156

Para Lerr de Boleto 9

Embed Size (px)

DESCRIPTION

El proyecto de Para leer de boleto en el metro inició en el 2004. Desde entonces se han editado 11 antologías que incluyen cuento, poesía, teatro y crónica

Citation preview

Page 1: Para Lerr de Boleto 9
Page 2: Para Lerr de Boleto 9
Page 3: Para Lerr de Boleto 9
Page 4: Para Lerr de Boleto 9

Gobierno del Distrito FederalMarcelo Ebrard CasaubonJefe de Gobierno del Distrito Federal

Elena Cepeda De LeónSecretaria de Cultura

Isabel Molina WarnerCoordinadora Interinstitucional

Paloma Saiz TejeroCoordinadora del Programade Fomento a la Lectura “Para leer en libertad”

Francisco Bojórquez HernándezDirector del Sistema de Transporte Colectivo

Para leer de boleto en el metro, 9

Por la colección: ISBN 968-5903-01-8Por el presente volumen: 970-9905-22-8Diseño de portada: Ariadne Apodaca Sánchez

TODOS LOS DERECHOS RESERVADOSNinguna parte de esta publicación, incluidoel diseño de la cubierta, puede ser reproducida,almacenada o transmitida en manera alguna nipor ningún medio ya sea electrónico, químico, mecánico,óptico, de grabación o de fotocopia sin permisoprevio de los editores.

Impreso en México

Page 5: Para Lerr de Boleto 9

5

Presentación

Un nuevo año y una nueva antología

Para Leer de Boleto en el Metro 9, reúne traba-jos de reconocidos escritores de estilos variados aunque unidos por un hilo en común. Quisimos que la mayoría de las historias fueran urbanas. También hemos procurado que hubiera para to-dos los gustos, es así como hay cuentos, poesías, crónica urbana y hasta una obra de teatro.

La mayoría son textos breves para que en tu trayecto en el Metro puedas terminar de leer al-guno o varios de ellos.

Eso en cuanto al contenido del libro.Respecto al programa Para Leer de Boleto

en el Metro, continuaremos editando antologías. Además de la que tienes en tus manos, en este año aparecerán otras tres, también en tirajes ma-sivos para que siempre existan ejemplares dispo-nibles y un mayor número de personas disfruten un momento de lectura.

Page 6: Para Lerr de Boleto 9

6

Queremos agradecer tu participación, ya que Para Leer de Boleto en el Metro cumple su co-metido cuando aterriza en cada uno de los ciuda-danos que gustan de la lectura o que se acercan a ella por vez primera.

Desafortunadamente, algunos usuarios se llevan el libro a su casa, sin comprender que este programa se basa en la confianza en la ciudada-nía. Sabemos que este no es tu caso y que al fi-nalizar el viaje depositarás este libro en los ana-queles correspondientes para que otro pasajero pueda acceder a su lectura.

¡Que disfrutes estas narraciones!

Page 7: Para Lerr de Boleto 9

7

Índice

Rafael Ramírez HerediaPaloma Negra ............................................................. 9

Juan Domingo ArgüellesLenguaje ................................................................... 21Al lector. ................................................................... 22De éstos hablo .......................................................... 23Epitafio 2 .................................................................. 24A la salud de los enfermos ....................................... 25Carmina Canere ....................................................... 26Oración de la luz ...................................................... 27

Fabrizio Mejía MadridEl efecto Smellville .................................................. 29

Francisco Pérez ArceEl frente sindical de Yucatán .................................... 41

Beatriz ZalceUsted está aquí ......................................................... 55

Page 8: Para Lerr de Boleto 9

Leo Eduardo MendozaLluvias ...................................................................... 69La espada ................................................................. 73

Verónica Ortiz LawrenzDía pleno .................................................................. 77Tempestad ................................................................ 79San José de los laureles ............................................ 81Esencias .................................................................... 82Cosquillas ................................................................. 84Ahuate ...................................................................... 85

Felipe GalvánUn solo de teléfono .................................................. 87

Juan TovarEl huerfanito ........................................................... 103

Arturo Trejo VillafuerteUna aventura inolvidable ....................................... 111

Josefina EstradaNoche de Alba ........................................................ 133

Page 9: Para Lerr de Boleto 9

9

Fue cuando tú que sí, por qué no, y los demás aceptaron la idea, salida de improviso. Una idea que se iba recolando de adentro quizá desde que miré de frente a tus ojos un tanto entrecerrados y hacia la tonada de tu voz un poco más baja que de costumbre. No sé si sentiste lo mismo que yo, no lo sé porque tu actitud fue la de costumbre.

Así, sin quererlo, se inició la parte de la no-che junto a la mesa del bar donde las voces de los otros eran apenas murmullos forasteros en esa nuestra frecuencia de ciclos y luminosidades, encendidos pese a las voces de los que cantaban sentados junto al piano.

Entonces la noche con llovizna, se hacía afuera de ruidos de claxon y nosotros estábamos en la segura protección del bar donde la prisa fingida de los meseros se acercaba para servir y

Rafael Ramírez Heredia

Paloma Negra

Page 10: Para Lerr de Boleto 9

10

uno de todos los de ese sitio se iba a convertir en el constructor de lo vivido para referirse a ti, a la música, a los gringos, o a los borrachos desperdi-gados en las otras mesas.

Carmen, quizá en la tarde, saliste de casa harta de repetir la rutina y te fuiste por las calles en la semiduda de tu viaje y en la pesadez que sientes luego de discutir. Ese turbión de palabras que afloran frente a tu marido. Ese círculo ob-sesivo de viajes, dinero acumulado, gastos de la casa y exceso de trabajo. Quizá por eso y otras mil causas te obligaron a alquilar un estudio donde en tardes, como la de ahora, te refugiabas y deja-bas que los pinceles dibujaran claros-oscuros sin una idea fija de lo que deseabas reproducir en la tela. Eran largas cavernas, niñas bajo la sombra de higueras plagadas, sombríos palacios blancos, o esquinas sin faroles, o simples manchones don-de tú imaginabas extrañas leyendas.

Al llegar a tu altillo prendiste la luz y reco-rriste, desde la misma puerta, todo el estudio. Miraste las telas y las pinturas, la caja, regalo de Franz, el cuadro comprado en Venecia, la es-tatuilla de Londres y el chal con que te cubres cuando las tardes dejan ese sabor de bruma que te encierra en tus recuerdos de la ciudad de pro-vincia, donde corriste por los parques y te de-jaste enamorar por Franz hasta que se casaron

Paloma Negra

Page 11: Para Lerr de Boleto 9

11

y se fueron a vivir a ciudades lejanas y asentar el tiempo en la que ahora habitas, con tu fastidio y la terquedad de tus pinceles.

Llevabas el vestido verde que marcaba bien la amplitud de tu cuerpo y recortaba un tanto la V desde el principio de los pechos, y alisaste el cabello en ese giro que siempre otorgas cuan-do te sientes cansada del estudio y de las semi-noches, con autos brillantes y ruidos ajenos a tu realidad de espera. Dejaste el bolso de cuero y tomaste la paleta, pero antes de cubrirte con el chal y de trazar la primera línea, el primer man-chón, la inicial raya de mando, echaste la cabeza para atrás, moviste las crenchas negras, dejas-te que el aire de la habitación se metiera por la abertura del vestido y te fijaste en tus manos lar-gas. Las miraste contra la ventana y te sentiste mortalmente aburrida de estar encerrada horas sin precisar algo. Entonces dejaste todo e hicis-te vibrar el cabello al salir de nuevo a la calle. Agarraste por tu cuenta las parrandas. . . termi-naba la canción gritada a cantos sin ritmo y con el piano indefenso de sentir el rancherazo ata-cado por los hombres, que yo sabía te miraban desde sus sitios y reclamaban mi buena suerte, sin saber de mi angustia, de mi aún sorpresa, y que tu estancia ahí era un simple vuelo de fle-chas ausentes y conversaciones retaceadas. Al

Rafael Ramírez Heredia

Page 12: Para Lerr de Boleto 9

12

tomar un trago más de tu copa delgada, regre-saste al momento en que caminabas por la calle, con la amenaza de la lluvia, y te dirigías hacia el café. De seguro te ibas a encontrar con los eternos habitantes del lugar, discutiendo de técnicas, de objetivos, de formas, y tú, Carmen, ibas a dejar caer el sonido de tus palabras de vez en vez, para señalar algo, o recordar otra cuestión sobre un tema que ya para entonces te iba a parecer abu-rrido. Porque si bien tu cueva-altillo-amparo lo tenías dibujado de ideas y trazos, sólo era, y tú sabías eso, la manera que habías inventado para hacer menos largo el tiempo y así no enfrentár-tele, decorado con los chillidos de tus hijas y la obsesividad reducida de Franz.

¿Recuerdas que una ocasión tu marido te dijo que tú podías hacer lo que quisieras?

¿Recuerdas el tono con que lo dijo? ¿Lo recuerdas? Porque tú deseabas que Franz se hubiese en-

caprichado en tenerte junto, nada más para él, sin compartirte con las miradas que sientes, con los susurros que intuyes, con los reclamos que te acechan, con lo que observas cada ocasión que alguien se acerca, te busca zalamero, para cantar tus bondades en la pintura y tú sabes, por den-tro, que te están hablando de tus caderas, de la forma en la curva del vientre, en las manos que

Paloma Negra

Page 13: Para Lerr de Boleto 9

13

cantan linduras, en los ojos claros y en la mata de pelo que se te inunda desde todos los sitios. Así que al escuchar de nuevo la teoría de algo que ni te acuerdas, pensaste si no era mejor regresar al altillo y pintar con bostezos, dejar que la noche avanzara hasta dejarte aplastada y con ganas de aceptar la rutina y meterte a la oquedad de tu casa, y dejar abiertos los ojos, y oír las maneras que Franz tuvo para pasar el día en las oficinas de gobierno.

Y Carmen, no había de otra, no la había.¿Qué te ibas a imaginar que dentro de al-

gunas horas estarías sentada en la mesita del bar escuchando carcajadas y verías, atrás de la barra, los adornos de madera que llamaron la atención a uno de los que también compartían el sitio?

¿Te lo ibas a imaginar, Carmen?No, de eso tienes la seguridad. Pero al salir

del café algo raro sentías en el aire. Y no era que las casas hubieran cambiado de golpe y plumazo, sin entrar en eso tu sensibilidad opacada por la continuidad infinita de todo, aceptada desde el momento en que viste a tu ciudad de provincia quedarse chata y mansa bajo las alas del avión y supieras del olor a Franz que te miró como pe-sando la posibilidad de haber arrancado algo de su propio yo, de haber destazado las ramas. Tú te cobijaste en la mullida tranquilidad del asiento y

Rafael Ramírez Heredia

Page 14: Para Lerr de Boleto 9

14

abriste los ojos hasta que los brincos te indicaron que habían aterrizado. Entonces Franz te tomó del brazo y tú sentiste que ese mismo brazo te iba a dirigir, a llevar a través de brumas y distancias, por casas, departamentos, países lejanos y rayo-nes a tus telas cuando en el altillo sientes ganas de tirar todo a la basura y dejar que las gotas de lluvia se metan en cada uno de tus huecos y aho-guen la rabia que a veces te aflora en la voz, tibia, pero de fugas rasposas.

Alzaste la voz para preguntar si la canción era de José Alfredo o de Rubén Méndez. Alzas-te la voz pero no para saber quién diablos era el compositor de esa música destripada por los bo-rrachos que se recargaban entre ellos mismos y se apechaban a la barra, o se acodaban en el piano. Un piano mentiroso en su extensión, construi-do más allá de sus propios límites, con la madera simulando territorios sin dueño, y desde allá ve-nían las voces y las teclas y tú mirabas a cuatro personas que hablaban con la parsimonia que les da el tiempo. Un hombre de botas y tres mujeres de sonrisa abierta. Y viste un reflejo de lo mismo que tú sentías y supiste, sin verlo, que yo también usaba botas. Tú entonces quisiste participar en algo, que no sucediera lo que siempre pasaba en tu casa, cuando te quedabas dentro de tus ausen-cias y dejabas a Franz hablar y hablar de puestos,

Paloma Negra

Page 15: Para Lerr de Boleto 9

15

dinero y responsabilidades. Y mientras el hom-bre de la mesa de al lado pedía otra ronda, tú sen-tiste a su vez mi mirada y supiste lo que quería sin mencionarlo: Que atrás de toda esa palabre-ría estaba un reclamo, una forma, una manera de decirte tu belleza, y que yo, apenas mirado entre la gente, te estaba lanzando un sos a las soleda-des de ambos.

Pero eso, todo eso, no sabías que pasaría. Y menos verte incrustada en un bar ruidoso, reca-mado en madera, y fuera, por completo, de lo que tú habías pensado que sucedería en la noche.

Tengo miedo de buscarte y encontrarte, donde dicen tus amigos que te vas…

Recalcaba de nuevo el tipo que aullaba la canción y tú en algo te identificaste con ella. Bus-carte y encontrarte. Esa búsqueda sin metas y ese encuentro como premio no buscado. Buscarte y encontrarte. Porque buscar sin encontrar sirve de nada y de nada sirve que no te decidas, total, es cosa de divertirnos un rato, te dijo uno de los pintores cuando intentaba convencerte de que debías ir esa noche. Te habló del bar y te repitió que no tardarían mucho y tú pensaste que era lo mismo estar allá que en otra parte y si llegabas un poco tarde a casa, Franz desde su sillón, y con el televisor a medio volumen, te iba a ver, desde lo rubio de su cara, y te iba a decir buenas noches,

Rafael Ramírez Heredia

Page 16: Para Lerr de Boleto 9

16

marcando la palabra buenas como si no quisiera terminar la frase. Y entonces dijiste: sí, sí voy, y te subiste al auto lleno de amigos y avanzamos en medio de las calles, ya lluviosas, con los semá-foros deslavados por el agua del parabrisas, como si fueran tus pinturas y tú estuvieras dentro de una de ellas decidida, por fin, a terminarla.

Hasta ese momento supiste que la noche, pese a ser igual a otras miles, no lo era, y algo dentro te alertó. No en vano llevabas años de casada y en esos tiempos mucho escuchaste so-bre la responsabilidad del matrimonio, sobre el papel de la esposa y la fidelidad que se requiere, y tú pensaste que nada de eso se iba a quebrar, que no era importante irse a tomar unas copas a un bar con unos amigos que tampoco decían mucho más. Sólo se notaba mi silencio y yo sabía que tú no recordabas mi nombre completo y que apenas me habías visto en las reuniones de los pintores en el café, cercano al altillo que te servía de estudio.

Dentro del auto me observaste dos veces y te correspondí las miradas con unos ojos de estar sólo ahí para estar contigo y por primera vez te sentiste nerviosa, creo. Unos nervios diferentes, es cierto, a los que te picaron la tarde que al lle-gar lejos de tu casa, Franz se notaba dueño de la situación. Tan dueño que te la hizo sentir tan-

Paloma Negra

Page 17: Para Lerr de Boleto 9

17

tas veces como fue necesario y tú soportaste eso hasta que los silencios se establecieron como se-ñorones del todo dentro de la casa amplia y de extensos ventanales.

Pero aún dentro del auto, ya rumbo al bar donde escucharías tonadas y cantos mal cons-truidos, tú sentías que las barreras, tus muros de contención, tus artillerías, tus defensas pri-marias, tus avanzadas y tu logística serían respe-tadas y temidas por los circundantes. Y así fue hasta que te sentaste en la silla y tu cara quedó frente a la mía, silenciosa y me miraste de nuevo y tú sentiste algo que se te entreveraba en medio de tus muslos y por más que intentaste alisar el vestido verde, se te quedó ahí como soldado de imaginaria.

Y nada, ni el ruido de las mezcladoras, o el tin tin de los hielos, o los dichos, los rumores, las teclas del piano, y la canción gritada, nos pu-dieron sacar de nuestras miradas. Tú estabas de-tenida en el tiempo y yo no sabía lo del estudio, lo de Franz o tus pinceles, ni intuía tus viajes y tus ausencias. Eramos los dos en medio de tus muslos y por más que intentaste alisarnos algo, conjuntados en el bullicio, hicimos avanzar las manos por la mesa y las aferramos. Eran las ma-nos largas tuyas y las temerosas mías, las cuatro que se asentaron, como banderas sin patria, so-

Rafael Ramírez Heredia

Page 18: Para Lerr de Boleto 9

18

El texto de Rafael Ramírez Heredia fue tomado del libro Paloma Negra, Ed. Joaquín Mortiz, México, 1987.

Paloma Negra

bre la mesa atascada de colillas y vasos y no es-cuchamos nada de lo que por ello se decía, y tú, Carmen, sentiste lo mismo que yo, lo que subía desde lo más profundo de la piel, y la noche era apenas y nos levantamos y salimos abrazados ha-cia la calle.

Page 19: Para Lerr de Boleto 9

19

Rafael Ramírez Heredia(Tampico, Tamps., 1942-México D.F., 2006)

Novelista, cuentista, dramaturgo, periodista y maestro. Estudió Contaduría en el Instituto Po-litécnico Nacional y posteriormente decidió su vocación por la literatura y pasó, como él mis-mo dijo, de “contador de cuentas, a contador de cuentos”. Fue maestro de Literatura Española e Historia de México y coordinador de talleres literarios. Asimismo, ejerció el periodismo y la crónica taurina.

En 1984 obtuvo el premio Juan Rulfo en Pa-rís, por su cuento El Rayo Macoy. También ganó los premios Juan Ruiz de Alarcón en España y el Internacional de Letras por el conjunto de su obra en 1993. Ese mismo año recibió el Rafael Bernal de novela policiaca. En 1997 obtuvo el Nacional de Literatura de Nuevo León por su novela Con M de Marilyn. También obtuvo el premio al Mérito Literario otorgado por la Uni-versidad Mexico-Americana de la Frontera en 2000, la Gran Orden al Mérito Autoral en 2003 y el Dashiell Hammet, 2005, de Gijón, España, por su novela La Mara.

En el género del cuento publicó De tacones y gabardina (1996), El Rayo Macoy (1999) y Del trópico (2001).

Page 20: Para Lerr de Boleto 9
Page 21: Para Lerr de Boleto 9

21

Mira la tierra:mientras amas crece la hierba y el verdor funda un lenguaje sin palabras. Nada podrás odiar.Te empeñarás en vano.todo verdor perecerá,pero no este lenguaje que ha fundado.

Juan Domingo Argüelles

LenguajePara Angelina Camargo

Page 22: Para Lerr de Boleto 9

22

Aquí están los rencores. Los escribí pensando en ti.Creí por un momento que eran flores que amanecían en abril.Pero al poner la mano me han herido, ¡puta, si me han herido!,me han lastimado hasta sangrar, hasta aullar de dolor, hasta quejarme inmensamente en la noche del lobo inconsolable que abre sus fauces relucientes como queriendo devorar su propio corazón lleno de amor.

Poemas

Al lector

Page 23: Para Lerr de Boleto 9

23

Mientras los buitres trazan círculos alrededor del sol, como planetas, los poetitas con sus versos tiernas romanzas acompasan;buscan el más elaborado de los silencios y ordenan a sus tripas que no gruñan; los buitres no quisierancomer carne tan flaca, tan desabrida como yeso, tan poca cosa como un hueso con una piel seca y sin brillo, pero no hay nada bajo el cielo para pegar el picotazo sino estos pobres infelices que gimen, muerden, se desgarran pero no aflojan sus corbatas.

Juan Domingo Argüelles

De éstos hablo

Page 24: Para Lerr de Boleto 9

24

Nos propusimos asaltar el cielo y obtuvimos a cambio el desencanto. Nada puede hoy borrar el desconsuelo, la impotencia de haber confiado tanto en las escasas fuerzas del anhelo.

Poemas

Epitafio 2

Page 25: Para Lerr de Boleto 9

25

Está bien, te lo diré:no pensaba en la muerte, pues si he bajado a los infiernos era por ver la maravilla que hasta hace poco era la vida. Entre el azufre y el espanto probé otra vez de aquella culpa para poder seguir viviendo. Y ya he pagado mi tributo. Lo que viví vale la pena:vengo escocido y chamuscado y aún me rasco y más me hiero a la salud de los enfermos.

Juan Domingo Argüelles

A la salud de los enfermosPara mi hijo

Page 26: Para Lerr de Boleto 9

26

Amémonos;no importa que después del amor nos reprochemos quién amó más, un día; la envidia del amor es su medida y no podrán amar los fríos, los pasivos.

Poemas

Carmina CanerePara Rosy

Page 27: Para Lerr de Boleto 9

27

Eres tú la que brillaen la estancia nocturna, tú la del resplandor,tú la del fuego, tú la que incendiaseste sueñoantes que la mañaname sorprenda con los mismos asuntos del ayer.

Juan Domingo Argüelles

Oración de la luzPara ella; ella sabe por qué...

Los poemas Al lector, De éstos hablo, Epitafio 2, A la salud de los enfermos, Seis y Oración de la Luz, fueron tomados de A la salud de los enfermos, Ed. Joaquín Mortiz. El lenguaje fue tomado de Como el mar que regresa, Ed. Universidad Veracruzana.

Page 28: Para Lerr de Boleto 9

28

Juan Domingo Argüelles(Chetumal, Quintana Roo, 1958)

Poeta, crítico y editor. Estudió Letras Hispáni-cas en la unam. Coordinó el programa editorial del gobierno de Tabasco y ha trabajado en la Di-rección General de Publicaciones del cnca. Fue reportero del periódico El Día y editor de Tierra Adentro.

En poesía ha publicado Yo no creo en la muerte (1982), Poemas de invierno (1983), Mere-cimiento del alba (1987), Como el mar que regre-sa (1990), Canciones de la luz y la tiniebla (1991), Cruz y ficciones (1982), Agua bajo los puentes (1993), A la salud de los enfermos (1995), Anima-les sin fábula (1996), Piedra maestra (1996) y La última balada de François Villon (1998).

Entre los premios que ha recibido se encuen-tran el Premio Nacional de Poesía Efraín Huerta en 1987, el Premio de Ensayo Ramón López Ve-larde en 1988, el Premio Nacional de Literatura Gilberto Owen en 1992 y el Premio Nacional de Poesía Aguascalientes en 1995.

Page 29: Para Lerr de Boleto 9

29

Me ocurre con demasiada frecuencia no recordar lo que digo. Y los demás le dan la importancia a mis palabras que sé que no tienen. Por ejemplo, parece ser que fui yo el que dijo en el funeral de un amigo muerto de un infarto tempranero: “Él que no bebía. Está visto que uno se puede que-dar sin amigos armado tan sólo de una taza de café y un pastelito”. Y cuando Rocío hacía sus maletas para dejarme murmurando mientras yo me mostraba sorprendido: “¿Pues no eres tú el que dice que la gente no cambia, sólo se agudi-za?” Nada de eso recuerdo haberlo dicho pero ahí están los otros para recordármelo. Es como si el mundo fuera una especie de eco tan retarda-do que me regresa una imagen que no está bien. Una imagen distorsionada en un ápice: podría ser yo, pero no creo. No quiero.

El efecto Smellville

Fabrizio Mejía Madrid

Page 30: Para Lerr de Boleto 9

30

Por eso, cuando Canalizo me llamó no com-prendí:

–La televisión con olor. Tengo el prototipo –y al oír mi silencio incómodo agregó: De lo que hablaste el otro día. Que uno pueda oler lo que aparece en pantalla.

Apenas tuve una cierta memoria de una conversación de hace siglos y que yo creí que ver-saba sobre la verdad y la mentira. En algún mo-mento, aparentemente, dije: “¿Quieres verdad en la televisión? Bien, pues poder oler las imá-genes. Eso es verdad. Lo demás es la demagogia de siempre”. Canalizo no sólo lo recodaba sino que había puesto manos a la obra mientras a mí me dejaba Rocío, conocía a La Rimel, mi nueva mujer, y me quedaba en las mañanas viendo tele-visión por hacer algo. Hace meses que no leo una línea. Los bits golpean más fuerte que las líneas ágata. Ágata. Vaya nombre de la esclava griega de Anónimo. Los bits son lo de hoy: de lo que va de Allen Ginsberg con un tamborcito a los cadáveres abiertos en la mesa del forense/galán/detective. Ah, ése Gil Grissom. Cómo lo quiero por sagaz y lo odio por taimado.

Así que terminé por reaccionar al invento de Canalizo. La televisión que huele. ¿Cómo lo habría logrado? Canalizo es un viejo amigo que, mientras yo vagaba por las calles en busca de mo-

El efecto Smellville

Page 31: Para Lerr de Boleto 9

31

nedas para ir al cine, él estudiaba. Somos distin-tos. Por ejemplo, si se descompone un televisor, yo soy del tipo que lo agarra a zapatazos, que le grita, que se calma y le habla suave. Para mí los objetos están vivos y merecen el mismo trato que las personas: amenazarlas o seducirlas. Para Canalizo es un reto mecánico: lo abre, lo revisa, mueve cables, extrae tarjetas verdes con chips, lo pone de regreso en su lugar, y lo enciende. So-mos distintos depredadores. Si se descompone un objeto, lo insulto, y compro uno nuevo. Por eso necesito siempre tener más dinero que el que calculo. Canalizo no y tiene su casa llena de reli-quias; parece un bazar. Todo funciona en su casa pero parece extraído de una utilería de 1970. De hecho, no sé cómo nos hicimos amigos. Seguro él tiene la reconstrucción de nuestro primer en-cuentro en algún lugar de su memoria.

Cuando llega a mi casa trae un aparato de película del Santo: una pesera conectada a un tubo, bolsas que se inflan y desinflan, y un de-codificador de televisión por cable tan viejo que dan ganas de dejarlo en el parque para que al-guien más lo tire. Sonríe con su dentadura pos-tiza que se extrae para hacer bromas a los niños que no son suyos, y explica:

–Según estudié hay seis aromas básicos: fru-tal, floral, resinoso, especiado, pestilente, y que-

Fabrizio Mejía Madrid

Page 32: Para Lerr de Boleto 9

32

mado. Estas bolsas contienen perfumes que, de acuerdo a una codificación en este disco, se irán liberando y mezclando para crear una atmósfe-ra. En cada escena del disco que puedes ver en tu dvd hay un bit que activa cada bolsa y así opera esta carcacha.

–Los bits, lo sabía –le digo perplejo. No ha venido desinteresadamente, por su-

puesto. Quiere que seamos socios: él pone en práctica la televisión que huele y yo, como siem-pre, el dinero. Me explica cómo echarlo a andar y me pide una opinión “desinteresada”.

–Pruébalo con tu nueva chica: ¿La Rimel? –dice y luego pide prestado el baño.

Se va y sé que se ha llevado una prenda ín-tima de mi mujer. Había una sucia en el baño y ahora no está. Canalizo es un cerdo.

* * *

Lo pusimos en práctica esa misma noche. La te-levisión debe estar en la recámara pues es lo que sostiene a cualquier pareja: no hablar. Así que nos acostamos y vimos aquel documental de la vida de los conejos. Poco a poco comenzó a oler a la pradera. Luego a conejos sucios. Fue cuan-do comenzaron a copular que estalló el caos: las abejas se agolpaban en la ventana tratando de

El efecto Smellville

Page 33: Para Lerr de Boleto 9

33

entrar a esa pradera llena de perfume de flores. Lo hacían desesperadamente, intentando bor-dear la ventana y escurrirse por una rendija. Los gatos tallaban la puerta con sus uñas queriendo cenar conejo. E incluso algún perro solitario au-lló a los lejos oteando el almizclado olor de la có-pula. El único remedio fue cambiar el capítulo en el menú. Las abejas se convencieron de que no había nada para ellas en la mesa del forense y entomólogo Gil Grissom. Todo fue silencio. Pero ahora la peste a muerto era insultante. La Rimel empezó con arcadas. Una mosca gorda se metió por debajo de la puerta y le dio vueltas a la televisión salivando. Gabriel, el vecino de arriba, llamó por teléfono:

–Se te echó a perder algo afuera del conge-lador.

–No, Gabriel, estoy probando el prototipo de una televisión que huele y estoy viendo Crime Scene Investigators. Siesay, pues.

–Bájale a tus olores, mano –y colgó. Tuvimos que apagar la televisión. La Rimel

se quedó dormida en la sala porque el olor de la recámara tardó en irse, a pesar de que encendí un ventilador. En la oscuridad, viendo la corti-na moverse pensé en todo lo que de monstruoso tenía el invento de Canalizo. Una televisión con olor despediría a los actores pestilentes y contra-

Fabrizio Mejía Madrid

Page 34: Para Lerr de Boleto 9

34

taría sólo a los que huelen bien, como hace mu-cho el cine despidió a los gangosos y contrató a los entonados. Los conductores de noticias no sólo tendrían que verse bien sino perfumarse y lavarse los dientes. No se valía leer noticias con la boca apestando a la cena de berenjena y dos brandys. Pero había sido mi idea. O al menos eso alegaba Canalizo.

* * *

Por supuesto Canalizo volvió a escucharme con más atención que yo mismo. Le dije mis temores sobre una televisión que invadiera tu casa con olores, las quejas de los vecinos, la atracción que los olores ejercen sobre los insectos y los gatos. Tomó notas muy atento en un cuaderno de cua-drícula chica. Asintió con la cabeza, mordió el lápiz y se le movió la dentadura postiza. Era un tipo repugnante pero uno se hace amigo de la gen-te por sinrazones, no por una evaluación estética. Él mismo, inventor de la tele que huele, no podría aparecer nunca en pantalla. Siempre olía a maíz frito. Sudaba garnacha el desgraciado.

Persuasivo como era, salí de su casa con un nuevo disco y más bolsas de perfumes. Arguyó que había cambiado los comandos y que ahora todo sería distinto. Y lo fue. Los cadáveres de

El efecto Smellville

Page 35: Para Lerr de Boleto 9

35

Gil Grissom despedían aromas frutales modera-dos. Las abejas no alcanzaron a notarlos desde afuera. Y La Rimel me pedía que le retrasara al momento en que hacían la primera punción al cadáver de una mujer asesinada y violada –en ese orden– porque según ella olía a lavanda du-rante dos segundos. La sangre tenía un olorcillo alcanforado. Canalizo se estaba luciendo. Luego vimos una película donde Angelina Jolie y Wy-nona Ryder son unas locas en un manicomio. Entre el olor a desinfectante de pino La Rimel y yo no alcanzamos a diferenciar el olor del de-seo cuando coquetean una con la otra. Sin saber por qué La Rimel y yo empezamos a desnudar-nos mutuamente con furor, obviando botones, cierres y calcetines. Cuando terminamos, la pe-lícula había finalizado y la pantalla mostraba un reportaje sobre Al-Qaeda y los ataques terroris-tas. Del decodificador emergió el olor del mie-do. Nos abrazamos. Yo gritaba dando órdenes. La Rimel se estremecía bajo las cobijas. Termi-namos saliendo del apartamento y corriendo sin rumbo por la noche. Sudamos el pánico y regre-samos agotados.

* * *

Fabrizio Mejía Madrid

Page 36: Para Lerr de Boleto 9

36

Estas cosas tienen que tener nombres en inglés, si uno quiere venderlas. Hubiera querido llamarlo sbs, es decir Smell Broadcast System, pero Cana-lizo opinó que podría prestarse al juego de pala-bras como Smell Bull Shit y que, acaso, era una sugerencia nada más, no sé qué opines, podría lla-marse Smellville, como un homenaje a Supermán. No me interesa Supermán y no entendí nada de lo que dijo Canalizo. Pero en vez de ir a verlo para firmar un contrato para hacernos ricos, me quedé en la recámara con La Rimel. Estábamos engan-chados a la televisión. Poníamos una y otra vez la imagen de Wynona inclinándose a Angelina y besándola y nos entraban unas ganas incontro-lables de tocarnos. Luego, nos gustaba alterarnos con Bin Laden festinando la caída de las Torres Gemelas. Eran unos escalofríos demenciales. Y terminábamos con el corazón partido de un cadá-ver de Gil Grissom despidiendo lavandas, resinas de eucaliptos, y jengibre. Dormíamos con la pausa y despertábamos para seguir oliendo. No contesté el teléfono en días. Hasta que una tarde agotados de feromonas, adrenalinas, y endorfinas, el olor se terminó. Insulté al decodificador. Exprimí las bolsas de perfumes. Necesitábamos más. Nuevas sensaciones.

Fue entonces que Canalizo volvió a escu-charme sonriendo de lado mientras yo, con los

El efecto Smellville

Page 37: Para Lerr de Boleto 9

37

ojos inyectados, con calor en las orejas, le rogaba me diera más olores para mi televisión. Ya no im-portaba lo que viéramos, le dije, sino el deseo, el miedo, la tranquilidad que pudiéramos inhalar. Canalizo se tomó la parte trasera del oído y se exprimió algo que después olió. No hizo gesto alguno. Sólo murmuró:

–Y tú que creías que eso era la verdad. –¿Qué? –le respondí mientras le tomaba el

cuello entre mis manos. Y me dio lo que restaba de feromonas, des-

tiladas de una tanga de La Rimel, adrenalina, y sus seis tipos de olores. Pasé el resto de la semana enganchado a la televisión hasta que comenzó a perder su efecto. Los olores ya no nos sorpren-dían. La Rimel bostezaba y prefería dormir. Yo mismo ya no sentía el golpe del olor inicial, se había convertido en una atmósfera de la recáma-ra que flotaba, inepta, por el aire. Viendo a La Rimel dormida le llamé a Canalizo.

–No puedo aumentar las dosis. Atraerían a los insectos, ¿recuerdas? Lo que puedes probar es inflingirte dolor. Pídele a tu mujer que te mar-tille un pie. El dolor aumenta la percepción del olor. Dolor, olor. Por algo tienen que rimar.

Y lo hicimos, por supuesto. Ella me cortó un muslo y yo le quemé la punta del meñique. El efecto era inmediato pero duraba poco. La

Fabrizio Mejía Madrid

Page 38: Para Lerr de Boleto 9

38

intensidad se recobraba tan sólo para ceder al dolor necio de nuestras heridas. Con moretones, cortadas, quemadas, La Rimel y yo nos dimos por vencidos. Apagamos la televisión.

Esa noche mi mujer y yo nos vimos obliga-dos a hablar. Y sucedió lo que siempre ocurre cuando alguien recuerda lo que he dicho antes, sin querer, sin esperar la consagración. La Rimel recordó: “¿Pero no fuiste tú el que dijo que amar era pensar que alguien es más importante que ver la televisión?” Cerró la maleta y me abandonó.

Texto inédito proporcionado por el mismo autor.

El efecto Smellville

Page 39: Para Lerr de Boleto 9

39

Fabrizio Mejía Madrid(México, D.F., 1968)

Es cronista, novelista y cuentista. Ha colaborado en las revistas Proceso, Gatopardo, Letras Libres, Chilango y en los periódicos Reforma y La Jor-nada.

Ha publicado tres libros de crónicas Peque-ños actos de desobediencia civil (1996), Entre las sábanas (1995) y Salida de emergencia (2007) y dos novelas Hombre al agua (2004) y El rencor (2006).

Sus crónicas han aparecido en A ustedes les consta, una antología realizada por Carlos Mon-siváis.

Ha recibido el Premio Mont Blanc y el An-tonin Artaud de narrativa en 2004 lo cual le per-mitió ser traducido al francés y recibir excelentes críticas por su obra.

Page 40: Para Lerr de Boleto 9
Page 41: Para Lerr de Boleto 9

41

Los estudiantes yucatecos no se sumaron a la rebeldía del 68. En el 72, sin embargo, empezó una efervescencia en la que se combinaban las resonancias del movimiento estudiantil nacional con un conflicto político interno del pri debido a que la corriente más popular se había sentido desplazada con la elección de Carlos Loret de Mola como candidato, y luego como goberna-dor, en el último año del presidente Díaz Ordaz. Las federaciones de estudiantes, generalmente controladas por el partido oficial, adoptaron entonces una posición crítica. Pero lo más no-torio fue la rápida coordinación entre el campo universitario y el auge sindical. La paz cetemista empezó a resquebrajarse en 1973 a un velocidad inesperada. Un papel destacado desempeñó el Frente Estudiantil Cultural Jacinto Canek, que

El frente sindical de Yucatán

Francisco Pérez Arce

Page 42: Para Lerr de Boleto 9

42

desde los primeros brotes de sindicalismo inde-pendiente se convirtió en el conducto para orga-nizar acciones de solidaridad. Relacionado con esta organización estudiantil, un joven abogado, Efraín Calderón Lara, estableció un despacho de asesoría jurídica al que empezaron a llegar los grupos de obreros que buscaban organizarse en sindicatos independientes. Otro factor que contribuyó al auge fue la presencia del sterm y el movimiento ferrocarrilero vallejista, que ofrecieron no sólo apoyo político sino también infraestructura como lugares donde reunirse y aparatos de impresión, por ejemplo.

En 1973 se sucedieron movimientos en fá-bricas de calzado, de confección, panaderías, gasolineras, empresas de transporte e industria de la construcción así como entre trabajadores y empleados de la Compañía Nacional de Subsis-tencias Populares (Conasupo) y de la Universi-dad. La ctm se vio incapaz de frenar o encabezar el movimiento. El despacho de Efraín Calderón Lara, a quien apodaban Charras, empezó a lle-narse de trabajo. Con el apoyo del movimiento estudiantil y la suma de nuevos contingentes, consiguieron varios registros sindicales, esta-llaron huelgas, lograron la firma de contratos colectivos en empresas en las que ni se soñaba conseguir algo así. Ya con una fuerza considera-

El frente sindical de Yucatán

Page 43: Para Lerr de Boleto 9

43

ble, con varios registros sindicales y grupos orga-nizados por todos lados, en octubre de 1973 se constituyó el Frente Sindical Independiente. El año de 1974 empieza con varias huelgas simul-táneas y un pronóstico muy favorable para el re-cién constituido Frente.

Gobierno y delito

En pleno ascenso de la lucha sindical, se suma una nueva huelga, la de Construcciones Urba-nas del Sur Este, S. A. (cusesa). Estalla el 11 de febrero. El gobierno, la ctm y las organizaciones patronales estaban “cansados” de la agitación que se extendía en el estado.

El gobernador Loret de Mola atribuye ese ambiente de agitación a distintos factores: está obsesionado por la supuesta mano negra de sus enemigos políticos Carlos Sansores Pérez, caci-que de Campeche y líder de la cámara de diputa-dos, y Víctor Cervera Pacheco, diputado federal y ex alcalde de Mérida. Ellos eran, según Loret, los principales interesados en que no hubiera paz en Yucatán. Le concede una parte de la culpa, no menor, al propio presidente Echeverría quien se-gún él toleraba la agitación estudiantil yucateca y aun la propiciaba. Pero en lo laboral el princi-pal culpable era Charras, el asesor sindical.

Francisco Pérez Arce

Page 44: Para Lerr de Boleto 9

44

Escribe Loret:

La sociedad entera parece aliada contra el dís-colo, representante del diablo mismo. Gamboa (el jefe de la policía) es el ángel. Charras, el de-monio. Tal la imagen simplista que los conser-vadores de Mérida se forman acerca de estos dos singulares personajes.

El jefe de la policía, coronel Felipe Gam-boa y Gamboa, le dice en lenguaje críptico: “Se-ñor gobernador, yo quiero servir a usted y a Yu-catán. Esto de Charras está insoportable. Creo que ha llegado la hora de ser enérgicos con él.”

Según sus propias palabras, él contesta: “Cuidado, coronel con tocar físicamente a ese muchacho. Presiónelo, aconséjelo y vigílelo… No vaya a pretender algo ilegal en cusesa. Pero mucho, muchísimo cuidado, coronel con tocarlo físicamente”.

Gamboa, al parecer interpreta esas palabras como la luz verde de su jefe y de inmediato se reúne con su plana mayor (Enrique Cicero, sub-director de Instrucción; Marrufo Chan, subdi-rector administrativo; Chan López, comandan-te de Patrullas) y planean desaparecer a Charras. Encargan la tarea a dos agentes (poco conocidos en el estado y con características físicas de gente

El frente sindical de Yucatán

Page 45: Para Lerr de Boleto 9

45

de otro lado), el sargento Néstor Martínez Cruz y Eduardo Sáenz Campillo, y a José Pérez Valdés (ex agente, contratado especialmente para este caso).

El capitán Marrufo Chan recurre al subdi-rector de Tránsito Javier Angulo Marín quien les proporciona un automóvil Dodge Dart azul y dos juegos de placas y tarjeta de circulación fal-sas. Además del auto, a los comisionados les en-tregan tres mil pesos, dos pistolas y ampolletas de Seconal, por si el “sujeto se resiste”.

El miércoles 13 de febrero a las diez de la no-che localizan el Volkswagen café de la víctima. Lo siguen. Efraín y sus dos acompañantes (Pedro Quijano Uc y Miguel Ángel González Sulub) se dan cuenta de que los van siguiendo y salen por la carretera a Chichén. Después de unos minu-tos creen haber perdido a sus seguidores y dan vuelta en “U”. Los estaban esperando. Eran más o menos las once de la noche cuando los obligan a detenerse. Pistola en mano lo separan de sus acompañantes y lo secuestran. Se llevan las llaves del Volkswagen.

Los secuestradores le inyectan el Seconal pero no tiene efecto inmediato. Charras se resis-te Lo golpean brutalmente, lo amarran de pies y manos, lo meten a la cajuela y salen de la ciudad por la carretera a Chetumal.

Francisco Pérez Arce

Page 46: Para Lerr de Boleto 9

46

A la mañana siguiente –escribe el goberna-dor–, cuando presido el acto de homenaje a Vicente Guerrero, el procurador general de Jus-ticia licenciado Rodríguez Rojas me informa confidencialmente que hay una denuncia en el sentido de que Calderón Lara fue secuestrado la noche anterior… –Habla con el coronel –le digo–. Pienso que Gamboa lo tiene a buen res-guardo para evitar que haga algún despiporre en a diligencia de cusesa, citada para primera hora de ese mismo día 14. Me traslado al ae-ropuerto para asistir a la inauguración de los vuelos de la empresa Bonanza. Al llegar me entrevistan los tres líderes estudiantiles y piden que se busque a Calderón Lara, porque ha sido secuestrado. El coronel está ahí cerca de ellos. Lo llamo y le ordeno, delante de los muchachos buscar a Charras...

Voy después a mi despacho de palacio. Or-deno que me comuniquen con el coronel para preguntarle dónde está el desaparecido, pero no logro dar con él. Me tiene doce horas en suspenso, mientras los estudiantes bloquean la calle 60 en su esquina con la 57, es decir, frente a las oficinas centrales de la Universidad, en se-ñal de protesta por la desaparición de Calderón Lara.

El frente sindical de Yucatán

Page 47: Para Lerr de Boleto 9

47

Mientras esto sucede 80 golpeadores de la ctm rompen la huelga de cusesa.

En la madrugada de ese día jueves 14 los se-cuestradores habían asesinado a Efraín, de un balazo en la cabeza, en el kilómetro 101 de la carretera a Chetumal. El ejecutor, Pérez Valdés, lo cubrió con una toalla para no verle la cara al dispararle. Lo entierran a la orilla de la carretera. Los asesinos informan a Chan López que Efraín ya estaba “11 definitivo”, lo que en clave policiaca significaba que ya estaba muerto. Chan informa a su vez a Gamboa quien ordena que quemen el coche, cosa que hacen.

El mismo jueves los estudiantes y las orga-nizaciones del Frente saben que ha sido secues-trado y se movilizan, Los estudiantes tornan las calles e interrumpen el tránsito. Exigen que aparezca Charras. Responsabilizan al gobierno, a los empresarios y a la ctm.

Según el gobernador, Gamboa le informa de la muerte de Charras hasta la tarde del día 15:

Llega a palacio a la una de la tarde, muy pálido, y me pide un aparte. Al concluir la audiencia que sostenía en aquel momento penetro al sa-loncito donde me aguarda Gamboa, me sien-to sin decir palabra, le señalo un asiento, y me quedo mirándolo:

Francisco Pérez Arce

Page 48: Para Lerr de Boleto 9

48

–Señor gobernador –dice– Dios quiere que usted gobierne en paz.

–Pues por favor, que lo demuestre, porque están bloqueadas las calles. ¿Dónde está Cha-rras, coronel? ¿Por qué no lo devuelve usted inmediatamente? ¿Por qué me deja usted sin comunicación tantas horas? ¿Qué pasa?

–El pobre muchacho se les ahogó en la cajuela del carro en que lo llevaban.

Me quedo solo bajo el peso de una angustia tan profunda, tan aguda y amarga, como nun-ca conocí otra. Pienso en suicidarme. ¿Cómo? ¿Confesar así algo que yo no había hecho? ¿De-jar una mancha sobre mi familia? Jamás. Hay que de mostrar la verdad me digo; pero luego analizo que, ante el seguro problema político previsible, mi deber es actuar en coordinación con el gobierno federal... [Vuelo a México]... Dejo a Mérida en ascuas, bajo una protesta es-tudiantil en ascenso… Siempre hallaba a Moya (secretario de Gobernación). Esta vez no está. Me dirijo al capitán Fernando Gutiérrez Ba-rrios subsecretario. Le relato los hechos tan es-cueta y exactamente como yo los conozco, y le ruego que me de orientaciones, en tanto vemos al ministro.

Gutiérrez Barrios no se altera. Inmutable me dice:

El frente sindical de Yucatán

Page 49: Para Lerr de Boleto 9

49

–Desde luego hay que proceder dentro de la ley. ¿El coronel está en sitio seguro, no des-aparecerá?

–No creo; sigue al frente de su responsabi-lidad –respondo.

–Bien, no hay que levantar polvo antes de resolver ¿Qué cree usted que debe hacerse? –me pregunta.

–Estimo que debo renunciar para defen-derme fuera del poder...

–Valerosa actitud. No me parece conve-niente…

A la mañana siguiente hablo con Moya. Me dice:

–Ni el señor Presidente, a quien ya informé por teléfono a las Bermudas, ni yo, aceptaremos que usted renuncie. Nada remediaríamos; y, ade-más, lo harían polvo a usted. Ya sé que no tiene la culpa. Tampoco el señor Presidente la tuvo en la jornada de Los Halcones. Estas cosas son así. Us-ted debe encabezar la investigación y esclarecer el caso y consignar a los responsables. Saldrá fortale-cido. Asuma inmediatamente la responsabilidad.

El viernes 15 Mérida está que arde. Los estu-diantes están en huelga y han puesto barricadas en dos cruceros importantes de la ciudad Se hace un mitin por la tarde en la plaza principal.

Francisco Pérez Arce

Page 50: Para Lerr de Boleto 9

50

El sábado 16 la policía, al mando del coronel Gamboa, intenta destruir las barricadas. No lo logra. Más tarde balacean el edificio central de la universidad. Esta nueva agresión calienta aún más a la sociedad que de manera más amplia se suma a las protestas. La respuesta estudiantil es el secues-tro de 30 camiones en coordinación con los cho-feres del sindicato independiente Jacinto Canek. A las cinco de la tarde la policía retira todos sus efectivos y entra el ejército a patrullar la ciudad.

Los días 16 y 17, a pesar de que el ejército patru-lla las calles la huelga continúa y el movimiento estudiantil conserva la ofensiva. Pintas en las paredes y en los camiones, volanteo, mítines en calles y mercados, grandes concentraciones dia-rias en el edificio central, tienen que ser acepta-das por las patrullas del ejército que en general se mantiene a la expectativa. El Consejo Uni-versitario publica un desplegado denunciando la represión. Radio Universidad informa regu-larmente pese a las amenazas por parte de Go-bernación y los intentos de interferencia de las radiodifusoras privadas.

El lunes 18 se informa que han encontrado el cadáver de Charras. Tiene indicios de haber sido torturado.

El frente sindical de Yucatán

Page 51: Para Lerr de Boleto 9

51

Si el secuestro moviliza al Frente y a algunos estudiantes y el ametrallamiento de la Univer-sidad extiende la lucha casi todo el estudianta-do, el descubrimiento del asesinato indigna a numerosos sectores populares hasta entonces pasivos y los pone en acción.

El sepelio se lleva a cabo el día 20 y se con-vierte en una manifestación de más de 15 mil personas, con banda de guerra al frente y una gran caravana de camiones manejados por los choferes del Sindicato Jacinto Canek.

El gobernador viajó varias veces de ida y vuel-ta al D.F. pidiendo instrucciones para enfrentar la crisis política. La línea del gobierno federal fue, en todo momento, oponerse a la renuncia del gobernador y presentarlo como el principal impulsor de las investigaciones.

El 14 de marzo, después de un mes de huelga, y coincidiendo con una manifestación silenciosa con aproximadamente mil personas de la Univer-sidad al cementerio, el gobernador informa que el director general de Seguridad Pública del Estado, Teniente Coronel José Felipe Gamboa Gamboa; el subdirector Carlos Manuel Chan, el comandante Víctor Chan y cinco de sus subalternos son los res-ponsables del asesinato de Efraín Calderón Lara.

Francisco Pérez Arce

Page 52: Para Lerr de Boleto 9

52

El movimiento duró 60 días. Se levantó la huelga universitaria y Mérida volvió paulatina-mente a la normalidad después de que apresaron a los jefes policiacos y a los ejecutores del crimen. (Salvo uno de los tres participantes directos que nunca fue encontrado). El comandante Gamboa y los mandos involucrados fueron juzgados. Les dieron una sentencia amigable y tuvieron trato de privilegio en la cárcel de Chetumal. Fueron puestos en libertad tres meses antes de que Loret dejara el poder. El autor material, el que jaló el gatillo, Pérez Valdés, recibió apoyos económicos generosos mientras estuvo en prisión y se fugó mucho antes de cumplir su condena.

El Frente Sindical Independiente adoptó el nombre de Efraín Calderón Lara y mantuvo una actividad intensa durante los años que siguieron, hasta 1977, año en que la Insurgencia Obrera, en todo el país, estaba declinando.

La crónica de Francisco Pérez Arce fue tomada del El Principio (1968-1988: Años de Rebeldía). Ed. Ítaca, México, 2007.

el freNte siNdical de YucatáN

Page 53: Para Lerr de Boleto 9

53

fraNcisco Pérez arce

Francisco Pérez-Arce Ibarra(Tepic, Nayarit, 1949)

Economista y novelista. Llegó muy joven a la Ciudad de México para cursar el bachillerato en la Preparatoria Número 1, en el Antiguo Cole-gio de San Ildefonso y posteriormente ingresar a la Facultad de Economía de la unam, en donde participó intensamente en el movimiento estu-diantil de 1968.

Ha sido profesor de la unam y de la Escuela Nacional de Antropología e Historia. Actual-mente es Investigador de dicho Instituto.

Ha escrito libros de ensayo, crónica y nove-la, entre las que destacan La Blanca, Dios nun-ca muere, el día de la virgen y Hotel Balmori. Su obra más reciente es El principio (1968-1988 años de rebeldía).

Su obra académica y literaria muestra un fuerte compromiso con el rescate de la memo-ria histórica de las luchas y movimientos sociales del México contemporáneo.

Page 54: Para Lerr de Boleto 9
Page 55: Para Lerr de Boleto 9

55

Para muchos el Metro es como el matrimonio: los que están afuera quieren entrar, los que están adentro quieren salir...

Como en un elevador, en el vagón de Metro nadie se mira. La vista se pasea del techo al piso pasando por los anuncios y el itinerario Taxque-ña, General Anaya, Ermita, Portales... hasta a Cuatro Caminos. El de junto dejará de ser el de junto al llegar al final del viaje y esto puede ser en una o dos estaciones más. Después de un estor-nudo, un “salud” es muy improbable. Es tierra de nadie.

Un enfrenón. Los pasajeros que van senta-dos unos junto a otros en los nuevos vagones se recorren hacia atrás, luego hacia delante, otra

Usted está aquí

Beatriz Zalce

Para mi tío Luis, porque los vínculos del corazón son tan fuertes como los de la sangre

Page 56: Para Lerr de Boleto 9

56

vez hacia atrás, en el mismo movimiento pen-dular de una estudiantina. Se apachurran unos a otros, sonríen. Por fin se miran, se disculpan más divertidos que apenados.

***Su paso es lento, titubeante. Tubos verti-

cales a medio pasillo, pasajeros de pie, piernas extendidas. Recorre el vagón susurrando su leta-nía: “Señores pasajeros, una caridad por favor, yo no veo la luz del día. Les estaré muy agradecido, señores pasajeros, una caridad, por favor”.

***Ellos, los nadie, los nada, los menos, jue-

gan, juegan enredados, trenzados, ellos que no son nada para nadie lo son todo el uno para el otro. El teporocho ríe. El perro callejero ríe. Se abrazan, se revuelcan sobre la banqueta. Junto a ellos hombres y mujeres hacen fila. Esperan un camión que no llega, que se tarda. Miran su reloj para no mirarse entre ellos, para ignorar a esos dos seres que no se saben comportar y que juegan con su ternura, ajenos al mundo que los excluye.

“Fox Cachorro del Imperio” ostenta la pa-red exterior del Metro Popotla.

***Trapea. Todos los días. Todas las pisadas.

Todo el polvo y la basura. Trapea inclinado so-

Usted está aquí

Page 57: Para Lerr de Boleto 9

57

bre su mechudo como si fuera un bastón, una tabla de salvación.

Trapea todos los días las pisadas de miles de pies, indiferentes, apresurados; algunos, los me-nos evitan pasar sobre la senda húmeda, brillan-te como la estela que deja el caracol.

Trapea para borrar nuestras huellas, nues-tros pasos, sus recuerdos, los dolores de la artritis que le empieza a deformar las manos, la quin-cena que tarda en llegar y el dinero que se va en un abrir y cerrar de ojos, como la vida, como la gente, como el vagón repleto.

A Sísifo, después de los 60 años, sólo le que-da trapear.

***“Te jodissste” sentencia una pinta.

***No importa si René Burri fotografió a Picas-

so o a la Callas, si descansó la vista en la hermosa Praga o en la Ciudad de México. La exposición “Un mundo” se anuncia con un primer plano del Hombre Nuevo. Inconfundibles la frente abom-bada, la expresión de los ojos grandes, la sonrisa un poco de lado para sostener erguido un puro, la barba no tan larga ni tan tupida como la de Camilo o la de Fidel.

El anuncio lleva todo el mes de octubre en los andenes de las distintas estaciones para recor-

Beatriz Zalce

Page 58: Para Lerr de Boleto 9

58

darnos que hace 40 años el Che se convirtió en San Ernesto de la Higuera.

Todos los días pasas frente a su mirada. Pien-sas en el médico que cambió el botiquín por una caja de balas para remediar los males del mundo. Irónico y aficionado al mate como tantos argen-tinos, lo llaman el peregrino de América, el mul-tiplicador de revoluciones.

Lo mataron la traición y las balas; a la mis-ma edad que Zapata y Sandino. Lo acribillaron además los flashes. Se repartieron su reloj, su cantimplora, su cuaderno de poemas, su pipa y su boina que eran todas sus propiedades.

Pero sus ideas siguen en pie, recorriendo el mundo. Son tan humanas como para abordar lo mejor de nosotros: “...hasta sentir angustia cada vez que en cualquier parte del mundo sea asesi-nado un hombre, y sentirse entusiasmado cada vez que en cualquier rincón del mundo se alce una nueva bandera de libertad...” como él decía.

Una chavita de unos quince años se detiene, mira el anuncio y le pregunta al novio: “¿Y ése quién es?”.

–Un guerrillero. Tengo un poster con su foto en mi cuarto. Ven y te lo enseño. Apúrate.

***A duras penas mide uno cuarenta, tiene una

joroba en la espalda, una pierna más larga y la

Usted está aquí

Page 59: Para Lerr de Boleto 9

59

mirada torva. Canta en inglés. Desafinado. El Cuasimodo subterráneo se baja en Bellas Artes.

***El niño lazarillo tiene un ojo mentándole la

madre al otro: uno mira para un lado y el de jun-to, desorbitado, mira al frente. Jala al padre, lo jala por la camisa. Ciego que toca una mandoli-na, que canta para sí mismo. Pasan ambos. Atra-viesan el vagón, despacio, lentamente. Avanzan y nadie parece ver la mano del lazarillo que pide.

***Huele a cera de zapatos. Tiene el torso des-

nudo, collar de alambre de púas tatuado, la vir-gen de Guadalupe y un dragón. Rasguños, cica-trices y polvo le forman la espalda.

Envueltos en una tela, carga pedazos de vi-drio, vidrios transparentes, azul cobalto, verde botella, cafés. Brillan como joyas. Los hace so-nar, cristalinos, mientras grita que no viene a ro-bar, a quitarnos por la fuerza el dinero, prefiere él también trabajar, ofrecernos el espectáculo de su insensibilidad al dolor.

Se tira de espaldas, cae con fuerza. Se le-vanta, vuelve a empezar, grita más fuerte que no viene a robar, que le demos una moneda. Toma vuelo para aventarse. Una mujer cierra los ojos cada que oye el costalazo, en su cara hay dolor; en la del muchacho, rencor.

Beatriz Zalce

Page 60: Para Lerr de Boleto 9

60

***Se besan. La boca de uno en el beso de la

otra. El metro se detiene, abre las puertas, salen los pasajeros, suben los pasajeros, se cierran las puertas, se oye un silbato. Arranca el metro. Ellos se besan. El beso de ella en la boca de él. Después de unos minutos llega el siguiente metro...

Las dos bocas en un mismo beso.***

“Ya salió a la venta la nueva edición del Có-digo Penal para el Distrito Federal que le explica con lujo de detalle por qué lo pueden detener, presentar ante las autoridades, declararle auto de formal prisión, qué castigos merece usted si ha robado, violado, matado o secuestrado, si se dedica a la prostitución, a la corrupción de me-nores, si golpea a su mujer, si posee usted armas de uso exclusivo del ejército, si atenta contra las vías de comunicación, si es terrorista. Por sólo diez pesos sabrá a qué atenerse”.

***Ahí están sentados en el andén como lo es-

tarían en el patio de su escuela, las piernas cruza-das, juntos, juntitos: Pero él se cubre la cara y llo-ra, impúdicamente lo sacuden los sollozos. Ella habla y habla, mueve la cabeza, manotea. Juntos, juntitos, sólo separados por un abismo.

***

Usted está aquí

Page 61: Para Lerr de Boleto 9

61

Le llega más abajo de la cintura el cabello oxigenado. Los ojos oscuros, pispiretos están en-fundados en pestañas postizas; la boca embadur-nada de carmesí. Aretes de vidriantes tintinean a lo largo del cuello marchito.

–Pero se siente de treinta –dice una voz atrás de ella cuando se levanta para bajarse en la siguiente estación.

***Está sentado junto a ella, pegadito a ella,

con un brazo le rodea los hombros para atraer-la más hacia él. Ella se mantiene lo más derecha que puede. Él le jala el pelo para hacerla voltear. Ella gira la cabeza para no mirarlo. Él la toma del mentón, sus dedos se hunden en los cachetes y dejan una huella, primero blanca y luego roji-za. Con un gesto brusco le quita los lentes. Ella no reacciona. Entonces él le arrebata la mochila. Ella parece una estatua, salvo por la obstinación con la que se muerde la uña del pulgar izquierdo. Atrincherada en la indiferencia total: a la violen-cia responde con su mutismo. Él tiene las quija-das apretadas. Desde su camiseta Bart Simpson pide “Give me another last chance”.

***Afuera de la estación General Anaya un pe-

rro callejero parece convencido que es el mejor amigo del hombre y por eso busca la reciproci-

Beatriz Zalce

Page 62: Para Lerr de Boleto 9

62

dad o al menos un amo, un dueño. Implorante mira al transeúnte, lo sigue y recibe una patada. Se acerca a una mujer y le dan un manazo. Se aproxima, con el rabo entre las patas, al teporo-cho que baila su delirio con una botella de líqui-do ambarino que toma de a sorbitos. Es el único que no lo maltrata, que no lo rechaza, que inclu-so le palmea la cabeza. El perro está dispuesto a entregarle toda su lealtad.

***Se pasa la mano por el cabello. Lo peina, lo

despeina y al acariciarlo mueve la cabeza. Mira al muchacho de lentes, sentado junto a la puerta. De ella se desprende un perfume barato, hace tinti-near los aretes largos que le rozan el cuello. Alisa la faldita, una y otra vez, pasándose la mano por sus formas. ¿Qué de plano está ciego? ¿No entien-de la insinuación? Se le pone junto, pegándole el aliento al oído: “Papito, llévame al hotel...”.

Muy al fondo del vagón ves a un niño con los puños cerrados, la vista fija, que semidobla las piernas. Esquiva un golpe imaginario y contra-ataca: lanza un gancho derecho, izquierdo, uno, dos. Gira sobre sí mismo, posicionándose. Im-pulsa la cabeza hacia atrás y con un gemido acusa recibo, trastabillea. Se enardece, asesta golpe tras golpe. Pasados diez segundos pega un brinco, le-vanta ambos brazos en señal de victoria.

Usted está aquí

Page 63: Para Lerr de Boleto 9

63

***Ya va a llegar. No sabes si se va a bajar o te

va a hacer señas para que te subas de volada. El tren se detiene. Se abren las puertas. Unos bajan, otros suben. Oyes el silbato; se va. Unos minutos después se repite la operación. Así varias veces. Pero de él, ni sus luces. Miras el reloj. Ves pasar los metros. Se le hizo un poco tarde. Bueno así es de por sí, un poco colgado y bien loco. Haces como que lees pero no pasas del mismo párrafo. ¿No te habrás equivocado? Clarito te dijo: “A las dos bajo el reloj del Metro Chilpancingo, direc-ción Tacubaya”. Y aquí estás y ya son casi dos y media...

Te late que ahora sí, en el próximo llega, te lo dice tu intuición femenina y ésa no falla. Pero él no llega. Ya te paras en un pie, ya te paras en el otro. ¿Le habrá pasado algo? Te habría llamado al celular... Capaz que no suena bajo tierra. No te atreves a salir, a moverte de “bajo el reloj” no sea que llegue y al no verte se vaya. Y no tienes ni a donde llamarlo... Cuánta gente se ha subido y bajado del metro. Unos ya hasta llegaron a don-de iban... Si en cinco “metros” no llega, ni modo, te vas, qué se cree, que lo vas a esperar siempre, toda la vida, no, ¿verdad? ¡Claro que no!

De pronto oyes tu nombre, te llama a voz en cuello. Está en el andén de enfrente. ¿De dón-

Beatriz Zalce

Page 64: Para Lerr de Boleto 9

64

de salió? Te hace señas con la mano, con todo el brazo. Sonríe. Le sonríes. Pasa un instante y aquí está junto a ti abrazándote, muerto de risa, feliz, haciendo corajes porque los cuates con los que quedó de verse no llegaban y luego no termina-ban de irse.

***No basta salir de casa, subirte al primer va-

gón del metro, no son suficiente distracción los pasajeros con sus bultos, folders y sus historias a cuestas, tampoco los vagoneros con sus pre-gones, ofertas y letanías para huir de ti misma. Hace falta más, mucho más.

***–Diez pesos le vale, diez pesos le cuesta. Sólo

tóqueme el brazo.De la bocina sale la sentencia de Paquita la

del Barrio: “Rata inmunda, animal rastrero, esco-ria de la vida, adefesio malhecho...” y las mujeres sonríen a la voz vengadora y tienden la mano con el dinero. Los hombres dormitan, leen el periódi-co o no hacen nada, tranquilos, indiferentes.

La señora de junto le dice a su amiga: “Cada uno está seguro de ser la excepción que confirma la regla”.

***Él saca de su mochila un ejemplar del ¡Hola!.

Lo miras de reojo. Mariah Carey sonríe desde la

Usted está aquí

Page 65: Para Lerr de Boleto 9

65

portada. Le ha permitido a las cámaras de la re-vista entrar a su departamento en Manhattan. La estancia kichmente lujosa es retratada y ella, “la diva de las divas” muestra su casa, abre las puertas, se complace en exhibir sus rincones preferidos.

Algunos presumen su biblioteca, ella hace lo propio con las estanterías de sus zapatos. Hileras de zapatos cerrados, abiertos, de tacones altos, de tacón de muñeca, planos; sandalias, botas, zapa-tos de vestir, zapatos para andar en casa. Zapatos de todos colores, de todas formas, zapatos y más zapatos. Y ella ahí, apenas cubierta por una bata blanca, el pelo recogido en un chonguito como el que te haces antes de meterte a la regadera. Pero a ella lo más seguro es que la espere un baño de burbujas.

Él la mira. La admira. Se regodea en ella. Le complace que tenga gustos de reina y caprichos de niña –te dices.

El detalle de una “M” dorada, garigoleada, equivalente a la escritura de la propiedad, es cap-tado por la lente, arriba de la puerta del dormi-torio. Un encabezado recoge un fragmento de conversación, lo destaca: “Si algún día alguien compra este departamento tendrá que ser una diosa sino no podría vivir aquí”. Tirada sobre su cama, el pelo dorado estéticamente despeinado, Mariah sonríe, traviesa.

Beatriz Zalce

Page 66: Para Lerr de Boleto 9

66

Él la mira como toda mujer desea ser mirada y acaricia el rostro de papel.

Una señora se ha sentado entre ustedes. La inoportuna devora un capítulo del Nuevo Tes-tamento. Sólo porque él se inclina sabes que saca de su mochila una bolsita de plástico y de ésta un disco de la Carey. Ya no lo puedes ver a gusto pero no es difícil adivinar sus gestos hasta que descubres que el asiento vacío de enfrente hace las veces de espejo.

Él pone el disco en el walkman, después de un rato saca el cuadernillo de la caja del cd, lo desdobla cuidadosamente y aparece Mariah, de cuerpo entero, la piel de bronce, el cabello lar-go, larguísimo. La mira. Amorosamente le besa los pies y tú te imaginas que alguien se arrodilla frente a ti y te quita los zapatos mientras sus la-bios suben por tus piernas.

***Y lo despertó el sonido local: “Próxima es-

tación Cuatro Caminos: ningún pasajero debe permanecer a bordo”.

Usted está aquí

Texto inédito proporcionado por la autora.

Page 67: Para Lerr de Boleto 9

67

Beatriz Zalce(México, D. F., 1968)

Colaboradora de la sección cultural del periódico El Financiero, ha publicado también entrevistas y reportajes en el semanario Punto y en medios independientes como Insumisa, Espejo y Zurda.

Poemas y crónicas suyos han sido antologa-dos en Un arma cargada de futuro y Memorial de Chiapas.

Es autora de El papel herido goza de buena salud, editado por el Museo Omar Rayo, en Co-lombia.

Recientemente hizo la curaduría y coordinó la edición del libro Alfredo Zalce donde promue-ve y difunde la obra de éste gran pintor michoa-cano.

Están por aparecer Los Folkloristas: Me-moria viva y Como gotas de ámbar, memorias de René Villanueva.

Base de apoyo del ezln, adherente de La Otra Campaña, forma parte del Colectivo Mu-jeres sin Miedo cuya misión es luchar por la li-bertad de los presos políticos detenidos en San Salvador Atenco.

Page 68: Para Lerr de Boleto 9
Page 69: Para Lerr de Boleto 9

69

Una noche llovió en todos los cajones de la casa. Al principio, llegaron las aguas mansas del olvi-do y aquello fue como escuchar un piano en la distancia porque la llovizna acariciaba los rostros y repartía alivios en la soledad de los recuerdos.

En algún momento, al amanecer, la madre nos pidió que sacáramos de las estanterías todo lo que habíamos guardado a lo largo de los años y lo depositáramos en las mesas, en los pasillos, en el piso porque le preocupaba que aquel chipichi-pi pertinaz oxidara los cuchillos y ennegreciera la plata como si ésta hubiese probado de pronto el sabor de un hongo venenoso.

Así comenzó todo.Después, vinieron otras aguas: cordonazos,

equipatas, nortes y chubascos completaron sus ciclos. Entraban en las cajoneras y se iban des-

Lluvias

Leo Mendoza

Page 70: Para Lerr de Boleto 9

70

pués de descargar su llanto, dejando en las tablas de pino y roble el olor del bosque revivido.

Entonces, si alguien entornaba la hoja del trinchador, asomaban los rayos y las centellas y se escuchaba el rugido del trueno y el viento meciendo las copas de los árboles. Una vez que nos acostumbramos al prodigio, rodeábamos los muebles para ver lo que en la profundidad de su corazón sucedía como cosa de encantamiento. Pero también aprendimos de las lluvias del odio y las rencillas.

Llegaban como monzones para sacudir los armarios de quienes andábamos con el ceño fruncido y con la mala sangre en la mirada. Y hasta un meteoro de rencor hubo que se convir-tió en aguanieve en el tocador de una a hermana despechada de amores.

Otras eran las nubladas que se nos entre-gaban como las alegrías y las rondas infantiles, que repicaban a la risa de los adultos con el dulce sonido de los metales, que escurrían como hilos brillantes sobre los vasos, la porcelana y las ta-zas de café. Eran aguas de sobremesa, apacibles como corderos que dejaban abiertos los aires de la conversación y el reposo de los licores en la cre-denza.

Y había también una lluvia para enamora-dos, oscura, cálida y misteriosa. Era un chapa-

Lluvias

Page 71: Para Lerr de Boleto 9

71

rrón travieso que sólo aparecía en las gavetas de los afortunados y que alguna vez manchó con sus salpicaduras la bombonera de una tía solte-rona y en otra ocasión amaneció en el baúl de las sirvientas.

Existía una torva que los niños amaban por-que les permitía mojarse contraviniendo las pro-hibiciones maternas, a la hora de jugar a las es-condidillas y buscar el refugio seguro del desván y los roperos. Sus gotas refrescaban en la tempo-rada de calores y eran como la leche tibia de las meriendas cuando el invierno arañaba nuestra puerta. Era una lluvia juguetona que envolvía con sus nubes a los soldados de plomo hasta des-lavar sus uniformes, liberándolos de sus bandos y sus órdenes.

El último de los aguaceros auguraba des-gracias: sus nubes se apiñonaban negras en los gabinetes y los escritorios de los desventurados y dejaban manchas de barro incluso ahí donde la limpieza era constante. Su lloviznar era lánguido y lóbrego, desvelaba los corazones y aumentaba las zozobras.

Jamás las nombramos aunque nos habitua-mos a su presencia: ya no nos sorprendía aquel viento frío que la acompañaba y menos aún la oscuridad, la bruma, los lamentos. Algo de fan-tasmal vivía en sus aguas y si en un descuido nos tocaba la punta de los dedos, dejaba en ellos el

Leo Mendoza

Page 72: Para Lerr de Boleto 9

72

Lluvias

hielo de la muerte y los golpes de la desolación.Pero, así como llegaron, las lluvias se fue-

ron, sin dar aviso.Fue una madrugada porque a la mañana

siguiente los cajones de la familia recuperaron -secos y frescos- el olor de las bolas de naftalina que la abuela ponía en todas los rincones para preservarlos de la polilla y los malos humores.

Nunca más aquellos temporales volvieron a perturbar la casa. Pero es seguro que la hume-dad anidó en nuestros corazones porque de otra manera no se explica esta facilidad que tenemos para el llanto.

Page 73: Para Lerr de Boleto 9

73

En la sala, colgaba la espada de su abuelo, el co-ronel.

A menudo, cuando niño, se sorprendió al descubrir sobre la reliquia manchas de sangre que formaban extraños dibujos guerreros y hasta algu-nas gotas que corrían por sus filos y se estrellaban contra la duela pulida con amoroso cuidado.

Nunca se preguntó por qué su triste des-tino lo condujo al rincón de una oficina ni cómo sus ojos se fueron deslavando de tanto mirar el gris de las paredes.

En sus noches solitarias se consolaba mi-rando aquella espada, sin encontrar en ésta más que los signos de un odio cada vez más profundo.

Una vez soñó que caminaba por una calle sumida en la penumbra, llevaba una espada a la cintura que arrancaba fulgores de las piedras.

La espada

Leo Mendoza

Page 74: Para Lerr de Boleto 9

74

La espada

Primero no se reconoció: pensó que era su abuelo quien se había cruzado por su fantasía. Luego, cuando supo que era él empezó a labrarse una personalidad.

Lo hizo poco a poco, dotándose primero de un cinturón de cuero negro, de una sonrisa de valiente, de un andar cadencioso, sensual y firme a la vez; de una bandolera, una vistosa casaca de teniente y un penacho de plumas de la orgullosa guardia.

Cada noche agregaba algo al gallardo mozo que continuaba avanzando en la oscuridad.

Quería en él la perfección de un oficial va-liente, arriesgado y galante. Por eso recortó una y otra vez su bigote hasta dejarlo no como el de petimetre sino como el de un hombre cabal en todos los sentidos.

La firmeza se le notaba en su paso y la espa-da cantaba, al chocar contra el empedrado, una vieja tonada que llevaba en sus alas heroísmo, ba-tallas y muerte.

Su figura alta y delgada, el violento penacho, la línea de botones dorados le daban un aire de grandeza que sólo podía agradecer a un dios des-conocido o quizás extranjero.

El joven teniente desembocó su paso en una plaza. Ahí lo esperaban los padrinos, los sables y el otro, su rival en la hora del duelo.

Page 75: Para Lerr de Boleto 9

75

Nunca supo la afrenta que vengaba ni tuvo tiempo para averiguarlo. Una estocada fría le atravesó el pecho pero el miedo no alcanzó a nu-blarle la mirada.

Cayó como un miembro de la guardia, con la cara iluminada por la dignidad de la muerte.

Lo demás se convirtió en sombras, ya no ha-bía plaza ni padrinos ni espada ni rival, sólo la oscuridad que lamía la mancha de sangre que se extendía entre las piedras.

No quiso despertar tras tan heroica muerte. El corazón del oscuro oficinista se paró aquella noche.

Nadie pudo explicarse por qué el cadáver lu-cía aquella sonrisa altanera ni cómo era posible que en el fondo de sus ojos brillara una chispa de luz, como una luciérnaga.

Y tampoco pudieron entender cómo, la es-pada de su abuelo, el coronel, amaneció con un hilo de sangre que colgaba del filo y que, gota a gota, se estrellaba contra la duela que había co-nocido mejores tiempos.

Leo Mendoza

Los cuentos de Leo Eduardo Mendoza fueron publicados por la Universidad Autónoma de Sinaloa.

Page 76: Para Lerr de Boleto 9

76

Leo Eduardo Mendoza(Oaxaca, Oaxaca, 1958)

Estudió Lengua y Literatura Hispánica en la unam y cine en el Centro de Capacitación Ci-nematográfica. Ha sido profesor de la unam y de la Universidad de Chapingo y corrector de estilo del Departamento de Publicaciones de la enep Acatlán de la unam y coordinó la sección cultural del diario El Universal.

Ha colaborado en las revistas Galeras, Re-vista Mexicana de Cultura, suplemento del ya desaparecido periódico El Nacional; Informa-ción Científica y Tecnológica y Papeles Celtas. Fue jefe de redacción del noticiero Hoy en la cultura (1997-1998) y guionista de la serie Águila o Sol en Canal Once.

Es autor de los volúmenes de cuento: Mu-danzas (1989) y Relevos australianos (1992) que recibieron el Premio Nacional de Cuento San Luis Potosí. Recibió la Medalla Gabino Barre-da de la unam en 1984 y fue becario del Fon-ca (1994-1997) y del Foesca de Oaxaca (1996-1997).

Page 77: Para Lerr de Boleto 9

77

Esa agua calma refleja la intemperie del bosque que lava la noche de ausencia y no descansa más azuladareflejo del sol bajo que la procura cálida para los peces aturdidosen sus ropajes tornadorados, ondulantes, escaman en su sabiduría el silencio del estanque protegido con su manto de lirios desmayados.Tocan los cipreses el borde del cieloque es mar arriba en su deseo de acariciar el infinitohasta que rompe un colibrí la paz simulando el aire y las hojas que acarician su voluptuoso volar hasta las copas para caer en el centro de las celosas flores encendidas,

Día pleno

Verónica Ortiz Lawrenz

Page 78: Para Lerr de Boleto 9

78

abiertas, que reciben su aguijón insaciable para eternizar su nombre.La mañana no se contenta con estirar la somnolencia del prado con sus hormigas como perlas negras sobre perlas negrasy sus cargamentos de pétalos e insectosalineadas en las comisuras del jardínpara perderse en oquedades donde los secretos anidan entre piedras;tampoco se contenta con apresar palabras que flotan cercanas a las puertas cerradas hasta que encuentran lugar de calmaen el último resquicio nocturno que no quiso darles reposo.Es el silbido suave del viento que trae una marea de olores como frutas frescas en el despertar atónito de encinos y liquidámbaresque saludan al sol antes de que exploten las vocesy las risas del día pleno.

Poemas

Page 79: Para Lerr de Boleto 9

79

Convoca la montaña el vuelo del águila que anuncia la lluvia sobre el pasto secomanto de lunares amarillos, soles de pétalos brillantes;igual a otras flores, estas blancas, alzan sus tallos para desafiar las primeras gotas. Abreva la tierra el líquido de vida para sus raíces,sangre en los troncos milenarios de pinos piñoneros avisoran erguidos la tempestad que avanza con sus luces para descargar con rabia las sombrassobre la cordillera sedienta.

Tempestad

Verónica Ortiz Lawrenz

Page 80: Para Lerr de Boleto 9

80

El águila, de regreso al nido agita su elegancia real,simula un rayo oscuro con su presa viva en las garras,ave de todas las montañas.

Poemas

Page 81: Para Lerr de Boleto 9

81

San José de los laureles

Quién jala las nubes como sábanas sobre el valle con el aullido en las callesa esta hora en que la cama sueña.El silencio de tu cuerpo inexplicableen tus ojos cerrados despierta los deseos antes de la luz y las palabras.Es la lluvia, su voz en cada gota,señal de tristezatan lejos de tu piel abandonada.

Verónica Ortiz Lawrenz

Page 82: Para Lerr de Boleto 9

82

Asombra del cuerpo deseadola inexistenciade tocarnos

la piel tan sutilsólo extraña en sueños

espaciopropiciatoriola nochedonde mentimospara sentirnos amados

empiezaen las manos torpesen la urgencia del orgasmo

Esencias

Poemas

Page 83: Para Lerr de Boleto 9

83

sólo penetrandosin encontrarlas esenciasque lubricanel alma

en cada pliegue nuestroen los aceitesdel cuerpoentregadoel misterio del placersigue indescifrablepara los ciegos de caricias

Verónica Ortiz Lawrenz

Page 84: Para Lerr de Boleto 9

84

Ante mi estupidezmonitor en blancose quejanlas teclaspuras maquinaciones

cosquillasde coca lightbeso rojoplasmaencienden el e-mail

cursorque cumplesu línea rectaentre márgenes

sin piel

nadasólo símbolos

tiempo

Cosquillas

Poemas

Page 85: Para Lerr de Boleto 9

85

Pica el ahuatediminutohondoen la manoque cortaen tajo

acuestael nopalredondocanastaen fondoel díaque sangra

verde canalcarnosasonrisael horizonteduelesobre el machete

Ahuate

Verónica Ortiz Lawrenz

Page 86: Para Lerr de Boleto 9

86

Verónica Ortiz Lawrenz(México, D.F., 1950)

Fue bailarina, ejecutiva de cuenta, aeromoza, traductora en Pekín, entrevistadora, cocinera, ama de casa, vendedora de pasteles y de seguros, antes de un viaje a China que marcó su destino dentro del periodismo crítico.

En 1980, inicia su carrera dentro de los me-dios electrónicos como conductora de programas de debate político. Asimismo, es pionera en ra-dio y televisión de series dedicadas a la discusión abierta de la sexualidad humana. Durante varios años publicó una entrevista semanal y coordinó talleres de periodismo y educación sexual.

Ha publicado las novelas Sobrevivientes (Planeta, 2003), No me olvides (Planeta, 2006) y el libro de entrevistas Mujeres de palabra (Joa-quín Mortiz, 2004).

Los poemas de Verónica Ortiz Lawrenz son inéditos y fueron proporcionados por la autora.

Page 87: Para Lerr de Boleto 9

87

Un solo de teléfono

Felipe Galván

Personajesél: 35 años. Clase media. Lleva un portafolio.hombre: 25 años. Clase media. Viste sport.basurero: 50 años.indigentes: Sin edad representativa. Una apariencia de eternidad.ella: 30 años, compañera de él.

EscenografíaAl fondo un jardín con flores de diferentes espe-cies, guardadas en una alambrada. Hacia abajo se encuentra la banqueta continua en todo el es-cenario que nunca deberá ser en su ancho mayor de dos y medio metros; ya que en ella se desa-rrollan todas las acciones; en un extremo, sobre la banqueta está una cabina de teléfono público.

Page 88: Para Lerr de Boleto 9

88

hombre: ¡Hola! Sí reina soy yo… ¿Cómo que por qué te digo reina? Es que para mí lo eres… Es cierto sólo te he visto una vez, anoche; pero fue suficiente… ¿no crees en el amor a primera vista?... Para mí no ha sido necesario pensar en creer o no, desde anoche lo vivo… (Mientras el hombre habla, él, a su lado esperando turno, se molesta primero, se interesa discretamente después y reacciona de diferentes maneras a la parte del diálogo que escucha; se rasca la cabeza,

Un solo de teléfono

Bajo la banqueta en proscenio un espacio sufi-ciente para que cruce y trabaje el basurero.

AmbienteSon cerca de las nueve de la mañana en los vi-veros de Coyoacán. El tráfico es exagerado. Al abrir el telón se escucha un crescendo de moto-res en funcionamiento, bocinazos a discreción e improperios esporádicos. La escena está vacía. Poco a poco reduce el sonido de motores, boci-nazos e improperios hasta quedar sólo como un fondo de ambientación. Del lado contrario a la cabina aparece él caminando hacia el teléfono, cuando está a punto de llegar del otro lado llega un hombre y de inmediato toma el aparato, des-cuelga, deposita una moneda, marca un número y espera contestación.

Page 89: Para Lerr de Boleto 9

89

ve su reloj pulsera, cambia de mano el portafolio, se pregunta a sí mismo y gradualmente se va des-esperando.) …Sí, sí estoy de acuerdo contigo, si lo que a ti te está sucediendo ahora, me hubiese su-cedido a mí antes quizá reaccionara igual que tú, pero desde hoy no puedo y quiero que lo entien-das reina… Está bien, ya no te diré reina. Quie-ro decirte que desde anoche, amor mío… claro que sé cómo te llamas, pero para mí eres algo más que simplemente fulana… No, no te enojes, ya no te voy a llamar de ninguna forma por lo pronto, aunque así lo dicten mis sentimientos … No, por tu nombre no… No es feo, claro, cómo crees; es más me parece metafórico… Sí, sí, raro; pero es que la metáfora es original y en ciertos momentos o de primer golpe puede parecer raro, pero si lo analizas detenidamente, con interés o más bien con amor, te darás cuenta de que no es raro sino poético…

Bueno, es que la metáfora es poética… Mira para que lo entendamos mejor es necesario plati-carlo más a fondo, qué te parece si vamos a tomar una copa hoy…yo también estoy cansado, pero hoy no vamos a cansarnos, será una tranquila plática sentados frente a frente con una mesa de por medio… No nos desvelaremos, te prometo que antes de las once estarás en casita… correcto ya lo prometí; paso por ti a las seis… entonces a

Felipe Galván

Page 90: Para Lerr de Boleto 9

90

las seis nos vemos, ¡Chao amor!... Perdón, des-pués lo discutimos.

(Cuelga el teléfono, suspira y se va. Él toma el teléfono y con rapidez se comunica.)

él: Sí señora, soy yo de nueva cuenta… Enton-ces ella ya salió… Media hora en Metro… bueno pues entonces no debe tardar… el carro está aquí a dos cuadras de los Viveros… ya lo dejé con el eléctrico, dice que se tardará una hora. El proble-ma es el dinero, yo me vine sin la cartera…Qué bueno. ¿No sabe si ella habló con el director?... Me esperaba a las ocho y ya casi son las nueve… Bueno, entonces voy a hablar de nuevo… ¡Gra-cias señora! Nos vemos en la comida. (Cuelga el teléfono).

(Se pasea por el escenario buscando a lo lejos la llegada de ella. Ve su reloj. Juega con la ansie-dad. Es evidente que ella no llega. ÉL mani-fiesta cierta tensión. Aparece en el lado contra-rio a la cabina un basurero que barre la calle, empuja un carro de basura en el cual deposita lo barrido. El trabajo es lento. él ve el basurero y no le presta atención. El basurero no se en-tera de la presencia de él, el trabajo lo absorbe. él va a la cabina, descuelga el aparato, se busca

Un solo de teléfono

Page 91: Para Lerr de Boleto 9

91

una moneda y no encuentra, cuelga el teléfono, ve nuevamente el basurero y se dirige a éste).

él: ¡Buenos días señor!basurero: (Sin dejar de trabajar). Buenos.él: Disculpe, tengo que hacer una llamada ur-gentemente y me he quedado sin monedas. ¿Po-dría cambiarme un peso?basurero: No tengo.él: Aunque sea una moneda, le doy un peso por ella.basurero: Ni una. En la esquina hay una tien-da.él: Sí pero está cerrada. Yo pensaba que usted…basurero: No, a estas horas no he cobrado cuotas.él: Lástima, ni modo. Gracias.basurero: (Que no ha dejado de trabajar). Ahora sí que de qué.él: Disculpe.

(él se retira nuevamente a pasear por el esce-nario en espera de ella, lanza vistazos a uno y otro lado con resultados negativos. El basure-ro continúa su trabajo. Finalmente ÉL se va a recargar en una cabina. Por ese lado aparece un indigente, camina lento, como si el cuerpo le pesara lo doble. Cruza el escenario con cara de

Felipe Galván

Page 92: Para Lerr de Boleto 9

92

sufrimiento. Cuando está a punto de abandonar la escena se detiene, las piernas se le doblan, cae y es presa de un ataque epiléptico. ÉL y el basu-rero se han dado cuenta y con sorpresa extre-ma lo observan.)

él: Parece epilepsia.basurero: Sí, le dio un ataque.él: Son peligrosos, se puede ahogar.basurero: ¿No trae unas pinzas?él: No, ¿para qué?basurero: Para evitar que se ahogue. Se le jala la lengua con las pinzas y así no se la traga.él: Sí ya me acuerdo. También se puede utilizar una cuchara. Se le detiene la lengua en la boca presionando hacia la parte inferior.basurero: ¿Usted no trae cuchara?él: No.basurero: ¡Ay, caray!... Yo tampoco.él: ¡Hay que hacer algo!basurero: ¡Sí! ¿Pero que?él: Voy a conseguir monedas. (Corre para sa-lir.)basurero: ¡No! ¡Espere! (ÉL se detiene) ven-ga.él: (Regresando de prisa.) Tenemos que hablar rápidamente.basurero: Por eso, aquí traigo cuatro; tome.

Un solo de teléfono

Page 93: Para Lerr de Boleto 9

93

(Le da las monedas.)él: (Va al teléfono y a medio camino se detiene y ve con extrañeza al basurero y a las monedas. Éste se da cuenta e intenta reiniciar el trabajo.) Oiga…basurero: (Apenado.) Es que… Las tenía …Al rato… ¡A la mejor se ofrecían! (ÉL mueve la ca-beza y sonríe maliciosamente.)basurero: Además viene borracho.él: ¿Borracho?basurero: ¿Qué no sintió el aliento cuando pasó por aquí? él: Nobasurero: Pues yo sí y era fuerte.él: Pues borracho o no ese hombre necesita aten-ción médica. Voy a llamar a la cruz roja.

(él va al teléfono, busca el número de la cruz en la calcomanía, la encuentra, toma el auricular, deposita una moneda y marca el número)él: (Al teléfono.) Bueno, si ahí deseaba comu-nicarme… Se trata de una emergencia médica… No, no fue accidente. Se trata de un enfermo en la vía pública… Aquí en la afueras del Vivero de coyoacán… Sí, mire, pasó junto a nosotros y a los pocos metros cayó y le inició el ataque que aún sigue… ¿Cómo? ¡Ah!, sí, es epilepsia… ¿Por qué no se atiende ese tipo de problemas? ¿Entonces

Felipe Galván

Page 94: Para Lerr de Boleto 9

94

qué se puede hacer si la cruz no atiende?... No tiene seguro médico, es un indigente… Sí, claro, cualquier otro lado menos con ustedes.

(Cuelga la bocina. Abatido ve al indigente, le llama la atención algo y lentamente se le acerca.)

él: ¡Oiga! ¿Ya lo vio?basurero: (Sin moverse de su lugar.) Sí, ya ba-bea.él: ¿Qué ya lo vino a ver hasta acá?basurero: No, pero se le nota desde acá. (Pau-sa.) Además ya lo conozco bien.él: ¿Qué, los ve seguido?basurero: Antes sí, a cada rato. Ahora ya no tanto, se le va a pasar.él: ¿Por qué lo cree?basurero: Porque siempre se le pasa, así es eso.él: Habla como si tuviera una gran experiencia.basurero: Tengo un hijo igual.él: ¿Epiléptico?basurero: Sí. (Pausa.) Antes se me ponía así cada rato. Desde chico tiene esa cosa y le daban los ataques. Al principio su madre y yo nos pre-ocupábamos mucho; aunque siempre se le pasa-ba, nos impresionaba lo feo que hacía. Después lo empezó a ver el médico y ya me lo controló desde

Un solo de teléfono

Page 95: Para Lerr de Boleto 9

95

la primera vez que lo vimos, me dijo que no se podía curar del todo, pero que sí lo controlaría y así está hoy mi hijo; muy bien controlado.él: ¿Qué edad tiene su hijo?basurero: Veintitantos y hace más de diez que lo controlan. Es mecánico. A veces en las maña-nas se siente mal. ¡Como que su organismo le avisa que lo atacará el mal!él: ¡Oiga! ¿Y su hijo lo controlan en el seguro médico?basurero: No, señor, a mi hijo lo controla un médico que hace medicina de a de veras. Es un amigo de la familia.él: Se lo pregunté porque me dijeron que habla-ra al seguro médico.basurero: Ahí no le hacen caso ni a los que tienen papeles. Este hombre no creo que tenga.él: Eso le dije. (Pausa.) ¡Vamos a hablar a la cruz verde!basurero: Mejor a otro lado. Ahí son iguales que en la cruz roja.él: Cierto. (Pausa.) ¿Oiga y si hablamos a Salu-bridad?basurero: Ándele, eso puede ser lo adecuado.él: ¿Sabe el número del Centro de Salud?basurero: No, pero… pregúntelo a informa-ción.

Felipe Galván

Page 96: Para Lerr de Boleto 9

96

(él va al teléfono, descuelga, deposita una mo-neda y marca.)

él: Buenos días señorita, me podría dar el núme-ro del Centro de Salud más cercano a los Viveros de Coyoacán… Si estoy en una caseta… Gracias, la espero. (Al basurero.) ¡Por favor un papel!basurero: No tengo.

(Saca de su portafolios con mucha dificultad. El basurero no atiende ni ayuda. Vuelve a ba-rrer.)

él: Si, señorita… Listo, démelo. (Apuntando.) Sí, ya lo tengo. Gracias. (Cuelga.)

(Descuelga, pone otra moneda y mar el núme-ro)

él: Bueno, ¿Centro de Salud?... Se trata de una emergencia médica. Estamos con un enfermo en la vía pública… Aquí en los Viveros… Es un epi-léptico… ¿A sólo tres calles del Centro? ¡Ah, no tiene transporte…! ¿El hospital de indigentes?... Sí, dígame el número por favor, yo apunto… Co-rrecto. Voy a hablar allá pues aquí no tenemos transporte… Claro, sólo tres calles no es mucho, pero con enfermo… Bueno, sí si conseguimos

Un solo de teléfono

Page 97: Para Lerr de Boleto 9

97

transporte llegamos ahí. Muchas gracias. (Cuel-ga).basurero: (Dejando de barrer.) No mandan un carajo ¿verdad?él: No. Pero está aquí a tres calles, podemos lle-varlo en un taxi.basurero: ¡Uh!, no. Ninguno va a querer.él: Y mi carro estará listo para dentro de una hora…basurero: Mire, ya no se preocupe tanto, este borrachito dentro de poco…él: (Que no ha prestado atención, interrumpe.) ¡Queda una última posibilidad! Es cosa de pro-bar. Tal vez funcione.basurero: ¿Qué cosa?él: El hospital de indigentes.basurero: Pues hable…

(él va nuevamente al teléfono lo descuelga y de-posita la moneda. El aparato no da señal de mar-car, ÉL cuelga y descuelga varias veces; cada vez más desesperado: Golpea el aparato y después de llegar al clímax de su desesperación, cuelga.)

él: ¡Se tragó el veinte!basurero: Pues échele otro.él: Ya no tengo más. Présteme uno.basurero: Se los di todos.

Felipe Galván

Page 98: Para Lerr de Boleto 9

98

él: (Amenazante.) ¿Seguro?basurero: ¿Y por qué lo iba a engañar por se-gunda vez?él: Porque me engañó la primera.basurero: Eso fue antes de que pasara lo que pasó. Las monedas las tenía para una emergencia y cuando se presentó pues usé todas.él: Discúlpeme, ya me desesperé por la falta de posibilidades.basurero: Se nota.él: Tampoco se está burlando.basurero: Tranquilícese amigo, tómelo con calma. No se exalte.él: ¿Qué usted no se siente impotente?basurero: ¿Por qué? Ya hicimos todo lo que se podía hacer, ¿no? Malo que no hubiésemos he-cho nada.él: Pero el hombre sigue ahí pese a nuestra “bue-na voluntad”.basurero: Ya se le pasará. Se lo he dicho. Así es esto.él: ¿Cómo puede ser posible que pase esto aquí? Se supone que estamos en el lugar más avanzado del país. Aquí deber haber de todo.basurero: Sí, hay de todo pero va dando vuel-tas. (Saca un moño de regalo del bote de la ba-sura.) ¿Ve esto? Ayer adornó un aparador y en-volvió el corazón de alguien que llevó un regalo

Un solo de teléfono

Page 99: Para Lerr de Boleto 9

99

y ahora mírelo. (Lo arroja al bote.) ¡Un vulgar desperdicio!él: (Casi molesto.) Eso es un papel y éste es un hombre.basurero: Pero es lo mismo. El papel en vein-ticuatro horas y el hombre en más tiempo, pero al final del carrito pasa por todos.él: Óigame, óigame, un cadáver no se va en el carro de la basura.basurero: No, se va en carroza, ¿y qué es una carroza? Un carro de basura elegante.él: (Agresivo contenido.) Qué forma tan super-ficial de analizar la vida.basurero: Mire, no estoy para aguantar recla-mos. Tengo que cobrar cuotas ante de que llegue el inspector. ¿Y si me viera aquí con usted y este pobre? (Pausa.) No, no, no, se me arma. ¡Adiós! (Empuja el carrito fuera de escena y sale.) él: Adiós. (Sarcástico.) Que le vaya bien.

(él ha quedado solo con el indigente. Se pasea nervioso por la escena. Va al teléfono, se acerca al hombre, busca en la lejanía la llegada de ella. Por fin, al cabo de unos momentos, ella llega y entra por el lado donde está el indigente. Finge no verlo. él va hacia ella y se encuentran que dando él de frente a ella de espaldas al en-fermo.)

Felipe Galván

Page 100: Para Lerr de Boleto 9

100

ella: ¡Hola mi amor! ¿tienes mucho tiempo es-perando?él: Sí, pero hablé con tu mamá y…ella: ¡Qué bueno! ¿El carro ya está listo?él: No, aún tardaráella: Pues vámonos en taxi, te esperarán hasta las nueve treinta.él: Mi amor. (Señalando el enfermo.) ¿Lo vis-te?ella: (Con asco.) Sí, pero no me hagas volver a verlo.él: Traté de hacer algo. Pero no pude.ella: Está bien, ya vámonosél: Préstame un veinte para hablar por teléfo-no. ella: ¡Mi vida! Te están esperando y es la única oportunidad.él: Un minuto solamente. Hablo al hospital para que manden ambulancia. ella: No hay tiempo, es allá o acá y tenemos un año esperando aquello. No lo puedes echar a perder por otra situación en la cual no tienes nada que ver.él: Por tu vida. Es un acto elemental, de huma-nidad.ella: Está bien, voy a buscar. (Abre la bolsa, busca rápidamente y cierra.) No, no tengo. él: Busca bien.

Un solo de teléfono

Page 101: Para Lerr de Boleto 9

101

ella: (Gritando.) ¡Taxi! (A él) Ya paró, vámo-nos.él: No nos podemos ir así.ella: ¡Apúrate! él: El carro.ella: Después venimos por él.él: El enfermo, hay que comunicarse.ella: De allá hablas. (Lo empuja.)él: (Saliendo y viendo hacia atrás.) Pero…ella: ¡Corre!

(Salen ambos. El enfermo queda solo tirado en el suelo. Desaparece la luz ambiental y un cenital sobre el cuerpo convulsionado es lo único que queda. El crescendo de bocinazos y ruidos de motores automovilísticos vuelve a llenar la sala hasta el clímax, mientras el telón se cierra lenta-mente.)

Felipe Galván

La obra de Felipe Galván fue tomada de Art Teatral. Cuaderno de minipiezas ilustradas. Año IX, Número 9, 1997. Valencia España.

Page 102: Para Lerr de Boleto 9

102

Felipe Galván(México, D. F., 1949)

Dramaturgo, novelista e investigador; se inició en el Teatro en 1967 en la sep, después ha reali-zado teatro universitario (ipn, uag, uap, uv, ui) y comunitario (colonia Pantitlán, Sindicato de la sarh y la Región de los volcanes), popular y profesional.

Ha escrito para el cleta, el faro y el ipn, aunque no sería sino hasta 1975 cuando inicia su carrera de dramaturgo profesional con La historia de Miguel. Desde entonces ha escrito alrededor de medio centenar de obras teatrales, destacando Colorín colorado… este cuento no ha acabado (Premio Nacional de Teatro Infantil, inba 1983) y Moros y cristianos (Premio Nacio-nal de Dramaturgia Wilberto Cantón, 2005).

Parte de su obra ha sido editada en Cuba, Argentina, España, usa y México.

Fue becario del Sistema Nacional de Crea-dores de Arte, de 1993 a 2000. Y como antolo-gador resaltan sus compilaciones: Teatro del 68, Teatro, mujer y país y Teatro, mujer y Latino-américa.

Se considera discípulo del recientemente fa-llecido dramaturgo Emilio Carballido.

Page 103: Para Lerr de Boleto 9

103

El huerfanito

Juan Tovar

Fue casi el último en salir de la oficina. Al checar su tarjeta repasó la cuenta de sus horas extra y una cálida anticipación hinchó su pecho. Todo parecía indicar que a fin de quincena tendría con qué pagar los plazos que se le vencían, e incluso algo más –que podría acrecentarse, quizá, de lo-grarse la prórroga de uno o dos plazos, y entonces invertirse a plazo fijo o bien en acciones, aunque dicen que allí es como jugarle a la lotería: espe-culas, y en una de ésas te falla la especulación. Pero no es tan juego de azar. Sabiendo aconsejar-se, puede rendir.

Así razonaba todavía al descender los pel-daños. Pisando la acera, cambió. Más serio, más erguido, libre de toda ensoñación, echó a andar entre las luces, los coches, la gente. Sorteaba los encuentros dándose su lugar, impávido y dúctil a

A Humberto

Page 104: Para Lerr de Boleto 9

104

la vez –dispuesto a ceder pero no adelantándose a hacerlo. Las calles del centro eran, a esa hora, propicias para realizar sin fatigas ese ejercicio: ni demasiado llenas ni demasiado solitarias. Perio-diqueros todavía, voceando noticias ya marchi-tas, y desde luego vendedores de lotería: es uno de ellos, el clásico lisiado (imagínatelo como quieras), quien logra interceptar a nuestro perso-naje, captar por un instante su atención:

–En siete, jefe, en siete. Órale, es el huerfa-nito.

Miró por un instante los billetes coloridos que el lisiado le extendía (con su única mano, si lo imaginaste manco). No alcanzó a titubear. Sólo negó, como quien se espanta una mosca, y apretó el paso dejando atrás al cojo (si así lo ima-ginaste). Llegó sin más peripecia a la entrada del subterráneo y por ella se introdujo aprestando su boleto.

Ahora desciende y no teniendo que mover-se, pues la escalera es eléctrica, se permite un res-piro. Se irrita al notar en su memoria la persis-tencia del colorido de los billetes de lotería. Se apacigua saltando de allí a la sobria apariencia de ciertas acciones que alguien le mostró alguna vez. Decididamente, la especulación no es lo mismo que el azar en bruto, inhumano. Hay manera de saber, hay quien puede aconsejar (aquí una ima-

El huerfanito

Page 105: Para Lerr de Boleto 9

105

gen de aquel que le mostró aquellas acciones, si es que le ha ido bien); él mismo tiene alguna idea porque le ha dado por leer la sección financiera del periódico, pero no se atreve a considerar que ya entiende lo bastante. Lo mejor, sin duda, es asesorarse.

Había poca gente en este andén, una poca más en el de enfrente. Entre ambos repechos de mosaico, luz de neón y carteles coloridos, pasaba el túnel a perderse, a diestra y a siniestra, en la oscuridad. Y uno mira los carteles, mira lo oscu-ro por no detenerse en los rostros grises, trasno-chados, y al cabo se atisba una luz. El tren venía ya: qué suerte. Pronto estaría en cama, frente a la televisión, con una taza de té o quizá se permi-tiera una copa, ¿por qué no? Nada es malo con moderación, dicen. ¿Nos tomamos otra? Ánda-le, y te sigo platicando, como dijera el hombre que miraba a los comejenes. Por cierto, ¿tú has visto alguna vez un comején? Capaz que se han extinguido. Sólo las cucarachas (ahí va una) so-brevivirán, dicen, hasta a la guerra atómica; pero por lo pronto, aquí, su mayor preocupación es sobrevivir al sexenio.

A todo esto, ¿nuestro personaje? Ahí lo te-nemos, instalado a sus anchas (prudentes, por lo demás) en el tren, mirando por una ventanilla. Mira el andén de enfrente. Se permite alguna

Juan Tovar

Page 106: Para Lerr de Boleto 9

106

curiosidad por la gente que lo puebla, ahora que está por perderla de vista. Nada de cuanto ve lo impresiona lo bastante para subsistir cuando el tren se adentra en el túnel; recurren en cambio los colores de la lotería. Ahora no lo irritan: el paso al tema de las acciones, que tanto lo ocupa, es automático; pero la irritación, por así decirlo, da la vuelta y se inmiscuye en sus razonamientos envuelta en el recuerdo de su padre, que descreía de los documentos en general. Constante y so-nante, era su estribillo, y si aún viviera sin duda se lo cantaría junto con alguna estrofa sobre el ensueño de las cifras: puras bolas para embrollar pendejos, mi hijo. Pero ya son otros tiempos, vie-jo, son cifras no monedas, es el progreso y ahí vamos, ahí voy, tengo futuro y a mí me lo debo. Tú, que tanto hablaste de heredarme sentido co-mún, no entenderías lo que ahora sucede. Segui-rías queriendo guardar el dinero en el colchón y no podrías acumularlo al ritmo en que se deva-lúa; cada vez tendrías más y serías más pobre. Ya es otro mundo: no es el tuyo, es el mío y a nadie lo heredo, conmigo se acaba.

Nuestro personaje, en efecto, no tiene des-cendencia ni para cuándo tenerla. Vive solo, con dignidad pero con economía. Planifica su vida y ahí la va llevando: ¿para qué querría echarse encima mayores responsabilidades? Cierto que

El huerfanito

Page 107: Para Lerr de Boleto 9

107

entre sus planes figuró tiempo atrás, y no ha sido formalmente descartado, el de tener fami-lia; pero ahora comprende que se trata de una empresa quizá demasiado ambiciosa y, a fin de cuentas, prescindible. También allí hay mucho azar: ¿quién te garantiza que tal o cual mujer sea la que te conviene, el adecuado receptáculo de tu semilla? Todos hemos visto, a esta edad de nuestro personaje, parientes o amigos abruma-dos por maritales incompatibilidades o, peor to-davía, defraudados en sus hijos. Con el progreso, desde luego, habrá de llegar el día (y está cerca, pero no lo veremos) en que minuciosos estudios biogenéticos permitan determinar de antemano la conveniencia o inconveniencia de cada mari-tal unión: la computadora dirá quien con quien, y todos felices.

Enternecido por la remota perspectiva, dejó divagar la mirada por el vagón medio vacío hasta detenerla, fatalmente, en la clásica belleza, una muchacha sentada en una banca lateral. Imagí-natela como quieras, pero con ojos negros. No tiene que ser precisamente bella; es más bien que algo tiene, algo interno que de pronto aflora en su expresión, como ahora que se encuentra sere-na y abstraída. La contempló unos segundos an-tes de que ella, sintiendo la mirada, la devolvie-ra, y él entonces apartó la suya. Entraban en una

Juan Tovar

Page 108: Para Lerr de Boleto 9

108

estación y los colores de un cartel le recordaron la lotería. Retomó entonces, con aire decisivo, el hilo de su especulación: a fin de quincena ten-dría que estar lo bastante al tanto del mercado de valores para saber si le conviene jugársela ahí o sí de piano se va a lo seguro del plazo fijo. Des-de luego, antes de hacer la inversión tiene que ver de acrecentaría dejando de pagar esto o aquello, lo que más fácil resulte. ¿Cuánto podría salir siendo en total?

Dejemos al personaje ensimismarse solo en sus cálculos, pues las cifras que maneja nada nos dirían, y limitémonos a acotar que antes de ini-ciarlos (el tren vuelve a ponerse en marcha) lanza un reojo a la banca lateral y constata que la mu-chacha sigue allí, nuevamente abstraída. Ni po-dremos figurarnos cómo, en lo más nutrido de su propia abstracción, el hombre vuelve de nue-vo los ojos en esa dirección y encuentra unos ojos que lo miran. Una sonrisa se esboza; algo quiere despuntar. Fiel a sí mismo, nuestro personaje se esquiva, rehuye, Ignora; pero aquellos ojos ne-gros persisten, insisten, acechan. Reblandecido, abandona al cabo sus cálculos y trata de recordar algo que hace mucho leyó sobre el amor a prime-ra vista, esa pintoresca superstición del azar– no es eso, era otra cosa. Todo el tiempo hace tiempo, aplaza el momento de buscar de nuevo esa mira-

El huerfanito

Page 109: Para Lerr de Boleto 9

109

da. Y espera hasta el último instante, cuando el tren ya se detiene en su estación y él se moviliza para descender.

La busca y la encuentra: un segundo, un destello, cosa de nada. Ni tiempo de recapacitar en la profundidad de aquellos vívidos círculos de negrura hasta que ya en el andén, yendo hacia la salida, le sobreviene el recuerdo que no hallaba: el ser futuro que se presiente y se quiere en el en-cuentro de dos predestinados el uno para el otro. Sin saber bien qué hacía, dio la vuelta, desandó; ya las puertas se cerraban y el tren echaba a an-dar. Se quedó ahí parado, mirándolo perderse en lo oscuro del túnel. Siempre fuiste muy pendejo, mi hijo.

Esa noche bebió seis copas: casi su ración de la semana. Y, viendo en televisión una película, halló ocasión de conmoverse casi hasta las lágri-mas por un personaje enteramente secundario.

–¡Pobre huerfanito! –musitaba–. ¡Pobre huerfanito!

Pero se adormeció haciendo cuentas, y otro día casi no se inmutó al enterarse de que la lote-ría había caído en siete. Errar es de humanos; a una computadora no le habría pasado. ¿O tú qué piensas?

Juan Tovar

El texto de Juan Tovar fue tomado del libro Memorias de apariencias, Ed. Cal y Arena, México, 1989.

Page 110: Para Lerr de Boleto 9

110

Juan Tovar(Puebla, Pue., 1941)

Realizó estudios de Ingeniería Química en la Universidad Autónoma de Puebla y de Literatu-ra Dramática en la Universidad Nacional Autó-noma de México. Ha ejercido la docencia en el Instituto Politécnico Nacional, Centro Univer-sitario de Teatro, Centro de Experimentación Teatral y Centro de Capacitación Cinemato-gráfica. Fue jefe de redacción de Diorama de la Cultura y ha colaborado en las principales publi-caciones literarias.

Ha escrito: Hombre en la oscuridad (1965), Los misterios del reino (1966), La plaza y otros cuentos (1968), De oídas (1973), El lugar del cora-zón (1974), Criatura de un día (1980) y Memoria de apariencias (1989).

En teatro: Coloquio de la rueda en su centro (1970), La madrugada (1979), Las adoraciones (1981), El destierro (1982), Cura de locura (1982), Muera Villa (1985), Luz del Norte (1989) y Fort Bliss, agonía de Victoriano Huerta (1993).

Ha sido becario del Centro Mexicano de Escritores y del Fonca, así como miembro del Sistema Nacional de Creadores.

Page 111: Para Lerr de Boleto 9

111

Desde que entré a la escuela primaria mi pasión fue la lectura. Tuve por fortuna a un tío sabio y muy afecto a leer todo lo que caía en sus manos, lo mismo libros que revistas o periódicos, sin fal-tar las historietas. Mi tío Beto (siempre lo llama-mos así y nunca supe si era Humberto, Alberto o Ruperto) tenía predilección por la historia y la literatura, y, dentro de la segunda, le encantaban los libros de viajes y aventuras. Cuando llegaba a la casa de mi tía Margarita, prima hermana de mi tío Beto, quien terminó siendo un viejo solterón y gradualmente fue perdiendo la vista por una enfermedad, lo primero que hacía era buscar en la recámara del buen señor el cúmulo de revistas y libros que en perfecto desorden se encontra-ban lo mismo abajo del colchón que en el buró y sobre el chifonier. Para mí era más fácil leer las

Una aventura inolvidable

Arturo Trejo Villafuerte

Para Tisbe y Trilce, lectoras.Para mis compañeros de la Secun 93.

Page 112: Para Lerr de Boleto 9

112

revistas ilustradas y las historietas, porque los di-bujos y fotografías ayudan a comprender lo que estamos leyendo, pero llega un momento en que la letra lo dice todo y además nos hace imaginar-nos más cosas.

Mi tío siempre me hacía preguntas de histo-ria, sobre todo de la Revolución Mexicana, pero en general se concretaba a fechas y a ciertas ba-tallas relevantes. En cambio cuando él hablaba de los viajes que había hecho (o de los que inven-taba, que era lo más seguro, ya que después supe –muchos años después– que nunca salió de esa encerrada casona de la colonia Bondojito) todo cambiaba: lo mismo me sumergía con su charla en la selva virgen de Chiapas que en los rápidos del río Usumacinta; luego íbamos, con sus pala-bras, hasta las infernales arenas del desierto de Sonora, donde en mulas y caballos mi tío Beto se había dedicado a traficar con armas durante la Revolución.

Mi tío llenaba mis tardes de parajes insos-pechados, de andanzas inauditas y de plácidos campamentos al lado de ríos y lagunas agitadas. Pero conforme crecí y fui leyendo más, compren-dí que no había más mundo por descubrir y mi idea, siempre acariciada y vuelta a soñar, era in-ternarme en alguna selva virgen y poder descu-brir nuevos territorios... Pero todo estaba ya des-

Una aventura inolvidable

Page 113: Para Lerr de Boleto 9

113

cubierto, ya ni siquiera podía ser pirata como los que pintaban Robert Louis Stevenson o Joseph Conrad, porque las leyes lo prohibían. Bueno, mucho menos darse de alta en un barco para re-correr el mundo, puesto que las naves modernas ya no necesitan grumetes y también existe una legislación que prohíbe a los niños trabajar. Con las charlas de mi tío en mente y los cientos de relatos que ya había leído a mis doce años, entré a la secundaria 93, ubicada en San Pedro el Chi-co, cuya parte oriente daba al Gran Canal del Desagüe, el cual, al menos para mí y mientras no fuera mediodía y comenzara el aroma a pútrido, era un gran río que circulaba magnífico y lento rumbo al mar.

Sabía que el Gran Canal se iniciaba por el rumbo de San Lázaro, ya que una sobrina de mi abuelo Francisco vivía por esos rumbos de la lla-mada colonia Juan Polainas, donde decían que asaltaban a la gente y luego la aventaban al ca-nal para que sus cuerpos fueran encontrados por otros lados. Pero eran los años 60 y el Canal ni siquiera venía tan contaminado, se comenzaba a formar la colonia Nueva Atzacoalco, a donde nos habíamos ido a vivir, y en la colonia San Felipe de Jesús apenas comenzaba a aparecer una que otra casa. Nuestras caminatas de niños y de ado-lescentes eran por los rumbos donde ahora está

Arturo Trejo Villafuerte

Page 114: Para Lerr de Boleto 9

114

la Unidad Aragón, el zoológico y el lago, que en esos años eran puros llanos, por un lado, y por el otro un bosque que llegaba al pueblo de San Juan. Pero el canal era la línea divisoria entre el mundo conocido y el por conocer. Muchas veces lo cruzamos por unos anchos tubos que eran los únicos posibles puentes en muchos kilómetros a la redonda. Ahí también corría el rumor, sobre todo por el lado de la colonia Malinche, de que asaltaban y ahí aventaban a la gente. Lo cierto es que nunca vi nada semejante, aunque sí me tocó ver perros muertos y, en una ocasión, a unos me-tros del canal y donde después se levantaría mi secundaria, en lo que ahora es Avenida San Juan, a un hombre muerto y con las tripas de fuera. Es como si lo siguiera viendo, por más que mi papá trató de evitarlo: tenía un pantalón gris oxford y una chamarra de cuero, estaba abotagado y de su cuerpo ya se desprendía un olor nauseabundo. “Seguro que lo acuchillaron”, dijo mi padre, y se-guimos con nuestro paseo en bicicleta. Ni espe-ranzas de que apareciera un policía o una patru-lla; sencillamente ahí, sobre todo en las noches, era una zona sin ley.

Pero a mí me seguía intrigando el canal. Por lo que comencé a leer supe que se unía con el río Tula en las proximidades de Zumpango, don-de había un corte hecho en épocas de Porfirio

Una aventura inolvidable

Page 115: Para Lerr de Boleto 9

115

Díaz, para facilitar la bajada de las aguas negras y juntarlas con la corriente del río. Luego vi unos mapas donde el río Tula se agrega a otro llamado Moctezuma y luego éste a otro llamado Tamesí, el cual descarga sus aguas al mar entre el rumbo de Veracruz y Tamaulipas. Por suerte para mí, me tocó estar en un salón que quedaba al final del pasillo, cerca de la calle y frente al canal. Cuando el maestro de química o la maestra de biología comenzaban sus largas y aburridas disertaciones, lo mejor era posar la vista en la corriente y dejar-la irse a navegar hasta llegar a los cauces de los otros ríos y luego al mar, al grandioso profundo mar. En una ocasión, por estar echando relajo, el maestro de literatura, Samaniego (Samacie-go para los cuates), nos sacó de clase y no hubo más remedio que irnos a la zona de talleres, de ahí brincarnos e irnos a comer unas memelas a Saint Peter Small (léase San Pedro el Chico). Comenzamos a platicar Salo, el Amor, Eutiquio (para qué quería un apodo si con ese nombre ya lo tenía), el Pelus, Monserga, Marquet y yo so-bre las cosas que nos gustaría hacer. Cada uno explicó sus más aviesos o queridos motivos para hacer ciertas cosas que iban desde las fantasías eróticas con amigas, vecinas y primas, hasta con-seguir una bicicleta o viajar a una playa. En esa misma plática planteé la posibilidad de realizar

Arturo Trejo Villafuerte

Page 116: Para Lerr de Boleto 9

116

esa travesía acuática y, ¡claro!, las bromas no se hicieron esperar: “Sí, nada más que con tanques de oxígeno, porque hiede a rayos”, “No juegues, yo ni siquiera sé nadar”.

Pero a los 12 años en cada adolescente se es-conde un justiciero, un soñador o un intrépido aventurero. Mitad en cotorreo, mitad en serio, los muchachos se propusieron acompañarme en esa aventura que, hasta donde yo sabía, nadie ha-bía realizado antes.

Por principio de cuentas, sonsacando a la maestra de geografía, comenzamos a consul-tar mapas hidrológicos de la República, pero en ellos no venía el canal, aunque eso no frenó nuestros ímpetus aventureros. Supimos por los libros del corte de Nochistlán en dónde, posible-mente, habría una caída, luego revisamos que no hubiera presas construidas para frenar el caudal de los ríos que íbamos a usar en nuestro recorri-do. Como no había fotocopias, el Amor (que por cierto le decíamos así porque si le quitábamos los lentes no veía nada y como decían que el amor era ciego...) se encargó de hacer copias con papel calca de todos los tramos de ríos que utilizaría-mos. Mientras tanto el Pelus consiguió una balsa de regular tamaño que había pertenecido a uno de sus tíos cuya diversión era ir al río Balsas a na-vegar; por su parte Salo y Eutiquio comenzaron

Una aventura inolvidable

Page 117: Para Lerr de Boleto 9

117

a hacer robos “hormiga” en sus casas con produc-tos enlatados, además de hacer acopio de lo que nosotros habíamos hecho en las nuestras. Mar-quet, que vivía en República de Chile (sin albur), consiguió lonas a precios accesibles. El Kalimán, cuyos padres tenían una vulcanizadora, nos con-siguió cámaras de auto de medio cachete y nos las vendió muy baratas, pero no quiso ir con no-sotros porque no sabía nadar. Monserga, como vivía cerca del Canal y tenía un cuartito en la azotea de su casa, guardó todos los implementos necesarios para el viaje. Conseguimos también en nuestras casas envases grandes para depositar agua en ellos. En una tarde en que nos reunimos, comenzamos a desechar cosas supuestamente inútiles y luego hicimos una lista de otras que debíamos de llevar a fuerza: una bomba de aire, sobre todo por si la balsa se desinflaba ya que las cámaras, para que no hicieran bulto, las llevába-mos desinfladas; una navaja 007 con destapador y sacacorchos incluido, además de una brújula por si las dudas; ropa de mezclilla porque aguan-ta la mugre; sombreros o cachuchas para sopor-tar mejor el sol y, claro, los mapas, además de tres lámparas sordas para alumbrarnos en la noche.

Todo estaba preparado pero faltaban los grandes detalles de toda expedición adolescen-te: pedir permiso, escoger bien los días para no

Arturo Trejo Villafuerte

Page 118: Para Lerr de Boleto 9

118

faltar a la escuela y prepararse anímica y psico-lógicamente para efectuar la peligrosa aventura. Decidimos no pedir permiso, sino dejar cartas en lugares estratégicos donde decíamos que nos íbamos de vacaciones toda la bola de amigos, incluso con las direcciones de los otros en cada misiva particular, para que nuestros padres no se preocuparan. Pero ¡claro! nunca mencionamos a dónde ni por qué medio iríamos. Bonitos nos íbamos a ver regañados y sin permiso. Ya en una ocasión, cuando estaba en la primaria, se orga-nizó un campamento y mi papá no me dejó ir, y eso que iban los maestros, entonces terminé acampando en el patio de la casa, donde armé mi tienda de campaña y mi mamá me llevaba la comida a mis horas.

La salida tenía que ser de noche porque si lo hacíamos de día llamaríamos mucho la atención y no faltaría la gente caritativa que nos quisiera sacar del canal. Por si las dudas, el Kalimán vul-canizó la balsa y pintó los remos por el mismo precio ya que, bien lo dijo, “en esas aguas segu-ro que hay muchos ácidos y se pueden comer el hule”. Detectamos un lugar cercano a la casa de Monserga donde podíamos (así se dice en térmi-nos marineros) botar la balsa. Todo lo hicimos con sigilo y tuvimos suerte ya que el día que ha-bíamos decidido dar el primer paso, los papás de

Una aventura inolvidable

Page 119: Para Lerr de Boleto 9

119

Monser se habían ido a un bautizo y entonces no nos preocupamos de nada, hicimos el ruido que quisimos y los hermanos menores de Mon, por estar “clavados” viendo la televisión, ni siquiera le pusieron atención a nuestros movimientos. Inflamos la balsa y nos colocamos chalecos salva-vidas, los que los teníamos, los otros le echaron aire a sus cámaras. Acomodamos las cosas arriba y las aseguramos para que, en alguna voltereta, no nos quedáramos sin los sagrados alimentos. A las 19 horas del doce de octubre de 1967 nos hicimos a la aventura: soltamos las amarras de nuestra balsa bautizada con un sidral como La Niña y los siete comenzamos a remar con fuer-za y decisión. Pasamos el primer puente todavía con buena luz, pero decidimos encender las lin-ternas delanteras que habíamos asegurado con masking tape. Según nuestros cálculos, éste era el puente de San Juan de Aragón. Ahí consegui-mos una buena corriente que nos arrastró hasta donde se estaba construyendo otro puente: el de la San Felipe. Nuestra experiencia marinera se remontaba a remar en Chapultepec y alguna visita a Xochimilco, pero nada más, aparte de las docenas de libros sobre el mar y sus peligros es-critos por Salgari, Conrad y Stevenson.

Seguimos empujados por esa suave pero enérgica corriente, soportando el aroma pene-

Arturo Trejo Villafuerte

Page 120: Para Lerr de Boleto 9

120

trante del canal, semejante al que despedían de sus cuerpos el Pelus y el Amor cuando no se ba-ñaban en tres días y en eso sí ya teníamos expe-riencia. La Niña se deslizaba con fuerza cuando notamos que algo se había atorado en una de las llantas que llevábamos en los costados. Pese a que alumbramos con nuestras linternas, no le veíamos la forma al bulto que ahí se encontraba. “Se me hace que es un perro”, dijo Eutiquio, pero Marquet le comentó, como siempre riendo es-truendosamente, que más bien parecía un burro, sin ánimo de ofender a ninguno de los presentes. Por su avanzado estado de descomposición y por su tamaño, nadie quería mover al bulto ese, has-ta que comenzamos a echar disparejos para ver quién era el suertudo que realizaría semejante labor; le tocó al Amor, quien se quitó los lentes para no ver nada. Con fuerza jaló al bulto ese y, en efecto, se quedó con una pierna no de burro sino de un caballo que alguien aventó al Canal, en lugar de aprovechar la carne para hacer ham-burguesas o tacos al pastor, ya de perdis.

La obscuridad ahora era total. En las cerca de dos horas que llevábamos navegando, según mis cálculos ya debíamos haber llegado al Puen-te Negro, donde pasa la carretera a Pachuca y sí, en efecto, a lo lejos vimos la estructura. Sa-bía que nos acercábamos al tajo de Nochistlán,

Una aventura inolvidable

Page 121: Para Lerr de Boleto 9

121

pero ahí no sabíamos cómo estaría la corriente. Por lo pronto en ese lapso, habíamos sorteado los vertederos de aguas negras y productos de desecho de todas las fábricas de Xalostoc y Eca-tepec, las cuales eran verdaderos caudales llenos de espumas y grasas malolientes. Con la ayuda de los remos, nos seguimos impulsando has-ta que, de nueva cuenta, comenzó a ayudarnos una corriente fuerte y constante. Casi tres horas después, cuando ya eran casi las 12 de la noche entramos de lleno al tajo, el cual nos impresio-nó por su construcción que permitía la salida del agua de la meseta de Anáhuac, y tan salía el líquido que las lagunas del norte de la ciudad se desecaron. Pese a las descargas pestilentes de la zona industrial, al salir al campo el agua se acla-raba un poco y pudimos quitarnos los pañuelos de las narices, para poder respirar el aire frío y puro del descampado.

Decidimos que cuatro de nosotros dur-mieran mientras los restantes hacían guardia y controlaban la travesía con los remos de madera, desechos de Chapultepec y comprados por Mar-quet a un precio bajísimo. Nuestras linternas de proa alumbraban a escasos tres o cuatro metros cuando mucho, por lo que teníamos que estar al pendiente de los posibles desniveles o caídas. Ahí precisamente todos maldijimos por no llevar

Arturo Trejo Villafuerte

Page 122: Para Lerr de Boleto 9

122

una buena lámpara sorda que diera un haz po-tente, sobre todo al descubrir las primeras caídas fuertes donde seguramente se unía al Canal con el río Tula y que, al no verlas a tiempo, salimos todos salpicados de agua putrefacta, además de dar casi tres vueltas completas y perder un remo y una de las llantas que iba a los costados de la balsa. La cosa se complicó porque casi no veía-mos y comenzaba a soplar un aire frío que helaba casi los huesos y nos hacía torpes para remar. Ya controlada La Niña, con todos despiertos a bor-do, decidimos tomar un refrigerio. Por lo pronto el cauce se había ampliado de los casi seis metros de ancho hasta llegar a doce o veinte metros en algunas partes, lo que nos permitía maniobrar con más facilidad, además de que el agua ahora era menos densa y más fácil la navegada.

Comimos con muchas ganas y tomamos unas tazas de café caliente gracias al termo que, providencialmente, se le había ocurrido llevar a Monserga. Eran ya casi las cinco de la mañana cuando divisamos una ciudad grande, con sus luces de las calles aún encendidas y rodeada de la bruma que despedía el río: seguramente era Tula. ¿El río estaría ya aquí en la época de los Toltecas? ¿Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl se bañaría en sus, entonces, cristalinas aguas? Pasa-mos la ciudad sorteando los vertederos de las ca-

Una aventura inolvidable

Page 123: Para Lerr de Boleto 9

123

ñerías citadinas que envían sus cenegosos líqui-dos al río sin ningún tratamiento, propiciando la contaminación del agua. Pese a ello, y ya con-tando con la claridad del día, en algunas partes se veía la corriente fluir casi transparente. Con el amanecer todo cambió, incluso nos detuvimos en un paraje lleno de viejos ahuehuetes, cerca de Ixmiquilpan, en el estado de Hidalgo, para desa-yunar en toda forma. Como el Pelus había sido boy scout, supo hacer una buena fogata para asar salchichas y preparar un delicioso café negro. Luego de dormir algunas horas, con el sol pe-gando a plomo, decidimos seguir nuestra trave-sía. Conforme avanzábamos por el ahora ancho río, me imaginaba cómo sería hace cinco siglos, cuando los hñahñús pescaban en sus aguas y los chichimecas caras negras merodeaban por esta zona. Para evitar perjuicios como el de la ma-drugada, pensamos en que ahora la navegación se haría con la luz del día, lo que nos permitiría ahorrar baterías y ver con más claridad los ac-cidentes que se nos presentaban, sobre todo los troncos y rocas cruzadas, con las cuales tuvimos varios encontronazos sin graves consecuencias para la balsa.

En la noche encontramos un lugar tranqui-lo, donde la corriente fluía lenta y no nos costó trabajo deslizar a La Niña hacia la ribera. El Pelus

Arturo Trejo Villafuerte

Page 124: Para Lerr de Boleto 9

124

hizo una buena fogata ya que encontramos una buena cantidad de leña seca, lo único malo fue que Marquet, por estar de desmadroso, al echar-le petróleo a la fogata terminó agregándoselo a la sopa Campbell que ahí calentaba y prepara-ba con esmero Benito Monserga. Obviamente la sopa supo a rayos y centellas pero como teníamos hambre no quedó ni un mililitro. Al despertar descubrimos que nos habíamos dormido muy cerca de una gran cantidad de buitres carroñeros, los cuales, pegados a las gruesas ramas del árbol, parecían fantasmas oscuros o vampiros tene-brosos. La verdad es que daban miedo con sus ojos redondos y brillosos. Para variar, Marquet, con su humor negro inmediatamente comentó: “Como todos estamos muy apestosos y sudados, como olemos a muerto ¿qué tal si nos confunden y en la noche nos sacan los ojos y nos comienzan a devorar?” Todo mundo le dijo hasta de qué se iba a morir el inquieto y siempre latoso compañero.

Al comenzar a navegar notamos que, lue-go de media hora de remar, la corriente se hacía fuerte y vimos con estupor cómo el río comen-zaba a deslizarse de manera abrupta. Si bien es cierto no era una catarata, bien parecía un rápi-do dentro del río que, hasta ese momento, era pacífico y cordial. La corriente nos zarandeó y una llanta lateral se fue junto con otro remo. El

Una aventura inolvidable

Page 125: Para Lerr de Boleto 9

125

Amor, que no iba bien agarrado a las cuerdas que amarramos a los costados de la balsa, salió dispa-rado y fue a caer sobre unas piedras dándose un costalazo de fenomenales consecuencias para su fláccida humanidad. Pero fue mejor que cayera entre las piedras y no en el agua, porque él era, de todos, el que no sabía nadar. El Amor nos siguió por la ribera puesto que ya no pudimos detener la balsa ni subirlo a bordo, pero para eso fueron casi cinco kilómetros los que anduvo, hasta lle-gar a una parte que no estaba profunda y donde pudimos orillamos para que abordara La Niña.

Luego de ese suspiro que duró cerca de una hora, al comenzar el atardecer encontramos un remanso y ahí hicimos nuestro campamento. El paisaje había cambiado radicalmente: del clima semidesértico y polvoso del Valle del Mezqui-tal ahora pasamos a uno con más vegetación y cálidamente verde. Dormimos como osos en invierno y como no pensamos en hacer guar-dia, cuando despertamos descubrimos que unos perros habían husmeado la comida y se dieron un atracón con lo que íbamos a desayunar; por fortuna, había víveres suficientes. Teníamos cal-culado llegar cuando mucho en cuatro días ya que la corriente estaba a nuestro favor y, hasta el momento, no habíamos encontrado contra-tiempos. Una de las cosas impresionantes de este

Arturo Trejo Villafuerte

Page 126: Para Lerr de Boleto 9

126

tramo fue ver también cómo el río, al ir buscan-do salida a sus ímpetus hidrológicos, va tallando cerros, haciendo paredes de increíble belleza y de impresionante arquitectura donde nosotros, hasta abajo y en el río, éramos como unas moscas en un mantel de colores.

La preocupación más patente en nosotros era el saber cómo se juntaría el río Tula con el Moctezuma, cosa que en los mapas no se dice y que tan sólo sabíamos que era un afluente que se unía en la parte donde se juntan Hidalgo y San Luis Potosí. Para evitarnos una sorpresa, comen-zamos a navegar casi cuando amanecía, tam-bién con la idea de aprovechar lo fresco del día. Cuando el calor fuera insoportable podríamos detenernos en algún remanso con sombra para reiniciar la jornada al atardecer, pero aún con luz natural para poder ver mejor el cauce. Al atarde-cer descubrimos dónde se une el río Tula con el Moctezuma y, al ver los remolinos que se forma-ban y la fuerza con que el primero se integraba al segundo, pensamos evitar ese tramo por agua y caminar por la vertiente hasta donde el Mocte-zuma estaba menos inquieto y era navegable. Por la flojera de desinflar la balsa, decidimos cargar-la, lo cual hicimos con pasos lentos y muchas di-ficultades por lo abrupto del terreno. Termina-mos ese traslado todos raspados y cansados, con

Una aventura inolvidable

Page 127: Para Lerr de Boleto 9

127

ganas de dormir como troncos, incluso Eutiquio estaba casi decidido a dejar la aventura y buscar la primera ciudad o pueblo, agarrar un autobús y regresar al DF. Lo convencimos de que acaso el pueblo o ciudad más cercana, podía ser Jacala en Hidalgo o Tamazunchale en San Luis Potosí, que estaban a muchas horas de camino y no le convenía andar por el campo y en lugares que no conocía, puesto que le podía pasar algo grave.

Luego de un fresco y rico baño en el río, tras curar las llagas y heridas propias de quienes no están acostumbrados a cargar, reiniciamos la tra-vesía ahora en la corriente del Moctezuma. Si en el río Tula las orillas estaban separadas por doce o veinte metros de aguas, aquí eran de casi el do-ble, lo que ahora sí nos proporcionaba una na-vegación en forma, con la corriente a favor y ya sin tantas piedras y troncos como en el Tula. La corriente si bien era más fuerte no era tan bronca como en algunas partes del río Tula, lo que nos permitió holgazanear y dejar los remos para otra ocasión. Lo que sí vimos ya más seguido fue a gente en sus lanchas, muchas casas y pueblitos a la orilla del río. Incluso en una de nuestras estan-cias para descansar y comer, platicamos con va-rios campesinos ribereños que se asombraron al saber desde dónde veníamos y, sobre todo, cómo lo habíamos hecho. Si bien es cierto que esa tra-

Arturo Trejo Villafuerte

Page 128: Para Lerr de Boleto 9

128

vesía no era una gran hazaña, sí era nuestra gran hazaña, una aventura que, terminara como ter-minara, sería inolvidable. Por lo pronto veía los rostros de mis compañeros y en ellos ya no había las caras aniñadas, sino unos rasgos más viriles, de adolescentes que dejan de serlo porque han sabido tomar decisiones, plantearse algún pro-blema y resolverlo. El simple hecho de salir de nuestras casas así, sin permiso, el desafiar el tufo ingrato del Gran Canal del Desagüe, las corrien-tes rápidas de río Tula más lo que se presentara en los próximos días, sencillamente nos había he-cho madurar. Sí, cierto, por edad éramos niños, pero por actitudes y por decisión estábamos con-vertidos ya en unos jóvenes hechos y derechos.

El río Moctezuma se despeñaba sobre el Ta-mesí en una caída de casi 15 metros. Por fortuna para los siete expedicionarios, nos dimos cuen-ta de semejante bajada muchos metros antes y cuando aún nos podíamos orillar, aunque tuvi-mos que remar con brío y fuerza para alejarnos de las fuertes corrientes que ahí se producían. El Amor volvió a caer al agua, pero no se soltó de la cuerda y traía además uno de los chalecos salvavidas que el Pelus compró en Tepito y que, según el vendedor, provenía del Titanic, lo que estaba muy a tono con la situación de el Amor, que casi estuvo a punto de irse a pique por segun-

Una aventura inolvidable

Page 129: Para Lerr de Boleto 9

129

da ocasión. Años después supe que había muerto ahogado en una alberca pues nunca aprendió a nadar. Repetimos la operación “Balsa cargada” pero ahora sí la desinflamos y de esa forma hizo menos bulto y pesó menos. Cuando bajamos de la abrupta sierra donde se despeñaba el Mocte-zuma, nos encontramos con un río de aguas casi limpias, mucho más ancho que los dos anterio-res, donde nuestra pequeña balsa parecía una cascarita de nuez tirada en el campo. Pese a que la corriente estaba a nuestro favor, tuvimos que usar los remos para darle dirección a La Niña. Lo que nos costó dificultad al principio del viaje, ahora lo hacíamos con mucha sencillez y pericia. Los remos parecían una extensión de nuestras manos y maniobrábamos como marinos exper-tos en su oficio. Casi como habíamos calculado, aunque con algunas horas de retraso, llegamos a donde el Tamesí descargaba sus aguas, junto con lodo y todo tipo de objetos minerales, animales y vegetales, al gran Golfo de México. Ahí todo era ancho y bello.

Una sorpresa nos tenía reservado el desti-no: nuestros padres, enmuinados y dispuestos a darnos un castigo ejemplar, nos esperaban en la desembocadura. Pese a que de locos y pentontos no nos bajaron, con excepción de Benito Mon-talvo, alias Monserga, a quien sí le dieron una

Arturo Trejo Villafuerte

Page 130: Para Lerr de Boleto 9

130

bola de cinturonazos por haber dejado a sus her-manitos solos; con el resto de nosotros no pasó de un buen cuerazo, un regaño inclemente y lue-go una felicitación por habernos atrevido a reali-zar semejante hazaña. No descubrimos nada, no abrimos una nueva ruta comercial para ningún lado. Sencillamente habíamos logrado una aven-tura personal que, para los siete tripulantes de La Niña sería inolvidable.

Una aventura inolvidable

El cuento de Arturo Trejo Villafuerte fue tomado de Atrapados en la escuela. Cuentos mexicanos contemporáneos. Ed. Selector, México, 2000.

Page 131: Para Lerr de Boleto 9

131

Arturo Trejo Villafuerte(Ixmiquilpan, Hgo., 1953)

Estudió en la unam, en la Escuela Nacional de Locutores y en El Colegio de México. Pro-fesor de la unam, de la Universidad Femenina de México y de la Universidad Autónoma Me-tropolitana-Azcapotzalco. Fue becario inba-Fonapas (1981-1982).

Ha sido redactor de los noticieros de Radio Educación y Radio Universidad, coordinador editorial de La Semana de Bellas Artes, funda-dor y miembro del consejo editorial de la revista Sitios, coordinador de actividades de la Direc-ción de Literatura del inba.

Colaborador de la Gaceta de la unam, Nexos, Proceso, Revista de la Universidad, Punto de Partida, Pie de Página, El Machete, Casa del Tiempo, Revista Mexicana de Literatura, Era de Michoacán, Sábado (suplemento del diario Uno Más Uno) y El Gallo Ilustrado (suplemento del periódico El Día).

En poesía ha escrito Mester de hotelería (1979), A quien pueda interesar (1982), Como el viento que pasa (1985), Malas compañías (1988); y en ensayo: Palabras de la fe (1989), así como la novela Lámpara sin luz (1999).

Page 132: Para Lerr de Boleto 9
Page 133: Para Lerr de Boleto 9

133

Si Alba pudiera verme diría: “Ángel, ¡estás bo-rracho!” No, así no: “¡Otra vez tomado!” No, no, no; ella diría: “¡Fuera, qué haces en mi casa! ¡Largo, fuera de aquí inmediatamente o llamo a una patrulla!” Y sí la llama; verdad buena que sí. Y le importa un reverendo cacahuate si el pobre Angelito se va al bote. Y ya vas, pero… Si de ella fuera… No, si por ella fuera. Debo hablar correc-tamente porque la señora de esta casa es toda una maestra del lenguaje. Y ella no permite, no señor, ninguna falta. Yo estoy en su casa porque ella, la señora de la gran prosodia, anda… de andariega, por ahí. No quiero saber con quién ni cómo.

Ella es…. Ella era mi mujer y yo su Angelito. Vino el Diablo y se la llevó. Ah, ¿te cai, te cai? Ah, ¿No te digo? Si serás pendejo; aquí, el único con cuernos eres tú merengues. Si para güey no

Noche de Alba

Josefina Estrada

Para Ignacio Trejo Fuentes

Page 134: Para Lerr de Boleto 9

134

se estudia… Me cai que yo sí estudié. Ella tendrá su maestría y será la profesora muy muy, pero yo soy un buen empleado universitario. No soy un cualquiera, no cualquier cualquier se para ante… ¿Por qué no te vas? Lárgate, Angelito, ya no le juegues al listo. Bonito papel de huelepedos an-das haciendo. De hue-le-li-llo, ¿ya vas? Ah, ¡qué bonito huelelillo se encontró la señora Alba Me-rino! A la Merino no le gusta que entren a su casa mientras ella anda de novio o ¿novia?, ¿cómo se dirá? No, ella ya lo dijo y lo recalcó: ¡A volar, ga-viota! Chupaste faros, Angelito. Hablando de faros, ¿ontán los cigarros?

Lo que es mañana… ¡Uta, madre! ¿Y si vie-ne aquél?… Pus, ¡qué venga, muy bien venido. Y si quiere irse no más se va! ¿No? Porque de que anda con un pendejo, anda. Pus sí; ni modo que qué. Es martes y, de la puerta para fuera, todos saben que los martes, mi ex señora se va por ahi por ahi. Hará exactamente y con precisión co-rrecta: cuatro por cuatro… dieciséis martesotes que la Merino anda… fuera de casa.

Lejos de la casa que antaño fuera del señor Án-gel y su gentilísima esposa. De todos es sabido que ella es un dulce envuelto en miel con sus alumnos, sus jefes y hasta con el taxista… Con todos porque ella es a todísima eme. Tú di que sí. Aunque no la conozcas. Nadie la conoce más que yo. Ese que se

Noche de Alba

Page 135: Para Lerr de Boleto 9

135

cree dueño de tu vida entera y al que has dado a en-tender que soy un aventurero, sé valiente y cuéntale quién fue tu primer amor… El primero.

Ángel aprieta el vaso; se mira en el líquido: le parece estar viendo la boca de Alba, sonríe ante ella imaginando que le mostrará los dientes pequeños; detiene la mirada donde espera ver los colmillos. Súbitamente, la boca reclama:

–Pero no el último. Fuiste, es verdad, el pri-mero. Todos cometemos errores. Se acabó, Ángel. ¡No! ¡Deja! No vuelvas a tocarme. ¿Entendido? ¡Ya no soy la idiota que no te dejaba dormir! ¿Te acuerdas cuántas veces me rechazaste? Acuérda-te cuando te dije: “Y si no es contigo, ¿entonces con quién?” O cuando fastidiada de tus desaires, te advertí que me buscaría un amante. “¡Cállate, me darías asco! ¡Repugnancia!”, dijiste.

Ángel cierra los ojos en un intento por des-vanecer la boca desafiante. Inclina la cabeza so-bre los hombros, queriendo acallar la pregunta:

–Y… ahora que lo tengo, dime: ¿Te causo asco? Anda, contesta, ¿dónde está tu repugnan-cia? Tú eres quien me da asco. Y lástima…

Ángel se muerde los labios cuando recuerda su respuesta:

–No. Por supuesto que no. Alba, desde que todo empezó, sólo atino a preguntarme: ¿Aun así me aceptarías?

Josefina Estrada

Page 136: Para Lerr de Boleto 9

136

Termina la bebida de un trago. Siente náu-seas. Se incorpora violentamente y tira el refres-co; cuando intenta levantar la botella, el vómito le cubre la mano, la pierna y el pecho. Trata de inclinarse y de enfocar la mirada en la punta de su zapato de gamuza. Decide que éste se enchar-que en la basca. Queda un rato inclinado, con las manos sobre la mesa. Imagina que mañana, cuando salga, caminará de cara al sol. Sonríe. Bruscamente se deja caer en la silla. Los brazos le cuelgan. Observa su camisa negra, húmeda y pestilente; le parece estar mirando el pellejo pu-trefacto de una rata. Escupe para alejar la ima-gen. Se concentra en la tibia calidez de las seis de la mañana y en el resplandor de la piel cobriza de Alba.

No, Alba, a él no podrás decirle –agrega con voz apenas audible– lo mismo que a mí cuando salíamos de donde salíamos. No, porque nadie te amará como yo lo hice. Nadie te besará con la reverencia con que se besa a una virgen. Ni con el coraje con que se desea a una gata adolescente de piel luminosa… Esos ojos; tus ojos, qué divi-nos ojos. Alba. Esos ojos que a besos cerré. No, cerrados no: abiertos, mirándome fijamente. Así como mirabas cuando mirarme querías, cuando hombre deseabas. Antes de irme déjame ver, una vez más, tus ojos de gata melosa… Mi gatita chí-

Noche de Alba

Page 137: Para Lerr de Boleto 9

137

pil…. Cuando usted y yo éramos unos mozalbe-tes; usted, una muchacha de veinte años y yo un joven de veintitrés, es decir hará unos doce años a la fecha… No, no tiene caso.

Se inclina a la mesa y acomoda la frente sobre los brazos cruzados y se repite que no tie-ne caso recordar el inicio de la relación. Pero la Alba adolescente crece en proporciones tales que ya no puede evadirla: la espesa cabellera de oro viejo cae sobre el libro que ella está leyendo. Está en una banca; el crepúsculo a sus espaldas, como perfeccionando la aureola que siempre la acom-paña; la recuerda con la blusa lila, sin mangas; la que tenía un delgado encaje que dejaba adivi-nar la línea de los senos. Ángel siente, como en aquella tarde, el deseo de besarla. De levantarle suavemente la barbilla y tocar sus labios siempre entreabiertos. Y en ese momento renace la ur-gencia de tenerla enfrente y decirle, como antes, cualquier cosa para que ella levante la mirada. Para tener la certeza de que lo está mirando.

Un santo día decidiste que viviéramos jun-tos. No hubo casorio y nos acompañó el grito del beaterío. Y por las cuatro esquinas hablaban de los dos. El iluso de mí se creyó caballero raptado por su dama. Y te fuiste por la vida dando ca-ballazos a cualquiera que osara gobernar nuestro castillo. Tarde me di cuenta que fui un simple

Josefina Estrada

Page 138: Para Lerr de Boleto 9

138

escudero que se quedó en espera de la ínsula prometida, de un lugar en que pudiera manejar mis propias armas y en donde fuera dueño de mí mismo.

Pero qué le vamos a hacer: toda mujer bo-nita será traidora. ¿Tuve la culpa? Los dos le ju-gamos al vivo… Si me llaman el loco, la verdad sí estoy loco. Salú, mi reina… ¡Eso, así me gusta, que diga salú con su Ángel! “Es hora del Ánge-lus”. ¿Se acuerda, mi bonita, que así me decía? La hora del Ángelus era la hora de hacer meme con su rorro; meme y una que otra cosita. Ángelus… Vieja más ocurrente ni más chiflada que tú no conozco, verdá buena. Nuevamente el Ángelus y doña Alba se la amanecieron. No, ella no dur-mió en su casa. Eso ya lo dije, eso todo mundo, de la puerta pa allá, lo sabe. Aquí nomás está el Ángel que vino a dar lata a la casa de la señora Merino.

Observa la mesita en donde hay varias foto-grafías de Alba. Sonríe con la imagen de la niña de seis años disfrazada de ángel; en varias ocasio-nes ella le dijo que en esa foto, como en ninguna otra, habían captado su futuro: “Ya presentía a mi pareja, a mi angelito”. Ángel sonríe triste-mente; enciende un cigarro y se talla los ojos. Se dirige a la consola y coloca varios discos en el poste del cambiador automático. Toma un radio

Noche de Alba

Page 139: Para Lerr de Boleto 9

139

portátil y lo enciende. “Ángel, por favor, me vas a volver loca: o ves la tele, o escuchas la radio, o la consola; pero no todo a la vez”, le reclamaba Alba. “Es que lo quiero todo, ya lo sabes; todo, aquí y ahorita”. Coloca una silla frente a la mesi-ta, apoya los codos en el respaldo y continúa:

Condenada vieja, ya me quitaste; ni un re-trato ni para remedio. No existo. Y qué, al fin que ni quería… Creíbas que no había de hallar amor como el que perdí. Tan a pelo lo jallé que ni me acuerdo de ti. ¿Cómo chingaos no? Si te trái arrastrando la jerga… Que buena falta hace para limpiar todo este mugrero. Eh, ¡mira la cara de doña Merino! Ah, tiene cara de mujer. Pus ¿de qué más, zonzo? No, no, cara de mujer en-cabronada, como si de repente viera a su ex bien pedote. Ah, ¡qué coraje! Ey, mira cómo levanta la ceja; la ceja derecha. Ni María Felix, me cai. Eso sí: las dos tienen el mismito genio. Geniuda que es. Pero con dos o tres cachetadas guajoloteras que le hubiera dado y chin, chin: regresa al redil. A todas las mujeres hay que darles su calentadita de vez en cuando o luego dicen… ¿Quién dice? ¿No te digo? Alueguito te imaginas a la Merino como si fuese una zotaca cualquiera.

Ceremonioso apaga el cigarro, con cuidado deja el vaso sobre la silla y, contoneándose, se di-rige al librero. Toma un volumen e intenta leer

Josefina Estrada

Page 140: Para Lerr de Boleto 9

140

cualquier página: entrecierra los ojos, acerca y aleja el libro. Lo tira. Toma otro, lo huele y lo avienta al techo. Mira con detenimiento el es-tante donde están los diccionarios. Tratando de conservar el equilibrio, se moja la punta de los dedos y se peina. Se inclina con las piernas apre-tadas, como si trajese una falda recta y, con gesto que quiere ser coqueto, toma el Diccionario de la Lengua Española. Aclara la voz varias veces y con tono femenino dice:

La lección de hoy será sobre los perros. A ver, ¿quién me puede dar una definición de pe-rro? Alguien más me dirá sus enfermedades, otro más me hablará de sus parásitos y, princi-palmente, de sus afectos y carencias. ¿En-ten-di-do? Ay, está pesadito el libro. ¿Ya pensaron? Ajá, te escucho. (Sí, así diría ella: “Ajá, te escucho”.) ¡No, no por Dios! ¿De qué perros me están ha-blando? ¡Ay, no! Están del todo mal. A ver, sa-quen su cuaderno de definiciones y apunten: El Ángelus es un perro sin pedigrí. Pertenece a la clase más corriente de los caníferos. Posee todas las características propias del perro común: espe-ra intranquilo la llegada de su ama; ladra, si ella se lo permite. Brinca de gusto si ella le echa un hueso. Es feliz cuando se revuelca; y más si es con ella y sólo por ella. Para el rabo nomás de oler a su dueña. Ahoga los aullidos más lastimeros por-

Noche de Alba

Page 141: Para Lerr de Boleto 9

141

que teme despertarla. Pero sobre todo –subrayen lo siguiente– el Ángelus es fiel y necio e idiota como todo perro. Aunque le den de chanclazos, aunque lo corran. Aunque le digan ya no te quie-ro. Y si le hablan golpeado nomás baja las orejitas y se desaparece por un rato pero no se va. Y no se va porque, como cualquier animal, donde reci-bió comida y cariño… ¡Y perro que traga mierda, aunque le quemen el hocico!… Ah, otra caracte-rística común a todos los de su raza: de mañana, tarde y noche husmea de arriba abajo las calles cercanas a su domicilio, esperando encontrar al-gún posible rival que pueda arrebatarle…

Ángel rasga la hoja que supuestamente esta-ba leyendo y se suena la nariz. Con el antebrazo se talla los ojos. Escupe. Busca un pañuelo entre sus ropas. Se limpia la frente con la punta de la manga.

El Ángelus se lame; no lo olviden, jóvenes; se lame como ustedes pueden verlo… Pero ya estaba escrito que perro y gata no congenian. ¿Cómo van a llevarse a todas margaritas una señora gata como doña Alba y un Ángelus? Un cánido co-rrientón, con un empleo pinchurriento que, ade-más, ella le consiguió. Después de andar, como todo Ángelus, de pata de perro: de vendedor de piso, de correveidile de allá pacá hasta que la se-ñora, su ama, se compadeció… Y de simple aco-

Josefina Estrada

Page 142: Para Lerr de Boleto 9

142

modador de libros pasé a jefe de adquisiciones de la biblioteca. Y yo, que no conocía ni la o por lo redondo me volví el fregón de fregones. Cur-sos, cursillos y cursotes me los aventé para que la doña estuviera orgullosa de su señor esposo. Y mire, señora, maestra en letras, así corrientito y todo pero leo francés, inglés y hasta italiano. No tan bien como lo hace usted, porque como usted, nadie. Nadie como ella en nada de nada. Todavía no sé cómo fue que vino a fijarse en un Ángelus callejero.

A propósito, jovencitos, nadie me habló de las enfermedades, pulgas y parasitosis. Lo deja-mos para la próxima clase. Vayan a la biblioteca y revisen el fichero; puede estar bajo Ángelus co-mún o… En fin, pregunten al empleado Ángel. Díganle que van de parte de la maestra Merino. Estoy segura de que les dará todos los datos; la información que les dé, téngalo por seguro, será de primera mano.

Toma el vaso y se deja caer en el sillón, por un rato se queda callado, mirando al techo. Tal como en otras ocasiones, cuando durante horas se quedo inmóvil en el sillón sin tocar absolu-tamente nada. Sólo una vez se había atrevido a abrir el clóset y tocar la ropa de Alba. En espe-cial se detuvo en los vestidos que no le conocía. Y olió sus prendas íntimas. Ángel no olvida su

Noche de Alba

Page 143: Para Lerr de Boleto 9

143

furia contenida cuando constató que todas ellas eran nuevas y finas; todas las que ella usó cuando vivían juntos ya no estaban. Aún le entristece reco-nocer que la lencería que antes usaba era ordinaria y menos coqueta. Se empina el vaso; deja abierta la boca para que le caigan las últimas gotas:

El vicio, el vicio, el vicio de quererla me do-mina. Ésa no; nada de vicios. Palabra repugnante para los castos oídos de mi ex. E-lla-es-mi-ex-mu-jer. Pero sigue, es y seguirá siendo mi amada. Y a ver, ¿quién me lo va a impedir? ¿El güey ese? A ver, órale. Será muy sácale punta pero a mí nadie me va a impedir… Entonces, ¿en qué íba-mos, amada? Así que el señor –mira que le digo señor, le llamo don señor pero por dentro le digo pendejo; pendejísimo–. Así que el doctor emé-ritus, la mano derecha del rector, es el macizo. No, pues ése sí que tiene pedigrí. Ése sí tiene apellido ilustre… Con él, me imagino, habrás soñado con hijos y cosas que dicen las mujeres engalanadas de varón renombrado y de alcurnia como el Barón Jockey Club. Sí, ¿no? Creo que él será de club y todo un caballero de carrera; de títulos, quiero decir. Y ha de tener medallas por sus logros y debe ser hijo emérito de la noble y arcaica Universidad… Ya que pude apartarte de mi memoria, huye cual ave negra del desengaño porque él tiene la experiencia de muchos años de

Josefina Estrada

Page 144: Para Lerr de Boleto 9

144

estudio y es una eminencia. Él hablará de tec-nología, literatura y de historia, así como de las arañas pintas y de las cucarachas empanizadas. ¡Y a mí me vienen valiendo madres sus conver-saciones! Y si le pediste hijos y casa y nombre, a mí ya no me interesa. Es más, los felicito. Y de nuevo dichoso porque te fuiste. Y qué bueno que me hayas cambiado por un don fregón, gata desgraciada. Gata en primavera. Qué bueno. Así nadie dudará que la gata que gocé es platillo de célebres catedráticos.

¿En qué idioma le rogaste lo que a mí me pe-días? Dijiste, acaso, que para hacer el amor no hay idioma. Que basta el silencio porque para el amor… ¡Qué vas a saber de amores, si nunca…! Oh, ¡sí, claro, lo olvidaba! Por supuesto que sa-bes; si ya besaste a un perro. Mis respetos, como siempre, ¡mis respetos! Salucita.

Ángel echa el cuerpo hacia delante, las ma-nos en las sienes; escupe varias veces. Mueve la cabeza, negando, mientras dice:

Ay, Alba, te compadezco, debe ser duro vivir con un títere, con el monigote en que me conver-tí en los últimos meses. ¿Te acuerdas, después de la primera noche que faltaste a casa? Cuando te acompañé a escoger un vestido. No me alcanza-rá la vida para olvidar esa tarde. Ahí fue cuando descubrí todo lo que había dejado de ser, cuando

Noche de Alba

Page 145: Para Lerr de Boleto 9

145

supe que de hombría no me quedaba nada; tú lo habrás notado, qué vergüenza, de veras. Re-corrías el almacén y ya tomabas una prenda y ya otra. Y yo, detrás, pegado a ti, dispuesto a realzar la gracia de tu cuerpo. Si seleccionabas un vesti-do morado, decía que eras como un templo en cuaresma: imponente, respetable, y que a tu paso provocarías un silencio majestuoso. Y si te pro-babas una blusa multicolor, resaltaba tu parecido con el arco iris… Pendejada y media por el esti-lo seguí diciendo. Llegó el momento en que ya no pediste mi opinión. Y yo quise echarme a tus pies para ser, más que nunca, tu perrito faldero.

Extiende los brazos en el respaldo del sillón y suspira al evocar los días en que Alba sólo le hablaba para disculparse por los retardos o las ausencias:

–Ay, no me digas que tú tampoco dormiste –me decías al entrar, dejando sobre la mesa las flores y echándome los brazos al cuello–. Tonti-to, no vuelvas a hacerlo. Se me hizo tarde; ya sa-bes cómo son los de la Facultad, no me dejaban venir. No quise llamar para no despertarte. Per-dóname, no volveré a hacerlo. Ya me agarraron las carreras, tengo clase a las ocho.

Pero por mucha que fuera tu prisa, ponías las flores en agua mientras cantabas. Del pobre idiota que se pasó la noche imaginándote muer-

Josefina Estrada

Page 146: Para Lerr de Boleto 9

146

ta en cualquier baldío, ni en cuenta. Me sentaba al borde de la cama, fume y fume para darme va-lor y reclamarte lo que tantas veces me había es-tado repitiendo en tu ausencia. Pero sólo abría la bocota para preguntarte cómo la habías pasado y por las ocurrencias de tus compañeros: dándo-te la oportunidad de redondear tu mentira. Y tú ibas de allá para acá, buscando qué ropa ponerte, comiendo de prisa: “Ay, no seas malito, pláncha-me esta blusa, es la única que se ve bien con la falda que quiero ponerme”. Y desde entonces te negaste a mirarme o a preguntarme qué pensaba.

Una santa mañana, en cuanto me viste sen-tado, fumando y marcando el teléfono, el volcán que hasta entonces venía dándome señales ex-plotó:

–¡Ay, Ángel, te he dicho mil veces que no me esperes! Ya estoy bastante grandecita para que me anden cuidando; no necesito pilmamas. Y por favor –hablabas fastidiada como si ya me lo hubieras dicha hasta el cansancio, como si le hablaras a un hijo desobediente–, no vuelvas a llamar a la casa de mis amigos preguntando por mí. Te suplico que no vuelvas a molestar a nin-guna de mis amistades. ¿Qué pretendes? ¿Que todo México se entere de que no vengo a dor-mir? Creo que ya es hora de que vayas buscando dónde irte. Disculpa que te lo diga así, pero te

Noche de Alba

Page 147: Para Lerr de Boleto 9

147

creí más inteligente… Mira, no vamos a discu-tir, ahorita mismo coges tu ropita y te me vas. Y nada de escenitas, por favor. Entiende que quiero llegar a mi casa sin tener que dar explicaciones a nadie. Ni a mis padres, fíjate, ni a mis padres les doy cuentas de mis actos. Ah, tampoco quiero pelear nada: toma de esta casa lo que creas tuyo y llévatelo. Hoy en la noche no quiero encontrar nada. Adiós. Y no olvides dejarme las llaves.

Ya parece que iba a irme así nomás. Ahí me quedé esa noche y todas las que se pudo. Cuan-do viste que no había movido nada me miraste de arriba abajo, diste la media vuelta y dijiste: “Como quieras, tú mismo comprenderás que esto se acabo”. A partir de esa noche te acostas-te más a la orilla, casi te caías; si de casualidad llegaban a tocarse nuestros cuerpos aun en ple-no sueño, te retirabas como si yo tuviera lepra. No había necesidad; me conformaba con oír tu respiración, ver tu silueta y, a veces, con ayuda de un cerillo encendido, mirar tu rostro. Odio quiero más que indiferencia, porque el rencor duele menos que el olvido.

Ángel se levanta e intenta dirigirse al baño. Cuando pasa por la recámara decide entrar. Se inclina a tocar la colcha; pierde el paso y cae so-bre la cama. Hunde la nariz en el vestido de satín rosa, lo estruja primero y luego lo acaricia como

Josefina Estrada

Page 148: Para Lerr de Boleto 9

148

si fuera un cuerpo. La prenda huele a hierba ma-chacada, a hojas recién pisadas; lo hace a un lado y muerde la punta de un cojín para ahogar el la-mento. Se incorpora y violentamente destiende la cama, avienta los almohadones. Levanta el col-chón, lo coloca en la pared y le da de puñetazos. Sudoroso, empieza a orinar sobre todo aquello. Escupe. Se limpia los bigotes con las cintas del vestido de satín. Regresa a la sala y, mientras se sirve, murmura:

A hierba húmeda y triturada olías cuando empezaron tus miradas huidizas, cuando empe-zó, cada noche antes de acostarte, el “Adagio” de Albinoni y las flores y las ausencias de los martes. Y al llegar venías oliendo a eso que huele la cama y el vestido. Yo sé a qué hueles, a qué huele cada cosa tuya. A qué olíamos cuando los dos éramos una mezcla de nosotros. O ¿creías que nunca me iba a dar cuenta? Y aun así, aun así, amé, respiré a través de… Él debe oler así. Huele así y también llegué a amar ese aroma, ese olor penetrante. Cuando ya no pude tocarte y tenía que confor-marme con… las sobras, con lo que deja la gata al ratón. Dejé de ser tu Ángelus, tu perro guardián para convertirme en un mugre animalito que se asoma al anochecer o cuando tiene hambre y ca-mina tembeleque. Y tenías toda la chingada ra-zón. Siempre tienes todita la razón: debí salirme

Noche de Alba

Page 149: Para Lerr de Boleto 9

149

cuando me dijiste: “Y te me vas orita”. Nomás me quedé para acabar llevándome mis garritas y la tele que, según yo, era lo único mío. Tú pusiste la casa, ahora sí que tú, como siempre, pusiste los huevos y me estrellaste los míos. No, era justo, gallinita ponedora.

–Hoy es martes –afirmé torpemente; son-reíste.

–Ajá.–¿Vas a salir?–A menos que dispongas otra cosa…Enciende la lámpara que está sobre la cómo-

da; observa una fotografía que no había visto an-tes, la toma: Alba luce sonriente, con una copa; su mejilla acaricia el rostro del rival. Ella trae el vestido negro –el que compró aquella tarde en el almacén–: de bajo escote y con un enorme moño sobre el hombro izquierdo. Ángel estrella el cua-dro en el suelo; patea los vidrios y después los pisa. Empieza a tirar cuanto cuadro hay en las paredes. Bebe de la botella de ron blanco mien-tras se dirige al espejo del tocador. Frente a su imagen y con voz opaca continúa:

Desde entonces tu nombre me sabe a hier-ba. Desde entonces traigo ese saborcito entre los dientes. Ay, Alba, ¿así tenía que ser todo, así te-níamos que acabar? Ya es tarde… Conocí a una linda morenita y larilalaralá y por las tardes que

Josefina Estrada

Page 150: Para Lerr de Boleto 9

150

te esperé y esperé y nada, palomita; eras ida. To-tal, después de todo, hago siempre lo que quiero y nunca fui la ley. Ahí estuvo la chingadera: jamás te marqué el alto. Haz tu voluntad así en la tierra como en el cielo. Bendita eres entre todas las mu-jeres. Dios te salve… Estamos a mano mordida y rasguñada: ¡Ga-ta-pe-ca-do-ra-te-nías-que-ser!

Revisa atentamente sus manos. Observa ante el espejo su mirada: todo lo ve difuso o do-ble, y esto le causa hilaridad:

Siempre que me emborracho, palabra que algo me pasa. ¡Verdad buena que sí!

Ángel se sienta frente al tocador; toma el ce-pillo y cree ver la cabellera de oro viejo.

–Te ves divina. No eres de este mundo, Alba. ¿Lo sabías?

–Qué cosas dices, no digas tonterías. Creí que había quedado claro que ésta ya no era tu casa y que no puedes, no debes volver a entrar… Ahora, si me permites, voy a vestirme.

–Quiero hablar contigo.–No tenemos nada de qué hablar. Otro día,

se me hace tarde. Es martes…–Lo sé. No vayas, qué te cuesta, quédate. Si

algo sobra en esta vida son los martes. Quédate conmigo, nada más esta noche. Nadie lo sabrá. La última; ya ves, nunca te pedí nada. La última vez; sólo esta noche. Te lo suplico, no volveré a

Noche de Alba

Page 151: Para Lerr de Boleto 9

151

molestarte, te lo juro. Si quieres hasta me cambio de trabajo. Me borro. Ya no puedo, de verdad.

–Suelta, qué haces. ¡No, no, suéltame; estás loco! ¡Si no te sales ahora mismo, llamo a una patrulla! –Ángel vuelve la vista hacia el closet y la mira sacar unas medias color palo de rosa.

Ya ves, sólo quería tocarte. No hay necesi-dad de gritar. Nadie lo tomará a mal. No te que-des desnuda, ¿te paso el vestido de satín? ¿Tus za-patos, dónde están? No toques el suelo. Bueno, en realidad jamás lo tocas. Eres, ya te lo dije, la etérea Alba. La angélica Alba Albinoni, ¿quieres escucharlo? Apago mis cancioncitas y, si quieres, te pongo tu caset. No tiembles, con un farolazo se te baja el frío; ¿qué le sirvo a la reinita? Total, échele una llamadita al colega y dígale que un desperfecto la entretuvo, ¿un imprevisto?, dices. Sí, eso es. Tápese, mi gatita. No, mejor vístase. ¡Qué vestido le pondremos, matarilerilerón! Ya no es hora de rosas satinados. Entonces vamos a quitarle las medias: eso, que no se enreden; no se les vaya a ir el hilo. ¿Y si te quito ese medio fondo y el corpiño de media copa, y te pones algo más apropiado para que pueda verte presentable el Ángel Mayor?

Súbitamente Ángel se calla. Camina por toda la casa levanta la nariz como lo haría un pe-rro olisqueando algo que le inquietara. Es como

Josefina Estrada

Page 152: Para Lerr de Boleto 9

152

si nada existiera, sólo esa peste. Ángel se detiene en medio del departamento. Escucha atentamen-te. Oye que algo cae rítmica, sordamente. Mira en la punta del zapato una gota café pardusca. Va al baño y revisa la regadera, aprieta las llaves. En la cocina revisa los grifos. Sigue escuchando la gotera. Se toca las muñecas y se muerde los nudi-llos. Resuelto, se dirige al clóset; corre despacio la puerta y cae de rodillas sobre el charco viscoso.

Te lo dije, Alba, lo quería todo –le quita el pañuelo de la boca y con él le limpia la sangre de las fosas nasales; le baja los párpados y empieza a llorar–. Absolutamente todo, menos ese mal-dito olor a hierba ensangrentada. No, no digas nada. Quédate tranquila. Escucha, ¿no oyes la pestilencia? Es muy grande pero no te preocu-pes, aquí estoy para lamer nuestras heridas. Deja que me eche a tu lado. Así, por lo que resta de la eternidad.

Noche de Alba

El cuento de Josefina Estrada fue tomado de Malagato, Plaza y Valdés Editores, México, 1990.

Page 153: Para Lerr de Boleto 9

153

Josefina Estrada(Distrito Federal, 1957)

Estudió Ciencias de la Comunicación en la unam. Trabajó durante 15 años en la Dirección de Literatura del inba. Impartió talleres litera-rios en el Reclusorio Femenino de Tepepan. Ha colaborado en el diario Uno Más Uno e imparte clases de periodismo y comunicación en la Facul-tad de Ciencias Políticas y Sociales de la unam. Actualmente es directora editorial de Editorial Colibrí y Directora del Instituto La Realidad.

Sus cuentos han sido incluidos en las anto-logías Jaula de Palabras (Gustavo Sainz, 1980) y Narrativa Hispanoamericana 1816-1981 (Ángel Flores, 1985). Es también coautora de Los 7 Pe-cados Capitales (1989, cuentos). Autora de Ma-lagato (1990, cuentos), Para morir iguales (cró-nica, 1991) y de las novelas y testimoniales Desde que dios amanece (1995), Virgen de medianoche (1996) y Señas particulares (2003).

Ha recibido el Premio de Crónica Urbana Salvador Novo 2002 por su obra Con la rienda suelta (2006).

Page 154: Para Lerr de Boleto 9
Page 155: Para Lerr de Boleto 9
Page 156: Para Lerr de Boleto 9

Para leer de boleto en el metro 9se terminó de imprimir

en marzo de 2008 enCorporación Mexicana

de Impresión, S.A. de C.V.En su composición se utilizó

la fuente Garamond.El tiraje consta de 250 mil ejemplares

en papel diario.