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EL HOMBRE SE HA CONVERTIDO EN UN SER DE DOLOR, POR LA IGNORANCIA QUE TIENE DE SU PROPIO SER. ES DESALENTADOR COMPROBAR, EL DESCONOCIMIENTO QUE TE- NEMOS DE NOSOTROS MISMOS, Y ES PATÉTICO LO QUE PADECEMOS POR NO SABER... QUIÉNES SOMOS. SI EL HOMBRE ACEPTARA QUE ES SOLAMETE UNA PERSONALIDAD, ESTARÍA INCOMPLETA SU TOTAL CONSTITUCIÓN. ¿OUÉ HAY EN LA PERSONALIDAD, ADEMÁS DE LAS MÚLTIPLES CARACTERÍSTICAS Y TALENTOS EN MAYOR O MENOS GRADO...? - EGOÍSMO Y VANIDAD. ¿QUE ES LO QUE DESAPARECE CUANDO EL HOMBRE YA SABE QUlEN ES...? - EL EGOÍSMO, PRODUCTO DE LA INSEGURIDAD EN QUE VIVIMOS POR IGNORAR QUIENES SOMOS, Y CURIOSAMENTE LA SABIDURÍA REEMPLAZA A LA VANIDAD. CUANDO LLEGUES A CONOCER ¡QUIEN ERES TU! YA NO HABRÁ MISTERIOS PARA TI. LA VIDA DEJARÁ DE PARECERTE INSOPORTABLE Y LAS GENTES INCOMPRENSIBLES. ESTEBAN MAYO CONTRAPORTADA:

¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

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Page 1: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

EL HOMBRE SE HA CONVERTIDO EN UN SER DE DOLOR, POR LA IGNORANCIA QUE TIENE DE SU PROPIO SER.

ES DESALENTADOR COMPROBAR, EL DESCONOCIMIENTO QUE TE- NEMOS DE NOSOTROS MISMOS, Y ES PATÉTICO LO QUE PADECEMOS POR NO SABER... QUIÉNES SOMOS.

SI EL HOMBRE ACEPTARA QUE ES SOLAMETE UNA PERSONALIDAD, ESTARÍA INCOMPLETA SU TOTAL CONSTITUCIÓN.

¿OUÉ HAY EN LA PERSONALIDAD, ADEMÁS DE LAS MÚLTIPLES CARACTERÍSTICAS Y TALENTOS EN MAYOR O MENOS GRADO...? - EGOÍSMO Y VANIDAD.

¿QUE ES LO QUE DESAPARECE CUANDO EL HOMBRE YA SABE QUlEN ES...? - EL EGOÍSMO, PRODUCTO DE LA INSEGURIDAD EN QUE VIVIMOS POR IGNORAR QUIENES SOMOS, Y CURIOSAMENTE LA SABIDURÍA REEMPLAZA A LA VANIDAD.

CUANDO LLEGUES A CONOCER ¡QUIEN ERES TU! YA NO

HABRÁ MISTERIOS PARA TI. LA VIDA DEJARÁ DE PARECERTE INSOPORTABLE Y LAS GENTES INCOMPRENSIBLES.

ESTEBAN MAYO

CONTRAPORTADA:

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Vivir poco o mucho es cosa del Creador, pero vivir bien

o mal es cosa nuestra.

La mejor forma de vivir... es tener un gran deber que cumplir.

Los deberes que impone la existencia no terminan en tanto haya

vida.

¿Qué sabe el hombre de la vida y de la muerte?

Todos llegan al mundo llorando, y los que hay vivido bien se van con

una sonrisa.

El destino no está sujeto a la ciega fatalidad; si así fueres,

el hombre no habría sido dotado de inteligencia, de voluntad y de

consciencia.

La ignorancia es el más grande de los pecados de la humanidad.

El hombre no es malo cuando es consciente, es malo por ignorante...

por inconsciente.

Ningún problema por difícil que sea, será superior a nuestra fuerza y

competencia para resolverlo.

Los errores no serán causas perdidas, si son aceptados como

lecciones.

El remordimiento es señal inequívoca del juicio severo al que nos

sometemos ante nuestra consciencia como único juez.

Ella espera que lancemos con sincero e íntimo dolor el "yo me acuso",

para que podamos recuperar la paz interna.

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¡¡QUIÉN ERES TÚ!!!!

Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

Editorial Mayo

Gutemberg 39, Col. Anzures

Cód. Post. 11590 545-13-43 545-11-86

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Diseño y Portada: Ernesto Molina y Vedia Tipografía y Formación: MEX-SUR EDITORIAL, S.A. DE C.V., California 98-A, Col. Parque San Andrés, Coyoacán, 04040 México, D.F., Tel. 689-17-40

Título original: ¡Debemos Perdonar a Dios!

©Reservados todos los derechos.

Se hace constar que en el registro público del derecho de autor quedó registrada esta obra bajo el número 5005/77.

Este libro no puede reproducirse, total o parcialmente, por ningún método gráfico, electrónico o mecánico, incluyendo los sistemas de fotocopia, registro magnetofónico o de alimentación de datos, sin expreso consentimiento de los editores.

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Prólogo Editorial

Inicialmente esta obra se intituló ¡Debemos Perdonar a Dios!

Con este nombre se imprimieron cuatro ediciones desde fines de

1977 hasta principios de 1978, las cuales se agotaron de

inmediato, y durante los siguientes años se suspendió su impresión

para poder ampliar la tesis que sustentan sus autores sobre ¡La

Inteligencia!

El dejar establecido que el hombre es un ser inteligente, fue

una gran responsabilidad para los autores de este libro, así como

dar las claves para que se manifieste en él esta grandiosa facultad

sin necesidad de tener una cultura especial. Se explayaron de

tantas maneras en el desarrollo de su tesis sobre la inteligencia,

como lo requirió el rebatir la tradicional creencia de atribuirle esta

facultad solamente a unos cuantos.

Fue así como el tiempo, el esfuerzo y la dedicación empleados

en este fin les parecían insuficientes para revisar, complementar y

dar por terminada su obra.

Al haber dado a conocer las primeras ediciones con el nombre

¡Debemos Perdonar a Dios!, sus autores han tenido la intención de

sacudir nuestras consciencias para que reconozcamos nuestros

errores y dejemos de culparlo.

Quienes captaron este mensaje lo encontraron.subyugante, al

grado que para algunos sacerdotes fue tema de sus sermones.

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pero otros en cambio, objetaron el título por parecerles

irreverente, sin haber leído el contenido del libro.

Si ¡Debemos Perdonar a Dios! satisfizo a la mayoría, en

cambio, algunos críticos consideraron que pudo haber sido mejor si se hubiera abundado más en determinados conceptos que despertaron su interés. Estas observaciones motivaron a sus autores, no sólo a explayarse en esos temas en particular, sino que lograron exponer con mayor amplitud la realidad espiritual del hombre para poderle decir... ¡Quién eres tú! Con este nombre vuelve a la circulación su obra, para evitar las controversias innecesarias que el título anterior provocó.

El maestro Esteban Mayo ha impartido durante más de

doce años cursos y conferencias sobre los profundos temas

del hombre y de la vida, pero si él no los hubiese asociado a

Dios, no habría podido justificar la clave inteligente que rige

la vida en el Universo y menos aún, el vínculo que existe entre

el Creador y la criatura humana.

Cada vez que el Sr. Mayo sustenta una conferencia, el pú-blico lo rodea en demanda de consejos u orientaciones, y ante la imposibilidad de atender en forma eficaz cada una de las deman-das, decidió escribir este libro con el fin de que en sus páginas encuentren las claves que les permitan resolver sus problemas, así como mejorar sus relaciones en la convivencia. La obra fue escrita en estrecha colaboración con su madre, la Sra. Carmen

Covarrubias Robles. Ella participa de sus mismos ideales y am-bos han fusionado sus conceptos en una feliz combinación, al grado que no se podría definir cuál ha sido la aportación de cada uno.

Generalmente a través de una bibliografía, los escritores

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se auxilian de múltiples datos de otros autores para realizar sus

obras, pero en el caso de ¡Quién eres tú!, tanto el maestro Mayo

como su colaboradora, incursionaron en el Conocimiento Universal

que está al alcance de todo aquél que logre penetrar a los amplios

dominios de la Consciencia.

Esta editora ha puesto en circulación las subsecuentes

ediciones revisadas y aumentadas, convencida que a ningún

escritor le sería suficiente toda su existencia para abarcar el infinito

tema de la vida, pero reconoce que los autores de ¡Quién eres Tú!

pudieron establecer en su obra, que el hombre está presente en la

vida !como un ser inteligente!

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Comentarios

Comentarios que apoyan la tesis que sustentan los autores en

esta obra sobre la Inteligencia.

En el siglo XVIII el filósofo, idealista y matemático Gottfried

Wilhelm Leibnitz, hizo la siguiente afirmación: "La Inteligencia es

un esfuerzo evolutivo de la consciencia".

El 5 de junio de 1982, en el diario "El Universal" de la ciudad

de México, apareció la siguiente nota a cargo de Francois Cavanna,

titular del premio Interallie.

La inteligencia es algo tan abstracto que no se puede con-

fundir con el talento, dicen en Francia. La polémica sobre el papel de la inteligencia, está cobrando nuevo impulso en ose país. Un grupo de intelectuales franceses no han vacilado en ponerse en evidencia, para echar por tierra la confiabilidad de los tests de inteligencia como prueba de supremacía cerebral. Escuelas, empresas e inclusive la ciencia, han sido víctimas de medir la capacidad del individuo a través de una serie de juegos con pretensiones científicas. El coeficiente intelectual que hasta ahora ha servido para determinar la inteligencia natural del hombre, en

ningún caso es sinónimo de br i l lantez, a la hora de hacer descubrimientos.

Esta es una parte de la aseveración que hicieron los intelec-

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tuales que han sentido inquietud por este tema. Los autores de esta

obra coinciden con ellos en que la inteligencia no es talento y por

otra parte concuerdan con Leibnitz, al dejar establecido que la

inteligencia se manifiesta en el hombre mediante un proceso de

evolución que no es necesariamente intelectual, pero sí demanda

del esfuerzo de la expansión de la consciencia.

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INTRODUCCIÓN

Compartir el dolor de quienes nos han confiado sus penas, nos

ha dado la oportunidad de penetrar a ese mundo insospechado de inadaptabilidad, de confusiones e incomprensión que existe entre

las gentes que desconocen la alegría de vivir, por los conflictos a

los que se enfrentan en la diaria convivencia. Esa necesidad que

tiene el ser humano de compartir un techo y el pan de cada día, con

los seres de su misma sangre o de su afecto, y sin embargo, les es

tan difícil encontrar la forma de vivir en armonía, que no sólo

ensombrecen su existencia, sino que provocan el sufrimiento inútil

y en ocasiones, hasta atraen la adversidad.

A todas estas personas que confiaron en nosotros, agradecemos

el conocimiento que nos dejaron sus dolorosos experiencias, y a ellas se debió la decisión que tomamos de meditar muy profundamente en el hombre y en la vida, para enviarles un mensaje de confianza en sí mismos, para que disfruten del privilegio que tenemos de vivir.

También agradezco a mis alumnos y al público que me escucha

a través de la radio y la televisión, el estímulo que me dieron con

sus opiniones sobre el libro, las que considero fueron sinceras.

Como las primeras ediciones de esta obra no ve pusieron

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a la venta en tiendas o librerías, las personas interesadas en leerla

acudían personalmente a mi salón de conferencias para adquirirla,

y en ocasiones observé que algunas regresaban por volúmenes

adicionales para obsequiarlos, convencidas del bien que harían a

quienes los leyeran; éstos, a su vez, también los regalaban con el

mismo fin.

Fue así como las primeras ediciones de este libro se con-

virtieron en una cadena de ayuda a un amigo o familiar y que nos

dio el placer de vender, en varias ocasiones, ejemplares que se enviaron al extranjero.

El continuo peregrinar de las personas que iban en busca del

libro desde los distintos puntos de la ciudad e inclusive del país,

nos conmovió, así como la opinión de algunos críticos que, como se menciona en el prólogo, nos motivó a revisarlo y ampliar sus

temas, para volver a lanzarlo con mayor contenido y llevando el

reto de hacerle frente a la vida, confiados en la capacidad que

tenemos de encontrar las claves inteligentes para saber vivir.

También agradecemos la inestimable colaboración que nos

brindaron el señor Raúl Gómez Ugalde y la señorita Margarita

Pérez Gavilán, no sólo por la revisión literaria de esta obra, sino

también, por el interés que compartieron con nosotros en el

mensaje que lleva este libro, para lo cual nos ayudaban pa-

cientemente a buscar, aquella palabra que en ocasiones es difícil

encontrar, para expresar mejor una idea.

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ji Quién eres tú!!

En esta hora gris la soledad me envuelve como bruma, sólo me distrae el movimiento de las hojas secas que circundan mi cabaña y el ruido que hacen al ser arrastradas por el viento, es el único indicio de vida que percibo en torno mío, a pesar de que ya están muertas.

Al ver las hojas inertes en el suelo me comparo con ellas, yo también me siento desprendido del árbol que me nutría con su savia, desde que se fue para siempre la mujer que compartió los afanes y vicisitudes de mi vida.

El vacío que ha dejado la ausencia de mi amada compañera, me mantiene aferrado a mis recuerdos; ellos son los únicos que están activos en este hogar que parece estar abandonado, desde que ella vive solamente en mi memoria.

Mi presencia no logra dar la sensación de que alguien habita

esta cabaña; ahora vivo como el náufrago que de pronto se en-

cuentra asido a un madero, sin poder dar señales de que existe.

Años atrás construimos este hogar para cobijar nuestro futuro, ese tiempo que se llena de esperanzas e impaciencia por ver

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realizados nuestros anhelos, pero como ya no espero nada. . . he

perdido la ilusión. Sin embargo, la indiferencia me lleva a pesar

mío, a ese pasado colmado de los anhelos que hacen estimulante la

vida. Uno de ellos fue el arribo de nuestro primer hijo; su espera se

nos hizo interminable desde que estuvo dispuesta la cuna para

recibirlo.

Poco tiempo después nació otro miembro de la familia, me-

diando una diferencia tan corta en sus edades, que a poco igualó a su hermano en estatura y destreza.

La presencia de mis hijos transformó nuestro hogar con sus

voces y gritos. Su incansable actividad le daba vida a este apartado

lugar que ahora está tan desolado, como si la tierra les negara su

vitalidad a los árboles que circundan mi cabaña.

Después de pasar la mayor parte del tiempo en compañía de la

madre, mis hijos esperaban impacientes el momento en que yo volvía del trabajo, para lucir ante mí sus habilidades sobre las cosas nuevas que les había enseñado. La sorpresa que yo demostraba por sus progresos era un estímulo, tanto para ellos, como para mi esposa.

La creatividad de los niños fue desarrollada con tanta paciencia por

la madre, que su genialidad nos mantenía entretenidos durante el tiempo destinado a descansar. La sana competencia que se establecía entre todos, hacía difícil suspender nuestras diversiones para irnos a dormir, pero mi esposa abandonaba la actitud de compañera de juegos para imponer su autoridad de madre, ya que solamente al ver reflejada la firmeza en su rostro y en su voz, nos resignábamos a suspender los pasatiempos que nos hacían amables los atardeceres, sin tener necesidad de salir de casa para distraernos.

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Por las mañanas, la enérgica y cariñosa voz de mi esposa nos hacía abandonar el lecho para emprender las labores que requiere un hogar; el nuestro se mantenía confortable porque todo estaba en orden.

Recuerdo cómo era hermoso cada amanecer; disfrutábamos

diariamente de la fragancia del bosque y del canto de los pájaros.

Al desplazar la luz a la obscuridad, ellos daban la bienvenida al sol,

aun cuando alguna nube se interpusiera al paso de sus rayos.

En cada uno de nosotros se podía apreciar el vigor de un cuerpo

sano y libre de las tensiones que producen los problemas cotidianos. Era placentero el atender diligentes las tareas que mi esposa nos designaba, antes de tomar el apetitoso desayuno pre-parado amorosamente por ella. Ese momento lo disfrutábamos, no obstante que era corto el tiempo que permanecíamos en la mesa. Mis hijos partían presurosos a la escuela, y yo a luchar por el

bienestar de mi familia.

Nuestra vida se deslizaba sin tropiezos, como si no estuviera

expuesta a esos imprevistos que alteran inexorablemente la exis-tencia, aun de las gentes más apacibles. Era como el ensueño en que viven los niños confiados en que nada los pueda dañar. . . seguramente por eso, al sorprendernos la fatalidad, yo fui el más desorientado.

Mi esposa mantuvo su entereza en los días interminables de

zozobra, para tratar de contagiarme un optimismo que estaba muy

lejos de sentir; solamente sostenía su ánimo activo para que yo no

cayera en la desesperanza, pero el esfuerzo que hizo fue minando

su vitalidad. Ella decaía en el intento de levantar mi fortaleza, no

obstante que era mayor su dolor, tanto por el

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cambio bruta! de nuestra vida, como por la rebelde actitud que

adopté al ser atropellado en mis derechos de padre.

La impotencia de negarme a cumplir la orden de que fueran a la

guerra los seres que eran la razón de nuestra vida, me derrotó sin haber podido defenderme de la agresión más artera por la que puede pasar un hombre, cuando recibe la orden contundente de mandar a sus propios hijos al matadero. La inconformidad me cegó al grado de no darme cuenta que mi esposa se desmejoraba, y desde el momento en que la perdí, he sido el único habitante de este solitario lugar.

Mis dos hijos estaban llenos de vigor y con grandes posibili-

dades en su porvenir, pero una orden superior cortó ese futuro,

como si el derecho que tienen los jóvenes de vivir dependiera del

arbitrio de los que nos gobiernan. Nosotros elegimos a nuestros

dirigentes, y una vez en el poder disponen hasta de la vida de los

seres que hemos procreado, sin tomar en cuenta que los preparamos

para la vida, y no para una muerte prematura que nunca se podrá

justificar. Es irónico el resultado de una guerra aun para los que no

perdemos nada físico, pero en lo moral quedamos tan lastimados,

que es difícil volver a ser lo que fuimos.

AI ver crecer a mis hijos, yo mismo me proyecté en las metas

que alcanzaban, sobre todo en aquéllas que no pude realizar debido a que las circunstancias me fueron adversas en la época de mi

formación de adolescente. Pero en el caso de ellos, tenía planeado

que nada impidiera cristalizar sus aspiraciones, y para lograrlo me

propuse ser el baluarte en donde se estrellaran las adversidades.

Fueron tiempos felices aquellos en que mi familia se concre-

taba sólo al círculo del hogar, pero olvidé que pertenecemos a

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una comunidad involucrada en un solo destino, inconforme y egoísta que no logramos superar. Ese es el mundo de ahora, la comunicación nos mantiene tan cerca, que nos hemos contaminado unos a otros de la agresividad o de la indiferencia, así como de los modismos ajenos que nos hacen perder nuestra propia personalidad.

Ahora me parece que media una eternidad entre esas horas que

se han ido y las que vivo actualmente, esa época feliz pasó con la

premura con que se lleva el tiempo las cosas buenas de la vida. En

cambio, lo que nos atormenta, se queda a formar parte de un

presente sin esperanza, y sólo nos queda el recurso de evocar los

buenos tiempos.

En esta hora gris no puedo escapar a la cita con mis reminis-cencias, que acuden puntuales a mi memoria para seguir viviendo, como si tuvieran cuerpos las imágenes de mis hijos y de mi amada compañera. Se agolpan en tropel los ajetreos de sus vidas y mi participación como guía y compañero. Ahora que la luz languidece, solamente me consuela saber que las tinieblas de la noche pondrán fin a un día menos de los que aún me quedan por vivir en esta

insoportable soledad.

Viene a mi memoria una mañana en que el sol entraba a raudales por las ventanas, acompañado del perfume de los cedros y eucaliptos. Los pájaros con sus trinos hacían más algarabía que en otras ocasiones, como si quisieran darle más realce al aniversario que celebrábamos despreocupadamente, a pesar de que nuestro país participaba en una guerra desde hacía varios meses.

Sobre un mantel de lino se hallaban dispuestos sencillos ali-

mentos, transformados en manjares por las hábiles manos de mi

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esposa. El aspecto atrayente de los platillos, el arreglo de la mesa, y

el desbordante júbilo con que disfrutaban mis hijos de ese

desayuno especial, le dio un ambiente de fiesta a la cabaña.

Aquella ocasión fue la última en que disfrutamos de la unidad familiar, como si fuéramos uno solo, pero el ambiente festivo fue interrumpido por la llegada del cartero. Éste me hizo entrega de un sobre oficial, en la misma forma en que se reparte la propaganda de un producto de consumo.

El corazón me dio un vuelco al recibir la misiva, y los dedos me temblaron al rasgar el sobre. Ese simple papel, disponía que el mayor de mis hijos se presentara para alistarse en el grupo que partiría a los campos de combate.

Con gusto hubiera dado mi vida para evitar que se enteraran

del mandato militar, si éste hubiera quedado sin efecto.

Esas pocas palabras impresas en un papel, derrumbaron

nuestros planes que estaban a punto de convertirse en realidad,

separaron a dos hermanos que no habían dejado de compartir un

solo día sus juegos, sus estudios y trabajos. Arrancaron un hijo a

una madre que se había consagrado a su formación para hacer de él

un hombre de bien; pero ahora esa orden oficial, lo destinaba a

pelear contra supuestos enemigos que tendría que matar, aun

cuando apenas comenzaban a disfrutar del término de sus estudios.

Este simple papel destruyó nuestros planes al desmembrar mi

familia. Hasta ese día habíamos sido felices al cumplir cada uno

con su deber, con el amor y respeto por nosotros mismos y por los

demás, pero en estas circunstancias era necesario que mis hijos

aprendieran a odiar para no matar a sangre fría.

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Nuestros gobernantes lanzan a los jóvenes a la vorágine de un odio nunca antes sentido, para que consideren a sus semejantes como enemigos mortales, por los convencionalismos de la guerra.

Mis hijos desconocían la agresión; en su vida sencilla no habían tenido oportunidad de practicarla. Su madre les enseñó a zanjar cualquier dificultad por medio de la razón, y también a dar primero lo que deseaban recibir de los demás.

Este sistema era un hábito para ellos, pero desgraciadamente

una orden oficial, derrumbaría sus costumbres y principios.

No tuve que darles ninguna explicación sobre lo que decía la carta; mi semblante fue más elocuente que las palabras que pudiera haber dicho. En todos aprecié la angustia aun cuando desconocían

el contenido del sobre; pero desde ese momento el sol que antes brillaba se cubrió de nubes negras para mí, y creo que los miembros de mi familia presintieron la tormenta que nos amenazaba.

Fue así como un simple papel, con una cuantas líneas lacónicas y frías, puso fin a nuestras ilusiones y modificó nuestras vidas.

Por las noches oía el aullar del viento, ese rumor que aumenta el dolor de los que sufren; así como también, cuando el viento se lamenta prolonga la agonía de los que mueren o de los que esperan. El viento tiene tantas voces. . . una de ellas acaricia, cuando lleva la humedad del mar al convertirse en brisa; pero esa voz ya no la podré percibir aun cuando la sienta sobre mi piel; he quedado insensible de tanto dolor.

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Las pocas horas de sueño que lograba conciliar ya no fueron tranquilas. El despertar era terrible. Apenas entreabría los ojos vivía de inmediato la realidad, como si en el espacio estuviera suspendida una leyenda con enormes letras que dijera: ¡tu hijo no volverá de la guerra!

Desde que llegó el sobre oficial hubiera jurado que le habían

agregado más horas al día, también parecía que nuestros

organismos ya no necesitaban alimentarse. Nos sentábamos a la

mesa por costumbre, pero retirábamos los platos sin haber

terminado su contenido. La esperanza de ver nuevamente al que

partió conservaba nuestras energías, como si la ilusión fuera un

elixir de vida.

Pasado algún tiempo el cartero nos llevó nuevamente otro

sobre oficial que nos arrebató al otro hijo, quien se resistía a partir

para no aumentar nuestra pena.

Este golpe fue un reto a la poca entereza que tratábamos de

conservar. Fue el derrumbe de la fe y de la esperanza; todo quedó

suspendido en el tiempo, ese tiempo que ya no vuelve, y el espacio

de la cabaña fue demasiado grande ahora que estábamos solos.

Desde entonces dejamos de contar las horas; ya no hubo amanecer ni anochecer, perdimos la noción de la hora en que vivíamos. Lo mismo era la noche que el día, lo mismo era vivir que dejar de existir. . . todo estaba vacío en nuestro derredor.

Así nos parecía a mi esposa y a mí. Sin embargo, al traer a mi memoria su presencia, me doy cuenta de que ella seguía llenando la cabaña con silenciosa ternura.

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Mis hijos ya no regresaron . . . al poco tiempo después ella

partió al lugar donde cesan las angustias.

Ahora la cabaña se siente vacía, y cuando la noche se acerca

parece estar deshabitada. . . sólo me distrae el ver caer las hojas una

a una, en la misma forma en que se extinguen los días que me

quedan de vida; porque así como el árbol sin hojas parece que ya no

vive, también desde que ya no espero nada, siento en mi interior

que estoy muriendo.

A la ilusión le confiamos nuestros anhelos y en ella vivimos el mañana, pero cuando ella muere, algo se escapa de nuestro ser y ese algo es tan valioso, que sin su apoyo la existencia se convierte en un pesado fardo que nos cuesta trabajo sostener.

Ahora sólo el crepitar del fuego le da vida a la cabaña con la

danza de las llamas. Bajo este techo únicamente viven mis recuerdos aferrados a mí para poder subsistir, como sobrevive la esperanza, ese mágico estado que hace vibrar al ser humano cuando espera que llegue lo que ha planeado.

Ensimismado como estoy en mis cavilaciones, me sobresalta

un ruido diferente del que hacen las hojas al moverse. Me cuesta

trabajo definir si no me he confundido, pero un segundo golpe me

saca de dudas. Alguien llama a mi puerta, es extraño, nadie ha

tocado en ella desde hace mucho tiempo. Intrigado la abro y veo a

un hombre que amable me saluda, pero yo no puedo articular

palabra; me siento como si hubiera despertado de un largo sueño.

Mi silencio no le inmuta; al apreciar mi sorpresa con naturalidad

me dice:

No tengo dónde pasar la noche

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Me han bastado unos segundos para captar en su mirada una

profunda dulzura que me identifica con él; es más, en ese momento

tengo la sensación de que estuve aguardándolo. Es inexplicable mi

actitud: he rehusado la compañía de mis amigos porque me ofendía

su compasión, y por eso nadie ha vuelto a llamar a mi puerta.

Su equipaje es digno de mencionarse: lleva un morral, un hacha y un libro bajo el brazo, como si apenas lo hubiese cerrado al

faltarle la luz para continuar su lectura.

Lo invito a que se desprenda de sus pertenencias y tome asiento

cerca del fuego para reconfortar su cuerpo, que ha estado expuesto

a las inclemencias de la intemperie.

Con naturalidad acepta mis indicaciones, y tiende sus manos

hacia las llamas, tan cerca, que parece que las acariciara; pero una

vez que las ha calentado, se frota como si en esa forma distribuyera

el calor por todo su cuerpo, para acomodarse con placidez en la

butaca.

Su mirada se pierde como si el fuego lo hubiera hipnotizado, al

grado que su actitud me contagia, y sin decir palabra se establece

una comunicación entre el caminante, las llamas y yo.

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La magia del momento se interrumpe cuando el hombre se

levanta para alimentar la chimenea, y en tanto acomoda los leños,

lentamente dice:

— El fuego es luz, es vida, es amor; en torno a una fogata los hombres se identifican y se armonizan en un estado de quietud.

Las palabras que dijo fueron pronunciadas en un tono que hacía tiempo no escuchaba; sus vibraciones han llenado el vacío que dejó la voz de mi esposa. Una sensación indefinida me recuerda su manera de hablar, pero no me atrevo a interrogarlo ni a tratar de establecer el diálogo, para no romper la fascinación que de pronto me invade. Este hombre encarna la paz, esa paz que no es de soledad, brota de su interior.

La danza de las llamas me induce a meditar; él ha dicho que el fuego identifica a los hombres y los armoniza en un estado de quietud y es verdad: en derredor de una fogata se olvidan las pasiones, los conflictos. Todos los humanos por igual, frente a un haz de leños encendidos sucumbimos al hechizo que produce el movimiento del fuego, y al contemplarlo nos invade de serenidad, mágico estado que yo desearía alcanzar, fuera del influjo de las lenguas luminosas que danzan en el hogar.

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y de la compañía de este hombre que me contagia su tranquilidad.

Sumido en mis reflexiones no me percato que los leños se consumieron ya, y que ha llegado la hora de cumplir con mi deber de anfitrión.

Al levantarme para preparar lo que vamos a comer, lo sustraigo

de la somnolencia en que ha caído. Seguramente el cansancio y el hipnótico vaivén de las llamas, contribuyeron a que cerrara sus ojos, pero al abrirlos aprovecho la ocasión para invitarlo a compartir mis alimentos.

Es interesante observar que su mirada apacible tiene una

vitalidad juvenil que contrasta con su aspecto. Su elevada estatura,

la barba cerrada y crecida, le dan una apariencia de patriarca, pero

sus ojos delatan un vigor y entusiasmo que no corresponden a la

edad que aparenta.

Con premura se levanta y se ofrece a prestarme ayuda; la acepto complacido y entre los dos preparamos una sencilla comida, mientras tanto charlamos de nuestras escasas experiencias en la preparación de platillos.

Hasta el momento de sentarnos a la mesa me atrevo a inquirir

algo acerca de su persona, y con una timidez que desconozco en mí, le hago una pregunta que más que curiosidad es un cumplido.

- ¿Es usted de estos rumbos . . .?

- Yo voy -me contesta—, por todas las rutas que me llevan sin derrotero fijo; no escojo el camino, el que me sale al paso lo sigo confiado.

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Su respuesta me desconcierta, pero él sigue diciendo:

— Sólo tengo mi libro y mi hacha; uno me da el alimento del

alma y con la otra trabajo para ganarme el alimento del cuerpo.

Por su contestación aprecio que estoy frente a un hombre fuera de lo común. No atino a decirle nada y tampoco es correcto quedarme callado, por lo que me dispongo a romper el silencio que empieza a hacerse embarazoso, pero en ese momento se levanta de la mesa para ir en busca de su libro. El volumen se ve maltratado bajo la luz, seguramente por su constante uso.

Contempla el tomo largamente, como si nunca antes lo hubiera visto y lo empieza a hojear en tanto me dice:

— Con la lectura de este libro aprendí a Perdonar a Dios y

con mi hacha depuse el resentimiento que sentía por los -hombres.

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Caigo en tan grande asombro que, incrédulo, sólo acierto a decir sus mismas palabras.

— /.Perdonar a Dios .. ,?

Mi huésped parece no escucharme; sigue contemplando su li-

bro, pero en realidad está reflexionando y yo escandalizado vuelvo

a interrogarlo:

—Que. . . ¿debemos perdonar a Dios?

—Así es —me dice—, debemos perdonar a Dios si es que as-

piramos a verlo de frente y a no confundir Su poder.

No cabe duda que me encuentro ante una persona singular. Incisivamente lo observo con el propósito de descubrir su verdadera identidad, pero no encuentro nada nuevo en él, por lo que persiste la primera impresión que me causó. La paz y el amor que irradia son los mismos que aprecié cuando lo vi ante la puerta. Como no me convence lo que afirma, no quiero que dé por hecho que con mi silencio acepto lo que dice, y aun cuando me

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doy cuenta de que cada vez que habla me desconcierta más, decido

preguntarle:

— ¿En qué forma confundimos el Poder de Dios?

Mirándome fijamente me contesta de inmediato:

— Cuando le hacemos esta pregunta:

¿Por qué. . . Señor. . . por qué?

Vuelvo a sorprenderme, aunque de inmediato trato de buscar en mi pasado si en alguna ocasión formulé esa pregunta. . . del fondo de mi alma brota un dolor agudo que trae a mi memoria el momento en que desesperado hice la misma interrogante, al no encontrar la razón del por qué fui designado para sufrir la pérdida de mis seres queridos. Este recuerdo me conmueve al grado que necesito serenarme para rebatirle su descabellada idea, y con tono cortés, pero firme, le digo:

— No me parece razón suficiente la inconformidad que sen-

timos por nuestras penas, para pretender algo tan inusitado respecto de Dios, ni aun cuando consideremos injustos Sus designios. Es

más, hasta podemos rebelarnos contra Él, pero tener que perdonarlo me parece un desatino.

Al oír mis palabras mi visitante señaló:

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— Por qué no busca en su memoria y recuerda si cuando ya

estuvo resignado, pronunció esta frase que estamos tan

acostumbrados a decir: ¡Es la voluntad de Dios!

— ¡Es cierto! -le contesté alterado—, cuando la inconformidad

nos abruma, nos acogemos a Su mandato para descargar un

poco la presión de nuestra pena; pero eso no justifica que

debamos perdonar a Dios. . .

Mientras prepara su respuesta, mi huésped emboza una sonrisa

que hasta ese instante le conozco, y sus ojos adquieren un brillo

que denota una alegría contrastante con mi actitud hostil; después

toca su libro con reverencia, como si su contacto pudiera inspirarlo

y al fin, pausadamente dice:

— El llegar a comprender que ¡Debemos Perdonar a Dios! me tomó largo tiempo. Esto se debió a que fui un rebelde que renegué de la vida, de los hombres, y en forma especial de

Dios. . . Como aprecio en usted curiosidad, esto me alienta a disertar sobre mis vivencias, ellas requieren de una amplia ex- plicación y la quietud en que nos encontramos esta noche es propicia para comentarlas, si cuento con su interés.

Depongo mi hostilidad y lo invito a disfrutar del calor de la

chimenea; una vez acomodados en las butacas y frente al fuego,

nos disponemos a iniciar un prolongado diálogo, que puede ser

amable o llevarnos a una discusión enojosa, porque no es fácil

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coincidir en un tema tan delicado, como es hacerle un juicio a Dios

para perdonarlo. En fin, . . si no tiene argumentos bien fundados,

tendré que discutir con él, pero como también ha mencionado su

inconformidad con la vida y con los hombres, seguramente surgirá

algo interesante de esta charla.

El tiempo que se toma mi huésped en ordenar sus ideas me produce impaciencia. Me doy cuenta que tengo hambre de que me hablen, pero no de condolencias ni de guerras; tampoco de problemas mundiales ni de cambios en la política. Todo eso me tiene hastiado en tal forma, que he preferido aislarme para no oír tanta palabrería insustancial sobre problemas que no podemos resolver, pero sí tenemos que soportar.

Con impotencia observamos que los que tienen el poder, ad-

ministran el mundo a su antojo con los hilos de la astucia y la ambición; pero a nosotros solamente nos queda el recurso de murmurar, para dar salida al descontento que sentimos por la forma en que nos gobiernan.

Este hombre por lo menos habla de cosas distintas, y como su forma de expresarse es apacible, me produce un bienestar que hace

tiempo no había sentido.

Después que hubo reflexionado, mi visitante reinició el diálogo

eligiendo cuidadosamente sus palabras:

-El desconocimiento que tiene el hombre de sí mismo, es una

de las causas de su inseguridad interna y de la confusión en que

vive. Como tenemos muy poca información de nosotros mismos, y

más de la necesaria sobre la violencia, la injusticia y la maldad que

proliferan en el mundo, no debe extrañarnos que

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esa desconfianza y desorientación en que vivimos, se deba a que

ignoramos cuál es la realidad del hombre, y cuál es la finalidad de

la vida.

Si en lugar de estar al tanto de las múltiples cosas inútiles que enajenan una parte muy importante de nuestro tiempo, interés y atención, empleáramos ésta en la búsqueda de nuestro Yo Superior, llegaríamos sin lugar a dudas a encontrar la fuente del conocimiento que está latente en cada ser, y aun cuando se requiera una especial dedicación para este fin, no quedaremos defraudados en nuestros esfuerzos al descubrir que somos criaturas de conscíencia... ¡Eso es el hombre en su realidad espiritual!

Después de reflexionar, prosiguió mi huésped:

-Como el hombre es una criatura de consciencia, tiene los

medios para desarrollar la sensibilidad, mediante el hábito de

prever los efectos que sus actos van a ocasionar en los demás.

No hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti

Esta regla de oro se practica por medio del sentido de la

equidad que tiene toda persona que es sensible, y por lo mismo consciente.

Si desde niños estimularan nuestra sensibilidad, nos percata-

ríamos de nuestros errores, para no adquirir el hábito de repetir-

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los de manera desaprensiva, como si el hombre fuera irremisi-

blemente insensible.

Cuando el niño se acostumbra a ser indiferente, bloquea los

canales de la sensibilidad y la percepción que tiene su consciencia;

además, inhibe su intuición e inspiración que va a necesitar cuando

sea adulto.

La falta de normas de conducta en un hogar, atrofia la sen-

sibilidad de los niños, por lo menguada que está ya la de los padres. Prueba de ello es que éstos no se inmutan ante las faltas que cometen los menores, cuando están de buen humor o distraídos; pero en cambio, si se encuentran alterados, los corrigen en forma tan violenta y exagerada, que no sólo no sacan ningún provecho educativo; por el contrario, desorientan a los pequeños en tal forma, que no alcanzan ellos a discernir el por qué en ocasiones les toleran sus berrinches sin llamarles la atención, y en otras los

castigan con tanto rigor, que en lugar de ser un correctivo, da la impresión de un colérico desquite.

La gente es irresponsable cuando atrofia su sensibilidad.

Los buenos hábitos son la base del correcto desarrollo del ser

humano, y para adquirirlos tenemos que estimular nuestra

sensibilidad, ese delicado y sutil nivel de consciencia que está

latente en nuestro ser, y nos hace percibir hasta los más ínfimos

detalles al hacernos conscientes.

Los mayores deberíamos conscientizar a los pequeños sobre

las consecuencias que acarrean sus errores, y aun cuando resulte

Una tarea ardua, es necesario sensibilizar y responsabilizar al

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niño de los actos que comete, para que no adquiera el

hábito de culpar a los demás. Es tan nociva la costumbre

que tiene un menor de acusar a otro de la falta que él

cometió, que ni siquiera se inmuta cuando miente. Como su

insensibilidad no lo delata, tampoco le impresionará el castigo que le imponen al que señaló como culpable.

El ser humano desde que nace, trae consigo una buena

dosis de egoísmo, y en la medida en que lo desarrolle, se irá

atrofiando su sensibilidad.

Si yo hubiera tenido desde niño la más ligera idea de

que todo acto está sujeto a un efecto, es decir, si me

hubiese hecho consciente de las consecuencias que tienen

los impulsos arbitrarios, no hubiera sido tan desaprensivo.

Precisamente mi falta de sensibilidad, motivó que se

convirtiera en un infierno una gran parte de mi vida.

Al llegar a este punto de su relato, mi interlocutor se

quedó pensativo, y después de haber reflexionado,

continuó:

-- Fui tan consentido por mi madre, que aun desde niño, imponía mi capricho como ley, y al llegar a la adolescencia, esa etapa en la que se decide el futuro del adulto, mi conducta era incontrolable. 32

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Como en alguna forma mi madre se sintió culpable de la ilegitimidad de mi nacimiento, me sobreprotegía, seguramente para compensar el hecho de no tener padre. Esto motivó que mi educación careciera de la disciplina que establece los principios de respeto a los mayores, y a los derechos ajenos. Vivía a plenitud, sin darles tregua a mis arranques emotivos. Si en alguna ocasión estaba quieto, me sentía irritado y de inmediato urdía actividades que provocaban molestias a quienes me rodeaban. Las costumbres que imponemos a nuestras vidas desde niños, crean los hábitos, y éstos son tan determinantes, que operan como impulsos automatizados. Son esos actos que se ejecutan sin pensar, en forma inconsciente, por eso son tan peligrosos o benéficos, de acuerdo a la buena ó mala índole que los motiva. Mi adolescencia la viví sin freno que pusiera término a mi licenciosa conducta, y ya siendo un joven totalmente desarrollado, no sólo no se advirtieron en mí mejores maneras de comportamiento, sino que por el contrario, los malos hábitos crecieron conmigo en una proporción mayor a mi edad y estatura. En una ocasión estaba solo y tranquilo en un lugar de juerga. Allí esperaba encontrar amigos para divertirme con ellos ó a su costa, como era mi costumbre. De pronto se apagaron las luces y todo fue confusión. Fui golpeado no sé por quién, y a mi vez empecé a tirar golpes a ciegas todo el tiempo que estuvimos en la obscuridad, hasta que me deslumbró la luz cuando fue encendida nuevamente. Al acostumbrar mis ojos a la claridad, pude ver junto a mí a un joven que me era 33

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conocido, con una herida en el pecho, y mi navaja estaba tirada

junto a él.

No me explico en qué momento perdí mi arma; era costumbre que la portáramos los de mi grupo. Durante la riña no tuve la sensación de haberla tenido en la mano; en cambio, me dolían los nudillos de tanto golpear, pero como el arma era de mi propiedad, no pude desmentir a los que afirmaron que yo lo había herido de muerte, debido a los antecedentes que me condenaban.

Ellos fueron testigos que acosaba con frecuencia al que ahora

estaba tendido en el suelo, incitándolo a pelear, aun cuando sabía

de antemano que no aceptaría mi reto por un impedimento que

sufría. Por otra parte, él nunca portaba ni una vara con qué

defenderse, y esto quedó asentado en el juicio que me siguieron.

Mi supuesta alevosía quedó comprobada, no por los hechos ocurridos esa noche; fueron las declaraciones de algunas de las víctimas de mi conducta arbitraria, las que influyeron para que el juez ya no dudara en imponerme la pena más severa que marcaba el código para sentenciar mi caso.

El juicio que me siguieron fue tan rápido, que sin darme cuenta cayó sobre mí, la condena más larga y cruel que se puede aplicar a un joven que empieza a vivir.

Una vez preso, mi fama de traicionero y engreído se extendió

por el penal en menos tiempo del que yo hubiera necesitado para recorrerlo físicamente. Tuve que enfrentarme al juicio de los presos, que es peor que encarar el que dicta un juez. No obstante que ellos son delincuentes, tienen también su código, que

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Aplican a los de nuevo ingreso. La traición la califican como la peor característica que pueda tener el interno, por lo que relegan a éste a la indiferencia más cruel y le dan el peor de los tratos, además de vigilarlo en forma constante para evitar sus posibles denuncias; esta situación es más insoportable que el propio cautiverio. Así, mi caso fue de nuevo juzgado por ellos, y me enfrenté a convivir con mis segundos jueces, que se convirtieron en los verdugos más severos y bestiales. Es increíble que en a Tierra pueda existir el infierno, delimitado por esas altas bardas con púas. La banqueta que lo circunda ya es otra cosa, y aún más, cruzar la calle es como encontrarnos en el paraíso; pero esto no lo apreciamos, hasta que perdemos la libertad. La vida en presidio empeoró mi manera de ser. Me llené de tanto odio, que no cabía dentro de mí; sólo pude optar por mostrarme soberbio, para disimular el miedo que tenía a la cantidad de maleantes con los que iba a convivir, y por razón natural no logré tener ni un solo amigo que hiciera más tolerable mi situación. En ese hacinamiento me sentí como un ser desierto, pero ¡qué digo! Cualquier desierto es un edén comparado con el reclusorio, aun cuando supiera que allá moriría de hambre y sed. Vivir apiñados en la cárcel es como estar en un nido de víboras venenosas; todas levantan la cabeza para morder y desgraciadamente no se puede trepar por los muros para escapar, como lo hacen las arañas… Son más afortunados esos 35

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bichos cuando suben al techo, y desde arriba pueden contemplar la

masa humana que se revuelve en el cieno de sus pasiones

contenidas, en el constante fluir de sus nefastos pensamientos y en

el hedor de sus humores.

En mi encierro tuve cientos de horas para pensar en vengarme

de los que me acusaron. Para mí todos eran culpables. De algunos conocía sus alcances, y de otros ya no dudaba de su maldad. El

grupo que participó en la riña fue numeroso, y para mi desgracia

todos estuvieron en mi contra.

El cuadro que se presentó ante sus ojos cuando encendieron la

luz, fue convincente; pero también me acusaron por verse libre de sospechas y molestias. Jamás apareció el que apagó la luz, ni tampoco el que había iniciado el pleito; nadie declaró que me encontraba sentado, tranquilo y absorto en mis pensamientos. Yo

mismo no sé si alguien se percató de mi pasividad y no quiso declararlo para no comprometerse. En cambio, reiteradamente fui señalado culpable por mi intemperancia y tendencia al mal vivir.

Mi plan de venganza se extendía también contra mis compañeros de prisión. A ellos los odiaba aún más. Compar-" tiamos la misma situación desesperante, y sin embargo eran más crueles que los de afuera. Aquéllos desconocían el infierno al que me condenaron con sus acusaciones, pero éstos lo vivían conmigo. Sin embargo, eran ellos mismos los que me hacían más insoportable el cautiverio.

El cumplimiento de una condena en presidio, implica

perder la libertad que es un derecho que tiene más valor, tal

vez, que la vida; la propia vida se devalúa a tal grado en un

penal, que el individuo se reduce a una condición despreciable.

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Quizás por esta razón, al perder la libertad, se desencadena en la

mayoría de la gente el demonio que todo ser lleva dentro. Es común

que el delincuente reaccione en contra del castigo que le impone la

justicia. Unos pueden ser inocentes; otros esgrimen argumentos que

los justifiquen, o bien encuentran fácil culpar a alguien de aquellos

actos que nacieron de su propio impulso.

En estas condiciones, una cueva de fieras es más amable; cundo

han saciado su hambre, dejan de atacar. En cambio en la prisión,

los hombres no cesan de hacerlo; en esos lugares el hambre es de

libertad.

En las interminables noches de insomnio, cuando no hay descanso para el alma, ni encuentra postura el cuerpo, recordaba que en mi niñez me hablaron de un Dios que está en el cielo y cuida a los niños cuando son buenos, o los castiga si se portan mal.

En la adolescencia me olvidé de Dios; ya no tuve el temor que me infundieron para que me portara bien, y fue así como perdí la

idea de Su existencia, no obstante que nunca lo negué cuando

alguien lo mencionaba.

También en la infancia me hablaron de la consciencia, como el

juez implacable que nos acusa internamente. Esa manera de darle a

conocer al niño esa facultad, limita el concepto que nos formamos

de ella, y se conserva quizás de por vida, una aversión instintiva

hacia la facultad espiritual más grandiosa que se posee.

Es común que por la forma de hablarnos de la consciencia, cuando vivimos de manera caótica o complicada la rehuimos, así como en el vivir cómodo y disipado. . . simplemente la igno-

ramos..

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Voy a continuar narrándole a usted mi estancia en el penal.

Considero que por mi edad y por el hábito que tenía de imponer mi

capricho a los que me rodeaban, no me doblegó ni siquiera el hecho

de verme reducido a ser un delincuente. Por el contrario, ante mis

compañeros de cautiverio, la soberbia era el escudo tras del que

pretendía ocultar mi desolación, al verme privado de la libertad de ir y venir a mi antojo, para final-mente acudir al hogar, en el que

tenía reservado ese sitio que tanto añoraba entonces, descansar el

cuerpo del ajetreo del día con el sueño: ese estado en que

momentáneamente cesan las angustias e inquietudes cuando

nuestro interior está tranquilo.

Al hablarnos en la infancia del poder de Dios, creamos fan-

tasías en torno a Su existencia, y éstas nos persiguen aun en la

mayoría de edad. De ahí parte lo equivocados que estamos, al creer

que estará a nuestra disposición cuando lo necesitemos, y es así

que transcurrimos por la vida, con la confusión de un Dios que no

sentimos, y menos sabemos cómo encontrarlo...

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Al llegar mi huésped a este punto de su relato, consideré que

había ido demasiado lejos en un asunto tan delicado. Inclusive, aún

resentido como yo estaba con la vida, con los hombres y hasta con

Dios, no soporté que hablara de Él a la ligera, como imaginé que lo

estaba haciendo; así que sin más reservas lo interrumpí:

— Mucho se habla de Dios y de la consciencia, y usted ha dicho que vamos por la vida con la creencia de un Dios que no

sabemos cómo encontrar, pero. . . ¿no le parece que una cosa es

hablar por hablar, y otra muy distinta sería sacar de la ignorancia a

los que no hemos tenido el privilegio de encontrarlo, y menos aún

de sentirlo, para experimentar la relación que existe entre Dios y el

hombre?

Al oírme hablar alterado, me contestó el caminante con voz apacible y mirada comprensiva:

Nadie puede resolverle esta cuestión, que debe ser realizada y

sentida en forma individual. Los caminos para llegar a Dios son

infinitos, pero hay que descubrir la clave que lo identifique con su

esencia.

Al oír su contestación, le dije con ironía:

Y dígame... ¿se encuentra usted entre los afortunados que lo han logrado?

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-Sí -contestó—.

Pronunció un sí tan rotundo, que me vi obligado a verlo de frente y a los ojos; sólo de esa manera podía percibir mejor su afirmación. Al hacerlo, no aprecié la menor vacilación ni sombra de mentira en su mirada. En cambio, sentí esa verdad que habla por sí sola y por lo tanto no admite dudas; es increíble que los ojos puedan decir tanto, cuando su lenguaje proviene de lo más profundo del ser.

Yo quise confundirlo con mi pregunta, y el desorientado fui yo

con su lacónica respuesta.

Se hizo un silencio embarazoso que no me atreví a romper;

tengo que confesar que estaba avergonzado por haberle juzgado a

la ligera, en la creencia de que no iba a tener una contestación

satisfactoria. Por otra parte, parece increíble que con tan pocas

palabras y con la veracidad de su mirada, me hubiese convencido.

No pude disimular mi torpeza, pero mi visitante, con ese co-

nocimiento que parece tener de las reacciones del hombre y del

terreno que pisa, volvió a iniciar el diálogo.

-Tiene que ocurrirle al individuo algo muy especial, para que se sacudan las más íntimas fibras de su ser y lo enfrenten a

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lo desconocido, a lo inclemente de las adversidades que cree im-

posible superar. Así, empieza a templar su espíritu, esa fuerza

interna en la que está lo más valioso del ser humano.

La impotencia que embarga al hombre ante su derrota interna,

hará que se considere muy poca cosa frente a una situación

irreparable que se le ha planteado, y una vez en ese estado de in-

fortunio sentirá que el alma sangra por dentro, con un dolor agudo

que no le permite respirar a plenitud.

Existen tantas otras formas de sufrir... yo hablo de ese su-frimiento que nos acorrala como a una bestia cuando está rendida ante la impotencia que le impide defender sus derechos, porque éstos han sido vejados, atropellados. Son esas situaciones en las que el hombre se siente tan desamparado ante sus verdugos, que su inocencia no le sirve para nada; quizá le sería más provechoso ser un criminal empedernido; así, se identificaría más con ellos y quizás fueran entonces más humanos con él.

En estas situaciones es muy difícil quedar libre de sentir un

ocho que no consuma lo poco bueno que aún quede del indivi-duo;

pero si logra vencerlo, se convertirá en otro hombre que en nada se

parecerá al que fue. . . la condición es salir a flote de las

adversidades que en apariencia se ensañan con él, pero después de

esa lucha cruenta ya sabrá muchas cosas que ignoraba, y que no las

hubiera podido aprender ni con los mejores maestros.

Créame: la verdadera vida es lucha... contra nosotros mismos,

contra lo desconocido e imprevisto, y contra la fatalidad, cuyo cauce está fuera de nuestra jurisdicción.

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Pero también le digo que vale la pena librar esas batallas, para

conocer la verdadera vida, la que da la experiencia en el dolor, en

ese infortunio que llega sin previo aviso y nos obliga a

fortalecernos, para vencer una a una las barreras que se levantan en

el transcurso de la lucha que libramos; inclusive en contra nuestra,

cuando no reconocemos que las causas que producen los efectos provienen de nuestras acciones, y que estos efectos son más tarde

los que nos atormentan y no sabemos a quién atribuirlos, en tanto

no aceptemos la culpa que nos corresponde en ello.

Estas luchas nos harán fuertes, nobles; nos harán sabios y llegará la buena vida, pero no la que ciertas gentes consideran como buena porque todo les ha sido fácil desde que nacieron; cosa que envidian las mayorías cuando ven que estos viven

despreocupadamente, pues también para ellas es suerte todo lo que venga con facilidad.

Le aseguro que ese tipo de suerte será tan adversa para el que la tiene, que si la fatalidad lo sorprende cuando ha pasado lo que pudiésemos considerar la mayor parte de su existencia, el hábito de vivir sin luchar será su propio mausoleo en vida. Pero aún más, el ocaso de una de esas vidas que se han deslizado en el ocio, tendrá muy poco de positivo en su haber y así no habrá valido la pena vivir.

Solamente cuando el hombre ha vencido los obstáculos y

superado los sufrimientos sin amargura, estará capacitado para

aceptar con sabiduría, que éstos fueron los instrumentos para que

pudiera extraer de sí mismo, por imperiosa necesidad, la fortaleza

que ignoraba poseer. En esa lucha se rompe la dura corteza que

cubre los auténticos valores,como ocurre con el diamante, al que

hay que tallar con tesón para sacarle los destellos que le darían el

valor que finalmente tendrá.

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Algo más voy a agregar: para mi próxima estancia en la Tierra, yo no quiero llegar al mundo en la opulencia; deseo nacer en la pobreza y conocer las carencias desde que empiece a vivir; para que pueda extraer de mi interior, la fuerza para enfrentarme a la vida y ser yo mismo el que descubra los horizontes insospechados que ella ofrece para hacerlo todo, desde poner la primera piedra, hasta terminar el edificio de una existencia, porque no encontré al

nacer, las cosas hechas.

Las lidias de la vida, deben considerarse como el entrenamiento

de un deporte que se practica constantemente, para llegar a saborear el placer que siente el deportista cuando supera las marcas, que

justifican que ha valido la pena entrenarse en su difícil labor.

Ahora bien, si en mi caso no hubiera mediado la circunstancia tan especial que me convirtió en supuesto asesino, yo habría sido un parásito, por haberme iniciado en la vida con la falsa creencia de

que era superior, sólo por apoyarme en el egoísmo y la vanidad que se desarrolló en mí desde pequeño.

Seguramente de no haber ocurrido ese brutal y repentino

cambio en mi existencia, ésta no hubiera tenido el menor sentido.

Lo que en un principio consideré la peor de mis desgracias, fue la base de donde partí para estructurar, con gran esfuerzo, lo que

posteriormente sería el objetivo de mi vida.

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Con el pretexto de alimentar el fuego de la chimenea, el ca-

minante se tomó el tiempo necesario para reflexionar, y sin

apresurarse, continuó:

Es razonable que piense usted que mi manera de vivir no es

nada envidiable; por otra parte, como mi apariencia deja mucho

que desear, le puede parecer extraño que un hombre se conforme

con tan poco sin quejarse de su suerte; puede usted decir que aún es más raro que haya luchado tanto para no tener nada, y que es

increíble que me sienta satisfecho y en paz, al poseer únicamente

mi hacha y mi libro...

Juzgué necesario hacerle una aclaración a mi huésped, aun cuando no fuera halagadora para él; pero como estábamos hablando con la franqueza que impone la verdad, tuve que ser sincero:

-En efecto —le dije—, usted es un enigma para mí; no he

podido definirlo aún. Lo más notable que advierto en su persona es

la paz interna y la seguridad poco común que irradia, a pesar de su

actual situación. El no tener familia y carecer de un techo, sería

suficiente para sufrir una desolación que no se advierte en su

ánimo, y su aspecto humilde se desvanece, precisamente ante esa

confianza que demuestra en sí mismo.

La aclaración que le estoy haciendo, justifica que la apariencia

de un individuo o sus condiciones económicas, no son ele-

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mentos suficientes para clasificarlo, y esto nos demuestra que lo

valioso de una persona no está en lo que se aprecia de ella a simple

vista. En la presente ocasión, éste es el caso, por eso me siento tan

complacido en su compañía.

Agradezco el cumplido —respondió—, pero la fortuna es mía.

No es común encontrar personas dispuestas a disertar sobre los

temas profundos y humanos que vamos a tratar. El objeto de esta plática es ocuparnos del hombre y de la vida, pero como no

llegaríamos a nada trascendente sin asociarlos a Dios, tendremos

que hablar tanto de ella como del Creador; además, se aclarará a

quién debemos perdonar. Ahora bien, como aún nos falta mucho,

me va a permitir que prosiga.

Antes de continuar con lo que nos ocupa, tengo que relatarle la historia de mi libro. Es difícil relacionarlo conmigo si se toma en cuenta mi manera anterior de ser, y en estas condiciones resulta extraño que yo hubiera tenido tanto interés en estudiarlo.

He repasado tantas veces este libro, que ya debería estar gra-

bado en mi memoria, pero tuvo que pasar un largo tiempo para que

empezara a familiarizarme con sus elevados conceptos.

Es obvio lo difícil que era para mí entender temas tan ele-

vados, dado que nunca tuve la afición de leer, y menos aún textos

que estaban fuera del alcance de mi escasa cultura y de mi

capacidad de comprensión.

A pesar de que dediqué cada momento libre a la lectura del libro, sólo a través de grandes esfuerzos y paciencia logré entender sus conceptos más sencillos. Lo que me llevó más tiempo aceptar como verdad, fue la forma en que se lleva a cabo el proceso de la evolución del hombre a través de sucesivas existencias, para lograr un desarrollo espiritual, el cual justifica, que la vida tiene una finalidad.

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Por otra parte, hay una curiosa circunstancia:-las mismas pa-labras que he leído y releído tantas veces, me han venido dicien-do cosas distintas al paso de los años.

Los conceptos de mi libro no fueron fáciles de comprender, particularmente en las primeras veces que los leí; sólo con gran paciencia e interés pude ir captando algo del idealismo y filoso-fía del autor.

Como los conceptos de mi libro no estaban a mi alcance, únicamente un milagro pudo iluminar mi entendimiento, y este prodigio lo motivó el amor a mi madre.

Ahora me siento obligado a compartir lo que pude entender con gran esfuerzo, cuando tengo la oportunidad de que alguien se interesa en escucharme, porque necesita apoyarse en algo para seguir viviendo. Esto es lo valioso de mi libro: me ha en-señado a identificarme con el dolor de mis semejantes, y cuando un caso parece irremediable, ya no me es difícil acudir a la ins-piración; le aseguro que nunca he regresado, sin haber encontra-do la forma de motivar a una persona que se halle desesperada, para que logre encontrar por ella misma la solución de su pro-blema, o bien, si ya no tiene interés por la vida, despertárselo nuevamente.

Lo estimulante de mi libro, es que nos hace ver que siempre hay más y más que descubrir en el milagro de la vida. Como ella se renueva día a día con la aparición del Sol, sólo se requiere de creatividad para que el hombre encuentre nuevas formas de vi-vir, tomando en cuenta que no carece ni de las capacidades, ni de las posibilidades que le ofrece esa vida que ya no quiere vivir.

He pasado por alto decirle que mi mala conducta ensombre-ció la vida de mi madre. Cuando la policía me detuvo, ella esta-ba muy enferma, y su padecimiento se agravó al saberme preso

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y más tarde condenado a un largo cautiverio. Su calvario fue

prolongado no por sus dolencias, sino por saberme privado de la

libertad.

Desde la noche del crimen perdí el contacto con ella, y al recordarla, hacía mil conjeturas sobre su silencio. Por fin, una mañana me avisaron que alguien me visitaba. Al llegar al salón tic las entrevistas vi un cuerpo femenino de espaldas. Como hacía tanto tiempo que sólo abrigaba resentimientos de odio, me extrañó el ritmo acelerado de mi corazón, al sentir dentro de mí algo desconocido que nunca antes percibí.

Es curioso que en la vida cómoda que nos brinda nuestra

madre, en ocasiones los hijos no logramos darnos cuenta de cuánto

amor sentimos por ella, y nos percatamos solamente cuando la

desgracia nos separa de su lado. Hasta que estuve en la prisión,

supe todo lo que representaba mi madre para mí, y quise hacerle

saber, por primera vez, lo mucho que la amaba. Mi ilusión fue

fugaz; al volverse la persona que me aguardaba, sentí que el piso se

hundía...no era mi madre...no pude articular palabra. Mi visitante al

notar mi desaliento, se resistió a decirme el objeto de su visita, pero

al fin tuvo que darme la noticia... y con voz temblorosa me dijo:

"Desde que te apresaron se puso peor...pensamos que no Iba a soportar el golpe, pero se aferró a la vida aun sin tener ya resistencia; no quería irse sin verte. Cuando llegaron sus últimos momentos, me dijo que te avisara de su partida y que te enviaba mi bendición; además, que te hiciera entrega de este libro para que lo leas, aun cuando al principio no entiendas lo que dice. Me recomendó que te explicara la necesidad que vas a tener de enterarte de su contenido, para que puedas situarte nuevamente en

la vida".

Puso el libro en mis manos. Yo lo recibí llorando, y aún

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conserva las manchas que dejaron mis lágrimas en su cubierta;

además luce desgastado, como testimonio de que cumplí su último

deseo.

Como al principio leía en forma mecánica, sentí que de-

fraudaba a mi madre, y para estimular la concentración, me aferré a la idea de que ella permanecía a mi lado el tiempo que dedicaba a

la lectura, y hasta la fecha aún conservo esa grata sensación.

El hecho de no separarme de mi libro, motivó que yo fuera

objeto de ataques y de burlas de mis compañeros; ellos estaban

decididos a destruirlo simplemente por maldad, pero a base de

peleas lograba protegerlo. Siempre fui castigado en forma severa

por los celadores; a éstos no les interesaba aclarar el motivo de la

pelea, y a sus ojos siempre era yo el culpable.

No era fácil dedicarme a leer y al mismo tiempo defender el

libro, pero me ingenié para forrarlo con papel resistente y así logré que soportara los estrujones; además, por las noches, dormía con él bajo mi brazo.

En una ocasión, la casualidad vino en mi ayuda; busqué un

lugar apartado para leer tranquilo, y cuando apenas iniciaba la

lectura fui agredido por varios compañeros que querían enterarse

de lo que trataba mi libro; imaginaban que sólo la porno-grafía

podría atraerme tanto. Yo no quise mostrarles sus páginas para

desengañarlos; era seguro que al tener el volumen al alcance de sus

manos me lo arrebatarían y al verse defraudados, lo harían pedazos.

En esa ocasión no pude defenderme, por proteger el libro. Fueron muchos los que esta vez me atacaron, y salí mal herido. Por

fortuna, me enviaron a la enfermería, que hubiera resultado un

paraíso de no ser por mis agudos dolores.

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camino, ese precisamente fue

el que me llevó a mi objetivo.

sufrí en la rodilla. Al limpiar la sangre me dijo que en mi habían muchos duendecillos que iban a restaurar

presurosos mi piel dañada, para que pronto encontrara

alivio; como la imaginación del niño es pródiga en

fantasías, dejé de llorar al visualizar un ejército de

pequeños seres, ocupándose de mí en es-

llevó a mi objetivo.

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Disculpe que me haya apartado el entusiasmo de hablar de estas cosas,

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Es curioso ver como los mayores

egoísmo y vanidad, en lugar de

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Desde niño carecí de confianza debido a la imposición de mis caprichos, y de adulto sufrí el complejo que es el más común de la gente; creerse más de lo que se es, y apreciarse en menos de lo que uno vale. En mi casa me consideraba lo más importante, pero en el medio hostil de la calle, ante los que mostraban seguridad en sí mismos, me sentía muy poca cosa, aun cuando aparentaba una ridícula autosuficiencia.

Debe disculparme; sin querer me alejé otra vez del relato sobre

mis heridas...

Mi madre nunca imaginó el alcance que tendría la lección que

me dio sobre los mágicos duendes que habitaban mi cuerpo, pero

yo pude comprobarlo al relacionar lo que me dijo, con lo que decía

mi libro. Así fue como pude entender que esos duendes pudiesen

reparar mi piel, porque tenían consciencia de su misión.

Interrumpí a mi huésped para protestar; lo que estaba narrando era una cosa absurda. No estaba atento a su plática para que me hablara de duendes... por lo tanto le dije:

No creo que haya en el cuerpo humano ningún tipo de seres conscientizados de su deber; eso ya es demasiada fantasía. Yo sí

estoy de acuerdo en que hablemos, pero de cosas reales, por lo que me extraña que haya tomado nuestra conversación este giro.

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—Siento mucho el haberlo decepcionado --me aclaró de in-mediato; no fue ese mi propósito. Los temas que hemos venido trat a ndo pueden resultar áridos en sí; por eso es difícil abordarlos si no tenemos calma e interés por ambas partes. Si mi relato le parece inocente e insustancial, es porque quiero ser detallista en la exposición de las circunstancias que concurrieron para que pudiera orientarme en un terreno en el que estaba perdido.

La importancia que encierra el concepto consciencia, no lo

había comprendido en toda su amplitud, debido a que se aplica de manera indiscriminada para calificar diversas actitudes que en

ocasiones son paradójicas; por lo tanto, se ha desvirtuado lo que

ella es y representa.

De la consciencia hablan los científicos, los místicos y el

grueso de la humanidad, sin definir sus funciones; se aplica su

nombre tan a la ligera, que le hemos restado valor a su significa-do,

y es así como la ignoramos en los errores, y la reconsideramos en

los aciertos.

Ahora bien, hablemos de la consciencia, pero con letras mayúsculas, y verá usted qué sencillo es aplicar su nombre con propiedad.

Los famosos duendes de que estaba hablando, no son otra cosa

que las células que forman los tejidos, los órganos y los sistemas del cuerpo humano. Cuando el organismo necesita restaurar una herida, ellas deciden lo que tienen que hacer y se aprestan a reparar el daño

Estos minúsculos seres están programados por la Consciencia

Cósmica, que los ha dotado de conocimiento para que atiendan los

requerimientos del organismo. Esto obedece a que el Plan

Inteligente de la vida, demanda que cada una de las células

conozca cuál es su cometido para que lo cumpla al pie

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de la letra; es así como los tejidos, los órganos y los sistemas, están formados de miríadas de células que tienen consciencia nerviosa, circulatoria, muscular, etc. y se rigen con precisión y armonía dentro del sistema al que pertenecen.

Siento mucho la desilusión que le ha ocasionado mi forma

infantil de abordar el Plan y Orden perfectos que rigen la vida,

tanto en los organismos, por medio de las células, como en el

Cosmos, mediante la consciencia del átomo.

Por el momento no quiero desviar la conversación para narrarle

todo lo que pasé para entender el conjunto que está formado por la

vida y el hombre; pero si no lo asociamos al Creador, no

podríamos comprender que exista un plan tan perfecto que no

alcanzamos ni siquiera a imaginar, no obstante que formamos parte

de él.

Si al principio no me fue posible entender que la restauración

de los tejidos dañados, era hecho por medio del conocimiento que tienen programado las células, menos aún hubiera visualizado el

inconmensurable orden en que opera la Consciencia Cósmica, al

dotar también de conocimiento, a cada partícula de energía de la

que se compone el Universo.

Ahora bien, como cada célula está dotada de conocimiento, el

organismo se rige por sí mismo, sin que nosotros nos demos cuenta

que su perfecta sincronización se debe a que cada uno de esos

pequeños corpúsculos cumple su cometido, siempre y cuando no

alteremos su funcionamiento con las tensiones emotivas.

El hombre tiende en general a prestarle mayor atención a su

apariencia, porque no toma en cuenta que su estado interno se

refleja en su aspecto externo; por lo tanto, no evita provocar las

alteraciones que tanto lo dañan.

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Es un hecho que la angustia, el miedo, el rencor y aun la misma inseguridad enferman al individuo y tarde o temprano, los estados conflictivos o de tensión, son causa de las enfermedades cuyo origen, en ocasiones, no se sabe a qué atribuirlo.

A esto me refería cuando mencioné que las gentes cuidan su

aspecto exterior con esmero y constancia; pero no toman en cuenta

el daño que les ocasionan las reacciones violentas, así como los

estados de angustia prolongados, que tanto alteran las neuronas que

forman el sistema nervioso.

El hecho de ocuparme de esos minúsculos duendes, me in-dujo

a meditar profundamente en la consciencia. Deseché que ésta fuera

solamente el juez acusador de nuestras malas acciones; era mucho

más que eso. . .y tanto así, que entre más pensaba en ella, más la

sentía manifestada como el Conocimiento Universal, actuando lo

mismo en el átomo, que en cada célula de mi cuerpo. Pensando en todo lo anterior, llegué a la siguiente conclusión: el funcionamiento

de todos mis órganos se realizaba en forma perfecta, porque mis

células tienen consciencia de la misión que deben cumplir.

T a mb ién pude visualizar cómo los animales desde su formación genética, vienen dotados de consciencia; de tal manera que cada especie actúa de acuerdo al conocimiento que trae programado; así como también conoce la manera apropiada de alimentarse y la época en que debe reproducirse.

('tula especie animal es guiada por la consciencia, sólo que en ellos actúa en sus niveles elementales de instintos y sensaciones.

No puede excluir los reinos vegetal y mineral; éstos también

están sujetos al proceso evolutivo; por esto, tanto las células

vegetales como los elementos que constituyen la materia iner-

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te del reino mineral, están sujetos a transformarse para cumplir su

misión, de acuerdo al rango o clasificación al que pertenecen.

Aproveché la pausa que hizo mi visitante, para decirle:

- ¿Qué le hace suponer que nada escapa a ese orden tan perfecto que usted señala?

— Antes de contestar su pregunta —respondió—, tengo que

hacer una aclaración que considero oportuna: recuerde que no soy un hombre instruido; tampoco tuve maestros que me guiarán en este tipo de conocimientos. Lo poco que sé lo aprendí en mi libro; pero lo que me dio la clave final fueron mis propias vi-vencias que acepté como verdades, cuando tuve una experiencia espiritual que me aclaró en toda su magnitud, un concepto que a pesar de haber leído y releído no logré captar.

No podía imaginar que se pudiera resumir en tan pocas pala-

bras, la relación que guarda el Creador con Su Creación: "El Uno

está en el Todo... y el Todo está en el Uno." Le ruego que no

olvide estas breves palabras que encierran la clave del Plan y el

Orden de la vida.

Al hablar del Uno en el Todo, me estoy refiriendo a la esencia,

potencia y presencia del Creador en Su obra, por medio de

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un poder energético que más adelante voy a intentar explicarle. A

través de esa energía inteligente se manifiesta Dios, tanto en la

partícula más ínfima del átomo, como en la capacidad de contener

en Él mismo, todo lo que no alcanzamos ni siquiera a imaginar.

Como me tenía intrigado la organización del Universo, fue mi anterior observación sobre las células, la que me llevó a com-prender que todo en el Cosmos se rige por un orden, que integra en su proceso evolutivo, todos los elementos de los que se compone la Creación.

La Organización Suprema, según llegué a entender más

adelante, requiere que cada partícula de energía actúe por sí

misma, dentro del plan de la vida; para lo cual ya están programa-

das de antemano sus funciones, por medio de la Consciencia

Cósmica que lleva a cabo ese orden perfecto.

Lo perfecto sólo puede venir de lo perfecto, y es perfecto el

orden en que la Voluntad Suprema delega, en la consciencia, I

proceso de evolución de todo lo creado.

Para mayor claridad le explicaré en otra forma: un gobernante

nombra un jefe para mantener el orden del país, y éste asume el mando general e impone su autoridad a todos los que integran el

cuerpo encargado de mantener ese orden, desde el grado más bajo,

basta las jerarquías que le siguen. El jefe, aun cuando tiene a su

cargo toda la organización no es la autoridad suprema; así, en la

misma forma, el Creador delega en la consciencia el orden dentro del

cual se lleva a cabo la evolución.

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Interrumpí al caminante para hacerle una aclaración. Según

entendí, nada escapaba a ese orden perfecto en que todo evolu-

ciona, y a mi manera de ver quedaba fuera de ese proceso, nada

menos que el ser humano; por lo tanto le dijo:

-- Estoy de acuerdo en que el Cosmos evoluciona en un orden debido a que las partículas de energía tienen consciencia, y acepto

que el organismo humano es regido por la consciencia de las

células, así como todos los organismos que existen en la

Naturaleza. También reconozco que las especies de animales ya

vienen programadas para someterse mansamente a la misión que

traen, y en esta forma acatan el propósito para el que fueron

creadas; pero en el caso del hombre, únicamente se integra a ese

orden en su plano físico.

Ahora bien, como el ser humano es imprevisible en sus deci-

siones, escapa definitivamente a ese magno sistema que usted

señala. Por otra parte, el hecho de que el hombre quede excluido,

desvirtúa la perfección que usted le atribuye a ese Orden Universal

establecido.

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Cuando terminé de hablar, el caminante había concluido de

poner leña a la chimenea, y al volverse para tomar asiento, me di

cuenta que se dibujaba una sonrisa en su rostro, pero al ver que ya

esperaba su respuesta, de inmediato me contestó:

No sabe cuánto me agrada que exprese sus juicios cuando no esté de acuerdo con mis ideas. Eso me demuestra que no aceptará

lo que le diga, como un simple relato. Al analizar mis conceptos y rebatirlos, le aseguro que no dejaremos ninguna duda sin aclarar.

Su observación respecto a que la consciencia no viene

programada en el hombre en la misma forma en que opera en los

demás reinos, es muy acertada, si tomamos en cuenta que hay algo

muy especial en él, respecto a la libertad de que goza para.

manejarse por sí mismo, como usted ya lo señaló. Y ya lo creo que

es imprevisible lo que pueda venir del ser humano, porque él no

está sujeto a ninguna subordinación, como no sea la que acepten

algunos de sus propios semejantes, pero si el hombre está

capacitado para gobernarse, por algo debe de ser, se lo aseguro; sólo

le pido que tenga paciencia para dejar aclarada esta cuestión.

Recordemos que el hombre primitivo producía sonidos movido

por la necesidad de comunicarse con sus semejantes, hasta que

llegó a crear un lenguaje; también tenemos que aceptar que

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pensaba en forma rudimentaria de acuerdo a sus necesidades, que

no eran muchas en ese tiempo; sólo se reducían a comer y

defenderse; aún ahora, en nuestros días, estamos aprendiendo a

utilizar la mente por medio de prácticas superiores del pensa-

miento, como es elevarnos al nivel de la meditación.

La meditación se lleva a cabo en un estado de armonía, en el que nos sensibilizamos en tal manera, que nos es fácil percibir la manifestación del Espíritu Creador, en ese algo inexplicable que nos llena internamente, cuando al meditar encontramos la forma acertada de proceder, sin que nos quede ninguna duda.

El número de los que saben meditar irá creciendo, en la medida

en que comprobemos que en el plano espiritual se resuelven los

problemas, de tal manera que nadie resulte afectado por una razón:

como el hombre es una criatura de consciencia, y ésta emana del

espíritu, si él se eleva a sus planos superiores, encontrará en ellos

las soluciones justas y cabales.

Es conveniente reconocer que ya hemos avanzado algo desde la época en que el hombre vivía pensando solamente en subsistir.

Esta idea era provocada por las necesidades físicas, de tal manera

que la consciencia en el ser humano, apenas so manifestaba en el

nivel primario del instinto. De ahí ascendimos a los diferentes

grados de percepción, hasta alcanzar la sensibilidad espiritual, ya

que la sensibilidad física es innata en el ser humano, en los

animales, y hasta en las plantas. Seguimos progresando hasta llegar

a ser intuitivos, como posiblemente sean también algunos

animales; pero el

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gran privilegio del hombre es que sólo él puede elevarse a los niveles superiores de la consciencia, en los cuales da testimonio de ser la criatura superior que el Ser Supremo creó a Su Semejanza, con mente creativa y albedrío, para que pudiera decidir por sí mismo, por el hecho de ser una criatura de consciencia espiritual.

El espíritu es la esencia intangible del hombre, pero no se

manifiesta en el excesivo materialismo; tampoco se expresa en los estados pasionales. Es por eso que aquéllos que han amasado grandes fortunas, no logran tener paz interna, debido al acoso de la ambición y al temor de perder sus posesiones; esto los mantiene tan angustiados, que desconocen el placer de tener una expansión espiritual, único estado en el que realmente se puede sentir el placer de vivir. Así también, muchas gentes que creen vivir en libertad, se encadenan ellas mismas a múltiples conflictos emotivos, porque ignoran que el equilibrio entre la materia, la mente y el espíritu, aumenta las capacidades del hombre. Por otra parte, quienes gozan del privilegio de la salud, la derrochan torpemente por falta de voluntad para no sucumbir a las tentaciones que los dañan.

Por el hecho de no estar libre sentía en carne viva lo que pensaba, y en ocasiones fue patente que mi espíritu decayó a tal

grado al tener esas crisis, que hasta llegué a desear haber sido

cualquier animal, tanto para no estar encarcelado, como para no

vivir en la Tierra como hombre.

Lo poco que había aprendido, no era suficiente para superar los conflictos que me producía mi ignorancia. Dentro de mí se entablaban luchas desesperantes a tal grado, que hubiera queri-

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do arrancar de mi memoria las enseñanzas de mi libro, así como

mis propias conclusiones.

Hubiera deseado contar con un maestro que me guiara en esos

conocimientos, para no desesperarme al estar desorientado en mi

búsqueda. En ocasiones dejé todo en suspenso, pero el vacío en

mi interior era tan grande, que prefería volver a comenzar, para

sentir mi espíritu activo, al llevarme a las dimensiones de lo desconocido. En ellas lograba volver a sentir que escapaba do las

presiones que me rodeaban.

El hábito de exaltarme que tuve desde niño, me hizo creer que

yo era mis propias pasiones, es decir, confundí mi emotividad,

con lo que yo o cualquier otro es: una criatura capaz de elevarse

del plano emotivo al nivel mental, para poder pensar y razonar, e

inclusive alcanzar el nivel espiritual, en el que se puede hacer

consciencia, de todo lo que uno se propone.

Ésta fue precisamente la gran lucha que sostuve conmigo mismo, llevar a cabo el lento ascenso de controlar los impulsos agresivos, por medio del razonamiento; fue el primer esfuerzo que tuve que hacer, y que en realidad es el ejercicio más ele-mental del que nos podemos auxiliar, para empezar a entrever la posibilidad de cometer menos errores.

Sin querer me alejé nuevamente del tema, pero quiero que

sepa, que en la misma forma en que usted reaccionó, yo también

me desconcerté ante la imposibilidad de seguir adelante, a tal

grado, que imaginé tener ante mí una inmensa laguna que no

podía cruzar por falta de una embarcación. En mi caso.

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la barca era el conocimiento que me hacía falta para seguir el rastro

de la evolución del hombre. Lo que más me desanimaba, era pensar

que todo mi esfuerzo iba a resultar inútil, en caso de que la supuesta

evolución quedara en entredicho.

Meditaba y volvía a meditar, hasta que recordé que en mi libro había leído que las facultades superiores del hombre emanan del espíritu. Ahora ya no lo tomé como simple información ni lo puse en duda; lo comprobé en el conocimiento que extraía de mí mismo, cuando en mi libro no encontraba las respuestas.

Como nunca antes tuve la necesidad de pensar en serio, y menos aún de meditar, ignoraba que por medio de una elevación espiritual podía escalar los niveles superiores de la consciencia.

Ahora sí pude convencerme que la superioridad del hombre,

depende de arribar a la fuente del conocimiento que está en

nosotros mismos.

Llegué a pensar que no era posible que nacer, crecer y morir

fueran el principio y fin de un ser con mente creativa, albedrío,

voluntad e inteligencia; si así fuera, resultaría estéril e incongruente

la creación de un ser dotado de tantas facultades superiores,

susceptibles todas ellas de un desarrollo cuyo límite solamente

puede ser. . .la dimensión del infinito.

¿Quién puede poner limitaciones a la mente creativa?

¿ Quién tiene la capacidad de frenar la voluntad del hombre?

¿Quién pude impedir su expansión espiritual?

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¿Y quién podría demostrar que no provienen del espíritu las

potestades superiores del hombre? y si alguien lo afirmara, ¿cómo

podría definir en qué parte del cuerpo está la fuente de donde

provienen la consciencia, la voluntad, la inteligencia, la capacidad

de amar y de pensar? Además, ¿a qué cosa o entidad se le puede

atribuir la creatividad del hombre en el campo de Las Ciencias, de Las Letras, de Las Artes en todas sus formas, incluyendo el arte de

convivir y la ciencia de administrar y hasta de gobernar, cuando en

este último cometido se cumpla todo lo que ofreció el que rige los

destinos de un país?

Todo esto me inquietó profundamente; era como tener la

certeza de la potencialidad del hombre como criatura espiritual,

pero no podía agregar el eslabón que me faltaba para integrar al ser

humano a ese proceso que opera en el Universo.

Me concentraba en lo que decía mi libro, pero cuando no logró

orientarme, yo emprendía la búsqueda por mi cuenta, no obstante

lo difícil que era disponer de un lugar apartado y del tiempo

suficiente para meditar.

Todo estaba en mi contra; mi ignorancia y el no poder sus-traerme al barullo de mis compañeros y celadores. Seguramente por eso pude ver y sentir con tanta claridad, que si logré llegar a la meta que me propuse fue gracias a esa actividad constante en que estuvo mi espíritu, dispuesto siempre a comenzar de nuevo sin desfallecer. En las pocas ocasiones que logré armonizarme internamente con todas mis facultades espirituales, esclarecí mis dudas.

Tuve la evidencia de la superioridad del ser humano, cuando

practiqué la actividad espiritual. Fue en esa disposición en la que

mantuve mi ánimo y voluntad para escalar los niveles supe-

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riores, de la fuente del conocimiento, y una vez en esa dimensión

comprobé que la capacidad del hombre no tiene límite.

Después de todo lo anterior, llegué a esta conclusión: la in-

cógnita del hombre. .está en su consciencia.

Después de esta afirmación, mi acompañante se volvió hacia mí para apreciar el efecto de sus palabras, pero yo me abstuve de contestar; aún no me había formado un juicio completo, y por eso mi rostro no expresó nada definitivo.

Él interpretó en el justo sentido mi silencio, y repitió:

La incógnita del hombre está en su consciencia. . .

Cada adelanto que lograba parecía ampliar el reducido espacio del que disponía en la prisión, y se acortaba el tiempo que tendría

que que permanecer cautivo.

Al remontarme a las regiones de la inspiración en las que se encuentran las respuestas que nadie nos puede dar, no oía cuan-do

me llamaban; solamente al ser sacudido intencionalmente por los que permanecían ociosos, podía enterarme que requerían de mi presencia, pero al volver, me sentía como un extraño entre ellos. Era caer desde el cielo al profundo y obscuro abismo del penal.

Le aseguro que no fue fácil encontrar las conclusiones que le

he venido exponiendo; hasta llegué a pensar: ¿por qué Dios no

habría sometido al hombre a Su voluntad inapelable, como

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a las demás especies? Ellas no tienen conflictos para vivir, en cambio el hombre, su criatura favorita, se debate en un mar de confusiones; por eso están llenas las cárceles, los hospitales, y por eso también no cesan las guerras.

Aún no cruzaba aquella laguna de que le hablé, pero en su

orilla permanecía sin desfallecer. Comencé por imaginar que la

consciencia es también una laguna en la que navegamos, con la

seguridad de llegar a donde se encuentra lo que afanosamente

hemos buscado.

El cuadro de la laguna que veía en mi mente me excitaba, y lo

reproducía en la imaginación con gran facilidad, tal como lo

hubiera hecho un fotógrafo, que sacara del original tantas copias

como quisiera. En una ocasión vi con tanta claridad los rayos del

Sol en el agua, que hasta llegué a sentir su calor sobre mi cuerpo.

Esta sensación me llevó a relacionar lo que significaba su energía,

para los seres que viven en el seno de la laguna.

Como en el penal pocas veces se puede disfrutar del Sol, yo le

rendía un culto especial; su luz y su calor son tan vivificantes, que

las pocas veces que logré tocaran mi piel, me reanimaron como si

me hubiesen inyectado nueva vida.

De ahí deduje que la energía del Astro Rey era la propicia-dora de todo lo viviente sobre la Tierra, y ya sin pensar más supuse que el Sol era el que tenía el poder de regir el Cosmos.

A pesar de haber llegado a esa conclusión, los rayos seguían proyectándose en mi imaginación, sobre la superficie del agua, hasta que de pronto comprendí: el Sol no es Dios. . .pero sí es ¡Su manifestación!

El simbolismo de la laguna adquirió su verdadero significado:

así como ella es el medio para llegar a los puntos distantes

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que la circundan, así podemos viajar en los dominios de la

consciencia, para encontrar el conocimiento que buscamos.

Ahora bien, si el Sol depende de la inteligencia Suprema,

¿estará la consciencia también sujeta a la misma subordinación?

Al imaginar el poder Supremo, mi espíritu me llevó a las

dimensiones del Todo. . .de ese Todo en donde está vibrando la

vida, en cada una de las partículas que conforman el Cosmos.

Visualizar la vida en toda su magnitud es inenarrable. Es maravilloso percibir la forma en que renace segundo a segundo la vida, en la incansable actividad en que se está renovando la Naturaleza a través de la Creación. Es grandioso ese Todo que no de-ja de multiplicar criaturas y cosas que nacen para manifestarse en la existencia. Ante esa infinitud me sumergí en el deleite de una expansión espiritual que me llevó a experimentar la eternidad, inundada de la presencia de Dios. . .manifestada en amor. . .en un amor que se expresa en armonía de colores, de una belleza y luminosidad desconocida a nuestros pobres «pulidos terrenales, y es indescriptible cómo se transforma el amor de Dios, en la energía inteligente que está actuando en el Cosmos.

C o m o no hubo parte de mi cuerpo que no sintiera su presencia expresada en esa luz, no me quedó duda que el vínculo que existe entre Dios y el hombre... es el amor.

Lo que experimenté me dejó en un éxtasis, que no recuerdo cuando se prolongó: yo, el individuo más ignorante, no podía creer que había presenciado la forma en que se manifiesta Su amor en la armonía, que es en donde se concibe y germina todo lo que va a vivir .

La sensación que tuve de la presencia de Dios, no se alcanzó

borrar en el transcurso de la noche. Todo el tiempo era

visua-

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lizar, y volver a reproducir la afluencia de Su amor, transformado

en la Energía Inteligente que rige la Creación.

El amanecer me sorprendió todavía, con la misma emoción que

experimenté, en esa plenitud interna de expansión espiritual que

viví, cuando mi propio amor despertó mi consciencia. Ese amor

estaba en mí, y yo no lo había percibido, hasta que él hizo contacto

con la Inteligencia Suprema, y en un solo destello me fue revelado todo lo que necesitaba saber.

Desde ese momento ya no hubo misterios ni conjeturas para

mí. No me fue difícil relacionar el Uno en ese Todo inconmen-

surable, en el que está la Creación... la vida... y el hombre.

Lo que más asombro me causó, es que participamos de lo

más grandioso del Creador. . . de Su propio amor e inteligencia,

de Su voluntad y de Su consciencia.

Si a través de simples razonamientos yo hubiera intentado

conocer la magnitud del amor, no me habría sido posible descubrir la procedencia de su origen, y menos aún su forma de operar como Energía Inteligente. Sólo a través de esa revelación, pude entender que el amor es la clave de Dios, de la vida, y también el amor... es la clave del hombre.

Los falsos conceptos que prevalecen acerca del amor, nos han

confundido a tal grado, que se dice y hasta se cree que el amor es

ciego; pero nada hay más equivocado. Ciega es la pasión. El amor, además de ser Energía Inteligente, es consciencia.

La errónea idea que se ha tenido del amor, ha sido la causa de que los investigadores no hayan descubierto qué es lo que atrae la inspiración, y menos aún han podido atribuirle esta

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potestad al amor, por la costumbre muy arraigada de confundirlo

con la pasión; no obstante que aquél proviene del espíritu, en tanto

ésta tiene su origen en la emotividad.

El hecho de no determinar la diferencia entre los efectos que

causa un acto de amor y uno pasional, origina que no se tome en

cuenta que son totalmente contrarios. Así como el amor revitaliza,

la pasión altera y después deprime.

Por otra parte, un propósito o idea pasional nos mantiene tan impacientes y tensos que decidimos a la ligera, en cambio una idea o propósito acariciado con amor, se toma el tiempo necesario, hasta que llega la inspirada solución, en un despertar de la consciencia.

Antes de experimentar la maravillosa revelación que le acabo de narrar, mi ánimo estaba tan decaído, que me sentía derrotado; ya

no era posible seguir en la búsqueda infructuosa de la evolución

espiritual del hombre. Había agotado ya las explicaciones de mi

libro y mis propias conclusiones.

Por otra parte... ¿quién era yo para aspirar a desentrañar nada

menos que la incógnita que ha inquietado al hombre por

milenios...?

"Hombre ... conócete a ti mismo".

Era demasiado para mi pobre condición. Definitivamente su-puse que todo había sido infructuoso, y caí en la desesperanza por un lapso tan grande, que ya no puedo recordar. Entonces, ese tiempo se volvió en contra mía. Ya las horas de descanso me parecían siglos y las noches de insomnio interminables. Las pa-redes que limitaban los espacios de los corredores, patios y cel-

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das, se estrechaban más y más en torno mío. Ese estado de angustia

no llegó a su clímax, gracias a que logré reaccionar nuevamente, y

sin darme cuenta, al meditar y volver a meditar, reviví esa actividad

interna como si gozara de completa libertad, remontándome a las

regiones creativas, en donde encontraba una paz absoluta, no

obstante estar en ese antro, en el cual es tan difícil conservar la serenidad, ese estado de armonía que nos dispone a la

introspección. En otra oportunidad, logré un estado de ausencia de

toda realidad, en el que desaparecieron los deseos, y por lo mismo

cesó la impaciencia que me impedía aquietar el pensamiento. Ese

estado es como caer en la nada... cuando la mente se calma, pero en

esa nada . . . está todo ... y así me fue dado recibir el destello

inteligente, por medio de la armonía... ese estado en donde se

origina el amor, que fue el conducto que me llevó hasta la fuente

del Conocimiento Universal.

Calló mi huésped como si quisiera rendir culto a su recuerdo con un silencio reverente. Yo, entre tanto, traté de reflexionar, pero el momento se hizo embarazoso. Entonces creí conveniente hacerle un comentario, para volver al punto en que quedó pendiente el proceso específico de la evolución del hombre.

-Lo que usted experimentó —le dije—, fue algo inusitado. Me

refiero no sólo al hecho de sentir a Dios, sino al significado

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que adquiere el amor a través de la revelación que usted tuvo, y de

la cual se deriva la íntima relación que existe entre el amor y la

inteligencia.

El caminante me observó extrañado, pero en el acto su mi-rada

se tornó comprensiva. No me cupo ninguna duda que mi comentario

le pareció superficial, dada la importancia que para él lavo descubrir

el contenido inteligente del amor, y haber sentido que en él se

establece el vínculo entre Dios y el hombre.

Sentir a Dios —aclaró mi visitante—, no sería tan difícil ni el único medio de establecer contacto con Él, no fuera a través del amor; así como tampoco sería un obstáculo que el hombre demostrara que es inteligente, si empieza por amarse y respetarse a sí mismo, para no sucumbir a sus debilidades y pailones.

El gran problema del hombre radica en la ignorancia que

tiene de su ser. Como desconoce que es una criatura de consciencia

espiritual, cree ser la personalidad que ha heredado, añadida a su

cconstitución emotiva y pasional.

A los padres les es fácil descubrir las características que han heredado sus hijos, tanto de ellos como de los abuelos, si observan

sus gestos o manías, así como sus defectos o cualidades,

características que llegan a formar la manera de ser de un

individuo. Todas las virtudes o defectos son susceptibles de

acentuar-se, o bien se pueden atenuar, por medio del hábito que se

va |imprimiendo y que poco a poco actuará como si fuera un

impulso automático; es decir: la acción ya no estará sujeta al

razonamiento, actuará por la presión de la costumbre, hasta tomar

parte de la propia personalidad del individuo, tanto en el plano

materialista, como en el mental y el espiritual. Depende en qué

nivel esté colocado el hombre.

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¿Qué es lo que hay en la personalidad, en mayor o menor

grado, y en forma permanente, aparte de las virtudes y otros

defectos? Egoísmo y vanidad. Estas características difícilmente se

apartan del hombre, y por lo mismo le llegan a ser tan familiares,

que no se da cuenta del poder que pueden llegar a ejercer sobre de

él.

¿Qué es lo que emana de la esencia espiritual?, inteligencia,

albedrío y voluntad; consciencia, capacidad de amar y de pensar...

¡esto sí es.. Jo que el hombre es!

Escapa a nuestro cálculo la capacidad que tenemos de pensar y

por eso se pregunta el vulgo ... ¿hasta dónde llegará el hombre

cuando conquiste las áreas ignoradas de su mente. . .? pero esos

espacios no están en la mente; ella es el vehículo; las dimensiones

inexploradas están en los amplios dominios de la consciencia.

Si volviéramos a preguntar . . . ¿hasta dónde llegará el hombre

cuando logre penetrar a esos dominios?, tendremos que contestar que acatará de inmediato la única Ley que es perfecta. Más adelante le daré a conocer esta Ley.

El pensamiento encauzado hacia un fin constructivo, expande los caminos que van tomando las ideas, y por lo mismo, la tarea resulta más atrayente, al darnos cuenta de la creatividad que desarrollamos, en el ejercicio de pensar concienzudamente. Esta práctica nos hace sensibles, altamente perceptivos e intuitivos, y es así como el pensamiento nos conduce a los amplios dominios de la

consciencia, ese campo ilimitado en que la mente puede explayarse, en busca del conocimiento que no se encuentra en ninguna biblioteca.

Mencionaré sólo el caso de un hombre que dejó testimonio del

producto de su pensamiento, y del amor que sintió por sus

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investigaciones, y digo que las amó intensamente, porque sólo

cuando se ama algo no se abandona, hasta que se ven realizados los

ideales que impulsa el amor; en este caso, fueron los des-

cubrimientos que legó a la humanidad. Este hombre solía decir,

cuando alguien se disculpaba por haberlo hecho esperar, que él

nunca perdía el tiempo, porque siempre lo utilizaba en pensar. El hombre que supo darle valor al tiempo que se pierde en las esperas

tediosas, fue Alberto Einstein.

Es evidente que poseemos la grandiosa facultad de pensar, el

don creativo y el albedrío que se hermana con la voluntad; además

los buenos sentimientos y las virtudes que adornan a las criaturas

son muchos, en comparación del egoísmo que solamente es uno.

Éste, por sí solo, impide que nos elevemos a los niveles espirituales

para experimentar la expansión de la consciencia.

El materialismo nos vuelve egoístas en la lucha por la vida, y

como el cuerpo se rige por necesidades, no se puede prescindir de

lo material; pero no es necesario ser egoístas para tener mayores

ventajas, ya que el hecho de ser compartidos, va produciendo un incremento de beneficios insospechados, que se van acumulando

con el correr del tiempo, y es inexplicable como va regresando, por

insospechados caminos, lo que hemos dado de nosotros mismos.

El egoísta se cree más listo que sus semejantes al negarse a dar

algo de sí mismo e ignora que en la práctica de darse, se desarrolla su seguridad interna y la amplitud de su consciencia. No hacer nada por nadie es una cómoda trampa que nos hace me-

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dorsos, por el vacío que se forma a nuestro derredor; porque nadie tendrá nada que devolvernos.

El tiempo que nos podamos sostener en el nivel espiritual,

depende de lo que tarde en manifestarse el egoísmo. El nos sitúa de

inmediato en la conveniencia personal, o en el frío cálculo

materialista.

Es fácil advertir la vanidad en los seres que son egoístas en mayor o menor grado, desde la que tratan de encubrir bajo la

apariencia de falsa modestia, hasta la que llega a ser tan ostentosa,

que por absurda molesta. Por otra parte, la vanidad herida provoca

el descontento en las gentes que están esperando ser admiradas, y si

en cambio se les ignora o desprecia, su resentimiento no tendrá

límites.

Vuelvo a insistir que el egoísmo es tan determinante en el ser

humano, que al menor indicio de resistencia que ponemos en dar

algo de nosotros mismos, el amor deja de fluir del venero del que

proviene, y con ello bloqueamos la emanación de nuestros valores

internos.

Cuando se vaya desterrando el egoísmo, como alimaña pon-zoñosa, el mundo en que vivimos será el paraíso prometido. Esto se logrará con el simple hecho de dar cada quien un poco de lo que no cuesta nada, porque está en nosotros mismos. Si el egoísta se niega a dar, es porque ignora el caudal que le será regresado por los caminos más inesperados; pero todavía más: la plenitud interna que siente el que sabe darse, no se puede comparar con ningún otro placer.

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Mi huésped se levantó para alimentar la chimenea, y entre tanto

yo aproveché para decirle:

—Debido a que no es común atribuir al amor el que sea enlace

entre la inteligencia y el hombre, es difícil aceptar su tesis. Sería

necesario tener mucha sensibilidad para comprender la imperiosa

necesidad que tenemos de renunciar al egoísmo, heredado a través

de nuestros genes desde que éramos primitivos, y ya libres de él,

operar ese cambio que nos identifica con las penas de nuestros

semejantes.

Yo he observado las reacciones de los niños, y aun los más

pequeños son tan posesivos, que no se desprenden de aquello que consideran suyo o de lo que por la fuerza se apropian. La manifestación del egoísmo en el ser humano es tan natural cuando no es exagerada, que parecería que forma parte de él.

He ahí el problema: luchar contra algo instintivo en el hombre,

como es el no querer desprenderse de sus posesiones. Por fortuna,

usted no plantea compartir lo que tenemos. Si así fuera, caeríamos

en la utopía. En ocasiones basta con dar un amable saludo, una

sonrisa . . . un apoyo moral o una palabra de aliento; en fin, son tantas las oportunidades de servir, que únicamente se requiere

practicar el hábito de desembarazarnos de

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esa alimaña que usted ha mencionado: el egoísmo. Además, no le

falta razón al señalar lo mucho que lograríamos con tan poco

esfuerzo, tanto en beneficio de un bienestar común, como del que

obtendríamos para provecho particular.

Antes de que prosigamos, quiero recordarle que dejamos pendiente la forma específica en que evoluciona el hombre, y

menciono que es distinta, porque aún no alcanzo a definir de qué manera se logra ese proceso, por lo que me veo obligado a

preguntarle ... ¿y el hombre . . .?

—El hombre es algo especial —contestó de manera conclu-

yente mi amigo—. El no evoluciona como las otras especies.

La evolución en el Cosmos es la prueba de la eternidad de la

vida. Sin este proceso terminaría por extinguirse. Todo en la Na-

turaleza es susceptible de transformarse, y así podemos ver que los

derechos orgánicos que pudiéramos considerar repugnantes,

contribuyen a dar mayor vitalidad y rendimiento a las flores y a los

frutos.

También este proceso de transformación se opera en la criatura humana, pero en ella es más completo. No se limita únicamente a lo físico y mental; el principal objeto de su evolución, es el desarrollo de su espíritu, aunque se lleva a cabo en forma tan lenta, que no podemos apreciarlo en el mismo ciclo de una vida.

Por eso es difícil aceptar que el proceso evolutivo del hombre

requiera de ese continuo retornar a la vida, hasta que alcance la total superación.

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La evolución que va logrando el hombre, la mayor parte de las

veces pasa inadvertida, porque juzgamos inteligente al individuo

que ha podido amasar una gran fortuna, y consideramos ignorante al

que conoce la forma de vivir con sabiduría, aunque sin poseer

bienes materiales.

Si analizamos la procedencia de las grandes fortunas, sabremos

que la mayoría de ellas se hicieron allanando los derechos ajenos, y para este fin, sólo se aplicó la astucia o el ingenio, pero no la

inteligencia.

La adquisición de los bienes materiales no demanda de inte-ligencia, ya sea que se hagan por los medios lícitos, o por los que no lo son. En cambio, los descubridores de todo lo que ha

beneficiado a la humanidad, fueron tocados de esa gracia superior que se llama inteligencia, y no por eso llegaron a ser multi-millonarios.

Volviendo a nuestro tema, solamente en contados casos se

logran avances considerables de evolución, en el mismo período de

una existencia; pero eso no quiere decir que el sujeto que logra este

cambio, haya venido al mundo por primera vez, ni tampoco que sea su último arribo a la existencia terrestre.

El hecho de lograr un gran avance por la propia convicción, sin

tener que hacerlo por medio de las amargas experiencias, proviene de una amplísima y profunda comprensión de nuestros errores.

El hecho de aceptar que nuestras equivocaciones son la causa

del desajuste emocional que confrontamos nos evita repetirlas,

cuando hacemos una apertura de consciencia; no sólo en lo

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que respecta a nosotros mismos, también en el efecto que nuestros

actos tendrán en quienes nos rodean; asimismo lograremos valorar

la vida, cuando sintamos la diferencia de vivir en armonía, en lugar

de pasar la existencia luchando con los conflictos que provoca la

inconsciencia.

De hombres en apariencia abyectos, cuyo nivel parece tan bajo,

han surgido guías morales y digo que en apariencia, porque los

grados de superación espiritual no siempre son palpables, ni aun

para el que los ha logrado.

En ocasiones el hombre que ya tiene un avance considerable de evolución, cae nuevamente en situaciones tan caóticas, que so

podría considerar un individuo de la peor ralea; pero a conse-cuencia del sufrimiento que le produzcan sus desmanes, o bien debido a un profundo descontento que llegue a experimentar por su forma de vivir, saldrá a flote la superación espiritual que ya tiene, y sentirá repugnancia y hasta arrepentimiento de sus errores. Se han dado casos que de este tipo de individuos surgen grandes iluminados, como si no hubieran sido antes todo lo contrario, y éstos resultan ser los mejores guías de los demás, por la gran comprensión que tienen para los desorientados.

Es conveniente no despreciar a los hombres por su apariencia o

por su conducta equivocada, así como tampoco debemos dudar de

nosotros mismos. Quizás ya estemos a tiempo de comprender que

el Gran Plan de la vida incluye un orden, y sólo esperamos oír la

voz orientadora, que llegará por cualquiera de los infinitos caminos

que tiene establecido ese orden de evolución, para que por sí

mismos y por propia convicción, aceptemos que somos criaturas de

consciencia.

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Ahora bien, respecto a su pregunta en relación al hombre, le

digo: él no está falto de elementos para evolucionar. Por el hecho de

ser una criatura de consciencia espiritual tiene voluntad y goza de

albedrío; además capacidad de amar y pensar, para llegar a ser

usuario de la propia inteligencia del Creador, y por esta razón tiene

que superarse por sí mismo.

Cuando tuve la experiencia que le narré, ya no me quedó

ninguna duda de que somos criaturas de consciencia, y con toda certeza agregué el eslabón que le faltaba a la cadena en que se integra el magno proceso de evolución; por eso vuelvo a repetir:

La incógnita del hombre está en su consciencia.

¡Hombre. . . conócete a ti mismo, y me reconocerás! Ardua

tarea le impuso Dios a la humanidad.

Recuerde que le pedí no olvidara que el Uno está en lo Todo y ese Todo está en el Uno.

do, y ese Todo está en el Uno

Como Dios es el Uno, todos nos integramos a Él, por medio del

proceso de evolución que logremos por nosotros mismos. Este

concepto lo ampliaremos más delante.

Quizás le va a parecer extraño, pero a medida que me con-vencía de la superioridad que logra el hombre por medio de su actividad espiritual, la existencia se me hizo menos difícil, a pesar (le estar privado de la libertad y en las condiciones más adversas que la imaginación pueda concebir.

Cuando al fin comprendí que el orden en que la evolución opera incluye una ley que impone como norma: producir un

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efecto de cada uno de nuestros actos, no volví a tener prisa por

cumplir mi condena. Con tranquilidad dejé pasar el tiempo que

tenía que permanecer cautivo. Olvidé el día de la semana y el mes

que transcurría; inclusive el inicio de cada año, ya no me produjo

impaciencia.

Dejé de sentir malestar por la inmundicia que me rodeaba, y fui sordo a las injurias. Solamente al tratar de ignorar mi situación, pude comenzar a elaborar un plan, para intentar cumplir con lo que es la fínalidad de la vida: evolucionar.

Cuando ya me convencí que nadie escapa a ese proceso es-tablecido por la Ley de Causa y Efecto, me sentí avergonzado, y no

quise desperdiciar el tiempo esperando mejores condiciones para

tratar de cumplir con ese deber que tarde o temprano tendría que

llevar a cabo; empecé ahí mismo, en donde caí por ignorar que la

inconsciencia en que viví, me dejó a merced de mis pasiones.

No era fácil realizar mi propósito; fue necesario emprender otra

lucha como la anterior; tratar de desprenderme del odio para dejar

de lastimarme. Sólo despojándome de ese terrible sentimiento

podía aspirar a ser mejor.

Intenté olvidar que mi cuerpo era el blanco de las agresiones de

mis compañeros, y para lograrlo me abstuve de ver las heridas que

aún no cicatrizaban del todo.

Comencé a vivir consciente de mi realidad como un ser ex-

cepcional, con facultades grandiosas que nunca antes tuve la menor

idea de poseer. Ese era yo por dentro, y eso era también

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lo que sentía, aun cuando mi aspecto físico y la situación en que me

encontraba inspiraran desprecio.

Al juzgarnos los hombres por nuestra apariencia, nos desco-nocemos y desvalorizamos, por creer que solamente son superiores los que viven en la opulencia, o los intelectuales que creen saberlo todo. Pero el que no conoce la verdadera vida, no logra el encuentro con su realidad espiritual y sus virtudes. Éstas se hacen ostensibles cuando se practican, y elevan la condición del hombre aun cuando esté vestido de harapos.

Algo dentro de mí se agigantaba. Como mis compañeros de

cautiverio desconocían el motivo de mi cambio, al irradiar mis

nuevas vibraciones las sentían, sin saber a qué atribuirlo.

A la consciencia le había erigido un altar, al descubrir tantas y tantas cosas en sus amplios dominios, que una vez me inspiré para

dedicarle unos pensamientos que trataré de recordar:

Consciencia. . . no existe nada que ignores, ni hay

partícula en la que no estés presente, sensibilizas

nuestros sentidos, y por ti captamos el ánimo de los

demás, sin que medien las palabras o los gestos.

Operas en el sentido común para que seamos conscientes, y nos haces guardar consideración a quien lo merece, así como el sentido del deber. . nos da el don de la responsabilidad.

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Cuando el amor te despierta con su hábito sutil, nos colmas de conocimientos, en las infinitas dimensiones de tus amplios dominios.

Consciencia... cuando no te alteras el

hombre se aquieta. . . descansas tú y él

también. Despertar en ti. . . es el mayor

bien que podemos poseer.

Se hizo el silencio . . . sus palabras dejaron en el ambiente vi-

braciones que me llenaron de una sensación de placidez y de es-

peranza hacia la humanidad, al reconocer la grandeza que encierra

el ser humano como criatura de consciencia.

¿Fueron sus conceptos. ..? ¿Fue el tono en que los pronunció. . .? no lo sé; algo sucedió en mi interior que me impedía hablar.

Después de lo expuesto por él, un simple comentario hubiera

sido poco halagador. Antes de que pudiera comentarle la sensación que me produjeron sus palabras, volvió su rostro hacia mí para decirme:

No aspiro a convencerlo, así como nunca he tratado de influir

en alguien; si narro mis conclusiones, se debe a la necesi-

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dad natural que tiene todo hombre de comunicar sus experiencias, ya sean artísticas, científicas, filosóficas ... y aun cuando solamente hable de ideas, si alguien las escucha, es suficiente para que se sienta recompensado.

Es muy natural y previsible que lo que yo considero como verdad, no lo sea para usted. Pero a lo que sí aspiro, es a que coincidamos en algunos conceptos, como por ejemplo: que su existencia y la mía provienen del mismo origen, así como mi

realidad espiritual y la suya es la misma, y que esto se hace ex-tensivo a la humanidad; por eso, el hablar del hombre es referirse a ese gran conjunto cuya esencia espiritual nos iguala a todos.

Si no me expliqué con claridad le ruego me lo haga saber:

—Sus conceptos —le dije a mi visitante—, me han inquietado,

pero también he sentido una sensación de bienestar, seguramente por comprender que está usted en lo cierto. Ahora bien, debemos considerar que muchas gentes no acepten sus ideas.

Lo que resulta difícil asimilar de un golpe, es la forma revo-

lucionaria como usted plantea el conjunto de atributos superiores

que emanan del espíritu, formando una cadena en la que el amor, impulsado por la voluntad, despierta la consciencia para que en ella

se realice el contacto con la chispa inteligente, que percibimos en

forma de inspiración.

No cabe duda que llegar a sentir lo que en realidad es el hombre, será lo más grandioso que le pueda ocurrir, sobre todo porque no está fuera de lo posible comprobar la capacidad que podrá desarrollar en la espiritualidad.

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Desarrollar la sensibilidad es, como usted lo señaló al principio de nuestra charla, una tarea cuya dificultad radica en la constancia, y ya lo creo que vale la pena saber cómo empezar a estimular ese todo intangible que funciona tan sutilmente, y sin embargo es la clave para mantener en actividad al espíritu.

Lo más importante de la espiritualidad, es estimular la for-

taleza, para tener esa seguridad en nosotros mismos, que es tan

difícil conservar, ya que ante los menores obstáculos, nos des-

moronamos por dentro.

Yo no me siento capaz de empezar esa tarea, pero le aseguro

que nada deseo tanto como imitarlo. También le confieso que mi

aparente entusiasmo se finca sólo en palabras; desafortunadamente

estoy muy lejos de emprender tan grande hazaña. Hay ocasiones en

que no es atractivo ningún cambio, seguramente porque ya nuestro

espíritu no reacciona.

Para los que no estén en mis condiciones, su tesis tiene el

atractivo de no estar sujeta al hecho de creer a ciegas. Lo más convincente de todo lo que usted plantea, es que debemos ser espirituales en forma activa, dinámica y práctica en el diario vivir, precisamente para aprender el difícil arte de convivir, y como la vida es una ciencia, se desarrollaría en los seres humanos esa sensibilidad tan necesaria, para que la existencia sea algo que podamos determinar, porque hemos aprendido a vivir la vida.

El ser humano es inconforme por naturaleza; abusa de los

placeres y reniega de todo lo que se opone a sus deseos o conve-

niencias y solamente vegeta. Sin embargo cree que en verdad vive,

cuando en realidad lo único que hace es desperdiciar la vida.

Usted, a pesar de haber estado privado de la libertad, y de no tener los medios para instruirse, supo aprovechar esa etapa

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dolorosa de la vida. Al decirle que vivió, me estoy refiriendo a que

en lugar de degradarse más, se consumió en el fuego del dolor su

anterior personalidad, y como el ave Fénix surgió de sus propias

cenizas otro hombre que en nada se parecía al que fue.

Es encomiable el lugar tan prominente en que ha situado a la

consciencia. Yo nunca hubiera imaginado que por medio de ella, encontramos el conocimiento que no está en ninguna enciclopedia

ni tratado de filosofía; por lo tanto, le ruego me ilustre más sobre

ella.

—De la consciencia —me dijo—, nunca terminaríamos de ha-

blar. Introducirnos en sus ilimitados campos, es como querer co-

nocer el infinito que contiene toda la Creación, pero poniendo los

pies sobre la tierra, podemos hablar mucho de todo esto. En primer

lugar vamos a situar a la inteligencia en el lugar que le corresponde.

Hago esta aclaración porque esta facultad continuamente es

confundida con la astucia, y es muy común que a una persona

sagaz, se le juzgue inteligente.

Analizando el origen de la astucia, podemos decir que ella

proviene de la emotividad pasional, que sin freno ni dominio actúa al margen de la consciencia, pero en ocasiones sus resultados son tan espectaculares, que los califican de actos inteligentes.

Al mencionar un acto inteligente, tendremos que imaginar todo un proceso por el que se tiene que pasar, para ser merecedor de la gracia de la inteligencia. Es necesario despojarnos de ambiciones, prejuicios, odios, envidias, egoísmos y vanidades, para estar libres de las tensiones que producen esos sentimientos, pues solamente al lograr la armonía interna, podremos alcanzar un elevado nivel de consciencia. Por eso al oír que mencionan esa facultad sin comedimiento o que la confunden, me rebelo; le aseguro que es una de las pocas cosas que me llegan a molestar.

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A la inteligencia se le debe rendir culto, para no confundirla

con la astucia, el ingenio, la intelectualidad o el talento. Éstas son

capacidades mentales propias de la personalidad.

Los hombres, como seres espirituales, son semejantes entre sí

porque su esencia espiritual es la misma, como ya lo dije; debido a que ella es absoluta, nos hermana justificando el término

semejantes, y así como el espíritu nos hace iguales, asimismo la

personalidad nos hace totalmente diferentes.

En cada hombre la personalidad manifiesta características tan distintas, que no se podría encontrar un hombre igual a otro.

Mi huésped hizo una pausa para que yo reflexionara, pero con

impaciencia le hice un comentario:

—Es loable el concepto que tiene usted de la inteligencia, y

como también es tentadora la idea de alcanzarla, me interesa co-nocer, si hay alguna posibilidad de aumentar los grados de inte-

ligencia, mediante algún sistema o práctica especial.

Mi compañero de charla me miró extrañado; tuve la impresión

que mi pregunta le decepcionó. De acuerdo a la tesis que él venía sustentando no cabía hacerla, a no ser que yo no la hu-

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biera captado del todo, por lo que me sentí apenado; pero él, en

forma benévola me contestó:

—Trataré de aclararle este asunto, aun cuando para ello vuelva

a repetir algo de lo que ya hemos hablado, pero en esta ocasión voy

a mencionar, desde la magnitud en que la inteligencia opera en el

Cosmos, hasta la forma en que el hombre puede participar de ella.

Todo lo que existe en la Creación, está conformado dentro de un Plan Inteligente, debido a que en cada partícula de la energía que forma las galaxias, soles, planetas y criaturas, hay consciencia como ya lo expliqué, y ella hace posible que los átomos, las moléculas y las células tengan el conocimiento en sí mismas, para cumplir la misión que tienen asignada; en esta forma participa cada una de ellas en la integración del plan en que opera la vida.

Ahora bien: una vez que el Creador deja establecido el cono-

cimiento en cada partícula de energía, por medio de la Consciencia

Cósmica, ellas entran en actividad, y cada una cumple su cometido.

¡Hay algo grandioso en este proceso!

¡La vida quiere vivir! Ella sabe que el plan de Dios es ella

misma, y como la vida emana del amor del Creador, Su amor a su

vez mantiene despierta a la consciencia, para que cada partícula de

la energía que genera la vida, se mantenga activa para cumplir su

misión. Así Dios, que es la inteligencia Suprema, fuente del Conocimiento Universal, se manifiesta en la Consciencia Cósmica

y Su Amor impulsa a Su propia Voluntad.

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El mismo proceso del Cosmos opera en el hombre, porque

solamente el amor tiene el poder de llevar a cabo el despertar de su

consciencia, para que pueda hacer contacto con la Inteligencia

Suprema, y como ella es absoluta al manifestarse en el hombre, no

lo hace con mayor ni menor intensidad o grado. Los grados a que

usted se refiere se logran en la consciencia. A mayor amplitud de ella, las posibilidades de hacer contacto con la inteligencia son

mayores, y una vez manifestada ésta, refleja el dato exacto, justo,

cabal, necesario y oportuno, de lo que se quiere conocer, ya sea

para lo más espectacular, o para lo más modesto.

Debemos analizar que en el Gran Plan de la vida, no se puede establecer o definir que el Ser Supremo haya creado con más o menos inteligencia cada cosa según su magnitud. Tan perfecta es la humilde florecilla silvestre, como la sofisticada orquídea. En su proporción tienen cada una lo justo y necesario; así como es tan

perfecto el macrocosmos, lo es el microcosmos; tan inteligente fue el hombre que descubrió que La Tierra gira alrededor del Sol, como lo fue el juicio del Sabio Salomón, que resolvió el problema de las dos mujeres que se atribuían la maternidad del mismo hijo, y él simplemente con disponer que le fuera dado a cada una la mitad del cuerpo del niño para que hubiera conformidad entre ambas, descubrió a la verdadera madre, cuando ésta renunció a la parte que le correspondía, para salvar la vida de su hijo.

Cuando se trata de resolver un problema, una incógnita o una

necesidad, deben tomarse en cuenta todas las circunstancias que

concurren, tanto en el descubrimiento más grandioso, como en la

solución del problema más común, porque en ambos casos no se

emplean diferentes grados de inteligencia que determinan como

más o menos importante una situación por su mag-

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nitud. Es irrefutable aquello que por ser equitativo ajusta todas las

partes para dar una solución que cae en el punto de equilibrio de lo

que es justo, cabal, necesario y oportuno.

Si todo lo anterior no lo convenció o si le queda alguna duda, le

pido me lo haga saber para aclarárselo.

Medité un poco en sus palabras y le dije:

—Su exposición me ha permitido darme cuenta de la forma en

que operan las facultades espirituales, y en verdad es lógica su

trayectoria: primero hace su aparición la energía del amor, porque

es el impulsor de la voluntad, esa otra fuerza que nos mueve a

realizar lo más difícil, como sería, decidirnos a llevar a cabo el

encuentro con nosotros mismos para poder establecer el contacto

con la chispa inteligente.

Me apena reconocer que no le hemos dado importancia a la forma en que opera nuestro espíritu, debido a la ignorancia que tenemos del inmenso campo de sabiduría que hay en los niveles de la espiritualidad. Conocemos mucho de tantas cosas, y sin embargo, ignoramos lo que es el hombre.

Reconozco que en la sabia simplicidad en que se manifiesta la inteligencia en el ser humano, radica la dificultad de aceptar que de una elevación de espíritu, depende penetrar en los

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amplios dominios de la consciencia para encontrar soluciones

inteligentes.

Por otra parte, ante el gran problema que significa llevar a cabo

el proceso de la evolución, el cual impone haber pasado por

amargas experiencias que nos dejan valiosas enseñanzas, se me

ocurre imaginar que para el Ser Supremo lo más sencillo hubiera

sido que el hombre viniera programado con su total desarrollo . . . pero en cambio, el Creador le impuso la tarea más complicada.

Al percatarse de mi inconformidad, el caminante meditó unos

segundos antes de darme una explicación:

—Vamos a analizar su idea —me dijo—, ella nos permitirá

retornar nuevamente al principio del que parte la perfección del

Plan de la vida.

El hecho de que el ser humano ya viniera evolucionado, por

muy elevado que fuera su nivel, quedaría restringido en la misma

forma en que están las computadoras que el hombre ha creado para

servirse de ellas, las cuales le dan informes estadísticos, cien tíficos

y matemáticos con mayor rapidez y precisión de la que él mismo

pudiera hacerlo; pero cada una de estas máquinas ya está

determinada para un fin, y no puede salirse de su memoria

programada, para avanzar por sí mismas en otros campos que

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le son ajenos; en cambio, como el ser humano no tiene límite en su

expansión espiritual, la capacidad de su mente no puede quedar

circunscrita a un radio de acción determinado; pues por muy amplio

que éste fuera, estaría sujeto al término de mayores posibilidades, y

no podemos ni siquiera imaginar hasta qué grado pueda el hombre

llegar en su avance, para dar testimonio de que es un ser superior.

También las especies de animales son susceptibles de elevar su

nivel cuando alguien se propone desarrollar su percepción, que es el

grado más elevado que alcanzan. Se logran avances increíbles en

algunas de ellas cuando se estimulan sus reflejos, los cuales se van

condicionando, y los animales responden admirablemente, al grado

que en ocasiones parecen más inteligentes que el hombre, si

cometemos el error de tomar al entendimiento como inteligencia. El

animal sólo llega a este nivel; entender en mayor o menor grado, es

decir, ellos ya vienen programados a un desarrollo mayor si los

educan, pero ese desarrollo no pasa por los procesos que lleva la

superación del hombre.

Si el ser humano es la obra más perfecta de la Creación, Su

autor no limitaría su capacidad, como sería haberlo creado dentro de un nivel específico. En cambio, tal como está constituido el

hombre, tiene los elementos para ejercitarse él mismo en la

aplicación y uso que haga de sus facultades superiores.

Ahora bien, como el hombre proviene de lo perfecto y está

dotado de inteligencia, por él mismo tiene que alcanzar la supe-

ración a través de las sucesivas vidas que se requieran, para que

finalmente retorne a su origen, y este proceso lo tiene que realizar

por él mismo, repito, a través de sus facultades superiores, y lo son,

porque provienen del espíritu.

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—Quiero disculparme —le dije a mi huésped—, por lo fácil que me pareció tratar de enmendar el Orden que tiene establecido el Creador, pero como yo aún no me siento capaz de semejante empresa por mi propio esfuerzo, supuse que era sencillo que El con Su poder, nos evitara ese trabajo, el cual puede llevarse más tiempo que el lapso de una vida.

Le ruego que prosiga. El hecho de que continúe yo hablando,

no me reporta ningún beneficio; quizá sus palabras sean las que

puedan orientarme en esta tarea tan difícil de emprender.

El caminante se mostró complacido por el giro de la conver-

sación y con voz pausada me dijo.

-Me doy cuenta que pasó desapercibida para usted, la afir-

mación que le hice respecto a que el hombre proviene de lo

perfecto debido a su origen, y como viene dotado de facultades

superiores, no puede escapar al proceso evolutivo. Usted ya calculó

que este proceso no es rápido y tiene razón; pero como el Plan de la

vida es eterno, en él estaremos presentes todo el tiempo que sea

necesario hasta lograrlo. Por el momento, no creo conveniente

desviarnos; más adelante tocaremos este tema, para explicarle la

forma en que avanzamos sin darnos cuenta; la manera en que

progresamos es casi imperceptible en la inmensa mayoría.

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En la exploración y conquista de los vastos dominios de la consciencia, llegará el hombre a conocerse a sí mismo, a com-prender a los demás, a sentir su analogía con la Creación para ar-monizarse en Su orden y a sentir como verdad absoluta que la ley que impera en el Universo es perfecta. El haber mencionado esta ley, nos obliga a tenerla presente en el transcurso de nuestra charla, hasta que llegue usted a identificarse con su magnitud; por el

momento le diré solamente, que en esta ley se está plasmando la consciencia del futuro. Hoy por hoy la han conquistado los que logran evolucionar en la actividad espiritual, y ya saben vivir con sabiduría; otros se han remontado a los planos de la inspiración y han logrado grandes y valiosos descubrimientos.

Por ahora, las mayorías estamos situadas en los niveles ele-mentales, pero tenemos la forma de apresurar nuestro desarrollo, si aceptamos que somos poseedores de la misma inteligencia de los que han destacado. Ellos creyeron en sí mismos, y mantuvieron firme su férrea voluntad para desarrollar su fortaleza, esa resistencia que nos hace ignorar el cansancio, y no renunciar a lo

que parece imposible.

Es doloroso que las prisiones alberguen a los que delinquen, por el nivel elemental en que se encuentran, y es triste compro-bar

cómo los hospitales son insuficientes para atender a las gentes que

padecen enfermedades originadas por sus crisis emocionales a las

cuales no ponen freno, por no hacer consciencia del amor que le

deben tener a su ser físico, al que maltratan sin piedad ni

responsabilidad con pensamientos negativos cargados de

agresividad contenida, o bien, con las tensiones por la ansiedad que

nace de lo inseguro que aún es el ser humano.

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La mayoría de mis compañeros de prisión y de los que siguen

ingresando a las cárceles, están en un proceso tan atrasado, que sin

tardanza se familiarizan con el medio, o bien desarrollan un

ambiente agresivo, para dar salida franca a su bestialidad, la cual no

reprimen ni por el hecho de saber que van a empeorar su situación.

Desde luego añoran la libertad, pero en la prisión encuentran los medios para seguir haciendo el mal, sobre todo a los reclusos

que no les caen bien, y sus reacciones horrorizan inclusive a los que

éramos malos, pendencieros y desaprensivos. El ambiente de la

prisión está tan cargado de tensiones, que en todo momento se tiene

que estar a la defensiva.

La inseguridad interna ocasiona tantas reacciones en las gentes,

que en mis compañeros de cautiverio pude apreciar, en unos,

depresiones que daban lástima, y en otros, nos causaba terror lo que

pudieran hacer en su afán por demostrar una confianza que estaban

muy lejos de tener, y para disimular su debilidad interna

provocaban sufrimiento en los demás, tanto físico como moral. Sin

embargo, cuando uno más fuerte y adelantado en maldad los enfrentaba, no quedaba nada de su bravuconería.

El miedo es lo que más rebaja la condición del hombre, y así

vivíamos en el penal algunos de los que fuimos juzgados como

criminales. En cambio, muchos de nuestros compañeros que fueron

sentenciados por faltas más leves, eran en el fondo más perversos.

Segar una vida de un tiro certero o de una puñalada, es más benigno que matar a pausas. Ésta es la forma en que se vive en la prisión, no por la condena que nos priva de la libertad, sino

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por sufrir la maldad de esos seres que en sus niveles inferiores y

encarcelados son más temibles que las fieras.

Ahí volví a ser niño; recuerdo que no había vuelto a llorar desde el día en que no me dieron el último juguete que pedí, y ahora en la cárcel ocultaba mi dolor que parecía que iba a romperme el pecho para no ser el motivo de las burlas de mis compañeros, aunque sé muy bien que ellos también hubieran querido sollozar como cuando eran niños.

En silencio corrían las lágrimas quemándome la piel; y de esta

manera desahogaba el dolor y el odio que ya no cabían dentro de

mí.

Sólo a Dios tenía a mano para reprocharle que Su poder, no

tenía ningún valor, al permitir que me juzgaran injustamente.

Muchas veces le increpé que Su justicia era tan imperfecta como la

de los hombres; le hacía reproches por haberme dado la vida, le

reclamaba por haber cambiado mi mundo, y lo responsabilizaba

además de la bestialidad de los hombres.

Era un círculo vicioso en el que me encontraba, sin poder salir a flote; necesitaba encontrar al culpable de mi situación, para descargar en él, el peso que ya no podía soportar más.

Pasó mucho tiempo para que el dolor venciera mi rebelde inconformidad. Llegó por fin la ocasión. Una noche sentí que algo se me desgarraba por dentro, y clamé con una voz ahogada que nadie pudo oír: ¿Por qué, Señor. . .por qué? Esa noche vertí las más amargas lágrimas hasta que mis párpados cansados, se fueron cerrando y dormí con más sosiego que otras noches.

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Mi huésped hizo una pausa; yo volví el rostro para verlo

detenidamente, y al encontrar su mirada no pude relacionarla con la

de aquel hombre que me describía en el penal lleno de miedo y de

rencor.

¿En qué parte de su ser se habían alojado ese odio y esa in-

seguridad de los que ya no quedaba rastro alguno en sus ojos?

Él me miró indeciso al no saber lo que yo pensaba, y entonces

me apresuré a explicarle que me era difícil relacionar aquel hombre

del presidio, consumiéndose en el odio, con el ser tan distinto que ahora tenía ante mí.

De pronto lo vi ausente; contemplaba las llamas como si ellas le dijeran algo, y aproveché el momento para salir a preparar un poco

de café que apetecía. Traje lo necesario para amenizar la charla; inclusive, me pareció que la ocasión ameritaba que bebiéramos un poco de licor, y me di a la tarea de buscar una botella que tenía olvidada por allí.

Interrumpí sus reflexiones al ofrecerle una taza de café y le

hice la sugerencia de que lo tomara con un poco de coñac.

Él hizo un ademán afirmativo con la cabeza para no hacerme esperar, y luego, conmovido, me dijo:

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— Usted hace que me sienta un personaje con sus atenciones.

Ya olvidé el sabor que tiene el coñac, pero en esta ocasión será un

placer gustarlo en tan grata compañía.

Después de unos reconfortantes sorbos, le dije:

— Creo que el recordar ciertos pasajes de su vida le causa pe-na; si es así, le ruego que no prosiga. Su plática es interesante y me

proporciona conocimientos valiosos, pero me resisto a adquirirlos a costa de que usted se lastime.

- Ahora ya no soy el protagonista de la obra —me contestó—; soy también espectador. Se la cuento como si le narrara una historia, pero como me dejó una enseñanza, sí considero que es útil; la repito cuando a alguien le interesa. Siempre espero que mis experiencias sirvan de ayuda; la persona que aprende de lo que han vivido otras gentes, puede evitarse los sufrimientos que mucho le costaron al que tuvo que soportarlos.

Hay un pensamiento que dice lo siguiente:

"El hombre inconsciente no aprende ni de sus propias expe-

riencias: el hombre común, apenas aprende de las suyas; en

cambio, el sabio, aprende de las experiencias de los demás".

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Como la sabiduría es tan modesta, puede estar latente en el

hombre menos instruido, así como en el de condición más humilde;

nunca se sabe en qué momento pueden ser de utilidad para alguien.

. . las experiencias ajenas.

Por un momento reflexioné en sus palabras, y ya lo creo que

tiene mérito aprender de los demás, pero es doloroso aceptarlo cuando hemos perdido todo.

- Dé por hecho —le dije—, que sus enseñanzas no han caído en

el vacío; estoy interesado en su historia, pero considero más

valioso conocer la utilidad que sus experiencias le dejaron. Algu-

nos, entre ellos me cuento yo, en lugar de aprender de los demás o

de los golpes de la vida, le abrimos la puerta a la amargura y a la

rebeldía por el resto de nuestra existencia.

- Sin conocer su historia —me contestó esbozando una sonrisa-, le voy a decir porqué sucede esto: el resentimiento que nos embarga por la supuesta severidad de Dios, actúa como un lastre que nos impide aligerarnos para poder escalar los altos niveles, donde se alcanzan a ver los halagüeños derroteros que continuamente brinda la vida, y hasta que logramos comprender que debemos perdonar a Dios, llega a nosotros la paz interna.

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— Cada vez que menciona usted que debemos perdonar a Dios

—le señalé a mi interlocutor—, algo se agita dentro de mí. No sé

que fibras tocaron sus palabras desde la primera vez que las

pronunció; inclusive, ahora siento la misma molestia; por lo tanto,

no creo que me llegue a convencer de acto tan irreverente.

— No quiero aventurarme a explicárselo en este momento —

respondió—, pero el hecho de culpar a alguien, es la razón de que el dolor a unos les deje amargura, y a los que aceptan sus errores

les dé el conocimiento de la experiencia.

Lo más triste y deprimente que le puede acontecer al hombre es

amargarse por sus errores, frustraciones o pesares; en estas

circunstancias, hace el desperdicio más inútil y triste de su vida.

Vivir poco o mucho es cosa de Dios, pero vivir bien o mal,

es cosa nuestra.

Para perdonar a Dios, tenemos que sufrir; además, no creo que nadie se libre de conocer el dolor, y si alguien llegara a ignorarlo, podríamos considerarlo un ente insensible; además, el hecho de ignorar el sufrimiento, nos impediría conocer la felicidad.

Hay dolores físicos, morales, mentales y espirituales: el dolor físico se localiza en un área del cuerpo, y hasta que lo sentimos, es cuando apreciamos en todo su valor la salud pérdida.

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El dolor moral traspasa el pecho como si un puñal lo hubiera herido, y es cuando sentimos que algo se nos rompe por dentro. Este dolor es mucho más intenso que el de un órgano enfermo o el de un músculo desgarrado.

El dolor mental es la tortura del pensamiento. Podrá desa-parecer o volverse menos intenso, si se tiene la serenidad de pensar

en lo inútil que es martirizarse por algo que se cree va a pasar; o bien, si el suceso ya aconteció se debe luchar a cada instante para sintonizar la mente en la frecuencia de un pensamiento positivo, creativo y sereno que nos dé ilusión, o nos cause agrado. Esto opera de la misma forma como cambiar una estación de la radio o un canal de la televisión.

Estos dos estados conflictivos, el moral y el mental, en de-

terminadas situaciones se hermanan en uno solo.

El sufrimiento espiritual es el más terrible de todos; impide que encontremos paz interna, y nos hace sentir como si el alma se

escapara por los poros de la piel. También nos hace huir de los

demás, e inclusive nos mantiene en un estado de ánimo tal que

quisiéramos escapar hasta de nosotros mismos. No podemos ni

respirar a plenitud; una opresión en el pecho nos hace suspirar para enviar más aire a los pulmones. Además, nos sentimos vacíos y

desamparados, como si algo en nuestro interior hubiera muerto. . .

al escaparse la fortaleza que todos llevamos en nosotros mismos;

este dolor lo produce el remordimiento.

Por cierto —aclaró mi huésped- me volví a desviar de la narración para exponerle lo sentido en carne propia, como te-

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rrible experiencia de convivir con gentes de bajo nivel. También al explayarme en lo relativo al dolor me alejé del tema; si me permite usted, voy a volver al punto en que me quedé.

En la prisión tuve mi primer encuentro con Dios, cuando la

desesperación me había extenuado. Solamente Él y yo sabíamos de

mi inocencia; el que cometió el crimen que me imputaron, andaba

libre, y al hacerle la pregunta a Dios con angustia e impotencia.

¿Por qué, Señor . . . por qué?, me daba cuenta que el derecho estaba

de mi parte, y al Creador le correspondía enmendar la injusticia que

se cometió conmigo.

En ningún momento llegué a aceptar que si bien los jueces me

habían condenado por un crimen que no cometí, en realidad estaba

pagando por otros errores de los que sí era culpable. Las heridas morales que ocasioné, aún sangraban y alguien seguía muriendo en

vida por mis atrocidades.

A mi madre sólo le di satisfacciones cuando fui pequeño, pero a

partir de mi adolescencia, ensombrecí todas sus horas al hacerla

vivir en suspenso, por tantas angustias ocasionadas por mi

irresponsable y egoísta conducta. Cuando necesitó de mi presencia,

me negaba a dársela, retirándome simplemente o diciéndole que me

aburría. Siempre me rogaba que regresara a casa temprano para que

pudiera dormir tranquila, pero nunca me importó que cada hora de

placer y diversión para mí, lucra motivo de desvelo y tortura para

ella. Se iba a trabajar sin haber dormido, cuando yo apenas llegaba

a casa. Sus problemas económicos me tenían sin cuidado y

recuerdo que en sus enfermedades la dejaba en completa soledad.

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En el campo de mis conquistas femeninas era muy afortu-nado. Es casi seguro que mi aire de autosuficiencia, impresiona-ba a las jóvenes que tenían tratos conmigo. Para mí, lo impor-tante era sentirme admirado. Siempre que una chica me gustó le fingí buenas intenciones; también por vanidad me hice acom-pañar de muchachas hermosas y con buena figura. Ellas se creían amadas por mi aparente solicitud, pero en realidad nunca quise a ninguna. Mi fatuidad me cegaba, y no hubo una a la que creyera merecedora de mi consideración, después de lograr mis propósitos y hastiarme de ella.

Las mujeres sólo eran para mí objeto de diversión y placer egoísta; cuando cansado de ellas las apartaba de mi lado, nunca me conmovieron sus lágrimas, y siempre respondí con injurias y desprecios a sus ruegos de amor.

Viví situaciones que a cualquier hombre de diferente índole a la mía, le hubieran conmovido.

Cuando alguna de mis conquistas me daba la noticia del ad-venimiento de un hijo, me exasperaba y también me desenten-día de la infeliz, que al conocer su estado, creía que me iba a hacer responsable de la situación.

Yo de ninguna manera me hacía cargo de las consecuencias de mis actos sexuales, y por esta razón nunca puse los medios para evitar que dos seres quedaran abandonados a su suerte. El llanto y las súplicas nunca me conmovieron, ni el hecho de enterarme que en algunos casos, tanto el hijo como la futura madre iban a quedar desamparados, al ser repudiada ésta por sus familiares.

Eran tan malos mis sentimientos y tanta mi inconsciencia, que ni siquiera el verme frente a un hijo mío, recién nacido.

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me conmovió. En una ocasión me lo llevaron con la esperanza de

que me hablara la voz de la sangre, pero ésta permaneció callada y

pasado el primer año, me lo presentaron nuevamente. El niño, a

pesar de su corta edad, tuvo más sensibilidad que yo; el pequeño

sintió el lazo que nos unía y me tendió los bracitos a una simple

indicación de la madre, en tanto que yo no pude precisar si el egoísmo ahogó el grito de mi sangre para no llamarle hijo mío, y así

no comprometerme, o si en realidad no sentí nada por él.

Al recordar ese pasaje de mi vida, me considero el ser más miserable; la sonrisa de un niño abre una ventana para ver el cielo, pero yo no pude verlo. . .llevaba el infierno dentro. El egoísmo me

cegaba y la vanidad me perdió a tal grado, que sólo vivía para mi propio interés, sin preocuparme por las necesidades ajenas.

Me burlé de los nobles sentimientos, creí merecer gratuitamente las pruebas de afecto y amistad sin considerarme obligado a corresponderías, y para disfrutar mis apetencias, el ingenio y la astucia eran mis grandes aliados.

Nunca respeté los derechos ajenos, ni preví los perjuicios que mi conducta licenciosa pudiera ocasionar. Mancillé hogares, traicioné a mis amigos y siempre me di el lujo de despreciar a los que me hacían favores. No reconocía las virtudes ajenas, pero sí me

molestaba que alguien las mencionara; sin embargo, las gentes tan ruines como yo nunca pudieron dañarme; pero siempre saqué ventaja de las personas bien intencionadas, al engañar-las con mi aspecto inofensivo. A muchas mujeres las llené de halagos y las despojé de lo que habían reservado para tener una vejez, desahogada, con lo cual las reduje a la miseria, en una edad en que es difícil reponer lo que en años de trabajo ahorraron a costa de privaciones.

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Sería interminable describir una a una mis atrocidades. Des-

graciadamente mis víctimas aumentaban debido a mi aspecto

agradable, al magnetismo que proyectaba mi fingida y estudiada

educación, acompañada de conversaciones salpicadas de una

aparente y falsa cultura lograda de oídas, pero que en realidad

estaba muy lejos de poseer y menos aún de comprender. Tenía la habilidad de usarla en pequeños fragmentos, y me batía en retirada

cuando alguien se interesaba en profundizar en un tema. Esta clase

de tipo vacío, superficial y malvado era yo.

Por mucho tiempo estuve renegando en la prisión de la Justicia

Suprema; me resistía a reconocer que la sentencia de los jueces, en

apariencia equívoca, había sido bien aplicada para purgar las culpas

que sólo yo conocía.

Si se legislara sobre los crímenes morales que se cometen im-punemente, y se clasificaran en los códigos penales para ser cas-ligados con el rigor que merecen, no habría jueces suficientes para aplicar la ley, y los gobiernos tendrían que construir más cárceles que escuelas.

Al que mata moralmente no lo castiga la ley, pero existe una

que se aplica por ella misma en forma inexorable; la Ley Cósmica

de Causa y Efecto, que registra todos los procesos y alteraciones en

la Naturaleza, así como todos los actos del ser humano.

Todo se rige en el orden en que estamos incluidos, sin que nada

ni nadie quede excluido del proceso en que todo evoluciona. De

este proceso parte la confusión que tenemos del poder de Dios, y

por esta razón, la mayoría de las veces le pedimos lo imposible; por

ejemplo, si un campesino le pide al Creador cosechar trigo si ha

sembrado maíz, queda fuera de toda posibi-

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lidad que le sea concedido. Así como que alguien le pidiese como

gracia especial, que detuviera el tiempo para poder llegar a una cita,

de la que dependiera algo muy importante, o bien, que una madre le

implorara que su hijo fuera un hombre de bien, cuando ella le

permitió de niño ser arbitrario.

No se puede retroceder en el tiempo de la Tierra, ni en el tiempo del Creador; lo hecho . . . hecho está, y queda latente como

causa sujeta a manifestar sus efectos.

A propósito, vienen a mi memoria unas palabras que leí en mi

libro y que dicen más o menos así; "Pide bien y te será concedido".

Esta pequeña frase nos sugiere no hacer peticiones que obs-

taculicen el proceso en que se vienen desarrollando los aconte-

cimientos, dentro de la Ley de Causa y Efecto; la secuencia con-

tinuará, hasta que otras acciones sean las causas de los efectos

deseados.

La Ley de Causa y Efecto es aplicada por la vida misma en forma natural, pero se requiere el paso del tiempo para obtener los resultados. Esto, entre otras cosas, origina que olvidemos la procedencia de nuestros males.

Cuando se realiza un cambio total como ocurrió en mí, es

porque el efecto de la Ley al operar, ocasiona sufrimiento y

solamente que aceptemos en forma incondicional y absoluta ser los

responsables de las consecuencias de nuestros errores, se hará carne

en nuestro ser esa experiencia que nos hace entender que la

inconsciencia, finalmente es dolorosa. Este reconocimiento

ocasiona un desconsuelo tan grande en nosotros mismos, que

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nos hace consumir en el fuego del dolor la anterior personalidad,

para dar paso al nacimiento de otro individuo más consciente y

sensible, que en nada se parece al anterior. También por convicción

profunda, cuando asciende el hombre a los niveles de la

comprensión, puede cambiar su manera de ser practicando nuevos

hábitos y modificando inclusive su manera de pensar. I

Al llegar a este punto de su relato hizo una pausa que me dio la

oportunidad de ofrecerle otra taza de café y de nuevo llené la mía.

Por mucho tiempo perdí el gusto por la aromática bebida, pero esta noche adquirió para mí un sabor especial, así como también era

diferente la sensación del calor del fuego sobre mi cuerpo. Mi

huésped gustaba del café con fruición, y esto motivó que

interrumpiera su charla por un momento, para continuarla cuando

hubo terminado de beberlo.

-La ignorancia es un vacío en el que nos perdemos o quedamos

atrapados. Allí prolifera la confusión y el hombre en estas

condiciones, va dando traspiés en la vida, cayendo más tarde en las

luchas que sostiene consigo mismo. Estas se prolongan por no

reconocer nuestros errores; pero como duele aceptarlos, preferimos

seguirlos ignorando.

Con extraordinaria claridad vemos las culpas ajenas, las ana-

lizamos y hasta encontramos rápidas soluciones basadas en una

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I

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recta actuación, pero en los casos personales somos ciegos, sordos e inconscientes. Entre tanto, nuestros errores nos atormentan aunque en apariencia tratemos de ignorarlos, disimulando aparente resignación o tratando de justificar la impotencia para enfrentarlos. Esta abulia para resolver nuestros problemas es muy común, y propicia que el error se agigante y contamine otras situaciones que provocan consecuencias que resultan finalmente más graves que la

equivocación inicial.

Las luchas que se entablan en la consciencia producen alte-

raciones nerviosas; no debemos olvidar que ella también está presente en cada célula del organismo, y que el sistema nervioso

está conformado por ellas; por lo cual, nuestra consciencia y la de

cada partícula de nuestro cuerpo, es la misma. Esta es la razón por

la que el hombre se daña a sí mismo, cuando entra en conflicto con

ella.

En el diario vivir es desorientador tratar con gentes de bajo

nivel espiritual que usan la investidura de personas altruistas,

moralistas, redentoras sociales o familiares. Nadie como ellas para

hablar de justicia y derecho, pero son las primeras en atropellarlos

cometiendo injusticias. También, en forma elocuente, exponen lo

que es la comprensión que se debe dar a los semejantes, pero en la

práctica son las más indiferentes. Nadie sabe expresar mejor en

forma dramática, el sacrificio que hacen por los demás, cuando ellas mismas están llenas de egoísmo. Este tipo de personas son

geniales teorizando, pero su actuación las desmiente.

Los grandes problemas de la humanidad, son ocasionados por gente de estrecha consciencia, que vive imponiendo su capricho como ley a los demás. Algunos lo hacen en forma osten-

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sible, abierta; otros de manera sutil que se va esparciendo como si

fuera un vaho que poco a poco va enajenando la voluntad, y

modifica hasta la manera de pensar de aquellas personas a las que

tienen interés en someter.

Este tipo de gente va actuando según el caso lo requiere. A

veces dan la apariencia de seguridad, de suficiencia, de conoci-mientos que en realidad no tienen, y en ocasiones aparentan una

debilidad inofensiva que es más devastadora que la acción de un

roedor que por estar oculto, no deja ver la destrucción que está

haciendo. Solamente personas que estén fuera del campo de su

influencia, pueden observar con claridad el juego astuto de este tipo

de seres, que aplican la sagacidad para obtener beneficios a costa

de las personas bien intencionadas o débiles de carácter.

En aquellas gentes de bajos niveles, prolifera todo lo que emana de la astucia, y la imaginación negativa juega un papel muy importante, para crear toda clase de falsedades y situaciones tortuosas, que arruinan o amargan la vida de quienes conviven o tiene tratos con ellas.

No se debe ni se puede tratar de modificar a estos seres de bajo

nivel; el que lo intente perderá su tiempo o amargará sus días.

Cuando seamos afectados por gentes insensibles, ignorantes o inconscientes, debemos buscar una inspirada solución, que nos

permita encontrar la forma de defendernos de ellas. Es necesario y conveniente, evitar que nos causen daño los que no saben lo que hacen, los inconscientes. De lo contrario, el que permite ser agredido en sus sentimientos, en su persona o intereses, es culpable directo de propiciar la maldad, al permitirles a estas gentes inferir un daño.

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Tendría que explicarle que el amor tiene un código, y su primer

artículo es que el hombre se ame a sí mismo, para defenderse de

toda clase de agresiones, incluyendo las que él mismo se infiere,

por no vencer las pasiones que lo dominan, así como de los

pensamientos negativos que engendran envidia, odio, o

resentimientos. El segundo artículo es amar a nuestros semejantes, y con el cumplimiento de estos dos primeros artículos, el hombre se

armoniza con él mismo y con la humanidad.

—No le entiendo —dije a mi huésped—. Acaba apenas de de-

cirme que no podemos tratar de modificar a las personas de bajo

nivel de consciencia; inclusive, recomienda usted defenderse de

ellas, y ahora me desorienta al insinuar que debemos amarlas para

cumplir con esa ley.

—Encuentro natural su reacción —respondió mi interlocutor—.

Al desconocer las múltiples formas en que opera esta ley, surge la

confusión sobre los resultados que se obtendrán, al aplicar las

virtudes que nos evitan caer en el campo pasional e irracional en

que frecuentemente están vibrando las gentes irresponsables,

malvadas o ignorantes.

Una de estas virtudes es la serenidad, el estado que mantiene lúcida la mente y controla la emotividad negativa que pierde al individuo, y ante ese estado de elevado sentido de consciencia, se

estrellan las pasiones, las palabras necias y los malos propósitos.

Otra virtud que confunde a ese tipo de gentes es la benevo-

lencia, pero debe prodigarse en dosis justas, adecuadas y oportunas,

para que no lleguen a sentirse merecedoras de ella.

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La paciencia, virtud modesta pero muy valiosa, exaspera a las gentes que no logran el objetivo de amedrentar o martirizar a aquéllos con quienes conviven. En ocasiones, la paciencia bien aplicada, las rinde con el poder insospechado que tiene, no obstante que esta virtud se puede confundir con la negligencia, la pasividad, o con la actitud de no hacer nada práctico y efectivo; pero cuando se tiene el propósito de dar una oportunidad a que

rectifiquen su conducta, esta virtud se convierte en un acto inteligente.

Actitud inseparable de los sabios es la prudencia; ésta res-guarda a quien la ejerce, y evita los actos impulsivos. Muchos no

reconocerán que por su falta de prudencia, fueron moral o

físicamente maltratados.

La indiferencia también es una virtud, cuando se sabe aplicar

en dosis adecuadas. En el caso de las personas orgullosas,

vanidosas o arbitrarias, cumple su cometido en forma extraordina-

ria. A estas gentes la indiferencia las desorienta, al no permitirles

producir el efecto que desean con su manera de comportarse.

La actitud de las gentes vanidosas consiste en aparentar su-

perioridad, cuando en realidad padecen de un profundo y arraigado

sentimiento de inferioridad, que tratan de disimular comportándose

en forma agresiva o autosuficiente.

Las actitudes falsas encubren los llamados complejos, que son

las poderosas cadenas de prejuicios que tanto limitan la capacidad

del ser humano.

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Las personas que han alcanzado niveles superiores de com-prensión, contemplan benevolentes la estrechez de consciencia en que otros viven. También reconocen que su grado elemental de evolución no les permite obrar de manera diferente, por lo tanto, evitan ser el blanco de su agresividad, franca o solapada.

Todo sentimiento es energía emocional que se trasmite por

medio de vibraciones. Si al percibir las que son negativas las con-

trolamos, se crea un campo neutro que las aísla evitando que se las

estimulen nuevamente, por el hecho de no haber sido acogidas en

nuestro ánimo.

Cuando no vibramos en la frecuencia de las emociones nega-

tivas, nos inmunizamos y podemos tratar a las gentes de bajo nivel,

sin riesgo de ser dañados; y así, lentamente, tan despacio que

parecerá que no avanzamos, interferimos su afán de hacer el mal, y

en esta actitud inteligente, habremos puesto el amor que aconseja el

buen juicio, el cual nos resguarda en primer lugar a nosotros,

además de beneficiarlos a ellos.

Mi huésped hizo una pausa; creyó que me había convencido,

pero estaba muy lejos de haberlo logrado. Por conocer yo también a la humanidad, quedé más escéptico que antes de su explicación, a pesar de que la forma en que operan las virtudes que mencionó, pudieran surtir algún efecto.

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-Es verdad que la serenidad ha hecho famosos a muchos

hombres —le dije—, y en el caso que nos ocupa, las virtudes que

mencionó, con todo lo que pueden aportar, no son competentes para

realizar el milagro de sustraernos a la influencia de los individuos

inconscientes. Por otra parte, tratándose de gentes de tan bajo nivel

como las que convivieron con usted en la prisión, no creo que dé resultado su tesis. ¿Hablé de gentes . . .? llamarlas así es darles una

categoría que no tienen, y nombrarlas fieras sería ofender a estos

animales; pero además de los que llenan las cárceles, hay millones

en el mundo que disfrutan haciendo el mal; por lo tanto, no puedo

creer que a ese tipo de personas se les pueda dominar con amor.

Yo estaba excitado y dispuesto a no dejarme convencer; tenía

muchos argumentos para rebatir su hipótesis, seguro de que en la

práctica esa forma de actuar no le daría resultado a nadie.

Mi huésped daba la impresión de adivinar mis pensamientos, y

antes de tratar de convencerme, buscó con cuidado las palabras

para exponer con mayor claridad sus ideas. Después de largo rato,

se volvió para mirarme directamente a los ojos, y en tono

sentencioso comenzó a decir:

-Si usted espera que de manera espontánea reaccionen las gentes en forma positiva a sus deseos o intenciones, sin brindarles primero lo que quiere recibir de ellas, no hace funcionar la Ley del Amor. Esta, opera solamente que echemos a andar sus mecanismos desde nuestra parte interna, es decir: sentir con autenticidad lo que vamos a trasmitir, para ir venciendo su resistencia.

Este principio es la clave. De antemano le advierto que no es

fácil hacerlo, y el sistema está basado en la comprensión del ni-

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vel en que esta gente está colocada, para no esperar que de in-mediato la reacción sea favorable. Estas personas permanecerán en su lugar, y nuestro mérito radica en confundirlas con actitu-des que no esperan.

Como no tienen la costumbre de ser tratadas con el amor que da la comprensión, es lógico que se desorienten; pero ante una situación tan especial, deponen su agresividad o sus malas intenciones.

Esta forma de reaccionar tiene un porqué de mucho peso: todo sentimiento es una carga de energía que es percibida de in-mediato, por la gente a quien va dirigida, como ya lo dije. Es así como nos sincronizamos vibrando en la misma frecuencia emocional, no obstante que los niveles de consciencia sean tan opuestos, que parezca que hablamos diferentes idiomas. El len-guaje universal es el amor, y todos lo entendemos sin hablar.

El espacio está cargado de mensajes que recibimos, con la fi-delidad con que son trasmitidos: la radio, la televisión, el telé-grafo. Ahora bien: el hombre tiene, aparte del lenguaje, otras formas de comunicación, tales como los sentimientos, el pensa-miento, las emociones, etc. Estos están basados en el mismo principio de las ondas de energía electrónica. El amor y el odio, son energía vibrante que se capta hasta por los poros de la piel, aun cuando la mirada y la expresión del rostro logren disimu-larlos.

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Creí que había terminado su argumentación e intenté rebatirlo

nuevamente, pero él, con un. ademán, me indicó que aún no había

concluido.

-Quiero que analicemos este asunto concienzudamente; sígame

por favor sin perder detalle.

Usted mencionó a mis compañeros de prisión y de ellos vamos

a sacar conclusiones. Yo odiaba a algunos de ellos por la

impotencia que sentía para defenderme de su maldad. Aunque mi

manera de ser no era nada recomendable, me llevaban ventaja.

Nunca encontré la forma de desquitarme y esto exacerbaba aún más

el rencor que les tenía.

No quise defenderme o atacarlos por miedo a empeorar mi

situación; aunque hubiera vencido a unos, eran muchos de la

misma calaña y lo más seguro es que se unieran en contra mía. De

todas maneras estaba perdido; definitivamente era mucha mi

desventaja frente a ellos.

No perdamos de vista que el odio partía de mí; al odiarlos, generaba más este sentimiento en mi interior, y lo trasmitía a ellos, quienes de inmediato lo percibían. Quiero explicarle que fue una época en la que viví invadido de rabia, y hasta por mi piel brotaba el odio que les tenía.

Cuando comencé a entender que la diferencia entre los seres humanos tenía su origen en sus distintos niveles de consciencia, empecé a ocuparme especialmente de ellos. Cada palabra, cada

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acto, su forma de hablar, de comer o de dormir, eran objeto de mi

observación. Hablaban por hablar y su mayor presunción era

emplear las palabras más crueles y soeces. Encontrarlas y aplicarlas

con oportunidad, los hacía creerse inteligentes.

Todo en ellos dejaba mucho que desear. Cuando sus familiares les llevaban platillos especiales, los devoraban sin saborearlos; lo

que les importaba era solamente hartarse de comida. A la hora de

dormir, nada les impedía caer de inmediato en un profundo sueño,

pero al poco rato éste se volvía agitado y tormentoso. Comprobé

también que sus horas de descanso no eran disfrutadas en calma;

cualquier incidente lo convertían en motivo de disputa o de

agresión.

Fueron tantas las cosas que encontré en ellos a través de ob-servarlos, que presumo llegué a saber hasta lo que pasaba por sus mentes, ya que sus pensamientos eran muy elementales y generalmente estaban encaminados a la maldad.

Tuve mucha cautela para que no se sintieran vigilados por mí, y para este fin mi libro era el gran aliado. Fingiendo leer, los observaba, y llegué a entenderlos a tal grado, que poco a poco empezó a ceder la tensión que me producía sólo el mirarlos.

Los situé a todos en su nivel, y hasta creo que pude medir, en

cada uno, la estrechez de su consciencia.

Al comenzar a perderles el miedo, me compadecí de ellos, no porque me creyera superior, sino por el hecho de sentir dentro de

mí, un afán inmenso de elevar mi condición moral. Esto

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era precisamente lo que me podía capacitar para comprenderlos, y

si algo pude lograr en el esfuerzo por superarme, lo aprecié al

sentirme humilde, y hasta llego a presumir que se me notaba

porque algunos de los reclusos que anteriormente rehuían dirigirme

la palabra, ahora buscaban mi compañía.

Tuve que entender que su nivel no les permitía ser de mejor

condición, y solamente así dejé de culparlos.

Era necesario que el sentimiento de odio no invadiera mis

entrañas como cáncer; anhelé descansar de la tensión que me

produjo el temor que les tenía. El odio y el miedo me llegaron a

enfermar, y la confusión de mi mente era terrible cuando me

asaltaban las ideas de vengarme. En realidad, era yo una marioneta

manejada por la emoción destructiva de esos dos sentimientos: el

odio y el miedo, que casi siempre se hermanan.

Yo no quería odiar a mis compañeros de presidio, y como

tampoco estaba preparado para amarlos, logré con gran esfuerzo

verlos con indiferencia. Hubiera sido inconcebible pasar de un

estado tan opuesto al otro, sobre todo cuando yo apenas empezaba

a entrever una luz que me iba guiando.

La energía que gastaba en nutrir esos sentimientos destruc-

tivos, me era necesaria para mantenerme en mejores condiciones físicas y mentales. Los otros presos tenían el recurso de equilibrar sus fuerzas con los alimentos que les eran proporcionados por sus familiares; en cambio yo, sólo contaba con la exigua ración del penal. Fue un gran avance el dejar de martirizarme con el aborrecimiento que les profesaba.

A medida que iba entendiendo lo que decían las páginas de mi

libro, me convertía en avaro del poco tiempo que podía de-

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dicar a la lectura y a la meditación. Era un placer para mí en-

frascarme en sus páginas. Por fin iba logrando entender lo que

significa para el hombre saber vivir y convivir, de acuerdo a la

relación que guardamos todos entre sí, como un gran cuerpo-hu-

manidad, que está sujeto a una Ley que se cumple inexorablemente

en cada uno, con el efecto que proviene de nuestros actos.

El capítulo que trataba de esta ley, era el único que me producía

una sacudida interna siempre que lo repasaba; esta sensación

desapareció poco a poco, hasta que dejé de renegar de mi sentencia,

y pude aceptar que la Ley de Causa y Efecto, se estaba cumpliendo

en mi caso sin necesidad de códigos, jueces o pruebas

condenatorias.

De alguna manera tenía que pagar todos los males que oca-

sioné, y por lo visto, ésta era la forma de liquidar mi deuda.

Llegar a la conclusión anterior no fue nada fácil, ya que siempre esquivé el aceptar mis fechorías, pero éstas pesaban más en la balanza que el crimen que me imputaron, y lentamente, gracias a lo que empezaba a entender de mi libro, hice a un lado todos los falsos argumentos que a través del tiempo acumulé para mi propia defensa.

Me doy cuenta ahora, y hasta me ufano de ello, que para llegar

a ese grado de comprensión, tuve que templar mi alma en el fuego

del dolor, que por cierto es terrible cuando llegamos a aceptar

nuestros errores, y ya no encontramos a quién acusar .. . ni siquiera

a Dios . . .

Al sentirme culpable de lo que por años consideré normal en mi conducta, empecé a comprender a mis compañeros de

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infortunio, y solamente en esta forma los consideré menos mal-

vados, hasta que sin darme cuenta, los estaba tratando con esa

benevolencia que da la comprensión, y en ese acto, está presente el

amor a los semejantes.

Comprender ... se dice fácil, pero se requiere no juzgar a la

ligera; por el contrario, se debe hacer un análisis exhaustivo, que

nos permita entender las múltiples circunstancias que concurren, en la forma de ser de un individuo; así que el que tuve que cambiar fui

yo, con lo cual logré que el ambiente intolerable se hiciera menos

pesado; inclusive, cuando me agredieron nuevamente, ya lo

hicieron sin saña, y la reacción de mi parte hacia ellos fue

diferente, lo cual puso fin a los ataques inesperados de los que era

objeto.

Ahora bien: ¿quién había desatado la ola de odio? definiti-vamente fui yo. Los reclusos lo captaron y de inmediato lo re-trasmitieron hacia mí.

Si juzgamos a las gentes que nos afectan, sin buscar el origen del que parten sus reacciones, las culparemos; pero si nos ponemos

en el lugar de ellas, seguramente encontraremos que tampoco nosotros hubiéramos tolerado aquello que nos parece justo y normal que nos aguanten. Solamente que nos consideremos libres de toda culpa del mal que nos infieren, debemos evitar que nos dañen, tanto por el perjuicio que se hacen a sí mismos, como el que traten de hacernos, y en este acto en apariencia cruel, hay amor e inteligencia, aunque haya que romper lazos de parentesco o de amistad.

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Al concluir se levantó mi huésped para atizar el fuego, y así dio

por terminado el tema. Yo había seguido sus razonamientos, que

sin duda en parte eran convincentes; sin embargo, para mí algo

quedó confuso, y si no era aclarado, desvirtuaría su anterior

exposición.

Cuando tomó asiento guardó silencio, el que aproveché para

dilucidar mi duda preguntándole:

— ¿Cómo puede usted asegurar que la Ley del Amor no tiene

fallas, si a Cristo lo crucificaron?

Mi huésped me miró desconcertado al darse cuenta de que aún

no me había convencido, pero con su paciencia acostumbrada me contestó:

- Lo crucificaron los que no sintieron el efecto de sus palabras

o el amor de su mirada. Esto es muy común; una cosa es percibir la

intención que lleva la palabra, emitida con la sinceridad que nace

de nuestro interior, y otra muy distinta es repetir fielmente lo que se

escuchó. De boca en boca se va deformando la idea original, hasta

que no queda nada de su verdadero significado.

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Cuando hubo terminado, le dije para confundirlo:

- Pero Cristo compareció ante Pilatos, habló con él, y no

pudo convencerlo con sus propias palabras.

— Las palabras que le dirigió Cristo a Pilatos —me contestó—,

no fueron palabras de amor, fueron de afirmación. Pilatos

lo interrogó: "¿Eres tú el hijo de Dios?" Y Cristo respondió a

su pregunta de manera categórica: "Tú lo has dicho".

Él no quiso defenderse; tampoco claudicó de su verdad; ser

hijo de Dios, para poder salvarse como Jesús el hombre. De cierto

sabía que como Cristo, iba a vivir eternamente en la consciencia de

los hombres.

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Guardó un silencio discreto para darme oportunidad de hablar, pero yo estaba ensimismado analizando sus palabras. Antes de contestarle, quería sincerarme si de verdad estaba convenci-

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do; pero sólo una cosa saqué en claro, y al sentirme seguro de lo

que en esos momentos pensé, le dije:

—Esa Ley del Amor, que según usted es de Dios y opera sin fallar, no cabe duda que sería la solución de los conflictos de la Tierra, pero empecemos por ver lo difícil que es practicarla.

—Precisamente -me aclaró de inmediato—, en esa Ley se es-

tablece la evolución. Desde el principio de los tiempos en que el

hombre sólo vivía para comer y multiplicarse, hasta nuestros días

en que ya hemos aprendido a hablar, a pensar, y ya distinguimos lo

que sentimos, hay una gran diferencia. Avanzamos lentamente. .

.tanto, que apenas si en siglos se nota; pero la Ley es la Ley, y

Divina como es, su efecto es inmutable.

A propósito, no creo tener ya resistencia de su parte, para aceptar que existe una Ley que es perfecta. Ella contiene ese todo

que requiere la evolución; el proceso que demanda de voluntad, de

fortaleza, de consciencia e inteligencia, pero sobre todo, de amor. .

.Amor a sí mismo, al prójimo y a la vida.

Dios tiene Su causa en Su propio Ser, y el efecto de esa causa es amor a la vida; por eso, Su ley es Amor. Principia en Él, abarca la infinitud incluyendo a la humanidad, sin dejar de contener el Todo en El Misino.

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La Ley de Dios incluye Su propia Inteligencia y por eso es

perfecta.

Es tan amplia la Ley de Dios, que integra todo, en el equilibrio

de la armonía que emana de Él.

El principio de la vida se inicia en la armonía que es el efecto

que produce el amor, y en ella se concibe y germina todo lo que

va a nacer dentro del Plan Inteligente que está instituido en la

Creación.

Dios, la vida, el amor y la inteligencia son Uno. Todo está en

Él. Su ley es para vivir en armonía, y la consecuencia es que se

vive en forma inteligente, porque el ejercicio de Su ley no produce

confusiones, nada se le resiste. El amor se impone por é1 mismo,

tanto en la benevolencia como en la severidad justa y

oportuna.

El amor derriba las murallas del egoísmo, apaga las hogueras

de la ira, y ablanda los corazones más duros.

Si damos amor a un enfermo le endulzamos la vida, y cuando

damos un pan con amor, se multiplica; así como la tierra sembrada

con amor, nos colma con sus frutos, y con amor las plantas dan flores más bellas.

Con amor se doman hasta las fieras, y la amistad se fortalece

con el amor al semejante.

Con amor vencemos a cualquier enemigo, y el amor será el arma que ha de ganar las batallas, que por fin nos darán la |paz duradera.

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La armonía que une a la humanidad es el amor.

Cuando terminó mi huésped de hablar quedaron vibraciones

que por mucho tiempo no había percibido. El amor era ya desco-

nocido en mi cabaña, por eso removieron toda la gama de mis sentimientos, desde el amor y la ternura, hasta llegar al resenti-

miento, única sensación que estaba latente en mí, desde que tuve la

desgracia de quedarme solo.

Por unos momentos recordé el amor que me hizo vivir en verdad, y me remonté a la época que me impulsó a luchar por mis seres queridos; no creo exagerar al decir que también sentía amor por mis semejantes, manifestado en la cordialidad hacia los demás, que impuso mi esposa en nuestra conducta.

Mi silencio desorientó a mi acompañante y tuve que discul-parme.

— Si por unos momentos medité en sus palabras —le dije—,

es que éstas me trajeron recuerdos que me conmovieron honda-

mente, además de hacerme pensar, que si aplicáramos el amor

como un rito, cuántos sufrimientos se ahorraría la humanidad.

Debido al concepto equivocado en que vivimos, yo en lo

personal, tendré que pasar el resto de mi existencia amargado, cuando sería tan sencillo zanjar las dificultades entre los pueblos, si

las ideologías que provocan las guerras llevaran como norma

respetar la libertad, tanto de las naciones, como la del individuo, así

como sus derechos, y como el primer derecho

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que tiene el hombre al nacer es vivir, no se atentaría contra la vida

de nadie.

Hasta ahora las ideologías de libertad y justicia, han estado

muy lejos de resolver los problemas de los pueblos y de sus habi-

tantes, porque han tratado de imponerse sobre la muerte y des-

trucción que allana el primer derecho del hombre. . .vivir.

Miré a mi acompañante para ver qué impresión le habían causado mis palabras, y aprecié una sombra en su mirada; inclusive

sentí que compartía mi tristeza.

Su actitud fue sincera; al darse cuenta de que todo mi ser había sido sacudido al hablar del amor, quedamos relacionados en el sufrimiento que produce precisamente la falta de amor entre los

seres humanos, cuando está de por medio el egoísmo provocado por la ambición del poder o de bienes materiales.

Cuántas cosas se agolparon en mi mente, que me hicieron

viv ir por un momento las múltiples formas de felicidad que nos da

el amor, al hacer por la familia lo que necesita para su formación, y

cuando ya no tenemos nada que prodigarles, no sentimos eso impulso que es el que mueve la voluntad; permanecemos en un

estado de abulia cargado de resentimientos y de egoísmo.

Pero hay algo que de pronto cambia el hermetismo de un

hombre que se ha propuesto guardar para sí los recuerdos que lo

atormentan; de improviso una persona totalmente ajena a él, sin

quererlo, logra romper el propósito que se ha hecho de no hablar

con nadie del pasado.

Repentinamente sentí deseos de hablar de lo que había

guardado desde que recibí aquel sobre. Ahí quedó todo, desde la primera impresión que tuve al tenerlo entre mis manos, hasta

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que se hizo el vacío que sentí cuando se fue para siempre de mi

vida, mi amada compañera.

Como todos los rencores y las angustias se quedan aprisionadas

en ese espacio tan reducido que tenemos dentro, en ocasiones

sentimos que se nos rompe el pecho.

No creí poder llegar a exponer ante un extraño, ese estado de

completa desolación interna que sólo yo conocía. Me hubiera

parecido una profanación exhibir el motivo de mi desgracia, pero

en ese momento algo imperioso me impulsó a narrarla, aun sin tener idea de cómo iba a comenzar.

Mi silencio se hizo embarazoso; él no hablaba por discreción y yo estaba impaciente por narrar mi triste relato, pero en vista de que

no pude ordenar mis ideas, comencé en forma deshilvanada y sin preámbulos le dije:

Con nadie he compartido mis penas; la única persona con la que pude hacerlo se ha marchado para no volver, y ni yo mismo entiendo el porqué me atrevo a desnudar mi alma ante usted. Algo especial me está sucediendo; es como una imperiosa necesidad de abrir una válvula de escape, para que no estalle la caldera que llevo dentro de mí.

Yo he renegado de Dios y le voy a confesar algo insólito:

reniego de la que fue mi compañera y el amor de mi vida. Ella supo

escapar al martirio a que nos condenó la guerra y ya está

descansando; no pensó en que me dejaba solo, desamparado y. . .

por qué no decirlo, desorientado como un niño, que no sabe cómo

encontrar el camino para seguirla.

Al rebelarme por mi desgracia caí en una tumba más fría y

obscura que en la que enterré a mis muertos.

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Cuando mi esposa y yo nos perdimos en la desesperación y el

sufrimiento por la muerte prematura de nuestros hijos, ni ella ni yo

apreciamos lo mucho que aún nos quedaba. Nos faltó la fortaleza

para llegar al convencimiento de que en su corta estancia en la

Tierra, fueron felices.

No conocieron la maldad de los hombres, ni llegaron a saber que las guerras son planeadas por individuos animados de intereses mezquinos, que buscan situaciones ventajosas, con el sólo hecho de enardecer los ánimos de las juventudes.

Mis hijos fueron a los campos de combate animados por el orgullo y entusiasmo de servir a su patria, con la ilusión de alcanzar la medalla al mérito por su valor, para lucirla al regresar.

Su corta vida fue feliz a nuestro lado. Cuando los arrancaron

del hogar, aún eran como los tiernos árboles que apenas se yerguen

por ellos mismos.

Se alistaron ignorando que servían como carne de cañón,

justamente cuando empezaba la época de sus ilusiones, esa etapa en

la que se forjan los proyectos para el futuro que les sonreía.

Todo lo habíamos planeado cuidadosamente, para que su vida se deslizara sin los tropiezos que se provocan por no prever a tiempo lo que produce el fracaso; pero como maldición cayó en nuestro hogar lo imprevisto, como un rayo que hubiera sido dirigido ex profeso para dejarlo convertido en una ruina.

Sólo tengo que agradecer que por fortuna su muerte fue tan

violenta, que ni siquiera la agonía los hizo acobardarse o sufrir.

Yo mismo siento envidia de esta forma de pasar por la exis-tencia, sin conocer la amargura.

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La juventud de mis hijos estuvo ligada siempre a la Naturaleza. Pasaban varias horas del día recolectando insectos, descubriendo nidos de pájaros que cuidaban para llevarnos la noticia del nacimiento de los polluelos.

Caminar descalzos por los arroyos con los zapatos al hombro después de una tormenta, era una gran aventura que comentaban

jubilosos al volver a casa.

Trepar a los árboles para cortar los primeros frutos, los llenaba

de orgullo cuando los ponían en la mesa, y todos celebrábamos el poder comer los primeros de la temporada.

En fin. . . éstas eran sus grandes hazañas.

El descubrir cuevas insospechadas los hacía sentirse impor-

tantes. Excursionar a los montes vecinos era un acontecimiento que

preparaban con anticipación, equipándose con lo necesario para

salir al despuntar el día.

Cuando ya empezaban a gustar de las conquistas femeninas, el pueblo vecino era su campo de actividad. Se engalanaban en forma esmerada para causar buena impresión a las jóvenes que los distinguían, tal vez por ser forasteros. Mis hijos se las disputaban a los muchachos del lugar y la preferencia de ellas los llenaba de ingenua vanidad, pero también les creaba problemas que, a su regreso, eran motivo de jocosos comentarios.

Cuando recibí la orden de que mis hijos partieran al frente, sólo

pensé en mi posición de padre despojado de lo que constituía mi propia carne, pero pasado un tiempo me rebelé contra la actitud cobarde que me impidió negarme a entregarlos a una causa que siempre consideré inútil.

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Mi mayor tortura provenía de no haber previsto que el gobierno

reclamaría su presencia, y cuando el cartero me entregó el primer

sobre oficial, creí que se había equivocado de dirección.

El golpe me dejó tan desorientado y abatido, como si hubiera

estado ajeno a la situación de mi país. Mi error fue haberme hecho

a la idea de que mis hijos eran intocables y no tendrían que ser

llamados a las filas de combate.

Esa confianza me impidió elaborar un plan para evitar que se

presentaran, no obstante tener la certeza que serían castigados por

rebeldes.

Esta idea no dejó de pasar por mi mente como un relámpago, pero me amedrentó pensar en verlos encarcelados y juzgados por

cobardía.

Si ellos estuvieran en prisión, su condena tendría un término

que daría lugar a que iniciáramos una nueva vida, llena de

promesas halagadoras para toda la familia; en cambio ahora, lo más

difícil para mí es seguir viviendo.

Yo no puedo conformarme con la pérdida de mis hijos; tengo la impresión de que merezco un desagravio y no de los hombres, sino de Dios. Es el único que puede compensar lo que permitió que me quitaran.

No puedo imaginar la manera como El pueda remediar el

despojo que he sufrido, pero como Dios está en deuda conmigo, le he pedido que lo menos que puede hacer por mí, es disponer de mi vida, para que todo el rencor que no puedo descargar so-

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bre los que provocan las guerras, no se vuelva en contra de Él, que

es el que tiene el poder de evitarlas.

Pero aquí estoy y no sé para qué. Creo que Dios no ha ter-

minado de herirme, aun cuando no sé que otra cosa peor pudiera

mandarme.

De la misma manera que esta cabaña quedó más triste que una tumba, millones de hogares se han enlutado desde el principio de

este siglo. Si nos uniéramos los que hemos quedado solos e

interrogáramos a los que han originado el caos mundial, no podrían

justificar el sacrificio de tantas vidas, para no ganar nada.

En los campos de combate y en los ministerios de guerra quedan solamente derrotados; nadie ha resultado triunfador, aun cuando hayan vencido al supuesto enemigo; los únicos que han ganado fortunas han sido los fabricantes de armas y los que han

logrado el poder que perseguían.

En nombre de los llamados "ideales", se han sacrificado miles y miles de vidas.

En teoría, el ideal político no ocasiona ningún daño en tinto no

se empiecen a encender los ánimos de los seguidores. Esto desvirtúa dicho ideal al tratar de imponerse para ganar posiciones

ventajosas, y ocasiona el derramamiento de sangre. Además, el

líder inspirador de la idea salvadora ya no podrá confiar ni en su

propia sombra. Finalmente si llegan a triunfar sus ideales, las

mayorías solamente cambiarán de formas de sometimiento, porque

de aquel ideal de libertad y justicia, sólo queda la teoría.

Quisiera agregar algo más a lo que usted ha dicho —comentó

mi huésped , un ideal, en su concepción, es limpio y en tan-

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to no salga del seno del que lo concibió, seguirá conservando su

pureza. Pero cuando es adoptado por otros, lo degeneran al

mezclarlo con sus ambiciones personales, como usted muy bien lo

ha señalado.

Por eso el hombre, como individuo, puede ser un gran pen-

sador, iniciado o idealista y debe aplicar sus ideales solamente a 61

mismo. Si su ejemplo cunde en algunos más, puede considerarse afortunado por haber dejado una semilla que irá dando sus frutos.

Pero si quiere imponer su ideal y mantenerlo puro, tendrá que

luchar para que no lo desvirtúen los acomodaticios, y finalmente

será crucificado como lo fue Cristo.

Le ruego que continúe, yo sólo quería comentarle lo difícil que resulta conservar la pureza de una idea.

-Insisto —le dije a mi interlocutor—, en que han sido inútiles

las guerras en todos los tiempos, no obstante que traten de Justificarlas diciendo que han servido para el avance de las Cien-cias y el comercio. ¡Las Ciencias. ..! que principalmente en este siglo han asombrado a la humanidad ... No imaginaron nuestros ascendientes o abuelos que las predicciones técnicas de los hom-bres visionarios de su tiempo, que parecían alucinaciones, iban a ser realidades en nuestros días.

Todo eso ¿para qué . . .? A la Ciencia le dan el mérito de la exactitud y el crédito de la comprobación, pero ésta, por sí misma, no garantiza la finalidad a la que va a ser designada, cuando el producto de ella es acaparado por individuos que están dedicados a incrementar las finanzas o tienen la ambición del poder, como

aconteció con el descubrimiento de la energía atómica. Por ella se puede conocer la clave de la vida, pero el

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hombre ambicioso y materialista la ha convertido en instrumento de

muerte y destrucción.

Hablando de la Ciencia, viene a mi memoria la recomendación

que hace el Dr. Alexis Carrel en su obra La incógnita del hombre; este sabio sugiere que el ser humano retorne a su primitiva sen-cillez, para que pueda identificarse de nuevo con la Naturaleza, porque la Ciencia lo está apartando de ella. Él mismo, a pesar de ser científico e investigador, se dio cuenta del peligro que entraña para la humanidad la aplicación que hacen los financieros de los descubrimientos.

-Perdone que lo interrumpa nuevamente -me dijo mi visi-

tante—, el científico merece admiración y respeto. La tarea del

investigador es la más ardua y meritoria de todas.

El hombre que siente la inquietud de buscar lo desconocido,

renuncia a las cosas más amables que la vida ofrece. Apenas se

alimenta y sólo descansa lo indispensable para poder continuar. Se

da sin reservas a la búsqueda del objetivo que persigue sin poner

límite a su esfuerzo y devoción, y hasta que recibe el conocimiento

a través de una inspirada revelación, no cesa en su empeño.

El verdadero sabio no investiga por intereses personales; lejos

de él está el cálculo de las ganancias; si así fuera, sencillamente no podría elevarse a las dimensiones en que acude la inspiración que él busca, para resolver el enigma que lo desvela.

En todos los tiempos ha quedado demostrada la modestia con que el científico da a conocer sus descubrimientos, y sólo el hecho de que se llegue a reconocer su trabajo, lo llena de la

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sana satisfacción y esperanza, por el beneficio que la humanidad llegue a obtener de él.

Al terminar mi huésped su comentario, proseguí con mi re-

lato.

-La vida no tiene ningún valor para los gobernantes, cuando se

trata de zanjar las diferencias que surgen entre los pueblos. Éstas

son provocadas por los que codician el poder y exaltan los ánimos

de los jóvenes, con el señuelo de que van a luchar por una causa justa para tener una mejor forma de vivir; pero los que regresan

comprueban que no lograron ni mayor libertad, ni mejores

condiciones de vida; por el contrario, la violencia a la que se

enfrentaron les deja tantos traumas y conflictos internos, que en

ocasiones no logran readaptarse a la normalidad.

La orden fría y lacónica que recibí para mandar a mis hijos a la guerra operó un cambio total en mi vida. Ya nada fue estable para mí; desde esa noche conocí el insomnio, y en esas horas interminables lo mismo me aferraba a la idea de que volverían, como padecía el tormento de que no los iba a volver a ver jamás.

Pasó el tiempo, ese tiempo que alarga los días de quienes an-

siosos esperamos algo . . . Ese algo no llegó ... en cambio, fui visitado por el cartero dos veces más.

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El contenido de cada sobre fue el mismo: ". . . su hijo ofrendó

su vida en el cumplimiento del deber . . ." etc.

Se me hizo un nudo en la garganta y para no apenarme, mi vi-

sitante tomó la palabra:

—Qué ironías encierran las palabras mal empleadas; le llaman

"deber" a perder la vida en la violencia, cuando el primer deber que

tenemos es aprender a vivir, ya que para eso hemos nacido.

Pero continúe —me dijo mi interlocutor, al considerar que ya podía hablar de nuevo.

-Pues bien, fue así como dispusieron arbitrariamente del destino de mis hijos, del mío y el de mi esposa, y me relegaron a ser un hombre sin proyectos, rodeándome de espacios helados que ya nadie volverá a entibiar.

En mi futuro ya no habrá descendencia; unas balas truncaron la continuidad de mi sangre. Ya no se llenará esta cabaña de alegría con los gritos y las risas de los nietos.

Fui humillado en mi condición de hombre; me privaron de mis

satisfacciones y esperanzas de padre. En fin, quedé reducido a tan poca cosa desde aquel día en que tuve en mis manos el primer sobre oficial, que pensé que todo había concluido para mí;

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sólo pude darme cuenta de lo equivocado que estaba cuando mi

esposa dejó de existir, aniquilada por el dolor. Hasta entonces

aprecié que su presencia amada, aun cuando ya sólo era la sombra

de lo que fue, llenaba la cabaña con silenciosa ternura.

Cuando de verdad quedé solo, ya no me rebelé contra Dios. ¿Fue el golpe final el que aniquiló mis fuerzas? no lo sé; ya no

pude ni siquiera renegar de Sus designios. Al sentir la desolación

que me dejó anonadado, solamente pude volver los ojos hacia el

infinito para interrogarlo . . .

¿Por qué ., . Señor .. . por qué?

Qué diera por retroceder al momento en que aún estábamos mi esposa y yo juntos, y poder apoyarnos mutuamente. Cuántas cosas pude haberle dicho para consolarla y hacerle comprender que nuestros hijos fueron muy afortunados al irse sin haber tenido que recorrer la parte más dura de la vida.

Pude decirle tantas cosas que ahora se agolpan en mi mente, y todas hubieran sido convincentes, para que no perdiera el interés

por vivir.

Ella y yo estuvimos a tiempo de empezar una nueva vida,

encaminada a brindarle a alguien lo que ya no podían recibir nuestros hijos. Qué cosa no daría para hacer que el tiempo re-

trocediera para aprender a vivir sin ellos, adaptándonos a la falta de

su presencia, de sus costumbres, de esa ilusión que día con día

mantienen los padres en la formación de sus hijos.

Ahora que ya conoce mi tragedia, comprenderá que estoy

resentido con la vida, con los hombres, e inclusive con Dios. No he

podido transigir con lo que Él dispuso, y menos olvidar mi

inconformidad.

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Siento envidia de usted por haber estado en prisión pues ahora

ya es libre; en cambio yo, en mi aparente libertad, estoy condenado

a ser prisionero de mi detestable soledad ocasionada por la

inconsciencia de los hombres, y por qué no decirlo. . . por la

injusticia de Dios.

No pude seguir hablando . . . de pronto sentí como si una

tenaza apretara mi cuello. Hice un gran esfuerzo para reprimir un sollozo, que no logré evitar saliera de mi garganta.

No me di cuenta del tiempo que mi huésped había dejado pasar

para recordarme su presencia, hasta que puso su mano en mi

hombro; al sentirla me sobresalté y apenado le ofrecí disculpas,

pero él amablemente me dijo:

--No creo que sea oportuno continuar nuestra charla; quizá

ahora usted prefiera estar solo. Ya no lo importunaré más, si me

indica el lugar en donde puedo pasar la noche.

Al oír que mi visitante quería retirarse me sentí desolado. No

estaba en condiciones de afrontar solo el dolor que me pro-

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voqué al hablar de mi tragedia. Nunca antes lo hice con nadie,

seguramente por eso mi fortaleza ya no pudo mantener la presencia

de ánimo que quise aparentar, y apenado le dije:

—Me avergüenza que conozca mi verdadera situación: no he podido continuar con mi apariencia de hombre fuerte, que de

ninguna manera corresponde al vacío y debilidad que llevo dentro.

Encontrar en mis condiciones a un hombre que ha profundi-

zado en los valores internos del ser humano, es como hallar en el

desierto un oasis, cuya agua es un milagro para el que siente morir de sed. Ese efecto me han hecho sus palabras por eso le ruego que

continúe.

Al entrar usted en esta cabaña se interrumpió el aislamiento en el que he vivido desde que me quedé solo. Hasta ahora, hice patente mi desagrado hacia la compañía que me trataron de brindar los que sintieron el deber o el deseo de consolarme con sus

palabras; pero su presencia es diferente.

Usted habla de Dios en forma distinta, así como de la vida y de

los hombres, incluyéndose usted mismo como uno de los ejemplos más abyectos de la especie humana, y sin embargo, ya no

encuentro ningún rastro de su pasada personalidad; por eso vuelvo

a repetirle que me causa envidia.

Es difícil encontrar un caso en el que se haya logrado un cambio total. Si algún deseo pudiera alentar nuevamente en mí, sería el de imitarlo para poder enfrentarme a la vida con esa seguridad que percibo en usted, no obstante estar completamente solo y ser sus únicas posesiones un hacha y un libro.

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-Lo que usted me dice —señaló—, me complace y me obliga;

por ello permítame encauzar el diálogo hacia puntos que podamos

poner en claro, de aquellos hechos que razonando tratamos de

justificar.

Como la razón nos lleva al campo de las argumentaciones, en él podemos justificar nuestros actos de tal manera, que aparezcan

como nos conviene; pero es el caso que el razonamiento puede ser

inexacto, motivo por el cual en sus terrenos no podremos

encontrarnos a nosotros mismos, y menos aún, modificar la

estructura emotiva y pasional que nos domina. Esta es la que

debemos desterrar, para que se logre en verdad un camino favo-

rable.

No sucede lo mismo en las incursiones que hacemos a los ilimitados dominios de la consciencia; en ellas queda establecido que de nuestras acciones o actitudes, se derivan las múltiples consecuencias que suscitan el acierto o el error de nuestros actos, así como del "no hacer".

En su caso, el "no hacer" es la suposición que usted imaginó

evitaría que sus hijos hubieran muerto, sólo con impedir que fueran

a ese destino incierto, determinado por los hombres que detentan el

poder; pero debe tomar en cuenta que hemos estado programados

durante siglos para obedecer, sin tener ni siquiera la prerrogativa de

pensar en el valor de la vida y en los derechos del hombre y de los

pueblos.

Nuestros dirigentes no han recapacitado que no es por medio de

la guerra y de la muerte como se resuelven los problemas;

precisamente ¡en la vida están las soluciones!

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La vida es tan pródiga cuando se respetan los derechos aje

nos, que el progreso de los pueblos se debe al orden y a esa la-

borrosidad encauzada a la explotación e incremento de los elementos de la

Naturaleza. Ellos son la propia vida, y está calcula

do en el Plan Inteligente de la Creación, que ninguno de los se

res que nacen carezca de alimentos, si la tierra y el agua son ad ministrados con sabiduría.

Cuando las mayorías se nieguen a emplear la agresión, no

tendrán nada que lamentar y sí mucho que emprender e inclusive aprenderán en

el intercambio con los pueblos que estén en

paz. Este sistema dejaría más beneficios a las naciones, que el

sometimiento dictatorial que acaba con el espíritu creativo del

hombre, al menguar su voluntad e inhibir su albedrío.

Ahora lo invito a que analicemos ese sentimiento de culpa

que lo está martirizando, y que no es otra cosa que el remordí-

miento que siente, a pesar de los atenuantes que hay en su fa-

vor. Si en esas condiciones produce tanto dolor arrepentirse, i"

¿qué será cuando nos reconocemos culpables, sin tener ninguna excusa

Debemos tomar en cuenta que el sentimiento de culpa, es el

inicio de un despertar que logra avances considerables. Es como si hubiéramos vivido las existencias necesarias que se requieren para que podamos identificarnos con el Todo Inteligente de nuestra Esencia Espiritual.

El remordimiento es señal inequívoca del juicio severo al que acudimos, ante el único juez que lanza con íntimo dolor el "yo

acuso", sin que medien las palabras de ningún fiscal de oficio.

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Es un hecho que si usted volviera a vivir esa misma situación,

se negaría a exponer la vida de sus hijos, y como se retorna a pasar

por las mismas situaciones en las sucesivas vidas que vamos a

tener, lo más seguro es que ya no volveremos a cometer el mismo

error, cuando éste nos ha dejado una dolorosa experiencia.

Así es como irá aumentando en el transcurso del tiempo el número de los que decidirán negarse a exponer la vida, por las

causas que no justifican de ninguna manera perder algo tan valioso,

y entonces empezará la verdadera civilización, ya que en la actual,

por un lado la Ciencia logra grandes avances para prolongar la vida,

y por otro, la misma Ciencia ha encontrado formas de acabar con la

humanidad.

Quizá le dijeron que ese era el destino de sus hijos; usted, en

cambio, pensó que pudo evitar que murieran; por otra parte, yo

opino que la vida es un asunto exclusivo de Dios, pero cabe pensar

hasta qué punto El la prolonga a los que la merecen cuando la

saben vivir. Es un hecho que ante las diferentes opiniones que se tienen sobre la vida, existe el deber de preservarla y usted está

cometiendo el error de atentar contra la suya, por la apatía que

mantiene al dejarse morir de inacción, y este propósito ya no cuenta

con ningún atenuante, como no sea la ignorancia del deber que

tiene de aprender a vivir, aun en las condiciones más adversas.

Desde el momento en que el hombre nace, tiene derecho a

vivir, pero ese derecho le impone deberes que cumplir, y uno de ellos es aprender a conducir su existencia con la sabiduría interna que está latente en su ser.

Como los deberes que impone la vida son del conocimiento de la consciencia, en los últimos segundos o minutos de nuestra

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existencia ella nos revela la forma en que hemos vivido, por eso

unos expiran en paz, en cambio otros no pueden irse tranquilos,

porque en esos momentos algo les atormenta.

Aquéllos que han estado en el último trance y regresan a una

nueva oportunidad de vivir, cuentan que en fracciones de segundos

repasaron toda su vida, y vieron con toda claridad lo que dejaron de hacer, lo cual les ocasiona tanto dolor, que solamente quieren

conservar la vida para no irse sin cumplir los deberes que dejaron

pendientes.

Al decir esto mi huésped, tuve que interrumpirlo para protestar;

- Yo estoy decepcionado, precisamente porque no me cabe la menor duda de haber cumplido con mi deber de padre, y ni los hombres ni Dios tomaron en cuenta que dos jóvenes que estaban preparados para la vida, tuvieron que ir en busca de su destrucción.

Los deberes que tuve los cumplí, y por cierto fueron inútiles; do todo lo que hice no quedó ni siquiera el rastro que pueda (lar testimonio de mi esfuerzo, y si hasta eso se perdió, no me siento

obligado a nada más respecto a Dios; sólo le pido a El que termine de martirizarme.

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Al oír lo anterior, mi acompañante retomó la palabra:

—Los deberes no terminan en tanto haya vida. Usted ignora

que la parte más importante de su existencia, se va a iniciar a partir

de que logre deponer el resentimiento, que le impide empezar la

tarea que está llamado a cumplir en el proceso de su evolución.

El caso suyo, es de los que marcarán un avance inusitado si

logra despojarse de la inconformidad, para entender que sus seres

amados son instrumentos en la superación que logrará; para que usted a su vez, sea factor decisivo en la de otros. Es así como

tendrá muchos deberes que cumplir.

Me anticipé a exponerle uno de los tantos caminos que toma el orden perfecto de la evolución, para que reflexione sobre la trascendencia que tiene la actitud que adoptemos en la adversidad. Esta actitud, si es positiva, puede llevarnos a logros insospechados:

llenar nuestra vida de vibrante actividad y adquirir nuevos conocimientos, que nos harán vivir con un recuerdo más tolerable de nuestra desgracia, o bien, si es negativa nuestra actitud, nos obcecamos en la amargura que estimula el sufrimiento en la forma irracional, que nos puede conducir a que dejemos mucho por hacer.

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Para ahuyentar el sufrimiento, es necesario llenar nuestra

vida de mucha actividad espiritual; esto nos renovará en la en-

trega que hacemos de nosotros mismos, al servir a quienes de- ' manden ayuda; lo cual nos estimula nuevamente a vivir. *

Como a través del servicio que se brinda se destierra el egoís-

mo, el hombre vuelve a poner en actividad todas sus capacidades

espirituales, y así es como logra salir del caos interno en que se

encuentra, e inclusive triunfará en lo que se propone por la

fortaleza que ha vuelto a desarrollar.

No debemos olvidar que el egoísmo es el dique que detiene la

corriente del amor; pero si éste vuelve a fluir en el propósito de

hacer el bien, como un tributo a nuestros seres desaparecidos, su

recuerdo dejará de ser doloroso.

El hacer el bien a los demás, es uno de los deberes del hom-

bre, pero como no es fácil esta tarea, resultará más estimulante

cuando se haga en memoria de nuestros seres queridos.

Es necesario evitar caer en un estado de amargura egoísta que nos daña, porque esto nos impedirá atender el cúmulo de pequeños deberes que se irán presentando en el transcurso do la vida. Si los cumplimos, al expirar no tendremos que padecer el dolor del arrepentimiento tardío, que se presenta por desconocer la forma en que opera la consciencia, aun en los momentos en que parece que

ya no vivimos.

En los casos de abatimiento, la actividad espiritual es la

terapia más aconsejable, porque no es la actitud contemplativa de no hacer nada práctico y efectivo; por el contrario, quien em-

prende este ejercicio terminaría agotado, si no fuera porque el

espíritu desconoce el cansancio y el desaliento.

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Ahora bien, el espíritu es Uno y es Todo; como en él hay

consciencia, voluntad e inteligencia, estas tres facultades forman el

Triángulo del Poder, cuando el amor despierta la consciencia.

Ésta es la forma en que opera el amor en la actividad espiritual, ese ejercicio en que el amor estimula al espíritu, y a su vez él se nutre de la esencia espiritual que tiene todo: consciencia, voluntad e inteligencia; por eso la vida no tiene ningún sentido, cuando se vive sin amor e inteligencia.

La función que realiza el amor no es utopía; nada se resiste a su poder, pero si aún no lo hemos sentido, y por lo mismo no lo hemos puesto a prueba, sí podemos en cambio, verificar que los hombres que se consagraron a un propósito, lograron lo que parecía imposible, por el amor con que acariciaron su idea. Ella vivió en

ellos, así como también ellos vivieron solamente para verla realizada.

Es así como el hombre ha dado vida a todos los descubri-

mientos que disfrutamos, a las obras de arte y a las de beneficio colectivo, legado de aquéllos que fueron inspirados por el amor a

sus semejantes.

El amor se manifiesta cuando el hombre siente la responsa-

bilidad que implica el amor al deber; por eso cumple con los

deberes que la vida le va imponiendo.

Quizás para algunos sea incomprensible esta definición del

amor, debido a que es normal confundirlo con la pasión, como ya

dije, no obstante la diferencia que existe entre ambos debido a sus

diferentes orígenes.

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Cuerpo, mente y espíritu están tan íntimamente ligados, que lo

que afecta al espíritu lo resiente el organismo y la mente; así

también, la alteración de las funciones del cuerpo, afectan el

espíritu; por esta razón decae la actividad y lucidez del pensa-

miento.

El espíritu es tan determinante para el cuerpo, como lo es la sangre que lo nutre. Él tiene tal influencia en el organismo, que

repercute hasta en lo que llamamos milagros, a los cuales la ciencia

oficial no les da ningún crédito; pero en ocasiones la fortaleza

espiritual llega a vencer hasta a la muerte.

Cuando un enfermo siente amor por la vida se aferra a ella, y el

mecanismo biológico de los sistemas del organismo reacciona, al grado que en ocasiones cuando parece que el corazón ha dejado de latir, nos quedamos asombrados al ver que empieza a funcionar nuevamente. Una persona con férrea voluntad y amor por la vida, aun estando muy enferma, la prolonga en ocasiones algunas horas,

a veces varios días, y se han dado casos en que llegan a ser hasta años.

Las dudas que nos plantea lo desconocido, la vida con sus

cambios incomprensibles para nuestro entender, la humanidad a la

que no podemos adaptarnos no obstante que formamos parte de ella y aun la confusión que tenemos respecto a Dios, las podemos

dilucidar a través de la actividad espiritual. Esta práctica resolverá

las interrogantes que nos planteamos, y quedaremos asombrados al

ver el cúmulo de conocimientos que sólo ella puede darnos, ya que

ni en la más completa biblioteca los podríamos encontrar.

También la actividad espiritual nos ayudará en el diario vivir a

resguardarnos del daño que ocasiona la inconsciencia, tan-

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to la de los demás como la muestra . Ningún deporte en el que

llegáramos a destacar nos daría tantos beneficios, como los que se

logran cuando se adquiere el hábito de ejercitarse en la tarea de

sensibilizarnos, para prever la consecuencia de nuestros actos o

actitudes.

La sensibilidad, esa sensación tan sutil que nos hace percibir física, mental y espiritualmente lo que es casi imperceptible, nos conduce a los estados de amplitud de consciencia, esa grandiosa facultad que nos lleva a los niveles del conocimiento, y este acto trascendental nos da las claves para comprender.

Comprender . . .he ahí el punto de apoyo que necesita el hombre para conquistar su mundo interno, ese universo en el que reina la confusión, la inseguridad o la paz interna de acuerdo a su forma de pensar.

Asimismo, la seguridad interna se desarrolla a través de la

actividad espiritual, cuando esta práctica se enfoca al encuentro de

nosotros mismos, para dejar en claro los motivos que nos provocan

esos conflictos que van minando la confianza propia, al grado que

la vida nos parece insoportable, la gente incomprensible, y en

general por la situación en que vivimos, no hay posibilidades de

adaptación al medio ambiente que nos rodea.

Inclusive, si nuestra vida llegara a cambiar favorablemente, tendremos un receso momentáneo, pero al familiarizarnos nue-vamente con ese cambio, volveremos a caer en el descontento hacia todo lo que nos rodea; porque la realidad es que la insatisfacción que tenemos de nosotros mismos, nos provoca crisis; pero esas crisis son. . . de consciencia. Éstas son las situaciones más terribles a las que nos enfrentamos en la lucha interna que sostenemos por

no reconocer nuestros errores y

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para desahogarnos, nos volvemos agresivos por la falta de eleva-

ción espiritual.

Cuando la Ciencia le dé al espíritu el crédito que merece, el

hombre dejará de ser un desconocido para él mismo. Por ahora,

únicamente solemos repetir lo que oímos: ¡Falta de espíritu! dicen

unos, cuando una gente no reacciona a las realidades de la vida.

¡Pobres de espíritu! dicen otros, cuando son timoratos por

inseguros. ¡Qué gran espíritu!, opina alguien al ver a un individuo seguro de sí mismo; pero hasta ahí llega la relación que se establece

entre el hombre y esa esencia intangible, que sin ser vista ni

poderse palpar, determina la fortaleza del hombre, cuando este

logra desechar el cúmulo de conflictos a través de un encuentro

sincero con él mismo. Solamente en esta forma logia deponer todo

el resentimiento acumulado que ni siquiera sabe a quién atribuir,

pero que descarga intempestivamente ante la menor dificultad que

se le presenta, por la inseguridad que siente de afrontarla. Por otra

parte, ignora que todo el resentimiento que ha venido padeciendo,

es por falta de comprensión.

Comprender ... es algo de lo más sublime y grandioso que el hombre puede realizar y contribuye, sobre todo, a que pueda

limpiar su mundo interno de los conflictos que ensombrecen su

existencia.

Mi visitante dejó de hablar; yo quedé abstraído en mis re-flexiones que fueron motivadas por sus conceptos. No fue mu-

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cho lo que pude analizar de ellos; una sola palabra tuvo la virtud de

sacudir todo mi ser al taladrar mi dolor, el cual ha pasado a formar

parte de mi pensamiento, y vive en mí, así como yo vivo en él.

Comprensión ... se dice fácilmente, pero su significado tiene

tanta profundidad, que solamente con la explicación que me dio

este hombre singular, pude llegar al fondo de todo lo que esa

palabra abarca.

Me siento confundido al tratar de aplicar la palabra compren-sión en algunos hechos de mi vida, y al fin me detengo en uno solo. Empiezo a entender que mis prejuicios y el excesivo egoísmo, me impidieron entender que las madres tienen motivos poderosos para sufrir más que los padres cuando pierden a sus hijos. Ellas los llevan en su seno, los alimentan, los arrullan en sus brazos y permanecen en vela cuando enferman.

Desde que partieron nuestros hijos para siempre, mi esposa no

volvió a salir de la cabaña; cada rincón le hablaba del pasado, y

como tenía menos actividades, en ese dejar de hacer para ellos,

había también más soledad y sufrimiento.

Me siento abrumado por esta reflexión, pero es más grande mi

pena al saberme causante de una incomprensión egoísta, que le ocasionó a ella aún más dolor, al grado que perdió el interés por la vida; ahogó calladamente las quejas que pudo tener en contra mía y se dejó morir.

De seguro mi semblante delata lo que siento; veo a mi amigo preocupado; sin embargo, se aventura a decirme:

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—Siento que su alma está aún atormentada. Si mi charla volvió

a abrir sus viejas heridas, le ruego me disculpe. Al hablar de estas

cosas, no se puede prever el efecto que ocasionarán en el ánimo

ajeno, pero si le han incomodado, le ruego me lo haga saber para

cambiar de tema.

Su charla me ilustra —le contesté—, e inclusive está sacu-diendo la inercia espiritual en que me encontraba sumergido. Me

consideraría afortunado si la molestia no proviniera de mí; lo más

sencillo es alejarnos de quien nos incomoda, pero lo más difícil es

desechar aquello que provocamos sin darnos cuenta, y que por lo

mismo nos ocasiona un malestar interno que nos mortifica al

reconocer finalmente, que la culpa es únicamente nuestra, cuando

ya no tenemos el recurso de culpar a nadie más.

El nombre de la actitud que mantuve ante mi esposa y que transformó nuestras vidas para siempre, fue la incomprensión que me mantuvo ciego. Esta palabra lastima ahora hasta mi pen-samiento. A través de su charla, la he ido acomodando a mi pasado y sentí la necesidad de consultar conmigo mismo, para desentrañar lo que en principio consideré injusto, al sentirme castigado innecesariamente por Dios, separándome del único ser querido que me quedaba. En ningún momento tomé en cuenta que mi conducta

hacia ella fue la causa de que perdiera el interés por vivir, y sólo tuve el recurso de culparlo a El en silencioso reproche.

Es mucho lo que perdemos por no estar conscientes de cada

paso que damos en la vida, y la convertimos en tortuosas calle-

juelas donde finalmente terminamos extraviados.

Cuántas desviaciones tenemos que hacer al seguir incons-

cientemente el rumbo equivocado que nos marcan las pasiones,

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los estados emocionales, los prejuicios y el egoísmo que nos limita

con su forma destructiva de operar.

Como usted puede apreciar, no me daba cuenta de la tragedia

que se cernía sobre mí. El egoísmo como pulpo me atrapó, y no me percaté de lo desconsiderado y cruel que fui con la única mujer que he amado; además, descargué el resentimiento que me ahogaba, en la persona que me dio la dicha desde el momento en que la conocí. Este arrepentimiento tardío me lastima . . . los conocimientos que usted tiene sobre la consciencia son valiosos para el que pueda aplicarlos; para mí, ya es demasiado tarde.

Al oír mis palabras llenas de amargura, él me replicó:

—Nunca es tarde para comenzar a entrever lo que es la ciencia de la vida, y como ésta tiene su base en esa facultad espiritual que es la consciencia, de ella depende que podamos volver a estructurar

una vida basada en la experiencia dolorosa que nos dejaron nuestros errores. El caso de usted, tiene el atenuante de lo abrumado que lo dejó la pérdida de sus hijos; por lo demás no debe culparse. Nacer y morir son cosas de Dios, y si usted aún vive, por algo muy especial debe ser; se lo digo por experiencia. Hace muchos años consideré lo más inútil seguir viviendo, y ahora, a pesar de mi humilde condición, le aseguro que ha valido la pena; cada día tengo la oportunidad de abonar algo a la deuda que contraje en el pasado. Mientras haya vida, todas las posibilidades del hombre están latentes; hasta el último instante de ella podemos rectificar, si comprendemos que la finalidad de la existencia es que evolucionemos. Más adelante trataremos este tema, y si logra

aceptar que la evolución es un proceso necesario, ya no desperdiciará el resto de su vida con inútiles reproches; por el contrario, entrará en una actividad constructiva para ace-

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lerar ese proceso, a través del cual el hombre logra desterrar el

sufrimiento.

Voy a continuar hablando de la consciencia, aun cuando por el

momento sienta usted rechazo por el tema. En principio la

esquivamos al no aceptar que tuvimos un error, y nos hacemos más

daño por no consultarla. No es conveniente rehuirla: por el

contrario, debemos considerarla guía de todo conocimiento.

Partiré del punto en que sintió el dolor de haber sido des-considerado con su esposa, y al experimentar en carne propia el perjuicio que le ocasionó, hizo consciencia del daño inferido. Es así como se va adquiriendo el conocimiento para que se puedan valorar las virtudes, que aplicadas a la vida diaria, evitan dolorosas equivocaciones.

Como le decía, rehuimos a la consciencia cuando cometemos un error, porque no hemos analizado todo lo que ella representa en nuestro ser. Son tan diversas sus manifestaciones, que las pasamos por alto sin saber a qué se deben las distintas formas en que ella se expresa en el hombre.

Como ya lo dijimos, nuestro organismo es una pirámide de consciencias que operan en cada una de las células que constituyen los tejidos, los órganos y los sistemas nervioso, glandular, circulatorio, etc., de nuestro cuerpo; pero la actuación de la consciencia en ese campo, no es apreciada por nosotros; sólo por me- 4 dio del tacto tenemos consciencia de lo que tocamos. Una de sus manifestaciones elementales la podemos sentir en el instinto, a través del cual ella es la guía de todas las especies de animales, incluyendo al hombre. Ahora bien, en un nivel superior, nos da la oportunidad de percibir, de ser sensibles e intuitivos.

Aún más, su expresión más relevante es la inspiración, que se

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hace presente, como ya lo dije, cuando estamos armonizados con

nosotros mismos y podemos penetrar a sus ilimitados dominios en

busca del conocimiento. En ocasiones, también sentimos una

sensación de malestar cuando ella se agita en nuestro interior; es

como un descontento por algo inconveniente que hemos hecho.

Por otra parte, debemos tomar en cuenta que de la consciencia también se derivan las virtudes; a éstas las podríamos considerar

como si fueran sus hijas y operarán siempre que cada una de ellas

se auxilie de la virtud de virtudes: la bondad. Ella es la

quintaesencia de todas las que el hombre posee en su parte es-

piritual.

Por sí sola, la bondad aparenta ser débil, y su presencia no denota toda su valía, hasta que actúa en comunión con las otras virtudes. Una de ellas es la consideración, que nace de la sensibi-lidad y conlleva un principio que deberíamos grabar con fuego en la memoria: "no hagas a otro lo que no quieras que te hagan a ti".

Pero, ¿qué sería de la consideración sin la bondad? Solamente una simple apariencia.

La tolerancia es otra virtud que requiere de la bondad para obtener la gran dosis de paciencia que demanda el poder cumplir con su cometido; sólo el tolerar benevolente hace que la vida se deslice sin contratiempos, al zanjar las pugnas con equidad para que no se conviertan en bombas de tiempo, que finalmente exploten.

Si la humanidad no fuera bondadosa en las grandes

necesidades, tendríamos que considerarla una jauría por la serie de

intereses que la agitan, pero cuando esta virtud se acerca humilde

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y mueve los corazones, nos convierte en seres de nobles sentimientos.

La bondad es la base de la belleza interior del ser humano y

cuando se siente, no queda oculta, trasciende hasta hacerse

ostensible en el rostro, en la voz, hasta parece que sale por los

r)oros de la piel, e inexplicablemente la sentimos. La bondad es el

bálsamo de las inquietudes del hombre; aquieta su ánimo, lo llena de ilusiones y tiene la sutileza exquisita de calmar las crisis de

dolor y de tristeza.

La bondad nunca se cansa, fortalece y comparte su esencia con todas las virtudes con que el Creador adornó a Sus criaturas, ella es la reina, y su trono está en los corazones. La armonía se

hermana con su esencia, y es la intermediaria entre el hombre y la humanidad; gracias a la bondad que nos brinda un semejante,

nos identificamos con el género humano.

Otra virtud es la prudencia; ella es ignorada por modesta y porque es difícil ejercerla sin una gran dosis de bondad para no sentirnos ofendidos o defraudados. Como es la hija menor de la consciencia, no la tenemos en cuenta como virtud, pero ella es

el punto de observación y de abstención para actuar oportuna-

mente de palabra o de hecho.

La prudencia es determinante en la relaciones humanas, básica

en la diplomacia y factor decisivo para el éxito.

Cuando no se aplican las virtudes en el diario vivir, la vida se hace compleja, sobre todo a partir del momento en que el hombre

comienza a expresar su pensamiento, y se complica aún más,

cuando no consulta con serenidad a su consciencia.

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La variedad de criterios que surgen al tratar de resolver un

problema, se debe a que cada una de las partes se establece en

diferentes niveles de consciencia para juzgar la misma situación. El

grado de comprensión, sensibilidad y percepción en que esté

situado un individuo, determina el punto de vista que tiene de un

asunto.

El hombre que vive en niveles inferiores de consciencia es el

que más se destruye a sí mismo, por sus pensamientos negativos y

por la influencia o contaminación que recibe de las gentes inseguras. En estos niveles se debilita la fortaleza interna, se vive con miedo a lo desconocido y se altera la energía vital al romperse la armonía en que funciona el organismo, debido a que la emoción es energía generada por el pensamiento; es decir, al hombre lo exaltan o deprimen sus propios pensamientos, y la perturbación que producen no es en sí por el hecho de pensar, sino por la imagen emocional que deforma o exagera los conceptos o los hechos. En cambio, el pensamiento sereno, genera la energía que activa la creatividad, la capacidad de comprender, y mantiene la armonía en que debe funcionar el sistema nervioso, con lo cual no se altera la maravillosa actividad de las glándulas, los guardianes de nuestro

cuerpo.

El tema de la consciencia es duro y descarnado cuando lo

aplicamos a la parte material, emocional o pasional del individuo,

pero es excelso cuando lo situamos en las altas frecuencias mentales y espirituales.

Las Artes, las Ciencias, los grandes descubrimientos, así como

la solución de complejos problemas, deben a la inspiración el haber

descorrido el velo de sus incógnitas. Puedo asegurarle, que casi

todos los que son tocados de su gracia, desconocen que ella

proviene de la incursión que ellos mismos hacen en los ili-

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Page 154: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

mitados dominios de la facultad espiritual que más auxilia al ser humano.

No dudamos de las manifestaciones de la inspiración y de la

intuición, porque sentimos que nos vienen de lo alto, pero nunca indagamos que su procedencia, es espiritual.

Cuántas y cuántas cosas podrá descubrir el hombre, cuando se

logre colocar en los niveles superiores de esa fuente del co-

nocimiento, para liberarse y dejar de ser cautivo de una estrechez

que limita su propia capacidad, la cual no tiene fronteras cuando

logra penetrar al recinto de la consciencia.

Ella es tan grande, que apenas cabe en el infinito, pero también

la encontramos sensibilizando cada átomo del Universo.

Está en cada una de las partículas que componen la Tierra, en

sus valles y montañas; en cada gota de los océanos, los lagos y los

ríos; en la más ínfima parte del fuego y del aire y en la actividad

más compleja de la mente.

Mi interlocutor dejó de hablar, y yo aproveché el momento

para comentarle:

-Sus explicaciones me han inducido a imaginar a la cons-ciencia esparcida en el Cosmos en su gran actividad, pero hay algo

que me intriga y quisiera que usted me lo explicara. Si la

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I

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consciencia está en todas partes, ¿por qué es tan difícil encontrarla?

—Es sencillo contestar su pregunta —me respondió—.

El hombre se afana, lucha, empeña su tranquilidad y hasta pierde su salud, por buscar lo increíble, no importa hasta dónde tenga que ir. Sin embargo, aquello que lleva en sí mismo, y está en todo lo que palpa, en lo que ve y hasta en lo que respira, es lo que más se le dificulta hallar, no obstante que la consciencia es la facultad que más percibimos, cuando se agita en nuestro interior.

Es fácil entender que así como el amor tiene el poder para despertar a la consciencia, también la falta de amor provoca las crisis que libramos en ella, ocasionadas por el egoísmo con que actuamos.

El ser humano está empeñado en desentrañar el misterio del espacio; ya cruzaron la distancia que media entre La Tierra y La Luna, Mercurio, Venus, Marte, Júpiter y Saturno, así como esperan desplazarse hasta Urano, Neptuno y Plutón. Es innegable que el

hombre ha emprendido increíbles hazañas para conocer los planetas uno a uno y saciar su curiosidad, pero no se ha preocupado por conocerse a sí mismo.

Para el hombre de ciencia no es un misterio el cuerpo humano

en su parte material y fisiológica. A través de aparatos especiales y

sofisticados, conoce el funcionamiento de todos los órganos; sin embargo, por el hecho de haber considerado al individuo sólo como

materia animada y no relacionarlo con su parte espiritual, la ciencia

natural ha retrasado el conocimiento

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del hombre, no obstante que el cuerpo y el espíritu están ligados

hasta por el efecto del pensamiento, de tal manera que aquellos que

son negativos, influyen en los sistemas nervioso y glandular.

La actividad del pensamiento se transforma en química en acción cuando va cargado de emotividad; es suficiente un solo pensamiento de angustia, de odio, de cólera o de temor, para que los órganos de secreción interna, segreguen elementos nocivos al organismo. En cambio, los pensamientos que provienen de un deleite espiritual, actúan sobre cada fibra de la materia, y estas reacciones del espíritu no solamente son el tónico del alma, también el cuerpo se vigoriza con las sensaciones de plenitud que provienen de esa esencia.

Tal vez esta civilización se pierda en la misma forma en que desaparecieron las anteriores; quizá vendrán otras que sigan el mismo proceso: ser destruidas por el hombre mismo, ya que su afán

materialista lo lleva a la derrota por su desmedido deseo de posesión que lo hace alterar la ecología, con lo cual atenta inclusive contra él mismo; pero como es curioso y ambiciona más de lo que puede disfrutar, siempre vuelve a iniciar su búsqueda, y es seguro que conquistaría el espacio antes de conquistar su mundo interno. Todos estamos en esta gran aventura; la hemos vivido ya y continuaremos en ella hasta que un día podamos descubrir el Valor de los Valores en nuestra parte espiritual.

Antes de continuar, quiero advertirle que esto último lo voy a ampliar más adelante, para explicárselo con detenimiento, ahora voy a sintetizar en la siguiente frase lo que hemos estado tratando:

¡Hombre, conócete a ti mismo .. .! Estas sabias palabras se-guirán vigentes para las generaciones venideras.

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Desde la época lejana en que fue pronunciada esa frase que

encierra la sugerencia más sabia en tan sencillas palabras, se ha

descubierto lo increíble, y me conmueve apreciar la capacidad del

hombre a través de sus inventos; pero me siento defraudado por

reconocer que descubrirá lo inconcebible, antes de poder

descubrirse a sí mismo.

Al pronunciar lo anterior, se detuvo mi huésped para decirme en tono preocupado:

—Noto que su ánimo está alterado, y en parte me siento cul-

pable por contestar su pregunta tan rudamente; pero no pierda de

vista que cuando el hombre sacie su afán de conquista y posesión,

se volverá hacia sí mismo, para enfocar la curiosidad de conocerse,

y al descubrir sus valores, sabrá vivir con inteligencia.

Quise interrumpir a mi visitante para aclararle el motivo de mi

molestia, pero me indicó que le permitiera terminar:

—Lo invito a que reflexione —continuó—. El hombre actual

no conoce la edad de la humanidad, y Dios no está impaciente por su evolución, ni da muestras de cansancio por su tardanza. Para Él no existe el tiempo, ese tiempo que para nosotros vale tanto.

Al hombre, cada existencia que vive le va dejando enseñanzas;

nada se pierde en el orden establecido y en ese orden todos

evolucionamos sin resistirnos, por una razón: en La Tierra des-

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conocemos lo que es el más allá, porque al nacer olvidamos de

dónde venimos, y ese constante retornar a la vida terrenal va

marcando los ascensos de nuestro ser, que permiten a la

consciencia llevar el registro del nivel de evolución en que estamos,

como si fuera un libro de contabilidad con su debe y con su haber.

Aun cuando noto su impaciencia por rebatir lo que acabo de mencionarle, y a sabiendas de que usted no acepta lo de esas

sucesivas vidas, le pido un poco de paciencia. Estoy a punto de

entrar de lleno al tema, para tratarlo con la amplitud que requiere.

1.a ignorancia que tenemos de la forma en que opera la

consciencia, nos hace pasar inadvertido que los segundos de duda

que tenemos antes de actuar o decidir, son la advertencia que ella

hace cuando no interviene el ciego impulso pasional, el cual nos

impide prever en esa fracción de tiempo, las consecuencias que

tienen los actos o decisiones que se toman sin pensar con-

cienzudamente.

La duda momentánea que nos asalta antes de actuar, es el

paréntesis que nos evita cometer acciones que pueden ser

lamentables.

La gente que medita, tiene la posibilidad de no errar; en cambio, el individuo impulsivo que cree saberlo todo, resulta ser el

más ignorante e irresponsable de los seres humanos.

El sabio duda, en cambio, el ignorante decide con la falsa suficiencia que ha imprimido a su personalidad.

Esta situación es frecuente en los individuos que no dominan sus pasiones, y por lo mismo ellas los esclavizan al grado de quedar

sujetos a su imperioso dominio, por falta de amor a sí mismos.

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Creemos equivocadamente que amamos radica en procurarnos

placeres y comodidades que nos satisfagan. Pero amarse en verdad

es algo tan diferente, que inclusive demanda sacrificar la propia

personalidad, que está asociada a nuestra parte temperamental: ese

volcán que llevamos dentro dispuesto a estallar cuando menos lo

esperamos. Solamente la verdadera estimación y reverencia que tengamos por nuestro ser físico, podrá controlar las alteraciones

emotivas que lo dañan.

Amarse, es la actitud que califica al hombre de inteligente.

Si se ama, también se respeta, y este hecho por sí solo lo obliga a

resguardarse de las embestidas temperamentales, tanto ajenas como

propias, instintivas e inconscientes; por lo tanto, sólo amándose, el

ser humano no se endeudará con la implacable financiera que es la

vida; ella acumula los intereses de los errores que cometemos y los

cobra a su debido tiempo, a través de la Ley de Causa y Efecto.

En apariencia, la vida es para vivirse como buenamente se

pueda, y así continuará sucediendo hasta que aprendamos a vivir.

Ya hemos avanzado algo desde el comienzo de aquellos tiempos,

en que el hombre ni siquiera había descubierto que podía pensar y

menos que llegaría por medio de la palabra, a comunicar lo que

discurría su mente. El ser humano comenzó a emitir sonidos por

instinto ante una situación desesperada, y ahora en nuestros días,

hay quienes dominan varios idiomas.

Si tomamos en cuenta la diferencia que existe entre un pasado que se ha perdido en el tiempo y lo comparamos con este presente, apreciaremos que el hombre ha estado capacitado para integrarse al orden de la evolución, que impone el Plan Inteligente de la vida.

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Todo lo que ha cambiado desde que el hombre vivía en las

cuevas que encontraba, se debe a que ha ido evolucionando, tanto

en lo material, como en lo mental y espiritual, y esto queda de

manifiesto en la creatividad que ha desarrollado, por medio del

espíritu creador que mora en él.

Como el proceso de evolución es tan lento, si lo quisiéramos imaginar nos parecería que se requiere una eternidad y se nos hará imposible haber estado presentes en la vida cumpliendo dicho proceso.

Debemos tener presente que en nuestra época, hay muchos seres cuya evolución espiritual no ha sido iniciada todavía, pero sin embargo ya no viven en cavernas, sino en lujosas residencias. Su feroz egoísmo se asemeja al del hombre primitivo, porque todo su esfuerzo está encaminado al cruel materialismo, al igual que en los tiempos prehistóricos.

En aquella época, los hombres primitivos sólo vivían para a I

rapar a los animales con los que se alimentaban, no había otra cosa a qué dedicarse, pero ahora, los hombres primitivos de nuestra

época también se han adaptado a las condiciones actuales, y

aprovechando la explosión demográfica, han desatado el brutal

consumismo, con lo cual sólo viven para saciar su ambición. Pero

no por eso se deja sentir el gran desarrollo espiritual en una parte

de la humanidad, que se manifiesta en la inquietud de conocer la

verdad sobre la vida, sobre el hombre y sobro Dios.

Ahora el hombre quiere conocerse; ha hecho suya la frase que por siglos ha sido un misterio: hombre . . . conócete a ti mismo. Si ya lograron llegar hasta la Luna, las juventudes presienten que el ser humano es un ser superior, e indagan sobre ellos

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mismos, sobre la vida, y algo muy íntimo les hace sentir que si no incluyen a Dios en sus investigaciones, no resolverán su propia incógnita. Quieren saber de El, pero lo rechazan como un Ser que solamente es de castigo.

Las juventudes ya tienen otra idea de El; ahora perciben Su

poder inteligente, pero como aún les falta saber de qué fuente

proviene, siguen indagando, y en el momento en que comprueben

ellos mismos que el Poder de Dios y del hombre emana del Amor,

esas futuras juventudes ya sabrán vivir en la Tierra, y entonces se

encontrarán muchas cabañas, con hombres que por fin logran ser

felices con lo necesario y un poco más para los imprevistos, porque

ya no quieren saber nada del odioso materialismo que priva de la

libertad y de la paz interna.

He venido mencionando que una vida no es suficiente para aprender lo necesario, pero dejé pendiente el abordarlo, hasta que

ya pudiera explayarme sin tropezar con su resistencia. Esta

oposición es natural, por lo difícil que es aceptar aquello que nos

sobrecoge, como sería volver a recorrer nuevamente los caminos

que nos han sido penosos, o bien, si el recuerdo de nuestros

sufrimientos aún es tan vivo, nos horrorizará volver a experimentar

situaciones parecidas.

—Este es mi caso —interrumpí a mi huésped con premura—; el sólo imaginar que tengo que comenzar una nueva existencia, me provoca molestia y aun temor. Considero suficiente lo que me ha tocado padecer, y el tiempo que me falta para terminar mi existencia me parece eterno; por lo tanto, consideraría lo más injusto, que Dios me reservara otro suplicio semejante al que padecí en la triste experiencia que tuve en esta vida.

Estoy de acuerdo en que paguemos por nuestros errores, pero

regresar a padecer de nuevo, y sobre todo, sin tener memo-

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ría de los sucesos de nuestra vida anterior, es algo que está fuera de mi alcance comprender, y lo considero además absurdo e im-procedente precisamente por la indiferencia con que Dios con-templa nuestros sufrimientos.

-Es muy natural su reacción —admitió mi visitante—, yo pasé

por esas crisis, muy agudas por cierto, al no entender y menos

querer aceptar lo que decía mi libro, sobre el proceso de la

evolución de todo lo que vive. Tuve que vencer la aversión que me

producía el iniciar un nuevo ciclo de vida, en un tiempo futuro,

sobre todo por la clase de vida que estaba llevando en el penal.

También, como usted, deseaba que terminara mi existencia

miserable, pero como era necesario que comprobara lo que decía

mi libro, me di a la tarea de observar con detenimiento a mis compañeros de cautiverio, y fue palpable y convincente para mí,

que su conducta agresiva e inconsciente era producto de su ele-

mental grado de evolución, el cual empezaba en el materialismo

absoluto de satisfacer las necesidades de comer, dormir y procrear,

y en alguno que otro se advertía el inicio de un intento de comenzar

a despertar.

Si usted y yo, al igual que las mayorías, hemos sentido que Dios es injusto e indiferente a nuestras penas, es porque lo hemos humanizado en lugar de darnos cuenta que Su plan es perfecto, no es circunstancial, ni está sujeto a los imprevistos.

De Dios proviene lo que debe ser sin poder apelar, porque se tiene que cumplir el proceso de evolución, a través del cual el hombre aprende a vivir.

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Como para Dios lo más importante es la vida infinita, está

previsto en Su plan que todo evolucione, y el hombre lleva a cabo

este proceso, en la sucesión de tantas vidas como sean necesarias.

Así como Dios es el autor de la vida, así mismo Su plan está basado en la eternidad de ella. La vida principia en El, se esparce en el Universo y se vuelve a integrar de nuevo en El mismo, por medio de la evolución. Sin este Orden, la vida terminaría por extinguirse; así, la prueba del amor que el Creador siente por la vida, la manifiesta por medio de la superación que se va logrando en cada cosa y en cada ser. A mayor evolución del hombre, su concepto de la vida es más elevado, la ama y la sabe vivir; ya no vive como buenamente se pueda. Ésta es una de las formas en las que el hombre da testimonio de la semejanza que guarda con el

autor de la vida. El, como Creador de lo más grandioso que existe, manifiesta el amor que siente por Su obra en la evolución de todo lo que vive, y el hombre ama la vida en verdad, cuando comienza a evolucionar.

—Vamos a analizar mi caso en especial —continuó—; si yo no

hubiera reconocido que la Ley de Causa y Efecto se estaba cumpliendo por medio del veredicto que me condenó, me habría amargado al considerar injusto tener que pasar los mejores años privado de libertad y sometido al peor de los tratos que se le puede dar a un ser humano, motivo por el cual, el resentimiento acumulado habría aumentado mi maldad, mi egoísmo y el desprecio que sentía por la vida.

Afortunadamente pude comprender lo que dice mi libro sobre

esa inexorable Ley, y no sin mucho dolor me resigné a pagar las

consecuencias de mis actos. Fue así que en la medida en que

lograba superarme, tuve más aprecio y apego por la vida.

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Ahora me esfuerzo para que mis próximas estancias en la

Tierra sean menos penosas, al intentar hacer el bien, a cambio de

todo el mal que intencionalmente hice.

Mi caso es de los más fáciles de comprender, debido a que

partimos del antecedente de una vida licenciosa que va justificando

las penas subsecuentes, aun cuando en realidad pudieran provenir

de errores, que aún no se han saldado. En cambio, lo que

desconcierta, son los casos de vidas ejemplares que padecen

calamidades sin fin, como si la Voluntad Suprema quisiera ensañarse con un ser que en apariencia es inocente.

El hecho de no encontrar una razón válida que justifique las

penas que padecemos, provoca la confusión, sobre todo en aquéllos que no tienen nada que reprocharse, y por lo mismo se resisten a aceptar que están pagando por los errores de existencias pasadas. Esta desorientación se debe al desconocimiento que tenemos de la Ley de Causa y Efecto. Como ésta trasciende a las vidas sucesivas, por medio de ella se van liquidando los errores pasados, porque en el Orden que Dios tiene establecido, nadie va a sufrir o padecer algo que no se merezca.

Piense que éste puede ser su caso, ya que su descontrol pro-

viene de saber que cumplió con su deber en esta vida, pero usted no

sabe lo que hizo en las existencias anteriores. Ésta puede ser la

razón de lo que usted considera como injusticia de Dios. Medite en

el hecho de que tampoco entendemos que la superación de algunas

gentes se debe a las experiencias acumuladas en milenios. Estas

son las que les han dado el conocimiento, que no han recibido de

ningún maestro.

Ese tipo de sabiduría, es el ver con claridad lo que a otros

escapa. Es saber escuchar para aprender aun del más humilde, e

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inclusive del más ignorante de los hombres. Observando la ig-

norancia de los demás, también se amplían nuestros conocimientos.

Por otra parte, no obstante que el sabio entiende lo que es justo y

cabal, duda ante lo desconocido y lo analiza para evitar el error,

pero en caso de cometerlo, lo reconoce de inmediato sin culpar a

nadie. Es un universo lo que está en actividad en la facultad de la consciencia.

La tarea que me he impuesto, es tratar de convencer a los que

sufren para que no se amarguen por creer injustos los designios de Dios. Estos son perfectos, aun cuando no sean comprendidos, pero si confiamos en Su infalible justicia, no añadiremos las consecuencias nocivas que provoca el resentimiento; por el contrario, la comprensión nos identificará con los que sufren, y nuestras penas serán más leves en el intento que hagamos por ayudarlos.

No quisiera pasar por alto lo que usted señaló, respecto al inconveniente de no recordar las vidas anteriores. En la actualidad, esta búsqueda es motivo de interesantes y arduas investigaciones. Se dice que ya han logrado que algunas gentes las recuerden, pero

no creo que estadísticamente sean las suficientes para tomarlas como base científica, y suponer que cualquiera que se someta a una regresión, pueda tener evidencia de sus vidas pasadas.

Para el propósito de evolucionar con mayor rapidez, no creo que fuera de utilidad inmediata recordar vidas anteriores; lo más

seguro es que haríamos lo mismo que en la existencia actual; nos

armaríamos de argumentos o de excusas para no reconocer nuestros

errores, y por consiguiente no sacaríamos ninguna enseñanza de ellos.

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Por otra parte, debemos tomar en cuenta que en el corto tiempo

de una vida, no se alcanza a extirpar la vanidad, por lo que

tendríamos motivos para envanecemos del modesto avance que

hubiéramos logrado, y por lo mismo, el pequeño grado de

superación alcanzado, quedaría sin efecto.

Ahora, juzgue usted por sí mismo si el tener memoria de vidas pasadas sería benéfico para el hombre. Cada uno de nosotros nos sentimos superiores a los demás, al ufanarnos de la especial manera de ser que tenemos, en la cual están las características de lo que creemos ser; esto es lo que tiene que ir cambiando en el proceso de desarrollo. En cambio, espiritualmente nos estimamos en tan poco, que ni siquiera hacemos alusión a lo que en realidad somos como criaturas de consciencia, con la capacidad del libre albedrío para elegir entre el bien y el mal, la aptitud de ser inteligentes en lugar de astutos, tener el temple de la férrea voluntad, en lugar del ciego capricho, estimular la facultad de amar en lugar de apasionarnos.

Precisamente la clave de la superación radica en ir cambiando esas características de la personalidad, que algunas son heredadas,

y otras las imprimimos nosotros en esa fachada externa, por medio

de los hábitos, como ya lo dije.

Una cosa es lo que somos como criaturas espirituales, y otra lo

que creemos ser en nuestra personalidad tan cambiante e inestable.

No así —repito— en lo concerniente al espíritu, que en su esencia

es absoluto, y por lo mismo es firme e inmutable.

Mi forma muy particular de creer en el retorno a la vida en las

sucesivas existencias, radica en la manifestación evolutiva de lodo

lo que vive. Es un proceso que no debe tomarse como dogma, está

a la vista de todos en la transformación constante de la

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Naturaleza. En el reino vegetal las plantas son más variadas y hermosas en la medida en que interviene la mano del hombre, con las muchas técnicas y elementos con que cuenta en la actualidad, para lograr variedades superiores en hermosura y rendimiento, a las anteriores.

Asimismo, todos sabemos cómo el viento y los insectos in-

tercambian el polen de las flores, con lo cual se originan nuevos

tipos de plantas más hermosas y productivas.

También las especies de animales son susceptibles de supe-

rarse, ya sea por las cruzas que se llevan a cabo de acuerdo a sus características o cuando actúa el medio ambiente en el que viven, o bien, por medio de un proceso de selección para mejorar las razas; por otra parte el régimen alimenticio influye también, y así en unos

grupos se logra más belleza física, en otros mayor crecimiento, y en algunos más se aumenta su capacidad de producir.

No escapa a este proceso el reino mineral; también en las en-

trañas de la tierra, el tiempo, la presión de las capas geológicas, las

corrientes subterráneas y otros factores, transforman los elementos naturales ordinarios, en sustancias radioactivas; además

muchísimos compuestos se convierten por cristalización en be-

llísimas gemas, como por ejemplo, las variedades de corindón,

rubíes, esmeraldas y zafiros, así como el carbono se transforma en

diamante.

Entonces, si todo lo que vive evoluciona con el tiempo, ¿cómo es posible que el hombre se sustraiga a este desarrollo y en una sola vida concluya todo para él? Desde luego, su materia se transforma, pero el hombre es básicamente una consciencia que va despertando a través de sucesivas existencias.

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Ya dijimos en el inicio de nuestra charla, que todo lo que existe tiene consciencia; ésta se encuentra aun en las más ínfima partícula de energía, y como ella es conocimiento, tiene a su cargo el proceso de la evolución, para que cada una actúe en el orden y jerarquía que le corresponde. Para entender esto, es necesario tener presente que sin evolución la vida terminaría, en la misma forma que si no hubiera movimiento, no existiría la Creación.

Mi huésped pensó que me había convencido; su semblante

denotaba estar satisfecho, y seguramente ese estado anímico le hizo apetecer una taza de café, la que salió a preparar sin decirme nada.

Yo quedé meditando en lo que acababa de explicarme, y

ensimismado en mis reflexiones no me di cuenta que regresó a la

habitación, hasta que, solícito, me ofreció la humeante bebida y se

dispuso a continuar el diálogo. El estimulante líquido me

reconfortó a tal grado, que sentí como si el tiempo no hubiera

transcurrido, no obstante que ya empezaban a correr los primeros

minutos del nuevo día, después de haber sonado en el reloj las doce

campanadas.

Mi compañero dejó su taza para ponerle más leños a la chi-

menea antes de que se extinguieran las brasas, y al volver a su

asiento se acomodó en forma voluptuosa, para disfrutar del tibio ambiente originado por el crecer paulatino de las llamas.

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Aproveché su silencio para decirle que no me había conven-

cido, y él intrigado sólo acertó a interrogarme con la mirada; en-

tonces yo le expuse mis puntos de vista:

—Sus comentarios respecto al desarrollo que lleva la vida para que nada escape al proceso de la evolución, fueron convincentes; pero en el caso especial del hombre, y por el hecho de incluirme en la especie humana, no puedo creer que una estadía en la Tierra, no sea suficiente para aprender las lecciones que nos dejaron nuestros errores.

Estoy de acuerdo en que la supuesta sucesión de vidas no debe recordarse, a menos que el individuo estuviera tan superado, que pudiera llegar a aceptar con buen juicio que el ascenso logrado se

debe a la actividad espiritual desarrollada, y así no se desvanecería al creer que esa superación se debe a su personalidad; pero aun cuando esto mismo lo encuentre normal, me resisto a comenzar una nueva aventura; para mí eso es la vida, un juego de suerte, a unos les toca perder y a otros ganar, por eso nunca he aceptado la creencia de la reencarnación, y menos la regencia de la Ley del Karma.

Creí que mi acompañante disertaría sobre mis argumentos, pero

sólo me hizo una pregunta lacónica y concreta con su mi-rada

puesta directamente en mis ojos:

- ¿Cree usted que Dios es Eterno . . .?

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Su pregunta me desconcertó; no tenía ninguna relación con

lo que yo le acababa de decir, pero la forma de hacerla no me

permitió eludirla, y me vi. obligado a darle una respuesta concreta:

Así lo he creído siempre: El Fue, Es y Será en la eternidad; i-n cambio, nosotros estamos de paso. . . no somos nada. Meditó unos

segundos antes de contestarme; daba la impresión de buscar la

respuesta muy dentro de sí mismo. Después lo sentí ausente, como

si nada existiera en su derredor; pero de pronto, con una voz que era

extraña en él, se expresó:

-Si Dios es Eterno, nosotros lo somos en Él y en Su tiempo, y

como no surgimos de la nada, tampoco podemos disolvernos

en la nada, y menos aún pensar que somos nada. El hombre es.

parte del Cosmos, y estaría incompleto si faltara uno solo de los

que hhemos tenido el privilegio de formar parte del Plan de la

vida.

Ahora bien, como Dios es Eterno, la evolución es la prueba de Su inmortalidad, porque ese proceso es infinito. Por otra parle, si en

el Orden de la evolución nada se pierde, ¿cómo es posible que las

experiencias del hombre queden sin el efecto de la superación que

de ellas se obtiene? Por lo tanto, el hombre no puede diluirse en la

nada, después de haber formado parte de Su Creación, como ser

inteligente.

Aún más, si el Creador dispusiera la destrucción de todo lo que tiene forma en el Universo, la materia se transformaría en energía para integrarse, sin faltar uno solo de sus átomos, ni una sola de sus radiaciones, las cuales quedarían latentes para cuando el Ser Supremo determinara manifestar Su actividad nuevamente en el Cosmos.

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Las formas de la Creación pueden desaparecer al transformarse, pero no así Su esencia que es eterna, para los efectos de Su plan que es la Vida y de Su orden que es la Evolución.

Esta esencia contiene La Propia Inteligencia del Creador, Su

infalible voluntad y Su consciencia, las cuales operan en el Uni-

verso, para que en Su plan inteligente se creen los medios para la

vida; en Su orden se sucedan los ciclos por Su expresa voluntad,

para que se cumpla el proceso evolutivo.

La criatura humana es espectadora y participante del milagro de

la evolución. Ella, como actora, puede ser arrastrada por violentas

conmociones terrestres, si el Creador lo determina así para Su plan;

pero si se reconoce el hombre como un Yo espiritual, puede afrontar esas situaciones caóticas, derivadas de la Voluntad

Suprema, con la sabiduría de comprender que Dios es Eterno, y en

los cambios terrestres o del Universo estará siempre presente, para

cumplir con el plan de la vida, del cual el ser humano forma parte.

Comprendo que todo lo anterior no lo convenza. Pero recuerde

usted que se ha olvidado que el ser humano se distingue de las demás especies del reino animal, porque se transforma por evolución en criatura racional, y es cuando su esencia espiritual empieza a manifestarse en destellos de albedrío.

Ésta es la expresión genuina del espíritu creador en el hombre:

sentirse con el derecho de decidir y este gran privilegio es e! que lo

capacita para conscientizarse.

Ahora ya le puedo contestar que la reencarnación y la ley de

karma se derivan del mismo principio de evolución, pero no he

querido utilizar estos términos en la forma en que tratan es-

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te tema las filosofías orientales, las cuales podemos sentir exóticas

y ajenas; no así el contemplar y llevar a cabo la observación de la

Naturaleza, que en su actividad inteligente nos da la clave de la

vida misma.

Yo lo pude apreciar en lo poco que estaba a mi alcance en mi

retiro obligado, en el desarrollo espiritual de mis compañeros de

cautiverio, y logré quedar en paz conmigo mismo y dispuesto a acatar la ley, en la medida que mi esfuerzo me lo permitiera,

aceptando que todo lo que aconteció fue culpa mía, y sólo en mí

estaba la solución de mis problemas.

En el hombre es infinitamente más lenta la evolución que en todas las demás cosas y criaturas, y esto se debe sólo a la resistencia que pone para despojarse de su personalidad, la cual defiende con tanto ahínco, que termina su existencia luchando por no cambiarla.

Ésta es la mayor y más común obstinación del ser humano, y en esa empresa inútil emplea la mayor parte de su vida. Como no se

ama, no utiliza su inteligencia para ir modificando su tem-

peramento emotivo y pasional; su egoísmo, su falsa suficiencia y su

terquedad, que llegan a constituir la personalidad que tantos

sinsabores le ocasiona.

Desafortunadamente, lo que el hombre aprecia y estima de él,

es aquello que en realidad no es, porque se deja llevar por lo que

siente y cree ser. Como el halago de su vanidad es absorbente, lo

hace sentir pasión por su personalidad, y le impide identificarse con

su verdadero ser, su Yo Superior, el cual no tendría que defender ni

ostentar. . . Los valores espirituales brotan por ellos mismos.

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Page 173: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

Como ve usted, ésta es la causa de que la evolución del ser humano sea tan lenta, y lo es tanto, porque la personalidad persiste a través de las sucesivas existencias como la mala hierba que brota espontánea, y cuantas veces se arranque vuelve a crecer; de esta manera, la personalidad emotiva, egoísta y pasional retorna en muchas vidas, hasta que por evolución se va modificando, y al igual que un árbol que se desarrolla vigoroso ya no le pueden afectar las

malas yerbas que lo circundan.

Ahora voy a comentarle lo que me dio la clave de la evolución

del hombre. Cuando comprendí la afirmación que estaba en mi libro sobre la Eternidad de Dios, sentí que si Él es Eterno, nosotros

lo somos en Él y en Su tiempo.

Al llegar a este punto, le interrumpí para decirle:

—No carece de lógica su tesis. Si aceptamos que somos parte

del Ser Supremo y que Él es Eterno, no hay manera de sustraerse a

Su orden y a Su plan. Pero hay una cuestión que me gustaría que

me aclarara: si las mismas criaturas están retornando a la vida para

continuar su propio desarrollo, ¿cómo lo van a concluir todas las

que siguen y seguirán formando parte de la tremenda explosión

demográfica que contemplamos en nuestros días?

Al escuchar mi pregunta sonrió ligeramente y contestó:

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Page 174: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

—Todos los seres que existen se reproducen hasta el infinito, y

le repetiré que el Plan del Ser Supremo es la vida, y por lo tanto, Él

está en continua actividad en el proceso de la multiplicación, que es

la propia vida, y Su Creación se está realizando en todo el

Universo. En el planeta Tierra, podemos observar en la Naturaleza

el proceso en que se transforma todo, y en el Cosmos, lo advertimos en la formación de nuevas galaxias, llenas de millones

de soles, que a su vez se acompañan de infinito número de nuevos

planetas, con sus respectivos satélites.

El hecho de que la humanidad tenga que estar retornando en

sucesivos ciclos, y además siga reproduciéndose, no debe hacernos

pensar que tenga que llegar a un número determinado, para que

finalmente concluya esa sucesión de vidas.

Para reafirmar el principio del que parte todo, tenemos que tener presente que Dios es Eterno, y Su Espíritu Creador es Infinito, para dotar de Su esencia a cada uno de los seres que nacen, y tienen que integrarse a Su orden, justamente porque El Creador refrenda Su eternidad a través de Sus criaturas, que no cesan de multiplicarse.

Por otra parte, debemos considerar que son muchas más las que empiezan a vivir nuevos ciclos de vida, que las que ya terminaron

su misión, para volver a su original estancia en el Seno del Ser Supremo, de donde partieron un día para cumplir con la finalidad de la vida.

—Es lógico lo que usted afirma —le comenté a mi huésped—,

Dios como Creador Supremo y Eterno, no detiene la multiplica-

ción, porque Su plan es precisamente la vida; esa vida que se re-nueva con todo lo que nace y que hace patente Su Eternidad.

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Page 175: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

Ahora bien: desde ese punto de vista es difícil no aceptar que

quizá tengamos que volver a vivir tantas veces como sea necesario,

para cumplir con el deber de superarnos por nuestro propio

esfuerzo, y si nos resistimos, seguramente haremos más penosas

nuestras sucesivas existencias.

Para darme cuenta de cómo se aprecia este proceso le voy a pedir que me explique la forma en que se pueda considerar el comienzo de la superación del ser humano.

—Es muy complejo definir esa cuestión —me dijo mi invita-do—, pero trataré de darle algunas claves.

Cuando a un hombre le dejó de importar su personalidad, es

porque antes tuvo que desembarazarse del individualismo que le era tan natural y familiar. En él estaban, tanto sus características heredadas, como las que él imprimió a su forma de ser.

También es signo de superación, cuando observamos que un

hombre puede permanecer aislado, sin sentir la angustia de la

soledad que martiriza a los que no saben permanecer en un estado

de paz interna.

Asimismo, se puede considerar un signo de progreso, cuando

se ha logrado desterrar el egoísmo para dar paso a la bondad, y

curiosamente el resultado inmediato, es que la modestia desplaza a

la vanidad.

El ser humano da muestras de evolución, cuando logra el difícil arte de convivir entre los suyos, sin sentirse inadaptado e incomprendido.

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Page 176: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

El hecho de no tolerarnos, es sintomático de la falta de evo-

lución que provoca un desfallecer íntimo, por la carencia de

identificación espiritual, ese lenguaje que entendemos sin palabras,

simplemente con la mirada, ese latir de alas internas, cuando nos

identificamos entre sí. Por eso cuando el espíritu permanece en

estado latente, el hombre se siente perdido en su propio vacío interno, en el que encuentra una inmensa desolación, que le

provoca una rebeldía con sentimiento de odio contra la vida, y lo

hace renegar de los lazos de amistad o familiares.

Por desconocerse el ser humano, se pasa la vida vegetando, y se pierde el placer de vibrar a través de su capacidad creativa, la cual no tiene límite en la maravillosa expansión de su espiritualidad

ya sea en todas las ramas de la investigación, de la literatura, y en tantas y tantas formas en que se expresa el arte; como el convivir, también en la ciencia administrativa, la cual empieza en el orden en que funciona un hogar, así como en el que se implanta en la más grande de las empresas, pero sobre todo, la administración de los fondos públicos de cada nación requiere de la creatividad y buen juicio de los gobernantes.

Todas las actividades requieren del don creativo, aun las más

elementales se destacan cuando se realizan con el espíritu de

mejorarlas. Hasta el descanso demanda de capacidad creativa, para

no caer en el aburrimiento.

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Page 177: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

¿Y qué decir de la creatividad que se requiere para vencer las

fatalidades. . .? esos trances que demandan de toda la imaginación y

fortaleza espiritual, para salir airosos de las situaciones que en

apariencia no tienen solución.

Si el espíritu no está activo en las circunstancias más difíciles,

el hombre fracasará por la falta de creatividad, pero si su fortaleza

espiritual no lo abandona, las ideas salvadoras no le van a faltar, y

tendrá la satisfacción de superar las malas rachas. Aún más, agradecerá que éstas se le hayan presentado, porque le dieron la

oportunidad de conocer el placer de vencerlas, placer que supera a

todos los que pudieran existir.

Reflexione sobre esto: la inspiración nos eleva del pesado

materialismo, a la expansión espiritual que no tiene límite, en la

creatividad.

Desde el principio de los tiempos, el hombre ha sido motivo

de preocupación del propio hombre. Los filósofos de la antigüe

dad meditaron profundamente en la naturaleza humana, y no

obstante que la inquietud por conocerla no ha cesado, todavía

no logran coincidir en sus conclusiones.

Como no ha sido posible comprobar la existencia de los valores

espirituales, en la misma forma que se hace con la estructura ósea y

los componentes de la sangre, no se le ha dado el

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crédito que merece al potencial que tiene el ser humano en su

esencia espiritual. Por otra parte, no debemos olvidar que en los

intentos que han hecho la mayoría de los filósofos para profundizar

en el conocimiento del hombre, generalmente sólo han

incursionado en su parte mental, en sus reacciones emotivas, y en el

campo de sus pasiones.

De todo esto se ha extraído tanto lienzo para cortar, que es

increíble que al final con todos los recortes acumulados, no se haya podido armar nada definitivo, respecto del hombre. El mismo Sócrates dejó para la posteridad, la recomendación que aún sigue vigente: "Hombre... conócete a ti mismo", para que el individuo dejara de ser un laberinto mental, un volcán emotivo y un esclavo de sus pasiones. Así vio este gran filósofo al ser humano, mas pienso que no escapó a su gran penetración la realidad espiritual del hombre, pero. .. su tiempo se truncó, y los hombres siguen juzgándose a la ligera. Así se vieron todos entre sí, al contaminarse unos y otros de la misma apreciación, y el resultado es que el hombre no ha logrado conocerse.

Asimismo, los estudiosos que sí tomaron en cuenta la parte espiritual del ser humano dentro de la mística religiosa, la

definieron como algo perteneciente a la Divinidad, y señalaron que

para alcanzarla, había que renunciar a todo lo material; inclusive,

según ellos, era necesario mortificar el cuerpo para someter sus

instintos. Grave error cometieron. De ninguna manera puede

subestimarse el cuerpo humano; sus requerimientos son tan im-

periosos, que deben atenderse con sobriedad, para evitar el desmán

que provoca la represión o abstención de cualquiera de sus

necesidades naturales.

El organismo debe ser tratado con reverencia. Esta obra per-

fecta requiere ser protegida de las agresiones emotivas que la da-

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flan, y solamente a través del amor y el respeto que llegue a sentir el hombre por sí mismo, podrá mantener el equilibrio entre su parte material, mental y la actividad espiritual, consistente en que el hombre vaya descubriendo que en la esencia de su espíritu, se fusiona en un todo el amor, la consciencia, la voluntad, la inteligencia, así como la capacidad de pensar y el libre albedrío.

He ahí el misterio que ha estado a la vista y al alcance de todos;

la única realidad que ha existido, que permanece y perdurará en esa

esencia intangible que irradia amor, proyecta inteligencia, voluntad

y consciencia. . . éste es el hombre. . . ésta es su realidad.

Hizo mi huésped una pausa para darme tiempo a reflexionar, y

en tanto reanimaba las brasas continuó:

Cuando el ser humano descubrió que podía pensar, lo primero que hizo fue investigar quién era él; pero como esto le resultó muy difícil, prefirió ocuparse de los demás; esta tarea fue mucho más sencilla, y por ver la paja en el ojo ajeno, no apreció la viga que tenía en el propio, pero algo peor vino a su-cederle: enfocó su curiosidad a la manera de actuar de los demás y también a la suya, por ser lo que a simple vista se capta de la doble o múltiple personalidad, que cada uno cuidamos de aparentar. Curiosa

empresa la anterior, en la que todos desperdicia-

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Page 180: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

mos un tiempo precioso, un esfuerzo que es innecesario y un

ingenio que podríamos aplicar a cosas más útiles.

El hecho de no definir cuáles son las facultades del espíritu y

su forma de operar, así como el no deslindar y clasificar las

reacciones emotivas del hombre, ha sido la causa de confundir al

amor con la pasión, a la inteligencia con el acervo intelectual el

talento o el ingenio; a la voluntad con el ciego capricho, a la

consciencia con un juez acusador o con la imaginación, y al albedrío con los actos arbitrarios, cuando es todo lo opuesto.

Ejercer el albedrío es una decisión responsable que requiere de

inteligencia.

Por otra parte, la preocupación que ha tenido el ser humano en

aparentar lo mejor de sí mismo, le ha impedido ser lo que en realidad es. El hombre tiene como patrimonio legítimo lo que trata de representar. Si se ostenta bondadoso para que lo juzguen humanitario, puede serlo en forma auténtica si descubre que está

investido de la capacidad de amar, para tener indulgencia con los demás; también si quiere presumir de inteligente para hacerse notar, no caerá en la falsedad si demuestra su inteligencia al actuar con prudencia y equidad. De igual manera es fácil demostrar sin fingimientos o teorías nuestra férrea voluntad, cuando resolvemos los problemas con firmeza y sin temor; así como es inútil presumir de responsables, si somos desaprensivos y por lo mismo inconscientes.

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Page 181: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

Al terminar de hablar el que ya podía considerar mi amigo,

salió de la habitación, y por fortuna no alcanzó a darse cuenta del

abatimiento que sentí, al reconsiderar lo confundidos que vivimos.

Es desalentador saber que el desconocimiento que tenemos de

nosotros mismos, supera al que podemos tener del resto del mundo, y es lamentable que de esa ignorancia partan nuestras equivocaciones, al navegar a ciegas en el inmenso mar de la vida, no obstante que somos seres inteligentes los que estamos poblando este Planeta.

Por fortuna cuando regresó mi visitante, la taza de café que

dejó en mis manos, fue el pretexto para no verlo de frente, y en

silencio lo bebimos como si no quisiéramos que se terminara. Po-

siblemente él sentía desconfianza por no haberme convencido, y yo

callé ante la evidencia de mi culpa, por haber procedido tan

torpemente, ante la primera situación difícil que enfrenté.

Como no era correcto prolongar el silencio, me dirigí a mi

huésped:

-Fueron muchos los errores que pude evitar, con el sólo hecho de visualizar las múltiples formas que existen para resolver un

grave problema, pero en cambio caí en la falsa suposición de la

impotencia de hacerlo. Ahora me doy cuenta que hasta es preferible

recurrir a un cambio total de vida, si esto nos aleja del peligro que

nos amenaza. Como usted ha dicho, las posibilidades que tenemos

son infinitas en tanto hay vida, pero al acobardarnos,

agigantamos los problemas y nosotros nos reducimos al tamaño

de un enano. Con todas mis reflexiones, no tengo argumento para

rebatir su creencia sobre el proceso de la evolución del hombre, por

medio de las sucesivas vidas.

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Tengo que aceptar que la vida es la escuela en donde apren-demos las lecciones con dolor, a través de la experiencia. Sus en-señanzas me han hecho recapacitar, pero aún más: las he sentido en carne viva, al reconocer que en ese encuentro que tenemos con nosotros mismos, no quedan dudas; éstas desaparecen cuando nos damos cuenta de que somos seres capacitados para saber vivir. Ninguna situación por difícil que sea, será superior a nuestras

fuerzas y capacidades para afrontarla y resolverla, y créame, es muy doloroso para mí reconocerlo, pero no puedo menos que ser verídico conmigo mismo y con usted, que se ha tomado el trabajo de orientarme en algo que hubiera sido muy valioso antes de mi tragedia.

Con lo que usted me ha explicado, ahora entiendo la forma en

que nos confunde el poder de Dios, y lo fácil que nos resulta

culparlo.

En ningún momento me consideré responsable de haberme

quedado solo en la cabaña cuando murió mi esposa. Yo era el único que podía infundirle fortaleza, y sin embargo me desentendí

de ella para refugiarme en mi dolor egoísta.

Hace tiempo que he rehuido todo tipo de conversaciones, por sentir indiferencia hacia lo que sucede en el mundo, al grado de que ya no me importaba ni lo más catastrófico o lo más ma-ravilloso que pudiera acontecer; pero quiero enterarlo, que su

plática ha sido muy provechosa, aun cuando en un principio solamente logró desorientarme, lo cual me exasperó; pero al fin usted logró alejar mi abulia, despertando en mí el deseo de re-batirlo, para entablar la discusión que es estimulante y provechosa en el diálogo.

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Page 183: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

Aun sin entenderlo del todo, he comprendido que estos temas

no deben someterse a debate sin antes meditar profundamente en

ellos. Para llegar a alguna conclusión sobre su fondo, quizás se

requiera tanto tiempo que pueden pasar meses y aún años; también

existe la posibilidad de que alguien los comprenda de inmediato y

los haga propios.

Al terminar de hablar, mi visitante me vio a los ojos, y en los

suyos aprecié aquella serenidad que me impresionó cuando tocó a

la puerta de mi cabaña; ahora ya sabía cuál era la causa de esa

tranquilidad que no sólo llevaba él en su interior, sino que trasmitía

a los demás, despertando una seguridad tan especial con su

presencia y su charla, que me sentí capaz de afrontar la vida

nuevamente.

—Quiero que se dé cuenta —me interrumpió amablemente—, que yo no le he enseñado nada. Usted ha ido descubriendo el cúmulo de conocimientos que lleva en sí mismo, para situarse en la vida. Ella retribuye con creces al que reconoce sus equivocaciones, cuando éstas nos invaden de amargura, desaliento o rebeldía. Los errores no son causas perdidas, si son aceptados como lecciones.

A este fuego que nos reconforta sí debemos agradecerle su contribución; su calor es sensación amable que relaja nuestros

músculos. Las llamas con su continuo movimiento nos subyugan,

invadiéndonos de paz; su luz no deslumbra ni cansa nuestros ojos,

y todo ese conjunto creó el ambiente de quietud que propició el

desarrollo de nuestra conversación.

Ahora que hemos hablado ampliamente de la consciencia,

como la facultad grandiosa que le da al hombre el conocimiento,

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Page 184: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

tal vez acepte usted que ella nos permite- ver a Dios de frente sin confundir Su poder, cuando comprendemos que hemos vivido desorientados.

AI empezar nuestra charla, también le dije que vamos por la vida creyendo en un Dios que no sentimos y no sabemos dónde encontrar; ahora ya puedo sintetizarle lo siguiente: la consciencia es el sitio en que el Creador permanece en nuestro ser, y en ella es en

donde lo podemos encontrar.

Vamos a comparar a la consciencia con la corte de un justo y

poderoso monarca. Los miembros de su corte no se alejan de él,

porque pierden su protección, y no gozarían de privilegios; por lo tanto, en la consciencia y en la corte, se obtienen tanto los favores

de Dios, como de un rey.

—Ahora veo con claridad —le dije al caminante cuando ter-

minó de hablar—, que definitivamente todo en la vida es cons-

ciencia. Consciencia de ser lo que somos, consciencia de saber

vivir, y como ella es el camino para alcanzar la culminación de la

inteligencia por medio del amor, le ruego me explique en qué

radica el poder que le atribuye a éste, para lograr la máxima ma-

nifestación del espíritu.

—Me halaga —me contestó—, que se interese por lo que no

haya comprendido del todo, pero si hace memoria recordará que ya

hablé de esto. Como seguramente no lo expliqué con suficiente

claridad, voy a ser muy concreto en esta ocasión.

Si el amor logra atraer a la inteligencia, es porque él activa a la

voluntad y despierta a la consciencia. La voluntad no deja que decaiga el hombre en la tarea de escalar sus niveles superiores, y una vez en las alturas de esta facultad, el amor atrae a la

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inteligencia, en el instante en que logra su expansión al despertarla , con esa energía que solamente él posee, por estar constituido de las propias características de las facultades del espíritu es decir: en el amor hay consciencia, hay voluntad e inteligencia. Lis así como el amor es energía inteligente por sí mismo, debido a la fuente de la que procede. . . Dios.

—Con la explicación que usted me ha dado —le dije—, he

comprendido que el Creador dotó al hombre de la capacidad de

amar, para que pueda ser usuario de Su propia inteligencia, cuando

está libre de egoísmo, de rencor, de envidia, avaricia o vanidad.

Recuerdo que usted mencionó que estas características son las que

le impiden al hombre ser inteligente.

He venido observando que usted asocia continuamente a la

armonía con el amor, pero también quisiera saber si en él hay

distintos grados.

—La primera parte de su pregunta —me volvió a responder—, puedo explicarla de la siguiente manera: la armonía es la causa y el amor es el efecto, y en esa secuencia no hay diferentes grados, pero sí una condición: estar en armonía para que fluya el amor. Ahora bien, en la que sí existen diversos grados es en la pasión.

Quizás por falta de sensibilidad, de experiencia o de conoci-

miento, no percibimos la enorme diferencia que existe entre el amor

y la pasión, y fluctuamos entre ambos sobre la cuerda floja, sin

darnos cuenta en qué momento dejamos de sostenernos en el

equilibrio inteligente del amor, y caemos en cualquiera de los

niveles de la pasión.

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No obstante que confundimos el amor con la pasión como lo he

venido mencionando, podemos encontrar la diferencia que existe

entre ellos, si reconocemos que el amor potencialmente es

inteligencia; en cambio, las reacciones pasionales son producto de!

estado de ánimo en que se encuentra un individuo, o bien, de sus

niveles elementales.

No es lo mismo lo que fluye de la paz interna, en la que hay

serenidad, que aquello que proviene de un estado emotivo que

generalmente es pasional; por eso la consecuencia de la armonía. ..

es el amor, y lo que emana de él, es sabiduría.

Al terminar, se levantó mi huésped y yo me quedé contem-

plando las llamas; ese danzar que nos subyuga como si quedáramos

hipnotizados, al grado que no sentí el tiempo que transcurrió, hasta

que solícito me ofreció a su regreso un plato con algunos bocadillos

que preparó. La naturalidad con que lo hizo me fue grata; era señal

de que tenía confianza para manejarse en la cabaña como si fuera

su casa, y al terminar de comerlos elogié tanto la buena idea que

tuvo, como el delicioso sazón con que fueron preparados. Sin esperar a que terminara de acomodar los leños para avivar el fuego

de la chimenea, le comenté;

-Ahora entiendo su indignación, cuando escucha que llaman inteligente, a cualquier acto de astucia o de ingenio. Conociendo

usted todo el proceso que se requiere para que esa facultad se exprese, es natural que le moleste la forma en que la con-funden.

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Viene a mi memoria una conversación, en la que se mencio-

naba que si el hombre utilizara su inteligencia para el bien, tan

frecuentemente como la aplica para el mal, el mundo sería distinto.

Quienes lo decían, daban por hecho que esta facultad es aplicable

por igual tanto a los actos malévolos como a los grandiosos.

¡Qué lejos estaba yo en esa ocasión, de saber que alguna vez podría poner en entredicho esa idea! Ahora veo con claridad, el

porqué no es lo mismo acariciar un proyecto con amor, que elaborar

un plan con astucia; está claro que el segundo, se lleva a cabo en un

estado pasional.

Estoy convencido que con amor se logra lo inimaginable, por la

capacidad que él tiene para elevamos a los más altos niveles

espirituales, pero lamento no haber sabido que el amor, eso que

mencionamos tan a la ligera, es la clave para descubrir que somos

seres inteligentes.

Si aceptáramos sin vanidad que somos inteligentes, lo de-

mostraríamos aun en las múltiples y pequeñas cosas de la vida, para darle verdadero sentido a la existencia.

Por otra parte, si el hombre cultivara la tierra con amor, así como si protegiera las especies de animales de una manera inte-ligente, sería en verdad el amo de todo lo que existe en el mundo, y éste sería el paraíso prometido, en el que nadie carecería de lo necesario, porque sabrían hacer producir a la generosa tierra.

También en nombre del amor cometemos muchos errores; uno

de ellos es la sobreprotección a nuestros seres queridos. El

apasionarnos de ellos nos impide guiarlos con sabiduría. Cono-

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ciendo que el amor potencialmente es inteligencia, sabremos si es

amor lo que sentimos, o es la pasión lo que nos ciega e impide ver a

los nuestros tal como son.

lis importante conocer que el amor tiene su morada en la

consciencia, porque solamente así aceptaremos que no es ciego,

como siempre se ha creído; es más, siendo energía inteligente

puede expresarse en forma benevolente o con severidad si el caso

lo requiere.

Su explicación sobre el amor y la inteligencia me reveló el poder de Dios en Su creación y las posibilidades del hombre cuando descubre que es una criatura inteligente, porque tiene la capacidad de amar; ahora comprendo por qué Cristo exhortaba a los hombres a que amaran a sus semejantes. El sabía en verdad, que el amor es la clave para vivir en armonía. . . la fórmula inteligente de vivir.

Cuando yo le hablaba veía las llamas directamente, ya que

éstas, en cierto modo, estimulaban mis ideas. Sin embargo, en esta

ocasión quise observar el impacto que mis palabras causaban en mi

huésped, y me volví para verlo a los ojos; tenía cierto temor de no

recibir su aprobación, pero me sorprendí al descubrir en su mirada,

el placer interno del que se siente satisfecho.

Olvidando su mesurada manera de ser, me dijo con entusiasmo:

Nunca como ahora, he tenido la oportunidad de comprobar

que el hombre lleva en sí mismo el conocimiento; si tratáramos de

verificar esto, nos sorprendería el caudal de información que

podemos extraer de nuestro ser interno.

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La forma en que captó mi mensaje, ha superado lo que yo le

expliqué, debido a que estimuló el conocimiento innato que reside

en su interior, y sólo necesitaba exteriorizarlo.

Ahora ya nada lo detendrá; si acepta sin vanidad que usted es

un ser inteligente, su capacidad espiritual no tendrá límite.

Sus palabras me halagaron, pero al mismo tiempo me hicieron sentir extraño. Yo nunca me había interesado en estas cuestiones;

inclusive, mi escepticismo llegó hasta el grado de no negar la existencia de Dios, sólo por condescender con la opinión general,

debido a que nunca me sentí capaz de poder defender mis puntos de

vista sobre Su existencia, y en este momento, relaciono al Creador

con la vida y conmigo, al aceptar que soy un ser inteligente porque

procedo de Él.

Qué absurdo me hubiese parecido esto mismo el día de ayer; inclusive, unos minutos antes de ahora, cuando aún no había captado la relación que existe entre Dios y el hombre, y menos la proyección que tiene la inteligencia a través del amor.

En tanto reflexionaba, se hizo un silencio que me vi obligado a

romper. No era propio quedarme callado después de haber sido

objeto de un elogio tan especial; por lo tanto, tomé la palabra:

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—El mérito no es mío; la forma minuciosa y reiterativa en que

usted explica la manera en que operan nuestras facultades

superiores, no dejan duda de la capacidad que tenemos como seres

espirituales.

El hecho de aceptar que soy inteligente me obliga a demos-

trarlo, y esto es lo trascendente. De nuevo siento el estímulo que

me impulsa a tener amor por la vida. Necesito hacer algo positivo para mí mismo y para los demás. Qué gran paso se dará cuando el

hombre se armonice con el hombre, con el Creador y con la vida,

para comprobar que es un ser inteligente.

Debido a la ignorancia que prevalece acerca de nosotros mis-

mos, si cualquier persona dijese sin más ni más: "yo soy inteli-

gente", provocaría no sólo la suspicacia sino hasta la burla de

quienes lo escucharan.

El desconocimiento de la realidad humana, hace que una afirmación tan genuina, inclusive la que más relaciona al hombre con el Creador, sea motivo de burla.

En la misma forma, si alguien se atreviera a decir en público,

"yo soy amor" sería tomado en broma; pero.. . ¿qué somos que no

sea amor? Cuando éste se manifiesta, corre por nuestras venas

inundándonos de plenitud, al convertirse en intermediario entre la

materia, la mente y el espíritu.

Ahora siento una gran pena por haber ignorado lo que repre-senta para el género humano este conocimiento. Quisiera que en alguna forma supieran las mayorías, que en ellas mismas está la clave para hacer funcionar el mecanismo de la inteligencia, a través del amor que sientan por todo lo que hagan. Lo importante es experimentarlo en la práctica y no suponer que es sim-

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plemente teoría. Debemos comprobar que somos criaturas inte-

ligentes, cuando el amor nos impulsa porque actuamos de manera

justa y cabal.

Mi huésped escuchó con especial atención mis palabras, y al

hacer yo una pausa, él continuó:

—En la exploración y conquista de los vastos dominios de la

consciencia, llegará el hombre a conocerse a sí mismo, y a com-

prender a los demás; podrá entender también su analogía con la

Creación, para armonizarse en Su orden, y comprobará que la ley

de la vida es el amor, por el poder que éste tiene para despertar la

consciencia.

Hoy por hoy, lo han corroborado los que practican la actividad

espiritual, al haber logrado vivir con sabiduría, así como algunos

han hecho grandes avances y descubrimientos.

Por ahora, las mayorías estamos situadas en los niveles ele-

mentales de la consciencia, y la forma de apresurar nuestra supe-ración, sería aceptar que también somos poseedores de la misma

inteligencia de los que han destacado porque creyeron en sí mis-

mos.

•Mientras mi huésped se levantaba para poner más leños en el

hogar de la chimenea, me fui tan lejos con mis pensamientos

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que aun las llamas desaparecieron de mi vista. Me remonté a las

regiones donde solemos recrearnos con las ilusiones que anhelamos

se conviertan en realidad. Fue allí que sentí la urgencia de volver a

empezar a vivir; particularmente ahora que he conocido muchas

cosas que antes ignoraba, y por la verdad que ellas encierran.

Además las puse imaginariamente en acción, y me sentí capaz de lo increíble ante el íntimo rechazo de volver a caer en el abatimiento

en que he vivido. . . pero al regresar de mi introspección,

nuevamente siento la inseguridad para enfrentarme a la vida, como

si tuviera que luchar contra adversarios invisibles que se interponen

para impedirme alcanzar ese maravilloso horizonte que antes

entreví despejado.

La paz que el caminante me trasmitió fue pasajera; su sereni-dad me contagió momentáneamente, pero al tratar de medir mis fuerzas, otra vez me siento tan desvalido que no escapa a su aten-ción la lucha interna que sostengo; me interroga con la mirada al extrañarle mi cambio de ánimo, pero yo de inmediato le hago saber mi gran necesidad de lograr la paz interna por mí mismo.

Tengo miedo —dije—, de que al estar a solas, pueda desa-

parecer el incipiente optimismo que tuve en algunos momentos

cuando su charla me alentó.

-No debe temer —me contestó—; su deseo se realizará cuando

logre usted el acto más trascendental de su vida: ¡Perdonar a Dios!

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Nuevamente me alteró al oírle mencionar esta sentencia irre-

verente, que recomienda como si fuera un mandamiento, y le digo:

—Le aseguro que sin haberme ocupado antes de analizar a la consciencia, al hablarme usted de ella comprendí su alcance, su dimensión y trascendencia. También mi imaginación y mi razón se saturaron de la importancia de ésta como fuente de todo co-nocimiento, pero lo que no alcanzo a entender, es el por qué yo tenga que ¡Perdonar a Dios!

Me siento insignificante e indigno para atreverme siquiera a

imaginar tal desatino. Por lo tanto, le ruego me explique este asunto

tan descabellado, y créame que viniendo de usted me extraña,

porque todo lo que me ha dicho hasta este momento ha tenido un

valor inestimable para mí; seguramente por eso es que al insistir en

que debemos Perdonar a Dios, me desorienta, por considerarlo

fuera de lo razonable.

Con una ligera sonrisa me contestó:

—Esto requiere que nos ocupemos del tema en forma muy

especial; así lo dispuse de antemano. Ya no me explayaré más en otras disertaciones.

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En mi libro se encuentra una anécdota concebida por el autor,

que narra un clamor de toda la humanidad para unirse con el

propósito de perdonar a Dios-, Ahí se describe cómo el Ser

Supremo acudió al llamado y habló en un idioma que todos en-

tendieron, para explicarles la forma en que podían perdonarlo.

También Él puso de manifiesto Su complacencia por alcanzar el perdón de Sus hijos. Como me sería difícil transcribir esta anécdota

con mis propias palabras, prefiero leerla directamente del libro,

para que no se me escape ningún detalle, y usted pueda apreciar la

intención que tuvo su autor al escribirla.

De esta fábula que tiene un gran contenido de verdad, yo he

obtenido grandes enseñanzas, y aun cuando parte de estos cono-

cimientos ya se los expuse, no está de más volverlos a oír, expre-

sados en forma más elocuente.

Se levantó para traer el libro que había dejado junto a su hacha,

y después de hojearlo por un momento, encontró el pasaje que

buscaba. Se recargó en la cómoda butaca, y comenzó a leer pausadamente:

"Un día, una voz se elevó por encima de todos los

sonidos de la Tierra y como si dictara una sentencia, dijo:

"Urge realizar un movimiento de toda la humanidad

para tomar el acuerdo de perdonar a Dios por los sufri- 194

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mientos que nos ocasiona Su voluntad. De inmediato fue

pasando esta frase de boca en boca: Debemos perdonar a

Dios. . . Debemos perdonar a Dios. . . Y su eco resonó por

encima de las montañas hasta llegar a los valles, a los de-

siertos, a los océanos, y se extendió por toda la Tierra en un

murmullo que se hizo general.

"Cuando todos estuvieron enterados, se volvió a oír la

voz que decía con vibrante entonación:

"¡Quiero escuchar la decisión que habéis tomado!

"Nuevamente se volvió a escuchar el rumor, pero en esta

ocasión fue más fuerte y decidido: ¡Debemos perdonar a

Dios.. .! ¡Debemos perdonar a Dios.. .!

"Cuando el clamor fue general, se alzó la misma voz aún más potente, pero a la vez con humildad y reverencia, se dirigió a Dios con estas palabras:

"Señor, la humanidad no ha perdido la razón; por pri-

mera vez en su historia está unida, con el propósito de otor-

garte el perdón. Nunca antes había ocurrido el milagro de ver

a la humanidad reunida, para realizar un acto en el que cifra

la esperanza de un cambio para su vida. El hombre ya no

puede seguir existiendo con tanta resignación, y musitando

una frase que se ha hecho universal cuando es abatido por

sus penas: ¡Es la voluntad de Dios...!

"Ha llegado el momento de buscar una solución a este

caos en que vivimos y sólo Tú, Señor, la puedes encontrar. En

esta ocasión estamos reunidos todos los seres de la Tie-

195

Page 196: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

196

rra, con la esperanza de que al perdonarte, cambie Tu vo-

luntad. Señor. También en los trances más amargos por los

que pasamos, sale de nuestros labios una pregunta a la que

nunca, hasta hoy, has dado respuesta: ¿Por qué. Señor. . .

Por qué. . . ? Estas palabras son estallidos de nuestras almas

atormentadas, cuando sentimos que el pecho se nos rompe de dolor en mil pedazos. La inmensa mayoría las pronunciamos

sin resentimientos, pero sí con mucho pesar. No te niego que

haya excepciones, y por fortuna muy pocos claman contra Tus

designios renegando de Tu justicia, al sufrir una pérdida

irreparable o un revés de fortuna. Otros alardean de vivir

felices sin creer en Tu existencia, pero cuando la adversidad

los abate, aun cuando apenas ayer te hayan negado, al estar

a solas, sin testigos de su insuficiencia, ellos también te

preguntan: ¿Por qué. Señor. . . Por qué.. ,? Y cuando van

quedando atrás las crisis de sus pesares, las heridas que no

cicatrizaron los hacen decir resignados: ¡Fue la voluntad de

Dios. . . ! Así es como recorremos el camino de la vida, sufriendo por Tu voluntad. Señor.

"En este momento no falta nadie para otorgarte el per-dón. Están aquí los creyentes y los que un día te negaron,

porque a todos alcanza Tu voluntad, y cada ser alienta la esperanza de un cambio para beneficio del hombre. Además, te rogamos nos ilustres con Tu propia voz, sobre los planes que tienes para los que poblamos este Planeta.

"Calló la voz que llevaba la representación de la huma-nidad para dirigirse a Dios, y se hizo el silencio; un silencio palpitante de expectación y de anhelos. Los pájaros ya no levantaron el vuelo; los animales en el campo dejaron de pastar; los roedores no movieron las mandíbulas, y las fie-

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ras suspendieron la búsqueda de su alimento. En general cesó

la actividad en la tierra, en el aire y en el mar; sólo se

percibían las vibraciones del ambiente.

La humanidad se postró con reverencia al sentir que algo

iba a suceder; desterró todos sus pensamientos; sus nervios

quedaron tensos y sus sentidos atentos; ya nada podía

distraer a la gran familia humana, ni siquiera la actividad de los insectos; ellos también habían suspendido sus

movimientos. El viento se armonizó en todas las latitudes,

para que las aguas de los océanos, de los lagos y de los ríos

no se agitaran, y las hojas de los árboles permanecieron en

calma. El calor del Sol se unificó templando el aire con

agradable tibieza, y por primera vez reinó una quietud ab-

soluta, no obstante que la vida palpitaba.

"De pronto, una voz que no era humana se dejó oír, y todos se estremecieron al entenderla como si hablara en el propio idioma de cada quien. Los diferentes lenguajes no importaron, ni sus ideologías, ni los grados de instrucción. Lo mismo comprendía el sabio que el ignorante, el pobre que el rico, y hasta los que estaban privados de la facultad de oír la escucharon, así como los que habían perdido la razón la recobraron y entendieron lo que decía el Creador.

"Ha llegado hasta Mí el clamor de la humanidad, que se

ha unido con el propósito de otorgarme el perdón, para que ya no se haga más Mi voluntad en sus pesares.

"No abrigo la esperanza de alcanzarlo, pero de cierto les

digo: el perdón forma parte del primer artículo de Mi ley. Por

esta única vez voy a expresarme en los términos

107

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198 sencillos y comunes que acostumbran ustedes en la Tierra, para que antes de aspirar a perdonarme, conozcan Mi plan. Mi orden y Mi ley.

"De la armonía en que opera Mi inteligencia. Mi volun-tad y Mi consciencia, fluye Mi propio amor como energía inteligente con voluntad y consciencia. Eso es el amor: energía que mantiene en evolución el Cosmos, y en activi-dad al espíritu Creador.

"Mi plan es la vida; ella se está manifestando en la infi-nita multiplicación de las cosas y criaturas que nacen para evolucionar, dentro del orden que tengo establecido en la Consciencia Cósmica.

"La consciencia imparte el conocimiento por Mi expre-sa voluntad, a cada una de las partículas de energía que es-tán conformando los reinos de la Naturaleza, los planetas, los soles y las galaxias, así como las criaturas humanas ob-tienen el conocimiento, cuando ejercitan la actividad del espíritu.

"En el amor establecí el vínculo con los seres humanos para que acaten Mi ley, cuando logran sentir amor por sí mismos y por la vida que les di.

"Solamente con amor, podrá el hombre participar de Mi propia voluntad e inteligencia, para que puedan dar testimonio de la semejanza que guardan con su Creador.

"Si al hombre le di albedrío, es para que se eleve al nivel espiritual, y en él afronte los complejos problemas,

Page 199: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

que no podrá resolver en los planos materialistas. Es por

medio de la actividad del espíritu que se encuentran las

acertadas soluciones . . . con voluntad y consciencia . . . con

amor e inteligencia.

"La elevación espiritual capacita al hombre, para in-

cursionar en las ilimitadas regiones del Conocimiento Uni-versal, y cuando logren penetrar en su amplitud, ya no per-

manecerán más en la estrechez. Se darán cuenta que de la

limitación proviene el atrofiamiento de las sutiles percep-

ciones, que les impide trascender a la realidad inteligente de

la que forman parte.

"A estos dominios han penetrado los hombres que ustedes

llaman científicos o investigadores, y desentrañaron una

mínima parte del misterio inteligente del Cosmos, por medio

de la inspiración, consecuencia de la actividad espiritual en

que se han mantenido los buscadores de lo desconocido, y por

este medio descubrieron que la Tierra gira alrededor del Sol, también conocen ya la forma en que pueden desintegrar el

átomo para liberar su energía, así como vencieron los

obstáculos para poder viajar más allá de la gravedad

terrestre.

"Los estudiosos de la Filosofía, de las Ciencias Exactas,

así como de las Ciencias Naturales, no han podido llegar a un conocimiento integral del hombre, debido a que sus fuentes de información los limita dentro de cada especialidad a tal grado, que les pasa inadvertido lo más grandioso del ser humano, el espíritu: la esencia de la que emana el amor, ¡a

inteligencia, la voluntad y la consciencia.

199

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200

Hizo mi huésped una pausa para descansar, pero fue tan breve

que interrumpió mi reflexión, cuando lo oí decir:

"Vuelvo a repetir: Mi plan es la vida y se rige dentro de

una ley que establece como norma, el bien para todos sin

ninguna distinción, cuando reconocen que por medio del amor. . . viven con inteligencia.

"La vida se rige por la ley de leyes. . . el amor, y su

código es tan breve que solamente consta de tres artículos: amarse a si mismo, amar a sus semejantes y amar al deber,

y no da lugar a insertar una cláusula más, porque el amor al deber lleva implícita la responsabilidad.

"El amor al deber, excluye todos los capítulos que for-marían el código más voluminoso que pudiera existir, si se insertaran cada una de las normas de conducta, que de-mandan de responsabilidad.

"Estos tres artículos operan simultáneamente, con sólo

acatar el primero de ellos.

"Amarse . . . califica al hombre de inteligente. Amar a

los demás lo confirma, y ama a sus deberes , . . porque el

hombre inteligente cumple con ellos.

Page 201: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

"La ley del amor no busca nada fuera de los deberes que

impone la vida, y el primer deber es amarse, para participar

con inteligencia del privilegio de la vida.

"La responsabilidad de un solo hombre, trasciende como

las ondas del sonido, y el resultado del amor con que se

entrega a sus deberes, beneficia a un número incalculable de

gentes, así como él se coloca en una situación preponderante,

por la confianza que siente en sí mismo, al amarse y poder servir a los demás. Amar es servir.

"UNA VEZ QUE ACATEN LOS TRES ÚNICOS

ARTÍCULOS DE MI LEY, YA PUEDE EL HOMBRE

AMARME SOBRE TODAS LAS COSAS

EN CADA UNO DE SUS SEMEJANTES

"Al nacer, el hombre adquiere el derecho de vivir, pero

este derecho le impone el deber de hacerlo con responsabi-

lidad, acatando los mandamientos que dicté. Estos manda-

mientos los mencionan pero no podrán cumplirlos, en tanto

no se ejerciten en la aplicación de la ley del amor. Ella posee la clave inteligente, para atender y resolver cada uno de los

deberes que les va imponiendo la vida.

"Cuando el ser humano ejerce Mi ley, es tan poderoso

como Yo Soy. Yo estoy en ustedes, como ustedes están en Mí,

cuando la cumplen.

"Jesús les dijo: Yo soy hijo de mi Padre y me sentaré a Su

diestra.

"Soportó su martirio a sabiendas de quién era, y a pesar

de conocer su origen, en el momento más crítico de su ago-

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202

nía también me interrogó desesperado: Dios mío. . . ¿por qué me has abandonado?, pero nuevamente se estableció en su realidad, al sentir que en verdad estaba en Mí al cumplir con Mi ley. Él murió por amor a los hombres.

"En el primer artículo de Mi ley, está implícito el perdón, por eso me pidió que los perdonara porque no sabían lo que estaban haciendo.

"Se hizo el silencio al callar Dios por un momento y todos sintieron como si aún flotaran en el ambiente, las mismas vibraciones de las palabras de Jesucristo.

"Jesús estuvo en La Tierra para enseñarles Mi ley, y sus

sentencias no han sido olvidadas. Aún las recuerdan y

pronuncian con veneración, a pesar de no haberlas com-

prendido cabalmente: Amaos los unos a los otros, síntesis de

Mi ley. En estas pocas palabras se encuentra la clave para

que reine la armonía entre los hombres.

"Al llegar a este punto, continuó Dios en tono de sen-

tencia:

"Ahora Yo os digo: la ignorancia es el más grande pe-

cado de la humanidad. El hombre no es malo cuando es

consciente, es malo por ignorante. . . por inconsciente.

"Mi ley es la clave para que se rijan dentro de Mi plan y

Mi orden, pero al crear ustedes sus propias leyes, se han

confundido con ellas, al aplicar lo que creen que es la ver-

Page 203: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

dadera justicia. Yo, Creador del Universo, tengo que aceptar sus decisiones. No les impongo Mi voluntad para no desvirtuar Mi propia obra; si lo hiciere, quedarían reducidos a ser una especie más de entes irracionales.

"¿Cuál es la justicia que el hombre puede impartir, si al

formular sus leyes las aplica con rigor sólo a los desvalidos,

que carecen de influencias o riqueza para sobornar a los que

manejan esas leyes?

"A la justicia la representan con figura de mujer, pen-

sando que el sexo femenino es más sensible a la equidad; sin

embargo, le pusieron una venda en los ojos, para que no

inclinara su balanza en favor del que no la mereciera, pero

esta venda se mueve de acuerdo a los intereses del juez que

dicta la sentencia.

"Las leyes serían efectivas si quienes las formulan y

quienes las aprueban, se sintieran capaces de acatarlas, como el buen juez que hace que se cumpla la ley dentro de su

propia casa; pero cuando la aplican arbitrariamente para

encubrir al verdadero culpable, no recuerdan que existe una

ley inexorable que opera por ella misma: la Ley de Causa y

Efecto.

"No todos los efectos de un error se liquidan dentro del

ciclo de una vida; algunos quedan pendientes, y se van cumpliendo en las existencias sucesivas, que se requieren para adquirir la experiencia que demanda su evolución; por eso ustedes se desorientan y me culpan o reniegan de lo que creen que es su destino, y se consideran injustamente castigados.

203

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"En ser de dolor se ha convertido el hombre, al no aca-

tar Mis leyes y abusar del placer. Es dolor, lo que en princi-

pio es placer sin medida, así como la intensidad del gozo

afecta más que el profundo dolor, y los placeres constantes

consumen más rápido que el prolongado sufrimiento.

"El dolor es obra del hombre; a ustedes les pertenece. El

hombre es un ser de dolor, por la ignorancia que tiene de su propio Ser.

"Sin armonía, la alteración del orden del Universo trae-

ría como consecuencias el fin de todo lo creado; asimismo,

cuando falta la armonía en la humanidad, ésta se debate en

un mar de confusiones que produce dolor.

"En la culminación de Mi Gran Plan no incluí el dolor;

la armonía lo desconoce. ¿Acaso no les di la capacidad de amar, para que no propiciaran las causas que les ocasiona el sufrimiento?

"Si se amaran, vivirían en armonía, y os digo: quien lo-

gra la paz interna, está capacitado para descubrir sus pro-pios valores, como el gambucino descubre la pepita de oro en el lecho arenoso de los ríos. Más valiosas que oro y brillantes son las facultades que les di, pero les ha sido más fácil extraer riquezas de las entrañas de la tierra, que encontrar los tesoros que ustedes tienen en sí mismos.

"Mi ley es la clave para que vivan en armonía, y si la

entendieran se amarían. Al amarse, respetarían a su orga-

nismo resguardándolo de las pasiones y estados emocionales,

para disfrutar de la vida con salud.

i

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"No es objeto de Mi voluntad que contraigan enferme-

dades; si así fuera, Mi voluntad negaría sus fines: fortaleza

espiritual para la superación.

"Deben considerar una afrenta el padecer enfermedades

de origen emocional o causadas por los excesos de los apetitos desenfrenados del cuerpo. Ello delata ausencia de

sobriedad, de armonía, y acusa la transgresión de Mi ley:

falta de amor a ustedes mismos.

"Las necesidades satisfechas moderadamente, dan placer a los sentidos sin dañar al organismo, y las emociones que no se controlan con el freno de la comprensión, se transforman

en volcanes que activan las pasiones. El que es pasional se convierte en enemigo de sí mismo, por desorganizar su energía vital; su propia fuente de vida.

"La ley del amor es infalible por una razón: al acatarla

nadie lo hace por miedo al castigo; ustedes la van cumpliendo

de acuerdo a su grado de evolución. Empiezan por amarse a sí mismos, y ya no sucumben a las demandas irracionales de

su naturaleza física, ni se dejan dominar por la ciega

emotividad, que además de dañarlos, afecta a quienes los

rodean.

"Al amarse a sí mismo el hombre se respeta y hace ex-

tensivo ese respeto a los demás; con ello da testimonio de

cumplir con los dos primeros artículos de Mi ley, que son la

clave para que el ser humano pueda situarse en la vida con

inteligencia.

"Se esfuerzan continuamente por encontrar fórmulas

acertadas que les permitan vivir sin ejercer Mi ley, pero en

205

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206

todos sus intentos han fracasado. Han creído, desde siempre,

que sufren por Mi voluntad, suponiéndola como inexorable

Ley de Castigo.

"Ignoran, o no quieren reconocer, que Mi voluntad es

Energía Inteligente aplicada sólo a la superación. Si Mi vo-

luntad los ha hecho sufrir, es porque no aplican su propia

voluntad e inteligencia para saber vivir.

"Si Mi voluntad es energía inteligente, ¿cómo es posible

imaginar que la aplico para ocasionar el dolor? El dolor

abate, deprime, humilla y daña al organismo que es el san-

tuario de Mi obra preferida. . . el hombre.

"El desconocimiento que la criatura humana tiene de sí

misma llega a tal grado, que al sentirse insegura me pide que

la vuelva a dotar de todo lo que ya posee. En sus grandes

tribulaciones me demanda inteligencia para orientarse en la

vida, voluntad para enfrentarse a la lucha, y fortaleza para

resistir sus fracasos; pero hay algo que me llama la atención:

nunca me pide consciencia, no obstante que esta facultad les

da todas las respuestas, cuando pueden estar en paz consigo mismos.

"La fortaleza que me piden con tanta urgencia cuando se

sienten abatidos, la llevan en ustedes mismos. Si llegaran a conocerse, serían dueños de su fortaleza interna; así como

encontrarían todo lo que me piden, pero no se sirven de ello, sólo porque no han logrado percibir que en la esencia espiritual, está lo más valioso de su ser.

"Después de una breve pausa. Dios continuó: Se dice en

la Tierra que el hombre es Mi obra preferida y así es.

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pero no han sabido disfrutar de esta distinción, por ser las

criaturas que más confusiones tienen. El saberse Mi obra

elegida, y sufrir más que los otros seres los ha desorientado,

porque piensan que les reservé la tarea más difícil, y desde

que los envié a poblar la Tierra, no han sabido vivir en

armonía con la Naturaleza, como lo hacen las demás especies. Han pasado miles de generaciones, y es doloroso

comprobar, que los animales viven con mayor seguridad en sí

mismos que el ser humano, no obstante que lo designé el amo

de este Planeta y de todas las especies.

"El Universo está organizado en Mi orden, y sólo el ser humano se siente como la hoja desprendida del árbol, llevada por el viento en distintas direcciones, y cuando está desesperado implora pidiendo misericordia.

"Es impropio de los hijos demandar compasión de su padre, al suponerse abandonados en el mundo que ustedes han complicado. Un padre da amor, no compadece a sus hijos ni otorga misericordia. Al hacerme esta petición, demuestran que en verdad no me conocen, y que se desconocen ustedes mismos.

"Los hice sensibles al dolor para su defensa y experien-

cia; pero éste no forma parte de Mi plan, la armonía lo des-

conoce. En ella no se ocasiona el sufrimiento; ni siquiera al

dar a luz debería la mujer sentirlo en el momento del parto.

"Preví que la mujer pariría con dolor: de cierto sé que

los seres humanos no acatarían el ciclo marcado por los

planetas para la procreación, como lo cumplen todas las

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208

demás especies. Por no hacerlo, la mujer da a luz con dolor,

el hombre siente el pesar de perder años de virilidad por sus

excesos sexuales, y ambos padecen múltiples enfermedades.

"Han provocado la explosión demográfica, y eso los tiene ahora aterrados. Se afanan en hacer cálculos sobre lo que produce la tierra, el rendimiento del agua y las reservas de los energéticos, pero sus computadoras no les resolverán el problema.

"Voy a concluir con el tema del dolor; él es el resultado de la conducta particular de cada uno, pero lo atribuyen a Mi voluntad o a su destino. Este no es una ciega fatalidad; si así fuese, la evolución quedaría fuera de Mi plan y de Mi ley, y tanto la Creación como ustedes, estarían al azar.

"El destino es una resultante matemática de la Ley de

Causa y Efecto. Ya dije que todo parte de una causa, y esa

causa produce un efecto, que a su vez, es causa de otros

efectos que sucesivamente se cumplen, dentro del ritmo que

rige el concierto en que se van liquidando esos efectos de

actos pasados.

"Lo que ustedes consideran destino, limitaría Mi plan y

como Mi plan es la vida, ella impone el proceso de evolución

dentro de la ley, que se cumple por sí sola: todo efecto

proviene de una causa.

"El amor, como energía inteligente, es benévolo o severo según el caso lo requiera, y así cumple la ley su cometido.

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"Mi inteligencia es la causa y Mi amor el efecto; a su vez

el efecto de la armonía es . . . ¡Amor!, tanto en Mí como en el

hombre.

"Mi plan establece tres etapas en cada vida: nacer, de-sarrollarse y declinar, para dar paso a la transformación de la materia viviente que utilizaron para su evolución terrestre. A este último paso, ustedes le llaman muerte.

"Después del deceso, pasan a una etapa de actividad es-

piritual, en una dimensión diferente a la que han vivido en su

Planeta; y el organismo, recinto en el que moró el espíritu,

debe terminar con salud, declinando como todo lo que pasa al

proceso de transformación en la Naturaleza.

"Cada uno de ustedes nace para cumplir una misión a

corto o a largo plazo, y sin embargo, las mayorías no en-

tienden el porqué unos llegan a la longevidad, y otros son

llamados por Mí cuando menos lo esperan.

"Todas Mis criaturas evolucionan por sí mismas a través de sus existencias terrestres; además, cada uno de ustedes es un factor decisivo que estimula en infinitas formas, la superación dé sus semejantes, aun aquéllos cuya perma-nencia en La Tierra haya sido tan breve, que dejan dolidos y desorientados a sus seres queridos. Su partida era necesaria para la evolución del que guarda su recuerdo.

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"Nada opera fuera del orden de la evolución. Este pro-

ceso se realiza en la consciencia; en ella me encontrarán

cuando logren estar en paz con ustedes mismos, no importa

cuánto tiempo tenga que pasar; de cierto les digo que me

encontrarán.

"Padecen inseguridad, a pesar de estar dotados de las facultades superiores de su esencia espiritual; si las ejercitan,

elevarán su condición humana.

"Al nacer, fue Mi voluntad que estuvieran dotados de todo lo necesario para que me representaran con toda dig-

nidad. La dignidad, la categoría, la estirpe, se manifiestan cuando se siente la casta por dentro. Ustedes son de Casta Divina; lo único que les falta es sentirla para que no se desvaloren a sí mismos ni ante nadie.

"No han faltado a la verdad al decir que de todos los

puntos de La Tierra brotan clamores de voces entrecortadas

por el dolor, que imploran: ¿Por qué, Señor... por qué. . . ?

en tanto los que están resignados, sólo musitan muy bajo: es la Voluntad de Dios.

"Yo participo de su dolor al ver que se sienten indefen-

sos, a pesar de la fortaleza y de las potestades que les di. El

dolor los ofusca, y creen que la fe ciega que ponen en Mí,

operará el milagro.

"No los quiero ciegos; el peor tributo que pueden ha-

cerme, es confiar únicamente en Mí, dudando de ustedes

mismos. Los milagros que se realizan por la fe, son aquéllos

que nacen de la fortaleza espiritual, que da por hecho, sin

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sombra de duda, que se operará el milagro de sanar, porque se aman a sí mismos y aman la vida.

"Tampoco los quiero resignados e impotentes ante Mis designios. La doloroso resignación los ofusca, y los priva de conocer su finalidad, que han considerado un misterio. Ese misterio no es otra cosa que el proceso de evolución que tienen a la vista, tanto en la Naturaleza, como en el hom-bre y en todo el Cosmos.

"En el plan de la vida nada deja de ser, sólo se transfor-ma para dar lugar a la evolución, en la sucesión eterna de la propia vida.

Mi visitante entrecerró su libro para comentarme:

—Como el continuo devenir de la vida y su transformación flota en la eternidad, sería imposible imaginar esa eternidad, sin la presencia de Dios en Su interminable plan.

Después de una breve pausa de reflexión, continuó con la lectura:

"El Universo lo hice con amor, y sigo haciéndolo con ese mismo amor, por medio de Mi espíritu Creador, el cual comparto con la criatura humana, para que tenga al igual que Yo. . . el don creativo.

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"Yo soy Creador, y creativo es el hombre para que pueda

darle sentido a su existencia. En tanto este don no sea

estimulado por ustedes, cuando alguien les pregunte: ¿cómo

estás? seguirán contestando en la mayoría de los casos lo

siguiente: ¡pasándola nada más! Esta sencilla respuesta

revela que no aprecian que están viviendo la mejor etapa de su vida, al no acontecerles nada extraordinario.

"Vivir sin ninguna alteración, es prueba de que no hay

nada que lamentar o algo especial de qué alegrarse. La vida

no se llena de alegrías continuas; éstas acabarían por has-

tiarlos; en cambio la creatividad, llenaría sus momentos de

ocio de estímulos insospechados.

"Hay otro grupo que a la pregunta. . . ¿cómo te ha ido? responde: ¡trabajando. . . qué le vamos a hacer! Los que toman el trabajo como si fuera un castigo o una maldición, ¿serían más felices si estuvieran imposibilitados de hacerlo? La ociosidad llena el tiempo de tedio, y ese mismo tiempo es insuficiente cuando se trabaja con amor.

"El trabajo que se emprende con amor, se suspende con pesar. Así opera la Ley del amor en el trabajo, y trae como

resultado el placer. El fruto del trabajo produce la satisfacción que se prolonga en el transcurso de la vida.

"Si la mayor parte del tiempo fuera obligatorio diver-

tirse, así como es imperativo trabajar, el esparcimiento daría

lugar al tedio más insoportable.

"Un tercer grupo se clasifica a sí mismo, como gentes de escasos recursos, y lanzan esta afirmación en tono de

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pretendida angustia: ¡Nosotros los pobres. . .! como si fueran

pobres por Mi expresa voluntad. No analizan si su pobreza es

espiritual, si son pobres porque los han dominado sus

flaquezas, o porque han puesto limitaciones a sus

capacidades. ¿No han pensado que también pueden estar

pobres porque han tenido miedo al trabajo ?

"En Mi plan y en Mi orden todos Mis hijos son podero-

sos; los hay pobres sólo de espíritu, aunque sean acaudala-dos. No es pobre el que disfruta y comparte con salud y alegría, lo poco que tiene. Pobre, y muy pobre, es el que vive en la abundancia y, sin embargo, es tan mezquino que no tiene tiempo de hacer un alto para encontrarse con él mismo, porque lo acosa la ambición que crece hasta cubrir el lapso de su vida, aun cuando ésta sea prolongada. A las gentes que pretenden acumular riquezas o conservar el poder, no les alcanza la existencia para cumplir sus propósitos. Como viven para alimentar el pulpo de su ambición, vegetan en la pobreza moral y espiritual, y padecen la enfermedad crónica de la

debilidad interna, puesto que sitúan su fuerza y sus valores en la riqueza; por eso cuando los abate la adversidad económica, se sienten poca cosa.

"Son pobres también los que dejan pasar el tiempo sin

servirse de lo que tienen para proporcionar ayuda a los de-

más; se privan así del placer de dar, placer que supera en

mucho a la simple satisfacción de acumular.

"La riqueza a la que no se le abre cauce para que fluya,

se contamina como el agua estancada, y su poseedor termina

infectado.

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214

"La verdadera riqueza que no está expuesta a pérdida y

envidias, es la posesión de los valores internos, y éstos son

motivo de auténtica y sincera admiración.

"Hay en La Tierra otro grupo más, que se ufana de su

personalidad, diciendo: ¡Yo soy así! y se complace descri-biendo con lujo de detalles su mal genio, su arbitrariedad, su intemperancia y su parte emocional incontrolable. Al decir que son así, se sienten diferentes a los demás y exhiben con orgullo y soberbia su manera de ser, pretendiendo en esta forma demostrar una superioridad que distan mucho de tener, y sólo logran evidenciar una gran inseguridad interna. Además, pierden el tiempo y las energías, tratando de justificar sus defectos, en lugar de apreciar que les sería más fácil y provechoso intentar superarse para ser considerados

con los demás, del mismo modo que ellos demandan la comprensión de quienes los rodean.

"A los seres que carecen de algún sentido, o tienen un

desarrollo deficiente, los clasifican en La Tierra como anor-

males; a ellos, nadie se atreve a preguntarles sobre su estado,

ya sea por discreción o por temor a ofenderlos; sin embargo, cuando éstos logran realizar algo que aparentemente les

estaba vedado, se sienten dichosos y lo expresan con gratitud

hacia Mi Ellos serían los únicos que estarían disculpados,

por haber venido al Mundo en esas condiciones; sin

embargo, aun cuando son ejemplos vivientes de la de-

formación de Mi obra, no claman contra Mí, como aquéllos

que gozan de todas sus facultades.

Page 215: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

"Hizo Dios una pausa para cambiar su entonación, y

enérgico continuó:

"En Mi plan está prevista la necesidad del acoplamiento

sexual, para que se realice la continuidad de las especies. Las

criaturas irracionales se ajustan al ciclo que les marqué, pero

el género humano abusa de su capacidad sexual sin medir las consecuencias. Les recuerdo que hay una sola voluntad: Mi

voluntad, que opera como energía inteligente tanto en la

Naturaleza como en cada uno de ustedes. ¿Acaso es Mi

voluntad que por sus vicios y excesos engendren hijos

genéticamente imperfectos? Es así como van deformando Mi

obra al debilitar sus genes. Sin embargo, cuando contemplan

aterrados a sus hijos que nacen anormales, musitan: ¡Es la

voluntad de Dios. , . ! Cuando pronuncian esta frase, ponen

en entredicho Mi capacidad de perfección y el ejercicio de Mi

ley. ¿Qué clase de amor sería el que siento al crearlos y cuál

el mérito de Mi obra, si por Mi propia voluntad enviara a La

Tierra seres deformados en su constitución física y mental?

"Al culparme de los errores y desmanes que han come-

tido con sus atributos físicos, no han tomado en cuenta el proceso que se opera en lo que empieza a degenerarse. Este proceso continúa a través de las generaciones y es trasmitido por herencia. Como no ven los resultados de inmediato, creen que el transgredir la ley de la Naturaleza queda sin efecto, pero ésta continúa su proceso inexorablemente. Si en la primera descendencia no se advierte el efecto de la causa, éste empezará a manifestarse en las generaciones subsecuentes.

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"Observen la perfección de una humilde florecilla del

campo. Nada le sobra ni nada le falta. Yo no he puesto mayor

interés ni más amor en crearla con todo lo que ella necesita,

que el que he empleado al hacer del hombre un ser

inteligente.

"Las debilidades y pasiones agudizan el ingenio del

hombre. Desde tiempo inmemorial descubrieron la forma de hacer, mediante la fermentación de los frutos, bebidas alcohólicas; más tarde fueron insuficientes las uvas, las cañas y las manzanas para cubrir sus demandas. Entonces recurrieron a la Química para resolver esas demandas exce-sivas, e imitaron los sabores, olores y también los efectos de los productos naturales. Descubrieron además, que ciertas plantas benéficas para el hombre aplicadas con exceso, producen alucinaciones y sensaciones fuera de lo natural; esto los incitó a usarlas para experimentar sobre este placer, sin tomar en cuenta que a cambio del momentáneo y artificial deleite, ponen en peligro sus facultades mentales, y además

transmiten un proceso degenerativo a sus descendientes.

"Los efectos de las drogas y del vino son tan subyugan-

tes, que por experimentarlos, al hombre no lo detiene ni el

riesgo de engendrar hijos, que a su vez van a provocar el na-cimiento de los seres anormales que cada día están poblando

La Tierra. Un ser deforme es una acusación para sus an-

tecesores, plasmada en un cuerpo imperfecto o una mente

desquiciada, y éstos son un inminente peligro cuando a su vez

llegan a tener descendencia.

"Las leyes impuestas por el hombre no han equilibrado

las necesidades físicas del ser humano, ni tampoco han lo-

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grado controlar sus pasiones, y Mi ley no la aplican en uste-

des mismos, ni siquiera por amor a los hijos que engendran.

Sus pasiones y debilidades encadenan su voluntad, y quedan

esclavizados a ellas, sin freno, sin normas y sin ley.

"Sólo el primer artículo de Mi ley es el baluarte que detiene la fuerza arrolladora y negativa de las debilidades humanas, y preserva su integridad física cuando el hombre siente amor y respeto por sí mismo.

"La mayoría de Mis hijos están embotando su sensibili-dad. Ahora buscan sensaciones fuertes que los sacudan y los hagan vibrar intensamente, aun cuando su sistema nervioso se altere. Este sistema vital, es atropellado por ustedes hasta dejarlo como una madeja enredada, a la que ya no se le puede encontrar la punta. Así acabarán sus nervios, y ni su Ciencia, con todos sus adelantos, sabrá enmendar el desajuste de esa obra tan perfecta.

"La emoción serena que experimentaban ante los es-

pectáculos de la Naturaleza, ya no los atrae. Y Yo, en Mi

inteligente sencillez, sigo haciendo que el Sol al ponerse,

matice las mil formas caprichosas de las nubes, con varie-

dades de colores que son recreo para la vista y estímulo

espiritual que los hace descansar de los problemas mate-riales.

"También los amaneceres son espectaculares en el mo-

mento en que la luz comienza a rasgar la obscuridad de la

noche; su paso a través de las tinieblas nos marca el inicio de un nuevo día que deben recibir con reverencia.

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"La aparición del arco iris, no obstante que es majes-

tuosa por sus dimensiones y delicado en su combinación de

colores, pasa inadvertida para las mayorías; ahora ya no es

motivo de admiración cuando aparece surcando el espacio.

"El cielo tachonado de estrellas y la Luna que a veces las

opaca, para ustedes ya no son motivo de arrobamiento, no obstante ser esta visión grandiosa de la Creación, la que más

los debería conducir a meditar sobre el hecho de que no

flotan en el espacio sin propósito alguno. Toda Mi obra

guarda una relación entre sí, pero corresponde al hombre

comprenderla.

"La contemplación del mar, además de que impone y embelesa, debería hacerlos reflexionar en la vida que existe en el seno de sus aguas, para que protejan esa fuente de provisión, que ha servido de alimento a los que han poblado La Tierra, desde tiempo inmemorial, y a ustedes les será necesaria en su presente ciclo de existencia. Además deberá

ser una de las más grandes fuentes de aprovisionamiento de vida de las generaciones futuras, si ustedes no siguen conta-minando más sus aguas con desechos radioactivos y con ba-sura inorgánica.

"La transparencia de las lagunas, las cascadas majestuo-sas que caen de lo alto de la montaña, el serpentear de los ríos por las cañadas, la lluvia y el beneficio que la tierra re-cibe de ella para que puedan germinar las semillas; todos son espectáculos propios para el descanso de la mente, y esparcimiento del espíritu, que deberían invadirlos de calma, al comprender la magnificencia de la Creación.

Page 219: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

"Los bosques vistos a la distancia son recreo para la vista

y descanso para el sistema nervioso. Al introducirse en ellos,

es motivo de admiración la altura que alcanzan sus troncos,

los cuales forman al final, con las ramas y las hojas, una

bóveda cerrada que impide el paso de los rayos del Sol.

"De la tierra nacen plantas con gran variedad de flores hermosas para halago de los ojos y deleite del olfato, y los

frutos que ellas producen, son manjares nutritivos que nada

puede igualar.

"Hay hermosas nubes en el firmamento y aves canoras

surcando el espacio.. . en fin. . . he puesto en su Mundo todo

lo que les puede deleitar, pero ustedes parecen hastiados de

la belleza natural que los debiera hacer vibrar en emociones

sublimes, gratas a la vista y estimulantes al espíritu.

"Ahora en su Planeta prefieren tener alucinaciones y experiencias estrujantes, que alteran las fibras más íntimas de su ser físico, al cual no le guardan ninguna reverencia.

"Hizo Dios una pausa para que reflexionara la humani-

dad; entre tanto ni las hojas de los árboles se movieron es-

perando que continuara:

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"El hombre descubrió que Mi Creación está formada de

energía, y sus observaciones le revelaron que el átomo, al

desintegrarse, libera esa energía transformada en fuerza

incontenible. Ante este descubrimiento, los dirigentes con

mayor poder en La Tierra, se apresuraron a acapararla y a

convertirla en instrumento de destrucción de la vida, tanto en la superficie del Planeta, como en las profundidades de los

mares.

"¿Creen que me han ganado la partida con su descubri-miento nuclear como arma poderosa. . . ? ¿No se dan cuenta

que Mis recursos son más terribles e implacables? Algunas veces les doy una prueba insignificante de Mi poder, desatando los elementos, o haciendo que se cimbre la tierra sólo unos segundos; y en algunos casos basta ese tiempo para convertir el lugar del sismo en un desastre. Esto lo hago para llamarlos a la cordura, y ver si son capaces de darse cuenta de lo inútil que les va a resultar emplear su tiempo y su ingenio en crear armas que cada vez maten más hombres. Cuando sea Mi voluntad. Yo, en unos cuantos minutos, podré acabar con toda la humanidad.

"Los descubrimientos que están haciendo no me satis-

facen, no obstante que tratan de imitarme, como el niño que

en su infancia aspira a parecerse al padre, cuando ve en el a

un ser ejemplar. Han logrado grandes avances científicos;

inclusive, parece que me hacen competencia al sobrepasar

con sus aparatos la velocidad del sonido y también al intentar

reproducir la vida humana en probetas.

"Luchan intensamente por imitarme en lo creativo; pero

lo que más les inquieta, es desentrañar el misterio del

Universo, conquistando el espado.

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"No me asombra que lo hagan, de cierto conozco la capacidad que les di; pero lo que es imperdonable, es equi-vocar los procesos. Quieren conquistar el espacio para saciar su curiosidad, y establecer desde las alturas el poder para dominar a los demás, cuando el primer paso debería ser el de conocerse a sí mismos, para que descubran que son seres inteligentes cuando proceden con amor; este sólo hecho,

haría de La Tierra el paraíso que originalmente les di, sin necesidad de alterar el orden de la Naturaleza con sus descubrimientos nucleares, ni tampoco allanando los derechos ajenos por medio de la superioridad de las armas.

"Desde hace algún tiempo les ha empezado a inquietar la

posibilidad de que otros planetas estén habitados por seres

más evolucionados que ustedes, y esto los aparta de resolver

primero y con urgencia, los problemas vitales que han creado

en la Tierra.

'No debe existir en su Planeta lleno de recursos natura-

les, el problema de la primera e inminente necesidad, la de

alimentarse. No importa que unos puedan hacerlo con manjares especialmente condimentados, y otros en forma

sencilla, pero nadie debe carecer de lo necesario para nutrir

su organismo.

"Disponen de la tierra y del mar para que nadie padezca

hambre. Si sus dirigentes actuaran de manera inteligente harían consciencia de la primera y urgente necesidad de sus gobernados: alimentarse. Si así fuera, en todos los países del orbe se implantaría una ley, que garantizara la protección de

todas las especies de animales terrestres y marinas, para evitar su extinción. Además, se le rendiría culto a la tierra, trabajándola con amor, para tener el derecho de colmarse de sus frutos.

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"Es inconcebible que a mayor cantidad de descubri-

mientos que hace el hombre para crear armas de guerra o

productos industriales, se vuelva más negligente e irrespon-

sable, para evitar la contaminación de su medio ambiente con

desechos venenosos.

"Los hombres materialistas, incansables en su ambición, así como los que detentan el poder, incrementan sus ga-nancias aun a costa de allanar los derechos de la vida, desde

la del pequeño ostión y la espiga de trigo, hasta la del ser

humano.

"En La Tierra, actualmente han proliferado los que us-

tedes llaman genios de las finanzas, que acaparan con habi-

lidad todo lo que hay de más valor material; a ellos se debe

la gran demanda de bienes que ha creado la explosión de-

mográfica; pero llegan aún más lejos: prostituyen a los in-

vestigadores que se afanan por descubrir cosas nuevas que

beneficien a la humanidad. Estos sabios que se consumen en

la búsqueda de su propósito, al caer en las redes de los que

tienen el poder del capital, ignoran que sus descubrimientos serán objeto de lucro desmedido, en detrimento del beneficio

que podría reportarles a los pobladores del Planeta.

"El afán de posesión y de dominio, no les permite a estos hombres Hacer un alto para reflexionar hacia dónde los lleva esa carrera materialista, ya que sólo podrán disfrutar de una

mínima parte de todo lo que acumulen, lo cual no compensa el esfuerzo y las zozobras que les ocasiona la competencia entre ellos mismos. A pesar de lo mucho que saben de negocios y de finanzas, estos seres pasan la

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vida atentando contra la propia Naturaleza, al contaminar el

medio ambiente en perjuicio tanto del hombre, como de las

especies que sirven a éste de alimento. Aún más: su

afán de lucro, los lleva a sustituir con productos químicos que

envenenan al organismo, las sustancias naturales que son

fuente de vida.

"En este ciclo que les ha tocado vivir, en su mesa no falta

alimento, pero. . . ¿Acaso saben qué les reserva la Ley de

Causa y Efecto para su próxima estancia en La Tierra, y para

la vida de sus descendientes, que alcanzarán un número

infinito de generaciones futuras?

'El hombre materialista acumula ávidamente riquezas

como si fuera a vivir una eternidad; no toma en cuenta que

cada uno de sus ciclos de vida será tan diferente, que la ri-

queza que en esta vida acumuló, en su próximo arribo puede

tener la misma proporción en pobreza material, que tendrá

que experimentar para que conozca la vida en todos sus

aspectos.

"El ser humano, en su mayoría, piensa que en una vida

termina su cometido, y se preocupa solamente por la ad-quisición de bienes que lo convierten en esclavo de su am-bición; en cambio, descuida lo que más valor debiera tener para él: su desarrollo espiritual, en el cual evoluciona, para hacer menos penosas sus vidas futuras.

"En La Tierra, miden su tiempo, tomando como base el

lapso de un ciclo de existencia; si esto fuera verdad. Mi plan

sería temporal. Deben comprender, y tenerlo siempre

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presente, que Mi plan es la vida, y ella forma parte de la

Eternidad. Yo Soy Eterno y ustedes lo son conmigo. Como

materia se transforman; como espíritu, están en proceso de

evolución.

"La experiencia de sus vidas es necesaria para la expan-sión del conocimiento; en él evolucionan, y la evolución es la

prueba fehaciente de Mi inmortalidad, la cual demanda del

plan que tengo establecido y del orden en que se cumple Mi

ley. Si Yo no fuera inmortal, los efectos de Mi plan, de Mi ley

y de Mi orden serían perecederos. En Mi plan la vida es

eterna, en Mi ley se crea la armonía para la continuidad de la

vida y en Mi orden se suceden los ciclos de evolución.

"En el océano del Universo, toda forma de vida se de-

sarrolla dentro de un orden, para evolucionar en la cons-

ciencia. Fuera de ella no hay vida inteligente, porque no

habría evolución, y sin evolución nada existiría, y en la nada

tampoco existiría Yo como Creador.

"Vuelvo a repetir: Yo Soy Eterno y ustedes lo son con-migo. Yo, Creador del Universo, refrendo la eternidad de los seres humanos a través del Orden de la Evolución que tengo establecido para Mi propia eternidad. Cada uno es parte de Mi obra y ella no estaría completa, si faltara una sola de Mis criaturas.

I

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Hizo mi huésped otra pausa que me sirvió para meditar en las

palabras de Dios, pero su voz cortó mis reflexiones al reiniciar la

lectura:

"Apenas ayer, en el reloj de su tiempo, creían ustedes que

el espacio entre los cuerpos celestes y entre las galaxias

estaba vacío. El conocimiento que tienen de la Creación, no

les dio pauta para comprender, que ese espacio está lleno de

la actividad de substancias en apariencia invisibles, en las

que hay consciencia, y como toda Mi Creación flota en la

consciencia, ella es el medio a través del cual estamos sosteniendo este diálogo.

"A los que se sienten poderosos en La Tierra, les digo: no

podrán fabricar ningún aparato de precisión que les revele

cómo extraer el conocimiento de la Consciencia Cósmica,

para poderlo aplicar a sus fines de lucro y dominio sobre los

pueblos desamparados. El Conocimiento Universal, es para

el bien de todo lo que existe en el Cosmos, y le es dado al

hombre para las soluciones inteligentes que beneficien a la

humanidad y a todo lo creado.

'El tono del Creador fue diferente al cambiar de tema:

"No debéis olvidar que la armonía que se requiere en

La Tierra, depende de cómo incursione el hombre en los

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ilimitados dominios de la consciencia. En ello radica la

solución de todos los problemas que tienen en su Planeta y

que ustedes quieren zanjar por medio de la agresión, en lugar

de recordar que están capacitados para resolverlos con

inteligencia.

"Si los dirigentes de los distintos países frenaran su desmedido afán de expansión materialista, perderían el miedo que se tienen entre sí, y se pondrían de acuerdo para emprender la carrera de la paz, destinando para este fin, una parte de los presupuestos que asignan a los programas espaciales, así como las partidas que invierten en la fa-bricación de armamentos y en el sostenimiento militar.

"Con esos fondos y con la ayuda de los contingentes de hombres destinados al manejo de armas, captarían las aguas que necesitan para convertir los desiertos en vergeles y

evitarían que esas aguas se integraran improductivamente a los mares.

"En el orden y en el trabajo, tendrían el alimento del

cuerpo, que es el arma más convincente para mantener la paz

entre los hombres, y en la creatividad lograrían la paz interna.

"En la planeación de las guerras se unen, desde los go-

bernantes, hasta el último de los que se benefician con la industria bélica, y este conjunto de intereses es el que oca-

siona la amargura y el sufrimiento de millones de seres en La Tierra; no tanto de los que mueren en los campos de batalla, como de los que sobreviven llevando la amarga existencia de inválidos, así como de los que guardan luto en sus hogares, por la pérdida de sus seres queridos.

Page 227: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

"Las guerras son las catástrofes que más víctimas oca-

sionan en La Tierra; pero ustedes, erróneamente, las atri-

buyen a Mi voluntad.

"Si bien es cierto que no se mueve la hoja del árbol sin

que Yo lo disponga, también es verdad que no intervengo en

las decisiones de Mis hijos; si lo hiciere, desvirtuaría Yo

mismo la perfección de Mi obra, al quedar ustedes sujetos a Mi voluntad inapelable, en la misma forma en que dependen

las especies animales de la voluntad del hombre.

"Los que planean las guerras, están en proporción de

uno en millones, y lo increíble es que esos contingentes se

someten al ordenamiento de ese uno; cuando la decisión de

las masas sería determinante si optaran por negarse a matar

a sus propios semejantes. ¿No se dan cuenta que al matar a

un semejante matan algo de sí mismos. . . en el cuerpo de la

humanidad?

"Si la mayoría de los hombres observara Mi ley, los que manipulan al mundo serían impotentes para llevar a cabo las

agresiones en masa. Un solo hombre es el que da

las órdenes de matar, y son miles los que obedecen a ciegas.

"¿Qué es lo que mueve a las mayorías para acatar la

orden de matar? Voy a contestar esa pregunta: la condición

humana es manejada por intereses económicos, desde los que

buscan la expansión territorial, hasta los que han provocado

el desarrollo de la tecnología y el consumismo irracional, que

han ocasionado la grave necesidad y escasez de energéticos,

además de ¡os que atizan la discordia para

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228

tener el pretexto de producir más armamentos y vestuario

militar; inclusive los que pudieran llamar motivos personales,

como es la esperanza que mueve al soldado a matar, para

lograr un ascenso y llegar a ser un héroe.

"Por lo que se refiere a los civiles, también tienen inte-

reses privados y propios de su personalidad: a los jóvenes les

atrae lucir el uniforme por vanidad, o bien obtener una medalla para demostrar el valor que tuvieron para matar a

supuestos enemigos. Para algunos, la guerra es una forma de

escapar a determinada situación que no les acomoda, y hay

quienes aprovechan la oportunidad de dar rienda suelta a sus

instintos agresivos.

"El interés que debería animar a todos para luchar por

la paz, se frena cuando se afectan los intereses comerciales

de las grandes empresas, o simplemente las conveniencias

personales.

"El hombre es una célula del gran cuerpo humanidad, y

sin embargo, un ser individual en su forma de pensar. En su

mente crea su propio universo y siente pasión por su personalidad. Si aspira a ser libre, es para no permitir intro-

misiones en su mundo privado; en él se siente absoluto y lo

es, pero él mismo desmiente esta realidad cuando atribuye

sus fracasos y debilidades a los demás, o a circunstancias

ajenas a él. En la derrota se apoya en todo el que puede para

salir adelante. El hombre vive en su propio mundo cuando

le conviene, pero lo desconoce y se pierde en él

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continuamente por una razón: no se reconoce tal cual es, ni

en sus poderosas facultades, ni en sus grandes debilidades.

"De pronto, calló Dios por un momento, pero fue tan

breve que no dio lugar a sentir impaciencia por Su silencio:

casi de inmediato continuó:

"Me culpan en La Tierra por la diferencia que existe

entre los hombres. A todos les di lo necesario por igual, y no

puede añadir un ápice más a lo que tienen, porque ya lo tienen todo, y ese todo Soy Yo Mismo, como la Única In-

teligencia, como la Única Consciencia que está esparcida por

todo el Cosmos, y como la Única Voluntad, Mi voluntad, que

tiene el poder de trasmutar en acción a la Inteligencia.

"Si ejercen la voluntad, dominarán sus debilidades; sólo mencionaré al azar una de éstas: la indolencia, flaqueza humana, actitud negativa que provoca la inseguridad que los desequilibra y degrada; al menguar su energía física, e inhibir su potencia mental, dejándolos vagar entre nubes de duda y de ignorancia. El indolente se ingenia para provocar

lástima en los demás, y se siente con derecho a recibir la compasión y la ayuda de todos.

"El Trino de Mis facultades: consciencia, voluntad e inteligencia, es el Triángulo del Poder, y toca al hombre

229

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230

sentirlo y aplicarlo en sí mismo, para tener fortaleza, ejer-cer la templanza y adquirir seguridad.

"Tengo que recordarles que hace apenas unos minutos en el reloj de Mi tiempo, ustedes casi no se distinguían de las demás especies animales y actuaban solamente por ins-tinto. Han tenido que asirse a la facultad de la consciencia, como si ella fuera una gigantesca red esparcida y suspendi-da en el espacio, que ustedes están escalando con esfuerzos infinitos. Fue Mi voluntad que realizaran esa proeza por sí mismos, para probar su capacidad. Yo no les hubiera hecho ningún bien al usurparles el legítimo derecho de lograrlo por ustedes mismos, para alcanzar su propia evolución.

"Los niveles superiores de consciencia no se establecen por sí mismos; se manifiestan cuando el hombre está dis-puesto a alcanzarlos, y sólo en ellos se determina la dife-rencia entre los seres humanos.

"En tanto unos permanezcan situados en el materialis-mo, no entenderán a los que están absortos extrayendo in-formación de la Mente Universal, y éstos a su vez no po-drán comprender a los que se han elevado a los niveles es-pirituales, donde quedan dormidas las pasiones y la ambi-ción materialista.

"Los niveles de consciencia, repito, determinan las di-ferencias entre los seres humanos, mientras ustedes en La Tierra, se clasifican por el aspecto, la cultura y la posición económica. Consideran superiores a los que acuden a la Universidad y creen saber mucho, e inferiores a los que sa-ben poco, aun cuando ese poco sea verdadera sabiduría por provenir ese conocimiento de haber ampliado su cons-

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ciencia, y éste es el único saber que da superioridad al in-

dividuo.

"El hombre ascenderá de los estados materiales y emo-

cionales, a los mentales y espirituales, en donde su expansión

de consciencia será ilimitada.

"Se menciona en el Mundo la igualdad como ideología

para adoctrinar y dominar a las multitudes; y ellas en su ig-

norancia, creen que la repartición de los bienes materiales podría igualar a los hombres. Lo que estiman como riqueza, no se aumenta al distribuirla; la abundancia se multiplica en la armonía del trabajo y la apreciará cada uno en particular, como el fruto de su esfuerzo personal. Lo que sí iguala a los hombres, es la lucha que la vida impone para subsistir, y no el disfrutar del sacrificio y empeño de otros.

"La vida es como una sinfonía en la que intervienen di-

ferentes instrumentos. En este conjunto orquestal son ne-

cesarios todos los ejecutantes, incluyendo aquéllos que

aparentemente hacen muy poco, ya que sólo de vez en cuando

tocan un timbal, triángulo o producen un sonido estridente

con los platillos; aunque su intervención sea esporádica,

tienen que permanecer atentos durante toda la ejecución para

intervenir en el instante preciso y así cumplir con su

cometido.

"En el Plan del Universo, nada falta y nada sobra. Son

necesarios tanto la hormiga, como el toro; el ignorante como

el sabio; hacen falta los pobres y son útiles los ricos. Para

apreciar la luz, es imprescindible la obscuridad; para

distinguir la bondad, debe existir la maldad; así como tam-

bién, en el orden de la Naturaleza, es indispensable el paso

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232

de las estaciones del año, con diferentes climas y fenómenos,

para que en ella se cumpla el propósito de la vida.

"Si bien es cierto que no podrá existir la igualdad en la forma en que la entienden en su Planeta, ejerciendo Mi ley, podrá haber equidad entre los hombres, y cuando ya no exista ninguna diferencia, porque hayan evolucionado todos por igual, deben saber que Yo, su Creador, tendré que modificar Mi plan.

"Ahora todos viven inconformes en La Tierra. El pobre

envidia al rico creyéndolo feliz en la abundancia, y éste en-vidia la salud y tranquilidad del pobre. ¿Qué sabe el pobre de los desvelos, preocupaciones y afanes por los que ha pasado el hombre rico, para obtener y conservar lo que posee? Ignora las torturas de un millonario, que puede comprar todos los bienes materiales que desea, y sin embargo, su fortuna entera no le alcanza para pagar la salud que ha perdido en su afán de acrecentar su capital. En ocasiones, todo su caudal es insuficiente para proporcionarle siquiera un año más de vida. Por dejar de padecer y vivir un poco más, gustoso se cambiaría un hombre rico, por un hombre con salud.

"Muchos codician los bienes de los que viven en la opu-lencia, pero no les envidiaron sus esfuerzos cuando los vieron luchar a brazo partido venciendo obstáculos, supe-

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randa la propia adversidad, y privándose inclusive de horas y

días de descanso o esparcimiento.

"Algunos pobres también desconocen la desesperación de

los acaudalados, que además de amar la vida y no quererla

dejar, tienen el dolor de desprenderse de lo que no pueden

llevarse a donde van, y al hacer un análisis de su vida,

comprueban que pasaron por la existencia, sin otra motivación más elevada que los hiciera vibrar, que el deseo

de enriquecerse, y en ese afán, se olvidaron de vivir en

verdad.

"El mercenario es el que más sufrimientos tiene, por

aferrarse a sus posesiones como único objetivo de su vida.

"Los ricos también envidian a los que tienen poder, y son.

capaces de empeñar hasta su integridad para lograr el

dominio sobre los demás. Al ver altivos a los poderosos, creen

que es un don mayor de la personalidad, y estiman que por

eso valen más; pero es que no los conocieron cuando éstos

apenas subían los primeros escalones. En ese tiempo eran tan

distintos que en nada se parecían a los que ahora son. De

rodillas tuvieron que escalar los peldaños del poder con la

cabeza inclinada y dejando a un lado su dignidad para

ejercer el servilismo; única actitud que aceptan los poderosos, de quienes buscan una oportunidad.

233

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"El ignorante envidia al que sabe mucho, sin imaginar

siquiera que la sabiduría no se aprende en los libros y es el

único saber que no envanece a los hombres, aun cuando les

da el verdadero conocimiento.

"El que sabe mucho desprecia al ignorante, y no alcanza

a comprender que si es mucho lo que sabe, es mucho más lo

que ignora. Puede suceder que el que no tenga estudios posea la sensibilidad y la comprensión de las que adolece el que es

muy culto.

"Lo mismo tiene que dejar la vida el pobre que el rico, pero el pobre sufre menos por no tener bienes de qué des-

prenderse, y lo único que se llevará con él será la superación espiritual. Esta le servirá íntegramente a donde vaya, y la puede alcanzar, aun en los últimos momentos al estar en paz consigo mismo.

"Todos complican su vida en La Tierra, porque no se

cansan de estimular su vanidad; a causa de ella, aumentan

sus penas debido al egoísmo que da origen a la fatuidad.

Acarician el halago con placer, y de un sorbo beben su falsedad, paladeando largamente su enervante sabor. En

cambio, la verdad la pasan gota a gota, con repulsión, por-

que tiene un gusto amargo.

"Hay quienes creen que pueden disimular su vanidad en

la fingida modestia que tratan de manifestar, pero ignoran

que la falsa sencillez, es el grado más sofisticado de

ostentación, y crea en el ser humano una doble personalidad,

que requiere de esfuerzos continuos para conservar la

apariencia que se proponen representar.

234 I

Page 235: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

"Los seres humanos adoptan diferentes máscaras para

mostrar a los demás lo que no son, y con ello complican su

existencia y la de quienes los rodean.

"Los valores del hombre se manifiestan por sí solos, sin necesidad de hacer alarde de ellos. Así también, si los defectos se dejaran al descubierto, serían menos nocivos para quien los pueda detectar a tiempo.

"Hay quienes se hacen a la idea de que sus hijos les

pertenecen de por vida, y que retendrán a sus maridos o a sus

esposas como si fueran objetos de su propiedad. ¿No se dan

cuenta que ni Yo, con todo Mi poder, enajeno su voluntad? A

nadie le asiste la prerrogativa de allanar la individualidad de

otro. Cada ser humano es dueño de actuar a su manera, y

ustedes creen que el afecto o los lazos de la sangre los autoriza a someter a los demás a su dominio... La realidad es

que lo hacen por el capricho que se incuba en su inseguridad

y egoísmo. Cuando reconozcan que la única forma de

conservar a los seres cercanos es amarlos sin esperar recibir

nada, éstas permanecerán a su lado más de lo que pudieran

imaginar.

"Recordadlo bien: a nadie le asiste el derecho de so-

meter a otro a su exigencia.

235

Page 236: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

Mi huésped se acomodó en el sillón y continuó la lectura:

"Yo, Su Creador, por esta única ocasión les hablo como ustedes lo hacen en La Tierra y menciono sus problemas más comunes, para que comprendan los errores que cometen, de los cuales se derivan la mayor parte de sus penas. Yo respeto su mundo personal, universo de cada quien, y sin embargo, ustedes no han respetado el Mío. Al no poder penetrar en Él, han creado mil historias llenas de fantasía con las que deforman el concepto de Mi realidad.

I

"Hay en La Tierra una gran confusión para entender el

significado de dos actos esenciales de la propia evolución a

los cuales ustedes les han dado el nombre de nacer y morir;

por eso, se aferran a lo que creen que es la vida y le temen

a lo que suponen que es la muerte. Este temor infundado

los angustia, cuando llega el momento de trasmutar a otro

plano de la existencia.

"Ha sido Mi voluntad que ustedes desconozcan lo que

llaman ´´el más allá ".

"¿Acaso saben en verdad lo que es nacer, y también lo

que consideran morir. . . ?

"Con el primer acontecimiento se alegran y con lo que

llaman muerte, lloran. . .

"¿No deberían sufrir cuando llegan y gozar cuando se van. . . ? ¿Están en lo cierto en la forma en que lo hacen

ahora?

"¡Qué saben ustedes de todo esto'

236

Page 237: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

"Todos llegan al mundo llorando y los que han vivido

bien se van con una sonrisa. . .

"¡Qué saben de todo esto!

"Si llegaran a sentirme en ustedes, acatarían Mi voluntad sin temor ni resignación, e irían confiados a realizar la

actividad espiritual que van a tener a Mi lado, cuando con-

cluya su presente ciclo de vida terrenal.

"Hizo Dios una pausa y quedó la sensación de que tam-

bién el aire había suspendido su movimiento. Sólo se percibía

la respiración acompasada de todos los seres del Planeta; sus

ojos permanecían cerrados, en un acto de concentración.

"Volvió a oírse la voz de Dios y no obstante que vibraba llena de dulzura, se destacaba su enérgica entonación. . .

"Como han manifestado el deseo de perdonarme, con-

sidero conveniente orientarlos, para que conozcan la forma

de practicar el perdón.

"Al decir Dios estas palabras, se advirtió una agitación

en los cuerpos, que hasta ese instante no habían cambiado de

postura. Muchos se sintieron temerosos por la audacia

237

Page 238: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

de enjuiciar al Ser Supremo, y pensaron que esto les atraería

males mayores; otros se avergonzaron de su osadía al

pretender perdonarlo.

"Percibió Dios el temor de la humanidad, y antes de

continuar, suavizó la voz para infundirles confianza:

"Por primera vez me siento halagado como si Yo tam bién fuera humano, al ver a todos unidos con el propósito

de practicar el perdón. Ya les señalé que el perdón es un in-

ciso del primer artículo de Mi ley, y van a confirmar que

en su práctica, lograrán elevar su condición humana. "

Perdonar es comprender, y comprender es sentir en

lo más profundo de ustedes mismos el dolor de saber de

quiénes se derivan los errores, y esto a cada uno le co-

rresponde sentirlo en su consciencia.

"Aun cuando les haya ocasionado pena, el error ajeno no deben juzgarlo, hasta que reconozcan que también uste- §

des son susceptibles de causar males; por lo tanto, deben

tratar de comprender a los demás, para que el juicio que

emitan de ellos sea tan benigno, que no les deje resenti-

mientos; en cambio, cuando se juzguen ustedes mismos,

háganlo con severidad, para que sus errores les dejen una enseñanza valiosa, que les permita realizar el acto más

trascendental: ¡Perdonarse a sí mismos!

"Al terminar Dios esta frase, se sintió una gran inquietud

en la humanidad. .. Sin embargo, el Creador prosiguió en

tono sentencioso.

"Consciencia es conocimiento, conocimiento es com-prensión.

238

i

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"Yo, Creador del hombre y conocedor de Mi obra, les hago saber: los que aspiren a perdonarme, tendrán que poner al descubierto sus intemperancias e inconsciencia, para que puedan hacer un balance equitativo de los daños que se ocasionan a sí mismos y de los que permiten que les infieran quienes los rodean, además de todos los que le atribuyen a Mi voluntad. Si los analizan, llegarán a la siguiente conclusión:

los que deben perdonarse. . . son ustedes mismos.

"Del nivel en que se establezcan en los vastos dominios

de la consciencia, dependerá el que lleguen a juzgarse sin que

medien las falsas justificaciones.

"Lo importante es dar a luz la verdad. Ese parto es do-

loroso, pero deben soportar con estoicismo el alumbramiento

de esta íntima realidad, que nacerá al romper las cadenas

que los sujetan a la ignorancia de sus propios errores.

"Las equivocaciones que no quieran reconocer, los

mantendrán sometidos hasta que acepten que la única verdad que existe, es la que dicta la consciencia. Pero de cierto les digo: no dejarán de culparme o de interrogarme, hasta que hayan aceptado que el mal que le atribuyen a Mi voluntad se ha originado en su propia irresponsabilidad.

"El que ustedes se perdonen, no es un acto místico de

contrición, como el que hacen cuando me piden perdón

prometiendo enmendarse. Perdonarse a sí mismos, tiene más

profundidad de la que hay en los océanos, y más altura de la

que hay en el espacio.

239

Page 240: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

240

"Cuando reconozcan que son víctimas de la inseguridad

y de la confusión en que viven, que son esclavos de la

ignorancia de su realidad espiritual, y que son verdugos de

ustedes mismos por no amarse y respetarse, acatarán el

primer artículo de Mi ley, y darán testimonio de que son

seres inteligentes.

"Al otorgarse el perdón, reconocerán que están capaci-

tados para transformarse. La falsedad más grande en que se

escudan, es creer que no pueden cambiar ni su genio ni su

figura; ambas se modifican por medio del esfuerzo y de la

comprensión.

"Si fuera verdad que carecen de elementos para cambiar su manera de ser, llegarían al mundo programados como los androides o robots que suelen fabricar ustedes en La Tierra, pero como son criaturas de consciencia, solamente necesitan

no dudar que tienen inteligencia para lograrlo.

"Lo que más eleva la condición del hombre. . . es aceptar sus errores. Como este hecho es un acto inteligente, desarrollará su seguridad interna, al dejar de culparme o de acusar a los demás.

"Si aceptan además que son responsables de los sufri-

mientos que les ocasiona la inconsciencia en la que viven, así

como si toman en cuenta que también son culpables de las

penas que supuestamente les infieren sus semejantes, tendrán

que reconocer, que al reaccionar como víctimas indefensas

ante las gentes que los dañan, se convierten ustedes mismos, en instrumentos que propician y estimulan la maldad y ¡a

desconsideración de los seres que son inse-

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guros. Estas gentes, por la misma inseguridad son agresivas,

además de excesivamente egoístas por la ausencia de espi-

ritualidad.

"La carencia de confianza propia, la intemperancia y el egoísmo, provienen de la limitación que el hombre impone a su espíritu, por la falta de responsabilidad; esa cómoda actitud que les ocasiona los mayores sufrimientos, y los priva de tener la retribución de la armonía interna, cuando han cumplido con su deber.

"Como en los niveles espirituales fluye lo mejor de cada quien, también la Ley de Causa y Efecto no limita los resultados que produce el dar lo mejor de sí mismos.

"¿Acaso no se dan cuenta que la tierra generosa, es la

manifestación espontánea y precisa del proceso de dar de sí

misma lo mejor?

"Si la tierra les da tanto, ¿qué es lo que le impide al

hombre extraer algo de lo mucho que hay en él, si mantiene

en actividad a su espíritu?

"La falta de seguridad, la intemperancia, el egoísmo y la vanidad, limitan las facultades superiores del hombre, y en

ese estado acomodan las situaciones a su manera, para poder

culpar a sus semejantes.

"De siempre han creído, que son ustedes los que deben

perdonar a los demás por los males que éstos les han

ocasionado, pero es otra la realidad: si alguien los ha da-

ñado, ustedes son los responsables por haberlo permitido, y

toda culpa debe ser perdonada.

241

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"Uno de los deberes que la vida impone, es eludir sa-biamente las ofensas o agresiones que procedan sobre todo de sus seres queridos. Ellos pueden haber nacido de sus en-trañas. Si éste es el caso, deben impedir que las criaturas que han traído al mundo se conviertan en malvadas. Las ligas de la sangre no los obliga a tolerar las perversas intenciones o la mala índole de las gentes, así como la falta de respeto o

consideración; en cambio, sí los responsabiliza del mal hábito que puedan adquirir los hijos, al acostumbrarse a ofender tanto a sus progenitores, como a cualquier semejante.

"Aquél que por negligencia no corrige a un ser amado para evitar que atropelle los sentimientos o los derechos ajenos o, lo retiene por temor a perderlo, será culpable de todo el mal que éste posteriormente le infiera.

"Los abyectos o los desorientados dejarán de hacer el

mal, en el momento en que se les impida rebasar el límite de

sus derechos, y si ustedes en verdad aman a sus seres

queridos, deben demostrarlo evitando que se conviertan en

verdugos de quienes los quieren y protegen.

"Para cada caso existe una solución apropiada. Encon-

trarla, es la tarea que corresponde a los que hagan cons-

ciencia, de los deberes que tienen, tanto para evitar que los dañen como para impedir que se perjudique un semejante,

por no medir la consecuencia de sus actos.

"Nuevamente os digo: aquél que logre comprender que nadie, sino él mismo, es responsable de sus penas y fraca-sos, logrará perdonarse y cesará de culpar a los demás. Este

Page 243: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

acto le dará la oportunidad de hacerse consciente del engaño

en que ha vivido, por albergar odios o resentimientos hacia

aquél que le permitió allanar su individualidad o sus

derechos.

"Les será fácil evitar ser agredidos de palabra o de he-

cho, si lo impiden desde los primeros indicios, pero si no actúan oportunamente, deberán absolver su culpa perdo-

nándose a si mismos, para que no quede rastro de odio' o

malestar, hacia el que supuestamente les ha hecho un mal.

"Ustedes no albergarán rencor ni resentimientos para sí

mismos, y el malestar interno que han llegado a sentir sin

saber a qué atribuirlo, desaparecerá cuando logren com-

prender y perdonar su negligencia y cobardía, por haber

tolerado que alguien traspasara los límites de su dignidad.

"Cuando logren perdonarse, descargarán el pesado far-do de prejuicios que llevan a cuestas, al juzgar mal a quienes culparon. Si llegaran a considerarlos como si fueran ustedes mismos, evitarían el mal que ellos se infieren al permitir que los dañen, e inclusive en algunos casos, el poner distancia de por medio, es un acto de amor y también de inteligencia.

"Al perdonarse desaparecerán los falsos argumentos de la propia justificación, y sólo queda la única verdad de cada quien: el que hace lo que debe, atiende a su verdad y esto le

basta.

"Los derechos que tiene el hombre, le imponen deberes que atender, y el primer derecho es vivir, pero cumpliendo

con los deberes que le va imponiendo la vida.

243

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244

"Vuelvo a repetir: todos tienen la capacidad de cambiar

su manera de ser, si fundamentan su paz interna en el

respeto propio y en el ajeno. Esta simple actitud también

cambiaría las situaciones anormales que confrontan en la

Tierra, como es que se agredan y se maten los hombres entre

sí.

"Hizo Dios una pausa para darles tiempo a reflexionar,

pero fue tan breve que duró el tiempo en que un pájaro tarda

en levantar el vuelo, y después en tono sentencioso continuó:

"Yo no quiero que me amen sobre todas las cosas; de cierto

les digo: en verdad seré amado si logran amarse a sí mismos. En ustedes me amarán, porque en ustedes estoy. Es así como

podrán cumplir con el primer mandamiento que está escrito

en las tablas de Moisés, y cuando acaten el primero de ellos,

darán cumplimiento a los restantes, al amarse a sí mismos.

"Cuando sientan reverencia por su organismo, lo res-

guardarán de sus alteraciones emotivas, de los desmanes a

que someten su ser físico y de los vicios que los tienen

dominados. Entonces seré venerado en el templo que les di:

su cuerpo en el que mora su alma, y. oficia el espíritu.

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"Si llegan a reconocer que sus facultades superiores

provienen de Mi, sabrán que son seres inteligentes por su

Origen, y ya libres de toda duda podrán comprobar, que el

vínculo que los une a Mí es el amor.

"En el ejercicio de Mi ley, cada hombre adquiere el poder inteligente que da el amor. Este dominio es el único al

que nadie opone resistencia, ni despierta rebeldía; por el

contrario, propicia el respeto y la admiración por todos

aquéllos que se imponen con amor.

"En síntesis. . . Mi ley es amor, y en él se rige el Gran Plan de la vida que es el sitio del hombre, por eso están ustedes presentes en infinitos ciclos para que puedan evolucionar, y a medida que aprenden, adquieren la sabiduría de saber convivir.

"Como en Mi ley se superan, el avance que logra el ser

humano, le hace merecer una vida prolongada con salud y

juventud, porque la evolución los capacita para evitar el

sufrimiento, y si lo llegaran a tener, lo superarán con la

fortaleza que desarrollan por medio de la actividad espiritual

en que viven.

"Como todos están capacitados para ejercer Mi ley, en la

medida en que van evolucionando justifican que son los

seres inteligentes que envié a poblar la Tierra. Esta verdad

deben tenerla presente, para que respondan al impulso de su espíritu creativo; él les dará las formas acertadas de actuar o

decidir.

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246

"La superación desarraiga el hábito de culpar, al adquirir la capacidad de comprender.

"Hay algo que también está determinado en Mi plan y en

Mi orden: el sufrimiento que les ocasiona Mi voluntad cuando

me llevo a sus seres queridos, sólo podrán atenuarlo. . . si

llegan a comprender que estarán mejor conmigo, cuando han

cumplido su misión en el presente ciclo de vida.

"Antes de que concluya deben saber: la felicidad que tanto ansían se encuentra en su armonía interna. Ese estado les hará experimentar la sensación de estar plenos de si mismos, sin demandar nada más.

"No hay otra felicidad. Sufrirá desesperanza quien la busque en lo superfino; ella permanece en donde no hay ostentación. . . quieta, en silencio, como si no fuera nada. . . pero en esa nada está la serenidad que se requiere para no perder la paz interna. Sólo conservarán la felicidad, los que estén preparados para aceptarla, tan sencilla como es.

"Se hizo el silencio.. . por algunos momentos pareció que toda la actividad del Planeta iba a quedar paralizada, pero

de pronto, las aves, que según se dice más cerca están de

Dios, supieron que había llegado el momento de ento-

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nar un canto de gratitud al Ser Supremo, por haber permitido

que se oyeran Sus palabras, y en unos instantes se organizó la

sinfonía más hermosa, nunca antes escuchada.

"La humanidad sigue postrada, no da muestras de can-sancio; los cuerpos no necesitan comodidad, parecen vibrar en un solo pensamiento, en un anhelo universal.

"La voz que llevó la representación de la humanidad, se

elevó por encima del cántico de los pájaros para contestarle a

Dios, a pesar de que, por la emoción, las palabras salían con

dificultad de su garganta cuando se le oyó decir:

"Señor. . . no podemos pedirte perdón por nuestro error,

pero sí estamos obligados a reconocer, que si en Tu orden de

evolución tenemos que superarnos, debemos ejercer Tu ley

para lograrlo.

"Nunca antes pudimos comprender que el amor nos daría

las claves para ser inteligentes; sólo Cristo lo supo, por eso vino a enseñarnos el poder que tiene el amor, pero nosotros

no lo comprendimos.

"La voz quedó entrecortada por un sollozo; gradual-

mente empezó a elevarse un murmullo que se unió al canto de

las aves, y hasta que fueron cesando sus trinos, se entendió lo

que decían:

" ¡Debemos comprenderte, Señor. . . Debemos perdo-

narnos, Señor. . . Debemos amarnos. . . Señor!"

En la cabaña también se hizo el silencio. . .un silencio cargado de vibraciones indefinidas. I,a voz de mi visitante moduló las

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palabras con diferentes entonaciones, matizándolas de emoción y

de energía, para darle vida y sentido a su lectura, al grado que logró

que yo participara también del despertar simultáneo de todas las

consciencias, que supuestamente experimentó la humanidad al

escuchar a Dios.

Vuelvo a la realidad cuando veo regresar a mi huésped del sitio en donde está su morral en el que guarda su libro. Al verme abstraído, se acomoda de nuevo en la butaca y permanece en silencio. Entre tanto, yo analizo que el diálogo que supuestamente sostuvo Dios con los pobladores de este Planeta, fue desarrollado por el escritor con el propósito de situar al hombre en la vida como un ser inteligente, por la capacidad que tiene de cumplir con la Ley que menos artículos tiene.

Éstos son tres y forman el Triángulo del Poder que tiene el

amor para el bien en todas sus formas. Al amarnos, ya podemos

amar a los demás, y para no perder la paz interna cumplimos

nuestros deberes.

Qué estimulante es visualizar una humanidad que deja de agredirse porque se tiene amor a sí misma, y qué grande cosa será que cada uno cumpla con su deber. He ahí el porqué la evolución

se lleva a cabo, dentro de osa ley que en sus tres ar-

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tículos incluye a Dios como amor, a la vida como el objetivo de Su Gran Plan, y al hombre como el ser inteligente que sabrá vivir cuando cumpla esos artículos, que solamente son tres.

Por otra parte, en mi mente se sucede una interrogante a la que

no puedo dar respuesta; desentrañar el misterio o la casualidad que

hizo a este hombre llegar hasta mi cabaña, y en unas cuantas horas

resolver el problema de mi mundo interno.

Ya no me aferro a defender lo que hasta ahora constituyó mi

manera de ser y de apreciar las cosas. Ahora ya sé que con sólo

cambiar nuestras ideas erróneas, existen otras formas distintas de

vivir, tales, que parecería que no habitamos en La Tierra, sino en

otro planeta. Si no oponemos resistencia al proceso de la evolución,

no tendremos que sufrir; en fin, en estas pocas horas se han abierto

ante mí horizontes que no estaba acostumbrado a contemplar.

Las dudas momentáneas que aún me asaltan, se desvanecen

casi de inmediato al aplicar los nuevos conceptos que ahora tengo,

aun cuando se interponen los hábitos que son difíciles de extirpar.

Ese algo que empieza a cambiar en mí, lucha contra lo que he

sido y lo que quisiera ser; pero me resisto a dar por hecho que un caminante que se detuvo ante mi puerta para pedirme posada, haya transformado así mi vida sin que yo me diera cuenta, al grado que ya no podré pensar como lo había venido haciendo hasta ahora.

Lo que esta noche me ha enseñado mi huésped, me ha reve-

lado el inapreciable valor que tiene la vida. Ya no podré considerarla

una carga ins op or table en la adversidad, ni la tomaré a la

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ligera, aun cuando vuelva a sentir gusto al vivirla. Si la finalidad

de vivir es evolucionar, ése va a ser ahora mi objetivo; quiero ser

ese hombre que empieza a entrever el privilegio de haber nacido,

y así como el niño que arriba al mundo reclama vivir, volveré a

empezar, pero lo haré como si estuviera en la etapa de la adoles-

cencía, cuando se experimentan las primeras inquietudes; ese

tiempo que reclama el despertar de la consciencia, para empezar a

situarnos en la vida por nosotros mismos.

Abstraído en mis reflexiones, no me percaté que mi amigo se

había levantado a servir el café que ya tenía preparado, hasta que me ofreció una taza. Cuando lo vi instalado frente al fuego, consideré necesario comentarle la impresión que me causó la lectura de su libro, aun cuando mis ideas seguían tan deshilvana-das que no sabía cómo empezar.

- No me queda ya ninguna duda —le dije—, que la inmensa mayoría de nuestros males provienen de la inconsciencia, que a través de fingida o auténtica resignación le atribuimos a la Vo-luntad de Dios, por desconocer lo que el hombre es como criatura espiritual, con la capacidad de ser dirigente de su vida por medio de su albedrío, voluntad e inteligencia.

El saber que existe un plan inteligente para regir la vida, nos

da idea de lo equivocados que estamos, al ignorar que hay un

orden perfecto en el que todo lo que vive evoluciona, legislado

por una ley cuya esencia es nada menos que el amor.

Ante la grandeza del orden perfecto en que ópera la vida, me

niego a ser un parásito; ya no quiero vegetar, me parece indigno

escudarme en mis penas y fracasos, cuando veo que hay gente

capaz de llenar su vida de esperanzas, porque cumple con la única ley que integra el conjunto de situaciones que van ha-

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ciando estimulante la vida, al incluir el amor en sus tareas y

propósitos.

Es lamentable que las mayorías ignoremos que por medio del

amor se aprende a vivir, pero es necesario sensibilizarse a la corriente de energía que emana de él. Esa energía inteligente es la que nos armoniza con la vida y con todo lo que nos rodea.

—Está en lo justo --contestó mi huésped—, y lo más valioso es que usted ha logrado darle un lugar preponderante y definido a la sensibilidad, que nos hace percibir la vida en el aire que pasa, en el agua que cae, en el rayo de sol que penetra a pesar de que traten de impedírselo, así como el parpadeo de la estrella que se destaca en la

obscuridad.

Cuando se siente la vida en todo lo que nos rodea, también se

toma en cuenta el sentir de los demás, y esto nos facilita encontrar

el punto en que se equilibran, tanto los intereses ajenos como los nuestros, y nos armoniza no solamente con quienes convivimos,

sino también con la vida, al no alterarla con el atropello al

semejante en sus derechos o sentimientos.

Aun cuando al principio de nuestra charla hablamos de la conveniencia de llevar a cabo el desarrollo de la sensibilidad, no llegamos a definirla, y no debemos perder de vista que lo más importante es conocer las capacidades de cada una de las partes de ese todo de nuestro ser espiritual, para servirnos de ellas con

propiedad.

Pero continúe usted; estoy tan complacido por el avance que ha logrado y sobre todo, porque ya depuso la impotencia que no le permitía empezar a vivir en verdad, que me lleno de placer y orgullo al escucharlo.

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Page 252: ¡QUIÉN ERES TÚ! _ Esteban Mayo y Carmen Covarrubias

Al terminar mi visitante de decir lo anterior, yo continué:

— La lectura del supuesto diálogo que mantuvo Dios con la

humanidad, así como las experiencias de usted, me han hecho entrever el cúmulo de posibilidades que me reserva la vida. Créame

faltan las palabras para explicarle el sin fin de situaciones que se

proyectan en la pantalla de mi imaginación en un ir y venir de ideas

que no puedo acomodar.

Esta noche me ha llevado usted a una dimensión desconocida. .

. !comprender!\ tarea titánica que me impondré para no juzgar y

menos condenar a mis semejantes, porque lo justo es tratar de

entender el motivo que los mueve a ser como son.

Sería imperdonable que no me esfuerce en poner a prueba mi

entendimiento, al abarcar la magnitud que tiene la comprensión: ese acto inteligente que nos permite entender, que los diferentes puntos de vista acerca de una misma situación que tiene cada uno, se deben al nivel de evolución en que se encuentra.

Es tan amplio el campo que abarca la comprensión, que si al introducirnos en él no lo hacemos con amor, juzgaríamos a nuestros semejantes despiadadamente, y este hecho nos coloca-ría en una situación desventajosa ante nosotros mismos y ante los

demás.

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Al profundizar en sus palabras, llego indefectiblemente al punto

del cual parte ese orden evolutivo que existe; por lo tanto, quizás no

podré sustraerme a la creencia de que vivimos incontables

existencias para aprender a vivir, ya sea por medio de la dolorosa

experiencia, o en el ilimitado campo de la comprensión.

Le aseguro que no seré obcecado; salta a la vista que la dife-rencia que existe entre los seres humanos se debe a su grado de superación espiritual. Ese nivel inteligente que capacita al hombre para saber vivir, con paz interna y le permite analizar hasta lo inconcebible.

Precisamente ahora, siento interés por elevarme del nivel en que me encuentro, mediante la amplitud de consciencia que se requiere, para abarcar el conjunto de las situaciones pequeñas y grandes que conforman la ciencia de saber vivir, basada en el difícil arte de saber convivir. Ésta es la tarea más ardua a la que nos enfrentamos en el transcurso de la existencia.

¡Qué ironía! Ahora que estoy solo me doy cuenta de la im-portancia que tiene saber convivir, sobre todo en los momentos difíciles, en los que debemos tomar en cuenta el sentir de los

demás, aun cuando nos una la misma pena o preocupación, para no deprimir o alterar más el ánimo de quienes comparten nuestra vida y nuestro pesar. Éste debe ser el caso de los que practican la actividad espiritual y se olvidan de ellos mismos para servir a los demás, con lo cual logran disipar sus propias penas; en esta forma se confirma lo que usted asegura, respecto a que el hombre que se ha superado padece menos que el ignorante.

Fin la misma forma que usted lo hizo, voy a intentar cambiar

mi manera de ser, pero con la ventaja de tener la libertad y los

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medios para dejar escrita la experiencia de mis errores; porque tuve el valor de reconocerlos gracias a su enseñanza, motivo por el cual dejaré de vivir en el error de culpar a Dios y a los hombres.

Este propósito va a marcar otra etapa de mi vida; será como si acabara de nacer, con la mente abierta a una nueva forma de pensar, de apreciar a las gentes, así como también con la idea de dejar el campo abierto para aprovechar las oportunidades que nos

ofrece la vida, con el sólo hecho de sensibilizarnos a las necesidades que surgen continuamente, y el que sacuda la abulia llenará su tiempo de actividades positivas.

Ya no existirán más horas grises, ni me torturarán mis recuer-

dos; tampoco la soledad me envolverá como la bruma. Esas horas estarán plenas de ideas que iré desarrollando, hasta llenar mis días de las tareas que cansen mi cuerpo y fortalezcan mi espíritu.

Es un error no enfrentarse al vacío que llevamos dentro para

volverlo a llenar de ilusión, al hacer algo por alguien, y lo menos

que podemos intentar es trasmitir el conocimiento, cuando liemos

tenido la fortuna de que alguien nos lo haya dado.

El ignorante puede ser disculpado, pero el que ya sabe cuál es la finalidad de la vida tiene la obligación de trasmitir sus conocimientos, para que fluya su corriente; de lo contrario, el poseedor de ese valioso saber, terminará contaminado de conocimientos que no practica, ni comparte con los demás, aun cuando a muchos no les interese o no los acepten, como usted me

explicó. No obstante lo poco que usted mismo logre, ya veo que su ánimo no decae, en el int en t o continuo que realiza, hasta que alguien finalmente se interesa.

2.54

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La puerta de esta cabaña ya no permanecerá cerrada como lo estuvo hasta el día en que usted llamó a ella, y quienes me escuchen, sabrán que fui un hombre amargado que no podía resistir los golpes de la adversidad, porque ignoraba que era necesario enfrentarme al pasado, para reconocer que el mayor grado de dolor lo he padecido, por ignorar que en tanto no reconociera mis errores, seguiría el malestar interno provocado por el remordimiento.

Si no estuviera de por medio ese sentimiento que nos carcome por dentro, mi dolor hubiera sido tolerable, pero el haber dejado de

hacer lo necesario y conveniente, nos tortura sin piedad aun cuando

nadie nos acuse. Ahora tengo la seguridad de superar ese suplicio,

si logro hacer por otros lo que no hice por mis seres queridos, ya

que tengo la prueba de lo que usted logró por el mismo motivo, y

ahora vive en paz consigo mismo.

Por otra parte, considero que la humildad con que aceptemos

nuestras culpas, nos dará la grandeza que se requiere para

perdonarnos a nosotros mismos. Sólo así podremos despojarnos del

resentimiento que albergamos y que no sabíamos contra quién

descargarlo.

Desde que mis hijos se fueron a la guerra, me culpé, pero no sabe cuánto dolor me causó aceptarlo, sin que mediara ningún atenuante en mi favor. De todas las justificaciones que busqué, ninguna me exoneró ni siquiera de una mínima parte de la res-ponsabilidad que recaía sobre mí de la muerte prematura de mis hijos. Ahora solamente me anima la ilusión de convertirme en el propagador más tenaz de la importancia que tiene aprender a valorar la vida, para que los jóvenes no se dejen engañar por falsos conceptos de los derechos humanos. Éstos comienzan

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con el deber que tiene cada quien de resguardar su vida, como el

tesoro más valioso que le hubieran dado en custodia.

Ya no me importa retornar tantas veces como sea necesario;

desde ahora mi existencia tendrá el objetivo de orientar a las ju-

ventudes para que se defiendan de aquéllos que astutamente las

exa ltan a defender las ideologías, y en nombre de éstas, los

hombres se matan entre sí.

La transformación que se ha operado en mí, no es mérito que

me pertenezca; fueron sus enseñanzas las que me sacaron del error

en que he vivido. Espero que abone usted a mi favor el haber

vencido la resistencia que opuse en un principio para aceptarlas.

Al mencionar mi anterior resistencia a sus argumentos, me doy cuenta que esa rebeldía se convierte en el muro que levantamos ante nuestro propio entendimiento, para no comprometernos con

nosotros mismos a realizar un cambio interno, y no obstante que percibimos su beneficio, lo rechazamos, porque preferimos continuar en la rutina que no queremos dejar, por ser más cómoda.

La forma en que su libro plantea el acto del perdón, me indica que el sólo hecho de interrogar a Dios, de resignarnos, o de s ent ir rebeldía contra lo que llamamos destino, da lugar a culparlo, en lugar de enfrentarnos al origen del que parten nuestras penas. Quizás esto se debe a que desde siempre, la puerta de salvación ha sido atribuirle a la Voluntad Suprema todos los sufrimientos, listo es lo que ha dado origen a rehuir el encuentro con nosotros mismos, motivo por el cual no aceptamos que somos los únicos culpables de los males que nos ocasiona la inconsciencia en que

vivimos.

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Nuestros errores nos afectan más por no reconocerlos, y el acto

más inteligente sería aceptarlos para corregirlos.

Al hacer un análisis de las situaciones del diario vivir, nos podemos dar cuenta que ser inteligentes, no es sólo descubrir algo espectacular; es mucho más meritorio resolver con sabiduría los incontables contratiempos de la vida, que tener una sola actuación inteligente que nos llegara a inmortalizar. Este concepto es necesario llevarlo a las mentes jóvenes, para que no duden que el hombre es inteligente, cuando logra vivir en armonía.

De la lectura de su libro pude apreciar, que la negligencia en

que caemos para evitar que nos agredan, propicia el hábito de hacer el mal, con lo cual se va formando una cadena de inconsciencia colectiva, tanto de los que dañan, como de aquéllos que permiten ser dañados.

-Existe una forma muy común de comportamiento —inte-

rrumpió mi huésped— de algunas gentes que poseen un gran poder

de sugestión, y por lo mismo, defenderse de ellas es muy difícil

aunque no imposible, si la persona afectada se estima lo suficiente

para no permitir que la dañen; pero si es timorata, queda bajo el dominio de ese tipo de personas que despiadadamente invaden los

derechos ajenos con tanta astucia, que nulifican la manera de ser de

una gente valiosa, al grado que, sin darse cuenta, la hacen renunciar

a ser ella misma.

Este tipo de gente no sojuzga con una imposición franca, abierta y definida. Actúa con un magnetismo astuto que no se ve a simple vista. Este, envuelve tan sutilmente que no se deja sentir, y en contra de eso que es todo y en apariencia no es nada, los timoratos se someten a su forma de ser, al grado que no caen en la

cuenta del egoísmo solapado con que los dominan.

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Esos seres viven para sí mismos, y no toleran a los que tienen sus mismas características, pero en ca mb io sugestionan a sus víctimas y aun les impiden pensar por ellas mismas.

La persona que ha caído bajo el influjo magnético de esta clase

de gente, no se da cuenta que ya no es dueña de ejercer ni sus más

ínfimos derechos o deseos, si éstos se oponen a los planes del

individuo que menciono.

Es así como una gente egoísta, vanidosa, y por la misma razón

llena de complejos dé autosuficiencia, logra someter a una persona

que es valiosa, pero débil de carácter, solamente porque ésta no se

defendió a tiempo de las primeras agresiones contra sus derechos, y

los tratos de que es objeto terminan por enajenar su voluntad.

Estos casos plantean una situación compleja. Cuando la persona afectada descubre la estudiada actuación de este tipo de gente y se le presenta la disyuntiva de una separación por su forma de ser, cambia de una manera inimaginable ante el peligro de perder su situación privilegiada, y aparenta que no queda rastro alguno de su anterior arbitrariedad solapada. La esconde con tanta maña, que da la impresión de haber cambiado totalmente y para siempre su actitud; es más, desaparecen sus complejos de suficiencia, y con un arrepentimiento y una humildad que está muy lejos de sentir, convence por un tiempo, pero lentamente vuelve a ser lo que era.

— ¿Qué sugiere usted hacer en estos casos?- le pregunté ,a mi

compañero—. Salta a la vista que estas situaciones son difíciles de

resolver.

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-La persona afectada —me contestó—, deberá sentir indig-

nación por la forma en que es tratada, para que pueda armarse de

valor para actuar.

Tendrá que hacer acopio de una firmeza inquebrantable para

imponer sus condiciones, que por justas y concretas, sean

irrebatibles, para que no se presten a divagaciones que a nada

conducen y no dejan claros los puntos que se quieren corregir. También deben ser cabales, para definir todas las situaciones

negativas que se tratan de enmendar.

Estos casos requieren de una planeación muy amplia y precisa para resolverse, sobre todo tomando en cuenta el futuro. Es necesario visualizar lo desastroso que es desperdiciar la vida, por la

falta de valor para dar término a las situaciones que ensombrecen la existencia. Pero debe de imperar la constancia, de lo contrario, se volverá a los malos hábitos sin haber logrado nada.

Es más, la obsesión en estos casos es muy valiosa, porque no se

pierde de vista el objetivo que se persigue. La obsesión de libertad,

de esa libertad de ser uno mismo, da buenos resultados. Se vuelve parte de nosotros, y no cesa hasta que se resuelve la situación

enojosa, debido a que no se desatiende la vigilancia continua en

tanto no desaparezca todo indicio de reincidencia.

En el caso de que no se tenga el firme propósito de ir acabando

con las costumbres establecidas, ni siquiera vale la pena iniciar un

cambio. Los planes que se llevan a cabo, no deben apresurarse con

tibios intentos; éstos, solamente terminarían por desvalorizar más a

la persona afectada ante ella misma, y ante la gente que la domina.

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La tarea no es fácil, pero el que logre cambiar esta clase de situaciones, habrá realizado el mejor acto de su vida, y en lo per-

sonal, sentirá que es otra gente tan distinta a la que fue, que le parecerá extraña su nueva personalidad, al recuperar una con fianza que le hará sentir que vive nuevamente. Además, recono- cerá que vale la pena haber rescatado su dignidad.

Interrumpí a mi visitante para saber lo que él opinaría respecto a que estos sujetos logran solamente un cambio temporal, y sin pensarlo, me contestó:

- En primer lugar, ya mencioné que se requiere que la de terminación sea firme para ponerle fin a ese estado de cosas.

Ahora bien, para que no cese el propósito, aconsejé ser obsesivo,

para concluir con esa enojosa situación por el mejor camino que

se encuentre. Pero es curioso comprobar, que la paciencia y la

constancia que tienen las gentes para tolerar lo insoportable, no las

utilizan para librarse de quienes sojuzgan a los demás con la

astucia que desarrollan las gentes inseguras.

Debo explicarle que precisamente la persona afectada es la que se convierte en el mayor obstáculo para resolver estas situaciones, debido a que duda de sí misma; es más, se siente inferior a quien la tiene dominada, y no toma en cuenta que si toda la capacidad que emplea en tolerar una situación que la rebaja, la ut i l iza r a en hacer valer sus derechos, se impon-

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dría para reclamar el respeto que demanda en el trato cotidiano la

individualidad.

La solución de estos problemas no se logrará por medio del que los provoca; radica potencialmente en el afectado, y si quiere llegar a la verdad, tendrá que reconocer que es responsable de la indignidad en la que vive.

Vuelvo a repetir que ese procedimiento requiere de temple,

para que a la persona egoísta no le quede otro recurso que cambiar

su forma de ser, aun contra su capricho; ya que es difícil que el

razonamiento llegue a convencer a este tipo de gente, y ni siquiera

la intervención de un tercero que trate de mediar en el asunto, daría

resultado.

Si la persona que se cree víctima quiere demostrarle amor a su

verdugo con su tolerancia, lo que en realidad logra es hacerlo aún

más malvado, y su actitud será nefasta para ambos, así como

también para quienes conviven de manera inocente el desajuste interno en que vibran esas gentes que, por medio del dominio que

ejercen sobre otros, llegan a sentirse seguras de ellas mismas.

Como las acciones del hombre están sujetas a la Ley de Causa

y Efecto, ésta no perdonará ni a uno ni a otro. Si los errores o los aciertos no tuvieran consecuencias, quedaría en entredicho esa justicia que no deja sin efecto ninguna causa, por lo cual, ambos

enfrentarán por separado y en común, esos efectos que llegan de manera inexorable. En estos casos no hay víctima; la que en apariencia lo es, daña más a su victimario, al permitirle hacer el mal, y perjudica además a todos los que dependen de esa situación que únicamente ella puede resolver.

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Cuando se cree que la responsabilidad es compartida, se de-

be tomar en cuenta lo difícil que es, que ese don se desarrolle

en todos por igual, para que dos personas simultáneamente cum-

plan con un deber que les es común. Generalmente la responsa

bilidad cuando es de dos o de varios. . ."ya no es de ninguno".

La responsabilidad tiene un radio tan ilimitado, que requiere

de una auténtica amplitud de consciencia para cumplir, no sola mente la parte que nos corresponda del deber que tengamos en común con otra gente, sino que también es imperativo no Per- der de vista si esa persona atiende lo que le atañe. Si lo descuida,

debemos hacernos cargo del total del deber que se comparte, para no sufrir las consecuencias de lo que no se hizo en su opor- tunidad. I

Quedamos un momento pensativos, y mi visitante señaló:

-- Le ruego que continúe, eso era todo lo que tenía que

añadir.

Con lo que usted me ha explicado --le dije—, salta a la vista

lo equivocados que estamos sobre quién debe perdonar a quién, y

como la responsabilidad no se limita solamente a nuestros actos, es

necesario sustraernos de quienes nos obstaculicen a cumplir con

nuestros deberes, ya sean !as gentes, nuestra abulia, o bien el

egoísmo y la vanidad que nos encierran en el

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círculo estrecho de nosotros mismos, y no abarcamos todo lo que

depende de una sola persona, cuando es responsable.

Usted mencionó que es necesaria la amplitud de consciencia

para tener responsabilidad; yo considero que es difícil lograr ese

estado, en tanto no practiquemos la actividad del espíritu: ese

esfuerzo de hacer consciencia de cada uno de nuestros pen-

samientos o actos, para no tomar decisiones a la ligera.

Desafortunadamente carecemos de una enseñanza específica de

lo que el hombre es; en cambio, usted desde el principio ha

insistido en que somos criaturas de consciencia, y como ha

enfatizado tanto y en tan distintas formas sobre ellas, he apreciado

que de la amplitud o estrechez de consciencia en que estemos

colocados, depende la inseguridad interna en que vivamos, ya que a

mayor amplitud de consciencia, mayor es la posibilidad que

tenemos de actuar con responsabilidad, ese don que nos da plena

confianza en nosotros mismos.

Algo que no olvidamos de las enseñanzas que nos dan desde

pequeños, es que fuimos hechos a imagen y semejanza de Dios,

pero cuando ya somos mayores, en lugar de hacer un esfuerzo por

elevarnos a Su nivel, lo humanizamos situándolo cómodamente en

el nuestro, al imaginarlo con temperamento y reacciones emotivas, de acuerdo a lo que nos imaginamos de Él.

Si desde niños supiéramos que la semejanza que tenemos con

Dios proviene del privilegio de participar de Su propia inte-

ligencia, tendríamos una idea más clara de la similitud que guar-

damos con Él, y el hombre se esforzaría en dar testimonio de esa

inteligencia, no sólo en su forma de vivir, sino también de saber

convivir en el hogar, en sociedad e inclusive a nivel mundial, para

que cesara la agresión entre los pueblos.

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El prurito que el hombre inseguro tiene de sobresalir de los demás, lo orilla a la violencia para destacar; otros caemos en la (rampa de sentirnos vanidosamente inteligentes, por nuestra propia suficiencia. Los sabios en cambio, no son violentos y menos vanidosos; es más, ni siquiera comentan que son inteligentes, pero la amplitud de consciencia en la que viven justifica la confianza que tienen en sí mismos, al estar más cerca de Dios por su forma

inteligente de vivir, aun cuando no profesen ninguna religión. No así los que se han fanatizado; éstos, entre más ostentación hacen de sus creencias, menos seguridad tienen en ellos mismos, y es que el fanatismo hace tan irresponsables a las gentes, que encuentran muy natural eludir sus deberes, con el sólo hecho de dejar todo en manos de Dios.

Estoy convencido que la ignorancia que tenemos de lo que representa la consciencia, como mediadora entre el hombre y la inteligencia, ocasiona ese lento caminar en el orden de la evolu-ción; por eso me rebela que no se haya hecho extensivo el cono-cimiento que usted me ha impartido, para que tuviéramos la oportunidad de penetrar en el misterio en que ha permanecido

nuestra compleja constitución espiritual.

Si usted salió adelante con lo que aprendió de su libro, ¿cómo es posible que algo tan importante quede sujeto a que nos

enteremos de su existencia por mera casualidad, en la que

intervino la suerte que tuve de conocerlo?

No creo que usted sea el único que conozca lo que esta noche

me ha enseñado, pero. . .¿en dónde están esas gentes que pueden

orientarnos en forma sencilla, dinámica y práctica, para que

empecemos a tener confianza en nosotros, al saber que somos seres

inteligentes por nuestro origen?

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— No se desespere —me dijo mi huésped—; reflexione por un momento, y sincérese con usted mismo sobre lo que le voy a comentar.

Vamos a imaginar lo siguiente:

Si yo hubiera tocado a su puerta cuando usted se consideraba

feliz y seguro de sí mismo, posiblemente ni me hubiera dado

albergue cuando su esposa vivía; pero aun suponiendo que los

buenos sentimientos de ella hubieran influido para que tolerara mi

presencia, seguramente que mis temas no le habrían interesado.

Cuando el alumno está dispuesto, el peor maestro resulta ex-

celente; es más, el mismo alumno sale en su busca cuando sabe

dónde puede encontrarlo; en cambio, el mejor maestro fracasará cuando a aquél no le interese el tema que éste sustente. Ésta es la

razón por la cual es tan difícil impartir estas enseñanzas.

Yo he tenido que guardar en muchas ocasiones un discreto silencio cuando percibo que no les interesa lo que trato; entonces, me concreto a pagar la hospitalidad que me han dado, partiendo su leña, y me despido sin que su indiferencia me haya molestado.

Estos temas requieren de condiciones muy especiales para tratarse, y una de ellas, es que la persona está emocionalmente dispuesta a escuchar, por eso no es conveniente abordarlos en un momento inoportuno; en cambio, en otras ocasiones, cuando me ha tocado volver por el mismo camino, me he llevado la sorpresa de ser muy bien recibido por la misma persona a la que antes no le había interesado mi plática; es más, esta persona toma la iniciativa para que entremos en el tema que antes le fue indiferente. Como el cambio me resulta extraño, le pregunto a qué se deben su nueva opinión y su interés.

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y termina confesándome que recordó mis palabras cuando enfrentó

una difícil situación.

Mi huésped permaneció en silencio por breves momentos,

transcurridos los cuales me dijo:

- Voy a hablarle de un tema escabroso pero interesante;

Como aún no se ha reconocido cuál es el origen de la inte-ligencia, se ha generalizado la costumbre de que el hombre se

atribuya a sí mismo ser la causa de su propia inteligencia, que

manifiesta de manera individual; por esta razón, no es sencillo

aceptar que esta facultad demanda de un determinado nivel de

consciencia para expresarse, y menos aún podrán creer, los que se

consideran inteligentes, que no lo son en forma permanente.

Ser inteligente no es un estado o condición estable; la mani-

festación de la inteligencia es momentánea, motivo por el cual el hombre queda expuesto nuevamente al error o a la ignorancia, cuando reduce la amplitud de su consciencia. Por eso es arriesgado calificar a alguien de inteligente, tomando en cuenta la serie de datos que tenga acumulados en la memoria, o basándose simplemente en su talento; en cambio sería acertado pensar que un hombre en un momento determinado ha logrado recibir la

gracia de la inteligencia, por la amplitud de consciencia con que actúa.

I

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Por hábito o por disciplina, se puede adquirir la agilidad de

escalar los niveles superiores de consciencia; por lo tanto, el

hombre que así proceda se puede considerar un ser inteligente,

mientras no descienda de los niveles en cuya altura se ve la forma

justa de equilibrar una difícil situación.

Muchas son las teorías existentes hasta la fecha respecto a lo

que es la inteligencia, y a pesar de que se han investigado pro-fundamente las neuronas y las circunvoluciones del cerebro, no se ha llegado a ninguna conclusión; inclusive hasta se ha relacionado a la inteligencia con el tamaño y forma de los huesos que conforman el cráneo, pero los científicos que tratan de localizar el origen de tan grandiosa facultad, hasta ahora no han logrado dar respuesta a su inquietud. También se han llegado a estudiar, en forma especial y minuciosa, los cerebros de hombres preclaros, y la consecuencia ha sido el discreto silencio que guardaron los investigadores, al parecer, por no haber encontrado nada extraordinario en su masa encefálica.

El acervo intelectual o el talento han sido considerados como indicios de inteligencia, y se recurre también a los llamados test, para calificar de más o menos inteligente a un individuos. Estos estudios se llevan a la práctica, sin tomar en cuenta

el estado de ánimo que se encuentra la persona que se va a someter

a un examen, y como lo primero que siente alguien que va a pasar

por una prueba es una alteración emocional, éste sería el primer

impedimento para lograr la manifestación de la inteligencia, que es

soberana, porque no admite ninguna presión ni vigilancia.

De ninguna manera será posible que el hombre trate de pro-

gramar o siquiera a t isbar el destello inteligente, así como tam-

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poco éste se manifestará forzando el entendimiento, es más: es necesario inclusive aquietar la actividad de la mente, cuando ha estado concentrada en la búsqueda de la solución que se requiere, para resolver una situación difícil.

Tampoco se daría crédito a la condición necesaria para recibir

la gracia del destello inteligente, el cual demanda de un estado de

serenidad, como ya lo mencioné, para que esté ausente la

impaciencia, el deseo o el temor, así como todo sentimiento

negativo. Es como tener la sensación de que no existiera cosa

alguna en nuestro derredor.

La actitud de indiferencia y desapego podría parecer ino-

perante, si el proceso que antecede a la manifestación de la in-

teligencia, no estuviera condicionado a la necesidad de una au-

sencia total de cualquier emoción que nos perturbe, para poder

sumergirnos en una armonía interna, en la que aparentemente no

hay nada. . .pero en la cual nos es revelado todo lo que liemos deseado saber, en un destello que no es producto del talento, de la

genialidad o de la imaginación.

El talento y la genialidad se auxilian de la imaginación, y como ambos provienen de nuestro don creativo, están sujetos a mayor o

menor desarrollo, en primer lugar a través de la disposición que ya traiga la persona desde su nacimiento, y en segundo, en el esfuerzo que ella ponga en la práctica diaria, así como en su capacidad de asimilar las experiencias.

Es necesario comprender que no hay grados de inteligencia,

sino que ésta es absoluta, como ya lo dije. Lo que ella manifiesta

cuando estamos en el estado de amplitud de consciencia, mediante

ese chispazo luminoso, ese rayo de luz que nos i lumina de repente, es inalterable. Es más: debe grabar-

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se de inmediato en la memoria la clave recibida, para no olvidar

ninguno de los detalles que nos fueron revelados.

En tanto el hombre continúe en la creencia de que en él se

origina la inteligencia que en ocasiones manifiesta, seguirá

ignorando que esa facultad, si bien no le es propia porque él no

es su causa, tampoco le es ajena cuando practica la actividad

espiritual.

Cualquier camino que se tome para develar la fuente de la que

procede la inteligencia y su forma de operar, nos llevará a establecer la analogía o similitud inteligente que existe entre Dios y el hombre, por medio de la actividad del espíritu.

Si usted analiza la sencilla precisión con la que opera todo en la

Naturaleza, inclusive en la naturaleza del hombre, se dará cuenta

que de esa sencillez, se deriva la dificultad para que la gente acepte

estos conceptos.

Para creer en algo desconocido, todos esperan que sea tan

complicado que cueste trabajo entenderlo, y si no lo pudieran comprender, con mayor razón lo darán por verídico; en cambio, lo

que es claro y preciso lo ponen en duda, y nunca se da crédito a lo

que habla por sí solo.

— Sobre lo que me ha dicho —le interrumpí—, en parte le

concedo razón. Sin embargo, todo el que tenga este tipo de co-

nocimientos está obligado a compartirlos, aun a sabiendas que de

cada cien gentes, sólo una los aprovechará.

En lo particular a mí me parece indignante que, por ejemplo, se

lleven registros minuciosos de la procedencia de algunos animales

para certificar que son de raza pura, y que por lo mis-

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mo conservan su casta; en cambio el hombre, que es el que ha

descubierto tantas cosas, desconoce que es de casta divina, por su

origen.

También es desalentador que las mayorías desplieguen es-fuerzos infinitos, digamos. . .en la práctica de los deportes y en camb io, ignoran que existe el deporte más exitoso: el de la ac-tividad espiritual que consiste en escalar palmo a palmo los niveles superiores de consciencia.

Por otra parte, es absurdo que se emplee la palabra amor para

referirse al acto sexual. Esto se debe al desconocimiento que

tenemos de que el amor es energía inteligente. Con esta ligereza en

el hablar, hemos deformado el sentido de una de las palabras más

breves, pero de mayor contenido espiritual que hay en los idiomas.

Al mencionar el amor, quisiera que me explicara usted ¿por

qué hemos ignorado que el amor es una ley. . .? aun eso no tendría

importancia si no fuera tan sencillo cumplirla con sólo acatar el

primero de sus artículos, amarse a sí mismo, ya que los dos restantes operan en apoyo del primero, como usted me explicó.

Para mí fue tan impactante conocer la fuerza que tiene el amor

al deber, que considero que el amor de un solo hombre, sería

suficiente para salvar a la humanidad, sobre todo ahora que está en

peligro de una guerra nuclear.

El gran sentido de responsabilidad del hombre que en un momento ddeterminado se negara físicamente a lanzar esa bomba letal, daría oportunidad a que pasara la ofuscación de los que hubieren ordenado la más nefasta acción (|ue se pudiera concebir.

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— La ley a la que usted se refiere —señaló mi acompañante-, opera a la vista de todos; pero recuerde que alguien dijo que tenemos ojos y no sabemos ver, que tenemos oídos y no sabemos escuchar. Además, en su más amplia acepción, el amor es un código, el más pequeño, y sin embargo el más completo de los códigos, porque en sus tres únicos artículos se resume la ley de la vida.

Si usted observa a un hombre sabio, y digo un hombre sabio, no un sabelotodo, lo es porque no complica su vida y la vive en

verdad, con paz interna y con salud; porque se ama a sí mismo, y

como la ley de la vida es vivir, solamente con amor se vive con

sabiduría.

El hombre que rechaza todo aquello que le complica la vida o

lo daña, es juzgado como un ente raro. No es objeto de admiración,

y si alguien intenta imitarlo, lo más seguro es que desista de su

empeño ante lo abrumador de las tentaciones de todo aquello que le

causará placer o satisfacción momentánea, aun cuando después se

arrepienta.

Los que exponen la vida o dañan su cuerpo en actividades

peligrosas por la vanidad de ser ovacionados, no sólo son admi-rados y envidiados, sino que tienen una gran cantidad de segui-dores, no obstante los esfuerzos, vicisitudes y riesgos que tengan que pasar.

El hombre que se ama a sí mismo, pasa sin pena ni gloria ante

los demás, a pesar del gran esfuerzo que haga continuamente, para vencer las tentaciones provocadas por todo lo que le agrada pero daña su salud. Inclusive hay personas que logran erradicar un vicio, haciendo inauditos sacrificios para vencer las imperiosas demandas de su cuerpo.

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Las gentes que han vivido en carne propia la lucha contra sus flaquezas y pasiones, finalmente llegan a tener gran respeto y amor por ellas mismas, y los hacen extensivos a los demás, para poder vivir en armonía con todo aquél que las rodea; además, como se han sensibilizado, no hacen a otro lo que no quieren para sí, y con esta práctica cumplen con el deber de los deberes.

Cuando se practica esta regla de oro, ya no es difícil acatar los

deberes que impone la vida, así como aquéllos que re-clama la buena convivencia, y los que exige la sociedad. También existen los deberes ocasionales que evitan un daño a quien pudiera estar en peligro. Estos deberes, los cumple en especial lodo aquél que se precie de humanista, responsable o inteligente.

Ahora juzgue por usted mismo si es fácil para todos cumplir

con esta ley, que solamente tiene tres artículos.

Con estas palabras mi interlocutor dio por concluida su ex-plicación, levantándose de su asiento para dirigirse a la cocina, a preparar el café que seguramente apetecía.

Yo entre tanto medité en esa ley; de inmediato calculé el

tiempo transcurrido desde que Cristo nos recomendó que nos amáramos los unos a los otros, y sentí un profundo desaliento al recordar que el hombre que habló del amor con sabiduría, fue

crucificado.

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Cuando regresó mi buen amigo bebimos el café en silencio, y al

terminarlo me vi obligado a tomar la palabra, pero ya no quise

opinar sobre esa ley tan breve, compuesta por sólo tres artículos, y

sin embargo, tan difícil de acatar, porque la condición es aplicar el

primero de esos artículos a nosotros mismos; por lo tanto, me decidí

a cambiar de tema:

— Respecto a lo que dijo sobre la sencillez en que opera todo

en la Naturaleza, estoy llegando a la conclusión que es tan perfecto

y por lo mismo tan simple el orden que tiene establecido el Creador para la evolución, que así como tenemos solamente un Sol, un oxígeno y una sola fórmula para el agua, así también existe únicamente la Consciencia Cósmica, la Voluntad Suprema y la Inteligencia de Dios, que se manifiestan en todo el Universo, y así como sin oxígeno, agua y Sol no se concebiría la vida, sin consciencia no podríamos hacer contacto con la Inteligencia, y careceríamos de la energía de la voluntad y de la capacidad de amar y de pensar.

Al hacer este razonamiento considero que así como somos

usufructuarios del oxígeno, del agua y del Sol, así también somos

partícipes de la Suprema Voluntad, de la Consciencia y de la propia

Inteligencia de Dios.

Mi nuevo pensamiento se apoya en las enseñanzas que usted

me ha impartido esta noche, y lo que voy a comentarle está relacionado con lo que entendí, respecto a que la Inteligencia Suprema determinó que halla consciencia hasta en la más ínfima partícula de todas las cosas creadas. Con esta explicación me es fácil comprender que así como podemos apreciar la presencia de Dios en cada partícula de energía, así también Él está presente cu la consciencia de los hombres, como usted ya lo mencionó.

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La tarea de integrar en una síntesis el inconmensurable Uni-

verso, el Gran Plan de la Vida, y el individual mundo que existe en

cada hombre sería infructuosa, si no entendiéramos que su

perfección proviene de una sola Inteligencia, cuyo origen no es

posible encontrar en otra fuente que no sea el Creador de todo lo

que existe.

- Seguramente la procedencia que usted señala —me dijo mi

huésped—, no será aceptada por los investigadores científicos, que

buscan en alguna parte del cerebro el lugar en dónde se genera la

inteligencia. Como ellos necesitan comprobar físicamente lo que

afirman, no se atreven a reconocer que la inteligencia es una

esencia puramente espiritual, tal como la define entre otras

acepciones, el diccionario de la lengua española. Esta misma obra

describe a la inspiración como una ilustración sobrenatural que

comunica Dios a la criatura humana, y aquí sólo cabría agregar que

la inspiración, es el efecto de esa Única Inteligencia, de la cual el

hombre es usuario y tributario.

Los eruditos que estudian la semántica de las palabras encontraron las exactas acepciones de los vocablos inteligencia e

inspiración; en cambio, el hombre de Ciencia espera descubrir

materializado, el origen del que procede tan excelsa facultad.

Le quité la palabra —aclaró mi acompañante—, porque quería comentarle lo anterior; pero le ruego que continúe; me interesa mucho conocer sus puntos de vista, después de nuestra charla.

-- Quiero comentarle —continué—, que nuestro encuentro me

ha dado la pauta de lo que usted me explicó acerca del cuerpo humanidad, en donde cada individuo es como una célula que vive y funciona coordinadamente en ese gran conjunto, por lo

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cual el hombre sin el hombre no puede desarrollar su capacidad, no

obstante que él, en sí mismo, lo tiene todo. Como piezas aisladas,

no llegaríamos a formar ese disímbolo complejo en el que hay

ingenio, astucia, talento, habilidad manual, fuerza física y todo lo

que emana de la creatividad. Por ejemplo: de un hombre surge una

idea, pero se requiere de las aptitudes y especialidades de otros, para integrar cada una de las partes de que se compone dicha idea.

Cada hombre necesita de la asistencia y colaboración de sus semejantes, aun cuando en ocasiones actuemos como una jauría, en

la que sus miembros se atacan para sobrevivir; pero la realidad es que la vida impone la ayuda mutua entre los hombres, al grado que en un momento dado el más indiferente, sin proponérselo o sin saber porqué lo hace, le tenderá la mano a un semejante, sin importar ideologías o nivel cultural y económico. En cada ser humano hay consciencia del conjunto humanidad, y a ello se debe que el hombre no permanezca indiferente, cuando alguien en desgracia demanda de su ayuda.

Existen tantas formas de establecer ese contacto humano, que

sin proponérnoslo nos vamos apoyando los unos en los otros; pero

no es eso todo: si alguien se siente definitivamente perdido como lo

estuvo usted en el penal, el autor de su libro se proyectó en sus

páginas para ayudarlo, así como a todos los que logren entender su

mensaje. De la misma manera ha sucedido esta noche, aun cuando

no puedo precisar lo que intervino para que llegara usted hasta este

apartado sitio, en donde un hombre desesperado no había

encontrado en mucho tiempo una nueva forma de vivir; pero llega y abre la puerta liberadora que me va a conducir al camino en que me

espera la vida, justamente esa vida que ya no quería, pero que sin

embar-

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go ahora, a sólo unas horas de diferencia, lo que más anhelo es

vivir.

Sus enseñanzas me han hecho deponer el rencor y la incon-

formidad que me han estado torturando. Ahora ha nacido en mí el deseo de vivir, y además, de servir. . .sí, de servir con amor a los demás, para dejar de sentir la amargura en esta soledad egoísta en que he vegetado.

De todas las enseñanzas que me ha impartido, sería muy difícil decirle cuál es más valiosa, pero sí quiero comentarle que todo lo

relativo al amor me conectó de inmediato con cada fibra de mi ser, así como también, poco a poco me condujo hasta el intrincado laberinto de mis pensamientos negativos, que tanto me han estado atormentando, precisamente por Falta de amor a mí mismo.

Ahora reconozco que en la naturaleza de los pensamientos,

está la base de nuestra mediocridad o superación; prácticamente el

hombre es lo que son sus pensamientos. En ellos está su gloria o su

infierno, y si no salimos del laberinto que provocan las pasiones o

conflictos, no cesarán los tormentos que produce el pensamiento

negativo, así como tampoco nos liberaremos de los efectos destructivos que origina en nuestro ser físico.

Quiero que usted se dé cuenta —le insistí a mi huésped—, que

hablo de la transformación mental que se está operando en mí, porque estoy convencido que mientras no parta de una base sana y positiva para analizar mis ideas, no podré transformar mi numera de ser, y para lograr este fin tendré que abrirme al cambio de una positiva manera de pensar que borre mis ideas actuales, que seguramente ni siquiera son mías.

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Mis nuevos pensamientos deberán nacer en un estado de amplitud de consciencia, para que puedan ser justos y cabales. Solamente maduradas las ideas en una profunda introspección, tendrán su propia suficiencia, para que pueda apoyarme en ellas, sin temor de caer en la falsedad de lo que se piensa a la ligera, o bien en la contaminación de las ideas ajenas.

Le quise comentar esto, porque decir por decir las cosas,

cualquiera puede hacerlo, pero saber lo que vamos a emprender y

cuál va a ser la forma de lograrlo, ya no es simple palabrería. Es tener el firme propósito de saber cómo se va a ejecutar lo que hemos decidido; pero además, todo lo anterior sería inútil, si no incluyera la práctica de la actividad espiritual.

No tiene idea lo que me atrae emprender ese ejercicio diná-

mico, que mantiene activa la mente y dispuesta la voluntad, en la

tarea de ampliar poco a poco la visión de cada una de las ideas que

hemos analizado; en ese ir penetrando más y más en los extensos,

más bien dicho, infinitos campos del conocimiento interno.

Créame, tengo hambre de ese conocimiento que nos lleva a los

niveles de la comprensión de aquello que nadie nos puede explicar,

porque tenemos que sentir que la verdad sale de nosotros mismos, y

nace de nuestra propia inspiración.

Éste será el primer paso que dé: practicar ese ejercicio exci-tante que usted clasifica de actividad del espíritu, para poder penetrar en lo desconocido. Es así como nos llegarán los destellos de inspiración, cuando hayamos logrado la apertura de cons-ciencia.

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Creo haber captado que en la proporción en que mantengamos activo el espíritu, en esa misma relación se agilizan nuestras facultades superiores; por lo tanto, el haber tenido esa valiosa información, representa para mí la clave que me permitirá salir de esa estrechez de conceptos que limitan la capacidad que me ayudará a verificar que realmente somos seres inteligentes. Esta posibilidad no deja de ser atrayente, ante el desperdicio (le tiempo

que hacemos al llevar una vida vacía, en lugar de llenarla de actividad y sabias soluciones.

Las bases que usted me ha dado son tan sólidas y precisas, que

sólo se requiere que las ponga en práctica. Después de haber

recibido sus enseñanzas, ya no podré soportar seguir viviendo como lo he hecho hasta ahora, si es que a eso se le puede llamar

vida.

Las perspectivas que me presentó usted para aprender a vivir

son tan sugestivas, como sería hacer un viaje para conocer otros

países. No cabe la menor duda que la vida quiere vivir, y esto que

todavía alienta en mí, seguramente es vida que aún reclama existir.

Quiero comprobar que nuevamente sabré vivir, y lo haré en

homenaje a mis seres queridos, con renovadas esperanzas en pro-yectos que llevaré a cabo en honor a ellos, como les hubiera gus-tado que lo hiciéramos juntos, y mis planes serán tantos, que el tiempo de mi vida será insuficiente para terminarlos. Hasta el último momento de mi existencia presente, quiero permanecer activo en espíritu, aun cuando llegue el momento en que mis piernas ya no puedan sostenerme.

Los grandes hombres, que lo fueron por sus hazañas cientí-

ficas, literarias, artísticas, de valentía, o por su ca lidad humana,

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desafiaron con sus proezas al tiempo. Ellos no murieron, el poder inteligente del amor con que actuaron los inmortalizó, por la actividad espiritual en que vivieron.

Al reflexionar en lo que usted me ha enseñado, descubro el

potencial que tiene el hombre en su capacidad de pensar, pero sobre

todo de amar; ese fluir de su energía inteligente que estimula los

dones, las virtudes y las facultades superiores de! espíritu.

Como ya perdí todo lo que amaba, me va a faltar ese acicate que nos impulsa. Por ahora sólo cuento con el interés que usted ha despertado en mí, para iniciar una nueva forma de vida; pero seguramente ya empecé a sentir amor por esa vida que ya no quería vivir, y ahora compruebo con lo que usted me ha explicado, que ese impulso que nos motiva a realizar algo en beneficio de los demás, es el amor que nos une, aun sin darnos cuenta, que en un momento dado, no somos extraños los unos con los otros, y cuando damos algo de nosotros mismos, es porque también nos amamos, y no

dejamos que el egoísmo, más adelante nos provoque remordimiento.

Ahora entiendo que el amor a nosotros mismos, no es la

egolatría, esa pasión malsana que sentimos al atender en forma

excesiva, lo que atañe a nuestra personalidad

Yo padecí la egolatría en carne propia, la conozco, y sé que en

el momento en que la consideramos herida, cometemos los peores errores para defender la falsa imagen que nos hemos formado de nosotros, y la vemos como algo tan especial, que no concebimos que alguien menosprecie, lo que nos es más querido: la personalidad, a la que rendimos culto de admiración y hasta de nociva adoración.

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Es imperativo que aniquilemos al egoísmo para desterrar su

consecuencia. . .la egolatría. Ella nos impide despersonalizarnos,

por lo que caemos en los impulsos emotivos, que nos lanzan por los

caminos tortuosos de la ofuscación, como me aconteció a mí, por

no haber resuelto una difícil situación en el estado sereno, en que el

espíritu nos da la fortaleza que requiere el resolver un problema por los caminos difíciles. Si queremos solucionar en forma definitiva lo

que es trascendente, tendremos que elegir aquéllos que nos

parecerán escabrosos, porque nos son desconocidos; en cambio, lo

que es fácil y rápido, solamente será un paliativo momentáneo,

pero nunca será estable la situación que logremos por los medios

que elegimos a la ligera.

Estoy dando contestación a su enseñanza, para que aprecie que he tomado en cuenta los puntos de los que debo partir para empezar mi nueva vida, y entre ellos está precisamente quedar libre de los convencionalismos egoístas que nos impiden identificarnos con la vida y con nuestros semejantes.

Hubiera seguido hablando, porque estaba invadido de la ex-

traña pero agradable excitación que nos produce disertar sobre lo

que nos convence a nosotros mismos, por haber comenzado a

experimentar el beneficio de lo que estamos exponiendo, al sentir

el impulso de compartirlo. Es más, quisiéramos hacer extensivo ese

convencimiento; es algo que ya no podrá quedar dentro, tenemos

que darlo a todo aquél que le interese.

El ambiente que la grata compañía de mi amigo propició, ese

danzar de las llamas que nos invita a reflexionar, hizo que mis

ideas fluyeran sin esfuerzo, y en su continuidad, sentí que las

palabras expresaron un contenido que me satisfizo, e impulsó a

sacar de mí lo que no hubiera imaginado decir.

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En esos estados accesibles a la comunicación, tenemos que

hablar, y si apreciamos en quien nos escucha un marcado interés,

esto nos alienta a extraer del tema los puntos importantes, que en

forma increíble van llegando sin esfuerzo.

De pronto, un ruido cortó mis reflexiones, y al volver el rostro al lugar en que se produjo, vimos que el hacha había resbalado.

—A propósito —le dije, contento de encontrar un pretexto

oportuno para que me narrara la parte de su vida que desconocía—. Si no está cansado, le ruego me cuente. . . ¿en qué forma el hacha le hizo perdonar a los hombres?. . . pero ¡qué estoy diciendo. . .! voy a rectificar; como discípulo suyo, tengo que emplear correctamente las palabras para dejar claros los conceptos, y aun cuando éstas fueron las suyas al empezar nuestra charla, comprendo que las empleó en esta forma para que yo le entendiera. En realidad, usted no tenía que perdonar a sus semejantes, pero sí encontró la forma de comprenderlos, para dejar de culparlos.

Al esperar su respuesta, el brillo de sus ojos reflejó una fe-licidad que sólo se alcanza en los momentos de íntima satisfacción. Seguramente el haberme sacado del pozo en que me encontraba, lo hacía tan feliz, que se desbordaba lo que había en su interior, y lo que expresó su mirada fue, sin duda, lo que sentía su alma.

Al verse descubierto en su íntima emoción, nacida de ese sentimiento que nos eleva porque es espiritual, cambió de inme-diato como si se avergonzara de haber dejado al descubierto, lo que pasaba en el fondo de su ser, y su mirada se tornó tan serena como su voz, cuando volvió a tomar la palabra:

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- Antes de complacerlo, debemos convenir en que si logra

descargar todo lo que fue acumulando sin darle un cauce adecuado,

le va a permitir hacer un nuevo acomodo, tanto en su forma de

vivir, como en su manera de ser, y no obstante que las situaciones

sean las mismas, va a poder apreciarlas en forma distinta.

La tragedia que ha vivido ya no la podrá modificar, ni tampoco

el mundo, la vida, las gentes y mucho menos sus recuerdos; ellos serán los mismos, pero le afectarán menos, al darle un objetivo a su

vida en memoria de sus seres queridos.

Ahora bien, el paso que acaba usted de dar es de tanta tras-cendencia, que podría decirse que ha vuelto a nacer; cuando estos

alumbramientos llegan a ocurrir, es porque el dolor, la adversidad y los enfrentamientos han templado el espíritu. Éste es el que capacita al hombre, para modificar su manera de pensar.

Los obstáculos, el sufrimiento que ocasiona el perder a un ser

querido, el hecho de que existan algunas gentes que como rémoras

tratan de dificultar nuestro camino, y todas las desazones de la

existencia, se convierten en los instrumentos que nos obligan a

emprender la lucha liberadora que nos dignifica, y nos da los conocimientos más valiosos que no hubiéramos obtenido, sin haber

experimentado el enfrentamiento de la adversidad.

En t a n t o la gente se acostumbre a una fácil manera de vivir,

no tendrá la oportunidad de enfrentarse a los obstáculos. Cuando el

infortunio se conoce sólo en teoría, se especula sobre de él, sin el

conocimiento que da l a experiencia. Únicamente viven en verdad

los que vencen los problemas, los que conocen el do-

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lor, los que tienen que luchar para escapar de las redes de las gentes

inseguras, que se aferran a los que tienen confianza en sí mismos,

para apoyarse en ellos. Digo que viven en verdad los que batallan,

porque la vida es actividad física, mental y espiritual; por esta razón

los que ponen espíritu en la contienda de la vida, fortalecen y

agilizan la mente, activan la voluntad y despiertan su consciencia.

Usted ya recorrió el tramo más difícil de su existencia; por eso

se encuentra abierto a los temas que lo orienten para estructurar la siguiente etapa de su vida, con el acopio de los conocimientos que le dejaron sus experiencias. Ésta es la causa por la que logró vencer su resistencia a las enseñanzas que me permití impartirle. El enfrentamiento que tuvo consigo mismo durante nuestra charla, es la prueba de que su nivel de evolución, le permitió ascender al plano en el que ya podemos hacerle frente a los errores, que nos han ocasionado los sufrimientos que ensombrecieron nuestra vida.

La necesidad que tenía usted de sentir el deseo de vivir,

despertó su interés por lo que le expuse. Esto se debió a que las

verdaderas enseñanzas nacen de la propia vida; por eso yo también

pude volver a estructurar mi existencia, cuando por fin comprendí

que en mi libro estaban escritas las normas naturales que imponen

el plan y el orden de la vida, para saberla vivir dentro de la única

Ley que hace fáciles los caminos por escabrosos que éstos sean.

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Ahora bien: voy a complacerlo narrándole la etapa de mi vida,

que se inició en el momento en que abandoné el penal, cuando

cumplí mi condena.

De la cárcel salí solamente con mi libro y un pequeño hato. Como el tiempo que permanecí en la prisión me fue insuficiente, inclusive para meditar y releer mi libro, no tuve oportunidad de intimar con los que pudieran relacionarme con alguna persona que me ayudara fuera del penal.

Mi primera intención fue pedir trabajo, pero no preví que mi aspecto y la falta de referencias, no infundían confianza en la gente. Cuando me preguntaban mi procedencia y anterior ocupación, prefería continuar mi camino.

Todas las puertas se me cerraron y yo me sentía perdido, sólo

de vez en cuando una caridad me ayudaba a no morir de hambre.

Ésta fue otra experiencia dolorosa, y nuevamente comencé a

rebelarme contra la vida y la injusticia de los hombres. Esto

empezó a hacerme tanto daño, que parecía que todo lo que había

ganado en los años de cautiverio, lo iba a perder en unos cuantos

días, por no encontrar un sitio para mí en el mundo.

¡Un lugar para un hombre en La Tierra! Se dice fácilmente, pero cuando ese sitio conquistado desde niño y cimentado en la adolescencia se pierde por transgredir las leyes que ha impuesto la sociedad, ésta exige que se cumpla una condena para volver a aceptarnos; pero al final, cuando ya la hemos purgado, es otra la realidad: la sociedad no quiere saber nada de los que han estado

en prisión, no obstante que ya han pagado por su falta.

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El que recobra la libertad y cree que va a volver a ocupar el

lugar que tenía, se da cuenta que no puede llenar el vacío que se

hace en su derredor; vacío que además de envolverlo, se introduce

en él, dándole la sensación de estar hueco por dentro: Ese estado lo

hace flaquear, al comprobar día con día que no tiene posibilidades

de volver a empezar, por sentirse otra vez marginado.

Para un hombre que ha cumplido una condena es tan difícil y

decisiva la readaptación a la vida, que si no puede por él mismo

encontrar la forma en que lo ayuden los demás, será remoto que a

alguien se le ocurra algo especial que se ajuste a su nueva situación.

La duda de si el individuo salió regenerado, o se degeneró aún más

por las malas influencias, ocasiona que se le cierren las puertas, y

como la sociedad ya no lo acepta, quizás se vea obligado a

reincidir.

Fue mi situación tan azarosa, que en ocasiones deseaba volver al penal; allí por lo menos tendría alimentos y un techo para dormir; sin embargo, reflexionaba que alimentarse de eso que llaman comida y tener la protección de un inhóspito techo, que si bien resguarda de los rigores del tiempo no compensa los sufrimientos padecidos por las inclemencias humanas, me hacía apreciar la libertad que me sustraía de las malas intenciones de los convictos,

aun cuando esa libertad no sabía cómo emplearla.

Ahora, a la distancia de los años, compruebo que el hombre

busca fuera de él sus propias posibilidades, y no obstante que ellas

están en él mismo, puede pasar la vida sin encontrarlas.

Por fin me convencí que no me darían trabajo por mi condición

de expres idiar io, y sacando coraje de mi propia mi-

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seria, me fijé una meta para conquistar nuevamente mi lugar en la

vida. Si a un pájaro no le falta el alimento ¿cómo era posible que

yo no tuviera capacidad para proveerme de lo necesario? Así, con

la determinación firme de no flaquear, me encaminé a un

establecimiento que vendía herramientas de labranza, decidido a

resolver mi problema.

Me enfrenté al dueño con decisión, y le dije: "Desconozco el

precio que tiene un hacha y el tiempo que necesite para pagarla, pero le anticipo que solamente tengo la moneda de mi trabajo para comprarla, y necesito adquirirla".

El dueño del establecimiento se desconcertó, pero no le di

tiempo a que me hiciera las preguntas que no le podía contestar. Le

expuse de inmediato mi plan, para que él pusiera las condiciones; éstas de ninguna manera las impondría yo, pero en ellas se debería

incluir un poco de comida y un techo para dormir, en tanto yo

cubriera el valor del hacha. El techo que me brindara podría ser el

mismo en el que guardaría la leña una vez partida, para que no

tuviera desconfianza de alojarme en el establecimiento o en su

casa.

Do esta manera preví que el dueño del hacha no corriera nin-gún riesgo conmigo, y por otra parte sólo pedía comer después de haber trabajado; el tiempo que tuviera que hacerlo no lo iba a determinar yo, y tampoco discutiría las condiciones que él me impusiera.

Mi petición estaba saturada de una decisión que a mí mismo

me sorprendió, pero esa era ya mi única posibilidad; tener un

instrumento que me permitiera prestar un servicio definido, útil y

necesario en cada hogar, sin tener que dar explicaciones de mi

procedencia.

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Tenía que volver a conquistar el lugar que me correspondía en

La Tierra; por fortuna encontré que el primer hombre al que me

dirigí fue comprensivo y entendió mi problema; desde entonces no

me he enfrentado al rechazo de las gentes.

Por primera vez en muchos años sentí un poco de calor hu-mano, cuando el dueño del establecimiento me dijo: "No deja de ser

extraña la forma en que me propone comprar el hacha, pero aun

cuando no lo conozco voy a confiar en usted. A propósito del

empleo que le va a dar, estrénela partiendo esa pila de troncos". La

puso en mis manos y me acompañó al lugar, observándome de

reojo.

Contento y decidido empuñé el hacha para descargar el primer

golpe en mi nueva labor, la que imaginaba sencilla, sin comprobar

que no lo era; desconocía la manera de utilizar esta herramienta y

también la forma de colocar los leños, y por esta razón mis golpes

fallaron. Pero aquel hombre era bondadoso y al ver mi torpeza, para

no ofenderme me dijo; "Permítame que sea yo el padrino de su

hacha, voy a partir unos troncos para bautizarla." Enseguida comenzó a rajarlos, y yo a observar todos sus movimientos para no

fracasar nuevamente cuando me devolviera el hacha.

Tan pronto calculó que yo había entendido la forma de tomarla,

de colocarlos troncos y la manera de descargar los golpes, me

entregó ese instrumento que iba a ser el sostén de mi nueva vida, y

discreto se alejó para no turbarme con su presencia.

Desde entonces, cada día ofrezco mis servicios a personas distintas sin pedirles nada. El hombre es bueno y casi siempre recompensa con agrado la ayuda que recibe. Cuando llego a una casa, granja o r a nch er ía , sólo pido que me permitan partir

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su leña o traérselas del bosque, y nadie se ha resistido a mi petición.

Lo que no había incluido en mi proyecto de pa r t ir leña para

comer, ahora lo recibo por añadidura. . . Cuando los niños .se

acercan a verme trabajar, su curiosidad los hace fijarse en mi libro

y casi en todos los casos la pregunta es la misma:. ". . .¿qué dice tu

libro. . .?"

listo me da la oportunidad de tomarme un descanso, y bajo una

sombra nos sentamos a platicar sobre lo que trata mi libro.

La pausa que hizo para cambiar de postura, la aproveché para

decirle:

-No puedo creer que un niño entienda lo que dice su libro.

Usted me ha dicho que le llevó años comprenderlo; entonces para

él debe ser difícil, si no es que imposible captarlo; de tal manera que terminaría por aburrirse.

—Para hablar de estas cosas —me contestó—, una vez que se han dominado los conceptos, hay muchas formas de darse a en-tender; sobre todo, al niño le interesa aquello que se le explique por medio de ejemplos de la Naturaleza; así se despierta su curiosidad infantil que es pródiga en sus manifestaciones. También en su mente limpia se graban con mayor facilidad estos conoci-

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mientos, y es más: si algún otro niño llega a acercarse, se queda a

formar parte del grupo; en cambio, cuando el padre nos encuentra

platicando de estos temas, es raro que le interese partic ip a r en la

charla.

Lo que sí me ha sorprendido, es que al sentarnos a la mesa liara comer, cuando el niño empieza a comentar emocionado lo que ha

captado, la madre, no obstante estar atareada sirviendo la comida,

empieza a interesarse, y quisiera buscar la forma de dejar lo que

está haciendo, sin provocar el enojo del marido, para que a ella

también le explique en forma concreta, lo que el niño expresa de

acuerdo con su edad.

La mujer, por algo especial que radica en su intuición, es

susceptible de adentrarse en los temas de carácter espiritual en

mayor proporción que el hombre, sobre todo si no es intelectual. En

muchos casos la cultura adquirida, impide abrirse a esos

conocimientos, por juzgar que no forman parte de estudios

científicos; por eso algunos los rechazan, y otros, al creer que ya

saben todo, no se interesan por ellos e inclusive les molesta oír hablar de lo que es el hombre como un ser espiritual.

—Y dígame —le pregunté con interés a mi compañero—, ¿nunca se ha presentado el caso de que alguien haya querido re-

tenerlo?

—Sí -me contestó—, en algunas ocasiones me han propuesto quedarme a formar parte de la familia, por decirlo así; y cosa rara,

ya no se preocupan por mis antecedentes. Lo que escuchan en mis

charlas con los niños, es la mejor recomendación que tengo ahora y

la que me proporciona la acogida más cálida, cuando algunas veces

regreso por el mismo camino.

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Nunca había aceptado hasta que en una ocasión me vi obligado

a ello, por las circunstancias muy especiales en que se encontraba

una mujer, imposibilitada de atender las tareas de su granja, debido

al accidente que sufrió junto con su marido. Ella quedó paralítica y

él pereció, dejando huérfanos a sus ocho pequeños hijos.

Cuando llegué a esa casa, como era mi costumbre me ofrecí a traer la leña del bosque. La viuda aceptó y me lo hizo saber por conducto de un niño, pero por la tarde, al terminar mi labor, pude darme cuenta que la desolación de los campos, la flacura de las reses, el descuido del hogar y la falta de alimentos preparados por la dueña de la casa, se debían a que eran unos niños los que estaban al frente de la granja.

La madre, según me dijeron ellos, se encontraba enferma; los niños mayores, que apenas alcanzaban la estufa, preparaban los alimentos, por lo que era poco agradable comerlos.

El más pequeño se acogió a mí, con ese instinto que le dice a

una criatura quién la puede proteger; esto me hizo decidir que antes de irse a la cama, ellos y la madre tomaran algo mejor con-

dimentado, por lo que en esa ocasión no abandoné la casa por la mañana como siempre lo hago.

En este caso especial, emprendí al amanecer una tarea que

desconocía por completo. En primer lugar era necesario alimentar a

los niños y a la enferma, para lo cual obtuve de las vacas un poco de leche, aunque ellas tenían más necesidad de comer, que

obligación de nutrirnos a nosotros.

Con lo que pude preparar como desayuno, me encaminé a la habitación de la dueña de la casa, acompañado de los pequeños.

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para cambiar impresiones con ella. No fue mucho lo que me dijo,

pero de ello deduje que su desamparo era absoluto.

Los hijos mayores aún eran muy niños, y ella, no obstante conocer el trabajo de las tierras y el ganado, no disponía de la ayuda de una persona mayor que ejecutara las tareas bajo sus in-dicaciones, motivo por el cual desde que faltó el jefe de la familia, se concretaron a consumir lo que él dejó almacenado.

El cuadro de la madre paralítica rodeada de sus hijos, era

conmovedor por la tristeza que se advertía en todas las miradas.

Era patente lo desvalidos que se sentían ante la propia impo-

tencia de cada uno de ellos. En esta situación, no tuve fuerzas para

continuar mi camino, pero en cambio una fortaleza desconocida me

impulsó a tomar bajo mis cuidados a aquella familia, aún sin saber

cómo resolvería los problemas que nunca antes había enfrentado.

Para ello, me vi obligado a interrumpir en parte el objetivo de mi

vida.

Le hice saber a la dueña de la casa mis propósitos, pero ella no

daba crédito a mis palabras. Le parecía imposible que estuviera

dispuesto a resolver los problemas de su granja y de sus hijos sin

ninguna remuneración, que por otra parte, ella no podía ofrecerme.

Yo le prometí que iba a procurar suplir la falta de su esposo en las

labores del campo, en tanto ella sanara.

El más pequeño de los niños no me perdía de vista, y cuando

escuchó que me quedaba con ellos, demostró estrepitosamente su

contento, con risas y brincos. Nunca imaginé el efecto que le iba a

ocasionar mi decisión.

Le dije con franqueza a la dueña de la granja que desconocía lodo lo relat ivo a las siembras y al manejo del ganado, pero ella

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se ofreció a indicarme lo que era necesario hacer de inmediato,

debido a que el tiempo de sembrar ya estaba cercano y las tierras

requerían prepararse con urgencia.

Desde ese momento, la importancia del tiempo tuvo para mí tanto significado, que sin darme cuenta emprendí una carrera con cada hora que iba transcurriendo, para poderle ganar la partida a ese devenir que nadie puede detener.

A partir de entonces todo comenzó a cambiar en ese hogar; lo

primero que desapareció al ponernos a trabajar, fue la tristeza de

los ojos de los niños y la angustia del rostro de la madre. Se llenó

de entusiasmo y de esperanza su ánimo deprimido, cuando empezó

a dirigirnos desde su lecho de postración.

De inmediato quise saber con lo que iba a contar para hacer

frente a mi nueva situación. Entre todos escogimos y ordenamos

las semillas de los graneros y las escasas provisiones de las alace-

nas; contamos las gallinas que nos podían proveer de huevos y a las vacas las atendimos con más esmero que a los demás animales.

No fue mucho lo que encontré, pero según mis cálculos, si

racionaba las existencias, posiblemente aquella familia y yo po-dríamos subsistir, en tanto la tierra nos volviera a dar lo necesario

para cubrir nuestras exigencias sin privaciones.

Al terminar por la tarde, ya conocía en parte la disposición y características de cada niño, así como el objetivo a que estaban destinadas cada una de las construcciones del lugar; también recorrí las tierras y me interesó en especial, conocer el abasteci-miento del agua y la forma de su distribución. Este renglón me dio grandes esperanzas para lograr buenas cosechas.

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Después de preparar la comida fuerte del día, la tomamos con

un apetito que echaba por tierra mis propósitos de racionar las

escasas provisiones; pero fue tanto lo que disfruté de ver que

saboreaban lo que pude prepararles, que no quise ya tomar en

cuenta que corríamos el peligro de agotar lo almacenado, antes de

recoger la nueva cosecha.

Desde ese día asignamos los deberes de cada quien, los hora-

rios y las formas de trabajo, para coordinar todo en un orden, que

nos permitiera eliminar la dilación o tropiezos que pudieran

presentarse, al no coincidir unos y otros en el desarrollo de las

diferentes actividades que íbamos a desempeñar.

Este sistema se fue imponiendo hasta quedar establecido, como una disciplina que se podría considerar casi militar. Por el momento era tan necesaria, que solamente de esa manera, cada uno de nosotros iba a poder adquirir la habilidad que no teníamos. Este método, más adelante se convirtió en el factor que nos hizo obtener

los rendimientos inimaginables que alcanzamos.

También incluimos un día de esparcimiento que dedicábamos

al deporte, y que iba de acuerdo a la época en que estuviéramos

menos atareados. Cuando ya la tierra no reclamaba tanto tiempo, fijamos horas de estudio; ellos no acudían a ninguna escuela,

porque la única del lugar se encontraba a una distancia que dejaba

fuera toda posibilidad de acudir a ella. Rescatamos también un

poco de tiempo antes de ir a dormir, para hacerle compañía a la

enferma y comentarle los adelantos en las labores, además de

recibir sus instrucciones para organizar y planear el trabajo del día

siguiente. También hacíamos un poco de charla amable antes de

retirarnos a descansar.

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Hay algo que tengo que mencionar en forma especial; el tra-

bajo de un hombre rinde por la fuerza de los músculos de su

espalda, piernas y brazos, pero la actividad de ocho pares de

manos infantiles es asombrosa. Nunca hubiera imaginado lo que

iban a rendir esas manitas, que aún tenían la piel tan delicada,

que por las noches era necesario curar las escoriaciones produci- das por la tierra y el abono, pero en forma increíble, por las ma-

ñanas ya no había rastro de sus pequeñas heridas. También es

digno de mencionar la energía que desplegaban; nadie quería

ser menos que el otro en las labores del campo.

Las veladas al lado de la madre eran amenas, por el estímu- lo que ponía a prueba a cada uno de los niños, en la compe- tencia que establecían entre ellos, sobre los conocimientos que les daba. También era motivo de júbilo compartir sus experien- cias relativas a los descubrimientos que hacían de sus propias

capacidades, cuando les dejaba la tarea de resolver los proble - mas que ellos esperaban que yo solventara. Este sistema, en principio, fue más difícil y tardado que el hacer yo mismo lo que a ellos exigía, pero poco a poco se fueron haciendo ingenio- sos y además responsables.

El tema de la inteligencia se los presenté en todas las formas

que me fue posible relacionarlo con los procesos de la Naturale-- za, como era el nacimiento de un becerro, el perfecto proceso de la germinación de las semillas, el desarrollo de sus brotes y la

multiplicación de su especie, así como en la aparición del Sol, de la Luna y las estrellas, para que comprendieran el Todo Inteligente de la Creación. Esta labor fue muy lenta, pero la perseverancia resultó mi gran aliada para que ellos se convencieran, con la primera

experiencia que tuvo uno de ellos, de que eran in tel igent es cuando actuaban con a cier to

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I

Logré además, que tuvieran interés en analizar sus actos equi-

vocados de cada día, para que los calificaran; en esta forma cada

uno hacia su propio juicio sin atenuantes, para que pudiera ser

equitativo, cabal y provechoso para ellos mismos.

En fin, todo lo que usted ya conoce, lo fui transmitiendo a esas mentes limpias, que no ponían en tela de juicio mis enseñanzas,

debido a que en esa edad absorben como esponjas el conocimiento

que se les da, a través de ejemplos variados y constantes que estén a

su alcance, para que logren familiarizarse con las ideas y puedan

apreciar a simple vista, lo que se les ha explicado.

Mis cálculos acerca de las provisiones fallaron; no era posible

racionar a un niño en la época del crecimiento, menos aún, con la ejecución de un trabajo tan pesado.

Sabemos que el tiempo corre despiadado cuando de su plazo

depende que cumplamos oportunamente una tarea, pero por fortuna

terminamos antes de lo previsto, para así obtener íntegramente el

beneficio de las lluvias.

Esta circunstancia a nuestro favor, nos permitió tratar de

resolver el problema de las subsistencias que estaban por agotarse.

La señora de la casa desconocía nuestros apuros; convinimos

los niños y yo en ocultarle nuestra precaria situación, pero desde el

momento en que terminamos las labores del campo, decidimos los

tres niños mayores y yo salir a buscar trabajo.

Este fue el caso más dif íc i l al que me enfrenté; no es lo mismo

ofrecer un servicio sin demandar un salario, c]ue pedir ocupa-

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ción a cambio de un pago que la gente no tiene necesidad de realizar o se encuentra imposibilitada para hacerlo; así los tres niños y yo, nos enfrentamos al rechazo de nuestra demanda de trabajo, a cambio de unas monedas que nos permitieran comprar provisiones; por otra parte, era difícil presentarse a la madre con el ánimo decaído, para lo cual, los obligué a demostrar el optimismo que ella se había acostumbrado a ver en sus hijos, en los últimos

tiempos.

Yo no podía fallarles a estos hombrecitos; ellos creían en mí;

me idealizaron como al individuo que todo lo sabe y todo lo puede, pero nada estaba más lejos de la realidad. Grande era el

desconocimiento que yo tenía para saber ganar lo necesario y

solventar las necesidades de un hogar.

Pero no podía darme por vencido; no quise esperar más. A la

mañana siguiente volvimos a salir como de costumbre, después de haber visto que los comestibles se terminarían con el consumo de ese día; el ánimo de mis acompañantes, era distinto al de las primeras veces, cuando teníamos la esperanza de resolver el

problema de la alimentación con nuestro trabajo. Ahora iban decaídos y tristes, y a mí, me faltaba el ánimo para levantar el suyo. Como ya tenía decidido cambiar el sistema con el que fracasamos, nos dirigimos a una granja cuyos trabajos de labranza se encontraban aún retrasados.

Esto me dio la oportunidad de sugerirle al propietario que

aceptara nuestra ayuda para acelerar su siembra, a cambio de un poco de semillas de su cosecha pasada, si es que no le iban a f a l t a r a él, como nos había sucedido a nosotros.

El hombre entendió de inmediato nuestra situación; es más, se interesó por saber el lugar de nuestra propiedad; después de

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preguntar en qué rumbo se encontraba ubicada, y de pedirnos

informes sobre nuestra manera de trabajar, me propuso hacer una

prueba que yo acepté de inmediato con el beneplácito de los niños,

que se reanimaron a tal grado, que ese día trabajaron con más

empeño que nunca.

Esa tarde por lo menos, al no comer en casa cuatro de los que formábamos la familia, dio lugar a que el consumo de nuestro

hogar fuera menor.

La misma táctica nos dio buen resultado en todos los lugares en que encontramos atrasadas las labores de las tierras. Casi nadie rechazó nuestros servicios, y la retribución en especies a nuestro

trabajo, nos dio la oportunidad de acumular las semillas y provisiones que nos entregaban cada tarde al terminar nuestra tarea; por otra parte, como en casa se redujo el consumo al comer nosotros en las rancherías, pudimos hacer una reserva considerable, que nos permitió esperar con tranquilidad el tiempo de la cosecha, cuando se agotaron los sitios en los que nuestros servicios eran oportunos.

Regresamos a la granja en el tiempo en que se requiere volver a

limpiar la tierra de yerbas inútiles, y volvimos a disfrutar de

nuestras charlas y proyectos en compañía de la madre de los

pequeños, quien nunca estuvo conforme con nuestras ausencias, no

obstante que los pretextos que le dimos las justificaban

ampliamente.

Para entonces ya podíamos disponer de varias horas libres, que destinamos a la instrucción elemental propia de la edad de cada niño, y en esta forma llenamos el tiempo hasta que la cosecha nos obligó a atarearnos nu eva ment e.

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Por fin llegó la fecha de ver coronado nuestro esfuerzo, como

llega todo lo que está programado por la Naturaleza y realizado por

el hombre. El resultado que obtuvimos sobrepasó nuestras

esperanzas y las de la dueña de la granja, quien tuvo oportunidad de

ver lo que alcanzamos a cultivar, cuando nos p idió que la

lleváramos a ver los sembradíos.

La transportamos sentada en una silla, y así le dimos el gusto

de ver nuevamente sus campos con el producto exuberante, que

representaba el sustento y la provisión de la familia, durante el

tiempo necesario para volver a levantar otra cosecha.

Los niños no cabían en sí de gusto, cuando hice el comentario de que ellos eran los autores del éxito de la siembra, y la madre, con una mirada empañada por el llanto, me hizo más feliz de lo que yo hice a los niños.

Este fue el principio de una nueva experiencia que viví, dentro

de los años que tardé en llevar a cabo la meta que me propuse: formar a ocho hombrecitos; eso era cada uno de ellos, un verdadero hombre, que lo único que le faltaba era crecer, para Justificar con la estatura lo que la vida les había impuesto desde que faltó su padre, al tener la responsabilidad de un adulto, a pesar de que aún eran niños.

Yo no debía cambiar tal situación; por el contrario, mi deber

era no quitarles la oportunidad de hacerse fuertes, y esa idea fue

para mí tan obsesionante, que cada obstáculo que se presentaba,

primero lo dejaba en sus manos, y lo hacía constituirse en una

prueba para ellos; también entraba en mi propósito, allegarnos los

recursos necesarios para que la madre fuera atendida de su padecimiento.

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Esta idea se incrustó en mí de tal forma, que aunque su caso parecía perdido, no quise comentarlo con nadie, para que no me desanimaran. Hay algo que a veces nos obliga a callar, para no perder el tiempo y las energías que son necesarias para alimentar nuestro ideal. Vivimos en él, y él vive en nosotros. Además, a medida que pasa el tiempo, lo sentimos como si fuera parte de nuestro ser, por el amor con que lo hemos nutrido.

Este ideal, hecho carne y sangre en nosotros, nos da tanta

segundad, que los obstáculos infranqueables nos parecen simples impedimentos, necesarios para poner a prueba esa fuerza espiritual

que lo vence todo, y que nos impulsa con la energía del amor que

ponemos en nuestro propósito; todas las palabras que pudieran

utilizarse para explicar esta sensación, resultan pobres.

Ni los niños ni la madre sospecharon mi propósito, pero

considero que trasmití a todos esa confianza que tenía de salir

adelante; no podía quedarse todo eso dentro de mí; era tanto, que

hasta la enferma, no obstante que su invalidez era motivo de

tristeza, participaba de mi entusiasmo y dejó de sentirse infeliz.

Lo primero que hicimos en el segundo año de la cosecha, fue adquirir una silla de ruedas que permitiera a la inválida abandonar

el lecho. Esto cambió la vida de ella y la nuestra, ya que al poderse desplazar por la casa, se llenó de actividad con las tareas que se

impuso, las cuales nos hicieron sentir la bondad de las manos de

una mujer, en el manejo del hogar.

Tuvimos algunos años buenos y otros malos, pero el balance nos permitió mecanizarnos poco a poco en las labores del cam-

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po. Con ello aliviamos las faenas más pesadas; además, logramos aumentar las áreas que antes no alcanzábamos a cultivar, por no tener elementos de trabajo.

El ganado también se multiplicó; en fin, no tengo palabras con

qué expresarle lo que significaba para mí, que en esa casa no faltara

lo necesario para alimentar a la familia.

El más pequeño, a pesar de ser mi compañero inseparable, era

motivo de preocupación de todos por la ternura que sentíamos por

él, de manera que nos propusimos hacer un gran esfuerzo para no

consentirlo, y darle también un lugar en las tareas diarias, con el

propósito de que no se sintiera desplazado.

Llegó por fin el momento de poder afrontar el traslado de la

enferma a la ciudad más cercana, que contara con un hospital bien equipado, acreditados especialistas y la garantía de que iba a estar

bien atendida. Después de tomar la decisión entre nosotros,

tuvimos que vencer la resistencia de la enferma; ella no concebía

separarse de sus hijos; por fin, después de muchos ruegos de ellos,

aceptó ir al hospital que ya habíamos elegido de antemano.

Nos dijeron que su tratamiento no podía ser corto, y que no aseguraban que volviera a caminar. Con esta noticia decayó su ánimo a tal grado, que no podíamos convencerla de que lo importante era hacer el intento de curarse, para lo cual era ne-cesario que se invadiera de una gran confianza en ella misma, sin

permitir que la preocupación por los gastos y la separación de sus hijos, la afectaran.

El mayor sacrificio que tuve que hacer, fue dejarle en prenda

mi libio para que no se sintiera sola, y como ella no descono-

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cía lo que significaba separarme de él, hizo la promesa de leerlo

con mucho detenimiento y devolverlo cuando saliera, esperando

hacerlo por su propio pie.

Este rasgo nos conmovió en lo más profundo de nuestro ser, y

los niños se pusieron a la altura de la madre, retándola a que

encontrara en el libro, la forma de cooperar con los médicos que

iban a atenderla.

El regreso de la ciudad hubiera sido muy triste para los me-

nores, si yo no les hubiera garantizado que ella sanaría, y para

recibirla cuando terminara su curación, tendríamos que hacer varios cambios, tanto en la casa como en toda la propiedad.

Para distraerlos, los interesé en un plan que había elaborado tiempo atrás, pero hice que ellos se sintieran autores del proyecto. Discutirlo y ponernos de acuerdo, absorbió el tiempo que tardamos en llegar a la finca. Cuando entramos a la casa, no fue posible evitar sentir el vacío que la enferma dejó, pero rápidamente los distraje señalando los sitios que era necesario cambiar, para hacer el hogar confortable cuando ella regresara, y nuevamente nos enfrascamos en diversas opiniones que alejaron su preocupación.

El hecho de poner en ejecución el proyecto mucho antes de lo

que yo tenía calculado, mitigó la tristeza de los niños por la

ausencia de la madre. Yo necesitaba que no decayera su entusiasmo

en el trabajo, y el poner manos a la obra para mejorar la propiedad,

fue el mejor de los estímulos; los impulsó a esforzarse aún más que

cuando iniciamos los trabajos de labor.

Por otra parte, era reconfortante para la enferma recibir las

noticias de los adelantos en las modificaciones que se llevaban

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a cabo en los graneros, pesebres, caminos y en la casa habitación. Esto la hacía vibrar de impaciencia por volver a su casa, y fue motivo de que le dejáramos la tarea de acortar el tiempo, con el empeño y la fe que pusiera en su tratamiento.

Para los menores, era una aventura hacer un poco más cada día,

aparte de las tareas normales, y esto me dio la oportunidad de

comprobar, que el esfuerzo que se hace diariamente al agregar algo

más a lo que es habitual, nos colma de satisfacciones y, éstas nos

hacen olvidar aun el cansancio.

Este último esfuerzo acumula resultados, que al sumarse su-

peran lo que pudiéramos calcular que debe rendir una hora más de

trabajo, y solamente con el transcurso del tiempo, los hechos

demuestran el avance que se logra al hacer cada día, un poco

más.

Ahora mismo no le puedo precisar cómo se logró todo eso.

Cuando comenzamos las obras, no teníamos tiempo, y menos aún dinero en reserva para afrontar los gastos; por el contrario, la instalación de la enferma en el hospital, agotó todos nuestros recursos; vivíamos tanto en lo referente al tiempo como en lo concerniente a lo económico, ajustados a un presupuesto que apenas podíamos cubrir, pero era imperioso que esos niños no sintieran la ausencia de la madre; por otra parte, debía alentar en ella el propósito de sanar, con el incentivo de no defraudar el esfuerzo que estaban haciendo sus hijos, para recibirla digna-ment e cuando regresara, aliviada de su invalidez.

Su hospitalización fue tan larga, que casi nos dio tiempo a

terminar; quedaron pendientes algunos detalles debido a la falta de

elementos económicos. Ahora que recuerdo, ni yo mismo supe cómo se llevaron a cabo las obras de reconstrucción, con mano de obra infantil v tan escasos recursos.

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Los muchachos, a medida que apreciaban la mejoría de la madre, se esforzaban a tal grado, que yo tenía que imponer mi autoridad para que suspendieran el trabajo, cuando su agotamiento era evidente.

Por fin llegó el momento tan ansiado de recoger a su madre.

Ese día sí reinó la confusión en todos. Unos revolvían sus ropas con

las de los otros al vestirse con los trajes domingueros. No había

forma de calmarlos para poner orden en lo que debíamos hacer.

Algunos salían a traer ramas verdes para adornar la casa, otros

movían los muebles para que lucieran mejor, y uno más colgó de la

puerta el letrero de bienvenida; por fin, todos recorrieron la casa

antes de salir, y en la puerta se detuvieron a comprobar desde la entrada, que no faltara nada.

El tiempo que hicimos en llegar a la ciudad, fue insuficiente para planear la forma en que ellos la iban a atender; en ese de-

sorden no pude intervenir, pues era imposible que se pusieran de acuerdo; aún ignorábamos las verdaderas condiciones en que ella podría desenvolverse. Era natural que ellos se preocuparan de que no se corriera ningún riesgo, para lo cual planearon una serie de precauciones.

Llegamos al hospital, y la impaciencia de verla nos consumía a

todos; hasta yo actué con el nerviosismo que me contagiaron los

muchachos. No pude evitar ser partícipe de la sensación de ver el

resultado de tantas esperanzas puestas en la recuperación de un ser

querido, y en esos momentos vibramos todos como si fuéramos

uno, en un solo anhelo: volverla a tener entre nosotros disfrutando de salud.

Cuando apareció sostenida por unas muletas, llevaba en una

mano mi libro; una vez que es tuvo frente a mí, me lo entregó

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con estas palabras para abrazar a sus hijos: "Cumplí mi promesa:

aún no sé si algún día podré abandonar este sostén que ahora me va

a permitir andar; pero de cualquier manera me considero muy feliz

de hacerlo en esta forma, ya que con su libro aprendí a caminar

sin muletas por la vida."

Al terminar de hablar me hizo entrega del volumen y abrazó a sus hijos; yo avergonzado volví el rostro, al darme cuenta que no podía impedir que mis lágrimas delataran la sensación que tuve de la presencia de mi madre, cuya imagen llegó a mí, para darme por fin su aprobación.

De regreso, la impaciencia de los niños era incontrolable por conocer la impresión que, sin duda, le iban a causar a su madre las modificaciones de la casa y de la granja.

Primero trataron de no arrebatarse la palabra para decir uno por

uno lo que hicieron; pero al tardarse el primero en su explicación,

fue imposible que los demás permanecieran callados, y acabaron

por hablar todos al mismo tiempo. Al llegar a la ranchería, ya nadie

pronunció palabra y hasta creo que por momentos retenían el

aliento.

Linos avanzaban delante, para no perder ningún detalle de la

Impresión que ella tuviera al ver las paredes resanadas y pintadas

de blanco; unos metros más adelante, los graneros ampliados, por

otro lado, las construcciones nuevas para dar albergue a los

animales que ya no cabían; los caminos empedrados, y a los lados,

los árboles que ellos plantaron; algunas de las enredaderas que ya subían por los tejados, y una que otra flor le daba colorido al

conjunto blanco y verde; pero los muchachos se reservaron lo

mejor para el final.

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Cuando terminamos el recorrido, que por razón natural fue muy

lento, ya empezaba a obscurecer. Llegamos a la casa justo cuando

había que prender las luces y la chimenea, para lo cual yo me

adelanté en compañía del más pequeño que seguía siendo mi

sombra.

Encendí todas las luces, en tanto el pequeño prendió fuego a la chimenea, y como aún quedó tiempo, me dirigí a la cocina para

calentar los alimentos que habíamos dejado preparados. Yo

también, como un chiquillo, no me quería perder el momento de

que entrara a la casa, y logré salir de la cocina justo cuando abrían

la puerta principal.

Para todos el mejor pago a nuestro esfuerzo, fue la admiración

que se reflejó en sus ojos y ver el correr de sus lágrimas de

felicidad, al volver a sentirse en su casa; pero ahora en un hogar

cálido, por el amor que sus hijos pusieron en las reformas que

llevaron a cabo.

Tuvimos una velada inolvidable que hubiera terminado con el amanecer del día, si no hubiera impuesto mi autoridad para que ellos descansaran y también la señora de la casa.

Los primeros días no hubo forma de que nos organizáramos;

tuve que caer yo también en el desorden que se origina, cuando el ama de la casa va a imponer verdadero orden en el hogar; sobre todo, ella tenía que hacer un acomodo especial para llevar a cabo sus actividades, que no iban a ser pocas; estaba decidida, hasta donde le fuera posible, a relevarnos de la preparación de los alimentos, así como del aseo de las habitaciones.

Pasados algunos días pudimos continuar con nuestra rutina,

con la ventaja de que el tiempo que empleábamos en preparar

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los alimentos y en la limpieza de la casa, pudimos dedicarlo a

impulsar por nuestra cuenta algunos productos, vendiendo lo que

producíamos y eliminando a los intermediarios, para lo cual

ampliamos nuestro radio de acción hasta los centros comerciales de

la ciudad, con la que estábamos familiarizados por las frecuentes

visitas que hacíamos al hospital.

Este cambio aumentó las utilidades, que nos permitieron ad-

quirir unas tierras que colindaban con la ranchería. Fue tan ven-

tajoso anexarlas a las nuestras, que simplemente con extender a

ellas los canales de riego, subieron su valor. Por otra parte,

representó un aumento muy considerable en las cosechas, con

esfuerzo y gastos mínimos, debido a la maquinaria con que ya

contaba la propiedad.

Mi buen amigo interrumpió su relato para servir dos copas de

brandy, y en tanto las gustábamos, continuó:

Fue asombrosa la habilidad que día con día adquirieron los muchachos en las diarias labores, e increíble su desarrollo físico. Los que ya eran adolescentes, parecía que había concluido su crecimiento, y esa apariencia de mayor edad, me permitía entre-narlos en los tratos comerciales. A uno por uno de los mayores le fui dando la responsabilidad de las transacciones que se llevaban a cabo en la ciudad y aun venciendo el temor de la madre, me decidí a mandarlos para que las hicieran sin mi ayuda.

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Esto no quiere decir que la forma en que fueron educados los

preservara de cometer errores; los tuvieron y fueron muchos, pero

eso también era parte de su formación.

Ya no deseo alargar más mi relato; para concluir, sólo me resta

decirle que aquella ranchería a la que una mañana llegué, a pedir

que me permitieran traerles leña del bosque, a cambio de algo de

comida por la tarde y de un pequeño espacio para pasar la noche, se

convirtió, después de la desolación, en un emporio agrícola; ahora

tenía extensos campos verdes, frondosos árboles frutales y de ornato; ganado suficiente que permitió industrializar los productos

con increíbles utilidades. Mis muchachos, ahora los llamo así,

pusieron tanto amor en lo que hacían, que aquellas manos que

empezaron a agrietarse cuando aún eran manos delicadas de niños,

se hicieron fuertes, y no sólo eso: se hicieron mágicas al ser

dirigidas por sus mentes sanas y ágiles; ahora poseen una gran

habilidad, y la precisión con que las mueven concreta con rapidez

lo que desean hacer, de tal manera que le puedo asegurar que cada

uno de ellos, rinde por lo menos el equivalente al trabajo de dos

hombre comunes.

Y qué decir de la confianza que tienen en ellos mismos; es

tanta la seguridad de que son inteligentes, que se avergüenzan cuando al cometer un error pareciera que no lo son. Como están tan

acostumbrados a detectar sus propias equivocaciones, nunca

rehúyen aceptar que las han cometido; por el contrario, se

disciplinan ellos mismos con tanto rigor, que no descansan hasta

que logran corregirlas.

Créalo, me siento tan ufano de ellos, que todo lo que han

logrado fincar en lo material, no obstante ser muy considerable, no

se compara con la estructura interna de cada uno. Son

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tan sencillos dentro de su grandeza, que solamente la toman en cuenta para demostrarla en sus acciones; porque eso sí. . . ellos no desconocen sus valores internos, pero los aplican con la humildad del que agradece ser merecedor de ellos.

Nunca será suficiente mi agradecimiento, por la oportunidad

que se me dio al permitirme sembrar la tierra; esa actividad me

dejó grandes enseñanzas, pero lo más valioso para mí, fue haber

podido cultivar esas mentes blancas, esas almas puras. Ellos fueron

los hijos que no tuve, y así como en todas las familias éstos se van

a buscar su propia vida, en mi caso hubo un pequeño cambio: fui

yo el que emigró en busca de las aventuras que me permitieron

proseguir con mi objetivo.

~-Y dígame —le interrumpí—, ¿cómo pudo dar ese paso, cuando ya mediaba entre ustedes tanto afecto y comprensión? Y no hablo de otro tipo de intereses. . . es comprensible que los bienes materiales no le atraigan, pero el amor, ese amor del que usted habla y que precisamente le hizo cambiar sus planes, ¿no le impidió alejarse. . .?

No comprendo cómo pudo dejar a una familia tan organizada y

propiamente suya, formada bajo sus ideas y dirección; esto no me lo explico a menos que sea usted un nómada incorregible, amante de vivir como lo hace ahora. . .y dígame otra cosa: ¿cómo logró romper esos lazos, sin lastimar a esa mujer indefensa y quizá

todavía lisiada, y a unos muchachos que eran aún muy jóvenes para hacerle frente a la vida. . .? sobre todo, ¿cómo evitó afectarlos con el paso que dio. . .? 308

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Mi amigo levantó su mano como para detener mi avalancha de preguntas, y tranquilamente me dijo:

—Le voy a contestar todas sus interrogantes. Desde que decidí

hacerme cargo de la precaria situación que prevalecía en esa casa,

con gran pesar de mi parte renuncié a lo que venía haciendo. Usted

puede objetar que sólo vivía para comer y dormir sin tener la

preocupación de sostener un hogar, ni siquiera para mí solo, y no le

falta razón; esa clase de problemas no los quise tener, para poder

hacer mi labor cuando los niños se acercan a preguntarme lo que dice mi libro.

Esta actividad absorbe de tal manera, que en el momento que

nos sale al paso la oportunidad de orientar a alguien en el

conocimiento de sí mismo, de la vida y de sus leyes, nos olvidamos

de todo; por otra parte, hay que salir en busca de los que necesitan

esta clase de orientación.

Ahora bien: respecto a su señalamiento de que abandoné ese hogar dejando a una madre desamparada, está muy lejos de ser verdad. Esa mujer —tal como lo dijo ella al salir del hospital—, con la lectura de mi libro aprendió a caminar por la vida sin mu-letas. A pesar de que las utiliza para sostenerse y no las va a poder dejar, ella es el ser más feliz que pueda imaginarse; físicamente se moviliza con tanta seguridad, que recorre sus propiedades que

ahora son más del doble de la extensión inicial. Por otra parte, tiene tanta fortaleza, que está muy lejos de considerarse inválida, y en lugar de quejarse del estado en que se encuentra, agradece poder ser útil a los demás, aun con las limitaciones que tiene. Ahora no se dedica solamente a atender a su familia; siempre está dispuesta a servir a todo el desconocido que se detiene en su casa, en demanda de ayuda.

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Y qué decir de los ocho hombres que ahora le corresponden

a su madre con ese amor que yo les enseñé a sentir por el deber,

al grado que su responsabilidad es la garantía más segura que

ella tiene. El propósito que me hice siempre, fue que su for-

mación estuviera encaminada a convertir en buenos hábitos sus actos y su forma de pensar. Como los hábitos se impo -

nen, con el tiempo se convierten en la costumbre que va echan-

do raíces profundas, y si ésta es producto de actitudes y resolu-

ciones conscientes, el niño podrá actuar con inteligencia cuando

ya sea un joven.

Por otra parte, para darles una idea clara tanto del mundo en el que viven, como de lo que ellos mismos son, siempre convertí a mi libro en tema de conversación entre nosotros, y sus conceptos se fueron ampliando, a medida que su crecimiento desarrolló en ellos mayor capacidad para comprenderlos.

Respecto a su opinión de que eran muy jóvenes para enfren-

tarse a la vida, recuerde que le comenté que desde niños, actuaban

como hombres y creo que esto se debió a la experiencia que

tuvieron, cuando de momento se encontraron indefensos ante la

vida.

Esta experiencia les dejó enseñanzas muy valiosas, que yo pude capitalizar al desarrollar en ellos su propia seguridad, para que no volvieran a sentir el desamparo que lleva al hombre, incluso a conocer el miedo de vivir, por la falta de confianza en sí mismo.

Así, el hecho de que ya se comportaran como hombres cuando

aún eran niños, en parte, fue debido a que no los desvié de las circunstancias que les dieron la oportunidad de enfrentarse a

situaciones que no eran propias de su edad. Ahora que son jó-

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venes, ya actúan como hombres maduros, de la misma manera que

hay individuos en edad avanzada, que aún no han logrado crecer,

porque cuando fueron niños no hubo quien les enseñara a hacerse

fuertes, y con un amor mal entendido, las gentes mayores les

allanaron todos sus pequeños problemas, sin permitirles a ellos

mismos resolverlos.

No hubiera podido dar el paso que usted señala de abando-

narlos, si no abrigara la plena confianza de su formación, la cual tuve la oportunidad de poner a prueba antes de separarme de ellos.

Ante la evidencia de que mi obra no corría ningún riesgo, la di por concluida, y para no lastimarlos comencé a tener pláticas con ellos y con su madre, sobre la proyección que cada ser humano tiene derecho de darle a su vida; esto lo hice, tanto para ir preparando mi ausencia, como para que cada uno de ellos lo tuviera presente, cuando sintiera la inquietud o necesidad de hacer un cambio en su existencia.

Dediqué a esta labor el tiempo que consideré prudente, para

que al dar el paso decisivo estuvieran preparados, pero cuando

llegó el momento, no obstante que creí podrían tomar mi partida

con la conformidad que da la comprensión, me sorprendió ver que

aceptaban mis razones para aplicarlas a ellos y en los demás, pero a

mí en especial, me habían excluido del derecho de disponer de mi

vida, de mi persona y de mi tiempo.

Así es como sucede casi siempre; podemos aceptar todo en los

demás, y quedamos convencidos que para bien de ellos así debe

ser; pero si eso mismo nos afecta, ya es otra cosa. Echamos mano

de tantos argumentos que nos justifiquen, que la vida entera no

alcanzaría para agotarlos.

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Sus razonamientos no lograron que yo les hiciera la concesión de renunciar al objetivo que dejé pendiente cuando los conocí. Tampoco podía alejarme, sin que ellos comprendieran que el anhelo de una persona que alienta un ideal para hacer el bien a los demás, no debe obstaculizarse ni siquiera con la resignación. En caso de que nadie participe de su entusiasmo, por lo menos se le debe alentar con buenos deseos.

Para lograr que aceptaran mi decisión los llevé al terreno práctico, aquél que ellos recorrieron al vivirlo en carne propia,

cuando su desamparo se advertía en sus miradas; yo los hice que

revivieran las situaciones por las que pasaron, para que analizaran

la consecuencia que tuvo en su vida esa misión que me he

impuesto, y que es la que me lleva por los caminos en busca de los

que necesitan lo que yo les puedo dar.

Les recordé que nos conocimos precisamente cuando me de-

tuve en su puerta, a pedirles que me permitieran traerles leña del

bosque, y desde entonces -les dijo- he permanecido con ustedes

para formarlos, imponiéndoles buenos hábitos, desarrollando su

fortaleza con el conocimiento y aplicación de sus valores internos, los cuales fueron descubriendo, a través de las enseñanzas que los

capacitaron para saber pensar por si mismos, y ahora, a la distancia

del tiempo que llevan ejercitándose en la práctica de meditar y

actuar concienzudamente, ya no ponen en duda que son hombres

capaces de valerse por ustedes mismos.

"Les voy a sugerir -continué— que se sincere cada uno para

que investigue si se siente desvalido o simplemente inseguro, porque si alguno llega a descubrir que carece de confianza en él mismo, eso sí podrá ser lo que me obligue a renunciar a prestar ayuda a los que quizás me necesiten tanto, como ustedes re-quirieron de mi guía cuando el azar me llevó a conocerlos. Si

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ninguno necesita apoyarse en mí, justifiquen con una actitud comprensiva, que mis enseñanzas los prepararon para hacerle frente a la vida, sin el egoísmo que se incuba en las gentes que son timoratas, porque desconocen la capacidad que tienen para valerse por ellas mismas.

"Si por un momento cayeron en la trampa egoísta al tratar de

retenerme, reconsidérenlo como siempre lo han hecho; pero si

alguno me necesita, continuaré a su lado como hasta ahora estuve

con todos, pero esta vez voy a ayudar solamente al que demande mi

apoyo.

"Me hubiera gustado no haber llegado a este extremo, pero aún

están muy jóvenes para poder comprobar que la vida debe ser un

continuo darnos, para justificar que vivimos.

"Tienen esta noche para meditar, les dejo todo el amor que me

une a ustedes; por la mañana quiero despedirme o saber quién duda

de sí mismo, para quedarme a su lado."

Me aventuré a interrumpir al caminante para hacerle una

pregunta que me intrigó de pronto:

— ¿No tuvo usted duda o temor de que alguno, ya de acuerdo

con sus hermanos recurriera a un pretexto para retenerlo, o bien, que en verdad necesitara todavía de su ayuda?

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-No la tuve —me contestó de inmediato—. El reto era deter-

minante; si se ponían de acuerdo para retenerme, recuerde que les

dije que solamente iba a quedarme con aquél que demandara mi

apoyo; con esto quise decir que ya no estaríamos en grupo, de tal

manera que les corté la posibilidad de que siguiéramos todos

juntos. Además, no olvide usted que fueron templados en la verdad; ninguno de ellos recurría a la mentira para justificarse o

sacar ventajas.

Ahora bien: lo que aún les faltaba y no era poco por cierto, ya

no se los podía dar yo, ni eran mis enseñanzas las que iban a

concluir su formación; eso se los daría la propia vida, y precisa-

mente yo tenía que cederle mi lugar a ella.

Era necesario dejar que volaran solos; las bases ya las tenían, y los buenos hábitos también; por otra parte, a su edad ya habían tenido algunas de las experiencias por las que pasa un adulto en los problemas que la vida le depara a cada quien, y con toda intención dejé que las vivieran; lo único que alejé de ellos, fue el sufrimiento inútil como en el caso de la madre enferma. Sufrir por sufrir no

tiene caso; al dolor se le debe dar el cauce del trabajo productivo, en lugar de dedicarse a lamentaciones inútiles.

Le vuelvo a repetir: no tuve ninguna duda, pero en cambio,

supe de antemano que el reto que les lancé, los sacudió interna-

mente en el enfrentamiento que cada uno tendría, en la nueva etapa

que iban a vivir. Verían ahora las situaciones frente a frente y eso los obligaría también, a llevar a cabo un encuentro con ellos

mismos, para proyectarse sin mi ayuda en la vida que les enseñé a

valorar, a amar y a vivir con inteligencia.

—Estoy impaciente —le dije a mi huésped - por saber lo que

ocurrió por la mañana. Con todo lo que me ha explicado,

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que ahora veo razonable, considero que no dejó de ser triste la

separación de ustedes.

—Desde luego que lo fue —me contestó—; el amor también

nos hace conocer el dolor, ese dolor que parece nos rompe el alma; pero también por ese mismo amor a ellos y a mi misión, di por terminada una tarea que yo mismo no debía desvirtuar; en adelante eran ellos y la vida la que iba a continuar ese proceso, que es inalterable en el hombre y en la Naturaleza.

Ahora bien, como la fuente de la que proviene el amor es in-agotable, me volví a invadir de él, por ese ideal que se quedó en

suspenso; pero ahora volvía a correr por la circulación de mi sangre y me llené de esa fuerza que lo vence todo, inclusive nuestras propias debilidades, aquéllas que nos atan a nuestra comodidad, o a los afectos y conveniencias, y que nos impiden lanzarnos a la aventura de ese propósito que vive en nosotros, así como también nosotros vivimos en él.

Pero discúlpeme —me dijo mi visitante—, no he contestado su pregunta. A la mañana siguiente, se alteró todo lo acostumbrado en esa casa; en lugar de salir cada uno a cumplir con sus tareas, nos reunimos sin que en nuestro encuentro se advirtiera ninguna prisa por terminarlo, para iniciar el trabajo; por el contrario, parecía que

quisiéramos prolongar ese momento por toda la eternidad.

Intercambiamos frases intrascendentes, en tanto se nos reunía la señora de la casa, y lo único significativo fue que el más

pequeño, que ya había rebasado mi hombro, era el único que no

podía disimular su tristeza; se mantuvo junto a mí como era su

costumbre, pero en esta ocasión sus manos delataron un nervio-

sismo, que no era habitual en él.

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Cuando se encaminó a nosotros la madre de esos muchachos,

que ahora eran unos jóvenes con rasgos de firmeza en su carácter,

aunque con apariencia infantil por su vida sencilla, se movía con

tanta seguridad, como si las muletas las llevara solamente por

precaución.

Se detuvo frente a mí. Por unos momentos no pudo decir nada por el nudo que se le hizo en la garganta. De igual manera yo lo sentí formarse en la mía y seguramente a los muchachos también se les dificultaba pasar la saliva.

Al fin pude apreciar que hizo un gran esfuerzo para que le

saliera la voz, y aun cuando al principio estuvo cortada por la

emoción, logró decir sólo unas palabras que guardé muy dentro de

mí, porque el llanto que no logró salir, lo derramó internamente y

la enmudeció antes de terminar.

"En mi nombre y en el de mis hijos le hago saber que esta fa-

milia le debe todo lo que ahora es, y nuestro compromiso con usted

consiste en poner en práctica esa seguridad que supo despertar en

cada uno de nosotros. Si algo podemos abonar a esa deuda, es

liberarlo de los cuidados que demandamos durante el tiempo que

permaneció a nuestro lado; ahora es justo que los prodigue a los

que necesitan ese amor que pone en sus enseñanzas. A nosotros ya

nos dio todo, y nos lo deja para que podamos. . .'"

No pudo deci

mirada siguió

por dentro. Habló en el

sonidos que emi

mis brazos.

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En ese abrazo nos fundimos por un momento todos en uno;

pero yo empecé a deshacer el nudo que formamos, para no pro-

longar ese momento doloroso, y con paso inseguro me detuve en el

lugar en el que estaba preparado mi hato, mi hacha y mi libro.

Ya no quise volver el rostro para verlos; cerré la puerta tras de

mí, sin hacer ruido, como si no quisiera despertarlos a su nueva

realidad . . .

Mi amigo dejó de hablar y su mirada se perdió en el danzar de las llamas; se fue tan lejos que llegó hasta aquella ranchería, en

donde había dejado tal vez la más hermosa parte de su vida. Su

pensamiento voló en busca de aquellos hijos de los cuales se

desprendió, para entregarse a la misión de ayudar a sus semejantes.

Guardé silencio para que mi huésped disfrutara de su recuer-

dos; los suyos eran amables, podía evocarlos sin lastimarse, al

visualizar cada detalle de las situaciones que van sobresaliendo a lo

largo del repaso que evocamos, porque dejan una huella que no se

borra en la memoria.

La narración de su vida en la ranchería la viví con él, como si yo hubiera formado parte del grupo, a tal grado, que hasta incluí a mis hijos en esa vida limpia, llena de la lucha que hace vivir al joven en actividad; en esa diligencia que reclama el músculo para desahogar la energía pujante que corre por sus venas.

Ahí estuvimos todos palpando la tierra, sintiendo su calor sobre

la palma de la mano, al depositar las semillas en su seno obscuro. Ellas quedaron en el reposo del silencio que requiere el proceso de la vida, en tanto nosotros enterrábamos también en

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cada surco, la esperanza de una buena cosecha. Éste es el caso

Éste es el caso de la ilusión que se siembra, y al abonarla

germina y florece.

Viví también con ellos la impaciencia de ver aparecer los

primeros brotes que van saliendo con timidez, como si le tuvieran

miedo a la luz, pero sin embargo llegan a la superficie de la tierra, en busca de la caricia del sol.

Ante el inmenso reverdecer que se uniforma en las grandes

superficies sembradas, vibramos en la sensación del milagro de la

vida; esa magia que convierte una semilla en robusta planta, para

cumplir la misión de multiplicar su especie; así, el que ha dejado el

sudor de la frente sobre la tierra, vive con intensidad el placer de

contemplar los campos verdes, producto del esfuerzo que va a ser

recompensado con creces.

Hubiera querido que la realidad no me arrancara del ensueño de vivir en esa finca; soñé despierto una situación que me reconcilió con la vida, porque volví a reunirme con mis hijos. Fueron unos sublimes momentos a los que me aferré para pro-longar mis recuerdos, hasta que el caminante decidió cambiar el rumbo de su vida, y salió de la granja para cumplir su misión.

Su decisión me afectó profundamente; deshizo el hechizo que

viví unos momentos, y en ese hogar quedó un hueco tan grande, que nada lo podrá llenar.

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Me doy cuenta que yo no he salido de la ranchería; el caminante no se encuentra allí, pero me quedé a compartir con ellos ese vacío, tan grande, que la entereza de la madre no fue suficiente para infundir en sus hijos nuevos ánimos, para continuar como si él aún estuviera a su lado. Ante su propia derrota, ella les argumentó que el tiempo cicatriza las heridas, con las cosas buenas que la vida nos va dando.

Este hombre excepcional partió de la ranchería y yo, con los ojos de la imaginación, lo veo recorrer los caminos tocando de puerta en puerta, en demanda de la oportunidad de partir leña para tener derecho a comer, o a pasar la noche bajo un techo que lo libere de las inclemencias del tiempo; buscando en su derredor si alguien necesita una palabra de aliento, o si un niño se acerca a preguntarle lo que dice su libro.

Siento como si el tiempo se hubiera detenido para mí con su

partida; él seguramente ya está muy lejos cumpliendo su misión, y

si logra sacar a alguien del pozo en que caen los que pierden la

fortaleza, sus ojos reflejarán la felicidad que colmará los anhelos de

su vida, por haber cumplido con el deber que él mismo se impuso.

Este hombre vive en verdad la vida, aun sin tener nada mate-

rial, pero lo que tiene en su interior es tanto, que lo necesita

compartir.

Estaba tan ensimismado en mis pensamientos, que tuve un sobresalto cuando me tendió solícito una taza humeante, y al

levantar los ojos encontré su mirada apacible.

Hasta ese momento pude volver a la cabaña, como si regresara

de muy lejos, aún con la sensación de la tristeza de aquéllos

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que se quedaron solos, mas en esa fracción de segundo pude

comprender que si fui favorecido con su presencia y su ayuda, esto

se debió a que, para poder cumplir con su misión, él renunció a las

comodidades de un hogar que ya podía considerar propio, y a una

familia que lo amaba.

Aquí está ahora y recoge el fruto de su ideal. Sus propósitos de servir a los demás viven en él; por eso no puede entregarse a unos cuantos, si en los caminos que recorre, son muchos los que demandan su ayuda .

Era necesario que le dijera que su relato me había hecho

compartir su vida con esa familia, al grado que le fue más fácil a él

desprenderse de ellos en la realidad, que a mí, mentalmente, partir

de ese lugar en el que volví a disfrutar de la convivencia familiar.

—Me impresionó de tal manera su partida —le dije—, que ol-

vidé que estábamos conversando frente al fuego. Me fui con la

imaginación a la casa que usted dejó, y hasta este momento me estoy percatando de su presencia.

Ahora puedo comprender y justificar la importante decisión

que tomó, gracias a la cual voy a tener también la oportunidad de

volver a vivir.

Por ese episodio de su vida, juzgo que no es usted el místico que renuncia a las cosas materiales, para no enfrentarse a la responsabilidad de sostener un hogar. Ya demostró que no sola-mente sacó de la ruina a una familia, sino que también la formó con bases firmes, en sus buenos principios morales, y cimentó su futuro económico sobre el orden y el trabajo.

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Usted logró abrir las brechas de las dos veredas que debemos

recorrer; por eso tiene el conocimiento del que hace el camino al

andar en él, tanto en las luchas materiales como en el desarrollo

espiritual.

Me levanté para alimentar la chimenea, pero en realidad fue el

pretexto para cederle la palabra; seguramente aún tendría algo que

comentar sobre el objetivo de su vida.

—Me place que me haya comprendido —me dijo—; supuse

que entendería que ese impulso que me lleva por los caminos en

busca del que necesita ayuda, obedece a que el Gran Plan de la

vida, motiva a cada individuo a desarrollar aquello que le

corresponde hacer.

Usted comentó que yo tengo una manera diferente de hablar de Dios y del hombre. Esto se debe a que por mucho tiempo me inquietó ese Todo Inteligente, que conforma el Universo y lo que en él existe; por lo tanto, me dediqué a meditar, como le comenté al principio de nuestro diálogo, hasta que tuve la experiencia

maravillosa que le narré, de haber sentido la presencia de Dios en Su obra, y por razón natural en mí.

En esas dimensiones todo es vida ... y en ella está Dios y el hombre vinculados en un solo propósito: vivir. Cuando se visualiza la Creación en la actividad de la renovación constante de la vida con sus planetas, soles y galaxias, organizados en instrumen-

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tos de esa vida, que palpita en continua evolución, no es posible pensar que ese Todo Inteligente haya surgido de la casualidad.

No se puede concebir la perfección del Cosmos si no existiera

un orden supeditado a una ley, que armoniza todos los elementos

para regir la vida en la Consciencia Cósmica, que actúa tanto en el

átomo como en la célula y en la consciencia del hombre.

Un plan tan organizado no existe en forma accidental, tiene un objetivo: la vida. El conocimiento de ese Gran Plan, se lograría fusionando todas las Ciencias, las Humanidades, así como también la disciplina espiritual, que es la más dinámica, evidente y exacta, aun cuando no sea posible comprobarla por los medios materiales.

En tanto los hombres no integren toda Ciencia, Arte, Filosofía

y Espiritualidad, no podrán entender ese todo unitario que

encierra las claves y propósitos de la vida, y el porqué del Universo

y sus criaturas.

El estudio acucioso de cualquiera de las partes del Universo, desde uno o varios ángulos, no puede dar la idea integral de la Gran Obra, si no comprendemos que la ley que rige el Plan de la Creación, relaciona de manera inteligente lo que parece paradójico o irreconciliable. Como también existe un mundo invisible que desconocemos, y opera sutilmente en nuestro mundo visible y conocido, debemos aceptar que nada actúa de manera aislada; todo concurre para el mismo fin ... la vida, y en ella se encuentra el hombre, capacitado para entender que no estamos aislados del resto

del Universo, y que todo lo existente en el Cosmos, influye en el planeta que habitamos, en sus seres y demás cosas.

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Si apreciamos que para el Creador lo más importante es la

vida, aceptaremos que creó un ser inteligente para que le diera

sentido a la existencia, y seguramente por eso Su paciencia no se

agota, esperando que Sus criaturas amen la vida que les fue dada,

para que la sepan vivir, así como también que amen y estimulen su

propia perfección, la cual incluye que a través de Su ley, que rige Todo, puedan vivir con inteligencia.

De la misma forma en que opera la ley del amor en la Natu-

raleza, armonizando o separando los elementos para la vida, en esa

misma forma actúa el amor cuando se identifica el hombre con el

hombre, y el efecto inteligente se deja sentir en todo lo que logra,

cuando actúa en armonía.

No es concebible que el Autor de la Vida, de esa vida que nos resistimos a dejar cuando llega el momento de partir, haya ideado un plan tan perfecto . . . para sufrir ... lo que sí queda de manifiesto es Su infinita paciencia, para que el ser humano comprenda que Su plan es la vida, y Su orden lleva el proceso de evolución que se cumplirá dentro de Su ley.

Viene a mi memoria —continuó mi compañero—, que en mi

juventud presumí de ser inteligente, sin darme cuenta que la va-nidad me impidió comprender, que podía estar clasificado entre los más ignorantes, pero ahora ya no tengo ninguna duda de acertar en lo que hago, cuando lo hago con amor.

De aquel entonces en que me creí inteligente por vanidad, a

este momento, media una gran diferencia. Ahora lo demuestro, al

situarme en la vida con seguridad en mí mismo. Sentir y manifestar

esa confianza, es el mejor testimonio de mi creencia en Dios:

ahora creo en Él, pero también creo en mí. Creer en Dios implica

creer en nosotros, por lo que resulta inútil consideramos creyentes, si dudamos de nosotros mismos.

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Cuando la inteligencia se manifiesta, supera la velocidad de la

luz, y así como el rayo lleva una mínima parte de la electricidad del

ambiente, así la chispa de luz que recibimos, es un destello de la

Suprema Inteligencia, que llega de improviso; por eso so requiere

estar abierto para captar esa revelación fugaz que trae consigo la

solución que buscamos.

Por otra parte, la inteligencia no produce vanidad; ella no

delata su presencia ni siquiera en la sensación de éxtasis, que no se

puede compartir. Nos deja anonadados ante la grandeza que nos

liega en esa pequeña chispa de luz, e inunda nuestro ser de

humildad y reverencia.

Hasta que tuve algunas experiencias sobre lo que le acabo de

narrar, ya no me quedó ninguna duda de que el amor se identifica con la inteligencia, porque provienen del mismo origen. Quizás a muchos les parezca una utopía el planteamiento que sostengo sobre el poder que tiene el amor, pero no me cansaré do repetir que no es dogma de fe; cualquiera lo podrá corroborar, haciendo memoria de los aciertos que ha tenido, cuando ha obrado con amor . . . pero

aclaro ... no con pasión. Aun cuando ésta también nos impulsa a proceder, nos expone al error o bien a resolver lo intrascendente, por medio del simple razonamiento.

La ignorancia que tenemos de la energía inteligente que emana

del amor, nos inhibe a prodigarlo en bien de nosotros mismos.

El hombre como mente, cuerpo y espíritu es perfecto; lo que

está sujeto a la imperfección, es el manejo que él hace de sus emociones y de su temperamento pasional en la vida diaria; en

cambio, la actividad espiritual lo capacita para saber vivir .

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aplicando las virtudes que emanan de la consciencia ...

comprensión, prudencia, etc. necesarias para poder

convivir.

La actividad espiritual destierra la vaciedad en que vivimos; al estar aferrados a los prejuicios y a la personalidad, motivo por el cual interrogamos a Dios o lo culpamos, cuando la realidad es que Él, como Creador, no cesa en su actividad inteligente. . .y en ella sólo hay amor.

Por otra parte, lo difícil no es que el hombre acepte que es inteligente —recalcó mi huésped—, a lo que se resiste es a acatar

los artículos de la ley, que son los que evitarían los conflictos que origina la falta de amor a nosotros mismos, a los demás y al deber; así como esta ley también domina al ser primitivo que está latente en nuestro ser, y es la parte de nuestra naturaleza, que está en proceso de superación.

Cuando tenemos el tino de armonizarnos con nuestros se-

mejantes, se manifiesta la parte noble que existe en cada uno de

ellos, y deponen los resentimientos, la resistencia egoísta o la in-

diferencia que impiden resolver las situaciones difíciles; al grado

que nos daremos cuenta de lo sencillo que es vivir, en la armonía que guardamos con los demás.

Le voy a mencionar una de las profundas y sabias frases de

Cristo: '"No hagáis resistencia al agravio; si alguno te hiriera en

la mejilla derecha, vuélvele también la otra".

Por mucho tiempo no encontré el verdadero sentido de esta

sentencia. Pensaba que era denigrante y cobarde actuar así. Si

alguien es golpeado sobre todo en la cara, me parecía absurdo que

el agredido ofreciera nuevamente el rostro; pero como así lo dijo

Cristo, debía de tener un significado tan especial esa ac-

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t i tud, que no era fácil entenderla; por lo tanto me propuse llegar hasta el fondo de la intención de actuar así, y finalmente logré comprender, que si el agresor se atreviera a descargar el segundo golpe, cuando se le ofreciera el otro lado de la cara en son de paz, al hacerlo se sentiría tan mal, que toda su rabia se convertiría en vergüenza, y ésta a su vez, en arrepentimiento.

En esta forma, el ofendido logra cortar de tajo el proceso

natural de las necias acciones y reacciones agresivas; es decir, el arrepentimiento o la vergüenza de actuar mal, deja abierto el camino a la reconciliación, que dará los frutos de la paz y la amistad, en vez del odio o el rencor que se incuba en todos los casos de violencia.

La violencia provoca violencia, si no media un segundo de

serenidad en alguna de las partes; este segundo es el que puede

evitar las tragedias que ensombrecerán toda una vida.

En el lento caminar de la humanidad, se va desarrollando la

consciencia que imperará en el futuro, con el amor que nos brinda

un semejante, que ya está capacitado por su grado de superación

para otorgarlo, en el acto de dar lo mejor de sí mismo, y solamente al emprender ese lento proceso, sabremos el porqué el Creador no

se impacienta, y tampoco es indiferente a nuestras angustias y

conflictos.

El sufrimiento perdurará, en tanto el hombre no acate la única ley que es perfecta, porque tiene una finalidad; el bien para todo el que la cumpla.

Dicen que es difícil vivir, y en verdad lo es, por la resistencia que

ponemos en armonizarnos entre sí, tanto en el núcleo fa-

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miliar como fuera de él, para poder formar la cadena humana: uno

en todos y todos en uno, en la misma forma en que todas las partes

del Universo concurren como si fuera una sola, en ese Todo

Inteligente que está organizado para dar lugar a la vida, esa vida en

la cual viviremos en armonía, en !a medida en que acatemos la Ley

del amor.

Cuando el hombre compruebe que es un ser inteligente, tendrá

confianza en sí mismo, en la misma forma en que la tuvo un

campesino, cuando le dijeron que era el único hijo del rey que

acababa de morir, por lo que tendría que ocupar el trono, para

continuar con la estirpe.

En tanto ignoró el campesino que era hijo del rey, fue humilde y resignado, pero en cuanto supo que era noble, algo dentro de él cambió. Se impuso su casta aristocrática, y pudo ejercer el mando y la responsabilidad, que recae sobre un rey.

Esta leyenda nos da idea que el hombre es lo que corresponde a su procedencia, sólo requiere identificarse con lo que lleva dentro; por esta razón quiero consagrarme a exaltar la valía del ser

humano, para que no se desvalore él mismo.

El propósito de sacar a flote la fortaleza espiritual de los que están deprimidos, por la falta de seguridad interna, es la meta que me he propuesto, pero sin forzar a nadie. A cada uno le irá llegando su tiempo; por eso hay que saber callar cuando no somos comprendidos. Las mismas palabras tienen un sentido distinto para cada uno, de acuerdo al momento en que viven; por lo tanto, el que se quiera convertir en guía, tiene que tener espíritu de lucha y de paciencia, para no decaer en su propósito.

No se podrá ver el fruto en todos los que se deposite la semilla,

pero el deber es esparcirlas en todas direcciones; fructifica-

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rán las que caigan en terreno fértil, y éstas, a su vez, seguirán re-

produciéndose, para cumplir con el proceso de la multiplicación. Es

así como se van llenando las necesidades del alimento del cuerpo al

sembrar la tierra generosa, y la necesidad que tiene el espíritu de

expresarse se lleva a cabo, en la práctica de la actividad espiritual,

como tantas veces lo he mencionado.

Hace varios años que siento que mi madre al fin descansa.

Ahora está orgullosa de mi recorrido en busca de quienes necesiten

ayuda. Al verme feliz, la siento complacida por mi forma de vivir,

y su espíritu es el que me guía por medio de mi libro.

Fue lo último que le escuché antes de cerrar los ojos. Por un

instante me arrulló su voz, con la cadencia de las palabras que son

dichas con la calma que da la serenidad.

La brillantez del Sol me despertó; es uno de esos días en que

su luz es esplendorosa, y ha inundado la cabaña de claridad.

Me desperezo y comienzo a desentumecer mi cuerpo, que está

cansado por la postura en que he dormido en el sillón. De

inmediato recuerdo a mi visitante, y lo busco en torno mío, pero

compruebo que no está cuando dirijo la mirada al lugar en donde habían quedado su morral y su hacha.

Salgo rápidamente para ver si lo alcanzo. Doy vuelta en de-

rredor (le la cabaña, y de pronto me detengo asombrado al fijar

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la vista en el lugar donde el día anterior había un montículo de maderos... ahora ya están partidos y acomodados en un rincón.

Esa fue su despedida; así pagó mi hospitalidad de una noche, en cambio yo quedo en deuda de por vida con él, por los cono-cimientos y la paz interna que me dejó. . .

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Esta edición de 3,000 ejemplares se terminó de imprimir el 14 de septiembre de 1982

en los talleres de Litográfica Cultural, S.A., Isabel la Católica

No. 922, México 13, D.F.