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OCASO (Capítulos 1-14) ~ LA SAGA DE LOS GUARDIANES ~ YERSEY OWEN

OCASO (caps. 1-14)

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Catorce primeros capítulos de "Ocaso", el primer volumen de la Saga de los Guardianes.

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OOCCAASSOO

((CCaappííttuullooss 11--1144))

~~ LLAA SSAAGGAA DDEE LLOOSS GGUUAARRDDIIAANNEESS ~~

YYEERRSSEEYY OOWWEENN

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Porque nadie puede saber por ti. Nadie puede crecer por ti. Nadie puede buscar por ti. Nadie puede

hacer por ti lo que tú mismo debes hacer. La existencia no admite representantes.

JORGE BUCAY

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PPRRÓÓLLOOGGOO

((SSiieettee aaññooss aattrrááss))

Madres, en sus manos tienen la salvación del mundo. LIN YUTANG

No sabía por qué, pero el sitio le resultaba familiar. Intentó reconocer a alguien entre la

muchedumbre acumulada en lo que debía ser la entrada del edificio, mas sus rostros se veían

borrosos. Él no se asustó, sino que al contrario se sentía pletórico, excitado y lleno de felicidad al

mismo tiempo, aunque tampoco sabía por qué. Se abrió paso entre la multitud encarando el pasillo

hacia la salida, y al llegar hasta la calle tomó una gran bocanada de aire. Era completamente de

noche. De pronto, entre todo el ruido que generaban las decenas de conversaciones de las personas

de cara borrosa, escuchó el chirriar de unas ruedas, un golpe seco y un grito ensordecedor.

Entonces despertó.

Se incorporó en la cama del susto con la respiración entrecortada. Gélidos chorros de sudor le

recorrían la cara y la espalda haciendo que sintiera escalofríos. Se pasó la mano por el pelo rapado al

cuatro como si no pudiera creerse lo que acababa de soñar, y antes de que pudiera levantarse para

salir al cuarto de baño, su hermano Gary, de catorce años y uno y medio menor que él, abrió la

puerta de golpe y encendió la luz, cegando a Jimmy.

—¿Estás bien? —preguntó con tono de preocupación—. Te he oído gritar.

Las habitaciones de él y sus hermanos se encontraban en el segundo piso de la parte izquierda de la

mansión en la que vivían. La última puerta de las tres que había en ese lado era la suya, y enfrente

estaba la de Gary.

—Sí…, creo —respondió tapando sus ojos de la intensa luz—. Sólo ha sido una pesadilla.

Quizás hubiera sido una pesadilla, pero lo cierto era que desde que había cumplido los dieciséis

años hacía tan sólo unos días, había comenzado a sentirse diferente.

—Parecías muy asustado —dijo tranquilizándose al ver que su hermano se encontraba bien.

—¿Qué ha pasado? —inquirió la hermana melliza de Jimmy, Kitty, al mismo tiempo que apartó a

Gary de la puerta con un empujón y lo obligó a entrar en la habitación—. ¿Estás bien?

Jimmy y Kitty, apodados así por sus hermanos pequeños, y cuyos nombres sin diminutivos eran

James y Katherine respectivamente, eran los mayores de los seis hermanos, aunque el chico había

nacido dos minutos antes que ella.

—¿También te he despertado? —se sorprendió él.

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Kitty cerró la puerta con ese estilo propio de superioridad que solía tener, se recogió su oscuro pelo

en una coleta y puso sus delgados pero fuertes brazos en jarra.

—¿Te das cuenta del grito que has pegado? —le preguntó frunciendo el ceño—. Tienes suerte de

que mamá no te haya oído desde la otra punta del pasillo. Ahora estaría histérica.

La madre de los niños, Lauren, tenía una tendencia obsesiva de protección hacia sus hijos que ellos

no lograban entender y a la que ya se habían acostumbrado. Jimmy apartó la sábana que lo cubría

hasta la cintura, y se incorporó para correr la cortina y abrir la ventana que estaba junto al cabecero y

que daba a la terraza trasera.

—¿Los demás se han despertado? —quiso saber antes de sacar la cabeza a la calle para respirar aire

puro.

—Creo que no —contestó la chica y se acercó a él—. ¿Seguro que estás bien? —volvió a preguntar

poniéndole una mano sobre el hombro.

Tras una larga pausa contestó sin mirarlos, clavando sus metálicos ojos grises en el bosque,

intentando ver más allá de lo que los gigantes árboles que rodeaban la finca de la mansión.

—Estoy bien. —Su voz sonó apagada—. Volved a la cama. Necesito dormir.

Su respuesta no pareció muy convincente, pero bastó para que Kitty se encaminara hacia la puerta y

saliera junto a Gary tras apagar la luz. El chico esperó a que ella volviera a su habitación, al lado de

la de Jimmy, y regresó de nuevo con su hermano, esta vez haciendo el menor ruido posible.

—Eh —dijo en voz baja.

Jimmy lo miró de soslayo. Seguía en la misma posición que antes. Quería haber salido a la terraza,

pero si lo hacía su hermana podría verlo y no quería preocuparla. Kitty estaba empezando a parecerse

mucho a su madre. Gary cerró la puerta con cuidado y se sentó a su lado.

—¿Qué has soñado? —le reclamó cuando estuvo a su lado.

Jimmy suspiró y evitó mirarle. No quería hacerlo.

—Jay, puedes contármelo —insistió obligándole a mirarlo—. No se lo diré a nadie.

—Puede que quieras cambiar de opinión —musitó su hermano.

Gary entrecerró sus intensos ojos azules y meneó la cabeza suavemente sin entender lo que quería

decir su hermano. A pesar de lo inseparables que eran Jimmy y Kitty, éste siempre había tenido una

excelente relación con Gary, a quién solía llamar Gaz, así que se lo contó:

—He soñado que atropellaban a alguien —soltó de golpe—. Creo.

—¿Crees?

—Era todo muy confuso —aclaró.

—¿Lograste ver quién era?

—No —se apresuró a decir—. Ni siquiera sé dónde estaba. Había mucha gente.

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Gary sabía que sólo se trataba de una pesadilla, pero ver a su hermano tan apesadumbrado le hizo

preocuparse. Se apoyó sobre la pared y lo miró. No recordaba la última vez que Jimmy tuvo una

pesadilla. Es más, estaba completamente seguro que él era el único de los seis hermanos que no

había tenido jamás una.

—Sólo es una pesadilla —dijo en voz alta.

—Sí —afirmó Jimmy con la mirada perdida e hizo una pausa—; creo que le estoy dando

demasiadas vueltas. Estoy empezando a ser como mamá y Kitty. —Hizo un amago de sonrisa.

—¿Quieres que me quede a dormir aquí? —le preguntó Gary con toda su buena intención. Siempre

estaba dispuesto a ayudar y cuidar de los demás, asumiendo por sí mismo el liderazgo de los seis

aunque no fuera el mayor.

—¡No! —Se sobresaltó su hermano—. ¡No soy un crío! ¡Tengo dieciséis años! ¡Soy casi un adulto!

—Está bien. —Se incorporó Gary manteniendo las manos en alto, en señal de rendición—. Sólo era

una idea.

—¡Pues ahórratela! —le riñó.

Estaba muy enfadado. Aunque no sabía con exactitud si era enfadado o frustrado; pero lo que sí

tenía claro era que ya no era un niño de cinco años que acudía a su madre o sus hermanos cuando

tenía una pesadilla, sobre todo porque era el mayor de los seis y tras la ausencia del patriarca de la

familia, él sentía que debía ser el hombre de la casa. Gary tampoco sabía cómo se sentía en ese

momento su hermano y perdió toda intención de quedarse a averiguarlo. Jimmy era demasiado

insoportable cuando se cabreaba. Cuando Gary abandonó la habitación, Jimmy volvió a la cama.

Mas no consiguió pegar ojo.

Con el sol ya visible, Jimmy fue el último en bajar las escaleras de caracol que unían las cinco

plantas de la mansión, las cuales se encontraban en la zona donde la planta baja se dividía en cuatro

pasillos en forma de cruz, formando el torreón central. Al llegar a la puerta de la cocina se cruzó con

Gary, que venía del baño de enfrente, y éste lo dejó pasar delante sin mediar palabra. La cocina era

rectangular con salida al jardín trasero y cuya zona de lavandería se hallaba en el sótano. Las

encimeras eran de mármol, el material prioritario de la mansión, y enfrente de la puerta había una

mesa de cristal con ocho asientos.

Vivían en una gran mansión de estilo colonial español casi a las afueras de Aberdeen, en el estado

de Washington, fruto de las riquezas acumuladas por la familia materna a lo largo de los años. La

mansión era una gran estructura con cuatro torreones: el central; el que correspondía a la entrada y

los otros dos a cada extremo de la mansión; Tenía terrazas en las tres primeras plantas comunicadas

entre sí que hacían una fachada escalonada de cinco pisos contando el garaje subterráneo y la

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buhardilla. Las tres primeras plantas se dividían en cuatro pasillos en cruz. En la primera planta, a la

derecha de la entrada a la mansión, se encontraba el salón principal con acceso al comedor que

usaban sólo para ocasiones especiales y a un espacio al descubierto situado sobre la puerta de entrada

al garaje. Frente a ambos departamentos se hallaba la cocina, donde comían habitualmente, un baño a

continuación y la puerta que cerraba el pasillo dando al torreón derecho. A la izquierda de la entrada

estaba el segundo salón, dedicado más al ocio y con acceso al fondo a una biblioteca de estanterías

hasta el techo. Saliendo por ésta o bien tomando el pasillo de la izquierda del octógono central,

estaba el estudio de danza y gimnasio, de paredes transparentes con espejos del suelo al techo en la

mitad de la pared frontal a la puerta; el baño antes de éste, y al fondo el pasillo giraba a la derecha

para unir la mansión con la casa de invitados situada en la parte trasera.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Áthena, cuyo nombre real era desconocido para sus hijos,

mirando a los dos que acababan de entrar mientras servía el desayuno.

Lauren Owen era una mujer joven y bella de mediana estatura y esbelta figura. Su larga cabellera

castaña y ondulada llegaba casi hasta la cintura, haciendo juego con sus ojos marrón chocolate.

Ningún rastro quedaba en su cuerpo de Áthena Auditore, su verdadera identidad: una mujer fuerte,

temida y querida a partes iguales, que tuvo que sacrificar su vida por darle una nueva a sus hijos.

—Nada —respondió Jimmy sentándose en uno de los dos sitios libres que había junto a su madre.

—¿Esto tiene que ver con los gritos de anoche? —Enarcó una ceja.

Jimmy se quedó sin habla, Gary se puso pálido y Kitty se atragantó con la leche. No se le escapaba

una.

—¿Qué gritos? —quiso saber Robbie, el menor del otro par de mellizos.

—Hablaremos después —dijo Áthena dirigiéndose a Jimmy.

—No, en serio —insistió Robbie—; ¿qué gritos?

—No seas cotilla. —Le dio un codazo en las costillas Mark, su mellizo.

Mark y Robert, o Robbie para sus hermanos, eran catorce meses menores que Gary y trece mayores

que Blair, la más pequeña. Ambos tenían el mismo corte de pelo a tazón y los mismos ojos verdes,

mas Robbie lo tenía rizado y negro como su madre y era más alto, y Mark lo tenía liso y dorado

como su padre. Si además de eso se tenía en cuenta sus dispares personalidades, eran como la noche

y el día.

Áthena les dedicó una severa mirada a los tres que se habían visto implicados, y terminó de servir

el desayuno en silencio. Cuando se sentó en el extremo de la mesa, dijo:

—Es domingo. ¿Queréis que hagamos algo especial hoy?

—Creo que deberíamos ensayar para el concurso —dijo Robbie, que no podía estar callado más de

un minuto seguido.

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Áthena trabajaba como profesora en la Escuela de Artes Escénicas de la ciudad, en la cual sus hijos

estudiaban por las tardes y donde, a raíz de ello, habían formado un grupo musical para poder

presentarse a los concursos que allí se organizaban cada día anterior a las vacaciones. Los seis

siempre habían estado rebosantes de creatividad, y Áthena nunca les impidió que la desarrollaran a

su ritmo, aunque hubiera preferido que no destacaran tanto.

—¿Habéis elegido una canción? —les preguntó; mas, como ninguno contestaba, fue ella la que

respondió un tanto molesta, recriminándoles que no lo hubieran hecho ellos—: Menos mal que yo sí.

«Againts All Odds» de Phil Collins, ¿la conocéis?

—Claro que sí —respondió Gary en tono serio—. Es uno de tus temas favoritos.

—¿Y crees que podrás hacer una adaptación con los arreglos oportunos para los distintos

instrumentos? —Le sonrió picándolo.

Gary resopló de forma divertida.

—Estás hablando conmigo —alardeó el niño.

Sus hermanos se echaron a reír, pero sabían que tenía razón. Si había algo en lo que Gary era

bueno, era en la música. Tenía un ordenador portátil propio con un software de un estudio de música

donde, en sus ratos libres, hacía arreglos a canciones que ya existían o componía las suyas propias.

De hecho, dado que Áthena no les dejaba relacionarse con nadie y sólo salían de la finca para ir a

clase, les había montado un estudio real en la parte derecha del tercer piso, donde se encontraba todo

el equipo necesario de un estudio musical de cualquier estudio de grabación más todos y cada uno de

los instrumentos que los hermanos Owen sabían tocar para que se entretuvieran: La batería, la

guitarra eléctrica, la acústica, el bajo, el contrabajo el saxofón, el violín y el piano; aunque cada uno

tenía su especialidad.

Tras desayunar ocuparon el resto del día metidos en casa trabajando en el concurso de talentos de la

escuela, y Áthena no le dio más importancia al altercado en el que se vieron envueltos sus tres hijos

mayores.

Esa noche Jimmy tuvo la misma pesadilla, pero esta vez fue más larga. Tras abrirse paso entre la

multitud y llegar hasta la calle, se dio cuenta de que le costaba respirar porque le apretaba la corbata.

Iba vestido con traje. Se la aflojó y bajó los dos primeros escalones de la entrada. Oyó el chirrido de

las ruedas de un coche, el golpe seco y nuevamente el grito ensordecedor. Bajó un par de escalones

esquivando a la gente que cada vez más se acumulaba en el exterior, y vio el cuerpo de una persona

tendida en la calzada antes de despertarse.

Gary y Kitty volvieron a aparecer por la puerta, esta vez al mismo tiempo, y entraron en la

habitación cerrando la puerta tras de sí.

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—¿Otra vez la misma pesadilla? —le preguntó de forma inmediata Gary.

—¿Te la contó? —se sorprendió Kitty mirando primero a uno y luego al otro, y se cruzó de brazos

molesta.

—Ya sabes cómo es —se excusó Jimmy señalando a su hermano—. No hay quién le niegue nada.

—¿Cómo que no? —arguyó indignada—. Yo soy tu hermana melliza. Deberías hablar conmigo

primero.

—Ya, pero es que eres una chica —intervino Gary en tono divertido mientras caminaba hacia su

hermano—. Y los chicos no hablamos con las chicas con la misma facilidad que entre nosotros.

—¿Y desde cuando soy una simple chica? —Su tono era agudo e irritante, justo el mismo que

cuando se ponía chula.

—¿Queréis callaros los dos? —les dijo Jimmy. Después miró a Gary, añadiendo—: Y sí, ha sido la

misma pesadilla.

Jimmy les contó las novedades que había visto, y tras discutir un buen rato sobre si decírselo a su

madre o no, acordaron mantenerlo en secreto y regresaron a la cama. Ninguno durmió bien esa

noche.

******

Al día siguiente, como de costumbre, Áthena se había levantado temprano para preparar el

desayuno y el almuerzo a sus hijos antes de llevarles a clase. Era una monotonía a la que se había

acostumbrado con los años y, aunque no le disgustaba, ella solía hacer cosas más interesantes en su

antigua vida.

—Buenos días, mamá —le dijo el menor de los mellizos, Robbie, y la besó en la mejilla.

—Buenos días, Robert —respondió, llamándole sin acotaciones en su nombre, como hacía con

todos, y preguntó a continuación—: ¿Dónde están los demás?

—Supongo que vistiéndose.

Robbie tenía una mirada profunda de color verde oscuro y la mandíbula suavemente marcada, que

lo hacían parecer mayor de sus trece años. Sin embargo, su actitud curiosa, bromista y divertida

dejaba ver que después de todo seguía siendo un niño.

—Sí, están en ello —anunció Mark, que acababa de entrar—. Buenos días, mamá. —La besó

también en la mejilla, su ritual diario.

—Buenos días, Mark. —Sonrió.

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Mark, por su parte, era alguien muy serio. Considerado con todos detrás de su actitud reservada con

destellos de chispa propiciados por Robbie. Ambos eran muy distintos entre sí, pero encajaban a la

perfección el uno con el otro.

Cuando todos sus hijos ya se encontraban en la mesa, Áthena se sentó; aunque no sin dedicar antes

una nueva mirada severa a los tres mayores. Sus hijos iban vestidos de punta en blanco con el

uniforme escolar. Los cinco mayores iban al mismo instituto privado, el cual era una prolongación

del colegio al que iba la pequeña, así que ellos llevaban camisa y jersey, pantalón los chicos y falda

hasta las rodillas la chica; y Blair sólo llevaba leotardos, un polo de manga larga y un pichi. El pelo

siempre recogido.

Tras desayunar bajaron al garaje, con ocho plazas de aparcamiento marcadas, y se montaron en la

camioneta Dodge Runner de color caqui, pues el otro vehículo que usaban para esta época del año se

encontraba en el taller. Las chicas dentro y los varones subidos en la parte de atrás, que no tenía

techo. Algunos eran lo suficiente mayores como para coger el autobús e ir y venir del instituto solos,

pero vivían a las afueras del norte de Aberdeen, en medio de un inmenso bosque donde la parada

más cercana estaba a unos tres kilómetros de allí, y su madre no les dejó ni planteárselo; Si hubiera

sido por ella, les habría dado clases particulares en casa, pero se dijo a sí misma que esa era la mejor

forma de que los niños llevaran una vida normal. Áthena dejaba primero a los más mayores, que

entraban antes, y luego a la pequeña, y para recogerles hacía el camino inverso: primero recogía a la

niña y después pasaba a por los demás.

Durante la hora del recreo, en el instituto, los cinco hermanos caminaron hasta las gradas que había

enfrente de la cancha de baloncesto, donde se sentaban siempre aislados de los demás. La única

relación que los Owen tenían con el resto de adolescentes del instituto era exclusivamente escolar, y

fuera de las aulas no trataban con nadie a no ser que fuera estrictamente necesario. Nunca

practicaban deporte con otros compañeros y no quedaban con ellos fuera del horario escolar. Áthena

se lo había dejado claro: Relacionarse lo menos posible. Ellos habían intentado razonar con su madre

más de una vez, y de dos, y de diez…; pero no había manera de hacerla entrar en razón. El único

motivo que les había dado era que podían hacerles daño, y así habían vivido siempre, con la miel en

los labios de estar en un entorno sociable y no poder ser sociables.

—A veces me dan ganas de bajar ahí y darles una paliza —comentó Gary, mirando cómo unos

chicos jugaban al baloncesto mientras un grupo de chicas les gritaban cosas desde la grada para

distraerles.

—¡Qué dices! Tú eres malísimo en los deportes —le dijo Robbie—. Y más al baloncesto.

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Su hermano lo aniquiló con la mirada molesto por la mentira, pues era igual de bueno en los

deportes que cualquiera de los Owen. Era algo con lo que habían nacido, igual que su don para la

música.

—Podría ganarles si quisiera —afirmó Gary, siempre mostrando seguridad en sí mismo.

—Sí, seguro que sí —le siguió la bola Jimmy con la mirada perdida en el juego. Luego reaccionó y

se dirigió a los mellizos—: Bueno, entonces qué os parece.

Mientras iban de camino a las gradas, el resto les había puesto al día acerca de las pesadillas del

más mayor siguiendo un riguroso orden de los sucesos y detalles que habían tenido lugar, por si se

les hubiera escapado algo.

—Creo que deberías decírselo a mamá —dijo Mark sin más.

—Tú siempre tan obediente y bueno —se quejó Robbie—. Sólo es una pesadilla. ¿Qué creéis, que

puede ocurrir de verdad? —Jimmy y Kitty no contestaron. Gary se encogió de hombros—. Venga, ni

de broma —Se negó a creerlo—. ¿Cuántas veces he soñado yo que era el batería o el guitarrista de

los Guns N' Roses? —Hizo una pausa y miró con evidencia a sus hermanos— ¿Y se ha cumplido?

No —se respondió a sí mismo—. Las pesadillas también pueden repetirse.

Y ahí zanjaron la conversación. Nadie fue capaz de replicar a Robbie puesto que su razonamiento,

aunque extraño en él, era de lo más acertado.

La tercera noche que Jimmy tuvo la pesadilla obtuvo más detalles. Tras bajar los escalones de la

entrada abriéndose paso entre la gente, vio a lo lejos un coche negro que se aproximaba por la

izquierda. Era de noche y el coche no llevaba las luces puestas, así que parecía lógico que la gente no

se hubiera percatado de su presencia, pero él sí lo hizo, y eso lo aterró. Chirrido de ruedas. Golpe

seco. Grito ensordecedor.

Cuando abrió los ojos Gary y Kitty estaban junto a su cama. Ni siquiera habían encendido la luz,

pero Jimmy pudo ver sus caras de espanto.

—¿Qué? —expresó con incredulidad.

Nos le dio tiempo a contestar, pues los mellizos aparecieron por la puerta.

—¿Ese grito es por la pesadilla? —le preguntó Robbie aterrado sin llegar a entrar en la habitación.

Gary se apresuró a acercarse a ellos para obligarles a entrar y así no despertar a su madre, que

aunque su habitación se encontraba al otro extremo del piso, tenía un magnífico oído. Cuando fue a

cerrar la puerta, la pequeña Blair se lo impidió, interponiéndose en el marco.

—Yo quiero saber qué pasa —dijo con su aguda voz al mismo tiempo que se frotaba los ojos.

Blair había salido a su madre. Su pelo era igual de liso y castaño como el de Áthena y su corte se

acoplaba a la forma redonda de la cara. Su piel era tostada, pero no lo suficiente como para tapar el

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montoncito de pecas que se distribuían aleatoriamente por sus mejillas y que hacían juego con sus

preciosos ojos chocolate.

—Corre, entra. —Tiró Gary de ella.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó la niña.

Gary y Blair se sentaron junto a Kitty en la cama, rodeando al mayor. Mark permaneció de pie

apoyado en la pared, y Robbie se sentó en la silla del escritorio con el respaldo al revés.

—Siempre es lo mismo —comenzó a decir Jimmy—. El mismo sitio, la misma ropa, el mismo

accidente… Cada vez que lo sueño me doy cuenta de algo más.

—¿Qué ha sido esta vez? —Fue Mark quién habló, con su fría y calmada voz.

—El coche —dijo con rapidez—; lo vi aparecer por la calle. Era negro. —Hizo una pequeña pausa

y prosiguió—: Fui el único que lo vi.

—¿Cómo lo…?

Las palabras de Kitty fueron ahogadas al escuchar cómo la puerta de la habitación se abría. Áthena

había oído los gritos de su hijo desde el otro lado del pasillo y esta vez sí se había levantado. Su

expresión era seria, pero no de enfado. Caminó lentamente hasta la cama y dijo con voz firme a sus

hijos:

—Volved a la cama.

Ellos obedecieron sin rechistar, aunque Kitty, Gary y Mark fueron algo reticentes a dejar a su

hermano mayor. Cerró la puerta despacio después de que todos se marcharan, y se aproximó a la

cama de Jimmy, sentándose a su lado. Él tenía la cabeza agachada, esperando una reprimenda.

—¿Qué ocurre James?

—Yo… he tenido una pesadilla —dijo sin mirarla.

—¿Qué clase de pesadilla? —Le levantó la cabeza sujetándolo con suavidad por la barbilla.

—Una que se repite todas las noches y en la que atropellan a alguien. Es extraño. Es desde mi

cumpleaños.

Áthena frunció el ceño, sintiendo curiosidad. No era la primera vez que Jimmy soñaba lo mismo

varias veces seguidas pero, por supuesto él no lo recordaba.

—Continúa.

—Es de noche… Hay mucha gente, pero no logro ver quiénes son —habló con cuidado—. Hay

escaleras a la entrada y yo voy de traje. —Visualizó en su mente lo que ocurría en la pesadilla—. Es

un coche negro.

—Está bien, no te preocupes. —Lo rodeó por los hombros y apoyó su cabeza contra la suya en un

gesto maternal—. No va a pasar nada. Sólo es una pesadilla. —Jimmy se encogió de hombros—.

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Cuando dejes de preocuparte tanto por ella, desaparecerá. —Le acarició el pelo y lo besó en la sien—

. Acuéstate. Mañana tienes clase.

******

El día siguiente transcurrió igual que el anterior. Desayunaron, fueron a clase y después a la escuela

de artes escénicas. Hasta que llegó la noche. Esta vez Jimmy no logró ver los rostros distorsionados

de las personas que se encontraban allí, pero sí reconoció el lugar. Las escaleras y la fachada amarilla

eran los del lugar de trabajo de su madre, y además vio el cartel que anunciaba el concurso de

talentos en el que ellos iban a participar. Cuando despertó justo después de lograr ver que la persona

atropellada era una mujer, sólo su madre estaba allí.

—Es una mujer —dijo Jimmy nada más verla—. Y es hoy. —Áthena desvió la mirada—. He visto

el cartel del concurso. —Observó la expresión preocupada de su madre. Esa que tan pocas veces

había visto, e insistió—: Va a pasar de verdad. —No era una pregunta.

—Cariño, duérmete —articuló su madre, fallándole la voz—. Después del concurso hablaremos

sobre ello.

—¿Después? —Se extrañó— ¿Y si ocurre antes? Tenemos que impedirlo.

—No vamos a impedir nada porque no va a ocurrir nada —se apresuró a decir—. No es real.

Tras terminar de colocar las dos últimas tostadas en la fuente y dejar ésta sobre la mesa, con los

mellizos ya allí, Áthena decidió subir a buscar a los que aún no habían bajado a desayunar. Salió de

la cocina y subió por las escaleras de barandilla dorada. Pasó las primeras puertas de cada lado, que

correspondían a las habitaciones de los mellizos, y se detuvo en la segunda de su izquierda.

—¡Blair! —Llamó a la puerta—. Si no bajas ya, tus hermanos van a arrasar con todo el desayuno.

—Estoy lista —dijo la niña tras abrir la puerta y salir de su habitación.

—¿Y la mochila? —Observó Áthena enarcando una ceja.

—¡Ups! —Sonrió y regresó a su cuarto en busca de su mochila.

Áthena no pudo evitar soltar una pequeña carcajada, Blair era muy despistada aún teniendo doce

años y sabía que eso era porque de verdad parecía tener doce años. Se dio la vuelta para abrir la

puerta de enfrente buscando a su otra hija, pero no estaba allí. Se dirigió a la de al lado, la última de

la parte derecha al encarar el pasillo, y la encontró allí junto a su hermano mellizo. El chico estaba

tumbado en la cama de lado mirando hacia la ventana y ella se encontraba sentada a su espalda

apoyada en el cabecero.

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—¿No pensáis bajar a desayunar? —les preguntó a sus hijos sin llegar a cruzar del todo el umbral

de la puerta.

—Jimmy se encuentra mal, dice que no quiere ir a clase —respondió la chica—. Es por la pesadilla.

Áthena entró en la habitación y se sentó en el extremo de la cama.

—Katherine, ¿tú te encuentras bien?

A la chica le chocó la pregunta, pero respondió de todas formas:

—Me ha bajado el periodo y no he dormido muy bien, pero nada distinto a lo de todos los meses —

dijo sin darle importancia.

—Entonces baja, y asegúrate de que los demás han cogido todo y desayunan.

—Sí, mamá —obedeció sin protestar.

Kitty le dio un beso a su hermano en el pelo y luego otro a su madre. Se bajó de la cama y antes de

salir cogió la mochila que estaba al lado de la puerta. Cuando les dejó a solas, Áthena se acercó a su

hijo.

—¿Sigues dándole vueltas? —Le acarició el pelo.

—No he dormido nada —masculló.

—James, no va a pasar nada —aseguró su madre.

—Mamá. —Se incorporó mirándola fijamente a los ojos—. Llevo cuatro noches soñando que

atropellan a alguien. —La miró con temor—. Sé que a veces se tienen sueños que luego más tarde

parece que revives, pero que yo sueñe cosas que luego al poco tiempo pasan me parece demasiada

casualidad. No es la primera vez que me ocurre.

Al parecer sí que recordaba que ya había pasado más veces, lo que inquietó aún más a Áthena.

—No hay de qué preocuparse, cariño —intentó calmarlo, aunque su rostro no mostrase en absoluto

una pizca de tranquilidad—. Sólo son pesadillas.

—Y por qué tu cara me dice que no lo son —cuestionó.

Ella no contestó. El chico se levantó de golpe de la cama al ver la reacción de su madre y comenzó

a ponerse el uniforme del instituto.

—Podrías contarme las cosas, ¿sabes? —dijo—. Ya no soy un niño.

«Desde luego», quiso contestarle, pero en su lugar Áthena se levantó y abandonó la habitación sin

decirle nada. Caminó hasta el otro lado del pasillo mientras respiraba profundamente tratando de

mostrar un estado de serenidad, y resopló un par de veces antes de abrir la última puerta que le

quedaba por visitar. Cuando entró en el nuevo cuarto, vio a su otro hijo sentado en el escritorio. Gary

tenía el pelo de color castaño claro de media melena que se acoplaba a la forma de su cabeza, con el

flequillo echado hacia un lado. Se acercó a él sin que éste se hubiera dado cuenta de que había

entrado y le cerró el libro.

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—Ya basta, Gary —le dijo quitándole el libro—. Te lo sabes de sobra. —Él la miró—. Tienes que

comer algo antes de ir a clase.

—Lo que tengo que hacer es sacar las mejores notas para poder entrar en la universidad —aseguró.

—Tienes catorce años…, aún te quedan un par de años más para tener que preocuparte por eso —le

recordó—. Cuando llegue el momento serás un gran médico. —Su hijo no contestó. Ella, al observar

una pila de partituras sobre el piano, añadió—: O en su defecto un gran cantante y compositor.

—¿Qué tal está Jay? —Cambió de tema mientras guardaba sus cosas en la mochila, preguntando

por su hermano mayor.

—¿James? Preocupado —respondió, volviendo a dejar el libro sobre el escritorio.

—Como todos, mamá. —Se levantó de la silla y cogió su cazadora vaquera.

—No empieces tú también, Gary —suplicó en un tono cansado, no queriendo mirar los brillantes

ojos azules que tanto le recordaban a su padre.

—Vale. No empiezo. —La miró con seriedad. Áthena suspiró y el chico le dio un beso en la mejilla

antes de salir de su cuarto.

Áthena se quedó allí durante unos segundos, pensando aterrorizada en lo que el mayor de sus hijos

llevaba soñando desde hacía unos días, y rezando para que no se hiciese realidad. Sus hijos no

estaban preparados para lo que se les venía encima. Y ella tampoco.

Se quedó pensativa mientras observaba cómo ellos desayunaban y hablaban con la boca llena. Sin

decirles nada se dirigió a la despensa y cogió del interior de la nevera una botella gris oscura de

plástico. Al regresar a la cocina la dejó sobre la encimera con más brusquedad de la que quiso. Sacó

del armario de arriba seis vasos de cristal y, volcando el contenido de la botella, los llenó hasta la

mitad. Se los sirvió de dos en dos a sus hijos y éstos observaron algo asqueados la mala pinta que

parecía tener aquel líquido espeso y rojizo.

—¿Qué es eso? —le preguntó Blair a su madre cuando ésta volvió a sentarse a la mesa.

—Es zumo —respondió.

—No tiene pinta de zumo —comentó Robbie agitando el vaso con suavidad.

—Es un zumo hecho con frutas tropicales importadas de Sudamérica. Bebéoslo —les dijo.

Los niños cogieron los vasos con recelo, como si fuesen a quemarse porque el vaso estuviera

ardiendo, y bebieron un sorbo.

—¡Puagh! —se asqueó Robbie y dejó el vaso sobre la mesa.

A su mellizo Mark y a Blair también les pareció repugnante. Sin embargo, a los otros tres, los

mayores, les supo delicioso.

—Tiene un sabor un poco raro. —Saboreó Gary—. Pero está bastante bien.

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—¿Es una broma? ¡Está riquísimo! —Se bebió Kitty lo que le quedaba en el vaso de un solo trago.

Áthena suspiró al ver las distintas reacciones de sus hijos, inquietada. Miró a los tres mayores, que

estaban sentados a su izquierda, por quienes empezó a sentir más preocupación, y les dijo:

—Cuando queráis más, hay en la nevera. Y también podéis calentarlo en el microondas. Puede que

así os sepa mejor.

—¿Un zumo caliente? No creo que yo quiera volver a probarlo —opinó Mark—. No te ofendas

mamá, pero no me gusta nada.

—Ni a mí —comentó Blair.

—Mejor, a más tocamos los mayores —se alegró Jimmy de que el zumo no les gustara, y al que ya

se le había pasado el enfado con su madre.

Gary, que se encontraba sentado al lado de Áthena, igual que todas las mañanas, dejó el vaso de

zumo sobre la mesa y la miró en silencio durante unos segundos mientras el resto de sus hermanos

charlaban sin parar.

—Mamá, ¿has dicho algo? —le preguntó.

—¿Qué, cariño? —Despertó del ensimismamiento al que había caído mientras miraba a sus hijos.

—Que si has dicho algo —repitió—. Me ha parecido oírte.

Áthena lo miró con seriedad. La cara de su hijo era todo un interrogante, con el ceño fruncido y sus

intensos y penetrantes ojos azules detenidos sobre ella. Estaba ocurriendo demasiado deprisa.

—No. No he dicho nada —contestó y se puso de pie—. Enseguida vuelvo.

Gary se encogió de hombros, sin darle importancia a la extraña sensación que por un momento

había tenido, y siguió comiendo. Sin embargo, aquello fue algo más que inquietó a Áthena, pues los

genes de sus hijos parecían estar despertando.

Se alejó de la cocina todo lo que pudo, caminando hasta la entrada de la casa. Sacó su teléfono

móvil y se lo puso en la oreja tras buscar un número en la agenda y apretar el botón de llamada.

—Soy yo —dijo—. Va a ocurrir y necesito tu ayuda. —Esperó respuesta—. Necesito que les

busques un lugar. —Contuvo las lágrimas—. Lejos. Lo más lejos posible de aquí. —Tragó saliva

para deshacer el nudo que se había formado en su garganta—. Y que no vayan juntos. Que no

vuelvan a verse jamás. —Escuchó—. Lo sé. Pero no podemos hacer otra cosa, Dávila. No hay

tiempo. Si me quieren a mí me tendrán, pero no dejaré que se acerquen a mis hijos. —Áthena se

detuvo enfrente de una mesilla con una fotografía de estudio de sus seis hijos, hecha hacía poco

menos de tres meses—. No pueden saber quiénes son. —Colgó el teléfono.

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Al regresar con sus hijos llevó consigo una caja de zapatos que recogió de la biblioteca. Permaneció

de pie detrás de su silla y abrió la caja dejando la tapa sobre la encimera, intentando mantener la

compostura, y cuando se sintió preparada volvió con los niños y entregó dos cajas de pequeño

tamaño a cada uno.

—Tenéis que prometerme que nunca os las quitaréis, ¿de acuerdo? —les dijo conteniendo las

lágrimas.

Sus hijos asintieron mientras abrían las cajas. Dentro de seis de ellas, las más pequeñas y las que

tenían etiquetas con sus nombres, había una esclava de plata con el nombre de cada uno grabado en

la parte delantera y en el reverso una inscripción en un idioma que no entendían. En el resto de las

cajas, de mayor tamaño y de color azul celeste, había unos brazaletes de cuero negro, con un tribal de

acero que sobresalía en relieve. El tribal, encerrado en un círculo, tenía tres líneas curvadas unidas en

el centro formando un triángulo deformado cuyas líneas se prolongaban hacia otras tres figuras en

los extremos: un sol, una luna y un eclipse.

—¿Qué es? —le preguntó Gary sosteniendo el brazalete entre sus manos.

—Es un tribal —dijo su madre—, un antiguo símbolo que representa el equilibrio entre el día y la

noche.

—¿Y la inscripción de la esclava? —Quiso saber Blair— Inuc… ti. —Trató de leer sin reconocer el

idioma.

—Iunctim semper —corrigió Áthena con una sonrisa en su rostro—. Significa «Siempre juntos».

—¿Significa que debemos estar siempre juntos? —dedujo Jimmy—. ¿Pase lo que pase? —preguntó

en tono serio e insistente.

—Es para que nunca os sintáis solos —aclaró Áthena tratando de sonar firme.

—¿A qué viene todo esto?

—No viene a nada —respondió—. Sólo haz lo que te digo.

Jimmy emitió un sonido de disconformidad, pero se lo puso igual. Su terquedad le recordaba a

Arkhan, alguien a quién ella quería con toda su alma y al que hacía años que no veía.

A la una de la tarde, Áthena recogió a su hija del colegio, le dio un beso antes de montarse en la

camioneta y se fue a recoger al resto de sus hijos, que salían a las dos y cuarto del instituto. Mientras

esperaban en la puerta, Blair adelantaba sus deberes, con el cuaderno sobre las rodillas y el libro

apoyado en la puerta abierta de la guantera.

—¿Qué tal las clases? —Se interesó su madre, como siempre.

—Zac Harris se metió conmigo durante el descanso —dijo Blair sin levantar la vista de su tarea.

—¿Y qué pasó? —La miró.

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—Yo le llamé idiota y él me tiró una goma de borrar —explicó sin darle importancia—. Pero no

llegó a darme. —Su madre la miraba con atención—. No debió lanzarla con mucha fuerza porque la

goma no me dio.

—¿La goma no te tocó? —le preguntó tras permanecer unos segundos en silencio.

—Casi, pero no. —Se encogió de hombros como si nada—. Se paró de repente y cayó al suelo.

Áthena observó a su hija durante unos segundos, y a continuación desvió su preocupante mirada

hacia la ventana. En los últimos días había pensado que los genes sólo estaban despertando en los

tres más mayores, en quiénes habían comenzado a aparecer señales que indicaban que las cosas no

iban bien, sin embargo, en Blair también se habían hecho notar. Áthena ya no podía retener sus

cualidades especiales en letargo, y tarde o temprano tendría que contarles toda la verdad sobre su

origen.

—Míralos —dijo—. Ya salen. —Salió de la camioneta para respirar aire puro.

Áthena había cuidado sola a sus hijos desde que su padre ya no estaba desde hacía cinco años.

Había muerto para todos. Desde entonces, los hermanos habían valorado mucho más a su madre, sin

importarles tener una baja popularidad el resto de sus años en el instituto sólo por el hecho de que su

madre fuera a recogerles a diario.

Áthena los observaba cómo salían del instituto pensando si aquella noche sería el momento

apropiado para contarles toda la verdad sobre lo que pasó con su padre, sobre quiénes eran y sobre lo

que debían ser. Pero antes de que pudiera escribir mentalmente el discurso con lo que iba a decirles y

lo que no, pues ya no le quedaba más tiempo, sus hijos ya se encontraban a su lado.

—¿Cómo ha ido el día? —Se interesó.

—Como todos —respondió Mark y subió a la parte trasera de la camioneta.

—¿Y tú examen? —le preguntó a Gary.

—Aprobado seguro. —Sonrió complacido.

—¿Ves cómo lo llevabas bien? —le recriminó dándole un pequeño golpe en el hombro, orgullosa.

El chico asintió y siguió a Mark.

—George Collins le ha pedido una cita a Kitty —informó Robbie en tono divertido.

—¡Cállate, Robbie! —Le dio un empujón ella antes de que éste se subiera a la camioneta, y el

chico chocó bruscamente contra ella, aunque no lo tuvo en cuenta.

—¿Es eso verdad, Katherine? —La miró su madre tratando de esconder la seriedad.

—Claro que es verdad —espetó Jimmy—. Y como le toque un pelo, le partiré la cara.

—¡Así se habla! —le apoyó Mark ya subido en el vehículo.

—¡Sí! —mostró su aprobación Gary al mismo tiempo.

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—Entonces, ¿todo bien? —se interesó Áthena cuando Jimmy se había detenido frente a la

camioneta, esperando a que Robbie se montara.

—Todo bien —contestó.

—Me alegro. —Sonrió y le acarició el pelo—. ¡Nos vamos! —avisó a los chicos para que se

agarrasen.

Se subió al vehículo y, tras asegurarse de que sus dos hijas llevaban abrochado el cinturón y de que

Blair había recogido sus cosas, se puso el suyo y arrancó la camioneta.

Sólo tenían una hora y media antes de que tuvieran que estar en la escuela de artes escénicas para

ultimar los detalles de su actuación para el concurso que aquella tarde se organizaba, así que les llevó

a un restaurante donde comían cada vez que había recital.

—¿Sabéis qué? —dijo Jimmy.

—¿Qué? —Se interesó Robbie.

—Me quedé traspuesto en la clase de Historia. —Todos se pusieron serios, sobre todo Áthena—.

Pero no tuve la pesadilla. —Sonrió.

Áthena se quedó algo más tranquila al escuchar aquello, pero no creía que el despertar de los

verdaderos genes de los Owen se hubiera detenido sin más.

Llegaron a la escuela, con su fachada pintada de amarillo. Hicieron los últimos ensayos y al caer la

noche se cambiaron de ropa en el vestuario, poniéndose pantalón negro de traje y corbata a juego los

chicos, y vestidos hasta media rodilla en negro y blanco las chicas. Prepararon los instrumentos y los

colocaron en el escenario cuando les llegó el turno. Áthena estaba sentada hacia la mitad del patio de

butacas grabándoles con la cámara de vídeo, mientras la piel se le erizaba y unas gotitas de lágrimas

insistían en salir de sus ojos. La canción había sido adaptada por Gary a la especialidad instrumental

de cada uno en una combinación perfecta: Jimmy el saxofón, el propio Gary el piano, Mark al violín,

Robbie a la batería; aunque hubiera preferido tocar la guitarra eléctrica, Kitty haría la voz principal

acompañándose de la guitarra acústica y Blair sería la segunda voz.

Todo el salón de actos se puso en pie al terminar la actuación. Los Owen buscaron sonrientes a su

madre entre el público, pero no pudieron distinguirla entre el gentío mientras saludaban

educadamente, inclinándose hacia delante agarrados de las manos. Casi media hora después, fueron

los ganadores del concurso igual que en las tres citas anteriores. Su talento innato para la música se

había hecho notar con diferencia en el escenario, cosa que se repetía cada vez que los seis juntos se

subían a uno.

Sonrientes y orgullosos por el triunfo, se dispusieron a salir del edificio con sus instrumentos a la

espalda y el gran trofeo en las manos de la más pequeña para celebrarlo. Jimmy se quedó el último.

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Se frenó en seco en mitad del pasillo y contempló la multitud de gente que se agolpaba en la puerta

principal. Había demasiada gente y necesitaba respirar. Se encaminó a la salida y se desajustó la

corbata al salir a la calle. Entonces se dio cuenta. Miró a su izquierda y distinguió el coche negro

parado al final de la calle. En una fracción de segundo buscó a sus hermanos entre la multitud, siguió

la dirección de sus miradas y vio a su madre cruzar la calle en dirección a ellos. De pronto escuchó el

chirriar de las ruedas del coche.

—¡Mamá! —chilló, pero no pudo moverse.

Golpe seco. Y grito ensordecedor. Fue Kitty quién gritó. Jimmy no podía creer que la pesadilla de

los últimos cuatro días se hubiera hecho realidad y lo hubiera hecho en su madre. Logró reaccionar y

comenzó a abrirse camino entre la gente que intentaba detenerle para que no lo viera, pero fue al

único de los Owen que no consiguieron contener, pues el resto forcejeaba para liberarse y poder

llegar hasta su madre. Al deshacerse de todas las manos que trataron de agarrarle, Jimmy vio a su

madre tendida en el suelo. Inmóvil. Se zafó de una última mano en su hombro y corrió hasta ella sin

mirar hacia ningún otro lado.

—Mamá… —Puso su mano en la parte de la frente de su madre que no estaba ensangrentada—. Lo

siento, tenía que haberlo sabido.

—¡Jimmy, cómo está! —gritó Kitty desde la acera mientras seguía forcejeando con hombre que la

sujetaba por los brazos.

—James… —gimió sin aliento Áthena. El chico le cogió la mano—. No ha sido culpa tuya.

Áthena tenía más sangre de la habitual. El atropello la había desplazado varios metros adelante y la

había hecho golpearse la cabeza contra el asfalto al caer, mas toda la sangre no provenía de allí. Bajo

se espalda también se había formado un charco que ya manchaba la rodilla de Jimmy, pero éste no se

atrevió a moverla para ver cuál era la otra herida.

—Mamá lo siento mucho. Debí haberlo sabido. Lo siento.

—Prométeme que…

—¡Lo prometo! —contestó de inmediato sin dejarla terminar—. Te lo prometo mamá. ¡No te

vayas!

—Jaden… —susurró Áthena y cerró los ojos—. Lo… siento…

—Soy James, mamá. No me dejes —respondió él con un grado de aturdimiento en su cabeza fuera

de lo común—. No nos dejes…

Jimmy apretó con fuerza sus manos alrededor de su madre y los ojos empapados de lágrimas. No

podía creer que se hubiera marchado. El resto de sus hermanos lograron liberarse de la gente que les

impedía llegar hasta su madre y cruzaron la calle para colocarse alrededor del cuerpo, pero ya era

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demasiado tarde. No pudieron despedirse de ella; ni siquiera decirle que la querían. Sólo podían

llorar sin contenerse sin entender por qué había pasado aquello. Por qué les había pasado a ellos.

Apenas unos segundos después, el ambiente se volvió oscuro con la aparición de una neblina, y una

mujer de cabello liso y negro, vestida toda de oscuro y con unos extraños tatuajes por toda su piel, se

acercó a ellos.

—Debéis iros a casa. ¡Deprisa! —les dijo—. Me ocuparé de ella. No pueden veros aquí.

Los niños la miraron confusos y desconcertados entre lágrimas. Jamás la habían visto y, aunque lo

hubieran hecho, no iban a consentir que les alejaran del cuerpo sin vida de su madre.

—Ya no podéis hacer nada por ella. Debéis poneros a salvo —insistió.

Las sirenas de los servicios de emergencia comenzaron a oírse cerca. La mujer apartó a los dos

mayores y le quitó a Áthena una cadena del cuello con una diminuta llave colgando que entregó a

Jimmy.

—Me reuniré con vosotros esta noche. Regresad a la mansión. ¡Ahora! —chilló en voz baja y una

especie de campo invisible les empujó unos centímetros hacia atrás, haciéndoles caer de culo a la vez

sobre el asfalto.

Los Owen se pusieron de pie tras mirarse una vez entre ellos y, sin decir nada, huyeron de allí como

alma que lleva el diablo en dirección a la mansión en contra de su voluntad.

Horas después, la misma extraña mujer que les obligó a marcharse, apareció por el salón principal

de la mansión cuando Jimmy caminaba a lo largo de la estancia sin entender nada mientras el resto

de sus hermanos permanecían en los sillones sollozando.

—¿Quién es usted? ¿Qué ha pasado con nuestra madre? —Se abalanzó sobre ella Jimmy nada más

verla.

—Tranquilízate Jaden —le dijo de forma sosegada.

—¡No me llamo Jaden! —replicó.

—Lamento deciros que vuestra madre ha fallecido —continuó la mujer sin tener en cuenta el

detalle del nombre. Aunque más o menos los Owen se hicieron una idea de que su madre había

muerto cuando se marcharon, no dejó de ser un duro golpe—. Mañana será el funeral. Algo corto

para que la gente no haga preguntas, y después os marcharéis.

—¿Preguntas? ¿Marcharnos a dónde? —preguntó Jimmy, pues era el único que tenía fuerzas en ese

momento para hablar— ¿Qué está pasando?

—No puedo contaros nada. No me corresponde a mí —dijo—. Pero debéis hacerme caso. Vuestra

madre confiaba en mí, y vosotros también debéis hacerlo.

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La mujer sacó unos polvos de una bolsa de tela, los esparció sobre la palma de su mano y sopló en

dirección a los Owen, de modo que logró ponerles en un estado de sumisión para que los niños

hicieran a partir de ese momento todo lo que ella les diría.

******

Cuando murió su padre, hacía de aquello ocho años, no eran tan conscientes de lo que ocurría a su

alrededor. Áthena ni siquiera los dejó asistir al funeral. Ahora se encontraban de pie enfrente de lo

que iba a ser la tumba de su madre mientras la gente les mostraba sus condolencias. Asistieron

decenas de personas, mas ellos no reconocían ni a la mitad. Había algunos compañeros de clase y de

la escuela de artes escénicas, profesores y compañeros de trabajo de su madre, y muchos otros que

no habían visto en la vida. Estaban hartos de que gente desconocida les dijese que sentían mucho su

perdida y que debía de ser un momento difícil para ellos porque eran muy jóvenes. ¿Y qué sabía esa

gente? El funeral se hizo tan largo para ellos que llegó un punto en el que cuando alguien les hablaba

sólo se limitaban a asentir. No querían estar allí. Querían que todo volviese a ser como antes. Con su

madre con ellos.

—Es hora de irse —les dijo la misteriosa mujer que se había hecho cargo de ellos—. Despediros de

ella.

Jimmy apretó los puños, resistiéndose a llorar aún más, y dio media vuelta en dirección al coche

mientras el resto de sus hermanos se despedían. Un hombre le cortó el paso. Jimmy tuvo que alzar la

cabeza para ver de quién se trataba, pues medía por lo menos dos metros de altura. Tenía el pelo

largo y rizado, del mismo color azabache que el bigote y la abundante barba.

—Lo siento mucho —le dijo.

Jimmy lo miró. Creía haberlo visto antes, pero en esas circunstancias no estaba seguro de nada.

—¿Y tú quién eres? —contestó el niño sin ninguna entonación en su voz y siguió su camino.

El hombre no respondió y miró a la mujer que se ocupaba ahora de ellos en la distancia. Asintió en

su dirección, y se marchó. Los niños iban a estar a bien.

Esa misma tarde otro hombre que según él era el albacea de su madre, se reunió con ellos en su

casa. Se sentó en el sillón de cuero de una plaza y sacó de su maletín unos papeles. Junto a él se

encontraba la mujer de aspecto lúgubre y tenebroso. Los hermanos Owen se sentaron en el resto de

los sillones con la mirada perdida en el suelo.

—En primer lugar… me gustaría deciros lo mucho que lo siento —expresó sus condolencias con

lástima.

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—Ve al grano Cyrus —le espetó la mujer.

El hombre se sobresaltó. No podía creer que hubieran llegado a esa situación. Los hijos de Áthena y

Dante sólo eran unos críos. Mark se apoyaba sobre el hombro de su mellizo mientras éste jugueteaba

con sus dedos entrelazados. Jimmy rodeaba los hombros de Kitty al mismo tiempo que ella lo

abrazaba por la cintura, y Gary acunaba entre sus brazos a Blair, quien se había sentado sobre él.

—Vuestra madre… vino a verme hace unos días para hacer su testamento, y… yo… estoy aquí…

para deciros lo que pone. —Los Owen seguían sin mirarlo—. Veréis, la casa… la ha dejado a

nombre de todos —comenzó a explicarles con delicadeza—. Bien podéis venderla, o…

—No. —Volvieron a interrumpirle. Esta vez Gary—. No vamos a venderla.

—Pero…—respondió sorprendido y miró a su mujer. Ella asintió y el hombre volvió a dirigirse a

los Owen—: No tenéis ningún familiar, y… no podéis vivir aquí solos. No… no sois mayores de

edad.

—¿Es que no los has oído? —intervino su mujer en tono molesta. No tenían tiempo que perder.

—Sí, pero…

—No la van a vender. Nos ocuparemos de ella.

El hombre no sabía cómo afrontar la situación. Si él mismo pudiera hacerse cargo de ellos lo haría.

Eran los hijos de Áthena y Dante y no podía dejarlos a su suerte. Sin embargo, aquello era lo más

seguro para todos.

—Está bien. Se os dejará una copia de las llaves junto a la escritura en una caja fuerte de este

banco. —Les entregó la dirección escrita en un papel—. Cuando seáis mayores de edad podréis

acceder a dicha caja —dijo—. Pondremos… pondremos sábanas para conservar el mobiliario y lo

llevaremos a un almacén.

—Sí... —murmuró Kitty—, las sábanas son una buena idea…

—Hasta que podáis volver, si es que lo hacéis —prosiguió y la mujer carraspeó llamándole la

atención por el último comentario—, viviréis con distintas familias de acogida. —Pasó una hoja de

su libreta— salvo Mark y Robert. Ellos… podrán irse juntos —dijo esto último con incertidumbre en

su voz, mirando a su mujer como si no estuviera de acuerdo con eso. Los Owen, que tenían la mirada

perdida, se estremecieron.

Jimmy dirigió una furiosa mirada en dirección a la mujer, pero ella negó con la cabeza de forma

severa y se puso en pie para acompañar al hombre a la salida.

—¿Dos de los mellizos juntos? ¿Os habéis vuelto locos? —le preguntó Cyrus a su mujer una vez a

solas en el pasillo.

—Cariño, es por precaución…

—¡Separarlos es por precaución! Es lo que acordamos, Dávila —replicó.

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—Arkhan está de acuerdo, ¿vale? Él es ahora quién decide sobre los niños.

—Ese no era el deseo de Áthena —recalcó apretando la boca.

—Lo sé. Pero Áthena ya no está, y nosotros debemos asegurarnos de que podremos recurrir a ellos

si las cosas llegan al límite.

Blair se encontraba sentada al borde de la piscina que estaba situada en el jardín trasero de la

mansión, también de estilo español, con palmeras de hoja grande en las cuatro esquinas curvas y

zonas de tumbonas en dos de los lados. A su madre siempre le habían encantado las plantas, así que

no sólo la mansión estaba rodeada de flores: peonias, lantaras, azaleas, hortensias o rosas, sino que

en el jardín trasero habían un pequeño espacio de arbustos y flores rodeando una palmera, separando

la piscina de la zona de mesas. También estaba lo que ellos llamaban «la casa de la piscina», aunque

en realidad era un pequeño chalé de dos plantas unido a la mansión. Estaba anocheciendo y la luz del

crepúsculo flotaba sobre el jardín dotándole de un halo mágico. La niña se había quitado los zapatos

para poder meter los pies en el agua sin importarle que estuvieran en noviembre y la temperatura

fuera baja. Gary la vio por la ventana de la cocina, y salió afuera para sentarse a su lado, quitándose

también los zapatos y los calcetines y subiéndose los pantalones hasta las rodillas antes de meter los

pies.

—Todo saldrá bien —le dijo con los ojos aún húmedos de haber estado llorando.

—¿De verdad?

—No —respondió—. Lo decía para animarte. —Movió los pies dentro del agua—. La verdad es

que no sé qué va a pasar.

—No quiero separarme de vosotros. —Su inocencia se notó al hablar.

—Yo tampoco —admitió.

La niña comenzó a llorar a lágrima viva. Gary vaciló antes de rodearla con su brazo derecho. Nunca

se le dio bien consolar a nadie. Ni siquiera a sus hermanos. Pero aún así lo hizo. Después de todo, ya

no viviría con ella más. Los cuatro hermanos restantes aparecieron por detrás y se sentaron a ambos

lados haciendo una fila en el borde de la piscina.

—¿Cuánto tiempo creéis que pasará antes de que volvamos a vernos? —preguntó Robbie con la

mirada perdida—. Yo creo que nunca volveremos…

—¡Cállate! —le chilló Blair—. ¡Eso no va a pasar!

—¡Claro que sí! —replicó.

—¿Por qué no puedes cerrar tu bocaza? —le reprendió Gary.

—¡Que no! ¡Que te calles! —gritó más alto Blair a Robbie.

—Los tres. Ya vale —dijo el mayor con una voz firme pero apagada al mismo tiempo.

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Robbie y Blair se intercambiaron una mirada de arrepentimiento, pero Gary no mostró nada.

—Vamos a hacer una cosa —reflexionó—. Cada uno de nosotros va a darle algo suyo a otro para

que nunca olvide que no estará solo —dijo recordando el significado de las esclavas que su madre les

habían entregado.

—No sé qué sentido puede tener eso —murmuró Robbie.

Jimmy ignoró el comentario. En ocasiones Robbie podía parecer el chico más rancio de todo el

planeta.

—Me parece una buena idea —estuvo de acuerdo Mark.

—Empezaré yo —dijo Jimmy.

Se puso en pie y caminó hasta las escaleras del porche que daba a la cocina. Sus hermanos lo

siguieron y se colocaron formando un círculo a diferentes alturas. El chico sacó de su bolsillo una

pequeña bolsita de cuero marrón atada a un cordel a juego, y se lo entregó a Mark colgándosela al

cuello.

—Dentro hay bolitas aromáticas bañadas en aceites de bergamota y lavanda —explicó—. La

mezcla de olor es un poco rara, pero juntas ayudan a mantener el equilibrio entre el cuerpo y la

mente —le dijo.

—Seguro que me hará falta. —Abrió la bolsa para oler el interior.

El propio Mark se quitó de la misma muñeca donde llevaba la esclava, una pulsera con diminutos

cubos de madera blancos con letras chinas talladas en negro, separados por cuentas más pequeñas, y

se la puso a Kitty.

—Ai. Tamashi. Kazoku. —Señaló con el dedo cada cubo según pronunció cada palabra—. Amor.

Alma. Familia.

Kitty no esperó ninguna explicación. Mark nunca había sido un chico de muchas palabras.

—Gracias Mark. —Lo besó en la mejilla.

Ésta a su vez, se quitó una fina diadema negra de goma elástica que se ajustaba a todo tipo de

cabezas sin dar de sí, y se la colocó a Gary, echándole el flequillo hacia atrás. Era lo único que podía

ofrecerle en ese momento.

—¿Qué hago si me corto el pelo?

—La utilizas de collar o pulsera. —Rió.

Él sonrió.

—Hecho.

Gary llevaba una fina cadena de plata al cuello que se desabrochó. Manteniéndola abierta, se quitó

la alianza, también de plata, que tenía en el dedo índice de la mano derecha y la deslizó por la

cadena. Cogió la mano de Blair y sacó el pequeño anillo igual que el suyo que ésta tenía en su dedo

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corazón para deslizarlo también por la cadena, de modo que al ser más pequeño se acoplaba dentro

del otro anillo pareciendo uno solo. Se inclinó hacia su hermana y le abrochó el colgante por detrás

del cuello. Ella lo acarició con sus suaves dedos y se lanzó a los brazos de él.

—Siempre estaré contigo, ¿vale? —susurró Gary—. No me olvidaré de ti.

A Blair le encantaban los animales, sobre todo los delfines. Por eso llevaba una pulsera de plástico

con pequeños delfines en azul. Se la quitó y la colocó en la muñeca de su hermano Robbie.

—Sé que es un poco infantil, pero… —dijo con dulzura.

—Es perfecta —la interrumpió con una sonrisa en los labios, y lo besó en la mejilla—. Siento lo de

antes.

Robbie debía entregarle su regalo a Jimmy, pero nunca acertaba con los regalos de cumpleaños de

sus hermanos. Su madre o Mark siempre los escogían por él.

—Pensaba regalarte uno de mis calcetines usados, pero…

—¡Agh, Robbie! —se quejaron al mismo tiempo las dos chicas.

Él les dedicó una sonrisa divertida. Le encantaba bromear.

—Pero… —continuó diciendo tras la interrupción—, viendo los bonitos regalos de los demás, he

pensado que te gustaría más esto que un calcetín.

Sacó de su bolsillo una pequeña bola de billar negra, de esas que se agitaban y te respondían «Sí»,

«No» o «Quizás» a la pregunta que formularas. La había cogido de su habitación para preguntarle el

futuro que les depararía, y se la entregó a su hermano.

—Espero que te ayude cuando lo necesites.

Jimmy la giró en su mano y formuló una pregunta:

—¿Volveremos a vernos? —Agitó la bola y leyó la respuesta: «Sí». Sonrió y dijo—: Gracias, Rob.

—Lo miró—. Es justo lo que necesitaba.

Tras permanecer unos minutos en silencio, la mujer apareció para avisarles de que al día siguiente

los llevaría con sus nuevas familias; así que esa sería la última noche que estarían juntos. Después

volvió a dejarles a solas.

—Hagamos una última cosa —propuso Robbie poniéndose de pie.

Sus hermanos lo miraron sorprendidos.

—Vamos, levantaros. —Se impacientó y caminó hasta un lado de la piscina, dejando una pequeña

distancia.

El resto lo siguieron intrigados. Robbie cogió las manos de Mark y Blair.

—Saltemos al agua —dijo excitado.

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Los demás siguieron la mirada del chico hacia la piscina y rieron. Se colocaron nuevamente en fila

y se cogieron de las manos. Mark, Robbie, Blair, Gary, Jimmy y Kitty. Cerraron los ojos e inspiraron

con fuerza para que el aire les llenara los pulmones. Volvieron a abrirlos y se miraron entre ellos.

—Uno... —Comenzaron a contar al unísono de cara a la piscina—, dos… —Se miraron otra vez.

—¡El último en saltar prepara el desayuno de mañana! —gritó Blair y se soltó para poder salir

corriendo.

El resto la siguió hacia la piscina entre risas para saltar al agua tras ella e intentar no ser el perdedor

de la que sería la última de sus habituales y tontas apuestas.

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CCIINNCCOO CCAAMMIINNOOSS

Todos los días Dios nos da un momento en que es posible cambiar todo lo que nos hace

infelices. El instante mágico es el momento en que un sí o un no pueden cambiar toda nuestra

existencia. PAULO COELHO

Durante los meses siguientes a su separación hicieron todo lo que estuvo en sus manos para volver

a estar juntos: desde ser completamente antisociales con sus familias de adopción para que les

devolvieran a un orfanato y poder reunirse allí con el resto, hasta intentar escaparse. Pero nunca

lograron su propósito. La mujer no les dio dirección o número de teléfono alguno para que pudieran

ponerse en contacto, así que el último recurso que les quedaba era esperar a que todos fueran

mayores de edad para poder marcharse de casa y, de algún modo, reunirse de nuevo.

******

Se quitó los cascos y puso en pausa el reproductor de su ordenador cuando sonaba «Have A Nice

Day» de Bon Jovi. Se levantó de golpe de la silla, cubrió el brazalete de cuero de su brazo izquierdo,

bajándose la manga larga, y abrió la puerta antes de que pudieran llamar. Al otro lado se encontraba

un hombre de raza negra de alta estatura, con barba, bigote y perilla unidos, enfundado en un traje de

chaqueta. El chico, que era más o menos de su misma altura, con el pelo corto de color negro y barba

de dos días, lo dejó pasar sin decir nada.

Era el único que había permanecido en Aberdeen desde el suceso. No había vuelto a dormir desde

entonces, y no sabía por qué. Había tenido problemas con la primera familia que lo adoptó, así que el

director de una escuela privada para jóvenes con problemas, de la cual nunca había oído hablar,

arregló los papeles para ocuparse de él a los pocos meses. Guardó su saxofón en el fondo del armario

nada más tener asignada la habitación, y cuando aceptó que no volvería a ver a sus hermanos decidió

apuntarse a Tae Kwon Do para liberar tensiones, olvidándose del instrumento.

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El hombre de color, quién le había ayudado en todo lo que pudo, recorrió la habitación con la

mirada, apreciando el claro desorden que mostraba: Papeles, libros y recortes encima de la cama,

más papeles sobre el escritorio, una toalla con restos de sangre y barro en una esquina… El chico se

dio cuenta y dijo:

—Vamos John, no estoy de humor. —Volvió a sentarse en la silla.

—¿Anoche saliste a cazar, no es así? —preguntó y suspiró al no obtener respuesta—. Sí…, claro

que saliste —prosiguió—. No puedes seguir así. Debes controlarte. Ya no eres ningún crío.

—¿Y qué?

—Cuando cumpliste la mayoría de edad decidiste quedarte para que te ayudara, pero no me estás

dejando hacerlo —dijo—. No puedes pasar por esto solo.

—Eso nunca ha sido un problema, ¿no John? —Guardó un montón de folios con garabatos en una

carpeta de cartulina y la tiró contra el escritorio al mismo tiempo que levantó la voz—: ¡Siempre he

estado solo! ¡Desde que ella murió!

—No estás bien, Jimmy —lo miró preocupado.

—¿Y qué quieres que haga? —gritó, y se levantó con tanta fuerza de la silla que esta salió

disparada hacia atrás—. ¡He estado buscando! —Señaló las pilas de libros abiertos y cerrados que

había encima de la cama y parte del suelo—. ¡No he parado de hacerlo! No sé… lo que soy —dijo en

tono desesperado.

John sintió como el vello de sus brazos se erizaba y todo su cuerpo se puso en tensión. Había tenido

esa misma conversación decenas de veces desde que Jimmy empezara a sufrir los cambios. John

había sabido como paliarlos de algún modo, pero cada vez eran más patentes y ya no era suficiente.

Jimmy se había cerrado en banda, sin poder controlarse, y sólo había una manera de arreglarlo.

—Tranquilízate, ¿de acuerdo? —Dio John un paso atrás con las manos elevadas de la misma forma

que antes—. Tus ojos han cambiado. Cálmate.

Jimmy lo miraba realmente furioso. El iris de sus ojos gris metálico se había vuelto tan negro y

brillante como la tinta. Respiró profundamente unas cuantas veces y recuperaron su color natural.

John, que parecía haber salido de una sauna, sacó un pañuelo blanco del bolsillo de su chaqueta de

color gris para secarse el sudor de la frente.

—Puede que los hayamos encontrado —dijo mientras hacía un nuevo repaso de la organización que

el chico tenía en la habitación—. Date una ducha, relájate y pon las cosas en orden. Cuando estés

listo ven a mi despacho.

Antes de que John terminara de hablar, y nada más escuchar que era probable que los hubieran

encontrado, colocó en su lugar la silla que tiró, apagó la pantalla del ordenador y abrió la puerta con

unos movimientos imperceptibles para los ojos de John. Aún no se había acostumbrado a las

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habilidades sobrenaturales de su hijo adoptivo. Le hizo un gesto con la cabeza para que saliese de la

habitación, y John echó un último vistazo al desorden. Resopló, y salió del cuarto.

Cruzaron todo el pasillo hasta llegar a las escaleras. Salieron del edificio y siguieron los caminos

que atravesaban los jardines que dividían el recinto en Áreas. Llegaron a una zona cuyo cartel

grisáceo nombraba como «Área de Atención» y, una vez dentro, subieron hasta la tercera planta,

donde al final del pasillo se encontraba el despacho de John Boone. El despacho era elegante, en

tonos marrones pino y sillones de cuero negro. La mesa estaba llena de carpetas de colores y un

montón de papeles revueltos. Jimmy sonrió al verla.

—¿Y luego te sorprendes al ver mi habitación? —recriminó de forma divertida, algo ya poco

habitual en él.

—Muy gracioso —respondió, sabiendo que llevaba razón.

Le hizo un gesto con la mano para que tomara asiento en uno de los sillones y a continuación se

dirigió al suyo, el de detrás de la mesa. Rebuscó entre los papeles sueltos y después de unos minutos

consiguió sacar un folio medio doblado con algunas direcciones. Le echó un vistazo y rebuscó en el

montón de carpetas que había sobre la mesa para coger una de color negro. La abrió y le dio lo que

había en su interior al chico.

—Son copias de los papeles de adopción de cada uno de vosotros. He comprobado los datos

llamando por teléfono a primera hora. Ninguno permanece con la familia que lo adoptó. —Jimmy

levantó la vista de los papeles—. Pero la información que has estado recopilando nos ha servido de

mucha ayuda. ¿Has pensado qué vas a decirles si les localizamos?

Sacó de su bolsillo cuatro papeles amarillos doblados en tres partes a modo de carta de notificación,

que siempre llevaba encima, y los dejó sobre la mesa. Después sacó del otro bolsillo trasero un

recorte de periódico y lo observó con detenimiento.

—Haz copias de esto y adjúntalo con las cartas —dijo Jimmy con tristeza entregándoselo—.

Vendrán en cuanto lo lean.

John leyó el titular para sí, sintiendo un enorme estremecimiento. Quería que Jimmy se reuniera

con sus hermanos si eso iba a suponer que él se sintiera mejor, pero no estaba seguro de que volver a

verles fuera lo mejor para todos.

—Eso espero.

—Bien —respondió sin ningún tipo de expresión en su rostro—. Y luego tú y yo hablaremos,

¿verdad?

—Vengan o no vengan... —Lo miró—, te prometo que hablaremos.

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Permaneció unos segundos en silencio. Se pensó dos veces lo que iba a decir, y se decidió a

hacerlo.

—No sé cuándo..., pero sé que vendrán. Aunque no todos.

John lo miró extrañado.

—¿Cómo lo sabes? —le preguntó.

Jimmy sacó otro papel del bolsillo, siempre los tenía llenos de cosas, lo desdobló y lo dejó sobre la

mesa.

—Porque lo he visto.

El hombre cogió el papel y observó el dibujo de cinco personas reunidas en una sala que le

resultaba familiar. Era el recibidor de ese mismo edificio.

Una mujer joven y bajita de pelo castaño anaranjado y liso, de la misma edad que Jimmy, veintitrés

años, irrumpió en la habitación sin ni siquiera llamar a la puerta. Vestía un vaquero azul marino y

una camiseta de manga corta con puntos estampados. El chico ni siquiera se preocupó por saber

quién era, lo supo por su olor. Ese olor a lavanda tan profundo que le alteraba la sangre, así que

permaneció en la misma posición.

—¿Es que no sabes llamar? —preguntó John.

—Los tenemos —dijo sonriente ella tras cerrar la puerta e ignorar la pregunta.

Cruzó la habitación y dejó una nueva carpeta sobre la mesa. Antes de que John pudiera alcanzarla,

el chico se adelantó. Ella le dedicó una mirada furiosa, aunque comprendía su desesperación, y se la

quitó de las manos para dársela a quien era su jefe, John Boone. Éste sacó los papeles y los leyó

detenidamente durante un rato mientras el chico lo miraba impaciente.

—Sí que se han tomado molestias —murmuró.

—¿Dónde están? —Jimmy se irguió en la silla cuando habló.

—Sólo tenemos a cuatro —contestó la chica—. Una de las chicas se mueve deprisa y no es fácil

seguir su rastro.

Jimmy sonrió para sí. Sabía quién era esa escurridiza hermana que no se dejaría atrapar con

facilidad.

—Gracias Sam —le agradeció John a su pupila—. Buen trabajo.

—El mérito no es sólo suyo —desmereció Jimmy con condescendencia.

—Si quieres quedarte con el mérito, de acuerdo. Pero un simple «gracias» habría bastado —se

ofendió ella cruzándose de brazos—. Al fin y al cabo son a tus hermanos a los que estamos

buscando.

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Él arrastró la silla hacia atrás para levantarse y giró a su izquierda para ponerse cara a cara frente a

la chica, a quien sacaba al menos una cabeza. No quería comportarse así con ella, pero no podía

evitarlo. Sólo su presencia le alteraba todo su cuerpo.

—Gracias —dijo arrastrando la palabra entre sus labios.

—¿Ves cómo no era tan difícil? —le recordó.

Sam tenía muchas agallas, puesto que nadie se había atrevido a hablarle así. Ni siquiera John. Pero

ella ya estaba acostumbrada a tratar con chicos indeseables, gruñones y cretinos.

Jimmy se acercó un poco más a ella, incapaz de mantenerse alejado, y enseñó de forma

inconsciente los dientes, pudiéndose apreciar de cerca unos pequeños pero puntiagudos colmillos. Al

ver que los ojos de Jimmy cambiaban de color, John se apresuró a colocarse entre ambos para

proteger a Sam, que le sostenía una mirada desafiante y a la vez acongojada.

—Ya es suficiente. —Retrocedió un par de pasos llevándose consigo a Sam—. Te llamaré cuando

tengamos algo más.

Jimmy emitió un sonido discordante sin dejar de mirar a la chica y, resistiéndose a todas las

necesidades que sentía en ese momento atraído por la rabia y el penetrante olor a lavanda, abandonó

el despacho. Tras cerrar la puerta oyó cómo John preguntaba a Sam si se había vuelto loca por

hablarle de esa manera, a lo que ella respondió con un contundente: «No le tengo ningún miedo».

Justo después de oír aquello, Jimmy dio media vuelta y abrió la puerta para abalanzarse sobre ella;

pero John se interpuso nuevamente en su camino, intentado sujetar al chico para que no llegara hasta

su objetivo.

—Deberías —le dijo a Sam refiriéndose al miedo que según ella no tenía.

—Por favor, Jimmy —suplicó John.

—Podría dejarte inconsciente y desangrarla antes de que pudierais pedir ayuda, John. Así que

procura que se mantenga alejada de mí —advirtió con voz amenazadora.

Dio un paso atrás y volvió a fijar su mirada en ella. En esos ojos redondos y claros, su piel de

apariencia suave y su rostro lleno de dulzura. Sam volvió a mirarle sin miedo, esperando una

reacción de él, pero Jimmy finalmente se marchó.

Se detuvo en mitad del pasillo apretando los puños, y la rabia lo consumió por dentro: Asestó dos

puñetazos a la pared, rompiéndola; golpeó un sillón con una patada, haciendo que se moviera, y

volcó una máquina expendedora de café. John y Sam lo escucharon desde el interior despacho, pero

no se atrevieron a salir. Cuando Jimmy salió al exterior y logró calmarse un poco, sacó una pequeña

bola de billar negra de debajo de su camiseta.

—¿Mi visión es cierta? —preguntó en voz alta, y agitó la bola.

«Sí», apareció en ella y el suspiró.

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******

Era tan de noche que las escasas farolas que había en la calle no conseguían iluminarla del todo. Al

fondo, casi pegada a la pared que convertía la calle en un callejón, había una puerta metálica con un

cartel encima de color rojo apagado que decía: «La Caja». Siempre parecía estar cerrado, pero lo

cierto es que dentro estaba hasta los topes.

La primera planta era similar a un bar nocturno de carácter erótico: un par de barras de bar, unas

cuantas mesas con sillones de cara a un escenario donde chicas semidesnudas bailaban y una

pequeña pista de baile. Al fondo de la sala había unas escaleras que llevaban hacia abajo, a la parte

que realmente mantenía en pie ese lugar.

—Ya sabes lo que tienes que hacer, chico —dijo un hombre que rozaba los ochenta—. Habrá

mucho dinero en juego.

La habitación estaba iluminada únicamente con la lámpara que había sobre la mesa, pero podía

distinguirse el humo deprendido por el puro que fumaba el viejo y la madera desgastada del

mobiliario.

—No pienso dejar que me toque —respondió una voz jovial arropada por la penumbra de la

habitación.

—Así no lo haces tan interesante —se quejó en tono amistoso.

—Al cincuenta y no me tocará —propuso. No estaba dispuesto a ceder—. Lo tomas o lo dejas.

—Lo tomo…, por supuesto —aceptó sin vacilar, aunque no sin molestarse por la arrogancia del

chico.

La voz jovial correspondía a un chico de cuerpo atlético. Tenía el pelo ondulado, cortado a capas

que llegaba justo por debajo de sus orejas, y de color castaño. Llevaba puesto un chándal negro y una

camiseta blanca de manga corta debajo de una chaqueta con capucha. Se ajustó las gafas

fotocromáticas de cristal rojo que impedía la distinción de su color de ojos, y que llevaba siempre

puestas desde que empezara a padecer fotofobia hacía unos años, y abrió la puerta de la habitación.

Salió a una gran sala con el suelo y las paredes de hormigón gris, donde en el centro, y rodeado por

decenas de sillas, había un cuadrilátero dentro de una gran jaula de vallas metálicas y unos focos con

una luz tan potente que aún con las gafas le molestaba. Dentro de la jaula lo esperaba un hombre que

le sacaba al menos una cabeza y que tenía dos cuerpos más que él. Avanzó hasta el ring a través del

pasillo que formaba la separación dejada entre la minuciosa colocación de los asientos, y entró en la

jaula. El público, que abarrotaba el local, gritó entusiasmado al ver la diferencia entre ambos

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luchadores una vez colocados frente a frente. Un tercer hombre se encontraba dentro del ring

ejerciendo de presentador.

—¡Se abren las apuestas! —anunció.

El público respondió al unísono con gritos de entusiasmo. Varios hombres y mujeres vestidos con

traje, distribuidos por sectores, apuntaban y recogían el dinero que los apostantes ponían en juego.

Tras diez minutos de espera para que todos los presentes pudieran hacer su apuesta, el presentador

gritó el cierre de las mismas. Los encargados de recaudar el dinero se reunieron en una mesa situada

al fondo de la sala y, tras hacer las cuentas, una de las mujeres se acercó al cuadrilátero para darle el

resultado al presentador.

—¡Las apuestas están cinco a uno contra el muchacho! —gritó— Lo siento chico. —Se dirigió a

Gary —Me parece que hoy no es tu noche.

—Ya veremos —respondió sin quitar la mirada oculta de su oponente.

El hombre que sobraba en aquel combate salió a toda prisa del cuadrilátero y cerró la jaula con un

candado. Gary se quitó la parte superior del chándal, dejando ver sus marcados músculos y su cuerpo

trabajado, y la dejó caer al suelo. Respiró profundamente, como si quisiera permanecer en un estado

de calma, y distinguió el olor de ocho marcas diferentes de tabaco. Su mente se aisló de todo el ruido

que se estaba produciendo, y la voz de su oponente diciendo «No me vas a durar nada, pequeño»

retumbó en su cabeza. Creyó sentirse mareado al oírlo y se llevó la mano a la sien con un gesto de

dolor; aún no podía controlarlo. Meneó la cabeza para despejarse, se colocó la cinta elástica que tenía

al cuello en el pelo echándose los cabellos hacia atrás, y avanzó unos pasos para situarse enfrente de

su rival.

—¿Te digo lo que va pasar? —le dijo con desdén. Su oponente no respondió—. Voy a dejarte K.O.

antes de que puedas siquiera rozarme, pequeño. —Sonrió.

Su rival lo miró desconcertado. Gary dio un paso hacia atrás y movió la cabeza de un lado a otro

estirando cuello y hombros. En cuanto sonó el agudo timbre de la campana, el hombre se abalanzó

contra el chico, pero éste lo esquivó sin problemas y lo golpeó con el brazo extendido en la nuca,

teniendo que saltar para hacerlo, y consiguiendo así que su oponente se golpease contra la verja. Se

dio la vuelta lleno de rabia y volvió a abalanzarse sobre él intentando abrazarle, pero Gary volvió a

esquivarle saltándole por encima y colgándose en la verja de la parte superior de la jaula. Después de

balancearse rápidamente una vez, saltó hacia delante y quedó apoyado con un pie sobre la tercera

cuerda y con el otro sobre la verja lateral, agarrándose también con una mano. Cuando su rival se

percató del movimiento y se dio la vuelta para emprender un nuevo ataque, Gary se lanzó hacia él

con los brazos extendidos. Le agarró la cara con las dos manos estando en el aire y, cuando apoyó los

pies, se irguió, tomando así el impulso suficiente que le permitió coger fuerza para lanzar a su rival

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por los aires, quedando éste tendido entre la verja y el ring. Gary se colocó agazapado en posición de

ataque por si su rival volvía a levantarse, aunque en realidad sabía que eso no iba a suceder, y se

ajustó las gafas al rostro, que apenas se habían movido de su sitio.

El presentador abrió la jaula apresuradamente para comprobar el estado del luchador tendido en el

suelo. Sólo estaba inconsciente. A continuación se acercó a Gary, que lo esperaba de pie con cara de

satisfacción, y levantó su brazo izquierdo declarando que era el vencedor. El público le aplaudió a

pesar de que la mayoría había perdido una gran suma de dinero, pero la gente que acudía a ese lugar

solía ser adinerada y ya habían oído hablar del chico imbatible, así que apostar porque perdiera el

aliciente de todas las noches. Gary abandonó el ring tras coger la chaqueta del chándal y se dirigió al

despacho de donde había salido. Allí lo esperaba la misma persona de antes, sentado en la misma

posición y acabando de fumarse el puro.

—Impresionante —le felicitó—. Un espectáculo grandioso. —Soltó ceniza—. Corto… pero

grandioso.

—Adulador —contestó con brusquedad.

—Rápido y directo. Igual que cuando luchas.

Gary respiró hondo. No soportaba a aquel tipo. Muchas veces se preguntaba a sí mismo por qué

seguía trabajando para él. Por supuesto, era por el dinero.

—¿Vas a dármelo ya o tendré que cogerlo por mi cuenta? —preguntó impaciente.

El hombre dejó el puro en el cenicero, echándolo hacia un lado, y se levantó apoyando sus manos

en la mesa.

—Si me tocas un pelo no saldrás vivo de aquí —amenazó.

Gary se echó a reír

—¿En serio? Me encantaría comprobarlo. —Sonrió apoyando las dos manos sobre la mesa,

imitándole, y percibió el olor a colonia barata—. Pero no quiero matarte. —Volvió a erguirse—. No

soy un asesino.

—Eso es porque no quieres serlo. —Volvió a sentarse—. Podrías formar parte del equipo.

Gary puso los ojos en blanco, aunque el hombre no le vio hacerlo. Sabía que esas peleas

clandestinas en la planta baja del local no eran el único negocio que el hombre llevaba, mas no

quería involucrarse más.

—¿Puedo hacerte una pregunta? —El chico se encogió de hombros—. ¿Cómo lo haces?

—¿Hacer el qué? —contestó en tono cansado.

—Ganar siempre.

Pensó su respuesta. Tras reflexionar durante unos segundos sobre todo lo que le había estado

pasando los últimos cinco o seis años, siendo cada vez peor, decidió esquivar la pregunta.

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—Mientras no lo haga contra ti, no es asunto tuyo —dijo con firmeza—. ¿Me das mi dinero ya?

Mañana tengo examen.

El viejo se quedó observándolo. Dio una larga calada al puro para acabarlo y sacó un sobre del

cajón. Lo arrastró despacio por la mesa y Gary lo cogió cuando lo tuvo junto a su mano. Lo abrió y

sacó el dinero para contarlo. Tras comprobar que estaba todo, lo guardó y le miró.

—Hasta mañana —dijo a desgana.

—Que descanses —respondió el viejo alegremente—. ¡Y suerte con tu examen!

Gary salió de la habitación. Entró en otra sala con un cartel de «Privado» en la puerta, abrió la

taquilla y metió el sobre en el fondo de su mochila. Sustituyó el chándal negro por unos vaqueros

azules anchos y se puso una sudadera encima de la camiseta. Se ató los cordones de las zapatillas

después de ponerse los calcetines y sacó de un bolsillo interno de la mochila un brazalete de cuero

marrón que se colocó en la muñeca izquierda.

Vivió en Maine, al este del país, con una familia adinerada de cuatro miembros en la cual las dos

hijas también eran adoptadas. Decidió no llevarse su piano porque pensó que le traería demasiados

recuerdos, y tuvo razón. Cada vez que le hacían estar en el salón donde se encontraba el piano de

cola negro para recibir a las visitas, no apartaba sus ojos de él. Era exactamente igual al que tenía su

madre en el segundo salón de su antigua casa, y se negó a tocarlo hasta que comprendió que tenía

que seguir con su vida, retomando las clases de piano. Pero no volvió a ser el mismo.

Se mudó a Massachusetts al terminar el instituto para iniciar sus estudios de Medicina en la

Universidad de Harvard, y no quiso saber nada más de la familia con la que había vivido los últimos

años. Desde entonces estudiaba por el día con una beca completa debido a sus excelentes notas, y

trabajaba por la noche en aquel club nocturno para vivir de forma cómoda en un ático cerca de la

universidad. Cada vez que intentaba dormir se despertaba a los cinco minutos escuchando los gritos

y sollozos de sus hermanos, así que simplemente no dormía. Tenía veintiún años.

Fuera de la habitación lo esperaban tres hombres, al parecer, amigos apostantes del rival al que

Gary había dejado inconsciente en el ring. Cerró la puerta al salir y pasó por en medio de los tres sin

prestarles atención. Uno de los hombres puso su mano en el hombro del chico. Gary se detuvo y lo

miró de reojo.

—¿Crees que puedes hacerme perder tanto dinero e irte a casa sin más? —le dijo el hombre situado

en el centro.

Gary no se lo pensó dos veces. Golpeó con el codo izquierdo al que lo sujetaba por el hombro,

haciéndole caer al suelo, y al que se abalanzó sobre él lo noqueó de un derechazo en la cara,

provocando un revuelo en la sala y la salida de su jefe del despacho. Agarró por la camisa al que

quedaba en pie, el que le había hablado, y lo empotró contra la pared sin soltarlo.

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—No volváis a tocarme. —Le enseñó los dientes de forma inconsciente al mismo tiempo que lo

agarraba con más fuerza, lleno de rabia.

Notó cómo sus ojos oscurecían, así que Gary soltó al hombre, miró a su jefe y se marchó de allí.

Salió al callejón, donde se encontraba la misma stripper con la que pasaba varias noches a la semana

para desahogarse y aprender a mantener su extraña necesidad a raya.

—Hoy no, Rachel. Lo siento —le dijo sin mirarla.

—¿Estás bien? —le preguntó, pero él siguió andando sin responder.

Llegó hasta donde tenía aparcado su Ferrari rojo, siendo el único lujo que había querido darse.

Prefería coches de alta gama más elegantes, como el Jaguar que su padre adoptivo le había dejado

conducir en más de una ocasión, pero el Ferrari había sido un antojo. Lo abrió con el mando a

distancia y, antes de entrar en él, vio un sobre de color amarillo en el parabrisas. Lo cogió y, una vez

dentro del vehículo, sacó lo que había en su interior. Un trozo de periódico recortado cayó al

desdoblar el folio. Tras leer la hoja y únicamente el titular del recorte, dejó todo sobre el libro de

Patología Médica que se encontraba en el asiento del copiloto, se quitó las gafas para frotarse los

ojos y se apoyó sobre el volante durante unos segundos, derrotado. Miró de soslayo el recorte y la

carta, y arrancó el coche.

******

Fueron los únicos que salieron del país, lo que supuso que también fuesen los primeros a los que el

resto pareció dar por perdidos. Lo único que les ayudó es que, a pesar de todo, se tenían el uno al

otro. Pronto desestimaron la idea de poder regresar a Estados Unidos por su cuenta, así que

decidieron portarse bien hasta que vieran una ocasión clara. Robbie perfeccionó su técnica con la

guitarra y comenzó a bailar Break en la calle con un sobrino de su madre adoptiva, ya que ellos dos

eran los únicos hijos de la familia. Por otro lado, Mark se apuntó al equipo de fútbol del instituto, lo

que le hizo tener bastante éxito con las chicas. Todo parecía perfecto. Pero necesitaban algo más. Les

faltaba algo y ellos lo sabían. Así que esperaron a terminar el instituto para salir de Londres e ir a la

Universidad de Canadá. Llevaban ahorrando desde que llegaron a su casa londinense. Gracias a sus

respectivos talentos y a la parte de la herencia que, como el resto de sus hermanos, habían heredado

de su madre al morir, consiguieron juntar una gran suma de dinero. Una vez en Vancouver,

alquilaron un ático cerca de la universidad. Tenían veinte años.

Les gustaba pasear cuando el día estaba nublado, hiciera frío o no, sobre todo si estaba

anocheciendo. Andaban por una zona desierta del parque que había detrás de su edificio cuando

escucharon unos lejanos gritos de auxilio, aunque a ellos les pareció que provenían de un lugar muy

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cercano. Se miraron el uno al otro y, sin decirse nada, se encaminaron hacia el lugar de las voces.

Tras caminar unos diez minutos llegaron al lugar. Cuando se asomaron con sigilo sin ser vistos,

vieron a un grupo de chicos más o menos de su edad acorralando a una chica.

—¡Eh! —llamó su atención Robbie—. ¿Por qué no la dejáis en paz?

Uno de los chicos del grupo, el que aparentaba ser el cabecilla, se giró para ver quién era el

estúpido que había interrumpido su diversión.

—Lárgate, si no quieres ser el siguiente —respondió con chulería.

—¿En serio? —Se mofó Robbie—. Tú… ¿y cuántos más? —El grupo de chicos se giró de

inmediato, enfadados y olvidándose de la chica—. ¡Oh, déjame contar! —Robbie se lo estaba

pasando realmente bien—. ¿Seis? —Su sonrisa se hizo más grande, dejando ver sus dientes

perfectos—. Esto va a ser muy divertido.

Sin que nadie se diese cuenta, Mark apareció detrás de la chica, que miraba aterrorizada a Robbie.

La cogió del antebrazo para tirar suavemente de ella, y le dijo con su fría voz que se fuese lo más

deprisa que pudiera de allí. Ella tenía tanto miedo que no pudo moverse. La segunda vez que Mark la

ordenó que se fuera, sus ojos habían cambiado de verdes a negros, así que ella salió corriendo de

inmediato. Cuando algunos del grupo se giraron para impedir que su presa escapase, se toparon con

Mark, que aunque no se divertía tanto como su hermano, al menos se distraía.

—¿Tú qué crees, hermano? —Estiró los brazos Robbie hacia delante mientras giraba su cuello para

hacerlo sonar. Sus ojos también habían oscurecido—. ¿Dejamos que se larguen?

—Creo que antes podemos charlar con ellos. —Sonrió.

Mark medía más o menos un metro setenta y cinco. Seguía llevando su melena castaña

sobrepasando las orejas, aunque se le había oscurecido, y su dulce rostro no encajaba con su actitud

distante. Era delgado, mas como había estado practicando deporte a conciencia, sus músculos se

marcaban. Robbie, sin embargo, era bastante más musculoso además de un poco más alto, y se le

había ondulado el pelo. Ahora él parecía el mayor.

Los miembros de aquella pandilla no sabían si sentirse asustados o sorprendidos. Robbie dio un

paso hacia delante volviendo a girar su cuello y el grupo de amigos retrocedió a su vez.

—Vamos, ¿no teníais tantas ganas de fiesta? —les preguntó Robbie—. Ah no…, esperad. Había

olvidado que para que vosotros os divirtáis… yo tengo que ser una inocente e indefensa chica.

—Mira tío, sólo era una broma —dijo el cabecilla del grupo.

—Juraría que la chica no se estaba riendo —replicó Mark desde detrás.

Robbie caminó a paso ligero hasta el grupo de chicos y enganchó al cabecilla por la cazadora,

empujándolo hasta el árbol que había al lado de Mark y pasando entre medias de todo el grupo. Le

puso su fuerte antebrazo en el cuello, y le dijo con voz aterradora:

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—Si vuelvo a encontrarte a ti o a cualquiera de tu grupo en una situación parecida a la de hoy, no

seré tan educado.

—De… acuerdo —respondió casi sin aliento.

El chico tosió al ser liberado por Robbie. Éste se giró buscando un contacto visual con su hermano,

quien asintió cuando lo encontró, y se marcharon con parsimonia ante la mirada del grupo. No

merecía la pena. No habían dado más de diez pasos cuando notaron que alguien tenía intención de

abalanzarse sobre uno de ellos. Antes de que pudiera alcanzarlo, Robbie se giró con una gran sonrisa

juguetona y los ojos aún de color negro, y lo cogió por la muñeca, golpeándole en el pecho con el

puño donde colgaba de su muñeca una pulsera infantil de diminutos animales azules. El chico salió

disparado hacia atrás.

—Juguemos pues— dijo Mark.

Otro de los del grupo se lanzó a por Mark. Éste lo detuvo con un simple puñetazo en la nariz,

rompiéndosela. Robbie percibió el distinguido olor y sintió cómo le inundaba todo el cuerpo,

rugiendo de forma inconsciente. Inmediatamente después, Mark extendió su brazo derecho para

impedir que su hermano avanzase.

—Será mejor que nos vayamos.

Robbie se resistió a marcharse, pero tras unos segundos de concentración y de forcejear con su

propio hermano, cedió y se detuvo. Lo miró y Mark asintió con la cabeza. Echaron un último vistazo

a los dos que estaban en el suelo, el resto del grupo había salido corriendo, y se marcharon.

Caminaron hasta que la noche les hizo desaparecer entre su oscuridad y volvieron a su ático.

Robbie dio un portazo al cerrar. Que se hubiera divertido en aquel momento no significaba que le

gustase luchar contra sí mismo. Intentó calmarse bebiendo un vaso de agua, pero al dejarlo sobre la

encimera este salió disparado contra la pared. Aún se sentía tenso. Todos los objetos de pequeño y

mediano tamaño comenzaron a vibrar al mismo tiempo que sus ojos volvían a oscurecerse. Sus

músculos se pusieron en tensión y luchó con todas sus fuerzas por tranquilizarse. Comenzó a

temblar. Su hermano Mark se acercó a él esquivando los objetos que salían disparados en cualquier

dirección, y le obligó a girarse para sujetarlo por las muñecas mientras se controlaba a sí mismo. Un

par de minutos después, el estado de excitación de Robbie pasó a uno de calma y los objetos dejaron

de moverse.

—¿Estás mejor? —le preguntó Mark.

—Sí… —respondió con una expresión de arrepentimiento en su rostro—. Gracias.

Mark le soltó las muñecas y se dio la vuelta para comprobar cómo había quedado la habitación tras

el temblor. Se percató de un sobre amarillo junto a la puerta, como si lo hubieran pasado por debajo,

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y atravesó el salón para cogerlo. Lo examinó por fuera mientras caminaba hasta el sillón y lo abrió.

Leyó la carta para sí mismo echándole un ojo antes al recorte de periódico que se había caído, y miró

a su hermano con cara de circunstancia. Éste se acercó y le quitó la carta de las manos para leerla.

Mark se levantó sin mirarlo y caminó hasta la cristalera para observar el horizonte. Robbie se unió a

él al terminar. Le rodeó los hombros con un brazo y apoyó su cabeza contra la suya.

—Nunca creí que pudiera suceder —dijo Robbie.

—Pues yo siempre tuve la esperanza —respondió su hermano, apretando una bolsita de cuero que

había sacado de debajo de su camisa.

******

Aunque vivió con la misma familia hasta cumplir la mayoría de edad, su padre adoptivo tendía a

cambiar mucho de ciudad por trabajo, y no consiguió levantar cabeza durante los primeros años tras

la separación. Su familia adoptiva la llevó de psicólogo en psicólogo sin obtener resultados y acabó

el instituto siendo casi una marginada social. Se marchó a la Universidad de Los Ángeles y tras un

primer año desastroso, decidió tomarse uno sabático marchándose a Las Vegas para probar suerte

como cantante. Tenía mucho talento, así que consiguió un trabajo en un hotel y a partir de ahí fue

ascendiendo en su propósito. Tenía diecinueve años.

Llevaba alojada en una de las habitaciones de lujo del Mandalay Bay Hotel & Casino, donde

actuaba cada noche, tres meses. Hoy sería la última vez. Abrió el gran armario de la habitación para

coger el único vestido que quedaba colgado y dejó caer la toalla al suelo. El vestido era de color

negro, cortado por el bajo en diagonal dejando ver solamente una de las dos rodillas, y con un único

tirante. Se puso las sandalias negras de tacón y cogió el bolso a juego que estaba encima de la cama.

De él sacó un brazalete de cuero marrón con un extraño símbolo de acero incrustado y se lo puso en

la muñeca izquierda. Era una chica de pequeña altura, de una figura esbelta y muy femenina. Tenía el

pelo liso y con volumen de color castaño caoba oscuro que sobrepasaba sus hombros en un corte

desfilado.

Fuera de la habitación la esperaba un botones para recoger las maletas. Cuando abrió la puerta y el

hombre la vio, no pudo evitar quedarse boquiabierto. Le dio un billete de propina y se dirigió al

ascensor. Los dos bajaron hasta la planta baja, donde el botones llevaría las maletas de la chica hasta

su coche y ella actuaría en ese hotel por última vez. Se dirigió al escenario y saludó a la banda con la

cabeza. Puso el micrófono a su altura y el público aplaudió para que comenzara. Los focos se

encendieron en una combinación de colores perfecta y las primeras notas del famoso «I will survive»

de Gloria Gaynor retumbaron en los altavoces colocados estratégicamente por toda la sala. El

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público, que había cantado y bailado a lo largo de toda la canción, aplaudió eufórico a su término, y

ella saludó amablemente tratando de esbozar una sonrisa que les complaciera. Abandonó el escenario

entre interminables aplausos tras una hora y media de concierto, y dos hombres de seguridad la

llevaron hasta una habitación privada, donde un hombre vestido de etiqueta muy cara la esperaba a

un lado de la mesa.

—Has estado sublime —la felicitó.

—Gracias —respondió sin ánimo.

El hombre la observó con cierta lujuria y rellenó el cheque. Nadie podría negarse a semejante

belleza. Lo cogió con rapidez y abandonó la habitación irritada para salir del hotel cuanto antes. No

soportaba sentirse observada, pero sabía ocultarlo muy bien dado el trabajo que había escogido.

Cuando llevaba más o menos la mitad del trayecto hacia una nueva ciudad, decidió parar en un bar

de carretera frecuentado habitualmente por hombres solitarios y camioneros que paraban allí para

descansar. Entró en el bar y todos los presentes dirigieron sus miradas hacia ella. Muy previsible

teniendo en cuenta que destacaba allí donde fuera. Ella lo sabía y ni siquiera el imaginarse que

cualquiera de los presentes se podría abalanzar sobre ella la inquietaba, pues habría podido

defenderse a la perfección de haberse dado el caso.

—Una Coca-Cola, por favor —le pidió al camarero cuando se aproximó a la barra—. Sin la rodaja

de limón.

Su presencia allí hacía que el bar tuviera un silencio inusual. Incluso en ese momento aquel sitio

parecía hasta agradable. De pronto esa tranquilidad fue interrumpida por la aparición en el bar de una

pareja habitual de cada fin de semana.

—¡Quién coño ha aparcado en mi plaza! —gritó el hombre nada más entrar.

Nadie respondió. Enfureció y cogió un botellín vacío de cerveza que había sobre una mesa

rompiéndolo de un golpe sobre la misma. La mujer que lo acompañaba como una perra en celo

pareció excitarse ante la situación.

—¡Sí, de quién es el puto coche «polideportivo» de niño de papá que está aparcado en nuestra

plaza! —gritó la mujer siguiéndole la baza a su hombre.

—Podéis aparcar vuestra mierda de ranchera en cualquier parte, chicos —les dijo el dueño

riéndose, haciendo que el resto se uniera a él—. Dejad de montar bulla.

La chica giró la cabeza por primera vez para mirarlos. El hombre no era mucho más grande que

ella, con apariencia de matón enfundado en una imitación barata de cuero negro; La mujer, vestida

también con cuero de imitación de varios colores que no conjuntaban entre sí, con aires de diva y un

maquillaje pésimo que intentaba disimular lo mayor que era.

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—Para tu información se dice «deportivo» —dijo desde la barra al darse la vuelta—. ¡Y es un

Lamborghini!

Nunca le habían gustado los coches caros y de gran potencia porque pensaba que contaminaban

demasiado, pero pensó que era el tipo de coche ideal si necesitaba salir huyendo de algún lado.

—¿Es tuyo? —preguntó el hombre con incredulidad.

—¿Acaso ves que esté hablando contigo alguien más? —Se giró sobre el taburete para mirarle de

nuevo, dándole un sorbo a la Coca-Cola.

—¿Quién te crees que eres?—gritó la mujer.

—No les hagas ni caso —le comentó el camarero a Blair.

Ella se volvió nuevamente hacia la pareja y se levantó. Dejó un billete de un dólar sobre la barra y

comenzó a avanzar hacia la salida, ignorando el comentario. Ya no le apetecía quedarse más tiempo.

La mujer, que parecía estar más animada a medida que avanzaban los segundos, no se acobardó y

cogió otro botellín.

—¡No te acerques más, zorra! —la amenazó.

Blair siguió avanzando hacia ellos despacio. La mujer lanzó la botella contra ella y Blair se cubrió

de forma instintiva con los brazos. Todo el bar pudo ver como a unos veinte centímetros de ella, el

vidrio se estrelló contra una barrera aparentemente invisible en un fugaz destello verde, haciéndose

añicos. Ahí estaba una vez más.

Paró el Lamborghini plateado enfrente del nuevo hotel donde iba a actuar y le dio las llaves a un

aparcacoches. Un botones la esperaba en recepción para llevar las maletas a la habitación que tenía

reservada. Cuando llegó a la habitación le dio una propina a su acompañante para que se largara y no

la molestasen hasta el día siguiente. Colgó su bolso en el perchero situado al lado de la puerta y,

antes de que pudiera quitarse las sandalias negras de tacón, llamaron a la puerta.

—Puede pasar —dijo ella suponiendo que sería el botones o el servicio de habitaciones olvidándose

de haberle entregado o dicho algo.

Al comprobar que nadie entró, abrió la puerta sin encontrar a nadie. Salió un poco al pasillo y pisó

un sobre amarillo con su nombre que se encontraba en el suelo. Lo cogió y, mientras se levantaba,

miró a ambos lados para ver si veía a quien hubiera podido dejarlo allí; pero el ascensor acababa de

cerrarse. Examinó el sobre con las manos y, una vez dentro de su habitación, lo abrió. Se acercó a la

mesa para coger un bombón de la cesta de bienvenida que se encontraba al lado, y se apoyó en el

borde para iniciar la lectura de la hoja amarilla detenidamente. Al terminar, leyó el recorte de

periódico: «Profesora local muere y deja huérfanos a seis hijos». Caminó hasta los ventanales a

través de los cuales se veía toda la ciudad, observando las cientos de luces que iluminaban la noche,

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y se quedó pensativa mirando el horizonte mientras jugueteaba con los dos anillos plateados que

llevaba colgados al cuello.

«Hola chicos.

Sé que esto puede parecer extraño porque no creáis que pueda ser yo, pero lo soy. Escribo

esto el día de mi cumpleaños y acordándome de Kitty porque también es el suyo. Os he estado

buscando desde aquel día en que nos vimos por última vez, y ahora que os he encontrado no

quiero volver a perderos. Quiero volver a veros. Necesito veros.

Sé que el estar juntos quizá no dependía de nosotros en esos momentos, pero creo que

deberíamos haber hecho algo. No sé si la vida os ha tratado bien; si tenéis una nueva familia

que os quiere o si todavía os quedáis mirando fijamente atrás, preguntando por qué dejamos

que sucediera. ¿Nunca os habéis parado a pensar qué hubiera pasado si hubiésemos seguido

juntos? ¿Cómo habría sido? Porque yo sí. He comprendido que me falta algo. Que necesito

algo y nadie a mí alrededor puede dármelo. Sólo espero que vosotros sintáis lo mismo.

»En los últimos años me han estado pasando cosas. No sólo no he dormido desde aquel

día, sino que mi cuerpo ha cambiado. Está cambiando y cada día que pasa es más difícil de

soportar. No sabría explicaros lo que mi cuerpo experimenta en determinadas ocasiones:

cómo me siento superior a todo en un momento y al siguiente estoy perdiendo el control. No

sé mucho acerca de esto, pero conozco a alguien que quizá pueda ayudarme. O ayudarnos si

a vosotros os pasa lo mismo. Mamá nos enseñó a tener la mente abierta ante cualquier

posibilidad y, ¿sabéis? Creo que ahora sé porqué lo decía. El sitio se llama Wayback1. El 6

de noviembre, en Aberdeen.

James Daniel Owen»

1 Way back significa en español «Camino de vuelta». Para el nombre del lugar se juntan las dos palabras.

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EELL RREEEENNCCUUEENNTTRROO

Este momento, como todos, es uno muy bueno si es que sabemos qué hacer con él. RALPH

WALDO EMERSON

Robbie conducía el BMW todoterreno azul marino mientras Mark se encargaba de elegir la música.

Cuando terminaron de escuchar un cedé de grandes éxitos de Elvis Prestley, rebuscó en la guantera

una funda de plástico con uno de sus discos favoritos, «Nevermind» de Nirvana, que comenzó a

sonar de forma automática al ponerlo. La primera canción era «Smell Like Teen Spirit», y los chicos

se intercambiaron sonrientes una mirada. Robbie subió el volumen y ambos comenzaron a cantarla

siguiendo el ritmo con las manos.

—Bienvenidos a Aberdeen —leyó Robbie el cartel que daba la bienvenida a la ciudad cuando se

aproximaron a él.

—Cuna del gran Kurt Cobain2 —comentó Mark a propósito de la canción.

—Sí… «Ven como eres»3 —citó su hermano la frase que había escrita debajo del mensaje de

bienvenida del cartel.

El GPS los condujo por una carretera recién asfaltada, rodeada a ambos lados del bosque mixto de

hayas y abetos que también rodeaba la mansión en la que vivían, del cual percibieron su intenso y

familiar olor a humedad. Un muro enladrillado con cierto color rojo pardo rodeaba todo el recinto,

una verja negra y alta daba la bienvenida a las instalaciones, y una pequeña placa metálica al lado

derecho indicaba el nombre del lugar: «Wayback».

Esperaron a que el hombre de seguridad, cobijado en una caseta a la derecha de la puerta, les

abriera las verjas centrales que daban paso al aparcamiento, y un hombre vestido con un traje azul

oscuro y gorra, les indicó dónde aparcar. Salieron del coche y examinaron detenidamente todo el

lugar. Por el aspecto que tenía el sitio parecía tratarse de una institución privada, con muros altos y

verjas que se sobreponían a ellos. Rodeando el aparcamiento había un inmenso jardín de verde

césped con caminos asfaltados de tono rosado que conducían hasta los distintos edificios de

sofisticada arquitectura. Por lo que pudieron ver en un cartel informativo situado al principio del

aparcamiento, el recinto estaba dividido en cuatro edificios más uno en construcción: El que estaba a

su izquierda se llamaba «Área de Descanso»; a la derecha del cartel se encontraba el «Área

2 Kurt Cobain nació en Aberdeen el 20 de febrero de 1967 y fue el cantante, compositor y guitarrista de la banda

grunge Nirvana. Se suicidó a los veintisiete años el 5 de abril de 1994 en Seattle. 3 «Ven como eres» es el título de la canción de Nirvana «Come as you are», que se puso debajo del cartel de bienvenida

de la ciudad como homenaje al cantante de la banda.

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Educativa»; enfrente de los dos chicos se erigía el edificio central que, por lo que se podía apreciar,

era el más alto de todos y se denominaba «Área de Atención»; y, detrás de éste se situaba el edificio

más grande en forma de «T», el «Área Médica». En la zona de la derecha, al fondo, había un edificio

en construcción todavía sin definir y un gran espacio libre delante.

Mientras se detuvieron a averiguar qué edificio correspondía a cada figura del plano, pudieron

comprobar, además, cómo la mayoría de las personas que se encontraban repartidas por los jardines,

sobre todo las próximas al aparcamiento y del género femenino, no les quitaban los ojos de encima.

—¿Mark y Robbie? —preguntó el hombre de uniforme mirando al chico moreno y luego al rubio

cobrizo.

El padre adoptivo de Jimmy, John Boone, o mejor dicho, su ayudante Sam, había informado al

conserje de cuántos se suponía que iban a presentarse, sus nombres y con qué distribución llegarían.

Es decir, todos solos salvo dos.

Mark vestía con unos vaqueros en beis y un jersey de cuello vuelto de punto en color marrón.

Robbie iba con un chándal Nike de forro en azul marino y una sudadera en blanco de los

Jacksonville Jaguars que había comprado de paso por la ciudad al bajar hasta Aberdeen desde

Vancouver.

—Al revés —respondió Robbie sonriendo.

—Lo siento —se disculpó.

—No pasa nada.

El hombre bajó la cabeza. Mark miró a su hermano y éste se encogió de hombros sin comprender

nada. El conserje les condujo hasta el edificio central, el Área de Atención. La entrada del edificio

parecía la de un teatro, con escalones centrales para llegar a una gran puerta de madera blanca, a

juego con los marcos de las ventanas y las cuatro columnas decorativas que separaban los enormes

ventanales de la planta baja. Les recordaba a la entrada de la escuela de artes en la que estudiaron

cuando vivían en Aberdeen. Dentro, el recibidor estaba lleno de sillones negros y mesas cuadradas

con plantas encima o lámparas clásicas en color hueso, con el suelo de baldosas y paredes de tonos

claros, y una gran alfombra parda en el centro de la habitación al pie de las dos escaleras que

formaban un círculo entre sí.

—¿Crees que ha sido buena idea? —le preguntó Robbie a su hermano cuando se quedaron a solas.

—Claro que sí —respondió tras un suspiro—. Si no… siempre podemos irnos.

—Ya…, aunque no me gustaría —confesó—. Esto parece estar bien —Echó un vistazo a toda la

sala, prestando especial atención a la planta superior, cuyos pasillos podían verse desde abajo dado

que el techo era el mismo, y se sentó en uno de los sillones—. Pero puede que resulte muy raro.

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—Ha pasado mucho tiempo. —Mark se levantó del sillón y comenzó a andar por la sala.

Intranquilo.

—Demasiado —expresó Robbie recostándose.

Mark estuvo andando de un lado a otro de la sala, en silencio, con las manos en los bolsillos y la

cabeza baja, mientras su hermano lo seguía con la mirada. Al cabo de unos minutos se paró en seco

delante de él.

—¿Crees que vendrán todos? —le preguntó.

—Si no para qué estamos aquí —contestó Robbie encogiéndose de hombros.

—Sí… tienes razón —admitió y se sentó junto a Robbie.

El segundo coche en llegar fue un Ferrari rojo. Apagó el reproductor del coche cuando sonaba

«Remember the time» de Michael Jackson, y esperó indicaciones mientras observaba el lugar. Le

recordaba mucho a Harvard. El mismo hombre de uniforme azul oscuro con gorra que atendió a la

visita anterior salió de la cabina donde estaba el hombre de seguridad, con quien charlaba

frecuentemente, para recibirle.

—¿Gary? —preguntó el hombre cuando el chico salió del coche.

—Sí, soy yo —dijo al cerrar la puerta.

Llevaba unos vaqueros azules y una camiseta blanca remangada hasta los codos. Nunca se le había

dado bien elegir su vestimenta, pero una vez su hermana mayor le había dicho que los colores claros

quedaban bien con los vaqueros y hacían resaltar sus ojos, así que casi siempre elegía esa opción.

—Estupendo. —Sonrió aliviado—. Antes fallé.

—¿Antes? —Se giró para mirarle por primera vez—. ¿Es que ha venido alguien más? —se

interesó. Aunque no supo por qué dudó de que alguien más aparte de Jimmy y él se hubieran

presentado a la cita.

—Sí, dos chicos —contestó. —Vinieron en ese BMW. —Señaló el vehículo.

Gary siguió la dirección del dedo del hombre.

—Mark y Robbie —dijo para sí. No había otra posibilidad.

Lo supo al instante. Daban igual los años que hubieran pasado, a Robbie siempre le habían gustado

las cosas extravagantes y grandes y, aunque Mark fuese algo más conservador en ese sentido, nunca

había sido capaz de negarle algo a su hermano. Además eran los únicos que podían haber venido

juntos. Estaba deseando verlos.

El hombre de uniforme lo condujo por el mismo camino que a los dos invitados anteriores. A su

paso, notaba cómo las miradas de los allí presentes se clavaban en él. Gary era esa clase de chico al

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que una vez que se le ve, no se va de la cabeza. No le sorprendió pero tampoco le resultaba

agradable. Aunque no lo aparentase, odiaba ser el centro de atención.

Cuando atravesó la puerta y vio a los mellizos esperando de pie, que se habían levantado de golpe

al escuchar acercarse a alguien a través de las paredes, no supo reaccionar. Ni ellos tampoco. Los

miró de arriba a abajo, Mark tan formal como siempre aunque más serio que nunca, y Robbie con su

estilo propio desenfadado. Se quitó las gafas dejando al descubierto sus brillantes ojos azules, pues

apenas había luz en la sala, y los mellizos reaccionaron al reconocerle. El abrazo con Mark fue algo

frío, pero también de alivio, como si el hacerlo les hubiera quitado un gran peso de encima; sin

embargo Robbie se mostró algo más cálido y lo apretó con fuerza, queriendo retener el momento. No

podía creer que estuviesen ahí los tres, juntos de nuevo. Se sentaron en los sillones, los mellizos en el

que se encontraban antes de la llegada de Gary, y éste en el de enfrente. Y se observaron en silencio.

«No parecen ellos», pensó Gary mientras los observaba. No es que no fueran exactamente ellos, era

sólo que los veía diferentes: Mark siempre había sido reservado y educado en presencia de gente

adulta, pero cuando estaba con sus hermanos siempre sonreía. No parecía él sin esa dulce sonrisa que

alegraba a todos e iluminaba habitaciones. Ahora desprendía una frialdad cortante que Gary no

comprendió. Por otro lado, a Robbie, aunque lo había recibido con algo más de familiaridad,

tampoco lo veía igual. Ahora parecía como el chico malo al que nadie puede llevarle la contraria, con

una mirada siempre seria y desafiante, cuando Robbie había sido todo lo contrario. A pesar de todo,

no podía culparles de no ser los mismos. Él tampoco lo era.

—¿Cómo os han ido las cosas? —preguntó Gary lo primero que se le pasó por la cabeza, y luego se

arrepintió de haber hecho esa pregunta.

—Bien… Supongo —respondió escuetamente Mark, sin apenas mirarlo, y dirigió su vista al suelo.

Mark nunca había sido muy hablador. Aún tenía la fama de calladito que lo caracterizaba cuando

era niño, y no es que fuera antipático y no quisiera hablar con nadie nunca, sino que pensaba que a

veces era mejor estar callado y parecer tonto, que hablar y despejar las dudas definitivamente, como

solía decir uno de sus personajes favoritos, Groucho Marx. Aun así, Gary no lo recordaba en una

actitud tan apagada y fría en lo que se suponía que era el círculo familiar.

—Me alegro —Resopló—. Y… ¿qué habéis estado haciendo? —Volvió a pensar que no era una

pregunta adecuada.

—No mucho —sostuvo Mark en el mismo tono indiferente.

—Vale —susurró Gary con una expresión en su rostro que indicaba que había captado la indirecta

de que Mark no estaba muy por la labor.

Sólo dos personas habían sido capaces de dejar a Gary sin nada que decir: Una era su madre, quien

estaba muerta, y la otra era Mark, uno de sus hermanos menores, con quién siempre había tenido una

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complicidad excelente. En realidad, todos habían tenido una complicidad especial con Mark que

ahora ya no estaba.

Robbie miró a ambos. No soportaba la indiferencia de Mark ante la situación que llevaban

esperando desde el día de la separación, y la conformidad de Gary al consentir la actitud de Mark

hacia él.

—Vamos chicos —intervino—. ¿A qué viene esa actitud? —Miró a Gary—. Somos nosotros. —Se

giró hacia su mellizo—. Estamos juntos después de siete años. Estoy debería ser una fiesta.

—Claro. Lo siento —se disculpó Gary, aunque no entendía por qué lo había hecho.

—¡¿Desde cuándo te disculpas?! —exclamó sorprendido. Gary no contestó—. Es más, ¿desde

cuándo permites que tu hermano te ignore?

Robbie tenía razón, él no era así, y Mark tampoco. Al menos en presencia de la familia.

—Bueno, yo... —comenzó a decir Gary dubitativo, y miró a Mark—. Siento que no os conozco. No

sois los mismos y yo tampoco lo soy, y…

—¿Qué no nos conoces? —Arqueó las cejas Robbie interrumpiéndole—. ¿De verdad lo crees? —

Su hermano bajó la mirada—. Mírame a los ojos y dime algo que sepas de mí. —Dejó ver en su cara

una sonrisa pícara—. Te apuesto lo que quieras a que no eres capaz de hacerlo.

Gary lo miró perplejo, pero era justo lo que necesitaba oír. Se lo pensó dos veces y miró a su

hermano, que seguía sonriéndole. Los estúpidos piques sanos de Robbie no habían desaparecido con

el paso de los años. Sonrió al rememorar viejos tiempos en su cabeza y miró a Mark antes de

dirigirse a su otro hermano.

—Perderías —aseguró.

—Demuéstralo —le provocó.

Mark torció su boca en un amago de sonrisa y miró a Gary con curiosidad.

—Está bien —aceptó—. Eres géminis; naciste el cinco de junio; te encanta tocar la guitarra; te

gustan los colores claros porque crees que resaltan el color de tus ojos; los deportes de contacto;

piensas que Cary Grant es el mejor actor que ha existido nunca y admiras a Jim Carrey. La música de

los setenta…

—¿Eso es todo lo que sabes de mí? —le retó aún más clavando su mirada en él y hablando en tono

vacilón.

Gary adoraba los retos, especialmente los de su hermano Robbie.

—De acuerdo. Tú lo has querido. —Tragó saliva y empezó a enumerar con rapidez las

características más destacables de su hermano en un tono más seguro y confiado según le fueron

viniendo a su cabeza, lo que era mucho más habitual en él—. Eres extrovertido; actúas antes de

pensar las cosas dos veces; sólo te preocupas por ti mismo y por Mark, y si ayudas a alguien es

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porque existen terceras personas implicadas de las que te diviertes a su costa; a veces eres un

bocazas; eres un poco arrogante y tal vez creído, porque sabes que en el fondo eres superior al resto

de personas. —Tomó una pequeña bocanada de aire y siguió—: Tienes una fuerza sobrenatural; eres

muy rápido; saltas más de lo normal; tus sentidos se han agudizado; tus ojos cambian de color

cuando te irritas; pasar demasiado tiempo al sol te molesta, y cada vez que hay luna llena te sientes

como si un autobús te hubiera pasado por encima; sientes ansiedad al oler cosas que te resultan

tentadoras; la comida no te satisface; y la sangre caliente es lo único que te calma la sed. ¿Te vale

con eso?

Robbie se quedó boquiabierto.

—Ah, lo olvidaba. ¿Las cosas se mueven a tu alrededor cuando estás cabreado? —añadió en el

mismo tono vacilón con el que su hermano se dirigió a él—. ¿Como en un temblor?

—Te has equivocado en una cosa. También me preocupo por el resto de mi familia. —dijo Robbie

sin llegar a estar molesto. Gary no contestó—. Ahora él. —Se refirió a Mark haciendo un gesto con

la cabeza para señalarle, pero sin quitar la vista de Gary.

—¿Tú estás de acuerdo? —se dirigió a Mark.

—Adelante —accedió.

Gary reconfortó sus tensos músculos estirando el cuello y la espalda, y entrelazó sus dedos sobre

las rodillas para concentrarse en su hermano.

—Eres introvertido, tímido y bastante callado. Reservado más bien. Aunque tienes tus momentos

—comentó como opinión personal—. Eres estratega y puede que calculador, aunque a diferencia de

Robbie, te preocupas por el resto de personas, sean o no de tu familia; te limitas a observar el

comportamiento de los demás y así te haces una idea de cómo son en realidad; ídem para las últimas

diez cosas que he dicho sobre Robbie, salvo lo de los objetos.

Mark le retuvo su mirada inexpresiva durante unos segundos.

—Impresionante —le felicitó tras aclararse la garganta.

—Sí… ¡Hagamos una fiesta! —expresó Gary con ironía—. ¿Qué es impresionante? ¿Que conozca

a mis hermanos?

—No —respondió Mark—. Que supieras lo de Robbie. —Hizo una pausa—. Lo de los temblores y

todo lo demás.

Los tres se miraron en silencio durante unos segundos. Robbie miró a Gary y acabó entrándole la

risa, contagiando a los otros dos. Lo cierto es que no sabían si se reían por lo estrambótica que era la

situación o simplemente por no ponerse a llorar como críos.

—¿A ti también te… pasa eso con los ojos? —dijo Mark cuando se le pasó la risa haciendo un

círculo con el dedo mientras se señalaba los ojos.

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—Sí —respondió Gary volviendo a entrecruzar sus dedos, pero esta vez sobre su estómago.

—¿Por eso llevas gafas en un día nublado? —le preguntó Robbie.

—Sí. Bueno, no. En parte. —contestó—. Tengo fotofobia.

—¿En serio? —se sorprendió Mark, como si lo que dijo fuera una broma.

Gary asintió, y Robbie no volvió a preguntarle más por el tema, aunque le extrañó, pues no

recordaba que alguno de sus hermanos padeciera una enfermedad o tuviera fobias, a pesar de que él

era claustrofóbico y Mark hubiera desarrollado algo parecido a la autofobia.

—Lo de la… sangre caliente… —continuó Mark con su aclaración de dudas personal.

—¿Somos hermanos, no?

Mark asintió.

—¿Y lo demás? El ansia, la irritación y todo eso —insistió.

Gary suspiró.

—Desde los dieciséis —dijo y bajó la mirada.

—¿Qué es lo que somos? —Se encogió de hombros Robbie.

—¿Vampiros? —respondió lo que más se asemejaba.

—No…, sólo puedes convertirte en vampiro si te muerden —desestimó Mark, suponiendo que a

Gary tampoco le habían mordido.

—¡Somos superhéroes! —anunció Robbie entusiasmado. Mark y Gary lo miraron extrañados—.

No somos vampiros porque nadie nos ha mordido. Tampoco somos humanos porque hacemos cosas

extraordinarias… —explicó—. Humanos más superpoderes. —Extendió primero una mano y luego

la otra—. Igual a superhéroes. —Sonrió juntando las manos—. ¡Sí, formemos la nueva «Liga de la

Justicia»!

Mark y Gary intercambiaron miradas. Se giraron al mismo tiempo parar mirar a Robbie de nuevo

pensando seriamente en lo que acababa de decir, y se echaron a reír otra vez. No recordaban la

última vez que se habían reído de esa manera. Pero así era Robbie: capaz de parecer serio y cortante

en un momento determinado, y al cabo de unos segundos ser el chico más divertido que existía. Su

cerebro siempre parecía ir a cien por hora. Siempre en un constante trabajo de asimilar situaciones

malas, raras o ilógicas, y convertirlas en algo habitual. Mark era todo lo contrario, reservado y

tímido, pero cuando se sentía cómodo parecía una persona completamente diferente.

—Prefiero a «Los Vengadores» —comentó Mark y siguió riéndose.

Un Lamborghini plateado fue el siguiente en aparecer. Cuando aparcó al lado del Ferrari y salió del

coche para dejarse ver, los jóvenes que se encontraban en el jardín cerca del aparcamiento la

observaron con expectación. Llevaba unos pitillos en morado con zapatos de tacón con tiras de color

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negro, y una camiseta en amarillo claro con los tirantes en negro que se unían a un lazo en el medio

del pecho. Encima, una chaqueta de punto con capucha a juego con los zapatos. El hombre de

uniforme siguió el mismo procedimiento, esta vez seguro de que no iba a equivocarse con el nombre.

—¿La señorita Katherine o la señorita Blair? —preguntó.

—La señorita Blair. —Sonrió ella.

—Sus hermanos la esperan —le informó.

—¿Todos? —Se interesó.

—El señor James todavía no está. Y usted es la única chica… mujer… que ha llegado.

—Bien. —Cerró la puerta del coche y miró a su alrededor—. Qué lugar tan bonito. —Observó.

—No tanto como usted —dijo el conserje con una voz frágil y nerviosa.

—Gracias —contestó un tanto incómoda—. Y no vuelvas a llamarlo James. No le gusta —añadió

antes de empezar a caminar.

El hombre la acompañó hasta la sala y abrió la puerta mostrándose caballeroso, cerrándola tras

entrar ella en la habitación. Los chicos del interior se levantaron de golpe al escuchar girar el

picaporte. Se quedaron estupefactos al verla. Seguía teniendo el mismo rostro dulce y angelical de

cuando era niña, pero ahora además tenía un cuerpo esbelto, con curvas y un escote generoso.

—Blair… —dijo Gary alucinando, reconociéndola al instante.

Ella sonrió y caminó hasta él. Durante los cinco pasos que tuvo que dar para llegar hasta su

hermano, no pudo reprimir las dos pequeñas lágrimas que rodaban por sus mejillas desde casi antes

incluso de entrar en la sala.

—Hola, Gaz —Lo abrazó con fuerza—. No sabes la falta que me has hecho.

Él le devolvió el abrazo con más ganas que nunca. La había echado muchísimo de menos, y no

quería soltarla. Después de besarle en la mejilla, Blair se desenredó de los brazos de su hermano y se

acercó a los mellizos, que se encontraban de pie frente a ella mirándola sonrientes. Se secó las

lágrimas mientras sonreía y extendió los brazos para que ambos la abrazaran cada uno por un lado.

—Os he echado mucho de menos. —Los apretó contra ella.

—Nosotros a ti también —respondió Robbie.

Blair era la menor de los seis hermanos. De pequeña era despistada, despreocupada y tímida; pero

cuando se soltaba le encantaba parlotear todo el tiempo. Muy similar a Mark en ese aspecto, aunque

ahora no parecía la misma. Igual que todos. Su look era muy elegante y con gusto, se preocupaba por

su aspecto. Y su timidez no había desaparecido, pero tampoco era igual. A su alrededor parecía haber

una especie de aureola que la hacía sentirse más segura de sí misma. Se sentó al lado de Gary, quien

no dejaba de mirarla impresionado. Era mucho más guapa de como la recordaba.

—Tienes buen aspecto —le dijo Gary.

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—Lo sé —respondió coqueta.

—¿Sabes? —intervino Robbie—. Si no supiera que eres mi hermana… iría a por ti.

—Lo dices como si pudieras —contraatacó con astucia sin dejar de sonreír.

—Ohhhh… —Se entusiasmó Mark dando una palmada al mismo tiempo, que parecía haber

comenzado a salir de su coraza particular—. Me pregunto quién ganaría.

Mark parecía más animado y feliz con el paso de los minutos. Mucho más relajado y suelto que en

los primeros momentos, sobre todo después de la absurda teoría de Robbie sobre lo de ser

superhéroes.

—Apuesto cien por la chica. —Sonrió Gary, y luego le guiñó un ojo a Blair.

Robbie le dedicó una mirada juguetona a su hermana y sonrió. A los Owen les encantaba hacer

apuestas entre ellos. Por una pelea, por ver quién comía más, o por quién ganaba en una competición

absurda de las suyas… Cualquier situación era buena para picarse por una apuesta. Y Robbie era

quien solía empezarlas, aunque normalmente luego acabara perdiéndolas.

—Bueno —dijo ella—. ¿Qué habéis estado haciendo todo este tiempo?

Los chicos se miraron entre sí y rompieron a reír. Ella los miró sin entender nada.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó.

—Nada —respondió Robbie aún riéndose—. Es la misma pregunta estúpida que Gary hizo al

llegar.

Ella miró a Gary y éste simplemente se encogió de hombros.

—Vale…, muy bien —dijo Blair sin dejar de sonreír—. Probaré con otra. —Los chicos guardaron

silencio.

Antes de que pudiera formular su nueva pregunta, Gary se echó a reír con las manos en el

estómago. Todos lo miraron confusos, pues la chica no había pronunciado palabra aún. Miró a Blair

y dijo:

—¿Que si tenemos mujer, novia o hijos? —Soltó otra carcajada—. ¿Por quién nos has tomado?

—¿En serio? —Robbie miró a Blair y comenzó a reírse de nuevo.

—¿Cómo lo has sabido? —Se sorprendió ella.

Gary se echó hacia delante y pasó una mano entre sus cabellos. Después la miró y dijo con

naturalidad:

—Te he leído el pensamiento.

—Espera. ¿Qué? —dijo Robbie cortándosele la risa al instante.

A Mark también le cambió la cara, aunque no lo sorprendió tanto.

—¿Qué has dicho? —Blair no daba crédito.

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—Te he leído el pensamiento —repitió—. Bueno, no es que lo haya hecho a propósito.

Simplemente… te he oído. Me pasa con frecuencia.

—¿Simplemente? —preguntó Mark.

Antes de que su hermano pudiera contestar para intentar explicárselo, Blair se adelantó:

—A mí me ocurre algo, pero no sé muy bien qué es. —Sus hermanos la miraron—. Es como si algo

me rodeara a todas horas. Nada puede tocarme —aclaró.

—Nosotros te hemos tocado —dijo Mark incrédulo.

—Sí, pero… es diferente. No queréis hacerme daño.

—Comprobémoslo —dijo Robbie lanzando a su hermana, sin previo aviso, la lámpara que había

cogido de una mesilla a su derecha.

Gary se levantó del sillón rápidamente para que la lámpara no lo alcanzara a él, y Blair permaneció

quieta mientras el objeto se hacía pedazos al estrellarse contra la barrera verde y brillante que había

aparecido de repente para protegerla.

—¡Ahí va! —Se oyó decir a Gary, que por poco le da un ataque al corazón.

—¿De qué os sorprende? —preguntó Robbie con total naturalidad—. Al fin y al cabo a Gaz le

llegan pensamientos de otros, y yo muevo cosas cuando estoy muy irritado. —Se encogió de

hombros—. Ese escudo de Blair no es más que otro cambio en nuestra nueva vida como superhéroes.

—Sí, salvo que nosotros no somos héroes, y yo no tengo ningún superpoder —añadió su mellizo.

—Todo se andará —comentó Gary—. No tendrás la suerte de no ser un bicho raro.

Se miraba al espejo una y otra vez queriendo estar lo más perfecto posible. Se había cambiado hasta

tres veces de ropa para finalmente decidirse por unos vaqueros gris oscuro, una camiseta blanca de

manga corta y una chaqueta de punto de color verde oliva oscuro. Abrió la puerta justo antes de que

llamaran.

—¿Cómo sabías que estaba aquí? —quiso saber John, sorprendido.

—Como si no lo supieras —contestó haciendo un gesto de evidencia con las manos.

—¿Estás listo? —preguntó el hombre.

—¿Ya están aquí? —Jimmy empezó a excitarse, recolocándose la chaqueta una y otra vez—.

¿Todos? —Lo miró a través del espejo.

—Lo único que sé es que ahí fuera hay aparcados tres coches de alta gama —respondió—. Desde

luego no se parecen mucho a ti.

Su visión era totalmente cierta. Sólo cuatro de ellos se habían presentado, y tenía la certeza de saber

quién era la persona que faltaba aunque no hubiera distinguido los rostros de los presentes en la

visión. Aunque ese importante detalle no iba a impedirle reencontrarse con el resto.

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—Que no tenga coche no significa que no quiera comprarme uno. Y que no vaya a ser caro —

replicó mientras se retocaba el pelo—. Y nos parecemos en muchas cosas, para que lo sepas.

John hizo un gesto de desacuerdo

—¿Podemos irnos ya?

Jimmy dudó.

—No me digas que ahora vas a echarte atrás —replicó en tono cansado, apoyándose en el marco de

la puerta.

—No, no. Estoy bien. —Resopló y echó un último vistazo al espejo—. ¿Estoy bien, no?

—Estás encantador —dijo—. Vámonos, te están esperando.

—Vale. —Dudó de nuevo—. ¿Seguro que estoy bien?

—Seguro…

Cerró la puerta de su habitación tras salir y se dirigió a reencontrarse con sus hermanos. Durante el

camino al Área de Atención, Jimmy no paró de resoplar. Su nerviosismo aumentaba a cada paso que

daba, y su corazón estaba a punto de salírsele del pecho. Jimmy era por dos minutos el mayor de

todos. Cuando su padre murió, adoptó el papel de hombre de la casa. Cuidaba de sus hermanos

cuando su madre no podía, los vigilaba en el colegio y el instituto… Hizo todo lo que estuvo en sus

manos para que sus hermanos estuvieran bien hasta el último día que permanecieron juntos. Y

aunque esa parte la hubiera cumplido, tenía la sensación de que les había fallado.

Antes de entrar en la sala donde estaban los demás, él y John se detuvieron frente a la puerta.

—Entra tu primero —le dijo John—. Necesitáis unos minutos a solas.

—Yo diría que unos siete años. Pero si no hay más tiempo… —Respiró muy hondo—. Gracias por

hacerlo posible —le dijo antes de abrir la puerta.

—No hay de qué —le dio un golpe amistoso en el hombro.

Cuando Jimmy entró en la habitación para reencontrarse con sus hermanos, cerró la puerta sin

echar la vista atrás. Quería a John por todo lo que había hecho por él durante todos estos años, pero

sus hermanos eran sus hermanos. Su verdadera familia. Su sangre. Su fortaleza. Su debilidad. Su

vida. Su todo.

—Guau —dijo Jimmy conmovido en una voz muy baja al verles.

Los observó fascinado. Cómo habían cambiado. Ahora no sólo los veía más altos y fuertes, sino

que su actitud parecía haber otra, igual que la de él. Cuando eran pequeños y vivía su madre, todos

transmitían una sensación de felicidad casi indescriptible, pero ahora esa sensación había

desaparecido. O al menos no era tan intensa.

Los estudió con detenimiento una vez más, y comprobó que todos llevaban la esclava de plata y el

brazalete de cuero con el extraño símbolo que su madre les regaló el último día que estuvieron con

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ella. Desde aquel día, además, sus hermanos habían conservado esos objetos que para ellos habían

tenido un gran valor sentimental, aquellos que se intercambiaron el día de su separación frente a la

piscina de su casa. Igual que él.

La primera en levantarse y caminar hasta él por encima de varios pedacitos de lámpara para

abrazarle, fue Blair, que parecía la más ilusionada de todos.

—Te he echado de menos —dijo la chica.

—Yo también a ti —respondió.

Los otros tres chicos se levantaron a la vez. Primero Robbie, que estaba más cerca, y luego Mark, la

abrazaron con ímpetu. Cada vez más felices por vivir aquel momento. El último en acercarse fue

Gary.

—Me alegro de volver a verte —le dijo Gary al abrazarla—. Una carta conmovedora.

—Yo también me alegro —contestó Jimmy soltando una risa floja.

Tras echar un vistazo a todos, ya pletórico por el encuentro, examinó por encima de sus hombros el

resto de la sala. Seguía faltando ella.

—¿Dónde está Kitty? —solicitó con la esperanza de que alguno hubiera tenido noticias de ella.

Katherine, llamada por sus hermanos cariñosamente «Kitty», era la sexta de ellos. Concretamente

la melliza de Jimmy. Del mismo modo que ninguno había sabido nada del resto, tampoco habían

sabido nada de Kitty. Jimmy se aseguró de darle a John cuatro cartas con el recorte de periódico de la

muerte de su madre para que las entregara, y éste le confirmó que todas habían sido entregadas a sus

destinatarios. La prueba de ello, era que cuatro habían acudido a la cita, por lo que dedujeron que

Kitty no había querido reunirse con ellos o, en su defecto, que se retrasaría más de lo previsto. No

obstante, ella siempre había sido muy puntual, así que la segunda opción quedó descartada. Una

tercera podía ser que le hubiese sucedido algo, pero la desestimaron de inmediato, pues Kitty sabía

cuidarse muy bien sola.

Un silencio incómodo reinó en la sala, y Mark propuso tomar asiento de nuevo. Jimmy observó los

restos de la lámpara en el suelo, e interrogó a sus hermanos con la mirada. Al mismo tiempo, Robbie

y Blair se señalaron mutuamente, y a todos les salió una pequeña carcajada instantánea. Ya se lo

explicarían más tarde.

—Bueno… —dijo Robbie una vez sentados—. ¿Vives cerca de aquí? —le preguntó a Jimmy.

—En realidad vivo aquí —respondió señalando la sala con la vista.

—Y… en el caso de quedarnos... —Imaginó—. ¿También viviríamos aquí?

La pregunta lo cogió por sorpresa.

—No lo sé…, supongo —contestó desconcertado—. ¿Es que tenéis pensado quedaros?

—¿Es que quedarnos no es el propósito? —intervino Mark.

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Nadie contestó. Ninguno sabía si el resto iba a quedarse allí o no, puesto que la carta de Jimmy sólo

hablaba de una reunión, lo que podría entenderse como un encuentro casual. Pero lo cierto es que los

cuatro recién llegados tenían su equipaje en el maletero de sus coches.

—¿Has vivido aquí siempre? —se interesó Gary—. ¿En Aberdeen?

—Sí —dijo—. John Boone me adoptó y me trajo aquí.

—¿Y la casa de mamá?

Nadie se imaginó que Gary pudiera sacar el tema de la casa de su madre. La casa donde vivieron

antes de morir ella. Sin embargo, si pretendían quedarse era inevitable plantearse el hecho de

regresar juntos a la vieja mansión. Después de todo, aquello era un reencuentro, y ninguno había

dejado algo atrás que le pudiera servir como excusa para no quedarse.

—No he vuelto desde que salimos de allí —aseguró Jimmy.

—Podríamos vivir allí —sugirió Robbie—. Si nos quedamos, claro.

—Sí. —Sonrió esperanzado. —Podríamos.

John llevaba esperando más de veinte minutos en la calle para dejar que Jimmy tuviese un poco de

intimidad con sus hermanos, y había determinado que todo el mundo evitase pasar por esa zona hasta

nuevo aviso. Creyó que el chico se había olvidado de él. Cada minuto que había pasado le pareció

eterno. Se sentía feliz por Jimmy, mas comenzó a plantearse si ayudarle a preparar el reencuentro

había sido una buena idea, puesto que tenía mucho que perder.

Se hartó de esperar y pensó que les había concedido demasiado tiempo para romper el hielo, así que

entró sin llamar, considerando que no tenía que hacerlo al ser esa su institución. La verdad es que

estaba impaciente por conocerlos, puesto que Jimmy no había parado de hablar de ellos desde que

los habían localizado.

Los que no conocían a John imaginaron que podía tratarse de Kitty, pero Jimmy sabía

perfectamente quién era. Le sonrió al verle entrar y se levantó para recibirlo.

—Chicos, éste es el señor Boone. —Le rodeó los hombros con su fuerte brazo—. John… éstos son

mis hermanos.

—Encantado de conoceros por fin —dijo—. Podéis llamarme John.

Robbie y Blair fueron los únicos que reaccionaron ante la presentación; aunque fue de forma

escueta, ya que simplemente levantaron un poco la mano para saludar. Los otros dos alzaron

levemente la cabeza en señal de saludo. Nunca habían sido sociables.

—Yo… no sé muy bien qué… —Estaba tan absorto que ni siquiera se percató de la ausencia de una

lámpara. No esperaba que reaccionaran de forma tan fría—. No sé si necesitáis más tiempo para

hablar o…

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—Falta Kitty —le informó Jimmy—. ¿Se sabe algo?

—No —respondió John—. Podemos esperar un poco más.

—No, está bien. No importa. En mi visión no aparecía.

—¿Tu qué? —preguntó Gary.

—¿Recordáis aquellas veces en las que soñaba o imaginaba cosas en mi cabeza que luego pasaban?

Eran visiones del futuro —les explicó Jimmy.

Robbie había comenzado a tararear la banda sonora de «La Liga de la Justicia» en cuanto Jimmy

mencionó lo de su visión, y eso provocó que Mark y Gary se rieran cuando Jimmy terminó su

explicación.

—¿Qué pasa? —quiso saber Jimmy.

—Robbie cree que como todos nosotros tenemos superpoderes, vamos a ser la nueva «Liga de la

Justicia» —contestó Mark en tono divertido.

Jimmy los miró durante unos segundos con una pequeña sonrisa en su rostro, y al final terminó por

reírse también.

—Cuándo habláis de esos superpoderes… ¿os referís a los cambios que ha sufrido Jimmy? —les

preguntó John.

—¿Cambios? —preguntó sorprendida Blair, por la forma de llamarlos.

Durante esos veinte minutos que transcurrieron mientras John esperaba fuera, los Owen habían

hablado sobre ello. Comentaron por encima lo que les había ocurrido en cuanto a los cambios físicos

y psíquicos a los que Jimmy se refería en su carta, y fue entonces cuando dijeron en voz alta lo que

todos pensaban. Iban a permanecer juntos pasase lo que pasase. Y ni nada ni nadie podrían separarles

nunca más.

—Bueno, hay muchas cosas que debéis saber —les dijo John.

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EELL IINNIICCIIOO

La grandeza de un hombre está en relación directa a la evidencia de su fuerza moral. JOHN

FITZGERALD KENNEDY

Exceptuando al mayor, el resto de los Owen desconfiaba un poco de John; aunque el hecho de

haber adoptado a Jimmy y que éste, al empezar a sufrir los cambios, no lo abandonase como hicieron

ellos con sus respectivas familias de acogida, hacía darle un voto de confianza.

John comenzó a darles algunas pistas sobre cómo iban a ser las siguientes horas de su estancia allí.

Ni siquiera Jimmy sabía los planes que el hombre les tenía preparados, puesto que a él sólo le había

comentado algunas cosas. Les hubiera gustado esperar a Kitty, pero si ella no estaba allí era porque

no había querido acudir, y sentarse a comprobar si finalmente se reuniría o no con ellos sería

desperdiciar el tiempo.

Salieron por la puerta trasera de esa misma sala y llegaron hasta otro espléndido jardín de caminos

de fina grava de color blanco, vigorosa y verde vegetación con flores de todos los colores, y una gran

fuente redonda en el centro hecha de granito gris azulado con la figura de un ángel. El edificio que

les esperaba, el Área Médica, tenía el mismo aspecto por fuera que el resto; aunque por dentro era de

distintas tonalidades verdes. A la entrada, una mujer sentada detrás de la mesa de recepción les daba

la bienvenida y, en frente de ésta, un gran panel del plano del edificio colgado en la pared indicaba la

distribución de las distintas habitaciones por sectores. No se detuvieron mucho tiempo allí debido a

que, de forma inmediata, John los invitó a seguirlo a través de un nuevo pasillo a su izquierda.

Un cartel sobre el marco de las puertas indicaba que entrarían en la enfermería. Era una enorme

sala rectangular con las paredes pintadas de azul claro y donde las camas, con sus respectivas

mesillas y cortinas de separación, se encontraban enfiladas a lo largo de la pared de la izquierda. Dos

hombres vestidos con una bata blanca encima de la ropa de calle los esperaban dentro. Intentaron

mostrarse serenos, pero conocían a Jimmy desde su llegada a Wayback y conocían los «cambios de

humor» que solía tener, así que tener a cuatro personas más con tendencias similares no les resultaba

demasiado cómodo.

—Estos son los doctores Malone y Del Toro —dijo John.

La idea era conseguir la sangre de cada uno para poder analizarla, pero sabían por Jimmy que no

podrían llevarlo a cabo de un modo corriente pinchando con una aguja y extrayéndola, ya que la

última vez que intentaron hacerlo la aguja se había doblado como si estuviese hecha de plástico.

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John les explicó que debían morderse la muñeca para hacerse sangrar. Jimmy, que no era la primera

vez que lo hacía, les mostró cómo hacerlo. Se remangó la chaqueta de punto, mordió su muñeca y la

sangre rodó a gran velocidad por su piel. Apretó el puño mientras ejercía presión con la otra mano

cerca del mordisco, y dejó que cayera en un vaso de plástico transparente que uno de los médicos

sostenía debajo. El olor de la sangre penetró por los orificios nasales de sus hermanos, sintiendo

deseos de probarla. Su falta de control les impedía pararse a pensar que lo que deseaban era su

misma sangre, así que la reacción fue instantánea e involuntaria. Ambos médicos y John no pudieron

evitar retroceder.

—¿Eso… es necesario? —preguntó Blair cuando logró hacer que el olor de la sangre de su

hermano pasase casi desapercibido, mas sus ojos aún seguían oscurecidos.

—Me parece que sí —respondió Gary, que volvía a llevar las gafas puestas.

—No creo que sea buena idea —opinó ella mordiéndose el labio, aún mirando con recelo la herida

de Jimmy, que había comenzado a cerrarse por sí sola.

—¡No vas a comerte a tu hermano! —le advirtió Gary, que parecía más acostumbrado al olor que

ella.

Jimmy se secó la boca con papel de rollo y la miró:

—Tranquila, es parecida a la animal —dijo y bajó de la camilla hacia la papelera para tirar el papel

manchado de restos de sangre—. Ni siquiera duele.

—No se acerca ni de lejos —discutió Mark—. Pero, ahora que lo dices, la tuya tampoco huele igual

que la de un humano. Parecido, pero no igual —le dijo.

—¿Y eso no será porque dudo mucho que sea humano? —protestó como si se hubiese ofendido.

—No sé. Siempre has sido muy raro —comentó Robbie encogiéndose de hombros, bromeando.

Los dos médicos no daban crédito a la situación. Cierto era que John les había advertido, pero ni

siquiera él podía saber las reacciones de los hermanos de Jimmy. Sin embargo, por su parte no podía

creer que los Owen hablasen de la necesidad de alimentarse de sangre con tanta naturalidad después

de todo el sufrimiento por el que debían haber pasado, y no sólo por la muerte de su madre y por la

separación posterior, sino también por todos los cambios que habían experimentado en solitario.

Estaba asombrado por su capacidad de asimilación.

Tras los mellizos, les tocó el turno a Gary y Blair.

—Definitivamente tu sangre debe de ser la más sabrosa, Blair —le dijo Robbie al percibir su olor.

Gary, que se encontraba al lado de la chica, inspiró con fuerza cerrando los ojos, aunque no pudiera

apreciarlo tras las gafas.

—Sí…, hueles genial —confirmó.

—¡Ni lo penséis! —les advirtió ella.

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Blair saltó de la camilla al ver que el vaso tenía suficiente cantidad de su sangre, y se alejó de ellos

cubriéndose el mordisco con una gasa.

—¿Dónde vas? ¡Era una broma! —Se rió Robbie al verla separada de los demás—. No tengo

intención de morderte a no ser que sea estrictamente necesario. —Blair lo miró desconfiada—. ¡No

iba en serio! —Ella se acercó un par de pasos—. O a lo mejor sí —Rió.

—Idiota —espetó la chica.

Terminaron con la tensa extracción de sangre, al menos para los médicos y John, y a continuación

les realizaron en la misma sala una prueba de ADN. Consistía en frotar suavemente un hisopo de

algodón esterilizado en el interior de las bocas de cada uno. El doctor Malone abrió uno de los kits y

le entregó el hisopo al otro médico, que se encontraba frente a Robbie para someterse a la prueba. El

chico abrió la boca lentamente, dejando ver en su perfecta mandíbula sus pequeños caninos

puntiagudos, aunque vistos desde lejos parecían colmillos como otros cualquiera, y el doctor Del

Toro acercó el hisopo con la mano temblorosa. Robbie se dio cuenta.

—¿Crees que voy a morderte? —le preguntó sonriente. El doctor le miró con miedo. Una gota de

sudor le cayó por la sien. Entonces Robbie añadió—: No te ofendas, pero no eres mi tipo. —Volvió a

abrir la boca.

Sus hermanos soltaron una pequeña carcajada.

—¿Eso es lo que utilizas para quitarte a las chicas de encima? —se burló Jimmy, que cada vez se

sentía más en su ambiente, como si los años no hubieran pasado entre ellos—. ¿«No eres mi tipo»?

—Qué gracioso —dijo Robbie con el hisopo en la boca.

—Tranquilo. Ahora que estamos aquí podré darte lecciones de cómo ligar —comentó Gary, aunque

nunca había sabido cómo hacerlo.

—Habló el dios Apolo.

Gary era mucho de alardear, y más desde la separación. Lo utilizaba como defensa para no mostrar

a nadie sus miedos y debilidades. Y si a primera vista parecía ser muy seguro de sí mismo teniendo

en cuenta su belleza y su cuerpo atlético, él siempre se había sentido intimidado por las cualidades de

sus hermanos. De hecho, pensaba que Jimmy era el del cuerpo perfecto, Robbie el sexy, Mark la cara

bonita, y a sí mismo no se atribuía nada en particular, aunque el resto siempre había dicho que sus

brillantes ojos azules parecían ser de otra galaxia.

Tras hacer aquella prueba, John les condujo a una pequeña sala de espera llena de sillas de plástico

y plantas naturales como elemento decorativo, al otro lado de la «U». Una mujer los avisaría cuando

tuvieran que pasar a la sala de rayos X.

—¿Creéis que nos reflejaremos? —preguntó Robbie a sus hermanos, resultándole la mar de

divertido hablar sobre aquello.

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—¿Dónde? —se interesó Blair.

—En las radiografías —respondió. Jimmy y Gary inevitablemente comenzaron a reírse—. ¡Eh, no

os riáis! ¡Lo digo en serio! —les riñó—. Las criaturas de la noche no pueden reflejarse en los espejos

ni aparecer en las fotos. No tienen alma.

—¿Y tú no sabes que la risa es el espejo del alma? —le contestó Jimmy.

—Es lo que dicen —afirmó encogiéndose de hombros.

John los observaba desde la pared del pasillo con los brazos cruzados. En silencio. No le gustaba

demasiado ver cómo los Owen parecían tomarse a risa lo que les había estado sucediendo durante los

últimos años, pero quizá ésa era su forma de sobrellevarlo. Aún no tenía muy claro por dónde iba a

encaminar el asunto cuando tuviera que decirles lo que él sabía.

—No, ahora en serio. —Dejó de reírse Robbie—. ¿De verdad creéis que somos vampiros?

—Es a lo que más nos parecemos —comentó Blair—. Salvo por los poderes especiales, la ausencia

de los colmillos largos y que podemos salir a la luz del día.

—No nos parecemos en nada, entonces.

—Lo de los colmillos largos son leyendas, pueden replegarlos y, teóricamente, algunos vampiros

tienen dones especiales que otros no tienen, como la telequinesia o la manipulación de otro ser vivo

—explicó Jimmy. Sus hermanos lo miraron extrañados—. Se dice que cuando un vampiro te muerde,

pierdes el conocimiento y al despertar no recuerdas nada, pero para que te conviertas en uno tienes

que haber bebido sangre de vampiro y después morir.

—¿Cómo sabes todo eso? —le preguntó Mark extrañado, sobre todo porque él era el que solía ser

el sabiondo.

—Llevo mucho tiempo barajando posibilidades. —Sonrió—. Y además vivo en un colegio.

A Mark le pareció lógica la respuesta, y se lo hizo saber con un asentimiento de cabeza.

Conversaron sobre el tema durante el rato que tuvieron que estar esperando mientras iban entrando

de uno en uno. A continuación fueron a la sala de escáner, y después a una nueva sala de espera para

hacerse la resonancia, donde John les explicó que el procedimiento sería el mismo que el anterior,

entrando de uno en uno.

—Yo no puedo entrar ahí —dijo Robbie cuando le tocó el turno—. En serio.

—Por qué. —se interesó John.

—Soy claustrofóbico —contestó—. Antes era distinto, las máquinas no me cubrían entero, pero la

resonancia…

—¿Un vampiro claustrofóbico? —Se rió Jimmy—. Lo que me faltaba por oír.

—Calla, esto es serio —les interrumpió Blair, que rodeaba los hombros de Robbie en un gesto

maternal, y se giró hacia John—: ¿Es necesario que entre ahí? —le preguntó.

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—Sí —contestó.

Robbie suspiró.

—Está bien, lo haré. —Se levantó de la silla—. Pero luego no digáis que no os lo advertí.

Entró en la sala después de que Jimmy le diera una palmada de ánimo en el hombro, y miró con

pánico aquel aparato grande y redondo que se encontraba en medio de la habitación. Una mujer le

indicó desde la cabina que se quitara las zapatillas y se pusiera la bata que estaba colgada del

perchero. Luego salió para decirle que se tumbara boca arriba y lo colocó recto. Robbie siguió sus

indicaciones y respiró muy hondo cuando ya estaba tumbado. La cama donde se encontraba comenzó

a introducirse muy despacio dentro del aparato, y el chico notó cómo empezaba a hiperventilar.

—Tranquilo, Robbie —pensó en voz alta—. Esto no dura nada.

—Tardaremos quince minutos —le anunció la mujer.

—¡¿Quince minutos?! —se alarmó—. Eso es una eternidad…

—Tienes que estarte muy quieto —indicó nuevamente la mujer.

—Eso lo veo un poco difícil —contestó, como si la mujer estuviese a su lado y pudiera escucharle.

Soltó un fuerte resoplido y cerró los ojos tratando de no pensar en el lugar donde se encontraba.

Comenzó a decirse mentalmente a sí mismo que pensara en un lugar al aire libre. Se imaginó el Gran

Cañón del Colorado, lo había visitado con Mark no hacía más de un año, y sólo por la expresión de

su hermano al verlo supo que se había enamorado de aquel lugar. Hicieron rafting y bajaron en

kayak por el río, lo que les produjo una gran liberación de adrenalina. La máquina comenzó a hacer

unos ruidos fortísimos al iniciarse y la preciosa imagen del Cañón se borró en su mente.

—No abras los ojos Robbie, no los abras —se dijo, pero los abrió igualmente y notó que le

escocían—. Tengo que salir de aquí. —Movió ligeramente la cabeza.

—Si te mueves, tendremos que volver a empezar —le advirtió la mujer.

—Y una mierda. Yo no vuelvo a entrar aquí —Se meneó con más fuerza, buscando la salida.

—Estate quieto —le pidió la mujer molesta.

—¡Déjame salir! —gritó Robbie nervioso.

—¡No te muevas! —respondió ella en un tono enfadado.

—¡Déjame salir de una vez! —repitió desesperado.

La máquina comenzó a vibrar a su alrededor, y segundos después notó cómo el resto de la

habitación también lo hacía. Desde fuera, sus hermanos supieron que pasaba algo. Mark se levantó

sin decir nada y salió corriendo hasta la sala de la resonancia, seguido por los demás. Abrió la puerta

y dio un paso dentro de la habitación, con el resto agolpados a su espalda. La máquina de la

resonancia vibraba con más intensidad que el resto de objetos de la sala y emitía un zumbido

insoportable.

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—¡Rob! —lo llamó.

De pronto toda la estructura de la máquina se vino abajo haciéndose pedazos, y algunas de sus

piezas salieron disparadas en todas direcciones.

—¡Por La Madre! —se le escapó a Blair al ver que Robbie quedaba aplastado debajo de toda la

maquinaria.

—¿Rob? —preguntó Gary.

Tras unos segundos sin respuesta, la voz del chico se oyó debajo de la máquina despedazada:

—¡Estoy bien! ¡Tranquilos! ¿Podéis ayudarme? —les pidió.

La máquina volvió a moverse, pero esta vez porque el chico empujaba los enormes trozos desde

abajo. Sus tres hermanos varones se pusieron a los lados de la montaña de piezas y comenzaron a

moverlas con sus manos. John no creyó lo que vio. Sabía que Jimmy tenía una fuerza sobrenatural,

mas no imaginaba que él y sus hermanos pudieran mover esas piezas tan pesadas como si fueran

simples cajas de cartón. Cuando Mark, Gary y Jimmy apartaron todos los restos de la máquina,

Robbie se levantó de la cama sacudiéndose la ropa como si no hubiera pasado nada.

—Os advertí que era claustrofóbico —dijo.

Gary soltó una pequeña carcajada.

—Supongo que podremos apañarnos sin tu prueba —comentó John.

—Creo que deberías comprobar el estado de tu empleada. —Señaló Blair la cabina donde se

suponía que debía estar la mujer.

El hombre se apresuró hasta la cabina y encontró a la mujer desmayada en el suelo. Comprobó su

pulso y llamó por teléfono a la recepción para que mandasen a alguien que la atendiera.

Después de esperar a que llegase la ayuda para la mujer, John les dijo que las pruebas médicas

habían finalizado y que ahora tocaba esperar unas horas hasta que tuvieran los resultados y los

analizasen, así que se dirigieron a la habitación de la que partieron antes de entrar en el Área Médica.

—Casi te cargas el edificio entero —le dijo Mark a su hermano masajeándole los hombros.

—No puedo controlarlo —aseguró—. Lo sabes.

Sonó molesto. No quería enfadarse con Mark, su hermano no tenía la culpa de lo que había pasado,

pero odiaba no haber podido controlarlo. Le daba igual ser Superman, Drácula o uno del grupo de los

mutantes de X-Men, sólo quería averiguarlo de una vez para poder tenerlo bajo control.

—Sabía que tenía que haber entrado contigo —dijo cabizbajo Mark.

Robbie lo miró y notó en su expresión cómo éste se sentía culpable. Así que apartó sus

preocupaciones a un lado e intentó ser el mismo para que Mark viera que estaba bien. Se giró hacia

John, que iba más rezagado junto a Jimmy, y le preguntó:

—¿Voy a tener que pagar los destrozos o eso lo cubre algún tipo de seguro?

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Mark sonrió al mismo tiempo que meneaba la cabeza.

—No te preocupes por eso —respondió el hombre.

—Genial. —Se alivió y le devolvió la sonrisa a su mellizo.

—No te alegres mucho —dijo Gary desde delante—. Puede que la mujer te demande.

—Muy gracioso.

—A saber. —Se encogió de hombros—. No hay quién entienda a las mujeres.

—Lo que ha pasado no tiene nada que ver con entender a las mujeres —aclaró Blair, que caminaba

junto a Gary cogida de su brazo, y a quién se dirigió después—: Y nunca has entendido a las

mujeres.

—Te entiendo a ti —se defendió—. ¿No eres una mujer?

—Es que yo soy especial —respondió con recochineo guiñándole un ojo.

—No hace falta que lo jures —murmuró Robbie, aunque todos lo oyeron salvo John.

Por detrás, Jimmy y John caminaban en silencio, atentos a lo que se hablaba delante.

—Quiero pensar que esta no es vuestra única forma de afrontar las cosas —le dijo John,

refiriéndose a la actitud que él y sus hermanos habían tomado desde que salieron de la sala en la que

se encontraron.

—Nuestra madre nos enseñó a tomarnos las cosas desde una perspectiva distinta a la realidad —

contestó Jimmy sin quitar la vista de sus hermanos—. Estar continuamente enfadado con el mundo

porque no entiendes las cosas que te pasan o porque crees que son injustas que te pasen a ti, no sirve

de nada. No merece la pena.

—¿Estás contento? —quiso saber John.

—Lo estaría más si Kitty estuviera aquí. Pero sí, estoy muy contento —respondió mirando a sus

hermanos.

Tras atravesar la sala donde se reunieron, John se puso a la cabeza de la marcha y guió a los Owen

hacia el Área Educativa. Allí los dejó esperando y se marchó de nuevo al edificio anterior.

En lugar de girar a la izquierda en dirección a la enfermería, siguió de frente pasando de largo la

recepción. Salió por la puerta de las escaleras y bajó al piso inferior, donde estaban los laboratorios.

Allí se encontraban ya los mismos doctores que les realizaron los análisis de sangre y las pruebas de

ADN a los Owen.

Aquel laboratorio, igual que los otros dos que había, era un enorme rectángulo. En medio de la sala,

las encimeras con el instrumental propio formaban una «T». Pegadas a las paredes, filas de armarios,

estanterías y vidrieras se intercalaban con sofisticados aparatos electrónicos propios de un laboratorio

de investigación.

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—He oído el incidente en la sala de resonancia —dijo el doctor Malone nada más ver entrar a John.

—Sí, ha sido una locura —respondió mientras se ponía la bata.

John no era médico, pero la utilización de la bata y los guantes de látex era obligatorio en la zona

de investigación.

—¿Qué tenéis? —Se acercó hasta la posición de ambos médicos.

—Esto es increíble, John —volvió a decir el doctor Malone—. Pueden ser ellos. Genéticamente…

—Miró los papeles que tenía en la mano— pueden serlo.

John no pudo evitar sonreír.

—Eso es fantástico —exclamó—. Tendremos mucho trabajo por delante, pero es estupendo —le

dio una palmada en el hombro al doctor Malone y lo abrazó.

—Deberíamos informar a La División —intervino el doctor Del Toro en tono serio—. Querrán

saberlo.

Los dos hombres se giraron hacia él con el ceño fruncido.

—No. No quieren saberlo —le dijo con firmeza John.

—¿De qué vas? —le preguntó su compañero.

Del Toro los miró con cara de incrédulo. Las arrugas que podían verse en su frente normalmente, se

marcaron aún más.

—Es el procedimiento —aseguró.

—Manuel, ¿de qué estás hablando? —Se extrañó John—. Los dos sabíais que Jimmy no era

normal, y se lo hemos ocultado a La División durante años. —Lo miró confuso—. No entiendo a qué

viene esto ahora.

—A que no deberían estar aquí. —Se aproximó dos pasos hacia John—. He ocultado lo de Jimmy

por ti, pero no pienso hacer lo mismo con los demás.

—Si los descubres a ellos, lo descubrirás a él —discutió.

—Venga, Del Toro —intervino Malone, que se encontraba en medio de ambos—. Juramos proteger

Atanasia —le recordó—. Y así es como tenemos que hacerlo.

—¿Seguro? —se apresuró a decir—. ¿Qué os hace pensar que La División no quiere eso?

—La División quiere Atanasia —le aseguró John—. Pero no la quiere proteger.

El doctor tragó saliva. Miró en primer lugar a su compañero y luego a John. Pensó en lo último que

éste le había dicho y dijo:

—Por La Madre, John. Ni siquiera saben lo que son. —Suspiró—. Y además puede que no sean

ellos. Reúnen la condición principal pero no lo tienen todo. Cómo van a salvar a Atanasia si no saben

nada.

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En eso llevaba razón. Jimmy había estado sufriendo una serie de cambios en su organismo desde

incluso meses antes de su llegada a Wayback, pero John no le había contado nada al respecto porque

ni siquiera él estaba seguro de lo que le sucedía.

—Tienen que ser ellos —replicó con convicción, como si decirlo en voz alta lo convirtiera en

realidad.

—Se lo contaremos. Todo —propuso Malone—. Les hablaremos de la historia, de lo que pasó…

—Dudo mucho que lo crean —le interrumpió Del Toro.

—Si les presentamos pruebas sólidas, sí lo creerán —aseguró—. Podemos enseñarles el estudio

genético. Puede que así nos den alguna pista. Que sepan algo.

John se quedó pensativo mientras escuchaba a los dos médicos discutir acerca del tema. Se había

cruzado de brazos para después poner una de sus manos delante de la boca, como si estuviese

mordiéndose una uña.

—¿Podéis prepararlo? —les preguntó.

—Claro. Te llamaré en cuanto lo tengamos —afirmó Malone.

—Bien. —Lo miró y a continuación se dirigió a Del Toro—: Estamos haciendo lo correcto.

El hombre no parecía muy convencido, pero finalmente asintió.

Los Owen se encontraban esperando en el rellano del Área Educativa, la cual ya estaba vacía

debido al fin de la impartición del horario de clases. El interior parecía pertenecer a una prestigiosa

universidad privada, con los muebles de madera de pino en tonos pardos y sillones de cuero granate,

y grandes ventanales con cortinas de seda y enormes alfombras de piel que cubrían el parqué.

—¿Creéis que las explicaciones que ese hombre pueda darnos servirán de algo? —les preguntó

Robbie a sus hermanos. Ellos lo miraron extrañados—. Quiero decir, una explicación no va a

cambiar nada. Nos pasan cosas, y que él nos diga el motivo por el que nos pasan, no evitará que

sigan pasando.

—Tienes razón —dijo Mark, que estaba sentado en el sillón de enfrente—. Puede que los cambios

no vayan a desaparecer, pero saber por qué ocurren podrá ayudar a llevarlos mejor. —Se levantó de

su asiento y se colocó entre ambos sillones, de modo que pudiera mirar a todos sus hermanos—. No

necesito que John me diga lo que me pasa —afirmó—. Estoy cambiando. Ya lo sé. Sólo necesito

saber por qué.

—¿Y crees que John sabrá por qué? —le preguntó Gary.

Mark se encogió de hombros y miró a Jimmy.

—Es lo que puso en la carta —dijo señalándolo con la mano.

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—¿Así que de eso se trata? —Se incorporó Jimmy en un gesto brusco—. ¿Habéis venido a saber

por qué y luego os largaréis sin más?

—¿Quién ha dicho nada de largarse? —se sorprendió Robbie y también se levantó—. Antes

dijimos que iríamos a la casa de mamá si nos quedábamos.

—Si os quedabais —respondió molesto—. Recalca el «si».

Robbie torció la cabeza en un gesto de incomprensión ante la actitud de su hermano.

—Jay, ya basta —intervino Mark de nuevo—. Qué mierda te pasa.

Jimmy lo miró y después se giró hacia Gary y Blair, que lo observaban con la misma cara de

incrédulos que los mellizos. Ya no sabía ni siquiera por qué estaba enfadado.

—Yo… —Los miró avergonzado—. Lo siento. —se disculpó—. Estoy cansado de esperar a que

me den respuestas —dijo—. Vosotros habéis sufrido los cambios fuera, al libre albedrío. Pero yo he

estado aquí encerrado aguantando que John supiera algo y no me lo contara.

—Haberle obligado a hacerlo —advirtió Gary encogiéndose de hombros.

—Es mi padre.

—No. No lo es —replicó.

Jimmy pensó su respuesta un par de segundos antes de hablar.

—Él no me abandonó cuando me quedé solo —confesó—. Cuando empecé a sufrir los cambios la

otra familia quiso… meterme en un psiquiátrico. —Gary bajó la cabeza—. Pero John no lo permitió.

Blair, que había preferido mantenerse al margen cuando comenzó la discusión, se levantó del sillón

y caminó hasta Jimmy para abrazarle.

—Lo siento mucho, Jimmy —susurró—. A partir de ahora estaremos juntos. No nos iremos a

ninguna parte.

En ese momento apareció John, sin bata y con una botella de agua en la mano.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

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QQUUIIÉÉNNEESS SSOOMMOOSS;; DDEE DDÓÓNNDDEE VVEENNIIMMOOSS

He comprendido que somos sordos y ciegos, que venimos de la noche para volver a la noche

sin saber nada de nuestro destino. JULIEN GREEN

Los Owen retomaron sus asientos y John esperó junto a ellos hasta que el doctor Malone telefoneó.

Se levantó y les dijo que lo siguieran. Mientras atravesaban el rellano hacia las escaleras del fondo,

los hermanos, algo más tranquilos que minutos antes, charlaron entre sí por grupos.

—Así que… ¿Qué sabes de lo que nos está pasando? —le preguntó Blair a Jimmy, que intentaba

hacerlo hablar para que olvidase la discusión anterior.

—No sé mucho —respondió el chico—. John formula sus teorías basándose en los cambios que yo

experimento. Y da igual lo que él diga, porque siempre llego a la misma conclusión del mundo de los

vampiros o algo parecido —dijo encogiéndose de hombros—. Pero supongo que no hay nada

concreto hasta saber los resultados de las pruebas.

—Bueno, tú llevas mucho tiempo con él... —intervino Robbie con timidez—. ¿Por qué has tenido

que hacerte las pruebas ahora?

—Cuando me adoptó y empecé con los cambios me las hizo, pero a medida que yo seguía

cambiando él quería hacerme más y yo ya me sentía demasiado raro como para además convertirme

en una rata de laboratorio. No, gracias —explicó—. Así que me negué y me centré en encontraros.

—¿Y si no lo hubieras hecho? —supuso Blair.

—¿Encontraros? —preguntó y Blair asintió—. No hacerlo no era una posibilidad.

—Siempre has sido un poco plasta —bromeó Robbie, tratando de suavizar el ambiente.

—Hay cosas que nunca cambian.

Por delante de ellos tres y un poco alejados de John, Gary y Mark hablaban entre sí. El segundo

caminaba cabizbajo y con las manos en los bolsillos, como solía hacer siempre. Gary, por su parte, lo

hacía intranquilo, con los hombros tensos por el rifirrafe anterior; aunque sabía que aquello no tuvo

la más mínima importancia para nadie y que él también debería restársela.

—¿Por qué crees que no ha venido Kitty? —dijo Mark intentando entablar conversación.

—Ella siempre ha sido muy independiente —comentó su hermano sin levantar la vista de los pasos

de John.

—Si cualquiera de nosotros hubiera organizado esta reunión, de algún modo podría entenderse que

no viniera, pero es Jay quien lo ha hecho —insistió—. Ya sabes lo unidos que estaban. Me resulta

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raro no verla aquí cuando estamos todos —admitió y recordó la última vez que la vio—. ¿Y si le ha

pasado algo?

—No le ha pasado nada. —descartó de inmediato Gary—. Es Kitty, todos sabemos cómo es —

dijo—. Se las ha arreglado por sí sola desde que era pequeña —recordó, y volvió a insistir—: Es

imposible que le haya podido pasar algo.

—Pues yo no estoy tan seguro.

—Sigues siendo igual de propenso a la preocupación, Mark —observó Gary con un tono de voz

mucho menos hostil—. Seguramente Kitty haya tenido una vida mucho mejor que las nuestras.

También habrá experimentado los cambios, sí, pero los habrá afrontado y habrá seguido adelante con

su vida. —Se quedó pensativo—. Ella siempre fue la más autosuficiente.

—Vale, pero eso no justifica que no esté aquí —respondió su hermano—. Y no puedes asegurar

que no le haya podido pasar nada sólo por el hecho de que fuera la más independiente o

autosuficiente de nosotros. —Se tomó un par de segundos para reflexionar y las siguientes palabras

que pronunció sonaron a decepción—. Es como si no quisiera vernos. —Suspiró—. Y sé que Jay la

necesita más que a nadie.

—Lo superará.

John les condujo hasta una habitación situada en el piso de arriba. Un aula con veinticinco pupitres

individuales de polietileno azul con una mesa auxiliar a un lado, y distribuidos en filas de cinco por

cinco, dos pizarras en la pared de detrás de la mesa del profesor y un proyector al fondo de la clase.

—Y yo que pensaba tomarme un año sabático —bromeó Robbie al entrar.

Los Owen tomaron asiento en los pupitres de la primera fila y John encendió el proyector con el

mando, que estaba conectado al ordenador portátil situado encima de la mesa. La pantalla del

proyector bajó tapando el centro de las dos pizarras y John se apoyó en la mesa donde se encontraba

el ordenador. Abrió la botella de agua que había traído en sus manos y bebió un sorbo. Les pidió que

no le interrumpiesen hasta que no dejase de hablar y se sentó sobre la mesa. Conectó al ordenador un

pendrive e inició la presentación que había preparado para tener un efecto visual de las cosas.

—Durante siglos, criaturas que los seres humanos consideran mitológicas, y que aquí denominamos

«no humanos», han existido ocultos entre nosotros. —Cogió la botella de agua y la sostuvo entre sus

manos—. Se ha discutido sobre la veracidad de estos seres desde épocas muy anteriores a la nuestra,

donde se afirmaba la existencia de una tierra paralela conocida como Atanasia: La que ha renacido,

la inmortal.

John observó a los chicos. Miraban o la pantalla o a él, pero no tenían expresión alguna. Estrujó la

botella entre sus manos en un gesto de intranquilidad y continuó hablando.

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—Nuestros ancestros decían que había dos mundos: El de los seres humanos y el de los no

humanos, Atanasia. Éste siempre ha estado oculto a nuestros conocimientos geográficos, pero se dice

que posee los más bellos paisajes que han existido. —Cada vez que John hacía referencia a la tierra

de los no humanos parecía hablar con respeto—. Que allí la naturaleza es la raza predominante y que

en función de la situación de sus tierras, ella se comporta de una manera o de otra. —Después de

pronunciar aquellas palabras con cierto tono de devoción en su voz, bebió un nuevo sorbo de agua—.

De hecho se dice que los mejores paisajes naturales de La Tierra provienen de Atanasia, puesto que

esa tierra estaba antes que esta, y que por culpa de la aparición de los humanos, de su crecimiento

posterior y de su falta de consideración, tuvo que ocultarse. —Dejó la botella sobre la mesa—. Es

más, algunos parapsicólogos afirman que esos lugares tienen algo distinto que los hace ser

especiales, y aquellos que conocen las suposiciones de la existencia de Atanasia los atribuyen a ella.

—Colocó su mano sobre el ratón del ordenador y cliqueó cada vez que quería cambiar de imagen—.

Algunos de estos paisajes son el glaciar Perito Moreno, el Uluru en Australia, la Capadocia de

Turquía, las Torres del Paine en Chile, la selva Amazónica o el Gran Cañón del Colorado.

Robbie dio un respingo en su asiento, pues estaba recostado, al escuchar el nombre del último

paisaje. Miró a su mellizo, que se encontraba a su lado, y bajo la oscuridad de la habitación

distinguió que Mark estaba completamente pálido. Con sus ojos verdes clavados en la imagen que

proyectaba la pantalla. Cuando estuvieron allí, no sabían explicar cómo, nada más poder

vislumbrarlo desde su posición sintieron un cosquilleo por todo el cuerpo. Podía atribuirse a la

impresión que solía causar el espléndido paisaje a todos sus visitantes, pero a medida que ellos se

adentraron a pie hasta el fondo de valle de la parte sur, sintieron cómo un olor familiar les decía que

no era la primera vez que lo visitaban. Lo que les hizo estremecerse como nunca lo habían hecho.

John no se percató de la reacción de los mellizos, así que prosiguió.

—A pesar de tener que ocultarse, los seres de Atanasia, conocidos ahora como atanos, han

coexistido con los humanos sin que sospecharan algo. —Bajó la cabeza y se tomó un par de

segundos—. Pero siempre se cometen errores. Y ellos no son una excepción. —Volvió a levantarla

mirando a Jimmy—. Igual que los seres humanos, los atanos han pasado por distintas guerras a lo

largo de su historia. Se han producido tanto guerras entre especies como internas entre clanes de la

misma especie, ya fuese en sus tierras o aquí. Y algunas se les iban de las manos. —En su voz se

pudo notar un resquicio de tristeza—. Una de esas guerras tuvo lugar en América del Sur, entre la

frontera de lo que es hoy Chile y Argentina, alrededor del siglo XVII.

Su tono seguía sonando de la misma forma, y Jimmy pareció darse cuenta de ello, así que se irguió

en su asiento y frunció el ceño mirando fijamente a John. Éste pareció darse cuenta y trató de serenar

su voz.

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—En Atanasia siempre había reinado la paz entre especies, mas por aquella época y, por motivos

que se desconocen, padecía una gran inestabilidad. Aquello desembocó en una división de sus

habitantes en dos bandos —dijo con más normalidad—. Atravesando los portales que unían sus

tierras con estas, los licántropos que ocupaban el territorio actual chileno acusaron a los vampiros de

lo que es ahora Argentina de haber incumplido la ley. No hubo un intento de aclaración, y la guerra

comenzó sin más. —Cambió el peso de su cuerpo a la otra pierna—. El enfrentamiento entre ellos se

descontroló tanto que no les preocupó permanecer ocultos durante sus luchas, así que comenzaron a

ocupar territorios indiscriminadamente con el fin de extenderse lo más posible para combatir en la

guerra. —Pasó de diapositiva para mostrar los dibujos de un lugar—. Un poblado indígena que solía

migrar de lugar en lugar en busca de una supuesta tierra sin mal, la cual creemos que también podría

ser Atanasia, se vio arrasado por los vampiros. Parte de los habitantes del poblado, entre ellos los

chamanes, idearon un plan de venganza contra las criaturas y se escondieron para atacarles al alba.

—Cliqueó de nuevo y se vio la fotografía de un manuscrito antiguo donde relataba de forma extensa

lo que John estaba resumiendo—. Se dice que utilizaron la magia negra para capturar a un vampiro,

y poco después a un licántropo. Los chamanes experimentaron con ellos y les torturaron bajo la

influencia de la magia negra durante largas semanas para saber más cosas sobre ellos y su mundo.

Pasaron allí meses cuando decidieron probar una última cosa: infectar a los individuos con la sangre

del otro. Ningún manuscrito concreta qué métodos utilizaron para realizarlo, ni siquiera éstos. —

Señaló con la mirada la pantalla del proyector—. Pero sí cuentan que en cierta medida, el

experimento tuvo éxito.

La diapositiva que mostraba unas páginas del viejo manuscrito era lo suficiente clara como para

poder distinguir que el relato no estaba escrito en ningún idioma conocido. No utilizaba el alfabeto

íbero, ni el árabe, ni el oriental, y ni siquiera el egipcio. Pero eran símbolos. Un tipo de simbología

que dado el gusto por las series de ficción, los mellizos lo habrían atribuido al «Kriptoniano» de

Superman.

Los Owen dieron por hecho que se trataba del idioma de la tierra de los no humanos, el idioma de

Atanasia y, aunque no lo comprendían del todo, entendieron algunos de los caracteres. Como los que

formaban la palabra «vampiro» o «licántropo». Pero lo que más les llamó la atención del antiguo

texto, y eso era algo evidente, era por qué automáticamente sus mentes traducían parte del

manuscrito. No hacía falta que John siguiera explicando aquella historia pues, poco a poco, a medida

que los Owen prestaban más atención al texto de las diapositivas, sabían lo que hicieron los

chamanes tras la guerra. Como si aquellos caracteres salieran de la pantalla brillando en dorado y su

mente los tradujera al instante.

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—Según las creencias del poblado, ambos morirían si bebían la sangre del otro. El resultado fue

que el licántropo murió y el vampiro no. —Continuaba hablando John mientras los Owen seguían

con la mirada puesta en el manuscrito en lugar de en él—. El vampiro les contó que la magia negra

no tenía tanto efecto sobre los vampiros como en los licántropos, puesto que ellos eran «no muertos».

Además, descubrieron que gracias a toda la magia negra que habían utilizado para debilitar al

licántropo, su sangre se había mezclado con la suya, combinando las características extraordinarias

de ambas especies. —Cliqueó una vez más y miró a los Owen—. En su defensa, también dijo que no

tenían nada que temer con él. Que había sido forzado a la lucha por el líder de su clan, y que se había

negado a probar la sangre humana para alimentarse. La coexistencia para él era posible.

De pronto el teléfono móvil de John comenzó a sonar. Con nerviosismo, lo buscó entre los bolsillos

de su pantalón; pero no estaba. Después comprobó los de su chaqueta, donde lo encontró en uno de

los bolsillos internos. Vio de quién procedía la llamada, alguien con el nombre de Eric Finnan, y

colgó. Miró a los Owen, que lo miraban a su vez desconcertados, y apagó el teléfono antes de volver

a guardárselo esta vez en uno de los bolsillos del pantalón.

—Perdonad. —Se disculpó, y retomó lo que estaba diciendo—: Los habitantes que quedaban del

pueblo, muy seguidores de la guerra continua entre el bien y el mal, ofrecieron al vampiro

permanecer con ellos a fin de luchar contra los males que pudieran albergarles en un futuro. A

cambio, le prometieron no matarle. Sin embargo, el vampiro era más poderoso de lo que imaginaron,

y después de llevarse por medio varias víctimas, los obligó a ayudarle a crear un ejército con los de

su especie siguiendo el mismo procedimiento que con él para que fuesen igual de poderosos.

La llamada telefónica lo había puesto de nuevo nervioso. Así que cogió la botella de agua, le dio

dos tragos y, al ir a dejarla sobre la mesa, se le resbaló de la mano, cayendo al suelo. La recogió y la

mantuvo nuevamente entre sus manos con fuerza.

—Con sed de venganza, los licántropos atacaron lo que creyeron que era el poblado, mas esta vez

se encontraron con el ejército vampiro. Éstos se alimentaron de los licántropos cazados y adquirieron

nuevas capacidades a través de su sangre, como la de procrear. —Cliqueó y salió el dibujo a

carboncillo de un enorme vampiro—. Los licántropos, mitad lobos mitad humanos, estaban

devolviendo la humanidad a los vampiros al mismo tiempo que les hacían perfeccionar las

características extraordinarias que ya poseían; gracias a la magia de los chamanes. —Dejó la botella

sobre la mesa, esta vez a la primera—. Aquel vampiro, y los que se habían unido a él, sabían que

habían desobedecido la regla más importante de Atanasia: No establecer alianzas con los humanos,

pues por ellos Atanasia estaba oculta. —Al pronunciar aquella frase John pareció furioso, como si a

partir de ahí hablara desde el rencor—. Los vampiros comprendieron que tarde o temprano sus

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superiores los encontrarían y tendrían que librar la batalla más dura de su eterna vida: Enfrentarse a

los que eran como ellos.

Alguien tocó a la puerta dos veces. John puso cara de desesperación. Caminó hasta ella y encendió

la luz antes de abrirla. Al otro lado estaba Sam, la chica que le hacía los recados a John y a quien

Jimmy no podía ver sin alterarse. El chico estaba sentado en el pupitre más cercano a la puerta, así

que no sólo pudo verla, sino que su olor a lavanda se impregnó en sus entrañas. Ella le dedicó una

mirada dulce, sin ser consciente del efecto que tenía sobre él, y miró a John sobresaltada cuando éste

le preguntó el motivo de la interrupción.

—Eric ha llamado —le dijo—. Ha dicho que le has colgado y después has apagado el teléfono.

Tienes que hablar urgentemente con él.

—Dile que estoy ocupado —respondió.

—Pero John...

—Estoy ocupado —le interrumpió con firmeza—. Y dile a Malone que venga.

—¿Para qué quieres al doctor? —Se extrañó ella—. ¿Te encuentras bien?

—Sí. Sólo díselo.

John siempre había sido amable con Sam. Se había comportado como un padre desde que ella se

incorporara a Wayback poco después de la llegada de Jimmy, pero aquel día era distinto. Se lo veía

tenso y preocupado, y nunca la había hablado con tanta firmeza y seriedad como en ese momento.

Sam pensó que tendría que ver con la llegada de los hermanos de Jimmy, pues se había pasado las

últimas semanas intentando averiguar su paradero con ellos, así que decidió no tenérselo en cuenta.

—Está bien —dijo—. ¿Qué le digo a Eric si sigue llamando?

—Que lo llamaré después.

—De acuerdo.

Sam miró por última vez a Jimmy, quien no dejaba de observarla, y se marchó. John apagó la luz y

regresó a su posición anterior en la mesa para continuar.

—Los rumores de esta alianza, las actividades y las características nuevas de los vampiros que se

unían al poblado con el paso de los años, llegaron a oídos de la Corte Vampírica, el grupo

representante de esa raza que compartía el trono de Atanasia con el resto de representantes de las

otras especies —aclaró—. Éstos atravesaron el portal más cercano para comprobar por sí mismos la

evolución de su propia especie. Al llegar se encontraron con un gran ejército, aliado ahora de los

humanos, que se hacían llamar a sí mismos «Herederos», debido a sus poderosos y nuevos dotes que

les hacían ser mejores vampiros que el resto y, por tanto, herederos de todo el mandato vampírico

dentro y fuera de Atanasia —dijo completamente centrado en lo que estaba contando—. Los

Herederos amenazaron con un asalto al trono para lograr la coexistencia de Atanasia con el mundo

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humano. Era un fin bueno —recalcó—, pero sólo lograron que los acusaran de traidores y fueran

perseguidos hasta la muerte. —Se bebió de una vez lo que quedaba de agua en la botella y cliqueó

para mostrar un nuevo manuscrito en la pantalla, distinto al anterior pero escrito en el mismo

idioma—. Durante las primeras semanas de guerra, los Herederos arrasaron con todos los súbditos

que habían salido de Atanasia para pelear, dejando escapar a unos pocos con la intención de que

regresasen a casa para informar a sus superiores y así obligarles a firmar la paz si no querían

extinguirse. El plan funcionó, y la paz se firmó permitiéndoles regresar a Atanasia consiguiendo la

parte del trono que pertenecía a los vampiros.

Los Owen no entendían por qué John les contaba esa historia. De hecho, sólo Jimmy y Blair

estaban realmente interesados en lo que estaba diciendo; aunque tampoco es que les estuviese

aclarando mucho; Los mellizos también prestaban atención, pero sólo a las partes donde se

nombraba a esa tierra de los seres sobrenaturales llamada Atanasia; Por su parte, Gary miraba a John

con cara de incrédulo, como si todo aquello no fuese con él.

—A lo largo de la Segunda Revolución Industrial, los vampiros Herederos se metieron de lleno en

la coexistencia con los humanos, mezclándose con ellos para adquirir distintos conocimientos de

Ciencia, Tecnología, Literatura, Arte… —Cliqueó por última vez y terminó la presentación—.

Muchos Herederos con la capacidad de procrear, sedujeron a mujeres humanas para poder

reproducirse y hacer así que la subespecie perdurara. Pero se dieron cuenta de que al mezclar el gen

humano con el suyo no conservaban la especie, sino que creaban una variación —afirmó—. A esta

nueva variación se los llamó «Mestizos».

Volvieron a llamar a la puerta, pero esta vez no esperaron a que alguien abriera. Era el doctor

Malone. Sam lo acompañaba. John miró a los Owen y se acercó de nuevo a la puerta.

—Explícales la otra parte —le dijo al doctor Malone en voz baja—. Luego continuaré yo.

—¿Cómo van? —le preguntó en el mismo tono de voz para evitar que los Owen lo escuchasen. Los

chicos lo oyeron igual, su oído se había agudizado mucho, pero hicieron como si nada.

—No parecen tener mucho interés —respondió y los miró—. Dudo que se lo estén creyendo. Así

que espero que después de que hables tú la cosa cambie.

El doctor Malone asintió.

—Lo harán. —Los miró—. Seguro.

John afirmó con la cabeza y salió de la habitación junto a Sam, dejando al doctor solo con los

Owen, que siguieron sin mostrar ninguna reacción. El doctor Malone se acercó a la mesa y metió su

pendrive en otra de las ranuras USB del ordenador. Pero esta vez no puso diapositivas, sino un

archivo de video que se reprodujo en un programa con distintas aplicaciones.

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—Los primeros Mestizos fecundados fallecieron antes de nacer a causa de que su sistema

inmunológico no soportaba la intrusión del ADN vampírico, que lo consideraba como un virus —

comenzó a decir directamente—. Como el ADN vampírico era claramente más poderoso que el

humano, éste lo infectaba y el ADN humano se desintegraba produciendo la muerte genética del

individuo.

El video de la pantalla mostró dos estructuras genéticas de ADN distinguidas por el color

mezclándose entre sí. Una vez juntas, la parte roja resaltaba sobre la cadena en conjunto y se

extendía a lo largo de toda ella eliminándola.

—Los médicos encargados de la supervivencia de la especie, tanto vampiros como humanos,

realizaron análisis a ambos progenitores intentando averiguar qué era lo que causaba la muerte —

Comprobó por dónde iba el video—, llegando a la conclusión de que las mujeres, todas ellas

humanas, debían tener un estado físico alterado químicamente que les permitiese soportar el ADN

vampírico, permitiendo a su vez, una alteración en la cadena cromosómica mediante

encapsulamiento de los extremos de algunos genes, para que los genes humanos no se degenerasen y

produjeran la muerte del feto.

Mientras el resto trataba de averiguar qué significaban todas esas figuras y elementos 3D que

aparecían en la pantalla, el interés de Gary por la charla había ido en aumento en cuanto el doctor

Malone empezó a hablar, pues no creía nada que no fuera científicamente probable. Además

estudiaba Medicina, y le pareció un tema interesante como tesis doctoral en el caso de encaminarse

por la rama de la investigación genética.

—Para saber qué mujer era genéticamente compatible con los vampiros, comenzaron a realizar la

fecundación in vitro. De ese modo, sabrían qué fecundaciones tendrían éxito y cuáles no —

prosiguió—. El proceso consistía en extraer los ovocitos de los ovarios maternos, y mezclarlos con

los espermatozoides de los vampiros con la capacidad de fecundar en un medio acuoso durante

nueve horas. —Miró a Gary al removerse éste en su asiento—. Lo normal en una fecundación in

vitro entre humanos es de dieciocho horas, pero en el caso de los vampiros se reducía a la mitad, así

que si pasadas nueve horas el ovocito presentaba dos pronúcleos, la mezcla era viable, y esa pareja

podría procrear en un futuro sin necesidad de volver a comprobar su compatibilidad.

John había ido a sacar una nueva botella de agua de la máquina expendedora que había al final del

pasillo. Sam caminaba a su lado en silencio. Su teléfono sonó y se lo tendió a John sin ni siquiera

mirar la pantalla del aparato.

—Es Eric —le dijo—. No ha dejado de llamar.

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John la miró, y ella agitó la mano para que cogiera el teléfono. Observó con disconformidad a la

chica y cogió el aparato.

—Hola Eric —respondió a la llamada—. Me he quedado sin batería. —Sam torció la cabeza—. Es

verdad. —Sonrió a la chica—. No, todavía no han llegado. Y con sinceridad, no sé si lo harán.

Sam se sorprendió ante la respuesta de John y le hizo un gesto con los brazos. Éste elevó su dedo

índice de la mano que tenía libre en señal de que aguardara.

—Sí, te avisaré —dijo—. Adiós.

Colgó y le devolvió el teléfono a Sam.

—¿Por qué no le has dicho que los hermanos de Jimmy ya están aquí? —le preguntó la chica en

tono indignado.

—Porque no pueden saberlo aún —contestó.

—¿Por qué no? —quiso saber.

—Aunque no os podéis ver el uno al otro, sé que Jimmy te importa. Igual que a mí. —La cogió del

brazo—. Y sé que ambos haríamos cualquier cosa para protegerle.

—John, ¿qué está pasando? —preguntó frunciendo el ceño.

—Ven conmigo. —La soltó y se dirigió al aula donde se encontraban los Owen.

—Imagino que os estaréis preguntando por qué John os ha contado toda la historia de la guerra y

ahora yo todo esto —dijo el doctor Malone. En ese momento John y Sam entraron en la habitación,

quedándose junto a la puerta—. Creemos que uno de esos vampiros Herederos, de los primeros que

existieron y a su vez uno de los precursores de este estudio genético, era Dante, vuestro padre.

Sam miró con los ojos completamente abiertos hacia el doctor Malone. Después a John y

finalmente a Jimmy, que miraba a su padre adoptivo impactado.

La charla había dado un giro extraño. El primer dato que les había quedado claro era que creían que

su padre era un vampiro, pero tampoco tenía por qué ser cierto. Para empezar, su padre no se llamaba

Dante, sino Daniel, como el segundo nombre de Jimmy; y además había muerto en la guerra. Por lo

que de haber sido un vampiro probablemente hubiera sobrevivido. Sin embargo, sus ansias por

encontrar una explicación de sus cambios les hicieron reparar en algunas cosas que antes no habían

dado importancia: como que nunca habían tomado el sol en la playa, que sólo salían con su padre

cuando el cielo estaba oscuro o, lo que más les llamó la atención, que su tumba no estaba junto a la

de su madre el día que la enterraron a ella.

John se acercó al doctor Malone y prosiguió la charla.

—Respecto a vuestra madre. Se creía que la licantropía sólo se manifestaba en los varones, mitad

hombre y mitad lobo. Así que eran la única raza de Atanasia que siempre se había mezclado con los

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humanos a fin de hacer perdurar la especie —dijo—. Sin embargo, no era suficiente con procrear una

vez y dar un varón para continuar el linaje. Los licántropos se dieron cuenta de que sus descendientes

varones nacían humanos, por lo que eran sacrificados. Si nacían hembras las dejaban vivir con el

propósito de que procrearan con un licántropo en cuanto entraran en la edad fértil, buscando unos

genes femeninos lo más puros posibles.

—Tras muchos estudios e intentos sobre ello, —continuó el doctor Malone, que había parado el

video que se proyectaba— se averiguó que uno de cada cinco tenía el gen. Aquello lo relacionaron

con las camadas de las lobas, las cuales tenían una media de cinco cachorros, y la última novedad

que se supo sobre esas investigaciones fue que hubo una descendiente hembra con el gen despierto,

un licántropo hembra. A día de hoy es la única conocida.

Sam volvió a mirar a John, incrédula por sus palabras.

—Creemos que aquella mujer, llamada Áthena, era vuestra madre —dijo él mirando a los Owen.

Cuando John comenzó a hablar sobre lo que hacían los licántropos para que la especie perdurara,

pensaron que su madre sería una de esas descendientes de licántropo que había permanecido en

Atanasia para procrearse, y que por cualquier circunstancia se había encontrado con su padre

vampiro en algún momento de su vida. Pero su madre tampoco se llamaba Áthena, sino Lauren,

segundo nombre a su vez de Blair.

—Debido a vuestros genes, sois una especie única. No tenéis denominación —continuó el doctor

Malone, accionando un nuevo vídeo de no más de veinte segundos que se reprodujo una y otra vez—

. Vuestro ADN está compuesto por ADN vampírico, dominante y adquirido de vuestro padre, y ADN

humano mezclado con ADN licántropo, recesivo y adquirido de vuestra madre —explicó—. Esa

fusión de ADN hace que vosotros poseáis características humanas y características de estas razas.

Sam no quitaba su vista de Jimmy. Seguía sin poder creer lo que estaba escuchando y no podía

imaginar cómo se sentía el chico en ese momento. Sin embargo, él tenía su mirada clavada en John,

como si fuera a abalanzarse sobre él en cualquier momento.

—Respecto a las características heredadas de vuestros padres, por lo que sé de Jimmy —dijo éste—

, vuestras capacidades físicas son muy superiores a las de los humanos. Fuerza, agilidad, sentidos,

resistencia… Además, viendo lo que ocurrió con la aguja aquella vez que os he comentado —Miró al

doctor Malone un segundo y devolvió la mirada a los Owen—, creemos también que vuestra piel es

impenetrable a cualquier objeto que pertenezca al mundo humano y, aunque sólo nos basemos en ese

suceso, seguramente seáis inmortales en el mismo sentido que lo son los vampiros y los licántropos

aquí. Aunque preferimos que no lo pongáis a prueba. —Quiso hacer que la sugerencia sonara a

broma para intentar sacarles alguna reacción apreciable, pero no lo consiguió—. Hemos observado

que vuestras mandíbulas son similares a las de los humanos, aunque con los colmillos ligeramente

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más desarrollados, pero no ni se despliegan ni se repliegan. Imagino que ya lo habréis dado cuenta de

eso.

—Por otro lado, basándonos en vuestras pruebas y en otras cosas que hemos visto en Jimmy a lo

largo de estos años —continuó el doctor Malone de nuevo—, creemos que el ADN humano os

proporcionaría la capacidad de procrear con cualquier persona sin necesidad de una especificidad

química en su organismo. Lo que es algo bueno.

Sam había dejado de mirar a Jimmy por miedo a que él se diera cuenta y le dijera algo, así que se

había apoyado en la pared junto a la puerta mirando a John y al doctor según hablara uno u otro,

tratando de procesar toda la información.

—Os reflejáis en los espejos y no tenéis fotosensibilidad, aunque una larga exposición puede

debilitaros —volvió a decir John—. Podéis nutriros de alimentos humanos que os mantienen con

energía, aunque la sangre caliente, además de saciaros por completo, debe ser vuestro alimento

principal —dijo lo siguiente con precaución—. Cabe destacar que sois extremadamente sensibles a la

sangre de un humano, como los vampiros. —Miró a Jimmy durante un par de segundos—. Igual que

ambas razas, sois depredadores, no lo olvidéis. Y como tales, tenéis instintos de caza que debéis

controlar. Sobre todo si aparece la sed.

¿Entonces que se supone que eran? Si no tenían una denominación concreta, ¿cómo iban a llamarse

a sí mismos? ¿Vampiros humano-licántropos? ¿«Vanhumalicanes»? ¿«Vampiricántropos»? Aquello

parecía sacado de una película de ciencia ficción, pero según las explicaciones del doctor

científicamente era posible. Hasta Gary comenzó a creérselo. Sin embargo seguía habiendo cosas

que no encajaban con sus padres, con lo que se suponía que eran y con lo que los propios Owen

sabían de ellos.

John caminó hasta la puerta y encendió la luz. Sam estaba al lado, observándole incrédula porque

John no le había comentado nada acerca de esas investigaciones, pero éste ni siquiera la miró.

—Una antigua leyenda habla de «Los Guardianes». Dice que dos razas mortalmente enemigas se

unirían para formar la especie más poderosa que existirá jamás —continuó John—. Que crearían seis

guerreros con las más fuertes características de ambas especies, y que ellos serían los que

mantendrían el equilibrio entre el bien y el mal. El día y la noche. El mundo humano y el no humano.

Que protegerían ambos —habló con seguridad—. Y hay ciertas cosas en vosotros que encajarían con

la leyenda y la historia posterior de Atanasia. —Los miró uno a uno.

—Las pruebas que os hemos hecho sólo han confirmado nuestras sospechas: Que vosotros podríais

ser esos «Guardianes» —dijo el doctor Malone—. Sabemos que vuestros padres se hacían llamar

Daniel y Lauren Owen, un matrimonio feliz cuyo primer registro que consta de ellos es en el Reino

Unido, ya con seis hijos nacidos, de cuyas identidades no había habido nunca constancia antes.

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Como si su vida hubiera empezado en ese momento. No existen vuestras partidas de nacimiento y no

existe registro alguno antes de ese momento —les explicó mientras les mostraban en pantalla los

documentos de los registros firmados por sus padres—. Os trasladasteis a Francia, luego a España y

después a Estados Unidos. Su primer registro en tierras mundanas coincide con la desaparición de

Dante y Áthena en Atanasia; el número de hijos que ellos tuvieron, no sólo coincide con el número

de descendientes que la leyenda diría que tendrían aquellas dos razas que habían nacido para matarse

y no para amarse, sino que también coincide con los hijos que tenían Daniel y Lauren Owen;

Además, las fechas en las que supuestamente vuestro padre murió, son las mismas en las que Dante

fue visto de nuevo en Atanasia; y la fecha de la muerte de vuestra madre ronda la misma fecha en la

que se anunció que Áthena había muerto; En cuanto a sus hijos, nadie supo nada. Desaparecieron.

Si todo lo que habían dicho era cierto, y aunque algunas de las cosas sólo fueran suposiciones

hechas en base a coincidencias, las pruebas genéticas estaban ahí. No recordaban ninguna señal que

indicara que no fueran humanos, y tampoco recordaban que hubieran tenido una vida anterior que no

fuera la de mudarse de ciudad en ciudad hasta llegar a Aberdeen ya sin su padre. Mas estaba claro

que algo en ellos no era normal.

—Puede que no seáis los Guardianes y las coincidencias no sean determinantes, pero sí sabemos

que no pertenecéis a este lugar. El símbolo de vuestros brazaletes pertenece a Atanasia. —Los Owen

levantaron la vista hacia John de golpe—. Esta no es vuestra tierra. —Sus palabras habían sonado

duras, así que intentó suavizarlas—. Pero si estáis aquí y no en Atanasia, que es donde deberíais

estar, supongo que será por algún motivo. —Sonrió orgulloso—. Y tendremos que averiguarlo.

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AASSIIMMIILLAACCIIÓÓNN

A veces podemos pasarnos años sin vivir en absoluto, y de pronto toda nuestra vida se

concentra en un solo instante. OSCAR WILDE

John apagó primero el ordenador portátil y después el proyector. Observó a los Owen y esperó a

que alguno dijese algo, mas permanecían en un absoluto silencio. Parecían haberse quedado

paralizados. También miró a Sam, que a su vez dirigía una mirada turbada a Jimmy.

—Si puedo hacer algo para... —dijo.

Jimmy se levantó de golpe de su asiento ahogando las palabras de John, y se encaminó hacia la

salida. Ignoró por completo a Sam y salió de la clase rompiendo la puerta al intentar dar un portazo.

Ella dio un respingo enorme y se quedó aterrada cuando vio lo que el chico había hecho. John lo

siguió de inmediato, y el resto de los Owen se limitaron a contemplar la escena desde sus asientos

ante la mirada absorta del doctor Malone.

El chico caminó a grandes zancadas a lo largo de todo el pasillo, lo que hizo que John tuviera que

correr para alcanzarle. Le puso la mano en el hombro y Jimmy se giró.

—¿Qué es lo que pasa? —se interesó John.

Parecía mentira no haber intuido la reacción que iba a tener Jimmy cuando se enterase de toda su

investigación al margen.

—¿Que qué es lo que pasa? —dijo Jimmy al darse la vuelta, no creyéndose lo que le había

preguntado John—. ¿Que qué es lo que pasa? —repitió.

—Dijiste que te dejara hacerlo solo. —Apartó su mano del chico.

—¡Porque no creía que tuvieras suposiciones acerca de mi familia! —gritó señalando con la mano

abierta la puerta rota del aula—. Todo lo que acabáis de soltarnos ahí dentro... —Lo miró fijamente a

los ojos con los suyos cambiados de color—. ¿Cómo has podido?

—Es algo complicado —se limitó a decirle.

—¿Complicado para quién, John? ¿Para ti? —El hombre tragó saliva—. Me he pasado desde los

quince años preguntándome qué demonios me pasaba y tú lo sabías. Y no me lo dijiste. —Su tono

empezaba a sonar algo desesperado—. Sé lo que te dije, pero era un crío. —Le costaba hablar

mientras intentaba controlarse—. Por La Madre, creí que era algo neurológico —confesó—. Pero

ahora sé que soy una especie de… monstruo. —Escupió aquellas palabras con asco.

—No eres un monstruo —le dijo.

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—¡Deja de mentirme! ¡Sabías que lo era desde el principio! —gritó y lo miró fijamente—: Me

pregunto si no lo planeaste todo. Lo de adoptarme y traerme aquí —le recriminó.

Antes de que Jimmy pudiera replicarle también sobre lo de la supuesta leyenda, John, que no sabía

muy bien cómo explicarse en ese momento, hizo un comentario fuera de lugar movido por la mezcla

de miedo y nerviosismo que sentía.

—Puede que toda la culpa no sea mía, Jimmy —se atrevió a decir—. Tenías dieciséis años cuando

tu madre murió. Las cosas habrían sido más fáciles si ella te hubiera hablado de esto antes.

—No te atrevas a culparla, John —advirtió en tono amenazador—. No la conocías. —John hizo una

mueca involuntaria—. ¿Verdad? —El hombre miró hacia otro lado—. ¿La conocías, John? —Él no

contestó—. ¡¿Conocías a mi madre y tampoco me lo dijiste?!

John no pudo soportarlo más. Apretó los puños para reunir las pocas fuerzas que le quedaban, y

dirigió su mirada temblorosa al chico.

—Lo siento, Jimmy —dijo—. Debí habértelo contado —admitió.

Jimmy lo miró con rabia. Tenía ganas de golpearle hasta no poder hacerlo más, pero se resistió al

ver a Sam al fondo del pasillo junto al marco sin puerta del aula. Ella los había escuchado desde allí.

Tenía una mano puesta delante de su boca y sus ojos brillaban debido a su humedecimiento.

—¿Quién eres? —le preguntó, y se dirigió de nuevo al aula.

Mientras, en el interior de la clase, el resto de los Owen permanecían sentados en silencio. Blair

observaba a través de la ventana como el bello paisaje de fondo ocultaba sus colores al hacerse de

noche; Gary permanecía con los ojos cerrados, la cabeza baja y los brazos cruzados, pareciendo estar

dormido mientras jugueteaba con las gafas; Y Robbie observaba la tranquilidad que aparentaba

Mark, como si nada de lo que había escuchado le hubiera afectado. La chica suspiró.

—Están discutiendo, ¿verdad? —dijo Blair.

—¿Acaso no los oyes? —respondió Robbie con obviedad.

—Sí…, claro que los oigo.

Su hermano y John se encontraban en la otra punta del pasillo. No habían gritado tanto como para

que el doctor Malone y Sam los escucharan con claridad, pero los Owen les oyeron sin problemas.

—Las teorías sobre Drácula quedan descartadas —comentó Robbie.

—Sí, bienvenidos a la era «Underworld» —espetó Gary, que se había incorporado para mirar a su

hermano.

—¿Cuántos años tenían mamá y papá? —preguntó Mark de repente.

Había estado intentado calcular mentalmente los años que habían pasado desde los hechos que John

había contado, y le había resultado imposible de creer.

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—No sé… ¿Más de dos siglos? —preguntó Robbie a su vez.

—Eso no es posible. —Lo miró.

—Al parecer en nuestro nuevo mundo sí lo es —dijo Gary y los miró—: ¿Creéis que tenemos

veinte años o es sólo la edad mortal?

Antes de que ninguno pudiera responder, Jimmy volvió a entrar en el aula. Sam lo hizo a

continuación y tras ella John. Ambos retomaron las posiciones que ocupaban antes de la gran

explicación, y los ya presentes en la sala volvieron a quedarse en silencio. Sam permaneció en el

marco de la puerta.

—¿Estás bien? —se interesó Mark por su hermano.

—Podría estar mejor —respondió.

Mark soltó una floja y corta risa.

—Como todos.

El silencio perduró en la habitación unos minutos más. John, que se había sentado en la silla de

detrás de la mesa, tenía entrecruzados los dedos y miraba al doctor Malone, que a su vez se había

apoyado en la ventana. Se mantuvieron así unos diez segundos esperando a que alguien dijera algo,

mas como nadie parecía estar por la labor, John se levantó y volvió a ocupar su posición sobre la

mesa.

—Tenéis alguna pregunta o no —dijo.

—Tenemos muchas preguntas —respondió cortante Mark.

—¿A qué ha venido lo de fuera? —preguntó Blair.

John suspiró.

—Alguna otra pregunta —se dirigió al resto intentando evitar el tema.

—Yo tengo una. —Levantó un poco el brazo Robbie. John asintió con la cabeza dándole paso a que

formulase su pregunta—: Sin tener en cuenta que no sabemos con certeza esa historia de nuestros

padres… está claro que no somos humanos y que tenemos una serie de cualidades… bueno…

superiores. Así que, ¿cuándo empezaron exactamente los cambios? Quiero decir, ¿por qué a una

determinada edad y no desde niños?

John miró al doctor Malone. Le hizo un gesto con la mano para que respondiera y volvió a cruzarse

de brazos.

—Creo que en vuestro caso es un simple recordatorio —habló el doctor—. Está claro que no tenéis

ningún recuerdo de vuestra vida en Atanasia, y es posible que de alguna manera vuestros padres

bloquearan esos recuerdos, incluidas vuestras capacidades. Como si las hubieran mermado y

hubieran despertado años después. —Se encogió de hombros.

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Blair, Robbie y Gary ahora parecían los más interesados en las explicaciones, ya que Jimmy en

lugar de prestarle atención observaba fijamente la puerta rota en el pasillo, ignorando la presencia de

Sam. Y Mark, a pesar de estar escuchando todo lo que se decía en el aula, no dejaba de estar atento a

Jimmy.

—Nuestro caso sería como los… Mestizos. ¿Podemos elegir no ser así? —Preguntó Gary, a pesar

de que estaba bastante cómodo con sus capacidades sobrenaturales.

John no pudo evitar mirarlo con tristeza. Quería decirle que sí, que a pesar de todo lo que habían

pasado, podrían borrarlo y olvidar para empezar de cero; pero no era así.

—Podéis aprender a sobrellevarlo —contestó. Al chico no le gustó la respuesta.

Fuesen o no fuesen los Guardianes que John decía, tendrían que aprender a vivir con ello

igualmente. No eran humanos y, tal y como dijo John, no pertenecían a tierras mundanas. En ese

momento recordaron que el mismo día que su madre murió, ella iba a contarles algo muy importante.

Se preguntaron si aquello sería lo mismo que lo que les habían contado John y el doctor Malone en

esta ocasión. Cabía esa posibilidad.

—Por lo que creemos… vuestra genética ha sido así siempre —intervino el doctor Malone desde la

ventana, tratando de complacerlos de alguna manera—. No se ha alterado a causa de una mordedura.

—Caminó hasta John—. Y que no supierais nada al respecto es cosa de vuestros padres. Debieron

paliar los efectos de alguna forma. No sabemos más.

—Dijisteis que el símbolo de nuestros brazaletes es un símbolo de Atanasia. ¿Tiene algún

significado? —preguntó Mark.

John y el doctor Malone volvieron a intercambiarse la enésima mirada, lo que hacía sospechar a los

Owen de que les ocultaban algo.

—Es el símbolo de La Tríada. El gobierno de Atanasia antes de la guerra —contestó John—.

Áthena y Dante pertenecían a él.

Los Owen volvieron a quedarse pensativos. John y el doctor Malone podrían estar mintiéndoles en

lo que quisieran porque los Owen no tendrían forma de saber cuánto de todo aquello era verdad, así

que sólo podían escuchar todo lo que tuvieran que decirles y sacar después sus propias conclusiones.

Jimmy, que no había quitado su vista de John en ningún momento desde que empezara a hablar,

quiso saber algo:

—¿De qué conocíais a nuestra madre?

El doctor Malone puso cara de alarma. John ya se lo había admitido en el pasillo, así que no podía

negarlo.

—Nosotros no… —trató de disimular el doctor.

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—John no me lo ha dicho pero su silencio habló por él —le interrumpió—. Y además habéis

hablado de ella y de nuestro padre como si les hubieseis conocido en vida. —Los miró—. ¿Por qué

conocíais su historia?

—Los manuscritos que os he mostrado hablan de ello —respondió John—. Hay decenas de libros

que hablan sobre la historia de Atanasia, y Dante y Áthena forman parte de ella.

—¿Y cómo has accedido a esos libros? —inquirió Mark, utilizando su tono cortante, adivinando

hacia dónde quería llegar su hermano mayor.

John suspiró desesperado.

—Esto es una institución educativa —contestó. Mark arrugó la frente en señal de poca convicción

ante la respuesta—. De todas formas lo importante no es cómo lo sabemos, sino que lo sabemos. —

Hizo una pausa—. Podemos ayudaros.

Gary emitió un sonido discordante.

—¿Ayudarnos? —dijo—. Con el debido respeto, llevo más de seis años arreglándomelas solo. No

necesito ayuda de nadie.

—¿Y por qué estás aquí? —habló el doctor.

—Porque quería ver a mis hermanos —contestó de inmediato.

Nadie supo qué decir. La conversación había llegado a tal punto que nadie sabía cómo continuar.

Sam, que no dio crédito a todo lo que había escuchado, abandonó la habitación disgustada. John la

siguió con la mirada, mas no se movió. Jimmy quiso levantarse y marcharse también, sin embargo

estaba demasiado furioso como para hacerlo sin romper alguna otra cosa.

—¿Por qué crees tú que estamos aquí, John? —le exhortó Jimmy.

El hombre lo miró sorprendido. A esas alturas ya no sabía qué sentido podían tener las palabras de

Jimmy.

—Porque tú querías estar con ellos —respondió—. Querías que estuvieseis todos juntos.

—No me has entendido.

—Pues explícate mejor. —Se cruzó de brazos, impaciente.

—¿Qué os hace pensar que vamos a quedarnos? —comentó—. Decís que podéis ayudarnos, pero

tengo la impresión de que esa ayuda tendrá su precio.

—Te equivocas —dijo—. Queremos lo mejor para vosotros, Jimmy. Y la única forma de conseguir

eso es permaneciendo aquí. —Jimmy meneó la cabeza—. Sé que os hemos contado muchas cosas

que en principio no pueden tener demasiado sentido para vosotros, pero tampoco lo tenían para

nosotros. Por eso tenéis que quedaros —insistió—. No lo sabemos todo. Pero podemos averiguarlo

juntos.

—Ya he tenido suficiente —respondió tajante.

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—Puede que para ti esto sea suficiente, Jimmy. Pero ¿qué hay de ellos? —El chico miró a sus

hermanos cuando John les señaló—. No seas tan egoísta. Tú has tenido a alguien a tu lado. Me has

tenido a mí. Pero ellos no han tenido a nadie.

Jimmy no contestó. Durante los años que habían pasado separados, estando con sus respectivas

familias adoptivas, los Owen habían experimentado los cambios y se habían alejado de ellas para no

lastimarlas. Sabían que marchándose de casa les provocarían un pequeño daño psicológico, o quizá

no, pero eso no sería nada comparado con el que podrían hacerles físicamente si se quedaban.

Intentaron seguir adelante en solitario, rehaciendo sus vidas, sin mezclarse demasiado con la gente

para no herirlas, y luchando contra sus instintos y necesidades cada día. Pero ya no podían soportarlo

más, y eso Jimmy lo sabía. Él lo había tenido más fácil que el resto, y aunque le fuera a costar volver

a mirar a John del mismo modo, no podía darle la razón y ser tan egoísta. Tenía que continuar por

sus hermanos.

—Podéis ir al comedor si tenéis hambre —les dijo a los Owen el doctor Malone al ver que se

encontraban en un punto muerto—. Jimmy sabe dónde está. —Lo miró—. Hablad de ello, tomaos el

tiempo que necesitéis. Y cuando sepáis algo… hacédnoslo saber.

John y el doctor Malone se marcharon tras hacerlo los Owen. Caminaron en silencio y sin mirarse

hasta que llegaron al Área de Atención. Allí subieron al tercer piso y tomaron el camino de la

derecha para llegar hasta el despacho de John. Junto a la puerta estaba Sam, esperándoles impaciente.

—No ha ido tan mal, ¿no? —dijo John con ironía mientras abría la puerta con llave.

—Son jóvenes y están hechos un lío —respondió Malone—. Necesitan hablarlo entre ellos.

Asimilarlo.

John abrió la puerta y cedió el paso a sus dos acompañantes.

—No tenemos tiempo para eso—dijo, y cerró la puerta tras de sí.

Sam y el doctor Malone se sentaron en los dos sillones frente a la mesa, y John ocupó su asiento.

—¿Por qué no me lo contaste? —le preguntó Sam a John indignada.

—Porque no necesitabas saberlo. Y además no ibas a ser parcial —respondió.

—¿Parcial? —Se sorprendió—. No sé trata de parcialidad, sino de que me lo ocultaras.

¡Prácticamente no me dejaste acercarme a él! ¡Lo alejaste de todos!

—Esa fue su decisión. —se defendió—. Yo sólo lo ayudé a sobrellevarlo.

—Sobrellevarlo —murmuró en voz baja mirándolo—. ¿Cómo? ¿Mintiéndole? ¿Ésa es tu manera de

ayudar?

—Sam, estás cabreada y lo entiendo. —Se inclinó sobre la mesa—. Pero lo que sientes por él no es

real.

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—¡Qué sabrás tú lo que siento por él! —espetó ella cruzándose de brazos.

—Tu estado no hace más que confirmar mi teoría de que lo que sientes por él no es más que la

atracción que siente cualquier humano hacia un vampiro.

—Él no es un vampiro —replicó enfadada.

—Nos guste o no, en parte sí lo es. —Golpeó la mesa suavemente.

Sam meneó la cabeza desconcertada.

—Vale, piensa lo que quieras. —Lo miró desafiante y le dijo con recochineo antes de marcharse—:

Pero ten en cuenta para la confirmación de tu teoría que yo tampoco soy del todo humana,

¿recuerdas?

El doctor Malone había preferido mantenerse al margen durante aquella discusión; pero, cuando se

marchó Sam, miró a John y dijo:

—Deberías tomártelo con un poco más de calma.

—¡No tenemos tiempo! —le recordó—. La División acabará enterándose.

—Si es que no lo ha hecho ya —comentó. John enarcó una ceja—. No confío en Del Toro. Esto le

supera —dijo.

—Quiere lo mejor para Atanasia —lo defendió con convencimiento John.

—No. Quiere lo mejor para sí mismo —contestó—. Pero si quieres saber lo que yo haría, por si

acaso... —No terminó la frase y se encogió de hombros.

—¿Qué?

El doctor Malone lo miró con seguridad y dijo con franqueza:

—Me los llevaría —Dio una suave palmada al juntar las manos—. Puede que dos semanas, quizá

un mes —comentó—. Los alejaría de aquí para que pasasen tiempo a solas y hablasen entre ellos.

Para que lo asimilaran. —John lo escuchaba con atención. No era una mala idea—. Si La División se

entera y vienen a verles han de poder controlarse o todo nuestro trabajo se irá a la mierda.

John no respondió. Pasó la mano por el vello de su barbilla y resopló.

—Otra opción es que se larguen sin más y La División no los encuentre nunca, pero perderíamos

todas las posibilidades de salvar Atanasia —volvió a decir Malone. John lo miró preocupado—.

Piénsalo.

Atravesaron el jardín de tonos verdes, ahora deslucidos por la noche, y entraron en el edificio de

enfrente, el Área de Descanso. Nada más entrar se encontraron con un largo y ancho pasillo de

izquierda a derecha, con las escaleras en este último lado, y una enorme puerta con un arco de

madera que conducía al comedor, todo ello con decoración similar al anterior edificio.

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Al entrar Jimmy localizó su mesa de siempre, situada al fondo en una esquina, y caminaron hasta

ella mientras todos los presentes se giraban y murmuraban a su paso. La mesa tenía un mantel blanco

de papel y una fuente con algo de fruta en el centro. No tenía sillas, sino bancos sin respaldo a ambos

lados.

—No me gusta este sitio —comentó Robbie mirando a su alrededor—. Aunque hay chicas

guapas… —Elevó las cejas dos veces mirando a Jimmy.

—Sí, sí que las hay —le dio la razón, aunque no refiriéndose a las chicas que había en esa

habitación.

—No, en serio —dijo el chico—. ¿Por qué nos miran todos?

—Porque en el fondo saben que no soy como ellos —respondió su hermano—. Y vosotros estáis

conmigo, así que... Sois carne fresca alrededor del raro.

—No me había dado cuenta —comentó Blair en tono irónico.

—Siento decepcionarte, pero mis cambios de humor y la falta de satisfacción de mis necesidades

no son invisibles para el ojo humano —replicó.

Todos los Owen soltaron una pequeña carcajada excepto Gary, que nada más sentarse había

cubierto su cabeza con los brazos apretándola con fuerza. El resto se dio cuenta.

—Gaz, ¿te encuentras bien? —le preguntó su hermana, que estaba sentada a su lado.

El chico apartó sus brazos y levantó la cabeza para mirarles. Estaba sudando, y sus ojos azules se

habían tornado a un color azul añil que ahora no ocultaba bajo las gafas.

—No, no me encuentro bien —contestó—. La gente de por aquí parece ser muy curiosa con los

nuevos —dijo—. No puedo controlarlo. —Se llevó las manos a las sienes—. No… se callan.

Desde preocupaciones personales y comentarios obscenos que en ocasiones también les incluían a

ellos, a la contradicción habitual entre lo que de verdad pensaba uno de otro y lo que aparentaba

delante de esa persona, pasando por la curiosidad que siempre había despertado Jimmy en todos. La

falsedad, la hipocresía, la curiosidad, la inseguridad, el exceso de preocupación e incluso la

inestabilidad emocional eran las cosas que solían estar en las mentes de la mayoría de las personas.

—¿Y qué dicen? —quiso saber Jimmy.

Todos lo miraron incrédulos, como echándole la bronca por lo que había dicho.

—Vale, lo siento —se disculpó—. Intenta pensar en otra cosa —le dijo a Gary.

—¿Crees que no lo hago? —respondió con un tono de obviedad y masajeó de nuevo sus sienes—

¿Podemos decidir ya lo que vamos a hacer? —preguntó tras unos segundos sin decir nada—. Si hay

votación, yo voto por largarse.

—Pues yo no creo que esa sea la mejor opción —declaró Mark—. No me fío de John, tiene algo

que no me gusta. Pero creo que la historia que nos ha contado tiene sentido. —Sus hermanos lo

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escuchaban con atención. Él se tomó unos segundos para continuar—: Sé que hemos pasado

momentos difíciles y que lo que más nos importa es permanecer juntos. Y también que queremos

salir en busca de Kitty. —Sonrió—. Pero marcharnos ahora no sería lo más adecuado. Este es un

buen lugar para empezar.

Blair alargó el brazo y cogió una manzana.

—¿Y cómo sabes que largarse no sería lo más adecuado? —intervino, y le dio un mordisco a la

fruta que tenía en su mano.

—Porque cada vez es más difícil de soportar —contestó—. Mírale. —Señaló a Gary—. Cada vez

irá a peor, y a todos nos pasará lo mismo si no hacemos nada.

—Sí, pero aquí las cosas también pueden ir a peor —replicó ella—. Sólo por el hecho de estar aquí

encerrados no va a paliar lo que nos ocurra.

—Puede que sí —dijo Jimmy—. A mí no me ha ido tan mal después de todo —reconoció, a pesar

del rencor que sentía en ese momento hacia John—. No es que me haya sentido especialmente

cómodo, pero sí seguro de que John no me dejaría hacer daño a alguien.

—¿Veis lo que digo? —Señaló a su hermano con la palma de la mano—. ¿De cuántas personas nos

hemos alimentado o hemos deseado hacerlo desde que empezamos a sufrir la sed? ¿Queremos

cambiar eso? —No necesitaron pensarlo demasiado. Todos mostraron una cara de arrepentimiento—

. Ahí tenéis la respuesta. —Se encogió de hombros.

Tras unos segundos en silencio mirándose entre sí, pensando en las palabras de Mark, salieron del

edificio para que Gary se sintiera mejor. Mark parecía ser el más sereno después de la charla, así que

era el único que podía ver las cosas con más claridad que el resto.

John los esperaba sentado en uno de los sillones individuales de cuero negro que había en el rellano

del Área de Atención. Alzó la vista por encima del periódico del día y lo dobló tras oír que la puerta

se cerraba sin romperse.

—¿Y bien? —preguntó.

—De momento, nos quedamos —dijo Robbie.

—¿Qué hay de Katherine? —Se interesó.

—Volveremos a intentar contactar con ella sobre la marcha —respondió Jimmy, serio.

John sintió cómo una gran satisfacción recorría todo su cuerpo y sonrió. Dejó el periódico sobre la

mesilla situada al lado del sillón y se puso de pie para empezar enseguida a llevar a cabo los planes

que había estado pensando.

Llamó a un par de personas para que les ayudasen a instalarse, y asignó a los nuevos dos

habitaciones dobles en el Área de descanso, donde se encontraban todas las habitaciones. Mark y

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Robbie en una, y Gary y Blair en otra. Según las normas del centro no se permitían combinaciones

mixtas en las habitaciones, pero en ese caso harían una excepción. Fueron hasta sus respectivos

vehículos situados en el aparcamiento de la entrada desde que llegaron, y recogieron sus maletas;

aunque ninguno deshizo el equipaje al llegar a la habitación. No tenían pensado quedarse allí de

forma permanente.

Había sido un día muy largo y sabían que debían descansar, pero no lo hicieron. En su lugar,

esperaron a que apagasen las luces, lo que indicaba la hora de dormir, para salir de sus habitaciones y

dirigirse al cuarto de Jimmy para pasar allí la noche. Éste aprovechó para ordenar la habitación

mientras sus hermanos se instalaban, de modo que al llegar no se encontraron con el caos que

acostumbraba a haber todos los días. A pesar de ser una habitación individual tenía el tamaño de una

doble, así que los cinco pudieron ponerse cómodos sin problemas: Gary y Blair se sentaron en la

cama apoyándose contra la pared; Jimmy y Mark se sentaron sobre unos cojines en el suelo; y

Robbie lo hizo en la silla del escritorio apoyando su pecho contra el respaldo, situado entre ambas

parejas y frente a la ventana.

Hablaron sobre lo que John y el doctor Malone les contaron acerca sus padres; sobre la experiencia

de Jimmy estando en aquel lugar y la del resto estando por su cuenta, ahora mucho más detallada; de

cómo habían sufrido los cambios, de lo dolorosos y duros que habían sido algunos, y de cómo

lograron controlarlos en determinadas ocasiones; y también hablaron de Kitty. Estuvieron hablando

hasta el amanecer. Siete años eran mucho tiempo.

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AACCTTOO DDEE FFEE

Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes, cuanto con

más frecuencia y aplicación se ocupa de ellas la reflexión: el cielo estrellado sobre mí y la ley

moral en mí. IMMANUEL KANT

La noche se les había hecho tan corta que ni siquiera habían cambiado de posición, y los primeros

rayos de sol atravesaban el cristal de la ventana, por lo que Robbie tuvo que echarse a un lado para

que no le diera directamente en la cara, y Gary se vio obligado a ponerse de nuevo las gafas.

—¿Qué hora es? —preguntó Mark.

Robbie se impulsó hacia atrás para ver el reloj de mesa que estaba encima de una pequeña

estantería, y cuando lo vio volvió a impulsarse para regresar a su posición anterior.

—Las siete menos veinte —informó.

—John aparecerá en cualquier momento —dijo Jimmy señalando la puerta—. Es muy predecible

—contestó—. Se levanta a las seis y media, se da una ducha, elige lo que va a ponerse y arregla la

habitación —les contó—. A las siete sale y viene aquí para ver si he dormido —Suspiró—. Pero no

lo he hecho desde aquella última noche... —Recordó el último sueño que tuvo, o más bien la

pesadilla.

Al principio, Jimmy sólo tenía visiones de lo que iba a suceder en un tiempo futuro. Pero a medida

que había ido creciendo, sus visiones eran cada vez más habituales y más cortas en el tiempo, de

manera que podía ver lo que cada uno tenía intención de hacer antes de que sucediera. Le resultaba

bastante incómodo ver en su cabeza todo tipo de imágenes, algunas más privadas que otras, aunque

al final se había acostumbrado a no prestarlas atención.

Eran las siete en punto cuando John salió de su habitación, situada en la última planta, y bajó hasta

el segundo piso. Llamó a la puerta pero nadie contestó. Volvió a llamar y, al seguir sin respuesta,

abrió la puerta y encendió la luz. Echó un vistazo a la habitación donde debían estar los mellizos y se

preocupó, pensando en que podían haber cambiado de opinión y haberse largado de allí en cuanto

tuvieron la oportunidad, mas sus maletas seguían a los pies de las camas. Apagó la luz y, tras cerrar

la puerta, se dio la vuelta para llamar a la puerta de enfrente. Gary y Blair tampoco estaban allí, pero

sí sus maletas.

Con gotas de sudor cayéndole por la frente y a punto de darle una taquicardia, aumentó la velocidad

de su paso. Se dirigió al final del pasillo y se detuvo enfrente de la puerta de la habitación de Jimmy.

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Resopló un par de veces y tocó suavemente con los nudillos, esperando que no ocurriese lo mismo

que en las otras habitaciones.

—¡Pasa! —se oyó decir al chico desde dentro.

John abrió la puerta y, antes de poder preguntarle si sabía dónde se encontraban sus hermanos, los

vio allí a todos. Entonces sonrió aliviado. Les preguntó si estaban bien y, tras recibir asentimientos

como respuesta, les sugirió tomar un ligero desayuno antes de ponerse en camino y les pidió que

preparasen una pequeña maleta de equipaje, citándoles a las ocho en el aparcamiento.

Los Owen no bajaron a desayunar, así que antes de que John llegara al aparcamiento a la hora

citada, ellos ya estaban allí. Con John llegó Sam, que no pudo evitar mirar a Jimmy de forma

interesada.

—Os presento a Samanta Carracedo. Ayer no tuve la oportunidad —dijo John a su llegada,

excusándose por no haberlo hecho el día anterior.

—Subid al coche, por favor —les pidió John.

—¿A cuál? —preguntó Robbie al observar toda la fila de coches que había e ignorando la presencia

de la chica.

Dos «bips» sonaron entonces desde un Mazda monovolumen plateado desde el otro lado. Metieron

las mochilas en el maletero y entraron en él: John por la puerta del conductor y Sam por la del

copiloto; en los asientos de detrás se sentaron Jimmy y Mark en las ventanas con Robbie en medio, y

Gary y Blair lo hicieron en la última fila.

El viaje fue bastante largo. Tuvieron que salir del extenso bosque para incorporarse a la carretera de

la ciudad y después bifurcarse a una comarcal hasta alcanzar la Interestatal cinco. Atravesaron el

Estado hacia el norte hasta llegar a Steilacoom, en Pierce County, y desde allí cogieron un ferri hasta

Anderson Island, donde John tenía una casa a la orilla del Josephine Lake.

La vivienda era una enorme casa blanca de estilo victoriano con tejado gris oscuro y grandes

ventanales. De tres plantas si se tenía en cuenta la planta subterránea, más un garaje a la izquierda,

un porche octogonal de barandillas blancas y un pequeño jardín que daba la bienvenida. Un suelo de

hormigón de color gris claro justo delante del jardín daba paso al lago y al pequeño muelle privado

que pertenecía a la propiedad. Además, toda la casa salvo por la parte delantera, estaba rodeada de

altos árboles que únicamente se separaban lo justo para dejar paso a la pequeña carretera que daba

acceso a la parcela.

Una vez dentro del garaje, los Owen bajaron del coche y salieron a contemplar el maravilloso

paisaje en el que se encontraban. Enfrente había una montaña de tierras marrones y verdes, llena de

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árboles centinela que vigilaban el lago y arbustos que los flanqueaban. El cielo era azul claro y los

rayos de sol que atravesaban ligeramente las pocas nubes que había, hacían que el agua tuviera

distintas tonalidades verdes y azules

—Bienvenidos—dijo John. Contempló el paisaje durante unos instantes y dijo con nostalgia—: No

volvía aquí desde antes de adoptar a Jimmy.

—Pues cómo tiene que estar la casa —pensó en voz alta Blair sin pensar que pudiera ofender al

propietario.

—Limpia y con todas las cosas importantes para satisfacer las necesidades humanas —contestó

tomándose el comentario bien—. Me encargué de que todo estuviera listo.

—Qué previsible —comentó la chica.

—Qué controlador —le corrigió Jimmy.

Los Owen soltaron una pequeña carcajada, y observaron el paisaje unos segundos más antes de

entrar en la casa para dejar sus cosas.

Los suelos eran de parqué marrón. Había zócalos altos de madera y las paredes estaban cubiertas de

papel pintado en tonos amarillos. La primera planta estaba dividida en seis partes: un salón con

chimenea y un gran ventanal dando al jardín delantero, un despacho, un baño, un comedor, una

cocina y el cuarto de la lavadora y la plancha. La segunda planta estaba constituida por un dormitorio

principal, con su baño correspondiente, dos habitaciones más con varias literas y armarios

empotrados, y otro cuarto de baño. Además, la casa disponía de un sótano con colchonetas duras

cubriendo todo el suelo, accesible sólo desde el garaje, y que John utilizaba como gimnasio.

Lo primero que hicieron tras instalarse y ponerse cómodos, fue preparar algo de comer para reponer

fuerzas, aunque no surtió demasiado efecto en los Owen. Después de que John y Sam recogieran, se

dirigieron al salón donde Mark, Blair y Jimmy se sentaron en un sofá de tres plazas, y Gary y Robbie

en otro de dos. John trajo de su despacho un enorme tablero con un cuadrante dibujado, lo puso sobre

un caballete de madera que había dejado allí con anterioridad, y comenzó a explicárselo a los Owen:

El cuadrante estaba dividido en cuatro partes del día: Mañana, de ocho a doce, mediodía, de doce a

dos, tarde, de cuatro a ocho, y noche; y en los días de la semana. Todas las mañanas harían sesiones

de meditación en grupo y después, a mediodía, tendrían sesiones de charla. Las tardes de los días de

diario estaban dedicadas a cada uno de ellos con sesiones de control y concentración (uno cada día) y

los fines de semana esas mismas sesiones las realizarían todos juntos. En cada sesión, Sam se

encargaría de grabar las sesiones, de modo que John pudiera estudiarlas después.

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No llevaban ni dos horas allí y ya se habían agobiado con tanto horario. John iba a resultar más

irritante de lo que Jimmy ya había avisado a sus hermanos, y no estaban dispuestos a obedecer en

todo lo que al hombre se le antojara. Ni Jimmy tampoco.

******

Más de una semana después, los resultados obtenidos con los Owen en las sesiones no parecían

satisfacer del todo a John. Tras varios días de intentos por seguir el cuadrante, las sesiones de charla

que había programado para cada uno no servían de nada, ya que cuando estaban solos no abrían la

boca. Separarles no había sido ni por asomo su mejor idea. Sin embargo, en las sesiones grupales los

Owen sí hablaban. Estar juntos era lo que necesitaban; no que los siguieran separando. Por ese

motivo, John decidió suprimir las actividades individuales y convertirlo todo en sesiones de grupo.

—Al comenzar a experimentar la sed, fue cuando decidisteis marcharos lejos de vuestras

familias… ¿Qué ocurrió? —preguntó John—. Quisiera saber hasta qué punto os alimentasteis y si

fue de alguien conocido.

Sabía que esas preguntas podían resultar difíciles tanto de contar como de escuchar, pero tenía que

saberlo para saber su grado de necesidad. Lo único que le consolaba de aquello, si es que había algo

que pudiera hacerlo, era que las preguntas no buscaban la respuesta de Jimmy, ya que él no le había

dejado llegar a esos extremos. Mark, Robbie y Gary respondieron afirmando con la cabeza. Blair lo

negó, y eso llamó la atención del resto, que la miraron desconcertados.

—Había salido de acampada el fin de semana con el instituto —comenzó a explicar la chica—.

Tenía dieciséis años. Alguien se cortó con algo y el olor de la sangre me invadió. En aquel momento

no lo supe, así que como empecé a sentirme muy sedienta bebí agua sin parar pero… la sensación no

se iba —recordó—. Vi mis ojos totalmente negros y corrí. Llegué al lavabo y después entraron dos

chicas. Una de ellas tenía un corte en el brazo y, sin saber cómo, dejé inconsciente a su amiga y la

sujeté para lamer su herida. —Se horrorizó—. Yo quería más, pero no pude hacerlo. Salí corriendo y

me adentré en el bosque. Rastreé un ciervo sin saberlo en ese momento, y… antes de que me diera

cuenta de lo que estaba haciendo… ya había terminado.

—¿Cuándo te diste cuenta de que era el olor de la sangre? —se interesó John.

—Cuando ella entró en el baño —respondió—. Me pidió ayuda y yo… sólo podía pensar en su

sangre.

Mark, que estaba sentado a su lado, la cogió de la mano y ésta le hizo un gesto de agradecimiento.

John miró a Sam, a la que se le había encogido el estómago, y volvió a mirar a los Owen.

—¿Qué hay de vosotros? —se dirigió a los mellizos.

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—Habíamos salido por la noche —contestó Robbie incluyendo en su historia a Mark, hablando con

naturalidad, como si no fuese importante—. Entramos en un bar y tomamos un par copas. Después,

algo relacionado con unas chicas nos hizo meternos en una pelea contra unos que nos superaban en

número. Salimos a la parte trasera del bar y…, bueno…, perdieron. —Se encogió de hombros—. No

hace falta que te diga cómo terminó la cosa, ¿no?

—¿Los matasteis? —preguntó John horrorizado. Robbie asintió lentamente una vez—. ¿A todos?

—No, sólo a dos. Creo —contestó mirando a su hermano—. Los demás… huyeron… creo.

A Sam se le escapó un grito ahogado. Lo de Blair le había parecido una experiencia dura, pero la de

los mellizos le pareció espeluznante. Ni siquiera lucharon contra sus instintos, simplemente actuaron

como animales salvajes.

—¿No intentasteis… evitarlo? —volvió a preguntar John.

—¿Cree que queríamos hacerlo? —le espetó Mark en tono molesto.

John negó con la cabeza a modo de disculpa, y se tomó unos segundos para serenarse y continuar

con Gary. El chico suspiró y se recostó en el sofá. Echó una mirada por encima a los presentes y se

cruzó de brazos.

—No quiero hablar de ello —dijo—. Es demasiado personal.

—Por favor, Gary. Todo es personal.

El chico suspiró al mirarle. Volvió a incorporarse poniendo sus antebrazos sobre las piernas, miró

fijamente al suelo recordando lo que pasó, y apretó sus ojos con fuerza por debajo del cristal de las

gafas intentando borrarlo. Mark, que lo observaba fijamente igual que el resto de los presentes, puso

la mano derecha sobre su brazo.

—Hará que te sientas mejor —le dijo en voz baja.

Su hermano lo miró y Mark asintió. Gary sintió cómo un aire de tranquilidad le recorría todo el

cuerpo, y volvió a echar una ojeada a todos sin levantar la cabeza antes de ponerse las gafas sobre la

cabeza.

—Salía con una chica, Lyla. Sus padres habían salido el fin de semana, y esa noche… teníamos

planes íntimos como pareja —dijo—.Yo era el primero para ella, así que era algo especial. —Miró a

Mark y siguió hablando—. Cenamos, vimos una película y fuimos a su habitación. —Hizo una

pausa—. Bueno, ya sabéis lo que viene después. No pude controlarme.

Sam no pudo evitar mostrarse horrorizada, igual que no pudo evitar que un enorme escalofrío le

recorriera todo el cuerpo. Los ojos de Gary estaban húmedos, a punto de dejar escaparse un par de

lágrimas al recordar lo que sucedió y lo que no había superado aún, mas logró contenerse.

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—La dejé inconsciente en la puerta del hospital, pedí ayuda para que la recogieran y me marché —

aclaró aparentando que no le afectaba, aunque en realidad lo estuviera quemando por dentro—. No

he vuelto a saber nada de ella.

—¿Quieres que intente averiguar si ella está bien? —se ofreció John.

—No —respondió Gary con rotundidad.

John miró a los Owen con tristeza. Sólo con haber escuchado sin mucho detalle las experiencias de

los hermanos, hizo que sintiera angustia por dentro. No era capaz de imaginarse cómo los Owen se

habían podido sentir en aquellos momentos tan duros, confusos y caóticos para ellos, y aún así

parecían estar recompuestos. Como si pasar por ello les hubiera hecho más fuertes, y consideró que

eso era digno de admirar.

Esa misma noche John se levantó de madrugada para beber un vaso de agua. De camino a la cocina

decidió asomarse a la habitación donde dormían los chicos. Pegó su oreja a la puerta para

escucharles hablar, pues dudaba mucho de que estuvieran dormidos, y al no oír nada abrió la puerta

lentamente intentando no hacer ruido, pero el cuarto estaba vacío. Desconcertado, se dirigió a la

habitación donde se suponía que debían estar Sam y Blair, mas sólo encontró a su compañera. Se

acercó a la cama y la despertó:

—¿Sabes dónde están? —le preguntó señalando la cama vacía de Blair.

Sam abrió más los ojos, y los frotó para tener una mejor visibilidad de lo que señalaba John. Estaba

teniendo un sueño precioso que ya no recordaba.

—No. No la escuché salir —respondió aún adormilada.

Ambos bajaron a la primera planta buscando a los Owen. Se asomaron por las ventanas por si se

encontraban fuera y, al no verles, bajaron hasta el garaje por si habían cogido el coche para fugarse.

Cuando comprobaron que éste seguía en su lugar, les pareció escuchar la voz de Jimmy proveniente

del sótano. Abrieron despacio la puerta y bajaron unos cuantos escalones agazapados hasta que

consiguieron ver a los hermanos. Estaban sentados sobre el suelo. Jimmy a un lado y el resto

enfrente de él, descalzos y vestidos únicamente con un pantalón de chándal, excepto Blair, por

supuesto, que además llevaba un top. Sam se quedó boquiabierta al ver los torsos desnudos de los

chicos. Eran pura perfección.

—¡No puedo concentrarme! —Se levantó de golpe Gary llevándose las manos a la cabeza, que no

llevaba las gafas.

—¿Qué pasa ahora...? —preguntó Jimmy cansado de las interrupciones.

—No puedo mantener mi mente en blanco —contestó—. ¡Salid de ahí! ¡Os oigo pensar! —gritó en

dirección a las escaleras.

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Sus hermanos lo siguieron con la mirada. Jimmy había visto en su cabeza como John y Sam tenían

la intención de bajar hasta el garaje, mas no pensó que lo fueran a hacer tan pronto.

—Lo siento —se disculpó John bajando unos pocos escalones más con Sam detrás.

Jimmy los miró con disconformidad y enfado al mismo tiempo, y después se dirigió a sus

hermanos.

—Vamos a dejarlo por hoy —dijo y cogió su camiseta del suelo.

Sus hermanos se levantaron y caminaron hacia las escaleras para volver a sus habitaciones mientras

algunos de ellos se iban vistiendo.

—Esperad. —Los detuvo John—. ¿Por qué no queréis hacer esto conmigo?

—La chica de la cámara nos incomoda —contestó Robbie sin necesidad de parar a pensarlo.

John se quedó en silencio y Sam petrificada. Ella no era solamente el motivo por el que lo hacían a

solas, pero fue lo primero que a Robbie se le vino a la cabeza.

Los Owen subieron las escaleras uno por uno, cruzándose con ellos sin ni siquiera mirarlos. El

último en andar para abandonar el sótano fue Jimmy, que aún seguía estando a la gresca con John

por lo que pasó en Wayback hacía más de dos semanas.

—Gracias por hacer esto —le dijo John al pasar por su lado.

—No lo hago por ti —respondió en tono neutro sin mirarle ni pararse.

Sam volvió a su habitación confusa. No sabía si tenía que sentirse decepcionada por no hacer bien

lo que John le había encomendado o aterrorizada porque a los Owen no les gustaba su presencia.

Entró en la habitación y vio que la luz del flexo del escritorio estaba encendida. Blair la esperaba

sentada en posición india sobre su cama.

—No es culpa tuya —le dijo.

—Claro que sí. Ya oíste a tu hermano —respondió sentándose en su cama y adoptando la misma

posición que Blair.

—No lo es —replicó—. Es sólo que… nos sentimos amenazados. Hasta ahora nadie sabía de

nosotros. De lo que podíamos hacer.

—¿Amenazados? —se sorprendió Sam—. ¿Por mí? —La miró perpleja.

—Por todos vosotros. Tú, John, los médicos… —contestó—. Conocéis nuestras debilidades y…

—Apenas tenéis debilidades —le interrumpió—. Y las que tenéis… Bueno…, sabéis remediarlas.

—Sí… —dijo con contrariedad.

—Si te sirve de consuelo, no tenéis que preocuparos por nosotros.

—No me consuela, pero gracias —respondió tratando de sonreír amablemente, mas no lo

consiguió.

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Pasaron unos minutos en un silencio que a las dos les pareció incómodo, Sam sin quitar la vista de

Blair, y ésta mirando al suelo sin percatarse de que la otra chica la observaba a ella.

—Le he dicho a John que debería irme —dijo Sam con la mirada puesta en el suelo tras pensárselo

un par de veces antes de decirlo, mordiéndose el labio—. Creo que no debería estar aquí.

—¿Por qué? —preguntó Blair y Sam levantó las cejas—. No lo hagas. Es posible que queramos ver

esos videos o quedarnos con algunas de las fotografías. —Sonrió—. No tenemos ninguna foto juntos

después de morir nuestra madre, así que…

—¿Quieres verlas? —le ofreció Sam ilusionada.

—Claro.

Sam se puso en pie de un salto, más alegre, y encendió el ordenador portátil que había en el

escritorio. Se sentó en la silla y Blair la acompañó colocándose de pie a su lado.

Alguien tocó suavemente la puerta dos veces con los nudillos, abriendo y asomando la cabeza

después. Era Robbie.

—¿Puedo pasar? —preguntó.

Blair asintió a diferencia de Sam, a quién algo en su interior le impidió regresar a su cama de un

salto para estar lo más lejos posible del chico.

—Quería decirte que lo siento —le habló a Sam tras entrar. Ella lo miró desconcertada. Blair

sonrió—. Sé que haces lo que John te dice y que tus intenciones no son malas, así que… quería

disculparme por lo que dije antes. No eres tú, es solo… todo esto. —Miró hacia todas partes y hacia

ningún lado en concreto para señalar que se refería a la situación.

Tras un par de segundos de asimilación, Sam se aclaró la garganta y respondió:

—Gracias.

—Bien —dijo Robbie sin expresión alguna, como si estuviera en shock. Agarró el pomo de la

puerta y antes de salir miró a Blair—. Que descanséis.

Su hermana sonrió orgullosa, y tras cerrarse la puerta se giró hacia Sam:

—¿Lo ves? —dijo—. No hace falta que te vayas.

Sam sintió algo más de alivio. No sabía hasta qué punto se llevaría bien con Blair, pero al menos

creía que podría hablar con ella. Eso ya era algo.

******

Días después, Jimmy entró en el salón antes del comienzo de la charla en grupo esperando poder

hablar con John para saber cuándo se marcharían de allí, pero el hombre no estaba por ningún lado.

En su lugar lo hizo Sam. Jimmy la siguió con la mirada por toda la habitación.

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—Tranquilo, no voy a encenderlo —le dijo ella.

Jimmy no contestó. Se sentó en el sofá y volvió a mirarla.

—John no va a venir —volvió a decir Sam—. Así que puedes irte a hacer lo que quiera que hagáis

en vuestros ratos libres.

—¿Hoy no hay terapia? —se burló.

Sam suspiró con desesperación.

—Ha decidido daros un poco de tiempo y concederos la tarde libre. Creo que se ha ido a compraros

comida. Aunque no la merecéis —añadió en voz baja, pero Jimmy la oyó.

Él soltó una risita floja ante el comentario, pero no dijo nada. El resto de los Owen aparecieron por

el salón, y Jimmy les dijo que no iba a ver sesión, por lo que ellos se dieron la vuelta contentos.

Permaneció sentado observando cómo Sam recogía el material de video. Ésta, al ver que no decía

nada y notar que no le quitaba la vista de encima, dejó el equipo en el suelo y se sentó en el sillón de

al lado.

—Creía que John te había dicho algo sobre su investigación. Yo tampoco sabía nada. No tenía por

qué contármelo —le dijo—. Pero sé que si no te lo contó antes fue porque creyó que era lo mejor

para ti. —Jimmy seguía mirándola—. Eres como un hijo para él, Jimmy. Se ha dedicado a ti desde

que te adoptó. Y que te comportes así con él… no es justo. —Ella lo miró, y sus miradas se

cruzaron—. Tenéis que darle una oportunidad.

Jimmy y Sam no habían tenido mucha relación entre sí desde que ella llegó, más que nada porque

John no les había dejado acercarse demasiado. Con todo, y a pesar de no existir entre ellos la

confianza que debía haber entre las dos personas más cercanas a John, no se llevaban tan mal.

Habían tenido más enfrentamientos que conversaciones normales, pero eso no quitaba que sintieran

curiosidad el uno por el otro.

—¿Crees que no somos justos? —quiso saber.

—Creo que ninguno de los dos habéis sido justos con el otro —respondió con dulzura—. Él se

equivocó al ocultártelo, en eso estamos de acuerdo, pero está intentando compensarte.

—¿Y qué hay de ti? —preguntó Jimmy cambiando de tema, porque era obvio que no quería hablar

de eso—. ¿Por qué sigues con él?

Sam bajó la mirada hacia el suelo. Respiró hondo y lo miró.

—No estoy aquí por él. Estoy aquí por ti. Tú me mordiste. Me salvaste la vida —dijo.

—¿Qué? —se sorprendió Jimmy, que no se acordaba de aquello.

—Cuando tenía dieciséis años… unos chicos intentaron… aprovecharse de mí, y para

conseguirlo… me dieron una paliza —comenzó a explicar, recordando con dolor—. Me desangraba

en el suelo cuando tú… oliste mi sangre. Hiciste huir a todo el grupo, y a mí… me mordiste. —Alzó

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el cuello para enseñarle una ligera cicatriz en su piel, y Jimmy le apartó el pelo con delicadeza para

poder ver la cicatriz mejor—. John nos alcanzó y te dijo que me matarías si no parabas. Te explicó

que debía beber de ti para que mis heridas se curaran. —Jimmy la miró fijamente a los ojos,

llegándole a su mente ráfagas de aquella noche—. Así que tú… te mordiste la muñeca y me obligaste

a beber de ti.

—¿No te convertiste en vampiro? —preguntó.

Ella se apartó, de modo que la mano de Jimmy ya no tocaba su pelo. Sam temblaba cada vez que lo

tenía cerca, y en ese momento le estaba costando mucho controlarse, pues no habían coincidido

nunca ellos dos solos en una misma sala.

—Ya conoces el proceso. No funciona así —respondió—. Y además tú no eres un vampiro.

—En parte sí —Enarcó una ceja.

La chica meneó la cabeza suavemente, sonriendo de forma natural. No sabía cómo comportarse

ante él.

—¿Por qué no me acuerdo de eso? —se preguntó en voz alta y la miró a continuación —: Quiero

decir, ahora que lo has mencionado me vienen imágenes, pero…

—Perdiste el conocimiento —le dijo—. No estarías acostumbrado a abrirte las venas y dejar que

otro te succionara la sangre. O puede que los nervios y la presión. No sé. —Se encogió de hombros

mucho más serena que segundos antes—. Estuviste poco más de un día inconsciente. Tampoco

recordaste nada entonces.

Jimmy no podía creerlo, mas las imágenes que iban y venían a su cabeza parecían confirmar los

hechos. Era de noche y fue en un callejón. Jimmy oyó los gritos de Sam desde cinco calles más

abajo, y no dudó en acudir al lugar. Golpeó a dos de los chicos que atacaron a Sam, puede que a tres,

y huyeron. Vio exactamente lo mismo que aquella noche cuando la mordió. Notó su suave cuello

entre sus labios y la mano de John en su hombro. Vio después cómo se mordía el antebrazo a sí

mismo y lo ponía delante de la boca de Sam, obligándole a beber. Lo último que pudo ver fue cómo

los preciosos ojos color miel de ella conectaban con los de él, y después la imagen se fue.

—¿Estás bien? —le preguntó ella en un tono de preocupación.

—Tengo que irme —dijo, y se levantó más tenso de lo que habría querido.

—Jimmy —lo llamó ella antes de que él abandonara la habitación; pero él no se detuvo.

******

La siguiente semana fue mucho mejor que cualquiera de las anteriores. Jimmy les había contado lo

que habló con Sam y lo comentaron entre ellos. Decidieron darle un voto de confianza a John por las

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molestias que se había tomado con Jimmy a lo largo de todos estos años, y por las que parecía estar

tomándose ahora con el resto. Comenzaron a hablar en las sesiones y a colaborar en los ejercicios de

meditación que John les enseñaba. Ni siquiera la presencia de Sam les importaba.

—Habladme de vuestro padre —les pidió John—. ¿Qué sabíais de él?

—Dínoslo tú. Dado que casi acabamos de saber que es muy probable que fuera un vampiro, puede

que tú lo conozcas mejor que nosotros —contestó Gary tajante.

—A él no llegué a conocerlo —admitió John—. Cuando vuestra madre llegó a Aberdeen él ya no

estaba —dijo—. Y a Lauren, o Áthena, la conocí porque mi mujer trabajaba con ella. —Su voz sonó

apagada y triste—. Murió un año después de llegar vosotros. Trabajaba con los mayores, no

llegasteis a conocerla mucho. Se llamaba Meredith.

—Lo siento, John. No sabía que hubieras estado casado —dijo Jimmy mirándolo conmocionado.

Le resultó extraño que, después de tantos años de convivencia con John, apenas supiera nada de él.

—No importa. —Trató de sonreír—. Tras el accidente de Meredith vuestra madre se portó muy

bien conmigo. Me ayudó a superarlo, y no dejó que la ausencia de mi esposa me perdiera. Me dijo

que eráis especiales. Que estabais destinados a hacer grandes cosas —recordó—. Pensé que sólo

hablaba como una madre, pero ahora sé que sus palabras tenían otro significado.

John por fin había respondido a la mayor pregunta que había rondado por sus cabezas desde que

supieron lo suyo, así que era el momento de recompensárselo de alguna manera.

—Papá murió siete años después de nacer Blair —dijo Jimmy, quien, junto con Katherine, era el

que mejor lo recordaba—. Pero si te digo la verdad, no pasaba mucho tiempo en casa.

—Era militar —dijo Mark—. O eso es lo que nos dijeron.

—¿Vuestra madre os dijo cómo murió? —preguntó John, que trataba de encajar las piezas y hallar

las incongruencias que pudiera haber en la historia que los padres de los Owen habían ideado para

ocultar sus identidades; si es que John estaba en lo cierto.

—Nos contó que tuvo que marcharse a Afganistán para dar apoyo a los soldados que ya estaban allí

—respondió de nuevo Mark—. Un par de meses después, tendieron una emboscada a su grupo.

—Me pregunto si esa historia es real —comentó Blair—. Si es un vampiro, y si cuando llegamos a

Aberdeen lo vieron… es porque no murió.

—¿Creéis que seguirá vivo? —preguntó Robbie aún sabiendo que según las teorías de John, sí lo

estaba.

—Si amaba tanto a mamá como ella decía que la amaba… no creo que fuese capaz de dejarla sola

con seis hijos de no haber muerto —concluyó la chica sin llegar a creérselo del todo.

******

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100

Al finalizar una de las sesiones para aprender a controlar sus instintos, días después, John les

preguntó si se creían capaces de controlarse en el caso de darse una situación real en la que

anteriormente les costara hacerlo. Los Owen afirmaron que sí serían capaces de hacerlo en el caso

dado, y John quiso ponerlo en práctica. Subió las escaleras del sótano sin decir nada y regresó

trayendo consigo un botiquín en una mano y un cuchillo en la otra. Al verlo, todos supieron su

propósito.

—John, por La Madre. Ni se te ocurra hacerlo —dijo Sam aterrada.

—Sigue con tu trabajo —se limitó a decirle.

—John… —Intentó avanzar Jimmy hasta él para hacerle razonar.

—No —le cortó tajante—. Podéis hacerlo. Confío en vosotros.

Dejó el botiquín en el suelo y se remangó el brazo izquierdo. Lo estiró apretando el puño con fuerza

y, sin pensárselo más de una vez para no arrepentirse de lo que iba a hacer, se cortó con el cuchillo.

Su sangre comenzó a fluir enseguida. Los ojos de Mark y Robbie se volvieron negros en cuanto

percibieron el olor de la sangre. Intentaron abalanzarse sobre John, pero el resto de sus hermanos,

que se estaban controlando y mantenían el color de sus ojos natural, los agarraron con fuerza. Gary y

Jimmy agarraron a Robbie, y Blair sorprendentemente se bastó sola para sujetar a Mark.

Sam, que contemplaba la escena más asustada de lo que podía imaginar, dejó su cámara de vídeo en

el suelo y se arrodilló al lado del botiquín. De un modo torpe cogió un bote de agua oxigenada y

vertió el líquido sobre el corte de John. Luego cogió un par de gasas y una venda para cubrir la

herida y la fijó con esparadrapo. John, empapado de sudor por el miedo que experimentó al

comprobar que dos de los Owen querían llegar hasta él, observó cómo las sesiones de meditación

daban su fruto, aunque con un poco de retraso. Los dos chicos respiraron muy hondo, cada vez con

más lentitud, hasta que sus ojos por fin se aclararon y ya no necesitaron que nadie los sujetase.

—Lo siento —se disculpó Mark cuando ya se había calmado—. Aún no estoy acostumbrado.

—No te preocupes —dijo John—. Me consuela que algunos se hayan controlado. Si no ahora

mismo estaría muerto.

—Ha sido una estupidez —le riñó Sam.

—Pero ha merecido la pena. —Sonrió orgulloso.

Después de aquello John tomó la decisión de volver a Wayback, creyéndoles preparados para

convivir allí con el resto de internos; aunque ellos seguían pensando en no quedarse allí.

******

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101

Al día siguiente, el último de su estancia en aquel lugar, John preparaba el desayuno cuando Sam

entró en la cocina desperezándose. Tras dar los buenos días se apoyó sobre una de las encimeras.

—Blair no estaba en el cuarto —dijo.

—Los demás tampoco —respondió él.

—¿Dónde están?

John sacó las dos últimas tostadas de la tostadora y las puso con las demás sobre una gran fuente

que llevó hasta el comedor. Luego se dirigió a la salida sin decir nada, seguido de Sam, y salieron al

porche.

El día estaba despejado. En el pequeño muelle de madera que pertenecía a la casa estaban algunos

de los Owen, y el resto, sin quitarse la ropa que utilizaban para dormir, se habían metido en el agua.

Nada más salir de la casa, John y Sam vieron cómo Gary, por supuesto con las gafas puestas, se

lanzaba al agua en posición bomba salpicando al caer. Los Owen notaron su presencia cerca, así que

los miraron.

—¿Os unís? —sugirió Jimmy, que permanecía seco sobre el muelle—. ¡Acabamos de empezar!

—El desayuno se va a enfriar —contestó John desde el porche.

—¡¿Quién necesita comer?! —le respondió en tono alegre mientras corría por el muelle para tirarse

al agua, imitando la postura de Gary, y generando un salpicado mayor.

John y Sam se acercaron para observar de cerca a los Owen, que jugaban a intentar hundirse entre

ellos y echarse agua como si fueran críos en un día caluroso de piscina. Cuando se acercaron lo

suficiente, éstos empezaron a salpicarles con el agua.

—¡No seáis aburridos! —les dijo Blair.

—Estoy en pijama —se excusó Sam, aunque estaba deseando meterse con ellos.

—¡¿Quién necesita bañador?! —gritó Robbie entre risas tirándole su camiseta empapada.

Sam sonrió y miró a John. Se quitó las zapatillas de casa junto con los calcetines, y cogió carrerilla

para saltar al agua. Salió a la superficie deprisa haciendo fuerza con los pies, pues tocaba el fondo

con ellos, y se encontró a Jimmy sin camiseta justo a su lado, apreciando como la tela mojada se

pegaba a su piel marcando su esbelta figura. Se quedaron mirándose el uno al otro durante unos

segundos, hasta que Jimmy logró reaccionar y se giró hacia John.

—¡No me hagas salir a por ti! —le gritó.

El hombre sonrió. Observó a todos de pie esperándole dentro del agua, sonriéndole como jamás

había imaginado que lo harían, y decidió a saltar con ellos.

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LLAA VVIISSIITTAA

Sirviendo a los demás aprendemos a saber mandar y a conocer cuál es nuestra autoridad.

JOHANN WOLFGANG VON

La diferencia entre el trayecto de ida y el de vuelta a Wayback fue abrumadora. Cuando pusieron

rumbo a Anderson Island, los Owen se pasaron todo el camino en silencio mirando el paisaje. Sin

embargo, durante la vuelta no pararon de hablar entre ellos sobre cualquier tema, incluidas sus

habituales y absurdas apuestas. De pronto una canción sonó en la radio y Mark dio un salto sobre su

asiento. Estaba sentado detrás del de John, así que se echó hacia un lado obligando a Gary a juntarse

a Blair, y se situó casi entre los dos asientos delanteros.

—Sube eso —le pidió a Sam.

Ella se giró para mirarlo y vio que él sonreía. Mark asintió dos veces con rapidez alzando las cejas,

y ella subió el volumen de la música.

—¿Os acordáis? —Se giró sonriente a sus hermanos. Éstos lo miraron—. When I hold you in my

arms. I know that I can do no wrong and when I hold you in my arms... —Movió la cabeza al ritmo

de la música al mismo tiempo que cantaba— my love won’t do me no harm”.

El resto de los Owen, al escuchar a Mark, recordaron que su madre les hizo cantar aquella canción

de James Brown4 en una fiesta por Semana Santa que la academia de música celebró hacía nueve o

diez años, y se unieron a su hermano en el estribillo.

—And I feel nice, like sugar and spice. I feel nice, like sugar and spice. So nice, so nice, I got you.

—cantaron al unísono a la vez que marcaban los golpes de ritmo con el cuerpo.

John y Sam no pudieron evitar reírse, y terminaron uniéndose también al grupo, pues conocían la

canción.

Cuando la música que sonaba en la radio dejó de parecerles buena, los Owen se quedaron

dormidos, o más bien adormilados, porque era lo único que podían hacer desde la noche que su

madre murió. Blair utilizó su brazo de almohada apoyándose contra la ventanilla, sino iba junto a ella

se mareaba, y Mark se recostó sobre Gary, que se encontraba en medio. En cuanto a Jimmy y

Robbie, optaron por hacer lo mismo que Blair; John contempló la escena por el espejo retrovisor y

4 La canción de James Brown es I Got You (I Feel Good), escrita y producida por el propio Brown en 1965.

Traducción: «Cuando te tengo en mis brazos. Sé que no puedo hacer mal y, cuando te tenga en mis brazos, mi amor no

me hará ningún daño. Y me siento bien, como el azúcar y picante. Me siento bien, como el azúcar y picante. Tan bueno,

tan bueno, te tengo.»

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avisó a Sam para que lo viera. Ella sonrió al verles, sacó su cámara fotográfica del estuche que

sujetaba entre sus piernas y se volvió para fotografiarles.

El teléfono móvil de John comenzó a vibrar y a sonar dentro de su bolsillo izquierdo. Se apresuró a

cogerlo mientras sostenía el volante con una mano, miró de quién procedía la llamada y contestó:

—Hola Jack, ¿qué ocurre?

Sam lo miró incrédula por estar hablando por teléfono y conduciendo al mismo tiempo, mas él no

la hizo caso porque escuchaba atentamente lo que el doctor Malone le decía.

—¿Qué hace ahí? —preguntó él—. ¿Te ha dicho algo? —Esperó respuesta—. ¿Y Del Toro no

aparece? —Maldijo—. Ha debido de ser él. Nadie más lo sabía —lo interrumpieron pero no dejó que

el otro terminara la frase—. No, no intentes excusarlo, Jack. Nos ha traicionado, joder. Ha puesto en

peligro todo. —John estaba furioso

Cortó la llamada y dejó el teléfono en el hueco que había entre los dos asientos delanteros. Le

dedicó una fugaz mirada a Sam, que lo miraba confusa, y siguió atento a la carretera.

Habían llegado a Wayback. Jimmy se bajó del coche aturdido y observó la figura de John. Miraba

hacia el frente con una expresión seria. Siguió su mirada hasta reparar en alguien que se acercaba a

toda velocidad. John avanzó, seguido de Sam. Entonces buscó a sus hermanos y vio cómo

empezaban a caminar por detrás de los dos primeros, dejándole atrás. Se apresuró para alcanzarles y

en menos de un minuto se cruzaron con la persona que se dirigía hacia ellos. Era un chico pelirrojo.

Entraron en el Área de Atención y subieron dos pisos por las escaleras a un paso menos acelerado.

Giraron a la derecha para tomar el pasillo de ese lado, que se correspondía con los despachos del

profesorado, y John entró junto a Sam por la última puerta del lado derecho. Sus hermanos se

sentaron en los sillones de cuero granate del pasillo a esperar, pero él quiso saber lo que ocurría.

Caminó despacio y se detuvo frente a la entrada de uno de los despachos. Echó un vistazo a los

demás, mas nadie le dijo nada, así que agarró el pomo de la puerta con fuerza y lo giró muy

lentamente. La abrió con cautela y se asomó por el resquicio que iba formando. Vio a John y a Sam

sentados de espaldas hacia él a un lado de la mesa, pero no debían de haberle oído pues no se giraron

para mirar. Quiso saber quién estaba al otro lado, así que alzó un poco la cabeza. Lo que vio fue

cómo una enorme sombra de color azul se dirigía hacia él levitando. Cuando casi lo había alcanzado

se despertó.

Jimmy abrió los ojos de golpe al dar un respingo sobre su asiento. Su corazón latía a cien por hora.

Se frotó los ojos y la frente. Estaba sudando. Miró a su alrededor y comprobó que aún estaban en el

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coche. Sonaba «A Bad Dream» de Keane. Apoyó el codo y puso el puño delante de su boca para que

ni John ni Sam notaran cómo resoplaba con nerviosismo mientras observaba el paisaje.

—Ya hemos llegado —anunció John tras detener el coche en el aparcamiento de Wayback.

Jimmy se bajó antes que nadie y bordeó el coche por detrás para poder ver el edificio

correspondiente al Área de Atención. Un chico pelirrojo de piel muy clara y de apariencia aniñada ya

bajaba las escaleras del edificio central.

—¡Señor Boone! —gritó cuando estaba a medio camino.

Jimmy se quedó paralizado, pues el pánico comenzaba a apoderarse de él al ver que su visión se

cumplía.

—¿Quién es Fain? —preguntó Gary, quien ya había bajado del coche, cuando aquel nombre le

cruzó la mente.

—Una de las personas que manda sobre esto —respondió Jimmy sin ningún tono de voz al

hablar—. ¿De qué lo conoces?

Gary se situó junto a su hermano.

—Es el nombre que aquel pecoso pelirrojo no para de repetir en su cabeza. —Hizo un gesto con la

cabeza dirigiéndose al chico que iba corriendo hacia su posición—. Eso, y la palabra «urgente».

—Vamos —dijo John, y cerró el coche con el mando.

Jimmy fue el primero en avanzar incluso por delante de Sam. Ésta ya sabía lo que sucedía, así que

no pudo evitar mostrar su cara de preocupación. El resto de los Owen se percataron tanto de ésta

como de la seriedad de su hermano, y los siguieron expectantes. Se cruzaron con el chico que corría

hacia ellos a la altura de la mitad del aparcamiento y transmitió su mensaje a John.

Entraron en el edificio y subieron las escaleras del centro de la habitación principal, donde tuvo

lugar su reencuentro. Llegaron hasta el segundo piso y giraron a la izquierda. Al final del pasillo,

John y Sam entraron en una habitación, dejando a los Owen esperando fuera. A diferencia de sus

hermanos, Jimmy no se sentó en los sillones, sino que se acercó a la puerta y sujetó el pomo.

—¿Qué haces? —le llamó la atención Blair en voz baja.

Él la miró y después dirigió su vista al pomo. Las manos habían comenzado a sudarle y temblarle.

—¡Jay!

Soltó el pomo de la puerta y miró a sus hermanos, que lo observaban con cara de incrédulos.

Regresó con ellos y se sentó junto a Gary en uno de los sillones.

—¿Qué pretendías hacer? —le preguntó Mark.

Jimmy dudó en si contarles la visión que tuvo mientras volvían a la institución. No quería

preocuparlos.

—Fain es alguien muy importante aquí —se limitó a decir.

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—¿Y eso qué significa? —le preguntó Blair, que se encontraba en medio de los mellizos en el

sillón de enfrente.

El chico suspiró.

—En algunas partes del mundo existen instituciones como ésta, y Fain… es uno de los que mandan

en este continente —dijo—. La cosa está en que los seres humanos no deben saber que existen seres

que no son humanos, porque entonces cundiría el pánico —explicó—. Así que Fain forma parte de

una especie de jerarquía con instituciones subvencionadas por el gobierno, donde se puede

investigar, tratar u ocultar cualquier cosa relacionada con el mundo sobrenatural.

En ese momento Jimmy parecía ser el chico de siempre. El hermano mayor que lo sabía todo de

todo y educaba e informaba a sus hermanos pequeños sobre algo que les sería útil alguna vez, pero

no se sentía como tal.

—Pero aquí hay humanos que conocen la existencia de otros seres. Tú mismo dijiste que esto es

una escuela —le recordó Mark cuando Jimmy les había hablado de lo que era Wayback mientras

estuvieron en la casa del lago de John.

Wayback era como un internado. Por las mañanas tenía las mismas clases que los colegios e

institutos, y en el caso de estar cursando estudios universitarios, las clases eran a distancia a través de

videoconferencias. Todos con sus exámenes trimestrales o cuatrimestrales. Pero por las tardes, los

alumnos se distribuían por antigüedad de permanencia y no por cursos, y daban clases sobre el

mundo mitológico y paranormal. El alumnado ingresaba allí por haber tenido algún tipo de encuentro

con seres no humanos y eran preparados para enfrentarse a ellos. Algunos no lo superaban nunca y

no llegaban a entender lo que sucedía, pero los que sí lo hacían pasaban a formar parte la institución

de manera oficial. Aunque Jimmy desconocía qué pasaba a partir de ahí.

—Lo sé, y Fain no es esa clase de tipos a los que les gusta demasiado la gente. Así que no suele

venir a menudo —contestó—. Si está aquí… debe tratarse de algo importante.

—¿Como qué? —quiso saber Robbie.

Jimmy la miró fijamente y apoyó sus brazos sobre las piernas, teniendo que inclinarse hacia

delante. Fue de Robbie a Mark pasando por Blair, y por último miró a Gary.

—¿Qué pasa? —le dijo Mark, que pudo notar la preocupación de su hermano en todo el cuerpo.

—Me quedé dormido en el coche —confesó—. Y tuve una visión que más o menos se ha

cumplido. Lo único que no ha sido igual es que Blair me ha impedido abrir la puerta —explicó.

—¿Y qué pasaba al abrir la puerta? —sintió curiosidad ella, aunque en realidad querían saberlo

todos.

—Que desde donde se supone que debe estar sentado Fain ahora, algo quiso atacarme —

respondió—. Pero no sé qué era.

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—Averigüémoslo—les dijo Robbie señalándose la oreja.

Su agudizado oído les permitía oír a distancias lejanas, y aunque aún no supieran el alcance

máximo que tenían, sí llegaba al despacho.

Dentro de la habitación, Eric Fain, un hombre de edad avanzada con el pelo canoso y peinado hacia

atrás, enfundado en un traje de chaqueta azul marino con corbata naranja sobre una camisa blanca,

estaba sentado a un lado de la mesa. John y Sam estaban enfrente de él.

—Sabía que llegaría este momento —dijo Fain con cierto tono de avidez en su voz.

John no sabía lo que el doctor Del Toro le había contado a La División, así que disimuló lo mejor

que supo.

—¿Y qué esperabas? —respondió encogiéndose de hombros—. No era hijo único. Estaba claro que

o él los buscaría o uno de ellos lo buscaría a él.

—No has debido dejar que pasara.

—¿Por qué no? —se sorprendió—. Son su familia.

—Nosotros también lo somos —replicó seriamente.

Fain era esa clase de personas que miraban a los demás por encima del hombro y los despreciaban

por no ser como él. Y aunque John era de su misma condición, eso era superior a él. Lo odiaba.

—No. Yo sería en todo caso su familia. Yo lo adopté. Y vosotros nunca habéis mostrado con

Jimmy mayor interés que al resto de alumnos —replicó a su vez.

—Lo sé, pero tampoco hemos tenido la llegada a la vez de tantas personas relacionadas con una

sola —dijo—. Dejamos que cumplieses tu sueño de ser papá y pudiste acoger a Jimmy, pero no

dejaremos que los otros cuatro se queden —aclaró—. ¿Qué ocurre si alguno entrara en el programa y

el resto no? No queremos disputas innecesarias.

—¿No se han incorporado al curso y ya hablas del programa? Quizá podamos evitar las disputas

innecesarias estableciendo un todos o ninguno —trató de buscar una solución mientras intentaba

mantenerse sereno ante Fain.

—No creo que podamos hacer eso, John.

A Sam, que permanecía en silencio sentada al lado de John, no le gustaba nada el camino que

estaba empezando a tomar aquella conversación. Le hubiera encantado decirle a Fain unas cuantas

cosas pero se jugaba demasiado. Era cierto que también vivía bajo la vigilancia de John, igual que

Jimmy; pero a diferencia de éste, ella no había formalizado su adopción. Así que su estancia en

Wayback dependía únicamente de su trabajo como ayudante de John, pues sabía muy bien el poder

de la institución y lo que podían hacer con ella si se revelaba contra alguno de sus miembros.

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John no sabía qué podía decir para hacerle razonar, así que optó por la alternativa más drástica,

aunque no le gustase nada siquiera pensarla.

—¿Quieres que le dé a elegir? —dijo muy a su pesar—. ¿A eso has venido? —Se humedeció los

labios y lo miró durante unos segundos—. Porque si es así, sabes muy bien cuál será su elección.

Sam se estremeció. Decir aquello le partía el corazón pues sabía que tenía razón. Si en ese

momento Jimmy tuviera que elegir entre quedarse con él y Sam o marcharse con sus hermanos

porque no había otra opción, sin duda elegiría la segunda. Después de haberle costado siete años

volver a reunirse con ellos ni siquiera se lo plantearía.

—Sé muy bien lo que elegiría —le contestó—. Tenerlo aquí es algo muy valioso para nosotros, no

podemos permitirnos que se vaya.

John no entendió a qué se refería. O quizá sí. Si Fain no sabía nada acerca de lo que eran los Owen,

entonces probablemente se estuviese refiriendo a que la presencia de Jimmy allí, era el poder que La

División tenía sobre John.

—Vengo a asegurarme de que nuestras instituciones no corren peligro —dijo—. Debemos ser

cautos a la hora de elegir a quién ponemos de nuestro lado. Sobre todo tal y como están las cosas.

—Son buenos chicos. Como su hermano —dijo sin titubear—. Pero si no los queréis aquí, ten en

cuenta que Jimmy no dudará en irse con ellos. Además, les hablado de en qué consiste esto... el

programa, las clases... —explicó—. Y les gusta. Quieren formar parte de esto.

Eso no era del todo cierto, pues la idea de los Owen seguía siendo irse de allí, pero John debía

arriesgarse al tomar esa decisión por ellos.

—Han tenido experiencias con no humanos y no han intentado cazarlos… ni han acudido a los

medios de comunicación para contarlo —intervino Sam apoyando el comentario de John—. Eso es

bueno, ¿no?

—Sí… supongo que sí —dijo poco convencido Fain.

Estaba claro que Fain no era consciente de quiénes eran en realidad los Owen, o al menos eso

parecía, pero tampoco John estaba dispuesto a revelárselo. De hecho, cuando adoptó a Jimmy y éste

empezó a experimentar los cambios, Fain los visitó por otros motivos que no tenían nada que ver con

ellos, y John le mintió acerca de las experiencias de Jimmy haciéndole creer que era completamente

humano.

—Puede que tengáis razón —admitió Fain—. Siempre ha habido algo especial en Jimmy —dijo

con convicción—. Y si el precio para que permanezca aquí son ellos, de acuerdo. Que se queden.

Pero vigílales de cerca.

John y Sam respiraron aliviados. El fin de La División respecto a Jimmy era que se uniera de lleno

y trabajara para ellos, pues siempre había demostrado unas aptitudes físicas y mentales aptas para

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ellos, pero él siempre se había negado. John les decía a los Altos Mandos que aún no estaba

preparado, y por ese motivo no le habían presionado para que lo hiciera.

—Está bien, Eric —dijo John llamándole por su nombre de pila.

—¿Tienes los análisis anuales de Jimmy? —le preguntó, pues los análisis así como un

reconocimiento médico anual eran una de las normas de la institución.

—Por supuesto —respondió—. Y son iguales que todos los años —mintió—. Os mandé los

informes en cuanto tuve los resultados.

—¿Has procedido con sus hermanos?

—Aún no he tenido tiempo. —Continuó con la farsa tratando así de ganar argumentos para

convencerle—. Pero son de la misma sangre, así que…

—Hazlo —le interrumpió—. Las infecciones por no humanos pueden ser muy escurridizas —

aseguró—. Y no podemos dejar que uno de ellos se infiltre en nuestras instalaciones.

John asintió.

—Por cierto, si están limpios serán sometidos a la prueba —añadió—. Quiero conocer sus

cualidades y ver si pueden entrar en el programa.

—¿Tan pronto? —Se sorprendió y su voz pareció quebrarse. Pensaba que había ganado la batalla

contra Fain al conseguir que el resto de los Owen se quedasen pero, por supuesto, Eric Fain siempre

tenía un as escondido bajo la manga.

—¿De qué te sorprendes, John? —contestó con obviedad—. Estamos en guerra. Es el

procedimiento.

—Lo sé —dijo con la boca pequeña—. Pensé que ya habíamos hablado del tema.

Lo que John pretendía no sólo era que Jimmy no tuviera que hacerla, sino que los demás tampoco.

Había practicado con ellos ejercicios de autocontrol, pero no los suficientes como para pasar

desapercibidos en ese caso.

—No es algo discutible, John —dijo con firmeza—. Necesitamos todos los efectivos posibles. —

John sintió cómo el mundo iba a caérsele encima—. A partir de ahora y hasta el día de la prueba

están bajo tu cargo. Prepáralos.

John tragó saliva y se humedeció los labios sin apartar la vista de Fain. No sabía cómo, pero al final

las cosas no habían salido como quería.

—Sí señor —respondió con resignación y miró a Sam—: ¿Te encargas de los análisis? —le

preguntó.

—Claro —aceptó.

—Estupendo. —Sonrió Fain mientras se recostaba en el asiento—. Esperaré aquí.

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Los Owen se mantuvieron atentos a la conversación hasta que John mintió acerca de sus análisis de

sangre. No comprendían por qué estaba mintiendo a uno de sus jefes y tampoco por qué Sam lo

estaba encubriendo.

—No lo entiendo —dijo Blair—. ¿Por qué no le dice la verdad? ¿Y de qué guerra hablan?

—Bueno, dado que tampoco le ha contado lo de Jimmy durante todo este tiempo… —intervino

Mark.

—Está claro que miente para proteger a Jay —apuntó Gary—. Nosotros somos un efecto colateral.

Si le dice lo que somos, sabrá que Jimmy también lo es —argumentó—. Lo que supone incluirnos en

el pack.

—¿Proteger de qué? —se extrañó la chica.

—Está claro que de ese tío —intervino Robbie haciendo un gesto de obviedad con la mano.

—Sí, ¿pero por qué? Quiero decir. —Miró a Jimmy—. ¿Quién es ese tío? ¿O qué es?

—¿Qué es? —Su hermano no dio crédito—. Fain es humano —afirmó.

—Tu pesadilla dice que no lo es —le recordó Mark—. Lo que te atacó ocupaba el mismo asiento

que él en estos momentos.

Jimmy sacudió la cabeza.

—¿Insinúas que Fain no es humano sólo por lo que he soñado?

—Insinúo que si algo como nosotros existe… cualquier cosa es posible —contestó.

Tras unos segundos en silencio, Gary bajó la cabeza y puso los dedos sobre sus sienes para intentar

leer el pensamiento de los presentes en el despacho. Le costó un poco concentrarse y llegar hasta

donde quería porque los pensamientos de sus hermanos interferían.

—John no se fía de Fain. Por eso miente —dijo mientras seguía apretando sus sienes.

—¿Y Sam? —se interesó Jimmy.

Robbie y Blair soltaron una pequeña carcajada.

—Espera. —Volvió a cerrar los ojos y a masajear sus sienes—. Te desea. Está loca por ti. —

Bromeó exagerando.

—Ja, ja. Me muero de risa —le contestó.

Gary soltó una pequeña carcajada y volvió a concentrarse.

—No te pondrá en peligro. Le importas demasiado —dijo.

Jimmy pareció sonrojarse.

—¿Qué hay de Fain? —dijo Robbie—. ¿Qué puedes averiguar de él?

Gary siguió el mismo procedimiento que las veces anteriores, pero esta vez le costó más de lo

habitual. No estaba habituado a buscar pensamientos concretos de alguien, así que se sentía fatigado

y le dolía mucho la cabeza, haciendo que no tuviera éxito.

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Sam salió de la habitación con una expresión enfurecida y nerviosa al mismo tiempo, y los Owen se

levantaron de golpe al escuchar la puerta.

—¿Qué está pasando? —le preguntó Jimmy.

—¿Qué habéis oído? —dedujo por la expresión en sus rostros—. Da igual. Seguidme.

Los Owen la siguieron sin decir nada. Bajaron las escaleras hasta la planta baja, y salieron al jardín

trasero que conducía al Área Médica sin apenas cruzarse con nadie.

—¿Qué es lo que ocurre? —la exigió Jimmy agarrándole del brazo.

—Quieren someteros a la prueba para ver si pueden incluiros o no en el programa —respondió

Sam.

—¿Ese programa tiene algo que ver con la guerra de la que hablan? —preguntó, pero la chica no le

respondió—. Sam, dime qué está pasando. —La miró fijamente a los ojos.

Ella estaba temblando. Su cuerpo casi rozaba el de Jimmy y notó cómo sus piernas empezaban a

flaquear. El resto de los Owen prefirieron no intervenir en la conversación entre ambos y dejar que

Jimmy se encargara de hablar con ella, pues todos habían notado desde el principio que entre ellos

existía algo que ninguno podía explicar.

—Mira, no lo sé, ¿vale? —Se soltó—. Sólo… sólo sé que tengo que falsificar el resultado de

vuestras pruebas y presentárselas a Fain.

—¿Y qué necesidad hay de falsificarlas? —se extrañó.

—No pueden saber lo que sois. —Lo miró.

—¿Por qué?

—Porque… ¡No me hagas más preguntas, por favor! Confía en mí —le pidió.

Jimmy clavó sus metálicos ojos grises en ella, queriendo llegar hasta sus adentros. Y confió.

Entraron en el Área Médica, donde Sam recogió una llave junto a un sobre en recepción. Lo abrió y

leyó la nota que había en su interior. Eran instrucciones de John en las que indicaba lo que tenía que

hacer. El hombre había barajado de antemano la posibilidad de que La División quisiera saber

también de los hermanos de Jimmy. Subieron un piso por las escaleras de la derecha situadas al

principio y caminaron hasta el final del pasillo, donde se encontraba el despacho de John en ese

edificio. Abrió la puerta con la llave y encendió la luz.

—Cerrad la puerta —le dijo a los Owen.

Al hacerlo, Sam se aproximó a la mesa de escritorio. Intentó moverla, pero pesaba demasiado.

Jimmy se acercó y apartó a la chica con suavidad.

—Deja que te ayude —dijo con amabilidad, y elevó el escritorio con las dos manos sin ningún tipo

de esfuerzo—. ¿Dónde quieres que lo ponga?

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Sam se quedó petrificada, pero no por la fuerza sobrehumana; a eso ya estaba acostumbrada. Sino a

que a pesar de que Jimmy sostenía la mesa como si no pesara nada, su cuello, sus pectorales y sus

brazos se marcaban bajo la camiseta.

—Sam —la llamó—. ¿Dónde lo pongo?

—Junto… junto al armario —indicó.

El chico se giró con cuidado para no dar a nadie con la mesa y la dejó donde Sam le había dicho.

Después se apoyó en ella esperando a que la chica dijera o hiciera algo.

Sam se arrodilló y apartó la alfombra que quedó tras quitar el escritorio. En el suelo había una

trampilla metálica cuyo manillar debía presionar para que se elevase y poder girarlo a continuación.

Abrió la compuerta y un humo blanquecino y frío le golpeó la cara. En su interior había numerosas

bolsas de plástico llenas de sangre. Buscó cinco bolsas con dos tipos de sangre distinta y a su vez

cada una con distinta numeración, que indicaba que pertenecían a personas diferentes y que, por

consiguiente, darían resultados dispares, y las guardó en su bolso. El tipo de sangre que John siempre

había utilizado como tapadera para ocultar la identidad de Jimmy estaba marcada con una «X», de

modo que sus resultados seguirían siendo los mismos de todos los años. Cerró la puerta y volvió a

presionar el manillar para que no sobresaliera del nivel del suelo.

—¿Te importaría colocar la mesa donde estaba? —le pidió a Jimmy mientras ella recolocaba la

alfombra.

—Claro, pero… ¿Puedes explicarnos qué estás haciendo? —quiso saber él.

Sam suspiró y quiso desviar su vista de él, pero a cualquier lugar donde mirase dentro de la

habitación, había un par de ojos observándole con atención.

—Eric Fain quiere ver los resultados del reconocimiento médico de cada uno de vosotros, y esta es

la forma que tiene John de engañarlo —explicó ella—. Lleva haciendo lo mismo con tus resultados

desde que viniste aquí.

—¿Por qué? —preguntó Blair—. ¿Por qué ocultárselo?

—Eso no lo sé —respondió y salieron de la habitación cuando Jimmy volvió a colocar la mesa en

su sitio.

—Sam, ¿puedo hacerte una pregunta? —dijo Robbie mientras los Owen volvían a seguir a Sam a

través de los pasillos.

Ella se detuvo exasperada, y se giró para mirarlo.

—¿Cuál?

—¿Dónde estaba sentado Fain en el despacho? —preguntó, y Sam creyó que era una pregunta

absurda; pero el resto sabían por qué Robbie lo había hecho—. Estabais John y tú de espaldas a la

puerta y Fain enfrente o…

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—Sí, estábamos así —le interrumpió.

—Gracias —dijo con soltura.

Sam se giró meneando la cabeza, y siguió caminando. Jimmy se quedó parado, por lo que al pasar

Robbie por su lado le susurró:

—Fain no es humano. —Sonrió porque Jimmy había estado equivocado con su suposición, y no era

habitual en él—. Tus visiones no fallan.

A continuación entraron en la misma enfermería donde se habían hecho los análisis de sangre y

ADN. Allí los esperaba el doctor Malone.

—Que alguien vigile la puerta —dijo éste.

Gary cerró tras de sí, pues fue el último en entrar, y se quedó junto a la puerta para vigilar a través

de las ventanillas de cristal.

—¿Cómo ha ido? —quiso saber el doctor.

Sam abrió su bolso, dejó las bolsas de sangre sobre la encimera y lo miró. No hacía falta que le

explicara nada más.

El doctor Malone colocó las bolsas en goteros, rellenando cuatro tubos por cada hermano. Sam, a

su vez, colocó en cada antebrazo izquierdo de los Owen un poco de algodón sujeto con una tira de

esparadrapo, simulando así el pinchazo que debían tener. No tuvo problema con ninguno salvo

cuando llegó a Jimmy, que le temblaron los huesos al tocarlo. Tiraron las agujas a la basura, y

metieron los tubos que contenían las supuestas muestras dentro de una nevera portátil.

—Esperad media hora para salir de aquí —les dijo Sam a los Owen—. Si alguien os ve aquí y

pregunta dónde está el doctor Malone, decidle que está en los laboratorios.

—Espera, espera. ¿A qué viene todo esto? —preguntó Jimmy casi sin paciencia, mirando esta vez

al doctor—. ¿Qué pasa si Fain se entera de lo que somos?

El hombre bajó la cabeza durante un par de segundos, como si necesitase tiempo para pensar su

respuesta.

—Jimmy, confía en nosotros —dijo en tono serio—. Es mejor que no lo sepa.

—¿Por qué? —exigió saber elevando su tono de voz.

El doctor Malone lo miró y después echó un vistazo a los demás, que lo observaban con la misma

cara de impaciencia y enfado que Jimmy.

—Si de mí dependiera os contaría la verdad. Nos ahorraríamos muchas cosas —admitió y miró a

Jimmy—. Pero John cree que es mejor haciéndolo así. —Tragó saliva—. Cuando Fain se vaya,

hablad con John. Mientras tanto…, aguantad. Es lo único que puedo deciros.

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Jimmy no pareció muy satisfecho con la respuesta, pero creyó que Malone estaba siendo sincero

con ellos, así que asintió dos veces en silencio apretando los labios, y Sam y el doctor se marcharon.

Llevaban un buen rato sin hablar. Eric Fain había girado el sillón para mirar por el ventanal que

había tras él, y John daba rápidos golpecitos en el suelo con el pie. Se sentía algo más relajado y por

ello se había recostado en el sillón reposando los brazos. Se irguió y entrecruzó los dedos de las

manos.

—Cuando compruebes que son humanos, ¿te largarás de aquí? —le preguntó.

Fain emitió un sonido ronco que parecía ser una breve risa, y se giró.

—Ya sé que no te gusta tenerme cerca, pero es lo que tiene ser un Alto Mando —contestó con

desdén.

—No, no me gusta teneros por aquí —reconoció con arrogancia—. Normalmente me hacéis perder

el tiempo.

Fain se inclinó molesto sobre la mesa.

—Si no fueras quien eres, John, te despedazaría vivo y te daría de comer a esos bastardos no

humanos que tenemos por enemigos.

John también se inclinó hacia delante.

—Eric, los dos sabemos que estás demasiado mayor para intentar algo así. —Sonó sereno y

seguro—. Además, tú jamás alimentarías al enemigo con alguien de tu raza.

Ambos volvieron a su posición anterior, restableciendo un poco el ambiente respetable, aunque

tenso, de la sala.

—Si es un traidor sí —aseguró Fain.

—Ya, pero yo no soy un traidor —dijo. El hombre no le contestó—. Sabes muy bien que si quisiera

ocupar el Alto Mando de La División podría hacerlo por legado. Pero quiero ocuparme de mi hijo.

—Sonrió con orgullo—. Aunque debo decir que la idea de poder estar por encima de ti sólo con

chasquear los dedos comienza a tentarme demasiado —añadió.

Fain le aguantó la mirada y deshizo con fuerza el nudo que se había formado en su garganta.

Unas dos horas después, Sam se reunió con los Owen en el pasillo del Área de Atención, del que

partieron juntos. Llevaba una carpeta en la mano. La movió en alto para enseñársela a los hermanos

mientras pasaba por en medio de los dos sillones que ocupaban, y entró en el despacho, dejándoles

fuera escuchando la conversación del interior con su agudo oído.

—Son humanos —informó Sam entregándole los papeles a Fain.

—¿En serio? —Levantó las cejas como si no lo esperase.

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—Repetimos los análisis dos veces para asegurarnos —Tomó asiento y miró a John. Éste asintió

satisfecho.

—¿Quién dice que no estáis mintiendo? —desconfió.

—¿Dudas de mi trabajo? —preguntó ofendida.

—Es que no sabía que fueras médico —dijo con condescendencia.

—Y no lo soy. Sólo me encargo de que las cosas salgan bien. —Lo miró con el ceño fruncido—.

Pero si quieres, puedes llamar a los médicos que llegaron a esos resultados. Te dirán lo mismo que

yo.

Fain hojeó los papeles y miró a John, quien lo observaba con una expresión de poder.

—Está bien —admitió a regañadientes—. Pero asegúrate de que estén preparados para la próxima

vez que nos veamos.

—Como quieras —contestó éste con toda la tranquilidad que podía mostrar en ese momento.

Fain se levantó de su asiento al mismo tiempo que se abrochaba los botones de la chaqueta del

traje, y los tres salieron de la habitación. Los Owen se levantaron de golpe al escuchar la puerta,

igual que la otra vez, y esperaron junto a los sillones a que les dijesen algo.

—Conozco la salida —dijo Fain.

—Te acompañaré de todas formas —respondió John triunfal.

Los Owen sabían que todo había salido bien porque lo escucharon desde fuera, pero también por la

expresión satisfactoria de John.

Nada más cerrarse las puertas del ascensor con John y Fain dentro, los hermanos lo celebraron en

silencio, diciendo en voz baja «bien» repetidas veces mientras alzaban sus brazos y se abrazaban

entre ellos, aunque no sabían muy bien por qué se estaban alegrando realmente. Sam telefoneó al

doctor Malone para darle la noticia. Cuando colgó y se dio la vuelta para mirar a los Owen, Blair se

ya se había acercado a ella con intención de abrazarla, agradeciendo en nombre de todos lo que había

hecho.

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NNAATTUURRAALLEEZZAA HHUUMMAANNAA

En las grandes adversidades toda alma noble aprende a conocerse mejor. FRIEDRICH SCHILLER

Decidieron salir a celebrar que habían conseguido solventar la visita de Fain, aunque aún les

quedara pendiente la realización de la prueba. La idea fue de John, y a pesar de que los Owen

querían hablar con él tras marcharse el hombre de La División, sobre todo Jimmy después de lo que

les dijo el doctor Malone, aceptaron con tal de no cenar en el comedor de Wayback.

Metieron el coche en el aparcamiento y salieron del vehículo. Caminaron con tranquilidad hasta la

puerta que comunicaba con el interior del centro comercial y, antes de entrar, John se detuvo a un

lado.

—¿Seguro que queréis entrar aquí? —les preguntó.

Los Owen no supieron por dónde iban los tiros, y se reflejó en sus caras.

—Esto está lleno de gente y…—dijo.

—¿Crees que no hemos estado rodeados de gente antes? —le interrumpió Robbie.

—Claro que sí lo habéis estado. Pero… ¿sabes? Es igual. Es una buena oportunidad para ver de lo

que sois capaces —comentó.

—No te gustaría ver de lo que soy capaz —le advirtió Mark con voz áspera.

John y Sam se intercambiaron una mirada de circunstancia, y Robbie rodeó por los hombros a su

hermano, sujetándole los mismos con sus manos.

—No te preocupes, Markie. —Miró a John y le sonrió como si aquella situación le pareciese

divertida—. Nos portaremos bien.

John abrió la puerta para aparecer en la planta baja. En el mismo instante en el que pusieron un pie

dentro, los sentidos de los Owen aumentaron de forma exagerada: Su olfato les permitió percibir los

aromas de cada persona. Fragancias más sofisticadas que otras, olor a aftershaves, a tabaco, a

alcohol, a «tigre», que era como se referían ellos al olor fuerte de sudor y, en definitiva, a un sinfín

de fragancias que pudieron distinguir a la perfección; Su capacidad auditiva hizo que escucharan los

latidos de los distintos corazones de la gente que se encontraban allí, como si retumbase en sus oídos

el sonido de las notas de una guitarra eléctrica conectada al más potente amplificador; y su aguda

vista les mostró el recorrido de las venas y arterias que recorrían repletas de sangre fresca y caliente

los cuerpos de todos los humanos allí presentes.

Por otro lado, a Gary comenzó a darle un dolor de cabeza terrible, pues los pensamientos de las

distintas personas que pasaban por delante de él le taladraban la mente; y Mark comenzó a sentirse

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extrañamente inquieto, notando en su cuerpo cómo diferentes sentimientos le invadían y se

esfumaban en cuestión de segundos, haciendo que su estado anímico pareciera una montaña rusa.

Aquello le había pasado en más de una ocasión, sobre todo cuando había mucha gente a su alrededor,

pero nunca le dio tanta importancia como se la estaba dando ahora, pues en las anteriores ocasiones

no le había afectado tanto.

Caminaron para encontrar un sitio donde cenar y, a medida que sentían a la gente más cerca, la sed

devoraba por dentro a los Owen, pues llevaban sin alimentarse de sangre, ya fuera animal o humana,

desde antes de su reunión. Blair le cogió la mano con fuerza a Robbie para darse apoyo mutuo ante la

situación, y Jimmy se situó entre los otros dos un poco más atrás.

—Lo estáis haciendo muy bien —les dijo para darles ánimos.

John y Sam, que iban por delante de los Owen hablando de los asuntos de Wayback, los condujeron

hasta las escaleras mecánicas que daban a la primera planta, y luego a otras que llegaban hasta la

segunda, donde estaba la zona de ocio y restauración. Echaron un vistazo rápido a todos los lugares

disponibles para cenar, y lo único que encontraron a gusto de todos fue un Foster’s Hollywood,

situado en un extremo.

—Dime, John —dijo Gary—. ¿Por qué tanta preocupación porque Fain no supiera lo nuestro?

—No me parece el lugar adecuado para hablar de esto —respondió entre susurros.

—Al parecer nunca es el momento ni el lugar adecuado para ti —comentó Jimmy y le dio un gran

sorbo a su refresco. No iba a ser una velada agradable.

Quince minutos después de que les sirvieran la cena y sin haber dicho ni una palabra más, la alarma

de incendios proveniente del centro comercial sonó. A los pocos segundos la gente empezó a sentirse

inquieta, hasta que se oyeron gritos que provenían del exterior y comenzaron a abandonar el

restaurante corriendo, uniéndose a aquellos de fuera. Los Owen se levantaron de sus asientos y se

acercaron con cautela a los cristales para averiguar lo que ocurría mientras Sam y John intentaban

conservar la calma.

Salieron del restaurante y la situación en el exterior era un auténtico caos. La gente no dejaba de

correr de un lado para otro sin un rumbo fijo intentando saber de dónde provenía el fuego, aunque los

Owen no percibieron ningún olor a quemado.

De pronto, algo muy veloz pasó por delante de sus ojos. John y Sam no pudieron distinguirlo, pero

los Owen sí, y no sólo por su increíble y agudizada vista, sino también por su olfato: Era un vampiro.

No podían explicar por qué sabían distinguir a un humano de un vampiro entre tanta gente, pero

estaban cien por cien seguros de que no se equivocaban. Segundos después pasaron dos hombres

vestidos de militar, con armas y casco incluidos, que parecían perseguir al vampiro, aunque a una

velocidad inferior.

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Militares y vampiros se enfrentaban entre sí entre medias de la gente sin importarles nada más que

su propia lucha. A consecuencia de ello, algunas de las personas que se encontraban en el centro

comercial fueron usadas como escudo por los vampiros ante los disparos de los militares. En pocos

minutos la pelea se convirtió en una masacre imparable.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Mark en voz alta.

Gary aprovechó la parada de uno de los militares que estudiaba la situación para poner toda su

atención en él.

—Un niño —respondió.

—¿Quién? —se interesó Blair.

El chico encogió los labios al mismo tiempo que negaba con la cabeza.

—Rob, ven conmigo —dijo Jimmy—. Los llevaremos hasta el coche. —Empujó con suavidad a

John y Sam para hacerlos avanzar.

Su hermano asintió.

—¿Qué pretendes? —le preguntó John.

—Asegurarme de que lleguéis a casa a salvo —respondió sin mirarle, observando la pelea entre

ambos bandos—. Vosotros localizad al niño —les dijo a los otros tres hermanos.

—¿Al niño? —se exaltó Sam—. ¡Vais a meteros en problemas por alguien que no sabéis quién es!

¡No os conviene!

—No es vuestra lucha —John se puso delante de los Owen—. Después de la visita de Fain no

podéis exponeros así.

—¡Esto no es asunto tuyo! —espetó Gary en una voz furiosa—. Si no estás de acuerdo con lo que

vamos a hacer, quítate de en medio.

John hizo amago de contestarle, pero Mark le interrumpió:

—No sé cómo explicarlo, pero siento que tenemos que encontrar a ese niño. —Le miró a los ojos

fijamente.

Una mujer vestida todo de negro pasó tan cerca de los Owen que golpeó a Jimmy sin querer. Éste

cerró los ojos de manera inconsciente llevándose las manos a la cabeza.

—Están en una tienda —dijo Jimmy tras abrir los ojos—. Paredes azules…, peluches. —Miró a sus

hermanos—. He visto a la vampira allí…, enfrente de un niño y una mujer.

—Una juguetería —dedujo Blair.

—El último que llegue allí paga la próxima cena —dijo Gary y salió corriendo.

Mark y Blair lo siguieron mezclándose con la gente en busca de la posible juguetería, mientras iban

asomándose por las barandillas para poder ver las entradas de algunas de las tiendas de las plantas

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inferiores. Los otros dos agarraron a John y Sam del brazo, obligándolos a ir en dirección contraria

para llevarles hasta el aparcamiento.

Debido a la claustrofobia de Robbie y al sonido de la alarma de incendios, los dos chicos ni

siquiera se plantearon ir por los ascensores. Así que corriendo algo más rápido de lo normal para un

humano, y arrastrando con ellos a John y a Sam, se dirigieron hacia las escaleras mecánicas. Jimmy

iba delante abriendo paso con John, y Robbie detrás sujetando a Sam, que apenas podía poner los

pies en el suelo de la velocidad a la que iban. Hicieron en dirección contraria el mismo recorrido que

al llegar, y buscaron a toda prisa el lugar donde habían aparcado el coche mientras veían cómo a su

alrededor la gente hacía lo mismo que ellos. Cuando localizaron el vehículo, Jimmy y Robbie

abrieron las puertas delanteras para que los otros dos se montaran y, al sentarse éstos, las cerraron a

la vez. Antes de arrancar, John bajó la ventanilla del conductor.

—Tened cuidado —le dijo John a Jimmy.

—Arranca de una vez —contestó.

John arrancó el coche y aceleró tan deprisa que hizo chirriar las ruedas del vehículo, mas se

encontró con el atasco generado debido al intento de escape de todo el mundo.

—Démonos prisa —le dijo Robbie a su hermano cuando el coche giró hacia el camino que daba a

una de las salidas—. No quiero tener que pagar la próxima cena.

Antes de ponerse en marcha, los dos chicos pensaron que avanzar a su ritmo de velocidad no

llamaría mucho más la atención que todo ese grupo de vampiros y hombres trajeados luchando entre

la multitud, así que mientras corrían casi sin ser vistos por la gente, Robbie llamó por teléfono a

Mark para conocer su posición.

Gary, Mark y Blair seguían en busca de la juguetería. El centro comercial se estaba vaciando con

rapidez, pero aún quedaban suficientes personas, ilesas, heridas o muertas, como para entorpecer una

carrera a contrarreloj en busca de alguien del que desconocían su posición exacta. Esquivaban a la

gente con una agilidad sobrenatural que les permitía no tocar a nadie mientras miraban todos los

letreros luminosos de las tiendas por el rabillo del ojo. De pronto, Gary se paró en seco entre la

multitud apretando sus sienes con fuerza. Mark y Blair le dieron alcance.

—¿Estás bien? —le preguntó Blair.

Gary asintió. Mark miró a su alrededor, buscando en su interior la misma sensación que le dijo que

debían buscar al niño, mas lo único que encontró fue la desolación, el pánico y el terror de la gente

que estaba próxima a él. Logró concentrarse lo suficiente para apartar todo eso, y una especie de

bruma interna le mostró el camino que debía tomar.

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—Tenemos que seguir —dijo.

Mientras volvían a asomarse por las barandillas en busca de la tienda, siguieron avanzando un poco

más hacia delante hasta que Mark la localizó en la planta inferior haciendo esquina. Aumentaron su

velocidad en dirección a las escaleras mecánicas y, justo antes de alcanzarlas, el chico volvió a

detenerse.

—Hacia el otro lado—dijo tras una nueva ráfaga de sensaciones.

Sus hermanos no dudaron de él, utilizando su dotada velocidad para poder llegar allí cuanto antes.

Sin saber cómo y haciendo que el corazón le diera un vuelco, dio media vuelta y siguió corriendo.

—¡Continuad! —les gritó Mark a sus dos hermanos, dejándoles atrás.

Mark salió corriendo en dirección contraria. Sin pensárselo, saltó por el hueco en el que se veían las

plantas inferiores, cayendo en posición agazapada sobre sus dos piernas desde una altura de casi tres

pisos. Sin resentirse de la caída, sorprendentemente para él, elevó la vista para ver la altura a la que

se había dejado caer, y corrió hacia el otro extremo del centro comercial.

A su vez, Gary y Blair bajaron un piso por las escaleras mecánicas y corrieron por la primera planta

en la misma dirección que su hermano lo hacía por la inferior.

En el mismo momento en que Robbie guardó su teléfono y avanzaron a través de las escaleras

mecánicas, vieron acercarse a Mark.

Los tres chicos entraron en el supermercado y se toparon con un grupo de militares asegurando y

vigilando el establecimiento, que se giraron hacia ellos en cuanto los vieron aparecer por la puerta.

—Estamos evacuando el centro, será mejor que salgan de aquí —les dijo uno de ellos.

Una mujer de pelo castaño claro recogido en un elegante moño y un niño rubio de unos cuatro o

cinco años, cruzaron el supermercado de izquierda a derecha captando la atención de los militares.

Eran ellos.

Sin decir nada, los Owen echaron a correr en la misma dirección que ellos, sorteando al grupo de

militares. Llegaron solos hasta el final del comercio, pues un grupo de vampiros habían aparecido

para rodear a los militares. La mujer y el niño corrieron agarrados de la mano a través del pasillo

final antes de que los Owen los alcanzasen, pero Gary y Blair saltaron las escaleras mecánicas desde

el piso superior, interceptándoles.

—¡Alejaros de nosotros! —gritó la mujer.

—No vamos a haceros nada —dijo Jimmy desde detrás. La mujer se dio la vuelta—. Queremos

sacaros de aquí.

—¡Sí, igual que los demás! —Sujetó al niño con fuerza.

—No, en serio —se apresuró a decir con las manos en alto—. No somos como ellos.

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La mujer dudó y Jimmy se aprovechó de ello. Se abalanzó sobre la mujer y tiró de ella hacia él para

esconderla detrás de la estantería, cogiendo Robbie en brazos al niño para subir escaleras arriba junto

a Blair y Mark, pues Gary corrió en la misma dirección que el mayor.

Los tres hermanos decidieron correr todo lo deprisa que su velocidad humana les hubiera permitido

correr si fueran humanos para no levantar sospechas, aunque saber la línea que las diferenciaba era

difícil; mas por ello, un minuto después, un puñado de militares que aparecieron en la planta superior

les pisaban los talones. Un grupo de vampiros saltó desde la primera planta a la segunda cayendo

justo enfrente de ellos, cortándoles el paso y quedando los Owen acorralados por ambos lados.

Las opciones que tenían para escapar eran muy pocas. La primera era correr hacia la derecha,

donde se encontraba el final del comercio, pero allí no había salida. La segunda era ir hacia la

izquierda para saltar a la primera planta, donde los vampiros y militares que quedaban perseguían al

resto de sus hermanos y a la mujer. La última opción era enfrentarse a ellos, sin duda la peor opción

de todas. Mark, muy acostumbrado a idear planes de escape en un abrir y cerrar de ojos, debido a

todas las situaciones inapropiadas en las que su mellizo y él se habían encontrado cuando sólo

estaban ellos, pensó en la segunda opción, la de saltar a la primera planta; mas la posibilidad de

juntarse con el resto de sus hermanos, podría conllevar a que todos quedasen acorralados por ambos

grupos y ninguno saliese de allí con vida.

Robbie dejó al niño en el suelo junto a Blair y dedujo las nuevas intenciones de su hermano sólo

con observar la expresión de su cara. Iban a luchar. Mark se giró colocándose frente a los militares

mientras que su mellizo apretaba los puños preparándose para combatir contra los vampiros. Blair

sujetaba por los hombros al niño tratando de buscar una manera de sacarle de allí.

—Cuando estén distraídos, corre —le dijo Mark a su hermana.

Ella asintió y cogió la mano del niño con fuerza.

Los dos chicos se adelantaron unos pasos para encontrarse con sus respectivos rivales y

comenzaron a luchar en cuanto algunos avanzaron hasta ellos, utilizando técnicas de combate

claramente callejeras, pero a su vez, extrañamente perfeccionadas. El frente de Mark era algo más

fácil que el de su hermano. Los militares contra los que luchaba no parecían tener dotes especiales,

mas parecían muy bien entrenados en artes marciales. Sin embargo, los rivales de Robbie sí poseían

dotes especiales, los mismos que tenía él acompañados por la experiencia que le faltaba. Cuando

ambas luchas llevaban un rato en curso, lo suficiente como para que nadie prestase atención a algo

que fuese ajena a ella, Blair cogió en brazos al niño y salió del punto de batalla escogiendo el camino

de la derecha, dirigiéndose al fondo del comercio. Al asegurarse de que no habían notado su

escapada y que, por lo tanto, nadie los había seguido, dejó al niño en el suelo y le cogió la mano para

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tirar de él y esconderse detrás de unas estanterías. Así, a hurtadillas y caminado a paso ligero

mientras intentaba ponerse en contacto con Gary de alguna manera, fueron de pasillo en pasillo hasta

alcanzar la salida.

En la primera planta, Jimmy, Gary y la mujer también estaban escondidos entre las estanterías de

alimentos. Ella no paraba de gritar histérica sin que los dos chicos pudieran evitarlo.

—Si no se calla no dejarán de saber dónde estamos —dijo Jimmy en un intento por hacerla razonar.

—¡Soltadme! ¡No lo conseguiréis! —gritaba ella mientras Gary la sujetaba por los dos brazos.

—¿Y si la dejamos inconsciente? —sugirió—. Así por lo menos no nos oirán.

—¡Suéltame monstruo! —gritó e intentó golpearlo cuando Gary bajó la guardia debido a un dolor

agudo en su cabeza, pero no lo consiguió.

Jimmy se asomó por la esquina de la estantería para conocer la posición de los que los seguían.

Levantó el pulgar de su mano derecha y corrió hasta otra estantería situada en el pasillo de enfrente.

Gary lo siguió, avanzando más despacio a causa del forcejeo con la mujer, que tiraba en dirección

contraria mientras seguía gritando. Cuando logró alcanzar a su hermano, Gary empujó a la mujer

contra la estantería sin llegar a soltarla de los antebrazos, y apretó sus manos con fuerza. La mujer

dejó de gritar.

—No vamos a hacerla nada. Ni a usted ni a su pequeño —dijo Gary—. Pero si no se calla la dejaré

inconsciente para poder salvarle la vida. —La mujer lo miró con miedo y él añadió—: El niño está a

salvo.

—¿Cómo lo sabes? —preguntó Jimmy, que vigilaba el siguiente pasillo con la cabeza asomada en

la esquina.

—Así no me ayudas, Jay —le recriminó—. Mark y Robbie están luchando —explicó lo que había

pasado por su mente con la voz de su hermana, lo que le había causado el dolor anterior—. Blair ha

salido con el niño.

—No podemos dejarles.

La mujer, que ya se había resistido a luchar por deshacerse de las fuertes manos de Gary, los

miraba con expectación.

—¿Quiénes sois? —preguntó en un estado de más calma, pero con la guardia aún alta.

—Lo sé, pero antes tenemos que sacarla de aquí —respondió Gary a su hermano ignorando la

pregunta de la mujer.

—¿Y qué sugieres?

—¿Recuerdas cómo se pelea? —le preguntó a Jimmy.

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—No puedo utilizar las técnicas de lucha que aprendí, podrían detenerme —contestó de inmediato

y volvió a asomarse al pasillo.

—Tú siempre tan educado —espetó—. Si la suelto, ¿no saldrá corriendo? —se dirigió a la mujer.

Ella meneó suavemente la cabeza de arriba a abajo—. Bien.

El chico la liberó y caminó despacio hasta el otro extremo de la estantería para asomarse al pasillo

anterior. Giró la cabeza hacia su hermano, y éste volvió a elevar su dedo pulgar indicando que por su

lado todo estaba despejado.

—Sácala de aquí —susurró Gary—. Yo iré a buscar a Mark y Robbie.

—¿Te has vuelto loco? —contestó en voz baja— ¡No puedes ir solo! —Se asomó otra vez al pasillo

y volvió a mirar a su hermano.

—¿Usted sabe pelear? —preguntó Gary a la mujer.

Ella negó con la cabeza, Gary le hizo un gesto de evidencia a Jimmy y dijo:

—Soy la mejor opción dado que te sigue preocupando más tu responsabilidad como profesional,

que salvar la vida de alguien. —Se asomó al pasillo.

—¡Eso no es verdad! —replicó.

—Ve hasta la cartelera de los cines. Blair está escondida entre los arbustos que hay a un lado —

Olvidó el tema de por qué Jimmy no quería pelear aún sabiendo que él era la mejor opción de los

dos.

—¿Dónde está eso? —preguntó.

—En la otra punta de aquí —intervino la mujer con voz temblorosa.

—Jay, tú puedes ver por dónde van a moverse esos tíos, y también si Blair cambia de posición. Así

que estate tranquilo y lárgate de una vez. Concéntrate.

—Mis visiones no son fiables. No creo que lo que pretendes sea lo más apropiado.

—¿Por qué no dejas de autocastigarte y confías un poco más en ti mismo? —le sugirió su hermano

con un tono de crispación en su voz—. Le vendría bien un poco de acción a tu vida de vez en

cuando.

Gary se asomó una vez más al pasillo y cruzó retrocediendo a la posición de antes. Miró a su

hermano y asintió con la cabeza. Jimmy fue hasta la mujer y la agarró de la mano para llevarla con él

nuevamente hasta la esquina de la estantería. Cuando estuvieron listos para salir corriendo, Gary

comenzó a tirar los objetos que se encontraban en las estanterías mientras avanzaba de pasillo en

pasillo atrayendo con el ruido a ambos grupos. Cuando estuvo lo suficiente alejado de ellos, Jimmy y

la mujer comenzaron a correr hasta la salida del supermercado mientras militares y vampiros

perseguían a Gary.

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Recorrieron el pasillo vacío del centro comercial echando un vistazo hacia atrás cada pocos

segundos por si los seguían, y se detuvieron al notar cómo la lluvia de la calle los empapaba.

—¡Jimmy! —gritó Blair saliendo de entre los arbustos.

La mujer corrió a abrazar al niño, que seguía agarrado de la mano de Blair.

—Gary te oyó. Ha ido a buscar a Mark y Robbie. —Miró hacia atrás asegurándose de que estaban

solos.

—¿Por qué no has ido con él? —se sorprendió Blair—. Tú sabes pelear.

—Ya, pero…

El chirrido de las ruedas del Mazda plateado al frenar sonó y el pitido del claxon se oyó desde la

acera. Bajaron corriendo las escaleras que había antes de entrar al centro comercial y se metieron en

el coche.

—¿Dónde están los demás? —preguntó John al ver sólo a dos de los Owen.

—Vendrán —respondió Blair—. Vámonos.

—¿Militares? —dijo Jimmy extrañado al detenerse a pensar por un momento en lo que había visto

dentro.

—Militares no. La División —respondió John—. Os lo explicaré por el camino.

Durante el trayecto de vuelta a Wayback, John le explicó que La División se trataba de una rama

secreta del gobierno que se encargaba de las apariciones de no humanos y sucesos paranormales.

Wayback formaba parte de la «D5», una subdivisión, creada hacía mucho tiempo y con sede en

Seattle, de la que Fain era uno de los líderes. Esa diminuta explicación supuso que la desconfianza de

Jimmy hacia John volviera a aumentar, pues el chico siempre había creído que Wayback no era más

que una pequeña parte de una gran empresa que se dedicaba a ayudar a gente que había tenido

relación con el mundo sobrenatural.

Cuando llegaron al Área de Atención de Wayback, unos empleados les llevaron a los nuevos unas

mantas y algo caliente que tomar para que sus cuerpos entrasen en calor. Hicieron las presentaciones

formales y fueron hasta el despacho de John. Éste, la mujer y el niño tomaron asiento. Jimmy hizo lo

mismo en el sillón de una plaza que había a un lado de la habitación y Blair prefirió permanecer de

pie al lado de su hermano. Sam se apoyó en la ventana que había detrás de la mesa de John.

—¿Por qué los persiguen señora Chambers? —preguntó John.

—Persiguen a Christian —respondió mirando al niño.

—¿Por qué?

—No lo sé.

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—¿Y sabe quiénes son los que la persiguen?

—No —contestó con tristeza.

—Pueden quedarse aquí hasta que averigüemos lo que quieren de él —dijo el hombre—. No les

supondrá ningún gasto, y tendrán de nosotros toda la ayuda que necesiten.

Mientras John le contaba a la señora Chambers que la institución en la que se encontraba era un

lugar donde acogían a personas que necesitaban ayuda, especialmente a jóvenes, y a la vez una

escuela, omitiendo la parte de las cosas sobrenaturales, Blair observaba cómo Jimmy masajeaba sus

sienes intentando encontrar algo dentro de su mente. El chico dejó caer sus brazos y se levantó del

sillón para abandonar la habitación. Su hermana lo siguió y cerró la puerta.

—¿Qué pasa? —se preocupó.

—No puedo verles —respondió mientras volvía a masajear sus sienes. Blair no dijo nada—. En el

coche los vi, pero desde que llegamos no he vuelto a conseguirlo.

—¿Y qué viste?

—Los vi correr —dijo con voz desanimada.

—Eso es bueno, ¿no? Están viniendo hacia aquí—dedujo.

—¡No, no lo están! —le contradijo—. Mis visiones no siempre son precisas.

—Puede que no lo interpretes bien.

Su hermano la miró con recelo.

—Ya no veo nada—dijo—. Si pienso en ellos, no me viene nada.

Blair analizó detenidamente las palabras de su hermano y, tras unos segundos tratando de imaginar

lo que podía haber sucedido, dijo con voz queda:

—¿Están muertos?

Blair no sabía ver el lado bueno de las cosas. Siempre había sido muy pesimista y cada vez que se

daba cualquier situación veía el vaso medio vacío. En eso no había cambiado nada. Era igual que

Jimmy.

—Muertos, desaparecidos… no lo sé.

Blair se acercó a él para abrazarlo, y permanecieron en esa posición sin hablar hasta que Sam salió

del despacho con ímpetu para decirles que el resto de los hermanos estaban de vuelta. Jimmy no

entendía nada.

Todos los que habían estado en el despacho de John minutos antes fueron a la entrada del edificio,

al punto de encuentro de los Owen. Allí los esperaban Gary, Mark y Robbie empapados por la lluvia.

Al reunirse, sus hermanos los avasallaron con preguntas y comentarios con tanta rapidez que apenas

les daba tiempo a responder. «¿Qué ha pasado?», «¿estáis bien?» y «¿os han seguido?», fueron las

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principales preguntas. Ellos les contaron que cuando Gary llegó perseguido por el otro grupo de

vampiros y militares, éstos se mezclaron con las luchas de Mark y Robbie, creyendo que se

enfrentaban entre ellos y no por separado contra los mellizos, lo que les permitió escapar.

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126

LLAAZZOOSS FFAAMMIILLIIAARREESS

La familia es un defecto del que no nos reponemos fácilmente. HERMANN HESSE

Tras salir del Área de Atención, y en lo que ya se había convertido en una costumbre, los Owen se

encontraban juntos en la habitación de Jimmy. El chico les había contado la parte en la que Wayback

formaba parte de una rama secreta del gobierno, mas no entendieron cómo si era tan secreta se había

dado la situación del centro de comercial, pues eso no era precisamente llevar a cabo algo que la

población no debía saber.

Después de estar unos minutos debatiendo sobre el tema y, sobre todo, después de ver que la

noticia se anunciaba en todos los canales televisivos, preguntándose si se trataba de un ataque

terrorista o asesinatos al azar, dejaron de darle vueltas. A ellos no les habían captado las cámaras.

—Me pregunto qué será de Kitty —comentó Jimmy—. Quizá deberíamos escribirle algo ahora que

estamos aquí los cinco, e intentar hacer que le llegue. Puede que así cambie de opinión.

Todos guardaron silencio tras recordar la ausencia de su hermana. Se preguntaron cómo habría

pasado todo el tiempo desde que se marchó con su nueva familia, dónde estaría ahora, qué estaría

haciendo… y lo más importante, por qué no había acudido a la reunión. La idea de Jimmy era buena.

Puede que si ella supiera que todos sus hermanos estaban juntos, quisiera volver con ellos.

Alguien golpeó suavemente la puerta dos veces. Robbie, que estaba sentado en la silla del

escritorio, era el que más cerca estaba de la puerta, así que se levantó a abrir. Era Christian, el niño,

que tras levantar su pequeña cabeza para mirarle, entró en la habitación sin decir nada y se sentó en

la silla que el chico había dejado libre. Robbie cerró la puerta y se apoyó en la mesilla que había

junto a la cama con una expresión divertida en su rostro. Los Owen miraron a aquel niño de pelo

corto y rubio, de ojos azules grisáceos, que apenas superaba el metro de estatura y que se había

sentado en posición india sobre la silla, apoyando los codos sobre sus rodillas y sujetándose la cara

con las manos.

—Hola —dijo con su aguda voz.

A los Owen les hizo gracia.

—¿No deberías estar en la cama? —le preguntó Jimmy.

—No tengo sueño —contestó—. ¿Puedo haceros una pregunta? —Al ver que nadie le decía que no,

la formuló—: ¿Por qué nos habéis traído aquí? ¿Vais a hacernos algo malo?

—Claro que no, enano —respondió Robbie—. Nosotros os hemos salvado de los malos.

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—No soy un enano —rechistó en tono molesto—. Me llamo Christian Joseph-James Chambers y

tengo cinco años. —Los miró con seriedad—. ¿Por qué nos habéis salvado?

—Has dicho una pregunta —le recordó Mark bromeando.

—Porque necesitabais que os salvaran —volvió a contestarle Robbie.

Jimmy estudiaba detalladamente al pequeño: cada rasgo de su cuerpo, cada gesto que hacía y cada

palabra que decía. Todo en él le resultaba familiar.

—Nadie nos había ayudado antes. ¿Por qué vosotros sí? —preguntó de nuevo.

Aquel encantador niño parecía estar en la conocida fase de crecimiento del «¿Por qué? ¿Por qué?

¿Por qué?», aunque sus preguntas no fueran tan inocentes o curiosas como los de cualquier otro niño

de su edad.

—Bueno, da igual. Mi mamá os lo va a agradecer mucho —aseguró.

—Dile que no hay de qué.

—Se lo diré cuando la vea. —Sonrió—. ¿Sois superhéroes?

A Gary y Mark se les escapó una pequeña sonrisa, recordando las primeras especulaciones que

hicieron acerca de lo que eran. Robbie y Blair soltaron una gran carcajada, y Jimmy se limitó a

seguir estudiándole con detenimiento.

—No, no lo somos —le respondió en tono serio.

El pequeño los miró uno por uno, estudiándoles con la misma precaución que Jimmy había hecho

en él, y respondió:

—Yo creo que sí lo sois. Igual que mi mamá.

Aquello chocó a los Owen, aunque no les dio tiempo a preguntar qué significaba eso, pues el niño

descruzó sus cortas piernas y bajó de la silla de un salto. Extendió su brazo para alcanzar el pomo de

la puerta y, tras abrirla, se giró hacia los Owen.

—Buenas noches. —se despidió sonriente antes de cerrar la puerta.

—Buenas noches. —respondieron.

******

Durante la mañana siguiente, la mujer y el pequeño se sometieron al procedimiento habitual tras la

llegada de alguien nuevo a la institución: las pruebas médicas. Aunque como les indicó John, sólo

serían las dos primeras. Tras hacérselas, Sam los llevó a desayunar.

John se encontraba en uno de los laboratorios con el doctor Malone, que había terminado de

obtener y analizar los resultados de las pruebas.

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—En ella no hay nada fuera de lo común —dijo el doctor—. Es humana, pero no es la madre del

pequeño. Las pruebas de ADN no coinciden. —Le mostró los resultados a John en papel.

—¿Y qué hay de él? La División lo busca —se interesó.

El doctor Malone cogió los papeles con los resultados del pequeño y dijo:

—Una pequeña parte de su estructura genética está alterada —respondió—. Comparé esa parte con

la base de datos, y se trata de una secuencia única. Un híbrido. Pero no sabría decir de qué. Es muy

raro.

El doctor se dio la vuelta y caminó hasta el fondo del laboratorio seguido de John. Se detuvo frente

a un sofisticado microscopio, y se echó a un lado para que John pudiera mirar a través de la lente.

—Aislé una muestra de las células alteradas, y les proporcioné sangre humana de un grupo

sanguíneo distinto —explicó el doctor—. Pero no reaccionaron, así que no es un híbrido de vampiro.

—John lo miró—. Lo que pasa es que tampoco lo es de licántropo. —Suspiró—. No sé lo que es,

John.

—¿Podría ser cómo los Owen?

—¿Un séptimo hermano? —caviló la posibilidad—. Imposible dada su edad. Áthena está muerta y

su padre, por lo que sabemos, sigue en Atanasia.

—Sigue trabajando en ello. Mira a ver si hay algún aviso específico de su búsqueda —le dijo antes

de marcharse.

Unas horas después de comer, John organizó una reunión con Sam, los Owen y los dos invitados.

Quedaron en la tercera planta del Área Educativa, dónde se encontraba la sala de reuniones del

profesorado. Era una gran sala rectangular con una enorme mesa redonda en el centro. Después de

tomar asiento y servirles un vaso de agua a los invitados, Sam extendió a la señora Chambers los

papeles con los resultados de sus pruebas y las del pequeño. Ella les echó un vistazo y miró con

rostro serio a John.

—Antes de que lo diga yo… —dijo el hombre—. Me gustaría que me lo explicase usted.

La señora Chambers miró a los que estaban presentes en la sala.

—¿Tienen que estar ellos? —preguntó refiriéndose a los Owen, pues se sentía incómoda con su

presencia.

—Tenemos derecho a saber por qué hemos luchado —replicó Robbie.

—Yo no pedí que os metierais.

—Mire señora Chambers —intervino de nuevo John—. Van a enterarse de todas formas. Se lo diga

usted ahora o se lo diga yo luego, lo van a saber. Así que por qué no nos ahorra algo de tiempo.

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Robbie sonrió con satisfacción mirando a la mujer y luego le guiñó un ojo al niño. Ella le dedicó

una mirada de desaprobación y suspiró muy fuerte antes de comenzar a explicarse.

—Christian no es hijo mío. Él y su madre vivían conmigo, pero desde que él nació nos han

perseguido sin descanso —comenzó a explicar—. Hemos pasado por Chicago, Nueva York, Nueva

Orleans, San Francisco, Texas… A veces nos mudábamos porque nos encontraban y otras porque su

madre no se sentía cómoda en algunos de esos lugares.

Algunos de los Owen fruncieron un poco el ceño.

—Su madre, Rose. —Aquel nombre les resultó familiar a los Owen—, tiene problemas de piel

cuando está muy expuesta al sol. Por eso empezamos a buscar lugares más húmedos y fríos por el

país. —Suspiró—. Aquello pareció ser como una gran pista para nuestros perseguidores, y tenían

todas las ciudades más húmedas del país cubiertas. —Acarició el pelo al niño cuando lo miró con

lástima—. Entonces, Rose decidió que lo mejor era separarse para averiguar a quién de los dos

seguían… si a ella o al niño, y nos dijo que Aberdeen sería un lugar seguro. —Soltó un resoplido—.

Por lo que sé, también la siguen a ella.

—¿Te dijo que Aberdeen era un lugar seguro? —preguntó Blair anonadada, dada la actividad

sobrenatural que solía haber por la zona, ya fuese conocida o no por los humanos.

Su tono de voz fue tan dulce y ella tenía una expresión tan amable, que a pesar de lo incómodo que

le resultaba a la señora Chambers la presencia de los Owen allí, la chica le transmitía cierta

seguridad.

—No con esas palabras —respondió—. Dijo que aquí estaríamos a salvo. —Miró a John—. Y de

momento no ha tenido mucha razón.

—¿Cómo conociste a Rose? —preguntó John.

—Mi madre la adoptó cuando era niña —contestó la mujer—. Cuando se quedó embarazada e

ingresó en el hospital lo supe.

—¿Qué supo?

—Que Rose no era normal.

Los Owen, muy atentos a lo que la mujer decía, se sentían cada vez más cercanos a la historia. El

no ser normal, las huídas constantes, incluso el nombre de Rose les hacía inquietarse. De algún modo

podían identificarse con la madre de Christian.

—¿Quién es su padre? —preguntó de nuevo John mirando al niño.

—Mi hermano Joseph. Ella tenía dieciocho cuando tuvo a Christian, y él veinte —respondió—. No

eran hermanos de sangre porque ella era adoptada, pero a mi madre no le gustó y los echó de casa.

Por aquel entonces, yo estaba en mi último año de carrera en la Universidad de Youngstown. Joseph

me llamó para contarme lo sucedido y los dejé mudarse conmigo.

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El pequeño Christian no dejaba de mirar expectante a los Owen. Su poca estatura y el sillón en el

que estaba sentado sólo dejaban a la vista su cabeza. No parecía sorprenderse de nada de lo que decía

la señora Chambers, quien al parecer, era su tía.

—Unos días después de nacer Christian comenzaron a perseguirnos.

—¿Dónde está tu hermano?

—Murió hace tres años —dijo con tristeza—. Se enfrentó a ellos. Hicieron que pareciera un

accidente y salió en las noticias como un ataque de un animal salvaje. —Se tomó unos segundos—.

Desde entonces todo cambió. Rose cambió.

La habitación se quedó en silencio. Mientras que la mujer no parecía poder serenarse al recordar

por todo lo que habían pasado, el pequeño no dejaba de mirar con agrado a los Owen.

—Había dos grupos —rompió el silencio Mark—. Rivales entre ellos.

—No los conozco de nada. —Lo miró—. Sólo sé que los militares nos empezaron a perseguir

desde que Christian nació y que ellos son los responsables de la muerte de mi hermano —se dirigió a

John—. Si había otro grupo… no sé quiénes eran.

Gary aisló todos los pensamientos que le llegaban de los presente, y se concentró en lo que

provenían de la mujer. Tras unos minutos de estudio mientras la habitación volvía a quedarse en

silencio, encontró una evocación que captó su atención. Estuvo a punto de decirlo, pero entonces

John se inclinó hacia Sam para comentarle algo en voz baja con la intención de que nadie más se

enterase; aunque los Owen lo oyeron igual. A continuación, el hombre se levantó de su asiento y le

dijo a la señora Chambers que lo acompañara. Ella agarró con firmeza la mano del niño y se lo llevó

con ella.

Antes de que John cerrara la puerta tras ceder el paso a la mujer y al niño, el doctor Malone entró

en la habitación. Cruzaron sus miradas y John asintió. El recién llegado cerró la puerta y se sentó en

el extremo de la mesa junto a Sam.

—El niño no es del todo humano —les dijo sin preámbulos—. Es un híbrido.

—¿Y cuál es el problema? —inquirió Robbie.

—Precisamente ese —respondió—. Es tan poco común, que es peligroso. Como vosotros.

—¿Y qué tiene que ver eso con nosotros? —preguntó Mark hablando en nombre de todos.

—La mezcla de genes —contestó—. No lo vi la primera vez, pero al repetir ambas pruebas, he

comprobado que es la misma secuencia que la vuestra, aunque en menores proporciones.

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó de nuevo el chico, esta vez mirando a Gary, de quien se

fiaba más.

Él, que desde que se había marchado John no había quitado su atención de Sam, dijo:

—Puede ser familia nuestra —dijo casi a desgana, emitiendo un suspiro al mismo tiempo.

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Sus hermanos lo miraron estupefactos. Sam y el doctor Malone se miraron con preocupación, y ella

finalmente agachó la cabeza.

—¿Cómo? —se sorprendió Robbie.

—El resultado de sus pruebas se parece bastante a las de Blair. —intervino el doctor Malone en su

lugar.

Todos los chicos dirigieron sus ojos hacia ella.

—Es la primera vez que lo veo. Lo juro —aseguró ésta.

El silencio se apoderó de la habitación durante unos largos minutos. Jimmy se levantó y caminó

hacia el ventanal, justo detrás del asiento de Sam. Creía haber encontrado la explicación a todo

aquello, pero necesitaba asegurarse. Se giró y buscó la mirada de Gary. Éste balanceaba levemente

su asiento de un lado a otro mientras acariciaba con los dedos la cinta de pelo que Kitty le regaló el

último día que estuvieron juntos. Paró en seco y el asiento emitió un pequeño chirrido. Elevó la vista

hacia su hermano y asintió. Se levantó de golpe echando el asiento hacia atrás y salió de la

habitación seguido por Jimmy. Los tres restantes se miraron entre sí y los siguieron sin entender

nada. Sam y el doctor Malone se dedicaron una mirada de confusión, y ella corrió para intentar

alcanzarles.

Descendieron hasta la planta baja por las escaleras y Gary preguntó en la recepción por el paradero

de John y la señora Chambers. Salieron al jardín principal que conectaba todos los edificios mediante

los caminos asfaltados, y los divisaron cerca del Área de Descanso. Gary se ajustó las gafas al salir a

la calle aún estando el cielo tan gris como el asfalto, y atravesó los jardines para llegar hasta ellos

antes.

—¡John! —le llamó Jimmy.

El hombre se giró hacia ellos sobresaltado. Cuando vio acercarse a los cinco impetuosamente, con

Sam corriendo por detrás de ellos, notó que se quedaba sin aliento y algo le apretaba el pecho.

—¿Qué ocurre? —dijo.

—¿Cuántos años tenía su madre cuando la adoptaron? —preguntó Gary mirando directamente a la

mujer.

—No lo sé… no lo recuerdo —respondió algo dubitativa.

—¿Quince tal vez? —insistió nada convencido a la señora Chambers.

—Sí…, puede. Acababa de cumplir dieciséis, creo. —Miró a John—. No lo recuerdo bien.

La mujer se mostraba confusa y se lo hizo ver a John en su rostro buscando algo de ayuda.

—¿A dónde quieres llegar? —le preguntó John a Gary.

—¿Cómo se llama? —volvió a decirle a la mujer, ignorando al hombre.

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La señora Chambers, esquiva ante las preguntas de Gary dado la poca amabilidad que el joven

estaba demostrando, respondió a regañadientes.

—Rose Chambers, ya lo dije antes —dijo escupiendo las palabras de su boca.

—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Sam exhausta, que acaba de alcanzarles.

—El verdadero —exigió Gary.

El chico ya conocía la respuesta, pero preferiría que ella lo confesase por puro regocijo.

—Owen —dijo Christian, para sorpresa de todos—. Mi mamá se llama Katherine Rose Owen.

¿Podéis traerla de vuelta? —les preguntó—. Quiero estar con ella.

Salvo Gary que ya lo sabía, y Jimmy que se lo imaginaba, todos lo entendieron. Blair se llevó las

manos a la boca y a Sam se le escapó un «Oh, por La Madre» en voz baja. Christian era el sobrino de

los Owen, y su madre era Kitty, la hermana melliza de Jimmy. Él lo supo casi desde el primer

momento en que vio al niño.

—¿Dónde está? —preguntó Jimmy mientras daba un par de pasos para situarse al lado de Gary.

La señora Chambers no contestó, lo que le hizo enfurecer—: Te lo sacaré por las malas si no me lo

dices. ¿Dónde está nuestra hermana?

John se quedó perplejo. Raras veces Jimmy había sido tan agresivo puesto que sabía controlarse,

salvo en los primeros años; mas, desde que localizaron a sus hermanos, parecía alguien distinto.

—¿Vuestra hermana? —se sorprendió la mujer.

—Está en Norfolk, Virginia —dijo Gary tras indagar adrede en la mente de la mujer.

—Tendréis los billetes de avión para mañana a primera hora —dijo Sam sacando su teléfono móvil.

—¡No! —gritó al instante la señora Chambers.

—Puede ser peligroso —le apoyó John.

—No te metas en esto, John —contestó Jimmy.

El hombre hizo un amago de sujetarlo pero éste, con un tono amenazador y desgarrante con el que

nunca se había dirigido a él, le advirtió:

—Mataré a cualquiera que se interponga entre Kitty y nosotros. No me obligues a hacerlo. —

Después sonó más sereno—: Necesito saber que está bien.

John retrocedió un paso asintiendo con resignación, y todos los Owen excepto Robbie, se dieron la

vuelta lentamente para irse.

—Ven, pequeño —dijo el chico arrodillándose con los brazos extendidos—. Te llevaremos con tu

madre.

El niño, sin dudarlo, soltó la mano de la señora Chambers y fue hacia Robbie, que lo abrazó y lo

cogió en brazos para llevárselo con ellos.

—Mamá dijo que aquí estaría bien. —Sonrió el pequeño.

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—Tu madre es una mujer muy lista —respondió.

Los Owen se alejaron dejándoles solos en mitad del jardín. Un remolino de sentimientos se

revolvió en las entrañas de John. Se sintió furioso y frustrado por no haberlo averiguado él, además

de suspenso por el comportamiento de Jimmy.

—Gracias por el apoyo —le dijo a Sam intentando ser sarcástico.

—¡Qué querías que hiciera! —exclamó ella—. Es su hermana.

—¡No ha sido su hermana durante mucho tiempo! —intervino la señora Chambers enfurecida por

la situación.

—Porque no tuvieron elección —contestó Sam.

Anne Chambers se quedó callada durante unos segundos tras la contestación de Sam, pero acabó

explotando al no poder contener su rabia.

—¡No pienso permitir que unos desconocidos se lleven a Christian! ¡Me da igual quiénes sean!

—No deberías enfrentarte a ellos —le aconsejó.

Sam sabía de lo que hablaba. Una sola vez se había enfrentado a Jimmy sin haberlo querido hacer a

propósito, y casi le cuesta la vida. Aunque en el fondo ella creyera que él jamás pudiera lastimarla.

No después de haberle salvado la vida pudiendo dejarla morir.

—¡Ya es suficiente! —Levantó la voz John—. Que conste que tampoco estoy de acuerdo con lo

que van a hacer, no me parece seguro. Pero le aseguro una cosa Anne. —La miró—. Si en estos

momentos existe un lugar donde Christian pueda estar a salvo, ese lugar es donde estén ellos.

—¿Por qué? —preguntó la señora Chambers con un tono de voz más normal pero aún echa una

furia.

—Porque son su familia y no permitirán que le pase nada malo —respondió—. Tienen un fuerte

lazo familiar que los une.

—Yo también soy su familia —replicó con orgullo.

—Pero tú no puedes protegerle más —contestó firmemente—. No si su vida corre peligro.

Los Owen fueron a la habitación de Jimmy a pasar allí la noche igual que las demás, esperando

impacientes a que amaneciera para salir a toda prisa en busca de su hermana Kitty mientras el

pequeño dormía en la cama. Al cabo de más o menos una hora, Sam irrumpió en la habitación para

decirles que el avión hacia Norfolk salía a las siete de la mañana, y les entregó las llaves del Mazda

de John.

—¿No te meterás en un lío por esto? —le preguntó Jimmy en voz baja.

Ella estaba fuera de la habitación y él se encontraba entre el marco y la puerta intentando tener un

poco de intimidad, pero estaba claro que con sus hermanos detrás no había manera. Por lo menos se

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mantenían en silencio, aunque Jimmy no sabía si lo hacían por respeto o porque querían escuchar

mejor la conversación.

Desde que hablaron en la casa del lago de John, Jimmy había comenzado a mirar a Sam de otra

forma. En su primer encuentro, no supo si por haber bebido su sangre, por el contrario o por algo

ajeno a ello, sintió el nacimiento de una conexión entre ambos. A pesar de las insistencias de John en

que se mantuviera alejado de Sam, nunca dejo de pensar en ella. Y quizá porque su padre adoptivo

hizo todo lo que pudo para que no se encontraran a solas, él había sentido más curiosidad. Toda la

rabia que Jimmy había mostrado delante de Sam no era más que frustración por no poder tenerla.

Pero desde la llegada de sus hermanos todo parecía haber cambiado. Podía controlarse cuando estaba

ella, pues aunque su dulce olor a lavanda lo seguía embriagando más que el primer día, la rabia y el

dolor ya no lo devoraban por dentro.

—Ya estoy metida en un lío —respondió ella.

—No tenías por qué hacerlo.

Jimmy salió de la habitación y cerró la puerta tras él, quedándose a solas en el pasillo con Sam. Ella

quiso retroceder un par de pasos para no estar tan cerca de él, pero sus pies no la dejaron hacerlo.

—Te debía una —contestó nerviosa—. Me salvaste la vida, ¿recuerdas?

El chico sonrió dulcemente.

—Sí, lo recuerdo. —Se acercó un poco más a ella—. Pero localizaste a mis hermanos —dijo—. Así

que ahora soy yo el que te debe una.

Sam se removió nerviosamente. Cuanto más cerca estaba él su corazón latía con más fuerza.

Incluso habría olvidado respirar de no haber sido la respiración algo involuntario.

—Considéralo un regalo. —Se aclaró la garganta y se cruzó de brazos.

Jimmy le apartó el pelo de la cara con suavidad, y le acarició la mejilla con la yema de los dedos.

—Gracias.

Ella asintió, pues ya no pudo decir nada más, y se mordió el labio esquivando los ojos del chico. Él

buscó primero sus labios y luego sus ojos con la mirada, y se acercó todo lo que pudo a ella para

besarla con suavidad. Sam no pudo evitar rodearle el cuello y dejar que él la llevase cuando la rodeó

con sus brazos. Llevaba demasiado tiempo esperando ese momento. Mientras Sam asimilaba que sus

labios jugaban juntos moviéndose de forma sensual y delicada, y que la lengua de él intervenía en los

momentos adecuados, Jimmy se apartó de golpe.

—Lo siento. No debí hacerlo—dijo él y regresó a la habitación sin darle la oportunidad a ella de

responder.

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Nadie le dijo nada cuando entró. Sus hermanos se miraron entre sí en silencio, como si dudaran de

cómo actuar a continuación, hasta que Mark se levantó para acercarse a él:

—Sé que ahora mismo te encuentras emocionalmente inestable, pero deberías leer esto. —Le

tendió una hoja de papel con marcas de haber estado hecho una bola mucho tiempo—. Es de Kitty.

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KKIITTTTYY

A menudo encontramos nuestro destino por los caminos que tomamos para evitarlo. JEAN DE

LA FONTAINE

Las calles vacías de gente y pobremente iluminadas por las farolas le facilitaban la huída. Su largo

pelo rubio se balanceaba con cada zancada y se le ponía en la cara cuando miraba hacia atrás para

comprobar si aún la seguían. Por muy rápido que corriera ella, el ruido que sus tacones emitían al

chocar contra el suelo hacía que sus perseguidores no la perdieran el rastro, pero no tenía la intención

de deshacerse de sus apreciados zapatos.

La calle por la que corría se bifurcaba en otras dos. Sin poder pararse a pensar cuál era la mejor

opción, tomó la de la derecha, deseando después haber cogido cualquier otro camino al ver que se

encontraba en un callejón sin salida. Se frenó en seco y estudió las posibles formas de escapar. Había

desarrollado esa capacidad de manera natural, como si toda su vida hubiera consistido en escapar.

Cuando los dos hombres que la perseguían giraron en la misma dirección que ella y la encontraron

acorralada, se subió encima de un contenedor verde situado a su izquierda, y desde él dio un gran

salto hacia la escalera de incendios, parcialmente bajada, que no se replegó. Se aferró a las barras de

la escalera elevándose hasta la plataforma que correspondía al primer piso del edificio y, al ponerse

en pie, se asomó para comprobar la posición de los dos hombres, que ya estaban subiéndose al

mismo contenedor que ella. Las escaleras terminaban en la última planta, por lo que abrió la puerta

que conducía al interior del edificio y atravesó el largo pasillo buscando la puerta que la llevara a la

azotea. Giró el pomo varias veces, pero no se abrió. Volvió a mirar a atrás y le propinó una patada

para abrirla de golpe. Subió a oscuras las escaleras y la siguiente puerta que encontró en su camino la

abrió con el hombro sin detenerse. No tenía tiempo que perder.

Al salir a la calle corrió a esconderse detrás de una pequeña columna situada en mitad de la azotea,

que debía ser una salida de humos. Allí agazapada, escuchó cómo alguien golpeaba la puerta

metálica segundos después. Calculó con rapidez la distancia que separaba el siguiente edificio del

que se encontraba, y se asomó por un extremo del lugar donde se refugiaba comprobando que los dos

hombres miraban en otra dirección mientras cada uno sostenía una pistola en la mano. Volvió a

calcular la distancia entre los edificios, se quitó los tacones, y con ellos en la mano, echó a correr.

Al detectar su movimiento, los dos hombres comenzaron a perseguirla de nuevo mientras

disparaban. La chica llegó al borde de la azotea y saltó los aproximados cuatro metros que la

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separaban de la otra sin vacilar. Los hombres se detuvieron al llegar al extremo, observándola

estupefactos.

Al caer tuvo que rodar una vez por el suelo, y sin detenerse atravesó la nueva azotea corriendo para

saltar a la siguiente, cuya distancia con el otro edificio era poco menos de la anterior, aunque se

encontraba en un nivel más bajo. Se puso los zapatos y buscó en los extremos la escalera de

incendios. Al localizarla saltó a su plataforma, ahorrándose el tener que entrar en el edificio y buscar

la nueva puerta que la condujera a dicha escalera. Bajó hasta la calle y corrió un par de manzanas,

esquivando a las pocas personas que por allí paseaban en busca de la estación más cercana de metro.

Dos nuevos hombres también vestidos de paisanos la localizaron y comenzaron a perseguirla.

Entró en la estación de metro haciendo eslalon entre la gente que había y, apoyando sus manos

sobre los tornos, saltó la barrera. Los hombres volvían a seguirla de cerca. Bajó las escaleras que

llevaban al andén que le interesaba mientras oía los pitidos que anunciaban que las puertas del tren

iban a cerrarse y, justo antes de que lo hicieran, se introdujo en el vagón. Cuando pudo tomar aire, se

llevó la mano a la nuca para quitarse un pequeño dardo metálico que uno de los dos hombres le había

disparado antes de que las puertas se cerrasen.

Desenganchó las llaves del pasacintos de sus vaqueros y abrió la puerta tratando de no hacer ruido.

Se quitó los zapatos antes de entrar en la casa y, tras cerrar la puerta, caminó con sigilo hacia el

salón, donde había una pequeña y tenue luz encendida.

—Hola —dijo susurrando.

Anne, que estaba sentada en el sillón central, dio un respingo al escucharla.

—Por Dios, Rose. ¡Qué susto me has dado! —dijo la mujer, de unos treinta años de edad—. ¿Estás

bien?

—Sí. He logrado despistarlos —respondió—. ¿Dónde está Christian?

—Arriba, durmiendo.

Dejó las llaves sobre la mesa y subió las escaleras con los zapatos negros en la mano. Entró en la

última habitación del fondo a la derecha, y se acercó a la cama donde dormía un niño. Le acarició el

pelo rubio y lo besó la mejilla. Después lo arropó hasta los hombros y, dejando la puerta entreabierta,

bajó nuevamente al salón.

Se sentó en el sillón de una plaza situado a la derecha de la otra mujer, dejándose caer contra el

respaldo.

—¿Cuántos han sido esta vez? —le preguntó Anne.

—Seis —contestó—. Por parejas.

—¿Estás segura de que no te han seguido hasta aquí?

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—Me perdieron en el metro.

—Rose, no podemos seguir así. —Se acomodó al lado de su sillón, de modo que pudo colocar su

mano sobre la rodilla de ella.

—Ya lo sé —admitió—. He estado pensando durante el camino —dijo dubitativa, pues no sabía si

lo que había pensado era una buena idea.

—¿En qué?

—Si ya están en la ciudad es muy probable que acaben encontrándonos, así que… —Vaciló antes

de continuar—. Creo que lo mejor es separarnos —La otra mujer la miraba con intriga—; Tú te

llevarás a Christian a un lado, y yo me iré a otro.

—Es una locura —replicó con desaprobación.

—No. Es un buen plan —contradijo—. Podemos comprar billetes de avión con destinos diferentes,

cuatro o cinco, los que sean. Si deciden preguntar en el aeropuerto tendrán que tomar varios caminos.

Eso nos dará algo de tiempo.

—¿Algo de tiempo para qué?

—Para encontrar un lugar seguro mientras intento deshacerme de ellos.

—Es lo que llevamos haciendo durante años, Rose —comentó con desesperación.

—Mira, no sé por qué van detrás de nosotros, pero Joseph murió por esto y no voy a dejarlo pasar

—dijo con contundencia.

Tras un minuto en silencio, Anne recordó que había encontrado un sobre de color amarillo en el

suelo de la entrada cuando llegó a casa. Se levantó para sacarlo del primer cajón de una pequeña

mesita que sostenía encima el teléfono, y se lo entregó a Rose. Ésta abrió el sobre, leyó primero el

recorte de periódico que cayó y después la carta.

—Sí, lo mejor es separarnos —reafirmó cuando terminó de leerla—. Y ya sé dónde iréis vosotros.

Rose se dedicó a llamar al aeropuerto para reservar tres billetes a diferentes destinos y a preparar el

pequeño equipaje que tenían mientas Anne descansaba. Ella también se sentía agotada pero, por más

que lo intentaba, no lograba conciliar el sueño. Llevaba unos siete años sin hacerlo, y quizá ése fuera

el motivo de los cambios en su organismo. Cuando dejó todo preparado regresó al salón y releyó la

carta que Anne le había entregado. Sacó de la misma mesilla del teléfono un cuaderno de pequeño

tamaño y un bolígrafo, y comenzó a escribir:

«Hola Jay. Supongo que esperabas verme en lugar de estar leyendo esto, pero no

puedo ir. Es una situación complicada y no tengo tiempo de explicártelo pero quiero

que sepas que algún día espero poder hacerlo, tengo que pedirte un favor. Sé que no

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tengo derecho a pedírtelo, pero tú eres el único de nosotros que ha dado una dirección

fija, así que no me queda más remedio.

»El niño se llama Christian. Es mi hijo. Y necesito que cuides de él porque yo no

puedo hacerlo. Alguien me persigue y necesito averiguar por qué, y no es justo

arrastrar a Christian conmigo. No es bueno para él.

»No quiero que pienses que necesito ayuda porque no es cierto, salvo por lo de

Christian. Yo estoy bien. Puedo arreglármelas sola. Estoy bien.

»Si cuando leas esto están los demás contigo, y deseo que así sea, diles que les echo

mucho de menos. Y a ti sobre todo, ya lo sabes. Pero no intentéis buscarme más. No

lo hagáis por favor. Os quiero.»

Dejó el bolígrafo sobre la mesa y echó un vistazo por encima a lo que había escrito. Arrancó la hoja

y la hizo una bola para después lanzarla hacia el recibidor en un gesto de impotencia. Se recostó en el

sillón y sacó de su bolsillo delantero el pequeño dardo que sus perseguidores le lanzaron. Se

incorporó de nuevo y lo sostuvo con las dos manos para examinarlo, teniendo cuidado de no

pincharse. Lo desmontó con cautela y olisqueó el líquido. El olor resultaba entre una mezcla de ajo y

metal fundido. Se levantó y caminó hasta el mueble de madera que había en la pared de detrás para

abrir la puerta de un pequeño armario y sacar una caja de cartón rectangular, donde guardó el dardo

con el resto de armas y artilugios que había ido recopilando de sus continuos perseguidores. Cuando

se dio la vuelta, su hijo Christian se encontraba en el marco de la entrada del salón con la bola de

papel en una de sus manos.

—¿Qué haces despierto? —le preguntó.

—No puedo dormir —respondió el niño—. ¿Vienes conmigo?

Ella sonrió.

—Claro.

Caminó hasta él y le cogió la mano que tenía libre.

—¿Qué tienes ahí? —Señaló la bola de papel con la cabeza.

—¿Se lo has escrito al tío Jay? —preguntó el niño mientras comenzaba a subir las escaleras cogido

de la mano de su madre.

—¿Cuántas veces te he dicho que las cosas de mamá no se tocan? —le riñó, aunque con la voz

dulce.

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—Estaba en el suelo —se defendió—. ¿No vas a enviársela?

—No cariño, no voy a hacerlo.

Giraron a la derecha, y anduvieron hasta llegar a la habitación del pequeño.

—¿Por qué no?

Rose suspiró.

—Porque es más fácil si me odia —respondió.

Christian se metió en la cama y Rose se tumbó a su lado para explicarle que debían separarse. No

era fácil de entender para un niño de cinco años recién cumplidos, pero el pequeño ya había pasado

por suficientes cosas complicadas como para resignarse a hacerlo una vez más sin rechistar.

—¿Por qué allí? —preguntó.

—Porque allí están tus tíos. O al menos el tío Jay —contestó—. Sé que aunque no sepan quién eres

te encontrarán, y cuando lo hagan no quiero que te separes de ellos. No importa lo que Anne te diga,

permanece con ellos, ¿de acuerdo?

—Pero Anne también es mi tía —replicó.

—Lo sé, pero ella no puede cuidarte más. —Lo recostó contra su pecho—. Es peligroso.

—¿Y por qué no me cuidas tú?

—Porque alguien tiene que patear el culo de los que intentan hacer daño a mi pequeño. —Sonrió.

******

Al día siguiente, tras hacer algunas llamadas más para confirmar las reservas, fueron al aeropuerto

para que Anne y Christian cogieran su vuelo. Cuando se marcharon, Rose se montó en un taxi y se

dirigió hacia una zona industrial casi a las afueras de la ciudad. Paró en su destino y le indicó al

taxista que esperara. Entró en el matadero situado en la primera nave, y un hombre de avanzada edad

vestido con un mono verde y un delantal blanco manchado de sangre, la condujo por un enorme

pasillo central hasta el congelador.

—¿Cuántas quieres? —preguntó el hombre.

—Cuatro.

El hombre abrió la puerta metálica y un humo blanco provocado por la baja temperatura que había

en el interior golpeó la cara de ambos. Rose lo esperó allí mientras él iba a buscar el pedido. A los

pocos minutos salió con una bolsa de plástico y se la entregó. Ella comprobó la mercancía y sacó de

su bolsillo un pequeño fajo de billetes enrollados sujetos con una goma elástica.

—¿Cómo es que una chica tan guapa como tú viene a un lugar como éste? —le preguntó el hombre.

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Rose lo miró torciendo un poco la cabeza y sonrió sin enseñar los dientes. Se dio la vuelta y caminó

hacia la salida mientras el hombre la miraba el trasero al andar. Volvió a subirse al taxi, y pidió que

la llevara a casa.

Se dirigió hacia la cocina, dejó las llaves y la bolsa de plástico sobre la encimera, y cogió de un

armario un bol para ensalada, lo único que había en la cocina a parte de los muebles y los

electrodomésticos, pues siempre habían comido de envases. Vertió el contenido de la bolsa que había

traído en el fregadero, y cayeron cuatro pequeñas bolsas de plástico llenas de un líquido escarlata.

Cogió dos y las vació sobre el bol. Lo calentó en el microondas durante un minuto y se bebió el

contenido de un trago. Al terminar, se limpió con la mano los restos del líquido que habían quedado

alrededor de sus finos labios. Cogió su teléfono móvil y llamó a la compañía de taxis para que un

coche viniera a recogerla. Tras confirmarlo, cogió las dos bolsas restantes e hizo exactamente lo

mismo que con el primero. Antes de poder terminárselo, escuchó un ruido en la planta superior. Dejó

el bol sobre la encimera y se apresuró a comprobar que se encontraba sola.

Abrió todas las puertas de las habitaciones sin encontrar nada y, al llegar a la de su hijo, la ventana

estaba abierta. Alguien cruzó el pasillo corriendo a su espalda. Rose lo oyó y salió del cuarto

mirando hacia su izquierda. Un hombre la atacó por la espalda, agarrándola por los antebrazos

intentando inmovilizarla, pero ella se liberó dándole un cabezazo hacia atrás que lo desequilibró. Se

giró y le propinó un golpe seco en el pecho con la palma de la mano, haciéndole caer al suelo dentro

de la habitación. Rose giró la cabeza en dirección opuesta al oír que otro hombre se acercaba por su

espalda, y se dio la vuelta. Sus preciosos ojos grises azulados se volvieron negros. Miró fijamente al

hombre que avanzaba hasta ella, y éste se detuvo en seco, comenzando a retorcerse de dolor. Fijó su

vista en el cuello y el hombre se llevó las manos a él en señal de que le faltaba el aire hasta que

finalmente cayó al suelo sin vida. Rose desconocía por qué podía hacer todo aquello, pero le daba

igual: servía para mantener a su familia a salvo.

Cuando regresó a la habitación en busca del primer hombre que dejó aturdido por el golpe, éste

estaba sentado sobre el suelo, a los pies de la cama, desde donde pudo observar todo lo ocurrido en el

pasillo. Él la miró aterrorizado y ella lo levantó por el jersey haciéndole andar por delante hasta la

cocina.

—Sabes lo que puedo hacer. Así que no se te ocurra intentar nada —le advirtió.

El hombre tragó saliva sin quitar la vista del suelo, pues no se atrevía a mirarla.

—Siéntate —ordenó al llegar a la cocina.

El prisionero obedeció y sintió cómo un enorme nudo comenzaba a formarse en su garganta.

—¿Qué queréis de mí?

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Él no contestó. Rose cogió el bol que había dejado a medias y terminó de bebérselo. Mirándole

fijamente, se secó los restos del líquido con la mano.

—Eres un monstruo —dijo.

—Dime algo que no sepa —contestó ella. El hombre volvió a guardar silencio. Rose lo miró—.

¿Cuántos sois?

—Más de los que tú puedes vencer —respondió a su vez en tono desafiante—. Vendrán más. No

nos detendremos hasta acabar contigo.

—¿Por qué?

—Porque seres como tú no pueden existir. —La valentía del hombre parecía florecer desde sus

adentros en cada contestación.

—¿Y quién eres tú para decidirlo?

—No escaparás. —Trataba de sonar firme y seguro—. Pronto tú y tu pequeño monstruito os

pudriréis en el Infierno.

Rose se abalanzó sobre el hombre en un movimiento imperceptible para él, y lo sujetó por el cuello

con fuerza.

—No vuelvas a mencionar a mi hijo —dijo y le partió el cuello sin pensárselo.

La bocina del taxi se oyó en la calle. Levantó la cabeza y se secó la sangre de la boca con la corbata

de aquel hombre. Rose se relajó para devolver a sus ojos su color original mientras se ponía el abrigo

y se acicalaba en el espejo de la entrada. Abrió la puerta y cogió las maletas que había dejado al lado

de ésta esa misma mañana. El taxista se bajó del coche para echarla una mano y las guardó en el

maletero mientras Rose cerraba con llave la casa.

Al llegar al aeropuerto lo primero que hizo fue ir a los mostradores a recoger su billete. Después

facturó las maletas y esperó sentada en una cafetería a que llegara la hora de salida de su vuelo. Allí

se relajó y reflexionó sobre qué haría al llegar a su nuevo destino: Virginia. No le preocupaba el

alojamiento puesto que tenía reservada la suite de un hotel, sino que le ansiaba encontrar la solución

para que ella y su pequeño pudiesen vivir en paz. Intentó imaginarse cómo sería vivir sin tener que

preocuparse por cuántos hombres los seguían; viviendo como una familia normal, y dándole a

Christian todo lo que no le había podido dar desde que nació. Pero esa hermosa visión se truncó

cuando divisó a lo lejos un grupo amplio de hombres vestidos de paisanos, mas actuaban como si

fueran un ejército.

Se levantó de la silla y anduvo en la misma dirección que lo hacían ellos, aún sabiendo que su

puerta de embarque se encontraba en el otro extremo del aeropuerto. Comenzó a mirar en todas

direcciones mientras caminaba y comprobó que aún no se habían dividido, si es que no había más.

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Cuando escuchó por megafonía que el vuelo con destino a Virginia estaba a punto de salir, pensó

que esta vez no lo lograría. Se dio la vuelta, quedando de frente a los hombres, que habían empezado

a separarse para cubrir más terreno, y comenzó a correr haciendo uso de una velocidad por encima de

lo normal hacia la puerta de embarque de su vuelo. Debido a ello, el resto de gente que se encontraba

allí sólo notó cómo algo pasaba a su lado velozmente sin poder distinguir lo que era. A su paso

también logró esquivar a unos cuantos hombres y deshacerse de otros empujándoles o golpeándoles

hasta aproximarse a la puerta de embarque.

En el momento en que una de las azafatas estaba cogiendo la cinta de tela para engancharla en la

otra barra, indicando que ya no podían entrar más pasajeros tuvieran billete o no, gritó que la

esperasen. La azafata la oyó pero no la vio al principio, y Rose disminuyó su velocidad lo justo para

llegar a tiempo y no levantar las sospechas de nadie. Dejó su billete en el mostrador y siguió

corriendo ralentizando su paso cada vez más hasta llegar al avión.

Aterrizó en el aeropuerto de Norfolk, recogió sus maletas y buscó un taxi que la llevara al hotel.

Cuando se instaló en la habitación, sacó su teléfono móvil y se sentó en la cama mientras se quitaba

los botines negros de piel sintética para estar más cómoda.

—Soy Rose —dijo—. Sí, estoy bien. ¿Y vosotros? —Sonrió—. Genial. ¿Está despierto? —Se

deshizo de la primera bota—. Sí, pásamelo. —Permaneció unos segundos en silencio—. Hola cariño,

¿cómo estás? —Rose reprimió las lágrimas—. Yo también te echo de menos. —Dejó de maniobrar

con el calzado, teniendo todavía una de las botas puestas—. Aún no lo sé, pero pronto. Haré que esto

termine, y entonces tú y yo viviremos tranquilos. Te lo prometo. —Sonrió—. Te quiero cariño. —

Habló su hijo—. Adiós. —La voz de Anne volvió a sonar al otro lado de la línea y Rose se quitó la

bota que le faltaba—. Si ocurre algo llámame —dijo—. Vosotros también.

Colgó y dejó caer el teléfono sobre la cama al mismo tiempo que se dejaba caer ella. Trató de

descansar, pero la sed era muy superior al cansancio. Se levantó de golpe, guardó su teléfono móvil

en el bolsillo derecho de su pantalón vaquero y se calzó los botines. Fue al salón de la habitación,

donde había un pequeño escritorio con un ordenador de sobremesa con acceso a Internet, y se sentó

para buscar en Google el matadero más próximo al hotel. Memorizó la dirección, se puso el abrigo

de ante marrón que había dejado sobre el sillón al entrar, y salió de la habitación.

En recepción pidió que llamaran a un taxi para que fuera a recogerla a la puerta del hotel. Se sentó

en los sillones que había en la entrada y cogió una revista para entretenerse durante la espera. En una

de las veces que levantó la vista por encima de su lectura para comprobar si el taxi había llegado o

no, vio entrar a dos hombres trajeados de negro. Es posible que aquellos dos hombres no fueran más

que simples turistas o, llegando a ser algo más sofisticados, podrían ser incluso personas de

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negocios; pero Rose ya no se fiaba de nada. Para ella dos hombres que caminaban juntos mientras

estudiaban todo su alrededor, eran enemigos. Ocultó su rostro con la revista que sostenía y, sin alzar

la cabeza, se levantó del sillón dirigiéndose a la salida. Pasó muy cerca de los hombres, mas ellos no

se dieron cuenta de su presencia hasta que Rose miró hacia atrás al mismo tiempo que lo hacían

ellos, poniéndose al descubierto. Entonces soltó la revista y echó a correr. Cruzó la calle esquivando

con gran destreza los coches que circulaban, y paró un taxi que por poco la atropella. Los hombres se

montaron en un Mercedes-Benz de color negro que estaba aparcado en la calle que había frente al

hotel y comenzaron a perseguir al taxi donde se había subido ella.

Rose le prometió al taxista que le pagaría mil dólares si la llevaba todo lo deprisa que pudiera, sin

importarle ni las señales de tráfico ni los semáforos, a la dirección que le indicó. El conductor dudó y

la miró por el espejo retrovisor con cierto enfado pensando que ella le estaba tomando el pelo, pero

Rose abrió su bolso y le mostró un rollo enorme de billetes de cincuenta, convenciendo así al

conductor.

Toda la persecución fue a gran velocidad. El Mercedes-Benz negro corría más que el taxi, pero de

no haber sido por la habilidad del conductor para esquivar al resto de coches que iban por la carretera

y los golpes que el otro coche les propinaba cada vez que les daba alcance, se habrían estrellado.

Cuando llegaron a su destino, extrañamente sin la aparición de la policía por ningún lado, Rose le

pagó los mil dólares y le dijo que se marchara sin esperarla.

Salió del coche y comenzó a correr para llevar a sus perseguidores a una zona fuera de la vista de

los posibles conductores que pasasen al lado de la carretera. Cuando estuvo rodeada por las distintas

naves que componían el complejo industrial, se detuvo.

—¿Es qué no podéis dejarme tranquila? —les dijo con sus ojos oscurecidos cuando los dos

hombres se detuvieron frente a ella—. Os estoy dando la oportunidad de marcharos de aquí con vida.

—Los hombres no contestaron—. Cómo queráis.

Rose miró fijamente a uno de los dos hombres y él comenzó a retorcerse de dolor. Puso sus manos

en el pecho y lo agarró con fuerza. El otro hombre, que observaba la escena con atención, se lanzó a

por Rose y la embistió, cayendo los dos al suelo. El que estaba de pie, se desplomó sin vida al mismo

tiempo que ella había dejado de mirarle. El que se encontraba sobre ella intentó golpearla en la cara,

pero ésta interpuso su mano contraria sujetándole por el brazo y se concentró en él. El hombre se

llevó las manos a las sienes y las apretó con fuerza intentando hacer parar el dolor. Rose se concentró

más, y él cayó hacia delante muerto a causa de un derrame cerebral. Se quitó al hombre de encima y,

al levantarse, se sacudió la ropa. Recogió su bolso del suelo y registró los bolsillos de los hombres en

busca de las llaves del coche que habían traído, sin embargo resultó que las habían dejado puestas.

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Podía haber aprovechado para hacer unas compras, pero debía dejar la ciudad cuanto antes. Ya

buscaría alimento en otra ocasión.

Aparcó el Mercedes-Benz unas calles más abajo del hotel, tirando las llaves a una alcantarilla, y

regresó a su habitación. Agarró de nuevo sus maletas, que no había deshecho, y abrió la puerta

dispuesta a poner rumbo hacia un nuevo destino; mas alguien la bloqueaba el paso.

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CCIINNCCOO MMÁÁSS UUNNOO IIGGUUAALL AA SSIIEETTEE

Por todas partes te busco, sin encontrarte jamás, y en todas partes te encuentro sólo por irte a

buscar. ANTONIO MACHADO

Su hijo se abalanzó sobre ella para abrazarla; mas Kitty, que ese era su verdadero nombre, había

palidecido al ver allí a sus hermanos. Los tenía enfrente. Cinco pares de ojos mirándola igual de

atónitos que ella. Vaciló levemente antes de corresponder el abrazo de su hijo, pues temía que si

apartaba la mirada de ellos se desvanecerían como un espejismo. Le dio un pico en los labios a

Christian y lo dejó en el suelo. Se quitó de en medio para dejar pasar a sus hermanos y se abalanzó

sobre Jimmy, pero él apenas la rozó con sus manos. Después abrazó al resto uno por uno: Robbie,

que la apretó con todas sus fuerzas; Mark, que la recibió con una espléndida sonrisa; Gary, quien la

besó en la mejilla antes de rodearla con sus brazos; y por último Blair, que no pudo reprimir las

lágrimas. Por fin estaban los seis.

—Nos alegra volver a verte —dijo ésta.

—Y a mí que estéis aquí —reconoció sin poder evitar llorar.

Les invitó a sentarse y se dirigieron al acogedor salón que aquella estancia tenía. Los que cupieron

se acomodaron en los sillones, Kitty y Blair en el de dos plazas, y Gary, Mark y Jimmy en el de tres,

ocupando todos los asientos disponibles; así que Robbie se apoyó en uno de los reposabrazos del

sofá que ocupaban los chicos y Christian se sentó sobre las rodillas de su madre.

—Mami, ¿dónde ibas ahora? —preguntó el niño observando las maletas junto a la puerta.

—No lo sé. Me han vuelto a encontrar cariño —contestó secándose las lágrimas.

—¿Quiénes son? —se interesó Mark.

—Tampoco lo sé. —Lo miró—. Es lo que estoy tratando de averiguar, pero no me dan tiempo —

explicó.

—¿Leíste la carta? —A todos les cogió por sorpresa el tono de voz cortante de Jimmy. Ella

asintió—. ¿Y entonces?

—No quería poneros en peligro —respondió al instante—. Si regresaba… ellos vendrían tras de

mí… y no sería justo para vosotros.

—¿Y qué me dices de esto?

Jimmy sacó la hoja de papel que Mark le entregó a Jimmy la noche antes de salir y que a su vez

Christian le dio a los Owen, y se la entregó. Era la carta que ella había escrito.

—Esto nunca deberíais haberlo leído —dijo y miró a Christian.

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—¿Como tampoco deberíamos haber encontrado a tu hijo?

Kitty bajó la cabeza con resignación.

—Los mandé allí con esa intención —reconoció—. No sabía si seguiríais allí todos después de la

reunión, pero estaba convencida de que fuese cual fuese el resultado, tú estarías allí —explicó

mirando a Jimmy—. Si yo no pudiera cuidar de él…, el lugar más seguro sería donde estuvieseis

cualquiera de vosotros. —Miró al resto—. Eso sí lo sé.

Ninguno supo qué contestar, así que volvieron a quedarse en silencio. Jimmy entrelazó sus dedos y

comenzó a dar pequeños golpecitos con el pie mientras observaba la moqueta de la habitación.

Levantó la vista para mirar a Kitty, resopló y dijo:

—¿Es qué no te importamos lo más mínimo?

—¿Qué? —Se sorprendió la chica.

—¡Sí! Al menos podías haber llamado —explicó—. Para decirnos que habías leído la carta pero

que no podías ir… o algo. —A ella no le dio tiempo a responder—. Por la Madre, Kitty, ¿qué

esperabas? —Miró a Christian—. ¿Que después de saber que era tu hijo no vendríamos a buscarte?

¡Como si no nos conocieras!

—¿Crees que no quería ir, Jay? —se defendió ella— ¿Que no tenía ganas de veros?

Jimmy negó con la cabeza levemente mientras la miraba. El resto de los Owen permanecieron en

silencio.

—Pues te equivocas.

Kitty dejó a su hijo en el suelo y se puso en pie para caminar hasta la puerta. Con las miradas de

todos sobre ella, tumbó una de sus maletas en el suelo y rebuscó en el fondo para sacar un álbum

fotográfico de tamaño grande. La cerró sin utilizar la cremallera y se colocó a un lado entre los dos

sillones. Sostuvo el álbum entre sus manos de cara a sus hermanos y comenzó a leer los titulares en

voz alta de memoria según pasaba las páginas, pudiendo ver el resto los recortes de periódicos que

había en cada una de ellas: «Ciudadano de Aberdeen de dieciocho años se proclama campeón estatal

de Washington en Tae Kwon Do e irá al Nacional». La noticia hacía referencia a Jimmy, quien

aparecía subido en lo más alto del podio. «Joven de diecisiete años gana el prestigioso concurso de

piano Frédéric Chopin». En la fotografía principal aparecía Gary sosteniendo el premio entre sus

manos, vestido con traje y pajarita. «Mark Sorensen se proclama campeón del ‘Reality’ Cracks, y

hará la pretemporada con el Manchester United». En la fotografía salía Mark con quince años vestido

con la camiseta del equipo. Había ganado un concurso de habilidades futbolísticas y el premio era

hacer la pretemporada con un club de la Premier League. Kitty pasó a la siguiente hoja: «Arranca el

nuevo ‘Reality show’ de baile. Conoce a los aspirantes». Debajo había un pequeño recorte con una

ficha descriptiva de Robbie. Iba a participar bailando break. «Jimmy Boone gana el Nacional por

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nocaut de un solo golpe». La fotografía mostraba a Jimmy de pie sobre el tatami junto a su rival

tendido en el suelo. «El ganador de Cracks, Mark Sorensen, se rompe el ligamento anterior cruzado

y dice adiós a la temporada». Esa noticia no era del todo cierta, pues Mark nunca llegó a lesionarse.

Kitty siguió pasando las páginas. «El padre de Jimmy Boone, campeón de Tae Kwon Do de Estados

Unidos, declara que sus hijo no irá a los Juegos Olímpicos por motivos personales». Miró a Jimmy

con desdén, y pasó la última hoja: «Blair McNamara deslumbra en su primera noche de actuación en

el Mandalay Bay».

—No sabía que tenías…

—Por supuesto. Es que a ti siempre se te olvida preguntar antes —le interrumpió.

Kitty sonó tan seria que a Robbie le entró la risa. El resto salvo Jimmy se contagió y comenzaron a

reírse. Kitty dejó el álbum sobre la mesa y volvió a sentarse en el mismo lugar que antes.

—Y por si te interesa —volvió a decirle la chica a Jimmy—. Sabía que vendríais a buscarme. Pero

no si seguiría libre o… con vida.

Blair se inclinó hacia su hermana y apoyó la cabeza sobre su hombro, cogiéndola de la mano al

mismo tiempo. Tras un nuevo momento en silencio, Mark reparó en Christian. Después dirigió su

vista a Kitty y sonrió:

—Es una buena estrategia —la felicitó. Ella lo miró desconcertada—. Lo de cambiar de sitio cada

poco tiempo, digo.

—De lo único que me ha servido es para permitirles instalarse en todas las ciudades donde yo he

estado —comentó con algo de desesperación—. Ni siquiera sé quiénes son, ni lo que buscan. Y

tampoco sé cómo pueden encontrarme tan rápido.

—Lo buscan a él. Y probablemente a ti también —dijo Robbie mirando a su sobrino. Kitty lo

miró—. Bueno…, hay un tipo, donde estamos viviendo ahora, que cree eso. El padre adoptivo de

Jimmy; John —explicó—. Le ha hecho pruebas y según él, no es algo muy común. Igual que

nosotros.

No sabían si una conversación sobre seres sobrenaturales iba a ser algo que un niño de cinco años

debiera escuchar, pero ninguno estaba dispuesto a perder más tiempo, y el niño ya estaba, en parte,

curado de espanto.

—Te sorprendería lo alto que estamos en la cadena evolutiva —comentó Gary con indiferencia.

Kitty elevó las cejas, y el resto, salvo Jimmy que se mantenía serio, puso los ojos en blanco.

—¿No vais a iros de aquí sin mí, verdad? —Sus hermanos negaron con la cabeza—. Y si me

vuelven a encontrar —dijo con tristeza.

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Aquello jamás había sucedido. Kitty nunca había sonado triste salvo cuando murió su madre. Ella

siempre había parecido de piedra. Gary la llamaba la chica de hielo. Sólida, fría y bella como el

hielo. Sin duda había cambiado, y ya no era tan buena ocultando sus sentimientos.

Kitty buscó con la mirada una reacción de Jimmy. Sus ojos se encontraron durante tres eternos

segundos hasta que finalmente Jimmy parpadeó y le dedicó antes de volver a mirarla una media

sonrisa al pequeño.

—Hemos venido a buscarte, ¿no? —le dijo.

Ella dejó ver una tímida sonrisa en su cara y besó a su hijo en la cabeza mientras le acariciaba el

pelo.

—Pero antes de admitirte de nuevo en la familia... —añadió Robbie—. Haznos el favor de quitarte

esa horrible peluca. —Sonrió—. El rubio platino no te favorece.

Kitty también esbozó una amplia sonrisa y volvió a dejar en el suelo a su hijo mientras el resto

miraban complacidos. Se levantó del sillón y se dirigió al cuarto de baño. Cuando salió, su pelo

natural era de un castaño oscuro casi negro, como el de Jimmy. Se revolvió el pelo con las manos

para que lo vieran bien, y se pusieron de pie tras aprobarlo. Mark y Robbie cogieron las maletas

después de guardar el álbum, y el primero de ellos abrió la puerta. Gary se acercó a Kitty y la abrazó

con un sólo brazo, queriendo transmitirle lo feliz que se sentía en ese momento, ya que jamás le oiría

decirlo de su boca; y ella le rodeó la cintura mientras agarraba la mano de su hijo. Por otro lado,

Blair se cogió del brazo de Jimmy, intentando hacer que cambiase su expresión seria.

Abandonaron el hotel y se dirigieron directamente al aeropuerto montados en dos taxis. El alcance

de los contactos de Sam era increíble, ya que era capaz de conseguir cualquier cosa que necesitasen

en cualquier momento sin tener que esperar demasiado, fuese en la ciudad que fuese.

—Es precioso —le dijo Blair a su hermana refiriéndose a Christian una vez sentadas en el avión.

—Sí… lo es. —Sonrió mientras observaba cómo su pequeño dormía—. Le hablé de vosotros. Cada

noche —confesó Kitty mientras acariciaba el pelo de su hijo—. Y le enseñé una y otra vez los

recortes para que os conociera.

—No puedo creer que tenga un sobrino. —Sonrió y simuló aplaudir entusiasmada.

—Lo tienes, pero no quiero que lo malcríes —dijo en un tono amistoso, sabiendo que Blair siempre

sería esa clase de tía para su hijo.

—¿Por qué…? —Blair puso morritos—. No dejaré que uno de esos cuatro burros de ahí atrás sea

su tío favorito. —Rió—. Ese será mi papel. Le daré todo lo que quiera.

Dos filas más atrás se encontraban los cuatro chicos conversando en un tono de voz bajo, no

precisamente porque se preocupasen de que alguien indebido les oyera, sino que lo hacían por Kitty.

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—¿No piensas hablarla? —le preguntó Gary a Jimmy.

—No vino —contestó obcecado.

—No se lo tengas en cuenta, Jay —Jimmy soltó una especie de gruñido—. Como quieras.

Sus tres hermanos, al ver que parecía no querer hablar del tema, dejaron de insistirle. Aunque él

tampoco soportaba ese silencio, tan habitual últimamente en ellos, que indicaba que sólo se callaban

por respeto hacia los demás, reprimiendo palabras que o bien podrían resultar dolorosas con distinta

magnitud según fuese el tema, o bien podrían llevar a una gran discusión que ninguno tenía ganas de

tener.

—Es que… no lo entiendo —dijo finalmente el propio Jimmy—. Pudo llamar, o… —Se sentía

intranquilo.

—No la guardes rencor, no es su culpa —intervino Mark, sentado al otro lado de Jimmy—. Tiene

un hijo —siguió Robbie—. Lo normal es que se preocupe por él.

—Sí —le apoyó Gary—. Y lo importante es que ahora está aquí. Vuelve con nosotros, Jay. Lo

demás no importa.

—Supongo —dijo entre resoplidos, queriendo finalizar el tema que él había continuado cuando

todos los demás se callaron.

Mark no sólo observó cómo dos gotas de sudor recorrían la sien de Jimmy, sino que percibió un

estado alterado de él. Se inclinó un poco hacia delante para poder verle mejor, y vio una expresión

casi exageradamente diferente a su habitual, como la que Robbie solía poner cuando se quedaba

encerrado en algún sitio.

—¿Tío, te encuentras bien? —le preguntó.

—¿No os había dicho que tengo pánico a las alturas y odio volar? —respondió sofocado.

Robbie parpadeó dos veces, quedándose anonadado. Mark puso su mano sobre el brazo de Jimmy y

le susurró que se calmase. En pocos segundos, y tras la insistencia táctil de Mark, Jimmy se calmó y

adoptó una actitud de tranquilidad absoluta. Gary y Robbie se miraron entre ellos.

—Así que no sólo tenemos a un chico con superpoderes claustrofóbico —dijo Gary—, sino que

también tenemos a otro con fotofobia y a otro con miedo a las alturas. —Mark se rió—. La genética

puede ser la mar de traviesa.

Tras bajar del avión fueron a recoger el equipaje de Kitty manteniendo las mismas posiciones que

en la aeronave, las dos chicas y el niño por delante y el resto más rezagados por detrás. Los dos

chicos mayores iban los últimos.

—Vamos, reconócelo Jay. Te morías por volver a verla. Igual que todos —le dijo Gary—. No la

hablas porque no acudió a la reunión. Pero ya está aquí. No hay motivo para seguir así.

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—¿Qué eres, mi biógrafo? —farfulló.

—Lo siento, no estudio periodismo —respondió—. Y aunque lo estudiara, tu vida ha sido

demasiado aburrida hasta ahora como para escribir algo sobre ti. ¿Por qué eres tan cabezón?

—El tamaño de mi cabeza no tiene nada que ver con esto.

Tras años y años de entrenamiento aprendiendo a contestar a Gary, seguía sin dársele bien. No

había quien lo hiciese callar si se trataba de discutir sobre algo, salvo su madre y Mark.

—Puede que tenga más que ver de lo que tú piensas. —Jimmy lo fusiló con la mirada, pero a Gary

no pareció importarle y siguió hablando—: ¿Sabes? No hay quien te entienda.

—Ni a ti quien te haga callar.

Gary ignoró el comentario.

—Primero dices que sigamos adelante con todo esto sin ella. Después salvas inconscientemente a

su hijo y cuando sabes dónde está, amenazas al que ha sido tu padre los últimos siete años por ir a

buscarla —resumió con rapidez—. Y ahora que la tienes delante, te muestras resentido. Sí, creo que

soy tu biógrafo.

—No estoy resentido —dijo—. Sólo quiero que me dé una respuesta más convincente de por qué ni

siquiera llamó.

—Eso es estar resentido.

—Sólo quiero una respuesta —indicó.

—Estás resentido —insistió Gary.

—Respuesta.

—Resentido —repitió.

—Respuesta —repitió Jimmy a su vez.

—Respuesta —le tendió una trampa Gary.

—Resentido. —Gary sonrió, y Jimmy se dio cuenta de que había caído—. Odio que tengas razón.

—Siempre la tengo. —Sonrió su hermano encogiéndose de hombros—. Vuelve a acostumbrarte.

Una vez dentro del Mazda de John; Mark y Robbie iban sentados atrás del todo, las chicas y el

pequeño en los asientos de en medio, Jimmy conducía y Gary iba de copiloto. Éste último encendió

la radio y la canción que sonó fue «I can’t get no (Satisfaction)» de los Rolling Stones. Los mellizos

se miraron entre sí y comenzaron a tararear la canción al mismo tiempo hasta que Gary se unió a

ellos y segundos después lo hizo Blair.

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—When I'm drivin' in my car. And a man comes on the radio. He's telling me more and more.

About some useless information. Supposed to fire my imagination. I can't get no, oh no no no. Hey

hey hey, that's what I say5 —cantaban los cuatro.

Jimmy miró a Kitty a través del espejo retrovisor, y ésta le sonrió. El chico le devolvió la sonrisa y

los dos se unieron a sus hermanos al mismo tiempo.

—I can't get no satisfaction. I can't get no satisfaction. 'Cause I try and I try and I try and I try. I

can't get no, I can't get no6 —cantaban con efusividad.

Interrumpiendo ese maravilloso momento de recordar viejos tiempos cantando en cualquier lado, el

móvil de Jimmy sonó. Sabía que era el suyo porque además de vibrarle en el bolsillo de su pantalón,

la melodía que sonaba por debajo de los Rolling era «Born to Run» de Bruce Springsteen. Lo sacó de

su bolsillo y se lo entregó a Gary para que contestara. Éste bajó el volumen de la radio y abrió la tapa

del teléfono móvil. Era John interesándose por cómo había ido todo.

—Estamos bien —dijo sin ni siquiera saludar—. Regresamos todos.

Colgó sin dar a John tiempo para responder, y volvió a subir el volumen de la radio.

El mismo hombre con uniforme y gorra azul que recibió a cada uno cuando llegaron a Wayback por

primera vez, volvía a recibirles ahora. Aparcaron en el sitio reservado para el coche y se bajaron del

vehículo. El hombre contempló a Kitty, a su parecer mucho más imponente y con más presencia que

Blair, pero igual de hermosa. Tras balbucear unas palabras que nadie entendió debido a su repentino

tartamudeo, logró articular con claridad que les estaban esperando en la sala donde habían estado

reunidos la última vez.

Cada uno por sí solo mostraba una apariencia espectacular a los ojos de cualquiera, desprendiendo

una especie de aroma que hipnotizaba al resto de personas y hacía que no pudiesen evitar no

quitarles la vista de encima; pero los seis juntos hacían que sus presencias y aromas se fusionaran

entre sí, y les hiciesen parecer algo superior a cualquier cosa que existiese. Se sentía sólo con estar

cerca de ellos.

Entraron a la sala donde los esperaban, y Anne se abalanzó sobre Kitty nada más verla para

abrazarla. Después John se acercó a ella.

5 Traducción: Cuando estoy conduciendo en mi coche. Y un hombre viene en la radio. Él me está diciendo más y más.

Acerca de información inútil. Supuesta a encender mi imaginación. No puedo obtener ninguna, oh no, no, no. Hey hey

hey, eso es lo que digo. 6 Traducción: No puedo obtener ninguna satisfacción. No puedo obtener ninguna satisfacción. Porque yo intento e

intento y lo intento y lo intento. No puedo obtener ninguna, no puedo obtener ninguna.

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—Encantado de conocerte Katherine. —Le tendió la mano—. Puedes llamarme John.

—Kitty, por favor —respondió con cortesía estrechándole la mano.

Jimmy fue a saludar a Sam mientras John y Anne daban la bienvenida a Kitty, y ésta miró a la chica

que estaba junto a su hermano con desaprobación.

—Kitty, ella es Sam —dijo Gary al darse cuenta.

Jimmy y Sam se giraron hacia ella al escuchar a Gary, y Sam se acercó para saludarla.

—Encantada de conocerte —articuló con voz tímida.

Kitty la miró sin decir ni hacer nada. Sam se sintió rechazada, y buscó con la mirada un lugar en la

habitación en el que pudiera esconderse. Jimmy le dedicó una mirada de desacuerdo a su hermana,

reprochándole su actitud hacia Sam, pero ella no le hizo caso.

—Sentaos, por favor —les pidió.

Los Owen se sentaron y los tres restantes que se encontraban ya allí regresaron a los asientos que

anteriormente ocupaban.

—¿Te lo han contado? —le preguntó John a Kitty.

—Más o menos.

Durante el trayecto de vuelta, Blair le había contado por encima lo mismo que sabían ellos sobre la

institución y sobre el papel de John en todo aquello. Además de la investigación y la suposición de

que ellos eran los Guardianes.

—¿Y vas a quedarte?

—Sí —contestó mirando a Jimmy.

El resto de los Owen sonrieron aunque ya conocían la respuesta, pero cada vez que se paraban a

pensar en que por fin estaban los seis, la alegría les invadía por dentro.

—Bien. Te haremos las mismas pruebas que a ellos, te asignaremos una habitación y nos

pondremos a trabajar —le explicó el hombre.

—¿Pruebas de qué? —arguyó Kitty algo molesta.

—Análisis de sangre, ADN… —respondió Sam.

—Nadie va a ponerme una sola mano encima —replicó amenazante.

—No pasa nada, Kitty —dijo Jimmy—. Yo iré contigo.

Kitty se fió de su hermano, como siempre había hecho, y no dijo nada más al respecto. La

habitación se quedó en silencio unos segundos, pero Anne se había estado conteniendo desde que

Kitty dijo que se quedaría en Wayback, y no pudo resistirse más:

—¿De verdad vas a quedarte? —le preguntó.

—Es lo mejor —respondió ella con firmeza.

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—Te encontrarán igual que lo han hecho siempre —dijo tratando de convencerla de que

permanecer allí era un error.

—Pues lucharemos —intervino Robbie—. Ya lo hicimos una vez.

—No puedo creer que vayas a hacerlo —volvió a decir Anne decepcionada, ignorando al chico.

—Sé que ahora no lo entiendes, Anne —Trató de convencerla—; pero tú no tienes nada que ver

con esto.

—¿A no? —se ofendió—. He estado con Joseph y contigo desde que mi madre os echó de casa —

le recordó—. Ellos han aparecido hace dos días, ¿y ya crees que quedarse aquí con ellos es lo mejor?

—No lo creo —respondió—. Lo sé.

Anne la miró desolada. Kitty se sintió culpable. Era cierto que Anne la había apoyado en todo y que

apartarla de golpe no era la mejor manera de agradecérselo, pero en esos momentos era lo mejor que

podía hacer por ella, lo entendiera o no.

—Creo que deberías irte —le dijo con dolor—. Si ninguno de nosotros dos está contigo, no te

perseguirán más. Podrás recuperar tu vida.

—¿Y ya está? ¿Me voy y se acabó todo? —No podía creérselo—. Ya no tengo vida, Kitty. La dejé

atrás hace mucho tiempo. Y no pienso permitir que saques a Christian de mi vida tan fácilmente.

—Y no pretendo hacerlo —respondió—. De verdad que no.

A sus hermanos les sorprendió la paciencia que estaba teniendo Kitty en aquel momento. De

haberse dado una situación semejante hace siete u ocho años le habría dejado las cosas muy claras

desde el principio y no habría admitido ni discusión ni insistencias de ningún tipo.

—Si realmente la vida de Christian y la mía corren peligro, no debes estar cerca —seguía diciendo

Kitty—. Te llamaré. Y cuando esto acabe volveremos a vernos. Te lo prometo.

Anne expulsó aire por la boca, exasperada.

—Como quieras. —Encogió los hombros—. Supongo que no puedo obligarte a hacer algo que no

quieres.

—No, no puedes.

Allí terminó la conversación. Anne se resignó a hacer lo que dijo Kitty y durante la despedida se

limitó a abrazar a Christian y desearle a ella toda la suerte del mundo por quedarse, pues no creía en

absoluto que lo mejor para Christian fuese permanecer junto al resto de los Owen. Seguían sin

gustarle. Decepcionada, se marchó de allí sin decir nada más.

Mientras John esperaba la llegada del taxi de Anne, Jimmy llevó a Kitty y Christian al Área

Médica, donde ya los esperaba el doctor Malone.

—¿Por qué no te largaste de aquí? —le preguntó a su hermano cuando iban de camino.

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—Porque John cuidó de mí cuando mi cuerpo empezó a cambiar, y… me prometió respuestas —

contestó.

—¿Te las ha dado?

—Sí.

—¿Y? —Se interesó arqueando una ceja, aunque sin mirarle.

—Pensé que cuando John me contase todo al mismo tiempo que a vosotros… me sentiría bien —

explicó—. Pero al oír las cosas que habéis vivido los demás, me he dado cuenta de que he estado

protegido de lo que hay fuera toda mi vida. —Expiró—. ¿Cómo voy a saber así lo que soy?

—Lo averiguaremos juntos —contestó con ánimo.

Jimmy permaneció en silencio durante unos segundos. Notó cómo un nudo enorme comenzaba a

formarse en su garganta, y tragó con fuerza para deshacerse de él.

—Me alegro de que estés aquí —dijo tragándose su orgullo.

Si Jimmy era algo, eso era: orgulloso, con todas sus letras. Así que haber pronunciado aquellas

palabras le había costado horrores. Pero era su hermana. Su hermana melliza. Y no iba a permitir que

la relación entre ellos se desgastase más de lo que ya estaba. Quería recuperar a toda costa lo que

siempre habían tenido. Y ella también.

—Siento no haber venido antes —se disculpó Kitty.

—Tenías una preocupación mayor. Lo entiendo —respondió Jimmy sonriendo, y la abrazó por la

cintura—. Ahora estás aquí, y eso es lo único que importa —recordó lo que le dijo Gary.

Tras terminar de hacer todas las pruebas, Sam se reunió con ellos y les condujo a la habitación

asignada para Kitty y su hijo. Dejó las maletas a los pies de la cama y se sentó sobre ella con el niño

en brazos. Cuando los Owen entraron en la habitación, Christian ya se había quedado dormido. Gary

se sentó en posición india sobre la cama que sobraba. Mark se tumbó boca arriba apoyado en la

almohada y dos cojines junto a la pared que daba al cabecero de la cama, y Blair en medio de los

dos, sentada sobre una pierna y apoyada sobre su rodilla. Jimmy se sentó en el extremo de la cama

donde se encontraban Kitty y Christian, apoyándose sobre la pared, y Robbie, como ya era habitual,

en una silla utilizando el respaldo para apoyar sus brazos.

Lo primero que hicieron tras acomodarse y asegurarse de que el niño se encontraba completamente

dormido, fue contarle a Kitty con más detalle todo lo que John y el doctor Malone les contaron a

ellos. Lo que creían que era cada uno de sus progenitores, y lo que creían que eran ellos. Después

ella les contó su historia: como conoció a Joseph, su embarazo, el comienzo de las persecuciones

desde el mismo día que dio a luz, cómo perdió a Joseph…; y por último comentaron entre todos lo

que pasaría a partir de ahora. Si se quedarían allí para averiguar todo lo que les rodeaba y que

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ninguno de sus padres se había dignado a contarles, o si buscarían un sitio para esconderse y

olvidarse para siempre de lo que eran para empezar una nueva vida juntos.

—Aún no puedo creer que tengas un hijo —le dijo Gary a su hermana en voz baja para no despertar

al niño.

—Yo tampoco. —Sonrió.

—Christian Joseph James —dijo Jimmy sonriendo porque su hermana había incluido su nombre en

el de su hijo—. Me gusta.

—¿No pudiste esperar un poco?—intervino Robbie balanceando suavemente la silla.

—No sabía que podía quedarme embarazada —respondió—. Quiero decir. Mi cuerpo es tan raro…

con todos esos cambios de licántropo…

—No somos licántropos —replicó Gary—. Puede que mamá lo fuera, pero según John lo único que

hemos adquirido de ella es la capacidad de procrear. —Miró a Christian—. Y está comprobado que

eso es cierto.

—¿Cómo que no somos licántropos? —Se sorprendió Kitty—. Claro que lo somos. Me he

convertido en lobo cada periodo lunar hasta que me quedé embarazada —dijo.

—¿Te has convertido en lobo? —preguntó Jimmy sobresaltado, interrumpiéndola y dejando de

apoyarse en la pared.

Mark también se incorporó, sentándose en la cama junto a Blair. Todos se quedaron estupefactos.

Kitty aún no les había contado esa parte.

—¿Vosotros no? —se sorprendió ella a su vez, como si convertirse en lobo una vez al mes fuese de

lo más normal—. ¿Ninguno? —insistió y miró a Blair—: ¿Ni siquiera tú?

La chica negó con la cabeza.

Un pensamiento fugaz sobre la posibilidad de que Kitty no fuera hermana suya por alguna de las

dos partes, pasó por sus mentes a la velocidad de la luz, mas era melliza de Jimmy. Ambos habían

nacido un dos de octubre, Jimmy unos minutos antes que ella. Así que era imposible que no fueran

hermanos. Aunque estaba claro que había algo diferente en ella.

—¿Alguna vez te ha mordido un licántropo? —le preguntó precisamente Jimmy.

—No. Ni licántropos ni vampiros ni zombis.

—Bueno, mamá era una mujer-lobo. Puede que tú hayas sido la única en heredar esa parte —

supuso.

—Si pudiese estudiar los resultados de las pruebas que nos hizo John... —comenzó a decir Gary—.

Puede que averiguase algo.

—¿Crees que podrías hacerlo? Ni siquiera has terminado la carrera —discutió Robbie aludiendo a

sus estudios de Medicina.

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—Si quieres puedes hacerlo tú —replicó.

Gary pareció molesto, pero no lo estaba. A simple vista podía parecer ser alguien muy egocéntrico,

como si no le importara nadie más que él y su única afición fuese quedar por encima de los demás.

Pero si se le llegaba a conocer bien, como era el caso de sus hermanos, esa actitud era pura fachada.

—Podemos pedírselo a John —dijo Jimmy, creyendo que no tendría nada de malo.

—Entonces… ¿Vamos a quedarnos aquí? —preguntó Robbie—. ¿En Wayback?

—Ya hemos hablado unas cuantas veces de eso, ¿no crees? —contestó Mark.

—No. Me refiero a que… si vamos a vivir aquí... —concretó más, pero sus hermanos seguían sin

entenderle—, estando la casa de mamá.

El resto lo miraron fijamente pensando en lo que acaba de decir. Volver a casa. Volver a casa sin su

madre.

—No sé si es buena idea —respondió el mayor.

—¿Por qué no? —replicó en tono molesto. La habitación notó una pequeña sacudida y los ojos de

Robbie se tornaron negros durante un segundo—. ¿Por qué no podemos volver?

Mark se levantó de la cama para acercarse a Robbie, y puso las manos sobre sus hombros. Los

temblores en la habitación amainaron segundos después.

—Que os parece si… cuando acabe todo esto... —Lo abrazó por detrás en un gesto que nunca

habría salido del antiguo Mark—, nos instalamos allí. —Miró a su hermano.

—¿Cuando acabe qué? —preguntó Kitty.

—El asunto de La División —contestó—. Aún no tenemos muy claro de qué va, pero John dice que

es importante.

—¿Y por qué vamos a hacerle caso?

Kitty parecía irritarse por momentos. No soportaba recibir órdenes de nadie. Siempre se había

considerado muy independiente y había demostrado con creces que podía valerse por sí misma sin

necesidad de que alguien la guiara.

—Porque sabe más de lo que nos ha contado —respondió Gary.

Kitty lo miró fijamente, tratando de leer la expresión de su hermano.

—¿No confías en él, no? —quiso saber.

—No —confirmó.

Jimmy hizo un gesto de exasperación con los brazos.

—¡Oh, vamos! No empieces con eso otra vez —intervino—. Es un buen tío.

—No intentes defenderle. Te mintió —replicó.

—No. No lo hizo. —Sus hermanos lo miraron iracundos—. Bueno, vale, lo hizo. Pero está

intentando arreglarlo.

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Mark regresó a la cama con la seguridad de que Robbie estaba ya tranquilo, y mientras lo hizo Gary

siguió dando su opinión:

—Sí. ¿Te recuerdo que quiso evitar que fuésemos a buscar a Kitty? —dijo—. Y que…

El chico quiso continuar, pero Blair se lo impidió:

—Dejad el tema ya —intervino poniéndose de pie—. Olvidémonos de él por un momento. —

Sonrió de forma espléndida—, y centrémonos en la idea de que yo malcriaré a Christian.

Gary se levantó y agarró a Blair por la cintura para tirarla sobre la cama al mismo tiempo que le

hacía cosquillas.

—Ése es mi papel —dijo el chico.

—Ni de coña. —Se levantó Robbie de la silla—. El tío Robbie será su favorito.

—No, no, no. —Se puso en pie a su vez Jimmy—. La madre ha decidido. Lleva mi nombre. —Lo

empujó—. Yo seré el tío molón.

—¿Tío molón? —se burló y se abalanzó sobre él para tratar de tirarle al suelo.

Kitty y Mark se echaron a reír, pues vieron cómo los viejos tiempos resurgían en aquel momento,

teniendo la sensación de que, aunque separados hubieran cambiado, juntos seguían siendo los

mismos.

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IIUUNNCCTTIIMM SSEEMMPPEERR

Las fuerzas naturales que se encuentran dentro de nosotros, son las que verdaderamente curan

nuestras enfermedades. HIPÓCRATES

Alrededor de las ocho de la mañana John fue a buscar a los Owen a la habitación de Jimmy, donde

habían pasado todas las noches desde que llegaron el primer día; pero, para su sorpresa, no se

encontraban allí. El primer pensamiento que le vino a la cabeza, igual que la otra vez, fue que se

habían marchado. Entonces recordó la cara de sueño de Christian y se dirigió a la habitación que les

había asignado a su madre y a él. Dio dos golpecitos con los nudillos en la puerta y abrió antes de

que alguno de los Owen pudiera levantarse. Sonrió al encontrarles allí.

—¿Para qué os he dado yo habitaciones? —preguntó a modo de broma en voz baja.

Nadie contestó. Sólo esbozaron pequeñas sonrisas en sus caras.

—Os espero en la sala de reuniones —dijo antes de cerrar la puerta.

Mientras Kitty se ponía algo más cómodo y despertaba a su hijo para llevarle con ella, con la

condición de que permaneciese callado en todo momento, el resto se marcharon a sus habitaciones

para cambiarse de ropa. Pasaron fugazmente por el comedor para que Christian cogiese algo de

comer y se reunieron con John.

—Sentaos —dijo cuando los Owen entraron—. Tenemos cosas que hablar.

—Tú dirás —le dio pie Jimmy mientras tomaba asiento.

—¿Recordáis a Eric Fain? —Los Owen asintieron, incluida Kitty, que también conocía esa parte—.

Bien, pues ha hablado con el resto de los Altos Mandos, y nos han confirmado su deseo de hacer

oficial vuestra unión a la institución si superáis la prueba. —Los Owen pusieron cara de

circunstancia, especialmente Kitty y Gary, pero ninguno dijo nada por el momento—. Ahora lo

primordial para mí es saber que no os vais a marchar —continuó—. No quiero que mañana vaya a

buscaros a la habitación… y no os encuentre allí. Si pretendéis iros… me gustaría que me lo dijeseis

ahora.

Los Owen se miraron entre ellos.

—No vamos a ir a ningún lado —dijo Jimmy en nombre de todos.

—Bien. —Se alivió John y sonrió—. Eso es estupendo.

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Casi no podía creérselo. Sabía que Jimmy, aún encontrando a sus hermanos, no se separaría de él

con tanta facilidad. Pero siempre habían tenido la sensación de que cuando lograra que los seis

estuvieran juntos, se marcharían de verdad.

—¿Por qué tenemos que unirnos a… La División? —preguntó Kitty teniendo que recordar el

nombre.

—Porque si no lo hacéis no podréis permanecer aquí, y yo no podré seguir con la investigación. Os

necesito aquí —contestó.

—Supongo que si usted no reveló lo que sabe acerca de nosotros a Eric Fain cuando vino… es

porque no quiere que lo sepa. ¿Por qué? —volvió a preguntar.

Con todo el asunto de Christian y de ir a buscar a Kitty, los Owen no se dieron cuenta de que

debían preguntarle aquello a John antes de continuar y, por un momento, John pensó que se les había

olvidado. Mas Kitty era tan perspicaz como desconfiada.

—Bueno, porque… se trata de una investigación que llevo por mi cuenta y… de saber lo que sois…

no creo que os dejaran permanecer aquí. Pueden llegar a ser muy molestos, y no nos dejarían avanzar

—respondió improvisando, algo de lo que Kitty y Gary se percataron.

Sam entró en ese momento con unas carpetas en la mano. Llevaba puestos unos vaqueros y una

camisa blanca ceñida donde dejaba ver sutilmente parte de su escote, y el pelo recogido en una

coleta. Desde que Jimmy la había besado trataba de arreglarse más para captar su atención, lo que

pareció surtir efecto, pues él se quedó mirándola.

—Buenos días, Sam —dijo John.

—Buenos días —contestó y se aclaró la garganta—. ¿Qué han decidido? —quiso saber.

—Van a quedarse —respondió John y los miró, por si las preguntas de Kitty les habían hecho

cambiar de opinión.

Kitty asintió, y Sam miró a Jimmy contenta, algo que su hermana no aprobó.

Mientras John les explicaba a los Owen lo siguiente que iban a hacer, Sam comenzó a repartir una

carpeta por persona, a excepción de Christian.

—Rellenad las dos primeras hojas. El resto es la normativa básica, el contrato y el acuerdo de

confidencialidad —indicó John. Los Owen comenzaron a ojearlos—. Firmad si estáis de acuerdo.

—¿Acaso tenemos elección si no lo estamos? —comentó Robbie en voz alta.

Los Owen sacaron el contenido de las carpetas y comenzaron a leer los papeles antes de rellenar y

firmar nada. Al mismo tiempo que analizaban línea a línea aquellas hojas, John hizo lo propio con

ellos, exceptuando a Jimmy: En cuanto a Robbie y Blair creía no tener que preocuparse por ellos,

pues aunque él fuese un poco echado para adelante, ambos se dejaban llevar por las decisiones del

resto; Por su parte Mark era cauto. Hablaba siempre desde la sinceridad pero también medía sus

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palabras, lo que le intrigaba; Gary era todo un enigma para él. Consideraba que debía tener más

cuidado con él que con nadie, ya que sus hermanos tenían muy en cuenta su opinión, y además podía

leer su mente; Por último se detuvo en Kitty, a quién sin saber por qué, temía. Además, de los seis

era la que estaba más unida emocionalmente a Jimmy, por lo tanto la que más podía influir en el

chico.

—Kitty, ¿puedo hacerte una pregunta? —dijo John después de observarla con detenimiento.

Ella asintió cuando levantó la vista de los papeles.

—¿Dónde está tu brazalete?

John tenía conocimiento acerca de que todos los Owen llevaban exactamente el mismo brazalete en

la misma muñeca. Sabía que tenía relación con lo que eran, mas aquella no era la marca de los

Guardianes, sino un símbolo relacionado con Atanasia. Algo que aún no les había contado.

El resto de los Owen levantaron la vista de los papeles y miraron sorprendidos la muñeca izquierda

de su hermana. Ninguno se había dado cuenta de que no lo llevaba.

—Me lo quité —respondió.

—¿Por qué? —se sorprendió aún más Jimmy.

—Cuando los tres círculos se volvieron negros, la muñeca me ardió y el símbolo desapareció

quedándome tatuado.

Se quitó el reloj y les enseñó la parte anterior de la muñeca izquierda, donde el símbolo entero

había quedado marcado como si fuera un tatuaje.

—¿Y cuándo sucedió eso? —quiso saber Robbie.

—Cuando el eclipse ennegreció. Fue el último. —Señaló el círculo superior.

—¿Y los otros dos?

—La luna cuando me convertí en loba por primera vez. Y el otro cuando supe que dependería de la

sangre toda mi vida —contestó con cuidado.

—¿Te convertiste? —preguntó Sam por inercia, con los ojos abiertos como platos.

Kitty la miró arqueando una ceja, pero al hablar se dirigió a John. Le contó lo mismo que a sus

hermanos la noche anterior. La primera vez que se transformó en loba fue la primera luna llena

después de cumplir los dieciséis, además del día anterior y el día posterior. En total tres días al mes.

La conversión a loba coincidía como un clavo con el día en que le bajaba el periodo. Nunca se

adelantaba o retrasaba, pero todo cambió al quedarse embarazada de Christian, pues no había vuelto

a convertirse desde entonces.

—¿Puede Gary analizar los resultados de nuestras pruebas? —le preguntó Jimmy a John cuando su

hermana terminó de contarle todo.

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—No hay nada que analizar —respondió éste sorprendido y ofendido al mismo tiempo—. Ya

analizaron los resultados de todos, y no se encontró nada referente a eso.

—Puede que no miraseis bien —sugirió Gary.

—¿Estás dudando del trabajo de mi equipo? —Apoyó las manos sobre la mesa, dejando caer todo

su peso sobre ellas.

—Sí —contestó Gary con indiferencia.

—¡Sólo eres un crío! ¿Quién te has creído que eres?

Soltó sin pensar John, fuera de sus casillas.

—Puede que yo sea un crío, pero también soy mucho más listo que vosotros —replicó Gary.

—Dedícate a aprovechar el tiempo que tienes con tus hermanos y a hacer lo que te digo, y déjanos

las cosas importantes a los demás —le aconsejó, aunque parecía más bien una advertencia.

Gary, incapaz de quedar por debajo de alguien en una discusión, se quitó las gafas para rascarse los

ojos en señal de cansancio, y contestó en un tono más crispado aún si cabía.

—Que te queden dos cosas claras, John. —Los brillantes ojos azules de Gary comenzaron a

oscurecerse tan despacio que hasta John y Sam pudieron apreciarlo—. Una, si estoy aquí

«obedeciendo» —Recalcó las comillas— tus órdenes, es porque todos creen que intentas ayudarnos,

aunque esa no sea mi opinión.

John trató de no acobardarse y le aguantó la mirada al chico, que había adoptado un color añil y

resultaba cada vez más penetrante.

—Y dos, cuando acceda a los informes de nuestros resultados, y créeme que accederé, más vale

que, por tu bien, no averigüe algo que tus impecables doctores hayan pasado por alto. —Tenía tan

fija su vista en él, que casi podía atravesarle con la mirada—. Porque entonces tú y yo lo que no

tendremos será precisamente una conversación.

John, aún aguantándole la mirada a Gary, se levantó sin pronunciar palabra y salió de la habitación,

la cual quedó en silencio unos treinta segundos.

—Creo que te has pasado un poco, ¿no? —opinó Jimmy.

—No va a decirme lo que tengo que hacer. No es mi padre —respondió Gary volviéndose a poner

las gafas—. Y teniendo en cuenta lo que ha hecho por ti todo este tiempo, tampoco podría

considerarse el tuyo.

—Las cosas pueden decirse de otra manera.

—No le gustaría mi otra forma de decir las cosas —replicó manteniendo su mal humor.

Jimmy le dedicó una mirada de desaprobación y luego miró a Sam, quien observaba desde la

puerta. Gary se percató y se volvió hacia ella.

—¿Tú tienes algo que decir?

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Sam meneó la cabeza con nerviosismo, y Gary asintió.

—Os llevaré a la sala de documentación —dijo Sam tímidamente—. John quería hablar más

profundamente sobre La División.

Jimmy y Mark fueron los primeros en levantarse: El primero lo hizo de una forma tan brusca que

contrastó con el sosiego del segundo. El resto los siguió sin decir nada.

—Los informes médicos no están allí —le comentó Sam a Gary cuando éste la miró al levantarse.

—Obviamente —contestó él.

John caminaba apresuradamente por el pasillo. Entró en el cuarto de baño, se aseguró de que no

había nadie, y se encerró en uno de los retretes para vomitar. Después de vaciarse, sacó su teléfono

móvil y pulsó un botón de marcación rápida.

—Revisa los informes de los Owen —dijo tras saber que habían contestado a la llamada—. Busca

todo lo que puedas sobre la genética de licántropos y compárala con la suya. —Esperó respuesta y

volvió a decir—: Una de las chicas se ha convertido en loba desde los dieciséis y la otra no. Tiene

que haber algo. —Se humedeció los labios—. ¿No encontrasteis nada la otra vez? —Escuchó—. Está

bien. En cuanto sepas algo avísame.

Colgó y volvió a guardar el teléfono móvil en el bolsillo. Al salir del retrete se dirigió al lavabo

para abrir el grifo de agua fría y se empapó la cara. Miró al espejo durante unos segundos,

observando su propio reflejo mientras apoyaba las manos a ambos lados del lavabo, y respiró muy

hondo antes de abandonar el cuarto de baño.

Los Owen, junto a Sam, subieron una planta más del edificio en el que se encontraban, la cuarta

planta, y se pararon frente a una puerta cerrada mediante un mecanismo numérico. Era la sala de

documentación, donde se guardaban todos los archivos y libros sobre el mundo sobrenatural que

aquella institución había ido recopilando a lo largo de los años desde que se fundó. La sala era toda

de madera en distintas tonalidades, y el suelo crujía a cada paso que daban. Caminaron por el pasillo

central observando con expectación la cantidad de estanterías llenas de colecciones de libros con

tapas de todos los colores, y se fijaron en que en el lateral de las estanterías había un papel

informativo acerca de la clase de libros que podían encontrarse en cada una de ellas. Estaban

ordenados por épocas y temática, desde alquimia hasta poemas mágicos pasando por mitología.

Quizá el término biblioteca habría sido más apropiado. Al final de la sala había ocho mesas de

madera rectangulares con ocho sillas en cada una, y John se encontraba apoyado en la que estaba

justo enfrente del pasillo central.

—Tenemos tres días —dijo al verlos.

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Sam caminó hasta situarse a su lado y los Owen se detuvieron frente a él. No tenía buen aspecto. Su

cara de preocupación mal disimulada y su pose cansada la delataban con facilidad.

—¿Tres días para qué? —se interesó Robbie.

—Para prepararnos —respondió Gary tras venirle el pensamiento de John a la cabeza sin quererlo.

Éste lo miró frunciendo el ceño y habló:

—Dentro de tres días realizaréis la prueba para ingresar de manera oficial, y bajo ningún concepto

tienen que saber lo que sois —advirtió.

—Eso ya lo deducimos. ¿Vas a decirnos el verdadero motivo? Porque no nos tragamos lo de que se

pongan muy pesados —comentó Mark.

John hizo amago de contestar, pero se lo pensó mejor. En lugar de hacerlo miró a Sam, y luego

dirigió su mirada a Jimmy.

—Si vas a hacerlo por él será mejor que nos cuentes la verdad —volvió a decir Gary cuando un

nuevo pensamiento del hombre pasó fugazmente por su cabeza, y se mantuvo de pie delante de sus

hermanos.

—¿De qué está hablando, John? —le preguntó Jimmy harto de que les contara las cosas con

cuentagotas, y teniendo más en consideración lo que decía su hermano que su padre adoptivo.

El hombre los invitó a sentarse haciendo un gesto con la mano, y ellos tomaron asiento alrededor de

la mesa mientras él continuó de pie junto a Sam.

—Si La División averigua lo que podéis hacer… —comenzó a decir— irán a por vosotros.

—¿Entonces por qué íbamos a hacer esa prueba? —intervino de nuevo Mark—. Según tu, si

descubren que no somos… humanos… tendremos problemas —John asintió—. ¿Por qué entrar y

trabajar para ellos?

—Porque ya sienten curiosidad por vosotros —respondió—. Se fijaron en Jimmy desde el primer

día y he logrado mantenerlos a raya. Él ya debería haber hecho la prueba. Es la regla principal para

vivir aquí.

—Nos iremos —le interrumpió Kitty con firmeza, que no le gustaba nada aquel lugar.

Todos sus hermanos excepto Jimmy le dieron la razón.

—Os perseguirán de todas formas. Es mejor si creen que no ocultáis nada —les rogó con ojos

suplicantes y vencidos—. Confiad en mí, ¿de acuerdo? —Los miró.

Los Owen no habían cambiado su cara de incredulidad ni un momento, lo que daba a entender a

John que no harían nada salvo si obtenían una explicación razonable sobre todo lo que estaba

pasando. Jimmy miró a Sam, que los observaba con cara de súplica, y ésta asintió con la cabeza

levemente cuando sus miradas se cruzaron.

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—Confiamos en ti. Y antes de hacer La Prueba nos cuentas la verdad sobre ellos —dijo Jimmy al

fin.

John asintió, sabiendo que esos eran los únicos términos que los Owen iban a aceptar.

—Por mí de acuerdo —se unió Kitty cambiando de opinión, agarrando con fuerza la mano de su

hijo.

No entendían por qué John no se lo contaba todo en ese momento en lugar de esperar a que

terminasen de prepararse, o como lo quisiera llamar, pero como sólo eran tres días el resto decidió

seguir a Jimmy.

—Bien. Lo que vamos a hacer es intentar poner bajo control vuestras aumentadas capacidades. Eso

es lo fundamental —dijo John en un estado de excitación—. La única manera que conozco es la

misma que hicimos cuando fuimos a Anderson Island, así que continuaremos donde lo dejamos.

—¿Y con eso bastará? —preguntó Blair.

—En realidad… no lo sé —respondió con total sinceridad—. Lo ideal sería que tuvieseis el control

de vosotros mismos al cien por cien, pero es poco probable que lo consigamos en tres días. —Los

Owen lo miraban dubitativos—. Ni siquiera conocemos la magnitud de lo que podéis hacer.

—Creo que lo importante no es controlar lo que podemos hacer, sino la sed —comentó Jimmy.

—Cierto —corroboró su hermano Mark.

—No habrá ningún problema, no os preocupéis por eso —dijo John con tranquilidad—. Las

reservas que tengo guardadas para Jimmy también están disponibles para vosotros.

—Pues espero que tengas muchas —comentó Kitty.

John sonrió creyendo que estaba bromeando, pero la cara de la chica era firme, y supo entonces que

ella siempre hablaba en serio.

Antes de la hora de la comida, John y Sam visionaron a solas varias veces los vídeos que ella había

grabado en Anderson Island. Tanto por las sesiones psicológicas como por las de relajación que

hicieron, John y Sam descubrieron aspectos nuevos de los Owen, sobre todo de Jimmy, con quien

habían convivido durante siete años y a quien creían conocer muy bien. Descubrieron que los Owen

habían superado el modo de vida del mayor depredador del mundo para convertirse en una especie

de animal doméstico con aires fieros. Y todo por no pagar el sufrimiento que habían vivido durante

años con personas inocentes. Eso demostraba un gran poder de autocontrol mientras no hubiera

sangre a la vista de por medio. En cuanto a esto a Kitty, a quién apenas habían tratado, parecía tener

un mayor control sobre sí misma y sus necesidades, e iba a resultar determinante para alcanzar el

éxito de lo que se proponían.

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A pesar de ello, lo que más le preocupaba a John no era que los Owen pudiesen controlarse, porque

eso lo hacían en todo momento, sino que no lo hiciesen cuando se los sometiera a mucha presión o

los sacasen de sus casillas; cosas que, conociendo a La División, eran bastante probables. Por no

hablar de lo irascible que eran algunos de los Owen.

Después de comer John los condujo al gimnasio de las instalaciones, que había reservado

previamente para que ningún otro alumno se pasara por allí en los siguientes tres días. Se encontraba

en el sótano del Área Educativa y estaba compuesto por tres salas: la primera de ellas, situada en el

pasillo de la derecha al bajar al sótano, eran los vestuarios; la segunda, situada enfrente de las

escaleras, era una enorme sala con espalderas en la pared y colchonetas duras en el suelo; y por

último, la sala de mantenimiento, que se encontraba a continuación de la segunda.

Se encontraban en la habitación de las colchonetas. Habían estado dos horas realizando técnicas de

concentración, así que John pensó que a podían poner en práctica su autocontrol en una situación

incómoda.

—¿Qué harías si yo le hiciese daño a Christian? —le preguntó John a Kitty mientras sujetaba los

hombros del pequeño.

Los tres estaban situados en el centro de la sala, mientras que el resto de los Owen y Sam,

observaban desde los laterales.

—Te mataría —respondió Kitty con severidad.

—Bueno… intentemos hacer que tu don salga sólo y… —dijo tras unos segundos de extrema

dubitación—. Espera, ¿en qué consiste exactamente?

—No quieras jugar conmigo a esto —contestó en tono cansado después de soltar un suspiro—.

Puedo matarte ahora o en cualquier otro momento que me apetezca sin necesidad de estar cabreada y

sin tener que moverme del sitio. ¿De verdad quieres ponerlo a prueba?

Sus hermanos no pudieron evitar soltar una pequeña carcajada o una simple sonrisa, pues esa era la

actitud soberbia y desafiante que Kitty siempre había tenido. John tragó saliva y decidió no llevarlo a

cabo. A opinión de los Owen y Sam, esa era la mejor decisión que había tomado en las últimas

semanas.

—Está bien, tomémonos un descanso —dijo finalmente John.

—Nos quedamos —contestó Jimmy y con su tono de voz dio a entender que preferían estar a solas.

John y Sam salieron del gimnasio, convencidos de que estaban haciendo progresos con ellos, o al

menos era lo que pensaba John. Sam no pensaba lo mismo. Ella habría querido permanecer en el

gimnasio con ellos para pasar más tiempo con ellos, pues desde que Jimmy la había besado antes de

la llegada de Kitty, apenas se habían dirigido la palabra.

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Tras la marcha de ambos, los Owen se tumbaron o sentaron en las colchonetas.

—¿Alguien más piensa que esto es una pérdida de tiempo? —preguntó Kitty.

Gary, Mark y Robbie levantaron la mano y Kitty sonrió.

—Vamos, no seáis tan duros con John —dijo Blair—. Está intentando ayudarnos para superar la

prueba.

—Recuérdame porqué hemos aceptado —se dejó caer Gary para tumbarse, poniendo las manos

detrás de la cabeza.

—Para que nos dejen en paz —contestó Jimmy.

—Ah, sí —dijo sin ánimo.

—Venga va. —Se levantó Robbie casi de un salto—. A ver quién aguanta más —les dijo a sus

hermanos y después miró a las chicas y a Christian—: Vosotros sois los jueces.

El resto, como siempre, lo miraron extrañados porque no sabían a lo que se refería hasta que

Robbie se quitó la camiseta e hizo el pino manteniendo el equilibrio unos segundos.

—¿Os apuntáis o tenéis miedo a perder? —Sonrió cuando estuvo de nuevo con los pies en el suelo.

Los chicos Owen, que nunca rechazaban un reto, se despojaron de sus camisetas y se colocaron

seguidos de Robbie unos al lado de los otros, enfrente de Kitty, Blair y Christian.

—¿Listos? —preguntó Kitty mirando el reloj con cronómetro de Christian, y ellos asintieron—.

¡Ya!

Cuando dio la señal, los cuatro chicos tomaron impulso hacia delante y apoyaron las manos en el

suelo para elevar las piernas en posición vertical. Al principio aguantaron quietos, pero al cabo de

unos minutos las piernas se les doblaban hacia delante y tenían que caminar con las manos para no

caerse.

Al regresar John y Sam, los Owen seguían con la apuesta. Ambos se sobresaltaron al ver a los

cuatro en esa postura, y más Sam, pues gracias a eso los músculos se les marcaban mucho más que

aquella vez que los vio en el lago.

—Es una competición —les explicó Blair al ver sus caras.

—¿Cuál es el premio? —quiso saber John.

—Ver a los otros tres desmayarse cuando toda la sangre les inunde el cerebro —contestó Kitty.

A Gary le entró la risa y perdió el equilibrio, por lo que apoyó los pies en el suelo antes de caerse.

—No vale, me ha hecho de reír —dijo y se sentó con los jueces del concurso.

—Excusas —soltó Robbie.

Minutos después Mark se rindió y se dejó caer hacia delante para dar una voltereta, quedándose

sentado en el suelo mientras veía como los dos que quedaban ya comenzaban a dar más pasos con las

manos para aguantar. Finalmente fue Jimmy quién ganó, celebrándolo con un baile ridículo justo

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delante de Robbie que hizo reír a todos mientras repetía una y otra vez «Te he ganado». John y Sam

nunca lo habían visto tan divertido.

Tras ello, John quiso volver a los entrenamientos pero los Owen no estaban dispuestos a volver a

intentar sus métodos, y se lo hicieron saber:

—Hemos pensado que… aunque tus intenciones son buenas —habló Mark en nombre de todos,

pues era el que tenía más tacto en este tipo de cosas—, creemos que son una pérdida de tiempo, y…

preferimos encargarnos nosotros.

John no llegó a tomárselo mal del todo, pues al menos vio que los Owen tenían interés en

controlarse a sí mismos, mas no tenía ni idea de cómo pretendían hacerlo. Picado por la curiosidad,

les dio vía libre y se hizo a un lado junto a Sam y Christian. Los Owen se pusieron por parejas:

Jimmy y Gary por un lado, Blair y Mark por otro y, por último, Kitty y Robbie.

Los dones de Jimmy y Gary, aunque eran totalmente diferentes, podían usarse del mismo modo. El

primero tenía visiones del futuro próximo que cada vez menos necesitaba dibujar para recordar, y al

segundo le llegaban pensamientos ajenos sin su consentimiento. Ambos se vendaron los ojos para

luchar, de modo que tuvieran que usar sus dones para adivinar los movimientos del otro: Jimmy

tratando de predecir los futuros golpes de su hermano casi a tiempo real, y Gary leyendo su

pensamiento a propósito. Estuvieron toda la tarde recibiendo sendos golpes del otro, pues eran

incapaces de darles ese uso a sus dones.

Por su parte, Mark no conocía con exactitud en qué consistía su don, pues lo único que había

notado últimamente era la sensación de saber cómo se sentía el resto. Y si aquello era lo que él podía

hacer, no sabía cómo les afectaría de forma negativa durante la prueba. De modo que se concentró en

ayudar a Blair, a quién su escudo, que se hacía visible para evitar que ella fuese lastimada, la

protegía siempre. Cogió un par de pesas redondas y se las lanzó a su hermana de forma consecutiva

con la intención de alcanzarla, pero el escudo verde de la chica apareció para desviar los objetos. El

objetivo del ejercicio era precisamente evitar que el escudo apareciese para que ella fuese golpeada y

parecer humana, pero no hicieron ningún progreso en todo el día.

Kitty era quién había tenido la idea de los ejercicios y, por lo tanto, quién los dirigía a todos. No

entendía por qué, pero tenía la sensación de que ya habían hecho eso antes. Por ello, supo que

Robbie era telequinético. Sus provocados temblores no eran más que una magnificación de lo que era

capaz de hacer si se concentraba lo suficiente, así que al igual que Mark, cogió pesas redondas y se

las lanzó para que las desviara de su trayectoria, lo que hizo que se llevara numerosos golpes, pues

Kitty no lanzaba precisamente flojo.

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Esa misma noche, y tras pasar por el comedor para coger la cena de Christian, los Owen se

encontraban en la habitación de Kitty ocupando sus sitios habituales mientras el pequeño dormía

profundamente en una de las camas.

—Gracias por quedaros —le dijo Jimmy al resto—. Sé que John no es una persona fácil de

aguantar.

—No, no lo es—comentó Gary y el resto soltó una breve risita.

—Da igual como sea. Lo importante es que ahora estamos juntos —inquirió Robbie—. Y por mi

parte... —Sonrió—. Eso no va a cambiar.

—Por la mía tampoco. —se unió Mark.

—¿Iunctim semper? —preguntó Blair a todos.

—Iunctim semper —dijeron el resto al unísono.

Aquella frase, Iunctim semper, era la frase que llevaban grabada en la parte anterior de la esclava

plateada que su madre les regaló unos días antes de morir. Esa frase significaba para ellos que pasase

lo que pasase siempre estarían juntos. Que cuando alguno de ellos tuviera un problema, los demás

estarían allí para apoyarle. Que aunque estuvieron físicamente separados, mentalmente habían estado

unidos. Y que absolutamente nada, salvo ellos mismos, podría volver a separarles.

Durmieron toda la noche del tirón. La poca sangre embolsada que John les dio tras el entrenamiento

no fue suficiente para reconfortarles, pero sí para calmar su sed y permitirles descansar. Jimmy, Kitty

se tumbaron junto a Christian en una de las camas que había en la habitación de ella; Blair y Mark lo

hicieron en la que sobraba; y Gary y Robbie trajeron el colchón de la habitación Jimmy. Las noches

en vilo ahora resultaban más reconfortantes.

******

La mañana del segundo día de entrenamiento transcurrió igual que el anterior: Jimmy y Gary

seguían dándose golpes a ciegas sin avanzar mucho en sus propósitos; el escudo de Blair aún se

hacía visible para protegerla; y Robbie era incapaz de controlarse.

A pesar de la poca paciencia que Kitty tenía, y que compartía con Gary, con sus hermanos no lo

reflejó. Insistía en que debían seguir y les daba ánimos para que continuaran intentándolo. Por su

parte, Mark percibía cómo su hermana se sentía impaciente y el resto frustrado por los escasos

progresos. Cada vez con más frecuencia sentía en su interior de manera amplificada lo que los que

estaban a su alrededor sentían, y eso lo desbarataba a él.

—Esto no funciona —dijo Robbie durante el descanso de la hora de comer, y mientras Christian

devoraba un caldo de verduras y carne sobre una colchoneta.

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—Tenéis que creer que podéis —insistió Kitty, obcecada en que podrían conseguirlo—. Ya os he

visto hacerlo antes.

—¿Cuándo? —preguntó Jimmy sorprendido, al igual que los demás.

—No lo sé. No lo recuerdo —contestó su hermana encogiéndose de hombros—. Sólo sé que hemos

hecho esto antes.

Tras el descanso, Kitty, empecinada en ello, volvió a dar instrucciones al resto y varió los

ejercicios, haciéndolos más duros, de modo que no les quedara más remedio que poner todo su

empeño y sentido en que saliera bien: En el ejercicio de Jimmy y Gary, decidió vendarle los ojos

primero uno y luego al otro, de manera que el que no pudiera ver tuviera que defenderse a la fuerza

utilizando su don; Con Blair intentó algo diferente gracias a la ayuda de Mark. Hizo a la chica

sentarse sobre sus piernas con las manos puestas en el regazo, también con los ojos vendados,

mientras Mark la tiraba pelotas de tenis en intervalos de diez segundos, para que Blair tuviera tiempo

de concentrarse; En cuanto a Robbie, siguió haciendo el mismo ejercicio, pero aumentó el número y

la velocidad de las pesas que le lanzaba.

John y Sam observaron desde un rincón de la sala como los Owen se desesperaban cuando no les

salían las cosas. Vieron a Kitty ejerciendo de madre para el resto, a un Jimmy subordinado y a un

Gary no tan perfecto; observaron a un ilusionado Mark, a un Robbie serio y a Blair no pareciendo tan

dulce.

Al término del segundo día, los Owen estaban exhaustos. Intentar tener bajo control aquellos dones

y necesidades que parecían tener vida propia y que luchaban revelándose contra ellos los dejaban

agotados. Por ello Sam les llevó doce botellas de plástico de un litro llenas de sangre recalentada.

Nunca habían bebido tanta cantidad de sangre diaria, ya que cuando cada uno iba por su cuenta

solían hacerlo cuando lograban cazar algo o comprarla. Pero en esta ocasión tanto el esfuerzo físico

como el mental les pasaba mucha factura, por lo que vaciaban de media entre una y dos botellas cada

uno.

—Lo estáis haciendo muy bien —les felicitó John—. Dos días más y sabremos si todo esto habrá

servido de algo.

—No tenías que haberlas traído, John —le dijo Jimmy cuando el hombre quiso entregarle una

botella.

—¿Por qué no? —preguntó extrañado.

—Esta noche saldremos de caza —comentó Gary desde casi el fondo de la sala mientras estiraba

los músculos de la espalda y los brazos.

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Sam no tuvo tiempo de reaccionar. John dio un par de pasos hacia delante, con el cuerpo tenso y

con la cara enrojecida de furia de no ser por su oscuro color de piel.

—¿Por el bosque? ¿Ese bosque? —Señaló la pared como si hubiera una ventana por donde se viera

el bosque que rodeaba las instalaciones—. ¿A cazar? No, de eso nada.

—Claro que sí.

—No, no lo haréis —replicó John a modo de orden—. Es imprudente.

—¿Sabes una cosa, John? —Se le acercó Robbie, perdiendo la paciencia—. Ya me estás

empezando a cansar. Estoy harto de que nos des órdenes y de que creas que tienes alguna autoridad

sobre nosotros —La habitación comenzó a temblar levemente.

El hombre no se achantó, e hinchó su pecho de aire.

—Este sitio lo dirijo yo —contestó—. Os doy todo lo que necesitáis. Y os protejo.

—¿Que nos proteges? —se sorprendió Kitty—. ¿Es una broma, verdad? —Se situó junto a su

hermano, que seguía haciendo vibrar la habitación—. Podemos arreglarnos nosotros solos.

—¿Entonces por qué seguís aquí?

Mark se apresuró a sujetar a Robbie para que dejara de hacer un uso incontrolado de su don y lo

empujó hacia atrás para separarle de John antes de que la cosa fuera a peor. Gary y Blair se acercaron

a sus hermanos e instaron a los demás a que los acompañasen fuera, quedándose Jimmy.

—Dales un poco de tiempo, ¿vale? —se dirigió a John cuando todos los Owen excepto él

abandonaron la habitación—. No van a dejar que les digas lo que tienen que hacer. Y yo tampoco.

Jimmy negó con la cabeza a modo de decepción y se dio la vuelta. Antes de salir, John le hizo una

petición:

—No salgáis de caza, por favor —dijo—. Si aparecen un montón de cadáveres de animales no sé

cómo vamos a explicarlo.

—Tendremos cuidado. —Se giró para mirarle y en su lugar posó sus ojos sobre Sam—. Forma

parte de nosotros. Ojalá no fuera así, pero lo necesitamos —concluyó, y abandonó el gimnasio.

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LLAA CCAAZZAA

Cuando bordeamos un abismo y la noche es tenebrosa, el jinete sabio suelta las riendas y se

entrega al instinto del caballo. ARMANDO PALACIO VALDÉS

Mientras esperaban a que las luces del recinto se apagaran, planearon cómo saldrían a cazar, pues

era la primera vez que lo harían los seis juntos. Tras la insistencia de Kitty de no dejar a su hijo solo,

lo harían en dos turnos: Jimmy, Kitty y Mark en el primero, y Gary, Blair y Robbie en el segundo.

En un principio, Mark no estaba de acuerdo en ir en un grupo distinto al de su mellizo porque creía

que había muchas posibilidades de que Robbie se impacientara y la situación se le fuera de las

manos, al parecer algo muy habitual cuando salían de caza ellos dos; pero a Robbie le pareció un

buen momento para ponerse a prueba y además no iría solo, así que los grupos no se cambiaron.

Pasaban un minuto de las doce de la noche cuando todas las luces de las instalaciones, excepto la

luz de seguridad que procedía de la cabina de seguridad, se apagaron. El primer grupo de caza saltó

desde la ventana hacia los arbustos que daban a la verja sur del recinto. Sortearon las cámaras de

vigilancia sin problemas gracias a que Jimmy se conocía las posiciones de cada una al dedillo, y

saltaron la gran verja negra.

Se adentraron en el frondoso y verde bosque moviéndose sigilosamente entre la vegetación, y sus

instintos de caza se activaron al instante. Sus cuerpos se acoplaron por completo al paisaje,

apareciendo una diferencia abismal en cuanto a comodidad entre el medio natural y el urbano, y

sintieron cómo las partículas de la suave brisa les acariciaban la piel. Sus ojos se volvieron como los

de un nictálope, permitiéndoles ver en la oscuridad nocturna a la perfección, como si un foco de luz

saliera desde el fondo de sus retinas para iluminar su campo de visión. Decenas de olores llegaron

hasta sus orificios nasales, desde la humedad desprendida por la vegetación hasta el barro acumulado

alrededor del agua estancada formando un charco. Avanzaron entre los árboles apartando

suavemente las ramas más largas que se interponían a su paso, y sus músculos se tensaron cuando

localizaron un rastro que les resultaba tentador.

Liderados por Kitty, disminuyeron la velocidad de su paso prestando más atención a todas las

señales que el bosque les mostraba para seguir el rastro. Cuando por fin percibieron un olor a ciervo,

aun sin saber cómo eran capaces de distinguirle entre el resto de habitantes del bosque, abrieron la

mandíbula todo lo posible mientras soltaban un pequeño rugido inhabitual en ellos, sintiendo cómo

al abrir la boca las moléculas odoríferas inundaban sus órganos olfativos. Corrieron agazapados

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siguiendo el cada vez más intenso rastro, y se detuvieron en el borde de un pequeño claro de césped

verde y barro, donde una manada de siete u ocho ciervos parecía intentar esconderse de algo tras las

rocas situadas enfrente. Jimmy quiso saltar en cuanto los vio, pero Mark se lo impidió poniendo su

mano extendida sobre su pecho.

—¿Qué? —protestó—. ¿Por qué no?

—No puedes lanzarte de golpe —contestó Mark—. ¿Es que no has hecho esto antes?

—Claro que sí —respondió iracundo—. Pero tengo hambre.

—Yo también la tengo —intervino Kitty—. Pero no por ello me lanzo ahí a la aventura sin

planificarlo.

—Qué hay que planificar —replicó—. Visualizar. Elegir. Atacar —dijo—. Si desperdiciamos

tiempo en pensar, se largarán.

—En eso lleva razón —comentó Mark mirando a su hermana.

—Vale —cedió esta—. Tu bosque, tu método.

Jimmy sonrió satisfecho.

Se asignaron una pieza cada uno, y se separaron para rodear el claro con sigilo antes de atacar. Se

abalanzaron sobre los mamíferos poniendo especial hincapié en inmovilizarles para romperles el

cuello, de forma que no tuvieran que pelear con el animal durante el transcurso de su cena. Tras

lograr su segundo objetivo después de apresarles, les desgarraron la piel con las manos, observando

como la vena yugular del animal parecía iluminarse bajo la piel ante sus ojos. Tras los ansiosos

primeros tragos, sobre todo por parte de los dos chicos, los siguientes minutos se lo tomaron con un

poco más de calma, haciendo pequeñas pausas para descansar.

—¿Notáis cómo os domina? —les preguntó Kitty, que ya había realizado esa acción en numerosas

ocasiones.

Los dos chicos ya habían cazado más de una vez; sin embargo en ésta, y no sabrían decir por qué,

la experiencia fue completamente distinta. En las otras ocasiones lo habían hecho porque un impulso

involuntario los llevó a ello, como si algo los obligara. Pero en esta ocasión lo hacían porque ellos

mismos sabían que era una necesidad. Esta vez algo en su interior no sólo los obligaba sino que les

decía que si no lo hacían las cosas irían a peor. Sin embargo Kitty ya había pasado por eso. Tras

intentar negarlo varias veces había terminado aceptando que aquello formaría parte de ella el resto de

su vida, lo quisiera o no. Y ahora era el turno de sus hermanos.

La sensación excitante que se apoderó de Jimmy y Mark al notar cómo la sangre aún caliente del

animal les recorría todo el aparato digestivo, se concentró en la parte anterior de sus muñecas al

llegar al clímax, produciéndoles una sensación de quemazón. Ambos, que se habían remangado,

observaron cómo el pequeño símbolo del Sol de la estructura metálica de su brazalete había

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ennegrecido. Dirigieron la vista hacia su hermana, y ésta sonrió después de quitarse restos de sangre

de la comisura de sus labios. Ellos sonrieron a su vez al cruzar sus miradas entre sí, y volvieron a

clavar sus dientes en el cuello de sus presas.

Cuando estaban casi a punto de terminar, Mark apartó de golpe su cabeza del ciervo con todos sus

sentidos alerta. Se puso de pie y miró a su alrededor, girando lenta y sigilosamente sobre sí mismo.

Se detuvo en una dirección determinada, justo en la misma línea en la que se encontraba Jimmy, y

olisqueó el aire. Vegetación, agua, humedad, animales… y humano. Jimmy se dio cuenta del baile

giratorio de su hermano cuando paró a descansar por última vez, y se incorporó.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

—No estoy seguro —respondió sin mirarle.

Kitty levantó la cabeza de su presa y se secó nuevamente la boca con la mano estando aún de

rodillas. Se levantó despacio y utilizó su olfato para tratar de determinar de qué se trataba,

percibiendo un claro olor a sudor humano.

—Aquí hay alguien —dijo.

Jimmy se levantó sin quitar la vista de su presa, pues aún tenía hambre, y se giró realizando la

misma acción con la nariz que sus hermanos. Detectó un olor que creyó reconocer, aunque estaba

bastante difuminado, y entrecerró los ojos en la misma dirección. Su campo visual oscureció la

imagen que veía y se concentró en un punto determinado en el centro, el cuál destacó sobre el resto.

Se frotó los ojos, pues no estaba seguro de lo que había visto, y volvió a intentarlo, comprobando que

no se trataba de una visión futura de las suyas, sino de lo que sus ojos eran capaces de ver aun

estando en la oscuridad. Kitty señaló con el brazo los arbustos de los que parecía concentrarse la

mayor proporción de moléculas con el olor atrayente, guiada por su olfato, y Jimmy lo confirmó

asintiendo, confiando en sus nuevas capacidades de visión. De pronto, los tres se separaron para

rodearlo en un movimiento tan ágil que sería imperceptible para el ojo humano.

El aroma se hacía cada vez más intenso a medida que se acercaban a lo alto de la pequeña colina

que dejaba al claro en un nivel inferior, casi exactamente en el mismo lugar donde ellos se

detuvieron al visualizar a la manada. Refugiados tras la densa vegetación, identificaron al intruso y

se aproximaron a él silenciosamente lo suficiente como para identificarle. Era Sam. Ésta, que seguía

buscando a los hermanos en el claro asomándose por encima de los arbustos, se dio la vuelta para

guardar su equipo de vídeo. Al hacerlo, soltó un grito ahogado al ver a los tres frente a ella mirándola

con rostro serio y torcido, y cayó de culo, quebrando las ramas que se encontraban en el suelo.

—¿Qué se supone que estás haciendo aquí pelirroja?—le instó Kitty con tono disconforme.

—Yo… yo sólo… —balbuceó mientras buscaba entre el suelo el estuche de la cámara para

enseñárselo.

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—Es peligroso que estés aquí. —Le tendió la mano Jimmy, mostrándose caballeroso.

Ella miró la mano de Jimmy, que la extendía en su dirección esperando que ella aceptase la ayuda

para levantarse, y luego lo miró a él. Volvió a mirar la mano, sucia y pegajosa debido a la mezcla de

sangre y pelos del animal, y decidió no tomarla.

—Podría haberte atacado a ti —le advirtió Mark—. Debes tener más cuidado.

—Lo que debe hacer es quedarse en casa —espetó Kitty molesta por haber interrumpido la cena

con su presencia.

Sam bajó la cabeza resignada, y se agachó para recoger su equipo cuando Kitty y Mark comenzaron

a caminar de regreso a Wayback.

—No vuelvas a hacerlo —dijo Jimmy.

Se levantó con su equipo ya colgado al hombro y adelantó al chico para caminar por delante de él.

—John me pidió que os vigilara —respondió al pasar por su lado.

—Pues no ha sido una buena idea —contestó y la siguió.

—No he venido por voluntad propia —dijo ella.

Jimmy la detuvo cogiéndole por la muñeca, y ella se dio la vuelta.

—¿Cómo has sido capaz de encontrarnos? —quiso saber.

—Soy buena rastreadora —reconoció ella sin decirle que ella tampoco era del todo humana.

A pesar de que se había entrometido, Jimmy quería besarla. Lo deseaba con todas sus ganas; Y

consideró hacerlo cuando sus hermanos se alejaron lo suficiente pero aún tenía el sabor de la sangre

del ciervo en su boca. No era el mejor momento.

Regresaron a los alrededores de Wayback en silencio y se aseguraron no solo de que Sam entraba

por la puerta principal, sino que además no hacía intento de volver a salir. Saltaron de nuevo la verja

negra, esta vez para entrar, y alcanzaron la ventana de la habitación de Kitty, donde esperaba el resto

impacientes.

—¿Qué tal ha ido? —preguntó Gary al ver a Kitty cruzar el marco de la ventana, y se puso en pie

de inmediato.

—Entretenida —respondió—. Qué tal mi pequeño.

—Duerme como un lirón —le informó Blair mostrándole la cama donde dormía el niño, y también

se levantó, cediéndole el sitio que ocupaba en la misma.

Las manos de Mark se sujetaron al alfeizar inferior de la ventana y, segundos después entró en la

habitación.

—Sólo hay ciervos —avisó.

—Sí…, y alguna que otra entrometida —añadió Kitty desde la cama.

—¿Qué? —se extrañó Blair.

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Mark se situó lo más cerca que pudo de su mellizo, pues éste no dejaba de andar de un lado para

otro de la habitación, impaciente por salir de caza.

—Sam estaba allí —dijo Mark.

—Pero ya está solucionado —quiso zanjar el tema Jimmy de inmediato, que acababa de entrar por

la ventana —Nos grababa en vídeo durante la caza. Órdenes de John. Pero no lo volverá a hacer.

Robbie se detuvo entre Mark y Gary.

—¿Dónde los encontrasteis? —preguntó refiriéndose a los ciervos.

—Siguiendo todo recto, en un pequeño claro —dijo Mark—. Pero ya no estarán allí. Espantamos al

resto de la manada.

—Probablemente busquen refugio para esconderse. O agua si han estado mucho tiempo huyendo de

vosotros.

—Da igual —dijo Gary—. Los encontraremos. —Le dio una palmada en la espalda a Robbie y se

dirigió hacia la ventana.

—Suerte —les deseó Kitty cuando el último de ellos, Robbie, desapareció por la ventana.

El segundo grupo siguió el mismo camino que el primero. Jimmy les había dado indicaciones de

cómo sortear las cámaras de vigilancia, así que abandonaron las instalaciones de Wayback en poco

tiempo.

Cuando saltaron la verja y se adentraron en el bosque, sintieron exactamente lo mismo que sus

hermanos al acoplarse con la naturaleza. Anduvieron no más de un par de kilómetros buscando el

rastro de la manada de ciervos hasta que Blair localizó un rastro extraño que no supo identificar, pero

que olía muy bien.

—Espero encontrar un oso —comentó Robbie ilusionado.

—¿Un oso? —Volvió la cabeza Blair mientras andaba en primera posición—. No quiero que sea un

oso.

—¿Por qué no? Son grandes y su sangre es deliciosa. —Sorteó la rama baja de un árbol.

—¿Los has probado? —se escandalizó—. No me lo puedo creer —dijo casi para sí misma.

—¡Qué! Es un animal, igual que yo —contestó con audacia—. Sigo la cadena alimenticia.

Gary le dio la razón asintiendo, pero ni lo vieron hacerlo ni comentó nada desde la última posición

de la fila.

—Te has comido a un pariente del Oso Yogui. —Se detuvo ella para mirar a Robbie.

—Prefiero comerme al mismísimo Oso Yogui que al dulce Bambi —dijo entre risas—. Dudaría si

fuese Bubu. Es más pequeño.

—Muy gracioso.

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—Si no dejáis de hablar vais a espantar la cena —intervino Gary al fin adelantándoles—. Sea lo

que sea —añadió.

Tras muchos minutos de seguimiento en silencio liderados por Gary, encontraron una manada de

ciervos cobijados bajo un montículo de rocas y camuflados por árboles. No podían saber si era el

mismo grupo que atacaron sus hermanos, pero les dio igual. Robbie divisó al ejemplar más grande e

avisó a sus hermanos que ése era el suyo. Los otros dos fijaron su objetivo en otros dos ejemplares y,

al ponerse de acuerdo, se dividieron para rodearlos.

Desde sus nuevas posiciones, visibles entre sí para ellos, asintieron una vez para indicar que

estaban listos. El primero en abalanzarse sobre la manada para alcanzar a su presa fue Robbie, que ya

no era capaz de soportar el hambre. El resto de individuos se dispersaron y al introducirse de nuevo

entre los árboles, Gary y Blair alcanzaron a los suyos. Gary optó primero por romper el cuello de su

presa, a diferencia de Robbie y Blair, que prefirieron alimentarse mientras aún estaban vivos.

Clavaron sus dientes en el cuello de los animales y los utilizaron para desgarrar el pelaje y llegar

mejor a la piel. Una sensación de poder se acrecentó en ellos, y algo parecido a un aumento brusco

de adrenalina hizo que sus ojos se tornaran negros, junto a un cúmulo de excitación que les dominó

para concentrarse finalmente en la muñeca izquierda de cada uno, haciendo ennegrecerse también el

símbolo del sol de su brazalete.

Antes de que pudieran disfrutar de su alimento lo suficiente para saciarse, notaron la presencia de

alguien más. No por haberlo oído, sino por su singular olor. Los tres hermanos se pusieron en pie y

se irguieron por completo, tensos y en alerta. Los dos que se encontraban un poco más arriba del

montículo principal donde se había resguardado la manada, Gary y Blair, avanzaron a través de la

vegetación y se introdujeron en el hueco que dejaba la pequeña loma, abandonando sus piezas de

caza. Buscaron con la mirada la dirección de donde provenía aquel intenso olor, el cual los llevó a la

izquierda de Robbie. Éste, puesto que era el más cercano, se aproximó un par de pasos hacia los

arbustos para averiguar de quién se trataba, y saliendo desde detrás de ellos algo que no le dio tiempo

a distinguir lo golpeó. Tras rodar por el suelo, se levantó velozmente de forma agazapada con todos

sus sentidos en alerta, y se quedó perplejo al ver qué lo había atacado.

Gary y Blair, que observaban desde unos ocho metros de distancia, vieron como lobo dos veces el

tamaño de uno normal y de pelaje negro, se encontraba de cara a su hermano aparentemente tenso

con la cola horizontal y recta, lo que significaba que estaba preparado para cazar. El chico se sacudió

la tierra de las manos con su pantalón, y aquel animal se abalanzó sobre él. Robbie cayó de espaldas

contra la tierra, golpeándose la cabeza, y sujetó al lobo por debajo de las patas delanteras para evitar

que le mordiera. A continuación se ayudó con las piernas y golpeó al animal a la altura de las

costillas, de modo que éste salió disparado hacia atrás. Gary aprovechó para correr y ayudar a su

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hermano, pero el lobo, que se levantó sobre sus dos patas traseras para hacerse notar, se interpuso en

su camino con las orejas y el pelaje erectos, no quedándole a Gary más remedio que frenar en seco

mientras el lobo le enseñaba sus grandes y afilados incisivos. Amagó primero hacia un lado y luego

al otro, pero el animal le cortó el paso en ambas ocasiones. En su segundo intento, el lobo dio un par

de pasos hacia él y lo embistió, lanzando al chico contra un árbol. Tenía muchas más fuerza de la que

parecía a simple vista.

Robbie, que se había levantado, se lanzó a por el lobo y lo agarró del pelaje con todas sus fuerzas.

El animal emitió un sonido de dolor y zarandeó al chico hasta que se libró de él. Acto seguido

avanzó y Robbie tuvo que rodar por el suelo para no ser alcanzado. Mientras lo hacía tanteó con las

manos el piso hasta encontrar una rama partida de un grosor suficiente para causar daño. Se levantó

con agilidad y golpeó al animal en el hocico en cuanto tuvo la oportunidad. El lobo chilló y se detuvo

mientras Robbie mantenía el palo en alto, usándolo para guardar la distancia. Un hilo de sangre rodó

por el hocico del animal. Agitó el palo de un lado a otro para ahuyentarle, y éste retrocedió sin quitar

la vista del chico mientras se lamía la herida.

Se dio la vuelta y caminó cabizbajo en dirección a Blair, que se había quedado paralizada viendo el

enfrentamiento. Ésta vio cómo el lobo se detenía frente a ella, olisqueaba el aire y no la hacía nada.

Miró a sus hermanos, que la observaban desde lejos atónitos, y volvió a dirigir su vista al lobo

cuando éste redujo la distancia con ella, y pasó de largo.

Cuando el animal salió del claro y penetró de nuevo entre la frondosa vegetación, desapareciendo

del campo de visión de los Owen, los dos chicos corrieron hasta su hermana.

—¿Estás bien? —le preguntó Gary cuando estuvo a su lado.

—Sí…, sí. —Se giró para ver el lugar por dónde se había marchado el lobo—. Estoy bien.

—¿Habéis visto el tamaño de ese lobo? —expresó Robbie en voz alta, que no podía creer lo que

había pasado.

Blair pensó en el «Lobo Gigante», una especie de lobo extinta durante el Pleistoceno que vivió en

Norteamérica. Era más robusto y con las patas más cortas que el «Lobo Gris», lo que lo convertía en

un gran corredor. Su mandíbula era tan poderosa que era capaz de triturar los huesos de sus presas.

—Será mejor que volvamos —dijo Gary a regañadientes—. No creo que podamos permitirnos el

lujo de terminar de cenar con ese lobo merodeando por aquí.

—¡Pero tengo hambre! —protestó Robbie.

—No creo que vaya a volver —comentó Blair con cautela—. Pero estoy de acuerdo con Gaz. —

Miró a Robbie—. Por si acaso.

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Robbie imprecó un par de veces y miró de reojo su pieza de caza mientras se alejaba. Caminaron

desalentados el trayecto de vuelta, echando vistazos Gary hacia atrás de vez en cuando por si volvía a

aparecer aquel lobo, pues él iba en último lugar.

Durante su regreso a las instalaciones lograron atrapar un par de ardillas cada uno, lo cual, aunque

no los alimentase tanto como un ciervo debido a la diferencia evidente de tamaño corporal de ambos

animales, al menos les sirvió para hacer callar sus estómagos.

—¿Los encontrasteis? —preguntó Mark al ver aparecer a su mellizo por la ventana y refiriéndose a

la manada de ciervos.

—Sí, pero algo se interpuso en nuestro camino —respondió Robbie y comenzó a quitarse la ropa,

pues estaba toda manchada de barro.

—¿Sam otra vez? —dijo Kitty.

Jimmy le dedicó una mirada severa desde la ventana, a la cual se había acercado para ayudar a subir

al resto.

—Nos encontramos a un lobo enorme —dijo—. Pero enorme, enorme. —Midió con la mano la

altura aproximada del lobo.

—Estás de coña.

El chico negó con la cabeza.

—Es verdad —confirmó Gary, que había sido el último en subir tras Blair—. Casi se come a Rob.

A mí me lanzó contra un árbol. Y a Blair… —Se encogió de hombros— ni la tocó.

—Es lo que tiene tener un escudo —comentó Kitty.

—No, mi escudo no apareció, pero puede que lo intuyera. Fue muy raro —intervino Blair y se

apoyó en la ventana.

Los tres que no habían estado en el enfrentamiento le dedicaron una mirada iracunda.

—¿Creéis que deberíamos decírselo a John? —preguntó Blair.

El resto reflexionó en silencio acerca del tema.

—No. No, esperaremos —dijo finalmente Jimmy cerrando la ventana para que Christian no cogiese

frío durante la noche—. Aún tiene que contarnos muchas cosas. Si hablamos con él, le desviaremos

de lo importante.

—Pero esto también es importante —replicó Blair—. Recordad la historia de mamá. Era una mujer

lobo. Un licántropo. —Se sentó sobre la cama que ocupaban Mark y Gary.

—¿Y qué te hace pensar que tiene que ver con mamá? —preguntó Robbie.

—Todo lo que nos pasa tiene que ver con ella y con papá —contestó con un tono de obviedad. Los

miró y añadió—: Y Kitty se ha convertido en loba. Y yo no.

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—Tiene razón —dijo Kitty mirando a Jimmy, pues fue el primero en oponerse a la idea de hablar

con John.

El chico suspiró.

—Está bien. Lo haremos —cedió—. Pero aún no.

—Tiene que saber que hay un lobo gigante merodeando por la zona —objetó Mark.

—No hay de qué preocuparse —dijo Blair—. No volverá.

—¿Cómo lo sabes?

La chica se encogió de hombros y respondió:

—No nos buscaba a nosotros.

Después de hablar más acerca de la presencia del extraño lobo, de la posible relación que pudiera

tener con ellos y de los motivos del mismo para merodear por la zona y después marcharse sin más,

hablaron sobre sus brazaletes. Salvo Kitty, que tras oscurecerse los tres símbolos, la figura

desapareció por arte de magia y se grabó en su piel como si fuera un tatuaje, las del resto no habían

cambiado. Ninguno sabía explicar por qué, sin embargo Kitty lo atribuía todo a la aceptación de que

no eran humanos y de que tendrían que soportar una serie de hándicaps por ser lo que eran. Unos

hándicaps que con mucha probabilidad estarían relacionados con cada uno de los tres símbolos que

componían la figura circular. Después de todo, la figura del Sol había oscurecido en los brazaletes de

los cinco que aún las tenían intactas aquella noche, justo en el momento en el que alcanzaron el

clímax mientras se alimentaban.

******

Al día siguiente, John y Sam esperaban encontrar a los Owen en el comedor para que Christian

desayunase como todas las mañanas; pero no estaban allí. Lo primero que pensaron y que

comentaron entre ambos era que el niño no tuviese hambre, así que no le dieron demasiada

importancia a aquello. Después, cuando a las ocho en punto habían quedado para reunirse de nuevo

en el gimnasio, los Owen tampoco aparecieron. Esperaron hasta las ocho y media, y la impaciencia

de John se apoderó de él. Con un gesto brusco decidió ir a buscarles a la habitación de Kitty, donde

pasaban todas las noches desde que ella y su hijo llegaron.

Atravesó malhumorado el jardín que se encontraba entre ambos edificios, seguido por Sam dando

traspiés, y al entrar en el edificio del Área de Descanso se dirigió directamente a las escaleras, algo

que Sam hubo de recriminarle debido a los zapatos de tacón que llevaba puestos, ya que la impedían

avanzar a un paso más rápido; motivo por el cual ella acabó optando por coger el ascensor. Cuando

las puertas se abrieron, y antes de que pudiera salir del ascensor, John se le cruzó por delante. Había

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sido realmente rápido subiendo a pie. Se apresuró a seguirle y se detuvo cuando éste lo hizo frente a

la puerta de la habitación de Kitty. John resopló un par de veces y abrió la puerta.

—¿Se puede saber qué…? —comenzó a preguntar y no terminó de formular la pregunta al quedarse

estupefacto por ver lo que vio.

Mientras John realizaba el trayecto entre el gimnasio y la habitación de Kitty, había pensado en la

cantidad de cosas que iba a decirles a los Owen en cuanto los viera. Una especie de riña a modo de

jefe o un simple toque de atención, aún no lo había decidido. En cualquier caso daría igual. Fuera lo

que fuese lo que pensaba decirles al encontrarse con ellos no serviría de nada, dada la actitud que los

Owen habían tomado desde que se habían reencontrado. Hasta se le pasó por la cabeza echarles a

patadas de allí para que se buscasen la vida solos si seguían con esa actitud tan poco colaboradora de

la que hacían gala; pero entonces volvió a la realidad y pensó que la patada se la llevaría él, que

conseguirían valerse por sí solos igual que lo habían hecho estos años y que, por supuesto, perdería a

Jimmy. Así que después de tanta reflexión, solo les preguntaría por su retraso. Entonces abrió la

puerta y los vio. Dormidos. Kitty en los brazos de Jimmy al borde de la cama de Christian y ambos

apoyados en la pared, Mark y Blair tumbados en la otra cama, y Robbie y Gary tirados en el suelo

sobre dos colchones, en camiseta y calzoncillos, con un par de cojines cada uno bajo la cabeza. La

habitación estaba en completo silencio.

—¿Qué es lo que ocurre? —preguntó Sam desde fuera.

John la miró con una profunda sonrisa e hizo un movimiento con su cuerpo invitándola a echar un

vistazo. La chica se asomó despacio y lamentó no haber llevado con ella su equipo fotográfico, pero

por suerte tenía su teléfono móvil. Christian abrió los ojos y se los frotó. Se incorporó en la cama y

estiró sus músculos todo lo que pudo. Entonces reparó en la presencia de John y Sam en la puerta.

—Buenos días —dijeron ambos.

—¿Has dormido bien? —le preguntó el hombre. El niño asintió—. ¿Necesitas algo? ¿Quieres que

te acompañemos a desayunar?

El niño miró a su alrededor. Su madre y sus tíos estaban profundamente dormidos. Era la primera

vez que veía a su madre dormir, y posiblemente también sería la primera que lo hicieran sus tíos

después de la muerte de la que era su abuela. Christian negó con la cabeza.