han quedado como antes. E n París, se con-

Uitio un número de hombres bastante grande, capaces y enérgicos, mto, que temo que se m olesten los unos a los otros. S i hay aún

iffftipo, es preciso insistir para que vaya de París el m ayor número Úp delegados sinceram ente revolucionarios a provincias. ¿Cómo VMyó Cluseret en el Com ité? ¿E s verdad? Sería sim plem ente un Ultraje, si fuera cierto. [Bakunin había concebido en Lyon, en el turno de los acontecim ientos del 28 de septiem bre, una mala opi­nión de C luseret que, en efecto, fué uno de los je fes m ilitares de In Comuna.] ¡Q ué posición más diabólicamente d ifíc il! P or una paite, la cohesión policíaca de los prusianos cun la reacción fran­cesa; por otra, la estupidez de las provincias. Sólo las medidas más desesperadas y el estar dispuesto a destruirlo todo consigo pueden salvar la causa. T e ruego que escribas todo lo que sepas de Lyon y de M arsella, pero también sobre París. James, ¿marchó0 no? [Jam es Guillaume explicó él mismo que debía haber ido ya on febrero, de acuerdo con una proposición que le fué hecha por Fernando Buisson, a París, como m aestro del o rfelinato fundado por Buisson durante el asedio, al mismo, en Batignolles, del que

1 i ó el O rfelinato P revost, en el que Pablo Robin realizó más lurde algunas de sus ideas pedagógicas. E ste v iaje no tenía nada que ver con la Comuna y fué abandonado por causas privadas.]

¿Por qué m i libro se im prim e en papel tan gris y sucio?Quisiera darle otro títu lo :E l im perio knutogerm ánico y la revolución social.Si no ha sido hecha aún la im presión defin itiva , cambiad eso.

Y si está ya enteram ente im preso, entonces que quede vuestro tí­tulo del libro [ “La revolución social o la d ictadura m ilita r” ].

Te ruego me envíes inm ediatam ente todos los pliegos impresos en 20 ejemplares, y envía ejem plares a A lerini, de M arsella, a algu­no de Lyon, es decir, a R ichard (1 ) o a la señora Blanc, a Sentiñon y a Farga Pellicer, de Barcelona. Sus direcciones y también la de Alerini las tomarás de casa de Juk.

Y Juk y Utin, ¿no irán a París? Envía L ’E galité. ¿ Y qué hay ion La S olidarité? [La Solidarité , redactada por Jukowski, apare­cía entonces en Ginebra, a partir del 28 de m arzo, 4 núm eros.]

S i partes, la amiga Sasha [la m ujer de O zerof] permanecerá sin duda por algún tiem po en Ginebra. Espero una respuesta con im ­paciencia.

V Lazaref, ¿dónde vuela con su máquina? ¿No sabes nada de P.?1 | Uuniguin?] dice que pronto habrá en Rusia más de dos m illo ­nes de soldados, y que están todos armados; los soldados, disci-

( I ) En el te x to ru so im preso , se le e R ite r , pero no p uede ser otro que A llie i( 0 K lchard.

26 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

plinados según el nuevo sistem a prusiano, y los oficiales, excelen­tem ente instruidos. ¿Y qué es lo que se espera de N etchaef y com­pañía?

Aprende a leer m i carta a Varlin y léesela tú m ismo, si es posi­ble con algunas otras cartas [aquí falta una palabra]. Y sería bueno que pudiésem os vernos antes de vuestra marcha. Enviad dinero. Iré después del 13 ó el 15 de abril.

E l 7 de abril llega una carta de O zerof, entonces en el J u ra ; la respuesta, del mismo día, se perdió. E l 9, escribe B akunin a O g aref:

9 de abril de 1871. Locarno, domingo de Pas­cua; entre nosotros, [en R usia], parece que to ­davía no.

M i querido A ga:H e recibido el te ; gracias. Y , según parece, gratis, como ofrenda

am istosa; dos veces gracias por eso. Espero con impaciencia cartas de ti y de O zerof, una respuesta a tres cartas [4, 5 y 7 de ab ril]. N o repetiré lo viejo . Pero quiero d iscutir contigo sobre la primera entrega de m i libro. N uestro pobre amigo O zero f delira ahora con los amigos de las montañas a propósito de París y de Francia, y no se puede pensar que, a pesar de toda su buena voluntad, dedique algún pensamiento a este producto de m i pluma. Yo tam bién he tenido el delirio, pero no lo tengo ya. Veo demasiado claramente que el juego está perdido. L os franceses, aun los obreros, no están bastante penetrados de ello, pero la lección ha sido terrible. Sin embargo, fué todavía poco. Se necesitan más calamidades, sacu­didas más fuertes. Las circunstancias son tales, que eso no faltará, y entonces quizás se despierte el diablo. Y antes de esa época sería criminal y estúpido, perder nuestros pobres medios y nuestros po­cos hombres. Esta es m i opinión defin itiva . M e esfuerzo — y es­fuérza te tú también— con todas m is energías por retener a nuestro amigo, a nuestros amigos O zero f y Ross, y también a nuestros am i­gos de las montañas. En ese sentido escribí ayer a Adhemar. LSchw itzguébel; carta com enzada el 6 y enviada el 8 de ab ril]. D íselo a O zero f; por lo demás, él leerá esta carta, que se re fiere exactamente tanto a él como a ti. Y ahora vuelvo a mi libro:

La primera entrega debe componerse de ocho pliegos. [Com­prende 119 páginas, por tan to , i y 2 pliegos.]

Primera pregunta: ¿T enéis m aterial para ocho pliegos? S i no, que se haga el cálculo en la tipografía sobre el número de páginas de m i manuscrito que faltan aún. Las enviaré inmediatamente.

2. ¿Se continúa im prim iendo, o no hay bastante dinero para pagar ocho pliegos? Y si no, ¿qué medidas fueron tomadas para tener ese dinero?

3. Tú, viejo amigo, atiende para que se im prim a el libro sin fa l­tas. ¿No se puede emplear el francés que ha corregido tan bien en otro tiem po las pruebas en casa de Czerniecki, o, s i no está ahí, algún otro?

P R O L O G O 27

Seiiu bueno que la prim era entrega constituyera un conjunto, ■“ lunar de estar interrum pida en m edio de una frase.■i He rogado a O zero f que m e envíe 20 ejem plares de los pliegos ttit'SDü y que envíe algunos ejemplares a las direcciones indica-

|N, Os ruego que bagáis esto lo antes posible.Te abrazo a ti y a tu María. E scríbem e sobre tu vida,

t$ lo que haces. A ntonia [la m ujer de Bakunin] os saluda . T uM . B .

E ntre el 9 y el 16, B akunin experim enta nuevas m olestias lübrc su libro y es preciso que ponga o tra vez las cosas rn o rden ; es la ú ltim a ca rta re la tiva a él que conocemos. H ela aq u í:

16 de abril, 1871.M i querido Aga:A yer he recibido tu carta; hoy respondo. Tú, m i viejo amigo, no

lo dudes, tus cartas no se pierden, llegan exactamente y yo pienso y respondo explícitam ente a todas las observaciones y cuestiones.

Tú escribes ahora que decidieron publicar la primera entrega compuesta de 5 pliegos. Tú me escribes esto antes de haber reci­bido mi última carta donde im ploro, aconsejo, pido, en fin , exijo que la prim era entrega comprénda también toda la historia ale­mana, hasta el m ovim iento de los campesinos inclusive, y que acabe exactam ente antes del capítulo que he bautizado: Sofism as históricos de los com unistas alemanes. [E s lo que se hizo en electo.] Añadí además que ese títu lo ha sido cambiado por Guillau- rtif quizás, borrado por él, pero no sin duda hasta el grado de ha­berse hecho ilegible. E n una palabra, el fin debé estar allí donde comienzan propiamente, o más bien antes de su comienzo, las con­sideraciones filosó ficas sobre la libertad, el desenvolvim iento del hombre, el idealismo y el materialism o, e tc . T e ruego, Ogaref, y os ruego a todos los que tom áis parte en la im presión del libro, que hagáis exactam ente como os lo ruego; es indispensable para mí.

De este modo, si toda la historia alemana, con la guerra de los < impesinos, está comprendida en la prim era entrega, esta entrega tendrá 6 ,7 ó aun tal vez 8 pliegos. [T iene 7*^.] No puedo determ i­nar eso aquí, vosotros podéis hacerlo. Nada im porta que resulte mayor de lo que habéis propuesto, ya que escribes tú m ism o que hay dinero para diez pliegos. Pero puede suceder que la copia dvstinada por m í para la primera entrega sea insu ficien te para lle­nar el últim o pliego, el sexto , séptim o u octavo. E n este caso ha­ced esto:

1. Enviadm e en seguida todo el resto del manuscrito, es decir todo lo que no entra en la primera entrega hasta la página 285 in ­clusive. [E s tas últim as páginas, 273 a 285, habían sido enviadas por rl au tor el 18 de m arzo, el día antes de su partida para F lorencia.]

2. E nviad igualm ente la últim a página de la parte que debe en- Im r cu la prim era entrega (en original, o en copia, con indicación ilel número de la página, si alguno quiere tomarse el trabajo de transcribirlo) a fin de que pueda añadir una, conclusión. Y pedid

28 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

que se haga un cálculo en la imprenta sobre el número de páginas necesario para term inar el pliego. Añadiré inm ediatam ente todolo que sea preciso y en dos días, nada más, os enviaré de nuevo el manuscrito. Sólo que no debes olvidarte de enviarm e esa última página, sin la cual es im posible escribir una continuación.

T e ruego, O garef: Inclínate graciosamente a m i ruego y a m i legítim a demanda y haz exactamente y pronto todo lo que pido y exactam ente como lo pido. Todavía otra vez: eso m e es indispen­sable; pero por qué eso es indispensable, te lo diré cuando nos veamos, lo que espero debe ocurrir pronto.

P ides siem pre que te dirija la conclusión. M i querido amigo, en­viaré inm ediatam ente m aterial para la segunda entrega de ocho pliegos; pero eso no será todavía el fin . Comprendo que he comen­zado un fo lleto , y que lo he terminado como un libro. E sto no tiene forma, pero no hay nada que hacer, yo m ism o soy am orfo, y aunque amorfo, el libro será sólido y viviente . L o he escrito ya casi com ­pletam ente. N o hay más que poner el todo en orden. Es m i primero y m i últim o libro, m i testam ento espiritual. Por lo tanto, querido amigo, no pongas obstáculos. Tú sabes que es im posible renunciar a un plan favorito , a un últim o pensam iento, ni m odificarlo s i­quiera. Arrojad lo natural, vuelve al galope. Se trata del dinero. En total no se reunió más que para diez pliegos y no habrá menos de veinticuatro. No te preocupes, he tomado ya m edidas para re­unir la suma necesaria. La cosa principal es que haya dinero para la primera entrega de 6, 7 u 8 pliegos; im prim id, pues, y publicad atrevidam ente la primera entrega exactam ente en las dim ensiones queridas por mí ( y no en las fijadas por vosotros). D ios da el día, D ios da también el pan. [P roverb io ruso.]

E s claro, creo yo, y ahora haced como os pido, exactamente y pronto y todo irá bien.

S i dependiera de mí, no dejaría a Ross ni al del lago [el hom ­bre del lago de N euchátel, es decir, Jam es G uillaum e] ir a París, sobre todo a este último [que habría ido por razones privadas, p ro ­yecto ya abandonado]. Pero respeto la libertad de m is amigos y cuando esté convencido de que la decisión de marchar es inalte­rable, no seré un obstáculo. R oss ha marchado ya. Tem o que caiga en lances no amistosos antes de llegar a París; los hijos de perra están ahora exasperados contra todos los extranjeros; en M arse­lla, han fusilado garibaldinos con particular delicia. M ientras no haya un m ovim iento serio en provincias, no veo salvación para París. Veo que París está fu erte y decidido, gracias a los dioses. En fin , han pasado del período de la frase al de la acción. Cual­quiera que sea el fin , han establecido sin embargo un hecho h is tó ­rico enorme. M as para el caso de un fracaso, me quedan dos votos que hacer: 1) que los versalleses no venzan a París de otro modo que con la ayuda directa de los prusianos, 2) que los parisienses, al perecer, hagan perecer junto con ellos la m itad de París por lo menos. E ntonces la cuestión de la revolución social, a despecho de todas las victorias de la guerra, se planteará como un hecho enor­me irrefutable.

P R O L O G O 29

¡ no puede hacer todavía el cambio, titulad m i libro así: El im- |n knutogerm ánico y la revolución social. Tu

M . B.

|U ¿ tarde para cam biar el títu lo , puesto que la prim era “Ja, ya im presa entonces, pero que B akunin no había visto,

jln tiene el títu lo an tiguo (que según la carta del 5 de abril, ¿no habría sido dado por B akunin m ism o?) La revolución i ocial o la dictadura m ilitar (1). P ero se conform aron a las demás instrucciones de B akunin que, como se advierte, de­bió tom arse una m olestia increíb le para que sus aux iliares de G inebra llevaran a buen fin un trabajó sin em bargo bas­tante sencillo. A pesar de todas las dilaciones y una co rres­pondencia continua en tre el au to r y O garef y Ozerof, nadie tuvo la idea de enviarle una prueba, y se horro rizó con justa razón y se enfureció cuando vió el tex to estropeado <1<: la edición en rú stica p ron ta a aparecer así con una tapa win títu lo . No quiso tra ta r más con la Im p ren ta Coopera­tiva e hizo im prim ir en N euchátel, en la im prenta de G ui­llaume, una lis ta de e rra tas com pletada aún por Guillaum e. Se im prim ió tam bién allí una nueva cub ierta que lleva en fin el títu lo que se conoce. Se habían im preso 1000 ejem ­plares; la factu ra de 505 francos calcula 480 francos por H pliegos, precio aum entado “en razón de la copia casi ile ­gible” (d ice la fa c tu ra ) ; se pagó, pues, m ás caro el lodazal <|ue se hizo con el tex to de un au to r que había ten ido dema- «iado confianza en los cuidados y la com petencia de sus amigos. Se había com puesto, además, una parte de la se­cunda en trega, por 102 francos, y adem ás los gastos de N euchátel ascendieron a 80 francos. E l d inero fué pagado, p rincipalm ente con la ayuda de un estud ian te ruso, Sibi- riakof, entonces en M unich. Se contaba con éste para su- I lagar los gastos de una segunda entrega, im presa en Neu- chatel, 8 pliegos por 512 francos; pero S ib iriakof escribió, t i 2 de junio, que no podía prom eter nada, lo cual hizo in te ­rrum pir la publicación.

E s verdad que B akunin conservó todavía la esperanza; cucribió, el 10 de junio, a Jam es G uillaum e:

(1 ) Se encuentran en la p arte escr ita a fines de febrero la s p a lab ras: “ E l i (i 11> r i ¡ii p iw xogerm ánico o k n u to g erm á n ico que el p a tr io tism o alem án levan ta Iiiiv’ nol>re las ru inas y en la sangre de F ran c ia” . H e aqut el or igen del t itu lo iliMiilr r | ad je tiv o k n u to reem plaza, pues, en la in ten c ió n d el autor, el ad je tiv o

i/.«», y por co n s ig u ien te nada tie n e que ver con R u sia (co n e l k n u t ru so ).

30 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

Querido amigo: T e envío la carta de S ib iriako t [del 2 de ju n io ]; adjunto una carta que, s i tú crees útil, puedes enviar. S in duda has recibido la que escribí el 5 de este m es y que te he enviado, como habíamos convenido, para el amigo de Zurich [el estudiante ruso Ponom aref]. ¿Qué piensas del arreglo que te propuse? M e parece realizable. S i venden 40 ejem plares [de E l imperio knutogermá- n/co] en Sa in t-Im ier, La Chaux-de-Fonds, Lóele, lo que no me pa­rece im posible, eso dará 60 francos; con los SO francos enviados de M unich [ejem plares para S ibiriakof y sus am igos], eso dará 90. De ésos, 40 francos para L o d e , otros 40 para Sonvillier, 6 que debo como responsable de La S o lidan te [déficit del periódico], 4 francos de gasto de correo [eso quiere decir que Bakunin pagó así lo que debía en el Ju ra por el pago de su m antenim iento]. Que­daré debiéndote por dos libras de te, si me las envías; si no me las enviaste ya, no lo hagas, porque espero de Ginebra...

E n cuanto a la suma necesaria para la segunda entrega, tengo la confianza de que se encontrará pronto, y el manuscrito de esa entrega no tardará en llegarte com pleto. E l amigo de Zurich se preocupa por completar la suma y además tendría otros amigos■

Envíam e lo más pronto posible los 210 ó 200 ejem plares para que los expida a Italia , donde los amigos los esperan ya.

T e envié esta mañana por el correo, no ocho, sino once vo lú ­menes de Grote [H isto ria de G recia] y cuatro volúm enes de A u ­gusto Comte [Curso de filosofía positiva]. T e ruego envíes inm e­diatam ente estos últim os a F ritz Robert, al que se los he pro­metido...

H e recibido una carta de Ross [había te legrafiado prim ero desde Zurich que estaba de regreso de P arís, donde o tro camarada, el joven polaco Lankiewicz, había m uerto en los com bates]. L e incito a que escriba su diario lo más detallado y lo más severamente verí­dico [sobre la Com una; no lo hizo]. N osotros lo traduciremos, pri-

Í mero para los amigos íntim os, porque toda la verdad no puede decirse en público. N o debemos dism inuir el prestigio de ese hecho inmenso, la Comuna, y debemos defender incondicionalm ente en este momento incluso a los jacobinos que han m uerto por ella.

Hecha la traducción, tú verás la parte que se puede sacar para el público. ¿N o es así? Espero con impaciencia tu carta. T u abnegado

M . B.Según una nota que había conservado G uillaum e y que

me comunicó, recibió de G inebra 376 ejem plares en rú s tica ; O zerof recibió 124 para in troducirlo s en Saboya y en F ran ­cia ; 250 ejem plares fueron enviados a I ta l ia ; he aquí 750 ejem plares; la suerte de los o tros 250 me es desconocida. E l volum en entró m uy poco en la circulación general; du­ran te m ucho tiem po hubo depósitos, pero desde hace bas­tan tes años todo ha desaparecido y se ha hecho m uy raro, aunque no tan to como un gran núm ero de los dem ás es­crito s de B akunin en ediciones originales.

31

l)c regreso en Locarno el 1 de junio , después de su v iaje por el Ju ra , de lo que se hablará aún, B akunin recibe noti- clti de la grandeza del desastre de P arís, de la m atanza de Ion com batientes de la Comuna. Su diario anota, el 3 y el 4: "T ris te s no ticias de P a rís .” E l 5, se sien te im pulsado, se diría, a re iv ind icar la causa, vencida por el mom ento, de la Comuna, y habla de ella en un preám bulo para la segunda «ntrega de E l im perio kn u to germ ánico (véase carta a Gui- llttume del 10 de ju n io ) que prepara. E scribe lentam ente, por lo demás, con in terrupc iones y m ucha correspondencia n <|i«é atender, hasta el 23 de junio, catorce hojas. E sa in tro ­ducción al libro llega pron to a su asunto p rin c ip a l: “E l so-í tialism o revolucionario acaba de in ten ta r una prim era ma-l n ifestación b rillan te y p ráctica en la Com una de P a rís”, y f con tinúa: “ Soy un p artid a rio de la Com una de P a rís”, etc.

ICstas páginas fueron sacadas por prim era vez de los pa- p rles de B akunin por E liseo Reclus, quien las publicó en 1« revista anarqu ista g inebrina L e Travailleur, en abril de IH78 (págs. 6-15), bajo el títu lo por él creado de La Comuna <lc París y la noción del E stado. M ás ta rd e se rem itió el m anuscrito a B ernardo Lazare, que lo publicó en los E ntre- tlons P o litiques e t L ittera ires (P arís , núm. 29, agosto de 1H()2, págs. 59-70), edición más correc ta que la p rim era im­presión ; pero, desgraciadam ente, el m anuscrito o rig inal no nr ha vuelto a encon trar desde entonces. E sta apreciación <1r la Comuna fué frecuentem ente reim presa y traducida «leude esa época en fo lle to ; una traducción rusa (G inebra, IK<>2, 20 páginas) está acom pañada de una carta de P. K ro­potkin que sería in te resan te recoger.

Kh lástim a que este m anuscrito no haya sido continuado, y vnle la pena exam inarlo con gran atención, ten iendo en cuenta lo que hem os experim entado de las luchas sociales «le nuestro tiem po y lo que vamos a ver todavía y quizás a vivir nosotros m ismos. No se ha aprovechado bastan te la experiencia de la Comuna, que reun ió en su seno precisa- m rnte las m ismas dos tendencias, la au to rita ria y la lib e r­tar 1«, que enc ierran los m ovim ientos de nuestros días y que, «*n rI fondo, son los com ponentes inevitab les de todo m ovi­m iento revolucionario : habrá siem pre en ellos lib erta rio s;

32 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

J pero, desgraciadam ente, por m ucho tiem po aún, la m ayoría . será de los au to ritario s. E n la Comuna, los dos grupos se j llam aban m ayoría y m inoría, jacobinos e in ternacionales.

P ero el desastre de la Comuna, la espantosa carn icería de la semana de mayo, las prisiones, la deportación, el destie­rro —y tam bién el valor y la energía iguales de los p a r ti­darios convencidos de ambas tendencias— los rodeó a todos con la misma aureola de luchadores y de m ártires y la c r í­tica se im puso silencio. B akunin dice eso en la carta a G uillaum e, el 10 de junio , y lo p ractica en su m anuscrito , que no oculta su punto de v ista libertario , le jos de eso, pero que se conform a a las exigencias com pletam ente natu ra les de la so lidaridad revolucionaria. Se tend rán en cuenta este hecho inevitable al leer sus páginas, como la m ayoría de las apreciaciones co rrien tes sobre la Comuna. Si la crítica seria (no la polém ica personal, que no ha fa ltado ) sobre la Co* m uña de P a rís hubiese tenido m ás v igor —sin descuidar por eso el deber de so lidaridad con tra la burguesía y los go­biernos—, se habría estado m ejor preparado para recib ir los acontecim ientos de 1917 en R usia y en o tras p a rte s ; se habría podido obrar en lugar de ser deslum brado, mal in fo r­mado, vacilan te , ingenuo y cualquier o tra cosa m enos ac­tivo, y los años posteriores no se habrían sucedido en E u ­ropa en el caos in telectual, por decirlo así, del m undo revo­lucionario. Nunca es dem asiado ta rd e para saber, y la c r í­tica de B akunin , aunque esté velada, es siem pre d igna de atención.

P o r lo demás, la Comuna no es el asunto predom inante m ás que en la pequeña parte de ese preám bulo que se esc ri­bió. E l au to r llega pronto a una tesis m ás g e n e ra l: “La abo­lición de la Ig lesia y del E stado debe ser la condición p r i­m era e indispensable de la liberación real de la sociedad; después de eso, sólo ella puede y debe organizarse de o tro modo...”, y en tra en el vasto asun to de la em ancipación religiosa, m uy bellas páginas in terrum pidas en las palabras: “ Si el p rogreso de nuestro siglo no es un sueño m entiroso, debe term inar con la Ig lesia”.

Según sus notas diarias, estaba bastan te ocupado en los últim os días, cuando trabajaba en ese esc rito ; anota tres veces: “Preám bulo, poco” (el 20, 21 y 23 de ju n io ); recibe la v isita de F an elli (de l 19 al 26); escribe una “ larga carta

P R O L O G O 33

cifrada a Sonvillier”, que envía por Z u rich (para Schwitz- jmu IicI, por P o n o m a re f); una larga carta a R oss; le ocupan correspondencias para I ta lia y España, etc. E l 25 an o ta : "Rccom ienza advertencia”.

¿ Vió que la parte teórica del “P reám bulo” tomaba g ran­de« proporciones y se apartaba dem asiado del contenido del libro? (1) ¿O buscó de nuevo el asunto de más actualidad, el enem igo victorioso de la hora, para com batirlo de fren te?

E ste enem igo no fué ya en prim er grado, en ese m om ento, A lem ania por su tr iu n fo m ilita r efím ero, n i la burguesía francesa personificada en T h iers , que había ap lastado la Comuna de P a rís ; lo fué esa burguesía , la “burguesía ru- n il”. la an tigua aristocracia , y con y tra s ella la “ Ig lesia, Roma”, la eterna esclav itud religiosa, y con tra eso es con­tra lo que la A dvertencia , escrita del 25 de junio al 3 de julio (48 páginas de m anuscrito ), está d irig id a en p rim er lugar. La burguesía de las ciudades, por odio al socialism o, <lrjó degollar al pueblo de P arís , y abdicó por eso mismo de todo carác ter agresivo, y la “burguesía ru ra l” (los “ru ra ­les”, como todo el m undo decía entonces) se convirtió en "la clase realm ente dom inante en F ran c ia” ; pero no era más “que un instrum ento pasivo y ciego en m anos del cle­ro”. Será, pues, “ la in trig a u ltram on tana”, “será la Ig lesia <le Roma, en una palabra, la que se encargará en lo sucesivo del gobierno de F rancia y la que, form ando una alianza denfensiva y ofensiva con la razón del sable y la m oralidad de la bolsa, la ten d rá en sus m anos hasta la hora más o m e­nos cercana en que tr iu n fe la causa de los pueblos, la de la hum anidad, represen tada por la revolución social”. H ace, pues, lo que llam a “nuestros estudios h istó ricos sobre el <W ^envolvim iento del p artid o del orden en F ran c ia”, en es­liera de la hora de la liberación por la revolución social.

Son páginas b rillan tes en que zahiere ese horrib le “par­tido del o rden” que conocemos tan bien en nuestros días.

11) Cabe aún la p o sib ilid a d de gu e h aya ex ist id o una p arte im portante ilrl m an uscrito y se- en cu en tre perdida h asta e l p resen te . C onozco una carta ■ I Kllv.'-o R ec lu s a la m ujer de B ak u nin, d el 13 de ju n io d e 1878, donde d ice t|Hn «rundes o b stá cu lo s econ óm icos im p id en la con tin u ación de la re v is ta L e T ru v/iillru r , “ pe-ro eso no n os im p ed irá preparar para la im p resión lo s artícu lo s I Hnkunln. E l fin d el artícu lo ... está lis to . H allarem os lo s m ed ios de p u b li-

i ni 111". Es, p u es, p o sib le que el m an uscr ito de B ak u nin que se h abía copiado, "lii tlmln, en esa ocasión , h aya s id o ex trav iad o en ton ces. R ec lu s no ver ificó mi id p u b licación d esde en ton ces h asta la im p resión de D io s y e l E s ta d o , en 1882.

O h i«« d« B a k u n in . • I f 3

36 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

de un tex to com pleto y correcto. La edición dé 1895 fué trad u c id a varias veces, en tre o tras a l español, en E l E scla­vo (T am pa, F lo r id a ) ; pero, evidentem ente, todas esas ed i­ciones habría que m odificarlas de acuerdo con el tex to com­pleto de O euvres (t. V, págs. 298-360,1911).

B akunin, como se sabe, fué so rprendido po r el moviiflien- to puram ente local de P a rís del 18, de marzo, como todo el m undo. E staba absorbido entonces —como se verá en deta­lle en el prólogo del tomo I I I — por las partes más abstrac­tas y d ifíc iles de su libro proyectado, y al lado de eso los esfuerzos para a rreg la r su situación m ateria l desesperada h icieron necesario un viaje a F lo rencia para ver a ciertas personas; p artió el 19 de m arzo y volvió el 3 de ab ril a Locarno. E n tonces fué cuando recibió noticias de sus ín ­tim os cam aradas rusos, O zerof y Ross, d ispuestos a p a r tir para P arís, y escribió el 4 una carta a V arlin , que O zerof debería rem itirle en propias manos, pero O zerof fio llegó a P a rís entonces. Ya el 9 de abril, escribió a O zerof que había com enzado a d e lira r (como él d ice) lo mismo que sus amigos, pero que volvió en sí y consideró perd ida la causa de París. E scribe en este sentido a Schw itzguébel (carta del 8 de ab ril). E n la carta del 16, adm ira la firm eza de P arís, pero la abstención de las provincias le hace desesperar de la salvación de la Comuna parisiense.

Según lo que me d ijo G uillaum e, no ex istía hasta en ton ­ces n ingún proyecto colectivo ; no se trataba más que de la m archa de los cam aradas más ard ien tes a París, lo que B akunin pudo a len tar al p rin c ip io ; después previno a sus am igos; pero respetó su libertad y los dejó hacer. E x is tía independientem ente de él, en Ginebra, el plan todavía ru d i­m entario de form ar un cuerpo de guerrille ros, com puesto sobre todo de garibaldinos, que habría penetrado en F ra n ­cia para sem brar la rebelión en favor de la Comuna, pero no había dinero. Jam es G uillaum e, que estaba particu larm ente ligado a V arlin , supo com unicarse con éste po r m edio de un obrero de Lóele que se d irig ió a P arís y logró rem itir a V arlin una pequeña nota de G uillaum e. E ra todavía en la época del Com ité central, en las p rim eras sem anas después del 18 de m arzo, y el contenido de la respuesta de V arlin fué “que no se tra tab a de una revolución social, como se im aginaban; que no había m ás que un m ovim iento espontá-

P R O L O G O 37

c inesperado de la G uardia N acional en favor de un n tc jo m unicipal, un asunto "completamente local: P a rís

dem anda la Comuna «elegida».”V arlin creía que se estaba en vías de arreg larse pac ífica­

mente con el Gobierno, que después de las elecciones p ró x i­mas el Comité cen tra l p resen taría su dim isión y que todo lu b ría acabado. Sería locura querer hacer una revolución »cria con los p rusianos a las puertas de P arís. E n cuanto a Hostener el p royecto m encionado con dinero, no había que pensar en ello ; ex is tía una contab ilidad reg u la r y la idea de enviar diez o vein te m il francos sería rom ántica e irre a ­lizable. Se pensaba entonces que se ten ían los m illones de la Banca de F ran c ia “para p ro tegerlos y no para derrochar­los”. T ales sen tim ientos anim aban a los m ejores en P a rís hasta que fué dem asiado ta rd e ; a lgunas sem anas después, miando los versalleses se re fo rzaron e h icieron la guerra ab ierta a la Comuna para ex term inarla , hubo algunos em i­sarios de P a rís que fueron hasta G inebra, desde donde se estaba en relaciones con los lyoneses; éstos p repararon m o­vim ientos parciales, pero abortaron. Los cam aradas de B a­kunin, Jukow sk i y o tros prestaban su concurso, pero todos estos esfuerzos carecían de verdadero ím petu.

B akunin estaba, s in duda, al co rrien te de las cosas lyone- sas m ediante una correspondencia frecuen te con Ozerof. IS1 13 de abril, an o ta : “ca rta de O zerof—anuncia llegada de P a rra to n a G inebra (uno de los lyoneses del 28 de sep­tiem bre de 1870); el 17: “carta de Camilo Carnet. C arta a Carnet y a O zerof, enviada”. Camilo Carnet, perm aneció en Suiza, 1872, y en España, 1873, en el m edio íntim o an a r­quista de entonces. Jukow sk i conservó esta no ta del 17 de abril, d irig id a a C arnet:

E ste 17 de abril de 1871. Locarno. M i querido am igo: E s to y m uy contento de saber que aun está

con vida y libertad y espero que también con buena salud. Sólo vstoy asombrado de que no baya buscado ni encontrado a nuestro mitigo Juan [O zerof] que se halla en Ginebra (pida su dirección a M. Zam perini [un in tem acionalista ita liano], 12 en la Cluse) y que se habría alegrado de verle. Habría podido darle todos los detalles Mobre lo que a m í se refiere. Escríbam e en seguida a la dirección ninuiente: Locarno, cantón del Tesino. Señora Teresa Pedrazzini. I ’.ir.i la señora Antonia,

f'spero con impaciencia su carta.M . Bakunin.

38 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

E l 25 de abril, pues, B akunin partió , se reunió con Gui- llaum e el 27 en N euchátel y a p a r tir del 28 se estableció en Sonvillier, en casa de Schw itzguébel, su prim era v is ita a esa parte del Ju ra , aunque conocía desde 1869 la reg ión neuchatelense de las m ontañas. G uillaum e cuenta que fué a verle una vez (L ’In ternationale, tom o I I , pág. 151) y “co­m enzaba a hastiarse , y me lo dijo. Si en tre los obreros hay algunas natu ra lezas de “é lite”, un g ran núm ero de ellos carecen de la solidez de carácter, que es lo único que puede hacer revolucionarios serios y seguros; los “g ritad o res” y “bebedores”, como d ijo [en las ú ltim as palabras de la te r ­cera conferencia], podrían m uy bien ser a rrastrad o s a un acto de rebeld ía en un m om ento de exaltación pasajera, pero no eran capaces de acción reflex iva, vo lun taria y p ro ­funda”. E n abril, an tes de la llegada de B akunin, Schw itz­guébel escrib ió a Ju k o w sk i: “Tuvim os fiesta estos días p asad o s; a lgunos de nuestros m iem bros se exa lta ro n bebien­do y han ten ido ideas que p erju d icarán m ás que beneficia­rán. P ero los acontecim ientos harán o lvidar esa to rpe sa li­da”. T ales detalles explican la lig e ra c rítica que encierran las ú ltim as palabras de las conferencias.

De estas sem anas data la fo to g ra fía de B akunin hecha por Silvano C lem cnt, de S ain t-Im ier (el m ismo de quien habla en la segunda co n fe re n c ia ); le m uestra m uy viejo, com pletam ente cano, en gran con traste con la fo to g ra fía m uy popular hecha en G inebra en el otoño de 1867.

“A m ediados de m ayo —continúa G uillaum e—, salió del valle de S ain t-Im ier para volver a detenerse en L óele [H o ­te l des T ro is R o is], donde debía h a lla r o tra vez u n m edio conocido p o r él [desde 1869] y donde adem ás estaba más cerca de la fro n te ra francesa. Se hab ían poco a poco pre* cisado proyectos de acción en n u estro s e sp íritu s : el pen­sam iento de d e ja r luchar solos a n uestros herm anos de P arís , sin p ro cu rar ir en su ayuda, nos era insoportable. No sabíamos lo que nos sería posible hacer, pero resueltam ente queríam os hacer algo.”

Según lo que me contaron los cam aradas ju rasianos de esta época, uno de los planes fué el de en tra r en Francia» en banda, con O zerof a la cabeza, ir de pueblo en pueblo como una avalancha para crear una fuerza de apoyo a Pa-

P R O L O G O 39

tí». O tro plan era el de un m ovim iento local parecido al de hi Comuna si ésta se m antenía.

(iu illaum e inform a de o tro proyecto más de que da fe Una carta de B akunin a él (19 de m ayo), que reproduce:

...Te prevengo que Adhem ar ha escrito a... [Besançon] y que es posible que un amigo de allá vaya a tu casa mañana, sábado [20], i» el domingo [21], a la dirección directa que Adhemar [Schwitz- Kiiébel] le envió.

Y añade:

Nosotros iremos, naturalmente, el domingo, los loclenses y yo t on el prim er tren de L óele [a N euchátel]. S i no puedes venir tú mismo a recibirnos en la estación, envíame a tu hermano y dile el nombre del hotel en el que, conform e a m i ruego, has hecho con- servar una habitación para m í y para O zerof, a fin de que pueda transportar allí inm ediatam ente m is cosas. H asta pronto. T uyo

M . B .

E sta reun ión se ocupó de los asuntos de la In ternacional ju rasian a ; pero —dice G uillaum e— fué tam bién d iscu tido el m ovim iento p royectado ; “y entonces fué cuando se deci­dió que T reyvand y yo fuésem os a p rep ara r el te rren o ”. No es seguro que B akunin haya asistido a esa reunión. T odos estaban vig ilados entonces por la p o lic ía ; B akunin y O ze­ro f se habían alo jado en un ho te l cerca de la estación y —cuen ta G uillaum e— “el ten ien te de la gendarm ería Cha- te la in se instaló en el p iso bajo del ho tel, en donde tom aba los nom bres de cuantos iban a v is ita r a los dos rusos”.

A lgunos socialistas, re lo jeros de B esançon que ten ían re laciones con los ju rasianos para el contrabando de impre* sos, habían p ropuesto a éstos ir hacia dicha localidad a lg u ­nos cen tenares y proclam ar allí la Com una con ayuda de los cam aradas locales. Se habría ido con arm as, en tres o cuatro grupos. G uillaum e era m uy p esim ista ; esas eran operaciones m ilita res en las que les fa ltaba la experiencia, y la población de Besançon no era com parable a la de P arís. Preveía una ca tástro fe , pero no se habría absten ido por eso. B akunin no prom ovió objeción alguna contra el proyecto. No hubo apresuram iento , porque no se ten ía n inguna idea de que la caída de la Comuna fuese inm inente.

40 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

Lo fué en efecto, porque el mismo dom ingo que se d e li­beró en N euchatel, entraban los versalleses en P a rís (21 de m ayo). E l viaje a B esançon no tuvo, pues, lugar. Se des­arro lló la sem ana sangrien ta y llegaban día a día con una in tensidad crecien te no ticias de la m uerte de sus cam ara­das y am igos, de la m atanza general, de los incendios que convertían en ru in as una parte de París.

“B akunin —cuenta G uillaum e— no tuvo debilidad. E sp e­raba la d e rro ta ; no tem ía más que una cosa, o sea, que en la ca tástro fe final los com unistas careciesen de audacia y de energía. P ero cuando supo que se defendían como leones y que P arís estaba en llamas, lanzó un g rito de tr iu n fo : “¡ M uy bien ! ¡ Son hom bres !”, dijo a S pichiger, al en tra r bruscam ente en el ta lle r cooperativo, golpeando con su bas­tón sobre la m esa”. Según lo que se me contó, había dicho an tes que sería necesario que las T u lle rías ard iesen , y cuan­do sucedió esto en tró a grandes pasos en el ta lle r coope­rativo, golpeando con su bastón la mesa y g ritan d o : “ ¡M uy bien, am igos m íos, las T u lle ría s arden! O s pago a todos un ponche”. E staba lleno de en tusiasm o; sus cartas a O garef confirm an por lo dem ás estos recuerdos. Q uería en la revo­lución la destrucción com pleta, el hecho realizado, cortadas las vías de regreso, y, si era preciso m orir, la m uerte de Sansón, destruyendo a sus enem igos al m atarse.

Se vió aún con los ju rasianos m ilitan tes en su v is ita se­m anal en Couvers, el 28; pasó una noche en casa de G ui­llaume, en N euchátel, el 29, donde se m ostró u n conversa­dor ameno en un m edio fam iliar, re la tando su vida y sus v ia jes; partió el 30 para Locarno, adonde llegó el 1 de ju ­nio. Sentía vencida la revolución, postergada por largo tiem po, sabía que no la vería más, lo que no le im pidió t r a ­b a jar por ella como hasta entonces todo el resto de su vida.

H e aquí en estas dos in troducciones de los tom os I y I I de esta edición casi un año de la vida de B akunin, desde agosto de 1870 hasta jun io de 1871. H izo todo lo posible por pasar de la idea a la acción, pero sus fuerzas y las de sus cam aradas eran todavía dem asiado débiles para hacer algo m ás que tocar som eram ente el curso de los acon teci­m ientos. P ero nos ha dejado sus ideas, reun idas en estos dos volúm enes y en o tros dos que seguirán . E stud iem os esas ideas con esp íritu crítico , y que se realice po r fin lo

P R O L O G O 41

que aun queda de válido con los m edios m ucho más g ran ­des ahora disponibles. Se ven en estos relatos, no ad u lte ra ­dos por la exageración, la debilidad de los m edios m ate­riales de B akunin para obrar y el poder de sus ideas, j Que se m edite un poco sobre lo que habría in ten tado , soñado si se quiere, hacer con las masas y las fuerzas de que d ispo­ne el m ovim iento obrero de nuestros días y lo que nosotros hacem os! Al reco rre r estos volúm enes con la ayuda de nues­tra experiencia actual, encontrarem os m uchos m otivos de re flex ión seria y de in terés siem pre vivo.

M ax N ettlau

28 de octubre de 1923.

P R IM E R A EN TR E G A

EL IMPERIO KNUTOGERMÁN1COY LA R E V O L U C I Ó N S O C I A L

(Locarno, m ediados de nov iem bre de 1870 a m ediados de m arzo de 1871)

EL IMPERIO KNUTOGERMÁNICOY LA R E V O L U C I Ó N S O C I A L

P R IM E R A E N T R E G A

29 de septiem bre de 1870, Lyon.Q uerido am igo:No quiero m archar de Lyon sin haberte dicho mi ú ltim a

palabra de despedida. La prudencia me im pide ir a es tre ­charte la mano otra vez. No tengo nada m ás que hacer aquí. H abía venido a L yon para com batir o para m orir con vos­otros. H abía venido porque tengo la suprem a convicción de que la causa de F rancia se ha convertido hoy en la de la hum anidad y de que su caída, su som etim iento al régim en que le será im puesto por las bayonetas de los prusianos, será la m ayor desgracia que, desde el pun to de v ista de la libertad y del progreso humano, pueda sucederle a E uropa y al m undo.

H e tom ado parte en el m ovim iento de ayer y he firm ado con mi nom bre las resoluciones del Com ité C entral de Sal­vación de F rancia, porque, para mí, es ev idente que, después de la destrucción real y com pleta de toda la m áquina adm i­n is tra tiv a y gubernam ental de vuestro país, no queda otro m edio de salvación para F ranc ia que la sublevación, la o rga­nización y la federación espontánea, inm ediata y revo luc io ­naria de sus comunas, fuera de toda tu te la y de toda d irec ­ción oficiales.

T odos esos pedazos de la an tig u a A dm inistración del país, esas M unicipalidades com puestas en g ran parte de b u r­gueses o de obreros convertidos a la burguesía , gentes ru ­tin arias si las hay, desprovistas de in teligencia, de energ ía y de buena fe ; todos esos procuradores de la República, esos p re fec tos y esos subprefectos —y p rincipalm ente esos com isarios ex trao rd inario s provistos de plenos poderes mi-

46 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

lita res y civiles, y a los que la au to ridad fabulosa y fa ta l de ese pedazo de G obierno que reside en T ours acaba de investir en este m om ento con una d ictadura im potente—, todo eso no vale más que para paralizar los últim os esfuer­zos de F rancia y para en treg arla a los prusianos.

E l m ovim iento de ayer, si hubiese triu n fad o — cosa que habría acontecido si el general C luseret, dem asiado afic io ­nado a ag radar a todos los partidos, no hubiese abandonado la causa del pueblo tan p ronto— ese m ovim iento que habría derribado la inep ta M unicipalidad de Lyon, im potente y reaccionaria en sus tre s cuartas partes, y la habría reem ­plazado por un com ité revolucionario, om nipotente como expresión inm ediata y real, no fic tic ia , de la vo lun tad popu­la r ; ese m ovim iento, digo, habría podido salvar a L yon y con L yon a F rancia .

H e aquí que han tran scu rrid o vein ticinco días desde la proclam ación de la república. ¿Q ué se ha hecho para p repa­ra r y organizar la defensa de L yon? Nada, absolutam ente nada.

L yon es la segunda cap ita l de F ran c ia y la llave del M ediodía. Además de la m isión de su p rop ia defensa, tiene un doble deber que cum plir: el dé la organización de la sublevación arm ada del M ediodía y el de lib e rta r a París. P odía hacer, puede aún, lo uno y lo o tro . Si Lyon se suble­va, a rra s tra rá necesariam ente con él todo el M ediodía de F rancia. L yon y M arsella se convertirían en los dos polos de un m ovim iento nacional y revolucionario form idable, de un m ovim iento que, al sublevar al m ismo tiem po los campos y las ciudades, levantaría centenares de m illares de com batientes y opondría a las fuerzas m ilitarm en te o rgan i­zadas de la invasión la om nipotencia de la revolución.

P o r el contrario , debe ser evidente para todo el m undo que si L yon cae en m anos de los prusianos, F ran c ia estará irrem ediablem ente perdida. Desde L yon a M arsella, no en­con trarán obstáculos. ¿Y entonces? E ntonces, F ran c ia se convertirá en lo que fué Ita lia tan to tiem po fren te a vues­tro em perador: un vasallo de Su M ajestad el E m perador de A lem ania. ¿E s posible caer más bajo?

Sólo L yon puede ahorrarle esta caída y esta m u erte v er­gonzosa. P ero es necesario para eso que L yon se desp ierte , que obre sin perder un día, sin perder un instante. Desgra-

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N ICO 47

nudam ente , los prusianos no p ierden el tiem po. Se han olvidado de dorm ir: sistem áticos, como lo son todos los a le­manes, siguiendo con una desesperante precisión sus p la­nes sabiam ente combinados, y uniendo a esa an tigua cuali­dad de su raza, una rap idez de m ovim ientos que se había considerado hasta aquí patrim onio exclusivo de las tropas francesas, avanzan resueltam ente, más am enazadores que nunca, hacia el corazón de F rancia. M archan sobre Lyon. ¿Y qué hace L yon para defenderse? Nada.

Y sin em bargo, desde que F rancia existe, nunca se en­contró en una situación m ás desesperada, más terrib le . T o ­dos sus ejérc itos están destru idos. La m ayor parte de su m aterial de guerra, gracias a la honradez del G obierno y de la A dm inistración im perial, no ex istió nunca más que en el papel, y el resto , g racias a su prudencia, fué tan b ien en ­terrado en las fo rta lezas de M etz y E strasbu rgo que proba­blem ente serv irá más al e jérc ito de la invasión prusiana que al de la defensa nacional. E ste ú ltim o carece de cañones, de m uniciones, de fu siles en todos los puntos de F rancia , y, lo que aún es peor, carece de d inero para com prar todo eso. No quiero dec ir que el dinero fa lte a la burguesía de F ra n ­cia; al contrario , g racias a las leyes p ro tec to ras que le han perm itido exp lo tar am pliam ente el traba jo del p ro letariado, 6us bolsillos están repletos. Pero el dinero de los burgueses no es patrió tico , y p re fie re ostensiblem ente hoy la em igra­ción, hasta las requisas forzadas de los prusianos, al p e li­gro de ser inv itado a concu rrir a la salvación de la p a tria en la m iseria. E n fin, ¡qué no podré decir!, F rancia no tie ­ne ya A dm inistración. La que ex iste aún y el Gobierno de D efensa N acional ha ten ido la debilidad crim inal de conservar, es una m áquina bonapartista , creada para el uso p articu la r de los bandidos del 2 de diciem bre y, como lo d ije ya en o tra parte , sólo capaz, no de organizar, sino de tra ic ionar a F rancia hasta el fin y de en treg arla a los p ru ­sianos.

P rivada de cuanto constituye la po tencia de los p ru s ia ­nos, F rancia no es ya un Estado. E s un inm enso país, rico, in teligen te, lleno de recursos y de fuen tes naturales, peit» com pletam ente desorganizado, y condenado en m edio de esa desorganización espantosa a defenderse contra la inva­sión más asesina que jam ás haya acom etido a una nación.

48 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

¿Q ué puede oponer a los prusianos? N ada más que la o r­ganización espontánea de una inm ensa sublevación popu­la r : la revolución.

A quí oigo g r ita r a todos los p artid a rio s del orden p ú b li­co, a los doctrinarios, a los abogados, a todos esos exp lo ta­dores de guante am arillo del republicanism o burgués, y a un g ran núm ero tam bién de sed icien tes rep resen tan tes del pueblo, como vuestro ciudadano B rialou, por ejem plo, trán s­fugas de la causa popular, y a quienes una am bición m isera­ble, nacida ayer, im pulsa hoy al campo de los burgueses:

“ j La revolución! {Pensad en ello ; sería el colmo de la desgracia para F ranc ia ! j Sería un desgarram iento in terio r, la guerra civil en presencia de un enem igo que nos aplasta, que nos abrum a! La confianza más absolu ta en el Gobierno de D efensa Nacional, la más p erfec ta obediencia an te los funcionarios m ilitares y civiles en quienes haya delegado el poder, la unión más ín tim a en tre los ciudadanos de opin io­nes po líticas, re lig iosas y sociales m ás d iferen tes, en tre to ­das las clases y todos los p a rtid o s : he ahí los únicos m edios para salvar a F ranc ia”.

* * *

La confianza produce la unión, y la unión crea la fuerza. He ahí, sin duda, verdades que nadie in ten ta rá negar. M as para que sean verdad son necesarias dos cosas: es preciso que la confianza ño sea una to n te ría y que la unión, igual­m ente sincera de todas las partes, no sea una ilusión, una m entira, o una explotación h ip ó crita de un partido por otro. E s preciso que los partidos que se unen, olvidando com ple­tam ente, no para siem pre, sin duda, sino para el tiem po que deba durar esa unión, sus in tereses p articu la res y necesaria- m en te 'opuestos —intereses y fines que en tiem pos o rd ina­rios los d ividen—, se dejen absorber igualm ente en le p ro ­secución del fin común. De o tro modo, ¿qué sucederá? E l partido sincero se convertirá necesariam ente en la víctim a y en el engañado del que lo sea menos o del que no lo sea absolutam ente nada, y se verá sacrificado, no al triu n fo de la causa común, sino en detrim ento de esa causa y en bene­ficio exclusivo del partido que haya explotado h ip ó crita ­m ente esa unión.

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O -10

P ara que la unión sea real y posible, ¿no es necesario por ¡ lo m enos que el fin en nom bre del cual los partidos deben j un irse sea el m ismo? ¿Sucede eso hoy? ¿P uede decirse que la burguesía y el p ro letariado quieren en absoluto la misma cosa? De n in g ú n modo.

Los obreros franceses quieren la salvación de F rancia a < todo p recio : aunque se debiese, para salvarla, hacer de F ranc ia un desierto , hacer sa lta r todas las casas, d es tru ir e incendiar todas las ciudades, a rru in a r todo lo que es tan querido por los b u rg u eses : propiedades, capitales, industria i y com ercio; convertir, en una palabra, el país en tero en una inm ensa tum ba para en te rra r a los prusianos. Q uieren la guerra incondicional, la guerra bárbara, a cuchillo si es preciso. No ten iendo n ingún bien m ateria l que sacrificar, dan su vida. M uchos de ellos, y precisam ente la m ayoría de los m iem bros de la A sociación In tern ac io n al de los T ra ­bajadores, tienen la p lena conciencia de la alta m isión que incum be hoy al p ro letariado de F rancia. Saben que si F ra n ­cia sucum be, la causa de la hum anidad en E uropa se p e r­derá al m enos por m edio siglo. Saben que son responsables de la salvación de F rancia , no tan sólo an te F rancia , sino ante el m undo entero. E stas ideas no están d ifundidas, sin duda, m ás que en los m edios obreros m ás avanzados, pero todos los obreros de F rancia , sin d istin c ió n alguna, com­prenden instin tivam en te que el som etim iento de su país al yugo de los p rusianos sería la m uerte de todas sus espe­ranzas en el po rven ir; y están resuelto s a m orir an tes que legar a sus h ijos una ex istencia de m iserables esclavos. Q uieren, pues, la salvación de F ran c ia a todo precio y a pesar de todo.

La burguesía , o al m enos la inm ensa m ayoría de esta res­petable clase, quiere absolutam ente lo contrario . Lo que le in teresa an te todo y a pesar de todo, es la conservación de sus casas, de sus propiedades, de sus cap ita les; no tan to la in teg rid ad del te rr ito r io nacional como la in teg rid ad de sus bolsillos, que llenó el trabajo del p ro letariado por ella explo tado bajo la p ro tección de las leyes nacionales. E n su fuero in terno , y sin atreverse a confesarlo en público, quiere, pues, la paz a cualquier precio, aunque deba com ­pra rla con el em pequeñecim iento, la decadencia y la sumi sión de F rancia .O b ra s d e B a k u n in . - I I 4

96 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

necesaria su un ión con los bonapartistas en una común reacción (1).

* * *

Los bonapartistas, prim ero excesivam ente espantados, se percataron pronto de que ten ían en el G obierno de D efensa Nacional y en esc m undo casi republicano y o ficial nuevo, im provisado por dicho Gobierno, aliados poderosos. D ebie­ron de asom brarse y regocijarse m ucho —ellos, que a fa lta de o tras cualidades tienen al menos la de ser hom bres rea l­m ente prácticos y la de querer aprovechar los m edios que conducen a su fin — viendo que ese Gobierno, no contento con re sp e ta r sus personas y dejarles gozar en plena liber­tad del fru to de sus rapiñas, había conservado, en toda la A dm inistración m ilita r, ju ríd ica y civil de la nueva R epú­blica, los v iejos funcionarios del Im perio , contentándose solam ente con reem plazar los p refectos y los subprefectos, los p rocuradores generales y los procuradores de la R epú­blica, pero dejando todas las oficinas de las p refec tu ras, lo mismo que los m inisterios, rep le tos de bonapartistas, y la inm ensa m ayoría de las com unas de F ran c ia bajo el yugo co rru p to r de las M unicipalidades nom bradas por el G obier­no de N apoleón I I I , de esas M unicipalidades que hicieron el últim o plebiscito y que, bajo el m in isterio P alikao y bajo la dirección jesu ítica de C hevreu, h icieron en el campo una propaganda tan a troz en favor del infam e.

D ebieron de re írse m ucho de esta to n tería verdaderam en­te inconcebible en los hom bres de in te ligencia que com po­nen el Gobierno provisional actual, que les hizo esperar que, desde el m om ento en que ellos, republicanos, estuv ieran al fren te del Poder, toda esa A dm inistración bo n ap artista se haría republicana tam bién. Los bonapartistas obraron de o tro modo en diciem bre. Su prim er cuidado fué a rro ja r hasta el más pequeño funcionario que no quiso dejarse co­rrom per, expulsar toda la A dm inistración republicana y co­locar en todas las funciones, desde las más elevadas hasta

(1) B a k u n i n c o n s e r v a h a s t a a q u í la f o r m a epistolar c o n q u e h a b í a c o m e n ­

z a d o : e n lo s u c e s i v o n o se trata y a d e u n a carta, sino d e u n a e x p o s i c i ó n d e la

s i tuación histórica en q u e n o se tiene e n c u e n t a al p r e s u n t o a m i g o . ( N o t a del

traductor.)

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O 97

las más in ferio res y m ínim as, adeptos de la banda bonapar- tis ta . E n lo que respecta a los republicanos y a los revolu­cionarios, deportaron y encarcelaron en masa a los últim os, y expulsaron de F rancia a los prim eros, no dejando en el in te rio r del país más que a los inofensivos, a los menos resueltos, a los m enos convencidos y a los m ás tontos, o bien a los que de una m anera u o tra habían consentido en venderse. A sí es como llegaron a apoderarse del país y a m altra tarlo sin n inguna resistencia de su parte duran te más de veinte años, puesto que, como he observado ya, el bona- partism o procede de jun io y no de diciem bre, y el señor Ju lio Favre y sus am igos, republicanos burgueses de la Asam blea C onstituyen te y L egislativa, han sido los verda­deros fundadores.

E s preciso ser ju sto para todo el m undo, aun para los bonapartistas. E stos son cobardes, es verdad, pero cobardes m uy prácticos. H an tenido, lo vuelvo a rep e tir, el conoci­m iento y la voluntad de aprovechar los m edios que condu­cían a bu fin, y bajo esc aspecto se han m ostrado in fin i­tam ente superio res a los republicanos que p re tenden gober­nar a F rancia hoy. E n este m om ento mismo, después de su derro ta, se m uestran superio res y m ucho m ás poderosos que todos esos republicanos oficiales que ocuparon sus puestos. No son los republicanos, son ellos los que gobiernan ac tua l­m ente a F ran c ia todavía. R easegurados por la generosidad del G obierno de D efensa Nacional, consolados al ver re inar en todas partes, en vez de la revolución que tem en, la reac­ción gu b ern am en ta l; volviendo a encon trar en todas las p a r­tes de la A dm in istración de la R epública a sus v ie jos am i­gos, sus cóm plices, que les están indefectib lem ente enca­denados por esa solidaridad de la in fam ia y d e l crim en de que hablé ya y sobre la cual volveré aún, y conservando en sus m anos un in strum en to te rrib le , la inm ensa riqueza que han acum ulado en vein te años de ho rrib le saqueo, los bona­p a rtis ta s han vuelto a levan tar decididam ente la cabeza.

Su acción ocu lta y potente, m il veces más po ten te que la del rey de Y vetot colectivo que gobierna en T ours, se siente en todas partes. Sus periódicos, La P atrie, L e C onstitu tion- nel, L e Pays, L e P euple del señor D uvernois, L a L iberté del señor E m ilio de G irard in , y m uchos o tros aún, co n ti­núan apareciendo. T ra ic ionan al G obierno de la R epúblicaO br*$ ¿ e B sk u u in , - I I 7

98 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

y hablan abiertam ente, sin tem or n i vergüenza, como si no hubiesen sido los tra ido res asalariados, los corrup tores, los vendedores, los sepu ltu reros de F rancia . E l señor E m ilio de G irard in , que había enm udecido en los prim eros días de septiem bre, ha vuelto a encon trar su voz, su cinism o y su incom parable locuacidad. Como en 1848, propone generosa­m ente al G obierno de la R epública “una idea por d ía”. Nada le turba, nada le asom bra; desde el m om ento que oyó que no se tocará ni a su persona ni a su bolsillo, se reaseguró y se siente de nuevo sobre tie rra firm e. “E stableced sola­m ente la R epública —escribe— y veréis las bellas reform as políticas, económ icas y filosóficas que os p ropondré”. Los periódicos del Im perio m oldean abiertam ente la reacción en provecho del Im perio. Los órganos del jesu itism o com ien­zan o tra vez a hab lar de los beneficios de la relig ión.

L a in tr ig a b o n ap artista no se lim ita a esa propaganda de la prensa. Se ha hecho om nipoten te en los campos y en las ciudades tam bién. E n los campos, sosten ida por una m ul­ti tu d de grandes y de pequeños p rop ie ta rio s bonapartistas, por los señores curas y por todas esas an tiguas M unicipali­dades d.el Im perio , tiernam ente conservadas y pro teg idas por el Gobierno de la República, p red ica m á B apasionada­m ente que nunca el odio a la R epública y el am or al Im pe­rio. Desvía a los cam pesinos de toda partic ipación en la defensa nacional y les aconseja, al contrario , acoger bien a los prusianos, esos nuevos aliados del E m perador. E n las ciudades, apoyados por las oficinas de las p re fec tu ras y subprefecturas, si no por los p refec tos y subprefectos m is­m os; por los jueces del Im perio, si no por los abogados generales y por los procuradores de la R epública; por los generales y por casi todos los oficiales superiores del e jé r­cito, si no por los soldados que son patrio tas, pero que están encadenados por la v ieja d isc ip lina ; apoyados tam bién por la gran m ayoría de las M unicipalidades, y por la inm ensa m ayoría de los grandes y de los pequeños com erciantes, in ­dustriales, p rop ie ta rio s y tenderos; apoyados tam bién por esa m u ltitu d de republicanos burgueses, m oderados, tim o­ratos, an tirrevo lucionarios en todas las ocasiones y que, no hallando energ ía más que contra el pueblo, hacen el negocio del bonapartism o sin saberlo y sin q uererlo ; sostenidos por todos esos elem entos de la reacción inconsciente y cons-

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N ICO 99

cíente, los bonapartistas paralizan todo lo que es m ovim ien­to, acción espontánea y organización de las fuerzas popu la­ría , y por eso en tregan incontestab lem ente las ciudades lo mismo que los campos a los prusianos y por m edio de los prusianos al jefe de su banda, al E m perador. E n fin , ¿qué diré?, en tregan a los prusianos las fo rta lezas y los e jérc ito s d< F ranc ia ; ah í están como pruebas las cap itu laciones infa* mes de Sedán, de E strasbu rgo y de R uán (1). M atán a F rancia.

* * *

E l G obierno de D efensa N acional, ¿debía y podía to le­rarlo? Me parece que a esta p reg u n ta no puede correspon­der m ás que una re sp u e s ta : no, mil veces no. Su prim er, su más grande deber desde el pun to de v ista de la salvación de F rancia , era ex tirp a r hasta su raíz la conspiración y la ac­ción m alhechora de lo» bonapartistas. ¿P ero , cómo ex tir- pnrla? No había más que un m edio: hacer a rre s ta r y encar­celar prim eram ente a todos, en masa, en P a rís y en p rov in ­cias, com enzando por la em peratriz E ugen ia y su séquito, todos los a lto s funcionarios m ilitares y civiles, senadores, consejeros de E stado, d ipu tados bonapartistas, generales, coroneles, cap itanes en caso de necesidad, arzobispos y obispos, p refec tos y subprefectos, alcaldes, jueces de paz, todo el cuerpo adm in istrativo y jud icial, sin o lvidar la po li­cía, todos los p rop ie ta rio s notoriam ente ad ictos al Im perio , todos los que, en una palabra, co n stitu y en la banda bona- p artis ta .

¿E ra posib le ese a rresto en m asa? N ada más fácil. E l G obierno de D efensa N acional y sus delegados en p rov in ­cias no ten ían m ás que hacer u n signo, recom endando sin em bargo a las poblaciones que no m altra tasen a nadie, y se podía es ta r seguro de que en pocos días, sin m ucha v io len­cia y sin m ucha efusión de sangre, la inm ensa m ayoría de los bonapartistas, sobre todo los ricos, los in flu y en tes y los notab les de ese partido , habrían sido deten idos y encarce­lados en toda la superficie de F rancia . ¿N o habían detenido a m uchos las poblaciones de los departam entos po r su pro-

(1) S e g ú n G u l l l a u m e , las p a l a b r a s ‘‘y d e R u á n ” n o a s t & n e n el m a a n s c r i t o

y f u e r o n afladldas e n la p r u e b a . R u á n c a y ó e n p o d e r d e los p r u s i a n o s «1 8 d e

d i c i e m b r e d e 1870. ( N o t a del traductor.)

100 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

pió im pulso en la p rim era m itad de septiem bre y, no tad lo bien, sin hacer m al a nadie, del modo m ás cortés y más h u ­m ano del m undo?

La crueldad y la b ru ta lid ad no están en las costum bres del pueblo francés, sobre todo no están en las costum bres del p ro letariado de las ciudades de F rancia . Si quedan a lgu ­no vestig ios, hay que buscarlos en parte en tre los cam pesi­nos, pero sobre todo en la clase tan estúp ida como num erosa de los tenderos, ¡A h, éstos son verdaderam ente feroces! Lo han dem ostrado en jun io de 1848 (1) y m uchos hechos p ru e­ban que no han cambiado hoy de naturaleza. Lo que sobre todo hace al tendero tan feroz es la cobardía, al lado de su estupidez desesperante, es el m iedo y su insaciable avaricia. Se venga del m iedo que se le hace experim en tar y de los riesgos que se han hecho correr a su bolsa, que constituye, como se sabe, ju n to con su gran vanidad, la parte más sen­sible de su ser. No se venga sino cuando puede hacerlo sin el m enor pelig ro para él mismo. ¡ Oh, pero entonces no t ie ­ne p iedad!

E l que conozca los obreros de F ran c ia sabe que si los verdaderos sen tim ien tos hum anos, tan fuertem en te dism i­nuidos y sobre todo tan considerablem ente falseados en nuestros días por la h ipocresía oficia l y por la sensib lería burguesa, se han conservado en alguna parte , es en tre ellos. E s la única clase de la sociedad de quien se puede decir que es realm ente generosa, dem asiado generosa por el momento,

(1) H e a q u í e n q u é t é r m i n o s d e s c r i b e el s e ñ o r L u i s B l a n c el d í a siguiente

d e la victoria o b t e n i d a e n j u n i o p o r la G u a r d i a N a c i o n a l b u r g u e s a s o b r e los

o b r e r o s d e P a r í s :

“N a d i e p o d r í a pintar la situa c i ó n y el a s p e c t o d e P a r í s d u r a n t e las h o r a s

q u e p r e c e d i e r o n y s i g u i e r o n i n m e d i a t a m e n t e al fin d e ese d r a m a inaudito. A p e ­

n a s d e c l a r a d o el e s t a d o d e sitio, los c o m i s a r i o s d e policía f u e r o n e n tod a s

dir e c c i o n e s a o r d e n a r a los t r a n s e ú n t e s q u e e n t r a r a n e n s u s domicilios. | Y

d e s g r a c i a d o del q u e r e a p a r e c i e s e h a s t a n u e v a d e c i s i ó n e n el u m b r a l d e s u

p u e r t a ! Si el d e c r e t o os h a b í a s o r p r e n d i d o v e s t i d o d e p a i s a n o lejos d e v u e s t r a

m o r a d a , erais r e c o n d u c i d o d e p u e s t o a p u e s t o y o b l i g a d o a encerraros. H a b í a n

sido d e t e n i d a s a l g u n a s m u j e r e s q u e l l e v a b a n m e n s a j e s ocultos e n s u s cabellos

y se d e s c u b r i e r o n c a r t u c h o s o c u l t o s e n los p l i e g u e s d e las carrocerías d e al­

g u n o s c o c h e s d e p u n t o ; p o r lo tanto, t o d o f u é m o t i v o d e s o s p e c h a . L o s féretros

p o d í a n c o n t e n e r p ó l v o r a : s e d e s c o n f i ó d e los entierros, y los cadáve r e s , « n el

c a m i n o del e t e r n o reposo, f u e r o n i n d i c a d o s c ó m o s o s p e c h o s o s . L a b e b i d a d a d a

a los s o l d a d o s ( d e la G u a r d i a N a c i o n a l , claro está) p o d í a estar e n v e n e n a d a : se

d e t u v o p o r p r e c a u c i ó n a los p o b r e s v e n d e d o r e s d e l i m o n a d a y los v i v a n d e r o s d e

q u i n c e a ñ o s se a m e d r e n t a r o n . S e p r o h i b i ó a los c i u d a d a n o s a s o m a r s e a las v e n ­

t a n a s y dej a r las p e r s i a n a s abiertas: p o r q u e el e s p i o n a j e y la m u e r t e e s t a b a n

allí, sin d u d a , al a c e c h o . U n a l á m p a r a a g i t a d a detr á s d e u n vidrio, los reflejos

d e la l u n a s o b r e la p i zarra d e u n tejado, b a s t a b a n p a r a dif u n d i r el espanto.

D e p l o r a r el e x t r a v í o d e los insurrectos, llorar ent r e t a n t o s v e n c i d o s a los q u *

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O 101

y dem asiado olvidadiza de I q s crím enes atroces y de las tra ic iones odiosas de que fué tan frecuentem ente víctim a. E s incapaz de crueldad. P ero tiene al m ismo tiem po u n in stin to ju sto que le hace m archar derecham ente al fin , un buen sentido que le dice que cuando se quiere poner fin al mal es necesario detener y paralizar prim eram ente a los m alhechores. E stando F ran c ia evidentem ente traicionada, era preciso im pedir a los tra id o res que con tinuaran tra ic io ­nando. P o r esto en casi todas las ciudades de F rancia, el p rim er m ovim iento de los obreros fué la detención y el en ­carcelam iento de los bonapartistas.

E l G obierno de D efensa N acional los hizo poner en l i ­bertad inm ediatam ente en todas partes. ¿Q uién erró el ca­m ino, los obreros o el G obierno? Sin duda este últim o. No hubo solam ente erro r, se com etió un crim en al hacerlos po­ner en libertad . ¿P o r qué no ha hecho poner en libertad al mismo tiem po a todos los asesinos, los ladrones y los c r i ­m inales de toda categoría que están deten idos en las cárce­les de F rancia? ¿Q ué d iferencia hay en tre ellos y los bona­p artis tas? Los prim eros han robado, atacado, m altratado, asesinado individuos. Una parte de los ú ltim os han com eti- do lite ra lm en te los m ism os crím enes, y todos ju n to s han saqueado, violado, deshonrado, traicionado , asesinado y; vendido a F rancia , a un pueblo entero. ¿Q ué crim en es ma* yor? Sin duda el de los bonapartistas.

se h a b l a a m a d o , n a d i e s e h u b i e s e a t r e v i d o a h a c e r l o i m p u n e m e n t e . ¡ S e iu s iió a u na jo v e n po rg u e h a b ía h ech o ve n d a s e n u n a a m b u l a n c i a d e insurrectos, p a r a s u

a m a n t e , q u i z á s p a r a s u e s poso, p a r a su p a d r e )

”L a f i s o n o m í a d e P a r t s fué, d u r a n t e a l g u n o s días, la d e u n a c i u d a d t o m a d a

p o r asalto. E l n ú m e r o d e las c a s a s e n r u i n a s y d e los edificios a los c u a l e s

el c a ñ ó n h a b f a h e c h o b r e c h a s te s t im o n ia b a e lo cu e n te m e n te la p o te ric ia d e l gran e s fu e rzo d e un p u e b lo a corra lado . F i las d e b u r g u e s e s u n i f o r m a d o s c o r t a b a »

las calles; patrullas a z o r a d a s a z o t a b a n el p a v i m e n t o . . . ¿ H a b l a r é d e la r e ­

p r e s i ó n ?

“j O b r e r o s ! ” y t o d o s los q u e tenéis l e v a n t a d a s las a r m a s c o n t r a la R e p ú ­

b l i c a : U n a ú l t i m a vez, e n n o m b r e d e t o d o lo q u e h a y d e respetable, d e santo,

”d e s a g r a d o p a r a los d o m b r e s , d e p o n e d las a r m a s ! L a A s a m b l e a N a c i o n a l , la

’’n a c i ó n entera o s lo piden. S e o s d ic e q u e o s esperan c ru e le s v e n g a n za s: so n "n u e s tro s e n e m ig o s , lo s v u e s tr o s , q u ien es h ab lan a s i. V e n i d a nosotros, v e n i d

’’c o m o h e r m a n o s a r r e p e n t i d o s y s u m i s o s a la ley y los b r a z o s d e la R e p ú b l i c a

•’e s t á n d i s p u e s t o s a recibiros”.’’T a l era la p r o c l a m a q u e el 2 3 d e j u n i o dirigió el g e n e r a l C a v a i g n a c a los

insurrectos. lEn la s e g u n d a p r o c l a m a , dirigida el 2 6 a la G u a r d i a N a c i o n a l y

al ejército, d e c i a : “E n P a rís v e o v e n c e d o r e s y v e n c i d o s . Q u e m i n o m b r e s e a

’’m a l d i t o si c o n s i n t i e s e q u e h a y a v í c t i m a s”.

’’S e g u r a m e n t e n u n c a h a b í a n sid o p r o n u n c i a d a s p a l a b r a s m á s h e r m o s a s e n

u n m o m e n t o s e m e j a n t e . P e r o ( q u é leúos e s t u v o esa p r o m e s a d e ser c u m p l i d a ,

jus t o Cielo!...

Í04 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

¿O piensa que los obreros que reclam an su derecho a la vida, a las condiciones de una ex istencia hum ana, que piden con las arm as en la mano la ju s tic ia igual para to ­dos, son más culpables que los bonapartistas que asesinan a F rancia?

¡ P ues bien, s í 1, ta l es, innegablem ente, no el pensam iento exp líc ito —tal pensam iento no se atrevería a confesárselo a sí mismo— , sino el in stin to profundam ente burgués —y a causa de eso, unánim e— que insp ira todos los decretos del G obierno de D efensa N acional, lo mismo que los actos de la m ayor parte de sus delegados p rov incia les: com isarios generales, prefectos, subprefectos, p rocuradores generales y p rocuradores de la R epública que, perteneciendo, sea al colegio de abogados, sea a la p rensa republicana, rep resen­tan, por decirlo así, la flo r del radicalism o burgués. A los ojos de esos a rd ien tes patrio tas, lo m ismo que en la opinión h istó ricam ente com probada del señor Ju lio Favre, la revo­lución social co n stitu ye para Francia un peligro más grave todavía que la invasión extranjera misma. Q uiero creer que, si no todos, al m enos la m ayor parte de esos dignos ciuda­danos harían de buena gana el sacrific io de su v ida por sal­var la gloria, la independencia y la g randeza de F ran c ia ; pero estoy igualm ente más seguro, por o tra parte , de que una m ayoría m ucho más considerable todavía de ellos p re­fe rirá ver más bien a esta noble F ranc ia su frir el yugo tem ­poral de los p rusianos que deber su salvación a una franca revolución popular que dem olerá inevitablem ente del m is­mo golpe la dom inación económica y po lítica de su clase. De ahí su indu lgencia repulsiva, pero obligada, hacia los p artid a rio s tan num erosos y desgraciadam ente todavía tan p o ten tes de la tra ic ió n bonapartista , y su severidad apasio­nada, sus persecuciones im placables contra los socialistas revolucionarios, rep resen tan tes de esas clases obreras que son las que tom an únicam ente hoy en serio la liberación del país.

E s ev idente que no son vanos escrúpulos de justic ia , sino el tem or de provocar y de anim ar la revolución social, lo que im pide al G obierno proceder con tra la conflagración evidente del partido bonapartista . De o tro modo, ¿cómo exp licar que no lo haya hecho ya el 4 de septiem bre? ¿H a podido dudar un solo instan te , él, que se atrev ió a tom ar la

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N ICO 105

te rrib le responsabilidad de la salvación de F rancia , de su derecho y de su deber de re cu rrir a las m edidas m ás enérg i­cas con tra los infam es partid ario s de un régim en que, no contento con haber sum ido a F ran c ia en u n abismo, se esfuerza todavía por para lizar sus m edios de defensa, en la esperanza de poder restab lecer el trono im perial con la ayuda y bajo el p ro tectorado de los prusianos?

Los m iem bros del Gobierno de D efensa N acional detes­tan la revolución, sea. P ero cuando se sabe y se hace de d ía en día m ás evidente que en la s ituación desastrosa en que se encuen tra colocada F ranc ia no le queda o tra a lte rn a­tiv a que e s ta : ó la revolución o e l yu g o de los prusianos; no considerando la cuestión más que desde el punto de v ista del patrio tism o, esos hom bres que han asum ido el poder d ic ta to ria l en nom bre de la salvación de F rancia , ¿no serán crim inales, no serán ellos m ism os tra id o res a su p atria si por odio a la revolución en tregan a F rancia , o la dejan solam ente en treg ar a los prusianos? (1).

* * *

H e aquí p ron to un m es que el rég im en im perial, d e rr i­bado por las bayonetas prusianas, ha rodado por el lodo. U n G obierno provisional com puesto de burgueses más o m enos rad icales ha ocupado su puesto . ¿ Qué hacer para sa l­var a F ran c ia?

T a l es la verdadera cuestión, la única cuestión. E n cuan­to a la de la leg itim idad del Gobierno de D efensa N acional y de su derecho, d iré más, de su deber de acep tar el P o d er de m anos del pueblo de P arís, después que este últim o ba­rrió por fin la podredum bre bonapartista , fué p lan teada al d ía s igu ien te de la vergonzosa ca tástro fe de Sedan por los cóm plices de N apoleón I I I , o, lo que quiere decir lo mismo,

(1) A l llegar a q u í se bifurca el m a n u s c r i t o <!e B a l c u n i n ; c o n t i n ú a p o r u n a

p a r t e e n lo q u e tituló A p é n d ic e ; C o n sid era c io n es filo só ficas so b re e l fa n ta sm a d iv in o , s o b re e l m u n do rea l y so b re e l h o m b re , y p o r otra e n lo q u e s e r e p r o ­

d u c e a c o n t i n u a c i ó n . P e r o c o m o las p r i m e r a s h o j a s del A p é n d ic e p r o s i g u e n el

m i s m o t e m a d i s c u t i d o e n este libro, las i n c l u i m o s e n el p r e s e n t e v o l u m e n , d e ­

j a n d o las C o n sid era c io n es p a r a el t o m o III. P o r consiguiente, el otro p r i n ­

cipio d e la b i f u r c a c i ó n se hallará al final del p r e s e n t e t r a b a j o ( N o t a del tra­

ductor.)

106 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

por los enem igos de F rancia . E l señor E m ilio de G irard in estuvo natu ra lm ente en tre ellos (1).

Si el m om ento no hubiese sido tan terrib le , se habría podido re ír m ucho al ver el descaro incom parable de estas gentes. Sobrepasan hoy a R oberto M acairc, el je fe esp iri­tual de su iglesia, y a N apoleón I I I , que es el je fe visible.

¡Cóm o! H an m atado la R epública y hecho subir el digno em perador al trono por los m edios que se sabe. D urante veinte años consecutivos, han sido los instrum entos in tere­sados y vo lun tarios de las más cín icas violaciones de todos los derechos y de todas las leg itim idades posibles; han co­rrom pido sistem áticam ente y desorganizado a F ra n c ia ; han atra ído por fin sobre esa desgraciada víctim a de su avaricia y de su vergonzosa am bición desgracias cuya inm ensidad sobrepasa todo lo que la im aginación más pesim ista haya podido prever. E n presencia de una ca tástro fe tan horrib le y de la que han sido los actores principales, ap lastados por

(1) N a d i e personifica m e j o r la i n m o r a l i d a d política y social d e la b u r g u e ­

sía actual q u e el s e ñ o r E m i l i o d e Girardin. C h a r l a t á n intelectual b a j o las a p a ­

riencias d e u n p e n s a d o r serio, a p a r i e n c i a s q u e h a n e n g a ñ a d o a m u c h a s p e r s o n a s

— h asta al m i s m o P r o u d h o n , q u e t u v o la i n g e n u i d a d d e cre e r q u e el s e ñ o r G i ­

rard i n p o d í a a s ociarse d e b u e n a fe y p o r c o m p l e t o a u n p r incipio c u a l q u i e r a —

el e n otros t i e m p o s r e d a c t o r d e L a P r e n se y d e L a L ib e r t é , es p e o r q u e u n

sofista, es u n falsificador d e t o d o s los principios. B a s t a q u e t o q u e la idea m á s

simple, m á s v e r d a d e r a , m á s útil, p a r a q u e s e a i n m e d i a t a m e n t e a d u l t e r a d a y

e n v e n e n a d a . P o r otra parte, n o i n v e n t ó n a d a n u n c a , p u e s s u n e g o c i o consistió

e n falsificar s i e m p r e las I n v e n c i o n e s ajenas. B e le considera, e n u n cierto m u n d o ,

c o m o el m á s h á bil c r e a d o r y r e d a c t o r d e periódicos. C i e r t a m e n t e , s u n a t u r a l e z a

d o e x p l o t a d o r y d e falsificador d e las i d e a s d e los d e m á s , y s u d e s c a r a d o c h a r ­

l a t a n i s m o , h a n d e b i d o d e h a c e r l e m u y a p r o p i a d o p a r a ese oficio. T o d a su n a t u r a ­

leza, t o d o s u ser, s e r e s u m e n e n estas d o s p a l a b r a s : r é d a m e y ch a n ta g e. D e b e s u f o r t u n a al p e r i o d i s m o ; y p o r m e d i o d e la p r e n s a n o se h a c a u n o rico

si p e r m a n e c e h o n e s t a m e n t e b a j o la m i s m a c o n v i c c i ó n y la m i s m a b a n d e r a . N a d i e

c o m o él llevó t a n lejos el arte d e c a m b i a r h á b i l m e n t e y a t i e m p o s u s c o n v i c ­

c i o n e s y s u s b a n d e r a s . H a si d o s u c e s i v a m e n t e orleanista, r e p u b l i c a n o y b o n a -

partista, y e n c a s o d e n e c e s i d a d se h a b r i a h e c h o legitimista o c o m u n i s t a . S e

diría q u e está d o t a d o del instinto d e las ratas, p o r q u e h a s a b i d o a b a n d o n a r

s i e m p r e el b a r c o del E s t a d o e n la v í s p e r a del naufra g i o . A sí v o l v i ó las es­

p a l d a s al G o b i e r n o d e L u i s F e l i p e a l g u n o s m e s e s ant e s d e la r e v o l u c i ó n d e

febrero, n o p o r las r a z o n e s q u e i m p u l s a r o n a F r a n c i a a der r i b a r el t r o n o d a

julio, sino p o r r a z o n e s particulares, y e n tre las c u a l e s las d o s p rincipales fueron,

sin d u d a , su a m b i c i ó n v a n i d o s a y s u a m o r al lucro. A l d í a siguiente d < febrero,

se h i z o r e p u b l i c a n o ardiente, m á s r e p u b l i c a n o q u e los r e p u b l i c a n o s d e la v í s ­

pera, p r o p u s o s u s i d eas y s u p e r s o n a : u n a id e a p o r día, n a t u r a l m e n t e r o b a d a

a a l guno, p e r o p r e p a r a d a , t r a n s f o r m a d a p o r E m i l i o d e G i r a r d i n m i s m o , d e m o d o

q u e e n v e n e n a s e a q u i e n la a c e p t a r a d e s u s m a n o s ; u n a a p a r i e n c i a d e v e r d a d ,

c o n u n i n a g o t a b l e f o n d o d e m e n t i r a ; y s u p e r s o n a , q u e lleva n a t u r a l m e n t e e s a

m e n t i r a , y c o n ella el descr é d i t o y la d e s g r a c i a s o b r e t o d a s las c a u s a s q u e

a b r aza, i d e a s y p e r s o n a f u e r o n r e c h a z a d a s p o r el d e s p r e c i o popular. E n t o n c e s ,

el s e ñ o r G i r a r d i n se h i z o e n e m i g o i m p l a c a b l e d e la R e p ú b l i c a . N a d i e c o n s p i r ó

t a n m a l v a d a m e n t e c o n t r a ella, n a d i e c o n t r i b u y ó tanto, al m e n o s c o n la intención,

a s u caída. N o t a r d ó e n conv e r t i r s e e n u n o d e los a g e n t e s m á s activos y m á s

intrigantes d e B o n a p a r t e . E s t e periodista y este esta d is ta e s t a b a n h e c h o s p a r a

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O 107

I o b rem ordim ientos, por la vergüenza, por el te rro r, por el tem or de un castigo popular m il veces m erecido, habrían debido en terrarse, ¿no es así?, o re fu g iarse al m enos como bu amo bajo la bandera de los prusianos, la ún ica que hoy es capaz de cubrir su suciedad. P u es bien, no ; reasegurados por la indu lgencia crim inal del G obierno de D efensa N a­cional, han quedado en P a rís y se han esparcido por toda F rancia, clam ando en a lta voz con tra ese Gobierno que declaran ilegal e ileg ítim o en nom bre de los derechos del pueblo, en nom bre del su frag io universal.

E l cálculo es justo . U na vez convertida la decadencia de N apoleón I I I en un hecho irrevocablem ente, realizado, no

entenderse. N a p o l e ó n I I I realizaba, e n efecto, t o d o s los s u e ñ o s del s e ñ o r d e

(•liardln. E s t e e r a al h o m b r e fuerte q u e «a b u r l a b a c o m o 41 d a t o d o s los p r i n ­

cipios, y ilotiido d e u n c o i a s ó n limitante a m p l i o c o m o p a r a ele v a r s e s o b r e t o d o s

los v a n o s s n c r d p u l o a d a conciencia, p o r noltre t o d o s los e s t r e c h o s y ridiculos

prejuicio* d a la h o n r a d a s , d a la d elicadeza, del h o nor, d a la m o r a l i d a d p ú b l i c a

y privad«, poi e n c i m a d a t o d o s los s o n t l m lentos d a h u m a n i d a d , escrúpulo*, p r e ­

juicio» v s e n t i m i e n t o s g u a n o p u e d m m i m o s «jun o b s t a culizar la a c c i ó n política:

rra rl nonrlire tío la époc a , e n u n a palabra, e v i d e n t e m e n t e l l a m a d o a g o b e r n a r

el m u n d o . M u í a n t e los pi h u e r o * días <iue s l g u i o r o n al g o l p e d e E s t a d o , h u b o

us( c o m o u n a hiiitna liviana ontra el a u g u s t o s o b e r a n o y el a u g u s t o periodista,

l’aro n o f u é otra c o s a q u e trn e n o j o d a a m a n t e s , n o u n a d i sidencia d a principios.

E l seRor E m i l i o d a G i r a r d i n n o se c r e y ó s u f i c i e n t e m e n t e r e c o m p e n s a d o . S i a

d u d a a m a m u c h o el dinero, p e r o le h a c e n falta t a m b i é n h o n o r e s , u n a p a rticipa­

c i ó n e n el P o d e r . H e a q u í lo q u e N a p o l e ó n III, a p e s a r d e t o d a a u b u e n a v o ­

luntad, n o p u d o c o n c e d e r l e j a m á s . T u v o s i e m p r e c e r c a d e él a l g ú n M o r a y , a l g ú n

Pl eury, a l g ú n Bidault, a l g ú n R o u b e r q u e lo i m p i d i e r o n . D e s u erte q u e n o fué

si n o h a c i a fines d e s u r e i n a d o c u a n d o p u d o conferir al s e ñ o r E m i l i o d e G i r a r d i n

la d i g n i d a d d e s e n a d o r del I m p e r i o . S i E m i l i o Ollivier, el a m i g o d e c o r a z ó n , el

hijo a d o p t i v o y e n cierto m o d o la c r e a c i ó n d e E m i l i o d e G irardin, n o h u b i e s e

c a l d o t a n pronto, sin d u d a h u b i é r a m o s vis t o d e m i n i s t r o al g r a n periodista. E l

s e ñ o r E m i l i o d e G i r a r d i n f u é u n o d e los p r i n c i p a l e s ac t o r e s del m i n i s t e r i o

Ollivier. D e s d e ento n c e s , s u influencia política s e acrece n t ó . F u é ins p i r a d o r y

c o n s e j e r o p e r s e v e r a n t e d e los d o s ú l t i m o s act o s políticos dal E m p a r a d o r q u e

t u v i e r o n la v i r t u d d e p e r d e r a F r a n c i a : el plebiscito y la guerra. A d o r a d o r e n

lo s u c e s i v o d e N a p o l e ó n III, a m i g o del g e n e r a l P r i m e n E s p a ñ a , p a d r e es p i ­

ritual d e E m i l i o Ollivier y s e n a d o r del I m p e r i o , el sefior E m i l i o d e G i r a r d i n

se siente d e m a s i a d o g r a n h o m b r e al fin p a r a c o n t i n u a r s u p e r i o d i s m o . A b a n d o n ó

la r e d a c c i ó n d e L a L i b e r t é a s u s o b r i n o y discípulo, «1 p r o p a g a d o r fiel d a s u s

ideas, s e ñ o r D e t r o y a t , y, c o m o u n j o v e n q u e se p r e p a r a p a r a la p r i m e r a c o m u ­

nión, s o e n c e r r ó e n u n r e c o g i m i e n t o m e d i t a t i v o , a fin d e recibir c o n t o d a la

d i g n i d a d c o n v e n i e n t e el P o d e r t a n t o t i e m p o a m b i c i o n a d o , y q u e p o r fin i b a a c a e r e n sus m a n o s . i Q u é a m a r g a d e s i l usión! A b a n d o n a d o e s a v e * p o r s u instin­

t o ordinario, el s e ñ o r E m i l i o d e G i r a r d i n n o h a b l a s e n t i d o q u e el I m p e r i o s e

d e r r u m b a b a y q u e e r a n p r e c i s a m e n t e s u s inspir a c i o n e s y s u s c o n s e j o s lo q u e

lo i m p u l s a b a n al a b i s m o . N o h a b l a t i e m p o p a r a c a m b i a r d e frente. A r r a s t r a d o

e n s u caída, el s e ñ o r d e G i r a r d i n c a y ó d e s d e la altura d e s u s s u e ñ o s a m b i c i o s o s ,

e n el m i s m o m o m e n t o e n q u e p a r e c í a q u e s e i b a n a realizar. C a y ó a p l a n a d o y

esta v e z d e f i n i t i v a m e n t e a n u l a d o . D e s d e el 4 d e s e p t i e m b r e , s e e s f u e r z a e n o r m e *

m e n t e , p o n i e n d o e n j u e g o s u s a n t i g u o s artificios, p o r atraer s o b r e si la atención.

N o p a s a u n a s e m a n a sin q u e s u sobrino, el n u e v o r e d a c t o r d e L a L ib e r t é , lo

p r o c l a m e el p r i m e r estadista d e F r a n c i a y d e E u r o p a . T o d o e s o es inútil. N a d i e

lee L a L ib e r t é y F r a n c i a tiene otras c o s a s q u e h a c e r q u e o c u p a r s e d e las g r a n ­

d e z a s del s e ñ o r E m i l i o d e Girardin. E s t a vez, h a m u e r t o d e veras, y D i o s q u i e r a

q u e el c h a r l a t a n i s m o m o d e r n o d e la p r e nsa, q u e él c o n t r i b u y ó a crear, h a y a

m u e r t o i g u a l m e n t e c o n él. ( B a k u n i n . ) ^ _____. _|.____________ _________ ,

108 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

queda otro m edio para reponerlo en F ran c ia que el triu n fo defin itivo de los prusianos. Mas para asegurar y para ace­le ra r ese triu n fo , hay que paralizar todos los esfuerzos pa­trió tico s y necesariam ente revolucionarios de F rancia , des­tru ir en su raíz todos los m edios de defensa, y para llegar a este fin la vía más corta, la más segura, es la convocación inm ediata de una Asamblea constituyen te . Lo dem ostraré.

Pero , prim ero, creo ú til dem ostrar que los prusianos pueden y deben querer el restablecim iento de N apoleón I I I en el trono de F rancia .

LA ALIANZA RUSA Y LA RUSOFOBIA DE LOS ALEM ANES (1)

L a posición del Conde de B ism arck y de su amo el rey G uillerm o I, por triu n fad o ra que sea, no es absolutam ente fácil. Su objetivo es ev id en te : la un ificación sem iforzada y sem ivoluntaria de todos los E stados de A lem ania bajo el ce tro real de P rusia , que se tran sfo rm ará pronto , s in duda, en cetro im p eria l; la constitución del más poderoso im perio en el corazón de Europa. A penas hace cinco años que, en­tre las cinco g randes potencias de E uropa, P ru s ia era con­siderada como la ú ltim a. H oy, quiere convertirse en la p r i­m era, y, sin duda, va a serlo. |Y cuidado en tonces con la independencia y la libertad de E u ro p a! (cuidado, sobre todo, con los pequeños E stados que tienen la desgracia de poseer en su seno poblaciones germ ánicas o que fueron ger­m ánicas en o tro tiem po, como los flam encos por ejem plo). E l ap e tito del burgués alem án es tan feroz como es enorme su servilism o, y apoyándose en ese p a trió tico ap e tito y en ese servilism o com pletam ente alem án, el señor Conde de B ism arck, que no tiene escrúpulos y que es un estad ista como para no escatim ar la sangre de los pueblos y respetar su bolsa, su libertad y sus derechos, será m uy capaz de em­prender la realización de los sueños de Carlos V en benefi­cio de su amo.

U na parte de la tarea que se im puso, está liquidada. Gra-

(1) E s t e título fué p u e s t o p o r J a m e s G u i l l a u m e , p e r o n o a p a r e c i ó e n el

folleto i m p r e s o . ( N o t a del traductor.)

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N IC O 109

cias a la connivencia de N apoleón I I I , al que engañó, gra­cias a la alianza de A lejandro I I , a quien engañará, logró ya ap lasta r a A ustria. H oy, la m antiene en respeto por la ac titu d am enazadora de su aliada fiel, Rusia.

ICn cuanto al Im perio del Zar, después del rep arto de Polonia y precisam ente por ese reparto , está enfeudado al Reino de P rusia , como este últim o está enfeudado al Im pe­rio de todas las R usias. No pueden hacerse la guerra, a menos de em ancipar las provincias polacas que le fracasa­ron, lo que es tam bién im posible para uno como para otro, porque la posesión de esas provincias constituye para cada uno de ellos la condición esencial de su potencia como E s­tado. No pudiendo hacerse la guerra, nolens voJens deben ser ín tim os aliados. B asta que Polonia se m ueva para que el Im perio de Rusia y el Reino de P ru sia estén obligados a experim entar uno para o tro un acrecentam iento de pasión. I 'itn so lidaridad forzosa es el resu ltado fatal, a m enudo d c iv rn tn jo to y siem pre penoso, del acto de bandidaje que han perpetrado ambos contra esa noble y desgraciada P o lo ­nia. Porque no hay que im aginarse que los rusos, aun los oficiales, quieran a los prusianos, ni que estos ú ltim os ado­ren a los rusos. Al contrario , se detestan cordialm ente, p ro ­fundam ente. P ero como dos bandidos, encadenados uno a o tro por la so lidaridad del crim en, están obligados a m ar­char ju n to s y a ayudarse m utuam ente. De ahí la inefable te rn u ra que une a las cortes de San P etersb u rg o y B erlín y que el Conde de B ism arck no se olvida jam ás de m antener po r m edio de algún regalo, por ejem plo por la en trega de algunos desgraciados polacos de tan to en tan to a los v er­dugos de V arsovia o de V ilna.

E n el horizonte de esta am istad sin nubes se m uestra ya, s in em bargo, un pun to negro. E s el problem a de las p ro ­v incias bálticas. E sas provincias, se sabe, no son ni rusas n i alem anas. Son letonas o fin landesas, pues la población ale­mana, com puesta de nobles y burgueses, no constituye más que una m inoría ín fim a allí. E stas provincias habían p e rte ­necido prim ero a Polonia, después a Suecia, m ás tarde fue­ron conquistadas por Rusia. La m ejor solución para ellas, desde el pun to de v is ta popular —y yo no adm ito o tro— sería, según mi opinión, su vuelta, ju n to con F in land ia , no a la dom inación de Suecia, sino a una alianza federativa

110 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

ín tim a con ella, a títu lo de m iem bros de la F ederación E s ­candinava, que abarcaría Suecia, N oruega, D inam arca y toda la parte danesa del Schleswig. Que no d isguste a los señores alem anes. E sto sería justo , sería natural, y estas dos razones bastan para que desagraden a los alem anes. P ero pondría, en fin, un lím ite saludable a sus am biciones m arítim as. Los rusos qu ieren ru sifica r cuas provincias, los alem anes quieren germ anizarlas. Unos y o tros se engañan. La inm ensa m ayoría de la población, que detesta igualm en­te a los alem anes y a los rusos, quiere segu ir siendo lo que es, es decir, fin landesa y letona, y no podrá hallar el respeto de su autonom ía y de su derecho, ser ella miBma, sino en la C onfederación Escandinava.

P ero , como he dicho ya, eso no se concilia de n ingún modo con las avaricias p atrió ticas de los alem anes. Desde hace algún tiem po, hay m ucha preocupación por este asu n ­to en A lem ania. H a sido despertada por las persecuciones del Gobierno ruso con tra el clero p ro testan te , que en esas provincias es alem án. E sas persecuciones son odiosas, com o lo son todos los ac tos de un despotism o cualquiera, ruso o prusiano. P ero no sobrepasan a las que el gobierno p ru sia ­no com ete cada día en sus provincias rusopolacas, y sin em­bargo ese mismo público alem án se guarda bien de p ro testa r contra el despotism o prusiano. De todo eso re su lta que para los alem anes no se tra ta , de n ingún modo, de justic ia , sino de adquisición, de conquista. A m bicionan esas provincias, que les serían efectivam ente m uy ú tiles desde el pun to de v ista de su po tencia m arítim a en el B áltico y no dudo que B ism arck alim ente ya en algún rep liegue m uy recóndito de su cerebro la in tención de apoderarse ta rd e o tem prano, de una m anera o de otra, de ellas. T a l es el punto negro que surge en tre R usia y P rusia .

P o r negro que sea, no es capaz de separarlas. T ienen de­m asiada necesidad una de o tra. P rusia , que desde ahora no podrá ten er en E uropa o tra aliada que R usia —porque todos los demás E stados, sin excep tuar In g la te rra , al sen tir­se hoy am enazados por su ambición, que pronto no recono­cerá lím ites, se vuelven o se volverán tarde o tem prano con­tra ella—, P ru sia se guardará bien, pues, de p lan tea r aho­ra una cuestión que necesariam ente debería m alquistarla con su única am iga, Rusia. T iene necesidad de su ayuda,

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O 111

O <ic mu neu tra lidad , m ien tras no haya an iquilado com ple­jam ente, al m enos por veinte años, la potencia de Fran- « la, destru ido el im perio de A ustria, y englobado la Suiza alemana, una parte de Bélgica, H olanda y toda D inam arca; \a posesión de estos ú ltim os reinos le es indispensable para la creación y consolidación de su potencia m arítim a. T odo c«o será la consecuencia necesaria de su triu n fo sobre Francia, si ese triu n fo es defin itivo y com pleto. Pero todo c h o , suponiendo las c ircunstancias más felices para P rusia , 110 podrá realizarse de un golpe. L a ejecución de esos p ro ­yectos inm ensos necesitará muchos años y duran te ese tiem ­po P rusia ten d rá más necesidad que nunca del concurso de R usia ; porque es preciso suponer que el resto de Europa, por cobarde y estúp ido que se m uestre al presente, acabará sin em bargo por despertarse cuando sien ta el cuchillo en su garganta, y no se dejará acomodar a la salsa prusoger- m ánica sin resistencia y sin combates. Sólo que P rusia , au n ­que triu n fe , «un después tic haber aplastado a F rancia , será dem asiado débil pura luchar contra todos los E stados de ICuropa reunidos. Si Rusia se volviese tam bién contra ella, estaría perdida. Sucum biría aun con la neu tra lidad ru sa ; necesitará forzosam ente el concurso efectivo de R usia ; ese mismo concurso que le hace hoy un servicio inm enso ten iendo en jaque a A u stria : porque es ev idente que si A u stria no estuv iera am enazada por Rusia, al día sigu ien te de la en trada de los ejérc itos alem anes en el te rr ito r io de F rancia, habría lanzado los suyos sobre P rusia , sobre la A lem ania desguarnecida de soldados, para reconquista r su dom inio perd ido y para obtener un b rillan te desquite de Sadowa.

E l señor B ism arck es un hom bre dem asiado p ruden te para m alquistarse, en m edio de circunstancias sem ejantes, con Rusia. C iertam ente, esta alianza debe de serle desagra­dable bajo m uchos aspectos. Le im populariza en A lem a­nia. E l señor B ism arck es, sin duda, dem asiado estad ista para dar un valor sen tim ental al am or y a la confianza de los pueblos. P ero sabe que ese am or y esa confianza consti­tuyen en ciertos m om entos una gran fuerza, la única cosa, a los ojos de un p rofundo po lítico como él, verdaderam ente respetable. P o r consiguien te, esa im popularidad de la a lian ­za rusa le m olesta. Debe lam entar, sin duda, que la única

112 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

alianza que queda hoy a A lem ania sea precisam ente la que rechaza el sen tim iento unánim e de A lem ania.

* * *

Cuando hablo de los sen tim ientos de A lem ania, me re ­fiero, na tu ra lm ente , a los de su burguesía y a los de su p ro ­letariado. La nobleza alem ana no odia a Rusia, porque no conoce de R usia más que el im perio, cuya po lítica bárbara y cuyos procedim ientos sum arios le agradan, adulan sus instin tos, convienen a su propia naturaleza. Tuvo por el d ifun to em perador N icolás una adm iración en tusiasta , un verdadero culto. E ste G engis-K an germ anizado, o más bien, este p ríncipe alem án m ogolizado, realizaba a sus ojos el sublim e ideal del soberano absoluto. V uelve a encon trar hoy la im agen fiel en su rey-coco, el fu tu ro em perador de A lem ania. No es, pues, la nobleza alemana, la que se opon­drá a la alianza rusa. La apoya, al contrario , con una doble pasión : prim ero por sim patía p ro funda hacia las tendencias depóticas de la po lítica rusa ; luego porque su rey quiere esa alianza, y en tan to que la po lítica real tienda a la sum i­sión de los pueblos, esa voluntad será sagrada para ella. No sería así, claro está, si el rey, repen tinam ente in fie l a todas las trad ic iones de su d inastía, decretase su em ancipa­ción. E ntonces, pero sólo entonces, será capaz de rebelarse contra él, lo que por o tra parte no sería m uy peligroso, porque la nobleza alem ana, por num erosa que sea, no tiene n inguna potencia propia. No tiene raíces en el país, y no ex iste como casta burocrática y m ilita r sobre todo sino gracias al E stado . P o r lo demás, como no es probable que el fu tu ro em perador de A lem ania firm e nunca librem ente y por su propio im pulso un decreto de em ancipación, se puede esperar que la conm ovedora arm onía que ex iste en tre él y su fiel nobleza, se m antendrá siem pre. Siem pre que continúe siendo un déspota franco, ella será su esclava abnegada, dichosa de p rosternarse an te él y de e jecu tar sus órdenes, por tirán icas y feroces que sean.

No sucede lo mismo con el p ro le ta riado de Alem ania. Me refiero p rincipa lm ente al p ro le ta riado de las ciudades. E l de los campos está dem asiado aplastado, dem asiado an i­quilado por su posición precaria, por sus relaciones habi­tuales de subordinación ante los cam pesinos propietarios,

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O 113

(•ni Irf instrucción, sistem áticam ente envenenada de m enti- í.i« po líticas y religiosas, que recibe en las escuelas prim a- Hrt«( pitra que pueda él mismo saber cuáles son sus senti- u tlnttn» y sus anhelos. Sus pensam ientos raram ente sobre­pasan el horizonte dem asiado estrecho de su ex istencia mi- n* i .iI»I<•. E s necesariam ente socialista por posición y por naturaleza, pero sin saberlo. U nicam ente la revolución so-< itil francam ente universal, y m uy am plia, m ucho más uni- vrm.il y más am plia que la que sueñan los dem ócratas socia- IIlitan de A lem ania, podrá despertar al diablo que duerm e en él. D espertado en su seno ese diablo —el in stin to de la libertad, la pasión de la igualdad, la santa rebeldía—, no volverá a adorm ecerse. P ero hasta ese m om ento suprem o, el p ro letario de los campos seguirá siendo, de acuerdo con las recom endaciones del señor pastor, el hum ilde súbdito de su rey y el instrum ento m aquinal en manos de todas las au toridades públicas y privadas posibles.

En cuanto a los cam pesinos propietarios, están inclina­dos en su m ayoría más bien a sostener la po lítica real que a com batirla. T ienen para eso m uchas razones: p rim era­m ente, el antagonism o del campo y de la ciudad que existe en A lem ania como en todas partes, y que se ha establecido HÓ1 idam ente desde 1525, cuando la burguesía alem ana, con IAltero y M elanchthon a su cabeza, tra ic ionó de un modo tan vergonzoso y tan desastroso para sí m isma la única revolución de cam pesinos que hubo en A lem ania; además, por la instrucción profundam ente re tró g rad a de que hablé ya y que dom ina en todas las escuelas de A lem ania y sobre todo de P ru s ia ; el egoísmo, los in s tin to s y los pre ju ic ios de conservación, inherentes a todos los p rop ie ta rios grandes y pequeños; por fin, el aislam iento re lativo de los trab a­jadores del campo, que dism inuye de una m anera excesiva la circulación de las ideas y el desenvolvim iento de las pa­siones políticas. De todo esto re su lta que los cam pesinos p rop ietarios de A lem ania se in teresan m ucho más en sus negocios com unales, que les conciernen más de cerca, que en la po lítica general. Y como la natu ra leza alem ana, gene­ralm ente considerada, está m ucho m ás inclinada a la obe­diencia que a la resistencia, a la p iadosa confianza que a la rebeldía, se sigue que el cam pesino alem án se en trega vo­lun tariam ente — en lo que respecta a los in te reses generalesO bras de Bakuniu. - I I a

114 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

del país— a la sabiduría de las altas au to ridades in s titu id as por Dios. L legará, sin duda, un m om ento en que el cam­pesino de A lem ania desp ierte tam bién. Será cuando la g ran­deza y la g loria del nuevo Im perio prusogerm ánico que está en vías de fundarse hoy —no sin una cierta sim patía m ís­tica e h istó rica de su parte— se traduzca para él en pesados im puestos, en desastres económicos. Será cuando vea su pequeña propiedad, gravada con deudas, h ipotecas, tasas y sobretasas de toda especie, fund irse y desaparecer en tre sus manos, para ir a redondear el patrim onio crecien te de los grandes p ro p ie ta rio s; será cuando reconozca que, por una ley económ ica fa ta l, es arro jado a su vez al pro letariado . E ntonces se despertará y probablem ente se rebelará tam ­bién. P ero ese m om ento está todavía lejos, y si hay que esperarlo , A lem ania, que sin em bargo no peca nunca de una im paciencia excesiva, podría m uy bien perder la pa­ciencia.

E l p ro le ta riado de las fábricas y de las ciudades se en­cuen tra en una situación com pletam ente contraria. A unque asociados como siervos por la m iseria a las localidades en que trabajan , los obreros, al no ten er propiedad, no tienen in tereses locales. T odos sus in tereses son de o tra n a tu ra le ­za, no nacional, sino in ternacional; porque la cuestión del traba jo y del salario , la única que les in teresa d irecta, real, diaria, vivam ente, que se ha convertido en el cen tro y en la base de todas las o tras cuestiones, tan to sociales como po lí­ticas y relig iosas, tiende hoy a tom ar, por el sim ple desen­volvim iento de la om nipotencia del cap ita l en la in d u stria y en el comercio, un carácter absolutam ente in ternacional. E s eso lo que explica el m aravilloso crecim iento de la A so­ciación In ternac ional de los T rabajadores, asociación que, fundada hace apenas seis años, cuenta ya en E uropa sola­m ente con m ás de un m illón de miembros.

Los obreros alem anes no han quedado atrás. E n esos años sobre todo, han hecho progresos considerables, y no está lejos el m om ento en que podrán constitu irse en una verdadera potencia. T ienden a ello, es verdad, de una m a­nera que no me parece la m ejor para llegar a ese fin . E n lugar de tra ta r de form ar una potencia francam ente revolu­cionaria, negativa, destruc tiva del E stado, lo único que, se­gún mi convicción profunda, puede tener por resu ltado la

F.L I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O 115

ípación ín teg ra y universal de los trabajadores y del i jo. desean, o más bien se dejan a rra s tra r por sus jefes ar la creación de una potencia positiva, la in stituc ión mievo E stado obrero, popular ( V o lksstaa t), necesaria- nacional, patrió tico y pangerm ánico, lo que les pone

contradicción flag ran te con los princip ios fundam enta- i de la A sociación In ternacional y en una posición m uy

Ivocada an te el im perio prusogerm ánico nobiliario y is que el señor B ism arck está en vías de instaurar.

i|>tran, sin duda, que por el camino de una ag itac ión legal rimero, seguida después de un m ovim iento revolucionario

pronunciado y decisivo, llegarán a apoderarse y a trans- Iorinarlo en un E stado puram ente popular. E sa política, que considero corno ilusoria y desastrosa, im prim e ante todo i* mi m ovim iento un carácter reform ista y no revolucionario, lo q»«, poi oten partí*, tim o tam biín quizás algo de la na-

|uo t i l t i la) d r I pueblo a l e m á n , más d ispuesto a l a s Nih ' Nlv Hi y li n t 0*4 i | i i r a la revolución. Esa polí-

• • r o m o t r a p . ian d e s v e n t a j a , que no es, por lo de- fliAi, s l l to mi»i cn u n r i ut ' i i i la d e lo prim ero: la de poner el m ovim iento n o r l a l i s t a de Ion trabajadores de A lem ania a r e m o l q u e i l e l partido de la dem ocracia burguesa. Se quiso i r ur j . ; a i inris t a r d e de la ex istencia de esa alianza, pero se h a com probado sobradam ente por la adopción del program a Nuciüliata aburguesado del doctor Jacoby como base de una en tente posible en tre los burgueses dem ócratas y el p ro le­t a r i a d o de Alem ania, así como por los diversos ensayos de transacción in ten tados en los congresos de N urenberg y de S l u t t ^ a i t ICs una alianza perniciosa en todos los aspectos. No puede ap o rta r a los obreros n inguna u tilidad , aunque ura parcial, porque el partido de los dem ócratas y de los socialistas burgueses en A lem ania es verdaderam ente un partido dem asiado nulo, dem asiado rid icu lam ente im poten­te para ayudarle con una fuerza cualqu iera; pero ha con­tribu ido mucho a re s tr in g ir y a falsear el program a socia­lista de los traba jadores de Alem ania. E l program a de los obreros de A ustria , por ejem plo, an tes de que se hubiesen dejado reg im entar en el P artid o de la D em ocracia Socialis­ta, ha sido m ucho más vasto, in fin itam en te más vasto y más practico tam bién que lo es en la actualidad.

Sea como quiera, es m ás bien un e rro r de sistem a que

116 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

de instin to . E l in stin to de los obreros alem anes es ab ierta­m ente revolucionario y lo será más cada vez. Los in trig an ­tes a sueldo del señor B ism arck, por bien que sepan obrar, no lograrán jam ás en feudar la masa de los traba jadores ale­m anes a su im perio prusogerm ánico. P o r lo demás, el tiem ­po de las coqueterías gubernam entales con el socialism o ha pasado. T eniendo de aquí en adelan te de su parte el en tu ­siasmo servil y estúp ido de toda la burguesía alem ana, la ind iferencia y la pasividad obediente, si no las sim patías de los campos, toda la nobleza alemana, que no espera más que un signo para ex term inar la canalla, y la po tencia organi­zada de una fuerza m ilita r inm ensa insp irada y conducida por esa m ism a nobleza, el señor B ism arck, necesariam ente, querrá ap lasta r al p ro leta riado y ex tirp a r en su raíz, a san­gre y fuego, esa gangrena, esa m ald ita cuestión social en que se ha concentrado todo lo que queda de e sp íritu de re ­beldía en los hom bres y en las naciones. Será una guerra a m uerte contra el pro letariado , en A lem ania como en todas partes. Pero, aun inv itando a los obreros de todos los países a p repararse bien, declaro que no tem o esa guerra. Cuento con ella, al con trario , para poner el diablo en el cuerpo de las m asas obreras. C ortará corto todos esos razonam ien­tos sin desenlace y sin fin que adorm ecen, que agotan sin apo rtar n ingún resu ltado , y alum brará en el seno del p ro ­letariado de E uropa esa pasión sin la cual no hay jamás triu n fo . ¿Q uién puede dudar del triu n fo final del p ro le ta ­riado? La justic ia , la lógica de la H is to ria están con él.

E l obrero alem án, haciéndose de día en día más revolu­cionario, ha vacilado, sin embargo, un instan te , al comienzo de esta guerra. P o r un lado, veía a N apoleón I I I , por el o tro a B ism arck con su rey-coco; el prim ero representaba la invasión, los dos ú ltim os la defensa nacional. ¿N o es na tu ra l que, a pesar de toda su an tip a tía a esos dos rep re ­sen tan tes del despotism o alem án, haya creído un instan te que su deber de alem án le m andaba colocarse bajo su ban­dera? P ero esa vacilación no duró mucho. E n cuanto las prim eras noticias de las v icto rias de las tropas alem anas fueron anunciadas en Alem ania, se hizo ev idente que los franceses no podrían pasar el R in, sobre todo después de la cap itu lación de Sedán y la caída m em orable e irrevocable de N apoleón I I I en el fango; en cuanto la guerra de Ale-

HtMMU *■ t»ntr*« F rancia, perdiendo su carácter de legítim a iMennn, tuitld el de una guerra de conquista, el de una

• mu I I despotism o alemán con tra la libertad de Fran- l'i* nent Im ientos del p ro letariado alemán cam biaron re-

lliwimnite y adqu irie ron una dirección abiertam ente «la a esa g u erra y profundam ente sim pática para la

|uil»lu.i francesa. Y aquí me apresuro a hacer ju stic ia a i je l e s del P a rtid o de la Dem ocracia Socialista, a todo

mu Comité d irectivo, a los Bebel, a los L iebknecht y a tan- ion ot ron que tuv ieron , en m edio de los clam ores de la gente o lid a 1 y de la burguesía de A lem ania, rabiosa de p a trio tis ­mo, <1 valor de proclam ar abiertam ente los derechos sagra- ( I o m ilc l'rancia. H an cum plido noblem ente, heroicam ente, uu deber, porque les ha sido preciso, en verdad, un valor Iir i oico para atreverse a hablar un lenguaje hum ano en me-• llo <lr toda esa an im alidad burguesa rugien te .

* * *

h t, IMniCHIO K N U T O G E l l M A N I C O 117

I o h obreros de A lem ania son natu ra lm ente los enem igos tipnulonadoa de la alianza y de la política rusa. Los revolu- i ion.o ¡os rusos no deben asom brarse, ni siquiera a flig irse ilrmosiado, si a lguna vez los trabajadores alem anes envuel­ven al pueblo ruso mismo en el odio tan profundo y tan 1« »;*timo que les in sp ira la ex istencia de todos los actos políticos del Im perio de todas las Rusias, como los obreros alem anes, a su vez, no deberán asom brarse ni ofenderse de- tnuniado si el p ro letariado de F rancia llegara en lo sucesivo, al^mum veces, a no establecer una d istinc ión conveniente en tre la Alem ania oficial, burocrática, m ilitar, nobiliaria y Init quería y la A lem ania popular. P ara no lam entarse dem a­siado, para ser justos, los obreros alem anes deben juzgar poi ni mismos. ¿N o confunden m uy a m enudo, dem asiado a menudo, siguiendo en eso el ejem plo y las recom endacio- t i n d< m uchos de sus jefes, al Im perio ruso y al pueblo i i i n o en un mismo sentim iento de desprecio y de odio, sin pi nmu i que ese pueblo es la p rim era víctim a y el enem igo irreconciliab le y siem pre rebelde de ese Im perio, como he tenido I r icucntem ente ocasión de probarlo en m is d iscursos y m iuIn folletos, y como estableceré de nuevo en el curso «I.- «nte Oücrito? Pero los obreros alem anes podrán objetar

118 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

que no tienen en cuen ta las palabras, que su ju icio está basado sobre los hechos y que todos los hechos rusos que se han m anifestado al ex terio r han sido antihum anos, crue­les, bárbaros, despóticos. A esto los revolucionarios rusos no tienen nada que responder. R econocerán que hasta c ierto punto los obreros alem anes tienen razón; porque cada pue­blo es más o menos solidario de los actos perpetrados por su E stado, en su nom bre y por su brazo, hasta que haya derribado y destru ido ese Estado. P ero si eso es verdad para Rusia, debe ser igualm ente verdadero para Alem ania.

C iertam ente, el Im perio ruso rep resen ta y realiza un sis­tem a bárbaro, inhum ano, odioso, detestable, infam e. A d ju ­dicadle todos los ad jetivos que queráis, no soy yo el que me quejaré. P artid a rio del pueblo ruso y no p a trio ta del E stadoo del Im perio de todas las Rusias, desafío a quien quiera que sea a odiar a este ú ltim o m ás que yo. Sólo que, como ante todo hay que ser justo , ruego a los p a trio tas alem anes que quieran observar y reconocer que, ap arte de algunas h ipocresías de form a, su R eino de P ru s ia y su v iejo Im pe­rio de A u stria de an tes de 1866 no han sido m ucho m ás liberales ni más hum anos que el Im perio de todas las R u ­sias, al cual el im perio prusogerm ánico o knutogerm ánico, que el patrio tism o alem án levanta hoy sobre sus ru inas y en la sangre de F rancia , prom ete superar en horrores. V ea­m os: el Im perio ruso, por detestab le que sea, ¿ha hecho nunca a A lem ania, a Europa, la centésim a parte del mal que Alem ania hace hoy a F rancia y que am enaza hacer a E u ­ropa en tera? C iertam ente, si a lgu ien tiene derecho a detes­ta r al Im perio de R usia y de las Rusias, son los polacos. E s v e rd a d : si los rusos se han deshonrado alguna vez y si han com etido horrores, ejecu tando las órdenes sanguinarias de sus zares, fué en Polonia. P ues bien, apelo a los polacos m ism os: los ejércitos, los soldados, y los oficiales rusos, tom ados en masa, ¿han realizado jam ás la décim a parte de los actos execrables que los ejércitos, los soldados y los o fi­ciales de A lem ania tom ados en m asa realizan hoy en F ran ­cia? Los polacos, he dicho, tienen el derecho a d etesta r a R usia. P ero los alem anes, no, al m enos que no se detesten a sí m ism os al mismo tiem po. V eam os: ¿qué mal les hizo nunca el Im perio ruso? ¿E s que un em perador ruso cual­quiera ha soñado jam ás to n la conquista de A lem ania? ¿Le

/' /. IMPERIO K N U T O G E R M A N I C O 119

«MHittti alguna vez una provincia? ¿H an ido tropas rusas a /\ I» mmiiíii para an iqu ilar su república, que no ha existido jftiitAf), v para restab lecer sobre el trono a sus déspotas, que MM ItiAii (ruado nunca de re inar?

veces solam ente, desde que las relaciones internacio- HaUm existen en tre R usia y A lem ania, han hecho los empe- fidorcti ruBos un mal positivo a esta últim a. La prim era vi*# Iufc cuando P edro I I I , apenas en el trono, en 1761, salvó i Peder ico el G rande y al re ino de P rusia con él, de una ruina inm inente, ordenando al e jé rc ito ruso, que había com­batido hasta allí con los austríacos contra él, a un irse a él iMmtta los austríacos. O tra vez fué cuando el em perador A lejandro I, en 1807, salvó a P ru s ia de un com pleto an iqu i­lamiento.

lie aquí, sin contradicción, dos m alos servicios que R usia hizo a A lem ania, y si es de eso de lo que se quejan los alemanes, debo reconocer que tien en m il veces razón; po r­que al salvar dos veces a P ru sia , Rusia, si no forjado, al menos ha contribu ido innegablem ente a fo r ja r las cadenas do Alemania. De otro modo, no sabría com prender verda­deram ente de qué pueden quejarse los buenos patrio tas ale- m,me:;.

l£n 1813, los rusos han ido a A lem ania como libertadores, y no han contribu ido poco, digan lo que quieran los señores alemanes, a lib e rta rla del yugo de Napoleón. ¿O bien g u ar­dón rencor a ese mismo em perador A lejandro porque im ­pidió en 1814 al m ariscal de campo prusiano B lücher en­tie sa r P arís al saqueo, de lo cual había expresado la in ten ­ción i’ —lo que prueba que los prusianos han ten ido siem ­pre Io h m ismos in stin to s y que no han cambiado de natura- lcsn—. ¿N o quieren al em perador A lejandro por haber casi forzudo a L uis X V III a dar una constitución a F rancia , Qontra los votos expresados por el rey de P ru sia y por el em perador de A ustria, y por haber asom brado a E uropa yo I* rancia al m ostrarse, él, em perador de Rusia, más hum a­no y más liberal que los dos grandes po ten tados de Ale- mu niii ?

¿Q uizás los alem anes no pueden perdonar a R usia el OdioNo reparto de Polonia? jA y!, no tien en derecho a ello, pimple han tom ado su parte en el pastel. Claro está, ese M pinto lu6 un crim en. Pero en tre los bandidos coronados

120 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

que lo realizaron hubo un ruso y dos alem anes: la empe­ra tr iz M aría T eresa de A ustria y el g ran rey Federico II de P rusia . P o d ría decir aún que los tres fueron alemanes, porque la em peratriz C atalina I I , de lasciva m em oria, no era sino una princesa alem ana de pura sangre. Federico II , se sabe, ten ía buen apetito . ¿No había propuesto a su buena com adre de Rusia rep a rtir igualm ente Suecia, donde re i­naba su sobrino? La in iciativa del reparto de Polonia per­tenece a él por com pleto. E l reino de P rusia ha ganado allí m ucho m ás que los o tros dos coparticipan tes, porque si se ha constitu ido como una verdadera potencia ha sido por la conquista de la A lta S ilesia y por el reparto de Polonia.

E n fin, ¿odian los alem anes al Im perio de R usia por la represión v iolenta, bárbara, sanguinaria de las dos revolu­ciones polacas, en 1830 y en 1863? Pero, precisam ente, no tienen n ingún derecho, porque, en 1830 como en 1863, P ru- sida ha sido la cóm plice más ín tim a del G abinete de San P etersbu rgo y la proveedora com placiente y fie l de sus ver­dugos. E l Conde de B ism arck, canciller y fundador del fu tu ro im perio knutogerm ánico ¿no consideraba un deber en treg ar a los M uravief y a los B ergh todas las cabezas polacas que cayesen bajo sus m anos? y esos m ism os lugar­ten ien tes prusianos que osten tan ahora su hum anidad y su liberalism o pangerm ánico en F rancia, ¿no han organizado en 1863, 1864 y 1865, en la P ru sia polaca y en el Gran D u­cado de Posen, como verdaderos gendarm es — de lo que por lo demás tienen toda la natu ra leza y los gustos— una caza en reg la con tra los desgraciados in su rrectos polacos que huían de los cosacos, para en tregarlo s encadenados al G obierno ruso? Cuando en 1863 F rancia , In g la te rra y A us­tr ia enviaron sus p ro testas en favor de P o lon ia al p ríncipe G ortchakof, únicam ente P ru s ia se negó a p ro testar. Le ha­bía sido im posible p ro te s ta r por la sim ple razón de que, desde 1860, todos los esfuerzos de su diplom acia tendieron a d isuad ir al em perador A lejandro I I de que h iciera la m enor concesión a los polacos (1).

(1) C u a n d o el e m b a j a d o r d e la G r a n B r e t a ñ a e n Berlín, lord B l o o m field, si

n o m e e n g a ñ o , p r o p u s o al s e ñ o r B i s m a r c k q u e firmara e n n o m b r e d e .Prusia la

f a m o s a protesta d e las cortes d e O c c i d e n t e , B i s m a r c k r e h u s ó h a c e r l o d i c i e n d o

al e m b a j a d o r inglés: “¿ C ó m o q u e r é i s q u e p r o t e s t e m o s c u a n d o d e s d e h a c e tres

a ñ o s n o h a c e m o s m á s q u e repetir a R u s i a u n a sola cosa, o sea, q u e n o h a g a

n i n g u n a c o n c e s i ó n a P o l o n i a ? " (jBakunin.)

EL I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O 121

Hf» ve que bajo estas relaciones, los p a trio tas alem anes no t l i l i e n derecho a reprochar nada al Im perio ruso. Si cantó l«Uo, y ciertam ente su voz es odiosa, P ru sia , que consti- tny< lioy la cabeza, el corazón y los brazos de la gran Ale- m in ia unificada, no le rehusó jam ás su acom pañam iento Voluntario. Queda, pues, un solo agravio, el ú ltim o:

‘ k u iia —dicen los alem anes— ha ejercido, desde 1815 liMNta el día, una in fluencia desastrosa sobre la política ex­t e r i o r e in te rio r de A lem ania. Si A lem ania ha perm anecido U nto tiem po dividida, si perm anece esclava es a esa in flu en ­cia a lo que se debe”.

Confieso que este reproche me pareció siem pre excesiva­mente ridículo, insp irado por la mala fe e ind igno de un #ran pueblo; la d ign idad de cada nación, como la de cada Individuo, debería consistir, según mi opinión, p rin c ip a l­mente en es to : en qué cada uno acepte la responsabilidad de sus actos sin tra ta r de rechazar m iserablem ente los de­fectos sobre los demás. ¿No serían algo m uy ton to las je re ­miadas de un m uchachote que se quejara lloriqueando de que o tro lo hubiese depravado, arras trad o al m al? Pues Itien, lo que no le es perm itido a un m uchacho, con tan ta más razón debe estarle prohibido a una nación, prohibido por el respeto que se debe ten er a sí m ism a (1).

(1) C o n f i e s o q u e rae a s o m b r é p r o f u n d a m e n t e al e n c o n t r a r este m i s m o a g r a ­

vio c u u n a carta dirigida el a ñ o pasado p o r el s e ñ o r C a r l o s M a r x , el célebre

jefe d e los c o m u n i s t a s a l e m a n e s , a los r e d a c t o r e s d e u n a p e q u e ñ a h o j a q u e se

liublitiiba e n l e n g u a r u s a e n G i n e b r a . P r e t e n d e q u e si A l e m a n i a n o está t o d a v í a

oí un n i / a d a d e m o c r á t i c a m e n t e , la cu lpa es só lo de R usia . D escon oce s i n g u l a r m e n t e

In hlntoria d e s u p r o p i o país, al e n u n c i a r u n a c o s a c u y a i m p o sibilidad, d e j a n d o

A p arte los h e c h o s históricos, s e dem uestra fác ilm en te por la exp er ien cia d e t o d o s

lo» t i e m p o s iy d e t o d o s los países. ¿ S e h a visto a u n a n a c i ó n inferior e n civili-

• N t ión i m p o n e r o inoc u l a r sus p r o p i o s p rin c ip io s a un p a ís m u c h o m á s civilizado,

a turnos q u e n o lo h a g a p o r la v í a d e la c o n q u i s t a ? P e r o A l e m a n i a , q u e y o

ur|i¡i, n o fué n u n c a c o n q u i s t a d a por R usia . E s , p o r consiguiente, c o m p l e t a m e n t e

I m p o n i b l e q u e h a y a p o d i d o a d o p t a r u n p rincipio r u s o c u a l q u i e r a ; p e r o es m á s

ijiit! proba b l e , es cierto que, vista s u v e c i n d a d I n m e d i a t a y a c a u s a d e la pre-

potidri a n c i a incon t e s t a b l e d e s u d e s e n v o l v i m i e n t o político, a d m i nistrativo, ju-

fldlco, industrial, co m e r c i a l , científico y so c ia l, A lem an ia , al contrario, h a h e c h o

l»nni m u c h a s d e s u s p r o p i a s ideas a Rusi a , lo q u e los a l e m a n e s c o n c e d e n ge-

tiri a Intente c u a n d o dicen, n o sin orgullo, q u e R u s i a d e b e a A l e m a n i a lo p o c o

ilo civilización q u e posee. F e l i z m e n t e p a r a nosotros, p a r a el p o r v e n i r d e R u s i a ,

*«• civilización n o h a p a s a d o m á s allá d e la R u s i a oficial, al pueblo. Pero, e n

flartn, es a los a l e m a n e s a q u i e n e s d e b e m o s n u e s t r a e d u c a c i ó n política, a d m i -

itlili tillva, policiaca, militar y b urocrática , y tod o el p erfeccion am ien to d e nuestro tdlAciu imperial, a u n n u e s t r a a u g u s t a dinastía.

Q u e la v e c i n d a d d e u n g r a n e m i r m o g o l - b i z a n t i n o - g e r m á n i c o h a sido m á s

• HtniUlilc u los d é s p o t a s d e A l e m a n i a q u e a s u s p u e b l o s ; m á s f a v o r a b l e al

itf«»i Millo d e s u s e r v i d u m b r e i n dígena, c o m p l e t a m e n t e nacional, g e r m á n i c a , q u e

ftl rollo d e las i d e a s liberales y d e m o c r á t i c a s i m p o r t a d a s d e F r a n c i a , ¿ q u i é n

d u d a r l o ? A l e m a n i a se h a b r í a d e s e n v u e l t o m u c h o m á s p r o n t o e n «1 san-

122 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

A l final de este escrito , al echar un vistazo sobre la cues­tión germ anoeslava, dem ostraré con hechos h istó ricos irre ­cusables que la acción d ip lom ática de R usia Bobre A lem a­nia —y no hubo otra jam ás, tan to bajo el aspecto de su des­envolvim iento in terio r como bajo el de su extensión ex te ­rio r— ha sido nula o casi nula hasta 1806, m ucho más nula en todos los casos de lo que estos buenos p a trio tas alem a­nes y de lo que la diplom acia rusa se han im aginado. Y de­m ostraré que, a p a rtir de 1866, el G abinete de San Peters- burgo, reconocido al concurso m oral, si no a la ayuda m ate­ria l, que el de B erlín le aportó du ran te la guerra de Crimea, y más ligado a la po lítica prusiana que nunca, ha co n tri­buido poderosam ente, por su ac titu d am enazadora contra A ustria y F rancia , al com pleto logro de los proyectos g i­gantescos del Conde de B ism arck y, por consiguien te, tam ­bién a la edificación defin itiva del gran im perio prusoger- mánico, cuyo próxim o establecim iento va por fin a coronar todos los anhelos de los p a trio tas alem anes.

Como el doctor Fausto , estos excelen tes p a trio tas han perseguido dos fines, dos tendencias opuestas: una hacia una poderosa un idad nacional, o tra hacia la libertad . Ha-

tido d e la libertad y d e la i g u a l d a d «1, e n l u g a r del I m p e r i o ruso, h u b i e s e t e nido

p o r v e c i n o a los E s t a d o s U n i d o v d e N o r t e a m é r i c a , p o r e j e m p l o . P o r otra parte,

h a t e n i d o u n v a c i n o q u e la s e p a r a b a del I m p e r i o m o s c o v i t a . E r a Polonia, n o

d e m o c r á t i c a , es v e r d a d , sino nobiliaria, f u n d a d a s o b r e la s e r v i d u m b r e d e los

c n m p e * l n o N c o m o la A l e m a n i a feudal, p e r o m u c h o m e n o s aristocrática, m á s libe­

ral, m á s abierta a t o d a s las inlluencias h u m a n a s q u e asta ú l t ima. P u e s bien,

A l e m a n i a , i m p a c i e n t e p o r esa v e c i n d a d turbulenta, t a n contraria a sus háb i t o s

d e orden, d o s e r v i l i s m o p i a d o s o y d e leal s u m i s i ó n , le d e v o r ó u n a b u e n a mita d ,

d e j a n d o la otra m i t a d al zar m o s c o v i t a , a e s e I m p e r i o d e t o d a s las R u s i a s d e

q u e se h a c o n v e r t i d o p o r ese a c t o e n v e c i n a i n m e d i a t a . ¡ Y a h o r a se q u e j ^ d e

esa v e c i n d a d ! E s ridículo.

R u s i a h a b r í a i g u a l m e n t e g a n a d o m u c h o si, e n l u g a r d e A l e m a n i a , tuviese

p o r v e c i n a e n el O c c i d e n t e a F r a n c i a ; y e n l u g a r d e C h i n a e n Oriente, la

A m é r i c a del N o r t e . P e r o los socialistas r e v o l u c i o n a r i o s o, c o m o se c o m i e n z a a

ll amarlos e n A l e m a n i a , los a n a r q u i s t a s rusos, e s t á n d e m a s i a d o orgullosos d e la

d i g n i d a d d e s u p u e b l o p a r a r e c h a z a r t o d a la c u l p a d e s u escla v i t u d s o b r e los

a l e m a n e s o s o b r e los chinos. Y sin e m b a r g o , c o n m u c h a m á s r a z ó n h a b r í a n te­

n i d o el d e r e c h o histórico d e e c h a r l a tan t o s o b r e u n o s c o m o s o b r e otros. P o r q u e ,

e n fin, es v e r d a d q u e las h o r d a s m o g ó l i c a s q u e c o n q u i s t a r o n a R u s i a v i n i e r o n

p o r ln frontera china. E s v e r d a d q u e d u r a n t e m á s d e d o s siglos la t u v i e r o n

s o m e t i d a b a j o s u y u g o . D o s siglos d e y u g o bár b a r o , ¡ q u é e d u c a c i ó n ! F e l i z m e n t e ,

esa e d u c a c i ó n n o p e n e t r ó n u n c a e n el p u e b l o r u s o p r o p i a m e n t e dicho, e n la

m a s a d e los c a m p e s i n o s , q u e c o n t i n u a r o n v i v i e n d o b a j o s u ley c o n s u e t u d i n a r i a

c o m u n a l , i g n o r a n d o y d e t e s t a n d o t o d a otra política y jurisprudencia, c o m o lo

h a c e n a c t u a l m e n t e . P e r o d e p r a v ó c o m p l e t a m e n t e a la n o b l e z a y e n g r a n parte

t a m b i é n al clero ruso, y estas d o s clases privilegiadas, i g u a l m e n t e brutales, igual­

m e n t e serviles, p u e d e n ser c o n s i d e r a d a s c o m o las v e r d a d e r a s f u n d a d o r a s del I m ­

perio m o s c o v i t a . E s v e r d a d q u e este i m p e r i o fué f u n d a d o p r i n c i p a l m e n t e p o r el

s o m e t i m i e n t o del pueblo, y q u e el p u e b l o ruso, q u e n o recibió e n el r e parto esa

virtud d e la r e s i g n a c i ó n d e q u e p a r e c e d o t a d o e n t a n alto g r a d o el p u e b l o ale­

m á n , n o c e s ó n u n c a d e detestar e s e i m p e r i o , ni d e r e belarse c o n t r a él. H a sido

I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O

liUii'lo querido conciliar esta3 dos cosas inconciliables, han ¡telo largo tiem po una por o tra, hasta que al fin, alec-

•ifltUMloK por la experiencia , se han decidido a sacrificar

Kp^rn conquistar la o tra. Y así, sobre las ru inas, no de su Hml -no han sido jam ás libres—, sino de sus sueños

r»le», están en vías de con stru ir ahora su gran im perio pfUIOgermánico. C onstituyen de aquí en adelan te por su

Í

ifüpio deseo, librem ente, una nación poderosa, un E stado orm idable y un pueblo esclavo.

* * *

D urante cincuenta años consecutivos, desde 1815 hasta la burguesía alem ana vivió en una singu lar ilusión

eon relación a sí m ism a: se había creído liberal, y no lo •rn do n ingún modo. Desde la época en que recibió el bau­tism o de M elanchthon y de L utero , que la asociaron re li­giosam ente al poder absoluto de los príncipes, perdió d efi­nitivam ente todos sus in s tin to s de libertad . La resignación y la obediencia se conv irtieron más que nunca en su hábito y en la expresión re flex iva de sus más ín tim as convicciones, en el resu ltado de su cu lto superstic ioso hacia la omnipo-

y tn t o d a v í a h o y el ú n i c o v e r d a d e r o socialista r e v o l u c i o n a r i o en. R u s i a . S u s re-

v ¡1« 11 ii‘i o m á s b i e n s u s r e v o l u c i o n e s ( e n 1612, e n 1667, e n 1771) h a n a m e n a z a d o

f r e c u e n t e m e n t e la existencia del I m p e r i o m o s c o v i t a y t e n g o la f i rme c o n v i c c i ó n

d a que, sin tard a r d e m a s i a d o , u n a n u e v a r e v o l u c i ó n socialista p o pular, esta v e z

triunfante, lo derri b a r á p o r c o m p l e t o . E s v e r d a d q u e si los z a r e s d e M o s c ú , m á s

t ar d e e m p e r a d o r e s d e S a n P e t e r s b u r g o , t r i u n f a r o n h a s t a aq u í d e esta t e n a z y violenta resistencia p o pular, h a si d o g r acias a la ciencia política, adnainistra-

tlvn, bur o c r á t i c a y militar q u e n o s h a n d a d o los a l e m a n e s que, al d o t a r n o s d e

Imiiiuh bellas cosas, n o se o l v i d a r o n d e regalarnos, n o h a n p o d i d o dejar d e re-

g a U i n o s , s u culto, n o oriental, si n o p r o t e s t a n t e g e r m á n i c o , y al s o b e r a n o , repre-

• f iiUnte p e r s o n a l d e la r a z ó n d e E s t a d o , la filosofía del s e r v i l i s m o nobiliario

liuiguíH, militar y b u r o c r á t i c o erigido e n sistema, lo q u e fué u n a desgracia, s e g ú n

m i upinión. P o r q u e la esc l a v i t u d oriental, bárb a r a , rapaz, s a q u e a d o r a d e n u e s ­

tra n o b l e z a y d e n u e s t r o clero, era el p r o d u c t o brutal, p e r o c o m p l e t a m e n t e n a ­

tural, d e las c i r c u n s t a n c i a s históricas de s g r a c i a d a s , d e u n a p r o f u n d a igrforancia

y ilc u n a s i t u a c i ó n e c o n ó m i c a y política t o d a v í a m á s d e s g r a c i a d a . E s t a _ escla­

vitud era u n h e c h o natural, n o u n sistema, y c o m o tal p o d í a y d e b í a m o d i f i c a r s e

b a j o lu influencia b i e n h e c h o r a d e las ideas liberales, d e m o c r á t i c a s , socialistas y

liinilimitarías d e O c c i d e n t e . S e modificó, e n efecto, d e suerte que, p a r a n o h a c e r

m a n d ó n si n o d e los h e c h o s m á s característicos, h e m o s visto d e 1 8 1 8 a 1825

Vario» c e n t e n a r e s d e nobles, la flor d e la nobleza, p e r t e n e c i e n t e s a la clase m á s

limttuída y m á s rica d e Rusi a , f o r m a r u n a c o n s p i r a c i ó n m u y seria y m u y

M t e n a z a d o r a c o n t r a el d e s p o t i s m o imperial, c o n el fin d e f u n d a r s o b r e s u s r u i n a s

U n a const i t u c i ó n m o n á q u i c a liberal, s e g ú n el d e s e o d e u n o s , o u n a r e p ú b l i c a

federativa y d e m o c r á t i c a s e g ú n el del m a y o r n ú m e r o , t e n i e n d o p o r b a s e u n o y

•tro lu e m a n c i p a c i ó n compl e t a , d e los c a m p e s i n o s c o n la p r o p i e d a d d e la tierra.

P u n i r ontonces, n o h u b o u n a sola c o n s p i r a c i ó n e n R u s i a e n q u e los j ó v e n e s

niobio», » m e n u d o m u y ricos, n o h a y a n participado. P o r otra parte, t o d o el

nrurulo atibe q u e s o n p r e c i s a m e n t e los hijos d e n u e a t r e s sacerdotes, los estu-

124 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

tencia del E stado. E l sen tim iento de la revuelta, ese o rg u ­llo satánico que rechaza la dom inación de todo amo, divinoo humano, y que crea en el hom bre el am or a la independen­cia y a la libertad , no aólo le es desconocido, sino que lé repugna, la escandaliza y la espanta. La burguesía alem ana no sabría v ivir sin am o; experim enta dem asiado la necesi­dad de respetar, de adorar, de som eterse a quien quiera que sea. Si no es a un rey, a un em perador, será a un m onarca colectivo, el E stado y todos los funcionarios del E stado, como fué hasta ahora el caso de F ran c fo rt, H am burgo, Bre- men, Lübeck, llam adas ciudades republicanas y libres, y que pasaron a la dom inación del nuevo em perador de A le­m ania sin darse cuenta de que han perd ido su libertad.

Lo que desconten ta al burgués alem án no es, pues, el tener que obedecer a un amo porque ahí está su hábito, su segunda naturaleza , su relig ión , su pasión ; es la in sig n i­ficancia, la debilidad, la im potencia re la tiva de aquel a quien debe y quiere obedecer. E l burgués alem án posee en el más alto grado ese o rgullo de todos los criados que re fle ­jan en sí m ism os la im portancia, la riqueza, la grandeza, la potencia de su amo. A sí es como se explica el cu lto re tro s ­pectivo de la fig u ra h istó rica y casi m ítica del em perador

di antes d e n u e s t r a s a c a d e m i a s y d e n u e s t r o s s e m i n a r i o s los q u e c o n s t i t u y e n la

f a l a n g e s a g r a d a del P a r t i d o Socialista R e v o l u c i o n a r i o e n R u s i a . Q u e los s e ñ o r e a

patriotas a l e m a n e s , e n p r e s e n c i a d e estos h e c h o s inconte s t a b l e s y q u e t o d a s u

prover b i a l m a l a fe n o logrará destruir, q u i e r a n d e c i r m e si h u b o j a m á s e n A l e ­

m a n i a m u c h o s n o b l e s y e s t u d i a n t e s d e teología q u e h a y a n c o n s p i r a d o c o n t r a el

Instado y p o r la e m a n c i p a c i ó n del p u e blo. Y , sin e m b a r g o , n o es q u e le falten

ni n o b l e s ni teólogos. ¿ D e q u é p r ocede, pues, e s a p o b r e z a , p o r n o decir e s a

a u s e n c i a d e s e n t i m i e n t o s liberales y d e m o c r á t i c o s e n la nobleza, e n el clero

y diré t a m b i é n , p a r a ser s i ncero h a s t a el fin, e n la b u r g u e s í a d e A l e m a n i a ?

E s q u e e n t o d a s esas clases respetables, r e p r e s e n t a n t e s d e la civilización ale­

m a n a , el s e r v i l i s m o n o es sólo u n h e c h o natural, p r o d u c t o d e c a u s a s naturales;

se h a c o n v e r t i d o e n u n sistema, e n u n a ciencia, e n u n a e s p e c i e d e culto reli­

gioso, y a c a u s a d e e s o m i s m o c o n s t i t u y e u n a e n f e r m e d a d incurable. ¿ P o d é i s

i m a g i n a r o s u n b u r ó c r a t a a l e m á n , o b i e n u n oficial del ejército a l e m á n , c o n s p i ­

r a n d o o r e b e l á n d o s e p o r la libertad, p o r la e m a n c i p a c i ó n d e los p u e b l o s ? N o ,

sin d u d a . H e m o s visto ú l t i m a m e n t e a los oficiales y a altos f u n c i o n a r i o s d e

H a n n o v e r c o n s p i r a r c o n t r a B i s m a r c k , p e r o ¿ c o n q u é fin? C o n el d e restablecer

s o b r e el t r o n o u n r e y déspota, u n r e y legítimo. P u e s bien, la b u r o c r a c i a y la

oficialidad r u s a s c u e n t a n e n s u s filas m u c h o s c o n s p i r a d o r e s p o r el b i e n del

pu eblo. H e ahí la diferencia; está t o d a v í a e n f a v o r d e R u s i a . Es, pues, natural

que, a u n q u e la a c c i ó n servilizadora d e la civilización a l e m a n a n o h a y a p o ­

d i d o c o r r o m p e r c o m p l e t a m e n t e los c u e r p o s privi l e g i a d o s y oficiales d e Rusia,

h a d e b i d o d e ejercer c o n s t a n t e m e n t e s o b r e es a s clases u n a influencia m a l s a n a .

Y , lo repito, es u n a g r a n d i c h a p a r a el p u e b l o r u s o q u e n o h a y a si d o a l c a n z a d o

p o r e s a civilización, lo m i s m o q u e n o fué a l c a n z a d o p o r la civilización d e los m o g o l e s .

C o n t r a t o d o s estos he c h o s , ¿ p o d r á n los b u r g u e s e s patriotas a l e m a n e s citar

u n o solo q u e d e m u e s t r e la influencia d e la civilización m o g ó l i c o b i z a n t i n a d e la

R u s i a oficial s o b r e A l e m a n i a ? L e sf* sería c o m p l e t a m e n t e i m p o s i b l e hacerlo, p u e s t o

KL I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O 125

Irnmnin, culto nacido en 1815 sim ultáneam ente con el llMT.dismo alem án, del que fué después siem pre el

acom pañam iento y al que debía necesariam ente y d es tru ir tarde o tem prano, como acaba de hacerlo

HtifMror. días. T om ad todas las canciones p atrió ticas de llem iincs, com puestas desde 1815. No hablo de las cañ­en «le los obreros socialistas que abren una era nueva,

ÍH i/.in un m undo nuevo, el de la em ancipación univer- I No, tom ad las canciones de los patrio tas burgueses, co-

Ulfngnnclo por el him no pangerm ánico de A rndt. ¿Cuál es •I «cntim iento que dom ina a llí? ¿E s el del am or a la liber-

d? No, es el de la grandeza y el de la potencia nacionales: ',i Dónde está la p atria alem ana?” — se p regun ta—. Y res­

ude*: “En todas partes donde resuena la lengua alem ana”, libertad no in sp ira sino m uy m ediocrem ente a estos can­

tor©» del patrio tism o alem án. Se d iría que no hacen m en­ción de ella por decencia. Su entusiasm o serio y sincero

«•rlcnece únicam ente a la unidad. Y hoy mismo, ¿de qué i>;umcntos se sirven para probar a los hab itan tes de Alsa- Ia y de Lorena, que fueron bautizados franceses por la re-

lución y que en este m om ento de crisis tan te rrib le para h se sien ten más apasionadam ente franceses que nunca,

c Ron alem anes y que deben volver a ser alem anes? ¿Les

los rusos n o h a n ido n u n c a a A l e m a n i a ni c o m o c o n q u i s t a d o r e s ni c o m o

_íClores, ni c o m o a d m i n i s t r a d o r e s ; d e d o n d e resulta q u e si A l e m a n i a t o m ó

liiimte a l g o d e la R u s i a oficial, lo q u e n i e g o f o r m a l m e n t e , n o p u d o ser m á s

* p o r i nclinación y p o r gusto.

l o ria v e r d a d e r a m e n t e -un a c t o m u c h o m á s d i g n o d e u n e x c e l e n t e patriota

fcu y d e u n d e m ó c r a t a socialista sincero, c o m o lo es i n d u d a b l e m e n t e el s e ñ o r

rio* M a r x , y s o b r e t o d o m u c h o m á s p r o v e c h o s o p a r a la A l e m a n i a p o pular,

. c u lugar d e tratar d e c o n s o l a r la v a n i d a d nacional, a t r i b u y e n d o f a l s a m e n t e

filias, los c r í m e n e s y la v e r g ü e n z a d e A l e m a n i a a u n a influencia extranjera,

lira e m p l e a r s u e r u d i c i ó n i n m e n s a p a r a probar, c o n f o r m e a la justicia y a

v n liid históricas, q u e A l e m a n i a h a p r o d u c i d o , ll e v a d o y d e s a r rollado hlstó-

i m m t c e n sí m i s m a t o d o s los e l e m e n t o s d e s u es c l a v i t u d actual. L e h a b r í a

n d o u a d o v o l u n t a r i a m e n t e la t a rea d e realizar u n t r abajo t a n útil, n e c e s a r i o

oí m e n t e d e s d e el p u n t o d e vista d e la e m a n c i p a c i ó n del p u e b l o a l e m á n y

Nulido d e s u c e r e b r o y d e su p l u m a , a p o y a d o e n esa e r u d i c i ó n a s o m b r o s a

I* cual m e h e i n c l i n a d o ya, sería, es natural, i n f i nitamente m á s c o m p l e t a ,

r o m o n o e s p e r o q u e e n c u e n t r e n u n c a c o n v e n i e n t e y n e c e s a r i o decir t o d a

vii d a d s o b r e este punto, m e e n c a r g o yo, y m e esforzaré p o r d e m o s t r a r , e n el

no d e este escrito, q u e la esclavitud, los c r í m e n e s y la v e r g ü e n z a d e la A l e -

nil actual s o n los p r o d u c t o s c o m p l e t a m e n t e g e n u í n o s d e c u a t r o g r a n d e s c a u s a s

'ricas: el f e u d a l i s m o nobiliario, c u y o espíritu, lejos d e h a b e r sido v e n c i d o

o e n F r ancia, se i n c o r p o r ó a la const i t u c i ó n actual d e A l e m a n i a ; el abs o l n -

? del s o b e r a n o , s a n c i o n a d o p o r el p r o t e s t a n t i s m o y t r a n s f o r m a d o p o r él e n

objeto de culto; el s e v i l i s m o p e r s e v e r a n t e y c r ó n i c o d e la b u r g u e s í a d e A l e -

.1«. y la p a c i e n c i a a t o d a p r u e b a d e s u pueblo. U n a q u i n t a causa, e n fin, q u e

riere p o r otra p a r t e m u y d e cer c a a las c u a t r o p r i m e r a s , es la del naci-

> y la r á p i d a f o r m a c i ó n d e la p o t e n c i a c o m p l e t a m e n t e m e c á n i c a y c o m ­

ente a n t i n a c i o n a l del E s t a d o d e Frusia. ( B a k u n i n . )

126 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

prom eten la libertad , la em ancipación del trabajo , una g ran p rosperidad m ateria l, un noble y vasto desenvolvim iento hum ano? No, nada de eso. E stos argum entos les conm ueven tan poco a ellos que no com prenden que puedan conm over a los demás. P o r o tra parte , no se a treverían a llevar tan allá la m entira, en un tiem po de publicidad en que la m en­t ira se hace tan d ifíc il, si no im posible. Saben, y todo el m undo lo sabe, que n inguna de esas bellas cosas ex iste en Alem ania, y que A lem ania no puede convertirse en un g ran im perio knutogerm ánico más que renunciando a ellas po r largo tiem po, aun en sus sueños, pues la realidad se ha hecho dem asiado so rprenden te hoy, dem asiado b ru ta l para que haya puesto y ocio en ella para los sueños.

A fa lta de todas estas grandes cosas a la vez reales y hum anas, los publicistas, los sabios, los p a trio tas y los poe­tas de la burguesía alem ai/i, ¿de qué les hablan? De la grandeza pasada del im perio de A lem ania, de los Hohen- s taufen y del em perador B arbarroja. ¿E stán locos? ¿Son id io tas? No, son burgueses alem anes, p a trio tas alem anes. ¿P o r qué diablos estos buenos burgueses, estos excelentes p a trio tas adoran ese gran pasado católico, im perial y feu ­dal de A lem ania? ¿E n cu en tran en él, como las ciudades de I ta lia en los siglos X II , X II I , X IV y XV, recuerdos de potencia, de libertad , de in te ligencia y de g lo ria burguesa? L a burguesía, o si querem os escuchar esta palabra confor­me al esp íritu de estos tiem pos retrasados, la nación, el pueblo alem án, ¿fué entonces m enos oprim ido por sus p r ín ­cipes despóticos y por su nobleza arrogan te? No, sin duda;lo fué más que hoy. P ero entonces, ¿qué quieren buscar en los siglos pasados esos sabios burgueses de A lem ania? L a potencia del amo. E s la am bición de los criados.

E n presencia de lo que pasa hoy, la duda no es posible. La burguesía alem ana no amó nunca, n i com prendió ni quiso la libertad. V ive en su servidum bre, tran q u ila y feliz como una ra ta en un queso, pero quiere que el queso sea grande. Desde 1815 hasta nuestros días, no ha deseado más que una sola cosa, pero esa cosa la ha querido con una pasión perse­verante, enérgica y d igna de un objeto más nob le: ha que­rido sen tirse bajo la m ano de un amo poderoso, aunque sea un déspota feroz y b ru ta l, siem pre que pueda darle, en com pensación de su necesaria esclavitud, lo que llam a su

KL I M P E R I O K N U T O G E R M A N J C O 127

n ac io n a l; siem pre que haga tem blar a los pueblos, m u lido el pueblo alem án, en nombre de la civilización

■r-Tjobjetará que la burguesía de todos los países de- hoy las m ism as tendencias; que en todas partes

presurosa a re fu g ia rse bajo la protección de la dicta- ilitar, su últim o re fu g io contra las invasiones más y

mienazadoras del proletariado. E n todas partes re- a su libertad , en nom bre de la salvación de su bolsa, conservar sus p riv ileg ios renuncia en todas partea

derechos. E l liberalism o burgués se ha convertido en j los países en una m entira , pues no ex iste apenas más \

le nombre.es verdad. P ero al menos, en el pasado, el liberalism o burgueses italianos, suizos, holandeses, belgas, ingle-

franceses ha ex istido realm ente m ien tras que el de la icsía alem ana no ex istió nunca. No encon traré is n ingún

de él ni an tes ni después de la Reform a.

H IS T O R IA D E L L IB E R A L IS M O A L E M A N

guerra civil, tan funesta para el poder de los E stados, contrario , y a causa de eso mismo, favorable siem pre el desperta r de la in ic ia tiva popular y el desenvolvi-

:nto in telectual, m oral y aun m ateria l de los pueblos, razón es m uy sencilla : perturba, rompe en las m asas esa )osición carneril, tan querida por todos los gobiernos y transform a a los pueblos en o tros tan tos rebaños a los se apacenta y esquila a voluntad. Q uebranta la mono-

ía em brutecedora de su ex istencia cotidiana, m aquinal, •■provista de pensam iento y, forzándolos a re flex ionar so- re las pre tensiones respectivas de los p ríncipes o de los irtidos que se d ispu tan el derecho a exp lo tarlos y a opri- ni lo», los lleva m uy a m enudo a la conciencia, si no refle-

i, al m enos in stin tiv a de esta p ro funda v erd ad : que los ¡rechos de los unos son tan nulos como los derechos de

>n o tros y que sus in tenciones son igualm ente malas. Ade- 0 4 « , desde el m om ento en que el pensam iento, habitualm en-

dorm ido, de las m asas se desp ierta sobre un punto, se ex ­tendí- necesariam ente a todos los demás. La in teligencia ! leí pueblo se rebela, rompe su inm ovilidad secular y, sa- \

128 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

i liendo de los lím ites de una fe m aquinal, rom piendo el yugo ! de las represen taciones o de las nociones trad ic ionales y | pe trificadas que lo habían tenido atado an te toda idea, so­m ete a una c rítica severa, apasionada, d irig id a por su buen sentido y por su honesta conciencia —que valen a m enudo m ás que la ciencia—, sus ídolos de ayer. Así es como se desp ierta el esp íritu del pueblo. Con el e sp íritu nace en él

I el instin to sagrado, el in stin to esencialm ente hum ano de la ! revuelta, fuen te de toda em ancipación, y se desarro llan si- j m ultáneam ente su m oral y su p rosperidad m aterial, h ijas 1 gem elas de la libertad . Esa libertad , tan benéfica para el l pueblo, encuen tra un apoyo, una garan tía y un a lien to en I la guerra civil m ism a que, al d iv id ir a sus opresores, a sus i explotadores, a sus tu to res y a sus amos, dism inuye natu-i raím ente la po tencia m aléfica de unos y de otros. Cuando

los amos se desgarran en tre sí, el pobre pueblo, libertado al m enos en parte de la m onotonía del orden público, o m ás bien de la anarquía y de la in iqu idad pe trificadas que se le im pusieron bajo ese nom bre de orden público por su au to ri­dad detestable, puede re sp ira r un poco más a sus anchas, P o r lo demás, las partes adversas, deb ilitadas por la d iv i­sión y la lucha, tienen necesidad de las sim patías de las masas para tr iu n fa r unas sobre otras. E l pueblo se convierte en querida adulada, so licitada, cortejada. Se le hacen toda suerte de prom esas, y cuando el pueblo es bastante in te li­gente como para no conten tarse con prom esas, se le hacen concesiones reales, po líticas y m ateriales. Si no se em ancipa entonces, la culpa es suya.

E l procedim iento que acabo de describ ir es precisam ente aquel por el cual se han em ancipado m ás o m enos en la E dad M edia las com unas de todos los países del occidente de Europa. P o r el modo de em anciparse y sobre todo por las consecuencias políticas, in telectuales y sociales que han sabido sacar dL su em ancipación, se puede ju zg ar de su esp íritu , de sus tendencias natu ra les y de sus tem peram en­tos nacionales respectivos.

Así, hacia fin es del sig lo X I ya, vim os a I ta lia en pleno desenvolvim iento de sus libertades m unicipales, de su co­m ercio y de sus artes nacientes. Las ciudades de Ita lia saben aprovechar la lucha m em orable de los em peradores y de los papas que conoienza, para conquistar su indepen-

n , I M P E R I O K N U T O G E R M A N T C O 129

i i* Ku ene mismo BÍglo, F rancia e In g la te rra se encuen- y« mi plena filosofía escolástica, y como consecuencia

§Hlp p iim er d esperta r del pensam iento en la fe y de esta Mlpltíi im plícita con tra la fe, vemos en el m ediodía de im i.) el nacim iento de la here jía valdense. E n Alem ania, I« T rabaja, reza, canta, construye sus tem plos, sublim e

IpFm ión de su fe robusta e ingenua, y obedece sin m ur- mm «u « sus sacerdotes, a sus nobles, a sus p ríncipes y a su ttnperador que la em brutecen y le roban sin p iedad ni ver-

ICn el siglo X II , se form a la L iga de las ciudades inde- idientcs y libres de I ta lia con tra el em perador y contra

• I papa. Con la libertad política, comienza natu ralm ente la rebeldía de la in teligencia. Vemos al gran A rnaldo de Bres-

if< quemado en Roma por herejía , en 1155. E n F rancia , se j u a n a a P ie rre de B ruys y se persigue a A belardo ; y lo que

pw nuis, la here jía verdaderam ente popular y revolucionaria <1* Ion albigenses se subleva con tra la dom inación del papa, d r lo» sacerdotes y de los señores feudales. P erseguidos, se M purcen por F landes, por Bohem ia, hasta B ulgaria, pero no por Alem ania. E n In g la te rra , el rey E nrique I B eauclerc e* obligado a firm ar una constitución , base de todas las li­bertades u lterio res. E n m edio de ese m ovim iento, ún ica­mente la fie l A lem ania queda inm óvil e in tacta . N i un pen- lim ien to , ni un acto que denote el despertar de una volun­tad independiente o de una aspiración cualquiera en el p ueb lo . Sólo dos hechos im portan tes. P rim ero , la creación de dos órdenes caballerescas nuevas, la de los cruzados teu ­tónicos y la de los portaespadas livonianos, encargadas ani­llan de p reparar la grandeza y el poder del fu tu ro im perio knutogerm ánico por la propaganda arm ada del catolicism o y del germ anism o en el noroeste y el norte de E uropa. Se conoce el m étodo uniform e y constan te de que h icieron uso cutos amables p ropagand istas del evangelio de C risto para convertir y germ anizar las poblaciones eslavas bárbaras y paganas. E s el m ism o m étodo que sus dignos sucesores em- plean hoy para m oralizar, para civilizar, para germ anizar a F ran c ia : estos tre s verbos tien en en los labios y en los

Éensarnientos de los p a trio tas alem anes el m ismo sentido. !» la m atanza en masa y en detalle, el incendio, el saqueo,

ltt violación, la destrucción de una p arte de la población y91» <»* i/cr fíakunin. -II 9

130 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

el som etim iento del resto . E n el país conquistado, alrededor de los campos a trincherados de estos civ ilizadores armados, se form aban luego ciudades alem anas. E n m edio de ellos iba a establecerse el santo obispo, que bendecía siem pre to ­dos los a ten tados com etidos o em prendidos por estos nobles band idos; con él venía una tropa de sacerdotes y bautizaba por la fuerza a los pobres paganos que habían sobrevivido a la m atanza; después se obligaba a esos esclavos a cons­tru ir iglesias. A tra ídos por tan ta san tidad y gloria, llega­ban después los burgueses alem anes, hum ildes, serviles, co­bardem ente rcsptuosos an te la arrogancia nobiliaria, de ro ­d illas an te todas las au to ridades establecidas, políticas y relig iosas, achatados en una palabra an te todo lo que sign i­ficaba un poder cualquiera, pero excesivam ente duros y lle ­nos de desprecio y de odio hacia las poblaciones ind ígenas vencidas; por o tra parte , uniendo a estas cualidades útiles, ya que no b rillan tes, una fuerza, una in te ligencia y una perseverancia de trab a jo m uy respetables, y no sé qué po­tencia vegeta tiva de crecim iento y de expansión invasora, se hacían estos laboriosos parásitos m uy peligrosos para la independencia y la in teg rid ad del ca rác te r nacional, aun en el país adonde habían ido a establecerse no por derecho de conquista, sino por favor, como en Polonia, por ejem plo. Así es como la P ru sia o rien ta l y occidental y una parte del Gran D ucado de Posen se vieron un buen día germ aniza­das. E l segundo hecho alemán, que se realiza en este siglo, es el renacim iento del derecho romano, provocado, claro que no por in iciativa nacional, sino por voluntad de los em ­peradores que preparan las bases del absolutism o m oderno al p ro teg er y propagar el estudio de las P andectas de Jus- tin iano encontradas.

E n el sig lo X I I I v la burguesía alem ana parece por fin despertar. La guerra de los güelfos y gibelinos, después de haber durado cerca de un siglo, logra in te rru m p ir sus can­tos y sus sueños y sacarla de su piadosa letarg ía . Comienza verdaderam ente con un golpe m aestro. S iguiendo, sin duda, el ejem plo que le habían dado las ciudades de Ita lia , cuyas relaciones com erciales se habían ex tendido por toda A le­m ania, más de sesenta ciudades alem anas form an una liga com ercial y necesariam ente política, form idable, la famosa Hansa.

n I M P E R I O K N U T O G F . R M A N IC O 131

«I I. I mi i »Mu-nía alem ana hubiese tenido el in s tin to de la iituujiie parcial y restring ido , lo único que habría

» piihlblo en CBOU tiem pos lejanos, hubiera podido con- nú independencia y establecer su poder político ya

»1 ninfo X III , como lo había hecho m ucho an tes la bur- hI.i <lr Italia. La situación política de las ciudades ale-

por o tra parte, se parecía mucho a la de las ciudades llrtintM, a las que estaban asociadas doblem ente por las

;ttn » lo n es del Santo Im perio y por las relaciones más «Un del comercio.Como las ciudades republicanas de Ita lia , las ciudades

«ilrmimas no podían con tar más que consigo mismas. No po­dían apoyarse como las com unas de F ran c ia en el poder firccicnte de la centralización m onárquica, no habiendo po­dido jamás consolidarse y echar raíces en A lem ania el po- «Inr de los em peradores, que resid ía mucho m ás en su capa­cidad y en su in fluencia personales que en las instituciones políticas, y que por consiguien te variaba con el cambio de Imk personas. P o r lo demás, ocupados siem pre con los nego-< i<>» de Ita lia y con su lucha in term inable con tra los papas, pitia ban las tres cuartas partes de su tiem po fuera de A le­mania. P o r esta doble razón, la potencia de los em peradores, üiompre p recaria y siem pre disputada, no podía ofrecer, como la de los reyes de F rancia, un apoyo sufic ien te y serio para la em ancipación de las comunas.

Las ciudades de A lem ania no podían tam poco aliarse como las com unas inglesas con la aris tocracia te rr ito r ia l Contra el poder del em perador para re iv ind icar su parte de libertad p o lítica ; las casas soberanas y toda la nobleza feu ­dal de A lem ania, al con trario de la aristocracia inglesa, se habían d is tin g u id o siem pre por una ausencia com pleta de ■entido político. E ran sim plem ente un am asijo de b ru tales bandidos, bestiales, estúpidos, ignoran tes, sin gusto más que para la guerra feroz y rapaz, para la lu ju ria y el desenfreno. No valían más que para atacar a los m ercaderes de Jas c iu ­dades en los grandes caminos, o b ien para saquear las ciuda- dcH cuando se sen tían con fuerza para ello, pero no para com prender la u tilid ad de una alianza con éstas.

Las ciudades alem anas, para defenderse con tra la b ru ta l opresión, contra las vejaciones y con tra la rap iña regu la ro no regu lar de los em peradores, de los p ríncipes soberanos

132 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

y de los nobles, no podían contar realm ente m ás que con sus propias fuerzas y con la alianza en tre sí. M as para que esa alianza, esa m isma H ansa, que nunca fué m ás que una alianza casi exclusivam ente com ercial, pudiese ofrecerles una protección su ficien te , habría sido preciso que tom ase un carác ter y una im portancia decididam ente p o lítica : que in terv in iese como parte reconocida y respetada en la cons­titu c ió n misma y en todos los asuntos tan to in terio res como ex terio res del Im perio.

Las circunstancias, por lo demás, eran enteram ente favo­rables. La potencia de todas las au to ridades del Im perio había sido considerablem ente debilitada por la lucha de los gibelinos y de los g üelfos; y puesto que las ciudades alem a­nas se habían sen tido bastan te fu e rtes para form ar una liga de defensa m utua con tra todos los ladrones coronados o no coronados que las am enazaban por todas partes, nada les im pedía dar a esa liga u n carácter po lítico m ucho m ás po­sitivo : el de una form idable potencia colectiva que rec la­mase e im pusiese respeto . Pod ían hacer m ás: aprovechán­dose de la un ión m ás o m enos fic tic ia que el m ístico Santo Im perio había establecido en tre I ta lia y A lem ania, las ciu­dades alem anas habrían podido aliarse o federarse con las ciudades italianas, como se habían aliado con las flam encas y más tarde con a lgunas ciudades polacas; deberían haberlo hecho, natura lm ente , no sobre una base exclusivam ente ale­mana, sino am pliam ente in te rnac ional; y quién sabe si ta í alianza, añadiendo a la fuerza nativa y un tan to pesada y b ru ta de los alem anes, el esp íritu , la capacidad po lítica y al amor a la libertad de los italianos, habría dado al desen­volvim iento político y social del O ccidente una dirección del todo d iferen te y m ucho más ven tajosa para la civ iliza­ción del m undo entero. La única desventaja probablem ente resu ltan te de tal alianza, hubiera sido la form ación de un nuevo m undo político, poderoso y libre, al m argen de las m asas agrícolas y por consiguiente con tra e llas; los campe­sinos de Ita lia y de A lem ania habrían sido en tregados más resueltam ente aún a la m erced de los señores feudales, re ­sultado que por o tra parte no fué evitado, puesto que la organización m unicipal de las ciudades ha ten ido por con­secuencia separar profundam ente los cam pesinos de los b u r­gueses y de sus obreros,, en Ita lia como en Alem ania.

EL I M P E R I O K N U T O G E R M A N ICO 133

M e ro n o soñemos por estos buenos burgueses alemanes. Human bastante ellos m ism os; la desgracia es que sus sue- n iiM ja m á s han ten ido la libertad por objeto. No han tenido musca , ni entonces ni después, las disposiciones intelectua- l r « y m orales necesarias para concebir, para am ar, para que-

libertad . E l espíritu de independencia

<nui<» como les espanta. E s incom patible con su carácter re- ilunndo y sumiso, con sus hábitos pacientes y apaciblem en­te l a b o r i o s o s , con s u culto a la vez razonado y m ístico de la a u t o r i d a d . Se d iría que todos los burgueses alem anes n a c e n c o n la jiba de la piedad, con la jiba del o rden público > d r la o b e d i e n c i a incondicional. Con ta les disposiciones,

n a . l i e w< e m a n c i p a nunca, y a u n en medio de las condiciones miAn f r tvoi i ililrM no q u e d a u n o e n c l a v o .

» n 11> «ni• Mticc*dió m la li^A <lr lan ciudades hanseáti- Nunoa ««lid de loa lim ite» de la m oderación y de la

|u udrm lit, y un rwl^lrt iiu1m que lie» cosas: que se le dejase piii ¡i|iii i < i m Mimclhlnnciitn con mu Industria y con su co- ni6i( id, i|iir un ir«|uMnio mi organización y su ju risd icción íulriiirt y • |»i« no m* lo exi^icHen sacrific ios de dinero cierna-nimio guinden a cambio de la protección o de la to lerancia que «<• I»' concedía. En cuanto a los asuntos generales del

crio, tan to in terio res como exteriores, la burguesía ale­m a n a los dejó de buen grado a los grandes señores ( den Hiosson 1 Ierren), dem asiado m odesta para m ezclarse en e l Ion.

U n a m oderación po lítica tan grande ha debido de ser ucompafiada, necesariam ente, o m ás bien hasta es un sín ­t o m a cierto , de una gran len titu d en el desenvolvim iento In telectual y social de una nación. Y en efecto, vemos que duran te el siglo X II I , el esp íritu alemán, a pesar del gran m ovim iento com ercial e industria l, a pesar de la p rosperi­d a d m ateria l de las ciudades alem anas, no p rodu jo absolu­tam ente nada. E n ese mismo sig lo se enseñaba ya en las cHcuelas de la U niversidad de P arís, no obstan te el Rey y e l Papa, una doctrina cuyo a trev im ien to habría espantado a nuestros m etafísicos y a n uestros teólogos, doctrina que afirm aba, por ejem plo, que siendo eterno el m undo no ha­b ía podido ser creado, y negaba la inm orta lidad de las alm as y e l libre albedrío. E n In g la te rra , encontram os al gran

desconocido. La rebeldía les repugna

134 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

m onje R oger Bacon, el precursor de la ciencia m oderna y el verdadero inven tor de la b rú ju la y de la pólvora, aun ­que los alem anes quieren a trib u irse esta ú ltim a invención, sin duda para hacer m en tir al proverbio. E n Ita lia , nacía Dante. E n A lem ania, noche in te lectual com pleta.

E n el sig lo X V I, Ita lia posee ya una m agnífica lite ra tu ra nacional: Dante, P etrarca , Boccacio; y en el orden político a R ienzi, a M iguel Lando, el obrero cardador, confaloniero en F lorencia. E n F rancia , las comunas, rep resen tadas en los E stados generales, determ inan defin itivam ente su carác­te r político, apoyando a la realeza contra la aristocracia y el papa. Ese es tam bién el siglo de la jacquerie, esa prim era insurrección de los campos de F rancia , insurrección para la cual los socialistas sinceros no tendrán , sin duda, el desdén ni el odio de los burgueses. E n In g la te rra , Ju an W iclef, el verdadero in iciador de la reform a relig iosa, com ienza a pred icar. E n Bohem ia, país eslavo, que desgraciadam ente constitu ía parte del Im perio germ ánico, hallam os en las ma­sas populares, en tre los cam pesinos, la secta tan in teresan te y tan sim pática de los fra tice lli, que se a trev ieron a tom ar, con tra el déspota celeste, el partido de Satanás, ese jefe esp iritual de todos los revolucionarios pasados, p resen tes y del porvenir, el verdadero au to r de la em ancipación hum ana según el testim onio de la B iblia, el negador del im perio celeste como nosotros lo somos de todos los im perios te ­rrestres, el creador de la lib e rtad : aquel mismo a quien P roudhon, en su libro sobre la justic ia , saludaba con una elocuencia llena de am or. Los fra tice lli p repararon el te ­rreno para la revolución de H uss y de Ziska. La libertad suiza, en fin , nace en este siglo.

La revuelta de los cantones alem anes de Suiza con tra el despotism o de la casa de los H absburgo, es un hecho tan con trario al e sp íritu nacional de A lem ania, que tuvo por consecuencia necesaria, inm ediata, la form ación de una nue­va nación suiza, bautizada en el nom bre de la revuelta y de la libertad , y como tal separada desde entonces por una ba­rre ra infranqueable del Im perio germ ánico.

Los p atrio tas alem anes tienen gusto en repetir, con la célebre canción pangerm ánica de A rnd t, que “su p a tria se ex tiende tan lejos como resuena su idioma, cantando a la­banzas a Dios".

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N ICO 135

So w eit die deutsche Zunge kling,Und Gott im Himmel Lieder singt!

Si quisieran conform arse m ás bien al sen tido real de su híntoria que a las insp iraciones de su fan tasía omnívora, hnhrlm debido decir que su p a tria se extiende tan lejos como la esclavitud de los pueblos y cesa donde comienza 1« libertad.

No «61o Suiza, sino las ciudades de F landes, ligadas sin nnhargo con las de A lem ania por in tereses m ateriales, por l"» de un comercio crecien te y próspero, y no obstan te for- tnar parte de la liga hanseática, tendieron, a p a r tir de este iniim o siglo, a separarse siem pre más bajo la in fluencia de i'hii miNmti libertad.

I ti Alem ania, duran te todo cut: ftiglo, en m edio de una l>t‘oM|»ci Idtul m a tn ia l crecien te, no se percibe m ovim iento rilguh" in telectual ni uncial lín política, dos hechos única-oii ni> : r | 111 inicio r* ln declaración de Iom príncipes del Im- I" 1 1" '|o , n iia»tiadon por el ejem plo de los reyes de F ran- t t*i. pro« l.iimtn i|Uc el Im perio debe ser independien te del Pupa y cpir l.i d ign idad im perial no procede más que de Dio» nulo. 101 Hcgundo es la in stituc ión de la famosa Bula de Oro, que organiza defin itivam ente el Im perio y decide que habrá en la sucesivo siete p ríncipes electores, en honor m los siete candelabros del A pocalipsis.

llen o s aquí llegados al siglo XV. E s el siglo del R enaci­miento. I ta lia está en plena florescencia. Arm ado con la filosofía que volvió a encon trar en la G recia an tigua, rom ­pe la dura prisión en que había sido encerrado duran te diez siglos el esp íritu hum ano. La fe cae, el pensam iento libre renace. E sta es la au ro ra resp landecien te y alegre de la em ancipación hum ana. E l suelo libre de I ta lia se cubre de libres y atrev idos pensadores. L a Ig lesia m isma se hace pagana. Los papas y los cardenales desdeñan a San Pablo por A ristó te les y P la tón , abrazan la filo so fía m ateria lis ta de E p icuro y, olvidadizos del Jú p ite r cristiano , no ju ran ya más que por Baco y V enus; lo que no les im pide perse­guir por m om entos a los librepensadores, cuya propaganda sugestiva am enaza an iqu ilar la fe de las m asas populares, ese recurso de su poder y de sus ren tas. E l a rd ien te e ilu s­tre propagador de la fe nueva, de la fe hum ana, P ico de la

í 36 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

M irándola, m uerto tan joven, a trae principalm ente contra él los rayos del V aticano.

E n F rancia y en In g la te rra , época de estancam iento. E n la p rim era m itad de este siglo, hay una guerra odiosa, es­túp ida, fom entada por la am bición de los reyes y sostenida ton tam ente por la nación inglesa, una guerra que hizo re ­troceder un siglo a In g la te rra y a F rancia. Como los p ru ­sianos hoy, los ing leses del sig lo XV habían querido des­tru ir , som eter a F rancia. Se habían apoderado de P arís, lo que los alem anes, a pesar de toda su buena voluntad, no lograron todavía hacer hasta aquí (1), y habían quem ado a Ju an a de ArVo en Ruán, como los alem anes ahorcan hoy a los franco tiradores. Fueron, po r fin, expulsados de P arís y de F ranc ia como, lo esperam os siem pre, los alem anes aca­barán tam bién por serlo. E n la segunda m itad del siglo XV, vemos en F ran c ia el nacim iento del verdadero despotism o real, reforzado por esa guerra.

E s la época de L u is X I, un rudo colega que vale por sí solo un G uillerm o I con sus B ism arck y M oltke, el funda­dor de la cen tralización bu rocrática y m ilita r de F rancia , el creador del E stado. Se d igna tam bién algunas veces apo­yarse en las sim patías in teresadas de su fiel burguesía , que ve con gusto a su buen rey ab a tir las cabezas, tan arrogan tes y tan altivas, de sus señores feudales; pero se ve ya en el modo de com portarse con ella que si ésta no quisiera apo­yarlo, podría m uy bien ob ligarla a ello. T oda independen­cia, nob iliaria o burguesa, esp iritu a l o tem poral, le es igual­m ente odiosa. Suprim e la caballería e in s titu y e las órdenes m ilita re s : eso para la nobleza. Im pone a sus buenas ciuda­des su conveniencia y d icta su vo luntad a los E stados ge­n era les: eso para la burguesía . P roh ibe en fin la lectura de las obras de los nom inales y ordena la de los reales: eso para el librepensam iento. P ues bien, a pesar de una com pre­sión tan dura, F ran c ia da un R abelais a fines del siglo X V : un genio profundam ente popular, galo, desbordante de ese esp íritu de rebeld ía hum ana que ca rac teriza el siglo del R enacim iento.

E n In g la te rra , a pesar del deb ilitam iento del esp íritu

(1) E s t a s p á g i n a s h a n sido escritas a n tes d e h a b e r reci b i d o B a k u n i n la

noticia d e la c a p i t u l a c i ó n d e Parí», y c o n s t i t u y e n parte del e n v í o d e m a n u s ­

critos q u e m e h i z o el a u t o r el 1 6 d e fe b r e r o d e 1871 ( h o j a s 81-109). (J. G u l -

llaume.)

E L I M P E R I O K N Ü T O G E R M A N I C O 137

popular, consecuencia na tu ra l de la guerra odiosa que había hecho a F rancia, vemos d u ran te todo el siglo XV a los d iscípulos de W ic le f p ropagar la doctrina del m aestro, no obstante las crueles persecuciones de que son víctim as, y p reparar así el te rren o a la revolución re lig iosa que estalló un siglo más tarde. A l mismo tiem po, por la vía de una p ro­paganda individual, sorda, invisib le e insecuestrable, pero sin em bargo m uy vivaz, en In g la te rra tan to como en F ran ­cia, el esp íritu lib re del R enacim iento tiende a crear una filosofía nueva. Las ciudades alemanas, am antes de su l i ­bertad y fu e rtes en su p rosperidad m aterial, en tran en p le­no en el desenvolvim iento a rtís tico e in te lectual m oderno, separándose por eso mismo m ás y más de Alem ania.

E n cuanto a A lem ania, la vemos dorm ir su m ás herm oso sueño duran te toda la prim era m itad de este siglo. Y sin em bargo sucedió en el seno del Im perio y en la vecindad m ás inm ediata de A lem ania un hecho inm enso que hubiese bastado para sacudir la som nolencia de cualquier o tra na­ción. Q uiero hablar de la revuelta relig iosa de Ju an Husa, el gran reform ador eslavo.

* * *

Con un sen tim iento de p ro fu n d a sim patía y de altivez fra tern a l, p ienso en ese g ran m ovim iento nacional de un pueblo eslavo. F ué más que un m ovim iento relig ioso, fué una p ro testa v ictoriosa contra el despotism o alem án, con­tra la civ ilización aristocráticoburguesa de los alem anes; fué la revuelta de la an tig u a com una eslava con tra el E stado alem án. Dos grandes revueltas eslavas habían tenido lugar ya en el siglo X I. La prim era fué d irig id a con tra la piadosa opresión de esos bravos caballeros teutónicos, antepasados de los lu g arten ien tes ju n kers ac tuales de P rusia . Los insu­rrectos eslavos habían quemado todas las ig lesias y ex term i­nado a los sacerdotes. D etestaban el cristian ism o, y con m ucha razón, porque el cristian ism o era el germ anism o en su form a m enos agraciada: era el amable caballero, el v ir­tuoso sacerdote y el honesto burgués, los tre s alem anes de pu ra sangre y rep resen tan tes como tales de la idea de au to ­ridad incondicional y de la realidad de una opresión b ru ta l, inso len te y cruel. La segunda insurrección tuvo lugar una tre in ten a de años después, en Polonia. E sa fué la p rim era

138 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

y la única insurrección de los cam pesinos propiam ente po­lacos. F ué ahogada por el rey Casimiro. H e aquí cómo es juzgado ese acontecim iento por el h is to riad o r polaco Lele- wel, cuyo pa trio tism o y hasta una cierta pred ilección por la clase que él llama democracia nobiliaria no pueden ser pues­tos en duda por n a d ie : “E l partido de M aslaw [el jefe de los cam pesinos insu rrectos de MasoviaJ era popular y a lia ­do del paganism o; el partido de C asim iro era a ristocrá tico y am igo del cris tian ism o” [es decir del germ anism o]. Y aña­de m ás le jo s: “E s preciso absolutam ente considerar este m ovim iento desastroso como una victoria obtenida sobre las clases in feriores, cuya suerte no podía m enos de em peorar en su consecuencia. E l orden iu é restablecido, pero la m ar­cha del estado social se hizo desde entonces grandem ente desventajosa para las clases in fe rio res”. (H istoria de P olo­nia, Joaqu ín Lelew el, tomo I I , pág. 19.)

Bohem ia se había dejado germ anizar todavía más que Polonia. Como esta ú ltim a, jam ás había sido conquistada por los alem anes, pero se había dejado depravar p ro fu n d a­m ente por ellos. M iem bro del Santo Im perio desde su fo r­m ación como E stado , no había podido, por desgracia, sepa­rarse jam ás de él, y había adoptado todas las in stituciones clericales, feudales y burguesas. Las ciudades y la nobleza de Bohem ia se habían germ anizado en p a rte ; nobleza, b u r­guesía y clero eran alem anes, no de nacim iento sino de bau­tism o, así como por educación y por posición po lítica y so­c ia l; la organización p rim itiva de las com unas eslavas no adm itía ni sacerdotes, ni clases. Solos, los cam pesinos de Bohem ia se habían conservado puros de esa lepra alem ana y eran natu ralm ente las víctim as. E sto explica sus sim patías in stin tiv as hacia todas las grandes h ere jías populares. Así vim os la herejía de los valdenses esparcirse por Bohem ia ya en el siglo X II y la de los fra tic e lli en el siglo X IV , y hacia el fin de este siglo le tocó la vez a la h e re jía de W i- clef, cuyas obras fueron traduc idas en idiom a bohemio. T odas esas h ere jías habían llam ado igualm ente a las p u er­tas de A lem ania; hasta debieron atravesarla , para llegar a Bohemia. P ero en el suelo del pueblo alem án no encon tra­ron el m enor eco. L levando en sí el germ en de la revuelta, debieron deslizarse, sin poder afectarla , sobre su felic idad inquebrantable, no llegando siqu iera a tu rb ar su sueño pro-

E L I M P E R I O K N Ü T O G E R M A N I C O 139

I mido. A l contrario , encon traron un te rren o propicio en liohemia, cuyo pueblo, som etido pero no germ anizado, m al­decía desde el fondo de su corazón esa servidum bre y toda la civilización aristocráticoburguesa de los alem anes. E sto explica por qué, en el camino de la p ro testa religiosa, el pueblo checo se ha adelan tado en un siglo al pueblo alemán.

Una de las prim eras m anifestaciones de ese m ovim iento religioso en Bohem ia fué la expulsión en masa de todos los profesores alem anes de la U niversidad de P raga, crim en horrib le que los alem anes no pudieron perdonar jam ás al pueblo checo. Y sin em bargo, si se m ira más de cerca, se deberá convenir que ese pueblo tuvo m il veces razón para expulsar a estos co rru p to res paten tados y serv iles de la juven tud eslava. A excepción de un corto período, de tre in ­ta y cinco años m ás o menos, en tre 1813 y 1848, duran te los cuales la desvergüenza del liberalism o, hasta del dem ocra­tism o burgués, se había deslizado por contrabando y se ha­bía m antenido en las un iversidades alem anas, represen tado por una veintena, por una tre in ten a de sabios ilu s tres y an i­m ados de un liberalism o sincero, ved lo que han sido los p rofesores alem anes hasta esa época y lo que han llegado a ser bajo la in fluencia de la reacción de 1849: los aduladores de todas las au toridades, los p rofesores del servilism o. Sali­dos de la burguesía alemana, expresan conscientem ente sus tendencias y su esp íritu . Su ciencia es la m anifestación fiel de la conciencia esclava. E s la consagración ideal de una esclav itud histórica.

Los profesores alem anes del siglo XV en P rag a eran al m enos tan serviles, tan lacayos como lo son los p rofesores de la A lem ania actual. E stos están en tregados en cuerpo y alm a a G uillerm o I, el feroz, el amo próxim o del im perio knutogerm ánico. A quéllos estaban servilm ente dedicados de antem ano a todos los em peradores que p lu g u iera a los siete p ríncipes electores apocalíp ticos de A lem ania dar al Santo Im perio germ ánico. Poco im portaba para ellos quién era el amo, siem pre que lo hubiese, siendo una sociedad sin amo una m onstruosidad que debía rebelar necesariam ente su im aginación burguesaalem ana. Eso hubiese sido el de­rrum bam iento de la civilización germ ánica.

P o r lo demás, ¿qué ciencias enseñaban estos profesores alem anes del sig lo XV? La teo logía católica rom ana y el

140 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

código de Ju stin ian o , dos instrum entos del despotism o. A gregad a ello la filosofía escolástica, y eso en una época en que después de haber hecho, sin duda, en los siglos pa­sados, grandes servicios a la em ancipación del esp íritu , se había detenido y como inm ovilizado en su pesadez m ons­truosa y pedante, batida en brecha por el pensam iento mo­derno que anim aba el p resentim iento , si no todavía la pose­sión, de la ciencia viva. A ñad id a esto un poco de m edicina bárbara, enseñada como lo demás en un la tín m uy bárbaro, y ten d ré is todo el bagaje c ien tífico de esos profesores. ¿V alía le pena re tenerlo s para eso? H abía una gran u rgen ­cia en a le ja rlo s : adem ás de depravar la ju v en tu d con su enseñanza y su ejem plo servil, eran agentes m uy activos, m uy celosos de esa fa ta l casa de H absburgo que am biciona­ba ya a la Bohem ia como presa.

Ju an H uss y Jerón im o de Praga, su amigo y su discípulo, con tribuyeron m ucho a su expulsión. Así, cuando el em ­perador Segism undo, violando el salvoconducto que les ha­bía sido concedido, los hizo ju zg ar prim ero por el Concilio de C onstanza, después quem ar a los dos, uno en 1415 y o tro en 1416, allá, en plena A lem ania, en presencia de una in­m ensa concurrencia de alem anes que habían acudido desde lejos para a s is tir al espectáculo, n inguna voz hum ana se levantó para p ro tes ta r con tra esa atrocidad desleal e in ­fame. F ue preciso que pasasen cien años todavía para que L u tero rehab ilitase en A lem ania la m em oria de estos dos grandes reform adores y m ártires eslavos.

P ero si el pueblo alem án, probablem ente todavía ad o r­m ecido y en sueños, dejó sin p ro testa ese odioso atentado, el pueblo checo p ro testó por una revolución form idable. E l grande y te rr ib le Ziska, ese héroe, ese vengador popular, cuya m em oria vive todavía como una prom esa de porvenir en el seno de las cam piñas de Bohem ia entera, se levantó, y a la cabeza de sus taboritas, recorriendo toda Bohemia, quemó las iglesias, m ató a los sacerdotes y barrió toda la podredum bre im perial o alem ana, lo que entonces sign ifica­ba la m isma cosa, porque todos los alem anes en Bohem ia eran p artid a rio s del em perador. D espués de Z iska fué el gran P rocopio el que llevó el te rro r al corazón de los a le­manes. Los m ismos burgueses de P raga, por o tra parte m u­cho más m oderados que los h u sitas de los campos, hicieron

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O 141

imlíar por las ventanas, según el an tiguo uso de ese país, a los partidarios del em perador Segism undo, en 1419, cuan­do ese infam e perjuro , ese asesino de Ju a n H uss y de J e ró ­nim o de Praga, tuvo la audacia insolente y cín ica de p re ­sentarse como com petidor de la corona vacante de Bohemia. jU n buen ejem plo a seg u ir! A sí es como deben ser tratadas, en in terés de la em ancipación universal, todas las personas que quieran im ponerse como autoridades o ficia les a las m a­sas populares bajo cualquier m áscara, bajo cualquier p re­tex to y bajo cualquier dom inación que sea.

D urante diecisiete años, estos tabo ritas terrib les, que v i­vían en tre sí en com unidad fra terna l, d erro taron todas las tropas de Sajonia, de F ranconia , de B aviera, del R in y de A u stria que el E m perador y el Papa enviaron en cruzada contra ellos; lim piaron la M oravia y la S ilesia y llevaron el te rro r de sus arm as al corazón mismo de A ustria . Fueron, en fin, batidos por el em perador Segism undo. ¿P o r qué? Porque fueron debilitados por las in trig as y por la t ra i­ción de un partido checo tam bién, pero form ado por la coalición de la nobleza ind ígena y de la burguesía de P ra ­ga, alem anas por educación, por posición, por ideas y cos­tum bres, si no de corazón, y que se llam aban, por oposición a los tabo ritas com unistas y revolucionarios, el partido de los ca lix tinos; pedían reform as sabias, posib les; rep resen ta­ban, en una palabra, en esa época, en Bohem ia, esa misma po lítica de la m oderación h ipócrita y de la im potencia hábil que los señores P alacki, R ieger, B rauner y com pañía rep re ­sen tan tan bien hoy.

A p a r tir de esa época, la revolución popular comenzó a declinar rápidam ente, cediendo el puesto prim ero a la in ­fluencia diplom ática y un siglo más ta rd e a la dom inación de la d inastía austríaca. Los políticos, los m oderados, los hábiles, aprovechándose del aborrecido Segism undo, se apo­deraron del gobierno, como lo harán probablem ente en F ran c ia después del fin de esta g uerra y para desgracia de F rancia . S irv ieron, los unos conscientem ente y con m ucha u tilid ad para la am plitud de sus bolsillos, los o tros to rp e­m ente, sin im aginarlo , de in strum en tos de la po lítica aus­tríaca, como los T h iers, los Ju lio Favre, los Ju lio Simón, los P icard , y m uchos o tros serv irán de instrum entos a Bis- m arek. A u stria los m agnetizaba y les inspiraba. V e in tic in ­

142 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

co años después de la derro ta de los husitas por Segism un­do, esos p a trio tas hábiles y p ruden tes dieron el ú ltim o golpe a la independencia de Bohem ia, haciendo d es tru ir por m a­nos de su rey P odiebrad la ciudad de Tabor, o más bien el campo fo rtificad o de los taboritas. A sí es como los republi­canos burgueses de F rancia proceden y harán proceder a su p residen te o a su rey contra el p ro leta riado socialista, este últim o campo atrincherado del porvenir y de la d ig n i­dad nacional de Francia.

E n 1526, la corona de Bohem ia cayó por fin en la d inas­tía austríaca, que ya no se desprendió más de ella. E n 1620, después de una agonía que duró poco m enos de cien años, Bohemia, en tregada al fuego y a la sangre, devastada, sa­queada, asesinada y m edio despoblada, perd iendo de un solo golpe lo que le quedaba aún de independencia, de ex is­tencia nacional y de derechos políticos, se encontró encade­nada bajo el tr ip le yugo de la adm inistración im perial, d.e la civ ilización alem ana y de los jesu ítas austríacos. E sp e­ramos, pará honor y salvación de la hum anidad, que no pase lo mismo con F rancia .

* * *Al comienzo de la segunda m itad del siglo XV, la na­

ción alem ana dió, en fin, una prueba de in te ligencia y de vida, y esa prueba, preciso es decirlo, fué esp lénd ida : inven­tó la Im prenta, y por ese camino, creado por ella m isma, se puso en relación con el m ovim iento in te lectual de toda E u ­ropa. E l viento de Ita lia , el siroco del librepensam iento, sopló sobre ella y bajo ese soplo a rd ien te se fundió su ind i­ferencia bárbara, su inm ovilidad glacial. A lem ania se hizo hum anista y hum ana.

Además del cam ino de la Im prenta , tuvo o tro aún, menos general y más vivo. V iajeros alem anes que volvían de Ita lia a fines de este sig lo le apo rta ron ideas nuevas, el evangelio de la em ancipación hum ana, y lo propagaron con religiosa pasión. Y esta vez, la sem illa preciosa no fué perdida. E ncon tró en A lem ania un buen terreno , preparado para recibirla. E sta g ran nación despertó al pensam iento, a la vida, a la acción, iba a tom ar a su vez la dirección del mo­vim iento del esp íritu , Pero, ¡ay!, se halló incapaz de con­servarla más de vein ticinco años en sus manos.

E s preciso d is tin g u ir en tre el m ovim iento del Renací-

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O 143

m iento y el de la Reform a relig iosa. En A lem ania, el p r i­mero precedió algunos años al segundo. Hubo un corto pe­ríodo, en tre 1517 y 1525, en que estos dos m ovim ientos parecieron confundirse, aunque anim ados de un esp íritu com pletam ente o p u esto : el uno representado por hom bres como Erasm o, como R euchlin, como el generoso, el heroico U lrico von H u tten , poeta y pensador de genio, el discípulo de P ico de la M irándola y el am igo de F ran z von Sickin- gen, de O ecolam pade y de Zw ingli, el que form ó en cierto modo el lazo de unión en tre el quebrantam ineto puram ente filosófico del Renacim iento, la transform ación estric tam en­te relig iosa de la fe por la Reform a p ro testan te y la suble­vación revolucionaria de las masas, provocada por las p ri­m eras m anifestaciones de esta ú lt im a ; el otro, representado p rincipalm ente por L u tero y M elanclithon, los dos padres del nuevo desenvolvim iento relig ioso y teológico de Alem a­nia. E l prim ero de estos m ovim ientos, p rofundam ente h u ­m anitario , tendía m ediante los trabajos lite rario s y filosó­ficos de Erasmo, de R euchlin y de otros a la em ancipación com pleta del esp íritu y a la destrucción de las ton tas creen­cias del cristian ism o y tend ía al mismo tiem po, por la ac­ción m ás práctica y m ás heroica de U lrico von H u tten , de Oecolam pade y de Z w ingli, a la em ancipación de las masas populares del yugo nobiliario y p rincipesco ; m ien tras que el m ovim iento de la Reform a, francam ente relig ioso, teo ló ­gico y como ta l lleno de respeto divino y de desprecio h u ­mano, supersticioso hasta el punto de ver al diablo y de a rro jarle tin te ro s a la cabeza —como se dice que sucedió a L u tero en el castillo de W artbu rgo . donde se m uestra to ­davía en el m uro una m ancha de tin ta —, debía convertirse necesariam ente en el enem igo irreconciliab le de la libertad de esp íriu y de la libertad de los pueblos.

Hubo sin em bargo en él, como he dicho ya, un m om ento en que esos dos m ovim ientos tan con trarios debieron con­fund irse realm ente, siendo el prim ero revolucionario por p rincip io , y estando el segundo forzado a serlo por posi­ción. P o r lo demás, en L u tero había una contrad icción evi­dente. Como teólogo, era y debía ser reacc ionario ; pero como naturaleza, como tem peram ento, como instin to , era apasionadam ente revolucionario. T en ía la natu raleza del hom bre del pueblo, y esa naturaleza poderosa no estaba he­

144 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

cha para su fr ir pacientem ente el yugo de quienquiera que fuese. No quería p legarse más que an te Dios, en el que ten ía una fe ciega y del cual creía sen tir la presencia y la gracia en su co razó n ; y en nom bre de Dios es como el dulce M elanchthon, el sabio teólogo, y nada más que teólogo, su am igo, su d iscípulo , en realidad su m aestro y el freno de esa natu raleza leonina, llegó a encadenarlo defin itivam ente a la reacción.

Los prim eros rug idos de ese grande y rudo alem án fu e ­ron com pletam ente revolucionarios. No puede uno im agi­narse, en efecto, nada más revolucionario que sus m an ifies­tos contra Roma, que las invectivas y las am enazas que lanzó al ro stro de los p ríncipes de A lem ania, que su polé­m ica apasionada contra el h ipócrita y lu jurioso déspota y reform ador de In g la te rra , E nrique V III . A p a rtir de 1517 hasta 1525, no se escucharon ya en A lem ania m ás que los esta llidos de trueno de esa voz que parecía llam ar al pueblo alem án a una renovación general, a la revolución.

Su llam am iento fué oído. Los cam pesinos de A lem ania se levantaron con un g rito form idable, el g rito so c ia lis ta : ¡Guerra a los castillos , paz a las chozas!, que se traduce hoy por este g rito m ás form idable aú n : “j Abajo todos los ex ­plo tadores y todos los tu to res de la hum anidad ; libertad y prosperidad al trabajo , igualdad y fra tern id ad del m undo hum ano, constitu ido librem ente sobre las ru inas de todos los E stad o s!”

E se fué el m om ento crítico para la R eform a re lig iosa y para todo el destino po lítico de A lem ania. Si L u tero h u ­biese querido ponerse a la cabeza de ese m ovim iento popu­lar, socialista, de las poblaciones ru ra les in surg idas con­tra sus señores feudales; si la burguesía de las ciudades lo hubiese apoyado, habría term inado el im perio, el despo­tism o principesco y la insolencia nobiliaria de Alem ania. M as para apoyarlo, habría sido preciso que L u tero no fue­se teólogo, más preocupado de la g loria d ivina que de la d ign idad hum ana, ni se ind ignara porque los hom bres opri­midos, los siervos, que no debían pensar más que en la sal­vación de sus almas, se hubiesen atrev ido a re iv ind icar su porción de fe lic idad hum ana sobre esta tierra; hubiera sido preciso tam bién, que los burgueses de las ciudades de A le­m ania no fueran burgueses alemanes»

Ap l . iHtada por la ind iferencia y en g ran parte tam bién | m.i l.i hostilidad no to ria de las ciudades y por las m aldi-• loiirn teológicas de M elanchthon y de L utero , m ucho más <imi q u e por l a fuerza arm ada de los señores y de los p rin ­cipen, esa form idable revuelta de los cam pesinos de A le­mania f u é vencida. D iez años m ás tarde fué.* igualm ente tilingada o tra insurrección, la ú ltim a provocada en A lem ania poi la Reform a religiosa. Quiero referirm e a la ten ta tiv a de tina organización m ísticocom unista por los anabaptistas «le M ünster, capital de W estfa lia . M ünster fué tom ada y Ju an de Leyde, el p ro fe ta anabaptista, condenado al su p li­cio en m edio de los ap lausos de M elanchthon y de L utero .

P o r o tra parte, ya cinco años antes, en 1530, los dos teólogos de A lem ania habían puesto los sellos en su país a todo m ovim iento u lte rio r, aun religioso, al p resen tar al em perador y a los p ríncipes de A lem ania su confesión de A usburgo que, p etrificando de un solo golpe el libre flo re­cim iento de las almas, renegando de la m ism a libertad de las conciencias ind iv iduales en nombre de la cual se había hecho la Reform a, im poniéndoles como una ley absoluta y d iv ina un dogm atism o nuevo, bajo la salvaguardia de los príncipes p ro testan tes reconocidos como los p ro tec to res na­tu rales y los jefes del culto religioso, constituyó una nueva Ig lesia oficia l que, m ás absoluta aún que la Ig lesia de Bi- zancio, fué en lo sucesivo, en m anos de esos p ríncipes p ro ­testan tes, un instrum ento de despotism o terrib le , y condenó a toda la A lem ania p ro testan te , y por contragolpe tam bién a la católica, a tres siglos por lo menos de la esclavitud más em brutecedora, una esclavitud que, según creo, no pare­ce hoy mismo estar d ispuesta a de jar plaza a la libertad (1).

(1) P a r a c o n v e n c e r l e del espíritu servil q u e caracteriza a la Iglesia lute­

r a n a e n A l e m a n i a , « u n e n n u e s t r o s días, b a s t a leer la f ó r m u l a d e d e c l a r a c i ó n

o p r o m e s a escrita q u e t o d o m i n i s t r o d e e s a Iglesia, e n el reino d e Prusia, d e b e

firmar y jurar o b s e r v a r ant e s d e entrar e n funciones. C i e r t a m e n t e , n o s o b r e ­

pasa, p e r o i g u a l a e n s e r v i l i s m o a las o b l i g a c i o n e s i m p u e s t a s al clero ruso. C a d a

m i n i s t r o d e l E v a n g e l i o , e n Prusia, presta j u r a m e n t o d e ser d u r a n t e t o d a s u

v i d a u n s ú b d i t o a b n e g a d o y s u m i s o d e s u s e ñ o r y a m o , n o el b u e n Dio s , sino

el r e y d e P r u s i a ; o b s e r v a r e s c r u p u l o s a m e n t e y s i e m p r e s u s s a n t o s m a n d a m i e n ­

tos y n o p e r d e r j a m á s d e vista los intereses s a g r a d o s d e S u M a j e s t a d ; incul­

c a r ese m i s m o r e s p e t o y e s a m i s m a o b e d i e n c i a a b s o l u t a a s u s ovejas, y d e ­

n u n c i a r al G o b i e r n o t o d a s las tendencias, t o d a s las e m p r e s a s , t o d o s los act o s

q u e p o d r í a n ser co n t r a r i o s a la volun t a d , o sea, a los intereses del G o b i e r n o . j Y

es a s e m e j a n t a s e s c l a v o s a los q u e se c o n f í a la d i r e c c i ó n e x c l u s i v a d e las es­

c u e l a s p o p u l a r e s e n P r u s i a ! E s a i n s t r ucción t a n a l a b a d a , n o es m á s q u e u n

e n v e n e n a m i e n t o d e las m a s a s , u n a p r o p a g a c i ó n s i s t e m á t i c a d e la d o c t r i n a d e la

esclavitud. ( B a k u n i n . )

O b r a s d e B a k u n in . - I I , , 10

E L I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O 145

146 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

H a sido una dicha para Suiza que el Concilio de E stra s ­burgo, d irig ido en ese mismo año por Z w ing li y Bucer, haya rechazado esa constitución de la e sc la v itu d ; una cons­titu c ió n llam ada re lig iosa y que lo era en efecto puesto que en nom bre de D ios se consagraba el poder absoluto de los príncipes. Salida casi exclusivam ente de la cabeza teológica y sabia del p ro fesor M elanchthon, bajo la presión evidente del respeto profundo, ilim itado, inquebrantable, servil, que todo burgués y p rofesor alem án bien nacido experim enta po r la persona de sus m aestros, fué ciegam ente aceptada por el pueblo alem án porque sus príncipes la habían aceptado; síntom a nuevo de la esclavitud h istórica, no sólo ex terio r, sino in terio r, que pesa sobre ese pueblo.

E sta tendencia, por lo dem ás tan natural, de los p rín ­cipes p ro testan tes de A lem ania, a rep a rtir en tre sí los res­to s del poder esp iritu a l del Papa, o a co n stitu irse en jefes de la Ig lesia en los lím ites de sus países respectivos, la vol­verem os a encon trar igualm ente en o tros países m onárqui­cos p ro testan tes, en In g la te rra , por ejem plo, y en Suecia; pero ni en uno ni en o tro llegó a tr iu n fa r del a ltivo sen­tim ien to de independencia que se había despertado en los pueblos. E n Suecia, en D inam arca y en N oruega, el pueblo y la clase cam pesina m ayorm ente, supieron m antener su lib ertad y sus derechos tan to con tra las invasiones de la nobleza como contra las de la m onarquía. E n In g la te rra , la lucha de la Ig lesia anglicana y oficial con las Ig lesias libres de los p resb iterianos de Escocia y de los independien tes de In g la te rra , term inó en una grande y m em orable revolución, de la cual parte la grandeza nacional de la G ran B retaña. P ero en A lem ania, el despotism o tan na tu ra l de los p rín c i­pes no encontró los m ismos obstáculos. T odo el pasado del pueblo alemán, tan lleno de sueños, pero tan pobre de pen­sam ientos libres y de acción o de in ic ia tiva popular, había­lo fundido, por decirlo así, en el molde de la piadosa sum i­sión y de la obediencia respetuosa, resignada y pasiva; no encontró en sí mismo, en ese m om ento crítico de su historia, la energía y la independencia, ni la pasión necesaria para m antener su lib ertad contra la au to ridad trad ic ional y b ru ­ta l de sus innum erables soberanos nobiliarios y p rincipes­cos. E n el prim er m om ento de entusiasm o, había tomado, sin duda, un ím petu m agnífico. E n ese m om ento, A lem ania

EL I M P E R I O K N U T O G E R M A N I C O 147

pareció demasiado estrecha p ara contener el desbordam ien­to il< gil pasión revolucionaria. Pero no fué m ás que un momento, y como el efecto pasajero y fic tic io de una in fla ­m ación cerebral. P ro n to le fa ltó el a lien to ; y pesada, sin •lien to y sin fuerza, se rind ió sobre sí m ism a; entonces, em briagada de nuevo por M elanchthon y por L utero , se «1c jó conducir tranqu ilam ente al redil, bajo el yugo histó- rlco y salvador de los príncipes.

I labia ten ido un sueño de libertad y se despertó más enclava que nunca. D esde entonces, A lem ania se tran sfo r­mó en el verdadero centro de la reacción en Europa. No conten ta con pred icar la esclavitud con su ejem plo, y con enviar sus príncipes, sus princesas y sus diplom áticos para in tro d u cirla y para p ropagarla en todos los países de E u ­ropa, la hizo objeto de sus más profundas investigaciones científicun. Kn todos los demás países, la A dm inistración, tom ada cu lu acepción tnrt* am plia como la organización »Ir la explotación biiroci riticn y lineal e jercida por el E stado «obre Inn 11 mm.is popularen, en considerada como un a r te : el ai i<- <lr rmlu alar w los pueblos, de m antenerlos bajo una se­vera discip lina y tic esquilm arlos siem pre sin hacerles g ritar. ICn A lem ania, cate arte es enseñado como una ciencia en las universidades, ciencia que podría ser llam ada teología mo­derna, la teología del culto del E stado. E n esa re lig ión del absolutism o te rrestre , el soberano toma el puesto del buen D io s; los burócratas son los sacerdotes, y el pueblo, la v íc­tim a sacrificada siem pre en el a lta r del Estado.

Si es verdad, como es mi firm e convicción, que sólo por el in stin to de la libertad , por el odio a los opresores, y por el poder de rebelarse contra todo lo que lleva el carácter de la explotación y de la dom inación en el mundo, contra toda especie de explotación y de despotism o, se m anifiesta la d ign idad hum ana de las naciones y de los pueblos, es p re ­ciso convenir que, desde que ex iste una nación germ ánica hasta 1848, sólo los cam pesinos de A lem ania han probado por su revuelta del siglo X V I que esta nación no es abso­lu tam ente ex trañ a a esa dignidad. Si se quisiese juzgarla , al contrario , según los hechos y gestos de su burguesía , debería considerársela como predestinada a realizar el ideal de la esclav itud voluntaria.

148 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

FRAGMENTOLa revolución, por lo demás, no es ni v indicativa ni san­

guinaria . No exige ni la m uerte ni la deportación en masa, n i siquiera ind ividual, de esa tu rba bonapartista que, arm a­da de m edios poderosos y m ucho m ejor organizada que la R epública misma, conspira ab iertam ente con tra la R epú­blica, contra F rancia . No exige más que la prisión de todos los bonapartistas, por sim ple medida de seguridad general, hasta el fin de la guerra, y hasta que esos picaros y esas picaras hayan desem buchado las nueve décim as partes por lo m enos de las riquezas que han robado a Francia. D espués de lo cual les pe rm itirá m archarse con toda libertad a donde quieran, dejando aún algunos m illares de ren ta a cada uno a fin de que puedan a lim entar su vejez y su vergüenza. Yalo veis, no sería una m edida de n ingún modo cruel, pero m uy eficaz, ju s ta en el más alto grado y absolutam ente ne­cesaria desde el pun to de v ista de la salvación de F rancia.

La revolución, desde que rev iste el ca rác ter socialista, cesa de ser sangu inaria y cruel. E l pueblo no es cruel, de n ingún modo, son las clases p riv ileg iadas las que lo son. Se levanta en ciertos m om entos furioso contra todos los engaños, con tra todas las vejaciones, contra todas las opre­siones y to rtu ra s de que es víctim a, y entonces se lanza como un toro enfurecido , no viendo nada m ás an te sí y rom ­piendo todo lo que encuen tra a su paso. P ero esos son mo­m entos m uy raros y cortos. O rd inariam ente, es bueno y humano. Sufre dem asiado para no padecer con las su fri­m ientos ajenos. A m enudo, jay !, dem asiado a m enudo, ha servido de instrum ento al fu ro r sistem ático de las clases priv ilegiadas. T odas esas ideas nacionales, re lig iosas y po­líticas por las que vertió su propia sangre y la sangre de sus herm anos, los pueblos extraños, no sirv ieron más que a los in tereses de esas clases, y se han transform ado siem-

(1) I n c l u i m o s e n este l u gar las p r i m e r a s p á g i n a s d e la b i f u r c a c i ó n q u e se

h a a d v e r t i d o a n t e r i o r m e n t e , p u e s c o n t i n ú a n el p e n s a m i e n t o del a u t o r s o b r e el

a s u n t o t r atado e n la p r i m e r a e n t r e g a d e E l im p e r io k n u to g e r m in ic o . G u i l l a u m »

las c o l o c a a n t e s d e las C o n sid e r a c io n e s filo s ó fic a s s o b r e e l fa n ta sm a d iv in o , etc.

N o s o t r o s h e m o s j u z g a d o q u e h a l l a n u n p u e s t o m i s c o n v e n i e n t e e n este lugar.

( N o t a del traductor.)

F R A G M E N T O 149

frr en nueva opresión contra él. E n todas las escenas m lonas de la h isto ria de todos los países, en las que las

niMNAN populares, en fu rec idas hasta el frenesí, se d es tru ­ya ion m utuam ente, ha lla ré is siem pre tra s esas m asas agi- u<lores y d irectores que pertenecen a las clases priv ile-

S ludas: de los oficiales, de los nobles, de los sacerdotes y r los burgueses. No está en el pueblo, pues; está en los

instin tos, en las pasiones y en las instituciones po líticas y relig iosas de las clases p riv ileg iadas, en la Ig les ia y en el Estado, en sus leyes y en la aplicación despiadada e in icua de esas leyes: es ahí donde hay que buscar la cruelad y el furor frío , concentrado y sistem áticam ente organizado.

H e m ostrado el fu ro r de los burgueses en 1848. Los fu ­rores de 1792, 1793 y 1794 fueron igualm ente, exclusiva­mente, fu ro res burgueses. Las famosas m atanzas de A viñón (octubre de 1791), que abrieron la era de los asesinatos políticos en F rancia , fue ron d irig idas y tam bién en parte ejecu tadas por un lado por los sacerdotes y los nobles, y por o tro por los burgueses. Las m atanzas de la Vendée, e jecutadas po r los cam pesinos, fueron igualm ente m anda­das por la reacción de la nobleza y de la Ig lesia coligadas. Los ordenadores de las m atanzas de septiem bre fueron to ­dos, sin excepción, burgueses, y lo que se conoce menos es que los in iciadores de la ejecución misma, la m ayoría de los asesinos principales, pertenecieron igualm ente a esa c la­se (1). C ollot d ’H erbois, Pañis, el adorador de R obespierre,

(1) P a r a d e m o s t r a r l o , cito el t e s t i m o n i o d e A . M i c h e l e t :

“S u h u b i e s e p o d i d o ase s i n a r f á c i l m e n t e a los p r e s o s e n s u prisión: p ero I« c o s a no h u b io s » p o d id o p r e s e n t a r s e e n to n c e s c o m o un a c to esp o n tá n eo d e l p u e ­b lo . E r a preciso q u e h u b i e s e u n « a p a r i e n c i a d e c a s u a l i d a d ; si h u b i e s e n h e c h o

la ruta u pie, el a z a r h u b i e r a s e r v i d o m á s p r o n t o la i n t e n c i ó n d e los a sesinos;

p e r o pid i e r o n c o ches. L o s v e i n t icuatro p r e s o s se c o l o c a r o n e n seis c a rruajes;

c k o les p r o t e g í a u n poc o . E r a n e c e s a r i o q u e los a s e s i n o s e n c o n t r a s e n m e d i o o

d e irritar a los p r e s o s a fuerza d e ultrajes, h a s t a q u e p e r d i e s e n la paciencia,

se s u b l e v a s e n , o l v i d a n d o el c u i d a d o d e sus v i d a s y p a r e c i e s e q u e h a b í a n p r o ­

v o c a d o , m e r e c i d o s u d e s g r a c i a ; o b i e n a ú n era p r e c is o irr ita r a l p u e b lo , s u b le ­var s u fu r o r con tra lo s p r e s o s ; es lo q u e se trató d e h a c e r p r i m e r o . L a p r o ­

c e s i ó n lenta_ d e los seis c o c h e s t u v o t o d o el c a rácter d e u n a cruel e x h i b i c i ó n :

“¡ H e l o s a q u í — g r i t a b a n los a s e s i n o s — , h e a q u í a los traidores! los q u e entre-

“g a r o n a V e r d u n , los q u e i b a n a degollar v u e s t r a s m u j e r e s y v u e s t r o s hijos... ”| V a m o s , a y u d a d n o s , m a t a d l o s ! ”

" E s o no s e c o n s ig u ió . L a m u lt itu d , es v erd a d , aullaba a lr ed ed o r, p ero no obra­ba. N o so o b t u v o n i n g ú n r e s u l t a d o a lo l a rgo d e l muelle, ni e n la travesía d e l

l'uente N u e v o , ni e n la calle D a u p h i n e . S e llegó a la e n c r u c i j a d a B u ci, cerca d e

la A b b a y e , sin h a b e r p o d i d o c a n s a r la p a c i e n c i a d e los presos, a i d e c id ir a l p u e b lo a p o n er la m a n o s o b r e e llo s . S e iba a entr a r e n la p r i sión y n o h a b í a

t i e m p o q u e perder. Si se les m a t a b a sin q u e la c o s a fue s e p r e p a r a d a p o r a l g u n a

d e m o s t r a c i ó n s e m i p o p u l a r , se haría visible q u e p er e c e r ía n p or ord en y h e c h o da la a uto ridad . E n la encrucijada, d o n d e se ha l l a b a el teatro d e los alistamiento*,

150 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

Chaum ette, B ourdon, Fouquier-T inville , esa person ifica­ción de la h ipocresía revolucionaria y de la gu illo tina, Ca- rrie r, el ahogador de N antes, toda esa gente fué burguesa. E l Comité de Salvación Pública, el te rro r calculado, frío, legal, la gu illo tina misma, fueron in stituciones burguesas. E l pueblo no fué sino espectador y algunas veces tam ­bién, desgraciadam ente, el que aplaudió estúpidam ente esas exhibiciones de la legalidad h ipócrita y del fu ro r po lítico de los burgueses. D espués de la ejecución de D anton, co­m enzó a convertirse en víctim a.

i

* * *

La revolución jacobina, burguesa, exclusivam ente po lí­tica, de 1792 a 1794, debía llegar necesariam ente a la h ip o ­cresía legal y a la solución de todas las d ificu ltad es y de todas las cuestiones por el argum ento v ictorioso de la gu i­llo tina.

h a b í a m u c h o s obstáculos, u n a g r a n multi t u d . Allí, los asesinos, a p r o v e c h á n d o s e

d e la confusión, t o m a r o n s u r e s o l u c i ó n y c o m e n z a r o n a repartir s a b l a z o s y l a n ­

z a d a s d e s d e los coches. U n p r e s o q u e tenía u n bastón, s e a p o r instinto d e d«'-

fensa, sea p o r d e s p r e c i o a los m i s e r a b l e s q u e p e g a b a n a g e n t e s d e s a r m a d a s , d l ó

a u n o d e ellos u n b a s t o n a z o e n la cara. D i ó así el p r e t e x t o q u e se e s p e r a b a .

A l g u n o s f u e r o n m u e r t o s e n los c o c h e s m i s m o s , otros al b a j a r al pat i o d e ia

A b b a y e . . . E s a f u é la p r i m e r a m a t a n z a . . .

’’L o s as e s i n a t o s c o n t i n u a r o n e n la A b b a y e . <¡ E s cur i o s o s a b e r q u i é n e s e r a n los

a s e s i n o s ?

’’L o s p r i m e r o s , los h e m o s visto; e r a n f e d e r a d o s xnarselleses, a v l ñ o n e s e s y

otros del M e d i o d í a , a los c u a l e s se unieron, si h a y q u e creer a la tradición,

a l g u n o s m u c h a c h o s carniceros, a l g u n a s p e r s o n a s d e r u d o s oficios, j ó v e n e s s o b r e

todo, pilluelog y a r o b u s t o s y e n e s t a d o d e h a c e r m a l , a p r e n d i c e s a q u i e n e s se

e d u c a c r u e l m e n t e a f u e r z a d e golpes, y q u e e n tales dí a s los d e v u e l v e n al pri­

m e r llegado; había, entre otros, u n p e q u e ñ o p e l u q u e r o q u e m a t ó a v a r i o s p o r

s u p r o p i a m a n o .

’’P e r o el i n f o r m e q u e se d i ó m á s t a r d e s o b r e los s e p t e m b r i s t a s , r.o m e n c i o ­

n a b a ni u n a ni otra d e estas d o s clases, ni los s o l d a d o s del M e d i o d í a , ni la t u r b a

p o p u l a r que, sin d u d a , h a b i e n d o p a s a d o el t i e m p o , y a n o p u d o encontrarse.

D e s i g n a sólo g e n t e s esta b l e c i d a s s o b r e q u i e n e s p o d í a e c h a r s e m a n o , e n total

c i n c u e n t a y tres p e r s o n a s d e la v e c i n d a d , casi t o d o s c o m e r c i a n t e s d e la calle

S a i n t e - M a r g a r i t e y d e las calles v e c i n a s a ésta. P e r t e n e c e n a t o d a s las p r o f e ­

siones; relojeros, cafeteros, salchicheros, fruteros, zapateros, cofreros, p a n a d e r o s ,

etcétera. N o h a y m á s q u e u n solo carni c e r o establecido. H a y v a r i o s sastres,

e nt r e ellos d o s a l e m a n e s o tal v e z alsacianos.

”Si se cree esa i n f o r m a c i ó n , tal g e n t e se h a b r í a a l a b a d o , 1 1 0 sólo d e h a b e r

m a t a d o u n g r a n n ú m e r o d e presos, sin o d e h a b e r ejercido e s p a n t o s a s a t r o c i d a d e s

e n los cadáve r e s .

’’¿ E s t o s c o m e r c i a n t e s d e los a l r e d e d o r e s d e la A b b a y e , v e c i n o s d e los F r a n ­

ciscanos, d e M a r a t , y sin d u d a s u s lectores habituales, ¿ er a n u n a s e lección de

m a r a t i s t a s q u e la C o m u n a l l a m ó p a r a c o m p r o m e t e r a la G u a r d i a N a c i o n a l e n la

m a t a n z a , cubrirla c o n el u n i f o r m a b u r g u é s , i m p e d i r q u e la g r a n m a s a d e la

G u a r d i a N a c i o n a l interviniese p a r a d e t e n e r la e f u s i ó n d e s a n g r e ? N o es i n v e ­

rosímil.

f r a g m e n t o 151

tío para ex tirp a r la reacción se cree su ficien te atacar1 1 estaciones sin tocar su raíz y las causas que la

en siem pre de nuevo, se llega forzosam ente a la ne- de m atar m ucha gente, de exterm inar, con o sin legales, m uchos reaccionarios. Sucede fatalm ente

es que, después de haber m atado m ucho, los revolu- rios se ven llevados a esa m elancólica convicción de

no han ganado nada, n i dado un solo paso siquiera en .vor de su causa; que, al contrario , la han perjudicado y

que han preparado con sus propias manos el triu n fo de la reacción. Y esto po r una doble razón : la prim era es que habiendo sido respetadas las causas de la reacción, ésta se reproduce y se m u ltip lica bajo form as nuevas; y la segunda es que la m atanza, el asesinato, acaban por ind ignar siem pre lo que hay de hum ano en los hom bres y por hacer volver pronto el sen tim iento popular de parte de las víctim as.

La revolución de 1793, dígase lo que se quiera, no era ni socialista ni m ateria lis ta , o, para servirm e de la expre-

” S in em b a rg o , o o e s a b s o lu ta m e n te n e ce sa r io recu rrir a esta h ip ó te s is . D e c la ­raron ellos m i s m o s , e n el i n f o r m e , q u e los p r e s o s les insultaban, les p r o v o c a b a n

t o d o s los di a s a trav é s d e las rejas, q u e les a m e n a z a b a n c o n la llegada d e los

p r u s i a n o s y c o n los castigos q u e les e s p e r a b a n .

" L o m á s c r u e l ya s e e x p e r im e n ta b a : era la c e sa c ió n d e l c o m e r c io en a b so lu to , la s q u ieb r a s, e l c ier r e d e lo s n e g o c io s , ¡a ru in a y e l h a m b re, Ja m u e r te d e París'.

E l o b r e r o s o p o r t a a m e n u d o m e j o r el h a m b r e q u e el c o m e r c i a n t e la quiebra. E s o

se d e b e a m u c h a s causas, a u n a p r i n c i p a l m e n t e q u e n o h a y q u e o l vidar: es q u e

e n F r a n c i a n o es u n a s i m p l e d e s g r a c i a ( c o m o e n Ingla t e r r a o e n A m é r i c a ) , si n o

la p é r d i d a del h o n o r (* ) H a c e r h o n o r a s u s n e g o c io s r es u n p r o v e r b i o f r a n c é s

q u e sólo existe e n F r a n c i a . E l c o m e r c i a n t e e n q u iebra, aquí, se v u e l v e m u y

feroz.

’ ’E s a g e n te h a b ía esp era d o tres añ os q u e la r e v o lu c ió n te r m in a s e ; h a b ía cr e íd o por un m o m en to q u e e l rey la acabaría a p o y á n d o se en L a fa y e tte . ¿ Q u i é n lo h a ­

bía i m p e d i d o si n o los cortesanos, los s a c e r d o t e s q u e se t e n í a n e n la A b b a y e ?

" N o s han p er d id o y s e han p er d id o — d ecía n e so s m e rca d er e s fu r io so s— ; q u e "m u er a n a h o ra ".

" N a d ie d u da q u e e l p á n ico haya in flu id o m u ch o en su fu ror. L a alarm a Ies tu rb a b a e l e s p ír itu [ c o m o h o y los c a n t o s patrióticos c o n q u e llenan las calles

los o b r e r o s d e L y o n y d e M a rsella, i m p i d e n d o r m i r a los tenderos], el c a ñ ó n

q u e se d i s p a r a b a les p r o d u c í a el efecto del c a ñ ó n d e los p r usianos. A r r u i n a d o s ,

d e s e s p e r a d o s , ebrios d e rabia y d e m i e d o , se l a n z a r o n s o b r e el e n e m i g o , al m e ­

n o s s o b r e a q u e l q u e se e n c o n t r a b a a s u alcance, d e s a r m a d o , p o c o difícil d e

vencer, y q u e p o d í a n m a t a r a capricho, casi sin salir d e c a s a”. S e diría q u e

M i c h c l e t h a escrito estas p á g i n a s d e s p u é s d e h a b e r si d o testigo d e las j o r n a d a s

d e j u n i o y d e las horribles m a t a n z a s re a l i z a d a s f r í a m e n t e p o r los b u r g u e s e s d e

Paría, s o b r e o b r e r o s d e s a r m a d o s , d u r a n t e los días q u e siguieron. ( B a k u n i n . )

(*) M i c h e l e t se e n g a ñ a ; n o es la pérdida d el honor lo que in q u ieta a l t e n ­

dero, sino la p é r d i d a del crédito y la lesión de s u v a n i d a d b u r g u e s a . E l t e n d e r o

se atiene t a n p o c o a s u honor, que no q u iere nada m ejor que fa ltar a su s c o m ­

p r o m i s o s , *i p u e d e h a c e r l o g a n a n d o y n o p e r d i e n d o . E n c u a n t o a s u h o n o r , se

m anifiesta c o m p l e t a m e n t e e n los falsos p e s o s y e n la falsa m e d i d a , t a n t o c o m o

« n la a d u l t e r a c i ó n d e s u i m e r c a d e r í a s . ( B a k u n i n . )

152 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

sión p resuntuosa del señor Gambetta, no fué de n ingún modo positiv ista . F ué esencialm ente burguesa, jacobina, m etafísica, po lítica e idealista. G enerosa e in fin itam ente am plia en sus aspiraciones, había querido una cosa im posi­b le : el establecim iento de una igualdad ideal, en el seno mismo de la desigualdad m aterial. Al conservar como ba­ses secretas todas las condiciones de la desigualdad econó­mica, había podido creer poder reu n ir y envolver a todos los hom bres en un inm enso sen tim iento de igualdad fra te r­nal, hum ana, in te lectual, m oral, po lítica y social. E ste fué su sueño, su relig ión , m anifestados por el entusiasm o y los actos grandiosam ente heroicos de sus m ejores, de sus más grandes represen tan tes. P ero la realización de ese sueño era im posible, porque era con trario a todas las leyes n a tu ­ra les y sociales.

LA COMUNA DE PARÍS Y LA NOCIÓN DE ESTADO

(Locarno, del 5 al 23 de junio de 1871)

LA C O M U N A DE PARIS Y LA NOCION DE ESTADO «

E sta obra, como todos los escritos, poco num erosos, que publiqué hasta aquí, nació de los acontecim ientos. E s con­tinuación natu ra l de las Cartas a un francés (septiem bre «le 1870), en las cuales tuve el fácil y tr is te honor de prever y prcdccii l a a horrib les desgracias que h ieren hoy a F ran-< tu. y con ella n todo el m undo civilizado; desgracias con­fia lúa ouo no había ni queda «hora más que un rem edio: la re v o lu c ió n moqímI,

Probar esta verdad, en lo sucesivo incontestable, por el desenvolvim iento h istó rico de la sociedad y por los hechos que se desarro llan an te nuestros ojos en E uropa, de modo que sea aceptada po r todos los hom bres de buena fe, por todos los investigadores sinceros de la verdad, y luego ex­poner francam ente, sin re ticencias, s in equívocos, los p rin ­cipios filosóficos tan to como los fines p rácticos que cons­titu y en , por decirlo así, el alma activa, la base y el fin de lo que llam am os la revolución social, ta l es el objeto del p resente trabajo .

La tarea que me he im puesto no es fácil, lo sé, y se me podría acusar de presunción si aportase a este traba jo la m enor p re tensión personal. P ero no hay ta l cosa, puedo asegurarlo al lector. No soy ni un sabio ni un filósofo, n i siquiera un esc rito r de oficio. E scrib í m uy poco en mi vida y no lo hice nunca sino en caso de necesidad, por decirlo así, y solam ente cuando una convicción apasionada me fo r­zaba a vencer mi repugnancia in s tin tiv a con tra toda exhib i­ción de m i propio yo en público.

(1) C o n s e r v a m o s si p r e s e n t e f r a g m e n t o , c u y o titulo originario ea: P r e im - b u lo para la seg u n d a e n tr eg a d e E l im p e r io k a u t o g e r m in ic o , «1 n o m b r e d a d o

p o r E l i a c o R e c l u s , q u « lo p u b l i c ó p o r p r i m e r a r e a * n 1878. ( N o t a del traductor.)

156 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

¿Q ué soy yo y qué m e im pulsa ahora a publicar este trabajo? Soy un buscador apasionado de la verdad y un enem igo no menos encarnizado de las ficciones p erju d ic ia ­les de que el partido del orden, ese rep resen tan te oficial, priv ileg iado e in teresado de todas las ignom inias religiosas, m etafísicas, políticas, ju ríd icas, económ icas y sociales, p re ­sentes y pasadas, p re tende servirse hoy todavía para em ­bru tecer y esclavizar al mundo. Soy un am ante fanático de la libertad, considerándola como el único m edio en cuyo seno pueden desarro llarse y crecer la in teligencia, la d ignidad y la d icha de los hom bres; no de esa libertad fo r­mal, otorgada, m edida y reg lam entada por el Estado, m en­tira eterna y que en realidad no rep resen ta nunca nada más que el p riv ileg io de unos pocos fundado sobre la escla­v itu d de todo el m undo; no de esa libertad ind iv idualista , egoísta, m ezquina y fic tic ia , p regonada por la escuela de J . J . Rousseau, así como por todas las demás escuelas del liberalism o burgués, que consideran el llam ado derecho de todos, rep resen tado por el E stado, como el lím ite del d ere­cho de cada uno, lo cual lleva necesariam ente y siem pre a la reducción del derecho de cada uno a cero. No, yo en tien ­do por ella la única libertad que sea verdaderam ente d igna de este nombre, la libertad que consiste en el pleno desen­volvim iento de todas las potencias m ateriales, in telectuales y m orales que se encuen tran en estado de facu ltades la­ten tes en cada uno ; la libertad que no reconoce o tras res­tricc iones que las que nos trazan las leyes de n u estra propia na tu ra leza ; de suerte que, hablando propiam ente, no tiene restricciones, puesto que esas leyes no nos son im puestas por un leg islador de afuera , que reside sea al lado, sea por encim a de noso tros; nos son inm anentes, inheren tes, cons­titu y e n la base de todo n uestro ser, tan to m ateria l como in te lectual y m oral; en lugar de ver en ellas un lím ite, de­bemos considerarlas como las condiciones reales y como la razón efectiva de nuestra libertad .

Me refiero a esa lib ertad de cada uno que, lejos de dete­nerse como an te un lím ite fren te a la libertad de otro, encuentra, al contrario , a llí su confirm ación y su extensión hasta lo in fin ito ; la libertad ilim itada de cada uno por la libertad de todos, la lib ertad por la solidaridad, la libertad en la igualdad ; la libertad triu n fan te sobre el p rincip io de

l.t fuerza b ru tal y el p rincip io de autoridad, que no fué nunca más que la expresión ideal de esa fuerza ; la lib er­t a d (pie, después de haber derribado todos los ídolos celes- ten y terrestres, fundará y organizará un m undo nuevo, el «ir l a hum anidad so lidaria, sobre la ruina de todas las Igle- «ias y de todos los Estados.

Soy un p artid a rio convencido de la igualdad económica y social, porque sé que, fuera de esa igualdad, la libertad , 1« justic ia , la d ignidad hum ana, la m oralidad y el b ienestar de los individuos, lo mismo que la prosperidad de las na­ciones, nunca serán más que o tras tan tas m entiras. Pero, partidario incondicional de la libertad , esa condición p r i­m ordial de la hum anidad, pienso que la igualdad debe esta­blecerse en el m undo po r la organización espontánea del trubujo y de la propiedad colectiva de las asociaciones p ro ­ductora» librem ente organizada» y federadas en las comu- iifiw, y por l a feriente ión tam bién espontánea de las comunas, peto no poi l.i tic« iión suprem a y tu te la r del Estado.

Katc rtt el punto que divide principalm ente a los socialis­t a , o colre.t ivistas revolucionarios, de los com unistas auto- nutrloM, (pie defienden la in iciativa absoluta del Estado. S u fin e i el m isino; un partido y el otro qu ieren igualm entel.i creación de un orden social nuevo, fundado exclusiva­m ente sobre la organización del trabajo colectivo inev ita ­blem ente im puesto a cada uno y a todos por la fuerza m is­ma de las cosas, en condiciones económicas iguales para todos, y sobre la apropiación colectiva de los instrum entos de trabajo.

A hora b ien ; los com unistas se im aginan que podrán lle ­gar a eso por el desenvolvim iento y por la organización de la potencia po lítica de las clases obreras, y principalm ente del p ro le ta riado de las ciudades, con ayuda del radicalism o burgués, m ien tras que los socialistas revolucionarios, ene­m igos de toda ligazón y de toda alianza equívocas, p iensan al contrario , que no pueden llegar a ese fin m ás que por el desenvolvim iento y por la organización de la potencia no política, sino social, y por consiguiente an tipo lítica , de las m asas obreras, tan to de las ciudades como de los campos, com prendidos en ellas los hom bres de buena voluntad de las clases superio res que, rom piendo con todo su pasado, quie-

l.A CO M U NA D E P A R I S Y L A N O C I O N D E L E S T A D O 157

158 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

ran reun irse francam ente a ella* y acep tar ín teg ram en te su program a.

H e ahí dos m étodos d iferen tes. Los com unistas creen de­ber organizar las fuerzas obreras para posesionarse de la potencia política de los E stad o s; los socialistas revolucio­narios se organizan ten iendo en cuenta la destrucción, o, si se quiere una palabra más cortés, ten iendo en cuen ta la liquidación de los E stados. Los com unistas son partidarios del p rincip io y de la p ráctica de la au to rid ad ; los socialis­tas revolucionarios sólo tienen confianza en la libertad . P a rtid a rio s unos y o tros de la ciencia que debe m atar la fe, los prim eros qu isieran im ponerla; los o tros se esforzarán por propagarla, a fin de que los grupos hum anos, conven­cidos, se organicen y se federen espontáneam ente, lib re­m ente, de abajo a rrib a : por su m ovim iento propio, y con­form e a sus in tereses reales, pero nunca según un plan tra ­zado de antem ano e im puesto a las masas ignorantes por algunas in te ligencias superiores.

Los socialistas revolucionarios piensan que hay m ucha más razón práctica y esp íritu en las asp iraciones in s tin ti­vas y en las necesidades reales de las masas populares, que en la in te ligencia p ro funda de todos esos doctores y tu to ­res de la hum anidad que, a tan tas ten ta tiv as fru strad as para hacerla feliz, p re tenden añad ir todavía sus esfuerzos. Los socialistas revolucionarios piensan, al contrario , que la hu­m anidad se dejó gobernar bastan te tiem po, dem asiado tiem po, y que la fuente de sus desgracias no reside en talo cual form a de gobierno, sino en el p rincip io y en el hecho del gobierno, cualquiera que sea.

E sta es, en fin , la contrad icción ya h istó rica que ex iste en tre el com unism o cien tíficam ente desarro llado por la es­cuela alem ana y aceptado en parte por los socialistas am e­ricanos e ingleses, por un lado, y por o tro el proudhonism o am pliam ente desenvuelto y llevado hasta sus ú ltim as con­secuencias, aceptado por el p ro leta riado de los países la­tinos (1).

E l socialism o revolucionario acaba de in ten ta r una p r i­m era m anifestación b rillan te y práctica en la Comuna de París.

(1) E s i g u a l m e n t e aceptado y lo será cada ve* m á s por «1 in s tin to esen­c i a l m e n t e antipolítico de lo« p u e b l o s , eslavos. ( B a k u n i n . )

LA C O M U N A D E P A R I S Y L A N O C I O N D E L E S T A D O 159

Soy un partida rio de la Comuna de París, que, por haber nido aplastada, sofocada en sangre por los verdugos de la icacción m onárquica y clerical, no por eso ha dejado de hacerse m ás vivaz, m ás poderosa en la im aginación y en el corazón del p ro letariado de E u ro p a ; soy p artid a rio de ella m ayorm ente porque ha sido una negación audaz, bien p ro ­nunciada, del Estado.

lía un hecho h istó rico inm enso el que esa negación del E stado se haya m anifestado precisam ente en Francia, que ha «ido hasta aquí el país po r excelencia de la cen tra liza­ción política, y que sea precisam ente P arís, la cabeza y el creador h istórico de esa gran civilización francesa, el que haya tom ado la in iciativa. P arís, que abdica su corona y proclama con entusiasm o su p ropia decadencia para dar la libertad y la vida a F rancia , a Europa, al m undo en tero ; París, «pie afirm a de nuevo su potencia h istó rica de in icia­tiva itI tnostiai a todos Ion pueblos esclavos (¿ y cuáles son liin masa* populare* míe 110 son esclavas?) el único camino «Ir c m . u i c I pación y «Ir salvación; París, que da un golpe n>oi tul h l«im trad iciones políticas del radicalism o burgués y 111 iM ha*r 1 ral al socialism o revolucionario ; París, que nn it i c dr nuevo las m aldiciones de todas las gentes reac­c ionadas de Francia y de E u ro p a ; París, que se envuelve rn mis ru in as para dar un solem ne m entís a la reacción tr iu n fa n te ; que salva con su desastre el honor y el porvenir de F rancia y dem uestra a la hum anidad consolada que si la vida, la in teligencia, la fuerza m oral se han re tirado de las clases superiores, se conservaron enérgicas y llenas de porvenir en el p ro le ta riado ; París, que inaugura la era nueva, la de la em ancipación defin itiva y com pleta de las masas populares y de su so lidaridad en lo sucesivo com ple­tam ente real, a través y a pesar de las fro n te ras de los lis tad o s; P arís, que m ata el patrio tism o y funda sobre sus ru inas la re lig ión de la hum anidad ; París, que se proclam a hum anitario y ateo y reem plaza las ficciones divinas por las grandes realidades de la vida social y la fe en la ciencia; las m entiras y las in iquidades de la m oral relig iosa, polí- tica y ju ríd ica por los p rincip ios de la libertad , de la ju s ­ticia, de la igualdad y de la fra tern idad , estos fundam entos eternos de toda m oral hum ana; P a rís heroico, racional y creyente, que confirm a su fe enérg ica en los destinos de

160 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

la hum anidad por su caída gloriosa, por su m uerte, y que la transm ite m ucho más enérg ica y v iv iente a las generacio­nes ven ideras; París, inundado en la sangre de sus h ijo s m ás generosos, es la hum anidad crucificada por la reacción in ternacional coligada de Europa, bajo la inspiración in ­m ediata de todas las Ig lesias cris tianas y del gran sacerdo­te de la in iqu idad , el P ap a ; pero la próxim a revolución in ­ternacional y so lidaria de los pueblos será la resurrección de París.

T al es el verdadero sen tido y ta les las consecuencias b ien ­hechoras e inm ensas de los dos m eses m em orables de la ex istencia y de la caída im perecedera de la Comuna de París.

La Comuna de P arís ha durado dem asiado poco tiem po y ha sido dem asiado obstaculizada en su desenvolvim iento in terio r por la lucha m ortal que debió sostener contra la reacción de V ersalles, para que haya podido, no digo ap li­car, sino elaborar teóricam ente su program a socialista. Además —es preciso reconocerlo—, la m ayoría de los m iem ­bros de la Comuna no eran socialistas propiam ente y, si se m ostraron tales, es que fueron arrastrados invenciblem ente por la fuerza irresistib le de las cosas, por la natu raleza de su am biente, por las necesidades de su posición y no por su convicción íntim a. Los socialistas, a la cabeza de los cuales se coloca natu ra lm ente nuestro am igo V arlin , no form aban en la Comuna más que una m inoría ín fim a; alo sumo no eran más que unos catorce o quince miembros. E l resto estaba com puesto por jacobinos. Pero , entendám o­nos, hay jacobinos y jacobinos. E x is ten los jacobinos abo­gados y doctrinarios, como el señor Gam betta, cuyo repu­blicanism o positiv is ta (1), presuntuoso, despótico y fo r­m alista , habiendo repudiado la an tig u a fe revolucionaria y no habiendo conservado del jacobinism o más que el culto de la unidad y de la au toridad , en tregó la F ranc ia popular a los prusianos y más tarde a la reacción in te r io r ; y existen los jacobinos francam ente revolucionarios, los héroes, los ú ltim os rep resen tan tes sinceros de la fe dem ocrática de 1793, capaces de sacrificar su un idad y su au to rid ad bien am adas a las necesidades de la revolución, an tes que doble-

(1 ) V er su carta a L ittr é çrç L e Pro g rès , de L yon . (B ak u n in .}

\J\ CO M U N A D E P A R I S Y L A N O C I O N D E L E S T A D O 161

Ít*r mu conciencia an te la inso lencia de la reacción. E stos •Coblnos m agnánim os, a la cabeza de los cuales se coloca

imtu raím ente Delescluze, un alm a grande y un gran carác- t* i. <|uicren el triunrfo de la revolución ante todo ; y como m. Ii.iy revolución sin masas populares, y como esas masas tlm irn em inentem ente hoy el in s tin to socialista y no pue­ril u y» hacer otra revolución que una revolución económicaV «orial, los jacobinos de buena fe, dejándose a rra s tra r cada v r/ más por la lógica del m ovim iento revolucionario, aca­barán por convertirse en socialistas a su pesar.

Tul fue precisam ente la situación de los jacobinos queI orinaron parte de la Comuna de París. D elescluze y mu- « lio» o tros con 61 firm aron proclam as y program as cuyo n ip u itu general y cuyas prom esas eran positivam ente so- (’itrilutiiH Pero romo, a penar de toda hu buena fe y de toda un bitrna voluntad, no c a o mrtrt que Hocialistas mucho más ni ia«ti lirio« r »<tt i iornu 'ute que In teriorm ente convencidos; i itioii ñu tu v in o n tiem po ni capacidad para vencer y su p ri­mo r n » \ o i i ho 10 4 una maüa (ir prejuicio* burgueses que i «IfiImoi . o i iint i ado i lAn ron mu n o c í . diurno reciente, se com- p i' iid» ipn paiali/ario* por coa lucha in terio r, no pudieran •mili m im a de laM generaIidades, ni tom ar una de esas me* rilriitn di c iiiv n i que hubiesen roto para siem pre su so lidari­dad y num relacionen con el m undo burgués.

I'iié una gran desgracia para la Comuna y para ellos; quedaron paralizados y paralizaron la C om una; pero no *r l< :i puede reprochar como una falta. Los hom bres no seII auid o im an dr un (lía a otro y no cam bian de natu ra leza oí 111 hábitos a voluntad. H an probado su sinceridad ha- r.lénriour m atar por la Comuna. ¿Q uién se atreverá a p ed ir­le* iná*?

:-"o tan to mas excusables cuanto que el pueblo de P arís míMino, bajo la in fluenc ia del cual han pensado y obrado, era mucho más socialista por in stin to que por idea o con­vicción reflexiva. T odas sus aspiraciones son en el más alto grado y exclusivam ente socialistas; pero sus ideas o más b ien tuis represen taciones trad ic ionales están todavía bien Ir jos de haber llegado a esta a ltu ra . H ay todavía m uchos pre ju ic ios jacobinos, m uchas im aginaciones d ic ta to ria les y gubernam entales en el p ro le ta riado de las grandes ciudades de Kiancia y aun en el de París. E l culto a la au to ridad ,( , / /> , »n i/,- Uakunin, • 11 U

162 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

producto fa ta l de la au to ridad religiosa, esa fuen te h is tó ri­ca de todas las desgracias, de todas las depravaciones y de todas las servidum bres populares, no ha sido desarraigado aún com pletam ente de su seno. E sto es tan cierto que hasta los h ijos más in te ligen tes del pueblo, los socialistas m ás convencidos, no han llegado aún a libertarse de una m anera com pleta de ella. Investigad en su conciencia y encon tra­ré is al jacobino, al gubernam entalista , rechazado hacia a l­gún rincón m uy oscuro, con aspecto m uy hum ilde, es v e r­dad, pero no en teram ente m uerto.

P o r o tra parte, la situación del pequeño núm ero de los socialistas convencidos que han constitu ido parte de la Co­m una era excesivam ente d ifícil. No sin tiéndose su fic ien te ­m ente sostenidos por la g ran masa de la población p a ri­siense, no abrazando apenas sino unos m illares de in d iv i­duos, m uy im perfecta aún la organización de la A sociación In ternacional, debieron sostener una lucha d iaria con tra la m ayoría jacobina. ¡Y en m edio de qué c ircunstancias! Les fué necesario dar traba jo y pan a algunos centenares de m illares de obreros, organizarlos, arm arlos y v ig ila r al m ismo tiem po las m aquinaciones reaccionarias en una ciu­dad inm ensa como P arís , asediada, am enazada por el ham ­bre, y en tregada a todas las sucias em presas de la reacción que había podido establecerse y que se m antenía en Versa- lles, con e l perm iso y por la gracia de los prusianos. Les fué necesario oponer un gobierno y un ejérc ito revolucio­narios al gobierno y al e jérc ito de V ersalles, es decir, que para com batir la reacción m onárquica y clerical debieron, olvidando y sacrificando las prim eras condiciones del so­cialism o revolucionario , organizarse en reacción jacobina.

¿N o es natu ra l que, en m edio de c ircunstancias sem ejan­tes, los jacobinos, que eran los más fuertes, puesto que constitu ían la m ayoría en la Com una y que además poseían en un grado in fin itam ente superio r el in s tin to político, la trad ic ión y la p ráctica de la organización gubernam ental, hayan ten ido inm ensas ven tajas sobre los socialistas? De lo que hay que asom brarse es de que no hayan aprovechado m ucho m ás de lo que lo hicieron, de que no hayan dado a la sublevación de P arís un carácter exclusivam ente jacobi­no, y de que se hayan dejado arras tra r, al contrario , a una revolución social.

I A C O M U N A DE P A R I S Y L A N O C I O N D E L E S T A D O 103

fU- (|tic muchos socialistas, m uy consecuentes en su teo-< Im. reprochan a nuestros am igos de P arís el no haberse m inlrm lo suficien tem ente socialistas en su p ráctica revolu-< I.tiMii.i, m ientras que todos los ladradores de la prensa

m.i los acusan, al contrario , de haber seguido dem a­s i a d o íielm ente el program a del socialism o. Dejem os por el m om ento a un lado a los innobles delatores de esa pren- hn ; haré observar a los teóricos severos de la em ancipación ilrl pro letariado que son in ju sto s con nuestros herm anos do P arís ; porque, en tre las teo rías más ju stas y su prác- tW .1, Imy una d istancia inm ensa que no se franquea en algu- n o n d i n » . I '.l que ha ten ido la dicha de conocer a V arlin , por e j e m p l o , pina no nom brar sino a aquel cuya m uerte es cier- tn, m«Im luiuiti «pié punto han «ido apasionadas, reflex ivas y

ColhidIum « ti él y e n sus am ibos la« convicciones socialis- ■i 1 1 ni Inania m cuyo Crio urdiente, cuya abnegación y

I t i iMi t i I» ii<> I i i i i i p o d i d o Me i nunca puestas en duda por ña­dí» «fu I . .« ipil« n» 1« « l i a y u t i Mcercado. l*ero precisam ente p o 111111 «Miiit l i on i l i r e i» d e luienn lo, entuban llenos de descon­fían t u ni tu lnutOM e n presencia de la obra inmensa a que Imliiiiii d e licad o Hit pensam iento y su v ida: jse considera­ban tan pequeílosl Tenían , por lo demás, la convicción de• p i e rn la revolución social, d iam etralm ente opuesta —en u i o rum o m t o d o l o dem ás— a la revolución política, la «eclón d e los individuos debe ser casi nu la y la acción es­p o n t a n e a d e las m asas debe serlo todo. Cuanto los in d iv i­d u o » p u e d e n hacer, es elaborar, ac la rar y propagar las ideas «pie corresponden al instin to popular y adem ás con tribu ir r o n m i * esfuerzo» incesantes a la organización revoluciona­ria de l a potencia na tu ra l de las masas, pero nada m ás; y el r e n t o no puede ni debe hacerse sino por el pueblo mismo. De o t r o mod o, se l l e g a r í a a la d ictadura política, es decir, a l a reconstituc ión del Estado, de los priv ileg ios, de las desigualdades, de todas las opresiones del E stado, y se lle ­g a r í a por un camino desviado, pero lógico, al restableci- tnlento de la esc lav itud política, social, económ ica de las m«MB populares.

V ailin y sus amigos, como todos los socialistas sinceros, y e n general como todos los traba jadores nacidos y educa­dos rn el pueblo, com partían en el más alto grado esa p re ­v e n c i ó n perfectam ente leg ítim a con tra la in iciativa co n ti­

104 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

nua de los m ismos individuos, con tra la dom inación e je r­cida por las ind iv idualidades superio res: y como an te todo eran justos, d irig ían tam bién esa prevención, esa descon­fianza, con tra sí m ismos más que con tra todas las o tras personas.

C ontrariam ente a ese pensam iento de los com unistas au ­to rita rio s , según mi opinión com pletam ente erróneo, de que una revolución social puede ser d e t.e ta d a y organizada sea por una d ictadura, sea por una asam blea constituyen te sa­lida de una revolución política, nuestros am igos, los socia­lis tas de P arís, han pensado que no podía ser hecha y lleva­da a su pleno desenvolvim iento más que por la acción es­pontánea y con tinua de las masas, de los grupos y de las asociaciones populares.

N uestros am igos de P a rís han ten ido mil veces razón. Porque, en efecto, por genial que sea, ¿cuál es la cabeza, o si se quiere hablar de una d ic tadu ra colectiva, aunque es­tuviese form ada por varios cen tenares de ind iv iduos do ta­dos de facu ltades superiores, cuáles son los cerebros, por po ten tes que sean, bastan te am plios por abarcar la in fin ita m u ltip lic idad y d iversidad de los in tereses reales, de las aspiraciones, de las voluntades, de las necesidades cuya suma constituye la vo lun tad colectiva de un pueblo, y para inven tar una organización social capaz de sa tisfacer a todo el m undo? E sa organización nunca será más que un lecho de P rocusto sobre el cual la v iolencia m ás o m enos m arcada del E stado fo rzará a la desgraciada sociedad a extenderse. E sto es lo que ha sucedido siem pre hasta ahora, y es p rec i­sam ente a este sistem a an tiguo de organización por la fu e r­za a lo que la revolución social debe poner un térm ino, dan ­do a las m asas su p lena libertad , a los grupos, a las com u­nas, a las asociaciones, a los ind iv iduos m ismos, y d es tru ­yendo de una vez para siem pre la causa h istó rica de la v io­lencia, el poder y la ex istencia del E stado, que debe a rra s ­tra r en su caída todas las in iquidades del derecho ju ríd ico con todas las m en tiras de los cultos diversos, pues ese dere­cho y esos cu ltos nunca han sido nada m ás que la consa­gración obligada, tan to ideal como real, de la violencia re ­presentada, garan tizada y p riv ileg iada por el E stado.

E s evidente que la libertad no será dada al género hum a­no, y que los in tereses reales de la sociedad, de los grupos,

I A CO M U NA I )R P A R I S Y L A N O C I O N D E L E S T A D O 165

I** organizaciones locales así como de los individuos que M l l sociedad, no podrán encontrar satisfacción real

cumulo no haya Estado. E s evidente que los in tereses ‘oh generales de la sociedad que el E stado pretende fciitur, y que en realidad no son o tra cosa que la nega-

general y consciente de los in tereses positivos de las cu, <lc las comunas, de las asociaciones y del m ayor

ro de individuos som etidos al Estado, constituyen una >n, una abstracción, una m entira, y que el E stado es una carn icería o como un inm enso cem enterio donde,

^ ^ K to m b ra y con el p re tex to de esta abstracción, acuden

C' • • 1 •> 1 ■ "i . , Ih-.iI i I u .iinciilc, .i dejarsr inm olar o en terrar 11* Imm aupiraclones reales, todas las fuerzas vivas de un

« uino 111111; 1111. i . 11 * .ti .m ■ i i i existe nunca por sí mis-.......... no 11rnc ni piernas pina m archar ni brazos para

ni ••(Allí (le v i l 1 ¡mas quetu i Ir vm a i , ni claro <|iir uní como la abstrac-

-n mUmiímI, Dios, 11 p im enta en realidad los |ihnIi h i.«, 11 ales, «li una casta privilegiada, el cle-

«ii i «ni 11 * t > un ni» (i i n u t r e - l a abstracción política,*''it.nl... m | i i »m uta los intereses no menos positivos y

«**«I*»' '!«■ la < l«ne hoy principalm ente sino exclusivam ente asplotMiloia y <|iu- tiende a englobar todas las dem ás: la I ii11 f;iirul»i Y uní romo el clero estuvo siem pre dividido y hoy tiende a d iv id irse todavía más en una m inoría muy

IMHtrtoMii y muy rica y una m ayoría muy subordinada y has- a c in to punto m iserable, así la burguesía y sus organiza­

ciones riivem ia, políticas y sociales, en la industria , en la agricu ltu ra, en la banca y en el comercio, tan to como en toilou Ion órganos adm inistrativos, financieros, judiciales, un iversitarios, policíacos y m ilitares del Estado, tiende a escindirse cada día más en una o ligarquía realm ente domi­nadora y en una masa innum erable de seres más o menos vanidosos y más o menos decaídos que viven en una per­petua ilusión, rechazados inevitablem ente y cada vez con mayor persistencia hacia el p ro letariado por una fuerza irresistib le, la del desenvolvim iento económico actual, y re ­ducidos a serv ir de instrum entos ciegos a esa oligarquía om nipotente.

l-n abolición de la Ig lesia y del E stado debe ser la con­dición previa e indispensable de la liberación real de la

166 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

so c ied ad ; después de eso, sólo ella puede y debe o rgan izar­se de o tro modo, pero no de a rriba abajo y según un plan ideal, soñado por algunos sabios, o bien a golpes de decre­tos lanzados por alguna fuerza d ic ta to ria l o hasta por una asam blea nacional, elegida por el su frag io universal. T al sistem a, como lo he dicho ya, llevaría inevitablem ente a la creación de un nuevo Estado, y por consiguien te a la fo r­m ación de una aristocracia gubernam ental, es decir, de una clase de gentes que no tienen nada de com ún con la masa del pueblo, y, ciertam ente, esa clase volvería a explo tar y a som eter con el p re tex to de la felic idad común, o para salvar al Estado.

La fu tu ra organización social debe ser hecha solam ente de abajo arriba, por la libre asociación y federación de los trabajadores, en las asociaciones prim ero, después en las comunas, en las regiones, en las naciones, y finalm ente en una gran federación in ternacional y universal. U nicam ente entonces se realizará el o rden verdadero y v iv ificador de la libertad y de la dicha general, ese orden que, lejos de rene­gar, afirm a al con trario y pone de acuerdo los in tereses de los ind iv iduos y los de la sociedad.

Se dice que el acuerdo y la so lidaridad universal de los in tereses de los ind iv iduos y de la sociedad nunca podrá realizarse realm ente, porque esos intereses, siendo con tra­dictorios, no están en situación de contrabalancearse rec í­procam ente o bien de llegar a un acuerdo cualquiera. A tal objeción, responderé que si hasta el p resente los in tereses no han estado nunca ni en n inguna parte en acuerdo m utuo, ha sido a causa del Estado, que ha sacrificado los in tereses de.la m ayoría en beneficio de una m inoría priv ileg iada. H e ahi por qué esa fam osa incom patib ilidad y esa lucha de in­tereses personales con los de la sociedad no es más que o tro engaño y una m entira política, nacida de la m entira teoló­gica que im aginó la doctrina del pecado o rig inal para des­honrar al hom bre y d es tru ir en él la conciencia de su propio valor. E sa idea falsa del antagonism o de los in tereses fué creada tam bién por los sueños de la m etafísica que, como se sabe, es próxim a parien te de la teología. D esconociendo la sociabilidad de la naturaleza hum ana, la m etafísica con­sideraba la sociedad como un agregado m ecánico y pu ra­m ente a r tif ic ia l de individuos, asociados repentinam ente,

CO M U N A DE P A R I S Y LA N O C I O N D E L E S T A D O 161

Int- de un tra tado cualquiera form al o secreto, con- I ihiem ente o bien bajo la in fluencia de una fuerza

ior. Antea de unirse en sociedad, esos individuos, do- dc una especie de alma inm ortal, gozaban de una tu libertad.

o ni los m etafísicos, sobre todo los que creen en la tiil i d . id del alma, afirm an que los hom bres fuera de ledad son seres libres, nosotros llegam os entonces in ­

clem ente a esta conclusión: que los hom bres no pue- im irlo en sociedad sino a condición de renegar de su

Mad, de su independencia n a tu ra l y de sacrificar sus pithi’h, personales prim ero, locales después. T al renun-

y luí H.tcrificio de ai m ismos deben ser por eso tan to i m p n i o M O H cuanto más num erosa es la sociedad y

n c o tn pie ja mu organización. En tal caso, el E stado es la eMpi < -.i<in de todo» lo» »acrificio» individuales. E x istiendoh.tjo »h u í j a n t e lum ia nbatructa, y al mismo tiem po violen-i . un n pM t iü.» «Ir» n !«., i niiiíiiu.i pe r judicando cada vez ittA» ln llbot lad indiviiliiiil tu nom bre de esa m entira que tu lUimi "IrlU ldrtd publica”, aunque es evidente que no re-

8i enrula, < hi luaivam ente, o tros in tereses que los de la clase om inante 101 Kntado, de ese modo, se nos aparece como

una negación inevitable y como una aniquilación de toda libertad, de todo in terés, p a rticu la r lo mismo que general.

Se ve aquí que en los sistem as m etafísicos y teológicos todo »e asocia y se explica por sí mismo. He ahí por qué lo» defenso res lógicos de esos sistem as pueden y deben, con la conciencia tranqu ila , con tinuar explotando las masas populare» por m edio de la Ig lesia y del E stado. L lenando l<>» bolsillo» y saciando todos sus sucios deseos, pueden al mismo tiem po consolarse con el pensam iento de que penan por la gloria de Dios, por Ja v ictoria de la civilización y por la felic idad e terna del pro letariado .

Pero nosotros, que no creem os n i en Dios n i en la inm or­talidad del alma, ni en la propia libertad de la voluntad, Ai i m iam os que la lib ertad debe ser com prendida, en su acepción más com pleta y más am plia, como fin del progreso h istórico de la hum anidad. P o r un ex traño aunque lógico contraste , nuestros adversarios, idealis tas de la teología y de la m etafísica, tom an el p rincip io de la libertad como fundam ento y base de sus teorías, para conclu ir buenam ente

O B R A S D E M I G U E L B A K Ü N I Ñ

en la ind ispensab ilidad de la esc lav itud de los hombres. N osotros, m ateria lis tas en teoría, tendem os en la p ráctica a crear y hacer duradero un idealism o racional y noble. N ues­tro s enem igos, idealistas divinos y transcendentales, caen hasta el m aterialism o práctico, sangu inario y vil, en nom bre de 1 m isma lógica, según la cual todo desenvolvim iento es la nfc¿ación del p rincip io fundam ental. E stam os convenci­dos de que toda la riqueza del desenvolvim iento in telectual, m oral y m ateria l del hom bre, lo mismo que su aparente in ­dependencia, de que todo eso es el p roducto de la vida en sociedad. F u era de la sociedad, el hombre, no solam ente no será libre, sino que no será verdadero hom bre, es decir, un ser que tiene conciencia de sí mismo, que siente, p iensa y habla. U nicam ente el concurso de la in te ligencia y del tra ­bajo colectivo ha podido fo rzar al hom bre a sa lir del estado de salvaje y de b ru to que co n stitu ía su natu ra leza prim ariao bien su pun to in icial de desenvolvim iento u lte rio r. E s ta ­mos p rofundam ente convencidos de esta verdad, de que la vida de los hom bres —intereses, tendencias, necesidades, ilusiones, hasta ton terías, tan to como las violencias, las in ­ju stic ia s y todos los actos que tien en la apariencia de vo­lun tario s— no rep resen ta más que la consecuencia de las fuerzas fa ta les de la vida en sociedad. La gente no puede adm itir la idea de independencia m utua sin renegar de la in fluencia recíproca de la correlación de las m anifestacio ­nes de la natu raleza ex terio r.

E n la natu ra leza misma, esa m aravillosa correlación y filiación de los fenóm enos no se ha conseguido, c iertam en­te, sin lucha. A l contrario , la arm onía de las fuerzas de la natu ra leza aparece como resu ltado verdadero de esa lucha constante que es la condición m ism a de la v ida y del m ovi­m iento. E n la natu ra leza y en la sociedad, el orden sin lu ­cha es la m uerte.

Si en el universo el o rden n a tu ra l es posible, es ún ica­m ente porque ese universo no es gobernado según algún sistem a im aginado de antem ano e im puesto por una volun­tad suprem a. L a h ipó tesis teológica de una leg islación d i­v ina conduce a un absurdo evidente y a la negación, no sólo de todo orden, sino de la natu ra leza misma. Las leyes n a tu ­rales sólo son reales en tan to que son inheren tes a la n a tu ­raleza, es decir, en tan to que no son fijad as por n inguna

COMUNA D E P A R I S Y LA N O C I O N D E L E S T A D O 1(50

Drlrfnd. E stas leyes no son m ás que sim ples m anifesta-o bien continuas m odalidades del desenvolvim iento cosas y de las com binaciones de estos hechos m uy

I»d08, pasajeros, pero reales. E l conjunto constituye lo 1 ¡¡imamos “na tu ra leza”. La in te ligencia hum ana y la i a observaron estos hechos, los com probaron experi-

ii.lím ente, después los reu n ie ro n en un sistem a y los n o n leyes. P ero la n atu ra leza no conoce leyes; obra lucientem ente, rep resentando por sí m isma la variedad

«finita de los fenómenos, que aparecen y se rep iten de una •ra fa ta l. He ahí por qué, g racias a esa inevitabilidad

l a acción, el o rden universal puede ex is tir y existe de :ho.

Un orden sem ejante aparece tam bién en la sociedad hu- m. i i , qu» evoluciona en apariencia de un modo llamado «ntinuturnl, pero que en realidad hc somete a la m archa na- 1 ni ni e inevitable de la» comm. Sólo que la superio ridad del hom brr aobn- Io n otro» anímale» y la facultad de pensar, llevaron <i mi de »envolvim iento un elem ento particu lar, com pletam ente natu ra l, «ea dicho de paso, en este sentido,

3ue, como todo lo que existe, el hom bre rep resen ta el pro- ucto m aterial de la unión y de la acción de las fuerzas.

E íte elem ento p articu la r es el razonam iento, o bien esa facultad de generalización y de abstracción gracias a la cual el hom bre puede proyectarse por el pensam iento, exa­m inándose y observándose como u n objeto ex te rio r extraño. Elevándose, por las ideas, por sobre sí mismo, así como por ■obre el m undo circundante, llega a la represen tación de la abstracción perfecta , a l nada absoluto. E ste lím ite últim o de la m ás a lta abstracción del pensam iento, ese nada abso­luto es Dios.

He ahí el sentido y el fundam ento h istó rico de toda doc­trin a teológica. No com prendiendo la natu ra leza y las cau­sas m ateria les de sus propios pensam ientos, no dándose cuenta tam poco de las condiciones o leyes n atu ra les que le son particu lares, no pudieron suponer ciertam ente los p r i­m eros hom bres en sociedad, que sus nociones absolutas fu e ­sen el resu ltado de la facu ltad de concebir ideas abstractas. He ahí por qué consideraron esas ideas, sacadas de la n a ­turaleza, como objetos reales an te los cuales la naturaleza misma cesaba de ser algo. Luego se dedicaron a adorar sus

170 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

ficciones, sus im posibles nociones del absoluto, y a p ro ­d igarles todos los honores. Pero era preciso, de una m anera cualquiera, fig u ra r y hacer sensible la idea abstracta de la nada o de Dios. Con este fin in flaron la concepción de la d iv in idad y la dotaron, por acrecentam iento , de todas las cualidades y fuerzas, buenas y malas, que encontraban sólo en la natu ra leza y en la sociedad.

T al fué el origen y el desenvolvim iento h istó rico de to ­das las relig iones, com enzando por el fetichism o y acaban­do por el cristianism o.

No tenem os la in tención de lanzarnos en la h isto ria de los absurdos relig iosos, teológicos y m etafísicos y m enos aún de hablar del despliegue sucesivo de todas las encar­naciones y v isiones div inas creadas por sig los de barba­rie. T odo el m undo sabe que la superstic ión dió siem pre origen a espantosas desgracias y obligó a derram ar ríos de sangre y de lágrim as. D irem os sólo que todos esos rep u l­sivos ex trav íos de la pobre hum anidad fueron hechos h is tó ­ricos inevitables en el crecim iento norm al y en la evolución de los organism os sociales. T ales ex trav íos engendraron en la sociedad esta idea fa ta l que dom ina la im aginación de los hom bres, la idea de que el universo es gobernado por una fuerza y por una voluntad sobrenaturales. Los siglos sucedieron a los siglos, y las sociedades se hab ituaron hasta ta l punto a esta idea, que finalm ente m ataron en ellas toda tendencia hacia un progreso más lejano y toda capacidad para llegar a él.

L a am bición de algunos individuos prim ero, de algunas clases sociales en segundo lugar, e rig ie ron en p rincip io v i­ta l la esc lav itud y la conquista y enraizaron, m ás que o tra alguna, esta te rrib le idea de la div inidad. D esde entonces, toda sociedad fué im posible sin estas dos instituciones como base: la Ig lesia y el Estado. E stas dos plagas sociales son defendidas por todos los doctrinarios.

A penas aparecieron estas dos in stitu c io n es en el mundo, se organizaron autom áticam ente dos castas sociales: la de los sacerdotes y la de los aristócratas, que sin perd er tiem ­po se preocuparon de inculcar p rofundam ente al pueblo subyugado la indispensabilidad, la u tilid ad y la santidad de la Ig lesia y del Estado.

T odo eso ten ía por fin transfo rm ar la esc lav itud b ru tal

i O M U N Á D E P A R I S Y L A N O C I O N D E L E S T A D O 171

un« esclav itud legal, prevista, consagrada por la volun- tlrl Ser suprem o.

PhO Iob sacerdotes y los a ristócratas, ¿creían sincera- "Mfr e n esas instituciones, que sostenían con todas sus err.it« e n su in terés p articu la r? ¿E ran unos m istiíicado-

V u n o s em busteros? N o ; creo que al mismo tiem po eran yrntea e im postores.ilion creían tam bién, porque com partían na tu ra l e inevi­

tablem ente los ex trav íos de la m asa y únicam ente después, •n la época de la decadencia del m undo an tiguo , fué cuando i r hicieron eBcépticos y em busteros sin vergüenza. O tra razón perm ite considerar a los fundadores de los Estados como gentes sinceras. E l hom bre cree fácilm ente en lo que «lesea y en lo que no contrad ice sus intereses. No im porta que bcü in te ligen te e in s tru id o : por su am or propio y por nu (leseo d e v i v i r c o n suh sem ejantes y de aprovecharse de nu r cHpe to , c r e e r á s i e m p r e e n lo que le es agradable y ú til. Kstoy convencido de que, por ejem plo, T h ie rs y el Gobier­no versa lié* se e s f o r z a r o n a toda costa por convencerse de que m atando en P a r í s algunos m illares de hom bres, de m u­jeres y d e niños salvaban a F rancia .

Pero si los sacerdotes, los augures, los aris tócra tas y los burgueses, de los v iejos y de los nuevos tiem pos, pudieron creer sinceram ente, no po r eso dejaron de ser siem pre m is­tificadores. No se puede, en efecto, ad m itir que hayan cre í­do en cada una de las absurd idades que constituyen la fe y la política. No hablo siquiera de la época en que, según Cicerón, “dos augures no podían m irarse sin re ír”. Aun en los tiem pos de la ignorancia y de la superstic ión general, es d ifícil suponer que los inventores de m ilagros cotidianos hayan estado convencidos de la realidad de esos m ilagros. Se puede decir lo mismo de la política, que es posible resum ir a s í : “E s preciso subyugar y expoliar al pueblo de tal modo, que no se queje dem asiado alto de su destino, que no se olvide de som eterse y no tenga el tiem po necesario para pensar en la resistencia y en la rebelión”.

¿Cómo, pues, im aginarse, después de eso, que las gentes que han transform ado la po lítica en un oficio y conocen su objeto —es decir, la in justic ia , la violencia, la m entira, la traición, el asesinato en m asa y aislado—, puedan creer s in ­ceram ente en el a rte po lítico y en la sab iduría del E stado

172 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

generador de la fe lic idad social? No pueden haber llegado a ese grado de estupidez, a pesar de toda su crueldad. La Ig lesia y el E stado han sido en todos los tiem pos grandes escuelas de vicios. La H isto ria está ahí para a tes tig u ar sus crím enes; en todas partes y siem pre, el sacerdote y el esta ­d ista han sido los enem igos y los verdugos conscientes, sistem áticos, im placables y sanguinarios de los pueblos.

Pero, ¿cómo conciliar, sin em bargo, dos cosas en apa­riencia tan incom patib les: los em busteros y los engañados, los m entirosos y los creyentes? Lógicam ente, eso parece d ifíc il; sin em bargo, en la realidad, es decir, en la v ida práctica, esas cualidades se asocian m uy a m enudo.

En enorm e m ayoría, las personas viven en contrad icción consigo mismas, y en continuas confusiones; no lo adv ier­ten generalm ente hasta que algún acontecim iento ex trao r­dinario las saca de la som nolencia hab itual y las obliga a echar un vistazo sobre ellas y sobre su alrededor.

E n po lítica como en relig ión, los hom bres son m áquinas en m anos de los explotadores. Pero ladrones y robados, opresores y oprim idos, viven unos al lado de otros, gober­nados por un puñado de ind iv iduos que conviene considerar como verdaderos explotadores. Son las m ism as personas, libres de todos los p re ju ic io s po líticos y religiosos, las que m altra tan y oprim en conscientem ente. E n los siglos X V I y X V III , hasta la explosión de la G ran Revolución, como en nuestros días, m andan en E uropa y obran casi a su ca­pricho. E s necesario creer que su dom inación no se p ro lon­gará largo tiem po.

E n tan to que los jefes p rincipales engañan y p ierden a los pueblos con toda conciencia, sus servidores, o las hechu­ras de la Ig les ia y del Estado, se aplican con celo a sostener la san tidad y la in teg rid ad de esas odiosas instituciones. Si la Ig lesia —según dicen los sacerdotes y la m ayor parte de los estad istas— es necesaria a la salvación del alma, el Estado, a su vez, es tam bién necesario para la conservación de la paz, del orden y de la ju s tic ia ; y los doctrinarios de todas las escuelas g ritan : “Sin Ig les ia y sin Gobierno no hay civ ilización ni p rogreso”.

No tenem os que d iscu tir el problem a de la salvación eterna, porque no creem os en la inm ortalidad del alma. E s­tam os convencidos de que la m ás p erju d ic ia l de las cosas,

1.4 C O M U N A D E P A R I S Y LA N O C I O N D E L E S T A D O 173

(• m i la hum anidad, para la lib e rtad y el progreso, es la glení¿i. ¿Y puede ser o tra? ¿No es a la Ig lesia a quien in-

• timbe la tarea de p erv ertir las jóvenes generaciones, las m ii|trc s sobre todo? ¿No es ella la que por sus dogmas, ■un m entiras, su estup idez y su ignom inia tiende a m atar ti razonam iento lógico y la ciencia? ¿E s que no afecta a Id d ignidad del hom bre, perv irtien d o en él la noción de los derechos y de la ju stic ia? ¿No transform a en cadáver lo (jue es vivo? ¿N o p ierde la libertad? ¿N o es ella la que predica la esc lav itud e terna de las m asas en beneficio de los tiranos y de los explotadores? ¿N o es ella, esa im placable Iglesia, la que tiende a perpetuar el reinado de las tinieblas, d e la ignorancia, de la m iseria y del crim en?

Si el progreso de nuestro sig lo no es un sueño engañoso, debe te rm in ar con la Ig lesia ............................................................

( E l m anuscrito se in terrum pe aquí.)

ADVERTENCIA IM EL IMPERIO KNUTO GERMÁNICO

(1,1» n m o , »lol 'J,*\ i lo J u n i o ii 1 l <1« J u l i o i lo 1 871)

A D V E R T E N C IA

P A R A EL IM PE R IO K N U T O G E R M A N IC O

Esta obra, como todos mis escritos, poco num erosos, que publiqué hasta aquí, nació de los acontecim ientos. E s la continuación natu ra l de m is Cartas a un francés, publica­bas en septiem bre de 1870. E n esas cartas tuve el. fácil y tris te honor de prever y de p redecir todas las horrib les des­gracias que h ieren hoy a F rancia y con ella a todo el m un­do civ ilizado; desgracias contra las que no había entonces, ni hay hoy, más que un solo rem edio: la revolución social.

Desde el comienzo de la guerra, y sobre todo después dr las dos prim eras v ic to rias b rillan tes obtenidas por los alemanes sobre los e jérc ito s de N apoleón I I I , en presencia del pánico singu lar que se había apoderado de estos ú lt i­mos, era evidente que F rancia debía ser vencida. Y para quien ten ía idea, por un lado de la desorganización y de la desm oralización horrorosa que, bajo el nom bre de orden público y de salvación de la civilización, habían dom inado en este desdichado país duran te los veinte años del régim en im perial, y por el o tro sabía todo lo que hay de b ru ta l ava­ricia y de vanidad a la vez servil y feroz en el patrio tism o alemán, de in stin to despótico y cruel, de insolencia im pla­cable y de desprecio hum ano en los B ism arck, los M oltke, y en todos los otros jefes coronados y no coronados de Alemania, debía ver claro que F rancia como Estado, como dom inación política y como potencia de p rim er orden, es­taba perdida. A niquilada como Estado, F ran c ia sólo podía renacer a un poder nuevo, a una grandeza nueva, no ya política esta vez, sino social, por la revolución, a m enos que p refiriese a rra s tra r una ex istencia m iserable como E s­tado de segundo o de te rce r orden, con el perm iso especialO b r a s d e B a k u n in . - I I 12

178 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

del señor B ism arck y bajo la pro tección poco graciosa de ese g ran im perio knutogerm ánico que acaba de reem plazar hoy al im perio de N apoleón I I I .

T oda la cuestión estaba, pues, a llí: F rancia , después de haber hecho bancárro ta como E stado , y hallándose por eso m ismo incapaz de oponer a la invasión knutogerm ánica una fuerza po lítica y adm inistrativam ente organizada, ¿encon­tra rá en sí, como sociedad, como nación, bastan te genio y bastan te poder v ita l para buscar su salvación en la revolu­ción? Y como hoy no ex iste o tra revolución posible que la revolución social; como la sublevación unánim e y sincera­m ente popu lar de una nación contra una invasión ex tran ­je ra detestada, sign ifica guerra sin cuartel, guerra a cuch i­llo y a tea incend iaria —como lo hem os v isto ya en E spaña y después en Rusia, cuando los rusos respondieron a la invasión de N apoleón I con el incendio de M oscú, así como acabam os de verlo en fin en esa heroica ciudad de P arís, cuyo p ro le tariado m agnánim o, tom ando en serio una expre­sión m agnífica que no había sido más que una frase rep u l­siva e h ip ó crita en los labios de los señores Ju lio Favre y com pañía, ha p referido enterrarse bajo las ruinas an tes que rend irse a los odiosos ex tran je ro s de V ersalles un idos a los p rusianos de Saint-D enis—, se tra taba de saber qué p a r­te de la sociedad francesa encon traría en su seno bastante energía, grandeza in te lectual y m oral, abnegación, heroísm o y patrio tism o para hacer esa revolución y esa guerra, para realizar ese inm enso sacrific io a cuyo precio únicam ente podría ser salvada F rancia.

P ara el que conozca un poco la m oral y el esp íritu actual de las clases posesoras, que por irris ión sin duda se llam an clases superiores, cu ltas o in stru idas, debía ser evidente que no había que esperar nada de esa parte para la salva­ción de F ran c ia ; únicam ente frases más o m enos h ipócritas y siem pre rid icu las y odiosas, porque, im poten tes cuando prom eten el bien, sólo son serias cuando predicen el m al; nada más que inepcia, tra ic ió n y cobardía. E n cuanto a mí, no puedo conservar sobre este pun to duda alguna. Desde hace varios años, me he en tregado con una especie de vo­lup tuosidad am arga y cruel al estudio especial de esa im ­potencia in te lectual y m oral asom brosa de la burguesía ac­tual. Y cuando hablo de la burguesía, com prendo igualm en-

H 'K H T K N C I A P A R A EL I M P E R I O 179

loi

il. nom inación a toda la clase nob iliaria que, ha-II.lo rn todo el continente de E uropa y en gran

Inn1.11. ii.i mismo todos los rasgos d istin tivos que «Mu untes una clase po lítica y socialm ente d is­

idan i* ncKíulo com pletam ente hoy bajo la presión del m ovim iento cap ita lis ta actual. Com prendo mu palabra a la masa innum erable de los gran-

pequeíto* funcionarios m ilitares, civiles, judi- illgiosos, escolares y policíacos del Estado, m enos

idos que, sin ser burgueses, son sin embar- Irncia visible, la única razón de ser y como los

i fo r/ados de la burguesía y del Estado, los sos- indispensables de lo que los burgueses 11a- ición.es, burgués a todo el que no es trabajador de los ta lleres o de la t ie rra ; y pueblo a los obreros propiam ente dichos, lo mismo sinos que cu ltivan con sus brazos, sea su la tie rra de otro. Yo, que escribo, soy, des-

un burgués. No obstante, se podría consi- burguesa y como pertenecien te al proleta-

mafia de trabajadores de la ciencia y de las artes consiguen ganar su vida y que se aplastan mu-

n una com petencia espantosa; su ex istencia esi.'ís p recaria y m ás m iserable que la de los obre- ín te dichos. E n realidad, no son más que prole- hacerse tales sólo les fa lta una cosa, y es vol-

ios por la voluntad, por el santim iento y por ro tho es lo que los separa precisam ente del pro-

tton en gran parte burgueses por sus preju ic ios, «pi rac iones y por sus esperanzas siem pre ilusorias,

' t o d o p o r su vanidad. Lo mismo puede decirse de esa n u m e r o s a aún de pequeños in d u stria les y de pe-

com crciantes que, no queriendo ver y rehusando lrr que el concurso de las fuerzas económicas ac-

l leva fatalm ente al pro letariado , se im aginan loca- Bon solidarios de los in tereses de la alta bur-

m undo burgués, ac tualm ente es, desde el punto de Icm tual, im potente y está m oralm ente podrido. H a de* huí ; dioses, no tiene fe en nada, ni en sí mismo,

180 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

y no vive sino de la h ipocresía y de la violencia. De todas las re lig iones que ha profesado y que considera bueno apa­ren ta r aún, no ha conservado más que una s e r ie : la de la p ropiedad de la riqueza adquirida, siem pre aum entada y m antenida a todo precio y por cualquier m edio que sea. Con sem ejante d isposición de ánim o y de esp íritu , únicam ente hay una form a po lítica p o sib le : la d ictadura m ilitar, ind í­gena o ex tran je ra , porque no hay duda —y los hechos que se sucedieron en F rancia lo han dem ostrado por o tra p a r­te— que todo burgués bien pensado y bien nacido, sac ri­ficando la p a tria sobre el a lta r de la propiedad, p re ferirá siem pre el yugo del déspota ex tran jero más insolente, más duro, a la salvación de su propio país por la revolución social.

H e ten ido el tr is te honor de predecirlo , hace dos años, en una serie de a rtícu lo s publicados en L ’E g a lité , de G ine­bra (1). H abiendo publicado el Com ité cen tral de la L iga de la Paz y de la L ibertad , que reside en esa ciudad, un program a en el que proponía al estudio de sus raros fieles esta cuestión : ¿Q ué m isión está llamada a desem peñar la clase burguesa, y la burguesía radical principalm ente, en presencia de la cuestión social que hoy se im pone de un m odo verdaderam ente form idable a todos los países de E u ­ropa?, yo respondí que, según mi opinión, sólo le quedaba una m isión que llen a r: “m orir con g racia”. Sí, inm olarse generosam ente, como se había inm olado la nobleza de F ra n ­cia en la noche m em orable del 4 de agosto de 1789.

P ero esa nobleza, por degenerada y corrom pida que es­tuviese por varios sig los de ex istencia servil en la corte de lo6 reyes, había conservado aún, hasta fines del siglo X V III y en el m om ento en que la revolución burguesa le daba un golpe m ortal, un resto de idealism o, de fe, de en tu ­siasmo. A fa lta de su corazón, su im aginación perm anecía ab ierta a las aspiraciones generosas. ¿N o había saludado, p ro tegido, d ifund ido las ideas hum anitarias del siglo? ¿No había enviado sus más nobles h ijo s a A m érica para sostener con las arm as en la m ano la causa de la libertad con tra el despotism o? La noche del 4 de agosto fué en parte la ex-

(1) A r t í c u l o s titulados L o s a d orm id era s, p u b l i c a d o s del 24 d e jun i o al 24 d e

julio d e 1869, 'en L E g a l i t i . S e insertan e n el t o m o V I d e estas Oblras. ( N o t a

del traductor.)

* l h'H I UNCI A P A R A E L I M P E R I O 181

ene esp íritu caballeresco que hizo de ella en el Instrum ento , por lo demás casi siem pre in-

p, ti«* mu propia destrucción.lud que Ion acontecim ientos in fluyeron tam bién

• i Ion cam pesinos no hubiesen atacado los castillos, lo» p.ilomares (1) y quemado los pergam inos no-

eM«ts leyes de la servidum bre rural, no es seguro ¡a tan tes de la nobleza en la Asam blea Nacio-

ilibiesen ejecutado tan graciosam ente. E s verdad que la nobleza em igrada, al volver a F ran c ia

B ortones en 1814, se m ostró anim ada de disposicio- ly poco generosas y caballerescas. Comenzó por

ir mil m illones de indem nización, y m anifestó, to de esa indem nidad, un esp íritu de m entira y que probó que no había heredado n inguna de las

les reales o supuestas de sus padres, y que poseía »lo una gran dosis de codicia rapaz y de vanidad

y senil. V ein ticinco años de em igración forzada, ido para aburguesar com pletam ente la nobleza La revolución de 1830 la transfo rm ó defin itiva-

una nueva ca tegoría de la clase burguesa, la de los >« de la tie rra , la burguesía rural.

fu csia ru ral, en o tro tiem po noble, m ezclada con de burguesía y aun de cam pesinado pura sangre,

»r dicen nobles porque han adquirido propiedades más moM respetables que hacen cu ltivar por brazos asala-

la burguesía nobiliaria se d istingue hoy de la bu r­ila propiam ente dicha o de la burguesía de las ciudades mi grudo m ayor de estupidez, de ignorancia y de pre- iOii I u m ayor parte de sus h ijo s es educada por los

•idotrti, por los buenos padres de Jesú s. E s dura, egoís- convicciones, sin habilidad, sin honor, sin ideas, pero

lente vanidosa y p re su n tu o sa ; ávida de com odidad •iíii I y de goces groseros; capaz de vender, por algunos lies de francos, padre, m adre, herm anos, herm anas, h i­

ñ o con la boca siem pre llena de sentencias m orales in de las enseñanzas del catecism o c ris tian o ; acude regularm ente a misa, aunque en el fondo de su cora-

mc cuida ni de D ios ni del diablo, y no conserva de

HiltfU«incrt<n. «¿lo lo» caballeros p o d í a n ten e r p a l o m a r e s e n Fra n c i a .

182 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

los tres objetos consagrados por el culto an tiguo de sus padres, patria , trono y altar, más que los dos últim os.

La nobleza de F ranc ia no es pa trio ta , es u ltram ontana prim ero, después realista . Le es necesario an te todo el Papa, luego un rey som etido a ese Papa, y que reine por su gracia. A la realización de este ideal, está d ispuesta a sa­crificar a F rancia . U n ju sto in stin to , ese in stin to de egoís­mo que se encuen tra en los anim ales más torpes, le adv ier­te que la pro longación de su ex istencia rid icu la sólo es posible a ese precio. E s un espectro , un vam piro que no puede v iv ir ya sino bebiendo la sangre joven del pueblo y que para leg itim ar su crim en tiene necesidad de la san­ción igifalm ente crim inal del rep resen tan te v isible del fan ­tasm a divino sobre la tie rra , del llam ado vicario de un su­puesto dios, del Papa.

La nobleza de F rancia, por lo demás, no fué nunca ex­cesivam ente patrio ta . D urante el largo período de la fo r­m ación del E stado m onárquico, hasta L u is X IV , conspiró constantem ente, se sabe, contra la un idad nacional, rep re ­sentada por los reyes, con el Papa, con España, con A le­m ania, con los ingleses. Los jefes de las más grandes casas nobiliarias de F ranc ia han vuelto sus arm as con tra F rancia y vertido sangre de sus conciudadanos bajo banderas ex tra ­ñas. E l patrio tism o forzado de la nobleza francesa, no data más que de la m uerte del cardenal M azzarino, y sólo tuvo una corta duración de tre in ta años aproxim adam ente, has­ta 1792.

L uis X IV la hizo p a trio ta som etiéndola defin itivam ente al Estado. E nem iga y explo tadora siem pre del pueblo, m ien tras había conservado fren te al despotism o de los re ­yes su independencia, su noble altivez, había sido ig u al­m ente la enem iga de la p a tria como Estado. Som etida a éste por la m ano tan pesadam ente real de L uis X IV , se con­v irtió en su servidora, tan obsequiosa e in teresada como celosa, sin cesar de ser la enem iga na tu ra l y la explo tadora despiadada del pueblo. Lo oprim ió doblem ente, como p ro ­p ie ta ria exclusiva de la tie rra y como funcionario p riv ile ­giado del E stado. H ay que leer las m em orias del Duque de Saint-Sim on y las cartas de M adame de Sevigné, para darse una idea del grado de rebajam iento a que había reducido la insolencia y la fa tu idad despótica del más a rb itra rio de los

A l ) V !£ R T K N C IA P A R A E L I M P E R I O 183

liónos 4 cutos nobles señores feudales, an tes los iguales tu* reyes, <1110 se conv irtieron en sus m eros cortesano”, Ntiu lacayos; y para com prender esta transform ación en irieucia tan repen tina, pero en realidad largam ente pre- isda por la H isto ria , es p reciso recordar que la pérd ida SU independencia se encontró com pensada am pliam ente g landes ven ta jas m ateriales. A l derecho de apalear sin

[aeración a sus siervos, añadieron dos títu lo s extrem a- lente lucra tivos: el de m endigos priv ilegiados de la cor­

te y el de ladrones consagrados del E stado , y del pueblo tam bién por la potencia del E stado. T al fué el secreto y el vcid.idcro fundam ento de su nuevo patrio tism o.

H abiéndoles privado repentinam ente la revolución de culos priv ileg ios preciosos, los nobles de F rancia cesaron de com prender el patrio tism o francés. E n 1792, u n cuerpo a rm a d o , casi form ado exclusivam ente de nobles em igrados de Francia, invadió el te rr ito r io francés bajo la bandera alem ana del Duque de B ru n sw ick ; y desde entonces, obli­gados a batirse vergonzosam ente en re tirad a an te el pa­trio tism o dem ocrático de las tro p as republicanas, consp ira­ron contra F rancia , como en los días más herm osos de su independencia feudal, con todo el m undo y en todas p ar­tes : con el Papa, en toda Ita lia , en E sp añ a ; en In g la te rra con P itt , en A lem ania con P ru s ia y A ustria , en Suecia m is­m o, y en R usia con la v irtuosa C atalina II , hasta la época en que las v ictorias fu lm inantes de Napoleón, cónsul y em ­perador, hubieron, no aniquilado, sino forzado a en te rra r en el secreto, en la in triga , esa conspiración prim eram ente tan ruidosa de la nobleza de F ran c ia con tra F rancia.

T al es, pues, la verdadera natu ra leza de ese patrio tism o de que hace hoy tan ta ostentación. R educido a sus elem en­to s más sim ples, es el desin terés económico del burgués m ezclado a la a ltivez del cortesano y a la hum anidad de la sac ris tía ; es la fidelidad siem pre d ispuesta a venderse y a vender a F rancia , m as abrigándose siem pre bajo la bandera nacional, siem pre que esa bandera sea blanca (1) e inm acu-

(l) L a b a n d e r a b l a n c a flordelisada fué la b a n d e r a d e los r e y e s d e F r a n c i a

y la <jiic m a n t e n í a c o m o e n s e ñ a la n o b l e z a d e este país. D u r a n t e la R e s t a u r a c i ó n ,

•U»tiUiyó a la tricolor. E o 1873, el C o n d e d e C h a m b o r d , l l a m a d o E n r i q u e V p o r

lo* realistas, h i z o desistir a éstos del p r o p ó s i t o d e intentar u n a n u e v a r e s t a u r a ­

ción, p o r n e g a r s e a a c e p t a r la e n s e ñ a tricolor e n l u g a r d e la b a n d e r a blanca,

r o m o Ir p r o p o n í a n . ( N o t a del traductor.)

184 O B R A S D E M I G U E L B A K U N l t t

lada como ella misma, paño bendito de la Ig lesia , talism án m aravilloso y fecundo en beneficios para los p rop ie ta rios de F rancia, pero un sudario para el pueblo de Francia, para la d ign idad in te lectual y m oral de esta grande y m í­sera nación.

¡ Quién no sabe la h isto ria del envilecim iento o del ab u r­guesam iento defin itivo de esa pobre nobleza! V uelta con los Borbones por amos, en los furgones de los e jércitos aliados contra F rancia, en 1814 y en 1815, había tra tado de re stau rar su pasado, no feudal, sino cortesano. Q uince años de dom inación le bastaron para ir a la bancarrota . Fantasm a ella misma, no como prop ie taria de la tierra , sino como aristocracia política, a rras tró en su caída o tro fantasm a, su aliado y su eterno san tificador, la Iglesia. La burguesía, fo rta lecida por su riqueza y de in teligencia positiva, vo lte­riana, expulsó a una y o tra del poder político y de las c iu ­dades, después de lo cual la nobleza, lo mismo que la Ig le ­sia, se repusieron ambas en los campos y de allí data p rin ­cipalm ente su in fluencia nefasta sobre los campesinos.

E xclu idas de la vida política por la revolución de Ju lio , y viéndose por tan to privadas repentinam ente de toda in­fluencia social en los grandes cen tros de la civilización burguesa, encontrándose, por así decirlo , desterradas de P a ­rís y de las o tras ciudades im portan tes de F rancia , se re ­fug iaron y se fo rtifica ro n en la F rancia rural, y, más a lia ­das que nunca, uniendo sus esfuerzos, una llevando el peso de sus riquezas m ateria les y su influencia de gran p rop ie­taria , o tra su acción sistem áticam ente inm oral y em brute- cedora sobre la superstic ión re lig iosa de los cam pesinos y en especial sobre la de sus m ujeres, llegaron a dom inarlos.

La revolución de 1830 había quitado la corona, derribado políticam ente, pero no desposeído a la nobleza de F rancia, que no por eso quedó menos como p rop ie ta ria por excelen­cia de la tierra . Sólo que el carácter de esa propiedad había cambiado enteram ente. Feudal, inm ueble y p riv ileg iada en la Edad M edia, había sido transform ada por la revolución en propiedad com pletam ente burguesa, es decir, som etida a todas las condiciones de la producción capita lista , en m edio del traba jo asalariado.

D urante la R estauración, la nobleza había tra tad o de hacer revivir, si no el traba jo forzado y las o tras servidum -

A D V E R T E N C I A P A R A EL I M P E R I O 185

111 ra Mírales que fueron la base esencial de la propiedad feu «luí, al menos el p rincip io de la inalienabilidad de la tie rra n n niih manos, in stituyendo los m ayorazgos, po r una leg isla­r a n especial que en fin de cuentas no llegó más que a un »4■'»Io resultado, al obstaculizar la venta de las propiedades: r I de hacer el créd ito te rr ito r ia l poco menos que im posible. Pero hoy, prop ietario o no p ropietario , el que no tiene cré-• lito no tiene capital, y el que no tiene capital no puede wnalariar el trabajo , ni p rocurarse instrum entos perfeccio ­nados, las m áquinas, y por consiguiente no puede p roducir i iquezas. P o r lo tan to , toda esa legislación rid icu la y que, a prim era vista, parecía deber p ro teger la propiedad, la esterilizaba al con trario en m anos de los p rop ietarios y condenaba a éstos ú ltim os a la pobreza. La revolución de Ju lio puso fin a todas esas ten ta tivas rid icu las de volver a la E dad M edia. La propiedad te rr ito ria l se movilizó, ca­sándose con el capital, y som etiéndose forzosam ente a to ­das las v icisitudes de la producción cap ita lista .

Hoy, los grandes p rop ietarios de la tierra , como los o tros cap ita listas, son fabricantes, especuladores, m ercaderes. E s­peculan y juegan m ucho a la Bolsa, com pran y venden ac­ciones, tom an parte en toda especie de em presas in d u stria ­les reales o fictic ias, y venden todas las cosas, su concien­cia, su re lig ión y an te todo su honestidad.

E l sen tim iento social de la nobleza, en o tra época tan exclusivo, se m oviliza y se aburguesa al mismo tiem po que su propiedad. A ntes, una m ala alianza era considerada como una vergüenza, como un crim en. A p a rtir del prim er Im pe­rio, bajo la R estauración misma, y sobre todo bajo el ré g i­men de Ju lio , se transform ó en un lugar común. La nobleza, em pobrecida por la revolución y no indem nizada su fic ien te ­m ente por el m illar de m illones que le dió la R estauración, tenía necesidad de rehacer su fortuna. Sus h ijos se casaron con las burguesas y dió sus h ijas a los burgueses. Soportó que estos ú ltim os se cubrieran de títu lo s nobiliarios a los que no ten ían derecho alguno. Se burló, es verdad, pero no se opuso. Al princip io , estas usurpaciones rid icu las sa l­varon en cierto modo las apariencias. ¿No era p referib le poder llam ar a su yerno conde, m arqués, vizconde o barón que llam arlo sim plem ente señor Jo u rd a in ? Además, había una u tilid ad social evidente en esas m ascaradas bufonas.

186 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

N obleza obliga. U n burgués que se cubre con un títu lo que no le pertenece debe g uardar el decoro, debe darse al m e­nos la apariencia de un hom bre bien nacido y bien criado; debe osten tar sen tim ientos aristocráticos, despreciar la ca­nalla, aparen tar sen tim entalidad re lig iosa e ir regularm en­te a misa.

La venta de los bienes nacionales y después las transac­ciones te rr ito r ia le s habían hecho caer m uchas grandes p ro ­piedades en m anos de los burgueses. Si estos burgueses p ro ­p ie tarios hubiesen continuado form ando banda ap a rte ; si, llevando sus costum bres y sus opiniones vo lterianas y libe­rales a los campos, hubiesen proseguido su lucha encarn i­zada contra la nobleza y con tra la Ig lesia, no habría podido a rra ig ar la in fluenc ia de éstas en tre los cam pesinos. E ra preciso, pues, asim ilarse a todo precio, y para eso no había m ejor m edio que dejarlos ennoblecerse y d isfrazarse de des­cendientes de los cruzados. E ste m edio era infalib le , porque estaba calculado p rincipalm ente sobre la vanidad, pasión que ocupa el puesto más considerable en el corazón de los burgueses, después de la avaric ia ; la avaricia rep resen ta su ser real, que la vanidad tra ta de enm ascarar en vano bajo apariencias sociales. Como el h idalgo de M olière, todo burgués cap ita lis ta o p rop ie ta rio de F rancia, está abrasado por el deseo de convertirse por lo m enos en barón y de acostarse con a lguna m arquesa, aunque no sea m ás que una vez en su vida.

Así se formó, bajo el re inado de L uis Felipe, en los cam­pos, en las provincias, cooperando la vanidad burguesa y la com unidad de los in tereses, una sociedad nueva, la burgue­sía rural, en la que im perceptib lem ente se perd ió por com­pleto la an tigua nobleza. E l esp íritu que anim ó después a esa clase fué un producto com plejo de diversos elem entos. La burguesía contribuyó con su positivism o cínico, la b ru ­ta lidad de las cifras, la dureza de los in tereses m ateria les; y la nobleza con su vanidad cortesana, con su falsa caba­llerosidad en la que el honor había sido reem plazado desde hacía mucho tiem po por el pundonor; sus d is tin g u id as m a­neras y sus herm osas frases, que d isim ulan tan agradable­m ente la m iseria de su corazón y la nu lidad desoladora de su esp íritu ; su vergonzosa ignorancia, su filosofía de sa­cristía , su cu lto al hisopo ,y su h ip ó crita sen tim entalidad

■ r lidiosa. La Ig lesia, en fin, siem pre práctica, siem pre eni urnlzada en la p'ersecución de sus in tereses m ateria les y• le mu poder tem poral, sancionó con su bendición ese connu­bio m onstruoso en tre dos clases an tes enem igas, pero con-1 undidas en lo sucesivo en una nueva clase para desdicha d e Francia. E sa clase se transfo rm ó necesariam ente en el Don Q uijo te del u ltram ontanism o. T al fué precisam ente su rusgo d istin tivo y que la separa hoy de la burguesía de las ciudades. Lo que id en tifica a esas dos clases es la explo­tación b ru ta l y despiadada del traba jo popular, y la im pa­ciencia por enriquecerse a costa de cualquier m edio y a cualquier precio, y el deseo de conservar en sus m anos el poder del Estado, como el m edio m ás seguro para garan ti­zar y ensanchar esa explotación. Lo que les une, en fin , es el objetivo. Mas lo que las separa profundam ente son los m edios y las ru tas, es el m étodo que cada una cree deber em plear para llegar a ese objetivo. La burguesía ru ral es u ltram ontana, y la burguesía de las ciudades es galicana; lo que quiere decir que la prim era cree poder llegar más seguram ente a su fin por la subordinación del E stado a la Ig lesia, m ientras que la segunda, por lo contrario , tiende a la subordinación de la Ig lesia al E stado. P ero ambas están unánim es sobre este p u n to : que es absolutam ente necesaria para el pueblo una reJigión .

E n o tro tiem po, an tes de la G ran Revolución, y aun an tes de la revolución de Ju lio , bajo la R estauración, se podía decir que la nobleza era re lig iosa y que la burguesía era irre lig iosa. P ero hoy no es lo mismo. La nobleza, o más bien la burguesía ru ral que reem plazó defin itivam ente a la nobleza, no ha conservado la som bra de ese an tiguo fervor, de esa sencillez y de esa p ro funda ingenu idad re lig iosa que se había m anten ido m ayorm ente en tre los caballeros del campo hasta los prim eros años del siglo presente. Lo que dom ina en tre los caballeros ac tua les no es ya el sen ti­m iento, es la im becilidad y la crasa ignoranc ia ; no es la abnegación caballeresca, heroica, fanática, es la frase de todo eso, que enm ascara h ipócritas cálculos. E n el fondo, lo rep ito , no hay más que una am bición m iserable, una vani­dad rid icu la, una avaricia feroz, y una necesidad insaciable de sensuales goces m ateriales, es decir, lo con trario del verdadero sentim iento religioso. T odas estas tendencias

A D V E R T E N C I A P A R A E L I M P E R I O IN/

188 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

innobles, que caracterizan hoy la nobleza o la burguesía ru ­ra l de F rancia , están agrupadas bajo la bandera del ultra- m ontanism o.

E sta clase es u ltram ontana porque está educada en gran p arte por los jesu ítas y habituada desde la in fancia a la alianza de los sacerdotes, sin los cuales no llegaría nunca a dom inar en el cam po ; envidiosa, por lo demás, de la bu r­guesía de las grandes ciudades que la ap lasta por su in te li­gencia y por una civ ilización mucho más am pliam ente des­arro llada, considera a la Ig lesia como la m ás segura garan­tía de su poder político y de sus priv ileg ios m ateriales, y le sacrifica con gusto el E stado , es decir, la patria , que garan­tiza, al contrario , más los in tereses y el poder exclusivo de la burguesía de las grandes ciudades.

P o r su parte , esta últim a, fiel en eso a sus an tiguas tra ­diciones, da al E stado la preferencia sobre la Ig lesia . No se ha hecho re lig iosa, pero cesó de hacer alarde de ateísm o y hasta de su ind iferencia an te las m en tiras tan ú tile s de la relig ión. Desde 1830, es decir, desde que se apoderó d efin i­tivam ente de todos los poderes del E stado, había comen­zado a com prender que únicam ente las prom esas celestia les de la re lig ión podían im pedir al pro letariado , cuyo tra ­bajo le enriquece, sacar consecuencias terrenales de la fó r­m ula revolucionaria Libertad , Igualdad y Fraternidad, de que ella se había servido para derribar el poder de su h er­mana m ayor la nobleza. E l socialism o, no el socialism o teó­rico elaborado por los pensadores generosos salidos de su seno, sino el socialism o práctico de las m asas obreras, su r­gido dél in s tin to y de los su frim ien tos m ismos de esas m a­sas y que hizo su prim era m anifestación b rillan te y san­g rien ta en Lyon, en 1831, y más am pliam ente en P arís, en 1848, acabó de ab rir los ojos a los burgueses. Y cuando en estos últim os años el pro letariado , no de F rancia sólo, sino de E uropa y de Am érica, organizado en una inm ensa aso­ciación in ternacional, levantó audazm ente la bandera del ateísm o, es decir de la rebelión contra toda au to rid ad d i­vina y hum ana, entonces los burgueses com prendieron que no había para ellos más salvación que el m antenim iento a toda costa de la relig ión . Despreocupados, libertinos, vol­terianos y ateos, después de un siglo de lucha heroica con­tra los absurdos de la fe y contra la depravación religiosa,

A D V E R T E N C I A P A R A E L I M P E R I O 189

i um m /nron a decir ahora, como E nrique IV , de burguesa m nnoria, lo había dicho de P arís, que “ la conservación del IhiInIIIo burgués bien vale una m isa”.

Y van a misa, acom pañan de nuevo a ella a sus castas niponas y a sus h ijas inocentes, ángeles sum idos en el amor divino y en la m oral de la Santa Ig lesia C atólica, de la que non servidoras consagradas, y que les hace bendecir hoy las ejecuciones horribles, la m atanza en m asa de la canalla re ­publicana y socialista de P arís, com prendidos los niños y las m ujeres, por los salvadores de V ersalles, como sus abue­lo«, d irig idos por esa m ism a Iglesia, habían aplaudido, hace lustam ente tres siglos, las m atanzas no m enos m erito rias y no m enos grandiosas de las jornadas de San Bartolom é. A tres sig los de distancia, ¿no se rep ite la m isma cuestión, el mismo crim en? ¿N o han sido los hugonotes lo que los com unalistas son h oy : rebeldes crim inales e im píos contra el yugo salvador de Dios y de todos sus dignos rep resen ­tan tes sobre la tie rra? E ntonces, esos represen tan tes, esos salvadores, se llam aban el Papa, la Com pañía de Jesús, el Concilio de T ren to , Felipe I I , el Duque de Alba, Carlos IX , C atalina de M édicis, los Guisas y todos los san tos héroes de la L ig a ; hoy se llam an el Papa, la Com pañía de Jesús, el C oncilio del V aticano, el C onsistorio de B erlín , el em pe­rador G uillerm o I, el P ríncipe de B ism arck; y al lado de esas te rrib les figuras, como fig u ras m enores, los T hiers, Ju lio Favre y Ju lio Simón, con toda su p a trió tica Asam ­blea Nacional de la que son flor y n a ta ; el honesto Tro- chu, el austero P icard , D ufaure el justo , el heroico Mac- M ahon, el caballeresco D ucroy, an tiguo degollador de P a ­rís, y ese viejo general C hangarnier, que no puede conso­larse por no haber ten ido nunca ocasión de asesinar m ás que árabes; ese dulce G allifet, este buen N apoleón I I I , el g ran hom bre desconocido y caído, la piadosa E ugenia con su g ranu ja im perial bautizado por el Papa, E nrique V, el p redestinado, todos esos amables p ríncipes de O rleans, v ie­jos y jóvenes, que m ueren de gana de sacrificarse por la salvación de F rancia , y tan tos o tros p re tend ien tes leg íti­mos e ilegítim os, pájaros de presa, bestias feroces más o menos ham brien tas que giran sobre ella en este momento, im pacientes por devorarla.

Sí, toda esa horro rosa canalla, d irig id a por el doble re-

190 O S /? /IS D E M I G U E L B A K U N I N

negado de la filosofía y de la R epública, Ju lio Simón, debe ir a misa, y los burgueses vo lterianos de F ran c ia deben seguirla. Im pulsados por una fuerza en lo sucesivo irre s is ­tib le ; renunciando a todo lo que había constitu ido antes su honor, a la verdad, a la libertad , a la ju stic ia , y a todo lo que se llam a conciencia y d ign idad hum ana; re tro ce­diendo ante la lógica de su propio p asad o ; no atreviéndose ni a a fro n ta r ni a encarar siqu iera el porvenir, y conde­nados fa talm ente a no buscar su salvación sino en la nega­ción más vergonzosa de todo lo que habían adorado y ser­vido en los días de su grandeza in te lectual y m oral, se dejaron a rra s tra r hasta besar, por no decir o tra cosa, la pan tu fla del Papa, ese jefe esp iritu a l, ese san tificad o r y ese insp irador consagrado de todos los absurdos, de todas las iniquidades, de todas las ferocidades, de todas las in ­fam ias y to rpezas que se insta lan hoy de nuevo tr iu n fa l­m ente en el m undo.

Irán , pues, a m isa, pero irán contra su vo lun tad ; se aver­gonzarán de sí m ism os y he ah í lo que constituye su deb ili­dad re la tiva an te la burguesía ru ral de F rancia , y lo que les dará una posición necesariam ente in fe rio r con re lación a ésta, no ya en las cosas de la relig ión , sino, necesariam ente, tam bién en los asuntos políticos. E s verdad que el cinism o de los burgueses, estim ulado por la cobardía y por la ava­ricia , va m uy lejos. M as por cínico que se sea no se llega jam ás a o lvidar com pletam ente el pasado. A fa lta de la con­ciencia del corazón, se conserva la conciencia y el pudor de la in teligencia. U n burgués consen tirá m ejor en pasar por p i l lo , hasta se vanagloriará de ello, porque es un títu lo de g loria en los am bientes y en las épocas de v illan ía au ­daz; pero d ifícilm ente se resignará a pasar po r tonto . Q ue­rrá explicarse, por consiguiente, y como no hay explicación para la to n tería aum entada po r la cobardía, se em barazará y se enredará en razonam ientos inextricab les. Se sen tirá despreciado, se despreciará a sí mismo, y con sen tim iento sem ejante nadie se hace fuerte . Su m ism a in te ligencia y su instrucción superio r le condenarán a una debilidad inven­cible y, débil, se dejará a rra s tra r fa talm ente por los que se sien tan y en efecto sean más fuertes. ¡ Ah, sí, esos buenos burgueses de F rancia deberán trisca r la hierba como Nabu- codonosor f

A D V E R T E N C I A P A R A E L I M P E R I O 191

Lo« más fu e rtes hoy son los nobles duques, los marque- HfM, los condes, los barones, los ricos propietarios, en una prtljibra toda la burguesía del cam po; lo son tam bién los l > l I I o n francos de la banda bonapartista , los bandidos ele­gantes: estad istas, prelados, generales, coroneles, oficiales, adm inistradores, senadores, d iputados, com erciantes, g ran­de« y pequeños funcionarios y policías form ados por N a­poleón I I I . No obstante, es necesario establecer una d is tin ­ción en tre estas dos categorías que están llam adas a darse la mano, como se la d ieron ya bajo el segundo Im perio.

La banda bo n ap artista no peca n i de to n tería n i de ig­norancia. Cuando está represen tada por sus jefes, al con­trario , hasta es m uy in te ligen te , m uy sabia. No ignora el bien y el mal, como nuestros prim eros padres an tes de haber probado el fru to del árbol de la ciencia, o como lo hace en p arte en nuestros días la clase burguesa ru ra l a Iíi cual una san ta y crasa ignorancia y la p ro funda estu ­pidez inheren te al a islam iento de la v ida del campo re h i­cieron una especie de v irg in idad . Cuando los bonapartistas hacen m al, no pueden m enos de hacerlo y lo hacen cons­cientem ente y sin fo rja rse la m enor ilusión sobre la n a tu ­raleza, los m óviles y el fin de sus em presas, o m ás bien, han llegado a ese punto del desenvolvim iento in te lec tu a l y mo­ral en que la d iferencia en tre el b ien y el mal no ex iste ya, y en que todas las nociones sociales, las pasiones políticas, aun los in tereses colectivos de las clases, lo mismo que to ­das las creencias re lig iosas y todas las convicciones filosó­ficas, perd iendo su sen tido prim itivo, su sinceridad, su se­riedad, se transfo rm an en o tros tan to s excelen tes p re tex toso disfraces de que se sirven para ocu lta r el juego de sus pasiones individuales.

La burguesía ru ral, los caballeros cam pesinos están lejos de haber llegado a ese nivel. Su fuerza re la tiva en relación a la burguesía de las ciudades, no está de n ingún modo en su ciencia, ni en su e sp ír itu ; reside precisam ente en esa crasa ignorancia y en esa estup idez increíble gracias a las cuales se encuen tra al abrigo de las ten tac iones del demonio m oderno: la duda. La nobleza cam pesina no duda de nada, ni aun del m ilagro de la Salette. D em asiado in d iferen te y dem asiado perezosa para fa tig a r inú tilm en te el cerebro, acepta sin la m enor c rítica y sin vacilación a lguna los ab­

192 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

surdos más m onstruosos, siem pre que la Ig lesia considere bueno im ponerlos a su fe. N inguna ton tería , por enorme que sea, podría repugnar a su esp íritu sistem áticam ente em brutecido por una fu erte educación religiosa.

E ducación del esp íritu , no del corazón. Los buenos pa­dres de la Com pañía de Jesús, que tienen obligadam ente, su alta dirección, hallan m ucho más ú til fa lsear el desarrollo de los esp íritu s y paralizar su ím petu natu ra l que encender las pasiones re lig iosas en el corazón de sus alum nos. H asta se podría decir que tem en esas pasiones, que les han ju ­gado a m enudo m alas pasadas, llevando a sus alum nos fuera de las vías p rescrip tas, y haciéndoles caer a veces desde los excesos de ese fanatism o m ístico que se encuen tra en el o rigen de todas las h erejías religiosas, en los excesos con­tra rio s de un escepticism o furioso. A lo sumo, cultivan, cuando no pueden obrar de otro modo, el m isticism o del corazón en las m ujeres, cuyas pasiones, frecuentem ente in ­evitables, son un poco incómodas, es verdad, a lgunas veces hasta peligrosas, pero al mismo tiem po tan ú tiles, tan p re ­ciosas como m edio de acción y como instrum ento de poder en manos del sacerdote.

Los buenos padres de Jesú s no se ocupan, pues, apenas de la educación del corazón m asculino, ni se cu idan de en­cender en él las santas llam as del amor celestial. Lo dejan llenarse con todos los intereses, con todas las vanidades y todas las pasiones de este mundo. No le prohíben los go­ces sensuales, al contrario . D ejan crecer en paz la concu­piscencia, el egoísmo, la ambición, el o rgullo y la vanidad nobiliaria, acom pañadas casi siem pre de la bajeza cortesana, de la crueldad y de las demás flo res de la hum ana bestia­lidad ; porque saben sacar ven ta ja de ellas, tan to como del m isticism o de las m ujeres. Su fin no es hacer buenos a sus d iscípulos, honestos, sinceros, hum anos, sino ligarlos por lazos ind iso lubles al servicio de la Ig lesia, y transfo rm arlos en instrum entos a la vez ciegos e in teresados de la santa religión.

No destruyen la potencia del querer, como se ha p re ten ­dido. Los hom bres privados de esa potencia no podrían ser de una gran u tilidad . O bran m ejo r: aun ayudando al desen­volvim iento de toda su fuerza, la som eten y la encadenan, haciendo al pensam iento de sus alum nos incapaz para siem ­

A D V E R T E N C I A P A R A E L I M P E R I O 193

pre de d irig irla . E l m edio que em plean para eso es tan in ­falible como sencillo : por una enseñanza sabia, p ro fu n d a­m ente com binada, alim entada con detalles ap lastan tes, pero desprovista de pensam iento, y sobre todo calculada de modo que m ate en el cerebro de los alum nos todo im pulso racio­nal, toda capacidad de percib ir lo real, lo v iv ien te, todo pensam iento de lo verdadero, toda osadía, toda indepen­dencia, toda franqueza, colm an su esp íritu de una ciencia falsa desde el com ienzo hasta el f i n : falsa desde el punto de v ista de la lógica, falsa sobre todo bajo el aspecto de los hechos, pero que han ten ido el a rte de p resen tar con el pedantesco a rtific io de una erudic ión concienzuda y p ro ­funda y de un desenvolvim iento escrupulosam ente racio­nal ; y han tenido cuidado de im prim ir tan profundam ente esa ciencia fa lsificada en la m em oria, en la im aginación, en la ru tin a in telectual de esos desdichados cerebros des­viados, que les sería preciso una potencia esp iritu a l v er­daderam ente ex trao rd inaria para poder libertarse más ta r ­de Lob que, en efecto, Bon excesivam ente raros. La m ayor parte de los m ejores alum nos jesu ítas perm anecen sabios ton tos toda su vida, y la inm ensa m ayoría no conserva más que el esp íritu necesario para e jecu tar fielm ente, c iega­m ente, las órdenes de sus d irec to res espirituales.

Lo que los jesu ítas se apresuran a m atar ante todo en sus alum nos es el esp íritu c rítico ; en cambio, cu ltivan en ellos con esmero la credulidad estúp ida y la sum isión pere­zosa y servil del e s p ír i tu ; y para salvaguardarlos para siem pre contra las ten taciones del demonio, los arm an con un precencepto que se transform a a la larga en un hábito saludable de desviar conscientem ente, voluntariam ente , su pensam iento de cuanto pueda quebran tar su f e ; todo lo que es contrario a la fe, por plausible y na tu ra l que parezca, no puede ser más que una sugestión del in fierno . Me apresuro a añad ir que la m ayor parte de sus d iscípulos no tienen necesidad de em plear ese medio, pues están m ucho m ejor garantizados contra las ten taciones del dem onio por la in d i­ferencia y por la sum isión perezosa de su esp íritu sistem á­ticam ente enervado.

Se concibe que, gracias a esa educación, los caballeros del campo se hayan hecho campeones inquebrantables de la Santa Ig lesia , m odernos héroes de la fe ; este heroísm o, porObras de Bakvnin, -11 13

194 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

otra parte, no les exige el sacrific io de n in g ú n goce m ate­rial, n i de n inguna ven ta ja social, puesto que, al contrario , la Ig lesia se los garan tiza plenam ente h o y ; únicam ente el sacrific io de su honor, de su libre albedrío en los asuntos de la re lig ión y de la política, el sacrific io de su libre pen­sam iento. Pero , francam ente, ese sacrific io no les cuesta nada. ¡E l honor! H ace ya m ucho tiem po que la nobleza francesa ha perd ido la m em oria y el sen tido de él. E n cuan­to a lo que se llam a librepensam iento, esa nobleza tiene hacia él desde el com ienzo de este siglo una repugnancia, un horro r que no le ceden en in tensidad al de los sacerdo­tes. E stá tan aferrada a este punto, que se puede eBtar se­guro de que n inguna idea nueva, n ingún nuevo descubri­m iento de la ciencia, en contrad icción con las enseñanzas de la Ig lesia, podrá franquear el abismo o más bien traspa­sar la espesa capa de grasa que su educación re lig iosa, su pereza, su ind iferencia, su im becilidad, su vu lgar egoísmo y su crasa ignorancia form aron alrededor de ella. Se com­prende que esto le dé una inm ensa ven ta ja sobre la burgue­sía de las ciudades que, aun reconociendo hoy la u tilidad , ¡qué digo!, la im placable necesidad de la m ás b ru ta l reac­ción relig iosa, m ilita r y policíaca, por ser esa reacción enlo sucesivo el arm a única que pueda y que sepa oponer a la revolución social, y aunque decidida perfectam ente a lan­zarse a ella y acep tar todas las consecuencias, hasta las más desagradables y las más hum illan tes, debe de sen tirse no obstante considerablem ente em barazada y avergonzada en esa posición nueva. ¡D iablo!, no es fácil deshacerse en un ab rir y ce rra r de ojos, y a voluntad, de todos los an tiguos hábitos. H aber sido du ran te tres siglos, y si se tom a en consideración la burguesía italiana, al m enos duran te siete siglos, la clase in te ligen te , productora, progresiva, hum ani­ta ria y liberal por ex ce len c ia ; haber creado todas las m ara­v illas de la civ ilización m oderna; haber escalado el cielo y la tierra , derribado los a lta res y los tronos, y fundado so­bre las ru in as de los unos la ciencia y sobre las ru inas de los o tros la lib e r ta d ; haber soñado y realizado en parte la tran s­form ación del m undo; haber concentrado en sus m anos todo : in teligencia, sabiduría, riqueza, poder, ¡y verse redu­cida en este m om ento a no hallar refugio , protección, sal­vación sino en la sac ristía y en el cuarte l! E s ta r forzada

A D V E R T E N C I A P A R A E L I M P E R I O 195

«luiirt ti m rorfillaruc an te esos mismos a lta res que había■ l< ii ¡l indo, a rep e tir, hum ildem ente, h ipócritam ente, las ho- iHlilrn e inm orales estup ideces del catecismo cristiano, a r e t l b l r la bendición y besar la m ano de esos sacerdotes, pro- I> «.«!i y explotadores de la m entira , que había despreciado tttll J t i n t a m e n t e ; ¡sen tirse asegurada y consolada cuando los «inminoR de profesión, los odiosos m ercenarios de la fuerza b r u t a l e inicua, los generales, los oficiales, los soldados q u i e r e n poner en sus m anos suplicantes y tem blorosas sus m a n o s repulsivas, m anchadas con la sangre del p ro le ta ria ­do I I E s ta r reducida a g lo rifica r esa sacristía y ese cuartel r o m o la más a lta expresión de la civilización m oderna! Podo eso es hoy rigurosam ente im puesto a la burguesía

dr l a s ciudades, pero no es agradable de n ingún modo, y no luí y que asom brarse si se m uestra embarazada y desm añada r n m edio de sus nuevos amigos, enemigos en otro tiem po.

N o h a y q u e asom brarse si, a pesar de su in teligencia su ­p e r i o r , drrtorientada en ese m undo que no es y que no podrá nri ruinen el s u y o , se deja dom inar hoy por la b ru talidad d r l a a h l e y por l a im becilidad im perturbable, com pleta, a r m o n i o s a , invencible de la burguesía rural. E stos honestos c a m p e s i n o s , iniciados desde la in fancia en todos los m iste­r i o s d e l hisopo y de la b ru je ría ritual de la Ig lesia, están r n la sacristía como en su casa, no tienen o tra patria , y e s a l l í donde hay que buscar el secreto de su política. Su i m b e c i l i d a d artific ia lm en te cu ltivada por la Ig lesia, y que l e s da una superioridad m oral tan grande sobre la in te li­g e n c i a desm oralizada y decaída de la burguesía de las ciu­d a d e s , l o s hace natu ra lm ente incapaces de d ir ig ir esa fuerza q u e Ies presta. B ajo el aspecto de la in teligencia, de la o r g a n i z a c i ó n y de la d irección políticas, la burguesía de las c i u d a d e s , a pesar de su desm oralización com pleta, perm a­n e c e i n f i n i t a m e n t e superior. T iene la ciencia, tiene la p rác­t i c a de los negocios, tiene el hábito de la adm inistración y d e l a ru tin a del mando. Sólo que no puede aprovecharse d e t o d o eso, porque ha perdido la fe en sus propios p rin ­c i p i o s y en ella m ism a; porque se ha vuelto cobarde; p o r­q u e de todas sus an tig u as pasiones po líticas y sociales no c o n s e r v a m is que una sola, la del lu c ro ; porque, desga­r r a d a por contrad icciones insolubles, no form a ya un cuer­p o o r g a n i z a d o y compacto, no es propiam ente una clase,

196 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

sino una inm ensa can tidad de individuos que se detestan y que desconfían unos de o tros rec íp ro cam en te ; porque, en fin , esa masa de ind iv iduos urbanos y burgueses, no ten ien ­do para el porvenir o tro lazo que les una que el m iedo in ­m enso que les causa el socialism o, se ve forzada a buscar hoy su salvación en un m undo an típoda de su m undo, t r a ­dicionalm ente racional y l ib e ra l; y en ese m undo de la reac­ción soldadesca y clerical, desorientada, desorbitada, des­preciada y despreciándose a sí misma, se m uestra necesaria­m ente más to rpe que los más torpes, más ignoran te que los más ignorantes, y mil veces más cobarde que los h ijo s del cuarte l y de la sacristía .

P o r todas estas razones, la burguesía de las ciudades se v io obligada a abdicar. Su dom inación ha term inado ; pero no se sigue de ahí que la dom inación de la burguesía de los campos haya comenzado. Se m ostró bastan te com pacta, bastan te fu e rte para q u ita rla a los burgueses de las ciu ­dades; mas no tiene ni la in te ligencia ni la ciencia nece­sarias para re ten erla en sus manos. Incapaz de d irig irse a sí misma, ¿cómo d irig iría el gobierno de un gran país? Sólo es un instrum ento pasivo y ciego en m anos del clero. La conclusión es sencilla. Serán sus d irectores esp irituales los insp iradores únicos de sus pensam ientos y de sus ac­to s ; será la in trig a u ltram ontana, de la que no es más que el instrum ento ciego, será la Ig lesia de Roma, en una pala­bra, la que se encargará en lo sucesivo del gobierno de F rancia, y la que, form ando una alianza ofensiva y defen ­siva con la razón del sable y la m oralidad de la bolsa, la ten d rá en sus manos, hasta la hora más o m enos cercana en que triu n fe la causa de los pueblos, la de la hum anidad, represen tada por la revolución social.

No ha sido de repen te como la clase de los caballeros del campo, de o tro modo la burguesía rural, ha llegado a co n stitu ir la clase realm ente dom inante de F rancia. Su na­cim iento, bajo esa form a nueva, data del p rim er Im perio. E n tonces fué cuando se operó, por los m atrim onios en vasta escala, la prim era fusión de la an tigua nobleza, sea con los ricos im provisados que adqu irieron los bienes na­cionales, sea con los burgueses advenedizos del e jército . E ste m ovim iento fué, si no com pletam ente detenido, al m e­nos considerablem ente apaciguado duran te la R estauración,

A D V E R T E N C I A P A R A E L I M P E R I O 197

que reanimó en la nobleza de F rancia su altivez aris tocrá­tica y en la burguesía su odio con tra la nobleza. Pero, des­de 1830, la fusión se operó con una increíble rapidez, y fué precisam ente en el reinado de L u is Felipe cuando se formó también, bajo los auspicios del clero, el esp íritu de la clase nueva.

Se formó con sordina, im perceptib lem ente, de un modo natural, y sin el m enor estallido . E l reinado de L uis Felipe, Be sabe, fué señalado por la dom inación de las grandes c iu ­dades, y de P a rís m ayorm ente. La burguesía de las ciuda­des triu n fab a ; la nobleza de provincias y los p rop ie tarios cam pesinos con ella, eran anulados. V ivieron en la oscu­ridad, nadie se inquietó por saber lo que pensaban, por lo que hac ían ; y precisam ente en m edio de esa oscuridad fué donde se form ó lentam ente la nueva potencia de la b u r­guesía rural. D uran te los d ieciocho años que duró el rég i­men de Ju lio , la fusión com pleta de los elem entos consti­tu tivos de esa clase, la vieja nobleza y la burguesía p ropie­taria, fué term inada. Debía operarse, porque, a pesar de sus an tiguas envidias, estos dos elem entos, igualm ente ofusca­dos y heridos por la dom inación despectiva de la burgue* sía urbana, se s in tie ron a tra ídos recíprocam ente. Los no* bles ten ían necesidad de rehacer su fortuna, y los propie« tario s burgueses se sen tían cruelm ente atorm entados por la pasión de los títu lo s. E n tre esas dos asp iraciones rec í­procas e igualm ente apasionadas no faltaba más que un in ­term ediario . E l in term ediario se e n c o n tró : fué el sacerdote.

La po lítica de la clase nueva su rg ida de esa fusión no podía ser n i la de la nobleza an tigua ni aun la de la nobleza de la R estauración. L entam ente preparada y siem pre d ir i­gida por los sacerdotes hacia el m ismo fin, la dom inación de la Ig lesia u ltram ontana, o si se quiere, in ternacional, establecida sobre las ru inas de todas las instituciones nació-» nales, esa po lítica ha ten ido d iferen tes fases de desenvol­vim iento.

A nte todo, inm ediatam ente después de la caída de la ram a m ás v ieja de los Borbones, cuando las pasiones que habían separado tan largo tiem po ambas clases no se habían apaciguado todav ía; cuando su fusión parecía im posible, y el trono de L uis Felipe, v io len tam ente atacado y m iñado por las insurrecciones y las conspiraciones del partido re ­

198 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

publicano, parecía todavía vacilar, dejando una esperanza de regreso al rey legítim o, el p ro tec to r n a tu ra l de la noble­za y del clero, esa política fué excesivam ente nobiliaria. Los leg itim istas constituyeron entonces en provincias, p rincipa lm ente en el M ediodía y en una gran parte del oeste de F rancia , un partido m ilitan te y serio.

P ero ya en 1837, cuando L uis Felipe se s in tió bastan te consolidado sobre el trono para poder am nistia r sin peligro a los m in istros de Carlos X, y sobre todo después del adve­n im iento del M in isterio del 29 de octubre (G uizot, Soult, D uchátel) en 1840, m in isterio apoyado por una fuerte m a­yoría de la Cám ara y saludado por todos los G obiernos de E uro p a como una probabilidad seria de la vuelta de F ra n ­cia a la po lítica de la reacción, tan to en el in te rio r como en el ex terio r, al mismo tiem po que de som etim iento d e fin i­tivo del país legal o burgués a la d inastía de O rleans, toda esperanza de transform ación pareció perdida. Las ag itac io ­nes po líticas que habían atorm entado la prim era m itad de ese reinado cesaron repen tinam ente y la op inión pública, an tes tan tem pestuosa, volvió a caer en una calma absoluta. No se oyó hablar más que de fe rrocarriles , de com pañías tran sa tlán ticas y de o tros asuntos com erciales e in d u stria ­les. Los republicanos continuaron sus conspiraciones; pero se dijo que no conspiraban más que por su propio placer, ta n inocentes parecían sus conspiraciones. L a policía del señor D uchátel, lejos de tem erlos, parecía p ro tegerlos, y en caso de necesidad hasta provocarlos. E n cuanto a la opo­sición parlam entaria, rep resen tada por am biciosos ino fen ­sivos como los señores T h iers, O dillon B arro t, D ufaure, P assy y tan tos otros, tomó un carác ter de insign ificancia y de m onotonía desesperantes, no pareciendo, y no siendo ya en efecto, m ás que una válvula de seguridad en este rég i­m en, del que se había hecho com pletam ente necesaria. E l ideal de la burguesía m oderna habíase realizado ; F rancia se había vuelto razonable, to rpe y fastid iosa hasta m orir.

Esa fué la época de la aparición de los libros y de las ideas de P roudhon, que contenían en germ en —pido p er­dón al señor L uis Blanc, su dem asiado débil rival, así como al señor M arx, su an tagon ista envidioso— toda la revolu­ción social, com prendida sobre todo la Comuna socialista, destruc to ra del Estado. Pero quedaron ignorados de la ma-

A D V E R T E N C I A P A R A E L I M P E R I O 199

yoría de los lecto res; los periódicos radicales de esa época, L r N ational, y hasta La R e fo rm e , que se decía dem ócrata socialista, pero que lo era a la m anera de L uis Blanc, se guardaron bien de decir una palabra, sea de elogio, sea de censura. C ontra P roudhon hubo, de parte de los rep resen ­tan tes oficiales del republicanism o, como una conspiración del silencio.

E sa fué tam bién la época de las lecciones elocuentes, pero estériles, de M ichelet y de Q uinet en el Colegio de F rancia , ú ltim a florescencia de un idealism o sin duda pleno de asp iraciones generosas, pero condenado en lo sucesivo a la im potencia. T ra ta ro n un contrasentido, p re tendiendo establecer la libertad , la igualdad y la fra te rn id ad de los hom bres sobre la base de la propiedad, del E stado , y del cu lto d iv ino : D ios, la p rop iedad y el E stado han p ers is­tid o ; pero en lo re la tivo a la libertad , a la igualdad y a la fra tern idad , no tenem os más que lo que nos dan hoy B erlín , San P etersbu rgo y Versalles.

P o r o tra parte, todas esas teo rías no ocuparon más que a una ínfim a m inoría de F rancia. L a inm ensa m ayoría de los lectores no se preocupaba siqu iera de ellas, con ten tán ­dose con las in term inables novelas de E ugenio Sué y de A lejand ro Dumas, que llenaban los fo lle tin es de los g ran ­des d iarios, L e C onstitu tionnel, L e s D ebats y La Presse.

E sa fué especialm ente la época en que se inauguró , en vasta escala, el com ercio de las conciencias. L u is F e ­lipe, D uchátel y G uizot, com praron y pagaron el lib era lis­mo legal y conservador de F rancia , como m ás ta rd e el Conde de Cavour com pró y pagó la un idad italiana. Lo que entonces se llam aba el país legal en F rancia , ofrecía, en efecto, una sem ejanza notable con lo que en I ta lia se llam a hoy Consorterie. E sto es, un revo ltijo de gentes p riv ileg ia ­das y m uy in teresadas, que se han vendido o que no desean nada m ejo r que venderse y que han transform ado su p arla ­m ento nacional en una bolsa, donde venden diariam ente el país al por m ayor y al por m enor. E l patrio tism o se m ani­fies ta entonces por transacciones com erciales, natu ra lm ente desastrosas para el p a ís ; pero m uy ventajosas para los in d i­viduos en estado de ejercer ese comercio. E sto sim plifica mucho la ciencia política, reduciéndose la hab ilidad guber­nam ental, en lo sucesivo, a saber escoger, en tre esa m ulti-

200 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

tu d de conciencias que se p resen tan en el m ercado, p recisa­m ente aquéllas cuya adquisición es m ás provechosa. Se sabe que Luis F elipe hizo uso en gran escala de este excelente m edio de gobierno.

T am bién el leg itim ism o de la nobleza provincial de F ra n ­cia, al p rincip io tan feroz y tan altivo , se fundió ostensi­blem ente, duran te la segunda m itad de su reinado, bajo la acción deletérea de m edio tan irresistib le . P o r o tra parte , la po lítica de ese rey advenedizo, salido de una revolución, se había transform ado considerablem ente y había acabado por tom ar, tan to en el ex terio r como en el in te rio r, un carác­te r francam ente re trógrado , m uy consolador para los de­fensores del a lta r y del tro n o ; porque al mismo tiem po que rom pía su alianza liberal con In g la te rra , y se esforzaba por ganar el perdón, la am nistía, la benevolencia de las tres po­tencias despóticas del N orte , dem ostrándoles que estaba anim ado de sen tim ien tos y de tendencias no m enos despó­ticas que las suyas, lo que les dem ostró, en efecto, al aliarse con ellas en el asunto del Sonderbund (1), el gobierno de L uis F elipe hizo esfuerzos in im aginables para reconciliar­se con la Ig lesia y con la nobleza de F rancia . Tom ando par­tido por los jesu ítas contra los rad icales de Suiza, había dado un gran paso en ese camino. La Ig lesia le sonrió y la nobleza de F rancia , siem pre obediente a la Ig lesia , y can­sada, por o tra parte , de devorarse siem pre sin provecho y sin esperanza de su rey legítim o, cuyo restablecim iento sobre el trono de sus padres parecía im posible para lo suce­sivo, condescendió por fin a dejarse ganar por el rey adve­nedizo. P o r lo demás, su transfo rm ación económica y social se había hecho an tes que ese m ercado político hubiese sido concluido. P o r sus alianzas m atrim oniales, tan to como por las condiciones m ateria les de su ex istencia nueva, se había hecho, sin darse cuenta, com pletam ente burguesa. Su o rg u ­llo de casta, su lealtad caballeresca y su fidelidad en la desgracia, no eran m ás que frases insíp idas, rid icu las, en las cuales había perdido ella m isma toda confianza, y a las cuales no podía, razonablem ente, sacrificar m ás tiem po los in tereses serios de la am bición y de la avaricia. De todos

(1) L iga se p a ra tis ta de sie te cantones suizos que defendían a los je su íta s y que provocó una guerra c iv il en Í847; los partidario* del Sonderbund tuv ieron el apoyo del m in is te rio G uizot (N o ta del trad u c to r.)

A D V E R T E N C I A P A R A E L I M P E R I O 201

u 11 ii rasgos pasados no conservó más que u n o : el que, fu n ­d ido sobre su bajo egoísm o y sobre una ignorancia e s tú ­pida, la asocia ind iso lublem ente a la Ig lesia y la hace e s ­clava de Roma. Ese es tam bién el único punto que separa aeriam ente en esta hora a la burguesía rural y a la hurgue- sía de las ciudades.

Desde 1848, la burguesía ru ra l constituye propiam ente lo que se llam a hoy en F rancia, el gran partido del orden. H abiendo abdicado la burguesía de las ciudades por cobar­día, no es ya más que el apéndice y como la aliada forzada, arrastrada a rem olque por esos bravos h idalgos cam pesinos, esos verdaderos caballeros y salvadores del o rden social en F rancia, que son tam bién soldados de B onaparte y están santam ente insp irados y d irig id o s por los sacerdotes.

¡E l partido del orden! ¿C uál es el hom bre honrado que, después de las traiciones, las m atanzas y las deportaciones en masa de Ju n io y de D iciem bre; después del innoble abandono de esa desgraciada F rancia a los prusianos, por casi todos los p rop ie ta rio s ru ra les y urbanos de F ran c ia ; después, sobre todo, de las ú ltim as m atanzas, horribles, atroces y únicas en la H isto ria , cobardem ente ejecutadas en P a rís y en V ersalles por una soldadesca desenfrenada y fríam ente m andada, en nom bre de F rancia , po r la Asam blea N acional y por el G obierno republicano de V ersa lles; des­pués de tan tos crím enes acum ulados d u ran te m ás de veinte años, por los rep resen tan tes de la v ir tu d y de la piedad oficiales, de la legalidad, de la lib ertad p ruden te , del desin­te ré s o ficia l y del derecho de los m ás fu ertes, en F ranc ia lo mismo que en los dem ás países de E uropa, quién podrá p ronunciar estas palab ras: partido del orden, que resum en en el porven ir todas las ignom inias de que son capaces los hom bres corrom pidos por el p riv ileg io y anim ados de inno­bles pasiones, sin experim entar un estrem ecim iento de ho-< rro r, de cólera, de d isgusto? i

E n ten d id o así, el o rden es la bestia lidad am enazadora, h ipócrita en caso necesario , pero siem pre im placable; es la m en tira descarada; es la infam e tra ic ió n ; es la cobardía; es la cru e ld ad ; es el crim en cínicam ente tr iu n fa n te ; es la v ir­tud, la lea ltad y la in te ligencia de esos excelentes caballe­ros del campo, dando la mano a la hum anidad del sable y al desin terés patrió tico de la Bolsa, aliándose, bajo los aus-

202 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

picios de la Santa Ig lesia , a la s inceridad po lítica y re li­giosa de los hom bres de Estado, y de los sacerdotes para la m ayor g loria de Dios, para la m ayor potencia del E stado , para la más grande p rosperidad m ateria l y tem poral de las clases p riv ileg iadas y para la salvación e te rn a de los pue­blos ; es la negación más insolente de todo lo que hasta aquí da un sentido in te lectual y m oral a la H is to ria ; es una bo fe­tada dada por un m ontón de bandidos h ip ó critas y repues­tos a la hum anidad en te ra ; es la resurrección de los grandes m onstruos y de los grandes degolladores del siglo X V I y del siglo X V II. ¿Q ué digo?, es Torquem ada; es Felipe I I ; es el Duque de A lba; es F ernando de A ustria con bus W al- lenstein y sus T il ly ; es M aría T udor, la re ina sangu ina­r ia ; es C atalina de M édicis, la infam e in trig an te f lo ren tin a ; son los G uisas de F rancia , los degolladores de las jo rnadas de San B arto lom é; es L uis X IV ; es la M ain tenon ; es L uis el sin iestro , a quienes vemos superados por nuestros em pe­radores de Rusia, de A lem ania y de F rancia , y por sus Mu- ravief, sus H aynau, sus R adetzki, sus Schartzenberg , sus B ism arck, sus M o ltk e ; por los M ac-M ahon, los D ucroit, los G alliffe t, los C hangarnier, los Bazaine, los T rochu , los Vi- noy ; por las Eugenia, los Palikao , los P icard , los Favre, los T h iers. E l orden, personificado en este m om ento por ese vejete abom inable —el in trig an te de todos los regím enes, el am bicioso siem pre im potente para el bien, pero, ¡ay!, de­m asiado poderoso para el mal, el que fué uno de los creado­res p rincipa les del segundo Im perio , como se sabe, y que, exhibiéndose como salvador de F rancia , acaba de superar en fu ro r hom icida a todos los asesinos presen tes y pasados de la H isto ria—, el orden es la fe rocidad del e jérc ito fran ­cés, que hace o lv idar todos los ho rro res com etidos por los e jérc ito s de G uillerm o I en te rr ito r io de F ran c ia ; es la ignom inia de la Asam blea de V ersalles, que hace perdonar todas las ignom inias de las Asam bleas L eg islativas de N a­poleón I I I ; es el fantasm a divino, el an tiguo vam piro, el bebedor de sangre de los pueblos, el a to rm entador de la hum anidad a quien hoy la ciencia y el buen sentido popular red u je ro n al estado de fallido celeste, que tiende una vez más su mano m alhechora, pero felizm ente im potente, para cu b rir con su pro tección a todos los verdugos de la tierra . E l orden es una cloaca er> donde todas las im purezas de

A D V E R T E N C I A P A R A EL I M P E R I O

una civilización, a quien sus p rop ias contradicciones, sus propias iniquidades, su propia disolución y putrefacción condenan a m orir, acaban de confund irse en una consp ira­ción últim a con tra la inevitab le em ancipación del m undo humano.

¿Tenem os razón para g rita r ¡abajo el orden!, ¡abajo ese orden político , au to rita rio , estúpido, hipócrita, bru tal, des­pótico y div ino! y ¡viva la revolución social!, que debe l i­bertarnos, para fundar sobre sus ru inas el orden de la h u ­m anidad regenerada, vuelta en sí y constitu ida librem ente?

H abría que ser un enem igo de la hum anidad para n e ­garlo. D esgraciadam ente, sus enem igos son num erosos, y en esta hora son ellos, una vez más, los que triun fan . M as todo tiene un térm ino para el que sabe tener paciencia, perseve­rar, trab a jar ard ien tem ente y esperar. N osotros tendrem os el desquite.

E n espera de ese desquite, continuem os nuestros e s tu ­dios h istóricos sobre el desenvolvim iento del partido del o rden en Francia.

P roducto del su frag io un iversal, se m anifestó por p rim e­ra vez en su verdadero ca rác ter en 1848, y principalm ente después de las jo rnadas de Ju n io . Se sabe que al d ía s i­guiente de la revolución de F ebrero , pasó en F rancia un hecho m uy singu lar. No había ya p artid a rio s de la m onar­qu ía ; todos se habían vuelto republicanos abnegados y ce­losos. Los hom bres m ás retrógrados, los más com prom eti­dos, los m ás corrom pidos en el servicio de la reacción m o­nárquica, de la policía y de la represión m ilitar, ju ra ro n que el fondo de su pensam iento había sido siem pre rep u ­blicano. Desde E m ilio de G irard in hasta el m ariscal Bu- geaud, sin o lv idar al M arqués de la R ochejaquelein, ese rep resen tan te tan caballeresco de la lea ltad vendeana, m ás ta rd e senador del Im perio, aun hasta los generales ayudan* tes de campo del rey, tap vergonzosam ente expulsado, todos o frecieron sus servicios a la R epública. E m ilio de G irard in le dió generosam ente “una idea por d ía” y T h ie rs pronun* ció la palabra que se hizo tan fran cesa : “L a república es lo que m enos nos d iv ide"; lo que no im pidió, natura lm ente , a uno y a o tro , más tarde , un ir sus in tr ig a s con tra esa form a de gobierno y conspirar por la p residencia de L uis Bona- parte. La Ig lesia misma bendijo la república, ¡qué d igo!,

204 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

celebró el triu n fo como su propia v icto ria . “La doctrina cristiana, ¿no era la de la libertad , de la igualdad y de la fra tern idad , y C risto no fué el am igo del pueblo y el p r i­m er revolucionario del m undo?”

H e ahí lo que se proclam ó, no por algunos filósofos h e ­ré ticos y audaces de la escuela de Lam ennais y de Buchez, sino en todas las iglesias, por los sacerdotes; y los sacerdo­tes, en todas partes, llevando el c ru c ifijo al encuentro de la bandera ro ja, sím bolo de la em ancipación popular, ben­d ijeron los árboles de la libertad . Los alum nos de la E s­cuela Po litécn ica, los estud ian tes de C iencias m orales, de F ilosofía , de F ilo logía, de H isto ria y de D erecho, inclu idos los aud ito rio s en tusiastas de M ichelet y de Q uinet, todos igualm ente em brutecidos por un idealism o m alsano, lleno de incongruencias m etafísicas y de equívocos p rácticos —alim ento in te lec tu a l por lo demás abso lu tam ente conve­n ien te para los jóvenes burgueses, ya que la verdad pura, las deducciones severas de la ciencia no eran digerib les para esa clase—, llo raron de em oción y de alegría . U nica­m ente las v iejas v iudas ren tis ta s del barrio de Saint-Ger- m ain m ovieron la cabeza p ro testando con tra esa reconci­liación m onstruosa de la cruz con la bandera de la revolu­ción. Los jesu ítas consideraron ju sto explicarles que eso no era más que un a ficción salvadora, pero ellas no v ie­ron más que un sacrificio . T uv ieron m il veces razón, y sólo ellas, en el campo de la reacción de o tro tiem po, perm ane­cieron honestas e im perturbablem ente im béciles.

E n m edio de un entusiasm o universal por la república fué nom brada la A sam blea C onstituyen te de 1848, salida del sufrag io un iversal. Sobre la superfic ie de F rancia , n in ­gún candidato se presen tó a sus electores como p artid a rio de la m onarquía; todos se ofrecieron y todos fueron e leg i­dos en nom bre de la república. Así, la proclam ación inm e­d ia ta de la repúb lica po r esa A sam blea fué hecha de un golpe. ¿Cómo es que pudo sa lir de ella poco después la reacción m onárquica m ás encarnizada, más fanática y más cruel que F ran c ia ha conocido?

E sa contrad icción aparen te se explica con facilidad. G ra­cias al sufrag io universal, que da, bajo el aspecto del n ú ­m ero, una ven ta ja tan señalada a los campos sobre las c iu ­dades, la gran m ayoría de la Asam blea C onstituyen te había

A D V E R T E N C I A P A R A EL I M P E R I O 205

nido form ada con esa burguesía rural cuyo carácter, sen ti­m ientos, esp íritu y costum bres acabamos de estudiar. Se concibe que nada fuese menos que liberal y que no podía Mcr republicana. ¿P o r qué se había presentado, pues, como tnl a sus electores y por qué comenzó por proclam ar la re ­pública? E sto se explica aún po r dos razones.

La prim era es que había sido asustada, lo mismo que el clero de F rancia , su d irec to r esp iritu a l y tem poral, por los acontecim ientos de P arís. Hoy mismo, después de la d e rro ­ta de la Comuna, P arís sigue siendo una gran potencia. En 1848, lo era mucho más. Se puede decir que desde Riche- lieu, y desde Luis X IV principalm ente , toda la h is to ria de F rancia se había hecho en París. H asta 1848, no comenzó la reacción activa de las provincias contra París, porque hasta allí P arís, sea en el sen tido de la revolución, sea en el de la reacción, decidió siem pre la suerte de F rancia , ciegam ente obedecido por las provincias, que le envidiaban, que le de­testaban tan to como le tem ían, pero que no se sen tían con fuerza para resistirle . H abiendo proclam ado P arís la rep ú ­blica en 1848, las provincias, aunque m onárquicas hasta la medula, no se a trev ieron a declararse en favor de la m on­arquía. E nviaron, pues, a P arís, como diputados a la Asamblea C onstituyen te, los caballeros cam pesinos que h a­bían sido alim entados en el odio a la república, como ellas m ismas, pero que, igualm ente in tim idados y desconcerta­dos por el tr iu n fo de la república en P arís, se habían p re ­sentado a sus electores como partid a rio s convencidos de esa form a de gobierno.

La segunda razón fué el im pulso unánim e que le había dado el clero, que ya entonces, aunque m enos que hoy, dom inaba en provincias. E l que haya vivido en esa época se recordará de la unanim idad h ipócrita de la Ig lesia en favor de la república. E sa unanim idad se explica por una con­signa em anada de Roma y ciegam ente obedecida por todos los sacerdotes de F rancia , desde los cardenales y los obis­pos hasta los más hum ildes o fic ian tes de las pobres ig lesias de los campos.

La Roma jesu ítica y papal es una m onstruosa araña ocu­pada e ternam ente en reparar las desgarraduras causadas por los contecim ientos, que no tiene nunca la facultad de p re ­ver, en la tram a que urde sin cesar, esperando que podrá

206 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

serv irse un día de ella para ahogar com pletam ente la in te ­ligencia y la lib ertad del mundo. A lim enta todavía hoy esa esperanza, porque al lado de una erudición p ro funda, de un esp íritu refinado y su til como el veneno de la serp ien te , de una habilidad y de un m aquiavelism o form ados por la p ráctica no in terrum pida de catorce siglos por lo menos, está dotada de una ingenuidad incom parable, estúpida, p ro ­ducto de su inm ensa in fatuación y de su ignorancia grosera de las ideas, de los sentim ientos, de los in tereses de la época ac tua l y de la po tencia in te lectual y v ital que, inheren te a la sociedad hum ana, lleva fa ta lm ente a ésta, a pesar de todos los obstáculos, a derribar todas las in stitu c io n es a n ti­guas, religiosas, políticas, ju ríd icas, y a fundar sobre esas ru in as un orden social nuevo. Roma no com prende y no com prenderá nunca todo eso, porque está de tal m odo iden­tificad a con el idealism o cristiano —del que, sin querer des­ag radar a los p ro testan tes y a los m etafísicos, s in querer desagradar tam poco al fundador de la llam ada nueva re li­gión del progreso, el venerable M azzini, es siem pre la rea li­zación más lógica y m ás com pleta— que, condenada a m orir con él, no puede ver ni puede im aginar nada m ás allá. Le parece que después de ese mundo que es el suyo, y que constituye propiam ente todo su ser, no puede haber más que la m uerte. Como esos v iejos de la E dad M edia que, según se dice, se esforzaban por e tern izar su vida propia inyectándose la sangre de los jóvenes que m ataban, Roma, no sólo es la engañadora de todo el m undo, es la engaña­dora de sí misma. No solam ente engaña, sino que se engaña tam bién. He ahí su incurable estupidez. C onsiste en esa pretensión de e te rn izar su existencia , y eso en una época en que todo el m undo prevé ya su fin p ró x im o ; sus Syllabus y su proclam ación del dogma de la in fa lib ilidad papal, son una prueba ev idente de dem encia y de incom patib ilidad ab­soluta con las condiciones más fundam entales de la socie­dad m oderna; es la dem encia de la desesperación, son las ú ltim as convulsiones del m oribundo que se yergue contra la m uerte.

E n 1848, Roma no había llegado todavía a ese punto. Los acontecim ientos que habían precedido a esa época: la revo­lución burguesa de 1830 y la caída del u ltram ontanism o que fué su consecuencia natu ra l, la derro ta ru idosa de los je-

A D V E R T E N C I A P A R A E L I M P E R I O 207

miltan m Suiza, el libertinaje liberal de P ío IX y el odio m .tiitifiando por ente papa contra esos campeones de la Ig le ­sia ilu tante el prim er año de su reinado, por fin la mismai « vi.lución republicana de Febrero , no eran de natura leza• •mili pura in sp irar al gobierno suprem o de la Ig lesia —d i­lu id a exclusivam ente, como se sabe, desde fines del si- ».I*• X V III por la Com pañía de Je sú s— una confianza in ­sensata en sí. E sto s acontecim ientos le ordenaban, al con-11 m ió. m ucha m oderación y m ucha prudencia. F ué después *lr los éx itos inesperados que la Ig lesia obtuvo en F ranciaI»¿»jo el segundo Im perio, y gracias a la connivencia in te rc ­lu ía de N apoleón I I I , estim ulada excesivam ente por las v ictorias efím eras y fáciles, cuando tuvo la estup idez de man i f estar al m undo a tu rd id o sus pretensiones m onstruo- una, am ainándose ella m isma por un últim o exceso senil, lo <iuc dem uestra que la locura que le hacía creer en la e te r­nidad <le au ex istencia se hizo m ás fuerte en ella que esa a l t a razón secular y práctica que le había perm itido preser- vamr hasta en tonces; lo que dem uestra tam bién que está «t m t l r n a d a .1 m orir bien pronto.

K11 IH48, la Ig lesia de Roma era aún m uy sabia. T enía precisam ente esa sabiduría egoísta de los viejos, que consis­tí en pro longar su vida incondicionalm ente, a pesar de todo, en detrim ento del m undo que les rodea, y haciendo servir a ese fin los acontecim ientos, las c ircunstancias y las cosa» que les parecen más com pletam ente opuestas. De este modo, lejos de sac rificar el in terés positivo del presente al fantasma de la e tern idad , em plean toda la energía que les fjuedn para asegurarse el día sigu ien te, dejando los días posteriores al cuidado de los días fu turos, y esforzándose solam ente en pro longar su ex istencia in ú til y m alhechora todo lo posible. En lugar de espan tar al m undo por la am e­naza de su etern idad y por las m anifestaciones de su po ten ­cia aparen te o real, y para desarm ar a la juven tud hastiada y paralizada por su ex istencia dem asiado prolongada, dan m uestras de su debilidad y parecen prom eter m orir cada día. Este es un m edio de que N apoleón I I I se sirvió du­ran te más de vein te años con m ucho éxito.

A la revolución dem ocrática y republicana de 1848, la Roma jesu ítica y papal se guardó bien de responder por un Syllabius o por la declaración de la in fa lib ilidad de su

208 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

jefe. H izo m ucho m ás: se proclam ó dem ócrata y repub lica­na, si no para Ita lia , al m enos para F rancia . A ceptó para el C risto crucificado, como corona, el gorro frig io del jaco­binism o. No quería caer de n ingún modo con esa m onarquía que duran te sig los había sido para ella, m ás que una fiel aliada, una sierva abnegada y f i e l : bendijo la república, sabiendo m uy bien que sus beneficios no llevaban la dicha a nadie. C om prendió con m ucha clariv idencia que esa revolu­ción no sólo era inevitable, sino que le era además saluda­ble, en el sentido de que la república —después de haber barrido las in stituciones llam adas liberales, equívocas del régim en burgués, y derribado la dom inación de las ciudades sobre el campo, obstaculizada por lo demás ella para o r­ganizarse y establecerse sólidam ente, por la oposición de ese mismo campo, que obedecía a la dirección casi absoluta del clero— debía term inar in falib lem ente en el único ré g i­m en que puede en realidad convenir a la Ig le s ia : en el régim en del despotism o puro, sea bajo la form a de la m on­arquía legítim a, sea bajo la de una franca d ic tadu ra m ili­tar. Los acontecim ientos que siguieron han dem ostrado que los cálculos de la Ig lesia habían sido m uy justos.

La conducta de los d ipu tados ru rales en la Asam blea C onstituyente, ab ierta el 4 de mayo, a pesar de que form a­ban una m inoría indudable, fué al p rincip io excesivam ente reservada y m odesta. P arís les im ponía mucho, les in t i­midaba. E sto s buenos hidalgos de provincias se encon tra­ban com pletam ente desorien tados: se s in tie ron m uy igno­ran tes y m uy to rp es en presencia de los b rillan tes abogados, sus colegas, a quienes únicam ente habían conocido hasta entonces de nom bre y que los ap lastaban ahora con su lo ­cuacidad soberbia. P o r o tra parte , el pueblo de P arís , ese p ro letariado indom able que había derribado tan tos tronos, les causaba horrib le miedo. M uchos h icieron su testam ento an tes de lanzarse a esa sima a cuyo alrededor al p rincip io no vieron más que pelig ros y m aquinaciones. ¿N o estaban cada día expuestos a alguna nueva sublevación de esa te r r i­ble población de P arís, que en sus desbordes revoluciona­rios no respeta nada, no perdona nada y no se detiene an te nada? .........................................................................................................

(E l m anuscrito se in terrum pe aquí.)

TRES CONFERENCIAS A LOS OBREROS DEL VALLE DE SAINT-1MIER

( I ni l m, muyo de 1871)

OfcrM de B aku n in . - I I 14

i

TRES CONFERENCIAS A LOS OBREROS DEL VALLÉ DE SAINT-IM IER c*>

I

Compaflaroa iO rn p u O a d e l,i gran revolución de 1789-1793, n inguno de

lo« n( i i h l n ' l m l c u t o i que han sucedido en E uropa ha tenido11 ' " p o r t a n c l « y la g rin d eaa de loa que ae desarro llan ante nu< « t r o a o j o a y dr loa cuulca ea hoy P arís la escena.

D o« h e c n o a históricos, dos revoluciones m em orables ha h l a u c o n s t i t u i d o lo que llamamos el m undo m oderno, el m u n d o d e la civ ilización burguesa. Una, conocida con el n o m b r e de Reform a, al comienzo del siglo X V I, había roto la c l a v e de la bóveda del ed ificio feudal, la om nipotencia d e la Ig le s ia ; al d e s tru ir ese poder preparó la ru in a del p o d e r í o independ ien te y casi absoluto de los señores feuda- l r n <|iie, bendecidos y pro teg idos por aquélla, como los reyes y a m enudo tam bién contra los reyes, hacían proceder sus d e r e c h o s directam ente de la gracia d iv ina; y por eso mismo d i ó u n im pulao nuevo a la em ancipación de la clase b u r­g u e s a , len tam ente preparada, a su vez, du ran te los dos s i­g l o s q u e habían precedido a esa revolución relig iosa, por el desenvolvim iento sucesivo de las libertades com unales, y p o r el del com ercio y el de lá industria , que habían sido al m i s m o tiem po la condición y la consecuencia necesaria.

De esa revolución su rg ió una nueva potencia, todavía no la de la burguesía , sino la del E stado m onárquico constitu -

(1) K n t t B c o n f e r e n c i a s f u e r o n p u b l i c a d a s por prim era v ez en esp añol, ín te ­gra». en el S u p le m e n to d e L a P r o te s ta , n ú m e r o s 86-89, B u e n o s Aires, s e p t i e m b r e -

octubre de 1923 ( N o t a del traductor.)

212 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

cional y a ris to crá tico en In g la te rra , m onárquico, absoluto, nobiliario , m ilita r y burocrático sobre todo en el continente de E uropa, m enos dos pequeñas repúblicas, Suiza y los P a í­ses Bajos.

D ejem os por cortesía estas dos repúblicas a un lado, y ocupém onos de las m onarquías. Exam inem os las relaciones de las clases, la situación política y social, después de la Reforma.

A los señores, los honores. Comencemos, pues, por los sacerdotes, y bajo este nom bre no me re fiero solam ente a los de la Ig les ia católica, sino tam bién a los m in istros p ro ­testan tes, en una palabra, a todos los individuos que viven del culto divino y que nos venden a Dios tan to al por m a­yor como al m enudeo, pues las d iferencias teológicas que los separan, son tan su tiles y al m ismo tiem po tan absurdas, que sería una verdadera pérd ida de tiem po ocuparse de ellas.

A n tes de la Reform a, la Ig lesia y los sacerdotes, con el Papa a la cabeza, eran los verdaderos señores de la tierra . Según la doctrina de la Ig lesia , las au to ridades tem porales de todos los países, los m onarcas m ás poderosos, los em ­peradores y los reyes, no ten ían derechos sino cuando esos derechos habían sido reconocidos y adm itidos por la Ig le ­sia. Se sabe que los dos últim os sig los de la E dad M edia fueron ocupados por la lucha cada vez m ás apasionada y tr iu n fa l de los soberanos coronados contra el Papa, de los E stados con tra la Ig lesia. La R eform a puso térm ino a esa lucha al proclam ar la independencia de los Estados. E l de­recho del soberano fué reconocido como procedente inm e­diatam ente de Dios, s in la in tervención del P apa ni de cualquier o tro sacerdote, y, naturalm ente , gracias a ese o ri­gen celestial, fué declarado absoluto. Así fué como sobre las ru inas del despotism o de la Ig le s ia se levantó el ed ificio del despotism o m onárquico. La Ig lesia , después de haber sido ama, se convirtió en sirv ien te del Estado, en un in s tru ­m ento de gobierno en m anos del m onarca.

Tom ó esa ac titud , no sólo en los países p ro testan tes, en los que, sin exceptuar a In g la te rra —y principalm ente por la Ig lesia anglicana—, el m onarca fué declarado je fe de la Ig lesia , sino en todos los países católicos, sin exclu ir a España. La potencia de la Ig lesia rom ana, quebrantada por

T R E S C O N F E R E N C I A S 213

ion golpes te rrib les que le había in flig id o la R eform a, no pudo sostenerse en lo sucesivo por sí misma. P a ra m antener •ni existencia tuvo necesidad de la asistencia de los sobera­no» tem porales de los Estados. P ero los soberanos, se sabe, 110 p restan nunca su asistencia por nada. No tuv ieron jam ás u tia relig ión sincera, o tro culto , que el de su poder y el de mi hacienda, siendo esta ú ltim a el m edio y el fin del p r i­mero. P o r tan to , para com prar el apoyo de los gobiernos m onárquicos, la Ig lesia debía dem ostrar que era capaz de Hervirlos y que estaba deseosa de hacerlo. A ntes de la R e­forma, había levantado algunas veces a los pueblos contra Iob reyes. D espués de la Reform a, se convirtió , en todos los países, sin excepción de Suiza, en la aliada de los gobiernos contra los pueblos, en una especie de policía negra en m a­nos de los hom bres de EBtado y de las clases gobernantes, dándose por m isión la prédica a las m asas populares de la tesignnción, de la paciencia, de la obediencia incondicional y de la rcnuncift a los bienes y goces de esta tie rra , que el pueblo, decía, debe abandonar a los felices y a los podero­so» tic In tie rra , a fin de asegurarse para sí los tesoros ce­lestiales. V osotros sabéis que todavía hoy las ig lesias c r is ­tiana, católica y p ro testan te , continúan predicando en este sentido. Felizm ente, son cada vez m enos escuchadas y po­dernos p rever el mom ento en que estarán obligadas a cerrar sus establecim ientos por fa lta de creyentes, o, lo que viene a s ign ificar lo mismo, por fa lta de bobos.

Veamos ahora las transform aciones que se han efectuado en la clase feudal, en la nobleza, después de la Reform a.

H abía perm anecido como p ro p ie ta ria p riv ileg iada y casi exclusiva de la tierra , pero había perd ido casi toda su in d e­pendencia política. A ntes de la Reform a, había sido, como la Ig lesia, la rival y la enem iga del E stado. D espués de esa revolución, se conv irtió en sirv ien te, como la Ig lesia , y, como ella, en una sirv ien te priv ilegiada. T odas las funcio ­nes m ilitares y civiles del Estado, a excepción de las m enos im portantes, fueron ocupadas por nobles. Las cortes de los grandes y las de los m ás pequeños m onarcas de E uropa, se llenaron con ellos. Los más grandes señores feudales, an tes tan independ ien tes y tan altivos, se transfo rm aron en los criados titu la re s de los soberanos. P erd ieron su altivez y •u independencia, pero conservaron toda su arrogancia.

214 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

H asta se puede decir que se acrecentó, pues la arrogancia es el vicio p riv ileg iado de los lacayos. B ajos, rastreros, ser­v iles en presencia del soberano, se h icieron m ás insolentes fren te a los burgueses y al pueblo, a los que continuaron saqueando, no ya en su propio nom bre y por derecho d iv i­no, sino con el perm iso y al servicio de sus amos, y bajo el p re tex to del más grande bien del Estado.

E ste carácter, y esta situación p articu la r de la nobleza se han conservado casi ín tegram ente , aun en nuestros días, en A lem ania, país ex traño y que parece ten er el priv ileg io de soñar con las cosas más bellas, más nobles, para no rea­lizar sino las m ás vergonzosas y m ás infam es. Como prueba, ah í están las barbaries innobles, atroces, de la últim a gue­rra, y la form ación recien te de ese te rrib le im perio knuto- germ ánico, que es incontestablem ente una am enaza contra la libertad de todos los países de Europa, un desafío lan ­zado a la hum anidad en tera por el despotism o b ru ta l de un em perador o fic ia l de policía y m ilitar a la vez, y por la estúp ida insolencia de su canalla nobiliaria.

P o r la Reform a, la burguesía se había v isto com pleta­m ente libertada de la tiran ía y del saqueo de los señores feudales, considerados como bandidos o saqueadores inde­pend ien tes y p rivados; pero se vió en tregada a una nueva tiran ía y a un nuevo saqueo, y en lo sucesivo regularizados, bajo el nom bre de im puestos o rd inarios y ex trao rd in ario s del Estado, por esos m ismos señores convertidos en serv i­dores del E stado , es decir, en bandidos y saqueadores leg í­timos. E sa transic ión del despojo feudal al despojo m ucho m ás reg u la r y m ucho m ás sistem ático del E stado , pareció sa tisfacer prim ero a la clase m edia. H ay que conceder que fué para ella un verdadero alivio en su situación económica y social. P ero el ap e tito acude com iendo, dice el proverbio. Los im puestos del E stado, al p rincip io tan m odestos, au ­m entaron cada año en una proporción inqu ie tan te , pero no tan form idable sin em bargo como en los E stados m onár­quicos de nuestros días. Las guerras, se puede decir ince­santes, que esos Estados, hechos absolutos, se h icieron bajo el p re tex to del equilib rio in ternacional desde la R eform a hasta la revolución de 1789; la necesidad de m antener g ran­des e jérc ito s perm anentes, que se habían convertido ya en la base p rincipal de la conservación del E stad o ; el lujo

T R E S C O N F E R E N C I A S 215

t<i»«lrntr de las cortes de los soberanos, que se habían trans- t o i m i u l o e n orgias incesantes donde la canalla nobiliaria, ímlti la s e r v i d u m b r e titu lada , recam ada, iba a m endigar a •ti m iio p e n s i o n e s ; la necesidad de alim en tar toda esa m ul­titud priv ileg iada que llenaba las m ás a ltas funciones en el •J írc ito , en la burocracia y en la policía, todo eso exigía «normes gastos. E sos gastos fueron pagados, naturalm ente , •n te todo y prim eram ente por el pueblo, pero tam bién por I« c l a s e burguesa que, hasta la revolución, fué tam bién, si no en e l mismo grado que el pueblo, considerada como u n a vuca lechera sin o tro destino que m antener al soberano y a l i m e n t a r a esa m u ltitu d innum erable de funcionarios p r i­vilegiados. La Reform a, por o tra parte , había hecho perder u la clase m edia en lib ertad quizás el doble de lo que le había dado en seguridad. A ntes de la Reform a, había sido igualm ente la aliada y el sostén indispensable de los reyes e n bu lucha con tra la Ig lesia y los señores feudales, y había aprovechado esa alianza para conquistar un cierto grado de Independencia y de libertad . P ero desde que la Ig lesia y los s e ñ o r e s feudales se habían som etido al E stado, los reyes, n o ten iendo ya necesidad de los serv icios de la clase media, privaron a ésta poco a poco de todas las libertades que le habían otorgado an terio rm ente.

Si ta l fué la s ituación de la burguesía después de la Reform a, se puede im aginar cuál debió ser la de las m asas populares, la de los cam pesinos y la de los obreros de las ciudades. Los cam pesinos del cen tro de E uropa, en A lem a­nia, en H olanda, en parte tam bién en Suiza, se sabe, h i­cieron al p rinc ip io del sig lo X V I y de la Reform a, un m ovi­m iento grandioso para em anciparse al g rito de “¡ guerra a los castillos, paz a las cabañas I” E se m ovim iento, tra ic io ­nado por la burguesía y m aldecido por los je fe s del p ro tes­tan tism o burgués, L u tero y M elanchthon, fué ahogado en la sangre de varias decenas de m illares de cam pesinos insu­rrectos. Desde entonces, los cam pesinos se vieron, m ás que nunca, asociados a la gleba, siervos de derecho, siervos de hecho, y perm anecieron en ese estado hasta la revolución de 1789-1793 en F rancia , h asta 1807 en P rusia , y hasta 1848 en casi todo el resto de A lem ania. E n a lgunas partes del norte de A lem ania, y principalm ente en M ecklem burgo, la

216 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

servidum bre existe todavía hoy, aun cuando ha dejado de ex is tir en la propia Rusia.

E l p ro le ta riado de las ciudades no fué m ucho más libre que los cam pesinos. Se dividía en dos categorías, la de los obreros que constitu ían parte de las corporaciones, y la del p ro le ta riado que no estaba de ninguna form a o rgan i­zado. La prim era estaba ligada, som etida en sus m ovim ien­tos y en su producción por una m ultitud de reglam entos que la subyugaban a los m aestros, a los patronos. La se­gunda, privada de todo derecho, era oprim ida y explotada por todo el m undo. La m ayoría de los im puestos, como siem ­pre, recaía necesariam ente sobre el pueblo.

E sta ru ina y esta opresión general de las m asas obreras y de la clase burguesa en parte, ten ían por p re tex to y por fin confesado la grandeza, la potencia, la m agnificencia del E stado m onárquico, nobiliario , burocrático y m ilitar. E s ta ­do que había ocupado el puesto de la Ig lesia en la adora­ción oficial y era proclam ado como una in stitu c ió n divina. Hubo, pues, una m oral de Estado, com pletam ente d iferen te de la m oral privada de los hom bres, o más bien opuesta a ella. E n el m undo m oral privado, en tan to que no está viciado por los dogm as religiosos, hay un fundam ento e te r­no, m ás o m enos reconocido, com prendido, aceptado y rea­lizado en cada sociedad hum ana. Ese fundam ento no es o tra cosa que el respeto hum ano, el respeto a la d ign idad hum ana, al derecho y a la libertad de todos los individuos hum anos. R espetarlo s: he ahí el deber de cada uno ; am ar­los y estim u la rlo s: he ahí la v ir tu d ; violarlos, al contrario , es ei crim en. La m oral del E stado es por com pleto opuesta a esta m oral hum ana. E l E stado se propone a sí m ismo a to ­dos los súbditos como el fin suprem o. Servir su potencia, su grandeza, por todos los m edios posibles e im posibles, y con­trariam en te a todas las leyes hum anas y al b ien de la hu ­m anidad : he ahí la v irtud . P orque todo lo que contribuye al poder y al engrandecim iento del Estado, es el b ien ; todo lo que le es con trario , aunque sea la acción más v irtuosa, la m ás noble desde el punto de vista hum ano, es el mal. P o r esto los hom bres de Estado, los diplom áticos, los m inistros, todos los funcionarios, han em pleado siem pre crím enes y m en tiras e infam es tra ic iones para servirle. Desde el m o­m ento que una v illan ía es com etida a su servicio, se con-

T R E S C O N F E R E N C I A S 217

v in tc en una acción m eritoria. T a l es la m oral del Estado. K* la negación de la m oral hum ana y de la hum anidad.

La contrad icción reside en la idea m ism a del E stado. No habiendo podido realizarse nunca el E stado universal, todo Lutado es un ente c ircunscrito que com prende un te rrito rio lim itado y un núm ero más o m enos restrin g id o de súbditos. La inm ensa m ayoría de la especie queda, pues, al m argen de cada E stado , y la hum anidad en tera es rep artid a en tre una m u ltitu d de E stados grandes, pequeños o m edianos, de los cuales cada uno, a pesar de que no abraza m ás que una parte m uy reducida de la especie hum ana, se proclam a y se presenta como el rep resen tan te de la hum anidad en tera y como algo absoluto. P o r eso m ismo, todo lo que queda fuera de él, los demás Estados, con sus súbditos y la p ro­piedad de sus súbditos, son considerados por cada E stado como en tidades privadas de toda ley, de todo derecho, y se supone, por consiguien te, con la facu ltad de atacarlos, con­quistarlos, asesinarlos, robarles en la m edida que sus m e­dios y sus fuerzas se lo perm itan. V osotros sabéis, queridos com pañeros, que no se ha llegado nunca a establecer un derecho in ternacional, y no se ha podido hacerlo precisa­m ente porque, desde el punto de v ista del E stado, todo lo que está fuera del E stado está privado de derecho. Basta que un E stado declare la guerra a o tro para que perm ita, ¡qué d igo!, para que m ande a sus propios súbd itos come­te r contra los súbditos del E stado enem igo todos los c rí­m enes posib les: el asesinato , la violación, el robo, la des­trucción , el incendio, el saqueo. Y todos estos crím enes se dice que están bendecidos por el D ios de los cristianos, que cada uno de los E stados beligeran tes considera y proclam a como su p artid a rio con exclusión del o tro —lo que, n a tu ­ralm ente, debe poner en un famoso ap rie to a ese buen Dios, en nom bre del cual han sido y continúan siendo com etidos sobre la tie rra los crím enes más horrib les. P o r esto somos enem igos del buen D ios y consideram os esta ficción, este fantasm a divino, como una de las p rincipa les fuen tes de los m ales qüe a to rm entan a los hombres.

Y por esto somos igualm ente adversarios apasionados del Estado, de todos los Estados. P orque, m ien tras haya E s ta ­dos, no habrá com unidad, y la guerra y la ru ina, la m iseria

218 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

de los pueblos, que son consecuencia inevitab le del Estado, serán perm anentes.

M ien tras haya E stados, las m asas populares, aun en las repúblicas m ás dem ocráticas, serán esclavas de hecho, p o r­que no trab a jarán en pro de su prop ia fe lic idad y de su prop ia riqueza, sino para la po tencia y la riqueza del E s­tado. ¿Y qué es el E stado? Se pre tende que es la expresión y la realización de la u tilidad , del bien, del derecho y de la libertad de todo el m undo. P u es bien, los que ta l p retenden m ienten, como m ienten los que pre tenden que el buen D ios es el p ro tec to r de todo el m undo. Desde que se form ó la fan tasía de un ser divino en la im aginación de los hombres, Dios, todos los dioses, y en tre ellos principalm ente el Dios de los cristianos, han tom ado siem pre el partid o de los fu e rtes y de los ricos contra las m asas ignoran tes y m isera­bles. H an bendecido, por m edio de sus sacerdotes, los p riv i­legios m ás repulsivos, las opresiones y las explotaciones m ás infam es.

Del mismo modo, el E stado no es o tra cosa que la ga­ra n tía de todas las explo taciones en beneficio de un peque­ño núm ero de fe lices p riv ileg iados y en de trim ento de las m asas populares. Se sirve de la fuerza colectiva de todo el m undo para aseg u rar la dicha, la p rosperidad y los p riv i­leg ios de algunos, en de trim ento del derecho hum ano de todo el m undo. E s una in stitu c ió n en la que la m inoría des­em peña el papel de m artillo y la m ayoría form a el yunque.

H asta la Gran Revolución, la clase burguesa, aunque en un grado m enor que las masas populares, había form ado p arte del yunque. Y a causa de eso fué revolucionaria.

Sí, fué bien revolucionaria. Se a trev ió a rebelarse contra todas las au to ridades div inas y hum anas, y puso en te la de ju ic io a Dios, a los reyes, al Papa. Se d irig ió sobre todo con tra la nobleza, que ocupaba en el E stado un puesto que a rd ía de im paciencia por ocuparlo a su vez. P ero no quiero ser in justo , y no pretendo de n ingún m odo que en sus m ag­n íficas p ro testas con tra la tiran ía d ivina y hum ana, no h u ­biese sido conducida e im pulsada m ás que por un pensa­m iento egoísta. L a fuerza de las cosas, la n atu ra leza m isma de su organización particu la r, la habían im pulsado in s tin ­tivam ente a apoderarse del Poder. P ero como todav ía no ten ía conciencia del abism o que la separaba realm ente de las

T R E S C O N F E R E N C I A S 219

cliues obreras que exp lo ta ; como esa conciencia no se había despertado de n inguna m anera aún en el seno del p ro le ta ­riado, la burguesía , rep resen tada en esa lucha contra la Iglesia y el E stado por sus m ás nobles e sp íritu s y por sus más grandes caracteres, creyó de buena fe que trabajaba igualm ente por la em ancipación de todos.

Los dos sig los que separan las luchas de la R eform a re ­ligiosa de las de la G ran R evolución, fueron la edad heroica de la burguesía . H echa poderosa por la riqueza y la in te li­gencia, atacó audazm ente todas las in stituciones respetadas de la Ig lesia y del E stado. Lo m inó todo, prim ero, por la lite ra tu ra y por la crítica filo só fica ; m ás tarde lo derribó por la rebelión franca. E lla fué la que hizo la revolución de 1789 y de 1793. Sin duda que no pudo hacerlo m ás que sirv iéndose de la fuerza p o p u la r ; pero fué la que organizó esa fuerza y la d irig ió contra la Ig lesia , con tra la realeza y contra la nobleza. E lla fué la que pensó y tom ó la in icia­tiva de todos los m ovim ientos que ejecutó el pueblo. La burguesía ten ía fe en sí misma, se sen tía poderosa porque sabía que tra s ella, con ella, ten ía al pueblo.

Si se com paran los g igantes del pensam iento y de la ac­ción que han salido de la clase burguesa en el siglo X V III con las m ás grandes celebridades, con los enanos vanidosos célebres que la rep resen tan en n uestros días, se podrá uno convencer de la decadencia, de la caída espantosa que se ha producido en esa clase. E n el sig lo X V III , e ra in te li­gente, audaz, heroica. H oy, se m uestra cobarde y estúpida. Entonces, llena de fe, se a trev ía a todo, y lo podía todo. Hoy, ro ída por la duda, y desm oralizada por su prop ia in i­quidad, que está aún m ás en su situación que en su vo lun­tad, nos ofrece el cuadro de la m ás vergonzosa im potencia.

Los acontecim ientos recien tes de F rancia lo prueban de­m asiado bien. La burguesía se m uestra com pletam ente in ­capaz de salvar a F rancia . H a p re ferido la invasión de los prusianos a la revolución popular, que era la única que po­día operar esa salvación. Ha dejado caer de sus m anos dé­biles la bandera de los progresos hum anos, la de la em anci­pación universal. Y el p ro le ta riado de P a rís nos dem uestra hoy que los traba jadores son los únicos capaces de llevarla en lo sucesivo.

E n una próxim a sesión, tra ta ré de dem ostrarlo .

I I

Q ueridos com pañeros:Ya os he dicho la o tra vez que dos grandes acontecim ien­

tos h istó ricos habían fundado la potencia de la burguesía : la revolución re lig iosa del siglo X V I conocida bajo el nom bre de R eform a, y la gran revolución po lítica del s i­glo X V III . H e añadido que esta últim a, realizada c ie rta ­m ente por el poder del brazo popular, había sido iniciada y d irig ida exclusivam ente por la clase media. Debo tam bién probaros ahora que es tam bién la clase m edia la que se apro­vechó exclusivam ente de ella.

Y sin em bargo el program a de esta revolución, al p rin ­cipio, parecía inm enso. ¿N o se ha realizado en el nombre de la libertad , de la igualdad y de la fra te rn id ad del género hum ano, tres palabras que parecen abarcar todo lo que en el presente y en el porvenir puede querer y realizar la h u ­m anidad? ¿Cómo es, pues, que una revolución que se había anunciado de una m anera tan am plia term inó m iserablem en­te en la em ancipación exclusiva, re s tr in g id a y priv ileg iada de una sola clase, en detrim ento de esos m illones de trab a­jadores que se ven hoy ap lastados por la p rosperidad in ­solente e in icua de esa clase? ¡A h, es que esa revolución no ha sido más que una revolución po lítica! H abía derribado audazm ente todas las barreras, todas las tiran ía s políticas, pero había dejado in tac tas —hasta las había proclam ado sa­gradas e inviolables— las bases económ icas de la sociedad, que han sido la fuen te eterna, el fundam ento p rincipa l de todas las in iquidades po líticas y sociales, de todos los ab­surdos re lig iosos pasados y presentes. H abía proclam ado la lib ertad de cada uno y de todos, o más bien había p rocla­m ado el derecho a ser libre para cada uno y para todos. Pero no ha dado realm ente loa m edios de realizar esa libertad y

T R E S C O N F E R E N C I A S 221

ti* go/íir de ella m ás que a los p ropietarios, a los cap ita lis (mu, n los ricos.

La pauvreté, c’est l’esclavage! (1)

tic ahí las te rrib le s palabras que con su voz sim pática, que parte de la experiencia y del corazón, nos ha repetido nuestro am igo C lem ent varias veces (2), desde hace a lg u ­nos días que tengo la dicha de pasar en m edio de vosotros, queridos com pañeros y amigos.

Sí, la pobreza es la esclavitud, es la necesidad de vender el trabajo, y con el traba jo la persona, al cap ita lis ta que os da el m edio de no m orir de ham bre. E s preciso ten er verda­deram ente el e sp íritu de los señores burgueses, in teresados en la m entira , para atreverse a hablar de la libertad p o lí­tica de las m asas obreras. B onita libertad la que las somete n los caprichos del cap ita l y la que las encadena a la v o lu n ­tad del cap ita lis ta por el ham bre. Q ueridos am igos, no te n ­go seguram ente necesidad de probaros, a vosotros que h a ­béis conocido por una larga y dura experiencia las m iserias del trabajo , que en tan to que el cap ita l quede de una parte y el traba jo de la o tra, el trabajo será el esclavo del capital y los trabajadores los súbditos de los señores burgueses, que os dan por irris ió n todos los derechos políticos, todas las apariencias de la libertad , para conservar ésta en rea li­dad exclusivam ente para ellos.

E l derecho a la lib ertad sin los m edios de realizarla , no es más que un fantasm a. Y nosotros amamos dem asiado la libertad, ¿no es cierto?, para con ten tarnos con fantasm ago­rías. N osotros la querem os en la realidad. ¿P ero , qué es lo que constituye el fondo real y la condición positiva de la libertad? E s el desenvolvim iento ín teg ro y el pleno goce de todas las facu ltades corporales, in te lectuales y m orales para cada uno. P o r consecuencia, es los m edios m ateria les nece­sarios a la ex istenc ia hum ana de cada uno ; es, además, la educación y la instrucción . U n hom bre que sucum be de in a ­nición, que se encuen tra aplastado por la m iseria, que m uere cada día de ham bre y de frío y que, viendo su frir a todos

(1) ¡ L a p o b r e z a es la e s c l a v i t u d 1

(2) S e g ú n G u i l l a u m e , S i l v a n o C l e m e n t era u n f o t ó g r a f o d e S a i n t - I m i e r ; ha-

I ni a h e c h o u n a fotografía a B a k u n i n m u y p o p u l a r i z a d a e n las m o n t a ñ a s j u r a ­

s ianas . ( N o t a del traductor.)

222 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

los que ama, no puede acud ir en su ayuda, no es un h o m b r e libre, es un esclavo. U n hom bre condenado a p e r m a n e c e r toda la v id a un ser b ru ta l, caren te de educación h u m a n a , un hom bre privado de instrucción , un ignoran te , es n e c e s a ­riam ente un esclavo; y si e jerce derechoB p o l í t ic o s , p o d é i s estar seguros de que, de una m anera o de o t r a , lo s e j e r c e r á siem pre con tra si mismo, en beneficio de s u s e x p lo ta d o r e s , de sus amos.

La condición negativa de la libertad es é s ta : n i n g ú n h o m ­bre debe obediencia a o tro ; sólo es libre a condición d e q u e todos sus actos estén determ inados, no por l a voluntad d e los o tros hom bres, sino por su volun tad y sus c o n v ic c io n e s propias. P ero un hom bre a quien el ham bre obliga a v e n d e r su trabajo , y con su trabajo su persona, al m ás bajo p r e c io posible al cap ita lis ta que se d igna ex p lo ta rlo ; un h o m b r e a quien su prop ia b ru ta lid ad y su ignorancia en tregan a m e r ­ced de sus sabios explotadores, será necesariam ente y s i e m ­pre un esclavo.

No es eso todo. La libertad de los ind iv iduos no es un hecho ind ividual, es un hecho, un producto colectivo. N in ­gún hom bre podría ser libre fuera y sin el concurso de toda la sociedad hum ana. Los ind iv idualistas, o los falsos her­m anos que hem os com batido en todos los congresos de tr a ­bajadores, han pretend ido , con los m oralistas y los econo­m istas burgueses, que el hom bre podía ser libre, que podía ser hom bre fuera de la sociedad, d iciendo que la sociedad había sido fundada por un con tra to libre de hom bres an te ­rio rm ente libres.

E s ta teoría , proclam ada por J . J . R ousseau, el escrito r m ás dañino del sig lo pasado, el so fis ta que ha insp irado a todos los revolucionarios burgueses, esta teoría denota una ignorancia com pleta, tan to de la N aturaleza como de la H is­toria . No es en el pasado, ni en el p resente, donde debemos buscar la libertad de las masas, es en el porvenir, en un porven ir p róx im o: en esa jo rnada del m añana que debemos crear noso tros mismos, por la po tencia de nuestro pensa­m iento, de n u estra voluntad, pero tam bién por la de nues­tro s brazos. T ras de nosotros, no hubo nunca con tra to li­bre, no hubo m ás que b ru ta lidad , estupidez, in iquidad y violencia, y hoy aún, vosotros lo sabéis dem asiado bien, ese llam ado libre con tra to se llam a pacto del ham bre, es-

T R E S C O N F E R E N C I A S 223

«v l t u d de l h a m b re p a r a las masas y explo tación del ham- i para la s m in o r í a s que nos devoran y nos oprim en.

|«a te o r ía d e l libre con tra to es igualm ente falsa desde el .i*» de v i s t a de la naturaleza. E l hom bre no crea volun- l>11111 n tc la sociedad: nace involuntariam ente en ella. E s a n im a l social por excelencia. No puede llegar a ser hom- , e s d e c i r un anim al que piensa, que habla, que ama y

n u ic re , sino en sociedad. Im aginaos al hom bre dotado In n a t u r a l e z a de las facu ltades m ás geniales, arro jado

9 ta d e su t ie rn a edad fuera de toda sociedad hum ana, en un d e s ie r to . Si no perece m iserablem ente, que es lo más p r o l m l ) l e , no será m ás que un b ru to , un mono, privado de p a l a b r a y de pensam iento, porque el pensam iento es inse-

E«rabie de la palabra: nadie puede pensar sin el lenguaje, or perfectam ente aislados que os encon tré is con vosotros

minino», p a r a pensar debéis hacer uso de palabras; podéis m uy b ien t e n e r im aginaciones rep resen ta tivas de las cosas, p o r o ta n pronto como queráis pensar, debéis serv iros de p a l a b r a s , porque sólo las palabras determ inan el pensam ien­to , y d a n a las represen taciones fug itivas, a los in stin tos, r I « a r / lc tc r del pensam iento. E l pensam iento no ex iste an tes da la pa lab ra , ni la palabra an tes del pensam iento ; estas dos f o r m a s de un mismo ac to del cerebro hum ano nacen jun tas. P o r t a n to , no hay pensam iento sin palabra. Pero, ¿qué es la p a l u b r a ? E s la com unicación, es la conversación de un in d i­v id u o hum ano con m uchos o tros individuos. E l hom bre an i­mal no se transfo rm a en ser hum ano, es decir, pensante, s in o por esa conversación, en esa conversación. Su in d iv i­d u a l id a d humanu, su libertad , es, pues, el p roducto de la c o le c t iv id a d .1 E l h o m b r e ú n i c a m e n t e se em ancipa de la presión tirán ica q u e e j e r c e s o b r e c a d a uno la naturaleza ex terio r por el t r a ­b a jo colectivo ; porque e l trabajo ind ividual, im poten te y • a té r i l , jam ás podría vencer a la naturaleza . E l traba jo p ro ­d u c t iv o , el que ha creado todas las riquezas y n u estra c iv i­l i z a c ió n , ha sido siem pre un traba jo social, co lectivo ; sólo q u e h a s ta el p resente ha sido in icuam ente explotado por los In d iv id u o s a expensas de las m asas obreras. Lo mismo la i n s t r u c c ió n y la educación que elevan al hom bre — esa edu­cac ión y esa instrucción de que los señores burgueses están tan o r g u l lo s o s y que v ierten con tan ta parsim onia sobre las

224 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

m asas populares— son igualm ente producto de la sociedad entera. L as crean el trabajo , y d iré más aún, el pensam iento in stin tivo del pueblo, aunque no las han creado hasta ahora más que en beneficio de los burgueses. Se tra ta , pues, de la explo tación de un traba jo colectivo por ind ividuos que no tienen n ingún derecho a m onopolizar el producto.

Todo lo que es hum ano en el hom bre, y m ás que o tra cosa la libertad , es el p roducto de un trabajo social, colectivo. Ser libre en el aislam iento absoluto, es un absurdo inven­tado por los teólogos y los m etafísicos, que reem plazaron la sociedad de los hom bres por su fantasm a, por Dios. Cada cual —dicen— se sien te libre en presencia de Dios. E s de­cir, del vacío absoluto, de la nada; eso es, pues, la libertad de la nada, o más bien la nada de la libertad , la esclavitud. Dios, la ficción de Dios, ha sido h istó ricam en te la causa m oral, o más b ien inm oral, de todas las sum isiones.

E n cuanto a nosotros, que no querem os ni fantasm as ni la nada, sino la realidad hum ana viviente, reconocem os que el hom bre no puede sen tirse y saberse libre —y por consi­gu ien te no puede realizar su libertad— sino en m edio de los hom bres. P ara ser libre, tengo necesidad de verm e ro ­deado y reconocido como ta l por hom bres libres. No soy libre más que cuando mi personalidad, reflejándose, como en o tros tan to s espejos, en la conciencia igualm ente libre de todos los hom bres que me rodean, vuelva a mí reforzada por el reconocim iento de todo el mundo. La libertad de to ­dos, lejos de ser una lim itación de la mía, como lo p re ten ­den los ind iv idualistas, es al contrario su confirm ación, su realización y su ex tensión in fin itas. Q uerer la libertad y la d ign idad hum ana de todos los hom bres, ver y sen tir mi li­bertad confirm ada, sancionada, in fin itam en te ex tendida por el asen tim ien to de todo el m undo, he ahí la dicha, el paraíso hum ano sobre la tierra .

P ero esa libertad sólo es posible en la igualdad. Si hay un ser hum ano m ás libre que yo, me convierto forzosam ente en su esclavo; si yo lo soy más que él, él será el mío. P o r tanto , la igualdad es una condición absolutam ente necesaria de la libertad .

Los burgueses revolucionarios de 1793 han com prendido m uy bien esta necesidad lógica. Así, la palabra igualdad f i ­gura como el segundo térm ino en su fórm ula revoluciona-

FT R E S C O N F E R E N C I A S 225

f l t l libertad, igualdad, fra ternidad. Pero , ¿qué igualdad? t* igualdad ante la ley, la igualdad de los derechos políti- 1 1 1«, la igualdad de los ciudadanos, no la de los hom bres;

fquc el E stado no reconoce a los hom bres, no reconoce rt 11u<• a los ciudadanos. P ara él, el hom bre no ex iste en

nto que ejerce, o que por una pura función se rep u te como IJarcicndo los derechos políticos. E l hom bre que es aplas- Irt-lo por el trabajo forzado, por la m iseria, por el ham bre; »1 hombre que está socialm ente oprim ido, económ icam ente •Kplotado, aplastado, y que sufre, no existe para el E stad o ; ¿ate ignora sus su frim ien tos y su esclav itud económica y •ocinl, su servidum bre real, oculta bajo las apariencias de una libertad po lítica m entirosa. E s ta es, pues, la igualdad poltlira . no la igualdad social.

Mín queridos am igos: Sabéis todos por experiencia cuán engañosa ea esa p re tend ida igualdad política cuando no está fundada sobre la igualdad económica y social. E n un Es- 1.11 l o am pliam ente dem ocrático, por ejem plo, todos los hom ­brea llegados a la m ayoría de edad, y que no se encuen tren bajo el peso de una condena crim inal, tienen el derecho y aun el deber, se añade, de e jercer todos los derechos po lí­tico» y de llenar todas las funciones para las cuales puede l l a m a r l e s la confianza de sus conciudadanes. E l últim o hombre del pueblo, el m ás pobre, el m ás ignorante , puede y debe ejercer todos sus derechos y llenar todas esas fu n ­ciones: ¿se puede im aginar una igualdad más am plia que t»a? Sí, él debe, puede legalm ente; pero en realidad eso le rs im posible. Ese poder no es más que facu lta tivo para los hombre» que constituyen parte de las m asas populares, pero no podrá nunca ser real para ellos a m enos de una tran s­i g í macióu radical de las bases económ icas de la sociedad, digamos la palabra, a m enos de una revolución social. Esos pretendidos derechos políticos e jercidos por el pueblo no ann más que una vana ficción. _ _ _ _ _

E s ta m o s cansados de todas las ficciones, tan to re lig iosas lom o políticas. E l pueblo está cansado de a lim entarse de f a n ta s m a s y de fábulas. Ese alim ento no engorda. H oy, ex i­ge la realidad. Veamos, pues, lo que hay de real para él en ju e j e r c ic io de los derechos políticos.

I'.ira llenar convenientem ente las funciones, y sobre todo t i l más a ltas funciones del Estado, es preciso poseer ya

fti». </» Htktinin. - II 15

226 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

un grado b astan te a lto de instrucción . E l pueblo carece ab­solutam ente de esa instrucción . ¿E s por cu lpa suya? No, la culpa es de las in stituciones. E l gran deber de todos los E stados verdaderam ente dem ocráticos, es esparcir la ins­tru cc ió n a m anos llenas en tre el pueblo. ¿H ay un solo E s­tado que lo haga? No hablem os de los E stados m onárquicos, que tienen un in terés ev idente en esparcir, no la in s tru c ­ción, sino el veneno del catecism o cristian o en las masas. H ablem os de los E stados republicanos y dem ocráticos como los E stados U nidos de A m érica y Suiza. C iertam ente, hay que reconocer que estos dos E stados han hecho m ás que lo3 o tros por la in strucc ión popular. ¿P ero han llegado al fin, a pesar de su buena vo lun tad? ¿L es ha sido posible dar in d is tin tam en te a todos los n iños que nacen en su seno una in strucc ión igual? No, es im posible. P ara los h ijos de los burgueses, la in strucc ión su p erio r; para los del pueblo, la in stru cc ió n p rim aria solam ente, y, en ra ras ocasiones, un poco de segunda enseñanza. ¿P o r qué esta d iferencia? P o r la sim ple razón de que los hom bres del pueblo, los trab a ja ­dores de los cam pos y de las ciudades, no tien en el m edio de m antener, es decir, de alim entar, de vestir, de a lo jar a sus h ijo s en el transcu rso de toda la duración de los e s tu ­dios. P ara darse una in strucción c ien tífica , es preciso estu ­d iar hasta la edad de ve in tiú n años, a lgunas veces hasta los veinticinco. O s p reg u n to : ¿cuáles son los obreros que están en estado de m antener tan largo tiem po a sus h ijos? E ste sacrific io es tá por encim a de sus fuerzas, porque no tienen ni cap ita les n i propiedad, y porque viven al día con su sala­rio, que apenas basta para el m antenim iento de una num e­rosa fam ilia.

Y aun es preciso decir, queridos com pañeros, que vos­otros, traba jadores de las m ontañas, obreros en un oficio que la producción capita lista , es decir, la explotación de los grandes capitales, no llegó todavía a absorber, sois com pa­ra tivam ente m uy dichosos. T rabajando en pequeños grupos en vuestros ta lleres, y a m enudo traba jando a dom icilio, ganáis m ucho m ás de lo que se gana en los grandes es ta ­b lecim ientos in d u stria les que em plean cen tenares de obre­ros; vuestro trabajo es in te ligen te , artístico , no em brutece como el que se hace a m áquina. V u estra habilidad, vuestra in te ligencia s ign ifican algo. Y adem ás tenéis m ucho más

T R E S C O N F E R E N C I A S 227

tiempo libre y re la tiva lib e rtad ; por eso sois más instru idos, indi libres y más felices que los otros.

ICII lnn inm ensas fábricas establecidas, d irig id as y explo- ttdflN por los grandes cap ita les y en las que son las máqui- llrt«, no los hom bres, quienes juegan el papel principal, los o!. reroa se transform an necesariam ente en m iserables escla­vo«, <lt* tal modo m iserables, que m uy frecuen tem ente están lorundos a condenar a sus pobres h ijito s , de ocho escasos año* de edad, a trab a ja r doce, catorce, dieciséis horas cada • Un por algunos m iserables céntim os. Y no lo hacen por avaricia, sino por necesidad. Sin eso, no serían capaces de m antener sus fam ilias.

11c ahí la instrucción que pueden darles. Yo no creo de­ber em plear más palabras para dem ostraros, queridos com­pañeros, a vosotros que lo sabéis tan bien por experiencia, quo t n tan to que el pueblo no trabaje para s í m ism o, sino partt enriquecer a los detentadores de la propiedad y del i'ttpitu]' la in strucc ión que pueda dar a sus h ijos será siem |»i:r in fin itam ente in fe r io r a la de los h ijo s de la clase bur- IfUIBft’

Y he ahí una grande y funesta desigualdad social que encon traré is necesariam ente en la base de la organización d e los E s tad o s: una masa forzosam ente ignoran te y una m inoría p riv ileg iada que, si no es siem pre m uy in teligen te, e* ni m enos com parativam ente m uy instru ida . La conclu­sión es fácil de deducir. La m inoría in stru id a gobernará

íltarnam cnte a las m asas ignorantes.No se tra ta sólo de la desigualdad n a tu ra l de los ind iv i­

duo«; es una desigualdad a la que estam os obligados a re ­i n a r nos. Uno tiene una organización m ás perfec ta que el Otro, uno nace con una facu ltad n a tu ra l de in te ligencia y de voluntad más grande que el otro. P ero me apresuro a Hfladir: catas d iferencias no son de n ingún m odo tan g ran ­de* corno se quiere suponer. Aun desde el pun to de v ista natural, los hom bres son casi iguales, las cualidades y los defectos se com pensan m ás o m enos en cada uno. No hay mÁM <|tic dos excepciones a esta ley de igualdad n a tu ra l: son lo* ll omin es de genio y los idiotas. P ero las excepciones no 8 0 n*l i luyen la regla, y, en general, se puede decir que todos lo* Ind ividuos hum anos se equivalen y que si ex isten dife- nncItiH enorm es en tre los ind ividuos en la sociedad actual,

228 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

nacen de la desigualdad m onstruosa de la educación y de la in strucción , y no de la natura leza .

E l n iño dotado de las más grandes facultades, pero na­cido en una fam ilia pobre, en una fam ilia de trabajadores que vive el día al día de su ru d a labor cotid iana, se ve condenado a la ignorancia que m ata todas sus facultades n a tu ra les en lugar de d esa rro lla rlas : será el trabajador, el obrero m anual, el m antenedor y el alim entador forzoso de los burgueses que, por naturaleza , son m ucho más to rpes que él. E l h ijo del burgués, al contrario , el h ijo del rico, por to rpe que sea natu ralm ente , recib irá la educación y la in strucc ión necesarias para desarro llar en lo posible sus pobres facu ltad es: será un exp lo tador del trabajo , el amo, el patrón, el leg islador, el gobernante, un señor. P o r to rpe que sea, hará leyes para el pueblo, y gobernará las masas populares.

E n un E stado dem ocrático, se dirá, el pueblo no eleg irá m ás que a los buenos. ¿P e ro cómo reconocerá a los buenos? No tiene ni la instrucción necesaria para ju zg ar al bueno y al malo, n i el tiem po preciso para conocer los hom bres que se proponen a su elección. E sos hom bres, por lo demás, v iven en una sociedad d iferen te de la su y a : no acuden a qu itarse el som brero an te Su M ajestad el pueblo soberano m ás que en el m om ento de las elecciones y, una vez e leg i­dos, le vuelven la espalda. P o r lo demás, perteneciendo a la clase p riv ileg iada , a la clase explotadora, por excelentes que sean como m iem bros de sus fam ilias y de la sociedad, serán siem pre m alos para el pueblo, porque, naturalm ente , querrán conservar los p riv ileg ios que constituyen la base de su ex istenc ia social y que condenan al pueblo a una es­c lav itud eterna.

Pero , ¿por qué no ha de enviar el pueblo a las asam bleas leg isla tivas y al gobierno hom bres suyos, hom bres del pue­blo? P rim eram ente , porque los hom bres del pueblo, debien­do v iv ir de sus brazos, no tienen tiem po de consagrarse ex­clusivam ente a la política, y no pudiendo hacerlo, estando la m ayoría de las veces ignoran tes de las cuestiones econó­m icas y po líticas que se tra ta n en esas a ltas regiones, serán casi siem pre v íctim as de los abogados y de los políticos burgueses. Y, luego, pq jque bastará casi siem pre a esos

T R E S C O N F E R E N C I A S 2Í9

del pueblo en tra r en el gobierno para convertirse gueses a su vez, en ocasiones m ás detestab les y m ás osos del pueblo de donde han salido que los m ism os

eses de nacim iento.b, pues, que la igualdad política , aun en los E stados

dem ocráticos, es una m entira . Lo mismo pasa con la ad ju ríd ica , con la igualdad an te la ley. L a ley es por los burgueses para los burgueses, y es e je rc id a

los burgueses con tra el pueblo. E l E stado y la ley que expresa no ex isten m ás que para e tern izar la esc lav itud

pueblo en beneficio de los burgueses, or lo demás, sabéis que cuando os encon tráis lesionado» vuestros in tereses, en vuestro honor, en vuestros dere- s, y queréis hacer un proceso, para hacerlo debéis de-

s tra r prim ero que estáis en situación de pagar los gastos, decir, debéis depositar una c ie rta suma. Y si no estáis en

do de depositarla , no podéis en tab lar el proceso. P ero pueblo, la m ayoría de los traba jadores ¿ tien en suma» a depositar en el tribunal? La m ayoría de las veces, no. r tan to , el rico podrá atacaros, in su lta ros im punem ente, rque no hay ju s tic ia para el pueblo.M ientras no haya igualdad económica y social, m ientra»

na m inoría cualquiera pueda hacerse rica, p rop ie ta ria , ca-< i t a l i s ta , no por el propio trabajo , sino por la herencia, la

aldad será una m entira. ¿ Sabéis cuál es la verdadera de- n ic ió n de la p rop iedad h ered ita ria? E s la facu ltad heredi- r ia de exp lo tar el traba jo colectivo del pueblo y de some- r las masas.H e ah í lo que ni los más grandes héroes de la revolución ; 1793, n i D anton, n i R obespierre, ni S a in t-Ju st habían

com prendido. No querían m ás'nue la libertad y la igualdad políticas, no las económ icas y sociales. Y por eso la liber- ¡id y la igualdad fundadas por ellos han constitu ido y asen- ado en bases nuevas la dom inación de los burgueses sobre1 pueblo.H an querido enm ascarar esa contrad icción poniendo co-o te rce r térm ino de su fórm ula revolucionaria la fra ter- iilad. Tam bién ésta es una m entira . Os p regun to si la fra- rn idad es posible en tre los explo tadores y los explotados,

n tre los opresores y los oprim idos. ¡Cóm o! ¿O s haré sudar su frir du ran te todo un día, y por la noche, cuando haya

230 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

recogido el fru to de vuestros su frim ien tos y de vuestro su ­dor, no dejándoos m ás que una pequeña p arte a fin de que podáis v iv ir, es decir, sudar de nuevo y su fr ir en m i bene­ficio todavía mañana, por la noche, os d iré : ¡Abracém onos, somos herm anos!?

T al es la fra te rn id ad de la revolución burguesa.Q ueridos am igos: Tam bién nosotros querem os la noble

libertad , la salvadora igualdad y la san ta fra tern idad . Pero querem os que estas cosas, que estas grandes cosas, cesen de ser ficciones, m en tiras y se conviertan en una verdad y co n stitu y an la realidad.

T al es el sentido y el fin de lo que llamamos revolución social.

P uede resum irse en pocas palabras: quiere y nosotros querem os que todo hom bre que nazca sobre esta tie rra pue­da lleg ar a ser un hom bre en el sen tido más com pleto de la palab ra; que no sólo ten g a el derecho, sino tam bién todos los m edios necesarios para desa rro llar sus facu ltades y ser libre, feliz, en la igualdad y en la fra tern idad . H e ahí lo que querem os todos, y todos estam os dispuestos a m orir para lleg ar a ese fin.

O s pido, amigos, una tercera y ú ltim a sesión para expo­neros com pletam ente mi pensam iento.

III

Q ueridos com pañeros:Os he dicho la ú ltim a vez cómo la burguesía , sin tener

com pletam ente conciencia de sí misma, pero en p arte tam ­b ién , y al m enos en una cu arta parte , conscientem ente, se hn servido del brazo poderoso del pueblo duran te la gran r e v o lu c ió n de 1789-1793 para asen ta r su propio poder sobre la» ru inas del m undo feudal. Desde entonces, se ha conver­t id o en la clase dom inante. E s erróneo suponer que fueran la nobleza em igrada y los sacerdotes los que dieron el gol­pe de E stado reaccionario de T erm idor, que derribó y m ató a R obespierre y a S a in t-Just, y que gu illo tinó y deportó a una m u ltitu d de sus partidarios.

Sin duda m uchos de los m iem bros de estas dos órdenes caídas tom aron una p arte ac tiva en la in trig a , fe lices de ver caer a los que les habían hecho tem blar y les habían cortado la cabeza sin piedad. P ero ellos solos no hubiesen podido hacerlo. D esposeídos de sus bienes, habían sido re ­ducidos a la im potencia. F ué esa parte de la clase burguesa enriquecida por la com pra de los b ienes nacionales, de las provisiones de guerra y por el m anejo de los fondos p ú ­blicos, que se aprovechó de la m iseria pública y de la ban­carro ta m isma para llenar su b o ls illo ; fueron esos v irtuosos rep resen tan tes de la m oralidad y del orden público los p r i­m eros in stigadores de esa reacción. E stu v iero n a rd ien te y poderosam ente sostenidos por la masa de los tenderos, raza e ternam ente m alhechora y cobarde que engaña y envenena al pueblo en detalle, vendiéndole sus m ercaderías ad u lte ra ­das, y que tiene toda la ignorancia del pueblo sin ten e r su gran corazón, to d a la vanidad de la aris tocrac ia burguesa sin ten er los bolsillos llenos; cobarde du ran te las revo lu ­ciones, se vuelve feroz en la reacción. P a ra ella, todas las ideas que hacen pa lp ita r el corazón de las masas, los g ran ­des princip ios, los grandes in tereses de la hum anidad, no

232 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

existen . Ig n o ra el patrio tism o, o no conoce de él m ás que la vanidad o las fanfarronadas. No hay un sentim iento que pueda arran carla a las preocupaciones m ercantiles, a las m iserables inqu ie tudes del día. Todo el m undo ha sabido, y los hom bres de todos los p artidos nos lo han confirm ado, que duran te el te rr ib le asedio de París, m ien tras que el pueblo se batía y la clase de los ricos in trig ab a y preparaba la tra ic ió n que lo en tregó a los prusianos, m ientras que el p ro le ta riado generoso, las m ujeres y los niños del pueblo estaban sem iham brientos, los tenderos no tuv ieron más que una sola p reocupación : la de vender sus m ercaderías, sus a rtícu los alim enticios, los objetos más necesarios a la sub­sistencia del pueblo, a l más a lto precio posible.

Los tenderos de todas las ciudades de F ran c ia han hecho lo mismo. E n las ciudades invadidas por los prusianos, ab rieron las p u ertas a éstos. E n las ciudades no invadidas, se preparaban a ab rir la s ; paralizaron la defensa nacional y en todas p arte s donde pud ieron se opusieron a la subleva­ción y al arm am ento populares, que era lo único que podía salvar a F rancia . Los tenderos en las ciudades, lo mismo que los cam pesinos en los campos, constituyen hoy el e jé r­cito de la reacción. Los cam pesinos podrán y deberán ser convertidos a la revolución, pero los tenderos nunca.

D uran te la G ran Revolución, la burguesía se había d iv i­dido en dos categorías, de las cuales una, que constitu ía la ínfim a m inoría, era la burguesía revolucionaria, conocida bajo el nom bre genérico de jacobinos. No hay que confun­d ir a los jacobinos de hoy con los de 1793. Los de hoy no son más que pálidos fantasm as y rid ícu los abortos, carica­tu ras de los héroes del siglo pasado. Los jacobinos de 1793 eran grandes hom bres, ten ían el fuego sagrado, el culto a la ju stic ia , a la lib e rtad y a la igualdad . No fué cupa suya si no com prendieron m ejor c ie rtas palabras que resum en todavía hoy n u estras aspiraciones. No consideraron más que la faz política , no el sentido económico y social. Pero , lo rep ito , no fué culpa suya, como no es m érito nuestro el com prenderlas hoy. E s la culpa y el m érito del tiem po. La hum anidad se desarro lla lentam ente, dem asiado lentam ente, ¡ay!, y ún icam ente por una sucesión de e rro res y de fa l­tas, y de crueles experiencias sobre todo, que son siem pre su consecuencia necesaria, los hom bres conquistan la ver-

T R E S C O N F E R E N C I A S

d, Los jacobinos de 1793 fueron hom bres de buena fe, :nbies insp irados por la idea, consagrados a la idea. F u e­

ron héroes. Si no lo hubieran sido, no hub ieran podido rea- llam e los grandes actos de la revolución. N osotros pode- “í y debemos com batir los erro res teóricos de los D anton,

-le los R obespierre, de los S ain t-Just, pero al com batir sus Ideas falsas, estrechas, exclusivam ente burguesas en econo­mía social, debemos inclinarnos ante su po tencia revolucio­naria. F u ero n los ú ltim os héroes de la clase burguesa, en o tro tiem po tan fecunda en héroes.

A parte de esta m inoría heroica, ex istía la masa de la burguesía, m ateria lm ente explotadora, y para la cual las ideas, los p rincip ios fundam entales de la revolución sólo eran palabras sin valor y sin sen tido cuando no podía se r­virse de ellas para llenar sus bolsas tan vastas y tan respe­tables. Cuando los más ricos, y por consiguien te los más in fluyen tes de los burgueses llenaron su ficien tem ente sus bolsas al ru ido y por m edio de la revolución, consideraron que ésta había durado dem asiado, que era tiem po de acabar y de restab lecer el reino de la ley y del o rden público.

D erribaron el Com ité de Salvación Púb lica, m ataron a R obespierre, a S a in t-Ju st y a sus am igos y estab lecieron el D irectorio , que fué una verdadera encarnación de la d ep ra­vación bu rguesa al fin del siglo X V III , el tr iu n fo y el reino del oro adqu irido por el robo y aglom erado en los bolsillos de algunos m illares de ind ividuos.

Pero F ranc ia , que no había ten ido tiem po aún de corrom ­perse, y que aun palp itaba por los g randes hechos de la revolución, no pudo soportar largo tiem po ese régim en. P ro testó dos veces, en una fracasó y en o tra triu n fó . Si hubiese triu n fad o en la prim era, si hubiese podido ten er éxito , habría salvado a F ran c ia y al m undo; el tr iu n fo de la segunda inauguró el despotism o de los reyes y la esc lav itud de los pueblos. Q uiero hablar de la insurrección de B abeuf y de la usurpación del p rim er B onaparte .

La insu rrección de B abeuf fué la ú ltim a ten ta tiva revo­lucionaria del siglo X V III . B abeuf y sus am igos habían sido m ás o m enos am igos de R obespierre y de S a in t-Just. F ueron jacobinos socialistas. H abían sen tido el culto a la igualdad, aun en detrim ento de la libertad . Su plan fué m uy sen c illo : exprop iar a todos los p rop ie ta rio s y a todos

234 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

I03 deten tadores de instrum entos de trabajo y de o tros cap i­tales en beneficio del E stado republicano, dem ocrático y social, de suerte que el Estado, convertido en el único p ro ­p ie tario de todas las riquezas, tan to m obiliarias como inm o­biliarias, se transfo rm aba en el único em presario, en el ú n i­co patrono de la sociedad; p rov isto al m ismo tiem po de la om nipotencia po lítica , se apoderaba exclusivam ente de la educación y de la instrucción iguales para todos los niños, y obligaba a todos los ind iv iduos m ayores de edad a trab a­ja r y a v iv ir según la igualdad y la ju stic ia . T oda au tono­m ía com unal, to d a in iciativa ind ividual, toda libertad , en una palabra, desaparecía ap lastada por ese poder form ida­ble. La sociedad en tera no debía p resen tar más que el cua­dro de una u n ifo rm idad m onótona y forzada. E l gobierno e ra elegido por el sufrag io un iversal, pero una vez elegido, y en tan to que quedase en funciones, e jerc ía en todos los m iem bros de la sociedad un poder absoluto.

La teo ría de la igualdad estab lecida por la fuerza por el poder no ha sido inventada por Babeuf. Los prim eros fu n ­dam entos de esa teo ría habían sido echados por P la tón , varios siglos an tes de C risto , en su R epública , obra en que ese gran pensador de la an tig ü ed ad tra tó de esbozar el cua­dro de una sociedad igualita ria . L os prim eros cristianos e je rc ie ro n indudablem ente u n com unism o práctico en sus asociaciones persegu idas por toda sociedad oficial. E n fin , al comienzo m ism o de la revolución relig iosa, en el p rim er cuarto del sig lo X V I, en A lem ania, Tom ás M uenzer y sus d isc ípu los h ic ieron una prim era ten ta tiv a para establecer la igualdad social sobre una base m uy am plia. L a conspi­ración de B abeuf fué la segunda m anifestación p ráctica de la idea ig u a lita ria en las masas. T o d as estas ten ta tivas, sin excep tuar la ú ltim a, debieron fracasar por dos ra zo n es : p r i­m ero, porque las m asas no se habían desarro llado su fic ien ­tem ente para hacer posible su realizac ión ; y luego y sobre todo porque, en todos estos sistem as, la igualdad se asocia­ba a la potencia, a la au to ridad del E stado y por consiguien­te exclu ía la libertad .

Y nosotros sabemos, queridos am igos, que la igualdad no es posible m ás que con la libertad y por la lib e rtad : no se tra ta de esa libertad exclusiva de los burgueses que está fundada sobre la esclavitud de las m asas y que no es la

T R E S C O N F E R E N C I A S 235

libertad, sino el p riv ileg io ; se tra ta de esa lib ertad un iver­sal de los seres hum anos que eleva a cada uno a la d ign idad de hombre. P ero sabemos tam bién que esa lib ertad sólo es posible en la igualdad. Rebelión, no sólo teórica, sino prác­tica, con tra todas las in stitu c io n es y con tra todas las re la ­ciones sociales creadas por la desigualdad ; después, es ta ­blecim iento de la igualdad económica y social por la liber­tad de todo el m undo: he ahí nuestro program a actual, el que debe tr iu n fa r a pesar de los B ism arck, de los Nape- león, de los T h iers , y a pesar de todos los cosacos de mi augusto em perador el Z ar de todas las Rusias.

La conspiración de B abeuf había reunido en su seno todo lo que había quedado de ciudadanos consagrados a la revo­lución en P a rís después de las ejecuciones y deportaciones del golpe de E stado reaccionario de T erm idor, y, necesa­riam ente, m uchos obreros. F racasó ; algunos fu ero n g u illo ­tinados, pero varios sobrevivieron, en tre ellos el ciudadano Felipe B uonarro ti, un hom bre de h ierro , un carác ter an ti guo, de ta l modo respetable que supo hacerse re sp e ta r por los hom bres de los p artid o s más opuestos. V ivió largo tiem ­po en B élgica, donde fué el p rincipa l fu ndador de la so­ciedad secre ta de los carbonariocom unistas; y en un libro que se ha hecho ya m uy raro, pero que tra ta ré de enviar a nuestro am igo A dhem ar (1), ha contado esa lúgubre hia- toria, esa ú ltim a p ro te s ta heroica de la revolución contra la reacción, conocida bajo el nom bre de conspiración de Babeuf.

La o tra p ro testa de la sociedad contra la corrupción b u r­guesa que se había apoderado del P oder bajo el nom bre de D irecto rio fué, como lo he dicho ya, la usurpación del p r i­m er B onaparte.

E sta h isto ria , m il veces más lúgubre todavía, es conocida de todos vosotros. Fué la prim era inauguración del rég i­m en infam e y b ru ta l del sable, el p rim er bofe tón dado a l com ienzo de este siglo por un advenedizo inso len te sobre las m ejillas de la hum anidad. N apoleón I se h izo el héroe de todos los déspotas, al m ismo tiem po que fué m ilitarm en­te su te rro r. Venció, les dejó su fu n esta herencia, su infa-

(1 ) A dhem ar S ch w itzg u éb e l ( N o t a del traductor.)

236 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

me p rin c ip io : el desprecio a la hum anidad y su opresión por el sable.

No os hablaré de la R estauración. Fué una ten ta tiv a r id i­cula la de dar la vida y el poder político a dos cuerpos ta ra ­dos y d e sc rép ito s : a la nobleza y a los sacerdotes. No hubo bajo la R estauración m ás que esto de no tab le : que, atacada, am enazada en ese P oder que creyó haber conquistado para siem pre, la burguesía se volvió a hacer casi revolucionaria. Enem iga del o rden público en tan to que ese orden público no es el suyo, es decir, en tan to que establece y garan tiza o tros in tereses que los suyos, conspiró de nuevo. Los seño­res Guizot, P e rr ie r, T h ie rs y tan tos o tros, que bajo L uis F e lipe se d istin g u ie ro n como los más fanáticos partidario s y defensores de un gobierno opresivo, co rrup to r, pero bu r­gués, y por consigu ien te perfec to a sus ojos, todas esas a l­m as corrom pidas de la reacción burguesa, conspiraron bajo la R estauración. T riu n fa ro n en ju lio de 1830, y el reino del liberalism o burgués fué inaugurado.

De 1830 data verdaderam ente la dom inación exclusiva de los in tereses y de la po lítica burguesa de E uropa, sobre todo en F rancia , en In g la te rra , en B élgica, en H olanda y en Suiza. E n o tro s países, ta les como A lem ania, D inam arca, Suecia, I ta lia y España, los in tereses burgueses habían p re ­valecido sobre todos los demás, pero no el gobierno político de los burgueses. N o hablo de ese grande y m iserable Im ­perio de todas las R usias, som etido aún al despotism o de los zares, sin clase p o lítica in term ed iaria propiam ente, ni como cuerpo burgués, donde no hay, en efecto , de una parte m ás que el m undo oficial, u n a organización m ilita r, po li­cíaca y burocrática para colm ar los caprichos del zar, y de la o tra el pueblo, las decenas de m illones de seres hum anos devorados por el zar y sus funcionarios. E n Rusia, la revo­lución vendrá d irectam ente del pueblo, como lo dem ostré am pliam ente en un d iscurso bastan te largo que pronuncié hace algunos años en B erna y que me ap resu ré a envia­ros (1). No hablo tam poco de esa desgraciada y hero ica P o ­lonia que se debate, siem pre sofocada de nuevo, pero n u n ­ca m uerta, bajo las garras de tres águ ilas in fam es: la del

(1 ) Se trata de lo s d iscu rsos p ronunciados en e l C ongreso d e B e r n a d e la

L iga de la P az y de la L ib ertad (sep tiem b re de 1868), p u b l i c a d o s e n G i n e b r a

cu 1869 y reproducidos en el tom o V L de e s ta s O b ra s . (N o ta d el trad u ctor.)

T R E S C O N F E R E N C I A S 237

Im perio de Rusia, la del Im perio de A ustria , y la del nuevo Im perio de Alem ania, rep resen tado por P rusia . E n Polonia como en Rusia, no hay propiam ente clase m ed ia ; de un lado está la nobleza, burocracia hered itariam en te esclava del zar de Rusia, en o tro tiem po dom inante^y hoy desorganizada y decrépita en P o lo n ia ; y del o tro lado existe el cam pesino en servidum bre, devorado, aplastado ahora», no por la nobleza, que ha perd ido su poder, sino por el E stado , por sus fu n ­cionarios innum erables, por el zar. No os hablaré tam poco tic los pequeños países como Suecia y D inam arca, que no se han hecho realm ente constitucionales hasta después de 1848 y que han quedado m ás o m enos re trasados en el desenvol­vim iento general de E u ro p a ; ni de E spaña n i de P o rtugal, donde el m ovim iento in d u stria l y la po lítica burguesa han sido paralizados tan to tiem po por la doble potencia del clero y del e jército . Sin embargo, debo observar que Espa fia, que nos parecía tan atrasada, nos presenta hoy una de las más m agníficas organizaciones de la A sociación In te r ­nacional de los T rabajadores ex isten tes en el m undo.

Me detendré un in stan te en A lem ania. Desde 1830, nos ha presentado y continúa p resen tándonos A lem ania el cua­dro ex traño de un país donde los in tereses de la burguesía predom inan, pero en el que la po tencia po lítica no p e rte ­nece a la burguesía , sino a la m onarquía absoluta bajo una m áscara de constitucionalism o, m ilita r y burocráticam ente organizada y servida exclusivam ente por los nobles.

E s en F rancia , en In g la te rra , en B élgica sobre todo, don­de hay que estud iar el re inado de la burguesía . D espués de la unificación de I ta lia bajo el cetro de V íc to r M anuel, pue­de ser estud iado tam bién en Ita lia . P ero en n inguna parte se ha caracterizado tan plenam ente como en F ran c ia ; es, pues, en este país donde la considerarem os principalm ente.

Desde 1830, el p rinc ip io burgués ha ten ido p lena lib er­tad de m anifestarse en la lite ra tu ra , en la po lítica y en la economía social. Se puede resum ir en una sola palabra: individualism o.

E ntiendo por individualism o esa tendencia que —consi­derando toda la sociedad, la m asa de los individuos, la de los ind iferen tes, la de los rivales, la de los com petidores, lo mismo que la de los enem igos natu rales, en una palabra, aquellos con los cuales cada uno está obligado a vivir, pero

238 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

que o bstruyen la ru ta a cada uno— im pulsa al individuo a conquistar y a establecer su propio b ienestar, su p ro sp eri­dad, su dicha, con tra todo el m undo, en detrim ento de to ­dos los demás. E s una persecución enfurecida , un general ¡sálvese qu ien pueda! en que cada cual tra ta de llegar el prim ero. ¡ A y de los que se detienen, si son ad e lan tad o s! |A y de los que, cansados por la fatiga, caen en el cam ino! Son inm ediatam ente aplastados. La com petencia no tiene corazón, no tien e piedad, j Ay de los v en c id o s! E n esa lu ­cha, necesariam ente, deben com eterse m uchos crím enes; esa batalla fra tr ic id a no es sino un crim en continuo contra la so lidaridad hum ana, base única de toda m oral. E l E stado que —se dice— es el rep resen tan te y el v indicador de la ju stic ia , no im pide la perpe trac ión de esos crím enes, al con­trario , los p erp e tú a y los legaliza. Lo que él representa , lo que defiende, no es la ju s tic ia hum ana, es la ju s tic ia ju r í ­dica, que no es o tra cosa que la consagración del triu n fo de los fu e rtes sobre los débiles, de los ricos sobre los pobres. E l E stado sólo exige una cosa: que todos esos crím enes sean realizados legalm ente. Yo puedo arru inaros, ap las ta ­ros, m ataros, pero debo hacerlo observando las leyes. De o tro modo, soy declarado crim inal y tra tad o como tal. T al es el sen tido de este princip io , de esta p a la b ra : ind iv idua­lismo.

Ahora, veamos cómo se ha m anifestado ese p rincip io en la lite ra tu ra , en esa lite ra tu ra creada por los V ícto r Hugo, los Dumas, los Balzac, los Ju lio Ja n in y tan to s o tros au to ­res de lib ros y de artícu lo s de periódicos burgueses, que, desde 1830, han inundado a E uropa, llevando la depravación y despertando el egoísm o en los corazones de los jóvenes de am bos sexos, y desgraciadam ente tam bién del pueblo. T o ­m ad la novela que q u e rá is : al lado de los grandes y falsos sentim ientos, de las bonitas frases, ¿qué encon tráis? Siem ­pre lo mismo. U n joven es pobre, oscuro, desconocido; está devorado por toda suerte de ape titos. Q uisiera hab itar en un palacio, com er tru fas, beber cham pán, m archar en ca­rroza y acostarse con a lguna bella m arquesa. Lo consigue a fuerza de esfuerzos heroicos y aven tu ras ex traord inarias, m ien tras que los dem ás sucum ben. H e ahí el h é ro e : ese es el individualism o puro.

Veam os la política. ¿Cóm o ge expresa en ella ese princi-

T R E S C O N F E R E N C I A S 239

pío? Las m asas —se dice— tien en necesidad de ser d ir i­gidas, gobernadas; son incapaces de v iv ir sin gobierno, como son igualm ente incapaces de gobernarse a sí mismas. ¿Q uién las gobernará? No hay ya p riv ileg io de clase. Todo el mundo tiene derecho a subir a las m ás altas posiciones y funciones sociales. M as para tr iu n fa r es preciso ser in te li­gente, h áb il; es p reciso ser fu e rte y d ichoso; es preciso saber y poder sobreponerse a todos los rivales. H e ah í aún una carrera de ap u esta : serán los ind iv iduos hábiles y fu e r­tes los que gobernarán, los que esquilm arán a las masas.

Considerem os ahora ese mismo p rinc ip io en la cuestión económica, que en el fondo es la p rincipal, hasta se podría decir la ún ica cuestión. Los econom istas burgueses nos d i­cen que son p artid a rio s de una lib ertad ilim itada de los individuos, y que la com petencia es la condición de esa libertad . P ero veamos, ¿qué es esa libertad? Y an tes una prim era p reg u n ta : ¿es el trabajo separado, aislado, el que produjo y continúa produciendo todas estas riquezas m a­ravillosas de que se g lo rifica nuestro siglo? Sabemos bien que no. E l traba jo aislado de los ind iv iduos apenas sería capaz de alim en tar y de v estir a un pueblecito de salvajes; una gran nación no se hace rica y no puede su b sis tir más que por el traba jo colectivo, so lidariam ente organizado. Siendo colectivo el traba jo para la p roducción de las r i ­quezas, parecería lógicam ente, ¿no es cierto?, que el goce de esas riquezas debiera seflo tam bién. P ues bien, he ahílo que no quiere, lo que rechaza con odio la economía b u r­guesa. Q uiere el d is fru te aislado de los individuos. Pero, ¿de qué ind iv iduos? ¿S erá de todos? ¡O h, no! Q uiere el d is fru te de los fuertes , de los in te ligen tes, de los hábiles, de los dichosos. ¡ Ah, sí, de los dichosos, sobre to d o ! P o r­que en su organización social, y conform e a esa ley de he­rencia, que es su fundam ento p rincipa l, nacen una m inoría de ind iv iduos más o m enos ricos, felices, y m illones de se­res hum anos desheredados, desgraciados. D espués, la socie­dad burguesa dice a todos estos ind iv iduos: luchad, d isp u ­tad el prem io, el b ienestar, la riqueza, el poder político. Los vencedores serán felices. ¿H ay igualdad al m enos en esta lucha fra tric id a? No, de n in g ú n modo. Los unos, el pequeño núm ero, están arm ados con todas las arm as, fo r­talecidos por la instrucción y la riqueza heredadas, y los

240 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

m illones de hom bres del pueblo se p resen tan sobre la arena casi desnudos, con su ignorancia y su m iseria igualm ente heredadas. ¿ Cuál es el resu ltado necesario de esa com peten­cia llam ada lib re? El pueblo sucum be, la burguesía triu n fa , y el p ro le ta rio encadenado está obligado a trab a ja r como un forzado para su eterno vencedor, el burgués.

E l burgués está provisto principalm ente de un arm a con tra la cual el p ro letariado quedará siem pre sin posib ilidad de defensa, m ien tras esc arma, el capital —que se ha tran s­form ado en todos los países civilizados en el agente p rin cipal de la producción in d u stria l—, m ien tras ese proveedor del trabajo esté d irig ido con tra él.

E l capital, ta l como está constitu ido y apropiado hoy, no ap lasta sólo al pro letariado , agobia, expropia y reduce a la m iseria a una inm ensa can tidad de burgueses. La causa de este fenómeno, que la burguesía m edia y pequeña no com prenden bastan te , que ignoran, es sin em bargo m uy sen­cilla. A consceuencia de la com petencia, de esa lucha a m uerte que re in a hoy en el com ercio y en la in d u stria gra cias a la libertad, conquistada por el pueblo en beneficio de los burgueses, todos los fab rican tes están obligados a ven­d e r sus productos, o más bien los productos de los trab a­jadores que em plean, que explotan, al más bajo precio posi­ble. V osotros lo sabéis por experiencia , los p roductos caros se ven hoy cada vez más excluidos del m ercado por los p ro ­ductos baratos, aunque estos ú ltim os sean m ucho menos perfec tos que los prim eros. H e ahí, pues, una prim era con­secuencia funesta de esa com petencia, de esa lucha in tes­tin a en la producción burguesa. T iende necesariam ente a reem plazar los buenos productos por los p roductos m edio­cres. D ism inuye al mismo tiem po la calidad de los p roduc­tos y la de los productores.

E n esta com petencia, en esta lucha por el precio más bajo, los grandes capitales deben ap lasta r necesariam ente a los pequeños, los burgueses im portan tes han de a rru in ar a los m odestos. Porque una inm ensa fábrica puede confec­c ionar natu ra lm ente sus productos y darlos m ás baratos que una fábrica pequeña o m ediana. La instalación de una g ran fábrica exige natu ra lm ente un cuantioso capital, pero, p roporcionalm ente a lo que puede producir, cuesta menos que una fábrica red u c id a : 100.000 francos son más que

T R E S C O N F E R E N C I A S 241

10.000, pero 100.000 francos em pleados en una fábrica da­rían 50 por 100, 60 por 100; m ientras que los 10.000 francos empleados de la m isma m anera no darán más que un 20 por 100. E l g ran fabrican te economiza en la construcción, en las m aterias prim as, en las m áquinas; em pleando m uchos menos traba jadores que el fab rican te pequeño o m ediano, economiza tam bién, o gana, por una organización m ejor y por una m ayor d iv isión del trabajo. E n una palabra, con 100.000 francos concentrados en sus m anos y em pleados en el establecim iento y en la organización de una fábrica ú n i­ca, produce m ucho más que diez fabrican tes que em pleen cada uno 10.000 francos; de m anera que si cada uno de estos últim os realiza, sobre los 10.000 francos que emplea, un beneficio líquido de 2.000 francos, por ejem plo, el fa­bricante que establece y que organiza una gran fábrica que le cuc ita 100.000 francos, gana por cada 10.000 francos 5.000 ó 6.000, es decir, que produce proporcionalm ente m uchas mAtt m ercaderías. P roduciendo m ucho más, puede vender natura lm ente sus p roductos m ucho más baratos que los fa ­bricantes m odestos; pero al venderlos más baratos, obliga igualm nete a estos fabrican tes a bajar sus precios, sin lo cual sus p roductos no serían com prados. P ero como la p ro ­ducción de esos p roductos les resu lta m ucho más cara que al gran fabrican te, al venderlos al p recio fijado por éste se arru inan . A sí es como los grandes capitales m atan a los pequeños, y si los grandes cap ita les trop iezan con o tros m ayores aún, son ap lastados a su vez.

E sto es tan cierto que hoy existe en los grandes cap ita­les una tendencia a asociarse para co n stru ir cap ita les m ons­truosam ente form idables. La explo tación del com ercio y de la industria por las sociedades anónim as com ienza a reem ­plazar, en los países más industriosos, en In g la te rra , en B élgica y en F rancia, a la explo tación de los g randes capi­ta les aislados. Y a m edida que la civilización, que la riqueza nacional de los países más avanzados se acrecien tan , crece la riqueza de los grandes cap ita listas, pero dism inuye el núm ero de éstos. Una masa de burgueses m edianos se ve rechazada hacia la pequeña burguesía , y una m u ltitu d m a­yor aún de pequeños burgueses se ve inexorablem ente im ­pulsada hacia el p ro letariado , hacia la m iseria.

Es un hecho incontestable, com probado por la estadís-O b r a s d e B a k u n in . - I I ltt

242 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

tica de todos los países, lo mismo que por la dem ostración más exactam ente m atem ática. E n la organización económica de la sociedad actual, ese em pobrecim iento gradual de la m ayor p arte de la bu rguesía en beneficio de un núm ero res tr in g id o de m onstruosos cap ita lis tas es una ley inexora­ble, con tra la cual no hay o tro rem edio que la revolución social. Si la pequeña burguesía tuviese bastan te in te lig en ­cia y buen sen tido para com prenderlo, se habría asociado desde hace m ucho al p ro le ta riado para realizar esa revo­lución. P ero la pequeña burguesía es generalm ente m uy to rp e ; su ton ta vanidad y su egoísm o le c ie rran el esp íritu . No ve nada, no com prende nada, y ap lastada por una parte por la gran burguesía , am enazada por la o tra por ese p ro le­tariado a quien desprecia tan to como detesta y teme, se deja a rra s tra r estúp idam ente al abismo.

Las consecuencias de esta com petencia burguesa son desastrosas para el pro letariado . Forzados a vender sus p ro ­ductos —o más bien los p roductos de los trabajadores que explo tan— al m enor precio posible, los fab rican tes deben pagar necesariam ente a sus obreros los salarios más bajos posibles. P o r consiguien te, no pueden pagar el talento , el genio de sus obreros. Deben buscar el traba jo que se vende —que está obligado a venderse—, a la m ínim a ta rifa . Las m ujeres y los n iños se con ten tan con un salario m enor: em plean, pues, los n iños y las m ujeres con p referencia a los hom bres, y los traba jadores m ediocres con p referencia a los traba jadores hábiles, a m enos que estos ú ltim os no se con ten ten con el salario de los traba jadores inhábiles, de los n iños y de las m ujeres. H a sido dem ostrado y recono­cido por los econom istas burgueses que la m edida del sala­rio del obrero es siem pre determ inada por el precio de su m antenim iento diario . Así, si un obrero pud iera vestirse, a lim entarse, alo jarse por un franco diario , su salario caería bien p ron to a un franco. Y esto por urta razón m uy sen c illa : los obreros, presionados por el ham bre, están obligados a hacerse com petencia en tre sí, y el fabrican te, im paciente por enriquecerse lo m ás p ron to posible por la explotación de su trabajo , y forzado por o tra parte por la com petencia burguesa a vender sus p roductos al m ás bajo precio, tom ará n atu ra lm ente los obreros que le ofrezcan por el m enor sala- riQ m ás horas de trabajo .

T R E S C O N F E R E N C I A S

No es sólo una deducción lógica, es un hecho que pasa diariam ente en In g la te rra , en F rancia , en B élgica, en A le ­mania, y en las p arte s de Suiza donde se ha establecido la gran industria , la in d u stria explotada en las grandes fá ­bricas por los grandes capitales. E n mi ú ltim a conferencia os he dicho que erais obreros priv ilegiados. A unque estéis lejos aún de recib ir ín tegram ente en salario todo el valor de vuestra producción diaria , aunque seáis incontestable mente explo tados por vuestros patronos, sin embargo, com­parativam ente a los obreros de los grandes establecim ientos industriales, estáis bastan te bien pagados, tené is tiem po libre, sois libres, sois dichosos. Y me apresuro a reconocer que hay un gran m érito en vosotros por haber ingresado en la In ternacional y haberos convertido en m iem bros abnega dos y celosos de esa inm ensa asociación del trabajo que debe em ancipar a los trabajadores del m undo entero. Eso es noble, eso es generoso de vuestra parte . D em ostráis que no pensáis sólo en vosotros mismos, sino en esos m illones de herm ano que están m ucho más oprim idos y que son m u­cho más desdichados que vosotros. Con satisfacción oí ofrezco este testim onio .

Pero al m ism o tiem po que dais prueba de generosa y de fra terna l so lidaridad , dejadm e deciros que dais tam bién prueba de previsión y de p rudencia ; obráis, no sólo por vuestros desgraciados herm anos de las o tras in d u strias y de los o tros países, sino tam bién y, si no por com pleto por vosotros mismos, al m enos por vuestros propios hijos. E s­táis, no en absoluto, sino re lativam ente bien re tribu idos, sois libres, dichosos. ¿P o r qué? P o r la sim ple razón de que el gran capital no invadió aún vuestra industria . P ero no creéis que será siem pre asi. E l gran capital, por una ley que le es inheren te , está fata lm ente im pulsado a invadirlo todo. H a comenzado, naturalm ente , por exp lo tar las ram as del com ercio y la in d u stria que le p rom etieron m ayores ventajas, aquellas cuya explotación era m ás fácil, y acabará necesariam ente, después de haberlas explo tado su fic ien te ­m ente, y a causa de la com petencia que se hace a sí mismo en esa explotación, por volverse a las ram as que no había tocado hasta allí. ¿N o se hacen ya vestidos, zapatos, enca­jes a m áquina? C reedlo : tarde o tem prano, y sin duda antea de lo que se piensa, se harán tam bién re lo jes a máquina.

Obran d e B a k u n in . — II 17

244 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

Los resortes, los escapes, la caja, la cubierta , la tapa, el pulim ento, el torneado, el grabado, se harán a m áquina. Los productos no estarán tan cuidados no serán tan artísticos como los que salen de vuestras m anos hábiles, pero costarán m ucho m enos y encon trarán m ás com pradores que vuestros productos más perfectos, que acabarán por ser excluidos del m ercado. Y entonces, si no vosotros, v uestros h ijo s se encontrarán tan esclavos, tan m iserables como los obreros de los grandes estab lecim ientos in d u stria les lo están hoy. Veis, pues, que al trab a ja r por vuestros herm anos, los des­dichados obreros de o tras in d u strias y de o tro s países, t r a ­bajáis tam bién para vosotros mismos o al m enos para vues­tros propios hijos.

T rab a já is para la hum anidad. La clase obrera se ha con­vertido hoy en la única rep resen tan te de la grande, de la santa causa de la hum anidad. E l porvenir pertenece a los trab a jad o res: a los traba jadores de los campos, a los traba­jadores de las fábricas y de las ciudades. T odas las clases que predom inan, las eternas explo tadoras <Jp1 traba jo de las m asas popu lares: la nobleza, el clero, la burguesía , y toda esa m iríada de funcionarios m ilita res y civ iles que rep re ­sen tan la in iquidad y la po tencia m alhechora del E stado, son clases corrom pidas, atacadas de im potencia, incapaces en lo sucesivo de com prender y de querer el bien, y pode­rosas sólo para el mal.

E l clero y la nobleza han sido desenm ascarados y derro ­tados en 1793. La revolución de 1848 ha desenm ascarado a la burguesía y ha m ostrado su im potencia y su maldad. D urante las jo rnadas de junio , en 1848, la clase burguesa ha renunciado claram ente a la re lig ión de sus padres, a esa re ­lig ión revolucionaria que había ten ido la libertad , la igual­dad y la fra te rn id ad por p rincip ios y por bases. T an pronto como el pueblo tomó la igualdad y la libertad en serio, la burguesía , que no existe más que por la explotación, es de­cir por la desigualdad económica y por la esclavitud social del pueblo, se ha lanzado en la reacción.

Los m ism os tra id o res que quieren perder hoy una vez m ás a F rancia , esos T h iers , esos Ju lio Favre y la inm ensa m ayoría de la Asam blea N acional en 1848, han trabajado por el tr iu n fo de la más inm unda reacción, como traba jan hoy todavía. Com enzaron por elevar a la presidencia a Luis

T R E S C O N F E R E N C I A S 24S

U o n a p a r t e , y más tarde han destru ido el sufrag io universal. K1 te rro r a la revolución social, el h o rro r a la igualdad, el •en tim iento de sus crím enes y el tem or a la ju s tic ia popu­la r , lanzaron a toda esa clase decrép ita , an tes tan in te li­gente y tan heroica, hoy tan estúp ida y tan cobarde, en los b r a z o s de la d ic tadura de N apoleón I I I . Y han ten ido d ic­t a d u r a m ilita r duran te dieciocho años consecutivos. No hay que creer que los señores burgueses se hayan encontrado dem asiado m al en ella. Los que qu isieron hacer m otines y ju g ar al liberalism o de una m anera dem asiado ruidosa e incóm oda para el régim en im perial, fueron apartados n a tu ­ralm ente, com prim idos. P ero los demás, los que dejando las chácharas po líticas al pueblo, se ap licaron exclusivam ente, seriam ente al gran negocio de la burguesía, a la exp lo ta­ción del pueblo, fueron poderosam ente p ro teg idos y a len­tados. Se les dió, para salvar su honor, todas las aparien ­cias de la libertad . ¿N o ex istía bajo el Im perio una asam ­blea leg islativa elegida regularm ente por el su frag io u n i­versal? P o r lo tanto , todo fué b ien según los votos de la burguesía. No hubo m ás que un solo pun to negro . F ué la am bición conquistadora del soberano que arrastrab a a F ra n ­cia forzosam ente a gastos ru inosos y acabó por an iq u ila r su an tiguo poder. P ero ese punto negro no era un accidente, era una necesidad del sistem a. U n rég im en despótico, abso­lu to , aunque tenga apariencias de libertad , debe necesaria­m ente apoyarse en un fu e rte ejérc ito , y todo gran ejérc ito perm anente hace necesaria tarde o tem prano la guerra ex te ­rio r, porque la je ra rq u ía m ilita r tiene por in sp iración p rin ­cipal la am b ic ió n : todo ten ien te qu iere ser coronel, y todo coronel quiere llegar a general; en cuanto a los soldados, sistem áticam ente desm oralizados en el cuartel, sueñan con los nobles p laceres de la gu erra ; la m atanza, el saqueo, el robo, la v iolación. U na p rueba: las hazañas del e jé rc ito p ru ­siano en F rancia . P ues bien, si todas esas nobles pasiones, sabia, sistem áticam ente alim entadas en el corazón de los oficiales y de los soldados, perm anecen largo tiem po sin satisfacción alguna, ag rian el e jé rc ito y lo im pulsan al d es­conten to y del desconten to a la rebelión. P o r lo tan to , es necesario hacer la guerra. T odas las expediciones y las gue­rra s em prendidas por N apoleón I I I no han sido, pues, ca­prichos personales, como lo p re tenden hoy los señores b u r­

245 O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

gueses : fueron una necesidad del sistem a im perial despó­tico que habían fundado ellos m ism os por tem or a la revo lución social. Son las clases priv ileg iadas, es el clero alto y bajo, es la nobleza decaída, es, en fin, y principalm ente, esa respetable, honesta y v irtuosa burguesía la que, como todas las demás clases y más que N apoleón I I I mismo, es causa de las te rrib le s desgracias que acaban de afectar a Francia.

Y lo habéis visto todos, com pañeros: para defender a esa desgraciada F rancia , no se encontró en el país más que una sola masa, la m asa de los obreros de las ciudades, aquella precisam ente que ha sido tra ic ionada y en tregada por la burguesía al Im perio y sacrificada por el Im perio a la explotación burguesa. E n todo el país no hubo más que los generosos traba jadores de las fábricas y de las ciuda­des que quisieron la sublevación popular para la salvación de F rancia . Los traba jadores de los campos, los campesinos, desm oralizados, em brutecidos por la educación religiosa que se les ha dado a p a r tir del p rim er N apoleón hasta hoy, han tom ado el partid o de los p rusianos y de la reacción con­tra F rancia. Se hubiera podido hacerles levantarse. E n un fo lleto que m uchos de vosotros habéis leído, in titu lado L e ttre s a un Français (1 ), he expuesto los m edios de que era preciso hacer uso para a rra s tra rlo s hacia la revolución. Mas, para hacerlo , era preciso prim ero que las ciudades se sublevasen y se o rgan izasen revolucionariam ente. Los obre­ros lo han querido ; h asta lo in ten ta ro n en m uchas ciudades d e l m ediodía de F rancia , en Lyon, en M arsella, en M ont­pellier, en S ain t-E tienne, en T oulouse. P ero en todas p a r­te s fueron oprim idos y paralizados p o r los burgueses rad i­cales en nom bre de la república. Sí, en nom bre de la repú­blica, los burgueses, que se h ic ieron repub licanos por m iedo al pueblo, en nom bre de la república, G am betta, ese viejo pecador Ju lio Favre, T h iers , ese infam e zorro, y todos esos P icard , F erry , Ju lio Simón, P e lle tan y tan to s otros, en nom bre de la república, han asesinado a la repúb lica y a F rancia .

La burguesía está juzgada. E lla, que es la clase m ás rica y m ás num erosa de F ran c ia —exceptuando la masa popu-

(l) V é a s e C a rta s a un fr a n cé s , t o m o X d e e»tas O b r a s. ( N o t a del tra-

du«tor.) ^

T R E S C O N F E R E N C I A S 247

luí. din duda— , si hubiese querido, habría podido salvar u F rancia. Mas para eso habría ten ido que sac rificar su dinero, su vida, y apoyarse francam ente en el pro letariado , como lo h icieron sus antepasados burgueses de 1793. P ues bien, quiso sac rificar su d inero m enos aún que su vida, y p re firió la conquista de F ran c ia por los prusianos a su salvación por la revolución popular.

La cuestión en tre los obreros de las ciudades y la burgue sía fué p lan teada bastan te claram ente. Los obreros han d i­cho: harem os sa ltar an tes las casas que en treg ar las c iuda­des a los prusianos. Los burgueses respond ieron : nosotros abrirem os más bien las puertas de las ciudades a los p ru ­sianos que perm itiro s hacer desórdenes públicos, y quere­m os conservar n u estras queridas casas a todo precio, aun ­que debamos besar el trasero a los señores prusianos.

Y notadlo bien, que son hoy esos m ism os burgueses los que se atreven a in su lta r a la Com una de P arís, esa noble Comuna que salva el honor de F ran c ia y, lo esperam os, la libertad del m undo al mismo tiem po ; son esos burgueses los que la in su ltan hoy. ¿E n nom bre de qué? ¡E n nombre d e l pa trio tism o!

¡V erdaderam ente , los burgueses tienen una desfachatez enorm e! H an llegado a un grado de infam ia que les ha hecho p erd er h asta el ú ltim o sen tim ien to de pudor. Ignoran la vergüenza. A ntes de esta r m uertos están ya com pleta­m ente podridos.

Y no es sólo en F rancia , com pañeros, donde la b u rgue­sía está podrida, m oral e in te lectualm ente an iqu ilada; el caso es general en toda E uropa, y en todos los países de E uropa sólo el p ro le tariado ha conservado el fuego sagrado. E l solo lleva hoy la bandera de la hum anidad.

¿C uál es su divisa, su m oral, su p rincip io? La solidari­dad. T odos para cada uno y cada uno para todos y por to ­dos. E sta es la d ivisa y el p rinc ip io de n u estra g ran A so­ciación In ternac ional que, franqueando las fro n te ras de los E stados, tien d e a u n ir a los traba jadores del m undo entero en una sola fam ilia hum ana, sobre la base del traba jo ig u a l­m ente ob ligato rio para todos y en nom bre de la libertad de todos y de cada uno. E sa so lidaridad en la economía social se llam a trabajo y propiedad colectivos; en política

24* O B R A S D E M I G U E L B A K U N I N

ee llam a destrucción de los E stados y libertad de cada uno por la libertad de todos.

Sí, queridos com pañeros, vosotros, los obreros, so lidaria­m ente con vuestros herm anos del m undo entero, heredáis solos hoy la gran m isión de la em ancipación de la hum ani­dad. T enéis un coheredero, traba jador como vosotros, aun­que en condiciones d istin tas. E s el cam pesino. P ero el cam ­pesino no tiene aún la conciencia de la gran m isión popular. H a sido envenenado, es todavía envenenado por los sacer­dotes, y sirve aún de instrum ento a la reacción. D ebéis in s­tru irlo , debéis salvarlo aun a su pesar, a trayéndolo , exp li­cándole lo que es la revolución social.

E n este m om ento, y con m ayor m otivo al comienzo, los obreros de la in d u stria no deben, no pueden contar m ás que consigo mismos. P ero serán om nipotentes si quieren . Sólo que deben querer seriam ente. Y para realizar esa voluntad no tienen m ás que dos m edios. E stab lecer prim ero en sus grupos, y luego en los demás grupos, una verdadera soli­daridad fra tern a l, no sólo de palabra, sino tam bién en la a cc ió n ; no sólo para los d ías de fiesta , de d iscurso y de be­bida, sino en su v ida cotid iana. Cada m iem bro de la In te r ­nacional debe poder sen tir, debe esta r prácticam ente con­vencido de que todos los m iem bros son sus herm anos.

E l o tro m edio es la o rganización revolucionaria, la o r­ganización para la acción. Si las sublevaciones populares de Lyon, M arsella y dem ás ciudades de F ran c ia han fra ­casado, es porque no había organización. Yo puedo hablar con pleno conocim iento de causa, puesto que he estado a llí y he sufrido . Y si la Com una de P a rís se m antiene v a lien te­m ente hoy, es que du ran te el asedio los obreros se han o r­ganizado seriam ente. No sin razón los periódicos burgueses acusan a la In te rn ac io n al de haber producido esa subleva­ción m agnífica de P arís . Sí, d igám oslo con orgullo , son nu estro s herm anos in ternacionales los que, por su trabajo perseveran te, han organizado al pueblo y han hecho posi­ble la Com una de P arís.

Seamos, pues, buenos herm anos, com pañeros, y o rgani­cémonos. No creáis que estam os al fin de la revolución, es­tam os al com ienzo. La revolución estará en lo sucesivo a la orden del día, por m uchas decenas de años. V endrá a vues­tro encuentro, ta rd e o tem prano. Preparém onos, purifiqué-

T R E S C O N F E R E N C I A S 240

monos, hagám onos más realistas, m enos d iscurridores, m e­nos gritadores, m enos retóricos, m enos bebedores, m enos am igos de juergas. C iñám onos los riñones y preparém onos dignam ente a esa lucha que debe salvar a todos los pueblos y em ancipar finalm ente a la hum anidad.

¡V iva la revolución social! ¡V iva la Comuna de P arís!

FIN DEL T O M O II

Í N D I C E

P r ó l o g o .......................................................... 5E l im perio knutogerm ánico y la revo­

lución social. P rim era entrega. . . 4* La alianza rusa y la rusofobia de

los a le m a n e s ................................... 108H isto ria del liberalism o alemán. . 127

F r a g m e n t o .................................................... 148La Comuna de P arís y la noción del

E s t a d o .................................................... 153A dvertencia para E l im perio knutoger-

m á n i c o .................................................... 175T re s conferencias a los obreros del V a­

lle de S a in t-Im ie r ................................. 209 I 211I I 220I I I 231