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1 Puerto Rico en las redes intelectuales transatlánticas: los Estudios Generales y la reforma universitaria Jorge Rodríguez Beruff Agradezco la invitación que me hace la Academia de la Historia a incorporarme como miembro de número de esta prestigiosa institución cultural y académica. Es un honor estar en compañía de académicos que respeto y aprecio por sus aportaciones a la investigación histórica en Puerto Rico. Aprovecho para reconocer la labor que ha hecho el profesor Luis González Vales desde la presidencia de la Academia. De modo particular le agradezco al historiador-arquitecto Jorge Rigau su disposición a comentar esta conferencia. Muchos de ustedes conocerán mis publicaciones sobre temas estratégicos y militares. Desde mi investigación doctoral sobre el reformismo militar peruano esa ha sido una de mis principales líneas de investigación. Sin embargo, hay otros temas de investigación histórica que me interesan y que están íntimamente relacionados con mi quehacer académico y con mi trayectoria personal. Uno de esos temas tiene que ver con la historia de la educación superior y con lo que conocemos como el movimiento de la educación general o de los Estudios Generales. He escogido este tema para mi conferencia de ingreso a la Academia de la Historia. Creo que vale la pena revisitar un proceso cultural en el cual Puerto Rico jugó un papel de gran trascendencia internacional. Los Estudios Generales o la educación general fue uno de los componentes medulares de la Reforma Universitaria puertorriqueña de los años cuarenta y cincuenta que significó la transición de una universidad muy incipiente y débil académicamente a una institución respetada en Puerto Rico e internacionalmente. Esa institución reformada fue clave para la

Puerto Rico en las redes intelectuales transatlánticas ... · autores como Claudio Maíz, uno los colaboradores de Devés, Marta Casaús, Ricardo Melgar- Bao y otros, han aplicado

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Puerto Rico en las redes intelectuales transatlánticas:

los Estudios Generales y la reforma universitaria

Jorge Rodríguez Beruff

Agradezco la invitación que me hace la Academia de la Historia a incorporarme como miembro

de número de esta prestigiosa institución cultural y académica. Es un honor estar en compañía

de académicos que respeto y aprecio por sus aportaciones a la investigación histórica en

Puerto Rico. Aprovecho para reconocer la labor que ha hecho el profesor Luis González Vales

desde la presidencia de la Academia. De modo particular le agradezco al historiador-arquitecto

Jorge Rigau su disposición a comentar esta conferencia.

Muchos de ustedes conocerán mis publicaciones sobre temas estratégicos y militares. Desde

mi investigación doctoral sobre el reformismo militar peruano esa ha sido una de mis

principales líneas de investigación. Sin embargo, hay otros temas de investigación histórica que

me interesan y que están íntimamente relacionados con mi quehacer académico y con mi

trayectoria personal.

Uno de esos temas tiene que ver con la historia de la educación superior y con lo que

conocemos como el movimiento de la educación general o de los Estudios Generales. He

escogido este tema para mi conferencia de ingreso a la Academia de la Historia. Creo que vale

la pena revisitar un proceso cultural en el cual Puerto Rico jugó un papel de gran trascendencia

internacional.

Los Estudios Generales o la educación general fue uno de los componentes medulares de la

Reforma Universitaria puertorriqueña de los años cuarenta y cincuenta que significó la

transición de una universidad muy incipiente y débil académicamente a una institución

respetada en Puerto Rico e internacionalmente. Esa institución reformada fue clave para la

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modernización del país y para el desarrollo de toda la educación superior. Durante ese periodo

de cambio la universidad se integró en redes académicas transnacionales existentes y

contribuyó al desarrollo de nuevas redes de colaboración y circulación del conocimiento.

Como saben, mi vida ha sido la de un académico universitario vinculado por mucho tiempo a la

Universidad de Puerto Rico y, específicamente, a la Facultad de Estudios Generales como

profesor, director y decano. Luego he continuado aportando en otras universidades como el

Centro de Estudios Avanzados de Puerto Rico y el Caribe y en la Universidad Carlos Albizu,

donde dirijo el Bachillerato Interdisciplinario. Los Estudios Generales o la educación general

como la conocemos en Puerto Rico ha sido parte muy importante de mi trayectoria académica

desde que ingresé como estudiante en la universidad y me ha interesado entender los orígenes

y desarrollo de este proyecto académico e intelectual. Lo que presento es un esbozo de una

investigación en curso sobre este tema.

Movimientos y redes

Para comenzar a abordar este tema es necesario ver a los Estudios Generales como un

movimiento intelectual portador de una visión humanística sobre la universidad. Este

movimiento tenía que ver no solamente con el componente de educación general, sino que

buscaba una transformación renovadora de la educación superior, sobre todo del nivel

subgraduado. Ya he explicado en otro lugar que el movimiento, aunque también conocido como

el de la educación general, adoptó el antiguo concepto de la universidad europea en sus

orígenes, Studium Generale, ya que, entre otras cosas, buscaba recuperar la misión intelectual

y cultural de la universidad a partir de una crítica de la educación universitaria existente en los

diversos contextos nacionales en que se desarrolló.

Aunque tuvo sus inicios en Estados Unidos en la década del 20, se trató de un movimiento de

envergadura transatlántica que desarrolló importantes nexos intelectuales e institucionales en

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Europa, el Caribe, Centroamérica y América Latina. El movimiento de la educación general o

de los Estudios Generales se desarrolló en forma de redes académicas e institucionales, a

veces superpuestas o interconectadas. Esas redes eran de carácter personal, de flujos y

tránsitos internacionales, de universidades y fundaciones, de eventos, de editoriales y

publicaciones, y aun redes políticas, formando una “macrored” transnacional de los Estudios

Generales. El movimiento llegó a tener tanta relevancia que, al concluir la Segunda Guerra

Mundial, contó con auspicio gubernamental en el contexto de la Guerra Fría proponiéndose

como modelo de universidad democrática para reconstruir el sistema universitario de países

como Alemania o en regiones como la América Latina.

Puerto Rico se insertó en ese movimiento a partir de la década del cuarenta, por iniciativa de

Jaime Benítez y sus colaboradores, como un importante nodo caribeño con vocación de actuar

de mediador entre España y Estados Unidos, así como promotor del nuevo modelo académico

en Centroamérica y América Latina. Sin restarle importancia al papel de Jaime Benítez, la

participación de la Universidad de Puerto Rico en esas redes expresó un amplio consenso

universitario sobre el carácter de la reforma universitaria en sus aspectos académicos, aunque

no necesariamente en sus estructuras de gobernanza. Este consenso no comenzó a mostrar

disensos hasta los años sesenta y setenta. Por esto, además de Benítez, contó con otros

académicos importantes como Angel Quintero Alfaro y Domingo Marrero Navarro.

El papel internacional de Puerto Rico en la proyección de este movimiento nos ofrece la

oportunidad de estudiar un proceso intelectual e institucional puertorriqueño colocándolo en un

amplio escenario internacional de alcance transatlántico. Me voy a circunscribir temporalmente

al período de surgimiento y auge del movimiento de los Estudios Generales por razones de

tiempo. Hoy en día, en un mundo cada vez más más interdependiente y globalizado, todas las

universidades, públicas o privadas, deben proyectarse internacionalmente a través de redes

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académicas. Por esto, quizás sea valioso recuperar la experiencia histórica del movimiento de

la educación general.

Debemos aclarar, antes de proseguir nuestro análisis, el sentido en que utilizamos el concepto

de “movimiento intelectual”. Luego de los eventos de mayo de 1968 en Francia, se produjo una

amplia teorización por sociólogos a ambos lados del Atlántico sobre los “nuevos movimientos

sociales”. Mario Diani, en un texto en que pasó balance de esos análisis, menciona cuatro

aspectos principales de un movimiento social: 1. existencia de redes de relaciones informales,

2. creencias compartidas y sentido de solidaridad, 3. acción colectiva en asuntos conflictivos y

4. acción mayormente fuera de la esfera institucional y de los procedimientos rutinarios de la

vida cotidiana. Otros autores han recalcado la importancia del tema de la identidad colectiva en

la bibliografía sobre movimientos sociales. Algunas de estas dimensiones generales son

pertinentes para definir un movimiento intelectual, pero no logran captar plenamente su

especificidad.

Scott Frickel y Neil Gross propusieron una teoría general sobre lo que denominaron

“Movimientos Científicos/Intelectuales” (o SIM por sus siglas en inglés). Según Frickel y Gross,

un movimiento científico presupone un núcleo conceptual con un programa coherente para el

cambio intelectual y el avance del conocimiento, prácticas intelectuales que son controversiales

en cuanto a las expectativas normativas en un campo intelectual o científico, la capacidad de

manejo de recursos escasos (aspecto político) y la acción colectiva organizada. Según ellos,

los SIM tienden a tener un carácter episódico o transitorio y pueden tener metas amplias o

restrictas.

También es pertinente para la comprensión del movimiento de la educación general el

concepto de “red intelectual transnacional” utilizado por Christophe Charle, Jurgen Schriewer y

Peter Wagner en un libro reciente de ensayos sobre redes académicas titulado Transnational

Intellectual Networks, Forms of Academic Knowledge and the Search for Cultural Identities. En

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este interesante libro se explora el carácter transnacional del conocimiento y la formación de

redes intelectuales en distintas disciplinas como la sociología, las matemáticas, de instituciones

como el Instituto Pasteur, interuniversitarias como entre las universidades de Berlín y París, o

movimientos historiográficos como los Annales. Los autores señalan que “all cross-border

exchange and internationalisation is effected via a specific social form.” En Transnational

Intellectual Networks se desarrolla también el concepto de cartografías intelectuales.

En el caso de América Latina, Eduardo Devés ha usado el concepto de red intelectual para

analizar diversos movimientos como el Aprismo, la Teosofía, el Arielismo y el Cepalismo. Este

historiador de las ideas define una red intelectual como “un conjunto de personas ocupadas en

la producción del conocimiento, que se comunican en razón de su actividad profesional a lo

largo de los años”. La forma de comunicación puede ser variada pero el aspecto temporal es

crucial para distinguir los encuentros esporádicos o casuales de la existencia de una red. Otros

autores como Claudio Maíz, uno los colaboradores de Devés, Marta Casaús, Ricardo Melgar-

Bao y otros, han aplicado el concepto de red para estudiar movimientos literarios, artísticos y

político-religiosos.

El concepto de red, además, como señala Diani, se desarrolló en los estudios sobre

movimientos sociales. Se podría decir que todo movimiento, incluyendo los intelectuales y

académicos, conlleva la construcción de redes de diverso tipo. Los movimientos intelectuales y

científicos presuponen una comunidad de acción que cristaliza como redes en que se articulan

diversos actores (no solamente académicos individuales, como plantea Devés), recursos y

canales de comunicación. Este es el caso del movimiento de la educación general.

El movimiento de la educación general en los Estados Unidos: de los cursos de “orientación” de Columbia College y el College de la Universidad de Chicago de Hutchins al Red Book de Harvard

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Anne Stevens, en un ensayo sobre la trayectoria del movimiento de la educación

general en Estados Unidos, explica que en los inicios existía un grupo de académicos

en las universidades de Chicago y Columbia que se autodenominaba “el movimiento de

la educación general” y que se veían a sí mismos como agentes de cambio en la

educación subgraduada.

Aunque Robert Hutchins, a través de su New Plan impulsado desde la presidencia de

la Universidad de Chicago, y luego desde otras posiciones, jugó un papel de liderato en

el movimiento de los Estudios Generales, sería un error atribuírselo a él o a la

Universidad de Chicago. De hecho, la gestación del movimiento es anterior a la

presidencia de Hutchins en Chicago. Las universidades de Columbia y Chicago,

ubicadas en centros urbanos de gran poder económico, se disputan el protagonismo en

la fundación del movimiento de la educación general.

El sociólogo Daniel Bell en un libro titulado The reforming of General Education

publicado en 1966 analiza la experiencia de Columbia en la educación general y cita un

informe del Carman Committee de 1946 que señala que la educación general comenzó

en Columbia con el establecimiento en 1919 del curso de Contemporary Civilization y

tres secuencias de dos años en las ciencias sociales, las ciencias naturales y las

humanidades. Estas innovaciones fueron impulsadas por el destacado profesor John

Erskine. Según Bell, fue en esa universidad que comenzó “a quiet and gradual

revolution in undergraduate education… throughout the United States”. Para Bell este

cambio respondió a tres factores: la lucha contra la tradición alemana de la universidad

con su énfasis profesionalizante, el abandono de un clasicismo ésteril que imitaba el

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modelo inglés, y el cambio en la composición del cuerpo estudiantil a medida que los

hijos de los inmigrantes comenzaron a prevalecer intelectualmente.

Donald N. Levine, el destacado sociólogo de la Universidad de Chicago, también ha

señalado que el movimiento surgió en los años 20 y se difundió por diversas

universidades y colleges como Columbia University, Antioch, Lawrence, Reed, y

Swarthmore. Los intelectuales estadounidenses que Levine menciona como parte de

ese movimiento representan un elenco sumamente destacado que abarca diversas

disciplinas.

Robert Maynard Hutchins llegó a la Presidencia de la Universidad de Chicago en 1929,

luego de haberse destacado como un joven líder académico innovador en el decanato

de la Escuela de Leyes de Yale. Cuando Hutchins inició su gestión en Chicago ya se

estaba gestando entre los docentes una propuesta curricular alternativa de Estudios

Generales que el nuevo presidente impulsará. El filósofo Mortimer Adler, que había

pasado por la experiencia del curso de Contemporary Civilization de Columbia, se

convirtió en un colaborador cercano de Hutchins que le ayudó a conceptualizar el

nuevo programa subgraduado, Hutchins encontró apoyo en un sector del profesorado

de Chicago, así como una fuerte resistencia de una mayoría que se adhería a posturas

positivistas y pragmáticas en la línea de John Dewey.

Desde fines del siglo XIX estaba en ascenso en la educación superior estadounidense

el modelo de la universidad alemana de investigación propugnado por Alexander von

Humboldt en lo que se conoce como el University Movement. Ese modelo de

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universidad de investigación encontró expresión en la fundación de la Universidad

Johns Hopkins en 1876, así como en Stanford y la Universidad del Sur de California. El

movimiento de la educación general insurge frente al modelo alemán de universidad y a

lo que se consideraban debilidades y deficiencias del sistema universitario

estadounidense, a pesar de la notable expansión que había logrado durante el siglo 19

y principios de 20.

Abraham Flexner, en un escrito de 1930 se lamentaba del “low quality of college

education”, el bajo nivel cultural de los estudiantes egresados de la escuela superior, el

culto desmedido a los deportes, la mercantilización de la educación universitaria y la

trivialización de un currículo poblado de un gran número de cursos vocacionales

“absurdos”, entre otras cosas. Según él, había excepciones, pero el cuadro general no

era alentador.

La otra propuesta de reforma de los estudios subgraduados a principios de siglo 20 fue

el Progressive Education Movement que promovió John Dewey y que tenía una

concepción distinta de lo que debía ser la experiencia universitaria. Entre Dewey y

Hutchins se produciría un ráspido debate sobre la educación subgraduada que no

podemos discutir aquí pero que expresaba los diferentes enfoques entre movimientos

divergentes.

La propuesta de Hutchins significó la revaloración de la educación subgraduada y su

fortalecimiento académico. Para 1931 se habían establecido en Chicago cuatro cursos

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requisitos de educación general bajo el llamado New Plan de Hutchins. Eventualmente

se estructuró un programa de educación general que abarcará los primeros dos años

de estudios. A partir de 1937 se creó un College de cuatro años (incorporando por un

tiempo los dos últimos años de la escuela superior de la universidad) que se convertirá

formalmente en el College de Chicago en 1942. En 1936, Hutchins expuso su

propuesta en el muy influyente libro The Higher Learning in America, donde planteó

que la educación general era un antídoto al ambiente anti-intelectual que prevalecía en

las universidades y era necesaria para conocer los fundamentos de las disciplinas.

Para fines de los treinta el modelo de la educación general había cobrado fuerza en la

educación superior en Estados Unidos más allá de Chicago y Columbia. Un artículo de

1938 de B. Lamar Johnson ya mencionaba como parte del movimiento de reforma

curricular al General College de la Universidad de Florida, el General College de la

Universidad de Minnesota, Mount Pleasant (Michigan) State Teachers College, Hendrix

College y Stephens College. Un trabajo reciente de Kevin Zayed argumenta que el

movimiento de la educación general no fue impuesto desde “arriba” por universidades

prestigiosas sino que se desarrolló en forma de una matriz de relaciones diversas.

El movimiento de la educación general se identificó fuertemente en Estados Unidos con

la enseñanza a través de la lectura de Grandes Obras de la cultura occidental, un

movimiento iniciado por el profesor John Erskine en Columbia y continuado por su

discípulo Mortimer Adler y el propio Hutchins. Un dato muy revelador es que fue el

director del General Honors course de Columbia, Rexford G. Tugwell, quien le

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encomendó en 1927 a Mortimer Adler que revisara la lista de Grandes Obras

preparada por John Erskine. Sin embargo, en el movimiento habían tendencias que

divergían de esta corriente.

En 1947, el Senador William Benton le pidió a Hutchins que hiciera una lista definitiva

de Grandes Obras de la cultura occidental. Ese fue el inicio del ambicioso proyecto de

la Enciclopedia Británica Great Books of the Western World, que editó Hutchins con la

colaboración de Mortimer Adler y que para 1952 había publicado 54 volúmenes de

obras clásicas. El Comité Consultivo del proyecto incluyó, además de los editores

principales, a John Erskine, Mark Van Doren, Scott Buchanan, Stringfellow Barr y

Alexander Meiklejohn.

Luego de dejar la presidencia (1929-1945) y la rectoría (1945-1951) de la Universidad

de Chicago, Hutchins ocupó otras posiciones claves, como la dirección asociada de la

Fundación Ford, desde donde continuó impulsando el movimiento de la educación

general y diversas causas democráticas. La Rockefeller Foundation también promovió

el modelo de los Estudios Generales internacionalmente. Jaime Benítez usó muy

eficazmente su influencia con estas fundaciones, promoviendo, por ejemplo, un

proyecto de Julián Marías.

Entre otras iniciativas de Hutchins está la creación del muy importante Aspen Institute

for Humanistic Studies junto con Walter Paepke, un exitoso empresario mecenas de las

artes quien había financiado el establecimiento del nuevo Bauhaus en Chicaho bajo su

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amigo Moholy-Nagy, y otros influyentes auspiciadores, lo cual propició un encuentro

con José Ortega y Gasset durante la celebración del bicentenario de Goethe en 1949.

Jaime Benítez fue facilitador de este encuentro de amplias repercusiones. Misión de la

Universidad se había publicado en 1944 en versión inglesa por la Universidad de

Princeton, siendo reseñada muy favorablemente por Hutchins. El evento de Aspen

tuvo mucho que ver con los aspectos culturales de la fundación de la República Federal

Alemana y la reconstrucción de su sistema universitario, incluyendo el proyecto de

promover para esto el modelo del College de Chicago.

La correspondencia entre Paepke y Ortega ilustra cómo se fueron enlazando dos redes

transatlánticas ya que el concepto para el instituto de Aspen tuvo mucho que ver con el

Instituto de Humanidades fundado en Madrid por José Ortega y Gasset y Julián Marías

en 1948. Ortega aportó a la idea de Aspen en una detallada propuesta que le envió a

Paepcke.

Mortimer Adler, quien acompañó a Hutchins en diversos proyectos de los tiempos de lo

que llamó “the Chicago Fight” y también participó en el proyecto de Aspen, continuaba

activo a principios de la década de los ochenta cuando fundó el Paideia Program, una

ambiciosa propuesta educativa que incorporó a muchos académicos reconocidos. De

manera que el movimiento de la educación general había generado así nuevas

instituciones y redes institucionales abarcando a importantes instituciones culturales.

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Otro hito en el desarrollo del movimiento fue el informe sobre educación general

preparado por la prestigiosa Universidad de Harvard y publicado como libro en 1946

bajo el título General Education in a Free Society, conocido también como el Harvard

Red Book, y en cuya redacción jugó un papel importante el presidente de Harvard

James Bryant Conant. El informe había sido comisionado por el propio Conant en

1943. Este académico había dirigido el National Defense Research Committee durante

los años de la guerra y jugado un papel clave en el Proyecto Manhattan junto con

Vannevar Bush. Luego fue el primer embajador de Estados Unidos en Alemania

Occidental donde se trató de impulsar el modelo de la educación general para la

reforma de las universidades alemanas en la posguerra, generando un fuerte debate.

Mencionamos de paso que mientras Conant estaba de embajador en Alemania, el

embajador en Grecia durante los primeros álgidos años de la Guerra Fría lo era William

H. McNiell, destacado historiador de la Universidad de Chicago, a quien todos

conocemos por su texto sobre civilización occidental que se usó por muchos años en

Puerto Rico.

Con este informe la educación general recibía un endoso clave en el contexto del fin de

la guerra de otra universidad de gran prestigio y de académicos ubicados en puesto

claves como Conant. El documento de Harvard, sin embargo, tomó distancia frente a

la orientación “occidentalista” de la fórmula de Chicago, adoptando una postura más

abierta frente al tema de la cultura.

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El dinamismo de la educación general y también se evidenció en el año de 1946,

cuando se estableció el General College de la Universidad de Boston con un enfoque

distinto al de Hutchins. En 1946 se fundó también el Journal of General Education bajo

la dirección de Earl McGrath, quien como Conant, pasó a ocupar una posición de poder

al ser nombrado Secretario de Educación de Estados Unidos en 1949 por el presidente

Truman y mantenerse hasta 1953 con Eisenhower. No podemos abundar en este tema

de la relación entre el movimiento y el poder en la posguerra pero solo mencionemos

que hay en el Archivo Truman una foto del 23 de abril de 1955 donde aparece McGrath

como presidente de la Universidad de Kansas City otorgándole un doctorado Honoris

Causa a Luis Muñoz Marín en presencia del presidente Harry Truman.

España: Ortega y la reforma imposible

España es el principal referente europeo del movimiento de la educación general,

particularmente por la aportación de José Ortega y Gasset al pensamiento sobre la

universidad y por las amplias redes intelectuales en que participaba en Europa y

América. El otro intelectual europeo que jugó un papel muy importante en la posguerra

fue Karl Jaspers con su visión humanista de la universidad y su crítica a la universidad

autoritaria bajo el nazismo. El movimiento tuvo también impacto en la universidades

católicas europeas, pero es un tema que no podemos abordar aquí.

La aportación de Ortega tuvo como trasfondo las inquietudes y proyectos anteriores

sobre la universidad española de pensadores como Miguel de Unamuno, a pesar de las

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diferencias de Ortega con este, y Giner de los Ríos. Este último ejerció un papel

destacado en la formación intelectual de Ortega quién estudio en el Instituto Libre de

Enseñanza.

Aunque las ideas de Ortega sobre la educación superior están presentes en otros de

sus escritos anteriores, su visión sobre la universidad está contenida en dos textos

claves, ambos de 1930, La rebelión de las masas y Misión de la universidad, los cuales

deben considerarse obras fundacionales para el movimiento de los estudios generales.

Esas obras de 1930 están basadas en un diagnóstico de la universidad europea de la

época y de la española como instancia de ella. Como expresó en una conferencia en

la Universidad de Granada en 1932, “…no se puede aclarar lo que ha sido la

universidad española si no contemplamos su destino peculiar sobre el fondo de lo que

ha sido toda la Universidad europea.”

Aquí no podemos más que referirnos brevemente a estas obras. Según Ortega, en las

universidades europeas se había hecho dominante un cientificismo de raigambre

positivista, que ponía énfasis en la formación de científicos y relegaba las materias

humanísticas a la función de proveer una “cultura general” de valor ornamental. Para

Ortega, las materias generales habían quedado como un residuo de lo que había sido

la universidad medieval, una institución dedicada a la transmisión de la cultura. Era

vital que la institución recobrase su carácter fundamentalmente cultural e intelectual, sin

abandonar su papel en la formación profesional y el desarrollo de la ciencia, para lo

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cual proponía la creación de una Facultad de Cultura dedicada a la integración del

conocimiento.

Para Ortega, la reforma universitaria tenía la función de crear las condiciones

intelectuales para contrarrestar los movimientos autoritarios lo cual requería superar la

fragmentación del conocimiento que caracterizaba a la universidad europea moderna.

El contexto inmediato de Misión de la universidad fue la crisis universitaria bajo la

dictadura de Primo de Rivera. Cuando escribe, el fascismo ya estaba en ascenso en

las universidades italianas, mientras que en la URSS se masificaba la educación

superior a la vez que se consolidaba un modelo totalitario.

Sin embargo, al momento de escribir Misión de la Universidad, el propio Ortega

consideró que no había condiciones en España para una reforma del estado o de la

universidad. En poco tiempo la universidad española, como toda la sociedad, estaría

sumergida en la catástrofe de la Guerra Civil. La Universidad Complutense de Madrid,

por ejemplo, sería, literalmente, un frente de batalla. La guerra también provocó el

exilio de buena parte de la intelectualidad universitaria, la cual en algunos casos

contribuiría a la construcción de otras universidades como la UNAM o la UPR. Luego,

el franquismo purgaría las universidades de los académicos republicanos o bajo la

sospecha de serlo, entronizándose la mediocridad autoritaria en las instituciones

culturales españolas.

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El Instituto de Humanidades fundado en 1948 por Ortega y Julián Marías fue en

pequeño lo que estos intelectuales hubieran querido promover en las universidades.

Julián Marias destacó en un ensayo publicado en 1951 la labor docente en el Instituto

de Humanidades de Madrid que fundara con Ortega tres años antes, pero añadió “la

misión de esas formas nuevas no puede nunca sustituir a la Universidad” y que “la

universidad está entre la espada y la pared: la mejor situación para luchar”. Sobre el

estado de la universidad española señaló lo siguiente,

Sometida a presiones ilimitadas, politizada, devastada por las depuraciones, por las exigencias de afinidad política, por multitud de nombramientos en que las condiciones intelectuales contaban muy poco, apenas tenía semejanza con aquello en que había vivido ilusionadamente durante cinco años.

Era evidente que las propuestas de Ortega tampoco encontrarían espacio en las

universidades españolas de la posguerra, controladas intelectual y políticamente por el

franquismo y las corrientes del llamado nacional-catolicismo.

Las propuestas orteguianas para una reforma universitaria tuvieron mayor repercusión

en América Latina que en España. No podemos exagerar la importancia del

pensamiento Ortega y Gasset y la amplia difusión de su obra del otro lado de Atlántico.

El historiador Tzvi Medin, por ejemplo, ha destacado la amplitud de la difusión de sus

obras, incluyendo las que contenían sus propuestas educativas, como La rebelión de

las masas, que fuera publicada varias veces en grandes tiradas en Argentina. También

se debe destacar la importancia intelectual de sus visitas a Argentina en 1916, 1928 y

luego de 1939 a 1942. La Revista de Occidente fundada en 1923 fue otro canal de

comunicación para Ortega y su red intelectual transatlántica de filosofía. En la América

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Latina las ideas de Ortega sobre la universidad quedaron como un sedimento

intelectual que crearía condiciones fértiles para el desarrollo del movimiento de la

educación general en la posguerra.

Jaime Benítez y la búsqueda del encuentro

A Jaime Benítez le corresponderá vivir la efervescencia intelectual de Chicago.

Hutchins se convertirá para él en un modelo de intelectual y líder universitario, mientras

que investigaba para su tesis de maestría sobre José Ortega y Gasset, a quien

consideraba su maestro desde que conoció su obra en 1931. Las ideas de Ortega se

habían difundido en Puerto Rico desde la década de los treinta. Otro importante

intelectual puertorriqueño quien reconoció la relevancia del pensamiento de Ortega

para su obra fue Antonio S. Pedreira.

Benítez se verá como un intermediario entre la tradición hispánica orteguiana de

reforma universitaria y el movimiento de la educación general en Estados Unidos, a la

vez que trata de reconciliar ambos enfoques en su práctica universitaria al frente de la

Universidad de Puerto Rico. Hará de la universidad una plataforma para apoyar una

reforma universitaria en América Latina y Centro América cónsona con el modelo

implantado en Puerto Rico a partir de 1942, usando los canales políticos que se habían

creado con fuerzas afines al Partido Popular, que luego se le denominaría la “izquierda

democrática”, así como otras redes intelectuales como la del exilio español. La relación

con Ortega le dará acceso a la red de filosofía que tenía un carácter transatlántico.

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Benítez implantará el modelo de los Estudios Generales en su versión orteguiana al

crear la Facultad de Estudios Generales, como lo señala Domingo Marrero. Ese

modelo, además, se proyectó internacionalmente a través de diversas instituciones,

como la Revista La Torre y la Editorial Universitaria que Benítez encargó al destacado

intelectual español Francisco Ayala, quien a su vez mantenía vínculos con Ortega y su

grupo de colaboradores. En el grupo de exiliados también estaba Segundo Serrano

Poncela quien estaría vinculado a la creación de la Universidad Simón Bolívar y su

Decanato de Estudios Generales en Venezuela en 1972. Benítez también invitaría a

Puerto Rico a Julián Marías y Antonio Rodríguez Huéscar, dos cercanos colaboradores

de Ortega.

Costa Rica y Centro América: la “pieza clave”

El movimiento de los Estudios Generales llegará a América Latina por muy diversas

vías. El prestigioso ITAM de México, que estableció un Departamento de Estudios

Generales en 1969, tenía sus particulares redes aparentemente relacionadas con el

humanismo católico. El pensamiento católico progresista también tuvo que ver con su

desarrollo en el Perú vinculado al nombre de Felipe MacGregor, fundador de la

prestigiosa Universidad Católica. Jacques Barzun, José Luis Aranguren y Jacques

Maritain jugaron un papel en el movimiento de la educación superior católica. También

debemos mencionar que el principal filósofo católico sobre la universidad, John Henry

Newman, definió la universidad como Studium Generale. En Venezuela la red filosófica

orteguiana, de la cual el teórico de la universidad Ernesto Mayz Vallenilla era parte,

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jugó un papel en la fundación de la Universidad Simón Bolívar. En el caso de Puerto

Rico se desarrollaron diversos vínculos con América Latina pero su principal relación

fue con Costa Rica.

El modelo de los Estudios Generales estuvo presente en la discusión latinoamericana

sobre la reforma universitaria en la posguerra como lo demuestra el libro La universidad

en el siglo XX que se publicó en Lima en 1951, conmemorando el cuarto centenario de

la Universidad Nacional Mayor de San Marcos. La edición estuvo a cargo de Carlos

Cueto Fernandini, entonces Decano de Educación, e incluyó escritos de muy

destacados intelectuales de Europa, Estados Unidos y América Latina, convocados por

la Universidad de San Marcos en aquella histórica ocasión para pensar el futuro de la

universidad. Entre los intelectuales latinoamericanos se contaban Juan David García

Bacca de Venezuela, Jorge Basadre del Perú, Fernando Azevedo de Brasil, Rodolfo

Mondolfo, italiano exilado en Argentina y colaborador de la revista La Torre, y Alfonso

Reyes de México, para mencionar algunos. García Bacca era un filósofo muy cercano a

Ortega y Gasset y promotor de sus ideas en Venezuela. De los latinoamericanos,

Fernando Azevedo, muy vinculado al pensamiento de Dewey, expresó un punto de

vista disidente.

También participaron James Bryant Conant de Harvard, Julián Marías de España, y

Francesco de Vito, quien fuera el primer presidente de la Universidad Sacro Cuore de

Milán. El puertorriqueño Pedro A. Cebollero, de la División de Educación de la Unión

Panamericana, basó su presentación sobre la formación de liderato en Ortega e hizo

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referencia al “plan de Chicago”. Esta publicación de la universidad de San Marcos fue

evidentemente la culminación de un gran proyecto que aspiró a reflejar el estado de la

discusión sobre la universidad en tres continentes.

El triunfo en 1948 del movimiento de José Figueres en Costa Rica, con el cual el

Partido Popular Democrático tenía estrechos vínculos, creó las condiciones para una

abarcadora reforma universitaria que incorporó a los Estudios Generales como

elemento central. Rodrigo Facio, muy influyente en los cambios universitarios, era un

cercano colaborador de José Figueres y uno de los fundadores del Partido Social

Demócrata en 1945 y el Partido de Liberación Nacional en 1948.

La reforma costarricense se aprobó el 25 de noviembre de 1952 por el Consejo

Universitario y fue ratificada por unanimidad por la Asamblea Universitaria que

constaba de 300 miembros de todos los sectores. Facio explica los objetivos de la

reforma en Costa Rica de la siguiente manera: “¿Qué era lo que se pretendía, qué en

concreto, lo que se buscaba? Hacer de la diversidad, Universidad; del archipiélago,

continente; de las partes, un todo”.

En virtud de la reforma universitaria impulsada por el Rector Rodrigo Facio se creó en

1957 la Facultad de Ciencias y Letras y, en ella, el Departamento de Estudios

Generales. Esa reforma constituyó una refundación de la universidad. El modelo de los

estudios generales se afianzó a partir de ese momento en el sistema de educación

superior del país y Costa Rica se convirtió en ejemplo para el resto de Centroamérica.

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El momento de la fundación de la Facultad de Ciencias y Letras y el Departamento de

Estudios Generales se recoge en una publicación titulada Teoría de los Estudios

Generales cuyo contenido nos revela algunas de las fuentes intelectuales de la

reforma. La publicación refleja el carácter de red transatlántica del movimiento de la

educación general o los estudios generales, que estaba cobrando fuerza en la Europa

de la posguerra y a la cual Costa Rica se integraba por vía de su reforma universitaria.

La publicación es una especie de mapa intelectual del movimiento de los Estudios

Generales con textos de Ortega y Karl Jaspers, el análisis de la trayectoria de la

reforma de Hutchins en Estados Unidos, un balance de los esfuerzo en Alemania y,

muy significativamente, entre las principales autoridades se encuentra Ángel Quintero

Alfaro.

El ejemplo de Costa Rica fue importante para la difusión del modelo de estudios

generales en Centroamérica, particularmente en Nicaragua y Honduras. Carlos Macías,

un intelectual hondureño que impulsó el nuevo paradigma educativo, menciona otros

factores que incidieron en su adopción en Honduras. El Consejo Supremo Universitario

Centroamericano (CSUCA), fundado en 1948, y una misión de la UNESCO de 1962

también contribuyeron a promover cambios en las universidades de la región. La misión

de la UNESCO destacó el carácter académicamente renovador del programa. En

1961, el consultor educativo estadounidense Rudolph P. Atcon propuso crear

programas de Estudios Generales en Centro América pero ya la Guerra Fría

condicionaba fuertemente el debate universitario y los Estudios Generales fueron

suprimidos en Guatemala y el Salvador pero se mantuvieron en Costa Rica, Nicaragua

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y Honduras. No podemos reconstruir aquí esa historia de la difusión del movimiento en

América Latina, pero como hemos visto Puerto Rico jugó un papel muy destacado.

La internacionalización de las universidades es un componente ineludible de toda

gestión universitaria. Puerto Rico supo ubicarse en varias redes internacionales

intelectuales y académicas de envergadura transatlántica. El movimiento de los

Estudios Generales, que se expresó en una macrored transatlántica, fue uno de los

principales vehículos para la proyección internacional de la Universidad de Puerto Rico

por varias décadas. Al recuperar esa experiencia, no se trata de cultivar la nostalgia,

sino de estudiar un ejemplo de cómo se puede ejercer liderato en la educación superior

para que el país se integre fecundamente en un mundo en que las redes intelectuales

internacionales son vasos comunicantes de una comunidad transnacionalizada.