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Pregón de las fiestas patronales 2010

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Pregón Leído Por Juan Luis Rodríguez Vigil, ex presidente del Principado de Asturias, con ocasión de las Fiestas del Santísimo Cristo de la Misericordia y Nuestra Señora del Valle de Pravia el año 2010.

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FIESTAS DEL SANTÍSIMO CRISTO DE LA MISERICORDIA Y NUESTRA SEÑORA DEL VALLE

PRAVIA 2010

PREGÓN

A CARGO DE

JUAN LUIS RODRÍGUEZ VIGIL

EX PRESIDENTE DEL PRINCIPADO DE ASTURIAS

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Alcalde de Pravia, concejales, señoras y señores:

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Agradezco infinito a la Corporación municipal, y especialmente a su Concejala de Cultura, Valle Iturrate, el honor que me hace al encomendarme el pregón de estas fiestas, sin duda alguna las de mayor y más entrañable sentido praviano.

El singular arraigo que las Fiestas del Cristo y de la Virgen del Valle tienen en Pravia y su concejo determina que el honor sea claramente inmerecido de mi parte y, también, porqué no decirlo, que la encomienda me resulte complicada y difícil de cumplir.

Sinceramente, no siendo yo praviano, y tampoco persona especialmente cualificada en el conocimiento de la vida, la historia, la geografía y, en general, la sociedad de Pravia, que son las condiciones o requisitos que, en principio, ameritan para ejercer la función de pregonero de este tipo de festejos, no me parece que reúna las condiciones y las acreditaciones adecuadas para este acto, aunque es verdad que, al menos como excusa para justificar la excepción, tengo vínculos estrechos con Pravia a través de una parte de mi familia, que me resulta especialmente querida y próxima, mi cuñada y mis sobrinas Lucía y Carmela, que ejercen cotidiana y militantemente de pravianas, hasta tal punto que raro es el día en el que Pravia y lo praviano no está presente en las conversaciones y preocupaciones de mi entorno familiar más directo y entrañable.

En fin, con esas limitaciones, y con las que en todo caso y circunstancias me son propias, que son muchas, trataré de no cansarles a ustedes, y de no dejar mal a quienes han confiado en mí la apertura oficial de estas estupendas fiestas, en buena medida presididas por una de las más hermosas imágenes, si no la que más, entre las muchas figuras que en Asturias representan a la Virgen.

Desde hace mucos años me interesa conocer lo aparente y lo oculto de la geografía y el paisaje de Asturias, consciente de que bajo la compleja epidermis de nuestra tierra, al lado de los caminos, en el corazón de los bosques, junto a las fuentes y los ríos, o en los altos de las montañas, existen realidades – o reminiscencias de ellas – que a simple vista no se perciben, pero que están ahí desde hace cientos y, quizá, miles de años.

Pienso que el respeto ambivalente que inspiran esos parajes, en apariencia parecidos a su entorno, pero que, por razones inexplicables, resultan cualitativamente diferentes, se ha transmitido de generación en generación, a veces desde la más lejana prehistoria y, generalmente, con independencia del hecho que en su momento provocó la transformación sacral del espacio.

En el fondo, esos ámbitos son documentos históricos valiosos que, en mi opinión, resulta necesario respetar y cuyo conocimiento conviene promover.

Y eso resulta especialmente interesante de hacer en el caso del concejo de Pravia, pues dentro de la geografía y el paisaje sagrado de Asturias ha tenido y tiene el territorio praviano especial importancia, pues no en vano desde miles de años atrás, mucho antes de que los romanos desembarcaran en el estuario del Nalón, esta zona era ya cabecera, principio y fin de caminos prehistóricos primordiales, cuya importancia en términos de comunicación se ha mantenido con el paso de los siglos hasta hoy.

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Esos caminos van desde el mar al interior, del norte al sur y del este al oeste, anudando lazos muy complejos con otros caminos, grandes y pequeños, que proceden de otros orígenes y que se internan en Galicia y en León.

Y por esos caminos, que ciertamente no brotan del suelo al azar como las sementeras, sino que son producto del hacer consciente de los hombres. Generación tras generación han llegado a Pravia y se han ido personas muy dispares, trayendo y llevando, según los tiempos, ideas, creencias y sentimientos muy distintos, que pueden ser objeto de reflexión desde múltiples puntos de vista, entre los cuales, personalmente, me parece que podría tener interés señalar hoy, aquí, aquellos que provocan emoción por su conexión con lo sagrado y con lo numinoso.

Ciertamente, y por causas muy diversas, en la actualidad resulta inhabitual hablar en público (y también en privado) sobre estas cuestiones, y es más raro aún que se refiera a ellas quien no pertenece a gremio profesional o confesional religioso alguno, dado que no es difícil percibir la existencia en nuestra sociedad de un acelerado proceso de desecación de las fuentes vitales de lo sagrado, que ha llevado a muchos, seguramente a la mayoría, a desvalorizar y a veces a despreciar a cuanto se relaciona con lo numinoso y también con lo específicamente religioso, que, justamente por ello, se manifiesta cada vez más en meras convenciones sociales, en una especie de conjunto ocasional y superficial de actos reflejos, hasta el unto de que es lugar común ya, que no por tópico deja de ser menos real, considerar que la religión – cualquier religión – se bate hoy en retirada, minadas sus bases por la imparable expansión de los puntos de vista científicos y tecnológicos, aunque éstos sean complejos y, en ocasiones, contradictorios.

Pero con independencia de que ese fenómeno sea objeto de indiferencia, de regocijo, dolor, sorpresa o sarcasmo, según sea la ideología del observador, y al margen también de cualquier cuestión ideológica, personalmente creo que de esa situación derivan efectos culturales y morales objetivamente negativos que lastran y distorsionan extraordinariamente la capacidad de conocimiento humano, tanto más cuanto que un hombre exclusivamente racional es una mera abstracción que jamás se encuentra en la realidad.

En todo caso, me parece importante y conveniente promover en cuantas ocasiones puedo hacerlo el conocimiento de los lugares que en Asturias se identifican históricamente con lo sagrado, y especialmente de aquellos que mantienen un fuerte enraizamiento en la memoria colectiva, las más de las veces porque su condición sacral es ancestral, y en bastantes ocasiones anterior incluso al cristianismo.

En una tierra vieja como la asturiana, habitada desde hace miles de años, son muchos los lugares que se distinguen por su carácter sacro, y en el territorio de Pravia y en sus zonas aledañas existe un relevante número de ellos, algunos de los cuales tienen, además una especial significación desde el punto de vista numinoso, aunque sea muy diferente su importancia desde el punto de vista histórico y religioso.

Los hay que se remontan ya a la primera religión, la de quienes entre los sesenta y los treinta mil años antes de Cristo, provenientes del este, o quizá del sur, colonizaron esta tierra, definiendo los primeros lugares sagrados de Asturias, los santuarios de la

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religión de las cavernas, dentro de los cuales tiene obvio lugar de honor la vecina cueva de Candamo.

Desde esa remota época han sido muchos otros los lugares donde quienes habitaron esta tierra han mantenido relaciones con lo que creían sobrenatural.

De mucos de ellos no ha quedado rastro devocional alguno, como ocurre con los espacios libres y los desaparecidos recintos que en el neolítico y en el tiempo castreño vincularon a las gentes del territorio de Pravia con las potencias del ultramundo y con las divinidades de entonces.

No obstante, como producto del aporte de los siglos pasados existen tres lugares en Pravia convertidos en santuarios en distintas épocas que mantienen aún estrecha y popular vinculación con el mundo de lo sagrado y que, por tanto, están perfectamente delimitados y separados del mundo profano que los rodea, con el que no existe posibilidad alguna de confusión, ni de promiscuidad, desde los lejanos y oscuros tiempos de la monarquía asturiana y de la edad media hasta los relativamente modernos del barroco.

No me parece que resulte errado, ni imposible, imaginar y decir que la santificación cristiana del recinto eclesiástico de Santianes, que contiene uno de los más antiguos templos prerrománicos satúranos, consagrado a San Juan Apóstol y Evangelista, es una clara manifestación del éxito sincrético y catequético de la primera iglesia católica asturiana y que mucho tiempo antes de la construcción del templo cristiano, aquel lugar tuviera ya una definida e importante connotación numinosa.

La pública manifestación de la religiosidad y del sometimiento a Dios y a los santos del rey Silo, y su declarada intención de romper – y de forma radical – cualquier relación con el naturalismo que durante siglos había definido los ámbitos sagrados del mundo astur, cuyos dioses carecían de templos estables y, por tanto, ocupaban sitios cuya sacralizad encarnaban simplemente figuras de la naturaleza, como los árboles, las cuevas, las fuentes y las demás hierofanías paganas celtizantes, o de raíz más antigua, relativas a cultos relacionados con los túmulos o los dolmenes, se pone de relieve en la sorprendente piedra laberíntica fundacional, que no deja resquicio alguno a la duda sobre la voluntad del rey, ya que en ella podía leerse en todas las direcciones la frase Silo princeps fecit.

La iglesia palatina de Santianes posiblemente se levanta sobre terrenos que antes ocupó la antigua uilla romana de Luera, en la zona donde debió de situarse Flauionauia, el más importante núcleo de los pésicos en los primeros tiempos de la dominación romana.

Y no puede ser casual, por tanto, la dedicación de esta iglesia, que era también panteón real, a un santo tan relevante como san Juan, que en cualquiera de sus versiones es heraldo y pariente de Cristo, y cuyo carácter celeste y curativo, así como de protector de la fecundidad y la fertilidad, asimilado a figuras paganas más o menos parecidas a Apolo, y a Hermes o Lug, se pone de relieve en la multiplicidad de los rituales de esa naturaleza que se celebran en su honor con motivo del solsticio de verano, la mayor parte de los cuales viene, reconocidamente, del tiempo pagano.

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Entre los pésicos que habitaban esta zona, al igual que entre su vecinos luggones, el dios Lug, heraldo y mensajero de los dioses, y Apolo, en sus varias denominaciones, fueron algunas de las más veneradas divinidades de carácter celeste y curativo.

Nada más lógico, pues, que su identificación con san Juan, con el que intercomunicaban funciones y rango.

Por ello, la consagración a san Juan del primer templo palatino de Asturias pudo tener como uno de sus motivos fundacionales el de cristianizar alguna de las más relevantes caracterizaciones sobrenaturales del tiempo anterior bajo la imagen de uno de los más grandes santos cristianos.

Y por otro lado, justamente por su carácter de sede palatina, esta fundación real tuvo estrecha relación con el debate teológico, y posiblemente también organizativo, sobre el adopcionismo, disputa que, además de consecuencias de índole conceptual, determinó la autonomía de la iglesia asturiana respecto del metropolitano de Toledo, de quien dependían en lo espiritual las primeras autoridades eclesiásticas asturianas. A partir de la quiebra institucional que se produjo entre el herético obispo Elipando, titular de la sede de Toledo – sometida al poder musulmán – y el clero astur-cántabro que le consideraba tan mal como para denominarle “cojón de anticristo”, como hicieron los monjes Beato de Liébana y Eterio, a los cuales se debe que consiguieran que las instituciones cristianas del norte quedaran independientes de Toledo, lo que sin duda tuvo trascendentales consecuencias en la definición del paisaje sagrado de Asturias, concretamente en la creación del singular complejo de templos levantados en Oviedo por los reyes descendientes de la familia de Adosinda, la mujer de Silo.

Muy lejos en el tiempo de ese santuario y en agudo contraste con su carácter sincrético y germinal, la Colegiata de Pravia es síntesis ejemplar del mundo sagrado del barroco español, producto e imagen del poder de la iglesia católica en el momento de máxima apoteosis e influencia social.

Efectivamente, todo en la Colegiata praviana responde al canon del barroco, cuando a iglesia no se contentaba ya con atraer a los fieles a la fe mediante el raciocinio, la penitencia y la obediencia formal a los preceptos divinos, sino que pretendía, además y sobre todo, influir en las conciencias por medio del sentido del oído y de la vista, reduciendo las verdades teológicas a encarnadura plástica susceptible de ser captada auditiva y visualmente, conciente de que nada emociona más y de forma más permanente que lo que entra por los ojos, buscando suspender las facultades racionales de los asistentes a los cultos y promoviendo su adhesión emocional por vía sensorial, fundamentalmente sobre aquello que en su criterio no merecía la pena discutir, porque per se, dogmáticamente era algo que urbi et orbi se había afirmado en Trento que era verdad absoluta.

La Colegiata es escenario arquetípico, ideal para misas, sermones y confesiones dado que eucaristía, confesión y sermón serán para la iglesia del barroco las actividades piadosas que habilitaban el diálogo espiritual entre los fieles y lo santo, interpretado siempre por los sacerdotes.

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Ese carácter de templo ejemplar barroco que tiene la Colegiata de Pravia se manifiesta en el sistema de circulación periférica mediante naves secundarias y galerías, que funcionaban principalmente como deambulatorios y, secundariamente, como ámbitos de recogimiento para la confesión, en la importancia del púlpito como centro escénico principal del templo, con especial relevancia arquitectónica y artística dentro del conjunto para hacer eficaz el diálogo de los fieles favoreciendo que desde allí les pudiera hacer llegar con claridad el mensaje de la iglesia expresado en el sermón y, por supuesto, en la rica decoración y en la importancia del órgano.

Efectivamente, en la Colegiata se dio singular relevancia a la decoración interior, asemejándola a los más ricos salones palaciegos de fiestas por la abundancia de pormenores, ricos materiales, o ilusión de los mismos obtenida mediante imitaciones, con a pretensión de deslumbrar los sentidos del modo más llamativo, utilizando abundantes tonos metálicos, principalmente oro, además de una bigarrada y sensual policromía, trascendiendo el altar del carácter de mero lugar de culto para convertirse en el lugar de manifestación de lo santo, donde se celebra la misa y se realiza el milagro de la eucaristía, produciendo el encuentro del alma con la divinidad.

La creación y la decoración del altar materializan ese acontecimiento espiritual. De ahí la importancia que adquieren los retablos en la Colegiata, fundamentalmente el principal, todos ellos atribuidos al maestro Pedrero.

Allí se representan los principales santos venerados en aquel tiempo por influencia de las directrices contrarreformistas precisamente por contraposición con el rechazo que suscitaban entre los protestantes. Este es el caso de las imágenes de san Joaquín y santa Ana, san José, de la Virgen María y del Cristo crucificado, todos ellos del notable escultor nacido en Pesoz, Villabrille y Ron.

Entre esos dos santuarios tan dispares entre sí, se sitúa en el tiempo, en el estilo y en la espiritualidad el de la Virgen del Valle, quien recibe las muestras más espontáneas y ciertas de la piedad popular de los pravianos.

Contrariamente a lo que ocurre con la mayor parte de las escasas manifestaciones existentes en ámbitos eclesiales asturianos de tiempos del renacimiento, que por su temática aristocratizante y secular difícilmente podían suscitar el afecto del pueblo, la estilizada y ensimismada figura de la Virgen del Valle, de atrayente serenidad y gentileza, es objeto de veneración incontestada en Pravia, siendo una de las raras imágenes del renacimiento que han logrado enraizar con fuerza en la devoción popular.

A ello, seguramente, ha contribuido bastante que dicha imagen sucediera en una sede de antigua consideración sacral a otra virgen que se ha perdido, y a la que rodea el aura de un hermoso relato medieval en el que se entremezclan las peregrinaciones a Tierra Santa, al Jerusalén de los cruzados, y los azarosos viajes por mar, con los más característicos milagros y actitudes de las vírgenes medievales conformando un relato que tal parece salido del romancero o de La leyenda dorada de Santiago de la Vorágine.

La creatividad que hizo posible el pequeño, pero espléndido retablo de terracota de la Virgen del Valle que preside su santuario vino de fuera, y es producto de una feliz casualidad, pues esas imágenes son consecuencia de la estancia temporal en Asturas del escultor florentino Juan Bautista Portigiani, a quién los rectores de la cofradía de esa

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capellanía encargaron tal retablo, aprovechando que el artista italiano se había trasladado a la región para construir la capilla funeraria de los padres del Gran Inquisidor.

Todos los datos conocidos indican que Portigiani pertenecía a una familia de artistas florentinos acreditados y conocidos y, desde luego, su maestría es palpable con solo mirar a la bellísima imagen renacentista de la Virgen del Valle, insólita dentro del amplio y extraordinariamente complejo elenco imaginario tradicional asturiano de la virgen, absolutamente dominado por formas escultóricas de inspiración románica, gótica o barroca, en las que, por hermosas que sean, rara vez puede apreciarse el aura carnal, la elegancia y la serenidad y el encantador ensimismamiento que supo dar el florentino Juan Bautista Portigiani a esa virgen, y la expresiva alegría y vivacidad del niño que disfruta de estar en su regazo, para lo cual basta comparar la imagen original con la copia dieciochesca que se aloja en el cuerpo de gloria de la Colegiata.

En fin, no les quiero cansar más. Creo que siempre merece la pena disfrutar de la visita al Santuario del Valle. Hoy merece la pena especialmente hacerlo, con independencia de que crea en la Virgen y su misterio, de que se esté sumergido en el agua de la duda o, simplemente, se piense que se trata de un mito.

El respeto a lo hermoso avala en todo caso la visita, que quienes viven en Pravia tienen, afortunadamente, tan fácil.

Termino ya deseándoles a todos unas felices fiestas y especialmente felicito el santo a las pravianas que, manteniendo una larga y feliz tradición se llaman Valle en honor de tan hermosa patrona.

Muchas gracias.

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