Poetas y Ciudad

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    La otra ciudad

    Los poetas

    y

    la ciudad del

    fin

    de siglo)

    ere ena

    Cada persona tiene una ciudad

    que es el paisaje urbanizado

    de sus sentimientos.

    Luis Garca Montero)

    u

    pensamiento dbil, una arquitectura dbil para una ciudad monumental,

    para una escenografa urbana esplendorosamente banal. Una ciudad olm-

    pica, como por ejemplo Barcelona, vctima de una ataque agudo de posmoder-

    nismo provinciano, de la misma grandiosidad con la que el comerciante embe-

    llece sus miedos. Todas las ciudades de este fin de siglo, grandes o pequeas,

    como esta Lrida recata y silenciosa, siguen proyectndose desde la perspectiva

    de la calle Mayor, de las avenidas del negocio a horas punta que exigen, insa-

    ciables, una funcionalidad de ordenador para todos los elementos constructivos,

    tambin para la vida de sus ciudadanos, y que hacen de los espacios del hombre

    escaparates del progreso. Si el casco antiguo de las ciudades -escribe Senz de

    Oza en el suplemento de

    Diario

    16 . se momifica como un cadver en manos

    de los conservadores que se empean a conservar indiscriminadamente todo el

    paquete, negando que la ciudad, en su esencia, es un organismo en viva trans-

    formacin, la ciudad nueva est en manos de los planificadores que siguen pro-

    yectando las M-30 y M-40 alrededor de Madrid que llegar a la sierra de

    Guadarrarna. Esto no es ciudad, ni hacer urbanismo, ni la M-30 es un lugar id-

    neo para hacer viviendas. Esta ciudad no la entendemos.

    A

    esta falta de com-

    prensin hacia el tipo de ciudad en que vivimos se debe la crisis de la sociedad

    urbana .

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    La poesa moderna ha expresado reiteradamente esta falta de comprensin.

    En un poema publicado en 1977, Ventana a la Plaza , J.

    A

    Goytisolo la des-

    criba con estas palabras: lo que hemos construido: volmenes informes/ facha-

    das repetidas como gritos cayendo/ sobre el gento acorralado/ ventanas de

    expresin acusadora/ rayos y antenas recitando al aire/ sus mensajes sabidos./

    Todo es/ confuso como un buque entre la niebla/ hilo desmadejado que no con-

    duce a nada/ palabrera de nen abstracto. La historia de la literatura confirma

    que los poetas han tejido sus versos con ese hilo desmadejado de una sociedad

    moderna en permanente crisis. A la pregunta que se lanza desde la arquitectura

    de estos aos noventa, en palabras de Jos

    A

    Ballesteros, de si Estamos inten-

    tando sostenernos disimulando un vaco de valores? , parecen responderle estos

    versos que, pocos aos antes, escribi Javier Egea en Paseo de los tristes :

    que ha de perderse para siempre

    este tiempo burgus del exterminio

    que, ahora,

    ensea su esplendor envejecido

    en las orejas grises de una alba sin amor.

    No s hasta qu punto el trapecio poltico y econmico de este fin de siglo ha

    podido influir en aquellas artes que, como la arquitectura, ms acopladamente

    cabalgaban a lomos de la novedad. Pero el caso es que la identidad de sitiado con

    la que se presenta buena parte de la lrica moderna se ha generalizado en la cons-

    ciencia de la cultura urbana postmoderna. Parece que nos encontremos en el fin

    del fin del pacto entre progreso y bienestar. Insiste la arquitectura: Debemos

    dar por acabada la historia de la arquitectura tal como hoy la entendemos?, Esto

    es un desierto?'En Calle Melancola'', la voz de Joaqun Sabina dibujaba la

    naturaleza de este desierto:

    Ya el campo estar verde, debe ser primavera,

    cruza por mi mirada un tren interminable,

    el barrio donde habito no es ninguna pradera

    desolado paisaje de antenas y de cables.

    n tren interminable

    Cuando en los albores de la modernidad Wordsworth se opuso a que un ferro-

    carril estropeara el paisaje de su tierra en los Lagos, tal vez tema a ese tren que

    ya adivinaba interminable. Incluso Shelley, cuando hablaba de esos hombres-

    mquina que no tenan moralidad, puede que pensara en esos miles de rostros

    que entran y salen a diario del metro impulsados por el reloj. No es extrao que

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    Novalis escribiera estos versos: ''Qu haremos ya en este mundo,/ con nuestro

    amor y fidelidad?/ Lo antiguo es abandonado;/ y qu nos importar lo nuevo?

    Vistas desde hoy, las quejas romnticas eran tan premonitorias com o acertadas.

    Desde un principio, la literatura romntica advierte de toda una serie larga de

    inconvenientes que e l vivir moderno trae consigo. Despertada la serpiente, ras-

    gado el velo de Isis por un contrato so cial que quera hacer a los hombres ms

    humanos, que era lo mismo que decir ms sociales, los poetas denuncian la letra

    pequea de este contrato porque desm iente sus expectativas de justicia y liber-

    tad al ide ntif ick los valores de la razn con los valores de la econom a moneta-

    ria.

    La ciudad burguesa es la representacin acabada de este nuevo orden. La

    metrpolis -escribe Flix de Aza-, como corazn d e la civilizacin, es decir, de

    la industrializacin, el capitalismo nivelador y la tecno-ciencia mercantil, aterra

    a quienes menos deban de sufrir sus consecuencias . Es cierto: la mayora de

    poetas romnticos gozaron de una buena posicin y una renta aceptable. Pero

    quizs la naturaleza de sus temores estaba ms prxima a las nuevas sensacio-

    nes que la gente corriente experimentaba en la grandes ciudades. Uno de los per-

    sonajes de la

    Nueva losa

    de Rousseau describe estas impresiones al cabo de

    unos meses de vida en Pars:

    estoy com enzando a sentir la em briaguez en que te sumerge

    esta vida agitada y tumultuosa. La multitud de objetos que

    pasan ante mis ojos me causa vrtigo. De todas las cosas que

    me impresionan, no hay ninguna que cautive mi corazn,

    aunque todas juntas perturban mis sentidos, hacindome

    olvidar quin soy y a quin pertenezco.

    Las experiencias del personaje de Rousseau fueron estudiadas

    y

    detalladas

    bastantes aos ms tarde. En un estudio de principios de siglo,

    Las grandes

    urbes

    y

    l vida del espritu

    1903),

    Georg Simmel afirmaba que El funda-

    mento psicolgico sobre el que se alza el tipo de individualidades urbanitas es el

    acrecentamiento de la vida nerviosa, que tiene su origen en el rpido e ininte-

    rrumpido intercambio de impresiones internas y externas. Para Simmel, este

    torbellino de experiencias entraba en conflicto con el carcter mtico-tradicional

    de la vida rural o de la ciudad-comunidad, provocando una sensacin de desa-

    rraigo que quedaba controlada gracias al desarrollo de un rgano protector, el

    Intelecto, es decir, la intensificacin de l conciencia. Pero Simmel observa tam-

    bin que el poder del Intelecto y la econom a monetaria estn relacionados del

    modo ms estrecho: ambos utilizan la abstraccin en su relacin tanto con lo

    individual como con los hechos concretos. El Intelecto, formado en la economa

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    de mercado, se impone a lo individual y se erige como medida comn de la sub-

    jetividad. "Todas las relaciones anmicas entre personas -afirma Simmel- se fun-

    damentan en su individualidad, mientras las relaciones conforme al entendi-

    miento

    calculan con los hombres como con nmeros, como con elementos en s

    indiferen tes que slo tienen inters por su prestacin objetiva sopesable".

    La gran ciudad pareca arruinar el "amor y fidelidad" de Novalis y erigir unos

    nuevos valores con un criterio de la utilidad no muy alejado del negocio. ''Para

    qu poetas en tiempos de miseria?', se preguntaba Holderlin. "La poesa es la

    ciencia de los sentimientos", afirmaba Wordsworth. No era extrao que los poe-

    tas romnticos vivieran la ciudad con sentido trgico. l fin y al cabo, ese espa-

    cio del hombre que significaba su progreso representaba tambin su deshumani-

    zacin, su dependencia de un Dios que slo saba de cuentas. En

    El Capitalismo

    como religin

    (1921), Walter Benjamin utiliz las historias de la literatura del

    siglo XIX, desde Balzac a Stendhal, para ilustrar cmo la produccin social-

    mente organizada de bienes de consumo se haba establecido como una

    pura

    religin de culto.

    Con bastante antelacin, Bcquer lo haba dejado escrito en

    una de sus rimas:

    Voy contra mi inters al confesarlo,

    no obstante, amada ma,

    pienso cual t que una oda slo es buena

    de un billete de banco al dorso escrita.

    No faltar algn necio que al oirlo

    se haga cruces y diga:

    "Mujer a l fin del siglo diez y nueve

    material y prosaica..

    ." Boberas

    Voces que hacen correr cuatro poetas

    que en invierno se embozan con la lira

    Ladridos de los perros a la luna

    T sabes yo s que en esta vida,

    con genio es muy contado el que la escribe

    y con aro cualquiera hace poesa.

    La ciudad antigua, con sus calles estrechas y sus vivencias comunitarias, se

    transformaba en un espacio de grandes avenidas para que el trfico de m ercan-

    cas pudiera realizarse con mayor facilidad. El macadam el asfalto sepultaba

    siglos y siglos de sumisa ignorancia, pero en el nuevo cdigo de las luces se pro-

    mulgaba otra jerarqua del valor: la razn cientfico-productiva, la utilidad y la

    rentabilidad presidiendo la escala. A los conflictos que, en

    Economa y

    Sociedad

    (1911), Max Weber situaba como fundamento de la ciudad moderna,

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    el nacimiento de la ciudad medieval y su posterior transformacin en la ciudad

    burguesa, habra que aadirle los mecanismos de proteccin que esta nueva ciu-

    dad instaura para guardarse de las masas proletarias que invaden sus calles.

    Cuando Haussmann traza los planos del Pars moderno abriendo grandes vas

    para e l trfico comercial, permite inconscientemente que hombres y mujeres de

    distinta condicin convivan cercanamente: que se miren cara a cara ricos y

    pobres, que los dulces amantes se vean asaltados por los ojos de la miseria. As

    ocurre en -un poema de Baudelaire, Los ojos de los pobres , en donde el amor

    de una pareja, sentada en un caf que haca esquina en una avenida nueva, lleno

    an de cascotes y mostrando ya, gloriosamente, sus esplendores inacabados , se

    ve bruscamente interrumpido por la presencia de una fam ilia de ojos harapien-

    tos. Mientras el hombre se siente solidario con aquella realidad, la mujer se

    impacienta y pide que la autoridad intervenga. Pero puede hacerse una lectura

    ms compleja del incidente. Tal como apunta Marshall Berman, quizs el con-

    flicto es ms ntimo de lo que parece: tal vez el hombre detesta a la mujer que

    ama porque sus ojos le han mostrado una parte de s mismo a la que detesta

    enfrentarse. Esta es la naturaleza de los mecanismos de proteccin que la ciu-

    dad instaura para su preservacin: que los valores que rigen e l orden civil for-

    men parte de la propia conciencia; que la ciudad no sea nicamente un espacio

    externo sino , sobre todo y especialmente, interno. Al hilo del estudio de Georg

    Simmel y el de Walter Benjamin sobre Pars y Baudelaire, posterior en treinta

    aos, M assimo Cacciari resume estos m ecanismos con las siguientes palabras:

    La Metrpoli es la forma general que adopta el proceso de

    racionalizacin de las relaciones sociales

    ...)

    en su conjunto,

    que sigue a la fase de racionalizacin de las relaciones de

    produccin. Para Simmel, es un momento determinado de la

    existencia moderna ; para Benjamin, es un momento ulte-

    rior del dominio del capital, como estructura de la sociedad.

    En ambos casos, la forma del proceso es la Espiritualizacin,

    como proceso de abstraccin de lo personal y de consolida-

    cin sobre la subjetividad, en tanto que clculo , razn e inte-

    rs.

    l deber del sentimiento

    Desde el romanticismo, la poesa moderna ha cargado con el deber de rehu

    m niz r la vida urbana y conciliar, al mismo tiempo, dos espacios de la perso-

    nalidad que la vida burguesa haba seccionado: la vida privada y la vida pbli-

    ca, e s decir, lo esencial y lo accidental. La nostalgia de una ed d de oro, de un

    paraso de la inocencia era el mapa secreto que persegua cualquiera de las tri-

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    pulaciones poticas. "Por toda aventura, slo las piernas,/ Por toda riqueza,/ slo

    los ensueos,/ Seres hoscos y harapientos que as van/ por el cam ino de la aven-

    tura", escribi Verlaine, insinuando una poesa viajera pero "ligera de equipaje"

    y una condicin de marginacin social. Un viaje que, mayoritariamente, era sen-

    tido como un retorno: del hombre

    l

    poeta, de la razn al sentimiento, de la rea-

    lidad

    l

    deseo . La voz de la elega que, como en Baudelaire, advierte de las pr-

    didas: "La Primavera amada ha perdido su aroma " Eran las condiciones de la

    vida urbana que Carlos Marx retrat tan bien con estas palabras: "Todo lo sli-

    do se desvanece en e l aire; todo lo sagrado es profanado, y los hombres, al fin,

    se ven forzados a considerar sus condiciones de existencia y sus relaciones rec-

    procas." No es extrao que Baudelaire se preguntara, tristemente sereno:

    "Avalancha, pretendes llevarme en tu cada?"

    En la relacin amor-odio que mantiene el poeta con la ciudad acaba triun-

    fando un cierto pesimismo trgico. Cm o sacralizar un mundo en donde, como

    deca Baudelaire, "la accin no es hermana del sueo"? Qu puede hacer un

    arte que no tiene una utilidad prctica en las calles del progreso? Bien habitan-

    do en buhardillas y tugurios, bien encerrndose en la palabra pura, regresaban

    los poetas con el convencimiento de que los valores del espritu no pertenecan

    al mundo urbanizado y que poco podan hacer para preservar su indefinid pure-

    za del contac to perturbador y profanador de la alienacin civil. Garca Lorca, por

    ejemplo, vive "La aurora" de Nueva York como un crimen desalmado:

    La aurora de Nueva York tiene

    cuatro columnas de cieno

    y un huracn de negras palomas

    que chapotean las aguas podridas.

    La aurora de Nueva York gime

    por las inmensas escaleras

    buscando entre las aristas

    nardos de angustia dibujada.

    La aurora llega y nadie la recibe en su boca

    porque al l no hay m aana ni esperanza posible.

    A veces las monedas en enjambres furiosos

    taladran y devoran abandonados nios.

    Los primeros que salen comprenden con sus huesos

    que no habr paraso ni amores deshojados;

    saben que van al cieno de nm eros y leyes,

    a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

    La luz es sepultada por cadenas y ruidos

    en impdico reto de ciencia sin races.

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    Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

    como recin salidas de un naufragio de sangre.

    Tampoco desde el integrismo surrealista de Breton resultaba posible conciliar

    vida y mundo. Era una apuesta sugerente que la poesa fuera una religin para la

    vida personal y una poltica para transfomzar el mundo. Pero el caso es que,

    ingluso en las c iudades del llamado socialismo real, los poetas vean frustrada

    una vez ms sus aspiraciones. Las palabras de Maiakovski, escritas dos das

    antes de su suicidio, son un trgico testamento: la barca del amor se estrell

    contra la vida cotidiana.

    Los poetas modernos haban buscado en sus versos una verdad que vivir,

    incluso en los casos de la poesa fenomenolgica que pretenda alcanzarla en la

    suma de pequeas verdades: Inteligencia, dame/ el nombre exacto de las

    cosas , apunt J. R. Jimnez. Pero la respuesta segua siendo la misma: una voz

    cada vez ms ensimismada en un mundo multiforme vertiginosamente cam-

    biante. No era la ciudad un espacio clido que admitiera plenamente al poeta que

    quera ser poema. Le requera para que fuera un digno marginado o un intelec-

    tual del sentimiento, para que paseara sus extravagancias y sus miedos como en

    un espectculo ms. En la ciudad racionalizada, la poesa no era un peligro, era

    una coartada. Confirmaba la ordenacin de sus valores: un tiempo para la razn,

    otro para el sentimiento; un espacio para el trabajo, otro para el amor; una vida

    8

    para lo pblico, otra para lo ntimo y privado. Com o en una botella medio vaca,

    los poetas bucearon para encontrar la ciudad sumergida, la Itaca de su nostalgia

    o de sus sueos. Pero Kavafis haba ya advertido de los lmites de tal empresa:

    Itaca te regal un hermoso viaje.

    Sin ella el camino no hubieras emprendido.

    Mas ninguna otra cosa puede darte.

    Aunque pobre la encuentres, no te engaar Itaca.

    Rico en saber y en vida, como has vuelto,

    comprendes ya qu significan las Itacas.

    Tambin Baudelaire haba anunciado los cam bios que la vida metropolitana

    comportaba para el arte: percibir lo que denomin como una segunda naturale-

    za . Poesa y ciudad compartan un proyecto parecido: ser la representacin del

    hombre, de su humanidad. Pero este mismo principio, paradjicamente, les

    enfrentaba. Mientras la ciudad era un objeto artstico construido sobre los

    supuestos de un Sujeto racional que se realizaba plenamente en su proyeccin,

    el poema era tambin un objeto artstico pero en su caso proyectado desde el

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    lado natural o sentimental del Sujeto. En su oposicin a la ciudad, el poeta

    moderno expresaba en e l fondo un conflicto de identidad: el Sujeto-poema no se

    reconoca en el Sujeto-metrpoli.Es un enfrentamiento ms complejo que el que

    existe entre hombre y ciudadano , porque para los poetas la esencia del hom bre,

    su verdad, equivale a lo potico. Pero por esta misma razn, tras las actitu+s

    negativas de la poesa ante lo urbano, existe tambin una afirmacin positivista:

    la dimensin profunda del hombre es el poeta. Cuando Unamuno, por ejemplo,

    decide escribir un diario personal no utiliza la prosa sino el verso. En la

    Otredad de Rimbaud, a quien finalmente certifican los poetas es a Itaca: Je

    c'est Itaca .

    Del mito

    al

    hombre

    De la misma forma en que los artistas abanderados del proyecto moderno, los

    arquitectos, manifiestan su confianza en los valores del progreso transformador

    hasta bien entrado el siglo, los poetas, desde el pesimismo y la negacin de estos

    valores, siguen fiando a la poesa el camino de la verdad. Como en toda religin,

    el culto a la pa labra no es un asunto racional sino de fe. No son m uchas las voces

    dispuestas a enfrentarse a este principio potico, porque hay pocos poe tas capa-

    ces de reconocerse en el ciudadano que son, ms ac del prototipo poeta que

    representan sin niguna distancia. No estaremos haciendo nuestra grandeza de

    nuestra miseria?', es una pregunta que la poesa le vena haciendo a la civiliza-

    cin, pero que Antonio Machado traslada a la propia poesa al dirigirla a J. R.

    Jimnez a propsito de la publicacin de sus

    Arias tristes

    Cules son los

    mecanismos que poetas como M achado o Brecht creen detectar en el cuerpo de

    la poesa moderna? Bsicamente, que ni la poesa ni los poetas estn al margen

    de las circunstancias, pero no exclusivamente como pacientes sino tambin

    com o agentes. En el proyecto de Discurso de Ingreso en la Academia , Antonio

    Machado escriba: Los sentimientos cambian a travs de la historia, y an

    durante la vida individual de un hombre. En cuanto resonancias cordiales de los

    valores en boga, los sentimientos varan cuando estos valores se desdoran,

    enmohecen o son sustituidos por otros . Al cuestionar el carcter esencial de los

    sentim ientos, su sujecin a valores e ideologas sociales, alumbraba algunos de

    los rincones de la espiritualidad potica que la mayora de poetas no quera visi-

    tar. Era posible una Itaca al margen del humo del progreso? La metafsica de

    Juan de Mairena fue un dictado preciso y ms intemporal de lo que en un prin-

    cipio pareca: La lrica moderna, desde el declive romntico hasta nuestros das

    (los del simbolismo), es acaso un lujo, un tanto abusivo, del hombre mancheste-

    riano, del individualismo burgus, basado en la propiedad privada . En los valo-

    res de lo humano, en el territorio de la subjetividad, cunto haba de instinto puro

    y cunto de los valores de la economa monetaria La ciudad de los poetas era

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    tal vez e l casco antiguo , con sus palacios de arruinada nobleza, de la Metrpoli.

    Pero era ciudad, a fin d e cuentas.

    En el panorama de la lrica espaola, los poetas del 5 fueron los primeros

    que, desde este frente, reconsideraron crticamente la definicin que de la poe-

    sa y los poetas les haba legado la tradicin moderna. Su aparicin coincide con

    el desarrollo de las ciudades espaolas y cuando gran parte de la fe positivista

    en el progreso ha quedado enterrada bajo los escombros de Guemica o

    Barcelona , tras las alambradas de Auschwitz. En la corte del pesimism o exis-

    tencial que recorre las postguerras espaola y europea, estos poetas insistirn en

    la brecha de que es necesaria una poesa que hable no es e sino el desgarro,

    que no sea nicamente comprometida sino que trate del compromiso. La crtica

    entendida ha resaltado en bastantes ocasiones que hay un germen de m ala con-

    ciencia social en sus versos: escriben contra los valores burgueses y son, la

    mayora de ellos, hijos de buena familia. Es cierto, pero lo es en la misma m edi-

    da en que hablan de la ciudad reconociendo su naturaleza urbana. Es decir, no

    existe ni un yo ajeno al mundo en su formacin ni verdades trascendentes que el

    poeta logra desvelar y transmitir en sus versos. Dejar clara la condicin de hijos

    de la burguesa y de ciudadanos era mucho ms que un cto e contricin socio-

    poltico, era una forma de abordar la poesa y la ciudad desde una ptica sin

    compartimentos. Por qu en la construccin de un poema el yo no poda tener

    el mismo carcter analtico que la realidad exterior? Jaime Gil de Biedma lo

    8

    planteaba en estos trminos: Creo que con esto queda claro que mis versos no

    aspiran a ser la expresin incondicionada de una subjetividad, sino a expresar la

    relacin en que sta se encuentra con respecto al mundo de la experiencia

    comn . Si el yo, com o el mundo, es un artificio y, por lo tanto, no est sujeto a

    unas reglas de valor establecidas de antemano, el conocimiento potico es el ac to

    constructivo de esa identidad en el mundo.

    Y

    no debe olvidarse que mundo es

    un trmino equivalente a ciudad. J.

    A

    Goytisolo lo resuma con estas palabras:

    Todo lo que uno hace en la v ida, las sensaciones, las emociones, todo lo que ha

    vivido, desde las habitaciones de trabajo hasta el nicho donde te van a enterrar,

    desde e l paisaje que ests viendo, que si lo ves e s porque una carretera te ha lle-

    vado hasta l, hasta las calles de la ciudad, los edificios, las gentes, los rboles,

    todo o casi todo, forma parte del mundo construido, del dom inio de la arqu itec-

    tura

    y

    el urbanismo .

    No es que estos poetas, como escriba el propio Goytisolo, dejen de ped irle a

    la vida ms de lo que esta ofrece . De lo que se trata es de comprender qu sig-

    nifican las Itacas, y cmo los parasos de las noches ebrias, del amor que alegra

    la cama al despertarse, cercano como un pjaro , de la infancia clida tienen la

    naturaleza voltil de todos los mitos. De mi pequeo reino afortunado/ -escri-

    ba Gil de Biedma- me qued esta costumbre de calor/ y una imposible propen-

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    sin al mito . Asumir estos conflictos del vivir sin esa carga sagrada en las espal-

    das e ra reconocer su naturaleza humana. Pero en este caso, una naturaleza com-

    pleja en la que el hombre intervena directamente. Poesa y ciudad no resolvan

    su divorcio con una sentencia del juez legando a la ciudad la parte administrati-

    va y a la poesa, desvalida esposa, la custodia del sentimiento, ese eterno ado-

    lescente de la razn. No poda existir separacin de dos cuerpos que eran, en e l

    fondo , uno mismo. Ni la ciudad era tan malvada ni la poesa tan inocente y alada

    como se dec a. No haba menos artificio en lo potico que en lo urbano. A l alum-

    brar estos mecanismos y estas proximidades, los poetas del 50 no rechazan,

    como se poda creer, el vitalismo de la poesa moderna; por el contrario, lo que

    hacen es situarlo a ras de vida, ciudadanamente, reclamando una nueva relacin

    entre historia, vida y literatura.

    La ciudad sentimental

    Cuando en 983 Luis Garca Montero publicaba el artculo La otra senti-

    mentalidad , insistiendo en la necesidad dc reconsiderar la herencia de la poesa

    moderna, el reconocimiento de los poetas del 50 no era tan abrumador como a

    veces se cree. En

    La poesa espaola en sus antologas

    Emili Bayo explica

    detalladamente cmo durante bastante tiempo buena parte de la crtica sigui

    utilizando la etiqueta de soci les para referirse a estos poetas y cmo, en plena

    madurez, la irrupcin de los novsimos pareca relegarlos ya a la historia. Ms

    alla de los premios literarios que ha cosechado su obra en estos ltimos aos y

    de su continuada produccin, esta revalorizacin les ha llegado en gran medida

    desde los versos de algunos de los jvenes poetas que empiezan a publicar en los

    ochen ta. Incluso antes de los homenajes en revistas como

    Olvidos de Granada

    o

    Litoral

    de encuentros como los de Granada

    y

    Oviedo, sus versos aparecen

    citados en los poemas de esta nueva promocin de poetas que, desde distintas

    geografas y lenguas, se sienten afines a las consideraciones que sobre la poesa

    y los poetas haban expuesto los del

    50

    Qu aportaba el trmino experienci a la relacin siempre conflictiva entre

    poesa y ciudad en las metrpolis de este fin de siglo? En primer lugar, huir de

    las estrecheces dogmticas en las que se acomodaban poltica y poesa. En

    segundo, que era posible una nueva forma de poetizar que invirtiera el proceso

    de autoexclusin sentimental con el que la poesa pareca limpiarse las manos en

    los asuntos de la vida civil. El artculo de Luis Garca Montero tiraba con esta

    municin:

    Romper la identificacin con la sensibilidad que hemos here-

    dado significa tambin participar en e l intento de reconstruir

    una sentimentalidad distinta, libre de prejuicios, exterior a la

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    disciplina burguesa de la vida. Como deca Antonio

    Machado, es imposible que exista una poesa nueva sin que

    exprese definitivamente una nueva moral, ya sin provisiona-

    lidad ninguna. Y no importa que los poemas sean de tema

    poltico, personal o ertico, si la poltica, la subjetividad o e l

    erotismo se piensa de forma diferente. Porque e l futuro no

    est en los trajes espaciales ni en los milagros mgicos de la

    ficcin cientfica, sino en la frmula que acabe con nuestras

    propias miserias. Este cansado mundo finisecular necesita de

    otra sentimentalidad distinta con la que abordar la vida. Y en

    este sentido la ternura puede ser tambin una forma de rebel-

    da.

    No existe en estas palabras una renuncia a la intimidad, pero se trata de otra

    forma de intimismo, de una intimidad -como escribe Benjamn Prado- ideol-

    gicamente explcita . Com o una ciudad, tambin la intimidad se construye. En

    el prlogo a la antologa

    9 7

    versos, el m ismo Benjamn Prado habla de la

    construccin de ese personaje literario que funciona dentro de los poemas,

    como en un pequeo teatro, representando el papel que le ha sido asignado en

    la obra y que suele consistir en interpretarse a s mismo, una fabulacin de la

    estatura de los hombres reales . Lo subjetivo no es un valor p e r se de lo poti-

    8

    co, sino que lo es en tanto resultado del contacto entre lo ntimo y lo civil: no

    exclusivamente como valor esencial sino, fundamentalmente, como valor

    reppentat ivo.

    Hay que aferrarse a este valor, sobre todo para no caer en la trampa frecuen-

    te que la palabra experiencia les tiende a los poetas: el vitalismo potico no debe

    seguir confundiendo la poesa con Ia vida. Es e l caso, por ejem plo, de Jos M.

    Parreo cuando, en el artculo Mi generacin vista desde dentro , escribe estas

    palabras: Yo creo que algo que va faltando alarmantemente en la poesa espa-

    ola de nuestros das es vida propia, experiencia en cuerpo de poeta.

    Demasiados poetas profesores y demasiados pocos poetas vagabundos, por

    decirlo caricaturescamente y con el mayor respeto para todos los gremios. Pero

    es que si hemos elegido muchos de nosotros hablar de vida y experiencia tene-

    mos que tratar de escribir desde una biografa apurada, extremada, vvida y vivi-

    da . No e s extrao que unas lneas ms arriba cite el modelo Rimbaud o estas

    palabras de Octavio Paz: el arte moderno ha perdido sus poderes de negacin.

    Desde hace aos sus negaciones son repeticiones rituales: la rebelda convertida

    en procedimiento; la crtica, en retrica; la transformacin, en ceremonia . En el

    fondo, la experiencia potica que reivindica Parreo es la del extremo: el poeta

    eterno que borra la cal de esa lnea imaginaria para ser poema.

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    El pensamiento dbil ha admitido a trmite la relativizacin del concepto, ha

    abierto las puertas a la diversidad. Pero, curiosamente, ah donde era posible vol-

    ver a construir un nuevo pacto entre el hombre y el ciudadano sin falsas coarta-

    das, ha seguido manteniendo pequeos reinos de taifa. La ruptura en la unidad

    ha trado consigo una cierta revitalizacin de lo fenomenolgico: de un conjun-

    to de pequeas unidades cuyo valor contina siendo incuestionado. Por eso,

    algunas de las voces que, desde la poesa de los ochenta, hablan de experiencia

    lo hacen com o primas hermanas del neovanguardismo neoesteticismo post-

    moderno. En el riesgo que reclama Jos M. Parreo para su poeta-poema existe

    el mismo aristocratismo, aun siendo estimablemente arrabalero, que uno lee en

    los versos de Pere Gimferrer, por poner un ejemplo notable. Aquellos que ms

    gritan reivindicando la heterodoxia de la diversidad resultan ser los ms inmo-

    vi l is ta~,os ms fieles discpulos de una poesa v ivida com o secta . El arte ha per-

    dido sus poderes de negacin. Tal vez es cierto. Pero, por el con trario, esta pr-

    dida puede servirle para ilustrar mecanismos de una rebelda ms radical: que

    sea procedimiento, pero no retrica ni ceremonia religiosa. Cuando lvaro

    Salvador, por ejem plo, le pide a nuestra vida, algo ms que la vida reclama

    una nueva forma de sentirla, pero tambin una nueva forma de pensarla:

    que los soles nocturnos renazcan lentamente

    que las estrellas bailen al son de medioda

    que la hermosura traiga la grandeza

    de saber que queremos seguir siendo nosotros

    a pesar de los reveses de la h istoria.

    Porque te espero ahora y porque siento

    que amar no es o tra cosa que perecer de nuevo

    voy a pedir ahora, mirndomeen tus ojos,

    a los torpes resortes que la vida me ofrece

    algo m s.

    Algo ms que esta triste y diaria presencia

    de un rostro que surgiendo detrs de cada espejo

    me saluda y me llama, me esconde, me derrota.

    En una entrevista reciente, el profesor Franco Rella hablaba en estos trmi-

    nos sobre la crisis del pensamiento postmoderno: El asunto, pues, ser si acaso

    no necesitamos, adems de un pensamiento del concepto, un pensamiento de las

    imgenes, teniendo en cuenta que los conceptos estn formados a partir de la

    unidad, del principio de no contradiccin, mientras que en las imgenes habitan

    ms cosas y muy d istintas unas de otras . Es desde esta posicin desde donde el

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    trmino experiencia adquiere significacin: cuando no se reduce a una trans-

    cripcin vital sino a una forma de pensar, de urbanizar los sentimientos desde la

    poesa. Es lo que ocurre en poetas como, por ejemplo, Antonio Jimnez Milln,

    lvaro Salvador, Luis Garca Montero, ngeles Mora, Javier Egea, Joan

    Margarit, Jon Juaristi, Francisco Daz de Castro, Miquel de Palol, Ram iro Fonte

    o Pere R ovira, de entre una lista ya no muy extensa de otros buenos poetas. Sus

    poemas huyen d e las abstracciones para contar historias, se resisten a fijar con-

    cGptos que no se apoyen en una secuencia de escenas dramatizadas. Construyen,

    a fin de cuentas, un artificio que miente deliberadamente para ser verdad, para

    ser una representacin de la verdad. Una muestra precisa es este poema de

    Francisco Daz de Castro:

    Algunas noches son como ciudades.

    Suenan, discordes.

    Y

    se encienden

    y se apagan los signos sobre los edificios.

    Brindan olvidos. Y deambulan

    deseos com o bultos, y sombras como t

    Otras son como lomos

    de animales oscuros y lentsimos

    que marchan silenciosos hacia el d a

    y tu muslo est fro, y ya es el da.

    Cuando la arquitectura de los noventa se pregunta si esto no es un desierto,

    podra tomar ejemplo de la actitud constructiva de esta poesa. Es posible edifi-

    car desde un vaco de valores, porque los valores no existen en tanto no existe

    construccin. Son tambin un artificio, lo que no quiere decir que no sean natu-

    rales. Poseen la naturaleza de lo urbano, es decir, en parte instinto en parte civi-

    lizacin. Hay que huir tanto de ese pensar ecologista que reduce el campo a una

    postal muerta como del pensamiento desarrollista que encorseta lo urbano al

    Plan, al plan del capital, claro. Es preciso reconocer el valor del artificio para

    poder ser libremente responsables de lo que edifiquemos. Esta es la leccin anti-

    dogm tica que escribe esta poesa, y por eso adm ite las complicidades del lec-

    tor. Porque no le ofrece la Verdad, sino una casa de palabras que puede habitar

    de verdad. Y esto es lo que podra hacer la arquitectura: utilizar el artificio para

    que los ciudadanos se sientan cmplices de sus ciudades y no meros comparsas.

    Que puedan vivirlas adems de sufrirlas.

    la crisis de la sociedad urbana no se la puede responder dando por con-

    cluida la historia de la arquitectura tal como hoy la entendemos . Hay que tener

    fresca la mem oria para poder pensar de otra forma, para darse cuenta de que la

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    palabra

    crisis

    no tiene por qu significar

    desierto

    y que incluso, apurando los tr-

    minos, en un desierto pueden levantarse oasis. Quizs porque a la poesa le son

    ms familiares los estados de excepcin puede dar con esas respuestas que des-

    cubren flores en el pramo. Respondiendo a esa pregunta que se han venido

    haciendo los poetas modernos de para qu poetas en tiempos de miseria?,

    Ram iro Fonte escriba estas palabras en el suplemento literario del d iario

    Segre

    L'espai de la poesia sembla escollir, en els nostres dies, el lloc de la reraguar-

    da. La reraguarda limita, per mi, amb el que s ms perdurable de les avant-

    guardes histbriques, amb aquella llavor de crtica i passi que poden llegir en el

    'primer manifest surrealista '. Es otro salvavidas que desde esta poesa se lanza

    a la marea de los acontecimientos. La cultura no slo no es ajena a las circuns-

    tancias sino que tambin es las circunstancias, es decir: el arquitec to, el poeta, el

    creador es tambin un ciudadano; y quizs desde esta posicin con menos pre-

    tensiones sacrales, desde esta retaguardia com n, la cultura vuelva a tener senti-

    do en nuestras ciudades. Cuando el artista se reconoce en el O tro, en el habitan-

    te de las cosas, puede empezar a cambiarlas porque se ha reconocido no slo

    como paciente sino tambin como agente. La

    neg tivid d

    de la cultura de los

    sesenta describi admirablemente los mecanismos de

    desertiz cin

    y

    lien cin

    de la vida urbana, pero pareca obviar que los hombres tambin eran parte de

    estos mecanismos, que el enemigo tambin estaba en nuestra casa, poseyndo-

    nos como un demonio verde . En un excelente poema, Antonio Jimnez Milln

    advierte de esta especial psicologa moderna:

    Acecha en su desierto el enemigo.

    Con armas primitivas, cruza el hroe

    bosque en llamas,

    parajes devastados:

    l es la salvacin. Fieras y mscaras

    se deslizan, combaten cuerpo a cuerpo

    y al fin desaparecen en el crculo

    de un breve resplandor.

    Vendrn despus figuras del subsuelo

    srdidos laberintos en escalas

    y

    una mujer fatal que se incorpora

    al desfile de monstruos. El destruye,

    avanza en la barbarie

    y

    nunca cede

    a los dueos deformes del abismo,

    porque es su ley el riesgo

    y su aventura un arma improvisada

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    que siempre sabe utilizar.

    Cuntas vidas le quedan?

    En la pantalla

    un cansado reflejo intermitente

    alterna con la msica obsesiva.

    Cuando agotas la ltima moneda,

    pienso en otro enemigo,

    oscuro e invisible,

    que est dentro de ti,

    como el tedio que duerme al vigilante.

    "El feminismo -escriba Alain Touraine- es un movimiento de liberacin no

    de las mujeres sino de los hombres por las mujeres". En Diario cmplice, Luis

    Garca Montero pona en boca de una mujer estas palabras dirigidas al poeta:

    "La poesa es el gesto ms femenino que te conozco. Escribes porque temes la

    dominacin". La proximidad entre estos pensamientos tal vez alumbre el senti-

    do de rebelda que desde "La otra sentimentalidad" se reserva a la ternura.

    Porque el temor a la dominacin no es un temor exclusivamente hacia afuera. En

    una de sus Confesiones poticas, el propio Garca Montero precisa: "Opino que

    9

    mi potica es la parte ms femenina de mi carcter: escribo porque temo la falta,

    porque temo dominar o ser dominado". Es preciso comprender esta doble posi-

    bilidad para "romper y reconstruir una sensibilidad distinta". Una sensibilidad

    que se apoya en el fundamento ms radical de la libertad: aquel que reconoce

    que uno no slo es juez o parte, sino que es juez y parte al mismo tiempo. 0 ,

    como escribi Albert Camus en uno de sus ttulos, para no ser Ni vctimas ni

    verdugos.

    Existe una forma de pensar la poesa desde la ciudad, pero tambin existe una

    forma de pensar la ciudad desde la poesa. A la cultura urbana se la ha tratado

    demasiadas veces de forma segmentada. Al urbanismo y a la poesa se las ha lle-

    vado a interpretar papeles enfrentados que han acabado siendo estereotipos. De

    la misma forma en que la poesa de los ochenta revisa la historia y la tradicin

    potica para conocerse y expresarse, tambin debera hacerlo la arquitectura.

    Desde Haussmann en Pars a Moses en Nueva York, la ciudad se ha venido pro-

    yectando desde las avenidas del negocio, que hoy ya son autopistas, como si se

    tratara de un cuerpo inerte, "fachadas repetidas, volmenes informes". Se ha

    suprimido el significado de comunidad, que es lo mismo que olvidarse de sus

    habitantes. Le Corbusier, que no era tan inocente como pareca, lo dijo clara-

    mente en 1929: "iDebemos acabar con la calle " Urbanismo o Revolucin? ha

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    sido la disyuntiva, en lugar de plantearse integradoramente: urbanismo y revo-

    lucin . Tiene gran parte de razn la poca izquierda que queda en este pas cuan-

    do dice que hay que echarse a la calle, pero no hay que olvidar que la calle no

    slo debe existir como lugar de protesta sino que debiera ser, sobre todo, lugar

    de vida, de ocio y tiempo propio. Esta perspectiva es la que aparece en un mag-

    nfico poema de Pere Rovira titulado La Vaga :

    No cal res ms: un gran carrer

    ple de gent que somriu

    l

    migdia,

    diu qu i t la ra.

    No els trobes mai

    quan surts a airejar el vici de dorm ir malament

    i el sol dels jubilats s com una aspirina.

    Avui esta apagada la llum d'asm a

    dels tallers les fabriques; l'agulla

    de les hores no cus a l'inrevs

    el temps d'aquesta noia de la brusa vermella,

    el d'aquell home gran que se la mira

    amb la tendra sorpresa de recordar el desig:

    la brusa passa onejant pels seus ulls

    com le banderes roges del mat

    pels vidres esquirols d'una botiga.

    Que el limit de l'esquerra noms el marqui el cor ,

    s'ha escrit. El cor, de qui?, respons:

    El cor armat, el cor blindat dels bancs,

    el pil.lid cor poltic que els serveix,

    o els cors que avui defensen l'alegria?

    De nit, en els balcons brillen las brases

    d'homes que odien el mat. La vaga

    s'ha acabat, pero ells l'allarguen

    amb el fum de l'insomni. Fa calor,

    i dema en fara ms vora les miquines,

    que tornaran a ser sagrades, com la llei

    del diners, com l'esfera del temps i de l'amor.

    Ja no s vespra de res 'aquesta hora llagada,

    ja ve l'ale de l'alba, fort, espes

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    com una bafarada d hospital,

    i torna, biliosa, a les finestres

    la llum d un altre dia de treball.

    Si la poesa puede urbanizar los sentimientos, tambin e l urbanismo puede

    sentimentalizar las ciudades. No tienen por qu ser incompatibles las necesida-

    des personales con la obligaciones civiles, y hay que seguir insistiendo en que

    ste es un asunto entre humanos. De la misma forma en que levantamos dolos,

    bancos y casas, tambin podemos derribarlos y construir de nuevo.