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El conocimiento de nosotros mismos se ve con frecuencia como elemento importante de nuestra madurez. Conocerse a sí mismo es, p supuesto, un paso obligado para quien aspira a conocer a los demás; p sostener relaciones humanas adecuadas y para quien piensa casarse o vive en matrimonio es por supuesto una condición indispensable. Sin embargo, el conocernos a nosotros mismos no siempre es fá pues además de que los seres humanos somos altamente complejos, el tudio formal de la persona, de su conducta y de las variables de su p sonalidad se da básicamente en el campo especializado de la psicología cual no todos tenemos fácil acceso. Desde este campo, observamos a más que con frecuencia no se dan enfoques integrales que a la vez se sencillos y fáciles de entender por cualquiera. No obstante la gran cantidad de aportaciones desde el siglo pasa entre las que podemos citar las corrientes tipificadas en el llamado estr turalismo de Wilhelm Wundt, desde 1879; las correspondientes al f cionalismo, encabezado por William James, a principios del siglo xx; o aportaciones del conductismo de John B. Watson, cuyos estudios datan 1920 y posteriormente complementados por B. F. Skinner, quien hasta muerte, en 1990, fue uno de los psicólogos más reconocidos en el mund la gran mayoría de ellas, incluyendo las de Sigmund Freud acerca de variables inconscientes del comportamiento y el llamado psicoanális sostienen teorías y corrientes de la psicología que en ocasiones se co traponen entre ellas o que, no obstante su gran validez científica, difí 1 'Robert S. Feldman, Psicología con aplicaciones a los países de habla hispa McGraw-Hill, 1998.

Oriza v, La Inteligencia Emocional Matrimonio

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Page 1: Oriza v, La Inteligencia Emocional Matrimonio

El conocimiento de nosotros mismos se ve con frecuencia como un elemento importante de nuestra madurez. Conocerse a sí mismo es, por supuesto, un paso obligado para quien aspira a conocer a los demás; para sostener relaciones humanas adecuadas y para quien piensa casarse o ya vive en matrimonio es por supuesto una condición indispensable.

Sin embargo, el conocernos a nosotros mismos no siempre es fácil, pues además de que los seres humanos somos altamente complejos, el es­tudio formal de la persona, de su conducta y de las variables de su per­sonalidad se da básicamente en el campo especializado de la psicología, al cual no todos tenemos fácil acceso. Desde este campo, observamos ade­más que con frecuencia no se dan enfoques integrales que a la vez sean sencillos y fáciles de entender por cualquiera.

No obstante la gran cantidad de aportaciones desde el siglo pasado, entre las que podemos citar las corrientes tipificadas en el llamado estruc-turalismo de Wilhelm Wundt, desde 1879; las correspondientes al fun­cionalismo, encabezado por Wil l iam James, a principios del siglo xx; o las aportaciones del conductismo de John B. Watson, cuyos estudios datan de 1920 y posteriormente complementados por B. F. Skinner, quien hasta su muerte, en 1990, fue uno de los psicólogos más reconocidos en el mundo; 1

la gran mayoría de ellas, incluyendo las de Sigmund Freud acerca de las variables inconscientes del comportamiento y el llamado psicoanálisis, sostienen teorías y corrientes de la psicología que en ocasiones se con­traponen entre ellas o que, no obstante su gran validez científica, difícil-

1 'Robert S. Feldman, Psicología con aplicaciones a los países de habla hispana, McGraw-Hi l l , 1998.

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Page 2: Oriza v, La Inteligencia Emocional Matrimonio

14 Parte 1. Valores e inteligencia emocional

mente están al alcance de cualquier persona que quiera entender de una manera sencilla pero integral cuáles son las variables que determinan su comportamiento, su conducta, sus respuestas emocionales y su propia per­sonalidad. Este campo, en constante evolución, viene aportando recien­temente respuestas que por su validez pueden integrarse a una visión más sistémica y global de la conducta de la persona. Podríamos citar, por ejem­plo, el estudio de todos los elementos que en nuestro cerebro y en nuestro funcionamiento biopsicológico* intervienen para generar todas las res­puestas y formas de comportamiento y desempeño.

Dentro de las muy diversas aportaciones y tratados de psicología (que en ocasiones consolidan diversas corrientes y en otras pretenden orien­tarse a una sola) se vienen reiterando algunos elementos de la conducta que han pasado a formar parte de la cultura comúnmente aceptada acer­ca de este tema y a los cuales nos iremos refiriendo, no sin dejar de citar las referencias bibliográficas que correspondan. Tal es el caso de concep­tos como las actitudes, los hábitos, las habilidades, la inteligencia y sus capacidades asociadas, los sentimientos y las emociones, entre otros. Es precisamente de este último elemento del comportamiento de las perso­nas, las emociones y los sentimientos, que surge en los últimos años el concepto de inteligencia emocional, el cual ha sido tomado por diversos autores, sobre todo a partir de la publicación en 1995 del trabajo de Daniel Goleman, 3 quien por cierto menciona en su l ibro que el concepto de i n ­teligencia emocional se debe a Peter Salovey, de la Universidad de Yale.

Por otra parte, se ha escrito mucho, particularmente en los últimos años, acerca de los valores; se reitera con frecuencia que en nuestra socie­dad existe una crisis de valores, que por cierto es claramente perceptible en los problemas de corrupción y violencia que vivimos cotidianamente. Pero poco se ha escrito y estudiado acerca de la relación que existe entre los valores y las distintas variables de la conducta, si bien en la mayoría de los tratados que hacen estas referencias se relaciona a los valores bási­camente con las actitudes.

En este primer capítulo no pretendemos realizar un estudio completo de psicología, pues eso le corresponde a los especialistas en la materia. Sólo recopilamos información disponible en la bibliografía al alcance de todos, que permita dar al lector, a los novios y a los esposos, elementos sencillos para conocerse a sí mismos. Tratamos con ello, por una parte, de tomar los conceptos más desarrollados, por su claridad, sencillez y so­porte ampliamente documentado; y por otra parte, proponer algunos cri­terios que desde nuestra experiencia y conocimiento acerca del tema per­miten observar y explicar objetivamente, con un enfoque sistémico y en un modelo integrador, las principales variables y elementos que inter­vienen en la conducta, considerando que en las relaciones interpersonales y por tanto en las relaciones de los esposos en el matrimonio, es funda-

2 Concepto relacionado con la recientemente llamada neurociencia, tomado de la re­ferencia anterior.

3 Daniel Goleman, La inteligencia emocional, Javier Vergara Editor, 1995.

Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos

mental tener una conciencia plena de esos elementos que explican tanto nuestro comportamiento, como el de nuestra pareja, para que con esa conciencia y con la voluntad de sostener una relación exitosa, podamos asumir conductas que la favorezcan y que nos permitan un nivel de esta­bilidad adecuado en nuestra familia.

El autoconocimiento, precisamente, es el primer sustento de la ma­durez de la persona, como lo es precisamente de la inteligencia emocional que nos describe el propio Goleman, por ello, el autoconocimiento es un elemento estructural de una buena relación matrimonial , en la cual, ade­más, es necesario tener un amplio conocimiento de nuestra pareja, pues sólo así podremos aspirar a hacerla feliz.

El modelo sistémico de la conducta

En nuestro modelo (véase fig. 1.1) presentamos a la conducta con una visión sistémica e integradora; en él planteamos que los valores envuel­ven todo el sistema conductual, dado que condicionan nuestras percep­ciones, lo que pensamos, escuchamos y vemos, lo que sentimos, leemos o estudiamos; todo ello, visto como las entradas de nuestro sistema con­ductual, es asimilado en la mayor parte de los procesos mentales y de pen­samiento, con nuestra conciencia de lo que es bueno o malo, es decir, con juicios valorativos.

Estímulos (entradas)

_o

Sensaciones (sentidos) Percepciones Observación, atención Experiencias diversas Lectura, estudio Procesos educativos Recepción de mensajes en relaciones interpersonales

Pensamiento, voluntad, conciencia, memoria.

Emociones y temperamento, sentimientos, necesidades, motivación, subconsciente

capacidades, carácter, ideología, creencias

Respuestas salida)

C o n d u c t a

Actitudes Reacciones emotivas y sentimentales

• Actividades y desempeño, por aptitudes y habilidades

• Hábitos, costumbres, modales

• Satisfacción de necesidades

• Mensajes, comunicación

Figura 1.1. Un enfoque sistémico de la conducta.

Page 3: Oriza v, La Inteligencia Emocional Matrimonio

16 Parte J. Valores e inteligencia emocional

Por otra parte, en nuestras respuestas actitudinales o sentimentales, en nuestros hábitos y actividades cotidianas, que pueden ser vistas como las sali­das del sistema, es la forma como se manifiesta la conducta o el comporta­miento que los demás observan de nosotros; ahí, los valores son el elemento rector y condicionador de ese comportamiento. Somos amorosos, además de nuestros sentimientos, porque creemos en el valor del amor; somos respetuo­sos, porque tenemos el valor del respeto; somos leales, porque creemos en la lealtad; tenemos hábitos de higiene, limpieza y pulcritud, porque es nuestro el valor de la limpieza o el de la ecología y el respeto al ambiente.

Así, para ayudar a conocernos a nosotros mismos de manera sencilla e integral, nuestro modelo presenta una visión de la función que desem­peñan los valores en la conducta humana, viendo a la persona como un sistema que es afectado y a veces condicionado por el medio, del que toma diversos insumos para guardarlos, procesarlos y utilizarlos a veces como respuesta inmediata o en la mayoría de las veces procesados por su pen­samiento y administrados por su propia voluntad.

Presenta a la persona como un sistema complejo, que actúa y se com­porta como resultado de la interrelación o interacción de diversos ele­mentos internos, entre ellos el pensamiento, las emociones, sus capaci­dades, sus necesidades e intereses, pero siempre con el filtro estructural de sus propios valores. El concepto de personalidad surge precisamente de reconocer que diversas combinaciones de las variables psicológicas, incluyendo las inconscientes, definen ciertos rasgos que caracterizan de diversas formas a los individuos, conforme a sus tendencias predomi­nantes. Abordemos a continuación una explicación más detallada de los principales elementos del modelo.

La conducta y la personalidad

Antes de hablar de lo que son los valores y de su importancia en la conducta, mencionaremos que la conducta 4 puede definirse como: aque­llos actos de un organismo que pueden ser observados objetivamente, re­gistrados y estudiados. La conducta de las personas, observable en su actuación o comportamiento cotidiano, se manifiesta, entre otros aspec­tos, mediante sus actitudes, las cosas que hace (intelectuales, manuales o recreativas) y para las cuales es apta (aptitudes y habilidades); sus reac­ciones emotivas y sentimentales, relacionadas con su temperamento; también se observa por su carácter, por la forma y capacidad para resolver problemas y tomar decisiones y, según recientes aportaciones en el campo de la psicología, por la inteligencia emocional que desarrolle en sus rela­ciones interpersonales, como veremos más adelante.

También la conducta de las personas se observa mediante sus hábitos, costumbres y modales; la forma en que se comunican con sus semejantes; y la forma en la que establecen y sostienen, como decíamos, sus relaciones

4 Rogelio Díaz-Guerrero y Rolando Díaz Loving, Introducción a la psicología, Trillas, 1991.

Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos 17

humanas. En un sentido más amplio, mediante la forma en que respon­den a todos los estímulos del ambiente, a sus propias necesidades y mot i ­vaciones, en términos de su propia personalidad.

Cuando hablamos de personalidad 5 nos referimos al conjunto de ca­racterísticas típicas de la conducta de las personas, que les dan una con­figuración única, particular, que las hace diferentes entre sí, y con base en la cual, las personas son percibidas por los demás con determinadas ca­racterísticas. Decíamos anteriormente que la combinación específica de algunas de las variables que hemos citado definen rasgos y características personales y, por ello, configuran la personalidad de cada individuo. Den­tro de las muy diversas corrientes psicológicas existe una de las aporta­ciones más completas acerca de la personalidad, desarrollada por Gordon Alport, 6 quien planteó la denominada teoría de rasgos o de las caracterís­ticas, para tipificar la personalidad del individuo. Al respecto, con una cla­sificación de aproximadamente 4500 rasgos que diferencian a las perso­nas, realizó un estudio para clasificarlos en tres categorías básicas:

• Rasgos cardinales. Características únicas que dirigen la mayor par­te de las actividades del individuo, como por ejemplo, inclinaciones al poder, al dinero, o al altruismo.

• Rasgos centrales. Algunos relacionados con los valores y costum­bres fundamentales del individuo, como la honestidad, la sociabili­dad, etcétera.

• Rasgos secundarios. Que como su nombre lo indica, son menos re­presentativos del comportamiento del individuo.

Sin profundizar mucho en esta teoría, podríamos asegurar que en m u ­chos de estos rasgos se observan respuestas actitudinales, sentimentales o temperamentales, de carácter o de preferencias, que consideramos conve­niente mejor mencionarlas con su enfoque específico, por su relación con los valores.

Los valores

Cuando hablamos de valores, nos referimos a creencias arraigadas, que por la importancia (o valor) relativa que se les da -ya sea un indivi­duo o un grupo de individuos- son determinantes e influyen en su con­ducta y en el propio desempeño individual. Al ser creencias arraigadas, los valores permanecen en la estructura mental del individuo en lo que se llama memoria implícita. 7 En general, nos referimos a los valores de una

5 Robert S. Feldman, op. cit., p. 395. 6 Gordon Alport , La personalidad, Herder, 1968. 7 La memoria implícita se refiere a los recuerdos de los que las personas no están cons­

cientes pero que afectan el comportamiento. La explícita, en cambio, se refiere a los recuerdos intencionales y conscientes de información, R. Feldman, op. cit, p. 208.

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18 Parle 1. Valores e inteligencia emocional

persona, de una familia, de una organización o de la sociedad. Rokeach8

define al valor como: una creencia duradera, que una forma específica de la conducta o manera de la existencia, hace personal o socialmente pre­ferible a su opuesto. Con base en este concepto, podrá incluirse en los va­lores de cualquier persona a cualquier creencia duradera -ya que es parte de su pensamiento- que no necesariamente tenga la misma percepción de importancia para otros, ya sea un anhelo, una norma de actuación o una forma sostenida y peculiar de alcanzar ciertas metas o resultados que no necesariamente sea compartida por los demás, o incluso éticamente acep­table. Por los elementos que se incorporan en la definición de un valor, es lógico encontrar diferentes valores entre los individuos y también, escalas de valores diferentes para cada persona, es decir, desde lo que es más i m ­portante hasta lo menos importante.

En general, la acción de valorar nos lleva a evaluar la importancia de las cosas; implica una comparación de cuyo resultado se deriva el ubicar en una escala o una jerarquía lo que estamos valorando. Por eso, existen valores que, al margen de una connotación ética, no necesariamente po­drían considerarse como marcos de referencia "buenos" o que conduzcan a una actuación considerada como "buena", pero que en la realidad, son el elemento rector de la actuación de mucha gente. Tal podría ser el caso del dinero, del poder, del esparcimiento, de la diversión o del lucro, que bajo ese enfoque, son considerados por muchas personas como valores, pues inciden o determinan de manera fundamental su comportamiento, sus anhelos o sus preferencias. Esto no quiere decir que estas personas no tengan en su "escala de valores" otros de carácter ético; sin embargo, éstos parecieran ser frecuentemente menos determinantes en su conducta y ocu­pan un lugar de menor importancia en su escala o jerarquía de valores.

Como se observa, la gran diversidad de valores lleva a algunas clasifi­caciones o agrupaciones, como por ejemplo, valores económicos, jurídi­cos, estéticos, religiosos, etc. Sin embargo, desde nuestra perspectiva, las personas difícilmente diferenciamos objetivamente nuestros valores por grupos o familias, y simplemente tenemos una mezcla de ellos en una je­rarquía propia, que intuitivamente y situacionalmente es la que final­mente modula nuestra conducta.

En este contexto abordaremos, en nuestro caso, la interpretación más común de los valores, relacionada, como decíamos, con lo que es bueno, lo que es deseable; es decir, con una connotación realmente ética. Con esa connotación, algunos se refieren a valores fundamentales o valores u n i ­versales, como son el respeto a la vida y a la dignidad de las personas, la libertad, la igualdad, el amor, la amistad o la soberanía de las naciones, entre muchos otros.

En el concepto de valores que planteamos para el matrimonio, tam­bién está la connotación ética y el apego a valores fundamentales, acepta­dos en las normas de actuación de cualquier sociedad como la nuestra. En esta connotación están tradicionalmente situados los valores de la familia,

8 Díaz-Guerrero y Díaz Loving, op. cit., p. 238.

Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos 19

los valores nacionales, los valores en una organización y los valores de una religión. Además, es en este sentido ético que frecuentemente se acostum­bra referir como causa de las crisis que viven los países o las sociedades a la ausencia de valores o a una crisis de valores. Por eso, para nuestros efectos, estableceremos una definición de los valores que, como mencio­namos, se inserta con mayor precisión en el terreno de la ética:

Valores son aquellas creencias, costumbres o normas que, por la importancia o valor que se les otorga, se consideran como guías adecuadas para la actuación de los individuos, los grupos, las organizaciones o la sociedad; y según su arraigo en su cultura o ideología, son determinantes de su comportamiento.

Si bien estamos incluyendo de una manera muy simple los conceptos de ideología y cultura, cada uno de ellos por sí mismos, podrían ser suje­tos de un amplio análisis y de hecho tienen diferentes interpretaciones. El concepto de cultura se aplica, por ejemplo, a una persona, a una organi­zación o a una nación o naciones, en términos de costumbres, valores, conocimientos e historia, entre otros muchos aspectos. La ideología, por otra parte, se aplica a personas o a grupos más específicos de personas, ya sean políticos o religiosos, en términos de ideas y formas de pensar. Sin embargo, para efectos prácticos, exclusivamente en lo que a la persona respecta, los tomaremos como sinónimos, incorporando en estos concep­tos lo que la persona incluye en su estructura de ideas y creencias, de va­lores, de costumbres y preferencias, que le dan un sentido específico a su forma de pensar y de ver la vida.

Al hablar de ideología y cultura del individuo, como equivalentes y como parte de su pensamiento, estaremos incluyendo en nuestro caso, y respetando otras visiones acerca de estos términos: el concepto que el individuo tiene acerca de sí mismo, de la sociedad, del mundo y su histo­ria; las conclusiones y recuerdos de vivencias duraderas derivadas de su formación en la familia, de su historia personal; las conclusiones acerca de sus éxitos y fracasos, sus conceptos y conocimientos acumulados; sus gus­tos y preferencias, sus valores, la forma de percibir la historia, la religión y la política, entre otras cosas. Como se puede observar, pretendemos ubi­car una idea clara y sencilla de lo que es nuestra propia ideología y cultura, como un primer paso para conocernos bien. No es mala idea recomendar­le, amigo lector, hacer un ejercicio de clarificación de su propia ideología y valores, ya que con ello evaluará su nivel de autoconocimiento. Este es un primer paso para luego, en el caso del matrimonio y la relación de pareja, poder aspirar a entender y comprender la ideología de la persona con quien compartimos nuestra vida.

Es importante resaltar que por supuesto los estudios especializados de psicología, de los que damos referencias, incorporan planteamientos me­j o r sustentados y más completos acerca de conceptos como los que aquí planteamos; las referencias servirán precisamente para quien desee abun­dar en ellos. La sola visión de Sigmund Freud, por ejemplo, del que aún en nuestro tiempo prevalecen muchas ideas totalmente válidas, nos plantea

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20 Parte 1. Valores e inteligencia emocional Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos 21

el concepto del subconsciente, como esa variable psicológica que mueve aspectos de nuestra conducta que no son fácilmente explicables en nues­tro pensamiento racional.

Relación de los valores con la conducta

Desde su definición, estamos estableciendo que los valores son impor­tantes en la conducta; pero además, en la medida que el individuo los ha aprendido vivencialmente; es decir, de sus experiencias o las de las per­sonas más cercanas a ella, le dejan una huella en su estructura mental y en su pensamiento, que condiciona de manera importante su ideología, sus creencias y, por supuesto, su comportamiento a lo largo de toda su vida.

De esta manera, los valores podrán condicionar sus costumbres y hábitos, sus actitudes y hasta sus respuestas de carácter sentimental. Los valores intervienen en los procesos internos del pensamiento, en la reflexión, en la toma de decisiones y en la solución de problemas; en nues­tra imagen del mundo que nos rodea y en la ideología que nos vamos for­mando como resultado de nuestra educación y relaciones sociales. En m u ­cho, los valores serán determinantes de la forma en la que el individuo actúa y se comporta ante los demás, se fija sus metas y llega a sus resulta­dos; de la forma en la que el individuo toma sus decisiones cotidianas, se comunica con los demás y tiene relaciones humanas, prevaleciendo en todo momento una idea y percepción interior de lo que es bueno o malo. Por todo esto, los valores caracterizan de manera importante la persona­lidad de cada individuo; es decir, la personalidad podrá percibirse, en m u ­cho, con respecto a sus valores. Describamos a continuación algunas otras variables del modelo, sin dejar de sugerir que la bibliografía a la que nos vamos refiriendo es la mejor opción para tener una idea más completa de cada concepto.

L a s actitudes

Primeramente, diremos que las actitudes 9 son determinantes de la conducta social del individuo y se definen como: una mezcla de creencia y emoción que predispone a una persona a responder ante otras personas, objetos o instituciones en una forma positiva o negativa. Si bien algunos psicólogos no las refieren en su enfoque particular, algunos otros sí les dan amplia importancia y plantean, entre otras cosas, que a la vez que son parte del comportamiento humano, son predictoras de la conducta. En su origen, se identifican tres componentes fundamentales de las actitudes:

9 D e n n i s Coon, Fundamentos de psicología, 8a. ed., Internat ional Thomson, 2 0 0 1 , página 376.

• Componente cognoscitivo. Relacionado con la información y el co­nocimiento racional que dirige el comportamiento en una dirección específica.

• Componente de carácter afectivo. Otorga la fuerza motivacional para que la persona se comporte de acuerdo con su creencia.

• Componente conductual por sí mismo. Se define por el grado de i n ­tención de actuar; es decir, las actitudes tienen un elemento relacio­nado directamente con la voluntad del individuo.

Al igual que en las demás variables del comportamiento, la voluntad viene a ser la frontera entre el pensamiento y la acción o en este caso, la actitud en sí misma; somos respetuosos, amistosos o responsables, por­que lo queremos, es decir, es un acto de voluntad.

Bajo el punto de vista de esta definición, las actitudes tienen propie­dades motivadoras y afectivas; van desde lo fuertemente positivo hasta lo fuertemente negativo, por eso reflejan una tendencia o una predisposi­ción. Por sus componentes cognoscitivo, afectivo y de voluntad, las actitu­des pueden cambiar o se pueden formar, pues son sujetas de educación y, como decíamos, en ellas interviene la voluntad del individuo.

Existen algunos rasgos de la conducta que bien pueden tipificarse como actitudes, y que no necesariamente reúnen de manera clara los tres aspectos mencionados. En estas actitudes de índole general podría­mos citar las actitudes de apatía, de pesimismo, de optimismo, de i n ­terés, de atención, de persistencia, de perseverancia o de prudencia, que a diferencia de actitudes como el respeto, la confianza o la responsabi­l idad, muestran una conducta más general ante distintas situaciones menos específicas. Este t ipo de actitudes responden, por lo general, a nuestro temperamento o carácter, a nuestras emociones y sentimientos, y no obstante que de estas variables de la conducta hablaremos en los siguientes párrafos, sí podemos agregar que existe una notoria relación entre las actitudes y los sentimientos, ya que éstos se demuestran de manera actitudinal.

Las emociones y los sentimientos, además de observarse por las ex­presiones faciales, se demuestran con la conducta y concretamente con muestras actitudinales. Por ejemplo, una persona que tiene un sentimien­to de afecto o amor, mostrará en su conducta actitudes afectivas, cariño­sas, comprensivas y respetuosas hacia la persona o personas que ama; una persona que tiene algún sentimiento de coraje u odio hacia alguien, mos­trará hacia esa persona actitudes de intolerancia, apatía, o como suele de­cirse, una conducta grosera y descortés.

En la actualidad, es mucha la importancia que se les da a las actitudes, tanto en los procesos educativos y de aprendizaje como en el comporta­miento de las personas ante los demás y en las organizaciones. Esto se debe seguramente a que se viene observando que las actitudes son un componente importante de la conducta y del desempeño, pero además, a que las actitudes pueden formarse mediante procesos educativos. En nuestra concepción, las actitudes tienen una estrecha relación con los va-

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22 Parte 1. Valores e inteligencia emocional

lores del individuo, pues un individuo educado desde pequeño con de­terminados valores, lo llevan a ser recurrente en ciertas actitudes rela­cionadas con esos valores y, por tanto, tendrá por lo general un patrón de conducta previsible en torno de ellas. Es importante subrayar que las acti­tudes recurrentes de los individuos permiten identificar sus valores, pues los valores no se demuestran con su declaración o discurso, sino con la propia conducta, y las actitudes son, como decíamos, uno de los elemen­tos de la conducta en los cuales se pueden observar con claridad nuestros valores, ya sea en nuestras relaciones de trabajo, o como veremos con mayor detalle, en nuestras relaciones de pareja en el matrimonio y en la familia.

El cuadro 1.1 muestra en nuestra perspectiva diversos ejemplos acer­ca de la relación que tienen las actitudes con los valores. Es fácilmente observable en el cuadro que las actitudes de las personas reflejan sus va­lores o como contraparte, su ausencia de valores fundamentales o lo que algunos llaman antivalores. Por nuestro comportamiento, más que por nuestras palabras, nuestra pareja y nuestros hijos observarán de manera irrefutable nuestros valores.

L a s capacidades del individuo

Las capacidades de cada persona son las que le permiten realizar o desempeñar el conjunto de actividades que definen de manera importante su ocupación básica, su trabajo o su profesión, y en un sentido más am­plio, su vocación; estas capacidades demandarán, por supuesto, asimilar conocimientos, desarrollar habilidades específicas y en general aptitudes, pero todas éstas descansan sobre las capacidades propias de cada indivi­duo. La forma y la efectividad para alcanzar metas y resultados, para re­solver problemas, tomar decisiones y para proponer nuevas ideas tienen una relación fundamental con sus capacidades. Poco se ha escrito acerca de la relación de las capacidades con los valores; sin embargo, al ser mos­tradas mediante nuestro desempeño y actuación cotidiano, las capaci­dades son observadas por los demás, con una influencia importante de nuestros valores.

Las capacidades representan el potencial interno y funcional de cada individuo, y son susceptibles de ser desarrolladas hasta el límite que el mismo potencial de cada persona lo permita -ya sea mediante el estudio o el entrenamiento-. Los valores afectan de alguna forma el proceso de desarrollo y la manifestación de las capacidades; en esta manifestación, seguramente habrá alguna interrelación con las actitudes, sin embargo, dando por entendido que ya explicamos la relación de los valores con las actitudes, trataremos de observar solamente la relación de los valores con el desarrollo y la manifestación de las capacidades.

En principio, el proceso de desarrollo de las capacidades se ve inf lui­do por los valores del individuo. La orientación, la motivación o el interés que se adquiere en el aprendizaje es influido en mucho por los valores;

23

C u a d r o 1.1. Relación de las actitudes con los valores.

Actitudes

Respetuoso de los demás, de sus ideas, de su dignidad, de su tiempo, de sus valores y creencias, de su forma de vestir, de sus propiedades, etc. Les da su lugar, no los lastima, no los ofende.

Modesto, humilde, sencillo; no presume sus cualidades o logros, no habla de sí mismo ni trata de sobresalir a toda costa, opacando a los demás.

Cumplido y dedicado siempre en lo que se espera de él, en el hogar, en la escuela, en el trabajo. Hace lo que debe hacer, bien y con oportunidad.

Trata de entender siempre a los demás, los escucha con atención, se preocupa por ellos, se esmera en ser empático.

Se entrega sin condiciones; da afecto, comprensión; da de sí, incluso con sacrificio personal. Es cariñoso y amistoso.

Valor fundamental

Respeto

Humildad

Responsabilidad

Comprensión

No toma nada que no sea suyo; no saca ventaja Honestidad personal de las cosas en demérito de otros. Se apega a la verdad y a las leyes; es congruente con los valores que define como propios.

No engaña, no miente, siempre enfrenta la verdad Verdad y busca la verdad en todo, aunque esto a veces le cause inconvenientes. Trata de no ser dogmático ni de polarizarse o radicalizarse con ideas no razonadas; se abre a escuchar nuevas opiniones y conceptos.

Da a cada quien lo que le corresponde, pone la Justicia verdad por encima de sus intereses. Promueve la legalidad, la equidad y el bien común.

Amor, amistad

Es bondadoso, practica el bien o, como se dice ahora, es buena onda.

Bondad

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24 Parte 1. Valores e inteligencia emocional

el estudio, el aprendizaje y la superación personal son, por sí mismos, va­lores de muchas personas. Para entender con mayor claridad este enfoque analicemos con mayor detalle lo que son las capacidades. Por lo general se pueden clasificar 1 0 en tres grupos:

a) Las relacionadas con las funciones sensitivas, como la vista, el oído, el tacto, el gusto y sus potencialidades internas. Éstas definen la capacidad y la sensibilidad de cada individuo en aspectos como la música, la p intu­ra, las bellas artes; el gusto por la comida y las bebidas, por ejemplo. La emotividad propia de cada quien refleja que no todos tenemos la misma sensibilidad para las mismas cosas, y por supuesto, las mismas capaci­dades sensitivas. El desarrollo adecuado de estas capacidades permite tener a los individuos un desarrollo específico según su propio potencial, en actividades manuales, artísticas, de dibujo o pintura, por ejemplo. Es evidente que estas capacidades no son las únicas que permiten desarrollar determinadas habilidades; a continuación se aclaran los otros tipos de capacidades.

b) Capacidades que se relacionan con las funciones motoras y corpo­rales. En ellas encontramos la fuerza física y, en general, las habilidades manuales, artesanales, corporales y las que se relacionan con los deportes. En los procesos de trabajo, artesanales o industriales se requieren fre­cuentemente personas para trabajos físicos que demandan este tipo de capacidades. No todas las personas tienen las mismas capacidades en este sentido y por eso se encuentran personas más fuertes o hábiles que otras, y alcanzan mayor desarrollo en ciertas actividades específicas como en los deportes, que son un ejemplo fácil para interpretar este concepto. Basta reflexionar por qué no todos los que les gusta un deporte o disciplina atlética logran ser campeones o romper los récords mundiales; ello, sin desconocer que un conjunto de actitudes de dedicación, persistencia, dis­ciplina, esmero y hasta sacrificio, son en mucho las que ayudan a los de­portistas a desarrollar al máximo estas capacidades y llegar a ser grandes figuras.

c) El tercer grupo de capacidades comprende a las funciones psicoin-telectuales, en las cuales se encuentra la inteligencia. Si bien la inteligen­cia por sí misma es un concepto que lleva capítulos completos en los libros de psicología, a nosotros se nos hace de mayor objetividad incluir este concepto con base en el enfoque de las capacidades de Heinz Dirks, por ser éste más integrador del potencial del individuo, Así, diversos son los elementos que están comprendidos en este grupo de capacidades; por ejemplo, la capacidad de atención, de retención - l a memoria, también des­tacada por sí misma y de manera específica en otros tratados de psico­logía-, la capacidad de análisis, de abstracción, de síntesis; la creatividad y una muy importante, la capacidad de juicio, que permite a los individuos hacer comparaciones y valoraciones para tomar decisiones y la capacidad para resolver problemas, que son atributos, que demuestran la inteligen-

1 0 H e i n z Dirks, La psicología, Círculo de Lectores, 1969.

Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos 25

cia y determinan el coeficiente intelectual (IQ) de las personas. Como lo demuestra dicho coeficiente, no todas las personas tienen el mismo poten­cial o la misma inteligencia. Es evidente que el trabajo intelectual, los pro­cesos de aprendizaje, de entrenamiento o adiestramiento de habilidades, las actividades creativas, las de dirección, de planeación, de análisis para la solución de problemas complejos y la toma de decisiones con asertividad requieren un alto desarrollo de las capacidades psicointelectuales.

Es evidente que cada quien tiene sus propias capacidades y que no to­das las personas tenemos las mismas; pero aun teniendo potencialmente ciertas capacidades, si los individuos no las desarrollan, no necesariamen­te obtendrán resultados importantes o sobresalientes. El individuo con base en sus propias capacidades y mediante procesos de aprendizaje, de capacitación, estudio o adiestramiento desarrollará aptitudes y habilida­des que le permitirán ubicarse, según las diversas oportunidades que le presenta la vida, en ocupaciones que respondan a esas aptitudes y habil i­dades. Un individuo con una gran capacidad en las funciones motoras y corporales podrá desarrollar una gran habilidad física o manual en algún deporte, en alguna de las bellas artes o en algún oficio específico, como la carpintería, la soldadura, la mecánica, etc. Un individuo con una gran inteligencia o con buena capacidad de retención, de análisis y síntesis, seguramente tiene todos los elementos para estudiar una carrera y un pos­grado.

En términos generales, en el desempeño personal, cada quien, según sus capacidades, se ve influido por su escala de valores. La forma de hacer las cosas, de trabajar, de lograr sus objetivos o metas personales, de prac­ticar un deporte, siempre va influida por la escala personal de valores de los individuos. Es también en el desarrollo de las capacidades que los valores del individuo son decisivos para alcanzar mejores aptitudes y ha­bilidades; el propio estudio, el interés por superarse y desarrollar nuevas habilidades, dependerá de valores personales. Incorporar en la escala per­sonal de valores, el estudio o el aprendizaje autodidáctico, por ejemplo, implica darle una prioridad personal a estos elementos indispensables para la superación, para desarrollar al máximo el potencial implícito en las capacidades individuales. Ser campeón, ser excelente es el resultado de una disciplina personal con base en el trabajo de lucha constante, de per­sistencia y sentido de responsabilidad, y de diversas actitudes hacia la vida, que como señalábamos, se relacionan con los valores. Las capacidades de la inteligencia emocional, como lo veremos posteriormente, también po­drán desarrollarse con la influencia de los valores.

En el matrimonio se tienen que desarrollar diversas actitudes y apti­tudes que, no obstante estar al alcance de todos, pues no demandan altos niveles de inteligencia (IQ) o de otras capacidades, no siempre se tiene conciencia de ello y como resultado, frecuentemente se llega con cierta ineptitud a este importante compromiso y por ello se fracasa. Observamos en la vida cotidiana muchos fracasos que, seguramente, se deben a diver­sas incapacidades de los cónyuges para manejar su relación matrimonial

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26 Parte 1. Valores e inteligencia emocional

y, como lo plantearemos más adelante, a no haber desarrollado su inte­ligencia emocional. En el complejo mundo que vivimos en la actualidad, los retos que enfrentan los matrimonios son cada día más difíciles y esto demanda que se preparen, que se capaciten y que desarrollen las aptitudes y actitudes que les permitan tener éxito en su relación. El primer paso de todo esto es el autoconocimiento.

L a s emociones, los sentimientos, el temperamento y el carácter

Una de las expresiones más importantes en la conducta humana se relaciona con sus respuestas o manifestaciones emocionales, frecuente­mente referidas como sentimentales o con frecuencia, en términos popu­lares, algunos rasgos de las respuestas emocionales se conocen como respuestas viscerales. Si bien todas estas respuestas de carácter emotivo y sentimental podrían incluirse, como ya mencionamos, en alguna catalo­gación de actitudes, por lo general son tratadas por separado, por su o r i ­gen en aspectos internos de la naturaleza biológica del individuo. Y pre­cisamente con esta interpretación existen muchos estudios y antecedentes acerca de la tipificación de las personas, que se ha denominado desde la época de los griegos, el temperamento.

Conocer los elementos conceptuales acerca del temperamento y cómo en él existe una relación estrecha con la naturaleza de nuestras emociones, en mucho nos ayuda a conocernos a nosotros mismos, pero además es un paso básico para explicar rasgos importantes de las diferencias que entre sí tienen los individuos y por supuesto, las diferencias entre las parejas que constituyen los matrimonios. Expliquemos a continuación con mayor detalle estos conceptos.

El enfoque tradicional del temperamento, conocido como hipocrático, clasifica a los temperamentos en cuatro tipos:

• Sanguíneo. Este comportamiento oscila según su estado de ánimo, tiene una condición sentimental mudable.

• Melancólico. Éste se inclina a la depresión y a la tristeza. • Flemático. En cambio, éste tiene una fuerte tendencia a la apatía o

a la indolencia.

• Colérico. Éste tiende a la irritabil idad y al enojo frecuente.

Gordon Al lport" define al temperamento como:

Los fenómenos de naturaleza emocional, característicos de un individuo, que­dando incluidas su susceptibilidad a la estimulación emocional, la velocidad e Inten­sidad con que habitualmente reacciona, la cualidad del estado de ánimo dominante y las peculiaridades de fluctuación e intensidad del mismo.

1 1 Gordon Alport , op. cír.

Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos 27

Daniel Goleman 1 2 plantea en su reciente estudio acerca de la inteligen­cia emocional que el temperamento es parte fundamental de nuestra herencia genética; que nos es dado desde nuestro nacimiento y es parte de nuestra estructura biológica emocional. En su aportación, refiere la clasi­ficación de temperamentos del psicólogo Jerome Kagan, de la Univer­sidad de Harvard, quien los clasifica en al menos cuatro tipos: tímido, audaz, optimista y melancólico.

Todos los enfoques, desde los más antiguos, coinciden en que el con­cepto de temperamento permite explicar la caracterización de las respues­tas emocionales de cada persona, que son de origen biológico, innatas, y que son uno de los elementos más importantes para explicar por qué los individuos son diferentes entre sí, pero además para entender y desarro­llar los elementos fundamentales de lo que en nuestros días se denomina inteligencia emocional.

El carácter, por otra parte, se define' 3 como "un conjunto de carac­terísticas o peculiaridades de reacción" que además de depender de facto­res endógenos del individuo -como el temperamento- se derivan de su "capacidad y habilidad de reacción, elaborados por su inteligencia". El carácter está condicionado por la voluntad y las tendencias del hombre, por ello se puede formar o modelar, no así el temperamento, que está con­dicionado por impulsos emocionales que responden a predisposiciones congénitas. Menciona Goleman 1 4 que el carácter es la palabra anticuada de lo que él llama inteligencia emocional, ya que está sustentado en la auto­disciplina, en la vida virtuosa y en el autodominio.

Ambos, carácter y temperamento, en la medida que el individuo de­sarrolla la capacidad de entenderlos, controlarlos o moderarlos, son i n ­fluidos por los valores. Por ejemplo, un individuo colérico que además se observa que tiene un recio carácter; si ha vivido desde pequeño los valores del respeto y comprensión, se esforzará por no permitir que sus reac­ciones temperamentales, o muestras de carácter, agredan o lastimen a los demás. Con su pareja o con su familia, se esforzará por controlarse con el fin de no lastimarlos, de no afectar su relación, y de resolver de manera inteligente y congruente con sus valores, los múltiples problemas de la vida familiar.

Por lo que respecta al origen de las emociones, diversos son los trata­dos que las han pretendido explicar y un buen texto de psicología actual nos podría ampliar este conocimiento.' 5 A nosotros, en particular, el plan­teamiento de Daniel Goleman nos parece ampliamente satisfactorio y por supuesto actual, por ello, considerando la plena validez del concepto de inteligencia emocional, ampliaremos más acerca del particular en el si­guiente capítulo.

1 2 Daniel Goleman, op. cit., p. 251. 1 3 Juan Manuel G. y García de la Torre, Psicología dinámica y funcional, Científico

Médica, 1968. 1 4 Daniel Goleman, op. cit., p. 328. 1 5 Por ejemplo, Robert S. Feldman, op. cit.

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Parte 1. Valores e inteligencia emocional

Si en el modelo de la figura 1.1 no mencionamos la inteligencia emo­cional, es porque es parte de las capacidades que son susceptibles de ser desarrolladas, y porque de ella hablaremos, como decía, con más detalle, en el próximo capítulo. Sin embargo, el concepto de inteligencia emocio­nal que plantea Goleman está, al igual que los demás componentes de la conducta, altamente relacionado con los valores en la jerarquía personal. Tal es el caso del autodominio personal, de la persistencia o de la empatia y comprensión, atributos de un individuo maduro, que apoya su conduc­ta en sólidos valores, como la comprensión, el respeto, el amor, la comu­nicación, el diálogo y la perseverancia, entre otros.

Hábitos y costumbres

Los hábitos son acciones o pensamientos que se presentan como respuestas aparentemente automáticas, a una experiencia dada. 1 6 En la concepción popular del término, nos referimos a los hábitos como cos­tumbres adquiridas mediante la práctica recurrente. Así, podremos en­contrar que existen buenos y malos hábitos, según las costumbres y el patrón de valores de cada quien. Con base en esta visión de lo que son los hábitos, es fácil entender que los buenos hábitos, que surgen de una edu­cación en valores, inciden en una conducta exitosa y en una relación ma­trimonial adecuada. Nadie dudaría que la puntualidad, el orden, la l i m ­pieza y la pulcritud en la presentación, el trato amable y los buenos modales, la lectura, el estudio y otros hábitos, como el hacer ejercicio co­tidianamente o practicar algún deporte periódicamente, para conservar nuestra salud, son elementos importantes para el éxito, tanto en la vida matrimonial y familiar, como en el comportamiento en cualquier empre­sa moderna. En términos populares, tener buenos hábitos se relaciona en ocasiones con los buenos modales y la buena conducta.

Existen diversos tipos de hábitos, como por ejemplo los de higiene y cuidado personal, como el cepillarse los dientes, el baño diario, lavarse las manos antes de tomar alimentos y muchos detalles particulares de arreglo personal. Otros hábitos podríamos tipificarlos como de desempeño perso­nal; tal es el caso de los hábitos de orden, puntualidad, disciplina, estudio y lectura; otros hábitos inciden en las relaciones interpersonales, como los relacionados con los modales, por ejemplo la cortesía, saludar con la mano, dar el paso a otros, ceder el lugar a una dama, llegar puntual a las citas, etc. También encontraremos otros hábitos en las diversas activi­dades de las personas, o hábitos por actividad específica, como los que cada quien tiene para el manejo de un automóvil, por ejemplo, el manejar con el brazo izquierdo por fuera, el ceder el paso a otros vehículos, mane­jar a baja velocidad y otros que se relacionan con el estilo de manejo pro­pio de cada quien.

"•Relacionado con la psicología de la consciencia, de W i l l i a m James, Fradiman y Fraguer, Teorías de la personalidad, Haría, 1989, p. 207.

Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos 29

Si bien por muchos años no se le ha dado gran importancia al con­cepto de hábitos en la conducta, no obstante que fue uno de los elementos incluidos en el modelo funcionalista de Wil l iam James, observamos re­cientes aportaciones acerca de este tema como la de Stephen Covey, que en su muy difundido libro Los siete hábitos de la gente altamente efec­tiva,'7 define a los hábitos como pautas consistentes, a menudo incons­cientes, que de modo constante y cotidiano expresan nuestro carácter y generan nuestra efectividad o ineficiencia. Covey los ubica como una i n ­tersección de conocimiento, capacidad y deseo. Sin embargo, desde nues­tra perspectiva, en este concepto está un tanto mezclado el concepto de actitud pues en él se incorporan componentes que tienen más s imil i tud con manifestaciones complejas de la conducta, como las que explicamos que integran las actitudes. Nosotros preferimos hablar de los hábitos, si­guiendo el concepto que en nuestra cultura se entiende con mayor facili­dad, es decir, como costumbres buenas o malas que adoptamos desde pequeños o por un buen tiempo, y que seguramente son también un acto cognoscitivo y de voluntad, pero que por su arraigo y costumbre suelen ser ya respuestas automáticas y no ser reflexionadas al mismo nivel que las actitudes. No obstante, dejo claro que reconocemos que es muy común en nuestra época, sobre todo en el ámbito empresarial, denominar como hábitos a ciertas habilidades o actitudes que finalmente son buenas para el desarrollo personal.

En una reflexión personal acerca de nosotros mismos es importante analizar y encontrar cuáles son nuestros buenos y malos hábitos, y cuál es la influencia que en ellos tienen nuestros valores aprendidos desde la tem­prana edad, en la familia; seguramente existirán algunos buenos hábitos que por sí mismos fueron valores que nos inculcaron desde pequeños, por ejemplo, la puntualidad y la limpieza; el orden, el estudio o el deporte. Pero seguramente encontraremos malos hábitos, los cuales, además de poder causarnos algún daño, demeritan nuestra imagen personal o inclu­so nos afectan en las relaciones con los demás, como podría ser el caso de la impuntualidad, fumar, morderse las uñas, etcétera.

Pudiera ser que algunos de los hábitos, como ser ordenado o leer con frecuencia, o ser estudioso, salgan también de la interpretación sencilla de lo que se entiende comúnmente por hábito; sin embargo, podríamos tam­bién referirnos a este tipo de elementos característicos de nuestra conduc­ta y personalidad, como a costumbres, o en el aspecto negativo, algunos malos hábitos se conocen como adicciones, tal es el caso del tabaquismo y el alcoholismo.

Tanto en el proceso de autoconocimiento, como en el de conocimien­to de nuestra pareja, en el ámbito del noviazgo y posteriormente del ma­tr imonio, es de suma importancia identificar, además de los buenos y malos hábitos, aquellas costumbres que pareciendo ser más intrascen­dentes, consumen mucho de nuestro tiempo y pueden afectar nuestra re­lación matrimonial. Por ejemplo, si acostumbramos escuchar algún tipo

1 7 Stephen Covey, Los siete hàbitos de la gente altamente efectiva, Paidós, 1997.

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30 Parte 1. Valores e inteligencia emocional

específico de música, ir al teatro o andar sin pantuflas en nuestra habi­tación; si acostumbramos tomar una copa antes de la comida o ver TV a ciertas horas, esas costumbres, gustos o preferencias, en ocasiones gene­ran conflictos en la relación interpersonal de las parejas, cuando no existe la suficiente prudencia por una parte o empatia por la otra. Como pode­mos ver, las costumbres también pueden clasificarse como los hábitos; pueden ser costumbres de alimentación, de esparcimiento, de arreglo per­sonal, de relación humana (con quienes acostumbramos hacer amistad - d i m e con quién andas y te diré quién eres-), de lectura (qué tipo de lec­turas acostumbramos), costumbres de trabajo y desempeño, costumbres diversas, por tipo de actividad, por ejemplo para realizar un deporte o para viajar, entre otros ejemplos.

L a s necesidades y las teorías de la motivación

Otro de los conceptos que han sido ampliamente tratados por diver­sos autores y que influyen en la actuación y la conducta de las personas son las motivaciones. En estos estudios se ha pretendido dar una expli­cación a los motivos que mueven el comportamiento de las personas y que pueden ser de muchos tipos; algunas teorías los clasifican como intrín­secos y extrínsecos (por aspectos internos, de satisfacción y desarrollo personal o por otra parte, externos a base de premios, recompensas o cas­tigos). Otros los relacionan con objetivos y metas retadoras o con expec­tativas. Dentro de las teorías más difundidas están las que relacionan a la motivación con las muy diversas necesidades del ser humano. Si bien este tema difícilmente puede tratarse de manera resumida, y es quizá más complejo de lo que hasta la fecha se ha escrito, nosotros sostenemos en nuestro modelo de la figura 1.1, en adición a los enfoques clásicos, que en la forma de satisfacer sus necesidades y en la motivación que para ello se genera son determinantes los valores del individuo. Para ello, repase­mos brevemente el enfoque clásico de Abraham Maslow, quien es consi­derado como uno de los fundadores de la psicología humanística, 1 8 que entre sus muchas aportaciones generó el concepto de la jerarquía de las necesidades. Para Maslow, las diferentes necesidades del ser humano obe­decen a una jerarquía, que va desde las necesidades más elementales o fundamentales, como pueden ser las de carácter fisiológico y las de seguri­dad, o en un nivel superior las de amor o afecto, las de pertenencia, como las de estima y reconocimiento; y en el nivel superior de la jerarquía, aque­llas en las que el individuo busca su desarrollo y autorrealización. Maslow refiere como metamotivación a la conducta generada por las necesidades y los valores del desarrollo, es decir, la motivación trascendente del indivi­duo. La satisfacción de las necesidades según este enfoque obedece a esta jerarquía ascendente, en la cual es necesario satisfacer las necesidades

l 8 W i l l i a m James, Fradiman y Fraguer, op. cit., p. 355.

Cap. 1. El conocimiento de nosotros mismos 31

básicas, para poder satisfacer las necesidades superiores de autorrealiza­ción y desarrollo del potencial del individuo.

Es entendible que así como se definen estas categorías de necesidades, pueden existir otras visiones que aporten ideas complementarias acerca de su relación con las motivaciones; por ejemplo, la necesidad de poder que en muchos ejemplos generan las motivaciones de mucha gente, o cier­tas necesidades inducidas por la sociedad actual, como la necesidad de información, de estar informado o de estar comunicado; las necesidades de distracción o esparcimiento, las de consumo por ciertos productos, que no obstante ser inducidas, finalmente mueven a muchos individuos hacia conductas específicas. Seguramente algunas de estas necesidades, por ra­zones obvias, se apartan del concepto inicial de Maslow; sin embargo, para muchos individuos llegan a ser verdaderas necesidades, pues los mueven o los motivan en su comportamiento, aunque a simple vista, po­drían sólo identificarse como intereses personales.

Ante este panorama, lo que sí es cierto es que en su esencia, el hecho de jerarquizar nuestras necesidades, y por ende nuestras motivaciones, nos lleva directamente al concepto de valorar. Así, la conducta del i n d i ­viduo en relación con la satisfacción de sus necesidades está estrechamen­te relacionada con sus propios valores, los cuales, incluso, pueden alterar el orden de la jerarquía de satisfacción de necesidades. Por ejemplo, por amor -como valor esencial- habrá quien se prive del alimento para darlo a otra persona. El amor demanda, en ocasiones, renuncia y sacrificio per­sonal, y en su máxima expresión, este valor puede influir o modular la sa­tisfacción de cualesquiera de las necesidades. Por ello es indudable, que existe una relación muy importante entre la escala de valores de las per­sonas y su jerarquía de necesidades, y esto está implícito en nuestro mo­delo de la relación de la conducta con los valores.

Así, las bases para sostener una buena relación interpersonal en el matrimonio, y por supuesto en cualquier grupo o ente organizado, se fun­damentan en que la persona, antes que todo, se conozca bien a sí misma, identifique sus propios valores, su correspondiente jerarquía y sea con-ciente de la relación que ellos tienen con las principales variables de su conducta. A partir del autoconocimiento, se puede aspirar a adquirir un desarrollo emocional maduro, a sustentar las bases de una buena relación humana, de una buena relación interpersonal y, por supuesto, de una buena relación matrimonial. Se encontrarán bases para generar buenas actitudes, sustentadas en valores como el respeto, la comunicación y la comprensión de los demás, para poder entenderlos y relacionarnos ade­cuadamente con ellos. De ahí se deriva la exitosa relación con la pareja y el éxito en la vida en familia, por lo que a ello nos referiremos en los si­guientes capítulos.

Lograr un buen nivel de autoconocimiento, abrir la mente para no juzgarnos seres simples, demeritando la importancia de tantos aspectos de nuestra persona que desconocemos, es en sí mismo un reto personal; es el primer reto con el que se puede aspirar a sostener una relación de pareja de largo plazo, con lo que ello involucra. Si nos conocemos bien

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32 Parte 1. Valores e inteligencia emocional

como personas, podemos dar un segundo paso para conocer y entender a la persona con la que queremos sostener una relación matrimonial; cono­cerse a sí mismo es, además, el primer atributo de la inteligencia emocio­nal -como lo veremos más adelante- y un rasgo incuestionable de la ma­durez del ser humano.

Resumen

Para entender el concepto de inteligencia emocional y percatarnos de su importancia en las relaciones interpersonales y en el matrimonio, es importante ver con la mayor integralidad posible las diferentes variables de nuestra conducta. En este primer capítulo hemos propuesto un modelo sencillo desde el cual podemos observar, entre otras cosas, cómo las res­puestas emocionales pueden convertirse en sentimientos, y cómo éstos, junto con las actitudes, los hábitos, las capacidades y las habilidades que vamos desarrollando en la vida, nuestro carácter y nuestras motivaciones, son algunas de las variables que con mayor importancia definen nuestra conducta, nuestra personalidad, nuestro comportamiento o desempeño, ya sea en el hogar, en nuestro trabajo o en la sociedad en general. Propo­nemos en el modelo que todas estas variables son condicionadas e inf lui­das de manera importante por nuestros valores, los cuales como creencias arraigadas, retenidas en su mayoría por experiencias vivenciales o como producto de nuestra reflexión, son los que finalmente encauzan, filtran y determinan todas las variables de nuestro comportamiento. Conocerse a uno mismo, ubicar con claridad nuestra jerarquía de valores y cómo inter­vienen en nuestra conducta es precisamente el primer paso de la intel i­gencia emocional y de la madurez misma del individuo. Pero además, el conocimiento personal es un requisito indispensable para poder aspirar a conocer y comprender a la persona con la que queremos sostener una relación de largo plazo, como la que se establece en el matrimonio; cono­cerla, comprenderla e identificar su jerarquía de valores para construir los valores compartidos en los que se apoyará esa relación de largo plazo son seguramente elementos sólidos para darle sustento inquebrantable a esa relación de largo plazo, como la que implica el matrimonio.

<ainteligencia emocional y

m importancia en el matrimonio

La difusión de este concepto en los últimos años ha venido a dar una nueva visión de los elementos interiores del ser humano. Desde la teoría hipocrática que planteó los tipos básicos de temperamentos tal como se vio en el capítulo anterior, poco se había agregado en el análisis de los estados emotivos del individuo y su relación con la madurez y el carácter, como se ha hecho a partir de la publicación del trabajo de Goleman.' Sólo en los estudios especializados de psicología, no al alcance de cualquier persona, se daban análisis acerca de las emociones y su influencia en la conducta del hombre.

Cuando se hablaba de inteligencia, sobre todo en las últimas décadas, se enfatizó en la importancia del coeficiente intelectual (IQ), el cual ha sido un elemento importante para seleccionar a los mejores individuos en las organizaciones. Sin embargo, Goleman y quienes han escrito acerca de la inteligencia emocional nos demuestran que más allá de la inteligencia racional, de las capacidades para asimilar información, analizarla y tomar decisiones con base en los elementos objetivos de esos análisis inteligen­tes, es mucho más importante en el éxito y la felicidad que el individuo conozca, entienda y domine sus emociones y sentimientos; comprenda los de los demás y utilice el poder de sus emociones para sostener relaciones interpersonales adecuadas, en un marco de relación humana más maduro y más enriquecedor; eso es precisamente hablar de inteligencia emo­cional.

Si el conocimiento de las propias emociones es importante en el pro­ceso de madurez del ser humano, no es menos importante evaluar su

1 Daniel Goleman, La inteligencia emocional, J. Vergara Editor, 1995.

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34 Parte I. Valores e inteligencia emocional

importancia en la relación matrimonial, considerando que ésta se susten­ta, desde su inicio, en ciertas respuestas emocionales de ambos, como son el flechazo y la atracción hacia el sexo opuesto, las cuales al ser corres­pondidas y maduradas se convierten en amor y posteriormente en lo que llamamos el amor conyugal, que es la base de la relación matrimonial.

Tomando primeramente una definición de la emoción como un esta­do psicológico y biológico que nos lleva a actuar, derivado del latín mo-tere,2 trataremos primeramente de diferenciar este concepto del concepto de sentimiento. Las emociones son las respuestas básicas derivadas de esos procesos biológicos, a veces instintivos o de autoprotección natural de los seres humanos. En ellas encontraremos, por ejemplo, la ira, la tris­teza, el temor, el placer, la alegría, la sorpresa, la vergüenza, el disgusto, la atracción sexual hacia el sexo opuesto, entre otras. Pero más allá de esta respuesta emocional básica, el individuo influido por su voluntad y por la recurrencia de algunas emociones específicas forma sus sentimientos. Los sentimientos suelen definirse como la expresión de emociones domi­nantes o actitudes coloreadas de emoción.3 Los sentimientos se forman a partir de las emociones, y como mencionábamos en el capítulo preceden­te, los sentimientos se manifiestan al exterior del individuo en forma de actitudes. Como las actitudes, los sentimientos son elementos arraigados en la conducta y pueden ser predictores de la misma, pero tienen su or i ­gen en las emociones, y sobre todo, en su recurrencia y arraigo en las per­sonas. Por ejemplo, una emoción básica de ira, originada en la relación con una misma persona, repetida en diversas ocasiones, genera un sen­timiento de odio o aversión hacia esa persona; el sentir hacia esa persona suele estar cargado de enojo, agresividad, desprecio o ironía. La conducta del que odia, como en el caso de las actitudes, es predecible. Al igual que en las actitudes, el sentimiento de odio puede ser filtrado con la voluntad, con el apoyo de ciertos valores fundamentales. Una persona que cree en el amor y en el respeto, controlará sus emociones de ira, impidiendo que se genere el sentimiento de odio, o aunque éste se fuese generando, sus va­lores lo ayudarán a dominarse y comportarse sin llegar a la violencia; por eso en el matrimonio el valor del amor puede inhibir y controlar la for­mación de malos sentimientos entre los esposos.

Una emoción natural de atracción sexual (flechazo diríamos, al inicio del conocimiento de un hombre y una mujer) seguido de citas frecuentes que conllevan más atracción, gusto por el otro, conocimiento de su perso­nalidad, experiencias y valores compartidos, llevan a generar, con el t iem­po, el sentimiento del amor. Con esto estamos observando que por lógica el amor a primera vista no existe. Al principio es simplemente una emo­ción natural de atracción y gusto hacia el sexo opuesto, hacia su persona­lidad, u otro atributo, pero el amor solamente viene con la experiencia de las primeras emociones surgidas en la relación de dos personas que se

2 Daniel Goleman, op. cit., p. 24. 3 Rogelio Díaz-Guerrero y Rolando Díaz Loving, Introducción a la Psicología, Trillas,

México, 1991.

Cap. 2. Importancia en el matrimonio 35

gustan, y con la racionalidad que nos lleva al conocimiento y aceptación de la otra persona. El amor es un sentimiento que se sustenta también en un valor, en el valor del amor; la conducta y actitudes del que ama, tam­bién son predecibles, ya que buscará agradar a la persona amada, procu­rará ser atento, cariñoso, comprensivo, servicial y respetuoso con ella; buscará hacerla feliz.

Con base en este enfoque es que hemos sustentado la relación de nues­tros valores y su connotación ética con nuestros buenos sentimientos y malos sentimientos, porque como sosteníamos en el capítulo anterior, con la influencia de sus valores, y por supuesto, con su propia voluntad el i n d i ­viduo permite que se formen buenos o malos sentimientos en su persona. Esta connotación - l a de buenos y malos sentimientos- es de la cultura popular que mucho explica cómo la recurrencia de emociones, de diversos tipos, a menudo nos hacen reaccionar con conductas emotivas que moral-mente pueden ser catalogadas como buenas o malas.

Así, estamos llegando a un primer elemento o atributo de la inteligen­cia emocional, que consiste en proporcionar inteligencia a nuestras emo­ciones y a nuestros sentimientos, procurando fortalecer y capitalizar con nuestro marco de valores, nuestros buenos sentimientos, como son, por ejemplo, el amor y la amistad. Dominar y controlar también, con apego a nuestros valores, aquellas emociones que nos generan malos sentimien­tos, como pueden ser el odio, la venganza, la violencia hacia otros. En el matrimonio, por supuesto que tendremos que esforzarnos por alimentar buenos sentimientos hacia nuestra pareja y nuestros hijos y evitar hasta el límite de nuestras fuerzas la generación de malos sentimientos, como el rencor.

Goleman plantea que proporcionar inteligencia a la emoción consiste en hacer conciencia de las propias emociones y desarrollar el autodomi­nio, es decir, refrenar el impulso emocional y ser apto para desarrollar la capacidad de motivarse frente a enojos y depresiones, evitando que los trastornos emocionales ofusquen nuestro pensar. En términos comunes, diríamos que estamos hablando de contener el enojo y la ira, el mal genio, no hacer corajes y controlar nuestro mal carácter, situación indispensable en la relación matrimonial. Además, agregamos que es importante en esto tener la voluntad de impedir que se nos formen malos sentimientos.

Así también, la inteligencia emocional incluye la capacidad de inter­pretar y comprender los sentimientos de los demás para manejar las re­laciones de una manera fluida a base de empatia, de saber escuchar, de procurar resolver los conflictos y cooperar. Nosotros agregamos también, como decía, el poner a nuestros valores por encima de nuestras respues­tas emocionales, procurando la generación de buenos sentimientos y evi­tando que se nos arraiguen malos sentimientos.

También se incluyen como rasgos de inteligencia emocional el saber abrigar esperanzas, que significa que uno no cederá a la ansiedad, a las depresiones, a actitudes derrotistas cuando los problemas nos envuelven en situaciones que nos presionan, mismas que en la vida familiar se pre­sentan con frecuencia. Así también, ser optimista, que implica tener gran-

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36 Parte 1. Valores e inteligencia emocional

des expectativas de que las cosas pueden salir bien o mejor, a pesar de los contratiempos y las frustraciones en el matrimonio. El optimista -desde la perspectiva de la inteligencia emocional- tiene motivaciones para lo­grar cosas y sabe sostener una actitud positiva; siempre tendrá la espe­ranza de que su relación conyugal y su familia prevalecerán en el largo plazo. Las habilidades sociales, como la capacidad para persuadir - n o imponer- y sostener buenas relaciones interpersonales son indispensa­bles en una buena relación matrimonial, descritas también por Goleman como capacidades de la inteligencia emocional.

Cooper y Sawaf4 definen la inteligencia emocional como la capacidad de sentir, entender y aplicar eficazmente el poder y la agudeza de las emo­ciones como fuente de energía humana, información, conexión e influencia.

Por su parte, Lawrence E. Shapiro 5 describe las siguientes cualidades de la inteligencia emocional: la empatia, la expresión y comprensión de los sentimientos, el control de nuestro genio, la independencia, la capaci­dad de adaptación, la simpatía, la capacidad de resolver problemas en for­ma interpersonal, la persistencia, la cordialidad, la amabilidad y el respeto.

En nuestro concepto, estas definiciones por sí mismas tienen una gran profundidad, sin embargo, no obstante incluir de manera implícita diver­sos valores, es necesario ser más específicos en la importancia de los va­lores en la conducta de la persona. La voluntad del individuo es el punto central del autodominio, pero también, los valores, al arraigarse en su superestructura mental, van condicionando sus actitudes y sus sentimien­tos, por ello, intervienen de manera fundamental en el desarrollo de la i n ­teligencia emocional.

Con base en las reflexiones anteriores, nosotros definimos la inte­ligencia emocional como:

Las aptitudes que puede desarrollar el individuo, para conocer y dominar sus emociones; para conducirlas con apego a su marco de valores fundamentales y con ello, comprendiendo también las emociones y los sentimientos de los demás, lograr una conducta sustentada en la integridad y en la madurez, que le permitan tener las mejores relaciones humanas.

Esta definición se esquematiza en la figura 2.1. Como puede observarse, nosotros estamos agregando en la definición

de inteligencia emocional, además del concepto de los valores en la con­ducta (explicado y sustentado en el capítulo anterior), el concepto de i n ­tegridad y madurez. Veamos a continuación estos conceptos con más detalle, antes de analizar también con detalle los atributos básicos de la inteligencia emocional, como son el autoconocimiento, el autodominio y la empatia.

4 Robert K. Cooper y Ayman Sawaf, La inteligencia emocional aplicada al liderazgo y a las organizaciones, Norma, 1997, p. xiv.

5 Lawrence E. Shapiro, La inteligencia emocional de los niños, Javier Vergara Editor, 1997, P- 24.

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Intel igencia emoc iona l

I Conocer las propias emociones, conocimiento de sí mismo

Controlar y dominar las propias emociones o autodominio

Conducir las emociones con apego a valores

Comprender las emociones de I demás; ser empático

^•^mnBifHni i i n i mmmum I M I P I I H I M I I I

Figura 2.1. La inteligencia emocional y los valores.

Integridad Acerca de la integridad podemos decir que es un término que nos su­

giere una conducta ética, superior. Warren Bennis 6 dice que la integridad es la base de la confianza y menciona que la integridad en el liderazgo se muestra en términos del cumplimiento de compromisos y promesas. Esta idea se cumple en el liderazgo y en todas las relaciones humanas; en el matrimonio es, por supuesto, de trascendental importancia. El cumplir con los compromisos y promesas, la consistencia con los valores que de­cimos nuestros nos hacen, en el matrimonio y en cualquier otra circuns­tancia, personas íntegras.

Cooper y Sawaf7 definen la integridad - e n los negocios- como:

Aceptar plena responsabilidad, comunicarse clara y abiertamente, cumplir lo que se promete, evitar agendas ocultas y dirigirse a sí mismos y dirigir su grupo o empresa con honor, lo cual implica conocerse a sí mismo y ser fiel a sus principios no sólo en la mente sino con el corazón.

Como se observa, diversos valores como la responsabilidad, la hones­tidad, la verdad y el honor, entre otros, están implícitos en esta definición. Yo le llamaría integridad, simplemente, a la cualidad del individuo para actuar de acuerdo con sus valores fundamentales; a la congruencia que demuestre en su conducta, y en las relaciones con los demás, respecto de sus valores fundamentales.

6 W a r r e n Bennis, Cómo llegar a ser líder, Norma, 1989. 7 Robert K. Cooper y Ayman Sawaf, op. cit., p. 178.

Integridad

M a d u r e z "1

Relaciones humanas exitosas

os

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38 Parte 1. Valores e inteligencia emocional

Evidentemente, esta congruencia, en mucho, requerirá madurez e i n ­teligencia emocional, es decir, conocimiento y dominio de las emociones propias y comprensión de las de los demás. En la integridad, va de manera fundamental implícito el principio de la congruencia. En él, es importante reconocer que todos los seres humanos, por nuestras propias limitacio­nes, por la naturaleza de nuestras propias emociones, nunca alcanzamos una congruencia del 100 % respecto de nuestros valores.

Es decir, proclamamos con frecuencia diversos valores fundamentales como propios; sin embargo, nuestra naturaleza humana, nuestros defec­tos y limitaciones, frecuentemente nos llevan a caer en la incongruencia. Yo preguntaría ¿quién es congruente al 100 % en el valor del amor, en el valor del respeto o en el de la responsabilidad? Me atrevo a afirmar que todos, sin excepciones, en alguna ocasión cometemos actos que se apartan de alguno de nuestros valores, porque así es nuestra naturaleza humana; tendemos a ser egoístas, a buscar nuestro beneficio a veces a costa del de otros, no cumplimos a lo que nos comprometemos por diversas causas o excusas, hacemos enojar a quienes amamos, etc. Nadie es congruente al 100 %; sin embargo, no dejamos de reconocer que los grandes hombres son los que demuestran el mayor apego a sus valores, la mayor congruen­cia, la mayor integridad, y la historia nos muestra muchos de esos casos, que incluso dieron su vida por sus valores e ideales. En la integridad, en­tonces, está implícito el aceptar nuestra naturaleza humana y nuestras limitaciones, pero teniendo a la vez toda la voluntad y esmero, por actuar de acuerdo con nuestros principios y valores.

Por otra parte, no se puede desarrollar inteligencia emocional si a la vez no se tiene la conciencia y la fuerza de voluntad para ser congruentes con nuestros valores, para que ellos conduzcan nuestras emociones y sen­timientos, nuestras actitudes y buenos hábitos; para lograr ser lo más íntegros que podamos; para alcanzar la madurez como personas. De he­cho, la integridad es una característica de las personas maduras, y por eso en la figura 2.1 las esquematizamos en el mismo cuadro aunque, como se observa, estos tres conceptos, inteligencia emocional, integridad y madu­rez, son todos interdependientes.

M a d u r e z

De la madurez se pueden aportar diversas ideas por ser un concepto mucho más universal. Me referiré al estudio de la personalidad de un clásico de la psicología, Gordon Alport, 8 quien expresa diversos conceptos acerca de la madurez que son totalmente válidos en la actualidad; la coin­cidencia que tienen sus conceptos con el criterio de la inteligencia emocio­nal es sorprendente y, por ello, pensamos que la inteligencia emocional viene a ser un conjunto de aptitudes que podemos desarrollar en nuestra

"Gordon Alport , La personalidad, Herder, 1968, pp. 329"354-

Cap. 2. Importancia en el matrimonio 39

personalidad, para alcanzar la madurez como individuos. Alport sustenta la madurez con base en los siguientes atributos fundamentales:

• Amplio conocimiento y conciencia de sí mismo. • Seguridad emocional y aceptación de sí mismo. • Percepción correcta de la realidad y actuación en concordancia con

la misma. • Capacidad para establecer relaciones emocionales con los demás. • Orientación en su actuar a valores. • Poseer el sentido del humor.

En nuestro concepto, sólo agregaríamos como atributo de la madurez, además del sentido ético de la orientación a valores, el sentido autocríti­co, que permite al individuo verse a sí mismo, con sus propias limitacio­nes, reconociéndolas, aceptándolas e incluso admitir las equivocaciones o errores producto de ellas; tener la posibilidad de mejorar continuamente en su experiencia cotidiana.

De acuerdo con estos conceptos, la inteligencia emocional en nuestra definición, al llevar el autodominio y la empatia con un sentido de orien­tación hacia valores, conduce a la integridad; y con el desarrollo de los de­más atributos mencionados, como la percepción correcta de la realidad y el sentido autocrítico, conduce a la madurez. La madurez, entonces, surge de manera importante de los elementos fundamentales de la inteligencia emocional, como son el conocimiento de sí mismo y el autodominio o autocontrol; será difícil hablar de personas maduras que no hayan des­arrollado un nivel importante de inteligencia emocional.

Por eso, el éxito en las grandes metas y proyectos de vida, en las rela­ciones interpersonales, en el matrimonio y en la formación de la familia, está más al alcance de las personas maduras que ya han desarrollado las capacidades de la inteligencia emocional.

El matrimonio, como asociación de dos personas que desean hacerse felices mutuamente, y que -entre otras muchas cosas de las que hablaremos en capítulos posteriores-, tienen una convivencia e interrelación humana estrecha y de largo plazo, demanda personas maduras, personas que hayan desarrollado un buen nivel de inteligencia emocional. Con base en nuestra experiencia, estamos seguros que una de las causas más importantes de los divorcios es la inmadurez emocional de alguno o de los dos esposos. Esta inmadurez emocional o falta de inteligencia emocional es la que lleva a degradar paulatinamente la relación, por enojos y conflictos sin control, por la falta de fuerza de voluntad para controlarse y caer, por ejemplo, en la inf i­delidad; por no solucionar oportunamente los problemas como la supuesta incompatibilidad sexual o de caracteres, o problemas como la violencia intrafamiliar, que por lo general se deben al descontrol emocional de alguno de los cónyuges. La inmadurez emocional es la que impide que las personas resuelvan los problemas de alcoholismo y en casos extremos, aunque cada día más frecuentes, de drogadicción. Todas estas causas están reconocidas como las principales causales de los divorcios.

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40 Parte I. Valores e inteligencia emocional

Los esposos deben ser personas que se conozcan a sí mismas y a su pareja; que tengan plena conciencia de su naturaleza emocional; que co­nozcan ampliamente su temperamento y carácter; que dominen sus emo­ciones y las conduzcan de tal manera que fortalezcan sus buenos sen­timientos y desechen los malos. Que tengan presente que en el centro de su relación está el sentimiento del amor, el cual hay que conservar y for­talecer todos los días haciendo uso precisamente de las aptitudes de la inteligencia emocional. Que actúen con apego a sus valores, para que ellos sean durante todo su matrimonio la guía de su conducta cotidiana, que les ayuden a dominar sus emociones y les permitan manejar su relación de manera sana, armoniosa, que perdure todo el tiempo que sus objetivos personales y de pareja lo demanden. Los esposos deben desarrollar la ca­pacidad de empatia y comprensión, para poder resolver la gran mayoría de los conflictos y problemas que de manera natural se presentan en cual­quier matrimonio.

Una vez que subrayamos la relación de la inteligencia emocional con la integridad y la madurez de los individuos, indispensable en un sólido matrimonio, retomaremos el análisis de los atributos básicos de la inte­ligencia emocional, que son los relacionados con el autoconocimiento, el autodominio, la comprensión y la empatia. Muchos son los problemas y dificultades que encierra la relación matrimonial, además de los momen­tos felices, que demandan un sentido autocrítico a partir del autocono­cimiento, que demandan también el autodominio y la comprensión del otro, y por ello a continuación hablaremos de estos atributos de inteligen­cia emocional con mayor énfasis.

Autoconocimiento

Conocerse a sí mismo, además de ser una preocupación del ser hu­mano en toda su historia, es un proceso que de manera personal cada quien va desarrollando durante su vida; en algunos, con más conciencia de su importancia, que en muchos otros, que pasan por la vida y la termi­nan sin tener una idea al menos de mediano alcance, acerca de sí mismos y de sus potenciales internos.

El modelo de la conducta que presentamos en el capítulo i pretende dar la información básica para mejorar nuestro autoconocimiento; ana­lizamos con base en este modelo, las principales variables psicológicas de nuestro comportamiento y observamos la importancia que en ellas tie­nen nuestros valores. En ese capítulo hemos visto lo complicados que somos y por ello, lo difícil que realmente es conocernos a nosotros mis­mos. Somos, como decíamos, seres tan complejos, que muchas veces no nos explicamos el porqué de muchos aspectos de nuestra mente, de nuestras reacciones; de actitudes o emociones que a veces se derivan de nuestro subconsciente. Del potencial de nuestro espíritu o de la ener­gía interior que en la esencia nos da la vida. La fe, para quienes la tienen, nos dice que tenemos un alma; que nuestro espíritu incluso podrá tras-

Cap. 2. Importancia en el matrimonio 41

cender en nuestra muerte; sin embargo, siendo cuestión de fe, no todos tienen esa idea de la parte espiritual de su persona. De entrada, ese enig­ma existencial y a la vez individual será resuelto para todos hasta el final de nuestra existencia; por ello, tenemos que aceptar que durante nuestra vida, siempre habrá elementos internos de nuestra persona que no cono­ceremos a plenitud ni con certeza.

Por eso, conocerse a sí mismo es una tarea difícil y gradual que el i n ­dividuo va asimilando conforme su desarrollo y experiencia lo van permi­tiendo. Es un proceso de experimentación y reflexión, que desde que so­mos pequeños vamos inconscientemente asimilando, conforme vamos creciendo; con más conciencia de nosotros mismos podemos ir capitali­zando en nuestro propio beneficio. En el concepto de inteligencia emocio­nal, conocerse a sí mismo requiere una atención gradual y progresiva de nuestras emociones para identificarlas, conocerlas y, por supuesto, llevar­las a procesos reflexivos y dominarlas; incluso saber aprovecharlas para generar buenos sentimientos que nos permitan sostener las mejores rela­ciones humanas, y en el caso del matrimonio, la mejor relación conyugal. En nuestra visión de la conducta y sus factores interiores, además de los aspectos emocionales, conocerse a sí mismo podría llevar un análisis más amplio que trate de entender los distintos rasgos de nuestra personalidad.

A continuación proponemos a los esposos o a los novios un ejercicio para que reflexionen qué tanto se conocen. Los siguientes pasos básicos tienen la idea de tocar los principales elementos de la conducta que ya hemos explicado, en un proceso reflexivo a fondo, que nos permita una autoevaluación de cómo somos. Este mismo ejercicio lo podemos hacer después en relación con nuestra pareja, para evaluar qué tanto la cono­cemos, pues este aspecto nos permite también fortalecer nuestra relación matrimonial .

a) ¿Cuáles son nuestros estados emocionales dominantes? Confor­me a nuestra susceptibilidad, velocidad o intensidad para responder emo­tivamente y conforme a las emociones que con mayor frecuencia mani­festamos, podríamos establecer una tipificación aproximada de nuestro temperamento. Es decir, ¿somos coléricos, flemáticos, sanguíneos o me­lancólicos? O por otra parte, ¿somos audaces, tímidos, optimistas o pesi­mistas? Realmente, lo menos importante es el apego a un criterio teórico del temperamento; lo importante es que sepamos tipificar nuestros esta­dos de ánimo dominantes con el nombre que más los represente. Este as­pecto del autoconocimiento es fundamental y es el primer paso de la i n ­teligencia emocional.

b) ¿Qué tanto hemos desarrollado nuestro carácter?, entendido como el desarrollo de nuestra capacidad para reaccionar con la energía, volun­tad e inteligencia que demandan los diferentes retos que enfrentamos en nuestra vida. ¿Nos amedrentan los retos o los enfrentamos con valor e inteligencia? ¿Esperamos a que alguien nos resuelva los problemas, espe­ramos a que se resuelvan solos o tenemos la iniciativa y la energía para resolverlos?

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42 Parte 1. Valores e inteligencia emocional

c) ¿Cuáles son nuestras principales capacidades? Sin la necesidad de realizarnos una prueba de evaluación de nuestro coeficiente intelectual, bien podemos expresar una conclusión personal acerca de nuestra i n ­teligencia, si es promedio, baja o avanzada; ¿cómo es nuestra memoria o nuestra capacidad para retener información y para analizar situaciones y resolver problemas? Evaluemos nuestra capacidad para resolver opera­ciones o problemas aritméticos. También tenemos con seguridad una idea de nuestras capacidades funcionales, por ejemplo nuestro gusto y sensi­bilidad por alguna o varias de las bellas artes, nuestra capacidad para tra­bajos manuales o artesanales, o para actividades que demandan habili­dades específicas. Ésta no es ni pretende ser una prueba, simplemente es una serie de ideas que facilitan la reflexión de cómo somos para realmente tener un buen nivel de autoconocimiento. Enumere todas sus capa­cidades.

d) ¿Cuáles son nuestras principales actitudes ante la vida y ante los demás? Somos luchadores, respetuosos o responsables, somos acaso amis­tosos o cariñosos, ¿las personas confían en nosotros? Es importante hacer el esfuerzo por reflexionar acerca de cuáles son las principales actitudes que constituyen nuestra conducta cotidiana; actitudes como ser compren­sivo, ser humilde, ser honesto, ser sincero, o como contraparte, ser apáti­co, soberbio, orgulloso o deshonesto, estas actitudes son fáciles de iden­tificar, por ello cada quien tiene seguramente una conciencia personal de cuáles son sus principales actitudes.

e) ¿Cuáles son nuestros principales valores? Podemos hacer una lista y luego jerarquizarlos en orden de importancia. ¿Qué tan consistentes o congruentes somos en nuestras respuestas actitudinales o sentimentales con respecto a nuestros valores? Seguramente podremos hacer un esfuer­zo por determinar en qué valores somos más congruentes y en cuáles requerimos mejorar nuestra conducta.

/) ¿Cuáles son nuestras principales motivaciones? ¿Tenemos acaso objetivos y metas bien definidas? ¿Le hemos dado una dirección y sentido a nuestra vida? El conocernos a nosotros mismos seguramente nos podrá dar la claridad acerca de nuestros objetivos personales; sabremos bien lo que queremos de la vida y hacia dónde nos dirigimos.

g) ¿Qué tanto sabemos de nuestro cuerpo y de nuestra salud? Cada organismo es diferente en funcionalidad específica y en sus respuestas al medio; cada individuo tiene una constitución física que lo hace fuerte en algunos aspectos y débil en otros. El estrés y los problemas les causan afectaciones cardiacas a algunas personas, a otras problemas digestivos, a otras, en cambio, no les causan problemas de salud. ¿Tenemos algún pro­blema de salud hereditario que nos obliga a ciertas previsiones? ¿Hemos desarrollado el suficiente conocimiento y control de nuestro cuerpo y de nuestra salud? ¿Tenemos los hábitos que nos permiten conservar a nues­tro cuerpo y salud en óptimas condiciones?

h) ¿Qué otras características y hábitos podrían definirnos mejor? Por ejemplo, ¿somos organizados o desorganizados?, ¿atentos, serviciales, puntuales, limpios, de buenos modales o malhablados; pacientes, impa-

Cap. 2. Importancia en el matrimonio 43

cientes, estudiosos, flojos o perezosos? Por otra parte, ¿cuáles son los principios, ideales y conceptos de nuestra ideología fundamental?, ¿so­mos religiosos, místicos o incrédulos?, ¿somos acaso autoritarios, ambi­ciosos, celosos, egoístas?, y una muy importante, ¿somos autocríticos?

Bien, como puede observarse, hay un sinnúmero de características de nuestra personalidad de las cuales entre más conscientes seamos de ellas más nos conocemos a nosotros mismos. Es conveniente que los novios o esposos que leen este l ibro, primero hagan este ejercicio de manera i n d i ­vidual, luego evalúen a su pareja, para finalmente intercambiarlo con su pareja y sacar sus conclusiones acerca de qué tanto se conocen.

Decíamos que Gordon Alport apunta que en diversos estudios se han llegado a diferenciar millares de características de la personalidad. Como hemos visto, las características del individuo se deben entre otros factores a sus valores, a una mezcla de actitudes, capacidades, hábitos y respuestas emocionales que permiten diferenciar o comparar a los individuos entre sí. Sin embargo, el autoconocimiento sólo demanda que conozcamos las más importantes para nuestro desarrollo; y para tener las mejores relaciones con nuestro cónyuge, con nuestros hijos y fortalecer la relación familiar.

Un buen nivel de autoconocimiento nos dará la posibilidad de tener mejores perspectivas de autodominio ya que, como decíamos, los atribu­tos básicos de la inteligencia emocional parten del autoconocimiento y del autodominio, para sólo así pasar a la empatia y la comprensión. Reitero: un buen nivel de autoconocimiento en el matrimonio es un paso inicial; el siguiente paso es evaluar qué tanto conocemos a nuestra pareja, pues una vida en común en el largo plazo sólo es posible entre dos personas que se conocen bien.

Autodominio

Dominar nuestras emociones y controlar nuestras respuestas tem­peramentales seguramente no es fácil. Todos justificamos frecuentemente nuestras respuestas emocionales, o como les llamamos comunmente, vis-cerales. Muchos son los casos de personas que tienen responsabilidades sociales o que ocupan posiciones de liderazgo, que difícilmente logran controlarse en situaciones conflictivas y que hasta el último día de su vida no alcanzaron a desarrollar la capacidad de autodominio. Muchos son los casos de esposos y padres que frecuentemente pierden el control, como suele decirse, pierden los estribos, ante los problemas cotidianos de la vida matrimonial. En el matrimonio, dadas las múltiples situaciones de interrelación entre los esposos y posteriormente con los hijos, es indispen­sable desarrollar un buen nivel de autodominio.

Aspectos como las preocupaciones, la depresión, el estrés, la ansie­dad, la desesperación o la complejidad misma de un problema, frecuen­temente dañan nuestra estabilidad emocional, nos ponen de mal humor y nos llevan a responder visceralmente. Diversas son las pautas que pueden

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44 Parte I. Valores e inteligencia emocional

desarrollar el autodominio. Un primer criterio de autodominio es preci­samente esforzarnos en refrenar el impulso emocional y reencauzar las energías del mismo para automotivarnos a acciones positivas, de solución al problema que enfrentamos. Seguramente es difícil y no todos los pro­blemas nos lo permiten; sin embargo, al poner nuestros valores adelante de nuestras respuestas emocionales y fortalecer nuestra voluntad para desarrollar paulatinamente actitudes y capacidades de prudencia, pacien­cia y comprensión, podremos refrenar el impulso emocional. El apego a valores fundamentales sólidos, como la verdad, el respeto o la compren­sión, seguramente permite fortalecer la voluntad y desarrollar actitudes adecuadas hacia el autodominio.

El autodominio, como vemos, demanda voluntad y esfuerzo, y en oca­siones sacrificio personal. Sin embargo, si nos apoyamos en esas actitu­des, tendremos el tiempo que es indispensable para pensar, para utilizar nuestra otra inteligencia (la inteligencia racional) antes de actuar visceral-mente. De hecho, desde nuestra perspectiva, la inteligencia emocional (IE) demanda un adecuado equilibrio entre el control de las respuestas emocionales y el uso de la inteligencia racional (IR), de la capacidad de pensar objetivamente, a veces como se dice, con la cabeza fría, para resol­ver un problema; eso es precisamente autodominio.

Otras actitudes que nos recomienda Goleman 9 para desarrollar la ca­pacidad de autodominio son, por ejemplo, desarrollar la capacidad de automotivarse, el buen humor, el ser optimistas y saber abrigar esperan­zas aun en situaciones difíciles; sobre este último concepto nos dice que abrigar esperanzas significa que uno no cederá a la ansiedad abruma­dora, a una actitud derrotista ni a la depresión, cuando se enfrente a desafios y contratiempos. También se sugiere practicar algunas técnicas de relajación, la oración -para quienes tienen fe- o separarse momentá­neamente del lugar o situación en donde está el problema para respirar aire fresco; oír música relajante, todos estos son elementos de ayuda para disminuir la intensidad de las respuestas emocionales; al respecto, habrá que consultar bibliografía especializada.

En el matrimonio existe otro gran elemento que difícilmente se tiene en todas las relaciones humanas y que nos puede ayudar a desarrollar el autodominio, éste es el amor. El amor como valor, como sentimiento y actitud permanente en el que se soporta la relación de los esposos -y de él hablaremos con detalle en un capítulo posterior- es el gran aliciente para refrenar nuestros impulsos emocionales negativos y encauzar los impul­sos emocionales positivos. Los esposos tienen esa gran ventaja para des­arrollar la inteligencia emocional, cultivando siempre los sentimientos positivos del amor ya que, con base en ellos, se fortalece la voluntad y se ganan fuerzas para ser prudentes en los conflictos y problemas mediante el control de las emociones negativas.

El amor por sí mismo se desgasta con el tiempo; en el capítulo si­guiente veremos cómo debe apoyarse en valores traducidos en actitudes y

'Danie l Goleman, op. cit., p. 113.

Cap. 2. Importancia en el matrimonio 45

buenos sentimientos, para que el amor perdure en la relación matrimo­nial. Pero además del amor y sus valores, los matrimonios deben desarro­llar inteligencia emocional, vista ésta como una capacidad adicional y muy importante, para asegurarse de que su amor no se apague ni se debilite, por el contrario, se fortalezca permanentemente con las experiencias de la vida cotidiana. Si la inteligencia emocional es un conjunto de aptitudes que pueden desarrollarse para tener relaciones humanas exitosas en el trabajo, como líder de una organización y en general para las relaciones humanas en cualquier ambiente social en el que se desenvuelven los i n d i ­viduos, es en el matrimonio precisamente en donde las aptitudes de la inteligencia emocional cobran una importancia trascendente, por la rela­ción interpersonal tan estrecha que se da entre el hombre y la mujer.

E m p a t i a y comprensión

Goleman 1 0 nos dice que la empatia viene de la palabra griega empa-theia, que significa sentir dentro. Empatia se refiere a las aptitudes que desarrolla una persona para percibir las emociones de los demás y sentir­las como si fueran propias; para entenderlas y corresponderías. La aptitud de ver las cosas desde la perspectiva del otro, de esforzarse por sentir lo mismo que el otro, lo cual por supuesto no es fácil y para muchos es sim­plemente imposible. Una personalidad egoísta o egocentrista difícilmente lo logra. Por eso es una aptitud que sólo puede desarrollarse cuando exis­te el deseo de llevar una buena relación humana y, cuando para ello, se ha­cen todos los esfuerzos para desarrollar nuestra inteligencia emocional. En el matrimonio, considerando que son dos personas que se aman, de­berá ser menos difícil lograr esa aptitud empática. Suena incluso lógico, que si amamos a una persona nos esforcemos por entender sus emocio­nes, por tratar de sentir lo que siente y comprenderla cuando es dominada por emociones de tristeza, dolor, ira o enojo. El amor facilita desarrollar la empatia, el amor facilita, como mencionamos, desarrollar la inteligencia emocional en el matrimonio.

Pero en el matrimonio, además de hablar de empatia, es necesario subir a esta aptitud de nivel para llevarla a la comprensión; la compren­sión es un valor que mueve a una actitud superior, que a su vez requiere haber desarrollado la empatia. El ser comprensivo es un acto de voluntad, por eso como actitud demanda el conocimiento y la reflexión de lo impor­tante que es comprender a nuestra pareja, a nuestros hijos; demanda va­lorar su dignidad y lo importantes que ellos son para nosotros. Si en la pareja no se comparte el valor de la comprensión, difícilmente se tendrán conductas empáticas cuando los problemas los envuelven.

Por eso, las actitudes de comprensión, además de requerir la empatia, requieren otra capacidad de la inteligencia emocional que es el autodomi­nio. Cuando las personas, en nuestro caso los esposos, enfrentan conflic-

, 0 D a n i e l Goleman, op. cit., p. 126.

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46 Parte 1. Valores e inteligencia emocional

tos, la tendencia natural es la respuesta emotiva; es decir, afloran nuestras emociones de ira, de coraje, de celos, de envidia, etc. Si en esa situación no se ha desarrollado una capacidad de autodominio, difícilmente se podrá dar el siguiente paso para resolver el conflicto, que es la empatia y la com­prensión del otro. Por eso, es fundamental que los esposos y quienes aspi­ran a serlo, hayan dado los primeros pasos de la inteligencia emocional: el autoconocimiento y el autodominio. Desarrollando el autodominio, po­dremos asumir actitudes comprensivas.

Por supuesto que en la relación de los esposos se cuenta además, como decíamos, con un valor y un sentimiento fuerte que es el centro de la relación, y éste es el amor, que en mucho es coadyuvante del autodomi­nio y de la aptitud empática, y por supuesto de la comprensión. Por su i m ­portancia trascendente, del amor en la pareja hablaremos con más detalle en un capítulo posterior.

Como hemos visto, en el matrimonio la inteligencia emocional per­mitirá:

• Canalizar positivamente todas las respuestas emocionales entre los esposos, derivadas de la vida cotidiana; convertir los problemas en oportunidades de superación y madurez, las alegrías y los éxitos en satisfacciones enriquecedoras de la relación.

• Ayudar a los esposos a resolver sus situaciones depresivas, de an­gustia, de estrés, de enojo y presión, que ocasionadas por sus diver­sas ocupaciones y, por la situación económica y social, frecuente­mente generan conflictos conyugales.

• Hacer que su amor se mantenga tan fuerte e intenso como lo fue en su noviazgo. Acrecentarlo mediante actitudes de comprensión y en­trega que tanto en el aspecto espiritual como físico lo lleven real­mente a la madurez y plenitud que demanda toda una vida juntos.

Como puede observarse al ir viendo con detalle las habilidades y apti­tudes de la inteligencia emocional, todas son de total aplicación y util idad, indispensables para un matrimonio y una familia exitosos. El autodomi­nio, la comprensión de las emociones del otro, el control de nuestro tem­peramento mediante actitudes de prudencia, paciencia y respeto al otro, la alegría, cordialidad y buen humor que en mucho hacen placentera la vida, la capacidad para resolver problemas que afectan al matrimonio y la toma de decisiones compartidas por los dos esposos, todos son atributos de inteligencia emocional en la vida matrimonial. El propio Shapiro" nos da importantes explicaciones de cómo desarrollar las capacidades de la i n ­teligencia emocional en los niños, siendo por eso su impacto más allá del matrimonio, en la misma familia. Actitudes derivadas del valor del amor entre los esposos y sus hijos están mencionadas por este autor como cua­lidades de la inteligencia emocional, tal es el caso -como mencionábamos-del trato amable, cordial y respetuoso que debe prevalecer en un hogar

"Lawrence E. Shapiro, op. cit.

Cap. 2. Importancia en el matrimonio 47

donde reina el amor. El respeto, por ejemplo, ayuda de manera funda­mental a solucionar los problemas y es un inhibidor natural de las res­puestas emocionales violentas.

Finalmente, presento en el apéndice I un ejercicio que permitirá a las parejas de novios o de esposos evaluar su nivel de inteligencia emocional y sus habilidades de comunicación y diálogo, reconociendo la importancia y la relación que tienen entre sí estas importantes aptitudes. En el capítu­lo 6 se amplía precisamente la información acerca de la importancia de la comunicación y el diálogo en la relación conyugal.

Resumen

Es importante reconocer la importancia que en los últimos años ha tomado el concepto de inteligencia emocional. Los autores que han escrito acerca del tema, aportan ideas que permiten comprender de manera objeti­va cómo son las respuestas emocionales de los individuos y cómo pueden desarrollar aptitudes para dominarlas; para comprender las emociones de los demás y con ello, manejar las relaciones de manera armoniosa. Con­siderando la integralidad de las variables que intervienen en la conducta humana y la importancia que en todas ellas tienen los valores, sostenemos que es necesaria en el desarrollo de la inteligencia emocional, la conduc­ción o manejo de las emociones y sentimientos con base en los valores del individuo. Son precisamente los valores los que fortalecen nuestra volun­tad y carácter, para modelar nuestra conducta en las relaciones humanas, son los valores en el matrimonio, compartidos por los esposos, los que les ayudarán a formar y conservar buenos sentimientos y a desechar o evitar la formación de los que pueden ser malos o dañinos para su relación.

Además, quien desarrolla la inteligencia emocional, pone sus valores adelante de sus emociones y sentimientos, de sus actitudes y motivacio­nes, de sus hábitos y del despliegue de sus capacidades en su ámbito de trabajo u ocupación. Por eso, en el matrimonio la inteligencia emocional tiene una importancia mayúscula; la relación intensa y de largo plazo de los esposos demanda la integridad y la madurez que pueden obtenerse si se desarrollan las aptitudes de la inteligencia emocional.

Quien considera que la institución matrimonial es una opción para alcanzar la felicidad en su vida, debe desarrollar las aptitudes básicas de la inteligencia emocional: debe conocerse a sí mismo, debe conocer y con­trolar sus emociones y debe haber desarrollado un buen nivel de empatia, para conocer y entender a su pareja, para comprender sus sentimientos. La empatia conduce a la comprensión, la cual es un valor fundamental de la relación conyugal. Además, considerando que en el matrimonio la rela­ción se sustenta en el amor, los esposos tienen una ventaja adicional para lograr desarrollar las aptitudes de autodominio y empatia; tienen como centro de su unidad al amor, el cual como valor y sentimiento profundo les da la fuerza para desarrollar y fortalecer su inteligencia emocional.

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En todo el contexto analizado en el capítulo anterior, y ante la impor­tancia del reto que representa el matrimonio para los jóvenes de hoy día, asimismo para quienes ya viven casados, ahora es importante reflexionar acerca de los propios elementos estructurales del matrimonio en la época actual. Es decir, ¿qué hace que un matrimonio sea sólido?, ¿cuáles son los cimientos en los que descansa un matrimonio exitoso, en un contexto tan complejo como en el que vivimos? Veamos ahora algunos criterios al efecto.

La inteligencia emocional en el matrimonio

Considerando que ya hemos hecho un análisis de lo que es la intel i­gencia emocional y de su importancia en la madurez de las personas y en el propio matrimonio, pensamos que los retos del matrimonio, los retos que los propios esposos enfrentan y los retos de renovación de la misma sociedad demandan esposos y padres con un muy buen nivel de desarro­llo de inteligencia emocional. Esposos equilibrados emocionalmente, ma­duros e íntegros, que en otros términos son atributos de quien ha desarro­llado inteligencia emocional.

En esta época, los esposos y en su caso los novios que aspiran a con­traer matrimonio, deben esforzarse permanentemente por salvar la esta­bilidad de su relación mediante esfuerzos de superación y madurez; por eso es deseable comprender el significado de las aptitudes de la inteligen­cia emocional para esforzarse en desarrollarlas y darle fortaleza a sus re­laciones. Como ya mencionamos, pudiera ser que algunas personas no

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62 Parte 2. La relación matrimonial

acepten este nuevo concepto; a ellos les diríamos entonces que traten de reflexionar en los conceptos de carácter, de madurez emocional e integri­dad, que son equivalentes y como vimos, conforme a las aportaciones de grandes psicólogos como Gordon Alport, ya se habían planteado con sufi­ciente amplitud y sustento aunque no fueron muy difundidas, salvo para los especialistas en psicología. No obstante, es parte de la cultura popular aceptar que una persona madura es una persona que se conoce y acepta a sí misma y que tiene una percepción correcta de la realidad, entre otros rasgos que aclaramos en su oportunidad.

De hecho, en la inteligencia emocional, como elemento estructural que implica la madurez de los esposos, descansan los demás pilares de la relación matrimonial. Si los esposos no aprenden a conocerse a sí mismos, no aprenden a controlarse ni a dominar su genio ni su agresividad; si no saben comprender a su pareja y por ende no se esfuerzan por tener una relación amorosa o armoniosa, y si no ponen adelante de sus emociones sus propios valores, entonces la relación matrimonial difícilmente tendrá un futuro satisfactorio para cualquier pareja. En la inteligencia emocional y en el amor de la pareja, como sentimiento dominante, se sustenta la posibilidad de compartir objetivos de largo plazo, de compartir valores y de compartir un proyecto común de vida; de hacer crecer y madurar pre­cisamente ese amor, para con ello, lograr que la relación matrimonial sea de largo plazo y cumpla con la misión de la familia ante la sociedad. La figura 4.1 muestra un esquema en el que pretendemos hacer objetiva la importancia estructural de los conceptos que desde nuestro punto de vis­ta son los pilares de un matrimonio exitoso.

Misión compartida Si bien la claridad de propósitos siempre es importante para abordar

cualquier acción o decisión, los grandes pasos o las grandes empresas que abordamos en nuestra vida demandan algo más que claridad de propósitos; demandan una definición clara y bien entendida de los alcances y de las responsabilidades que implica el paso que vamos a dar. Demandan que esta decisión sea tomada con absoluta libertad, para que exista el total compro­miso de nuestra parte en torno de las consecuencias y los resultados que se deriven de esa importante decisión. En estas grandes decisiones es impor­tante tener una clara visión de a dónde queremos llegar. Y en el matrimonio, un sentido de propósito profundo surge de una clara visión de a dónde quieren llegar juntos, dónde se ven en el futuro de corto y de largo plazos. Les aseguro que si se ven en un futuro muy lejano, como una familia bien establecida, seguramente harán todo lo posible por lograrlo, sorteando dif i­cultades y obstáculos. En caso contrario, si desde ahora no les interesa ese futuro, será difícil llegar a él. Por eso, esa visión de largo plazo establece las bases para definir su misión o gran objetivo de su matrimonio.

Para que el matrimonio tenga éxito es importante, en primer término, que los esposos compartan con claridad el gran propósito u objetivo de su

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Inteligencia emocional

Figura 4 .1 . Los pilares del matrimonio.

matrimonio; es decir, su misión. Cuál es el sentido de trascendencia en el que descansa su deseo de vivir juntos y formar una familia; a qué están llamados dentro del contexto social al que pertenecen, como pareja y como familia; qué espera de ellos la sociedad, y sobre todo, a dónde quieren llegar juntos. Si viven juntos sólo por costumbre, porque fueron obligados o presionados a casarse, o porque la tradición familiar o social así lo establece y ellos son muy tradicionalistas, llegará el momento en el que no le encuentren sentido a su matrimonio y se sientan acorralados, prisioneros de una situación que en su esencia nunca quisieron. Si bien planteamos la función del matrimonio en la sociedad actual -y esto debió ser parte del análisis consciente, antes de tomar la decisión de vivir j u n ­t o s - también es importante que los esposos compartan un mismo fin para su matrimonio; si no lo han hecho, nunca es tarde.

Las definiciones acerca de esa misión serán las que los esposos esta­blezcan; a dónde quieren llegar, qué nivel de desarrollo personal y como pareja esperan alcanzar, de qué forma esperan trascender como personas y como pareja, qué esperan para sus hijos; éstas serán repuestas que deberán encontrar de común acuerdo para establecer su misión. Sólo en los esposos -o antes del matrimonio en los novios- está la posibilidad de hacer un proyecto común de su futuro; por eso es que de ellos debe surgir la visión de largo plazo y la precisión de la propia misión de su matrimo­nio. Si por varios años vivieron casados sin reflexionar acerca de este aspecto, los invito a hacer la reflexión que les lleve a precisar cuál es la misión de su matrimonio; si ya tienen hijos, invítenlos a platicar y opinar acerca de esto, pues juntos, será mucho más importante que toda la fami­lia comparta con claridad su sentido de trascendencia en el largo plazo, la misión de su familia. Sólo así se podrá tener el primer pilar importante del matrimonio exitoso que le da sentido y dirección a la vida matrimonial . Pilar en el que se soportan los intereses comunes de los integrantes de la familia, la coincidencia de todos acerca de su futuro de largo plazo en el seno familiar.

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6 4

Pensamiento-ideología

Valores personales

de ella

Pensamlento-ldeologia

Valores personales

de él

Reglas del

BfedÉfe ¡ juego-políticas

de actuación

Figura 4 .2 . Los valores compartidos en el matrimonio.

Valores compartidos De igual manera que el gran propósito o misión del matrimonio debe

ser compartido por los esposos desde el inicio de su relación y durante toda su vida matrimonial, también desde el inicio deberá existir un marco de valores fundamentales que compartan. Un marco de valores que inte­gre en una jerarquía única y propia de la pareja sus reglas de actuación y entendimiento. Ya mencionamos en el capítulo i el concepto de valores y su importancia en la conducta y desempeño de las personas. Pues bien, el desempeño de la relación matrimonial depende en mucho de los valores que como propios establezcan los esposos con base en los cuales adquie­ran un compromiso de actuación, de actitudes y de formación de buenos sentimientos, que propicien y hagan prevalecer por mucho la relación ma­trimonial .

No son únicamente los valores propios, de la jerarquía que cada uno tenga. Son los valores que ambos consideran importantes para su relación y convivencia cotidiana y a largo plazo; son los que constituyen los cimien­tos y la estructura de soporte de toda su vida matrimonial y de su familia; con ellos, se les facilitará alcanzar su misión y sus propósitos de largo pla­zo. Son los valores que los comprometen a una conducta congruente, en la que sus actitudes, hábitos, respuestas sentimentales y formas de actuación diversas estén siempre condicionadas y reguladas por esos valores. En la figura 4.2 se muestra cómo entendemos este criterio: cada uno, conforme a su propia estructura psicológica y a su propia formación o educación (en el seno de su familia, en las escuelas en las que recibió su educación bá­sica), tiene su propia jerarquía de valores. Tienen en algún lugar de esa jerarquía a la honestidad, a la verdad, al amor, al respeto, a la lealtad y a la familia como valor, por ejemplo. Es importante que esos valores sean clarificados -qué entienden por cada uno de ellos-, discutidos y analiza­dos ampliamente por la pareja; que los racionalicen en términos de las

Cap. 4. Los pilares del matrimonio exitoso 65

conductas adecuadas que les han llevado a tener buenos resultados en la vida, o en sentido contrario, las consecuencias de haber sido en ocasiones incongruentes con respecto a esos valores; que incorporen incluso aque­llos valores que fortalezcan a partir de ahora su relación.

En este sentido, no les proponemos concretamente que adopten algu­nos valores adelante de otros, ya que la jerarquía que adopten será sola­mente suya a partir del consenso. Sin embargo sí nos atrevemos a sugerir­les dos cosas:

• Que en su jerarquía de valores compartidos ocupe un lugar impor­tante el valor de la familia. Ya analizamos brevemente la problemá­tica que actualmente enfrenta la familia en la sociedad, que se aso­ma al tercer milenio en una profunda crisis. Pensamos que sólo fortaleciendo la función de la familia como célula básica, formadora de los individuos del nuevo milenio, es como podrá superarse la cr i ­sis actual. Por ello, ambos deben analizar y dialogar ampliamente la importancia que para ustedes tiene su propia familia, que se ha for­mado a partir de su matrimonio. La visión de familia que quieren tener y el lugar que ocupa en su jerarquía compartida de valores será fundamental para un sinnúmero de decisiones que la vida moderna les obligará a tomar. A veces, tendrán que sacrificar algo, para no poner en riesgo a su familia; el tiempo para el cuidado y la formación de sus hijos, para su propia convivencia, todo esto y muchas otras cosas que ustedes mismos podrán analizar depen­derán de la importancia que le den a su familia, sobre otras muchas cosas y situaciones, para que su familia alcance los objetivos que han quedado implícitos en la misión de su matrimonio.

• Que en su jerarquía de valores ocupen también un lugar bien ana­lizado y priorizado los valores fundamentales del amor conyugal que les propongo más adelante. Nuestra propuesta no pretende ser absoluta, es por supuesto válido que difieran de ella, que agreguen otros valores. Sin embargo, no deja de ser trascendente que valoren en un lugar fundamental de sus vidas al amor que en su esencia es el sentimiento que los llevó a compartir sus vidas. Lo importante, reitero, es que sus valores sean compartidos, porque con ello po­drán asumir el compromiso que demanda la posibilidad de cons­t r u i r un matrimonio y una familia exitosa. Será conveniente que el amor, el respeto, la fidelidad, la confianza y la responsabilidad pue­dan tener un significado compartido y un compromiso firme y vo­luntario.

Otros elementos estructurales del matrimonio y la familia, como pue­den ser el sacramento del matrimonio para los que son católicos, la pater­nidad y la sexualidad responsables, pueden ser por supuesto sujetos de jerarquización en su escala de valores, sobre todo, por la necesidad de com­partir en torno de ellos una misma visión acerca de su importancia en sus vidas y de sus alcances. De hecho, estos elementos estructurales los esta-

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66 Parte 2. La relación matrimonial

mos implicando en este rubro de valores, y por su importancia, en capítu­los posteriores abundaremos en algunos de ellos.

A partir de todos esos valores que compartan, pueden entonces es­tablecerse las reglas del juego y las políticas de actuación de ambos, que de manera más específica les ayudarán a ser congruentes con esos valores que comparten. Pongamos por ejemplo al valor del respeto. ¿Cuáles serían las reglas del juego o políticas que apoyarían a este valor en un matrimo­nio que pretende actuar con inteligencia emocional, para sostener una re­lación perdurable? Se deben, por ejemplo, respetar las creencias de la otra persona y su ideología, y como parte de ellas, su religión; sus costumbres, sus gustos y preferencias; sus amistades, sus aficiones, su dignidad, su tiempo, su trabajo, sus pertenencias, su forma de vestir; y por supuesto, se deben respetar sus defectos o limitaciones, sus malos ratos, etc. De ese análisis, al parecer muy detallado del alcance del respeto, pueden salir reglas concretas que les ayuden a ser congruentes con el valor del respeto. Como por ejemplo, respetar los horarios dedicados a prácticas deportivas de cada uno, los que correspondan a las prácticas religiosas o los que se requieran para reuniones con amistades personales o familiares. Podrán establecer reglas claras que les ayuden a controlarse en los ratos de estrés, de presión o angustia; cuando enfrenten problemas o disgustos; reglas que les ayuden a no violentarse; que los detengan cuando se alcen la voz o digan malas palabras; que impidan a toda costa perder el control o que se agredan incluso físicamente; y que les permitan darse el tiempo y las con­diciones para resolver estos problemas con el menor desgaste posible.

Como se observa, con base en sus propios valores compartidos, cada matrimonio puede establecer sus propias reglas del juego o políticas de actuación o convivencia. Lo importante es que los valores no queden en simples declaraciones o buenas intenciones; los valores, como menciona­mos, se observan mediante una conducta congruente y algunas reglas es­tablecidas de común acuerdo. Un verdadero compromiso en torno de ellas en mucho ayudará a facilitar esa congruencia entre el decir y el actuar cotidiano.

Amor conyugal El amor pasa de ser de un elemento fundamental en la relación de

noviazgo a ser un elemento estructural con base en el cual se inicia la relación matrimonial; la gran mayoría de los matrimonios - p o r no decir que casi todos- se realizan porque los novios manifiestan que se aman y con base en ese amor desean compartir sus vidas. El amor en el noviazgo, cuando madura y se hace más intenso, lleva a los novios hasta el punto en el que desean voluntariamente tomar la decisión de compartir sus vidas en el matrimonio. Cómo se da el proceso de maduración del amor, desde el noviazgo hasta el matrimonio, lo discutiremos en el siguiente capítulo; sólo queremos agregar en esta parte que el amor, sujeto a un proceso de maduración, llega a ser un pilar fundamental para que el matrimonio per-

Cap. 4. Los pilares del matrimonio exitoso 6T

dure; si no fuese por amor, el contrato matrimonial perdería el sentido de fondo que lo hace diferente a cualquier otro contrato.

El amor es el sustento de la relación entre los esposos; es un valor compartido que ambos deben preocuparse por revitalizar día con día, pues de otra forma, al irse desgastando, la relación corre el riesgo de ter­minarse. El amor como sustento del matrimonio, como pilar de la misma familia, es una plantita que parte de una semilla que en su momento fue sembrada; la sembraron cuando eran novios, pero para que crezca y dé frutos, los esposos deben regarla todos los días, con detalles cotidianos de entrega, de servicio, de confianza, de perdón; el amor se nutre con las obras de todos los días, pues sólo así, será el sustento para toda la vida de la relación matrimonial y de la familia. Los frutos que del amor se derivan deben incluso alimentarse todos los días de amor, para crecer, madurar y continuar el ciclo natural de la vida humana.

Y el amor que perdura, que da frutos (tal y como vimos en el esquema de la figura 4.1), se soporta en los cimientos de la madurez de los esposos; se soporta en la inteligencia emocional de ambos. Un amor que no es com­prensivo, que no escucha con empatia los sentimientos de la persona amada, que por autocontrol de sí mismo no asume actitudes de pruden­cia, tolerancia y de paciencia; en fin, que no soporta todas sus respuestas emotivas y sentimentales en valores fundamentales, difícilmente puede prevalecer en el largo plazo. Y es que la vida cotidiana, con las presiones del mundo moderno, necesariamente lleva con el transcurso de los años, al desgaste, al surgimiento de problemas y conflictos que demandan preci­samente el autodominio y, como decía, comprensión, mucha comprensión; prudencia y paciencia, para no desesperarse, para evitar las agresiones, para canalizar con respeto la solución de cualquier problema o conflicto.

Diálogo y comunicación

El diálogo, por otra parte, desde nuestro punto de vista es uno más de los pilares que fortalecen en la práctica la relación matrimonial y que, ade­más, es herramienta fundamental para la solución de los problemas coti­dianos y la toma de decisiones compartidas. El diálogo, y todas las habil i­dades que conlleva, se apoya de manera importante en la inteligencia emocional de los esposos, tal y como se observa en la figura 4.1. Los espo­sos que actúan con inteligencia emocional saben escuchar con empatia; saben escuchar los sentimientos de su pareja y se esfuerzan por compren­derlos. El diálogo es así elemento para el fortalecimiento en la práctica del amor de la pareja; el diálogo los llevará a un ejercicio cotidiano de su inteligencia emocional. Por la importancia del amor conyugal y de la comunicación y del diálogo, como pilares del matrimonio exitoso, los trataremos en los dos siguientes capítulos.

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6 8

Resumen En este capítulo destacamos la importancia real de la inteligencia

emocional, de la madurez y la integridad de los esposos en el éxito de la familia. En la base de la estructura de un matrimonio exitoso ubicamos precisamente a la inteligencia emocional, sobre la cual hacemos descansar a los pilares que constituyen el resto de la estructura que le da solidez a la relación de largo plazo de los esposos. No menos importantes, los pilares que constituyen esta gran estructura son la misión y los valores compar­tidos, el amor conyugal y el diálogo, los cuales se soportan y se apoyan en la inteligencia emocional de los esposos.

Es importante generar en las parejas de novios y esposos la concien­cia de que al desarrollar su inteligencia emocional, además de tener la po­sibilidad de ser personas íntegras y maduras, tendrán el paso inicial para construir su matrimonio sobre bases más sólidas. La inteligencia emo­cional, como hemos visto, implica antes que otra cosa el autoconocimien-to y el autodominio o autocontrol, que son los primeros pasos de la ma­durez; implica también la empatia, comprensión de la otra persona y de sus sentimientos (situación que en el matrimonio es una necesidad funda­mental para la convivencia de largo plazo). Otras capacidades de la inte­ligencia emocional, como el automotivarse ante las depresiones, el opti­mismo, la cordialidad y simpatía en el trato entre los esposos; la capacidad para resolver sus problemas con actitudes de paciencia y prudencia; y sobre todo, el conocimiento y la comprensión del principal sentimiento de la relación matrimonial que es el amor, y una conducta congruente en los valores que éste implica; todas son capacidades sobre las cuales se cimien­ta toda la estructura matrimonial de largo plazo. Esta estructura, plantea­da en este capítulo como pilares del matrimonio exitoso, parte de compar­t ir propósitos y objetivos de trascendencia, como es el caso de la misión; de compartir ciertos valores fundamentales, de fortalecer y madurar su amor, para convertirlo en el amor conyugal que está al centro de su rela­ción de pareja, y de establecer un proceso permanente de comunicación y diálogo, aspectos que abordaremos con detalle en los capítulos subse­cuentes.

'ÉWl amar canyiigal ^ v y, lúa valares

que la áiiótentan

Con los conceptos ya explicados en torno de las emociones, los sen­timientos y la inteligencia emocional, podemos abordar al amor, procu­rando entenderlo con claridad, con algunas ideas que nos lleven más allá de las interpretaciones, en ocasiones simplistas, que frecuentemente en­contramos acerca del amor. El amor entre un hombre y una mujer defi­nitivamente parte de manifestaciones netamente emocionales, de la atrac­ción, del gusto, de la admiración a la otra persona del sexo opuesto; del placer y las sensaciones que con él se relacionan; todas ellas, respuestas de carácter emocional, que al hacerse frecuentes y reiteradas, conducen a un sentimiento profundo y arraigado entre las dos personas; este es el senti­miento que denominamos amor.

Observamos que cuando dos personas se aman profundamente, van de las sensaciones emocionales a las sensaciones que podríamos llamar espirituales; surge el romanticismo, las actitudes de entrega, comprensión y servicio; surge el cariño y los grandes detalles que lo nutren y alimentan, hasta el punto que cada día compartimos más de nuestro tiempo con la persona amada. Podemos observar con esta visión que el amor pasa de entrada de una etapa netamente emotiva, a una etapa afectiva, en la que el pensamiento traduce las emociones de la primera etapa, en una con­ducta más racional, en la que interviene la voluntad y que se caracteriza por actitudes hacia la persona amada, que son diferentes con respecto a las que asumimos con otras personas que no amamos.

Es en esta segunda etapa o fase del amor que éste empieza a madurar, a hacerse más completo; pasa de las emociones a los sentimientos y se ali­menta racionalmente de la admiración por otra persona, de las experien­cias entre ambos; de un conocimiento más completo de su forma de ser,

6 9

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70 Parte 2. La relación matrimonial

de sus gustos, aficiones, de sus intereses, de sus opiniones e ideología. En la segunda etapa, se complementa la fase emotiva con la fase afectiva; sur­gen los rasgos de cariño y amistad, llegándose por supuesto a un amor más maduro y completo desde la perspectiva humana. En esta segunda fase es cuando se puede dar la decisión libre y consciente de vivir juntos, de contraer matrimonio para formar una familia. Hasta esta fase ya se tiene un nivel de conocimiento y experiencia con respecto a la otra per­sona, suficiente como para predecir que con ella podremos llegar a la plenitud de una relación de largo plazo. En el final de esta fase, el amor nos lleva a aceptar al otro tal y como es; ya compartimos valores y un proyecto común de vida. Esta fase termina, entonces, desde nuestro plan­teamiento, con el inicio del matrimonio.

Una vez con la experiencia de las dos fases anteriores, llegamos a una tercera etapa o fase del amor, que es la que nos lleva al concepto que de­nominamos amor conyugal. Éste es el amor entre los esposos; evoluciona a partir de las dos fases anteriores que, conviene aclarar, en sus rasgos principales no se pierden, dado que persisten las sensaciones emocionales de gusto y afecto; los rasgos sentimentales de cariño y amistad. Sin em­bargo, el conocer a la otra persona ahora es un proceso mucho más com­pleto e integral, a tal grado que el amor es mucho más maduro, pues se nutre de la vida cotidiana y en ella es el centro de la interrelación entre los dos esposos. El conocernos plenamente nos lleva en la práctica a aceptar-lo(a) tal como es; nos lleva a vivir el compromiso de entrega mutua de largo plazo; compartimos en la práctica valores y tenemos metas y obje­tivos comunes. Si realizáramos un ejercicio de conocimiento acerca de la persona amada, resultaría que la conocemos muy bien: su carácter y temperamento, sus valores e ideología, sus costumbres y hábitos, sus mo­tivaciones e ideales. El hecho de conocernos bien es lo que nos ha llevado a pensar que podemos compartir toda nuestra vida con esa persona. Este es el principio en el que se alimenta el amor conyugal, que si bien ha pasa­do por las dos fases iniciales del amor, y estas dos fases siguen tan inten­sas como al principio, la relación ahora se compromete y evoluciona hacia un nivel de madurez, en el que intervienen la razón y la inteligencia emo­cional, para vivir en la congruencia de nuestras actitudes y sentimientos, una conducta direccionada en gran parte hacia nuestra pareja. La figura 5.1 muestra de manera sencilla cómo entendemos que el amor realmente evoluciona para llegar al amor conyugal.

I. Amor ^ ^ II. Amor ^

emotivo afectivo

Figura 5.1. Etapas hacia el amor conyugal.

Cap. 5. El amor conyugal 71

Sin embargo, tanto se ha escrito y se escucha todos los días acerca del amor, en canciones, poemas, en obras teatrales o cinematográficas, que a veces se distorsiona su significado real o se deja únicamente en la relación física, en la simple poesía o en el romanticismo (características de las dos primeras fases o etapas del proceso de maduración del amor). Veamos a continuación algunos ejemplos de la conceptualización del amor que de alguna manera fortalecen nuestra visión de lo que puede ser un amor maduro.

Para Erich Fromm:'

Amar es un arte. Dice que amar no es un efecto pasivo; es un estar continua­do; puede describirse el carácter activo del amor afirmando que amar es funda­mentalmente dar, no recibir. El amor es la preocupación activa por la vida y el cre­cimiento de lo que amamos. Amar significa comprometerse sin garantías, entregarse totalmente con la esperanza de producir amor en la persona amada.

Según Luis Jorge González: 2

El amor desborda la capacidad humana de conceptualización y de expresión verbal. El amor es impulso y sentimiento y libertad y don eterno que permite la en­trega del yo al tú. En este sentido, el amor se orienta al tú y su contenido es el tú. Se revela como movimiento, como dinamismo y tendencia hacia el tú. Porque el amor contempla al tú como un valor insustituible en el contexto de la sociedad y del mundo; por lo mismo, capaz de dar sentido a la existencia del yo.

Vemos que si bien el amor parte de las sensaciones emocionales para convertirse en un sentimiento que le da vida, que lo hace pasar de un carácter pasivo a su naturaleza activa, es precisamente un conjunto de conductas orientadas a la entrega y al servicio hacia la persona amada y que en mucho se pueden dar con facilidad, cuando se ha desarrollado la inteligencia emocional. La persona con inteligencia emocional, además de que conoce y domina sus emociones, logra el autodominio y con ello, racionaliza sus respuestas emocionales; también es altamente empática y comprensiva; maneja con inteligencia conductas orientadas a sostener relaciones interpersonales maduras y perdurables, por eso, una relación amorosa madura podrá ser fácilmente sostenida a partir de la inteligencia emocional.

Y si la inteligencia emocional le da fortaleza al amor en sus fases i n i ­ciales hasta hacerlo madurar, el amor conyugal, ya entendido como el amor entre los esposos, también se fortalece y consolida a partir de la i n ­teligencia emocional. Su vigencia con la misma intensidad a través de los años se fundamenta además en un conjunto de valores, que en nuestra propuesta lo hacen totalmente tangible y perdurable. Hay que recordar

'Er ich F r o m m , El arte de amar, Paidós, 1997. 2 Luis Jorge González, Terapia para una sexualidad creativa, Castillo, México, 1992,

pp. 141-156.

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72 Parte 2. La relación matrimonial

que nosotros propusimos en la definición de la inteligencia emocional a la capacidad de poner a los valores adelante de las respuestas emocionales; en el amor, esto es vital.

El amor conyugal, más allá de las palabras y las definiciones, requiere continuas actitudes congruentes con sus valores fundamentales, que lo traduzcan en algo activo, en algo perceptible; que le den la congruencia en la relación cotidiana con su contenido conceptual, y que lo haga llegar al muy largo plazo, tan fuerte y puro como en la segunda fase, y sobre todo, con el mínimo desgaste.

No se puede decir que exista amor entre dos esposos que no saben respetarse, que no se perdonan, que no son leales ni se comprenden. Por eso, el esquema que proponemos a continuación plantea precisamente cómo entendemos la estructura conceptual del amor conyugal, ligado y perceptible mediante valores fundamentales, que seguramente deberán ser parte de los valores compartidos de la pareja, pero que además, en su relación con las actitudes que los hacen perceptibles en términos de la conducta, se sustentan también en la inteligencia emocional de los es­posos. Con esto se puede implicar, que si no se ha desarrollado un nivel importante de inteligencia emocional, en términos comunes de carácter y madurez, se corre el riesgo de que los valores no se traduzcan con efec­tividad en las actitudes esperadas.

Y es que tal y como vimos en el capítulo anterior, el ser congruentes con respecto a los valores que hacemos nuestros, demanda atributos de madurez que están comprendidos en lo que venimos conociendo como inteligencia emocional.

Así, el amor conyugal, por una parte, requiere apoyarse en valores fun­damentales para prevalecer en el largo plazo de la relación matrimonial; los valores son como el oxígeno para una vela que encendida, ilumina la vida de los esposos y les impide caer en la oscuridad. Esta vela, que da la luz en el matrimonio, siempre debe estar encendida, no deberá apagarse, para ello, hay que cuidar que no le falte oxígeno. Ese oxígeno, ese aire puro, son los valores. Por otra parte, las actitudes derivadas de esos valores son las que hacen perceptible al amor conyugal; no serán las declaraciones y promesas, que quizá durante el noviazgo funcionaron, sino la congruencia de la con­ducta en torno de esos valores que hacen perceptible al amor conyugal. Actitudes de servicio, confianza, lealtad, perdón, respeto y comprensión demuestran al amor en la práctica, más que las palabras.

El ser congruente con los valores del amor conyugal demanda, como hemos sostenido, autoconocimiento y autodominio, para conducirnos con actitudes como el respeto, la humildad y la apertura para perdonar. El sufi­ciente autodominio nos permitirá además reencauzar nuestras energías emocionales para automotivarnos a resolver los problemas conyugales en los momentos en los cuales el matrimonio pudiese enfrentar alguna crisis. Demanda, por supuesto, la suficiente empatia para entender los sentimien­tos de nuestra pareja con el fin de manejar nuestras relaciones de manera positiva. Vemos con claridad que estos atributos de la inteligencia emo­cional, definitivamente, ayudan en mucho a sostener una conducta con-

7 3

El amor conyugal , se fortalece con la inteligencia emocional a través de sus valores fundamentales

, e\o $erw

a- El amor percibido

Amor pm mediante actitudes y una conducta

3 % / > • S -é5 congruente

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Figura 5.2. Los valores del amor conyugal.

gruente con respecto a los valores del amor conyugal, por eso, los mismos valores del amor, para traducirse en una conducta congruente, se fortalecen a partir de la inteligencia emocional. Veamos ahora con detenimiento cómo interpretamos la conducta congruente con los valores del amor conyugal, tomando como criterio fundamental los conceptos que sobre este particular ya hemos planteado.3 Cabe reiterar que el amor conyugal, sustentado en los valores que se plantean en la figura 5.2, se manifiesta en buenos sentimien­tos y actitudes, que como veremos a continuación, lo hacen perceptible sin necesidad de declararlo o declamarlo en m i l poesías.

Empatia y comprensión Iniciamos con este valor, por ser precisamente un atributo estructural

de la inteligencia emocional. Ser comprensivo en la vida matrimonial par­te de haber desarrollado una gran aptitud empática, que nos permita ver, escuchar y entender las emociones y los sentimientos de nuestra pareja, para comprender su origen y sus motivos y hacer el esfuerzo de compar­tirlos y justificarlos (como si fueran nuestros), con el fin de encontrar una solución compartida a cualquier discusión, problema o conflicto; también para darle retroalimentación y manifestarle nuestro amor y reconocimien-

3 Jorge A. Oriza V., Matrimonio con éxito, Trillas, México, 2003.

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74 Parte 2. La relación matrimonial

to en momentos de felicidad o éxitos, pues la empatia y la comprensión se demuestran en todo tipo de situaciones.

Si bien, desarrollar una aptitud empática es parte de la inteligencia emocional en cualquier relación humana, en el matrimonio es indispensa­ble por la relación de intimidad que existe entre los esposos y se tiene la gran ventaja para lograrlo, como ya lo hemos sostenido, porque existe el profundo sentimiento del amor. El amor auténtico, entre sus múltiples atributos de entrega y servicio, es comprensivo, pues tiene una actitud profunda de apertura hacia la persona amada. Por eso el amor lleva por sí mismo una predisposición a la comprensión y con el paso de los años, habiéndose desarrollado la aptitud empática y la inteligencia emocional, no obstante el desgaste natural de la relación, la comprensión retroali-menta al amor y lo hace perdurar. Por supuesto que la comprensión, más allá de la empatia, está relacionada con otros valores del amor conyugal y de la madurez del individuo, por ejemplo con la humildad y con el perdón, tal y como veremos más adelante.

Realmente ser comprensivo demanda haber desarrollado una gran aptitud empática y tener un buen nivel de madurez. El ser humano por na­turaleza es egoísta o egocentrista, difícilmente ve los motivos y las razones de los demás; tiende a minimizarlos y destaca las razones y los puntos de vista propios, por encima de los demás. Por eso la comprensión en el ma­tr imonio conlleva un esfuerzo amoroso de renuncia a uno mismo, para poner adelante los motivos de la pareja, situación de congruencia con lo que es realmente el amor. El ser comprensivo en la vida cotidiana de los esposos implicará un esfuerzo permanente para entender y comprender:

• Las necesidades de la pareja, sus deseos, las cosas que le agradan o le desagradan tanto en lo afectivo, en lo espiritual, en lo intelectual o en lo físico y material.

• Sus intereses, sus objetivos y proyectos personales; sus motivacio­nes, preferencias y gustos específicos, personales.

• Sus momentos difíciles, sus preocupaciones, sus angustias, sus ma­los ratos, sus penas o momentos de tristeza y sufrimiento,

• Su forma de ser, su temperamento, sus defectos y limitaciones, esto sobre todo con el fin de aceptarla tal y como es.

• Sus responsabilidades en su trabajo, en el hogar o en su actividad fuera de éste. Las preocupaciones, las tensiones y las angustias que se derivan de ellas

Las actitudes de quien es comprensivo están orientadas a escuchar, a esforzarse por entender los puntos de vista del otro, por entender sus sentimientos, sus circunstancias y expectativas. Muchas otras cosas, en la circunstancia de cada pareja, se podrían agregar a estos conceptos, sobre todo si hablamos de que los valores se demuestran con actitudes con­gruentes de manera permanente. Sin embargo, la vida matrimonial difí­cilmente se podría resumir en unos pocos renglones. Lo importante es ha­cer un esfuerzo congruente, consistente, que permita tener las actitudes

Cap. 5. El amor conyugal 75

de apertura para ser comprensivos ante cualquier situación de la vida en pareja, ya que la comprensión además de ser un elemento de la inteligen­cia emocional, es un elemento estructural que hace palpable al amor y que por supuesto garantiza un largo camino de satisfacciones en el matr i ­monio.

Perdón y humildad El perdón y la humildad van tomados de la mano a lo largo de nues­

tra vida y son valores que están íntimamente ligados con la inteligencia emocional. No podemos desarrollar la capacidad de saber perdonar, si no hemos desarrollado un buen nivel de autoconocimiento, autodominio y empatia; además, no podemos perdonar si no somos lo suficientemente humildes.

Ser humildes no significa ser apocado, acomplejado o considerarse menos que los demás; significa entender y aceptar de manera realista nuestra naturaleza humana, tal y como somos: un insignificante punto en el universo infinito. Somos, en ocasiones, débiles, cometemos errores, tomamos malas decisiones, somos víctimas de nuestras necesidades hu­manas y, a la larga, acabaremos como parte del polvo que integra el ciclo de vida de nuestro planeta; así de pequeños. En fin, todos los seres h u ­manos tenemos realmente las mismas limitaciones y es difícil decir que somos más que otros. Sin embargo, no siempre vemos con objetividad esta realidad, pues frecuentemente tratamos de justificarnos cuando no­sotros cometemos errores o evidenciamos nuestras limitaciones, y cuando éstas se presentan en los demás, somos duros e inflexibles. La vida coti­diana nos muestra ejemplos frecuentes de cómo tendemos, en principio, a culpar a otros, incluso a magnificar sus errores sin ocuparnos, por supues­to, de los nuestros. Pues bien, humildad es, como decíamos, reconocer nuestra naturaleza humana tal y cual es; no somos más que otros, y en el caso de nuestra pareja, no soy más que ella y tanto ella como yo tenemos muchas limitaciones. La humildad l imita y se contrapone con la soberbia, el orgullo y la vanidad. La humildad se logra con el autodominio y el auto­control que se desarrollan con la inteligencia emocional, pues estamos autolimitando nuestros sentimientos de orgullo o superioridad.

Además, el tener a la humildad como valor, nos lleva a esforzarnos a actuar con nuestra pareja como actuaríamos con nosotros mismos en cualquier problema o equivocación; es decir, justificarla, comprenderla, ser tan flexible con ella como lo somos con nosotros mismos, pues tratare­mos de ver primero sus necesidades antes que las nuestras. Así también, es importante entender que las equivocaciones o errores, además de ser parte de la naturaleza humana, son oportunidades de aprendizaje, pues esa es nuestra experiencia desde niños. A partir de nuestros tropiezos aprendimos a caminar o a andar en una bicicleta. Por eso, el esposo o es­posa que actúa con humildad ve los errores, equivocaciones e incluso ofensas de su pareja con la humildad que lo lleva a tomar esas experien-

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76 Parte 2. La relación matrimonial

cias como oportunidad de aprendizaje y crecimiento de su amor, antes de juzgarlos con dureza y rigor. Y es que la humildad es precisamente la puer­ta de entrada al perdón.

El perdón, por otra parte, no implica necesariamente para quien lo so­licita aceptar una culpa, humillarse u otorgar la razón al otro; para quien lo otorga, tampoco implica ser superior o no haber tenido parte de respon­sabilidad o culpa. Tendemos de entrada, y es lógico en los problemas h u ­manos, a establecer culpabilidad en la otra persona. Sin embargo, es con­veniente ser conscientes que en la mayoría de los problemas humanos (particularmente en los que surgen entre los esposos), más que culpas, hay responsabilidades de ambos, de una u otra forma, y seguramente por nuestra naturaleza humana, también hay errores o equivocaciones deri­vados a veces de momentos de desesperación y enojo. Por eso, al recono­cer nuestra naturaleza humana limitada, al ser humildes, estaremos en posibilidad de solicitar perdón o perdonar, en su caso.

Perdonar es ante todo un proceso de reconciliación personal, de in­teligencia emocional. Es tratar de asimilar las emociones negativas del disgusto, lograr el autodominio y procurar que afloren nuestros senti­mientos y actitudes positivas, como la empatia y la comprensión, la aper­tura, la comunicación y la reconciliación. Quien perdona demuestra inte­ligencia emocional, pues no guarda sentimientos de rencor, por eso se siente bien internamente; él es en este sentido el principal beneficiado. Quien solicita perdón, demuestra humildad y madurez emocional al re­conocer su responsabilidad en el problema, se disculpa si lastimó, molestó o afectó a la otra persona, y también se reconcilia consigo mismo. Claro que además de inteligencia emocional, para solicitar perdón se requiere desarrollar una actitud autocrítica, para ver nuestras limitaciones y acep­tar que nos equivocamos. Ya mencionamos que en la relación de los esposos existe además una fuerza poderosa que facilita estas actitudes, y es el amor. Por amor se manifiestan, como se ve en el esquema, las acti­tudes de humildad, comprensión y respeto, con ellas, el perdón. Por amor aceptarnos a nuestra pareja tal y como es, con sus cualidades y defectos, y el perdón presupone precisamente que la aceptamos tal como es.

Cuánto daño nos hacen internamente la soberbia, el orgullo o el ren­cor. Cuando en la pareja se deja pasar el tiempo, con este tipo de senti­mientos y actitudes, se deteriora la relación amorosa. Por eso, con base en el mismo amor, haciendo un verdadero esfuerzo de autodominio, viendo hacia el futuro, más que hacia el pasado, con todo el interés de recobrar la confianza en la pareja, el perdón es una demostración de inteligencia emocional y madurez, y es uno de los valores que lo fortalecen y lo llevan al largo alcance.

Respeto

El respeto es uno de los valores y conceptos más mencionados en nuestra sociedad, pero desafortunadamente de los que menos se practican

Cap. 5. El amor conyugal 77

en la realidad. Desde la Carta de Declaración de los Derechos Humanos de la ONU, hasta la Cumbre Mundial sobre Desarrollo Social, celebrada en Copenhague en 1995, en donde se ratificó el compromiso de las na­ciones de: "Promover el pleno respeto de la dignidad humana y de la igual­dad entre hombres y mujeres...", la humanidad ha venido ratificando en diversos foros la importancia de este valor para la convivencia entre los seres humanos. Sin embargo, cualquiera puede darse cuenta cuan piso­teado es, día con día, en todos los rincones del mundo, y desafortunada­mente, cuan pisoteado en tantos y tantos matrimonios, en donde todavía se observan situaciones de machismo o de violencia, entre otras formas de falta de respeto a la dignidad de la persona.

El respeto en el matrimonio parte precisamente de aceptar la igualdad de ambos, su dignidad como personas. Respetar es aceptar al otro en su circunstancia, en su dignidad y por tanto, su valor y sus derechos como persona; su derecho a ser feliz, como complemento en el matrimonio. Respetar la dignidad de la pareja en el matrimonio es no ofenderla o las­timarla; darle su lugar y reconocer su importancia fundamental en nues­tra propia felicidad.

El respeto puede entenderse como el no invadir el espacio vital de la otra persona; es decir, mis derechos, mis intereses y mis puntos de vista tienen su frontera o terminan en donde empieza la frontera de intereses, derechos y puntos de vista de la otra persona.

Así entendido, el respeto se manifiesta en actitudes y detalles cotidia­nos; no tiene una aplicación simple, ni por supuesto, se queda en las sim­ples declaraciones. Al respetar a nuestra pareja, estaremos hablando de:

• Respetar sus creencias, convicciones e ideología; sus valores, pun­tos de vista y opiniones. Respetar su derecho a diferir de nuestros puntos de vista.

• Respetar sus derechos humanos, civiles y su libertad; respetar sus legítimos intereses.

• Respetar sus capacidades y limitaciones; su vocación, su carrera, ocupaciones y trabajo.

• Respetar su forma de ser, su temperamento, sentimientos, hábitos y, en general, su personalidad, su int imidad y privacidad.

• Respetar nuestra relación matrimonial y todas las normas que giran en torno a ella.

• Respetar a su familia y amistades. • Respetar sus gustos, aficiones y pasatiempos. • Respetar su cuerpo, forma de vestir y de arreglarse. • Respetar sus propiedades, bienes y pertenencias. • Respetar su tiempo. Puede verse que tan amplio es el alcance del respeto, que las actitudes

del que respeta son todas congruentes en todos los ámbitos de la persona­lidad de los demás, y en este caso de su pareja. Los ejemplos que hemos planteado dan una idea de cuántos matices y circunstancias tiene el alean-

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78 Parte 2. La relación matrimonial

ce de este valor, y cómo en contraparte, en cuántos aspectos solemos fal­tar al respeto de nuestra pareja.

La vida cotidiana en el matrimonio, al paso de muchos años, tiene un sinnúmero de problemas y situaciones de conflicto, en las cuales es fácil perder el control y tener la tendencia de transgredir algunos de los ele­mentos como los que mencionamos, por supuesto siempre justificados en la defensa de nuestros propios intereses. Por eso mencionamos que los valores del amor conyugal se manifiestan a través de la inteligencia emo­cional de la persona; es decir, en las situaciones de conflicto es cuando la inteligencia emocional nos ayuda a tener el autodominio que nos lleva a no perder los estribos y ser empáticos, comprensivos para entender la perspectiva del otro, dándose así, de manera automática, el respeto como una actitud que siempre le da su lugar, reconoce su individualidad, su dig­nidad e intereses particulares y coadyuva con ello a la solución de cual­quier conflicto.

Como está planteado en el esquema del amor conyugal, el soporte del respeto a la pareja en el matrimonio es el mismo amor; pero además, en contraparte, el amor se manifiesta con respeto, entre otros valores y acti­tudes. Es decir, el respeto se da en dos sentidos; nunca se debe perder el respeto en la pareja, para que el amor prevalezca, y por otra parte, el amor a ella se manifiesta, entre otras, con actitudes respetuosas y consistentes, como las que mencionamos.

El servicio

El servicio es un valor fundamental del amor conyugal; se deriva de la esencia del amor que está en el dar. No podemos afirmar que amamos a nuestra pareja, si no traducimos ese amor en darle algo de nosotros, en entregarnos sin reservas, sin limitaciones. De esa profundidad y madurez del amor se hace presente el servicio, como la forma práctica de dar a nuestra pareja nuestro tiempo, nuestras atenciones; de darle todo lo que nos dé la satisfacción de sentir en los hechos la plenitud de nuestro amor, que está en el dar.

Servir es precisamente dar algo conforme a las expectativas de a quién servimos. Esto implica que el servicio es una acción de dar sin l i m i ­taciones o condiciones, más que las que ponga la otra persona, conforme a sus expectativas. No obstante lo intangible que puede ser el servicio, como concepto, el matrimonio nos presenta un sinnúmero de oportuni­dades reales y concretas para servir a nuestra pareja, por ejemplo, en las labores del hogar; si los dos trabajan, seguramente existirán responsabi­lidades compartidas en las muy diversas tareas que se presentan en la operación normal de un hogar y, en cada labor que nos corresponda, es­taremos sirviendo amorosamente a nuestra pareja. En las actividades pro­pias de cada quien, en donde siempre existirán oportunidades de ayudar y apoyar a la pareja, y en muchas otras situaciones de la vida diaria, como por ejemplo, servirle el desayuno en la cama, acompañarle cuando va de

Cap. 5. El amor conyugal 79

compras, apoyarle en los compromisos familiares, en fin, siempre encon­traremos oportunidades para manifestar el amor mediante el servicio.

Una expresión popular dice muy atinadamente que el que no vive para servir, no sirve para vivir. Y es que el ser servicial es una actitud de disponibilidad y atención a los demás, que llena de satisfacciones las rela­ciones humanas; en el matrimonio, nos lleva a estar atentos, de manera natural y permanente, para ayudar a nuestra pareja, a ser cortés con ella, a buscar cotidianamente aquellos pequeños detalles en los que le poda­mos dar algo de nosotros; nos permite mostrar nuestro nivel de madurez y congruencia con nuestros valores y viene siendo también una actitud que demuestra inteligencia emocional, al mostrar también una aplicación práctica de la empatia y la comprensión, pues estaremos pendientes de percibir los sentimientos de la pareja y sus necesidades como si fueran propias, estando en consecuencia atentos para ayudarle a resolverlas.

Al igual que los demás valores del amor conyugal, el servicio es un valor que tiene sentido para percibir tangiblemente al amor, siempre y cuando sea un valor compartido, en el cual ambos le encuentren el mismo significado, tanto en su concepto como en sus alcances, pues no se trata de llegar a los extremos de fomentar actitudes serviles o de sumisión total. Se trata de que cada uno, voluntaria y conscientemente, entienda y practique el valor del servicio como una muestra congruente del amor que se profe­san, pues sólo en este caso, cuando ambos coinciden en el significado y alcance del servicio, que es esencia del amor que se profesan, el servicio viene a ser una muestra práctica y objetiva del amor conyugal, como de­cíamos, más allá de las palabras, de las poesías y de las promesas de amor eterno.

Lealtad y fidelidad La lealtad y la fidelidad tienen connotaciones similares, implican una

actitud de respuesta congruente hacia personas o instituciones con las cuales existe un compromiso predeterminado. En el caso del matrimonio, donde existe una relación formal que se sustenta en el sentimiento del amor, que por supuesto nos llevó de manera libre y consciente a tomar la decisión de vivir con esa persona, para coadyuvar a su felicidad, también la lealtad y la fidelidad tienen esa misma connotación de congruencia y respeto a la institución matrimonial y a nuestra pareja.

El ser leal o fiel implica ser consistente con nuestra pareja, no fallarle en lo que ella espera de nosotros, ni traicionar el amor que le profesamos con actitudes que demuestren precisamente que actuamos como si no la amáramos. Y es que la lealtad y la fidelidad no se dan únicamente en el aspecto físico; se dan con respecto a los valores del amor conyugal, cuan­do actuamos de manera congruente con respecto a ellos. Por lealtad, res­petamos a nuestra pareja y a nuestro matrimonio, respetamos las normas de convivencia que implica la relación matrimonial y, como decíamos, so­mos congruentes con los valores de nuestro amor.

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80 Parte 2. La relación matrimonial

Ser leal, en ocasiones, se asocia con ser agradecido, y es que si somos leales, somos conscientes de todo lo que nuestra pareja ha hecho por nuestra felicidad, no nada más en lo físico, sino también en lo que podría­mos llamar espiritual, en aquello que nos ha llevado a la plenitud y equi­l ibrio como seres humanos, y eso nos lleva (nos demanda) a ser agradeci­dos. Por lo general, no sabemos ser agradecidos, pensamos que los demás tienen la obligación de hacer cosas por nosotros y difícilmente les mostramos agradecimiento; sin embargo, deberíamos ser agradecidos con nuestros padres, con nuestra escuela y maestros, con la misma sociedad, que, no obstante tantos problemas que observamos, nos ha dado los ele­mentos para crecer y ser quienes ahora somos. Ser agradecidos es re­conocer lo que otros hacen por nosotros y hacérselos notar con actitudes sinceras y honestas. Con nuestra pareja, con mucha mayor razón, pues como decíamos, aceptó vivir con nosotros para coadyuvar a nuestra felici­dad, y se ha dado a nosotros en cuerpo y alma, no obstante sus l imita­ciones y posibles defectos. Es por ello que la lealtad y la fidelidad pueden encontrar un buen soporte en una actitud honesta de agradecimiento, aun­que su sustento importante está en la congruencia y el respeto al compro­miso que hemos contraído y al amor conyugal que profesamos a la pareja.

Conviene aclarar que al igual que los demás valores del amor conyu­gal, la lealtad y la fidelidad se soportan o se dan a partir de la inteligencia emocional. Es decir, se requiere hacer uso de nuestra inteligencia emo­cional para adoptar actitudes de lealtad y fidelidad. Esto se explica, pues la mayor parte de las actitudes de infidelidad y deslealtad surgen de reac­ciones emocionales, en las cuales no mostramos el autodominio o el con­trol de nuestras emociones que nos demanda la inteligencia emocional.

Pongamos un ejemplo: fidelidad, en el caso del matrimonio, frecuen­temente se asocia con la relación física. Y no obstante que, como decía­mos, el aspecto físico o sexual sólo es uno de los aspectos en los que se muestran la lealtad y la fidelidad, realmente tiene una amplia relación con los aspectos emocionales y, por supuesto, con la inteligencia emocional. Cuando la atracción hacia otra persona que no sea nuestra pareja desata en nosotros emociones de afecto, de gusto o incluso de pasión, ésta es una respuesta natural de nuestro organismo, al igual que con cualquier otra emoción, ya sea de ira o temor, por ejemplo. Lo importante es conocernos bien a nosotros mismos, para identificar y aceptar estas emociones, y lo­grar el autodominio; para canalizarlas de manera que no afecten a nuestro matrimonio ni nos hagan caer en una situación de infidelidad o más ade­lante en una crisis matrimonial de complejas consecuencias.

La inteligencia emocional, tal y como se describió en el capítulo 2, es realmente importante como sustento de la fidelidad, vista en el sentido físico y cada día es más necesaria en los matrimonios de hoy día, si to­mamos en cuenta que las circunstancias en las cuales se da la relación matrimonial ya son diferentes de las de las generaciones anteriores. En la actualidad, es común que los dos esposos trabajen y por lo mismo, sosten­gan diversas relaciones de trato con otras personas del sexo opuesto. Si además le agregamos la influencia de los medios de comunicación para

Cap. 5. El amor conyugal 81

distorsionar los valores que giran en torno de la sexualidad, las presiones que ambos cónyuges tienen para ser infieles son mucho mayores que en décadas anteriores. Por eso es fundamental sustentar el amor conyugal en valores compartidos, y éstos a su vez en la inteligencia emocional, pues sólo así, siendo personas maduras y amorosas y compartiendo los mismos valores, los esposos podrán lograr que su relación dure por muchos años, superando los diversos problemas emocionales que de manera natural enfrenten.

Verdad y honestidad Al igual que en los otros valores del amor conyugal, en la honestidad

y en la verdad hay similitudes importantes e interrelaciones entre ellos, sobre todo cuando los aterrizamos en la práctica. Antes de mostrar su i m ­portancia en el matrimonio, haremos una breve reflexión acerca del sig­nificado de estos valores y los conceptos que los sustentan.

De hecho, la verdad es un concepto filosófico, del cual la historia de la humanidad demuestra importantes intentos o corrientes para abordarlo; sin embargo, nosotros abordaremos este valor en un sentido práctico y con la sencillez de nuestras limitaciones, pero sobre todo, porque entre más sencillo y comprensible sea, más fácil es de aplicarse. Por eso no nos referiremos a la verdad absoluta o a la verdad existencial, ya que en ella la fe cobra una función importante, y nosotros respetamos las creencias de cada quien. Nos referiremos de inicio a la verdad aplicada a la vida coti­diana, como rodo aquello objetivamente válido y demostrable por medios sencillos, que es aceptado por razones bien sustentadas y por los hechos en los que se manifiesta. También nos referiremos a la apertura hacia la verdad, como esa actitud tan necesaria en las personas modernas (en las personas del tercer milenio) de siempre tener abierta la mente para encontrar las ideas y soluciones, que objetiva y racionalmente sean válidas y verdaderas, bajo el concepto de verdad anteriormente citado. Es decir, una persona con apertura hacia la verdad no es una persona necia, irracio­nal o incluso dogmática; le gusta razonar las cosas, encontrar sus signi­ficados y se abre permanentemente a encontrar la verdad o lo verdadero, en donde quiera que se encuentre, no obstante que se aparte de su idea inicial.

La verdad se opone a la necedad y se apoya en el principio que llama­mos de la provisionalidad, que dice que la idea que tengo es provisional­mente válida, mientras no me demuestren objetivamente con otra idea lo contrario. La actitud abierta hacia la verdad es el primer paso de la hones­tidad, pues una persona que siempre se apoya en la verdad y no se aparta de ella es realmente honesta.

Si bien la honestidad frecuentemente se refiere a no tomar cosas aje­nas o a no infringir las leyes, nosotros la llevaremos, además, a actuar con apego a la verdad y a la congruencia con los valores fundamentales. Así, una persona honesta, siempre se apoya en lo verdadero, de hecho lo bus-

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82 Parte 2. La relación matrimonial

ca, es realista y además, es congruente con aquellos valores que dice son suyos; por supuesto, no infringe las normas o leyes, no toma nada que no sea suyo, no afecta o lastima a los demás, no miente, cumple lo que se espera de él y, por supuesto, siempre da su lugar a los demás, reconoce sus equivocaciones y da la razón a quien la tiene.

Este preámbulo acerca de los conceptos de la verdad y la honestidad es necesario, pues la relación matrimonial en el largo plazo enfrenta un sinnúmero de situaciones y problemas que exigen que el amor conyugal se muestre con base en la honestidad y la verdad. Si los esposos toman en serio estos valores y generan de manera consciente actitudes siempre abiertas a la verdad y a la honestidad, cualquier problema que enfrenten podrá tener solución, por difícil o complejo que sea. Y es que al apoyar el amor conyugal en la inteligencia emocional, se facilita o se tiene claridad con respecto a la necesidad de controlar las emociones y sentimientos para no permitir que las reacciones emocionales nos impidan razonar y dialogar, para encontrar lo verdadero o tomar las decisiones correctas para resolver los conflictos. Evidentemente, no se mentirán ni ocultarán información, pues la mentira es un desapego abierto de la verdad y les impedirá comprender con la integridad necesaria la naturaleza del pro­blema, para encontrar las mejores soluciones; además, la mentira acaba con la confianza y, por tanto, acaba también con el amor conyugal, que se sustenta en todos estos valores.

Como decíamos, los valores del amor se interrelacionan; la verdad va asociada con la confianza, y el perdón, como valor, nos ayudará a reconocer nuestra naturaleza humana, para reconocer cuando nos equivocamos o se equivoca nuestra pareja, y ambos, confianza y perdón, junto con respeto, verdad y honestidad, seguramente serán elementos fundamentales para resolver cualquier problema. Y también, por eso, es importante ser con­gruente y apoyar en esa congruencia (que se sostiene en la inteligencia emo­cional), la solución de los problemas y conflictos matrimoniales.

Finalmente, la honestidad como valor del amor conyugal supone cla­ridad, apertura a la verdad, transparencia y rectitud en el manejo de los problemas conyugales y en la administración de los bienes materiales del hogar, los cuales más que fines por sí mismos, deben ser vistos como los medios que ambos comparten para construir su felicidad.

Confianza

La confianza es un valor del amor conyugal porque está en la base de la relación de los esposos; la confianza es creer con seguridad y sin l imita­ciones en nuestra pareja. Nace de los años de conocimiento y aceptación, por eso, madura con el mismo amor conyugal y, al igual que el amor con­yugal, es como una planta que hay que regar todos los días, para que crez­ca y no se marchite.

Varios son los elementos que construyen la confianza, por ejemplo, el ser auténticos y honestos, ser leales y fieles, ser transparentes, sinceros y

Cap. 5. El amor conyugal 83

abiertos a la verdad. Con esto, reiteramos que la confianza se va cons­truyendo paulatinamente desde que la pareja inicia su relación, pues sin conocimiento, no se podría otorgar por definición. La confianza se da en principio en dos sentidos:

• Primero, de mí hacia mi pareja. Supone que debo confiar en ella, pues si la conozco desde hace mucho tiempo, y me casé con ella por un amor que se sustentó en una decisión libre y consciente, y si además no me ha dado motivos de deslealtad en ningún sentido, es más que claro que debo confiar en ella con los ojos cerrados. Y por esa confianza, me debo abrir a ella sin ninguna restricción, debo mostrarme siempre ante ella con autenticidad, debo decirle siem­pre lo que pienso en cualquier circunstancia y, por supuesto, con respeto; puedo confiarle mis más íntimos anhelos y sentimientos y le debo abrir mi corazón con plenitud; en fin, al merecerse toda mi confianza, no habrá nada, ningún asunto, tema o información que no pueda compartir con ella.

• Segundo, de mi pareja hacia mí. Para tener y sostener la confianza de mi pareja hacia mí, supone un esfuerzo permanente de congruen­cia y honestidad, de sinceridad y responsabilidad, para ganármela (su confianza) día con día; debo ser permanentemente congruente con mis valores, para merecer todos los días su confianza. Esa con­fianza la construí desde que la empecé a conocer y ella a mí; me ha costado mucho construirla y por eso, debo esforzarme todos los días en sostenerla, en no traicionarla, con mi conducta congruente.

Así, la confianza pasa a una tercera dimensión que es la confianza del nosotros; es la confianza que se alimenta del amor de la pareja y además lo retroalimenta permanentemente; es la confianza que le da profundidad y fortaleza al amor conyugal, en los momentos más importantes de la vida matrimonial.

Al igual que los demás valores del amor conyugal, la confianza per­mite observar en la congruencia a este amor el cual se apoya de manera importante en la inteligencia emocional. La confianza facilita el manejo de las emociones y de los sentimientos entre la pareja; facilita el entendi­miento mutuo y la posibilidad de automotivarse ante las depresiones derivadas de los conflictos sentimentales, para lograr el manejo adecuado de los problemas conyugales. En este sentido, como decíamos, hay que luchar permanentemente por ganarnos la confianza de nuestra pareja, pues al igual que el respeto, cuando la confianza se pierde, se resquebraja estructuralmente el amor de la pareja.

Responsabilidad En el sentido más sencillo de su significado, responsabilidad implica

responder a lo que se espera de nosotros. Una persona responsable, siem-

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84 Parle 2. La relación matrimonial

pre hace lo que debe hacer e incluso se esmera en hacerlo lo mejor posi­ble, en cualquier ámbito. Una persona responsable es cumplida, respetuo­sa de los demás y de las normas, y siempre se esmera en hacer las cosas de la mejor forma.

La responsabilidad en el matrimonio es un valor del amor conyugal porque supone el cumplimiento de nuestras obligaciones con nuestra pareja y en el hogar. Es decir, si nos comprometimos a hacerla feliz en cualquier circunstancia de prosperidad o adversidad, deberemos siempre esmerarnos en cumplirlo.

Si somos responsables, nos esmeraremos en cumplir la misión de nuestro matrimonio; cumplir con los valores que compartimos con nues­tra pareja; cumplir en nuestro trabajo, para facilitar la estabilidad de nuestro hogar; cumplir con todos nuestros compromisos y obligaciones; asumir con efectividad y atingencia las funciones que en nuestra organi­zación familiar hayamos acordado. Es decir, hacer todo lo que mi pareja y las personas con las que ambos nos hemos relacionado esperan de mí. Son tantas las muestras de irresponsabilidad en la vida común, por pequeñas que sean, que realmente no deberíamos subestimar la importancia de este valor en el matrimonio, porque lo que sí es seguro es que por situaciones de irresponsabilidad muchos matrimonios han fracasado.

La responsabilidad es precisamente uno de los valores que además de su relación con la estabilidad del amor de la pareja, tiene relación con otros factores más allá de su relación personal: la responsabilidad de la familia ante la sociedad; la responsabilidad como padres, ante los hijos (es el mismo concepto de paternidad responsable, de tener únicamente los hijos a los que se les pueda dar una educación integral, en todas sus necesidades ya sea materiales, afectivas, espirituales, de desarrollo humano y de autorreali-zación). Sin embargo, por su importancia en los objetivos de trascendencia de la pareja, en el capítulo 7 abordaremos con mayor amplitud este tema. Baste únicamente reiterar que la responsabilidad, al igual que los demás valores del amor conyugal, hacen perceptible al amor de la pareja en hechos y detalles concretos, más allá de las declaraciones o palabras bonitas.

Resumen

En este capítulo pretendí llevarlos a una reflexión más completa de lo que es el amor en el matrimonio. Al amor en el matrimonio lo hemos lla­mado amor conyugal y lo fundamentamos en un conjunto de valores que lo hacen tangible, que lo llevan de la teoría o de las menciones románticas, a los hechos cotidianos, a la congruencia de la conducta que sustenta sus actitudes y sentimientos, en sólidos valores fundamentales. Hemos plan­teado que el que ama muestra y madura su sentimiento de amor, en acti­tudes congruentes de servicio, de respeto y humildad, comprensión y per­dón, de lealtad y confianza, de honestidad y responsabilidad.

Toda esta conducta de actitudes y sentimientos congruentes con los valores del amor conyugal debe apoyarse en la inteligencia emocional, por

Cap. 5. El amor conyugal 85

ser ésta una competencia que deben desarrollar los esposos que constru­yen los matrimonios de hoy día y las familias del tercer milenio, pues les facilita el autodominio y el control de sus sentimientos, así como la com­prensión de los sentimientos de su pareja, que es la base para darle con­gruencia en la práctica al amor entre los esposos. Los esposos con intel i­gencia emocional tienen la suficiente madurez e integridad para sostener una relación sólida y estable, en la que puedan resolver todas las situa­ciones que la vida cotidiana presenta, ya sea de problemas intrascenden­tes o conflictos mayores; situaciones en torno a sus grandes proyectos, en las relaciones con los amigos y las familias de ambos, la relacionada con el desarrollo profesional de ambos, con el desarrollo integral de sus hijos o también con la función que su familia desempeñará en la sociedad, vién­dola, incluso, como factor de cambio para ese mundo mejor al que todos aspiramos.

Conviene recordar los retos que revisamos en el capítulo 3, que en­frentan los matrimonios de hoy día. Esos importantes retos, que difícil­mente podrían tener las familias de décadas anteriores, requieren nuevas capacidades. Hoy día, es importante tener conciencia de que para cons­tru ir una familia sólida y estable se requieren más capacidades que las que tuvieron nuestros ancestros, como es el caso de la inteligencia emocional. También se requiere, al igual que siempre, el apego a valores sólidos.

El amor en el matrimonio (o amor conyugal) es el centro de la relación entre los esposos y debe hacerse visible, en una conducta congruente en los valores que proponemos para el amor conyugal. Esa conducta de con­gruencia requiere el esfuerzo cotidiano, el interés manifiesto de los cónyu­ges; para ello, es importante que desarrollen su inteligencia emocional, pues ésta les ayudará a lograr los propósitos compartidos de su matrimo­nio; les ayudará a tener una familia sólida, cimentada a la vez en valores sólidos, que podrán insertarse en su época como factor de cambio, además de aportar a la sociedad del tercer milenio los individuos que demanda conforme a las circunstancias actuales y por venir.

En el capítulo 4 también reflexionamos en la necesidad de que los matrimonios construyan su propio marco de valores compartidos. En este capítulo propongo un conjunto específico de valores fundamentales, que le dan vida práctica al amor conyugal y que lo hacen perceptible en la rea­lidad. En ambos casos son los valores que hagan suyos los que se tradu­cirán en las conductas apropiadas para el éxito de su amor y su matr i ­monio. En ambos casos, lo que sí es importante es que desarrollen su inteligencia emocional, para ser unas personas que tengan el autodominio suficiente que les permita a la vez ser congruentes con los valores que compartan.

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En los capítulos anteriores explicamos la importancia que tiene en el matrimonio la inteligencia emocional; vimos qué tan importante es que los esposos desarrollen las capacidades de la inteligencia emocional, para ser altamente congruentes con sus valores compartidos y para hacer rea­lidad los valores del amor conyugal, y así, lograr un matrimonio exitoso. Seguramente, cada vez que mencionamos la necesidad de desarrollar las capacidades de la inteligencia emocional, los esposos se preguntarán con razón ¿y cómo desarrollamos esas capacidades? Pues bien, al igual que el proceso de madurez del individuo (concepto que explicamos en el capítu­lo 2), la inteligencia emocional no se desarrolla rápidamente, sobre todo si el individuo tiene un temperamento fuerte que le ha l imitado alcanzar su madurez como persona.

El dominar nuestras emociones suele ser un proceso que en algunos casos dura toda la vida. Hay individuos que nunca logran ser empáticos ni comprensivos, pues además de requerir el desarrollo de diversas aptitu­des, requiere la convicción que llevan implícitos los valores, como los que explicamos de la comprensión y el respeto; al ser un proceso relacionado con la voluntad y con la persistencia, pues seguramente hay individuos que al no compartir este valor, nunca tienen la voluntad para ser empáti­cos y comprensivos.

Sin embargo, es importante para hablar de comunicación y diálogo entender que existen diversas áreas de oportunidad para que los esposos hagan conciencia de la importancia de los elementos que sustentan la i n ­teligencia emocional, y tener la voluntad que demandan los esfuerzos de superación, para desarrollar estas capacidades y aptitudes. Como en todos los retos que nos presenta la vida, se requiere antes que nada mucha

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88 Parte 2. La relación matrimonial

fuerza de voluntad y una disciplina personal orientada a lograr los obje­tivos que nos establecemos; ser persistentes será también una v ir tud ne­cesaria para lograrlo, ya que, como decíamos, es un proceso que puede llevarnos toda la vida, y lo importante es mantener siempre nuestra dis­posición para lograrlo.

En este capítulo hablaremos de una aptitud que, una vez desarrollada, favorece el desarrollo de la inteligencia emocional; y lograrla es ya de por sí un atributo que bien podríamos ubicar dentro de los muchos atributos de la inteligencia emocional. Iniciaremos con algunas reflexiones acerca de lo que es la comunicación interpersonal y a continuación explicaremos cómo se entiende el diálogo, subrayando que la capacidad para saber dia­logar es, en mucho, una aptitud de inteligencia emocional, pues uno de los atributos fundamentales de la inteligencia emocional es la empatia, y para lograr desarrollar esta capacidad es importante saber escuchar. Pues bien, el saber escuchar es parte de las habilidades necesarias en la comunica­ción interpersonal y en el diálogo, por eso, al aprenderlas estaremos dan­do un paso importante hacia la inteligencia emocional.

El diálogo es uno de los pilares del matrimonio exitoso, pues es la herramienta y el medio para establecer los procesos de comunicación pro­funda que demandan las relaciones interpersonales y concretamente, la intensa relación humana que se da en el matrimonio. Abundemos a con­tinuación sobre este tema.

Comunicación humana

La comunicación humana podríamos ubicarla concretamente en el concepto de la comunicación interpersonal, ya que se realiza esencialmen­te entre dos o más personas, siendo esta la principal forma de comuni­cación de entre las diversas formas que existen. La palabra comunicación tiene su origen en el latín communis1 que significa común. Desde su o r i ­gen, la palabra comunicación nos da la idea de hacer común algo, ya sean ideas, información o sentimientos entre dos o más personas. Por eso, en el matrimonio la comunicación en sí cobra importancia ya que los esposos hacen común su amor, sus sentimientos, sus alegrías y satisfacciones, sus preocupaciones, sus valores, sus objetivos, sus planes y presupuestos, etc. Toda su vida de casados, en general, es una vida en común y, por tanto, toda la vida matrimonial está configurada y soportada por diversos proce­sos de comunicación.

La figura 6.1 muestra objetivamente los elementos principales que i n ­tervienen en un proceso de comunicación entre dos personas: el trasmisor es quien genera la idea y la información; quien la recibe se denomina re­ceptor. El mensaje es el que contiene la información que se comunica, y es obvio decir que los símbolos que lo constituyen en una codificación es-

' Fernández Collado-Gordon Dankhe, La comunicación humana, ciencia social, McGraw-Hil l , 1984.

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Figura 6.1. Proceso de comunicación interpersonal.

pecífica (como es el lenguaje hablado o escrito) deben ser entendidos por ambos, para que se dé el proceso de comunicación. Es decir, si hablaran lenguas diferentes no se entenderían los mensajes y entonces sería nece­sario utilizar otros símbolos, quizá por señales o gráficos. La retroalimen-tación es la información que el receptor envía al trasmisor para indicarle si recibió o entendió el mensaje.

Como decíamos, el proceso de comunicación entre los esposos es más complejo que el simple lenguaje hablado; los sentimientos se comunican de diversas formas, a veces con expresiones o actitudes. Las actitudes, sobre todo, comunican mucho y si bien deberían explicarse por lenguaje hablado, en ocasiones son el principal elemento que comunica los sen­timientos y nuestros pensamientos; por eso, las actitudes como elementos puramente conductuales son sujetas de ser interpretadas como punto de partida para abrir otro proceso de comunicación más claro. El lenguaje de las actitudes, de las muestras emocionales y el lenguaje corporal suelen ubicarse en la denominada comunicación no verbal, mediante la cual los especialistas nos dicen que se trasmite una gran mayoría de la informa­ción en la comunicación interpersonal.

El amor conyugal se comunica, como planteamos en el capítulo an­terior, más que con palabras o declaraciones poéticas, con las actitudes que se derivan de los valores del amor conyugal. Como proceso de comu­nicación, el amor lleva implícitos diversos significados y mensajes, y re-

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9 0 Parte 2. La relación matrimonial

quiere, por supuesto, un proceso de retroalimentación, el cual le da forta­leza y lo lleva a su continuidad ilimitada en el tiempo. Todos los valores fundamentales, sus valores compartidos y los valores del amor conyugal se comunican con actitudes, con el ejemplo, con la actuación cotidiana. La conducta congruente que expresemos con respecto a nuestros valores se convierte en la esencia del mensaje de este tipo de comunicación.

La comunicación es, entonces, la forma en la cual se da la gran ma­yoría de las interrelaciones de las personas y, por supuesto, en el caso del matrimonio, entre los esposos. Por eso es muy importante que exista un proceso de comunicación profundo en los elementos sustantivos de la re­lación matrimonial; un proceso claro, objetivo y de calidad entre los es­posos. Esta necesidad, la profundidad que debe haber en la comunicación entre los esposos, es la que nos lleva al concepto del diálogo.

El diálogo es un proceso de comunicación verbal, superior y profundo. Según Peter M. Sengue,2 la palabra diálogo viene del griego diálogos, en donde dia significa "a través de" y logos significa "palabra" o más amplia­mente, "sentido". Nos dice que es un concepto muy antiguo, que se refiere al libre flujo del significado a través de las personas; que el propósito del diálogo consiste en trascender a la comprensión de un solo individuo. En un diálogo no intentamos ganar, todos ganamos si lo hacemos correcta­mente.

Así, el diálogo en el matrimonio es el proceso de comunicación pro­funda entre los esposos, que los lleva a abrir sus corazones para fortalecer su amor conyugal; para compartir y comprender sus sentimientos; para asegurarse que su amor se comunica con profundidad, intensidad y con­gruencia. Para buscar la toma de decisiones compartida y la solución a cualquier problema; para alcanzar las grandes metas que ambos se fijen; para llevar su relación de un tú o un yo, a un nosotros, que los lleve a estar siempre pendientes de su pareja; para coadyuvar a su felicidad. El diálo­go les permitirá mantener un continuo acercamiento a su pareja; les per­mitirá seguir conociéndola más y más, todos los días, y fortaleciendo su relación con base en ello.

Por sus características, el diálogo demanda haber desarrollado algu­nas capacidades de inteligencia emocional o de madurez, pues al ser un elemento que entre otras cosas ayuda a la construcción de proyectos y metas, al alcance de consensos y acuerdos para la solución de problemas y conflictos, requiere previamente el autodominio, para que ya existiendo el suficiente control personal de nuestras emociones y sentimientos, se pueda iniciar el proceso de diálogo. Por otra parte, el diálogo también les permitirá seguir desarrollando su inteligencia emocional, pues los ejerci­tará en ser empáticos, ya que como veremos más adelante, el saber escu­char empáticamente, el escuchar los sentimientos del otro, es un atributo fundamental del proceso de diálogo. El saber practicar el diálogo ayuda en mucho a evitar discusiones acaloradas o estériles, las cuales suelen darse con cierta frecuencia en la relación cotidiana entre los esposos, por las

2Peter M . Senge, La quinta disciplina, Garnica-Vergara, 1990.

Cap. 6. Comunicación y diálogo 91

situaciones normales de estrés y de presión en las que se desenvuelve cualquier matrimonio en la actualidad.

Dialogar en estos casos no es fácil. Seguramente existirán situaciones con una alta influencia de las emociones de ira, enojo o de coraje, en las que la tendencia a la discusión e incluso a las actitudes violentas inhibe de entrada la posibilidad de diálogo. Como decíamos, en estos casos el des­arrollo de la inteligencia emocional cobra vital importancia para canalizar adecuadamente las emociones propias, para controlarlas, buscando, por ejemplo, diferir el diálogo para cuando estemos ya controlados, más tran­quilos y entonces asumir mejores actitudes para dialogar.

Por ello, para que realmente el diálogo funcione y sea una herramien­ta importante, entre otras cosas para la solución de problemas, propone­mos a continuación un conjunto de atributos y actitudes que se deben adoptar, que pueden tomar los esposos como reglas, para dialogar ade­cuadamente. En el caso de las actitudes que proponemos, ya hemos acla­rado que son elementos de la conducta que sugieren la influencia de la voluntad y, por ello, pueden irse incorporando en nuestra conducta gra­dualmente. La primera actitud que debe darse para que exista el diálogo es el interés, la voluntad de ambos para querer dialogar, pues como es lógico, si alguno de los dos o incluso los dos, no tienen interés o deseo de dialogar, por supuesto que no habrá diálogo. Un paso de control personal de emociones antecederá en ocasiones al diálogo, pues ya controlado y superado el momento de tensión, podrá surgir la voluntad para dialogar.

Por más obvio que parezca, existen personas que simplemente no creen en el diálogo o en algunos casos, no siempre tienen deseos de dia­logar, por lo que recalcamos que si no existe interés para dialogar, no se podrá dar el diálogo con sus beneficios y alcances. Una vez hecha esta aclaración, revisemos las reglas y las actitudes para que exista el diálogo:

1. El lugar y el momento adecuado. Si existe el interés de ambos para dialogar, es importante que el diálogo se dé en el ambiente adecuado para que exista ese libre flujo de ideas, que en muchas ocasiones surgen de lo más profundo de nuestros pensamientos y sentimientos. Deberá ser un lugar que garantice la privacidad, que no esté sujeto a interrupciones o a ruidos que l imiten la posibilidad de escuchar con claridad; que sea pro­picio para la reflexión y el intercambio profundo de ideas. Por esa misma razón, el momento deberá también escogerse con oportunidad, pues el diálogo requiere el tiempo suficiente para el intercambio y el l ibre flujo de ideas. Cuando se da un diálogo con todos sus atributos y alcances, no debe existir la limitación del tiempo, ya que como veremos más adelante, se de­berá llegar a conclusiones, que son la parte que cierra todo el proceso del diálogo, más allá de una comunicación interpersonal normal. Seguramen­te habrá ocasiones en las que el momento no sea adecuado ni oportuno para dialogar, estas ocasiones habrá que identificarlas en el momento, y en su caso diferir el diálogo para cuando los dos puedan tener la disposi­ción y tiempo suficiente. Cuando, por ejemplo, existen condiciones de dis­gusto o cuando alguno de los dos o los dos están claramente alterados, son

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92 Parte 2. La relación matrimonial

momentos en los que la persona está dominada por sus emociones, las cuales le inhiben la capacidad de pensar con claridad. Goleman identifica estos momentos como asaltos emocionales, en los cuales, entre otros aspectos, el individuo está sumamente alterado y se incrementan notoria­mente el r i tmo cardiaco y las pulsaciones. En estas ocasiones es indis­pensable serenarse y, por supuesto, darse el tiempo para ello; un cambio de actividad, una distracción o un espacio de cuando menos 20 minutos permiten disminuir la intensidad de las emociones. Se recomiendan téc­nicas de relajación o ejercicios deportivos para disminuir la tensión emo­cional, pero lo importante de todo esto es que se comprenda que en ese momento más que diálogo, se llegará a una discusión o a un pleito mayor.

Como decíamos, el diálogo requiere toda la disposición, ambientación y tiempo, para que entonces exista ese intercambio profundo, ese libre flujo de ideas que nos lleven a la solución de problemas o a la toma de de­cisiones asertiva, por más complejo que en ocasiones esto parezca; tam­bién para que nos permita el intercambio de experiencias, de sentimien­tos, conceptos e ideas, satisfacciones e ideales.

2. A s u m i r actitudes favorables. Como mencioné líneas arriba, el diálogo es un proceso que se da por voluntad. Las actitudes son elementos trascendentes para la comunicación humana y es importante adoptar una conducta adecuada para dialogar, para lo cual sugerimos que se asuman las siguientes actitudes que realmente favorecen el diálogo, y hacen que éste no se quede en un proceso de comunicación interpersonal simple o limitado, sólo movido por buenos deseos, pero con actitudes incongruentes.

a) Confianza y apertura. El diálogo conyugal o diálogo de los esposos está inmerso en la relación amorosa de la pareja, situación que lo hace diferente de cualquier otro proceso de diálogo. Por eso, en el marco del amor conyugal es condición indispensable que exista una total apertura que se apoye en la confianza que existe entre ambos, la cual, como vimos, es un valor del amor conyugal. La apertura nace de manera natural del amor; es una disposición voluntaria para mostrarnos como somos, para abrir nuestra mente y nuestro corazón a nuestra pareja, para confesarle lo que sentimos, lo que nos motiva, lo que nos preocupa o molesta. La con­

fianza, por otra parte, se ha venido construyendo mediante su relación matrimonial y es un soporte importante del amor conyugal; con base en la confianza, no deberán existir limitaciones o restricciones para confesar nuestras experiencias y puntos de vista, nuestros sentimientos o nuestros más profundos pensamientos a la persona que amamos y con la que com­partimos nuestra vida; la persona con la que nos comprometimos a ha­cerla feliz. Ligadas a la confianza y a esa apertura, están la sinceridad y la autenticidad. Debemos decir con toda honestidad lo que pensamos, sin ocultar ideas o información, pensamientos o sentimientos, ya que todo es importante en el libre flujo de ideas que implica el dialogar para resolver el problema o enriquecer el tema del que estamos hablando.

No debemos adoptar posiciones o, como suele decirse, poses que no sean sinceras y honestas; tampoco debemos ponernos limitaciones o

Cap. 6. Comunicación y diálogo 93

restricciones interiores, para abrir nuestro corazón a nuestra pareja en el proceso de diálogo, pues entonces sería lógico que en alguna ocasión ella nos hiciese el comentario: ¿cómo te puedo comprender, si no me dices lo que piensas, lo que sientes? Es decir, la apertura es la llave para que se dé en la otra parte la comprensión, ambos elementos enriquecedores del diálogo.

b) Saber expresarse y ser objetivo. Este aspecto del diálogo es de en­trada un atributo para una buena comunicación; lo incluimos como acti­tud, fundamentalmente porque requiere el interés y la voluntad de cada uno para expresarse adecuadamente con claridad y objetividad; aunque con la práctica, también se convierte a la larga en una habilidad. Habrá ocasiones en las que pensamos que ya dijimos lo que era suficiente o nece­sario, pero suele suceder que nuestro interlocutor no entendió con clari­dad. Por eso es indispensable que en un proceso de diálogo hablemos con claridad y objetividad, sin caer en abstracciones o subjetividades y siendo cuidadosos de emitir razones, hechos concretos, y en ningún momento juicios ni opiniones sin sustento. Se dan casos de personas que hablan mucho y no dicen nada o le dan muchas vueltas a una idea; en México se acostumbra decir cantinflear a esa forma de hablar mucho sin decir nada.

El diálogo supone un esfuerzo para ser claro, para buscar las palabras más adecuadas, para expresar de la manera más objetiva lo que pensa­mos. Si bien parece tan obvio este atributo del diálogo (y por supuesto deseable en cualquier proceso de comunicación interpersonal), es común ver cómo se dan muchos casos de comunicaciones deficientes precisa­mente por no expresar con claridad y objetividad nuestras ideas; al dar por entendidos conceptos o asuntos que requieren una mejor explicación. Insisto, este es un atributo necesario del diálogo, que sugiere una actitud de disposición a ser claro y objetivo, que demanda la humildad necesaria para reconocer cuándo no hemos sido claros u objetivos; que demanda la madurez e inteligencia emocional y no desesperarnos o enojarnos, cuan­do nos dicen que no hemos sido claros, entonces pacientemente tratemos de repetir con mayor claridad planteando razones, hechos concretos o con otras palabras más objetivas, la idea que tratamos de comunicar.

Para ser objetivo y claro es importante entender que la comunicación efectiva requiere en ocasiones un atributo que se llama redundancia. La redundancia implica eso que planteábamos en el párrafo anterior; repetir el mensaje, quizá con otras palabras o de otra forma, para cerciorarnos que el mensaje ha sido entendido por la otra parte. Entonces, al ser redun­dantes, estaremos asegurando que nuestra pareja ha comprendido la idea que le estamos planteando. Obviamente la redundancia vista de manera simple no es tan deseable en el diálogo si implica que estemos repitiendo ideas o mensajes que ya fueron claramente entendidos; en esos casos, puede generar incluso una lógica molestia en la otra parte.

c) Interés para escuchar empáticamente. Este es uno de los atributos fundamentales del diálogo que, como mencionamos al principio de este capítulo, es además una muestra de las capacidades de la inteligencia emocional. En las situaciones importantes o en los problemas conyugales

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94 Parte 2. La relación matrimonial

es determinante haber desarrollado la suficiente inteligencia emocional para escuchar atentamente y sin interrupciones a nuestra pareja. Es fun­damental dar la importancia y la atención necesarias para escuchar sus sentimientos, ya que este es uno de los aspectos que es más difícil de hacer, porque por lo general los sentimientos son muy difíciles de con­fesarse o expresarse, y muchas veces se ocultan, no obstante ser los ele­mentos disparadores de los problemas y conflictos. Cuando existe un con­flicto o un disgusto, estamos dominados básicamente por nuestras emociones, y nuestros comentarios o expresiones verbales tienen un alto contenido emocional.

En estas situaciones (no obstante que es legítimo expresar lo que sen­timos, pues ya hemos visto que las emociones son procesos naturales, i n ­herentes a la naturaleza humana) debemos desarrollar actitudes que re­flejen el autocontrol y el autodominio, atributos de nuestra inteligencia emocional, para actuar con respeto a los sentimientos de nuestra pareja o para que en su caso, nosotros expresemos también los nuestros correcta­mente. No debemos avergonzarnos, y menos ante nuestro cónyuge, de expresar lo que sentimos, por supuesto respetuosamente, y por la otra parte, debemos tener toda la actitud de apertura para poder escuchar los sentimientos de nuestra pareja. En estas situaciones, pues, se demuestra cómo es fundamental actuar con inteligencia emocional: primero para favorecer el proceso de comunicación que se requiere para iniciar la so­lución del conflicto; y segundo, para propiciar el diálogo que nos lleve de fondo a la solución del conflicto.

En este contexto, escuchar empáticamente, además de ser un atributo de la inteligencia emocional, es una habilidad que se adquiere cuando se tiene la actitud de congruencia con el valor de la comprensión, el cual es un valor con el que se hace palpable el amor conyugal. Al poner en práctica el valor de la comprensión, haremos un esfuerzo por ponernos en el lugar de la otra per­sona, y nos abriremos totalmente para entender sus sentimientos.

Para escuchar empáticamente, quiero subrayar que además es nece­sario desarrollar las habilidades de un buen receptor, que sabe escuchar; en estas habilidades están de inicio el poner atención, el no distraerse, mirar a la persona a los ojos, poner incluso una posición corporal cómoda y abierta a la comunicación, para que el otro realmente se abra a nosotros.

Es importante reiterar que en la vida real es muy frecuente que los problemas nos lleven a discusiones más que a diálogos; es decir, en las ocasiones en las que realmente existe un conflicto conyugal es común que los dos alcen la voz y se dejen llevar por sus emociones de ira, enojo o molestia. Como es lógico, en estos casos, lejos de asumir una actitud de comprensión, abierta a escuchar, nuestras emociones nos bloquean y no nos permiten actuar con sensatez. Por eso, como ya lo mencionamos, lo primero es intentar serenarse, para tratar de razonar la conveniencia de asumir actitudes comprensivas y abrir nuestra mente para escuchar; o diferir el diálogo para un momento de mayor serenidad, dado que el auto­dominio, como aptitud de la inteligencia emocional, es un requisito para sostener un diálogo exitoso.

Cap. 6. Comunicación y diálogo 95

Escuchar implica asumir actitudes de paciencia y de prudencia y, so­bre todo, aplicar nuestra inteligencia emocional; pero escuchar empática­mente demanda abrir nuestro corazón para comprender los sentimientos de nuestra pareja y, además, desarrollar la habilidad de saber escuchar ac­tivamente, como veremos a continuación.

La figura 6.2 nos muestra la relación estrecha entre la inteligencia emocional y el diálogo, también nos ilustra cómo el saber escuchar ocupa la parte central del proceso de comunicación interpersonal que se con­vierte en diálogo.

Escuchar activamente. Dentro de la actitud de apertura para escuchar debemos desarrollar la habilidad de escuchar activamente, llamando así a la forma de escuchar que supone la participación activa del que escucha, para llevar el proceso de recepción del mensaje a la mayor integridad, de tal manera de recibir toda la información e ideas que le lleven a comprender perfectamente el punto de vista, conceptos, sentimientos, molestias, pre­ocupaciones o satisfacciones de la otra persona. Para escuchar activamente debemos, por supuesto, haber superado las primeras fases del proceso de comunicación que se orienta al diálogo; así, teniendo ya el control de nues­tras emociones, asumiendo actitudes respetuosas que favorezcan el diálogo, podremos hacer cuestionamientos que ayuden a la otra persona a decirnos lo que piensa. Por ejemplo, ¿por qué piensas esto?, ¿crees que esto es lo ade­cuado?, ¿tienes alguna otra idea que aclare esto?, ¿qué sentimiento me quieres expresar?

Como se observa, en ninguna de estas preguntas estamos emitiendo un juicio o cuestionando el punto de vista del otro. Es válido incluso que no estemos de acuerdo con sus puntos de vista, pero en esta etapa sólo nos debe interesar el tener una idea completa del punto de vista del otro. Sim­plemente estamos dando pautas para que nos exprese con mayor integri­dad sus puntos de vista e ideas acerca del tema que dialogamos. Es nece-

Inteligencia emocional

• Autocontrol y

autodominio

• Conducir las emociones

con a p e g o a valores

• Comprender las

emociones del otro

El d i á l o g o como proceso de:

• Lograr el autodominio

• Iniciar un proceso de

comunicación respetuoso

• Escuchar activamente • Entender y respetar los

sentimientos del otro

• Comprensión ampl ia del

otro y del problema

• Propuesta de soluciones

Conclusiones y compromisos

Figura 6.2. Inteligencia emocional y diálogo.

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96 Parte 2. La relación matrimonial

sario en esta etapa ser redundante, para asegurarnos que entendimos bien la idea que se nos expresó; la redundancia se manifiesta con comentarios como estos: "Entendí que dijiste esto...", "lo que quisiste decir fue que "; "es decir, que nos comprometemos o te comprometes a..."; en fin, todas las formas de repetir objetivamente y sintéticamente lo más importante que hayamos percibido del mensaje del otro, para asegurarnos que lo entendimos bien; repetir o parafrasear ayudan de manera activa al otro a expresar y trasmitir con mayor claridad su mensaje.

Escuchar es la base de la empatia, y la empatia es un atributo de inte­ligencia emocional. De ahí que sea fundamental ejercitarse para aprender a escuchar y a escuchar activamente. Es importante que nuestro autodominio -como capacidad de la inteligencia emocional- y la creencia arraigada que supone tener como nuestro el valor de la comprensión, sustentado en el amor a nuestra pareja, nos lleven a darnos todo el tiempo necesario, y a asumir actitudes de prudencia y paciencia cuando sea necesario, para escuchar los puntos de vista y los sentimientos de nuestra pareja.

Debemos ejercitarnos en ser pacientes y prudentes, porque por lo general tenemos la costumbre de interrumpir a nuestro interlocutor con nuestras ideas y en la mayoría de los casos, sobre todo en las discusiones fuertes, sólo escuchamos para contestar, no para entender. Es realmente importante hacer conciencia de esto; cuántas veces ni siquiera ponemos atención en lo que nos están diciendo porque ya estamos preparando nues­tra respuesta e incluso nuestro discurso. Si realmente queremos dialogar, entonces es importante escuchar para entender, para comprender, para permitir que se dé el libre flujo de información que supone el diálogo.

d) Respeto a las ideas del otro. Esta actitud es, en principio, una acti­tud de congruencia con el valor del respeto, que como hemos planteado, es parte de los valores en los que se hace tangible el amor conyugal. Para dialogar, es importante respetar los puntos de vista, las ideas y los con­ceptos, y sobre todo los sentimientos de nuestro interlocutor, pues sólo así se podrá dar la apertura de él hacia nosotros, en el libre flujo de ideas que supone el diálogo. En cualquier situación de la vida matrimonial, respetar al otro, a sus ideas, a su ideología, es fundamental para sostener la conti­nuidad de la relación y para ser congruentes con el amor conyugal. Las fal­tas de respeto pueden generar una diversidad de reacciones en la otra per­sona, pero en el caso del diálogo, simplemente lo interrumpen, ya que la otra persona cerrará su trasmisión o su interés para decirnos lo que pien­sa y se opondrá a continuar expresando sus puntos de vista.

Cuando pensamos con toda seguridad que nos asiste la razón, tende­mos a descartar los puntos de vista del otro, incluso, a emitir opiniones irrespetuosas, sarcásticas y burlonas de los comentarios del otro. Es evi­dente que por equivocado que estuviera, primero tiene el derecho a equi­vocarse, pues equivocarse es además una oportunidad para aprender; en segundo lugar, tenemos el reto de convencerlo de manera objetiva, dialéc­tica y, sobre todo, respetuosa. Eso es realmente una actitud de inteligen­cia emocional, pues la burla o el sarcasmo son respuestas netamente emo-

Cap. 6. Comunicación y diálogo 97

tivas, y al inhibirlas, estaremos mostrando control y autodominio, de tal manera que estemos en posibilidad de generar actitudes respetuosas, que favorecen el diálogo y, sobre todo, de la confianza, la cual es indispensable para que vuelva a darse la oportunidad de dialogar.

e) Ser autocrítico. El ser autocrítico es, de entrada, un atributo de la persona madura; desde mi punto de vista, es incluso el primer paso para la sabiduría. Será por eso que es una de las virtudes menos frecuente en nuestra sociedad. El no reconocer nuestras equivocaciones ni nuestros errores es síntoma de inseguridad y, por supuesto, de inmadurez. No en todos los procesos de diálogo para la solución de un problema o conflicto tendremos la razón; seguramente existirán ocasiones en las que el proble­ma se suscitó por nuestra culpa, por alguna mala acción o decisión, por al­gún error u omisión; en estos casos, es importante reconocer que por nues­tra naturaleza humana podemos equivocarnos, y que estando conscientes de que esa equivocación suscitó un problema o conflicto, pues reconocer­lo y en su caso, pedir una disculpa sincera. No hacerlo genera desconfian­za y, por supuesto, inhibirá la posibilidad de que vuelva a existir otro diá­logo. Ya mencionábamos que en los valores del amor conyugal el perdón ocupa un lugar primordial , y por supuesto solicitarlo (cuando se justifica, porque hemos ocasionado un daño o lastimado a nuestra pareja a quien tanto amamos) supone una actitud autocrítica, sumada con una actitud de humildad. El ser autocrítico, además de ser una actitud que abre el cami­no para una mejora personal continua, mantiene abierta la posibilidad per­manentemente de dialogar, para cualquier problema que se presente.

3. Conclusiones y compromiso. Este es uno de los atributos del diálogo que lo hacen diferente de cualquier proceso de comunicación. El diálogo por lo general lleva a la acción o al compromiso, ya sea para solucio­nar conflictos o problemas, o para la toma de decisiones importantes; con respecto a los hijos, a los bienes del hogar o a los proyectos de la familia; no sin dejar de citar que el diálogo pudo haberse suscitado acerca de algún tema de interés común, experiencia, satisfacción, preocupación, etc. Sin em­bargo, no obstante que dialogar acerca de temas de interés o aspectos como los citados es, por supuesto, conveniente para el acercamiento entre los esposos y el fortalecimiento de su relación, en estos casos también es deseable obtener conclusiones La utilidad más palpable del diálogo es en la toma de decisiones importantes o en la solución de problemas.

En cualquier proceso de análisis estructurado siempre es importante obtener buenas conclusiones que resuman los aspectos trascendentes del análisis, los objetivos cumplidos o resultados alcanzados, las etapas sub­secuentes y los aspectos de mayor relevancia que fueron tratados o acor­dados. En los casos del diálogo para analizar situaciones, con objeto de tomar una decisión compartida o consensada, es evidente que en las con­clusiones quedará establecida la solución que comparten y en su caso, los compromisos que cada uno adquiere. Esta etapa es fundamental en el pro­ceso de diálogo, si tomamos en cuenta que desde su definición, el diálogo supone un libre flujo de ideas con el propósito de trascender la compren-

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98 Parte 2. La relación matrimonial

sión de un solo individuo al consenso de las partes. Como decíamos al i n i ­cio del tema, en el diálogo no se intenta ganar individualmente, sino que se trata de que ambos ganen, lo que se llama ganar-ganar. Así, los resul­tados de este ganar-ganar serán los elementos que constituyen las conclu­siones del diálogo, en su caso, en asuntos más conflictivos cuando se ob­tienen acuerdos y compromisos que demuestran también un esfuerzo de consenso; estos compromisos serán la parte final del proceso del diálogo.

No obstante que la etapa de conclusiones y compromisos la propone­mos como la parte final del proceso del diálogo, el cumplimiento de estos compromisos es realmente el final de todo ese proceso específico de diá­logo; es donde se ven los frutos y los resultados del diálogo. Cumplir los acuerdos o compromisos contraídos en un diálogo le da congruencia a nuestra convicción acerca de la uti l idad del diálogo y genera la confianza en nuestra pareja y en la posibilidad de seguir dialogando con ella. Si se­guimos estas actitudes necesarias para el diálogo y respetamos las reglas planteadas, el diálogo podrá ser realmente una herramienta que además de su util idad para solucionar problemas y tomar decisiones en el matr i ­monio, para el intercambio de experiencias, expectativas, ideales, preocu­paciones y sentimientos, coadyuve al acercamiento de la pareja, fortalezca su relación y haga madurar su amor conyugal.

Es importante subrayar que al hablar de las actitudes sugeridas esta­mos de hecho planteando un conjunto de actitudes derivadas de valores en los que se soporta el diálogo, ya que, como hemos sostenido, las acti­tudes reflejan valores. La figura 6.3 resume entonces los valores en los que, como hemos visto, se apoya el diálogo.

Si bien se pudiera pensar que es un tanto subjetivo hablar de los va­lores del diálogo, quiero subrayar que saber dialogar es una aptitud que se logra mediante una conducta orientada a lograrlo; ya decíamos que den­tro de los componentes de la conducta más importantes se encuentran las actitudes, y vimos que las actitudes responden en esencia a valores; de ahí la gran importancia de subrayar que el diálogo también se sustenta en va-

Diálogo

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Inteligencia emocional

Figura 6.3. Los valores que sustentan al diálogo en el matrimonio.

Cap. 6. Comunicación y diálogo 99

lores, pues sólo con esas convicciones o creencias arraigadas se puede construir día a día, con un esfuerzo permanente, la capacidad y la habil i­dad para saber dialogar.

4. E v i t a r l a s siguientes actitudes no favorables. Otro de los elementos que es fundamental abordar cuando se habla del diálogo es precisamente el de las actitudes que lo inhiben, lo dejan en una simple comunicación interpersonal o, en su caso, lo convierten en una discusión que genera una riña o conflicto mayor. En primera instancia, podremos asegurar que, como es lógico, las actitudes opuestas a las que mencio­namos anteriormente como favorables l imitan e impiden el diálogo; por ejemplo: el no tener interés, no respetar las ideas o puntos de vista del otro, la falta de confianza, de sinceridad y apertura, el no querer escuchar, el no ser autocrítico ni prudente o paciente, la falta de honestidad que lleva a ocultar información, problemas o asuntos, el no cumplir con los compromisos derivados de diálogos anteriores, todas son actitudes opues­tas a las que comentamos anteriormente, que evidentemente destierran el diálogo de la relación de la pareja.

Sin embargo, existen algunas otras actitudes, llamémosles no favora­bles o inconvenientes, que podríamos agregar para dejar claro que en el diálogo, el interés y el deseo de dialogar se demuestran con una conducta congruente, que se esmere en no caer en actitudes que demeriten en nada el potencial de esta importante herramienta de comunicación.

Como proceso de comunicación profunda, hemos visto que el diálogo en el matrimonio se alimenta de la confianza entre los esposos; por eso, la confianza es un valor que es fundamental defender para que siempre exista la posibilidad del diálogo. Hacemos esta precisión porque una de las actitudes que mata de raíz esta confianza e inhibe fuertemente la posi­bil idad de dialogar es la indiscreción. Muchos temas y asuntos se dialogan en la pareja, que sólo deben quedar entre ellos; no deben comentarse ni al mejor amigo(a), ni a los padres -o suegros- o familiares. Hacer algún co­mentario indiscreto acerca de los asuntos que dialogan los esposos puede resultar en un conflicto posterior que rompa con la confianza y con la po­sibilidad de volver a dialogar con la profundidad que el diálogo demanda.

Dialogar acerca de sus preocupaciones o angustias, de sus más ínti­mos sentimientos, de sus relaciones sexuales, entre muchos otros asuntos, demanda la más absoluta discreción, pues nuestra pareja nos está abrien­do su corazón y sus sentimientos, y en ese marco de absoluta confianza es donde deben quedar las cosas, pues son las que fortalecen la confian­za y el propio amor conyugal.

Otras actitudes que l imitan o impiden el diálogo son, por ejemplo, el orgullo y el egoísmo. Pensar que sabemos mucho, que somos superiores o sabemos más de algún tema o asunto; que nuestra pareja no debe opinar de determinados asuntos que sólo a nosotros incumben, que sólo nuestros intereses y punto de vista importan, por supuesto son actitudes que i m ­piden que exista un verdadero diálogo. Y aunque pareciera que esto no su­cede, desafortunadamente se da con frecuencia en muchos matrimonios; ya sea por la personalidad de alguno de los esposos, que como es común

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1 0 0 Parte 2. La relación matrimonial

en la sociedad, tengan rasgos de ser altaneros, engreídos o soberbios; o por el desgaste natural de la relación matrimonial después de varios años de casados. También cuando no existió un marco sólido de valores com­partidos en los cuales cimentar la relación; cuando el amor conyugal se ha debilitado, por la incongruencia de la conducta de los esposos, o cuando la falta de inteligencia emocional lleva a frecuentes conflictos que con el tiempo acaban con la solidez de la relación matrimonial. Actitudes de ironía, de sarcasmo, la crítica desmedida, las cuales se derivan del orgullo o de falta de inteligencia emocional, seguramente son inhibidores del diá­logo en la pareja.

En fin, diversos rasgos de las características personales de los esposos que suelen ser naturales (pues todos tenemos defectos) pueden l imitar o, como decíamos, incluso, impedir que se den auténticos procesos de diálo­go; lo importante es tener la capacidad de reconocerlos para desterrarlos; de tener la madurez y el espíritu autocrítico para aceptar nuestras l i m i ­taciones y defectos, y a partir de esto, darse la posibilidad día con día de esforzarse sinceramente en superarlos y mejorar continuamente.

Otros aspectos que conducen a actitudes que impiden el diálogo son, por ejemplo, los prejuicios. Es frecuente que existan temas o asuntos en los cuales estemos prejuiciados a dialogar; ya sea por inseguridad, temor, desconocimiento o porque estemos prejuiciados acerca de la forma de actuar o de pensar de nuestra pareja. Se dan casos en los que, por alguna causa de este tipo, uno de los dos no acepta dialogar. Paciencia, inteligen­cia y, sobre todo, amor permitirán ser persistentes en la necesidad de dia­logar. Como señalábamos, en ocasiones será necesario asumir una actitud autocrítica y madura, para tener la suficiente apertura y confianza para abrir el proceso de diálogo.

Finalmente, la vida moderna l imita e inhibe de muchas formas el diá­logo entre los esposos, y en general en las familias, incluso con los hijos. Las actividades que mantienen ocupados a los esposos en su trabajo, el estrés, las prisas que se tienen en las grandes ciudades, llevan a que no encuentren el tiempo y el lugar para dialogar. Si a eso le agregamos que el poco tiempo disponible frecuentemente se ocupa en ver televisión y hoy día en la computadora personal y en internet, pues es lógico que realmen­te quede poco tiempo para dialogar acerca de los aspectos trascendentes de la pareja y de la familia. En este sentido, los esposos deberán esforzarse para darse el tiempo y el lugar para dialogar sobre los asuntos importantes de su relación matrimonial, tomando en cuenta, que el diálogo es un ele­mento que los une más y fortalece su confianza y amor conyugal y con ello, además de vivir una relación matrimonial satisfactoria y feliz, podrán preservar el valor de la familia ante la sociedad. En ocasiones, sin nece­sidad de llegar al diálogo como comunicación profunda, es simplemente necesario e indispensable, para mantener el amor de la pareja, establecer simples procesos de comunicación acerca de los aspectos cotidianos que no obstante pudieran parecer intrascendentes, permiten involucrarnos y comprender mejor su circunstancia, sus preocupaciones, sus opiniones y formas de ver la vida y los problemas nacionales, etcétera.

Cap. 6. Comunicación y diálogo 1 0 1

Para proporcionarles una herramienta práctica que les permita eva­luar sus aptitudes y habilidades en la comunicación y el diálogo, así como la inteligencia emocional que necesitan desarrollar para ser buenos comu-nicadores y saber dialogar, presento en el apéndice I un ejercicio que les permitirá realizar una evaluación. Espero que sea lo más autocrítica posi­ble; si analizan detenidamente sus resultados, es posible que encuentren diversas áreas de oportunidad para mejorar.

Resumen En este capítulo hemos realizado un análisis de la importancia que

tiene la comunicación entre los esposos y cómo una comunicación profun­da lleva al concepto del diálogo. Mucho se habla de diálogo en la sociedad, entre las naciones; se habla de la necesidad de dialogar entre las genera­ciones y entre grupos políticos, pero también se habla del diálogo entre los esposos. Y hemos visto, sin embargo, que realmente es muy difícil dialo­gar. No obstante ser un concepto surgido desde la antigüedad, es fácil per­catarse de la falta de diálogo en todos los ámbitos de la sociedad; y la familia y el matrimonio no escapan a esta realidad. De ahí se puede ver con facilidad que si realmente falta diálogo es, en mucho, por las incapa­cidades emocionales de las personas, es decir, por la falta de inteligencia emocional.

El diálogo supone una total apertura al libre flujo de ideas, para tras­cender a la comprensión de un solo individuo y llegar al entendimiento de todos los que dialogan, y con base en él, llegar al consenso en un proceso que nos lleve al ganar-ganar. El diálogo en el matrimonio además de ser una herramienta para la solución de problemas y toma de decisiones, es un elemento de acercamiento permanente entre los esposos, de fortaleci­miento de su confianza y de su amor conyugal. Mediante el diálogo inter­cambiarán satisfacciones, preocupaciones, angustias, alegrías, experien­cias y expectativas; construirán su futuro, harán sus planes y proyectos. En fin, mediante el diálogo tendrán la posibilidad de tener una comuni­cación profunda que les permita siempre estar abiertos a su pareja, para demostrarle de manera congruente el amor que le profesan. Además, el diálogo es un elemento primordial de integración familiar e importante para que los hijos y demás miembros de la familia aprendan a dialogar mediante la vivencia del diálogo entre los esposos.

El dialogar supone actitudes como la apertura, el respeto a la pareja, a sus ideas y puntos de vista; la confianza, el espíritu autocrítico y la com­prensión sustentada en la habilidad para saber escuchar activa y empáti-camente las ideas y sentimientos del otro.

Es conveniente tener claro que diversas actitudes negativas l imitan o impiden en su caso la posibilidad de dialogar. Mencionamos, entre otras, la indiscreción, el orgullo y el egoísmo, los prejuicios, las actitudes te­merosas o inseguras, la falta de interés derivada de las muy diversas ocu­paciones de la vida moderna y la problemática que ésta encierra, que en

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1 0 2 Parte 2. La relación matrimonial

ocasiones, nos tiene estresados u ocupados en muchas otras cosas, que impiden el diálogo entre los esposos y en la familia. En este sentido, habrá que tener la conciencia de la importancia que tiene el diálogo como ele­mento para la integración familiar y, valorándolo adecuadamente, abrirle en consecuencia los espacios que requiere en nuestra relación conyugal y en nuestra propia familia, pues como vimos en el capítulo 4, el diálogo es uno de los pilares del matrimonio exitoso y, por extensión lógica, de la familia exitosa.

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a educación de í can inteligencia

einocional

Cuántos no coincidiríamos en afirmar que el regalo más hermoso que Dios nos puede dar, que la vida y la naturaleza nos pueden otorgar, es un hijo. En los hijos, los esposos ven la misma realización de su amor, de su entrega, de su vida en común. Sin embargo, muchos matrimonios existen sin el milagro de la procreación; algunos porque simplemente no lo de­sean; otros porque la naturaleza no les otorga ese privilegio. Pero todos ellos, si lo desearan en su corazón, podrían vivir esa hermosa experiencia que es la paternidad. Los hijos son, pues, uno de los propósitos fundamen­tales del matrimonio y son el fruto del mismo, en el cual se sustenta la familia. Sin embargo, siendo el fruto del amor conyugal, siendo la misma realización de los esposos, la vida nos enseña que los hijos no nos per­tenecen; son más bien una grande y hermosa responsabilidad para la cual debemos prepararnos, pues en su momento los entregaremos a la socie­dad, ya que esa es nuestra misión. Dice el filósofo Gibran Jalil Gibran: 1

Vuestros hijos no son vuestros, son hijos del anhelo de la vida,

son concebidos a través de vosotros, mas no de vosotros. Y no obstante vivan con vosotros, no os pertenecen.

Podréis darles vuestro amor, más no vuestros pensamientos,

porque ellos tienen los suyos propios. Podréis albergar sus cuerpos, más no sus almas, porque sus almas moran en la casa del mañana,

1 G i b r a n J a l i l G i b r a n , El profeta, O r i o n , México, 1970.

117

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118 casa que no podréis visitar ni aun en sueños...

Sois el arco del cual vuestros hijos son disparados cual saetas vivientes.

El arquero ve el arco sobre el camino del infinito, y él os encorvará con su fuerza, de suerte que sus saetas

puedan volar veloces a gran distancia...

Nuestra gran responsabilidad, entonces, consiste en darles la mejor preparación y la mejor educación sustentada en valores; enseñarlos a amar, formarles un recio carácter y ayudarles a desarrollar la inteligencia emocional, para que con esas bases puedan enfrentar de la mejor forma la vida. En nuestra época, en los inicios del tercer milenio, esa gran res­ponsabilidad se vuelve cada día más difícil. Tenemos una responsabilidad básica hacia ellos, hacia nuestros propios hijos, pues desde su nacimiento hasta que son mayores son altamente dependientes de nosotros. Tenemos una responsabilidad importante hacia la sociedad, pues la sociedad de­manda cambios y demanda individuos cada vez mejor preparados, que hayan aprendido a vivir los valores cuya ausencia ya ha hecho crisis en nuestro mundo. A nuestros hijos les tendremos que responder de nuestros aciertos y fracasos en su educación. A la sociedad le debemos entregar los individuos que demanda para el tercer milenio.

No obstante lo trascendente de esta gran misión para los esposos, desafortunadamente no existen escuelas que nos enseñen a ser padres. La vida es nuestra escuela; nuestros antecesores también (con sus aciertos y errores). De ello se derivan, desafortunadamente, tantos graves proble­mas que observamos en la educación de los hijos. Padres que además de no prepararse para serlo, no tienen los atributos de madurez para formar­los; otros, que con su propia vida y ejemplos, les enseñan una gran caren­cia de valores fundamentales.

En este contexto, en los primeros capítulos de este l ibro tratamos de ayudar a los padres a reflexionar cómo ser mejores personas y mejores esposos, pues de esa forma podrán tener las bases para ser buenos padres.

El primer reto para aspirar a ser un buen padre o una buena madre es ser una persona madura que sepa actuar con inteligencia emocional; que en su comportamiento cotidiano muestre los valores fundamenta­les que necesita nuestra sociedad para renovarse.

El segundo reto, una vez superado el primero, será el ser buenos esposos; un matrimonio que con su ejemplo dé a conocer a sus hijos los valores fundamentales de su amor conyugal y los enseñen con su propia conducta y su relación de esposos a actuar con inteligencia emocional.

El tercer reto será, entonces, procurar la mejor educación posible para sus hijos. Preparar individuos maduros e íntegros, con inteligencia emo­cional para enfrentar los diversos problemas de la vida, que sepan conocer y entender sus emociones; que desarrollen un buen control de sus emo­ciones y procuren encauzarlas para automotivarse ante las depresiones, situaciones complejas, adversas o conflictivas. Que sepan serenarse, ser

Cap. 8. La educación de los hijos 119

prudentes, pacientes y, en su momento, controlar sus emociones para to­mar racional e inteligentemente las mejores decisiones; es decir, pensa­miento inteligente y voluntad por encima de la emoción y los sentimien­tos. Que sepan ser empáticos, entender los sentimientos y las razones de los demás; que sepan escuchar, para poder trabajar en equipo o tener siempre las mejores relaciones interpersonales. En pocas palabras, que sepan desenvolverse y adaptarse en los diferentes medios en los que la vida los lleve a superarse, para en su momento propiciar los cambios que nos esperan en el tercer milenio. En este último capítulo trataremos de aportar algunas reflexiones acerca de cómo lograr este tercer reto.

En el mes de agosto de 1989 tuve la fortuna y la gran satisfacción de ganar el concurso nacional de "Carta a mi hijo", 2 que organizaba anual­mente la empresa Novedades Editores. Los conceptos vertidos en la carta fueron en su momento reconocidos como valiosos por el respetable jura­do que seleccionó mi carta para el primer lugar. Hasta ese año no aparecía el concepto de inteligencia emocional; sin embargo, en la carta me refería a conceptos como la madurez, el carácter, la formación de actitudes y buenos hábitos y, sobre todo, pretendí trasmitirles a mis cuatro hijos los que para mí son los valores fundamentales. Todos los conceptos de esa carta, que me permito mostrarles en el apéndice 2, los he revisado cuida­dosamente para mejorar su sustento ahora con la visión que tenemos de la importancia de la inteligencia emocional en el éxito de los individuos; pero además, seguro de que con mi experiencia como padre, tengo la posi­bil idad de aportarles reflexiones que ya implican algunos resultados de mi propuesta inicial.

La educación en valores fundamentales Mencionamos desde el principio del l ibro la importancia de los va­

lores en la conducta de los individuos: en sus actitudes, sus sentimientos, sus hábitos y costumbres, entre otros aspectos. También mencionamos que actuar con inteligencia emocional es, entre otras cosas, poner a nues­tros valores adelante de nuestras respuestas emocionales, en nuestro trato con todos nuestros semejantes. Desde la lógica de este planteamien­to, es entonces fácilmente deducible el porqué es fundamental la forma­ción de valores en los hijos.

Inculcar valores fundamentales en los hijos, desde pequeños, va for­mando individuos con buenos sentimientos, con una conducta sustentada en buenas actitudes, buenos hábitos y costumbres que seguramente lo lle­varán a tener buenas relaciones interpersonales y a tener éxito en la vida. Inculcar valores es, como decíamos, un verdadero reto en la conducta de los padres, pues como hemos mencionado, los valores se aprenden más que con el discurso, con el ejemplo.

2 " C a r t a a m i hijo", e n periódico Novedades, 3 0 de j u l i o de 1 9 8 9 .

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120 Parte 3. Paternidad y educación de los hijos

Desde la temprana edad y sobre todo cuando los hijos son pequeños, es de suma trascendencia enseñarles con el ejemplo cuáles son nuestros valores. Por supuesto, el primer valor fundamental, que los lleva a ad­quir ir confianza en sí mismos y en los demás, es el valor del amor; éste, mostrado mediante otros valores: el respeto, el servicio, la lealtad, el per­dón y la comprensión. Valores que los hijos aprenderán con el ejemplo de sus padres, en la medida que muestren vivencialmente su amor conyugal.

Enseñarles el valor de la justicia, enseñarles a ser honestos, honrados, a no mentir, a ser bondadosos y practicar el bien - los niños y jóvenes le llaman ser buena onda-. Enseñarles también a reconocer el valor del tra­bajo, a ser responsables y dedicados en todas las actividades y tareas en las que participan; a dar siempre lo mejor de sí mismos y a obtener los mejores resultados en todo lo que emprendan, siendo para ello prudentes, pacientes y perseverantes. También a ser humildes, para reconocer sus limitaciones y tratar de superarlas, teniendo con esto siempre la oportuni­dad de ser mejores y sin demérito de otros valores. Que aprendan con la práctica cotidiana a aceptar el valor de la comunicación y el diálogo, como sustento además de otros valores como la amistad y la verdad.

Ya hemos dado nuestro punto de vista acerca de cómo interpretamos cada uno de los valores del amor conyugal (véase cap. 5), que desde nues­tra perspectiva son valores fundamentales que debemos enseñar a los hijos. Lo que es importante agregar ahora es que, para enseñarles esos valores con nuestro ejemplo, se requiere por parte de los padres hacer un esfuer­zo de congruencia cotidiano, para lo que es necesario desarrollar la ma­durez y, como hemos sostenido, las aptitudes de la inteligencia emocio­nal. Ser unos padres amorosos que muestran autodominio y que resaltan con su ejemplo el valor del amor, siendo cariñosos y serviciales, dando afecto siempre que es posible, dando su tiempo para escuchar con interés y empatia para comprender los sentimientos de sus hijos y en general de sus seres queridos. Unos padres que saben perdonar y ser humildes segu­ramente formarán en su hogar a niños que tendrán la capacidad de amar, de dar y recibir amor.

El esfuerzo de congruencia de los padres, con su ejemplo cotidiano, es entonces el primer reto trascendente de la paternidad, que en la práctica busca la mejor educación de los hijos. Demanda inteligencia emocional, carácter e integridad. Ser congruente es realmente ser íntegro. Dice Ste-phen R. Covey3 que tener integridad significa que las vidas de los esposos y padres estén integradas alrededor de una serie de principios que son uniuersales. La integridad incluye la veracidad, pero va más allá de ella.

Covey comenta que la integridad personal genera confianza, y los pa­dres deben trabajar con su congruencia cotidiana para generar confianza en sus hijos; para que sus hijos siempre recurran a ellos con los ojos cerra­dos, en busca del consejo, del consuelo o de la comprensión; para que con­fíen en su ejemplo y en sus enseñanzas. La confianza es uno de los valores

' S t e p h e n , R. Covey, Los siete hábitos de las familias altamente efectivas, G r i j a l b o , México, 1998.

Cap. 8. La educación de los hijos 121

del amor conyugal y, como podemos observar, es un elemento estructural para la educación de los hijos.

Debemos aceptar de entrada que siendo todos los seres humanos i m ­perfectos, es difícil ser personas íntegras; es decir, no actuaremos con una congruencia digamos de 100 % con respecto a cualquiera de los valores fundamentales. Es difícil amar con 100 % de congruencia en nuestra con­ducta, pues el amor implica renuncia y entrega total. Y no obstante, el amor es uno de los valores fundamentales que es importante inculcar a los hijos desde pequeños.

Por eso la madurez y la inteligencia emocional nos llevarán a empe­ñarnos en tratar de amar a nuestra(o) esposa(o) y a nuestros hijos, con la mayor entrega posible, renunciando en la mayoría de las veces a nuestros intereses o necesidades y ser lo más congruentes que podamos con ellos. Es claro que sólo los grandes hombres (en la historia encontramos m u ­chos ejemplos) nos dan muestras de entrega total incluso con su propia vida. Cuántas personas altruistas renuncian a sí mismas para dar todo lo que pueden a sus semejantes. Pues si queremos que nuestros hijos apren­dan a amar, tenemos un largo camino para esforzarnos en realmente ser amorosos con nuestros seres queridos y con nuestros semejantes. La mejor forma de enseñarles el amor es que nos vean amar en la práctica. Los demás valores también requerirán un ejemplo congruente y un gran empeño para ser padres íntegros.

Otro de los valores importantes en la práctica cotidiana del mismo amor, y que es básico enseñar a los niños desde pequeños, es el perdón. El perdón demanda, de entrada, inteligencia emocional, y no existe incluso otro valor que demande más inteligencia emocional que el propio perdón. El perdón nace de un proceso de dominio personal de controlar nuestras emociones de ira, enojo, agresividad, de soberbia y orgullo; nuestros sen­timientos de rencor que acumulamos cuando no controlamos el enojo y la ira hacia otra persona y que nos conducen a sentimientos de venganza. Por eso, es desde la temprana edad que se deben inculcar en los hijos este tipo de valores, pues favoreceremos con ello el autodominio y el proceso de maduración temprana. Hay que tratar de explicarles por todos los me­dios posibles que el perdón inicia con un proceso de reconciliación per­sonal, que nos lleva a sentirnos bien, antes que otra cosa, con nosotros mismos. Ya veíamos en el capítulo 5 que perdonar no significa que le otorguemos la razón al otro, que seamos menos que el otro o aceptar una culpa que no nos corresponde.

Pedir perdón es un acto de humildad, que parte de reconocer que todos nos equivocamos y que no es o no fue nuestro deseo lastimar a nadie; enseñar a un niño a pedir perdón lo lleva, además, a aprender a ser empático, pues estará esforzándose en comprender que la otra persona se siente mal u ofendida por alguna acción de él. Al enseñarles a otorgar perdón, les estare­mos enseñando también a asumir la misma actitud humilde de aceptar que todos nos podemos equivocar; pero además, al otorgarlo, aprenderá a liberar sus emociones negativas hacia la otra persona, a no generar malos sen­timientos; le enseñaremos a reconciliarse consigo mismo.

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122 Parte 3. Paternidad y educación de los hijos

Todos los esfuerzos que hagan los padres en este sentido, en la vida cotidiana, serán la mejor enseñanza para los hijos de la importancia del perdón y de la grandeza de las personas que aprenden a ser humildes y autocríticas, y que aprenden a perdonar. Hay que enseñarles que el ta­maño del hombre se mide a partir de la cantidad de espíritu autocrítico que pueda desarrollar, para verse en su exacta dimensión; pues sólo así podrán tener la plataforma firme para mejorar continuamente.

Además, enseñarles a los hijos a ser humildes les abre las puertas para que sean comprensivos, pues los lleva gradualmente fuera de su egocentris­mo natural, hacia la preocupación por los demás, y así irán desarrollando inteligencia emocional. Al desarrollar estas actitudes de inteligencia emo­cional en nuestros hijos, los estamos preparando para tener las mejores relaciones humanas en cualquier situación de su vida presente y futura.

Otro valor fundamental que demanda nuestra sociedad y que es i m ­portantísimo inculcar en nuestros hijos desde pequeños es el respeto. La vida cotidiana en la política, en los deportes, en los mensajes que obser­vamos en los medios de comunicación, nos muestra la terrible carencia social de este valor.

El respeto, al igual que la comprensión, son valores que generan acti­tudes indispensables para las buenas relaciones humanas. Además, el ser respetuoso es también una actitud que con frecuencia demanda inteligen­cia emocional. Muchos ejemplos se podrán dar en la vida cotidiana con los conflictos que frecuentemente surgen entre niños, para enseñarles a res­petar a sus compañeros y amigos ante cualquier situación, aunque el respe­to entre los padres y con los demás miembros de la familia será el mejor ejemplo del lugar que tiene en la familia ese valor.

La inteligencia emocional nos ayudará como padres de familia a con­trolarnos, a ser empáticos, y con eso, nunca transgredir la frontera de respeto que siempre debe prevalecer para resolver cualquier conflicto o problema. Ya hemos comentado que el respeto como valor sostiene un sinnúmero de actitudes que abren las puertas para las mejores relaciones humanas. Enseñar a nuestros hijos a respetar a los demás, a respetar sus puntos de vista, su religión, su forma de ser, de vestir; sus gustos y pre­ferencias; su tiempo, sus amistades, etc., siempre les abrirá las puertas para las mejores relaciones humanas, en cualquier lugar.

El valor de la familia es, por otra parte, ante el contexto actual que describimos en el cap. 3, uno de los valores de más trascendencia que po­dremos inculcar a nuestros hijos. Al igual que los demás valores, éste cobrará importancia en las creencias arraigadas de los niños, en la medi­da que vean que en su casa, se le da un valor preponderante a la familia. Cuando los padres respetan a su familia, le dan importancia a su familia por encima de otros intereses y jerarquías personales, le dedican su t iem­po, luchan y se esfuerzan por preservar la integridad de su familia, ante los diversos agentes externos que la amenazan, seguramente los hijos que nacen de esa familia creerán que la familia es un valor importante dentro de su propia escala de valores y podrán hacer propia la idea de salvar este valor para el tercer milenio.

Cap. 8. La educación de los hijos 123

Para preservar el valor de la familia los esposos deberán, entonces, hacer el mejor de sus esfuerzos para sostener una buena relación matr i ­monial, preservando a toda costa el amor conyugal como elemento estruc­tural para preservar su familia.

Como hemos observado, muchas pueden ser las formas de inducir va­lores fundamentales en los hijos. Desde luego, insistimos que la más i m ­portante será la congruencia de los padres con los valores que pretenden trasmitir; desafortunadamente, como contraparte, debe existir la concien­cia de que la ausencia de valores en los padres, la distorsión de valores o incluso los antivalores que ellos muestren en su conducta, también dis­torsionarán en mucho la educación de sus hijos.

Otras formas en las que los niños y los jóvenes son educados en va­lores o, en contraparte, en antivalores, se dan como consecuencia de la influencia del contexto social, para lo cual los padres deben ser muy cuida­dosos. La escuela, por ejemplo, debe ser cuidadosamente escogida, ya que en ella se aprenden también valores, buenos hábitos y se refuerzan los que se aprenden en casa. Los programas de TV o las películas son también elementos de aprendizaje para los niños y jóvenes, por eso la gran impor­tancia de enseñarles a escoger y ver buenos programas y buenas películas, destacando siempre los aspectos negativos que le permitan al niño o joven identificar los antivalores y reafirmar sus valores fundamentales.

Tanto L. Shapiro 4 como S. Covey5 destacan los efectos altamente ne­gativos de la TV en la sociedad estadounidense. No creo que en México las cosas sean muy diferentes en relación con la mala influencia que tiene la TV en los niños mexicanos, sobre todo porque una gran proporción de la producción televisiva y cinematográfica viene precisamente de Estados Unidos. Si algo aprenden los niños y los jóvenes en la TV y en el cine es la violencia como solución de los problemas; se observa la prevalencia de conductas agresivas, pedantes y violentas; de la venganza y el rencor, como

forma natural de reaccionar ante los problemas. El amor y el respeto a la dignidad de la persona no aparecen por ninguna parte, y la familia es fre­cuentemente lo que menos importa. La infidelidad es una situación nor­mal, y el sexo irresponsable a cualquier edad es una exhibición perma­nente en los programas televisivos y cinematográficos. Por si fuera poco, en los programas noticiosos de nuestro país, con el pretexto de mostrar la realidad (o una parte de ella) a toda costa, los niños, los jóvenes y, por supuesto, la sociedad en general, reciben una alta dosis de violencia en su consciente y subconsciente; robos, crímenes, delincuentes dedicados al secuestro o a las drogas; la corrupción del sistema y las jugadas desho­nestas entre los políticos, son enseñanzas de todos los días.

Ante esta terrible y alarmante realidad, los padres tienen una gran responsabilidad: en primer lugar, no dejarse contaminar con esa distor­sionada realidad, y conservar su salud mental y espiritual, ellos, como es-

4 L a w r e n c e E . S h a p i r o , La inteligencia emocional de los niños, J a v i e r V e r g a r a E d i t o r ,

México, 1997. 5 S t e p h e n R. Covey, op. cit.

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124 Parte 3. Paternidad y educación de los hijos

posos y padres de familia; en segundo lugar, administrar la programación que ven sus hijos, cuando esto no es posible, discutir y analizar en el mar­co de los valores que se comparten en la familia los programas que se con­sideren dañinos o que tienen mensajes inadecuados.

La importancia de los valores de las religiones Otro de los grandes apoyos que la sociedad y nuestra cultura ponen en

nuestras manos para enseñarles a los hijos los valores fundamentales es la propia religión. Con esta apreciación no tratamos de plantear la vigencia de la teología o filosofía de cualquiera de las religiones, dado que respeta­mos las creencias de todos; es fácil ver que en la mayoría de las religiones se aprenden valores fundamentales, que son los que debemos subrayar, más allá de las diferencias ideológicas.

En nuestro país, al igual que en muchos otros países, prevalece la cul­tura cristiana, por lo que se pueden destacar de entrada los valores del cristianismo. El amor cristiano, la humildad, la esperanza y el perdón; la fe, la comprensión, la justicia, la misericordia o compasión, son valores fundamentales que se perciben con facilidad en todas las religiones cris­tianas. Más allá de los aspectos dogmáticos, de la enseñanza, de las prácti­cas y de los aspectos específicos de los cultos religiosos (que para muchos tienen por supuesto mucha importancia), la conducta bondadosa y amo­rosa que se deriva de las enseñanzas del cristianismo, seguramente es i m ­portante para reforzar los valores fundamentales que se deben tener en la familia. Baste recordar aquel fragmento de una oración de san Francisco de Asís que dice:

Señor, hazme un instrumento de tu paz, que donde haya odio, lleve yo el amor; donde haya ofensa, lleve yo perdón; donde haya discordia, lleve yo la unión; donde haya duda, siembre yo la fe; donde haya error, lleve yo la verdad; donde haya deses­peración lleve yo la esperanza; donde haya tristeza, lleve yo alegría, donde haya som­bra, lleve yo la luz. Que no busque ser consolado, sino consolar; ser comprendido, sino comprender, ser amado, sino amar; porque dando es como recibimos, perdo­nando es como Tú nos perdonas y muriendo en Tí llegaremos a la vida eterna.

Es fácil ver el rico contenido de valores de la filosofía cristiana; lo importante es, como hemos sostenido, la congruencia, ya que si la gran mayoría de los cristianos hicieran verdaderamente suyos estos valores en la práctica cotidiana, seguramente existirían menos problemas en nuestra sociedad. A los hijos habrá que enseñarles con nuestro ejemplo a ser con­gruentes con los valores de la religión que se profesa en casa. Si en casa no se profesa alguna religión, habrá que enseñarles a respetar las creencias de los demás, y a ver el contenido de valores de las religiones, pues otras religiones, además de las cristianas, tienen seguramente un gran conteni­do de valores fundamentales.

Cap. 8. La educación de los hijos 125

Por ejemplo, del budismo recogemos este fragmento que plantea con asombrosa claridad un conjunto de valores totalmente vigentes en la ac­tualidad, no obstante haber sido escrito varios siglos antes del nacimien­to de Cristo:

Bienaventurados aquellos que saben y cuya sabiduría está exenta de engaños y supersticiones. Bienaventurados aquellos que explican lo que saben, de una ma­nera abierta, amable y verdadera. Bienaventurados aquellos cuya conducta es pací­fica, honesta y pura. Bienaventurados aquellos que ganan su vida, sin hacer daño, ni poner en peligro a ningún ser viviente. Bienaventurados los pacíficos, que han arrojado de sí la mala voluntad, el orgullo y la jactancia, y en su lugar sitúan el amor, la piedad y la comprensión. Bienaventurados aquellos que dirigen sus mejores esfuerzos a disciplinarse y a lograr el dominio de sí mismos. Bienaventurados los que se encuentran libres de las limitaciones del egoísmo. Finalmente, bienaventurados aquellos que gozan contemplando lo profundo y realmente verdadero de este mun­do y la existencia que en él llevamos.

Valores que generan una conducta orientada a la comprensión, al amor, a la enseñanza y a compartir el conocimiento; a la piedad, al respeto a la vida, así como a buscar la sabiduría, la verdad y lograr el dominio de sí mismos (atributo de inteligencia emocional y de madurez) son aspectos trascendentes que se deben inculcar a los hijos. Por eso no tenemos ningu­na duda en reconocer que las religiones son un apoyo importante para las familias en la enseñanza de valores fundamentales.

Hay que cuidar que los niños no caigan en el fanatismo ni en conduc­tas extremas o radicales; pero sí que traten de ser congruentes con los va­lores esenciales de su religión y que sepan respetar las creencias de otros niños, tratando siempre de buscar coincidencias en los valores funda­mentales y no, como nos enseña desgraciadamente la historia, a subrayar las diferencias. Como lo hemos sostenido una y otra vez, será siempre la congruencia de los padres y su integridad lo que será determinante para que sus hijos aprendan los valores y sobre todo la fe auténtica, que se nutre más de las obras que de las palabras.

La importancia de la inteligencia emocional en los hijos Como sostiene Goleman, inteligencia emocional es una forma actual

de denominar a lo que anteriormente se llamaba carácter. Siempre ha sido un reto importante de los padres desarrollar el carácter de sus hijos; carácter de una persona que tenga una gran fuerza de voluntad para domi­narse, para luchar y conseguir lo que se propone; que lleva una vida vir­tuosa (es decir, íntegra, congruente con sus valores) y se exija a sí mismo para salir adelante siempre, para enfrentar los cambios y las adversidades;

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126 Parte 3. Paternidad y educación de los hijos

que se cae pero se levanta fortalecido; esto es lo que cualquier padre desearía para sus hijos. Dice Goleman que el carácter se fundamenta en el dominio de sí mismo y en la disciplina personal. Esto por supuesto no se logra con facilidad en los hijos. Requiere de los padres un gran esfuerzo de madurez y de inteligencia emocional propia. Requiere que con esa inte­ligencia emocional que van adquiriendo, los padres sean muy compren­sivos con la forma de ser, el temperamento y los sentimientos de sus hijos, pues como es lógico, no todos los niños son iguales, y habrá temperamen­tos en los que se dificulte mucho la enseñanza, la educación y la formación del carácter. Por eso los padres deberán ser muy inteligentes, emocional y racionalmente, para dedicar el tiempo suficiente a sus hijos, e intuir las mejores formas de educarlos en valores y, con ello, desarrollar su intel i­gencia emocional.

No vamos a repetir todos los conceptos de inteligencia emocional que ya hemos comentado; sin duda, el lector apreciará que todos ellos son i m ­portantes de desarrollar en los hijos. El reto es, sin embargo, cómo lograr­lo. Cómo desarrollar capacidades y habilidades de inteligencia emocional en los hijos, cuando muchas veces nosotros mismos como padres carece­mos de ellas o incluso no tenemos conciencia de su importancia. Luego entonces el primer paso en este sentido será tener esa conciencia como padres de la importancia de ser personas íntegras y maduras, y luego así desarrollar la inteligencia emocional de nuestros hijos.

Es importante ser conscientes de que el contexto que vivimos en la actualidad, sobre todo el que les espera a nuestros hijos en el tercer mile­nio, tiene demandas de mayor complejidad que el que nosotros enfrenta­mos cuando éramos jóvenes. Los individuos del tercer milenio estarán sujetos a mayores presiones de cambio, de competencia y de calidad que las que tuvimos en nuestra época de juventud. No nada más en los aspec­tos tecnológicos y científicos, la sociedad tendrá cambios que ni siquiera imaginamos. Los retos de supervivencia en un mundo más globalizado y tecnificado serán cada día más complejos. Se requerirán, pues, individuos con muchas y mejores capacidades y habilidades para lograr sus metas personales: trabajar, por ejemplo, en equipo, en condiciones de presión y de alta competencia, pues las oportunidades de empleo siempre serán para los mejores, los más preparados y capacitados; enfrentarse a cambios con­tinuos y a la incertidumbre son situaciones que demandarán inteligencia emocional, además de la inteligencia racional. Por otra parte, la transfor­mación o evolución que sufra la misma familia, la cual ya desde esta época se integra por dos esposos que trabajan y salen a competir por oportunida­des de empleo, también demandará esposos y padres mejor preparados, que por supuesto desarrollen las capacidades de la inteligencia emocional.

Lawrence E. Shapiro 6 plantea una gran cantidad de criterios aplica­bles en la educación de los niños para desarrollar su inteligencia emocio­nal; recomendamos, por supuesto, esta lectura. Destaca en su plantea­miento, por ejemplo, algunas técnicas para generar emociones morales

6 L a w r e n c e E. S h a p i r o , op. cit.

Cap. 8. La educación de los hijos 127

negativas, como la vergüenza y la culpa, para castigar inteligentemente algunas conductas inadecuadas de los niños y para sensibilizarlos gra­dualmente a actuar con apego a valores como la verdad, la disciplina y el respeto. Los estudios de Shapiro tienen por supuesto un importante sus­tento científico y sus resultados son recomendables.

Nosotros agregaríamos que para desarrollar la inteligencia emocional en los niños lo más importante es tratar de educarlos con apego a valores; que sus respuestas emocionales siempre se vean condicionadas por los valores que prevalecen en el hogar. Enseñarlos a ser respetuosos, com­prensivos y empáticos. Reconocer y aceptar sus emociones cuando éstas se presentan y canalizarlas adecuadamente (con apego a valores) es parte de la educación en la inteligencia emocional. También lo será la educación en las capacidades sociales, para que los niños aprendan a relacionarse adecuadamente, a cooperar con otros, a trabajar en equipo, a respetar las reglas y el valor de la disciplina para lograr los objetivos grupales. Así tam­bién, a la solución inteligente de problemas y a la toma de decisiones importantes; todo esto, con base en el autodominio y en la comprensión de los sentimientos de los demás.

Los valores traducidos en la conducta de los hijos Ya analizamos la importancia de inculcar valores fundamentales en

los hijos. A continuación, siguiendo el modelo del capítulo i en el que pre­cisamos la importancia de los valores en todas las variables de la conduc­ta, insistiremos en la necesidad de aterrizar los valores fundamentales de la familia en la conducta cotidiana de los hijos. Inculcar en los hijos bue­nas actitudes ante la vida, ante los problemas y en sus relaciones huma­nas. Las actitudes son de los elementos de mayor importancia en la con­ducta de los individuos y, como hemos visto, responden por lo general a valores. Los valores del amor conducen a conductas afectuosas, amistosas, cariñosas y amables; las personas que creen en el valor del amor, también saben ser humildes, saben perdonar, saben otorgar confianza y ser servi­ciales. Los valores del trabajo y la responsabilidad se traducen en conduc­tas de alto desempeño, de dedicación y disciplina en el trabajo, de calidad y de excelencia. Los valores del conocimiento, del estudio y del apren­dizaje formarán en los hijos individuos estudiosos, cultos y bien prepara­dos. Con los valores de la comunicación y el diálogo formarán personas siempre abiertas a la comunicación y a la interacción social, al trabajo en equipo y a la cooperación; siempre tendrán apertura a dialogar, para re­solver problemas y tomar las mejores decisiones.

Los valores también condicionan los sentimientos. Además, en el ám­bito de la inteligencia emocional, hemos visto la importancia de formar buenos sentimientos, premiar los sentimientos derivados del amor, y cas­tigar inteligentemente los malos como la venganza, el odio o el rencor. Precisamos en los capítulos i y 2 que los malos sentimientos se generan

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Parte 3. Paternidad y educación de los hijos

como consecuencia de la falta de control de emociones negativas; enseñar a los niños a conocer y a aceptar estas emociones es el primer paso para desarrollarles su inteligencia emocional; y un segundo paso obligado será ayudarles a impedir que esas emociones les generen un daño tanto a ellos como a las personas que los rodean (esto lo debe aprender el niño desde pequeño). Partiendo de comprender las emociones de los demás, el niño aprenderá que sus propias emociones negativas las deberá asimilar y olvi­dar, para evitarse un daño en sí mismo y evitar sentimientos arraigados de rencor u odio.

En cambio, los padres deberán canalizar positivamente las emociones de afecto y comprensión, de compasión y cooperación, para dejar arraiga­das esas conductas en los niños, y con ello, formarles buenos sentimien­tos. Manejar ciertas emociones de vergüenza y pena, para generar senti­mientos buenos, para formar en los hijos personas amables, afectuosas y compasivas del dolor ajeno, que nunca lastimen a sus semejantes y siem­pre actúen con honestidad e integridad, destacando siempre los valores que sustentan esas conductas; éstas son formas de condicionar adecuada­mente la conducta de los hijos desde la temprana edad.

Finalmente, además de formar buenas actitudes y sentimientos, con base en valores fundamentales, es importante generar buenas costumbres y buenos hábitos. Mencionamos en el capítulo i que hábitos como la lec­tura, la puntualidad, el orden, hacer ejercicio y otros hábitos de limpieza e higiene personal, en mucho, forman una conducta adecuada y apoyan la superación del individuo. Esos hábitos se aprenden desde la temprana edad y si se aprovecha esa edad para inculcarlos, prevalecerán durante toda la vida del individuo. Por ejemplo, ser ordenado en sus cosas perso­nales genera hábitos que a lo largo de los años prevalecen en la escuela y en el trabajo; el ser dedicado en sus actividades, el ser disciplinado se aprende desde pequeño. La lectura, por supuesto, se les inculca también desde pequeños, en buenos libros, que además de interesarle al niño, le generen este hábito, que le será de mucha util idad en la escuela y en su trabajo. El cepillarse los dientes, tender su cama, andar siempre bien ves­tido, todos son hábitos que no obstante su aparente sencillez, ayudan en mucho a la formación integral del individuo.

Por lo que respecta a las costumbres, es muy importante fomentarlas en los niños. Desde lo que llamamos buenos modales, que implican cortesía, atención y trato amable hacia los demás, hasta costumbres como el gusto por las bellas artes, la buena música, el teatro, por las actividades de sano esparcimiento y de convivencia en familia; todas serán costumbres que reforzarán el valor de la familia. En esto, los padres deberán analizar cuidadosamente qué estrategia adoptar con sus hijos, para desde pequeños irles administrando el tiempo de televisión, de videojuegos y de todas esas actividades de entretenimiento que se forman a la larga como malas costumbres, ya que distraen el tiempo que se puede utilizar para el enriquecimiento y la superación personal. Es recomendable motivarlos desde pequeños para practicar algún deporte o a que participen en algún equipo en determinada disciplina deportiva. El participar desde pequeños

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en equipos ayuda a formar el sentido de responsabilidad, de competencia y cooperación; permite que los niños aprendan a ser disciplinados y a respetar a sus compañeros y las reglas del juego; les ayuda a formar su carácter, entre otros factores. Desde mi perspectiva, ésta es una de las herramientas que más auxilian a los padres en la educación de sus hijos, y deben aprovecharse.

La apertura hacia la verdad Si existe alguna actitud difícil y compleja de desarrollar en los hijos

es precisamente ésta. La apertura a la verdad se deriva precisamente del valor de la verdad. Desafortunadamente nosotros mismos, los padres, es­tamos limitados en este sentido, por nuestra cultura, por nuestra forma­ción dogmática, por la sociedad y la humanidad, que frecuentemente se polariza o radicaliza y difícilmente sabe encontrar el justo medio, los equi­librios. Se es de izquierda o de derecha, comunista o capitalista, del norte o del sur, religioso o ateo, católico o protestante. Con frecuencia la verdad se encuentra en partes de cada extremo o en otras que podrían encontrar­se, si no se pensara radicalmente y se amarrara uno a paradigmas que a la larga no conducen a la verdad. Es entonces de suma importancia que para desarrollar una verdadera apertura hacia la verdad en los hijos, los p r i ­meros que deben desarrollarla son los padres.

Para estar abierto a la verdad, mencionamos que antes que nada se debe aceptar el principio de la provisionalidad, que dice que la información que tenemos (acerca de cualquier asunto o tema) es provisionalmente vá­lida, mientras no nos demuestren otra información que objetivamente la modifique, la refute o la haga inválida. Este principio también es un re­quisito del diálogo, pues si seguimos todos los atributos de un proceso de diálogo, llegaremos dialécticamente a soluciones y respuestas consensa-das con quienes dialogamos; habremos renunciado a verdades individua­les, provisionales, para llegar a una verdad compartida. Tener apertura hacia la verdad, se demuestra mediante el diálogo, en toda la amplitud de lo que significa dialogar, tal y como lo vimos en el capítulo 5. Tener aper­tura hacia la verdad implica, entonces, tener una apertura permanente al diálogo, a saber escuchar y comprender los puntos de vista de los otros.

Tener una apertura hacia la verdad presupone una mente racional, lógica y dialéctica, no una mente dogmática o radical. Si los padres tienen esta última posición, difícilmente podrán desarrollar en sus hijos una apertura hacia la verdad. En esto, los padres deben reflexionar profunda­mente en los tiempos por venir de este tercer milenio. En estos nuevos tiempos se requieren individuos abiertos al cambio, que incluso puedan ellos mismos ser protagonistas de los cambios; y esto no se logrará en nuestros hijos, si de entrada nosotros los limitamos y sólo les dictamos las verdades que encontramos en nuestra época; no niego con esto el apego a los valores fundamentales, pues en esto está en mucho la esencia de nues­tro planteamiento en todo el l ibro, lo que sostengo también es que es nece-

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sario que las personas del tercer milenio tengan siempre su mente abier­ta a la verdad, por difícil e impactante que ésta pueda ser.

La responsabilidad de los padres en esto, según mi experiencia, es educar individuos que sepan cuestionar las cosas, que no se queden con todo por definición, y que lo apoyen siendo racionales, objetivos y apega­dos, por supuesto, a valores; que la razón esté siempre adelante de ellos, sin importar de dónde venga. Reitero que también es indispensable y fun­damental que se apoyen en valores sólidos, pues la verdad nunca se con­fronta con los valores; el apego a valores y la inteligencia emocional evi­tarán que en su búsqueda de la verdad atrepellen a otros o se vuelvan necios o soberbios.

Por supuesto que sobre todo en el pasado fue más fácil educar desde pequeños a individuos dóciles y dogmáticos; no obstante por los cambios que se avecinan para los próximas décadas, individuos formados con esos atributos en algún momento nos reprocharán que les dimos información equivocada, o que los inducimos a vivir en el error.

Creo conveniente aclarar que los padres que adoptamos la posición de educar a nuestros hijos con una actitud de apertura hacia la verdad, segu­ramente estamos corriendo algunos riesgos, pues frecuentemente caemos en contradicciones con nuestra propia conducta y limitaciones persona­les; o cuando nuestros hijos están en la pubertad o son adolescentes, ellos mismos nos discutirán la mayoría de nuestras posiciones, cuando éstas no sean razonables. Mi experiencia me dice que vale la pena correr este ries­go, pues si se da un desarrollo equilibrado con valores fundamentales, los hijos con estas actitudes llegan a ser individuos ampliamente adaptables para enfrentar los retos y los cambios que la vida les presenta.

La experiencia nos dice que es un riesgo que, como decía, vale la pena enfrentar, pues si la formación de los hijos ya se ha sustentado en sólidos valores, no existe mayor riesgo en el que nuestros hijos nos rebasen cuan­do sean mayores; sin embargo, creo que en esencia todos los padres quere­mos que nuestros hijos nos superen y sean mejores que nosotros en todo.

Otros conceptos en la educación de los hijos Como parte de esa apertura hacia la verdad es de vital importancia

darles los medios para que tengan acceso a la información que los enri­quezca, en lo espiritual y moral, en lo intelectual y lo material. Con la pre­via educación en valores y con el desarrollo de carácter e inteligencia emo­cional, los hijos van adquiriendo la suficiente madurez para juzgar por sí mismos la importancia de las cosas y de la múltiple información que la sociedad moderna pone a su alcance, sobre todo a través de los medios de comunicación. Sólo por poner un ejemplo, en la actualidad (y más en el futuro cercano), redes como la internet ponen al alcance de cualquiera cantidades importantes e inimaginables de información, que los niños y los jóvenes deberán aprender a evaluar antes de asimilar, si en su hogar

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sus padres les dan los cimientos que les permitan desechar lo que no es éticamente aceptable o conveniente.

Ante esta nueva realidad los padres no podrán estar siempre atrás de sus hijos, para indicarles lo que es bueno o lo que es malo; eso se debe inculcar desde la temprana edad, mediante los valores. Otro ejemplo es la información concerniente a los aspectos de sexualidad y pornografía que están al alcance de la mayoría de niños y jóvenes, tanto en publicaciones, cine, TV e internet. Una sólida educación en valores implica una adecua­da educación sexual del niño. Desde pequeño se le enseñará a conocer y a respetar su cuerpo, así como las diferencias entre la anatomía masculina y femenina; se le enseñará (a su tiempo y más allá de los prejuicios) la fun­ción y el objetivo natural de las relaciones sexuales y la importancia de la responsabilidad en la sexualidad y el cuidado de su cuerpo; se le orientará acerca de los problemas de las desviaciones sexuales y los problemas que una mala conducta en este aspecto puede ocasionar. Este tipo de edu­cación es inevitable, es indispensable, si consideramos la gran cantidad de información que recibirá el niño y el joven mucho antes de que lo imagi­nemos. Si esta educación se integra con la educación en valores funda­mentales, en los valores compartidos por la familia, seguramente no habrá nada de qué preocuparse.

Otro aspecto que creo importante señalar en la educación de los hijos, que serán los ciudadanos del tercer milenio, es la relacionada con concep­tos como la calidad y la excelencia. La gran competitividad que se genera en este mundo globalizado demanda individuos que desde niños y jóvenes vivan en su familia una cultura orientada a la calidad y a la excelencia. Cuando hablamos de calidad y de excelencia (sin abordar el terreno a veces especializado que gira en torno a estos conceptos) estaremos ha­blando de inculcar en los niños actitudes y hábitos que les permitan hacer siempre bien las cosas, con la mejor calidad posible, de acuerdo con las expectativas de a quienes va dirigido su trabajo o tarea, llámese su maes­tro, sus amigos o sus clientes en el trabajo, cuando ya son jóvenes. Valores como la responsabilidad y el servicio (de los cuales ya hemos abundado) son fundamentales para formar este tipo de conductas. Se procurará for­mar en los niños conductas que los lleven a hacer siempre su mejor esfuer­zo, a ser los mejores en todas las actividades en las que se involucren, a cumplir siempre con responsabilidad, oportunidad y con la mejor calidad en sus tareas y actividades. Así de sencillo, si realmente nos esforzamos en inculcarles esta conducta; claro que como lo señalamos, la conducta de los padres en este sentido, con su ejemplo, siempre será el punto de partida indispensable.

Para ello, se tendrán que desterrar ciertas costumbres y actitudes que prevalecen en nuestra cultura, y es en la familia en donde debe iniciar su destierro. Por ejemplo, la cultura del "ahí se va" que significa hacer las cosas "al aventón"; sin cuidar la calidad, las normas o las expectativas hacia quienes va dirigido el trabajo; sin hacer el mejor esfuerzo, en ocasiones con negligencia, son actitudes que es necesario desterrar de una vez por todas, desde la familia, con el ejemplo de los padres. A partir de esa congruencia,

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con el nivel de exigencia que sepan imponer a sus hijos desde que son pequeños, para que siempre hagan su mejor esfuerzo en hacer las cosas bien, incluso con mejor calidad de la que les pidieron. Desterrar la cultura de la mediocridad, de la ineficiencia, de no cumplir en calidad y oportu­nidad lo que nos piden, de gastar o generar irresponsablemente costos ele­vados en las cosas que hacemos, empieza desde la familia, con el ejemplo de los padres, y es un importante reto para los padres y los hijos del tercer milenio, si realmente quieren ser partícipes de los cambios que se avecinan.

Otro elemento que es importante desterrar desde el seno familiar es la ignorancia. La sociedad del tercer milenio exige individuos competen­tes y cultos. Ésta es parte de las responsabilidades de la familia; desterrar la ignorancia fomentando valores y conductas como el estudio, el traba­jo , la responsabilidad y la apertura a la verdad, a los nuevos conocimien­tos. Hábitos como la lectura seguramente desterrarán gradualmente la ignorancia desde la propia familia. Fomentar el estudio autodidacto y pro­curar que todos los miembros de la familia tengan la educación escolar que los lleve más allá de la escuela secundaria y preparatoria, al nivel de sus aspiraciones profesionales; ésta es responsabilidad de las familias que ingresan a los cambios del tercer milenio.

Finalmente, como consecuencia lógica del planteamiento centrado en los valores, el matrimonio y la familia del tercer milenio son los respon­sables fundamentales de acabar, de una vez por todas, con la alta corrup­ción que aqueja a nuestra sociedad. No es posible que en las familias los padres prediquen algunos valores y sean los primeros en dar el ejemplo de deshonestidad y corrupción a sus anos.

La honestidad, la justicia, la equidad, la verdad, el respeto a la vida y a la dignidad humana son valores que, además del amor, atacan de fondo a la corrupción en el seno del propio hogar; de hecho, la corrupción existe por ausencia de esos valores en las familias. Para que estos valores realmente queden en la estructura conductual de los niños y los jóvenes del tercer milenio, los padres tienen un gran reto. Deberán renunciar a sus ambiciones de poder, de enriquecimiento a toda costa; a sus costumbres de sobornar a quienes les exigen cumplir las leyes, a no robar ni explotar a otros con la justificación de hacer dinero; a no participar en negocios ilícitos, incluso los relacionados con las drogas, el contrabando y otros. En un sentido de mayor sencillez, respetar a sus semejantes (esposa, amigos, vecinos, compañeros de trabajo), ser comprensivos, evitar la violencia, empezando por su casa, y poner al amor y a sus valores como pauta de su conducta cotidiana. ¿Se puede? ¿Vale la pena para este esfuerzo, el futuro de nuestros hijos? En usted está la respuesta.

Resumen La misión del matrimonio y la familia encuentran su trascendencia en

los hijos. La mayor responsabilidad de los esposos es su responsabilidad como padres, pues por ella entregarán los individuos que la sociedad de-

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manda para los grandes retos del tercer milenio. Para esto, será funda­mental tener la conciencia de que buenos hijos, niños y jóvenes de cali­dad sólo se forman en familias, en donde los esposos son individuos de calidad.

Una conducta sustentada en valores y el desarrollo de la inteligencia emocional en los padres de hoy día, mucho les ayudará a cumplir esta i m ­portante misión que tienen ante la sociedad. También, mucho les ayudará a alcanzar sus objetivos de trascendencia que como personas se trazaron al casarse y formar su familia.

En este capítulo repasamos los principales valores, actitudes, senti­mientos y hábitos que es importante formar en los hijos, para, por una parte, desarrollar en ellos la inteligencia emocional; por la otra, educar y preparar individuos que sepan desenvolverse y triunfar en la sociedad del tercer milenio. Desarrollar la inteligencia emocional en los hijos no es em­presa fácil, pues, como hemos reiterado, parte de que los padres también hayan crecido en este aspecto. Por eso, además de los conceptos que apor­to para su reflexión, recomendamos apoyarse en libros como los que pre­sentamos en las bibliografías, y los que en el futuro se continúen produ­ciendo en relación con estos temas. Los padres tenemos la responsabilidad de prepararnos todos los días para cumplir la importante responsabilidad que tenemos ante nuestros hijos y ante la sociedad; también tenemos la responsabilidad de seguir madurando el amor hacia nuestra pareja, pues como hemos sostenido, en el centro del éxito del matrimonio y de la propia familia están el amor conyugal y los va 1 ores que lo sustentan y lo hacen per­ceptible.