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gabigentiletti
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“A Edimia Urbino le interesaban los gatos: todas
las mañanas desde que cumplió quince años les
llevaba carne cruda y restos de comida… los gatos
la seguían; un maullido de ella bastaba para que
acudieran y entraran en el automóvil, saltando con
exaltada familiaridad…”
“… vio que eran cueros de gato. Golpeó a la puerta de la casa.
El hombre con amabilidad, la invitó a entrar…
Esos cueros son la prueba de que gozan todos de buena salud, Señorita.
¿Acaso los comería yo si estuvieran rabiosos?.
-Se va a ir al infierno –Musitó Edimia.
-Mientras la encuentre a usted allí, me sentiré
honrado, señorita.”
-Diga, ¿no come usted la carne de vaca? Diga, diga.
-El gato es diferente. No se me ocurriría comer un perro por ejemplo, ni a
un cristiano. ¿Cómo se llama usted?
-Torcuato Angora, ¿y usted?
-Amelia Cicuta. Lo denunciaré a la Sociedad Protectora de Animales
Pequeños.
-Será inútil. Observe… Los
alimento, por eso vienen, y
después, con los propios cueros
les hago mantitas para cubrirlos
cuando hace frío: mientras,
engordan. ¿Qué hace en cambio la
Sociedad Protectora de Animales?
-Es horrible –musitó Edimia.
-¿Horrible? Éste es el gato Maestro, el que enseña a todos los otros a
conducirse como la gente.
-¡Pobre inocente! –exclamó Edimia- ¿Por qué no me lo presta? Lo traeré
listo para comer.
- Se lo regalo, señorita. Soy comilón pero no egoísta.
Después de cebarlo durante dos meses,
lo llevó a la casa de Torcuato Angora.
había previsto todo. Llevaba en un
paquetito la carne con estricnina…
“Señor Torcuato: el gato Maestro está a punto
para comer. Lo engordé para usted. Que le
aproveche. Amelia Cicuta.”
En los diarios, entre las noticias policiales del día siguiente, no salió la
noticia del envenenamiento de Torcuato Angora… Pensó que
Torcuato Angora le había dado un falso nombre como ella.
…sabía que en el infierno Torcuato Angora y el gato Maestro
estarían esperándola y que de nada le valdría llamarse
Edimia Urbino… su nombre valedero era Amelia Cicuta.