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política 32 / El Viejo Topo

Por un sistema de democracia ecológica (Primer programa)

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texto de David Hernández Castropueden, objetivamente, las actuales organizaciones que pretenden la transformación social conseguiresa transformación? La experiencia parece indicar que no. Y tal vez esa impotencia procede en primerlugar de la misma naturaleza de esas organizaciones, de su estructura. Urge pensar sobre ello. ¿P

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Dirigentes y dirigidosAl igual que todas las revoluciones del pasado, el triunfo o

la derrota de los movimientos de transformación socialsigue dependiendo, en última instancia, no sólo de que segeneren las condiciones materiales que hagan posible suexistencia sino además, y muy necesariamente, de que searticule en una subjetividad rebelde el anhelo de transfor-mación que constituye la base ideológica del movimiento.

Esta nueva subjetividad rebelde no puede desdecir en suforma de articulación concreta, sea ésta un partido político,un sindicato de trabajadores o cualquier otra clase de orga-nización social, aquellos principios que constituyen la justi-ficación de su existencia. Cuando esto ocurre su historia só-lo puede terminar en tragedia, que es el abismo que separael deseo de la realidad. Lo que debería ser el principio acti-vo del movimiento de transformación social se ha converti-do en un objetivo fosilizado a conquistar por medios instru-mentales, o con otras palabras, el socialismo ha dejado deser una práctica social para convertirse en una doctrina arealizar por medios que se le oponen como un poder extra-ño. La razón por la que algo tan obvio ha pasado general-mente inadvertido se encuentra en la propia estructura deproducción política que el movimiento obrero articuló prác-

ticamente desde el principio. Cuando los primeros trabaja-dores empezaron a organizarse en sindicatos de clase yagrupaciones políticas trasladaron la forma de organizacióndel trabajo en las fábricas a la forma de organización de suactividad política. El sindicato, el partido, asumió la repre-sentación como la forma dominante de la distribución de laparticipación política, y para hacerlo tuvo que aniquilar lastendencias democrático-radicales que el movimiento obre-ro albergaba en su seno. Pronto se instauró un divorcio radi-cal entre dirigentes y dirigidos, “intelligentsia” y militancia,comités y asambleas. Se creó la “compartimentación verti-cal absoluta” que hacía impracticable la comunicación trans-versal, se fomentó la despolitización de la militancia mono-polizando los procedimientos de toma de decisiones en lasmanos del grupo dirigente, y se articuló un discurso y unaforma de organización que bajo la invocación de la eficaciay la disciplina sacrificaba en el altar del centralismo demo-crático la autonomía de las bases. Que Marx proclamara que“la emancipación de la clase obrera debe ser obra de losobreros mismos” fue apenas un inconveniente que los exé-getas de la vulgata marxista pronto pasaron a interpretar ala luz de la realidad soviética, o sea, que demasiado ocupa-da estaba la clase obrera en la obra de su emancipación co-mo para detenerse a pensarla: de eso ya se ocupaban sus di-rigentes.

Por un sistema dedemocracia ecológica(Primer programa)texto de David Hernández Castro

ueden, objetivamente, las actuales organizaciones que pretenden la transformación social conseguiresa transformación? La experiencia parece indicar que no. Y tal vez esa impotencia procede en pri-mer lugar de la misma naturaleza de esas organizaciones, de su estructura. Urge pensar sobre ello.

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Democracia y autonomíaLa carencia incluso de una democracia que se pueda llamar

representativa se sigue inmediatamente de la inexistencia delos mandatos imperativos y consultas a la población o a lamilitancia, sobre las decisiones políticas que los supuestos re-presentantes deben adoptar. En realidad, sufrimos una suertede democracia sustitutiva, donde lo que se vota no es tanto aquién se va a delegar la representación del interés político co-mo quién va a ostentar los derechos políticos en nuestro lugar.Si la izquierda transformadora aspira a subvertir la domina-ción del capital primero deberá afrontar la subversión que elcapital ha realizado de su autonomía política. La farsa que ca-da cuatro años se representa para hacer pasar por democracialo que no es más que un complejo proceso de criba a través dela delegación escalonada, es la prueba más sangrante de quelo que se realiza al interior de la organización es pseudo-política, la apariencia de una práctica política que en realidadno existe. Los militantes no hacen política, sostienen la políti-ca que otros hacen por ellos.

La máquina del partidoLa cuestión fundamental es que no se pueden alcanzar ob-

jetivos emancipadores por medios que contradigan esos mis-mos objetivos. Si queremos construir una sociedad democrá-tico-participativa deberemos hacerlo por medios democráti-co-participativos, si queremos una sociedad socialista, debe-remos emplear procedimientos socialistas. En la física aristo-télica, que vía Hegel tanto influyó en el pensamiento de Marx,es la forma lo que determina el contenido.La tragedia del movimiento obrero es quela forma histórica de la que se dotó parapostular su contenido emancipador eraopuesta a ese mismo contenido. La razóninstrumental dictaba la lógica del sacrifi-cio, la disciplina, la obediencia y el resto delos valores castrenses que los obreros tras-ladaron de la producción fabril a la pro-ducción política, sólo que en lugar de tra-bajar para la producción de mercancías industriales trabaja-ron para la producción industrial de mercancías políticas. Elpartido se convirtió en una fábrica disciplinada por la lógicadel nuevo mercado de la representación electoral, en unamáquina para dominar que no era sino una reproducciónespecular de la máquina del Estado. Era necesario que en elinterior del partido se reprodujese la misma pasividad, la

misma indolencia, que afecta al sistema parlamentario, por lasencilla razón de que la delegación corrompe la democracia. Espor eso que la crisis ideológica de los partidos suele irrumpircon la pérdida de votos, es decir, del capital que esos votos lle-van asociados, porque en esencia las modernas representa-ciones políticas de la izquierda han devenido en fábricas deproducción de mercancías políticas, donde su utilidad vieneimpuesta por su valor de cambio en el mercado electoral y nopor la necesidad social de su valor de uso. De la misma mane-ra que Hölderlin y Hegel dijeron en su Primer programa de unsistema del idealismo alemán que “no existe una idea del Esta-do, puesto que el Estado es algo mecánico, así como no existetampoco una idea de una máquina”, nosotros podemos añadirque si sólo lo que es objeto de libertad se llama partido, ¡tenemosque ir más allá del partido!

La guerra civil de la burocracia del partidoLa búsqueda de razones ideológicas para justificar la crisis

de la izquierda no es más que un síntoma de la desespera-ción de sus dirigentes que prefieren perderse en malabaris-mos cromáticos antes que apuntar a las razones materialesque en verdad determinan esta crisis en última instancia. Noes la estrategia de las dos orillas o la de la izquierda plural,Julio Anguita o Gaspar Llamazares, sino la pérdida de recur-sos económicos que lleva aparejado el desastre electoral loque se encuentra en el origen de la deriva ideológica y la ver-dadera causa de la escisión de la burocracia interna en dosfacciones que pugnan por el control de los recursos. Las dife-rentes posiciones políticas que adoptaron estas facciones en

su lucha por el poder estaban más vin-culadas a la propaganda para conseguirla adhesión de las bases que a una ver-dadera diferenciación de identidadespolíticas. Las sonadas muestras de trans-fuguismo de destacados dirigentes de unbando a otro, la celeridad con la que sepasaban a criticar las posturas del adver-sario incluso antes de que éste hubieraabierto la boca, y la asombrosa naturali-

dad con la que se lanzaban acusaciones de traición contra elrival por sostener posiciones idénticas a las que poco anteshabía sostenido el propio acusador (véase el acuerdo deFrutos y Almunia y lo que pasó después, por poner un ejem-plo), demostraban a las claras que se trataba no de la con-frontación de dos proyectos distintos, sino de una despiada-da guerra civil de la burocracia por el control del aparato del

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Lo que se vota no es tanto a quién se va a delegar la

representación del interés político como quién va a ostentar

los derechos políticos en nuestro lugar.

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partido. Como en todas las guerras, los dirigentes de los ban-dos en pugna intentan ocultar las verdaderas raíces materia-les del conflicto bajo un discurso ideológico fabricado paradespertar la adhesión emocional más que la sintonía crítica,y como suele ocurrir en estos casos, a menudo las tensionespuntuales se desinflan en acuerdos y apretones de manos,entiéndase listas conjuntas, reparto pro-porcionado de los recursos, o simplementepasteleo, de manera que por unos instan-tes la militancia, hasta entonces persua-dida de la incompatibilidad de los discur-sos, puede contemplar en su cruda natu-raleza la banalización de la que ha sidoobjeto por parte de los dirigentes. Y es enesta mañana de juventud, bajo los encen-didos rayos de la verdad recobrada, cuando germina en laconciencia de la militancia el rumor de la democracia quehará fecundar la campiña de la izquierda del futuro.

La expropiación de los expropiadoresPensar que la superación de la crisis depende de un cam-

bio de dirigentes es tanto como pensar que los dirigentescontrolan la organización del partido, cuando es en realidadla estructura de su organización la que condiciona y repro-duce la función de la que los dirigentes concretos son siem-pre encarnaciones accidentales. No es la conciencia de loslíderes políticos la que determina la realidad del partido,sino que son las relaciones de producción del partido lasque determinan la conciencia de sus líderes. No hay políti-cos buenos y otros malos. Son la expresión política de unsistema que produce la función que ellos asumen y que enla mayoría de los casos ejercen dotados de una ética y unaabnegación irreprochables, incluso teniendo, como es elcaso de alguno de ellos, un puesto de trabajo fuera de la po-lítica. El asunto no es tanto la buena o mala voluntad de losdirigentes como la posición que ocupan dentro de la buro-cracia del partido. Aunque sus decisiones políticas sean acer-tadas, están pervertidas desde el momento en que fueronmuñidas a espaldas de la militancia. La participación encargos de dirección sólo está legitimada si aspira a la expro-piación de los expropiadores. Querer convertir la participa-ción política individual en una realidad, transformando losmedios de producción política del partido, que hoy son fun-damentalmente medios de producción de mercancías políti-cas que se intercambian por votos (la mercancía que funcio-na como medida de valor, los votos son dinero), en simples

instrumentos de participación política libre y asociada. ¡Peroesto es el comunismo, el “irrealizable” comunismo!

La alienación del trabajo políticoLa diferencia sustancial entre la vieja y

la nueva forma de actuación política sub-yace en la dialéctica de la razón instru-mental de la que adolece el partido. Aldotarse de una forma de organización re-presentativa, la clase obrera asumió laexistencia de un divorcio entre sus objeti-vos, la consecución de una sociedad sinclases y la socialización de los medios de

producción; y los medios para conquistarlos, una organiza-ción estratificada en diferentes grados de competencia y unadistribución desigual de la participación en la toma de deci-siones. Lo importante era el objetivo final, el momento de lacatarsis colectiva que acaecería el día de la liberación y en cu-yo altar era necesario, y merecía la pena, sacrificarlo todo. Elobrero asumió su condición de militante sin percibir que de-trás de la raíz castrense de la palabra subyacía algo más queuna misma disciplina, abnegación y exposición de la vida;estaba cargando además con una forma de organizar su acti-vidad política que en lugar de acercarle a la consecución desus objetivos le alejaba de ellos inevitablemente. El obrerotransformó su actividad política en un trabajo, sin caer en lacuenta de que la forma trabajo, tal y como se presenta ennuestra sociedad de clases, suscita la profesionalización deltrabajo, la conversión del libre y creativo desarrollo vital quedespliega el proceso de la actividad política en un empeñoalienado y alienante de la capacidad política al servicio delpartido que la domina. Al reducir su capacidad a una merafuerza de trabajo política, el militante aporta su valor en lacadena de producción del partido, pero debido al carácter pri-vado de la posesión de los medios de producción, o sea, elmonopolio por la casta dirigente de los instrumentos de deci-sión política, el militante percibe que su propio trabajo se leenfrenta en medida creciente como propiedad ajena. De ahíque su trabajo político se le presenta cada vez más como unmedio para poder conseguir la gratificación moral de existirpolíticamente (o estar luchando para cambiar el mundo).Acude a las reuniones para sentirse bien fuera de ellas. El mili-tante ni siquiera considera su trabajo político parte de su vida;para él es más bien un sacrificio de su vida. Por eso su implica-ción en la actividad del partido le parece cada vez más pesada,más insustancial, más aburrida. Para él, la vida comienza allí

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No hay políticos buenos y otros malos. Son la expresión

política de un sistema que produce la función que

ellos asumen.

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donde terminan estas actividades, en la mesa de su casa, en elbanco de la taberna, en la cama. Hasta que en algún momen-to indeterminado de este proceso, un momento que se dejasentir siempre para la mayoría, el militante termina escuchan-do en su interior alguna versión del grito de Vaneigem: “latoma de partido por la vida es una toma de partido política.No queremos un mundo en el que la garantía de no morir dehambre equivalga al riesgo de morir de aburrimiento”.

La democracia es un fin en sí mismaAnte la cuestión de la orientación política que cabe esperar

de una tal organización que se dirija a sí misma, es necesariodesmontar de una vez por todas la falacia tan cara a las direc-ciones de todos los tiempos de que el pueblo, o la militancia,necesita de “hombres omnisapientes” que le aclaren lo quemás le conviene, en la medida en que sólo a estos dirigentesprofesionales “debe entenderse por ‘inteligentes’ en materiade organización” (Lenin). Esta impostura es tanto más fuertecuando lo que en verdad sucede es más bien lo contrario: cadavez que se produce una delegación perma-nente de la responsabilidad terminan ins-taurándose los valores de la autoridad, elconformismo y la indolencia. Una asambleaes siempre más consecuente, crítica y radicalque sus dirigentes, algo de lo que la historiadel movimiento obrero es un ejemplo continuo. La razón deque ello sea así estriba en que la forma determina el conteni-do, y por consiguiente, si las estructuras jerárquicas de deci-sión generan valores jerárquicos de pensamiento, las estruc-

turas democráticas de decisión generan valores democráticos.La democracia es un medio pero también un fin en sí misma.Y lo es porque además de producir con su práctica los proce-dimientos de su organización está reproduciendo los valores yobjetivos que la inspiran. El mero hecho de participar, deimplicarse en la gestión de los asuntos que a todos concier-nen, de reunirse con los compañeros para establecer las prio-ridades y necesidades de la organización y la sociedad, nosrealiza como personas, nos hace mejores, nos educa en ciertosvalores de convivencia que la sociedad del espectáculo harelegado al último rincón. Participar, compartir, cooperar, noshace responsables y solidarios. Por el contrario, la delegacióninstaura la cultura de la pasividad y el egoísmo.

Democracia ecológicaEn su sentido más primordial la política es inherente al mar-

cador de la participación activa, la liberación creativa de lasfuerzas vitales producida por el libre juego de la sinergia polí-tica de la comunidad. Mientras que los sistemas representati-vos tienden a la homogeneización del discurso, a la fabrica-ción del consenso a costa de la persecución del disenso, lossistemas participativos producen y amplían una pluralidadenriquecedora de diversas expresiones políticas, es decir, dela actividad vital que realiza más íntegramente la libertad hu-mana. Podemos apoyarnos en el “pensamiento poblacional”,señalado por algunos como el elemento fuerte de la teoría deDarwin frente al concepto de competencia de las especies,para señalar las potencialidades ecológicas de los sistemasparticipativos. Se trata de un punto de vista que enfatiza el ca-rácter único de cada individuo en las poblaciones de cadaespecie que se reproduce sexualmente, y que relaciona estavariabilidad real de las poblaciones con sus posibilidades deadaptarse al medio ambiente, y por consiguiente, de sobrevi-vir. Aplicado a la participación política, este principio nos lle-varía a reconocer que el futuro de la organización de laizquierda transformadora no está ligado a una lucha fratricidapor la supremacía política, sino al esfuerzo por desarrollar

nuevas y singulares manifestaciones polí-ticas capaces de abrir caminos innovado-res hacia formas de organización másricas y complejas. La izquierda no sobrevi-virá estrangulando las tendencias minori-tarias que languidecen en su seno, sino

arbitrando los procedimientos para que estas tendencias pue-dan expresarse y encontrar su lugar dentro del ecosistemapolítico. A diferencia del camaleonismo ideológico del quehacen gala las organizaciones electoralistas en sus vanos

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Los militantes no hacenpolítica, sostienen la política

que otros hacen por ellos.

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esfuerzos por adaptarse a las demandas cambiantes del merca-do electoral, una organización política fundada en el principiode la democracia ecológica es un (eco)sistema complejo queinteractúa con el medio ambiente social y político en el quehabita manteniendo un equilibrio dinámicoque le permite conservar su modo de organi-zación y la función política que le es inheren-te. Como todos los sistemas complejos lasorganizaciones políticas tienden a aumentarsu grado de entropía, es decir, de desordeninterior, en la misma medida en que se mues-tran incapaces de recibir energía desde fueradel sistema. Esto es lo que ocurre cuando la (bio)diversidad dela manifestación política se reduce a la producción monocordedel aparato del partido. La organización se hace más imperme-able a las respuestas con las que el ambiente (la sociedad) leinforma de la repercusión de los productos (políticos) que vagenerando. Y al mismo tiempo, al reducir su grado de com-plejidad, su grado de entropía aumenta hasta romper el equili-brio dinámico: se produce una crisis, que puede resolverse obien en la imposición del desorden y la destrucción del sistema;o bien, a través del empleo de procedimientos autoorganizati-vos, en su completa renovación hasta alcanzar un nuevomomento de estabilidad, diferente al anterior.

Estos procedimientos de autoorganización son lo que nos-otros llamamos democracia participativa, o democraciaecológica si los interpretamos en su sentido más global, y unavez puestos en funcionamiento harán brotar de los restos delpartido una comunidad ecológica destinada a revolucionar elecosistema político del capitalismo. Sus miembros ya no sellamarán militantes sino participantes y establecerán con suactividad creativa y reproductiva una nueva relación con la so-ciedad caracterizada por una sensibilidad más simbiótica,una técnica política que enriquezca la diversidad democráti-ca, y una racionalidad política que engrandezca la concienciahumana. Murray Bookchin ha destacado la relación de inma-nencia entre este pensar ecológicamente y una práctica socialorientada a la promoción de las tendencias autoorganizativasde la naturaleza, y es precisamente en este “apoyo al impulsode la evolución natural hacia una biosfera más variada yfecunda” donde la sociedad humana se juega su bienestar y susupervivencia. El ser humano no es una abstracción de la na-turaleza, es parte de ella, y por tanto, naturaleza consciente, laúnica naturaleza capaz de asumir una ética ecológica que dis-crimine positivamente aquellas de sus acciones que fomentenla biodiversidad de aquellas otras que la destruyan. Si la lógi-ca del capital conduce inexorablemente a la depredación delos recursos y la degradación medioambiental, la racionalidad

ecológica es la condición subjetiva necesaria para un mundosostenible. Es ahora cuando descubrimos que el abismo quesepara a la militancia del partido, al partido de la sociedad y ala sociedad del Esado, es el mismo que separa a la comunidad

social de la naturaleza, y todas estas sepa-raciones no son más que expresiones dife-rentes de la contradicción esencial que sepa-ra al trabajador del producto de su trabajo,es decir, de su naturaleza vital, la vida pro-ductiva misma, la vida que crea vida. El sig-no del capital es el signo de la alienaciónabsoluta que domina la relación humana

con su propia naturaleza, el trabajo alienado, y de ahí es élquien expande su determinación a todas las formas de pro-ducción y relación social que caen bajo su férula. Es su som-bra la que se proyecta en la negación del trabajador por el tra-bajo enajenado que mortifica su cuerpo y arruina su espíritu,pero es también la que se oculta tras la alienación de la activi-dad política del militante (y su enajenación ideológica, adoc-trinamiento) por la máquina del partido, de la autonomía dela sociedad por las omnímodas atribuciones políticas del Es-tado, y de la naturaleza (que también es el ser humano) por ladestrucción suicida del medio ambiente. El ciclo de la repro-ducción ampliada de las relaciones de producción del capitalse expande por todos los resquicios de la sociedad del espec-táculo, y al igual que ha producido la mercantilización de lapolítica ha transformado también las relaciones sindicales enun medio de producción de mercancía sindical y las organiza-ciones de solidaridad en meras fábricas de mercancías huma-nitarias. Todas estas relaciones son diferentes formas de laalienación primordial que encierra el capital, y todas ellasserán disueltas conforme se articule en cada uno de sus ámbi-tos una nueva forma de relación social que hará de la demo-cracia ecológica su forma de organización. Y es precisamenteen este movimiento real que anula y supera el abismo surgidode las entrañas del capital donde la nueva comunidad ecoló-gica se reconoce a sí misma. He aquí su verdadero secreto: laEcomuna es, esencialmente, una forma autónoma de organi-zación de la clase trabajadora, fruto de su lucha por la re-conquista de sus derechos políticos, sociales y medioambien-tales, la forma política al fin descubierta para llevar hasta susúltimas consecuencias la emancipación política de los traba-jadores y la revolución social!

La versión completa de este artículo puede leerse en www.elviejoto-po.com, sección Otros Textos. David Hernández Castro fue miembrodel Consejo Político Federal de IU. En la actualidad forma parte delConsejo Político Regional de IU de la Región de Murcia ([email protected]).

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No se pueden alcanzar objetivos emancipadores pormedios que contradigan esos

mismos objetivos.