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Poder estudiantil # 3

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Compartimos el nuevo número del "Poder Estudiantil", boletín del MUI y la Juventud Rebelde Miguel Enríquez en la U. de Chile, donde nos referimos al proceso de movilización en la universidad y señalamos nuestro análisis respecto al proyecto de ley que busca reinstalar la detención por sospecha. ¡No te lo pierdas!

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No cabe ninguna duda que las movi-lizaciones en la U. de Chile se acaba-ron: los estudiantes nos acomodamos a los estrechos calendarios de término de semestre y organizamos nuestros tiempos para pasar los ramos.

Difusas fueron las garantías y entre-guista fue la relación con rectoría. Lo anterior, sumado a la falta de articu-lación y profundización en torno a las demandas centrales del movimiento estudiantil, tuvio una causa clara: la oportunista conducción de las orga-nizaciones políticas que se posicionan en la órbita de la Nueva Mayoría, que dosificaron y controlaron las moviliza-ciones, evitando profundizar en temas de importancia como lo es la nefasta Reforma Educacional impulsada por el Gobierno.

Los estudiantes y trabajadores de la Chile no hemos ganado nada. Las prin-cipales fuerzas políticas que confor-man la mesa FECh vitorearon palabras de victoria, mientras desmovilizaron los espacios que pudieron erguirse en contra de las actuales lógicas de finan-

SOBRE LA MOVILIZACION EN LA U. DE CHILE

ciamiento de la universidad: “no lu-chemos contra el autofinanciamiento -decian- luchemos por la refundación de la Universidad”. Es claro, las fuer-zas auxiliares de la otrora Concerta-ción buscan (y buscaron) desviar las discusiones fundamentales del movi-miento estudiantil, revistiendo como ganadas los reacomodamientos admi-nistrativos y orgánicos que Rectoría ha venido impulsando hace ya bastante tiempo.

Lo que sucedió respecto a la toma de Casa Central es más de lo mismo. Sí, es cierto, la movilización sufría un desgaste importante y Casa Central no escapaba de aquello, sin embargo, la forma y el procedimiento en cuanto a su deposición demostraron la ilegi-timidad y el oscurantismo con el que actuó la mesa FECh y las fuerzas que la componen.

La mal llamada crisis de la Universi-dad de Chile no es más que una mani-festación de un problema estructural presente en todo el sistema educativo chileno que, bajo su lógica de autofi-nanciamiento, ha precarizado todas y cada una de sus funciones; desde la infraestructura hasta las relaciones laborales con funcionarios y profeso-res. Plantear una dicotomía entre “lo local” y “lo nacional” no es más que un mecanismo de capitalización por par-te de quienes generan la ilusión de un “avance en nuestras demandas”.

Pero, como se dijo, los estudiantes y trabajadores de la Chile no hemos ga-nado nada: en Derecho, no “hemos ga-nado la batalla contra el subcontrato”; en Juan Gómez Millas, los problemas de infraestructura y becas han dejado de ser el centro de la discusión; en la facultad de Artes, los grupos políticos más vacilantes y sus concejeros FECh, han abandonado los espacios de dis-cusión y movilización.

En definitiva, culpamos a quienes hoy han aprovechado las movilizaciones internas, manteniéndolas alejadas de los problemas centrales del movi-miento estudiantil, a su vez que cele-bran los ilusorios avances que, según ellos, se han logrado. “Cerremos rápi-do lo local, para pasar a lo nacional”, replican, pero voluntaria y oportunis-tamente se olvidan que el déficit por el que atraviesa esta universidad (y todas las de nuestro país) no es más que el síntoma de las propias contra-dicciones que este sistema económico engendra y que, para combatirlo, de-bemos profundizar nuestras discusio-nes, nuestro análisis y nuestras luchas.

¡A SEGUIR LUCHANDO POR UNA EDUCACIÓN AL SERVICIO DE LOS

TRABAJADORES Y PUEBLOS DE CHILE!

El artículo 260 del antiguo Código de Pro-cedimiento Penal señalaba que las poli-cías estaban autorizadas para detener a cualquier persona que transitara por la vía pública en alguna de las siguientes cir-cunstancias: si la persona dificultaba su fácil reconocimiento; si transitaba a des-hora o en lugares o circunstancias que presten motivo para atribuirle “malos de-signios”; o si se encontraba en cualquiera de las condiciones de la Ley de Estados Antisociales. En la práctica, daba faculta-des a las policías para detener a cualquier individuo a su arbitrio y sin previa autori-zación o fiscalización por parte de algún tribunal u otro órgano del Estado. Este artículo rigió hasta 1998 (entró en vigen-cia en 1973) y es lo que se conoce como Detención por Sospecha.

El pasado mes de mayo, gracias a los vo-tos a favor de diputados del PPD, la DC y la UDI, se aprobó en la comisión de Se-guridad Ciudadana la indicación (al pro-yecto de Ley ingresado por el gobierno) que amplía las facultades de las policías respecto a lo que hoy conocemos como control de identidad. De este modo, Ca-rabineros y la PDI podrán realizar un con-trol de identidad a cualquier persona, en cualquier circunstancia y en cualquier momento, estando autorizados con esto para: pedir los documentos de identifica

ción, revisar las vestimentas y equipajes y trasladar a la persona a la comisaría (pudiendo mantenerla ahí hasta por un máximo de 8 horas) para “verificar sus antecedentes”, esto, en la hipotesis de no poder comprobar la identificación del controlado.

Actualmente, de conformidad al Código Procesal Penal, las policías están autori-zadas a realizar un control de identidad sólo en los casos que la ley establece: cuando existan indicios para determinar que la persona cometió un delito, trató de cometerlo o se dispusiere a hacerlo; cuando pueda suministrar información relevante respecto a un delito; o cuando la persona se encapuche o emboce, di-ficultando su reconocimiento. Según la ley, el control debe hacerse en el mismo lugar donde se encuentre la persona, sin embargo, en la práctica es muchas veces trasladada a una unidad policial para ve-rificar su identidad y comprobar los ante-cedentes penales. De este modo, la indicación al proyec-to de ley será, en la práctica, la vuelta a

LA DETENCIÓN POR SOSPECHA HA REGRESADO Por Tomás Leturia.

Estudiante de Derecho y militante del MIR

escena de la ya derogada detención por sospecha, institución nacida en 1973, im-plementada por la dictadura militar. Lo anterior porque, al no existir ningún me-canismo de fiscalización jurisdiccional al actuar de la policía, sus agentes tendrán la facultad para controlar, revisar y tras-ladar a una unidad policial, a cualquier persona que, a juicio de los mismos agen-tes, merezca ser controlado y retenido.

Según los diputados de la Alianza, la fina-lidad del control de identidad preventivo es garantizar la seguridad de la ciudada-nía, argumentando la diputada Claudia Nogueira (UDI) que “la ciudadanía nos pide a gritos facultades más efectivas a las policías para combatir la delincuen-cia”. Sin embargo, en la práctica, las poli-cías ocupan el control de identidad como pretexto para trasladar a los controlados a las comisarias -generalmente, previo y durante marchas y concentraciones- como mecanismo de amedrentamiento a jóvenes, estudiantes y trabajadores. Sólo en el año 1991, cuando aún se encontra-ba vigente el derogado artículo 260, fue-ron detenidas 164.110 personas bajo la figura de la detención por sospecha, de los cuales, 58.747 eran jóvenes (menores de 20 años), es decir, 160 jóvenes eran detenidos al día. La gran mayoría era li-berada por falta de méritos.

Los diputados UDI (y los de la Nueva Mayoría) no mienten al decir que las po-licías, con esta indicación, tendrán ma-yores facultades para controlar a la ciu-dadanía. Sin embargo, ocultan que estas facultades están dirigidas a criminalizar a personas por su aspecto o vestimenta,

a personas que participan en marchas y concentraciones y a personas que transi-tan por diversos lugares o en determinados horarios. Es más, la misma indicación estaba contenida en el proyecto de ley ingresado por el gobierno de Sebastián Piñera denominada Ley de Resguardo del Orden Público, y conocida como “Ley Hin-zpeter”, con la clara intención de crimina-lizar la protesta social. En definitiva, con ésta indicación, se re-fuerzan las herramientas para reprimir los movimientos sociales, criminalizar a la juventud y discriminar a la población bajo el pretexto de resguardar la seguridad y el orden público. Actuar con pasividad y naturalizar esta situación es ser cómplice activo de las medidas con las que la clase dominante viola y ha violado la dignidad humana, criminaliza la protesta social y reprime los legítimos intereses de los tra-bajadores y oprimidos de Chile.