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PesadillaPara Franco, que desde su llegada le dio razón a todo, y Gabriela, la dulce inspiración. A Dalia y Aníbal, la incondicionalidad del corazón. A los amigos de allá, de

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PesadillaRetratos de un fútbol en crisis

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Grosso, CristianPesadilla : retratos de un fútbol en crisis / Cristian Grosso ;

Fernando Pacini. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :Alarco Ediciones, 2016.

128 p. ; 20 x 14 cm.

ISBN 978-987-1367-65-8

1. Fútbol. I. Pacini, Fernando II. TítuloCDD A863

Ediciones Al Arco: www.librosalarco.com.ar e-mail: [email protected]

Diseño de tapa e interior: Ana Paoletti. e-mail: [email protected]

Ilustración de tapa: Sebastián DomenechTwitter: @domenechsInstagram: @domenechs_art

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Para Franco, que desde su llegada le dio razón a todo,

y Gabriela, la dulce inspiración.

A Dalia y Aníbal, la incondicionalidad del corazón.

A los amigos de allá, de acá y a mi familia rosarina.

A Javier Zanetti, dueño de una sensibilidad

a prueba del estrellato.

A Gabriel Heinze, el villano favorito para

imaginar un fútbol más sano.

A Eduardo Urtasun y Gabriel Wainer, porque obligan

a discutir con argumentos.

A la memoria de Raúl Lamas, un auténtico

caballero. Por sus manos y su corazón pasaron

en los últimos 20 años todos los cracks argentinos.

A Marcelo Bielsa, Diego Simeone, Gerardo Martino y

José Pekerman, un póquer tan variado que me obligó

a mirar más allá de lo evidente.

Cristian Grosso

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Para mi maravillosa Julia.

A mi familia y a mis amigos.

A Adrián Paenza. Él también hace rato que es familia.

A Santi Segurola. Cuando sea grande quisera ser como él.

A César Menotti, a Marcelo Bielsa, a Gerardo Martino,

y en ellos, a todos los entrenadores que me ayudaron

a pensar mejor el fútbol.

A Walter Dimattía, por nuestras interminables charlas.

A la memoria de Juan Miguel Echecopar,

grande, sabio, sencillo.

A Diego Maradona, por su generosidad y

por tantas alegrías.

A “mis chicos” de la categoría 2000 y al club Sirio de

Pergamino, por todo lo que me enseñaron.

A Pablo Giralt, compañero de ruta siempre.

A Marcelo Araujo y a Enrique Macaya Márquez.

Fernando Pacini

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Agradecimientos

A Gustavo Grabia y Adrián Paenza,

colosos que nos abren puertas y nos cuida la espalda

A Sebastián Domenech, mágico artista con tablón

A Andrés Prestileo, custodio artesanal de las palabras

A Marcos González Cezer y al Chopo Boccalatte,

cómplices perfectos

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Prólogo

Por Gustavo Grabia

Diseccionar el fútbol argentino no es una tareasencilla ni mucho menos agradable. Pero con preci-sión de cirujanos, Cristian Grosso y Fernando Paci-ni hunden el escapelo por todo el cuerpo enfermode nuestra pasión de multitudes para exhibir mise-rias y proponer soluciones. Viniendo de dos aman-tes del mundo de la redonda, este es un libro escri-to con sangre. Con amor y con bronca, como ellosbien explicitan en el primer capítulo de una obra tandolorosa como necesaria.

Alejados de los mensajes grandilocuentes detanto periodista que busca retweets o likes en face-book, el trabajo se fortalece en las debilidades de unsistema perverso que al apostar por sacar ventajabajo cualquier circunstancia, olvidó la semilla madreque hace crecer esta pasión, que es el juego mis-mo. La revalorización de una selección degradadapor la mezquindad del medio, el ojo clínico con elque se entiende que el poder pasó del césped a lastribunas, el reflejo de una sociedad contradictoria,

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exigente, ansiosa y agresiva que disfruta más de ladesgracia ajena que del triunfo propio, las nefastasconsecuencias del resultadismo a como dé lugar, laresponsabilidad de los distintos actores de estenuevo circo romano, todo eso y mucho más estáanalizado desde distintos ángulos y recurriendo nosólo al pensamiento de ellos como analistas con dé-cadas de periodismo deportivo sobre el lomo, sinotambién a reflexiones de los protagonistas. Paraque se entienda: esta obra no es un llamado deatención, es un grito desesperado pidiendo de unavez por todas una refundación.

Desde ese diagnóstico preciso, ambos plante-an una revolución que nos devuelva a los orígenesmás puros de este deporte, a la belleza de un chicoacariciando una pelota no contaminada de exitismoni histeria. Pero no al estilo de la estigmatizada “lanuestra”, sino a través de un fútbol que le de pree-minencia al placer, a la sabiduría, al respeto y, al finy al cabo, a una escala de valores que nos concedala posibilidad de ser felices a través de un juego quees, ni más ni menos, el más hermoso del mundo.

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El fútbol, ese espejo de la sociedad

A veces el fútbol es sólo una excusa. En otrasocasiones, le da contenido a todo. Misceláneas,pinceladas, enfoques, miradas… cualquier registrosirve para disparar los debates que hoy invaden elfútbol argentino. Pequeños capítulos que activan ladiscusión. La idea es pensar, reflexionar, disentir,claro, ¿por qué no? Pero especialmente recorrer elmapa del fútbol argentino, auscultar su salud, ana-lizar sus histerias, regar sus fortalezas y reconocersus miserias. Entenderlo. Nada es casual en unmundo que tantas veces se deja llevar por la crispa-ción. Un ambiente de euforia y desasosiego que díaa día convive con la desproporción. Tan al límite lle-gan a veces los extremos que la mención de lamuerte es común en frases y declaraciones. Porqueasí como el hincha augura que ni la muerte lo va aseparar, el mismo sentimiento aparece cuando, poruna derrota, la solución es matarlos a todos.

Una espiral de temas desata esa rara combina-ción de cuestiones racionales y resortes absurdos.El empobrecimiento del fútbol argentino, la fugapermanente de sus mejores valores, los descuidosformativos en las inferiores, la silla eléctrica de los

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entrenadores, la trampa enquistada en la conductade tantos, el vacío que dejó la inoxidable gestión deJulio Grondona, la discutible validez de torneos quede tan cortos o tan extravagantes nadie se animaríaa copiar, la injusticia de los promedios, la comercia-lización de la pelota, las prisiones tácticas que dis-ciplinan las propuestas...

Este libro está escrito con amor y con bronca.Y con una obsesión: soñar con un fútbol mejor a tra-vés de mejores hombres. Que quede alguna venta-na abierta para que la luz del futuro ilumine a estejuego. Este libro está escrito con la pasión que en-ciende este deporte-espectáculo-negocio en la Ar-gentina y la rigurosidad periodística que exige la re-corrida. El fútbol argentino regala a menudo relám-pagos que viajan a velocidad luz de la alegría a ladesazón. Casi todo se vuelve tan profundo y a la veztan efímero, un sentimiento incapaz de ofrecer si-quiera un boceto de explicación. Pocos torneos tantraicioneros como el argentino. De repente, el fútbolse disfraza de una excentricidad que sólo buscaevasión, maquillar penurias en áreas realmente sus-tanciales.

El fanatismo por el fútbol ha invadido el lugarque antes estaba reservado al ardor patriótico, elfervor religioso o la tribuna política. Entonces, sonmuchos los horrores que se cometen en nombre delfútbol y muchas las tensiones que se valen de él pa-ra justificarse. Desmesuras sobran en su vida coti-

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diana: la connivencia de los barrabravas con los di-rigentes y los futbolistas, la polémica administraciónde los clubes, la intromisión de sectores de poder ysu malsano oportunismo para utilizar al fútbol se-gún las conveniencias de turno, la xenofobia enjau-lada en un estadio, el menoscabo de la vieja tradi-ción de amistad entre los clubes, el peligroso doblediscurso de una porción de la prensa, el daño queha hecho y sigue haciendo una cultura exitista exa-cerbada y fomentada a diario, el clima de intoleran-cia que se respira en las canchas, legitimado de ma-nera insólita por muchos protagonistas que le atri-buyen al público un derecho casi absoluto. La inje-rencia excesiva del dinero al punto de desnaturali-zar el tejido general de relaciones del fútbol y devolver corriente el estado de sospecha.

En ese contexto, una cruel paradoja: la ilusiónde que el seleccionado nacional sea el que compen-se todas las desgracias choca con la ausencia de tí-tulos, lo único que algunos sectores imponen comoresultado válido. Un déficit de la mayor que acumu-la más de dos décadas y que ya castiga a los repre-sentativos juveniles, un orgullo argentino de tiem-pos no tan lejos, pero hoy deteriorado por el descui-do y la improvisación.

Contrapuesta con este escenario sombrío, unahendidura para explorar la posibilidad de solucioneso de encaminarse hacia tiempos mejores: qué sepodría o debería cambiar; qué excepciones, en

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nombres y en hechos, pueden encontrarse a unpresente tan patético; qué es lo que todavía alientalas esperanzas de torcer el rumbo, qué buen lega-do puede pensarse hacia el futuro.

La invitación, quizá demasiado ambiciosa, esintentar razonar de otra manera. El fútbol está insta-lado en la conciencia colectiva de los argentinos co-mo parte importante de nuestra identidad. La adver-tencia está hecha: acá, la lógica no siempre encon-trará amparo. Atención, no se trata de demonizar elfútbol. Él no causa ni agrava nada: sí espeja.

Prólogo de los autores

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La selección de los perdedoresUna actividad histérica y descompuesta. Eco-

nómicamente en bancarrota, asociada a negocia-dos corruptos y sumergida en una jungla política.¿De qué se puede sentir orgulloso el fútbol argen-tino? Lo mejor que tiene el fútbol argentino es suseleccionado, sí, el mismo que ya encadena 23años sin ganar nada. No faltan los que aseguran nosentirse representados por estos millonarios queno sienten la camiseta. Ni por estos ni por los an-teriores. Y le clavan al seleccionado una miradadesconfiada. Tal vez haya una explicación más alláde la cancha. Quizás a la Argentina de los últimosaños le toque sufrir en carne propia la crueldad delos tropiezos porque es la portadora de un mensa-je de difícil penetración social: no todas las derro-tas son descalificadoras. Comprender, con hastatres latigazos en años consecutivos, que no siem-pre una caída es sinónimo de desprestigio. Aunqueel precio sea altísimo: Javier Mascherano, LionelMessi y asociados quedan arrinconados contra eldescrédito.

Si el fútbol argentino tiene que salir al mundo avender su mejor producto, no cuenta con nada másrespetable que su seleccionado. Su principal activo.

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Si, el equipo de los perdedores. Un equipo que ha-ce años desprecia las trampas y el ventajismo. Sinexcusas ni histeria. Nada les ha acercado un título,pero siempre han sido nobles. Este seleccionado yel anterior de Alejandro Sabella también. Confundi-do, equivocado o asustado, nunca le vendió el almaal diablo con tal de ganar. Duele perder, claro. Perola selección desterró la malicia, la inconducta. Sedistanció de un recado enquistado en muchos sec-tores de nuestra sociedad que no se horroriza cuan-do escucha que ser tramposo es un atajo para serexitoso.

Hace años que no hay escándalos alrededor dela selección, pese a que tantas derrotas podrían ha-berlo dinamitado todo. Si hace tiempo que la selec-ción no gana nada, también hace un buen rato queno se escuchan escándalos ni provocaciones.

¿Se puede mantener la frente alta y guardaruna conducta noble aun cuando el alma está atro-pellada? ¿Es posible asistir al festejo ajeno y no per-der la entereza? Río de Janeiro 2014, Santiago deChile 2015 y Jersey City 2016…, tres finales y tresderrotas. El seleccionado argentino demostró quesí. Que no es en vano sostenerse en pie y dar la ca-ra aun cuando la tristeza lastima como nunca. Laselección se volvió una isla en un océano nausea-bundo. Con dirigentes incapaces y una estructuraruinosa. Paradójicamente, cada derrota absuelve alos culpables y crucifica a los que dignifican a la

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marca selección. Después de esta generación, sepagarán tantos años de desastres.

Sueño de un fútbol organizadoEl desempeño de la selección argentina en la

Copa del Mundo 2014 recuperó algunos valoresque empezaban a formar parte del pasado. El orgu-llo competitivo, la determinación y el coraje que ex-puso el equipo en cada momento resucitaron la afa-mada mística, hasta ahora, casi una pieza de museoque había que visitar en las videotecas.

En tantos años, decenas de futbolistas acudie-ron al llamado de la selección con ese objetivo y esesueño, sin mucha fortuna, pero sin jamás renegardel amor original por vestir la camiseta. Los llama-ron mercenarios y peseteros, a éstos y a los anterio-res. Jugaron solos, muchas veces desprotegidos,en tiempos de desorientación y convulsiones. Sinembargo, los jugadores jamás desistieron. Desde sudesignación, Alejandro Sabella concentró sus pri-meros esfuerzos en salvar lo que quedaba y en pro-curar las maneras de fortalecer un alma, que portantos golpes ya estaba flácida. Sabella fue el líderde esa reconstrucción. Gerardo Martino gobernó enla misma sintonía, más allá de la caza de brujas quese desató tras su renuncia.

Luego, cada quién disfrutará más o menos desus preceptos futbolísticos; da igual, eso es cuestión

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de sensibilidad y qué nos pasa cuando vemos jugara determinado equipo. Pero volvamos a Sabella; élpuede colgarse la medalla porque supo gestionar,organizando su estructura de modo horizontal, par-ticipando a sus dirigidos, sin ampulosidades ni de-magogias, preservando la intimidad, y con franque-za y honestidad para tomar decisiones. Ahora pue-de no parecer gran cosa, pero ese estilo de conduc-ción sin estridencias y lleno de generosidad, en pers-pectiva, fue el origen de la recuperación.

El “proyecto” de la selección argentina es el en-trenador de turno. La selección mayor no es el pun-to más alto de un plan que abarca desde las bases.No se elige a un técnico en función de un estilo pre-tendido; es al revés, el técnico es el estilo. De CésarLuis Menotti a Carlos Bilardo, de él a Alfio Basile,luego a Daniel Passarella, Marcelo Bielsa, José Pe-kerman, otra vez Basile, Diego Maradona, SergioBatista, Alejandro Sabella, Gerardo Martino... Nin-guna línea perdura, no hay cortes ideológicos cada30 años, sino a cada rato.

El subcampeonato del mundo podría haber si-do un excelente punto de partida para algo nuevo,ambicioso y renovador. Hay gente que sueña con unfútbol organizado, con bases sólidas en la forma-ción, con competiciones mejor diseñadas, con undebate que integre a personajes que el poder del fút-bol argentino segregó, y otros que despuntan llenosde ideas y vigor sin que nadie repare en sus existen-

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cias... Difícil, casi una fantasía suponer que es posi-ble una política de estado en el fútbol. Es más terre-nal entregar el sueño a la capacidad de los entrena-dores y al talento espontáneo de los futbolistas.

Desde hace tiempo, la AFA no piensa en quéfútbol queremos para los próximos 20 o 30 años. Elfoco lo ha puesto en otro lado, en la carroña políti-ca y las tajadas económicas. Si se pierden de vistalos intereses deportivos, o quedan sometidos a loscomerciales y de poder, con el tiempo, hasta los ne-gocios y el poder se derrumban.

La despedida de la gente íntegraAlejandro Sabella se cansó y su límite fue el

Mundial Brasil 2014. Ejercer esta función con pasióny profesionalismo agota. ¿Por qué? Intromisiones, in-tereses, idas y venidas, demasiada exposición... To-dos daños colaterales, porque esa erosión nada tie-ne que ver con el trabajo. Un goteo que corroe tantohasta volverse insostenible. Gerardo Martino tambiénse marchó después de la Copa América CentenarioEstados Unidos 2016. Abrumado. Para él, la dignidadresultó el límite. El prestigio y el desafío de dirigir a laselección argentina dejó de ser una tentación irresis-tible debido a una coyuntura caótica.

La memoria recuerda las salidas de la AFA deMarcelo Bielsa y José Pekerman, dos alejamientosmesurados para maquillar disconformismos. El 3 de

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octubre de 2002, cuando Pekerman se marchó porprimera vez, explicó: “Es una decisión relacionadacon el desgaste y el cansancio por un trabajo ar-duo”. Y hasta deslizó responsabilidades: “La selec-ción se pone en escena el día que compite, peroatrás hay un plan de preparación cargado de dificul-tades. En el fútbol hay trampas, cosas injustas”, se-ñalaba Pekerman. José volvió por Alemania 2006, ydespués partió casi espantado.

Bielsa había resistido hasta septiembre de2004. “Noté que ya no tenía la energía necesaria pa-ra absorber las variadas tareas que demanda la se-lección. Ya no tenía ese impulso. Y cuando ocurreeso no es honesto quedarse en un sitio sin entregarla energía que la tarea reclama”, comunicó. No eratoda la verdad, claro. Pero en su gestión nunca ha-bía enarbolado excusas ni culpas de terceros. Me-nos lo iba a hacer en el adiós.

Se fue Sabella. Se fue Martino. Llevar el cargocon prudencia y capacidad parece sofocante paragente íntegra. Antes o después, la despedida seconvierte en un acto necesario.

Ser tramposo cotiza en alzaMarcelo Bielsa desprecia la mala intención. El

entrenador argentino todavía dirigía a la selecciónalbiceleste cuando cierto día le apuntaron un errorarbitral que, supuestamente, había perjudicado a su

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equipo. La consulta, obviamente, buscaba que Biel-sa descargase culpas en el juez. Pero sólo se escu-chó de él una declaración de principios, ya que Biel-sa respondió que moralmente no estaba autorizadoa quejarse cuando en un partido anterior no habíacorregido que un gol de la Argentina –de MauricioPochettino frente a Paraguay– había sido con la ma-no. Y en otra oportunidad José Pekerman relataba,quizá con una candidez que incluso admitía, quesoñaba con ese día que un delantero, por ejemplo,tras recibir en el área una falta inexistente, le aclara-se al desconcertado árbitro que no había sido pe-nal. Claro, Pekerman desdeña la trampa.

Bielsa y Pekerman dejaron de trabajar en la Ar-gentina porque ya no se sentían cómodos.

Hay ejemplos paradigmáticos en la direccióncontraria. Diego Maradona reivindicó su Mano deDios. Es más, a esa acción ilegal le agregó preme-ditación en las explicaciones. “Realmente lo quisehacer con la mano y nunca me arrepentí por esto.Mis compañeros me vinieron a abrazar, pero comodiciendo «estamos robando». Pero yo les dije: elque roba a un ladrón tiene cien años de perdón”.Las palabras acentuaron la indignación en Inglate-rra; pero más por la exaltación del delito que por laderrota en México 1986.

Hace algunas temporadas, Luigi Agnolin, porentonces titular de la Asociación Italiana de Árbi-tros, señaló que “los jugadores leales son los que

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evitan las simulaciones”. Si viera el fútbol argentinocargado de impostores... Alguna vez el árbitro reti-rado Ángel Sánchez comentó que sus colegas eu-ropeos preferían no dirigir a futbolistas argentinospor considerarlos maleducados.

“Nada humilla más que perder por gil, que el ri-val te gane por más pillo”, aceptaba el genial Rober-to Perfumo, un hombre con una sensibilidad espe-cial para interpretar los códigos futboleros. Desdesu recuerdo se puede entender cuando tantos juga-dores se escudan detrás de una máxima vergonzan-te: “El fútbol es para los vivos”, disparan. Como siallí encontraran impunidad. Y no se les cae ni unapizca de vergüenza después de afirmarlo.

Tal vez por demagogia. Quizá por miedo a que-darse sin trabajo, entonces los manotazos contem-plan las calumnias y la exageración. De lo que nohay dudas es de que cada vez más hombres del fút-bol se esmeran por traspapelar el sentido de la dis-creción. El caldo de urgencias y deslealtades queasfixian y aprisionan deriva en conductas refracta-rias y alegatos lacrimógenos. Muchos futbolistas yotros tantos entrenadores han elegido desplegar unarsenal de interferencias sobre la tarea de los cole-gas y de los árbitros. Después de cada derrota, de-masiados intérpretes eligen un protagonismo de-saconsejable. ¿Objetivo? Cubrirse en excusas, de-rivar culpas en otros y despertar tanta incomodidadpara, acaso desde el victimismo, conseguir algún

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beneficio al partido siguiente. El que no llora no ma-ma…, y el que no afana es un gil.

Cuánto más sencillo sería hablar con franque-za y asumir los riesgos de esa sinceridad. Por ejem-plo, aceptar errores, reconocer la superioridad delrival, dejar de mirar con desdén los méritos de losdemás. Claro que eso demanda auténtica valentía ygenerosidad, pero sobran mezquindades que sólodespiertan repudio.

Un exhibicionismo mediático irritante. La bús-queda del impacto público para distraer el eje ver-dadero. Histerias, provocaciones y petulancias alservicio de la queja. En definitiva, los actores de lasrepetidas exasperaciones provienen de la desarti-culada sociedad argentina, tan proclive a los atajosventajeros, a los señalamientos insidiosos, a losexabruptos irónicos.

El vértigo domina al fútbol argentino. En la can-cha, en los escritorios, en las tribunas, en las redac-ciones de los diarios. Todos confluyen en campeo-natos histéricos y hasta sádicos. Una de las deriva-ciones de este juego-negocio es que pone a pruebael sentido de integridad de los personajes de turno.Los insoportables lamentos y la búsqueda sistemá-tica por desacreditar a los demás, así como los de-sembozados pedidos de incentivación, la simulaciónde faltas, el matonismo para pedir una tarjeta y la su-puesta sagacidad para adelantarse en una barrera,en realidad revelan que existe terror de ser conside-

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rado un ingenuo. El fútbol argentino está repleto demaldades por aprender. Y como aquí se saluda a losalumnos aventajados, la picardía prestigia por enci-ma de la nobleza. Nada entendía de fútbol, pero eldramaturgo inglés Francis Bacon decía que no haypeor cosa que considerar sabios a los pícaros...

Los dirigentes del paraavalanchaNo es común que José Pekerman rompa su to-

no monocorde, pero aquel mediodía explotó. La si-tuación lo indignaba. La charla, en 2001, recorría larealidad del fútbol argentino, y el por entonces en-trenador de los seleccionados juveniles reclamabadecencia, sinceridad, austeridad y capacitación en-tre la dirigencia para intentar oxigenar a un enfermoque entregaba peligrosas señales de descomposi-ción. “Un dirigente no puede llegar al cargo impul-sado sólo por su amor a la camiseta y recién ahí dar-se cuenta de que el club está roto. Para ser dirigen-te no alcanza con ser hincha; hay que ser capaz yético”, alertaba. Pocos le habrán prestado atencióny hoy se administran ruinas.

El deterioro cultural que atropella al país arrió amuchos personajes del fútbol hasta la ciénaga de lamala educación. Sobran episodios vergonzantes.Desde Boca y River, por ejemplo y nada menos, nodudaron en dinamitar la discreción y la racionalidad.“Ramón Díaz es un bufón y un cobarde”, disparó un

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día el dirigente Juan Carlos Crespi desde el rincónxeneize. Y su par Omar Solassi también extravió eljuicio desde la vereda rojiblanca cuando señaló que“ojalá en 2015 se vaya Boca a la B”. O aquellos di-rigentes de Racing, demagogos de un desborde na-da folklórico, cuando espolearon las burlas por eldescenso de Independiente. Bravuconadas del pa-raavalanchas detrás de un escritorio.

Dirigentes oportunistas que siembran descon-fianza y alientan complots. Que invaden espacios,protestan por designaciones e impulsan descalifica-ciones. Porque “tener peso en la AFA” es esencialpara asegurarse adhesiones populares. Que gestio-nan mal las millonarias inyecciones de dinero de latelevisación. Que le ceden el club a la barra brava.Que alzaban la mano en el comité ejecutivo de laAFA para no caer en desgracia, pero que despuésconfesaban que no compartían la atornillada políti-ca de Julio Grondona. Y ya sin el Jefe, lloran extra-ñarlo. Dirigentes que reniegan en los pasillos y sonadláteres en el escenario de la foto. Que redactan yreescriben la definición de una temporada buscan-do conveniencias y no la equidad deportiva.

Dirigentes que se extralimitan y pisotean susfunciones. Dirigentes que eligen mofarse de la des-gracia ajena para anclar la felicidad propia hundien-do el dedo en las penurias de los demás. Ese es unhábito que los califica. Una de las derivaciones delhistérico y ventajero fútbol argentino es que pone a

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prueba el sentido de moral de sus protagonistas.Otra manera de entender la decadencia...

Ya no le piden una pelota a Papá NoelLa avería de un país cruzado por una crisis so-

ciocultural también hace estragos en las canchas. Elretroceso educativo deja huellas en las nuevas ge-neraciones. Los encargados de las inferiores luchanpor que cumplan reglas básicas, como apagar lasluces a tal hora. Mientras aparecen sábanas quema-das con picaduras de cigarrillo y preocupan los ro-bos internos, no pocas pensiones son acechadaspor la venta de drogas. Claudio Vivas, ex entrenadorde Argentinos, Racing y Banfield, trazó un crudodiagnóstico: “Hoy hay muchos chicos rebeldes, quetal vez no tienen los mejores entornos. Veo muchomaterialismo y también están las cuestiones socia-les: algunos son padres, un niño que tiene un bebé,eso no es normal. A veces, los entornos maliciososven un negocio. Los padres tienen que acompañara sus hijos al club, pero también al colegio”.

La exagerada exposición en los medios, el ver-tiginoso paseo por la fama y el veloz acceso al di-nero les han lavado a demasiados pibes el interéspor el juego. Jorge Valdano ofreció una inquisidoramirada global: “Lo que perdió la Argentina es elamor a la pelota. Perder ese capital sentimental, elamor a la pelota, es muy grave a mi parecer”. Y

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otros temas coyunturales afirman el derrumbe: dé-ficits alimentarios desde la niñez que luego se tra-ducen en fragilidades físicas, y graves conflictos fa-miliares, con hogares violentos que hasta incluyenderivaciones judiciales.

Juan Román Riquelme comparó épocas: “Elfútbol te tiene que gustar. Hoy los pibes están pen-dientes del botín nuevo de Cristiano Ronaldo oMessi, del teléfono último modelo, pero si les pre-guntás: «¿viste el partido entre Chelsea y Fulham?»no saben ni que se jugaba”. Muchos chicos creenque nadie puede enseñarles nada. “Lograr que hoyse queden corrigiendo defectos es muy difícil. Escomplicado armar grupos por la computadora, laPlayStation, el mp3. Hoy todos los jugadores tienenrepresentantes. Y cada representante busca pelearpor lo suyo y por ahí les inculca a los chicos cosasque los hacen individualistas”, asumía Sergio Batis-ta cuando trabajaba en la AFA.

La etapa formativa está bastardeada por el exi-tismo y el avance del profesionalismo. “El deseo deganar se ha impuesto claramente al deseo de ense-ñar”, agregaba Valdano. “Un joven no mejora si ledan todo; debe procurárselo, sentir que se esfuer-za”, explicaba Marcelo Bielsa. La mayoría llega aprimera con vacíos conceptuales. Hay menos gam-beta y escaso valor intelectual. Casi no se disfrutani escucha a chicos con el espesor que ya de muyjóvenes tenían Juan Pablo Sorin, Esteban Cambias-

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so, Gabriel Milito, Mariano Juan, Gustavo Lombar-di, Pablo Aimar, Franco Costanzo. Es una rarezadescubrir a un pibe -y a grandes también- que ha-ble del juego con entusiasmo. Sin sonrojarse con-fiesan que ni miran partidos por TV. La base estádespedazada.

Discursos con doble fondoLa barra brava que tiende a secar las banderas

en la popular, la manga del gas pimienta de la Con-mebol, la sanción... La batalla de los quinchos enRiver, la muerte del barrabrava millonario GonzaloAcro, las apretadas al árbitro Sergio Pezzotta, losdestrozos en el Monumental y en el barrio, otramuerte, la clausura de la tribuna Sívori... Nadie sesalva, ningún club. Mucho menos la AFA, ni los Es-tados provinciales y nacional. Todo es una flagran-te mentira. El AFA plus es un símbolo de la nada.

Y los medios agitan, convocan a la provocaciónen foros y comentarios abiertos. Con la modernametodología de “interactuar”, aumentan la cantidadde clicks en los portales digitales, las audiencias enlas radios y un punto de rating en la tele. “Los afi-ches más ingeniosos” se muestran como noticia,los memes, las selfies, los tweets más creativos, lostweets de los protagonistas que se suman al desca-labro, los retweets, las réplicas en facebook y las fo-tos en Instagram. Todo está en los portales digitales

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de prestigiosos medios. Y se presentan rumores yoperaciones de prensa como verdades, con los ha-bituales “habría”, “sería”, “podría”, “estaría”. Enmedio de semejante remolino donde nada se some-te al chequeo ni a la reflexión, todo pasa fácilmentepor el escáner y se vuelve información.

Alguna vez el deporte, el fútbol, fueron expre-siones de bravura, pero también de respeto al adver-sario. Alguna vez el público de Independiente aplau-dió a Racing y Racing admiró a Independiente. Algu-na vez Boca fue campeón en la cancha de River y nose desató ningún escándalo. Alguna vez, la caballe-rosidad y el respeto fueron límites intocables.

¿Cuándo fue que se perdió todo eso? ¿Cuán-do fue que perdimos el amor por el juego?¿Cuándofue que la derrota dejó de ser una opción? ¿Cuán-do fue que el rival se hizo enemigo? ¿Cuándo fueque el periodismo casi abandonó la reflexión y dejóde aportar al civismo? Tal vez el futuro no sea el AFAplus, ni el derecho de admisión. Tal vez el futuro es-té en abandonar posturas artificiales y trabajar en lareconstrucción. Pero eso es una ilusión. Nadie va ahacer nada. Ni los Estados ni los clubes ni los can-didatos van a dejar sus disfraces, ni la Conmebol nila AFA van a adecuar sus estructuras, ni los dueñosdel negocio y de los medios van a permitirse meno-res réditos y mayores moderaciones.

Tal vez no fue gratuito consumir durante añosel mensaje que se instaló de modo aplastante según

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el cual lo único que cuenta es ganar, que el mundose divide entre ganadores y perdedores, que el es-pectáculo no interesa, que esto es para vivos y, porlo tanto, cualquier cosa sirve para ganar. La posibi-lidad de perder dejó de considerarse, y eso, justa-mente eso, la pérdida, la derrota, e incluso la injus-ticia, son muy probables en un juego. Quien no lasacepte como naturales, o no juega, o reacciona vio-lentamente. Acá están los resultados, señores resul-tadistas.

Un profesionalismo muy lightLas bandejas con frutas fileteadas eran obser-

vadas hasta con desconfianza. La propuesta euro-peizada del novato entrenador Diego Simeone en-contraba cierta resistencia ante la cultura bien ar-genta de las facturas con dulce de leche en los ves-tuarios. El medio contagia las costumbres y dibujaun círculo vicioso. Un futbolista se entrena tres ocuatro horas diarias, ¿y qué hace en las otras 20?Sobran las anécdotas que invitan a sospechar delfutbolista argentino mientras se mueve en rebaño,por eso es improbable que desaparezcan las con-centraciones o sólo se junten a desayunar el mismodía en que juegan de local, como sucede en la Pre-mier League.

Los excesos de grasas, el abuso de la carne ro-ja, el rechazo a la leche, la verdura y el pescado, y

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la recortada disposición a seguir un programa dehorarios para ingerir los alimentos describen uncostado poco profesional de varios criollos. Cuan-do aterrizan en Europa, sólo entonces la mayoríaentiende las ventajas de una reeducación. ¿Aquíson incapaces los especialistas que deben asistir-los? No. El entorno los condiciona: las tentacionessalen a cazar en manada y los futbolistas reaccio-nan por imitación. Es más fácil dejar los ejerciciosregenerativos de elongación para otro día, marcharen grupo a una cadena de comida chatarra y mástarde corretear a la vedette del momento. “Cuandome entrenaba en Milanello, Maldini llegaba una ho-ra antes y se iba una hora después. ¡Cómo no imi-tarlo! El ambiente te ayuda a tomar buenos hábitos”,cuenta Roberto Ayala, zaguero de la selección entre1994 y 2007.

El entrenador Pedro Troglio no enmascaró el te-ma de fondo. “Si logramos que el futbolista sea pro-fesional al 100% en su vida privada, podemos jugarcon los mismos once todos los partidos. El tema esque no todos llevan la vida que uno espera. A lo me-jor alguno un sábado se va a comer a McDonald’sdespués de un partido y el miércoles es difícil que labanque. Si vos hacés las cosas bien, no hay nadamás lindo que jugar, comer, dormir y descansar”.

Hace una década, David Jiménez era nutricio-nista de Atlético de Madrid y no dudaba en tomarcomo (mal) ejemplo al Kun Agüero. “Sergio llegó

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con unas costumbres y le costó adaptarse a losbuenos hábitos. Consumía muchos hidratos de car-bono, mucha carne roja y no bebía casi nada deagua porque no le gustaba ni en pintura”, develaba.En 1997, cuando Mauricio Pineda pasó de Boca aUdinese, después de los exámenes de rigor, los ín-dices de colesterol y un hígado castigado por fritu-ras despertaron la turbación del cuerpo médico delclub del Friuli italiano. Inadmisible.

Allá, los futbolistas terminan de entender que hanaccedido a la elite cuando descubren los cuidadosque reciben. Algunos los aprovechan, otros se fasti-dian. Seguramente aquellos edifican una carrera, és-tos vuelven pronto con un manual de excusas. Lassorpresas se encadenan frente a los estudios men-suales de los pliegues cutáneos para determinar elporcentaje graso. O las ergoespirometrías que evalú-an el consumo de oxígeno bajo esfuerzo. O las eva-luaciones de potencia en las máquinas isocinéticas.

Una de las referencias periodísticas del diarioL´Equipe, Vincent Duluc, hace un tiempo tomó comoejemplo al delantero Lisandro López, cuando jugabaen Lyon. “Tras las vacaciones necesita dos semanaspara volver a tomar la forma, entonces hay meses,como enero, en los que ya no puede considerárselofundamental en el plantel”. En los períodos de des-canso, una política usual de los patrones europeoses entregarles a sus empleados argentinos un plande mantenimiento y un polar de datos para que allí

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se grabe esa actividad. La confianza es un valor queno están dispuestos a conceder fácilmente.

Se eleva el continente sudamericanoSe terminaron los tiempos en que las presupo-

siciones se confirmaban en la cancha. Hasta hacealgunos años, la Argentina le ganaba a Ecuador enla víspera. Ya no. Nunca antes en las eliminatoriassudamericanas hubo tantos aspirantes en serio aganar una plaza en Rusia. Salvo Venezuela y Bolivia,que parten estructuralmente desde una posiciónmás desfavorable, los demás se ilusionan. Y tienencon qué. Algunos más, otros menos, algunos conmás recambio y otros más justos en cantidad, peronadie puede firmar más que un par de abdicacio-nes. El resto compite de verdad.

La explosión de un fútbol global y de mercado,en el intercambio (que sólo tiene una dirección: los de“acá” van para “allá”) pone a futbolistas paraguayos,ecuatorianos, colombianos, chilenos y peruanos, pordecenas, en las ligas europeas. Contrastar sus facul-tades en los torneos más organizados y competitivosdel mundo, hace tiempo dejó de ser un patrimonioexclusivo de brasileños, argentinos y uruguayos.

Por lo tanto, dar por seguro cualquier triunfo esuna tentación atraída por el recuerdo de un tiempoque pasó. Hace rato que la evolución de muchas se-lecciones emergentes empezó a adivinarse, sólo

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que ahora se manifiesta con más fuerza que nunca. Los cambios de paradigma no se instalan de un

día para el otro. No es que en los próximos 20 años Ve-nezuela va a ser campeón mundial. Lo que sí sucedees que las “sorpresas” son más frecuentes. Y cuandouna sorpresa se hace rutina, pierde su esencia. Algu-na vez, cuando nadie reconocía a Holanda en el mapafutbolístico, primero sorprendió, luego se sostuvo, seinstaló, y nunca más dejó de ocupar un lugar de refe-rencia. Produjo ideas y admiración. Es el caso más ra-dical de una aparición que se volvió potencia.

Haciendo un simple relevamiento en las usua-les listas de convocados, la mayoría tiene una res-petable cantidad de futbolistas, jugando muchos deellos con los mismos rivales con que juegan Messi,Agüero, Otamendi, Luis Suárez, William, Cavani,Thiago Silva, Douglas Costa y tantos otros. Peroademás, en la mayoría de los casos, jugando conrelativa continuidad. Como el chileno Arturo Vidal,primero en Juventus y después en Bayern Munich;o su compatriota Marcelo Bravo en Barcelona; o loque representaron los peruanos Jefferson Farfán yPaolo Guerrero en Alemania; o el ecuatoriano Anto-nio Valencia en Manchester United; o los colombia-nos James Rodríguez (Real Madrid), Carlos Bacca(Milan) o Juan Cuadrado (Chelsea)…

Este enfoque no tiene ninguna pretensión másque celebrar que la competencia es mejor, que talvez haya que sufrir un poco más, pero el desafío es

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estimulante. La Argentina tendrá que jugar más cer-ca de su techo. Si eso sucede, estará en Rusia hol-gadamente. Pero ojo, que el mundo del fútbol ya noes el que fue. En un mismo día perdieron la Argen-tina, Brasil y Alemania. Esto nunca había pasado.Pero sucedió.

Una caza de brujasCon exagerada frecuencia, algunos deportistas

argentinos conviven con una sensación de despro-tección. O de exposición al maltrato. Detrás de ca-da derrota del seleccionado, habitualmente los his-tóricos del equipo se sentían sospechados por todoel mundo. Juan Sebastián Verón podría escribir untratado al respecto. O también esos eternos perde-dores como Roberto Ayala, Javier Zanetti, Juan Pa-blo Sorin y Javier Mascherano. Apenas Lionel Mes-si al menos ha torcido esa mirada desconfiada quelo escrutaba, pero ni el mejor del mundo puede sen-tirse blindado. Basta alguna discreta actuación enlas eliminatorias para que suenen las alarmas. “Porfavor, dejemos la pavada... lo marcaron sin pegar-le… o pretenden que en Sudamérica lo marquen co-mo hacen los del Getafe, Valencia, etc ???, dondelo esperan pintados como conitos y ante el menorfoul amonestan a medio equipo rival .....que seacostumbre!!!”, suele aparecer en los foros de losmedios. Y en Twitter y en Facebook, fantástico refu-

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gio para decenas de valientes francotiradores queapuntan en la misma dirección.

El arquero Roberto Abbondanzieri ya había si-do un “cobarde” en el Mundial de Alemania 2006por abandonar a la selección antes de la definiciónpor penales con los alemanes. Claro, apenas esta-ba… fisurado. Un traspié, una derrota activan ladesilusión. Entendible para el sentimiento colectivo,pero también avivan las dudas sobre el compromi-so. Entonces, “traidor y vendepatria” saturan los rin-cones, y especialmente las redes sociales que co-bijan a tantos invictos que seguramente ofrendaríanhasta su última gota de sangre por la causa. ¿No?“Jugaron como nunca, perdieron como siempre. Aseguir comprando humo de estos gordos”, pudo le-erse detrás de cualquier caída de los Pumas. Lucia-na Aymar, indiscutida y admirada por el mundo,ocho veces elegida por la Federación Internacionalde Hockey como la mejor del planeta, tampoco seescapó tras perder la final olímpica en Londres: “To-das para el Pami..., que mal gusto! Pongan mujeresde verdad...35 pirulos Luciana... Game over!”, apa-reció en los foros de los diarios. La intolerancia po-pular se vuelve ofensa.

El tenista Juan Martín del Potro, otra de las víc-timas favoritas de la hiriente intemperancia, casinunca estuvo a salvo. “Andate a Tandil y poné unafábrica de Rolitos, creo que es lo tuyo, ladrón de ilu-siones”, se le ocurrió escribir a otro iluminado. Una

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más, igual de incontinente, lanzó: “Es un pecho frío,que sólo le interesa la guita, la p madre que lo pa-rió, no tiene vueltas, es un flojo, ni le interesa repre-sentar al país”. A su turno, según los golpes del mal-humor y el acicateo de algunos sectores periodísti-cos, todos son juzgados como apátridas. En un pa-ís que tiende a despellejar a los demás, que eleva alos ídolos para dejarlos caer y comerse sus peda-zos. Un reflejo que vale para auscultar a la sociedad.Ellos no son el problema, somos nosotros.

Técnicamente es un derrumbeSólo cuando los hinchas están algo indulgentes

les gritan sanateros, ladrones, vendehumo, amarre-tes. En general, escuchan peores cosas. Planificanlas prácticas, imaginan los partidos, explican el sis-tema, estudian las debilidades del rival, quedan dis-fónicos entre tantas indicaciones, hacen los cam-bios, se enfrentan con la prensa... Son protagonis-tas centrales del fútbol, pero siempre dependen delos demás. Nada les garantiza la victoria y un par dederrotas les cuelga el cartelito de desempleados.Los barrabravas los aprietan, algunos dirigentes de-magogos complacen el clamor popular y muchosfutbolistas ni los comprenden. Los entrenadores vi-ven en problemas. Recortado el abanico de futbo-listas determinantes, sobre los directores técnicosrecae la obligación de enriquecer la propuesta para

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disimular las limitaciones de sus dirigidos. Los téc-nicos hoy toman un club y descubren que muchosjugadores han llegado a primera división sin la for-mación técnica adecuada, con groseras carenciasen los fundamentos básicos.

El campeonato argentino es duro, ingrato, trai-cionero y muy competitivo. Y malo técnicamente.“Hay un profundo recorte de la categoría individual yde la capacidad interpretativa”, advierte Diego Sime-one, atento desde Madrid a los cambios… y la invo-lución. Bajó la calidad de ejecución, pero tambiénmermó la disposición de los futbolistas al aprendiza-je. Cuando el entrenador Carlos Aimar recorre por TVel mapa de las maniobras, queda a la intemperie esevacío de criterio en los retrocesos, las coberturas, laslecturas de las jugadas o el rompimiento entre las lí-neas. “Lo que más me fastidia es la cantidad de erro-res conceptuales”, sentencia Aimar.

Los técnicos repiten mil ensayos para tejer untramado estratégico que compense este déficit dedesequilibrio individual. Se sabe que no abundangambetas, pero tampoco valor intelectual. Es unarareza escuchar a un futbolista hablando intensa-mente del juego. Son menos apasionados que an-tes por su profesión, menos apegados al esfuerzo ymás cómodos para recostarse en la responsabili-dad del técnico, y así compartir los errores que co-meten en la cancha. El veloz acceso a la notoriedad,a muchos les ha licuado su interés.

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Desde otro escenario, el ex árbitro FranciscoLamolina amplió el radio del daño: “Que se jueguetan mal influye en el arbitraje, porque si los 22 le pe-gan para arriba…”. Faltan recursos. Pero tambiénvocación y educación. Habilidad en crisis, inteligen-cia en fuga. Los técnicos intentan disimular el retro-ceso, pero pocas veces lo consiguen. Y pagan consus cabezas el deterioro estructural.

La propuesta no está en los númerosAnalizar un partido de fútbol es una tarea fasci-

nante. Cada uno deja un sinfín de jugadas, de elec-ciones, de opciones descartadas a favor y en con-tra. Lo difícil es mensurarlo. En otros deportes, lasestadísticas tienen una importancia vital. En el fút-bol, en cambio, las estadísticas se agotan en el cua-drito de los entretiempos. Números que visten. En elmejor de los casos, apenas dan una vaga idea de latendencia del juego, no mucho más.

En la última década, la estadística decorativa seha vuelto cada vez más frecuente. Hay una cierta ob-sesión por los récords y por cuantificar cualquier de-talle, al estilo: “Cada vez que el jugador X fue titular,su equipo no perdió”, o “el jugador Y lleva 6 goles, to-dos a equipos con camisetas blancas”. Hay de todo,y todo se registra.

Pero no hay una estadística infalible que permi-ta a los entrenadores y analistas valerse de determi-

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nado método para ampliar su capacidad de elec-ción y tomar mejores decisiones, como sucede conel básquetbol, por ejemplo. Los números son valio-sos en la medida en que permitan sacar conclusio-nes incontrastables, y en el fútbol hay poco de eso.

A pesar de todo, siempre hay algunos datos in-teresantes. Por ejemplo, cuál es la proporción entrejugadas de gol y goles señalados. Algo así comouna tabla de efectividad, en defensa y en ataque, si-guiendo ese patrón.

De todos modos, ni las planillas más cargadasy mejor presentadas podrán explicar un partido defútbol. La actitud, la disposición, la generosidad, elestilo de un equipo, la convicción, la determinación,la competitividad, la ambición, y una lista de intan-gibles, matan cualquier intento: la fórmula para me-dir el fútbol no existe. Aun así, es mejor tener los da-tos que no tenerlos. En cualquier caso, teniéndolos,se los puede descartar.

Al juego hay que interpretarloRecortado el abanico de futbolistas determi-

nantes, esos que pueden resolver por sí solos unpartido, sobre los entrenadores recae la obligaciónde enriquecer la propuesta y entregarles a sus diri-gidos varias alternativas de resolución. Es decir,abastecerlos de información y regar sus habilidadespara que sean ellos y sus virtudes los que encuen-

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tren las soluciones en la cancha. Pero así como ba-jó la calidad de ejecución, también mermó la capa-cidad de aprendizaje de los futbolistas. Son menosapasionados que antes por su profesión, menosapegados al esfuerzo y más cómodos para derivarlas consecuencias del juego en las decisiones deltécnico. Muchos jugadores prefieren no ser los au-ténticos protagonistas.

Vale hacer una rápida aclaración: siempre loscotejos se resolverán según el vuelo creativo de losfutbolistas. Siempre los jugadores gravitarán porencima de los entrenadores, porque la inventivapersonal es el acto más significativo. Pero dependerde las individualidades es riesgoso. Más, cuando yano abundan jugadores que aseguren desequilibrio.Por eso varios técnicos, de todas las escuelas, sehan propuesto hacer mil ensayos para tejer un tra-mado estratégico que compense este déficit quedescubren en sus planteles. Grupos, por cierto, aveces descompensados entre la riqueza técnica ysu intelecto conceptual.

Los entrenadores ensayan. Y se esfuerzan porque sus dirigidos se hagan de la pelota en buenascondiciones. Por que no reciban detenidos, sinolanzados. Por que una gambeta surja por decisión yno por la obligación de descubrirse acorralado. Porque los volantes rompan las líneas. Por que sepanleer las conveniencias de un encuentro y, así, distin-gan cuándo deben acentuar el recorrido interior,

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cuándo insistir por las bandas y dónde desprender-se de la pelota.

Los técnicos buscan que sus equipos no de-pendan de nadie. Cuando se percibe un exceso deindividualismo, la reconstrucción exige apoyarse enel sentido colectivo. Por eso los movimientos dedesmarcación, las coordinaciones y la diversidad detrazos tácticos encierran el mismo espíritu: nada esmás trascendente que el bien común.

Habilidad e inteligencia pueden no comple-mentarse en un mismo envase. “Mejoraré cuandogambetee menos y tenga más visión de juego”,aceptó hace mucho tiempo Lionel Messi. Lo acep-taba quien, por entonces, ya era el valor más verti-cal y explosivo del planeta. Una confesión oportu-na. Una confesión de suma utilidad para los entre-nadores que desde afuera intentan corregir lo queen la cancha ninguno ve.

El morbo de los promediosDesde que los ingredientes estéticos se decla-

raron en fuga, la incertidumbre, la emoción y la pa-ridad se instalaron como valores preciados en el fút-bol argentino. Que un escenario infartante, al me-nos, compense tanta opacidad. Entonces, la reso-lución del descenso pasó a cotizar tanto como ladefinición del título. Con un alto grado de injusticiadeportiva, por cierto, porque los promedios invitan

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a los atropellos de la sinrazón. Desde que se instalaron, en 1983, menos de

veinte veces coincidió que los descendidos por es-te sistema y los que hubiesen perdido la categoríadirectamente por ocupar los dos últimos casillerosde la tabla fueran los mismos equipos. Después, hu-bo decenas de injustos beneficiados e ingratos per-judicados. La tabla tradicional y la del promedio, in-defectiblemente, se han chocado.

El descenso de San Lorenzo a la B, en agostode 1981, impulsó la idea para que volvieran los pro-medios. Sí, volvieran, porque en 1961 y 1962 -du-rante la presidencia de la AFA de Raúl Colombo-también se había experimentado con ellos. En lareunión del comité ejecutivo de la AFA del 22 de di-ciembre de 1981, ya presidida por Julio Grondona,la propuesta ganó propulsión. Y el 15 de abril de1982 se oficializó. Se estrenó con la temporada1982/83 y las primeras víctimas fueron Chicago yRacing. ¿Cómo? ¿Justamente la innovación no lle-gaba para proteger a los poderosos? Al bautismo nole faltó polémica: por el antiguo hábito les hubiesetocado a Racing (Córdoba) y a River, que terminópenúltimo en la tabla, con la peor campaña de suhistoria luego de 17 derrotas. La red de los prome-dios lo dejó a resguardo.

Tres temporadas (antes, seis torneos, sí, 114 par-tidos) son una fantástica coraza protectora para lostradicionalmente potentados que pueden caer en

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desgracia. En cambio, el que llegaba del ascenso te-nía 38 fechas para hacer maravillas. Y menos tam-bién, con los nuevos y estrambóticos torneos. Y porsi faltara un refugio extra para los conjuntos de la di-visión principal, en 2000 nació la Promoción. Otro tra-mado de contención, porque los equipos de primeracuentan con ventaja deportiva en caso de igualdad,además de definir la serie en casa.

En un mar embravecido por las objeciones, lospromedios se mantienen a flote por las cómplicesbrazadas de los intereses.

La gambeta encarceladaEl fútbol ofensivo es infinito, interminable. Por

eso es más fácil defender que crear. Correr es unadecisión de la voluntad; crear necesita del indispen-sable requisito del talento. Pero los distintos estánen extinción; entonces, se deprime la propuesta.Los buenos, los que enriquecen el torneo argentino,siempre se marchan. Los dueños de una fuerza cre-ativa que les permite abrir, sacudir y resolver lospartidos, se van.

Sin gambetas no hay nadie que rompa el juegorutinario. Las esporádicas apariciones son imanta-das por las leyes del mercado exterior. Pero, ade-más, la factoría hace tiempo que recortó su produc-ción. “Desgraciadamente, el futbolista argentinoviene perdiendo mucha técnica. Si no se maneja

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bien la pelota es muy difícil estructurar un equipo.En la creación hay carencias y ésa es una tendenciadifícil de revertir”, explicaba Miguel Ángel Tojo des-de su espíritu docente. Y Hugo Tocalli acentuaba laalarma: “Encontrar ese jugador que en una gambe-ta resuelva las cosas es muy difícil” .

Hay habilidades innatas, desde luego; Messitrajo algo maradoniano en sus genes. Pero la voca-ción y el espíritu de superación pueden elevar el lis-tón. Claro que los futbolistas, hoy, huyen de los es-fuerzos que demanda su profesión. Esta vaganciaalimenta el escenario de desamparo. Después, losentrenadores se llevan buena porción de la culpa.Porque los técnicos tienen poder y miedo, una so-ciedad temeraria. Poder, porque creció su protago-nismo, y miedo, porque son el eslabón más débil.Esta sociedad perjudica a los futbolistas de solucio-nes espontáneas, que siempre reclaman libertadespara jugar. Y se los perjudica desde las inferiores,porque el mandato de ganar también invadió lasetapas formativas.

Hace ya muchos años, José Pekerman advertía:“Si me remito a los torneos anteriores, está muy cla-ra la decadencia de la liga argentina”. Los años agra-varon la visión. Mientras la cancha está sitiada porescándalos e intereses oscuros, la propuesta en elrectángulo tampoco invita a entusiasmarse. Regarlas posibilidades artísticas a muchos no les resultaimprescindible. Será porque a casi nadie le sobra.

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Mientras, el juego también arrastra su abandono.

La salida siempre es hacia adelante“El imperio de la táctica no es más que un fe-

nómeno reactivo ante la presión competitiva”, expli-có un día Jorge Valdano. Como la derrota habitual-mente es vista como un cataclismo, muchos entre-nadores saben que se juegan el puesto y el presti-gio en cada partido. Por un natural instinto de su-pervivencia, los temores acorralan a la creatividad.Miles de hinchas, muchos dirigentes y una buenaparte de la prensa, también, se entregan a la gimna-sia de glorificar al vencedor y castigar al derrotado.Un cóctel que parece no ofrecer escapatoria: cien-tos de partidos son espantosos.

En ese fútbol que suele reservarse demasiadostrazos cautelosos, reconforta la apuesta ofensivaque intenta rescatar una nueva generación de entre-nadores. Desde Facundo Sava hasta Marcelo Ga-llardo, desde Guillermo Barros Schelotto hasta LuisZubeldía, pasando por Jorge Almirón, Gabriel Mili-to, Antonio Mohamed, Eduardo Coudet, SebastiánMéndez o Gabriel Heinze, entre otros.

Cuando casi todas las tendencias están gober-nadas por el miedo, varios técnicos recordaron quehacia la victoria es aconsejable transitar desde elapego a los riesgos. Sin lirismos ni conductas suici-das. La ambición realmente se expresa desde deci-

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siones valientes. El fútbol necesita orden, pero co-mo punto de partida y no como absoluta prioridad,porque el orden tiende a prohibir. Se pueden cons-truir conjuntos equilibrados y solidarios sin resignaratrevimiento.

No se puede jugar -menos, ganar- desde el su-frimiento. Allí surge el técnico en su máxima dimen-sión: el arte de convencer. Él es el dueño de losmensajes que entrega un equipo. Algunos eligenpresionar y atacar inmediatamente después de re-cuperar la pelota porque eso les demanda menoselaboración. Otros entienden que para avanzar hayque jugar hacia los costados. Algunos apuestan porel vértigo y otros creen en la pausa. Pero siemprehacia adelante. Ojalá fuese contagioso. Aun desdeescuelas diferentes, defender una propuesta que norechace los recursos estéticos siempre va a reivin-dicar el placer de jugar.

Un video ref para la trampaLos viejos futbolistas recuerdan que los goles

de penal no se festejaban, porque así lo imponía elmanual de las buenas costumbres. Los goles de pe-nal se callaban, se reprimían porque era vergonzo-so andar celebrando después de haber fusilado aese arquero indefenso. Pero las urgencias atropella-ron los códigos, la voracidad del triunfalismo ya nose detiene en los modales. Sería tan reparador co-

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mo asombroso que Fulano detuviera la jugada trasbajar el centro con la mano y le dijera al árbitro quedebía invalidar la acción, o que Zutano no empuja-ra la pelota a la red al descubrirse adelantado. Bo-ba ingenuidad. Muchos jugadores suelen inspirarseen ese espíritu ventajero que le da entidad a la tram-pa. Como fuertes oleadas mediáticas han instaladoque el fútbol es para los astutos, la pillería se volvióuna cuestión de honor.

Habitante de un universo paralelo donde la ruin-dad siempre encontrará resistencia, una mañana Jo-sé Pekerman comentaba que en el fútbol faltan visi-bles ejemplos de dignidad. “Estamos en un mundoque vive de la imagen, entonces es momento de queocurran cosas de alto impacto, muy visibles, porejemplo, que alguien haga un gol con la mano y queavise que no vale”. José hablaba, quizá, con candi-dez. Claro, Pekerman desdeña la estafa.

Si las reacciones no brotan espontáneas en losprotagonistas, si creen que el compromiso y la no-bleza no cotizan, alguien debe corregirlo. La asis-tencia tecnológica acude puntual para reparar omi-siones. Un buen día, en Italia, después de revisar losvideos, al delantero Alberto Gilardino lo suspendie-ron por dos partidos tras usar su mano para marcarun gol de Fiorentina. También el brasileño Adrianoalguna vez tuvo que cumplir tres fechas de castigocuando las imágenes descubrieron que había gol-peado a un rival de Sampdoria. En realidad, por to-

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da Europa sobran ejemplos. Es que la celosa vigi-lancia está activada porque hay determinación enaquellos Tribunales de Disciplina. Los gestos anti-deportivos irritan, tanto como las miradas distraídasque abundan por acá.

Los tutores del malDemasiado perverso todo. Los barrabravas

nunca estuvieron solos porque siempre hubo quie-nes los apañaron, los cobijaron. Los escucharon.Así, indefectiblemente se comenzó a caminar al filode un abismo que suele preceder a las calamidades.Tantas veces el temor y otras tantas los interesesabrieron las puertas de la impunidad. Desde enton-ces, ya es tarde. Tantos capítulos de connivencia ledarían entidad a una enciclopedia. Queda a la vistala permisividad de un diálogo que no tendría queexistir. Facciones con espíritu de rapiña que se cre-en con potestad sentimental. Nada es casual contantos cómplices en los clubes.

Doloroso y dramático. La Asociación Civil porun Fútbol sin Violencia (www.salvemosalfutbol.org),contabilizaba al menos 312 víctimas alrededor deescenarios futbolísticos hasta mediados de 2016.Tantas veces con la complacencia dirigencial paralos barrabravas y la objeción hacia algunos contro-les policiales. En definitiva, hombres que quedan enla mira por apañar a los forajidos. Y la sensación de

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indefensión se agiganta porque muchos de los invo-lucrados reconocen que pactan. ¿Se sienten mástranquilos por la confesión? Tendrían que esconder-se avergonzados. Los violentos de varios clubeshasta han colgado mensajes en sus páginas parti-darias en Internet y allí hasta admitieron que “gozande algunos privilegios”. A confesión de partes…

Después de cada tragedia se escuchan golpespublicitarios sobre escritorios de dirigentes que seesmeran por poner cara de preocupados. Mentirasde ocasión. Juegan con la muerte y eso es imper-donable. Desde los sucesivos gobiernos se intentaimpulsar que estos disturbios no son del fútbol, si-no de una sociedad acuciada por la violencia y porla marginalidad. “El fútbol está sirviendo como iden-tificador de delincuentes que andan sueltos y sejuntan con este deporte como excusa. No se lespuede pedir a los dirigentes que controlen situacio-nes que ocurrieron lejos de una cancha”, exclama-ba Julio Grondona para distribuir culpas. Era unasuperficialidad creer eso. Un engaño hipócrita. Elfútbol crea monstruos, riega los brotes y, cuandopierde su control, busca desprenderse de las con-secuencias.

Los referentes de la seguridad en los espectá-culos deportivos juran sentirse maniatados porqueno hay denuncias. Después, el código de silencio seencarga de que todo siga igual. Los barrabravas de-tenidos se encubren entre sí. Si un jugador es apre-

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tado, casi nunca lo reconocerá en público. El primerpaso es sacarse la careta. Pero no sólo para admi-tir que deben transar para evitar los desbordes por-que, en definitiva, eso sólo se trata de otra impos-tora medida para tener una oportunidad más. Nue-vamente, en el aire rancio, conviven el descrédito, elrecelo, el pánico y la sumisión. Todos pierden. Losbarrabravas siguen aterrorizando porque ayer y hoy,alguien o algunos, se ocupan de su supervivencia.

La mentira del cuarto puestoCuando el juego deja de ser lo más importante

es un problema. Y en la Argentina hace tiempo quese corrió del eje. Desde ese umbral se recibe comouna broma de mal gusto el anuncio de la FederaciónInternacional de Historia y Estadísticas del Fútbol(IFFHS), que a principios de este año ubicó al torneolocal en el cuarto lugar entre los 10 mejores certá-menes del planeta. Nunca puede ser una liga de eli-te aquella que, esencialmente, desprecia a los es-pectadores. Por esta región del fin del mundo, y pe-se a algunas buenas intenciones que florecieron ba-jo el cañoneo de muchos goles, la jerarquía de laspropuestas es lo de menos. Y por el envase, progra-mación e infraestructura, nadie se preocupa. El cen-tro de los debates suele estar entre zonceras, llan-tos y cotillón, mientras la Premier League observaeste ranking desde un postergado séptimo escala-

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fón. Absurdo. Al menos la Bundesliga ascendió alpodio –España e Italia, las primeras–, porque hastala temporada anterior también estaba detrás de laArgentina.

Nuestro fútbol, de tan deteriorado, se sometióal ridículo planetario de jugar un superclásico bajoun diluvio que lo desvirtuó. También, suele conde-nar a varios partidos al calvario de los potreros. Losmales estructurales que arrastra la Argentina ali-mentan un listado interminable. Acá importan loscolores y el marcador final. El resto da igual. Una li-ga que repite sus errores jamás puede cotizar en al-za. La Argentina, incluso, se las ingenia para engen-drar un monstruo de 30 cabezas, de febrero a no-viembre, y al año siguiente, otra vez 30, pero ahoraapretados de febrero a mayo en dos zonas de 15.Inventos mutantes que expusieron a ricos y pobresen un disparatado carrusel de partidos.

Únicamente desde la pasión, tantas veces irra-cional, puede intentarse dibujar una explicación. Deotro modo no se entiende que alguien concurra a unlugar donde sabe que será maltratado. Por el mar-co, las incomodidades y el artículo que se ofrece.¿Alguien se imagina la reacción de los espectado-res en un recital de los Rolling Stones donde no fun-cione el sonido en el Monumental? Se trataría de unescándalo. Comprensible, por cierto, frente a la es-tafa. Pero el hincha de fútbol no reclama, ofrece unafidelidad casi inconsciente. Como si la procesión

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hacia el estadio lo llevara hipnotizado. Peor: hastaacepta como parte del folklore que ir a la cancha re-presente someterse a un catálogo de incomodida-des. Y los que se ocupan de organizar el fútbol ar-gentino lo saben. Administran un producto que sevende solo. Entonces, se abusan.

Los futbolistas están enfermosAcá se acepta la astucia y ese espíritu ventaje-

ro que le da espesor al engaño. “Queridos jugado-res, quisiera recordarles especialmente que, con sumodo de comportarse, tanto en el campo como fue-ra de él, en la vida, son un referente. Aunque no seden cuenta, para tantas personas que los miran conadmiración, son un modelo, para bien o para mal.Sean, por tanto, conscientes de esto y den ejemplode lealtad, respeto y altruismo”, rogó el papa Fran-cisco frente a los integrantes de la selección de Ale-jandro Sabella, en agosto de 2013, en la Sala Cle-mentina del Vaticano. Corderos desobedientes...Demasiados futbolistas no comprenden su dimen-sión. Y tampoco les importa.

Muchos se mofan y desprecian a través de lasredes sociales. Otros tantos se muelen a patadas, sesalivan y se punzan con bajezas morales sobre susesposas. Fingen, disimulan, teatralizan. No le devuel-ven la pelota al rival, o lo hacen allá lejos, sobre la lí-nea de fondo para sacar ventaja y asfixiar la salida. Ni

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caballerosidad ni fair play. Traicionan.Solidarios ante las cámaras, se acuerdan de

Agremiados cuando huelen un beneficio. Desleales,filtran información cuando buscan desestabilizar a unentrenador o ya no soportan a un compañero en elmismo vestuario. Interesados, son más atentos conla prensa que les asegura un canje o algún voucher.Cómplices, obedecen a los mandatos de la barrabrava. Guapos en Twitter, pero de dudosa valentíacara a cara para resolver conflictos entre ellos. Ven-gativos, muchos razonan desde el rencor. Se anotanen todos los atajos que los salve de parecer inge-nuos. Expertos en la viveza criolla, exhibirla con de-leite completa la obra. Una máxima muy extendidaasegura que los jugadores son lo más sano del fútbolargentino… Otra mentira que endulza su agonía.

Eufemismos de un fútbol aburridoEl lenguaje del fútbol tiene sus singularidades.

Todos somos capaces de reconocer las caracterís-ticas de un equipo “duro”, o la ingenuidad que se leasigna a un equipo “lírico”. Están los “molestos”, los“audaces”, los “picapiedras”... En definitiva, cadavez que se define con esas etiquetas, todos sabe-mos inmediatamente de qué estamos hablando.Pero hay una escala de clasificación más sofistica-da, que esconde algunas verdades bajo la elegan-cia de términos aceptables. Son los equipos equili-

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brados, inteligentes, los que trabajan los partidos.Nadie en su sano juicio diría que no pretende el

equilibrio. Es una palabra con tremendo consenso.El asunto es que la balanza que mide el equilibrio enel fútbol está “tocada”: siempre hay que poner máspeso en la defensa para que se vea balanceada. Na-die advierte desequilibrios ofensivos. Un equipo enel que predominan futbolistas mejor vinculados conla tarea de negarle creatividad al rival, se presumeequilibrado. En cambio, aquel que aspira a dominarel juego, a atacar con más frecuencia y a defenderlo más lejos posible, ése es un equipo desequilibra-do en el mejor de los casos, o tonto, cuando pierde.

Es una hipótesis débil que encierra una contra-dicción insalvable: un talentoso puede aprender adefender eventualmente, puede entregar su esfuer-zo o desplazarse más de lo normal; hacerlo depen-de de su voluntad. En cambio, el talento no seaprende. Todo se puede mejorar, pero hay un límiteimpasable. Por lo tanto, siempre será mejor para elequilibrio disponer de una buena cantidad de juga-dores con ese perfil.

Los equipos “inteligentes” son aquellos queasumen un rol de inferioridad esperando el momen-to justo para robarle la billetera al adversario. Si loconsiguen, se jactan de su picardía. Cuando la dife-rencia de recursos entre dos equipos es escandalo-sa, no se elige asumir ese rol. No queda otra, la po-tencia del adversario le impone su condición. Aho-

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ra, cuando las fuerzas son parejas, cuando hayequivalencias, hay entrenadores y equipos que eli-gen vivir de esa manera: cerrando pasillos, blindán-dose en su campo, orgullosos de la estrategia. Sinofender, son parásitos que necesitan de otro cuer-po para ser. Son expertos en la pelota parada, el do-ble cinco, en tomar rebotes y en la segunda pelota.Prefieren los pases largos, jamás juegan haciaadentro, y evitan a toda costa un pase atrás a su ar-quero. Les aburría el Barça o el Bayern Munich deGuardiola y les encanta hablar de fracaso cada vezque alguien no gana.

Luego están los que “trabajan los partidos”, queno es más que dejar que pase el tiempo sin tomarningún riesgo, acompañar el cronómetro y, si el azarayuda, incluso hasta se puede ganar. Eso sí, acá nohay eufemismos: trabajan de verdad. Exhiben un es-tado atlético envidiable, les sobra vigor, abundan loschoques y escasean las paredes. Hace tiempo queesto no les parece más un juego y disfrutar no estáentre las opciones. Tienen una visión espacial delfútbol: la pelota es un mal necesario.

No hay un manual de cómo debe ser el fútbol.Dentro de las reglas, todo es admisible y hay lugarpara todos. Al fin y al cabo, cada cual siente el fút-bol como quiere. Eso sí, la inteligencia, el equilibrioy el trabajo no tienen la culpa.

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La cruel salida de la selección“Prefiero irme cuando me piden que me quede,

y no quedarme cuando todos piden que me vaya.”Eso explicó Pelé en 1977 cuando cerró su carreraen el Cosmos de Nueva York. Pero la realidad esmás compleja que el enunciado. Será porque el re-flector mediático un día deja de enfocarlos y los pri-vilegios de repente desaparecen, que generalmentea los grandes futbolistas les cuesta aceptar el reti-ro. En muchos casos, la decisión es más sencillapara el jugador medio que para el consagrado. ¿Có-mo bajarse del gran teatro cuando todavía se habi-ta el pedestal? Alejarse como Enzo Francescoli, Al-berto Acosta, Ubaldo Fillol o el Beto Alonso –símbo-los de River, campeones del mundo en 1978- , sólopor citar un puñado de ejemplos envueltos en títu-los, récords o elogios, no es usual. Ni sencillo.

El síndrome del día después merece respeto yatención. Alonso, mucho después del adiós, refle-xionó aún con temblequeos: “Corrió tanto frío pormi cuerpo que parecía que estaba muerto”. El téc-nico José Yudica, campeón con Quilmes, Argenti-nos y Newell’s, acentuó la desazón: “El día que de-jé el fútbol empecé a morir un poco”. Jorge Valdanolo recordó con poesía: “Me retiré con el dolor dequien deja un amor”.

En ocasiones, el recorrido puede transitar delestrellato a casi el anonimato. O, al menos, al olvi-do. Aprender a convivir con esas nuevas sensacio-

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nes se vuelve un ejercicio más complicado quepracticar hasta que caiga el sol una rutina de cen-tros al segundo palo. Esa herida narcisista no se cu-ra con un par de puntos de sutura. El ahora ex fut-bolista teme hasta perder su identidad. “Lo peor delfútbol es tener que dejarlo. Esto lo sabe cualquierjugador profesional. No lo piensa ni le preocupamientras juega. Es más, ve el ocaso como algo leja-no que les puede suceder a los demás y de repen-te se encuentra con una jubilación”, escribió Rober-to Perfumo.

El futbolista es un hombre todavía joven cuan-do ya no sirve para lo único que sabe hacer. Para loúnico para lo que se preparó. Y, sin embargo, le que-da más de la mitad de su vida por delante. “Dema-siado pronto, ya está atravesado por la impronta delo caduco”, como explicó el psicólogo deportivoDarío Mendelsohn. Algunas excepciones, desafíancon éxito la tendencia: por ejemplo el genial JorgeValdano, o Diego Latorre, o Juan Manuel Herbella, oJavier Zanetti y Carlos Mac Allister en sus roles di-rigenciales…

Y especialmente en el fútbol argentino hay unaparcela que ha retratado con singular crueldad el úl-timo paso de sus protagonistas. Envuelta en su es-piral de derrotas, la selección socavó hasta la ima-gen de sus emblemas. Casi nadie puede lucir un cie-rre brillante en celeste y blanco. El repaso se vuelvedesolador al detenerse en el acto final de cada uno.

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Para Diego Simeone fue la caída con Inglaterra en elMundial 2002; a Oscar Ruggeri lo despidió la derro-ta 2-3 con Rumania en la Copa de 1994; Mario Kem-pes ya no jugó tras la eliminación ante Brasil en Es-paña 82; para Roberto Ayala, su gol en contra conBrasil en la final de la Copa América de Venezuela2007 resultó una lápida; Daniel Passarella nunca seimaginó que el 7-2 frente a Israel, estación previa aMéxico 86, sería su adiós; Gabriel Batistuta se mar-chó con el 1-1 ante Suecia, en Miyagi 2002; a JuanPablo Sorin lo sacaron Lehmann y los penales en elMundial de Alemania 2006, y a Jorge Burruchaga elpenal de Brehme en la final de Italia 90.

Claudio Caniggia recibió una roja en el banco enel Mundial 2002, el Pato Fillol ya no tuvo oportunida-des tras el agónico 2-2 con arremetida de RicardoGareca ante Perú, Ariel Ortega correteó por un olvi-dado amistoso en Cutral-Có, y Diego Maradona semarchó de la mano de una enfermera en EstadosUnidos 1994. Culpa, vacío, sadismo, desconcierto.Vaya si las despedidas saben causar dolor.

Los futbolistas al poderLa FIFA tuvo utilidades por 2602 millones de

dólares por el Mundial 2014. La selección argentina,por llegar a la final, recibió menos de 40. La FIFA ga-na lo que gana gracias a Messi, a Neymar, a JamesRodríguez, a Alexis Sánchez, a Di María, al Kun

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Agüero... Por mucho que ganen las estrellas del fút-bol, son migajas si se lo compara con la inmensidaddel negocio. Sin embargo, los futbolistas y entrena-dores, miran desde afuera.

Alguna vez Maradona y un grupo de jugadoresamagaron con sindicalizar el fútbol global. Desdeluego que era una idea legítima. Si estuvieran agru-pados en un organismo, tendrían fuerzas para re-clamar un poder que les pertenece y que nunca re-clamaron.

La FIFA funciona como una multinacional queapenas promueve algunos planes de desarrollo enlugares pobres para lavar la conciencia o por merapropaganda. Hace tiempo que perdió de vista la de-portividad, o en todo caso, sólo la fomenta cuandoes rentable. Y encima ahora, toda esta trama de co-rrupción, venta de votos, compra de favores, lob-bies y cabildeos nauseabundos...

Un revolucionario de los 70´ les diría a los fut-bolistas que “están dadas las condiciones objetivaspara tomar el poder”. Pero no, no parece una posi-bilidad verosímil. ¿Se imaginan que los jugadores yentrenadores hubieran decidido no jugar la CopaAmérica de Chile o no acudir a los Estados Unidos?¿Se imaginan el impacto de ese boicot: Messi di-ciendo que no iba porque la Copa estaba mancha-da, Neymar a su lado, y las principales figuras y téc-nicos sudamericanos respaldando esas palabras?

Eso sí que habría sido una revolución. Pero ni

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siquiera hubo tiempo para pensarlo. Una versiónmenos ambiciosa, en cambio, podría haber sido lasiguiente: el mismo escenario, jugadores y entrena-dores juntos, reclamando a la FIFA que tenga el de-coro de permitirle a Luis Suárez jugar la Copa Amé-rica de Chile 2015; que la sanción estaba bien, pe-ro que ya había sido suficiente con sacarlo del Mun-dial, expulsarlo de la concentración y poco menosque deportarlo, además de no poder jugar amisto-sos. Nadie dice que Suárez no debía ser sanciona-do; hasta Suárez está de acuerdo. Ahora bien: quie-nes lo sancionaron, a la luz de los hechos, ¿teníanaltura moral para impartir semejante castigo? Lamordida de Suárez fue una caricia en comparacióncon las “mordidas” de la FIFA.

Los episodios de Zurich van a cambiar a la FI-FA. Lo que aún no se sabe es cuál será el nuevorumbo, ni quiénes liderarán el nuevo ciclo. El cam-bio por sí solo no es garantía ni de mejoras ni de jus-ticia ni de transparencia. Los jugadores (y entrena-dores también) tienen ahora, por primera vez, la po-sibilidad de reclamar el poder que les pertenece, departicipar directamente de las decisiones, de sen-tarse en la FIFA y gritar. Para eso hay que hacer al-go más que jugar. Juan Sebastián Verón, quizá, es-té enseñando un camino desde la presidencia deEstudiantes. En general, el futbolista quiere jugar yya. Y está bien. Pero quizá ésta sea la única oportu-nidad de entrar a la FIFA por la puerta que hoy, aho-

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ra mismo, les abre la historia.

Los técnicos, entre la cornisa y la pasarelaLa irrespetuosidad contractual con los entrena-

dores está tan enquistada que ya parece una mane-ra de proceder en el fútbol argentino. Pero no siem-pre los técnicos son los mártires. Es que, pese a losatropellos, varios son serviles al circo. José Peker-man, a contramano de una corriente decadente, al-guna vez regaló otra lección de conducta: “Aunqueme gustaría dirigir en la Argentina, no quiero hacer-lo apenas un colega se queda sin trabajo. Es que laprofesión está mal interpretada; lo único que quie-ren los dirigentes de los clubes es que uno lleguepara tapar agujeros y apagar incendios”. HayDT/víctimas que se desechan con un soplido, y tam-bién DT/cómplices que sólo eligen cobrar hasta elúltimo día en que trabajaron a cambio de no quedarmarcados, conseguir la libertad que les permita ne-gociar con otro club y no bajarse del gran escena-rio. Es una profesión tan endiosada como bastarde-ada. Algunos la dignifican y otros la desacreditan.

Son muchos entrenadores y no tantos casille-ros, pese a los últimos torneos multitudinarios. Nohay espacio para todos. Entonces, algunos semuestran sin pudor en esa bolsa de trabajo. Llaman,preguntan, se ofrecen a través de alguien. Presio-nan; a veces, serruchan. En el mercado laboral ar-

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gentino abundan los técnicos que tienen el hábitode sentarse ante las cámaras para asegurarse serinquilinos de la vidriera. “Hay que estar en ese en-torno que muchas veces forman dirigentes, empre-sarios y hasta periodistas porque a partir de ahí sur-gen entrenadores que siempre tienen trabajo”, dis-paró Mario Kempes. Es así: salen eyectados de unlugar y al tiempo son la esperanza de un nuevo club.El arquero Nery Pumpido, campeón del mundo enMéxico 86, un habitual postergado, apuntó: “Comono sirvo para ir a tomar café con éste o con aquél,ni tampoco para recibir regalos en programas de TV,entonces termino perdiendo cada vez que entro enuna terna para dirigir un equipo”.

Justamente a Pumpido entrevistó la revista ElGráfico en junio de 2005: ¿Qué importa más para te-ner trabajo como DT? ¿Un apellido con chapa, ha-cer lobby? “El lobby es muy importante. Conozcovarios que se han pasado horas haciendo lobby,que han consumido litros de café, que han gastadofortunas en llamadas telefónicas. Para algunos diri-gentes, eso vale más que otras capacidades. Así sehan pegado la cabeza contra la pared, también”.Nery conoce este juego macabro y acomodaticio.Reniega. Y lo paga.

Día tras día se observan peores partidos. Y a ladebacle se asocian demasiados entrenadores cuan-do sacrifican las ideas por el resultado. Cuando porlas urgencias y el espíritu de supervivencia se cubren

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de conservadurismos. La histeria del medio los asus-ta, entonces buscan blindar a sus equipos. Casi to-dos mienten. Declaran con un atrevimiento que des-pués en la cancha se transforma en recaudos. Seofenden por conductas de colegas... que despuésimitan sin sonrojarse. Acostumbrados a caminar porla cornisa, también aprendieron a desfilar por la pa-sarela mediática.

Saben un montón o son del montónSólo uno gana. Siempre. Habrá un equipo cam-

peón, habrá entonces un entrenador campeón. ¿Alos demás se impondrá describirlos como inútiles?Claro que no. Pero tantos mensajes mediáticos denefasta penetración siguen socavando las bases deuna profesión que convive con la quemazón. Pro-yectos apedreados por pataleos populares, discur-sos volátiles de muchos dirigentes, renuncias realeso inducidas, y hasta planteles capaces de tejer uncomplot. En la Argentina, la intolerancia futbolísticacarga con un poder destructivo insuperable.

Pero a la debacle también se asocian muchostécnicos. Cuando el espíritu de supervivencia debi-lita su poder de persuasión, y negocian sus convic-ciones, se doblan, se agrietan, se arrodillan. La his-teria del medio los asusta, entonces buscan blindar-se de cualquier forma. El tobogán hacia el despres-tigio es inexorable. Hay técnicos para tormentas, y

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entrenadores que auguran huracanes.La ruleta siempre sólo premiará a uno. Pero hay

conductas y propuestas que deben quedar a salvode derrotas. Hoy, cuando varios entrenadores depeso y recorrido han anclado sus carreras en unameseta, igual conviene mirar la profundidad e ima-ginar la proyección de la historia, y recordar sus es-plendores sin desentenderse de sus derrapes. Peroen tiempos líquidos, brota esa pregunta que siem-pre busca una sentencia: ¿sirve o no sirve? Actual-mente, con trabajo o desocupados, Leonardo As-trada, Nery Pumpido, Gabriel Schurrer, Omar Asad,Antonio Mohamed, Ricardo Caruso Lombardi, Nés-tor Sensini, Miguel Ángel Russo, Diego Cagna, Ri-cardo Gareca, Néstor Gorosito, Claudio Borghi,apenas entre algunos nombres, atraviesan arenasmovedizas que devoran su crédito. Llamados deatención que invitan a la autocrítica, aunque nada esdefinitivo. Como el éxito, naturalmente desleal.

Hay técnicos con el talento de un artista, yotros con el gallináceo vuelo de los mamarrachosinfantiles. Técnicos que encienden ilusiones y otrosque se queman en un par de partidos. Técnicos coneconomía de palabras y otros de despilfarro dialéc-tico. Hay técnicos que saben un montón y técnicosdel montón. Técnicos pintorescos, y otros que sonpintura. Hay entrenadores que creen que el fútbolnació con ellos, y técnicos que creen que el fútbolterminó en ellos, como cuenta el sagaz periodista

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Walter Vargas. Hay joyas de la abuela guardadas enun cajón y baratijas que quieren cotizar en Bolsa.Cualquiera puede ganar, pero a ninguno le convie-ne engañarse.

Mil maldades por ejecutarPolíticas refractarias. Hospitales vandalizados,

comisarías saqueadas y aulas violentas. Calles sal-vajes, plazas enjauladas y la estatua de ídolos des-trozada como un ejemplo más de la sinrazón. Y losestadios de fútbol en constante erupción. Esos co-losos de pasiones convertidos tantas veces en alta-voces de penurias, frustraciones y rencores. Tristescajas de resonancia del retraso educativo de unasociedad atravesada por una crisis crujiente.

El juego en la Argentina parece ofrecer una eta-pa de florecimiento. No su organización, tan preca-ria e incoherente como siempre. Después de añosde aburrimiento y mezquindades, las canchas me-joraron su oferta desde propuestas que cuidan laelaboración, que asumen riesgos e invitan a seguirlos partidos de pie. Se enriqueció la idea, mientraslas adyacencias culturales no salen de su empobre-cimiento. Fallan las conductas de las dos figurascentrales, los auténticos protagonistas que tiene es-te deporte: los futbolistas y los hinchas. Demasia-dos simpatizantes entregan civilidad, instrucción yrespeto apenas con cuentagotas. Y las traiciones de

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los jugadores se anotan fecha tras fecha.La masa futbolera, desde la impunidad que

otorga el monstruo de mil cabezas, se atreve a cual-quier despropósito. Hiriente, destructiva, ingrata. Elabanico de víctimas acorrala desde el árbitro hastalos rivales, pero sin desatender a los propios juga-dores, que también caen en desgracia. “In Argenti-na, violence is part of the soccer culture” (“En Ar-gentina, la violencia es parte de la cultura del fút-bol”), titulaba hace tiempo un artículo de The NewYork Times. “Los disturbios en parte reflejan a unasociedad argentina cada vez más violenta, donde ladelincuencia callejera ha ido en aumento...”, expli-caba. Muchos simpatizantes se enorgullecen de supoder, y lo ejercen desde los abusos. Peligro: loshinchas están enamorados de sí mismos. Sobrangestos irracionales que retratan la descomposiciónsocial. Ejecutar un córner en este país es someter-se al inmundo agravio de una catarata de salivadas.Una foto de la regresión. ¿Importa? Apenas un mo-mento, casi lo que dura un flash informativo. El men-saje ya se ha instalado: una creciente degradaciónlate en las canchas con pasmosa naturalidad.

Un gran lote de jugadores tampoco colabora.Los que simulan faltas, guapean para exigir una tar-jeta y desenfundan su pillería para adelantarse enuna barrera. Una de las cualidades de este deportees que pone a prueba el sentido de nobleza e inte-gridad de las personas. Sobran histerias y provoca-

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ciones al servicio de la queja. Y deslealtades, por-que codazos, patadas y simulaciones se volvieronfrecuentes. Después, la hipocresía y el discursoacomodaticio se ocupan del resto.

El fútbol argentino está tapizado de maldadespor ejecutar. Los hinchas son impacientes y provo-cadores porque el costo social cuando se pierde esaltísimo y en varias ocasiones los medios fomentanesas turbulencias. Los límites podrían estar ligadosa la placidez de conciencia, pero se vería como unacandidez. Otra postal decadente. Futbolistas e hin-chas, actores de exasperaciones que proceden dela desarticulada sociedad argentina, cómplice de laagresividad y la desacreditación. Más allá de títulosy festejos, huérfano de valores, el fútbol es igual depestilente.

Los periodistas somos culpablesLa frase pertenece a Marcelo Bielsa. “Acepto

que soy el responsable, pero no soy un inútil. Unaporción de la prensa considera que al conjunto queperdió hay que destruirlo y buscar argumentos paraque quede como inútil.” Había llegado al país tras elprematuro derrumbe en la Copa de 2002 y desdevarios sectores del periodismo se le tendía unacuerda para que se colgara en el primer árbol. En laArgentina hay un costo social cuando se pierde quemuchas veces los medios se empecinan en exaltar.

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Condena y absolución, el cielo y el infierno, héroesy villanos, una gimnasia extrema que siempre se afi-la los dientes.

Como la decepción cotiza un lapso fugaz, en-seguida hay que poner en funcionamiento la maqui-naria de las ilusiones. La voracidad y el desequilibriosuelen acompañar al medio periodístico con una fi-delidad desaconsejable. Los hinchas pueden seransiosos, exigentes, contradictorios, agresivos.Nuestra sociedad lo es. A los que trabajamos en losmedios nos cabe preguntarnos qué responsabilidadnos toca. Mucha, no podemos hacernos los distra-ídos. Tantas veces fomentamos esas turbulencias.Hay intencionalidad y hasta operaciones de prensa.Convicciones que caen en el olvido por la imposi-ción de conveniencias. A esta profesión, como atantas, algunos no la honran. Nosotros seguramen-te no estamos invictos (Passarella dixit), tambiénhemos fallado. Aunque en el cambalache es impres-cindible tomar distancia: desde una vergonzante -pero no inescrupulosa- incapacidad.

Todo es tan acelerado como inconcebible. Elvértigo domina al fútbol argentino y ese atropelloconduce a torneos intensos, implacables y crueles.Desde todos lados se legisla para que el recicladopermanente mantenga en alto el interés, renueve lapolémica y el ruido quede a salvo. Entonces…, laprensa eleva ídolos y después los deja caer para de-vorarse sus pedazos. Inventa cracks a los que más

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tarde condena. Vaticina un futuro de gloria, pero si fi-nalmente el destino se reserva otros planes, se de-sentiende de las predicciones.

La crisis llegó a las canchasA medida que el potrero dejó de ser el inagota-

ble proveedor de cracks, aparecieron temas coyun-turales que acentuaron la preocupación alrededorde las divisiones inferiores: fragilidades físicas, dé-ficits alimentarios y, principalmente, serios conflic-tos familiares: desde hogares violentos y disfuncio-nales, con causas judiciales incluidas, hasta chicosque saliendo de la adolescencia ya son padres. Ladesarticulada red social del país ha desembarcadoen el fútbol.

“Antes venía casi todo resuelto desde la casa ya lo sumo en un día les explicabas las normas detrabajo. Lo que antes te llevaba un día ahora te lle-va un mes”. Gerardo Salorio es el que va y viene enel tiempo, trémulo testigo de la metamorfosis, due-ño de un crudo retrato. El fútbol no es culpable denada, simplemente refleja a la sociedad. “A los chi-cos los empiojó todo lo que empiojó al país”, resu-me el histórico preparador físico de los selecciona-dos juveniles de José Pekerman.

Las adyacencias culturales de las canchas sehan empobrecido. “El fútbol es una cuestión de Es-tado, de país, de cultura. El fútbol es un juego y al

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juego hay que entenderlo. Y para entenderlo hayque pensar y para pensar hay que ir a la escuela.No todo termina en el fútbol, hay un contexto mu-cho más grande en el que hay que fijarse. En esesentido, no estamos como estábamos antes”, ex-plica Javier Mascherano. Se suma Claudio Vivas,ex ayudante de campo de Marcelo Bielsa: “Cuan-do me siento con un jugador de primera que no hi-zo ni la primaria ni la secundaria y le quiero explicarun nuevo sistema táctico, a veces me mira con losojos desorbitados. Le cuesta mucho más a ese chi-co jugar al fútbol porque el nivel interpretativo delfutbolista ha caído mucho. Y va de la mano, lógica-mente, de su mala formación educativa”. Muchospibes creen que nadie puede enseñarles nada.“Los chicos tardan en madurar porque están pen-dientes del celular, de la minita… Antes no habíanada. Lo único que a mí me importaba era jugar enprimera, y si para eso tenía que comer pasto, mecomía un kilo. Hoy tienen todo al alcance y eso losretrasa”, reflexiona Gabriel Heinze, ex zaguero deReal Madrid y Manchester United y PSG, entreotros clubes de elite.

La fuga de conductas y educación se encargade agravar el escenario. Muchos chicos ya no escu-chan a los grandes como antes. Encargados de lasinferiores confían sus luchas por que cumplan reglasbásicas, como apagar las luces en determinado ho-rario. “Varios llegan de familias que viven de planes

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laborales, donde la mayoría no vio nunca trabajar alpapá. Familias donde los abuelos son muy jóvenes...Chicos que viven en zonas difíciles? Hace muchosaños el «ey amigo, tenés tal cosa o me das tal cosa?»no existía; ahora todo es «ey amigo». Las veces queles digo «aprendé a hablar». Manejan 300 palabras yde ahí no los sacás. Te dan ganas de boxearte un ra-tito con cada uno, pero mejor que eso es comprome-terse. ¿Por qué no tenemos líderes en la sociedad?Porque nadie se involucra”, agrega Salorio.

Marcelo Roffé, psicólogo deportivo con 21años de trayectoria y experiencia en las seleccionesde la Argentina y Colombia, acerca su impresión:“Estos adolescentes tienen que madurar antes detiempo. Algunos ya son padres de familia y el sos-tén económico de todo el grupo familiar, o por el di-nero que les da el club para que nadie se lo robe opor la plata que les da el representante. Así se ace-leran los tiempos de esos chicos, y lo apurado ge-neralmente sale mal. «Todo me pasó demasiado rá-pido», es una frase que escuché muchas veces enboca de varios futbolistas. Y es así”.

“Cuando les interesa un jugador, desde Europapreguntan mucho por el costado profesional. ¿Secuida? ¿Qué familia tiene? ¿Vive solo? ¿Está casa-do? ¿Tiene una sola esposa? ¿Le da bola a la pre-paración? ¿Le gusta el fútbol? El argentino se hacefutbolista fuera de su país, cuando entiende que tie-ne que cuidarse todos los días”, relata Heinze.

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Cuando Sergio Agüero llegó en 2006 a Atlético deMadrid, el nutricionista del club colchonero abriómuy grandes los ojos al conocer los hábitos alimen-tarios del Kun: “Come solamente carne y no tomaagua porque dice que no le gusta ni en pintura”. Amuchos futbolistas argentinos que llegan a Europales cuesta adaptarse a las nuevas pautas de nutri-ción. Los excesos de grasa, el vicio por la carne ro-ja, el rechazo a la leche, el pescado y las verdurasdescriben un costado poco profesional. Claro, dechicos, algunos ni acceden a esa dieta. Ahí tambiénllega el socorro social de los clubes.

Tantas fotografías oscuras proyectan una som-bría película. El deterioro de varias estructuras bási-cas impacta sobre la producción del semillero. Fren-te a la sentencia de que ya no aparecen cracks co-mo antes también convendrá rastrillar las razonesmás allá de los límites de una cancha: la avería so-ciocultural del país es parte de la explicación.

Los olvidados del 78Los campeones del 78 parecen signados por el

olvido. Detrás de ellos habita una historia de indife-rencia, una sensación de desatención. La mayoría deaquellos protagonistas del primer título mundial, res-ponsables de una bisagra en la vida de la selección,rumbo a cuatro décadas de la consagración estándesocupados. Al concluir sus carreras, 17 de aque-

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llos 22 futbolistas escogidos por César Luis Menottise convirtieron en técnicos, pero sólo Daniel Passa-rella, Américo Gallego, Ricardo Lavolpe, Osvaldo Ar-diles y, en menor medida, Ubaldo Fillol, trascendieronen el cargo. El fútbol argentino prácticamente no seocupó de hacerles un lugar a los demás.

Casi ninguno superó la cruzada contra ese cóc-tel de desdén y omisión. Sobran ejemplos de entre-nadores que sumaron años y años sin sentarse en al-gún banco: Norberto Alonso, Alberto Tarantini o Da-niel Killer. O Rubén Galván, con nada mediáticas in-cursiones por las ligas de Necochea, Arroyo Seco yFormosa. O Miguel Oviedo, que trabajó en Catamar-ca. O Rubén Pagnanini, que sólo encontró una posi-bilidad en su San Nicolás natal. Y qué decir de Ma-rio Kempes, tal vez el caso emblemático: se adaptócomo crítico deportivo después de vivir como un tro-tamundos por Indonesia, Arabia Saudita, Albania,Bolivia y la serie C italiana desarrollando una tareaque la Argentina no le ofreció.

Alguna vez Jorge Olguín se quedó sin un pues-to que se tuvo que procurar en Costa Rica. HéctorChocolate Baley dirigió la primera de Talleres en laLiga cordobesa. Leopoldo Luque volvió a la escue-lita del club Banco Nación, en Mendoza, tras un pa-so fallido por Independiente Rivadavia. Omar Larro-sa apenas tuvo una breve estada en Huracán. JulioVilla trabajó en el ascenso con Defensa y Justicia,Quilmes, Atlético Tucumán y Tigre antes de acom-

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pañar a Ardiles como ayudante de campo, en Ra-cing. Todos estos apellidos están emparentadoscon fantásticas remembranzas que a veces se za-randean para quitarse las telarañas.

Las fieras pasan al divánLa técnica busca precisión, habilidad, fantasía.

La táctica, orden, estrategia, planificación. El físico,velocidad, resistencia, potencia. Y la mente persi-gue decisión. Porque la duda es la peor enfermedaden los juegos competitivos. La duda paraliza, invali-da. Si el desenlace de un campeonato produce an-gustia y no rebeldía, eso se traduce en incertidum-bre, confusión y desconcierto.

No se puede jugar desde el sufrimiento. Es con-veniente hacerlo desde el impulso que da la alegríade alcanzar un título; en definitiva, un sueño que cual-quier futbolista acuna desde la niñez. Cuando el mie-do se instala como huésped es difícil desalojarlo.¿Cómo exorcizar a ese fantasma? Con respeto por lapelota, más personalidad, autoridad y valentía. Quiense atreve a reunir estas virtudes se acerca al título. Ensu tramo decisivo, los campeonatos exigen un saltode coraje de aquel que pretenda adueñárselo. Mu-chas veces los equipos argentinos son desconcer-tantes: pasan de una fecha a otra, con incomprensi-ble facilidad, de fieras carnívoras a un tierno bambiherbívoro. Del pelotón de fusilamiento al diván.

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Es que la consagración de un equipo con espí-ritu temeroso podría traer una indeseable contrain-dicación: que luego lo copien. Se ha impuesto casicomo una obligación seguir al que gana creyendoque sólo por eso tiene razón. César Luis Menotti al-guna vez pronunció una frase esclarecedora: “El fút-bol es orden para la aventura”, aseguró el técnico.Porque descartada del inventario la ingenuidad, sidespués no se asumen riesgos no hay creatividad.Ni triunfos ni títulos.

La ambición debe ganarles a los temores. El pá-nico a perder algo deseado produce amnesia, enton-ces ya nadie se acuerda de la confiable pareja quecomponen la audacia y la determinación. La intromi-sión del miedo en el fútbol no merece un final feliz.

¿Y dónde están los buenos? Desde el desembarco de Fútbol para Todos, la

sostenida inyección de dinero para los clubes es mi-llonaria. Para esas maltrechas instituciones argenti-nas se trató de una bendición para intentar socorrerarcas desvalidas... ¿o desplumadas? Al menos ha-brá coincidencia en que casi siempre fueron mal ad-ministradas. Claro que tres años después, el esce-nario está aún más descompuesto. Lo que invita apensar que los dirigentes no sólo han sido incapa-ces. Van algunas cifras obscenas que arriman unasensación de ultraje: la deuda de las entidades con

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la AFA es de 985 millones de pesos, un 473% másgrande que una década atrás.

Mayoría de tesorerías raquíticas dan cuenta depésimas gestiones. “Fui demasiado bondadoso. Hedado dinero, mejor dicho la AFA, y les dio la oportuni-dad de gastar más”, le confesó Julio Grondona al dia-rio La Nacion hace un tiempo. Grondona se equivocó(aunque hacerse el distraído cuando le convenía fueel sello de su política de clientelismo) porque subven-cionó malos gerenciamientos. Y el Estado resultócómplice porque se esmeró en no controlar ese grifodetrás de beneficios demagógicos, propagandísticosy de adoctrinamiento. Y los dirigentes, también, por-que actuaron con la impunidad de los que se sabenprotegidos por un sistema que acepta como natural loinadmisible. Lo inexplicable se volvió normal.

Los clubes disfrutan de otra oportunidad parael despilfarro. Y la honran. No dejaron pasar la oca-sión para afirmar la profunda crisis dirigencial queconduce a este desvencijado fútbol. Les tendríanque pesar en su conciencia tamaños desmanejosdel dinero público.

Al menos algunos protagonistas se han atrevi-do en los últimos años a alzar la voz. Sin resultadosaún. El movimiento del mercado de pases indigna amuchos, pero pocos se protestan. “Nos sentimoslos tontos de la película, porque clubes que debencomo 200 millones de pesos gastaron como 10 mi-llones en refuerzos, y nosotros, que somos ordena-

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dos, recurrimos a jugadores de categorías menoresporque no nos da el presupuesto”, se quejó el en-trenador Ricardo Zielinski, que tanto tiempo se lasingenió en Belgrano.

“Creo en la desafiliación... por seis meses o unaño para el club deudor, y que cuando tenga todoarreglado, vuelva. Sería una solución justa”, alertóNicolás Russo, presidente de Lanús. Que lo propon-ga donde corresponde, que busque consenso, quela vergüenza motorice a los que piensen así paradespegarse de la bandada. Sería saludable creerque algunos ya no quieren ser cómplices.

Dirigentes que juegan a ser técnicosDefinir altas y bajas de un plantel no es un trá-

mite administrativo de confección de nuevos con-tratos, rescisiones, y demás papeles. La decisióntrascendente es la que deriva del análisis técnico.Lo que ocurre frecuentemente es que los clubescontratan a futbolistas por razones que no acabande contrastar con la realidad, sin un método de se-lección probado y con un amplio margen de error.Un dirigente recomienda un nombre; un allegado,uno más; los intermediarios, otro; alguno recuerdaque Fulano “es buenísimo”, sólo porque jugó bienese día que lo vio, y así.

Con esos parámetros, las posibilidades deerror son muchas. Esas equivocaciones tienen cos-

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to deportivo y económico. Una pregunta recurrentees: ¿quién debe elegir los refuerzos y las bajas? Sesupone que el entrenador de turno es el más califi-cado para opinar, aunque algunos directivos sostie-nen que ellos deben intervenir.

La respuesta más adecuada a esa tensión esuna secretaría técnica, con pocos integrantes, cali-ficados y competentes. Todos los pedidos y suge-rencias recaen en este departamento, que evalúametódicamente y emite un informe con recomenda-ciones para que quienes conducen el club, decidan.La dirigencia debe resolver, pero no puede hacer unanálisis técnico, sencillamente porque no disponede las capacidades suficientes para esa labor.

La secretaría técnica puede hacer armónica laconvivencia y eficaz la gestión deportiva. Las funcio-nes son variadas: ubicar juveniles postergados enequipos donde puedan evolucionar, relacionarsecon clubes y con agentes, planificar la búsqueda dejugadores para el plantel profesional, clasificar lasposibles contrataciones (jugador estrella, acompa-ñante, apuesta), seguimiento de lesiones, expulsio-nes y comportamientos de los potenciales refuerzos;su actualidad y trayectoria, y un larguísimo etcétera.

La secretaría también articularía con las divi-siones inferiores, para sugerir patrones de capta-ción y planificar la carrera de los futbolistas quedespuntan. Hay decenas de herramientas que ayu-dan a la organización del trabajo: imágenes de vi-

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deo, imágenes propias, servicios informáticos (co-mo WyScout, o Soccerassociation) y programas deanálisis. Nada imprescindible, pero buenos com-plementos de la mirada. Lo importante sigue sien-do saber de jugadores.

“Crear un equipo no es comprar jugadores.Una junta directiva no debe fichar, porque no tieneidea. Debe fichar la gente que sabe.” Lo decía Jo-han Cruyff. César Luis Menotti y otros opinan en lamisma línea. No lo dicen con ánimo de ofender, si-no de diferenciar roles: Cruyff no determinaba elmarketing del club ni el precio de la cuota. Tampo-co lo hacen Menotti, Guardiola o Simeone. Cadaquien en su sitio.

La fiesta se quedó sin músicaCuando el juego deja de ser lo más importante,

es un problema. En la Argentina, la calidad del jue-go es lo de menos. El centro del fútbol no está en lacancha. Hace tiempo que dejó de ser una fiesta. Elpoder ya no lo tienen los protagonistas del espectá-culo. Ni siquiera los dirigentes tienen el real poder.Los mejores futbolistas, o se van, o se acomodan ala realidad. Los mejores dirigentes ni se involucranen este mundo. El poder lo tiene la gente. Y comotodo poder sin estructuras, es caótico, no tiene di-rección. Al fútbol argentino lo sostiene la pasión delos hinchas. No hay espectadores, hay hinchas, que

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a pesar de la fuga incontenible de calidad, persistenen su condición. Hasta parecen estimulados por lapobreza. Porque ser hincha en las malas tiene másprestigio. Interesan los colores y el resultado. El res-to da igual. El que arriesga una pelota es un otario.El que traba con la cabeza representa el fervor con-ductor de nuestro fútbol.

Ayer, soportar una patada era signo de valen-tía. Hoy, hay que simular. Lo que importa es sacarventaja. Los técnicos, especialmente en las etapasformativas, hicieron poco para quebrar la tendencia.La prensa cooperó sistemáticamente con un men-saje perverso que endiosa a los exitosos y humilla alos perdedores. La globalización aportó lo suyo: Eu-ropa precisaba un marco legal que le permitiera dis-poner de su riqueza y poder llevarse el oro de Amé-rica. La ley Bosman* fue el principio de la definitivacolonización futbolística. La FIFA, bien, gracias.

Vacío casi todo, sólo las canchas pueden llenar-

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* (Ley Bosman: Jean-Marc Bosman, un discreto futbolis-

ta belga que en 1990 reclamó la libertad de acción ante su club,

RC Lieja, al finalizar el contrato, provocó una revolución a nivel

del derecho comunitario europeo. La UEFA debió modificar su

reglamento; la desaparición de los cupos de extranjeros gene-

ró efectos enormes en el fútbol mundial. Los clubes de Europa

con mayor poder económico pudieron contratar a los mejores

jugadores del mundo, sin importar su nacionalidad.)

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se, a pesar de semejante desguace. La “desertifica-ción” de nuestro fútbol se llevó casi todo, menos lapasión, que lejos de decrecer, aumenta. La asisten-cia promedio a los estadios es superior a la de lastres décadas precedentes. ¿Cómo se entiende? Ir aun estadio es toda una incomodidad, hay riesgos deviolencia, y encima, la garantía de un pobre espec-táculo. El fútbol es el único fenómeno capaz de pro-ducir un resultado inexplicable: a peor calidad, ma-yor concurrencia. Como si un virus autodestructivoatacara a las masas. Pero no. Es la identidad, la per-tenencia, el amor por el juego que fue degenerandoen amor por la hinchada. Todos están acostumbra-dos a pasarla mal. El juego hace rato que perdió sulugar. “La fiesta del fútbol” es espantosa. Lo llamati-vo es que nadie piensa en organizar mejor, en planearnuevas generaciones, en dar señales de construc-ción de un nuevo orden, así la pasión vuelve a tenerun fútbol que le dé sentido. Por el contrario, hay unaplácida adhesión al statu quo, campo en el que semueven a gusto los mercaderes y los mansos.

Mañana es tardeEl fútbol a puertas cerradas da pena. Y sin pú-

blico visitante, también. No hay evidencia más po-tente de la incapacidad de gestión que las butacasvacías. Probablemente, sin enemigos a la vista nohabrá proyectiles en el aire. No en esa cancha, no

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durante esa fecha, pero la medida no produce nin-gún efecto posterior y el peligro sigue latente.

La AFA y sus socios comerciales no están inte-resados en redactar ningún manual de procedimien-tos respecto de qué hacer ante episodios de violen-cia. El Reglamento de Transgresiones y Penas nocalifica, ni siquiera en un taller de redacción. Duran-te años procuraron que los partidos no se suspen-dieran, sin importar el tamaño del proyectil ni lamagnitud de los incidentes. También acordaron pa-rar con la quita de puntos apenas descubrieron lofácil que era sancionar a Nueva Chicago o a Almi-rante Brown y lo difícil que era quitarles algo a Bo-ca o a River. La “política” indicaba, entonces, no sa-carle nada a nadie y todos contentos.

Luego de uno de tantos episodios de agresio-nes a un juez asistente, el árbitro Patricio Loustauexpresó con mucha claridad una idea: redactar unboletín con 4 o 5 puntos, bien claros, sin zonas gri-ses, y actuar en consecuencia. Los árbitros y los fut-bolistas podrían ir a la vanguardia. Ellos tienen unpoder gigantesco y no lo asumen en defensa del fút-bol y de ellos mismos. Sin ellos no hay fútbol, sinellos no hay negocio, sin ellos no hay televisión. Fut-bolistas Argentinos Agremiados y los dos gremiosdel referato argentino, la triple A y el Sadra, son lasorganizaciones que deberían liderar la propuesta.

Si la institucionalidad no tiene soluciones, o nolas ve, o no quiere hacer ruido, o tiene temor a equi-

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vocarse como con el torneo de 30 equipos, o lo quesea, entonces las medidas deben exigirse desde lasbases. Si jugadores y árbitros coinciden en la mediadocena de puntos a establecer como ley, la AFA notendrá más opciones que asumir el debate, integrar-se a él, y finalmente hacer algo de una vez.

Si prospera, el resto es organizar los detallesoperativos. Es esencial la comunicación. Imagine-mos: un comunicado que anuncie el nuevo protoco-lo acompañado de una foto con todos los presiden-tes de primera y del ascenso, simbolizando un con-senso inédito; en cada cancha, las pantallas led, lostableros, la voz del estadio, o simples folletos en elingreso del público, anunciando las medidas, repe-tidamente y con claridad; las radios y los programasde TV acompañando la difusión, y la transmisión ofi-cial repitiendo antes de cada partido y en los entre-tiempos algún spot explicativo.

Todos los espectadores estarían informados ynotificados de que ya no se va a seguir jugando ba-jo cualquier circunstancia y que hay riesgo de sus-pensión y de pérdida de puntos. No hay mejor ma-nera de poner a la mayoría de tu lado. El asunto eshacer algo, buscar consensos, legislar y actuar.Aunque luego haya que hacer retoques, lo impor-tante es que el tren se mueva de una vez. Es urgen-te. La semana que viene seguro será tarde.

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Atajar, pensar y jugarEn los últimos 25 años ninguna otra función de-

bió hacer tantos ajustes como la del arquero. Cam-biaron las reglas, los campos de juego, las pelotas,la velocidad. La influencia de los arqueros en el des-arrollo del juego es cada vez más significativa. Elpuesto se ha redefinido: el histórico manual delguardavalla conservará siempre los rasgos esencia-les, pero cada vez tiene más capítulos.

“El principal objetivo de un arquero es que lapelota no entre en el arco. No importa cómo.” La fra-se le pertenece a Alberto Poletti, centro de algunaspolémicas, histórico arquero campeón del mundocon Estudiantes de La Plata en 1968 y apasionadoobservador de los detalles del oficio. Ahí está laesencia de atajar. “Probablemente, había mejorestécnicamente que Fillol, pero él no dejaba entrar lapelota en su arco, y por eso era el mejor”, agrega.

Hoy, en la alta competencia, cualquier arqueroserá valorado en tanto responda a ese precepto,desde luego. Así como un N° 9 que no hace golesprobablemente salga del equipo, un arquero al quele convierten mucho tampoco califica en su tarea.Pero ya no alcanza sólo con atajar bien. En todo ca-so, los arqueros que, además de eso, desarrollan lacapacidad de participar del juego de otro modo, sedistinguen.

La evolución de la teoría fue más rápido que lapráctica. Aún hoy, los arqueros que juegan fuera del

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área, que tienen variedad y calidad de pases, quecomprenden el juego y se insertan en ese circuito,son excepciones. Todos están formados para laparte defensiva, pero es mucho más escaso el ba-gaje de recursos para participar de la etapa ofensi-va, tarea cada vez más demandada por los grandesequipos del mundo.

El arquero tiene una función “ofensiva” vital enlos equipos que deciden comenzar a jugar desde suárea. Y su intervención no se reduce a un buen pa-se, con ventaja para que el defensor reciba perfila-do, o un pase largo y justo para saltar una línea depresión. Cuándo hacerlo, es central; cuándo convie-ne una cosa y no otra, cuándo es necesario tomar elriesgo, atraer a un delantero rival para liberar a uncompañero, retroceder en el área, salir de ella, ma-nejar los tiempos... Leer el juego, ni más ni menos.

Por eso se destacan Nahuel Guzmán o Geróni-mo Rulli, porque disponen de la técnica, pero, ade-más, porque tienen coraje e interés de hacerlo.“Amadeo era el sensacional. Jugaba con el pie co-mo nadie, ponía un pase de 60 metros al pecho, sa-lía del área... Fue un adelantado”, asegura Poletti.Amadeo Carrizo hacía algo único, en tiempos en losque no hacía falta todo eso para ser un gran arque-ro. Lo hizo antes de que las reglas y la evolución selo pidieran. Aun así, ese estilo no se impuso comouna norma formativa. Lo corriente sigue siendo elarquero que ataja mucho y juega poco. Han mejora-

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do su saque, su despeje, la manera de pegarle a lapelota, pero el estilo predominante sigue alineado ala tradición. Basta con hacer un relevamiento por to-dos los equipos y selecciones en los últimos años.

Vuelven los viejos 8 y 10Gerardo Martino suele referirse a la escasez de

volantes “interiores”, los viejos 8 y 10. Aquellospuestos, en desuso en el fútbol argentino desde ha-ce tiempo, fueron perdiendo terreno en la carrerapor imponer condiciones desde lo físico más quedesde lo conceptual. Hoy, el mundo parece reponeresas funciones, adaptadas a las nuevas condicio-nes, pero con la misma génesis asentada en la ela-boración.

En referencia a los equipos que juegan con dosmediocampistas centrales (tendencia habitual ennuestras canchas), el genial Johan Cruyff decía queeran insuficientes, que la zona media precisa tres ju-gadores. El doble pivot da “sensación de seguri-dad”, pero descubre ausencias cuando se recuperael balón; falta juego, faltan triángulos, las líneas depases diagonales (las que permiten subir superan-do líneas rivales) no aparecen casi nunca.

Los interiores solucionan esa dificultad, siem-pre que coordinen movimientos con criterio. Pararecuperar la pelota en ese sector alcanza con gene-rosidad y disposición. Limitar la expresión del ad-

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versario es mucho más accesible que provocar lapropia. La creación y el ataque son infinitamentemás complejos y variados que la destrucción y ladefensa. Si la recuperación se produce por predo-minio colectivo, el comienzo de la posesión desplie-ga a los futbolistas cercanos entre sí para comenzarla parte más sofisticada.

Los interiores son un poco 8, y un poco 10. Aveces, el más adelantado está ligeramente a la de-recha, y a veces al revés. Incluso, en los equiposmás avezados en el juego posicional, hasta puedenconvertir temporalmente al 5 en interior adelantado.El asunto es poner al equipo de cara, conseguir ju-gar tras la línea de presión rival y de frente al arcoenemigo. El juego se resuelve ahí, en la incomodi-dad del último tercio, zona habitual de los interiores.

El centro del campo les pertenece, así como lasbandas pertenecen a los laterales y a los extremos.Ellos aseguran la amplitud ofensiva indispensablepara fabricar pasillos centrales por dónde filtrar elpase, o en su defecto, los espacios necesarios pa-ra procurar el ataque abierto.

No hay 4-3-3 ni 4-2-3-1; hay decenas de dibu-jos posibles. Si el equipo sale jugando desde su ar-quero, de nada sirven 4 defensores; no hay cómo ge-nerar superioridad en la siguiente fase con los latera-les alineados a los zagueros. Si el arquero se la da al3 o al 4, sospeche siempre que el lateral va a termi-nar lanzando un pase largo por la banda. No hay in-

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terior que pueda hacer nada sin ayuda de extremosy laterales. Ni los wines pueden quedarse a la som-bra del mástil ni los laterales pueden aburrirse.

Los mismos viejos puestos de siempre, adecua-dos a un fútbol mucho más complejo, evolucionansólo si estiran el límite de sus funciones, haciéndolasmás variadas y menos específicas. El fútbol argenti-no, pionero de interiores, empieza a rescatarlos delarchivo para acondicionarlos a los nuevos tiempos.

Pánico a salir jugandoSalir jugando no es solamente una expresión de

deseo. Cuando un equipo decide comenzar el juegodesde su arquero, se activan una serie de mecanis-mos destinados a tal fin. No alcanza con la voluntadde salir jugando. Por muy bien intencionado que seael deseo, si los futbolistas no comparten el código,si no se ensayaron diferentes alternativas, es proba-ble que no consigan progresar en el campo.

Suele repetirse la secuencia: el arquero se la daal defensor central, éste se la pasa al lateral, quienlanzará un pelotazo largo hacia delante, paralelo a lalínea de banda. Ahí se termina el proyecto. Pánicoal juego interior y murmullos con cada pase atrásapuran la dimisión.

El Newell’s del Tata Martino instaló con éxito elmodelo, mientras el fútbol argentino persistía endesprestigiar la salida, optando por la bendita se-

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gunda pelota (elegante manera de calificar el despe-je largo y la carga al rebote).

Desde luego que empezar a jugar en el áreapropia supone ciertos riesgos. ¡El fútbol es un juegode riesgos permanentes! Sólo que empezar la pose-sión desde abajo es un riesgo más visible. Si se co-mete un error ahí, el costo es grande; por lo tanto,el miedo inhibe la acción. Es tan fuerte el temor aquedar expuestos que se pierde de vista el hechode que dividir la pelota sistemáticamente los expo-ne a problemas más graves.

Si el adversario no presiona sobre la defensa, elprimer obstáculo está sorteado: los centrales (o el 5,si desciende a recibir en medio de la zaga) podránrecibir con comodidad y decidir por dónde progre-sar. Para avanzar, es imprescindible el movimientode los mediocampistas: rotaciones, desmarcacio-nes, futbolistas dispuestos a pedir en un lugar y re-cibir en otro, nunca quietos. Claro que recibir atrásde la línea rival es más exigente que ir a buscarla auna zona confortable y sin marcas, hábito tan fre-cuente como inútil para el progreso de la acción.

Si la presión del oponente es sobre la defensa,entonces hacen falta más recursos. Pero los espa-cios están; siempre se pueden establecer superiori-dades en la zona del campo que se elija. Si la de-fensa queda aislada por los atacantes rivales, trasellos hay tierra fértil. Lo importante no es que la pe-lota vaya siempre por abajo, sino que cuando vaya

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por arriba tenga buen destino.Los auxilios colectivos son imprescindibles, los

movimientos generosos de quienes se ofrecen co-mo receptores, el criterio, la lucidez... No se trata deacciones mecánicas, sino de elegir libremente delmenú. Pero para saber qué hay en la carta, anteshay que leerla.

Quienes profundicen en esta manera de co-menzar el juego tienen garantizadas dos cosas: lamejoría en la calidad de su elaboración y la duracrítica del periodismo cuando pierdan una pelotacerca del arco. Es coherente: desde hace décadas,mensaje y juego se retroalimentan determinandouna liga repleta de temores, un fútbol descuidado yun discurso a medida de los resultados.

Ya pocas voces se alarmanEl fútbol argentino hace tiempo que está parado

en el umbral de una refundación que exige determi-nación, capacidad y un espíritu ambicioso. Necesitaun revulsivo de ideas y comportamientos. Otro esce-nario con hombres nuevos que se atrevan a replante-ar la organización deportiva, el gerenciamiento, la lí-nea de conducción y el posicionamiento fronterasafuera. La muerte de Julio Grondona en 2014 debióser una bisagra institucional, pero del caudillismo sepasó a la anarquía. La renuncia a la selección de Al-fio Basile, en 2008, pudo alumbrar un ciclo lógica-

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mente estructurado, pero le regalaron el equipo na-cional a Maradona. Detrás de los desaguisados quese volvieron norma, se impone socorrer a este depor-te tras demasiadas temporadas de desabrigo.

Con urgencia se reclama el revestimiento de re-glas claras. No puede ser lo mismo hacer las cosasbien que mal. No. Sobran las pruebas en el labora-torio de la improvisación sin culpas ni arrepenti-mientos. Sucesivos desenfoques a raíz de un peli-groso desapego por el debate futbolístico. Y dece-nas de cómplices que alzan la mano en las reunio-nes del comité ejecutivo. Incluso, muchas veces nise coincide con las decisiones que avalan, pero seprefiere el manto protector del corto plazo antes quepensar en pilares fundacionales que sueñen congrandeza y crecimiento. La AFA no cuenta con rea-les políticas de Estado en seguridad deportiva, con-fort en los escenario, claridad y equivalencia en elsistema de disputa de los campeonatos, supervi-sión de los fondos que desembarcan en los clubesa través de Fútbol para Todos…

El fútbol argentino está tapizado de desvíos, in-terferencias, atropellos o intromisiones. De una uotra forma, hace pie un cotillón de desprolijidadesque articulan un desprestigio global. Acá no existeplanificación ni minuciosidad. No son lógicos loscabos sueltos, no puede explicarse todo por el im-perio de la siempre imprevisible pelotita.

Proteger el escenario y el producto no aparece

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como prioridad. La liga albiceleste entrega, frecuen-temente, actitudes que corroboran su decrepitud.Descuidos y desatinos. Los de la AFA con sus mama-rrachos, y varias lecturas descolocadas de los clu-bes, obedientes laderos de la inoperancia y la negli-gencia. Total... todo pasa. Total, cada vez menos ac-tores se alarman. Es grave si al debate del fútbol ar-gentino se le estrecha el menú de inconformistas.

Nadie entrena los miedosLa inestabilidad emocional zarandea a los equi-

pos argentinos. Porque no sólo muchas veces jue-gan mal, también tiemblan. La fortaleza anímica esuno de los requisitos más importantes y necesariosen toda actividad deportiva. “El cuerpo hace lo quela mente dice”, resaltan los que entienden. El mie-do, los nervios o la desesperación nunca son un sa-ludable combustible. El campeonato local, raquíticoconceptualmente y de evanescente jerarquía, tam-bién ofrece otro extremo empobrecido en el carác-ter de sus futbolistas, en la identidad y el tempera-mento de los equipos. Auscultar la valentía y la en-tereza de un grupo a través de su postura frente albamboleo del juego o de un resultado suele entre-gar reacciones de tibias a huidizas.

Muy pocas veces un equipo encadena tres ocuatro victorias y es casi una curiosidad cuando al-guno revierte un resultado en contra. Todo es tan

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variable como inconsistente, y las garantías son unaalucinación. ¿Las únicas explicaciones están en elpizarrón estratégico? De ninguna manera. La dudaes la peor enfermedad en los juegos competitivos.Paraliza, invalida, asusta.

Cuando la emergencia y sus temblores se ins-talan, es difícil desalojarlas. Los vaivenes anímicoscrean nuevos escenarios casi en un parpadear. Fut-bolistas que impresionan como leones, y ronroneancomo gatitos una fecha después. ¿Acaso se olvida-ron de jugar? No, los aplastó la presión. La cargapsicológica los ahoga. Perder los arrincona porqueno aprietan el botón de la rebeldía. Pero ponerse enventaja los acompleja, entonces ceden la ambicióny aceptan ser sometidos. Un resultado parcial de-forma la personalidad de los equipos de un momen-to a otro. El ex volante Diego Latorre, hoy analista,lo resume con su habitual lucidez: “Faltan líderes,faltan hombres que se atrevan a sacar al equipo delfondo. Los jugadores podrán hacerse señas, repro-ches, eso lo vemos, pero comunicación no hay, nohay indicaciones futbolísticas”.

Obligados a reaccionar, la mayoría de los plan-teles se desinflan. Pero cuando consiguen respon-der, ¿puede confiarse en ese puñetazo sobre el es-critorio? No. La incertidumbre y el desconcierto delfútbol argentino no fondean exclusivamente en va-rios pies redondos. Demasiadas cabecitas frágilesmanejan los hilos invisibles.

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Cuidado con mentirse al solitarioBasta de enjaular la valentía en el sótano. No

existen las fórmulas infalibles, pero el tránsito siem-pre es más reconfortante cuando los equipos seaniman, sencillamente, a jugar. Convencidos deuna idea protagónica. Después se puede perder,claro, pero al menos ese equipo ya no quedará de-sautorizado.

Si insistentes corrientes han instalado que loúnico que sirve es ganar, hacer el recorrido con con-sideración por la pelota es definitivamente más se-ductor. El fútbol es pasión, arte, estilo, coraje, ho-nor… Si el fútbol es tantas cosas..., ¿por qué redu-cirlo sólo al resultado? Se reclama un estilo ambi-cioso, con astucia y convicción. Y eso va más alláde los recursos.

Ojalá estén a salvo los brotes de audacia queaparecen en algunos integrantes de la nueva ca-mada de entrenadores. El combustible del fútbolargentino deben ser los riesgos. Equipos intrépi-dos, que no tiemblen ni busquen excusas. Quedespierten un orgullo genuino y no la impostadaalegría de hinchas más enamorados del aguantepor los trapos que de los colores del club. Hay unmensaje en el aire… La esperanza es que varios lorecojan y no se transforme en una botella a la de-riva en el océano.

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Las chequeras del vaciamientoLa vulgaridad proyecta su cono de sombras.

Porque el fútbol argentino cruje y en cada mercadode pases se marcha un nuevo lote de la recortadamateria prima rescatable. “De Argentina se marcha-ron, primero, los talentos top; luego, los subtop, y fi-nalmente, cualquiera que haya completado tres ac-tuaciones notables, haya marcado tres goles segui-dos o tenga un buen representante. Esa emigraciónatenuó las diferencias entre equipos grandes y chi-cos. La impresión es que cualquiera puede salircampeón”, analizaba hace un tiempo Jorge Valda-no. Y esa descripción de paridad no encerraba nin-gún elogio. La sangría llega puntual para acentuar elvaciamiento.

A veces el derrumbe financiero mundial le ofre-ce un remanso a la ola migratoria. Pero siempre elpoder económico impone su ley, y ya no se trataúnicamente de las grandes ligas: casi cualquiera seanima frente a devastadas tesorerías. Centros alter-nativos europeos como Grecia, Rusia y Ucraniaapuntan, recogen y llevan. Chile, Ecuador y Colom-bia también pesan con sus billetes. Como México yBrasil, desde luego. Y como Malasia, India, Qatar yla poderosa China, destinos inusuales. Y la MLSnorteamericana, también. Un abanico que cada díase despliega más. Nadie vende como la Argentina:

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desde 2010 nuestro país desplazó de la cima a Bra-sil y, según el informe anual “Football Player Ex-ports”, que elabora la agencia Euromericas SportMarketing, del mercado local emigran entre 2300 y2600 futbolistas por temporada.

Apenas la chequera extranjera recobra algo devivacidad, las arcas criollas se abrazan con deses-peración a esas operaciones que sirven para disi-mular los descalabros.

El ruido de un fútbol que se rompeNo solamente en el juego; el fútbol argentino

duele en todo el cuerpo. Alcanza con revisar una se-mana, con escuchar tres programas, dos conferen-cias, a algún dirigente, los balances de un club y lossonidos de los pelotazos en cada cancha.

La Asociación de Técnicos organiza un congre-so de entrenadores y la concurrencia es masiva. Ape-nas se distinguen un par de exposiciones y trabajos.El Congreso se llama “Julio Grondona” y el titular delgremio de los técnicos lo presenta como “el padre delfútbol argentino”. En una de las disertaciones, Bilar-do exhorta a los entrenadores en formación a que ha-gan “jugadores con sangre, que lloren si pierden”.Muestra una vieja videocasetera e imágenes de fut-bolistas con brazos en jarra. Lo de siempre.

Periodistas, técnicos y jugadores, toleramos unfútbol lleno de pelotazos, fricciones y ventajeros.

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Eso sí, el árbitro no se puede equivocar. A ellos selos juzga con todo el rigor que descartamos paraotros juicios. ¿Es fácil pegar ahí? “Peguemos enton-ces”, pareciera ser el tácito consenso. Nos hemosacostumbrado (o acomodado) a un fútbol escaso,repleto de “inteligentes” que trabajan los partidos.Todos reniegan de que no hay tiempo para los pro-yectos, coartada perfecta para justificar la mezquin-dad de un juego cada vez menos atractivo y varia-do. Los estadios no se van a vaciar, porque los hin-chas, desde luego que preferirían mejor calidad, pe-ro no la precisan para ser. Serán, de cualquier ma-nera. Y eso les da poder.

Si en lugar de pensar en torneos de 40 equipos,32, o lo que sea, hubiera un espacio para pensar enalgo importante, sería un buen paso. Hay gente conideas y hay caminos para mejorar la calidad denuestras competencias. Pero realmente, ¿alguienestá pensando en el futuro de nuestro fútbol? Pare-ce que no; con tanto ruido no se puede pensar.

El público se merece un mejor lugarEl fútbol argentino se distingue en el mundo por

ser un fabuloso productor de jugadores. También selo reconoce por nuestro amor por el juego, la pasión,el fervor y el carácter competitivo. Esas son las carac-terísticas más visibles hacia afuera, gracias a una ri-quísima historia de embajadores que le sacaron brillo

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a la pelota. Ahí está la fuerza de la marca “fútbol ar-gentino”, que nos empeñamos en descuidar cada día.

Quienes observan desde lejos, relacionan anuestro fútbol con Messi, Agüero, Higuaín. Lo de-más no tiene difusión global, o simplemente no in-teresa. Sólo de tanto en tanto se estremeceráncuando un título de Marca o de La Gazzetta delloSport cuente que en un cruce de barrabravas huboun nuevo muerto. Al pasar la página, y luego de la-mentarlo como corresponde, otra vez el fútbol ar-gentino será Messi y compañía.

La cotidianeidad, desde adentro, nos abofeteasin discreción. Las desventajas inevitables de mer-cado, respecto de las ligas más potentes del mun-do, deberían estimular mejoras en la calidad de for-mación de futbolistas y entrenadores, en la organi-zación de las competencias y espectáculos, y en lagestión deportiva de los clubes y de la AFA. Nadade eso ha pasado.

Ser simpatizante es un sacrificio. Hasta precisaun manual que explique cuántas tablas de posicio-nes hay, para qué copas y qué descensos. Y debeleer el diario antes de salir para la cancha, porquelos días y horarios muchas veces no son los que di-jeron. Nadie considera prioridad al público.

Los visitantes no van a la cancha, mientras loslocales pactan choques y emboscadas entre faccio-nes de sus mismas barras; los dirigentes niegan ayu-darlos. Al papá y al nene le sacan la radio, el cinto,

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las pilas y las ganas; pasarán por todos los cacheosy saldrán con miedo ya entrada la noche, mientrasen las cabeceras oficiales explotará un arsenal de pi-rotecnias. Cada vez más molinetes y malos tratos, lanunca desarrollada tarjeta de AFA plus, las huellasdel morpho touch.... Cada vez más policías, cadavez más caros. Que haya más controles no remedianada mientras controlen al tipo equivocado.

Decenas de reuniones y contratos; todos pare-cen ocupados en resolver el desquicio. Los prota-gonistas centrales del fútbol son los jugadores y elpúblico (público, no barrabrava ni hinchada); los de-más, acompañan. Futbolistas y público, como míni-mo, podrían tener un representante en la AFA y par-ticipar de las decisiones. Una opinión, un plan, unproyecto, un debate, una mirada crítica, algo debe-rá pasar alguna vez. Porque si el plan consiste enseguir hasta que la cuerda aguante, el fútbol argen-tino no va a morir pero va a acentuar sus rasgos másvergonzosos.

Los futbolistas tienen precioFrente a las definiciones, nunca faltan futbolis-

tas que sin sonrojarse avivan la flamígera incentiva-ción. Desembozados protagonistas de una historiade bajezas que sólo debiera despertar rechazo. Pe-ro a ellos no se les cae ni una pizca de vergüenzadespués de decirlo. Tal vez, porque son demasiados

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los que festejan las humoradas del celular abierto ode las diez mil o cincuenta mil razones para ganar...Igual de inaceptable resulta ese comentario rastre-ro que se escuda en que se trata de una vieja prác-tica, heredada de futbolistas de generaciones ante-riores. Que la incentivación exista no le otorga legi-timidad. La deshonra no se blinda. Es un síntomamás del resquebrajamiento de una sociedad queobserva con naturalidad cómo decenas de valoresvan cayendo en desuso.

“Si es para ir para adelante, ¿qué tiene de ma-lo?”, se escucha. ¿Está diciendo que lo que le pagasu club no es suficiente para esforzarse por comple-to? Se lo podría comentar a su hinchada entonces...Falsa moralina. Aquel futbolista que acepta dinerocomo incentivación para multiplicarse detrás de lavictoria habilita a la desconfianza. Llegado el mo-mento, ¿por qué va a rechazar una propuesta eco-nómica que le proponga perder? Ya expuso que laplata lo tienta. En ese caso, ¿invocaría que el honory el orgullo se lo impedirían? Pero qué honor si yase mostró receptivo a esforzarse más ante una pro-pulsión monetaria.

Cuando alguien se pone precio, o acepta quepuede tenerlo, ingresa en un escenario de turbiedadque invita a ser vigilado por miradas sospechosas.La estimulación de un comportamiento que estáprohibido no puede ser observado como algo gra-cioso o folklórico. Exige que el Tribunal de Discipli-

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na de la AFA intervenga. Por lo menos, investigue.De otro modo, por inacción, es cómplice. No debesalir gratis coquetear con la ilegalidad.

Las invitaciones a transgredir las reglas duelentanto como el atropello mismo. “Todo lo que sé demoral me lo enseñó el fútbol”, es una cita clásica delescritor francés Albert Camus, arquero en Argelia ensu juventud. Otros, no han aprovechado para apren-der nada. Una de las derivaciones de este juego-ne-gocio es que pone a prueba el sentido de integridadde los jugadores. La incentivación, como la simula-ción de faltas, el matonismo para pedir una tarjeta yla sagacidad para adelantar una barrera, en realidadrevelan que existe pánico a ser considerado un in-genuo. Parece que la viveza no sólo hay que tener-la sino, además, exhibirla. Eso diploma de pillo.Mientras la picardía siga prestigiando por encima dela nobleza, la definición de un título nunca consegui-rá desprenderse de su flanco hediondo.

La sabiduría y sus locos parámetrosUna máxima futbolera, de esas que se escu-

chaban desde la infancia, relataba que mantener lamisma formación y no variarla de acuerdo con losmomentos del partido era una virtud importante.Que los grandes equipos eran aquellos que jugabandel mismo modo con independencia de los pasajesdel encuentro y de las variantes que introdujera el ri-

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val. Así, pasaron de generación en generación aline-aciones memorables que siempre surgen con sólodisparar el botón de la memoria. La Máquina de Ri-ver de 1942 con Juan Carlos Muñoz, José ManuelMoreno, Adolfo Pedernera, Ángel Labruna y FélixLoustau, o los Carasucias de la selección en el Su-damericano de 1957, con Omar Corbatta, Humber-to Maschio, Antonio Angelillo, Enrique Omar Sívoriy Osvaldo Cruz. O los cinco fantásticos de Huracán,en 1973, con René Houseman, Miguel Brindisi, Ro-que Avallay, Carlos Babington y Omar Larrosa. O In-dependiente 84, Argentinos 85 y River 86, que po-dían recitarse casi sin tomar aire.

Ya no ocurre. Ni una cuestión ni la otra: ni sepueden recitar de memoria las formaciones ni haygrandes equipos. ¿O van de la mano? Una cadena defactores conspira contra este desarrollo. La voráginede los resultados redujo la tolerancia casi a su míni-ma expresión. La impaciencia no perdona ningúntraspié, entonces los proyectos de trabajo no cuen-tan con la complicidad del tiempo. Y, se sabe, nopuede aparecer ningún gran equipo en un puñado departidos. Como, también, es muy difícil construir unconjunto que quede en el recuerdo colectivo si resul-ta imposible retener a los mejores valores porque sontentados por los millonarios mercados de Europa.

La inestabilidad derrumba a cualquier elencoque sueñe con hacer historia. Las urgencias puedendevorarse técnicos, mantener en jaque a otros o

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buscar transferencias salvadoras, aunque el “pro-ducto” apenas tenga 18 o 19 años. Sin un proyec-to, una planificación o un horizonte -incluso, aunquehaya que sortear algunos contratiempos- no apare-cerá un equipo inolvidable. ¿Cuál fue el último quese podía decir sin titubear? Posiblemente Vélez, elde 1994: José Luis Chilavert; Flavio Zandoná, Ro-berto Trotta, Mauricio Pellegrino y Raúl Cardozo;José Basualdo, Marcelo Gómez, Christian Basse-das y Roberto Pompei; Omar Asad y José Flores.Años después, el mismo Carlos Bianchi lograría al-go similar en Boca.

Además, la sobrevaloración de los esquemastácticos como factor determinante para explicar untriunfo o una derrota terminaron por distorsionarlotodo. Antes era mucho más trascendente cómo ju-gaba un futbolista y no cómo estaba ubicado en lacancha, cosa que ahora se describe como lo másrelevante. Entonces, cambiar una y mil veces es se-ñalado como ejemplo de sabiduría. Alguien dirá queal fútbol le tocó adaptarse a estos tiempos. Puedeser. A una época que ya no tiene grandes equipos.

Bochini y Gatti quedaron en el bronceLa ecuación es sencilla: si se van los mejores fut-

bolistas, las oportunidades de disfrutar de este juegose encuentran seriamente recortadas. Entonces brotala nostalgia por otros tiempos, cuando las urgencias

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económicas de los clubes argentinos no determinabanlos ciclos de permanencia de los talentos en el país.Una trayectoria se construía mucho más allá de unadécada, como las de Hugo Gatti (Boca, 1977/1988) yRicardo Bochini (Independiente, 1972/1991), que re-partieron su talento a través de 765 y 638 partidos, res-pectivamente. Vaya si antes había ocasiones para dis-frutar de la calidad de los jugadores si el paraguayo Ar-senio Erico jugó 325 encuentros, Ángel Labruna 515,Norberto Alonso 372 y Gerardo Martino 472. Y elloscuatro apenas son algunos ejemplos que saltaron ge-neraciones.

Pero durante las últimas temporadas la meta-morfosis resultó absoluta. Implacable, devastadora.La precoz fuga de los futbolistas diferentes agravóun vacío de jerarquía en los certámenes locales quelas puntuales transferencias al término de cada cer-tamen lo recuerdan como un cachetazo de realismo.

La ansiedad ha atropellado todos los merca-dos, aproximadamente de dos décadas a esta par-te. Valen los recuerdos. Ariel Ortega se marchabapor primera vez de River para aterrizar en Valencia134 partidos después de debutar en Núñez. Marce-lo Gallardo lo hacía 109 cotejos más tarde de subautismo para incorporarse a Monaco. Aunque fue-ra insuficiente, al menos ellos llegaban a recorrer lascanchas argentinas por más de cinco años. Más tar-de, únicamente Juan Román Riquelme quebró labarrera de los cien (151 partidos) antes de irse de

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Boca a Barcelona. Pero claro que la tendencia de plazos acelera-

dos se acentuó. Se encuentran muchos ejemplos.El repaso corrobora que la ola migratoria se llevóanticipadamente a los mejores: Pablo Aimar sedespidió tras sólo jugar 82 encuentros en River; Ja-vier Saviola disputó 88 cotejos en el club de Núñez;Andrés D´Alessandro completó 70 juegos tambiénen River; Fernando Cavenaghi vistió en 88 partidosla camiseta millonaria; Tevez se despidió despuésde 75 actuaciones con Boca en el fútbol local. Algomás acá, pasaron 73 encuentros para que se fueraMauro Zárate (Vélez), 68 para el adiós de Gago (Bo-ca), 55 antes de que se marchara Lautaro Acosta(Lanús), 54 para la partida del Kun Agüero (Inde-pendiente) y otros 41 antes del adiós de EduardoSalvio (Lanús). Quizás, el ejemplo más contunden-te sea el de Gonzalo Higuaín, que se incorporó aReal Madrid tras vestir apenas 35 veces la camise-ta de River.

De Bochini a Pipita Higuaín. De Labruna al KunAgüero. ¿Qué época fue mejor? No tiene sentidodetenerse en una discusión que seguramente semantendrá por toda la eternidad, sino aceptar conresignación que la genialidad del crack antes goza-ba de un recorrido que realzaba la admiración.

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Naturalizar el salvajismo, la última puntadaEn tiempos líquidos, donde nada se razona ni

calibra demasiado, un día es atropellado por otro yel carrusel no deja de girar. Lanzarle un piedrazodesde la tribuna a un futbolista es un entretenimien-to habitual, y como los salvajes suelen errarle, la in-vitación a que ajusten el pulso ofrece nuevas opor-tunidades. Hasta que alguien lanza el temerario“otra piedra más y el partido se suspende”. Pavoro-so, porque de repente se legitima otro despropósi-to: se pueden arrojar dos proyectiles por partido. ¿Yel límite es la puntería? Irracional. Sin compromisoni determinación, la solución es un espejismo.Cuando una sociedad empieza a naturalizar lo ex-cepcional, está perdida. Y este retrato excede larga-mente los límites de una cancha de fútbol.

Al que arroja la piedra le sobran secuaces. He-mos avivado a un monstruo ingobernable. El fútbolargentino es violento por culpa de todos, especia-listas en hacerse los distraídos. El futbolista, aco-modaticio y funcional, jamás se rebela por su cas-carón demagogo. Los árbitros estiran los límites to-lerables porque se los exige el titiritero que manejael show televisivo. El gremio no alza la voz porqueaceptó el adoctrinamiento. La policía, cómplice, pi-de más efectivos para operativos ineficaces. Y losperiodistas exacerbamos el ánimo colectivo consentencias que veneran y lapidan en un parpadeo.Como sólo se roza la tragedia, no se toma concien-

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cia de que la condescendencia frente a estas situa-ciones siembra tempestades.

El hincha auténtico tiene que condenar la sin-razón. Comprometerse ante el desatino, no legiti-marlo con su desdén. No es lo mismo comportarseeducadamente que cobijar la barbarie. Cuando sesuspendan los partidos o se los den por perdidos alos equipos cuyos simpatizantes sean los agreso-res, tal vez algo cambie. Tal vez. Esta inacción esfrustrante.

Europa se involucra. Existe un firme pacto con-tra la violencia, la xenofobia y la discriminación.Descuento de puntos y estadios que se cierran. Clu-bes que quedan inhabilitados para participar de co-pas europeas y hasta descensos en sus ligas. Tras-lado de la localía a cientos de kilómetros. Clubesque reubican a sus hinchas o directamente los ex-pulsan. Acá, un futbolista expulsado suele retirarsecon el bálsamo protector de una ovación. Allá hayconductas que avergüenzan y no las cajonean en laindiferencia. También ocurren actos salvajes y van-dálicos, pero actúan. No se entregan al sopor del ol-vido como correctivo.

Retratos de un fútbol en crisis. Son decenas debombas de tiempo. Tic-tac, tic-tac..., después estarde.

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Nadie piensa el futuroEn los últimos años las selecciones juveniles

dieron sucesivos pasos hacia el fondo de una cié-naga. Entre acefalías encubiertas e intereses perso-nales, a nadie en la AFA le importó movilizar una re-fundación. Los dirigentes argentinos hace tiempoque no toman dimensión de la trascendencia quetienen las decisiones respecto de los equipos me-nores. Se trata de pensar el futuro, nada menos.

Desde 2007, casi una década, el derrumbe noencontró freno. La Argentina ya desperdició muchotiempo entregándoles un área esencial a la bautiza-da Generación del 86 –Sergio Batista, José LuisBrown, Oscar Garré, Marcelo Trobbiani, etc.–, pri-mero, y luego a Humberto Grondona hijo. Un par detítulos sudamericanos (Sub 17 en 2013 y Sub 20 en2015) no pudieron maquillar un retroceso estructu-ral que incluyó papelones deportivos y, mucho másgrave aún, un sistema que consagró la ventaja y lapicardía. Coronado por una frase que jamás con-vendrá olvidar: “Lo único que falta es tener que ga-nar y encima jugar limpio. Dejame ir al Mundial y queel juego limpio se lo den a Ecuador”. Lo dijo Hum-berto Grondona hijo, primero secretario de seleccio-nes juveniles y luego entrenador de la Sub 20.

Las selecciones juveniles dejaron de existir.Hasta en algún momento los chicos de Lanús ac-tuaron como sparring de la mayor que disputaba laseliminatorias para Rusia 2018, y eso no resultó gra-

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ve en sí mismo, lo inquietante fue el síntoma que re-flejó. La AFA, atrapada en su derrumbe económico,siguió devaluando a los juveniles. Las eleccionespara ocupar cargos relacionados con la formaciónde los futbolistas no pueden depender de ningún in-terés más que el bien común. Son cargos técnicos,no políticos. Cuando la AFA cruje, como apenas setrata de sobrevivir, poco importa el futuro. El fútbolde base remolca tantos desórdenes que su progre-sivo hundimiento no puede sorprender a nadie.

Messi persigue los corazones blindadosNo se enoja, ni simula, ni hace trampa. Ni fan-

farronea. Lionel Messi es la ausencia de pretensión,el destierro del divismo. Leo transmite una extrañainocencia, como si no terminara de entender porqué despierta una afiebrada revolución. Lejos deuna cancha adora la indiferencia; si pudiera, se es-caparía cabizbajo de todos lados. Hoy, que gobier-na el mundo de la pelota, y también ayer, cuando labarba le crecía antojadiza, el acné lo perseguía pa-ra recordarle que la adolescencia aún estaba ahí ylas manos no dejaban de frotar sus piernas en cadaencuentro con los periodistas.

No protesta, no finge, no reclama, no golpea. Esdiscreto, silencioso y modesto. En cada partido quejuega engrandece su leyenda, acapara premios, atro-pella récords y eleva el listón hasta regiones inexplo-

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radas. Él no se corre de su burbuja de sensatez y mo-deración. Evita siempre la polémica con Cristiano Ro-naldo, con Mourinho y con quien busque desestabi-lizarlo. Se aparta de los merecimientos y de las con-quistas personales. “Yo no peleo por este premio nipor ninguno individual”, dice por enésima vez cuan-do escucha los vaticinios sobre el próximo Balón deOro. “Yo peleo por conseguir títulos, por conseguircuantas más cosas hasta el final de mi carrera”, de-safía, con acento en la consagración grupal. Siemprerepite que prefiere los goles “importantes” antes quelos “lindos”. Y no se olvida de agradecer y dedicarlesa sus compañeros las distinciones que ya apila.

¿Es argentino? Tanto como el dulce de leche.Quizá se trata de un argentino distinto, como escri-bió el periodista Álvaro Abós en un artículo para eldiario El País, de España. “Messi es de los argenti-nos que podrían ser ingleses u holandeses. Es difí-cil delinear estos rasgos sin caer en los prejuicios olos clichés. Desde ese punto de vista, un argentino(o quizás habría que decir un porteño) de caricaturaes un tipo prepotente, malevo, llorón, astuto, tram-poso y gritón”, relataba Abós, que también aclara-ba que había otros muchos messis en el país.

Messi no está muy al tanto ni pendiente de loque despierta. La inteligencia de Jorge Valdano elo-gia a Leo y ausculta al resto: “Creo que estamos an-te el primer genio del siglo XXI. Él nos acostumbróa lo extraordinario. El día que juega mal, Messi está

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entre los tres mejores del partido. Da gusto verlocon la pelota en los pies, y encima después del par-tido se quita importancia y vive como si fuera cual-quiera. Es muy difícil no confundirse siendo Messi,y él lo logra. Tampoco eso se valora en su verdade-ra dimensión”. Messi sí cuida la marca Argentina enel mapa. Y lo hace sin proponérselo y sin eslóganes.

Messi era despellejado porque no gritaba losgoles de la selección o no cantaba el himno argen-tino. Porque por acá con la genialidad no alcanza.Como si molestara que no tenga esos componen-tes de demagogo, bravucón, contradictorio y rebel-de que aquí parecen imprescindibles para descubrirlos atajos hacia la idolatría. La fascinación debe in-cluir algún costado oscuro. Messi no lo tiene.

Todo frente al ojo escrutador del hincha argen-tino, que volverá a reclamarle fantasía en cada apa-rición. El periodista Juan Pablo Varsky lo resumiócon genialidad: “Las personas dependen amplia-mente del escenario donde están incrustadas. Es elmejor el mundo y en su país no lo respetan. No pue-de salir de ese rol de intruso que se le ha asignado.Diego jamás debió luchar contra semejante adver-sidad: que tus propios hinchas no te quieran. Estecontexto lo afecta, condiciona su rendimiento”.Messi está obsesionado por conquistar a este paísde corazones blindados y miradas desconfiadas. Yademostró que no se rinde. Difícil imaginar que su re-nuncia tenga cumplimiento.

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El genio Messi ha conseguido algo imposible: nos mató

la subjetividad. Las opiniones sobre algo o alguieny los adjetivos que adornan su descripción son pro-ducto de la percepción -subjetiva- de quien cuentala historia. Con Messi, lo subjetivo se volvió objeti-vo. Decir que es genial o que es fabuloso ya no sonmeras interpretaciones; es pura realidad, incontras-table y respaldada por evidencias.

Un genio se distingue por su cualidad de pro-ducir algo novedoso y de excelencia. El genio es ori-ginal, pero sin los rebusques de quienes persiguenla originalidad sin ser geniales. El objetivo del geniono es la singularidad de su obra, ella es sólo la con-secuencia. El genio no precisa revolver la tierra pa-ra encontrar algo original, lo encuentra en la super-ficie, sin más esfuerzo que parecerse a sí mismo.

El genio tampoco es un mago que prepara de-talladamente un truco que provocará la sorpresa. Elgenio es capaz de improvisar trucos nuevos sobreel truco entrenado. Lo que no se permite el genio esdescansar. Sentirse cómodo con lo que sabe y le daéxito, hasta lo puede aburrir; evoluciona, no tantopor ambición, sino porque no puede evitarlo.

Messi aprueba cada materia del doctorado delos genios. Tiene fijación por el fútbol. Cuando jue-ga, entra en un trance del que no puede ni quiere sa-

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lirse. En ese estado de locura, su mundo es la pelo-ta, sus compañeros, el arco. Su magia es dinámicay creativa. Ahí no hay contratos, ni fama, ni nada...Sólo él y su desmesurado amor por el fútbol. Es eseamor el que activa todas sus facultades físicas ytécnicas.

La influencia de Messi en cada partido es tannotable, que de antemano ya sabemos que cada in-tervención suya estará en el compacto de Sportcen-ter. Juega con ese ritmo “de compacto”; él lo edita.Lo invisible en el resumen es que para hacer cadajugada, primero comprendió la densidad del parti-do, descartando lo inconveniente y haciendo loadecuado, optando por su versión solista o aso-ciando compañeros. Una vez elegido el camino, yaestá, el resto es mínimo.

Más inverosímil que su genialidad es la fre-cuencia con la que es genial. La regularidad de suexcelencia lo hace un personaje inédito. VuelveJuan Pablo Varsky, que eligió una figura inmejora-ble: “Hace años que juega como en junio del 86”.Su juego no tiene mayores depresiones, es consis-tente, competitivo y silenciosamente voraz. Messino nos permite exagerar, algo que los periodistassolemos hacer más de lo debido, porque él es unaexageración. Su grandeza se ha vuelto objetiva-mente irrefutable.

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Las urnas estaban bien guardadasEran tiempos de la dictadura militar. La noche

del 6 de abril de 1979, cuando el Comité Ejecutivode la AFA, digitado por el almirante Carlos AlbertoLacoste eligió por unanimidad de los 35 asambleís-tas a Julio Humberto Grondona como nuevo man-damás, nadie se podía imaginar que ese hombreque llegaba con 47 años se encargaría de abrir unaépoca que atravesaría de punta a punta al fútbol ar-gentino.

Grondona se marchó el 30 de julio de 2014 por-que murió, a los 82 años, cuando recorría su nove-no mandato, con validez hasta el 25 de octubre de2015, tras recibir la aprobación de 46 asambleístasy ningún voto negativo en octubre de 2011. Patróny caudillo, fue fiel a una conducción que ejerció sinceder ni un milímetro. Sin problemas apagó un mí-nimo atisbo de rebelión, en 1991, cuando el ex árbi-tro Teodoro Nitti armó una lista opositora que fueapabullada por 39 a 1.

Si algo desactivó Grondona fue el impulso elec-cionario. Entonces, se atrofió la saludable alternan-cia, la aparición de nuevos cuadros políticos, la re-novación de propuestas, el debate, el disenso, lasdiscusiones. Y sus laderos, de tan temerosos y ser-viles, alentaron la negación del ejercicio democráti-co. Las elecciones en la AFA fueron una parodia unay otra vez.

Una institución cruzada por giros totalitarios.

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Tanto daño derivó en los miedos que precedieronuna votación… que en diciembre de 2015 terminóen una payasada mundial. Sin cultura electoral, ladesconocida gimnasia de elegir sembró miradasrecelosas y espíritus resentidos. El peso de las ur-nas resultó otro simulacro. En diciembre de 2015votaron 75 asambleístas... y empataron 38-38. Ri-dículo planetario. La nueva AFA necesitaba desca-bezar todos los sellos grondonianos que la hundie-ron en el desprestigio, pero animaron otro episodiocaricaturesco.

“Ya me van a extrañar cuando falte”, respondíadesafiante Julio Grondona cuando lo incomodabaalgún cuestionamiento. Y lo consiguió, muchos cre-en que todo sería mejor con él. Eso retrata la decre-pitud de los cuadros políticos de la AFA. “Julio lo so-lucionaba en cinco minutos”, aseguran con tono so-brador, pero en realidad se trata de una temeridad.Expone a los dirigentes en su incapacidad. El vacíoque dejó Grondona confirma el descrédito que arrin-cona a la tropa heredera. Culpa del totalitarismo delJefe y a la comodidad de sus adláteres. Tan servilesque hasta negaban el ejercicio democrático: “Esta-mos bregando para que haya unidad. No queremoselecciones. Tan equivocado no estaba Grondona ensu forma de ver el fútbol. Siempre trató de que no ha-ya votación. La votación deja heridos”, confesó Mi-guel Ángel Silva, vicepresidente de Arsenal. Y el es-cozor se esparció por todos los rincones.

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La muerte de Grondona le dejó la presidencia aLuis Segura, que puso en palabras lo que todos sa-bían: “En la época de Julio la mesa chica no funcio-naba. Él era la mesa chica. Julio ejercía un poderque era firme, acatado por toda la dirigencia”, con-tó con admiración. Y sobre la ausencia de un suce-sor natural, ofreció una interpretación que grafica lagestión Grondona: “Siempre se dice que los gran-des líderes no forman sucesores. Es su forma deconstruir poder”. Una síntesis espeluznante.

Grondona logró que en vida le temieran y aho-ra lo adoren porque a muchos los invadió la despro-tección. Trabajó para que eso ocurriera. Los perso-nalismos reparten beneficios para crear prisionesdisciplinarias y al irse la tierra parece arada. Enton-ces se cierra el círculo: varios se convencen de queera imprescindible y lo añoran hasta con todos suserrores, como castigar el disenso e ignorar la alter-nancia en el poder y el imprescindible entrenamien-to de elegir. El dominio absoluto provoca dos tiposde trastornos: hacia adentro, un sentimiento de im-punidad; hacia afuera, desalienta la promoción dedirigentes que podrían significar una alternativa. “35años de una conducción le quitaron a la AFA comoentidad democrática la gimnasia electoral, y esto seestá padeciendo en estos días”, aceptó AlejandroMarón, histórico dirigente de Lanús. El legado deuna gestión eterna es un daño interminable.

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La resistencia de los conversosEsta clase dirigente no sirve. Después de tan-

tos años bajo la vara grondoniana de la sumisión, noaparecen signos ni hombres para esperanzarse. Elfútbol argentino se debe un debate profundo quedispare una nueva era. Con una AFA colegiada, mo-derna y transparente. Se reclaman controles, ges-tión y profesionalidad, pero los mismos de siemprese proponen como la renovación. Hipócritas cama-leónicos que sólo quieren resistir. ¿Los que no evi-taron que sus clubes arrastren millones de pasivo nise esforzaron por acorralar a los violentos ahora seatreven a redactar el decálogo para la reinvención?Ellos son el problema: por cómplices o ineptos, nose pueden desprender de nada de lo que ocurre.

El miedo de caer en desgracia con Grondonales prohibía a sus acólitos practicar el disenso indis-pensable que impulsa el crecimiento. Cómplicesperfectos. Desde que falleció, se desató una rastre-ra rebelión en la AFA. Aquellos oficialistas se camu-flaron de rebeldes. Y los que se mantuvieron al mar-gen lo hicieron por estrategia, no por sensatez oporque estuvieran delineando un plan superador.Hacer política en la AFA es rosquear en la suciedad.

Alguna vez el mundo se sacudió con la llegadadel hombre a la Luna, la caída del Muro de Berlín yla abolición del apartheid. En los últimos años seatropellaron, todos juntos, varios hechos que esta

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generación no se imaginaba presenciar: un presi-dente norteamericano negro, una mujer distinguidacomo la política más influyente del planeta, un Pa-pa argentino, Cuba y los Estados Unidos restable-ciendo las relaciones… Con otro grado de impactono pueden saltearse a la FIFA sin Sepp Blatter y a laAFA sin Julio Grondona. Estalló el fútbol. Refundar-lo desde sus ruinas dependerá de una honestidadhasta ahora desconocida. Acá y allá.

La farsa que acompaña el hundimientoMuerto el rey, la transición prometía tempesta-

des. Porque nunca hubo auténtica voluntad políti-ca para atravesar la oscura herencia con sensatez yespíritu constructivo. Porque jamás hubo consenso;aquel 50-0 con el que Luis Segura fue respaldadoen octubre de 2014 para continuar el mandato deJulio Grondona resultó la raíz de la farsa. Y tanta in-competencia, deslealtades, egoísmos y vanidadesdinamitaron todo a su paso. Una rastrera rebelión enla AFA hundió al fútbol argentino en el descuido. Laadministración y gobernabilidad quedó olvidada de-trás de estrategias, roscas y operetas con olor arancio. Bajo el romántico eslogan de la AFA del fu-turo se ignoró el presente. Justo cuando sobran te-mas sustanciales que merecen ser atendidos conceleridad porque el fútbol argentino apesta.

La galopante deuda de los clubes que nadie se

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atreve a vigilar, la intervención judicial a la AFA paraentender sus ejercicios financieros, el riesgo de de-fault, las investigaciones sobre los árbitros, la discu-tible validez de los promedios, la connivencia de losbarrabravas con los dirigentes, la deuda con la AFIP,la intromisión de sectores de poder y su malsanooportunismo para utilizar al fútbol, las discusionescon el Gobierno por los atrasos de Fútbol para To-dos, la descolorida función del Tribunal de Discipli-na, las contramarchas con AFA Plus, los disparata-dos torneos de 30 equipos, los seleccionados juve-niles abandonados en la desidia, el polémico sor-teo/nombramientos de los árbitros, la prohibiciónpara los hinchas visitantes, la relación con Torneos,los contratos con los sponsors del seleccionado, laorganización de los partidos que constantementesalta de días y de horarios, los atropellos reglamen-tarios a las fechas FIFA, la muerte que tiende em-boscadas en las canchas del ascenso...

La intervención judicial, inspectores de la Con-mebol, amparos ante la Inspección General de Jus-ticia (IGJ), elecciones aplazadas, el enviado PrimoCorvano, los veedores de la FIFA, la comisión nor-malizadora con Armando Pérez al frente y la Super-liga… Esta historia no tiene fin..., ni solución. El en-cantamiento de serpientes seguirá moviendo laagenda, detrás de atrapar adhesiones y lealtades,que no se demorarán en volverse una traición.

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IndicePrólogo, Gustavo Grabia 11El fútbol, ese espejo de la sociedad, prólogode los autores 13La selección de los perdedores 17Sueño de un fútbol organizado 19La despedida de la gente íntegra 21Ser tramposo cotiza en alza 22Los dirigentes del paraavalancha 26Ya no le piden una pelota a Papá Noel 27Discursos con doble fondo 29Un profesionalismo muy light 32Se eleva el continente sudamericano 34Una caza de brujas 36Técnicamente es un derrumbe 38La propuesta no está en los números 40Al juego hay que interpretarlo 42El morbo de los promedios 44La gambeta encarcelada 45La salida siempre es hacia adelante 47Un video ref para la trampa 48Los tutores del mal 50La mentira del cuarto puesto 52Los futbolistas están enfermos 54Eufemismos de un fútbol aburrido 55La cruel salida de la selección 57Los futbolistas al poder 60Los técnicos, entre la cornisa y la pasarela 62

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Saben un montón o son del montón 65Mil maldades por ejecutar 66Los periodistas somos culpables 69La crisis llegó a las canchas 70

Los olvidados del 78 74Las fieras pasan al diván 75¿Y dónde están los buenos? 77Dirigentes que juegan a ser técnicos 78La fiesta se quedó sin música 80Mañana es tarde 83Atajar, pensar y jugar 85Vuelven los viejos 8 y 10 87Pánico a salir jugando 89Ya pocas voces se alarman 91Nadie entrena los miedos 93Cuidado con mentirse al solitario 95Las chequeras del vaciamiento 96El ruido de un fútbol que se rompe 97El público se merece un mejor lugar 98Los futbolistas tienen precio 100La sabiduría y sus locos parámetros 102Bochini y Gatti quedaron en el bronce 104Naturalizar el salvajismo, la última puntada 106Nadie piensa el futuro 108Messi persigue los corazones blindados 109El genio 112Las urnas estaban bien guardadas 114La resistencia de los conversos 117La farsa que acompaña el hundimiento 118

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