Octavio Paz - El Uso y La Contemplación

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  • RELACiN DE SABERES

    o VARIACIONES SOBRE ELMISMO TEMAOCTAVIO PAZ

    EL USOy LA CONTEMPLACIN*

    ien plantada. No cada de arriba: surgida de abajo.Ocre, color de miel quemada. Color de sol enterradohace mil aos y ayer desenterrado. Frescas rayas ver-des y anarajadas cruzan su cuerpo todava caliente.

    Crculos, grecas: restos de un alfabeto dispersado? Barriga de mu-jer encinta, cuello de pjaro. Si tapas y destapas su boca con lapalma de la mano, te contesta con un murmullo profundo, bor-botn de agua que brota; si golpeas su panza con los nudillos delos dedos, suelta una risa de moneditas de plata cayendo sobrelas piedras. Tiene muchas lenguas, habla el idioma del barro yel del mineral, el del aire corriendo entre los muros de la caada,el de las lavanderas mientras lavan, el del cielo cuando se enoja,el de la lluvia. Vasija de barro cocido: no la pongas en la vitrinade los objetos raros. Hara un mal papel. Su belleza est aliadaal lquido que contiene y a la sed que apaga. Su belleza es corporal:la veo, la toco, la huelo, la oigo. Si est vaca, hay que llenarla;si est llena, hay que vaciarla. La tomo por el asa torneada comoa una mujer por el brazo, la alzo, la inclino sobre un jarro en elque vierto leche o pulque -"lquidos lunares que abren y cierranlas puertas del amanecer y el anochecer, el despertar y el dormir.no es un objeto para contemplar, sino para dar a beber.

    Jarra de vidrio, cesta de mimbre, huipil de manta de algodn,cazuela de madera: objetos hermosos no a despecho sino graciasa su utilidad. La belleza les viene por aadidura, como el olory el color a las flores. Su belleza es inseparable de su funcin: sonhermosos porque son tiles. Las artesanas pertenecen a un mundoanterior a la separacin entre lo til y lo hermoso. Esa separacines ms reciente de lo que se piensa: muchos de los objetos quese acumulan en nuestros museos y colecciones particulares per-tenecieron a ese mundo en donde la hermosura no era un valoraislado y autosuficiente. La sociedad estaba dividida en dos gran-

    * Texto tomado de la Revista de Camacol v. 11(1): Edicin 34, marzo 1988, pp. 120-125.

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    des territorios, lo profano y lo sagrado. En ambos labelleza estaba subordinada, en un caso a la utilidad yen el otro a la eficacia mgica. Utensilio, talismn, sm-bolo: la belleza era el aura del objeto, la consecuencia--casi siempre involuntaria- de la relacin secreta en-tre su hechura y su sentido. La hechura: cmo esthecha una cosa; el sentido: para qu est hecha. Ahoratodos esos objetos, arrancados de su contexto histri-co, su funcin especfica y su significado original, seofrecen a nuestros ojos como divinidades enigmticasy nos exigen adoracin. El trnsito de la catedral, elpalacio, la tienda del nmada, el boudoir de la cortesa-na y la cueva del hechicero al museo fue una transmu-tacin mgico-religiosa: los objetos se volvieron ico-nos. Esta idolatra comenz en el Renacimiento ydesde el siglo XVIII es una de las religiones de Occi-dente (la otra es la poltica). Ya Sor Juana Ins de laCruz se burlaba con gracia, en plena edad barroca, dela supersticin esttica: "La mano de una mujer", dice,"es blanca y hermosa por ser de carne y hueso, no demarfil ni plata; yo la estimo no porque luce sino por-que agarra".

    La religin del arte naci, como la religin dela poltica, de las ruinas del cristianismo. El arte he-red de la antigua religin el poder de consagrara las cosas e infundirles una suerte de eternidad:los museos son nuestros templos y los objetos quese exhiben en ellos estn ms all de la historia. Lapoltica -ms exactamente: la Revolucin- confiscla otra funcin de la religin: cambiar al hombreya la sociedad. El arte fue un ascetismo, un herosmoespiritual; la Revolucin fue la construccin de unaIglesia universal. La misin del artista consisti enla transmutacin del objeto; la del lder revolucio-nario en la transformacin de la naturaleza humana.Picas so y Stalin. El proceso ha sido doble: en la esferade la poltica las ideas se convirtieron en ideologasy las ideologas en idolatras; los objetos de arte, asu vez, se volvieron dolos y los dolos se transfor-maron en ideas. Vemos a las obras de arte con elmismo recogimiento -aunque con menos provecho-con que el sabio de la antigedad contemplaba elcielo estrellado: esos cuadros y esas esculturas son,como los cuerpos celestes, ideas puras. La religinartstica es un neoplatonismo que no se atreve a con-fesar su nombre --cuando no es una guerra santacontra los infieles y los herejes-o La historia del artemoderno puede dividirse en dos corrientes: la con-templativa y la combativa. A la primera pertenecentendencias como el cubismo y el arte abstrato; a lasegunda, movimientos como el futurismo, el dadas-mo y el surrealismo. La mstica y la cruzada.

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    El movimiento de los astros y los planetas erapara los antiguos la imagen de la perfeccin: verla armona celeste era orla y orla era comprenderla.Esta visin religiosa y filosfica reaparece en nuestraconcepcin del arte. Cuadros y esculturas no son,para nosotros, cosas hermosas o feas sino entes in-telectuales y sensibles, realidades espirituales, formasen que se manifiestan las ideas. Antes de la revolucinesttica el valor de las obras de arte estaba referidoa otro valor. Ese valor era el nexo entre la bellezay el sentido: los objetos de arte eran cosas que eranformas sensibles que eran signos. El sentido de unaobra era plural pero todos sus sentidos estaban re-feridos a un significante ltimo, en el cual el sentidoy el ser se confundan en un nudo indisoluble: ladivinidad. Transposicin moderna: para nosotros elobjeto artstico es una realidad autnoma y auto-suficiente y su sentido ltimo no est ms aJl dela obra sino en ella misma. Es un sentido ms all-o ms ac- del sentido; quiero decir: no posee yareferencia alguna. Como la divinidad cristiana, loscuadros de Pollock no significan; son.

    En las obras de arte modernas el sentido se disipaen la irradiacin del ser. El acto de ver se transformaen una operacin intelectual que es tambin un ritomgico: ver es comprender y comprender es comul-gar. Al lado de la divinidad y sus creyentes, los te-logos: los crticos de arte. Sus elucubraciones no sonmenos abstrusas que las de los escolsticos medie-vales y los doctores bizantinos, aunque son menosrigurosas. Las cuestiones que apasionaron a Orgenes,Alberto el Magno, Abelardo y Santo Toms reaparecenen las disputas de nuestros crticos de arte, slo quedisfrazadas y benallzadas. El parecido no se detieneah: a las divinidades y a los telogos que las explicanhay que aadir los mrtires. En el siglo XX hemosvisto al Estado sovitico perseguir a los poetas y alos artistas con la misma ferocidad con que los do-minicanos extirparon la hereja albigense.

    Es natural que la ascensin y santificacin dela obra de arte haya provocado peridicas rebelionesy profanaciones. Sacar al fetiche de su nicho, pin-tarrajearlo, pasearlo por las calles con orejas y colade burro, arrastrarlo por el suelo, pincharlo y mostrarque est relleno de aserrn, que no es nada ni nadiey qu no significa nada -y despus volver a entro-nizarlo-. El dadasta Huelsenbeck dijo en un mo-mento de exasperacin: "El arte necesita una buenazurra". Tena razn, slo que los cardenales que de-jaron esos azotes en el cuerpo del objeto dadastafueron como las condecoraciones en los pechos delos generales: le dieron ms respetabilidad. Nuestrosmuseos estn repletos de anti-obras de arte y de obras

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    de anti-arte. Ms hbil queRoma, la religin artstica ha asi-milado todos los cismas.

    No niego que la contempla-cin de tres sardinas en un pla-to o de un tringulo y un rec-tngulo pueden enriquecernosespiritualmente; afirmo que larepeticin de ese acto degenerapronto en rito aburrido. Por esolos futuristas, ante el neopla-tonismo cubista, pidieron vol-ver al tema. La reaccin erasana y, al mismo tiempo, inge-nua. Con mayor perspicacia lossurrealistas insistieron en quela obra de arte debera deciralgo. Como reducir la obra a su contenido o a sumensaje hubiera sido una tontera, acudieron a unanocin que Freud haba puesto en circulacin: el con-tenido latente. Lo que dice la obra de arte no es sucontenido manifiesto sino lo que dice sin decir: aque-llo que est detrs de las formas, los colores y laspalabras. Fue una manera de aflojar, sin desatarlodel todo; el nudo teleolgico entre el ser y el sentidopara preservar, hasta donde fuese posible, la ambiguarelacin entre ambos trminos.

    El ms radical fue Duchamp: la obra pasa porlos sentidos pero no se detiene en ellos. La obra noes una cosa: es un abanico de signos que al abrirsey cerrarse nos deja ver y nos oculta, alternativamente,su significado. La obra de arte es una seal de in-teligencia que intercambia el sentido y el sin-sentido.El peligro de esta actitud -un peligro del que (casi)siempre Duchamp escap- es caer del otro lado yquedarse con el concepto y sin el arte, con la trouvailley sin la cosa. Eso es lo que ha ocurrido con sus imi-tadores. Hay qu agregar que, adems, con frecuenciase quedan sin el arte y sin el concepto. Apenas sivale la pena repetir que el arte no es concepto: elarte es cosa de los sentidos. Ms aburrida que lacontemplacin de la naturaleza muerta es la espe-culacin del pseudoconcepto. La religin artstica mo-derna gira sobre s misma sin encontrar la va desalida: va de la negacin del sentido por el objetoa la negacin del objeto por el sentido.

    La revolucin industrial fue la otra cara de larevolucin artstica. A la consagracin de la obra dearte como objeto nico, correspondi la produccincada vez mayor de utensilios idnticos y cada vezms perfectos. Como los museos, nuestras casas sellenaron de ingeniosos artefactos. Instrumentos exac-tos, serviciales, mudos y annimos. En un comienzo

    EL uso y LA CONTEMPLACiN

    las preocupaciones estticasapenas si jugaron un papel enla produccin de objetos tiles.Mejor dicho, esas preocupacio-nes produjeron resultados dis-tintos a los imaginados por losfabricantes. La fealdad de mu-chos objetos de la pre-historiadel diseo industrial -una feal-dad no sin encanto- se debe ala superposicin: el elemento"artstico", generalmente toma-do del arte acadmico de la po-ca, se y huxtapone al objeto pro-piamente dicho. El resultado nosiempre ha sido desafortunado ymuchos de esos objetos -pienso

    en los de la poca victoriana y tambin en los del"modern style" - pertenecen a la misma familia delas sirenas y las esfinges. Una familia regida por loque podra llamarse la esttica de la incongruencia.En general la evolucin del objeto industrial de usodiario ha seguido la de los estilos artsticos. Casisiempre ha sido una derivacin -a veces caricatura,otra copia feliz- de la tendencia artstica en boga.El diseo industrial ha ido a la zaga del arte con-temporneo y ha imitado los estilos cuando stosya haban perdido su novedad inicial y estaban apunto de convertirse en lugares comunes estticos.

    El diseo contemporneo ha intentado encontrarpor otras vas -las suyas propias- un compromisoentre la utilidad y la esttica. A veces lo ha logradopero el resultado ha sido paradjico. El ideal estticodel arte funcional consiste en aumentar la utilidaddel objeto en proporcin directa a la disminucinde su materialidad. La simplificacin de las formasse traduce en esta frmula: al mximo de rendimientocorresponde el mnimo de presencia. Esttica msbien de orden matemtico: la elegancia de una ecua-cin consiste en la simplicidad y en la necesidadde su solucin. El ideal del diseo es la invisibilidad:los objetos funcionales son tanto ms hermosos cuan-to menos visibles. Curiosa transposicin de los cuen-tos de hadas y de las leyendas rabes a un mundogobernado por la ciencia y las nociones de utilidady mximo rendimiento: el diseador suea con ob-jetos que, como los genii, sean servidores intangibles.Lo contrario de la artesana, que es una presenciafsica que nos entra por los sentidos y en la que sequebranta continuamente el principio de la utilidaden beneficio de la tradicin, la fantasa y aun el ca-pricho. La belleza del diseo industrial es de ordenconceptual: si algo expresa es la justeza de una fr-

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    mula. Es el signo de una funcin. Su racionalidadlo encierra en una alternativa: sirve o no sirve. Enel segundo caso hay que echarlo al basurero. La ar-tesana no nos conquista nicamente por su utilidad.Vive en complicidad con nuestros sentidos y de ahque sean tan difcil desprendernos de ella. Es comoechar un amigo a la calle.

    Hay un momento en el que el objeto industrialse convierte al fin en una presencia con un valoresttico: cuando se vuelve inservible. Entonces setransforma en un smbolo o en un emblema. La lo-comotora que canta Whitman es una mquina quese ha detenido y que ya no transporta en sus vagonesni pasajeros ni mercancas: es un monumento inmvila la velocidad. Los discpulos de Whitman -ValryLarbaud y los futuristas italianos- exaltaron la her-mosura de las locomotoras y los ferrocarriles jus-tamente cuando los otros medios de comunicacin-el avin, el auto- comenzaban a desplazarlos. Laslocomotoras de esos poetas equivalen a las ruinasartificiales del siglo XVIII: son un complemento delpaisaje. El culto al maquinismo es un naturalismoau rebours: utilidad que se vuelve belleza intil, r-gano sin funcin. Por las ruinas la historia se reintegraa la naturaleza, lo mismo si estamos ante las piedrasdesmoronadas de Nnive que ante un cementerio delocomotoras en Pensilvania. La aficin a las mquinasy aparatos en desuso no es slo una prueba msde la incurable nostalgia que siente el hombre porel pasado sino que revela una fisura en la sensibilidadmoderna: nuestra inapacidad para asociar belleza yutilidad. 'Doble condenacin: la religin artstica nosprohbe considerar hermoso lo til; el culto a la uti-lidad nos lleva a concebir la belleza no como unapresencia sino como una funcin. Tal vez a esto sedeba la extraordinaria pobreza de la tcnica comoproveedora de mitos: la aviacin realiza un viejo sue-o que aparece en todas las sociedades pero no hacreado figuras comparables a Icaro y Faetonte.

    El objeto industrial tiende a desaparecer comoforma y a confundirse con su funcin. Su ser es susignificado y su significado es ser til. Est en elotro extremo de la obra de arte. La artesana es unamediacin: sus formas no estn regidas por la eco-noma de la funcin sino por el placer, que siemprees un gasto y que no tiene reglas. El objeto industrialno tolera lo superfluo; la artesana se complace enlos adornos. Su predileccin por la decoracin esuna transgresin de la utilidad. Los adornos del ob-jeto artesanal generalmente no tienen funcin algunay de ah que, obediente a su esttica implacable, eldiseador industrial los suprima. La persistencia yproliferacin del adorno en la artesana revelan una

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    zona intermediaria entre la utilidad y la contempla-cin esttica. En la artesana hay un continuo vaivnentre utilidad y belleza; ese vaivn tiene un nombre:placer. Las cosas son placenteras porque son tilesy hermosas. La conjuncin copulativa (y) define ala artesana como la conjuncin disyuntiva defineal arte y a la tcnica: utilidad o belleza. El objetoartesanal satisface una necesidad no menos imperiosaque la sed y el hambre: la necesidad de recrearnoscon las cosas que vemos y tocamos, cualesquiera quesean sus usos diarios. Esa necesidad no es reducibleal ideal matemtico que norma al diseo industrialni tampoco al rigor de la religin artstica. El placerque nos da la artesana brota de una doble trans-gresin: al culto a la utilidad y a la religin del arte.

    Hecho con las manos, el objeto artesanal guardaimpresas, real o metafricamente, las huellas digitalesdel que lo hizo. Esas huellas no son lafirma del artista,no son un nombre; tampoco son una marca. Son msbien una seal: la cicatriz casi borrada que conme-mora la fraternidad original de los hombres. Hechopor las manos, el objeto artesanal est hecho paralas manos: no slo lo podemos ver sino que lo po-demos palpar. A la obra de arte la vemos pero nola tocamos. El tab religioso que nos prohbe tocara los santos -"te quemars las manos si tocas la Cus-todia", nos decan cuando ramos nios- se aplicatambin a los cuadros y las esculturas. Nuestra re-lacin con el objeto industrial es funcional; con laobra de arte, semirreligiosa; con la artesana, corporal.En verdad no es una relacin sino un contacto. Elcarcter transpersonal de la artesana se expresa di-recta e inmediatamente en la sensacin: el cuerpoes participacin. Sentir es, ante todo, sentir algo oalguien que no es nosotros. Sobre todo: sentir conalguien. Incluso para sentirse a s mismo, el cuerpobusca otro cuerpo. Sentimos a travs de los otros.Los lazos fsicos y corporales que nos unen con losdems no son menos fuertes que los lazos jurdicos,econmicos y religiosos. La artesana es un signoque expresa a la sociedad no como trabajo (tcnica)ni como smbolo (arte, religin) sino como vida fsicacompartida.

    La jarra de agua o de vino en el centro de lamesa es un punto de confluencia, un pequeo solque une a los comensales. Pero ese jarro que nossirve a todos para beber, mi mujer puede transfor-marlo en un florero. La sensibilidad personal y lafantasa desvan al objeto de su funcin e interrumpensu significado: ya no es un recipiente que sirve paraguardar un lquido sino para mostrar un clavel. Des-viacin e interrupcin que conectan al objeto conotra regin de la sensibilidad: la imaginacin. Esa

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    imaginacin es social: el clavel de la jarra es tambinun sol metafrico compartido con todos. En su per-petua oscilacin entre belleza y utilidad, placer yservicio, el objeto artesanal nos da lecciones de so-ciabilidad. En las fiestas y ceremonias su irradiaciesaun ms intensa y total. En la fiesta la colectividadcomulga consigo misma y esa comunin se realizaa travs de objetos rituales que son casi siempre obrasartesanales. Si la fiesta es participacin del tiempooriginal -la colectividad literalmente reparte entresus miembros, como un pan sagrado, la fecha queconmemora-la artesana es una suerte de fiesta delobjeto: transforma el utensilio en signo de la par-ticipacin.

    El artista antiguo quera parecerse a sus mayores,ser digno de ellos a travs de la imitacin. El artistamoderno quiere ser distinto y su homenaje a la tra-dicin es negarla. Cuando busca una tradicin la bus-ca fuera. de Occidente, en el arte de los primitivoso en el de otras civilizaciones. El arcasmo del pri-mitivo o la antigedad del objeto sumerio o maya,por ser negaciones de la tradicin de Occidente, sonformas paradjicas de la novedad. La esttica delcambio exige que cada obra sea nueva y distinta delas que preceden; a su vez, la novedad implica lanegacin de la tradicin inmediata. La tradicin seconvierte en una sucesin de rupturas. El frenes delcambio tambin rige a la produccin industrial, aun-que por razones distintas: cada objeto nuevo, resul-tado de un nuevo procedimiento, desaloja al objetoque lo precede. La historia de la artesana no es unasucesin de invenciones ni de obras nicas (o su-puestamente nicas). En realidad; la artesana no tie-ne historia, si concebimos a la historia como unaserie ininterrumpida de cambios. Entre su pasadoy su presente no hay ruptura sino continuidad. Elartista moderno est lanzado a la conquista de laeternidad y el diseador a la del futuro; el artesanose deja conquistar por el tiempo. Tradicional perono histrico, atado al pasado pero libre de fechas,el objeto. artesanal nos ensea a desconfiar de losespejismos de la historia y las ilusiones del futuro.El artesano no quiere vencer al tiempo sino unirsea su fluir. A travs de repeticiones que son asimismoimpercetibles pero reales variaciones, sus obras per-sisten. As sobreviven al objeto up-io-daie.

    El diseo industrial tiende a la impersonalidad.Est sometido a la tirana de la funcin y su bellezaradica en esa sumisin. Pero la belleza funcional slose realiza plenamente en la geometra y slo en ellaverdad y belleza son una y la misma cosa; en lasartes propiamente dichas, la belleza nace de una ne-cesaria violacin de las normas. La belleza -mejor

    dicho: el arte- es una transgresin de la funciona-lidad. El conjunto de esas transgresiones constituyelo que llamamos un estilo. El ideal del diseador,si fuese lgico consigo mismo, debera ser la ausenciade estilo: las formas reducidas a su funcin; el delartista, un estilo que empezase y terminase en cadaobra de arte. (Tal vez fue esto lo que se propusieronMallarm y [oyce), Slo que ninguna obra de arteprincipia y acaba en ella misma. Cada una es unlenguaje a un tiempo personal y colectivo: un estilo,una manera. Los estilos son comunales. Cada obrade arte es una desviacin y una confirmacin delestilo de su tiempo y de su lugar: al violarlo, lo cum-ple. La artesana, otra vez, est en una posicin equi-distante: como el diseo, es annima; como la obrade arte, es un estilo. Frente al diseo, el objeto ar-tesanal es annimo pero no impersonal; frente a laobra de arte, subraya el carcter colectivo del estiloy nos revela que el engredo yo del artista es unnosotros.

    La tcnica es internacional. Sus construcciones,sus procedimientos y sus productos son los mismosen todas partes. Al suprimir las particularidades ypeculiaridades nacionales y regionales, empobreceal mundo. A travs de su difusin mundial, la tcnicase ha convertido en el agente ms poderoso de laentropa histrica. El carcter negativo de su accinpuede condensarse en esta frase: uniforma sin unir.Aplana las diferencias entre las distintas culturas yestilos nacionales pero no extirpa las rivalidades ylos odios entre los pueblos y los Estados. Despusde transformar a los rivales en gemelos idnticos,los arma con las mismas armas. El peligro de la tcnicano reside nicamente en la ndole mortfera de mu-chas de sus invenciones sino en que amenaza en suesencia al proceso histrico. Al acabar con la diver-sidad de las sociedades y culturas, acaba con la his-toria misma. La asombrosa variedad de las socie-dades produce la historia: encuentros y conjuncionesde grupos y culturas diferentes y de tcnicas e ideasextraas. El proceso histrico tiene una indudableanaloga con el doble fenmeno que los bilogos lla-man inbreeding y oui-breeding y los antroplogos en-dogamia y exogamia. Las grandes civilizaciones hansido sntesis de distintas y contradictorias culturas.Ah donde una civilizacin no ha tenido que afrontarla amenaza y el estmulo de otra civilizacin -comoocurri con la Amrica precolombina hasta el sigloXVI- su destino es marcar el paso y caminar encrculos. La experiencia del otro es el secreto delcambio. Tambin el de la vida.

    La tcnica moderna ha operado transformacionesnumerosas y profundas pero todas en la misma di-

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    reccin y con el mismo sentido: la extirpacin delotro. Al dejar intacta la agresividad de los hombresy al uniformarlos, ha fortalecido las causas que tien-den a su extincin. En cambio, la artesana ni siquieraes nacional: es local. Indiferente a las fronteras y alos sistemas de gobierno, sobrevive a las repblicasy a los imperios: la alfarera, la cestera y los ins-trumentos musicales que aparecen en los frescos deBonampak han sobrevivido a los sacerdotes mayas,los guerreros aztecas, los frailes coloniales y los pre-sidentes mexicanos. Sobrevivirn tambin a los tu-ristas norteamericanos. Los artesanos no tienen pa-tria: son de su aldea. Y ms: son de su barrio y aunde su familia. Los artesanos nos defienden de la uni-ficacin de la tcnica y de sus desiertos geomtricos.Al preseTvar las diferencias, preservan la fecundidadde la historia.

    El artesano no se define ni por su nacionalidadni por su religin. No es leal a una idea ni a unaimagen sino a una prctica: su oficio. El taller esun microcosmos social regido por leyes propias. Eltrabajo del artesano raras veces es solitario y tampocoes exageradamente especializado como en la indus-tria. Su jornada no est dividida por un horario rgidosino por un ritmo que tiene ms que ver con el delcuerpo y la sensibilidad que con las necesidades abs-tractas de la produccin. Mientras trabaja puede con-versar y, a veces, cantar. Su jefe no es un personajeinvisible sino un viejo que es su maestro y que casisiempre es su pariente o, por lo menos, su vecino.Es revelador que, a pesar de su naturaleza marca-damente colectivista, el taller artesanal no haya ser-vido de modelo a ninguna de las grandes utopasde Occidente. De la Ciudad del Sol de Campanellaal Falansterio de Fourier y de ste a la sociedad co-munista de Marx, los prototipos del hombre socialperfecto no han sido los artesanos sino los sabios-sacerdotes, los jardineros-filsofos y el obrero uni-versal en el que la praxis y la ciencia se funden.No pienso, claro, que el taller de los artesanos seala imagen de la perfeccin; creo que su misma im-perfeccin nos indica cmo podramos humanizara nuestra sociedad: su imperfeccin es la de los hom-bres, no la de los sistemas. Por sus dimensiones ypor el nmero de personas que la componen, la co-

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    munidad de los artesanos es propicia a la convivenciademocrtica; su organizacin es jerrquica pero noautoritaria y su jerarqua no est fundada en el podersino en el saber hacer: maestros, oficiales, aprendices;en fin, el trabajo artesanal es un quehacer que par-ticipa tambin del juego y de la creacin. Despusde habernos dado una leccin de sensibilidad y fan-tasa, la artesana nos da una de poltica.

    Todava hace unos pocos aos la opinin generalera que las artesanas estaban condenadas a desa-parecer, desplazadas por la industria. Hoy ocurreprecisamente lo contrario: para bien o para mal losobjetos hechos con las manos son ya parte del mer-cado mundial. Los productos de Afganistn y deSudn se venden en los mismos almacenes en quepueden comprarse las novedades del diseo indus-trial de Italia o del Japn. El renacimiento es notablesobre todo en los pases industrializados y afectalo mismo al consumidor que al productor. Ah dondela concentracin industrial es mayor -por ejemplo:en Massachusetts- asistimos a la resurreccin de losviejos oficios del alfarero, carpintero, vidriero; mu-chos jvenes, hombres y mujeres, hastiados yasquea-dos de la sociedad moderna, han regresado al trabajoartesanal. En los pases dominados (a destiempo) porel fanatismo de la industrializacin, tambin se haoperado una revitalizacin de la artesana. Con fre-cuencia los gobiernos mismos estimulan la produc-cin artesanal. El fenmeno es turbador porque lasolicitud gubernamental est inspirada generalmentepor razones comerciales. Los artesanos que hoy sonel objeto del paternalismo de los planificadores ofi-ciales, ayer apenas estaban amenazados por los pro-yectos de modernizacin de esos mismos burcratas,intoxicados por las teoras econmicas aprendidasen Mosc, Londres o Nueva York. Las burocraciasson las enemigas naturales del artesano y cada vezque pretenden" orientarlo" deforman su sensibilidad,mutilan su imaginacin y degradan sus obras.

    La vuelta a la artesana en los Estados Unidosy en Europa Occidental es uno de los sntomas delgran cambio de la sensibilidad contempornea. Es-

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    tamos ante otra expresin de la crtica a la religinabstracta del progreso y a la visin cuantitativa delhombre y la naturaleza. Cierto, para sufrir la de-cepcin del progreso hay que pasar antes por la ex-periencia del progreso. No es fcil que los pasessubdesarrollados compartan esta desilusin, inclusosi es cada vez ms palpable el carcter ruinoso dela superproductividad industrial. Nadie aprende encabeza ajena. No obstante, cmo no ver en qu haparado la creencia en el progreso infinito? Si todacivilizacin termina en un montn de ruinas -ha-cinamiento de estatuas rotas, columnas desplomadas,escrituras desgarradas- las de la sociedad industrialson doblemente impresionantes: por inmensas y proprematuras. Nuestras ruinas empiezan a ser msgrandes que nuestras construcciones y amenazan conenterrarnos en vida. Por eso la popularidad de lasartesanas es un signo de salud, como lo es la vueltaa Thoreau y a Blake o el redescubrimiento de Fourier.Los sentidos, el instinto y la imaginacin precedensiempre a la razn. la crtica a nuestra civilizacinfue iniciada por los poetas romnticos justamenteal comenzar la era industrial. La poesa del sigloXXrecogi y profundiz la revuelta romntica peroslo hasta ahora esa rebelin espiritual penetra enel espritu de las mayoras. La sociedad modernaempieza a dudar de los principios que la fundaronhace dos siglos y busca cambiar de rumbo. Ojalque no sea demasiado tarde.

    El destino de la obra de arte es la eternidad re-frigerada del museo; el destino del objeto industriales el basurero. La artesana escapa al museo y,cuandocae en sus vitrinas, se defiende con honor: no esun objeto nico sino una muestra. Es un ejemplarcautivo, no un dolo. La artesana no corre parejacon el tiempo y tampoco quiere vencerlo. Los expertos

    examinan peridicamente los avances de la muerteen las obras de arte: las grietas en la pintura, el des-vanecimiento de las lneas, el cambio de los colores,la lepra que corroe lo mismo a los frescos de Ajantaque a las telas de Leonardo. La obra de arte, comocosa, no es eterna.

    y como idea? Tambin las ideas envejecen y mue-ren. Pero los artistas olvidan con frecuencia que suobra es duea del secreto del verdadero tiempo: nola hueca eternidad sino la vivacidad del instante.Adems, tiene la capacidad de fecundar los espritusy resucitar, incluso como negacin, en las obras queson su descendencia. Para el objeto industrial no hayresurreccin: desaparece con la misma rapidez conque aparece. Si no dejase huellas sera realmente per-fecto; por desgracia, tiene un cuerpo y, una vez queha dejado de servir, se transforma en desperdiciodifcilmente destructible. La indecencia de la basurano es menos pattica que la de la falsa eternidaddel museo. La artesana no quiere durar mileniosni est poseda por la prisa de morir pronto. Trans-curre con los das, fluye con nosotros, se gasta pocoa poco, no busca a la muerte ni la niega: la acepta.Entre el tiempo sin tiempo del museo y el tiempoacelerado de la tcnica, la artesana es el latido deltiempo humano. Es un objeto til pero que tambines hermoso; un objeto que dura pero que se acabay se resigna a acabarse; un objeto que no es nicocomo la obra de arte y que puede ser reemplazadopor otro objeto parecido pero no idntico. La artesananos ensea a morir y as nos ensea a vivir tp

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