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PASAJE A LAS DEHESAS DE INVIERNO

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PASAJE A LAS

DEHESAS DE INVIERNO

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PASAJE A LAS

DEHESAS DE INVIERNO

Francisco Jota-Pérez

{COLECCIÓN SÍSTOLE}

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Primera edición, abril 2015

© Francisco Jota-Pérez, 2015© Esdrújula Ediciones, 2015

ESDRÚJULA EDICIONESCalle Martín Bohórquez 23. Local 5, 18005 Granada

[email protected]

Edición a cargo de Víctor Miguel Gallardo Barragán y Mariana Lozano Ortiz

Diseño de cubierta: Guido Carini EspecheFoto de solapa: Marco Antonio Raya

Impresión: Safekat

«Reservados todos los derechos. De conformidad con lo dispuesto en elCódigo Penal vigente del Estado Español, podrán ser castigados con penasde multa y privación de libertad quienes reprodujeren o plagiaren, en todo

o en parte, una obra literaria, artística, o científica, fijada en cualquiertipo de soporte sin la preceptiva autorización.»

Depósito legal : GR 506-2015ISBN : 978-84-943826-5-9

Impreso en España· Printed in Spain

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Para Mireiay Miranda

y Joel

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«Tanta era la vivesa de la concideració, ab gran desitgque totas las criaturas me trapitjassen, obligant-me en loexterior del cos fer la acció de abaixar-me de manera queuna vegada o dos me fou precís posar la cara en terra, tal

era lo conexament de ma vilesa, suciedat y nada.»

TERESA MIR I MARCh

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I

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No eres más que una parte de mí, encajado entre dos vér-tebras, cosquilleando la espina dorsal, humo ensoñado, unrecuerdo sintético. Te tengo donde quería tenerte, aunque yano estés: aquí arriba, en la terraza de mi estudio, piernas cru-zadas sobre la sábana que nos aislaba de aquel calor demediados de verano trepando por la fachada desde la acerairradiada. ¿De qué? No importa. Eras tú quien se refería alfenómeno en esos términos; la acera irradiada. Sonreístecuando, en el altavoz conectado a un alargo, Pericón de Cádizle cantó unos tangos a una tal Juana, a la que una vez pidióque lo peinase y que acabó tirándole los peines por la ventana.Te secaste el sudor de la frente con el dorso de la mano y yoserví más vino. Aquella noche íbamos a hacer el amor por pri-mera vez y a quedar pegados a las meninges del otro por culpade la canícula en conflicto con nuestro deseo; llevábamos pre-viéndolo en las inscripciones, como estigmas en el aire gomosoentre los dos desde que acordamos la cita. Preparé algo rápidocon lo que improvisar un picnic fuera y tú te encargaste detraer la bebida.

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hubo una fiebre que te delató y las velas más allá del man-tel que no era mantel midieron y delimitaron el espacio en elque la velada ya no era virgen. Los negativos plausibles se nosacumularon.

—Me sería tan fácil enamorarme de ti —dijiste. Luego mebesaste.

Tan fácil como difícil me es a mí obligarte a caer disueltoy que no quede nada.

Ahora que no estás, tu familia ha retomado una antiguacostumbre. Tus padres me han pedido, por favor, que lesdevuelva todo lo que no quiera conservar de ti; pretendenmontar una parada de mercadillo a la puerta de su casa yfinanciar los costes de tu marcha con lo que saquen por elpillaje de tu existencia material. Así que tu presencia se havuelto informe y solo desaloja vacío en los huecos de las estan-terías y al fondo de los cajones y entre separadores separandoapenas intuición. No eres más que una parte de mí, alojado enmédula y contenido en tejido esponjoso.

Esta memoria artificial que te dosifica en brevísimas bur-bujas tratando de mantenerse a flote en el extrañamiento, teha indexado en imágenes obtusas: aquella vez que herviste unhuevo, lo dejaste enfriar, lo pelaste y me diste placer con él,acariciándome y metiéndomelo y acariciándome y metiéndo-melo hasta que se partió en dos y rebañaste del perineo layema aún un poco cruda y te comiste el resto, aliñado de mí;aquella otra vez cuando fui la SinDogma inconsciente y felicí-sima que saltaba a tu alrededor con brincos cortos, y tú conlos ojos vendados, desnudo, brazos en cruz, entonabas unsaludo al sol naciente que asomaba por la barandilla de la

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terraza, justo aquí, plantado donde estuvo la sábana durantenuestra primera noche de gula, comprometiéndonos con tuexcentricidad, y qué satisfechos estábamos de nuestros estó-magos cónyuges y cómo te acordaste de volver a cantarle aJuana como si Juana fuese yo.

—Péiname —ordenaste. —Solo si cuando acabe de peinarte me tiras por la ventana

—aventuré.he circunnavegado el estudio vacío una docena de veces

esta tarde. No porque te eche de menos, sino en busca de másremanentes de la fe de tu vida que rendirle a tus padres.Debería haber supuesto antes que la parte de mí que eres ibaa sobreexcitarse en cuanto cruzase la puerta. En cierto modo,creo que esperaba que algo así fuese a pasar. Lo único quequeda de la mudanza es una sartén abandonada en una de lasgavetas de la cocina, y quiero imaginar que es la misma sar-tén en la que cociné lo que fuese que cenamos aquella noche,fuera, en la azotea de tu ascensión.

Te llevo conmigo a rastras, tirando de una maroma que teahorca, y eres tan liviano en mis interiores adornados con tufalta que podría exhalarte con una operación tan simple comoel más simple extirpar de una muela cariada. Eres como elbarrio, el nuestro, del que no me he movido a pesar de habercambiado de residencia donde poner los huesos a reposar. Detal modo, yo soy esta terquedad por la que me niego a desem-barazarme ni de uno ni de otro.

Es miércoles, y como cada miércoles tuerzo hacia el hotelen lugar de volver a casa. En la recepción, canjeo la reservaque otros han hecho por mí y me entregan una llave magnética

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que es exactamente la misma llave magnética de la habitaciónque, en otro hotel, ocupé la semana pasada, y la misma llavemagnética que alquilará mi acceso parcial a cualquiera que seala dádiva que tenga a bien presentárseme la semana queviene. Mañana enviaré a la revista con la que colaboro miinforme sobre este enésimo espacio de tránsito eterno,obviando por supuesto la mancha en mi agenda para la jor-nada, justificando la mácula como un acostarse pronto ydormir porque, en definitiva, no me pagan por criticar la selec-ción televisiva con la que el local vaya a entretenerme sino susmuebles y servicios básicos, y por otorgarles una muesca en elmedidor de confort y conveniencia.

Tomo nota de las lámparas de globo en el descansillodonde se cogen los ascensores y de las pantallas táctiles en elhabitáculo del que me lleva a mi planta; nótese que es posibleinteractuar con la carta del menú para decidir de antemanoqué nos va a apetecer y cuándo queremos que nos lo sirvan,directo a la estancia; nótese que el pasillo hasta mi cuartobusca replicar un fondo marino de neones cian y moqueta grisperla, jambas, dinteles y hojas añil oscuro, y el dorado de lascerraduras electrónicas como lingotes en el cofre hundido;nótese la cama doble, magnífica e impoluta, y el olor a maderarecién cortada pero no a barniz. No hay una sola palanca: laspersianas obedecen a botones encastados a ambos lados delsillón junto al espejo de pie en una esquina, las luces son gra-duadas por diales equidistantes, repartidos por las cuatroparedes alicatadas de teselas blancas y negras, y sobre loscuales una discreta pegatina me informa de que puedo sincro-nizarlos con mi teléfono móvil mediante la aplicación que el

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servidor del hotel me ofrece en libre descarga por ser clientepreferente. La lámina batiente de cristal esmerilado quesepara el dormitorio del cuarto de baño devuelve el reflejo demi contorno y, si no me pareciese una estupidez, podríahacerme a la idea de que esa silueta eres tú, lavándote la caramientras vacío la mochila.

Qué coño… Le doy una oportunidad a la fantasía y abrolos grifos, los del lavamanos y el de la bañera, pongo en mar-cha el jacuzzi, entorno la lámina y me miro otra vez en ellapor el rabillo del ojo. Esta habitación no se parece ni porasomo a aquella en la que celebramos nuestro primer aniver-sario juntos, aunque, por el momento, me vale así. Es unencogimiento de aquella suite y, al dejar pasar las horas quecorren sumidero abajo, a las cloacas de la razón pura que ave-nan el miércoles enclaustrado en esta asepsia, nos oigo almenos cinco veces, reproduciendo ese diálogo que se me haenquistado antes:

—Péiname —ordenaste.—Sólo si cuando acabe de peinarte me tiras por la ventana

—aventuré.—Qué dramática…—¡Eh! Me estoy dejando llevar. Nada más.—Juana tiró los peines por la ventana, no le pidió al pobre

capullo de la canción que la tirase a ella.—Seguramente porque Juana no era capaz de comprome-

terse tanto.Y dejé de hacer cabriolas y te peiné, claro, mesándote con

los dedos los dos centímetros escasos de cabello revuelto derecién despertado. Cuando acabé no me tiraste por la ventana,

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sino que me abrazaste y me levantaste la camiseta para quemi vientre rozase tu vientre, piel con piel. Sigo viendo el gestocomo una metáfora de ese compromiso que, como conceptoinexacto, pecio afondado en la orla basal del nosotros, seinmiscuyó en el inocente ritual de aquella mañana.

Tal que así llega la noche, en nuestra trabazón, inclinadasobre confortables pilastras como un lar escorado dentro delque dejar de agobiarse con melancolías.

A las veintitrés horas y veintitrés minutos exactos, el telé-fono suena con un solo timbrazo que encapota la habitacióncon el toque a rebato de la llamada que no quiere ser aten-dida. Es mi señal. Ya estoy vestida; me he disimulado lospechos fajándome el torso con vendas compresivas y llevo eluniforme de botas de seguridad, vaqueros azules, camisetanegra y cazadora tejana, preceptivo para todos los miembrosde la Jauría. La habitación respira conmigo, se dilata y con-trae y dilata y recupera su tamaño original conmigo, y salgo.Tiro de la maroma. Tu podredumbre somática no protesta, acaballito de mi hostilidad, por la cuenta que le trae. Fuera,espero a cruzar un par de travesías antes de calzarme el pasa-montañas. hundo las manos en los bolsillos y olisqueo elozono chisporroteando hasta descascarillar la realidad delbarrio. Busco el rastro.

Nos coagulamos en el Arco de San Severo. Somos siete; uncomando que no cruza una sola palabra. El portalón de uno delos huertos abandonados en el culo de saco del pasaje se abrey Mamá se muestra a su Jauría. A oscuras, la túnica de recor-tes de periódico recosidos que la envuelve y la caja de cartónagujereada con la que se cubre la cabeza son lo más hermoso

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de este preciso momento en el que se forman charcos de tes-tosterona entre las rendijas del ladrillo crudo y los baches pordesgaste en la calzada desierta. Mamá ejecuta la danza con laque nos bendice y asegura que el sacrificio de hoy está a puntode hacer acto de presencia. Piruetea desidiosa en el infrarrojode un trémolo de diarios y cédulas de despacho, flamea alnegro sobre blanco, jura vesania y antibióticos a los titulares,al título y al cuerpo semántico de la actualidad. Se aparta aun lado para que podamos tomar posiciones en el huerto, trasdedicarnos una reverencia tal como vamos pasando, uno auno. Así de considerada es. Recogemos nuestras armas delsuelo: estacas largas y gruesas como brazos, trabajadas conpapel de lija; tubos de hierro oxidado, con mangos de cinta ais-lante; piedras y un cuchillo romo, que es por lo que medecanto. Nos comprimimos contra el murete, en formación, yMamá se acuclilla en la entrada, llamando sin voz a la presa,emitiendo una vibración subsónica que hace que los perros delbarrio se meen encima y les tiemblen las ancas, con el raboentre las piernas, obturando el miedo que amenaza con esca-párseles por el esfínter. Como los animales, yo también acusoese temor preternatural, aunque cada vez menos; poco a pocome igualo a mis hermanos, estos que me rodean y me inmola-rían sin piedad ninguna si supiesen que soy mujer y cuyoscorazones no se ablandarían por mucho que les prometieseque quiero dejar de serlo y que solo necesito más tiempo, lo sé,solo un poco más, unos pocos sorbos más de sangre, por favor,para conseguirlo.

Ahí están las dos piezas dispuestas en el tablero de estematadero, dos chavales que embocan hipnotizados el callejón,

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arrastrando los pies hacia Mamá. La noche se tensa sobrenuestros hombros. Cesa la humanidad gutural que podríaestorbarnos. Somos silenciosos como la peor sospecha. Loschavales recuperan el juicio cuando ven a Mamá, como untótem de papel y corrugado en el huerto, y se acercan con cau-tela, intrigados. ¿Qué están haciendo aquí? ¿Qué ha dirigidosus pasos hasta este pasaje por el que ya nadie pasa, si ibanellos tan tranquilos adondequiera que chicos tan anodinoscomo estos vayan los miércoles a arañarle horas al sueño?

—Nene, ¿qué mierda…? —medio pregunta el más alto deambos.

—Joder, tío. ¡Para! —se exclama el otro— ¡Qué flipe, tío!Anoche tuve una pesadilla en la que pasaba esto mismo, tío.

Los chavales son fibra y ángulo abrigados en sus parkasacolchadas y nunca antes han necesitado tanta valentía comoahora, al arriesgarse a tocar a Mamá y con algo parecido auna risilla nerviosa naciéndoles en el esternón. Mamá selevanta y ellos quedan petrificados. Son nuestros. Dejamos elescondite y los agarramos y nos los vamos pasando mientrasles descargamos una catártica granizada de frustración,escape de complejos y pura maldad sin signo.

Les rompemos las mandíbulas a golpes de tubo y deestaca, les luxamos las articulaciones, los retorcemos entrecrujidos de tendón, les damos mala muerte. A uno le abrimosel cráneo como si fuésemos a libar de él. Le desollamos la caracon un terrón de yeso. Tronchamos y apaleamos. Gruñimos.Los tubos oxidados pintan onomatopeyas de herida automáti-camente infectada, cortes por impacto contra paletillas que sehacen pedazos al descargar con rabia sobre ellas una y otra y

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otra y otra vez. Un ojo revienta de una pedrada y supura babacristalina y un trazo de rosa desleído.

haciendo fuerza con ambas manos, clavo el cuchillo en laespalda del otro chaval, que cae a mis pies sollozando. Lepateo la cara hasta que su nariz se troncha al otro lado delrefuerzo de acero en la puntera de las botas. Su amigo es unbulto de carne violada y miembros distróficos. El destino deeste no es mucho mejor. Tres de mis hermanos, oh, mis her-manos, en brillos mortecinos de tela vaquera y lana negraempapada de la savia de otros hombres, me ayudan a acabarde disminuir al chaval hasta volverlo pulpa inerte en este rin-cón de la barbarie. Doy un taconazo sobre la entrepierna demi víctima, dos pasos atrás, dejo caer el cuchillo y la escenade denigración absoluta se desinfla tan rápido como diocomienzo. Mamá profiere un silbido agudísimo, y nos desban-damos a la carrera, lejos, tan lejos del Arco como somoscapaces.

No creas que no noto cuánto me reprochas lo que acaba depasar. Te puedes ir a la mierda; siempre te afilaste en losperiodos refractarios relativos, siempre cerraste con púas loscanales a un nuevo potencial de acción una vez finalizado, ydisfrutado, el acto primero, capando el culmen de la experien-cia y negándote, decías, por timidez, a aspirar por completolos vapores derivados. Como aquella vez que herviste unhuevo, lo dejaste enfriar, lo pelaste y me diste placer con él,acariciándome y metiéndomelo y acariciándome y metiéndo-melo hasta que se partió en dos y rebañaste del perineo layema aún un poco cruda y te comiste el resto, aliñado de mí ycon unas gotas de limón y un pellizco de sal, y yo te miraba,

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despatarrada en el sofá, echada sobre la toalla pringosa, gra-bando en mi cerebro cada contracción de tus músculos facialesmientras comulgabas de aquel modo para que quedases, comohas quedado, en mí para los restos. Tu erección no satisfechame apuntaba, acusadora, y tú triturabas y tragabas y rumia-bas y tragabas despacito, en una imitación de comprensiblebajo rango del mismísimo acto sexual reciente. Por mi parte,ya estaba dispuesta para el siguiente asalto, acondicionada enredonda excitación.

—¿Qué quieres que te haga? —pregunté.—Nada de lo que te he hecho yo a ti, eso está claro

—dijiste.Te ruborizaste. Te ruborizaste y bajaste la mirada y

seguiste masticando, callado. Avergonzada, me tumbé boca-bajo y me cubrí con la manta. Te embuchaste la última migajade huevo, disimulaste un eructo, te fuiste hasta la nevera,echaste un trago y desapareciste, absorbido por alguno de losposibles desenlaces que para aquel rato siguiente hubiesesprogramado.

De regreso en la habitación de hotel, te haces tangible deesa rara forma tuya; huelo tu estela estancada en el cuartopor culpa de haberte evocado cuando los grifos abiertos y lasilueta en el cristal esmerilado. ¿Dónde estás? ¿Qué eresahora mismo? Guardo la cazadora y abandono las botas al piede la mesilla de noche. Veo que me has dejado un regalo sobrela mesa que hace las veces de escritorio frente a la ventana:dulces derretidos y podridos por haber estado en contacto con-tigo; chocolate cubierto de moho y bizcocho reseco como piedravolcánica con la que lacerarme el cielo de la boca, azúcar

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fermentado, chucherías tóxicas de caducidad. Todo dispuestosobre folios timbrados con el anagrama de la cadena hotelera,celulosa de carta rezumando aceite. Aunque frunza el morroun segundo, no vayas a pensar que me disgusta. Sé cuánto yde qué modo me quieres aún.

Así que estás en el armario. Así que eres el monstruo ace-chando entre perchas de las que no cuelga nada, y en una cajafuerte abierta de la que desconozco la combinación. Eres lo queha poseído los cajones en los que viajeros de más larga estanciaque yo —quienes, no como yo, se aplican con dureza a obviarla condición de tránsito eterno connatural a la habitación—deben esconder las bragas, los sujetadores y los calcetines; elasco sombrío que culebrea por prendas que no están ahí. Tiem-blas y tiemblas y crujes y sacudes para mí la epidermis dealuminio y contrachapado que te contiene. Tus bases tableteancontra el parqué, espigas y mortajas se comban.

—¡Vale! ¡Ya vale, joder! —te reprendo en voz alta, dán-dome por enterada.

Ruges desde el fondo del agujero de gusano en el mueble.Amenazador canto de hambre poltergeist. Si abro, me echarásel aliento y me aspirarás a un infierno denso de pánico infan-til, masticarás la poca inocencia que me queda hastadeglutirla como trauma y cagar complejos varios.

—Fabuloso —bufo.Eres el monstruo en el armario de la habitación de hotel

porque conoces de sobra este aroma que desprendo ahoramismo, esta urgencia en este aroma, esta decisión que tomarcuanto antes, y hoy tampoco quieres perderte el veredicto y loque conlleva. Pasa tras cada reunión de la Jauría; el orgasmo

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pendiente como daga de un hilo sobre mi cérvix. Ya hemoshablado de «no conclusiones» y, si no clausuro, si no excretoesta calentura furtiva, se volverá explícita y omnipresente, yno podré mirar al mundo, durante lo que venga, si no es a tra-vés del tamiz de la voluptuosidad, la molla y el tegumento. Y,además, el insomnio.

Me desabrocho la bragueta, me bajo los pantalones, meestiro, froto las bragas, las mojo. Ronroneas desde el avernode mi necesidad; el armario es tu urna de resonancia. Esta-mos en sincronía. Me enciende que pueda darte por desplegarde par en par tu contenedor y saltes afuera, garras y fauces ypelaje boscoso y fétido y, mi cíclope salvaje, te unas a mí y medesgarres. Pinzo el clítoris hinchado. ¿Que a qué estoy espe-rando? A lo suave. Ahora aprieto. Suspiro. Ya casi estoy.Ignoro el escozor púrpura vivo de las abrasiones de la ropainterior y del cansancio; este hastío arrebolado no sabe tanmal; lo aprovecho, me empalago, estoy salivando, susurro.

—Dilo.Llámame preciosa. Bonita. Criatura preciosa. Bonita. Pre-

ciosa. haz presión sobre esa aguja que me asaetea las tripas.—Preciosa. Bonita. Criatura preciosa. Bonita. Preciosa —

dices, venciendo la imposibilidad lógica que nos desune.—Eso no. Lo otro. Más fuerte —suplico.—Criatura alienígena. Rica.—Tampoco.—Nena.—Oh…—Nena. Mi niña alienígena. Mi niña que se desvanece.

Culmina.

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—¡Oh, sí!Acabo con un respingo y tres latigazos nerviosos. Me con-

tengo mordiéndome el labio inferior. Me repliego. Recupero elaliento. Lo recupero mal. Sueño. Recupero el aliento y des-canso. Gracias.

Gracias. Gracias. No eres más que una parte de mí, lastrey depredador, pero también, cuando la animosidad decae, laúnica salida de una pesadilla ajena, el desarme tácito.

En el mal sueño, llevo una túnica de recortes de periódicorecosidos y un casco de cartón, una caja con dos agujeros alfrente y a través de los cuales me estoy mirando en un espejoque es una fina placa de agua congelada dentro de la que, alaguzar la visión, encuentro un millar de colonias de bacteriasatrapadas en la estasis de un mar de los Sargazos precámbrico,suspendidas, en paz y esperando y esperando y esperando aque, según la parsimoniosa telepatía de las mismas coloniasme transmite, el Gran Maestro capaz de tornar verde la hierbase presente para liberarlas y hacerlas evolucionar.

Dura apenas tres minutos en los que no estoy dormida,pero tampoco despierta. Incapaz de realizar cualquier movi-miento voluntario, soy consciente de la escisión entre lo quees real y el desarreglo onírico, pero no puedo hacer nada paraevitarlo; a la deriva entre los flashbacks y retruécanos.

La gruta en la que me interno es un bajo fondo negro yrevestido de ceniza, y cada paso dentro y hacia abajo conllevarenunciar de forma drástica a lo que se va dejando atrás, a lavigilia y al método razonado. A los insignificantes problemasde diario pero también a cierta humanidad sustentada en par-ticularidades. A ser algo con más matices que un arquetipo y,

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en algún punto, renunciar incluso a la gravedad para no flotarsino moverse en asincronía con el peso al que, quien por acci-dente venga a internarse aquí, crea estar acostumbrado.

Y es que el hábito y el prejuicio, como la identidad, quedanabolidos en este tiempo de pesadilla, en este lugar de penum-bra sólida de todas las penumbras, para que al llegar al fondo,donde esperan el espejo de hielo y su civilización latente, seancastigo y liberación machihembrados que deban aceptarse sincuestionar, como una prueba de fe donde la salud de la inteli-gencia necesita de espacios míticos e imposibles a los queacudir a rendir tributo.

Por eso he embocado la gruta con un cincel en una mano yun martillo en la otra, a modo de subversora definitiva. Misvestiduras de papel se embeben de parte de las nubecillas deceniza formadas por el movimiento y la supresión de fuerzatractora terráquea, camuflándome, aliándome con la densatiniebla para hacer que la forastera se confunda con las pare-des y las cartilaginosas estalagmitas combadas a izquierda yderecha en lo más hondo de la cueva, como espinas torcidasbalizando la esquena hacia su núcleo. La caja de cartón setizna y me maquilla unas ojeras perfectamente redondas alre-dedor del brillo parejo del blanco ocular y los dos iris colormiel. Se podría decir que yo y la gruta somos la misma cosa alalcanzar el espejo. Parecemos la misma sustancia sombría.

Aherrojada por la angustia hipnagógica. Me presento: Assumpta Serrano; nombre y primer apellido

incorpóreos. Las colonias bacterianas en el agua helada, uni-das en su propósito religioso y anhelo de comunicación con laalienígena, solicitan de nuevo si acaso soy el Gran Maestro

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capaz de tornar verde la hierba. No respondo. Las coloniasinsisten. Apoyo el extremo afilado del cincel en la lámina dehielo y aguardo a que llegue algún grito de pánico extrasen-sorial, que finalmente es solo un hipo. Una afirmaciónresignada; las colonias claudicando y reconociendo que se lotienen merecido.

Golpeo la empuñadura del cincel con el martillo, y lalámina se quiebra en dos pedazos que salen impulsados haciaatrás, rompiéndose en incontables fragmentos más conformese alejan, ingrávidos.

Intento boquear. Intento patalear y dar manotazos. Nin-guna función motriz me obedece. No hay más que la pesadilla,que no me va a dejar marchar hasta que alcance su moraleja.

Un error de perspectiva… Las raras condiciones ambien-tales en la gruta se deben a un error de perspectiva. Caigo enla cuenta cuando los fragmentos del espejo frenan en seco ydejan de dispersarse para, al unísono, avecinarse despacio,uno fusionándose con el de al lado, estos dos con los dos máspróximos, cuatro uniéndose a otros cuatro, ocho y ocho, dieci-séis y dieciséis. Las colonias bacterianas que he pretendidoaniquilar, emancipar de algún modo, siguen intactas dentrode cada fragmento y ahora, con el reenlazamiento, resucitanalianzas y tienden nuevos puentes relacionales, para restau-rar sus posibilidades de civilización. Veo la trampa que es lagruta; un error de perspectiva, trampantojo.

Pronto las colonias empiezan a entonar sus cánticos deloor y llamada al Gran Maestro, capaz de tornar verde lahierba, y así lo harán hasta que cada microorganismo por símismo, sin intervención exógena ni motor figurado, descubra

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que ese Gran Maestro es él, que son su aparato perceptivo ysu psicología intrínseca los que tornan la hierba verde, unverde distinto para cada uno de ellos y que, tras la revelación,deberán consensuar. Entonces comenzará la evolución, dedentro a fuera y de uno en dos, de dos en cuatro, de cuatro enocho y exponencialmente hacia quién sabe qué; sólo ellossabrán qué, porque será el destino que ellos solos se hayanlabrado, el destino merecido, que no manifiesto.

Un error de perspectiva… La forastera vestida de papel ytocada de cartón no es libre fuera, en el vacío sin gravedad, nilas colonias están atrapadas en el hielo de un cúmulo de posi-bilidades cristalizadas. No. Assumpta Serrano es una entidadencapsulada y llevada a la deriva por un cosmos ceniciento,tan lejos del hogar como se puede estar, a merced de un uni-verso cóncavo que da la impresión de ser un espacio cerrado,de ser una gruta. No. El espejo es un edén preñado de contin-gencia, fértil, rico en oportunidades; un planeta, si se le quiereentender así, un lienzo para que las bacterias medren en unbodegón de biosfera, pensamiento y tecnología. Assumpta estáequivocada y, por la mala perspectiva y las malas decisionescondicionadas por esta, ha perdido la última oportunidad decomunicarse con las colonias, por lo que le da la espalda alhielo, aprieta los párpados y cuenta hasta veinte.

Despierto completamente, desligada de la parálisis, con elpulso echándole una carrera a la distensión de la presa sobremis sentidos. Te invoco.

Bajo tu lápida yace la señorita Serrano. En términos gene-rales, el tiempo acaba por sepultar lo pasado y nos sepulta anosotros con ello, a ti y a Assumpta, la cada vez más pequeña

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y masculina Assumpta que, ya en casa, redacta rápido suinforme, lo repasa un par de veces en busca de erratas, loadjunta a un correo electrónico de apenas cinco líneas para loseditores de la revista online para la que escribe sus reseñasdel lugar de paréntesis de los miércoles, y vuelta a la campanatransparente que la contendrá hasta el miércoles que viene.

Los doscientos euros extra al mes que esos artículos mereportan pagan caprichos y me mantienen a flote en la cié-naga del consumo cuando el trabajo afloja en verano ynavidades. Lo mejor del contrato, sin embargo, es la más quepráctica anulación de rastreo posible de mis huellas, cuandome incorporo a la Jauría, que me proporciona la pernocta ayeren un Silken de cuatro estrellas, próximamente en un Cata-lonia de tres y el mes siguiente en un Acta de cinco. Por lodemás, cariño, no hay cambios sustanciales: tu maroma seenreda en la glándula pineal de lo que fuimos, y yo sigo siendofisioterapeuta a domicilio por cuenta propia y discontinua;rehabilito y hago correcciones posturales y pauto ejercicios ytengo una sonrisa maravillosa en un joyero, aquella que meimputaste, a la que abrigo con una bata blanca que lleva minombre bordado sobre el bolsillo en la pechera.

Cada tarde, el mismo retortijón de puesta de sol no con-templada me menea por el piso de cincuenta metroscuadrados que ocupo sola. huello el suelo batido del presentede nuestra relación de jueves a martes, sin buscarle una expli-cación. No porque no la haya, sino por estar empezando ahacerme a la idea de que la transformación a la que me estoyabocando está íntimamente relacionada con que la partede mí que eres está creciendo en una metástasis de posesión

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daimónica, irremisible, y tus cada vez más frecuentes mani-festaciones exteriores son un efecto secundario. Efecto, nocausa. El inicio de mi cambio y tus tropelías paranormaleshan llegado a mí a la par. hablo dos octavas por debajo de lohabitual, mi vello corporal no aguanta rasurado más de mediodía y camino encorvada. Y lo que me queda es parchear, reco-rrer el sitio ancho del cogollo de esas sensaciones al caer latarde e ir recogiendo la basura y ordenando lo que ha cam-biado de lugar espontáneamente; me queda vivir, vivir contigosin ti, que en definitiva es lo más aterrador.

Si has sangrado, parodiando con pésimo gusto que ya nome baja la regla, friego arrodillada el rastro, sin chistar, ejer-citando nuevos bíceps y tensando el lomo; el agua y el vinagredejan un perfume que también eres tú. O, cuanto menos, unrecordatorio al carmesí falsificado de tu hemorragia en eltrapo que nos higieniza.

Eres aquellos bombones, galletas y bastoncillos de cara-melo rancios, como fuiste aquella turba de camposanto enmontoncitos por el recibidor, el salón y el trastero, y aquellaceniza en cenefas del cuento escrito en alfabeto hebreo sobrela mesilla del comedor. Lo eres en el estrato superficial de labolsa de mugre que dejo en el rellano para que la portera laavíe por mí.

Si has estado royendo los cables de la instalación eléctricaa la vista, restablezco la continuidad con cinta americana yaquí, cualquier noche, no ha pasado nada. Si has estalladoen el microondas o te has desintegrado en la lavadora, mearremango y raspo la casquería y desinfecto con cargas hue-cas, entre maldiciones recién aprendidas. Si has rajado las

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bombillas con uñas de diamante y has meado ácido sulfúricoen la tapicería de las sillas, compro otras. Si provocas unasubida de tensión que me funde el televisor y la minicadena yel rúter, compro otros. El dinero no es problema, de momento.

En la fachada de las Casas Bajas del Clot han brotadomanitas de sombra, infantiles dedos y palmas de textura deestática, de desintonía, que se alargan para tocar a los vian-dantes; quizá a fin de contagiarse de su calidad terrenal,quizá para pedir que alguien tire de ellas y extirpe del tabiqueaquello a lo que están unidas.

Sábado sí y sábado también, temprano, un grupo de niñasacude a las Casas con macutos llenos de cualquier cosa quehayan rapiñado durante la semana. Ora una muñeca sin bra-zos y un libro con las tapas deshechas y la tinta corrida hastalo ilegible y una regleta de tres tomas con los cables pelados;ora tiestos de geranios marchitos, un palmo de la espuma delrelleno de un cojín, el microscopio sin lentes que han encon-trado en un contenedor, la caja con el surtido de fusibles decoche o la calculadora con la placa solar agrietada. Todo loque sospechan que puede ser del agrado de las niñas a lasque corresponden esas manitas, que son las mismas niñaspero supurando desde un plano transarmónico paralelo. Conmuchísimo cuidado, entregan cada objeto a sus dobles espec-trales y los deditos se cierran sin poder asir nada y la chatarracae al suelo y las niñas se tronchan de risa.

Infiltradas en la masa de melaza callejera, estas críasson candelitas de gozo a la vista, lo poco con lo que puedo

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