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Que Dios te haga grande, México Olga Frangie de Harfuch con la colaboración de la doctora Martha Díaz de Kuri

QUE DIOS TE HAGA - DEMAC · gozaba también de sus relatos, pues eran de los pocos instantes en que la veíamos sonreír. Pero cuando habla-ba de los abuelos, su rostro se ensombrecía

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Que Dios te haga grande,México

Olga Frangie de Harfuch

con la colaboración de ladoctora Martha Díaz de Kuri

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Que Dios te haga grande, México

México, 2006

Que Dios te haga grande,México

Olga Frangie de Harfuch

con la colaboración de ladoctora Martha Díaz de Kuri

Premios DEMAC 2005-2006

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Olga Frangie de Harfuch

Que Dios te haga grande, MéxicoporOlga Frangie de Harfuch

© Derechos Reservados, primera edición, México, 2006, porDocumentación y Estudios de Mujeres, A.C.José de Teresa 253,Col. Campestre01040, México, D.F.Tel. 5663 3745 Fax 5662 5208Correo electrónico: [email protected]

[email protected]

Impreso en México

ISBN 968-6851-61-5

Queda prohibida la reproducción parcial o total de esta obra por cualesquiera de losmedios –incluidos los electrónicos– sin permiso escrito por parte de los titulares delos derechos.

Primera edición, noviembre 2006

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Que Dios te haga grande, México

ÍNDICE

El olor de la hierbabuena...........................................

Mis padres ...................................................................

Pachuca ........................................................................

Nuestra primera casa en México ..............................

El regreso a Líbano.....................................................

Que Dios te haga grande, México ............................

El restaurante ..............................................................

La vida familiar ...........................................................

La primera boda .........................................................

Un viaje en avión ........................................................

Mi marido ....................................................................

Mis hijos.......................................................................

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Boda y sepelio .............................................................

El Emir .........................................................................

Nuestro propio restaurante ........................................

Más cambios ................................................................

La Gruta Ehden ..........................................................

El señor presidente .....................................................

Hay penas que ni con pan son menos ......................

Ahora ...........................................................................

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EL OLOR DE LA HIERBABUENA

Cuando era niña me encantaba escuchar a mamá con-tándonos, a mis hermanas y a mí, historias de Líbano. Ala hora de dormir, y antes de rezar, acostumbraba plati-carnos sobre su infancia: de la higuera enorme que ellay su hermano trepaban para cortar los frutos que gotea-ban miel, la imagen del Sagrado Corazón de Jesús en lacabecera de su cama y del olor de la hierbabuena queinundaba el patio de su casa después de la lluvia. Mamágozaba también de sus relatos, pues eran de los pocosinstantes en que la veíamos sonreír. Pero cuando habla-ba de los abuelos, su rostro se ensombrecía como si tu-viera una aguja clavada en el corazón, y con un pañueloblanco se cubría los ojos. Mi abuela, su madre, habíamuerto de un dolor en el costado cuando mamá era niña.El abuelo se había quedado muy triste, pero poco despuésse casó con una mujer que nunca quiso a sus hijos.

Yo tendría entonces cinco o seis años y anhelaba via-jar, subirme a un barco igual al que había traído a mispapás, cruzar el mar para llegar a Zgarta a conocer alabuelo y a los tíos y primos de los que mamá guardabaretratos en una caja de madera con cuadritos de muchoscolores, en la que también había estampas, un rosario ycartas que ella leía y releía por las noches. Yo quería ver

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Adela y Fuad Frangie recién casados. Zgarta, Líbano.

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también las montañas nevadas, los cedros y ese cielo azulturquesa que mamá nos describía.

Ésos son los primeros recuerdos que tengo de mi in-fancia. Ahora, setenta y cinco años después, el olor de lahierbabuena todavía me transporta al patio de la casitade Zgarta, al que mamá jamás regresaría.

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MIS PADRES

Papá era guapo, nunca perdió su aspecto juvenil: alto, del-gado, usaba camisas blancas y un bigote cortito, se lla-maba Fuad Frangie Saade y nació un poco antes de queterminara el siglo XIX. Mamá, Adela Duayhe, que llegóal mundo al empezar el siglo XX, era robusta, de manosgruesas y oscuros cabellos recogidos en la nuca; su voz erasuave, jamás la oí gritar. Ella vestía casi siempre de negroy su rostro tenía permanentemente una extraña mezclade bondad y cansancio.

A él lo recuerdo conversando con sus amigos, tomandocafé y jugando cartas. A ella, trabajando en la cocina;nunca se dio permiso de descansar ni tampoco se quejó.

Según me contaron, los dos nacieron en un poblado alnorte de Líbano llamado Zgarta, muy cerca de Ehden,un lugar hermoso y muy fresco, donde todos pasaban elverano. Las familias de ambos se conocían y habían te-nido desavenencias. Papá pidió en matrimonio a mamácuando ella tenía más de veinte años, casi una soltero-na. Como se acostumbraba entonces, la boda fue unafiesta de todo el pueblo. Al año siguiente nació mi herma-na Charlotte, y poco tiempo después mis padres decidie-ron dejar Líbano, en parte por el azote de los turcos quehostilizaban a los cristianos, pero también, como muchos

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otros paisanos, porque deseaban establecerse en un lu-gar donde hubiera más oportunidades de trabajo y don-de la familia, que empezaban a formar, tuviera un mejorfuturo.

Cuando se decidieron a dejar Líbano, empacaron todolo necesario. Mamá viajó con un baúl en el que traía,además de ropa, el yedden,1 la cafetera de cobre, los mol-des del kepbe2 charola y la cuchara de madera para darleforma al mamul.3 Llegaron a Beirut en una carreta tiradapor un caballo, pues entonces no había carreteras bue-nas, sólo caminos de tierra. Ahí tomaron el vapor rum-bo a Marsella, para después viajar a América.

Un día le pregunté a mamá si había sentido miedo aldejar su casa para embarcarse hacia lo desconocido. Mecontestó que no podía sentir miedo viajando con papáy con la bendición de Dios.

El viaje fue largo e incómodo, pues compraron boletosde segunda y viajaban con una bebita, mi hermana Char-lotte. Mamá traía alimentos de Líbano: aceitunas, pista-ches y mucho pan, que se agotó en el camino. Charlottetenía seis meses, y no se daba cuenta de que se estabaalejando de su casa, tampoco entendía lo que significa-ba dejar atrás su país para llegar a un lugar desconocidodonde se hablaba otra lengua.

Llegaron a Cuba, porque en La Habana papá teníaun hermano que había emigrado hacía dos o tres años.

1 Mortero que se usaba para moler la carne para preparar el kepbe.2 Trozo de carne molida con trigo, cebolla y especias.3 Dulce de harina de sémola relleno de nuez o dátil.

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Mi papá empezó a trabajar con mi tío en el comercio. Alaño nací yo y, al poco tiempo, inesperadamente muriómi tío, nunca supimos de qué. Mis padres, no supieronqué hacer, pero se enteraron de que en México vivíanvarias familias conocidas de Zgarta y decidieron viajarhacia allá con sus dos hijas, Charlotte y yo.

Otra vez un barco de vapor, pero ahora en una trave-sía muy corta. Entonces yo era muy pequeña y no meenteré de nada, pero después me contaron que en Vera-cruz nos recibió don Domingo Kuri, un paisano que bon-dadosamente facilitaba a los compatriotas el trámite dela llegada. Él le informó a papá que en Pachuca vivíanvarias familias de Zgarta que estaban bien establecidas,le explicó la forma de llegar y creo que hasta le comprólos boletos del tren.

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PACHUCA

No tengo recuerdos de Pachuca, donde sólo estuvimosdos o tres años. Ahí, mis padres se iniciaron en el comer-cio ambulante y nació mi hermana Jape, la noche del 15de septiembre de 1929. Mi papá siempre platicaba, muyorgulloso, que la primera mexicana de la familia Frangiehabía escogido para nacer precisamente el día de la In-dependencia de México. En Pachuca aprendió Jape acaminar y a sonreír como lo haría siempre.

Mamá platicaba que le gustó mucho Pachuca porqueel cielo era tan azul como en el bled,1 había muchos pai-sanos y la gente de México era muy buena. No le costótrabajo adaptarse, ya hablaba un poco de español y mipapá, que lo aprendió más pronto, le ayudaba cuandoella no entendía. Pachuca tenía un mercado muy boni-to, la vida era tranquila y la gente muy honrada. Por lastardes se reunían a platicar con las familias libanesas quevivían en Hidalgo: Saade, Morillo, Bejos, Duayhe y Ka-ram. La mayoría de los señores se dedicaban a la ventaambulante, recorrían la ciudad y los pueblos vecinos ofre-ciendo cortes de tela, chales, cobijas y artículos de mer-cería que venían a comprar a la ciudad de México. Lavida no era fácil, pero entonces todos se ayudaban.

1 Mi país, mi hogar.

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NUESTRA PRIMERACASA EN MÉXICO

Después nos vinimos a México. Según mis cálculos, yotendría unos cinco años. Nos instalamos en un departa-mento pequeño en la calle de Uruguay, cerca de CorreoMayor, que era la calle más importante de la zona, puesahí estaban los comercios de libaneses, judíos y españo-les: mercerías, boneterías, tiendas de telas, vinaterías yabarrotes. En el edificio vivían muchas familias de pai-sanos con los que nos empezamos a relacionar. Los te-chos eran muy altos, los pisos de mosaicos de coloresformaban figuras y había un corredor con helechos quemi mamá regaba muy temprano. En ese lugar se colga-ban las bolsas con el jocoque y a mí me gustaba mirarlas gotas de suero que caían.

Como en Pachuca, mis padres vivieron primero delcomercio; le compraban cortes de tres metros de tela aun señor que les tenía confianza, y se iban a vender encolonias y pueblitos cercanos, casi siempre iban los dosjuntos. Vendían en abonos, y como la gente era enton-ces muy confiable, nadie les quedaba a deber. Le deja-ban a una persona dos o tres cortes y ellos regresabancada semana a cobrar el abono. Entonces la gente acos-tumbraba hacer su propia ropa, porque no había tanta

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ya hecha, como ahora. En esos años, muchos paisanoshacían lo mismo, salían a vender artículos en abonos, ycada quien tenía su ruta y su clientela.

Era un trabajo muy pesado, tenían que caminar mu-cho cargando los bultos de telas; también tomaban ca-miones cuando iban lejos. Así estuvieron durante uno odos años, después decidieron poner un comedor al quevenían los paisanos; era como un restaurante chiquito.Lo hicieron porque mi mamá era muy buena para coci-nar y le gustaba mucho hacer nuestra comida. Tambiénporque al quedarse en casa, nos cuidaba muy bien.

Al principio sólo había tres mesas que siempre estabanllenas de comensales, después lo fueron agrandando.

Mi mamá tenía muy buena sazón y cocinaba rápido.En un ratito ahuecaba un cerro de calabacitas, y en otrorato ya las tenía rellenas de carne y arroz, hirviendo enla estufa. Nuestra casa olía siempre a la pimienta queella misma preparaba. Molía en un mortero: canela, nuezmoscada, comino, clavo, jengibre y varias clases de pi-mienta que compraba en La Merced. Mamá sabía hacertoda la comida de Líbano; como todas las niñas, habíaaprendido desde muy chica. Nos contaba que, cuan-do apenas empezaba a caminar, mi setto1 la ponía a lim-piar las lentejas y los garbanzos y a exprimir el trigopara el kepbe.

Mamá era muy limpia y ordenada, en la pared de la co-cina colgaba las ollas y le gustaba tenerlas como nuevas;

1 Abuelita en árabe.

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no consentía ni una pequeña manchita. A mis hermanasy a mí nos enseñó a tallarlas por dentro y por fuera conpolvo de piedra pómex y una fibra delgadita.

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EL REGRESO A LÍBANO

Mi papá, como todos los paisanos, soñaba con regresarun día al bled. Muy pocos pudieron hacerlo: el viaje eramuy largo, la situación económica difícil, los hijos esta-ban en el colegio y no podían dejar solo el negocio. Enfin, no era fácil, pero mi papá tenía nostalgia y pensóen que la familia se dividiera: Charlotte y yo iríamoscon él, mientras Jape y mi mamá se quedarían en el restau-rante, porque no convenía cerrarlo; ya tenían muchosclientes y dejaba lo del gasto diario. Mi papá, con unabuena parte de los ahorros, pondría un negocio en Líba-no y, mientras éste dejaba lo suficiente, mi mamá nosenviaría algo de dinero del restaurante. Si nos iba bien,mandaríamos por Jape y mi mamá, si no, regresaríamosa México.

Apenas me acuerdo de la despedida. La noche antesde irnos, vinieron a casa muchos amigos de papá, le traje-ron cartas para sus familiares y algunos encargos parallevarles. Mientras ellos tomaban café, mamá se sentóen la orilla de mi cama y nos dio muchos consejos: nohablar con desconocidos en el barco, portarnos bien,ser buenas con mi yiddo1 y rezar todas las noches. Estaba

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1 Abuelo en árabe.

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nerviosa, la mano le temblaba cuando se llevó el pañue-lo a los ojos para secar sus lágrimas, después nos abrazómuy fuerte y salió del cuarto para llevar más café a lasvisitas. A la mañana siguiente salimos muy tempranorumbo a Veracruz.

Tengo muy buenos recuerdos del barco, aunque ahorasupongo que no era nada cómodo, porque viajamos conboleto de segunda. Charlotte y yo nos divertimos mu-cho jugando en cubierta y viendo el mar, mientras papáplaticaba con algunos compañeros de viaje.

A nuestra llegada no sentimos ninguna diferencia, estaren Líbano era como estar en México, pero con otrospaisajes. No tuvimos problema con el idioma, en casa sehabló siempre en árabe, pero ni Charlotte ni yo sabía-mos escribirlo ni leerlo. La familia fue muy cariñosa, miyiddo estaba feliz de vernos y conocimos muchos tíos yprimos. El pariente que recuerdo con más claridad es ami tío Fuad, hermano menor de mi mamá que tenía unadulcería: Pâtisserie Duayhe, que aún existe. Tío Fuad te-nía los mismos ojos bondadosos de mamá y venía pornosotros en las tardes para llevarnos a su negocio, ahí nosdaba un vaso de jugo de naranja y nos dejaba comertodo el dulce que queríamos. Había unas charolas enor-mes con dedos de novia y macrum;2 en un cuartito, de-trás del mostrador, dos señoras hervían la miel para elawaimet3 y horneaban los pasteles de dátil. Mi tío nos

2 Especie de buñuelos de harina de trigo con anís y ajonjolí.3 Buñuelos en forma de esferas que se bañan en miel; se acostumbran

hacer para las fiestas, sobre todo para la noche de Reyes.

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preguntaba por mamá y nos enseñaba su foto de boda.Ésos fueron los mejores momentos que pasamos en Lí-bano. Claro, excepto el día que comí tanto amardin4 queme enfermé del estómago y vomité toda la noche.

Nuestros primeros días en el bled nos quedamos conunos parientes, después nos cambiamos a una casita quepapá rentó. Estudiamos dos años en un colegio de mon-jas donde había muchas niñas que nos preguntaban porAmérica: ¿cómo era?, ¿qué se comía en México?, ¿qué ro-pa usaban? Papá estaba contento porque quería que apren-diéramos a escribir y a leer bien el árabe.

A pesar de los cariños de nuestra familia y los dulcesde tío Fuad, fue una experiencia triste; las monjas de laescuela eran muy rígidas y extrañábamos mucho a ma-má. Todas las noches lloraba un ratito antes de quedar-me dormida, me acordaba de mamá sentada en mi camarezando y de Jape que siempre reía. Creo que Charlottetambién estaba triste, porque a veces la oía llorar quedito,pero no platicábamos para que papá no se enojara.

No me acuerdo del negocio de papá, pero ya de gran-de me enteré de que puso una cafetería, pero no le fuemuy bien. Como era muy sociable, el lugar se llenabade amigos y nunca prosperó. Un día nos dijo que tenía-mos que empacar, porque regresaríamos a México. Char-lotte y yo nos pusimos muy contentas, pero mi tío Fuadlloró y nos entregó un paquete muy grande de dulcespara que se lo entregáramos a mamá.

4 Pasta de chabacano.

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Cuando llegamos, todo estaba igual que al irnos. La casallena de gente que nos abrazaba y besaba. Mi mamá noshabía hecho la comida que más nos gustaba y no se can-saba de mirarnos y abrazarnos. Nos dijo que habíamoscrecido mucho y que estábamos muy bonitas. Jape se pusomuy seria, como asustada, y no se despegaba de mamá,pero dos o tres días después volvió a ser la misma, la quesiempre reía.

Por esos días mis papás estaban arreglando sus pape-les. Nos llevaron a retratar y fuimos a unas oficinas don-de tuvimos que hacer muchas colas. Después, un día llegópapá y nos dijo muy contento que ya éramos mexicanostodos. Mamá se puso muy feliz y nos hincó a las tres,enfrente del Sagrado Corazón, a rezar. Había que darlas gracias a Dios por todo lo que nos daba.

En las noches, después de acostarnos y de rezar nues-tras oraciones en árabe, repetíamos con ella algo que noshabía enseñado desde chiquitas: “Aala zambra Mexique”¡Que Dios te haga grande, México! Había que decirloen nuestras dos lenguas, porque éramos libanesas y me-xicanas.

Después nos besaba, nos persignaba y salía de nuestrahabitación sin hacer ruido. Nosotras no comprendíamos

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entonces muy bien lo que esta frase significaba. Despuésnos daríamos cuenta de que era su agradecimiento al paísque nos había recibido, que nos daba de comer. Ésta,nuestra oración particular, se convirtió en una costum-bre que nunca abandonaríamos.

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EL RESTAURANTE

Para tener más espacio en el restaurante, nos cambiamosa la calle de Corregidora, donde estaba el hotel San Ju-lián, propiedad del señor Slim. El departamento era másgrande y ahí teníamos dos habitaciones para nosotros yuna estancia donde colocaron las mesas.

Mi mamá era incansable en la cocina y empezó a am-pliar el menú, siempre con más platillos libaneses. Coci-nar no era tan sencillo como ahora, porque había cosasdifíciles de preparar y otras que no se conseguían, comolas berenjenas, las hojas de parra y el beme,1 pero confor-me fue pasando el tiempo, se hallaba todo lo necesariopara la comida libanesa, porque las paisanas lo pedíanen el mercado de La Merced y nuestros marchantes lotraían.

Mamá tenía un marchante al que le compraba las ga-llinas grandes y gordas, con las que preparaba la gallinarellena, con carne, arroz y piñones. Mis hermanas y yoteníamos que desplumarlas con agua caliente. Nunca megustó hacer esto, porque olía muy feo a plumas quema-das, pero teníamos que hacerlo porque antes no vendían,como ahora, los pollos limpios y preparados.

1 El beme, ocra o angú es un brote tierno que se usa en las cocinashindú y de Medio Oriente.

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Como a mamá ya no le daba tiempo de hacer el pan,papá se lo compraba a los Cado, parientes nuestros quetenían un horno en la calle de Cruces. También les com-prábamos los dulces: belewe, burma,2 dedos de novia, ma-mul, awaimet y macrum. El jalawe3 y el rapajalum,4 marcaHermes, se los comprábamos al griego, el señor Mavridis,que lo fabricaba en su casa.

Mamá acostumbraba darnos consejos mientras pre-parábamos la comida; como su vida era la cocina, todolo comparaba con ésta. Nos decía que en nuestras vidasdeberíamos ser limpias y ordenadas, como si estuviéra-mos cocinando. Dar lo mejor de nosotras, como cuandocomprábamos la carne más fresca y las mejores verdu-ras. Teníamos que usar siempre la intuición y el cora-zón, igual que al sazonar nuestro guiso. Que siempretuviéramos la mesa puesta y mucha, muchísima comidalista para recibir a quien llegara: familiares, amigos, ex-traños, ricos y pobres. En la mesa todos éramos iguales.

Nos decía también que teníamos que ser humildes conlos humildes y poderosas con los poderosos, y que siem-pre había que recibir a los dos con la mesa puesta.

En la calle de Corregidora duramos poco tiempo y noscambiamos a Correo Mayor, al hotel El Cairo, de donJorge Asaam, donde teníamos tres cuartos, el restaurantey una cocina más grande. Con nosotros venían a comermuchos paisanos del centro y de toda la República que

2 Galletas a base de pasta fila rellenas de nuez y bañadas con miel.3 Turrón de ajonjolí.4 Gelatina muy consistente, con pistaches, espolvoreada con azúcar glass.

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llegaban a comprar mercancía para sus tiendas. Mis her-manas y yo estábamos todo el día en la cocina. Mi papános había sacado de la escuela para que ayudáramos amamá a preparar la comida y a servir las mesas.

Ahí, en el hotel El Cairo estuvimos cinco o seis años.Después nos cambiamos otra vez, siempre cerca, porqueahí estaban el mercado de La Merced y los libanesesque venían a comer al restaurante. Entonces venían muypocos mexicanos.

En el restaurante se hablaba árabe, en las mesas y enla cocina, sólo le hablábamos en español a la muchachaque lavaba los platos, pero, curiosamente, ella empezó aentender árabe, conocía los nombres de todos los plati-llos y el de los ingredientes. Mamá le pedía que pusieraa remojar el trigo y ella precisaba: “¿El bergul,5 doñaAdelita?” Otras veces, Juanita nos hacía reír, diciendocosas como: “Qué chula está la banadura6 que trajo la ni-ña Japita”.

Decía mi papá que ellos habían aprendido pronto elespañol porque en Líbano hablaban francés desde niños.El español lo sabían muy bien, pero nunca perdieron elacento. Con el tiempo y poco a poco fueron llegandomexicanos al restaurante, con nosotros aprendieron a co-mer comida libanesa.

Del hotel El Cairo nos cambiamos ahí pegadito, a unlugar más grande en la misma calle de Correo Mayor.

5 Trigo.6 Jitomate.

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Muy pronto se desocupó un lugar mejor enfrente, másgrande, y nos volvimos a cambiar.

Nuestro nuevo hogar era una casa de dos pisos conmuchos cuartos, un pasillo muy largo y al final el bañoamplio con un calentador de gas mucho mejor que el decombustible que teníamos antes. En ese lugar mi mamápuso una casa de huéspedes, recibía estudiantes, perso-nas conocidas de provincia que venían a estudiar a Méxi-co. Me acuerdo de los Rafful, que eran de Ciudad delCarmen, Campeche; de los Nassar, los Haddad y losKaram, casi todos paisanos, se hospedaron con noso-tros. En esa casa de Correo Mayor 49 estuvimos mu-chos años. Los huéspedes que se iban, al terminar susestudios, regresaban a menudo a visitar a mamá, la ado-raban porque los consentía mucho; cuando alguno seenfermaba, le preparaba su comida especial.

El restaurante se llamó siempre Ehden, que es el nombredel pueblo de mis padres, el que está muy cerca de Zgarta.

Mis hermanas y yo aprendimos a cocinar desde muyniñas. La primera lección que recibimos era acompañar amamá a la compra. Ella sabía muy bien cuando la verduraestaba fresca: la tocaba y la olía, en eso era muy exigente.Después empezamos a ayudarla a lavar la verdura; la le-chuga hoja por hoja para que no tuviera tierra, los jitoma-tes y las calabazas tallados con zacate y jabón. Lo siguientefue aprender a picar cebolla, perejil y hierbabuena, todomuy finito, para el tabbule.7 Ya de mayores, hacíamos lo

7 Ensalada de trigo, perejil, hierbabuena, tomate, cebollas, limón y aceitede oliva.

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más difícil: el kepbe bola, las calabazas rellenas, la tripa,que había que voltear y lavar muchas veces, y las hojas deparra y de col que mamá exigía que estuvieran perfecta-mente bien enrolladas.

La carta del restaurante tenía platillos fijos, siemprehabía dos o tres sopas, como labnille,8 lenteja y majluta;9

también sopas secas, arroz con fideos y myadra.10 Las be-renjenas se preparaban de muchas maneras: con carne,fritas o en ensalada. El kepbe no podía fallar, el crudo, elcharola y el bola. El jocoque y la garbanza se preparabandiariamente. También había platillos que se prepara-ban sólo una vez a la semana: tripa, carnero, costilla re-llena, gallina rellena y kepbe de pescado.

Mamá tuvo siempre buenos carniceros que le dabanla mejor carne, porque si no era así, se la devolvía. Lacarne del kepbe se molía primero en el yedden que mamátrajo de Líbano, después lo hacía en metate y muchodespués en un molino eléctrico. La comida se hacía comose debía, todos los días preparábamos todo fresco; ellaera muy buena para calcular las cantidades y que alcan-zara bien y no quedara casi nada. Antes no había neve-ras ni refrigeradores, y de todos modos a mamá no legustaba guardar comida para el otro día. Los clientesvenían al restaurante porque sabían que todo era del día.Lo poco que quedaba, mamá lo daba a la gente pobredel rumbo de La Merced.

8 Sopa de jocoque con yerbabuena y bolas de carne.9 Sopa de varias semillas (lenteja, garbanzo, arroz, chícharo seco, haba,

frijol y trigo).10 Sopa seca de arroz y lenteja.

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La mantequilla, tan importante para preparar toda lacomida libanesa, la hervíamos para clarificarla. El proce-so duraba varias horas y había que irle quitando, con unacuchara especial, la espuma que flota en la superficie,porque son las impurezas que arroja la mantequilla. Mimamá nos enseñó el punto exacto en que se debe apa-gar la lumbre, cuando se ve anaranjada y transparentey, al echar un grano de trigo, se ve cuando llega hasta elfondo del cazo. Cuando la mantequilla empezaba a en-friarse, la íbamos colando con un trapo limpio, directa-mente en vitroleros, como los que se usan para las aguasfrescas. Cuando estaban perfectamente fríos se tapaban.Mamá compraba la mantequilla dos o tres veces al año,se la traía a casa un comerciante de La Merced que se ladaba a muy buen precio.

Todo se compraba en La Merced: fruta, verdura, carne-ro, pescado; ahí todo era bueno y mi mamá tenía sus mar-chantes que la conocían y la querían mucho, la llamaban“doña Adelita”.

En la calle de Cruces había una tienda donde se com-praba todo lo libanés: aceituna, pistache, aceite de oli-va, trigo y muchas especias. Era de un señor griego queimportaba todo esto.

Los libaneses éramos una colonia muy unida, nos vi-sitábamos mucho y nos conocíamos todos. Por cualquiermotivo se organizaban fiestas, que eran en nuestras ca-sas. El Ehden era un punto de reunión importante, ahíse socializaba, se hacían negocios y se organizaban colec-tas para los paisanos que estaban enfermos o en desgracia.

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Entonces, generalmente las bodas se hacían entre pai-sanos, eran pocas las parejas mixtas entre libaneses y me-xicanos. No es que no quisiéramos a los mexicanos, sinoque nos frecuentábamos tanto entre paisanos que de ahísalían las parejas.

Los abogados que trabajaban en el Palacio Nacionalempezaron a venir a comer con nosotros. El licenciadoMurad los traía y después volvían solos, les gustó mu-cho y hasta nos pedían comida para llevar.

Mis padres eran muy católicos, del rito maronita, eiban a la iglesia de Balvanera, que estaba cerca. Mi mamáse sacrificaba mucho, se levantaba antes de las cinco dela mañana y empezaba a trabajar en la cocina. Habíaque empezar a preparar; cuando ya tenía todo adelan-tado, se iba a misa de ocho y de ahí al mercado, pararegresar a hacer las ensaladas y todo lo que se hacía almomento de consumirse.

Muchos años después nos cambiamos a Correo Ma-yor 74. Mi mamá estuvo poco tiempo ahí, porque muriójoven, tenía cincuenta y cuatro años. Ésa fue una trage-dia muy grande que les contaré más adelante.

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LA VIDA FAMILIAR

Fuimos tres hermanas: Charlotte, Jape y yo, Olga, queocupé el lugar de en medio. Charlotte es la mayor y porfortuna vive todavía y conserva el carácter que tuvo des-de niña: alegre, servicial y dedicada a la tarea que reali-za en el momento. Si tiene que cocinar, lo asume congusto, como si estuviera preparando un banquete parael niño Dios; si está vendiendo en su tienda, se dedica aeso y trata a cada persona con tanta atención que haceque se sienta como el cliente más consentido; si está enuna reunión de familia, escucha con atención los relatosy sólo interrumpe para hacer un comentario gracioso ypertinente.

Jape, la más pequeña, era más buena que una taza dejocoque recién preparado. Ella era también alegre, diver-tida e incansable para el trabajo. Es la que estuvo siempremás cerca de mamá, parecían una sola persona.

Mis padres nos trataron siempre con mucho cariño,sobre todo mamá, que nos llamaba aine, habibi.1 Papáera muy estricto y le teníamos miedo, lo que él ordenabanunca se discutía. No le gustaba que platicáramos conlos clientes, mucho menos cuando él no estaba.

1 “Mis ojos”, “mi amor”.

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Mamá tenía mucha fe en todo lo religioso, pensaba quelo bueno y lo malo nos lo mandaba Dios y que teníamosque recibirlo de igual forma. No la recuerdo con ropade colores, tampoco viéndose en el espejo, nunca se preo-cupó por su aspecto personal, sólo por dar a manos lle-nas todo lo que podía. Tenía un grupo de amigas, todaspaisanas que vivían cerca. Cuando venían a la casa,mamá las recibía con café, pastel, gelatina, gomitas, al-mendras confitadas y chocolates que compraba en LaCubana. Entonces la gente se visitaba sin ningún pre-texto, sólo para conversar. Salíamos muy poco juntos,sólo a misa o a reuniones familiares y de amigos, porqueel restaurante no cerraba nunca.

Mamá era muy ahorrativa, tenía una cajita en su ro-pero donde guardaba su dinero; cuando se juntaba lollevaba al banco. Un día nos enteramos de que estaba com-prando una propiedad, un pequeño edificio cerca del cen-tro, en la colonia Asturias. Se lo vendió un paisano queregresaba a Líbano. Ella sintió mucha tranquilidad altener una propiedad, aunque ésta no fuera la gran cosa.

Las imágenes más bellas que tengo de mi infancia sonlas de la Navidad. Las calles se llenaban de luces y habíamontañas de heno y de musgo en las banquetas, tam-bién piñatas y mucha fruta. Mamá ponía el nacimientoy nosotras le ayudábamos a colocar las figuritas: pastores,animalitos y el portal con la Virgen María y San José.Las figuras de los Reyes magos las poníamos muy lejos, yconforme se acercaba la Navidad, las íbamos acercando.Mamá nos platicaba que ellos seguían a la estrella que

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los guiaba, y que llegarían a dejarle al niño Jesús muchosregalos.

En las tardes recorríamos con papá las calles del centropara ver los juguetes que se exhibían en los aparadoresde las tiendas. A mí me encantaba mirar las muñecas, so-bre todo las de celuloide alemán que tenían los ojosazules y ropa muy elegante. Papá decía que si nos portá-bamos muy bien, encontraríamos un regalo el día deReyes, y así era siempre.

La noche de Navidad se cerraba temprano el restau-rante y poníamos una mesa especial para nosotros, conun mantel que tenía nochebuenas bordadas. La cena eramuy abundante, no faltaba la gallina rellena y las charo-las de kepbe. Siempre había invitados, amigos de mispadres que repartían regalos a los niños. Antes de la cena,cantábamos la posada y encendíamos luces de bengalaen el corredor. Justo a las doce de la noche, acostábamosal niño Jesús, pero antes nos dejaban arrullarlo y darleun beso en la frente. Al final siempre había alguien quecantaba villancicos en árabe. Todo era emoción y alegría.

La noche de Reyes me gustaba muchísimo también.Mamá hacía una gran charola de awaimet, y antes de lacena íbamos todos juntos a misa de gallo. Antes de acos-tarnos, mis hermanas y yo poníamos nuestro zapato enel corredor para recibir el regalo de los Reyes magos. Aldía siguiente nos levantábamos temprano para ver nues-tros regalos. Uno de esos años recibí la muñeca de rizosrubios y zapatos negros de charol que estuvo sentada enmi cama todos los años de mi infancia.

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Hay muchos momentos de mi vida que pasaron sinpena ni gloria, semanas y meses que ya no recuerdo, pe-ro las noches de Navidad y de Reyes son lo último queolvidaré en mi vida.

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LA PRIMERA BODA

Charlotte se comprometió a los dieciséis y se casó unosdías después de cumplir diecisiete años, cosa que no erarara en aquella época. Tampoco fue extraña la manera enque se dio su enlace, entonces era lo natural. Resulta quea nuestro restaurante venían muchos paisanos que ahícomían y que en la sobremesa trataban todo tipo de asun-tos: noticias de Líbano, lectura y discusión de cartas yperiódicos, asuntos de México, ventas, precios de la mer-cancía, negocios, fábricas y talleres de los paisanos; semencionaba a los recién llegados, a los que estaban al-canzando el éxito y a los que habían tenido que cerrarsu negocio. “Haram1 —decía mi papá—, si le dije que enese local no tendría éxito, por ahí no pasa nada.” Otroasunto muy común era hablar de la familia, los primosrecién llegados del bled, las enfermedades, el nacimien-to de un bebé, los hijos que crecen… De ahí salió quedon Halim Abraham, que venía a menudo al centro acomprar mercancía para su mercería de Toluca, le con-tara a mi papá que su hijo Antonio ya estaba en edad demerecer. El muchacho acompañaba algunas veces a supapá, ya lo conocíamos y había platicado con Charlotte.

1 “Pobrecita”, en árabe.

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Mi papá pensó que sería un buen candidato para mihermana: qué mejor, él de veintiún años y su hija dediecisiete, familias conocidas, mismas costumbres, mis-ma educación. Seguramente lo platicaron varias veces,lo que yo recuerdo es que un día que papá estaba desobremesa con don Halim y su hijo Antonio, le gritó aCharlotte: “Jibbe el ahue”.2 Ella obedeció, y cuando estabaacabando de servir el café, mi papá le dijo: “Charlotte, tevas a casar con Antonio”. A nadie le causó sorpresa, ni amí ni a Jape, que en esos momentos estábamos ayudandoa mi mamá en la cocina.

Esa noche sólo recuerdo que mis papás hablaron lar-go con Charlotte; a mí y a Jape nos mandaron a dormir.Desde el día siguiente se empezó a organizar la boda, quese llevaría a cabo meses después. Poco a poco se fue lle-nando un baúl con cosas para la casa de Charlotte. Mimamá la puso a bordar sábanas y cojines en punto decruz, camisones con tira bordada y un mantel con guíasde hojas y flores en el que todas participamos. Antoniovenía seguido y juntos iban a reuniones de amigos, claroque todo bajo la supervisión de mi mamá y mis tías. Lasbodas casi siempre ponen contenta a la familia y así nossentimos nosotros: mi papá porque entregaría a su hijaa un buen muchacho de la colonia, y mi mamá porquehabía enseñado a su hija a ser una perfecta ama de casa,sabía cocinar, cocer, bordar, limpiar y tener la casa enorden. Charlotte estaba muy ilusionada porque Antonio

2 “Trae el café.”

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era simpático y bueno, los Abraham la trataban con mu-cho cariño y ella muy pronto tendría su propia familia.Jape y yo nos sentíamos felices de participar en una bodacon despedidas de soltera, fiesta y pastel. Una costure-ra del rumbo nos estaba haciendo los vestidos nuevosque luciríamos en la iglesia.

La parte triste para nosotros era que Charlotte se iría avivir a Toluca y la extrañaríamos mucho; yo tenía quinceaños y Jape trece. Claro que Antonio y Charlotte nos visi-taban seguido y nos reuníamos para celebrar la Navidady el día de Reyes.

Muy pronto empezaron a nacer los hijos de Charlotte,hasta completar los nueve que tuvo: Charlotte, Adeli-ta, Hened, Halim, Silvia, Laila, Ivonne, Rafael y Alejan-dro. Ella nunca dejó de trabajar, desde el primer día seincorporó a las actividades de La Violeta, la mercería quesu suegro acreditó desde principios del siglo pasado.

Mi hermana Charlotte ha sabido organizar su vidaentre listones y mamilas, botones y pañales; tiras borda-das y cuadernos, tareas y encajes. Para todo se ha dadotiempo, hasta para reunirse con un grupo de paisanas deToluca.

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UN VIAJE EN AVIÓN

Don Antonio Domit fue uno de los amigos más cerca-nos de papá. Llegó de Líbano justo cuando empezába-mos con el restaurante y venía muy seguido junto consu hermano José. Les gustaba comer con nosotros, por-que además de saborear su comida, platicaban en árabecon papá y los demás paisanos.

Don Antonio empezó haciendo zapatos a mano, enun pequeño taller en el callejón de las Papas. A muchospaisanos se los hacía sobre medida, eran zapatos cómo-dos y muy finos. El señor Domit era muy inteligente ytrabajador, progresó muy rápido; pocos años despuésde haber llegado, ya tenía una gran fábrica y varias za-paterías.

En las sobremesas de paisanos, a todos les llegaba lanostalgia, y mientras fumaban y bebían café, hablabande lo mismo: viajar al bled. Para la mayoría no era fácil,tenían trabajo y familia que mantener y cuidar. DonAntonio era soltero y soñaba con ir a Líbano para casar-se, como habían hecho varios paisanos.

Un día convenció a papá para que fueran juntos.No creo que le costara mucho trabajo, pues papá vi-vía soñando con Zgarta. Era 1946 y las circunstanciaseran muy favorables, la segunda Guerra Mundial había

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terminado y no había que viajar en barco, ya se podía iren avión.

Papá compró corbatas de seda y se mandó hacer ca-misas y zapatos; había que ir muy presentable para visi-tar a la familia. Mamá llevó sus trajes a la tintorería ypreparó el equipaje. Un día muy tempranito lo acompa-ñamos al aeropuerto; ya había llegado don Antonio yotro de sus amigos. Los tres usaban sombrero, se veíanmuy elegantes y felices. Papá se fue tranquilo porque Ja-pe y yo ya estábamos grandes, trabajábamos en el res-taurante y cuidaríamos de mamá. Nos quedamos detrásdel enrejado hasta que el avión se elevó, mientras con unpañuelo le decíamos adiós.

Dos meses después volvimos al aeropuerto. Éramosmás de quince personas las que recibimos a papá. Char-lotte y mis sobrinos vinieron desde Toluca. Llevamosramos de flores y un letrero que decía: “Bienvenido FuadFrangie”. Don Antonio Domit se quedó seis meses másy regresó casado con Lily Gemayel.

Durante varios meses papá nos platicó del viaje, le im-presionó mucho el avión. No se cansaba de repetirle asus amigos y a nosotros lo maravilloso que era subirseen México y un día después estar en tierras libanesas.Nos trajo muchos regalos, un mabrume1 para mamá yotro para cada una de sus hijas. También un gran paque-te de dulces que nos mandó tío Fuad y muchas cartasque mamá leyó cien veces.

1 Pulsera tradicional libanesa de oro torcido.

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MI MARIDO

Entre los jóvenes que venían como huéspedes a nuestracasa, un día llegó Fuad Pedro Harfuch Keruz. Tambiénsu hermano Carlos estuvo con nosotros, pero yo me fijédesde el principio en Fuad. Era alto, fuerte y muy noble.A mí me gustó desde el principio, pero entonces las mu-chachas decentes teníamos que ser muy serias y no dara conocer nuestros sentimientos. Él empezó a ser másamable conmigo y un día nos hicimos novios, primeroen secreto, sin que papá, que era tan estricto, se dieracuenta.

Fuad había estado internado desde la primaria en elcolegio Patricio Sanz porque su familia vivía en SalinaCruz, Oaxaca. En 1941, cuando empezó a estudiar me-dicina en la Escuela de Homeopatía, llegó a vivir a nues-tra casa de huéspedes. Seis años después nos casamos, el13 de diciembre de 1947. Recién recibido, Fuad empezóa trabajar en el Hospital Homeopático, donde le dabaclases a las enfermeras y atendía pacientes.

La boda religiosa fue en Santa Teresita del Niño Je-sús, una iglesia muy bonita que estaba muy de moda.Mandamos hacer invitaciones y vino toda la familia deSalina Cruz. El vestido me lo hizo una modista que vi-vía cerca, la misma que se lo había hecho a Charlotte.

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Mamá compró telas para cada una de nosotras, todosteníamos que estrenar. El día de la boda se cerró el restau-rante para mi banquete, nada más para la familia y losamigos cercanos, no como ahora se usa con grandes fies-tas. Mamá había preparado algunas cosas, pero esa vezla ayudaron las paisanas que vivían cerca. El mismo día,muy temprano, trajeron grandes ollas de hojas de parra yde col, charolas de kepbe, gallina rellena y ensaladas. Elpastel lo encargamos a la pastelería Ideal. Era de tres pi-sos y en el último había una pareja de novios de azúcarque guardé de recuerdo muchos años.

Quedó tanto pastel, que mamá les regaló a las amista-des para que se lo llevaran a sus casas. Los Cado man-daron, de regalo, varias charolas de dedos de novia.

Pasamos nuestra luna de miel en Acapulco, como erala costumbre de casi todas las parejas de recién casados.

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MIS HIJOS

La primera que nació fue Adelita; nos alegramos muchoporque era una niña muy linda, con los ojos muy negrosy la piel de rosa. En Líbano se usa poner el nombre delos abuelos, y mamá se alegró mucho de que llevara elsuyo.

Desde recién nacida la empecé a llevar al restaurante,vivíamos muy cerca, sólo tenía que caminar una cuadra.La niña se crió muy cerca de la cocina y con los cariñosde mamá, que estaba muy feliz porque era la primeranieta que tenía cerca. A los dos años llegó el segundo,un niño al que le pusimos Fuad, que era un nombre caside la propiedad de nuestra familia: papá, mi tío de Líba-no y mi marido se llamaban así, y para distinguirlo de losdemás siempre le dije Fuadito, aun cuando ya había cre-cido y le empezaba a salir bigote. Los más chicos fueronTony y Olguita. Todos eran distintos, pero cada uno meparecía el más hermoso del mundo. Adela tan buenaniña, Fuadito fuerte y responsable, Tony siempre alegrey divertido, y Olguita, desde el día que nació llamabala atención por sus enormes ojos verdes como hojastiernas de naranjo.

Ya casada seguí trabajando en el restaurante con ma-má y Jape, como siempre lo había hecho, sin tregua ni

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descanso. Ellas y Charlotte consintieron mucho a mishijos, a veces más de la cuenta. Entonces, me fui convir-tiendo en la mala, porque los tenía que corregir paraque no todo fuera aprobación.

En las vacaciones escolares Charlotte invitaba a mishijos. Los llevaba a un rancho que tenían cerca de Vallede Bravo. Ahí convivían todos los primos: montaban acaballo, se trepaban a bajar fruta de los árboles y se ba-ñaban en el río. Fuad y yo nos quedábamos a trabajarduro en el restaurante, porque se nos cargaba el trabajoen tiempo de vacaciones, ya que la gente de provinciaacostumbraba venir al centro para abastecer sus tiendasy pasear por la ciudad.

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BODA Y SEPELIO

Dos cosas nos pasaron en poco tiempo, una muy feliz,la boda de Jape, la otra muy triste.

Todos creíamos que Jape nunca se casaría, que se que-daría para siempre con mamá. Estaban muy identificadas,todo lo hacían juntas: trabajar en la cocina de siete a siete, ira misa y quizás a alguna visita. Al único lugar que ella asis-tía sola era al coro de la iglesia de Balvanera. El padreTobías Germeni organizaba actividades para los jóvenesde la colonia libanesa, y como a Jape le gustaba muchola música, la convenció para que fuera al coro. Ahí cono-ció a Gerardo Gosaín; creo que el padre Germeni prepa-ró el encuentro, porque Gerardo era muy solitario, teníatreinta años y ya era viudo. Y Jape era muy buena, muyprotectora y ya tenía pasaditos treinta años, edad a laque entonces te consideraban solterona.

Mis papás se pusieron contentos cuando se dieroncuenta de que Gerardo se interesaba por Jape, porque élera muy buena persona, sastre de oficio y además conuna tortería en el Pasaje Balvanera. Duraron poco denovios, los casó el padre Tobías en la iglesia de Balvanerael 12 de junio de 1955. Los padrinos fueron don EmilioCheca y su esposa Dorita, a quienes se les considerabalos patriarcas de la comunidad libanesa.

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La boda de Jape fue todo un acontecimiento en la co-munidad libanesa, porque ella era muy querida. Entremamá y yo le preparamos el banquete de bodas, con to-do lo de costumbre.

Como en los cuentos de hadas, Gerardo y Jape fueronmuy felices y formaron una bonita familia de tres hijos:Gerardo, José Antonio y Verónica.

A poco de que Jape se casó, mamá enfermó. Creímosque era cansancio, pero por desgracia fue algo peor. Po-brecita mamá, empezó con dolores que no atendió atiempo porque se aguantaba todo, pero yo la veía muydesmejorada; el rostro se le veía afilado y estaba bajan-do de peso. Cuando consintió en que la viera el doctor,ya era muy tarde, nos dijeron que tenía cáncer de ma-triz. La operaron en el hospital Español y poco despuésmurió. Aunque nunca le dijimos lo que tenía, no pregun-tó, pero se preparó para morir. Lo que más le angustia-ba era que siguiéramos unidos y cuidando de papá. Enlos dos meses más que vivió, fue hablando con cada una.Nos pidió que no dejáramos de querernos, que inculcá-ramos a nuestros hijos el amor por la familia. Unos díasantes de irse, repartió sus pertenencias, más sentimenta-les que de valor material: fotografías familiares, anillo deboda, un mabrune y su medalla del Sagrado Corazón.

La velamos en casa, ahí rezamos los nueve días enmedio de un jardín de flores que le trajeron sus marchan-tes del mercado de La Merced. Nueve días que las ollasno bajaron de la pared, nueve días sin que nadie encen-diera la estufa, nueve días con un crespón negro en la

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puerta del restaurante. Tal como se usa entre los paisa-nos, los amigos y parientes nos trajeron comida paratodos.

Ver morir a mi madre, que era todo corazón y ternu-ra, fue un dolor muy grande para todos, pero especial-mente para Jape, que estaba a punto de dar a luz a suprimer hijo. Deseaba mucho que mamá lo conociera yle diera su bendición antes de morir, pero no pudo serasí. Gerardo, mi sobrino, nació dos días después del en-tierro de mamá.

Yo también estaba embarazada. Desde que supimosque mamá moriría, mis hermanas y yo no dejamos dellorar. Creo que lloré tanto, que mi hija Olga nació llo-rando, y llorando pasó los primeros meses de su vida. Lasamigas de mamá me decían que la niña había aprendi-do de tanto que me había oído llorar. Tardamos muchoen salir de ese duelo, el hueco que mamá dejó fue muygrande, pero seguimos trabajando en el restaurante, comomamá nos enseñó, y nos encargamos de atender a papá,como ella quería.

La familia había cambiado mucho en poco tiempo.Jape estaba casada y tenía su propio restaurante con sumarido. Mamá se había ido para siempre. Sin ella, papáya no pudo seguir manejando el Ehden y se lo compra-mos mi marido y yo. Papá se cambió a un departamentoen Correo Mayor 71 que compartía con un amigo quetambién vivía solo, el licenciado Neguib Ahued, que edi-taba la revista Emir. Como el departamento era grande,rentaban otro de los cuartos.

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A papá le gustaba mucho el juego, era su pasatiempofavorito; jugaba póquer y paco, también iba a las carrerasde caballos. Conservó siempre a sus amigos del centro yvenía a comer con nosotros al restaurante.

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EL EMIR

En esa época, Jape y Gerardo también empezaron supropio negocio. De recién casados, un paisano les ofrecióel traspaso de un restaurante que se llamaba Emir, enRepública del Salvador. Como pudieron, lo comprarony empezaron a trabajar intensamente. Les fue bien des-de el principio porque mucha gente la conocía y porqueera la misma comida. Los clientes que acostumbrabancomer en el Emir o en el Ehden sentían que comían en lacasa de algún pariente: sabor casero y ambiente familiar.

El restaurante de Jape y Gerardo estaba en un segun-do piso y tuvieron la suerte de conseguir un departamen-to más arriba, en el mismo edificio. Jape se entregó altrabajo de la misma manera que lo hacía con mi mamá.Mi hermana fue una madre muy amorosa y consintió asus tres hijos hasta la exageración. Mis sobrinos bromeanhasta la fecha diciendo que fueron los únicos niños desu escuela que comían a la carta: a la hora de comerleían el menú del restaurante, escogían lo que querían ymi hermana les subía el pedido a su casa. Gerardo cuen-ta que su almuerzo era el más famoso de la escuela, to-dos sus amigos se lo querían comprar o cambiar.

A insistencia de mi cuñado y de mis sobrinos quequerían que descansara, Jape dejó de trabajar un día a la

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semana, los jueves. Ella se organizó para quedarse en sucasa y prepararles a sus hijos los platillos que más lesgustaban. No encontró cosa más divertida que seguir co-cinando, por lo que nada más cambió de cocina.

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NUESTRO PROPIO RESTAURANTE

Ya habían nacido mis cuatro hijos, cuando nos queda-mos con el Ehden. Mi marido se incorporó al equipo detrabajo y tenía que organizarse muy bien para atenderla medicina y el restaurante. Fuad se iba muy tempranoal Hospital Homeopático, donde trabajaba toda la ma-ñana. Al mediodía, como a la una y media, que era lahora del trabajo más pesado, llegaba a ayudarme. Afor-tunadamente el hospital estaba en la diagonal 20 deNoviembre y era muy cómodo que todo nos quedaratan cerca: la casa, el trabajo y el restaurante. La partici-pación de mi marido nos hizo mejorar mucho económi-camente. Fuad era muy bueno para administrar y orga-nizar, y sabía utilizar muy bien nuestros recursos. Dehecho, él había querido estudiar contaduría porque te-nía mucha facilidad para los números, pero su papá lopresionó para que estudiara medicina.

Para ahorrar tiempo, conseguí que me entregaran enel restaurante las verduras, la fruta y la carne. Yo recibíala compra muy temprano, revisaba que todo estuvierafresco y de la mejor calidad. Poco a poco enseñé a dosmuchachas a cocinar, pues necesité ayuda porque cadavez teníamos más comensales. El menú seguía siendobásicamente el mismo.

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El restaurante se abría temprano y mucha gente veníaa desayunar, preparábamos huevos cazuela con carneroo chorizo árabe y manush.1

Mis hijos llegaban de la escuela como a las cinco. Aesa hora había bajado el trabajo y nos sentábamos a co-mer todos juntos. Al terminar, mi marido se iba a atendera sus pacientes a su consultorio particular, que estaba enel edificio que mamá compró en la colonia Asturias, cercade la avenida Chabacano.

Cerrábamos en la tarde, como a las seis, después dehaber levantado toda la cocina; a esa hora mis hijos y yonos íbamos a casa para esperar a su papá mientras ha-cían su tarea.

1 Pan con aceite de oliva y zatar (condimento en polvo, tradicionalde Líbano).

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MÁS CAMBIOS

Mis hijos fueron creciendo, y como ya sabían todo lo delrestaurante, mi marido y yo pudimos hacer algunos via-jes, claro que no muy largos, para no dejarlos solos tantotiempo. Creo que fueron años muy felices. Ya habíamoscriado a nuestros hijos, estábamos jóvenes para gozar lavida y los problemas económicos habían quedado en elpasado.

Muy pocas veces, pero recuerdo que fuimos todos jun-tos a pasar vacaciones a Cuernavaca, tres o cuatro días,porque el restaurante no se podía cerrar más tiempo.

Cuando Adelita tenía diecisiete años se quedó en-cargada por primera vez del restaurante, y lo hizo muybien; después sus tres hermanos le ayudaban y nuncahubo problemas. Fuad tenía la parte contable tan bienorganizada que todo caminaba muy bien.

Mi marido y yo pensamos siempre que lo mejor eraque nuestros hijos estudiaran, se prepararan muy bien.Primero la preparatoria y después una carrera, para quela vida no fuera tan difícil como lo había sido para mispadres y, en buena medida, para nosotros.

Desde que nos casamos, vivíamos en Uruguay 136,esquina con Correo Mayor, en un edificio de don Ju-lián Slim, que era muy buen casero. Estábamos a media

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cuadra del restaurante, lo que resultaba muy cómodo,pues yo iba y venía varias veces al día. Vivir en el centrohabía sido agradable, porque nuestro departamento eraamplio y vivían muchas familias de amigos, como losVentura Seade, los Yunis, y Farid y Gabriel Kuri. Tam-bién había familias judías con las que nos llevábamosmuy bien, como los Gittler.

Ahí estuvimos hasta 1969, cuando mi marido y yovimos terminado el edificio que nos estaban construyen-do en un terreno que hacía años habíamos comprado.La propiedad está en la calle de Filadelfia, en la coloniaNápoles. Nuestra idea original se cumplió: construir unedificio de cinco pisos para que cada uno de mis hijostuviera su departamento cuando se casara, de esta ma-nera viviríamos todos juntos, pero independientes. Y mimarido y yo viviríamos en el departamento más alto.Esa propiedad la hicimos con sacrificios. Empezó sien-do un sueño en el que invertimos todos nuestros ahorrosy lo que nos iba dando el restaurante, pero fue una gransatisfacción y nos dio mucha tranquilidad tener algopara nuestra vejez, y una propiedad para cada uno denuestros hijos.

Dejar nuestro departamento del centro tuvo una par-te triste, porque ahí había vivido toda mi vida, ahí ha-bían nacido y crecido mis hijos, ahí estaban nuestrosamigos y muchos recuerdos, pero por otra parte nos sen-tíamos muy contentos de progresar, pues en lo futuroviviríamos en una zona residencial, más apacible, concasas y edificios nuevos.

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Mis hijos mayores estudiaron en la Universidad Ibero-americana; Adelita, historia del arte y Fuadito, ingenieríacivil. Tony estudió medicina y Olguita había empezadoa estudiar turismo, pero después la vida se encargó decambiarnos los planes.

Un poco antes de que Fuadito se recibiera, hizo un via-je a Líbano con mi marido para visitar a Adelita, que sehabía casado con un libanés y vivían allá. Padre e hijo se lapasaron muy felices, sin saber que venía para todos algomuy triste. De regreso, mi marido enfermó y le diagnos-ticaron cáncer de pulmón. El mismo día que mi hijo Fuadse recibió, su papá se internaba para que lo operaran; otravez esa terrible enfermedad amenazaba a nuestra fami-lia. Fueron meses muy difíciles: hospital, tratamientos,medicinas, despedidas… Las cosas tristes a veces lleganjuntas. Papá, que había estado enfermo, falleció.

Si 1973 fue difícil por la muerte de papá, el año si-guiente fue peor, mi marido, tan joven todavía, moríade cáncer a los cincuenta y dos.

En 1974 Fuad, mi hijo, trabajaba en una constructora,Adelita estaba con su marido en el bled, Tony estudiabamedicina y Olguita empezaba a estudiar turismo. Yo nopodría sola con el restaurante; necesitaba ayuda. Me sentímuy abatida y, al verme así, Fuad habló conmigo. Habíaestado valorando su futuro y tenía que tomar una de-cisión: seguir en la constructora o trabajar conmigo enel restaurante. ¿Qué mejor que mis hijos siguieran en elnegocio? Si los cuatro querían entrar como socios, yoencantada.

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No quise influir, pero me alegré mucho cuando Fuadme comunicó que había pedido permiso en el trabajopara estar conmigo en el restaurante.

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LA GRUTA EHDEN

El principio no fue fácil, porque creo que a mi hijo Fuadno le gustaba el trabajo del restaurante; él había apren-dido cosas muy distintas. Todos sabíamos que el negocioera muy noble, nos había dado de comer y nos habíahecho progresar.

Fuad empezó con mucho entusiasmo. En poco tiem-po conoció todo lo que había que saber y el restauranteiba muy bien. Yo aproveché para ir a Líbano a visitar ami hija, a Susan, mi primera nieta, y a recibir a Caroline,la segunda, que estaba a punto de nacer. Estuve dos otres meses con ellos y la pasé muy contenta con los ca-riños de la familia y tranquila porque Fuad y sus herma-nos estaban sacando a flote el negocio.

Con Adelita viviendo en Líbano, yo tenía un pedazode mi corazón allá, y cada uno de mis hijos y sobrinos selas arreglaba para ir a pasar un tiempo con ella. Mishijos escogieron pasar sus viajes de bodas allá, en la tie-rra de sus mayores.

A mi regreso, Fuad habló conmigo para decirme queno quería seguir así, atendiendo el mismo restaurante.Se sentía atrapado en lo mismo y quería crecer, abrirnuevos horizontes. Había hablado con Tony y juntosquerían poner otro restaurante fuera del centro. Yo, que

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siempre he confiado en sus decisiones, les dije que esta-ba con ellos.

Una agencia de bienes raíces les ayudó a buscar unterreno en el sur. Encontraron el de la calle de Pino, enun lugar muy bueno porque estaba en medio de dos im-portantes avenidas: Universidad e Insurgentes. Habíamuy pocas construcciones y muchos terrenos vacíos, pe-ro había que arriesgarse. No teníamos el dinero quepedían por el terreno, pero mis hijos negociaron y, afor-tunadamente, lo adquirieron en abril de 1976.

La idea fue conservar el restaurante del centro y cons-truir uno nuevo, en una zona residencial que prometíamucho, la colonia Florida. Sentía mucho orgullo de vera mis hijos tan contentos con una idea muy precisa de loque querían. Entonces todos los restaurantes de comidalibanesa eran sencillos, no había ninguno como el que mishijos deseaban. El proyecto se lo dieron a Juan Soda, unarquitecto amigo de la familia que, por ser de ascenden-cia libanesa, entendió muy bien la idea: un restaurantemoderno, amplio, cómodo y con ambiente libanés. Conmás entusiasmo que dinero, el restaurante se fue constru-yendo. Cuando estaban a punto de encargar la cocina, lestocó la devaluación del presidente Luis Echeverría, perode alguna manera, quitando algunas cosas, se las arre-glaron para que nuestra cocina fuera como la habíamosplaneado.

En medio de una gran alegría, la Gruta Ehden se inau-guró el primero de marzo de 1977. Dios ha sido muy ge-neroso con nosotros.

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En las primeras semanas, la comida de la gruta se pre-paraba en el restaurante del centro, mientras estaba to-do listo en la Florida. Fue una delicia empezar a trabajaren una cocina tan amplia, tan cómoda, donde las estufasfuncionaban muy bien.

El restaurante tuvo mucho éxito desde el principio ymuy pronto nos empezaron a solicitar para bodas, pri-meras comuniones, despedidas de solteras y bautizos.

Fuad empezó a hacer negocios relacionados con losrestaurantes, como importar productos de gastronomíalibanesa. Le fue muy bien porque siempre ha pensadoen grande y lo hace derecho, consultando a las embaja-das y pagando impuestos.

Yo siempre he estado en el restaurante, ¿cómo no estarsi es mi vida? ¿Cómo no seguir apoyando a mis hijos?

Desde que abrimos empezó a llegar gente que nos co-nocía de muchos años atrás, también hijos y nietos deantiguos clientes.

El menú de la Gruta Ehden es mucho más extensoque el de nuestro restaurante del centro. En la Gruta seprepara todo a diario y no platillos de un día a la sema-na. ¿Qué pasa si se te antoja costilla rellena el jueves ysólo la preparamos el domingo? A nuestros comensaleshay que servirles lo que se les antoja en ese momento.

Fuad pensó que teníamos que hacer el pan y nuestrospropios dulces, y se los dejamos de comprar a los Cado.La carta aumentó aún más, con postres de Líbano. Mishijos, que son observadores y creativos, trajeron ideasde sus viajes al bled.

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Una de las cosas que más les gusta a nuestros comen-sales es el kepbe crudo, también el bola y el charola.También el jocoque, las hojas de parra y los dulces, quese venden muchísimo.

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EL SEÑOR PRESIDENTE

En los años setenta nos enteramos de que un primo depapá, Sulaimen Frangie, sería el próximo presidentede Líbano, lo vimos en las noticias en México. Nos pu-simos muy felices y rápidamente organizamos un viajeal bled; había que ir a conocerlo y felicitar a toda la fa-milia. Fuimos puras mujeres: Charlotte con dos de sushijas, Hened y Silvia; mi hermana Jape, mi hija Adeli-ta y yo.

Fue un viaje fabuloso. Zgarta era una fiesta continua,todo el pueblo celebraba con música, alboroto, comiday tiros, porque allá se usa disparar al aire para manifes-tar alegría.

Sulaimen era como toda la gente de Zgarta, sencillo yemotivo. Se puso muy contento al conocer a su familiamexicana. Unos años antes, habíamos conocido a su hi-ja Sonia, quien vino a México de viaje de bodas y nos ha-bía contactado. Los reencuentros familiares son siempremaravillosos e inolvidables; estuvimos con mi tío Fuady mis primos. Estuvimos en la casita de mamá, vimos lahiguera enorme y olimos el aroma de la hierbabuena.

Nunca volvimos a ver a nuestro tío el presidente, sólosupimos de él por las noticias que llegaban a México,pero recuerdo que le tocó una época muy difícil.

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HAY PENAS QUE NI CON PAN SON MENOS

Hay cosas que no me gusta recordar, pero me propusecontar mi vida y tengo que hacerlo. En 1982 sucedió latragedia más grande que ha sufrido la familia Frangie:murió intempestiva, injusta y cruelmente, mi hijo Tony, queestaba en la plenitud, veintinueve años, recién casado ycon dos pequeños: Antoine de tres años y Rocío de uno.

Tonito, como todos los días, subió muy temprano ami departamento para tomar una taza de café árabe ycontarme sus planes del día; estaba perfectamente bien.Bajó pronto, porque tenía que ir a una automotriz porun coche que había comprado. Lo acompañó Rocío, suesposa. Subió al auto y, de repente, lo vieron inclinarsesobre el volante, se quejaba de un dolor. Inmediatamen-te llegó una ambulancia para trasladarlo a un hospitalcercano; fue inútil, había muerto de un infarto. De lo quepasó después apenas me acuerdo: el funeral, mi herma-na Charlotte que al entrar cayó desmayada del impactotan grande, multitud de amigos consternados, ese dolorque quema hasta las entrañas. Me recuerdo desesperadagritando “¡Taberne, taberne!”.1 Después, el padre Najem

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1 Bendición árabe del padre al hijo que significa: “Que Dios te dé vidapara que me entierres”.

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reconfortándonos, las misas en Nuestra Señora de Líba-no, donde me propuse resistir, pues tenía que darles elejemplo.

En ese año, la familia estaba de duelo, pues mi herma-na Jape había muerto tres meses antes. Estábamos tris-tes, pero lo de Tony fue una pena que nos hizo pedazos. Encuanto pude, me puse el mandil y me metí a la cocinade la Gruta Ehden.

¡Bendito trabajo que por breves momentos me ali-viaba el dolor del alma!, pero después de esta pena, yanada pudo ser igual…

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AHORA

Quiero contarles mi vida porque sé que tengo un ahora,pero no sé si tendré un mañana. Se las quiero platicarantes de olvidarla para siempre, ahora que apenas pue-do hacerlo, me toca hacer un recuento de mi vida: paramis hijos, nietos y bisnietos, a ellos les tengo que contar suhistoria, la de la familia Frangie que un día dejó Líbanopara venir a México.

Mis hijos han aumentado nuestro negocio, ya tenemoscinco restaurantes, todos atendidos por la familia, mishijos y nietos. Ellos empezaron a trabajar desde chiqui-tos en la Gruta Ehden; igual que mis hijos, venían a ayu-dar en lo que hacía falta los sábados y los domingos.

Ahora que nos reunimos con toda la familia, mis pensa-mientos y mis recuerdos se mezclan al querer salir y ya nopuedo ordenarlos. Ya no me acuerdo de nada reciente yconfundo las fechas y las personas. A veces me descubrollamando Jape a mi hija Olguita y confundo a mi hijoFuad con mi marido, porque se parece tanto… Lo que sípuedo sentir con claridad es el orgullo de verlos a todostrabajando, como nos enseñaron nuestros mayores. ¿Quésentiría mamá al ver en lo que se convirtió el negocio?¿Y papá? Seguramente se sentirían felices y satisfechos.

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Ahora, a mis ochenta y un años, miro mi vida pasadallena de trabajo, de esfuerzo, de penas, de limitacioneseconómicas, pero también de satisfacciones, amor y ungran espíritu de salir adelante.

Ahora, que ya se me olvida todo lo reciente, que ya nosé donde dejé las cosas y a dónde fui ayer, ya no puedococinar, pero me encanta entrar a la cocina porque hue-le a la comida de mamá, huele a mi infancia.

A veces, despierto inquieta en la madrugada, pues nosé si estoy en la casita del bled, con el patio sembrado dehierbabuena, en mi cama junto a las de Jape y Charlotteo en el departamento que Fuad y yo pusimos con tantoesfuerzo. Otras veces me descubro viendo los rostrosque me miran desde el viejo álbum de fotografías fami-liares y ya no sé quiénes son, ni dónde están, sólo sé quees mi gente.

Ahora que la memoria y la vida se me agotan, quierodecirle a mi familia que no pierdan el paso, que sigantrabajando, que se amen y que disfruten mucho, porqueMéxico ha sido grande para nosotros.

“¡Aala zambra Mexique!”

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Graciela Enríquez Enríquezcoordinó esta edición de 1 000 ejemplares

El cuidado de la obra estuvo a cargo deAmaranta Medina Méndez

Se terminó de imprimir en noviembre de 2006

Diseño de portadaRetorno Tassier, S.A. de C.V.

Río Churubusco núm. 353-1Col. General Anaya03340, México, D.F.

Diseño gráfico editorialSolar, Servicios Editoriales, S.A. de C.V.

Calle 2 núm. 21, San Pedro de los Pinos03800, México, D.F.

55 15 16 57

En la composición se utilizaron tiposBaskerville en tamaños

9, 10, 11, 12, 15, 16 y 22 puntos

Editado porDEMAC