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Queremos hacer llegar nuestro especial agradecimiento a todos los

profesores y centros escolares que han participado en el Concurso.

Junto a ellos, deseamos felicitar también a los miembros de los

jurados así como a los embotelladores de Coca-Cola España, sin cuya

colaboración este proyecto no sería posible.

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Indice

Presentación ............................................................................................... 5

Los seis primeros clasifi cados:

1ª CLASIFICADA. ISLAS BALEARES

Relatos de un locoIrene Canalís Rey-Maquieira ...................................................................... 7

2º CLASIFICADO. LA RIOJA

El espejoAlejandro Martínez Martínez .....................................................................11

3º CLASIFICADO. ARAGÓN

Mi querida Sra. PetersonIguacel Esporrin Dena ................................................................................13

4ª CLASIFICADA. NAVARRA

MiedoLaura Martín Lizaso ....................................................................................16

5ª CLASIFICADA EX AEQUO. ANDALUCÍA

Quiero tu almaLucía Gil Abad ..............................................................................................19

5ª CLASIFICADA EX AEQUO. PAÍS VASCO

Cambio de identidadAmaia Ochoa González ...............................................................................23

El resto de fi nalistas estatales, ganadores en sus comunidades

autónomas, ordenados alfabéticamente:

ASTURIAS

Sin títuloIrene de Caso Ojea ......................................................................................26

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CANARIAS

Confesión de un joven escritorSara Molina León ........................................................................................31

CANTABRIA

Mi tesorínMar Godás González ...................................................................................33

CASTILLA-LA MANCHA

El pactoMarcos Martín Ugena .................................................................................35

CASTILLA Y LEÓN

Refl exiones de la caídaPablo Hernández López .............................................................................37

CATALUÑA

Sin títuloLaura Roca López........................................................................................39

COMUNIDAD DE MADRID

Sin títuloManuel Ignacio López Santamera ...........................................................43

COMUNIDAD VALENCIANA

La nueva profecíaAlaba Vinti López .........................................................................................47

EXTREMADURA

Sin títuloMaría Tapia Sanchiz ...................................................................................50

GALICIA

Sin títuloAndrea Barros Bólieo .................................................................................52

REGIÓN DE MURCIA

Sin títuloMaría Dolores Tórtola ................................................................................54

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Presentación

El Concurso Coca-Cola Jóvenes Talentos - Premio de Relato Corto, es el concurso literario escolar más longevo de nuestras

aulas, que desde 1961 organiza Coca-Cola España con la ilusión de

fomentar el uso de la escritura y la pasión por la lectura entre los

jóvenes de nuestro país.

En esta 51º edición, el reto consistió, para los más de once mil

chicos y chicas participantes, en escribir un relato de temática libre a

partir de un estímulo narrativo que hiciera volar su imaginación: una

reproducción de un cuadro del pintor surrealista belga René Magritte

o una fotografía del autor estadounidense Miles Pfefferle. La imagen

de Magritte exponía a un hombre de espaldas, mirándose en un

espejo y cuyo refl ejo revelaba un duplicado de su espalda (no se veía

su rostro, como sería de esperar). En cuanto a la imagen de Pfefferle,

esta mostraba a un joven abatido apoyado contra una puerta cerrada

blanca que refl ejaba en su exterior el número 316. El joven tenía los

puños cerrados apoyados contra la puerta y la cabeza hacia abajo en

un gesto de aparente desesperación.

A golpe de fantasía, destreza, sensibilidad y ensueño, los jóvenes

talentos escribieron fantásticas historias que nuestro Jurado de

Especialistas, integrado por reconocidos escritores y docentes, leyó

con atención con el fi n de seleccionar a los diecisiete Finalistas Estatales del concurso, uno por cada comunidad autónoma, que

ahora publicamos.

Los ganadores tuvieron la oportunidad de descubrir en el mes de

junio los secretos y misterios de las ciudades de Florencia y Roma.

Los seis primeros clasifi cados de esta joven cantera de escritores

asistieron, asimismo, a un curso de escritura creativa en el Centro

de Literatura Aplicada de Madrid Función Lenguaje, donde recibieron

clases magistrales de especialistas y escritores como Marta Sanz, con

el fi n de mejorar sus relatos.

Te invitamos a disfrutar con la lectura de estas historias que refl ejan

el latido de una generación y, por qué no, a seguir la pista de sus

jóvenes autores.

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PRIMERA CLASIFICADA

RELATOS DE UN LOCOIrene Canalís Rey-Maquieira

Colegio Lluis Vives (Islas Baleares)

11 de diciembre

Se me está haciendo sepulcralmente insoportable. Esos fríos

ojos no dejan de mirarme. Se me eriza el pelo cada vez que

esa mirada se clava en mi rostro. No puedo más, quiero que

huyan, que traspasen las paredes y viajen a un lugar lejano, remoto.

Sin duda alguna, ese par de pupilas fl otantes que me producen

escalofríos son lo que menos me gusta de esta habitación. Son

incluso peores que la música. La música proviene de un muñeco,

un oso de peluche con un tirador en la parte trasera; cuando tiras,

la música ya no cesará nunca, jamás. Me pregunto quién tiró de él.

Tal vez fue mi gran amiga, la cebra que no tiene cola. También vive

en esta habitación. Su nombre es “Cebra” pero no debe pronunciarse

de la misma manera que una persona dice cebra. Hay que hacerlo

con un suave tono de voz que exprese cariño y otras cosas bonitas:

“Cebra”. Es mi mejor amiga, ella me comprende, es la única que

lo hace. Es muy “cebriense” y ligeramente “humanoide”. Ella ruge

cuando está contenta y maúlla cuando está triste. Su pasatiempo

favorito es pintar cuadros, por eso mi habitación está llena de ellos.

El tercer cuadro empezando por la derecha me recuerda a un girasol.

Los girasoles son malvados. Egoístas. Perversos. Cobardes. Y encima

estúpidos, pero al menos son...

Mi pasatiempo favorito es escribir. Escribo continuamente. Escribo en

mi diario, pero sobre todo escribo cartas, se las dirijo a mi querida

amiga Nostalgia. Le relato historias del pasado, le narro mis aventuras,

así como mi vida cotidiana.

Los gélidos ojos no dejan de mirarme. Esta noche tampoco voy a

poder dormir... voy a escribir una carta.

Querida Nostalgia:

Hoy te voy a narrar otra de mis tantas experiencias. Sé que te dará

envidia. Siempre quisiste vivir aquello que viví yo. Pero te encanta que te

hable del pasado. Me atrevería a decir que es la razón por la que vives.

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Yo tenía trece años, para entonces yo era mi propio dueño y me

olvidaba constantemente de tiritar los días de invierno. Estaba en el

patio de mi colegio, observando a las hormigas cuando una de ellas

salió del subsuelo, dejando tras ella un agujero enorme. Luego el

maldito búho me empujó hacia adentro. Mientras caía por ese agujero

negro perdí mi esencia, pasé de ser nadie a ser nada, hasta que mis

pies tocaron el suelo. Un suelo que nunca me había parecido tan

fi rme, tan limpio. Me encontraba en una habitación blanca sin puertas

ni ventanas. Permanecí allí varios días hasta que me fi jé en que en un

rincón de la habitación se hallaba un, anormalmente blanco, ratón.

-Hola ratón.

-¿Quién eres?

-Ramón.

-¿Qué quieres?

-¿Sabes cómo puedo salir de aquí?

-Jamás me he ido, pero tal vez por la puerta que pone “salida”-.

Dirigí mis ojos hacia donde él señalaba, y allí estaba, una puerta roja,

elegante y traidora, con la palabra “salida” grabada en ella. No me

hice preguntas, tal vez por el miedo a que se desvaneciera así como

había aparecido. Simplemente la atravesé.

Allí encontré a un hombre, nos hicimos amigos. Su nombre era Pedro,

un tipo curioso. Llevaba un jersey marrón, unas gafas y una bolsa de

pipas siempre encima. Tenía miedo a quedarse calvo, era su mayor

temor. Respecto a su profesión, era pintor, al igual que “Cebra”. Me

enseñó sus cuadros, los tenía en un hotel. En cada habitación se

hallaba un cuadro. Cada cuadro era una experiencia. Y cuando había

admirado las 315 experiencias más importantes de su vida, me dijo:

-Ramón, queda una. La habitación 316. Pero nunca he conseguido

entrar en ella. Ayúdame a abrirla.

Fuimos hasta allí. Pedro estaba cuatro pasos detrás mío cuando

puse la mano en el pomo para sorprenderme al ver que se abrió tan

fácilmente. Entré, y cuando me giré para ver si Pedro me seguía, la

puerta se cerró. No podía abrirla. Pedro estaba fuera.

-¿Ramón estás allí? ¿Qué ves?

Había un marco. Vacío, liso, rematadamente sencillo e incoloro.

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Entendí que Pedro aún no había vivido la experiencia 316. Cuando la

viviera, podría entrar para pintarla. No le contesté. Le dejé llorando

allí fuera. Aún no sé cuáles fueron mis motivos. Y entonces, apareció

una tenue idea. La cual se fue alumbrando hasta cegarme con su

luminosidad. No sé cómo lo supe. Pero cuando atravesé ese marco,

me encontré de nuevo en el colegio.

Gracias querida Nostalgia, por leer mis relatos.

Infi nitos recuerdos,

Ramón.

12 de diciembre

Esta mañana alguien ha tocado a la puerta.

-¡Adelante!

-Buenos días Ramón, aquí tienes el desayuno y tus medicinas.

-Déjalo en la cocina.

-Aquí no hay ninguna cocina.

-¿Acaso no has probado a acceder por la puerta que pone “cocina”?

-Voy a tener que llamar a Marta, estate quieto, no hagas tonterías.

Marta es mi futura esposa. Se enamoró perdidamente de mí y

siempre se me acerca con no sé qué excusas de “psicóloga”. Es tímida

la pobre. Hacemos como todas las parejas, ella me da consejos, me

hace preguntas, me da medicinas...

Entró por la puerta y me soltó su rollo habitual. Qué bien le queda

esa bata.

-Me han dicho que has vuelto a empeorar. Estabas avanzando.

-Buenos días querida. ¿Deseas dar un paseo? Tengo un nuevo avión.

“Cebra” nos acompañará.

-¡Y más tonterías! Ya habías mencionado a Cebra alguna vez.

-¡Cebra no! “Cebra”. Es mi mejor amiga. No tiene cola.

-Dibújala, veremos lo que signifi ca y diagnosticaremos el motivo

por el cual imaginas eso. Tómate las medicinas. Volveré en breve.

Refl exiona.

¿Refl exionar? ¿Yo? Si esos ojos no dejan de mirarme. Me matan, me

arrebatan el alma. Cojo la pluma de escribir cartas, folio en blanco.

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Querida Nostalgia:

Estoy harto. Espero que estés bien. Pero yo no, yo estoy harto. Son

los ojos, la mirada, se me clava encima. Me desnuda y me congela.

Marta dice que son remordimientos. Dice que el hecho de que yo vea

los ojos del jardinero al que maté es un sentimiento de culpa. Pero,

¿cómo voy a arrepentirme de haberle arrebatado la vida a un hombre

que sembraba girasoles? Los girasoles son malvados. Egoístas.

Perversos. Cobardes. Y encima estúpidos, pero al menos son...

Marta dice que debo centrarme. Constantemente repite que tengo

suerte de que hallaran mi estado psíquico y de estar en este centro y

no en una cárcel. Dice que debo portarme bien. Y cuando se enfada

me llama loco. Marta dice muchas cosas, yo digo muchas otras. Pero

las cosas son cosas y en cosas se quedan. “Cebra” está maullando.

La música acelera. Los ojos lloran, no sé si es euforia o felicidad, ni la

diferencia que existe entre ambos términos. Estoy muriendo, muero

atormentado, una gélida mirada está destruyendo los desvanes y

buhardillas de mi corazón en ruinas. Lloro. Mi corazón escupe. Mi

letra tiembla. Lloro y escribo. Estoy muriendo en la habitación de este

sucio manicomio. Y los girasoles son malvados. Egoístas. Perversos.

Cobardes. Y encima estúpidos, pero al menos son...

Este último aliento es para ti, querida Nostalgia. Porque Marta es

pequeña, enana, diminuta. Demasiado pequeña como para existir.

Y yo en verdad, te quiero a ti. No me olvides. Sé que no lo harás.

Es imposible. Tu mayor virtud siempre fue la de hacer que el

tiempo siempre sea inmortal. Recuerda que mi nombre es Ramón,

me gustan las galletas, odio la rutina y mi pasatiempo favorito es

escribir. En especial cartas. Acuérdate también de que los girasoles

son malvados. Egoístas. Perversos. Cobardes. Y encima estúpidos,

pero al menos son...

Los ojos me miran por última vez, están eufóricos, felices, helados.

Hasta me parece oír sus gritos victoriosos. Lo han conseguido. Ya

no tienen sed. Ya se han vengado. De repente, la música para. Adiós

Nostalgia, hasta siempre.

PD: Los girasoles son malvados. Egoístas. Perversos. Cobardes. Y

encima estúpidos. Pero al menos son.

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SEGUNDO CLASIFICADO

EL ESPEJOAlejandro Martínez Martínez

IES Inventor Cosme García (La Rioja)

Dos veces se había sentado en aquel lugar, dos veces había

declarado como testigo, y las dos había mentido. Eso sí, dos

veces se había salido con la suya. Dos personas inocentes

habían sufrido el azote de la justicia porque Mark Stevenson había

declarado falsamente en su contra. ¿La razón? Un puñado de sucios

billetes verdes.

Stevenson era un hombre frío y solitario. Tenía unos ojos gélidos, y el

pelo tan oscuro como la propia noche, que contrastaba con su pálido

rostro. Él era su propio amigo, su propio socio. Nunca colaboraba con

nadie. Sólo hacía su trabajo, lo que le proporcionaba una ganancia.

No había tenido nunca problemas con la justicia, por lo que era un

hombre de fi ar. Craso error. En verdad jamás había hecho nada para

despertar la desconfi anza de nadie.

Era esta la tercera vez que se situaba en aquel asiento. Sus testimonios

fueron contundentes. El supuesto agresor, un hombre de mediana

edad, con unos ojos claros y el pelo alborotado, había atropellado a

la víctima, la cual se hallaba en el hospital con unos traumatismos

provocados supuestamente por el Renault Megane del acusado. El

testigo, Stevenson, declaró haber visto el atropello, y la apresurada

huida del infractor.

-En vista de las declaraciones acaecidas ante este tribunal, declaro

al acusado culpable de todos los cargos de los que se le acusa. Le

condeno a dos años de cárcel -sentenció el juez Donovan.

Ante la incrédula mirada hacia Mark por parte del acusado, aquel

contestó con una jocosa sonrisa. Después de abandonar la sala,

Stevenson fue al lavabo a asearse. Ya dentro, sacó de su elegante

americana un libro sin tapas, de título “Adventures

D’Arthur Gordon Pym”, escrito por Edgar Allan Poe. Trataba sobre

Arthur Gordon Pym, un navegante al que le ocurrían todo tipo de

sucesos. Curiosamente, ese libro lo encontró después del primer

juicio en el que atestiguó falsamente, sobre ese mismo lavabo, y con

una extraña lista de catorce antiguos propietarios.

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Mark se lavó la cara, y al mirarse al espejo, volvió a tener la sensación

que le reconcomía las entrañas. En el espejo sólo podía ver su parte

trasera, como una representación simbólica de los juicios en los que

había participado: la verdad oculta tras un telón.

Tras los otros juicios, había sufrido siempre la misma visión, pero con

una particularidad: al fi nal de cada uno, se veía un poco más girado,

como si el espejo estuviera jugando con él. Mark se sentía poderoso,

orgulloso, grande; pero a la vez sentía miedo, incertidumbre,

desconfi anza hacia aquel espejo.

Pasaban los años y Stevenson continuaba engañando a la justicia con

sus tretas. El farsante era un hombre nómada. Cada ciertos juicios

mudaba de ciudad para no levantar sospechas. Los casos se seguían

sucediendo, como si para él se tratara de un adictivo lúdico. Y cada

vez, al terminar cada juicio, se veía un poco más girado, pero una

nube blanquecina, tal como su tez, tapaba su rostro.

Décimo juicio. Caso de asesinato con arma blanca. El testigo, Mark

Stevenson, presenció el acto, supuestamente, desde una esquina de

la calle. El acusado fue declarado culpable. Como de costumbre, Mark

fue hacia el lavabo. En él dejó, como de costumbre, el libro sin tapas

escrito por Edgar Allan Poe. Después de lavarse la cara miró, como de

costumbre, al espejo del lavabo. Por fi n pudo verse completamente

de frente. La nubecilla había desaparecido de su cara, pero eso

fue lo peor. La faz del mismísimo Lucifer se podía apreciar en el

lugar de su propio rostro. El terror le invadió, empezó a ver luces

de colores cálidos, y un círculo de fuego le rodeaba. Para cualquier

observador externo, Mark había caído en la locura. Se hallaba presa

del pánico, haciendo aspavientos a diestro y siniestro hasta que, de

súbito, se quedó rígido como una estatua, emitió un ahogado grito, y

desapareció.

Jamás se encontró el cadáver del farsante.

* * *

Años después, Peter Hidewall entró en el lavabo del Palacio de Justicia

después de atestiguar falsamente en un juicio. Encontró un libro

titulado “Adventures D’Arthur Gordon Pym”, escrito por Edgar Allan

Poe, con quince nombres de antiguos propietarios. En último lugar se

encontraba el nombre de un tal Mark Stevenson. Aunque Peter no se

fi jara, en el espejo, su refl ejo apareció girado ciento ochenta grados.

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TERCERA CLASIFICADA

MI QUERIDA SRA. PETERSONIguacel Esporrin Dena

Colegio Sierra de Guara (Aragón)

Otra vez. Le cerraron la puerta en las narices. Estaba harto de

aquello. Hasta la coronilla. Sin más. ¿Por qué todos le hacían

eso? Él iba solo a ofrecer su alegría. Y quizás también sus

productos. ¿Nadie se percataba de su carisma? Lo sabía. Todos le

odiaban.

Marc era vendedor ambulante. También solía trabajar a domicilio.

Hacía las veces de artista callejero. Pero él solo enseñaba su

mercancía. Con felicidad y sin compromiso. Y jamás nadie le hablaba.

Nunca. Era algo horrible. Solía esforzarse bastante en sus números,

ya fueran de mímica o unos malabares. Y, desde luego, cuando vendía,

siempre vestía muy pulcro. Pero si de verdad había algún cliente que

le hacía la vida imposible, esa era Alice Peterson. Vivía en la avenida

29, domicilio 316. Solía estar regando las macetas. Sus asquerosas

macetas. O tendiendo la ropa. Su asquerosa ropa. O tomando el té.

Su asqueroso té. Sin duda alguna, aquella jubilada era la persona que

más detestaba. ¿Por qué? Tenía sus razones:

Octubre de 2005. Era jueves. Llovía. Marc acababa de llegar a la

gran ciudad. “La inmensa urbe” -pensaba. “Me haré rico”. De pura

felicidad, se colocó en medio de la avenida 29, y empezó a interpretar

una conmovedora versión de aquel musical en el que se danzaba

bajo las gotas de agua. Entonces le salió al paso la vieja Peterson.

Aquella fue la primera vez que la vio. Iba con un paraguas. No era

algo extraño en un día así. Hasta que ese paraguas le golpeó. En toda

la tripa. Marc se retorció de dolor. La vieja dijo “Para que aprendas a

entonar”. Y de toda la gente que transitaba la calle, ni una persona se

dignó a mirarle y menos a ayudarle. Aquel recuerdo era constante en

su mente. Pero no era el único. Había más. Muchos más. Recordaba

muy bien todos y cada uno de ellos. Como cuando el día de Navidad

del año 2007 le lanzó un gnomo de jardín a la cabeza. Estuvo a punto

de matarlo. Por suerte solo le pasó rozando. El gnomo también salió

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ileso. Qué terror daba esa señora, a pesar de tener pinta de abuelita

adorable a la que todos sus nietos quieren y aprecian tanto. Pero de

dulce ancianita nada. Era todo lo contrario. Y tenía la prueba, como

el día 26 de abril de 2009, en el que el cortacésped fue en dirección

a él. “Casualmente” se le escapó. Cuando iba a ofrecerle productos a

su casa, nunca era bien recibido. Por ejemplo, una vez, la Peterson

le tiró una taza de té recién hecho por encima. “Lo siento”-exclamó-.

“Se me ha derramado”. “Tengo la mano muy temblorosa”. Seguro. Y

luego cerró la puerta.

Era insufrible. Lo que se preguntaba era por qué volvía a su casa. Ni

idea. Era como cuando se olvidaba las llaves de casa. Cuando tenía

casa. Buscaba en sus bolsillos. Miraba en su mochila. Rebuscaba

en su carpeta. Entonces, con determinación, aporreaba la puerta,

aunque sabía que no había nadie. Y que nadie le iba a abrir. Pues

era lo mismo.

Marc estaba paseando. No le apetecía nada trabajar aquella mañana.

Se preguntaba qué hacía pensando en aquello. Cuestiones de trabajo,

de esas que “endulzan” tu amanecer -iba pensando Marc. Entonces

vio un gesto que le ablandó el corazón. Se le escapó una lágrima.

Vio a una señora mugrienta que estaba rebuscando en la basura. No

era la típica que fi nge estar moribunda para sacar unas monedas.

Aquella era de verdad. ¿Cómo lo supo? Básicamente, no iba pidiendo.

Entonces, una linda niña de unos seis años pasó a su lado. Se la quedó

mirando. La señora con la cara sucia y triste saludó a la pequeña.

Entonces, la niña le ofreció una piruleta. La llevaba en un bolsillo,

custodiada como un tesoro. La señora se puso a sollozar de alegría

por el precioso gesto de la niña. Marc sonrió. Si todo el mundo fuese

así, la vida sería mucho mejor. Se sintió como un cretino por pensar

que él sufría. Sinceramente, en esta vida hay cosas peores. Guerras.

Gente que muere. Hambre. Dolor. Es mejor ser optimista, vivir la vida

con alegría, sonreír en los momentos tristes. Porque, si realmente te

ocurre algo malo, algún día eso terminará. Si no, pregunta a la amiga

muerte si es verdad. Porque solo es un suspiro tu sufrimiento. No

hay que preocuparse. Vivimos en un pequeño planeta que está en

un gran universo. Y pensar que tanta gente es infeliz por no llevar

joyas de oro, ropa de marca y colonia de Chanel -insignifi cante-. Y

ese minúsculo problema no es nada comparado con lo grande que es

todo. Desde luego, si la vida no te sonríe, hay que hacerle cosquillas.

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Después de esta refl exión, andando y andando, llegó a la avenida 29.

Cruzó la puerta 316. Y exclamó:

-¡Buenos días, Sra. Peterson!-

Aquella mañana iba a ser completamente feliz, y ninguna tontería la

iba a impedir su objetivo.

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CUARTA CLASIFICADA

MIEDOLaura Martín Lizaso

Colegio San Fermín Ikastola (Navarra)

Un escalofrío sacude su espalda, un ligero cosquilleo en el

estómago, un nudo en la garganta. Se inundan sus pupilas.

Tiene miedo, teme mirarse en ese espejo situado al fi nal de

esa fría sala, de mirar hacia adelante y no ver esa clase de persona

que ha creído ser hasta ahora.

Cuatro paredes la rodean, y entre ellas poco más que nada. La sala

está completamente vacía, a excepción de ese espejo que yace sobre

una base de mármol. Le trae a la cabeza la playa, esa arena fría y

ligera siendo arrastrada por el agua tan transparente que a su vez

posee ese color azul, tan intenso, tan bonito.

Observa que sobre la piedra marrón también se encuentra un libro

de un color verdoso, con un aspecto antiguo, el cual le recuerda a

su madre, y sus ojos empiezan a descargar lágrimas. Lágrimas que

se tiñen de negro con su paso por las pestañas y que empiezan a

descender lentamente por sus pálidas mejillas. Su madre, esa persona

a la que tanto ha querido, a la que siempre ha admirado y a la que

ahora tanto añora. Le viene a la cabeza una imagen de ella leyendo,

articulando con su voz aterciopelada palabra por palabra, letra por

letra, lo escrito en ese montón de papeles para hacerla soñar, y una

sonrisa se adueña de su cara por un momento.

Las gotas de agua que antes de deslizaban por sus mejillas van

cayendo por el antiguo suelo de madera; el sonido rítmico del gotear

de las lágrimas debido al eco que hay en la sala se expande por toda

la habitación. Ruidos pausados, pero intensos.

Miles de preguntas se amontonan en su cabeza, miles de

planteamientos que no tienen respuesta, pero que le están matando

por dentro. Tiene miedo, miedo a demasiadas cosas, pero su mayor

miedo es que el miedo le rete y se proclame vencedor.

Sigue avanzando, paso a paso, detenidamente. Cada vez siente

más presión. Presión que se va acumulando en sus articulaciones

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inferiores y que apenas le permite andar. Eso le lleva a sumergirse

en los recuerdos de cuando no era más que una niña. Estaba libre de

preocupaciones, y cuando el viento hacía volar sus dorados cabellos

se sentía como una mariposa recién salida de su capullo.

Su cara adopta una expresión dubitativa, no lo entiende. Los gusanos

de seda son los que se transforman en mariposas, no son las

mariposas las que se convierten en gusanos. Estos seres tan simples

que se arrastran por el suelo. Es consciente de que ella no aguantará

mucho más de pie, de que ya no le queda nada para acabar como ellos.

Se siente enredada en esa tela tan apreciada por la gente, rodeada

de problemas, mentiras y preguntas sin respuesta. Simplemente le

gustaría desaparecer, pero sabe que no puede.

Intenta seguir avanzando, no obstante apenas lo consigue. El espejo

está cada vez más cerca, y a medida que avanza se encuentra cada

vez más empapada de ese sudor frío. Son tantos los secretos que se

revelarían al colocarse enfrente del cristal refl ectante... Dentro de ese

gran marco dorado se encuentra algo que le inquieta. Recuerda los

relatos que le leía su madre cada noche, en los que aparecían muchos

espejos. En algunos casos, les hacían preguntas absurdas y esperaban

que les dijeran que eran las reinas, las reinas de sus reinos. Otras, en

cambio, los usaban como puertas hacia un mundo imaginario. Pero

ella lo tiene claro, ese objeto puede hacer desaparecer la felicidad

con suma facilidad, el que tantos complejos le ha causado, el que se

encuentra a escasos metros de ella.

Siente que su cuerpo puede con ella, que ese peso interior se está

adueñando de éste, como si de una cadena se tratase. Sus piernas se

van desvaneciendo, poco a poco su esbelto cuerpo va encogiéndose

hasta que roza el suelo con las manos.

Llega hasta esa pared en la que descansa el espejo, pero no la puede

alcanzar debido a la altura de la base. De haber estado de pie, lo

habría hecho, pero ahora ya no dispone de fuerzas. Nota mucho peso

en sus párpados, y se da cuenta de que van cayendo pausadamente.

Todas esas preguntas sin respuesta, todo lo ocurrido sigue presente

en su cabeza. ¡Tantas dudas! Está agobiada, incómoda, estresada.

Mil mariposas recorren su estómago. Quiere irse, desaparecer, y ya.

Pero sabe que...

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Un golpe frío, como una puñalada por la espalda y sus párpados caen

inesperadamente. Se cierran, y siente que todas esas mariposas se

van volando, volando hacia un mundo sin problemas, sin verdades,

sin mentiras. Un mundo oscuro en el que todo es nada, y del que no

podrán volver a salir.

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QUINTA CLASIFICADA EX AEQUO

QUIERO TU ALMALucía Gil Abad

Colegio Compañía de María (Andalucía)

Señor Campbell, los activos de la empresa caen en picado-, dijo

su contable sin rodeos. Cruzaba y descruzaba los dedos con

gesto nervioso a la espera de la reacción de Joe.

Joe seguía de espaldas al muchacho, mirando fi jamente por el

ventanal del salón. Se balanceaba suavemente sobre la plantas de

sus pies.

-Siempre directo al grano, Thom-, comenzó a decir tranquilamente.

-No eres de los que pierden el tiempo. Me gusta-. Dicho esto último,

Joe se giró y le lanzó una sonrisa a Thom, pero no era feliz. Eso

anunciaba problemas. Thom tragó saliva.

-Se- Señor-, tartamudeó Thom un poco asustado.

-Llámame Joe, por favor, entre usted y yo hay confi anza para eso-,

le cortó Joe.

-Joe, está bien, Joe-. Asintió el otro joven con gesto sumiso.

-Bueno... Joe, lamento decirle esto pero dado que apenas quedan

terrenos para comprar y explorar, los empleados no tienen forma de

trabajar y se pierden ganancias-, soltó rápidamente Thom.

-Mmmm... -murmuró Joe pensativo. Atravesó con la mirada a Thom,

con esos ojos azules tan cálidos y a la vez tan fríos. Sentía como si

le estuviera leyendo su alma. Thom se apartó ahogando un grito

de sorpresa y Joe sonrió. Una sonrisa divertida, burlona y también...

oscura.

-Compraré el orfanato municipal y lo derruiré-.

-¿Cómo?- preguntó Thom. No podía dar crédito a lo que había oído.

Joe respiró hondo, y pacientemente repitió: - Voy a comprar y derruir

el orfanato-.

-Pero eso es... -Thom no supo continuar, no le salían las palabras.

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-Lo más sensato -terminó Joe por él- contando con la gran cantidad

de terreno que abarca-. Se pasó una mano por su pelo, brillante y

negro como la noche, luego la metió en el bolsillo de su chaqueta

oscura.

Thom no sabía dónde meterse. Santo cielo, el señor Campbell

imponía. Bastante.

-Thomas -comenzó a decir Joe con voz pausada- usted trabaja para

mí desde hace cuánto... ¿cuatro años? Parece ayer aquella fi esta del

56 cuando nos presentaron.

Thom parpadeó, sorprendido por el curso que tomaba la conversación.

-¿A dónde quiere ir con esto, señor?- No quería que Joe se volviera

a salir por la tangente.

-Sin prisas Thom -le advirtió Joe con tono duro. Cuando volvió a

hablar recuperó su cadencia anterior.

-Me conoce, no mucho, pero lo justo para saber que la gran palidez

de mi piel me impide salir por el día, ya que el sol me daña, a menos

que sea otoño o invierno.

-Claro, señor -respondió Thom.

-También sabe que eso no ha sido obstáculo para mí, pese a la gran

cantidad de tiempo que me veo obligado a perder-.

-Eh... sí-.

-Por lo tanto, sabrá que aunque no salgo mucho de casa, conozco mi

ciudad y a los vecinos que viven en ella-.

-Por supuesto-.

-Bien -asintió Joe. -Y a estas alturas... conociendo todo eso... ¿sigue

creyendo que no sé las consecuencias que tiene cada decisión que

tomo? ¿En este caso sobre el orfanato? Vengo de una familia noble y

adinerada, he recibido una educación muy estricta y efi ciente-.

-Ya...-.

-No soy estúpido Thom-.

-No señor, claro que no- Pero los niños...-

-Queda el albergue. Sería peor que mi empresa cayera-.

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-Imagino, señor-, murmuró Thom a regañadientes.

* * *

A la mañana siguiente, seguía rumiando el asunto del orfanato.

Decidió bajar al desván, juraría haber hecho algún que otro trato

con su dueño. Problemas económicos, seguramente. Los papeles

se encontrarían guardados en algunas de las cajas polvorientas de

abajo. Bajó las escaleras apresuradamente. Encontrar los dichosos

papeles era importante.

No había reparado siquiera en arreglarse como es debido, rompiendo

una de las muchas normas de etiqueta que sus padres le habían

inculcado. Antes de abrir la puerta, se abrazó a su bata gris de lana,

y entró al lúgubre y húmedo desván.

Joe se obligó a frenar en el centro de la habitación y giró sobre sus

talones para ver todo su alrededor. Si lo miraba de cierta forma, el

desván poseía una belleza enigmática. Como si contuviera un secreto

esperando a ser desvelado.

Y allí halló su perdición. Ni papeles, ni cajas, ni nada. No. Un espejo.

Lo que parecía nada más que un mero espejo antiguo, de estilo

victoriano, con la pintura blanca de la madera lacada que caía raída

a pedazos, no era ni más ni menos que el objeto que acabaría con su

cordura y si alcanzaba un nivel mayor, inclusive con su vida.

Joe, abstraído de todo, se acercó para poder rozar con la yema de sus

dedos el polvoriento cristal refl ectante. De repente, un movimiento

borroso, seguido de un siseo casi inaudible, de no ser por aquel

silencio de ultratumba que lo envolvía, llamó su atención. Se le formó

un nudo en la garganta, el cual intentó deshacer tragando saliva

fuertemente.

-¿Hola?-, musitó.

Nadie, ni una pitonisa de las de Salem, podría haber visto venir lo

que ocurrió a continuación. Una silueta humana fue tomando forma

en el cristal del espejo. Parecía masculina. Puedo apreciar, conforme

se fue haciendo más visible, que el hombre era fornido, de espalda

ancha, y el pelo oscuro y corto. Un escalofrío le recorrió la columna

vertebral de arriba a abajo cuando descubrió con horror que no era

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otra silueta que la suya. Era el refl ejo de su propia espalda lo que

observaba incrédulo.

Paralizado, no movió ni un dedo hasta que su chiste cósmico personal

se dio la vuelta para mirarle con los ojos del mismísimo diablo. Eran

amarillos, de un amarillo animal, como los de los depredadores, los

felinos, que destacaba en la oscuridad como luces. Y sus pupilas, esas

pupilas. Eran dos rajas negras verticales. Esos ojos no eran humanos.

-Es... Estás maldito, eres...- dijo jadeante. Si de verdad hubiera

podido ver su propio refl ejo, y no aquella condenada copia demasiado

perfecta de él, podría ver cómo sus ojos estaban abiertos como platos,

sus labios entreabiertos, deseando dejar escapar un grito horrendo, y

su piel habría palidecido aún más, si eso era posible. Aquel monstruo

habló con voz pausada y contenida.

-¿Un demonio?- completó la frase. -Ah, y el maldito, en todo caso

eres tú. Ahora lo estás, al igual que yo-. Una amplia sonrisa se

instaló en su semblante, mostrando sus afi lados dientes como agujas.

-Algariept, encantado-, dijo una octava más alto, en tono jovial.

Joe se estremeció -llevaba esperando mucho tiempo a alguien con

el que... vivir-. El deje oscuro y misterioso de su voz hizo que Joe

retrocediera unos pasos. -¿Vivir?-, preguntó con precaución. Sentía

que aquel sería su fi nal.

-Oh, no es nada querido amigo-, dijo Algariept despreocupadamente.

Aunque alguien observador vería que había mucho más en el fondo

de lo que mostraba en la superfi cie. -Simplemente...-, parecía buscar

las palabras correctas, -podrás descansar de tu cuerpo, debe de ser

agotador-. Una sonrisa maliciosa estiró sus comisuras. -Así que a

partir de ahora, yo viviré por ti. Espero que tu alma descanse feliz

en el pozo eterno. Al principio es duro acostumbrarse, pero dentro

de unos milenios ni siquiera sabrás de ti. Aunque podrás seguir

observando desde el espejo. Es perfecto ¿no?-.

Tal y como Joe temía, era su fi n.

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QUINTA CLASIFICADA EX AEQUO

CAMBIO DE IDENTIDADAmaia Ochoa González

Colegio Mary Ward (País Vasco)

Lucía era una chica de 17 años, alta, fuerte y con aspecto

masculino. Anteriormente, en el colegio, siempre se habían

metido con ella por eso mismo y también porque tenía afi ciones

que no eran para nada de chicas, sino de chicos. A menudo practicaba

todo tipo de deportes pero no le gustaba cualquiera, le gustaban los

más brutos. Por ejemplo, el boxeo era uno de ellos. Se le daba genial

y estaba muy involucrada en él.

Aquello empezaba a ser extraño, pero a ella no le preocupaba

demasiado porque siempre le habían dicho, desde pequeña, que cada

uno tiene sus afi ciones y que estaba en su derecho. Aunque también

es verdad que desde hacía ya tiempo, le gustaba ser un hombre y

comportarse como uno de ellos.

Era 16 de julio, el día de su cumpleaños. Cumplía 18 años, por tanto,

ya era mayor de edad. No había pedido nada de regalo, pero sus

padres decidieron regalarle un espejo. Ella al abrir el regalo se quedó

asombrada, ya que para ella no signifi có nada, pero en cambio sus

padres insistieron y persistieron en decirle que aquel regalo era

muchísimo más importante de lo que ella pensaba y que era normal

que ahora le pareciera absurdo, aunque tenía un gran valor (el cual

esperaban que descubriera pronto).

Lucía se enfadó mucho porque ella, a pesar de que no hubiera pedido

nada, se esperaba por lo menos un regalo mejor, ya que acababa de

cumplir 18 años y eso no era ninguna tontería.

Sus padres, sin embargo, no le hacían caso y seguían diciéndole lo

mismo que antes: que era importantísimo y que un día descubriría el

gran secreto que contenía.

Ella, fastidiada, cogió su espejo y se lo llevó a su habitación. Lo miraba

y lo miraba constantemente pero no veía nada especial. Se volvió loca

intentando buscar algo diferente en él porque lo estaba mirando todo,

desde el marco hasta el cristal, aunque seguía sin encontrar nada.

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Ya desquiciada, decidió irse a dar un paseo por los alrededores de su

casa. Estuvo refl exionando sobre todo y pensó que se había pasado

con sus padres porque a pesar de que cumpliera 18 años, eso no

le daba derecho a ponerse así con ellos y enfadarse, simplemente

porque no le habían regalado nada más que aquel absurdo y simple

espejo.

Al regresar a casa, fue donde se encontraban sus padres y les pidió

perdón por haberse comportado de esa forma. Ellos aceptaron sus

disculpas pero le dijeron por tercera vez consecutiva que mirara bien

aquel espejo, que tenía un secreto y que por eso mismo, era diferente

a todos los demás. Lucía así hizo, volvió a mirar detenidamente su

regalo pero seguía sin descubrir nada.

Y así pasó el tiempo, hasta que llegó el 31 de agosto, uno de los

días más importantes de su vida. Tenía una competición de boxeo,

importantísima a nivel mundial, pero había un problema: sólo

admitían chicos.

Como ella era tan tan tan buena, la escuela que la entrenaba la disfrazó

de chico para que pudiera competir. Apenas quedaban unos minutos

para que el combate empezara, cuando algo ocurrió. Se acercó el

director del campeonato mundial y le dijo que había descubierto su

disfraz, por lo tanto estaba descalifi cada de la competición.

Lucía, triste e indignada, recogió sus cosas y se dirigió hacia su casa.

No paraba de llorar, ya que esta competición la llevaba esperando

desde hace años, y para ello dejaba su piel en el boxeo.

Entró en su habitación furiosa y llena de rabia. Se situó de forma

inconsciente enfrente del espejo: cerró los ojos, apretó los puños y se

puso rígida. Lo que más deseaba en aquel instante era ser hombre,

pero sabía que era imposible.

De repente, algo extraño sucedió.

No se veía como en los demás espejos. Era verdad que el regalo de

su décimo octavo cumpleaños era especial: en vez de ver su refl ejo

frontal, era todo lo contrario, veía su espalda, su nuca, sus hombros...

toda la parte trasera de su cuerpo. Era como si el espejo estuviera

detrás de ella. Pero no sólo era eso lo que pasaba, cada vez era un

objeto más peculiar. ¿Por qué? Porque aparte de refl ejar la parte

trasera de su cuerpo, se estaba convirtiendo en hombre.

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Eso es, le salía barba, bigote, se le cerraban los agujeros de la

orejas, se le acortaba y engominaba el pelo... es decir, se convertía

completamente en un hombre (lo que ella había querido ser desde

hacía tiempo).

Todo aquello era inverosímil, como un sueño hecho realidad. Al

descubrir totalmente el signifi cado de aquel espejo, fue corriendo

donde estaban sus padres y les dio las gracias, les dijo que lo sentía

por haberse comportado de aquella forma y que era el mejor regalo

que nunca le habían hecho antes.

Ellos, orgullosos de su hija, le dijeron que le habían regalado eso

porque se lo merecía y porque todo afán tiene una recompensa y esa

era la suya.

A partir de aquel momento, cada vez que ella se miraba al espejo y se

concentraba bien desde el primer momento, podía estar hasta días y

semanas enteras convertida en hombre.

De allí en adelante, fue el hombre o la mujer más feliz del mundo, ya

que su sueño se había hecho realidad.

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FINALISTA ESTATAL

SIN TÍTULOIrene de Caso Ojea

Liceo La Corolla (Asturias)

-Déjame cerrar los ojos -se dijo Alicia a sí misma- Hoy va a ser mi

día.

Trece años, trece años esperando ese día que sería suyo.

-Sólo pido concentrarme, un gran día, ¿qué hace alguien en su gran

día?

Todo el mundo conocía a Alicia, todos la habían catalogado como

una persona extraña. Siempre esperando. Nadie sabría nunca a qué

esperaba, y si ella supiera que sólo le quedaba un día de “vida” tal vez

lo habría explicado.

Las campanas del reloj de la iglesia dieron las doce. Las doce, esa

hora a la que Alicia siempre esperaba para poner a cada campanada

un sentido para vivir.

“Toon” –sueños

“Toon” –mar

“Toon” –aire

“Toon” –libertad

“Toon” –futuro

“Toon” –papel

“Toon” –tinta

“Toon” –arte

“Toon” –oscuridad

“Toon” –compañía

“Toon” –alegría

“Toon” –ella

Esas doce cosas que esperaba, que quería encontrar… que estaba

segura de que existían. Sueños que soñar, mar que ver y aire

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que respirar. Libertad para ser esa persona que ocultaba, futuro,

un futuro para ella. Papel y tinta para escribir. Arte que respirar.

Oscuridad para pensar, compañía que la amase. Alegría que aún no

había disfrutado, pero sobre todo, ella.

Una lágrima bañó su mejilla, haciendo que los ágiles trazos negros

que rodeaban sus ojos se convirtieran en dos ríos de azabache en sus

mejillas. La lágrima de las doce, la que aún no sabía por qué lloraba.

Un calor sofocante inundó la habitación. Se acercó a la ventana,

si supiera que aquel simple gesto cambiaría su vida tal vez habría

soportado la temperatura.

Un señor vestido con un elegante traje paseaba por la oscura plaza.

A Alicia le llamó la atención su sombrero:

-¿Cuántas plazas como esta habrá visitado? ¿Se habrá separado

alguna vez de su dueño? –se preguntó en silencio.

Como si el pequeño accesorio la hubiera escuchado, se deslizó por la

espalda del hombre hasta caer al suelo, pero este no se dio cuenta.

Alicia bajó corriendo las escaleras de su casa, abrió la puerta y se

dirigió a la plaza de la iglesia, a recoger el sombrero y entregárselo

a su dueño.

El frío marzo la envolvía, y su melena rubia parecía volar. Sin despegar

la vista del sombrero siguió corriendo hasta al fi n llegar a la plaza.

Se agachó y recogió al interesante compañero del hombre. Acarició

suavemente el interior de éste y encontró un papel arrugado. Lo leyó:

“vivir en un mundo de imposibles en el que todo lo que anhelo hallo,

y al hallar, poseer lo anhelado se hace imposible el todo al no haber

una nada”.

Callada y sorprendida refl exionó. Aquel señor tenía todo lo que quería,

pero jamás poseería ese todo al no haber una nada que le estimulara.

Tal vez el sombrero no signifi caba nada para él, pero igualmente se lo

tenía que devolver. Corrió hacia la puerta de la iglesia y entró.

-Seguro que aquí lo encontraré –le dijo a su nuevo amigo- como si

éste pudiera oírle.

El olor a incienso la intimidó, tantos años viviendo allí y nunca había

entrado. Oyó un murmullo desde una de las naves laterales. Desde

una puerta alguien hablaba. Se dirigió hacia allí corriendo. La puerta

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estaba entreabierta pero no se podía ver nada, una luz cegadora

inundaba la estancia. Abrió la puerta y entró.

Miles de papeles caían del cielo. Cada uno llevaba un mensaje

diferente y un nombre. Agarró uno: “corre, vuela, corre y nada, tierra

para el viento y mar para la añoranza” – Beatrice.

Le gustó la frase y la guardó en el sombrero. Al recorrer la estancia

encontró un pequeño cartel: “EL SUELO DE LOS POETAS OLVIDADOS”.

-Mil poesías que nunca se leyeron… -pensó ella.

Cualquiera se habría intimidado por aquella atmósfera, no era el caso

de Alicia, ella no era cualquiera.

El sombrero expulsó un sobre con seis papeles, un sobre transparente

que dejaba ver su contenido a los curiosos. Seis papeles, seis palabras,

pero las únicas que Alicia no se esperaba: “sueños, mar, aire, libertad,

futuro y papel”.

Se llevó la mano con su manicura blanca como la nieve a la boca. Un

escalofrío la recorrió, pero no iba a abandonar, aquel señor tendría su

sombrero. Recogió una última frase: “carencia de la nada en un lleno

vacía del todo”. Ni siquiera tenía nombre.

-¡Vaya una habitación! -gritó Alicia- Su voz se oyó, pero no entre

esas cuatro paredes sino en la estancia contigua.

Echó a correr hacia una puerta que había a la derecha, aunque habría

jurado que antes no estaba allí. Recorrió el pomo de la puerta con la

yema de los dedos y la abrió.

Una única vela iluminaba una habitación completamente blanca,

su color preferido, pero era un blanco frío y distante, que le hacía

sentirse extraña.

-¿Dónde estoy? –gritó.

-¿Dónde puedo encontrar al hombre… hombre? –respondió su misma

voz.

-¿De qué hablas? ¿quién eres? –dijo alarmada.

-¿Soy yo quien habla? ¿existe alguien aquí? –respondió su voz de

nuevo.

El sombrero volvió a mandarle otro sobre transparente con otros

seis papeles, cinco pequeños y uno grande. En el papel de mayor

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tamaño se leía “esta habitación repetirá aquello que tú digas, pero no

literalmente, sino que gritará aquello que de verdad querías decir, lo

que en el mundo se llama sinceridad”.

Los otros cinco papeles llevaban escrito: “tinta, arte, oscuridad,

compañía, alegría”. Faltaba uno… el último pensamiento.

-¿Dónde está? –gritó perdiendo la cabeza.

-¿Dónde está? –repitió la voz.

Esta vez no había mentido, quería saber dónde estaba aquel

pronombre cuyo sentido aún desconocía: “ella”.

Un extraño viento llenó la habitación y se llevó el sombrero de sus

manos.

-¡Eh! –gritó- ¡Espera!

-¡Eh! ¡no sé a dónde ir!

Miró enfadada las paredes y siguió al sombrero que atravesó la

blanca pared. Alicia, empujada por el viento y creyendo que se iba a

estrellar, también consiguió traspasarla.

La última habitación era de un color crema apagado, deprimente. Un

espejo la adornaba, y el caballero del sombrero estaba allí mirándose.

La sorpresa fue el refl ejo. Su pelo engominado ocupaba el lugar en

el que debería estar la cara, y la parte de detrás de su chaqueta

cubría su torso. Un libro al lado suyo, sin embargo, se refl ejaba a la

perfección.

-Gracias por traerme el sombrero –dijo- creo que esto es tuyo.

Le arrojó una bola de papel, sin darse la vuelta. Alicia la leyó: “ella”.

-G-g-gracias –tartamudeó.

-Ahora te has encontrado, niña. Aunque no lo sepas, tu mente escribió

las frases del “suelo de los poetas olvidados”, aunque les dieron otro

nombre para ocultarse. Tu mente gritó las frases de la “sala blanca”.

Tu mente abrió la puerta en la iglesia y atravesó la blanca pared.

Ahora solo te preguntarás quién soy yo -concluyó con voz grave.

Alicia se acercó al señor para poder ver su rostro, pero sus pies

estaban pegados al suelo.

-¿Quién eres? ¿Qué es este sitio?

-Soy tu mente, y “este sitio” eres tú.

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Alicia perdió la vista, todo le empezó a dar vueltas y el señor

desapareció. Ni siquiera le había dicho que le gustaba su sombrero.

Despertó sofocada e incómoda, ¿había sido todo un sueño? Algo

le molestó en la espalda. Lo cogió. Un hermoso sombrero algo

desgastado y con un papel dentro: “Alicia”.

Se levantó y corrió hacia la iglesia, quería comprobar algo. Recorrió la

plaza, abrió la puerta, fue hacia la nave lateral… pero nada. Ni puerta,

ni papeles, ni hombre. Sólo un bloque de pared. Se sentó destrozada

y lloró, justo cuando dieron la una.

“Toon” -Alicia

Ella, se había encontrado. En el “suelo de los poetas perdidos”, en

aquel hombre, en su sombrero, en la “sala blanca”… en una lucha

en la que había vencido. Pero no había sido un sueño. El sombrero

estaba en su mano y los papeles en su bolsillo…

Desde entonces no he sido la misma, ahora me dedico a escribir, a

plasmar mis sentimientos en papel, tinta. Vivo en una casa junto al

mar. Y si pudiera destacar algo de mi vida es que aquel día al salir de

la iglesia vi al hombre, aunque nadie lo crea. En ese momento aquella

Alicia murió. Nació un nuevo ser. Fue el último día de mi vida como

“nada”, ahora, SOY YO.

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FINALISTA ESTATAL

“CONFESIÓN DE UN JOVEN ESCRITOR”Sara Molina León

Colegio Luther King La Laguna (Canarias)

Soy escritor.

Juego con las palabras, imagino mundos imposibles y tejo historias

absurdas.

Sí, soy escritor.

Encuentro en la página escrita un poder especial.

Puedo gritar sin que nadie me oiga.

Puedo vivir y a la vez morir.

Puedo enamorarme.

¡Puedo hacerlo todo!

No hay nada en el mundo que me pueda parar.

Y sin embargo, estoy atrapado. De repente, las palabras me

han abandonado y se han ido muy lejos, allá donde yo no puedo

encontrarlas. Mi mundo de letras se desvanece en el aire.

Todo es blanco a mi alrededor. Las paredes, el piso, la puerta...Es una

realidad vacía.

Sólo dispongo de un número: 316.

¿Y qué hago yo con este número?

Le doy vueltas, juego con él y le hago preguntas.

“¿Qué tal está, Señor Número? ¿A dónde lo llevan sus emociones?

¿Está enamorado, tal vez? ¿La vida le sonríe, o le da la espalda?”

Pero nada de esto funciona.

Este número es frío y distante; y no hace caso a mis preguntas.

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Entonces rompo a llorar y golpeo la puerta con mis puños, justo

donde descansa esta maldita cifra, fruto de mi desesperación.

Y ahí es cuando me doy cuenta de todo.

Soy escritor.

Hago bailar a las palabras sobre el papel, compongo música con las

letras y creo personajes fascinantes.

Y mi protagonista ahora es un número.

Se trata de una persona recelosa y tímida, seca y áspera. Alguien

muy frío, helado como el hielo, que no tiene piedad con los demás

personajes. Y aun así, bajo toda esa capa de falsa personalidad, se

esconde un corazón que anhela con deseo un amor prohibido.

Después creo su aspecto humano.

Ojos azules, tez pálida y labios muertos.

No necesito nada más.

Inspiro lentamente y cojo aire. Lleno mi pecho de aquellas palabras

traidoras que una vez se alejaron de mí, pero que han vuelto para

salvarme la vida.

Recordadlo, soy escritor.

Y por eso jamás estaré solo.

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FINALISTA ESTATAL

“MI TESORÍN”Mar Godás González

Colegio San José Niño Jesús (Cantabria)

¡Y cómo no! Ahí estaba yo, como en cada amanecer. Frente a

un simple trozo de cristal, me encontraba yo. La habitación

olía a pena, rabia, impureza… No debí hacerlo, no debí dejarla

ir. Mi cabeza daba vueltas como una peonza sin control, reviviendo

una y otra vez la misma imagen. Me aparté del espejo y me cubrí

el dolor con las manos blanquecinas, debido a la ausencia de sol.

¿Qué le pasaba al espejo? Llevaba dos meses aislado, solo pensando

en aquel dolor insoportable, que me iba comiendo poco a poco. Me

pasaba todo el día intentando poder mirarme al espejo. Pero no

podía. Formé un puño con mi mano, desaté toda mi furia y di un

golpe en el cristal. Solo un rasguño, solo uno fue el resultado de mi

enfado. Me di la vuelta, miré hacia donde solía recostarse el resultado

de un amor inolvidable. Y, ya no estaba, se había ido, para siempre.

Mi niña, mi tesoro. Todos me decían que ahora tendría todo lo que

quería y tendría más tiempo para mí. Pero había perdido lo que más

quería en el mundo. Se me empezaron a desatar ríos de lágrimas

amargas. Volví la mirada hacia aquel espejo. Solo veía refl ejada mi

espalda junto a mi perfecto pelo engominado.

Bajé la mirada y encontré un libro que antes no estaba, o al menos,

yo no lo había visto. Pasé la primera página y encontré un trozo de

papel que decía:

“Hola, papá:

Esto te lo escribo para que sepas que, yo ya sabía que esto ocurriría.

Porque… a todos nos toca algún día. Nunca pensé que esto me

ocurriría a mí antes que a ti, pero por eso, quiero decirte que, por

favor, te acuerdes de mí. Pero no quiero que te pongas triste cuando

me recuerdes, porque a mí me gusta verte sonreír, y aunque yo no

esté, quiero que sigas viviendo como antes, porque yo te quiero y ese

es mi mayor deseo.

Te quiero, “Papi”.

Lucía”

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Más lágrimas derramadas, pero esta vez de felicidad. Y, bueno, ya os

imaginaréis lo que pasó ¿verdad? Si la respuesta es “no”, eso signifi ca

que tenéis que dejar de pensar en el pasado, vivir ahora y recordar

las cosas buenas de la vida.

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FINALISTA ESTATAL

EL PACTOMarcos Martín Ugena

Colegio Mayol (Castilla-La Mancha)

Me encontraba allí, de frente a mi espejo. Era como si él no

me quisiera refl ejar, ignorándome y hundiéndome en mi

oscuro pesar. Lo único que suplicaba era ver mi dulce rostro

que tanta fama había tenido en años anteriores con las damas. Yo

no podía imaginar aquella situación, mi amigo, con el que siempre

hablaba, que me decía lo que yo quería saber, lo que yo tenía que

saber. No, esta vez se había cansado de mí y lo único que me decía

era el silencio. Poco a poco fui hundiéndome en un valle de lágrimas

que me consumía a cada segundo que pasaba…

Fui un estúpido por hacer tal trato, nunca debí de hacerlo ni de pactarlo.

Fue una noche oscura, en la que la luna llena iluminaba la transitada

calle del casco. Me encontraba solo, de cara conseguí vislumbrar una

fi gura, pero mi intento fue en vano por descubrir a mi enigmático

personaje. Estaba borracho y no conseguía ni desplazarme siquiera,

todos los días era la misma rutina, me acostaba con esplendorosas

mujeres y después bebía hasta perder el conocimiento. Pero esto ya

se había acabado. No podía más, mi continuo enriquecimiento había

llegado a su fi n. Mi economía estaba por los suelos y el médico me

había diagnosticado cáncer de pulmón. Lo noté, me estaba muriendo

y no podía hacer nada, me tumbé en el frío e incómodo suelo a

la espera de la muerte, que daría el fi n a mi vida. Noté un gélido

aliento en mi nuca, me giré, y allí estaba ella, con su manto negro,

pues resulto ser la misma fi gura que no había conseguido vislumbrar

bien en la calle. Se acercó con su mirada enigmática y penetrante

esbozando una mueca que debía de ser una sonrisa, no le distinguía

la cara, pero no tenía deseo de que eso sucediera.

Me propuso un trato, un pacto tan descabellado que nunca hubiera

imaginado sus grandes consecuencias. Ella me pedía algo que

no creía que existiera, algo que todo el mundo cree poseer, pero

que sin embargo yo no prescindía de ella, mi alma. A cambio, ella

me obsequiaba con el don de la inmortalidad pese a que no tenía

intención de engañarme. Fui un estúpido y acepté sus condiciones.

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Automáticamente, me elevé como un ángel y me sentí más vivo que

nunca, ya no tenía el más leve dolor. Al día siguiente fui al médico y

el cáncer, en fase terminal, había desaparecido. Mi economía había

subido de tal forma que, en apenas unos minutos, era el hombre más

rico del mundo. Era feliz.

Volví a mi rutina y, durante un año, estuve en la fl or de mi vida y supe

que eso no cambiaría nunca. La verdad vino después…

Fui a un bar con mis amigos a tomarnos unas cervezas, y fui tan

tacaño que no pagué las veinte que me bebí. Pronto fui haciéndome

egocéntrico y egoísta, pero eso solo fue el principio.

Dejé de ir a los locales que tanto me gustaban por una simple razón:

mi atractivo no era el mismo. Las mujeres comenzaron a odiarme por

acosarlas, mis amigos me dejaron de hablar y lo peor… mis familiares

habían muerto.

Todo lo había perdido. El pacto lo había cambiado todo.

Ahora estoy ante el espejo, solo en el mundo, y ni siquiera puedo

observar mi rostro. Escribo esto con el fi n de que alguien lo encuentre

y de que nadie haga ningún trato con ella, con mi enemiga, con la

muerte. Me he intentado suicidar pero mi intento es en vano. Quien

quiera que esté leyendo esto, que sepa a lo que se enfrenta y que viva

la vida lo máximo posible, lo que yo he sido incapaz de hacer.

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FINALISTA ESTATAL

REFLEXIONES DE LA CAÍDAPablo Hernández López

Colegio Mariano Quintanilla (Castilla y León)

A sus 25 años, Boni no se sentía útil. Tenía estudios, tenía

juventud, pero no encontraba nada que pudiera aportar al

mundo. La crisis o la mala suerte lo dejaron en paro, a su

temprana edad.

Allí arriba se sentía un poco mejor, sentía una ligera esperanza. Y

entonces voló. El viento, que antes le acariciaba la cara, ahora se la

azotaba de malos modos.

De repente, tocó tierra. Miró al cielo y las nubes le parecieron extrañas.

No desfi laban ante él, estaban quietas, como pintadas en una gran

cúpula. Se levantó y miró alrededor. Las paredes de esa gran sala, de

esa inmensa nave, de esa extraña catedral, eran de piedra azulada y

se fundían en lo alto con el cielo inmóvil. En el medio, un gran tocón

de madera, hueco por dentro, presidía la sala. A su lado, un anciano

en silla de ruedas la habitaba. Enseguida el anciano fue a recibir a

Boni.

-Bienvenido -dijo el extraño personaje- deja que te presente a mi

amigo y a mí mismo, por supuesto. Me llamo Holden y soy, ya no por

mucho tiempo, esperanzador.

-¿Esperanzador? ¿Esto es el cielo?

-Sí, esperanzador y no, esto no es el cielo: se llama sala de

esperanzación -le respondió Holden y, acto seguido, empezó con

su explicación-. ¿Te has preguntado alguna vez por qué está tan

desigualmente repartida la suerte?

-Continuamente -dijo Boni.

Entonces, salió del tocón un sobre rojo. Holden lo tomó y se lo dio

a Boni, pidiéndole que lo abriera. Al abrirlo encontró una foto de

un hombre desesperado apoyado en la puerta de una habitación de

hotel, la 316. Boni reconoció en un instante al desdichado personaje.

-Es mi padre -acertó a decir, confundido.

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-Sí, lo es y no parece muy feliz -Una lágrima descendía patinando

por la cara de Boni pero Holden seguía hablando-. Ayudamos a gente

como tu padre, como todas las personas que hay ahí -y señaló el

interior del tocón-. Boni se sorprendió al ver una inmensa colección

de sobres: rojos, ámbar, verde aterciopelado, azul ultramar…

-Toda esta gente necesita ayuda -dijo Boni mientras abría sobres y

sobres- Pero aquí no veo ni un solo niño pobre, todo son gentes del

primer mundo.

-A esa gente, muchacho, tiene que ayudarla la humanidad, los

hombres afortunados tienen que saber sacrifi carse por los demás;

pensar en “nosotros” y no solo en “yo” -dijo el anciano con el ceño

levemente fruncido- Pero volviendo al tema, tú eres mi sucesor.

-¿Qué? -exclamó el joven- ¿Después de todo lo que me ha perjudicado

la sociedad tengo ahora que partirme el espinazo por ella?

-¿Ves? Es lo que te acabo de decir. Perdona al mundo, no tenía

intención de hacerte daño, ¡y trabaja!

Entonces, Holden desapareció. Boni quedó pensando.

-Ojalá hubiera acabado de caer -decía- lo mismo que los países ricos

deben arrimar el codo para ayudar a los pobres, que lo arrimen para

ayudarse entre ellos.

Abrió los ojos, la gente aplaudía a su alrededor. Tumbado en el suelo,

el personal sanitario de la ciudad lo atendía.

-Supongo que no existe tal sala de esperanzación -pensó- ¿Quién

cuidará de la humanidad? Nosotros mismos –se respondió.

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FINALISTA ESTATAL

SIN TÍTULOLaura Roca López

Colegio Sagrada Familia D’Horta (Cataluña)

¡Dani! ¡Ya es la segunda vez que te aviso! -Se alteró el profesor

López mientras agitaba sus libros-. Podéis recoger, chicos.

Dani, tú quédate un momento.

Estaba nervioso, la intimidante mirada del profesor me ponía los

pelos de punta.

-Muchacho, ¿cómo puede ser que te duermas en todas mis clases?

-No sólo en las suyas, señor, en las de los demás también -vacilé.

Escuché cómo refunfuñaba ante mi respuesta. A continuación abrió

su libro de historia y empezó a dictarme una serie de deberes, para

ello tenía que ir a la biblioteca; hacía tanto tiempo que no iba, me

dan miedo todos esos libros derechos en la estantería que, de alguna

manera, me pedían que los leyera.

Tuve que ir a pie hasta aquel espantoso lugar, puesto que yo no

tenía bicicleta; sería el único niño en la faz de la tierra que no tenía

una. Leí aquellas enormes letras plateadas que decía claramente:

“bienvenidos a la biblioteca”. Luego, en letras más pequeñas y en un

cartel, ponían una serie de normas que no se podían hacer dentro.

-¡Dani! ¡Daniel! -gritó la señora Julia, la bibliotecaria-. ¡Daniel Ramos!

¿Tú por aquí? Dime, ¿Cuánto haces que no vienes por aquí?

-Verá señora Julia, soy un estudiante de segundo curso, normalmente

a esta edad no gusta pasearse por lugares como éste.

Continué mi camino buscando grandes libros donde pusiera todo

sobre Cristóbal Colón y algunos más. Ya estaba en la barra, donde

me apuntaban los libros cogidos y mi nombre. No pude evitar mirar

a la sección de “libros devueltos” que la mayoría de ellos eran viejos

y llenos de polvo. Me acerqué y agarré uno con fuerza, uno sin título

que me llamó bastante la atención. Miré de soslayo a la señora Julia,

que ésta me hizo un gesto para que me acercara.

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-¿Este libro? ¿Por qué Daniel? No contiene nada interesante, y menos

para un jovencito como tú -Ella se paró unos instantes y contempló

mi cara de disgusto-. Además querido, has cogido el máximo número

de libros. Tendrás que dejar alguno para poder llevártelo.

Así lo hice, no me interesaba mucho la vida de “Fernando Magallanes”

y me llevé mi preciado libro. Una vez en casa, tiré todos al suelo

menos uno; el siniestro libro me daba un poco de grima, pero lo abrí

de un solo golpe y leí las instrucciones iniciales:

“Libro no apto para menores de 18, si fuera el caso de un menor,

obligamos la supervisión de un adulto. Libro peligroso si el lector

desconoce su uso. Le recordamos: no pase a la siguiente página sin

un adulto delante. Disfrútelo”

Solamente estaba mi hermana mayor en casa, y no creo que pudiera

considerarla una persona adulta, así que, decidí llamar a mis mejores

amigos, Javier y Clara que vinieron rápidamente con sus “bicicletas”

cosa que me recordó que yo no tenía ninguna. Sabía que los chicos

volverían en cualquier momento, pero mi curiosidad pudo conmigo y

pasé de página con un poco de miedo, pero superándolo, empecé a

leer la hoja antigua de papel:

“Apreciado lector, si usted está leyendo esto signifi ca que es un adulto

o, que recibe la compañía de éste. Si quiere adentrarse en la mágica

aventura de Sweetdreams, proceda diciendo las palabras: lo hecho,

es un hecho que se afronta con el pecho”. Un poco desconcertado

por las palabras “mágicas” que tenía que decir, cogí mi linterna por

si las moscas y canté las palabritas con los ojos cerrados. Lo único

diferente que noté en mí, fue una suave brisa que me recorrió el

cuerpo; seguramente tenía la ventana abierta. Abrí los ojos con un

gesto de desinterés por la situación.

Pude contemplar poco a poco una imagen. Más blanca de lo normal,

pero reconocí mi habitación. La veía más grande que nunca.

La puerta se abrió poco a poco y alguien gritaba mi nombre, la voz

de Clara la reconocí fácilmente pero la de Javier me costó un poco

más. Eran enormes y, cada paso que daban, era como un terremoto

para mí.

-¿Daniel? ¡Dónde estás! -preguntó Clara un tanto preocupada.

-Déjalo, se habrá ido a comer...

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Él no lo sabía, pero yo había escuchado perfectamente lo que acababa

de decir. Si que era verdad que tenía una verdadera pasión por la

comida, pero no me gustaba que se rieran de mí por ello. Grité sus

nombres varias veces pero ellos no me veían y, tampoco me oían.

Javier cerró bruscamente el libro y lo empujó. Yo me caí y empecé

a caer, nunca llegaba hasta el suelo hasta que, llegué a un enorme

bosque que me salvó la vida. Era increíble. “Estoy dentro del libro”

pensé. Todo era, a la vez muy extraño, si mirabas hacia un lado,

veías el mar y, peces parlantes. Si mirabas hacia otro lado, podías ver

bichitos imaginarios nunca vistos. Algo o alguien me tocó la espalda y

me giré bruscamente. Era un ser que se hacía llamar Luppe-Luppe,

parecía un “troll” de dibujos animados.

-¿Quién ser tú? ¿Cómo tú llegar hasta aquí? -mis ojos se abrieron

como platos, ¿cómo diantres hablaba? No era normal, así que decidí

hablar como él para que me entendiera.

-Yo ser Daniel, Dani Ramos; yo llegar aquí porqué un libro absorber

a mí. ¿Qué es esto?

Luppe-Luppe me señaló alrededor suyo y me explicó que eran

muchas cosas, era un mundo imaginario que estaba mezclado por

muchas cosas. Poco a poco me fue explicando aquel maravilloso

mundo lleno de fantasía. Era alucinante, espectacular. Pero como

todos los libros, me explicó que, siempre le pasa algo en las aventuras

que éste contiene. Algo malo o bueno, pero justamente el libro que

yo había cogido, era el peor de todos. Me dijo que las aventuras que

el libro contenía eran, la mayoría, negativas.

Algo empezó a ir mal, ¿las “aventuras” habrían empezado? Vi mar,

pero no cualquier mar, era negro y formaba una ola que crecía y crecía

mediante se acercaba a nosotros. Todos los bicharracos gritaban:

-¡Naco Mar! ¡Naco Mar! Luppe-Luppe me explicó su signifi cado;

“Naco Mar quería decir: ola negra”. Corrí a refugiarme en algún sitio,

y vi una puerta que era golpeada por un hombre, un hombre de la

misma raza que yo. Golpeaba a la puerta número 316. Golpeaba sin

parar y pedía que alguien le sacara de ahí.

-¿Quién eres? -pregunté- ¿Cómo se sale del libro?

-Eres... eres... ¡humano! Ayúdame, me dijeron que el número de esta

puerta es la salida. Lo he probado mil y una vez y no sirve.

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Me senté y miré la puerta desde abajo, leí: 913. “¡Eso es!” grité.

La puerta no es la 613, si no la 913.

-Eso ya lo sé, solamente que no recuerdo las palabras mágicas para

volver -me dijo con un pequeño rostro de pena.

-¡Yo sí! -le animé. Le cogí de las manos, tomé aire y lo dije. “Lo hecho

es un hecho que se afronta con el pecho. ¡913!”

Abrimos los ojos y estaba rodeado de amigos, el profesor López

continuaba explicando Historia.

-Buenos días Daniel. ¿Has dormido bien en mi clase?

Los alumnos empezaron a reír con carcajadas y me sentí avergonzado,

pero, por fi n había vuelto. Lo decidí: nunca más pisaría una biblioteca,

digan lo que digan es un mal lugar.

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FINALISTA ESTATAL

SIN TÍTULOManuel Ignacio López Santamera

Colegio Arcángel Rafael (Comunidad de Madrid)

John era un alto ejecutivo de una empresa automovilística. Su

vida transcurría como la de cualquier otra persona que tuviese

dicho cargo. 2500 dólares al mes, un piso en la zona rica de

la ciudad, un Mercedes-Benz de última gama… Su vida iba siempre

de manera ordenada y, generalmente, las cosas siempre le salían

bien. Era una de esas personas a la que, si tuviéramos que defi nir,

la relacionaríamos siempre con una línea recta, sin altibajos. John se

tenía por una persona feliz y creativa- ya que su trabajo consistía en

eso- y era muy exitoso. Siempre había demostrado unas habilidades

natas para negociar, y era por eso por lo que había llegado tan alto

en su empresa. Su jefe, el Sr. Donovan, siempre le había tenido como

su mano derecha, y siempre conseguía su ayuda en intercambios

comerciales y en asociaciones con otras empresas, pues John siempre

sabía lo que decir, y lo más importante, cuándo decirlo. En defi nitiva

la vida de John era monótona pero muy satisfactoria. Pero aquel

miércoles todo cambió.

A John no le gustaban los miércoles, pues era el día intermedio

de los 5 días laborables. Él detestaba todo lo que estuviera en el

medio. Para él, el medio signifi caba la duda, el no saber por qué cosa

decidirse; ni blanco ni negro, sino gris; y aquel fue un día gris. Y no

solo por los negros nubarrones que ocultaban los rayos de sol, sino

también por lo que iba a pasar. La empresa de John estaba muy

cerca del centro de la ciudad, en una estrecha calle. Eso era lo único

que no le gustaba de su empresa. “Ser la empresa de coches más

importantes del país y tener la sede central en una calle asquerosa y

estrecha” -pensaba John.

Ese día había más atasco de lo normal en la estrecha calle. Un camión

estaba descargando delante de la entrada e imposibilitaba el paso al

parking. John era un hombre muy metido en su trabajo, y cualquier

cosa que alteraba su rutina habitual lo relacionaba con cómo le iba

a ir el día. Finalmente, dio un rodeo y encontró sitio para aparcar, lo

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cual intuyó que era un presagio de que iba a tener algún que otro

problemilla pero al fi nal iba a salir airoso.

“Coger café, saludar al secretario…” -pensaba John, metódico como

siempre.

-Hola Carl.

-Hola John -respondió el secretario-. Te he dejado los informes sobre

la mesa. -Muy bien; gracias Carl. “Ehm… ¡Ah sí! Saludar al secretario,

dejar maletín, mirar orden del día”

-Ah, y John -dijo el secretario abriendo la puerta del despacho.

-¿Sí? -El “dire” quiere que vayas a verle en 10 minutos, no me ha

dicho por qué. -Vale; gracias, Carl.

John estuvo nueve minutos exactos -cronometrados con su Rolex-

mirando los informes y subió a la cuarta planta para ver al director

general de la empresa.

-¿Me ha hecho llamar Sr. Donovan? -preguntó John en tono cortés.

El Sr. Donovan tenía una cara grave; más de lo normal, de lo que

John se percató, aunque sin asustarse demasiado.

-Siéntate. Bien, verás, hemos recibido una carta de General Industries

en la que nos piden una reducción de plantilla.

John subió en un segundo la guardia.

-Ehm; ¿no…no estará pensando en…en despedirme?

-Hijo, a veces hay que tomar decisiones difíciles, tú lo sabes mejor

que nadie y…bueno tú y yo llevamos ya mucho tiempo juntos, y…y

nunca es malo abrir la puerta a otras ideas.

-¿Y no podría abrir esa puerta para que sólo se entrara por ella y no

se saliera? El Sr. Donovan permaneció en silencio.

-¿Y…y que hay de Carl? El chico acaba de tener un hijo.

-Es joven, seguro que le aceptan en cualquier otro sitio.

John habría seguido hablando, pero conocía al Sr. Donovan y sabía

que era inútil. Por una vez, John se quitó el reloj y caminó sin prisas

por los pasillos y el vestíbulo, y se sentó en uno de los cómodos

sillones de dicha sala en los que nunca antes se había sentado por la

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prisa con la que había llevado su vida. De repente, se sintió solo y sin

fuerzas. A decir verdad, su mundo, basado en su rutina se desplomó.

Pasó así varios minutos, y, en un momento dado un chico se le acercó.

-¿Ha visto el espejo nuevo? Lo acabamos de poner.

“Así que eso era lo que bloqueaba el paso del parking”-

-Sí, lo he visto, venía en un camión blanco.

-Muy observador, señor.

El chico se acercó y se sentó a su lado.

-¿Ha oído usted alguna vez la frase de “vive el hoy para disfrutar el

mañana”?

John negó con la cabeza. El chico sonrió. John no pensaba en nada,

y fue ese el motivo de que no viera lo que pasaba hasta un rato

después. Cuando levantó la vista del suelo, pensó que el chico ya se

había ido, pero, para su sorpresa, era el único que seguía allí. Todos

los demás (conserjes, señoras de la limpieza) habían desaparecido. En

su lugar solo quedaba el chico, que estaba ahora delante del espejo.

-¿Dónde están todos? –preguntó nervioso John.

El chico le hizo un signo para que se acercara al espejo. John, sin

saber por qué, le hizo caso.

-¿Qué ves?

-Mi refl ejo –respondió John sin fi jarse.

-¿Seguro?

-Bueno sí, también está el libro ese viejo de Carl que... Espera, no es

mi refl ejo, es mi espalda. ¿Cómo lo hace?

El chico sonrió mientras John contemplaba estupefacto el extraño

efecto visual.

-Este espejo refl eja a las personas. Si aparece su parte delantera,

quiere decir que esa persona planta cara a la vida y disfruta de ella.

Si es su espalda lo que se ve, esa persona vive triste.

-¡Pero yo no soy triste! Bueno, hoy sí, pero mi vida era feliz hasta

esta mañana.

-Eso es lo que tú pensabas. Observa.

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Por delante del espejo comenzaron a pasar imágenes. Al principio John

no sabía lo que eran sencillamente porque no les prestaba atención.

Observaba el edifi cio en sí. Nada de él había cambiado, pero la gente

no estaba. John se empezó a preocupar y quiso salir de allí, pero,

inevitablemente la curiosidad le pudo y miró al espejo. Eran imágenes

de su vida, de su vida rutinaria; ahora que le habían despedido, veía

con otros ojos todo lo que hasta entonces había hecho.

-¿Cómo califi carías tu vida, John? ¿Has vivido realmente feliz?

¿Pretendías vivir eternamente en esa monotonía?

John no sabía lo que estaba pasando, lo que sí estaba claro es que

ahora, después de tantos años llevando tanta rutina, una vez que la

auténtica base, los pilares de su forma de ver las cosas se habían

desmoronado con su despido, cambió de parecer.

-Abre los ojos, John, lo necesitas.

Y John abrió los ojos. Estaba en el mismo sitio donde se había sentado

y todo parecía de nuevo normal. Se quedó un tiempo refl exionando

y tomó una decisión, la primera que realmente le infl uiría a él

personalmente. Aquel día John decidió dejar el trabajo y buscar otro,

más sosegado y tranquilo, en el que todos los días fueran distintos.

No sabía cuál sería, pero sabía que lo cogería. Justo antes de salir por

la puerta de acercó de nuevo al espejo, y esta vez se vio a sí mismo,

de frente. Sonrió entonces abiertamente, como no lo había hecho en

mucho tiempo. En ese momento pasó su secretario.

-Que tengas un bien día, John –le dijo.

-¡Eh, Carl! Te dejas aquí tu libro.

-Quédatelo. El principio es aburrido, pero luego se pone más

interesante.

John abrió el libro; las primeras hojas contaban la historia que yo aquí

cuento, el resto, estaba en blanco.

-Vive el hoy para disfrutar el mañana –pensó John entonces.

FIN.

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FINALISTA ESTATAL

“LA NUEVA PROFECÍA”Alba Vinti López

Colegio Sra. Del Rosario Dominicas (Comunidad Valenciana)

Eran incontables las emociones que recorrían la mente y el

alma del universitario. Darren, que se encontraba abatido,

destrozado, marchito por dentro; incontables las razones por

las que se encontraba justo en ese lugar en el que habían ocurrido

tantos acontecimientos que habían marcado su ser, cambiándolo por

completo. Ese lugar era el aula 316, donde se impartían clases de latín.

Siempre le había gustado esa asignatura. Le encantaba imaginarse

a sus amigos, los romanos, preparando sus ataques, planeando la

guerra... Pero, el día diez de abril, todo cambió.

Ese día se levantó temprano, deseoso por ver a su amiga Matilda,

pues era el día de su cumpleaños. Así pues, se vistió rápidamente, y

acudió al aula preferida de ambos. Corrió por el pasillo, hasta llegar

a la puerta, el punto de encuentro con Matilda. Allí se encontraba

ella, sentada en el suelo leyendo un libro grande y pesado, mientras

tarareaba la canción que se escuchaba a través de sus auriculares. Se

sentó a su lado, esbozando una luminosa sonrisa, y cerró el libro que

su amiga leía. Ella se giró, sonrió a su vez, a lo que Darren respondió:

-¡Felicidades! ¿Qué tal has dormido? ¿Has llamado a tus padres?

¿Cuánta gente te ha felicitado antes que yo? ¿Soy el primero?

Después de esa lluvia de preguntas, Matilda se alegró de tenerlo con

ella, y se dio cuenta, una vez más, del gran amigo que tenía.

Cuando la profesora Schiele entró en el aula, ellos ya estaban

preparados para una lección más, una lección que ellos consideraban

especial, porque era el latín lo que los había unido. Comenzaron la

clase cuando todos los alumnos hubieron ocupado sus asientos, y,

una vez más, se sintió embriagado por el recuerdo de su tierra, de

su época, que había abandonado tiempo atrás, dejando a su pueblo

a la merced de los dioses. Su pueblo era la antigua Roma, y él era

el heredero, el próximo emperador, y quería hacer algo antes de

ascender, algo por lo que fuera recordado. Así que construyó una

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máquina del tiempo, y viajó hasta nuestros días, adaptándose a

nuestra sociedad, para descubrir lo que le esperaba a su pueblo, a

sus descendientes. Mas solo Matilda sabía su procedencia.

La clase de latín prosiguió normal, igual de cautivadora que siempre.

Pero de repente, todas las luces se apagaron, interrumpiendo la

explicación de la profesora, y un escalofrío recorrió la médula de

Darren, dejándolo mareado y confundido.

Una sombra negra y encapuchada se adentró en el aula, dando un

portazo. Se acercó al sitio de la profesora, delante de los alumnos

asustados, y sacó de dentro de su abrigo una esfera luminosa, que

estalló. De la esfera surgió una voz femenina, temblorosa y aguda,

que pronunció unas palabras.

-El heredero de nuestro reino, Darío Laureano, que se hace llamar

Darren entre vosotros, debe volver a nosotros, pues ya pasó largo

tiempo desde su partida hacia el nuevo mundo, mas no ha vuelto con

noticias. La profecía dice que nuestro heredero deberá volver a casa

o, de lo contrario, contará con la pérdida de un ser próximo. Darío

Laureano deberá formular su decisión antes de la próxima puesta de

sol. Su reino lo espera, aguarda su venida y confía en él.

De pronto, las luces se encendieron, y Darren buscó la mano de

su amiga, pero Matilda no estaba, sólo había dejado una bolsa de

dulces, que esperaba poder compartir con su amigo. En seguida

comprendió que la profecía hablaba de Matilda cuando se refería a

un ser próximo. Todos los alumnos salieron del aula, sin entender

lo sucedido, pero él permaneció dentro, pensando. Se apoyó en la

puerta, con la bolsa de dulces en la mano izquierda, con los ojos

cerrados, intentando reprimir las lágrimas. Tenía que buscar una

solución, no podía regresar y perder a Matilda, pero no había otra

opción, así que volvió a su casa, entró en su habitación y recogió sus

hojas, sus apuntes, y los metió en su mochila. Cogió su máquina del

tiempo, que en apariencia era un simple reloj de sol, y volvió a su

casa. Allí se encontró a Matilda, junto a su padre. Con mucha tristeza,

le dijo que ella debía regresar.

-Darren, nunca te olvidaré.

-Lo sé. Yo tampoco te olvidaré nunca. Toma, quiero que tengas algo

que te permita estar conmigo -se quitó el colgante y se lo dio en la

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mano-. La piedra que contiene cambiará de color de acuerdo con mi

estado de ánimo.

Matilda se echó a llorar, y Darren puso la máquina del tiempo en sus

manos. Matilda se desvaneció, llevándose el colgante, y Darren se

quedó ahí, con los dulces.

Ambos se recordaron felices, y en sus corazones quedó el recuerdo

del aula 316, que los unió para siempre.

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FINALISTA ESTATAL

SIN TÍTULOMaría Tapia Sanchiz

IES Profesor Hernández-Pacheco (Extremadura)

Introduje la mano en el bolsillo izquierdo de mi pantalón y acaricié

la pequeña caja; intentando que me infundiera el valor necesario

para volver a alzar la mirada y buscar mis ojos en aquel espejo.

Pero, una vez más, lo único que alcancé a ver fue mi nuca.

Estupefacto. Ya comprendo el signifi cado de esta palabra. He de

reconocer que lo hago tras varios intentos fallidos y alguna que otra

burla. Lo siento, es que nunca imaginé que fuera una sensación tan

confusa, y, por qué no, algo desazonadora. El caso es que llevaba toda

la mañana en el cuarto de baño, enfrente de ese estúpido objeto que

estaba empeñado en tomarme el pelo. No podía seguir perdiendo el

tiempo. Suspiré y busqué por toda su reluciente superfi cie, pero fue

en vano. Necesitaba encontrarme a mí mismo. Parecía uno de esos

mimos encerrados en una caja. Sólo que yo no fi ngía no encontrar la

llave. Simplemente no la tenía. ¿O sí?

Saqué la caja de mis vaqueros y deslicé los dedos por su terciopelo

azul. Me entró una inmensa inseguridad que acabó con los últimos

restos de mi autoestima. Consideré la opción de salir corriendo,

olvidarme de este extraño suceso e irme sin la certeza del “No” pero

pensando que hubiera podido obtener el “Si”, o podía coger una

cuchara de la cocina para ver si ésta era más amable y me mostraba

mi auténtico refl ejo. Segundo suspiro.

Cerré los ojos con fuerza. ¿A quién pretendo engañar? No soy un

hombre conformista. Debo luchar. Abrí la caja y tomé su contenido

entre mis manos. Lucharé por lo que quiero. Lucharé por verla

luciendo ese bonito anillo. Me arriesgaré por primera vez en mi vida.

Saltaré al vacío sin preocuparme por llevar el paracaídas porque sé

que voy a ser capaz de iniciar el vuelo y que nada ni nadie me harán

bajar.

Abrí los ojos lentamente, temeroso por lo que me esperaba fuera,

pero también inexplicablemente ilusionado. Ahí estaba mi mirada

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perdida, aquella que era incapaz de encontrar hace apenas unas

horas; mi cara; mi persona. Ahí estaba yo ¡Por fi n me he encontrado!

La quiero y será mi prometida.

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FINALISTA ESTATAL

SIN TÍTULOAndrea Barros Bólieo

Colegio Urbano Lugris (Galicia)

Relataremos la historia de Álvez un hombre sin refl ejo, para ello,

nos remontaremos a su infancia.

Álvez era un pequeño niño un tanto antisocial, el cual, durante toda

su niñez solo llegó a tener un amigo, su refl ejo.

Por ello adoraba los espejos, pues a pesar de no agradar a nadie y ser

insultado por sus compañeros, lo único que necesitaba era encontrar

un espejo para solucionar todos sus problemas al ser recibido por su

amigo, su mejor amigo. Quien fi elmente lo escuchó, reía y lloraba con

él, incluso al mismo tiempo, y sólo con eso era feliz.

Pero fueron pasando los años y Álvez se hacía mayor, empezando a

esconder sus sentimientos tras gélidos muros de inexpresividad. Al

mismo tiempo que olvidaba a su mejor amigo.

Un día, cuando despertó para ir a trabajar y fue al cuarto de baño, su

corazón se paró durante una milésima de segundo. Al asomarse para

verse en el espejo, observó su refl ejo de espaldas, imitando todos sus

movimientos, pero sin mirarle de frente.

Sin entenderlo buscó otros sitios donde refl ejarse, en todos era lo

mismo, seguía viéndose de espaldas.

Se creyó loco, a todo a quien preguntaba no notaba nada anormal,

solo él lo veía. Ya, rozando la desesperación, mientras buscaba algo

para encontrar una explicación, vio su antiguo diario, no tenía nada

que perder así que se hundió en sus páginas.

En casi todas aquellas páginas nombraba a su amigo, hace tiempo

olvidado. Pero cuando llegó a la última página de aquel libro todo

encajó, escrita en grandes letras había una promesa “Jamás te daré

la espalda”.

Había roto su propia promesa, él le dio la espalda a su refl ejo y este

hizo lo mismo.

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Se dirigió lentamente al baño, colocándose frente a la pila mirando

al espejo.

-Perdóname… -susurró una vez, pero nada ocurrió, en un segundo

intento repitió la misma palabra en un tono mucho más alto.

Entonces, segundos después se abrió el grifo de agua caliente,

comenzando a producir vapor empañando el espejo. Álvez no mostró

terror sino alivio, iba a obtener una respuesta.

Alguien invisible escribía gracias al vaho una palabra en el espejo.

Álvez quedó estático ante la respuesta, “jamás” había escrito su amigo

y entre los espacios libres de ocho de las letras se podía apreciar la

sonrisa de su refl ejo.

Mas cuando pasó la mano para verle con claridad, su refl ejo

desapareció, no quedaba ningún rastro. Ahora sí se había ido y como

él mismo había dicho, no volvería jamás.

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FINALISTA ESTATAL

SIN TÍTULOMaría Dolores Tórtola Hernández

Colegio Santa María de la Paz (Región de Murcia)

Alex había estado estudiando, partiéndose la cabeza y volviéndose

loco intentando memorizar la teoría de derecho romano.

Mañana era la prueba defi nitiva, el examen que decidiría el resto

de su vida, o al menos eso pensaba. Ante él se disponían montañas

de hojas escritas a mano y otras impresas a ordenador. Su habitación

estaba en penumbra, tan solo un pequeño fl exo iluminaba las hojas

escritas con su inteligible letra. Las anticuadas pero funcionales gafas

de Alex refl ejaban cada letra que entraba en su pupila.

En ese momento había sonado una penetrante y estridente música

que Alex, ensimismado, no supo reconocer por lo aturdido que estaba.

Tras varios toques identifi có el tono de llamada de su móvil y rebuscó

por los cajones de su escritorio hasta encontrarlo y cogerlo. Sonó una

voz potente que desconocía.

Tres cuartos de hora más tarde ahí estaba él, apoyando su cabeza

desesperadamente contra la puerta, sin poder respirar por la presión

que sentía sobre su pecho. Perdido entre un laberinto de pasillos y

personas, intentaba buscar la solución a la pregunta que le devoraba:

¿Y ahora qué? Una simple pregunta que lo resumía todo. Eran las tres

de la madrugada y frente a la puerta trescientos dieciséis del Hospital

Reina Sofía, Alex esperaba que aquello que le dijo el médico fuera

falso, un error. Entre los huecos de las cortinas de barras metálicas

se fi ltraban algunas luces. Ya no quedaba rastro de los datos que

horas antes habían inundado su cabeza.

Cuando el médico le hizo entrar en la habitación, poniendo su mano

sobre el hombro de Alex, pudo ver la imagen que realmente decidiría

su vida. En una aparatosa cama podía ver el cuerpo de a quien tanto

había querido.

Su amigo, Pablo, se hallaba enchufado a más de una máquina que le

mantenía con vida, o eso se suponía, porque aunque aún estuviera

caliente, su cuerpo carecía de aquello que nos defi ne a todos como

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personas, eso que sientes cuando alguien aparece tras de ti y que te

puede provocar un escalofrío.

Pablo había sido para él la persona más importante de su vida.

Siempre había estado con él y pensaba que siempre lo estaría. Le

había ayudado en todo y era quien le había permitido seguir siendo

tal y como era y ahora, ya no iba a estar nunca más con él. Su futuro

se caía como un rascacielos en medio de un terremoto, imposible de

reconstruir. Cuando el médico le explicó las causas de su estado, él

no escuchó nada.

No sabe cómo, pero todo pasó y Alex volvió a su vida, nada siguió

siendo lo mismo pero todo era igual. Aunque no recuerda aquella

noche, nunca se olvidó de todo lo que vivió con Pablo. Muchas veces,

cuando cierra los ojos, vuelve a verse a su lado y se siente la persona

más afortunada que conoce.

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